Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
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Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Vulwulfar. Ciudad de peces. A pesar de estar relativamente cerca de Lunargenta, apenas había viajado a la ciudad pesquera. Había algo curioso en ese sitio: parecía un punto intermedio entre la cultura elfa y la humana, probablemente debido a la influencia del comercio. Muchos elfos jóvenes visitaban esa ciudad como primer destino tras salir de Sandoral, pero los humanos de ahí estaban bastante acostumbrados a los elfos y, de alguna forma, se les había contagiado ese aire pacífico. El resultado era que alrededor de la mitad de la población era exasperantemente tranquila, tanto que parecían embobados. Como peces.
Había otro motivo por el que no me gustaba la ciudad. Y ese era el olor a pescado. Solo tuve que acercarme a la zona del puerto para notar el nauseabundo olor a pez destripado que ni la sal del mar podía tapar. Me di la vuelta al instante, olvidando mi idea de darme un baño en el mar: ni siquiera hacía el calor apropiado para ello. Había ido a la ciudad por un trabajo. Algo simple, destrozarle el local a un abrazaárboles. Pero me parecía tan fácil que lo estaba procrastinando. De hecho, no estaba haciendo nada de nada, salvo mirar el cielo tumbado en el techo de un edificio.
-Ains...- suspiré. -Que ciudad de besugos. Esta gente es demasiado... pezifica.- empecé a reirme de mi propio chiste. ¿Por qué era tan gracioso cuando no había nadie escuchando? Solté una larga carcajada y entonces me di cuenta de lo aburrido que estaba. Lo único positivo que tenía esa ciudad era que parecía extrañamente limpia en comparación a Lunargenta, como si se respirase mejor.
-Disculpe, señor.- mis orejas se movieron como respuesta a la voz que provenía del suelo. Me levanté y miré abajo: un elfo me estaba haciendo señas. De hecho, me estaba saludando con la mano. Bajé, soltandome entre las cornisas del edificio y le miré de cerca. Parecía jóven, aunque siendo de su raza podría tener fácilmente un siglo. -¿Me has llamado señor?- debía ser la primera vez en años que alguien no empezaba una conversación llamandome algo distinto de "perro", "pulgoso", "chucho" o similares nombres que causaban una súbita pérdida de dientes. Y ahora que pensaba en ello, era un poco triste.
-Oh, lo siento. ¿Acaso es usted una dama?- preguntó, ladeando la cabeza. Tardé un segundo en entender que era una pregunta seria y no se estaba burlando de mi. Negué con la cabeza. Tal vez si que fuese jóven después de todo... de hecho, me estaba mirando con cierta fascinación. Probablemente no había visto a alguien de mi raza en su vida.
-Soy un hombre. ¿Que es lo que quieres?- el elfo sonrió.
-Verá, señor...-
-Llámame Wernack-
-Señor Wernack.- esbocé una mueca y el elfo rió de forma completamente natural. Iba a necesitar una paciencia especial para lidiar con ese tipo. -Soy Alyin Tönk. He perdido a mi hermana y estoy intentando encontrarla. Es una elfa bajita y rubia, de un metro sesenta y nueve, con tez pálida y ojos de color plata azulada. Tiene dos lunares sobre el labio y pesa treinta y dos kilos, como un saco lleno de piedras pequeñas. - parpadeé dos veces, sorprendido ante la precisión de la descripción que estaba dando. Realmente sonaba a que se parecía a su hermana por el aspecto del tipo, si le añadías una cara de alguien que no se entera de nada.-
-Eh... no, no la he visto.- El elfo asintió, pero no se movió durante unos segundos, sino que se quedó mirandome a las garras. -Esto...- empezaba a sentirme realmente incómodo. ¿Que le pasaba a ese tipo? -Oh. ¿Me ayudaría a buscarla? Es importante para mi. Me haría muy feliz que me ayudase.-
-Uh...- Estaba en un aprieto. Por algún motivo, tenía la sensación de que se echaría a llorar si le decía que no, aunque nada lo indicase realmente. "Solo tengo que decir no y alejarme deprisa. Lo he hecho muchas veces." -...claro, por qué no.- respondí, forzando una sonrisa. "¿Qué? ¿Que hago? ¡NO! ¿¡Por qué he dicho que si!? MIERDA." demasiado tarde. El elfo ya se había dado la vuelta, visiblemente contento y esperando que le siguiera. Suspiré y empecé a caminar, afrontando el terrible destino que no había podido evitar.
Pero no pasaron tres minutos antes de que el elfo se detuviese delante de una mujer. -Hola. Soy Alyin Tonk. He perdido a mi hermana y...-
Me llevé las manos a la cabeza y ahogué un grito de exasperación. Ese día iba a hacerse muy largo.
Había otro motivo por el que no me gustaba la ciudad. Y ese era el olor a pescado. Solo tuve que acercarme a la zona del puerto para notar el nauseabundo olor a pez destripado que ni la sal del mar podía tapar. Me di la vuelta al instante, olvidando mi idea de darme un baño en el mar: ni siquiera hacía el calor apropiado para ello. Había ido a la ciudad por un trabajo. Algo simple, destrozarle el local a un abrazaárboles. Pero me parecía tan fácil que lo estaba procrastinando. De hecho, no estaba haciendo nada de nada, salvo mirar el cielo tumbado en el techo de un edificio.
-Ains...- suspiré. -Que ciudad de besugos. Esta gente es demasiado... pezifica.- empecé a reirme de mi propio chiste. ¿Por qué era tan gracioso cuando no había nadie escuchando? Solté una larga carcajada y entonces me di cuenta de lo aburrido que estaba. Lo único positivo que tenía esa ciudad era que parecía extrañamente limpia en comparación a Lunargenta, como si se respirase mejor.
-Disculpe, señor.- mis orejas se movieron como respuesta a la voz que provenía del suelo. Me levanté y miré abajo: un elfo me estaba haciendo señas. De hecho, me estaba saludando con la mano. Bajé, soltandome entre las cornisas del edificio y le miré de cerca. Parecía jóven, aunque siendo de su raza podría tener fácilmente un siglo. -¿Me has llamado señor?- debía ser la primera vez en años que alguien no empezaba una conversación llamandome algo distinto de "perro", "pulgoso", "chucho" o similares nombres que causaban una súbita pérdida de dientes. Y ahora que pensaba en ello, era un poco triste.
-Oh, lo siento. ¿Acaso es usted una dama?- preguntó, ladeando la cabeza. Tardé un segundo en entender que era una pregunta seria y no se estaba burlando de mi. Negué con la cabeza. Tal vez si que fuese jóven después de todo... de hecho, me estaba mirando con cierta fascinación. Probablemente no había visto a alguien de mi raza en su vida.
-Soy un hombre. ¿Que es lo que quieres?- el elfo sonrió.
-Verá, señor...-
-Llámame Wernack-
-Señor Wernack.- esbocé una mueca y el elfo rió de forma completamente natural. Iba a necesitar una paciencia especial para lidiar con ese tipo. -Soy Alyin Tönk. He perdido a mi hermana y estoy intentando encontrarla. Es una elfa bajita y rubia, de un metro sesenta y nueve, con tez pálida y ojos de color plata azulada. Tiene dos lunares sobre el labio y pesa treinta y dos kilos, como un saco lleno de piedras pequeñas. - parpadeé dos veces, sorprendido ante la precisión de la descripción que estaba dando. Realmente sonaba a que se parecía a su hermana por el aspecto del tipo, si le añadías una cara de alguien que no se entera de nada.-
-Eh... no, no la he visto.- El elfo asintió, pero no se movió durante unos segundos, sino que se quedó mirandome a las garras. -Esto...- empezaba a sentirme realmente incómodo. ¿Que le pasaba a ese tipo? -Oh. ¿Me ayudaría a buscarla? Es importante para mi. Me haría muy feliz que me ayudase.-
-Uh...- Estaba en un aprieto. Por algún motivo, tenía la sensación de que se echaría a llorar si le decía que no, aunque nada lo indicase realmente. "Solo tengo que decir no y alejarme deprisa. Lo he hecho muchas veces." -...claro, por qué no.- respondí, forzando una sonrisa. "¿Qué? ¿Que hago? ¡NO! ¿¡Por qué he dicho que si!? MIERDA." demasiado tarde. El elfo ya se había dado la vuelta, visiblemente contento y esperando que le siguiera. Suspiré y empecé a caminar, afrontando el terrible destino que no había podido evitar.
Pero no pasaron tres minutos antes de que el elfo se detuviese delante de una mujer. -Hola. Soy Alyin Tonk. He perdido a mi hermana y...-
Me llevé las manos a la cabeza y ahogué un grito de exasperación. Ese día iba a hacerse muy largo.
Última edición por Wernack el Sáb 23 Ene - 10:12, editado 1 vez
Asher Daregan
Aerandiano de honor
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Tres meses, ¡Tres infernales meses! Había amado Aerandir por encima de mis posibilidades, había subsistido en campamentos de verano sin internet, sin móvil, sin civilización... Pero aquello, aquello era algo que no estaba preparada para afrontar. Aquellos tres meses fueron los más largos de mi vida, tras mi primer encuentro con dos elfas en mitad de la playa, aprendí algo de Aerandiano que iba anotando en una pequeña libreta de hojas blancas con mi glamuroso bolígrafo camuflado medievalmente con una pluma en su extremo. Había conseguido cambiar las instrucciones de mi IPad a un chatarrero por un par de harapos que bien podían ser trozos de un saco de patatas, porque aquello picaba que daba gusto. Total, que me había pasado tres meses de aquí para allá, aprendiendo el idioma y comprando y vendiendo sal en Roilkat y vendiéndola en Vulwulfar junto a unos comerciantes de lana muy majos, Dreaerionor y Traerionor, hermanos gemelos, que me habían explicado que sus nombres vienen de una moda élfica, pero que ellos eran dragones de pura cepa, descendientes de los mismos elementales, ojo. Bueno, la cosa es que me llevaban y traían junto a su cargamento de lana a cambio de mis hazañas y mis historias, que para ellos tan solo eran como para mi los cuentos de hadas. Recuerdo a la perfección el día que les tuve que explicar que era un IPod, y aún me preguntaban cómo se metían los músicos en una cajita tan pequeña...
En fin, los viajes al menos eran amenos. Habíamos llegado esa misma mañana a Vulwulfar, ellos habían decidido parar en una de las tascas cercanas al puerto a comer lo que en mi tierra se conoce como espeto, pero que aquí se hacía con pescados de colorines que daba mucha pena comérselos.
Pues caminaba yo tranquila, con mi libretita de notas en la mano, mi blusa blanca impoluta con aquella falda larga color azul oscura, - que en su momento fue azul clarita, sí, puede ser.- y mis converse. Sí, era lo único que conservaba. Las había camuflado estratégicamente con dos trozos de lana fea que les había sobrado de hilarme un jersey, - muy calentito, por cierto- a la madre de los gemelos, jersey que llevaba atado al cuello a modo de golfista millonario. El pelo, con aquellas raíces que asomaban de un color rubio cenizo, recogido en un moño casi perfecto si no fuera por ese maldito medio rizo que me caía sobre la frente.
-Maldita sea... -Susurré para mi, mientras metía la mano en el zurrón de cuero que llevaba ceñido al cinturón. Se me había acabado la tinta de mi precioso bolígrafo de la tienda de Ale-Hop, sí, muy vintage. ¡Pero qué duro era ser una moderna en Aerandir!. Resoplé, resignada. Ahora sí debería de gastarme los cuartos en comprarme uno de verdad, a ver si encontraba uno mágico que escribiera solo. Sonreí ante mis estúpidos pensamientos, desde que estaba en Aerandir lo más mágico que había visto eran las orejas de elfo tan abundantes en las capitales humanas, y una vez una semi-transformación de Draerionor, pero insistía que le daba verguenza que le viera en su forma dragón, que era muy íntimo... Ya...
-Hola. Soy Alyin Tonk. He perdido a mi hermana y..- Aún con la mano en el zurrón alcé la mirada hacia aquel chico, elfo, brujo, loquefuese. Pero mi vista fue a sus orejas rápidamente, había aprendido, más o menos, a diferenciar las razas. Le hice un ademán con la cabeza para que siguiera hablando. Pero poco me importó lo de su hermana, cuando alcé un poco más la cabeza y vi aquello. Creo que se me iluminaron los ojos. Era como... Como un peluche de feria gigante, de esos que ganas tirando en la caseta de los dardos. Ay, me recordó tanto a mi Baldr, que era mi perro, en el mundo real, claro. -.... Es una elfa bajita y rubia, de un metro sesenta y nueve, con tez pálida y ojos de color plata azulada. Tiene dos lunares sobre el labio y pesa treinta y dos kilos, como un saco lleno de piedras pequeñas. -... El detalle de las piedras me hizo volver a fijar la mirada y toda mi atención en el chico. ¿Qué clase de medida era esa?
-Ah... -Era difícil eso de hablar en una lengua que no era la tuya. Me mojé los labios con la lengua y agité la cabeza para concentrarme. -No he ver a tu hermana, pero si tu querer, yo ... -Busqué rápidamente en el pequeño cuaderno mis apuntes copiados, obviamente, del diccionario Weiss para extraterrestres. -Eh... Te puedo ayudar.- Finalicé y alcé la vista del cuaderno para mirarle. Confuso, cómo no. Los verbos con las declinaciones aún no las llevaba demasiado bien.
