La promesa [Interpretativo][Libre][1/1][Cerrado]

Salir de Lunargenta fue una de las mejores decisiones, por mucho que estuviéramos lejos seguía teniendo en mente lo ocurrido, sobre todo recordaba la expresión destrozada de la niña huérfana y a la vez me sentía culpable por haberle mentido. Era cierto que lo hice por su bien, pero mi corazón se encargaba de recordarme que yo no era ninguna mentirosa y que seguía doliendo el mentir aunque fuera necesario recurrir a ello a veces.
Otra de las cosas que recordaba eran algunas de las palabras de Sarez justo antes de salir de la casa, palabras sobre el amor. No me había parado a pensar detenidamente en ello y tampoco quería hacerlo, algo me decía que tenía que esperar, no sabía bien porqué, pero era la misma sensación de cuando le pregunté si me quería, sólo tenía que hacer caso a lo que sentía.

Aún no había llegado el día, quedaba menos de una hora para que los rayos del sol comenzaran a salir y yo estaba más que despierta, de hecho parecía que me había quedado con los ojos abiertos toda la noche. Ambos estábamos sobre un árbol, arriba en el sitio justo para no caernos y también para no tener problemas con fieras nocturnas o visitas inesperadas. En el caso de Sarez no tenía muy claro si estaba dormido o no, mi mente no paraba de dar vueltas y aún así no podía evitar sonreír cada vez que le miraba.
Me senté adoptando una postura más cómoda, flexionando las rodillas delante de mí y cruzando luego los brazos sobre las mismas para luego apoyar mi barbilla, así comencé a observar las copas de los árboles y a darme cuenta de que me sentía más tranquila de lo que pensaba. Por mucho que hubiera ocurrido seguía estando de buen humor, seguía teniendo ánimos y...justo recordé que aquel podría ser el día ideal para cumplir la supuesta promesa que Sarez hizo antes del incidente del incendio.
Tendría que llevarme a algún sitio bonito, según él, yo sólo pedía que bonito o no, me enseñara más de todos los lugares que conociera, quería explorar y sentirme viva, estar junto a él y disfrutar de todo aquello a su lado:
-Buenos días...-Murmuré, por si acaso me respondía o simplemente fingía estar dormido. La verdad que me parecía una de las criaturas más hermosas, de nuevo me había quedado ensimismada observándolo.

La voz de Idril acompaña una vez más a mi despertar. Su voz me sigue pareciendo la música del sueño que todavía no ha acabado. Un sueño en el que la única imagen que veo es su hermoso rostro.  Alzo mi mano derecho hacia su mejilla derecho, lejos de la cicatriz del otro lado. Acaricio su piel el solamente el dedo índice. Leves movimientos de arriba abajo. Noto el suave y delicado tacto de su nívea piel. Sigue sin ser un sueño.

-Hola.- Devuelvo el saludo.

No me acostumbro a ver su cara cuando me levanto. Después de pasar tantos años de soledad me es difícil tener a alguien junto a mí. Idril vino de la nada mientras estaba nadando. Vino para quedarse. Me doy cuenta de lo poco que sé de ella. Podría ser una bandida, podría haber matado a toda su ciudad y estaría utilizándome para ocultarse de la guardia o, simplemente, podría ser una elfa que quiere ayudar. No lo sé. No me importa. Ella es Idril, la única persona que se mantiene a mi lado sabiendo que soy un bastardo y un desterrado.

-No sé qué es lo que eras antes.- Hablo mientras continúo acariciando su tez. – No sé si quiero saberlo. Eres la única que se queda conmigo. Me ayudas a entender el mundo. Me haces sonreír. – Sonrío para mostrarle mi gratitud. – Lo demás no me importa.- Hablo sin pensar, todavía sigo dormido y no pienso con claridad.

Dejo de acariciarla. Me maldigo a mi mismo por dejar de hacerlo. Hay cosas que hacer y no puedo acariciarla tanto tiempo como me gustaría. Me quito la ropa vieja que he gastado para dormir y me pongo la nueva que guardo en la bolsa colgada de una de las pequeñas ramas del árbol. Este es el día de Idril, debo gastar la ropa nueva para ella. Me pongo el cinturón donde cuelgo a Vientoatroz y mi carcaj en la espalda, ambos están colgados en la misma rama que la bolsa. Me pongo el equipo el equipo completo. Incluso, me pongo zapatos. Debe de ser perfecto.

