El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
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El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Una gran multitud se reunió en la plaza de una de las aldeas situadas en las afueras de Vulwulfar. Todos, aunque no quisieran, estaban obligados a ver lo que estaba a punto de ocurrir. Hombres, mujeres, ancianos, niños… la edad no importaba. Según decían los propios verdugos, cuanto antes lo vean antes aprenderán a obedecer.
Hoy le tocaba a un anciano, de tez pálida y escaso cabello cenizo, ser colgado de la horca por no pagar el diezmo; ayer, fue una bondadosa anciana cuya pastelería hacía semanas que no entraba nadie; y el día anterior un padre de familia que hacía cualquier trabajo que carpintería con tal de que pudiera ganar unas pocas monedas con que comprar el pan con el que alimentaba a sus tres hijos. Ya eran ocho los que morían por la horca, ocho personas que no pudieron pagar el diezmo que el Rey de Lunargenta les demandaba; desde que se había instaurado en la aldea todo era más difícil. Durante sus primeros días en ésta, todos los habitantes pensaron que estaban viviendo el mayor honor de sus vidas. El anciano de escaso cabello cenizo vio entonces al Rey como si un Dios se tratase, la anciana hizo más pasteles que nunca para celebrar su venida y el padre de familia pudo trabajar construyendo los adornos que prepararon para dar la bienvenida al Rey. Pero, aquello fue hacía ya dos semanas. Lo que al principio pareció una bendición acabó siendo una maldición. El diezmo a pagar incrementó considerablemente y, ni el anciano de tez pálida, ni la anciana bondadosa ni siquiera el padre de familia pudieron hacer frente a sus deudas. El castigo: La horca.
Los habitantes de la aldea sentían una tremenda desilusión por la llegada de Rey. Lo que creyeron que fue un regalo se convirtió en una condena: Los labriegos lo compararon con una fuerte tormenta, de esas que es capaz de llevarse casas volando, en una época de sequía; en cambio, los prestamistas y los recaudadores, compararon al Rey con un Dios. Sin duda, estos últimos eran los que se estaban enriqueciendo a costa de las muertes del resto.
Hoy le tocaba a un anciano, de tez pálida y escaso cabello cenizo, ser colgado de la horca por no pagar el diezmo; ayer, fue una bondadosa anciana cuya pastelería hacía semanas que no entraba nadie; y el día anterior un padre de familia que hacía cualquier trabajo que carpintería con tal de que pudiera ganar unas pocas monedas con que comprar el pan con el que alimentaba a sus tres hijos. Ya eran ocho los que morían por la horca, ocho personas que no pudieron pagar el diezmo que el Rey de Lunargenta les demandaba; desde que se había instaurado en la aldea todo era más difícil. Durante sus primeros días en ésta, todos los habitantes pensaron que estaban viviendo el mayor honor de sus vidas. El anciano de escaso cabello cenizo vio entonces al Rey como si un Dios se tratase, la anciana hizo más pasteles que nunca para celebrar su venida y el padre de familia pudo trabajar construyendo los adornos que prepararon para dar la bienvenida al Rey. Pero, aquello fue hacía ya dos semanas. Lo que al principio pareció una bendición acabó siendo una maldición. El diezmo a pagar incrementó considerablemente y, ni el anciano de tez pálida, ni la anciana bondadosa ni siquiera el padre de familia pudieron hacer frente a sus deudas. El castigo: La horca.
Los habitantes de la aldea sentían una tremenda desilusión por la llegada de Rey. Lo que creyeron que fue un regalo se convirtió en una condena: Los labriegos lo compararon con una fuerte tormenta, de esas que es capaz de llevarse casas volando, en una época de sequía; en cambio, los prestamistas y los recaudadores, compararon al Rey con un Dios. Sin duda, estos últimos eran los que se estaban enriqueciendo a costa de las muertes del resto.
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Había cometido muchos crímenes en el pasado pero ninguno de ellos con tan odioso como el que estaba haciendo el Rey. Por mucha corona que él tuviera no podía hacer eso. Ella, que había visitado Baslodia y Lunargenta, sabía perfectamente que en otras ciudades el precio a pagar por el diezmo era mucho más barato. Alguien tenía que hacer justicia, contra tal tropelía. ¿Y quién lo iba a hacer, ella? No, eso no. Sabía a la perfección que ella no podría hacer nada. Si quería denunciar las injusticias, no estaba en el bando correcta. Sin embargo, conocía a la perfección quiénes sí podían plantar cara ante el Rey y, además, estando en el bando correcto.
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* Eltrant Tale: Una mujer te contrata como mercenario para que investigues y des caza al Rey que se ha asentado en Vulwulfar. A pesar de que la mujer se oculta tras una capa de color azabache, llegas a poder ver ciertos rasgos de su cara que serán útiles para reconocerla más adelante.
* Alanna Delteria: Recibes una carta informándote sobre las muertes que ocurren en Vulwulfar y pide que viajes a la aldea a hacer justicia. La carta no está firmada.
Última edición por Sigel el Sáb 19 Mar - 20:56, editado 1 vez
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Ocho de la mañana de un día de sol. Los últimos coletazos del invierno luchaban en busca de mantener su puesto en las calles de una hastiada Lunargenta, el frío del invierno ya hacía mella en los ánimos de la gente, que, cansada, se movía por las calles como alma en pena. Por suerte, poco quedaba ya para la primavera, una primavera que se presagiaba lluviosa y fría, casi tanto como el invierno.
Aun con esa perspectiva, Alanna esperaba con ansias los primeros rayos de sol cálidos, caminaba por su salón, llevando libros de su escritorio a la estantería y volviendo a repetirlo una y otra vez, intentando eliminar el polvo que se había acumulado en sus días por Baslodia. Cuando acabó, satisfecha, se desanudó el pelo y fue a sumergirse en la bañera, deseando quitarse la sensación de polvo de encima. Se hundió en el agua y se acomodó, esperando que eso destensase sus músculos.
Para ella el invierno había sido una época dura y difícil de la que aun no se había terminado de recobrar, el perder a su hermana había supuesto golpe tal, que se había vuelto un alma en pena, llegando a un punto en el que ni siquiera se reconocía a si misma al mirar su reflejo, la perdida de peso, las ojeras, el cansancio, durante meses había parecido más cadaver que persona. Por fortuna, la intervención de Niniel y su estadía en el hospital habían hecho que recuperase, al menos, parte de su personalidad.
Que Eltrant la hubiera olvidado tampoco había sido sencillo de aceptar, el perder a su único amigo, y la única conexión que le quedaba con su vieja yo, esa niña dulce que había crecido entre pajares y animales soñando con conocer mundo, habia sido el segundo golpe del invierno, que la había terminado de hundir en el frió de su inconsciencia, por fortuna, eso ya había acabado. Sí, no la recordaba, pero Alanna estaba dispuesta a que eso no le afectase, aunque una persona perdiera los recuerdos, podían crearse nuevos mientras esa persona siguiera ahí, por lo que, aun sin memorias suyas, daba gracias a los dioses porque Eltrant siguiera vivo.
Mientras salía del baño, ya limpia y vestida, secándose el pelo con una toalla, llamaron a la puerta. Con ceño fruncido, extrañada, se acercó a abrir. No esperaba visitas, poca gente conocia su paradero, sus padrastros estaban trabajando, no irían a visitarla, no sin avisar, Eltrant ya no recordaba donde estaba, ni le importaba ya, así que dudaba que fuera él, Níniel se encontraba en el oeste con un tal Vincent, y las personas a las que había ayudado sabían que era mejor si acudían al cuartel, pues Alanna raras veces paraba por su hogar.
Cuando abrió la puerta encontró vació, un soplo de viento que arrastraba hojas caídas y la nada más absoluta, no había por la calle una sola alma. Suspiró extrañada, dejando que su largo pelo húmedo empapase la espalda de su camisa blanca, y fue a cerrar la puerta. Cuando lo intentó, arrastró algo por el suelo que provocó un desagradable chirrido.
Con aspecto molesto, se agachó a recogerlo, un sobre doblado en el que, en grandes letras negras, ponía su nombre. Se levantó, sobre en mano, y cerró la puerta dirigiéndose a la mesa de comedor. Arrastró una silla y se sentó con un suspiro mirando la carta por fuera. Le dio dos vueltas al sobre, y se decidió a abrirlo.
"Alanna Delteria:
Nunca pensé que recurriría a ti para nada, pero se que eres quien más puede hacer actualmente. En Vulwulfar, en una pequeña aldea algo alejada, ha aparecido un hombre, acompañado del alcalde, que dice ser el Rey. Están cobrando impuestos elevados, la gente a duras penas puede pagarlos, mucho menos comer, y, quien se niega o no puede dar dinero al diezmo, es llevado a la horca sin compasión alguna.
Espero que hagas honor a tu fama y acudas a socorrer a los aldeanos, he avisado, también, a la única persona tan capaz como tu."
Alanna releyó la carta una, dos, y hasta tres veces, no parecía mentira, nadie jugaba con cuestiones tan serias, pero le preocupaba la ausencia de firma, lo que estaba claro era que, cierto o no, debía ir a asegurarse. No podía ser que el rey estuviera tan lejos de Lunargenta, solía quedarse y supervisar los entrenamientos de su guardia privada, siempre estaba en la capital al servicio de sus súbditos, y jamás mandaría ahorcar a alguien por no poder pagar el diezmo, el Rey era una persona de honor y principios, con una amabilidad nata que lo hacia preocuparse por sus ciudadanos.
Ella, como guardia, lo sabia, y debía limpiar su nombre, nadie cometía delitos en nombre del rey y salia impune, y, mucho menos, dañaban a inocentes sin recibir castigo. La Gata suspiró, levantándose de la mesa, guardó la carta en su bolsillo y preparó un petate con comida, armas y algo de ropa, cerró la puerta de la casa con llave y se dirigió a los establos de la guardia.
Tomó prestado un caballo y partió hacia Vulwulfar con una idea en mente, hacer justicia, y la curiosidad bañando su viaje, quién le habría mandado esa carta y quién seria esa persona, la única tan capaz como ella, de hacer frente a lo que se avecinaba en esa aldea.
Aun con esa perspectiva, Alanna esperaba con ansias los primeros rayos de sol cálidos, caminaba por su salón, llevando libros de su escritorio a la estantería y volviendo a repetirlo una y otra vez, intentando eliminar el polvo que se había acumulado en sus días por Baslodia. Cuando acabó, satisfecha, se desanudó el pelo y fue a sumergirse en la bañera, deseando quitarse la sensación de polvo de encima. Se hundió en el agua y se acomodó, esperando que eso destensase sus músculos.
Para ella el invierno había sido una época dura y difícil de la que aun no se había terminado de recobrar, el perder a su hermana había supuesto golpe tal, que se había vuelto un alma en pena, llegando a un punto en el que ni siquiera se reconocía a si misma al mirar su reflejo, la perdida de peso, las ojeras, el cansancio, durante meses había parecido más cadaver que persona. Por fortuna, la intervención de Niniel y su estadía en el hospital habían hecho que recuperase, al menos, parte de su personalidad.
Que Eltrant la hubiera olvidado tampoco había sido sencillo de aceptar, el perder a su único amigo, y la única conexión que le quedaba con su vieja yo, esa niña dulce que había crecido entre pajares y animales soñando con conocer mundo, habia sido el segundo golpe del invierno, que la había terminado de hundir en el frió de su inconsciencia, por fortuna, eso ya había acabado. Sí, no la recordaba, pero Alanna estaba dispuesta a que eso no le afectase, aunque una persona perdiera los recuerdos, podían crearse nuevos mientras esa persona siguiera ahí, por lo que, aun sin memorias suyas, daba gracias a los dioses porque Eltrant siguiera vivo.
Mientras salía del baño, ya limpia y vestida, secándose el pelo con una toalla, llamaron a la puerta. Con ceño fruncido, extrañada, se acercó a abrir. No esperaba visitas, poca gente conocia su paradero, sus padrastros estaban trabajando, no irían a visitarla, no sin avisar, Eltrant ya no recordaba donde estaba, ni le importaba ya, así que dudaba que fuera él, Níniel se encontraba en el oeste con un tal Vincent, y las personas a las que había ayudado sabían que era mejor si acudían al cuartel, pues Alanna raras veces paraba por su hogar.
Cuando abrió la puerta encontró vació, un soplo de viento que arrastraba hojas caídas y la nada más absoluta, no había por la calle una sola alma. Suspiró extrañada, dejando que su largo pelo húmedo empapase la espalda de su camisa blanca, y fue a cerrar la puerta. Cuando lo intentó, arrastró algo por el suelo que provocó un desagradable chirrido.
Con aspecto molesto, se agachó a recogerlo, un sobre doblado en el que, en grandes letras negras, ponía su nombre. Se levantó, sobre en mano, y cerró la puerta dirigiéndose a la mesa de comedor. Arrastró una silla y se sentó con un suspiro mirando la carta por fuera. Le dio dos vueltas al sobre, y se decidió a abrirlo.
"Alanna Delteria:
Nunca pensé que recurriría a ti para nada, pero se que eres quien más puede hacer actualmente. En Vulwulfar, en una pequeña aldea algo alejada, ha aparecido un hombre, acompañado del alcalde, que dice ser el Rey. Están cobrando impuestos elevados, la gente a duras penas puede pagarlos, mucho menos comer, y, quien se niega o no puede dar dinero al diezmo, es llevado a la horca sin compasión alguna.
Espero que hagas honor a tu fama y acudas a socorrer a los aldeanos, he avisado, también, a la única persona tan capaz como tu."
Alanna releyó la carta una, dos, y hasta tres veces, no parecía mentira, nadie jugaba con cuestiones tan serias, pero le preocupaba la ausencia de firma, lo que estaba claro era que, cierto o no, debía ir a asegurarse. No podía ser que el rey estuviera tan lejos de Lunargenta, solía quedarse y supervisar los entrenamientos de su guardia privada, siempre estaba en la capital al servicio de sus súbditos, y jamás mandaría ahorcar a alguien por no poder pagar el diezmo, el Rey era una persona de honor y principios, con una amabilidad nata que lo hacia preocuparse por sus ciudadanos.
Ella, como guardia, lo sabia, y debía limpiar su nombre, nadie cometía delitos en nombre del rey y salia impune, y, mucho menos, dañaban a inocentes sin recibir castigo. La Gata suspiró, levantándose de la mesa, guardó la carta en su bolsillo y preparó un petate con comida, armas y algo de ropa, cerró la puerta de la casa con llave y se dirigió a los establos de la guardia.
Tomó prestado un caballo y partió hacia Vulwulfar con una idea en mente, hacer justicia, y la curiosidad bañando su viaje, quién le habría mandado esa carta y quién seria esa persona, la única tan capaz como ella, de hacer frente a lo que se avecinaba en esa aldea.
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Varios golpes, firmes y constantes, le despertaron.
Confuso miró a su alrededor buscando el origen del sonido, así como tratando de recordar el lugar en el que se encontraba, después de vario segundos vislumbrando siluetas ennegrecidas y distantes, su mirada no tardó en posarse sobre la puerta de madera que daba al exterior, la que tenía frente a él. Como era de esperar su visión comenzó a aclararse, seguía en su oficina, el acuciante dolor de cabeza y el hecho de que ni siquiera se había tomado la molestia de volver a la pequeña habitación adyacente que usaba a modo de dormitorio le informaban de que la noche anterior no la había pasado precisamente trabajando.
Otra retahíla de golpes, estos más impacientes, hicieron que el mercenario que aún se encontraba tumbado cuan largo era sobre el escritorio que hacía las veces de recepción, se levantase y se dirigiese, tambaleante, hacia la entrada. – Ya voy – Masculló con la voz rota y cansada, por algún motivo la gruesa mesa de madera que acababa de dejar se le antojaba increíblemente cómoda, no obstante, la “Compañía Luna Invernal” no había tenido muchos clientes últimamente, y aunque su intempestivo visitante fuese un turista extraviado, no podía negar que necesitaba encontrar trabajo.
Atravesó la habitación a duras penas y obviando al mapache que, como él, había salido a curiosear atraído por la extraña insistencia del invitado, la mano de Eltrant se cerró finalmente en torno al pomo de la puerta, dejándole ver segundos después quien se encontraba tras esta. - ¿Puedo… ayudarle? – Preguntó el joven al individuo enfundado en gruesas capas del color de la noche, quien se encontraba a punto de volver a aporrear la entrada principal del pequeño edificio. - ¿Señor Tale? – Fueron las primeras palabras que salieron de los labios de aquel sujeto, quien, por su tono de voz, resultó que era una mujer.
Eltrant asintió a aquella pregunta y antes de que la mujer pudiese decir algo más le indicó con un gesto que entrase a su oficina, no sin antes mirar hacia el firmamento, dónde se podían contemplar los primeros tonos anaranjados que anunciaban la llegada de un nuevo día; sin embargo, la recién llegada, aparentemente nerviosa, miró a su alrededor y negó con la cabeza efusivamente.
Parcialmente oculta por la caperuza que ocultaba la mayor parte de sus rasgos, tomó al mercenario de la manga de la camisa que llevaba puesto y le obligó a quedarse en el lugar en el que se encontraba – No, lo siento, no hay tiempo – Dijo dejando escapar lo que Eltrant entendió como un sollozo, para depositar justo después un sobre de color amarillento en uno de los bolsillos del confuso mercenario – Muchas gracias – Fue lo último que dijo antes de desaparecer amparada por la oscuridad de forma tan sutil y rápida como había llegado.
Tras pasarse la mano por su desaliñada barba y escudriñar la desierta calle en la que se había desvanecido aquella mujer de facciones suaves, Eltrant volvió al interior de su oficina.
Ahora algo más despierto que minutos atrás, encendió una pequeña vela que, parcialmente gastada, descansaba entre botellas de cristal vacías, en la mesa central de la oficina y se volvió a sentar frente a ella.
El mercenario tomó aire y comenzó a curiosear el envoltorio en el que venía arropada la carta que le acababan de entregar.
Como era de esperar, el sobre no tenía nada importante escrito, solo su nombre garabateado con una caligrafía bastante cuidada, algo que se repitió una vez comprobó el contenido real de la carta, la cual como era de esperar, no estaba firmada.
Eltrant leyó atentamente las palabras que venían escritas en el espeso papel que tenía entre las manos. –…Necesito una copa – Fue lo único que dijo cuando acabó de leer aquellas palabras de auxilio.
Al parecer alguien que se nombraba a sí mismo “rey” estaba acosando a los habitantes de una aldea alejada de la civilización a base de impuestos, lo cual no sería raro, no habían sido pocas las veces que había tenido que lidiar con un noble que se creía con derecho a todo por su linaje, lo extraño de aquello era que aquel hombre estaba matando sin compasión a todo aquel que no podía hacer frente a sus deudas, a ojos de Eltrant nadie con dos dedos de frente mataría a sus vasallos de aquella forma, mucho menos el Rey de Lunargenta, aquel tipo tenía fama de ser un gobernador amable y cándido, la mayoría de los habitantes de Lunargenta le adoraban, dudaba mucho de que fuese él quien estaba acosando a los aldeanos de aquella aldea.
No obstante, no podía estar seguro hasta que no fuese hasta allí. Por lo que sin perder más tiempo tomó los víveres para el viaje y su equipo y partió en dirección a Wulfurgar.
Para cuando llegó a la remota aldea estaba anocheciendo, lo cierto es que podría haber llegado antes si no hubiese sido por que se había perdido yendo hacia allí, cuando en la carta ponía remota, no se había imaginado que fuese hasta aquel punto.
El mercenario oteó la aldea desde lejos, pequeña y coronada por una mansión, más parecida a una fortaleza, al fondo. – A ver si adivino dónde se aloja el supuesto rey… - Dijo para sí mientras desmontaba de Mohr, a quien dejó al cuidado de un granjero a las afueras de la aldea mientras se aventuraba en esta.
-"Debería ser fácil" – Pensó palpando la empuñadura de su espada mientras avanzaba en dirección al pueblo – "Dudo que tenga muchos guardias apostados aquí."
Confuso miró a su alrededor buscando el origen del sonido, así como tratando de recordar el lugar en el que se encontraba, después de vario segundos vislumbrando siluetas ennegrecidas y distantes, su mirada no tardó en posarse sobre la puerta de madera que daba al exterior, la que tenía frente a él. Como era de esperar su visión comenzó a aclararse, seguía en su oficina, el acuciante dolor de cabeza y el hecho de que ni siquiera se había tomado la molestia de volver a la pequeña habitación adyacente que usaba a modo de dormitorio le informaban de que la noche anterior no la había pasado precisamente trabajando.
Otra retahíla de golpes, estos más impacientes, hicieron que el mercenario que aún se encontraba tumbado cuan largo era sobre el escritorio que hacía las veces de recepción, se levantase y se dirigiese, tambaleante, hacia la entrada. – Ya voy – Masculló con la voz rota y cansada, por algún motivo la gruesa mesa de madera que acababa de dejar se le antojaba increíblemente cómoda, no obstante, la “Compañía Luna Invernal” no había tenido muchos clientes últimamente, y aunque su intempestivo visitante fuese un turista extraviado, no podía negar que necesitaba encontrar trabajo.
Atravesó la habitación a duras penas y obviando al mapache que, como él, había salido a curiosear atraído por la extraña insistencia del invitado, la mano de Eltrant se cerró finalmente en torno al pomo de la puerta, dejándole ver segundos después quien se encontraba tras esta. - ¿Puedo… ayudarle? – Preguntó el joven al individuo enfundado en gruesas capas del color de la noche, quien se encontraba a punto de volver a aporrear la entrada principal del pequeño edificio. - ¿Señor Tale? – Fueron las primeras palabras que salieron de los labios de aquel sujeto, quien, por su tono de voz, resultó que era una mujer.
Eltrant asintió a aquella pregunta y antes de que la mujer pudiese decir algo más le indicó con un gesto que entrase a su oficina, no sin antes mirar hacia el firmamento, dónde se podían contemplar los primeros tonos anaranjados que anunciaban la llegada de un nuevo día; sin embargo, la recién llegada, aparentemente nerviosa, miró a su alrededor y negó con la cabeza efusivamente.
Parcialmente oculta por la caperuza que ocultaba la mayor parte de sus rasgos, tomó al mercenario de la manga de la camisa que llevaba puesto y le obligó a quedarse en el lugar en el que se encontraba – No, lo siento, no hay tiempo – Dijo dejando escapar lo que Eltrant entendió como un sollozo, para depositar justo después un sobre de color amarillento en uno de los bolsillos del confuso mercenario – Muchas gracias – Fue lo último que dijo antes de desaparecer amparada por la oscuridad de forma tan sutil y rápida como había llegado.
Tras pasarse la mano por su desaliñada barba y escudriñar la desierta calle en la que se había desvanecido aquella mujer de facciones suaves, Eltrant volvió al interior de su oficina.
Ahora algo más despierto que minutos atrás, encendió una pequeña vela que, parcialmente gastada, descansaba entre botellas de cristal vacías, en la mesa central de la oficina y se volvió a sentar frente a ella.
El mercenario tomó aire y comenzó a curiosear el envoltorio en el que venía arropada la carta que le acababan de entregar.
Como era de esperar, el sobre no tenía nada importante escrito, solo su nombre garabateado con una caligrafía bastante cuidada, algo que se repitió una vez comprobó el contenido real de la carta, la cual como era de esperar, no estaba firmada.
Eltrant leyó atentamente las palabras que venían escritas en el espeso papel que tenía entre las manos. –…Necesito una copa – Fue lo único que dijo cuando acabó de leer aquellas palabras de auxilio.
Al parecer alguien que se nombraba a sí mismo “rey” estaba acosando a los habitantes de una aldea alejada de la civilización a base de impuestos, lo cual no sería raro, no habían sido pocas las veces que había tenido que lidiar con un noble que se creía con derecho a todo por su linaje, lo extraño de aquello era que aquel hombre estaba matando sin compasión a todo aquel que no podía hacer frente a sus deudas, a ojos de Eltrant nadie con dos dedos de frente mataría a sus vasallos de aquella forma, mucho menos el Rey de Lunargenta, aquel tipo tenía fama de ser un gobernador amable y cándido, la mayoría de los habitantes de Lunargenta le adoraban, dudaba mucho de que fuese él quien estaba acosando a los aldeanos de aquella aldea.
No obstante, no podía estar seguro hasta que no fuese hasta allí. Por lo que sin perder más tiempo tomó los víveres para el viaje y su equipo y partió en dirección a Wulfurgar.
Para cuando llegó a la remota aldea estaba anocheciendo, lo cierto es que podría haber llegado antes si no hubiese sido por que se había perdido yendo hacia allí, cuando en la carta ponía remota, no se había imaginado que fuese hasta aquel punto.
El mercenario oteó la aldea desde lejos, pequeña y coronada por una mansión, más parecida a una fortaleza, al fondo. – A ver si adivino dónde se aloja el supuesto rey… - Dijo para sí mientras desmontaba de Mohr, a quien dejó al cuidado de un granjero a las afueras de la aldea mientras se aventuraba en esta.
-"Debería ser fácil" – Pensó palpando la empuñadura de su espada mientras avanzaba en dirección al pueblo – "Dudo que tenga muchos guardias apostados aquí."
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
A lomos de un caballo de un tan gris que parecía haberse escapado de las cenizas de una hoguera, él viajaba casa por casa recogiendo los pagos de la gente. No era un buen trabajo, pero alguien tenía que hacerlo. Tenía que trabajar de noche, a merced del frío y los animales salvajes. La única protección con la que podía contar era una pequeña lámpara de aceite que sujetaba con la mano izquierda y la espada ropera, propia de alguien a servicio de la guardia del Rey, que colgaba en su cinturón. Hasta el momento no tuvo ningún peligro, ni con los lobos que escucha aullar a lo lejos de la aldea ni de ningún otro animal. Sin embargo, noche tras noche, se sentía como si estuviera tentando a la suerte. Como si, de un momento u otro, alguien iba a salir de su casa para tomar su propia venganza personal por los muertos que habían perecido en la horca, aquellos que sus compañeros, en un tono de burla llaman: “Los Cuelliflojos”. Fredd llegó a odiar ese nombre tanto como odiaba el trabajo de recaudador, mas, igual que su trabajo, acabó aceptándolo y, de muy vez en cuando, con sus colegas, señalaban a los fallecidos bajo el mote de Los Cuellifljos.
Era la décimo quinta puerta que llamaba aquella noche y las cosas empeoraban desde el mismo instante en que ésta se abrió de par en par por una cría que, seguramente, todavía no había cumplido la decena de edad, detrás de ella estaba su madre sosteniendo un niño de unos dos años en brazos. Antes que le dijeran nada, Fredd ya sabía lo que le iban a decir: “Mi marido trabaja todo el día… no duerme en casa… por favor….¿No puede perdonarnos por esta vez? Mis hijos…” Freddy no se equivocó, la mujer dijo tal cual lo que él se había imaginado que diría mientras la niña le miraba con los ojos bien abiertos como si el guardia fuera un fantasma.
-Si por mi fuera, señora, le perdonaría. Pero, debe entender que no depende de mí. –
-¡Maldito bastardo!- Un hombre armado con un garrote salió detrás de la mujer con la que estaba hablando. -¡Tú y los tuyos moriréis por esto!- El caballo gris se encabritó al ver llegar al extraño hombre, él no dejó su arma atrás y golpeó el lomo del equino para hacerlo caer, Fred cayó bajó el animal. –¡Estamos hartos de los pagos del Rey, queremos venganza!-
El segundo garrotazo del hombre fue directo hacia la pierna de Fredd. Se escuchó un terrible crujido, luego un gritó por parte del guardia y tanto el hombre, como la mujer e incluso la niña que no dejaba de observar como su padre luchaba por proteger a su familia, se sabían que la pierna del guardia se había roto.
Era la décimo quinta puerta que llamaba aquella noche y las cosas empeoraban desde el mismo instante en que ésta se abrió de par en par por una cría que, seguramente, todavía no había cumplido la decena de edad, detrás de ella estaba su madre sosteniendo un niño de unos dos años en brazos. Antes que le dijeran nada, Fredd ya sabía lo que le iban a decir: “Mi marido trabaja todo el día… no duerme en casa… por favor….¿No puede perdonarnos por esta vez? Mis hijos…” Freddy no se equivocó, la mujer dijo tal cual lo que él se había imaginado que diría mientras la niña le miraba con los ojos bien abiertos como si el guardia fuera un fantasma.
-Si por mi fuera, señora, le perdonaría. Pero, debe entender que no depende de mí. –
-¡Maldito bastardo!- Un hombre armado con un garrote salió detrás de la mujer con la que estaba hablando. -¡Tú y los tuyos moriréis por esto!- El caballo gris se encabritó al ver llegar al extraño hombre, él no dejó su arma atrás y golpeó el lomo del equino para hacerlo caer, Fred cayó bajó el animal. –¡Estamos hartos de los pagos del Rey, queremos venganza!-
El segundo garrotazo del hombre fue directo hacia la pierna de Fredd. Se escuchó un terrible crujido, luego un gritó por parte del guardia y tanto el hombre, como la mujer e incluso la niña que no dejaba de observar como su padre luchaba por proteger a su familia, se sabían que la pierna del guardia se había roto.
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A las fueras de la aldea, lejos de los guardias al servicio del Rey, un grupo de hombres y mujeres, simples campesinos y comerciantes, se habían reunido en secreto bajo la sombra de un nogal y alrededor de la luz de cuatro antorchas que bordeaban el árbol como si de una especie de culto secreto se tratase: Su religión se llamaba justicia.
Frea, una hermosa mujer de pelo negro y ojos castaños, estaba en el centro del ritual. Durante el todo el día se había dedicado a pedir a sus amigos que se reuniesen en el nogal de las afueras y que éstos hablasen con sus amigos para hacer piña. Al principio se imaginó que podría llegar a reunir a todo el pueblo; no tardó mucho en comprobar que la gente no era como ella. Sus vecinos tenían miedo de morir en la horca condenados, ya no por no pagar el diezmo, sino por traición. Por lo menos había conseguido reunir a siete hombres y seis mujeres (siete contándose a ella).
Sin mediar palabra con nadie, Frea clavó un espantapájaros en el tronco del nogal. El muñeco caracterizaba de manera tosca y burlona al Rey que había llegado dos semanas antes a la ciudad, el mismo Rey que condenó tres días atrás a su marido a morir. Ella no iba a ser como las otras viudas, esas que aceptaron sumisas las decisiones de una corona; esas mismas que se dedicaron al oficio más viejo del mundo con tal de poder hacer frente a los pagos del diezmo y salvar a sus hijos. Ella no iba a ser como las demás, estaba dispuesta a luchar todo cuanto hiciera fuera necesario para salvar a sus hijos y, aun así, poder tener la cabeza bien alta. Cogió un trozo de madera, lo encendió en una de las grandes antorchas colindantes al árbol y lo usó para prender fuego al espantapájaros, aunque lo que quería estar quemando en ese momento es el careto del Rey.
-¡Muerte al Rey y a su guardia!- Gritó ella primero.
-¡Muerte al Rey y a su guardia!- Repitieron todos los demás.
Frea, una hermosa mujer de pelo negro y ojos castaños, estaba en el centro del ritual. Durante el todo el día se había dedicado a pedir a sus amigos que se reuniesen en el nogal de las afueras y que éstos hablasen con sus amigos para hacer piña. Al principio se imaginó que podría llegar a reunir a todo el pueblo; no tardó mucho en comprobar que la gente no era como ella. Sus vecinos tenían miedo de morir en la horca condenados, ya no por no pagar el diezmo, sino por traición. Por lo menos había conseguido reunir a siete hombres y seis mujeres (siete contándose a ella).