-Tú...-Los ojos del muchacho se iluminaros, me selañó con el índice con una sonrisa de oreja a oreja. -...ayudarme... -Abría mucho la boca y vocalizaba excesivamente, seguramente por el numerito que acababa de protagonizar. Y luego se señaló a él mismo poniéndose el índice sobre el pecho. -... a mi. -Asentí incluso antes de que acabara la frase. Volví a asentir rotundo y el elfo parecía que iba a llorar de la emoción. -Gracias. -Agachó la cabeza a modo de agradecimiento y se giró hacia... No sé, lo que fuera que le siguiera. Pero antes de hacer nada se volvió de nuevo hacia mi. -Ah, mi nombre es Alyin Tonk. -Dijo de nuevo abriendo mucho la boca y señalándose. Luego señaló al perro gigante. -Él es... Señor Wernack. -Sonrió de nuevo, satisfecho.
Yo no sabía si irme corriendo de allí o explicarle que no me tratase como una tonta, que le entendía a la perfeccion, pero que era yo la que tenía que mejorar su aerandiano... Qué pereza, mejor seguir haciéndose la tonta. Una carrera y dos masters, para nada. Qué rubia, pero qué rubia era.
-Yo Merié. -Dije señalándome a mi misma con el índice sobre el pecho como lo había hecho él antes. -¿Dónde viste la última vez a tu hermana? -Le pregunté sacando de mi zurrón un mapa de Vulwulfar que yo misma había hecho, un poco chapucero, pero si se me hubiera dado bien el arte no me hubiera metido a periodista. Tomó el mapa con ambas manos y señaló la tasca del puerto, donde casualmente estaban comiendo mis queridos amigos gemelos. Sonreí, ellos seguro que nos ayudarían. -Vamos. -Les dije a ambos y les hice un ademán para que me siguieran. No obstante, me adelanté hasta quedar a la altura de aquel hombre.
-Disculpe... Señor Waerniack. -O algo así recordaba, a los aerandianos les gustaba mucho usar muchas "aes" y vocales juntas. -Las orejas... -Pregunté mirando aquellas orejas que me miraban para que las acariciara. -.. ¿Son de verdad?.-Entrecerré los ojos, intentando hacer una distinción entre lo real y lo imaginario. ¿Un hombre-bestia? Por dios, que fuera uno, me moría de ganas por achucharlo.
Merié Stiffen
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
El Capitán Werner notaba las miradas indiscretas de todos los elfos se encontraba por las calles de Vulwulfar. No era bien recibido, él lo sabía al igual que sabía que los estúpidos y pacíficos elfos no le dirían nada por miedo a meterse en algún que otro problema. Eran unos débiles y unos cobardes. Por lo menos aquellos elfos que se habían acomodado a la buena vida de la ciudad eran débiles y cobardes. Habían otro elfos, otros que defendían sus bosques con arcos y flechas enfrentándose a cualquier que se acercarse lo más mínimo a sus árboles. Ante ellos, el Capitán sentía un cierto respeto que bordaba la admiración pues eran casi como piratas. Los elfos de los bosques defendían sus árboles con el mismo fervor que un pirata defendía la vida del mar. Quizás, solo quizás, estos segundos elfos verían al Capitán Werner como un igual, en el aspecto de un defensor romántico de sus tierras se refería, y no como una señal de peligro andante.
Una cosa debía de ser reconocido y es que, se tratase de elfos de ciudad o de elfos de bosque, todos conocen la naturaleza mejor que ninguna otra raza. Aquel era, ni más ni menos, el motivo por el cual había ido a visitar la ciudad de Vulwulfar. Una anciana elfa, vieja incluso desde el punto de vista de los humanos, era regente de una botica de ungüentos y medicinas hechas todas a partir de extrañas hierbas. Antes de embarcar en un viaje por los mares de Aerandir, uno de esas travesías que podrían durar semanas, el Capitán iba a la botica de la anciana elfa a comprar unas pocas pócimas medicinales por si, algún torpe miembro de su tripulación quedaba herido.
En el letrero en lo alto de la tienda se le lía las palabras: “Hoja de Plata”. El Capitán había escuchado dos historias diferentes sobre el por qué de dicho nombre y ambas historias contadas por la misma anciana dueña del local. La primera historia decía que “Hoja de Plata” era el apodo que recibía su difunta madre debido a su color de cabello y la segunda, muy distinta a la primera, decía que el nombre de la botica hacía referencia a un antiguo árbol de Sandorai que poseía las hojas del mismo color que la plata. El Capitán no creía en ninguna de las dos historias, ambas tenían las mismas posibilidades de ser falsas pues la anciana sufría de graves pérdidas de memoria. En ocasiones la había visto apuntar unas recetas con una pluma y, mientras estaba apuntando, soltar inmediatamente la pluma preguntándose confusa el por qué tenía una pluma en la mano. Su memoria estaba delimitada a las plantas y a la medicina, era probable que no supiera ni quién fue su padre pero pocas veces olvidaba el nombre de una planta. En esos momentos de lucidez, los ojos de la anciana elfa resplandecían con un ligero y casi imperceptible tono azulado.
El Capitán entró a la botica “Hoja de Plata” como muchas veces atrás había hecho. Sin embargo, el desolado escenario que allí se contemplaba no era el mismo que había visto tantas veces. Las estanterías, que un día estuvieron llenas, estaban completamente vacías y la anciana elfa que siempre, incluso en los momentos de letargo, sonreía a todo el mundo, estaba llorando en el mostrador. Un hombre pez de color rojo y con unas orejas tan grandes que costaba tomarle en serio, dio una patada a una de las estanterías tirándola al suelo.
-¡No puedes hacerme esto!- Gritó furioso. – ¡Quiero que me hagas una de tus pócimas para dejarme como era antes y la quiero ya!- La mujer solo contestó incrementando el volumen de su llanto. -¡¿Recuerdas cómo se llora! Que novedad.-
-Eh amigo.- Dijo el Capitán poniendo su pinza del brazo derecho sobre el hombro del hombre pez. –No deberías hablar así.-
-¡Yo no soy tú amigo!- Contestó furioso y con cierto asco al ver la cara del Capitán.
-Se mi enemigo entonces pero no tienes derecho a hablar de esa manera a una anciana.-
-¡Le a esta zorra una pócima para recuperarme de un maldito refriado y mira en lo que me ha convertido! Creo que esto me da derecho a comportarme de esta manera.- Le contestó con cierto desdén al Capitán.
La misma pinza que en un momento se apoyó en el hombro del hombre pez con la intención de calmarle dio un golpe en la cara del maleducado pescado. Momentos como ese eran los cuales había que comportarse con cierta violencia y no ser un elfo de ciudad. En respuesta del golpe con la tenaza, el pescado le dio una patada a las costillas del Capitán con tanta fuerza que le hizo retroceder unos pasos hasta salir de la botica “Hoja de Plata”. Antes que el Capitán tuviera tiempo de desenvainar una de sus dos espadas, el hombre pez le dio otra patada más fuerte que la anterior lanzando al Capitán contra una mujer de cabellos rojizos que se encontraba cerca de la botica.
-Discúlpeme señorita.- Dijo el Capitán a la joven humana de cabellos rojizos. – Y a ustedes también.- Se inclinó levemente para presentar sus disculpas hacia un hombre perro de casi dos metros y un joven elfo. – Siento haber interrumpido vuestra conversación.-
El Capitán observó cómo, desde debajo del mostrador, la anciana elfa sacaba un pequeño frasco de cristal con un líquido transparente en su interior, lo lanzó hacia el hombre pez y lo convirtió en algo tan pequeño e inofensivo como una hormiga. Los ojos de la anciana elfa resplandecieron con un brillo azulado que el Capitán solo lo había visto en los escasos momentos de lucidez en los que ella recordaba cada planta y cada medicina con las que trataba.
El camino estaba libre y podría ir a la botica a comprar las medicinas que había ido a buscar o chafar al diminuto pescado como venganza por las patadas que le dio, mas el Capitán no hizo nada de eso. La tienda estaba vacía, no quedaba nada en ella y, si quedaba alguna cosa, la boticaria no se acordaría de dónde está ni siquiera de qué es. Con respecto al hombre pez, ser así de pequeño ya es suficiente condena para que ahora el Capitán le facilitase la vida matándole.
-Maldito pescado podrido.- Refunfuñó el Capitán para sí mismo una vez compró que el problema con el hombre pez estaba zanjado. - Si he podido molestarlos en lo que sea que estuvierais haciendo ruego que me disculpen. No ha sido mi intención chocar contra ustedes.-
Una cosa debía de ser reconocido y es que, se tratase de elfos de ciudad o de elfos de bosque, todos conocen la naturaleza mejor que ninguna otra raza. Aquel era, ni más ni menos, el motivo por el cual había ido a visitar la ciudad de Vulwulfar. Una anciana elfa, vieja incluso desde el punto de vista de los humanos, era regente de una botica de ungüentos y medicinas hechas todas a partir de extrañas hierbas. Antes de embarcar en un viaje por los mares de Aerandir, uno de esas travesías que podrían durar semanas, el Capitán iba a la botica de la anciana elfa a comprar unas pocas pócimas medicinales por si, algún torpe miembro de su tripulación quedaba herido.
En el letrero en lo alto de la tienda se le lía las palabras: “Hoja de Plata”. El Capitán había escuchado dos historias diferentes sobre el por qué de dicho nombre y ambas historias contadas por la misma anciana dueña del local. La primera historia decía que “Hoja de Plata” era el apodo que recibía su difunta madre debido a su color de cabello y la segunda, muy distinta a la primera, decía que el nombre de la botica hacía referencia a un antiguo árbol de Sandorai que poseía las hojas del mismo color que la plata. El Capitán no creía en ninguna de las dos historias, ambas tenían las mismas posibilidades de ser falsas pues la anciana sufría de graves pérdidas de memoria. En ocasiones la había visto apuntar unas recetas con una pluma y, mientras estaba apuntando, soltar inmediatamente la pluma preguntándose confusa el por qué tenía una pluma en la mano. Su memoria estaba delimitada a las plantas y a la medicina, era probable que no supiera ni quién fue su padre pero pocas veces olvidaba el nombre de una planta. En esos momentos de lucidez, los ojos de la anciana elfa resplandecían con un ligero y casi imperceptible tono azulado.
El Capitán entró a la botica “Hoja de Plata” como muchas veces atrás había hecho. Sin embargo, el desolado escenario que allí se contemplaba no era el mismo que había visto tantas veces. Las estanterías, que un día estuvieron llenas, estaban completamente vacías y la anciana elfa que siempre, incluso en los momentos de letargo, sonreía a todo el mundo, estaba llorando en el mostrador. Un hombre pez de color rojo y con unas orejas tan grandes que costaba tomarle en serio, dio una patada a una de las estanterías tirándola al suelo.
-¡No puedes hacerme esto!- Gritó furioso. – ¡Quiero que me hagas una de tus pócimas para dejarme como era antes y la quiero ya!- La mujer solo contestó incrementando el volumen de su llanto. -¡¿Recuerdas cómo se llora! Que novedad.-
-Eh amigo.- Dijo el Capitán poniendo su pinza del brazo derecho sobre el hombro del hombre pez. –No deberías hablar así.-
-¡Yo no soy tú amigo!- Contestó furioso y con cierto asco al ver la cara del Capitán.
-Se mi enemigo entonces pero no tienes derecho a hablar de esa manera a una anciana.-
-¡Le a esta zorra una pócima para recuperarme de un maldito refriado y mira en lo que me ha convertido! Creo que esto me da derecho a comportarme de esta manera.- Le contestó con cierto desdén al Capitán.
La misma pinza que en un momento se apoyó en el hombro del hombre pez con la intención de calmarle dio un golpe en la cara del maleducado pescado. Momentos como ese eran los cuales había que comportarse con cierta violencia y no ser un elfo de ciudad. En respuesta del golpe con la tenaza, el pescado le dio una patada a las costillas del Capitán con tanta fuerza que le hizo retroceder unos pasos hasta salir de la botica “Hoja de Plata”. Antes que el Capitán tuviera tiempo de desenvainar una de sus dos espadas, el hombre pez le dio otra patada más fuerte que la anterior lanzando al Capitán contra una mujer de cabellos rojizos que se encontraba cerca de la botica.
-Discúlpeme señorita.- Dijo el Capitán a la joven humana de cabellos rojizos. – Y a ustedes también.- Se inclinó levemente para presentar sus disculpas hacia un hombre perro de casi dos metros y un joven elfo. – Siento haber interrumpido vuestra conversación.-
El Capitán observó cómo, desde debajo del mostrador, la anciana elfa sacaba un pequeño frasco de cristal con un líquido transparente en su interior, lo lanzó hacia el hombre pez y lo convirtió en algo tan pequeño e inofensivo como una hormiga. Los ojos de la anciana elfa resplandecieron con un brillo azulado que el Capitán solo lo había visto en los escasos momentos de lucidez en los que ella recordaba cada planta y cada medicina con las que trataba.
El camino estaba libre y podría ir a la botica a comprar las medicinas que había ido a buscar o chafar al diminuto pescado como venganza por las patadas que le dio, mas el Capitán no hizo nada de eso. La tienda estaba vacía, no quedaba nada en ella y, si quedaba alguna cosa, la boticaria no se acordaría de dónde está ni siquiera de qué es. Con respecto al hombre pez, ser así de pequeño ya es suficiente condena para que ahora el Capitán le facilitase la vida matándole.
-Maldito pescado podrido.- Refunfuñó el Capitán para sí mismo una vez compró que el problema con el hombre pez estaba zanjado. - Si he podido molestarlos en lo que sea que estuvierais haciendo ruego que me disculpen. No ha sido mi intención chocar contra ustedes.-
- Hombre pez:
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El Capitán Werner
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Fulminé al elfo con la mirada mientras repetía, palabra por palabra, la descripción de su hermana. Por supuesto, no lo notó, puesto que estaba de espalda sin dejar de mirar a la mujer. Sin embargo, esta parecía estar mirándome a mi, lo cual no dejaba de ser algo incómodo. Vale, estaba acostumbrado a que los humanos me mirasen raro. Pero normalmente era un vistazo rápido antes de apartar la mirada.
