[QUEST] Estúpido hielo de sangre.

Los primeros rayos del sol acariciaron el rostro de la dragona, haciendo que abriese los ojos poco a poco, parpadeando repetidas veces hasta acostumbrar los ojos a la luz.
Estiró los brazos y las piernas, haciendo que los huesos le crujiesen  ligeramente. Se quedó unos instantes más ahí, tumbada, sintiendo el aire fresco de la mañana en su piel, notando como su cabello de mecía por el mismo.
Se levantó, peinando su negra melena con los dedos. Se colocó bien la capa, ajustando de nuevo el cinturón, la falta de pantalones o parte inferior de armadura era... raro. Se sentía muy cómoda, per a la vez insegura. Se sentía ágil, pero tenía ser un flanco fácil para las flechas. Era una sensación similar a la que experimentaba cuando portaba vestidos… aunque aquello había sido en pocas ocasiones.
El sol ya lamería un costado de las montañas, haciendo que brillase con la gran capa de nieve. Levia sonrió, ya deseaba verlo, pero para aquello debía salir del bosque.
Corrió por entre los árboles, quería llegar a un claro más espacioso. Las ramas de los altos árboles se movían con ella, haciendo que aquel leve rumor se añadiese al ruido de los pasos de la dragona.


Era una mañana despejada, apenas un par de blancas nubes la acompañaban en su vuelo. Podía sentir como el aire se iba volviendo cada vez más frio a medida que se acerca al territorio de los dragones.
Lo primero que pudo ver fue la cuidad que se alzaba ante ella, blanca, de edificios altos y redondeados. Una ciudad que parecida que había surgido de la misma nieve. Dundarak. Aquellas tierras le traían muchos recuerdos a la joven dragona, buenos y malos recuerdos, aquellos que miras atrás con una sonrisa y los que es mejor no recordar.
Pero en la gran ciudad  no encontraría lo que necesitaba, no al menos con los aeros que portaba encima, debía ir ella misma en busca del cristal… ¿pero cómo lo iba a extraer? Ya iba siendo hora de pensar en aquello.
Se suponía que el Stalhrim era un mineral difícil en extraer, así como de encontrar, ¿Cómo una persona con conocimientos mínimos en herrería podía hacerse con la suficiente cantidad requerida?
Quizás encontraría a algún trabajador por el camino, aunque a decir verdad prefería apañárselas sola, ya había estado en compañía de gente en  las últimas semanas, agradecía aquellos momento de silencio y de “paz”. Sabía que había otros modos de encontrar aquel material tan preciado, sin ir más lejos, hacia unos meses había escuchado en una taberna que unos mineros del norte habían hallado este mismo material en una tumba, junto a un cadáver… aunque era un fenómeno muy extraño, y la dragona no tendría tanta suerte de toparse con el Stalhrim tan fácilmente.

La gran estepa ya era lo único que separaba a Levia de la llanura nevada, donde pensaba que tenía más posibilidades de encontrar el hielo. Ya quería llegar, enterrar los pies en la nieve, ver el gran manto blanco. Pero de nuevo necesitaba recuperar fuerzas, no podía volar tantas horas y tanto recorrido sin parar a comer.

Se sentó junto a la orilla del lago helado, comiendo un trazo de carne deshidrataba, no era lo más bueno que había comido nunca, pero menos suponía dejar de avanzar. El rio Tymer… quizás lo seguiría en su ascensión hacia las montañas nevadas.
Y así lo hizo, Levia, a pie, siguió caminando junto al rio, a contracorriente, viendo como el paisaje cambiaba a cada paso. Ya podía sentir el frio en su cuerpo, literalmente, ya que por bajo la capa se colaba un aire frio que helaba sus piernas… y su feminidad, para que engañarnos. Y fue entonces cuando Levia juro que nunca jamás se pondría falda, o similares… que ingenua.
Sus pies se hundían en el algodón que ya lo cubría todo. Se recogió el cabello en una trenza ladeada, ya que el aire empezaba a soplar con más intensidad, haciendo que el mar de rizos chocase contra su cara y obstaculizase su campo de visión.
Quedaban pocas horas de luz, debía aprovecharlas… así que no paro hasta que la noche de nuevo envolvió todo el territorio. Desdelos reinos del norte el cielo parecía mucho más precioso. Quizás la tierra era blanca y monótona, pero el cielo regalaba una gran carta de colores que parecía sacar la escena de un cuento para niños, un cuento mágico.

Ya no recordaba el frio que podía llega a hacer por la noche en la llanura, así que busco una cueva para pasar las horas de penumbra. Sabía que no muy lejos había una lo bastante grande como para no padecer la nevada de la noche.
Era más grande de lo que ella recordaba, aunque no creía que aquello fuese un impedimento, además, estaba cansada, el sueño empezaba a hacer mella en ella, y las dimensiones de una cueva no le iban a parar.

Ruidos, rumores, susurros… el sonido que producía el aire de la ventisca distorsionaba su oído. Tenía sueño, pero no podía dormir sin estar segura de los sonidos de dentro, y los de fuera, de aquel modo no podía estar alerta en las horas de oscuridad. El fuerte aire se colaba por la boca de la cueva, haciendo que incluso ahí, apoyada contra la pared rocosa, su cabello se moviese, ondulándose, perdiéndose con el mismo color de la noche.

El frio era innegable, lo más sensato era hacer un buen fuego, pero aquello podía atraer a seres del más interior de la cueva. ¿Moriría solo tapada con pieles? Su cuerpo humano resistía bien le frio, pero no durante tantas horas, quizás en su forma dragón…

Un sonido, no era el aire, tampoco las ramas ni el  mismo sonido del corazón de la cueva. Alguien estaba cerca de la dragona, y cada vez loe estaba más, pudo advertirlo.

Estoy cansado… no paraba de repetir aquello una y otra vez. Estoy cansado, cada vez se podía escuchar más cerca y de manera más nítida. Estoy cansado… no sabía si se trataba de un ser gigantesco o la disposición de las paredes de la cueva le aportaban aquel tono tan grave.

