Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
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Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Los labios le temblaban con impertinencia. La lluvia se había vuelto una música terriblemente insidiosa que acompañaba todas sus horas de sueño -y los espacios, los imaginaba-, y otras tantas de vigila. Casi podía escuchar el rumor, como el de un río lejano, en las juntas del techo. A consecuencia de todo esto, la vegetación ampliaba sus dominios en la ya musgosa escena de la casa. Un chorro de agua potente filtraba en el salón del trono, una pequeña piscina donde solo las hormigas podían ahogarse.
La noche anterior había estado ausente. Sus horarios se habían visto más bien trastocados por la falta de sol, -al revés de lo convencional, la falta de sol le hacía estar despierto a horas en las que no debería, y, por consecuencia, se sentía muchísimo más cansado de lo habitual. En una sola ducha fría, pues un clavo saca otro clavo, podría haber adquirido la razón suficiente como para seguir con aquello que había dejado a medias.
Odiaba dejar asuntos sin terminar. La satisfacción de poner un punto final, independientemente del resultado, es la mejor medicina para un sueño placentero y de entre todas las cosas que se podían hacer en ese mundo, Alzzul destacaba la de soñar. Soñar era algo maravilloso, si se conocía el método y se despreciaba la vida, y en general, el paso del tiempo.
Como iba diciendo, la noche anterior había estado ausente. Con sus mandos desnudas y heridas había rescatado del barro, y del inoportuno abandono y no existencia, una colección de armas que serían la envidia de cualquier local de villa, de no ser por la herrumbre, las muescas y demás importunios.
En esta noche, sin embargo, y sin razón, tales herramientas yacían durmientes sobre el suelo húmedo del salón principal. Cuando abrió los ojos, de súbito y con una certeza casi mortal, una grosera perplejidad le tomó por el brazo hasta que consiguió por fortuna de la desdicha, desviar la mirada hacia el oeste. Allí, a su derecha, donde una cortina malograda, sin duda exigencia o petición de la inquilina, reposaba cual muro de piedra que separaba ambos mundos que solo de tanto en cuando podían confundirse a ojos inexpertos. Alzzul sabía que el muro de cristal que los dividía, aunque a veces pudieran palparse el uno al otro, entre frenéticos achaques del corazón, era demasiado grueso como para confundir en una semejantes caminos, sendos, tan alejados el uno del otro. Así pues, con predicción de sabio se alzó de su reposo y por primera vez consciente en lo que habían sido unos días de instinto, despegó las telas que de tanto en tanto eran tan claras que parecían a contraluz del sol y se internó con paso silencioso y discreto en el pequeño dormitorio. Repasó con mirada ávida la habitación hasta por fin recaer en la figura durmiente. Quiso recorrer con la yema de los dedos esa pelambrera castaña que caía hacia el tortuoso plano mortal, ocultando por feliz casualidad y no exento de sensualidad los atributos de la belleza durmiente que habría de permanecer poco tiempo más así. Casi con lástima se sentó el vampiro a su lado, sin mucha delicadeza, con el objeto de perturbar lo más delicadamente el sueño. Así después con un suave tarareo agudo siguió intentándolo. Por último, anunció, despreocupadamente para semejante sentencia.
- Ha llegado el momento, ve despertando, no permanecerás mucho más aquí.
Y pronunció aquello con inocencia casi profética. Quizá quería referirse a la cama. Quizá solo con el paso de los días se demostró que Alzzul tendría razón, y ella no tardaría en irse.
La noche anterior había estado ausente. Sus horarios se habían visto más bien trastocados por la falta de sol, -al revés de lo convencional, la falta de sol le hacía estar despierto a horas en las que no debería, y, por consecuencia, se sentía muchísimo más cansado de lo habitual. En una sola ducha fría, pues un clavo saca otro clavo, podría haber adquirido la razón suficiente como para seguir con aquello que había dejado a medias.
Odiaba dejar asuntos sin terminar. La satisfacción de poner un punto final, independientemente del resultado, es la mejor medicina para un sueño placentero y de entre todas las cosas que se podían hacer en ese mundo, Alzzul destacaba la de soñar. Soñar era algo maravilloso, si se conocía el método y se despreciaba la vida, y en general, el paso del tiempo.
Como iba diciendo, la noche anterior había estado ausente. Con sus mandos desnudas y heridas había rescatado del barro, y del inoportuno abandono y no existencia, una colección de armas que serían la envidia de cualquier local de villa, de no ser por la herrumbre, las muescas y demás importunios.
En esta noche, sin embargo, y sin razón, tales herramientas yacían durmientes sobre el suelo húmedo del salón principal. Cuando abrió los ojos, de súbito y con una certeza casi mortal, una grosera perplejidad le tomó por el brazo hasta que consiguió por fortuna de la desdicha, desviar la mirada hacia el oeste. Allí, a su derecha, donde una cortina malograda, sin duda exigencia o petición de la inquilina, reposaba cual muro de piedra que separaba ambos mundos que solo de tanto en cuando podían confundirse a ojos inexpertos. Alzzul sabía que el muro de cristal que los dividía, aunque a veces pudieran palparse el uno al otro, entre frenéticos achaques del corazón, era demasiado grueso como para confundir en una semejantes caminos, sendos, tan alejados el uno del otro. Así pues, con predicción de sabio se alzó de su reposo y por primera vez consciente en lo que habían sido unos días de instinto, despegó las telas que de tanto en tanto eran tan claras que parecían a contraluz del sol y se internó con paso silencioso y discreto en el pequeño dormitorio. Repasó con mirada ávida la habitación hasta por fin recaer en la figura durmiente. Quiso recorrer con la yema de los dedos esa pelambrera castaña que caía hacia el tortuoso plano mortal, ocultando por feliz casualidad y no exento de sensualidad los atributos de la belleza durmiente que habría de permanecer poco tiempo más así. Casi con lástima se sentó el vampiro a su lado, sin mucha delicadeza, con el objeto de perturbar lo más delicadamente el sueño. Así después con un suave tarareo agudo siguió intentándolo. Por último, anunció, despreocupadamente para semejante sentencia.
- Ha llegado el momento, ve despertando, no permanecerás mucho más aquí.
Y pronunció aquello con inocencia casi profética. Quizá quería referirse a la cama. Quizá solo con el paso de los días se demostró que Alzzul tendría razón, y ella no tardaría en irse.
Última edición por Alzzul el Sáb 11 Mar - 4:06, editado 2 veces
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
El reloj biológico de Thiel finalmente se había descompuesto. No es bueno para ninguna criatura adoptar los hábitos de un chupasangre, no si desea preservar su salud. Había noches en las cuales no era capaz de privarse del sueño pese a cuánto deseaba hacerle compañía a su anfitrión, mientras que en otras ocasiones permanecía en vela durante jornadas enteras, sin poder pegar ojo aunque se mantuviese, durante horas, echada sobre la cama contando ovejas. Es difícil para una trotamundos echar raíces en un hogar, por lo cual también terminaba ausentándose durante días para dar rienda suelta a su verdadera naturaleza, la que gustaba de cazar y explorar, y tomar un poco de ese sol que en las tierras del Oeste parecía llegar más tenue y menos cálido.
Al final, con todo aquello, la convivencia con el vampiro tenía lugar en contadas ocasiones. A veces debía contentarse con llegar durante el día y observarlo dormir por un buen rato para luego, como en esta ocasión, invertir los roles cuando llegase la penumbra. ¡Qué culpable se sentía por dejarlo solo, pero cómo adoraba tirarse a descansar en ese colchón de paja y ácaros!
Una voz ronca, amable y ya familiar canturreó en los límites de su subconsciente, retumbando dentro de ese mundo imaginario que tanto disfrutaba habitar. Al ser un factor extraño, ajeno a sus fantasías, su ensueño no tardó disiparse hasta devolverla bruscamente a la realidad, a la penumbra, al olor de la presencia masculina que suavemente insistía en su llamado murmurando palabras que, en ese estado, no pudo ni se molestó en entender.
–Uhmmm… Cinco horas más, Alzy. –Retozó llevándose las manos al rostro y apretando los párpados en un vano intento por inducir el sueño perdido. No tenía caso, su siesta de cuatro horas acababa de ser vilmente interrumpida– ¿Qué es tan urgente? Mejor ven tú a dormir un poco, vamos… –Los despertares siempre eran difíciles para Thiel, en especial durante las épocas invernales. Entre gruñidos de disgusto decidió intentarlo nuevamente: giró hasta quedar boca abajo y hundió el rostro entre sus brazos para convencer a Morfeo de que la dejase descansar un ratito más. Pero el desgraciado no la dejaría dormir mientras siguiese sintiendo ese par de ojos clavándosele en la nuca.
Al final, siempre llegaba la resignación. Tras una retahíla de suspiros y varios minutos debatiéndose, apoyó los antebrazos en la mullida superficie y se dignó a incorporarse. Dado que hacía demasiado fresco como para que su maraña de cabello fuese su único abrigo, pronto se arrebujó entre las sábanas y reptó hasta su compañero para apoyarse en su costado. Lástima que estaba frío como un témpano.
–¿Acaso no sabes lo peligroso que es interrumpir la hibernación de un licántropo? Llueve y hace frío, espero que sea importante.
Al final, con todo aquello, la convivencia con el vampiro tenía lugar en contadas ocasiones. A veces debía contentarse con llegar durante el día y observarlo dormir por un buen rato para luego, como en esta ocasión, invertir los roles cuando llegase la penumbra. ¡Qué culpable se sentía por dejarlo solo, pero cómo adoraba tirarse a descansar en ese colchón de paja y ácaros!
Una voz ronca, amable y ya familiar canturreó en los límites de su subconsciente, retumbando dentro de ese mundo imaginario que tanto disfrutaba habitar. Al ser un factor extraño, ajeno a sus fantasías, su ensueño no tardó disiparse hasta devolverla bruscamente a la realidad, a la penumbra, al olor de la presencia masculina que suavemente insistía en su llamado murmurando palabras que, en ese estado, no pudo ni se molestó en entender.
–Uhmmm… Cinco horas más, Alzy. –Retozó llevándose las manos al rostro y apretando los párpados en un vano intento por inducir el sueño perdido. No tenía caso, su siesta de cuatro horas acababa de ser vilmente interrumpida– ¿Qué es tan urgente? Mejor ven tú a dormir un poco, vamos… –Los despertares siempre eran difíciles para Thiel, en especial durante las épocas invernales. Entre gruñidos de disgusto decidió intentarlo nuevamente: giró hasta quedar boca abajo y hundió el rostro entre sus brazos para convencer a Morfeo de que la dejase descansar un ratito más. Pero el desgraciado no la dejaría dormir mientras siguiese sintiendo ese par de ojos clavándosele en la nuca.
Al final, siempre llegaba la resignación. Tras una retahíla de suspiros y varios minutos debatiéndose, apoyó los antebrazos en la mullida superficie y se dignó a incorporarse. Dado que hacía demasiado fresco como para que su maraña de cabello fuese su único abrigo, pronto se arrebujó entre las sábanas y reptó hasta su compañero para apoyarse en su costado. Lástima que estaba frío como un témpano.
–¿Acaso no sabes lo peligroso que es interrumpir la hibernación de un licántropo? Llueve y hace frío, espero que sea importante.
Thiel
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Sus perezosos ojos negros -rojizos en realidad-, estaban clavados en la figura semidesnuda encima de la cama. Tenían esa mezcla de melancolía, cansancio y bálsamo que le producía la presencia de ella. Sintió la idea no exenta de picaresca de acercarle los colmillos con gravedad, a sabiendas de que acabaría en pié en menos de diez segundos, pero por esa vez se comportó con la delicadeza de una última cita (Para él, esa sentencia abstracta ya era realidad). Le acercó una mano sin embargo a la nuca, una vez ella se hubo apoyado en él, manteniendo el pulgar en la nuez apenas notable. Con el índice acarició, o más bien rascó, pues era un gesto más bien escalofriante que relajante. Así, con la uña trazó una línea vertical que abarcó desde el nacimiento del pelo hasta cierto punto especialmente sensible de la espalda. Quizá pronunció con demasiada fuerza la uña al oír la palabra "licántropo". ¿Tenía que recordárselo? Sí, hacía frío.
-Y sí, es importante. -concluyó en voz alta, aunque la anterior parte seguía exclusivamente en su cabeza.
Esta vez, con algo menos de delicadeza, pero no de forma bárbara tomó su cuerpo en brazos, manta incluida, que reptaba por el suelo como un lagarto de tela, extendiéndose hacia el cuerpo de la mujer. La trasladó así hasta el húmedo salón principal, una vez atravesada la cortina, y la mantuvo en brazos para que se cerciorara, para que recordara y por último, actuara en consciencia de la situación. También para Alzzul era inesperado todo aquello. Lo había meditado con concupiscencia, y sin embargo, seguía sin ser algo esperado. Esperó a que dejara los pies en el suelo, con los ojos ahora inertes y fijos en el chorro potente de agua que inundaba el suelo pedregoso de la habitación, aún incapaz de extenderse de forma inconveniente.
La desnudez de ella no le procuraba ningún pudor. La resultaba algo natural en su soledad, aunque es cierto que encontraba un innombrable deleite casi trascendental en el cuerpo ajeno. Sin embargo supuso que le haría falta algo de sujección en el entrenamiento. Aunque... Bien visto, quizá no tanto. Evitó con solemnidad la sonrisa ladina que clamaba por hacerse paso en su rostro aún serio. Simplemente esperó a que todo aquello tomara su curso, sin palabras. Cuántos malentendidos podían causar las torpes palabras.
-Y sí, es importante. -concluyó en voz alta, aunque la anterior parte seguía exclusivamente en su cabeza.
Esta vez, con algo menos de delicadeza, pero no de forma bárbara tomó su cuerpo en brazos, manta incluida, que reptaba por el suelo como un lagarto de tela, extendiéndose hacia el cuerpo de la mujer. La trasladó así hasta el húmedo salón principal, una vez atravesada la cortina, y la mantuvo en brazos para que se cerciorara, para que recordara y por último, actuara en consciencia de la situación. También para Alzzul era inesperado todo aquello. Lo había meditado con concupiscencia, y sin embargo, seguía sin ser algo esperado. Esperó a que dejara los pies en el suelo, con los ojos ahora inertes y fijos en el chorro potente de agua que inundaba el suelo pedregoso de la habitación, aún incapaz de extenderse de forma inconveniente.
La desnudez de ella no le procuraba ningún pudor. La resultaba algo natural en su soledad, aunque es cierto que encontraba un innombrable deleite casi trascendental en el cuerpo ajeno. Sin embargo supuso que le haría falta algo de sujección en el entrenamiento. Aunque... Bien visto, quizá no tanto. Evitó con solemnidad la sonrisa ladina que clamaba por hacerse paso en su rostro aún serio. Simplemente esperó a que todo aquello tomara su curso, sin palabras. Cuántos malentendidos podían causar las torpes palabras.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Un dulce cosquilleo en la espalda terminó por despabilarla del todo, obligándola a encorvarse levemente ante la inesperada pero bienvenida caricia. Supo entonces que no le sería posible regresar a su reposo y gruñó, aunque pese a las quejas no se resistió a ser levantada. Perro que ladra no muerde, dicen por ahí, y el vampiro probablemente ya habría notado que por mucho que Thiel se quejara, al final siempre terminaba permitiéndole hacer con ella cuanto quisiera.
