Ascensión [Quest] [Elen]
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Ascensión [Quest] [Elen]
Isla Lunar. Dos horas antes de la Conjunción
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En medio del enorme mar que une las islas illidenses con el continente, emerge sobre las aguas la impresionante isla Lunar, otrora isla de los elfos, hoy en día tierra de nadie, aunque reclamada por Beltrexus. Su aspecto cónico y picudo es una clara indicación de la génesis volcánica de la isla, aunque su cráter hace siglos que cesó su actividad y hoy se encuentra completamente cerrado.
Allí no vive nadie pues la tierra es infértil. Tan sólo los albatros que utilizan la isla como punto de reposo durante su caza de pescado. El sonido de las aves y el choque de las fuertes olas rompiendo contra los rocosos acantilados son el único y relajante sonido que se puede escuchar en la isla.
Una interminable escalera asciende hasta lo más alto de la apacible isla que, debido a su extremada pendiente, asciende a lo largo de la costa, rodeando el arrecife.
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Cuando Elen abrió el libro en Dundarak aún era de noche. Tras el portal que se abriría, en la mente de la joven volverían a aparecer las extrañas y desconocidas figuras de constelaciones, galaxias y el vacío más absoluto. Aquello no era sino un anticipo de lo que estaba por llegar, y es que aquel día, sin duda marcaría la vida de la bruja. Su destino iba a cambiar… para siempre.
Al llegar a la isla Lunar todo cambiaría. Ya había amanecido y un día espléndido relucía. Una verde pradera fue el lugar en el que caería el cuerpo de Elen. Allí, un fuego fatuo azul, cuya cara y voz se correspondería con las de Tarivius, recibiría a Elen. En la parte inferior de la isla.
- Fuego Fatuo de Tarivius:
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-Enhorabuena, Elen. Me congratula saber que has conseguido los fragmentos y la pócima de las estrellas. – felicitó Tarivius en su extraña forma. – Como sabes, estamos en la isla Lunar. Un lugar que rebosa magia por cada costado. Es aquí donde realizarás el ritual que te ayudará a controlar tu maldición. – Repitió lo que ya le había dicho Abbey en Dundarak y se tomó una pausa – El ritual deberás hacerlo en el altar situado en la parte más elevada de la isla. – que, bien dicho sea de paso, no era precisamente de poca altitud. – El ascenso será agotador. Son más de dos mil escalones los que te llevarán a la cima. Toma el camino como un aprendizaje, pues durante el trayecto deberás aprender cómo realizar el ritual. Además, durante el recorrido descubrirás un poco mejor la historia de este lugar, en el que todavía permanecen erguidos un castillo y un poblado de arquitectura élfica muy antigua. Anteriores a su exilio por parte de los brujos. – el fuego fatuo comenzó a desvanecerse mientras se alejaba de Elen, sin dejar de mirarla. – La magia brota en estos lares. No permitas que las almas en pena y los otros fuegos fatuos que aún perviven en la isla te detengan. – le advirtió – Yo te veré en lo más alto… buena suerte, Calhoun. – y se desvaneció.
Tarivius había abandonado a la bruja, que pese a la soledad tenía una difícil tarea por delante. Aún necesitaba descubrir cómo debería realizar el ritual. Y debería hacer caso a la advertencia de Tarivius. Nada más irse, la bruja notaría como los fragmentos: El corazón, el anillo y el collar, comenzarían a brillar intensamente.
* * * * * *
Bueno Elen, bienvenida a la última parte de tu viaje. Debes relatar el final del anterior hilo y el comienzo de este de la manera que veas, y finalizar el turno disponiéndote a subir el peñón de “Gibraltar”.
Como ves, son bastantes escaleras, así que te llevará unos cuantos turnos subir. A medida que subas, las cosas irán complicándose un poco, y una serie de tramas “secundarias” irán desarrollándose. Recuerda que tu principal razón aquí es descubrir cómo se realiza el ritual y llevarlo a cabo.
De momento, eso es todo. Buena suerte.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
El vampiro explicó brevemente que la pócima había llegado a sus manos como un regalo, del cual no conocía apenas información, pero tras escuchar las palabras de la joven decidió que si era tan importante para ella debía entregárselo, cosa que le hizo saber de inmediato. Por fin la de ojos verdes respiró aliviada, pues gracias a Bio no solo había conseguido el último fragmento sino también el catalizador que la ayudaría a cerrar el círculo, ya estaba lista para regresar junto a Tarivius y empezar el ritual que la llevaría a controlar su maldición. El pelinegro rechazó los aeros y colocó el saquito sobre el recipiente que ahora sostenía la tensai, para que se los llevase de nuevo, alegando que prefería contar con que le debiese un favor, aunque tras los acontecimientos de aquella noche le debía un par.
Instantes después el vampiro murmuró unas palabras cargadas de razón, ya que de estar en su lugar, la benjamina de los Calhoun habría hecho exactamente lo mismo que él, decantarse por el favor de un muy útil compañero antes que quedarse con el dinero. Tras esto el pelinegro se dirigió a la puerta, despidiéndose sin llegar a darse la vuelta para mirarla. - Buena suerte. - comentó la hechicera, antes de perder de vista a Bio en cuestión de segundos. Probablemente para él también se acababa el tiempo, pronto amanecería y para entonces tenía que encontrar un refugio seguro en que aguardar hasta la siguiente noche, así que comprendió que tuviese prisa por marcharse, sobre todo teniendo en cuenta que a causa del incidente con Abbey la guardia de palacio al completo los estaría buscando por toda la ciudad y alrededores.
Elen guardó nuevamente sus aeros y también la pócima de estrellas, para luego centrar su atención en el tomo del centinela, que al igual que las otras veces, cobró vida repentinamente y abrió un portal que la absorbió, haciéndola desaparecer de la estancia en menos de lo que dura un parpadeo. Otra vez se encontró la joven en medio del estrellado firmamento, observando con interés todas aquellas luces en movimiento, tan semejantes a las que flotaban en el interior del frasco que acababa de conseguir. ¿Tendría aquel cambio en las teletransportaciones algo que ver con la pócima? Probablemente, quizá el propio libro hubiese decidido darle pistas sobre aquel último elemento que de no ser por el vampiro no habría conseguido a tiempo.
Quizá el destino hubiese puesto en su camino al pelinegro para que pudiese completar su misión, pero ahora la maga debía centrarse en lo que la esperaba al otro lado del portal que comenzaba a abrirse varios metros por delante de su cuerpo, la salida hacia el último escenario de aquella aventura. Esta vez no hubo montón de paja que amortiguase su caída, pero aterrizó sobre algo suave, la verde hierba que se extendía a lo largo de una pradera. El sonido de las olas al romper contra la costa, sumado al de las aves que sobrevolaban los acantilados, hicieron que la joven supiese inmediatamente dónde había ido a parar, comprobando que era una de las dos opciones que había barajado tras escuchar a la gran encantadora en Dundarak.
- Isla lunar. - musitó, al tiempo que se levantaba y cerraba el libro que la había llevado hasta allí, para devolverlo al interior de su bolsa. El sol se alzaba en el cielo y bañaba con sus rayos gran parte de la isla, proporcionando calor a los pocos animales que aún eran capaces de morar en ella, y también a la de cabellos cenicientos, que se permitió cerrar los ojos un momento y aspirar el fresco aire de la mañana. ¿Cuántas horas llevaba sin descansar en condiciones? En aquel instante ni siquiera podría haber respondido a esa pregunta con certeza, pero el tiempo seguía estando en su contra, debía darse prisa en encontrar al centinela.
Al volver a abrir los ojos, la tensai encontró ante sí un fuego fatuo de un brillante tono azul, cuya forma y voz eran idénticas a las de Tarivius. El anciano, valiéndose de aquella extraña forma, felicitó a la joven y le confirmó que aquel sería el lugar en que se celebraría el ritual, aunque no exactamente donde se encontraba sino en la parte más elevada de la isla. Mientras el centinela continuaba hablando, Elen desvió la vista hacia las escaleras que conducían a la cima, dejando que la preocupación se reflejase en su rostro al no atisbar ni por asomo el final de las mismas. Más de dos mil escalones la separaban ahora de su destino, y aquella no era la mejor noticia que podía recibir, sobre todo teniendo en cuenta las constantes molestias de su pierna.
Tarivius quería que tomase aquel duro ascenso como una forma de aprendizaje, no solo para conocer más la historia de la isla en sí, sino para dar con la forma de realizar el ritual, cosa con la que no contaba. ¿No había hecho ya suficiente? Al parecer no. Ahora le tocaba devanarse los sesos para encontrar un modo de utilizar los elementos que tenía a su disposición, pero el largo trayecto hasta lo más alto le daría tiempo de pensar, eso si lograba completarlo. Los de su raza no estaban hechos para aquel tipo de esfuerzos físicos, pero si había llegado hasta allí no iba a rendirse ahora, así que observó con interés al fuego fatuo y escuchó sus últimas palabras, que contenían una advertencia sobre los seres que aún podían vagar por la zona y tratar de detenerla en su avance.
- Allí nos veremos. - aseguró la hechicera, justo antes de que el brillante fuego se desvaneciese ante sus ojos, dejándola completamente sola. De inmediato, los fragmentos de Kinvar comenzaron a brillar intensamente en el interior de su bolsa, pero no debía distraerse con ellos, tenía que recapitular mentalmente todo cuanto sabía y prepararse para subir aquella interminable escalera. Sabiendo que la pierna sería un problema, la alquimista rebuscó entre sus cosas hasta encontrar una infusión de Inhibis y Barrimorth que ella misma había preparado antes de emprender el viaje, destapó el frasco y vertió un poco del brebaje justo por donde la ardiente daga de la maga de fuego había atravesado su armadura, esperando unos minutos hasta que la zona quedó levemente dormida para continuar.
Una vez lista, la joven comenzó a andar hacia el primer escalón, mientras comenzaba a repasar mentalmente todo cuanto había sucedido desde que se presentó en la casa del centinela, en busca de información o datos que le pudiesen ser de ayuda de cara al ritual.
Instantes después el vampiro murmuró unas palabras cargadas de razón, ya que de estar en su lugar, la benjamina de los Calhoun habría hecho exactamente lo mismo que él, decantarse por el favor de un muy útil compañero antes que quedarse con el dinero. Tras esto el pelinegro se dirigió a la puerta, despidiéndose sin llegar a darse la vuelta para mirarla. - Buena suerte. - comentó la hechicera, antes de perder de vista a Bio en cuestión de segundos. Probablemente para él también se acababa el tiempo, pronto amanecería y para entonces tenía que encontrar un refugio seguro en que aguardar hasta la siguiente noche, así que comprendió que tuviese prisa por marcharse, sobre todo teniendo en cuenta que a causa del incidente con Abbey la guardia de palacio al completo los estaría buscando por toda la ciudad y alrededores.
Elen guardó nuevamente sus aeros y también la pócima de estrellas, para luego centrar su atención en el tomo del centinela, que al igual que las otras veces, cobró vida repentinamente y abrió un portal que la absorbió, haciéndola desaparecer de la estancia en menos de lo que dura un parpadeo. Otra vez se encontró la joven en medio del estrellado firmamento, observando con interés todas aquellas luces en movimiento, tan semejantes a las que flotaban en el interior del frasco que acababa de conseguir. ¿Tendría aquel cambio en las teletransportaciones algo que ver con la pócima? Probablemente, quizá el propio libro hubiese decidido darle pistas sobre aquel último elemento que de no ser por el vampiro no habría conseguido a tiempo.
Quizá el destino hubiese puesto en su camino al pelinegro para que pudiese completar su misión, pero ahora la maga debía centrarse en lo que la esperaba al otro lado del portal que comenzaba a abrirse varios metros por delante de su cuerpo, la salida hacia el último escenario de aquella aventura. Esta vez no hubo montón de paja que amortiguase su caída, pero aterrizó sobre algo suave, la verde hierba que se extendía a lo largo de una pradera. El sonido de las olas al romper contra la costa, sumado al de las aves que sobrevolaban los acantilados, hicieron que la joven supiese inmediatamente dónde había ido a parar, comprobando que era una de las dos opciones que había barajado tras escuchar a la gran encantadora en Dundarak.
- Isla lunar. - musitó, al tiempo que se levantaba y cerraba el libro que la había llevado hasta allí, para devolverlo al interior de su bolsa. El sol se alzaba en el cielo y bañaba con sus rayos gran parte de la isla, proporcionando calor a los pocos animales que aún eran capaces de morar en ella, y también a la de cabellos cenicientos, que se permitió cerrar los ojos un momento y aspirar el fresco aire de la mañana. ¿Cuántas horas llevaba sin descansar en condiciones? En aquel instante ni siquiera podría haber respondido a esa pregunta con certeza, pero el tiempo seguía estando en su contra, debía darse prisa en encontrar al centinela.
Al volver a abrir los ojos, la tensai encontró ante sí un fuego fatuo de un brillante tono azul, cuya forma y voz eran idénticas a las de Tarivius. El anciano, valiéndose de aquella extraña forma, felicitó a la joven y le confirmó que aquel sería el lugar en que se celebraría el ritual, aunque no exactamente donde se encontraba sino en la parte más elevada de la isla. Mientras el centinela continuaba hablando, Elen desvió la vista hacia las escaleras que conducían a la cima, dejando que la preocupación se reflejase en su rostro al no atisbar ni por asomo el final de las mismas. Más de dos mil escalones la separaban ahora de su destino, y aquella no era la mejor noticia que podía recibir, sobre todo teniendo en cuenta las constantes molestias de su pierna.
Tarivius quería que tomase aquel duro ascenso como una forma de aprendizaje, no solo para conocer más la historia de la isla en sí, sino para dar con la forma de realizar el ritual, cosa con la que no contaba. ¿No había hecho ya suficiente? Al parecer no. Ahora le tocaba devanarse los sesos para encontrar un modo de utilizar los elementos que tenía a su disposición, pero el largo trayecto hasta lo más alto le daría tiempo de pensar, eso si lograba completarlo. Los de su raza no estaban hechos para aquel tipo de esfuerzos físicos, pero si había llegado hasta allí no iba a rendirse ahora, así que observó con interés al fuego fatuo y escuchó sus últimas palabras, que contenían una advertencia sobre los seres que aún podían vagar por la zona y tratar de detenerla en su avance.
- Allí nos veremos. - aseguró la hechicera, justo antes de que el brillante fuego se desvaneciese ante sus ojos, dejándola completamente sola. De inmediato, los fragmentos de Kinvar comenzaron a brillar intensamente en el interior de su bolsa, pero no debía distraerse con ellos, tenía que recapitular mentalmente todo cuanto sabía y prepararse para subir aquella interminable escalera. Sabiendo que la pierna sería un problema, la alquimista rebuscó entre sus cosas hasta encontrar una infusión de Inhibis y Barrimorth que ella misma había preparado antes de emprender el viaje, destapó el frasco y vertió un poco del brebaje justo por donde la ardiente daga de la maga de fuego había atravesado su armadura, esperando unos minutos hasta que la zona quedó levemente dormida para continuar.
Una vez lista, la joven comenzó a andar hacia el primer escalón, mientras comenzaba a repasar mentalmente todo cuanto había sucedido desde que se presentó en la casa del centinela, en busca de información o datos que le pudiesen ser de ayuda de cara al ritual.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
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La bruja tomó medidas para soportar los dolores de su pierna. Era una ascensión dura y un trabajo físico considerable el que debería realizar si pretendía realizar el ritual. Una vez preparada, se dispuso a comenzar la ascensión. El primer tramo de ascensión era considerablemente empinado. Prácticamente vertical. Era un esfuerzo bastante agotador incluso para alguien entrenado. Al menos el día acompañaba, y el mar brillaba azul como nunca.
La fauna no era muy abundante, principalmente y en la parte más baja y rocosa de la isla predominaban inofensivos frailecillos. La flora sí que era más diversa, con especies exóticas seguramente nunca antes vistas por la bruja. Especialmente interesantes podían resultar tres de las flores, que sin duda podrían llamar la atención de la alquimista.
- FLORES DE LA ISLA:
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En el mismo descanso, aunque cerca de un acantilado, además, se encontraba una figura de unos tres metros de altura de la misma piedra que había poblaba toda la isla. Permanecía impasible observando el mar y el horizonte. La figura tenía grabado un texto en élfico antiguo.
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él síla lúmena vomentienguo aldalómë
El texto rezaba lo siguiente: “Regálame una flor y líbrame de la penuria”.
Fuera lo que fuera, si Elen colocaba su oído sobre la roca, caliente por el sol, escucharía susurros en el interior de ésta. Una mezcla de voces reconocibles que se intercalaban que la bruja sin duda reconocería: Ravnik, Keira y Abbey. Los tres “protectores” de los fragmentos, que ahora vibraban con intensidad. Las palabras de los seres eran exactamente las mismas que las que rezaba el texto, aunque en la lengua de Elen, de manera que podía entenderlo. Sólo que cada palabra era dicha por una voz distinta y en un susurro muy poco audible.
En cuanto Elen se despegara de la piedra, observaría como el cielo se había tornado grisáceo y las nubes empezarían a resurgir. Cuanto más se alejaba Elen de la estatua, el cielo volvería a despejarse.
* * * * * * * * *
Bien, Elen. Esto es lo que encuentras en el primer tramo. ¿Qué opinas de esa roca con aspecto élfico? ¿Tal vez una maldición antigua? ¿O alguien secuestrado en su interior? Debes decidir cuantas flores coges (puedes subir puntos de habilidad pasiva si te extiendes un poco sobre lo que crees que pueden ser, a fin de cuentas se supone que has leído muchos libros de herbología), y luego debes coger las tres, dos, una o ninguna. En segundo lugar, puedes decidir si hacerle una ofrenda a la estatua (debes elegir flor) o ignorarla recordando las palabras de Tarivius sobre los espíritus.
Como siempre, libertad total para actuar. Todo queda en tus manos (y en las de mis cuervos). Pero eso sí, recuerda que todo tiene sus consecuencias (buenas o malas).
Como siempre, libertad total para actuar. Todo queda en tus manos (y en las de mis cuervos). Pero eso sí, recuerda que todo tiene sus consecuencias (buenas o malas).
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Aquella interminable escalera iba a poner a prueba tanto su cuerpo como su mente, pero Elen estaba decidida a lograrlo, se reuniría en la cima con el centinela costase lo que costase, aunque debía ser realista, quizá tendría que dejar algunas cosas por el camino. Nada más empezar a subir se dio cuenta de lo duro que resultaría el ascenso, ya que el primer tramo era muy empinado, y puede que los siguientes fuesen aún peores. - Concéntrate Elen, tienes que descubrir cómo hacer el ritual. - se dijo a sí misma, apartando la vista de lo que la esperaba más arriba, para centrarse en los escalones que iba subiendo.
Al menos el día era agradable, la brisa marina soplaba con suavidad y el sol comenzaba a calentar la isla, pero pronto eso también le afectaría negativamente, cuando a causa del calor la hechicera no pudiese seguir llevando el grueso abrigo que Tarivius le había entregado antes de enviarla a las tierras del norte. Elen no deseaba deshacerse de la prenda sino devolvérsela a su dueño, pero probablemente tendría que dejarla a mitad de camino, cuando su cuerpo, cansado por el esfuerzo, no soportase más el peso extra y tuviese que descargar parte de las cosas que llevaba consigo.
Dejando a un lado aquellos pensamientos, la de ojos verdes comenzó a rememorar con detalle todo lo que había pasado desde que gracias a Rine, la dama negra, sus pasos la llevaron al hogar del Centinela. Aún recordaba perfectamente cómo la había recibido Tarivius, con su semblante serio y tono desafiante, preguntando quién era y por qué se encontraba allí, a lo que añadió una amenaza, la de convertirla en polvo si no respondía rápido. Sin duda no había sido el mejor modo de presentarse, pero en cuanto la joven le mostró la runa que llevaba grabada a fuego en la piel, acompañando el gesto con una breve explicación del motivo que la había llevado hasta él, el hechicero le ordenó que lo siguiese.
Una vez dentro la benjamina de los Calhoun tuvo que convencerlo de que era digna de conocer lo que el tomo contenía, y para ello optó por revelarle todo cuanto había pasado, los largos años bajo la maldición, el encontronazo con el demonio de la llanura, todo. Aquello fue suficiente para que el mago le mostrase el interior del libro, cuya magia hacía que sus páginas estuviesen en blanco hasta que alguien pronunciase la palabra adecuada, cosa que el anciano no tardó en hacer. Entonces el tomo cobró vida y sus hojas empezaron a pasar a una velocidad vertiginosa, hasta detenerse en una en particular, donde los trazos formaron el boceto de una gema envuelta en cadenas, el dolor de Kinvar.
Aquella gema era un vestigio de magia arcana de gran poder, imbuida con el vigor de influencias de otros planos y capaz de someter fuerzas invisibles a su voluntad, hecho por el cual había despertado la codicia de muchos y probablemente había terminado destruida, dividida en un sinfín de fragmentos que quedaron dispersados entre los diferentes planos. Sin estar completa, la gema había perdido la capacidad de dominar toda clase de magias, para que cada pedazo pasara a actuar según el deseo de su portador, que era justamente de lo que Elen tendría que valerse para mantener a raya su maldición. Pero la oscura carga que llevaba consigo no podía ser anulada por un único fragmento, así que debía reunir tres y llevarlos ante Tarivius para obtener un amuleto, contando únicamente con tres días y tres noches.
El libro le había mostrado pistas acerca de Ravnik y los dos guardianes del anillo, pero también algo acerca de la pócima de estrellas, revelándole que era uno de los catalizadores más poderosos de la historia. Para poder prepararlo se necesitaba la participación de varios brujos poderosos, que poseyeran conocimientos tanto de alquimia como antiguos, pero poco más sabía del frasco. A eso solo podía añadir las palabras de Abbey, sobre que era el último elemento y que sin él era imposible cerrar el círculo en torno a la oscuridad de los fragmentos. - La luna y las estrellas, eso es lo que necesito y ya lo tengo, pero ¿cómo usarlo? - preguntó a la nada, sin dejar de subir escalones.
La clave estaba en la conjunción, puede que el ritual tuviese que celebrarse a una hora determinada del día, y que la pócima tuviese que utilizarse para encerrar los fragmentos sobre el altar, pero ¿y si estaba equivocada? Necesitaba más información. Con la respiración entrecortada y el cansancio empezando a asomar en su rostro, la hechicera decidió detenerse un momento para recuperar el aliento, aprovechando para mirar hacia abajo y ver cuánto trayecto había hecho ya. No era demasiado en comparación con lo que le esperaba, pero al menos estar concentrada en otras cosas la había ayudado a cubrirlo sin demasiados problemas, quizá esa fuese la clave para alcanzar la cima a tiempo.
Elen se secó el sudor de la frente y sintiéndolo mucho, tuvo que desprenderse del abrigo de Tarivius, dejándolo cuidadosamente doblado sobre una piedra cercana con la esperanza de que luego pudiese volver a buscarlo. El día seguía luciendo realmente espléndido, pero con la incertidumbre de no saber cuánto faltaba para la conjunción, la hechicera no podía disfrutar de las vistas que aquel punto de la isla lunar le ofrecía. En vez de eso centró su atención en la exótica vegetación que la rodeaba, no había estado antes allí así que todo resultaba nuevo e interesante, pero hubo tres flores que destacaron por encima del resto.
Los pétalos de la primera tenían un vivo color naranja y una forma que recordaba a las llamas de una hoguera, justo como la había visto en alguno de los libros que solía estudiar, pero no recordaba su nombre, solo que tenía propiedades curativas y ayudaba en casos de hipotermia. La segunda tenía un aspecto mucho menos bonito, parecía marchita y su forma se asemejaba bastante a la de una calavera, cosa que de inmediato la hizo acordarse de las Olemas, aquellos frutos que manipulados del modo correcto para obtener un brebaje a partir de ellos, simulaban la muerte. Aquella flor no la tocaría, pues a pesar de no haberla reconocido, estaba muy segura de que sería venenosa, y lo último que quería aquel día era complicarse más las cosas.
La última fue la que más intriga le produjo, pues parecía tan delicada y suave que daba hasta cosa tomarla, por miedo a que se rompiese. Era completamente blanca y crecía a ras de suelo, entre la hojarasca, detalle que la hacía destacar aún más. Elen no recordaba haber visto nada igual antes, así que en un impulso, acercó la enguantada mano hasta la flor y la arrancó con cuidado, para luego observarla con mayor detenimiento mientras volvía a erguirse. - ¿Y tú que haces? - formuló, haciendo girar el níveo espécimen entre los dedos. Sin querer detenerse mucho, tomó también la de pétalos naranjas y volvió a ponerse en marcha, aunque solo avanzaría unos minutos antes de detenerse nuevamente, ésta vez por un extraño hallazgo.
El pequeño poblado élfico que el centinela le había mencionado se alzaba ahora ante ella, visiblemente deteriorado a causa de los años y el abandono, pero seguía teniendo algo especial, quizá porque llevaba allí mucho tiempo. La bruja no dudó en acercarse, ya que Tarivius quería que aprendiese algo más acerca de la historia del lugar, pero una enorme figura de piedra captó su atención, consiguiendo que desviase sus pasos para examinarla en primer lugar. - él síla lúmena vomentienguo aldalómë. - leyó la maga, sin entender nada de lo que aquel texto grabado en la piedra quería decir. - Que bien me vendría un experto en lenguas antiguas ahora mismo. - musitó, justo antes de notar como si algo vibrase en el interior de su bolsa.
