Volviendo a casa (Capítulo 1) [Libre][CERRADO]

Lo recordaba más grande. Quizás era efecto de la niebla que aún a esa hora, justo antes del amanecer, se mostraba densa y cargada de una humedad que disminuía considerablemente la sensación térmica, o quizás sólo era la diferencia con la imagen que se alojaba tras el manto de sus recuerdos.

Apenas había pegado un ojo en toda la noche y había sido el primer cliente en abandonar la posada, claro, sin contar a aquellos borrachos que se pasaban desde la puesta hasta la salida del sol bebiendo como si no requiriesen de dormir y que en algún momento debían ser echados a la calle por el dueño, cuando ya hacían mucho escándalo. Por suerte eran pocos, muy pocos.

El pueblo era muy pequeño para darse el lujo de tener un grupo abundante de gente improductiva, sin contar la fuerte presión que la raza de los brujos ejercía sobre sus miembros por ser simplemente los mejores. Nadie te iba a mandar a juicio por no ser perfecto, pero muchos actuaban como si así lo fuera. Dietas, largas jornadas de estudio, estrés sobre los aprendices de magia de tal magnitud que ya hasta existía un árbol conocido en Beltrexus donde los jóvenes de poco talento se suicidaban. Algunos habían querido talarlo en varias ocasiones, pero allí seguía, casi como un símbolo para los fracasados de lo que les esperaba si no se esforzaban más.

Y de pronto a Demian no le resultaba tan disparatada la idea de recurrir a ese árbol, no por desprecio de su propia vida, sino por la horrible sensación que causaba la ansiedad. Sabía que no andaba nada mal con su diafragma y aún así sentía que no podía moverlo con normalidad. El nudo en su garganta parecía demandar un sorbo de agua, pero Demian sabía que había bebido hasta hartarse antes de salir. Sobre el frío no estaba seguro, quizás era la niebla, o quizás efectivamente era su piel la que de pronto rehuía del calor ante la incertidumbre.

'Al amanecer iré al templo, si aún quieres ir conmigo, salimos a esa hora, pero no te diré nada si prefieres quedarte'. Le había dicho a su amigo el día anterior. Claro, no era una invitación de lo más llamativa el ir a meterse en un lugar lleno de asesinos a los que no les gustaban mucho los extraños, menos aún de otra raza.

Miró hacia el horizonte, contemplando los primeros rayos del sol asomarse. Causaban un efecto hermoso al atravesar la niebla. Quizás eso era una buena señal.

Tanto Chimar como Ratita se han unido al viaje, lo que en cierta manera es un alivio para Demian. Puede que sea su hogar, aquel anhelado lugar al que tanto deseaba volver, pero de algún modo ya no le parece cotidiano. Ha pasado mucho tiempo, incluso para él la Ratonera es más familiar que el templo que se aprecia en las sombras.

—No se puede sentir, pero supongo que no tienes mucha magia para mostrar que no lo eres... sabemos que lanzar flechas no es magia.

Comienza la caminata con Demian guardando silencio. El lugar no está demasiado lejos del pueblo y sin embargo es como si existiera un muro enorme entre ambos. Los intercambios son mínimos, nadie se acerca al templo y los aprendices del templo rara vez se aventuran al pueblo. Demian supo la razón desde muy pequeño.

Conocía el temor en las miradas, conocía lo que ellos pensaban de los brujos asesinos, se lo habían hecho saber de maneras que quedarían grabadas siempre en su memoria.

—No es fácil levantarse tan temprano, pero créanme que a la gente del pueblo no le gusta interactuar con el templo más que lo necesario, no querrán miradas curiosas de nuestro camino.

Algunas señales se comienzan a apreciar por el sendero. Cosas que pueden parecer casuales, pero que dan una idea de lo que se avecina. Un cráneo aparentemente humano parece mirar desde un árbol seco, con una de sus cuencas atravesadas por una rama. Otros tantos huesos más van adornando el camino, ninguno de animal, por cierto. Incluso la niebla parece más brumosa a medida que caminan, como si el sol decidiera que aún ese lugar no debe ser tocado por su calor y luz, como si allí amaneciese más tarde.

Un letrero avisa a quien no ha entendido el mensaje: 'Quien cruce esta línea sepa que no será bienvenido'.