Se trasladaron a otro escenario, uno más húmedo y ciertamente mucho menos cálido. La joven aprovechó el camino para rodear al otro con sus brazos y observarle el rostro aprovechando la cercanía. No supo si era por el mustio eco de la lluvia, la iluminación carente del resplandor de la luna o el frío entumecedor, pero algo se compungió en sus entrañas cuando reparó en la seriedad presente en las facciones ajenas. Sí, Alzzul casi siempre tenía cara de funeral, pero había aprendido a identificar diferentes “tipos de seriedad” que apenas se diferenciaban por leves, casi imperceptibles variaciones en el semblante del vampiro. No tuvo el valor, sin embargo, de preguntarle qué ocurría; cada frase del hombre era para ella un acertijo y parecían entenderse mejor cuando la conversación no formaba parte de su convivencia. Además no estaba segura de querer saberlo.
Cuando el andar se detuvo siguió la mirada de su acompañante hasta dar con la pequeña cascada personal, una decoración bastante lúgubre e inconveniente, y luego su vista fue a parar al charco que dentro de poco se expandiría hasta colmar la casucha entera.
Posó sus ojos, entonces, en el montón de armas que refulgían tenuemente en el suelo y no tardó en entender la razón de su despertar. Hacía días ella misma había pedido que se le enseñase el arte de la guerra para no tener que recurrir a su lado más salvaje, y así continuar cometiendo actos reprochables, sí, pero sólo en defensa propia y en pleno uso de su consciencia. La pereza, no obstante, se había apoderado de ella en los últimos tiempos arrastrándola hacia la inacción, ¡cuánto mal le hacía el sedentarismo! Retozar con el actual blanco de su afecto y disfrutar la belleza de la vida casera la había distraído de sus inquietudes, y al ver allí las armas sintió vergüenza de haber postergado sus anhelos, sabiéndose una holgazana. Finalmente, para redimirse, accedió a bajar los pies hasta el frío y húmedo suelo y afrontar sus autoimpuestas obligaciones. Un escalofrío la sacudió al sentir sus pequeños dedos sumergiéndose en aquella laguna tan helada como el corazón de quien osara sacarla de aquella calentita cama.
Masculló una maldición al ver que las sábanas no tardarían en verse completamente empapadas y, tras suspirar con tedio sobreactuado, realizó rápidamente algunos nudos en estas para que quedasen fijas en su cuerpecito. Luego se llevó las manos al cabello con el fin de peinárselo apenas lo suficiente como para que los rebeldes mechones no le tragasen el rostro y, por fin, chapoteó hasta el montículo de instrumentos de guerra.
–Así que ha llegado el momento. –Su entrecejo se arrugó y las comisuras de sus labios apuntaron al suelo en un mohín que evidenciaba cuánto lamentaba que el tiempo de ocio llegara a su fin. Se consoló diciéndose que era algo inevitable, que no podía pasarse la vida allí durmiendo (pues su existencia, a diferencia de la ajena, sí que tenía fecha de caducidad) y, resuelta a terminar con el asunto, se inclinó para agarrar la espada que yacía en la cima del montón. La levantó con cierto esfuerzo y la sacudió hacia un lado para librarla del excedente de agua. Tras admirarla por un momento y habituarse a su peso alzó los ojos para buscar los del vampiro. Sabiéndose en posición de discípula, adoptó el comportamiento apropiado y con seria expectación esperó las instrucciones de su, ahora, maestro.
Se trasladaron a otro escenario, uno más húmedo y ciertamente mucho menos cálido. La joven aprovechó el camino para rodear al otro con sus brazos y observarle el rostro aprovechando la cercanía. No supo si era por el mustio eco de la lluvia, la iluminación carente del resplandor de la luna o el frío entumecedor, pero algo se compungió en sus entrañas cuando reparó en la seriedad presente en las facciones ajenas. Sí, Alzzul casi siempre tenía cara de funeral, pero había aprendido a identificar diferentes “tipos de seriedad” que apenas se diferenciaban por leves, casi imperceptibles variaciones en el semblante del vampiro. No tuvo el valor, sin embargo, de preguntarle qué ocurría; cada frase del hombre era para ella un acertijo y parecían entenderse mejor cuando la conversación no formaba parte de su convivencia. Además no estaba segura de querer saberlo.
Cuando el andar se detuvo siguió la mirada de su acompañante hasta dar con la pequeña cascada personal, una decoración bastante lúgubre e inconveniente, y luego su vista fue a parar al charco que dentro de poco se expandiría hasta colmar la casucha entera.
Posó sus ojos, entonces, en el montón de armas que refulgían tenuemente en el suelo y no tardó en entender la razón de su despertar. Hacía días ella misma había pedido que se le enseñase el arte de la guerra para no tener que recurrir a su lado más salvaje, y así continuar cometiendo actos reprochables, sí, pero sólo en defensa propia y en pleno uso de su consciencia. La pereza, no obstante, se había apoderado de ella en los últimos tiempos arrastrándola hacia la inacción, ¡cuánto mal le hacía el sedentarismo! Retozar con el actual blanco de su afecto y disfrutar la belleza de la vida casera la había distraído de sus inquietudes, y al ver allí las armas sintió vergüenza de haber postergado sus anhelos, sabiéndose una holgazana. Finalmente, para redimirse, accedió a bajar los pies hasta el frío y húmedo suelo y afrontar sus autoimpuestas obligaciones. Un escalofrío la sacudió al sentir sus pequeños dedos sumergiéndose en aquella laguna tan helada como el corazón de quien osara sacarla de aquella calentita cama.
Masculló una maldición al ver que las sábanas no tardarían en verse completamente empapadas y, tras suspirar con tedio sobreactuado, realizó rápidamente algunos nudos en estas para que quedasen fijas en su cuerpecito. Luego se llevó las manos al cabello con el fin de peinárselo apenas lo suficiente como para que los rebeldes mechones no le tragasen el rostro y, por fin, chapoteó hasta el montículo de instrumentos de guerra.
–Así que ha llegado el momento. –Su entrecejo se arrugó y las comisuras de sus labios apuntaron al suelo en un mohín que evidenciaba cuánto lamentaba que el tiempo de ocio llegara a su fin. Se consoló diciéndose que era algo inevitable, que no podía pasarse la vida allí durmiendo (pues su existencia, a diferencia de la ajena, sí que tenía fecha de caducidad) y, resuelta a terminar con el asunto, se inclinó para agarrar la espada que yacía en la cima del montón. La levantó con cierto esfuerzo y la sacudió hacia un lado para librarla del excedente de agua. Tras admirarla por un momento y habituarse a su peso alzó los ojos para buscar los del vampiro. Sabiéndose en posición de discípula, adoptó el comportamiento apropiado y con seria expectación esperó las instrucciones de su, ahora, maestro.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Habían pocas posibilidades de accidentes. Hablando de mustiedad, lo que sostenían no eran más que dos palos de acero bastante mustios. Aunque el de Alzzul era algo más respetable, seguía sin estar lo suficientemente afilado. Hacía lo propio solo al abandonar su hogar. Puso en orden sus palabras mientras observaba la menuda figura moverse. Una vez hubo cogido uno de los múltiples aceros que inundaban el suelo, frunció las cejas. "¿Quién le había dicho que hiciera tal cosa?" Intentó relajar el gesto; no estaba en el cuartel, no había necesidad de tal dureza. Esto no era un entrenamiento, eran unos cuantos consejos en pos de ayudar a conservar la integridad física y... ¿Moral? de a quien quería.
¿Le quería de verdad?
- Defenderte de forma no letal, siempre es menos eficiente que atacar al punto débil. -repitió, aunque con diferentes palabras, como si continuara una clase magistral que hubo dejado a medias antes.- Hace falta una consciencia de superioridad sobre tu adversario bastante contundente. -y con esto le espetaba a la cara, que si tan fuerte se creía, como para despreciar la habilidad de matar de otro. Con un matiz ligeramente distinto.- Y una profusión de energía que... Sin duda tienes, por suerte. -Y con esto sonrió, muy levemente, sin dejar de parecer melancólico del todo. Seguramente recordando algún momento especialmente feliz.
Le indicó con un movimiento sorprendentemente preciso la guardia del arma, a la par que lo indicaba alzando la propia, pese a ser un espadón, con una sola mano.
- Si no vas a usar las dos, -refiriéndose a las manos.- usa la zurda, libre, para jugar sucio. Si tienes la oportunidad, cualquier objeto lanzable, incluso una piedra roma puede dejar fuera de combate a alguien sin llegar a matarlo. Estas técnicas se utilizan habitualmente en ocupaciones y avances de ejércitos. Son la defensa del pueblo. El rasgo más útil, aparte de la destreza física, es la picaresca. Entiéndase por ello cualquier forma de sorpresa ante el adversario. No me enorgullezco en declarar que las más de las veces utilizo esos métodos yo mismo, aunque añadiendo el factor de mortandad. Ahora, necesito ejemplos.
Y por los ojos de Thiel, cualquiera diría que esperaba algo más, algo menos simple, algo menos abstracto. Pero la sonrisa que ahora se había vuelto algo más ladina, de Alzzul, indicaba que eso no había hecho nada más que empezar, pese a que fuera el turno de ella para jugar.
¿Le quería de verdad?
- Defenderte de forma no letal, siempre es menos eficiente que atacar al punto débil. -repitió, aunque con diferentes palabras, como si continuara una clase magistral que hubo dejado a medias antes.- Hace falta una consciencia de superioridad sobre tu adversario bastante contundente. -y con esto le espetaba a la cara, que si tan fuerte se creía, como para despreciar la habilidad de matar de otro. Con un matiz ligeramente distinto.- Y una profusión de energía que... Sin duda tienes, por suerte. -Y con esto sonrió, muy levemente, sin dejar de parecer melancólico del todo. Seguramente recordando algún momento especialmente feliz.
Le indicó con un movimiento sorprendentemente preciso la guardia del arma, a la par que lo indicaba alzando la propia, pese a ser un espadón, con una sola mano.
- Si no vas a usar las dos, -refiriéndose a las manos.- usa la zurda, libre, para jugar sucio. Si tienes la oportunidad, cualquier objeto lanzable, incluso una piedra roma puede dejar fuera de combate a alguien sin llegar a matarlo. Estas técnicas se utilizan habitualmente en ocupaciones y avances de ejércitos. Son la defensa del pueblo. El rasgo más útil, aparte de la destreza física, es la picaresca. Entiéndase por ello cualquier forma de sorpresa ante el adversario. No me enorgullezco en declarar que las más de las veces utilizo esos métodos yo mismo, aunque añadiendo el factor de mortandad. Ahora, necesito ejemplos.
Y por los ojos de Thiel, cualquiera diría que esperaba algo más, algo menos simple, algo menos abstracto. Pero la sonrisa que ahora se había vuelto algo más ladina, de Alzzul, indicaba que eso no había hecho nada más que empezar, pese a que fuera el turno de ella para jugar.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Había pensado que, si la clase se apoyaba sobre una explicación teórica, no lograría entender ni una sola palabra pronunciada por el vampiro. Éste solía hablar de forma tan enigmática que la jovencita debía darle vueltas y vueltas a las frases para conseguir sacar una conclusión. Era normal, tomando en cuenta que se había pasado prácticamente toda su vida gruñendo y aullando en vez de practicando el lenguaje, y su compañero tenía un léxico particularmente nutrido. Esta vez, sin embargo, se sorprendió al ver que fácilmente podía entenderle y cuán simplificada era la explicación. Agradeció para sus adentros no tener que pasar esa vergüenza una vez más, y obedientemente copió la postura del contrario.
Pese a que tenía una fuerza mayor a la que cabía esperar de ese cuerpecito, al principio tuvo que llevar ambas manos a la empuñadura del arma para poder alzarla. La espada era sorprendentemente pesada y ella jamás había tenido una entre manos, por lo cual sus movimientos eran torpes. A medida que avanzaba la explicación, lentamente fue soltando la mano izquierda para ocupar únicamente la contraria; sus músculos del lado derecho se contrajeron y apretó los labios ante el esfuerzo. A pesar de esto se obligó a mantenerse firme, estoica, por más que su brazo comenzase a temblar.
El mayor le pidió ejemplos y la joven pestañeó, atónita ante la brusca finalización de la explicación. ¿Quería que le nombrase posibles jugarretas o que le lanzase una piedra a la cabeza allí mismo? Aunque su mirada era una incógnita en sí misma, se negó a preguntar. Por su mente pasaban todas las situaciones en que había jugado sucio… y ciertamente no eran pocas.
–¿El patatazo en tu nariz cuenta como picaresca? –Contuvo una carcajada que pujaba por salir ante el recuerdo de los babosos trozos de tubérculo deslizándose en el tabique ajeno. También recordó cómo había usado sus “atributos femeninos” para despistar a un marinero y hacerle tropezar. De hecho, siempre que intentaba no sucumbir ante su lado bestial terminaba recurriendo a los trucos sucios. No obstante, ahora no tenía mucho a la mano y dudaba que hacer uso de su desnudez sirviese para distraer a Alzzul, que ya debía estar muy acostumbrado.
Barrió el entorno con una rápida mirada. Nada. Ese cuchitril no tenía nada que pudiese usar en su defensa, no al menos algo que viera a simple vista. Aunque el sitio estaba en sus peores momentos, ninguna piedra que sirviese como proyectil se había desprendido de la pared. Tampoco había estantes con objetos lo suficientemente pequeños para ser lanzados. Musgo, humedad, plantas, agua…
Agua. Sentía el cosquilleo de las frías gotas que chorreaban de la espada a su mano. Frunció el ceño ante una idea que no se molestó en pensar demasiado antes de llevarla a cabo. ¿Quería ejemplos? Le daría ejemplos.
Puso todo su esfuerzo en actuar con rapidez aunque, por supuesto, el factor sorpresa esta vez no formaba parte de la ecuación. Volvió a empuñar con ambas manos, dio un paso adelante, se ladeó y con su propio impulso blandió la espada hacia el rostro del vampiro. Detuvo bruscamente la estocada antes de siquiera acercarse lo suficiente para herirlo; la táctica, simple e inexperta, no era más que aprovechar el envión del arma para que toda el agua que aún quedaba en la hoja salpicase los ojos de su adversario. Seguidamente se retiró sólo para tomar impulso en pos de un segundo ataque, esta vez sí con intenciones de golpearle el abdomen.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Ante la intervención de la muchacha, Alzzul, no pudo más que sonreír. Sí, era exactamente eso a lo que se refería, y así lo matizó en voz alta. Después esperó, alzando el mandoble con una sola mano, mientras mantenía la segunda detrás de la espalda, a la espera. Entre ella y él arreciaba el vórtice acuático. Por supuesto que no se había colocado ahí por casualidad.
Con impávida observación, acertó a cerrar los ojos justo antes de que la humedad que se acumulaba en el canto de la espada saltara directamente hacia su cara. Era exactamente eso lo que esperaba, y tampoco sintió ninguna dificultad a sabiendas de que ese no era un ataque destinado a acertar. De hecho, de haberlo sido, sí que podría haberse considerado una sorpresa. Dio un paso a la izquierda, y ella entonces uno hacia atrás, desplazándose hacia la derecha de Azkan. Entonces el filo cortando el viento y una parada con un gesto de mano, sin apenas desviar el filo. Abrió los ojos. Lanzó la lección.
- Por ser más predecible, no es menos efectivo. Al fin y al cabo, es un entorno preparado. -breve pausa.- Si bien, el primer gesto es efectivo para entorpecer la vista, con algo de agilidad o práctica no será suficiente. -colocó su filo entonces en la pequeña cascada.- El primer golpe, es la sorpresa, si el segundo es el envite, aún queda del adversario la respuesta. Sin embargo, esto es mucho más difícil si... utilizas la sorpresa para intentar incapacitar.
Despegó entonces con velocidad el filo del agua, salpicando a Thiel, a la altura del costado, para que no perdiera de vista su actuación. Entonces, en menos de dos segundos desprendió su capa roja, que lanzó como cobertura enhiesta hacia ella, acompañada del filo del arma, a escasos centímetros de la tela. Esperó a que ella lo recogiera para ejercer una leve presión con la punta, de nuevo, a la altura del estómago, sin fuerza alguna, para que notara el toque.