-Vamos. Tengo algo que mostrarte.- No le digo nada acerca de la promesa que le hice el día del incendio. Quiero mantener la duda. Así la sorpresa será mayor. - ¿Me sigues?-

Al paso de unos pocos segundos veo cómo abre los ojos y me responde, no puedo evitar sonreír y sonrojarme de forma muy leve al notar su caricia, lo cierto es que me resultaba complicado mantenerle la mirada en situaciones así. Ni siquiera dije nada más aparte de haberle dado los buenos días, escuché lo que dijo y me quedé algo pensativa, yo tampoco tenía muy claro lo que era; lo que había sido tampoco. Sólo vivía en Sandorai y me dedicaba a cuidar de los animales, a esperar mi oportunidad para conocer el mundo y aprender cosas. Suspiré, qué alivio que hubiera aparecido en mi vida alguien como él.
-Tú también me ayudas, no es fácil estar sola-Y es que era la verdad, la soledad, fuese decisión propia o no, no era nada fácil de sobrellevar-...hm-Estuve a punto de soltarle lo de la promesa, proponerle que fuésemos a algún sitio, pero se puso a cambiarse y desvié la mirada por simple vergüenza.

Mientras se estaba cambiando la oscuridad que nos rodeaba empezaba a clarear, aproveché para colocarme mi arco y carcaj también y minutos después le estaba mirando con su ropa nueva, desde luego le quedaba que ni pintado:
-¿Dónde vamos?-Fue lo primero que pregunté, pero al parecer no estaba muy por la labor de revelarlo.
Me emocioné, no sabía bien porqué pero me emocionaba el seguirlo hacia un lugar desconocido, tal vez eran mis ganas por conocer o porque simplemente estaba a su lado. Sonreí y bajé del árbol, obedientemente comencé a caminar mientras los primeros rayos del sol comenzaban a colarse por los huecos de las copas de los árboles.

Si me fijaba bien, en apenas unos pocos días a su lado habían pasado bastantes cosas y mi forma de pensar con respecto a algunas de ellas también había cambiado. Ciertas sensaciones no las había sentido nunca hasta que le conocí, la mayoría de ellas buenas. De igual manera mi mente tampoco había estado tan saturada de cosas para pensar, en ese aspecto no sabía si era algo positivo pero no me importaba.

-Lo verás más tarde.- No le voy a decir dónde vamos. Tampoco sé qué es ese lugar. Explicarlo es difícil. Pero ese no es el motivo de guardar el secreto. Si le dijera dónde vamos ya no sería una sorpresa.

Bajo, de rama a rama, hacia el suelo. Miro hacia mi alrededor para orientarme. Los vestigios del infierno vivido por las llamas de color morado y verde son cosas del pasado. La corteza carbonizada ha caído de los árboles dejando una piel del tronco más sana que la anterior. Los árboles que cayeron por el peso de las llamas han sido recubiertos por una verde maleza convirtiéndolos en hermosos claros llenos de luz y frescor. Es agradable ver como el bosque se recupera de sus heridas. Sonrío. No voy a perder mi hogar.

Primero llegamos a un río. No es difícil encontrarlo, el sonido del agua chocando contra las piedras me guía hacia él. Me arrodillo a la orilla y bebo un sorbo del agua. Por alguna razón, me parece divertido alargar la sorpresa. Creo que contra más tardemos en llegar su sorpresa será mayor. Sonrió ante mi idea.

-Está buena.- Me descuelgo el carcaj y cojo una cantimplora. La vacío y la vuelvo a llenar del agua del río. Dentro de la cueva el agua no es tan buena como la de aquí. Debo guardar provisiones para el viaje. –Sigamos.-

Me siento emocionado. Nunca he enseñado este lugar a nadie. Es especial. Conocí a Idril en mi lugar especial y ahora se lo devuelvo llevándola a un lugar más especial. En el lago hay animales como el cuervo ladrón. No es un lugar secreto. Dentro de la cueva sí. Es mi secreto.