Extrañada, la joven alargó una mano y la apoyó en la piedra para confirmar sus sospechas, los fragmentos estaban reaccionando ante la cercanía con la figura, pero ¿por qué? Acercándose un poco más, aunque quizá no fuese la mejor idea, apoyó la oreja en la piedra y su semblante cambió de inmediato, al escuchar las voces de los guardianes en el interior. Ravnik, Keira y Abbey, los tres parecían estar dentro atrapados, cosa que no era posible, pero repetían sin cesar la misma frase, “Regálame una flor y líbrame de la penuria”. Impulsivamente, Elen se alejó de la figura y puso distancia entre ambas, observando como el cielo reaccionaba con cada paso que daba, despejándose paulatinamente conforme se apartaba de la piedra.
- ¿Qué demonios es esto? - preguntó ligeramente alterada, pues lo último que quería hacer era volver a encontrarse con los guardianes. Recordó entonces las palabras del fuego fatuo, no debía dejar que nada la detuviese, pero en contraposición se suponía que el camino la ayudaría a conocer algo mejor las ruinas de tiempos pasados que aún quedaban en pie. Tras unos minutos de debate interno, la tensai extrajo de su bolsa las dos flores que había recogido y las observó durante unos segundos, para luego devolver al interior la de tonos anaranjados y quedarse únicamente con la blanca en las manos. - Puede que me arrepienta de esto, pero si es cosa de un espíritu me valdrá de lección, y no volveré a salirme del camino hasta llegar a la cima. - dijo con firmeza, justo antes de acercarse a la figura y depositar ante ella la delicada flor.
Al menos el día era agradable, la brisa marina soplaba con suavidad y el sol comenzaba a calentar la isla, pero pronto eso también le afectaría negativamente, cuando a causa del calor la hechicera no pudiese seguir llevando el grueso abrigo que Tarivius le había entregado antes de enviarla a las tierras del norte. Elen no deseaba deshacerse de la prenda sino devolvérsela a su dueño, pero probablemente tendría que dejarla a mitad de camino, cuando su cuerpo, cansado por el esfuerzo, no soportase más el peso extra y tuviese que descargar parte de las cosas que llevaba consigo.
Dejando a un lado aquellos pensamientos, la de ojos verdes comenzó a rememorar con detalle todo lo que había pasado desde que gracias a Rine, la dama negra, sus pasos la llevaron al hogar del Centinela. Aún recordaba perfectamente cómo la había recibido Tarivius, con su semblante serio y tono desafiante, preguntando quién era y por qué se encontraba allí, a lo que añadió una amenaza, la de convertirla en polvo si no respondía rápido. Sin duda no había sido el mejor modo de presentarse, pero en cuanto la joven le mostró la runa que llevaba grabada a fuego en la piel, acompañando el gesto con una breve explicación del motivo que la había llevado hasta él, el hechicero le ordenó que lo siguiese.
Una vez dentro la benjamina de los Calhoun tuvo que convencerlo de que era digna de conocer lo que el tomo contenía, y para ello optó por revelarle todo cuanto había pasado, los largos años bajo la maldición, el encontronazo con el demonio de la llanura, todo. Aquello fue suficiente para que el mago le mostrase el interior del libro, cuya magia hacía que sus páginas estuviesen en blanco hasta que alguien pronunciase la palabra adecuada, cosa que el anciano no tardó en hacer. Entonces el tomo cobró vida y sus hojas empezaron a pasar a una velocidad vertiginosa, hasta detenerse en una en particular, donde los trazos formaron el boceto de una gema envuelta en cadenas, el dolor de Kinvar.
Aquella gema era un vestigio de magia arcana de gran poder, imbuida con el vigor de influencias de otros planos y capaz de someter fuerzas invisibles a su voluntad, hecho por el cual había despertado la codicia de muchos y probablemente había terminado destruida, dividida en un sinfín de fragmentos que quedaron dispersados entre los diferentes planos. Sin estar completa, la gema había perdido la capacidad de dominar toda clase de magias, para que cada pedazo pasara a actuar según el deseo de su portador, que era justamente de lo que Elen tendría que valerse para mantener a raya su maldición. Pero la oscura carga que llevaba consigo no podía ser anulada por un único fragmento, así que debía reunir tres y llevarlos ante Tarivius para obtener un amuleto, contando únicamente con tres días y tres noches.
El libro le había mostrado pistas acerca de Ravnik y los dos guardianes del anillo, pero también algo acerca de la pócima de estrellas, revelándole que era uno de los catalizadores más poderosos de la historia. Para poder prepararlo se necesitaba la participación de varios brujos poderosos, que poseyeran conocimientos tanto de alquimia como antiguos, pero poco más sabía del frasco. A eso solo podía añadir las palabras de Abbey, sobre que era el último elemento y que sin él era imposible cerrar el círculo en torno a la oscuridad de los fragmentos. - La luna y las estrellas, eso es lo que necesito y ya lo tengo, pero ¿cómo usarlo? - preguntó a la nada, sin dejar de subir escalones.
La clave estaba en la conjunción, puede que el ritual tuviese que celebrarse a una hora determinada del día, y que la pócima tuviese que utilizarse para encerrar los fragmentos sobre el altar, pero ¿y si estaba equivocada? Necesitaba más información. Con la respiración entrecortada y el cansancio empezando a asomar en su rostro, la hechicera decidió detenerse un momento para recuperar el aliento, aprovechando para mirar hacia abajo y ver cuánto trayecto había hecho ya. No era demasiado en comparación con lo que le esperaba, pero al menos estar concentrada en otras cosas la había ayudado a cubrirlo sin demasiados problemas, quizá esa fuese la clave para alcanzar la cima a tiempo.
Elen se secó el sudor de la frente y sintiéndolo mucho, tuvo que desprenderse del abrigo de Tarivius, dejándolo cuidadosamente doblado sobre una piedra cercana con la esperanza de que luego pudiese volver a buscarlo. El día seguía luciendo realmente espléndido, pero con la incertidumbre de no saber cuánto faltaba para la conjunción, la hechicera no podía disfrutar de las vistas que aquel punto de la isla lunar le ofrecía. En vez de eso centró su atención en la exótica vegetación que la rodeaba, no había estado antes allí así que todo resultaba nuevo e interesante, pero hubo tres flores que destacaron por encima del resto.
Los pétalos de la primera tenían un vivo color naranja y una forma que recordaba a las llamas de una hoguera, justo como la había visto en alguno de los libros que solía estudiar, pero no recordaba su nombre, solo que tenía propiedades curativas y ayudaba en casos de hipotermia. La segunda tenía un aspecto mucho menos bonito, parecía marchita y su forma se asemejaba bastante a la de una calavera, cosa que de inmediato la hizo acordarse de las Olemas, aquellos frutos que manipulados del modo correcto para obtener un brebaje a partir de ellos, simulaban la muerte. Aquella flor no la tocaría, pues a pesar de no haberla reconocido, estaba muy segura de que sería venenosa, y lo último que quería aquel día era complicarse más las cosas.
La última fue la que más intriga le produjo, pues parecía tan delicada y suave que daba hasta cosa tomarla, por miedo a que se rompiese. Era completamente blanca y crecía a ras de suelo, entre la hojarasca, detalle que la hacía destacar aún más. Elen no recordaba haber visto nada igual antes, así que en un impulso, acercó la enguantada mano hasta la flor y la arrancó con cuidado, para luego observarla con mayor detenimiento mientras volvía a erguirse. - ¿Y tú que haces? - formuló, haciendo girar el níveo espécimen entre los dedos. Sin querer detenerse mucho, tomó también la de pétalos naranjas y volvió a ponerse en marcha, aunque solo avanzaría unos minutos antes de detenerse nuevamente, ésta vez por un extraño hallazgo.
El pequeño poblado élfico que el centinela le había mencionado se alzaba ahora ante ella, visiblemente deteriorado a causa de los años y el abandono, pero seguía teniendo algo especial, quizá porque llevaba allí mucho tiempo. La bruja no dudó en acercarse, ya que Tarivius quería que aprendiese algo más acerca de la historia del lugar, pero una enorme figura de piedra captó su atención, consiguiendo que desviase sus pasos para examinarla en primer lugar. - él síla lúmena vomentienguo aldalómë. - leyó la maga, sin entender nada de lo que aquel texto grabado en la piedra quería decir. - Que bien me vendría un experto en lenguas antiguas ahora mismo. - musitó, justo antes de notar como si algo vibrase en el interior de su bolsa.
Extrañada, la joven alargó una mano y la apoyó en la piedra para confirmar sus sospechas, los fragmentos estaban reaccionando ante la cercanía con la figura, pero ¿por qué? Acercándose un poco más, aunque quizá no fuese la mejor idea, apoyó la oreja en la piedra y su semblante cambió de inmediato, al escuchar las voces de los guardianes en el interior. Ravnik, Keira y Abbey, los tres parecían estar dentro atrapados, cosa que no era posible, pero repetían sin cesar la misma frase, “Regálame una flor y líbrame de la penuria”. Impulsivamente, Elen se alejó de la figura y puso distancia entre ambas, observando como el cielo reaccionaba con cada paso que daba, despejándose paulatinamente conforme se apartaba de la piedra.
- ¿Qué demonios es esto? - preguntó ligeramente alterada, pues lo último que quería hacer era volver a encontrarse con los guardianes. Recordó entonces las palabras del fuego fatuo, no debía dejar que nada la detuviese, pero en contraposición se suponía que el camino la ayudaría a conocer algo mejor las ruinas de tiempos pasados que aún quedaban en pie. Tras unos minutos de debate interno, la tensai extrajo de su bolsa las dos flores que había recogido y las observó durante unos segundos, para luego devolver al interior la de tonos anaranjados y quedarse únicamente con la blanca en las manos. - Puede que me arrepienta de esto, pero si es cosa de un espíritu me valdrá de lección, y no volveré a salirme del camino hasta llegar a la cima. - dijo con firmeza, justo antes de acercarse a la figura y depositar ante ella la delicada flor.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La tensái no parecía demasiado convencida de lo que hacía y se asustó cuando descubrió que el tiempo empeoraba o mejoraba según su posición respecto a la enorme cabeza de piedra. Aún con todas y con esas, Elen optó por ceder ante la presencia de los espíritus con las voces de los portadores de los fragmentos de Kinvar y depositó una de las flores que había tomado, concretamente la blanca, sobre el suelo frente a la magnífica estatua.
Aunque todavía había un sol radiante, las nubes comenzaron a hacer acto de presencia en el firmamento a la vez que el suelo bajo la piedra comenzó a vibrar, como un muy pequeño terremoto. Los espíritus que parecían habitar el monolito comenzaron a emitir sonidos desgarradores, que cesaron en el momento en que una luz grisácea salió de la parte superior de la cabeza del mismo y con suavidad, se detuvo frente a Elen. Adoptando una figura humana en un fantasma. Concretamente la figura de Abbey, imitando también la indumentaria que llevaba aquel día.
-Gracias por liberarme de la roca, portadora. – dijo el fantasma con la voz de la gran encantadora. – Creía que nunca nadie aparecería con el collar. – continuó en tono cordial, mencionando específicamente el collar. Concretamente, este fragmento comenzaría a brillar intensamente ahora y el brillo ya no cesaría más, mientras que los otros dos permanecerían apagados. - ¿Eres tú quien ha venido a liberarme? – le preguntó – Tienes la pócima. Está claro que lo eres.
Lo que parecía claro es que no se trataba de la misma bruja a la que Elen se había enfrentado en Dundarak. Parecía un fantasma que sólo había tomado forma humana y voz de la encantadora. Tras esperar la respuesta de Elen, continuó.
-No liberes a mis hermanos. – pidió. – Ellos son malvados. Sube a lo más alto y libérame. Coloca el collar activado en el altar, en lo más alto de la isla, y vierte la pócima de las estrellas para liberarme definitivamente. Prometo darte todo cuanto ansíes. Pero no liberes a mis hermanos. Ellos han cometido atrocidades. – advirtió, justo antes de desvanecerse y desaparecer por una corriente de aire.
Elen no tendría tiempo para preguntarle más cuestiones. Tendría que pensar sobre lo que le había dicho el fantasma, pero le había dado una clarísima indicación de cómo debía realizar el ritual: A los ojos de aquel fantasma, debería colocar el collar de Abbey, que ahora brillaba con fuerza, en un altar en lo alto de la isla y a continuación verter sobre él la pócima de las estrellas.
El silencio más absoluto volvería a la isla y los pájaros de nuevo y las olas rompiendo contra los acantilados volverían a ser el único sonido presente. Aunque ahora el cielo permanecería nublado. Una disyuntiva se planteaba ahora a la bruja, ¿dice el fantasma de Abbey la verdad? ¿O solo a medias?, convendría que la pequeña de los Calhoun no olvidara el consejo de Tarivius acerca de las almas en pena.
Cuando decidiera continuar, el ascenso continuaría escalón a escalón bordeando la costa y haciendo constantes y bruscos giros. Aún así, poco le quedaría a la bruja para llegar al pequeño pueblo abandonado que había visto a lo lejos antes de encontrar el monolito.
Aunque todavía había un sol radiante, las nubes comenzaron a hacer acto de presencia en el firmamento a la vez que el suelo bajo la piedra comenzó a vibrar, como un muy pequeño terremoto. Los espíritus que parecían habitar el monolito comenzaron a emitir sonidos desgarradores, que cesaron en el momento en que una luz grisácea salió de la parte superior de la cabeza del mismo y con suavidad, se detuvo frente a Elen. Adoptando una figura humana en un fantasma. Concretamente la figura de Abbey, imitando también la indumentaria que llevaba aquel día.
-Gracias por liberarme de la roca, portadora. – dijo el fantasma con la voz de la gran encantadora. – Creía que nunca nadie aparecería con el collar. – continuó en tono cordial, mencionando específicamente el collar. Concretamente, este fragmento comenzaría a brillar intensamente ahora y el brillo ya no cesaría más, mientras que los otros dos permanecerían apagados. - ¿Eres tú quien ha venido a liberarme? – le preguntó – Tienes la pócima. Está claro que lo eres.
Lo que parecía claro es que no se trataba de la misma bruja a la que Elen se había enfrentado en Dundarak. Parecía un fantasma que sólo había tomado forma humana y voz de la encantadora. Tras esperar la respuesta de Elen, continuó.
-No liberes a mis hermanos. – pidió. – Ellos son malvados. Sube a lo más alto y libérame. Coloca el collar activado en el altar, en lo más alto de la isla, y vierte la pócima de las estrellas para liberarme definitivamente. Prometo darte todo cuanto ansíes. Pero no liberes a mis hermanos. Ellos han cometido atrocidades. – advirtió, justo antes de desvanecerse y desaparecer por una corriente de aire.
Elen no tendría tiempo para preguntarle más cuestiones. Tendría que pensar sobre lo que le había dicho el fantasma, pero le había dado una clarísima indicación de cómo debía realizar el ritual: A los ojos de aquel fantasma, debería colocar el collar de Abbey, que ahora brillaba con fuerza, en un altar en lo alto de la isla y a continuación verter sobre él la pócima de las estrellas.
El silencio más absoluto volvería a la isla y los pájaros de nuevo y las olas rompiendo contra los acantilados volverían a ser el único sonido presente. Aunque ahora el cielo permanecería nublado. Una disyuntiva se planteaba ahora a la bruja, ¿dice el fantasma de Abbey la verdad? ¿O solo a medias?, convendría que la pequeña de los Calhoun no olvidara el consejo de Tarivius acerca de las almas en pena.
Cuando decidiera continuar, el ascenso continuaría escalón a escalón bordeando la costa y haciendo constantes y bruscos giros. Aún así, poco le quedaría a la bruja para llegar al pequeño pueblo abandonado que había visto a lo lejos antes de encontrar el monolito.
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Elen, ¿por qué crees que ha sido liberada Abbey y no Keira o Ravnik? Puedes ir pensando como podría ser el proceso de activación de los fragmentos y la realización del ritual. ¿Qué mal acosa a la isla? Te pueden surgir esas o más cuestiones. A partir de ahora, el cielo se ha nublado y el collar que obtuviste de Abbey (no así el anillo o el corazón) comenzará a brillar como nunca lo hizo de manera permanente. Si continúas ascendiendo, tal vez descubras más.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
En cuanto la hechicera depositó su ofrenda junto a la piedra las nubes volvieron a hacer acto de presencia en el cielo, nublando aquel radiante día que hasta hacía solo unos instantes la había acompañado. El suelo bajo sus pies comenzó a temblar, provocando que la tensai tomase la precaución de apartarse un par de metros de la figura, mientras los desgarradores gritos de los espíritus se alzaban por encima del sonido del mar y del de las aves que sobrevolaban la zona. Por un momento la joven pensó que había cometido un error al desviarse del camino, pero entonces se hizo el silencio, y una grisácea luz emergió del interior de la piedra, para instantes después detenerse frente a ella.
El espíritu se mostró ante la bruja adoptando la forma de Abbey, pero quedaba claro que no podía ser ella, pues la gran encantadora no estaba muerta, al contrario, probablemente siguiese en palacio recuperándose del enfrentamiento y buscando una manera de vengarse por lo ocurrido. El ente tomó la palabra para darle las gracias, mencionando específicamente el collar que había arrebatado a la verdadera Abbey en Dundarak, con lo que debía haber sentido la presencia de aquel fragmento en particular. En respuesta, el colgante comenzó a brillar intensamente en el interior de su bolsa, mientras el corazón de Ravnik y el anillo se apagaban, detalle que de haber visto, sin duda habría llamado la atención de la hechicera.
Sin apartar la vista de ella, el espíritu continuó hablando, ésta vez para preguntarle si había ido hasta allí para liberarlo, a lo que él mismo se respondió segundos después, asegurando que debía ser así ya que llevaba consigo la pócima. - He venido para realizar un ritual con los fragmentos. - contestó la de ojos verdes, de modo que el ente supiese que no solo llevaba el colgante sino los otros dos objetos, puede que así el fantasma pudiese explicarle qué hacer con ellos una vez se encontrase en la cima de la isla.
Lo que no esperaba la tensai era la respuesta que el espíritu estaba a punto de darle, sobre la maldad que moraba en sus hermanos, que debían ser los otros dos fragmentos. El ente le pidió que no los liberase, que se limitase a subir a lo más alto y colocar el collar activado sobre el altar, para luego verter sobre este la pócima de estrellas y liberar definitivamente solo a aquel fantasma, que justo antes de desvanecerse advirtió sobre las atrocidades que sus hermanos habían cometido. Una leve corriente de aire se llevó consigo la grisácea forma, mientras la benjamina de los Calhoun se preguntaba interiormente si aquello que le había dicho sería cierto o no, a fin de cuentas podía tratarse de un espíritu que le hubiese mentido movido por su propio interés.
De todos modos había sacado algo positivo de aquel encuentro, ahora tenía una idea de cómo llevar a cabo el ritual. Echando mano a la bolsita de tela en que descansaban los fragmentos del dolor de Kinvar, Elen comprobó que tal como había dicho el ente, el colgante estaba activado y brillaba de forma permanente, mientras los otros dos se mantenían apagados. Sin embargo, de nada le valdría forjar el amuleto con un solo pedazo de aquella antigua gema, Tarivius le había dicho que para poder anular los efectos de su maldición eran precisos los tres fragmentos, y solo en él confiaría plenamente.
¿Debía engañar a los otros dos espíritus para que activasen las gemas? Era una opción, de ese modo podría usarlas las tres y verter sobre ellas el contenido del frasco, cerrando el círculo y atrapando el mal que contenían, para luego someter el poder del amuleto a su voluntad, orientándolo a mantener a raya la maldición que los jinetes le habían echado encima años atrás. Con aquella idea en mente, la de cabellos cenicientos emprendió nuevamente la marcha, bajo el nublado cielo que ahora se adueñaba de la isla. - ¿Por qué había sido Abbey la primera en mostrarse? - se preguntó mentalmente, pero quizá no hubiese un motivo relevante en ello, puede que solo estuviesen desperdigados por la isla, esperando a que la portadora llegase para volver a ser libres.
¿Tendría la advertencia del centinela algo que ver con que quisieran confundirla? Era posible, aunque no estaría segura hasta dar con el segundo fantasma y escuchar lo que tuviese que decir acerca del ritual. Sin dar demasiadas vueltas al tema, la bruja continuó su camino hacia el poblado élfico, esperando hallar en el algo que sirviese para arrojar un poco de luz sobre lo que le esperaba en la cima.
El espíritu se mostró ante la bruja adoptando la forma de Abbey, pero quedaba claro que no podía ser ella, pues la gran encantadora no estaba muerta, al contrario, probablemente siguiese en palacio recuperándose del enfrentamiento y buscando una manera de vengarse por lo ocurrido. El ente tomó la palabra para darle las gracias, mencionando específicamente el collar que había arrebatado a la verdadera Abbey en Dundarak, con lo que debía haber sentido la presencia de aquel fragmento en particular. En respuesta, el colgante comenzó a brillar intensamente en el interior de su bolsa, mientras el corazón de Ravnik y el anillo se apagaban, detalle que de haber visto, sin duda habría llamado la atención de la hechicera.
Sin apartar la vista de ella, el espíritu continuó hablando, ésta vez para preguntarle si había ido hasta allí para liberarlo, a lo que él mismo se respondió segundos después, asegurando que debía ser así ya que llevaba consigo la pócima. - He venido para realizar un ritual con los fragmentos. - contestó la de ojos verdes, de modo que el ente supiese que no solo llevaba el colgante sino los otros dos objetos, puede que así el fantasma pudiese explicarle qué hacer con ellos una vez se encontrase en la cima de la isla.
Lo que no esperaba la tensai era la respuesta que el espíritu estaba a punto de darle, sobre la maldad que moraba en sus hermanos, que debían ser los otros dos fragmentos. El ente le pidió que no los liberase, que se limitase a subir a lo más alto y colocar el collar activado sobre el altar, para luego verter sobre este la pócima de estrellas y liberar definitivamente solo a aquel fantasma, que justo antes de desvanecerse advirtió sobre las atrocidades que sus hermanos habían cometido. Una leve corriente de aire se llevó consigo la grisácea forma, mientras la benjamina de los Calhoun se preguntaba interiormente si aquello que le había dicho sería cierto o no, a fin de cuentas podía tratarse de un espíritu que le hubiese mentido movido por su propio interés.
De todos modos había sacado algo positivo de aquel encuentro, ahora tenía una idea de cómo llevar a cabo el ritual. Echando mano a la bolsita de tela en que descansaban los fragmentos del dolor de Kinvar, Elen comprobó que tal como había dicho el ente, el colgante estaba activado y brillaba de forma permanente, mientras los otros dos se mantenían apagados. Sin embargo, de nada le valdría forjar el amuleto con un solo pedazo de aquella antigua gema, Tarivius le había dicho que para poder anular los efectos de su maldición eran precisos los tres fragmentos, y solo en él confiaría plenamente.
¿Debía engañar a los otros dos espíritus para que activasen las gemas? Era una opción, de ese modo podría usarlas las tres y verter sobre ellas el contenido del frasco, cerrando el círculo y atrapando el mal que contenían, para luego someter el poder del amuleto a su voluntad, orientándolo a mantener a raya la maldición que los jinetes le habían echado encima años atrás. Con aquella idea en mente, la de cabellos cenicientos emprendió nuevamente la marcha, bajo el nublado cielo que ahora se adueñaba de la isla. - ¿Por qué había sido Abbey la primera en mostrarse? - se preguntó mentalmente, pero quizá no hubiese un motivo relevante en ello, puede que solo estuviesen desperdigados por la isla, esperando a que la portadora llegase para volver a ser libres.
¿Tendría la advertencia del centinela algo que ver con que quisieran confundirla? Era posible, aunque no estaría segura hasta dar con el segundo fantasma y escuchar lo que tuviese que decir acerca del ritual. Sin dar demasiadas vueltas al tema, la bruja continuó su camino hacia el poblado élfico, esperando hallar en el algo que sirviese para arrojar un poco de luz sobre lo que le esperaba en la cima.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La bruja continuó ascendiendo con serias dudas. Ahora el cielo azul había sido tapado por las nubes y todo parecía tener un color mucho más oscuro.
Poco tardaría Elen en llegar a lo que Tarivius había llamado “el poblado élfico”, situado al borde de un precipicio. El lugar no era más que unas pocas casas abandonadas de una arquitectura muy similar y de otra época, pero que por alguna circunstancia seguían perdurando en el tiempo, probablemente por la poca afluencia de “turistas” que tendría con el paso de los años. Las casas eran una especie de cabañas de piedra en el interior de una especie de muralla baja con apariencia similar a la de un castro. El pueblo emitía un aire siniestro por el abandono. Dando la sensación de que los mejores tiempos de la villa ya habían pasado.
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El pueblo contaba, además, con un pequeño camposanto situado frente a un pequeño mausoleo que contaba con un pequeño hueco por el que se podía acceder, tenía una arquitectura indistinta al resto de edificios. El cementerio estaba compuesto por no más de veinte lápidas. Los nombres de la mayoría de las casas estaban erosionados y no se podían leer. Con esfuerzo, se pueden distinguir los siguientes nombres:
Elessar Tarmúnil, Cárantir Tarmúnil, Ëa Tarmúnil, Téleri Tarmúnil, Cuviesen Tarmúnil, Finarfin Tarmúnil, Lúthien Tarmúnil, Varda Tarmúnil, Ulmo Tarmúnil, Túna Tarmúnil.
