Ascensión [Quest] [Elen]
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
El miembro 'Ger' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
Al poco de tener el amuleto en su cuello el medallón comenzó a brillar con intensidad, quizá por la cercanía del enemigo, aunque en aquel momento la joven no tenía tiempo de averiguarlo, pues su ataque ya estaba en camino. La descarga acertó en la cabeza del equino y provocó que se levantase sobre las patas traseras, de forma tan repentina que el jinete no pudo mantenerse sobre la silla, y cayó al suelo justo antes de que su montura hiciese lo mismo, para desaparecer en forma de humo. - Un problema menos. - pensó la hechicera, que ya estaba totalmente igualada en condiciones a su adversario, o al menos eso suponía. La realidad era que no conocía las habilidades del ser que tenía delante, ni cómo se desenvolvería en un combate cuerpo a cuerpo, así que lo mejor sería recordar a que raza pertenecía, y por tanto el hecho de que la ventaja de los brujos radicaba en mantener las distancias con sus enemigos.
La estrategia estaba clara, Elen debía rechazar sus ataques y mantenerlo a raya, para debilitarlo utilizando sus poderes desde una posición que no la expusiese demasiado, pero eso podía resultar más complicado de lo que creía. Tras levantarse del suelo y apuntar con su extraña espada en dirección a la maga, el jinete pronunció unas palabras en élfico antiguo, lengua que la tensai no entendía, aunque poco le importaba lo que aquel maldito ser tuviese que decir. Sin embargo, si prestó atención a una de ellas, pero no porque la dijese el Tarmúnil, sino porque Tarivius se había dirigido a ella del mismo modo hacía unos minutos, cuando el tiempo se detuvo para mostrar a la bruja el plano de los centinelas.
Fashateni, esa era la palabra en cuestión, y quedaría grabada en la memoria de la hechicera, que de vencer en aquella lucha, buscaría su significado en los libros que el anciano tenía en su casa del bosque. Sin perder de vista a su objetivo, la de cabellos cenicientos blandió con fuerza su espada helada mientras el oscuro ser se lanzaba contra ella, haciendo que de su hoja emanase un extraño fuego negro, con el que tendría que tener sumo cuidado. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca de la joven, el Tarmúnil lanzó un tajo hacia la parte superior de su cuerpo, pero gracias a su agilidad la tensai esquivó el corte haciéndose a un lado, aunque el amuleto no corrió la misma suerte.
La espada del jinete consiguió cortar la cadena, provocando que el medallón cayese del cuello de la bruja y rodase hasta quedar al borde del precipicio, peligrosamente cerca de caer al mar, lo que significaría el fin de la centinela. Con rapidez, la benjamina de los Calhoun avanzó hacia el lugar en que descansaba el amuleto, y volviendo a hacer uso de sus poderes de telequinesis, atrajo hacia sí el fragmento, para evitar arriesgarse a resbalar en el borde del precipicio, del cual la separaba apenas medio metro. Sujetando el medallón con fuerza, y sin saber muy bien dónde podría llevarlo ahora que la cadena estaba rota, Elen se giró hacia el enemigo y comprobó que este se encontraba demasiado cerca, tenía que ganar distancia de inmediato.
Echando mano a su elemento, la tensai creo una onda de viento y la dirigió hacia la sombra, esperando que fuese lo suficientemente potente como para hacerlo salir despedido por los aires o al menos obligarlo a retroceder lo suficiente para alejarse del precipicio sin peligro. Su posición en aquel momento no era la más adecuada, ya que con un golpe certero el jinete podría conseguir que cayese al vacío, así que tenía que moverse cuanto antes, para alejarse del borde y regresar a la zona del altar.
Sabiendo que no podría luchar cómodamente con el amuleto en la mano todo el tiempo, y que por desgracia no llevaba la pechera de metal para poder meterlo dentro y así mantenerlo cerca del lugar en que debía ir, Elen optó por encajarlo en el escaso hueco que quedaba entre su pantalón y el ceñido cinturón de cuero, aunque tendría que vigilar muy bien la zona, sobre todo teniendo en cuenta que el Tarmúnil haría hasta lo imposible por volver a arrebatárselo.
La estrategia estaba clara, Elen debía rechazar sus ataques y mantenerlo a raya, para debilitarlo utilizando sus poderes desde una posición que no la expusiese demasiado, pero eso podía resultar más complicado de lo que creía. Tras levantarse del suelo y apuntar con su extraña espada en dirección a la maga, el jinete pronunció unas palabras en élfico antiguo, lengua que la tensai no entendía, aunque poco le importaba lo que aquel maldito ser tuviese que decir. Sin embargo, si prestó atención a una de ellas, pero no porque la dijese el Tarmúnil, sino porque Tarivius se había dirigido a ella del mismo modo hacía unos minutos, cuando el tiempo se detuvo para mostrar a la bruja el plano de los centinelas.
Fashateni, esa era la palabra en cuestión, y quedaría grabada en la memoria de la hechicera, que de vencer en aquella lucha, buscaría su significado en los libros que el anciano tenía en su casa del bosque. Sin perder de vista a su objetivo, la de cabellos cenicientos blandió con fuerza su espada helada mientras el oscuro ser se lanzaba contra ella, haciendo que de su hoja emanase un extraño fuego negro, con el que tendría que tener sumo cuidado. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca de la joven, el Tarmúnil lanzó un tajo hacia la parte superior de su cuerpo, pero gracias a su agilidad la tensai esquivó el corte haciéndose a un lado, aunque el amuleto no corrió la misma suerte.
La espada del jinete consiguió cortar la cadena, provocando que el medallón cayese del cuello de la bruja y rodase hasta quedar al borde del precipicio, peligrosamente cerca de caer al mar, lo que significaría el fin de la centinela. Con rapidez, la benjamina de los Calhoun avanzó hacia el lugar en que descansaba el amuleto, y volviendo a hacer uso de sus poderes de telequinesis, atrajo hacia sí el fragmento, para evitar arriesgarse a resbalar en el borde del precipicio, del cual la separaba apenas medio metro. Sujetando el medallón con fuerza, y sin saber muy bien dónde podría llevarlo ahora que la cadena estaba rota, Elen se giró hacia el enemigo y comprobó que este se encontraba demasiado cerca, tenía que ganar distancia de inmediato.