- La primera sorpresa dura muy poco, la segunda abruma. También valdría, en vez de atacar, intentar desarmar al objetivo. O una patada en las partes, si estás lo bastante cerca. Si lo importante es subyugar a un enemigo, toda jugada es bienvenida. Si no puedes doblegarlo por una fuerza superior, haz que su derrota sean sus sentidos. Las sombras, o la luz, pueden ser tus mejores aliados.
Ahora dime, ¿Qué consideras que deba enseñarte?
Con impávida observación, acertó a cerrar los ojos justo antes de que la humedad que se acumulaba en el canto de la espada saltara directamente hacia su cara. Era exactamente eso lo que esperaba, y tampoco sintió ninguna dificultad a sabiendas de que ese no era un ataque destinado a acertar. De hecho, de haberlo sido, sí que podría haberse considerado una sorpresa. Dio un paso a la izquierda, y ella entonces uno hacia atrás, desplazándose hacia la derecha de Azkan. Entonces el filo cortando el viento y una parada con un gesto de mano, sin apenas desviar el filo. Abrió los ojos. Lanzó la lección.
- Por ser más predecible, no es menos efectivo. Al fin y al cabo, es un entorno preparado. -breve pausa.- Si bien, el primer gesto es efectivo para entorpecer la vista, con algo de agilidad o práctica no será suficiente. -colocó su filo entonces en la pequeña cascada.- El primer golpe, es la sorpresa, si el segundo es el envite, aún queda del adversario la respuesta. Sin embargo, esto es mucho más difícil si... utilizas la sorpresa para intentar incapacitar.
Despegó entonces con velocidad el filo del agua, salpicando a Thiel, a la altura del costado, para que no perdiera de vista su actuación. Entonces, en menos de dos segundos desprendió su capa roja, que lanzó como cobertura enhiesta hacia ella, acompañada del filo del arma, a escasos centímetros de la tela. Esperó a que ella lo recogiera para ejercer una leve presión con la punta, de nuevo, a la altura del estómago, sin fuerza alguna, para que notara el toque.
- La primera sorpresa dura muy poco, la segunda abruma. También valdría, en vez de atacar, intentar desarmar al objetivo. O una patada en las partes, si estás lo bastante cerca. Si lo importante es subyugar a un enemigo, toda jugada es bienvenida. Si no puedes doblegarlo por una fuerza superior, haz que su derrota sean sus sentidos. Las sombras, o la luz, pueden ser tus mejores aliados.
Ahora dime, ¿Qué consideras que deba enseñarte?
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Detuvo el impulso de la embestida antes de siquiera ejercer una presión molesta sobre su eventual tutor, bajando el arma con obediencia ante el gesto de la mano impropia. Thiel no era una persona particularmente perfeccionista, pero le hervía la sangre cuando creía que podría haberlo hecho mejor. Sabía que podía ser más rápida, más fuerte, más hábil; pero al mismo tiempo no sabía desenvolverse en entornos hostiles con ese cuerpo flacucho y frágil. Siempre, ante situaciones peligrosas, terminaba sucumbiendo a sus instintos y dejándole todo el trabajo a la bestia salvaje que llevaba dentro. No sabía cómo encarar una lucha a consciencia, sirviéndose de una espada en vez de sus fauces y sus garras. Gruñó, pero se esforzó por combatir la frustración para lograr poner atención a las palabras del mayor.
Estaba asintiendo con la cabeza cuando la última palabra del hombre precedió una acción, para ella, inesperada. Sus ojos siguieron inevitablemente las gotas de agua que salpicaron a su costado. Por culpa de la distracción, pronto se encontró atrapada bajo el manto rojo y una presión en su estómago le indicó que, de no haber estado en una mera demostración, su ineptitud ya le habría conllevado la muerte.
Se deshizo de la tela lanzándosela al vampiro; su ceño fruncido delataba el enojo que apenas le permitía centrarse en la explicación. Se esforzó por grabarse a fuego esas palabras en la mente, si seguía siendo así de torpe tendría que echar mano continuamente a los trucos sucios para que no terminasen matándola. Finalmente llegó la pregunta que fomentó su titubear; ¿qué quería aprender por sobre todas las cosas?
–Enséñame… –Miró al suelo durante un instante, ordenando sus ideas antes de alzar nuevamente la mirada– Enséñame a tener el control. Sé que hay otros que tienen tal dominio sobre sí mismos, que pueden decidir qué partes de ellos se transforman a voluntad. Si aprendo a mantener la calma incluso en una batalla casi perdida, o cuando me acorralan, no cederé a mis instintos y podré seguir peleando en esta forma. Con el tiempo lograré decidir cuándo y cuánto quiero trasmutar. –Suspiró– También necesito aprender a dar pelea con… con este cuerpecito.
Miró sus brazos delgaduchos y temblorosos, inútiles en comparación con las potentes extremidades que, en su otra faceta, podían partir en dos a alguien de un solo golpe. –¿Estoy pidiendo demasiado?
Estaba asintiendo con la cabeza cuando la última palabra del hombre precedió una acción, para ella, inesperada. Sus ojos siguieron inevitablemente las gotas de agua que salpicaron a su costado. Por culpa de la distracción, pronto se encontró atrapada bajo el manto rojo y una presión en su estómago le indicó que, de no haber estado en una mera demostración, su ineptitud ya le habría conllevado la muerte.
Se deshizo de la tela lanzándosela al vampiro; su ceño fruncido delataba el enojo que apenas le permitía centrarse en la explicación. Se esforzó por grabarse a fuego esas palabras en la mente, si seguía siendo así de torpe tendría que echar mano continuamente a los trucos sucios para que no terminasen matándola. Finalmente llegó la pregunta que fomentó su titubear; ¿qué quería aprender por sobre todas las cosas?
–Enséñame… –Miró al suelo durante un instante, ordenando sus ideas antes de alzar nuevamente la mirada– Enséñame a tener el control. Sé que hay otros que tienen tal dominio sobre sí mismos, que pueden decidir qué partes de ellos se transforman a voluntad. Si aprendo a mantener la calma incluso en una batalla casi perdida, o cuando me acorralan, no cederé a mis instintos y podré seguir peleando en esta forma. Con el tiempo lograré decidir cuándo y cuánto quiero trasmutar. –Suspiró– También necesito aprender a dar pelea con… con este cuerpecito.
Miró sus brazos delgaduchos y temblorosos, inútiles en comparación con las potentes extremidades que, en su otra faceta, podían partir en dos a alguien de un solo golpe. –¿Estoy pidiendo demasiado?
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Sin duda, le estaba pidiendo demasiado. No es que no supiera qué era eso de vivir con dos naturalezas. Él ni siquiera había nacido con ello; era una maldición que llegó, simplemente, a mitad de su vida. Había pasado siglos para tener un relativo control. ¿Cómo podía transmitirle aquello? ¿Era parecido? Supuso que sí, pero no tenía ninguna certeza. No evitó -ni hizo el intento- mostrar una profunda turbación por aquel tema. Era algo que realmente odiaba de ella. Sí, lo odiaba, pero su razón estaba por encima de aquello, y lo encontraba hasta cierto momento, útil.
Sin embargo, sí tuvo una leve idea. Alzó sus ojos rojos contra los suyos. Con una sonrisa completamente desprovista de cualquier atisbo de alegría, anunció:
- Conozco el caso de un hombre que vivía en la misma ciudad donde yo nací. Se apedillaba Calá, y era un mercenario con bastante reputación. Se enamoró de una mujer que se apedillaba Gune. El caso es que tras una temporada, él, no decidió entregarse a ella. Ella se fue a la guerra, y presuntamente muerta. Volvió a los años, y cuando este se entregó, ella dijo que había pasado el momento, y que no era capaz de entregarse a nadie. Volvió a desaparecer. A la vuelta, trajo, a parte de un hijo de su mejor amigo, una faceta que él no había visto nunca. Le pidió que la ocultara, y que cuidara del crío. Él lo hizo. No desesperó aún cuando abandonó ella a su colega. La ocultaba de él.
Enarboló la espada con fuerza, echándosela encima del hombro, y sin explicar más, decretó lo que seguramente pondría fin al entrenamiento.
- Vamos a salir heridos. Defiéndete con todo.
Intentaba declarar con esa pequeña historia que le estaba obligando a hacer algo que odiaba. Aún más, a hacer lo que odiaba, para catalizar el objeto de su desprecio. Le costó contenerse. Ayudó el hecho de que tuviera en especial estima el cuerpo escuálido de la mujer que tenía delante, pero apenas esperó, repartiendo envites a veces bloqueados, y otras en forma de impactos con el canto en las partes duras del cuerpo. En aquella forma era más fuerte, y un poco más rápido. Contaba con la ventaja de la experiencia. Intentaba reducir su defensa, aún sin intenciones perniciosas, hasta el punto en el que el odio de ella, hiciera despertar a la bestia latente. La frustración era una forma más que válida para aprender. Le enseñaría las ventajas de un cuerpo débil. Le enseñaría lo mortal que podía ser un cuerpo casi humano.
Sin embargo, sí tuvo una leve idea. Alzó sus ojos rojos contra los suyos. Con una sonrisa completamente desprovista de cualquier atisbo de alegría, anunció:
- Conozco el caso de un hombre que vivía en la misma ciudad donde yo nací. Se apedillaba Calá, y era un mercenario con bastante reputación. Se enamoró de una mujer que se apedillaba Gune. El caso es que tras una temporada, él, no decidió entregarse a ella. Ella se fue a la guerra, y presuntamente muerta. Volvió a los años, y cuando este se entregó, ella dijo que había pasado el momento, y que no era capaz de entregarse a nadie. Volvió a desaparecer. A la vuelta, trajo, a parte de un hijo de su mejor amigo, una faceta que él no había visto nunca. Le pidió que la ocultara, y que cuidara del crío. Él lo hizo. No desesperó aún cuando abandonó ella a su colega. La ocultaba de él.
Enarboló la espada con fuerza, echándosela encima del hombro, y sin explicar más, decretó lo que seguramente pondría fin al entrenamiento.
- Vamos a salir heridos. Defiéndete con todo.
Intentaba declarar con esa pequeña historia que le estaba obligando a hacer algo que odiaba. Aún más, a hacer lo que odiaba, para catalizar el objeto de su desprecio. Le costó contenerse. Ayudó el hecho de que tuviera en especial estima el cuerpo escuálido de la mujer que tenía delante, pero apenas esperó, repartiendo envites a veces bloqueados, y otras en forma de impactos con el canto en las partes duras del cuerpo. En aquella forma era más fuerte, y un poco más rápido. Contaba con la ventaja de la experiencia. Intentaba reducir su defensa, aún sin intenciones perniciosas, hasta el punto en el que el odio de ella, hiciera despertar a la bestia latente. La frustración era una forma más que válida para aprender. Le enseñaría las ventajas de un cuerpo débil. Le enseñaría lo mortal que podía ser un cuerpo casi humano.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Tras un relato tras el cual hubiese necesitado más tiempo para darle muchas, muchas vueltas si deseaba llegar a comprenderlo, el mayor finalmente clamó lo que ella tanto había estado esperando. Blandió la espada de la misma manera y hasta osó esbozar una sonrisa confiada al momento de iniciar la contienda. No obstante, pecando de confianzuda, terca y principiante, apenas pudo contener y devolver tres embistes antes de ser reducida a un mero saco de huesos una y otra vez violentado por su contrincante.
Sus costillas, sus brazos, sus muslos ardían ante cada golpe que prometía dejar un buen moretón como recordatorio del entrenamiento. Cada arremetida que no podía esquivar le echaba en cara cuán débil era, y lo poco que duraría en una batalla de verdad. Pese a ser una muchacha poco belicosa y con gran predisposición a intentar comprender a los demás, el orgullo licántropo seguía siendo parte de su legado y aún parada sobre sus dos pies “humanos” su conducta comenzaba a tornarse salvaje. Su sangre hervía con cada golpe que le hacía vibrar dolorosamente la carne y la frustración despertaba en ella una ira propia de la más enardecida bestia. Sus muelas se apretaban hasta el punto de chirriar, y un constante gruñido se alojaba en su garganta. Como un animal bajo constantes provocaciones, alzaba los labios para mostrar los dientes sin consciencia de la expresión que estaba poniendo.
Cuando en cierto momento tuvo que retroceder para que la espada no le atravesase las costillas (o, por lo menos, se las manchara de óxido y roña) aprovechó la distancia con el fin de retomar el equilibrio, dar un paso al costado y rápidamente alzar su arma dirigiéndola a la garganta del oponente. Un pitido en sus oídos, la sensación de su corazón a punto de salírsele del pecho y una incipiente sequedad en la garganta eran el preludio de la descontrol que tanto intentaba evitar. La mayoría de sus ataques eran esquivados o hábilmente parados para ser devueltos con el triple de fuerza, empujándola paso tras paso hasta encontrarse literalmente entre la espada y la pared. Más temprano que tarde, Thiel se sintió tan acorralada y asustada que no le quedó opción que clamar:
–¡Me rindo! ¡Basta!
Pero las afrentas no funcionaban así, y su vampírico adversario demostraba saberlo perfectamente. Al ver que las ofensas no se detenían y que ya no podía aplastarse más contra el chorreante muro, la joven se sintió, por primera vez, verdaderamente amenazada por su anfitrión, por esos ojos rojos que la miraban con superioridad, vejándola sin culpa alguna… claro, porque ella misma le había pedido que lo hiciera. Viéndose acorralada, supo por la sensación de cada músculo en su cuerpo ardiendo y contrayéndose que su instinto estaba a punto de llevarla al modo de “defensa en piloto automático”, ese que destrozaba cuanto tuviese enfrente hasta que considerase que se encontraba a salvo. Era un subidón de energía que, pensó, podía aprovechar intentando postergar la transformación un poco más. Sostuvo la empuñadura con ambas manos y, aprovechando el firme punto de apoyo proporcionado por la pared, se impulsó hacia adelante con la herrumbrosa espada bien en alto. En ese instante de enardecimiento no le importaron las embestidas contrarias: lejos de detenerse a usar la lógica, se dejó llevar por su instinto hacia el flanco izquierdo del vampiro, donde encontró la oportunidad de arremeter directo a sus manos, buscando arrancarle el arma de cuajo.
A pesar de la carencia de luz de luna, sus ojos brillaban más que ninguna otra noche y sus caninos sobresalían por debajo de los carnosos labios. Intentaba convencerse de que, con una espada en mano, no había razón para utilizar las garras.
Sus costillas, sus brazos, sus muslos ardían ante cada golpe que prometía dejar un buen moretón como recordatorio del entrenamiento. Cada arremetida que no podía esquivar le echaba en cara cuán débil era, y lo poco que duraría en una batalla de verdad. Pese a ser una muchacha poco belicosa y con gran predisposición a intentar comprender a los demás, el orgullo licántropo seguía siendo parte de su legado y aún parada sobre sus dos pies “humanos” su conducta comenzaba a tornarse salvaje. Su sangre hervía con cada golpe que le hacía vibrar dolorosamente la carne y la frustración despertaba en ella una ira propia de la más enardecida bestia. Sus muelas se apretaban hasta el punto de chirriar, y un constante gruñido se alojaba en su garganta. Como un animal bajo constantes provocaciones, alzaba los labios para mostrar los dientes sin consciencia de la expresión que estaba poniendo.
Cuando en cierto momento tuvo que retroceder para que la espada no le atravesase las costillas (o, por lo menos, se las manchara de óxido y roña) aprovechó la distancia con el fin de retomar el equilibrio, dar un paso al costado y rápidamente alzar su arma dirigiéndola a la garganta del oponente. Un pitido en sus oídos, la sensación de su corazón a punto de salírsele del pecho y una incipiente sequedad en la garganta eran el preludio de la descontrol que tanto intentaba evitar. La mayoría de sus ataques eran esquivados o hábilmente parados para ser devueltos con el triple de fuerza, empujándola paso tras paso hasta encontrarse literalmente entre la espada y la pared. Más temprano que tarde, Thiel se sintió tan acorralada y asustada que no le quedó opción que clamar:
–¡Me rindo! ¡Basta!