Estoy cansado…

La dragona agachada, con el cuerpo recogido, se movió unos pasos hacia el lado, sabiendo que se ocultaría tras las sombras, que no se vería de ella más que una roca, al menos desde lejos, lo suficiente como para saber darle tiempo a advertir con quien compartía cobijo.

Su haga era muy grande, o serbia. Su daga era para ataques cercanos, no serbia. La joven morena agarró el arco con una mano, y con la otra una de sus fleques, una de aquellas que en el extremo tenía unas plumas de color carbón y turquesa, parecían los colores del mar y del cielo nocturno, unas flechas que ella misma confeccionaba, aquellas plumas aportaban a la flecha estabilidad y velocidad, al parecer el conocimiento de algunas capacidades animales podían ser beneficiosas…

Tensó la flecha en la cuerda del arco, preparada para lo que podía llegar. Sus pupilas cada vez estaban más dilatadas, acostumbrándose a la luz del interior de la cueva. 

Levia, desde su punto de seguridad, pudo observar como aquel troll de montaña se acercaba a la salida de la cueva, tapándola.  

Troll de montaña… frunció el ceño, pensando. Agradeció que sus heridas ya hubiesen sanado, puesto estas criaturas podían olor la sangre. Lo observo con detenimiento, ya que nunca había visto un ser de aquellas dimensiones de tan cerca ni con tanta claridad como ahora. Son unos cazadores salvajes, no cesan hasta matar… ¿Qué posibilidades tenia? Ella no sabía apenas ningún idioma que no fuese el común, por lo que le sorprendió entender a aquel ser.

Sus dedos apretaban con impaciencia la flecha, sabía que aquello no le haría ni un rasguño. Sería como golpear una roca enorme con un pequeño palito, no mejor pensar otra cosa.

Guardó su arco, colocándolo en su espalda, sin hacer ruido. Había escuchado hablar de aquellas criaturas, pero nunca se había enfrentado a una de ellas, así que estaba indecisa en cuando a cómo actuar.

La cueva era amplia, pero no lo suficiente como para transformarse, cosa que en un momento dado no hubiese estado mal. No había forma de salir… así que lo único que podía hacer era entra más en la cueva, esperando que le llegase una buena idea, o encontrar otro sitio por el que irse o reguardares…

Remangándose la capa para no pisarla ni enganchársela en ningún sitio, Levia se adentró más en la cueva, vigilando de no pisar una roca o dar un paso en falso. Debía pensar.

Pensar, pensar, pensar… ¿Por qué demonios no se le ocurría nada? Su mente prácticamente siempre audaz y perspicaz había tomado un descanso en un mal momento.

La cuerva parecía oscurecer aún más, aunque aquella pareciese imposible. Por el momento seguía con un camino único, aunque con lo grande que parecía no tardaría mucho en llegar a una bifurcación. Y así fue. Dos caminos se presentaron ante ellos. Derecha e izquierda. Este u oeste. La que conducía hacia abajo, o la que seguía recto…

No sabía cuál de los dos escoger, volvió la cabeza, parecía que nada le perseguía, tampoco escuchaba más que el susurro de las rocas. Escogió el primero, el de la derecha, el que continuaba recto, al menos si se ponía a llover no le acecharía una posible inundación.

Una flecha parecía que quería echar al vuelo, puesto que salió del carcaj, cayendo al suelo… Levia maldijo, maldijo gritando como una loca en sus adentros. Sus pies la hicieron volverse, mirando a un lado y a otro ¿alguien lo habría percibido? 

Alguien lo había percibido, y vaya si lo había percibido. En un abrir y cerrar de ojos, apenas en un par de aquellos gigantescos pasos, la enorme criatura se plantó tras ella. Levia estaba frente al gran ser, realmente es impresionante, pensó Levia mirándolo de arriba abajo. Cada detalle, cada marca en la piel, el arma, el tono de su voz.

La flecha reposaba en el suelo, estúpida, las manos de la dragona apretaban la madera del arco, mejor no agacharse, piensa Levia piensa, rápido. Aquella criatura era violenta, más que sus compañeros de raza, aun así no se había abalanzado sobre ella a matarla. Parecía que estaba preparado para defenderse o atacar, pero no lo había hecho… ¿eso era normal? Levia se fijó en su enorme nariz… normal que sea tan buen rastreador… una gran capa de pelo cubría su cuerpo, aguantando las bajas temperaturas… una piel se estas criaturas seria mas que efectiva, pero no imagino a un hombre encarándose ante él, miró sus grandes y fuertes manos, parecía que podía romper las misma roca de las paredes con un solo golpe…increíble, es fascinante… céntrate Levia, o serás su cena… se dijo a ella misma, intentando desviar los pensamientos de la apariencia del ser y buscar una solución a todo aquello.

Su instinto le decía que agarrase el hacha los más fuerte y rapiadamente posible, que lo atacase, ella podía con él. No, no puedes, y menos con este cuerpo tan débil, y menos con esta arma…con estas telas que no llegan ni a armadura. Su instinto se equivocaba, debía luchar para combatir contra él, de no ser así, aquella oscura cuerva seria su tumba.

Pero otra parte de ella ganaba sobre otros sentimientos… ¿cómo aquel troll de montaña hablaba común? Quizás sus conocimientos en bestias no alcazaba a tanto, y aquello era algo normal… pero no le sonaba. Había leído libros, era algo interesante, algunos casualmente de trolls, especificando levemente en algunas pinceladas lo más básico de cada raza, y en ninguna la joven dragona había leído que hablasen común. Quizás los troll del bosque, se supone que son los más listos… sacudió la cabeza, intentando no hacerlo de manera muy brusca, no debía espantar al contrincante. Curiosidad, esta le estaba matando.

Podría haber salido corriendo, esconderse… mira que eres escupida, Levia. Pensó antes de abrir el pico.