Echando mano a su elemento, la tensai creo una onda de viento y la dirigió hacia la sombra, esperando que fuese lo suficientemente potente como para hacerlo salir despedido por los aires o al menos obligarlo a retroceder lo suficiente para alejarse del precipicio sin peligro. Su posición en aquel momento no era la más adecuada, ya que con un golpe certero el jinete podría conseguir que cayese al vacío, así que tenía que moverse cuanto antes, para alejarse del borde y regresar a la zona del altar.
Sabiendo que no podría luchar cómodamente con el amuleto en la mano todo el tiempo, y que por desgracia no llevaba la pechera de metal para poder meterlo dentro y así mantenerlo cerca del lugar en que debía ir, Elen optó por encajarlo en el escaso hueco que quedaba entre su pantalón y el ceñido cinturón de cuero, aunque tendría que vigilar muy bien la zona, sobre todo teniendo en cuenta que el Tarmúnil haría hasta lo imposible por volver a arrebatárselo.
- Armadura:
- El medallón solar quedaría detrás de las hebillas de las dos correas.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
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Tyr
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La bruja tuvo suerte pues casi pierde el amuleto por el precipicio. Pero consiguió hacerse con el mismo y ponerlo a buen recaudo. La zona de combate era un “ring” bastante estrecho y cualquier mínimo fallo podía hacer que uno de los dos adversarios cayera rodando isla abajo.
Sabedora de esto, la bruja contraatacó con un hechizo de viento que parecía pretender que el elfo rodara. Pero para evitarlo, el Tarmúnil colocó su espada mágica en vertical. El impacto de la joven Calhoun había ido con tanta fuerza y, por la gracia de los dioses, tan bien orientado que impactó de lleno e hizo que su espada saliera por los aires y desapareciera del mapa, aunque no así el jinete.
La espada rodó isla abajo y terminó cayendo al mar. Por lo tanto, Elen había conseguido que la criatura perdiese uno de sus mejores armamentos. Pero los jinetes son guerreros mágicos formidables, que son capaces de utilizar antiguas magias élficas con las que derrotan a sus enemigos.
En este caso, el jinete levantaría sus dos brazos y comenzaría a pronunciar unas palabras con su tenebrosa voz. – Ish mane ashat’an – y generaría sobre sus manos una oscura bola sombría negra que lanzaría a la zona en la que se encontraba la hechicera con gran velocidad, ésta se encontraba aún al borde del abismo.
El destino no era la joven Calhoun, sino más bien el suelo a sus pies, que comenzó a tupirse de negro y a resquebrajarse por completo. Por partes, el suelo comenzaba a hundirse. Cayendo en grandes bloques que rodaban al mar y retumbando estruendosamente cuando éstos chocaban contra el agitado mar, que estaba considerablemente abajo.
Elen tendría que salir de aquella y acercarse al ser si no quería terminar abajo. El espacio útil de combate, si ya era pequeño, ahora se había reducido a la mitad y el Tarmúnil, pese a no poseer su espada, era letal en el cuerpo a cuerpo, o al menos más fuerte que Elen, cuyas características físicas no eran las mejores y siempre optaba por el combate a distancia. Precisamente habiendo observado los dos últimos ataques de la bruja, era por lo que había optado por reducirle la región de movimiento. Aunque esto también podía ser algo que la hechicera podía aprovechar pues, tal vez, sus ataques fuesen más intensos.
Mientras la bruja estaba en carrera tratando de evitar los trozos de suelo que seguían derribándose, el Tarmúnil volvería a pronunciar unas palabras, esta vez dirigiéndose a ella, gracias a la palabra. – Tor munale, fashateni, Ish mah’lan zeru lesh* - Y levantaría el brazo y volvería a generar una esfera negra, pero esta vez en dirección a los pies de Elen, con el objetivo de romper el trozo de suelo sobre el que se sostenía.
Sabedora de esto, la bruja contraatacó con un hechizo de viento que parecía pretender que el elfo rodara. Pero para evitarlo, el Tarmúnil colocó su espada mágica en vertical. El impacto de la joven Calhoun había ido con tanta fuerza y, por la gracia de los dioses, tan bien orientado que impactó de lleno e hizo que su espada saliera por los aires y desapareciera del mapa, aunque no así el jinete.
La espada rodó isla abajo y terminó cayendo al mar. Por lo tanto, Elen había conseguido que la criatura perdiese uno de sus mejores armamentos. Pero los jinetes son guerreros mágicos formidables, que son capaces de utilizar antiguas magias élficas con las que derrotan a sus enemigos.
En este caso, el jinete levantaría sus dos brazos y comenzaría a pronunciar unas palabras con su tenebrosa voz. – Ish mane ashat’an – y generaría sobre sus manos una oscura bola sombría negra que lanzaría a la zona en la que se encontraba la hechicera con gran velocidad, ésta se encontraba aún al borde del abismo.
El destino no era la joven Calhoun, sino más bien el suelo a sus pies, que comenzó a tupirse de negro y a resquebrajarse por completo. Por partes, el suelo comenzaba a hundirse. Cayendo en grandes bloques que rodaban al mar y retumbando estruendosamente cuando éstos chocaban contra el agitado mar, que estaba considerablemente abajo.
Elen tendría que salir de aquella y acercarse al ser si no quería terminar abajo. El espacio útil de combate, si ya era pequeño, ahora se había reducido a la mitad y el Tarmúnil, pese a no poseer su espada, era letal en el cuerpo a cuerpo, o al menos más fuerte que Elen, cuyas características físicas no eran las mejores y siempre optaba por el combate a distancia. Precisamente habiendo observado los dos últimos ataques de la bruja, era por lo que había optado por reducirle la región de movimiento. Aunque esto también podía ser algo que la hechicera podía aprovechar pues, tal vez, sus ataques fuesen más intensos.
