[Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
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[Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Afuera llovía intensamente, con todo el paquete incluido, truenos y rayos y viento y agua. Agua y más agua, mucha agua, las gotas eran gordas y parecía que eran enviadas a propósito hacia la tierra solamente para fastidiar a los humanos y sus cosechas; A su lado, Vaasuk caminaba erguido y con los largos brazos cruzados para no tener que ir arrastrándolos por el fango pero parecía que cada vez que una gota le caía hacia una mueca y parecía más y más molesto, si es que eso podía ser.
El goblin iba rezongando y miraba a su compañero y socio y no comprendía como es que el humano estaba tan feliz con la lluvia; A Reidar, por el contrario, el agua le estaba encantando y había extendido sus brazos para recibirla por completo y que esta le empape por completo. Ya tenía la barba y el largo cabello completamente mojado y sus ropas parecían ir por el mismo camino así como también todo el cuerpo que había debajo de aquella armadura de cuero. —Pescaras un resfrió, humano tonto—. Mascullo el goblin mientras seguían andando por el camino de gravilla en dirección hacia la aldea. De tanta agua que tenían encima, ni siquiera las monedas que habían cobrado por el envió sonaban. Quizás incluso ya se hubieran ahogado dentro del monedero de seda.
Al abrir la puerta de madera de la posada una rechoncha tabernera de sonrisa amable les alcanza lo que parece ser unos trozos de tela de lino limpias y que en apariencia tiene buen olor, que están limpias o al menos libre de pulgas presumiblemente. La mujer le indica al goblin que pueden pasar y tomar asiento siempre y cuando tengan dinero y que incluso por una moneda o dos podrían tomar una de las habitaciones de la planta superior que estaban vacías.
Para mala suerte de Vaasuk, el sitio no contaba con alguna “acompañante” goblin, como él hubiese estado gustoso de tener. Una buena muchacha igual que el para compartir la cama y calentarle los huesos humedecidos por la lluvia le hubiera venido en gracia, pero como siempre decía a su asociado. —No todo se puede tener en esta vida, Reidar. Al menos tendremos guisado y podremos quitarnos las ropas húmedas—. Y eso era cierto, no todo se podía tener en la vida. Así que goblin y humano subieron a su habitación correspondiente a quitarse aquella armadura húmeda y la rechoncha mujer los siguió con la intención de encender la hoguera de la habitación para darle calor al lugar.
Al regresar al salón, los dos viajeros ya estaban más secos, con el cuerpo menos entumecido y el goblin de momento ya no parecía tan mal humorado y volvía a caminar en su postura de siempre, doblado, pero llevando las manos hacia atrás y cruzadas en la espalda; Reidar miro rápidamente la posada medio en penumbras y comprobó que estaba relativamente vacía, no había muchas personas en aquel sitio y seguramente era a causa de la fuerte lluvia que sucedía fuera ¿Sería posible que le temieran a un poco de agua? Él había disfrutado tanto el paseo debajo de la tormenta, todo lo contrario al pequeño ser verde que iba a su lado, por supuesto.
Como era habitual, su socio fue quien hizo los pertinentes arreglos y transacciones con la mujer que los había recibido. Podrían quedarse en la habitación que habían alquilado hasta que pase la tormenta por dos monedas de oro y eso incluía la bebida pero no la comida, que tendrían que pagar seis monedas de plata y tendrían el alimento que desearan y la disponibilidad de entrar a las cocinas cuando sus estómagos rugieran de hambre. Y lo mejor de lo mejor, incluso el goblin negocio un contrato de protección de la posada a cambio de un ligero descuento. Todo un comerciante era Vaasuk.
Y bien, la posada no era tan bonita después de todo, tal vez en algún momento hubiera tenido esplendor y belleza pero en esos momentos y con tan poca luz no se veía lo mejor de lo mejor. El piso de madera rechinaba y podía verse la piedra donde había sido levantada, y en una de las ventanas el agua se colaba por una gotera; Los candelabros, apagados de momento, fueron lo que más le agrado de ver al rubio norteño ya que tenían detalles parecidos a las decoraciones de los barcos en los que él viajaba de pequeño. —¿Tú no te quitas ese escudo y esa hacha ni para bañarte? Que me maldigan los dioses si miento al decir que nunca vi esa hacha lejos de tu mano, muchacho. Venga, vamos a comer de una vez—. El rubio miro con malos ojos a su compañero, pero luego le sonrió y lo siguió allí donde la ama de llaves de la posada estaba poniendo en la mesa una gorda y jugosa gallina asada en salsa de especias y dos jarras de hidromiel. Había que decir que el pollo aquel olía delicioso y sabia tal cual, y cuando Reidar enterró los dientes en la carne blanca esta parecía deshilacharse en su boca.
El goblin iba rezongando y miraba a su compañero y socio y no comprendía como es que el humano estaba tan feliz con la lluvia; A Reidar, por el contrario, el agua le estaba encantando y había extendido sus brazos para recibirla por completo y que esta le empape por completo. Ya tenía la barba y el largo cabello completamente mojado y sus ropas parecían ir por el mismo camino así como también todo el cuerpo que había debajo de aquella armadura de cuero. —Pescaras un resfrió, humano tonto—. Mascullo el goblin mientras seguían andando por el camino de gravilla en dirección hacia la aldea. De tanta agua que tenían encima, ni siquiera las monedas que habían cobrado por el envió sonaban. Quizás incluso ya se hubieran ahogado dentro del monedero de seda.
Al abrir la puerta de madera de la posada una rechoncha tabernera de sonrisa amable les alcanza lo que parece ser unos trozos de tela de lino limpias y que en apariencia tiene buen olor, que están limpias o al menos libre de pulgas presumiblemente. La mujer le indica al goblin que pueden pasar y tomar asiento siempre y cuando tengan dinero y que incluso por una moneda o dos podrían tomar una de las habitaciones de la planta superior que estaban vacías.
Para mala suerte de Vaasuk, el sitio no contaba con alguna “acompañante” goblin, como él hubiese estado gustoso de tener. Una buena muchacha igual que el para compartir la cama y calentarle los huesos humedecidos por la lluvia le hubiera venido en gracia, pero como siempre decía a su asociado. —No todo se puede tener en esta vida, Reidar. Al menos tendremos guisado y podremos quitarnos las ropas húmedas—. Y eso era cierto, no todo se podía tener en la vida. Así que goblin y humano subieron a su habitación correspondiente a quitarse aquella armadura húmeda y la rechoncha mujer los siguió con la intención de encender la hoguera de la habitación para darle calor al lugar.
Al regresar al salón, los dos viajeros ya estaban más secos, con el cuerpo menos entumecido y el goblin de momento ya no parecía tan mal humorado y volvía a caminar en su postura de siempre, doblado, pero llevando las manos hacia atrás y cruzadas en la espalda; Reidar miro rápidamente la posada medio en penumbras y comprobó que estaba relativamente vacía, no había muchas personas en aquel sitio y seguramente era a causa de la fuerte lluvia que sucedía fuera ¿Sería posible que le temieran a un poco de agua? Él había disfrutado tanto el paseo debajo de la tormenta, todo lo contrario al pequeño ser verde que iba a su lado, por supuesto.
Como era habitual, su socio fue quien hizo los pertinentes arreglos y transacciones con la mujer que los había recibido. Podrían quedarse en la habitación que habían alquilado hasta que pase la tormenta por dos monedas de oro y eso incluía la bebida pero no la comida, que tendrían que pagar seis monedas de plata y tendrían el alimento que desearan y la disponibilidad de entrar a las cocinas cuando sus estómagos rugieran de hambre. Y lo mejor de lo mejor, incluso el goblin negocio un contrato de protección de la posada a cambio de un ligero descuento. Todo un comerciante era Vaasuk.
Y bien, la posada no era tan bonita después de todo, tal vez en algún momento hubiera tenido esplendor y belleza pero en esos momentos y con tan poca luz no se veía lo mejor de lo mejor. El piso de madera rechinaba y podía verse la piedra donde había sido levantada, y en una de las ventanas el agua se colaba por una gotera; Los candelabros, apagados de momento, fueron lo que más le agrado de ver al rubio norteño ya que tenían detalles parecidos a las decoraciones de los barcos en los que él viajaba de pequeño. —¿Tú no te quitas ese escudo y esa hacha ni para bañarte? Que me maldigan los dioses si miento al decir que nunca vi esa hacha lejos de tu mano, muchacho. Venga, vamos a comer de una vez—. El rubio miro con malos ojos a su compañero, pero luego le sonrió y lo siguió allí donde la ama de llaves de la posada estaba poniendo en la mesa una gorda y jugosa gallina asada en salsa de especias y dos jarras de hidromiel. Había que decir que el pollo aquel olía delicioso y sabia tal cual, y cuando Reidar enterró los dientes en la carne blanca esta parecía deshilacharse en su boca.
Última edición por Reidar el Vie Dic 23 2016, 15:21, editado 1 vez
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
La época de lluvias parecía mucho más intensa de lo que la elfa recordaba. Siempre habían vivido fuertes tormentas pero no se acordaba si alguna vez habían tenido que soportar semejante temporal. Y, sí, a Helyare le gustaba la lluvia, proporcionaba vida. Pero cuando eran precipitaciones tan fuertes hacían lo contrario, destruirla.
Su intención había sido salir de Vulwulfar después de lo sucedido pero, por temas evidentes, no había podido. El temporal era tan fuerte que era imposible viajar, así que no le quedó otra que resignarse y pasar otra noche más en el pueblo ese. Eso sí, se alejó del marginal barrio élfico, aun le seguía pareciendo un lugar inadecuado para alguien como ella, que había servido a la guardia de su clan. Y había acabado rodeada de elfos indeseables, así que se negaba. Y fue a acabar en otro barrio de la ciudad, no mucho mejor que del primero al que había ido. Pero la lluvia estaba cayendo ya con intensidad y no podía buscar puerta por puerta una posada que se adecuase a sus gustos. Así que entró en la primera posada que vio más cerca.
Una tabernera rechoncha apareció delante de ella con una amplia sonrisa que sacó la peor cara de la elfa. Tanta amabilidad no le agradaba. –¡Bienvenida! ¿Desea una habitación? Está lloviendo mucho ahí fuera, aquí puede resguardarse esta noche, por un par de monedas de oro, por supuesto. No es un precio desorbitado por una habitación caliente y todas las comodidades que puede desear.
Helyare apenas escuchó el discurso, sabía que tenía que quedarse ahí porque no iba a salir con tanta lluvia, había pasado relativamente poco en la calle y ya estaba empapada así que no le quedaba otro remedio que aceptar lo que le pidiera la mujer. En completo silencio buscó en su pequeña bolsita unos aeros y se los dio.
–Muchas gracias, y sea bienvenida de nuevo. ¿Habla nuestro idioma? –La mujer le puso la mano en el brazo y le indicó una escalera, hacia la que se dirigía. –No parece de por aquí.
–Sí, hablo común. –La elfa siguió a la mujer hasta la que iba a ser su habitación. No estaba mal, aunque el precio le pareció caro para lo que era. Pero claro, con la lluvia los viajeros se tenían que amoldar a lo que fuera y esta mujer, seguramente, había subido los precios. Pero, para lo que era, no estaba mal, realmente.
Contaba con una cama amplia, cosa que agradeció porque llevaba varios días sin poder tumbarse sobre un colchón. También tenía agua caliente, algo que agradeció muchísimo más. El frío se le había metido en el cuerpo y necesitaba entrar en calor. Y, por suerte, dentro del precio también entraba algo de ropa. No podía decir que fuera especialmente bonito, más bien parecía una camisa de hombre, de un tono suave y que cubría gran parte de su cuerpo, una especie de prenda para dormir con la que no estaba muy familiarizada. También tenía pantalones, pero cuando lo vio los descartó porque le quedaban muy grandes.
–Gracias. –Le dijo Helyare a la mujer cuando vio que estaba prendiendo el fuego. Al cabo de unos minutos, se fue con la misma sonrisa y excesiva amabilidad que cuando llegó. La elfa dejó el arco y el carcaj en un rincón apoyados y fue a darse un baño, lo necesitaba. Lavó toda su ropa y la dejó cerca del fuego un rato para que se le secase, odiaba ensuciarse y, todavía, no había pasado tanto tiempo fuera de su casa como para acostumbrarse a no disponer de todos los ungüentos de higiene que tenía en Sandorai, ni el agua que pudiese necesitar para sus cuidados. Muchas veces se le hacía cuesta arriba, pero por suerte, posadas como esta le eran de gran ayuda para solventar su escrupulosidad con la suciedad.
Después pasó largo rato en la bañera, disfrutando del agua caliente. Era agua, no tenía mucha importancia, pero a ella la relajaba muchísimo. Se lavó minuciosamente y curó sus heridas antes de salir. Obviamente, pasó de largo del espejo, no quería ver el reflejo que había visto en el mar ni esa horrible marca.
Se puso la ropa que le había proporcionado la mujer, su inseparable capa y bajó a la sala principal a pedir algo que llevarse a la boca. Había poca gente, pero ella ni se fijó, sólo llamó su atención un goblin que había por ahí. No acostumbraba a ver a esos seres pero desde que había llegado a Vulwulfar había visto muchas razas juntas, no le agradaba demasiado, pero no tenía ni voz ni voto para quejarse.
Simplemente se quedó ahí esperando, moviendo distraídamente una de sus monedas, esperando a que le sirvieran la comida. Deseaba con fuerzas que al día siguiente el tiempo fuese mejor para poder largarse de aquel lugar.
–¡Qué lástima! Todo lo que está pasando en Vulwulfar, era un lugar tan tranquilo…
La mesonera estaba tratando de dar conversación a una de las personas que estaban por allí.
Su intención había sido salir de Vulwulfar después de lo sucedido pero, por temas evidentes, no había podido. El temporal era tan fuerte que era imposible viajar, así que no le quedó otra que resignarse y pasar otra noche más en el pueblo ese. Eso sí, se alejó del marginal barrio élfico, aun le seguía pareciendo un lugar inadecuado para alguien como ella, que había servido a la guardia de su clan. Y había acabado rodeada de elfos indeseables, así que se negaba. Y fue a acabar en otro barrio de la ciudad, no mucho mejor que del primero al que había ido. Pero la lluvia estaba cayendo ya con intensidad y no podía buscar puerta por puerta una posada que se adecuase a sus gustos. Así que entró en la primera posada que vio más cerca.
Una tabernera rechoncha apareció delante de ella con una amplia sonrisa que sacó la peor cara de la elfa. Tanta amabilidad no le agradaba. –¡Bienvenida! ¿Desea una habitación? Está lloviendo mucho ahí fuera, aquí puede resguardarse esta noche, por un par de monedas de oro, por supuesto. No es un precio desorbitado por una habitación caliente y todas las comodidades que puede desear.
Helyare apenas escuchó el discurso, sabía que tenía que quedarse ahí porque no iba a salir con tanta lluvia, había pasado relativamente poco en la calle y ya estaba empapada así que no le quedaba otro remedio que aceptar lo que le pidiera la mujer. En completo silencio buscó en su pequeña bolsita unos aeros y se los dio.
–Muchas gracias, y sea bienvenida de nuevo. ¿Habla nuestro idioma? –La mujer le puso la mano en el brazo y le indicó una escalera, hacia la que se dirigía. –No parece de por aquí.
–Sí, hablo común. –La elfa siguió a la mujer hasta la que iba a ser su habitación. No estaba mal, aunque el precio le pareció caro para lo que era. Pero claro, con la lluvia los viajeros se tenían que amoldar a lo que fuera y esta mujer, seguramente, había subido los precios. Pero, para lo que era, no estaba mal, realmente.
Contaba con una cama amplia, cosa que agradeció porque llevaba varios días sin poder tumbarse sobre un colchón. También tenía agua caliente, algo que agradeció muchísimo más. El frío se le había metido en el cuerpo y necesitaba entrar en calor. Y, por suerte, dentro del precio también entraba algo de ropa. No podía decir que fuera especialmente bonito, más bien parecía una camisa de hombre, de un tono suave y que cubría gran parte de su cuerpo, una especie de prenda para dormir con la que no estaba muy familiarizada. También tenía pantalones, pero cuando lo vio los descartó porque le quedaban muy grandes.
–Gracias. –Le dijo Helyare a la mujer cuando vio que estaba prendiendo el fuego. Al cabo de unos minutos, se fue con la misma sonrisa y excesiva amabilidad que cuando llegó. La elfa dejó el arco y el carcaj en un rincón apoyados y fue a darse un baño, lo necesitaba. Lavó toda su ropa y la dejó cerca del fuego un rato para que se le secase, odiaba ensuciarse y, todavía, no había pasado tanto tiempo fuera de su casa como para acostumbrarse a no disponer de todos los ungüentos de higiene que tenía en Sandorai, ni el agua que pudiese necesitar para sus cuidados. Muchas veces se le hacía cuesta arriba, pero por suerte, posadas como esta le eran de gran ayuda para solventar su escrupulosidad con la suciedad.
Después pasó largo rato en la bañera, disfrutando del agua caliente. Era agua, no tenía mucha importancia, pero a ella la relajaba muchísimo. Se lavó minuciosamente y curó sus heridas antes de salir. Obviamente, pasó de largo del espejo, no quería ver el reflejo que había visto en el mar ni esa horrible marca.
Se puso la ropa que le había proporcionado la mujer, su inseparable capa y bajó a la sala principal a pedir algo que llevarse a la boca. Había poca gente, pero ella ni se fijó, sólo llamó su atención un goblin que había por ahí. No acostumbraba a ver a esos seres pero desde que había llegado a Vulwulfar había visto muchas razas juntas, no le agradaba demasiado, pero no tenía ni voz ni voto para quejarse.
Simplemente se quedó ahí esperando, moviendo distraídamente una de sus monedas, esperando a que le sirvieran la comida. Deseaba con fuerzas que al día siguiente el tiempo fuese mejor para poder largarse de aquel lugar.
–¡Qué lástima! Todo lo que está pasando en Vulwulfar, era un lugar tan tranquilo…
La mesonera estaba tratando de dar conversación a una de las personas que estaban por allí.
Última edición por Helyare el Jue Dic 22 2016, 12:16, editado 1 vez
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Mientras comía en compañía del pequeño ser, miraba por la ventana con añoranza por aquellas tierras de donde venía. De su pueblo natal, ¿Qué habría sucedido con su padre? ¿Y con los otros guerreros? Todo por embarcarse y habían acabado al final del mar, parecía increíble que lo que iba a ser un viaje de saqueo y exploración hubiese acabado convirtiéndose en un funeral y una coronación de un nuevo líder de clan. A estas alturas, su hermano segundo ya debía de haberse convertido en aquel líder que se debía de esperar, claro que acompañado por las enseñanzas de su madre y sus tutores correspondientes.
Y un fuerte trueno sacudió el cielo, acompañado por el trueno furioso en la lejanía y el aguacero que golpea con más bronca los cristales de las ventanas como si deseara romper el fino vidrio que dejaba entrar la poca luz exterior. —A ver, muchacho, habla conmigo vamos, tienes que practicar el idioma común—. El Joven Reidar volteo a ver a su interlocutor, el goblin Vaasuk, quien lo miraba con aquellos ambarinos ojos penetrantes “Ojos de exiliado” pensó el guerrero, viéndolos; Con bolsas, con ojeras, surcados por venitas rojas que delataban la falta de sueño y el consumismo de otras sustancias.
Muy a regañadientes el guerrero dejo el alimento que tenía en sus manos en el plato y con un trapo de tela burda se limpió las manos. Bebió un largo trago de la bebida que la mujer le había servido en el vaso e hizo una mueca con la boca mientras se relamía los dientes disfrutando del sabor del pollo en ellos todavía. Y cuando abrió la boca, la puerta de la posada volvió a abrirse una vez más y por ella entro una figura alta y grácil; A su lado, Vaasuk también miro por sobre su hombro al dueño de aquella figura y el humano vio como la pequeña criatura hacia un mohín con la nariz reconociendo algo. —Elfo—. Dijo por lo bajo, sin darle demasiada importancia y volviendo a concentrarse en su socio y aprendiz.
Por un momento, por un miserable momento, Reidar creyó que se había salvado de tener que practicar el idioma común y de aquella manera poder continuar con la bebida fría en su contenedor y con el alimento aún caliente en su plato. Por un maldito momento, pero no, el goblin no parecía enfadado con la presencia de aquel otro ser de frágil y etérea apariencia, más bien lo ignoraba y sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Envidiaba al ser de piel verde por aquello, el por el contrario tenia mayores dificultades a veces para ignorar lo que sucedía a su alrededor.