Pero las afrentas no funcionaban así, y su vampírico adversario demostraba saberlo perfectamente. Al ver que las ofensas no se detenían y que ya no podía aplastarse más contra el chorreante muro, la joven se sintió, por primera vez, verdaderamente amenazada por su anfitrión, por esos ojos rojos que la miraban con superioridad, vejándola sin culpa alguna… claro, porque ella misma le había pedido que lo hiciera. Viéndose acorralada, supo por la sensación de cada músculo en su cuerpo ardiendo y contrayéndose que su instinto estaba a punto de llevarla al modo de “defensa en piloto automático”, ese que destrozaba cuanto tuviese enfrente hasta que considerase que se encontraba a salvo. Era un subidón de energía que, pensó, podía aprovechar intentando postergar la transformación un poco más. Sostuvo la empuñadura con ambas manos y, aprovechando el firme punto de apoyo proporcionado por la pared, se impulsó hacia adelante con la herrumbrosa espada bien en alto. En ese instante de enardecimiento no le importaron las embestidas contrarias: lejos de detenerse a usar la lógica, se dejó llevar por su instinto hacia el flanco izquierdo del vampiro, donde encontró la oportunidad de arremeter directo a sus manos, buscando arrancarle el arma de cuajo.
A pesar de la carencia de luz de luna, sus ojos brillaban más que ninguna otra noche y sus caninos sobresalían por debajo de los carnosos labios. Intentaba convencerse de que, con una espada en mano, no había razón para utilizar las garras.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Si no hubiera sido un guerrero entrenado, de los que se han jugado -y perdido- la vida tantísimas veces, habría caído con ese movimiento en falso. Ya está. Esos ojos no eran humanos. Había visto y sentido un flujo inhumano, reaccionando, por qué no, a velocidad increíble. Su trabajo había terminado. Pero ante enemigos como él mismo aquello no iba a bastar. Si debía dejarse él mismo llevar, significaba que tendría que hacer uso del odio primordial que le empujaba a buscar sangre. Aunque primero debía deshacerse del brutal envite. ¿Cómo? Sencillo. Simplemente se agachó, y colocó el espadón en un angulo agudo respecto al arma enemiga, de forma, de forma que se diera una deflexión. Lejos de dar tiempo con ello, utilizó la palma de la mano para empujar el esternón de ella, de un solo golpe que, de haber surgido el efecto esperado, le dejaría sin aire por un momento. Si respirara de forma desigual, incluso, podía llegar a dejar inconsciente.
Por desgracia para ella, el ataque no terminaría ahí. Antes de embestir de nuevo, susurró: "Perdóname por esto." y aprovechando la posición flanqueada, lanzó una estocada al frente, cortando por la parte exterior de su muslo; vertiendo así sangre negra contra el suelo azul. Casi sin tiempo, dio un paso atrás, colocándose a su lado de la cascada, donde ella había comenzado el combate. Agarró el filo de su arma con ambas manos. Ella se había vuelto mucho más rápida... Y por qué negarlo. Desconocía como, pero también, más resistente. Utilizó la luz filtrada de la luna para desconcertar aquellos ojos amarillos, brillantes. Aquellos ojos inhumanos. Aquellos que su alma pedía a gritos silenciar. Con real furia, y celo, avanzó de nuevo.
¿Contra qué?
Por desgracia para ella, el ataque no terminaría ahí. Antes de embestir de nuevo, susurró: "Perdóname por esto." y aprovechando la posición flanqueada, lanzó una estocada al frente, cortando por la parte exterior de su muslo; vertiendo así sangre negra contra el suelo azul. Casi sin tiempo, dio un paso atrás, colocándose a su lado de la cascada, donde ella había comenzado el combate. Agarró el filo de su arma con ambas manos. Ella se había vuelto mucho más rápida... Y por qué negarlo. Desconocía como, pero también, más resistente. Utilizó la luz filtrada de la luna para desconcertar aquellos ojos amarillos, brillantes. Aquellos ojos inhumanos. Aquellos que su alma pedía a gritos silenciar. Con real furia, y celo, avanzó de nuevo.
¿Contra qué?
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Cerca, ¡había estado tan cerca! O de eso quiso convencerse para no sentirse aún más inútil. Su ataque fue repelido como tantos otros y devuelto con creces. El deteriorado filo de su espada no sólo rebotó contra la ajena, sino que pronto sufrió en carne propia la expresión “ser dejada fuera de juego. Cuando la palma ajena impactó con su esternón no sólo exhaló sus reservas de aire; también fue empujada nuevamente hacia la pared, golpeándose la espalda y la nuca contra ésta. Un gruñido ahogado le vibró en la garganta, mas éste no se comparó con el que vino a continuación, cuando el repugnante filo oxidado le cortó el muslo izquierdo, arrancándole un alarido preocupantemente parecido al aullido lastimero de un can apenas pudo llenarse, nuevamente, los pulmones con preciado oxígeno. ¿Y encima le había pedido disculpas? ¡Infeliz!
No pudo evitar contemplar su herida durante el instante que le llevó recuperar el aliento. La sangre fluía a borbotones, tal como el odio incipiente que le quemaba las venas. A esas alturas tal era su frustración, su rabia, que ya no le importaba el hecho de que ella misma había clamado por aquel entrenamiento. Estaba ofendida, con su orgullo totalmente pisoteado, y la bestia dentro de sí no podía hacer las paces con la idea de una derrota. La sangre derramada siempre tenía un costo.
Pocos segundos le bastaron para alzar la mirada con energías reavivadas como el fuego tras hostigar sus brazas, con el ceño arrugado y los labios apretados. No obstante, tuvo que apartar los ojos al verse enceguecida con el brillo lunar reflejado por la hoja del arma impropia, y ese fue el detalle que colmó su paciencia. Basta. No se dejaría flagelar más.
La pisada del enemigo hacia ella, porque en ese instante toda otra etiqueta quedaba aplastada bajo una espesa capa de cólera, fue el detonante de su reaccionar. Con endiablada velocidad dio dos pasos a la izquierda para esquivarle y, empuñando con fuerza la espada, giró sobre sí misma para tomar impulso y arremeter contra la espalda -aparentemente desprotegida - del vampiro. No obstante, no era la única que se movía como un rayo y su ataque, por enésima vez, fue evitado. Sus ojos se clavaron en los ajenos con odio desmedido y ya sin preocuparse en si fallaba o no se decidió a arremeter una y otra vez. Golpe tras golpe, cada impacto de los aceros retumbó, acompañados por los gruñidos de la pequeña bestia, en la derruida vivienda, esa que les daba cobijo durante sus largas noches de arrumacos. Su espada herrumbrosa y avejentada finalmente cedió bajo las acometidas y la punta carcomida por el óxido saltó despedida hacia un costado; un grito de frustración se deslizó por entre sus labios irritados de tanto mordérselos. La bestia quería sangre y la bestia procuraría conseguirla. Blandió lo que quedaba de su arma hasta abajo y la soltó en un arranque de histeria, hundiéndola en el pie de su adversario, y sin consciencia de esto se lanzó, fauces abiertas, hacia el antebrazo ajeno con intenciones de arrancarle un pedazo con un bien merecido mordisco.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Para él no había nada personal en aquel duelo. Ni siquiera tenía algo que ver con él o ella. Era una cuestión de naturaleza. La naturaleza tiende a equilibrar todo. El resultado siempre es cero.
Sus ataques habían dado resultado. En cualquier otro caso, en vez de un corte superficial, habría empalado de lado a lado a su víctima y aprovechando la incisión, partirla como una nuez. Debía de ser extremadamente meticuloso, pues si calculaba mal un corte, podía herir de gravedad a alguien a quien después de todo, apreciaba profundamente, aunque aún no sabía muy bien por qué. Sin embargo, no había terminado de calcular las consecuencias de tantos movimientos como había procurado. Incluso, después de el último empellón con el que... Según había calculado, acabaría enfrentándole a una bestia. Había ganado muchísima velocidad, tanta que de no tener unas bases férreas de defensa interiorizadas, no habría conseguido bloquear la mitad de los golpes. Supuso que aquel duelo dañino e infructuoso -para él- había tocado fin cuando la espada que la pequeña licántropa enarbolaba, acabó haciéndose pedazos. Quizá por eso, el ataque directo a su pie le pilló completamente desprevenido. Quizá aquella versión solo era una escusa para no afectar demasiado su impenetrable orgullo de mendigo.
Pese a todo, no estaba dispuesto a dejarse vencer, y menos aún, exponer a heridas semejantes a las que las alomorfas fauces de ella podían provocar. No. Sin embargo, no tenía demasiada opción: era demasiado tarde como para detenerla con la espada.
Recordando lo que le enseñó cierto tratado de combate, agarró con sendas manos el mango de su arma, y con el mismo pomo de la espada, arremetió contra la frente de ella, produciendo una pequeña herida con el impacto, y empujándola hacia atrás, de forma que ambos cayeron, -él de frente,- al suelo. Se apresuró a recoger los brazos de ella por encima de su cabeza y a apresarla con las piernas, colocando con la mano diestra y temblorosa, el filo al nivel de su cuello. Aquesta escena distaba mucho ya de ser un juego. En el suelo, mojados, heridos. Aquello podía acabar muy mal. En un paso en falso de cualquiera, incluso, muertos. Alzzul estaba en su límite.
Sus ataques habían dado resultado. En cualquier otro caso, en vez de un corte superficial, habría empalado de lado a lado a su víctima y aprovechando la incisión, partirla como una nuez. Debía de ser extremadamente meticuloso, pues si calculaba mal un corte, podía herir de gravedad a alguien a quien después de todo, apreciaba profundamente, aunque aún no sabía muy bien por qué. Sin embargo, no había terminado de calcular las consecuencias de tantos movimientos como había procurado. Incluso, después de el último empellón con el que... Según había calculado, acabaría enfrentándole a una bestia. Había ganado muchísima velocidad, tanta que de no tener unas bases férreas de defensa interiorizadas, no habría conseguido bloquear la mitad de los golpes. Supuso que aquel duelo dañino e infructuoso -para él- había tocado fin cuando la espada que la pequeña licántropa enarbolaba, acabó haciéndose pedazos. Quizá por eso, el ataque directo a su pie le pilló completamente desprevenido. Quizá aquella versión solo era una escusa para no afectar demasiado su impenetrable orgullo de mendigo.
Pese a todo, no estaba dispuesto a dejarse vencer, y menos aún, exponer a heridas semejantes a las que las alomorfas fauces de ella podían provocar. No. Sin embargo, no tenía demasiada opción: era demasiado tarde como para detenerla con la espada.
Recordando lo que le enseñó cierto tratado de combate, agarró con sendas manos el mango de su arma, y con el mismo pomo de la espada, arremetió contra la frente de ella, produciendo una pequeña herida con el impacto, y empujándola hacia atrás, de forma que ambos cayeron, -él de frente,- al suelo. Se apresuró a recoger los brazos de ella por encima de su cabeza y a apresarla con las piernas, colocando con la mano diestra y temblorosa, el filo al nivel de su cuello. Aquesta escena distaba mucho ya de ser un juego. En el suelo, mojados, heridos. Aquello podía acabar muy mal. En un paso en falso de cualquiera, incluso, muertos. Alzzul estaba en su límite.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Su mordisco fue impedido a medio camino con un golpe tan incisivo en la frente que no sólo le provocó una punzada y un fastidioso zumbido en los oídos, sino también la empujó hacia atrás haciéndole perder el equilibrio. Su pequeño cuerpo rebotó de espaldas contra el suelo y antes de poder incorporarse para retomar una batalla en la que ya no dispondría de ni un ápice de raciocinio, se vio apresada por su, afortunadamente, corpulento contrincante. Tuvo que soltar lo poco que le quedaba de espada cuando sus manos fueron apresadas por encima de su cabeza, pero el hecho de perder el arma no impidió que continuase dando lucha con obstinación y bravura. Se retorció enfurecida para intentar zafarse del agarre, expandiendo y contrayendo rápidamente su abdomen con una hiperventilación que auguraba la pronta pérdida total de su consciencia.
–¡Suéltame! ¡Argh, suéltame, maldito seas! ¡Te voy a matar, hijo de…! ¡¡Déjame!!
A cada retorcida le seguía un mordisco que buscaba llegar al rostro vampírico. Faltándole pocos centímetros para llegar a éste, sus dientes resonaban en un doloroso castañeo, chocándose entre sí. Ese fue el panorama durante los largos minutos que Thiel necesitó para entender que no llegaría a nada estando allí, inmovilizada por su contrincante, deshaciéndose en protestas y un largo repertorio de insultos. Siempre y cuando, claro, mantuviese su decisión de no acudir, por lo menos no del todo, a su faceta más destructiva. Con el pasar del tiempo su respiración fue calmándose y dejó de debatirse bajo el fuerte agarre. Sus colmillos dejaron de sobresalir por debajo de los dañados labios y su mirada, antaño encendida por la rabia, retomó el suave color aceitunado. No obstante, a pesar de la calma forzada, su expresión distaba de inspirar amabilidad. Seria, con los párpados entrecerrados, mantuvo la desafiante mirada clavada en los ojos rubí de su enemigo. De su maestro… De su querido compañero.
Cuando ambas respiraciones se sincronizaron y estabilizaron, sobrevino la calma. Con ella, la consciencia. Y, como siempre, por último la culpa le pesó cuando supo que el entrenamiento se les había ido un poco de las manos. Apenas pestañeó cuando una gota de sangre proveniente de su frente le cosquilleó en la sien.
–¡Suéltame! ¡Argh, suéltame, maldito seas! ¡Te voy a matar, hijo de…! ¡¡Déjame!!
A cada retorcida le seguía un mordisco que buscaba llegar al rostro vampírico. Faltándole pocos centímetros para llegar a éste, sus dientes resonaban en un doloroso castañeo, chocándose entre sí. Ese fue el panorama durante los largos minutos que Thiel necesitó para entender que no llegaría a nada estando allí, inmovilizada por su contrincante, deshaciéndose en protestas y un largo repertorio de insultos. Siempre y cuando, claro, mantuviese su decisión de no acudir, por lo menos no del todo, a su faceta más destructiva. Con el pasar del tiempo su respiración fue calmándose y dejó de debatirse bajo el fuerte agarre. Sus colmillos dejaron de sobresalir por debajo de los dañados labios y su mirada, antaño encendida por la rabia, retomó el suave color aceitunado. No obstante, a pesar de la calma forzada, su expresión distaba de inspirar amabilidad. Seria, con los párpados entrecerrados, mantuvo la desafiante mirada clavada en los ojos rubí de su enemigo. De su maestro… De su querido compañero.
Cuando ambas respiraciones se sincronizaron y estabilizaron, sobrevino la calma. Con ella, la consciencia. Y, como siempre, por último la culpa le pesó cuando supo que el entrenamiento se les había ido un poco de las manos. Apenas pestañeó cuando una gota de sangre proveniente de su frente le cosquilleó en la sien.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Le costaba mantener la presa. Se debatía ella con fuerza y casi al punto estuvo de liberarla, sobre todo de la tan provisional llave de las piernas. Acabó cediendo, acabó perdiendo los colmillos y el brillo de los ojos. Volvía a ver en ella ese cuerpo liviano que tanto apreciaba. Pero sendos ojos carmesí opinaban diferente. Fijos, inexpresivos, esperaban hasta el completo la pasividad de ella. Una vez relajada, acercó la barbilla a su frente al punto de quitar con la lengua la sangre que rebosaba por la frente. Ahora tenía la cara manchada de plasma. Volvió a su posición original, relajando las piernas y sus brazos, pero aún manteniéndolos sujetos por encima de la cabeza ajena. Había algo en aquello que le turbaba enormemente. Sin duda, era un de las escenas más bellas que se habían dado... Según el perturbado criterio del vampiro. Pero, ¿Qué no había de poético en todo aquello? Parecía que entre esas paredes todo sucedía más. Más fuerte, con más sustancia. Quizá por ello dormía tanto, quizá por eso siempre estaba exaltado y sus emociones borbotaban, cambiantes, como una linfa espongiforme de procedencia indeterminada.
