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Mensaje  Wyn Lun Feb 02 2015, 00:31

Hojas por el suelo como si caídos en la guerra se tratase. Miles de letras tardas por el suelo. Parecía que había pasado una ventisca por la casa del señor Fentist.
Al parecer, el anciano estaba limpiando sus muchos libros cuando se cayó de la escalera, agarrándose a lo primero que pillo… la estantería. Todos los libros cayeron al suelo, desde una buena altura. Y los libros, con aun más años que su dueño, se rompieron, dejando escapar las páginas como si fuese un diente de león.


Algunas personas se habían dispuesto a ayudarle a reordenar las páginas de los libros rotos, pero sus vecinos no eran personas muy… conocedoras. Las páginas no estaban numeradas, por lo que había que leer y colocar… todo, con todas las páginas. La gente empezó a cansarse, dejándolo estar.

Suerte que aquella mañana le dio por ir al mercado, donde se toparía con un conocedor en historia, que le ayudaría con su gran colección.

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Ayuda al señor Fentist a ordenar los libros de historia... quien sabe quizás aprendas algo.
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Mensaje  Goruni Miér Feb 11 2015, 14:48

Al final he decidido quedarme unos días en Lunargenta. Tras el incidente con Killian y el paso por el hospital, descubrí que la ciudad tiene más que ofrecerme de lo que en un inicio había pensado. Su mercado, las casitas... Y el vaivén de personas con todos sus escandalosos defectos que me llaman a gritos para que los critique. En los bosques no sueles encontrarte con nadie. No es que abunde la vida humana -o humanoide- entre los árboles. Y eso es algo bueno, claro. Si yo no me quejo. Al contrario. Vivir en el bosque es una elección totalmente consciente y premeditada, pues soy algo esquiva a la hora de mantener algún tipo de relación con otras personas. Pero el hecho de que no haya casi gente o de que, la poca gente que haya, me sea conocida, no me permite explayarme a la hora de saciar mi hambre de crítica constante. Y, hablando de hambre, todavía no he desayunado.

Volviendo a lo inicial... Lo cierto es que nunca he pasado demasiado tiempo en Lunargenta. Es decir, la mayor parte de las veces que he tenido que pisarla han sido para conseguirle alguna cosa a mi madre. Ella me presta su dinero y yo busco lo que me pide: alguna especia para darle sabor a sus recetas, un tipo de hilo concreto que esté buscando en ese momento, frutas que no se encuentren por la zona... Mi madre es una amante de las cosas exóticas. Y esa carga cae sobre mis hombros en cuanto me ve. "Ay, Goruni, ya que estás aquí, ¿Por qué no viajas a Lunargenta y le traes a tu anciana madre un...?". Así siempre. Suspiro, recordándolo con pesar. Y eso que ni siquiera es mi madre de verdad.

Me doy cuenta de que es realmente fácil perderse en mis pensamientos. Y me percato de ello mientras paseo por la enorme calle central que recorre la ciudad de lado a lado. Viéndola detenidamente, sin prisa, sin obligaciones... Lunargenta es una ciudad hermosa. Y, lo mejor de todo, lo que la hace aún más interesante: Tiene un puerto. Un puerto que conecta con el mar. ¡El mar! Hace tanto que no me acerco a él... Mi vida en el bosque me impide ir mucho más allá de algún río o riachuelo. O, como mucho, me dejan acercarme al Lago Central. Pero el mar está, normalmente, fuera de mi alcance. Y aquí tengo todo el mar que quiera, ¡E incluso más! Si tuviera suficientes medios, podría incluso montar en uno de los barcos y viajar por Aerandir surcando las aguas. Mis ojos se iluminan solo con ese pensamiento.

