La Leyenda de los seis vientos [Megaevento: Historial del juglar]
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La Leyenda de los seis vientos [Megaevento: Historial del juglar]
“Seis vientos soplaban como uno”. Eso fue lo que pensó el alcalde Fredd mientras observaba a los bárbaros que habían invadido su aldea desde lo lato de una torre a medio reparar de la mansión que cobijo al ya difunto Falso Rey. Era fácil distinguir a cada guerrero. Según del viento del cual venía, su armadura, era de un color u otro: Rosa, amarillo, azul, blanco, negro y marrón. Los rosas se peleaban con todo aquel que no fuera rosa, los negros, por su parte, con todo aquel que no era negro…. Al menos, distinguirlos, era fácil. Entenderlos, a Fredd le resultó mucho más complicado.
El nuevo alcalde de la aldea había visto muchas muertes en los últimos meses. No olvidaba que, en misma torre que estaba subido, murió un mercenario del Falso Rey llamado Flecha Negra y que, luego, Jonathan, el hijo del anterior alcalde, convertido en un jabalí dorado gigante casi derribo la torre de un solo placaje. Esos enemigos, al menos morían. Los bárbaros de los seis vientos no. Ni sangraban ni morían. A más de uno había visto luchar sin piernas o con un solo brazo. Allí abajo no había nada de sangre ni nada de muerte.
La aldea entera era el escenario de una batalla por seis bandos de guerreros que no podían morir. ¿Cómo explicar y cómo entender lo que estaba pasando?
Sabía que tenía que ver con una canción que había cobrado vida. Por toda Aerandir circulaba historias de ese tipo. Pero, aun así, era difícil de creerlo. Tan difícil como combatirlo. Poco más podía hacer además de estar de pie, en lo alto del torreón, viendo como los bárbaros de los seis vientos se pelean los unos con los otros.
Al menos, Fredd podía dar gracias de que no hubiera ocurrido nada grave. Ningún aldeano murió a causa de los bárbaros. Cosa que temía, pues si un blanco veía a un niño vestido de azul lo atacaría sin antes asegurarse de que fuera uno de los guerreros del viento azul. Tuvo suerte de poder dar cobijo todos los aldeanos dentro de la mansión. Los bárbaros, por muy inmortales que fueran, no eran capaces de derribar las murallas de la mansión. Tampoco les interesaba. Sus objetivos eran los miembros de los vientos contrarios a los que ellos eran.
Por el momento, estaban a salvo de las espadas y de las hachas.
De lo que no estaban a salvo era de la escasez de comida y bebida. Cuando murió el Falso Rey, Fredd se dio cuenta de lo vacías que estaban las reservas de la mansión. No era de extrañar, el Falso Rey había llegado con un gran ejército de mercenarios que necesitaban alimento. El alimento de los pueblos. Con solo pensar, Fredd apretaba la empuñadura con forma de búho de su bastón. Puso mucho empeño y dedicación en volver a llenar las despensas por si algo, algo como la invasión de los seis vientos, sucedía. No el suficiente. Quizás, si los bárbaros hubieran llegado dos semanas más tarde si lo hubiera sido. Hubieran podido aguantar casi un mes con las reservas de comida si las despensas hubieran estado llenas.
Sin darse cuenta, solo de pensar en la situación en la que estaba, dobló, de la fuerza que hizo, el búho de plata de la empuñadura del bastón.
La única esperanza que le quedaba a Fredd residía en el mismo hombre que, indirectamente, le rompió la pierna: Eltrant Tale. Con ayuda de Gardian. Fredd, usó los pasadizos secretos de la mansión para salir él solo de allí y viajar a Dundarak en busca del exmercenario (ahora, era miembro de la Guardia, ¿Quién lo diría?). Después de haberlo visto luchar contra el abominable ejército de Bono, contra Bono, El Arlequín, el Falso Rey y los jabalíes dorados gigantes, estaba seguro que, si había alguien que podría devolver los seis vientos a su canción era él.
* Eltrant: Eres la única esperanza de Fredd para salvar esa aldea que ya debe de resultarte conocida.. Debo señalar que no me importa cómo has llegado a formar parte de esta guarnición, aunque si deseas explicarlo, estás en tu derecho. Yo, por mi parte, no voy a ser estricto con la cronología de tu personaje. Tu deber, en este evento, es devolver a los guerreros que no sangran a su canción. Para ello necesitarás tres cosas: El guante que te regalé, un brazo cercenado de uno de los guerreros inmortales y un misterio. El misterio se te revelará en el siguiente turno. En éste, deberás coger los dos primeros objetos. Tienes total libertad en controlar a Fredd, Gardian y otros personajes de la aldea si es que los necesitas (Frea no se encuentra en este evento), además de describir el lugar y la forma en que consigues los dos primeros objetos necesarios para devolver a los guerreros a su canción. Una última cosa: El objetivo de los guerreros que no sangran depende del color. Según la ropa que lleves (de un color o derivado de otro color), cinco de los seis bandos, te atacará. Este problema, lo has de tener muy en cuenta para el siguiente turno.
El nuevo alcalde de la aldea había visto muchas muertes en los últimos meses. No olvidaba que, en misma torre que estaba subido, murió un mercenario del Falso Rey llamado Flecha Negra y que, luego, Jonathan, el hijo del anterior alcalde, convertido en un jabalí dorado gigante casi derribo la torre de un solo placaje. Esos enemigos, al menos morían. Los bárbaros de los seis vientos no. Ni sangraban ni morían. A más de uno había visto luchar sin piernas o con un solo brazo. Allí abajo no había nada de sangre ni nada de muerte.
La aldea entera era el escenario de una batalla por seis bandos de guerreros que no podían morir. ¿Cómo explicar y cómo entender lo que estaba pasando?
Sabía que tenía que ver con una canción que había cobrado vida. Por toda Aerandir circulaba historias de ese tipo. Pero, aun así, era difícil de creerlo. Tan difícil como combatirlo. Poco más podía hacer además de estar de pie, en lo alto del torreón, viendo como los bárbaros de los seis vientos se pelean los unos con los otros.
Al menos, Fredd podía dar gracias de que no hubiera ocurrido nada grave. Ningún aldeano murió a causa de los bárbaros. Cosa que temía, pues si un blanco veía a un niño vestido de azul lo atacaría sin antes asegurarse de que fuera uno de los guerreros del viento azul. Tuvo suerte de poder dar cobijo todos los aldeanos dentro de la mansión. Los bárbaros, por muy inmortales que fueran, no eran capaces de derribar las murallas de la mansión. Tampoco les interesaba. Sus objetivos eran los miembros de los vientos contrarios a los que ellos eran.
Por el momento, estaban a salvo de las espadas y de las hachas.
De lo que no estaban a salvo era de la escasez de comida y bebida. Cuando murió el Falso Rey, Fredd se dio cuenta de lo vacías que estaban las reservas de la mansión. No era de extrañar, el Falso Rey había llegado con un gran ejército de mercenarios que necesitaban alimento. El alimento de los pueblos. Con solo pensar, Fredd apretaba la empuñadura con forma de búho de su bastón. Puso mucho empeño y dedicación en volver a llenar las despensas por si algo, algo como la invasión de los seis vientos, sucedía. No el suficiente. Quizás, si los bárbaros hubieran llegado dos semanas más tarde si lo hubiera sido. Hubieran podido aguantar casi un mes con las reservas de comida si las despensas hubieran estado llenas.
Sin darse cuenta, solo de pensar en la situación en la que estaba, dobló, de la fuerza que hizo, el búho de plata de la empuñadura del bastón.
La única esperanza que le quedaba a Fredd residía en el mismo hombre que, indirectamente, le rompió la pierna: Eltrant Tale. Con ayuda de Gardian. Fredd, usó los pasadizos secretos de la mansión para salir él solo de allí y viajar a Dundarak en busca del exmercenario (ahora, era miembro de la Guardia, ¿Quién lo diría?). Después de haberlo visto luchar contra el abominable ejército de Bono, contra Bono, El Arlequín, el Falso Rey y los jabalíes dorados gigantes, estaba seguro que, si había alguien que podría devolver los seis vientos a su canción era él.
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ESTROFA: Canción ven-ya
Tienes que defender lo que amas.
Y cuidar a los que más quieres
¡Que no te importe la muerte!
RESPUESTA: Canción ven-siete
¡Que no te importe la muerte!
Pero cuidar a los que tú quieres
Te tiene que dar igual si mueres.
Tienes que defender lo que amas.
Y cuidar a los que más quieres
¡Que no te importe la muerte!
RESPUESTA: Canción ven-siete
¡Que no te importe la muerte!
Pero cuidar a los que tú quieres
Te tiene que dar igual si mueres.