En el resto de lápidas era imposible leer nada pues la erosión o, simplemente, el propio paso del tiempo, habían acabado con ellas, pero no parecían ser muy distintas. El mausoleo permitía leer la siguiente frase, también en élfico. A la vez que se veía un dibujo muy antiguo y borroso de un elfo levantando un medallón con ambas manos. El texto rezaba lo siguiente:
¿Qué era lo que decía? ¿Podía entenderlo la bruja? No tendría mucho problema pues, nuevamente, una voz resonaría tras sus espaldas para traducírselo mientras Elen lo leía en élfico.
-"La maldición puede llevarse nuestros cuerpos, pero nunca se llevará nuestra alma." – recitó la voz tras Elen, que justamente, era la de Keira, portadora del anillo. Pero en cuanto Elen se girara todo lo que vería sería una joven fantasma de apariencia similar a la que antes había visto, pero en esta ocasión la figura de Abbey había cambiado por la de la bruja de fuego a la que Elen había condenado a la ceguera. El fantasma de Keira, con una cara de pocos amigos, mandaría una advertencia a Elen – Si entras ahí, conocerás las atrocidades que han cometido mis hermanos.- hizo una pausa y continuó.– Elegida. Ven y libérame. - Y acto seguido desaparecería para entrar en una de las casas de piedra.
Poco tardaría Elen en llegar a lo que Tarivius había llamado “el poblado élfico”, situado al borde de un precipicio. El lugar no era más que unas pocas casas abandonadas de una arquitectura muy similar y de otra época, pero que por alguna circunstancia seguían perdurando en el tiempo, probablemente por la poca afluencia de “turistas” que tendría con el paso de los años. Las casas eran una especie de cabañas de piedra en el interior de una especie de muralla baja con apariencia similar a la de un castro. El pueblo emitía un aire siniestro por el abandono. Dando la sensación de que los mejores tiempos de la villa ya habían pasado.
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El pueblo contaba, además, con un pequeño camposanto situado frente a un pequeño mausoleo que contaba con un pequeño hueco por el que se podía acceder, tenía una arquitectura indistinta al resto de edificios. El cementerio estaba compuesto por no más de veinte lápidas. Los nombres de la mayoría de las casas estaban erosionados y no se podían leer. Con esfuerzo, se pueden distinguir los siguientes nombres:
Elessar Tarmúnil, Cárantir Tarmúnil, Ëa Tarmúnil, Téleri Tarmúnil, Cuviesen Tarmúnil, Finarfin Tarmúnil, Lúthien Tarmúnil, Varda Tarmúnil, Ulmo Tarmúnil, Túna Tarmúnil.
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En el resto de lápidas era imposible leer nada pues la erosión o, simplemente, el propio paso del tiempo, habían acabado con ellas, pero no parecían ser muy distintas. El mausoleo permitía leer la siguiente frase, también en élfico. A la vez que se veía un dibujo muy antiguo y borroso de un elfo levantando un medallón con ambas manos. El texto rezaba lo siguiente:
Fum ná wilwarin carcassë, as úvë ninwa nalda.
¿Qué era lo que decía? ¿Podía entenderlo la bruja? No tendría mucho problema pues, nuevamente, una voz resonaría tras sus espaldas para traducírselo mientras Elen lo leía en élfico.
-"La maldición puede llevarse nuestros cuerpos, pero nunca se llevará nuestra alma." – recitó la voz tras Elen, que justamente, era la de Keira, portadora del anillo. Pero en cuanto Elen se girara todo lo que vería sería una joven fantasma de apariencia similar a la que antes había visto, pero en esta ocasión la figura de Abbey había cambiado por la de la bruja de fuego a la que Elen había condenado a la ceguera. El fantasma de Keira, con una cara de pocos amigos, mandaría una advertencia a Elen – Si entras ahí, conocerás las atrocidades que han cometido mis hermanos.- hizo una pausa y continuó.– Elegida. Ven y libérame. - Y acto seguido desaparecería para entrar en una de las casas de piedra.
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Unas lápidas, una imagen con el medallón. ¿Por qué tantos nombres y sólo tres fantasmas? Sería buena idea descubrir qué ha pasado en la isla para que acabara extinta tiempo atrás.
Un nuevo fantasma, ahora el de Keira, te ha pedido que le liberes. ¿Será buena idea teniendo en cuenta el comentario del anterior fantasma? ¿Recuerdas que Tarivius te recomendaba que no hicieses caso a estos? ¿Perderás la oportunidad de activar el collar si ignoras al fantasma?
Hay muchas cosas en el aire. Una decisión complicada, sin duda. ¿Qué haría Elen? ¿Entrar al mausoleo a investigar por su cuenta e ignorar al fantasma? ¿o tal vez seguir a éste al interior de la casa en la ha accedido? Deberás elegir una de las dos opciones. Estás próxima a hacer un gran descubrimiento.
Un nuevo fantasma, ahora el de Keira, te ha pedido que le liberes. ¿Será buena idea teniendo en cuenta el comentario del anterior fantasma? ¿Recuerdas que Tarivius te recomendaba que no hicieses caso a estos? ¿Perderás la oportunidad de activar el collar si ignoras al fantasma?
Hay muchas cosas en el aire. Una decisión complicada, sin duda. ¿Qué haría Elen? ¿Entrar al mausoleo a investigar por su cuenta e ignorar al fantasma? ¿o tal vez seguir a éste al interior de la casa en la ha accedido? Deberás elegir una de las dos opciones. Estás próxima a hacer un gran descubrimiento.
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Con paso ligero pero sin exigirse demasiado, dadas sus limitaciones físicas y el cansancio que llevaba consigo tras los últimos y caóticos días, la hechicera continuó ascendiendo hacia el poblado élfico, al que por suerte, no le llevó mucho llegar. Probablemente no hubiese pasado nadie por allí en décadas, o quizá más, pero las redondeadas estructuras de piedra se mantenían en pie a pesar del abandono y de las inclemencias del tiempo, como si la magia que emanaba de la isla las protegiese de algún modo.
Tras observar el poblado desde fuera durante unos instantes, ignorando lo siniestro del ambiente, Elen buscó un hueco en la muralla que rodeaba el lugar y se internó entre las construcciones de piedra, avanzando lentamente mientras intentaba imaginarse a los moradores de aquel lugar en su día a día, cosa que no le resultó demasiado complicada. Al vivir en una isla, de la cual seguramente no saliesen a menudo, la vida de aquellos elfos debía estar basada en aprovechar los recursos de la zona para abastecerse, pescando, recolectando y cazando para subsistir, aunque muy probablemente algún mercader terminase interesándose por la ruta, sobre todo teniendo en cuenta los exóticos productos que isla lunar podía ofrecer.
Quizá las guerras también hubiesen llegado hasta allí, acabando con los habitantes del poblado y condenando el lugar al abandono, pero eso no podía saberlo con certeza, solo contaba con que de algún modo había quedado desierto. Sin detenerse, la de ojos verdes recorrió el antiguo asentamiento y llegó a una zona diferente, en la que predominaba una estructura más grande que las anteriores. Al igual que el resto, estaba enteramente hecha de piedra, pero no parecía que la hubiesen construido para servir de vivienda sino para algo más grande, un mausoleo.
Una veintena de lápidas firmemente ancladas al suelo descansaban frente a la entrada del edificio, pero muchos de los nombres grabados en las piedras habían quedado ilegibles tras el paso del tiempo, aunque no todos. Movida por la curiosidad, la tensai se acercó a la primera hilera de tumbas e intentó adivinar lo que habían escrito en ellas, cosa que a causa de la erosión, no le resultó del todo fácil. - Seguro que habéis visto días mejores. - musitó, mientras pasaba de una a la siguiente, en busca de información. - Elessar Tarmúnil… Cárantir Tarmúnil… Ëa Tarmúnil… Tarmúnil… Tarmúnil… ¿será un mausoleo familiar? - preguntó a la nada, para luego dirigirse hacia la entrada del edificio.
Allí también encontró un grabado escrito en la antigua lengua de los elfos, que para ella resultaba incomprensible, junto con un borroso dibujo que mostraba a un hombre levantando una especie de medallón con ambas manos. ¿Se correspondería aquella figura masculina con la de algún miembro de los Tarmúnil? Era posible, pero los muertos no se levantarían para sacarla de dudas. - Fum ná wilwarin carcassë, as úvë ninwa nalda. - recitó, de la misma manera en que había hecho con la cabeza de piedra, y una voz resonó a sus espaldas para traducirle el texto. "La maldición puede llevarse nuestros cuerpos, pero nunca se llevará nuestra alma.", enigmáticas palabras las del nuevo fantasma, que se había decantado por utilizar la apariencia de la hechicera a la que había arrebatado el segundo fragmento de Kinvar.
Rápidamente la joven se giró para encararlo, pero en su cabeza ya empezaban a formarse nuevas preguntas, ¿habría sido la maldición lo que acabó con aquel poblado? ¿fueron los Tarmúnil víctimas de los jinetes también? ¿qué conectaba todo aquello? El ente, que la observaba con cara de pocos amigos, justo como habría hecho la verdadera Keira tras el enfrentamiento que ambas habían tenido en el norte, le advirtió de que de entrar en el mausoleo conocería las atrocidades que sus hermanos habían cometido, para acto seguido pedirle que lo siguiese y lo liberase.
Tal como pensaba, aquello parecía más un juego que otra cosa, cada fantasma culpaba a los demás para confundirla y conseguir lo que anhelaba, la libertad. ¿Debía hacerle caso y esperar a que activase el anillo? De ese modo tendría consigo ya dos de los fragmentos listos para el ritual, pero quizá no fuese buena idea seguir dejándose llevar por los espíritus de la isla. Mientras el recién llegado se desvanecía para entrar en una de las casas de piedra, donde probablemente la esperaría para tratar de convencerla, Elen se vio en la disyuntiva de averiguar algo más acerca de lo que había ocurrido a los Tarmúnil o seguir al fantasma, para activar la joya y seguir adelante.
- Espero no equivocarme. - musitó tras dejar escapar un suspiro, dejándose llevar por su instinto, que la empujaba a entrar en el mausoleo e ignorar al ente de momento.
Tras observar el poblado desde fuera durante unos instantes, ignorando lo siniestro del ambiente, Elen buscó un hueco en la muralla que rodeaba el lugar y se internó entre las construcciones de piedra, avanzando lentamente mientras intentaba imaginarse a los moradores de aquel lugar en su día a día, cosa que no le resultó demasiado complicada. Al vivir en una isla, de la cual seguramente no saliesen a menudo, la vida de aquellos elfos debía estar basada en aprovechar los recursos de la zona para abastecerse, pescando, recolectando y cazando para subsistir, aunque muy probablemente algún mercader terminase interesándose por la ruta, sobre todo teniendo en cuenta los exóticos productos que isla lunar podía ofrecer.
Quizá las guerras también hubiesen llegado hasta allí, acabando con los habitantes del poblado y condenando el lugar al abandono, pero eso no podía saberlo con certeza, solo contaba con que de algún modo había quedado desierto. Sin detenerse, la de ojos verdes recorrió el antiguo asentamiento y llegó a una zona diferente, en la que predominaba una estructura más grande que las anteriores. Al igual que el resto, estaba enteramente hecha de piedra, pero no parecía que la hubiesen construido para servir de vivienda sino para algo más grande, un mausoleo.
Una veintena de lápidas firmemente ancladas al suelo descansaban frente a la entrada del edificio, pero muchos de los nombres grabados en las piedras habían quedado ilegibles tras el paso del tiempo, aunque no todos. Movida por la curiosidad, la tensai se acercó a la primera hilera de tumbas e intentó adivinar lo que habían escrito en ellas, cosa que a causa de la erosión, no le resultó del todo fácil. - Seguro que habéis visto días mejores. - musitó, mientras pasaba de una a la siguiente, en busca de información. - Elessar Tarmúnil… Cárantir Tarmúnil… Ëa Tarmúnil… Tarmúnil… Tarmúnil… ¿será un mausoleo familiar? - preguntó a la nada, para luego dirigirse hacia la entrada del edificio.
Allí también encontró un grabado escrito en la antigua lengua de los elfos, que para ella resultaba incomprensible, junto con un borroso dibujo que mostraba a un hombre levantando una especie de medallón con ambas manos. ¿Se correspondería aquella figura masculina con la de algún miembro de los Tarmúnil? Era posible, pero los muertos no se levantarían para sacarla de dudas. - Fum ná wilwarin carcassë, as úvë ninwa nalda. - recitó, de la misma manera en que había hecho con la cabeza de piedra, y una voz resonó a sus espaldas para traducirle el texto. "La maldición puede llevarse nuestros cuerpos, pero nunca se llevará nuestra alma.", enigmáticas palabras las del nuevo fantasma, que se había decantado por utilizar la apariencia de la hechicera a la que había arrebatado el segundo fragmento de Kinvar.
Rápidamente la joven se giró para encararlo, pero en su cabeza ya empezaban a formarse nuevas preguntas, ¿habría sido la maldición lo que acabó con aquel poblado? ¿fueron los Tarmúnil víctimas de los jinetes también? ¿qué conectaba todo aquello? El ente, que la observaba con cara de pocos amigos, justo como habría hecho la verdadera Keira tras el enfrentamiento que ambas habían tenido en el norte, le advirtió de que de entrar en el mausoleo conocería las atrocidades que sus hermanos habían cometido, para acto seguido pedirle que lo siguiese y lo liberase.
Tal como pensaba, aquello parecía más un juego que otra cosa, cada fantasma culpaba a los demás para confundirla y conseguir lo que anhelaba, la libertad. ¿Debía hacerle caso y esperar a que activase el anillo? De ese modo tendría consigo ya dos de los fragmentos listos para el ritual, pero quizá no fuese buena idea seguir dejándose llevar por los espíritus de la isla. Mientras el recién llegado se desvanecía para entrar en una de las casas de piedra, donde probablemente la esperaría para tratar de convencerla, Elen se vio en la disyuntiva de averiguar algo más acerca de lo que había ocurrido a los Tarmúnil o seguir al fantasma, para activar la joya y seguir adelante.
- Espero no equivocarme. - musitó tras dejar escapar un suspiro, dejándose llevar por su instinto, que la empujaba a entrar en el mausoleo e ignorar al ente de momento.
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Sabia decisión la de la bruja eléctrica el alejarse del espectro e ignorar al fantasma, decidiendo seguir el consejo que le había dado el fiel centinela Tarivius. Sin embargo, lo que hallaría en el interior del pequeño mausoleo no resultaría nada agradable., aunque sí esclarecedor. El lugar estaba oscuro y, en cuanto la tensái lo iluminara, vería algo que, tal vez, preferiría no haber visto nunca.
Pinturas. Unas veinte pinturas con aspecto rupestre y de color ceniza cubrían las paredes, caballos negros sobre los que iban montados jinetes. Similares a los que atormentaban a Elen en el interior de su cabeza y en sus sueños. ¿Había dado la bruja acaso con la génesis de las tormentas de sus pesadillas? Los jinetes realizaban en estas distintas acciones, pero todas parecían tener un patrón común: La muerte. Pero de una manera que cualquier humano repudiaría.
En una de las escenas, se veía como un niño era atravesado por una espada ante la desesperada mirada de su madre. En otra, lanzaba una rama ardiente para incendiar una cabaña de madera. En una tercera, se podía observar al jinete sobre su caballo con una espada ensangrentada y un cuerpo sin cabeza arrojado en el suelo. Cualquiera de las muchas escenas allí representadas era atroz.
-¿Por qué lo has hecho? Te dije que no entraras. Que descubrirías las atrocidades de mis hermanos. – recordó el fantasma con la voz de Keira, que había decidido seguir a la bruja al interior del mausoleo.
La frase del fantasma era clave junto a las pinturas. Elen había descubierto algo trascendental: Los Tarmúnil no habían sido víctimas de los jinetes, como ella pensaba, sino que eran los propios jinetes, aquel clan de extintos y veteranos elfos, y los cuales eran, además, hermanos de una misma familia procedente de la isla Lunar. ¿Cuál era el origen de su maldición y el por qué de sus acciones infernales o su capacidad para atravesar portales con otras dimensiones? Aquellas respuestas todavía no podían responderse. ¿Tal vez el origen era el medallón de la entrada, que probablemente fuera el que Elen quería reconstruir?
Había sin embargo, tres caballos que permanecían sin jinete en el mausoleo. Tras el fantasma se encontraba uno de ellos. El collar del que Elen había despojado a Abbey, pronto comenzaría a vibrar en el bolso de la bruja. Con gran intensidad. Unos instantes después, como por arte de magia, en la ilustración del caballo aparecería repentinamente un oscuro caballero montado sobre el rocín, justo detrás de la figura del fantasma.
A continuación, se escuchó comenzar a caer un aguacero fuera de la estructura, y un intenso trueno retumbaría en la isla. Parecía que el clima había cambiado por completo. Y sobre la isla, que estaba nublada, comenzaría a llover intensamente.
-Ahora sabes la verdad. Tu sacrificio no será en vano. Seremos liberados. – terminó con tono extraño en lo que parecía ser una clara amenaza justo antes de desvanecerse por una corriente de aire y desaparecer.
Lo último que Elen escucharía, todavía dentro del mausoleo, sería el estruendoso relinche de un caballo. Muy lejano. Pero muy aterrador.
Elen, esta decisión te impedirá visitar el castillo en ruinas, pero has hecho bien en no fiarte y liberar a más fantasmas. Ibas a tener un problema grande si llegas a haberlo hecho. Seguir el consejo de Tarivius fue, sin duda, lo más apropiado.
Ahora tienes el tiempo (y el clima) en tu contra. Te queda la mitad del camino y parece que “algo” anda por la isla y te buscará a partir del próximo turno. Imagino que ya supondrás lo que es. Aunque aún no lo verás.
Está bastante lejos, pero te recomiendo que salgas del poblado cuanto antes. Corre. Huye.Tan rápido como puedas.
Pinturas. Unas veinte pinturas con aspecto rupestre y de color ceniza cubrían las paredes, caballos negros sobre los que iban montados jinetes. Similares a los que atormentaban a Elen en el interior de su cabeza y en sus sueños. ¿Había dado la bruja acaso con la génesis de las tormentas de sus pesadillas? Los jinetes realizaban en estas distintas acciones, pero todas parecían tener un patrón común: La muerte. Pero de una manera que cualquier humano repudiaría.
En una de las escenas, se veía como un niño era atravesado por una espada ante la desesperada mirada de su madre. En otra, lanzaba una rama ardiente para incendiar una cabaña de madera. En una tercera, se podía observar al jinete sobre su caballo con una espada ensangrentada y un cuerpo sin cabeza arrojado en el suelo. Cualquiera de las muchas escenas allí representadas era atroz.
-¿Por qué lo has hecho? Te dije que no entraras. Que descubrirías las atrocidades de mis hermanos. – recordó el fantasma con la voz de Keira, que había decidido seguir a la bruja al interior del mausoleo.
La frase del fantasma era clave junto a las pinturas. Elen había descubierto algo trascendental: Los Tarmúnil no habían sido víctimas de los jinetes, como ella pensaba, sino que eran los propios jinetes, aquel clan de extintos y veteranos elfos, y los cuales eran, además, hermanos de una misma familia procedente de la isla Lunar. ¿Cuál era el origen de su maldición y el por qué de sus acciones infernales o su capacidad para atravesar portales con otras dimensiones? Aquellas respuestas todavía no podían responderse. ¿Tal vez el origen era el medallón de la entrada, que probablemente fuera el que Elen quería reconstruir?
Había sin embargo, tres caballos que permanecían sin jinete en el mausoleo. Tras el fantasma se encontraba uno de ellos. El collar del que Elen había despojado a Abbey, pronto comenzaría a vibrar en el bolso de la bruja. Con gran intensidad. Unos instantes después, como por arte de magia, en la ilustración del caballo aparecería repentinamente un oscuro caballero montado sobre el rocín, justo detrás de la figura del fantasma.
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A continuación, se escuchó comenzar a caer un aguacero fuera de la estructura, y un intenso trueno retumbaría en la isla. Parecía que el clima había cambiado por completo. Y sobre la isla, que estaba nublada, comenzaría a llover intensamente.
-Ahora sabes la verdad. Tu sacrificio no será en vano. Seremos liberados. – terminó con tono extraño en lo que parecía ser una clara amenaza justo antes de desvanecerse por una corriente de aire y desaparecer.
Lo último que Elen escucharía, todavía dentro del mausoleo, sería el estruendoso relinche de un caballo. Muy lejano. Pero muy aterrador.
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Elen, esta decisión te impedirá visitar el castillo en ruinas, pero has hecho bien en no fiarte y liberar a más fantasmas. Ibas a tener un problema grande si llegas a haberlo hecho. Seguir el consejo de Tarivius fue, sin duda, lo más apropiado.
Ahora tienes el tiempo (y el clima) en tu contra. Te queda la mitad del camino y parece que “algo” anda por la isla y te buscará a partir del próximo turno. Imagino que ya supondrás lo que es. Aunque aún no lo verás.
Está bastante lejos, pero te recomiendo que salgas del poblado cuanto antes. Corre. Huye.Tan rápido como puedas.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
El interior del mausoleo estaba sumido en la más profunda oscuridad, aunque teniendo en cuenta que probablemente nadie había entrado allí desde hacía mucho tiempo, no era algo sorprendente. Una vez dentro la bruja permitió que su elemento le recorriese el brazo derecho, hasta concentrarse sobre la palma de su mano en forma de brillante esfera de energía, con la que iluminó cuanto la rodeaba. El celeste orbe de electricidad comenzó a flotar a su lado, mientras ella se acercaba a las paredes para examinar unas pinturas antiguas que de inmediato llamaron su atención.
En todas ellas aparecían caballos negros, montados por jinetes que resultaban muy semejantes a los que la atormentaban a causa de la maldición, y un elemento común que se repetía una y otra vez en las pinturas, la muerte. Cualquier otra persona que hubiese visto aquellos dibujos se habría horrorizado al instante, pero en la hechicera, que había sido testigo de aquellas cueles matanzas de forma mucho más vívida y real a través de las pesadillas, las escenas no surtieron el mismo efecto. Niños atravesados por el acero de las espadas ante los ojos de sus madres, cuerpos decapitados, pueblos enteros ardiendo, ya lo había visto, por desgracia para ella había visto todo aquello y mucho más.
Durante los más de tres años que la joven llevaba maldita, los jinetes se habían encargado de mostrarle un amplio abanico de atrocidades, y las peores muertes que jamás podría haber imaginado, así que aquellas pinturas no causaron en ella el horror que podría haber sentido otra persona, solo incrementaron en deseo que tenía de terminar con aquellas sombras de una vez por todas. Sin embargo, si le sorprendió bastante encontrar aquellos grabados allí, en un lugar tan alejado y abandonado, ¿quién los habría hecho? No tuvo mucho tiempo para pensar en ello, pues el fantasma al que había ignorado intervino para sacarla de sus pensamientos, preguntándole por qué había entrado cuando le había dicho que no lo hiciera.
- Tus hermanos…- aquello hizo que la de ojos verdes por un momento se sintiese paralizada, los Tarmúnil no habían sido víctimas de los jinetes, eran los jinetes. Con el miedo grabado en el rostro la joven se giró hacia el ente, del que ahora conocía la verdad, estaba ante el espíritu de uno de aquellos seres que le habían destrozado la vida, aunque aquel en particular seguía cautivo de la isla, a diferencia del resto. Tras él, un caballo negro pintado en la pared, sin nadie que lo montase, aunque eso tardaría poco en cambiar. Algo comenzó a vibrar en el interior de la pequeña bolsa de tela, y en cuanto la bruja echó mano al contenido, comprobando que se trataba del colgante activado, la pintura cambió ante sus ojos.
Sobre el oscuro corcel apareció un nuevo jinete, y acto seguido comenzó a llover con fuerza en el exterior, lluvia que llegó acompañada de un estruendoso trueno. El fantasma le lanzó una amenaza antes de desvanecerse, asegurando que serían liberados, y que su sacrificio no sería en vano, palabras que confundieron bastante a la benjamina de los Calhoun. En cuanto quedó sola en el interior del mausoleo, la de cabellos cenicientos escuchó un lejano y aterrador relincho, y entonces comprendió lo que había hecho sin darse cuenta, había liberado a un jinete. - Maldita estúpida, ¿por qué no hice caso a Tarivius? - se reprendió a sí misma, al tiempo que salía a toda prisa del edificio, para abandonar cuanto antes el poblado y regresar al camino, ahora más que nunca debía llegar hasta el centinela, tan pronto como fuese posible.
El anciano le había advertido que no se dejase detener por los espíritus y almas en pena que quedaban en la isla, ¿y qué hacía ella? Liberar al primer fantasma que se cruzaba en su camino, dejando suelto a otro de aquellos seres que la atormentaban desde hacía años. La tensai estaba realmente enfadada consigo misma, pero no era momento de desanimarse, debía llegar a la cima cuanto antes, así que echó a correr en cuanto llegó a la escalera de piedra. El problema sería mantener un buen ritmo, pues no solo contaban las limitaciones físicas sino también el cansancio y las molestias de la pierna, que pronto volverían a aparecer si seguía forzando su cuerpo de aquel modo.