Sin mediar palabra con nadie, Frea clavó un espantapájaros en el tronco del nogal. El muñeco caracterizaba de manera tosca y burlona al Rey que había llegado dos semanas antes a la ciudad, el mismo Rey que condenó tres días atrás a su marido a morir. Ella no iba a ser como las otras viudas, esas que aceptaron sumisas las decisiones de una corona; esas mismas que se dedicaron al oficio más viejo del mundo con tal de poder hacer frente a los pagos del diezmo y salvar a sus hijos. Ella no iba a ser como las demás, estaba dispuesta a luchar todo cuanto hiciera fuera necesario para salvar a sus hijos y, aun así, poder tener la cabeza bien alta. Cogió un trozo de madera, lo encendió en una de las grandes antorchas colindantes al árbol y lo usó para prender fuego al espantapájaros, aunque lo que quería estar quemando en ese momento es el careto del Rey.
-¡Muerte al Rey y a su guardia!- Gritó ella primero.
-¡Muerte al Rey y a su guardia!- Repitieron todos los demás.
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* Eltrant Tale: La mansión está cerca pero ir solo a explorar es un suicidio. A unos metros de tu posición, un campesino acaba de destrozar la pierna de un guardia; puede ser una buena opotunidad para ganar un buen favor que, posiblemente, pueda ayudarte posteriormente a entrar dónde deseas.
* Alanna Delteria: Estás a punto de llegar a la aldea y ves a un grupo de personas quemar un muñeco parecido al Rey y clamando su muerte junto a la muerte de toda la guardia. Tu objetivo principal es socorrer a los aldeanos, antes que el amotinamiento vaya a más deberás calmaros. Te aconsejo precaución, si descubres que perteneces a la Guardia estarás en peligro.
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
La noche se cernía frente a ella cuando ya alcanzaba las afueras de la aldea. Su pésimo sentido de la orientación no había sido bueno para alcanzar el lugar. Decir que el sitio estaba oculto y perdido era un eufemismo para explicar como encontrar la aldea. Había hecho bien tomando prestado un caballo de las caballerizas, o, para esas horas, en lugar de estar cansada, como estaba, se sentiría totalmente exhausta.
Miró la luna llena que intentaba iluminar su camino, mientras, no muy lejos, comenzaron a escucharse gritos apagados. Con ceño fruncido, Alanna descendió del caballo y, guiándolo por las riendas, se acercó despacio, acurrucada entre su capa, se detuvo a escuchar. Las luces de una hoguera destellaban entre las hojas de los arbustos y los gritos de "muerte al rey y a su guardia" la alertaron. Una revuelta.
La sangre empezó a hervirle en las venas, el rey no había hecho nada, y la guardia mucho menos, cómo podían pensar eso, los guardias estaban para proteger y servir al pueblo, ¿por qué pensaban que había ido ella allí? ¿Para dar un paseo? La guarda se obligó a respirar hondo, no, no podía permitir que su temperamento saliera en ese instante, debía mantenerse fría, esas personas estaban siendo engañadas y se sentían presas de la desesperación.
Ella sabía lo que era estar desesperada y furiosa, sabía lo que era querer clavar una daga a quien había causado su problema, pero de lo que más era consciente era de que debía saberse contra quien lanzar esa ira y esa furia, y esa gente, desesperada como estaba, podría morir en medio de la lucha. Alanna había pasado por mucho, sabía lo que era la soledad, el frío, el hambre, la tristeza más absoluta, pero nunca había pensado en morir, no así, no a la desesperada, y no podía permitir que esas personas lo hicieran.
Lanzó un suspiro y salió al paso, mostrando su rostro a quien se dignase a girarse. Después, dejando su caballo junto al árbol, intentó abrirse un camino hasta el centro de la muchedumbre y, allí situándose a la misma altura que la mujer que parecía encabezar la rebelión, se presentó, mirándola directamente a ella.
- Disculpe que interrumpa. Mi nombre es Alanna Delteria soy una mercenaria, mi ultimo destino fue Lunargenta, y me pidieron que acudiera aquí.- Explicó mintiendo, en parte, sobre su procedencia.- ¿puedo hablar con usted?- Pidió con seriedad, dejando que la preocupación se mostrase en su rostro.
La mujer, lanzando un último grito enardecido, accedió a ir con ella, sin entender demasiado bien las intenciones de la mujer. Alanna la alejó un poco del grupo, lo bastante como para poder hablar sin necesidad de gritar, y espero unos segundos, intentando plantear bien la situación, lo primero que necesitaba saber era que sucedía exactamente. No podía lanzarse a hacer suposiciones a lo loco, sabía que estaban engañados, pero tenía que saber su versión.
- Yo... viajo trabajando de mercenaria, verá, me mandaron esta carta.- Dijo sancando la misiva de su bolsillo, dejando que la mujer la viera, se la tendió, pero la chica negó con la cabeza.
- No se leer.- proclamó.
- Me pidieron que acudiera a esta aldea, que el rey estaba matando gente. ¿Es así?- Preguntó con aspecto preocupado.
- Si, hace poco mató a mi marido, esa.... rata- escupió la mujer con ira en la voz- esta pidiendo unos impuestos que nadie puede alcanzar, nos está matando, quien no muere en la horca, lo hace de hambre.- casi grito.
- Entiendo.- murmuró Alanna intentando calmar a la mujer con sus gestos.- Siento su perdida, la de todos ustedes, yo también perdí a alguien no hace mucho.- explicó, intentando conectar con la mujer, respirando hondo por la tensión y el doloroso recuerdo.- Pero verá. Algo no me cuadra. El rey sigue en Lunargenta.- dijo la chica.- Lo vi. Mientras estaba realizando el trabajo, estuvo recibiendo a campesinos de las afueras de Lunargenta, y yo misma me presenté ante él, ofreciéndole mis servicios de mercenaria.- explicó a la mujer.- Le doy mi palabra, lo vi en persona, el rey no ha abandonado Lunargenta desde el suceso en Terpoli, tanto el como sus nobles de confianza han estado demasiado ocupados intentando reparar los daños de la ciudad.
- No la creo, el rey está aquí, lo hemos visto, es el que da la orden en todas y cada una de las ejecuciones.- dijo la mujer con cara iracunda.
- No, le digo la verdad, puedo probarlo, yo estuve en Terpoli, el rey tenía la obligación de verme, mire.- en el último momento se le había ocurrido lo único que podía convencer a la mujer, de su cuello, sacó el colgante de la media luna que le había regalado Eltrant tiempo atrás y, junto a él, colgando de modo pacífico, la medalla al heroísmo que le habían otorgado tras su participación en la cruenta batalla.- Por favor, créame.- Se quitó el colgante del cuello, sacó la medalla y se la entregó a la mujer para que la inspeccionase.- Mire, se lo que es perder a un ser querido, se lo que es pasar hambre, tener miedo, sentirse solo y abandonado, pensar que no hay nada que hacer, estar tan hundido en el fango que la unica solución parece lanzarse al asalto de modo suicida.- dijo mirando a la mujer con toda la sinceridad de la que disponía- lo se perfectamente.- su aspecto, aun algo delgado por los últimos tiempos, decía que no mentía.- Pero que vosotros muráis ahora, lanzándoos contra el ejercito que haya presente, no os ayudará, hay otras formas, dejadme intentarlo, por favor.- susurró a modo de petición- encontraré el modo de detener a ese rey falso y devolveros la libertad, no puedo devolveros a quienes ya no están, no voy a mentir diciendo que puedo hacer eso, pero puedo parar esto, lo se, y también puedo daros esperanzas, y juro por mi vida, que no son falsas.- Dijo tomando una de las manos de la mujer y mirándola a los ojos.
Si la mujer la había creído, en ese momento iría a hablar con los demás amotinadores, a detener el asalto kamikaze, si no, la arrastraría hasta la hoguera y la haría arder como si fuera un muñeco más de paja de esos a los que clavaban horcas y hacían prender como reflejo de la ira que mostraban sus ojos.
No podía hacer más, puede que no hubiera sido sincera con su trabajo o procedencia, puede que su entrada hubiera sido extraña, pero sus sentimientos, sus ganas de ayudar a los aldeanos, eran reales, no había nada más real en ese momento, debía ayudar a esa gente, no podía dejar que nadie más perdiera la vida, no podía dejar que ensuciaran el nombre de sus compañeros, ni el suyo propio y no podía permitir que el nombre del rey se manchase de tal modo, no, había muchas cosas que debía evitar, pero, sobretodo, lo que quería hacer era devolverles la sonrisa a esos aldeanos que tanto habían sufrido. Nadie, nunca, ha tenido, tiene, o tendrá, el derecho a robar la felicidad de nadie. A ella se la habían robado en dos ocasiones, y no dejaría que nadie más pasara por lo mismo.
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Off: Subrayado uso de objeto master; Medalla al heroísmo.
Miró la luna llena que intentaba iluminar su camino, mientras, no muy lejos, comenzaron a escucharse gritos apagados. Con ceño fruncido, Alanna descendió del caballo y, guiándolo por las riendas, se acercó despacio, acurrucada entre su capa, se detuvo a escuchar. Las luces de una hoguera destellaban entre las hojas de los arbustos y los gritos de "muerte al rey y a su guardia" la alertaron. Una revuelta.
La sangre empezó a hervirle en las venas, el rey no había hecho nada, y la guardia mucho menos, cómo podían pensar eso, los guardias estaban para proteger y servir al pueblo, ¿por qué pensaban que había ido ella allí? ¿Para dar un paseo? La guarda se obligó a respirar hondo, no, no podía permitir que su temperamento saliera en ese instante, debía mantenerse fría, esas personas estaban siendo engañadas y se sentían presas de la desesperación.
Ella sabía lo que era estar desesperada y furiosa, sabía lo que era querer clavar una daga a quien había causado su problema, pero de lo que más era consciente era de que debía saberse contra quien lanzar esa ira y esa furia, y esa gente, desesperada como estaba, podría morir en medio de la lucha. Alanna había pasado por mucho, sabía lo que era la soledad, el frío, el hambre, la tristeza más absoluta, pero nunca había pensado en morir, no así, no a la desesperada, y no podía permitir que esas personas lo hicieran.
Lanzó un suspiro y salió al paso, mostrando su rostro a quien se dignase a girarse. Después, dejando su caballo junto al árbol, intentó abrirse un camino hasta el centro de la muchedumbre y, allí situándose a la misma altura que la mujer que parecía encabezar la rebelión, se presentó, mirándola directamente a ella.
- Disculpe que interrumpa. Mi nombre es Alanna Delteria soy una mercenaria, mi ultimo destino fue Lunargenta, y me pidieron que acudiera aquí.- Explicó mintiendo, en parte, sobre su procedencia.- ¿puedo hablar con usted?- Pidió con seriedad, dejando que la preocupación se mostrase en su rostro.
La mujer, lanzando un último grito enardecido, accedió a ir con ella, sin entender demasiado bien las intenciones de la mujer. Alanna la alejó un poco del grupo, lo bastante como para poder hablar sin necesidad de gritar, y espero unos segundos, intentando plantear bien la situación, lo primero que necesitaba saber era que sucedía exactamente. No podía lanzarse a hacer suposiciones a lo loco, sabía que estaban engañados, pero tenía que saber su versión.
- Yo... viajo trabajando de mercenaria, verá, me mandaron esta carta.- Dijo sancando la misiva de su bolsillo, dejando que la mujer la viera, se la tendió, pero la chica negó con la cabeza.
- No se leer.- proclamó.
- Me pidieron que acudiera a esta aldea, que el rey estaba matando gente. ¿Es así?- Preguntó con aspecto preocupado.
- Si, hace poco mató a mi marido, esa.... rata- escupió la mujer con ira en la voz- esta pidiendo unos impuestos que nadie puede alcanzar, nos está matando, quien no muere en la horca, lo hace de hambre.- casi grito.
- Entiendo.- murmuró Alanna intentando calmar a la mujer con sus gestos.- Siento su perdida, la de todos ustedes, yo también perdí a alguien no hace mucho.- explicó, intentando conectar con la mujer, respirando hondo por la tensión y el doloroso recuerdo.- Pero verá. Algo no me cuadra. El rey sigue en Lunargenta.- dijo la chica.- Lo vi. Mientras estaba realizando el trabajo, estuvo recibiendo a campesinos de las afueras de Lunargenta, y yo misma me presenté ante él, ofreciéndole mis servicios de mercenaria.- explicó a la mujer.- Le doy mi palabra, lo vi en persona, el rey no ha abandonado Lunargenta desde el suceso en Terpoli, tanto el como sus nobles de confianza han estado demasiado ocupados intentando reparar los daños de la ciudad.
- No la creo, el rey está aquí, lo hemos visto, es el que da la orden en todas y cada una de las ejecuciones.- dijo la mujer con cara iracunda.
- No, le digo la verdad, puedo probarlo, yo estuve en Terpoli, el rey tenía la obligación de verme, mire.- en el último momento se le había ocurrido lo único que podía convencer a la mujer, de su cuello, sacó el colgante de la media luna que le había regalado Eltrant tiempo atrás y, junto a él, colgando de modo pacífico, la medalla al heroísmo que le habían otorgado tras su participación en la cruenta batalla.- Por favor, créame.- Se quitó el colgante del cuello, sacó la medalla y se la entregó a la mujer para que la inspeccionase.- Mire, se lo que es perder a un ser querido, se lo que es pasar hambre, tener miedo, sentirse solo y abandonado, pensar que no hay nada que hacer, estar tan hundido en el fango que la unica solución parece lanzarse al asalto de modo suicida.- dijo mirando a la mujer con toda la sinceridad de la que disponía- lo se perfectamente.- su aspecto, aun algo delgado por los últimos tiempos, decía que no mentía.- Pero que vosotros muráis ahora, lanzándoos contra el ejercito que haya presente, no os ayudará, hay otras formas, dejadme intentarlo, por favor.- susurró a modo de petición- encontraré el modo de detener a ese rey falso y devolveros la libertad, no puedo devolveros a quienes ya no están, no voy a mentir diciendo que puedo hacer eso, pero puedo parar esto, lo se, y también puedo daros esperanzas, y juro por mi vida, que no son falsas.- Dijo tomando una de las manos de la mujer y mirándola a los ojos.
Si la mujer la había creído, en ese momento iría a hablar con los demás amotinadores, a detener el asalto kamikaze, si no, la arrastraría hasta la hoguera y la haría arder como si fuera un muñeco más de paja de esos a los que clavaban horcas y hacían prender como reflejo de la ira que mostraban sus ojos.
No podía hacer más, puede que no hubiera sido sincera con su trabajo o procedencia, puede que su entrada hubiera sido extraña, pero sus sentimientos, sus ganas de ayudar a los aldeanos, eran reales, no había nada más real en ese momento, debía ayudar a esa gente, no podía dejar que nadie más perdiera la vida, no podía dejar que ensuciaran el nombre de sus compañeros, ni el suyo propio y no podía permitir que el nombre del rey se manchase de tal modo, no, había muchas cosas que debía evitar, pero, sobretodo, lo que quería hacer era devolverles la sonrisa a esos aldeanos que tanto habían sufrido. Nadie, nunca, ha tenido, tiene, o tendrá, el derecho a robar la felicidad de nadie. A ella se la habían robado en dos ocasiones, y no dejaría que nadie más pasara por lo mismo.
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Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Cauteloso, se aproximó al lugar del que parecían proceder los gritos que acababa de escuchar. No había pasado ni una hora desde que había llegado a aquella aldea sin nombre y ya habían empezado los problemas, pero eso no era lo que más le preocupaba, la atmósfera general del pueblo no le gustaba, algo no parecía encajar del todo en aquel lugar, las miradas de los aldeanos, llenas de resentimiento y rencor incluso hacía alguien como él que era extranjero, así como la actitud evasiva de los mismos, aquel lugar parecía un granero a punto de comenzar a arder; y sinceramente, esperaba encontrarse lo más lejos de allí cuando sucediese.
Desde una distancia prudente, y parcialmente oculto tras unas cajas de madera apiladas junto a lo que, según decía un pequeño cartel, era una posada, contempló el lugar del que parecían venir los gritos, ahora convertidos en fuertes aullidos de dolor. Frunció el ceño y se rascó la barba a la vez que trataba inútilmente de ordenar un poco las siluetas que tenía frente a él, dos de las cuales parecían estar enzarzadas en una violenta pelea, aunque por lo que veía el mercenario parecía bastante obvio quien tenía las de perder.
Mientras veía como se desarrollaba la escena que tenía frente a él, dudó, no estaba seguro de si intervenir o no, tenía la ventaja de que ahora mismo era un desconocido en el pueblo, podría aguardar un par de horas, infiltrarse en la mansión cuando la mayoría de los guardias estuviesen o durmiendo o demasiado entumecidos por el cansancio como para ser tomados en serio y clavarle la espada al supuesto rey en el pecho durante su descanso, fácil y sencillo, nadie se enteraría jamás de que había estado allí.
No obstante los gritos de dolor del individuo que estaba en el suelo, bajo su caballo, se le clavaban en la cabeza como si de fríos puñales se tratasen, podía perder una ventaja estratégica decisiva, pero no iba a permitir que torturasen a un hombre claramente en desventaja frente a sus ojos, por lo que, después de mirar a su alrededor y asegurarse de que efectivamente la mayoría de los aldeanos estaban en sus casas, haciendo caso omiso a lo que sucedía allí, salió de su escondite y avanzó en dirección a la vivienda.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo comprobar como el individuo en el suelo se trataba de un hombre mediana edad, el cual se agarraba una de sus piernas presa del dolor, por otro lado, y como llevaba viendo un par de minutos, un segundo individuo armado con un grueso bastón de lo que parecía ser madera se desquitaba con saña contra el herido gritando una retahíla de improperios que, si bien Eltrant no fue capaz de comprender, la connotación negativa de aquellas palabras era evidente.
Entonces el tiempo pareció detenerse durante unos segundos, el hombre armado con el palo se quedó contemplando al recién llegado con el arma aún alzada, dispuesto a atizar otro golpe más a su víctima, que ahora trastabillaba con una espada que llevaba atada al cinto tratando infructuosamente de defenderse.
-¿Quién eres tú? – Preguntó el hombre armado con un ligero temblor en los brazos, Eltrant arqueó una ceja, la interrupción del mercenario parecía haber pillado desprevenido a aquel hombre, que parecía no se creerse que alguien estuviese dispuesto a ayudar al pobre desgraciado que tenía a sus pies. - ¿¡Eres uno de los guardias?! ¡¿Vienes a hacer el trabajo sucio a tus jefes?! -Haciendo acopio de una valentía inusitada el dueño del bastón alzó la voz, Eltrant entornó los ojos y miró tras el campesino, una mujer no mucho mayor que él mismo acompañado de una niña de corta edad que estaba abrazada a la que, según todo indicaba, era su madre.
No le fue muy complicado unir las piezas del puzzle para averiguar que estaba pasando en aquel lugar, aquel pobre diablo probablemente sería algún mandado del rey impostor que, en su torre de marfil, dejaba que simples jornaleros cargaran con toda la ira del populacho; si en las universidades de Lunargenta se enseñase “nobleza” lo que estaba haciendo el tipo que estaba encargado de cazar sería la primera lección.
El mercenario continuó en silencio, el cual solo era roto por los gemidos de dolor del herido y el suave murmullo de la brisa nocturna, por el contrario el padre de familia avanzó un par de pasos, con el garrote bien afianzado entre sus manos, dispuesto a combatir a aquel intruso que había osado en meterse donde no le llamaban, dispuesto a luchar por su familia. - ¡Solo queremos vivir tranquilos! ¡Vivir dignamente!
La esposa del aldeano lo agarró del hombro y trató de arrastrarle de nuevo al interior de su vivienda, pero este se zafó y encaró al joven recién llegado. Eltrant como toda respuesta, llevó su mano hasta la empuñadura de su espada y la desenvaino lentamente, el frio brillo del metal iluminó tenuemente la escena, o pareció hacerlo, pues el campesino palideció de inmediato al ver el arma en manos del mercenario.
- No me tomes a mal, no me opongo a las rebeliones, siempre que haya motivos para hacerlas– Eltrant avanzó un par de pasos con la espada firmemente sujeta– El poder en malas manos debe ser detenido, eso es una obviedad, nadie sale ganando cuando un tirano está al mando, bueno, quizás el propio tirano, pero por eso mismo hay que derrocarle ¿Cierto? – Esbozó una ligera sonrisa y se paró a escasos metros del campesino para dejar caer su espada sobre su propio hombro – Sin embargo, siempre que te plantees enfrentarte a algún rey al que derrocar, a uno de sus lacayos… – El mercenario miró fugazmente al guarda herido, que acaba de salir debajo de su caballo –…O a un simple mercenario – El mencionado sonrió y apuntó con la espada bastarda que tenía como arma al pecho del aldeano – Pregúntate a ti mismo. ¿Qué tengo que perder?
La suerte estaba echada, si aquel tipo trataba de lanzarse contra él no le sería muy complicado deshacerse de él, obviamente no iba a matarle, con desarmarle seria suficiente, pero si era cierto que el otro, el herido, era parte de las huestes del “rey”, ayudarle no le iba a venir nada mal.
Desde una distancia prudente, y parcialmente oculto tras unas cajas de madera apiladas junto a lo que, según decía un pequeño cartel, era una posada, contempló el lugar del que parecían venir los gritos, ahora convertidos en fuertes aullidos de dolor. Frunció el ceño y se rascó la barba a la vez que trataba inútilmente de ordenar un poco las siluetas que tenía frente a él, dos de las cuales parecían estar enzarzadas en una violenta pelea, aunque por lo que veía el mercenario parecía bastante obvio quien tenía las de perder.
Mientras veía como se desarrollaba la escena que tenía frente a él, dudó, no estaba seguro de si intervenir o no, tenía la ventaja de que ahora mismo era un desconocido en el pueblo, podría aguardar un par de horas, infiltrarse en la mansión cuando la mayoría de los guardias estuviesen o durmiendo o demasiado entumecidos por el cansancio como para ser tomados en serio y clavarle la espada al supuesto rey en el pecho durante su descanso, fácil y sencillo, nadie se enteraría jamás de que había estado allí.
No obstante los gritos de dolor del individuo que estaba en el suelo, bajo su caballo, se le clavaban en la cabeza como si de fríos puñales se tratasen, podía perder una ventaja estratégica decisiva, pero no iba a permitir que torturasen a un hombre claramente en desventaja frente a sus ojos, por lo que, después de mirar a su alrededor y asegurarse de que efectivamente la mayoría de los aldeanos estaban en sus casas, haciendo caso omiso a lo que sucedía allí, salió de su escondite y avanzó en dirección a la vivienda.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo comprobar como el individuo en el suelo se trataba de un hombre mediana edad, el cual se agarraba una de sus piernas presa del dolor, por otro lado, y como llevaba viendo un par de minutos, un segundo individuo armado con un grueso bastón de lo que parecía ser madera se desquitaba con saña contra el herido gritando una retahíla de improperios que, si bien Eltrant no fue capaz de comprender, la connotación negativa de aquellas palabras era evidente.
Entonces el tiempo pareció detenerse durante unos segundos, el hombre armado con el palo se quedó contemplando al recién llegado con el arma aún alzada, dispuesto a atizar otro golpe más a su víctima, que ahora trastabillaba con una espada que llevaba atada al cinto tratando infructuosamente de defenderse.
-¿Quién eres tú? – Preguntó el hombre armado con un ligero temblor en los brazos, Eltrant arqueó una ceja, la interrupción del mercenario parecía haber pillado desprevenido a aquel hombre, que parecía no se creerse que alguien estuviese dispuesto a ayudar al pobre desgraciado que tenía a sus pies. - ¿¡Eres uno de los guardias?! ¡¿Vienes a hacer el trabajo sucio a tus jefes?! -Haciendo acopio de una valentía inusitada el dueño del bastón alzó la voz, Eltrant entornó los ojos y miró tras el campesino, una mujer no mucho mayor que él mismo acompañado de una niña de corta edad que estaba abrazada a la que, según todo indicaba, era su madre.
No le fue muy complicado unir las piezas del puzzle para averiguar que estaba pasando en aquel lugar, aquel pobre diablo probablemente sería algún mandado del rey impostor que, en su torre de marfil, dejaba que simples jornaleros cargaran con toda la ira del populacho; si en las universidades de Lunargenta se enseñase “nobleza” lo que estaba haciendo el tipo que estaba encargado de cazar sería la primera lección.
El mercenario continuó en silencio, el cual solo era roto por los gemidos de dolor del herido y el suave murmullo de la brisa nocturna, por el contrario el padre de familia avanzó un par de pasos, con el garrote bien afianzado entre sus manos, dispuesto a combatir a aquel intruso que había osado en meterse donde no le llamaban, dispuesto a luchar por su familia. - ¡Solo queremos vivir tranquilos! ¡Vivir dignamente!
La esposa del aldeano lo agarró del hombro y trató de arrastrarle de nuevo al interior de su vivienda, pero este se zafó y encaró al joven recién llegado. Eltrant como toda respuesta, llevó su mano hasta la empuñadura de su espada y la desenvaino lentamente, el frio brillo del metal iluminó tenuemente la escena, o pareció hacerlo, pues el campesino palideció de inmediato al ver el arma en manos del mercenario.
- No me tomes a mal, no me opongo a las rebeliones, siempre que haya motivos para hacerlas– Eltrant avanzó un par de pasos con la espada firmemente sujeta– El poder en malas manos debe ser detenido, eso es una obviedad, nadie sale ganando cuando un tirano está al mando, bueno, quizás el propio tirano, pero por eso mismo hay que derrocarle ¿Cierto? – Esbozó una ligera sonrisa y se paró a escasos metros del campesino para dejar caer su espada sobre su propio hombro – Sin embargo, siempre que te plantees enfrentarte a algún rey al que derrocar, a uno de sus lacayos… – El mercenario miró fugazmente al guarda herido, que acaba de salir debajo de su caballo –…O a un simple mercenario – El mencionado sonrió y apuntó con la espada bastarda que tenía como arma al pecho del aldeano – Pregúntate a ti mismo. ¿Qué tengo que perder?
La suerte estaba echada, si aquel tipo trataba de lanzarse contra él no le sería muy complicado deshacerse de él, obviamente no iba a matarle, con desarmarle seria suficiente, pero si era cierto que el otro, el herido, era parte de las huestes del “rey”, ayudarle no le iba a venir nada mal.
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Solo el portador de la espada bastarda se podía librar del embrujo que causaba el filo de su espada sobre los otros hombres. El campesino, padre de dos hijos, no podía dejar de mirar la espada del mercenario pues del movimiento que ella hiciera dependería su vida; la mujer tampoco podía dejar de mirarla temerosa por la vida de su marido; los niños, quienes jamás habían visto una espada tan de cerca y que en otra ocasión sería posible que la hubieran contemplado con cierta admiración, estaban acobardados del arma y aun así, no dejaban de vigilarla; en el último lugar, Freed tampoco podía apartar sus ojos de la espada pues era consciente de que ella le había salvado la vida.
El campesino, sin mediar palabra, dio unos pasos hacia atrás separándose lentamente de la espada que no podía dejar de ver. Al mismo tiempo, su mujer se separaba del umbral de la puerta para dejarlo a él pasar. Esa pareja, sin saberlo, ya se habían convertido en los próximos Cuelliflojos. Cuando volviese junto a sus compañeros , Freed les daría el número de la casa y, antes de que la luna caiga, marido y mujer estarán en el calabozo esperando a la horca.
Podía sentir piedad de los aldeanos si es que ellos se merecían tenerla, pero, con el ataque que había recibido a traición, ya se había dado cuenta de lo que le decían sus compñaeros de la guardia: “Ningún Cuelliflojo se merece piedad.” Se sentía como un estúpido, tantas veces que había discutido con los otros guardias sobre aquel mismo tema y ahora, su pierna era prueba definitiva que los aldeanos no merecen el más mínimo respeto.
-¡Más os vale escondéos bajo un agujero antes que os encuentre cuando regrese!- Gritó Fredd a la puerta ya cerrada. –No sabéis que habéis hecho.- Volvió a girtar pero esta vez de puro dolor. Los huesos de su pierna se habían partido por el golpe del garrote. -¡Ayúdame, bendito seas!- Suplicó Fredd entre lágirmas a la vez que intentaba apartar el caballo muerto de encima suya.
El campesino, sin mediar palabra, dio unos pasos hacia atrás separándose lentamente de la espada que no podía dejar de ver. Al mismo tiempo, su mujer se separaba del umbral de la puerta para dejarlo a él pasar. Esa pareja, sin saberlo, ya se habían convertido en los próximos Cuelliflojos. Cuando volviese junto a sus compañeros , Freed les daría el número de la casa y, antes de que la luna caiga, marido y mujer estarán en el calabozo esperando a la horca.
Podía sentir piedad de los aldeanos si es que ellos se merecían tenerla, pero, con el ataque que había recibido a traición, ya se había dado cuenta de lo que le decían sus compñaeros de la guardia: “Ningún Cuelliflojo se merece piedad.” Se sentía como un estúpido, tantas veces que había discutido con los otros guardias sobre aquel mismo tema y ahora, su pierna era prueba definitiva que los aldeanos no merecen el más mínimo respeto.
-¡Más os vale escondéos bajo un agujero antes que os encuentre cuando regrese!- Gritó Fredd a la puerta ya cerrada. –No sabéis que habéis hecho.- Volvió a girtar pero esta vez de puro dolor. Los huesos de su pierna se habían partido por el golpe del garrote. -¡Ayúdame, bendito seas!- Suplicó Fredd entre lágirmas a la vez que intentaba apartar el caballo muerto de encima suya.
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Tres lágrimas cruzaron la tez de Frea. La primera vino del ojo derecha, en ella se veía toda la tristeza e impotencia que sentía al no poder hacer nada por todos los ahorcados. La segunda vino por el ojo izquierdo, esa lágrima nacía de la empatía hacia la mujer con la medalla de Terpoli; las dos eran luchadoras en un campo de muertos. Y la última, cuyo origen volvía ser el ojo derecho, era el fruto de su propia pesar. Se estaba sintiendo débil y se estaba odiando así misma por estar llorando. Ella era una mujer de armas tomar, valiente y fuerte de corazón como ninguna otra mujer lo había sido en la aldea. Pero eso terminó al mismo tiempo que la primera de las tres lágrimas cruzó su fina y blanca tez.
Los otros miembros de la pequeña compañía de aldeanos miraron extrañados a las dos mujeres, se preguntaban quién era la recién llegada y que podría haberle dicho a Frea para que ésta fuera a llorar. Gardian, el hermano menor de Frea, hizo la intención de ir hacia ella y separarla de a recién llegada. Sin embargo, sus pies se pararon cuando vio a su hermana mayor abrazando a la mujer de cabello castaño. ¿Quién era esa que era capaz de ablandar el siniestro corazón de su hermana?
-Tomaré tu palabra.- Dijo Frea mientras abrazaba a la mujer a la vez que una cuarta lágrima salía de su ojo izquierdo. -Pero déjame que te acompañe. Sé pelear. Desde pequeños, mi padre me enseñó a usar la espada, también a mi hermano Gardian. Déjame acompañarte donde quiera que vayas.-
-Frea.- Sin esperar más, Gardian dio el paso que antes no se atrevió al ver a su hermana abrazando a la otra mujer. – Es la hora, los recaudadores estarán haciendo su ronda. ¡Debemos detenerlos!-
-Ella luchó en Terpoli.- Contestó a su hermano a la vez que se separaba del abrazo de la mujer. - Me ha dicho que el Rey que ha venido a la aldea no es el auténtico, que es uno falso y que ella se ocupará de salvarnos. ¿Verdad que nos salvarás?- Miró directamente a los ojos de la recién llegada.