Mientras la bruja estaba en carrera tratando de evitar los trozos de suelo que seguían derribándose, el Tarmúnil volvería a pronunciar unas palabras, esta vez dirigiéndose a ella, gracias a la palabra. – Tor munale, fashateni, Ish mah’lan zeru lesh* - Y levantaría el brazo y volvería a generar una esfera negra, pero esta vez en dirección a los pies de Elen, con el objetivo de romper el trozo de suelo sobre el que se sostenía.
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*No vivirás, centinela. Tu destino está marcado.
Tiro una nueva runa. En esta ocasión los resultados serán los siguientes:
- Runa normal/mala/muy mala: La roca caerá pero consigues salvarla. Podrás realizar un ataque en carrera por el impulso de la que saltas hacia la plataforma, para lo que deberás lanzar una nueva runa. Sería buena idea algo que lo debilitara. Un hechizo de viento para lanzarlo fuera de la plataforma o un apuñalamiento cuerpo a cuerpo sería más óptimo que un poder eléctrico. Tú decides. Si obtienes un resultado bueno, terminarás el combate.
- Runa buena/muy buena: Quedarás colgada del precipicio y tendrás que apañártelas para no terminar abajo. Te lastimarás algo la pierna por alguna mala postura. Tus hechizos de viento pueden ser útiles para alejar al centinela y volver a incorporarte. Lanza una runa.
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
El miembro 'Ger' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
En respuesta al ataque de viento, el jinete interpuso su espada en el trayecto de la onda, sujetándola con fuerza y manteniéndola en vertical, pero ni siquiera eso le bastó para resistir el ataque de la hechicera, que logró desarmarlo y lanzar la hoja al mar. Sin caballo ni arma, la de ojos verdes se permitió creer por un instante que su oponente había quedado indefenso, pero pronto descubriría lo equivocada que estaba, en cuanto el sombrío ser comenzase a pronunciar palabras extrañas en su antigua lengua. Como si no fuera suficiente con las habilidades de combate, que sin duda en una lucha cuerpo a cuerpo superarían a las de la joven, los Tarmúnil también eran capaces de utilizar magia, una magia oscura que Elen no había visto antes.
El orbe de negra energía salió disparado de manos del jinete, para impactar no en la bruja, sino en el suelo sobre el que se encontraba, provocando que se hundiese bajo sus pies. Sin duda alguna su enemigo quería ponerla en desventaja, obligándola a luchar en un terreno mucho más pequeño, donde ya no era posible atacar a distancia, como había hecho hasta el momento. A toda prisa, la tensai se apartó del borde del precipicio para no caer al mar, aunque eso implicase afrontar el resto del combate desde una posición que no le resultaba demasiado cómoda.
Elen debía reestructurar su estrategia en cuestión de segundos, pues ahora que no contaba con el espacio suficiente para mantenerse a una distancia prudencial de su oponente, y sabiendo que éste intentaría reducir aún más la plataforma para ponerla en problemas, sus ataques debían volverse más intensos, lo suficiente como para debilitar al jinete y enviarlo a su plano lo antes posible. No tendría muchas oportunidades, como mucho un par antes de encontrarse demasiado cerca del enemigo, y por tanto de su oscura y peligrosa magia, así que tocaba pensar con rapidez y elegir el siguiente movimiento.
Sin embargo, el Tarmúnil no le dio más que unos segundos de tregua, lo justo para volver a pronunciar unas palabras que la de cabellos cenicientos no entendería, tras lo cual alzó el brazo en dirección a ella y lanzó un nuevo orbe negro, que impacto de lleno en el suelo sobre el que se encontraba la hechicera. Quería tirarla al mar, o eso era lo que parecía, pero la tensai no iba a rendirse fácilmente después de todo lo que había tenido que hacer para llegar hasta allí, no después de que su nombramiento como centinela hubiese supuesto la muerte de Tarivius.
Con un ágil salto, Elen salvó el desprendimiento y sin tiempo para pensárselo demasiado, comenzó a correr en dirección al jinete, blandiendo la helada espada que le había entregado el dragón blanco de Dundarak por delante de su cuerpo. - Se acabaron las tonterías. - pensó para sí, consciente de que aquella decisión podía salirle mal, pero si algo deseaba en aquel instante era destrozar al ser que tenía delante, y eso precisamente era lo que iba a intentar. Sujetando fuertemente la empuñadura del arma con ambas manos mientras corría, la bruja mantuvo su hoja apuntando al jinete de forma horizontal y dejó de lado los nervios y el miedo que aquella criatura había conseguido despertar en ella minutos antes, cuando la perseguía por la escalera de piedra y a punto había estado de matarla.
Sabía de sobra que aunque aquello funcionase no lo mataría, pero nadie le quitaría la satisfacción de haber atravesado a uno de aquellos desgraciados, y cuando la batalla final llegase, se daría el gusto de destruirlos de forma dolorosa, para devolverles parte del mal que habían causado a inocentes como ella. Cuando apenas los separaban ya escasos metros, Elen aceleró aún más y se lanzó contra la oscura figura, esperando hundir la mágica hoja de su espada a la altura en que debía estar el corazón, aunque lo más probable era que aquella cosa no tuviese nada semejante.
De conseguirlo, la tensai giraría el arma dentro del cuerpo del jinete para causar más daño, dejando el filo orientado hacia arriba y tirando de la hoja en la misma dirección para ampliar la herida, mientras dedicaba una mirada cargada de odio al ser.