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* Eltrant: Eres la única esperanza de Fredd para salvar esa aldea que ya debe de resultarte conocida.. Debo señalar que no me importa cómo has llegado a formar parte de esta guarnición, aunque si deseas explicarlo, estás en tu derecho. Yo, por mi parte, no voy a ser estricto con la cronología de tu personaje. Tu deber, en este evento, es devolver a los guerreros que no sangran a su canción. Para ello necesitarás tres cosas: El guante que te regalé, un brazo cercenado de uno de los guerreros inmortales y un misterio. El misterio se te revelará en el siguiente turno. En éste, deberás coger los dos primeros objetos. Tienes total libertad en controlar a Fredd, Gardian y otros personajes de la aldea si es que los necesitas (Frea no se encuentra en este evento), además de describir el lugar y la forma en que consigues los dos primeros objetos necesarios para devolver a los guerreros a su canción. Una última cosa: El objetivo de los guerreros que no sangran depende del color. Según la ropa que lleves (de un color o derivado de otro color), cinco de los seis bandos, te atacará. Este problema, lo has de tener muy en cuenta para el siguiente turno.
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Re: La Leyenda de los seis vientos [Megaevento: Historial del juglar]
Su capa añil se meció suavemente, acunada por el viento.
Tomó aire y cerró su puño en torno al emblema de la guarda que tenía colgado en el pecho, pensativo. Cuando lo leyó en la carta de Fredd pensó que el hombre estaba exagerando, ¿Cómo no podía haberlo hecho? Seres que no sangraban, que no sentían ningún tipo de dolor, capaces de luchar sin detenerse, sin dudar.
– Bárbaros – Sentenció Fredd, justo tras él, que había podido leer fácilmente la línea de pensamiento del guarda - ¿Ha muerto alguien? – Preguntó este girándose hacía su anfitrión. – No – Contestó el alcalde – Puede que sean inmortales, pero fuimos rápidos, no pueden atravesar las puertas sin material de asedio y desconocen la existencia de “La Ruta Roja” – Con “La Ruta Roja” el antiguo guarda de la aldea se refería a la red de pasadizos secretos por las que el exmercenario había conseguido llegar hasta allí sin ni siquiera poner un pie en el poblado. – Además, parecen más preocupados en masacrarse entre ellos que en intentar matarnos a nosotros, lo que me preocupa es la comida, eso sí es un problema.
Entornando los ojos, mirando la distante batalla que se estaba produciendo en la aldea, se ajustó el guantelete de cuero que rodeaba su mano derecha, el que alguien, por alguna razón, le había regalado en una taberna de Dundarak.
- El pueblo ha crecido… - Comentó a su acompañante, el lugar en el que se encontraban, el bastión que coronaba la localidad, era la misma fortaleza desde la que el rey impostor había gobernado meses atrás con puño de hierro – Hemos estado ocupados – Contestó Fredd, Eltrant no hizo ningún comentario y siguió contemplando el pueblo que ya, en el pasado, se había encargado de proteger – Ya veo, eso está bien. – El alcalde se mostraba sereno frente a él, parecía ser una persona muy distinta al guarda malhablado y alcohólico que estaba al servicio del falso rey, pero el búho de plata que coronaba su bastón decía que el hombre lo estaba pasando mal bajo toda aquella presión, el leve periodo que llevaba en el cargo le estaba empezando a pasar factura y ya se podían vislumbrar lo que parecían ser canas a ambos lados de su cabeza, a pesar de esto, no dejaba de ser encomiable la dedicación que el hombre mostraba por su pueblo, por su gente.
Seis bandos, según le había contado el alcalde, seis bandos habían aparecido de la nada, cada uno con un color distintivo, cada uno con único objetivo: matar a todo aquel con el que fuese diferente.
Tras un último vistazo tratando de comprender como se estaba desarrollando el combate, el cual, parecía estancado en una especie de tablas permanentes, descendió de la torre acompañado por el alcalde.
Aquello era más grave, muy grave, ¿Cómo demonios pensaba Fredd que él se iba a hacer cargo de aquello? Derrocar a un déspota parecía un trabajo sencillo en comparación, para neutralizar a aquellas huestes de barbaros invencibles, harían falta, al menos un par de regimientos de la guardia de Lunargenta.
Siguió caminando a través del pasillo, pensando el mejor modo de acción, no podía pedir refuerzos, ni a Alanna, ni a Asher, a nadie; necesitaba tiempo para aquello, y eso era lo que no tenían los lugareños, debía de acabar cuanto antes.
Las gentes del pueblo, que andaban de un lado para otro, tratando de mantenerse ocupadas, tratando de olvidar el hambre y el miedo que tenían en aquel momento, se giraron para contemplar al extraño que, junto a Fredd, paseaba por los pasillos de la fortaleza.
Dos caras conocidas le recibieron cuando llegaron al antiguo salón del trono, ahora convertido en una especie de comedor en el que todos los campesinos estaban congregados, esperando lo peor.
- ¿Cómo va la cosa Fredd? ¿Siguen igual? – Preguntó el joven de aspecto huraño que no soltaba la mano de una bella chica de cabellos dorados, Fredd respondió negando con la cabeza escuetamente y se dejó caer en una silla, al parecer la rodilla le jugaba malas pasadas cuando llevaba un tiempo de pie.
El muchacho que había realizado la pregunta era Gardian, una especie de héroe local, lo suficientemente fuerte como para soportar las acusaciones, la ira de un pueblo, con tal de rescatar a su amada, quien justo, ese instante, estaba junto a él. La muchacha que parecía negarse a soltar la mano de Gardian respondía al nombre de Sumilde, y poseía la voz más bella que el exmercenario recordaba haber oído nunca, una voz que haría desfallecer a los mejores juglares de la tierra y que le había condenado a pasar parte del último año encerrada en una jaula en lo alto de una torre.
- ¿Tú? – Gardian arqueó una ceja - ¿Qué haces tú aquí? – La expresión del muchacho parecía dar a entender que la presencia del guarda iba a dar más problemas que los que iba a solucionar, y no se equivocaba, la última vez que estuvo en el pueblo le hizo caer prisionero del rey con sus acciones, Eltrant sonrió y avanzó un par de pasos para responder, Sumilde le dio enseguida un fuerte abrazo cuando le vio, imposibilitando que el castaño pudiese decir nada.
Ligeramente sorprendido por la reacción de la muchacha, retrocedió un par de pasos y le dedicó una sonrisa cariñosa, a menudo se le olvidaba, pero él había sido, después de todo, quien había trepado, ayudado por puñales, hasta la jaula en la que había estado encerrada la rubia.
Gardian se cruzó de brazos y tras suspirar dio una palmada amistosa al guarda en la espalda – No está de más una espada más, supongo. – Eltrant asintió - ¿Alguna idea de cómo luchar contra ellos? – Fredd dejó escapar un suspiro que hizo que las personas más cercanas a él se giraran a mirarle – Sumilde, cuéntale… eso que tú ya sabes – La mencionada miró a su amado, buscando sus ojos, y cuando este entrelazó su mano con la suya propia, se giró hacia el recién llegado – Yo… bueno, algo… alguien… - Miró alrededor, dubitativa – Necesitamos un brazo de uno de esos barbaros.
Eltrant arqueó una ceja ¿Un brazo? ¿De verdad? Sumilde pareció detectar el escepticismo en el rostro del castaño pues agachó la mirada nerviosa – No sé qué significa. Todas las noches desde que aparecieron sueño lo mismo, un brazo… un guantelete… - Fredd rio con cierta malicia contemplando la prenda que vestía el séptimo vástago de los Tale en su brazo derecho – Y… ahí se vuelve difuso, caótico… – La “última esperanza” del aquel pequeño núcleo civilizado cerró los ojos - ¿Entonces solo necesitamos un brazo? – Inquirió, Sumilde asintió, un poco avergonzada, apretando aún con más fuerza la mano de su pareja - Eso creo, lo que no sé es… para que… - Eltrant sonrió a la chica y se encogió de hombros – Bueno, al menos es algo. ¿Cualquier brazo vale? – La rubia negó con la cabeza – Tenia… un tatuaje, una especie de serpiente, quizás fuese una letra – Eltrant asintió – Suficiente, abrid las puertas, voy a salir.
Tras comprobar que su espada seguía firmemente atada a su cinto y asegurarse de que la pesada armadura de placas que portaba estaba bien ceñida a su cuerpo, se dirigió hacia la única salida posible del salón del trono. - ¡Voy a ayudarte! – La voz de Gardian sonó tras él, el muchacho no tardó en alcanzarle, girándose para mirar al joven de pelo rizado negó con la cabeza, dedicándole una sonrisa justo después – Protege lo que más quieres – Dijo mirando a Sumilde, lo que hizo que Gardian se girase a hacer lo mismo, cruzando sus ojos con los de la muchacha – Yo me encargo del resto.
Respiró con fuerza mientras esperaba a que las puertas del castillo de abrieran; Cada crujido del metal, cada chasquido que las cadenas producían le acercaba más a la cruenta lucha que, en la aldea, parecía negarse terminar.
Cuando el portón estuvo abierto lo justo para que él exmercenario pudiese pasar, desenvainó su espada; la hoja de esta, cubierta por una tenue capa de escarcha, se deslizó fuera de su vaina con un suave resplandor azulado.