Pero no, ahí estaba de vuelta con la tediosa tarea de tener que hablar en el idioma común que tan ajeno le resultaba, observo por el rabillo del ojo a la otra criatura alejarse por la escalera en compañía de la señora que los había recibido y señalo con el dedo pulgar a la regordeta mujer. —¿Ir con ella no debería? Quizás elfo ser peligroso—. Espero, y siguió esperando. Su socio entrecerró los ojos y luego lentamente asintió como aprobando las palabras dichas por el guerrero. Aprender no le resultaba difícil, pero lo que si le resultaba difícil era poder hablar bien y por el momento tardaría su buen tiempo en lograrlo. Y eso que había tantas palabras que no entendía por completo que le llevaría mucho tiempo comprender.
Como vio que Vaasuk se distraía mirando por la ventana luego de por fin haberle arrancado unas cuantas palabras de la boca al nórdico, continuo atacando el pollo que tenía en el plato sin miramiento alguno y solamente dedicándose a masticar y a tragar; Arrancaba la picante carne del animal de corral y masticaba cuando el goblin volvió a hacer aquel mismo gesto con la nariz de antes y otra vez fijo la vista en la escalera, ambos dos, al haber escuchado los pasos que provenían de arriba y que parecían pisar los peldaños en dirección a donde se encontraban todos.
No pudo notar cierta incomodidad en su compañero de viaje, le extrañaba verlo de esa manera a Vaas cuando siempre estaba hablando y bien sabia de la verborragia intensa del pequeño ser que ahora se encontraba callado y meditabundo, sin sacar los ojos de la…bueno, elfa. —Ser elfa, no elfo. Tiene tetas, no verga ¿Qué problema tiene Vaasuk?—. Conocía al goblin, pero no lo conocía tan bien como el esperaba. Nunca hablaba de su pasado, nunca hablaba tampoco de lo que pensaba. A veces el pequeño se perdía en sus propios pensamientos y dejaba a Reidar a un lado de todo. —Nada, muchacho, nada. Solo que no tengo buenos recuerdos con aquellos seres de orejas picudas, me caen gordo, nada mas ¿Qué tal el pollo? ¿Suficientemente bueno como para que también le pida uno para mí?—. Reidar no se había dado cuenta hasta el momento que el goblin solamente se había dedicado a fumar de su pipa y beber de su jarra de cerveza. Se había zampado los dos pollos el solo y todavía tenía sitio para uno más si es que había.
Y un fuerte trueno sacudió el cielo, acompañado por el trueno furioso en la lejanía y el aguacero que golpea con más bronca los cristales de las ventanas como si deseara romper el fino vidrio que dejaba entrar la poca luz exterior. —A ver, muchacho, habla conmigo vamos, tienes que practicar el idioma común—. El Joven Reidar volteo a ver a su interlocutor, el goblin Vaasuk, quien lo miraba con aquellos ambarinos ojos penetrantes “Ojos de exiliado” pensó el guerrero, viéndolos; Con bolsas, con ojeras, surcados por venitas rojas que delataban la falta de sueño y el consumismo de otras sustancias.
Muy a regañadientes el guerrero dejo el alimento que tenía en sus manos en el plato y con un trapo de tela burda se limpió las manos. Bebió un largo trago de la bebida que la mujer le había servido en el vaso e hizo una mueca con la boca mientras se relamía los dientes disfrutando del sabor del pollo en ellos todavía. Y cuando abrió la boca, la puerta de la posada volvió a abrirse una vez más y por ella entro una figura alta y grácil; A su lado, Vaasuk también miro por sobre su hombro al dueño de aquella figura y el humano vio como la pequeña criatura hacia un mohín con la nariz reconociendo algo. —Elfo—. Dijo por lo bajo, sin darle demasiada importancia y volviendo a concentrarse en su socio y aprendiz.
Por un momento, por un miserable momento, Reidar creyó que se había salvado de tener que practicar el idioma común y de aquella manera poder continuar con la bebida fría en su contenedor y con el alimento aún caliente en su plato. Por un maldito momento, pero no, el goblin no parecía enfadado con la presencia de aquel otro ser de frágil y etérea apariencia, más bien lo ignoraba y sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Envidiaba al ser de piel verde por aquello, el por el contrario tenia mayores dificultades a veces para ignorar lo que sucedía a su alrededor.
Pero no, ahí estaba de vuelta con la tediosa tarea de tener que hablar en el idioma común que tan ajeno le resultaba, observo por el rabillo del ojo a la otra criatura alejarse por la escalera en compañía de la señora que los había recibido y señalo con el dedo pulgar a la regordeta mujer. —¿Ir con ella no debería? Quizás elfo ser peligroso—. Espero, y siguió esperando. Su socio entrecerró los ojos y luego lentamente asintió como aprobando las palabras dichas por el guerrero. Aprender no le resultaba difícil, pero lo que si le resultaba difícil era poder hablar bien y por el momento tardaría su buen tiempo en lograrlo. Y eso que había tantas palabras que no entendía por completo que le llevaría mucho tiempo comprender.
Como vio que Vaasuk se distraía mirando por la ventana luego de por fin haberle arrancado unas cuantas palabras de la boca al nórdico, continuo atacando el pollo que tenía en el plato sin miramiento alguno y solamente dedicándose a masticar y a tragar; Arrancaba la picante carne del animal de corral y masticaba cuando el goblin volvió a hacer aquel mismo gesto con la nariz de antes y otra vez fijo la vista en la escalera, ambos dos, al haber escuchado los pasos que provenían de arriba y que parecían pisar los peldaños en dirección a donde se encontraban todos.
No pudo notar cierta incomodidad en su compañero de viaje, le extrañaba verlo de esa manera a Vaas cuando siempre estaba hablando y bien sabia de la verborragia intensa del pequeño ser que ahora se encontraba callado y meditabundo, sin sacar los ojos de la…bueno, elfa. —Ser elfa, no elfo. Tiene tetas, no verga ¿Qué problema tiene Vaasuk?—. Conocía al goblin, pero no lo conocía tan bien como el esperaba. Nunca hablaba de su pasado, nunca hablaba tampoco de lo que pensaba. A veces el pequeño se perdía en sus propios pensamientos y dejaba a Reidar a un lado de todo. —Nada, muchacho, nada. Solo que no tengo buenos recuerdos con aquellos seres de orejas picudas, me caen gordo, nada mas ¿Qué tal el pollo? ¿Suficientemente bueno como para que también le pida uno para mí?—. Reidar no se había dado cuenta hasta el momento que el goblin solamente se había dedicado a fumar de su pipa y beber de su jarra de cerveza. Se había zampado los dos pollos el solo y todavía tenía sitio para uno más si es que había.
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Una semana de locos la que había protagonizado, desde mi encuentro con un señor con la cara llena de tentáculos, un perro gigante y un elfo con pérdidas de memoria me había pasado de todo. Mi pelo seguía rosa, era tan rosa que me daban ganas de llorar las pocas veces que veía mi reflejo en el espejo. Aún así habíamos estado toda la semana haciendo encargos desde Baslodia a Vulwulfar, y por fin volvíamos a “casa”, si se podía llamar así. Traerionor había improvisado un, podríamos llamar paraguas, con hojas de palmera, pero la tormenta era demasiado fuerte y aquel invento no duró demasiado tiempo, así que en el tiempo que aparcamos el carro y llegamos a nuestro lugar de encuentro se hizo añicos. Íbamos hacia “el Dragón Alado”, en busca de nuevos encargos, necesitábamos dinero porque Drae y Trae se lo habían gastado todo en su última apuesta en una de sus peleas clandestinas. Habíamos recibido días atrás una carta un poco sospechosa de Kraspar, quien nos citaba en el dragón lo antes posible.
-Yo creo que se le ha vuelto a atascar la chimenea. -Comentó Draerionor casi llegando a la puerta del mesón.
Yo, ilusa de mi, intentaba taparme con un trocito de palmito que había quedado del ingenioso invento de mi compañero. Habíamos llegado al Dragón Alado, y por una vez en el medio año que llevaba en Aerandir me sentí en casa. Suspiré fuerte antes de entrar, viendo mi vago reflejo en el cristal.
¿Qué había sido de mi? Yo que aspiraba a ser una periodista mundialmente famosa, casarme con un futbolista famoso y vivir del cuento, el sueño de cualquier muchacha de clase media de inglaterra. Y ahora tenía el pelo rosa, como si volviera a ser una quinceañera alternativa. Mis divagaciones fueron interrumpidas bruscamente por un empujón de Trae.
-Venga, que te vas a mojar. -Dijo con su típico humor negro, entrando por la puerta del lugar.
Les seguí, como había hecho desde siempre, desde el minuto uno de mi aventura en este lugar, y ya no me imaginaba un mundo sin ellos. La mujer de Kraspar nos atendió con una gran sonrisa, como de costumbre, meneando sus grandes caderas mientras se limpiaba el aceite de sus famosos arenques en el mandil.
-¡Hola chicos! -Se refirió primero a sus “niños”, -¡Meriyé!-Exclamó achuchándome fuertemente contra sus grandes berzas. -Pensé que nunca os volvería a ver. -Tras sus alentadoras palabras nos trajo ropa limpia, todo lo rápido que pudo con aquellas patitas de oso.
-Ni que nos hubiéramos ido a la guerra. -Comentó Drae negando con la cabeza.
-No, pero casi. -Comenté yo, en inglés, mi lengua materna, ellos se miraron y levantaron los hombros, ya se estaban acostumbrando a no entender lo que decía.
-Entrad, entrad y tomar asiento. -Patricia, la mesonera, nos literalmente empujó al interior de la taberna.
Y allí no había nadie, como de costumbre. Una elfa con el pelo rojo y corto, ay, rojo, cómo la envidiaba. Miré instintivamente mi mechón de pelo mojado que caía sobre mi hombro. Seguía siendo rosa. No alcancé a ver a otro tipo sentado con un ser extraño en otra mesa cuando una toalla me golpeó en la cara. Me vino un pequeño flash de mi otra vida, a lo película, ya que el jabón de lagarto era el que usaba mi abuela para lavar, al igual que Patricia, la mujer de Kraspar.
-Sécate Meriyé, pareces un durón mojado. -Drae me frotó la cabeza con la toalla que me acababa de tirar, y yo de mala gana seguí frotándome el pelo. Pronto lo olí, un plato de arenques venía en dirección a nosotros, Patricia lo sostenía con mucho amor, sus deditos rechonchos y sus andares, como dando pequeños saltos me hacían gracia. Pero todos sabíamos que eso no iba a acabar bien, había venido tan rápido que el plato de arenques voló. Patricia calló al suelo haciendo un ruido estremecedor y el plato de arenques fue a parar, en parte, al pelo rojo de aquella muchacha.
-¡Patricia! -Exclamó Kraspar que salía en ese momento de la cocina con un costillar de cerdo que dejó sobre la barra.
Los tres corrimos a socorrer a la mujer, que fue levantada del suelo por Drae y Trae. Milagrosamente no había pasado nada grave a nadie y el único accidentado había sido el pelo de l elfa.
-Perdona. -La miré y le quité uno de los arenques que se le había quedado enganchado en un mechón al lado de aquellas orejas puntiagudas. -Mejor. -Asentí con la cabeza.
Me disponía a ir hacia la barra a tirar el arenque, pero mis ojos se posaron de nuevo en aquel ser que acompañaba a un hombre, aparentemente humano, que bebía y comía como un verdadero salvaje. Lo otro, por así decirlo, no era humano ni bestia, o al menos no como los había conocido. Fruncí el ceño y aparté la mirada cuando noté la de aquella cosa. Aquellos ojos biscosos mirándome, puf, un escalofrío me recorrió el cuerpo.
-Yo creo que se le ha vuelto a atascar la chimenea. -Comentó Draerionor casi llegando a la puerta del mesón.
Yo, ilusa de mi, intentaba taparme con un trocito de palmito que había quedado del ingenioso invento de mi compañero. Habíamos llegado al Dragón Alado, y por una vez en el medio año que llevaba en Aerandir me sentí en casa. Suspiré fuerte antes de entrar, viendo mi vago reflejo en el cristal.
¿Qué había sido de mi? Yo que aspiraba a ser una periodista mundialmente famosa, casarme con un futbolista famoso y vivir del cuento, el sueño de cualquier muchacha de clase media de inglaterra. Y ahora tenía el pelo rosa, como si volviera a ser una quinceañera alternativa. Mis divagaciones fueron interrumpidas bruscamente por un empujón de Trae.
-Venga, que te vas a mojar. -Dijo con su típico humor negro, entrando por la puerta del lugar.
Les seguí, como había hecho desde siempre, desde el minuto uno de mi aventura en este lugar, y ya no me imaginaba un mundo sin ellos. La mujer de Kraspar nos atendió con una gran sonrisa, como de costumbre, meneando sus grandes caderas mientras se limpiaba el aceite de sus famosos arenques en el mandil.
-¡Hola chicos! -Se refirió primero a sus “niños”, -¡Meriyé!-Exclamó achuchándome fuertemente contra sus grandes berzas. -Pensé que nunca os volvería a ver. -Tras sus alentadoras palabras nos trajo ropa limpia, todo lo rápido que pudo con aquellas patitas de oso.
-Ni que nos hubiéramos ido a la guerra. -Comentó Drae negando con la cabeza.
-No, pero casi. -Comenté yo, en inglés, mi lengua materna, ellos se miraron y levantaron los hombros, ya se estaban acostumbrando a no entender lo que decía.
-Entrad, entrad y tomar asiento. -Patricia, la mesonera, nos literalmente empujó al interior de la taberna.
Y allí no había nadie, como de costumbre. Una elfa con el pelo rojo y corto, ay, rojo, cómo la envidiaba. Miré instintivamente mi mechón de pelo mojado que caía sobre mi hombro. Seguía siendo rosa. No alcancé a ver a otro tipo sentado con un ser extraño en otra mesa cuando una toalla me golpeó en la cara. Me vino un pequeño flash de mi otra vida, a lo película, ya que el jabón de lagarto era el que usaba mi abuela para lavar, al igual que Patricia, la mujer de Kraspar.
-Sécate Meriyé, pareces un durón mojado. -Drae me frotó la cabeza con la toalla que me acababa de tirar, y yo de mala gana seguí frotándome el pelo. Pronto lo olí, un plato de arenques venía en dirección a nosotros, Patricia lo sostenía con mucho amor, sus deditos rechonchos y sus andares, como dando pequeños saltos me hacían gracia. Pero todos sabíamos que eso no iba a acabar bien, había venido tan rápido que el plato de arenques voló. Patricia calló al suelo haciendo un ruido estremecedor y el plato de arenques fue a parar, en parte, al pelo rojo de aquella muchacha.
-¡Patricia! -Exclamó Kraspar que salía en ese momento de la cocina con un costillar de cerdo que dejó sobre la barra.
Los tres corrimos a socorrer a la mujer, que fue levantada del suelo por Drae y Trae. Milagrosamente no había pasado nada grave a nadie y el único accidentado había sido el pelo de l elfa.
-Perdona. -La miré y le quité uno de los arenques que se le había quedado enganchado en un mechón al lado de aquellas orejas puntiagudas. -Mejor. -Asentí con la cabeza.
Me disponía a ir hacia la barra a tirar el arenque, pero mis ojos se posaron de nuevo en aquel ser que acompañaba a un hombre, aparentemente humano, que bebía y comía como un verdadero salvaje. Lo otro, por así decirlo, no era humano ni bestia, o al menos no como los había conocido. Fruncí el ceño y aparté la mirada cuando noté la de aquella cosa. Aquellos ojos biscosos mirándome, puf, un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Merié Stiffen
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
La elfa enrdaba con la moneda entre sus dedos, sin prestar atención al entorno. Vivía en una especie de burbuja desde hacía varias semanas. Había dejado de fijarse en lo que la rodeaba como anteriormente, que no se le escapaba nada. Ahora simplemente prestaba atención a la moneda. Ni siquiera había traído su arco consigo. Nada. Desprendía apatía por todos lados. Desde que había tenido que salir de Sandorai el camino se le hacía cuesta arriba y, aunque estaba sobreviviendo como bien podía, sentía todo demasiado extraño aún. Se había puesto la capa para bajar a cenar algo, pero no había dado tiempo a que se secase, así que notaba que su ropa limpia, la que le habían dado en la taberna, estaba humedeciéndose y no quería sentirse incómoda.
Con cuidado para no dejar ver la parte izquierda de su rostro, se quitó la capa y la dejó en el respaldo de la silla de madera. Como si estuviese aburrida, la mano sujetando su cabeza por el lado izquierdo se convirtió en su posición. Parecía una estatua. No era del todo cómoda pero para los pocos huéspedes que había ahí no iba a dejar que vieran que tenía la oreja mutilada. Su marca de destierro iba a quedar lo más oculta posible. En esos momentos se estaba arrepintiendo de haberse cortado el pelo. Bueno, ni siquiera lo había pensado. Simplemente sus actos habían sido motivados por la rabia. Podría haber cogido la daga y haberse hecho cortes en los brazos, pero no, había querido acabar con la imagen que tenía dentro del poblado: su larguísima melena era casi una seña de identidad. Le gustaba mucho cuidarla, decorarla y siempre solía llevar diferentes peinados. Además era de las pocas pelirrojas del clan, así que era bastante extraña. Y quiso acabar con eso.
Parecía que iba a estar tranquila, la gente iba un poco a sus asuntos así que nadie se fijaba en ella, pese a que siempre la acompañaba esa sensación de sentirse observada. Más que observada, señalada. Sabía que no era cierto, pero no podía quitarse esa sensación. Y lo de estar tranquila… Aparte de que la mujer de la taberna salía con toda su exteriorizada alegría a saludar a los que habían llegado y los que estaban cerca de ella comían como salvajes… No parecía pasar nada más. Bueno, el humano era el salvaje, contrariamente a lo que podría parecer.
Pronto, la tabernera volvió a salir de la cocina con un plato. Pero este no acabó en la mesa donde debería, sino en la cabeza de la elfa. La cara de la muchacha cambió por completo y se quedó mirando lo que se había caído como tratando de averiguar qué había pasado antes de estallar en rabia. –¡Haakulyel! –Apretó los dientes para no soltar más improperios y manchar su idioma con palabras malsonantes. Se levantó de golpe de la silla sin fijarse en otra cosa más que el plato volcado en el suelo y cómo sentía su pelo manchado.
La muchacha del pelo rosa le quitó un arenque de la oreja y fue la siguiente que se ganó la mirada de odio de la elfa. Apretó los puños mientras trataba de respirar calmadamente. Sabía que había sido un accidente pero le daba tanta rabia que le hubiera caído a ella el plato, además que reforzaba su hipótesis de la torpeza humana.
De pronto se quedó paralizada y se miró las manos, moviendo los dedos como si tratase de quitarse el jugo de los arenques. Estaba de pie, mirando a todos con auténtico odio y ahora sí que no eran imaginaciones suyas, ahora sí que había captado la atención al levantarse tan bruscamente y haberles insultado.
Se giró y vio su capa apoyada en la silla, pero para comprobar lo evidente se pasó una de las manos por su cortísimo pelo anaranjado. Cogió otro arenque y lo dejó caer al suelo. Pero no, no era eso por lo que se había pasado la mano por el cabello, quería asegurar que su rostro estuviese cubierto, pero no. Había sido todo tan rápido e inesperado que no tenía la capucha puesta. Estaba dejando que se secase en la silla porque en ningún momento esperaba que alguien le fuera a tirar nada encima.
Volvió a dirigir la mirada a todos, pero esta vez se sentía muy pequeña. Trataba de descifrar sus caras. Odiaba que la mirasen y menos si no estaba “protegida” con su capucha. Tal vez esa gente ni siquiera supiese qué significaba que no tuviese parte de su oreja izquierda, como mucho pensarían que es algo extraño, que llega a dar asco o cualquier otro tipo de significado ajeno a lo que verdaderamente simbolizaba. Pero para ella, que la vieran la cara suponía exponerse, esa marca era fruto de llevar la deshonra a cualquier sitio al que iba.
Su primera intención era taparse y huir. Pero con el temporal que hacía sería imposible irse muy lejos, aparte de que el arco lo tenía en su habitación y jamás se iría sin él. Así que decidió que es allí a donde iría y no saldría hasta la mañana siguiente para largarse cuanto antes. ¿Mejor? Esa maldita humana del pelo raro no tenía ni idea.