El orbe de negra energía salió disparado de manos del jinete, para impactar no en la bruja, sino en el suelo sobre el que se encontraba, provocando que se hundiese bajo sus pies. Sin duda alguna su enemigo quería ponerla en desventaja, obligándola a luchar en un terreno mucho más pequeño, donde ya no era posible atacar a distancia, como había hecho hasta el momento. A toda prisa, la tensai se apartó del borde del precipicio para no caer al mar, aunque eso implicase afrontar el resto del combate desde una posición que no le resultaba demasiado cómoda.
Elen debía reestructurar su estrategia en cuestión de segundos, pues ahora que no contaba con el espacio suficiente para mantenerse a una distancia prudencial de su oponente, y sabiendo que éste intentaría reducir aún más la plataforma para ponerla en problemas, sus ataques debían volverse más intensos, lo suficiente como para debilitar al jinete y enviarlo a su plano lo antes posible. No tendría muchas oportunidades, como mucho un par antes de encontrarse demasiado cerca del enemigo, y por tanto de su oscura y peligrosa magia, así que tocaba pensar con rapidez y elegir el siguiente movimiento.
Sin embargo, el Tarmúnil no le dio más que unos segundos de tregua, lo justo para volver a pronunciar unas palabras que la de cabellos cenicientos no entendería, tras lo cual alzó el brazo en dirección a ella y lanzó un nuevo orbe negro, que impacto de lleno en el suelo sobre el que se encontraba la hechicera. Quería tirarla al mar, o eso era lo que parecía, pero la tensai no iba a rendirse fácilmente después de todo lo que había tenido que hacer para llegar hasta allí, no después de que su nombramiento como centinela hubiese supuesto la muerte de Tarivius.
Con un ágil salto, Elen salvó el desprendimiento y sin tiempo para pensárselo demasiado, comenzó a correr en dirección al jinete, blandiendo la helada espada que le había entregado el dragón blanco de Dundarak por delante de su cuerpo. - Se acabaron las tonterías. - pensó para sí, consciente de que aquella decisión podía salirle mal, pero si algo deseaba en aquel instante era destrozar al ser que tenía delante, y eso precisamente era lo que iba a intentar. Sujetando fuertemente la empuñadura del arma con ambas manos mientras corría, la bruja mantuvo su hoja apuntando al jinete de forma horizontal y dejó de lado los nervios y el miedo que aquella criatura había conseguido despertar en ella minutos antes, cuando la perseguía por la escalera de piedra y a punto había estado de matarla.
Sabía de sobra que aunque aquello funcionase no lo mataría, pero nadie le quitaría la satisfacción de haber atravesado a uno de aquellos desgraciados, y cuando la batalla final llegase, se daría el gusto de destruirlos de forma dolorosa, para devolverles parte del mal que habían causado a inocentes como ella. Cuando apenas los separaban ya escasos metros, Elen aceleró aún más y se lanzó contra la oscura figura, esperando hundir la mágica hoja de su espada a la altura en que debía estar el corazón, aunque lo más probable era que aquella cosa no tuviese nada semejante.
De conseguirlo, la tensai giraría el arma dentro del cuerpo del jinete para causar más daño, dejando el filo orientado hacia arriba y tirando de la hoja en la misma dirección para ampliar la herida, mientras dedicaba una mirada cargada de odio al ser.
Elen Calhoun
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
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Tyr
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La bruja había conseguido librar con gran agilidad el desplome de tierra que se había producido bajo sus pies. Además, tuvo tiempo de desenfundar una antigua y cristalina espada con la que se lanzó con un fuerte grito de odio y resentimiento hacia uno de los jinetes que tanto la habían atormentado los últimos tiempos.
Los dioses sonrieron de nuevo a la benjamina de los Calhoun, que consiguió atravesar a la criatura. Quedando inmóvil, pero sin sangrar ni teñir de rojo la espada de la bruja, como hubiera pasado con cualquier otro ser vivo en el mundo. El jinete no era mortal en aquel plano y la bruja lo sabía. Pero la manera en la que retorcía la espada dentro del hombre era más una liberación de rabia y sed de venganza que un ataque dispuesto a herir mortalmente a su enemigo.
Éste sujetó la espada de la bruja con ambas manos tratando de extraerla del interior de su pecho, y comenzó a reír malévolamente, conocedor de que, por mucho que hiciera, la bruja no sería capaz de matarlo. Aún así, el medallón solar comenzaría a brillar en el cinturón de la armadura de Elen y ésta podría postrarlo en su frente para desterrarlo del plano.
En cuanto el medallón tocara la frente del Tarmúnil. Un portal se abriría tras él y, bajo un grito de sufrimiento grave y aterrador, comenzaría a ser atraído hacia el mismo con gran fuerza. Estiraría el brazo para tratar de tomar a la joven Calhoun y arrastrarla hacia el plano de los jinetes, pero no alcanzaría a tomarla.
Cuando el jinete desapareció. El silencio absoluto volvería a la isla. De nuevo las gaviotas y el romper de las olas serían el único ruido. E incluso el sol comenzaba a salir bajo las oscuras nubes, que ya comenzaban a desaparecer. Unas últimas gotas testimoniales de agua permitirían la formación de un arcoiris que ahora relucía en lo más alto del cielo.
Lo único verdadero es que, por fin, Elen había cumplido su objetivo. El medallón solar era suyo. Y ahora sabía la manera de destruir a los jinetes oscuros. Su camino no había sido sencillo, sus enfrentamientos con el dragón de humo, con Keira y el hombre pulpo, con la gran encantadora Abbey y los guardias de palacio y, en última instancia con el jinete oscuro. Toda una odisea que se había materializado en un único medallón. Que ahora la convertiría en Centinela del Sur.
Aquel paisaje era bonito, y un lugar tranquilo y solitario en el que reposar después de tanto cansancio. Pero quedaba aún una última cosa por hacer. La despedida de Tarivius. El libro con el que la había obsequiado en uno de sus encuentros permanecía ligado al alma del hechicero y desaparecería ahora. Pero antes, formaría un portal que, de atravesarlo, llevaría a la bruja a las islas illidenses. A un lugar pequeño y florecido jardín cercano a la casa en la que vivía el fallecido centinela.