Recuerdo el día que lo descubrí. Fue en mi primera noche perdido en el bosque. Era joven y estaba solo. La oscuridad me asustaba. No sabía que oscuros misterios podían esperarme al caer la noche. Me escondí en la cueva. Corrí hacía su interior tan rápido como pude. Entonces vi las luces. Soy el único que la ha visto. Pronto, una persona más verá las luces conmigo.

En todo momento estaba a su lado caminando, no me separaba de él pero iba pendiente al bosque como era habitual en mí, estar rodeada de naturaleza me encantaba. Sobre todo cuando recordaba que gracias a nosotros, a Sarez sobre todo, muchos de esos árboles seguían en pie y recuperándose del incendio.

Escuchaba el sonido del agua de lejos y le seguí hasta un río, el agua tenía buena pinta y según él estaba buena, la verdad que ni la probé, tenía ganas de saber dónde me iba a llevar y me encontraba impaciente porque además tenía la sensación de que se había parado allí para retrasarlo más. Sonreía pero por dentro tenía ganas de hacer que me dijera hacia dónde nos dirigíamos:
-Sigamos, sigamos-Repetí lo que dijo y me noté contenta al decirlo, estaba más emocionada de lo que pensaba.

Por unos segundos me distraje mirando el agua, algunos peces estaban nadando contra corriente y me resultaba curioso ver cómo se mantenían en el mismo punto, claro que luego recordé lo ansiosa que estaba porque siguiéramos caminando y me adelanté unos cuantos pasos sin saber exactamente la dirección, sólo era para apremiarle, hacer que se diera prisa.
-¿Has soñado con algo?-Pregunté de repente cuando recordé que desde que estaba con él no había tenido ninguna pesadilla a la hora de dormir, era todo un logro para mí aunque tenía claro que era gracias a mi compañía.
Tenía cierta curiosidad por saber qué clase de sueños podría tener él, en mi caso ni siquiera recordaba si esa noche había tenido alguno ya que además estaba despierta desde mucho antes.

La pregunta de Idril me extraña. Creí que durante el camino estaría insistiendo sobre el lugar donde vamos. Ya me ha había hecho la idea de que tenía que poder resistir un largo camino de preguntas sobre el lugar donde vamos. Por mucho que pudiera resistir, me había hecho fuerte mentalmente. No le voy a decir dónde vamos ni por qué. Todo el trabajo mental no ha servido de nada. La pregunta de Idril me extraña por  su sencillez y su escasa relación con mi promesa.

Sueño. ¿Qué importan un sueño? Solo son imágenes que se imagina la mente mientras el cuerpo descansa. Nunca he pensado en la importancia de un sueño. Es más, al despertarme intento olvidar mis sueños. En ellos estoy en Sandorai. Mamá está conmigo. Los otros elfos no me insultan. No me dan de lado. En los sueños soy todavía un inocente infante. Cuando cierro los ojos me siento bien al creer que estoy en Sandorai. Sin embargo, al despertar me odiaba a mi mismo por haberme creído tal vil mentira.

Estos días volví a soñar con Sandorai, siempre el mismo sueño. Un dulce sueño que finaliza con un amargo despertar. Ver a Idril cuando abro los ojos hace que no sea tan difícil soportar mi realidad. Ella es mi sueño. Es la elfa que me trata bien y no como un bastardo desterrado.

-Sí.- Contesto. La sonrisa y la emoción que tenía al emprender el viaje se ha nublado por la pena de recordar mi desdicha. – Con Sandorai y con mi madre.- No puedo mentirla. Me gustaría poder hacerlo pero no puedo. No sé mentir. Escuchar mis palabras en voz alta no hace que me sienta mejor. La miro directamente a los ojos verdes buscando la sonrisa que tanto necesito. Hay algo en su bello rostro, algo que hace que cuando la veo pueda sentirme mejor. –No me importa.- Digo con una leve sonrisa con rasgos de tristeza. – Si estás conmigo la realidad es mejor que el sueño.- La cueva está cada vez más cerca; todavía no alcanzo a verla. Pero, al juzgar por la cada vez más rápida corriente del río, no ha de estar lejos. -¿Tú que has soñado?- Ella se preocupa por mis sueños, es justo que yo también debe importarme por los suyos.