Agarró la capa con brusquedad y empezó a andar bastante a prisa, empujando a la muchacha que le había quitado el arenque del pelo. Estaba en medio y ella quería salir de esa sala lo antes posible. Básicamente la apartó de un hombrazo, no excesivamente fuerte, sólo quería hacerse un hueco para pasar en línea recta.
Pero a los pocos pasos se encontró de frente con el goblin ese que no paraba de mirar hacia los presentes. En la cara de Helyare se dibujó una mueca de desprecio ante la criatura, y se volteó para tratar de rodear al bicho ese que le causaba tanta repulsa.
Con cuidado para no dejar ver la parte izquierda de su rostro, se quitó la capa y la dejó en el respaldo de la silla de madera. Como si estuviese aburrida, la mano sujetando su cabeza por el lado izquierdo se convirtió en su posición. Parecía una estatua. No era del todo cómoda pero para los pocos huéspedes que había ahí no iba a dejar que vieran que tenía la oreja mutilada. Su marca de destierro iba a quedar lo más oculta posible. En esos momentos se estaba arrepintiendo de haberse cortado el pelo. Bueno, ni siquiera lo había pensado. Simplemente sus actos habían sido motivados por la rabia. Podría haber cogido la daga y haberse hecho cortes en los brazos, pero no, había querido acabar con la imagen que tenía dentro del poblado: su larguísima melena era casi una seña de identidad. Le gustaba mucho cuidarla, decorarla y siempre solía llevar diferentes peinados. Además era de las pocas pelirrojas del clan, así que era bastante extraña. Y quiso acabar con eso.
Parecía que iba a estar tranquila, la gente iba un poco a sus asuntos así que nadie se fijaba en ella, pese a que siempre la acompañaba esa sensación de sentirse observada. Más que observada, señalada. Sabía que no era cierto, pero no podía quitarse esa sensación. Y lo de estar tranquila… Aparte de que la mujer de la taberna salía con toda su exteriorizada alegría a saludar a los que habían llegado y los que estaban cerca de ella comían como salvajes… No parecía pasar nada más. Bueno, el humano era el salvaje, contrariamente a lo que podría parecer.
Pronto, la tabernera volvió a salir de la cocina con un plato. Pero este no acabó en la mesa donde debería, sino en la cabeza de la elfa. La cara de la muchacha cambió por completo y se quedó mirando lo que se había caído como tratando de averiguar qué había pasado antes de estallar en rabia. –¡Haakulyel! –Apretó los dientes para no soltar más improperios y manchar su idioma con palabras malsonantes. Se levantó de golpe de la silla sin fijarse en otra cosa más que el plato volcado en el suelo y cómo sentía su pelo manchado.
La muchacha del pelo rosa le quitó un arenque de la oreja y fue la siguiente que se ganó la mirada de odio de la elfa. Apretó los puños mientras trataba de respirar calmadamente. Sabía que había sido un accidente pero le daba tanta rabia que le hubiera caído a ella el plato, además que reforzaba su hipótesis de la torpeza humana.
De pronto se quedó paralizada y se miró las manos, moviendo los dedos como si tratase de quitarse el jugo de los arenques. Estaba de pie, mirando a todos con auténtico odio y ahora sí que no eran imaginaciones suyas, ahora sí que había captado la atención al levantarse tan bruscamente y haberles insultado.
Se giró y vio su capa apoyada en la silla, pero para comprobar lo evidente se pasó una de las manos por su cortísimo pelo anaranjado. Cogió otro arenque y lo dejó caer al suelo. Pero no, no era eso por lo que se había pasado la mano por el cabello, quería asegurar que su rostro estuviese cubierto, pero no. Había sido todo tan rápido e inesperado que no tenía la capucha puesta. Estaba dejando que se secase en la silla porque en ningún momento esperaba que alguien le fuera a tirar nada encima.
Volvió a dirigir la mirada a todos, pero esta vez se sentía muy pequeña. Trataba de descifrar sus caras. Odiaba que la mirasen y menos si no estaba “protegida” con su capucha. Tal vez esa gente ni siquiera supiese qué significaba que no tuviese parte de su oreja izquierda, como mucho pensarían que es algo extraño, que llega a dar asco o cualquier otro tipo de significado ajeno a lo que verdaderamente simbolizaba. Pero para ella, que la vieran la cara suponía exponerse, esa marca era fruto de llevar la deshonra a cualquier sitio al que iba.
Su primera intención era taparse y huir. Pero con el temporal que hacía sería imposible irse muy lejos, aparte de que el arco lo tenía en su habitación y jamás se iría sin él. Así que decidió que es allí a donde iría y no saldría hasta la mañana siguiente para largarse cuanto antes. ¿Mejor? Esa maldita humana del pelo raro no tenía ni idea.
Agarró la capa con brusquedad y empezó a andar bastante a prisa, empujando a la muchacha que le había quitado el arenque del pelo. Estaba en medio y ella quería salir de esa sala lo antes posible. Básicamente la apartó de un hombrazo, no excesivamente fuerte, sólo quería hacerse un hueco para pasar en línea recta.
Pero a los pocos pasos se encontró de frente con el goblin ese que no paraba de mirar hacia los presentes. En la cara de Helyare se dibujó una mueca de desprecio ante la criatura, y se volteó para tratar de rodear al bicho ese que le causaba tanta repulsa.
- Traducción:
- ¡Haakulyel! - ¡Sois idiotas!
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
—¿Cómo están tus heridas, muchacho?—. Pregunto repentinamente el goblin, que había logrado rescatar una pata de pollo del plato y la comía pasivamente, disfrutando el alimento, mascando con lentitud y calma. Saboreando, podría decirse, pero que de cuando en cuando perdía su mirada en la elfa que estaba sentado lejos de ellos.
—Sanaran, no preocuparte—. Además, ya podía cerrar tan bien como ante el brazo allí donde la flecha se le había clavado. No cojeaba más, tampoco, y sobre todas las cosas ni siquiera le dolían; Se miró allí donde estaba la fina capa de piel que poco a poco iba cerrando la profunda injuria provocada por el maleante con el que había combatido en su último viaje y sintió algo de comezón, se rasco pasando la yema de los dedos con un despreocupado gesto de desinterés por la cicatriz que le quedaría en la carne del antebrazo y continuo comiendo.
De repente la puerta se abrió y entraron unas extrañas personas por allí, empapadas como cualquiera que entrara por fuera de la lluvia torrencial que allí caía y además lo que más extraño de aquel grupo fue una joven de pelo rosado que le hizo dibujar una media sonrisa al nórdico al verle. Graciosa, recordaba de lejos que los niños de la aldea solían cambiarse el color de cabello...además, a algunas sirvientas también se les obligaban a cambiarse el color de cabello. Las esclavas de cama, sobre todas las cosas, llevaban el tono de diferente color como para dar a entender si estaba madura o no respecto del asunto sexual. —Graciosa niña, ¿No creer Vaas?—. El goblin volteo a mirar a la muchacha de pelo rosado también y regreso la vista para contener la carcajada que estuvo a punto de lanzar. Si, se le notaba graciosa, así que mejor era concentrarse en el alimento y en la bebida antes de ocasionar una pelea.
Y pudo continuar tranquila la velada de los dos mercenario aquella tarde casi noche si no hubiera sido por que escucharon un revuelo, un grito, y luego risas; Al levantar la mirada, humano y goblin se encontraron el gracioso panorama de ver a la regordeta mujer despatarrada en el suelo y pescados desperdigados por todos lados, como si al caerse la mujer accidentalmente hubiera tirado todo a su paso sin darse cuenta. Pero lo mas gracioso fue la pobre elfa, que había recibido un pescado de lleno en el cabello.
Entonces los dos amigos se miraron, ya suficientemente graciosa había sido la imagen de la muchacha del pelo rosado chillón, pero si a eso se le sumaba la imagen de la elfa con el cabello lleno de arenque… —¡Jah!—. Escucho Reidar a su lado, y luego toda la retahíla de carcajadas del goblin que se había caído de vuelta en su asiento, pataleando el aire y riéndose tan fuerte que casi parecía exagerado. Pero no, era una risa realmente autentica, podía verse claramente que el pequeño ser estaba disfrutando con el gracioso accidente. Incluso el nórdico soltó una que otra risa intentando contenerse por respeto a la elfa que había acabado en el medio de tal problema.
—Ya, Vaasuk, calmarte. Respeta la accidentada—. Intento decir el guerrero del norte, pero parecía que el goblin no escuchaba nada y siguió riéndose hasta el punto que tuvo que salir de la habitación en dirección al baño aparentemente y aun así se escuchaban las carcajadas estruendosas de su socio.
Por otro lado, Reidar recordó que tenía ciertos modales que cumplir que su madre en el pasado le había enseñado, y miro a la elfa durante un momento buscando pedirle disculpas por la risa de su compañero de viaje pero tal creía sería imposible. Además, tenía esa extraña marca en su oreja que fue lo que más le llamo la atención y lo que le despertó la curiosidad en el hombre que se quedó sin palabras. Hasta que recibió un fuerte golpe en su espalda y un suspiro largo y tendido que provenía del goblin. —Oh, chico, ten cuidado. La orejilarga parece verte cara de pescado y seguro te quiere encima también ¡Eh!—. Irrespetuoso, como cualquier goblin, no podía culpárselo porque era algo de naturaleza innata en las verdes y escurridizas criaturas.
Pero también noto que la pobre muchacha intentaba evitar cualquier contacto con Vaasuk, lo cual le extraño ¿Por qué juzgaban al pobre y pequeño Vaas sin conocerle? Si, podía llegar a ser irritable en algún momento, pero…era un buen tipo, no era malo; Reidar siguió con la mirada a la elfa hasta que pareció perderse escaleras arriba y luego sintió el codazo de su compañero de viaje y señalo con la mirada a las otras personas allí presentes y comprendió el mensaje sin tener que decir ninguna palabra. Se aproximaron y como era normal, Vaas hablo para que Reidar no quedara en evidencia de lo mal que hablaba el idioma común. —Disculpen si hemos ofendido a su clientela, señora ¿Necesita que le ayudemos con algo? ¿A limpiar si es necesario? No se nos caerán las joyas por hacerlo—. Propuso el goblin, a lo que el humano asintió mirando con gentileza a la regordeta mujer pero quedándose pensando en por que la pobre elfa tenía semejante marca en su rostro y que había tenido que suceder para que tuviese aquella marca.
—Sanaran, no preocuparte—. Además, ya podía cerrar tan bien como ante el brazo allí donde la flecha se le había clavado. No cojeaba más, tampoco, y sobre todas las cosas ni siquiera le dolían; Se miró allí donde estaba la fina capa de piel que poco a poco iba cerrando la profunda injuria provocada por el maleante con el que había combatido en su último viaje y sintió algo de comezón, se rasco pasando la yema de los dedos con un despreocupado gesto de desinterés por la cicatriz que le quedaría en la carne del antebrazo y continuo comiendo.
De repente la puerta se abrió y entraron unas extrañas personas por allí, empapadas como cualquiera que entrara por fuera de la lluvia torrencial que allí caía y además lo que más extraño de aquel grupo fue una joven de pelo rosado que le hizo dibujar una media sonrisa al nórdico al verle. Graciosa, recordaba de lejos que los niños de la aldea solían cambiarse el color de cabello...además, a algunas sirvientas también se les obligaban a cambiarse el color de cabello. Las esclavas de cama, sobre todas las cosas, llevaban el tono de diferente color como para dar a entender si estaba madura o no respecto del asunto sexual. —Graciosa niña, ¿No creer Vaas?—. El goblin volteo a mirar a la muchacha de pelo rosado también y regreso la vista para contener la carcajada que estuvo a punto de lanzar. Si, se le notaba graciosa, así que mejor era concentrarse en el alimento y en la bebida antes de ocasionar una pelea.
Y pudo continuar tranquila la velada de los dos mercenario aquella tarde casi noche si no hubiera sido por que escucharon un revuelo, un grito, y luego risas; Al levantar la mirada, humano y goblin se encontraron el gracioso panorama de ver a la regordeta mujer despatarrada en el suelo y pescados desperdigados por todos lados, como si al caerse la mujer accidentalmente hubiera tirado todo a su paso sin darse cuenta. Pero lo mas gracioso fue la pobre elfa, que había recibido un pescado de lleno en el cabello.
Entonces los dos amigos se miraron, ya suficientemente graciosa había sido la imagen de la muchacha del pelo rosado chillón, pero si a eso se le sumaba la imagen de la elfa con el cabello lleno de arenque… —¡Jah!—. Escucho Reidar a su lado, y luego toda la retahíla de carcajadas del goblin que se había caído de vuelta en su asiento, pataleando el aire y riéndose tan fuerte que casi parecía exagerado. Pero no, era una risa realmente autentica, podía verse claramente que el pequeño ser estaba disfrutando con el gracioso accidente. Incluso el nórdico soltó una que otra risa intentando contenerse por respeto a la elfa que había acabado en el medio de tal problema.
—Ya, Vaasuk, calmarte. Respeta la accidentada—. Intento decir el guerrero del norte, pero parecía que el goblin no escuchaba nada y siguió riéndose hasta el punto que tuvo que salir de la habitación en dirección al baño aparentemente y aun así se escuchaban las carcajadas estruendosas de su socio.
Por otro lado, Reidar recordó que tenía ciertos modales que cumplir que su madre en el pasado le había enseñado, y miro a la elfa durante un momento buscando pedirle disculpas por la risa de su compañero de viaje pero tal creía sería imposible. Además, tenía esa extraña marca en su oreja que fue lo que más le llamo la atención y lo que le despertó la curiosidad en el hombre que se quedó sin palabras. Hasta que recibió un fuerte golpe en su espalda y un suspiro largo y tendido que provenía del goblin. —Oh, chico, ten cuidado. La orejilarga parece verte cara de pescado y seguro te quiere encima también ¡Eh!—. Irrespetuoso, como cualquier goblin, no podía culpárselo porque era algo de naturaleza innata en las verdes y escurridizas criaturas.
Pero también noto que la pobre muchacha intentaba evitar cualquier contacto con Vaasuk, lo cual le extraño ¿Por qué juzgaban al pobre y pequeño Vaas sin conocerle? Si, podía llegar a ser irritable en algún momento, pero…era un buen tipo, no era malo; Reidar siguió con la mirada a la elfa hasta que pareció perderse escaleras arriba y luego sintió el codazo de su compañero de viaje y señalo con la mirada a las otras personas allí presentes y comprendió el mensaje sin tener que decir ninguna palabra. Se aproximaron y como era normal, Vaas hablo para que Reidar no quedara en evidencia de lo mal que hablaba el idioma común. —Disculpen si hemos ofendido a su clientela, señora ¿Necesita que le ayudemos con algo? ¿A limpiar si es necesario? No se nos caerán las joyas por hacerlo—. Propuso el goblin, a lo que el humano asintió mirando con gentileza a la regordeta mujer pero quedándose pensando en por que la pobre elfa tenía semejante marca en su rostro y que había tenido que suceder para que tuviese aquella marca.
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Todo había pasado muy rápido, de repente la muchacha parecía ofendida por mi acción, que si lo sé le dejo el arenque en el pelo y que se le pudra. Había oído de la arrogancia de los elfos, pero nunca la había vivido tan de cerca. Qué gente más maleducada. Me encogí de hombros, me importaba más bien poco lo que aquella elfa maleducada podría pensar. Trae me miró, buscando en mi un ápice de enfado por la reacción de la pelirroja, pero no. Ojalá el pelo le oliera a arenque durante un mes. Pero no, no tenía rencor alguno.
Patricia se sentó en una silla, dolorida, y el hombre rarito y la cosa viscosa se acercaron a hablar con Kraspar y con ella, ofreciéndose a cualquier cosa. Pero Patricia se levantó de la silla negando con la cabeza, era una mujer muy fuerte y muy tozuda.
-Estoy bien, estoy bien. -Repetía erigiéndose poco a poco mientras se llevaba las manos a la espalda, sus vértebras emitieron un tremendo crujido.
-Sois muy amables, chicos, pero mi mujer es terca como una mula. -Apuntó Kraspar mirando a la singular pareja.
Yo, no podía apartar la vista de aquel ser que me repugnaba y a la vez me llamaba tanto la atención, era como meterme en un libro de fantasía y ver a aquellos trasgos y duendes en persona, toda una experiencia. Pero una voz me sacó de mis divagaciones fantásticas.
-Es un goblin, Meriyé. -Apunto Drae en un intento de susurro que acabó en una carcajada conjunta de ambos hermanos. -Perdonarla, es una forastera y aún no sabe muchas cosas. -Se disculpó por mis modales como si yo fuera una niña pequeña que ha roto algo en una tienda. Me puso la mano en la cabeza y me frotó el pelo con inquina.
-Como hablar. -Añadió la guinda del pastel el hermano gañán.
Solté una mirada furtiva a Trae, quien apartó la mirada indiferente, mientras le daba un trago a la cerveza que él mismo se acababa de servir. ¡Qué poca vergüenza tenía!
-Eso es mentoeria. -Me crucé de brazos en, admitamos, una posición algo infantil para mi edad.
-Mentira. -Corrigió Drae.
-Eso. -Finalicé, intentando quitarle hierro a mi escasa e insulsa intervención.
Aquella conversación de besugos tenía más bien poco sentido, la pobre Patricia se había levantado y ahora nos servía otro plato de sus arenques en la barra, donde inconscientemente, como si buscáramos algo de calor en aquel salón tan grande y vacío, nos habíamos reunido todos los presentes en la sala. Pero, ¿Qué había sido de la elfa maleducada?
-Igual es alérgica a los arenques… -Pensé en voz alta mirando las escaleras por donde había desaparecido la pelirroja.
-Aler… ¿Qué? -Preguntó curioso Drae, arqueando levemente una ceja.
-Que no le gustan.
-Ah, puede ser. Pero tenía algo raro esa muchacha, no me inspiraba confianza.
Drae dio un largo trago a la cerveza que le había traído Kraspar, así como me había traído a mi una jarra de su mejor hidromiel, élfica, muy acorde con los hechos. Y dos cervezas a los otros huéspedes.
-De estos tres ya me sé su historia, pero vosotros ¿Qué se os ha perdido por aquí? -Preguntó Kraspar bastante curioso mientras miraba a la extraña pareja, apoyando su gran barriga contra la barra para cruzarse de brazos sobre la madera de roble.
Al escuchar la pregunta los tres nos giramos instintivamente para escuchar qué era lo que se les había perdido a aquel ser sacado de una película de terror de los 80 y a aquel hombre parco y serio que le acompañaba.
Patricia se sentó en una silla, dolorida, y el hombre rarito y la cosa viscosa se acercaron a hablar con Kraspar y con ella, ofreciéndose a cualquier cosa. Pero Patricia se levantó de la silla negando con la cabeza, era una mujer muy fuerte y muy tozuda.
-Estoy bien, estoy bien. -Repetía erigiéndose poco a poco mientras se llevaba las manos a la espalda, sus vértebras emitieron un tremendo crujido.
-Sois muy amables, chicos, pero mi mujer es terca como una mula. -Apuntó Kraspar mirando a la singular pareja.
Yo, no podía apartar la vista de aquel ser que me repugnaba y a la vez me llamaba tanto la atención, era como meterme en un libro de fantasía y ver a aquellos trasgos y duendes en persona, toda una experiencia. Pero una voz me sacó de mis divagaciones fantásticas.
-Es un goblin, Meriyé. -Apunto Drae en un intento de susurro que acabó en una carcajada conjunta de ambos hermanos. -Perdonarla, es una forastera y aún no sabe muchas cosas. -Se disculpó por mis modales como si yo fuera una niña pequeña que ha roto algo en una tienda. Me puso la mano en la cabeza y me frotó el pelo con inquina.
-Como hablar. -Añadió la guinda del pastel el hermano gañán.
Solté una mirada furtiva a Trae, quien apartó la mirada indiferente, mientras le daba un trago a la cerveza que él mismo se acababa de servir. ¡Qué poca vergüenza tenía!
-Eso es mentoeria. -Me crucé de brazos en, admitamos, una posición algo infantil para mi edad.
-Mentira. -Corrigió Drae.
-Eso. -Finalicé, intentando quitarle hierro a mi escasa e insulsa intervención.
Aquella conversación de besugos tenía más bien poco sentido, la pobre Patricia se había levantado y ahora nos servía otro plato de sus arenques en la barra, donde inconscientemente, como si buscáramos algo de calor en aquel salón tan grande y vacío, nos habíamos reunido todos los presentes en la sala. Pero, ¿Qué había sido de la elfa maleducada?