-¿Estas… cansado?- preguntó Levia sin poder apartar de sus palabras el aun asombro sobre los conocimientos de aquella criatura. –No sabia que los troll de montaña hablaseis común. – hablaba seria, aunque por dentro estaba un poco nerviosa… vale, había que admitirlo, estaba muy nerviosa, expectante, emocionada.

 Quizás moría, pero estaba hablando con un troll de montaña, aquello era increíble, fascinante… al menos si muero no ha sido luchando por unas creencias estúpidas, ni en una cama… aquello lo sobrepasaba, estaba emocionada, en muchos sentidos. Aunque lo ocultaba muy bien, muchos años de ocultar sentimientos y emociones había dado sus frutos.

Quería que el ser le hablase, se había olvidado de la flecha y del hacha. Quería que le contestase, esperando que no le quebrase los huesos de un solo golpe, o quizás bajo aquellos dientes que parecían más grandes que su propio antebrazo. Estaba aún a un enorme paso del gigante, quizás si este se lanzaba sobre ella podía utilizar su peso para ser más rápida, esquivar, y defenderse.

A Levia le fascinaba conocer seres y criaturas nuevos, conocerlos, sus hábitos, actividades… era algo muy interesante, ya que cada raza tenia sus peculiaridades. En aquellos descubrimientos, algunos intencionados y otros no tanto –como en aquel mismo-  la dragona se había visto obligada a matar a las bestias. No había mas remedio, matar o morir, cazar o ser el cazado.

Con el tiempo, la muchacha había aprendido que como su raza, las demás solo querían vivir, a su manera, que no se trataban de monstruos. Los verdaderos monstruos suelen vestir ropas elegantes…  

Estoy cansado, estoy cansado… el gran troll no dejaba de repetir aquello. Estoy cansado. Portaba una gran arma, que atacaba con las manos… no sabía si aquello era mejor o peor. Estoy cansado. Parecía que había calculado a la dragona, seguro que no era la primera que se zampaba… no claro que no. Había escuchado una historia de un pequeño niño que había sobrevivido en las mismas tripas de un troll durante días, y salió vivo como si nada… trol… ¿era un troll lo de la historia? Bueno, no importaba mucho, la verdad, era prácticamente imposible sobrevivir a aquellos dientes.

El tiempo en que el gigantesco ser tardo en contestar, a la dragona se le hicieron eternos. Pero al final habló. Gran Uruk’Ogg. Levia sonrió de manera imperceptible por aquello. Mi ser muy fuerte. No sabía si interpretar aquello como una muestra de su poderío, de amenaza. Una advertencia de que debía irse de su territorio… o simplemente como lo que era.   Finalizó la frase con un gran rugido, mientras se golpeaba el pecho, los cabellos de Levia se movieron levemente por aquella, haciendo que entrecerrase los ojos. Por unos segundos la cueva se llenó de aquel grave sonido, contrastando con el fuerte silencio anterior, solamente interrumpido por la mujer y la fuerte respiración del troll.

El ceño de la mujer dragón se frunció visiblemente. Amo enseña a Uruk’Ogg.

-¿Amo?...- susurro la mujer algo confundida, alguien había “domesticado” a un troll. No se lo podía creer. Una humano, por decir una raza, se había puesto a enseñar a hablar común a un trol… ¿Qué cosas más le habría enseñado? Le picaba la curiosidad, quería saber más, pero el gran ser se volvió camino a la salida, por el mismo que había venido poco antes.

Pasos grandes y sonoros. La bestia se alejaba, dejando a Levia mirándole con cara pasmada. Era el momento perfecto para huir… dio un paso hacia delante… no podía, aquello le podía, quería saber más… algún día tu curiosidad te matara, Levia, pensó ella mientras el troll hacia un gran estruendo allí por donde pasaba, creando una lluvia de rocas y piedras, seria, mejor esperar un poco, ir detrás de aquel ser era peligroso dentro de la cueva. El suelo del túnel parecía temblar bajo sus pies, la dragona se movía lentamente y en un silencio absoluto, ya que el ruido que ambos emitían no era nada comparable.

No se quiso acercar demasiado, el compartir un par de palabras no le daba esa confianza, no se fiaba aun, y lo más seguro es que al ser no le acabase de gustar que lo atosigase… mejor guardar las distancias.

-Uruk’Ogg…- susurro su nombre.- ¿Has dicho amo? ¿Vives aquí con alguien más?- sus ojos se habían acostumbrado a la poca luz, ya podía ver algunos detalles más de la cueva, aunque tampoco haba mucho que ver, al menos desde su posición: rocas, rocas grandes y pequeñas, paredes que parecía arañadas, techos altos y bajos, que variaban de una manera natural algo molesta, ya que parecía que el troll debía ir bajando la cabeza en algunos tramos. Ella misma también la agachaba, de manera instintiva, parecía que la cueva se le tragase, aunque no llegase al techo ni con la mano.

Se había dejado la flecha en el suelo, no le importaba, apenas se acordaba ya de aquello. Portaba sus armas, eso era lo importante. Ya habrían más flechas, ¿Cuántas veces en la vida uno se toda pon un troll que habla común, que no te mata de buenas a primeras… que te contesta a una pregunta? Aquello era fascinante… sacudió la cabeza, debía mantenerse algún más fría y distante, no podía dejarse llevar. 

¿De qué estaba tan cansado aquel ser gigantesco?
Podía notar como algunas rocas crujían bajo sus pies… rocas que desquebrajaban a su paso. Las rocas no se rompían tan fácilmente, aquello podría ser troncos… o quizás huesos, aunque no lo sabía con seguridad, ya que no alcanzaba a verlo bien bajo el manto negro de oscuridad. Si fuese así, aquel troll se había merendado a todos lo que había pasado por allí. ¿De eso estaría cansado? Parecía un troll mínimamente pacifico, a su manera, aunque lo más seguro es que n hubiese sido así todo su larga vida. Por la gran cantidad de roca que había en su cuerpo, aquel troll ya tenía algunos años. Aunque era difícil calcularlo con la escasa luz del túnel.
Aquel enorme animal la estaba mirando desde arriba, era considerablemente mayor que ella, quizás Levia era incluso más pequeña que todo un brazo de él. Con un simple manotazo la dragona pasaría más tiempo volando que cuando lo hacía siendo dragón.
Cuando el troll habló puso notar su aliento en ella, no era precisamente de los mejores que había podido olor la mujer. Amo abajo… ¿y ya está? ¿Aquello era una invitación, o simplemente información?

