Noche de Lobos [Quest Temática Halloween][Cerrado]

Ya estaba cansado de calcular, así de simple, la cabeza parecía que le iba a explotar del calor y el humo le nublaba toda la vista de cualquiera manera, así que su salto no fue más que dejarse caer.

Se preparó para lo peor, sabía que no moriría por una caída así, pero también contaba con un alto riesgo de huesos rotos.

Sintió un brazo detener su caída. Al principio no supo muy bien de quién se trataba, pero no sintió metal, por lo que asumió que no se trataba de Tuercas. Como fuera, más que el sacudón y de acabar en el piso, aunque de manera amortiguada, no había daño. Escuchó un esperable "¿estás bien?". No contestó, sólo se tendió de espaldas en el suelo y dejó que sus párpados cayeran pesados.

Lo último que vio fue a la criatura morir de una manera horrible. Sonrió satisfecho.

***

Al despertar no sabía muy bien cuánto había pasado ni cómo había llegado allí, pero al menos notó que estaba en una cama, en alguna habitación bien equipada. Había agua y comida disponibles.

Tras la puerta oyó una conversación. Una mujer de voz suave, pero firme, repetía la palabra "no" con insistencia. No entendió todas las palabras, pero al menos comprendió lo esencial. Algunos aldeanos querían ver al niño que había hecho tal hazaña, pero la mujer insistía en que aún dormía. Le hicieron prometer que volvería a verificar si ya había despertado.

Cuando la puerta se abrió, Demian tenía sus ojos cerrados. La mujer insistió a los visitantes que debían retirarse y luego entró a la habitación, dejando una canasta con frutas frescas sobre el velador.

¿Miedo, vergüenza, timidez, cansancio? quizás sólo no tenía ganas de ver a nadie, como era su costumbre. Al final Demian solía ser apático con aquellos que no consideraba sus amigos, por lo que en al menos dos ocasiones más fingió estar dormido para que nadie entrara a hablarle o felicitarle. La mujer guardiana de su descanso pareció respetar su intención, pues el hecho de que el agua y la comida desapareciesen seguramente le dio buenas luces de que el chico había despertado hacía rato. No dijo nada.

En un momento ella entró y le lavó las heridas. Ninguna era grave, pero en su conjunto dolían, especialmente cuando las frotaban con un paño mojado y embetunado con quizás qué hierbas. No se quejó, simplemente pretendió seguir inconsciente.

Transcurrió así el tiempo hasta que de pronto simplemente salió de la habitación, sin decir palabra alguna. En sus bolsillos portaba cuanta comida había podido meter. La mujer le sonrió y le dijo algunas palabras amables, pero Demian no contestó.

—El alcalde te espera en la plaza —informó ella finalmente, rindiéndose.

En silencio, Demian dejó la casa en que se encontraba.

Lucía como cualquier otro chico. A fin de cuentas casi nadie le había visto en realidad, el combate había sido de noche y la mujer, era necesario reconocer, se había portado como una buena guardiana de su puerta. Esto le permitió llegar bastante lejos antes de que uno de los hombres del alcalde le encontrara y le hiciera volver hasta la plaza.

La gente, aunque no era un pueblo numeroso, se atiborraba para conocerle y felicitarle, pero Demian no sabía muy bien jugar al papel de héroe. Tiempo atrás, luego de Térpoli, había recibido una medalla, pero en esa ocasión era distinto, pues muchos más fueron condecorados con él. Era uno más de una multitud. Ahora, en cambio, era el centro de la atención, junto a Tuercas.

Su maestro le había enseñado muy bien ese punto. El mejor asesino es el que nadie reconoce.

Usó su ilusión de invisibilidad. No pretendió escapar y de hecho se hizo notar para el alcalde. Era posible tocarle, saber que estaba allí, incluso distinguir algunos detalles de su forma, como si una especie de cristal muy transparente se moviera en el aire, pero nada más. El resto estaba oculto.

El alcalde dio unas palabras de felicitación, el protocolo correspondiente. Para Demian no era más que eso, su visión del mundo de los adultos era muy sesgada, en su mente el hombre ya no tenía interés real en él, había hecho un trabajo, le pagaba, el resto era adorno. Ni siquiera esperaba que realmente cumpliera algún día su oferta de ayuda y cobijo en caso de necesidad.

El Bio-Cibernético era un asunto distinto, sin embargo. Sabía que esas cosas eran muy leales y obedientes, así que era interesante saber que uno de ellos prometía ayudarle. Quizás más pronto que tarde acabaría por hacer valer esa palabra.

—Descuida, Tuercas, cuando necesite de tu ayuda la pediré... pero recuerda, nada de preguntas ni peros, si de verdad te necesito será sin condiciones, ¿vale?... pregunta cada tanto en la taberna del León Feliz, en Lunargenta, esa que pertenece a un viejo hombre-bestia, si hay algún encargo del Gorrión.

Concluidos los honores y ante el desconcierto de los aldeanos, bajó por la parte trasera, dispuesto a abandonar el lugar. Tenía intenciones de hacerlo muy presuroso, pero una mano huesuda le tomó de la muñeca, haciéndole detenerse. Era una anciana que lucía tan vieja como era posible para un ser humano, con incontables arrugas, una espalda jorobada y cabellos pajosos del color de la nieve.

—Toma esto como un recuerdo, niño de los ojos desconfiados, se que te servirá más que el dinero y los halagos.

Dejó ella un libro en sus manos, uno de tapas de cuero casi más viejas que su dueña, si aquello era posible. En las tapas podía verse la figura en relieve de unas hojas. No sabía exactamente qué información había allí, pero se dijo que pronto debía saciar su curiosidad.

Y eso fue lo último que se sabría de aquel misterioso niño en ese perdido lugar del mundo.