- Vamos allá.
Con paso firme abandonó la seguridad que le brindaba la fortificación, el sonido de un golpe fuerte a su espalda le indicó que su única escapatoria se cerraba tras él; Para volver, tendría que usar la ruta roja.
Espada en mano, avanzó hacía la aldea, un hombre enfundado en ropajes de colores rosas no tardó en localizarle desde la lejanía. Gritando guturalmente, alertando a un par de compañeros ataviados con vestimentas de tono similar, lanzó un hacha corta contra el exmercenario, la cual se deslizó a través del aire a una velocidad endiablada hasta que impactó contra la coraza de Eltrant, cayendo inmediatamente después al suelo, a los pies del joven – No deberías haber hecho eso… – Susurró el castaño sin detenerse, palpando la zona en la que el hacha había impactado. El encantamiento de Asher había tenido resultado, el hacha no había llegado a arañar siquiera la superficie de la armadura.
Lejos de amedrentarse por la presencia del guarda y su aparente invulnerabilidad, los cuatro individuos atacaron al mismo tiempo, enarbolando hachas y espadas mientras gritaban cargaron contra Eltrant.
Desde que había decidido que una armadura era lo mejor para su seguridad personal, Eltrant había perdido gran parte de la movilidad que tenía a la hora de pelear, esto, sin embargo, no le convertía en una tortuga lenta y pesada, fácilmente desvió la espada del primero de los barbaros y cercenó una pierna a un segundo, que, desde el suelo, seguía tratando de acabar con la vida del hombre de la capa azul.
El tercero quedó empalado por su espada, recibiéndola directamente en el pecho, atravesando el imaginario corazón del hombre, apretando los dientes al ver que, lejos de morir, aquel sujeto parecía más dispuesto que nunca a acabar con la vida del guarda, Eltrant dio un fuerte tirón de su espada y cercenó la cabeza del hombre.
Un sonoro “Clanck” a su espalda informó de que habían llegado nuevos guerreros a la lucha, y que estos, portando el color negro, habían intentado apuñalarle a traición. Afortunadamente, él estaba lejos de ser el único oponente de los recién llegados, ya que no tardaron en meterse en una refriega contra los guerreros de rosa, de igual manera, siguiendo a los hombres de negro, varios bárbaros ataviados con armaduras del color del marfil irrumpieron en el callejón.
Maldiciendo a los dioses retrocedió y se adentró aún más en el pueblo, dejando a lo que fuesen aquellas criaturas acuchillarse los unos a los otros.
Abriéndose pasó a través de pequeñas escaramuzas a lo largo de todo el pueblo, llegó finalmente hasta la misma plazoleta en la que, meses atrás, Bono había mostrado por primera vez sus poderes, dónde su guardia personal se había transformado en grotescas y poderosas criaturas que, a diferencia de las que poblaban ahora el pueblo, podían morir.
Respiró hondo y, jadeando, se pasó el guante de cuero por la frente, secando el sudor. No solo tenía la impresión de no haber avanzado nada en aquella supuesta misión, sino que tampoco había contribuido gran cosa a disminuir el número de bárbaros que asolaban la población. Con más o menos extremidades, allí nadie parecía dispuesto a rendirse.
Un fuerte rugido, más parecido al de un animal que al de una persona con forma humana le puso en alerta y le obligó a girarse sobre sí mismo preparando su espada, no obstante, sin tiempo suficiente para evitar que el enorme martillo de guerra impactase en su coraza, surcó varios metros a través del aire antes acabar sobre unas cajas de madera junto a lo que parecía ser una posada.
Un bárbaro perteneciente al bando amarillo, inmenso, portaba un martillo de aspecto poco amigable y, por su cara, parecía estar realmente enfadado con el exmercenario.
Levantándose de dónde estaba, ignorando que la armadura se había doblado parcialmente a causa del golpe sonrió – Eres el único que me ha hecho daño hoy ¿Lo sabias? – Fijo la mirada en su musculoso brazo, una especie de letra “S” de color amarillo estaba dibujada directamente en el bíceps de aquel sujeto, frunció el ceño y preparó su arma.
Anticipando otro golpe por el mastodonte amarillo, descuidó a las demás personas que irrumpieron en la plaza. La escaramuza de mayor tamaño que había visto desde que se internó a buscar el brazo comenzó.
Todos los colores parecían ser uno solo, como una pintura en movimiento, se fundían los unos con los otros, no pudo evitar pensar como, desde lo alto de la torre, aquella sería una visión particularmente bella a la vez que macabra.
Los brazos, las cabezas, todo tipo de extremidades cortadas volaban de un lugar a otro, al parecer incluso los barbaros comprendían que la única forma de derrotar a un enemigo inmortal era convertirlo en un torso inmóvil.
Mientras evitaba una lluvia de metal, tratando de abrirse un camino hasta el enorme sujeto que asolaba el centro de la plaza con su martillo, un pequeño individuo de color marrón que esgrimía un fino y ágil estoque cargó contra el castaño, flexionando sus brazos a una velocidad encomiable el exmercenario acabó rápidamente con el antebrazo derecho de su atacante, muy a su pesar, esto no evitó que el estoque acabase alojado entre las juntas de la armadura del torso.
Reprimiendo un grito de dolor, cortó por la mitad a aquel hombre a la altura de la cintura, y se alejó de él, para evitar las estocadas que este lanzaba desde el suelo. – Esto es ridículo – Sentenció caminando hacía el tipo del martillo, ignorando a todos a su alrededor, obviando la sangre que comenzaba a emanar por las juntas de la armadura de su brazo. – Ni aun con la armadura puesta me libro – Alzó su espada y cortó la cabeza de un guerrero blanco en dos, pateándole enseguida para apartarlo de su camino.
Como un autómata, fue segando, uno a uno, a todos los hombres y mujeres con los que se iba cruzando, que se atrevían a plantarle cara. Su armadura por otro lado, cada vez más rallada, más deteriorada, comenzaba a ceder.
- ¡Ya iba siendo hora que me prestases atención! – Gritó cuando estuvo justo detrás de la bestia del martillo en el instante en el cual este se giró enarbolando su arma, dispuesto a acabar con la existencia del hombrecillo de azul.
Sonrió cuando esquivó el arma del gigante, la cual por accidente acabó aplastando a un sujeto de su mismo color, por una vez era él más rápido.
Con una ágil y preciso movimiento, dio un tajo en vertical a la altura del codo del hombre, la espada, dejando tras de sí un trazo helado en el lugar en el que antes había carne, cortó el hueso sin ninguna dificultad. El brazo cayó al suelo, inmediatamente, Eltrant se lanzó a por él.
Como con todos los demás individuos que poblaban aquel lugar, la ausencia de aquel apéndice no hizo, ni mucho menos, que el inmenso oponente de Eltrant decidiese rendirse y sujetando ahora el martillo con la mano izquierda, lanzó un golpe directo al castaño, que no pudo sino cubrirse la cara con las manos en el último momento.
Siendo lanzado a través de la plaza por aquella fuerza abrumadora, rodó por el suelo, sobre el mar de extremidades y de torsos de los soldados que se resistían a dejar de pelear, para finalmente, impactar contra la pared de uno de los edificios que rodeaban la escena.
Emitiendo un gruñido parecido al de los bárbaros se levantó a duras penas, ya había acabado, ahora solo tenía que largarse de allí y volver a la fortificación, respirando profundamente ignoró la batalla y comenzó a correr en dirección a la antigua casa de Frea, dónde sabía con certeza que había una entrada a la Ruta Roja.
Envainando la espada, derribó la puerta de la vivienda de dos pisos de una fuerte pasada y bajó al sótano enseguida, dónde se aseguró de mantener oculta dicha entrada. No le fue muy complicado llegar hasta allí, los seis ejércitos parecían haberse puesto de acuerdo para reunirse en aquella masacre que se estaba produciendo en la plaza.
Respirando, algo más aliviado al estar en los túneles secretos, caminó, ahora a un ritmo más lento, hacía la fortaleza, tomando todo el aire que podía en aquel momento, descansando. Tenía que agradecerle a Asher el trabajo que había hecho con su armadura, más de una vez al menos, podía decir sin temor a equivocarse que había sobrevivido a seis batallas simultaneas.
***
Como antes, las miradas se giraban hacia él según caminaba por los pasillos de la fortaleza, los susurros no tardaron en propagarse, pronto todo el mundo hablaba del guarda que, llevando un brazo cortado en una de las manos, había entrado en el comedor.
- ¡Por los dioses chico! ¿Estás bien? – Fredd se acercó, cojeando, hasta Eltrant, que dejó caer el brazo del hombre amarillo sobre la mesa – Ahí tienes lo que buscabas, Sumiel, haz lo que quieras– Alzó ambos brazos, Gardian que también estaba cerca arqueó una ceja – Ayúdame a quitarme los guanteletes. – Pidió, accediendo a la petición del guarda, Gardian desató las ataduras que mantenían el que estaba hecho a partir de cuero sujeto al brazo del exmercenario, el de metal, no obstante, estaba demasiado doblado como para salir con un simple tirón, Eltrant suspiró mirando su extremidad– No te preocupes, lo arreglaré cuando tenga más tiempo.