Sin embargo, cuento con un problema. Un impedimento ante mi felicidad, un muro para alcanzar la relajación: la acumulación de gente puede dar lugar a disputas. Y, las disputas, a enemistades. Y las enemistades a rivalidades. Las rivalidades, a conflictos. Los conflictos a pequeñas batallas. Y, al final, la guerra. Lunargenta puede ser un lugar precioso, pero también es un lugar con muchos riesgos. Se me pasa por la cabeza algo pequeño. Una nimiedad, una cosa que puede pasar en cualquier momento dado que me encuentro en el mercado. Un cliente trata de conseguir algún objeto en uno de los tenderetes. Y ese objeto resulta que tiene un precio excesivo. El cliente se enoja y trata de regatear. Al final, el vendedor le rebaja el artículo. El comprador se marcha a casa con su reciente adquisición y, al cabo de unos pocos días, se da cuenta de que su objeto es una falsificación. Hace correr la voz, los vecinos se alteran y, entre todos, aúnan fuerzas hasta conseguir que el vendedor fraudulento se marche de la ciudad. Pero resulta que, aunque vendía algunos artículos falsos, era el principal importador de unos materiales importantísimos para los herreros. Al desaparecer el vendedor, los herreros se quedan sin esos materiales. Su producción cae en picado. Las armas se elaboran en menor cantidad. Los rumores llegan a tierras de vampiros. Si hay menos armas, hay menos defensa en las murallas de la ciudad, y pueden formar alianzas y atacar Lunargenta para saciar su sed de sangre. Invaden la ciudad, arrasan con los humanos. Los pocos que quedan en pie declaran la guerra a los vampiros. Se forman alianzas y enemistades entre las razas de Aerandir. Y el mundo entra en caos por una pequeña falsificación en un mercado.

No me había percatado de ello, pero he ido dejando de caminar poco a poco hasta detenerme en medio de la calle y pausar mi respiración. Vuelvo a la realidad de golpe -literalmente- cuando una niña tropieza con mi cadera. Cojo de una vez todo el aire que había estado conteniendo y abro mucho los ojos, alarmada. Suelto una maldición entre dientes, por lo bajo. No es bueno que pierda la noción de la realidad de ese modo. Miro a mi alrededor para ubicarme un poco y me encuentro con una situación algo tensa. Un hombre mayor discute con un tendero sobre el precio de unos hilos. Se me forma un nudo en la garganta. El aire me parece más pesado, y la luz del sol se cierne sobre mis hombros proporcionándome un aumento de temperatura extra. Aunque no hablan en voz demasiado alta, me fijo que ninguno de los dos quiere ceder, y parece que ese hombre necesita de verdad algunos hilos. Sin pensármelo dos veces, me acerco a ellos.

- Llevo comprándole muchos años, y usted lo sabe, señor Sven. -Dice el hombre más mayor. Desde mi altura solo le veo la espalda. Es un poco enclenque, no parece alguien que se haya dedicado a entrenar su cuerpo. El cabello lo tiene grisáceo y algo largo, aunque una pequeña calva se asoma en su coronilla. Sus manos son bonitas, como las de un elfo, parecen delicadas. Si me fijo bien, veo que están cuidadas y que no parecen haber sufrido más que por el paso del tiempo. Avanzo unos pocos pasos más.

- Señor Fentist, soy consciente de ello, créame. Pero estos hilos han sido traídos de algo más lejos que los habituales. Los costes se incrementan. Yo no puedo hacer nada, lo siento mucho. -El tendero le habla con suavidad y con respeto. Parece que intenta que el otro hombre comprenda su postura. Pero no resulta demasiado eficaz. En ese momento, el vendedor desvía la mirada hacia mí, clavando sus ojos verde oscuro en los míos, habiéndose detenido previamente a hacerle un breve repaso a mi escamoso cuerpo.- ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