Allí, Elen podría rendir homenaje al que había sido su mentor durante este viaje. Al que tan poco había conocido pero, a la vez, tanto había hecho por ella. Ahora tenía una nueva y larga misión para la que tendría que prepararse. Tendría que evolucionar y mejorar pues con sus habilidades actuales había ido muy justa para desterrar a un jinete sin experiencia alguna en combate. Aquello no era el final. La misión de Elen por la destrucción de los Tarmúnil no había hecho más que comenzar.
Los dioses sonrieron de nuevo a la benjamina de los Calhoun, que consiguió atravesar a la criatura. Quedando inmóvil, pero sin sangrar ni teñir de rojo la espada de la bruja, como hubiera pasado con cualquier otro ser vivo en el mundo. El jinete no era mortal en aquel plano y la bruja lo sabía. Pero la manera en la que retorcía la espada dentro del hombre era más una liberación de rabia y sed de venganza que un ataque dispuesto a herir mortalmente a su enemigo.
Éste sujetó la espada de la bruja con ambas manos tratando de extraerla del interior de su pecho, y comenzó a reír malévolamente, conocedor de que, por mucho que hiciera, la bruja no sería capaz de matarlo. Aún así, el medallón solar comenzaría a brillar en el cinturón de la armadura de Elen y ésta podría postrarlo en su frente para desterrarlo del plano.
En cuanto el medallón tocara la frente del Tarmúnil. Un portal se abriría tras él y, bajo un grito de sufrimiento grave y aterrador, comenzaría a ser atraído hacia el mismo con gran fuerza. Estiraría el brazo para tratar de tomar a la joven Calhoun y arrastrarla hacia el plano de los jinetes, pero no alcanzaría a tomarla.
Cuando el jinete desapareció. El silencio absoluto volvería a la isla. De nuevo las gaviotas y el romper de las olas serían el único ruido. E incluso el sol comenzaba a salir bajo las oscuras nubes, que ya comenzaban a desaparecer. Unas últimas gotas testimoniales de agua permitirían la formación de un arcoiris que ahora relucía en lo más alto del cielo.
Lo único verdadero es que, por fin, Elen había cumplido su objetivo. El medallón solar era suyo. Y ahora sabía la manera de destruir a los jinetes oscuros. Su camino no había sido sencillo, sus enfrentamientos con el dragón de humo, con Keira y el hombre pulpo, con la gran encantadora Abbey y los guardias de palacio y, en última instancia con el jinete oscuro. Toda una odisea que se había materializado en un único medallón. Que ahora la convertiría en Centinela del Sur.
Aquel paisaje era bonito, y un lugar tranquilo y solitario en el que reposar después de tanto cansancio. Pero quedaba aún una última cosa por hacer. La despedida de Tarivius. El libro con el que la había obsequiado en uno de sus encuentros permanecía ligado al alma del hechicero y desaparecería ahora. Pero antes, formaría un portal que, de atravesarlo, llevaría a la bruja a las islas illidenses. A un lugar pequeño y florecido jardín cercano a la casa en la que vivía el fallecido centinela.
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Allí, Elen podría rendir homenaje al que había sido su mentor durante este viaje. Al que tan poco había conocido pero, a la vez, tanto había hecho por ella. Ahora tenía una nueva y larga misión para la que tendría que prepararse. Tendría que evolucionar y mejorar pues con sus habilidades actuales había ido muy justa para desterrar a un jinete sin experiencia alguna en combate. Aquello no era el final. La misión de Elen por la destrucción de los Tarmúnil no había hecho más que comenzar.
* * * * * * * *
¡Enhorabuena, Elen! Has conseguido completar la misión con éxito. Deberás escribir un último post a modo de epílogo. Puedes despedirte de Tarivius aquí mismo o abrir un tema adicional de un post en el bosque de las islas illidenses si lo prefieres.
Aquí tienes tus recompensas.
5 ptos de experiencia + 10 ptos de experiencia por buen desarrollo = 15 ptos de experiencia. (Se te habían entregado con anterioridad los correspondientes a las anteriores misiones).
Objetos recibidos:
- Adquieres el grado de Centinela de los reinos del Sur.
- Medallón solar. Permite al portador enfrentarse a los jinetes oscuros y desterrarlos a su plano una vez son debilitados en combate.
- Flor Pletirroja: Una flor rara que únicamente crece en isla Lunar. Consulta libros alquímicos para descubrir su uso. Una vez lo hagas, podrás usarla para sintetizar una poción que sustituirá tus hechizos eléctricos por hechizos de fuego. Tendrá un uso y una duración de 24 horas.
- Marca de Tarivius: Un bonito recuerdo que te permitirá acordarte de él. E, incluso, escucharás su voz en situaciones extremas relacionadas con tu misión principal. Pero esto únicamente podrá usarse en quests o mastereados.
- 300 aeros.
Consecuencias negativas:
Has tenido suerte con las runas en general, así que tras la finalización de tus misiones, estas son las consecuencias negativas de tus decisiones y enfrentamientos.
- Marca en la pierna: El puñal de Keira te dejará una pequeña marca en la piel a la altura del muslo. Deberás desinfectarla lo antes posible.
- Tu armadura está muy dañada. Deberías repararla para que siga siendo efectiva.
- Imposibilidad de acceder a los Reinos del Norte hasta el 15 de julio. Solicitar una quest entonces a mí o a otro master para poder volver a la ciudad.
Se te han sumado los aeros y experiencia. Registra en el apartado de objetos de master lo otorgado (Flor y medallón).