-Igual es alérgica a los arenques… -Pensé en voz alta mirando las escaleras por donde había desaparecido la pelirroja.
-Aler… ¿Qué? -Preguntó curioso Drae, arqueando levemente una ceja.
-Que no le gustan.
-Ah, puede ser. Pero tenía algo raro esa muchacha, no me inspiraba confianza.
Drae dio un largo trago a la cerveza que le había traído Kraspar, así como me había traído a mi una jarra de su mejor hidromiel, élfica, muy acorde con los hechos. Y dos cervezas a los otros huéspedes.
-De estos tres ya me sé su historia, pero vosotros ¿Qué se os ha perdido por aquí? -Preguntó Kraspar bastante curioso mientras miraba a la extraña pareja, apoyando su gran barriga contra la barra para cruzarse de brazos sobre la madera de roble.
Al escuchar la pregunta los tres nos giramos instintivamente para escuchar qué era lo que se les había perdido a aquel ser sacado de una película de terror de los 80 y a aquel hombre parco y serio que le acompañaba.
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
De haber tenido el arco en ese momento probablemente hubiese cargado alguna flecha contra varios de los presentes. Pero no, estaba indefensa ante esa gente tan inepta que no hacía otra cosa más que mirarla como si fuera un bicho raro. ¿¡Acaso en su vida habían visto a un elfo?!
Para complicar más las cosas y enfadar más a Helyare, el maldito goblin no paraba de reírse. Le dieron ganas de estrangularlo, pero no podía sin que el bárbaro ese tomase represalias contra ella, seguramente. Y, si había que luchar, ella prefería las distancias largas. El tipejo ese no paraba de mirarla y el gesto de la muchacha exteriorizaba el descontento y lo incómoda que se sentía al ver que la miraba. Odiaba que la mirasen. Sus ganas de contestar algo que no era propio de alguien de su raza fueron cortadas con la risa del goblin, de nuevo. Parecía que lo estaba disfrutando.
Apretó los puños cuando le escuchó hablar y se dispuso a salir de la habitación, en silencio. O eso intentó, porque no pudo contenerse. –Controla a tu mascota. –Le espetó de mala gana al hombre del norte, refiriéndose goblin. La pelirroja subió las escaleras en dirección a donde estaba ubicada su alcoba y, de nuevo, volvió a la bañera. Pero antes de sumergirse en el agua tibia pasó por delante del espejo. Con una de sus manos recorrió su cabeza, entre los cortísimos mechones de su pelo, que apenas se movían al paso de sus dedos. Su larga melena ya era cosa del pasado y ahora mismo algunas partes de su escaso pelo quedaban descolocadas o de punta. Todavía había resquicios blanquecinos en uno de sus cortísimos mechones. Y estaba grasiento por el jugo de los arenques. A pesar de que no llevaba la capucha cuando había tenido el incidente con el plato de comida, una parte de ella tenía la esperanza de que no hubiesen notado lo de su mutilación. Pero… Mirando su rostro al espejo toda esperanza quedó disipada. Era imposible no darse cuenta y más con ese pelo tan corto, ni siquiera podía decirse que tuviera mechones.
Sin mucho ánimo más que el de salir de ese pueblo cuanto antes, entró en la bañera.
Bastante tiempo pasó hasta que decidió a bajar de nuevo, se moría de hambre y el olor a comida le complicaba más el negarse ir al comedor. Colocándose bien su capa y poniéndose algo de ropa limpia, bajó, pero con lentitud, quedando apoyada en el marco de la puerta. Apenas hizo ruido y no quería que nadie se percatase de su presencia, ya que parecían estar de charla. En esa posición sentía verdaderas ganas de disparar al goblin con una de sus flechas para callarle la boca. La habían molestado demasiado las risas de ese ser despreciable.
Mas sus pensamientos quedaron cortados por un grupo de unos ocho viajeros empapados, todos vestidos de negro, que entraron a gran velocidad. Parecía que tratasen de huir de la lluvia, pero no, más bien irrumpieron vociferando, mostrando sus armas y armando jaleo. –¡Eh! ¡Por fin una posada! ¡Llena nuestras copas! –Uno de ellos entró y empujó a los que estaban en la barra, junto a otros dos de sus acompañantes.
–Necesitamos sitio para nuestros caballos. No queremos que se empapen. –Continuó la única mujer de ese grupo, también con el aspecto desaliñado como sus compañeros, y esos ropajes negros. Dicho eso se sentó en una de las sillas, apoyando los pies en la otra y desparramando sus armas en la mesa, lo que hizo que se volcasen los vasos que había ahí. Otro de los muchachos más jóvenes se sentó con ella.
La elfa hizo una mueca al ver lo escandalosos que eran. Prefería el silencio y la calma a ese bullicio que estaban montando.
–Mirad lo que tienen. –Otro se acercó al goblin y empezó a reírse sin sentido, a lo que algunos de sus compañeros siguieron.
Uno de los que estaban en la barra, que había llegado el último se quedó como ensimismado mirando el pelo de extraño color de la muchacha. –¿Y esto? Es la primera vez que lo veo. –Ese parecía el menos ruidoso, aunque pronto esa idea cambió cuando se puso a golpear la madera y a exigir una buena bebida.
–Eh, tú, ven. –Ordenó la mujer, dirigiéndose a Helyare, que simplemente ignoró sus palabras y permaneció ahí quieta, sin mostrar su rostro a esos salvajes que parecían disfrutar armando jaleo.
–¡Yo también quiero mi jarra llena! –Otro de los que estaban en la barra siguió empujando al resto de huéspedes para quedarse con una de las banquetas.
Para complicar más las cosas y enfadar más a Helyare, el maldito goblin no paraba de reírse. Le dieron ganas de estrangularlo, pero no podía sin que el bárbaro ese tomase represalias contra ella, seguramente. Y, si había que luchar, ella prefería las distancias largas. El tipejo ese no paraba de mirarla y el gesto de la muchacha exteriorizaba el descontento y lo incómoda que se sentía al ver que la miraba. Odiaba que la mirasen. Sus ganas de contestar algo que no era propio de alguien de su raza fueron cortadas con la risa del goblin, de nuevo. Parecía que lo estaba disfrutando.
Apretó los puños cuando le escuchó hablar y se dispuso a salir de la habitación, en silencio. O eso intentó, porque no pudo contenerse. –Controla a tu mascota. –Le espetó de mala gana al hombre del norte, refiriéndose goblin. La pelirroja subió las escaleras en dirección a donde estaba ubicada su alcoba y, de nuevo, volvió a la bañera. Pero antes de sumergirse en el agua tibia pasó por delante del espejo. Con una de sus manos recorrió su cabeza, entre los cortísimos mechones de su pelo, que apenas se movían al paso de sus dedos. Su larga melena ya era cosa del pasado y ahora mismo algunas partes de su escaso pelo quedaban descolocadas o de punta. Todavía había resquicios blanquecinos en uno de sus cortísimos mechones. Y estaba grasiento por el jugo de los arenques. A pesar de que no llevaba la capucha cuando había tenido el incidente con el plato de comida, una parte de ella tenía la esperanza de que no hubiesen notado lo de su mutilación. Pero… Mirando su rostro al espejo toda esperanza quedó disipada. Era imposible no darse cuenta y más con ese pelo tan corto, ni siquiera podía decirse que tuviera mechones.
Sin mucho ánimo más que el de salir de ese pueblo cuanto antes, entró en la bañera.
Bastante tiempo pasó hasta que decidió a bajar de nuevo, se moría de hambre y el olor a comida le complicaba más el negarse ir al comedor. Colocándose bien su capa y poniéndose algo de ropa limpia, bajó, pero con lentitud, quedando apoyada en el marco de la puerta. Apenas hizo ruido y no quería que nadie se percatase de su presencia, ya que parecían estar de charla. En esa posición sentía verdaderas ganas de disparar al goblin con una de sus flechas para callarle la boca. La habían molestado demasiado las risas de ese ser despreciable.
Mas sus pensamientos quedaron cortados por un grupo de unos ocho viajeros empapados, todos vestidos de negro, que entraron a gran velocidad. Parecía que tratasen de huir de la lluvia, pero no, más bien irrumpieron vociferando, mostrando sus armas y armando jaleo. –¡Eh! ¡Por fin una posada! ¡Llena nuestras copas! –Uno de ellos entró y empujó a los que estaban en la barra, junto a otros dos de sus acompañantes.
–Necesitamos sitio para nuestros caballos. No queremos que se empapen. –Continuó la única mujer de ese grupo, también con el aspecto desaliñado como sus compañeros, y esos ropajes negros. Dicho eso se sentó en una de las sillas, apoyando los pies en la otra y desparramando sus armas en la mesa, lo que hizo que se volcasen los vasos que había ahí. Otro de los muchachos más jóvenes se sentó con ella.
La elfa hizo una mueca al ver lo escandalosos que eran. Prefería el silencio y la calma a ese bullicio que estaban montando.
–Mirad lo que tienen. –Otro se acercó al goblin y empezó a reírse sin sentido, a lo que algunos de sus compañeros siguieron.
Uno de los que estaban en la barra, que había llegado el último se quedó como ensimismado mirando el pelo de extraño color de la muchacha. –¿Y esto? Es la primera vez que lo veo. –Ese parecía el menos ruidoso, aunque pronto esa idea cambió cuando se puso a golpear la madera y a exigir una buena bebida.
–Eh, tú, ven. –Ordenó la mujer, dirigiéndose a Helyare, que simplemente ignoró sus palabras y permaneció ahí quieta, sin mostrar su rostro a esos salvajes que parecían disfrutar armando jaleo.
–¡Yo también quiero mi jarra llena! –Otro de los que estaban en la barra siguió empujando al resto de huéspedes para quedarse con una de las banquetas.
Última edición por Helyare el Sáb Ene 28 2017, 15:40, editado 1 vez
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Reidor hizo uno de esos típicos y clásicos mohines de nariz que hacia el propio goblin cuando algo no le agradaba en el asunto o le comenzaba a molestar y pareció que el pequeño socio que lo acompañaba a todos lados lo noto y le dio una palmada en la espalda. Luego escucharon el portazo de la puerta de la habitación de la elfa, y el asunto se calmó un poco más, el propio norteño ayudo a la ancha mujer a ayudarse y mantenerse en su sitio aunque no le agradase la idea de que le brinden una mano, ahí estaba el. Educación y modales antes que cualquier otra cosa, sobre todo con una mujer de su edad.
Finalmente se apoyó en la barra, aunque no sentándose, y tomo una de las jarras para beber un largo trago y escuchar en silencio y ver a las personas con calma y analizar el rostro de cada una de ellas; La muchacha que tenía el pelo rosado parecía que era peor que el mismo al hablar, o tal vez estaba ebria…o simplemente no tenía ganas de hablar. Como fuese, le agrado la muchacha por aquella curiosidad que tenía al querer conocer más de Vaas y su verdosa personalidad, así que dejo que el goblin tomase las riendas de la situación. —No es problema, mi querida y rosada dama déjeme presentarme, Vaasuk Blackmount hijo de Vasvom y nieto de Vasvatun. Un goblin de noble cuna maltraído y venido a menos que ahora ha encontrado el potencial en las artes de dar palizas, es decir, un mercenario—. Reidar siguió bebiendo tranquilamente el contenido del jarrón y apenas levanto la cabeza cuando escucho las maderas rechinando en el piso de arriba, parecía que la elfa continuaba con vida. O un poco, pensó que se acabaría muriendo de vergüenza.
—Y este garañón de cabello trenzado y barba prolijamente recortada que no se saca el hacha ni siquiera para bañarse y se la pasa bebiendo, es Reidar el Nórdico. No habla bien el idioma común, pero al igual que a un perro lo estoy entrenando para que pueda hacerlo ¡Hey!—. Grito al final el goblin, cuando recibió de lleno un arenque partido a la mitad en medio de la cara y la rias propio y pesada que salio del pecho de Reidar fue compartida por la propia criatura.
El joven guerrero dejo la jarra de alcohol y bajo la cabeza, colocando la mano sobre su pecho y dirigiéndose a la mujer mas joven presente. —Merishe, yo también forastero…un poco, al menos—. Comento Reidar, pronunciando bastante mal el nombre de aquella muchacha de cabellos chillones. No hacia falta que le contase toda su historia, el goblin tarde o temprano acabaría haciéndolo. Ademas, preferia estar bebiendo su tercera jarra de hidromiel que el hombre barrigon le acercaba y parecía sorprendido por como bebia el norteño.
—Oh, bueno ¿A que nos dedicamos? Además de robar el aire que están respirando, mi flacucho amigo y yo somos mercenarios. No se preocupen, no somos mercenarios de mal carácter y bribones, bueno yo un poco bribón si lo soy…pero no malos, en absoluto. Nos ganamos la vida trabajando como guardaespaldas, como mensajeros, o simplemente prestándonos como soldados para algún ejército. Mi amigo aquí en cambio nos aporta más oro cuando se presenta de campeón en algún juicio o torneo—. Comenzó a masticar el arenque partido que el hombre del norte le había tirado la cara, hizo un gesto de aprobación con los labios, y siguió comiendo con total tranquilidad. —Nos ganamos la vida como podemos, podríamos ser bandidos pero…no hay honor en serlo. Toda mi vida he sido un ladrón y la mitad de toda mi vida por serlo me han dado palizas, así como también yo di las palizas alguna vez…pero finalmente me he dado cuenta de que la vida de mercenario es igual de peligrosa que la de ladrón pero al final más remunerada, si señor—. Pero el pobre goblin no pudo terminar su relato, ya que entro una tropilla de hombres que parecían estar necesitando un serio ajuste a sus modales, justamente igual que la elfa que se había perdido escaleras arriba.
—¡Hey cuidado!—. Llego a gritar el goblin, cayendo al suelo pero buscando agarrar a la muchacha de pelo rosa de alguna manera para que no se golpeara también en una caída. Obviamente, en el suelo el pequeño ser se veía mucho más…podría decirse, “inofensivo”.
Al norteño en cambio le importaba muy poco lo que sucediera o no, si era un motivo para pelea allí estaría, pero sabía bien que si Vaasuk se enfadaba no era mejor meterse en su camino, así que cuando vio a la elfa regresar de nuevo al salón donde estaba por comenzar una gresca también le saludo, aunque no como a la tal Merishe. A la elfa solamente le movió la cabeza, gesto quedo y dejo de mirarle aunque todavía tenía curiosidad sobre ella; El guerrero metió entonces la mano en su jubón de cuero y comenzó a contar monedas de oro despreocupándose de la mirada de los hombres sobre su “paga” y entonces alzo un poco la mirada sonriendo y mirando a su socio verde.
Logro ver como Vaasuk se puso en pie y se sacudió la ropa y al final se enfrentó cara a cara con aquel imbécil que lo observaba como si fuera una atracción de un circo. Ya habían estado trasladando a un circo, y por lo que el muchacho del norte comprendía…Vaas estaba bastante enfadado por que como había resultado al final aquel trabajo. —¿Qué me ves, niño? ¿Alguna vez te dio una paliza un goblin?—. Escucho unas risas, luego un grito, y varios insultos en el idioma común y al alzar la cabeza comprobó a Vaasuk con las piernas sobre los hombros de aquel joven y como bajaba los puños sobre la cabeza del pobre diablo que estaba comenzando a gritar algo que ni siquiera el entendía.
—¡Voy a darte una buena lección niño malcriado de que no…se debe…de mirar…de esa…forma…a las…personas!—. Gritaba el goblin, bajando los puños con cada palabra que le decía y viendo como era llevado por todo el salón. Por otro lado, Reidar acabo esquivando un golpe que alguno de esos impresentables le había lanzado y se alejó unos pasos para colocar su cuerpo entre la chica del cabello rosa, sus compañeros, y a los dueños de la posada y los desagradables visitantes. Luego reparo en la elfa. —Venir. Vaasuk poder con ellos, yo cuidarte—. Llamo a la otra muchacha, viendo como parecería que el lugar estaba llenándose de sillas que volaban, de gritos de dolor y los gritos de un goblin que golpeaba sin compasión a todos los que se le ponían delante. Con la gresca poniéndose violenta, solo continuo bebiendo, la hidromiel de la jarra era excelente como para desperdiciarla.
Finalmente se apoyó en la barra, aunque no sentándose, y tomo una de las jarras para beber un largo trago y escuchar en silencio y ver a las personas con calma y analizar el rostro de cada una de ellas; La muchacha que tenía el pelo rosado parecía que era peor que el mismo al hablar, o tal vez estaba ebria…o simplemente no tenía ganas de hablar. Como fuese, le agrado la muchacha por aquella curiosidad que tenía al querer conocer más de Vaas y su verdosa personalidad, así que dejo que el goblin tomase las riendas de la situación. —No es problema, mi querida y rosada dama déjeme presentarme, Vaasuk Blackmount hijo de Vasvom y nieto de Vasvatun. Un goblin de noble cuna maltraído y venido a menos que ahora ha encontrado el potencial en las artes de dar palizas, es decir, un mercenario—. Reidar siguió bebiendo tranquilamente el contenido del jarrón y apenas levanto la cabeza cuando escucho las maderas rechinando en el piso de arriba, parecía que la elfa continuaba con vida. O un poco, pensó que se acabaría muriendo de vergüenza.
—Y este garañón de cabello trenzado y barba prolijamente recortada que no se saca el hacha ni siquiera para bañarse y se la pasa bebiendo, es Reidar el Nórdico. No habla bien el idioma común, pero al igual que a un perro lo estoy entrenando para que pueda hacerlo ¡Hey!—. Grito al final el goblin, cuando recibió de lleno un arenque partido a la mitad en medio de la cara y la rias propio y pesada que salio del pecho de Reidar fue compartida por la propia criatura.
El joven guerrero dejo la jarra de alcohol y bajo la cabeza, colocando la mano sobre su pecho y dirigiéndose a la mujer mas joven presente. —Merishe, yo también forastero…un poco, al menos—. Comento Reidar, pronunciando bastante mal el nombre de aquella muchacha de cabellos chillones. No hacia falta que le contase toda su historia, el goblin tarde o temprano acabaría haciéndolo. Ademas, preferia estar bebiendo su tercera jarra de hidromiel que el hombre barrigon le acercaba y parecía sorprendido por como bebia el norteño.
—Oh, bueno ¿A que nos dedicamos? Además de robar el aire que están respirando, mi flacucho amigo y yo somos mercenarios. No se preocupen, no somos mercenarios de mal carácter y bribones, bueno yo un poco bribón si lo soy…pero no malos, en absoluto. Nos ganamos la vida trabajando como guardaespaldas, como mensajeros, o simplemente prestándonos como soldados para algún ejército. Mi amigo aquí en cambio nos aporta más oro cuando se presenta de campeón en algún juicio o torneo—. Comenzó a masticar el arenque partido que el hombre del norte le había tirado la cara, hizo un gesto de aprobación con los labios, y siguió comiendo con total tranquilidad. —Nos ganamos la vida como podemos, podríamos ser bandidos pero…no hay honor en serlo. Toda mi vida he sido un ladrón y la mitad de toda mi vida por serlo me han dado palizas, así como también yo di las palizas alguna vez…pero finalmente me he dado cuenta de que la vida de mercenario es igual de peligrosa que la de ladrón pero al final más remunerada, si señor—. Pero el pobre goblin no pudo terminar su relato, ya que entro una tropilla de hombres que parecían estar necesitando un serio ajuste a sus modales, justamente igual que la elfa que se había perdido escaleras arriba.
—¡Hey cuidado!—. Llego a gritar el goblin, cayendo al suelo pero buscando agarrar a la muchacha de pelo rosa de alguna manera para que no se golpeara también en una caída. Obviamente, en el suelo el pequeño ser se veía mucho más…podría decirse, “inofensivo”.
Al norteño en cambio le importaba muy poco lo que sucediera o no, si era un motivo para pelea allí estaría, pero sabía bien que si Vaasuk se enfadaba no era mejor meterse en su camino, así que cuando vio a la elfa regresar de nuevo al salón donde estaba por comenzar una gresca también le saludo, aunque no como a la tal Merishe. A la elfa solamente le movió la cabeza, gesto quedo y dejo de mirarle aunque todavía tenía curiosidad sobre ella; El guerrero metió entonces la mano en su jubón de cuero y comenzó a contar monedas de oro despreocupándose de la mirada de los hombres sobre su “paga” y entonces alzo un poco la mirada sonriendo y mirando a su socio verde.