Además tenía el tiempo en contra, y la lluvia no haría sino empeorar aún más las cosas, volviendo las escaleras más resbaladizas y consiguiendo que todo cuanto llevaba encima pesase cada vez más, pero tenía que seguir adelante, o aquello que la perseguía daría con ella antes de que pudiese alcanzar la parte más alta de la isla. Por primera vez desde que la maldición dejara su marca grabada a fuego en el cuerpo de la tensai, Elen se encontraba ante el peligro de toparse con un jinete en el mismo plano, y aunque deseaba con todas sus fuerzas destruirlos, no estaba lista para afrontar tal encuentro, todavía no.
Sabiendo que necesitaría algo de ayuda para llegar a la cima a tiempo, la joven echó mano a su magia y creó una potente corriente de viento justo detrás de sí, para que la impulsase hacia arriba y la ayudara a avanzar con menos esfuerzo, esperando ganar algo de velocidad con ello y poner distancia entre ella y lo que había liberado de la cabeza de piedra. Pero, ¿qué haría una vez se encontrase frente al altar? No podía liberar a aquellos seres para que se uniesen al resto y sembrasen el terror allá donde fuesen, tenía que atraparlos en el amuleto, cerrar el círculo en torno a la oscuridad que contenían los fragmentos, oscuridad que ahora sabía que se correspondía con los jinetes.
¿Serviría la pócima de estrellas para encerrarlos? No estaba segura, pero según las palabras de Abbey tenía que funcionar, la luna y las estrellas, eso era lo único con que podía contar. Sin dejar de correr tan rápido como podía, mientras su respiración se agitaba a causa del esfuerzo y el corazón se le aceleraba dentro del pecho, la bruja comenzó a hacerse preguntas mentalmente. Si los Tarmúnil eran los jinetes de sus pesadillas, ¿cómo había empezado todo aquello? ¿Quién había hecho las pinturas y el grabado del exterior? Aquel que mostraba a un hombre sosteniendo en alto un medallón, y que quizá tenía también algo que ver con lo que ella misma intentaba, forjar un amuleto que encerrase la oscuridad.
¿De qué forma conseguían atravesar diferentes planos para extender su mal? Todo aquello necesitaba respuesta, pero si no llegaba a la cima antes de que el jinete la alcanzara no tendría ocasión de obtenerlas.
En todas ellas aparecían caballos negros, montados por jinetes que resultaban muy semejantes a los que la atormentaban a causa de la maldición, y un elemento común que se repetía una y otra vez en las pinturas, la muerte. Cualquier otra persona que hubiese visto aquellos dibujos se habría horrorizado al instante, pero en la hechicera, que había sido testigo de aquellas cueles matanzas de forma mucho más vívida y real a través de las pesadillas, las escenas no surtieron el mismo efecto. Niños atravesados por el acero de las espadas ante los ojos de sus madres, cuerpos decapitados, pueblos enteros ardiendo, ya lo había visto, por desgracia para ella había visto todo aquello y mucho más.
Durante los más de tres años que la joven llevaba maldita, los jinetes se habían encargado de mostrarle un amplio abanico de atrocidades, y las peores muertes que jamás podría haber imaginado, así que aquellas pinturas no causaron en ella el horror que podría haber sentido otra persona, solo incrementaron en deseo que tenía de terminar con aquellas sombras de una vez por todas. Sin embargo, si le sorprendió bastante encontrar aquellos grabados allí, en un lugar tan alejado y abandonado, ¿quién los habría hecho? No tuvo mucho tiempo para pensar en ello, pues el fantasma al que había ignorado intervino para sacarla de sus pensamientos, preguntándole por qué había entrado cuando le había dicho que no lo hiciera.
- Tus hermanos…- aquello hizo que la de ojos verdes por un momento se sintiese paralizada, los Tarmúnil no habían sido víctimas de los jinetes, eran los jinetes. Con el miedo grabado en el rostro la joven se giró hacia el ente, del que ahora conocía la verdad, estaba ante el espíritu de uno de aquellos seres que le habían destrozado la vida, aunque aquel en particular seguía cautivo de la isla, a diferencia del resto. Tras él, un caballo negro pintado en la pared, sin nadie que lo montase, aunque eso tardaría poco en cambiar. Algo comenzó a vibrar en el interior de la pequeña bolsa de tela, y en cuanto la bruja echó mano al contenido, comprobando que se trataba del colgante activado, la pintura cambió ante sus ojos.
Sobre el oscuro corcel apareció un nuevo jinete, y acto seguido comenzó a llover con fuerza en el exterior, lluvia que llegó acompañada de un estruendoso trueno. El fantasma le lanzó una amenaza antes de desvanecerse, asegurando que serían liberados, y que su sacrificio no sería en vano, palabras que confundieron bastante a la benjamina de los Calhoun. En cuanto quedó sola en el interior del mausoleo, la de cabellos cenicientos escuchó un lejano y aterrador relincho, y entonces comprendió lo que había hecho sin darse cuenta, había liberado a un jinete. - Maldita estúpida, ¿por qué no hice caso a Tarivius? - se reprendió a sí misma, al tiempo que salía a toda prisa del edificio, para abandonar cuanto antes el poblado y regresar al camino, ahora más que nunca debía llegar hasta el centinela, tan pronto como fuese posible.
El anciano le había advertido que no se dejase detener por los espíritus y almas en pena que quedaban en la isla, ¿y qué hacía ella? Liberar al primer fantasma que se cruzaba en su camino, dejando suelto a otro de aquellos seres que la atormentaban desde hacía años. La tensai estaba realmente enfadada consigo misma, pero no era momento de desanimarse, debía llegar a la cima cuanto antes, así que echó a correr en cuanto llegó a la escalera de piedra. El problema sería mantener un buen ritmo, pues no solo contaban las limitaciones físicas sino también el cansancio y las molestias de la pierna, que pronto volverían a aparecer si seguía forzando su cuerpo de aquel modo.
Además tenía el tiempo en contra, y la lluvia no haría sino empeorar aún más las cosas, volviendo las escaleras más resbaladizas y consiguiendo que todo cuanto llevaba encima pesase cada vez más, pero tenía que seguir adelante, o aquello que la perseguía daría con ella antes de que pudiese alcanzar la parte más alta de la isla. Por primera vez desde que la maldición dejara su marca grabada a fuego en el cuerpo de la tensai, Elen se encontraba ante el peligro de toparse con un jinete en el mismo plano, y aunque deseaba con todas sus fuerzas destruirlos, no estaba lista para afrontar tal encuentro, todavía no.
Sabiendo que necesitaría algo de ayuda para llegar a la cima a tiempo, la joven echó mano a su magia y creó una potente corriente de viento justo detrás de sí, para que la impulsase hacia arriba y la ayudara a avanzar con menos esfuerzo, esperando ganar algo de velocidad con ello y poner distancia entre ella y lo que había liberado de la cabeza de piedra. Pero, ¿qué haría una vez se encontrase frente al altar? No podía liberar a aquellos seres para que se uniesen al resto y sembrasen el terror allá donde fuesen, tenía que atraparlos en el amuleto, cerrar el círculo en torno a la oscuridad que contenían los fragmentos, oscuridad que ahora sabía que se correspondía con los jinetes.
¿Serviría la pócima de estrellas para encerrarlos? No estaba segura, pero según las palabras de Abbey tenía que funcionar, la luna y las estrellas, eso era lo único con que podía contar. Sin dejar de correr tan rápido como podía, mientras su respiración se agitaba a causa del esfuerzo y el corazón se le aceleraba dentro del pecho, la bruja comenzó a hacerse preguntas mentalmente. Si los Tarmúnil eran los jinetes de sus pesadillas, ¿cómo había empezado todo aquello? ¿Quién había hecho las pinturas y el grabado del exterior? Aquel que mostraba a un hombre sosteniendo en alto un medallón, y que quizá tenía también algo que ver con lo que ella misma intentaba, forjar un amuleto que encerrase la oscuridad.
¿De qué forma conseguían atravesar diferentes planos para extender su mal? Todo aquello necesitaba respuesta, pero si no llegaba a la cima antes de que el jinete la alcanzara no tendría ocasión de obtenerlas.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Elen tenía un problema. Y no uno pequeño, precisamente. Un jinete oscuro la perseguía. Entre lamentos por el error que había cometido liberando al primera fantasma, la bruja salió velozmente del pequeño mausoleo en el que los jinetes quedaban grabados cada vez que eran liberados. Comenzó a ascender la otra mitad del trayecto que llevaba, ayudada por el viento, que había hecho que soplara a su favor, pero aún quedaba bastante para llegar a lo más alto de la isla lunar.
El ascenso era muy empinado, y los escalones cada vez más altos. La fuerte lluvia y la pendiente provocaban un torrente que descendía por la isla y por los escalones, poniendo en peligro a la joven pues, además, corría el riesgo de resbalarse. Cuando llevaba una ya un ascenso considerable, si miraba hacia atrás la bruja vería al ser, por llamarlo de alguna manera, que la perseguía.
Estaba lejos, pero aún podía escapar con vida. El jinete buscaba los fragmentos, pero también acabar con la vida de la bruja. Y se mostraría inclemente con ella. El caballero no perdonaría. Se detuvo a la salida del poblado, miró fijamente a los ojos de Elen. Dejaba correr a la bruja, dándole ventaja. Iba totalmente sobrado. Poco después, comenzó a ascender, ordenando a su caballo subir las escaleras a un ritmo el doble de rápido de lo que podía Elen.
La herida en su pierna también empezaba a incomodar por el esfuerzo realizado. Poco después llegó a un pequeño desvío en cuyo final se veía el castillo en ruinas. La bruja no tenía tiempo para detenerse y tendría que ignorar este camino alternativo para poder llegar a lo más alto de la isla, donde aguardaba el altar en el que debía realizar el ritual.
Ya le faltaban pocos escalones para llegar a lo más alto. El final de la larga ascensión comenzaba a visualizarse, pero los relinches del caballo del Tarmúnil cada vez sonaban más próximos.
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Elen, este es un turno de transición, en el próximo llegarás a lo más alto de la isla. Narra tu ascenso e intenta crear alguna trampa u obstáculo sobre la marcha con tus habilidades o con el entorno (puedes inventar con coherencia, por las fotos ya te haces una idea de cómo es el lugar) para que el propio jinete se vea retrasado o derribado de su caballo. No te enfrentes a él aquí porque no tendrás éxito. Tira una runa, ésta determinará la efectividad de la trampa, y por tanto si te lo encontrarás arriba o se retrasará.
El ascenso era muy empinado, y los escalones cada vez más altos. La fuerte lluvia y la pendiente provocaban un torrente que descendía por la isla y por los escalones, poniendo en peligro a la joven pues, además, corría el riesgo de resbalarse. Cuando llevaba una ya un ascenso considerable, si miraba hacia atrás la bruja vería al ser, por llamarlo de alguna manera, que la perseguía.
Estaba lejos, pero aún podía escapar con vida. El jinete buscaba los fragmentos, pero también acabar con la vida de la bruja. Y se mostraría inclemente con ella. El caballero no perdonaría. Se detuvo a la salida del poblado, miró fijamente a los ojos de Elen. Dejaba correr a la bruja, dándole ventaja. Iba totalmente sobrado. Poco después, comenzó a ascender, ordenando a su caballo subir las escaleras a un ritmo el doble de rápido de lo que podía Elen.
La herida en su pierna también empezaba a incomodar por el esfuerzo realizado. Poco después llegó a un pequeño desvío en cuyo final se veía el castillo en ruinas. La bruja no tenía tiempo para detenerse y tendría que ignorar este camino alternativo para poder llegar a lo más alto de la isla, donde aguardaba el altar en el que debía realizar el ritual.
Ya le faltaban pocos escalones para llegar a lo más alto. El final de la larga ascensión comenzaba a visualizarse, pero los relinches del caballo del Tarmúnil cada vez sonaban más próximos.
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Elen, este es un turno de transición, en el próximo llegarás a lo más alto de la isla. Narra tu ascenso e intenta crear alguna trampa u obstáculo sobre la marcha con tus habilidades o con el entorno (puedes inventar con coherencia, por las fotos ya te haces una idea de cómo es el lugar) para que el propio jinete se vea retrasado o derribado de su caballo. No te enfrentes a él aquí porque no tendrás éxito. Tira una runa, ésta determinará la efectividad de la trampa, y por tanto si te lo encontrarás arriba o se retrasará.
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La hechicera continuó ascendiendo a toda prisa por la escalera de piedra, pero cada tramo era peor que el anterior, la pendiente no dejaba de aumentar y los escalones cada vez resultaban más altos, lo que la obligó a seguir a base de ir saltando, cosa que no sentaría bien a su pierna. La continua corriente de aire que la impulsaba conseguía hacerle el trabajo ligeramente más sencillo, pero la copiosa lluvia que caía sobre la isla y descendía de forma torrencial a través de la escalera le complicaba las cosas, haciendo que el camino se volviese mucho más peligroso por el riesgo de resbalarse. Aun así, la joven no se detuvo, ni siquiera para tomar aire, debía llegar a Tarivius cuanto antes.
Minutos después de haber emprendido la vertiginosa carrera hacia la cima, y con un considerable tramo de trayecto entre su persona y el poblado del que huía, la bruja volvió a escuchar los relinchos del caballo negro, aunque mucho más cerca que la primera vez. Solo entonces la de cabellos cenicientos se detuvo, para girarse y observar por primera vez a uno de aquellos seres en persona, al tiempo que recuperaba el aliento y se hacía una idea de cuánta ventaja tenía. El jinete no estaba en movimiento, sino que se había parado justo a la salida del poblado, para observar a su objetivo desde debajo de los oscuros ropajes que portaba y le cubrían el rostro.
Era un juego, la sombra le estaba dando caza y se divertía dándole la esperanza de que podría llegar a lo más alto, pero sabía de sobra que su montura subiría las escaleras mucho más rápido que la hechicera, con lo que podía permitirse darle ventaja. Tras unos instantes, en que ambos se miraron en silencio, el jinete espoleó a su caballo e inició la persecución, a un ritmo que duplicaba la velocidad de la tensai de aire. - Maldita sea. - masculló entre dientes la maga, para acto seguido girarse y continuar el duro ascenso, pidiendo a su cuerpo más de lo que podía dar.
La pierna comenzaba a dar problemas a causa del esfuerzo, pero por fin pudo divisar el final de la escalera, así que sacó fuerzas de flaqueza y siguió adelante, ignorando por completo un desvío que parecía llevar a una especie de castillo en ruinas. ¿Qué esconderían los muros de aquella construcción? De momento no lo sabría, pero si conseguía deshacerse del jinete y atraparlos a los tres dentro del amuleto, probablemente dedicase un par de días a recorrer con mayor tranquilidad la isla, para recabar toda la información que pudiese acerca del origen de su maldición.
Cuando ya casi estaba a punto de llegar a lo más alto, los relinchos del caballo comenzaron a escucharse cada vez más cerca, peligrosamente cerca de ella. ¿Sería buena idea conducir directamente a la sombra hasta Tarivius? ¿Podría el centinela ocuparse de aquel ser? Las dudas se adueñaron de ella, debía hacer algo para ganar tiempo y poder explicar al anciano lo que había ocurrido, o más bien la estupidez que había cometido por no hacerle caso. De no conseguirlo tendría muy poco margen para realizar el ritual, y teniendo en cuenta que aún no estaba muy segura de lo que tenía que hacer para encerrar la oscuridad dentro de un nuevo amuleto, por las palabras del primer espíritu, lo mejor sería conseguir que se retrasase.
Aprovechando el mal tiempo, y los torrentes de agua que descendían por la isla, Elen centró su atención en una formación rocosa que se encontraba no mucho más arriba de su posición, junto a las escaleras. La erosión del agua ya había hecho parte del trabajo, volviendo la estructura más endeble e inestable, así que corrió hasta superarla y entonces se detuvo, para utilizar sus poderes de viento y conseguir que se derrumbase, provocando una avalancha de rocas. Con ello esperaba detener el avance de su perseguidor, o con suerte tirarlo del caballo, pero no podía confiar plenamente en que funcionase, así que volvió a darse la vuelta y echó a correr nuevamente, viendo el final del camino cada vez más próximo.
¿Con qué cara miraría a Tarivius? Le había desobedecido y ahora por su culpa otro jinete andaba suelto, y no solo eso, se encontraba en su mismo plano. ¿Podría aquel ser abrir un portal para que los demás llegasen hasta allí? No, no quería ni considerar la posibilidad, pues no podría vivir con eso en su conciencia después de todo lo que había hecho para mantener a raya su maldición y tratar de hallar el modo de destruirlos, no podía ser ella quien los liberase.
Minutos después de haber emprendido la vertiginosa carrera hacia la cima, y con un considerable tramo de trayecto entre su persona y el poblado del que huía, la bruja volvió a escuchar los relinchos del caballo negro, aunque mucho más cerca que la primera vez. Solo entonces la de cabellos cenicientos se detuvo, para girarse y observar por primera vez a uno de aquellos seres en persona, al tiempo que recuperaba el aliento y se hacía una idea de cuánta ventaja tenía. El jinete no estaba en movimiento, sino que se había parado justo a la salida del poblado, para observar a su objetivo desde debajo de los oscuros ropajes que portaba y le cubrían el rostro.
Era un juego, la sombra le estaba dando caza y se divertía dándole la esperanza de que podría llegar a lo más alto, pero sabía de sobra que su montura subiría las escaleras mucho más rápido que la hechicera, con lo que podía permitirse darle ventaja. Tras unos instantes, en que ambos se miraron en silencio, el jinete espoleó a su caballo e inició la persecución, a un ritmo que duplicaba la velocidad de la tensai de aire. - Maldita sea. - masculló entre dientes la maga, para acto seguido girarse y continuar el duro ascenso, pidiendo a su cuerpo más de lo que podía dar.
La pierna comenzaba a dar problemas a causa del esfuerzo, pero por fin pudo divisar el final de la escalera, así que sacó fuerzas de flaqueza y siguió adelante, ignorando por completo un desvío que parecía llevar a una especie de castillo en ruinas. ¿Qué esconderían los muros de aquella construcción? De momento no lo sabría, pero si conseguía deshacerse del jinete y atraparlos a los tres dentro del amuleto, probablemente dedicase un par de días a recorrer con mayor tranquilidad la isla, para recabar toda la información que pudiese acerca del origen de su maldición.
Cuando ya casi estaba a punto de llegar a lo más alto, los relinchos del caballo comenzaron a escucharse cada vez más cerca, peligrosamente cerca de ella. ¿Sería buena idea conducir directamente a la sombra hasta Tarivius? ¿Podría el centinela ocuparse de aquel ser? Las dudas se adueñaron de ella, debía hacer algo para ganar tiempo y poder explicar al anciano lo que había ocurrido, o más bien la estupidez que había cometido por no hacerle caso. De no conseguirlo tendría muy poco margen para realizar el ritual, y teniendo en cuenta que aún no estaba muy segura de lo que tenía que hacer para encerrar la oscuridad dentro de un nuevo amuleto, por las palabras del primer espíritu, lo mejor sería conseguir que se retrasase.
Aprovechando el mal tiempo, y los torrentes de agua que descendían por la isla, Elen centró su atención en una formación rocosa que se encontraba no mucho más arriba de su posición, junto a las escaleras. La erosión del agua ya había hecho parte del trabajo, volviendo la estructura más endeble e inestable, así que corrió hasta superarla y entonces se detuvo, para utilizar sus poderes de viento y conseguir que se derrumbase, provocando una avalancha de rocas. Con ello esperaba detener el avance de su perseguidor, o con suerte tirarlo del caballo, pero no podía confiar plenamente en que funcionase, así que volvió a darse la vuelta y echó a correr nuevamente, viendo el final del camino cada vez más próximo.
¿Con qué cara miraría a Tarivius? Le había desobedecido y ahora por su culpa otro jinete andaba suelto, y no solo eso, se encontraba en su mismo plano. ¿Podría aquel ser abrir un portal para que los demás llegasen hasta allí? No, no quería ni considerar la posibilidad, pues no podría vivir con eso en su conciencia después de todo lo que había hecho para mantener a raya su maldición y tratar de hallar el modo de destruirlos, no podía ser ella quien los liberase.
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
El miembro 'Elen Calhoun' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Era imposible que el jinete no llegara a tiempo. Cada vez se encontraba más cerca de la joven de cabellos cenicientos. Debía hacer algo que evitara que el oscuro elfo llegara hasta lo más alto de la isla, pues con el jinete no habría manera de hacer el ritual. La joven derribó una pared claramente desgastada por el paso del agua y las corrientes de viento con el paso de los años.
Las rocas cayeron rodando por las escaleras en dirección al jinete y su corcel negro, que ascendían por estos. El ser observó como éstas venían hacia él, pero eso ni mucho menos lo detendría. - Irva’niel nuum. - El caballero conjuró unas palabras que hizo que las rocas se alejasen de éste y cayeran hacia los lados. Por lo que el ataque de Elen había quedado en nada y ahora tenía vía libre para ir a por la hechicera, que fruto del ataque de ésta, dejaría de vacilar y se lanzaría a por ella inclinándose incluso sobre su corcel para ir más rápido. Desenfundando una larguísima y desgastada espada.
Ante esta perspectiva, Elen no tenía más que confiar en llegar a lo alto y que alguien actuara por ella. Pero tenía que hacerlo rápido. Ya visualizaba el altar desde donde se encontraba, no le quedaban más de treinta o cuarenta escalones a lo sumo.
Sin embargo, para su desgracia tenía el jinete muy cercano. Cuando se encontraba ya en la cumbre de la isla, donde se encontraba el altar, el elfo levantó su espada cuando estaba a la altura de Elen. Llegaba por detrás con fuerza e iba a propinarle un espadazo mortal que la joven no tendría tiempo ni de esquivar. Todo parecía indicar que aquel iba a ser el final de la valiente heroína de cabellos blanquecinos.
La suerte, en esta ocasión, volvió a sonreír a la bruja. Un imponente muro de luz dorada surgió del centro del altar y se creó una semiesfera luminosa que cubría por completo la pequeña plataforma que constituía la parte más elevada de la isla. La semiesfera actuaba como muro frente a la oscuridad, un muro que el jinete era incapaz de atravesar. Cuando la espada del jinete golpeó con fuerza el muro, justo a la altura de la cintura de Elen y muy próximo a esta, el arma rebotó en su mano. Un instante antes o unos centímetros más atrás y la habría cortado en dos.
Aquella luz parecía estar constituida por el propio Tarivius. Que aunque no se encontraba allí físicamente, su voz comenzaría a hablar a Elen con un claro tono acelerado y de enfado.
-¡Me has desobedecido! ¡Te dije que no hicieras caso a los fantasmas!– le recriminó a la bruja - ¡Corre! ¡Realiza el ritual! ¡No podré retenerlo mucho tiempo! – ordenó aquella luz.
Todo cuanto tenía Elen a su disposición en la cima era un altar de piedra muy rudimentario y antiguo. Debía aplicar los conocimientos adquiridos durante la ascensión para crear el collar.
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Mientras tanto, el encapuchado maljuraba en una lengua ininteligible para la bruja: élfico antiguo. Con una voz grave y aterradora. A lomos de su rocín golpeaba con su espada oscura el escudo, sin mostrar jamás su rostro. A cada golpe, en el lugar de impacto se producía una rotura como la de un cristal, quedando impregnada de negro. La bruja tenía que crear el medallón sin fallar. Tenía los ingredientes para ello. Tan sólo tenía que saber como lograrlo.
Las rocas cayeron rodando por las escaleras en dirección al jinete y su corcel negro, que ascendían por estos. El ser observó como éstas venían hacia él, pero eso ni mucho menos lo detendría. - Irva’niel nuum. - El caballero conjuró unas palabras que hizo que las rocas se alejasen de éste y cayeran hacia los lados. Por lo que el ataque de Elen había quedado en nada y ahora tenía vía libre para ir a por la hechicera, que fruto del ataque de ésta, dejaría de vacilar y se lanzaría a por ella inclinándose incluso sobre su corcel para ir más rápido. Desenfundando una larguísima y desgastada espada.
Ante esta perspectiva, Elen no tenía más que confiar en llegar a lo alto y que alguien actuara por ella. Pero tenía que hacerlo rápido. Ya visualizaba el altar desde donde se encontraba, no le quedaban más de treinta o cuarenta escalones a lo sumo.
Sin embargo, para su desgracia tenía el jinete muy cercano. Cuando se encontraba ya en la cumbre de la isla, donde se encontraba el altar, el elfo levantó su espada cuando estaba a la altura de Elen. Llegaba por detrás con fuerza e iba a propinarle un espadazo mortal que la joven no tendría tiempo ni de esquivar. Todo parecía indicar que aquel iba a ser el final de la valiente heroína de cabellos blanquecinos.
La suerte, en esta ocasión, volvió a sonreír a la bruja. Un imponente muro de luz dorada surgió del centro del altar y se creó una semiesfera luminosa que cubría por completo la pequeña plataforma que constituía la parte más elevada de la isla. La semiesfera actuaba como muro frente a la oscuridad, un muro que el jinete era incapaz de atravesar. Cuando la espada del jinete golpeó con fuerza el muro, justo a la altura de la cintura de Elen y muy próximo a esta, el arma rebotó en su mano. Un instante antes o unos centímetros más atrás y la habría cortado en dos.
Aquella luz parecía estar constituida por el propio Tarivius. Que aunque no se encontraba allí físicamente, su voz comenzaría a hablar a Elen con un claro tono acelerado y de enfado.
-¡Me has desobedecido! ¡Te dije que no hicieras caso a los fantasmas!– le recriminó a la bruja - ¡Corre! ¡Realiza el ritual! ¡No podré retenerlo mucho tiempo! – ordenó aquella luz.