Ger
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Re: Ascensión [Quest] [Elen]
La helada hoja se hundió en el cuerpo del jinete casi hasta la empuñadura, pero el sombrío ser sabía de sobra que no podía morir en aquel plano, y llevando ambas manos a la espada, intentó extraerla de su cuerpo mientras reía con malicia. Elen frunció aún más el ceño y se percató del intenso brillo que emitía el medallón, era el momento de utilizarlo para desterrar a aquella cosa, tan lejos como fuese posible. Manteniendo una mano en el arma, para evitar que su enemigo consiguiese librarse de ella, la de ojos verdes llevó la diestra al amuleto y lo sacó de detrás de su cinturón, para luego acercarlo lentamente al rostro del Tarmúnil, que ya debía encontrarse suficientemente debilitado como para expulsarlo de Aerandir.
- Ríe cuanto quieras, pero mírame bien malnacido… - pronunció la hechicera con firmeza y un deje de odio en la voz. - Las tornas han cambiado, ahora yo seré vuestra peor pesadilla. - añadió, clavando la vista en la oscuridad que se escondía bajo la capucha del jinete. Acto seguido, y más por instinto que por saber lo que hacía, Elen dirigió el brillante medallón hacia la frente de su enemigo, creyendo que su luz sería lo que lo desterraría. En cuanto el amuleto entró en contacto con la sombra, un portal apareció de la nada justo detrás del Tarmúnil, que pronto se vio irremediablemente atraído hacia él. Solo entonces la bruja se apartó de su oponente, justo antes de que éste, profiriendo un sonoro grito de dolor, intentase alargar el brazo hacia ella para arrastrarla consigo, cosa que no logró.
Elen observó con una sonrisa en los labios como aquel desgraciado trataba desesperadamente de aferrarse al mundo en que se encontraba, y en cuanto el portal terminó de absorberlo, relajó los hombros y respiró profundamente, todo había terminado. Mientras las últimas gotas de lluvia caían sobre sus ropas, dando paso a un colorido arcoíris que marcaría el final de la oscuridad en isla lunar, la de cabellos cenicientos bajó su arma y volvió a notar las molestias en su pierna, sumadas a todo el cansancio de los últimos días, pero eso era secundario. Lo único que realmente importaba era el objeto que sostenía en la diestra, aquel que la convertía en centinela y le daba la oportunidad de erradicar de forma definitiva el mal que tanto daño le había hecho en el pasado.
Tarivius no había muerto en vano, ella continuaría su misión y lucharía hasta el último aliento para cumplirla, pero primero tendría que mejorar bastante, y reunir al resto de sus nuevos hermanos, cosa que no resultaría sencilla. Isla lunar quedaría para siempre grabado en su memoria, no solo por la dura prueba a la que la había sometido enfrentándola contra el jinete, sino también por el tiempo que había podido compartir con su mentor, antes de que éste desapareciese por completo.
Sabiendo los peligros que aún quedaban sueltos en la isla, y que al menos dos almas más rondaban por ella esperando ser liberadas, la joven se autoimpondría vigilar aquel lugar, pues ya que el resto de centinelas protegían los reinos del norte, este y oeste, a ella le tocaría velar por las islas Illidenses y Verisar. Mantener aquellas tierras a salvo de la oscuridad no sería tarea fácil, pero Elen buscaría el modo de conseguirlo, aunque eso supusiese viajar constantemente de un su hogar a la península.
Dejando escapar un suspiro de alivio, la tensai elevó la vista al cielo durante un breve instante, para luego posarla sobre aquel extraño medallón que de momento tendría que llevar tras las hebillas del cinturón, al menos hasta que encontrase un joyero de confianza al que encargarle la tarea de reparar la cadena rota. Con lo que le había costado conseguirlo no podía permitirse perderlo a la primera de cambio, así que sin dar más información de la necesaria, la de cabellos cenicientos supervisaría los trabajos del artesano hasta que éste le devolviese su amuleto, para no arriesgarse.
- Hora de volver a casa. - musitó, aunque no tenía nada claro cómo regresaría a las islas ahora que el anciano no estaba. En respuesta a sus dudas, un nuevo portal apareció en medio de la nada, instantes antes de que el peso de su bolsa se redujese notablemente. Extrañada, la maga revisó el interior y comprobó que el libro de Tarivius ya no estaba, al igual que su propietario, el tomo había desaparecido para siempre. Con la tristeza grabada en el rostro, Elen avanzó lentamente hacia el portal abierto, observando el florido jardín que la esperaba al otro lado, jardín que ya había visto antes de pasada, durante su primera visita a la escondida morada del centinela.
Había vuelto a su hogar, dejando atrás isla lunar y todo cuanto había sucedido en torno al altar de piedra, pero aún quedaba algo pendiente, un mal trago por el que tendría que pasar. Sin siquiera desviar la mirada hacia la casa de madera, la bruja continuó caminando hacia el jardín, sintiendo como el cansancio se hacía más patente con cada paso que daba, aunque eso dejó de importar en cuanto alcanzó a ver lo que se encontraba al final del jardín. Sobre una larga losa de piedra, que se mantenía elevada gracias a dos pilares del mismo material, yacía el cuerpo sin vida del centinela, ataviado con su mejor túnica y con las manos cuidadosamente colocadas sobre el pecho, lo que daba el aspecto de que no estuviese muerto sino plácidamente dormido.
Un montón de leña apilada cubría tanto la plataforma como los alrededores de la estructura, dejando claro qué tipo de final pretendían dar al anciano, pero la joven se alegró de poder verlo una última vez, y no dudó en acercarse y colocar sus manos sobre las de Tarivius, que ya estaban mortalmente frías. - Siento que esto haya tenido que acabar así. - susurró, mientras se le aguaban los ojos. - No te defraudaré. - añadió, segundos antes de percibir que no se encontraba sola. Dandera, la pequeña mujer bestia coneja que vivía en la casa junto con el centinela y el muchacho elfo, la había visto llegar a través de una ventana, y tras ordenar al chico que se quedase dentro, ya que le afectaba bastante ver el cadáver del hechicero, salió al encuentro de la tensai.