La rubia miró a Fredd y después a Gardian, tomando la extremidad cercenada entre sus manos – El… brazo, debe ir… en el guantelete – Mientras el elfo que le había curado la última vez que estuvo allí trataba la herida sangrante que tenía en el pecho, observó detenidamente lo que la chica hacía con las dos cosas que Eltrant, al parecer, se había encargado de proporcionar. - ¿Por qué usáis mi guantelete? - Fredd se encogió de hombros y se sentó junto a él, contemplando como Sumiel, con sumo cuidado, ataba la armadura - ¿Y ahora qué? – Inquirió Eltrant levantándose de su asiento cuando el elfo se apartó, revisando la hoja de su espada, la cual estaba impoluta, ni una sola gota de sangre habían derramado los barbaros, nada. – Ahora… – El alcalde suspiró – Ahora esperamos.
Eltrant Tale
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Re: La Leyenda de los seis vientos [Megaevento: Historial del juglar]
-Luchar, luchar, luchar, luchar.
Sin sangrar, sin sangrar.
Sin morir, sin morir.
Herir, herir, herir, herir.-
Sin sangrar, sin sangrar.
Sin morir, sin morir.
Herir, herir, herir, herir.-
Los bárbaros de los seis vientos cantaban al unísono a la vez que golpeaban sus escudos o hacían entrechocar sus armas para marcar el ritmo. Los seis de los bandos se habían unido en una tregua para enfrentarse contra el azul que, él solo, había cortado más miembros del cuerpo que nadie. Los otros azules no supieron decir de quién se trataba. Por las historias que contaron los otros colores, comenzaron a temerle de la misma forma que lo hacían los heridos por el presunto azul. ¡Un farsante! Un sin color.
Había que encontrarle. Debía de haberse escondido en algún lugar de aldea. Fueron a buscarle. Le iban a matar. Cinco de los seis vientos lo querían matar por venganza, el viento azul, en cambio, por farsante.
Fue un guerrero negro quien dijo que lo había visto entrar en una casa. Dentro no había nada. Lo buscaron por debajo de la cama, dentro de las despensas y, también, escondido entre las paredes. Lo destruyeron todo cuanto se encontraron. Aquello ya no parecía una casa sino una pocilga. No fue hasta que un blanco encontró, detrás de un armario, unos túneles que iban hacia abajo que los otros guerreros dejaron de golpear y destruir cosas.
Los seis vientos caminaron por los túneles. Era como un laberinto. Los pasadizos no dejaban de separarse en bifurcaciones y trifurcaciones. No importaba. Los guerreros también eran muchos. Los guerreros de los seis vientos que soplaban como un mismo peligro se podían separar, también, en bifurcaciones y trifurcaciones.
Siguieron cantando hasta llegar a la gran mansión donde se escondía el farsante azul.
Tenía la sensación de que todo dependía de ella. Tenía miedo y no podía pensar con claridad. Recordó el sueño, un brazo cortado con un guante de cuero, eso lo tenían, pero faltaba algo más; recordó la canción de donde provenían los bárbaros de los seis vientos. Era una canción infantil. Tenía un tono de voz muy simple, toda buena madre sabría cantarla para sus hijos. La canción, más que una canción, era una explicación para cuando un niño preguntase por qué las personas combatían las unas con las otras. ¿Por qué tanta guerra?
Sin darse cuenta, Sumilde se había llevado la mano izquierda al estómago. Por fortuna, Gardian estaba a su lado. Fue bueno, no dijo nada cuando vio donde tenía su mano. Simplemente, se puso a su espalda y le sujeto por los hombros. Pareció comprender lo que estaba pensando. AL fin de cuentas, y según él le había contado, Gardian había visto morir a Merodie poco después de acariciar su vientre de la misma forma que Sumy lo estaba haciendo.
-¡Un anillo!- lo dijo por dos motivos: porque era el misterio que faltaba para devolver a los seis vientos a su canción y porque, al estar embarazada, tendría que casarse con Gardian- ¡Tenemos que ponerle un anillo a la mano!- Gritó con más fuerza dando un puñetazo a la mesa. -No sé quien lo tiene. Solo hay un bárbaro que lleva anillo. Eso estoy segur…-
No pudo terminar la frase. Unos golpes, acompañados de una grotesca canción, surgieron por las habitaciones inferiores de la mansión. ¡Por las entradas de la Ruta roja!
* Eltrant: El misterio ha sido revelado. Ya sabes lo que tienes que hacer. Encuentra el anillo, ponlo en el brazo que del tatuaje con la S amarilla y protege la mansión de los bárbaros de los seis vientos. Ahora no estarás solo. Freed tiene una pequeña guardia a su alrededor y Gardian, a pesar de ser un mal guerrero, es un maestro en el arte de las trampas y los engaños, además, está enamorado y va a ser padre cosa que hace que sea un mejor aliado.
Había que encontrarle. Debía de haberse escondido en algún lugar de aldea. Fueron a buscarle. Le iban a matar. Cinco de los seis vientos lo querían matar por venganza, el viento azul, en cambio, por farsante.
Fue un guerrero negro quien dijo que lo había visto entrar en una casa. Dentro no había nada. Lo buscaron por debajo de la cama, dentro de las despensas y, también, escondido entre las paredes. Lo destruyeron todo cuanto se encontraron. Aquello ya no parecía una casa sino una pocilga. No fue hasta que un blanco encontró, detrás de un armario, unos túneles que iban hacia abajo que los otros guerreros dejaron de golpear y destruir cosas.
Los seis vientos caminaron por los túneles. Era como un laberinto. Los pasadizos no dejaban de separarse en bifurcaciones y trifurcaciones. No importaba. Los guerreros también eran muchos. Los guerreros de los seis vientos que soplaban como un mismo peligro se podían separar, también, en bifurcaciones y trifurcaciones.
-Luchar, luchar, luchar, luchar.
Sin sangrar, sin sangrar.
Sin morir, sin morir.
Herir, herir, herir, herir.-
Sin sangrar, sin sangrar.
Sin morir, sin morir.
Herir, herir, herir, herir.-
Siguieron cantando hasta llegar a la gran mansión donde se escondía el farsante azul.
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Tenía la sensación de que todo dependía de ella. Tenía miedo y no podía pensar con claridad. Recordó el sueño, un brazo cortado con un guante de cuero, eso lo tenían, pero faltaba algo más; recordó la canción de donde provenían los bárbaros de los seis vientos. Era una canción infantil. Tenía un tono de voz muy simple, toda buena madre sabría cantarla para sus hijos. La canción, más que una canción, era una explicación para cuando un niño preguntase por qué las personas combatían las unas con las otras. ¿Por qué tanta guerra?
Sin darse cuenta, Sumilde se había llevado la mano izquierda al estómago. Por fortuna, Gardian estaba a su lado. Fue bueno, no dijo nada cuando vio donde tenía su mano. Simplemente, se puso a su espalda y le sujeto por los hombros. Pareció comprender lo que estaba pensando. AL fin de cuentas, y según él le había contado, Gardian había visto morir a Merodie poco después de acariciar su vientre de la misma forma que Sumy lo estaba haciendo.
-¡Un anillo!- lo dijo por dos motivos: porque era el misterio que faltaba para devolver a los seis vientos a su canción y porque, al estar embarazada, tendría que casarse con Gardian- ¡Tenemos que ponerle un anillo a la mano!- Gritó con más fuerza dando un puñetazo a la mesa. -No sé quien lo tiene. Solo hay un bárbaro que lleva anillo. Eso estoy segur…-
No pudo terminar la frase. Unos golpes, acompañados de una grotesca canción, surgieron por las habitaciones inferiores de la mansión. ¡Por las entradas de la Ruta roja!
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* Eltrant: El misterio ha sido revelado. Ya sabes lo que tienes que hacer. Encuentra el anillo, ponlo en el brazo que del tatuaje con la S amarilla y protege la mansión de los bárbaros de los seis vientos. Ahora no estarás solo. Freed tiene una pequeña guardia a su alrededor y Gardian, a pesar de ser un mal guerrero, es un maestro en el arte de las trampas y los engaños, además, está enamorado y va a ser padre cosa que hace que sea un mejor aliado.
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Re: La Leyenda de los seis vientos [Megaevento: Historial del juglar]
Protestó exasperado, el brazalete de metal se negaba a salir - Necesito un cincel para esto – Murmuró para si, ignorando lo que fuese que estuviese haciendo en aquel momento Sumiel los curiosos artículos que tenía encima de la mesa - ¿Alguien tiene un cincel? – Comentó en voz alta, un muchacho, joven, que apenas habría superado la adolescencia se acercó a él con lo que el guarda había pedido y un martillo, sonriendo al joven apenas escucho lo que dijo Sumiel.