-No me importa quién sea ella. ¡Teníamos un plan Frea! No puedes echarlo a perder por una simple mujer, en la aldea y cientos de mujeres que depende de lo que hagamos esta noche.-
Frea enmudeció, sabía que su hermano pequeño tenía razón, a él le encantaba tener razón en todo. Pero Alanna también la tenía, y Frea confiaba y se identificaba con ella. -¿Qué hacemos?- Preguntó a la mujer de pelo castaño a la vez que la quinta lágrima nacía de su ojo derecho.
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* Eltrant Tale: La salud de Freed es lo primero. Ayúdale en lo que te pida y llevale junto a sus compañeros. Su pierna herida servirá como “llave” para codearte entre los guardias sin parecer sospechoso.
* Alanna Delteria: Has calmado las ansias de venganza de Frea, pero el resto sigue reclamando la sangre de los guardias del Rey, en especial de aquellos que su trabajo es recaudar el diezmo. Tuya es la decisión de liderar la rebelión junto con Frea o calmar a los demás.
Última edición por Sigel el Sáb 26 Mar - 10:19, editado 1 vez
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Cuando las últimas palabras salieron de sus labios, Alanna sintió unos brazos apresurados, unas manos temblorosas y unos murmullos atragantados que la rodeaban. La mujer, que había atendido a sus palabras con clara atención, había cedido a la soledad, al miedo, al dolor y a la calma incierta que, finalmente, le daba ese pequeño haz de esperanza en el que Alanna se había convertido para ella.
Con la duda en sus ojos, la Gata devolvió el abrazo, intentando tranquilizar a la mujer, cuando ni siquiera ella misma estaba totalmente segura de lo que había dicho o los siguientes pasos a seguir, la duda luchaba por reflejarse en su rostro calmo, oculto en el pelo de la mujer que parecía haber encontrado un faro en medio de una tormenta en mar revuelto.
La voz segura de la mujer, hizo que Alanna volviera a centrarse, no en el futuro inmediato, sino en el presente, donde una rebelión estaba a pocos minutos de poner en jaque la vida de muchas personas que no tenían la culpa del destino que, en suerte, les había tocado vivir.
No tuvo tiempo de responder a su petición cuando la voz de un muchacho la advirtió de que no estaban solas. Frea, como parecía llamarse la mujer con la que había estado hablando, se giró a hablar con el chico, más joven que ella, eso era claro, tenaz, sin duda, pero temeroso. La presencia de Alanna, parecía haber dividido a los hermanos, el joven, aventurero, parecía dispuesto a lanzarse al ataque sin plan alguno de acción, la hermana, ya en calma, por las palabras de la guardia, daba la impresión de dudar entre uno y otro. Era momento de tomar el mando, aunque no fuera a ser fácil.
Frea ya había dado un dato que la acreditaba como alguien en quien confiar, su participación en la batalla de Terpoli, su nombramiento de heroína de guerra, le daba una oportunidad de ser convincente, eso y su amplia experiencia tratando con gentes de toda clase era lo único en lo que podía confiar en ese momento. La duda era, ¿cómo guiarlos, qué era lo que quería, qué era lo mejor? ¿Iniciar una guerra que tendría perdidas o destruir al rival desde dentro? Había estado en ambos casos, y tenía clara cual de las dos opciones provocaba menos muertes, pero ¿cómo hacérselo ver a quienes nunca habían estado en una guerra?
Alanna se armó de valor, y tomó aire, dando un ligero apretón a la mano de la mujer que, en ese momento, era su mayor apoyo en ese claro, y para quien ella se había vuelto su mayor esperanza, y, con calma, una tranquilidad propia únicamente de quien ha visto las peores muertes, y de quien ha arrebatado vidas, comenzó a hablar.
- No se quienes sois, muchos me acusaréis de metomentodo, de desentendida, de que no vivo lo que vosotros vivís, de que no entiendo vuestras perdidas, y, probablemente, tengáis razón en todo.- comenzó notando la extrañeza en las caras de los presentes.- No entiendo vuestra situación, pero he vivido similares, no he perdido a las mismas personas que vosotros, no he conocido a vuestros hermanos, padres, madres, maridos o mujeres, pero he perdido a gente, he perdido a mi madre y a mi hermana, y a mi padre lo perdí incluso antes que a ellas- confesó sin faltar a la verdad en una sola de sus palabras.- No entiendo vuestra lucha, pero si lo que es luchar. He visto a hombres más grandes que la mitad de vosotros caer rendidos en el campo de batalla, he visto a mujeres morir de hambre, he visto la sangre derramarse por la tierra y yo misma he derramado parte de esa sangre, perdiendo, a cambio, parte de la mía.- Siguió explicando, notando la atención del público centrada en ella.- No os conozco, pero conozco la guerra, conozco el sufrimiento de las familias que se quedan atrás. Estoy segura de que muchos de vosotros aun tenéis a gente en el pueblo que os necesita, un hermano, una abuela, una hija, ¿qué será de ellos, si os pierden? Lo que pretendéis, es noble, es valiente, pero es un suicido. - dijo mientras la luz de la hoguera iluminaba sus ojos, lloros. Estaba hablando demasiado, los recuerdos la asaltaban, desde los de su familia hasta los campos de Térpoli, con los cadáveres desparramados- Yo se lo que es sufrir, al igual que lo sabéis vosotros, no pretendo competir en dolor, ni mucho menos, pero he visto los estragos de las luchas, el dolor de la perdida, la tierra y los cultivos empapados en el carmesí de la sangre, el último latir de un corazón y el último aliento de un cuerpo. No quiero que eso suceda aquí.- Pidió notando una ligera rotura en la voz que intentó controlar.- Tengo apenas 20 años, y ya he visto demasiada sangre, me prometí a mi misma que intentaría que muriese cuanta menos gente posible. Cuando me llegó esta nota pidiéndome venir, no entendí que quería, no se quien la escribió, pero si puedo evitar que muráis en vano, lo evitaré, vuestras familias no quieren veros morir, ni yo tampoco. - dijo mostrando la nota en alto- Por favor, se que es difícil, pero no podéis actuar a lo loco, lanzaros sin más a una batalla que sabéis perdida, eso no es una guerra, eso es suicidio. - Miró con seriedad a los presentes, que agacharon la cabeza- No me conocéis, no os pido que lo hagáis, pero permitidme ayudaros, permitidme trazar un plan.- Notó que el hermano de Frea estaba por protestar, con lentitud, se acercó a él y lo miró a los ojos, reconoció en el esa ira, esa furia y rabia que no te dejan pensar, eso que, aun en ocasiones, ella misma sentía, ese sentimiento que no traía consigo más que desgracias, y, en un susurro, se decidió a hablar con él.- Por favor, te entiendo, mi hermana fue asesinada- confesó- soy quien más comprende la rabia, el querer lanzarse al cuello del culpable, querer arrancarle las tripas y notar como el corazón deja de latir en tus manos, pero no así, no puedes lanzarte sin más, no puedes dejar sola a tu hermana, yo dejé a la mía, y me arrepiento, no cometas los errores que cometí yo.- pidió con las manos en los hombros del chico, mirándolo a los ojos.- necesito un día, dadme un día solo para encontrar un modo, se que hoy cogerán a gente, pero no permitiré que los maten, no se cómo, no aun, pero mañana de madrugada lo sabré, no voy a dejar que se derrame sangre en vano, ya no, no más.- susurró como última petición.
Había hablado mucho, tenía la boca seca, y no estaba segura de nada de lo que había dicho, pero esperaba haber evitado una lucha perdida, y ya se las apañaría para salvar a quienes atraparan, esa había sido la última noche de terror que sufría la aldea, ni una gota más de sangre inocente iba a ser derramada, no en su presencia, no mientras pudiera evitarlo.
Con la duda en sus ojos, la Gata devolvió el abrazo, intentando tranquilizar a la mujer, cuando ni siquiera ella misma estaba totalmente segura de lo que había dicho o los siguientes pasos a seguir, la duda luchaba por reflejarse en su rostro calmo, oculto en el pelo de la mujer que parecía haber encontrado un faro en medio de una tormenta en mar revuelto.
La voz segura de la mujer, hizo que Alanna volviera a centrarse, no en el futuro inmediato, sino en el presente, donde una rebelión estaba a pocos minutos de poner en jaque la vida de muchas personas que no tenían la culpa del destino que, en suerte, les había tocado vivir.
No tuvo tiempo de responder a su petición cuando la voz de un muchacho la advirtió de que no estaban solas. Frea, como parecía llamarse la mujer con la que había estado hablando, se giró a hablar con el chico, más joven que ella, eso era claro, tenaz, sin duda, pero temeroso. La presencia de Alanna, parecía haber dividido a los hermanos, el joven, aventurero, parecía dispuesto a lanzarse al ataque sin plan alguno de acción, la hermana, ya en calma, por las palabras de la guardia, daba la impresión de dudar entre uno y otro. Era momento de tomar el mando, aunque no fuera a ser fácil.
Frea ya había dado un dato que la acreditaba como alguien en quien confiar, su participación en la batalla de Terpoli, su nombramiento de heroína de guerra, le daba una oportunidad de ser convincente, eso y su amplia experiencia tratando con gentes de toda clase era lo único en lo que podía confiar en ese momento. La duda era, ¿cómo guiarlos, qué era lo que quería, qué era lo mejor? ¿Iniciar una guerra que tendría perdidas o destruir al rival desde dentro? Había estado en ambos casos, y tenía clara cual de las dos opciones provocaba menos muertes, pero ¿cómo hacérselo ver a quienes nunca habían estado en una guerra?
Alanna se armó de valor, y tomó aire, dando un ligero apretón a la mano de la mujer que, en ese momento, era su mayor apoyo en ese claro, y para quien ella se había vuelto su mayor esperanza, y, con calma, una tranquilidad propia únicamente de quien ha visto las peores muertes, y de quien ha arrebatado vidas, comenzó a hablar.
- No se quienes sois, muchos me acusaréis de metomentodo, de desentendida, de que no vivo lo que vosotros vivís, de que no entiendo vuestras perdidas, y, probablemente, tengáis razón en todo.- comenzó notando la extrañeza en las caras de los presentes.- No entiendo vuestra situación, pero he vivido similares, no he perdido a las mismas personas que vosotros, no he conocido a vuestros hermanos, padres, madres, maridos o mujeres, pero he perdido a gente, he perdido a mi madre y a mi hermana, y a mi padre lo perdí incluso antes que a ellas- confesó sin faltar a la verdad en una sola de sus palabras.- No entiendo vuestra lucha, pero si lo que es luchar. He visto a hombres más grandes que la mitad de vosotros caer rendidos en el campo de batalla, he visto a mujeres morir de hambre, he visto la sangre derramarse por la tierra y yo misma he derramado parte de esa sangre, perdiendo, a cambio, parte de la mía.- Siguió explicando, notando la atención del público centrada en ella.- No os conozco, pero conozco la guerra, conozco el sufrimiento de las familias que se quedan atrás. Estoy segura de que muchos de vosotros aun tenéis a gente en el pueblo que os necesita, un hermano, una abuela, una hija, ¿qué será de ellos, si os pierden? Lo que pretendéis, es noble, es valiente, pero es un suicido. - dijo mientras la luz de la hoguera iluminaba sus ojos, lloros. Estaba hablando demasiado, los recuerdos la asaltaban, desde los de su familia hasta los campos de Térpoli, con los cadáveres desparramados- Yo se lo que es sufrir, al igual que lo sabéis vosotros, no pretendo competir en dolor, ni mucho menos, pero he visto los estragos de las luchas, el dolor de la perdida, la tierra y los cultivos empapados en el carmesí de la sangre, el último latir de un corazón y el último aliento de un cuerpo. No quiero que eso suceda aquí.- Pidió notando una ligera rotura en la voz que intentó controlar.- Tengo apenas 20 años, y ya he visto demasiada sangre, me prometí a mi misma que intentaría que muriese cuanta menos gente posible. Cuando me llegó esta nota pidiéndome venir, no entendí que quería, no se quien la escribió, pero si puedo evitar que muráis en vano, lo evitaré, vuestras familias no quieren veros morir, ni yo tampoco. - dijo mostrando la nota en alto- Por favor, se que es difícil, pero no podéis actuar a lo loco, lanzaros sin más a una batalla que sabéis perdida, eso no es una guerra, eso es suicidio. - Miró con seriedad a los presentes, que agacharon la cabeza- No me conocéis, no os pido que lo hagáis, pero permitidme ayudaros, permitidme trazar un plan.- Notó que el hermano de Frea estaba por protestar, con lentitud, se acercó a él y lo miró a los ojos, reconoció en el esa ira, esa furia y rabia que no te dejan pensar, eso que, aun en ocasiones, ella misma sentía, ese sentimiento que no traía consigo más que desgracias, y, en un susurro, se decidió a hablar con él.- Por favor, te entiendo, mi hermana fue asesinada- confesó- soy quien más comprende la rabia, el querer lanzarse al cuello del culpable, querer arrancarle las tripas y notar como el corazón deja de latir en tus manos, pero no así, no puedes lanzarte sin más, no puedes dejar sola a tu hermana, yo dejé a la mía, y me arrepiento, no cometas los errores que cometí yo.- pidió con las manos en los hombros del chico, mirándolo a los ojos.- necesito un día, dadme un día solo para encontrar un modo, se que hoy cogerán a gente, pero no permitiré que los maten, no se cómo, no aun, pero mañana de madrugada lo sabré, no voy a dejar que se derrame sangre en vano, ya no, no más.- susurró como última petición.
Había hablado mucho, tenía la boca seca, y no estaba segura de nada de lo que había dicho, pero esperaba haber evitado una lucha perdida, y ya se las apañaría para salvar a quienes atraparan, esa había sido la última noche de terror que sufría la aldea, ni una gota más de sangre inocente iba a ser derramada, no en su presencia, no mientras pudiera evitarlo.
Última edición por Alanna Delteria el Sáb 26 Mar - 12:00, editado 1 vez
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Eltrant sonrió al ver al campesino retroceder un par de pasos, probablemente amedrentado ante la idea de ser ensartado en la espada del mercenario, segundos después de que la familia volviese al interior de su casa, el herido apremió al joven a que le ayudase a la vez que forcejaba un poco para salir de la trampa mortal en la que se había convertido su montura.
-¿Ayudarte? – Sonrió el mercenario envainando la espada – Te estas confundiendo, una cosa es dejarte morir y otra muy diferente ayudarte – Eltrant estiró brevemente los brazos y se agachó junto al herido – Si te digo la verdad… he venido aquí a matar a tu jefe, o a llevarlo ante una justicia que no esté representada por él, lo que me sea más sencillo, aunque visto el ambiente, creo que va a ser lo primero - El mercenario volvió a sonreír y, después de atusarse la barba pensativo, señaló a una de las muchas calles del pueblo en la que se encontraban – Ante la duda, me ha contratado alguno de ellos para hacer el trabajo. – El hombre, ya pálido debido al dolor, perdió el poco color que le quedaba ante la revelación del mercenario. – Supongo que es lo que pasa cuando exprimes a alguien hasta la desesperación, que toman medidas desesperadas – Encogiéndose de hombros se sentó junto a maltrecho individuo que farfullaba insultos no muy comedidos hacia su supuesto rescatador, quien se limitó a apartarle de los ojos el sudoroso flequillo – Pero antes que nada, las presentaciones, no somos bárbaros ¿Verdad? Puedes llamarme Tale ¿Tú eres…? – Fredd – Musitó el hombre enseguida, Eltrant pudo apreciar a simple vista como el guarda maldecía mentalmente a todos y cada uno de los dioses que deberían de haber estado velando por él aquel día – Encantado Fredd – El mercenario asintió y estrechó la mano del herido sin que este siquiera le diese permiso para hacerlo – Ahora a lo importante ¿Conoces algún pasadizo secreto que dé a la mansión? ¿Algo que pueda aprovechar para colarme en el castillo sin ser visto? ¿Número de soldados que tiene el regimiento que esta acuartelado en este lugar? ¿Turnos de guardia?
Minutos más tarde, mediante una mezcla entre el dolor que el hombre sentía en la pierna y cierta coacción por su parte, Eltrant se encargó de que, obedientemente, Fredd le dijese una a una todas las cosas que deseaba saber sobre el castillo que se alzaba imponente sobre la aldea.
- ¿Has visto que fácil? ¿A que no ha sido para tanto? – Eltrant volvió a sonreír al lacayo del rey y le ayudó, ahora sí, a salir de debajo del caballo. – No hay nada como ayudar a la plebe – El mercenario cargó con Fredd; que se limitó a responder un cansado “Muérete” y respiró aliviado una vez pudo, ayudado por el joven, cargar todo el peso de su cuerpo sobre la pierna buena. – Necesito ver un médico – Le dijo a su interrogador con un tonó que no ocultaba demasiado que se trataba de una súplica – No lo dudo – Contestó el séptimo de los Tale mientras, contra todo pronóstico, se acercaba a la casa del hombre que había agredido al guarda. - ¡No!-Exclamó - ¿¡Que haces?! – Preguntó ahora tratando de escapar de los brazos del castaño – Conseguirte ayuda ¿No lo ves? – Respondió esté dando tres fuertes golpes en la puerta de madera.
Al cabo de unos minutos, y no sin haber tenido que aporrear la desvencijada puerta repetidas veces para que le hiciesen caso, esta se abrió dejando entrever al hombre que había atacado a Fredd momentos antes, y tras él, un cálido interior en el cual la familia ahora estaba reunida en torno a una chimenea que, realmente, había visto mejores días.
- Cuidadle por mi ¿Vale? – Ordenó el mercenario depositando al herido delicadamente frente al asaltante. El hombre de la casa abrió los ojos sorprendido ante aquella proposición, injusta desde su punto de vista, sobre todo después de los que había acontecido apenas media hora antes, pero no dijo nada – Que no vuelva al castillo, no sé, hablad con él o algo, distraedle, pero que no vuelva – Eltrant cargó con el herido hasta el interior de la casa ignorando tanto al padre de familia, que trató de interponerse infructuosamente en el camino del joven, como a los demás integrantes de esta. Cuando lo dejó junto a los niños, cerca del fuego, para que se calentase se giró una vez más hacia los dueños del lugar – Aseguraos de que no le pase nada y mantenedlo vivo – Volvió a ordenar, vio miradas de descontento en ambas personas pero las ignoró. – Tratadlo como si fuese un hijo vuestro, un hijo con mucho pelo y que huele a alcohol. Fredd, los que casi son tus verdugos, verdugos, este es Fredd, quereos mucho y eso.
Hechas las presentaciones el mercenario asintió conforme y se dirigió a la salida de la pequeña vivienda, sin embargo no le dio tiempo a llegar mucho más lejos antes de que alguien le sujetase por el hombro – ¿Y si nos negamos a hacerlo? – Preguntó en un tono muy serio el hombre que había agredido a Fredd, mientras temblaba prácticamente de ira, Eltrant suspiró - ¿De verdad quieres arriesgarte? Sé que no tienes motivos para fiarte de mí, pero no le dejes salir, tampoco lo mates, es lo mejor que puedes hacer. –Sin decir nada más el mercenario dejó a Fredd bajo los cuidados de su nueva familia.
Una vez fuera Eltrant sintió como el frío aire nocturno le golpeaba, respiró hondo y clavó la vista en el baluarte en el que se encontraba su presa, según la información que le había dado Fredd le iba a ser muy difícil, si no imposible, entrar y salir de ahí por su propia cuenta, no obstante para cosas como aquella le pagaban, no había sobrevivido a una isla que se hundía en mitad del mar aleatoriamente para morir en una aldea perdida en mitad de la nada; aunque no podía estar ligeramente emocionado por lo que le esperaba en el interior de aquel lugar.
A pesar de toda la información que tenía, sabía que no podía jugárselo todo a una carta, no si quería conservar la cabeza sobre los hombros, y aunque conocía a muchas personas que no estarían de acuerdo con él, a Eltrant le gustaba su cabeza, quizás demasiado.
-Veamos si me sirves de algo… - Susurró sentándose en un tocón del que, por su diámetro, se podía interpretar que tiempo atrás había sido un frondoso árbol. Una vez sentado buscó durante un par de segundos en su bolsa de viaje hasta que localizó el objeto que le había vuelto un cínico insensible – Al menos sigo contando buenos chistes – Se dijo a si mismo cuándo, mientras abría el libro de tapa roja que extrajo del saco, varios recuerdos sin rostro pasaron fugazmente por sus pensamientos. – Cuéntame lo que sepas de este lugar. – Murmuró mirando una página indeterminada.
Entonces, el libro que tenía entre las manos, el manuscrito que le había quitado todo lo que le importaba, brilló tenuemente y enseguida comenzaron a aparecer letras pequeñas y resplandecientes de color doradas en sus páginas, normalmente, del color de la nieve.
Estaba claro que no iba a descubrir nada en aquel libro sobre el estado de los guardas, su armamento o dónde se encontraba el impostor en aquel momento, pero sonrió igualmente al verlo brillar. Y aunque sintió un fuerte pinchazo en el tatuaje que tenía en la espalda, no le importó; aquella cosa era realmente útil.
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Off: Subrayado Objeto Master; Libro del Sabio
-¿Ayudarte? – Sonrió el mercenario envainando la espada – Te estas confundiendo, una cosa es dejarte morir y otra muy diferente ayudarte – Eltrant estiró brevemente los brazos y se agachó junto al herido – Si te digo la verdad… he venido aquí a matar a tu jefe, o a llevarlo ante una justicia que no esté representada por él, lo que me sea más sencillo, aunque visto el ambiente, creo que va a ser lo primero - El mercenario volvió a sonreír y, después de atusarse la barba pensativo, señaló a una de las muchas calles del pueblo en la que se encontraban – Ante la duda, me ha contratado alguno de ellos para hacer el trabajo. – El hombre, ya pálido debido al dolor, perdió el poco color que le quedaba ante la revelación del mercenario. – Supongo que es lo que pasa cuando exprimes a alguien hasta la desesperación, que toman medidas desesperadas – Encogiéndose de hombros se sentó junto a maltrecho individuo que farfullaba insultos no muy comedidos hacia su supuesto rescatador, quien se limitó a apartarle de los ojos el sudoroso flequillo – Pero antes que nada, las presentaciones, no somos bárbaros ¿Verdad? Puedes llamarme Tale ¿Tú eres…? – Fredd – Musitó el hombre enseguida, Eltrant pudo apreciar a simple vista como el guarda maldecía mentalmente a todos y cada uno de los dioses que deberían de haber estado velando por él aquel día – Encantado Fredd – El mercenario asintió y estrechó la mano del herido sin que este siquiera le diese permiso para hacerlo – Ahora a lo importante ¿Conoces algún pasadizo secreto que dé a la mansión? ¿Algo que pueda aprovechar para colarme en el castillo sin ser visto? ¿Número de soldados que tiene el regimiento que esta acuartelado en este lugar? ¿Turnos de guardia?
Minutos más tarde, mediante una mezcla entre el dolor que el hombre sentía en la pierna y cierta coacción por su parte, Eltrant se encargó de que, obedientemente, Fredd le dijese una a una todas las cosas que deseaba saber sobre el castillo que se alzaba imponente sobre la aldea.
- ¿Has visto que fácil? ¿A que no ha sido para tanto? – Eltrant volvió a sonreír al lacayo del rey y le ayudó, ahora sí, a salir de debajo del caballo. – No hay nada como ayudar a la plebe – El mercenario cargó con Fredd; que se limitó a responder un cansado “Muérete” y respiró aliviado una vez pudo, ayudado por el joven, cargar todo el peso de su cuerpo sobre la pierna buena. – Necesito ver un médico – Le dijo a su interrogador con un tonó que no ocultaba demasiado que se trataba de una súplica – No lo dudo – Contestó el séptimo de los Tale mientras, contra todo pronóstico, se acercaba a la casa del hombre que había agredido al guarda. - ¡No!-Exclamó - ¿¡Que haces?! – Preguntó ahora tratando de escapar de los brazos del castaño – Conseguirte ayuda ¿No lo ves? – Respondió esté dando tres fuertes golpes en la puerta de madera.
Al cabo de unos minutos, y no sin haber tenido que aporrear la desvencijada puerta repetidas veces para que le hiciesen caso, esta se abrió dejando entrever al hombre que había atacado a Fredd momentos antes, y tras él, un cálido interior en el cual la familia ahora estaba reunida en torno a una chimenea que, realmente, había visto mejores días.
- Cuidadle por mi ¿Vale? – Ordenó el mercenario depositando al herido delicadamente frente al asaltante. El hombre de la casa abrió los ojos sorprendido ante aquella proposición, injusta desde su punto de vista, sobre todo después de los que había acontecido apenas media hora antes, pero no dijo nada – Que no vuelva al castillo, no sé, hablad con él o algo, distraedle, pero que no vuelva – Eltrant cargó con el herido hasta el interior de la casa ignorando tanto al padre de familia, que trató de interponerse infructuosamente en el camino del joven, como a los demás integrantes de esta. Cuando lo dejó junto a los niños, cerca del fuego, para que se calentase se giró una vez más hacia los dueños del lugar – Aseguraos de que no le pase nada y mantenedlo vivo – Volvió a ordenar, vio miradas de descontento en ambas personas pero las ignoró. – Tratadlo como si fuese un hijo vuestro, un hijo con mucho pelo y que huele a alcohol. Fredd, los que casi son tus verdugos, verdugos, este es Fredd, quereos mucho y eso.
Hechas las presentaciones el mercenario asintió conforme y se dirigió a la salida de la pequeña vivienda, sin embargo no le dio tiempo a llegar mucho más lejos antes de que alguien le sujetase por el hombro – ¿Y si nos negamos a hacerlo? – Preguntó en un tono muy serio el hombre que había agredido a Fredd, mientras temblaba prácticamente de ira, Eltrant suspiró - ¿De verdad quieres arriesgarte? Sé que no tienes motivos para fiarte de mí, pero no le dejes salir, tampoco lo mates, es lo mejor que puedes hacer. –Sin decir nada más el mercenario dejó a Fredd bajo los cuidados de su nueva familia.
Una vez fuera Eltrant sintió como el frío aire nocturno le golpeaba, respiró hondo y clavó la vista en el baluarte en el que se encontraba su presa, según la información que le había dado Fredd le iba a ser muy difícil, si no imposible, entrar y salir de ahí por su propia cuenta, no obstante para cosas como aquella le pagaban, no había sobrevivido a una isla que se hundía en mitad del mar aleatoriamente para morir en una aldea perdida en mitad de la nada; aunque no podía estar ligeramente emocionado por lo que le esperaba en el interior de aquel lugar.
A pesar de toda la información que tenía, sabía que no podía jugárselo todo a una carta, no si quería conservar la cabeza sobre los hombros, y aunque conocía a muchas personas que no estarían de acuerdo con él, a Eltrant le gustaba su cabeza, quizás demasiado.
-Veamos si me sirves de algo… - Susurró sentándose en un tocón del que, por su diámetro, se podía interpretar que tiempo atrás había sido un frondoso árbol. Una vez sentado buscó durante un par de segundos en su bolsa de viaje hasta que localizó el objeto que le había vuelto un cínico insensible – Al menos sigo contando buenos chistes – Se dijo a si mismo cuándo, mientras abría el libro de tapa roja que extrajo del saco, varios recuerdos sin rostro pasaron fugazmente por sus pensamientos. – Cuéntame lo que sepas de este lugar. – Murmuró mirando una página indeterminada.
Entonces, el libro que tenía entre las manos, el manuscrito que le había quitado todo lo que le importaba, brilló tenuemente y enseguida comenzaron a aparecer letras pequeñas y resplandecientes de color doradas en sus páginas, normalmente, del color de la nieve.
Estaba claro que no iba a descubrir nada en aquel libro sobre el estado de los guardas, su armamento o dónde se encontraba el impostor en aquel momento, pero sonrió igualmente al verlo brillar. Y aunque sintió un fuerte pinchazo en el tatuaje que tenía en la espalda, no le importó; aquella cosa era realmente útil.
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Eltrant Tale
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Cuando el hombre, que a primeras le había salvado la vida para luego condenarsela al entregarle a los Cuelliflojos, se fue del hogar de quien le había querido matar, no puedo reprimir el echar una mirada de odio hacia la puerta ya cerrada y hacia todos los que se encontraban alrededor de la chimenea. Necesitaba un médico, en especial uno que Freed, desgraciadamente conocía bastante bien. Su nombre era Bono, era el encargado de sanar las heridas de los guardias. A Freed nunca le cayó en gracia a aquel médico; eran de los que preferían sanar a los suyos y ver morir al resto que gastar sus medicinas con todo el mundo. Aunque, visto de ese modo, después de lo que le había pasado a su pierna debería tener cierta consideración con aquel brujo. Sin embargo, aun así, Bono tenía algo que no le hacía una persona de fiar. Inteligente, sí, pero no de confianza.
Freed introdujo su mano en el bolsillo derecho, los Cuelliflojos no dejaban de vigilarle por saber qué era lo que iba a hacer, tal vez pensasen que iría a sacar un arma de allí con el que poder matar a todos mágicamente. Nada más lejos de la realidad. El guardia, simplemente, aplastó una piedra de tierra que le dio Bono. Ahora el brujo sabría dónde estaba y en qué situación se encontraba. Freed solo esperaba que, para Bono, él fuera una de las personas que se merecen ser sanadas.
Freed introdujo su mano en el bolsillo derecho, los Cuelliflojos no dejaban de vigilarle por saber qué era lo que iba a hacer, tal vez pensasen que iría a sacar un arma de allí con el que poder matar a todos mágicamente. Nada más lejos de la realidad. El guardia, simplemente, aplastó una piedra de tierra que le dio Bono. Ahora el brujo sabría dónde estaba y en qué situación se encontraba. Freed solo esperaba que, para Bono, él fuera una de las personas que se merecen ser sanadas.
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Las letras doradas brillaban en las páginas del libro de la misma manera que las estrellas brillaban en la inmensidad de la noche. Las palabras aparecían y desaparecían como una sutil bruma de invierno; daba la impresión de que el propio libro no se ponía de acuerdo en lo que debía mostrar. Las letras se unían, mostraban unas palabras que a duras penas se podía entender lo que ponía y, tras esto, se separaban de nuevo.
Tras un momento de indecisión, las letras doradas levitaron y salieron de sus páginas. Lo que querían mostrar no se podía contar con palabras. Cada letra se unió en frente del mercenario hasta formar una maqueta que imitaba a la pequeña aldea, las L eran las esquinas de cada edificio, las I eran paredes, las A los tejados, las C estaban inclinadas de forma que representaban las montañas de los alrededores, etc. Una vez terminada la aldea de letras doradas, otras se unieron a la estructura, W, D, F… Bajo de unas pocas casas de las aldeas había un pasadizo que las conectaba con la mansión donde había un Rey representado con la letra K.