Todo cuanto tenía Elen a su disposición en la cima era un altar de piedra muy rudimentario y antiguo. Debía aplicar los conocimientos adquiridos durante la ascensión para crear el collar.
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Mientras tanto, el encapuchado maljuraba en una lengua ininteligible para la bruja: élfico antiguo. Con una voz grave y aterradora. A lomos de su rocín golpeaba con su espada oscura el escudo, sin mostrar jamás su rostro. A cada golpe, en el lugar de impacto se producía una rotura como la de un cristal, quedando impregnada de negro. La bruja tenía que crear el medallón sin fallar. Tenía los ingredientes para ello. Tan sólo tenía que saber como lograrlo.
* * * * *
Bien, Elen. Ha llegado el momento de crear el medallón que te ayudará a derrotar a los jinetes. De momento, este turno estarás protegida frente al ser oscuro. El primer fantasma te dio una pista de cómo debes crearlo. Tienes la luna, las estrellas, y los tres fragmentos de la oscuridad. Ahora todo queda en tu mano.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
El intento de la joven por retrasar a su perseguidor fue en vano, con unas simples palabras el jinete desvió las rocas que se dirigían hacia él, aunque Elen no pudo verlo, pero si escuchar el sonido de los cascos acercándose cada vez más, demasiado. Casi lo tenía encima, y si no llegaba al altar a tiempo el sombrío ser acabaría con ella allí mismo, así que apretó los dientes y continuó corriendo tan rápido como le permitían las piernas, ignorando el cansancio y las molestias de su herida. Cuando ya por fin se encontraba a escasos metros del lugar en que se celebraría el ritual, la de cabellos cenicientos vio por el rabillo del ojo como su atacante blandía una espada y lanzaba un tajo contra ella, algo que no le daría tiempo a esquivar.
- Se acabó. - pensó por un instante, creyendo que todo estaba perdido e iba a morir, pero algo detuvo el arma del jinete, una especie de barrera. El brillante muro de luz dorada había surgido del altar para protegerla, manteniendo a raya al terrible ser que la perseguía, pero no aguantaría mucho tiempo, debía darse prisa. Tras observar durante unos segundos al jinete, tan cerca como para escuchar su ronca respiración y ver la frustración que se apoderaba de él al no poder alcanzarla, la voz de Tarivius captó por completo la atención de la bruja, haciendo que se girase hacia el altar y bajase la cabeza, avergonzada.
El anciano estaba en todo su derecho de recriminarle, ya lo hacía ella misma mentalmente a cada instante, pero teniendo en cuenta el poco tiempo que le quedaba antes de que la luz se desvaneciese, ya que el jinete no parecía rendirse y había comenzado a golpear con su espada el muro, causando oscuras grietas en el mismo, su prioridad era completar el ritual y conseguir el amuleto. Tras situarse frente al altar, la de ojos verdes extrajo el pequeño saquito de tela y sacó los fragmentos, para de inmediato colocarlos en el centro de la piedra, tan juntos como era posible. Solo podía contar con la información que le habían dado Abbey y el primer espíritu, y de ambas se deducía que la pócima de estrellas tenía que encerrar la oscuridad de las gemas de algún modo, pero ¿liberaría eso a los otros dos jinetes que faltaban en las pinturas?
La tensai tenía muchas dudas, que de pronto la asaltaron en el peor momento posible. ¿Por qué no la había atacado el primer jinete nada más liberar al fantasma? Habría tenido la ocasión perfecta y la joven no había llegado tan lejos, probablemente ni siquiera hubiese pasado del poblado élfico. ¿Qué quería decir aquella inscripción del mausoleo, "La maldición puede llevarse nuestros cuerpos, pero nunca se llevará nuestra alma."? ¿Acaso las almas de los Tarmúnil habían quedado atrapadas en la isla por culpa de aquel mal? ¿Podía la maldición haberse apoderado de sus cuerpos pero dejado atrás los espíritus? Eso explicaría que quisiesen ser liberados, quizá lo que buscaban era la paz que la maldición les había arrebatado, pero no dejaban de ser conjeturas.
Todo resultaba muy confuso, pero con el poco margen de que disponía, y escuchando de fondo los golpes de espada y la extraña voz del jinete, que hablaba utilizando un antiguo dialecto élfico, Elen no podía permitirse dudar más. Echó mano al frasco que contenía la pócima de estrellas y lo destapó con cuidado, para luego sin dejar de mirar los fragmentos de Kinvar, desear con todas sus fuerzas que aquello funcionase. - Por favor, que esto salga bien. - musitó, para acto seguido verter el contenido del recipiente en torno a las gemas, dibujando un círculo como el que había mencionado la gran encantadora de palacio. Cerrar el círculo, eso había dicho, y quizá fuese una pista, o quizá solo se tratase de una mera expresión, pero en aquel momento poco importaba, no tenía mucho más con lo que trabajar.
Parte de las estrellas cayeron sobre las diferentes joyas que descansaban sobre la piedra, y antes de que nada ocurriese, la hechicera bordeó el altar para situarse al otro lado, de modo que entre ella y el jinete hubiese algo más de distancia, por si el ritual fallaba. Sin esperar a ver qué ocurría, la joven dirigió su diestra hacia atrás y buscó la empuñadura de la espada helada que el dragón blanco le había entregado en la llanura, tras enfrentarse a un demonio del mismo elemento que aquel ser. Extrajo la hoja y se preparó para cualquier cosa, pues no sabía si había completado con éxito el ritual o si el muro de luz, que parecía formar parte del centinela, aguantaría lo suficiente.
El hecho de no tener consigo a Tarivius, físicamente al menos, hacía que la bruja estuviese más nerviosa todavía, pero el anciano seguía presente, y probablemente tendría una buena razón para no encontrarse allí.
- Se acabó. - pensó por un instante, creyendo que todo estaba perdido e iba a morir, pero algo detuvo el arma del jinete, una especie de barrera. El brillante muro de luz dorada había surgido del altar para protegerla, manteniendo a raya al terrible ser que la perseguía, pero no aguantaría mucho tiempo, debía darse prisa. Tras observar durante unos segundos al jinete, tan cerca como para escuchar su ronca respiración y ver la frustración que se apoderaba de él al no poder alcanzarla, la voz de Tarivius captó por completo la atención de la bruja, haciendo que se girase hacia el altar y bajase la cabeza, avergonzada.
El anciano estaba en todo su derecho de recriminarle, ya lo hacía ella misma mentalmente a cada instante, pero teniendo en cuenta el poco tiempo que le quedaba antes de que la luz se desvaneciese, ya que el jinete no parecía rendirse y había comenzado a golpear con su espada el muro, causando oscuras grietas en el mismo, su prioridad era completar el ritual y conseguir el amuleto. Tras situarse frente al altar, la de ojos verdes extrajo el pequeño saquito de tela y sacó los fragmentos, para de inmediato colocarlos en el centro de la piedra, tan juntos como era posible. Solo podía contar con la información que le habían dado Abbey y el primer espíritu, y de ambas se deducía que la pócima de estrellas tenía que encerrar la oscuridad de las gemas de algún modo, pero ¿liberaría eso a los otros dos jinetes que faltaban en las pinturas?
La tensai tenía muchas dudas, que de pronto la asaltaron en el peor momento posible. ¿Por qué no la había atacado el primer jinete nada más liberar al fantasma? Habría tenido la ocasión perfecta y la joven no había llegado tan lejos, probablemente ni siquiera hubiese pasado del poblado élfico. ¿Qué quería decir aquella inscripción del mausoleo, "La maldición puede llevarse nuestros cuerpos, pero nunca se llevará nuestra alma."? ¿Acaso las almas de los Tarmúnil habían quedado atrapadas en la isla por culpa de aquel mal? ¿Podía la maldición haberse apoderado de sus cuerpos pero dejado atrás los espíritus? Eso explicaría que quisiesen ser liberados, quizá lo que buscaban era la paz que la maldición les había arrebatado, pero no dejaban de ser conjeturas.
Todo resultaba muy confuso, pero con el poco margen de que disponía, y escuchando de fondo los golpes de espada y la extraña voz del jinete, que hablaba utilizando un antiguo dialecto élfico, Elen no podía permitirse dudar más. Echó mano al frasco que contenía la pócima de estrellas y lo destapó con cuidado, para luego sin dejar de mirar los fragmentos de Kinvar, desear con todas sus fuerzas que aquello funcionase. - Por favor, que esto salga bien. - musitó, para acto seguido verter el contenido del recipiente en torno a las gemas, dibujando un círculo como el que había mencionado la gran encantadora de palacio. Cerrar el círculo, eso había dicho, y quizá fuese una pista, o quizá solo se tratase de una mera expresión, pero en aquel momento poco importaba, no tenía mucho más con lo que trabajar.
Parte de las estrellas cayeron sobre las diferentes joyas que descansaban sobre la piedra, y antes de que nada ocurriese, la hechicera bordeó el altar para situarse al otro lado, de modo que entre ella y el jinete hubiese algo más de distancia, por si el ritual fallaba. Sin esperar a ver qué ocurría, la joven dirigió su diestra hacia atrás y buscó la empuñadura de la espada helada que el dragón blanco le había entregado en la llanura, tras enfrentarse a un demonio del mismo elemento que aquel ser. Extrajo la hoja y se preparó para cualquier cosa, pues no sabía si había completado con éxito el ritual o si el muro de luz, que parecía formar parte del centinela, aguantaría lo suficiente.
El hecho de no tener consigo a Tarivius, físicamente al menos, hacía que la bruja estuviese más nerviosa todavía, pero el anciano seguía presente, y probablemente tendría una buena razón para no encontrarse allí.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Elen comenzó apresurada y muy nerviosa a realizar el ritual, ayudándose un poco de los conocimientos que había ido aprendiendo a lo largo de los últimos días. Su enemigo esperaba implacable, tratando de romper la esfera mágica que Tarivius había creado para poder entrar a por la hechicera.
Los fragmentos, tras verter el contenido de la pócima de las estrellas comenzaban a brillar intensamente. Con fuerza y a tender a unificarse hacia el centro de la mesa. Que brillaba con más fuerza que nunca, tanto que las reliquias mágicas no se podían ver debido a la fortísima luz que emanaba de estos. En cuanto Elen cerró el círculo, se produjo una fuerte explosión de luz que desplazaría a la bruja hacia atrás, dejándola aturdida unos instantes.
En cuanto Elen despertara, observaría que el tiempo se había detenido. Se podía ver la figura del jinete inmóvil, ya había conseguido partir la barrera y ahora avanzaba raudo hacia Elen, con la espada alzada, pero estaba inmóvil. No era él lo único inmóvil. Sorprendentemente Elen podría verse una segunda imagen de ella misma tirada en el suelo, también inmóvil. Un medallón dorado, justo en el centro del altar, había sustituido ahora a los tres fragmentos del dolor de Kinvar. Elen podría observar o tocar la medalla, pero en ningún momento levantarla.
También algunas aves, y las plantas. Permanecían quietas. Como si todo se hubiese detenido. Ahora el cielo se tornaba en un cielo estrellado y había ocultado toda luz solar. Sobre el que se veía al “dios” sol reluciente, iluminando muy tenuemente el lugar, como si de una estrella próxima se tratara.
La figura de Tarivius, ahora humanizada no tardaría en aparecer. Se postraba ante Elen, el anciano permanecía con un cayado de hechicero ante ella, sobrio y recto. Y él era el único ente móvil de aquel lugar. No parecía enfadado con la bruja. Ni mucho menos, aunque sí algo apenado.
-Lo has conseguido, Fashateni**. – felicitó Tarivius, llamando a la bruja por un nombre cuanto menos extraño, con una sonrisa. – Bienvenida al plano de los centinelas. Aquí no tienes nada que temer. Ahora eres una de nosotros. – comenzó diciendo, con tranquilidad, e hizo una pausa. -Durante milenios, los centinelas hemos protegido Aerandir de las mayores amenazas a las que se ha visto sometido. – mencionó, caminando delante de ella. - Tú, ahora tienes uno de los cuatro fragmentos: El medallón solar. – miró de reojo a la figura de la Elen inmóvil y postrada en el suelo, con el medallón en la repisa, a medio camino entre el jinete y ella. – Bueno, todavía no. – y rió.
La guió hasta la altura del jinete. Estar tan próximo de él, aunque fuera una “estatua”, imponía demasiado miedo. Su espada encantada y su corcel, negro como el carbón, avanzarían implacables hacia una Elen derribada en cuanto todo volviera a la normalidad.
-Los Tarmúnil son peligrosos, probablemente el mayor peligro del universo ahora mismo. Por eso, tú y tus nuevos hermanos tendríais que compenetraros para poder derrotarlos definitivamente. – comentó. – Pero eso, como verás ahora, será incluso más complicado que derrotar a los jinetes. – Tarivius dejaba entrever, por sus palabras, que parecían ser seres poderosos. - Ven conmigo, conozcámoslos. – y abrió un portal mágico al lado, por el que ambos entrarían.
El lugar en el que darían, sería una planicie sin valor económico alguno, parecía algún lugar de las tierras del Norte, tal vez la gran estepa. Era de noche y no había ningún civil en las inmediaciones. En una nueva escena congelada, tres jinetes se postraban frente a un ejército de no muertos que avanzaba contra ellos, defendiéndose de multitud de no muertos, unos armados con lanzas y otros no, que se abalanzaban contra él. Varios cadáveres, probablemente cortados en dos por éstos, se postraban en el aire, mientras otros se lanzaban contra él. Comenzaron a caminar hacia la escena.
-Hay cuatro centinelas en Aerandir. Uno por punto cardinal. Y desafortunadamente, no todos son admirables héroes. – dijo – Algunos utilizan sus poderes para sus propios propósitos.
Alejada de los jinetes, y al fondo, entre el camino de no muertos, permanecía también inmóvil una mujer morena, ataviada con poca ropa, que emanaba una luz morada de sus brazos. Tenía una rodilla levantada, y mostraba un intenso color violáceo en los ojos. Y muchos muertos parecían salir de la mujer a sus pies y en los alrededores. Presumiblemente, era ella quién parecía estar invocando a los no muertos que acosaban a los jinetes. Tarivius llevaría a Elen junto a la mujer.
-Amaterasu… O cuando el remedio es peor que la enfermedad.- comenzó diciendo, observando la figura inmóvil de la enigmática mujer. – Hermosa, astuta y ambiciosa al extremo. Poderosa maga instruida en las oscuras artes de la nigromancia. – se fijó en el objeto que decoraba su cabeza. – Como Centinela del Norte, lleva la Corona Astada desde hace veinte años. El objeto es equiparable a tu medallón, permitiéndole combatir a los jinetes. Si te fijaste en el medallón, en su parte inferior verías su símbolo. – resopló y quedó pensativo. - Odia a todo el mundo, es narcisista, y se cree por encima del bien del mal. Es cruel y mira por sus propios intereses. Se la relaciona con los eventos de Térpoli. Y reside en la isla volcánica. – se quedó pensativo. – Cuando quiere ayudar, es una poderosa aliada. Pero generalmente, pasa de todo. Sólo he conseguido que combatiera a mi lado en dos ocasiones, y en ambas sacaba algo adicional que le interesaba. Por supuesto, jamás le dediques una mala cara o le lleves la contraria sobre cualquier cosa que haga, aunque sean masacres como la de Térpoli. – se tomó una pausa. – Te preguntarás por qué se hace la vista gorda.
El anciano observó la escena inmóvil, imaginándose como acabaría todo. Aunque parecía ya saber el final.
-En esta ocasión, consiguió desterrar a los tres jinetes ella sola. Es tan poderosa que se le permite hacer cualquier fechoría que se le antoje con tal de que, muy de vez en cuando, preste su ayuda. Ninguno tenemos tanta eficacia. – volvió a mirar a la mujer. – Tiene la sartén cogida por el mango. – lamentó. - En fin, ¿tienes alguna pregunta? Después podemos ir a conocer a Melena Blanca y a Vladimir Kozlov. - concluyó.
Los fragmentos, tras verter el contenido de la pócima de las estrellas comenzaban a brillar intensamente. Con fuerza y a tender a unificarse hacia el centro de la mesa. Que brillaba con más fuerza que nunca, tanto que las reliquias mágicas no se podían ver debido a la fortísima luz que emanaba de estos. En cuanto Elen cerró el círculo, se produjo una fuerte explosión de luz que desplazaría a la bruja hacia atrás, dejándola aturdida unos instantes.
En cuanto Elen despertara, observaría que el tiempo se había detenido. Se podía ver la figura del jinete inmóvil, ya había conseguido partir la barrera y ahora avanzaba raudo hacia Elen, con la espada alzada, pero estaba inmóvil. No era él lo único inmóvil. Sorprendentemente Elen podría verse una segunda imagen de ella misma tirada en el suelo, también inmóvil. Un medallón dorado, justo en el centro del altar, había sustituido ahora a los tres fragmentos del dolor de Kinvar. Elen podría observar o tocar la medalla, pero en ningún momento levantarla.
- MEDALLÓN SOLAR:
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También algunas aves, y las plantas. Permanecían quietas. Como si todo se hubiese detenido. Ahora el cielo se tornaba en un cielo estrellado y había ocultado toda luz solar. Sobre el que se veía al “dios” sol reluciente, iluminando muy tenuemente el lugar, como si de una estrella próxima se tratara.
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La figura de Tarivius, ahora humanizada no tardaría en aparecer. Se postraba ante Elen, el anciano permanecía con un cayado de hechicero ante ella, sobrio y recto. Y él era el único ente móvil de aquel lugar. No parecía enfadado con la bruja. Ni mucho menos, aunque sí algo apenado.
-Lo has conseguido, Fashateni**. – felicitó Tarivius, llamando a la bruja por un nombre cuanto menos extraño, con una sonrisa. – Bienvenida al plano de los centinelas. Aquí no tienes nada que temer. Ahora eres una de nosotros. – comenzó diciendo, con tranquilidad, e hizo una pausa. -Durante milenios, los centinelas hemos protegido Aerandir de las mayores amenazas a las que se ha visto sometido. – mencionó, caminando delante de ella. - Tú, ahora tienes uno de los cuatro fragmentos: El medallón solar. – miró de reojo a la figura de la Elen inmóvil y postrada en el suelo, con el medallón en la repisa, a medio camino entre el jinete y ella. – Bueno, todavía no. – y rió.
La guió hasta la altura del jinete. Estar tan próximo de él, aunque fuera una “estatua”, imponía demasiado miedo. Su espada encantada y su corcel, negro como el carbón, avanzarían implacables hacia una Elen derribada en cuanto todo volviera a la normalidad.
-Los Tarmúnil son peligrosos, probablemente el mayor peligro del universo ahora mismo. Por eso, tú y tus nuevos hermanos tendríais que compenetraros para poder derrotarlos definitivamente. – comentó. – Pero eso, como verás ahora, será incluso más complicado que derrotar a los jinetes. – Tarivius dejaba entrever, por sus palabras, que parecían ser seres poderosos. - Ven conmigo, conozcámoslos. – y abrió un portal mágico al lado, por el que ambos entrarían.
El lugar en el que darían, sería una planicie sin valor económico alguno, parecía algún lugar de las tierras del Norte, tal vez la gran estepa. Era de noche y no había ningún civil en las inmediaciones. En una nueva escena congelada, tres jinetes se postraban frente a un ejército de no muertos que avanzaba contra ellos, defendiéndose de multitud de no muertos, unos armados con lanzas y otros no, que se abalanzaban contra él. Varios cadáveres, probablemente cortados en dos por éstos, se postraban en el aire, mientras otros se lanzaban contra él. Comenzaron a caminar hacia la escena.
-Hay cuatro centinelas en Aerandir. Uno por punto cardinal. Y desafortunadamente, no todos son admirables héroes. – dijo – Algunos utilizan sus poderes para sus propios propósitos.
Alejada de los jinetes, y al fondo, entre el camino de no muertos, permanecía también inmóvil una mujer morena, ataviada con poca ropa, que emanaba una luz morada de sus brazos. Tenía una rodilla levantada, y mostraba un intenso color violáceo en los ojos. Y muchos muertos parecían salir de la mujer a sus pies y en los alrededores. Presumiblemente, era ella quién parecía estar invocando a los no muertos que acosaban a los jinetes. Tarivius llevaría a Elen junto a la mujer.
-Amaterasu… O cuando el remedio es peor que la enfermedad.- comenzó diciendo, observando la figura inmóvil de la enigmática mujer. – Hermosa, astuta y ambiciosa al extremo. Poderosa maga instruida en las oscuras artes de la nigromancia. – se fijó en el objeto que decoraba su cabeza. – Como Centinela del Norte, lleva la Corona Astada desde hace veinte años. El objeto es equiparable a tu medallón, permitiéndole combatir a los jinetes. Si te fijaste en el medallón, en su parte inferior verías su símbolo. – resopló y quedó pensativo. - Odia a todo el mundo, es narcisista, y se cree por encima del bien del mal. Es cruel y mira por sus propios intereses. Se la relaciona con los eventos de Térpoli. Y reside en la isla volcánica. – se quedó pensativo. – Cuando quiere ayudar, es una poderosa aliada. Pero generalmente, pasa de todo. Sólo he conseguido que combatiera a mi lado en dos ocasiones, y en ambas sacaba algo adicional que le interesaba. Por supuesto, jamás le dediques una mala cara o le lleves la contraria sobre cualquier cosa que haga, aunque sean masacres como la de Térpoli. – se tomó una pausa. – Te preguntarás por qué se hace la vista gorda.
El anciano observó la escena inmóvil, imaginándose como acabaría todo. Aunque parecía ya saber el final.
-En esta ocasión, consiguió desterrar a los tres jinetes ella sola. Es tan poderosa que se le permite hacer cualquier fechoría que se le antoje con tal de que, muy de vez en cuando, preste su ayuda. Ninguno tenemos tanta eficacia. – volvió a mirar a la mujer. – Tiene la sartén cogida por el mango. – lamentó. - En fin, ¿tienes alguna pregunta? Después podemos ir a conocer a Melena Blanca y a Vladimir Kozlov. - concluyó.
* * * * * * *
**Fashateni = Centinela, en élfico antiguo.
Elen, antes de la batalla final viene una cantidad de información y “lore” bastante grande, que marcará tu historia. Los siguientes posts son ideales para que preguntes a Tarivius todo sobre los centinelas, sus labores, sobre los Tarmúnil, sobre tus "hermanos" o sobre aquello que consideres oportuno. En cada post te iré presentando a cada uno de los héroes.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Como respuesta a la pócima de estrellas, los fragmentos de Kinvar comenzaron a brillar intensamente sobre el altar de piedra, tanto como para que la hechicera se viese obligada a entrecerrar los ojos, mientras las gemas se unían en el centro de la mesa. Debido a la fuerte luz que de pronto se había adueñado del centro del altar, la joven pronto perdió de vista las joyas, justo antes de que el círculo en torno a estas se cerrase y una potente explosión de luz la lanzase hacia atrás, apartándola del lugar del ritual. Elen dio con sus huesos contra el suelo, con tanta brusquedad que quedó aturdida y la espada se le escurrió de entre los dedos, para acabar a un par de metros de su cuerpo. ¿Habría tenido la explosión el mismo efecto sobre el jinete? La joven esperaba que sí, ya que de lo contrario podría tener problemas.
Tras unos instantes, la hechicera comprobó para su desgracia que no había sido así, el jinete seguía sobre su caballo y había conseguido romper la barrera de Tarivius, pero había algo raro, no se movía. La sombra mantenía una postura de ataque, con la afilada hoja alzada en el aire y dirigiéndose hacia el lugar en que hasta hacía unos instantes había estado la bruja… espera… ¿por qué seguía allí tirada? Elen frunció el ceño confundida al verse a sí misma en el suelo, también inmóvil como el jinete. - ¿Qué está pasando? - preguntó sin apenas elevar la voz, con cierta preocupación. Parecía que de pronto se había convertido en una mera espectadora de la escena, viéndolo todo desde una posición central en la que no debía encontrarse.
Entre ambas figuras, el altar había vuelto a la normalidad, pero ya no descansaban sobre el los tres fragmentos, sino un medallón dorado con extraños grabados. Lentamente, y algo confundida por lo que estaba pasando a su alrededor, la de cabellos cenicientos se acercó al amuleto y lo recorrió con los dedos, permitiéndose esbozar una leve sonrisa nerviosa, lo había conseguido. Por fin tenía a su alcance algo que la protegería de los efectos de su maldición, pero extrañamente, cuanto intentó tomar el medallón no consiguió despegarlo de la piedra, no podía llevárselo. Quizá era aquella extraña situación la que no le permitía cogerlo, tendría que hallar el modo de regresar al cuerpo que yacía sobre las rocas, pero no solo eso, en cuanto lo lograse tendría que darse prisa y hacerse con el amuleto, antes de que el jinete llegase hasta ella.
Un vistazo al cielo le permitió darse cuenta de que ya no era de día, el cielo se mostraba despejado y lleno de estrellas, pero la noche había caído sobre isla lunar, tan pronto que resultaba increíble. Solo habían pasado unos instantes desde que la bruja llegase al altar, bajo el encapotado cielo y la fuerte lluvia, pero todo había cambiado rápidamente. Una estrella en particular destacaba en el firmamento, pero en cuanto la figura del centinela apareció en escena, toda la atención de la maga se centró en él. - ¡Tarivius! - exclamó, contenta por volver a verlo y tenerlo allí, aunque su tono pronto se tornó de disculpa. - Lo siento, debí hacerte caso. Ayúdame a enmendar mi error. - pidió, sin olvidar que por su culpa una nueva sombra andaba suelta.