De nuevo, con la mirada fija, y experiencia de taetrista, de dramático nato no entrenado, habló de nuevo no sin antes dejar pasar unos segundos de silencio.
- Siempre hacemos... Siempre hago, lo que tú quieres. -no tenía que ver con lo que él quería- Y sin embargo, no pareces contenta. Nunca pareces contenta.
Sonrió, con esas sonrisas estúpidas y vacías que se suelen soltar antes de decir algo completamente contrario a lo que esa curvatura en la cara debía de indicar. Se sentía calado. Ella debía de estar congelándose en el suelo húmedo. Su pelo flotaba como el de una Ofelia ahogada. Tan bella, tan etérea y distante, que parecía apenas parte de este mundo. Y sin embargo, la sentía tan cerca que podía tocarla, pero lo temía casi, por si se le escapaba de entre las manos. La herida del costado de ella, y la del pie de él, teñían la pequeña marisma de un escarlata brillante a la luz de la luna. Así, con un apenas perceptible temblor en los labios que llevaba sufriendo desde que enarboló con verdadera violencia la espada, habló de nuevo.
- Soy incapaz de hacerte feliz. Solo puedo hacer que te sientas querida. -y todo aquello era cierto, más dudaba a veces de ello, pero no terminaba de expresar el problema de todo aquello, así que carente de toda sensibilidad (de la que usualmente presumía) se alzó de nuevo.
>> Quizá debieras irte.
Y saltó una parte.
Por mucho que nos duela a ambos.
De nuevo, con la mirada fija, y experiencia de taetrista, de dramático nato no entrenado, habló de nuevo no sin antes dejar pasar unos segundos de silencio.
- Siempre hacemos... Siempre hago, lo que tú quieres. -no tenía que ver con lo que él quería- Y sin embargo, no pareces contenta. Nunca pareces contenta.
Sonrió, con esas sonrisas estúpidas y vacías que se suelen soltar antes de decir algo completamente contrario a lo que esa curvatura en la cara debía de indicar. Se sentía calado. Ella debía de estar congelándose en el suelo húmedo. Su pelo flotaba como el de una Ofelia ahogada. Tan bella, tan etérea y distante, que parecía apenas parte de este mundo. Y sin embargo, la sentía tan cerca que podía tocarla, pero lo temía casi, por si se le escapaba de entre las manos. La herida del costado de ella, y la del pie de él, teñían la pequeña marisma de un escarlata brillante a la luz de la luna. Así, con un apenas perceptible temblor en los labios que llevaba sufriendo desde que enarboló con verdadera violencia la espada, habló de nuevo.
- Soy incapaz de hacerte feliz. Solo puedo hacer que te sientas querida. -y todo aquello era cierto, más dudaba a veces de ello, pero no terminaba de expresar el problema de todo aquello, así que carente de toda sensibilidad (de la que usualmente presumía) se alzó de nuevo.
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Y saltó una parte.
Por mucho que nos duela a ambos.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Cerró los ojos cuando su frente fue limpiada con un húmedo contacto, concentrándose en los latidos que paulatinamente retomaban la serenidad en su pecho. De la ira había pasado a un estado profundamente meditabundo en el cual analizaba el resultado de la contienda. ¿Había servido de algo sacrificar el bienestar de ambos en esa tosca incursión de sus habilidades? Se pasó la lengua por los dientes, tanteando la falta de voluminosos caninos. Aunque todo indicaba que la situación se les había ido de las manos, lo cierto era que jamás, en toda su vida, había logrado controlarse hasta el punto de contener la transformación. Sí, su mal genio y sus instintos terminaron por cobrar casi el mismo vigor que cuando andaba sobre sus cuatro patas, pero consideraba que acababa de dar un gran paso. ¿A costa de alguien terriblemente valioso para ella? Los ojos se le humedecieron ligeramente al determinar que la respuesta era: sí. Acababa de perder algo invaluable en el proceso.
Lo escuchó, y supo de inmediato que tenía razón. Estaba satisfecha, pero no contenta. ¿Cómo podría estarlo? ¡Acababa de herir y ser herida por quien tanto quería! Se sintió caprichosa e ingrata, pues todo había sido petición tuya, sin embargo nunca lograba finalizar su eterna búsqueda de felicidad… y le costaba admitir que dudaba poder hacerlo mientras continuase en aquella casa lúgubre en un territorio al cual no pertenecía. Aunque adoraba profundamente la compañía del pelinegro, la presencia de una licántropo allí era contra natura. Peor aún, la presencia de alguien como Thiel. Toda su energía, su jovialidad y sus impulsos de explorar, de aventurarse, eran fuertemente atajados cuando estaba con el vampiro. Le gustaba estar con él, ¡por supuesto que sí! pero en el momento en que el día llegaba, notaba con más fuerza sus carencias, su cuerpo se resentía bajo el brusco cambio de costumbres… y se sabía terriblemente sola. A veces sufría la soledad incluso cuando lo miraba en su trono, desde lejos, esperando que despertase sólo para luego enfrentarse, en ocasiones, a más horas de largos silencios. Y aunque retozar entre sus brazos y tener charlas existenciales representaba el mayor de sus goces, no tardaba en volver a sentirse presa de una profunda insatisfacción. Él le estaba dando todo sin esperar nada a cambio. Pero no podía darle lo que ella quería... ya que ella misma no sabía qué estaba buscando.
Se quedó tendida en el suelo durante un prolongado momento luego de que el vampiro se alzase, con la mirada perdida en algún oscuro punto del techo y los labios apretados, rectos, tensos para disimular el temblor de su mentón. Su mente bullía en ideas, pero al final todas llegaban a lo mismo: él estaba en lo correcto. Aunque algo en el pecho se le partía en dos, aunque sentía una incómoda presión en la garganta, aunque las piernas comenzaban a temblarle, sabía bien que ésta vez no existía nada que discutir. No valdría echarse a llorar y buscar cobijo en un fuerte abrazo; tampoco serviría de nada ignorar el problema y hacer como si nada hubiese pasado. Suspiró, ahogando un pequeño gemido de dolor cuando, por fin, decidió incorporarse. El agua chorreó desde su cuerpo, su cabello y sus harapos y sin decir palabra alguna se dirigió cojeando, sin siquiera mirar al mayor, hacia el dormitorio donde guardaba sus objetos personales.
Pocas veces en la vida se veía a Thiel bajo un estado de perturbación tan hondo. Ese rostro en el que solían dibujarse decenas de muecas ésta vez permanecía inmutable, aparte del arrebol en las mejillas y la nariz causado por las lágrimas que caían, orondas e incesantes, por sus mofletes. Procedió a despojarse de las sábanas para tenderlas prolijamente en una viga de madera con la esperanza de que en algún momento se secasen y se apuró a cubrirse el cuerpo helado y húmedo con las pocas telas que sí le pertenecían, de las cuales arrancó un jirón para vendarse toscamente el muslo, sólo para parar el sangrado. Tomó sus pocas pertenencias, las ató con el mismo cinto improvisado que afirmaba sus ropajes, se llevó las manos al rostro para despejarlo de lamentos y volvió, mentón en alto, a traspasar la cortina que la llevaba a la sala contigua.
Y allí seguía él, y las lágrimas volvieron a surgir como la perpetua gotera del techo, pero actuó como si éstas no existiesen y se acercó, por fin, al hombre que seguía revolucionando sus emociones tan como el primer día.
–Me has dado cobijo, calor y compañía. Yo te lo he retribuido con… con caprichos, mordidas y lloriqueos. –Volvió a refregarse una mano por el rostro, pero no tenía remedio; el lamento no cesaba– No me malinterpretes. Sentirme querida es lo más cerca que he estado a ser feliz desde hace mucho tiempo, y te debo por ello más de lo que crees. Pero quizá tienes razón; debería llevarme lejos mis pretensiones… al menos por un tiempo. –Apenas pudo mirarlo a los ojos. Todo era muy repentino. Sabía que pronto viajaría, pero en su cabeza la despedida había sido muy distinta, y más importante: temporal. ¿Cómo dejó que llegasen a aquello? ¿Por qué, con él, siempre terminaba con una sensación agridulce en la boca?– Te quiero, Alzzul. –Pese a que era verdad sintió culpa al confesarlo en tan desastroso momento. Apurada y desahuciada, puso una mano en el hombro impropio y lo instó a inclinarse hacia adelante. Al mismo tiempo, ella se irguió en puntas de pie y dejó un suave beso en los trémulos labios vampíricos. Un beso de despedida.
Tras esto se separó de él y le dedicó una última mirada cristalina y cariñosa antes de encarar la puerta. Un relámpago iluminó el cielo cuando la pequeña silueta de Thiel se difuminó bajo el aguacero. Al menos así nadie la oiría llorar.
Lo escuchó, y supo de inmediato que tenía razón. Estaba satisfecha, pero no contenta. ¿Cómo podría estarlo? ¡Acababa de herir y ser herida por quien tanto quería! Se sintió caprichosa e ingrata, pues todo había sido petición tuya, sin embargo nunca lograba finalizar su eterna búsqueda de felicidad… y le costaba admitir que dudaba poder hacerlo mientras continuase en aquella casa lúgubre en un territorio al cual no pertenecía. Aunque adoraba profundamente la compañía del pelinegro, la presencia de una licántropo allí era contra natura. Peor aún, la presencia de alguien como Thiel. Toda su energía, su jovialidad y sus impulsos de explorar, de aventurarse, eran fuertemente atajados cuando estaba con el vampiro. Le gustaba estar con él, ¡por supuesto que sí! pero en el momento en que el día llegaba, notaba con más fuerza sus carencias, su cuerpo se resentía bajo el brusco cambio de costumbres… y se sabía terriblemente sola. A veces sufría la soledad incluso cuando lo miraba en su trono, desde lejos, esperando que despertase sólo para luego enfrentarse, en ocasiones, a más horas de largos silencios. Y aunque retozar entre sus brazos y tener charlas existenciales representaba el mayor de sus goces, no tardaba en volver a sentirse presa de una profunda insatisfacción. Él le estaba dando todo sin esperar nada a cambio. Pero no podía darle lo que ella quería... ya que ella misma no sabía qué estaba buscando.
Se quedó tendida en el suelo durante un prolongado momento luego de que el vampiro se alzase, con la mirada perdida en algún oscuro punto del techo y los labios apretados, rectos, tensos para disimular el temblor de su mentón. Su mente bullía en ideas, pero al final todas llegaban a lo mismo: él estaba en lo correcto. Aunque algo en el pecho se le partía en dos, aunque sentía una incómoda presión en la garganta, aunque las piernas comenzaban a temblarle, sabía bien que ésta vez no existía nada que discutir. No valdría echarse a llorar y buscar cobijo en un fuerte abrazo; tampoco serviría de nada ignorar el problema y hacer como si nada hubiese pasado. Suspiró, ahogando un pequeño gemido de dolor cuando, por fin, decidió incorporarse. El agua chorreó desde su cuerpo, su cabello y sus harapos y sin decir palabra alguna se dirigió cojeando, sin siquiera mirar al mayor, hacia el dormitorio donde guardaba sus objetos personales.
Pocas veces en la vida se veía a Thiel bajo un estado de perturbación tan hondo. Ese rostro en el que solían dibujarse decenas de muecas ésta vez permanecía inmutable, aparte del arrebol en las mejillas y la nariz causado por las lágrimas que caían, orondas e incesantes, por sus mofletes. Procedió a despojarse de las sábanas para tenderlas prolijamente en una viga de madera con la esperanza de que en algún momento se secasen y se apuró a cubrirse el cuerpo helado y húmedo con las pocas telas que sí le pertenecían, de las cuales arrancó un jirón para vendarse toscamente el muslo, sólo para parar el sangrado. Tomó sus pocas pertenencias, las ató con el mismo cinto improvisado que afirmaba sus ropajes, se llevó las manos al rostro para despejarlo de lamentos y volvió, mentón en alto, a traspasar la cortina que la llevaba a la sala contigua.
Y allí seguía él, y las lágrimas volvieron a surgir como la perpetua gotera del techo, pero actuó como si éstas no existiesen y se acercó, por fin, al hombre que seguía revolucionando sus emociones tan como el primer día.
–Me has dado cobijo, calor y compañía. Yo te lo he retribuido con… con caprichos, mordidas y lloriqueos. –Volvió a refregarse una mano por el rostro, pero no tenía remedio; el lamento no cesaba– No me malinterpretes. Sentirme querida es lo más cerca que he estado a ser feliz desde hace mucho tiempo, y te debo por ello más de lo que crees. Pero quizá tienes razón; debería llevarme lejos mis pretensiones… al menos por un tiempo. –Apenas pudo mirarlo a los ojos. Todo era muy repentino. Sabía que pronto viajaría, pero en su cabeza la despedida había sido muy distinta, y más importante: temporal. ¿Cómo dejó que llegasen a aquello? ¿Por qué, con él, siempre terminaba con una sensación agridulce en la boca?– Te quiero, Alzzul. –Pese a que era verdad sintió culpa al confesarlo en tan desastroso momento. Apurada y desahuciada, puso una mano en el hombro impropio y lo instó a inclinarse hacia adelante. Al mismo tiempo, ella se irguió en puntas de pie y dejó un suave beso en los trémulos labios vampíricos. Un beso de despedida.
Tras esto se separó de él y le dedicó una última mirada cristalina y cariñosa antes de encarar la puerta. Un relámpago iluminó el cielo cuando la pequeña silueta de Thiel se difuminó bajo el aguacero. Al menos así nadie la oiría llorar.
Thiel
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Alzzul no acertó a entender qué estaba pasando hasta que la figura atravesó el arco de la entrada. Quizá se había equivocado. No cabía otra interpretación. Había elegido las palabras equivocadas. Se sentía como un perro al que habían prometido sacar a pasear, le habían colocado la correa y justo después, abandonado ahí, en medio del salón, con una incógnita en la cara. Estaba aún evaluando los daños que había sufrido en el pie -nada demasiado grave, solo un corte limpio de lado a lado que por suerte no había tocado ligamento alguno.-, cuando ella se dirigía al autoproclamado cuarto propio. Juró notar algo extraño en su tono de voz, e incluso, una lágrima recorriéndole el rostro. Debía ser una ilusión; nada más que pensar en la lluvia. Pensar en ello le aceleró el corazón; desbocado, retumbaba y se agitaba, incongruente en todos los aspectos. Era la cabeza lo que más le dolía, sin embargo; notaba unas fibras recorrerle el cráneo, como chillidos de tela de una Banshee caprichosa. Estuvo a punto de caer al suelo, para más dramatismo. Claro que, en realidad, apenas se movió del sitio. Le quería, y tal afirmación le descompuso del todo cualquier barrera, cualquier intento de mantenerse impávido. Eran palabras que no había escuchado nunca. No de esa forma. ¿Cómo podía quedarse ahí plantado? Fácil, se sentía completamente congelado, roto, incapaz de actuar. Sentía los ojos de la medusa recorriéndole la espina dorsal, hasta posarse en su harapiento cabello negro.