- ¿Un anillo? – Preguntó Fredd, Gardian junto a él se dejó a caer en una silla suspirando, Eltrant se detuvo en seco en lo que estaba a punto de hacer y miró a la chica rubia, que había dado un fuerte golpe sobre la mesa - ¿No estarás tratando de decir que tengo que cortar más brazos? – Era evidente lo que la chica indicaba, un anillo, faltaba un anillo en aquella mano para que surtiese efecto el extraño ritual, y no un anillo corriente.
Antes de que la chica pudiese terminar la siguiente frase, voces, más de un centenar, comenzaron a inundar el castillo, todas ellas, provenientes de los niveles inferiores, de los túneles. – La Ruta Roja… - Fredd palideció, Eltrant frunció el ceño y, desenvainando su espada, se levantó de su asiento. - ¡Sabía que era mala idea salir afuera sin un plan! – Exclamó Gardian tomando, inmediatamente, la mano de su pareja.
Pronto, los gritos de auxilio se sucedieron por todo el lugar, apretando los dientes miró a Fredd, la prioridad eran los aldeanos, el anillo tendría que esperar. Le dolía al cabeza, la armadura estaba demasiado ceñida por la parte del pecho y le costaba respirar, el guantelete se negaba a moverse un centímetro de dónde se encontraba y los gritos seguían sin acallarse a su alrededor. ¿Qué podía hacer?
Miró a su alrededor, una multitud de personas comenzó a entrar en el salón del trono, el único lugar en el que estaban relativamente seguros, pero los soldados de Fredd, la guarnición del castillo, estaba tan aterrada como los aldeanos que debían proteger, tensó aún más la mandíbula, cada segundo perdido era un segundo más en el que los bárbaros cruzaban el castillo sin encontrar a nadie ni a nada, acabarían allí encerrados, en el mismo lugar desde el que el falso rey les había encerrado en su pequeña aldea ¿Qué habría hecho Tyron?
- ¡Muy bien! – Grito todo lo alto que pudo, tratando de imitar a su oficial al mando, de forma que todos le prestaran atención - ¡Fredd! – Señaló al alcalde - ¡Llévate a todos los aldeanos a los pisos superiores, que tus hombres vigilen las escaleras, que las derriben de ser necesario! ¡Nadie sube al piso superior! Sumiel también se va – Asintiendo el cojo hizo lo que el guarda había ordenado, los bárbaros estaban demasiado ocupados destrozado cada centímetro del baluarte que encontraban, si iban al ala este del baluarte, dónde había estado encerrada Sumiel, no encontrarían a nadie – Gardian… - Se giró hacia el joven, que se había quedado un poco rezagado, echando un último vistazo al salón del trono – Necesito tu ayuda – Si algo sabia Tyron, además de gritar ordenes con un tono de voz muy fuerte, era confiar en las personas sobre las que mandaba – No quiero que te enfrentes a ellos – Gardian se cruzó de brazos y sonrió socarronamente – No tenía planeado hacerlo, mercenario – El aludido sonrió ante aquellas palabras, era consciente de cuál era el punto fuerte del joven – Desgástalos, ralentízalos desde las sombras, que no sean capaces de llegar a las escaleras intactos – Asintiendo, Gardian despareció tras la puerta del salón del trono.
Miró a su alrededor, solo quedaba Eltrant, todos se habían marchado lo más lejos posible de la amenaza, de los gritos, del ruido del metal, de los destrozos.
Apartó un par de mesas, acompañado solamente por la canción que los bárbaros entonaban en la distancia se aseguró de tener el espacio suficiente si entraban a tropel en la estancia.
Suspiró profundamente cuando terminó de hacer aquel trabajo, Sumiel se había llevado consigo el guantelete y el brazo, solo tenía que conseguir un anillo, dudaba que lo hiciese, pero no tenía otra opción en aquel momento, aunque quisiese hacerlo, no podía marcharse.
Estudió sus posibilidades, aguantar o atacar en primer lugar, ocultarse o estar a simple vista. Descartó siete de ellas antes de que decidiese dejarse caer en lo que quedaba del trono del falso rey, el mismo en el que sus propios súbditos le habían apuñalado hasta morir, no estaba en posición de decidir qué hacer, no le quedaba sino esperar. Le seguía sorprendiendo que el asiento en el que estaba sentado siguiese en pie, o que hubiese sido reconstruida en parte, la última vez que lo vio, el jabalí de oro lo arrastró consigo al fondo del abismo que había tras la pared que tenía detrás de él.
La canción de muerte, de guerra, se iba acrecentando, cerró los ojos justo en el instante en el que unos mares de colores entraron en la amplia habitación. Todos se detuvieron en seco, todos se quedaron mirando al guarda que, sentado en el trono, estudiaba a sus contrincantes.
Su brazo útil le temblaba, aunque trataba de disimularlo, eran muchos, demasiados, y a diferencia de lo sucedido cuando estaba en la aldea, estaban todos en el mismo bando, ¿Se habían unido contra un enemigo común? ¿Por qué no atacaban? ¿Por qué no habían saltado sobre él? Los rostros de los bárbaros parecían delatar algo similar a miedo, a duda, arqueó una ceja ¿Miedo? ¿De qué?
Levantándose del trono, dejó caer la vaina de su espada a un lado, quedándose solo con el arma en sus manos. - ¿Alguno está dispuesto a atacar? ¿No? – Fingiendo una falsa confianza en sí mismo avanzó un par de pasos, las huestes de colores retrocedieron otro par, aquello era interesante.
El mantra que venían cantando desde las profundidades de la tierra comenzó, desde murmullos, a retomar fuerza, poco a poco, todos comenzaron a corear la letra, alzando sus armas, chocando las espadas con los escudos, mirando con odio al hombre de la capa azul.
La multitud se fue agolpando a los extremos de la habitación, rodeando al exmercenario, que giraba, lentamente, tratando de vislumbrarles a todos, de localizar a cualquier guerrero que decidiese salirse de la formación. El cántico se volvió ensordecedor, todos gritaban, todos los vociferaban.
De entre la muchedumbre emergió un guerrero, de azul, de complexión corriente, había visto a guerreros más fuertes entre los espectadores que aquel evento. Todos le vitoreaban, incluso los que no eran de su mismo color, Eltrant tomó aire y alzó levemente su arma. El guerrero alzó los brazos, mostrando su lanza, mostrando su escudo a las tropas, quienes comenzaron a golpear las partes metálicas de su armadura, haciendo incluso más ruido.
¿Era aquello algún tipo de duelo? Chasqueó la lengua, y estudió a su oponente desde la lejanía, la lanza, podría atravesar su armadura sin ninguna dificultad si este aplicaba la suficientemente fuerza, el escudo que portaba, por otro lado, parecía estar hecho de madera pintada de añil, no sería muy difícil de atravesar.
Dejó caer su capa al suelo con un fuerte tirón del cordel que la mantenía sujeta a su cuello, la prenda le ralentizaba, le hacía ser más lento de lo que en realidad era. - ¿Entonces tú eres el jefe? – Sonrió, podía ver como más bárbaros entraban al salón del trono, uniéndose a la multitud expectante, parecían estar concentrándose en aquel lugar, todos, incluso los que habían sido heridos, pues no tardó en comenzar a ver a guerreros a los que le faltaba alguna extremidad entre el público.
– Esta bien eso de que hagáis las paces de vez en cuando – Le buscaban a él, no podía haber pasado nada mejor, él estaba atrapado, pero Fredd era lo suficientemente listo como para aprovechar la situación y evacuar el castillo, llevándose a la gente del pueblo, los pasillos debían de estar desiertos, y en el caso de que no lo estuviese sus hombres y Gardian bastarían para acabar con los que siguiesen en el pueblo.
En cuanto los vítores a su campeón se apagaron, este se lanzó contra el exmercenario, maldiciendo la velocidad de aquel sujeto, Eltrant saltó a un lado evitando la punta de la lanza, dirigiendo su espada al escudo del guerrero, cortando la madera sin ninguna dificultad y, además, llevándose varios dedos del bárbaro de azul.
El hombre se miró con curiosidad la mano herida, no brotaba sangre, no pasaba nada, parecía interesado en aquello que acababa suceder, como si no esperase que el guarda pudiese haberle hecho daño, como si aquello hubiese sido un corte minúsculo, algo a lo que no prestar atención, simplemente llevó su mano libre hasta la lanza, sujetándola ahora con más fuerza.
“Luchar, luchar, luchar, luchar” Vitoreaban los demás bárbaros “Sin sangrar, sin sangrar” seguían diciendo, Eltrant se agachó para esquivar de nuevo la punta de la lanza, consiguiendo evitar que le atravesase la cabeza como si de un melón maduro se tratase. “Sin morir, sin morir” Seguían cantando a su alrededor.
Contratacó en cuanto vio una oportunidad, avanzando un par de pasos, el sonido del metal se alzó sobre los cánticos en cuando la lanza y la espada helada del guarda entrechocaron, cubriendo el metal del arma que esgrimía el guerrero de azul de una leve película de escarcha.
