Aeros en el pantano
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Aeros en el pantano
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Un jinete saltó con su caballo de color negro por encima de unas cuantas ramas, y en el acto dejó caer una bolsa con sonido de monedas y que empezó a hundirse en las aguas cenagosas. El jinete parecía huir de algo por la prisa que llevaba y quizá esos aeros fastidiaran su agilidad, pero quien sabe a donde iba. ¿Y a quien iba a importarle?
Los aeros habían quedado en una zona peligrosa, y habría que ingeniárselas para tomarlos. No parecían haber menos de 500, eran muchos más.
Todo estaba cubierto de la penumbra nocturna y lleno de árboles que daban un aspecto terrorífico a la luz de la luna. Los árboles quizá podían ser de utilidad, las ramas alargadas también mientras no se quebraran, y quizá unas pocas rocas den centro de ese pantano. El brillo de los aeros resaltaba en la oscuridad en medio de esas agua.
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El post para conseguir las monedas de aeros debe requerir los siguientes aspectos:-Saber que corres riesgos de hundirse, las ramas de los árboles pueden quebrarse, debes estar consciente del peligro.
-Debes realizar el desarrollo de qué haces por allí y porqué.
Ansur
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Re: Aeros en el pantano
OFF: Espero haberlo hecho bien, cualquier corrección ya sabes ^^
Los libros medicinales de la biblioteca familiar decían que los hongos del fango, a pesar de ser alucinógenos, bien hervidos y preparados podían servir de anticancerígeno. Recordaba sus propiedades y su elaboración, no obstante, el haber pasado tantos años lejos de mi hogar había oxidado mi memoria hasta el punto de que ya no era tan diestra en la fabricación de la receta. Aquello me molestaba, y llevaba semanas intentando recordar cómo se hacía, básicamente porque si me salía bien, podría vendérsela a algún individuo con dolencias o comercializarla en el mercado. Lo malo es que los hongos del fango sólo crecían en zonas pantanosas, y no me gustaba nada adentrarme en las ciénagas. Supongo que no quedaba otro remedio.
Mis espadas colgaban como siempre de mi cinturón -jamás me desprendía de ellas-, y mi arco y mi carcaj a la espalda, así como también una bolsa de cuero de tamaño medio donde llevaba los hongos que había ido recolectando por el camino. Eran marrones y un poco difíciles de diferenciar, pues crecían en pequeñas cantidades en la base de los árboles en descomposición, y aunque ya tenía suficientes, en el camino de vuelta había decidido buscar unos cuantos más. Tarareaba melodías élficas a medida que avanzaba, evitando los pantanos y las zonas resbaladizas, y yendo siempre por el sendero más sencillo.
Fue entonces cuando un ruido de cascos y un relincho despertó todos mis sentidos. No sabía si era amigo o enemigo, así que me escondí de inmediato detrás de un matorral bastante mustio, agachándome para evitar ser vista. Aún recordaba el suceso con el jinete oscuro, y de sólo pensarlo se me pusieron los pelos de punta. Era la prudencia lo que me había mantenido con vida hasta ahora, así que esperé en silencio a que el caballo pasara de largo frente a mi. Al parecer no era más que un hombre que parecía huir de algo, y cuando se alejó lo suficiente salí de mi escondite para examinar la dirección de sus huellas. Arrugué el entrecejo preguntándome qué o quién le perseguía, pues no parecía llegar nadie más, y tampoco escuchaba ningún otro ruido que indicara la cercanía de otro ser. Le resté importancia de inmediato, pues lo que verdaderamente había llamado mi atención fue un objeto que se desprendió del cinturón del caballero cayendo al otro lado del sendero, el cual se hundía varios metros hasta acabar en un pantano algo más abajo.
- ¡Por todos los dioses, espera, espera, espera! ¡No te hundas todavía! -supliqué, pues había visto que se trataba de un saco de monedas.
Por suerte el pantano era lo bastante denso como para que la bolsa se mantuviese a flote durante un par de minutos más, aunque tendría que darme prisa. Bordeé el pequeño barranco que lo separaba del sendero y descendí con cuidado hasta la misma orilla, parándome para considerar varias opciones. La primera fue comprobar la profundidad de la ciénaga cogiendo una rama partida lo bastante larga como para introducirla. Si la altura del barro no me superaba más allá del busto podría adentrarme e intentar coger la bolsa, aunque para mi desgracia aquello iba a resultar imposible tras comprobar que la rama se hundía sin tocar fondo. Me mordí el labio inferior y puse los brazos en jarras, buscando un segundo plan. Miré a un lado y al otro intentando encontrar objetos que me ayudasen a alcanzar la bolsa, pues estaba decidida a no irme de allí sin recuperar las monedas, fueran tres o fueran trescientas. Nada. No había nada útil, y no me fiaba demasiado de las piedras que poblaban la ciénaga, porque tenían pinta de ser muy resbaladizas.