Logro ver como Vaasuk se puso en pie y se sacudió la ropa y al final se enfrentó cara a cara con aquel imbécil que lo observaba como si fuera una atracción de un circo. Ya habían estado trasladando a un circo, y por lo que el muchacho del norte comprendía…Vaas estaba bastante enfadado por que como había resultado al final aquel trabajo. —¿Qué me ves, niño? ¿Alguna vez te dio una paliza un goblin?—. Escucho unas risas, luego un grito, y varios insultos en el idioma común y al alzar la cabeza comprobó a Vaasuk con las piernas sobre los hombros de aquel joven y como bajaba los puños sobre la cabeza del pobre diablo que estaba comenzando a gritar algo que ni siquiera el entendía.
—¡Voy a darte una buena lección niño malcriado de que no…se debe…de mirar…de esa…forma…a las…personas!—. Gritaba el goblin, bajando los puños con cada palabra que le decía y viendo como era llevado por todo el salón. Por otro lado, Reidar acabo esquivando un golpe que alguno de esos impresentables le había lanzado y se alejó unos pasos para colocar su cuerpo entre la chica del cabello rosa, sus compañeros, y a los dueños de la posada y los desagradables visitantes. Luego reparo en la elfa. —Venir. Vaasuk poder con ellos, yo cuidarte—. Llamo a la otra muchacha, viendo como parecería que el lugar estaba llenándose de sillas que volaban, de gritos de dolor y los gritos de un goblin que golpeaba sin compasión a todos los que se le ponían delante. Con la gresca poniéndose violenta, solo continuo bebiendo, la hidromiel de la jarra era excelente como para desperdiciarla.
- musica para la pelea del goblin XD:
Reidar
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Resultó que aquella extraña pareja eran mercenarios. Drae y Trae se miraron y rieron, y yo los miré también echándoles una mirada furtiva a cada uno antes de que dijeran cualquier barbaridad. Ellos se mantenían en silencio, apoyados sobre la barra, Drae tras de mi, con el codo apoyado sobre la barra y sosteniendo su jarra de cerveza con la misma mano, Trae ignoraba totalmente a los presentes, apoyado con ambos codos sobre la barra. Yo escuchaba la historia del goblin con la boca abierta de par en par.
-No… No sabía que los goblins tuvieran clases sociales. -Contesté ensimismada y totalmente inmersa en la historia.
Saqué rápidamente mi boli y mi libreta y me puse a apuntar todo lo que decía aquel ser, en los cuentos de mi abuelo eran seres repugnantes que vivían bajo tierra y que tenían muy mal humor, este parecía todo lo contrario. Incluso me atrevo a decir que olía mejor que su acompañante. Alcé la cabeza cuando de nuevo escuché mi nombre, de boca de aquel hombre al que habían presentado como Reidar. Le di un pequeño sorbo a mi hirdomiel. Merishé, Meriyé… Estaba pensando muy seriamente en ponerme un nombre aerandiano porque ya ni yo sabía cómo se pronunciaba mi nombre. Esbocé una pequeña media sonrisa, por no quedar mal.
-Vaya, parece que hay demanda de mercenarios últimamente. -Apuntó Kraspar mirando a Drae, que asintió con la cabeza.
Trae negó con la cabeza y se levantó del asiento para volver a la mesa. No le había hecho gracia tener a mercenarios cerca porque podrían quitarles el trabajo. No pude evitar seguir con la mirada a Trae mientras se dirigía a la mesa, tan grande con aquella camisa medio mojada, se le marcaban las cicatrices de los latigazos, historia que jamás me quisieron contar, además de otras añadidas por todo el cuerpo por las peleas clandestinas en las que se jugaba la vida para darnos de comer. Me sentí mal por un momento, era una verdadera ocupa, no aportaba absolutamente nada a sus vidas y allí estaba, chupando del bote.
-Ya, conocemos muy bien esa vida. -Apuntó Drae quitándole hierro a la marcha de su hermano, que ahora apoyaba la espalda en la mesa junto a la chimenea. -Nosotros somos transportistas. -Dejó el vaso en la mesa. -Nos dedicamos a llevar personas, objetos, mercancías… Algunas más legales que otras, ya sabéis. -Rió encogiéndose de hombros. -También nos ganamos la vida como podemos.
Le miré, y asentí con la cabeza, encogiéndome de hombros. Iba a decir algo pero de repente la puerta se abrió y no pude evitar mirar a la elfa, que andaba a pies puntillas por la taberna como un gato acechante con el rabo entre las piernas. Aparté la mirada, indignada por su mala educación, para volver a la conversación con el goblin.
Todas las miradas se dirigieron entonces al estrépito causado por la puerta de la calle, Trae se levantó de la mesa llevando la mano a la daga escondida en uno de sus bolsillos. Y yo, no sé cómo, acabé en el suelo con Vaasuk. Agarrada por un lado del pegajoso amigo, y por otro lado de Drae que había conseguido agarrarme la mano, pero igualmente acabé haciendo la croqueta por el suelo. De un tirón de brazo, que por poco me lo arranca, Drae me puso en pie, y cuando me quise dar cuenta Trae me empujó contra la barra dándome la espalda.
-¿Qué pasa? -Pregunté intentando escalar por la gran espalda de mi compañero dragón.
Por encima de su hombro logré ver como Vaasuk cabalgaba sobre el hombre que nos había tirado, dándole puñetazos en la cara. Mientras, Reidar tomaba de su jarra hidromiel tranquilamente apelando a que el goblin podría con ellos. Pero Trae le puso la mano en el hombro y lo apartó de su camino, remangándose las mangas de la camisa miró al otro individuo que intentaba tirar al goblin de los hombros del primer individuo. Lo enganchó del hombro y lo tiró al suelo con violencia, golpeándole con la jarra de cerveza de madera que se hizo añicos al darle sobre la frente. Se quedó con el asa astillada que empuñó a modo de puñal.
-Drae… -Le dije a su hermano sin apartar la vista del espectáculo desde la espalda del muchacho forastero.
-Déjalo. -Contestó encogiéndose de hombros.
Trae, quien había participado en demasiadas luchas clandestinas, había cambiado muchísimo desde que lo conocí, ahora era mucho más huraño, más malhumorado, y muchísimo más violento. Ya habían caído dos entre Vaasuk y Trae, que parecían muy ensimismados con su pelea. Mientras, la elfa que se había mantenido al margen en el otro lado del salón, ahora era acechada por la mujer.
-¡La elfa para mi! -Gritó relamiéndose los labios sacando las manos de los bolsillos, que se tornaron de un tono azulado de repente.
-¡Quítate elfa, es una bruja! -Gritó Trae mientras se zafaba de uno de los hombres, el más pequeño, que se le había pegado a la espalda. Se zarandeó hasta tiralo al suelo y corrió hasta la elfa, aplacándola y tirándola al suelo. Un témpano de hielo se dibujó en la pared de madera de la taberna, había rozado el hombro de Trae, que había conseguido proteger a la pelirroja maleducada con su cuerpo.
Drae suspiró, la cosa empeoraba. No sabían cuántos brujos podría haber entre todos los presentes. Se tomó la cerveza de un trago y me apartó suavemente con el brazo.
-Eh, tú, protegela. - Imperó a Reidar señalándome.
Pero yo no iba a ser un incordio para nadie, sabía defenderme sola. Había llegado a Aerandir con una barca y un Ipone sin cobertura.
-¡Yo no necesito protección! -Grité enfadada con Drae, que me ignoró, porque ya se estaba pegando con uno de los tipos.
Me llevé la mano al cinturón, donde tenía una pequeña daga guardada, quizá incluso desafilada porque en la vida había llegado a usarla. La tomé con las dos manos, así, como si supiera usarla, como si fuera un gran estoque de esgrima.
-No… No sabía que los goblins tuvieran clases sociales. -Contesté ensimismada y totalmente inmersa en la historia.
Saqué rápidamente mi boli y mi libreta y me puse a apuntar todo lo que decía aquel ser, en los cuentos de mi abuelo eran seres repugnantes que vivían bajo tierra y que tenían muy mal humor, este parecía todo lo contrario. Incluso me atrevo a decir que olía mejor que su acompañante. Alcé la cabeza cuando de nuevo escuché mi nombre, de boca de aquel hombre al que habían presentado como Reidar. Le di un pequeño sorbo a mi hirdomiel. Merishé, Meriyé… Estaba pensando muy seriamente en ponerme un nombre aerandiano porque ya ni yo sabía cómo se pronunciaba mi nombre. Esbocé una pequeña media sonrisa, por no quedar mal.
-Vaya, parece que hay demanda de mercenarios últimamente. -Apuntó Kraspar mirando a Drae, que asintió con la cabeza.
Trae negó con la cabeza y se levantó del asiento para volver a la mesa. No le había hecho gracia tener a mercenarios cerca porque podrían quitarles el trabajo. No pude evitar seguir con la mirada a Trae mientras se dirigía a la mesa, tan grande con aquella camisa medio mojada, se le marcaban las cicatrices de los latigazos, historia que jamás me quisieron contar, además de otras añadidas por todo el cuerpo por las peleas clandestinas en las que se jugaba la vida para darnos de comer. Me sentí mal por un momento, era una verdadera ocupa, no aportaba absolutamente nada a sus vidas y allí estaba, chupando del bote.
-Ya, conocemos muy bien esa vida. -Apuntó Drae quitándole hierro a la marcha de su hermano, que ahora apoyaba la espalda en la mesa junto a la chimenea. -Nosotros somos transportistas. -Dejó el vaso en la mesa. -Nos dedicamos a llevar personas, objetos, mercancías… Algunas más legales que otras, ya sabéis. -Rió encogiéndose de hombros. -También nos ganamos la vida como podemos.
Le miré, y asentí con la cabeza, encogiéndome de hombros. Iba a decir algo pero de repente la puerta se abrió y no pude evitar mirar a la elfa, que andaba a pies puntillas por la taberna como un gato acechante con el rabo entre las piernas. Aparté la mirada, indignada por su mala educación, para volver a la conversación con el goblin.
Todas las miradas se dirigieron entonces al estrépito causado por la puerta de la calle, Trae se levantó de la mesa llevando la mano a la daga escondida en uno de sus bolsillos. Y yo, no sé cómo, acabé en el suelo con Vaasuk. Agarrada por un lado del pegajoso amigo, y por otro lado de Drae que había conseguido agarrarme la mano, pero igualmente acabé haciendo la croqueta por el suelo. De un tirón de brazo, que por poco me lo arranca, Drae me puso en pie, y cuando me quise dar cuenta Trae me empujó contra la barra dándome la espalda.
-¿Qué pasa? -Pregunté intentando escalar por la gran espalda de mi compañero dragón.
Por encima de su hombro logré ver como Vaasuk cabalgaba sobre el hombre que nos había tirado, dándole puñetazos en la cara. Mientras, Reidar tomaba de su jarra hidromiel tranquilamente apelando a que el goblin podría con ellos. Pero Trae le puso la mano en el hombro y lo apartó de su camino, remangándose las mangas de la camisa miró al otro individuo que intentaba tirar al goblin de los hombros del primer individuo. Lo enganchó del hombro y lo tiró al suelo con violencia, golpeándole con la jarra de cerveza de madera que se hizo añicos al darle sobre la frente. Se quedó con el asa astillada que empuñó a modo de puñal.
-Drae… -Le dije a su hermano sin apartar la vista del espectáculo desde la espalda del muchacho forastero.
-Déjalo. -Contestó encogiéndose de hombros.
Trae, quien había participado en demasiadas luchas clandestinas, había cambiado muchísimo desde que lo conocí, ahora era mucho más huraño, más malhumorado, y muchísimo más violento. Ya habían caído dos entre Vaasuk y Trae, que parecían muy ensimismados con su pelea. Mientras, la elfa que se había mantenido al margen en el otro lado del salón, ahora era acechada por la mujer.
-¡La elfa para mi! -Gritó relamiéndose los labios sacando las manos de los bolsillos, que se tornaron de un tono azulado de repente.
-¡Quítate elfa, es una bruja! -Gritó Trae mientras se zafaba de uno de los hombres, el más pequeño, que se le había pegado a la espalda. Se zarandeó hasta tiralo al suelo y corrió hasta la elfa, aplacándola y tirándola al suelo. Un témpano de hielo se dibujó en la pared de madera de la taberna, había rozado el hombro de Trae, que había conseguido proteger a la pelirroja maleducada con su cuerpo.
Drae suspiró, la cosa empeoraba. No sabían cuántos brujos podría haber entre todos los presentes. Se tomó la cerveza de un trago y me apartó suavemente con el brazo.
-Eh, tú, protegela. - Imperó a Reidar señalándome.
Pero yo no iba a ser un incordio para nadie, sabía defenderme sola. Había llegado a Aerandir con una barca y un Ipone sin cobertura.
-¡Yo no necesito protección! -Grité enfadada con Drae, que me ignoró, porque ya se estaba pegando con uno de los tipos.
Me llevé la mano al cinturón, donde tenía una pequeña daga guardada, quizá incluso desafilada porque en la vida había llegado a usarla. La tomé con las dos manos, así, como si supiera usarla, como si fuera un gran estoque de esgrima.
Merié Stiffen
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Helyare siguió apoyada en el marco de la puerta como si todo lo que estuviese pasando en la taberna no fuera con ella. Veía a los forasteros llegando y montar escándalo, pero como si nada. Sin decir ni una palabra miró al bárbaro ese que le había dicho que fuera, que iba a protegerla. Pero tampoco respondió. No necesitaba protección alguna, y menos de alguien así.
El goblin se cebó con uno de los que empujó a los que estaban en la barra y, como si fuese un pelele, lo aporreaba sin fin. Aun así, la elfa no se inmutó, ni siquiera cuando la mujer dijo que se la pedía, como si fuera un premio, antes de empezar a hacer fluir en sus manos una especie de energía.
Helyare no había bajado desarmada. Era precavida y si algo volvía a salir mal para ella no dudaría en usar su arco, no había cometido el mismo error que antes, dejándolo en la habitación. Ahora lo tenía apoyado en la pared, junto al carcaj. Desde su posición no se veía, pero por algo estaba apoyada en el marco, lo tenía muy cerca de ella para coger su arma y disparar si algo malo pasara.
En el momento en que la bruja lanzó ese poder contra ella, uno de los hombres que acompañaban a la muchacha del extraño cabello rosado se abalanzó sobre la elfa y la apartó de la trayectoria. –No necesito que me cuiden. –Musitó lo suficientemente alto para que se dieran por respondidos, tanto el que acababa de ayudarla (que se lo agradecía, por la intención), como el norteño. Apoyado en la pared que daba a las escaleras seguía el arco. Rápidamente se levantó del suelo y lo cogió, apoyando la espalda contra la pared en la que estaba. Pudo ver, mientras cargaba una de las flechas del carcaj, que el témpano de hielo había chocado contra la pared del pasillo e incluso había rozado al hombre que la había placado. –Gracias, pero no necesito ayuda. –Rearfirmó dirigiéndose al muchacho.
Al instante salió justo donde estaba colocada hacía unos segundos y disparó la flecha en dirección a la bruja que había osado atacarla. Si quería jugar, lo iban a hacer. Y siendo bruja no escatimó en la puntería: la flecha impactó de lleno en el ojo de la mujer, rasgando también parte de su pómulo y saliendo por la parte de atrás de su cabeza. A plomo cayó sobre la mesa en la que su compañero apoyaba los pies. Bajo la conmoción de todos, la elfa volvió a ocultarse para cargar otra flecha más.
Si hubiese esperado más, posiblemente la bruja podía haberse defendido, pero fue tan inesperado el ataque de Helyare que no pudo hacer nada por contraatacar. La sangre de la mujer chorreaba por la mesa y su compañero se levantó de golpe, entre asustado, asqueado y enfadado. –¡Cómo osas! –Gritó con algo de histeria en la voz, levantándose y sacando una espada corta que llevaba. El resto de forasteros hizo lo mismo, alterándose un poco.
–Nosotros veníamos en son de paz. ¡Pero esto se acabó!
La ironía se notaba demasiado. No habían ido en son de paz, sino con intenciones de, como mínimo, saquear la taberna.
–¡Uriel! –Gritó uno de los que estaban en la barra, corriendo hacia el cuerpo sin vida de la bruja, manteniéndola entre sus brazos y con la mano cerca de la flecha, sin saber si tocarla o no, de los nervios que tenía. –¡Ha matado a mi hermana! ¡Uriel! ¡La elfa va a ser mía! ¡Voy a matar a esa hija de puta! –Tomó su ballesta y apuntó hacia donde debía estar oculta Helyare, aunque como el hombre que la había protegido estaba en el suelo, parecía un objetivo fácil y factible de ser apuntado.
Mientras tanto, el tercero que estaba en la barra trataba de separar al goblin de su compañero y quien sujetaba la espada corta trató de buscar venganza contra la primera persona, ajena a su grupo, que estuviera cerca.
El goblin se cebó con uno de los que empujó a los que estaban en la barra y, como si fuese un pelele, lo aporreaba sin fin. Aun así, la elfa no se inmutó, ni siquiera cuando la mujer dijo que se la pedía, como si fuera un premio, antes de empezar a hacer fluir en sus manos una especie de energía.
Helyare no había bajado desarmada. Era precavida y si algo volvía a salir mal para ella no dudaría en usar su arco, no había cometido el mismo error que antes, dejándolo en la habitación. Ahora lo tenía apoyado en la pared, junto al carcaj. Desde su posición no se veía, pero por algo estaba apoyada en el marco, lo tenía muy cerca de ella para coger su arma y disparar si algo malo pasara.
En el momento en que la bruja lanzó ese poder contra ella, uno de los hombres que acompañaban a la muchacha del extraño cabello rosado se abalanzó sobre la elfa y la apartó de la trayectoria. –No necesito que me cuiden. –Musitó lo suficientemente alto para que se dieran por respondidos, tanto el que acababa de ayudarla (que se lo agradecía, por la intención), como el norteño. Apoyado en la pared que daba a las escaleras seguía el arco. Rápidamente se levantó del suelo y lo cogió, apoyando la espalda contra la pared en la que estaba. Pudo ver, mientras cargaba una de las flechas del carcaj, que el témpano de hielo había chocado contra la pared del pasillo e incluso había rozado al hombre que la había placado. –Gracias, pero no necesito ayuda. –Rearfirmó dirigiéndose al muchacho.
Al instante salió justo donde estaba colocada hacía unos segundos y disparó la flecha en dirección a la bruja que había osado atacarla. Si quería jugar, lo iban a hacer. Y siendo bruja no escatimó en la puntería: la flecha impactó de lleno en el ojo de la mujer, rasgando también parte de su pómulo y saliendo por la parte de atrás de su cabeza. A plomo cayó sobre la mesa en la que su compañero apoyaba los pies. Bajo la conmoción de todos, la elfa volvió a ocultarse para cargar otra flecha más.
Si hubiese esperado más, posiblemente la bruja podía haberse defendido, pero fue tan inesperado el ataque de Helyare que no pudo hacer nada por contraatacar. La sangre de la mujer chorreaba por la mesa y su compañero se levantó de golpe, entre asustado, asqueado y enfadado. –¡Cómo osas! –Gritó con algo de histeria en la voz, levantándose y sacando una espada corta que llevaba. El resto de forasteros hizo lo mismo, alterándose un poco.
–Nosotros veníamos en son de paz. ¡Pero esto se acabó!
La ironía se notaba demasiado. No habían ido en son de paz, sino con intenciones de, como mínimo, saquear la taberna.
–¡Uriel! –Gritó uno de los que estaban en la barra, corriendo hacia el cuerpo sin vida de la bruja, manteniéndola entre sus brazos y con la mano cerca de la flecha, sin saber si tocarla o no, de los nervios que tenía. –¡Ha matado a mi hermana! ¡Uriel! ¡La elfa va a ser mía! ¡Voy a matar a esa hija de puta! –Tomó su ballesta y apuntó hacia donde debía estar oculta Helyare, aunque como el hombre que la había protegido estaba en el suelo, parecía un objetivo fácil y factible de ser apuntado.
Mientras tanto, el tercero que estaba en la barra trataba de separar al goblin de su compañero y quien sujetaba la espada corta trató de buscar venganza contra la primera persona, ajena a su grupo, que estuviera cerca.