—No se preocupen, es sólo para espantar a los curiosos —afirma Demian a sus compañeros. Ratita no parece del todo convencido.

El graznido de cuervos parece ser una alarma que avisa de sus pasos. Cosa curiosa, pues no se ve ningún ave en las cercanías. Un aullido de lobos es la siguiente señal, a pesar de que no se encuentran en un bosque.

—No crean nada que sus oídos oigan o sus ojos vean de aquí en adelante, sólo sigan mis pasos y no se alejan por ningún motivo.

La niebla parece poco a poco tomar vida, girando, moviéndose alrededor de ellos, cambiando de color y adquiriendo el aspecto de formas difusas, pero reconocibles. Ratita exclama que un perro casi lo muerde, parecen haber ojos mirando por todos lados, ojos que se cierran si los miras directamente, pero que si ves por la esquina de tus ojos sabes que están allí.

Poco más allá se escuchan gritos, gritos humanos, gritos de dolor. Parece como si en algún rincón ocurrieran torturas o gente estuviera siendo brutalmente asesinada. Demian pone una mano en el hombro de Ratita.

—No pasa nada, en serio, siempre es así.

Se supone que ya es de día, pero se hace más oscuro a medida que caminan. Los árboles secos parecen ser más altos e inclinarse hacia el camino, como formas extrañas de dedos largos que intentan tomarles el cabello, formas que parecen emitir sonidos de vez en cuando, sonidos de murmullos.

Finalmente llegan a una puerta abierta.

—Por nada del mundo crucen esa puerta, a menos que quieran ser comida de las mascotas del templo —advierte— ¿Están bien, quieren continuar?

Demian sonríe, dando una palmada en el hombro a Chimar.

—Si ya llegamos, sólo falta un paso... y yo no tengo familia más que los Gorriones.

Mira durante unos instantes el lugar. Ha pasado más de un año y no quiere equivocarse, el tiempo tiende a volver borrosos los recuerdos, incluso los de esos detalles tan importantes.

—Ya, la entrada está por acá —dice finalmente, apuntando a un trozo de muro como cualquier otro, excepto por la mancha de sangre con forma de na mano, la cual parece fresca— Deben apoyar la mano en la mancha y avanzar. No verán nada por unos segundos, pero no se preocupen. Lo único importante es que deben dar tres pasos, no importa lo largo que sean, pero cuenten bien, sólo tres pasos contando desde que se vaya la luz, luego de eso, pero no antes, se agachan lo más que puedan. Sentirán un viento pasar sobre sus cabezas... en realidad es una cuchilla muy afilada, pero no se preocupen, pasará una sola vez. Luego se levantan y siguen caminando y ya estarán adentro. Fácil, ¿no?

Sonríe una vez más, mientras un poco de niebla a su alrededor parece tomar la forma de un fantasma con el rostro destrozado, sólo para disolverse en el aire inmediatamente.

—Lo olvidaba, no hagan caso de lo que oigan, oirán alguna voz, quizás alguna voz amiga, que les dirá que se pongan de pie o se queden quietos al tercer paso, pero deben agacharse.

Decide ser el primero en dar el ejemplo, apoyando su mano en la mancha de sangre aparentemente fresca, aunque en realidad ha estado allí desde que tiene memoria. Avanza y es como si el muro fuera agua, cediendo a su empuje, hasta tragarlo por completo. Cuenta mentalmente los pasos una vez que la oscuridad se va, sintiendo un grito de auxilio de Ratita a su espalda al tercero, pero se agacha de todas maneras. Sabe que es una ilusión. Siente el viento sobre sus cabellos, producto de la afilada trampa para los intrusos, y sigue adelante.

Una vez atravesando el muro es como si el clima cambiara. Al otro lado la niebla es apenas muy suave, ya pronta a desaparecer con los rayos del sol. La temperatura se comienza a sentir de modo agradable y la luz permite ver con claridad.

El lugar no ha cambiado mucho desde su última vez, es el mismo patio donde pronto habrá gente entrenando, aunque como apenas ha amanecido los brujos aún se encuentran en sus labores matutinas. Es amplio y cubierto de tierra, aunque más allá hay una escalera que sirve de entrada al edificio central. A los costados hay un par de edificios menores que sirven de dormitorio para los aprendices.