Nada más hacer la pregunta no caí en que podría haber algo malo en ello o que podría ponerle triste, pero cuando vi que su sonrisa se desvanecía me arrepentí de haberlo dicho. Lo último que quería era hacerle sentir mal, tenía que aguantarme la curiosidad por ese tipo de cosas que podían traer malos recuerdos.
-Si estás conmigo la realidad es mejor que el sueño-Al menos esas palabras suyas me consolaron, pero seguía pensando que había metido la pata al preguntar por ello.
Aún así no dejé de sonreírle, no tenía ni idea de si mi sonrisa le reconfortaba pero intentaba que así fuese:
-Lo siento-No pude evitar disculparme antes de responder a su pregunta-No he soñado nada...hoy no, bueno, tal vez si, ni siquiera lo recuerdo-Sonaba un poco cómico el no saber si había soñado algo o no pero así era.
Me pregunté si habría sido mejor intentar sonsacarle sobre nuestro destino, pero no lo había hecho porque pensaba que le molestaría que fuese pesada, algunas veces y por lo que parecía no acertaba con lo que hacía.

Seguíamos caminando cerca del río lo que me resultaba ciertamente sospechoso, ¿acaso nos dirigíamos de nuevo al lago? No me parecía un mal sitio, eso seguro, pero no tenía ganas de encontrarme con pájaros ladrones ni de recordar cómo el arcano moría en el agua.
Al menos era de agradecer que la luz del sol ya alumbrara todo, nada quedaba oscuro y la calidez del mismo sobre mi piel era agradable, no era difícil de soportar como algunas veces a mediodía o en la tarde. Tenía ganas de llegar ya a donde fuese que íbamos, aunque una de las cosas que más quería hacer era abrazarle, por algún motivo sentía que después de haber escuchado lo de su sueño tenía que hacerlo.

Las palabras de Idril, al contrario de lo que cabría esperar, no hacen que me confunda. El mundo de los sueños es complicado. ¿Cómo podemos ver y sentir cosas cuando no estamos haciendo nada? No me extrañar oírla hablar tal confundida. Mis sueños son solo rápidas imágenes. Veo los árboles de Sandorai, veo a mi madre y veo a los otros niños dando su mano para ir con ellos. Son pensamientos fugaces y confusos. Cuando acaba, no sé qué es lo que ha pasado. Solo consigo recordar tres, lo sumo cuatro, de estas imágenes fugaces.

-Da igual.- La consuelo. No entiendo por qué se disculpa por no haber soñado. No se lo pregunto. Hoy no es un día para aprender nuevas lecciones. Es un día de celebración.

Al cabo de unos minutos veo la entrada a la cueva. Siento como si pudiera ver al joven Sarez de 27 años corriendo hacia el interior de la caverna huyendo de los monstruos que creía que le acechaban durante la noche. Era un niño. Para los humanos no tendría más que seis o siete años. No era más mayor que la hija del arcano y la mitad de inteligente. Era un crío. Un niño no podría haber matado a un señor elfo. Un niño no sabía nada acerca de venenos. Un niño, por muy mal que le tratase de su señor, debía bajar la cabeza y obedecer. No entiendo cómo pudieron creer que yo serví el veneno que acabó con su vida. No es momento de pensar en ello. La cueva está a escasos metros enfrente de nosotros.  

-Estamos llegando.- Digo emocionado. –Es ahí dentro. – Señalo la cueva. Las rocas no se ofenden porque las señale. -¿No tendrás miedo a la oscuridad?- Le digo con una sonrisa sarcástica. Si lo tuviera tampoco importaría pues dentro, al fondo donde nadie ha llegado, están las luces.

Después de que dijera esas últimas palabras no hablé más, decidí que lo más razonable sería callarme hasta llegar a nuestro destino y continué caminando a su lado. De vez en cuando le lanzaba alguna que otra mirada pero la mayor parte del tiempo miraba a mi alrededor, no se me daba bien mantener el silencio.