Entonces le besó. Y después se dirigió a la entrada, y su figura perdió la consistencia, como si dejara de ser real bajo la capa de lluvia que le calaba. La notó lejos, más lejos que nunca. Más lejos que si se hubiera ido sin decir palabra. Y algo hizo fuego en su cabeza. Se lanzó a la carrera hacia la puerta, perdiendo la fuerza en las piernas en un par de ocasiones debido a la incisión de la herida. Como un perro abandonado, se lanzó en un abrazo, cubriendo con quizá demasiada fuerza el cuerpo de ella. Abrió la boca y soltó un par de vocablos incoherentes, de entre los cuales sólo era inteligible un "Pero no ahora". Le agarró entonces con aún más fuerza, como si quisiera fundirse con ella y notó su cuerpo calado contra el suyo, y hundió su cabeza en el hombro ajeno, desde atrás. Como un desesperado la mantuvo en brazos, hasta que aquello no fue suficiente y la tomó. La alzó hasta que fue capaz de recoger sus piernas con uno de los brazos. Y la sostuvo, aún en lateral hasta que aquello no fue suficiente. Y la resguardó de la lluvia bajo su techo, y avanzó, a pie lisiado los metros que le separaban de su autoproclamada habitación. Y una vez en ella, la dejó, con firmeza, pero delicado, sobre las sábanas frías. Y no soportó el frío por primera vez en su vida. Y le agarró de los brazos como antes había hecho cuando ella estaba desatada, y la miró a los ojos con las mismas palabras grabadas en ellos que habían desatado tal pasión latente. Y le acercó los labios, temblorosos, para arrebatarle algo más que un beso, mientras con la mano derecha, aquella que no usaba para sujetarle, acariciaba -o más bien se asía con desesperación- al muslo ajeno, marcando las uñas en su piel, sin quererlo.
Y separó su cara de ella, por unos segundos antes de someterse en un nuevo y aún más cálido y pasional beso.
Y...
Entonces le besó. Y después se dirigió a la entrada, y su figura perdió la consistencia, como si dejara de ser real bajo la capa de lluvia que le calaba. La notó lejos, más lejos que nunca. Más lejos que si se hubiera ido sin decir palabra. Y algo hizo fuego en su cabeza. Se lanzó a la carrera hacia la puerta, perdiendo la fuerza en las piernas en un par de ocasiones debido a la incisión de la herida. Como un perro abandonado, se lanzó en un abrazo, cubriendo con quizá demasiada fuerza el cuerpo de ella. Abrió la boca y soltó un par de vocablos incoherentes, de entre los cuales sólo era inteligible un "Pero no ahora". Le agarró entonces con aún más fuerza, como si quisiera fundirse con ella y notó su cuerpo calado contra el suyo, y hundió su cabeza en el hombro ajeno, desde atrás. Como un desesperado la mantuvo en brazos, hasta que aquello no fue suficiente y la tomó. La alzó hasta que fue capaz de recoger sus piernas con uno de los brazos. Y la sostuvo, aún en lateral hasta que aquello no fue suficiente. Y la resguardó de la lluvia bajo su techo, y avanzó, a pie lisiado los metros que le separaban de su autoproclamada habitación. Y una vez en ella, la dejó, con firmeza, pero delicado, sobre las sábanas frías. Y no soportó el frío por primera vez en su vida. Y le agarró de los brazos como antes había hecho cuando ella estaba desatada, y la miró a los ojos con las mismas palabras grabadas en ellos que habían desatado tal pasión latente. Y le acercó los labios, temblorosos, para arrebatarle algo más que un beso, mientras con la mano derecha, aquella que no usaba para sujetarle, acariciaba -o más bien se asía con desesperación- al muslo ajeno, marcando las uñas en su piel, sin quererlo.
Y separó su cara de ella, por unos segundos antes de someterse en un nuevo y aún más cálido y pasional beso.
Y...
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
...Y apartó el rostro, alterada, dubitativa. Su corazón se había roto en pedazos y vuelto a armar sólo para volver a destrozarse en menos de cinco minutos. Se había dejado llevar hasta allí sin resistencia alguna. Sin reacción alguna, más bien. No era capaz de salir del estado de sorpresa producto del arrepentimiento del vampiro, y del íntimo contacto que había extrañado horrores durante la ínfima separación. ¿Acaso no le había instado a marcharse? Si no le impidió cruzar el umbral de la puerta, si no respondió a sus palabras, si le inspiró la seguridad de que su ausencia allí le causaba una total y dolorosa indiferencia, ¿por qué finalmente acudió a buscarla cuando su pecho ya se había envenenado de dolor? No había forma de salir del espiral: Él era la causa y el bálsamo de sus tristezas.
Y allí estaba. Apretada bajo el cuerpo impropio, con el suyo afiebrado pese a que las sábanas bajo ella se humedecían y enfriaban con los remanentes de la lluvia. El fuerte agarre en su muslo, que estiraba dolorosamente la piel de la herida causada por él, le espabiló los sentidos. Con el rostro ladeado, arrebolado tras los besos que estaban a punto de arrancarle el corazón del pecho, evitó la mirada ajena a sabiendas de que aquellos ojos la despojaban de toda cordura. Respiró hasta colmar sus pulmones y decidió, con inusitada sinceridad, exteriorizar su angustia con apenas un hilo de voz.
-”¿Ahora no?” ¿Cuándo será, entonces? Oh... -Se mordió el labio inferior, angustiada ante la aparición de una terribe hipótesis- ¿Es que antes querías acostarte conmigo? -Atacó. No obstante, la forma en que murmuraba las palabras no era suficientemente punzante para romper el ambiente. Más que iracunda, estaba ofendida... con él y consigo misma. Con él por no haberla detenido; consigo porque, pese a que sabía que lo mejor era marcharse, no podía evitar regresar una y otra vez a los brazos de ese hombre.
Entonces alzó la mirada en espera de algo, un indicio que la consolase de alguna manera que no tenía muy clara. ¿Quería que le rogase que se quedara? ¿O que le dijese que la acompañaría a todas partes? ¿Qué demonios esperaba? No tenía ni la más mínima idea, lo cual alimentaba su alteración y ampliaba las posibilidades de que todo terminase en desastre. La mayor parte de la frustración residía en que, pese a sus desplantes, ella también deseaba fundirse en el cuerpo impropio, ¡y con cuánta intensidad!
Observó largamente los labios del otro, y la manera en que temblaban y se veían atraídos hacia los propios. Vio luego su nariz, esas facciones tan marcadas, y los ojos que refulgían bajo aquellas densas pestañas negras. Esa mirada la dominaba hasta tal punto que, pese a que en su gesto permanecía un mohín de enfado, el resto de su cuerpo continuaba la labor de mantener el contacto. La rodilla de su pierna sana ascendía y descendía acariciando suavemente el interior de los muslos impropios y podía sentir los alientos entremezclándose, cálidos. La tensión era evidente y el desenlace resultaba incierto dado que, tratándose de tal pareja, la respuesta incorrecta podía desatar un monzón peor que el que azotaba la derruida casucha.
Y allí estaba. Apretada bajo el cuerpo impropio, con el suyo afiebrado pese a que las sábanas bajo ella se humedecían y enfriaban con los remanentes de la lluvia. El fuerte agarre en su muslo, que estiraba dolorosamente la piel de la herida causada por él, le espabiló los sentidos. Con el rostro ladeado, arrebolado tras los besos que estaban a punto de arrancarle el corazón del pecho, evitó la mirada ajena a sabiendas de que aquellos ojos la despojaban de toda cordura. Respiró hasta colmar sus pulmones y decidió, con inusitada sinceridad, exteriorizar su angustia con apenas un hilo de voz.
-”¿Ahora no?” ¿Cuándo será, entonces? Oh... -Se mordió el labio inferior, angustiada ante la aparición de una terribe hipótesis- ¿Es que antes querías acostarte conmigo? -Atacó. No obstante, la forma en que murmuraba las palabras no era suficientemente punzante para romper el ambiente. Más que iracunda, estaba ofendida... con él y consigo misma. Con él por no haberla detenido; consigo porque, pese a que sabía que lo mejor era marcharse, no podía evitar regresar una y otra vez a los brazos de ese hombre.
Entonces alzó la mirada en espera de algo, un indicio que la consolase de alguna manera que no tenía muy clara. ¿Quería que le rogase que se quedara? ¿O que le dijese que la acompañaría a todas partes? ¿Qué demonios esperaba? No tenía ni la más mínima idea, lo cual alimentaba su alteración y ampliaba las posibilidades de que todo terminase en desastre. La mayor parte de la frustración residía en que, pese a sus desplantes, ella también deseaba fundirse en el cuerpo impropio, ¡y con cuánta intensidad!
Observó largamente los labios del otro, y la manera en que temblaban y se veían atraídos hacia los propios. Vio luego su nariz, esas facciones tan marcadas, y los ojos que refulgían bajo aquellas densas pestañas negras. Esa mirada la dominaba hasta tal punto que, pese a que en su gesto permanecía un mohín de enfado, el resto de su cuerpo continuaba la labor de mantener el contacto. La rodilla de su pierna sana ascendía y descendía acariciando suavemente el interior de los muslos impropios y podía sentir los alientos entremezclándose, cálidos. La tensión era evidente y el desenlace resultaba incierto dado que, tratándose de tal pareja, la respuesta incorrecta podía desatar un monzón peor que el que azotaba la derruida casucha.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
La miró cuando mantenía el rostro gacho, la miró cuando le encaró y cuando le atacó verbalmente. De seguro que esperaba algo como aquello, una pequeña resistencia; aunque ambos cuerpos tenían intenciones diferentes a las que ambas razones querían acudir. Aunque aquellos dos ojos rojizos podían guardar un ápice de furia y pasión, sin embargo, lo dominante seguía siendo la impasibilidad que no acompañaba el resto de su rostro, al borde del deceso. Era difícil pensar con claridad. Notaba fuego dentro del cuerpo; un fuego primordial y fatuo, quemaba su cuerpo y los vapores resultantes de la mezcla embotaban el ambiente con un humo fascinante y letal, como la luz venenosa, fosforescente de la luna. Olvidó la respuesta ensayada, tuvo que buscar de algún rincón ofuscado por la neblina unas palabras; quizá faltas de coherencia, escaparon de sendos húmedos labios a tropezones, como demasiadas personas intentando salir por una misma e ínfima puerta.
- Lo que quiero es curarte, que te prepares, que pienses en a dónde ir, y por qué.
Antes de que pudiera seguir expresándose, con la boca aún abierta, desató la presa de los brazos y deslizó la yema del índice y corazón por la curva de los poco marcados bíceps, justo después de cruzar los antebrazos. Entonces se deslizó suavemente encima del torso y acabó acariciando su mandíbula, justo antes de depositar un nuevo beso, con más intensidad que los anteriores, con la seguridad de que era lo que quería; al menos en ese momento. Con la seguridad de que ella estaba de acuerdo. La otra mano, sin embargo, seguía sujeta al muslo con temible fuerza, casi al punto de arañar la epidermis. Su pierna a la izquierda del vampiro, sin embargo, se alzó, inquisitiva, en una caricia torpe. La recibió con un ansia que apenas sí reservaba para la guerra. Derretido por completo ante el fuego del frenes´, entre un delirio de erotismo y concupiscencia, tuvo que soltar la última parte de su soliloquio, antes de enloquecer por completo.
- Y por supuesto, lo más importante: quiero que vuelvas.
Justo después de semejante sentencia, con la mano que anteriormente le acariciaba la barbilla, le despojó de las improvisadas ropas del torso, despejando el camino hasta su pecho, cuyos senos, sendos, se exhibieron tras una sacudida de liberación. Trazó con la uña una línea entre ambas, a la altura del esternón, antes de dedicar su extremidad a la caricia. Mientras, con la derecha, liberó presión, ascendió con presteza y se quedó amibicionando su muslo, a escasos centímetros de la entrepierna. Como a la espera, la observaba, con la desesperación sobre si ella misma se uniría al juego, o si le mataría ahí mismo.
- Lo que quiero es curarte, que te prepares, que pienses en a dónde ir, y por qué.
Antes de que pudiera seguir expresándose, con la boca aún abierta, desató la presa de los brazos y deslizó la yema del índice y corazón por la curva de los poco marcados bíceps, justo después de cruzar los antebrazos. Entonces se deslizó suavemente encima del torso y acabó acariciando su mandíbula, justo antes de depositar un nuevo beso, con más intensidad que los anteriores, con la seguridad de que era lo que quería; al menos en ese momento. Con la seguridad de que ella estaba de acuerdo. La otra mano, sin embargo, seguía sujeta al muslo con temible fuerza, casi al punto de arañar la epidermis. Su pierna a la izquierda del vampiro, sin embargo, se alzó, inquisitiva, en una caricia torpe. La recibió con un ansia que apenas sí reservaba para la guerra. Derretido por completo ante el fuego del frenes´, entre un delirio de erotismo y concupiscencia, tuvo que soltar la última parte de su soliloquio, antes de enloquecer por completo.
- Y por supuesto, lo más importante: quiero que vuelvas.
Justo después de semejante sentencia, con la mano que anteriormente le acariciaba la barbilla, le despojó de las improvisadas ropas del torso, despejando el camino hasta su pecho, cuyos senos, sendos, se exhibieron tras una sacudida de liberación. Trazó con la uña una línea entre ambas, a la altura del esternón, antes de dedicar su extremidad a la caricia. Mientras, con la derecha, liberó presión, ascendió con presteza y se quedó amibicionando su muslo, a escasos centímetros de la entrepierna. Como a la espera, la observaba, con la desesperación sobre si ella misma se uniría al juego, o si le mataría ahí mismo.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Una fiebre placentera y embriagadora le encendió el cuerpo, más aún, de poder ser. Hubiese jurado que la humedad de las sábanas terminaría evaporándose ante tan potente fuente de calor. Las palabras del vampiro habían sido las correctas, quizás por primera vez desde que se conocían. Residía cierta comicidad en el hecho de que parecían haber aprendido a comunicarse cuando ya todo estaba a punto de colapsar. Thiel decidió conformarse con la respuesta y retener con especial recelo en su memoria la última parte. Aunque diez minutos atrás estaba segura de que jamás volvería a poner un pie en aquel húmedo, oscuro y detestable refugio, ahora que su cuerpo vibraba bajo las manos de su anfitrión no tenía otra cosa en mente más que regresar todas las veces que hiciesen falta.
No hacía mucho tiempo desde la primera vez en que a la joven le habían temblado las rodillas al dar el primer beso. Al igual que en aquel momento, también ahora se deshacía en nervios, pero había algo en todo aquello que resultaba más instintivo, más salvaje. Los sentimientos desatados, los rencores, una suerte de despecho, la adrenalina aún latente de la pelea y cierto deseo de desquite se llevaban lejos sus temores pacatos e infantiles para dar rienda suelta a impulsos reprimidos que prometían aliviar la tensión; quizás no permanentemente, pero en ese instante no le preocupaba nada más allá del futuro inmediato.
Permitió verse despojada de telas y suspiró profusamente ante la bienvenida sensación de liberación; todos los cachivaches que había enganchado a su ropa rodaron a lo largo del colchón hasta caer al suelo. Sin dar importancia a nada que no fuese el contacto entre ambos, decidió dejarse llevar y acompañar las acciones perpetradas por el mayor, siguiendo sus movimientos en una especie de ancestral coreografía. Ya con las manos libres, llevó ambas a la nuca impropia para atraerle hacia sí con presteza, decidida a demostrar cuán bien había aprendido el arte del beso durante las pasadas semanas. No obstante, viéndose sobrepasada por las caricias cercanas a sus partes bajas, pronto perdió interés en el ósculo y prefirió ser un poco más osada. Disimulando su vergüenza tras una mirada resuelta, buscó con una de sus manos la ajena, aquella que se paseaba por su muslo, y la guió un poco más arriba. Sintió cómo su corazón se desbocaba y el rostro le ardía de bochorno, mas no permitió verse intimidada por la inexperiencia. Abandonó la mano del hombre allí, a su suerte, y buscó con la propia la bragueta del pantalón ajeno, para desabrochar torpemente los botones y tironear hacia abajo. Por supuesto que en esa posición le era imposible terminar despojándolo por completo; una expresiva mirada bastó para insinuarle a su compañero lo que estaba pensando. ¡Debían estar en igualdad de condiciones!