Ladeé la cabeza. La mujer hablaba de forma extraña, como si le costase. Comprobó algún tipo de libro y ofreció su ayuda con algo más de fluidez. No me inspiraba confianza alguna, pero Alyin parecía contento. Carraspeé para ahogar una risa cuando empezó a hablarle como a una niña: todo eso parecía tan inverosimil... Finalmente, echamos a caminar de nuevo. La humana extraña se me acercó y respiré hondo, preparándome para lo que venía.
-Wernack. Y... deja lo de "señor".- le corregí. Empezaba a sentirme viejo. Viejo y humano. Eugh. Moví las orejas instintivamente al oír la pregunta. ¿Que si eran reales? Fruncí el ceño. -Esto... claro que si. ¿Que clase de pregunta es esa?- a decir verdad, había algo verdaderamente extraño en esa mujer. Hasta su olor era completamente distinto al de cualquier humano. -Tu... ¿no eres de aqui, no?- pregunté. Tal vez fuese de las Islas de la Luna. Había oído que la gente ahí era muy extraña. Antes de que la humana llegase a responder, un hombre salió lanzado a través de la puerta de un negocio, chocando contra la tal "Merié", pero no tardó en disculparse.
"¡Dios!" pensé, sorprendido al verle la cara. Era definitivamente un hombre bestia, pero ni siquiera yo había visto algo semejante. Debía tener parte de criatura marina a juzgar por los tentáculos. Si que eran distintos a los hombres bestia terrestres... El hombre marino entró y salió de la tienda en poco tiempo para luego volverse a disculpar con cortesía.
-No te preocupes.- dije, alzando una mano de forma conciliadora. -Solo ha sido un accidente, no es necesario disculparse tanto.- en menos de un minuto aquel tipo había borrado cualquier impresión que pudiese dar su aspecto. Sonreí para mi mismo: era lo opuesto a lo que solía hacer yo. Mi apariencia solía resultar intimidante para muchos, y yo no solía tardar en demostrar que era alguien peligroso, pero el otro hombre bestia había actuado de forma muy cordial a pesar de tener tentáculos en la cara.
-Um... Mi hermana...- dijo lentamente. -Estaba con un hombre. Un "huu-maa-noo".- dijo, aún exagerando las vocales. -Creo. Le estaba agarrando del brazo mientras se iban a alguna parte. Ella gritaba, y yo les dije adiós con la mano.- miré al elfo con incredulidad, abriendo ligeramente la boca. ¿Acababa de decir...?
-...¿qué? ¿Han secuestrado a tu hermana delante de tus narices?. No podía creerme lo que estaba pasando. Si ese tipo pisase Lunargenta, tardaría veinte segundos en ser apuñalado en un callejón. -Escucha...- pero, al volverme, el joven ya no estaba allí, sino que estaba hablando con el hombre marino de antes.
-Soy Alyin Tönk. He perdido a mi hermana y estoy intentando encontrarla. Es una elfa bajita y...-
Ladeé la cabeza. La mujer hablaba de forma extraña, como si le costase. Comprobó algún tipo de libro y ofreció su ayuda con algo más de fluidez. No me inspiraba confianza alguna, pero Alyin parecía contento. Carraspeé para ahogar una risa cuando empezó a hablarle como a una niña: todo eso parecía tan inverosimil... Finalmente, echamos a caminar de nuevo. La humana extraña se me acercó y respiré hondo, preparándome para lo que venía.
-Wernack. Y... deja lo de "señor".- le corregí. Empezaba a sentirme viejo. Viejo y humano. Eugh. Moví las orejas instintivamente al oír la pregunta. ¿Que si eran reales? Fruncí el ceño. -Esto... claro que si. ¿Que clase de pregunta es esa?- a decir verdad, había algo verdaderamente extraño en esa mujer. Hasta su olor era completamente distinto al de cualquier humano. -Tu... ¿no eres de aqui, no?- pregunté. Tal vez fuese de las Islas de la Luna. Había oído que la gente ahí era muy extraña. Antes de que la humana llegase a responder, un hombre salió lanzado a través de la puerta de un negocio, chocando contra la tal "Merié", pero no tardó en disculparse.
"¡Dios!" pensé, sorprendido al verle la cara. Era definitivamente un hombre bestia, pero ni siquiera yo había visto algo semejante. Debía tener parte de criatura marina a juzgar por los tentáculos. Si que eran distintos a los hombres bestia terrestres... El hombre marino entró y salió de la tienda en poco tiempo para luego volverse a disculpar con cortesía.
-No te preocupes.- dije, alzando una mano de forma conciliadora. -Solo ha sido un accidente, no es necesario disculparse tanto.- en menos de un minuto aquel tipo había borrado cualquier impresión que pudiese dar su aspecto. Sonreí para mi mismo: era lo opuesto a lo que solía hacer yo. Mi apariencia solía resultar intimidante para muchos, y yo no solía tardar en demostrar que era alguien peligroso, pero el otro hombre bestia había actuado de forma muy cordial a pesar de tener tentáculos en la cara.
-Um... Mi hermana...- dijo lentamente. -Estaba con un hombre. Un "huu-maa-noo".- dijo, aún exagerando las vocales. -Creo. Le estaba agarrando del brazo mientras se iban a alguna parte. Ella gritaba, y yo les dije adiós con la mano.- miré al elfo con incredulidad, abriendo ligeramente la boca. ¿Acababa de decir...?
-...¿qué? ¿Han secuestrado a tu hermana delante de tus narices?. No podía creerme lo que estaba pasando. Si ese tipo pisase Lunargenta, tardaría veinte segundos en ser apuñalado en un callejón. -Escucha...- pero, al volverme, el joven ya no estaba allí, sino que estaba hablando con el hombre marino de antes.
-Soy Alyin Tönk. He perdido a mi hermana y estoy intentando encontrarla. Es una elfa bajita y...-
Asher Daregan
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Sin duda era el día más surrealista que había tenido desde mi llegada a Aerandir, y eso que aquella conversación con ambas elfas fue de lo más extraña. En fin, aquel hombre-perro, el elfo altamente afeminado, y yo, nos dirigíamos pacíficamente hacia el Dragón Alado, posada regentada frecuentemente por mis dos amigos Daerionor y Traerionor, cuyo dueño era un hombre enorme, Kraspar, que decía ser el más fuerte de los dragones y que se había mudado a Vulwulfar por la envidia que generaba su fuerza. Ya, claro. Seguramente por deudas de juego, ya que muchas veces me había quedado a jugar a diferentes juegos de dados con ellos, a los que siempre perdía, claro. Era gracioso porque ninguno de los tres pronunciaba bien mi nombre, "Meriyé", me llamaban, y siempre me decían "¡Meriyé! ¡Perdedora!", incluso he llegado a pensar que la palabra meriye, no es mi nombre, sino algún apelativo cariñoso en dracónico en plan, pelirroja mongóilca, u otros despectivos. Torcí el labio ante la respuesta de aquel hombre bestia sobre sus orejas; pero sí, era una pregunta un poco tonta por mi parte, aún así formular "¿Puedo tocarlas?" me parecía ya demasiado excesivo para un primer encuentro como aquel. Pero las acariciaría, ya lo creo que lo haría.
-No, la verdad es que...-Mi vida en Aerandir pasó delante de mis ojos cuando un ser, que parecía sacado del mismo infierno de lovecraft, -de mi literatura favorita de dos siglos atrás- chocó contra mi pisándome las converse rojas. Acto reflejo llevé las manos hacia el individuo para alejarlo de mi... ¡Señor!, aquella cosa era peor de lo que me imaginaba, si bien él se disculpó pro haberme pisado, yo me debería de haber disculpado por la exagerada cara de asco que puse al verle la cara. ¿Eso qué era? Instintivamente me resguarecí detrás del hombro de Weiern... Wernack mientras, algo aún peor, salía de aquel lugar. Un hombre con los ojos saltones y agallas a ambos lados de la cara, ¿Otro hombre bestia? aquellas mutaciones genéticas no parecían tan inofensivas como en los cuentos de mi abuelo.
Todo pasó demasiado deprisa, un objeto volador no identificado chocó con el segundo de los engendros, por así llamarlos, porque no sabía en ese momento qué eran, ni de dónde habían salido, si de un barco pirata o de las mismas catacumbas del infierno. El hombre pez se convirtió en una especie de insecto del tamaño de un escarabajo pelotero. El otro hombre se acercó a disculparse, otra vez, pero yo estaba demasiado impactada por lo que acababa de suceder. ¿Aquello no estaba penado por la ley o algo? ¿No era atentar contra una vida humana? Mis instintos de pacifista me hicieron desplazarme hasta la puerta de la tienda, donde aquel ser daba pequeños saltitos para ser divisado por alguien. Lo tomé de los brazos y me lo puse en la palma de la mano mientras aquel elfo, Alyin, hablaba con los dos hombres bestia. Miré a la anciana, y tuve miedo, aquella mujer podía convertirme en lo que le diera la gana en cero coma... ¡Un momento! Me giré, y escuché al elfo hablar con Wernack, así que aproveché para escaquearme dos segundos. Me acerqué al mostrador de aquella tienda dejando a aquella cosa sobre la encimera.
-Hola... Esto... -Saqué mi cuadernillo, nerviosa. Un paso en falso y sería una oruga. -Tiene algo para... El pelo. Sí, ¿... para el color del pelo?- Esbocé una sonrisa ultra forzada, intentando caerle bien. La señora asintió con la cabeza.
-¿Qué color? -Me preguntó en perfecto élfico, cosa que yo no entendía.
-Sí, ese está bien. -Respondí, pensando que me preguntaba si quería color rojo.
La mujer se rió, un poco raro, la verdad, muy siniestro todo... Y me dejó un botecito de colores sobre la encimera, sin etiqueta, si prospecto, sin nada. Le dejé un par de monedas sobre la mesa, seguramente más de lo que valía, pero no me atrevía a seguir preguntando, y salí de allí.
-Perdonar, tenía que comprar algo. -Dije metiendo el botecito en el zurrón con mucho cuidado. -Hola, yo soy Merié. -Le dije al hombre cuya cara parecía un pulpo, hice ademán de darle la mano, por educación, pero al ver aquellas tenazas me lo pensé dos veces y me metí las manos en los bolsillos de la falda. El elfo me miró, parecía que estaba intercediendo en la conversación que tenía con aquel hombre pulpo
-.... Es una elfa bajita y rubia, de un metro sesenta y nueve, con tez pálida y ojos de color plata azulada. Tiene dos lunares sobre el labio y pesa treinta y dos kilos, como un saco lleno de piedras pequeñas.- Resoplé, indignada ¿En serio? ¿Otra vez?
Merié Stiffen
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Ante todo respeto. Esa era una de las pocas normas que tenían los piratas, aquellos que eran auténticos lobos de mar que soñaban con una tierra de libertad y justicia y no los gañanes de polla suelta que solo deseaban el oro, el ron y las mujeres. Por mucho que el hombre perro dijera que no hacía falta disculparse tanto, que solo había sido un mero accidente, al Capitán no le parecía eso pues había interrumpido su conversa y, por lo alcanzó a escuchar era algo de suma importancia. Si aquello no era una falta de respeto, el Capitán era, bajo los ojos de todos los humanos de Lunargenta, el hombre más atractivo de Aerandir.
El joven elfo es quien decía peores palabras, Según contaba, un humano había secuestrado a su hermana y él había sido tan ignorante como para decirles adiós con la mano. Una historia trágica, pero su tono de voz no acompañaba a sus palabras. Hablaba despacio, de forma lenta y tranquila, casi parecía neutral a lo que acababa de suceder, como si fuera algo cotidiano que le hubiera pasado otras veces. Es el hombre perro quien muestra el ímpetu y la fuerza que al elfo le faltaba. He ahí la diferencia entre alguien que daba el aspecto de un bravo guerrero a un elfo de ciudad. Bien diferente y a la vez común, en comparación a las demás personas que el Capitán había conocido, fue la reacción de la mujer al verle la cara. Una mezcla de asco y confusión se tiñó en las características faciales de la joven mujer; nada a lo que Alfred Werner no estuviera acostumbrado.
Mientras el joven elfo se quedó hablando con el cánido, la joven mujer aprovechó para escabullirse. A eso también estaba acostumbrado el Capitán a dar tanto miedo y tanto asco que cualquiera, a la mínima oportunidad, escapase de él. Quizás el hombre perro lo tuviera más sencillo. Los humanos están acostumbrados a esos animales, un hombre con sus características no resultaría tan aterrador ni asqueroso como lo resultaba un hombre con tentáculos en la cara y una pinza en el lugar donde debería estar el brazo derecho.
Antes de que el cánido pudiera contestar a la conversación con el joven elfo, éste había cambiado de rumbo y se había presentado de cara al Capitán explicando con su voz serena y tranquila todo cuanto había sucedido con su hermana. Parecía estar condenado a repetir siempre las mismas palabras con siempre el mismo tono parcial de voz.
-Oh. ¿Me ayudaría a buscarla? Es importante para mí. Me haría muy feliz que me ayudase.- Finalizó el joven elfo de ciudad justo en el momento en que acababa de regresar la mujer de pelo rojizo con un frasco.