Por suerte y cuando menos lo esperaba, porque además estaba pensando en qué era lo que podría decir que no sentara mal, le escuché decir que estábamos llegando y en ese momento todos los pensamientos de la pregunta de antes y lo de los sueños se disiparon. Volvía a sentir la emoción por conocer ese lugar desconocido al que llegábamos:
-¿No tendrás miedo a la oscuridad?-Me paré en frente justo de la cueva, de lejos no parecía tan grande como ahora de cerca y escuchar aquello de la oscuridad me hizo dudar. No tenía miedo de ello, pero como si sintiera la necesidad de hacerlo cogí su mano y decidí que quería entrar con él así, juntos-Vamos Sarez-Lo llamé por su nombre con toda la delicadeza que pude.

Tiré un poco de él para que comenzara a caminar conmigo hacia el interior de esas paredes húmedas. Casi todas las cuevas estaban húmedas, oscuras y solía haber animales nocturnos que se escondían dentro. Esperaba que ningún murciélago saliese volando y nos sorprendiera, tampoco quería resbalarme y sentía cierta seguridad al estar agarrada a él. Era muy agradable sentir su mano con la mía, pero me ponía nerviosa a la vez por mucho que fuese un gesto para muchos natural.
Por el momento ni siquiera veía ninguna luz al fondo, no tenía muy claro hacia donde iba por lo que le hice un gesto para que me guiara, no fuese a meter el pie en algún agujero que hubiese por allí. La simple idea de tropezar delante suya me avergonzaba.

“Sarez”. Sí, ese es mi nombre. Me gusta que me llame por mi nombre. Su tono de voz hace que sea especial. Otros me han llamado “Sarez” como si fuera un insulto. Lo hacían sabiendo mi posición como bastardo y desterrado de Sandorai. Idril no. Ella consigue que tras llamarme por mi nombre muestre una amplia sonrisa en mi cara.

Entre enlazo mis dedos con los suyos. Siendo otra persona, me resultaría difícil tocarla. Pero ella es Idril. Estar junto a ella es todo lo que quiero. – Vamos.- Repito emocionado. –Idril.-

Me empuja hacia el interior de la cueva. Siento su ilusión como si fuera la mía, probablemente sea debido a la unión de nuestras manos. No puedo evitar pensar en la primera vez que entré en la cueva. Entonces, estaba solo. No había nadie que me cogiera la mano. Tan solo huía de mis sentimientos. Miedo, soledad y tristeza. Ahora, otros sentimientos son los que me llevan a la caverna.

Entramos a la cueva. La oscuridad se cierne sobre nosotros. Oscuridad que un día temí. Idril me deja avanzar delante. Conozco la caverna. Solo hay que seguir recto hasta que la luz de la entrada parezca una única estrella en la noche de la cueva.

-Hemos llegado.- Susurro. Tengo miedo de hablar muy alto por miedo a asustar a las luces. Cojo la otra mano de Idril uniéndonos en un círculo. –Esperemos.-

Cuando las vi la primera vez estaba arrodillado en el suelo. Lloraba. Estaba perdido y tenía miedo. Una luz se posó en mi cabeza. No era más que una espora de algún hongo que por adaptación a la oscuridad tenía el don de brillar. Más esporas siguieron a ella. Las luces se posaron en mí para consolarme. Alejaron a los monstruos de la oscuridad.

-Paciencia. Tardan en llegar.- Le prometo a Idril.

Una espora comienza a danzar enfrente de nosotros. Las pequeñas corrientes de aire de la cueva hacen que la luz flote en el aire.  Le queda muy bien. Me quedo mirando los ojos de Idril, el brillo de la espora hace resaltar el color verde de sus ojos. Pronto, otras luces se unen a la primera. Comienzan a danzar entre nosotros. Los ojos de Idril ya no es lo único que resalta. Su cabello rojizo, los lunares de su cara, sus mejillas sonrojadas… Todo su cuerpo parece estar en sincronía con las luces.

Me armo de valor para hablar. – Idril.- No sé cómo empezar. Estoy nervioso. Mis manos tiemblan por la emoción. Ella me preguntó si la quería. Si la amaba. Sí. La amo. Desde que estoy con ella siento algo que no sabía explicar con palabras. No es una sonrisa. Es más importante y profundo. Algo que nace del corazón. Algo que la razón no puede comprender. Es el amor. Ella, igual que las esporas, aleja mis malos pensamientos. Su sonrisa es mi luz. Siento que no necesito más que estar a su lado para poder vivir. – Dijiste que no era el lugar ni el momento para responder.- Hago alusión a su pregunta del día anterior. - Ahora lo es.- Trago saliva. Cojo fuerza. – Te amo.-

Sentir sus dedos entrelazados a los míos hizo que sintiera que me correspondía, que no le molestaba que le hubiera cogido de la mano, me sentía aliviada por ello y pisaba con firmeza el suelo rocoso segura de que él iba delante y sabía hacia dónde me llevaba.