De repente, las letras descendieron de golpe hacia las páginas donde fueron escritas. Cada una de ellas: las L de las esquinas, las I de las paredes, las A de los tejados… Formaron aquellas frases que al principio no se ponían de acuerdo al escribirlas:
Tras un momento de indecisión, las letras doradas levitaron y salieron de sus páginas. Lo que querían mostrar no se podía contar con palabras. Cada letra se unió en frente del mercenario hasta formar una maqueta que imitaba a la pequeña aldea, las L eran las esquinas de cada edificio, las I eran paredes, las A los tejados, las C estaban inclinadas de forma que representaban las montañas de los alrededores, etc. Una vez terminada la aldea de letras doradas, otras se unieron a la estructura, W, D, F… Bajo de unas pocas casas de las aldeas había un pasadizo que las conectaba con la mansión donde había un Rey representado con la letra K.
De repente, las letras descendieron de golpe hacia las páginas donde fueron escritas. Cada una de ellas: las L de las esquinas, las I de las paredes, las A de los tejados… Formaron aquellas frases que al principio no se ponían de acuerdo al escribirlas:
“Un pequeño y travieso pájaro ruiseñor
Endulza los corazones y anima las almas
Celoso, el viejo bosque le ha robado la voz
Pobre pájaro ruiseñor, ahora los corazones están en pena”
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Endulza los corazones y anima las almas
Celoso, el viejo bosque le ha robado la voz
Pobre pájaro ruiseñor, ahora los corazones están en pena”
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El muñeco de paja se apagó al mismo tiempo que lo hizo fuego que vivía en cada uno de los corazones llenos de ira y miedo de los aldeanos que se habían reunido entorno al nogal. La recién llegada tenía razón, si atacaban a los guardias, por muy buena que sea la causa, ellos acabarían muriendo en una batalla que ya habían perdido antes de comenzarla. Todos comenzaron a sentir un gran apego hacia la mujer de pelo castaño, al igual que Frea al principio, todos los vieron como su salvadora, como si los propios Dioses la habían traído solo para ellos. Todos a excepción de Gardian, él no dejaba de preguntarse como una persona, una única mujer, podría prometer hacer cosas que el pueblo entero no ha podido conseguir. Él, a diferencia de sus vecinos, se imaginaba a Alanna como una enviada de los propios demonios. Sospechaba del sumo interés que tenía para interrumpir los planes que él mismo había formado. Pese a ello, si su hermana confiaba a ella, Gardian no tenía otra opción que joderse y asentir a lo que dijera Frea. Él solo no hubiera podido reunir a nadie aquella noche ni mucho menos hubiera podido llevar todas esas espadas al cobertizo. Frea era el alma de la familia, el corazón puro y valiente capaz de hacer ver a sus vecinos lo mal que lo estaban pasando solo con unas pocas palabras. Gardian, era todo lo contrario, un hombre con el corazón partido al que nadie llegaba a confiar su vida.
-Creo que los demás estarán de acuerdo conmigo cuando te diga que tienes nuestra ayuda para lo que necesites.- Dijo Frea al darse cuenta que de los ojos de sus vecinos salían las mismas lágrimas que le salieron a ella minutos antes. – En los últimos días hemos podido acumular unas pocas espadas, también tenemos armaduras pero son tan débiles que más te vale estar desnuda que cubrirte con una de ellas.- Después de tres días de la muerte de su marido, Frea volvió a bromear y a sonreír como lo hacía antes. Todo se lo debía a la esperanza que Alanna había instaurado en ella.
-Recuerda hablarle de la Ruta Roja.- Interrumpió Gardian mirando directamente a los ojos de su hermana mayor. – No podrá entrar en la ciudad si no se lo decimos.-
Frea dirigió su mirada a todos los allí presentes buscando el permiso de sus convecinos; lo encontró. - Sígueme Alanna, tengo una cosa que enseñarte.-
A unos metros detrás del nogal donde minutos antes ardía el espantapájaros disfrazado de guardia se encontraba lo que a simple vista daba la impresión de ser una letrina. Frea la abrió y allí se descubrió el mayor secreto de los habitantes de la aldea: unas escaleras que bajaban hacia una especie de pasadizo subterráneo.
-Llevamos una semana trabajando en el túnel.- Confesó Frea. - Ahora mismo lo usamos para entrar y salir de la aldea sin ser vistos por los guardias, pero en un futuro tenemos pensado que sirva como vía de escape para rescatar a aquellos que no puedan pagar el diezmo. Lo llamamos la Ruta Roja. – Sonrió de nuevo, esta vez, no porque hubiera hecho ninguna broma, sino por puro orgullo de lo que había conseguido hacer. - Ven, sígueme, te llevaré dentro. Es fácil perderse dentro si no tienes a alguien que te guíe.-
Todos pudieron escuchar cómo, a lo lejos del nogal, unos caballos corrían a gran velocidad. Ninguno tuvo la menor duda que se trataba de la guardia, de una manera u otra les habían descubierto y tenía que esconderse. No podían entrar todos a la vez dentro de la Ruta Roja, incluso dentro de ella, bajo tierra, debían de tener precaución de que los guardias de la superficie no les escuchasen.
-Creo que los demás estarán de acuerdo conmigo cuando te diga que tienes nuestra ayuda para lo que necesites.- Dijo Frea al darse cuenta que de los ojos de sus vecinos salían las mismas lágrimas que le salieron a ella minutos antes. – En los últimos días hemos podido acumular unas pocas espadas, también tenemos armaduras pero son tan débiles que más te vale estar desnuda que cubrirte con una de ellas.- Después de tres días de la muerte de su marido, Frea volvió a bromear y a sonreír como lo hacía antes. Todo se lo debía a la esperanza que Alanna había instaurado en ella.
-Recuerda hablarle de la Ruta Roja.- Interrumpió Gardian mirando directamente a los ojos de su hermana mayor. – No podrá entrar en la ciudad si no se lo decimos.-
Frea dirigió su mirada a todos los allí presentes buscando el permiso de sus convecinos; lo encontró. - Sígueme Alanna, tengo una cosa que enseñarte.-
A unos metros detrás del nogal donde minutos antes ardía el espantapájaros disfrazado de guardia se encontraba lo que a simple vista daba la impresión de ser una letrina. Frea la abrió y allí se descubrió el mayor secreto de los habitantes de la aldea: unas escaleras que bajaban hacia una especie de pasadizo subterráneo.
-Llevamos una semana trabajando en el túnel.- Confesó Frea. - Ahora mismo lo usamos para entrar y salir de la aldea sin ser vistos por los guardias, pero en un futuro tenemos pensado que sirva como vía de escape para rescatar a aquellos que no puedan pagar el diezmo. Lo llamamos la Ruta Roja. – Sonrió de nuevo, esta vez, no porque hubiera hecho ninguna broma, sino por puro orgullo de lo que había conseguido hacer. - Ven, sígueme, te llevaré dentro. Es fácil perderse dentro si no tienes a alguien que te guíe.-
Todos pudieron escuchar cómo, a lo lejos del nogal, unos caballos corrían a gran velocidad. Ninguno tuvo la menor duda que se trataba de la guardia, de una manera u otra les habían descubierto y tenía que esconderse. No podían entrar todos a la vez dentro de la Ruta Roja, incluso dentro de ella, bajo tierra, debían de tener precaución de que los guardias de la superficie no les escuchasen.
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* Eltrant Tale: Encuentra el pasadizo subterráneo que el libro te ha mostrado. En este momento no posees los conocimientos necesarios para resolver el acertijo del pájaro ruiseñor, pero no debes olvidarlo. Gracias a tu gran idea de dejar a Freed solo con la familia de aldeanos, él ha podido llamar a los otros guardias. La aldea estará plagada de gente armada y estarán deseosos de venganza.
* Alanna Delteria: Te has ganado el reconocimiento de los aldeanos, como agradecimiento, te muestran su mayor de los secretos: La Ruta Roja. Usaras el túnel para entrar la aldea, pero debes de ser precavida, los túneles no son demasiado profundos y la noche es muy silenciosa. Los guardias pueden descubrirte si no caminas con cuidado.
* Ambos: Cuando finalice este turno debéis lanzar las runas para comprobar que habéis podido pasar inadvertidos entre los guardias.
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
La calma recorrió a la guardia en cuanto, al dejar de hablar, vio las caras calmadas de los aldeanos, parecía que la ira que ardía, demasiado caliente en sus corazones, había reducido su potencia, sustituida por una calma que hablaba de resignación, una resignación que, esta vez, podía sustituir esa llama airada por la flama de la esperanza, aun débil, pero ya visible.
La gente ya no quería lanzarse a la desesperada, con mucho ruido y pocas nueces, no querían perder la vida en una lucha imposible de vencer incluso antes que empezar. No, ya no, ahora preferían esperar, confiaban en Alanna, y ella, no solo como guardia que debía limpiar el nombre de los suyos y de su soberano, si no como persona que siente y empatiza, iba a lograr devolverles la aldea a sus aldeanos, los auténticos propietarios de esta desde el principio.
Sonrió suspirando, nunca imaginó que una simple conversación pudiera resultar tan agotadora y sentía que el hermano de Frea no acababa de confiar en ella, pero no necesitaba que confiasen, solo que le permitieran actuar, debía buscar el modo de salvar a toda esa gente. Se giró al oír la voz de Frea, y sonrió ante su broma, parecía que la mujer de ojos mortecinos que había visto al dar su primer paso dentro del claro había desaparecido y había sido sustituida por una persona alegre, fuerte y con un agudo sentido del humor, el tipo de persona con quienes Alanna hacía amistad con facilidad.
La siguiente voz que escuchó fue la del el hermano de la mujer, que hablaba de algo llamado, la "Ruta roja", con ceño fruncido, Alanna siguió a la mujer mientras escuchaba su explicación, al parecer llevaban tiempo construyendo una secuencia de tuneles subterráneos por los que moverse de modo seguro por la aldea sin ser descubiertos por los guardias. La idea no podía ser más ingeniosa y útil, incluso, si lo alargaban algo más, podrían llegar a llevarlo hasta el patíbulo y lograr que los acusados desaparecieran frente a los ojos del mismo asesino.
Sonrió ante el ingenio de los aldeanos, era extraño ver a granjeros o campesinos que se interesaran en ese tipo de ingenierías, más allá de la construcción de graneros, pero estaba claro que el hambre agudizaba el ingenio y que, en ese momento, la aldea no era más que una selva, donde o comes, o te comen, de algún modo se las tenían que haber ingeniado para sobrevivir, y visto lo visto, tenían inteligencia de sobra como para deshacerse del problema por su cuenta, solo necesitaba un empujón que hiciera que enfriasen su cabeza, demasiado embotada y cercana a los problemas que sufrían como para ver las cosas de modo objetivo.
Iba a comentar la gran idea que le parecían los túneles cuando el sonido de cascos comenzó a escucharse cada vez más cerca, el pánico comenzó a cundir en el claro, los presentes empezaron a removerse, era la guardia, eso estaba claro por la reacción que habían tenido, no podían quedarse allí, al menos, no ellos.
- Frea, escondeos todos- susurró- los que podáis salir por los tuneles, hacedlo.- pidió tomando por los brazos a la mujer.
- ¿Y tu? ¿Qué harás?- preguntó la aldeana, preocupada.
- A mi no me conocen, no saben quien soy, bien puedo ser una viajera perdida.- explico con prisas.- toma, llévate esta carta y quemala, que no la encuentren en tu poder.- le instó entregándole la carta que le había mostrado en un primero momento y la mujer había sido incapaz de leer.- salid de aquí, arboles, túnel, arbustos, donde sea, pero largaos, yo les saldré al paso.- pidió abandonando el lugar, y tomando su caballo.
Subió a su montura y, tras dar un último vistazo al claro, que ya parecía vacío, azuzó al animal a que se moviera y ella se dejó caer sobre el animal, fingiendo estar cansada y desvalida, ni los peores hombres desconfían de una mujer, mucho menos si parece débil, y Alanna sabía muy bien como parecer una damisela en apuros. Su delgadez ayudaba, y las manchas de sudor, tierra y cenizas que el camino y los últimos acontecimientos le habían proporcionado no hacían sino acrecentar su coartada.
Escondió bien sus armas en sus botas y en el pecho, y dejó avanzar al caballo, dejándose caer sobre su grupa, con ojos cerrados, fingiendo respirar con dificultad. Pronto notó las ramas pasarle por encima, y el sonido de cascos justo frente a ella, que se detenía de repente, probablemente, observándola. Claramente no era normal ver un caballo tan bueno y bien cuidado por esa zona, y aun con el viaje, la capa y la ropa de Alanna se veía de buena calidad, mejor que la de un aldeano medio.
Su caballo se detuvo y otro se acercó a ella, sintió que las riendas se movían frente a ella, y pensó que era momento de seguir con el teatro, abrió los ojos fingiendo dificultad, dejando los párpados semicerrados, y sonrió al soldado que apareció ante ella, lanzando un suspiro que parecía aliviado al tiempo que falsas lágrimas resbalaban de sus ojos y un "gracias a los dioses" escapaba susurrado de sus labios.
- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?- preguntó la voz cruda del tipo a su frente.
- Mi nombre es Alanna.- susurró fingiendo tener la garganta seca, sin alzar la cabeza del caballo, dirigiendo una mirada de falso agradecimiento que nadie pensaría falsa.- iba de camino a Vulwulfar, pero intentaron asaltarme, conseguí huir, pero mi sentido de la orientación es pésimo y mis fuerzas escasas, llevo dos días dando vueltas...- dijo agarrotando su voz para que pareciera seca y asustada por los recuerdos, dejando que sus ojeras, su delgadez y su aspecto delicado hablaran por ella- pensaba que iba a morir, suerte que Felix ha encontrado este lugar.- murmuró bajando la mirada, pareciendo desvalida.- Gracias, me ha salvado usted- susurró alzando nuevamente la mirada al hombre, y sonriendo con envidiable dulzura, notando un leve sonrojo en las mejillas del guardia.
Por experiencia sabía que, en esas ocasiones, cuantas menos explicaciones se dieran, más creíbles serían las mentiras, y cuanto menos se mintiera dentro de estás, más confiaba la gente en quien las contaba, ella, por su trabajo, era una auténtica experta mintiendo, y captando mentiras ajenas, no por nada había sido entrenada para sonsacar información sin causar una sola gota de sangre, sus actuaciones, sus gestos, sus palabras e incluso sus ojos, brillaban denotando una languidez, una debilidad que incluso el más perspicaz creerían ciertos.
De haber podido habría sonreído, satisfecha con su impecable actuación, pero en ese instante, no podía permitirse mostrar nada que no fuera debilidad, incluso quien la conociera, habría creído su actuación, y el sonrojo del guardia mostraba que, en el también estaba surtiendo efecto, ¿pero bastaría con eso o tendría que acabar por sacar las dagas que escondía entre sus pechos?
La gente ya no quería lanzarse a la desesperada, con mucho ruido y pocas nueces, no querían perder la vida en una lucha imposible de vencer incluso antes que empezar. No, ya no, ahora preferían esperar, confiaban en Alanna, y ella, no solo como guardia que debía limpiar el nombre de los suyos y de su soberano, si no como persona que siente y empatiza, iba a lograr devolverles la aldea a sus aldeanos, los auténticos propietarios de esta desde el principio.
Sonrió suspirando, nunca imaginó que una simple conversación pudiera resultar tan agotadora y sentía que el hermano de Frea no acababa de confiar en ella, pero no necesitaba que confiasen, solo que le permitieran actuar, debía buscar el modo de salvar a toda esa gente. Se giró al oír la voz de Frea, y sonrió ante su broma, parecía que la mujer de ojos mortecinos que había visto al dar su primer paso dentro del claro había desaparecido y había sido sustituida por una persona alegre, fuerte y con un agudo sentido del humor, el tipo de persona con quienes Alanna hacía amistad con facilidad.
La siguiente voz que escuchó fue la del el hermano de la mujer, que hablaba de algo llamado, la "Ruta roja", con ceño fruncido, Alanna siguió a la mujer mientras escuchaba su explicación, al parecer llevaban tiempo construyendo una secuencia de tuneles subterráneos por los que moverse de modo seguro por la aldea sin ser descubiertos por los guardias. La idea no podía ser más ingeniosa y útil, incluso, si lo alargaban algo más, podrían llegar a llevarlo hasta el patíbulo y lograr que los acusados desaparecieran frente a los ojos del mismo asesino.
Sonrió ante el ingenio de los aldeanos, era extraño ver a granjeros o campesinos que se interesaran en ese tipo de ingenierías, más allá de la construcción de graneros, pero estaba claro que el hambre agudizaba el ingenio y que, en ese momento, la aldea no era más que una selva, donde o comes, o te comen, de algún modo se las tenían que haber ingeniado para sobrevivir, y visto lo visto, tenían inteligencia de sobra como para deshacerse del problema por su cuenta, solo necesitaba un empujón que hiciera que enfriasen su cabeza, demasiado embotada y cercana a los problemas que sufrían como para ver las cosas de modo objetivo.
Iba a comentar la gran idea que le parecían los túneles cuando el sonido de cascos comenzó a escucharse cada vez más cerca, el pánico comenzó a cundir en el claro, los presentes empezaron a removerse, era la guardia, eso estaba claro por la reacción que habían tenido, no podían quedarse allí, al menos, no ellos.
- Frea, escondeos todos- susurró- los que podáis salir por los tuneles, hacedlo.- pidió tomando por los brazos a la mujer.
- ¿Y tu? ¿Qué harás?- preguntó la aldeana, preocupada.
- A mi no me conocen, no saben quien soy, bien puedo ser una viajera perdida.- explico con prisas.- toma, llévate esta carta y quemala, que no la encuentren en tu poder.- le instó entregándole la carta que le había mostrado en un primero momento y la mujer había sido incapaz de leer.- salid de aquí, arboles, túnel, arbustos, donde sea, pero largaos, yo les saldré al paso.- pidió abandonando el lugar, y tomando su caballo.
Subió a su montura y, tras dar un último vistazo al claro, que ya parecía vacío, azuzó al animal a que se moviera y ella se dejó caer sobre el animal, fingiendo estar cansada y desvalida, ni los peores hombres desconfían de una mujer, mucho menos si parece débil, y Alanna sabía muy bien como parecer una damisela en apuros. Su delgadez ayudaba, y las manchas de sudor, tierra y cenizas que el camino y los últimos acontecimientos le habían proporcionado no hacían sino acrecentar su coartada.
Escondió bien sus armas en sus botas y en el pecho, y dejó avanzar al caballo, dejándose caer sobre su grupa, con ojos cerrados, fingiendo respirar con dificultad. Pronto notó las ramas pasarle por encima, y el sonido de cascos justo frente a ella, que se detenía de repente, probablemente, observándola. Claramente no era normal ver un caballo tan bueno y bien cuidado por esa zona, y aun con el viaje, la capa y la ropa de Alanna se veía de buena calidad, mejor que la de un aldeano medio.
Su caballo se detuvo y otro se acercó a ella, sintió que las riendas se movían frente a ella, y pensó que era momento de seguir con el teatro, abrió los ojos fingiendo dificultad, dejando los párpados semicerrados, y sonrió al soldado que apareció ante ella, lanzando un suspiro que parecía aliviado al tiempo que falsas lágrimas resbalaban de sus ojos y un "gracias a los dioses" escapaba susurrado de sus labios.
- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?- preguntó la voz cruda del tipo a su frente.
- Mi nombre es Alanna.- susurró fingiendo tener la garganta seca, sin alzar la cabeza del caballo, dirigiendo una mirada de falso agradecimiento que nadie pensaría falsa.- iba de camino a Vulwulfar, pero intentaron asaltarme, conseguí huir, pero mi sentido de la orientación es pésimo y mis fuerzas escasas, llevo dos días dando vueltas...- dijo agarrotando su voz para que pareciera seca y asustada por los recuerdos, dejando que sus ojeras, su delgadez y su aspecto delicado hablaran por ella- pensaba que iba a morir, suerte que Felix ha encontrado este lugar.- murmuró bajando la mirada, pareciendo desvalida.- Gracias, me ha salvado usted- susurró alzando nuevamente la mirada al hombre, y sonriendo con envidiable dulzura, notando un leve sonrojo en las mejillas del guardia.
Por experiencia sabía que, en esas ocasiones, cuantas menos explicaciones se dieran, más creíbles serían las mentiras, y cuanto menos se mintiera dentro de estás, más confiaba la gente en quien las contaba, ella, por su trabajo, era una auténtica experta mintiendo, y captando mentiras ajenas, no por nada había sido entrenada para sonsacar información sin causar una sola gota de sangre, sus actuaciones, sus gestos, sus palabras e incluso sus ojos, brillaban denotando una languidez, una debilidad que incluso el más perspicaz creerían ciertos.
De haber podido habría sonreído, satisfecha con su impecable actuación, pero en ese instante, no podía permitirse mostrar nada que no fuera debilidad, incluso quien la conociera, habría creído su actuación, y el sonrojo del guardia mostraba que, en el también estaba surtiendo efecto, ¿pero bastaría con eso o tendría que acabar por sacar las dagas que escondía entre sus pechos?
Última edición por Alanna Delteria el Sáb 26 Mar - 17:16, editado 1 vez
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Arqueó una ceja y zarandeó el libro que tenía entre las manos - ¿Acertijos? – Preguntó en voz baja realmente incrédulo – ¿Me has robado parte de mis recuerdos para darme acertijos? – Eltrant maldijo por lo bajo, al menos tenía un mapa con lo que parecía ser un túnel que conducía directamente hasta la que, según comprobó, era mansión del rey; un pasadizo que distaba mucho de ser el que le había dicho Fredd, probablemente el guarda le engañó y si le hubiese hecho caso estaría en una celda o mucho peor, colgado en la plaza central.
Dudó de si volver a la casa de los aldeanos a por el herido, si aún presa del dolor que había pasado le había mentido dudaba de que fuese trigo limpio y no era muy descabellado sospechar que los guardias tendrían algún tipo de “seguro” frente a estas situaciones, no obstante descartó aquella idea pasados unos segundos, la aldea era un caldero a punto de explotar; sí de algo estaba seguro el mercenario era de que si el rey enviaba un destacamento a la pequeña choza en la que aquella familia malvivía, los vecinos de alrededor, los que habían obviado los gritos de auxilio de Fredd saldrían a ayudar; y aunque era evidente que de enfrentarse a los soldados los aldeanos morirían, cualquier tirano que se precie sabe que no tiene sentido gobernar un cementerio.
No, el impostor no atacaría directamente a la población; o al menos eso esperaba.
Lanzando una última y fugaz mirada al castillo al que iba a infiltrarse, guardó el libro de tapa roja en la bolsa de viaje, no tenía ni la más remota idea de que quería decir el acertijo que le había desvelado el Libro del Sabio, por lo que su mejor opción era el túnel secreto.
Las calles de la aldea estaban totalmente deshabitadas a aquellas horas, por lo que salvando a algún guardia que otro que tuvo que ingeniárselas para esquivar, no le fue muy difícil avanzar a través de las calles. Sin embargo, a pesar de lo cuidadoso que estaba siendo para mantenerse oculto, los gritos provenientes de un de las calles adyacentes a las que se encontraban atrajeron su atención.
Frunciendo el ceño se encaminó al lugar del que procedían los alaridos y, deseando que no fuese la misma situación con la que se había encontrado apenas una hora antes se ocultó entre las sombras y escudriño la escueta avenida.
-¡No! ¡Por favor! – Suplicó un hombre que abrazaba a un infante de forma protectora – Ya os llevasteis a mi mujer ¡No permitiré que os llevéis a mi hijo! - Estaba claro que Fredd, de alguna forma, había alertado a sus compañeros.
Sorpresivamente para el mercenario el impostor había accedido a mandar un pequeño destacamento, de unos veinte hombres, a recuperar a su vasallo. Eltrant, como había anticipado, pudo comprobar como algunos de los propietarios de las viviendas de aquella calle se asomaban a través de las cortinas, observando cautelosamente lo que acontecía frente a sus viviendas. Sí no actuaba pronto aquello acabaría en una rebelión en toda regla, y que sucediese aquella noche iba a ser mayormente culpa suya, tenía que hacer algo y rápido.
Sigilosamente, salía de su escondite y se dirigió, siempre agachado y ayudándose de la tenue luz de la luna, hacia una carreta que estaba estacionada en mitad de la calzada. El grupo de soldados se había detenido por algún motivo frente a una de las casas y todos los integrantes de la tropa observaban divertidos como el que parecía ser el cabecilla, un hombre de mediana edad enfundado en una túnica que parecía fundirse con la noche, hablaba calmadamente, de brazos cruzados, con el aldeano. - ¡Lord Bono! – Suplicó el hombre, los soldados estallaron en carcajadas al oír la voz del padre - ¡Tenga piedad! – Eltrant frunció el ceño, no alcanzaba a entender lo que decía el hombre que respondía al nombre de Bono desde dónde estaba, pero parecía ser un estamento importante dentro de la extraña jerarquía que regía aquel lugar.
El líder del destacamento dijo algunas palabras, de nuevo incomprensibles para el joven, las cuales al parecer fueron realmente divertidas, pues los guardas comenzaron a reír de nuevo, Eltrant desenvainó su espada. - ¡Lord Bono! ¡No! – El hombre abrazó aún con más fuerza a su hijo, mientras que Bono, por su parte, alargó la mano para tomarlo, la cual comenzó a brillar iluminando el callejón en el que se encontraban.
Sujetó con fuerza la espada mientras el tiempo parecía ralentizarse, los segundos parecían horas, y cada hora que pasaba, la mano del tipo de la túnica estaba cada vez más y más cerca del hijo del pueblerino. Apretó los dientes y cerró los ojos, el corazón iba a escapársele del pecho.
-¡Mi nombre es Eltrant Tale! – Gritó con toda la fuerza que le permitían sus pulmones a la vez salía de su escondite, le quemaba el tatuaje de la espalda como nunca lo había hecho hasta aquel momento, el tiempo a su alrededor seguía congelado, casi podía afirmar que estaba recordando cosas, casi - ¡Primera y única espada de la Compañía Luna Invernal! – Exclamó colocándose lentamente frente a los guardias, Bono alejó su mano del infante para girarse con una expresión indescifrable hacía aquel inesperado inconveniente - ¿¡Quién de vosotros, esbirros, va a ser el que va a matarme?! – El mercenario alzó la espada frente a él y esperó, no habían pasado ni tres segundos y ya estaba arrepentido de lo que acababa de hacer, había un pasaje oculto, un precioso y tranquilo pasaje bajo la aldea que podía haber aprovechado para pasar desapercibido, ahora la mirada de una veintena de soldados estaban fijas en él, así como la de los curiosos que habían escuchado sus gritos.
El tiempo entonces volvió a la normalidad, el padre y su hijo huyeron inmediatamente aprovechando la distracción - Bien, un problema menos del que preocuparme - Pensó mientras veía como, desde una distancia prudente, Bono sonreía.
Dudó de si volver a la casa de los aldeanos a por el herido, si aún presa del dolor que había pasado le había mentido dudaba de que fuese trigo limpio y no era muy descabellado sospechar que los guardias tendrían algún tipo de “seguro” frente a estas situaciones, no obstante descartó aquella idea pasados unos segundos, la aldea era un caldero a punto de explotar; sí de algo estaba seguro el mercenario era de que si el rey enviaba un destacamento a la pequeña choza en la que aquella familia malvivía, los vecinos de alrededor, los que habían obviado los gritos de auxilio de Fredd saldrían a ayudar; y aunque era evidente que de enfrentarse a los soldados los aldeanos morirían, cualquier tirano que se precie sabe que no tiene sentido gobernar un cementerio.
No, el impostor no atacaría directamente a la población; o al menos eso esperaba.
Lanzando una última y fugaz mirada al castillo al que iba a infiltrarse, guardó el libro de tapa roja en la bolsa de viaje, no tenía ni la más remota idea de que quería decir el acertijo que le había desvelado el Libro del Sabio, por lo que su mejor opción era el túnel secreto.
Las calles de la aldea estaban totalmente deshabitadas a aquellas horas, por lo que salvando a algún guardia que otro que tuvo que ingeniárselas para esquivar, no le fue muy difícil avanzar a través de las calles. Sin embargo, a pesar de lo cuidadoso que estaba siendo para mantenerse oculto, los gritos provenientes de un de las calles adyacentes a las que se encontraban atrajeron su atención.
Frunciendo el ceño se encaminó al lugar del que procedían los alaridos y, deseando que no fuese la misma situación con la que se había encontrado apenas una hora antes se ocultó entre las sombras y escudriño la escueta avenida.
-¡No! ¡Por favor! – Suplicó un hombre que abrazaba a un infante de forma protectora – Ya os llevasteis a mi mujer ¡No permitiré que os llevéis a mi hijo! - Estaba claro que Fredd, de alguna forma, había alertado a sus compañeros.
Sorpresivamente para el mercenario el impostor había accedido a mandar un pequeño destacamento, de unos veinte hombres, a recuperar a su vasallo. Eltrant, como había anticipado, pudo comprobar como algunos de los propietarios de las viviendas de aquella calle se asomaban a través de las cortinas, observando cautelosamente lo que acontecía frente a sus viviendas. Sí no actuaba pronto aquello acabaría en una rebelión en toda regla, y que sucediese aquella noche iba a ser mayormente culpa suya, tenía que hacer algo y rápido.
Sigilosamente, salía de su escondite y se dirigió, siempre agachado y ayudándose de la tenue luz de la luna, hacia una carreta que estaba estacionada en mitad de la calzada. El grupo de soldados se había detenido por algún motivo frente a una de las casas y todos los integrantes de la tropa observaban divertidos como el que parecía ser el cabecilla, un hombre de mediana edad enfundado en una túnica que parecía fundirse con la noche, hablaba calmadamente, de brazos cruzados, con el aldeano. - ¡Lord Bono! – Suplicó el hombre, los soldados estallaron en carcajadas al oír la voz del padre - ¡Tenga piedad! – Eltrant frunció el ceño, no alcanzaba a entender lo que decía el hombre que respondía al nombre de Bono desde dónde estaba, pero parecía ser un estamento importante dentro de la extraña jerarquía que regía aquel lugar.
El líder del destacamento dijo algunas palabras, de nuevo incomprensibles para el joven, las cuales al parecer fueron realmente divertidas, pues los guardas comenzaron a reír de nuevo, Eltrant desenvainó su espada. - ¡Lord Bono! ¡No! – El hombre abrazó aún con más fuerza a su hijo, mientras que Bono, por su parte, alargó la mano para tomarlo, la cual comenzó a brillar iluminando el callejón en el que se encontraban.
Sujetó con fuerza la espada mientras el tiempo parecía ralentizarse, los segundos parecían horas, y cada hora que pasaba, la mano del tipo de la túnica estaba cada vez más y más cerca del hijo del pueblerino. Apretó los dientes y cerró los ojos, el corazón iba a escapársele del pecho.
-¡Mi nombre es Eltrant Tale! – Gritó con toda la fuerza que le permitían sus pulmones a la vez salía de su escondite, le quemaba el tatuaje de la espalda como nunca lo había hecho hasta aquel momento, el tiempo a su alrededor seguía congelado, casi podía afirmar que estaba recordando cosas, casi - ¡Primera y única espada de la Compañía Luna Invernal! – Exclamó colocándose lentamente frente a los guardias, Bono alejó su mano del infante para girarse con una expresión indescifrable hacía aquel inesperado inconveniente - ¿¡Quién de vosotros, esbirros, va a ser el que va a matarme?! – El mercenario alzó la espada frente a él y esperó, no habían pasado ni tres segundos y ya estaba arrepentido de lo que acababa de hacer, había un pasaje oculto, un precioso y tranquilo pasaje bajo la aldea que podía haber aprovechado para pasar desapercibido, ahora la mirada de una veintena de soldados estaban fijas en él, así como la de los curiosos que habían escuchado sus gritos.