Levä… su nombre nunca le había sonado tan extraño en boca de otro. Era un acento raro, aunque bastante pulido para ser un troll y estar hablando común, un tema que aún le parecía fascinante a la joven.
Se ser se acercaban, haciendo que una lluvia de pequeñas rocas naciese en el túnel. La dragona se llevó un brazo a la cabeza, algunas de esas rocas podían darle, y lo que para él era pequeño, a ella le podía abrir una brecha en la cabeza. Unos pasos que hacían estremecerse al suelo, moviéndolo como si se tratase de un terremoto, matando poco a poco la distancia que les separaba. Parecía que no la veía bien, si no paraba, o ella misma no se apartaba, posiblemente fuese aplastada por un enorme pie de troll de montaña. Y aquel no era un final muy deseoso, por lo que la joven se puso contra la pared rocosa, esperando que quitándose de en medio no interceptasen. Podía sentir las rocas que se clavaban en su espalda, maldiciendo al hombre león con el que perdió su armadura.

Se había “acomodado” en la boca de un túnel, Levia se lo quedó mirando. Dio un paso hacia un lado, pasando el peso de su cuerpo hacia la otra pierna, cuando un hilo de luz se le clavó en el ojo.  Una luz denominaba un camino descendiente, donde posiblemente se encontraba el amo que había mencionado Uruk’Ogg. Y nuevamente, el troll siguió su camino que siempre era recorrido, siempre igual, estaba cansado.
Un par de segundos fue lo que se tomó la dragona para pensar. Podía seguir hablando con él, pero aprecia que ese no era su deseo, ya que en vez de contestar a sus preguntas le había mandado a otra persona… persona, ¿no?
Podía irse y seguir su camino, debía buscar aquel estúpido hielo mágico para el maestro de los herreros… se mordió el labio. Un par de pasos la arcaron aún más al descendiente túnel. ¿Debía avisar al troll? No sabía cómo debía proceder ante aquella situación. No se sentía del todo cómoda aventurándose en aquella “misión” con aquellas ridículas ropas que portaba, si la situación se torcía, era un blanco fácil, ya que su cuerpo ahora era cubierto por poco más que la tela de su capa y aquel cinturón…
Movió inquieta los dedos de los pies aprisionados en las botas.

-Uruk’Ogg… voy a visitar a tu amo… ahora vengo.- susurro esperando que este no le parase, empezando a andar hacia la oscura boca del lobo.
La luz se iba haciendo más grande y más fuerte a cada paso que daba. Aquella luz le dañaba en los ojos ya acostumbrados a la penumbra, haciendo que frunciera el ceño y entrecerrase los ojos unos instantes sin poder evitarlo.
Más luz, más grande, más intensa. Apenas que quedaran unos pasos para llegar. Estaba impaciente, impaciente y nerviosa, nerviosa y excitada. No sabía lo que se iba a encontrar, pero la verdad es que tenía muchísima curiosidad por averiguarlo lo antes posible.

Sus pies pisaron con un primer paso la sala iluminada por luz artificial. Sus grises ojos como la plata repasaron la “habitación”, examinándola.

Una esfera de luz anaranjada, apresada en el interior de una especie de caja de madera. Se tomó varias segundos en examinar aquello, no había nadie en aquella sala, como se había imaginado la dragona. En parte aquella la decepcionó un tanto, aunque la luz parecía continuar a lo largo de la cueva, con otra esfera a lo lejos. Quizás la cueva estaba más lejos.

Huesos y más huesos. Las botas de la joven dragona hacían crujir miles de restos de antiguos humanos, entre otras cosas. No era un ruido muy agradable, pero el ruido no era lo que más se intensificaba. A medida que iba bajando el olor a restos se había más y más fuerte, aunque los huesos estuviesen limpios, el olor a muerte no se iba. Pasó los ojos por toda la zona, intentando que o se le pasara nada. Empezaba a sentirse idiota, todo aquello había sido una estupidez.
Un par de pasos la llevaron junto a una zona donde abundaban los minerales, la dragona tubo que entrecerrar los ojos un momento, ya que la luz artificial le molestó al reflejarse en el frio hierro. Se puso de espaldas a la luz, evitando que le reflejase más, creando delante de ella una oscuridad que cubría hasta las paredes de la cueva. Aquellos minerales parecían un ismo apéndice de la rocosa pared y techo.
Al parecer nadie con interés por todo aquel  mineral había entrado a la cueva, y si lo había hecho, con toda seguridad seria ahora parte de la decoración del túnel.
Había muchísimos restos, por lo que aquel gigantesco troll llevaría años en aquella cueva. Ignoraba al completo la dieta de estos seres, pero sabía que podían llagar a comerse la misma roca, haciendo que su cuerpo se cubriera de la misma. ¿Si un troll se alimentaba de hierro, su cuerpo se tornaría como una armadura, de hierro? ¿Acaso podían comerlo? La morena sacudió la cabeza, aquellas preguntas eran relevantes de ese momento, tenía cosas mejores en las que pensar… sacudió la cabeza de nuevo, haciendo mover su cabello.

Todo aquello parecía descabellado, lo mejor sería irme y seguir buscando el Stalhrim… saldré de aquí, dejare esta locura, no me importa quién sea su amo ni que él haga aquí… se decía a ella misma justo un segundo antes de empezar a caminar hacia la siguiente luz, dejando atrás la esfera anaranjada para volverse a adentrar poco a poco en la oscuridad, hasta llegar a la siguiente luz.

Aquel túnel se le había infinito, los pensamientos o cesaban. Recuerdos del pasado que regresan cuando un menos o espera, recuerdos que hiere como si fuesen nuevos. Recuerdos que son mejor dejar en el olvido.