-Hemos llegado-Susurró tras unos pocos minutos de caminar recto, o al menos así me lo pareció-...¿esperar a qué?-No pude evitar preguntar, sentía curiosidad y además me encontraba algo impaciente, habíamos llegado al sitio y quería saber qué era lo que podía esconderse en un lugar tan oscuro como aquel.

Mientras esperaba aquello que decía disfrutaba de estar cogida de sus manos, ambas dos, tenía una sonrisa que ahora mismo se había hecho permanente y no podía evitar estar sonrojada.
Para mi sorpresa, la respuesta a mi pregunta anterior no tardó en aparecer y de repente me vi observando una especie de cosa flotante a la que no supe dar nombre. Me pareció preciosa, emitía un brillo tenue pero suficiente como para iluminarnos y flotaba como si tuviera voluntad propia:
-Oh...-De repente aparecen más luces a nuestro alrededor, parece como si al llegar nosotros se hubieran escondido y ahora se mostraran con toda confianza.
Solté una de sus manos para alzarla hacia una de esas luces que en cuanto quise rozar se alejó, casi me dio risa ver cómo parecía que huía de ser tocada y en cuanto escuché mi nombre volví a mirarle directamente a los ojos.
-¿Si?-Le notaba nervioso, no entendía muy bien qué pasaba o qué era lo que quería decirme como para ponerse así.

Escuchar tales palabras viniendo de él hicieron que mi corazón se parara por una milésima de segundo para luego volver a latir con más fuerza que nunca, parecía que se me iba a salir del pecho. En aquel momento sentí que esa situación marcaría un antes y un después, que esas palabras significaban más de lo que había podido llegar a sentir nunca.
-...-Agaché un poco la mirada de sus ojos, me ardían las mejillas y la mano que antes le había soltado ahora fue en busca de la suya de nuevo. Me sentía viva de algún modo, nerviosa y alegre, eran muchas emociones juntas, todas ellas provocadas por él y todas buenas, sabía que aquello era el amor. Ahora entendía lo que quiso decirme en Lunargenta-...te amo-Lo dije, estaba segura de ello, lo sentía y correspondía.
Ya estábamos cerca, pero en ese instante di un paso más hacia él, su torso y el mío estaban a punto de rozarse y volví a levantar la mirada hacia sus ojos, pasando antes por sus labios. No sabía muy bien qué hacer en ese momento pero seguía a mi cuerpo y sentimientos, quería besarle...eso era hacia lo que me sentía llevada.

Tengo miedo. Las luces no pueden alejarlo de mí. Temo que Idril me rechace. Comprendo el sentimiento del amor. Querer a alguien no es desear que algo esté a mi lado. Querer es desear que algo me haga feliz. El arcano amaba a su hija, quería que sonriese, que fuera feliz. Pero, ese es un amor diferente al que siento por Idril pues ella no es mi hija. No forma parte de mi familia. Mi sentimiento hacia ella es más importante y profundo.

Veo que agacha la cabeza sin decir nada. Tengo la impresión que me va a rechazar. Tiemblo. Las esporas de luz que se posan en mi cuerpo se lanzan de nuevo al aire por los temblores surgidos por mi nerviosismo. Si se va no volveré a verla. Volveré a sobrevivir como a un animal y no a vivir como un hombre.

Su voz, clara y delicada suena en mi corazón como una tormenta en una silenciosa noche. Alza su cabeza, se queda mirándome sin decir nada más las dos palabras que hicieron brillar mi corazón. Yo también me quedo mirándola. No me importa el tiempo. Solo quiero mirarla de esta forma. Segundos, minutos y horas. Podría pasar el resto de mi tiempo mirándola y no me importaría.