Se separaron y volvió a retroceder, no podía alejarse mucho del centro de aquella arena de combate que habían creado los bárbaros, en cuanto se acercaba un mínimo al “muro” de espadas y escudos que estos habían creado le atacaban por la espalda, tratando de ayudar a su campeón. “Herir, herir, herir, herir”
- Vas a morir, farsante – Dijo su adversario - ¿Así que sabéis hablar? – Contestó Eltrant desviando la lanza de su rival con su espada - ¡Quien lo habría dicho! – Un tajo horizontal se encargó de alejar al bárbaro lo suficiente como para que este no le alcanzase con la lanza, otorgándole un segundo para descansar, no obstante, el castaño no pensó que el campeón se arriesgaría a perder su arma lanzándosela, cosa que, muy a su pesar, no tardó en hacer.
Ahora de rodillas, contempló atónito la lanza que había travesado su coraza y que tenía alojada en el vientre, tensó los músculos - ¡SIN SANGRAR! – Gritó el campeón de los barbaros alzando los brazos, todos los presentes respondieron a aquello con gritos – ¡LUCHAR! – Vociferó justo después. Eltrant frunció el ceño, lo único que tenía que hacer era distraerles lo suficiente como para que Fredd abandonara el lugar.
Arrancándose la pica del abdomen, la cual tintineó levemente al caer sobre el frío suelo de mármol, tomó la capa que yacía a escasos centímetros de él y, aprovechando que todos se estaban regocijando en la herida del guarda, introdujo un trozo de esta en el agujero que había creado la lanza, taponando la herida. – Sin morir… - Añadió Eltrant levantándose del suelo, escupiendo parte de la sangre que inundaba su boca a un lado.
Recordó las palabras que todas las personas que conocía le habían dicho al menos una vez, las palabras de Tyron, de Asher, de Alanna, de muchos de sus compañeros en la guardia – "Eres un idiota" – Sonrió y se irguió aún más, las voces de los bárbaros se acallaron durante unos instantes – "Ten cuidado ¿vale? Vas a acabar matándote" – Tenían razón.
Se preparó para la embestida inminente, el guerrero de azul, desarmado, acometió contra él con sus manos desnudas, un fuerte derechazo en la cara, imposible de esquivar debido a la herida de su vientre, aturdió a Eltrant el tiempo justo para que su rival recuperase de nuevo la lanza. Las ovaciones retornaron.
Se secó la sangre que brotaba ahora de su nariz con el brazo desnudo, el que no tenía guantelete, “Luchar, luchar, luchar, luchar”, gritando atacó, el campeón azul retrocedió un par de pasos, la espada del exmercenario pasó peligrosamente cerca de su cabeza, cortando una de las orejas del hombre, quien sin ni siquiera darse cuenta de lo que acababa de suceder, pateó al castaño en la herida, obligándole a retroceder un par de pasos debido al dolor.
Su oponente era más rápido, era más fuerte, y no sentía dolor. Pero él era más terco.
Volvió a atacar, con cada espadazo que daba, que su oponente bloqueaba, la pica de este se iba cubriendo más y más en escarcha; Con cada golpe que el guarda de Lunargenta recibía, los vítores se acrecentaban “SIN MORIR, SIN MORIR”.
De nuevo Eltrant cargó contra el lancero, la única manera que tenía de mantenerse vivo era no dejar que su oponente hiciese ningún movimiento. Con su armadura destrozada, con el torso perforado, no tenía muchas razones para mantenerse a la defensiva, como tampoco las tenía para seguir prolongando aquel combate. Juntó toda la fuerza que tenía en su cuerpo para aquel golpe, ignorando su cansancio, obviando las heridas, gritando tan fuerte que su voz se alzó sobre la tétrica canción de los bárbaros de colores, lanzó un tajo en diagonal.*
El salón del trono enmudeció cuando la lanza de su campeón, prácticamente cubierta de escarcha, se partió en dos trozos exactamente iguales, cuando el mismo campeó cayó al suelo dividido en dos partes, cortado casi en un instante por la espada del guarda, cuando Eltrant, al ver esto, cercenó los brazos y la cabeza del bárbaro en apenas unos segundos, despiezándolo como si de un trozo de carne en una carnicería se tratase.
- Vuestro problema – Musitó agachándose a tomar el pequeño anillo dorado que había localizado en el dedo anular del bárbaro al que acababa de derrotar - … Es que no tenéis miedo a la muerte. – Gritos de ira recorrieron el castillo, los bárbaros estaban furiosos, aún más, incluso la cabeza del campeón abría la boca, tratando de gritar aun sin cuerdas vocales.
Rodeado de una jauría de seres inmortales que deseaban su muerte Eltrant contempló el minúsculo anillo en la palma de su mano, suspiró y se volvió a levantar a duras penas.
Volvió a levantar su espada con una mano mientras llevaba la otra a la herida de su vientre. – Sois unos cuantos más… - Susurró tragando saliva, lo bueno de que fuesen tantos, es que estaban peleando por cuál de ellos daba el golpe final. Un estruendo que pillo a Eltrant desprevenido, un fuerte chasquido, similar al que hizo el objeto que Chimar le lanzó en la prisión precedió a una espesa nube de humo blanca que lo cubrió todo como si de una gruesa manta se tratase.
Tosiendo copiosamente el castaño cayo de rodillas – ¿Ahora qué? – Gruñó entrecerrando los ojos, el humo se le metía en los ojos y le impedía ver bien – Ahora te saco de aquí, idiota – La voz de Gardian vino acompañada de un enérgico tirón de la parte trasera de su armadura - ¡Espera! – Exclamó Eltrant mientras era arrastrado por su aliado - ¡Tengo el anillo! – No iba a permitir que aquella jauría sedienta de sangre les siguiese hasta dónde estuviesen los aldeanos - ¡Y yo tengo el brazo! ¡Sumiel me ha pedido que te lo traiga! – Contestó Gardian, seguía sin poder verle, estaba en algún lado cerca de él, oculto en el humo.
No fue necesario que los hombres se encontrasen, mientras los bárbaros daban espadazos sin ton ni son, al aire, tratando de acertar a algo o alguien, el brazo y el guantelete de cuero cayeron frente a él – ¡Date prisa, mercenario! – Gritó Gardian, su voz se alzaba sobre su cabeza ¿Estaba subido en las vigas? - ¡No tenemos todo el día!
Ignorando la ruta de escapatoria del muchacho, Eltrant dejó la espada a un lado y tomó lo que le había traído Gardian entre sus manos, para a continuación, colocar el anillo en el dedo índice de la mano cercenada.
- ¡Ya está! – Gritó el castaño a las alturas, el humo estaba empezando a diluirse en el ambiente - ¡Ya lo he puesto!
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Off: Hablidad de Nivel 3: Hoja Cargada.
- ¿Un anillo? – Preguntó Fredd, Gardian junto a él se dejó a caer en una silla suspirando, Eltrant se detuvo en seco en lo que estaba a punto de hacer y miró a la chica rubia, que había dado un fuerte golpe sobre la mesa - ¿No estarás tratando de decir que tengo que cortar más brazos? – Era evidente lo que la chica indicaba, un anillo, faltaba un anillo en aquella mano para que surtiese efecto el extraño ritual, y no un anillo corriente.
Antes de que la chica pudiese terminar la siguiente frase, voces, más de un centenar, comenzaron a inundar el castillo, todas ellas, provenientes de los niveles inferiores, de los túneles. – La Ruta Roja… - Fredd palideció, Eltrant frunció el ceño y, desenvainando su espada, se levantó de su asiento. - ¡Sabía que era mala idea salir afuera sin un plan! – Exclamó Gardian tomando, inmediatamente, la mano de su pareja.
Pronto, los gritos de auxilio se sucedieron por todo el lugar, apretando los dientes miró a Fredd, la prioridad eran los aldeanos, el anillo tendría que esperar. Le dolía al cabeza, la armadura estaba demasiado ceñida por la parte del pecho y le costaba respirar, el guantelete se negaba a moverse un centímetro de dónde se encontraba y los gritos seguían sin acallarse a su alrededor. ¿Qué podía hacer?
Miró a su alrededor, una multitud de personas comenzó a entrar en el salón del trono, el único lugar en el que estaban relativamente seguros, pero los soldados de Fredd, la guarnición del castillo, estaba tan aterrada como los aldeanos que debían proteger, tensó aún más la mandíbula, cada segundo perdido era un segundo más en el que los bárbaros cruzaban el castillo sin encontrar a nadie ni a nada, acabarían allí encerrados, en el mismo lugar desde el que el falso rey les había encerrado en su pequeña aldea ¿Qué habría hecho Tyron?