Frente a ellos, una estatua con forma de dragón parece darles la bienvenida y, en efecto, mueve su cabeza de roca hasta enfrentar los ojos de Demian.

—Demian, el niño que me rayaba cuando estaba aburrido, hace mucho que no atravesabas ese muro —comentó con naturalidad la estatua. Sí, la estatua —, pero, ¿quiénes son esos que te acompañan?, no han entrado aquí antes.

Demian hace una pequeña reverencia y muestra sus manos vacías.

—Vienen conmigo, Aron, yo me hago responsable por ellos, te aseguro que no son peligro.

—Eso lo decidirá el maestro, pequeño.

Demian asiente. No tiene intenciones de ocultar nada, de hecho, se muere por dentro por finalmente volver a ver a su maestro. Se gira para ver su sus compañeros ya han cruzado.

Demian se queda unos momentos en silencio, contemplando con cara de bobo todo el lugar. Parece mentira que por fin está allí, en su hogar, donde creció y aprendió todo su "arte". Tanto está ensimismado que no se percata de la llegada de una persona.

—Te recuerdo —dice el joven, de unos 16 años de edad— , eras el consentido del maestro, ¿no?, ¿cómo era tu nombre?.... ¿Daniel?

—Demian.

—Casi lo mismo... el chico sin apellido, el bastardo, el huérfano, el enano raro, el cachorro asustadizo que se escondía en las faldas del maestro, el tatatatartamudo, te recuerdo bien... y recuerdo que te expulsaron.

Demian se quedó en silencio. Aquel joven era parte del grupo que siempre había odiado, aunque para ser francos, Demian no se había caracterizado por tener amigos. Era casi tan alto como un adulto, de cabello muy corto, casi rapado, y facciones delgadas. Sus ojos verdes miraban de modo altanero desde abajo de la capucha que llevaba puesta.

—No fui del t-t-odo expulsado, el maestro me dij-jo que podía volver... cuando estuviera listo.

Se acercó al grupo hasta pararse junto a Ratita, agachándose hasta tener su cara muy cerca de la del pequeño. Extendió una mano de largos dedos hasta pasarla por el cabello del niño, quien parecía casi paralizado del miedo.

—Deja a mis amigos en paz, Freddy.

—¿Amigos? —contestó el joven, riendo— , tú no tienes amigos, nadie sería amigo de un niño loco, ¿les has contado de cuando matabas cachorritos? seguro que no, ¿o de cuándo planeaste asesinar a uno de los tuyos?, por supuesto que lo debes haber olvidado, ¿o de la vez que jugaste con un niño del pueblo y lo arrojaste de un barranco? si hubiera muerto nos habrías metido en serios problemas, seguro también olvidaste contar eso a tus... amigos.

Se acercó entonces a Chimar, dando una vuelta alrededor suyo, observándolo.

—¿Sabes que entrar armado aquí podría considerarse una señal hostil?, podría matarte aquí, ahora, y luego informar que simplemente eras un invasor.

Demian llevó una de sus manos a su cintura, pero prefirió ser cauteloso, conocía a Freddy y sabía que le gustaba provocar para luego tener una excusa para hacer daño.

Aron se echó sobre el montículo de piedra desde donde vigilaba, bufando.

—Se ha perdido la gentileza con los años —se quejó.

—¿Señor?, oh no, pequeño Machiavelo —se oyó una voz de pronto— , en este lugar no hay señores. Acá nadie está para ser servido, sino sólo para servir. Como cierto joven que debía haber ido a lavar los cubiertos del desayuno hace cinco minutos.

El origen de la voz era un hombre delgado, de edad avanzada, aunque aún reluciente de vitalidad. No era como si hubiera llegado de improviso, ni como si se hubiera materializado en el aire con algún efecto especial, sino que era como si simplemente hubiera estado allí todo el tiempo, pero el ojo hubiera decidido ignorarlo, o al menos esa impresión le dio a Demian. Recordó la razón por la que la mayoría de los estudiantes evitaban romper las reglas, incluso cuando estaban a solas. Nunca se sabía cuándo el maestro podía estar mirando.

Tanto Demian como el muchacho delgado hicieron una reverencia simple. Nada exagerado, como era la costumbre, sólo inclinar un momento la cabeza, tras lo cual el segundo, sin decir palabra alguna, se puso en marcha rápidamente a cumplir sus labores.