“...Se besan porque se quieren.” Las palabras de Idril suenan en mi mente. La amo, y ella me ama. Por muy inseguro que pueda sentirme debo hacerlo. No deseo otra cosa en este mundo. Sujeto delicadamente su mentón. Agacho la cabeza para estar al mismo nivel a la vez que subo su barbilla. Nuestras bocas se unen en un beso. No sé cómo se hace. Solo lo he visto hacer a otras personas. Pero esto no es algo que pueda aprender. Instintivamente mis labios juegan con los suyos signo de mi amor.

Las esporas danzan entre nosotros. Nos invitan a que continuemos besándonos sin miedo. La luz ahuyenta el temor. Les hago caso. Continúo con este largo beso. Noto su sabor. Es más dulce que cualquier fruta que haya probado. Más incluso que la baya que ella me dio el segundo día de conocerla.

Necesito conocer su reacción. Necesito saber si siente lo mismo que yo. Alejo mis labios lentamente de los de ella. –Te quiero.- Le digo con una amplia sonrisa. –Te beso porque te quiero.-

Continuaba mirándole a los ojos cuando noté que sujetaba mi mentón con cuidado, no sabía muy bien cómo reaccionar y al notar sus labios contra los míos se formó en mí una mezcla de felicidad junto a otras sensaciones que era de lo más agradable. Cerré los ojos de forma instintiva y dejé que mis labios se movieran con los suyos, me sabía a dulce y a la vez a algo que no sabía distinguir.
Las luces que nos rodean crean un ambiente ideal para el momento que estábamos viviendo, llegó un punto en el que se me escapó una leve sonrisa pero era como si mis labios no quisieran separarse de los suyos y cuando se alejó, por muy poco a poco que fuese, sentía como si en realidad no quisiera parar. Al escuchar sus palabras y abrir los ojos recordé automáticamente a aquella pareja que vimos en Lunargenta y comprendí aquello muchísimo mejor:
-Yo también te quiero-Nada más decirlo fue como si dijera algo que llevaba guardado y ahora había podido salir, sonreía tan ampliamente como él y seguía estando igual de sonrojada.

Quien no parecía estar por la labor de calmarse era mi corazón, seguía latiendo con fuerza y juraría que si ambos guardáramos silencio podría escucharse. Aún así no tenía muy claro lo que decir, pero sí me abracé a él con todas mis ganas, le rodeé por el cuello y me puse un poco de puntillas para alcanzarle sin problemas. Sentí el impulso de hacerlo y lo seguí, realmente estaba alegre y emocionada, no esperaba que fuese a darse esa situación y había sido una gran forma de darme cuenta de lo que sentía verdaderamente.
-Gracias por haberme traído-Susurré aún cuando seguía abrazándole.
A nuestro alrededor parecían haberse multiplicado las luces, esas cosas flotantes a veces pasaban rozándonos y al tocar mi piel notaba que eran tan suaves que hasta podían producir cosquillas. Me encantaba, me sentía como en una nube en la que jamás habría esperado estar. Todo se lo debía a Sarez y lo agradecería siempre.

Somos pareja. La amo y me ama.

Antes no lo sabía. No podía comprender como estar con alguien podía dar la felicidad. Pero, eso es porque estaba solo. Idril   vino a mi vida cuando menos lo esperaba. Había aceptado mi desdicha, mi soledad y mi destierro. No quería estar con nadie. Podía sobrevivir perfectamente sin la ayuda de nadie. Entonces, vino ella. Me enseñó una vida sin sonrisa no es una vida. Me enseñó la diferencia entre vivir y sobrevivir.

Somos pareja. La quiero y me quiere.

Me dejo atrapar por su abrazo. Noto el perfume de su cabello en mi nariz. Su aroma la describe mejor que cualquier palara. Podría decir que es hermosa, que es la elfa más bella que conozco, que su sonrisa es todo cuanto quiero ver… Pero todo eso carece en comparación a su olor.

Somos pareja. Estamos juntos.

Mis manos se posan en su espalda para ayudarla a mantenerse de puntillas. No deja de ser un abrazo. Más ligero que el de ella pero no menos puro. Siento escalofríos cada vez que me toca y la toco. Recuerdo un mago, tenía el poder de lanzar rayos. Él me apartó bruscamente con una descarga. Lo que siento al tocar a Idril es similar. Es una descarga, más leve que la del mago de ojos azules intenso; un impulso de corriente que en lugar de apartarme de ella, crea el deseo de seguir tocándola.