El tiempo entonces volvió a la normalidad, el padre y su hijo huyeron inmediatamente aprovechando la distracción - Bien, un problema menos del que preocuparme - Pensó mientras veía como, desde una distancia prudente, Bono sonreía.
Última edición por Eltrant Tale el Sáb 26 Mar - 21:05, editado 3 veces
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
La noche envidiaba a Lord Bono, su túnica era más negra que ella, la luz de su magia superaba con creces a la luz de sus estrellas. Los lobos ya no aullaban enamorados de su Luna, nadie se quedaba mirando las estrellas y nadie temía al manto de oscuridad que ella cernía sobre las ciudades; no mientras el brujo estuviera cerca. Ningún ser vivo llegaba a sentirse cómodo si Bono estaba al lado de ellos, ni siquiera los propios guardias quienes se suponían que estaban en el mismo bando. Con el brujo, los guardias se sentían como si estuvieran vagando por un callejón estrecho y siniestro en una oscuridad mayor que el de la noche.
Tal era el embrujo que la presencia de Bono hacia sobre todos los hombres que, cuando el mercenario entró en escena, los guardias comenzaron a sentir pena por el pobre insensato.
La espada del séptimo de los Tale comenzó a brillar como nunca antes había brillado ninguna otra espada. A cada segundo que pasaba, el arma, comenzaba a pesar más y más, ni quince hombres a la vez serían capaces de sostener algo tan pesado. La espada cayó al suelo y Bono, con amplia sonrisa en sus labios, dejó de concentrarse en el arma y se concentró en las manos del hombre que había sido tan estúpido de amenazarlo.
El brujo hizo una señal a los guardias que le acompañaban para que aprovechasen la oportunidad de atacar al hombre ahora que sus manos eran tan pesadas como media docena de Crasgwares.
Los guardias no lo pensaron dos veces, sacaron las espadas de sus vainas y fueron hacia el mercenario. De no ser por Bono, al ver como el hombre se había presentado ante ellos con tanta seguridad, se lo hubieran pensado dos veces antes de desenvainar sus armas. Pero, por suerte, el brujo estaba con ellos. No tenían nada que temer.
Tal era el embrujo que la presencia de Bono hacia sobre todos los hombres que, cuando el mercenario entró en escena, los guardias comenzaron a sentir pena por el pobre insensato.
La espada del séptimo de los Tale comenzó a brillar como nunca antes había brillado ninguna otra espada. A cada segundo que pasaba, el arma, comenzaba a pesar más y más, ni quince hombres a la vez serían capaces de sostener algo tan pesado. La espada cayó al suelo y Bono, con amplia sonrisa en sus labios, dejó de concentrarse en el arma y se concentró en las manos del hombre que había sido tan estúpido de amenazarlo.
El brujo hizo una señal a los guardias que le acompañaban para que aprovechasen la oportunidad de atacar al hombre ahora que sus manos eran tan pesadas como media docena de Crasgwares.
Los guardias no lo pensaron dos veces, sacaron las espadas de sus vainas y fueron hacia el mercenario. De no ser por Bono, al ver como el hombre se había presentado ante ellos con tanta seguridad, se lo hubieran pensado dos veces antes de desenvainar sus armas. Pero, por suerte, el brujo estaba con ellos. No tenían nada que temer.
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No todos los días se podía encontrar con una chica perdida en mitad de la nada, y quienes contaban que se habían encontrado con una doncella en el camino, ésta más se parecía a una rata que a una mujer. Pero aquel debía de ser su día de suerte, una bella y dulce flor se había perdido y el sería el único que se quedaría con la bella flor. Los otros guardias más guapos, más delgados y también más aseados; no habían tenido nunca tanta suerte él. ¿Qué dirían los demás al ver que su amigo a quien llamaban: Tod el Gordo, Tod el Cerdo, Tod el Aliento-ajo, Tod el Gandul, entre muchos apodos; había encontrado una flor tan bonita perdida en el bosque?
El nombre de Félix no le cayó en gracia, no sabía quién era ese tipo pero fuera quien fuera, su bella y única flor le conocía. Tal vez fuera el caballo al que montaba, pero más valía ser precavidos antes de que cualquiera le quitase la flor que acababa de encontrar.
-No se preocupé por nada, jovencita.- Dijo Tod impregnando el aire con un horrible olor a ajo.- Yo le guiaré hasta la aldea más cercana. Tenemos una posada, no es buena ni barata pero por lo menos podrá pasar la noche bajo techo descubierto. – Sonrió a su bella y única flor.- La protegeré por el camino para que nadie más pueda asaltarla.-
-¿Quién es ella?- El segundo guardia llegó a caballo por el mismo camino que anteriormente viajaba Tod. – ¿Otra de tus putas? Como el Comandante sepa a qué te dedicas en las horas de guardia te cortará tu gorda cabeza.-
-Sí, sí, eso es.- Dijo nervioso Tod antes que Jeremy se adueñase de su bella flor. – Es mí puta.- Apretó el brazo de Alanna para hacerle entender que lo mejor era que estuviera quieta. -No te preocupes, el comandante no nos verá, vamos a la Mercería de Julie, ya reservé habitación para esta noche.- Jeremy era más fuerte y también más duro que Tod, si se enterase que Alanna no era una puta sino una pobre flor indefensa seguro que se la quitaba. No lo podía permitir. Ella era su bella y única flor.
-¿Vas a ir a la Mercería?- Jeremy se río sonoramente. –Bajo de toda esa grasa tienes unos cojones bien grandes. El Comandante duerme en esa misma posada. Será mejor que te busques un lugar mejor donde ella pueda comerte tus gordos cojones.-
-Eso haré.-
Tod el Gordo cogió con fuerza en brazo de Alanna y la empujó lejos del camino, bien lejos para que nadie pudiera quitarle su bella y única flor. A unos metros detrás de un nogal, había una letrina, el sitio perfecto para esconder a la doncella antes de que cualquier otro guardia se la pudiera quitar. Tal vez, ella le daría las gracias allí mismo por haberla salvado; esas clases de “gracias” que describían las canciones más picantes.
-Jeremy no es un mal tipo, pero si te ve te llevará a un calabazo.- Mintió con una amarga sonrisa en sus labios. – Escóndete aquí, luego te encuentro.- Tod el Gordo abrió la puerta de la letrina para que Alanna pasase y lo que vio le hizo olvidar durante unos instantes a su bella y única flor. No había un agujero en la tierra donde evacuar en caso de emergencia, o mejor dicho, sí había un agujero, uno tan grande que formaba un gran serie de túneles subterráneos. - ¡¿Qué cojones es esto?!- Gritó a la vez que creyó que era su bella y única flor perdida.
El nombre de Félix no le cayó en gracia, no sabía quién era ese tipo pero fuera quien fuera, su bella y única flor le conocía. Tal vez fuera el caballo al que montaba, pero más valía ser precavidos antes de que cualquiera le quitase la flor que acababa de encontrar.
-No se preocupé por nada, jovencita.- Dijo Tod impregnando el aire con un horrible olor a ajo.- Yo le guiaré hasta la aldea más cercana. Tenemos una posada, no es buena ni barata pero por lo menos podrá pasar la noche bajo techo descubierto. – Sonrió a su bella y única flor.- La protegeré por el camino para que nadie más pueda asaltarla.-
-¿Quién es ella?- El segundo guardia llegó a caballo por el mismo camino que anteriormente viajaba Tod. – ¿Otra de tus putas? Como el Comandante sepa a qué te dedicas en las horas de guardia te cortará tu gorda cabeza.-
-Sí, sí, eso es.- Dijo nervioso Tod antes que Jeremy se adueñase de su bella flor. – Es mí puta.- Apretó el brazo de Alanna para hacerle entender que lo mejor era que estuviera quieta. -No te preocupes, el comandante no nos verá, vamos a la Mercería de Julie, ya reservé habitación para esta noche.- Jeremy era más fuerte y también más duro que Tod, si se enterase que Alanna no era una puta sino una pobre flor indefensa seguro que se la quitaba. No lo podía permitir. Ella era su bella y única flor.
-¿Vas a ir a la Mercería?- Jeremy se río sonoramente. –Bajo de toda esa grasa tienes unos cojones bien grandes. El Comandante duerme en esa misma posada. Será mejor que te busques un lugar mejor donde ella pueda comerte tus gordos cojones.-
-Eso haré.-
Tod el Gordo cogió con fuerza en brazo de Alanna y la empujó lejos del camino, bien lejos para que nadie pudiera quitarle su bella y única flor. A unos metros detrás de un nogal, había una letrina, el sitio perfecto para esconder a la doncella antes de que cualquier otro guardia se la pudiera quitar. Tal vez, ella le daría las gracias allí mismo por haberla salvado; esas clases de “gracias” que describían las canciones más picantes.
-Jeremy no es un mal tipo, pero si te ve te llevará a un calabazo.- Mintió con una amarga sonrisa en sus labios. – Escóndete aquí, luego te encuentro.- Tod el Gordo abrió la puerta de la letrina para que Alanna pasase y lo que vio le hizo olvidar durante unos instantes a su bella y única flor. No había un agujero en la tierra donde evacuar en caso de emergencia, o mejor dicho, sí había un agujero, uno tan grande que formaba un gran serie de túneles subterráneos. - ¡¿Qué cojones es esto?!- Gritó a la vez que creyó que era su bella y única flor perdida.
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* Eltrant Tale: Tu espada ha caído al suelo y por ahora, dado a su gran peso, no podrás cogerla. Tus manos van por el mismo camino que ha sufrido tu arma y cada vez las sentirás más y más pesadas hasta el punto que no puedas levantarlas para luchar. No me importa que hagas con los guardias pero, si deseas atacar a Bono, deberás lanzar los dados. Serán los Dioses quienes elijan tu fortuna.
* Alanna Delteria: Tu truco pareció funcionar al principio, pero, desgraciadamente, los Dioses no te han otorgado buena fortuna esta vez. Tod el Gordo ha descubierto la Ruta Roja y, por los gritos que da, seguramente otros guardias le hayan oído. Deshazte de Tod y protege a los aldeanos. Esta vez, no dejaré tu suerte a la voluntad de los Dioses.
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Alanna reprimió una sonrisa de satisfacción, parecía que su actuación había colado hasta el fondo de las entrañas del maloliente guardia, que parecía totalmente encandilado con ella, el único problema que veía Alanna de su plan era, ¿cómo librarse después de él? Si era cierto lo que decía, y había una posada en el pueblo, no le costaría mucho pedir un cuarto en el punto más alto y usar la ventana para moverse por los pajizos tejados.
Pero cualquier idea que se le hubiera podido ocurrir quedó en nada cuando un nuevo guardia, con aires mucho más avispados que el que tenía frente a ella, preguntó por su procedencia. Mucho tuvo que aguantara Alanna, intentando controlar un ligero tic de su ceja derecha, cuando escuchó como hablaban los hombres, estaba claro que, para esos tipos, las mujeres eran poco más que mercancías o consoladores con patas, le provocaba asco pensar que le habrían hecho a las pobres mujeres que no habían podido pagar el diezmo antes de llevarlas a la horca. Y mucho más lo que ellas se habrían ofrecido a hacer en un intento desesperado por librarse de la muerte, para, finalmente, ver que nada había servido y que, por mucho que hubieran ensuciado sus cuerpos y sus almas, su destino había estado decidido sin importar qué.
Mientras la bilis y el odio le subían por la garganta, se dejó bajar del caballo y llevar en silencio, forzándose por mantener la cabeza gacha, tras unos arbustos, esperando estar lo bastante lejos, como para que ninguno de los compañeros de ese asqueroso tipo con aliento de ajo los pudiera ver. Sin embargo, espero demasiado y sus actos se tuvieron que precipitar. Cuando se quiso dar cuenta, el guardia había abierto la letrina, y gritaba sin entender.
- ¿Va todo bien?- preguntó una voz a lo lejos.
Alanna, con la rapidez que la caracterizaba, sacó la daga de su pecho y se agachó cogiéndole los pendientes reales al tipo, apretando con fuerza, sabiendo que esa zona era bastante... delicada. Mientras una mano ahogaba las partes bajas del tipo, clavándole las uñas sin compasión alguna, con intención de hacerle todo el daño posible sin dejarle gritar, otra colocaba la daga en su cuello, con ojos amenazantes.
- Muy bien, escúchame y hazlo atentamente, solo lo diré una vez.- murmuró retorciéndole los "amigos" mientras él ahogaba un grito de dolor y una gota de sudor le caía por la frente.- Ahora, vas a decirles que va todo bien, y que simplemente has visto que tu "putilla" tiene una herida ¿Entendido?- murmuró acercando más la daga al cuello del tipo, que asintió con rapidez.- Vamos, y que no te tiemble la voz.- siguió amenazando ella.
- Todo bien...- dijo dándole una mirada a Alanna. que acercó la daga a donde estaba su otra mano, haciendo tragar saliva al cerdo que tenía frente a ella, asustado por sus "pequeños"- la puta de esta vez tiene una herida horrible, no la volveré a contratar.- dijo haciéndolo parecer todo un chiste, logrando risas que se comenzaron a alejar.
- Buen chico.- sonrió Alanna levantándose, para quedar a la altura del tipo, soltándole lo que no suena.- Ahora vamos a jugar a un juego, se llama, si no eres bueno, te quedas sin huevos.- sonrió la chica de forma oscura, mientras los ojos se le teñían de negro.- Aquí las reglas, no gritar, tirar las armas, y decir la verdad, te aseguro que sabré si mientes.
Parecía que todo empezaba a ir bien, el tipo parecía asustado mientras se retorcía dolorido en el suelo, estaba claro que el apretón allí bajo, lo había dejado algo inútil. Pero a medida que se sentía mejor, y que el color volvía a su cara, la rabia se hacía presente, una mujer cualquiera, había logrado controlarlo de tal modo, amenazarlo y dolerse, no iba a dejar que las cosas quedaran así, y eso es algo que Alanna pudo ver reflejarse en los ojos del tipo.
Una sonrisa brillante se extendió por el rostro de la Gata, entusiasmada por la presente pelea que preveía llegar, la parte más oscura de su personalidad, esa parte que solía estar oculta y brillar por su ausencia desde que salió del hospital, esa parte que había salido a la luz al perder a su hermana, salía en ese instante, cuando la rabia, la ira y el asco se juntaban en su pequeño cuerpo volviéndola casi un fantasma. Ese tipo, junto a sus amigos, había provocado más sufrimiento del que nadie debe tener el poder de provocar. Jugaba con las mujeres como si no fueran nada, las usaba y tiraba tras tirarles unas monedas, engañaba, timaba, y robaba, si pensaba que la joven desvalida que había visto sobre un caballo era real después de la escena que acababa de montar, era que el tipo era un auténtico idiota.
La guardia vio, casi a cámara lenta, como el enorme tipo, lento, para la fortuna de la Gata, se alzaba sacando una espada bastarda de su cinto y se lanzaba contra ella que, con un fino movimiento, se agachó evitando la espada y pudiendo sacar la otra daga que se había ocultado en la bota. Giró sobre si misma, aun agachada, para poder cambiar su punto de vista y ver al mastodonte que intentaba matarla caer dentro de la letrina y salir furioso.
El claro era su campo de batalla. Mientras el tipejo respiraba de modo pesado, pareciendo casi un toro en un ruedo frente a su matador, Alanna observó el lugar por el rabillo del ojo. la oscuridad era su aliada, y las nubes que comenzaban a tapar la luna sus compañeras. Cogió el colgante de media luna que llevaba al cuello, y, casi como si rezara al astro para que la ayudase, le dio un ligero beso antes de lanzarse al ataque con una sonrisa.
Sabía que su mejor ventaja era su velocidad, mientras lograse esquivar los ataques del cerdo, no tendría mayor problema, pero no podía permitirse golpe alguno, el tipo estaba furioso y aunque lento, parecía ser fuerte. Se mantenía quieto, como el toro en el centro de la plaza, por lo que, en ese momento, era el matador quien debía acercarse a la bestia. Alanna, sin perder más tiempo, ya con enemigo y lugar analizados, se lanzó a por el, de frente, para, en el último momento, tirarse al suelo y desviar su golpe para cortar el enganche donde sabía bien ella, se sostenían las corazas como la que llevaba ese tipo.
El sonido del cuero cortado y del metal partido la hizo sonreír mientras se dejaba resvalar por la tierra seca y el golpe que él había intentado asestarle se perdía en el aire haciendo que, entre la fuerza y el shock por haber perdido su protección, callera al suelo con un plof, seco. Alanna sonrió de espaldas, mientras se alzaba calmada y giraba para ver el espectáculo. El tipo, con una sencilla camiseta que en algún tiempo fue blanca, totalmente sucia, la miraba con rabia, ya sin armadura alguna.
La lucha no duraría ya mucho, Alanna tenía un plan, y pensaba llevarlo a cabo, algo le decía que Frea, aun con su petición, no se había alejado mucho del lugar, si podían ofrecerle un rehén que le contase todo lo que había y dejaba de haber, pasaba y dejaba de pasar por los corredores del pequeño castillo que presidía la aldea, podrían encontrar un modo de acabarlo todo de forma rápida y sin muertes innecesarias.
Un último golpe, eso era todo lo que le hacía falta, y su suerte, por fin volvió a sonreirle, el tipo, rabioso, corrió hacia ella enarbolando la espada, en un golpe directo y rabioso en el que parecía querer hundir a quien lo había ridiculizado en la tierra, para matarla y enterrarla de un solo golpe, Sin embargo no esperaba que Alanna lo tuviera calculado. La Gata sonrió y dio un salto, colgándose de la rama baja de un árbol, subiendo a él, haciendo que la espada quedase totalmente hundida en el tronco del árbol.
Se dejó caer de la rama, subiendo a la espalda del cerdo, que forcejeaba por recuperar su espada, rojo brillante por la rabia, Alanna no perdió más tiempo, como felina era cazadora, y ya había jugado bastante con la comida. Arrancó el casco de la calva cabeza del barbudo, y asestó un golpe seco en su cogote con toda la fuerza de la que disponía y haciéndole un feo hueco con el mango de la daga.
Cuando el tipo calló al suelo, totalmente dormido, la Gata le quitó la ropa, dejandolo en paños menores, arrebatándole toda arma y objeto alguno que pareciera peligroso, le extrañó ver una especie de roca, pero poco le importó, la guardó en su petate y se acercó a la letrina, algo maltrecha por el golpe que había recibido del pobre idiota que ya dormitaba en el suelo.
- Frea.- llamó en un susurro cerca del túnel. Apenas tuvo que esperar un minuto, que ocupó en ocultar al tipejo, cuando la mujer salió de la "Ruta roja"- Frea, os tengo un regalo.- Sonrió a verla salir, tendiéndole una mano para ayudarla y cuando estuvo fuera, la guió hasta el tipo aun dormido y atado con cuerdas que la Gata había humedecido con agua de su propia cantimplora.- pensé en cortarle la lengua para que no pudiera hablar, pero creo que pude darnos información interesante, ¿Dónde podemos llevarlo para interrogarlo?- preguntó girando una daga en su mano, mientras la luna iluminaba su filo.
- Voy a buscar a alguien más fuerte para que nos ayude, luego podemos ir a mi sótano, creo que saldrá algo bueno de esto, y, cuando acabemos, no se si tu le cortarás la lengua, pero yo le cortaré otra cosa.- dijo la mujer con semblante oscuro. Al parecer, la opinión de Alanna sobre él no había estado desencaminada.
La guarda suspiró, cansada, y se dejó caer respirando, tranquila por fin, ese tipo no se levantaría en un buen rato, y ella ya había actuado y ayudado esa noche, era un buen inicio. Parece que el juego que habia dicho antes de empezar la lucha, tendría que esperar un poco.
Pero cualquier idea que se le hubiera podido ocurrir quedó en nada cuando un nuevo guardia, con aires mucho más avispados que el que tenía frente a ella, preguntó por su procedencia. Mucho tuvo que aguantara Alanna, intentando controlar un ligero tic de su ceja derecha, cuando escuchó como hablaban los hombres, estaba claro que, para esos tipos, las mujeres eran poco más que mercancías o consoladores con patas, le provocaba asco pensar que le habrían hecho a las pobres mujeres que no habían podido pagar el diezmo antes de llevarlas a la horca. Y mucho más lo que ellas se habrían ofrecido a hacer en un intento desesperado por librarse de la muerte, para, finalmente, ver que nada había servido y que, por mucho que hubieran ensuciado sus cuerpos y sus almas, su destino había estado decidido sin importar qué.
Mientras la bilis y el odio le subían por la garganta, se dejó bajar del caballo y llevar en silencio, forzándose por mantener la cabeza gacha, tras unos arbustos, esperando estar lo bastante lejos, como para que ninguno de los compañeros de ese asqueroso tipo con aliento de ajo los pudiera ver. Sin embargo, espero demasiado y sus actos se tuvieron que precipitar. Cuando se quiso dar cuenta, el guardia había abierto la letrina, y gritaba sin entender.
- ¿Va todo bien?- preguntó una voz a lo lejos.
Alanna, con la rapidez que la caracterizaba, sacó la daga de su pecho y se agachó cogiéndole los pendientes reales al tipo, apretando con fuerza, sabiendo que esa zona era bastante... delicada. Mientras una mano ahogaba las partes bajas del tipo, clavándole las uñas sin compasión alguna, con intención de hacerle todo el daño posible sin dejarle gritar, otra colocaba la daga en su cuello, con ojos amenazantes.
- Muy bien, escúchame y hazlo atentamente, solo lo diré una vez.- murmuró retorciéndole los "amigos" mientras él ahogaba un grito de dolor y una gota de sudor le caía por la frente.- Ahora, vas a decirles que va todo bien, y que simplemente has visto que tu "putilla" tiene una herida ¿Entendido?- murmuró acercando más la daga al cuello del tipo, que asintió con rapidez.- Vamos, y que no te tiemble la voz.- siguió amenazando ella.
- Todo bien...- dijo dándole una mirada a Alanna. que acercó la daga a donde estaba su otra mano, haciendo tragar saliva al cerdo que tenía frente a ella, asustado por sus "pequeños"- la puta de esta vez tiene una herida horrible, no la volveré a contratar.- dijo haciéndolo parecer todo un chiste, logrando risas que se comenzaron a alejar.
- Buen chico.- sonrió Alanna levantándose, para quedar a la altura del tipo, soltándole lo que no suena.- Ahora vamos a jugar a un juego, se llama, si no eres bueno, te quedas sin huevos.- sonrió la chica de forma oscura, mientras los ojos se le teñían de negro.- Aquí las reglas, no gritar, tirar las armas, y decir la verdad, te aseguro que sabré si mientes.
Parecía que todo empezaba a ir bien, el tipo parecía asustado mientras se retorcía dolorido en el suelo, estaba claro que el apretón allí bajo, lo había dejado algo inútil. Pero a medida que se sentía mejor, y que el color volvía a su cara, la rabia se hacía presente, una mujer cualquiera, había logrado controlarlo de tal modo, amenazarlo y dolerse, no iba a dejar que las cosas quedaran así, y eso es algo que Alanna pudo ver reflejarse en los ojos del tipo.
Una sonrisa brillante se extendió por el rostro de la Gata, entusiasmada por la presente pelea que preveía llegar, la parte más oscura de su personalidad, esa parte que solía estar oculta y brillar por su ausencia desde que salió del hospital, esa parte que había salido a la luz al perder a su hermana, salía en ese instante, cuando la rabia, la ira y el asco se juntaban en su pequeño cuerpo volviéndola casi un fantasma. Ese tipo, junto a sus amigos, había provocado más sufrimiento del que nadie debe tener el poder de provocar. Jugaba con las mujeres como si no fueran nada, las usaba y tiraba tras tirarles unas monedas, engañaba, timaba, y robaba, si pensaba que la joven desvalida que había visto sobre un caballo era real después de la escena que acababa de montar, era que el tipo era un auténtico idiota.
La guardia vio, casi a cámara lenta, como el enorme tipo, lento, para la fortuna de la Gata, se alzaba sacando una espada bastarda de su cinto y se lanzaba contra ella que, con un fino movimiento, se agachó evitando la espada y pudiendo sacar la otra daga que se había ocultado en la bota. Giró sobre si misma, aun agachada, para poder cambiar su punto de vista y ver al mastodonte que intentaba matarla caer dentro de la letrina y salir furioso.
El claro era su campo de batalla. Mientras el tipejo respiraba de modo pesado, pareciendo casi un toro en un ruedo frente a su matador, Alanna observó el lugar por el rabillo del ojo. la oscuridad era su aliada, y las nubes que comenzaban a tapar la luna sus compañeras. Cogió el colgante de media luna que llevaba al cuello, y, casi como si rezara al astro para que la ayudase, le dio un ligero beso antes de lanzarse al ataque con una sonrisa.
Sabía que su mejor ventaja era su velocidad, mientras lograse esquivar los ataques del cerdo, no tendría mayor problema, pero no podía permitirse golpe alguno, el tipo estaba furioso y aunque lento, parecía ser fuerte. Se mantenía quieto, como el toro en el centro de la plaza, por lo que, en ese momento, era el matador quien debía acercarse a la bestia. Alanna, sin perder más tiempo, ya con enemigo y lugar analizados, se lanzó a por el, de frente, para, en el último momento, tirarse al suelo y desviar su golpe para cortar el enganche donde sabía bien ella, se sostenían las corazas como la que llevaba ese tipo.
El sonido del cuero cortado y del metal partido la hizo sonreír mientras se dejaba resvalar por la tierra seca y el golpe que él había intentado asestarle se perdía en el aire haciendo que, entre la fuerza y el shock por haber perdido su protección, callera al suelo con un plof, seco. Alanna sonrió de espaldas, mientras se alzaba calmada y giraba para ver el espectáculo. El tipo, con una sencilla camiseta que en algún tiempo fue blanca, totalmente sucia, la miraba con rabia, ya sin armadura alguna.
La lucha no duraría ya mucho, Alanna tenía un plan, y pensaba llevarlo a cabo, algo le decía que Frea, aun con su petición, no se había alejado mucho del lugar, si podían ofrecerle un rehén que le contase todo lo que había y dejaba de haber, pasaba y dejaba de pasar por los corredores del pequeño castillo que presidía la aldea, podrían encontrar un modo de acabarlo todo de forma rápida y sin muertes innecesarias.
Un último golpe, eso era todo lo que le hacía falta, y su suerte, por fin volvió a sonreirle, el tipo, rabioso, corrió hacia ella enarbolando la espada, en un golpe directo y rabioso en el que parecía querer hundir a quien lo había ridiculizado en la tierra, para matarla y enterrarla de un solo golpe, Sin embargo no esperaba que Alanna lo tuviera calculado. La Gata sonrió y dio un salto, colgándose de la rama baja de un árbol, subiendo a él, haciendo que la espada quedase totalmente hundida en el tronco del árbol.
Se dejó caer de la rama, subiendo a la espalda del cerdo, que forcejeaba por recuperar su espada, rojo brillante por la rabia, Alanna no perdió más tiempo, como felina era cazadora, y ya había jugado bastante con la comida. Arrancó el casco de la calva cabeza del barbudo, y asestó un golpe seco en su cogote con toda la fuerza de la que disponía y haciéndole un feo hueco con el mango de la daga.
Cuando el tipo calló al suelo, totalmente dormido, la Gata le quitó la ropa, dejandolo en paños menores, arrebatándole toda arma y objeto alguno que pareciera peligroso, le extrañó ver una especie de roca, pero poco le importó, la guardó en su petate y se acercó a la letrina, algo maltrecha por el golpe que había recibido del pobre idiota que ya dormitaba en el suelo.
- Frea.- llamó en un susurro cerca del túnel. Apenas tuvo que esperar un minuto, que ocupó en ocultar al tipejo, cuando la mujer salió de la "Ruta roja"- Frea, os tengo un regalo.- Sonrió a verla salir, tendiéndole una mano para ayudarla y cuando estuvo fuera, la guió hasta el tipo aun dormido y atado con cuerdas que la Gata había humedecido con agua de su propia cantimplora.- pensé en cortarle la lengua para que no pudiera hablar, pero creo que pude darnos información interesante, ¿Dónde podemos llevarlo para interrogarlo?- preguntó girando una daga en su mano, mientras la luna iluminaba su filo.
- Voy a buscar a alguien más fuerte para que nos ayude, luego podemos ir a mi sótano, creo que saldrá algo bueno de esto, y, cuando acabemos, no se si tu le cortarás la lengua, pero yo le cortaré otra cosa.- dijo la mujer con semblante oscuro. Al parecer, la opinión de Alanna sobre él no había estado desencaminada.
La guarda suspiró, cansada, y se dejó caer respirando, tranquila por fin, ese tipo no se levantaría en un buen rato, y ella ya había actuado y ayudado esa noche, era un buen inicio. Parece que el juego que habia dicho antes de empezar la lucha, tendría que esperar un poco.
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Sabía que había hablado demasiado pronto, y también sabía, por el aspecto de Bono, que era un brujo; lo que el mercenario nunca habría sido capaz de anticipar es que este, con un simple gesto de muñeca, le desarmase.
-¿Por qué no puedes simplemente lanzar fuego como todos los demás brujos? – Musitó el mercenario impotente al ver su espada escapársele de las manos y hundirse varios centímetros en la arena que tenía bajo sus pies; por mucho que quisiese aquel arma no iba a volver a su vaina aquel día, a no ser por supuesto, que se deshiciese del brujo de aire prepotente que se ocultaba tras una veintena de guardias que, a diferencia de él, estaban armados.
– ¿Estáis seguros de que no podemos ser amigos? ¿No? ¿De verdad? – Eltrant miró a su alrededor buscando algo que le fuese remotamente útil pero solo encontró a curiosos mirando desde las ventanas y a otros cerrándolas a cal y canto.
Por si aquello no fuese suficiente, el brujo realizó otro gestó, uno que Eltrant casi no pudo siquiera ver a simple vista, en ese mismo momento, el séptimo de los Tale comenzó a sentir exactamente lo mismo que hacía varios minutos, con una pequeña diferencia, esta vez eran sus propias manos las comenzaban a ser más difíciles de mover con cada segundo que pasaba, pero afortunadamente el proceso esta vez estaba siendo mucho más lento, no le quedaba más remedio que ser rápido si no quería ver como su brazo favorito para beber acababa dolorosamente lejos de su cuerpo.
Tratando de apartar de la cabeza aquello se giró en dirección a su problemas más inmediato, los soldados. Dando varios saltitos en el lugar en el que se encontraba se preparó para la acometida que le esperaba, mientras aguardaba que los guardias cargasen contra él, Eltrant afianzó ambos guanteletes que portaba en las muñecas lo más firme que pudo, aquellos brazaletes oxidados solían serle de mucha ayuda para deflactar armas, dudaba mucho que sirviesen de algo en aquella situación, por fortuna al mercenario se le daba bastante bien pelear sin armas.
- ¿Cómo lo hacemos? – Preguntó Eltrant a los guardias que se acercaban - ¿Venís de uno en uno…? ¿…en parejas? – Ninguno de los presentes respondió a aquellas cuestiones, serios y fríos, con una disciplina militar digna de elogio, uno a uno rodearon al mercenario, siendo uno bajito el primero que se abalanzó contra él.