—Maestro —dijo Demian con una voz delgada.

El hombre tenía una mirada dura, pero no parecía enojado. Era como si sus ojos simplemente fueran así, mas su rostro no expresara nada. Sus ropas negras eran sencillas, nada llamativo en comparación al estudiante, salvo quizás porque estaban perfectamente limpias. Demian recordó que el maestro prefería lavar su ropa él mismo. 'Cuando quieres que algo se haga bien, hazlo tú mismo', le había dicho cuando le preguntó el porqué, tantos años atrás.

Spoiler:

Alumno y maestro se miraron durante unos instantes en lo que parecía un incómodo momento. Ninguno daba señales de afecto, ni intercambiaban palabras, como si lucieran su mejor cara de póker. Lo único que detuvo esta espera fue un simple gesto, muy sencillo, un pestañeo lento con una inclinación de la cabeza de menos de 3 grados, que era una sutil gesto de aprobación. Sólo entonces Demian avanzó y dio un abrazo al hombre que había conocido como un padre.

El intercambio no tuvo palabras, pero podía notarse la fuerza del momento. El chico abrazaba con fuerza, mientras el adulto lo envolvía en sus brazos de una manera que podía llamarse afectuosa, si se forzaban un poco los límites de la definición de tal palabra. Una vez terminado el abrazo, el adulto se inclinó y dio un beso en la frente del niño, lo que pareció asombrar a Demian, como si algo se hubiera salido de protocolo.

En realidad era la primera vez que Demian podía recordar que su maestro hubiera hecho ese gesto.

—Bienvenido a casa —le dijo a continuación.

Demian sonrió y en sus ojos había lágrimas, contrastando con la actitud serena de su cuerpo. Iba a decir algo, a dar las gracias, pero antes las siguientes palabras de su maestro lo detuvieron.

—Ahora dígame, joven Machiavelo, ¿hay alguna razón por la que no deba matarlo de inmediato y mandar su cabeza a aquella gente poderosa por la cual murió uno de los nuestros en la mansión del amigo de su familia?

Ratita abrió los ojos como platos y se arrojó al suelo.

—Por favor, no nos mate —dijo rápidamente.

Demian quedó como paralizado. No sabía qué hacer frente a las palabras de su maestro. Una y otra vez se decía a sí mismo que había sido un idiota por llevar a sus amigos hasta ese lugar, que los había puesto en peligro y que no tenía manera de salvarles, no si su maestro se decidía a acabar con sus vidas.

—Has quemado un libro muy importante que es prácticamente el único legado de tu pasado, ¿no?, suena a algo que muy pocos harían, ¿no?, casi una locura.

—Sí, lo hizo, soy testigo —interviene Demian.

El maestro se queda pensativo unos instantes, casi como si estuviera recurriendo a su olfato para saber lo que pasa. Demian, en tanto, siente en su interior ganas de ahorcar personalmente a Chimar por no haber quemado el mentado libro como habían acordado.

—Bien... pero eso no quita el hecho de que puedes haberlo leído, ¿no joven Machiavelo?... no vendría bien a los intereses de nuestra raza saber que hay un potencial enemigo creciendo, conociendo cosas que no debería conocer, siguiendo los pasos de un padre que era un problema. Hay gente interesada en tu destino, pequeño.

Demian se mueve por primera vez en ese rato, caminando hasta ponerse en frente de Chimar y Ratita, aunque sin hacer ademán de llevar sus manos a sus dagas ni nada agresivo.

—Maestro, ellos vienen conmigo, son mis hermanos.

El hombre mira con curiosidad la escena, como preguntándose cosas sobre lo que ha pasado con su pupilo en ese tiempo de ausencia. Incluso hay cierto asombro asomado entre su inexpresivo rostro, para aquel de mirada más fina.

—Es la primera vez que te veo preocuparte de otro ser humano, Demian, el viaje te ha hecho bien. Sin embargo sabes que puedo asesinar a tu amigo sin tener que tocarte un sólo cabello, si no lo he hecho es porque se que te importa.

Caminó lentamente, hasta pasar junto a Demian y pararse frente a Chimar.

—Aron, déjanos un momento a solas.