- ¿Cuándo ocurrió? - preguntó Elen, sin darse la vuelta. - El mismo día que te fuiste, antes del anochecer. - respondió con tono triste la coneja, al tiempo que se situaba junto a la benjamina de los Calhoun. - Justo cuando tuvo que intervenir para que consiguiese el corazón de Ravnik…- pensó para sí la de ojos verdes, consciente de que lo más probable era que aquel combate le hubiese costado la vida, lo que la convertía en única culpable, por no haber sabido defenderse sola contra el dragón de humo. - ¿Tuvo una muerte rápida? - se atrevió a preguntar, aunque temía la posible contestación.
- Sí, eso es lo único que me consuela. - susurró Dandera, que ya contenía nuevamente las lágrimas que se agolpaban en sus pequeños ojos. Elen cerró los suyos y dejó que las saladas lágrimas le recorriesen el rostro, manteniéndose en silencio durante unos minutos, hasta que encontró las fuerzas para volver a tomar la palabra. - No temáis, nada os faltará, ahora estáis bajo mi protección. - dijo lentamente, mientras se secaba las mejillas con el dorso de la mano. - Tarivius vio algo especial en ti, sé que estaremos bien aunque él no se encuentre con nosotros. - comentó la mujer bestia, en un intento por animar a la nueva centinela.
La tensai asintió con la cabeza, para luego desviar la vista hacia Dandera y posteriormente hacia la casa, donde permanecía el elfo, apartado de aquella dolorosa imagen. - No quise dar el eterno descanso a su cuerpo hasta que llegases, es la hora de hacerlo. - indicó la coneja, mientras el sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte, dando paso al oscuro manto de la noche. Lentamente, Elen avanzó hacia uno de los laterales de la plataforma y tomó la antorcha que yacía apoyada contra la pila de leña, mientras la mujer bestia recogía un cuenco con brea del suelo y procedía a verterla sobre la madera que rodeaba aquella especie de altar.
Tras encender la antorcha con ayuda de una lámpara de aceite cercana, la bruja volvió a situarse en el mismo lugar en que había estado hasta hacía apenas unos minutos, y en cuanto Dandera terminó su tarea y regresó a su lado, ambas consideraron que era el momento adecuado para dar el último adiós al centinela. - Que los dioses acojan tu alma hermano, una parte de ti vivirá siempre en el bosque, y otra me acompañará en el camino. - dijo con tono solemne, para acto seguido llevar el fuego a la pila de leña. Las llamas pronto se extendieron alrededor de la plataforma, envolviendo el cadáver del anciano y obligando a las presentes a retroceder ligeramente a causa del calor.
Dejando caer la antorcha entre el resto del fuego, con la vista clavada en Tarivius, Elen llevaría el pulgar de la diestra hacia la marca que el hechicero le había dejado antes de marcharse y acariciaría ligeramente la zona, segura de que de algún modo, no volvería a estar sola. Pasarían horas antes de que su mentor quedase reducido a cenizas, que volarían con una suave brisa y se extenderían a lo largo de su querido bosque, pero la de ojos verdes no se movería de allí en ningún momento, aquellas llamas quedarían grabadas en su mente.
En cuanto todo hubiese acabado, tanto ella como Dandera regresarían al interior de la casa, donde la bruja trataría de descansar y aliviar el dolor de su pierna, al menos hasta poder visitar a un médico en condiciones.
- Ríe cuanto quieras, pero mírame bien malnacido… - pronunció la hechicera con firmeza y un deje de odio en la voz. - Las tornas han cambiado, ahora yo seré vuestra peor pesadilla. - añadió, clavando la vista en la oscuridad que se escondía bajo la capucha del jinete. Acto seguido, y más por instinto que por saber lo que hacía, Elen dirigió el brillante medallón hacia la frente de su enemigo, creyendo que su luz sería lo que lo desterraría. En cuanto el amuleto entró en contacto con la sombra, un portal apareció de la nada justo detrás del Tarmúnil, que pronto se vio irremediablemente atraído hacia él. Solo entonces la bruja se apartó de su oponente, justo antes de que éste, profiriendo un sonoro grito de dolor, intentase alargar el brazo hacia ella para arrastrarla consigo, cosa que no logró.
Elen observó con una sonrisa en los labios como aquel desgraciado trataba desesperadamente de aferrarse al mundo en que se encontraba, y en cuanto el portal terminó de absorberlo, relajó los hombros y respiró profundamente, todo había terminado. Mientras las últimas gotas de lluvia caían sobre sus ropas, dando paso a un colorido arcoíris que marcaría el final de la oscuridad en isla lunar, la de cabellos cenicientos bajó su arma y volvió a notar las molestias en su pierna, sumadas a todo el cansancio de los últimos días, pero eso era secundario. Lo único que realmente importaba era el objeto que sostenía en la diestra, aquel que la convertía en centinela y le daba la oportunidad de erradicar de forma definitiva el mal que tanto daño le había hecho en el pasado.
Tarivius no había muerto en vano, ella continuaría su misión y lucharía hasta el último aliento para cumplirla, pero primero tendría que mejorar bastante, y reunir al resto de sus nuevos hermanos, cosa que no resultaría sencilla. Isla lunar quedaría para siempre grabado en su memoria, no solo por la dura prueba a la que la había sometido enfrentándola contra el jinete, sino también por el tiempo que había podido compartir con su mentor, antes de que éste desapareciese por completo.
Sabiendo los peligros que aún quedaban sueltos en la isla, y que al menos dos almas más rondaban por ella esperando ser liberadas, la joven se autoimpondría vigilar aquel lugar, pues ya que el resto de centinelas protegían los reinos del norte, este y oeste, a ella le tocaría velar por las islas Illidenses y Verisar. Mantener aquellas tierras a salvo de la oscuridad no sería tarea fácil, pero Elen buscaría el modo de conseguirlo, aunque eso supusiese viajar constantemente de un su hogar a la península.