No le fue muy complicado desviar aquella primera arma con parte de su desgastada armadura, la cual emitió un cruento sonido metálico y se dobló bajo el acero del guardia, desvelando la dudosa calidad del equipo del castaño. Eltrant frunció el ceño y aprovechó esta fracción de segundo en la que su oponente trató de recomponer su ataque para contraatacar en cuanto se le presentó la ocasión, propinándole a su primer adversario un fuerte golpe con la palma de una la mano derecha directamente en la cara, lo cual le hizo soltar la espada y llevarse ambas manos a su nariz de dónde pronto comenzaría a manar sangre.
Con el tiempo justo para esquivar otra espada ropera que buscaba su corazón, Eltrant retrocedió un par de pasos y volvió a evitar una muerte lenta y dolorosa interponiendo uno de sus brazaletes entre su cara y el frío acero de un tercer guardia que se había unido al ataque, destrozando su improvisada armadura por él camino. Maldiciendo su suerte, su capacidad para crear una estratagema convincente y sobre todo, su sentido de supervivencia, se deshizo del guantelete parcialmente despedazado lanzándoselo a un cuarto guardia, que se agachó y lo esquivó con una facilidad insultante, acometiendo justo después contra el mercenario.
Jadeando y obligado una vez más a rehuir a los soldados, estudió su situación; no podía permitirse perder ni un mísero tramo más de terreno, mientras él peleaba con una veintena de hombres Bono observaba tras sus soldados con la misma expresión insondable en su semblante, como si estuviese vislumbrando un espectáculo realmente interesante.
No obstante, y muy a su pesar, una flecha emergió de entre la multitud de soldados acertando en una de las piernas de Eltrant mientras este se encontraba enfrascado en cincelar la cara de un incauto combatiente que había pensado que tenía ventaja sobre su rival solo por estar desarmado.
Dejando escapar un grito ahogado el castaño cayó de rodillas y miró entre sorprendido y enfadado la flecha que estaba alojada en su muslo - ¿¡Ya?! – Exclamó tirando de la saeta, momento en el que la pregunta se transformó en poco más que un gruñido - ¿¡Tan pronto?! – El tiempo corría en su contra, sin poder comprobar que tan profunda era la herida de la pierna rodó por el suelo y zancadilleó a otro de sus muchos contrincantes.- No, todavía no.
Casi no podía mover las manos, con cada segundo que pasaban le lastraban un poco más, pero para bien o para mal, el peso de sus extremidades no era algo que el brujo le hubiese hecho imaginar en su cabeza, o al menos eso interpretó al observar doblarse, bajo sus ahora sangrantes nudillos, el metal del que estaba hecho el yelmo del último soldado que decidió atacarle.
Resoplando una y otra vez se apoyó en contra de la pared contra la que le habían acorralado tratando de recuperar el aliento, no tenía otra opción, o huía o moría allí; no había ninguna otra posibilidad. Entornó los ojos y miró fijamente cada una de las caras de los hombres que estaban encargándose de matar, poco a poco, a todo un pueblo; fue en ese momento cuando la vislumbró, una pequeña apertura entre los guardias, una ínfima y pequeña posibilidad, sonrió.
Tomando todo el aire que le permitieron sus pulmones apartó de un fuerte empujón al guarda que tenía más cerca, el que sin dudarlo había clavado su arma en uno de los brazos de Eltrant segundos antes; Reprimiendo el ya anticipado e intenso dolor, el mercenario se agachó todo lo rápido que sus músculos le permitieron para tomar el cuchillo que tenía siempre escondido en el interior de la bota, y después de recibir algún corte que otro en el trayecto, logró auparse con la carreta tras la que había estado escondido para una vez estuvo en lo alto, saltar el muro humano que habían construido los soldados a su alrededor.
Debido a las varias heridas y cortes que había recibido Eltrant durante el transcurso de la pelea, así como el creciente peso de sus brazos, el mercenario se dio de bruces contra el suelo en lugar de aterrizar de pie, pero no hesitó, tan pronto como se dio cuenta de que estaba al otro lado de la barrera de espadas se levantó, sin dejarles tiempos para girarse, sin permitirles comprender que acababa de pasar.
-¡Bono! – Gritó al mismo tiempo empezaba a correr hacía él brujo armado con el puñal - ¡Eres mío! – Sujetando el arma con ambas manos, las cuales llevaba llegados a este punto prácticamente arrastrando por el suelo, dirigió la hoja de la daga directamente al cuello de Bono con la intención de acabar con él de un solo golpe.
-¿Por qué no puedes simplemente lanzar fuego como todos los demás brujos? – Musitó el mercenario impotente al ver su espada escapársele de las manos y hundirse varios centímetros en la arena que tenía bajo sus pies; por mucho que quisiese aquel arma no iba a volver a su vaina aquel día, a no ser por supuesto, que se deshiciese del brujo de aire prepotente que se ocultaba tras una veintena de guardias que, a diferencia de él, estaban armados.
– ¿Estáis seguros de que no podemos ser amigos? ¿No? ¿De verdad? – Eltrant miró a su alrededor buscando algo que le fuese remotamente útil pero solo encontró a curiosos mirando desde las ventanas y a otros cerrándolas a cal y canto.
Por si aquello no fuese suficiente, el brujo realizó otro gestó, uno que Eltrant casi no pudo siquiera ver a simple vista, en ese mismo momento, el séptimo de los Tale comenzó a sentir exactamente lo mismo que hacía varios minutos, con una pequeña diferencia, esta vez eran sus propias manos las comenzaban a ser más difíciles de mover con cada segundo que pasaba, pero afortunadamente el proceso esta vez estaba siendo mucho más lento, no le quedaba más remedio que ser rápido si no quería ver como su brazo favorito para beber acababa dolorosamente lejos de su cuerpo.
Tratando de apartar de la cabeza aquello se giró en dirección a su problemas más inmediato, los soldados. Dando varios saltitos en el lugar en el que se encontraba se preparó para la acometida que le esperaba, mientras aguardaba que los guardias cargasen contra él, Eltrant afianzó ambos guanteletes que portaba en las muñecas lo más firme que pudo, aquellos brazaletes oxidados solían serle de mucha ayuda para deflactar armas, dudaba mucho que sirviesen de algo en aquella situación, por fortuna al mercenario se le daba bastante bien pelear sin armas.
- ¿Cómo lo hacemos? – Preguntó Eltrant a los guardias que se acercaban - ¿Venís de uno en uno…? ¿…en parejas? – Ninguno de los presentes respondió a aquellas cuestiones, serios y fríos, con una disciplina militar digna de elogio, uno a uno rodearon al mercenario, siendo uno bajito el primero que se abalanzó contra él.
No le fue muy complicado desviar aquella primera arma con parte de su desgastada armadura, la cual emitió un cruento sonido metálico y se dobló bajo el acero del guardia, desvelando la dudosa calidad del equipo del castaño. Eltrant frunció el ceño y aprovechó esta fracción de segundo en la que su oponente trató de recomponer su ataque para contraatacar en cuanto se le presentó la ocasión, propinándole a su primer adversario un fuerte golpe con la palma de una la mano derecha directamente en la cara, lo cual le hizo soltar la espada y llevarse ambas manos a su nariz de dónde pronto comenzaría a manar sangre.
Con el tiempo justo para esquivar otra espada ropera que buscaba su corazón, Eltrant retrocedió un par de pasos y volvió a evitar una muerte lenta y dolorosa interponiendo uno de sus brazaletes entre su cara y el frío acero de un tercer guardia que se había unido al ataque, destrozando su improvisada armadura por él camino. Maldiciendo su suerte, su capacidad para crear una estratagema convincente y sobre todo, su sentido de supervivencia, se deshizo del guantelete parcialmente despedazado lanzándoselo a un cuarto guardia, que se agachó y lo esquivó con una facilidad insultante, acometiendo justo después contra el mercenario.
Jadeando y obligado una vez más a rehuir a los soldados, estudió su situación; no podía permitirse perder ni un mísero tramo más de terreno, mientras él peleaba con una veintena de hombres Bono observaba tras sus soldados con la misma expresión insondable en su semblante, como si estuviese vislumbrando un espectáculo realmente interesante.
No obstante, y muy a su pesar, una flecha emergió de entre la multitud de soldados acertando en una de las piernas de Eltrant mientras este se encontraba enfrascado en cincelar la cara de un incauto combatiente que había pensado que tenía ventaja sobre su rival solo por estar desarmado.
Dejando escapar un grito ahogado el castaño cayó de rodillas y miró entre sorprendido y enfadado la flecha que estaba alojada en su muslo - ¿¡Ya?! – Exclamó tirando de la saeta, momento en el que la pregunta se transformó en poco más que un gruñido - ¿¡Tan pronto?! – El tiempo corría en su contra, sin poder comprobar que tan profunda era la herida de la pierna rodó por el suelo y zancadilleó a otro de sus muchos contrincantes.- No, todavía no.
Casi no podía mover las manos, con cada segundo que pasaban le lastraban un poco más, pero para bien o para mal, el peso de sus extremidades no era algo que el brujo le hubiese hecho imaginar en su cabeza, o al menos eso interpretó al observar doblarse, bajo sus ahora sangrantes nudillos, el metal del que estaba hecho el yelmo del último soldado que decidió atacarle.
Resoplando una y otra vez se apoyó en contra de la pared contra la que le habían acorralado tratando de recuperar el aliento, no tenía otra opción, o huía o moría allí; no había ninguna otra posibilidad. Entornó los ojos y miró fijamente cada una de las caras de los hombres que estaban encargándose de matar, poco a poco, a todo un pueblo; fue en ese momento cuando la vislumbró, una pequeña apertura entre los guardias, una ínfima y pequeña posibilidad, sonrió.
Tomando todo el aire que le permitieron sus pulmones apartó de un fuerte empujón al guarda que tenía más cerca, el que sin dudarlo había clavado su arma en uno de los brazos de Eltrant segundos antes; Reprimiendo el ya anticipado e intenso dolor, el mercenario se agachó todo lo rápido que sus músculos le permitieron para tomar el cuchillo que tenía siempre escondido en el interior de la bota, y después de recibir algún corte que otro en el trayecto, logró auparse con la carreta tras la que había estado escondido para una vez estuvo en lo alto, saltar el muro humano que habían construido los soldados a su alrededor.
Debido a las varias heridas y cortes que había recibido Eltrant durante el transcurso de la pelea, así como el creciente peso de sus brazos, el mercenario se dio de bruces contra el suelo en lugar de aterrizar de pie, pero no hesitó, tan pronto como se dio cuenta de que estaba al otro lado de la barrera de espadas se levantó, sin dejarles tiempos para girarse, sin permitirles comprender que acababa de pasar.
-¡Bono! – Gritó al mismo tiempo empezaba a correr hacía él brujo armado con el puñal - ¡Eres mío! – Sujetando el arma con ambas manos, las cuales llevaba llegados a este punto prácticamente arrastrando por el suelo, dirigió la hoja de la daga directamente al cuello de Bono con la intención de acabar con él de un solo golpe.
Última edición por Eltrant Tale el Lun 28 Mar - 2:27, editado 3 veces
Eltrant Tale
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Gotas de sangre cayeron en la túnica negra del brujo. La daga del hombre con intenciones de héroe que le había plantado cara para defender a un vulgar aldeano había cruzado por el lado izquierdo de su boca abriendo su cara en una grotesca sonrisa de sangre oscura.
Todos los guardias se quedaron inmovilizados al ver qué alguien había tenido, no solo la osadía de enfrentarse al brujo, sino que además le había herido. Esperaban impacientes el momento en que Bono devolviese el golpe, sin embargo él, para sorpresa de los guardias, no hacía otra que sonreír y palpar la sangre que le caía de la brecha que se había abierto en su boca como hacían los niños cuando tienen sobre sus manos algo que no conocían.
-Uno o en uno… En parejas…- El brujo comenzó a hablar y lo que dijo asombró todavía más a todos los guardias. Bono estaba repitiendo fragmentos de lo que el mercenario había dicho. –Ser amigos… Lanzar fuego…Tan pronto…-
El tiempo se había detenido en la plaza. Los guardias pararon cualquier cosa que estuvieran haciendo, los aldeanos, desde las ventanas de sus casas, miraban inmovilizados lo que estaba ocurriendo y las manos del mercenario estaban tan pesadas que ya podían alzarse del suelo. Todo estaba en pausa excepto la risa del brujo, que seguía llenando la plaza con una grotesca melodía.
Sin dejar de reír, Bono camino lentamente hacia el caído mercenario. No le iba a matar, le iba a hacer sufrir igual como lo hizo con el pájaro ruiseñor. Cuando acabase con él, se lamentaría de no estar muerto. Estaría suplicando que le matasen para dejar de soportar la tortura que le esperaba.
Todos los guardias se quedaron inmovilizados al ver qué alguien había tenido, no solo la osadía de enfrentarse al brujo, sino que además le había herido. Esperaban impacientes el momento en que Bono devolviese el golpe, sin embargo él, para sorpresa de los guardias, no hacía otra que sonreír y palpar la sangre que le caía de la brecha que se había abierto en su boca como hacían los niños cuando tienen sobre sus manos algo que no conocían.
-Uno o en uno… En parejas…- El brujo comenzó a hablar y lo que dijo asombró todavía más a todos los guardias. Bono estaba repitiendo fragmentos de lo que el mercenario había dicho. –Ser amigos… Lanzar fuego…Tan pronto…-
El tiempo se había detenido en la plaza. Los guardias pararon cualquier cosa que estuvieran haciendo, los aldeanos, desde las ventanas de sus casas, miraban inmovilizados lo que estaba ocurriendo y las manos del mercenario estaban tan pesadas que ya podían alzarse del suelo. Todo estaba en pausa excepto la risa del brujo, que seguía llenando la plaza con una grotesca melodía.
Sin dejar de reír, Bono camino lentamente hacia el caído mercenario. No le iba a matar, le iba a hacer sufrir igual como lo hizo con el pájaro ruiseñor. Cuando acabase con él, se lamentaría de no estar muerto. Estaría suplicando que le matasen para dejar de soportar la tortura que le esperaba.
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Frea estaba maravillada con lo que había hecho Alanna, ninguno de ellos hubiera sido capaz de vencer, en tampoco tiempo, a uno de los guardias que habían venido con el Rey, y menos un guardia tan gordo como lo era aquel. Haría falta los dos hombres más fuertes de la aldea para llevar al guardia a un lugar seguro para interrogarlo más tarde.
En la parte de abajo de la Ruta Roja, una pareja le estaba esperando. –¿Habéis visto a mi hermano?- Preguntó Frea. – Alanna nos ha hecho un maravilloso regalo que seguro que le gustará.-
-No, creo que se ha ido por túneles donde los demás.-Dijo el hombre.-¿Tu lo has visto Merodie?-
-Ahora que lo dices, le perdí de visto cuando llegaron los caballos. Estará con los demás.-
Una antorcha llegó desde el interior de los oscuros pasadizos, eran los demás hombres y mujer del pequeño grupo que Frea había podido organizar. Echó un vistazo rápido por ver si su hermano estaba entre ellos, pero allí no estaba. La mujer pensó en lo peor, empezó a creer que los guardias lo habrían cogido y que, al día siguiente, lo vería colgado en la plaza del pueblo igual como tuvo que ver a su marido. Esta vez no lloró, fue fuerte de reprimir las lágrimas que hacían fuerza por salir de sus ojos.
-¡Otra vez donde empezamos!- Habló el líder de la pequeña guarnición que viajó entre los pasadizos, aquel que portaba una de las dos antorchas que tenía el grupo. -Hicimos demasiado bien este puto laberinto.-
-No es tan difícil, solo tenéis que seguir las “marcas guía”.- Dijo Merodie.
-Las seguiríamos si no las hubiesen borrado.-
-¿Borrado?- Interrumpió Frea, esas marcas eran casi tan importantes como su hermano, sin ellas no podrían encontrar el camino correcto por todo el laberinto. -¿Cómo es que las han borrado?-
-No lo sabemos.- Volvió a hablar el hombre de la antorcha. –Pero cuando empezamos a caminar, siempre volvemos al punto de inicio.-
En la parte de abajo de la Ruta Roja, una pareja le estaba esperando. –¿Habéis visto a mi hermano?- Preguntó Frea. – Alanna nos ha hecho un maravilloso regalo que seguro que le gustará.-
-No, creo que se ha ido por túneles donde los demás.-Dijo el hombre.-¿Tu lo has visto Merodie?-
-Ahora que lo dices, le perdí de visto cuando llegaron los caballos. Estará con los demás.-
Una antorcha llegó desde el interior de los oscuros pasadizos, eran los demás hombres y mujer del pequeño grupo que Frea había podido organizar. Echó un vistazo rápido por ver si su hermano estaba entre ellos, pero allí no estaba. La mujer pensó en lo peor, empezó a creer que los guardias lo habrían cogido y que, al día siguiente, lo vería colgado en la plaza del pueblo igual como tuvo que ver a su marido. Esta vez no lloró, fue fuerte de reprimir las lágrimas que hacían fuerza por salir de sus ojos.
-¡Otra vez donde empezamos!- Habló el líder de la pequeña guarnición que viajó entre los pasadizos, aquel que portaba una de las dos antorchas que tenía el grupo. -Hicimos demasiado bien este puto laberinto.-
-No es tan difícil, solo tenéis que seguir las “marcas guía”.- Dijo Merodie.
-Las seguiríamos si no las hubiesen borrado.-
-¿Borrado?- Interrumpió Frea, esas marcas eran casi tan importantes como su hermano, sin ellas no podrían encontrar el camino correcto por todo el laberinto. -¿Cómo es que las han borrado?-
-No lo sabemos.- Volvió a hablar el hombre de la antorcha. –Pero cuando empezamos a caminar, siempre volvemos al punto de inicio.-
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Un hombre joven, de pelo moreno y rizado, salió de una de las casas más cercanas a la posición donde estaba el mercenario, el brujo Bono y los hombres de la guardia. Sus ropas y su cabello estaban recubiertas de polvo, daba la impresión de haber salido de un sucio agujero en lugar de un acogedor hogar como lo había hecho. En sus manos llevaba una espada oxidada y desgastadas por los años, a duras penas podría cortar el dedo de una persona y, si lo pudiera hacer, mataría a dicha persona por enfermedades como el tétano.
-Teníamos un trato Lord Bono.- El moreno alzó la voz en el mismo momento en el que el brujo pretendía torturar al mercenario que le había alcanzado con la daga. – La Ruta Roja a cambio de ella.-
-Eres un impertinente Gardian.- La risa del brujo se apagó para dar paso a una mueca de desagrado solo equivalente a la que ponían los guardias al estar junto al brujo. –Y la impertinencia se castiga.-
Gardian dio un paso hacia atrás buscando el cobijo de la casa donde había salido. -¿Qué quieres decir?- Preguntó con voz temerosa. El brujo usó su magia para hacer cerrar la puerta de la casa antes de que el joven pudiera esconderse. - ¿Y nuestro trato?-
-Ha sido renegado.- El brujo hizo evaporar delante de todos los presentes a Gardina; no lo mató, solo lo llevó a un lugar oculto para jugar con él más tarde. - Gilipollas.- Finalizó volviendo con su risa habitual. Se dirigió al mercenario que tenía inmovilizado en el suelo, le agarró de la oreja y, con una fuerza impropia de cualquier otro brujo, lo levantó del suelo hasta que su oreja estuviera a la misma altura que la grotesca y sangrienta boca del brujo. – Asuntos más importantes me reclaman, pero no temas, no te dejaré solo, estos buenos hombres se ocuparán de ti.- Lanzó al mercenario hasta la pared más cercana.
Los guaridas comenzaron a brillar de la misma manera que brilló la espada y después los puños del séptimo de los Tale. Uno a uno los hombres, los músculos de los hombres fueron haciéndose más notorios. La fuerza de treinta rinocerontes se concentraba en cada uno de esos hombres. Sus espinas dorsales no podían aguantar el peso de sus músculos, tenían que encorvarse para poner sostener su nuevo y fuerte cuerpo.
El brujo se convirtió en un buitre tan negro como la túnica que llevaba y se perdió entre las tinieblas de la amplia noche. Solo quedaban los guardias convertidos en aberraciones contra la natura y el mercenario, la fuerza de un simple hombre con la de veinte guardias conjurados por Bono.
-Teníamos un trato Lord Bono.- El moreno alzó la voz en el mismo momento en el que el brujo pretendía torturar al mercenario que le había alcanzado con la daga. – La Ruta Roja a cambio de ella.-
-Eres un impertinente Gardian.- La risa del brujo se apagó para dar paso a una mueca de desagrado solo equivalente a la que ponían los guardias al estar junto al brujo. –Y la impertinencia se castiga.-
Gardian dio un paso hacia atrás buscando el cobijo de la casa donde había salido. -¿Qué quieres decir?- Preguntó con voz temerosa. El brujo usó su magia para hacer cerrar la puerta de la casa antes de que el joven pudiera esconderse. - ¿Y nuestro trato?-
-Ha sido renegado.- El brujo hizo evaporar delante de todos los presentes a Gardina; no lo mató, solo lo llevó a un lugar oculto para jugar con él más tarde. - Gilipollas.- Finalizó volviendo con su risa habitual. Se dirigió al mercenario que tenía inmovilizado en el suelo, le agarró de la oreja y, con una fuerza impropia de cualquier otro brujo, lo levantó del suelo hasta que su oreja estuviera a la misma altura que la grotesca y sangrienta boca del brujo. – Asuntos más importantes me reclaman, pero no temas, no te dejaré solo, estos buenos hombres se ocuparán de ti.- Lanzó al mercenario hasta la pared más cercana.
Los guaridas comenzaron a brillar de la misma manera que brilló la espada y después los puños del séptimo de los Tale. Uno a uno los hombres, los músculos de los hombres fueron haciéndose más notorios. La fuerza de treinta rinocerontes se concentraba en cada uno de esos hombres. Sus espinas dorsales no podían aguantar el peso de sus músculos, tenían que encorvarse para poner sostener su nuevo y fuerte cuerpo.
El brujo se convirtió en un buitre tan negro como la túnica que llevaba y se perdió entre las tinieblas de la amplia noche. Solo quedaban los guardias convertidos en aberraciones contra la natura y el mercenario, la fuerza de un simple hombre con la de veinte guardias conjurados por Bono.
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* Eltrant Tale: Bono se ha ido y, con él, el hechizo sobre tu espada y tus puños. Pero, para que no te sientas solo, Bono ha hechizado a los guardias para que juegues con ellos
* Alanna Delteria: Las marcas guía de la Ruta Roja han sido borradas, perderse dentro del laberinto es demasiado fácil y demasiado peligroso ya que, al parecer, Gardian ha confesado a los guardias la existencia y ubicación de los túneles, aunque todavía no tienes forma de saber qué es lo que ha hecho Gardian ni cuáles son sus intenciones. Deberás guiar al grupo entre en los oscuros pasadizos y protegerlo de los posibles peligros que puedan albergar hasta llegar a la aldea. Y no temas, Tod el Gordo estará inconsciente durante un largo tiempo incluso, si llegase a despertar, no haría nada al recordar las amenazas hacia sus partes.
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Se dejó caer, cansada, mientras Frea contestaba a su "regalo" con aspecto sorprendido. Alanna no pudo más que sonreír a la mujer mientras secaba una gota de sudor que caía de su frente, lo cierto era que no había sido fácil, la presa había sido gorda, maloliente, y peleona, pero, afortunadamente, ya estaba cautiva, y como que debía salvar a la aldea y limpiar el nombre del rey y su guardia, que ese farsante iba a pagarlo caro.
Se alzó del suelo con calma, sonriendo satisfecha y con una pizca de maldad en el fondo de sus ojos, seguía furiosa, y podía jurar que, por cada mentira que captara del cerdo, le iría arrancando un pedazo de piel, hasta que el tipo acabase desollado. Nadie jugaba con las cosas que le importaban y se iba de rositas. Ya se había tomado a broma el proteger a su hermana, y la había perdido del peor modo posible, nunca más dejaría que nadie tomase por estupideces las cosas realmente importantes, y quien jugase con ellas, pagaría un alto precio cuando ella estuviera en frente.
Bajó tranquila a las profundidades de la ruta subterránea, escuchando los susurros que Frea intercambiaba con una pareja de forzudos, al parecer nadie sabía nada de su hermano. Esto, a la guardia, le sonó raro, ¿un jovencillo revolucionario que se negaba a aceptar consejos había desaparecido sin que nadie supiera su paradero? Eso, en ningún caso o posible supuesto es buena señal, nunca.
Pero no era quien para hablar, no podía decir nada, ya bastante suerte había tenido con que el pueblo le hiciera caso y cesaran sus intentos de suicidio, no podía tentar más a la suerte. Unas antorchas se acercaron por el fondo, y una voz de hombre protestó cansada. Frea, sin perder tiempo, intentó arreglar el asunto. Pero no era tan sencillo, habían borrado las señales. La Gata frunció el ceño. Nadie que colaborase totalmente con ellos habría borrado las marcas que eran su guía y ayuda. Nadie, a no ser que supiera que otras personas conocían la gruta y quisiera protegerlos.
Estaba claro para la chica, había un traidor entre las filas de los aldeanos. Y, al ver quien faltaba entre los presentes, de los que habían estado a su llegada, para ella, el principal sospechoso estaba claro. Miró a Frea, mientras esta hablaba con los recién llegados, estaba claro que se encontraban preocupados. Y no era para menos, si Alanna tenía razón, y sus suposiciones eran ciertas, el hermano de la propia líder era un traidor a los suyos.
A la Gata eso le dolía más de lo que quisiera admitir, nunca podía concebir el pensamiento de cómo alguien es capaz de traicionar a su propia familia, a pesar de que ella lo llevaba viviendo, de forma cruda y violenta, más tiempo del que le gustaría admitir. Respiró hondo, no era momento de eso, debían salir de allí, si realmente había un traidor y había descubierto a los enemigos el paradero de la ruta, era necesario taponar las entradas cuanto antes.
Se acercó a la pared, y a la tenue luz de la antorcha observó la pared, la tierra debía tener alguna señal de haber sido removida recientemente, miró fijamente durante unos segundo, y pasó sus manos cubiertas por guantes sobre las paredes hasta, finalmente, reconocer la señal. Parte de la tierra se encontraba totalmente lisa, sin rugosidad alguna, y era un trozo realmente pequeño que se veía en las esquinas, donde, anteriormente, debieron haber flechas.
- Es por aquí- Susurró cortando la conversación.- Si os fijáis, esta tierra ha sido tocada hace poco tiempo, y las huellas giran por este pasillo, no hacia aquí, sino hacia dentro, así que, debe ser por aquí.- Susurró explicando su suposición.- ¿Puedo?- Preguntó a un hombre, tomando la antorcha que este tenía en la mano y comenzando a andar, dando ya por perdido a Felix, el caballo.
Justo cuando empezó a moverse, la pareja que había estado allí hablando al principio, entraba al gordo guardia arrastrándolo, ya estaban todos, había que lograr adentrarse en el pueblo. Comenzó a andar, recto, recto y giro a la izquierda. Ciertamente era un laberinto, pero todo laberinto tiene solución, y, usualmente, cuando se mantiene la mano sobre las paredes del lado derecho, se logra encontrar la salida.
Tras dar dos giros más, suspiró agobiada. No le gustaba estar encerrada, no sabía estarlo, era una persona que disfrutaba del aire libre, y que no podía mantenerse quieta más de unos pocos minutos, le gustaba el aire puro, ver la luz, ya fuera del sol o de la luna, pero estar en un laberinto, oscuro, bajo tierra, que bien podría estar repleto de enemigos o bien podrían intentar derrumbar con una mezcla alquímica, no le gustaba un pelo.
Antes lo pensó, antes ocurrió la desgracia. Unos pasos metálicos comenzaron a escucharse desde la izquierda y una luz se asomó desde la misma dirección, con nervio, se vio forzada a apagar la antorcha y, respirando hondo, agudizó su mirada, logrando ver en la oscuridad. Sonrió ante su propia proeza, llevaba practicando eso toda su vida de guardia, no por nada se había ganado el apodo de "La Gata" el equilibrio y la velocidad era parte de su apodo, pero esa capacidad única de ver en la oscuridad durante un tiempo, era lo que no todos conocían.
- Shhh- pidió poniendo una mano sobre Frea, que se encontraba tras ella, y pegándose a la pared mientras los falsos guardias pasaban de largo. Eso les facilitaba las cosas, ya sabían por donde estaba una de las salidas.- Por aquí.
- ¿Cómo?, no vemos nada- Protestó uno de los que arrastraba al del aliento de ajo.
- Pero yo si.- Respondió son una sonrisa, girándose a ellos. SI hubieran tenido una luz, habrían visto las pupilas de la chica dilatadas, como las de un autentico felino.
siguió caminando, siguiendo, a la inversa, las huellas de los guardias que acababan de pasar, sin embargo, Alanna era consciente, su habían dos, seguro que habría más. Nuevamente, los pasos se escucharon, esta vez a sus espaldas, y la chica los hizo retroceder hasta un túnel paralelo en la pared. Pero esta vez, no iba a dejar que estos guardias salieran a informar, si eran buenos, habrían memorizado el trazado de los túneles, y podrían crear un mapa que, como poco, pondría en mayor peligro a los aldeanos, que no sabrían ni cuando ni donde llegaría el peligro.
Alanna les salió al paso, cuando pasó el primero, y se lanzó contra ellos, quitándole el casco a uno, logrando cortarle el cuello gracias a haberlo cogido desprevenido. Sin embargo el otro estuvo preparado para atacarla, fue a por ella de cara, Alanna pudo esquivar el primer golpe, pero, no el segundo, que le hizo un corte en la mejilla, pequeño, a penas visible, pero un corte al fin y al cabo. Desde que un corte pequeño casi le provoca la muerte, la chica intentaba evitar cualquier herida, pero no siempre es posible, para la fortuna de su rival, el corte provoco en la chica la bastante confusión como para que él pudiera golpearla.
Alanna calló al suelo, empolvándose la ropa, mareada, con un golpe en la nuca. Posiblemente se la habrían llevad cautiva si no hubiera estado acompañada de los aldeanos que, con palas y hoces, acabaron con la vida de quien la había golpeado. Al final, esos túneles, ahora bañados en sangre, se habían convertido, realmente, en una ruta roja. Frea la ayudó a levantarse, sonriéndole, y Alanna, recuperándose del mareo, se dejó socorrer y siguió guiando al grupo hasta que, ya por su propio pie, embarrada, con sangre ajena mojando su ropa, y el corte de la mejilla cerrado, logró llegar a la salida.
Subió una escalinata y abrió una trampilla, pudiendo ver el interior de un sótano, oscuro y vacío. Comprobó dos veces si había presencia alguna, pero ni un alma se movía por el cuarto. Suspiró saliendo de allí, sonriendo, cansada, realmente quería un baño, pero, al menos, ya habían llegado a un lugar seguro. Debían haber encontrado una salida diferente de la usada por los guardias. Era una suerte, o, posiblemente, habrían acabado en el cadalso.
- Bien, creo que hay algo que ya habéis notado algunos.- Comentó con seriedad cuando ya todos hubieron estado fuera de los túneles.- Hay un traidor en vuestras filas.- murmuró mirando a los presentes, que agacharon la cabeza, en señal de asentimiento.- Se que habéis trabajado mucho en los túneles, pero lo mejor es cerrar las entradas, o los guardias sabrán quienes colaboran con la resistencia.
- Vamos, dejemos que ellos taponen la entrada, voy a dejarte algo de ropa para que puedas cambiarte.- dijo Frea sacándola del cuarto.- Chicos, atad a ese a la columna, no quiero que se mueva.- pidió señalando una columna redonda en el centro de la sala, antes de cerrar la puerta llevando a Alanna arriba.- ¿Realmente crees que tenemos un topo?- preguntó sacando ropa de un armario.