Somos pareja. Nos besamos.

Beso su delicado y níveo cuello a medida que continuamos abrazados. Lo hago por puro instinto. Lo había visto hacer a otras parejas. Lo recuerdo. Sin embargo, no lo hago por imitarlas. Simplemente dejo que mi corazón tome la el control de mi cuerpo. Él, que ha estado dormido hasta que apareció Idril, sabe qué debe de hacer.

Somos pareja. No tenemos miedo a amarnos

-De nada.- Sabía que le iba a gustar este lugar. Las luces de nuestro crean un escenario sin temor. No siento miedo por decir todo aquello que en estos pocos días he aprendido. Todo lo que, por temor, me he callado. Y todo lo que hasta ahora no he tenido. – Sabía que te gustaría. Te quiero.-

Notar sus manos sobre mi espalda me ayudó a mantenerme de puntillas por el simple hecho de que la diferencia de altura era evidente. Pero eso no me impedía sentirme la más feliz y a gusto estando abrazada a él, rodeando su cuello con mis brazos. Me encantaba sentirle cerca, hacía que olvidara todo lo malo que había vivido, todos los recuerdos que podrían afectarme. Sabía que a partir de entonces no volvería a sentirme sola, aunque ya había dejado de hacerlo desde el primer día que le conocí.

Ese beso sobre mi cuello lanzó por todo mi cuerpo un escalofrío que de no ser porque tenía sus manos sobre mí, habría vuelto a la posición de antes. Provocaba con cada gesto que quisiera estar en esa situación para siempre, que pudiera disfrutar de su aroma y su cariño, de sus sonrisas y también de sus besos.
Que repita que me quiere no hace más que mi corazón se derrita, en cierto modo es como si escuchara música, una música celestial que venía del mismo sentimiento que sentía hacia él. No podía evitar devolverle otro: ''Te quiero'', después del cual me separé un poco y dejé de ponerme de puntillas:
-La lección sobre el amor me la has enseñado tú-Le dije refiriéndome a lo irónico y a la vez especial que era el hecho de que pretendiera que yo le enseñara cosas y él había acabado mostrando y haciéndome comprender lo que era el amor.
Sentía ternura y cariño, seguridad de estar a su lado y de nuevo una de mis manos buscó una de las suyas, no quería soltarle.

Las corrientes de viento que mecían con suavidad las luces que nos rodeaban se tornaron por un momento más intensas, lo que provocaron que esas cosas flotantes se acercaran más a nosotros y nos iluminaran más. Con ello le miré a los ojos y me perdí, fue una forma extraña para que mi corazón se calmara de repente y sintiera paz. Un gesto tan simple como alzar la vista me había dejado más claro aún que no querría separarme de él bajo ningún concepto.

Idril se aleja un poco de mí para poder hablarme a la cara. Tan solo es una distancia de cortesía para poder hablar; apenas un milímetro. Mas, a mi me parece un abismo. Después de estar tan cerca no quiero estar tan lejos de ella.

Dice que he sido yo quien le ha enseñado lo que es el amor. Mentira. Hasta ayer, no sabía lo qué era. Ella, con su sonrisa me lo ha enseñado durante todos estos días. Me ha enseñado que la necesito. Me ha enseñado que para ser feliz, para sonreír, solo necesito estar con ella. –Eso no es verdad.- Digo sinceramente. – Tú eres la que me enseña a mí.- La cojo desde la cintura llevando su cuerpo hacia el mío. No soporto tener que estar tan lejos de ella. – Me has enseñado a ser feliz.- Se lo demuestro con una amplia sonrisa. –Me has enseñado que mi antigua soledad era un vil castigo comparado al estar contigo. Me has enseñado que solo quiero estar contigo.- La beso fugazmente en los labios. – Me has enseñado a amar.-

La vuelvo a besar. No es un beso rápido como el de antes. Es un beso apasionado. Mis labios danzan en los suyos. Las luces parecen seguir nuestros movimientos. La quiero. La amo. No puedo estar sin quererla. No puedo estar sin amarla. Sin Idril, siento que mi vida era tan inútil como un arquero sin flechas. Ella me da la felicidad. Ella es mi amor.