El Capitán se encontraba en un verdadero brete; había viajado hasta Vulwulfar en busca de unos medicamentos básicos para antes de iniciar de nuevo un viaje por los mares de Aerandir y ahora, sin ninguna pócima en la mano, se encontraba frente a un joven elfo que no distinguiría el peligro aunque fuera a su hogar con un cartel en alto anunciándose como una prostituta barata. El primero que necesitaba ayuda no era su hermana sino que era él mismo.
-Te ayudaré.- Resopló el Capitán con gesto cansado. – Con una condición.- Levantó su dedo índice de la mano izquierda, uno de los tres dedos iniciales que tenían forma de tentáculos ligeramente más largos que los de su barba. – No vuelvas a hablar como si no te importara nada que hayan secuestrado a tu hermana. Me pones enfermo.-
El joven elfo es quien decía peores palabras, Según contaba, un humano había secuestrado a su hermana y él había sido tan ignorante como para decirles adiós con la mano. Una historia trágica, pero su tono de voz no acompañaba a sus palabras. Hablaba despacio, de forma lenta y tranquila, casi parecía neutral a lo que acababa de suceder, como si fuera algo cotidiano que le hubiera pasado otras veces. Es el hombre perro quien muestra el ímpetu y la fuerza que al elfo le faltaba. He ahí la diferencia entre alguien que daba el aspecto de un bravo guerrero a un elfo de ciudad. Bien diferente y a la vez común, en comparación a las demás personas que el Capitán había conocido, fue la reacción de la mujer al verle la cara. Una mezcla de asco y confusión se tiñó en las características faciales de la joven mujer; nada a lo que Alfred Werner no estuviera acostumbrado.
Mientras el joven elfo se quedó hablando con el cánido, la joven mujer aprovechó para escabullirse. A eso también estaba acostumbrado el Capitán a dar tanto miedo y tanto asco que cualquiera, a la mínima oportunidad, escapase de él. Quizás el hombre perro lo tuviera más sencillo. Los humanos están acostumbrados a esos animales, un hombre con sus características no resultaría tan aterrador ni asqueroso como lo resultaba un hombre con tentáculos en la cara y una pinza en el lugar donde debería estar el brazo derecho.
Antes de que el cánido pudiera contestar a la conversación con el joven elfo, éste había cambiado de rumbo y se había presentado de cara al Capitán explicando con su voz serena y tranquila todo cuanto había sucedido con su hermana. Parecía estar condenado a repetir siempre las mismas palabras con siempre el mismo tono parcial de voz.
-Oh. ¿Me ayudaría a buscarla? Es importante para mí. Me haría muy feliz que me ayudase.- Finalizó el joven elfo de ciudad justo en el momento en que acababa de regresar la mujer de pelo rojizo con un frasco.
El Capitán se encontraba en un verdadero brete; había viajado hasta Vulwulfar en busca de unos medicamentos básicos para antes de iniciar de nuevo un viaje por los mares de Aerandir y ahora, sin ninguna pócima en la mano, se encontraba frente a un joven elfo que no distinguiría el peligro aunque fuera a su hogar con un cartel en alto anunciándose como una prostituta barata. El primero que necesitaba ayuda no era su hermana sino que era él mismo.
-Te ayudaré.- Resopló el Capitán con gesto cansado. – Con una condición.- Levantó su dedo índice de la mano izquierda, uno de los tres dedos iniciales que tenían forma de tentáculos ligeramente más largos que los de su barba. – No vuelvas a hablar como si no te importara nada que hayan secuestrado a tu hermana. Me pones enfermo.-
El Capitán Werner
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
El elfo sonrió al oir las palabras del otro hombre bestia, aunque ladeó la cabeza al final. Su expresión parecía mantenerse siempre neutra, salvo cuando sonreía ampliamente.
-¿Enfermo? ...Puedo curarte.- ofreció, acercando lentamente la palma de su mano al pecho del capitán. Por su entonación, parecía decirlo completamente en serio, como si estuviese tratando con alguien enfermo de verdad. Algo me decía que ese elfo era completamente incapaz de bromear. Me acerqué a la pareja antes de que Alyin acabase decapitado y le di un toque en el hombro.
-Eh... No está enfermo de verdad. Es una expresión.- expliqué. El elfo parpadeó un par de veces y asintió lentamente. -¿Secuestrado?- preguntó, silabeando. -Eso es... malo, ¿no?- me quedé mudo. Menos mal que nos había pedido ayuda, o no habría vuelto a ver a su hermana en la vida. -...en fin. Será mejor que nos movamos, o acabaré dandome golpes contra la pared.- El elfo me miró durante unos segundos y abrió la boca. -¡Chst! Es. Una. Expresión.- aclaré, poniendome en marcha.
Pasado un rato, llegamos a la posada "El Dragón Alado". En cuanto entramos, dos hombres, altos y fuertes, saludaron a la humana. O eso parecía. ¿Había oido mal su nombre? "Meriyé". Nos acercamos a la mesa donde estaban sentados y empezamos a explicar, después de que se presentasen como Daerionor y Traerionor.
-Soy Alyin Tönk. He perdido a mi hermana y estoy...- NO.- le corté. Si escuchaba la misma explicación otra vez, me rajaría la yugular ahí mismo. -Está buscando a su hermana. La han secuestrado, y le estamos ayudando.- simplifiqué.
-Hmm...- comenzó Draerionor. -He oido rumores sobre algunos esclavistas. Secuestran gente jóven, sobre todo elfos y brujos, y los llevan en barco a alguna parte.-
-Tal vez a Sacrestic Ville, para usarlos como comida.- continuó su hermano. - En cualquier caso, deberiais mirar en el puerto. Por suerte, ningún barco ha podido salir en algunos días, aunque no se el motivo, asi que probablemente esteis a tiempo.
-¿Enfermo? ...Puedo curarte.- ofreció, acercando lentamente la palma de su mano al pecho del capitán. Por su entonación, parecía decirlo completamente en serio, como si estuviese tratando con alguien enfermo de verdad. Algo me decía que ese elfo era completamente incapaz de bromear. Me acerqué a la pareja antes de que Alyin acabase decapitado y le di un toque en el hombro.
-Eh... No está enfermo de verdad. Es una expresión.- expliqué. El elfo parpadeó un par de veces y asintió lentamente. -¿Secuestrado?- preguntó, silabeando. -Eso es... malo, ¿no?- me quedé mudo. Menos mal que nos había pedido ayuda, o no habría vuelto a ver a su hermana en la vida. -...en fin. Será mejor que nos movamos, o acabaré dandome golpes contra la pared.- El elfo me miró durante unos segundos y abrió la boca. -¡Chst! Es. Una. Expresión.- aclaré, poniendome en marcha.
Pasado un rato, llegamos a la posada "El Dragón Alado". En cuanto entramos, dos hombres, altos y fuertes, saludaron a la humana. O eso parecía. ¿Había oido mal su nombre? "Meriyé". Nos acercamos a la mesa donde estaban sentados y empezamos a explicar, después de que se presentasen como Daerionor y Traerionor.
-Soy Alyin Tönk. He perdido a mi hermana y estoy...- NO.- le corté. Si escuchaba la misma explicación otra vez, me rajaría la yugular ahí mismo. -Está buscando a su hermana. La han secuestrado, y le estamos ayudando.- simplifiqué.
-Hmm...- comenzó Draerionor. -He oido rumores sobre algunos esclavistas. Secuestran gente jóven, sobre todo elfos y brujos, y los llevan en barco a alguna parte.-
-Tal vez a Sacrestic Ville, para usarlos como comida.- continuó su hermano. - En cualquier caso, deberiais mirar en el puerto. Por suerte, ningún barco ha podido salir en algunos días, aunque no se el motivo, asi que probablemente esteis a tiempo.
Asher Daregan
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
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Después del espectáculo dado por el elfo rarito y el calamar gigante, nos encaminamos en un interminable camino hasta la posada "el Dragón Alado", llegamos a la puerta, de madera rojiza coronada por un gran cartel del mismo color, con las letras talladas a fuego con el nombre de dicha posada. Aquel lugar olía a cerveza negra y a arenques, pero yo ya estaba acostumbrada a todo aquello, al fin y al cabo era como mi segunda casa. Mi vida había girado tanto que ahora había cambiado los libros y las entrevistas de trabajo por las jarras de cerveza mal lavadas, los eructos y las canciones de los bardos y los borrachos. Nada tenía que ver con los bonitos cuentos de caballeros que contaba mi abuelo, en el que los calamares con patas eran los que secuestraban a las princesas, no ayudaban a los elfos. En fin, Aerandir era ahora mi casa, y tenía que asumirlo.
-¡Meriyé!-Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en los labios de Daerionor que alzó la mano a modo de saludo al vernos.
Taerionor estaba en la barra, pidiendo, y al verme, y conocerme tanto en tan poco tiempo, alzó el brazo pidiéndole lo de siempre a Kraspar, que también sonreía al verme de vuelta. Habían pasado dos semanas desde la última vez que habíamos pasado por Vulwulfar, después de aquel pequeño traspiés en Roilkat con una mercancía un poco ilegal de hierbas élficas para fumar que nos hizo pasar dos días en el calabozo. Sonreí, ya que aquellos dos ahora eran como mi familia.
Me senté en la mesa acompañada de mis recientes compañeros de aventuras, tomé entre ambas manos la jarra de madera que contenía cerveza de mantequilla recién hecha. La única que me gustaba, porque las demás me sabían a meado de burra, calientes y casi sin gas, nada que ver con las rubias de la tierra, a las que tantos componentes químicos cancerígenos las hacían tan gaseosas.
-Una tapa de carne mechada de craswar. -Anunció Kraspar poniendo el plato enmedio.
Yo aún no había visto ningún bicho que pudiera dar tanta carne. La traía del norte, la congelaba él mismo y la maceraba, y luego la servía como tapas durante meses. Lo he visto despedazar el mismo animal durante... Espera, aún no había vuelto al norte desde que yo llegué a Aerandir. Después de las presentaciones y la descripción detallada de aquel elfo de su hermana, que si pesaba como un saco de patatas, que si era bajita... Traerionor se sentó a mi lado y se comió con la mano un trozo de carne mechada.
-¡Meriyé!-Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en los labios de Daerionor que alzó la mano a modo de saludo al vernos.
Taerionor estaba en la barra, pidiendo, y al verme, y conocerme tanto en tan poco tiempo, alzó el brazo pidiéndole lo de siempre a Kraspar, que también sonreía al verme de vuelta. Habían pasado dos semanas desde la última vez que habíamos pasado por Vulwulfar, después de aquel pequeño traspiés en Roilkat con una mercancía un poco ilegal de hierbas élficas para fumar que nos hizo pasar dos días en el calabozo. Sonreí, ya que aquellos dos ahora eran como mi familia.
Me senté en la mesa acompañada de mis recientes compañeros de aventuras, tomé entre ambas manos la jarra de madera que contenía cerveza de mantequilla recién hecha. La única que me gustaba, porque las demás me sabían a meado de burra, calientes y casi sin gas, nada que ver con las rubias de la tierra, a las que tantos componentes químicos cancerígenos las hacían tan gaseosas.
-Una tapa de carne mechada de craswar. -Anunció Kraspar poniendo el plato enmedio.
Yo aún no había visto ningún bicho que pudiera dar tanta carne. La traía del norte, la congelaba él mismo y la maceraba, y luego la servía como tapas durante meses. Lo he visto despedazar el mismo animal durante... Espera, aún no había vuelto al norte desde que yo llegué a Aerandir. Después de las presentaciones y la descripción detallada de aquel elfo de su hermana, que si pesaba como un saco de patatas, que si era bajita... Traerionor se sentó a mi lado y se comió con la mano un trozo de carne mechada.
-Hmm...He oido rumores sobre algunos esclavistas. Secuestran gente jóven, sobre todo elfos y brujos, y los llevan en barco a alguna parte.-Daedrionor habló sujetando su jarra con la mano derecha, mientras se echaba hacia delante apoyando el otro brazo sobre la mesa. Lo miré a los ojos mientras hablaba, mira que era guapo el muy cabrón, los dos lo eran, eran gemelos vaya. Tenían los ojos grises, el pelo, ligeramente rizado y oscuro, pero llevaban peinados diferentes, eso me facilitaba reconocerlos.
-Tal vez a Sacrestic Ville, para usarlos como comida.- continuó Traedrionor. - En cualquier caso, deberíais mirar en el puerto. Por suerte, ningún barco ha podido salir en algunos días, aunque no se el motivo, así que probablemente estéis a tiempo.-Pasó el brazo por detrás del respaldo de mi asiento, casi rozándome la espalda.
Me puse nerviosa, a sudar como una cerdilla que la llevan al matadero, para ellos yo era como su hermana, pero ¿Cuánto tiempo llevaba sin catar la carne en todos sus estados? demasiado. Demasiadas fantasías recorrían mi cabeza con los dos sex symbols que me acompañaban a todas horas. Me contuve, no quería que aquello se convirtiera en un tsunami de magnitud 6 en la escala richter.
-¿Sacrestic Ville? ¿En barco? -Apunté recogiéndome el mechón de pelo que me caía sobre la cara.
-Eso parece. -Apuntó Traerionor poniendo los pies en la mesa y dándole un sorbo a su copa de hidromiel.
-Mercado de sangre, quizá. -Daedrionor se encogió de hombros, dejando su jarra sobre la mesa. Yo le imité echándome hacia atrás en la silla inconscientemente, topando con la mano de Traerionor, que ni se molestó en quitar el brazo.
-¿Mercado de sangre? No lo entiendo-Preguntó el elfo, perfectamente sentado en la silla de madera, con los bracitos pegados al cuerpo, como si fuera un muñeco de trapo. ladeó la cabeza sin entender muy bien de qué hablábamos.