- Sí. -Contesto sin pensarlo e inmediatamente me doy cuenta de mi error.- Es decir, no, usted no. -El tendero me mira con el ceño fruncido y es entonces cuando el segundo hombre, al que han llamado señor Fentist, se gira para mirarme. Es más alto que yo, como prácticamente todo el mundo, y sus ojos son del mismo gris que su cabello y parecen ocultar todos los secretos de Aerandir. Sin meditarlo primero, saco de mis ropas una bolsita pequeña, del tamaño de una manzana, y se la tiendo al señor Fentist.- Quédese con mis hilos. Yo no los necesito. -Sonrío levemente y hago una ligera inclinación de cabeza a modo de despedida.- Caballeros. -Digo, para dar por finalizada mi intervención, y vuelvo a meterme entre la multitud para seguir mi camino, orgullosa de haber salvado al mundo de una nueva guerra. Mas no pasan mucho más de diez segundos antes de que alguien toque mi hombro, ante lo que reacciono de forma brusca, apartándome y llevando mi mano a la empuñadura de una de mis dagas al tiempo que levanto el labio superior dejando ver mis afilados colmillos de serpiente. Al fijarme, me doy cuenta de que es el hombre al que acabo de ayudar que, temeroso, me mira con la mano extendida, sobre la que está sentado Venmus, mi pequeño lehtiä azulado.- ¡Venmus! -Exclamo, abriendo mucho los ojos y agarrándole con cuidado. Toda postura o expresión amenazante abandona mi rostro para dejar paso a un aura de preocupación y alivio más que de otra cosa.

- Fui a ver el contenido de la bolsita cuando apareció este ratoncito. Y no creo que un lehtiä precisamente vaya a ayudarme a coser mis libros, ¿No le parece, señorita? -El señor Fentist me muestra una sonrisa amable y amistosa, una sonrisa cómplice, con la diversión brillando en sus ojos grises.

Entreabro los labios para decir algo pero me he quedado sin palabras, ante lo que río con sutileza. ¿Cómo he podido olvidar a mi Venmus en la bolsita de los hilos? Estos vahídos mentales no son normales en mí. Puede que sean secuelas de la pelea. Aunque ya hace al menos un par de días. Pero, quién sabe; me di algunos golpes fuertes en la cabeza, así que todo puede ser. Repito las palabras del hombre en mi cabeza, y no sé qué me llama más la atención: Si el hecho de que conozca la naturaleza de mi compañero o que mencione que tiene libros que coser. Mi naturaleza curiosa resalta el primer hecho, pero mi parte amante de la lectura y las historias palpita al escuchar "libros". ¿Cuánto tiempo hace que no leo acerca de... cualquier cosa? Desde que me mudé con los licántropos no he hecho mucho más que entrenar mi cuerpo. Dejé la biblioteca y la sabiduría en mi antiguo hogar. Por suerte, mis ganas de seguir sabiendo no se quedaron en el Pantano.

- ¿Tiene libros que coser? -Ladeo mi cabeza al tiempo que alzo las cejas ligeramente más de lo normal, denotando sorpresa.- ¿Es usted librero o algo por el estilo? -El hombre suelta una risotada baja, en una voz grave y carcomida por los años.

- Qué más me gustaría a mí. -Sonríe y niega con la cabeza.- No, no es nada de eso. Simplemente tengo muchos libros. Pero, haciendo limpieza, se cayeron todos por un pequeño percance, y sus hojas se han esparcido por el suelo. -Tuerce los labios y baja la mirada por un momento, en una expresión triste.- Así que ahora tengo que ordenarlos todos, y coser las páginas. Esta mañana he intentado arreglar unos pocos, pero yo solo no puedo, y mis vecinos no son demasiado... -Se queda pensativo unos segundos, supongo que buscando la palabra adecuada.- No tienen las aptitudes necesarias para saber ordenarlos, ¿Comprende?

Sonrío de forma descarada, cruzándome de brazos. Qué forma tan sutil de decir que sus vecinos tienen pocas luces. Por suerte para él, no todo el mundo a su alrededor es igual de corto de mente. Descruzo los brazos y le pongo una mano en el hombro, mientras la otra la llevo a mi cadera. Clavo mi mirada en sus ojos grises.

- No se preocupe, porque aquí mismo tiene a alguien que sí que sabe diferenciar unas cuantas historias. -Le guiño un ojo, cómplice, y luego le suelto y dejo escapar una suave risotada. No solo es una suerte para él, también lo es para mí. Con suerte, podré leer nuevas historias mientras ordenamos las páginas. Y aprender más sobre la historia de este lugar. Tal vez, encontrar en ese hombre mi nueva biblioteca. Debo portarme bien para ello.- ¿Le importaría, entonces, si le acompaño a su casa y le ayudo a ordenar sus libros? -Comento, antes de que él pueda responderme. El hombre se muestra agradecido y asiente con fervor a mi proposición, mientras comienza a guiarme hacia su morada.