Fuera, la tormenta se desataba con mayor violencia y el rugido de los truenos acompañaba el desboque de ambas respiraciones. Jamás había pensado que estar allí, en esa habitación mohosa, podía resultar tan acogedor.
No hacía mucho tiempo desde la primera vez en que a la joven le habían temblado las rodillas al dar el primer beso. Al igual que en aquel momento, también ahora se deshacía en nervios, pero había algo en todo aquello que resultaba más instintivo, más salvaje. Los sentimientos desatados, los rencores, una suerte de despecho, la adrenalina aún latente de la pelea y cierto deseo de desquite se llevaban lejos sus temores pacatos e infantiles para dar rienda suelta a impulsos reprimidos que prometían aliviar la tensión; quizás no permanentemente, pero en ese instante no le preocupaba nada más allá del futuro inmediato.
Permitió verse despojada de telas y suspiró profusamente ante la bienvenida sensación de liberación; todos los cachivaches que había enganchado a su ropa rodaron a lo largo del colchón hasta caer al suelo. Sin dar importancia a nada que no fuese el contacto entre ambos, decidió dejarse llevar y acompañar las acciones perpetradas por el mayor, siguiendo sus movimientos en una especie de ancestral coreografía. Ya con las manos libres, llevó ambas a la nuca impropia para atraerle hacia sí con presteza, decidida a demostrar cuán bien había aprendido el arte del beso durante las pasadas semanas. No obstante, viéndose sobrepasada por las caricias cercanas a sus partes bajas, pronto perdió interés en el ósculo y prefirió ser un poco más osada. Disimulando su vergüenza tras una mirada resuelta, buscó con una de sus manos la ajena, aquella que se paseaba por su muslo, y la guió un poco más arriba. Sintió cómo su corazón se desbocaba y el rostro le ardía de bochorno, mas no permitió verse intimidada por la inexperiencia. Abandonó la mano del hombre allí, a su suerte, y buscó con la propia la bragueta del pantalón ajeno, para desabrochar torpemente los botones y tironear hacia abajo. Por supuesto que en esa posición le era imposible terminar despojándolo por completo; una expresiva mirada bastó para insinuarle a su compañero lo que estaba pensando. ¡Debían estar en igualdad de condiciones!
Fuera, la tormenta se desataba con mayor violencia y el rugido de los truenos acompañaba el desboque de ambas respiraciones. Jamás había pensado que estar allí, en esa habitación mohosa, podía resultar tan acogedor.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Decir que Alzzul era bipolar era quizá andar demasiado lejos; simplemente tenía la… casualidad, de acabar saltando entre planos, de turbar una situación para que el llanto y la risa no resulten innaturales, aunque sí quizá un poco desquiciados. Sin embargo, pese a todo, jamás había pensando que acabaría deseando algo así. Ni siquiera podía imaginar que acabara ocurriendo. Para no resultar confusos; no es que el bello sexo le fuera ajeno al vampiro, que contaba de hecho con la seducción como una de sus armas más potentes. En aquellos casos, todo se trataba de una vacilación de la realidad; un teatro más que ensayado del que seguía unos pasos más o menos marcados, variando en la medida de lo necesario. En aquel caso, un halo de pureza casi animal envolvía a los dos cuerpos tan casi humanos. Y había mucho de humano en aquella situación; en aquellos dos cuerpos mojados que volvían a ser como niños curiosos y asustadizos, pero con la experiencia que transformaba la escena en algo mucho más delicioso. En cuestiones pragmáticas, unos tantos besos y en algún momento, una atadura en el pie que impedía que se desangrara. Poco había cambiado en algo más de un minuto; semejante calma se vio interrumpida por lo que parecía ser un primer movimiento por parte de ella. Por otra parte, tampoco podía participar mucho antes, con las manos aprisionadas. Ahora que consentía en propósitos Alzzul experimentaba una libertad interpersonal que lo elevaba a un estado casi extático.
Adelantó una rodilla y después la otra, abriendo el hueco entre las piernas que a veces, intentaba cerrarse subconscientemente, hasta que ambos estuvieron igualmente desnudos. Supuso que aquello no podía ser muy diferente a lo que hacía habitualmente; quizá con menos rabia y más pasión todo resultaría conveniente a la situación. Tampoco estaba demasiado seguro, le costaba pensar. Mientras cubría su rostro, su boca, y su cuello con los labios, con la yema de los dedos izquierdos se dio a la labor de acariciar la areola de un pecho y otro, respectivamente, sin dejar a ninguno solo por mucho tiempo, interviniendo en favor del izquierdo, por ser el más cercano, con un par de arrullar el pezón con jugueteo, ambicionando con su zarpa derecha la entrepierna; aduló los labios con índice y corazón hasta detenerse en la parte superior de los mismos, donde centró sus esfuerzos.
Todo aquello no estaba exento de una cierta malicia, pues la relegaba a ella a dar un siguiente paso; apenas podía permitirse esbozar una media sonrisa irónica, pues su boca estaba más ocupada en el objeto de su concupiscencia.
Adelantó una rodilla y después la otra, abriendo el hueco entre las piernas que a veces, intentaba cerrarse subconscientemente, hasta que ambos estuvieron igualmente desnudos. Supuso que aquello no podía ser muy diferente a lo que hacía habitualmente; quizá con menos rabia y más pasión todo resultaría conveniente a la situación. Tampoco estaba demasiado seguro, le costaba pensar. Mientras cubría su rostro, su boca, y su cuello con los labios, con la yema de los dedos izquierdos se dio a la labor de acariciar la areola de un pecho y otro, respectivamente, sin dejar a ninguno solo por mucho tiempo, interviniendo en favor del izquierdo, por ser el más cercano, con un par de arrullar el pezón con jugueteo, ambicionando con su zarpa derecha la entrepierna; aduló los labios con índice y corazón hasta detenerse en la parte superior de los mismos, donde centró sus esfuerzos.
Todo aquello no estaba exento de una cierta malicia, pues la relegaba a ella a dar un siguiente paso; apenas podía permitirse esbozar una media sonrisa irónica, pues su boca estaba más ocupada en el objeto de su concupiscencia.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
No había tiempo para pensar ni para ponerse a medir las consecuencias de sus acciones. Tal como le ocurría cuando permitía que su faceta animal tomara las riendas, ahora eran los instintos aquellos que tomaban el control de su accionar. Cada beso, cada caricia, cada suspiro emergían sin pasar antes por el filtro de su consciencia, ¿cómo calcular sus movimientos al tiempo en que perdía la cabeza, embriagada con todas esas nuevas sensaciones? Durante un momento se dejó manipular y simplemente disfrutó el contacto, paseando sus pequeñas manos por toda zona que alcanzase del cuerpo impropio, ese que solía estar helado y ahora irradiaba un inusitado calor. Le gustaba sentir bajo sus dedos la piel de aquel hombre a quien había pasado tantas jornadas admirando desde lejos. Contrario a lo que hubiese esperado ésta era suave y agradable al tacto, incluso cuando regresaba a su rostro y se topaba con la incipiente barba.
No podía, ni lo intentaba, evitar retorcerse, arqueando la espalda y pugnando por juntar las rodillas ante las atenciones en aquellas partes de su cuerpo cuya capacidad de afiebrarla de placer desconocía. Curvaba la espalda y dejaba en la piel del vampiro caminos rojos delineados por sus uñas en su torso, sus brazos, cualquier sitio al que pudiese aferrarse. Disfrutó de aquello tanto cuanto pudo, mas, llegado un momento, aceptó el reto de tomar su parte en el asunto. Quizás no tenía experiencia, ni sabía cómo obrar de manera que Alzzul disfrutase tanto como la estaba haciendo disfrutar a ella, pero al menos debía intentarlo.
Apoyando las manos en sendos hombros masculinos le instó a incorporarse con un suave empujón, indicándole que se quedase sentado. Ella a su vez se levantó, apenada por el cese de las caricias, pero decidida a continuar. Avanzó hacia el otro cual fiera acechando a su presa, hincando las rodillas en el colchón de paja, hasta tenerlas a los costados de los muslos ajenos de manera que pudiera sentarse en sus rodillas. No pudo evitar centrar su atención, gesticulando cierta mueca pícara, en la entrepierna impropia. Los hombres desnudos no eran algo nuevo para ella, tomando en cuenta las salvajes condiciones de su crianza, pero sí que lo era ver a uno... así.. Quiso satisfacer su curiosidad y tomó el miembro, con cuidado pero segura, con el fin de proporcionar suaves masajes ascendentes y descendentes. Tuvo que espiar con disimulo las expresiones del hombre para corroborar cuán bien lo estaba haciendo. Luego de experimentar, sonriente tras oír ciertos suspiros y exclamaciones, cesó su labor y se apegó más al contrario, envolviéndolo en una nueva tanda de besos y caricias.
Aunque su cuerpo jamás le había inspirado ni el más mínimo bochorno, en aquel momento la desnudez cobraba un nuevo significado, uno más íntimo, erótico y vergonzoso. Con el rostro teñido de carmín, pasó sus brazos sobre los hombros ajenos para entrelazar los dedos tras la nuca, jugueteando con el negro cabello al tiempo en que, con un suave empuje, lo atraía hacia sí para volver a atrapar sus labios en un beso cuya ternura y arrebato conllevaban una deliciosa contradicción. Mientras tanto, juntando valor, su cuerpo descendió lentamente hasta sentir, apenas presionándole la entrepierna, el contacto con el miembro masculino. No se atrevió, no obstante, a bajar más allá. Los grandes ojos oliva se clavaron en los enardecidos rubíes ajenos y entonces, con la voz trémula, como si en vez de una criatura salvaje cuyo muslo herido continuaba tiñendo de rojo cuanta tela lo tocase, se tratara de una doncella frágil y vulnerable, cuestionó, casi más para si misma que para él: -¿Dolerá?
No existía en su mente más opción que comprobarlo. Balanceó suavemente las caderas y descendió apenas un centímetro, debiendo morderse el labio inferior para contener otro de los enésimos suspiros cuando el tacto se tornó más duro e invasivo. Se afirmó bien agarrándose de los hombros impropios, clavándole las uñas y, desviando la mirada hacia algún punto oscuro de la habitación, murmuró la frase, posiblemente, más irónica de toda la noche.
-...Sé gentil.
Nadie, de escucharla, hubiese adivinado que aquellas dos siluetas entrelazadas, con las frentes pegadas y las miradas analizando lo más profundo del otro, eran las mismas que un rato atrás, espadas en mano, habían estado a punto de matarse.
No podía, ni lo intentaba, evitar retorcerse, arqueando la espalda y pugnando por juntar las rodillas ante las atenciones en aquellas partes de su cuerpo cuya capacidad de afiebrarla de placer desconocía. Curvaba la espalda y dejaba en la piel del vampiro caminos rojos delineados por sus uñas en su torso, sus brazos, cualquier sitio al que pudiese aferrarse. Disfrutó de aquello tanto cuanto pudo, mas, llegado un momento, aceptó el reto de tomar su parte en el asunto. Quizás no tenía experiencia, ni sabía cómo obrar de manera que Alzzul disfrutase tanto como la estaba haciendo disfrutar a ella, pero al menos debía intentarlo.
Apoyando las manos en sendos hombros masculinos le instó a incorporarse con un suave empujón, indicándole que se quedase sentado. Ella a su vez se levantó, apenada por el cese de las caricias, pero decidida a continuar. Avanzó hacia el otro cual fiera acechando a su presa, hincando las rodillas en el colchón de paja, hasta tenerlas a los costados de los muslos ajenos de manera que pudiera sentarse en sus rodillas. No pudo evitar centrar su atención, gesticulando cierta mueca pícara, en la entrepierna impropia. Los hombres desnudos no eran algo nuevo para ella, tomando en cuenta las salvajes condiciones de su crianza, pero sí que lo era ver a uno... así.. Quiso satisfacer su curiosidad y tomó el miembro, con cuidado pero segura, con el fin de proporcionar suaves masajes ascendentes y descendentes. Tuvo que espiar con disimulo las expresiones del hombre para corroborar cuán bien lo estaba haciendo. Luego de experimentar, sonriente tras oír ciertos suspiros y exclamaciones, cesó su labor y se apegó más al contrario, envolviéndolo en una nueva tanda de besos y caricias.
Aunque su cuerpo jamás le había inspirado ni el más mínimo bochorno, en aquel momento la desnudez cobraba un nuevo significado, uno más íntimo, erótico y vergonzoso. Con el rostro teñido de carmín, pasó sus brazos sobre los hombros ajenos para entrelazar los dedos tras la nuca, jugueteando con el negro cabello al tiempo en que, con un suave empuje, lo atraía hacia sí para volver a atrapar sus labios en un beso cuya ternura y arrebato conllevaban una deliciosa contradicción. Mientras tanto, juntando valor, su cuerpo descendió lentamente hasta sentir, apenas presionándole la entrepierna, el contacto con el miembro masculino. No se atrevió, no obstante, a bajar más allá. Los grandes ojos oliva se clavaron en los enardecidos rubíes ajenos y entonces, con la voz trémula, como si en vez de una criatura salvaje cuyo muslo herido continuaba tiñendo de rojo cuanta tela lo tocase, se tratara de una doncella frágil y vulnerable, cuestionó, casi más para si misma que para él: -¿Dolerá?
No existía en su mente más opción que comprobarlo. Balanceó suavemente las caderas y descendió apenas un centímetro, debiendo morderse el labio inferior para contener otro de los enésimos suspiros cuando el tacto se tornó más duro e invasivo. Se afirmó bien agarrándose de los hombros impropios, clavándole las uñas y, desviando la mirada hacia algún punto oscuro de la habitación, murmuró la frase, posiblemente, más irónica de toda la noche.
-...Sé gentil.
Nadie, de escucharla, hubiese adivinado que aquellas dos siluetas entrelazadas, con las frentes pegadas y las miradas analizando lo más profundo del otro, eran las mismas que un rato atrás, espadas en mano, habían estado a punto de matarse.
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
No pudo evitar esbozar una media sonrisa, levemente siniestra por los dos colmillos picudos que sobresalían por encima de los labios inferiores. ¡Qué deliciosa ironía! Aún entre trapos rojos impregnados de sangre le preguntó si dolía. Después de derramar sangre, de calvarse los dientes y arañar su espalda, le pedía gentileza. ¿Cómo no iba a quererla? si era lo mejor que podía esperar; más de lo que merecía y muchísimo más de lo que necesitaba. ¿Pero qué más daba la necesidad y el destino? ¿Qué más da que estuviera condenado a, irremediablemente, morir solo? Qué más daba, si ahora podía gozar entre los brazos ajenos, para con el pequeño cuerpo de la mujer.