Sin embargo, el anciano no parecía enfadado, solo algo triste. Tarivius la felicitó, dirigiéndose a ella por una palabra que no conocía, mientras su expresión cambiaba para ofrecer una sonrisa. Justo después le dio la bienvenida al plano de los centinelas, asegurándole que no tenía nada que temer allí, ya que era una de ellos. ¿Centinela? ¿De verdad se había convertido en eso tras los retos que le había encomendado? No se lo esperaba, pero tampoco le desagradaba la idea, sobre todo sabiendo que se dedicaban a proteger Aerandir de males como el que la atormentaba a ella desde hacía años.
Los fragmentos de Kinvar se habían unido para crear el medallón solar, uno de los cuatro artefactos de los centinelas, pero ella aún no podía usarlo, ni siquiera había conseguido levantarlo del altar. El anciano la guió hasta el jinete para darle más detalles del peligro que los Tarmúnil suponían, pero estar tan cerca de aquel ser solo conseguía poner nerviosa a la hechicera, que sintió como un escalofrío le recorría la espalda, al pensar que en cualquier momento podría volver a moverse e intentaría acabar con ella. Para derrotarlos definitivamente, Elen necesitaría la ayuda de sus nuevos “hermanos”, pero a juzgar por las palabras del mago no sería fácil reunirlos.
Tarivius se dispuso a mostrárselos, abriendo un portal para llevarla a otro lugar, pero la benjamina de los Calhoun no pudo evitar echar una mirada atrás, hacia la figura de sí misma que yacía en el suelo, vulnerable. Confiaba en él, y si decía que no debía temer nada sería así, pero le costaba un poco abandonarse a sí misma en aquella situación tan delicada. Tras vacilar durante unos segundos, la de ojos verdes dejó escapar un suspiro y siguió al anciano, que la trasladó hasta algún punto de la gran estepa que separaba los reinos del norte del resto de zonas. Allí también era de noche, y al igual que en el altar, la escena que tenía ante sí parecía estar congelada, pero ésta era mucho más impactante.
De un lado tres jinetes, y del otro un numeroso grupo de no muertos, que se lanzaban contra las sombras y a punto estaban de vencerlas. Mientras caminaba junto al mago, éste comenzó a explicarle que había cuatro centinelas en todo Aerandir, uno por cada punto cardinal, pero que no todos eran nobles, algunos usaban su poder para fines propios. Ambos siguieron avanzando por entre los inmóviles no muertos, hasta que el hechicero se detuvo junto a la figura de una imponente mujer, que a todas luces debía estar detrás de aquel ejército que se abalanzaba sobre los jinetes, ya que surgían de su alrededor.
La dama pertenecía sin duda a la misma raza que ellos, y su magia se hacía evidente en forma de luz violeta, que emanaba de sus manos y también se podía apreciar en sus ojos. Parecía el tipo de persona a la que uno no querría tener de enemiga, pues no solo era poderosa, sino también muy peligrosa. A continuación, Tarivius comenzó a contarle algunas cosas acerca de aquella mujer, su carácter, habilidades, el tiempo que llevaba ostentando la corona astada que la convertía en centinela del norte, pero también había bastantes aspectos negativos en ella, que no ocultó. Terpoli, al parecer aquella maga podía haber tenido algo que ver con la masacre de la pequeña villa, cosa que sorprendió mucho a Elen, pues si los centinelas eran protectores no comprendía que uno de ellos causase tal desgracia.
Tras revelar que residía en la isla volcánica, el anciano pasó a contarle que habían peleado juntos en un par de ocasiones, y que como aliada era realmente valiosa, pero que normalmente no le importaba lo que ocurría y solo aceptaba si sacaba algo a cambio. Aun así advirtió a la joven que nunca le dedicase un mal gesto ni le llevase la contraria, ni siquiera a pesar de las atrocidades que hiciese, pues era la más efectiva de los centinelas, y en aquella escena que le mostraba, había conseguido desterrar a tres de los jinetes ella sola. Aquello hizo que la de cabellos cenicientos la mirase con cierta admiración, y que muy en el fondo, se preguntase si en algún momento llegaría a ser tan buena como ella, o al menos a acercársele.
Antes de que otro portal volviese a abrirse para llevarla ante Melena Blanca o Vladimir Kozlov, que debían ser los otros dos centinelas restantes, la bruja observó con interés a Tarivius, y formuló las dudas que rondaban su cabeza. - Ahora soy una de los vuestros, ¿qué se espera de mí? ¿llegaré a ser capaz de desterrar a los jinetes como ella? - preguntó, sabiendo que quizá quería abarcar muchas cosas al mismo tiempo, pero necesitaba respuestas. - ¿Cuál fue el origen de la maldición? Y quizá la pregunta que debería preocuparme más ahora mismo, ¿cómo debo utilizar el medallón contra ellos? En cuanto regrese me atacará y debo saber qué hacer. - prosiguió, para luego guardar silencio y dejar el resto de dudas secundarias, ya tendría ocasión de resolverlas mientras Tarivius le mostraba al resto de centinelas.
Tras unos instantes, la hechicera comprobó para su desgracia que no había sido así, el jinete seguía sobre su caballo y había conseguido romper la barrera de Tarivius, pero había algo raro, no se movía. La sombra mantenía una postura de ataque, con la afilada hoja alzada en el aire y dirigiéndose hacia el lugar en que hasta hacía unos instantes había estado la bruja… espera… ¿por qué seguía allí tirada? Elen frunció el ceño confundida al verse a sí misma en el suelo, también inmóvil como el jinete. - ¿Qué está pasando? - preguntó sin apenas elevar la voz, con cierta preocupación. Parecía que de pronto se había convertido en una mera espectadora de la escena, viéndolo todo desde una posición central en la que no debía encontrarse.
Entre ambas figuras, el altar había vuelto a la normalidad, pero ya no descansaban sobre el los tres fragmentos, sino un medallón dorado con extraños grabados. Lentamente, y algo confundida por lo que estaba pasando a su alrededor, la de cabellos cenicientos se acercó al amuleto y lo recorrió con los dedos, permitiéndose esbozar una leve sonrisa nerviosa, lo había conseguido. Por fin tenía a su alcance algo que la protegería de los efectos de su maldición, pero extrañamente, cuanto intentó tomar el medallón no consiguió despegarlo de la piedra, no podía llevárselo. Quizá era aquella extraña situación la que no le permitía cogerlo, tendría que hallar el modo de regresar al cuerpo que yacía sobre las rocas, pero no solo eso, en cuanto lo lograse tendría que darse prisa y hacerse con el amuleto, antes de que el jinete llegase hasta ella.
Un vistazo al cielo le permitió darse cuenta de que ya no era de día, el cielo se mostraba despejado y lleno de estrellas, pero la noche había caído sobre isla lunar, tan pronto que resultaba increíble. Solo habían pasado unos instantes desde que la bruja llegase al altar, bajo el encapotado cielo y la fuerte lluvia, pero todo había cambiado rápidamente. Una estrella en particular destacaba en el firmamento, pero en cuanto la figura del centinela apareció en escena, toda la atención de la maga se centró en él. - ¡Tarivius! - exclamó, contenta por volver a verlo y tenerlo allí, aunque su tono pronto se tornó de disculpa. - Lo siento, debí hacerte caso. Ayúdame a enmendar mi error. - pidió, sin olvidar que por su culpa una nueva sombra andaba suelta.
Sin embargo, el anciano no parecía enfadado, solo algo triste. Tarivius la felicitó, dirigiéndose a ella por una palabra que no conocía, mientras su expresión cambiaba para ofrecer una sonrisa. Justo después le dio la bienvenida al plano de los centinelas, asegurándole que no tenía nada que temer allí, ya que era una de ellos. ¿Centinela? ¿De verdad se había convertido en eso tras los retos que le había encomendado? No se lo esperaba, pero tampoco le desagradaba la idea, sobre todo sabiendo que se dedicaban a proteger Aerandir de males como el que la atormentaba a ella desde hacía años.
Los fragmentos de Kinvar se habían unido para crear el medallón solar, uno de los cuatro artefactos de los centinelas, pero ella aún no podía usarlo, ni siquiera había conseguido levantarlo del altar. El anciano la guió hasta el jinete para darle más detalles del peligro que los Tarmúnil suponían, pero estar tan cerca de aquel ser solo conseguía poner nerviosa a la hechicera, que sintió como un escalofrío le recorría la espalda, al pensar que en cualquier momento podría volver a moverse e intentaría acabar con ella. Para derrotarlos definitivamente, Elen necesitaría la ayuda de sus nuevos “hermanos”, pero a juzgar por las palabras del mago no sería fácil reunirlos.
Tarivius se dispuso a mostrárselos, abriendo un portal para llevarla a otro lugar, pero la benjamina de los Calhoun no pudo evitar echar una mirada atrás, hacia la figura de sí misma que yacía en el suelo, vulnerable. Confiaba en él, y si decía que no debía temer nada sería así, pero le costaba un poco abandonarse a sí misma en aquella situación tan delicada. Tras vacilar durante unos segundos, la de ojos verdes dejó escapar un suspiro y siguió al anciano, que la trasladó hasta algún punto de la gran estepa que separaba los reinos del norte del resto de zonas. Allí también era de noche, y al igual que en el altar, la escena que tenía ante sí parecía estar congelada, pero ésta era mucho más impactante.
De un lado tres jinetes, y del otro un numeroso grupo de no muertos, que se lanzaban contra las sombras y a punto estaban de vencerlas. Mientras caminaba junto al mago, éste comenzó a explicarle que había cuatro centinelas en todo Aerandir, uno por cada punto cardinal, pero que no todos eran nobles, algunos usaban su poder para fines propios. Ambos siguieron avanzando por entre los inmóviles no muertos, hasta que el hechicero se detuvo junto a la figura de una imponente mujer, que a todas luces debía estar detrás de aquel ejército que se abalanzaba sobre los jinetes, ya que surgían de su alrededor.
La dama pertenecía sin duda a la misma raza que ellos, y su magia se hacía evidente en forma de luz violeta, que emanaba de sus manos y también se podía apreciar en sus ojos. Parecía el tipo de persona a la que uno no querría tener de enemiga, pues no solo era poderosa, sino también muy peligrosa. A continuación, Tarivius comenzó a contarle algunas cosas acerca de aquella mujer, su carácter, habilidades, el tiempo que llevaba ostentando la corona astada que la convertía en centinela del norte, pero también había bastantes aspectos negativos en ella, que no ocultó. Terpoli, al parecer aquella maga podía haber tenido algo que ver con la masacre de la pequeña villa, cosa que sorprendió mucho a Elen, pues si los centinelas eran protectores no comprendía que uno de ellos causase tal desgracia.
Tras revelar que residía en la isla volcánica, el anciano pasó a contarle que habían peleado juntos en un par de ocasiones, y que como aliada era realmente valiosa, pero que normalmente no le importaba lo que ocurría y solo aceptaba si sacaba algo a cambio. Aun así advirtió a la joven que nunca le dedicase un mal gesto ni le llevase la contraria, ni siquiera a pesar de las atrocidades que hiciese, pues era la más efectiva de los centinelas, y en aquella escena que le mostraba, había conseguido desterrar a tres de los jinetes ella sola. Aquello hizo que la de cabellos cenicientos la mirase con cierta admiración, y que muy en el fondo, se preguntase si en algún momento llegaría a ser tan buena como ella, o al menos a acercársele.
Antes de que otro portal volviese a abrirse para llevarla ante Melena Blanca o Vladimir Kozlov, que debían ser los otros dos centinelas restantes, la bruja observó con interés a Tarivius, y formuló las dudas que rondaban su cabeza. - Ahora soy una de los vuestros, ¿qué se espera de mí? ¿llegaré a ser capaz de desterrar a los jinetes como ella? - preguntó, sabiendo que quizá quería abarcar muchas cosas al mismo tiempo, pero necesitaba respuestas. - ¿Cuál fue el origen de la maldición? Y quizá la pregunta que debería preocuparme más ahora mismo, ¿cómo debo utilizar el medallón contra ellos? En cuanto regrese me atacará y debo saber qué hacer. - prosiguió, para luego guardar silencio y dejar el resto de dudas secundarias, ya tendría ocasión de resolverlas mientras Tarivius le mostraba al resto de centinelas.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La joven Calhoun parecía sorprendida con todo cuanto Tarivius le explicaba. No le daba la sensación de creer todo cuanto estaba observando. No era para menos. Aquello podía ser difícil de asimilar para alguien que, hasta el momento, había sido absolutamente intrascendente en la historia. Las preguntas de la bruja, las habituales de cualquier novato, harían reír al hechicero.
-Desterrar jinetes es cuestión de experiencia. Es difícil que llegues a ser tan poderosa como Amaterasu. – dijo con una sonrisa, dando vueltas alrededor de la figura congelada de la mujer. – Ellos por sí mismos ya son excepcionales guerreros. No necesitan mucho más apoyo bélico. Me interesa más que consigas que luchen juntos a que seas capaz de desterrarlos. Mi fracaso sería tu gran éxito. Por eso te he cedido mi lugar. – Y, tras decir esto por sorpresa, se tomó una pausa reflexiva, mirando al suelo, y volvió a mirar a Elen. – Pero recuerda que los jinetes no son vuestro único rival. Debes proteger Aerandir de todo aquello que lo amenace.
Tarivius abrió otro portal en la estepa, alejado de la violenta y congelada escena y comenzaría a caminar hacia él. Mientras Elen continuaba haciéndole más preguntas con inquietud. Esta vez acerca de la maldición y sobre cómo debía utilizar el medallón para derrotarlos. Sería esta última cuestión a la que comenzaría respondiendo, caminando delante de la joven, rumbo al portal.
-Por lo general, los jinetes son inmunes a los ataques de cualquier mortal. Cuando poseas el medallón, el jinete será vulnerable a tus ataques. Deberás enfrentarte a él y derrotarlo en un combate de igual a igual. – dijo en tono serio. Para que la joven fuese consciente de lo que se enfrentaba. – Cuando esté debilitado, podrás acercarte a él, y el medallón creará un portal que lo desterrará del plano de tu mundo. – continuó diciendo. – Pero eso no lo matará. Podrá volver cuando en cualquier momento. Para destruirlo definitivamente, tendrás que acceder a su mundo, donde te esperan el resto de sus hermanos. Ahí radica la dificultad principal, y la necesidad de contar con la ayuda del resto de centinelas. - insistió el anciano.
Se acercó al portal, y se detuvo antes de entrar en él, para girarse a la bruja, en un tono serio e imperativo. Ahora contestaría al origen de la maldición.
-Los Tarmúnil fueron una familia de elfos que habitó hace más de mil años en isla lunar, mucho antes de la llegada de los brujos a las islas. – Comenzó diciendo. – Realizaban ritos oscuros y una magia peligrosa. Buscando siempre obtener la inmortalidad para la familia. Estuvieron cerca de destruir Aerandir. Pero los primeros centinelas llegaron de otro plano para destruirlos. Pese a que ya habían logrado la inmortalidad en lo que sería una maldición, los centinelas dividieron sus almas en cuatro objetos mágicos, que a su vez se dividirían en más fragmentos para dispersarlos aún más y dificultar su unión. – Ahora, su voz se tornó todavía más seria. - Ten cuidado, Elen. Al igual que el resto de reliquias de los centinelas, el medallón solar es un objeto maligno. Los jinetes tratarán de destruiros para obtenerlos. Además, el alma de algunos de estos, cuanto más tiempo lo poseas, te afectará a tu fortaleza mental. Te volverás malvada, y comenzarás a actuar con injusticia. Fíjate en Amaterasu. – continuó diciendo, echando una última mirada a la centinela desde la lejanía. – Espero que cuentes con buenos familiares y amigos que te lleven por el buen camino cuando esto suceda.
Y, tras advertir a la joven bruja de los males a los que se enfrentaría a partir de ahora, avanzó hacia dentro del portal definitivamente y entró en el mismo.
El nuevo escenario era bastante más verde que el anterior. Parecía un bosque, probablemente alguna zona del bosque de Sandorái en su parte más Norte, casi dando ya con los dominios de los licántropos de Ulmer. Allí, había una unión de dos razas claramente diferenciadas, era una imagen mucho menos violenta y más fraternal. Por un lado, una serie de arqueros élficos y por otro, una curiosa raza de hombres bestia muy altos con aspecto de león, de mucho mayor tamaño y sobrepasaba los 2 metros de altura. En el centro, destacaba la imagen fraternal del más fuerte de estos hombres bestia, armado con un hacha gigante, pero haciendo un afectuoso gesto con una elfa que parecía ser la líder del clan.
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-Melena Blanca. – dijo con los brazos abiertos, ante las nuevas figuras congeladas. Pero dirigiéndose al hombre bestia, que parecía ser el Centinela. – Si tuviera que dejar mi vida en uno de los tres, sería en las de él. Leal, noble, y un gran guerrero. – respiró profundamente. – Esta escena ocurrió hace diez años, y fue el momento en el que obtuvo la Sábana Albina del clan Lóviliel. Aquellos elfos no sabían que portaban una de las reliquias de los jinetes.
La criatura, que era tuera de un ojo, era una auténtica mole al lado de Elen y Tarivius, debía de ser alguien poderoso para enfrentarse a los centinelas en combate cuerpo a cuerpo.
–Junto con su clan, como centinela del Este protege los bosques de Ulmer y Sandorái de cualquier peligro. – comenzó diciéndole el anciano – Tiene una gran relación con los clanes élficos. Pero se niega a cooperar con Amaterasu o Vladimir, a los que considera villanos. Es muy testarudo y yo he sido incapaz de llegar a un acuerdo. – Terminó diciendo.
-Desterrar jinetes es cuestión de experiencia. Es difícil que llegues a ser tan poderosa como Amaterasu. – dijo con una sonrisa, dando vueltas alrededor de la figura congelada de la mujer. – Ellos por sí mismos ya son excepcionales guerreros. No necesitan mucho más apoyo bélico. Me interesa más que consigas que luchen juntos a que seas capaz de desterrarlos. Mi fracaso sería tu gran éxito. Por eso te he cedido mi lugar. – Y, tras decir esto por sorpresa, se tomó una pausa reflexiva, mirando al suelo, y volvió a mirar a Elen. – Pero recuerda que los jinetes no son vuestro único rival. Debes proteger Aerandir de todo aquello que lo amenace.
Tarivius abrió otro portal en la estepa, alejado de la violenta y congelada escena y comenzaría a caminar hacia él. Mientras Elen continuaba haciéndole más preguntas con inquietud. Esta vez acerca de la maldición y sobre cómo debía utilizar el medallón para derrotarlos. Sería esta última cuestión a la que comenzaría respondiendo, caminando delante de la joven, rumbo al portal.
-Por lo general, los jinetes son inmunes a los ataques de cualquier mortal. Cuando poseas el medallón, el jinete será vulnerable a tus ataques. Deberás enfrentarte a él y derrotarlo en un combate de igual a igual. – dijo en tono serio. Para que la joven fuese consciente de lo que se enfrentaba. – Cuando esté debilitado, podrás acercarte a él, y el medallón creará un portal que lo desterrará del plano de tu mundo. – continuó diciendo. – Pero eso no lo matará. Podrá volver cuando en cualquier momento. Para destruirlo definitivamente, tendrás que acceder a su mundo, donde te esperan el resto de sus hermanos. Ahí radica la dificultad principal, y la necesidad de contar con la ayuda del resto de centinelas. - insistió el anciano.
Se acercó al portal, y se detuvo antes de entrar en él, para girarse a la bruja, en un tono serio e imperativo. Ahora contestaría al origen de la maldición.
-Los Tarmúnil fueron una familia de elfos que habitó hace más de mil años en isla lunar, mucho antes de la llegada de los brujos a las islas. – Comenzó diciendo. – Realizaban ritos oscuros y una magia peligrosa. Buscando siempre obtener la inmortalidad para la familia. Estuvieron cerca de destruir Aerandir. Pero los primeros centinelas llegaron de otro plano para destruirlos. Pese a que ya habían logrado la inmortalidad en lo que sería una maldición, los centinelas dividieron sus almas en cuatro objetos mágicos, que a su vez se dividirían en más fragmentos para dispersarlos aún más y dificultar su unión. – Ahora, su voz se tornó todavía más seria. - Ten cuidado, Elen. Al igual que el resto de reliquias de los centinelas, el medallón solar es un objeto maligno. Los jinetes tratarán de destruiros para obtenerlos. Además, el alma de algunos de estos, cuanto más tiempo lo poseas, te afectará a tu fortaleza mental. Te volverás malvada, y comenzarás a actuar con injusticia. Fíjate en Amaterasu. – continuó diciendo, echando una última mirada a la centinela desde la lejanía. – Espero que cuentes con buenos familiares y amigos que te lleven por el buen camino cuando esto suceda.
Y, tras advertir a la joven bruja de los males a los que se enfrentaría a partir de ahora, avanzó hacia dentro del portal definitivamente y entró en el mismo.
El nuevo escenario era bastante más verde que el anterior. Parecía un bosque, probablemente alguna zona del bosque de Sandorái en su parte más Norte, casi dando ya con los dominios de los licántropos de Ulmer. Allí, había una unión de dos razas claramente diferenciadas, era una imagen mucho menos violenta y más fraternal. Por un lado, una serie de arqueros élficos y por otro, una curiosa raza de hombres bestia muy altos con aspecto de león, de mucho mayor tamaño y sobrepasaba los 2 metros de altura. En el centro, destacaba la imagen fraternal del más fuerte de estos hombres bestia, armado con un hacha gigante, pero haciendo un afectuoso gesto con una elfa que parecía ser la líder del clan.
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-Melena Blanca. – dijo con los brazos abiertos, ante las nuevas figuras congeladas. Pero dirigiéndose al hombre bestia, que parecía ser el Centinela. – Si tuviera que dejar mi vida en uno de los tres, sería en las de él. Leal, noble, y un gran guerrero. – respiró profundamente. – Esta escena ocurrió hace diez años, y fue el momento en el que obtuvo la Sábana Albina del clan Lóviliel. Aquellos elfos no sabían que portaban una de las reliquias de los jinetes.
La criatura, que era tuera de un ojo, era una auténtica mole al lado de Elen y Tarivius, debía de ser alguien poderoso para enfrentarse a los centinelas en combate cuerpo a cuerpo.
–Junto con su clan, como centinela del Este protege los bosques de Ulmer y Sandorái de cualquier peligro. – comenzó diciéndole el anciano – Tiene una gran relación con los clanes élficos. Pero se niega a cooperar con Amaterasu o Vladimir, a los que considera villanos. Es muy testarudo y yo he sido incapaz de llegar a un acuerdo. – Terminó diciendo.
- Melena Blanca con la Sábana Albina:
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Un poco como antes, Elen, continúa planteando tus inquietudes antes de conocer al último y definitivo centinela.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
El anciano no pudo evitar reír ante las preguntas de la hechicera, pero poco tardó en empezar a darles respuesta. Experiencia, eso era lo que debía conseguir para hacer frente a los jinetes y desterrarlos de su plano, así que tendría que entrenar duramente sus habilidades tanto físicas como mágicas, para hacerse más fuerte. Sin embargo su preparación no se limitaría solo a eso, también tenía que familiarizarse más con las sombras en combate, así que al menos durante un tiempo, centraría sus esfuerzos a eliminar demonios menores, aquellos que llegaban a las tierras de Aerandir poseyendo cuerpos de inocentes.
En cuanto se considerase lo suficientemente preparada para afrontar la complicada misión que la aguardaba, Elen iría en busca del resto de centinelas, esperando poder convencerlos para que trabajasen juntos contra el mal que los Tarmúnil suponían. Por desgracia aquella tarea no resultaría sencilla, el brujo ya le había hablado del carácter de Amaterasu y su interés, así que si quería que la poderosa maga luchase a su lado tendría que buscar algo que ofrecerle a cambio. ¿Qué podía querer? Esa era la pregunta que debía plantearse, pero de momento no daría muchas vueltas a aquel tema, aún faltaba bastante para que viajase a isla volcánica para tratar con la mujer, y quedaban dos centinelas por presentar.
Tarivius continuó hablando, revelando a la tensai que lo que se esperaba de ella era que fuese capaz de reunir al resto de sus hermanos para que luchasen juntos, cosa que al parecer él no había podido lograr, y ese era el motivo de que le cediese su puesto como protector del sur. La de ojos verdes los miró sorprendida al escuchar sus palabras, ¿cómo iba a conseguir ella algo que el anciano no había podido? Puede que no hubiese visto al centinela en acción, más allá de su enfrentamiento con Ravnik en la llanura nevada, pero sin duda era más poderoso que ella, y mucho más sabio, si él no había podido reunir a los demás ella tendría muchas menos posibilidades de hacerlo.
Sin perder tiempo, el brujo le recordó que los jinetes no eran el único enemigo a derrotar, ahora que formaba parte de aquel pequeño grupo de guerreros excepcionales, su deber sería proteger Aerandir de todo mal. La joven asintió levemente con la cabeza en respuesta, entendía perfectamente que no podía ignorar el resto de problemas, pero siempre tendría a los Tarmúnil muy presentes. Un nuevo portal apareció en medio de la escena, y mientras ambos se dirigían a este para cruzar al siguiente lugar, el anciano procedió a explicarle cómo utilizar el medallón solar que aún descansaba sobre el altar de piedra.