Durante el trayecto apenas nos da tiempo a presentarnos, pues resulta que vive en una callejuela paralela a la gran calle central; pero esta no tiene nada que ver con la otra. La calle en la que vive es estrecha, de casas bajas hechas de piedra. Desprende un aura cálida, como si las pequeñas casitas te acogiesen y cuidasen de cualquier peligro. Es una sensación reconfortante y agradable. Es paradójico que un lugar como Lunargenta pueda tener calles así, siendo un potencial centro de guerra. Suspiro mientras me muerdo el labio, esperando a que el señor Fentist abra su casa. Tras la puerta, nos reciben un sinfín de páginas esparcidas por el suelo, cubriéndolo y tapándolo como si de hojas se tratase, como si nos hubiésemos transportado a un profundo bosque. Vaya. Hay más de las que esperaba.

Si alzo la vista, me encuentro una estantería algo raspada en las esquinas. Esa debe ser la que se ha caído, pues no hay más de cuatro o cinco libros en sus estantes, mientras que en el suelo puede haber perfectamente treinta. Camino con cuidado de no pisar ninguna página, apartándolas de mi camino con delicadeza. El señor Fentist deja mi bolsita de hilos encima de una mesa y empieza a coger los tomos, mostrándome las portadas y explicándome brevemente de qué trata cada libro. Y hay historias que conozco, pero también las hay que no. Me siento en el suelo de madera, sobre la alfombra que ocupa la parte central de la sala. Recorro el lugar con la vista antes de comenzar a ordenar las páginas. Las paredes son de piedra roja y marrón, irregular, creando curiosas curvas allí donde las piedras encajan. Parece que formen palabras; tal vez una historia se oculta en las paredes. Estas están adornadas con diversos candelabros perfectamente repartidos a lo largo de esa habitación principal. Las velas son altas y finas, recubiertas de la cera ya derretida por el uso.

Empiezo cogiendo un montoncito, dispuesta a ordenar las páginas que encuentre por los números que lleven y, después, ir buscando los libros a los que le falten dichas páginas. Está claro que aquellos relatos que ya conozca no me será difícil encontrar a sus vecinos. Pero, para las historias desconocidas, me parece un buen método. El señor Fentist me deja el trabajo de ordenar a mí, mientras él empieza a coser los libros que ya ha separado esta mañana. Me fijo en el título del tomo que está cosiendo. "Historia de una rivalidad., por Clausius Ghëno. El autor me suena, lo que me hace fruncir el ceño y preguntar acerca de esa historia, al tiempo que voy separando las hojas por numeración.