-Claro, la sangre de elfo sabe mejor, como son más guapos. -Dijo Traerionor y se echó a reír ante su propia broma.
Mientras, Daedrionor buscaba en su mochila de cuero un gran papyro que siempre llevaba doblado, le encantaban los mapas, era un friki de los mapas.Tenía mapas de Dundarak antes del ataque de los vampiros y licántropos, tenía mapas de los pueblos abandonados más recónditos... Pero era muy útil. Sacó un mapa de Vulwulfar.
-Dime, ¿Dónde has perdido a tu hermana? -Le preguntó poniendo el mapa sobre la mesa delante del elfo.
Yo, mientras, luchaba contra mis hormonas, desbordadas, por aquel contacto directo con otro de los gemelos, que me miraba el pelo de una manera un poco rara.
-Eh, Meriye, ¿Qué tienes en el pelo? -Me preguntó tocándome el moño y quitándome una pelusa, que acto seguido deshizo el lazo que me sujetaba el pelo en millones de pequeños hilos.
-Vaya, gracias eh. -Le dije con mala cara mirando lo que quedaba de mi lazo del pelo.
Me daba vergüenza ir por ahí con el pelo de tres colores, lo que quedaba de rojo, que se había vuelto cobrizo, y el rubio de mis raíces. Así que me acordé de aquello que compré donde la mujer que cambiaba a la gente de tamaño y eso, y lo saqué del zurrón. Mientras los demás hablaban, yo le di un trago a aquel potingue, que sabía misteriosamente a chuche. Disimulé, pero conforme me lo tragué, sentí un cosquilleo en la nariz que me hizo estornudar, y acto seguido mi pelo... Mi pelo ya no era rojo, sino rosa, entero. Rosa fucsia. Chillón, fosforito... Tierra trágame.
Merié Stiffen
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Si un humano hubiera sido criado desde la etapa materna por una familia de ratas en el interior de una cueva a cien kilometros de la ciudad más cercana, dicho humano todavía sería menos ignorante de lo que era el joven elfo de ciudad. Su debilidad a la hora de enfrentarse a serios problemas no se debía a la cobardía, como sucedía en otros elfos, se debía a la ignorancia. El Capitán Werner se dio cuenta de aquel detalle cuando el joven orejapicudas no comprendió el uso de las expresiones en el lenguaje común. "Me pones enfermo" o "acabaré dándome golpes contra la pared" , la segunda expresión vino por parte del cánido, el elfo se las tomaba al pie de la letra pues su ignorancia no le dejaba ver más allá de lo que veían sus ojos y escuchaban sus oídos. Tal vez, por esa misma razón el joven no hizo nada al ver que se llevaban a su hermana. Era demasiado ignorante como para comprender que la estaban secuestrando, para él, simplemente, "se fue con un humano".
Si había una certeza suprema que igualaba a todas las ciudades por igual era que las tabernas y las posadas eran las cunas de todos los rumores habidos y por haber. La dificultad se hallaba en saber distinguir los falsos de los verdaderos, pero aquello era un mal menor, pues las mentiras pueden ser tan útiles como la sinceridad. El Capitán recordó una bahía en la cual se decía que residía un cocodrilo de agua salada de más de seis metros que hacía añicos todos los barcos que se acercasen a no menos de un kilometro de la bahía. Aquello fue una mentira difundida para que ningún pirata llegase a encontrar el tesoro que guardó el difunto Capitán Gork'ath. Incluso muerto, el viejo pirata consiguió, a base de útiles mentiras, que su leyenda fuera temida. Si Alfred, Wernack y Merie deseaban conocer más acerca del paradero de la hermana del elfo de ciudad debían de pasar por la posada más cercana, por la cuna de los rumores.
En el letrero que coronaba la entrada de la posada se leían las palabras "El Dragon Alado". Los tres hombres (dos de ellos bestias y uno elfo) y la mujer entraron en la posada. Allí el escenario cambió al completo. Lo que anteriormente era una ciudad de besugos cobardes e ignorantes se convirtió en un verdadero joglorio. Jarras de hidromiel y cerveza viajaban de un lado a otro de la taberna al son de la música alegre que dos elfos tocaban en lo alto de un improvisado escenario, uno con un violonchelo y el otro con un violín. La mujer de nombre Merie, o Meriyé como la llamaron los dueños de la posada, parecía estar en su propia casa. No por cómo se comportaba ella , al Capitán le seguía pareciendo que fuera a donde fuera la mujer seguiría confusa y ofoscada en su menuda libreta, sino por como se comportaban los hombres dueños de la posada con ella. Ambos dos eran tan parecidos y, a la vez, tan diferentes como lo son dos gotas de agua. ¿Gemelos quizás? Era una opción que el Capitán no quiso decir en voz alta por miedo a parecer descortés por su parte.
El grupo se sentó en una de las mesas más lejanas al escenario para no llamar la atención de los bebedores. Una vez servidas las bebidas y la carne, los regentes de la posada contaron a la vez, con perfecta sincronía uno detrás del otro sin llegar a chafarse palabra alguna, el rumor que el grupo de cuatro fueron a buscar. Según decían un grupo de esclavistas ha estado secuestrando a jóvenes mujeres, sobre todo elfos y brujos, para llevarlos a alguna parte de Sacrestic Ville.
-El Murciélago.- Susurró el Capitán. Tras unos segundos de silencio se dio cuenta que los demás lo habían escuchado. - Era un barco pirata, su capitán se llamaba Yaakov. era un tipo sorprendente y no por el buen sentido de la palabra. Secuestraba a todo ser viviente que se interponía en su camino con el fin de torturarle física y moralmente hasta conseguir arrebatarle el más misero apice de inteligencia. Sus esclavos llegaban a convertirse en, lo que él denominó "juguetes" y lo peor es que ellos acababan aceptando ser juguetes.- El Capitán se levantó de la silla con gesto pesado y severo, al igual que sus palabras. Por desgracía Alfred había visto en su día como el Capitán Yaakov maltrataba sus esclavos para luego venderlos a los vampiros, por fortuna El Murciélago ya se había undido y su capitán muerto; pero el recuerdo prevalece y la idea de que alguien estuviera haciendo lo mismo que Yaakov hizo era más que aterrador. - Amigos míos, os aseguro que estos actos de barbarie hace que me hierva la sangre.- Pronto, la cara del elfo se volvió completamente pálida. Se levantó, se puso al costado del Capitań y comenzó a soplarle el brazo derecha con tal de enfríar la sangre. - Chico, lo vas a pasar muy mal si todas las expresiones te las tomas al pie de la letra.- El Capitán hizo enfasis en la palabra "expresión" para que entendiera que su sangre estaba sana.
Si había una certeza suprema que igualaba a todas las ciudades por igual era que las tabernas y las posadas eran las cunas de todos los rumores habidos y por haber. La dificultad se hallaba en saber distinguir los falsos de los verdaderos, pero aquello era un mal menor, pues las mentiras pueden ser tan útiles como la sinceridad. El Capitán recordó una bahía en la cual se decía que residía un cocodrilo de agua salada de más de seis metros que hacía añicos todos los barcos que se acercasen a no menos de un kilometro de la bahía. Aquello fue una mentira difundida para que ningún pirata llegase a encontrar el tesoro que guardó el difunto Capitán Gork'ath. Incluso muerto, el viejo pirata consiguió, a base de útiles mentiras, que su leyenda fuera temida. Si Alfred, Wernack y Merie deseaban conocer más acerca del paradero de la hermana del elfo de ciudad debían de pasar por la posada más cercana, por la cuna de los rumores.
En el letrero que coronaba la entrada de la posada se leían las palabras "El Dragon Alado". Los tres hombres (dos de ellos bestias y uno elfo) y la mujer entraron en la posada. Allí el escenario cambió al completo. Lo que anteriormente era una ciudad de besugos cobardes e ignorantes se convirtió en un verdadero joglorio. Jarras de hidromiel y cerveza viajaban de un lado a otro de la taberna al son de la música alegre que dos elfos tocaban en lo alto de un improvisado escenario, uno con un violonchelo y el otro con un violín. La mujer de nombre Merie, o Meriyé como la llamaron los dueños de la posada, parecía estar en su propia casa. No por cómo se comportaba ella , al Capitán le seguía pareciendo que fuera a donde fuera la mujer seguiría confusa y ofoscada en su menuda libreta, sino por como se comportaban los hombres dueños de la posada con ella. Ambos dos eran tan parecidos y, a la vez, tan diferentes como lo son dos gotas de agua. ¿Gemelos quizás? Era una opción que el Capitán no quiso decir en voz alta por miedo a parecer descortés por su parte.
El grupo se sentó en una de las mesas más lejanas al escenario para no llamar la atención de los bebedores. Una vez servidas las bebidas y la carne, los regentes de la posada contaron a la vez, con perfecta sincronía uno detrás del otro sin llegar a chafarse palabra alguna, el rumor que el grupo de cuatro fueron a buscar. Según decían un grupo de esclavistas ha estado secuestrando a jóvenes mujeres, sobre todo elfos y brujos, para llevarlos a alguna parte de Sacrestic Ville.
-El Murciélago.- Susurró el Capitán. Tras unos segundos de silencio se dio cuenta que los demás lo habían escuchado. - Era un barco pirata, su capitán se llamaba Yaakov. era un tipo sorprendente y no por el buen sentido de la palabra. Secuestraba a todo ser viviente que se interponía en su camino con el fin de torturarle física y moralmente hasta conseguir arrebatarle el más misero apice de inteligencia. Sus esclavos llegaban a convertirse en, lo que él denominó "juguetes" y lo peor es que ellos acababan aceptando ser juguetes.- El Capitán se levantó de la silla con gesto pesado y severo, al igual que sus palabras. Por desgracía Alfred había visto en su día como el Capitán Yaakov maltrataba sus esclavos para luego venderlos a los vampiros, por fortuna El Murciélago ya se había undido y su capitán muerto; pero el recuerdo prevalece y la idea de que alguien estuviera haciendo lo mismo que Yaakov hizo era más que aterrador. - Amigos míos, os aseguro que estos actos de barbarie hace que me hierva la sangre.- Pronto, la cara del elfo se volvió completamente pálida. Se levantó, se puso al costado del Capitań y comenzó a soplarle el brazo derecha con tal de enfríar la sangre. - Chico, lo vas a pasar muy mal si todas las expresiones te las tomas al pie de la letra.- El Capitán hizo enfasis en la palabra "expresión" para que entendiera que su sangre estaba sana.
El Capitán Werner
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
El elfo ladeó la cabeza, confuso ante la visión del mapa. Lo miró atentamente y lo leyó poco a poco como si se tratase de una historia o un libro sobre ardillas flamígeras. Mientras tanto, tomé uno de los trozos de carne y me lo llevé a la boca. No estaba nada mal. Al menos era mejor que la carne seca que solía llevar. Finalmente, el elfo dejó el mapa.
-Mi hermana... la he perdido fuera, no en un papel.- dijo, sonriendo levemente, aunque no parecía una broma. No dije nada. Tal vez no fuese algo *normal*, sino que... le pasase algo raro. Una maldición o algo. Suspiré. "Mejor no preguntar." tampoco esperaba una respuesta decente de todos modos. Me giré al oir el horrible estruendo que provocaba la humana al estornudar, y ahí, ante mis ojos... su pelo se volvió rosa.
Se hizo un extraño silencio en la mesa. Mi mirada, la del elfo y la de los hermanos se clavaron en Meriyé, sin saber con seguridad que decir. Finalmente, Alyin fue el primero en abrir la boca.
-Es bonito.- comentó, sonriendo. Y fue a tocarlo, como si la textura fuese a ser diferente. -Uhhhh...- afortunadamente, el otro hombre bestia desvió la atención con su explicación sobre el pirata y sus "juguetes". -Esperemos que no lleguen a tales extremos. De todos modos, hay que moverse. Cuanto antes acabemos con esto, mejor.- dije, levantandome. Realmente no importaba demasiado. Probablemente los vampiros podrian convertir a los elfos en... juguetería con sus propios métodos, pero había que solucionarlo deprisa.
Salimos de la posada en dirección al puerto. Solté una maldición al notar el contundente olor del que había estado huyendo, pero no podía hacer mucho para protegerme salvo llevarme la mano al hocico. Me aguanté y seguí.
-Primero tendremos que averiguar que barco es. Y ya de paso, durante cuanto tiempo estarán ahí... y después, una manera de entrar. Si nos liamos a entrar por la fuerza, probablemente aparecerá la guardia... ¿alguna idea?- el puerto estaba sorprendentemente ocupado. Había una gran multitud de gente discutiendo por una parte, tanto elfos como humanos. También había algunos marineros, bebiendo cerca, pero el sólo pensar en dirigirles la palabra me hizo esbozar una mueca. -Voy a examinar los alrededores, a ver si encuentro algo. Averiguad lo que podáis mientras tanto.-
-Mi hermana... la he perdido fuera, no en un papel.- dijo, sonriendo levemente, aunque no parecía una broma. No dije nada. Tal vez no fuese algo *normal*, sino que... le pasase algo raro. Una maldición o algo. Suspiré. "Mejor no preguntar." tampoco esperaba una respuesta decente de todos modos. Me giré al oir el horrible estruendo que provocaba la humana al estornudar, y ahí, ante mis ojos... su pelo se volvió rosa.
Se hizo un extraño silencio en la mesa. Mi mirada, la del elfo y la de los hermanos se clavaron en Meriyé, sin saber con seguridad que decir. Finalmente, Alyin fue el primero en abrir la boca.