- ¡Muy bien! – Grito todo lo alto que pudo, tratando de imitar a su oficial al mando, de forma que todos le prestaran atención - ¡Fredd! – Señaló al alcalde - ¡Llévate a todos los aldeanos a los pisos superiores, que tus hombres vigilen las escaleras, que las derriben de ser necesario! ¡Nadie sube al piso superior! Sumiel también se va – Asintiendo el cojo hizo lo que el guarda había ordenado, los bárbaros estaban demasiado ocupados destrozado cada centímetro del baluarte que encontraban, si iban al ala este del baluarte, dónde había estado encerrada Sumiel, no encontrarían a nadie – Gardian… - Se giró hacia el joven, que se había quedado un poco rezagado, echando un último vistazo al salón del trono – Necesito tu ayuda – Si algo sabia Tyron, además de gritar ordenes con un tono de voz muy fuerte, era confiar en las personas sobre las que mandaba – No quiero que te enfrentes a ellos – Gardian se cruzó de brazos y sonrió socarronamente – No tenía planeado hacerlo, mercenario – El aludido sonrió ante aquellas palabras, era consciente de cuál era el punto fuerte del joven – Desgástalos, ralentízalos desde las sombras, que no sean capaces de llegar a las escaleras intactos – Asintiendo, Gardian despareció tras la puerta del salón del trono.
Miró a su alrededor, solo quedaba Eltrant, todos se habían marchado lo más lejos posible de la amenaza, de los gritos, del ruido del metal, de los destrozos.
Apartó un par de mesas, acompañado solamente por la canción que los bárbaros entonaban en la distancia se aseguró de tener el espacio suficiente si entraban a tropel en la estancia.
Suspiró profundamente cuando terminó de hacer aquel trabajo, Sumiel se había llevado consigo el guantelete y el brazo, solo tenía que conseguir un anillo, dudaba que lo hiciese, pero no tenía otra opción en aquel momento, aunque quisiese hacerlo, no podía marcharse.
Estudió sus posibilidades, aguantar o atacar en primer lugar, ocultarse o estar a simple vista. Descartó siete de ellas antes de que decidiese dejarse caer en lo que quedaba del trono del falso rey, el mismo en el que sus propios súbditos le habían apuñalado hasta morir, no estaba en posición de decidir qué hacer, no le quedaba sino esperar. Le seguía sorprendiendo que el asiento en el que estaba sentado siguiese en pie, o que hubiese sido reconstruida en parte, la última vez que lo vio, el jabalí de oro lo arrastró consigo al fondo del abismo que había tras la pared que tenía detrás de él.
La canción de muerte, de guerra, se iba acrecentando, cerró los ojos justo en el instante en el que unos mares de colores entraron en la amplia habitación. Todos se detuvieron en seco, todos se quedaron mirando al guarda que, sentado en el trono, estudiaba a sus contrincantes.
Su brazo útil le temblaba, aunque trataba de disimularlo, eran muchos, demasiados, y a diferencia de lo sucedido cuando estaba en la aldea, estaban todos en el mismo bando, ¿Se habían unido contra un enemigo común? ¿Por qué no atacaban? ¿Por qué no habían saltado sobre él? Los rostros de los bárbaros parecían delatar algo similar a miedo, a duda, arqueó una ceja ¿Miedo? ¿De qué?
Levantándose del trono, dejó caer la vaina de su espada a un lado, quedándose solo con el arma en sus manos. - ¿Alguno está dispuesto a atacar? ¿No? – Fingiendo una falsa confianza en sí mismo avanzó un par de pasos, las huestes de colores retrocedieron otro par, aquello era interesante.
El mantra que venían cantando desde las profundidades de la tierra comenzó, desde murmullos, a retomar fuerza, poco a poco, todos comenzaron a corear la letra, alzando sus armas, chocando las espadas con los escudos, mirando con odio al hombre de la capa azul.
La multitud se fue agolpando a los extremos de la habitación, rodeando al exmercenario, que giraba, lentamente, tratando de vislumbrarles a todos, de localizar a cualquier guerrero que decidiese salirse de la formación. El cántico se volvió ensordecedor, todos gritaban, todos los vociferaban.
De entre la muchedumbre emergió un guerrero, de azul, de complexión corriente, había visto a guerreros más fuertes entre los espectadores que aquel evento. Todos le vitoreaban, incluso los que no eran de su mismo color, Eltrant tomó aire y alzó levemente su arma. El guerrero alzó los brazos, mostrando su lanza, mostrando su escudo a las tropas, quienes comenzaron a golpear las partes metálicas de su armadura, haciendo incluso más ruido.
¿Era aquello algún tipo de duelo? Chasqueó la lengua, y estudió a su oponente desde la lejanía, la lanza, podría atravesar su armadura sin ninguna dificultad si este aplicaba la suficientemente fuerza, el escudo que portaba, por otro lado, parecía estar hecho de madera pintada de añil, no sería muy difícil de atravesar.
Dejó caer su capa al suelo con un fuerte tirón del cordel que la mantenía sujeta a su cuello, la prenda le ralentizaba, le hacía ser más lento de lo que en realidad era. - ¿Entonces tú eres el jefe? – Sonrió, podía ver como más bárbaros entraban al salón del trono, uniéndose a la multitud expectante, parecían estar concentrándose en aquel lugar, todos, incluso los que habían sido heridos, pues no tardó en comenzar a ver a guerreros a los que le faltaba alguna extremidad entre el público.
– Esta bien eso de que hagáis las paces de vez en cuando – Le buscaban a él, no podía haber pasado nada mejor, él estaba atrapado, pero Fredd era lo suficientemente listo como para aprovechar la situación y evacuar el castillo, llevándose a la gente del pueblo, los pasillos debían de estar desiertos, y en el caso de que no lo estuviese sus hombres y Gardian bastarían para acabar con los que siguiesen en el pueblo.
En cuanto los vítores a su campeón se apagaron, este se lanzó contra el exmercenario, maldiciendo la velocidad de aquel sujeto, Eltrant saltó a un lado evitando la punta de la lanza, dirigiendo su espada al escudo del guerrero, cortando la madera sin ninguna dificultad y, además, llevándose varios dedos del bárbaro de azul.
El hombre se miró con curiosidad la mano herida, no brotaba sangre, no pasaba nada, parecía interesado en aquello que acababa suceder, como si no esperase que el guarda pudiese haberle hecho daño, como si aquello hubiese sido un corte minúsculo, algo a lo que no prestar atención, simplemente llevó su mano libre hasta la lanza, sujetándola ahora con más fuerza.
“Luchar, luchar, luchar, luchar” Vitoreaban los demás bárbaros “Sin sangrar, sin sangrar” seguían diciendo, Eltrant se agachó para esquivar de nuevo la punta de la lanza, consiguiendo evitar que le atravesase la cabeza como si de un melón maduro se tratase. “Sin morir, sin morir” Seguían cantando a su alrededor.
Contratacó en cuanto vio una oportunidad, avanzando un par de pasos, el sonido del metal se alzó sobre los cánticos en cuando la lanza y la espada helada del guarda entrechocaron, cubriendo el metal del arma que esgrimía el guerrero de azul de una leve película de escarcha.
Se separaron y volvió a retroceder, no podía alejarse mucho del centro de aquella arena de combate que habían creado los bárbaros, en cuanto se acercaba un mínimo al “muro” de espadas y escudos que estos habían creado le atacaban por la espalda, tratando de ayudar a su campeón. “Herir, herir, herir, herir”
- Vas a morir, farsante – Dijo su adversario - ¿Así que sabéis hablar? – Contestó Eltrant desviando la lanza de su rival con su espada - ¡Quien lo habría dicho! – Un tajo horizontal se encargó de alejar al bárbaro lo suficiente como para que este no le alcanzase con la lanza, otorgándole un segundo para descansar, no obstante, el castaño no pensó que el campeón se arriesgaría a perder su arma lanzándosela, cosa que, muy a su pesar, no tardó en hacer.
Ahora de rodillas, contempló atónito la lanza que había travesado su coraza y que tenía alojada en el vientre, tensó los músculos - ¡SIN SANGRAR! – Gritó el campeón de los barbaros alzando los brazos, todos los presentes respondieron a aquello con gritos – ¡LUCHAR! – Vociferó justo después. Eltrant frunció el ceño, lo único que tenía que hacer era distraerles lo suficiente como para que Fredd abandonara el lugar.
Arrancándose la pica del abdomen, la cual tintineó levemente al caer sobre el frío suelo de mármol, tomó la capa que yacía a escasos centímetros de él y, aprovechando que todos se estaban regocijando en la herida del guarda, introdujo un trozo de esta en el agujero que había creado la lanza, taponando la herida. – Sin morir… - Añadió Eltrant levantándose del suelo, escupiendo parte de la sangre que inundaba su boca a un lado.
Recordó las palabras que todas las personas que conocía le habían dicho al menos una vez, las palabras de Tyron, de Asher, de Alanna, de muchos de sus compañeros en la guardia – "Eres un idiota" – Sonrió y se irguió aún más, las voces de los bárbaros se acallaron durante unos instantes – "Ten cuidado ¿vale? Vas a acabar matándote" – Tenían razón.
Se preparó para la embestida inminente, el guerrero de azul, desarmado, acometió contra él con sus manos desnudas, un fuerte derechazo en la cara, imposible de esquivar debido a la herida de su vientre, aturdió a Eltrant el tiempo justo para que su rival recuperase de nuevo la lanza. Las ovaciones retornaron.