- Ah, esta es una historia muy antigua, Goruni. -Dice el señor Fentist mientras enhebra una aguja.- El autor es un elfo que cuenta la primera guerra de los brujos contra los de su raza, cuando les expulsaron de las Islas Illidenses. ¿Conoces algo sobre estas dos razas, joven serpiente? -Niego con la cabeza, en silencio. Lo cierto es que, aparte de a los licántropos y a los hombres-bestia, no he investigado apenas a las otras razas que habitan Aerandir.  Y, en este momento, aunque hubiera sabido algo, lo habría negado de todos modos solo con que Fentist me contase la historia completa. Ante mi negación, prosigue.- Pues verás. El origen de la magia proviene de los dragones, Goruni. Antaño hubo dragones que representaban cada uno de los elementos que hoy en día conocemos: Agua, Aire, Fuego, Tierra, Relámpago, Luz y Oscuridad. Los elfos fueron creados a partir de la magia de Luz, así como los brujos pueden controlar cualquiera de los otros elementos. Por ello, los brujos se dividen en distintos grupos con igualdad de poder, donde cada grupo corresponde a un elemento. Esta historia que te voy a contar tiene origen gracias al maestro de Fuego, un brujo impetuoso y lleno de ambición. -Hace una breve pausa para pasar la aguja por uno de los huecos ya existentes, pero parce que le está costando.- Este hombre consideraba a los elfos como verdaderos enemigos, e incluso lideraba campañas bélicas para acabar con ellos, llegando a quemarlos vivos. Un día, el maestro se dirigió a la aldea élfica dispuesto a arrasar con todo, pero le sorprendió un antiguo espíritu elemental de piedra que custodiaba esas tierras. El maestro terminó malherido, pues la criatura era un importante rival incluso para alguien como él. Pese a que hubiese sido sencillo dejar morir al maestro, los elfos son criaturas repletas de la compasiva y sanadora magia de Luz, por lo que la sacerdotisa de la aldea acogió al hombre para curarlo. Estos cuidados fueron los responsables de que él se enamorase perdidamente de ella, pero su felicidad fue breve. Dado que cada uno recoge lo que siembra, la guerra les alcanzó y se llevó consigo la vida de la elfa, sin que él pudiese hacer nada por detener el ataque. Volvió a su antiguo hogar y, con el corazón repleto de dolor, trató de detener la rivalidad que existía entre ambas razas. Pero era demasiado tarde. Lo único que logró fue una pequeña tregua, que llevó a los elfos a los Bosques del Este, dejando las Islas Illidenses a cargo de los brujos.

Permanezco en silencio a lo largo de toda la historia, sintiendo cada una de las palabras del señor Fentist como si estuviese viviendo la misma situación que sufrió aquel brujo. ¿Tendrán todas las razas historias como esa? Que cada territorio, y sus habitantes, hayan tenido un origen trágico, de alianzas y rivalidades, de disputas y amores. Siento en mi interior esa antigua sensación que me acompaña cada vez que descubro una nueva historia. El corazón palpitando al ritmo de mi respiración. Todo mi cuerpo reaccionando ante las palabras que describen esos acontecimientos pasados. Un sentimiento tan cálido como el que me ha embriagado al entrar en la calle, hace unos minutos. Y me pregunto... ¿Será siempre así? ¿Sentiré siempre estas emociones tan reconfortantes y acogedoras cada vez que aprenda algo nuevo sobre mi tierra?

Bajo la mirada hacia las páginas que sostengo, percatándome de que me había quedado embelesada escuchando al señor Fentist hablar al tiempo que cose cada uno de sus libros. Y recuerdo que me he ofrecido para ayudarle en su tarea, y no solo para aprender cosas nuevas. Tras pocos minutos, he terminado con uno de los tomos que habla sobre los Bio-cibernéticos. Sobre ellos sí que conozco algunas historias pues, al fin y al cabo, su llegada coincidió con el origen de mi raza y, lo que es mucho más importante, la llegada de los Bios fue el origen de una terrible guerra entre los habitantes de Aerandir y los que nos invadieron. Hubo más batallas después de esa, pero fueron meras rivalidades entre clanes. La guerra más real y peligrosa, la que me hizo sumirme en un estado de tensión continua, fue, sin duda, la que se produjo en esa época. De modo que, si de algo sé, además de sobre mi raza y sobre los licántropos, es sobre la llegada de esos seres metálicos que trajeron consigo la destrucción.

- Señor Fentist. -Digo, al tiempo que le tiendo ese nuevo tomo, mostrándole la portada.- ¿Qué opina de los Bio-cibernéticos? -Mi mirada se centra en él durante un momento, esperando la respuesta. Escuchar hablar a este hombre es un verdadero placer. Es... Como un libro que habla. Ojalá hubiese libros parlantes. Y que contestasen tus preguntas. Sería muy divertido. Ladeo una pequeña sonrisa ante mi idea.

- ¿A qué te refieres? -Pregunta, cogiendo el libro con todo el cuidado y la delicadeza del mundo.