-Es bonito.- comentó, sonriendo. Y fue a tocarlo, como si la textura fuese a ser diferente. -Uhhhh...- afortunadamente, el otro hombre bestia desvió la atención con su explicación sobre el pirata y sus "juguetes". -Esperemos que no lleguen a tales extremos. De todos modos, hay que moverse. Cuanto antes acabemos con esto, mejor.- dije, levantandome. Realmente no importaba demasiado. Probablemente los vampiros podrian convertir a los elfos en... juguetería con sus propios métodos, pero había que solucionarlo deprisa.
Salimos de la posada en dirección al puerto. Solté una maldición al notar el contundente olor del que había estado huyendo, pero no podía hacer mucho para protegerme salvo llevarme la mano al hocico. Me aguanté y seguí.
-Primero tendremos que averiguar que barco es. Y ya de paso, durante cuanto tiempo estarán ahí... y después, una manera de entrar. Si nos liamos a entrar por la fuerza, probablemente aparecerá la guardia... ¿alguna idea?- el puerto estaba sorprendentemente ocupado. Había una gran multitud de gente discutiendo por una parte, tanto elfos como humanos. También había algunos marineros, bebiendo cerca, pero el sólo pensar en dirigirles la palabra me hizo esbozar una mueca. -Voy a examinar los alrededores, a ver si encuentro algo. Averiguad lo que podáis mientras tanto.-
Asher Daregan
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Mi cara pronto se fusionó del mismo color de mi pelo, pero esta vez por la vergüenza, ¿Por qué me miraban así? ¿Es que no se habían visto en el espejo? Me cogí el pelo y me lo puse sobre el hombro, mirándome las puntas, al menos no era verde moco... Aquello me recordó a mis años de antisistema punkarra, medio rapada y con el pelo azul eléctrico, eran buenos años los de la universidad. Instintivamente me giré hacia Traedrionor, que parecía que sonreía burlón, pero pronto mi vista se fue hacia el elfo.
-Es bonito.- Se atrevió a articular con una pequeña sonrisa de niño pequeño.
Miré de nuevo a Traedrionor, que me miraba fijamente el pelo mientras lo acariciaba fascinado por el color. Fruncí el ceño e hinché los mofletes como una niña pequeña.
-Me gusta. -Sentenció apartándome el pelo de la cara, y luego le dio un largo trago al hicromiel bajo la mirada atenta de su hermano gemelo, que negaba con la cabeza. Daedrionor era el serio, y nosotros éramos, pues, nosotros, sin más.
Me quedé embelesada en el fondo de aquella cerveza de mantequilla, mi mente se fue muy lejos de allí, seguramente a otra dimensión incluso, a la tierra. Mi querida tierra, me imaginaba a toda aquella gente yendo a la universidad, bailando en las discotecas... Era acogedor a la par que bizarro, sobre todo por el hombre calamar, era como imaginarme una versión de Monstruos S.A aerandiana. Me eché a reír ante la ridícula idea que cruzaba mi cabeza. Entonces, mi mente bajó ante la interesantísima historia del hombre calamar, el capitán Werner.
Saqué rápidamente mi libreta y empecé a apuntar con mi bolígrafo pluma, a juego con mi pelo, por cierto. Mientras, la mano de Taerionor no dejaba de acariciarme el pelo como si fuera un perro. Si ya tenía uno delante, ¿Por qué no me dejaba un rato en paz? Aquella historia me recordó a mi abuelo, a las noches bajo la sábana a modo de tipi que montábamos, con la linterna de led blanco apuntando a los libros de dibujos que él mismo había hecho, y esbocé una pequeña sonrisa para mi misma.
-Pues marchando, entonces. -Sentencié cerrando de golpe mi libreta y poniéndome en pie.
Me siguieron Daedrionor y Traedrionor que se bebieron a la vez de un trago su hidromiel, tomaron sus chalecos de piel de yack y se los pusieron, Traedrionor se recogió el pelo en un pequeño moñito, imitándome, llevaba al contrario que su hermano, el pelo más largo y rizado que le caía sobre la cara, y rapado a ambos lados de la cabeza. Sin embargo su hermano llevaba el pelo más corto, rizado y negro, pero que no le llegaba siquiera a amarrarlo con un lazo.
Llegamos al puerto, Wernack parecía estar bastante asqueado ya con la aventura del elfo, mientras que yo estaba en mi salsa. Miraba de reojo al calamar, y a la cola de Wernack, y a sus orejas... Anotaba cada detalle en mi libretita bajo la atenta mirada de Daedrionor, quien a veces me ayudaba con el aerandiano. Me veía dibujar los tentáculos de el capitán en mi libreta, y negaba con la cabeza por encima de mi hombro, podía ver su sombra.
-Primero tendremos que averiguar que barco es. Y ya de paso, durante cuanto tiempo estarán ahí... y después, una manera de entrar. Si nos liamos a entrar por la fuerza, probablemente aparecerá la guardia... ¿alguna idea? Voy a examinar los alrededores, a ver si encuentro algo. Averiguad lo que podáis mientras tanto- Wernack habló, y me hizo despegar mi mirada de mis apuntes. Volví a guardar la libreta y el bolígrafo en mi zurrón y miré a ambos lados. El puerto era un lugar bastante animado, la gente caminaba de aquí para allá, con cajas de pescados de muchísimos tipos, y de los tipos más raros, de colores y formas diferentes.
-Es bonito.- Se atrevió a articular con una pequeña sonrisa de niño pequeño.
Miré de nuevo a Traedrionor, que me miraba fijamente el pelo mientras lo acariciaba fascinado por el color. Fruncí el ceño e hinché los mofletes como una niña pequeña.
-Me gusta. -Sentenció apartándome el pelo de la cara, y luego le dio un largo trago al hicromiel bajo la mirada atenta de su hermano gemelo, que negaba con la cabeza. Daedrionor era el serio, y nosotros éramos, pues, nosotros, sin más.
Me quedé embelesada en el fondo de aquella cerveza de mantequilla, mi mente se fue muy lejos de allí, seguramente a otra dimensión incluso, a la tierra. Mi querida tierra, me imaginaba a toda aquella gente yendo a la universidad, bailando en las discotecas... Era acogedor a la par que bizarro, sobre todo por el hombre calamar, era como imaginarme una versión de Monstruos S.A aerandiana. Me eché a reír ante la ridícula idea que cruzaba mi cabeza. Entonces, mi mente bajó ante la interesantísima historia del hombre calamar, el capitán Werner.
Saqué rápidamente mi libreta y empecé a apuntar con mi bolígrafo pluma, a juego con mi pelo, por cierto. Mientras, la mano de Taerionor no dejaba de acariciarme el pelo como si fuera un perro. Si ya tenía uno delante, ¿Por qué no me dejaba un rato en paz? Aquella historia me recordó a mi abuelo, a las noches bajo la sábana a modo de tipi que montábamos, con la linterna de led blanco apuntando a los libros de dibujos que él mismo había hecho, y esbocé una pequeña sonrisa para mi misma.
-Pues marchando, entonces. -Sentencié cerrando de golpe mi libreta y poniéndome en pie.
Me siguieron Daedrionor y Traedrionor que se bebieron a la vez de un trago su hidromiel, tomaron sus chalecos de piel de yack y se los pusieron, Traedrionor se recogió el pelo en un pequeño moñito, imitándome, llevaba al contrario que su hermano, el pelo más largo y rizado que le caía sobre la cara, y rapado a ambos lados de la cabeza. Sin embargo su hermano llevaba el pelo más corto, rizado y negro, pero que no le llegaba siquiera a amarrarlo con un lazo.
Llegamos al puerto, Wernack parecía estar bastante asqueado ya con la aventura del elfo, mientras que yo estaba en mi salsa. Miraba de reojo al calamar, y a la cola de Wernack, y a sus orejas... Anotaba cada detalle en mi libretita bajo la atenta mirada de Daedrionor, quien a veces me ayudaba con el aerandiano. Me veía dibujar los tentáculos de el capitán en mi libreta, y negaba con la cabeza por encima de mi hombro, podía ver su sombra.
-Primero tendremos que averiguar que barco es. Y ya de paso, durante cuanto tiempo estarán ahí... y después, una manera de entrar. Si nos liamos a entrar por la fuerza, probablemente aparecerá la guardia... ¿alguna idea? Voy a examinar los alrededores, a ver si encuentro algo. Averiguad lo que podáis mientras tanto- Wernack habló, y me hizo despegar mi mirada de mis apuntes. Volví a guardar la libreta y el bolígrafo en mi zurrón y miré a ambos lados. El puerto era un lugar bastante animado, la gente caminaba de aquí para allá, con cajas de pescados de muchísimos tipos, y de los tipos más raros, de colores y formas diferentes.
-¿Ves a alguien que te recuerde al secuestrador de tu hermana? -Le pregunté al elfo poniéndome a su altura, él miró a un lado, al otro, giró sobre si mismo cual peonza mareada y negó con la cabeza apretando los labios. Miré a Daedrionor y a Taedrionor, que miraban el amplio mar como si fuera un sueño perdido. -Si os convirtié... -Daedrionor no me dejó acabar, me puso la mano en la cara casi tapándome la boca y negó rotundamente con la cabeza, casi ruborizado.
-Yo sí. -Dijo Taedrionor convencido apartándole la mano de mi cara a su hermano.
El elfo ladeaba la cabeza mirando al capitán, que seguro que estaba tan perdidio como él puesto que no sabía el secreto de los gemelos.
-Tae... No. -Negó de nuevo rotundo el cabezón de Daedrionor, pero cuando quiso reprochar, éste ya le había colgado el chaleco y la camisa del hombro y se dirigía a un arbusto cercano desabrochándose los pantalones.
Le seguí con la mirada, vamos, que yo no era de piedra. Pero cuando fui consciente de aquello me giré rápidamente mirando al mar.
-Será mejor que yo vaya con Taedrionor, capitán, usted podría cuidar de Alyin e ir buscando por las tabernas. -Acabé de decir la frase, cuando noté que algo me embestía por detrás. Era el morro de Taedrionor.
-Monta. -Imperó el dragón, bajo la atenta sospecha de toda la guardia de Vulwulfar, y de los marineros, que se habían girado para ver aquella bestia de más de tres metros de altura.
Me subí al lomo de Taedrionor, era la primera vez que montaba en un dragón y me sentía como en La historia interminable. Me agarré del cuello de Taedrionor como si fuera la herley de mi ex novio, con el mismo miedo incluso, y echamos a volar.
Merié Stiffen
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Estaba inverso en su historia, podía ver los ojos vacíos de cada persona que el Capitán Yaakov había convertido en uno de sus juguetes. Aquello le recordó a una vieja leyenda de marineros, en ella se hablaba de un extraño cofre custodiado por una niña humana que no envejecía. La niña se llamaba Dopanra, el mismo nombre recibía la pequeña isla que le servía de hogar. Según se contaba, unos piratas llegaron a la isla de Dopanra y se llevaron el cofre que la niña vigilaba pensando que en su interior guardaba los tesoros más extraños de todo Aerandir. Los piratas no podían haber estado más equivocados pues, en cuanto abrieron el cofre, de su interior salieron centenares de monstuos gigantes que arrasaron con todo lo que se encontraba a su paso. Se decía que, tras salir toda clase de engendros del cofre, solo quedo una cosa en su interior, un arma que los piratas que abrieron el cofre usaron para volver a cerrar y devolverlo a la niña Dopanra. Esta arma era la esperanza. Por supuesto, aquello solo era una vieja leyenda, no era real aunque su símil con la realidad era más que notable. El Capitán etaba convencido de que el cofre significaba cada ser humano y los monstruos eran las múltiples torturas que el Murciélago hizo a sus esclavos. Sin embargo, cuando más recordaba los ojos de torturas, ellos estaban completamente vacíos. No había esperanza.
Había estado tanto tiempo sumergido en sus propias ideas que el Capitán Werner no se dio cuenta de lo que pasó a su alrededor. En un momento la mujer tenía el cabello de color rojo como un rubí y, al cabo de unos segundos, su cabello se encontraba de un color rosada similar a la piel de los humanos. Todos aclamaban el cambio de la joven muchacha, todos menos el Capitán que se quedó sin plabras que decir. Se sentía avergonzado por no haberse dado cuenta. Errores de aquel tipo, en una batalla, eran imperdonables.
-No he visto como ha cambiado el colo de su pelo, pero lo cierto es que le queda bien. -Fue el último en alabar el nuevo cabello de la mujer.
El canido parecía tener prisa en acabar todo aquel asunto de los esclavos. El Capitán, en cierto modo, creía entenderlo. Él también quería terminar con todo lo que estuviese relacionado con el tráfico de personas. Pero las cosas había que hacerlas bien y con calma; la experiencia le demostró en más de una ocasión que las prisas solo conducen al desastre.
El grupo salió de la posada no sin antes que los dos gemelos encargados del local se unieran a ellos. ¿Quién atendería la posada si los hermanos la abandonaban durante tanto tiempo? El Capitán giró su cabeza para echar un último vistazo al “Dragón Alado” pensando que, en cuanto los gemelos estuvieran lo bastante lejos, ésta prendería fuego espontáneamente. Mas, no, por el momento la posada estaba intacta.
¿Quién había dado al hombre canino el derecho para dirigir a los demás? Tal vez eran de esos que les gustaba dar órdenes al resto del grupo. A mucha gente, el poder mandar sobre los demás les hacia creer que eran más fuertes y sabios que el resto. No lo iba a negar, el Capitán Werner también disfruta en los momentos que podía dirigir todos los hombres y mujeres de su tripulación pero no por ello se sentía mejor. Pero también, en sus años de juventud, también tuvo que acatar las órdenes de muchos capitanes que no tenías ni el menor respeto ni consideración por sus piratas. Sabía reconocer un buen líder y un guerrero que se creía líder cuando los veía. El cánido era de los segundos. Sus órdenes, lejos de ser claras y específicas eran generales y mediocres.