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Todo era caos y descontrol en aquella taberna donde hacia tan solo un momento parecía una velada divertida y alegre de gente que se encontraba y ocasionaba por casualidad que algunos incluso eran igual de profesión que otros; La muchachita de pelo rosado, que a primeras vistas a Reidar le parecía que era una despistada y un poco torpe; Aquellos gemelos que parecían un par de picaflores y picaros jóvenes alegres de sonrisa pegajosa; La elfa, que a pesar de ser un grano en el culo con aquella actitud le daba curiosidad al norteño por saber por qué no quería relacionarse; El goblin, que hablaba hasta por los codos y sufría una verborragia increíble pero que en su voz, áspera y aguardentosa, daba gusto hablar. Incluso la pareja de ancianos rechonchos dueños de la taberna, todo era un clima afable y de buena vibra…hasta que llegaron esos extraños…
Y luego habían llegado esos extraños, que uno había hecho enfadar a Vaas al mirarlo tan fijamente como si fuera una mascota o un animal de circo; Que otros habían empujado a los que estaban todos sentados en la barra y que parecía buscar pelea, que los de allí solo se burlaban de las personas presentes, que los otros pretendían armar jaleo y comenzar una gresca con sus actitudes.
Reidar termino de beber su jarra de hidromiel en el momento exacto que la flecha de la elfa paso lentamente por delante de sus ojos; Vio la saeta surcar el aire lentamente, como si alguna extraña magia se hubiera apoderado del tiempo y el momento y aquel virote mortal se detuviera a saludar al guerrero norteño que seguía bebiendo tranquilamente ante el desastre; El muchacho que la había empujado ahora estaba herido, y su gemelo le gritaba la orden de que protegiera a los ancianos y a la joven de cabello rosado. A lo lejos, en la otra punta del salón, solo se escuchaban los insultos del que era aporreado por Vaasuk y sus pesados puños y los insultos del goblin que parecía haberse ensañado de verdad con el muchacho.
Podría tranquilamente haberse servido una jarra más y continuar bebiendo como si nada, incluso en todo aquel caos podría haberse sentado a comer, si los ancianos no estuviesen tan asustados les hubiera pedido algo de comida; Había olido el aire y no sabía como pero lo había identificado, alce fresco con salsa picante, y la boca se le hacía agua de solo pensar en aquella carne salvaje y jugosa ¿Por qué sentía tanta hambre?
—¡Voy a hundirte la cara hijo de una ogra verrugosa y pestilente!—. Escucho entonces a lo lejos. Todo volvió a pasar a la velocidad rápida de siempre. El goblin insultando y poniendo a prueba su creatividad con los insultos, la elfa que seguía pretendiendo disparar flechas, los gemelos que estaban ayudándose los unos a los otros, los ancianos que se intentaban empequeñecer a pesar de la contextura de ambos y la muchachita de pelo rosado con un abrecartas en la mano.
Y nuevamente pareció que todo se detuvo en cámara lenta y pudo ver como uno de esos asaltantes levantaba su ballesta y apuntaba a la elfa ¿Seria cosa de los dioses que le demostraran aquellas imágenes lentas? Aquel hombre tenía su ballesta entre la elfa, y en el medio estaba la joven llamada Meriye. Reidar era un idiota, terco y cabeza dura, un hijo de puta que nunca sabia porque hacia lo que hacía hasta que estaba hecho.
Empujo a la niña del pelo rosado en el instante exacto que la saeta de la ballesta salió disparada en dirección a la elfa, al menos no le daría a la muchacha de pelo rosado por el momento; Al estar en medio del trayecto del proyectil que parecía buscar acabar con la vida de la elfa supo al instante en que vio cómo se enterraba en su ropa. La punta de acero mordió la tela, el cuello, y finalmente la carne. Se clavó en el hueso, casi podía escucharse como el objeto se trababa en la formación ósea del hombro del norteño y lo hacía retroceder unos pasos por la fuerza del impacto.
De pasar por un arquero debilucho que le había clavado unas flechas en el mismo brazo y en la pierna del mismo lado ahora tenía la mala suerte de que un asaltante le clavara una saeta de ballesta en el hombro ¿Es que acaso en otra vida había sido un cazador y había dado muerte a un animal mágico y por eso es que ahora siempre sufría constantemente la mordida de proyectiles? De vuelta todo volvió a tomar su velocidad correspondiente y el guerrero alzo su hacha y la caricia del filo ornamentado de su arma contra la piel del hombre rompió el silencio y todo se quedó en silencio por un segundo. El ballestero miraba a Reidar con ojos asustados y desorbitados mientras un hilillo de sangre comenzaba a salir de su boca y poco a poco su cabeza fue despegándose del resto del cuerpo, mientras el norteño jadeaba ante la herida de su hombro. La cabeza del hombre reboto una, y otra, y otra vez…hasta quedar a los pies de la elfa y el cuerpo decapitado frente a la chica del pelo rosado.
Y luego habían llegado esos extraños, que uno había hecho enfadar a Vaas al mirarlo tan fijamente como si fuera una mascota o un animal de circo; Que otros habían empujado a los que estaban todos sentados en la barra y que parecía buscar pelea, que los de allí solo se burlaban de las personas presentes, que los otros pretendían armar jaleo y comenzar una gresca con sus actitudes.
Reidar termino de beber su jarra de hidromiel en el momento exacto que la flecha de la elfa paso lentamente por delante de sus ojos; Vio la saeta surcar el aire lentamente, como si alguna extraña magia se hubiera apoderado del tiempo y el momento y aquel virote mortal se detuviera a saludar al guerrero norteño que seguía bebiendo tranquilamente ante el desastre; El muchacho que la había empujado ahora estaba herido, y su gemelo le gritaba la orden de que protegiera a los ancianos y a la joven de cabello rosado. A lo lejos, en la otra punta del salón, solo se escuchaban los insultos del que era aporreado por Vaasuk y sus pesados puños y los insultos del goblin que parecía haberse ensañado de verdad con el muchacho.
Podría tranquilamente haberse servido una jarra más y continuar bebiendo como si nada, incluso en todo aquel caos podría haberse sentado a comer, si los ancianos no estuviesen tan asustados les hubiera pedido algo de comida; Había olido el aire y no sabía como pero lo había identificado, alce fresco con salsa picante, y la boca se le hacía agua de solo pensar en aquella carne salvaje y jugosa ¿Por qué sentía tanta hambre?
—¡Voy a hundirte la cara hijo de una ogra verrugosa y pestilente!—. Escucho entonces a lo lejos. Todo volvió a pasar a la velocidad rápida de siempre. El goblin insultando y poniendo a prueba su creatividad con los insultos, la elfa que seguía pretendiendo disparar flechas, los gemelos que estaban ayudándose los unos a los otros, los ancianos que se intentaban empequeñecer a pesar de la contextura de ambos y la muchachita de pelo rosado con un abrecartas en la mano.
Y nuevamente pareció que todo se detuvo en cámara lenta y pudo ver como uno de esos asaltantes levantaba su ballesta y apuntaba a la elfa ¿Seria cosa de los dioses que le demostraran aquellas imágenes lentas? Aquel hombre tenía su ballesta entre la elfa, y en el medio estaba la joven llamada Meriye. Reidar era un idiota, terco y cabeza dura, un hijo de puta que nunca sabia porque hacia lo que hacía hasta que estaba hecho.
Empujo a la niña del pelo rosado en el instante exacto que la saeta de la ballesta salió disparada en dirección a la elfa, al menos no le daría a la muchacha de pelo rosado por el momento; Al estar en medio del trayecto del proyectil que parecía buscar acabar con la vida de la elfa supo al instante en que vio cómo se enterraba en su ropa. La punta de acero mordió la tela, el cuello, y finalmente la carne. Se clavó en el hueso, casi podía escucharse como el objeto se trababa en la formación ósea del hombro del norteño y lo hacía retroceder unos pasos por la fuerza del impacto.
De pasar por un arquero debilucho que le había clavado unas flechas en el mismo brazo y en la pierna del mismo lado ahora tenía la mala suerte de que un asaltante le clavara una saeta de ballesta en el hombro ¿Es que acaso en otra vida había sido un cazador y había dado muerte a un animal mágico y por eso es que ahora siempre sufría constantemente la mordida de proyectiles? De vuelta todo volvió a tomar su velocidad correspondiente y el guerrero alzo su hacha y la caricia del filo ornamentado de su arma contra la piel del hombre rompió el silencio y todo se quedó en silencio por un segundo. El ballestero miraba a Reidar con ojos asustados y desorbitados mientras un hilillo de sangre comenzaba a salir de su boca y poco a poco su cabeza fue despegándose del resto del cuerpo, mientras el norteño jadeaba ante la herida de su hombro. La cabeza del hombre reboto una, y otra, y otra vez…hasta quedar a los pies de la elfa y el cuerpo decapitado frente a la chica del pelo rosado.
Reidar
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Todo aquello parecía una película mala de principios del siglo pasado, donde volaban cosas, chinos dando patadas, mujeres en apuros, los buenos pateando el culo a los malos. Yo me mantenía sin saber muy bien qué hacer, aguantando el puñal con ambas manos como si de un sable láser se tratara, esperando que mi mente accionara mi cuerpo que se mantenía hierático, como si me hubieran metido un palo por el culo. Pude ver a Drae noquear a otro de los malos, caer a Trae al suelo herido por aquel témpano de hielo que había salido de la mano de aquella mujer que ahora yacía en el suelo en un charco de sangre.
Y mi vista no podía apartarse de aquella imagen. Había visto mil cadáveres, en vídeos, fotografías, reproducciones… En la carrera nos atiborraban a este tipo de imágenes, y no solo allí, sino en los periódicos, en la televisión, en la publicidad. En mi mundo éramos consumidores morbosos de cadáveres, de sangre y vísceras. Pero tenerlo allí, viendo como la sangre resbalaba poco a poco hasta llegar a mis pies y me manchaba la suela de las botas, para eso no se podía preparar nadie. Miraba a un lado y al otro lado, notaba la adrenalina retumbándome en los tímpanos y aún así no podía moverme.
Trae se incorporó, consumido por su ira olvidó la herida que supuraba en su brazo y acudió a ayudar a su hermano, con sus puños aplastó el cráneo de uno de los hombres que apuntaba ahora desde la espalda a Drae con una daga.
Un empujón me trajo de nuevo al mundo, sin duda aquel no era mi día de suerte. Resbalé con la sangre del suelo, cayendo al suelo junto al cadáver inerte de aquella bruja. Allí en el suelo la vista no era demasiado agradable, Reidar enterró su hacha en el cráneo de aquel hombre, la sangre salió a borbotones, salpicándome en los ojos, obligándome a cerrarlos. Pero podía escucharlo, el crujir de los huesos, cómo caía al suelo el cadáver de aquel hombre.
Conmocionada conseguí abrir los ojos lo suficiente para ver de nuevo a aquella mujer, ahora yo yacía a su lado, yo ya no escuchaba nada, solo podía mirar aquellos ojos vacíos, me llevé las manos a la cara, asustada, sin comprender el ritmo de los acontecimientos, todo estaba demasiado desordenado en mi cabeza. Me miré las manos, cubiertas de sangre, desorientada, sin saber si aquella era mía o de otros me recorrí el cuerpo en busca de heridas, pero mis manos temblaban demasiado para concentrarme.
Giré la cabeza y allí estaba la respuesta a mis preguntas. Apenas unos centímetros de mi cabeza se encontraba el cuerpo decapitado de aquel hombre que había atentado contra la vida de la elfa, que aún yacía en el suelo aún caliente, sus manos se movían aún cuando me giré, así como sus piernas sufrían leves espasmos. El charco de sangre se expandió rápidamente hasta llegar a mi pelo, pude sentir cómo la sangre aún caliente de aquel hombre resbalaba por mi cuero capilar, pero mis ojos, que ya no sabía si vivos o muertos, no podían apartarse de aquel espectáculo de vísceras. La columna vertebral seccionada limpiamente asomaba de aquel cuerpo sin vida, una de las vértebras que ahora se separaba del cuello era perfectamente reconocible. Un nudo de angustia me apretó el estómago tan fuerte que no pude evitar vomitar.
-¡Meriyé! -Gritó Drae a escasos metros de mi, pero yo no lo escuché tan cerca, parecía que nos separasen kilómetros.
Tan solo pensaba en qué momento de mi vida se me había ocurrido encaminarme en aquella macabra aventura que ahora se había convertido en una pesadilla de la que no podía despertar. Tan solo quería abrir los ojos y estar de nuevo en mi mundo, con mi familia, con mis libros. Cerré los ojos muy fuerte, deseando que todo aquello acabase muy pronto, y que si tenía que morir, que fuese pronto.
Y allí, sumergida en mi propio vómito, en sangre y vísceras, en el suelo de una taberna, en Aerandir, bajo la luz de una lámpara de araña cuyas velas goteaban cera sobre los cadáveres tendidos en la madera vieja y astillada, busqué sin hallarla una mano amiga que me sacara de todo aquello. Trae y Drae eran continuamente golpeados y heridos por aquellos individuos, una y otra vez, y yo a penas podía moverme. Deseé, con todas mis fuerzas, morir, si es que no lo estaba ya.
Y mi vista no podía apartarse de aquella imagen. Había visto mil cadáveres, en vídeos, fotografías, reproducciones… En la carrera nos atiborraban a este tipo de imágenes, y no solo allí, sino en los periódicos, en la televisión, en la publicidad. En mi mundo éramos consumidores morbosos de cadáveres, de sangre y vísceras. Pero tenerlo allí, viendo como la sangre resbalaba poco a poco hasta llegar a mis pies y me manchaba la suela de las botas, para eso no se podía preparar nadie. Miraba a un lado y al otro lado, notaba la adrenalina retumbándome en los tímpanos y aún así no podía moverme.
Trae se incorporó, consumido por su ira olvidó la herida que supuraba en su brazo y acudió a ayudar a su hermano, con sus puños aplastó el cráneo de uno de los hombres que apuntaba ahora desde la espalda a Drae con una daga.
Un empujón me trajo de nuevo al mundo, sin duda aquel no era mi día de suerte. Resbalé con la sangre del suelo, cayendo al suelo junto al cadáver inerte de aquella bruja. Allí en el suelo la vista no era demasiado agradable, Reidar enterró su hacha en el cráneo de aquel hombre, la sangre salió a borbotones, salpicándome en los ojos, obligándome a cerrarlos. Pero podía escucharlo, el crujir de los huesos, cómo caía al suelo el cadáver de aquel hombre.
Conmocionada conseguí abrir los ojos lo suficiente para ver de nuevo a aquella mujer, ahora yo yacía a su lado, yo ya no escuchaba nada, solo podía mirar aquellos ojos vacíos, me llevé las manos a la cara, asustada, sin comprender el ritmo de los acontecimientos, todo estaba demasiado desordenado en mi cabeza. Me miré las manos, cubiertas de sangre, desorientada, sin saber si aquella era mía o de otros me recorrí el cuerpo en busca de heridas, pero mis manos temblaban demasiado para concentrarme.
Giré la cabeza y allí estaba la respuesta a mis preguntas. Apenas unos centímetros de mi cabeza se encontraba el cuerpo decapitado de aquel hombre que había atentado contra la vida de la elfa, que aún yacía en el suelo aún caliente, sus manos se movían aún cuando me giré, así como sus piernas sufrían leves espasmos. El charco de sangre se expandió rápidamente hasta llegar a mi pelo, pude sentir cómo la sangre aún caliente de aquel hombre resbalaba por mi cuero capilar, pero mis ojos, que ya no sabía si vivos o muertos, no podían apartarse de aquel espectáculo de vísceras. La columna vertebral seccionada limpiamente asomaba de aquel cuerpo sin vida, una de las vértebras que ahora se separaba del cuello era perfectamente reconocible. Un nudo de angustia me apretó el estómago tan fuerte que no pude evitar vomitar.
-¡Meriyé! -Gritó Drae a escasos metros de mi, pero yo no lo escuché tan cerca, parecía que nos separasen kilómetros.
Tan solo pensaba en qué momento de mi vida se me había ocurrido encaminarme en aquella macabra aventura que ahora se había convertido en una pesadilla de la que no podía despertar. Tan solo quería abrir los ojos y estar de nuevo en mi mundo, con mi familia, con mis libros. Cerré los ojos muy fuerte, deseando que todo aquello acabase muy pronto, y que si tenía que morir, que fuese pronto.
Y allí, sumergida en mi propio vómito, en sangre y vísceras, en el suelo de una taberna, en Aerandir, bajo la luz de una lámpara de araña cuyas velas goteaban cera sobre los cadáveres tendidos en la madera vieja y astillada, busqué sin hallarla una mano amiga que me sacara de todo aquello. Trae y Drae eran continuamente golpeados y heridos por aquellos individuos, una y otra vez, y yo a penas podía moverme. Deseé, con todas mis fuerzas, morir, si es que no lo estaba ya.
Merié Stiffen
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
La taberna había dejado de tener el aura acogedora que tenía antes, cuando habían llegado a guarecerse de la fuerte tormenta. Ahora parecía un escenario de guerra, un lugar de batalla. La sangre recorría el suelo y se colaba por entre los tablones, manchaba a los que estaban cerca y había un ligero olor a hierro, a carnicería, muy tenue, pero que se podía sentir.
Helyare seguía oculta tras la pared, con su arco cargado y preparada para volver a asomarse y disparar, como buena batidora que era. Varios golpes sonaron después de que ella hubiese disparado la flecha, acompañados con gritos y alaridos. Se asomó un poco y pudo ver cómo el norteño estaba de espaldas a ella y una cabeza rodaba cerca de donde se encontraba. La miró con algo de sorpresa hasta que se detuvo, dejando un reguero de sangre a su paso. La expresión de la cara era totalmente de miedo, aunque vacía. El hombre había decapitado a quien decía ser el hermano de la bruja.
La otra parte de su cuerpo cayó al lado de la chiquilla del pelo extraño, quien parecía que iba a morir también. Al igual que la tabernera y su marido, cuyos rostros eran de auténtico horror. Helyare lanzó una flecha contra otro de los hombres que estaba en la barra, molestando, que se ensartó en su sien, atravesando parte de su cabeza, aunque no salió. Al instante cayó a plomo contra la barra y después hacia un lado del taburete, cayendo al suelo. Ya había tres o cuatro muertos, de todos los que habían entrado. Para más inri, el goblin también estaba golpeando a uno. Ya sólo quedaron dos que dudaban entre irse o tomar venganza por sus compañeros. Con algo de rabia, uno de ellos se lanzó con su espada contra el norteño y la elfa volvió a cargar, muy rápido su arco, y a disparar.
La flecha pasó bastante cerca de Reidar, aunque ni siquiera lo rozó, pero impactó de lleno contra quien alzaba su arma contra él, concretamente se quedó incrustada en la zona superior de su clavícula y un borbotón de sangre empezó a salir de su cuerpo. Sus movimientos se volvieron más lentos, torpes y descoordinados, la espada se le cayó y simplemente se quedó mirando al hombre con la mirada perdida como si aún quisiera vengarse pero su cuerpo se lo impedía. Después de tropezar varias veces, cayó al suelo, manchándolo más aún de sangre.
El último, al verse solo, no sabía qué hacer, se levantó tratando de alejarse de todos los que estaban en la taberna y contemplando, asustado, cómo sus amigos yacían en el suelo.
Helyare se acercó a la bruja y, pisándole la cara, dio un tirón a la flecha para sacarla de la cuenca de su ojo, produciendo un sonido bastante desagradable. Después de eso, sacudió el virote para quitarle los restos de órgano que se quedaban adheridos a la madera. Tendría que limpiarla mejor, no iba a tener las flechas manchadas de sangre. Después se acercó al otro, al que estaba en la barra e hizo lo mismo, aunque esta vez le costó algo más sacar la flecha. Allí, desde su posición, vio a la chiquilla del pelo rosa cómo estaba encogida, llorando y entre sangre y vómito. Tenía un aspecto totalmente asqueroso, pero tampoco podía culparla. Incluso a ella, acostumbrada a las luchas y las heridas, esto la impresionaba un poco. Había sido una pelea muy sangrienta pero… No podía ser de otro modo, no podían dejar que otros los pisasen. –Ha terminado. –Fue lo único que le dijo a la humana, sin prestarle mucha más atención. Comprendía el miedo de la chica, pero no estaba acostumbrada a tratar con humanos, y sabía lo débiles que eran, no podía hacer nada con esa falta de fortaleza que era típica de ellos.
Por último, se dirigió al cuerpo donde estaba Reidar y repitió el proceso: De un tiró sacó la flecha. Sólo que esta vez lo hizo desde la punta. El golpe había sido tan fuerte contra el suelo que la flecha se había incrustado más en su cuerpo, haciendo que saliera por el otro lado. Así que tiró hasta que consiguió sacar las plumas, que se habían mellado por el golpe contra el suelo.