Entonces mi vista se posó en las ramas caídas de uno de los árboles, más concretamente en una que había crecido paralelamente a la superficie del pantano y que quedaba relativamente cerca de la posición de la bolsa. Me acerqué al árbol en cuestión y repasé minuciosamente el estado del tronco; no parecía demasiado descompuesto y casi estaba segura de su estabilidad. Decidida a darle un intento, me desabroché el cinturón y deposité mis armas y mi bolsa de hongos en el suelo. Calculé la distancia entre la bolsa y la rama y tracé varios bocetos mentales con mi propio cuerpo; necesitaba ganar lo menos medio metro más, así que busqué un palo que midiese los centímetros que necesitaba. Una vez lo encontré, me dispuse a trepar al árbol hasta alcanzar la rama, sobre la que di varios saltitos para comprobar si era capaz de soportar mi peso.
Tras ver que era seguro, agarré el palo con los dientes y me senté a horcajadas sobre la rama, empezando a avanzar lentamente y con cuidado. Ésta se fue inclinando cada vez más a medida que me acercaba a su extremo; si se partía ahora caería sin remedio a las aguas de la ciénaga. Entonces me detuve, la bolsa de monedas se encontraba justo bajo mis pies, a unos tres metros de distancia. Me alenté mentalmente y entonces di paso a la segunda parte del plan: colgarme boca abajo de la rama agarrándome únicamente con los pies, tal como si fuera un murciélago. Entrelacé mis tobillos para asegurarme un mejor agarre y me di la vuelta, dejándome caer y agarrando el palo que previamente había llevado en la boca para alcanzar la tela de la bolsa. Apenas llegaba; tendría que haber cogido un palo algo más grande, y aunque aquello me frustró no cesé en el intento de estirar los brazos todo lo posible.
- Vamos... vamos... venid con mamá... -un poco más, sólo un poco más- Eso es, eso es... no os mováis mucho...
Se me estaba bajando la sangre a la cabeza, pero la punta afilada del palo rozó la bolsa y por fin conseguí acercarla lo suficiente como para poder cogerla. Me erguí y recuperé la postura volviendo a sentarme sobre la rama, con una gran sonrisa en el rostro. No sabía cuántos aeros tendría la bolsa y tampoco quería contarlos, lo primordial ahora era dejar de tentar a la suerte y bajarse de la rama antes de que ésta decidiese resquebrajarse, así que empecé a retroceder con cuidado hasta alcanzar de nuevo la superficie sólida. Suspiré aliviada, sonreí triunfante y me felicité por tan valioso hallazgo. Lo siento por el jinete, pero ahora aquellas monedas eran mías.
Los libros medicinales de la biblioteca familiar decían que los hongos del fango, a pesar de ser alucinógenos, bien hervidos y preparados podían servir de anticancerígeno. Recordaba sus propiedades y su elaboración, no obstante, el haber pasado tantos años lejos de mi hogar había oxidado mi memoria hasta el punto de que ya no era tan diestra en la fabricación de la receta. Aquello me molestaba, y llevaba semanas intentando recordar cómo se hacía, básicamente porque si me salía bien, podría vendérsela a algún individuo con dolencias o comercializarla en el mercado. Lo malo es que los hongos del fango sólo crecían en zonas pantanosas, y no me gustaba nada adentrarme en las ciénagas. Supongo que no quedaba otro remedio.
Mis espadas colgaban como siempre de mi cinturón -jamás me desprendía de ellas-, y mi arco y mi carcaj a la espalda, así como también una bolsa de cuero de tamaño medio donde llevaba los hongos que había ido recolectando por el camino. Eran marrones y un poco difíciles de diferenciar, pues crecían en pequeñas cantidades en la base de los árboles en descomposición, y aunque ya tenía suficientes, en el camino de vuelta había decidido buscar unos cuantos más. Tarareaba melodías élficas a medida que avanzaba, evitando los pantanos y las zonas resbaladizas, y yendo siempre por el sendero más sencillo.