-Yo tengo una idea.- Gruñó el Capitán inmediatamente después que el hombre perro hablase.- Más bien es algo que deberías saber.- Le previnó antes de comenzar a hablar. - Entre los piratas existen una serie de señales que nos hacemos los unos a los otros para poder reconocernos, los esclavistas hacen y si he aprendido algo del Murciélago; conozco todas esas señales.- Guardó unos segundos de silencio para comprar que todos le hubieran escuchado. - Con una piedra caliza suelen hacer una minúscula marca en forma de x en el lugar en el hasta mayor, unos centímetros más debajo de donde se alza la bandera.- Levantó el primer dedo en forma de tentáculo de su mano izquierda. - La bandera de los piratas suele ser una calavera, la de los esclavistas es un círculo de color gris en medio de dos hombres, el de la parte derecha al círculo ligeramente más arriba del de la izquierda; esto simboliza la supremacía del amo ante el esclavo. -Levantó el segundo dedo/tentáculo. – Sin embargo, si el puerto no es conocido para ellos, no mostraran ninguna de estas señales. La marca de caliza se puede borrar con facilidad y la bandera cambiar.- Bajó los dos dedos que levantó. - Pero existe otra cosa, una última cosa que nunca falla.- Levantó el tercer dedo en forma de tentáculo que no había levantado antes. - Una más eficaz pero también difícil de observar. Y es que, si el barco está amarrado al puerto lo reconoceremos porque será el único que todos quienes saben de él lo estarán vigilando de cerca pero nadie se atreverá a pasar por su lado.-
Entre los gemelos y la mujer de cabello rosa se estaba tramando un secreto. Uno de ellos, el Capitán no recordaba quién de los dos era, estaba convencido en hacer algo relacionado en ese secreto, el otro quiso impedirselo pero su testarudez le ganó. Fue a desnudarse escondido en unos arbusto, la mujer no dejaba de verlo de cerca con la misma cara que pondría una joven enamorada. Al cabo de unos pocos segundos, un dragón de tres metrosemergió del arbusto donde se había desnudado uno de los gemelos.
-“Dragón Alado”.- Dijo el Capitán con una sonrisa. – Ya veo porque pusistéis ese nombre a la posada.-
Había estado tanto tiempo sumergido en sus propias ideas que el Capitán Werner no se dio cuenta de lo que pasó a su alrededor. En un momento la mujer tenía el cabello de color rojo como un rubí y, al cabo de unos segundos, su cabello se encontraba de un color rosada similar a la piel de los humanos. Todos aclamaban el cambio de la joven muchacha, todos menos el Capitán que se quedó sin plabras que decir. Se sentía avergonzado por no haberse dado cuenta. Errores de aquel tipo, en una batalla, eran imperdonables.
-No he visto como ha cambiado el colo de su pelo, pero lo cierto es que le queda bien. -Fue el último en alabar el nuevo cabello de la mujer.
El canido parecía tener prisa en acabar todo aquel asunto de los esclavos. El Capitán, en cierto modo, creía entenderlo. Él también quería terminar con todo lo que estuviese relacionado con el tráfico de personas. Pero las cosas había que hacerlas bien y con calma; la experiencia le demostró en más de una ocasión que las prisas solo conducen al desastre.
El grupo salió de la posada no sin antes que los dos gemelos encargados del local se unieran a ellos. ¿Quién atendería la posada si los hermanos la abandonaban durante tanto tiempo? El Capitán giró su cabeza para echar un último vistazo al “Dragón Alado” pensando que, en cuanto los gemelos estuvieran lo bastante lejos, ésta prendería fuego espontáneamente. Mas, no, por el momento la posada estaba intacta.
¿Quién había dado al hombre canino el derecho para dirigir a los demás? Tal vez eran de esos que les gustaba dar órdenes al resto del grupo. A mucha gente, el poder mandar sobre los demás les hacia creer que eran más fuertes y sabios que el resto. No lo iba a negar, el Capitán Werner también disfruta en los momentos que podía dirigir todos los hombres y mujeres de su tripulación pero no por ello se sentía mejor. Pero también, en sus años de juventud, también tuvo que acatar las órdenes de muchos capitanes que no tenías ni el menor respeto ni consideración por sus piratas. Sabía reconocer un buen líder y un guerrero que se creía líder cuando los veía. El cánido era de los segundos. Sus órdenes, lejos de ser claras y específicas eran generales y mediocres.
-Yo tengo una idea.- Gruñó el Capitán inmediatamente después que el hombre perro hablase.- Más bien es algo que deberías saber.- Le previnó antes de comenzar a hablar. - Entre los piratas existen una serie de señales que nos hacemos los unos a los otros para poder reconocernos, los esclavistas hacen y si he aprendido algo del Murciélago; conozco todas esas señales.- Guardó unos segundos de silencio para comprar que todos le hubieran escuchado. - Con una piedra caliza suelen hacer una minúscula marca en forma de x en el lugar en el hasta mayor, unos centímetros más debajo de donde se alza la bandera.- Levantó el primer dedo en forma de tentáculo de su mano izquierda. - La bandera de los piratas suele ser una calavera, la de los esclavistas es un círculo de color gris en medio de dos hombres, el de la parte derecha al círculo ligeramente más arriba del de la izquierda; esto simboliza la supremacía del amo ante el esclavo. -Levantó el segundo dedo/tentáculo. – Sin embargo, si el puerto no es conocido para ellos, no mostraran ninguna de estas señales. La marca de caliza se puede borrar con facilidad y la bandera cambiar.- Bajó los dos dedos que levantó. - Pero existe otra cosa, una última cosa que nunca falla.- Levantó el tercer dedo en forma de tentáculo que no había levantado antes. - Una más eficaz pero también difícil de observar. Y es que, si el barco está amarrado al puerto lo reconoceremos porque será el único que todos quienes saben de él lo estarán vigilando de cerca pero nadie se atreverá a pasar por su lado.-
Entre los gemelos y la mujer de cabello rosa se estaba tramando un secreto. Uno de ellos, el Capitán no recordaba quién de los dos era, estaba convencido en hacer algo relacionado en ese secreto, el otro quiso impedirselo pero su testarudez le ganó. Fue a desnudarse escondido en unos arbusto, la mujer no dejaba de verlo de cerca con la misma cara que pondría una joven enamorada. Al cabo de unos pocos segundos, un dragón de tres metrosemergió del arbusto donde se había desnudado uno de los gemelos.
-“Dragón Alado”.- Dijo el Capitán con una sonrisa. – Ya veo porque pusistéis ese nombre a la posada.-
El Capitán Werner
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
-Suena como una idea algo absurda... ¿Para que hacer una señal indicando que eres pirata? No me dirás que todos los piratas son como una gran familia amistosa, ¿no?- dije, mirando de reojo al capitán. Fuera de los gremios ilegales de Lunargenta, no solía haber mucho honor entre criminales, y los piratas solian tener la fama de ser los menos escrupulosos de todos. Sin embargo, parecía saber lo que decía, así que decidí tenerlo en cuenta.- Bien... supongo que tener una bandera esclavista lo haría demasiado evidente, sobre todo si llevan un tiempo en puerto. Pero es probable que conserven la marca... y puesto que se ha convertido en un rumor, deben conocer el puerto, puesto que no es la primera vez que hacen esto.- planteé. El problema sería reconocer la marca. Las astas llegaban muy alto, y sería casi imposible de ver sin algún instrumento o acercandose. Antes de que me diese cuenta, uno de los hermanos se transformó en dragón.
-Oh, tal vez... tengo una idea. Si no encontrais nada, ¿podeis crear una distracción? Dentro de... unos diez minutos, o así. Ruge o prendele fuego a algo...- sugerí. Meterse en el barco sería mucho más sencillo si la gente estaba mirando al cielo. Pero primero tenía que averiguar un par de cosas. Me dirigí al corral de gente que discutia. Ni siquiera el dragón había logrado distraerles. Le di un toque en el hombro a uno de los elfos que estaba mirando. -Disculpa. ¿Que ocurre aqui? ¿Sabes algo sobre el bloqueo de barcos?-
-Oh. Hola. Err...- parecía haberse sorprendido un poco ante la pregunta, o tal vez el contacto. -Si, por eso estamos discutiendo. Al parecer hay un problema con los peces, dicen que tienen alguna plaga o algo así, así que no nos quieren dejar llevarlos a los mercaderes. Pero los elfos somos resistentes a enfermedades, asi que es probable que ni siquiera afecte a nadie si los venden en Sandorai. Además, es tan solo una superstición, no creo que estén realmente mal...- explicó. Bueno, por una vez la... locuacidad de los elfos era útil. Sentí unos toques en mi antebrazo y me volví. Era Alyin, que me miró y señaló a uno de los barcos.
-Ese barco tiene una marca debajo de la bandera.- Yo no veía nada, estaba demasiado lejos. Parpadeé dos veces, perplejo. -¿Como lo has...?- el elfo ladeó la cabeza y sonrió. -Tengo buena vista.-
Tras avisar al capitán, nos acercamos más al barco. Aún había que encontrar la manera de subir. Escalar desde abajo estaba descartado, no había mucho sitio donde trepar. Si me empeñaba, podía saltar y agarrarme a la cubierta, aunque era algo más arriesgado...
-Hay que subir ahí. ¿Sugerencias?- le pregunté a los demás.
-Oh, tal vez... tengo una idea. Si no encontrais nada, ¿podeis crear una distracción? Dentro de... unos diez minutos, o así. Ruge o prendele fuego a algo...- sugerí. Meterse en el barco sería mucho más sencillo si la gente estaba mirando al cielo. Pero primero tenía que averiguar un par de cosas. Me dirigí al corral de gente que discutia. Ni siquiera el dragón había logrado distraerles. Le di un toque en el hombro a uno de los elfos que estaba mirando. -Disculpa. ¿Que ocurre aqui? ¿Sabes algo sobre el bloqueo de barcos?-
-Oh. Hola. Err...- parecía haberse sorprendido un poco ante la pregunta, o tal vez el contacto. -Si, por eso estamos discutiendo. Al parecer hay un problema con los peces, dicen que tienen alguna plaga o algo así, así que no nos quieren dejar llevarlos a los mercaderes. Pero los elfos somos resistentes a enfermedades, asi que es probable que ni siquiera afecte a nadie si los venden en Sandorai. Además, es tan solo una superstición, no creo que estén realmente mal...- explicó. Bueno, por una vez la... locuacidad de los elfos era útil. Sentí unos toques en mi antebrazo y me volví. Era Alyin, que me miró y señaló a uno de los barcos.
-Ese barco tiene una marca debajo de la bandera.- Yo no veía nada, estaba demasiado lejos. Parpadeé dos veces, perplejo. -¿Como lo has...?- el elfo ladeó la cabeza y sonrió. -Tengo buena vista.-
Tras avisar al capitán, nos acercamos más al barco. Aún había que encontrar la manera de subir. Escalar desde abajo estaba descartado, no había mucho sitio donde trepar. Si me empeñaba, podía saltar y agarrarme a la cubierta, aunque era algo más arriesgado...
-Hay que subir ahí. ¿Sugerencias?- le pregunté a los demás.
Asher Daregan
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Ignoré completamente la nueva historia de el capitán pulpo, porque me iba a hacer mal cuerpo escuchar cómo hablaba de leyendas de gente que podría despellejarme o venderme como carne a vampiros de todo Aerandir. Filetitos, en hamburguesa, a trocitos... Había tantas maneras de ser devorada que no quería escuchar nada más de los tentáculos de aquel hombre. No obstante, mi buen amigo Dae sí estaba escuchando, y frunció el ceño ante la última aclaración del capitán sobre el nombre de la taberna.
-No, si no es nuestra. -Aclaró negando con la cabeza, y acto seguido se giró hacia nosotros, que ya nos dirigíamos a emprender el vuelo.
-Oh, tal vez... tengo una idea. Si no encontráis nada, ¿podéis crear una distracción? Dentro de... unos diez minutos, o así. Ruge o prenderle fuego a algo.. -Dijo Wernack lo suficientemente alto para escucharlo, asentí con la cabeza un par de veces.
Sin darme tiempo a reaccionar, Taedrionor echó a volar sacudiendo fuertemente las alas, para hacerse el chulo en su mayoría, claro, porque bien podría haber despegado poquito a poco como los aviones.
-Te odio. -Le dije una vez nos hubimos estabilizado en el aire, a unos 100 pies de altura, lo suficientemente altos para no topar con ningún mástil de barco, pero lo suficiente bajos para no perder de vista a mis recientes amigos y por supuesto, para ver la cubierta de los barcos. Algo me decía que nos íbamos a meter en un lío aún peor con el plan de Wernack.
Taedrionor volaba planeando, mientras yo asomaba la cabeza por uno de sus costados para ver qué pasaba abajo. Un montón de gente se congregaba en mitad del puerto, como si algo importante pasase, o quizá tan solo estaban vendiendo pescado. Miré los barcos, uno a uno, casi todos barcos pesqueros. Todo iba bien, tranquilos, hasta que algo nos atacó. A pocos metros detrás de nosotros un barco, posiblemente un cazador de leviatanes, nos lanzó un arpón del tamaño de mi cabeza. Por suerte Taedrionor pudo esquivarlo con facilidad, pero este individuo recogió el arpón otra vez. Se disponía a apuntar, cuando Tae, que ahora era un gran dragón de cerca de 4 metros, arremetió bajando en picado hacia el barco, rompiendo la catapulta desde la que disparaba el arpón.