Aquel amuleto no le aseguraba la victoria, solo conseguiría equilibrar las cosas de cara al combate, haciendo que la sombra fuese vulnerable a sus ataques. Aquello la hizo traer a la mente la última imagen que tenía de isla lunar, el jinete partiría de una posición claramente ventajosa en cuanto todo volviese a la normalidad, aún seguía sobre su caballo y blandía su espada contra ella, mientras la de cabellos cenicientos se encontraba en el suelo, sin el medallón y desarmada. La situación la obligaría a actuar con rapidez si quería tener alguna oportunidad de vencer a su atacante, y para ello debía hacerse cuanto antes con el amuleto, así que haría uso de su telequinesis para atraerlo hacia sí, del mismo modo recuperaría su espada helada.
Por desgracia ni siquiera teniendo el medallón podría destruir al jinete, solo conseguiría desterrarlo a través de un portal si lograba debilitarlo lo suficiente, pero la criatura podría volver en cualquier momento, así que le tocaría vivir con la culpa de haber soltado a otro de aquellos seres. Mientras se recriminaba interiormente por su estupidez, el anciano le reveló la única manera que existía de acabar definitivamente con los Tarmúnil, y entonces la joven entendió la importancia que tenía el reunir a los demás centinelas, pues si estaba dispuesta a entrar en el territorio de los jinetes, cruzando al plano en que estaban desterrados, tendría que hacerlo con la mayor cantidad de ayuda posible.
También le narró algo acerca del origen de la maldición, explicándole como aquella familia de elfos había conseguido la inmortalidad a través de ella, y como los primeros centinelas llegaron para acabar con ellos. Los fragmentos de Kinvar que había recogido encerraban partes de las almas de aquellos jinetes, y por tanto convertía el medallón en un objeto poderoso sí, pero maligno. Las sombras harían cuanto pudiesen por matarla tanto a ella como al resto de sus hermanos, para quedarse con su amuleto, la corona astada de Amaterasu y lo que tuviesen Melena Blanca y Vladimir, así que debía estar muy segura de sus posibilidades antes de entrar en el plano de los Tarmúnil, o les estaría ofreciendo en bandeja aquello que ansiaban.
Además de eso, la tensai debía tener cuidado con la oscura influencia que el medallón tendría sobre ella, Tarivius aseguraba que cuanto más tiempo estuviese en su poder más le afectaría, volviéndola malvada, como le había ocurrido a Amaterasu. Veinte años, ese era el tiempo que el anciano había mencionado al presentarle a la hechicera, ¿habría sido distinta cuando comenzó a portar la corona? Probablemente sí, y eso la hizo temer por sí misma, por en lo que podía llegar a convertirse, a pesar de haber estado en contacto con las sombras desde hacía ya más de tres años. - Quizá no me afecte tanto. - pensó, pero tenía que ser realista, si aquella poderosa bruja había sucumbido ante la oscura carga que llevaba consigo, lo más probable es que ella también lo hiciese tarde o temprano.
Sin querer añadir nada de momento, la de ojos verdes entró al portal detrás de Tarivius, para verse en cuestión de segundos en un lugar totalmente diferente al que acababa de abandonar. Se encontraban en el bosque, y no había allí escena de lucha sino de respeto y fraternidad, entre un enorme hombre bestia león y una elfa. Ambos venían acompañados por sus iguales, pero no había conflicto entre ellos, sino más bien cooperación. El gran león era Melena Blanca, y a juzgar por las palabras de Tarivius, debía ser el centinela en que más confianza depositaba, ya que de elegir, estaba dispuesto a dejar su vida en las manos del hombre bestia.
A diferencia de Amaterasu, Melena Blanca poseía cualidades realmente buenas, pero quizá eso tuviese relación con el tiempo que llevaba portando la sábana albina, solo diez años, la mitad de lo que había portado ella su corona astada. Observándolo con interés, la bruja siguió escuchando al anciano, mientras éste le revelaba que el león protegía los bosques de Ulmer y Sandorai, de ahí que tuviese tan buena relación con los elfos de la escena. Sin embargo, su carácter testarudo sería un problema, ya que se negaba a colaborar con Amaterasu y Vladimir, a los cuales consideraba villanos. ¿Cómo iba a convencerlos entonces para que trabajasen juntos? Cada vez parecía un reto más difícil. Ni siquiera Tarivius había logrado llegar a un acuerdo con él, y seguramente a él lo conocían desde hacía mucho, ¿qué iban a decirle a una novata como ella?
- Cada vez veo más clara la dificultad de todo esto, y no sé si estaré a la altura de ocupar tu lugar, pero haré cuanto pueda por reunirlos, aunque aún no sé muy bien cómo. - musitó, antes de volver a sus preguntas. - Según lo que has dicho parece un aliado más cercano a lo que busco, ¿se debe eso a que lleva menos tiempo portando la sábana? ¿También se volverá malvado con el paso de los años? - preguntó, para a raíz de la respuesta del hechicero, hacerse una idea del tiempo que ella misma tendría antes de cambiar. Elen guardó una pausa de apenas unos segundos, para luego formular otra de sus dudas en voz alta. - Los jinetes llegaron a mí a través de un objeto que se encontraba en las calles de Lunargenta, ¿cómo pueden dejar esas trampas en nuestro plano? ¿Puede haber muchas más personas malditas? - continuó, recordando levemente aquella noche en el callejón, en que no solo ella había salido mal parada, sino también el extraño con que se había peleado por culpa del alucinógeno que emanaba de la bolsa de aeros.
En cuanto se considerase lo suficientemente preparada para afrontar la complicada misión que la aguardaba, Elen iría en busca del resto de centinelas, esperando poder convencerlos para que trabajasen juntos contra el mal que los Tarmúnil suponían. Por desgracia aquella tarea no resultaría sencilla, el brujo ya le había hablado del carácter de Amaterasu y su interés, así que si quería que la poderosa maga luchase a su lado tendría que buscar algo que ofrecerle a cambio. ¿Qué podía querer? Esa era la pregunta que debía plantearse, pero de momento no daría muchas vueltas a aquel tema, aún faltaba bastante para que viajase a isla volcánica para tratar con la mujer, y quedaban dos centinelas por presentar.
Tarivius continuó hablando, revelando a la tensai que lo que se esperaba de ella era que fuese capaz de reunir al resto de sus hermanos para que luchasen juntos, cosa que al parecer él no había podido lograr, y ese era el motivo de que le cediese su puesto como protector del sur. La de ojos verdes los miró sorprendida al escuchar sus palabras, ¿cómo iba a conseguir ella algo que el anciano no había podido? Puede que no hubiese visto al centinela en acción, más allá de su enfrentamiento con Ravnik en la llanura nevada, pero sin duda era más poderoso que ella, y mucho más sabio, si él no había podido reunir a los demás ella tendría muchas menos posibilidades de hacerlo.
Sin perder tiempo, el brujo le recordó que los jinetes no eran el único enemigo a derrotar, ahora que formaba parte de aquel pequeño grupo de guerreros excepcionales, su deber sería proteger Aerandir de todo mal. La joven asintió levemente con la cabeza en respuesta, entendía perfectamente que no podía ignorar el resto de problemas, pero siempre tendría a los Tarmúnil muy presentes. Un nuevo portal apareció en medio de la escena, y mientras ambos se dirigían a este para cruzar al siguiente lugar, el anciano procedió a explicarle cómo utilizar el medallón solar que aún descansaba sobre el altar de piedra.
Aquel amuleto no le aseguraba la victoria, solo conseguiría equilibrar las cosas de cara al combate, haciendo que la sombra fuese vulnerable a sus ataques. Aquello la hizo traer a la mente la última imagen que tenía de isla lunar, el jinete partiría de una posición claramente ventajosa en cuanto todo volviese a la normalidad, aún seguía sobre su caballo y blandía su espada contra ella, mientras la de cabellos cenicientos se encontraba en el suelo, sin el medallón y desarmada. La situación la obligaría a actuar con rapidez si quería tener alguna oportunidad de vencer a su atacante, y para ello debía hacerse cuanto antes con el amuleto, así que haría uso de su telequinesis para atraerlo hacia sí, del mismo modo recuperaría su espada helada.
Por desgracia ni siquiera teniendo el medallón podría destruir al jinete, solo conseguiría desterrarlo a través de un portal si lograba debilitarlo lo suficiente, pero la criatura podría volver en cualquier momento, así que le tocaría vivir con la culpa de haber soltado a otro de aquellos seres. Mientras se recriminaba interiormente por su estupidez, el anciano le reveló la única manera que existía de acabar definitivamente con los Tarmúnil, y entonces la joven entendió la importancia que tenía el reunir a los demás centinelas, pues si estaba dispuesta a entrar en el territorio de los jinetes, cruzando al plano en que estaban desterrados, tendría que hacerlo con la mayor cantidad de ayuda posible.
También le narró algo acerca del origen de la maldición, explicándole como aquella familia de elfos había conseguido la inmortalidad a través de ella, y como los primeros centinelas llegaron para acabar con ellos. Los fragmentos de Kinvar que había recogido encerraban partes de las almas de aquellos jinetes, y por tanto convertía el medallón en un objeto poderoso sí, pero maligno. Las sombras harían cuanto pudiesen por matarla tanto a ella como al resto de sus hermanos, para quedarse con su amuleto, la corona astada de Amaterasu y lo que tuviesen Melena Blanca y Vladimir, así que debía estar muy segura de sus posibilidades antes de entrar en el plano de los Tarmúnil, o les estaría ofreciendo en bandeja aquello que ansiaban.
Además de eso, la tensai debía tener cuidado con la oscura influencia que el medallón tendría sobre ella, Tarivius aseguraba que cuanto más tiempo estuviese en su poder más le afectaría, volviéndola malvada, como le había ocurrido a Amaterasu. Veinte años, ese era el tiempo que el anciano había mencionado al presentarle a la hechicera, ¿habría sido distinta cuando comenzó a portar la corona? Probablemente sí, y eso la hizo temer por sí misma, por en lo que podía llegar a convertirse, a pesar de haber estado en contacto con las sombras desde hacía ya más de tres años. - Quizá no me afecte tanto. - pensó, pero tenía que ser realista, si aquella poderosa bruja había sucumbido ante la oscura carga que llevaba consigo, lo más probable es que ella también lo hiciese tarde o temprano.
Sin querer añadir nada de momento, la de ojos verdes entró al portal detrás de Tarivius, para verse en cuestión de segundos en un lugar totalmente diferente al que acababa de abandonar. Se encontraban en el bosque, y no había allí escena de lucha sino de respeto y fraternidad, entre un enorme hombre bestia león y una elfa. Ambos venían acompañados por sus iguales, pero no había conflicto entre ellos, sino más bien cooperación. El gran león era Melena Blanca, y a juzgar por las palabras de Tarivius, debía ser el centinela en que más confianza depositaba, ya que de elegir, estaba dispuesto a dejar su vida en las manos del hombre bestia.
A diferencia de Amaterasu, Melena Blanca poseía cualidades realmente buenas, pero quizá eso tuviese relación con el tiempo que llevaba portando la sábana albina, solo diez años, la mitad de lo que había portado ella su corona astada. Observándolo con interés, la bruja siguió escuchando al anciano, mientras éste le revelaba que el león protegía los bosques de Ulmer y Sandorai, de ahí que tuviese tan buena relación con los elfos de la escena. Sin embargo, su carácter testarudo sería un problema, ya que se negaba a colaborar con Amaterasu y Vladimir, a los cuales consideraba villanos. ¿Cómo iba a convencerlos entonces para que trabajasen juntos? Cada vez parecía un reto más difícil. Ni siquiera Tarivius había logrado llegar a un acuerdo con él, y seguramente a él lo conocían desde hacía mucho, ¿qué iban a decirle a una novata como ella?
- Cada vez veo más clara la dificultad de todo esto, y no sé si estaré a la altura de ocupar tu lugar, pero haré cuanto pueda por reunirlos, aunque aún no sé muy bien cómo. - musitó, antes de volver a sus preguntas. - Según lo que has dicho parece un aliado más cercano a lo que busco, ¿se debe eso a que lleva menos tiempo portando la sábana? ¿También se volverá malvado con el paso de los años? - preguntó, para a raíz de la respuesta del hechicero, hacerse una idea del tiempo que ella misma tendría antes de cambiar. Elen guardó una pausa de apenas unos segundos, para luego formular otra de sus dudas en voz alta. - Los jinetes llegaron a mí a través de un objeto que se encontraba en las calles de Lunargenta, ¿cómo pueden dejar esas trampas en nuestro plano? ¿Puede haber muchas más personas malditas? - continuó, recordando levemente aquella noche en el callejón, en que no solo ella había salido mal parada, sino también el extraño con que se había peleado por culpa del alucinógeno que emanaba de la bolsa de aeros.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Elen cada vez veía más complicada la misión de reunir a los centinelas y de enfrentarse a los jinetes. El asunto de la corrupción es algo que parecía especialmente preocupar a la joven peliblanca, que temía convertirse en alguien tan peligroso como Amaterasu. Sin embargo, veía en la bondad y nobleza del hombre bestia un atisbo para evitar esta corrupción, algo que Tarivius trataría de quitarle de la cabeza.
-La sábana albina es, quizás, el objeto menos maligno de los cuatro. – dijo. – y Melena Blanca es el centinela al que menos demonios se ha enfrentado. Ahora que no estaré yo le tocará enfrentarse a alguno más. – y rió, mirando con admiración al enorme hombre león. – Así que sí, podría corromperse también. Tu amuleto solar es el que más almas oscuras contiene, así que el proceso de corrupción puede ir más rápido en ti.
La pregunta de las trampas que dejaban los jinetes preocupaba más a Tarivius. Pues era un asunto bastante delicado y que los centinelas no habían podido reducir.
-Dejan trampas como la que tú te encontraste para maldecir a inocentes a los que atormentan. – explicó con seriedad. – Al estar vinculados a la mente del maldito, el terror de éste genera un vínculo de energía entre su mundo y Aerandir, permitiéndoles acceder en algún lugar, no necesariamente donde se encuentra el maldito. No hay nada como no desear algo como para que se materialice. Lamentablemente, no hemos podido hacer nada contra esto aún. – le remarcó mirando hacia el suelo. - La otra opción es viniendo a isla lunar a liberar los espíritus que aún permanecen aquí, como has hecho tú. – recordó por última vez, aunque no para herirla, sino más bien en tono bromista.
Y dicho esto se dispuso a llevarla hasta el último de los centinelas: Vladimir Kozlov. Tarivius abriría un portal no demasiado lejos de la escena fraternal, en aquellos bosques élficos de Sandorái que transportaría a los presentes hasta un paraje mucho más oscuro y tenebroso.
La nueva escena tendría lugar durante la noche, en una ciudad enorme. Que por el enorme y característico palacio que aparecía al fondo podía distinguirse que era claramente Lunargenta. Elen y Tarivius aparecerían en un tejado plano. En esta ocasión, el protagonista de la escena congelada era un hombre que blandía un mandoble y que levitaba sobre el suelo. Varios murciélagos, además, permanecían inmóviles revoloteando alrededor de éste, además de sobre la bruja y el hechicero.
El hombre era muy pálido y tenía cabellos cenicientos, de una tonalidad similar a los de la bruja, y llevaba una melena larga. En la escena parecía observar con sus ojos rojos y brillantes directamente a los dos centinelas, manteniendo una mirada desafiante, pero no miraba a nadie en especial. Llevaba armadura y portaba un rubí brillante en el centro de su pecho, el objeto que en primer lugar destacaría Tarivius.
-Vlad, el inmortal, y el rubí de sangre. – comenzó diciendo – Este vampiro es el centinela del oeste, y tiene más de trescientos años y lleva siendo centinela algo más de cien. Aunque no es tan poderoso, tiene cierta compenetración con Amaterasu y tiene un cierto toque de villano y pretendía hacer prevalecer la raza vampírica. Aún así, era considerablemente responsable con su deber de centinela. El problema es que hace más de dos años no sabemos nada de él. A Melena Blanca y a mí nos ha resultado especialmente difícil retener a los jinetes sin su ayuda y el escaso apoyo que proporciona Amaterasu. – miró con resignación el cuerpo del vampiro. – No sabemos qué o quién ha podido llevarle a renunciar sin previo aviso. Es tan extraño que incluso nos planteamos si sigue con vida. – Tarivius miró al cielo. – Algo me dice que sigue vivo, y que algún día encontrarás a alguien que te lleve hasta él. – el hombre rió. – Y no suelo fallar en mis premoniciones.
Tarivius se giró y miró a Elen con una mueca torcida. Hacía gestos de negación con la cabeza. Tratando de buscar una explicación a lo ocurrido.
-El problema es que los centinelas no están a lo que tienen que estar. Han jurado lealtad y cada uno utiliza sus poderes para sus ideales. – creó un nuevo portal y se dirigió hacia él. – Yo no puedo aguantar más. Estoy cansado de luchar para que nadie me escuche. – Justo antes de entrar en el mismo se detuvo. – Ahora te toca a ti continuar escribiendo la historia. ¿Estás preparada? ¿Tienes alguna pregunta más antes de enfrentarte a tu destino?
-La sábana albina es, quizás, el objeto menos maligno de los cuatro. – dijo. – y Melena Blanca es el centinela al que menos demonios se ha enfrentado. Ahora que no estaré yo le tocará enfrentarse a alguno más. – y rió, mirando con admiración al enorme hombre león. – Así que sí, podría corromperse también. Tu amuleto solar es el que más almas oscuras contiene, así que el proceso de corrupción puede ir más rápido en ti.
La pregunta de las trampas que dejaban los jinetes preocupaba más a Tarivius. Pues era un asunto bastante delicado y que los centinelas no habían podido reducir.
-Dejan trampas como la que tú te encontraste para maldecir a inocentes a los que atormentan. – explicó con seriedad. – Al estar vinculados a la mente del maldito, el terror de éste genera un vínculo de energía entre su mundo y Aerandir, permitiéndoles acceder en algún lugar, no necesariamente donde se encuentra el maldito. No hay nada como no desear algo como para que se materialice. Lamentablemente, no hemos podido hacer nada contra esto aún. – le remarcó mirando hacia el suelo. - La otra opción es viniendo a isla lunar a liberar los espíritus que aún permanecen aquí, como has hecho tú. – recordó por última vez, aunque no para herirla, sino más bien en tono bromista.
Y dicho esto se dispuso a llevarla hasta el último de los centinelas: Vladimir Kozlov. Tarivius abriría un portal no demasiado lejos de la escena fraternal, en aquellos bosques élficos de Sandorái que transportaría a los presentes hasta un paraje mucho más oscuro y tenebroso.
La nueva escena tendría lugar durante la noche, en una ciudad enorme. Que por el enorme y característico palacio que aparecía al fondo podía distinguirse que era claramente Lunargenta. Elen y Tarivius aparecerían en un tejado plano. En esta ocasión, el protagonista de la escena congelada era un hombre que blandía un mandoble y que levitaba sobre el suelo. Varios murciélagos, además, permanecían inmóviles revoloteando alrededor de éste, además de sobre la bruja y el hechicero.
El hombre era muy pálido y tenía cabellos cenicientos, de una tonalidad similar a los de la bruja, y llevaba una melena larga. En la escena parecía observar con sus ojos rojos y brillantes directamente a los dos centinelas, manteniendo una mirada desafiante, pero no miraba a nadie en especial. Llevaba armadura y portaba un rubí brillante en el centro de su pecho, el objeto que en primer lugar destacaría Tarivius.
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-Vlad, el inmortal, y el rubí de sangre. – comenzó diciendo – Este vampiro es el centinela del oeste, y tiene más de trescientos años y lleva siendo centinela algo más de cien. Aunque no es tan poderoso, tiene cierta compenetración con Amaterasu y tiene un cierto toque de villano y pretendía hacer prevalecer la raza vampírica. Aún así, era considerablemente responsable con su deber de centinela. El problema es que hace más de dos años no sabemos nada de él. A Melena Blanca y a mí nos ha resultado especialmente difícil retener a los jinetes sin su ayuda y el escaso apoyo que proporciona Amaterasu. – miró con resignación el cuerpo del vampiro. – No sabemos qué o quién ha podido llevarle a renunciar sin previo aviso. Es tan extraño que incluso nos planteamos si sigue con vida. – Tarivius miró al cielo. – Algo me dice que sigue vivo, y que algún día encontrarás a alguien que te lleve hasta él. – el hombre rió. – Y no suelo fallar en mis premoniciones.
Tarivius se giró y miró a Elen con una mueca torcida. Hacía gestos de negación con la cabeza. Tratando de buscar una explicación a lo ocurrido.
-El problema es que los centinelas no están a lo que tienen que estar. Han jurado lealtad y cada uno utiliza sus poderes para sus ideales. – creó un nuevo portal y se dirigió hacia él. – Yo no puedo aguantar más. Estoy cansado de luchar para que nadie me escuche. – Justo antes de entrar en el mismo se detuvo. – Ahora te toca a ti continuar escribiendo la historia. ¿Estás preparada? ¿Tienes alguna pregunta más antes de enfrentarte a tu destino?
* * * * * *
Último turno de preguntas a Tarivius antes del combate final.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Desafortunadamente, la respuesta del centinela acerca de Melena Blanca no consiguió sino acrecentar los temores de la hechicera, pues el hombre bestia portaba el objeto menos maligno de los cuatro que existían, y además era quien se había enfrentado a menos demonios. Podía llegar a corromperse, igual que le había pasado a Amaterasu, pero lo peor estaba por llegar. Elen observó al anciano con cierta preocupación al escuchar que el medallón solar, que sería a partir de aquel día su amuleto, era el artefacto que más almas oscuras contenía, lo que aceleraría el proceso en ella, cosa que no le agradaba. La joven no tendría ni siquiera los diez años que el enorme león había pasado como centinela, toda la carga sombría que llevaba consigo le afectaría mucho antes, ¿pero cuándo?
¿Acabaría volviéndose ambiciosa e interesada como Amaterasu? ¿Llegaría a hacer daño a algún inocente por culpa del colgante? Aquellas eran preguntas que no podía contestar, y quizá tampoco quería saber de antemano la respuesta. Volviendo a la conversación que mantenía con Tarivius, éste le explicó algo mejor la utilidad de las trampas que los jinetes ponían, haciendo ver a la tensai que su miedo había servido para crear una conexión entre el plano en que se encontraban los Tarmúnil y el de ella misma, lo que podría haberles permitido entrar. Otra cosa más de la que culparse, aunque gracias a los dioses, antes de cumplir el año desde que recibió la maldición, la maga ya había aprendido a contener sus emociones, para de ese modo evitar las pesadillas y demás efectos.
Sin embargo no podía negar que de vez en cuando recaía, pero las cruentas escenas de masacres ya no surtían efecto en ella, no después de haberlas visto durante tantas noches. Ante estas trampas los centinelas no habían podido hacer nada de momento, así que era difícil estimar el número de personas que podían estar padeciendo un mal semejante al suyo, o más bien las que habían hallado el modo de sobrellevarlo sin ceder a la tentación de acabar con todo aquello de un modo drástico. Elen estaba segura de que más de uno habría tomado el camino fácil, solo para dejar de ver todas aquellas imágenes de muerte, para dejar de escuchar los desgarradores gritos dentro de su cabeza, pero ella no quiso rendirse, y seguramente habría más personas que también hubiesen conseguido aguantar.
Bajando la vista al suelo, cuando el anciano mencionó el otro modo de liberar a los Tarmúnil, que era justamente el que la bruja había utilizado por error, Elen volvió a reprocharse interiormente su estupidez, para luego seguir al centinela hasta el último portal. La nueva escena resultó muy diferente a la del bosque, ahora se encontraban en Lunargenta y era de noche, pero lo que realmente importaba era el individuo que levitaba sobre el suelo, rodeado de murciélagos. Vladimir Kozlov, un vampiro de cabellos cenicientos como la benjamina de los Calhoun, ataviado con una armadura negra en cuyo centro de la pechera destacaba una gema de vivo color rojo, a juego con sus ojos.
Blandía un mandoble y miraba fijamente hacia algún punto, con actitud desafiante, pero aquel también debía ser un momento del pasado, así que era imposible que estuviese viéndolos. Su fragmento era el rubí de sangre, y su territorio las tierras del oeste, de las que era centinela desde hace algo más de cien años. Era de esperar que tras tanto tiempo expuesto a la oscuridad de su objeto, Vladimir se hubiese vuelto mucho más malvado que Amaterasu, pero aparte de querer que su raza prevaleciese, el anciano no mencionó nada más acerca de su carácter, solo que tenía un toque de villano, que le permitía compenetrarse bien con Amaterasu. Conseguir que ambos trabajasen juntos no debería ser complicado, pero había un serio problema, no se sabía nada de él desde hacía más de dos años.
Tarivius tenía el presentimiento de que seguía con vida, a pesar de haberse planteado lo contrario, y de que de algún modo la joven encontraría a alguien capaz de llevarla hasta él, pero Elen no estaba tan convencida, aunque viendo la situación, en cuanto estuviese preparada para cruzar al plano de los jinetes optaría por buscar a Vladimir en primer lugar. Amaterasu sería la siguiente, y si conseguía el apoyo del vampiro no sería tan complicado convencerla, lo difícil sería lograr que Melena Blanca se uniese a ellos. Solo pensar en todo lo que le costaría reunirlos contra un mal mayor ya le causaba dolor de cabeza, pero aún quedaba mucho camino por delante, y su prueba de fuego esperaba en isla lunar, tenía que hacerse con el medallón y vencer al jinete que había liberado.