Dejando escapar un suspiro de alivio, la tensai elevó la vista al cielo durante un breve instante, para luego posarla sobre aquel extraño medallón que de momento tendría que llevar tras las hebillas del cinturón, al menos hasta que encontrase un joyero de confianza al que encargarle la tarea de reparar la cadena rota. Con lo que le había costado conseguirlo no podía permitirse perderlo a la primera de cambio, así que sin dar más información de la necesaria, la de cabellos cenicientos supervisaría los trabajos del artesano hasta que éste le devolviese su amuleto, para no arriesgarse.
Música de ambiente
- Hora de volver a casa. - musitó, aunque no tenía nada claro cómo regresaría a las islas ahora que el anciano no estaba. En respuesta a sus dudas, un nuevo portal apareció en medio de la nada, instantes antes de que el peso de su bolsa se redujese notablemente. Extrañada, la maga revisó el interior y comprobó que el libro de Tarivius ya no estaba, al igual que su propietario, el tomo había desaparecido para siempre. Con la tristeza grabada en el rostro, Elen avanzó lentamente hacia el portal abierto, observando el florido jardín que la esperaba al otro lado, jardín que ya había visto antes de pasada, durante su primera visita a la escondida morada del centinela.
Había vuelto a su hogar, dejando atrás isla lunar y todo cuanto había sucedido en torno al altar de piedra, pero aún quedaba algo pendiente, un mal trago por el que tendría que pasar. Sin siquiera desviar la mirada hacia la casa de madera, la bruja continuó caminando hacia el jardín, sintiendo como el cansancio se hacía más patente con cada paso que daba, aunque eso dejó de importar en cuanto alcanzó a ver lo que se encontraba al final del jardín. Sobre una larga losa de piedra, que se mantenía elevada gracias a dos pilares del mismo material, yacía el cuerpo sin vida del centinela, ataviado con su mejor túnica y con las manos cuidadosamente colocadas sobre el pecho, lo que daba el aspecto de que no estuviese muerto sino plácidamente dormido.
Un montón de leña apilada cubría tanto la plataforma como los alrededores de la estructura, dejando claro qué tipo de final pretendían dar al anciano, pero la joven se alegró de poder verlo una última vez, y no dudó en acercarse y colocar sus manos sobre las de Tarivius, que ya estaban mortalmente frías. - Siento que esto haya tenido que acabar así. - susurró, mientras se le aguaban los ojos. - No te defraudaré. - añadió, segundos antes de percibir que no se encontraba sola. Dandera, la pequeña mujer bestia coneja que vivía en la casa junto con el centinela y el muchacho elfo, la había visto llegar a través de una ventana, y tras ordenar al chico que se quedase dentro, ya que le afectaba bastante ver el cadáver del hechicero, salió al encuentro de la tensai.
- ¿Cuándo ocurrió? - preguntó Elen, sin darse la vuelta. - El mismo día que te fuiste, antes del anochecer. - respondió con tono triste la coneja, al tiempo que se situaba junto a la benjamina de los Calhoun. - Justo cuando tuvo que intervenir para que consiguiese el corazón de Ravnik…- pensó para sí la de ojos verdes, consciente de que lo más probable era que aquel combate le hubiese costado la vida, lo que la convertía en única culpable, por no haber sabido defenderse sola contra el dragón de humo. - ¿Tuvo una muerte rápida? - se atrevió a preguntar, aunque temía la posible contestación.
- Sí, eso es lo único que me consuela. - susurró Dandera, que ya contenía nuevamente las lágrimas que se agolpaban en sus pequeños ojos. Elen cerró los suyos y dejó que las saladas lágrimas le recorriesen el rostro, manteniéndose en silencio durante unos minutos, hasta que encontró las fuerzas para volver a tomar la palabra. - No temáis, nada os faltará, ahora estáis bajo mi protección. - dijo lentamente, mientras se secaba las mejillas con el dorso de la mano. - Tarivius vio algo especial en ti, sé que estaremos bien aunque él no se encuentre con nosotros. - comentó la mujer bestia, en un intento por animar a la nueva centinela.
La tensai asintió con la cabeza, para luego desviar la vista hacia Dandera y posteriormente hacia la casa, donde permanecía el elfo, apartado de aquella dolorosa imagen. - No quise dar el eterno descanso a su cuerpo hasta que llegases, es la hora de hacerlo. - indicó la coneja, mientras el sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte, dando paso al oscuro manto de la noche. Lentamente, Elen avanzó hacia uno de los laterales de la plataforma y tomó la antorcha que yacía apoyada contra la pila de leña, mientras la mujer bestia recogía un cuenco con brea del suelo y procedía a verterla sobre la madera que rodeaba aquella especie de altar.
Tras encender la antorcha con ayuda de una lámpara de aceite cercana, la bruja volvió a situarse en el mismo lugar en que había estado hasta hacía apenas unos minutos, y en cuanto Dandera terminó su tarea y regresó a su lado, ambas consideraron que era el momento adecuado para dar el último adiós al centinela. - Que los dioses acojan tu alma hermano, una parte de ti vivirá siempre en el bosque, y otra me acompañará en el camino. - dijo con tono solemne, para acto seguido llevar el fuego a la pila de leña. Las llamas pronto se extendieron alrededor de la plataforma, envolviendo el cadáver del anciano y obligando a las presentes a retroceder ligeramente a causa del calor.
Dejando caer la antorcha entre el resto del fuego, con la vista clavada en Tarivius, Elen llevaría el pulgar de la diestra hacia la marca que el hechicero le había dejado antes de marcharse y acariciaría ligeramente la zona, segura de que de algún modo, no volvería a estar sola. Pasarían horas antes de que su mentor quedase reducido a cenizas, que volarían con una suave brisa y se extenderían a lo largo de su querido bosque, pero la de ojos verdes no se movería de allí en ningún momento, aquellas llamas quedarían grabadas en su mente.
En cuanto todo hubiese acabado, tanto ella como Dandera regresarían al interior de la casa, donde la bruja trataría de descansar y aliviar el dolor de su pierna, al menos hasta poder visitar a un médico en condiciones.
Elen Calhoun
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