Se secó la sangre que brotaba ahora de su nariz con el brazo desnudo, el que no tenía guantelete, “Luchar, luchar, luchar, luchar”, gritando atacó, el campeón azul retrocedió un par de pasos, la espada del exmercenario pasó peligrosamente cerca de su cabeza, cortando una de las orejas del hombre, quien sin ni siquiera darse cuenta de lo que acababa de suceder, pateó al castaño en la herida, obligándole a retroceder un par de pasos debido al dolor.
Su oponente era más rápido, era más fuerte, y no sentía dolor. Pero él era más terco.
Volvió a atacar, con cada espadazo que daba, que su oponente bloqueaba, la pica de este se iba cubriendo más y más en escarcha; Con cada golpe que el guarda de Lunargenta recibía, los vítores se acrecentaban “SIN MORIR, SIN MORIR”.
De nuevo Eltrant cargó contra el lancero, la única manera que tenía de mantenerse vivo era no dejar que su oponente hiciese ningún movimiento. Con su armadura destrozada, con el torso perforado, no tenía muchas razones para mantenerse a la defensiva, como tampoco las tenía para seguir prolongando aquel combate. Juntó toda la fuerza que tenía en su cuerpo para aquel golpe, ignorando su cansancio, obviando las heridas, gritando tan fuerte que su voz se alzó sobre la tétrica canción de los bárbaros de colores, lanzó un tajo en diagonal.*
El salón del trono enmudeció cuando la lanza de su campeón, prácticamente cubierta de escarcha, se partió en dos trozos exactamente iguales, cuando el mismo campeó cayó al suelo dividido en dos partes, cortado casi en un instante por la espada del guarda, cuando Eltrant, al ver esto, cercenó los brazos y la cabeza del bárbaro en apenas unos segundos, despiezándolo como si de un trozo de carne en una carnicería se tratase.
- Vuestro problema – Musitó agachándose a tomar el pequeño anillo dorado que había localizado en el dedo anular del bárbaro al que acababa de derrotar - … Es que no tenéis miedo a la muerte. – Gritos de ira recorrieron el castillo, los bárbaros estaban furiosos, aún más, incluso la cabeza del campeón abría la boca, tratando de gritar aun sin cuerdas vocales.
Rodeado de una jauría de seres inmortales que deseaban su muerte Eltrant contempló el minúsculo anillo en la palma de su mano, suspiró y se volvió a levantar a duras penas.
Volvió a levantar su espada con una mano mientras llevaba la otra a la herida de su vientre. – Sois unos cuantos más… - Susurró tragando saliva, lo bueno de que fuesen tantos, es que estaban peleando por cuál de ellos daba el golpe final. Un estruendo que pillo a Eltrant desprevenido, un fuerte chasquido, similar al que hizo el objeto que Chimar le lanzó en la prisión precedió a una espesa nube de humo blanca que lo cubrió todo como si de una gruesa manta se tratase.
Tosiendo copiosamente el castaño cayo de rodillas – ¿Ahora qué? – Gruñó entrecerrando los ojos, el humo se le metía en los ojos y le impedía ver bien – Ahora te saco de aquí, idiota – La voz de Gardian vino acompañada de un enérgico tirón de la parte trasera de su armadura - ¡Espera! – Exclamó Eltrant mientras era arrastrado por su aliado - ¡Tengo el anillo! – No iba a permitir que aquella jauría sedienta de sangre les siguiese hasta dónde estuviesen los aldeanos - ¡Y yo tengo el brazo! ¡Sumiel me ha pedido que te lo traiga! – Contestó Gardian, seguía sin poder verle, estaba en algún lado cerca de él, oculto en el humo.
No fue necesario que los hombres se encontrasen, mientras los bárbaros daban espadazos sin ton ni son, al aire, tratando de acertar a algo o alguien, el brazo y el guantelete de cuero cayeron frente a él – ¡Date prisa, mercenario! – Gritó Gardian, su voz se alzaba sobre su cabeza ¿Estaba subido en las vigas? - ¡No tenemos todo el día!
Ignorando la ruta de escapatoria del muchacho, Eltrant dejó la espada a un lado y tomó lo que le había traído Gardian entre sus manos, para a continuación, colocar el anillo en el dedo índice de la mano cercenada.
- ¡Ya está! – Gritó el castaño a las alturas, el humo estaba empezando a diluirse en el ambiente - ¡Ya lo he puesto!
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Off: Hablidad de Nivel 3: Hoja Cargada.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: La Leyenda de los seis vientos [Megaevento: Historial del juglar]
Fue poner el dedo en la mano y los bárbaros de los seis vientos se convirtieron en polvos de colores: Azul, amarrillo, rojo, blanco, negro y marrón. Cada guerrero se convirtió en el color de su bando. Los pies de Gardian estaban llenos del asqueroso polvo azul que quedó del guerrero que acababa de matar el ex-mercenario. Pese a ser polvo, era denso y viscoso, jamás había visto algo así y dio gracias de que Sumy no estuviera cerca para verlo sino le hubiera asqueado mucho más que a él.
-Si sabes qué es lo que ha pasado dímelo, no te lo guardes- le dijo a Eltrant con un falso tono de voz amenazante, era obvio que era una broma.
El brazo que Eltrant cortó también había quedado convertido en polvo. Gardian buscó con la mirada el anillo pero no lo encontró, quizás también se hizo polvo junto al brazo. Aunque sería extraño, ¿si el anillo se habría hecho cenizas por qué no el guantelete de cuero? Gardian pensó que sería porque éste no le pertenecía a ninguno de los bárbaros de los seis vientos. Era de Fredd y él se lo había regalado a Eltrant. Entonces, el guantelete de cuero era de Eltrant.
-Habrá que ponerse a limpiar….-
No terminó la frase cuando un fuerte viento entró por la puerta de la habitación del trono con la misma violencia que, tiempo atrás, Eltrant había interrumpido el salón con una patada y una amenaza hacia el Falso Rey. El viento, recogió los seis tipos de polvo en un remolino, abrió seis de las diez ventanas de la habitación e hizo salir cada polvo por una de las ventas.
Gardian estuvo a punto de decir algo al respecto de los seis vientos pero se tragó sus palabras. Había desaparecido y no había habido ninguna muerte. Eso era lo importante.
* Eltrant: Un combate sumamente interesante. No solo has podido vencer a un ejército de guerreros que no sangran sino que has podido devolverles a su canción. Estas herido, pero nada grave que pueda tener repercusiones en temas posteriores, sé de buena mano que estás acostumbrado a sufrir grandes heridas.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 5 ptos totales de experiencia
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Objeto: Guante de cuero
Una última cosa, dado el cariño que tienes hacia Fredd, Gardian y Sumilde; tienes permiso de poder registrar estos npcs y usarlos siempre que desees.
-Si sabes qué es lo que ha pasado dímelo, no te lo guardes- le dijo a Eltrant con un falso tono de voz amenazante, era obvio que era una broma.
El brazo que Eltrant cortó también había quedado convertido en polvo. Gardian buscó con la mirada el anillo pero no lo encontró, quizás también se hizo polvo junto al brazo. Aunque sería extraño, ¿si el anillo se habría hecho cenizas por qué no el guantelete de cuero? Gardian pensó que sería porque éste no le pertenecía a ninguno de los bárbaros de los seis vientos. Era de Fredd y él se lo había regalado a Eltrant. Entonces, el guantelete de cuero era de Eltrant.
-Habrá que ponerse a limpiar….-
No terminó la frase cuando un fuerte viento entró por la puerta de la habitación del trono con la misma violencia que, tiempo atrás, Eltrant había interrumpido el salón con una patada y una amenaza hacia el Falso Rey. El viento, recogió los seis tipos de polvo en un remolino, abrió seis de las diez ventanas de la habitación e hizo salir cada polvo por una de las ventas.
Gardian estuvo a punto de decir algo al respecto de los seis vientos pero se tragó sus palabras. Había desaparecido y no había habido ninguna muerte. Eso era lo importante.
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* Eltrant: Un combate sumamente interesante. No solo has podido vencer a un ejército de guerreros que no sangran sino que has podido devolverles a su canción. Estas herido, pero nada grave que pueda tener repercusiones en temas posteriores, sé de buena mano que estás acostumbrado a sufrir grandes heridas.
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Objeto: Guante de cuero
- Guante de cuero:
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Ya conoces este guante, no me voy a poner a divagar sobre su procedencia. Lo que descubres al raíz de este tema es su habilidad. Con este guante podrás levantar cualquier objeto por pesado que sea o parar cualquier ataque por fuerte que sea; tú lo sentirás como el peso o el ataque de una pluma. Esta habilidad la podrás usar un máxima de tres usos. Una vez acabes con estos usos, podrás usar el guante como un arma convencional.
Una última cosa, dado el cariño que tienes hacia Fredd, Gardian y Sumilde; tienes permiso de poder registrar estos npcs y usarlos siempre que desees.
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