Un nuevo portal se abrió a escasos metros de ellos, y mientras ambos caminaban en dirección al mismo, el anciano no dudó en desahogarse, comentando que ya no podía aguantar más la situación, que estaba cansado de luchar sin que sus hermanos lo escuchasen. Por ello había decidido ceder su sitio a la bruja, que tendría que encargarse de proseguir su labor y hacer el mejor de los esfuerzos para reunir a los centinelas, pero primero debía enfrentarse a su destino. - Espero no decepcionarte. - musitó la de cabellos cenicientos, tomando aire y preparándose mentalmente para lo que la esperaba al otro lado del portal. - Solo una pregunta más, ¿cuántos Tarmúnil hay libres? - formuló, para hacerse una idea de la posible batalla que tendría lugar en cuanto cruzase a su plano.
En cuanto obtuviese su respuesta, la tensai seguiría al mago de vuelta a isla lunar, recordando en todo momento la estrategia que quería utilizar para iniciar el combate.
¿Acabaría volviéndose ambiciosa e interesada como Amaterasu? ¿Llegaría a hacer daño a algún inocente por culpa del colgante? Aquellas eran preguntas que no podía contestar, y quizá tampoco quería saber de antemano la respuesta. Volviendo a la conversación que mantenía con Tarivius, éste le explicó algo mejor la utilidad de las trampas que los jinetes ponían, haciendo ver a la tensai que su miedo había servido para crear una conexión entre el plano en que se encontraban los Tarmúnil y el de ella misma, lo que podría haberles permitido entrar. Otra cosa más de la que culparse, aunque gracias a los dioses, antes de cumplir el año desde que recibió la maldición, la maga ya había aprendido a contener sus emociones, para de ese modo evitar las pesadillas y demás efectos.
Sin embargo no podía negar que de vez en cuando recaía, pero las cruentas escenas de masacres ya no surtían efecto en ella, no después de haberlas visto durante tantas noches. Ante estas trampas los centinelas no habían podido hacer nada de momento, así que era difícil estimar el número de personas que podían estar padeciendo un mal semejante al suyo, o más bien las que habían hallado el modo de sobrellevarlo sin ceder a la tentación de acabar con todo aquello de un modo drástico. Elen estaba segura de que más de uno habría tomado el camino fácil, solo para dejar de ver todas aquellas imágenes de muerte, para dejar de escuchar los desgarradores gritos dentro de su cabeza, pero ella no quiso rendirse, y seguramente habría más personas que también hubiesen conseguido aguantar.
Bajando la vista al suelo, cuando el anciano mencionó el otro modo de liberar a los Tarmúnil, que era justamente el que la bruja había utilizado por error, Elen volvió a reprocharse interiormente su estupidez, para luego seguir al centinela hasta el último portal. La nueva escena resultó muy diferente a la del bosque, ahora se encontraban en Lunargenta y era de noche, pero lo que realmente importaba era el individuo que levitaba sobre el suelo, rodeado de murciélagos. Vladimir Kozlov, un vampiro de cabellos cenicientos como la benjamina de los Calhoun, ataviado con una armadura negra en cuyo centro de la pechera destacaba una gema de vivo color rojo, a juego con sus ojos.
Blandía un mandoble y miraba fijamente hacia algún punto, con actitud desafiante, pero aquel también debía ser un momento del pasado, así que era imposible que estuviese viéndolos. Su fragmento era el rubí de sangre, y su territorio las tierras del oeste, de las que era centinela desde hace algo más de cien años. Era de esperar que tras tanto tiempo expuesto a la oscuridad de su objeto, Vladimir se hubiese vuelto mucho más malvado que Amaterasu, pero aparte de querer que su raza prevaleciese, el anciano no mencionó nada más acerca de su carácter, solo que tenía un toque de villano, que le permitía compenetrarse bien con Amaterasu. Conseguir que ambos trabajasen juntos no debería ser complicado, pero había un serio problema, no se sabía nada de él desde hacía más de dos años.
Tarivius tenía el presentimiento de que seguía con vida, a pesar de haberse planteado lo contrario, y de que de algún modo la joven encontraría a alguien capaz de llevarla hasta él, pero Elen no estaba tan convencida, aunque viendo la situación, en cuanto estuviese preparada para cruzar al plano de los jinetes optaría por buscar a Vladimir en primer lugar. Amaterasu sería la siguiente, y si conseguía el apoyo del vampiro no sería tan complicado convencerla, lo difícil sería lograr que Melena Blanca se uniese a ellos. Solo pensar en todo lo que le costaría reunirlos contra un mal mayor ya le causaba dolor de cabeza, pero aún quedaba mucho camino por delante, y su prueba de fuego esperaba en isla lunar, tenía que hacerse con el medallón y vencer al jinete que había liberado.
Un nuevo portal se abrió a escasos metros de ellos, y mientras ambos caminaban en dirección al mismo, el anciano no dudó en desahogarse, comentando que ya no podía aguantar más la situación, que estaba cansado de luchar sin que sus hermanos lo escuchasen. Por ello había decidido ceder su sitio a la bruja, que tendría que encargarse de proseguir su labor y hacer el mejor de los esfuerzos para reunir a los centinelas, pero primero debía enfrentarse a su destino. - Espero no decepcionarte. - musitó la de cabellos cenicientos, tomando aire y preparándose mentalmente para lo que la esperaba al otro lado del portal. - Solo una pregunta más, ¿cuántos Tarmúnil hay libres? - formuló, para hacerse una idea de la posible batalla que tendría lugar en cuanto cruzase a su plano.
En cuanto obtuviese su respuesta, la tensai seguiría al mago de vuelta a isla lunar, recordando en todo momento la estrategia que quería utilizar para iniciar el combate.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Antes de entrar en el portal, la bruja confiaba en no decepcionar al veterano centinela. Esto le hizo sonreír con cierta mirada triste, sin mirar a nada ni nadie en concreto. Como haciendo una reflexión rápida a toda su vida.
-No lo harás, Elen. No me hubiera sacrificado por ti si no supiera que eras válida para el puesto. – respondió – Quiero que sepas que mi tiempo en tu mundo ha llegado a su fin al fallecer en combate. – dijo con cierta pena. – En el plano de los centinelas permaneceré vivo mientras nadie posea el medallón solar. En el momento en el que te hagas con él, tú pasarás a ser la centinela y yo desapareceré también de este plano. Para siempre. No podré ayudarte en combate. – lo que significaba que Tarivius como tal dejaría de existir en ambos mundos. Habría fallecido definitivamente. Al menos en estos dos “universos”.
Con aquel comentario, el anciano trataba de concienciar a la tensái a realizar bien su trabajo, pues ya no podría ayudarla ni comunicarse con ella de ninguna manera. Del mismo modo, si Elen fallecía en Aerandir, permanecería en forma de alma en el plano de los centinelas hasta que alguien volviera a hacerse con el medallón solar. Lo cual únicamente le permitiría observar escenas sueltas congeladas del resto de centinelas en los momentos trascendentales en los que hayan utilizado sus objetos mágicos. Respecto a la segunda pregunta de la bruja, no tardaría en responder.
-Tenemos identificados unos quince jinetes. Hay 20 lápidas en el camposanto que has visitado, aunque aún hay almas en pena que permanecen en isla lunar. – respondió serio.
Y a continuación, atravesaron el portal y volvieron a aparecer en la isla lunar. La misma escena congelada, con el jinete dirigiéndose hacia una Elen tirada sobre el suelo.
-Tendrás que ser rápida o serás la centinela más breve de la historia. – dijo el hechicero observando la difícil escena, tratando de tomárselo con un poco de humor. Aunque no parecía estar para bromas. El mago se acercó a la bruja y la tomó con una mano, por la muñeca, en un gesto de confianza. – Ahora estarás sola en el mundo. Recuerda, encuentra a Amaterasu, Melena Blanca y Vlad. - Miró por última vez al jinete, con odio y desprecio. – Y, por favor, haz que los Tarmúnil desaparezcan para siempre. – Y la soltó.
Al retirar la mano de la muñeca de Elen, en ella quedaría grabada un símbolo de un árbol de vida. Símbolo del centinela Tarivius. De esta manera, Elen siempre podría recordar al hechicero. Sabría que, aunque no pudiera comunicarse con ella. Él siempre estaría ahí.
-Buena suerte. – le dijo por última vez el hechicero antes de desvanecerse. Y dicho esto, una vez Elen se encontró preparada, propuso a hacer desaparecer el plano de los centinelas para que la bruja pudiera volver a Aerandir. El desvanecimiento vendría dado por una luz blanquecina que cegaría todo e impediría ver nada. Lo próximo que escucharía la bruja, sintiendo el frío suelo, sería la lluvia de la fuerte tormenta que caía en isla lunar y el relinche terrorífico de un caballo muy cercano.
-No lo harás, Elen. No me hubiera sacrificado por ti si no supiera que eras válida para el puesto. – respondió – Quiero que sepas que mi tiempo en tu mundo ha llegado a su fin al fallecer en combate. – dijo con cierta pena. – En el plano de los centinelas permaneceré vivo mientras nadie posea el medallón solar. En el momento en el que te hagas con él, tú pasarás a ser la centinela y yo desapareceré también de este plano. Para siempre. No podré ayudarte en combate. – lo que significaba que Tarivius como tal dejaría de existir en ambos mundos. Habría fallecido definitivamente. Al menos en estos dos “universos”.
Con aquel comentario, el anciano trataba de concienciar a la tensái a realizar bien su trabajo, pues ya no podría ayudarla ni comunicarse con ella de ninguna manera. Del mismo modo, si Elen fallecía en Aerandir, permanecería en forma de alma en el plano de los centinelas hasta que alguien volviera a hacerse con el medallón solar. Lo cual únicamente le permitiría observar escenas sueltas congeladas del resto de centinelas en los momentos trascendentales en los que hayan utilizado sus objetos mágicos. Respecto a la segunda pregunta de la bruja, no tardaría en responder.
-Tenemos identificados unos quince jinetes. Hay 20 lápidas en el camposanto que has visitado, aunque aún hay almas en pena que permanecen en isla lunar. – respondió serio.
Y a continuación, atravesaron el portal y volvieron a aparecer en la isla lunar. La misma escena congelada, con el jinete dirigiéndose hacia una Elen tirada sobre el suelo.
-Tendrás que ser rápida o serás la centinela más breve de la historia. – dijo el hechicero observando la difícil escena, tratando de tomárselo con un poco de humor. Aunque no parecía estar para bromas. El mago se acercó a la bruja y la tomó con una mano, por la muñeca, en un gesto de confianza. – Ahora estarás sola en el mundo. Recuerda, encuentra a Amaterasu, Melena Blanca y Vlad. - Miró por última vez al jinete, con odio y desprecio. – Y, por favor, haz que los Tarmúnil desaparezcan para siempre. – Y la soltó.
Al retirar la mano de la muñeca de Elen, en ella quedaría grabada un símbolo de un árbol de vida. Símbolo del centinela Tarivius. De esta manera, Elen siempre podría recordar al hechicero. Sabría que, aunque no pudiera comunicarse con ella. Él siempre estaría ahí.
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-Buena suerte. – le dijo por última vez el hechicero antes de desvanecerse. Y dicho esto, una vez Elen se encontró preparada, propuso a hacer desaparecer el plano de los centinelas para que la bruja pudiera volver a Aerandir. El desvanecimiento vendría dado por una luz blanquecina que cegaría todo e impediría ver nada. Lo próximo que escucharía la bruja, sintiendo el frío suelo, sería la lluvia de la fuerte tormenta que caía en isla lunar y el relinche terrorífico de un caballo muy cercano.
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Bien, Elen, ha llegado el momento de enfrentarte al “final boss” de tu quest. Es tu primer jinete y se supone que Elen no es muy experta combatiendo a estos formidables guerreros. No morirás en combate, pero puedes tener heridas graves si la suerte no te acompaña. Recuerda que el jinete es inmune a tus ataques hasta que cuentes con el medallón. Nada más la escena se descongele, éste cargará a por ti a caballo y tratará de propinarte un espadazo. En primer lugar tendrías que hacerte con el medallón solar, que está sobre el altar a medio camino entre tú y él. Tira una runa para conocer tu destino.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Elen no esperaba escuchar lo que el anciano estaba a punto de decirle, y tras asimilar que aquel hombre, que la había ayudado a llegar tan lejos, había muerto en combate, un nudo se formó en su garganta, no podía creerlo. ¿Cuánto llevaba así? ¿desde su enfrentamiento con Ravnik? Quizá su intervención contra el dragón de humo le hubiese costado la vida, cosa que de ser cierta, no haría sino aumentar la culpa que ya de por sí sentía la joven, pues de los tres guardianes, Ravnik había sido el único al que no había logrado vencer por sí misma. Sin querer formular las preguntas que asaltaban su mente, la de ojos verdes siguió escuchando a su mentor, mientras éste le explicaba que seguía vivo dentro del plano de los centinelas, pero que eso cambiaría en cuanto ella se hiciese con el medallón.
Conseguir el amuleto era imprescindible para tener una oportunidad de vencer al jinete que la esperaba, pero ahora que sabía lo que iba a causar al tomarlo, la joven comenzó a sentirse mal, le resultaba duro asimilar que sería ella quien haría desaparecer al hechicero de forma definitiva. Con la vista clavada en el suelo, la maga siguió escuchando la voz del anciano, consciente de que aquella sería la última vez que podría oírla. Tarivius no estaría para ayudarla ni aconsejarla, en cuanto el combate se iniciase en isla lunar, Elen quedaría completamente sola ante su destino, y debía dar la talla para que el sacrificio del hechicero no fuese en vano. Tenía que ganar la pelea, pero no solo eso, también debía cumplir la misión que le había encomendado el centinela, reunir a sus nuevos hermanos y proteger Aerandir de cualquier mal que intentase asolar sus tierras, tareas que le exigirían un esfuerzo y dedicación considerables.
Tras unos instantes, en que la de cabellos cenicientos se mantuvo pensativa y en silencio, Tarivius abordó la cuestión que la joven había formulado en último lugar, revelándole que a pesar de la veintena de lápidas que había visto en el antiguo poblado élfico, no todos los Tarmúnil estaban libres, aunque si la mayoría. Quince de ellos habían sido identificados, pero otros cinco seguían atados a isla lunar como almas en pena, esperando el momento en que alguien llegase para darles la ansiada libertad. Eso suponía que el lugar en si debía ser vigilado, para que nadie cometiese el mismo error que ella, cosa de la que se encargaría personalmente.
Una vez cruzado el portal que los devolvió a la cima de la isla, Elen dirigió su mirada hacia la imagen de sí misma que aún se encontraba en el suelo, teniendo muy en cuenta que en cuanto el tiempo dejase de estar detenido, partiría de una posición en desventaja, aunque el altar aún se encontrase entre ambos, a modo de obstáculo. En el peor de los casos el caballo conseguiría saltarlo, así que no podía confiarse, tenía que hacerse con el medallón y recuperar su espada helada tan rápido como le fuese posible. La bruja solo desvió la vista de aquella escena al sentir la mano del centinela en torno a su muñeca izquierda, lo miró a los ojos y escuchó con atención las que probablemente serían sus últimas palabras, un recordatorio del objetivo que debía perseguir.
- Haré cuanto esté en mi mano para acabar con ellos, te lo prometo. - contestó ella con tono triste pero solemne, mientras el anciano la soltaba, dejando a la vista una marca que había grabado en la piel de la tensai. La de ojos verdes observó con curiosidad el símbolo que ahora decoraba su muñeca, un árbol de la vida que siempre le recordaría al centinela, a pesar de que él ya hubiese abandonado aquel mundo. - Gracias Tarivius, gracias por todo. - musitó, conteniendo las lágrimas que amenazaban con empañar sus ojos. El centinela se despidió deseándole suerte, y tras esto su figura se desvaneció, dejándola sola ante el complicado combate que tenía por delante.
Una deslumbrante luz blanca daría paso a la realidad, haciendo regresar a la de ojos verdes a la posición en que se había visto a sí misma hacía unos instantes, tirada en el suelo de piedra mientras la fuerte lluvia empapaba sus ropas. Con suma rapidez, la hechicera rodó en dirección a su espada, para de inmediato incorporarse hasta quedar con una rodilla hincada en la piedra y la otra pierna flexionada, posición desde la que atrajo hacia sí el medallón valiéndose de la telequinesis. El negro corcel emitió otro aterrador relincho mientras se lanzaba hacia ella, justo en el momento en que la bruja se colocaba el amuleto alrededor del cuello, lo que suponía el final de Tarivius.
Sin tiempo para pensar en aquel triste detalle, la tensai recuperó su arma y terminó de ponerse en pie, a tiempo de esquivar por poco el primer tajo del jinete, que parecía ansioso por acabar con ella. Tras pasar por encima del altar de piedra para ganar algo de distancia con su oponente, y sabiendo que debía igualar más las cosas eliminando al caballo de la pelea, Elen concentró su electricidad en la mano que tenía libre y disparó la descarga contra la cabeza del oscuro animal, esperando causarle el suficiente daño como para derribarlo u obligar al Tarmúnil a afrontar el combate cuerpo a cuerpo, sin ventajas de ningún tipo.
Conseguir el amuleto era imprescindible para tener una oportunidad de vencer al jinete que la esperaba, pero ahora que sabía lo que iba a causar al tomarlo, la joven comenzó a sentirse mal, le resultaba duro asimilar que sería ella quien haría desaparecer al hechicero de forma definitiva. Con la vista clavada en el suelo, la maga siguió escuchando la voz del anciano, consciente de que aquella sería la última vez que podría oírla. Tarivius no estaría para ayudarla ni aconsejarla, en cuanto el combate se iniciase en isla lunar, Elen quedaría completamente sola ante su destino, y debía dar la talla para que el sacrificio del hechicero no fuese en vano. Tenía que ganar la pelea, pero no solo eso, también debía cumplir la misión que le había encomendado el centinela, reunir a sus nuevos hermanos y proteger Aerandir de cualquier mal que intentase asolar sus tierras, tareas que le exigirían un esfuerzo y dedicación considerables.
Tras unos instantes, en que la de cabellos cenicientos se mantuvo pensativa y en silencio, Tarivius abordó la cuestión que la joven había formulado en último lugar, revelándole que a pesar de la veintena de lápidas que había visto en el antiguo poblado élfico, no todos los Tarmúnil estaban libres, aunque si la mayoría. Quince de ellos habían sido identificados, pero otros cinco seguían atados a isla lunar como almas en pena, esperando el momento en que alguien llegase para darles la ansiada libertad. Eso suponía que el lugar en si debía ser vigilado, para que nadie cometiese el mismo error que ella, cosa de la que se encargaría personalmente.
Una vez cruzado el portal que los devolvió a la cima de la isla, Elen dirigió su mirada hacia la imagen de sí misma que aún se encontraba en el suelo, teniendo muy en cuenta que en cuanto el tiempo dejase de estar detenido, partiría de una posición en desventaja, aunque el altar aún se encontrase entre ambos, a modo de obstáculo. En el peor de los casos el caballo conseguiría saltarlo, así que no podía confiarse, tenía que hacerse con el medallón y recuperar su espada helada tan rápido como le fuese posible. La bruja solo desvió la vista de aquella escena al sentir la mano del centinela en torno a su muñeca izquierda, lo miró a los ojos y escuchó con atención las que probablemente serían sus últimas palabras, un recordatorio del objetivo que debía perseguir.
- Haré cuanto esté en mi mano para acabar con ellos, te lo prometo. - contestó ella con tono triste pero solemne, mientras el anciano la soltaba, dejando a la vista una marca que había grabado en la piel de la tensai. La de ojos verdes observó con curiosidad el símbolo que ahora decoraba su muñeca, un árbol de la vida que siempre le recordaría al centinela, a pesar de que él ya hubiese abandonado aquel mundo. - Gracias Tarivius, gracias por todo. - musitó, conteniendo las lágrimas que amenazaban con empañar sus ojos. El centinela se despidió deseándole suerte, y tras esto su figura se desvaneció, dejándola sola ante el complicado combate que tenía por delante.
Una deslumbrante luz blanca daría paso a la realidad, haciendo regresar a la de ojos verdes a la posición en que se había visto a sí misma hacía unos instantes, tirada en el suelo de piedra mientras la fuerte lluvia empapaba sus ropas. Con suma rapidez, la hechicera rodó en dirección a su espada, para de inmediato incorporarse hasta quedar con una rodilla hincada en la piedra y la otra pierna flexionada, posición desde la que atrajo hacia sí el medallón valiéndose de la telequinesis. El negro corcel emitió otro aterrador relincho mientras se lanzaba hacia ella, justo en el momento en que la bruja se colocaba el amuleto alrededor del cuello, lo que suponía el final de Tarivius.
Sin tiempo para pensar en aquel triste detalle, la tensai recuperó su arma y terminó de ponerse en pie, a tiempo de esquivar por poco el primer tajo del jinete, que parecía ansioso por acabar con ella. Tras pasar por encima del altar de piedra para ganar algo de distancia con su oponente, y sabiendo que debía igualar más las cosas eliminando al caballo de la pelea, Elen concentró su electricidad en la mano que tenía libre y disparó la descarga contra la cabeza del oscuro animal, esperando causarle el suficiente daño como para derribarlo u obligar al Tarmúnil a afrontar el combate cuerpo a cuerpo, sin ventajas de ningún tipo.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
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Tyr
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La bruja se hizo con el medallón con agilidad y, una vez sobre su cuello, comenzó a brillar intensamente, debido a la proximidad de un ser oscuro. Si lo que había dicho Tarivius era cierto, ahora estaba en igualdad de condiciones con el jinete. Al que tendría que debilitar antes de poder desterrar, tal y como le había dicho el hechicero.
El primer ataque de la bruja se dirigió al caballo. La fuerte descarga impactó de lleno en la cabeza del animal. Que se levantó rampante sobre sus patas traseras tan verticalmente que el jinete cayó de su montura. E instantes después el equino cayó muerto o inconsciente al suelo, desvaneciéndose en cuestión de segundos en humo. El jinete se levantó desde el suelo y postró su espada llena de grabados y plateada al frente en clara amenaza a Elen.
-Horta nonwa nalanta tó huo, fashateni*. – le dijo en élfico antiguo. Lengua que la tensái probablemente no entendería. La última de las palabras era la misma que había empleado Tarivius para referirse a ella cuando la saludó. Los jinetes no hablaban la misma lengua que Elen. Tampoco entendían lo que la bruja les pudiera decir, ni les importaba lo más mínimo. Ellos sólo querían destruir y provocar el caos aprovechándose de la maldición que les convertía en inmortales.
Y dicho esto, se lanzó a por la bruja. Sujetando el mandoble con las dos manos y avanzando lentamente hacia ella. Apretó fuerte y, de su arma, comenzó a emanar una especie de fuego negro, con el que seguramente intensificaría el daño de sus ataques. Elen tendría que tener mucho cuidado o corría el riesgo de que el Tarmúnil la hiriera.
El primer ataque de la bruja se dirigió al caballo. La fuerte descarga impactó de lleno en la cabeza del animal. Que se levantó rampante sobre sus patas traseras tan verticalmente que el jinete cayó de su montura. E instantes después el equino cayó muerto o inconsciente al suelo, desvaneciéndose en cuestión de segundos en humo. El jinete se levantó desde el suelo y postró su espada llena de grabados y plateada al frente en clara amenaza a Elen.
-Horta nonwa nalanta tó huo, fashateni*. – le dijo en élfico antiguo. Lengua que la tensái probablemente no entendería. La última de las palabras era la misma que había empleado Tarivius para referirse a ella cuando la saludó. Los jinetes no hablaban la misma lengua que Elen. Tampoco entendían lo que la bruja les pudiera decir, ni les importaba lo más mínimo. Ellos sólo querían destruir y provocar el caos aprovechándose de la maldición que les convertía en inmortales.
Y dicho esto, se lanzó a por la bruja. Sujetando el mandoble con las dos manos y avanzando lentamente hacia ella. Apretó fuerte y, de su arma, comenzó a emanar una especie de fuego negro, con el que seguramente intensificaría el daño de sus ataques. Elen tendría que tener mucho cuidado o corría el riesgo de que el Tarmúnil la hiriera.
* * * * *
*Tu muerte será dolorosa, centinela.
Enhorabuena, Elen. Tu ataque ha sido efectivo y te has deshecho de la montura. Ahora lanzaré una runa para determinar el impacto del ataque del Tarmúnil sobre ti.
Runa Mala/Muy mala: Puedes esquivar o defenderte del ataque como prefieras. Sales ilesa y estás lista para realizar un nuevo ataque potente.
Runa media: Esquivas el ataque, que va dirigido a tu tren superior, pero tu medallón no corre la misma suerte y el jinete corta la cadena. El medallón queda al borde de un precipicio en la cima. No tiene consecuencias físicas para ti. Debes cogerlo y contraatacar, pero el ataque será menos potente pues casi no te dará tiempo a tomarlo y tendrás encima al jinete. Atacarás desde el borde del acantilado.
Runa buena/Muy buena: El impacto te hará un corte en el hombro y te hiere, pero mantienes el medallón. Mayor dolor en función de lo buena que sea la runa. Puedes contraatacar con todas tus fuerzas desde una posición en el centro de la plataforma.
Deberás lanzar una runa para determinar el daño del próximo ataque.
Ger
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