–¿Hay agua? –Preguntó a los taberneros que, temblando, le señalaron una cubeta. Ella se dirigió hacia donde estaba el barreño para poder limpiar sus flechas.
El único hombre que quedaba ileso estaba paralizado sin saber qué hacer ni cómo actuar, daba vueltas como un animal y parecía muy asustado. Lejos de lo que podía esperarse, sacó una daga y, en un acto de desesperación, la lanzó contra la muchacha humana del cabello rosa. Acto seguido salió corriendo de la taberna, tratando de escapar y, si podía, llevarse alguna vida por delante.
Helyare seguía oculta tras la pared, con su arco cargado y preparada para volver a asomarse y disparar, como buena batidora que era. Varios golpes sonaron después de que ella hubiese disparado la flecha, acompañados con gritos y alaridos. Se asomó un poco y pudo ver cómo el norteño estaba de espaldas a ella y una cabeza rodaba cerca de donde se encontraba. La miró con algo de sorpresa hasta que se detuvo, dejando un reguero de sangre a su paso. La expresión de la cara era totalmente de miedo, aunque vacía. El hombre había decapitado a quien decía ser el hermano de la bruja.
La otra parte de su cuerpo cayó al lado de la chiquilla del pelo extraño, quien parecía que iba a morir también. Al igual que la tabernera y su marido, cuyos rostros eran de auténtico horror. Helyare lanzó una flecha contra otro de los hombres que estaba en la barra, molestando, que se ensartó en su sien, atravesando parte de su cabeza, aunque no salió. Al instante cayó a plomo contra la barra y después hacia un lado del taburete, cayendo al suelo. Ya había tres o cuatro muertos, de todos los que habían entrado. Para más inri, el goblin también estaba golpeando a uno. Ya sólo quedaron dos que dudaban entre irse o tomar venganza por sus compañeros. Con algo de rabia, uno de ellos se lanzó con su espada contra el norteño y la elfa volvió a cargar, muy rápido su arco, y a disparar.
La flecha pasó bastante cerca de Reidar, aunque ni siquiera lo rozó, pero impactó de lleno contra quien alzaba su arma contra él, concretamente se quedó incrustada en la zona superior de su clavícula y un borbotón de sangre empezó a salir de su cuerpo. Sus movimientos se volvieron más lentos, torpes y descoordinados, la espada se le cayó y simplemente se quedó mirando al hombre con la mirada perdida como si aún quisiera vengarse pero su cuerpo se lo impedía. Después de tropezar varias veces, cayó al suelo, manchándolo más aún de sangre.
El último, al verse solo, no sabía qué hacer, se levantó tratando de alejarse de todos los que estaban en la taberna y contemplando, asustado, cómo sus amigos yacían en el suelo.
Helyare se acercó a la bruja y, pisándole la cara, dio un tirón a la flecha para sacarla de la cuenca de su ojo, produciendo un sonido bastante desagradable. Después de eso, sacudió el virote para quitarle los restos de órgano que se quedaban adheridos a la madera. Tendría que limpiarla mejor, no iba a tener las flechas manchadas de sangre. Después se acercó al otro, al que estaba en la barra e hizo lo mismo, aunque esta vez le costó algo más sacar la flecha. Allí, desde su posición, vio a la chiquilla del pelo rosa cómo estaba encogida, llorando y entre sangre y vómito. Tenía un aspecto totalmente asqueroso, pero tampoco podía culparla. Incluso a ella, acostumbrada a las luchas y las heridas, esto la impresionaba un poco. Había sido una pelea muy sangrienta pero… No podía ser de otro modo, no podían dejar que otros los pisasen. –Ha terminado. –Fue lo único que le dijo a la humana, sin prestarle mucha más atención. Comprendía el miedo de la chica, pero no estaba acostumbrada a tratar con humanos, y sabía lo débiles que eran, no podía hacer nada con esa falta de fortaleza que era típica de ellos.
Por último, se dirigió al cuerpo donde estaba Reidar y repitió el proceso: De un tiró sacó la flecha. Sólo que esta vez lo hizo desde la punta. El golpe había sido tan fuerte contra el suelo que la flecha se había incrustado más en su cuerpo, haciendo que saliera por el otro lado. Así que tiró hasta que consiguió sacar las plumas, que se habían mellado por el golpe contra el suelo.
–¿Hay agua? –Preguntó a los taberneros que, temblando, le señalaron una cubeta. Ella se dirigió hacia donde estaba el barreño para poder limpiar sus flechas.
El único hombre que quedaba ileso estaba paralizado sin saber qué hacer ni cómo actuar, daba vueltas como un animal y parecía muy asustado. Lejos de lo que podía esperarse, sacó una daga y, en un acto de desesperación, la lanzó contra la muchacha humana del cabello rosa. Acto seguido salió corriendo de la taberna, tratando de escapar y, si podía, llevarse alguna vida por delante.
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Se sentía extrañamente contento luego de aquella pelea; Si, parecía que había acabado herido y con seriedad esta vez, porque no podía levantar el brazo derecho lo suficiente y mucho menos sostener el escudo y ni hablar del hacha. Sentía una extraña comezón en los dedos de la mano cada vez que intentaba moverlos, y al intentar arrancarse la saeta que se había clavado casi hasta las plumas en su carne, había sentido una fuerte punzada. Dolorosa, que ardía, y que no parecía moverse por más que lo intentara.
En la otra punta del salón, escuchaba los insultos de su compañero el goblin y como ahora el muchacho al que le había estado golpeando estaba hecho una bola en el suelo mientras recibía patadas y puñetazos todavía de Vaas; Reidar le hubiese dicho algo de poder, pero era una escena graciosa escuchar el lloriqueo y el llanto del maleante que pedía que por favor parase, a lo que el goblin le daba con más saña si cabía. —¡Eres un niño mal educado y tengo que educarte!—. Contestaba su verde asociado, ajeno por completo a la escena de combate que se había librado y de los cadáveres que estaban regados en la taberna.
Reidar jadeaba mientras intentaba quitarse la flecha del brazo, sin llegar a ver que había alguien que intentaba atacarle, demasiado ocupado como para intentar arrancar la punta que se le había clavado en el hueso aparentemente; Escucho el grito a su lado derecho, y al girar la cabeza lo único que vio y sintió fue la caricia del viento y una flecha que con sus plumas le acariciaba la mejilla apenas haciéndole un corte abajo del ojo. Y luego vio como esa misma flecha se clavaba y pasaba de un lado a otro de la cabeza del bandido. La típica “le entra por una oreja y le sale por la otra” tomaba más sentido con aquel tipo que ahora estaba muerto a sus pies.
A sus pies, estaba la muchacha de cabello rosado que parecía desmayada. “Que puto asco” pensó Reidar, al ver como estaba allí tirada sobre el charco de sangre que ahora se mesclaba con el charco de vomito ¿Por qué se había intentado meter en una pelea si acabaría vomitando? Reidar la empujo un poco con su pie, como para que quede de lado, y de aquella manera no acabase ahogándose con su propio vomito. Lo habría hecho con las manos, pero la derecha no podía moverla y en la izquierda aun sostenía su hacha.
Y muy tranquila vio a la elfa pasar por allí como si aquello fuera un paseo por un parque de atracciones; Parecía ajena por completo a lo que se había desencadenado allí, como si realmente le importara nada ¿Era porque esos hombres eran humanos? ¿Y si fueran elfos? ¿Actuaria de la misma manera? ¿Dispararía sus flechas con tanto desprecio como lo había hecho con esas personas? Estúpido el sentimiento de preocuparse ahora por esas personas, había decapitado a uno de un solo corte y ahora ¿Ahora qué? ¿Se preocupaba por haberlo hecho? Y la maldita flecha seguía sin querer desprenderse de su hombro…
La muchacha de pelo rosado estaba desmayada todavía y definitivamente parecía que no iria a despertarse en un buen rato, así que ¿Por qué no sentarse y relajarse? Quedaban solamente dos de los maleantes, uno de ellos aun siendo castigado por Vaasuk que parecía no querer detenerse. —Vaas déjalo—. Llamo al goblin, que al escuchar como su compañero le hablaba levanto la cabeza y dejo al pobre infeliz marcharse hacia donde estaba su compañero. El pobre tenía toda la cara enrojecida por los golpes y apenas y podía ver, con los ojos tan inflamados por los golpes y ¿Cómo lograba respirar? La nariz había dejado de ser tal y parecía una enorme y regordeta patata.
Entonces su compañero lo atajo por los brazos y lo miro, asustado, pero luego reacciono y lanzo contra la muchacha desmayada su cuchilla y finalmente abrazando a su maltrecho compañero salieron por la misma puerta que habían entrado; Fue Vaasuk quien tiro una mesa contra la joven llamada Merishe, poniendo entre el cuerpo inerte y el cuchillo la madera. No había sido un buen lanzamiento, ya que una de las patas de la mesa le había golpeado en la cabeza a la joven dormida, pero era mejor eso que recibir una cuchillada de lleno en el cuerpo, o al menos asi pensaba Reidar.
Y el norteño tomo asiento y miro a los dueños de la taberna. Les sonrió, como si nada hubiese pasado, y se sirvió más hidromiel en su jarra con total calma. —Muchacho ¿Por qué no te quitaste esa flecha todavía?—. Pregunto el goblin cuando se acercó también a beber algo. —Muy profunda—. Dijo simplemente el norteño, quien estaba despreocupado por completo y miro a la elfa. Se paseó la mano por la barba recortada y dejo que aquel par de gemelos fueran a asistir a su amiga, miro al goblin. —¿Piensas lo mismo que pienso yo, chico?—. Reidar asintió. Si no podía quitarse la saeta del hueso así mismo ¿Por qué no pedírselo a aquella tipa de orejas largas? Seguro que conocía un hechizo para ayudarle.
Vaas fue el que se aproximó, con una jarra de hidromiel a modo de ofrenda de paz, dejo al lado de la elfa el jarrón y carraspeo. Definitivamente al pobre goblin le estaba costando demasiado aquello y se le notaba en la expresión de su rostro y su manera de sudar, pero su amigo necesitaba una ayuda mágica “extra”. —Disculpe, señorita ¿Es usted una elfa de verdad? Vera, mi amigo tiene una flecha clavada muy profundamente y escuche que los elfos hacían magia de curación, así que pensé… ¿Puede darle una mano?—. Pregunto el goblin, haciendo todo uso de su autocontrol y educación que pocas veces que Reidar había visto.
Por otro lado, el norteño miro a los dueños de la taberna. —Vaas y yo ayudar a limpiar taberna, y pagar daños—. Y dejo sobre la barra donde antes habían estado sentados la bolsita con monedas de oro. No valía la pena ponerse a contarlas, era mejor que les diesen todas y ya. No quedaba otra opción luego de los destrozos.
En la otra punta del salón, escuchaba los insultos de su compañero el goblin y como ahora el muchacho al que le había estado golpeando estaba hecho una bola en el suelo mientras recibía patadas y puñetazos todavía de Vaas; Reidar le hubiese dicho algo de poder, pero era una escena graciosa escuchar el lloriqueo y el llanto del maleante que pedía que por favor parase, a lo que el goblin le daba con más saña si cabía. —¡Eres un niño mal educado y tengo que educarte!—. Contestaba su verde asociado, ajeno por completo a la escena de combate que se había librado y de los cadáveres que estaban regados en la taberna.
Reidar jadeaba mientras intentaba quitarse la flecha del brazo, sin llegar a ver que había alguien que intentaba atacarle, demasiado ocupado como para intentar arrancar la punta que se le había clavado en el hueso aparentemente; Escucho el grito a su lado derecho, y al girar la cabeza lo único que vio y sintió fue la caricia del viento y una flecha que con sus plumas le acariciaba la mejilla apenas haciéndole un corte abajo del ojo. Y luego vio como esa misma flecha se clavaba y pasaba de un lado a otro de la cabeza del bandido. La típica “le entra por una oreja y le sale por la otra” tomaba más sentido con aquel tipo que ahora estaba muerto a sus pies.
A sus pies, estaba la muchacha de cabello rosado que parecía desmayada. “Que puto asco” pensó Reidar, al ver como estaba allí tirada sobre el charco de sangre que ahora se mesclaba con el charco de vomito ¿Por qué se había intentado meter en una pelea si acabaría vomitando? Reidar la empujo un poco con su pie, como para que quede de lado, y de aquella manera no acabase ahogándose con su propio vomito. Lo habría hecho con las manos, pero la derecha no podía moverla y en la izquierda aun sostenía su hacha.
Y muy tranquila vio a la elfa pasar por allí como si aquello fuera un paseo por un parque de atracciones; Parecía ajena por completo a lo que se había desencadenado allí, como si realmente le importara nada ¿Era porque esos hombres eran humanos? ¿Y si fueran elfos? ¿Actuaria de la misma manera? ¿Dispararía sus flechas con tanto desprecio como lo había hecho con esas personas? Estúpido el sentimiento de preocuparse ahora por esas personas, había decapitado a uno de un solo corte y ahora ¿Ahora qué? ¿Se preocupaba por haberlo hecho? Y la maldita flecha seguía sin querer desprenderse de su hombro…
La muchacha de pelo rosado estaba desmayada todavía y definitivamente parecía que no iria a despertarse en un buen rato, así que ¿Por qué no sentarse y relajarse? Quedaban solamente dos de los maleantes, uno de ellos aun siendo castigado por Vaasuk que parecía no querer detenerse. —Vaas déjalo—. Llamo al goblin, que al escuchar como su compañero le hablaba levanto la cabeza y dejo al pobre infeliz marcharse hacia donde estaba su compañero. El pobre tenía toda la cara enrojecida por los golpes y apenas y podía ver, con los ojos tan inflamados por los golpes y ¿Cómo lograba respirar? La nariz había dejado de ser tal y parecía una enorme y regordeta patata.
Entonces su compañero lo atajo por los brazos y lo miro, asustado, pero luego reacciono y lanzo contra la muchacha desmayada su cuchilla y finalmente abrazando a su maltrecho compañero salieron por la misma puerta que habían entrado; Fue Vaasuk quien tiro una mesa contra la joven llamada Merishe, poniendo entre el cuerpo inerte y el cuchillo la madera. No había sido un buen lanzamiento, ya que una de las patas de la mesa le había golpeado en la cabeza a la joven dormida, pero era mejor eso que recibir una cuchillada de lleno en el cuerpo, o al menos asi pensaba Reidar.
Y el norteño tomo asiento y miro a los dueños de la taberna. Les sonrió, como si nada hubiese pasado, y se sirvió más hidromiel en su jarra con total calma. —Muchacho ¿Por qué no te quitaste esa flecha todavía?—. Pregunto el goblin cuando se acercó también a beber algo. —Muy profunda—. Dijo simplemente el norteño, quien estaba despreocupado por completo y miro a la elfa. Se paseó la mano por la barba recortada y dejo que aquel par de gemelos fueran a asistir a su amiga, miro al goblin. —¿Piensas lo mismo que pienso yo, chico?—. Reidar asintió. Si no podía quitarse la saeta del hueso así mismo ¿Por qué no pedírselo a aquella tipa de orejas largas? Seguro que conocía un hechizo para ayudarle.
Vaas fue el que se aproximó, con una jarra de hidromiel a modo de ofrenda de paz, dejo al lado de la elfa el jarrón y carraspeo. Definitivamente al pobre goblin le estaba costando demasiado aquello y se le notaba en la expresión de su rostro y su manera de sudar, pero su amigo necesitaba una ayuda mágica “extra”. —Disculpe, señorita ¿Es usted una elfa de verdad? Vera, mi amigo tiene una flecha clavada muy profundamente y escuche que los elfos hacían magia de curación, así que pensé… ¿Puede darle una mano?—. Pregunto el goblin, haciendo todo uso de su autocontrol y educación que pocas veces que Reidar había visto.
Por otro lado, el norteño miro a los dueños de la taberna. —Vaas y yo ayudar a limpiar taberna, y pagar daños—. Y dejo sobre la barra donde antes habían estado sentados la bolsita con monedas de oro. No valía la pena ponerse a contarlas, era mejor que les diesen todas y ya. No quedaba otra opción luego de los destrozos.
Reidar
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
El panorama era desolador, Patricia y Kraspar se mantenían pegados a la pared mientras sucedían los hechos. Pude ver y notar los ojos de la mesera clavándose en mi, la pena que sentía por mi, por mi situación. Pude ver a la elfa acercarse a mi y mustiar algunas palabras que no reconocí. Los oídos me pitaban, había sido apartada del suelo como un perro, con los pies, por aquel hombre desconocido, había sido empujada y golpeada más veces de las que podía recordar. Jamás me había sentido tan escoria como en ese momento, despojo de la humanidad, basura terrestre. Y entonces, lo vi reflejado en los ojos de Patricia, en el horror de sus ojos estaba mi muerte, o eso creía el destino, hasta que una mesa se interpuso entre aquel cuchillo y yo. Mi último recuerdo de aquel incidente fue aquella pata de la mesa golpeándome en la cabeza, dejándome inconsciente.
-¡Tú! ¡Goblin asqueroso! -Gritó Trae ver cómo aquel intento de salvación había acabado por dejarme inerte en el suelo. -¡Ten más puto cuidado, joder! -Exhortó iracundo y malhumorado, apretando los dientes y los puños.
Trae se llevo la mano al hombro malherido, mientras, su hermano, le dio una palmada en la espalda para tranquilizarlo.
-Trae, ya, relájate. -Le imperó su gemelo mientras se acercaba a aquel cuerpo inerte que algún día fue mio. No pudo evitar una mueca de asco al ver aquella escena de vísceras entre la que había sido sumergida.
Me apartó la maraña de pelo y sangre de la cara, buscando alguna magulladura o herida grave, pero tan solo una brecha cruzaba vertical mi ceja, donde había dado la pata de la mesa.
-Está viva. -Le dijo a su hermano tomándome por debajo de las piernas y de los brazos para poder levantarme del suelo. -Patricia, agua. -El rostro de Drae se tornó serio y severo, enfadado por los hechos.
Patricia asintió y salió de la barra sin decir palabra alguna, sorteando los cadáveres cogió una de las cubetas de agua caliente que se calentaban junto a la chimenea. Trae se sentó en una de las sillas más cercanas a la chimenea, apartando con el pie el cadáver de uno de los hombres con asco. Se llevó la mano al hombro, frío, demasiado frío. Hizo una mueca de desagrado, se rasgó con la otra mano la camisa y allí estaba, una astilla del tamaño de un palillo, de hielo macizo. Lo cogió con la mano, la cual se calentó haciendo uso de su elemento materno, derritiéndola. La sangre comenzó a verterse cuando se deshizo del todo.
Drae por otra parte me dejó sobre una de las mesas de madera con cuidado, me miró detenidamente buscando alguna otra herida, pero toda aquella sangre no era mía. Tomó el barreño que le había acercado Patricia y con un trozo de su propia camisa me limpió la cara.
-¿Podrías prepararle una bañera? -Le preguntó el gemelo a la aún temblorosa Patricia.
-Sí, claro. -Asintió y cabizbaja subió las escaleras.
Kraspar les sirvió a los demás hidromiel, con el pulso firme, pero la sonrisa que le caracterizaba a aquel hombre grande y bonachón se había difuminado hasta disolverse en una mueca de enfado.
-¿Los conocíais? O mejor dicho, ¿Os conocían? -Le preguntó al hombre cuyo nombre era Reidar. -O tú, elfa. -Alzó la cabeza para mirar a la pelirroja.
El enfado de Kraspar era importante, no era el primer incidente que ocurría en el Dragón Alado, pero desde que Drae y Trae acudían allí nada tan sangriento como aquello.
-Meriyé. Despierta. -Me susurraba Drae dándome pequeños bofetones en la cara.
Yo, que había vuelto por unos momentos a mi mundo, con mi familia, con mis amigos y mis libros, volví a aquella pesadilla. Deseé que aquella estampa saliera de mi cabeza, que aquello que sentía en mi espalda fuera el frío del suelo del parque un día de primavera, durmiendo una siesta. Pero no, despegué una de mis manos de la madera pegajosa de aquella mesa, no era capaz de articular ninguna palabra aún. Me incorporé muy lentamente, quedando sentada en la mesa, y repasé uno a uno los cadáveres tendidos en el suelo.