La estatua dio un largo bostezo y luego se puso en movimiento, retirándose hacia alguna zona más lejana del patio. Podía notarse cierto fastidio en tener que hacerlo.

—¿Qué dirías, pequeño Machiavelo, si supieras que una persona muy poderosa quiere secuestrarte para poder construir esa famosa máquina, una persona con recursos a su alcance y que sabe que estás en la isla?. ¿Qué tal si te digo que ha ofrecido dinero a nuestra organización a cambio de que te entreguemos?. Pero antes que te conteste, ¿qué dirías si te digo que más que el dinero, me importa que jamás esa máquina llegue a construirse?, ¿qué debería hacer un anciano como yo en una situación como esa?

El anciano esbozó una sonrisa, una que recordaba a las de Demian. Era claro de dónde había aprendido el chico esa expresión.

—Yo diría que lo primero es tomar una taza de té. No es agradable conversar con el estómago vacío.

Se dio media vuelta y comenzó a caminar, dejando en claro que pretendía que le siguieran. Demian hizo caso, aún sin saber muy bien qué hacer o qué sentir al respecto de toda la situación. Ciertamente su idea de una reunión llena de felicitaciones no iba del todo según lo esperado.

Demian conocía el camino, claro, por lo que siguió a su maestro hasta el área del comedor. Era un lugar amplio, con muchas mesas y sillas para alcanzar a todos los miembros de la organización. El maestro se sentó en una de las tantas. Al fondo podían ya apreciarse algunos movimientos de los aprendices o maestros que comenzaban sus labores del día. Ya todos habían comido, por lo que no quedaba nadie en el comedor, pero se veía gente barrer los pasillos, recoger hojas caídas, etc. La labor de un miembro de la Orden de la Daga Negra comenzaba cada día por sus deberes para con la comunidad.

—No se preocupen, si el maestro hubiera querido asesinarte ya lo hubiera hecho —le dijo a modo de consuelo a Chimar. No estaba seguro si eso sonaba muy alentador.

Demian se sentó junto a su maestro, en un banco sencillo, como todo en esa habitación. Al instante un aprendiz entró en escena, cargando una tetera caliente en las manos y con cuatro tazas flotando a su alrededor. Otra venía más atrás con una cesta.

El primero dispuso las tazas sobre la mesa y vertió una cantidad de té caliente en cada una de ellas. Al medio dejó un plato con unos terrones de azúcar para endulzar y se retiró con una pequeña reverencia. El siguiente aprendiz depositó un plato para cada uno con un trozo de pan, unas rebanadas generosas de queso y depositó en medio de la mesa un frasco con mermelada de mora, para aquellos que prefirieran el dulce. Un último plato con galletas frescas fue dejado al alcance de todos.

—Adelante, coman, cualquiera diría que piensan que están envenenadas.

Demian miró con cierta nostalgia la mesa y tomó el pan, lo partió en dos mitades y agregó una generosa porción de mermelada, dando luego un mordisco. El anciano sonrió y él mismo se sirvió un trozo de queso sobre pan, bebiendo luego un sorbo del té.

—Digamos que cierto brujo poderoso que vive a las afueras de Beltrexus, hacia el noroeste, en una casa de color púrpura, una casa que cuenta con una entrada muy práctica a través del sótano, apareciera muerto, misteriosamente. Nada en que tenga participación la Daga Negra, por supuesto. Digamos que entonces le digo al consejo de maestros que el joven Machiavelo quemó cierta libreta sin leerla, por miedo a ser asesinado... ¿diría usted, joven, que mi gente seguiría teniendo motivos para secuestrarle o cortarle la cabeza a ese hijo de científico?... hipotéticamente.

El anciano dio otro sorbo a su te.

—Definitivamente no es bueno matar a nadie sin antes tomar una taza de té caliente, ¿no Demian?

El chico asintió, dando un sorbo a su propia taza. Podía ver hacia dónde iba su maestro, pero no sabía qué opinaría su compañero de todo ello.

—¿Hacer qué?, yo sólo pensaba hipotéticamente —dice sin esperar una respuesta. Es claro que el trato se ha sellado, pero también es claro que el anciano no reconocerá estar involucrado. Están solos en aquella 'misión'.