Con ánimo de no repetirme; no contestó a la pregunta, se limitó a actuar, y de la forma que cabría esperar. Le tomó la barbilla con un gesto suave, y tras una leve caricia de su índice a los labios ajenos depositó un nuevo beso. El contacto de sendos pares de labios no era ya una nueva sensación, un éxtasis premeditado si no una necesidad. Más no duró mucho. Asegurándose de que su verde, tan natural, chocara contra su rojo, tan humano, pronunció un descenso con la mano hasta sujetar el muslo impropio, y entonces, un primero y ligero empellón, acompañado de un leve grito que escapó de entre los labios impropios. No fue una pedida de auxilio, o al menos, el vampiro no lo interpretó así; parecía más bien de sorpresa, que había escapado ante el improviso -aunque esperado- empuje. Esperó unos segundos, acercando su rostro hasta que apenas le separaban un par de centímetros. Posiblemente le recorría sangre por la espalda, por presión de las uñas ajenas. No podía estar seguro de ello, pues tenía asuntos más importantes a los que prestar atención. Sintió los interiores ajenos por unos segundos, deleitándose en ese momento, guardándolo para sus adentros, en lo más profundo de su memoria. Observó el rostro ajeno, y le sonrió antes de reanudar la marcha, entre ligeros envites, cada vez más frecuentes, aunque ligeramente dolorosos. Pronto, su cuerpo le pedía algo más que esas pecaminosas oscilaciones. Pronto, comenzaría de nuevo a fluir la sangre; le impedía un avance más profundo el virgo ajeno. Detestaba la virginidad femenina. Tal membrana era un impedimento, y nada más. Algunos tantos le daban una exoribatada importancia; Alzzul era de un materialismo puro. No podía encontrar en ese símbolo más que una imperiosa inconveniencia. Sin embargo, apreciaba de todo corazón la confianza mutua. La importancia de esa primear experiencia ajena. Estaba algo nervioso; sin embargo. Era cierto que todo aquello había ocurrido muy rápido, notando la naturaleza de la relación.
Con ánimo de no repetirme; no contestó a la pregunta, se limitó a actuar, y de la forma que cabría esperar. Le tomó la barbilla con un gesto suave, y tras una leve caricia de su índice a los labios ajenos depositó un nuevo beso. El contacto de sendos pares de labios no era ya una nueva sensación, un éxtasis premeditado si no una necesidad. Más no duró mucho. Asegurándose de que su verde, tan natural, chocara contra su rojo, tan humano, pronunció un descenso con la mano hasta sujetar el muslo impropio, y entonces, un primero y ligero empellón, acompañado de un leve grito que escapó de entre los labios impropios. No fue una pedida de auxilio, o al menos, el vampiro no lo interpretó así; parecía más bien de sorpresa, que había escapado ante el improviso -aunque esperado- empuje. Esperó unos segundos, acercando su rostro hasta que apenas le separaban un par de centímetros. Posiblemente le recorría sangre por la espalda, por presión de las uñas ajenas. No podía estar seguro de ello, pues tenía asuntos más importantes a los que prestar atención. Sintió los interiores ajenos por unos segundos, deleitándose en ese momento, guardándolo para sus adentros, en lo más profundo de su memoria. Observó el rostro ajeno, y le sonrió antes de reanudar la marcha, entre ligeros envites, cada vez más frecuentes, aunque ligeramente dolorosos. Pronto, su cuerpo le pedía algo más que esas pecaminosas oscilaciones. Pronto, comenzaría de nuevo a fluir la sangre; le impedía un avance más profundo el virgo ajeno. Detestaba la virginidad femenina. Tal membrana era un impedimento, y nada más. Algunos tantos le daban una exoribatada importancia; Alzzul era de un materialismo puro. No podía encontrar en ese símbolo más que una imperiosa inconveniencia. Sin embargo, apreciaba de todo corazón la confianza mutua. La importancia de esa primear experiencia ajena. Estaba algo nervioso; sin embargo. Era cierto que todo aquello había ocurrido muy rápido, notando la naturaleza de la relación.
Alzzul
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Su envalentonamiento desapareció por completo abriendo paso al nerviosismo, al bochorno, al primitivo temor a lo desconocido. Al principio, cuando la sensación predominante era la de sentirse invadida, sólo pudo pensar en cuán nerviosa estaba, en por qué estaba haciendo aquello, si era normal sentir ganas de salir corriendo o si estaba poniendo alguna mueca ridícula. Buscó con desespero contención en la mirada ajena, se aferró a él con toda la fuerza que sus pequeñas manos podían alojar y exhaló un gemido agudo y corto, dejándose en manos del destino y de su, por suerte, amable amante. Aquello iba a -o tenía que- suceder tarde o temprano, por más apabullada que se sintiese. No tuvo idea de cómo acompañar los primeros vaivenes, pero pronto encontró el ritmo y pudo, poco a poco, seguirle el paso. No hizo falta mucho esfuerzo para conseguir lo inevitable; una pequeñísima punzada y el calor de un hilo de sangre bajándole por el muslo fueron suficientes para avisarle que su virginidad había quedado en el recuerdo. Cuando se dio cuenta que no era tan terrorífico como había pensado, sus músculos se relajaron considerablemente y el balanceo resultó cada vez más placentero, hasta que ya no quedó nada de inquietud impidiéndole disfrutar del momento.
El vampiro era tan gentil como ella había requerido y la joven, enardecida, se apegó más a él, rodeándole con los brazos hasta que ambos torsos se rozasen, para sentirle más cerca mientras bajaba y se meneaba buscando descubrir qué tan profundo podía llegar, cuánto lograban ambos cuerpos fundirse arropados por el frío, el sonido de la lluvia y la acogedora penumbra. Sus respiraciones se sincronizaron y Thiel, siempre tentada a ir más allá una vez que se sentía cómoda, experimentó tanto como se le dio la gana. Más rápido, más fuerte, más brusco, y luego regresando a la gentileza, a las caricias que procuraban memorizar cada centímetro de la piel impropia, los suspiros velados y cadenciosos, e incluso una que otra petición respecto a la pose y alguna palabra de amor que le fue imposible contener en el arrebato del momento.
Hubiese querido que aquello se perpetuase durante tiempo indefinido, pero su inexperto cuerpecito opinó lo contrario. En medio del acalorado vaivén, una nueva sensación le recorrió la columna como un escalofrío que se alojó con más potencia en la espalda baja y el vientre. No pudo contener un tembloroso gemido que hasta a ella misma la tomó por sorpresa, retumbando en cada rincón de la derruida casucha. Seguidamente a que todo su cuerpo se tensase, abrazándose al pelinegro con renovado desconcierto, el éxtasis amainó trayendo relajación, y una profunda satisfacción, a cada parte de sus ser.
Exhaló un suspiro trémulo sobre los labios de ese hombre que parecía decidido a permanecer en sus pensamientos para lo que le quedara de vida, y apenas alejó su rostro con el fin de dedicarle una mirada afectuosa, de ojos brillantes y enternecidos, que transmitía exactamente cuán acogida se sentía rodeada por aquellos brazos. No se movió ni un centímetro, temiendo romper el encanto del momento. ¿Acaso no podían quedarse así para siempre?
El vampiro era tan gentil como ella había requerido y la joven, enardecida, se apegó más a él, rodeándole con los brazos hasta que ambos torsos se rozasen, para sentirle más cerca mientras bajaba y se meneaba buscando descubrir qué tan profundo podía llegar, cuánto lograban ambos cuerpos fundirse arropados por el frío, el sonido de la lluvia y la acogedora penumbra. Sus respiraciones se sincronizaron y Thiel, siempre tentada a ir más allá una vez que se sentía cómoda, experimentó tanto como se le dio la gana. Más rápido, más fuerte, más brusco, y luego regresando a la gentileza, a las caricias que procuraban memorizar cada centímetro de la piel impropia, los suspiros velados y cadenciosos, e incluso una que otra petición respecto a la pose y alguna palabra de amor que le fue imposible contener en el arrebato del momento.
Hubiese querido que aquello se perpetuase durante tiempo indefinido, pero su inexperto cuerpecito opinó lo contrario. En medio del acalorado vaivén, una nueva sensación le recorrió la columna como un escalofrío que se alojó con más potencia en la espalda baja y el vientre. No pudo contener un tembloroso gemido que hasta a ella misma la tomó por sorpresa, retumbando en cada rincón de la derruida casucha. Seguidamente a que todo su cuerpo se tensase, abrazándose al pelinegro con renovado desconcierto, el éxtasis amainó trayendo relajación, y una profunda satisfacción, a cada parte de sus ser.
Exhaló un suspiro trémulo sobre los labios de ese hombre que parecía decidido a permanecer en sus pensamientos para lo que le quedara de vida, y apenas alejó su rostro con el fin de dedicarle una mirada afectuosa, de ojos brillantes y enternecidos, que transmitía exactamente cuán acogida se sentía rodeada por aquellos brazos. No se movió ni un centímetro, temiendo romper el encanto del momento. ¿Acaso no podían quedarse así para siempre?
Thiel
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Re: Ensayo y despedida. [Privado] [+18]
Tras el éxtasis momentáneo, una calma con más parecido a un fuego mortecino se impuso como gobernador de la habitación. Los dos cuerpos, abrazados, en una posición de calma eterna, entre dos miradas igualmente anhelantes y retozonas, inspiraría sin duda alguna ternura al más corrupto y negro de los corazones. ¿Y no era eso digno de admiración? ¡Cuánto había de precioso entre semejante acto casi tan púdico como una caricia entre dos manos! Hubieron varios detalles que quedarían guardados en la memoria del inmortal para el resto de sus siglos: una estría carmesí recorriendo un muslo agitado suave, tal que una nube recorrida por un rayo púrpura; una sonrisa de magna concupiscencia y juego, dadora de vida para tiempos lúgubres, lucero de momentos tristemente obscuros; sus piernas, flaqueantes, en un temblor cómplice, como el batir de alas de un pájaro, maravilla de libertad; en fin, todo lo que había pasado en apenas unos minutos, quizá algo más de una hora que para aquellos dos amantes bien podría haber constituido una vida entera; seguramente, así lo sentían.
¡No había habido vida antes! Se engañaba el vampiro. Adoraba aquel momento y que hubiera pasado, más no le importaría repetirlo; sería imposible sin embargo una repetición. No habría otro tan bello. Ocurrió que con la vuelta al mundo de las ideas, de los cuerpos y la imperante lógica que atizaba inclemente en la mente del eterno joven -momento que intentó repeler con todas sus fuerzas, agriando el pan del que se alimentaba-, todo aquello parecía aún más espléndido. Lo idealizó. Seguramente aquel recuerdo estaría pintado por siempre en colores bermellón y verde, y quizá el tipo de amarillo que a menudo se le atribuye a la felicidad. Cuando quiso darse cuenta de lo que pasaba, notó un embrionario dolor en la espalda, se avivó el del pie y nacieron nuevas inquietudes respecto al estado de extenuación en el que se encontraba. Soportaba aquello con una compostura indómita; aguantaba la mirada a la mujer con algo de nostalgia, a sabiendas de que algo así jamás se repetiría. También con algo de contento en el a menudo amargado rostro, que contrastaba como una rosa entre un jardin de azaleas, o más digno sería decir dado la rudimentaria yacija, una aguja en un pajar. Sin embargo, había una nota de ansiedad en todo aquello, algo así como un punto de luz en lo profundo de su pupila que distaba de encontrarse en acuerdo con el fascinante delirio, arrebato y embeleso acorde con la situación. Un toque que de materialista, rozaba lo nihilista. Un nihil novi, que imperaba por deshacer entre las enormes manos del gargantuesco universo todo mérito. No se impuso. ¿Cómo podía desvelarse a una realidad infausta con el objeto de su arrebato? Con Vehemencia se aferraba a ese momento, tanto que parecía alargarse más que el anterior sexo. Tomó con cuidado sus manos; las interpuso entre ambos. Trazaba delgados círculos en el dorso de la derecha ajena. Y por fin parecía dispuesto a romper, y -¡Sorprendentemnte-! por voluntad propia aquel mirífico silencio. Despegó sendos labios imbuídos en fuego, más las palabras tardaron en surgir para asegurar su sucesión coherente. De entre suspiros, gemidos y aquellos ruidos reservados a la intimidad al lenguaje de la inteligencia había un paso enorme que solo una retórica lo suficientemente poética podía superar con impunidad. Oró así:
- No quiero que te marches. -sentenció, más aquello parecía un pretexto- Por eso, cuando no estés aquí, estaré siempre presente. -aquello no era si no pura contradicción.- Y si me necesitaras, aún lejos, de serte indispensable, estaré a tu lado. Así lo creo. No hay lugar lo suficientemente oculto en este mundo para esconderme los latidos de tu pecho. -para rematar lo absurdo- Así que de necesitar un milagro, Thiel, yo, juro por mi vida serlo; a riesgo de la misma.
>> Tenlo en cuenta; no importa lo que hayas hecho, o en qué te hayas convertido. Siendo tú, siempre tendrás, en mi corazón, en mi lecho, y en mi hogar... Y vaya donde los pies me lleven, un hogar a mi lado.
Y como derribado por una febril aflicción, se abrazó a ella, hasta que no quedó nada que los separara, y apoyó su barbilla en la nuca ajena, con sendas manos tomándole la espalda.
¡No había habido vida antes! Se engañaba el vampiro. Adoraba aquel momento y que hubiera pasado, más no le importaría repetirlo; sería imposible sin embargo una repetición. No habría otro tan bello. Ocurrió que con la vuelta al mundo de las ideas, de los cuerpos y la imperante lógica que atizaba inclemente en la mente del eterno joven -momento que intentó repeler con todas sus fuerzas, agriando el pan del que se alimentaba-, todo aquello parecía aún más espléndido. Lo idealizó. Seguramente aquel recuerdo estaría pintado por siempre en colores bermellón y verde, y quizá el tipo de amarillo que a menudo se le atribuye a la felicidad. Cuando quiso darse cuenta de lo que pasaba, notó un embrionario dolor en la espalda, se avivó el del pie y nacieron nuevas inquietudes respecto al estado de extenuación en el que se encontraba. Soportaba aquello con una compostura indómita; aguantaba la mirada a la mujer con algo de nostalgia, a sabiendas de que algo así jamás se repetiría. También con algo de contento en el a menudo amargado rostro, que contrastaba como una rosa entre un jardin de azaleas, o más digno sería decir dado la rudimentaria yacija, una aguja en un pajar. Sin embargo, había una nota de ansiedad en todo aquello, algo así como un punto de luz en lo profundo de su pupila que distaba de encontrarse en acuerdo con el fascinante delirio, arrebato y embeleso acorde con la situación. Un toque que de materialista, rozaba lo nihilista. Un nihil novi, que imperaba por deshacer entre las enormes manos del gargantuesco universo todo mérito. No se impuso. ¿Cómo podía desvelarse a una realidad infausta con el objeto de su arrebato? Con Vehemencia se aferraba a ese momento, tanto que parecía alargarse más que el anterior sexo. Tomó con cuidado sus manos; las interpuso entre ambos. Trazaba delgados círculos en el dorso de la derecha ajena. Y por fin parecía dispuesto a romper, y -¡Sorprendentemnte-! por voluntad propia aquel mirífico silencio. Despegó sendos labios imbuídos en fuego, más las palabras tardaron en surgir para asegurar su sucesión coherente. De entre suspiros, gemidos y aquellos ruidos reservados a la intimidad al lenguaje de la inteligencia había un paso enorme que solo una retórica lo suficientemente poética podía superar con impunidad. Oró así:
- No quiero que te marches. -sentenció, más aquello parecía un pretexto- Por eso, cuando no estés aquí, estaré siempre presente. -aquello no era si no pura contradicción.- Y si me necesitaras, aún lejos, de serte indispensable, estaré a tu lado. Así lo creo. No hay lugar lo suficientemente oculto en este mundo para esconderme los latidos de tu pecho. -para rematar lo absurdo- Así que de necesitar un milagro, Thiel, yo, juro por mi vida serlo; a riesgo de la misma.
>> Tenlo en cuenta; no importa lo que hayas hecho, o en qué te hayas convertido. Siendo tú, siempre tendrás, en mi corazón, en mi lecho, y en mi hogar... Y vaya donde los pies me lleven, un hogar a mi lado.
Y como derribado por una febril aflicción, se abrazó a ella, hasta que no quedó nada que los separara, y apoyó su barbilla en la nuca ajena, con sendas manos tomándole la espalda.
Alzzul
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