Fue entonces cuando un ruido de cascos y un relincho despertó todos mis sentidos. No sabía si era amigo o enemigo, así que me escondí de inmediato detrás de un matorral bastante mustio, agachándome para evitar ser vista. Aún recordaba el suceso con el jinete oscuro, y de sólo pensarlo se me pusieron los pelos de punta. Era la prudencia lo que me había mantenido con vida hasta ahora, así que esperé en silencio a que el caballo pasara de largo frente a mi. Al parecer no era más que un hombre que parecía huir de algo, y cuando se alejó lo suficiente salí de mi escondite para examinar la dirección de sus huellas. Arrugué el entrecejo preguntándome qué o quién le perseguía, pues no parecía llegar nadie más, y tampoco escuchaba ningún otro ruido que indicara la cercanía de otro ser. Le resté importancia de inmediato, pues lo que verdaderamente había llamado mi atención fue un objeto que se desprendió del cinturón del caballero cayendo al otro lado del sendero, el cual se hundía varios metros hasta acabar en un pantano algo más abajo.
- ¡Por todos los dioses, espera, espera, espera! ¡No te hundas todavía! -supliqué, pues había visto que se trataba de un saco de monedas.
Por suerte el pantano era lo bastante denso como para que la bolsa se mantuviese a flote durante un par de minutos más, aunque tendría que darme prisa. Bordeé el pequeño barranco que lo separaba del sendero y descendí con cuidado hasta la misma orilla, parándome para considerar varias opciones. La primera fue comprobar la profundidad de la ciénaga cogiendo una rama partida lo bastante larga como para introducirla. Si la altura del barro no me superaba más allá del busto podría adentrarme e intentar coger la bolsa, aunque para mi desgracia aquello iba a resultar imposible tras comprobar que la rama se hundía sin tocar fondo. Me mordí el labio inferior y puse los brazos en jarras, buscando un segundo plan. Miré a un lado y al otro intentando encontrar objetos que me ayudasen a alcanzar la bolsa, pues estaba decidida a no irme de allí sin recuperar las monedas, fueran tres o fueran trescientas. Nada. No había nada útil, y no me fiaba demasiado de las piedras que poblaban la ciénaga, porque tenían pinta de ser muy resbaladizas.
Entonces mi vista se posó en las ramas caídas de uno de los árboles, más concretamente en una que había crecido paralelamente a la superficie del pantano y que quedaba relativamente cerca de la posición de la bolsa. Me acerqué al árbol en cuestión y repasé minuciosamente el estado del tronco; no parecía demasiado descompuesto y casi estaba segura de su estabilidad. Decidida a darle un intento, me desabroché el cinturón y deposité mis armas y mi bolsa de hongos en el suelo. Calculé la distancia entre la bolsa y la rama y tracé varios bocetos mentales con mi propio cuerpo; necesitaba ganar lo menos medio metro más, así que busqué un palo que midiese los centímetros que necesitaba. Una vez lo encontré, me dispuse a trepar al árbol hasta alcanzar la rama, sobre la que di varios saltitos para comprobar si era capaz de soportar mi peso.
Tras ver que era seguro, agarré el palo con los dientes y me senté a horcajadas sobre la rama, empezando a avanzar lentamente y con cuidado. Ésta se fue inclinando cada vez más a medida que me acercaba a su extremo; si se partía ahora caería sin remedio a las aguas de la ciénaga. Entonces me detuve, la bolsa de monedas se encontraba justo bajo mis pies, a unos tres metros de distancia. Me alenté mentalmente y entonces di paso a la segunda parte del plan: colgarme boca abajo de la rama agarrándome únicamente con los pies, tal como si fuera un murciélago. Entrelacé mis tobillos para asegurarme un mejor agarre y me di la vuelta, dejándome caer y agarrando el palo que previamente había llevado en la boca para alcanzar la tela de la bolsa. Apenas llegaba; tendría que haber cogido un palo algo más grande, y aunque aquello me frustró no cesé en el intento de estirar los brazos todo lo posible.
- Vamos... vamos... venid con mamá... -un poco más, sólo un poco más- Eso es, eso es... no os mováis mucho...
Se me estaba bajando la sangre a la cabeza, pero la punta afilada del palo rozó la bolsa y por fin conseguí acercarla lo suficiente como para poder cogerla. Me erguí y recuperé la postura volviendo a sentarme sobre la rama, con una gran sonrisa en el rostro. No sabía cuántos aeros tendría la bolsa y tampoco quería contarlos, lo primordial ahora era dejar de tentar a la suerte y bajarse de la rama antes de que ésta decidiese resquebrajarse, así que empecé a retroceder con cuidado hasta alcanzar de nuevo la superficie sólida. Suspiré aliviada, sonreí triunfante y me felicité por tan valioso hallazgo. Lo siento por el jinete, pero ahora aquellas monedas eran mías.
Laschel
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Re: Aeros en el pantano
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Ansur
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