- No, Frea, tenéis un traidor, alguien de vuestras filas que por la razón que sea, os ha vendido...- comentó Alanna mientras pasaba una esponja humeda por sus brazos y su cara, intentando quitarse parte de la mugre. Habían entrado en un cuarto con una cama de matrimonio y un armario, y la mujer le había pasado un barreño lleno de agua caliente y una esponja que flotaba, junto a una toalla.- Tengo un sospechoso, pero no quiero decir nada sin estar segura, si me equivoco...- negó con la cabeza, sabía que se les hacía a los traidores.- no puedo acusar a nadie sin pruebas.- murmuró poniéndose la camisa y el pantalón que la chica le había pasado. Le venían algo anchos, pero era normal, incluso su propia ropa se le había quedado algo ancha.- Vamos, tenemos un prisionero al que sacarle información.- Murmuró la chica con una sonrisa cansada y ojos sanguinarios, crujiéndose los dedos de las manos.
*****************************************Se alzó del suelo con calma, sonriendo satisfecha y con una pizca de maldad en el fondo de sus ojos, seguía furiosa, y podía jurar que, por cada mentira que captara del cerdo, le iría arrancando un pedazo de piel, hasta que el tipo acabase desollado. Nadie jugaba con las cosas que le importaban y se iba de rositas. Ya se había tomado a broma el proteger a su hermana, y la había perdido del peor modo posible, nunca más dejaría que nadie tomase por estupideces las cosas realmente importantes, y quien jugase con ellas, pagaría un alto precio cuando ella estuviera en frente.
Bajó tranquila a las profundidades de la ruta subterránea, escuchando los susurros que Frea intercambiaba con una pareja de forzudos, al parecer nadie sabía nada de su hermano. Esto, a la guardia, le sonó raro, ¿un jovencillo revolucionario que se negaba a aceptar consejos había desaparecido sin que nadie supiera su paradero? Eso, en ningún caso o posible supuesto es buena señal, nunca.
Pero no era quien para hablar, no podía decir nada, ya bastante suerte había tenido con que el pueblo le hiciera caso y cesaran sus intentos de suicidio, no podía tentar más a la suerte. Unas antorchas se acercaron por el fondo, y una voz de hombre protestó cansada. Frea, sin perder tiempo, intentó arreglar el asunto. Pero no era tan sencillo, habían borrado las señales. La Gata frunció el ceño. Nadie que colaborase totalmente con ellos habría borrado las marcas que eran su guía y ayuda. Nadie, a no ser que supiera que otras personas conocían la gruta y quisiera protegerlos.
Estaba claro para la chica, había un traidor entre las filas de los aldeanos. Y, al ver quien faltaba entre los presentes, de los que habían estado a su llegada, para ella, el principal sospechoso estaba claro. Miró a Frea, mientras esta hablaba con los recién llegados, estaba claro que se encontraban preocupados. Y no era para menos, si Alanna tenía razón, y sus suposiciones eran ciertas, el hermano de la propia líder era un traidor a los suyos.
A la Gata eso le dolía más de lo que quisiera admitir, nunca podía concebir el pensamiento de cómo alguien es capaz de traicionar a su propia familia, a pesar de que ella lo llevaba viviendo, de forma cruda y violenta, más tiempo del que le gustaría admitir. Respiró hondo, no era momento de eso, debían salir de allí, si realmente había un traidor y había descubierto a los enemigos el paradero de la ruta, era necesario taponar las entradas cuanto antes.
Se acercó a la pared, y a la tenue luz de la antorcha observó la pared, la tierra debía tener alguna señal de haber sido removida recientemente, miró fijamente durante unos segundo, y pasó sus manos cubiertas por guantes sobre las paredes hasta, finalmente, reconocer la señal. Parte de la tierra se encontraba totalmente lisa, sin rugosidad alguna, y era un trozo realmente pequeño que se veía en las esquinas, donde, anteriormente, debieron haber flechas.
- Es por aquí- Susurró cortando la conversación.- Si os fijáis, esta tierra ha sido tocada hace poco tiempo, y las huellas giran por este pasillo, no hacia aquí, sino hacia dentro, así que, debe ser por aquí.- Susurró explicando su suposición.- ¿Puedo?- Preguntó a un hombre, tomando la antorcha que este tenía en la mano y comenzando a andar, dando ya por perdido a Felix, el caballo.
Justo cuando empezó a moverse, la pareja que había estado allí hablando al principio, entraba al gordo guardia arrastrándolo, ya estaban todos, había que lograr adentrarse en el pueblo. Comenzó a andar, recto, recto y giro a la izquierda. Ciertamente era un laberinto, pero todo laberinto tiene solución, y, usualmente, cuando se mantiene la mano sobre las paredes del lado derecho, se logra encontrar la salida.
Tras dar dos giros más, suspiró agobiada. No le gustaba estar encerrada, no sabía estarlo, era una persona que disfrutaba del aire libre, y que no podía mantenerse quieta más de unos pocos minutos, le gustaba el aire puro, ver la luz, ya fuera del sol o de la luna, pero estar en un laberinto, oscuro, bajo tierra, que bien podría estar repleto de enemigos o bien podrían intentar derrumbar con una mezcla alquímica, no le gustaba un pelo.
Antes lo pensó, antes ocurrió la desgracia. Unos pasos metálicos comenzaron a escucharse desde la izquierda y una luz se asomó desde la misma dirección, con nervio, se vio forzada a apagar la antorcha y, respirando hondo, agudizó su mirada, logrando ver en la oscuridad. Sonrió ante su propia proeza, llevaba practicando eso toda su vida de guardia, no por nada se había ganado el apodo de "La Gata" el equilibrio y la velocidad era parte de su apodo, pero esa capacidad única de ver en la oscuridad durante un tiempo, era lo que no todos conocían.
- Shhh- pidió poniendo una mano sobre Frea, que se encontraba tras ella, y pegándose a la pared mientras los falsos guardias pasaban de largo. Eso les facilitaba las cosas, ya sabían por donde estaba una de las salidas.- Por aquí.
- ¿Cómo?, no vemos nada- Protestó uno de los que arrastraba al del aliento de ajo.
- Pero yo si.- Respondió son una sonrisa, girándose a ellos. SI hubieran tenido una luz, habrían visto las pupilas de la chica dilatadas, como las de un autentico felino.
siguió caminando, siguiendo, a la inversa, las huellas de los guardias que acababan de pasar, sin embargo, Alanna era consciente, su habían dos, seguro que habría más. Nuevamente, los pasos se escucharon, esta vez a sus espaldas, y la chica los hizo retroceder hasta un túnel paralelo en la pared. Pero esta vez, no iba a dejar que estos guardias salieran a informar, si eran buenos, habrían memorizado el trazado de los túneles, y podrían crear un mapa que, como poco, pondría en mayor peligro a los aldeanos, que no sabrían ni cuando ni donde llegaría el peligro.
Alanna les salió al paso, cuando pasó el primero, y se lanzó contra ellos, quitándole el casco a uno, logrando cortarle el cuello gracias a haberlo cogido desprevenido. Sin embargo el otro estuvo preparado para atacarla, fue a por ella de cara, Alanna pudo esquivar el primer golpe, pero, no el segundo, que le hizo un corte en la mejilla, pequeño, a penas visible, pero un corte al fin y al cabo. Desde que un corte pequeño casi le provoca la muerte, la chica intentaba evitar cualquier herida, pero no siempre es posible, para la fortuna de su rival, el corte provoco en la chica la bastante confusión como para que él pudiera golpearla.
Alanna calló al suelo, empolvándose la ropa, mareada, con un golpe en la nuca. Posiblemente se la habrían llevad cautiva si no hubiera estado acompañada de los aldeanos que, con palas y hoces, acabaron con la vida de quien la había golpeado. Al final, esos túneles, ahora bañados en sangre, se habían convertido, realmente, en una ruta roja. Frea la ayudó a levantarse, sonriéndole, y Alanna, recuperándose del mareo, se dejó socorrer y siguió guiando al grupo hasta que, ya por su propio pie, embarrada, con sangre ajena mojando su ropa, y el corte de la mejilla cerrado, logró llegar a la salida.
Subió una escalinata y abrió una trampilla, pudiendo ver el interior de un sótano, oscuro y vacío. Comprobó dos veces si había presencia alguna, pero ni un alma se movía por el cuarto. Suspiró saliendo de allí, sonriendo, cansada, realmente quería un baño, pero, al menos, ya habían llegado a un lugar seguro. Debían haber encontrado una salida diferente de la usada por los guardias. Era una suerte, o, posiblemente, habrían acabado en el cadalso.
- Bien, creo que hay algo que ya habéis notado algunos.- Comentó con seriedad cuando ya todos hubieron estado fuera de los túneles.- Hay un traidor en vuestras filas.- murmuró mirando a los presentes, que agacharon la cabeza, en señal de asentimiento.- Se que habéis trabajado mucho en los túneles, pero lo mejor es cerrar las entradas, o los guardias sabrán quienes colaboran con la resistencia.
- Vamos, dejemos que ellos taponen la entrada, voy a dejarte algo de ropa para que puedas cambiarte.- dijo Frea sacándola del cuarto.- Chicos, atad a ese a la columna, no quiero que se mueva.- pidió señalando una columna redonda en el centro de la sala, antes de cerrar la puerta llevando a Alanna arriba.- ¿Realmente crees que tenemos un topo?- preguntó sacando ropa de un armario.
- No, Frea, tenéis un traidor, alguien de vuestras filas que por la razón que sea, os ha vendido...- comentó Alanna mientras pasaba una esponja humeda por sus brazos y su cara, intentando quitarse parte de la mugre. Habían entrado en un cuarto con una cama de matrimonio y un armario, y la mujer le había pasado un barreño lleno de agua caliente y una esponja que flotaba, junto a una toalla.- Tengo un sospechoso, pero no quiero decir nada sin estar segura, si me equivoco...- negó con la cabeza, sabía que se les hacía a los traidores.- no puedo acusar a nadie sin pruebas.- murmuró poniéndose la camisa y el pantalón que la chica le había pasado. Le venían algo anchos, pero era normal, incluso su propia ropa se le había quedado algo ancha.- Vamos, tenemos un prisionero al que sacarle información.- Murmuró la chica con una sonrisa cansada y ojos sanguinarios, crujiéndose los dedos de las manos.
Off: uso de habilidad de nivel 4, ojo del halcón.
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Sonrió con cierta satisfacción al ver como su daga cortaba el rostro de aquel pretencioso brujo, puede que fuese poderoso, pero no dejaba ser mortal como todos los allí presentes y acababa de demostrárselo de la mejor de las formas, cortándole la cara con una daga.
Desafortunadamente para Eltrant; la risa que seguidamente brotó de los labios de Bono no hizo sino asegurar al mercenario que su idea había fallado, y aunque todos a su alrededor parecían sorprendidos de que alguien se hubiese atrevido a encarar al brujo, el propio Bono parecía estar debatiéndose entre una mezcla de ira y deleite, como el cazador que contempla maravillado a su presa retorcerse en la red en la que acaba de caer.
Intentó levantarse de donde se encontraba, retroceder un par de metros y pensar en cómo afrontar lo que le aguardaba, sin embargo solo consiguió moverse un poco alrededor del sitio dónde sus puños se encontraban clavados, como si estuviesen hechos del más pesado de los metales. Trató de hacer algo, moverse, patear al brujo que venía hacia él con una de las manos alzadas, más solo consiguió divertir si cabía a su agresor, que se acercaba a él riendo maliciosamente.
Apretó la mandíbula con fuerza y miró fijamente la cara del brujo para después buscar algo con lo que ayudarse a escapar, era bastante evidente que si no escapaba de allí tendría una larga y dolorosa muerte, al menos eso era lo que todos los presentes, en silencio, parecían esperar. - ¿Crees que eres el primero que me tortura? – Masculló sonriendo, aunque sentía como la fuerza se le escapaba por la boca – Soy de Lunargenta, vivir allí básicamente es una tortura – Como esperaba, nadie hizo el más mínimo comentario ante las palabras del mercenario, cosa que agradeció, no solo iba a morir a manos de un brujo con aspecto de psicópata sino que además sus últimas frases iban a ser aquellas, al menos el silencio le daba a la situación un curioso tono solemne.
Pero de la nada un hombre irrumpió en la escena dirigiéndose directamente a Bono, un individuo que parecía haber salido de la más polvorienta de las minas y que ahora hablaba con la mayor autoridad que había en aquel callejón de tú a tú. Eltrant frunció el ceño y escuchó atentamente aquel conveniente intercambio de palabras, mientras lo hacía, el Séptimo de los Tale no pudo evitar contemplar la herrumbrosa espada que pendía del cinto del de cabellos rizados, la cual le recordaba con un innegable pesar a la que llevaba rota en su bolsa de viaje.
Cuando la escueta conversación hubo finalizado, el brujo hizo desaparecer al supuesto Gardian con un leve giro de muñeca, lo cual hizo que algunos de los soldados soltasen alguna expresión de asombro que otra, así como alguno de los curiosos aldeanos que contemplaban el espectáculos desde sus casas, se ocultaron definitivamente en el interior de sus hogares. - ¿Entonces seguimos dónde lo habíamos dejado? – Comentó Eltrant justo cuando el brujo se giró hacia él, quien lo lanzó contra una pared cercana con una fuerza encomiable justo tras informar al joven que asuntos más relevantes reclamaban su atención, pero que los hombres de Bono se encargarían del mercenario por él.
Y así, mientras tosía copiosamente tratando de mantener la poca compostura que le quedaba, el mercenario observó cómo tras comenzar a brillar tenuemente, los soldados que se encontraban bajo el mando de Bono comenzaron a aullar de dolor al mismo tiempo que sus músculos y cuerpos crecían grotescamente. Para cuando aquella siniestra trasformación terminó, el brujo dedicó una última y sonriente mirada a Eltrant y tras transformarse en un ave del color de la noche, se fundió con el firmamento.
Mientras veía como las cosas que hasta escasos minutos atrás eran soldados comenzaban a levantarse del suelo, Eltrant comprobó dos cosas; la primera era que tras irse el brujo sus extremidades superiores volvían a moverse como de costumbre, la segunda era que, los esbirros de Bono, ahora convertidos en musculosas bestias de más de dos metros querían acabar con su existencia. Tal fue así que no pudo siquiera levantarse para evitar el primer golpe de uno de esos seres, el cual le hizo volar varios metros y estrellarse contra un grupo de cajas de madera, destrozándolas por el camino.
– Si me lo tengo merecido. – Murmuró dolorido llevándose una de las manos al pecho comprobando que todo seguía en su sitio. – ¡Muere! – La voz de una segunda bestia le devolvió a la realidad de la peor de las formas, ya que esta vino acompañada de un fuerte puntapié que volvió a dejarle sin aliento y a lanzarle varios metros en la dirección opuesta a la que se encontraba. Gritando de dolor, Eltrant no gastó tiempo en comprobar que no tenía nada roto, simplemente se levantó y escudriñó su alrededor.
Limpiándose la sangre que manaba de su frente con la manga de la camisa, localizó su espada a varios metros de donde se encontraba en aquel instante, justo entre todas aquellas cosas. Maldijo al brujo entre dientes, mientras se ataba una gasa amarillenta alrededor del muslo en un apresurado intento por detener la sangre, afortunadamente aquellas cosas eran lentas, lo que le daba tiempo a pensar un plan, pero solo tenía eso de su parte, la velocidad, ya que no solo estaban muy fuera de su alcance en lo que a fuerza física se refería, sino que también parecían ser, siendo sumamente generosos, algo inteligentes.
- Muy bien Eltrant – Se dijo dando varios saltitos donde se encontraba, ignorando los diferentes cortes de su cuerpo que se negaban a cerrarse - ¿Qué puede salir mal? – Aquella pregunta, aunque era retórica, tenía más de un sinfín de respuestas que el mercenario conocía perfectamente; Respuestas que estuvo a punto de dar cuando, corriendo en dirección a su espada, el puño cerrado de una de las bestias le pasó susurrando junto a su cara, o en el momento en el cual, después de lanzarse al suelo para evitar otra de las manazas de aquellos seres, una musculosa rodilla casi le aplasta el pecho.
Pero finalmente, y después de escurrirse entre varios de los gigantes arrastrándose por el suelo, la mano del mercenario se cerró en torno a la empuñadura de su espada, la cual como había sospechado, volvía a pesar tanto como lo había hecho siempre.
De forma triunfal volvió a levantarse sin percatarse de que, por muy lentos que fuesen, se las habían arreglado para volver a rodearle. Le habría gustado decir algo para aliviar la tensión que sentía en aquel momento, pero no le salían las palabras, quizás era porque se encontraba agotado, o porque sentía que no se podía permitir distraerse con aquellos seres, por lo que simplemente entornó los ojos y se encaró al que parecía el más bajito de todos, no iba a poder con todos, dudaba mucho que lo hubiese conseguido aun siendo normales, tenia que salir de allí cuanto antes.
Al menos ahora estaba armado con su espada.
Agarrando la espada con ambas manos y cargando toda la fuerza que le quedaban en las mismas, acometió contra el gigante al que había decidido encarar momentos antes, la bestia, confiada en su fuerza superior trató de arrastrar al mercenario con uno de sus poderosos brazos, pero Eltrant, anticipando esto, realizó un tajo en horizontal en dirección al codo de aquella cosa, encargándose de que nunca más usase la extremidad con la que le acababa de atacar.
Un sonido pesado y seco, seguido de un fuerte bramido de dolor, informó a todos los presentes de que el joven había conseguido cercenar el brazo de un solo corte, los cuales retrocedieron un par de pasos confusos por la situación, momento que el mercenario uso en su benefició, pues consiguió escaparte del cerco en el que había caído.
Mientras corría, la misma bestia a la que le había arrebatado un brazo se las ingenió para lanzarle el carro del que se había ayudado antes, cuando todos eran humanos; La carroza pasó junto al mercenario y se estrelló contra una de las casas al fondo de la calle, convirtiéndose en una amalgama de piezas de madera rotas.
Sin detenerse a mirar atrás el mercenario se encargó de esquivar la mayoría de las cosas que le lanzaron y, cuando estuvo a una distancia prudencial de todo aquello, se detuvo a descansar. Jadeando envainó de nuevo su espada y se dejó caer contra una pared, esperó varios minutos mientras recuperaba el aliento, los distantes aullidos de ira de aquellas cosas le decían que, al menos por ahora, le habían perdido de vista.
Enterrando su rostro en las palmas de sus manos suspiró, una persona inteligente se habría marchado del pueblo en aquel momento, tenía la oportunidad perfecta, y estaba bastante claro que Bono tenía la carta ganadora si se enfrentaban en combate singular, no obstante, y sobre todo después de escuchar las palabras que tuvo el brujo con el chico que hizo desaparecer, lo mejor que podía hacer en aquel momento, si quería ayudar en algo a la mujer que le había contratado era dirigirse al pasadizo secreto.
Por lo que, tras dejar escapar un largo y lastimero suspiro y pasarse la mano por el pelo, se encaminó hacia el lugar que le había mostrado el libro.
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Off: Habilidad Nivel 3: Hoja Cargada
Desafortunadamente para Eltrant; la risa que seguidamente brotó de los labios de Bono no hizo sino asegurar al mercenario que su idea había fallado, y aunque todos a su alrededor parecían sorprendidos de que alguien se hubiese atrevido a encarar al brujo, el propio Bono parecía estar debatiéndose entre una mezcla de ira y deleite, como el cazador que contempla maravillado a su presa retorcerse en la red en la que acaba de caer.
Intentó levantarse de donde se encontraba, retroceder un par de metros y pensar en cómo afrontar lo que le aguardaba, sin embargo solo consiguió moverse un poco alrededor del sitio dónde sus puños se encontraban clavados, como si estuviesen hechos del más pesado de los metales. Trató de hacer algo, moverse, patear al brujo que venía hacia él con una de las manos alzadas, más solo consiguió divertir si cabía a su agresor, que se acercaba a él riendo maliciosamente.
Apretó la mandíbula con fuerza y miró fijamente la cara del brujo para después buscar algo con lo que ayudarse a escapar, era bastante evidente que si no escapaba de allí tendría una larga y dolorosa muerte, al menos eso era lo que todos los presentes, en silencio, parecían esperar. - ¿Crees que eres el primero que me tortura? – Masculló sonriendo, aunque sentía como la fuerza se le escapaba por la boca – Soy de Lunargenta, vivir allí básicamente es una tortura – Como esperaba, nadie hizo el más mínimo comentario ante las palabras del mercenario, cosa que agradeció, no solo iba a morir a manos de un brujo con aspecto de psicópata sino que además sus últimas frases iban a ser aquellas, al menos el silencio le daba a la situación un curioso tono solemne.
Pero de la nada un hombre irrumpió en la escena dirigiéndose directamente a Bono, un individuo que parecía haber salido de la más polvorienta de las minas y que ahora hablaba con la mayor autoridad que había en aquel callejón de tú a tú. Eltrant frunció el ceño y escuchó atentamente aquel conveniente intercambio de palabras, mientras lo hacía, el Séptimo de los Tale no pudo evitar contemplar la herrumbrosa espada que pendía del cinto del de cabellos rizados, la cual le recordaba con un innegable pesar a la que llevaba rota en su bolsa de viaje.
Cuando la escueta conversación hubo finalizado, el brujo hizo desaparecer al supuesto Gardian con un leve giro de muñeca, lo cual hizo que algunos de los soldados soltasen alguna expresión de asombro que otra, así como alguno de los curiosos aldeanos que contemplaban el espectáculos desde sus casas, se ocultaron definitivamente en el interior de sus hogares. - ¿Entonces seguimos dónde lo habíamos dejado? – Comentó Eltrant justo cuando el brujo se giró hacia él, quien lo lanzó contra una pared cercana con una fuerza encomiable justo tras informar al joven que asuntos más relevantes reclamaban su atención, pero que los hombres de Bono se encargarían del mercenario por él.
Y así, mientras tosía copiosamente tratando de mantener la poca compostura que le quedaba, el mercenario observó cómo tras comenzar a brillar tenuemente, los soldados que se encontraban bajo el mando de Bono comenzaron a aullar de dolor al mismo tiempo que sus músculos y cuerpos crecían grotescamente. Para cuando aquella siniestra trasformación terminó, el brujo dedicó una última y sonriente mirada a Eltrant y tras transformarse en un ave del color de la noche, se fundió con el firmamento.
Mientras veía como las cosas que hasta escasos minutos atrás eran soldados comenzaban a levantarse del suelo, Eltrant comprobó dos cosas; la primera era que tras irse el brujo sus extremidades superiores volvían a moverse como de costumbre, la segunda era que, los esbirros de Bono, ahora convertidos en musculosas bestias de más de dos metros querían acabar con su existencia. Tal fue así que no pudo siquiera levantarse para evitar el primer golpe de uno de esos seres, el cual le hizo volar varios metros y estrellarse contra un grupo de cajas de madera, destrozándolas por el camino.
– Si me lo tengo merecido. – Murmuró dolorido llevándose una de las manos al pecho comprobando que todo seguía en su sitio. – ¡Muere! – La voz de una segunda bestia le devolvió a la realidad de la peor de las formas, ya que esta vino acompañada de un fuerte puntapié que volvió a dejarle sin aliento y a lanzarle varios metros en la dirección opuesta a la que se encontraba. Gritando de dolor, Eltrant no gastó tiempo en comprobar que no tenía nada roto, simplemente se levantó y escudriñó su alrededor.
Limpiándose la sangre que manaba de su frente con la manga de la camisa, localizó su espada a varios metros de donde se encontraba en aquel instante, justo entre todas aquellas cosas. Maldijo al brujo entre dientes, mientras se ataba una gasa amarillenta alrededor del muslo en un apresurado intento por detener la sangre, afortunadamente aquellas cosas eran lentas, lo que le daba tiempo a pensar un plan, pero solo tenía eso de su parte, la velocidad, ya que no solo estaban muy fuera de su alcance en lo que a fuerza física se refería, sino que también parecían ser, siendo sumamente generosos, algo inteligentes.
- Muy bien Eltrant – Se dijo dando varios saltitos donde se encontraba, ignorando los diferentes cortes de su cuerpo que se negaban a cerrarse - ¿Qué puede salir mal? – Aquella pregunta, aunque era retórica, tenía más de un sinfín de respuestas que el mercenario conocía perfectamente; Respuestas que estuvo a punto de dar cuando, corriendo en dirección a su espada, el puño cerrado de una de las bestias le pasó susurrando junto a su cara, o en el momento en el cual, después de lanzarse al suelo para evitar otra de las manazas de aquellos seres, una musculosa rodilla casi le aplasta el pecho.
Pero finalmente, y después de escurrirse entre varios de los gigantes arrastrándose por el suelo, la mano del mercenario se cerró en torno a la empuñadura de su espada, la cual como había sospechado, volvía a pesar tanto como lo había hecho siempre.
De forma triunfal volvió a levantarse sin percatarse de que, por muy lentos que fuesen, se las habían arreglado para volver a rodearle. Le habría gustado decir algo para aliviar la tensión que sentía en aquel momento, pero no le salían las palabras, quizás era porque se encontraba agotado, o porque sentía que no se podía permitir distraerse con aquellos seres, por lo que simplemente entornó los ojos y se encaró al que parecía el más bajito de todos, no iba a poder con todos, dudaba mucho que lo hubiese conseguido aun siendo normales, tenia que salir de allí cuanto antes.
Al menos ahora estaba armado con su espada.
Agarrando la espada con ambas manos y cargando toda la fuerza que le quedaban en las mismas, acometió contra el gigante al que había decidido encarar momentos antes, la bestia, confiada en su fuerza superior trató de arrastrar al mercenario con uno de sus poderosos brazos, pero Eltrant, anticipando esto, realizó un tajo en horizontal en dirección al codo de aquella cosa, encargándose de que nunca más usase la extremidad con la que le acababa de atacar.
Un sonido pesado y seco, seguido de un fuerte bramido de dolor, informó a todos los presentes de que el joven había conseguido cercenar el brazo de un solo corte, los cuales retrocedieron un par de pasos confusos por la situación, momento que el mercenario uso en su benefició, pues consiguió escaparte del cerco en el que había caído.
Mientras corría, la misma bestia a la que le había arrebatado un brazo se las ingenió para lanzarle el carro del que se había ayudado antes, cuando todos eran humanos; La carroza pasó junto al mercenario y se estrelló contra una de las casas al fondo de la calle, convirtiéndose en una amalgama de piezas de madera rotas.
Sin detenerse a mirar atrás el mercenario se encargó de esquivar la mayoría de las cosas que le lanzaron y, cuando estuvo a una distancia prudencial de todo aquello, se detuvo a descansar. Jadeando envainó de nuevo su espada y se dejó caer contra una pared, esperó varios minutos mientras recuperaba el aliento, los distantes aullidos de ira de aquellas cosas le decían que, al menos por ahora, le habían perdido de vista.
Enterrando su rostro en las palmas de sus manos suspiró, una persona inteligente se habría marchado del pueblo en aquel momento, tenía la oportunidad perfecta, y estaba bastante claro que Bono tenía la carta ganadora si se enfrentaban en combate singular, no obstante, y sobre todo después de escuchar las palabras que tuvo el brujo con el chico que hizo desaparecer, lo mejor que podía hacer en aquel momento, si quería ayudar en algo a la mujer que le había contratado era dirigirse al pasadizo secreto.
Por lo que, tras dejar escapar un largo y lastimero suspiro y pasarse la mano por el pelo, se encaminó hacia el lugar que le había mostrado el libro.
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Eltrant Tale
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
El Dios Vidar estaba presente en cada uno de sus pensamientos. Según las leyendas, Él era el encargado de resolver cualquier conflicto que sucediera en Aerandir. No importaba lo difícil o complicado que fuera dicho problema, en las historias antiguas siempre aparecía Vildar como un ser que sabía qué debía de hacer en cada momento. Frea se conocía de memoria todas aquellas viejas de leyendas de los dioses, no porque fuera religiosa, sino por sus hijos; antes de acostarlos les solía contar uno de sus cuentos de monstruos gigantes y Dioses. A los niños les encantaban escuchar las historias de los Dioses y Frea también disfrutaba contándolos incluso su marido se escondía en el umbral de la puerta de la habitación para oírla narrar. Tanto niños, como madre y padre esperaban ansiosos la hora del cuento. Cuando el padre murió, los cuentos murieron con él. Frea pasó los días sin fuerzas para poder narrar los cuentos de gigantes y Dioses. Fue Alanna quien le ayudó a recuperar la fuerza que había perdido y, también, fue gracias a ella que empezó a creer en los Dioses de los cuentos. Vildar fue quien hizo que se encontrase con Alanna para que le ayudase a salvar a su aldea. Ya sea en la superficie con los guardias acosándolos o bajo del laberinto de túneles, la chica fue tan útil que a todos les pareció una enviada de los Dioses.
-Gracias Vildar-. susurró Frea antes de comenzar a hablar al resto del grupo. -¡Escuchadme todos! Ya sabemos que tenemos un traidor entre nosotros y estoy segura que cada una tendrá a alguien a quién sospechar; quizás todos pensemos en la misma persona-Ella pensaba en su hermano pero no quiso decirlo- pero eso ahora no es lo importante. Gracias a nuestra buena amiga Alanna, tenemos un guardia en nuestras manos-. Una sonrisa ligeramente pervesa se dibujó en todos los hombre y mujeres de la guarnición, estaban deseando vengarse por todo cuanto pasando. Ese guardia apestoso y gordo era la representación viva de todo cuanto odiaban. – Pero tampoco ignoremos al traidor. Los guardias sabrán dónde estamos y conocen la Ruta Roja mejor de la que nosotros la podemos conocer sin nuestras “marcas guía”. Buscad armas, defendeos y por favor avisad al resto de aldeanos. Estamos en peligro-. Acabó su discurso con una sonrisa, volvía a ser la oradora que fue antes de que muriese su marido.
-Frea- habló Merodie tras abrir la puerta que daba a la salida de la casa y cerrarle de golpe espantada por lo que acababa de ver. –Alguien viene-.
-¿Qué has visto allí fuera? ¿Te encuentras bien querida?- Se adelantó a hablar el marido de Merodie antes de que Frea pudiera decir nada
-No sabría explicarlo- la voz de Merodie sonaba nerviosa y asustada al mismo tiempo. -son como esos monstruos de los cuentos que contamos a los niños. Parecen personas, pero jamás concocí a nadie a nadie que se moviese así-. Cuando terminó de hablar se abrazó a su marido.
-¿Son ellos los que vienen?- Frea era la única entre los aldeanos que no tenía miedo de los monstruos de los cuentos. Sabía que contaba con Alanna, ella era la enviada del Dios Valdir.
-No. Es un hombre el que viene, uno normal. Pero…-Rompió a llorar a los hombros de su esposo. –Da más miedo que los monstruos.-
-Gracias Vildar-. susurró Frea antes de comenzar a hablar al resto del grupo. -¡Escuchadme todos! Ya sabemos que tenemos un traidor entre nosotros y estoy segura que cada una tendrá a alguien a quién sospechar; quizás todos pensemos en la misma persona-Ella pensaba en su hermano pero no quiso decirlo- pero eso ahora no es lo importante. Gracias a nuestra buena amiga Alanna, tenemos un guardia en nuestras manos-. Una sonrisa ligeramente pervesa se dibujó en todos los hombre y mujeres de la guarnición, estaban deseando vengarse por todo cuanto pasando. Ese guardia apestoso y gordo era la representación viva de todo cuanto odiaban. – Pero tampoco ignoremos al traidor. Los guardias sabrán dónde estamos y conocen la Ruta Roja mejor de la que nosotros la podemos conocer sin nuestras “marcas guía”. Buscad armas, defendeos y por favor avisad al resto de aldeanos. Estamos en peligro-. Acabó su discurso con una sonrisa, volvía a ser la oradora que fue antes de que muriese su marido.