La siguiente luz estaba cerca, odia verla. Caminaba hacia ella como si le atrajese de algún modo. Como un insecto idiota que se aproxima demasiado al fuego. No sabía por qué, pero se sentía extrañamente insegura en aquel lugar. Apretó la mano contra su muslo, asegurándose de que su daga permaneciese en su sitio.

Parecía que el camino siempre era descendente, en línea reta. Podía estar dando vueltas, pero a la dragona no se estaría percatando de ellos. Ya no podía escuchar al gran trol, ni su grave voz ni sus fuertes pasos. Ya no podía ver la primera y la última de las luces, la que en un principio parecía la luz de la última sala, sin saber que sería la luz que le conduciría a la completa oscuridad.
Parecía que la oscuridad no tenía fin. Pero si lo había.
Una nueva caverna, una nueva luz, y más adelante, igual que la última vez, más oscuridad. Más de aquella espesa e incansable oscuridad.

Empezaba a tener calor, aunque quizás se tratase de la situación, y lo que aquello le estaba causando… pero no, el descenso estaba siendo notable en cuanto a la temperatura y humedad, ya no sabía cuanta distancia le separaba del aire limpio y puro.
Se recogió el pelo, pero esta vez no en una trenza, que es como se lo solía poner, sino que se hizo un mono, todo el pelo sujeto, hacia demasiado calor, notaba que el flequillo se le pegaba a la frente.  Se alzó un poco la “falda” que le quedaba tras haberse puesto la capa a modo de vestido, sujetándolo nuevamente con el cinturón, dejando ver sus muslos, podía sentir como la ropa empezaba a engancharse de manera incomoda y molesta en su cuerpo.

A lo lejos, una nueva luz, una nueva caverna, grande, con pequeñas cascadas que descendían desde el techo al suelo. A cada paso que daba estaba más cerca de aquel nuevo lugar, pudiendo fijarse cada vez más en los pocos detalles que el lugar le brindaba. Aquella cueva no parecía tan grande y profunda desde la boca, y menos con unos pasadizos y cavernas tan peculiares.

Los ojos de la mujer dragón se entrecerraron, enfocando la vista: un gran punto rojo parecía parpadear, un punto rojo que no parecía ni de lejos algo natural. La delatadora luz le dejó ver a Levia una silueta, de apariencia humana, estaba sentando, tocando aquel extraño cristal. Sus pasos se había detenido, ya solo se escuchaba el agua caer sobre las frías rocas. Sus puños se apretaron por curiosidad y un poco de nerviosismo, aunque eso nunca lo admitiría. Se tomó su tiempo en analizar la situación y el lugar, solo había una salida, y era el mismo camino por el que había llegado hasta ahí, no parecía haber nadie más… no portaba su armadura, y aquello era el principal motivo de su nerviosismo, apenas portaba las botas y uno de brazaletes. Aquel lugar era lo suficientemente grande como para poder transformarse en un momento dado, aunque deseaba no tener que hacerlo, habían sido muchas horas de vuelo, y su cuerpo sentía los estragos de ello.
Portaba sus armas, pero no le parecía prudente sacar su hacha, ya que casi hacia más bulto que ella, optó por usar la daga que portaba sujeta contra el muslo, no la desenvainaría, pero la tenía más a mano si surgía la ocasión.

Se acercó lentamente a la silueta que brillaba con la luz roja, haciendo que se perfilase su contorno como en una pintura. Sus pasos eran silenciosos y cautos, aunque no pretendía llegar a su lado sin ser detectada.
El olor de los restos de animales y… posiblemente humanos chocaba en su nariz, incomodándole. Podía ver los huesos, bañados ligeramente por la misma luz que bañaba al humano. La dragona movió la nariz con cara de desagrado, como si aquello fuese a ahuyentar el mal olor, aumentado por el calor y avivado por la humedad.

Estaba ya muy cerca de la silueta, pero esta parecía no moverse. No podía verle bien, la luz centelleaba haciendo dificultosa la misión de identificar, y el hedor pegado a ella no lo hacía aun más fácil. Estaba ya tras a figura rojiza, se había aproximado sin apenas fijarse en la multitud de mineral del hierro que había allí, la curiosidad le podía en aquella situación.
Rodeó la silueta, quedándose a un lado de esta, una perspectiva que le ayudaba a ver a la persona, pero que le proporcionaba cierto tiempo de reacción por si la situación se torcía.

Respira, así que está vivo… pensó la dragona mientras observaba lo que podía desde donde se encontrada, y lo que la luz le permitía. Parecían hombre, un hombre mayor. El paso de los años parecía reflejarse en lo poco que pidió ver de él, sus manos.   Era como… si aquella persona y la piedra estuviesen conectadas, aumentando y disminuyendo el foco de luz según la respiración del hombre, aquello era… fascinante, anquen también un tanto extraño.  La dragona no sabía mucho de minerales, no aun, pero podía jurar que jamás había visto algo así.
Sabía que estaba allí, y parecía querer decirle algo, pero le costaba horrores. Como si cada una de las palabras que intentaba pronunciar se le atascasen en la garganta, ahogándole. Aquella visión del hombre de cabellos canosos no fue muy agradable a los ojos de la dragona, parecía que estaba ¿sufriendo? La luz le proporcionaba un poco más de tregua, pudiendo ver lo que le rodeaba, al anciano. Como si de una estatua se tratase, plantas y hongos habían crecido en torno a él, a él y a esa especie de trono. Un trono que destacaba en una cueva como aquella, haciendo que la mujer dragón empezase a preguntarse qué clase de cueva era aquella, y que habría sido tiempo atrás.

Un sonido desgarrador salió de entre los labios del hombre mayor, mirándola con unos ojos aun más blancos que su cabello. Parecía disgustado, y con razón, al parecer el ogro había dejado de hacer su trabajo, y ella estaba allí.