- Bueno, ya sabe. Con ellos llegaron las desgracias, ¿No? Yo en concreto pienso que deberíamos exterminarlos a todos. -Mi mirada se ilumina durante unos instantes; la luz del sol que entra desde las ventanas rebotando contra mi iris azabache, posibilitando el diferenciar, por un momento, la alargada pupila que cruza mi ojo. Bajo de nuevo la mirada, cogiendo un libro nuevo. Le faltan las páginas 30, 31, 34, 35, 154, 155, 156, 157, 214 y 215. De nuevo, hablando sobre los Bios. Mis ojos se alza imperceptiblemente de nuevo. ¿Y si el señor Fentist es un fanático de los Bios y me echa por insultarles? No me gustaría, ya que realmente espero sacar algo bueno de esto, pero si fuese así tampoco puedo hacer mucho ya.

- Hmm... -Se mantiene en silencio unos segundos, pensativo.- Ellos no tuvieron la culpa de lo que ocurrió. Es decir, todo eso fue cosa de quienes nos invadieron. Los Bio-cibernéticos son puras máquinas. Una vez conocí a uno, ¿Sabes? Y no tienen ningún tipo de sentimiento. No pueden sentir odio, así que dudo que sean capaces de idear planes malvados por sí mismos. -Se encoje de hombros, mientras sigue cosiendo. Es increíble su capacidad para coser sin prestar demasiada atención a lo que hace. ¿En serio no ha sido librero?

Los minutos pasan y, mientras tanto, vamos arreglando más y más libros. De vez en cuando, le pregunto alguna cosa que me parece interesante cuando paso mi mirada por las antiquísimas páginas de todos esos tomos y él, educado, disipa todas mis dudas y me responde elocuentemente y con interés. Creo haber encontrado un lugar en el que pasar algunos días de ahora en adelante. Una pena que quede lejos de mi hogar.
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Mensaje  Wyn Miér Feb 18 2015, 19:40

La luna se iba haciendo paso en el cielo, iluminando las calles con un color plata. La gente ya empezaba a recogerse en sus casas, parecía que iba a llover.


-Muchas gracias, Goruni.- dijo el anciano dejando dos cacitos de madera en la mesa. Un leve humo salía del interior, del caliente caldo que el hombre había preparado para ambos. Algo de carne flotaba en el claro caldo, acompañado de algunas verduras. Se presentaba una noche fría y con posibles lluvias, el caldo era más que acertado.
-¿Sabes que es lo que me gusta más de tu pequeño amigo?- preguntó el hombre de pelo canoso sentado en la mesa, esperando a que la joven mujer bestia le acompañase. Hizo un gesto con la cabeza, señalando al pequeño lehtiä. –Me fascina la capacidad de su cambio de pigmentación. Ellos cambian según las hojas de los árboles.- contestó sin esperar una previa contestación a su primera pregunta. – Cuando el sol calienta más estas tierras, estos pequeños animalillos son de un color verde vivo, cuando las hojas caen de las ramas, marrones, en las etapas más frías se dice que se han visto algunos de color blanco…- una leve sonrisa asomaba en los labios del hombre, antes de que este empezase a beber el caldo.

-Azul…- continuó. –Sabes, nunca lo había visto de este color, ni siquiera en dibujos. Goruni, puedes quedarte aquí a pasar la noche, y si gustas puedes venir siempre que quieras. Te estoy muy agradecido. –dijo con una sonrisa amable y sincera. Unas arruguitas se acentuaron  alrededor de sus ojos, y algunas algo más grandes junto a las comisuras de la boca.
Hacía años que el anciano se sentía un poco solo, y aquella muchacha, aunque solo fuese por aquella tarde, le había hecho sonreír, cosa que ya solo conseguía con sus preciados libros.



Ya con los boles vacíos, el anciano se sentó junto al hogar. –Goruni, quiero que escojas el libro que más te guste y te lo lleves contigo. Si fuese que es uno de lo que aún no están listos, te doy mi palabra, que estés donde estés, el libro te llegara…


_______________________________________________


300 aeros.
6 puntos de exp. de habilidades pasivas.
Estate atenta, en breves recibirás el regalo del señor Fentist.
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