Aterrizamos forzosamente en la proa de un barco de un hombre enorme, que me sacaba como poco cinco cabezas, sin exagerar, -claro que exageraba, pero en ese momento parecía muy muy grande- que nos miraba desde arriba. Yo había quedado sepultada bajo una de las alas de Taedrionor, que se ponía en pie sobre sus cuatro patas y sacudía la cabeza.
-¡Eh! ¡Tranquilo amigo! -Le grité al hombre, como si eso fuera a calmarle.
-¡Por los dioses! ¡Es el leviatan volador más grande que he cazado en mi vida! -Gritó el hombre, con una sonrisa de oreja a oreja.
Vestía unos pantalones negros ceñidos por un cinturón de cuero, y unas botas marrones, y en su cuello tres collares con dientes de leviatan que serían como mi mano de grandes, aproximadamente, que lo hacía aún más grande. Un momento.. Acababa de decir leviatan volador. ¿Qué cojones tenía el pescado de esa zona para que la gente estuviera tan ciega? Visto lo visto, me eché a reír, Tael desde su forma de dragón me miró con cara de circunstancia, bueno, no lo sé, pero me la imaginaba. El hombre arqueó una ceja y me apuntó con el arpón.
-¿De qué te ríes? Amazona de leviatanes del viento. -Casi me caigo al suelo de risa sino fuera porque aquel individuo, a quien seguramente le faltó oxígeno al nacer, me estaba apuntando con una mortífera arma.
Negué con la cabeza conteniéndome la risa y alcé los brazos en son de paz. Mientras, a mi espalda, Taedrionor se acababa de volver a transformar en humano, y había aprovechado nuestra charla para taparse con un saco de patatas, que había quedado enredado en la cuerda del arpón, a modo de falda.
-No es un leviatan, es un caballero dragón. -Le calmé bajándole el arpón, mientras él miraba a Tael un poco confuso.
-Oh.. Ya no me podré hacer un collar de sus dientes. -Apreció bajando el arpón. -Quería hacerle un collar como los míos a mi pichurrina. -Frunció el gesto, defraudado.
Y yo me eché a reír de nuevo, sí, en su cara. Acababa de decir pichurrina. Pichurrina. Hola. Me aclaré la garganta para disimular, cuando noté la mano de Taedrionor sobre mi hombro. Iba a decirme algo pero de repente el sonido de una puerta chirriando nos hizo girarnos a los dos.
-Alyin. -Dije frunciendo el ceño exageradamente. Pero no, no era él.
Ante nosotros teníamos una copia exacta a nuestro elfo autista, sí, con tetas, mucho más bajita, y con el pelo más largo. La genética era todo un mundo.
-¿Conocéis a mi hermano? -Se sorprendió la elfa.
-¡Pichurrina! -Gritó el hombre y se avalanzó sobre ella, por un momento pensé que si la abrazaba más fuerte la iba a matar.
-Te estábamos buscando. -Dijo Taedrionor. -¿Este es tu secuestrador? -Preguntó y noté como se ponía en tensión.
-¿Secuestrador? ¡No! Qué va. Es mi novio. -Aclaró la elfa en los brazos de aquel hombre, que si a mi me sacaba cinco, a ella le sacaba dieciséis cabezas.
Tae y yo nos miramos, confusos. ¿Estaban todos locos?
Merié Stiffen
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Re: Ciudad de besugos. [Interpretativo, Libre] [2/2]
Ante la burla del cánido había cierta razón; la Hermandad de Piratas que antaño pertenecía el Capitán Werner, efectivamente, era como una familia. Hombres, mujeres y niños viajaban por igual en los navíos en busca de un nuevo mundo de igualdad de condiciones, sin tener que el diezmo de cada mes, sin tener que arrodillarse ante tal noble solo por haber nacido en una casa adinerada… A la hora de los asaltos a los barcos burgueses, los más ancianos y los más niños se escondían en la bodega mientras que todo aquel que supiera empuñar un arma se lanzaba contra la nave rival. Eran una familia… antes de que el Riquezas el Capitán Werner tenía una buena y gran familia. Por un momento sintió el impulso de hacerle tragar sus palabras al hombre perro, él no era quién para hablar de tal forma sobre la vida de los piratas.
-Se puede decir que sí.- Dijo el Capitán al cánido resistiendo la necesidad que tenía de contestar de mala manera. El hombre perro tenía razón, si los esclavistas eran habituales a los puertos de Vulwulf, no tendría razón para esconder sus marcas. - Es posible, y más si como capitán tienen un hombre ingenuo, cosa más que probable ya que, como bien dices, han cometido la estupidez de dejar que su estancia sea un secreto a voces entre las tabernas.-
Lejos de la primera impresión que el Capitán había tenido del cánido, lo cierto es que su plan era más que aceptable. Una distracción por parte del dragón y de la expelirroja podía ser el comienzo de la incursión de los demás al barco esclavista. En cuanto el hombre perro dijo su idea, el dragón de casi cuatro metros de altura batió sus alas y alzó su vuelo perdiéndose entre las nubes del cielo. Por mucho que el Capitán se pusiera la pinza de su brazo derecho en la frente para ocultarle el sol y mirase en alto no podía ver ni rastro del dragón y la mujer; como mucho podía ver la figura de una especie de pájaro, pero a aquella altura tanto podía ser un dragón como una gaviota.
La segunda idea del cánido sí estaba de acorde con la primera impresión que el Capitán había tenido de él. Si llamar la atención es lo que quería lo había hecho francamente bien. Un par de hombres bestias extranjeros de Vulwulfar preguntando sobre el bloqueo de barcos no era algo precisamente disimulado. Él mismo lo había dicho, los esclavistas eran habituales a la zona, cualquier elfo con dos dedos de frente sabría de él y ninguno les iba a decir nada. Por fortuna, por lo menos para los hombres bestias, ningún elfo del lugar parecía tener dos dedos de frente. Nada más el cánido preguntó a uno de los elfos, éste por poco le cuenta toda su vida.
Alyin Tönk señaló uno de los barcos del puerto, según comentó, bajo de la bandera había una marca tal y como el Capitán había predicho. Al igual que el dragón, Alfred no pudo llegar a ver la marca por mucho que se esforzase, estaba demasiado lejos. El cánido tampoco la vio y, aunque no lo dijo, el otro gemelo dragón que quedaba con ellos tampoco la había visto. Tan solo el joven elfo poseía la buena vista necesaria para ver tan pequeño detalle.
-Nosotros somos cuatro, seis sin contamos a los dos de allá arriba.- El Capitán señaló el cielo dando a entender que allí estarían el dragón y la mujer de pelo rosaPodríamos subir a bordo del navío y arrasar contra una tripulación que bien fácil nos pueden quintiplicar en número.- Hizo una leve pausa para que todos allí se dieran cuenta del tono irónico de voz que había utilizado, a excepción del joven elfo que jamás entendía una mierda. - Es arriesgado, pero os mentiría al decir que no he hecho cosas más arriesgadas en mi vida. Puedo entrar a bordo del barco y desplegar las escaleras para que podáis subir. Sé cómo hacerlo.- Miro directamente al joven Alyin. - Si tú tienes buena vista, yo nado muy bien.- Aquella broma era tan simple que el Capitán no dudaba que el elfo la hubiera entendido. –Guárdame esto.- Lanzó su sombrero de capitán al hombre perro para ponerse la capucha de la capa que el Gremio de Ladrones le regaló. - Volveré pronto.-
El Capitán sin dudarlo ni un solo instante se lanzó al mar y nadó directo al barco que el elfo había señalado. No estaba lejos, y aunque lo estuviera, aguantar la respiración para él no nunca fue un problema. Podía pasar horas, días e incluso semanas en el mar que no se ahogaría. Una de las pocas ventajas que su cuerpo tenía frente al cuerpo de otras bestias. Una vez estuvo lo suficientemente cerca del casco del navío trepó por el lado contrario al sol. La sombra hacía que su capa oscura quedase se viera como una mancha negra, nada que a la tripulación del barco le llamase la atención. La tenaza de su brazo derecho le servía como punto de agarre fuerte mientras que los tentáculos del izquierdo eran para palpar los mejores puntos donde poder amarrarse. No es la primera vez que trepaba por el casco de un barco sin ser visto, ya estaba acostumbrado.
Al llegar a cubierto, los marineros se quedaron con la boca abierta. Eso era bueno. Dado el aspecto del Capitán todos habrían pensado que se trataba de un monstruo marinero en lugar de un hombre bestia; una de las mayores desventajas de su cuerpo, desventaja que Alfred sabía usar muy bien como ventaja. Rápidamente, los marineros, con gritos de ayuda, desataron las escaleras para que el resto de sus compañeros que estuvieran en puerto llegasen para hacer frente a los que ellos creían que era una bestia del mar. Pobres ignorantes, no sabían que en el puerto, no solo estaban sus compañeros negreros sino también el cánido, el gemelo dragón y el joven elfo.
-Se puede decir que sí.- Dijo el Capitán al cánido resistiendo la necesidad que tenía de contestar de mala manera. El hombre perro tenía razón, si los esclavistas eran habituales a los puertos de Vulwulf, no tendría razón para esconder sus marcas. - Es posible, y más si como capitán tienen un hombre ingenuo, cosa más que probable ya que, como bien dices, han cometido la estupidez de dejar que su estancia sea un secreto a voces entre las tabernas.-
Lejos de la primera impresión que el Capitán había tenido del cánido, lo cierto es que su plan era más que aceptable. Una distracción por parte del dragón y de la expelirroja podía ser el comienzo de la incursión de los demás al barco esclavista. En cuanto el hombre perro dijo su idea, el dragón de casi cuatro metros de altura batió sus alas y alzó su vuelo perdiéndose entre las nubes del cielo. Por mucho que el Capitán se pusiera la pinza de su brazo derecho en la frente para ocultarle el sol y mirase en alto no podía ver ni rastro del dragón y la mujer; como mucho podía ver la figura de una especie de pájaro, pero a aquella altura tanto podía ser un dragón como una gaviota.
La segunda idea del cánido sí estaba de acorde con la primera impresión que el Capitán había tenido de él. Si llamar la atención es lo que quería lo había hecho francamente bien. Un par de hombres bestias extranjeros de Vulwulfar preguntando sobre el bloqueo de barcos no era algo precisamente disimulado. Él mismo lo había dicho, los esclavistas eran habituales a la zona, cualquier elfo con dos dedos de frente sabría de él y ninguno les iba a decir nada. Por fortuna, por lo menos para los hombres bestias, ningún elfo del lugar parecía tener dos dedos de frente. Nada más el cánido preguntó a uno de los elfos, éste por poco le cuenta toda su vida.
Alyin Tönk señaló uno de los barcos del puerto, según comentó, bajo de la bandera había una marca tal y como el Capitán había predicho. Al igual que el dragón, Alfred no pudo llegar a ver la marca por mucho que se esforzase, estaba demasiado lejos. El cánido tampoco la vio y, aunque no lo dijo, el otro gemelo dragón que quedaba con ellos tampoco la había visto. Tan solo el joven elfo poseía la buena vista necesaria para ver tan pequeño detalle.
-Nosotros somos cuatro, seis sin contamos a los dos de allá arriba.- El Capitán señaló el cielo dando a entender que allí estarían el dragón y la mujer de pelo rosaPodríamos subir a bordo del navío y arrasar contra una tripulación que bien fácil nos pueden quintiplicar en número.- Hizo una leve pausa para que todos allí se dieran cuenta del tono irónico de voz que había utilizado, a excepción del joven elfo que jamás entendía una mierda. - Es arriesgado, pero os mentiría al decir que no he hecho cosas más arriesgadas en mi vida. Puedo entrar a bordo del barco y desplegar las escaleras para que podáis subir. Sé cómo hacerlo.- Miro directamente al joven Alyin. - Si tú tienes buena vista, yo nado muy bien.- Aquella broma era tan simple que el Capitán no dudaba que el elfo la hubiera entendido. –Guárdame esto.- Lanzó su sombrero de capitán al hombre perro para ponerse la capucha de la capa que el Gremio de Ladrones le regaló. - Volveré pronto.-
El Capitán sin dudarlo ni un solo instante se lanzó al mar y nadó directo al barco que el elfo había señalado. No estaba lejos, y aunque lo estuviera, aguantar la respiración para él no nunca fue un problema. Podía pasar horas, días e incluso semanas en el mar que no se ahogaría. Una de las pocas ventajas que su cuerpo tenía frente al cuerpo de otras bestias. Una vez estuvo lo suficientemente cerca del casco del navío trepó por el lado contrario al sol. La sombra hacía que su capa oscura quedase se viera como una mancha negra, nada que a la tripulación del barco le llamase la atención. La tenaza de su brazo derecho le servía como punto de agarre fuerte mientras que los tentáculos del izquierdo eran para palpar los mejores puntos donde poder amarrarse. No es la primera vez que trepaba por el casco de un barco sin ser visto, ya estaba acostumbrado.
Al llegar a cubierto, los marineros se quedaron con la boca abierta. Eso era bueno. Dado el aspecto del Capitán todos habrían pensado que se trataba de un monstruo marinero en lugar de un hombre bestia; una de las mayores desventajas de su cuerpo, desventaja que Alfred sabía usar muy bien como ventaja. Rápidamente, los marineros, con gritos de ayuda, desataron las escaleras para que el resto de sus compañeros que estuvieran en puerto llegasen para hacer frente a los que ellos creían que era una bestia del mar. Pobres ignorantes, no sabían que en el puerto, no solo estaban sus compañeros negreros sino también el cánido, el gemelo dragón y el joven elfo.
El Capitán Werner
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Sarez
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