-Has llegado muy lejos- los ojos de la dragona se entrecerraron, su ceño se frunció. Aquella voz había retumbado más en su cabeza que en toda la sala. Intentó mirar al hombre, pero sus ojos se fueron directamente al cristal, el cual ahora no centelleaba, sino que su luz brillaba sin interrupción. Levia apretó los puños, aquella situación era muy diferente a lo que se esperaba… aunque ni ella misma sabía lo que esperar de aquella cueva desde que entró por la misma entrada.
La tierra parecía empezar a estremecerse bajo sus pies, cuando raíces empezaron a salir del mismo suelo, como cubriendo al anciano y su cristal. ¿Qué debía hacer?


-¿Es usted el maestro de Uruk?- preguntó la joven moviéndose un poco por el lugar, esquivando el crecimiento de las raíces y troncos del suelo, para no caer o ser dañada. Tan solo un segundo después de formular la pregunta, Levia se sintió el ser más ignorante de toda la cueva. Claro que lo era, pero ¿Por qué?
Tenía tantas cosas que preguntar, pero una raíz se alzó junto a sus pies, haciendo que perdiera la estabilidad. Levia dio un pequeño salto, cayendo hacia un lado. Hizo una rueda en el suelo para no impactar con la espalda. Sus piernas la levantaron rápido, como si fueran dos muelles. Una podía verle, pero la tormenta de plantas empezaba a ser molesta. No había llegado hasta ahí para quedar chafada tras unas plantucha, y menos para irse más confundida de lo que había entrado.
La dragona no era muy partidaria de cortar plantas y árboles si no era estrictamente necesario, era partidaria de preservar l naturaleza… pero la naturaleza ahora le estaba sacando de quicio. Se movía de manera ágil entre los troncos que se habían alzado, bailando con ellos, acercándose poco a poco al anciano de cabellos canosos. No podía verle en su totalidad, pero la luz que desprendía el cristal la guiaba hacia el punto exacto.

-Espere, no quiero hacerle daño, no tiene porque hacer esto…- topó de cara contra un tronco, haciendo que su labio se inflase un poco. Sus puños se apretaron mientras se lamia el sabio inferior, aquello la había cabreado, pero debía serenarse. Sus puños se apretaron, intentando vencer las ganas de coger la daga… o quizás el haga, y deshacerse de todas aquellas lianas que le impedían el buen paso.
-Uruk me ha dicho que le has enseñado a hablar…- tubo que agacharse para pasar tras una raíz que se había alzado unos metro por el suelo. -¿Con que finalidad lo hace? al fin y al cabo me ha dejado…pasar.- estaba cerca, podía ver como la luz roja estaba más cerca podía verla con más intensidad, llegaba a ver una mano, una mano con marcas por la edad. –Por…favor…- dijo con la voz entrecortada entes de ponerse a saltar y esquivar lo que parecía que no acababa nunca.

La voz del anciano retumbaba en los oídos de la joven, mientras esta esquivaba las plantas que parecían tener vida propia.
Los restos de lo que algún día fueron humanos reposaban en las paredes, inertes, mirándola. Según pasaban los segundos, parecía que aquellos esqueletos le hacían un hueco a la mujer dragona, para reposar con ellos para una larga y dura eternidad.

Ladrones.

¿Quién querría robar ahí abajo? Quizás aquella piedra o mineral de luz roja brillante era preciada entre algún grupo de personas, quizás entre los alquimistas o brujos. Aquella empezaba a irse de entre las manos de Levia, aquello empezaba a parecer una locura, y por supuesto, una mala idea. No podías salir cuando has visto a un troll hablar, no podías ir a un poco de aquel estúpido hielo de sangre y olvidarte de todo esto… no Levia, tu tenias que seguir avanzando, incluso después de aquella oscuridad infinita, incluso después de ver un cuerpo aparentemente sin vida…  pensaba la dragona intentando alargar la muerte que parecía estar cada vez más cerca de ella. Eres estúpida…  
Cada paso que daba, por lógica, le hacía estar más cerca del anciano de cabellos blancos, y del cristal, pero no lograba verlo con mayor claridad. Parecía que ante ella se había creado un laberinto, y se había visto dentro de este sin darse ni cuenta.
Entonces, todo se quedó en silencio, sin movimiento alguno.
La dragona se encontraba medio agachada, también se quedó inmóvil, ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso se había pensado mejor eso de hacerle morir entre plantas enredadoras? Muy lentamente, la morena se alzó, mirando a un lado y después a otro. Aquella calma era extrañamente incomoda.

Un par de raíces se lanzaron de pronto hacia ella, atacándola. Levia dio un salto, retrocediendo, pero el suelo a sus pies se retorcía, haciendo que la situación se volviese algo más… interesante.
Aquello empezaba a cansarle, estaba cansada de tener que esquivar y apartar plantas, cansada de que la atacasen… en cuanto tocó el suelo, sus manos volaron hacia el hacha, el cual estaba listo para lo que surgiese. Había intentado ser amable, había intentado hablar… pero aquel hombre y sus estúpidas plantas no la dejaban en paz. Hablar no surgía efectos positivos, así que dejo que el hacha hablase por ella.