-Frea- habló Merodie tras abrir la puerta que daba a la salida de la casa y cerrarle de golpe espantada por lo que acababa de ver. –Alguien viene-.
-¿Qué has visto allí fuera? ¿Te encuentras bien querida?- Se adelantó a hablar el marido de Merodie antes de que Frea pudiera decir nada
-No sabría explicarlo- la voz de Merodie sonaba nerviosa y asustada al mismo tiempo. -son como esos monstruos de los cuentos que contamos a los niños. Parecen personas, pero jamás concocí a nadie a nadie que se moviese así-. Cuando terminó de hablar se abrazó a su marido.
-¿Son ellos los que vienen?- Frea era la única entre los aldeanos que no tenía miedo de los monstruos de los cuentos. Sabía que contaba con Alanna, ella era la enviada del Dios Valdir.
-No. Es un hombre el que viene, uno normal. Pero…-Rompió a llorar a los hombros de su esposo. –Da más miedo que los monstruos.-
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* Eltrant Tale: Dejas atrás a las criaturas monstruosas, al menos por ahora, y ves a una mujer asomarse por una casa, una de ellas que sabes que conducen hacia el pasadizo de túneles que te mostró el libro.
* Alanna Delteria: Tu prioridad ha de ser saber quién es el traidor y sacar toda la información que puedas de Tod el Gordo y de ese hombre del que habla Merodie.
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Cuando estuvo cambiada, salió del cuarto junto a Frea, acabándose de atar la camisa. La sospecha brillaba en los ojos de los presentes cuando entraron al sótano, si algo estaba claro, era que todos estaban asustados. Temían que el sospechoso los hubiera descubierto, pero si era quien pensaba, dudaba que hubiera dado nombres. De momento, al menos. Algo le decía que Frea había entendido su silencio y el motivo por el que Alanna no había querido hablar. La guardia estaba segura de que Frea tenía en mente la misma persona que rondaba por la suya.
Si no se equivocaba, era mejor ser precavidos, o la fe que tenían en Frea se vería minada, al fin y al cabo, ella sabía que el deseo de proteger a los hermanos pequeños era fuerte, y si Frea era como parecía, no le importaría enfrentarse al pueblo entero por su hermano pequeño. Alanna se mantuvo en silencio mientras Frea tomaba la palabra y ejercía su papel como líder de la revolución. No había duda, por su modo de hablar, de que en ese momento pensaba como ella, si había un traidor, los guardias falsos no tardarían en descubrirlos. Mientras el grupo de aldeanos hablaba, ella dejó el circulo y se acercó al tipo atado a la columna sin prestar atención a lo que pasaba a sus espaldas. Lo miró dese arriba, con un cuchillo de depilar en las manos, dándole vueltas por el mango.
- Muy, bien, empecemos cuanto antes.- murmuró mientras sus ojos se oscurecían. Se agachó y tomó al tipo por la calva, alzándole la cabeza, golpeandola sin cuidado contra la columna redonda.- Buenos días, princeso.- sonrió de forma cruda.- Vas a empezar a hablar, ahora, rápido y sin mentir, por cada segundo que tardes en responder a mis preguntas, te arrancaré un trozo de piel, y por cada mentira, te arrancaré una uña.- explicó con la sonrisa más seria y temible que el tipo hubiera podido ver nunca.- Empecemos por algo facil... ¿Cuantos guardias sois en total?- preguntó acuclillándose frente al tipo.
- No... no lo se...- murmuró el tipo, mientras una gota de sudor le resbalaba por la frente. Alanna sintió un ligero tirón en la sien, le estaba mintiendo.Acercó el cuchillo al brazo del tipo y lo pasó con rapidez de forma delicada, cortándole la piel, dejándole un pequeño pedazo de brazo en carne viva. El tipo grito de dolor mientras las lágrimas de terror le recorrían el rostro.
- Nt, nt, nt, nt, nt, nt, nt,- hizo con los labios- muy mal... y yo que quería ser buena...- murmuró- voy a saber en todo momento cuando me mientes, así que ahórrate sufrimiento y dime la verdad, será mejor para ti.- le sonrió con una amabilidad cruel que solo hizo que atemorizar más al hombre, quien, a pesar de no creer en magia, aun habiendo visto el poder de algunos miembros de los suyos, empezó a pensar que esa mujer con cara de ángel era la bruja más cruel que podría haber encontrado nunca, un demonio que había llegado para hacerle pagar por todo el sufrimiento que había causado- Bien, volvamos a empezar. ¿Cuántos sois?- repitió su pregunta.
La respuesta no se hizo esperar. Y su siguiente pregunta voló con rapidez "¿Cúal es la mejor forma de entrar al castillo?" nuevamente, la respuesta llegó veloz, ls siguientes preguntas fueron respondidas igual de rápido, quienes eran los integrantes más peligrosos, cuales eran sus puntos fuertes y sus debilidades, quien era el que había organizado todo ese barullo y por qué, y por qué ensuciaba el nombre del rey y su guardia, qué sabían acerca de la revuelta y sus integrantes, quien era su informante, cuando se hacían los cambios de guardia y cual era su santo y seña para reconocerse.
Cuando tuvo la información, y el tipo estuvo cansado de llorar, se acercó y, sin poder evitarlo, le dio un pequeño susto con un simple, "bu" que hizo que el tipo se golpease la cabeza contra la columna dejándose, el solo, inconsciente. Alanna rió un poco, satisfecha por el trabajo, dejó el cuchillo, ensangrentado por su único corte, sobre una mesa, y se unió al grupo. Curiosa por lo que había sucedido mientras ella había estado recabando la información necesaria, los aldeanos tenían mucho que saber.
Se abrió paso para llegar a Frea, y le susurró al oído lo que había descubierto para, después girarse a observar quien era el recién llegado que tanto había asustado a los presentes, aquel que era más atemorizante que los monstruos de los cuentos y que parecía más peligroso que los soldados del "rey" A penas pudo verlo de refilón, pues Frea volvió a llamar su atención, preocupada por el tema del traidor.
- ¿Crees que nos matarán?- Le preguntó en busca de consuelo.
- No, no puede acabar con todo el pueblo. Solo un idiota querría gobernar un reino muerto.- contestó en un susurro. Sin embargo, su afirmación no tenía porque ser buena, ella había visto en las catacumbas de Lunargenta y en las celdas más oscuras de la Guardia, que había destinos mucho peores que la muerte, pero no era algo que quisiera decirles, ya estaban bastante preocupados por su destino.
************************
Off: Uso de la habilidad, mentiroso compulsivo, Alanna es capaz de captar todas las mentiras.
Si no se equivocaba, era mejor ser precavidos, o la fe que tenían en Frea se vería minada, al fin y al cabo, ella sabía que el deseo de proteger a los hermanos pequeños era fuerte, y si Frea era como parecía, no le importaría enfrentarse al pueblo entero por su hermano pequeño. Alanna se mantuvo en silencio mientras Frea tomaba la palabra y ejercía su papel como líder de la revolución. No había duda, por su modo de hablar, de que en ese momento pensaba como ella, si había un traidor, los guardias falsos no tardarían en descubrirlos. Mientras el grupo de aldeanos hablaba, ella dejó el circulo y se acercó al tipo atado a la columna sin prestar atención a lo que pasaba a sus espaldas. Lo miró dese arriba, con un cuchillo de depilar en las manos, dándole vueltas por el mango.
- Muy, bien, empecemos cuanto antes.- murmuró mientras sus ojos se oscurecían. Se agachó y tomó al tipo por la calva, alzándole la cabeza, golpeandola sin cuidado contra la columna redonda.- Buenos días, princeso.- sonrió de forma cruda.- Vas a empezar a hablar, ahora, rápido y sin mentir, por cada segundo que tardes en responder a mis preguntas, te arrancaré un trozo de piel, y por cada mentira, te arrancaré una uña.- explicó con la sonrisa más seria y temible que el tipo hubiera podido ver nunca.- Empecemos por algo facil... ¿Cuantos guardias sois en total?- preguntó acuclillándose frente al tipo.
- No... no lo se...- murmuró el tipo, mientras una gota de sudor le resbalaba por la frente. Alanna sintió un ligero tirón en la sien, le estaba mintiendo.Acercó el cuchillo al brazo del tipo y lo pasó con rapidez de forma delicada, cortándole la piel, dejándole un pequeño pedazo de brazo en carne viva. El tipo grito de dolor mientras las lágrimas de terror le recorrían el rostro.
- Nt, nt, nt, nt, nt, nt, nt,- hizo con los labios- muy mal... y yo que quería ser buena...- murmuró- voy a saber en todo momento cuando me mientes, así que ahórrate sufrimiento y dime la verdad, será mejor para ti.- le sonrió con una amabilidad cruel que solo hizo que atemorizar más al hombre, quien, a pesar de no creer en magia, aun habiendo visto el poder de algunos miembros de los suyos, empezó a pensar que esa mujer con cara de ángel era la bruja más cruel que podría haber encontrado nunca, un demonio que había llegado para hacerle pagar por todo el sufrimiento que había causado- Bien, volvamos a empezar. ¿Cuántos sois?- repitió su pregunta.
La respuesta no se hizo esperar. Y su siguiente pregunta voló con rapidez "¿Cúal es la mejor forma de entrar al castillo?" nuevamente, la respuesta llegó veloz, ls siguientes preguntas fueron respondidas igual de rápido, quienes eran los integrantes más peligrosos, cuales eran sus puntos fuertes y sus debilidades, quien era el que había organizado todo ese barullo y por qué, y por qué ensuciaba el nombre del rey y su guardia, qué sabían acerca de la revuelta y sus integrantes, quien era su informante, cuando se hacían los cambios de guardia y cual era su santo y seña para reconocerse.
Cuando tuvo la información, y el tipo estuvo cansado de llorar, se acercó y, sin poder evitarlo, le dio un pequeño susto con un simple, "bu" que hizo que el tipo se golpease la cabeza contra la columna dejándose, el solo, inconsciente. Alanna rió un poco, satisfecha por el trabajo, dejó el cuchillo, ensangrentado por su único corte, sobre una mesa, y se unió al grupo. Curiosa por lo que había sucedido mientras ella había estado recabando la información necesaria, los aldeanos tenían mucho que saber.
Se abrió paso para llegar a Frea, y le susurró al oído lo que había descubierto para, después girarse a observar quien era el recién llegado que tanto había asustado a los presentes, aquel que era más atemorizante que los monstruos de los cuentos y que parecía más peligroso que los soldados del "rey" A penas pudo verlo de refilón, pues Frea volvió a llamar su atención, preocupada por el tema del traidor.
- ¿Crees que nos matarán?- Le preguntó en busca de consuelo.
- No, no puede acabar con todo el pueblo. Solo un idiota querría gobernar un reino muerto.- contestó en un susurro. Sin embargo, su afirmación no tenía porque ser buena, ella había visto en las catacumbas de Lunargenta y en las celdas más oscuras de la Guardia, que había destinos mucho peores que la muerte, pero no era algo que quisiera decirles, ya estaban bastante preocupados por su destino.
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Off: Uso de la habilidad, mentiroso compulsivo, Alanna es capaz de captar todas las mentiras.
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Los aullidos distantes, que continuaban rompiendo el suave susurro de la brisa nocturna, comunicaron al mercenario que, aunque se encontraba lejos de sus perseguidores, estos no parecían estar dispuestos a desistir en su búsqueda. Miró hacía atrás fugazmente, hacía el lugar desde el cual provenían aquellos alaridos repletos de rabia asesina, y deseó que las bestias que los emitían no decidiesen cargar contra el pueblo, no se consideraba una persona egoísta, pero un poblado repleto de cadáveres solo le iba a aportar un sentimiento de culpabilidad que no estaba dispuesto a cargar sobre sus hombros.
Negando con la cabeza apartó aquellos pensamientos de su cabeza y se apoyó en la pared más cercana que tenía, debía centrarse en lo más inmediato, y en aquel momento era encontrar la entrada al túnel que iba directamente al palacio del impostor.
Las bestias le buscaban a él, era su cabeza quien estaba en juego no la de los aldeanos, así que contando con que la limitada inteligencia de aquellas cosas sirviese para mantenerlas a raya, respiró hondo y atusó la barba tratando de recuperar las fuerzas que sabía que le iban a hacer falta más adelante.
Aprovechando aquel momento de paz que había conseguido, se ató lo mejor que pudo el vendaje que había improvisado alrededor de su pierna, de forma que esta no tardaría en dejar de sangrar según siguiera avanzando a hurtadillas a través del poblado. En un principio le había preocupado que aquellas cosas rastrearan su sangre, la oliesen o, más simple aún, la contemplaran a simple vista, pero pronto descartó aquella línea de pensamiento, si de verdad pudiesen hacer eso en aquel mismo instante no estaría allí, sino en una mazmorra, muy probablemente recibiendo la agradable visita del bueno de Bono.
Cuando terminó de parchearse a sí mismo con los tremendamente limitados conocimientos de medicina que poseía volvió a incorporarse y movió un poco la pierna, así como palpó los diferentes lugares en los que se había aplicado torpemente la venda que siempre llevaba consigo a todas partes. También, y debido al malestar que había sentido antes combatiendo, decidió atarse una alrededor de la frente, de forma que ni el sudor ni la sangre entorpecieran su visión si la cosa se ponía difícil más adelante, algo que, según las palabras que había oído decir al chico de cabellos rizados acerca del túnel, estaba bastante seguro que iba a suceder.
Una vez pertrechado, y tras asegurarse de que llevaba su espada firmemente atada al cinto, dejó aquel pequeño rincón de tranquilidad y, cubierto por el suave manto de sombras que cubría el pueblo, se dirigió al túnel evitando tanto a las bestias como a los pocos guardias humanos que patrullaban el lugar.
A pesar de lo que el Libro del Sabio le había desvelado, estaba muy lejos de saberse el camino exacto que debía tomar para hallar la galería subterránea, por lo que no le fue fácil adivinar cuando de todas aquellas casas, todas idénticas, era en la que debía. Mucho menos había podido captar todos y cada uno de los detalles que el libro le desveló así que, cuando llegó al lugar que creyó indicado, simplemente se quedó ahí parado, varios minutos en la más completa oscuridad, en mitad de una plazoleta en la que varios edificios y casas de distintos tamaños se congregaban.
Hasta que, por el rabillo del ojo, vislumbró una mujer cerrar apresuradamente la puerta de una de las viviendas. Frunciendo el ceño estudió la fachada de aquel edificio durante unos segundos, hasta que encontró ciertas similitudes con las letras doradas que había visto en el libro; suspiró, aquella era la entrada que había estado buscando, o al menos eso era lo que creía. - Tenía que estar ocupada, ¿Verdad? – Se dijo mientras comenzaba a andar en dirección a la entrada principal mientras se ajustaba el guantelete que le quedaba intacto, esperando lo peor.
Una vez frente a la puerta trago saliva. ¿Y ahora que hacia? Se atusó la barba y aguardó durante unos segundos ¿Golpeaba simplemente la puerta esperando que fuese quien fuese el que estuviese dentro le abriese encantado? ¿La abría de un puntapié? ¿O simplemente se escabullía por la puerta de atrás? Afortunadamente todas aquellas preguntas se auto respondieron cuando esta se abrió de par en par por si sola.
El mercenario arqueó una ceja, esperando algún tipo de bienvenida, principalmente de la que incluía la fría hoja de un arma dirigida directamente a su cuello, pero desde dónde se encontraba no veía a nadie, estaba todo vacío. Tomando aire por la nariz avanzó un par de pasos, cautelosos, hasta dentro de la sala principal.
Parecía ser una casa normal y corriente, una mesita en el centro de la estancia, varias estanterías repletas de artículos de diferentes índoles, desde platos hasta un pequeño caballo de madera similar a uno que Eltrant estaba seguro de haber tenido entre sus manos décadas atrás.
Y sin previo aviso, la puerta por la que había entrado se cerró, momento en el que varios individuos, capitaneados por una mujer de cabellos oscuros y ojos castaños. Aquello no le tomó por sorpresa. - ¿Podéis ser más predecibles? – Musitó el mercenario llevando su mano lentamente hasta el pomo de su arma, estaba claro que no eran soldados, eran aldeanos, y por cómo le miraban estaba claro que había acertado con el túnel, aquel no era un lugar en el que cualquier desconocido era bien recibido. - ¿Quién eres? ¿Y cómo sabes de este lugar? ¡Habla! – Preguntó un hombre fornido y de tez morena que blandiendo una herrumbrosa espada con la hoja parcialmente fraccionada se acercó a Eltrant tratando de cerrarle el paso.
El mercenario arqueó una ceja, no tenía ni espacio ni energías de sobra para lidiar con aquello, por no hablar con lo que le esperaba al otro lado del túnel, no iba a pelear allí – No me apuntes con eso que pincha – Comentó - ¿Qué quién soy? – Eltrant se encogió de hombros - A lo largo de la noche… - El mercenario empezó a desenvainar la espada un poco, mientras hablaba, temiéndose una refriega bastante agitada - … He amenazado a un aldeano y le he obligado a acoger a un guardia - Se le escapó una ligera risa nerviosa - A un guardia que había torturado poco antes, por eso mismo me he enfrentado a un batallón entero de soldados y a un brujo creído, quien por cierto me ha lanzado una especie de cosa mágica, y al que por mucho que él lo niegue– Sonrió al ver las caras de confusión de todos los presentes – Casi le corto el cuello y ahora me la tiene jurada – Paró un segundo para tomar aire antes de seguir hablando - También le he cercenado un brazo a una de las bestias que ese mismo brujo ha creado a partir de sus soldados en un esfuerzo por acabar con mi existencia. – Viendo el cáliz que estaba tomando la situación Eltrant soltó su espada y se cruzó de brazos – Y vosotros, los aldeanos, me estáis pagando para hacerlo. Para eso y para matar al rey… bueno, no exactamente vosotros, pero sí una mujer a la que le encantan las capas oscuras y no dejar ver su rostro. – Los murmullos se incrementaron, Eltrant imitó el sonido de un fantasma y lo acompañó con un rápido movimiento de manos - Misterioso ¿Verdad? – Dijo perdiendo un poco la paciencia con las explicaciones – Así que si me disculpáis, tengo que pediros prestado el túnel. Y tú – Señaló al tipo grandullón que había hablado – Deja de apuntarme con eso.
Antes de que, haciendo caso omisos a las palabras de los presentes, pudiese “tomar prestado” el túnel que conducía directamente a la residencia del rey impostor; una persona que conocía muy bien, o que al menos una versión de él lo había hecho, irrumpió en la habitación. Arqueando una ceja y con un deje de sorpresa en su rostro miró a la chica de ropajes del color de la nieve - No puede ser ¿Delteria?
Negando con la cabeza apartó aquellos pensamientos de su cabeza y se apoyó en la pared más cercana que tenía, debía centrarse en lo más inmediato, y en aquel momento era encontrar la entrada al túnel que iba directamente al palacio del impostor.
Las bestias le buscaban a él, era su cabeza quien estaba en juego no la de los aldeanos, así que contando con que la limitada inteligencia de aquellas cosas sirviese para mantenerlas a raya, respiró hondo y atusó la barba tratando de recuperar las fuerzas que sabía que le iban a hacer falta más adelante.
Aprovechando aquel momento de paz que había conseguido, se ató lo mejor que pudo el vendaje que había improvisado alrededor de su pierna, de forma que esta no tardaría en dejar de sangrar según siguiera avanzando a hurtadillas a través del poblado. En un principio le había preocupado que aquellas cosas rastrearan su sangre, la oliesen o, más simple aún, la contemplaran a simple vista, pero pronto descartó aquella línea de pensamiento, si de verdad pudiesen hacer eso en aquel mismo instante no estaría allí, sino en una mazmorra, muy probablemente recibiendo la agradable visita del bueno de Bono.
Cuando terminó de parchearse a sí mismo con los tremendamente limitados conocimientos de medicina que poseía volvió a incorporarse y movió un poco la pierna, así como palpó los diferentes lugares en los que se había aplicado torpemente la venda que siempre llevaba consigo a todas partes. También, y debido al malestar que había sentido antes combatiendo, decidió atarse una alrededor de la frente, de forma que ni el sudor ni la sangre entorpecieran su visión si la cosa se ponía difícil más adelante, algo que, según las palabras que había oído decir al chico de cabellos rizados acerca del túnel, estaba bastante seguro que iba a suceder.
Una vez pertrechado, y tras asegurarse de que llevaba su espada firmemente atada al cinto, dejó aquel pequeño rincón de tranquilidad y, cubierto por el suave manto de sombras que cubría el pueblo, se dirigió al túnel evitando tanto a las bestias como a los pocos guardias humanos que patrullaban el lugar.
A pesar de lo que el Libro del Sabio le había desvelado, estaba muy lejos de saberse el camino exacto que debía tomar para hallar la galería subterránea, por lo que no le fue fácil adivinar cuando de todas aquellas casas, todas idénticas, era en la que debía. Mucho menos había podido captar todos y cada uno de los detalles que el libro le desveló así que, cuando llegó al lugar que creyó indicado, simplemente se quedó ahí parado, varios minutos en la más completa oscuridad, en mitad de una plazoleta en la que varios edificios y casas de distintos tamaños se congregaban.
Hasta que, por el rabillo del ojo, vislumbró una mujer cerrar apresuradamente la puerta de una de las viviendas. Frunciendo el ceño estudió la fachada de aquel edificio durante unos segundos, hasta que encontró ciertas similitudes con las letras doradas que había visto en el libro; suspiró, aquella era la entrada que había estado buscando, o al menos eso era lo que creía. - Tenía que estar ocupada, ¿Verdad? – Se dijo mientras comenzaba a andar en dirección a la entrada principal mientras se ajustaba el guantelete que le quedaba intacto, esperando lo peor.
Una vez frente a la puerta trago saliva. ¿Y ahora que hacia? Se atusó la barba y aguardó durante unos segundos ¿Golpeaba simplemente la puerta esperando que fuese quien fuese el que estuviese dentro le abriese encantado? ¿La abría de un puntapié? ¿O simplemente se escabullía por la puerta de atrás? Afortunadamente todas aquellas preguntas se auto respondieron cuando esta se abrió de par en par por si sola.
El mercenario arqueó una ceja, esperando algún tipo de bienvenida, principalmente de la que incluía la fría hoja de un arma dirigida directamente a su cuello, pero desde dónde se encontraba no veía a nadie, estaba todo vacío. Tomando aire por la nariz avanzó un par de pasos, cautelosos, hasta dentro de la sala principal.
Parecía ser una casa normal y corriente, una mesita en el centro de la estancia, varias estanterías repletas de artículos de diferentes índoles, desde platos hasta un pequeño caballo de madera similar a uno que Eltrant estaba seguro de haber tenido entre sus manos décadas atrás.
Y sin previo aviso, la puerta por la que había entrado se cerró, momento en el que varios individuos, capitaneados por una mujer de cabellos oscuros y ojos castaños. Aquello no le tomó por sorpresa. - ¿Podéis ser más predecibles? – Musitó el mercenario llevando su mano lentamente hasta el pomo de su arma, estaba claro que no eran soldados, eran aldeanos, y por cómo le miraban estaba claro que había acertado con el túnel, aquel no era un lugar en el que cualquier desconocido era bien recibido. - ¿Quién eres? ¿Y cómo sabes de este lugar? ¡Habla! – Preguntó un hombre fornido y de tez morena que blandiendo una herrumbrosa espada con la hoja parcialmente fraccionada se acercó a Eltrant tratando de cerrarle el paso.
El mercenario arqueó una ceja, no tenía ni espacio ni energías de sobra para lidiar con aquello, por no hablar con lo que le esperaba al otro lado del túnel, no iba a pelear allí – No me apuntes con eso que pincha – Comentó - ¿Qué quién soy? – Eltrant se encogió de hombros - A lo largo de la noche… - El mercenario empezó a desenvainar la espada un poco, mientras hablaba, temiéndose una refriega bastante agitada - … He amenazado a un aldeano y le he obligado a acoger a un guardia - Se le escapó una ligera risa nerviosa - A un guardia que había torturado poco antes, por eso mismo me he enfrentado a un batallón entero de soldados y a un brujo creído, quien por cierto me ha lanzado una especie de cosa mágica, y al que por mucho que él lo niegue– Sonrió al ver las caras de confusión de todos los presentes – Casi le corto el cuello y ahora me la tiene jurada – Paró un segundo para tomar aire antes de seguir hablando - También le he cercenado un brazo a una de las bestias que ese mismo brujo ha creado a partir de sus soldados en un esfuerzo por acabar con mi existencia. – Viendo el cáliz que estaba tomando la situación Eltrant soltó su espada y se cruzó de brazos – Y vosotros, los aldeanos, me estáis pagando para hacerlo. Para eso y para matar al rey… bueno, no exactamente vosotros, pero sí una mujer a la que le encantan las capas oscuras y no dejar ver su rostro. – Los murmullos se incrementaron, Eltrant imitó el sonido de un fantasma y lo acompañó con un rápido movimiento de manos - Misterioso ¿Verdad? – Dijo perdiendo un poco la paciencia con las explicaciones – Así que si me disculpáis, tengo que pediros prestado el túnel. Y tú – Señaló al tipo grandullón que había hablado – Deja de apuntarme con eso.
Antes de que, haciendo caso omisos a las palabras de los presentes, pudiese “tomar prestado” el túnel que conducía directamente a la residencia del rey impostor; una persona que conocía muy bien, o que al menos una versión de él lo había hecho, irrumpió en la habitación. Arqueando una ceja y con un deje de sorpresa en su rostro miró a la chica de ropajes del color de la nieve - No puede ser ¿Delteria?
Eltrant Tale
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
¡Le mintió! No era una dulce y bella flor perdido entre los caminos del bosque, claro que. ¡Era zorra! Una de esas putas asquerosas que te arrancan la polla de un mordisco para robarte después. Mientras la zorra tuvo que hacer mucha fuerza para reprimir las ganas de escupirla en la cara. La boca de Tod el Gordo se lleno de saliva mezclada con la sangre de que le brotaba de las heridas que había sufrido en la batalla anterior. Abrió muy despacio la boca dejando escapar un insoportable olor a ajo y mostrando unos dientes asquerosos de color negros por las hojas de tabaco que mascaba y manchados de rojo por las sangre de sus heridas.
-Juro que no lo sé.- Suplicó en un llanto que incluso a él mismo le pareció patético. - Antes de venir el Rey, en la aldea solo éramos veinte guardias. Cuando vino, llegaron muchos más guardias con él, no sé cuántos. ¡Lo juro!- Las palabras le salían sin querer, tal vez a causa del propio miedo que le instauraba la zorra mentirosa o, quizás también por algún sucio hechizo del brujo Bono; con tipos como él nunca se sabía con exactitud qué estaba sucediendo. -Más tarde, por algún motivo que nadie nos quiso contar, el Rey compró la protección de un grupo de mercenarios privados ajenos a la Guardia.- Esos escoltas se habían ganado a pulso el odio de Tod el Gordo con la misma facilidad que se lo había ganado la puta zorra que se creyó una dulce y bella flor. Bono era el líder de esos escoltas.
Antes de contestar a la siguiente pregunta, se enjuago la boca con una mezcla de sangre y saliva y escupió el asqueroso líquido.
-¿La mejor forma de entrar al castillo?- Repitió con una vil risa. - Esa es obra de vuestro “amigo” Gardian.- La palabra amigo lo dijo con una malicia que heló la sangre de Frea. - Ese idiota fue quien hizo “la mejor forma de entrar al castillo”. Quería salvar a su flor por medio de vuestros estúpidos túneles.-
-Juro que no lo sé.- Suplicó en un llanto que incluso a él mismo le pareció patético. - Antes de venir el Rey, en la aldea solo éramos veinte guardias. Cuando vino, llegaron muchos más guardias con él, no sé cuántos. ¡Lo juro!- Las palabras le salían sin querer, tal vez a causa del propio miedo que le instauraba la zorra mentirosa o, quizás también por algún sucio hechizo del brujo Bono; con tipos como él nunca se sabía con exactitud qué estaba sucediendo. -Más tarde, por algún motivo que nadie nos quiso contar, el Rey compró la protección de un grupo de mercenarios privados ajenos a la Guardia.- Esos escoltas se habían ganado a pulso el odio de Tod el Gordo con la misma facilidad que se lo había ganado la puta zorra que se creyó una dulce y bella flor. Bono era el líder de esos escoltas.
Antes de contestar a la siguiente pregunta, se enjuago la boca con una mezcla de sangre y saliva y escupió el asqueroso líquido.
-¿La mejor forma de entrar al castillo?- Repitió con una vil risa. - Esa es obra de vuestro “amigo” Gardian.- La palabra amigo lo dijo con una malicia que heló la sangre de Frea. - Ese idiota fue quien hizo “la mejor forma de entrar al castillo”. Quería salvar a su flor por medio de vuestros estúpidos túneles.-
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Misterioso, justo esa palabra es la que pensaba sobre el tipo que acababa de entrar. ¿De confianza? Se había enfrentado a una decena de soldados de la Guardia pero también había entrando en su propia casa y plantó cara a sus vecinos con una arrogancia propia de un marinero de puerto. Frea no estaba segura si podía confiar en él, pero tampoco iba a cometer la imprudencia de no ignorarle. Mas, si era cierto que conocía a Alanna Delteria.
Echo una mirada a la última habitación de la casa, justo en la que descansaban sus dos hijos ajenos a la rebelión que había formado. Todo lo que había hecho lo hizo por ellos y por su marido, que en paz descanse.
-Bajad las armas.- Solo por el propio peso del tono de voz las armas de sus vecinos ya habían dejado de apuntar al recién llegado. Tener que escuchar como ese maldito gordo por poco le hizo derrumbarse en el suelo agotada por las sensaciones de odio e impotencia. - ¿Alanna es cierto qué reconoces a este hombre? Por favor, dinos si es verdad que podemos confiar en él. No te mentiré, para mí sería más cómodo esposarle al lado del guardia, pero quiero saber qué es lo que tú opinas de él.- Señaló con el dedo índice hacía el recién llegado como si le estuviera acusando de un delito.
_____________________
* Eltrant Tale: Recuerda para qué has ido a la aldea. Te han contratado para que mates al Rey. Pero, eres tú quien elige tus propias prioridades. ¿Unirte con los aldeanos y Alanna Delteria o seguir por tu propio pie como lo has estado haciendo? Obra como desees.
* Alanna Delteria: Impresionante. Ya sabes todo lo que podría saber un miserable gordo que nadie, ni siquiera sus mejores amigos, confiaría ningún secreto. Más importante que eso es la llegada de Eltrant Tale. Ayuda a Frea y a los demás aldeanos a tomar una decisión sobre confiar o no en el mercenario.
* Alanna Delteria: Impresionante. Ya sabes todo lo que podría saber un miserable gordo que nadie, ni siquiera sus mejores amigos, confiaría ningún secreto. Más importante que eso es la llegada de Eltrant Tale. Ayuda a Frea y a los demás aldeanos a tomar una decisión sobre confiar o no en el mercenario.
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