Demian termina de devorar todo lo que puede con placer. Es claro que el maestro ha sacado cosas que son deliciosas para niños y ha sido un gesto que el pequeño agradece en su interior la mermelada de mora, su favorita. El maestro le conoce.

Para Demian resulta casi natural tener una misión en que matar a alguien, de hecho le parece hasta emocionante tener la oportunidad de mostrarle a su maestro lo mucho que ha mejorado, pero nota la cara de espanto de Ratita y comienza a preguntarse qué pensarán sus hermanos de todo ello.

—Oh, claro, en el caso hipotético que ese hombre apareciera muerto, sería muy inconveniente que fuera por la mano de alguien que ha pasado por esta academia, los estilos se notan para los ojos expertos... sería muy conveniente que todo apuntara a que ha sido un humano, no un brujo.

El anciano da un último sorbo a su té, para luego pasar su mano por el cabello de Demian en un gesto paternal que termina en una caricia en la mejilla.

—Cómo has crecido, pequeño, estás un poco flaco, pero se te ve fuerte, ya tendrás tiempo para contarme tus aventuras, ¿no?

Demian abandona sus pensamientos fugaces, como si todo el asunto de asesinar a un miembro de su raza, obligando a Chimar a hacer algo horrible que puede traumatizarlo por el resto de su vida, fuera trivial, nimio, mientras parece embobado por la figura de su maestro. Cuánto tiempo ha pasado y cuánto se muere de ganas por compartir con la persona que lo vio crecer.

—No me lo creerás, maestro, pero aprendí el significado de la compasión, lo que me encargaste aprender en mi viaje, de... de una elfa. No todos los elfos son enemigos, ¿no?

El maestro asintió, sin parecer enojado por el hecho de que su discípulo interactuase con el enemigo.

—Cada vida es única, pequeño, es por eso que nuestro trabajo es tan triste.

A pesar de sus palabras, no había tristeza en su mirada.

Hay tanto de que hablar que Demian no sabe por dónde comenzar. ¿Sería acaso lo correcto empezar por la elfa?, ¿sería mejor hablar sobre la Ratonera?, sus palabras se terminan enredando unas con otras, pero no alcanzaría a contar mucho, pues el maestro Emil pronto se pone de pie.

—Hay mucho de qué hablar, pero me temo que no es el momento. En este mundo existen ojos incluso más poderosos que los míos, así que no pueden quedarse aquí, no por ahora... nos veremos nuevamente cuando el tiempo sea el indicado, cuando ciertos eventos hayan sido puestos en acción.

Demian queda un momento sin palabras. Había esperado tanto ese momento y fue tan fugaz, había tanto que quería hablar con su maestro y deberá esperar. Pero es un chico entrenado para obedecer y cumplir su deber, siempre lo ha sido. Sabe que hay una misión y que los sentimientos deben quedar para después. Primero lo primero.

—Sí, maestro, nos veremos cuando todo haya salido bien.

El maestro Emil sonríe y se acerca a Ratita. El pequeño le mira con miedo, pero el anciano sorpresivamente tiene un rostro distinto, un rostro amable, como el de un abuelo gentil a quien todos quieren.

—Un pequeño como tú no debería andar en asuntos peligrosos, ¿no te gustaría poder comer y descansar tranquilo, pequeño?

Ratita no sabe muy bien cómo reaccionar, pero de pronto sus ojos comienzan a cerrarse. Bosteza, parece tener sueño y a los pocos segundos está a punto de caer sobre su taza de té. El maestro lo toma en brazos de manera amable y chasquea sus dedos. El mismo aprendiz que antes había venido con las tazas hace su entrada, ahora recibiendo al pequeño en sus brazos.

—Lo mínimo que puedo hacer por ustedes es cuidar al pequeño mientras ustedes están afuera, prometo que será tratado como un rey.

La amenaza es evidente, pero Demian está tan entusiasmado con su maestro que no puede verla. Ratita será rehén, pero para Demian es sólo un gesto de buena voluntad de su maestro. Se siente incluso más seguro, pues es el lugar más seguro que conoce, allí no le puede ocurrir nada malo, no bajo los cuidados del hombre más sabio que conoce.

Demian se pone de pie y hace una reverencia nuevamente a su maestro.

—Bien, Chim, vamos.

Da media vuelta y comienza a caminar hacia la entrada.