La primera de las raíces de acercó a ella a una veleidad asombrarte viniendo de una planta, aunque estuviese bajo los efectos de la magia. Levia se hizo a un lado, alzando a la vez los brazos para cortar la extensa raíz. Esta cayó al suelo justo cuando la otra se acercaba también para atacar. La dragona, por el golpe anterior, se encontraba inclinada hacia delante por lo que para esquivar aquello, tuvo que hacer una voltereta hacia delante, cosa que surgió muy bien. Muy bien, si no fuese porque el suelo se movió en ese preciso momento, haciendo que la mujer acabase de ejecutar su pirueta, pero sin su arma, el hacha se había quedado por el camino. Maldiciendo, la morena  con los cabellos revueltos, se llevó la mano al muslo, donde portaba la daga. Jugaba con unos segundos de ventaja tras eso, por lo que debía aprovecharlo al máximo.  Acercarse a esa cosa le ponía en la misma situación que hacia apenas un momento, así que lanzó su daga con fuerza, impactando en la raíz, haciendo que esta se lanzase hacia un lado, propulsada por el arma.
Ese momento fue bueno para recuperar su arma principal y corre hacia donde había salido impulsada la raíz, para cortarla con ganas, sin poder evitar acompañar su golpe con un rugido. Se quedó respirando fuerte, viendo como las raíces cortadas no se levantaban, suerte de ello. Se le habían movido todo el cabello hacia delante, creando un contraste entre sus negro rizos y su blanca piel, con reflejos rojos que le bañaban desde la piedra, escoltada tras diez raíces.
Volvió la cabeza hacia el trono, donde el del pelo blanco aun estaba sentado, no pretendía esperar a que la atacasen de nuevo.
Reposó el hacha a sus espaldas, y sacando una flecha del carcaj que portaba a la cintura, de la plumas de Tavook, tensando la cuerda de su arco hasta que le rozara los labios, aguantando la respiración, para después soltar el aire lentamente para no perder estabilidad, la joven dejó fuera de juego a una de aquella raíces guardianes, clavándola contra la pared. Aquello fue el punto de salida para un nuevo ataque.  Pero otra flecha, para ese entonces, ya volaba hacia el trono. No pensaba que la planta hubiese reaccionado tan rápido, así que falló el segundo tiro.  No le daba tiempo a guardar el arco, así que lo dejó en el suelo, y de paso recuperó la daga, mejor no dejarla por ahí tirada…
Empezó a correr en forma de semicírculo, ya que atacar en forma de flanqueo resultaba más efectivo con aquellas cosas.  Cuando el brazo verdoso estuvo cerca de ella, la joven dio un tajo, pero no fue certero, y la planta le propinó un golpe en el costado, tirándola al suelo. La dragona rodó un par de veces por el suelo antes de poder ponerse a cuatro patas, y levantarse algo aturdida, había sido un buen golpe. Como una serpentina, la raíz se aproximaba a ella con rapidez. Se levantó y sacudió la cabeza, intentando pensar con claridad. Esperó a que la planta atacase, para poder saltar y dejarla atrás. La mujer propinó tres golpes, con los dos primeros astilló a su atacante, con el tercero cortó la extremidad, dejando la punta irregular y feamente mutilada.

Quedan ocho, pensó volviendo sus ojos grises como el hierro hacia el anciano.

Por unos instantes, el tiempo pareció detenerse: Levia solo escuchaba su respiración, una respiración que se acompañaba por su pecho alzándose con cada inspiración, y bajando por cada exhalación. Podía sentir calor en la zona del costado que había acariciado las rocas, aunque por el momento solo era un ardor constante, por experiencia sabia que aquello dolería más con el tiempo. Todo parecía congelado, inmóvil. Podía ver al anciano, podía ver el cristal, roca o mineral, esa cosa roja que parecía ser tan importante como para hacer todo aquello. El tiempo se había parado realmente, hasta que la dragona apretó los puños, sujetando con fuerza su arma, haciendo que los nudillos se pusieran algo más blancos. El tiempo se paró, hasta que del suelo brotaron dos nuevos contrincantes.
Esta vez las raíces eran aparentemente más largas. Una de ellas se colocó en torno al anciano, como creando un espacio de protección. Se estaba protegiendo, por lo que suponía quela joven pretendía llegar hasta él. Tiene que cuidarse de los ladrones… soy una ladrona…. No, no lo soy. Separó las piernas, preparándose para defenderse o correr, adquiriendo mayor estabilidad.  La raíz que estaba fuera del “circulo de protección” se enredó, como si fuese un muelle, apunto de atacar. Por lo que había podido calcular la dragona, aquella raíz, con solo estirarse, ya llegaría a alcanzarla, por lo que debía ir con cuidado. Debía pensar.

Podía correr en círculos y esperar que su contrincante se enrollase. Podía intentar cortarla como a la anterior, pero esta era más…
Sus pensamientos se interrumpieron, ya que el látigo empezó a deslizarse hacia delante. No había más tiempo para pensar, debía actuar.
Empezó por intentar que no se muriese la poca distancia que había entre ella y la planta. Debía tener un poco de espacio para el tiempo ataque. Corrió hacia un lado, donde descansaban algunos huesos, los cuales tuvo que saltar para no caer al suelo. Parecía que el látigo le perseguía, ¿hasta cuan largaría llegaría a alcanzar? La mujer corrió hacia la boca de salida, por donde había llegado unos instantes antes. Mientras dejaba su hacha en la espalda para coger el arco, no tenía muchas flechas, por lo de debía ir con cuidado.
Parecía que todo iba tal y como ella había planeado, si no fuese porque antes de llegar a la zona donde, calculadamente, la raíz no alcanzaba, notó algo en el tobillo, alzo que la hizo caer al suelo. Rodó un par de metros, con los brazos en torno a la cabeza para no darse contra una roca o pared. Por “suerte”, al dar vueltas, la planta no pudo quedarse sujeta a la pierna de la mujer. La morena blasfemó alzando la cabeza, tirando sus cabellos hacia atrás. Quería quemar esa cosa, quería transformarse y verla arder. Pero no era buena idea. Se levantó y siguió con el plan establecido. Corrió con todas sus fuerzas hasta la zona que el suelo empezaba a estar en pendiente, aquella zona donde reinaba la oscuridad.

La morena, vestida con ropas negras, se adentro en la penumbra, aquella oscuridad pesada y húmeda que hacia tan poco había aborrecido. Quedaba totalmente escondida, a salvo. Pero no pensaba abandonar.
Volaron tres flechas, una tras otra, con muy pocos segundos de diferencia. Estas salieron de la nada, como si nadie hubiese visto a su contrincante a la perfección, con un ligero toque rojizo. Aquella raíz era más larga, pero también parecía más gruesa, con una simple flecha no acabaría con ella. Las flechas fueron certeras. Cada una se clavó en una parte diferente, una en el tronco, otra en lo que parecía ser la punta de la extremidad, y la otra en la base, muy cerca del anciano. Quizás más hacia arriba hubiese causado más daño, pero quería demostrarle al anciano que desde allí podía herirle, pero que esa no era su intención.
La planta se detuvo en su intento de persecución, con tres ligueros espasmos, uno por cada flecha. Ese momento, ese preciso momento fue el que aprovecho la mujer dragón.

Como de la nada, de entre las lenguas de la oscuridad, una mujer salió dando un salto, con el hacha alzada. Había cogido carrerilla, por lo que en aquel simple salto llegaría a estar justo a la planta que aun parecía atenuada por los proyectiles. Levia cayó con todo su peso, sumándole la fuerza que esta estaba empleando. Con un solo tajo bastó para ver como una parte de la planta caía al suelo.

Levia, aprovechando el espectáculo que el volvía a formar en el circulo que rodeaba al anciano, aprovecho para acercarse a los restos de la raíz que acababa de eliminar para obtener sus flechas personalizadas. Al alargar la mano, pudo ver el hilo rojo que adornaba su dedo con un lazo, un regalo de una niña que prometía ayuda en cualquier situación.
No necesito ayuda…se dijo a sí misma la dragona irguiéndose, las dos nuevas raíces ya estaban listas para bailar. Una de ellas estaba aporreando paredes y suelo, haciendo que todo pareciese trascurrir en medo de un terremoto, moviendo rocas y huesos como si fueses simples granos de arena. La otra se estaba doblando, haciendo un ruido un tanto molesto, desgarrador. No parecía mucho que fuese a esperarla para atacar. Y así fue.
La planta, como impulsada por alguna orden que no llegó a los oídos de la mujer, se impulsó hacia delante, con fuerza, rápido. Le dio tiempo a llevar las flechas al carcaj, y con un poco más de tiempo, hubiese sacado su daga y después la hubiese clavado en el cuerpo de la raíz. Pero no dispuso de aquel tiempo. La planta llegó a ella más rápido de lo que estaba calculado, apenas tuvo tiempo de hacerse a un lado en el último momento para no ser arrollada por su contrincante. Pero la dragona no dio su brazo a torcer, quería seguir con el plan. Alzando bastante el brazo para poder hacer más fuerza, la morena introdujo la hoja de su daga en la piel de la planta, pero la velocidad de esta era impresionante, por lo que a Levia n le dio tiempo al soltar el mango.

La raíz se movía y retorcía por la sala, con una mujer colgando de su tronco como si fuese una rama. Levia tenía los ojos entrecerrados, sentía como su cuerpo se movía por los espasmos de la planta, unos movimientos totalmente involuntarios que le estaban haciendo daño en los codos y rodillas. Posiblemente, si soltaba en aquel momento, contando que estaban cerca de la pared y a buena velocidad, la dragona se estrellaría contra las rocas y quedaría aplastada por una de ellas. Aquello no era una opción. La mujer, clavando los brazos en el cuerpo de la planta y haciendo acopio de todas sus fuerzas, colocó un pie sobre la raíz, impulsándose hacia arriba, hasta quedar “sentada” sobre la planta. Era como montar a caballo, solo que no era un caballo, sino una planta que intentaba acabar con su vida, y que un caballo no se movía de aquella manera, si no andaba con cuidado caería.
Con una pierna a cada lado y la mano sujeta aun a la empuñadura del arma, Levia estaba montada sobre la raíz, con la cabeza gacha para no colisionar contra alguna roca. Y ahora, estando ahí, y en aquel momento, no sabía qué hacer. Si acababa con la planta en aquel momento, esta caería con ella al suelo.  Quizás no había otra forma de bajar…
Aun con una mano en la daga, y las piernas abrazadas a la raíz, la mujer dragón empezó a clavarle flechas en el tronco a la planta, una tras otra. Paró a la cinca, cuando parecía que la cosa empezaba a causar efecto, la planta había disminuido la rapidez, y poco a poco se iba parando. La otra planta reanudó sus acometidas, pegando a todo lo que encontraba a su alrededor. Piedras no muy grandes y estalactitas empezaron a caer del techo, con suerte para la mujer, sobre la raíz, para su pesar… ella también estaba ahí. Aprovechando la disminución de la velocidad, la dragona saltó al suelo justo cuando una gran roca cayó sobre la planta, haciéndola morder el suelo, creando una nube de polvo.
Saltó y cerró los ojos, para cuando tocó el cuelo, puso notar que rodó un poco, aunque esta vez no se había hecho tanto daño. Abrió los ojos muy lentamente, ya que la nube que se había creado le molestaba. Aprovechó aquel momento para acercarse lo más posible al trono. Podía escuchar como la raíz que parecía haber enloquecido continuaba con sus arremetidas, por lo que anduvo con cuidado, esquivando los proyectiles que caían de arriba.  No había podido recuperar más flechas, por lo que le quedaban muy pocas, pero al menos había saltado con la daga, eso le daba un poco más de ventaja. Pasó por encima de dos raíces caídas, estando ahora muy cerca del nacimiento de la raíz que protegía al anciano, y de la que lo golpeaba todo a su antojo. Aunque era peligroso acercarse tanto, era el único modo de poder acabar con la enloquecida planta, ya que desde lejos, y con los movimientos tan repentinos, esta rechazaría sus flechas.
Y pasando por encima de una de las raíces muertas, tuvo una idea. La morena cogió en brazos una de las raíces caídas, y usándola de escudo para aproximarse a la devastadora que parecía que iba a romper la cueva entera. Podía notar como caían cosas sobre su nuevo escudo, con fuerza, que de vez en cuando hacían que se encogiese un poco. Estaba muy cerca, así que tiró e escudo y sacó rápidamente el hacha. Desde la misma base, Levia taló la raíz como si de un árbol se tratase. Tuvo que emplear bastante fuerza para que esto sucediese en apenas un par de golpes. La gran raíz cayó al suelo haciendo un gran ruido, pero el último.

Por un momento todo pareció quedarse en silencio.