-Anda, sube con Patricia a darte un baño. -Drae me ayudó a bajar de la mesa, me acarició el pelo. Pude ver de nuevo aquellos ojos, y la pena que sentían. -Todo va a ir bien. -Me susurró al oído.
Como si me lo fuera a creer. Patricia bajó las escaleras corriendo agarrándose la falda con una mano, se limpió las manos en el mandil y me tomó por los hombros casi arrastrándome por las escaleras. Podía oler el olor a vainilla del baño que me había preparado.
-Mi pobre chiquilla… -Me dijo frotándome el brazo mientras caminábamos por el pasillo de la posada.
Entramos a un cuarto bajo la atenta mirada de Trae y Drae, donde Patricia se dispuso a ayudarme a darme un baño.
-Esos también eran mercenarios. -Sentenció Trae levantándose de la silla donde se había mantenido hasta el momento. Se levantó y se acercó a la barra esquivando los cadáveres, se llenó la jarra él mismo de hidromiel y se apoyó mirando el espectáculo, aquella elfa apática, la cosa biscosa y el hombre raro.
-Parecían muy interesados en la elfa. -Volvió a sentenciar dando un largo trago a la jarra que sostenía en su mano buena. -La próxima vez que quieras pelea, goblin, haz que salgan fuera primero. -Gritó desde la barra, sin girarse para mirarlo.
Merié Stiffen
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
La estampa que había en la taberna parecía sacada de un campo de batalla. Pero todo había acabado. La elfa limpiaba sus flechas como buenamente podía, tiñendo el agua que había en la cubeta de color rojo, y también manchando sus manos. Eso le estaba resultando asqueroso así que dejó las flechas en la superficie y se fue con el barreño a la calle.
Hacía mucho frío cuando abrió la puerta, parte del agua entró en la posada, pero a ella no le importó. Iba a ser un instante. Volcó el agua ensangrentada y dejó un momento el cubo para que se llenase con el agua de la lluvia. Con los pies empapados, volvió colocarse detrás de la barra a seguir limpiando sus flechas, después de haber cerrado de nuevo la puerta para evitar que el calor de la chimenea se fuera. No hablaba con nadie, sólo oía lo que hablaban sin prestar atención. Pasaba las manos por las varillas de madera y con cuidado trataba de recolocar las plumas de una de ellas. Le daba rabia haber perdido así una de sus flechas, pero si no arreglaba las plumas se quedaría desequilibrada y no podría lanzarla bien.
Se llevaron a la muchacha arriba a tomar un baño. Sin duda le haría falta, estaba muy nerviosa. La elfa siguió a lo suyo, sin prestarles atención hasta que uno de los hombres lanzó una pregunta al norteño y a ella, quien simplemente negó con la cabeza. No los conocía, no se juntaría con brujos y maleantes como esos. Sin importarle mucho lo que siguieran hablando, acabó de limpiar sus flechas. Pero justo al girarse se encontró con el goblin, quien había dejado junto a ella una jarra de hidromiel. Pasó la vista entre el hombrecillo y la bebida, pero sin inmutarse. Lo que Vaasuk quería era ayuda para su amigo. Al instante, la elfa, volteó para ver al hombre que todavía tenía el virote clavado en el hombro. De nuevo, volvió a mirar al goblin.
Sintió la impotencia de no poder usar su poder, que era lo que él pedía, la rabia de que le hubieran quitado algo que era suyo, que se lo hubiesen vetado. Desde que fue desterrada se había notado extraña, no fluía la energía de sus dioses por ella, ni siquiera para curarse a sí misma. Había tenido que recurrir a aceleradores de curación productos de la alquimia, pero aun así no eran tan potentes como lo era su desaparecida habilidad. Otra parte de su raza que le habían robado. Y no quería que lo supieran. –No voy a usar el poder de mis Dioses para sanar a tu amigo. –De nuevo ese tono despectivo y altanero, el que usaba habitualmente, ese modo de hablar que parecía querer alejar de ella a cada persona que le dirigía la palabra. Pero era mejor eso, que se alejaran, a que supieran que su habilidad había sido vetada para ella. Demasiada vergüenza y miedo a las opiniones de los presentes como para admitir que por mucho que lo intentase no lo conseguiría.
Ignorando al goblin y la ofrenda que le había dado, tomó sus flechas y, en silencio, se dirigió a las escaleras. Sólo respondió a uno de los acompañantes de la chica del pelo rosa. –No sé qué les puede interesar de mí. No tengo nada. –Dicho esto, se perdió escaleras arriba.
Ya en la habitación se quitó la capucha que protegía parte de su identidad y se quedó pensando en qué podían haber querido los tipos esos de ella. Tal vez la buscaban por lo que había pasado con la familia de brujos, o… Realmente no se le ocurría nada que pudiera hacer que alguien mostrase interés en atacarla, nada grave, por supuesto.
Tomó su morral y de ahí sacó un pequeño frasquito con una sustancia verdosa, era ligeramente pastosa, y se quedó mirándola un momento. No estaba lleno, había sido usado con anterioridad y era el último frasco que le quedaba. Había preparado unos cuatro o cinco para usarlos en sí misma, pero algo le decía que el norteño lo iba a necesitar más. Ella podría volver a preparar la poción en cuanto saliera de esa maldita ciudad, pero estaba segura que el hombre no tenía ni idea de cómo mezclar tipos de hierba. Dudaba que supiera distinguir una planta venenosa de una que no, así que volvió a bajar con el frasco. Posiblemente sólo pudiera darle un uso, ya que era muy escaso lo que había, pero podía intentarlo. Se dirigió al pasillo y se detuvo un segundo ante el agradable aroma del baño de la muchacha, la pobre debía estar muy asustada y, menos mal, que la tabernera se estaba encargando de ayudarla.
Antes de aparecer por la sala volvió a cubrirse la cabeza hasta tapar parte de su rostro y carraspeó justo cuando cruzó la puerta. –Puedes usar esto. –Dijo sin mencionar a nadie, pero dirigiéndose a Reidar con la mirada. –Y puedo sacarte la flecha.
Sin decir más, cogió un trapo de la cocina y se acercó al hombre. –Esto ayudará a que no se infecte. Mañana… Puedo hacer más. –Dijo dudosa, mostrándole el botecito; no sabía si realmente la entendía. –Siéntate. –Dijo con completa seriedad señalándole una de las mesas que seguían en pie, así podría ver la herida a una altura buena para ella. Sin decir nada, dejó las cosas en la superficie de madera y, con el trapo, fue a por otra de las cubetas de agua que estaban en la chimenea.
Hacía mucho frío cuando abrió la puerta, parte del agua entró en la posada, pero a ella no le importó. Iba a ser un instante. Volcó el agua ensangrentada y dejó un momento el cubo para que se llenase con el agua de la lluvia. Con los pies empapados, volvió colocarse detrás de la barra a seguir limpiando sus flechas, después de haber cerrado de nuevo la puerta para evitar que el calor de la chimenea se fuera. No hablaba con nadie, sólo oía lo que hablaban sin prestar atención. Pasaba las manos por las varillas de madera y con cuidado trataba de recolocar las plumas de una de ellas. Le daba rabia haber perdido así una de sus flechas, pero si no arreglaba las plumas se quedaría desequilibrada y no podría lanzarla bien.
Se llevaron a la muchacha arriba a tomar un baño. Sin duda le haría falta, estaba muy nerviosa. La elfa siguió a lo suyo, sin prestarles atención hasta que uno de los hombres lanzó una pregunta al norteño y a ella, quien simplemente negó con la cabeza. No los conocía, no se juntaría con brujos y maleantes como esos. Sin importarle mucho lo que siguieran hablando, acabó de limpiar sus flechas. Pero justo al girarse se encontró con el goblin, quien había dejado junto a ella una jarra de hidromiel. Pasó la vista entre el hombrecillo y la bebida, pero sin inmutarse. Lo que Vaasuk quería era ayuda para su amigo. Al instante, la elfa, volteó para ver al hombre que todavía tenía el virote clavado en el hombro. De nuevo, volvió a mirar al goblin.
Sintió la impotencia de no poder usar su poder, que era lo que él pedía, la rabia de que le hubieran quitado algo que era suyo, que se lo hubiesen vetado. Desde que fue desterrada se había notado extraña, no fluía la energía de sus dioses por ella, ni siquiera para curarse a sí misma. Había tenido que recurrir a aceleradores de curación productos de la alquimia, pero aun así no eran tan potentes como lo era su desaparecida habilidad. Otra parte de su raza que le habían robado. Y no quería que lo supieran. –No voy a usar el poder de mis Dioses para sanar a tu amigo. –De nuevo ese tono despectivo y altanero, el que usaba habitualmente, ese modo de hablar que parecía querer alejar de ella a cada persona que le dirigía la palabra. Pero era mejor eso, que se alejaran, a que supieran que su habilidad había sido vetada para ella. Demasiada vergüenza y miedo a las opiniones de los presentes como para admitir que por mucho que lo intentase no lo conseguiría.
Ignorando al goblin y la ofrenda que le había dado, tomó sus flechas y, en silencio, se dirigió a las escaleras. Sólo respondió a uno de los acompañantes de la chica del pelo rosa. –No sé qué les puede interesar de mí. No tengo nada. –Dicho esto, se perdió escaleras arriba.
Ya en la habitación se quitó la capucha que protegía parte de su identidad y se quedó pensando en qué podían haber querido los tipos esos de ella. Tal vez la buscaban por lo que había pasado con la familia de brujos, o… Realmente no se le ocurría nada que pudiera hacer que alguien mostrase interés en atacarla, nada grave, por supuesto.
Tomó su morral y de ahí sacó un pequeño frasquito con una sustancia verdosa, era ligeramente pastosa, y se quedó mirándola un momento. No estaba lleno, había sido usado con anterioridad y era el último frasco que le quedaba. Había preparado unos cuatro o cinco para usarlos en sí misma, pero algo le decía que el norteño lo iba a necesitar más. Ella podría volver a preparar la poción en cuanto saliera de esa maldita ciudad, pero estaba segura que el hombre no tenía ni idea de cómo mezclar tipos de hierba. Dudaba que supiera distinguir una planta venenosa de una que no, así que volvió a bajar con el frasco. Posiblemente sólo pudiera darle un uso, ya que era muy escaso lo que había, pero podía intentarlo. Se dirigió al pasillo y se detuvo un segundo ante el agradable aroma del baño de la muchacha, la pobre debía estar muy asustada y, menos mal, que la tabernera se estaba encargando de ayudarla.
Antes de aparecer por la sala volvió a cubrirse la cabeza hasta tapar parte de su rostro y carraspeó justo cuando cruzó la puerta. –Puedes usar esto. –Dijo sin mencionar a nadie, pero dirigiéndose a Reidar con la mirada. –Y puedo sacarte la flecha.
Sin decir más, cogió un trapo de la cocina y se acercó al hombre. –Esto ayudará a que no se infecte. Mañana… Puedo hacer más. –Dijo dudosa, mostrándole el botecito; no sabía si realmente la entendía. –Siéntate. –Dijo con completa seriedad señalándole una de las mesas que seguían en pie, así podría ver la herida a una altura buena para ella. Sin decir nada, dejó las cosas en la superficie de madera y, con el trapo, fue a por otra de las cubetas de agua que estaban en la chimenea.
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Si las miradas pudiesen asesinar a una persona, la de Vaas a la elfa en esos momentos significaba una destripacion lenta, dolorosa. Una destripacion creada a partir de un cuchillo romo y sin filo, de esos que tal vez un niño utilizo para golpear y hacer ruido contra un tenedor o contra una mesa y le fue gastando el acero. El hombre del norte miro a su compañero y vio como la mandíbula del goblin se apretaba y comenzaba a rechinar, casi podía escuchar los dientes apretándose en el interior de la boca de su verde amigo y tuvo que beber de la jarra para ocultar la risa que estaba dándole. El pobre Vaas, intento ser tan educado y así le responden.
El goblin regreso a la barra bufando por la nariz y respirando profundamente, lo que menos necesitaba aquel sitio era una segunda pelea; Además, todavía debían de descansar un momento antes de ponerse a limpiar la sangre y deshacerse de los cadáveres, que seguramente Reidar tendría que prender fuego para poder deshacerse de ellos. —En estos momentos no me hables muchacho, estoy a punto de mandar a la mierda a alguien—. Respondió el goblin bebiéndose la jarra de hidromiel y cerrando los ojos. —Oh, por supuesto que no tienes nada, ni siquiera modales. Ni siquiera educación, tontos elfos buenos para nada que se creen superiores y luego ¿Cómo terminan? Con la cabeza aplastada decorando una piedra—. Comenzó a mascullar el goblin, bebiendo la segunda jarra de bebida y cerrando sus ambarinos ojos para calmarse.
Por otro lado, el norteño continuaba muy divertido con aquella situación y como Vaas perdía fácilmente la paciencia, miro al muchacho que se le había acercado a su lado y aunque no podía mover el brazo derecho, lo coloco sobre la barra y doblo el codo como pudo; Al lado de su brazo herido dejo el hacha de acero ornamentado, quería revisarle el filo, muchas veces cortar hueso, carne, músculos y piel podían provocar cierta pérdida de filo y eso no quería para su hermosa hacha; Reidar bebió otro trago de la bebida mientras pasaba el pulgar del dedo izquierdo por la cabeza del arma.
El guerrero del norte miro al que antes había dado sus reclamos al goblin, tenía que decir algo mientras su compañero no pudiese, porque obviamente estaba comenzando a enfadarse por la situación. Ni siquiera le habían agradecido por cubrir a la chica. —Pedir perdón, por mi compañero. Yo poder haberme puesto en medio de cuchillo, pero mi brazo…—. Y no termino la frase. No la termino porque Vaas bufo molesto y tratando de contener un discurso de los más creativos insultos, y también por que vio como la muchacha de cabello sonrosado subió con la mujer regordeta a darse un baño.
Pero la elfa regreso, y hablo dirigiéndosele, entonces se preguntó ¿Realmente era una elfa? ¿Por qué no podía ser una fulana pirada por lo arcos como los orejas largas? ¿Acaso no podía ser simplemente una tipa de esas que eran cazadoras y que se hacían pasar por elfos solo por problemas de narcisismo?
Dejo de mirar el hacha entonces para mirar a aquella persona que ahora estaba encapuchada y entrecerró los ojos ¿Elfa o no elfa? ¿Quién era realmente? ¿Por qué parecía que de verdad habían ido a por ella? Además, el muchacho no podía reclamarle nada al goblin ya que habían sido los bandidos quienes habían comenzado la pelea. En su mano, Reidar miro el frasco que le habían dado y lo poco que tenía. Hizo una mueca y estuvo a punto de hablar, pero entonces…
—¿En serio? ¡¿Estas hablando malditamente en serio?!—. Vaas había regresado a la carga y esta vez sí estaba enfadado. Tomo el frasco que le había dado y lo poco que tenía y otra vez pareció que sus dientes rechinaban de enojo. —¡Eres una maldita elfa! ¿Verdad? ¡Me cago en todo lo cagable y vuelvo a cagarme en lo que ya me cague! ¿No eres una elfa? ¿No tienen una estúpida ley elfica ustedes de que deben de sanar a los heridos? ¿Y pretende sacarle una flecha que se le ha clavado en el hueso a mi chico?—. El goblin tomo aire, obviamente continuaría insultando a la muchacha, así que Reidar intento calmarlo poniéndole su mano en el hombro a su socio. —Vaas, calmarte. Veremos medico real en alguna ciudad—.
Pero pareció que nada de eso le haría calmarse, su amigo estaba enfadado. No solo porque no le habían agradecido que le salvo la vida a la muchacha de pelo rosado, sino que incluso le culpaban de haber sido el quien comenzó una pelea. —¡Dejame que le aclare unas cositas a esta niña que va por ahí de misteriosa! Escúcheme, señorita que supuestamente es una elfa…—. Contesto el goblin, quitándose la mano de su amigo del hombro y apuntando con el dedo a la muchacha. Era graciosa la diferencia de alturas, por más que la criatura estuviese erguida por completo, seguía siendo bien baja frente a la muchacha. —¿Qué eres? ¿Una loca enamorada de los elfos? ¿Una elfofilica? ¿Qué diantres es eso de que no puedes usar el don de tus putos dioses en mi muchacho? Por si no te enteras, recibió esa flecha por ti ¡Lo mínimo que puedes darle en retribución es tu maldita magia magia! ¡No un jodido frasco con absolutamente nada de medicina!—. El goblin respiro profundo. Reidar termino su jarra de hidromiel y con la mirada intento disculparse de la supuesta elfa, esperando que aquello no comenzara una segunda pelea. Ya le costaría mucho limpiar con un brazo todos los cadáveres que habían allí, no quería que hubiese uno más.
El goblin regreso a la barra bufando por la nariz y respirando profundamente, lo que menos necesitaba aquel sitio era una segunda pelea; Además, todavía debían de descansar un momento antes de ponerse a limpiar la sangre y deshacerse de los cadáveres, que seguramente Reidar tendría que prender fuego para poder deshacerse de ellos. —En estos momentos no me hables muchacho, estoy a punto de mandar a la mierda a alguien—. Respondió el goblin bebiéndose la jarra de hidromiel y cerrando los ojos. —Oh, por supuesto que no tienes nada, ni siquiera modales. Ni siquiera educación, tontos elfos buenos para nada que se creen superiores y luego ¿Cómo terminan? Con la cabeza aplastada decorando una piedra—. Comenzó a mascullar el goblin, bebiendo la segunda jarra de bebida y cerrando sus ambarinos ojos para calmarse.
Por otro lado, el norteño continuaba muy divertido con aquella situación y como Vaas perdía fácilmente la paciencia, miro al muchacho que se le había acercado a su lado y aunque no podía mover el brazo derecho, lo coloco sobre la barra y doblo el codo como pudo; Al lado de su brazo herido dejo el hacha de acero ornamentado, quería revisarle el filo, muchas veces cortar hueso, carne, músculos y piel podían provocar cierta pérdida de filo y eso no quería para su hermosa hacha; Reidar bebió otro trago de la bebida mientras pasaba el pulgar del dedo izquierdo por la cabeza del arma.
El guerrero del norte miro al que antes había dado sus reclamos al goblin, tenía que decir algo mientras su compañero no pudiese, porque obviamente estaba comenzando a enfadarse por la situación. Ni siquiera le habían agradecido por cubrir a la chica. —Pedir perdón, por mi compañero. Yo poder haberme puesto en medio de cuchillo, pero mi brazo…—. Y no termino la frase. No la termino porque Vaas bufo molesto y tratando de contener un discurso de los más creativos insultos, y también por que vio como la muchacha de cabello sonrosado subió con la mujer regordeta a darse un baño.
Pero la elfa regreso, y hablo dirigiéndosele, entonces se preguntó ¿Realmente era una elfa? ¿Por qué no podía ser una fulana pirada por lo arcos como los orejas largas? ¿Acaso no podía ser simplemente una tipa de esas que eran cazadoras y que se hacían pasar por elfos solo por problemas de narcisismo?
Dejo de mirar el hacha entonces para mirar a aquella persona que ahora estaba encapuchada y entrecerró los ojos ¿Elfa o no elfa? ¿Quién era realmente? ¿Por qué parecía que de verdad habían ido a por ella? Además, el muchacho no podía reclamarle nada al goblin ya que habían sido los bandidos quienes habían comenzado la pelea. En su mano, Reidar miro el frasco que le habían dado y lo poco que tenía. Hizo una mueca y estuvo a punto de hablar, pero entonces…
—¿En serio? ¡¿Estas hablando malditamente en serio?!—. Vaas había regresado a la carga y esta vez sí estaba enfadado. Tomo el frasco que le había dado y lo poco que tenía y otra vez pareció que sus dientes rechinaban de enojo. —¡Eres una maldita elfa! ¿Verdad? ¡Me cago en todo lo cagable y vuelvo a cagarme en lo que ya me cague! ¿No eres una elfa? ¿No tienen una estúpida ley elfica ustedes de que deben de sanar a los heridos? ¿Y pretende sacarle una flecha que se le ha clavado en el hueso a mi chico?—. El goblin tomo aire, obviamente continuaría insultando a la muchacha, así que Reidar intento calmarlo poniéndole su mano en el hombro a su socio. —Vaas, calmarte. Veremos medico real en alguna ciudad—.
Pero pareció que nada de eso le haría calmarse, su amigo estaba enfadado. No solo porque no le habían agradecido que le salvo la vida a la muchacha de pelo rosado, sino que incluso le culpaban de haber sido el quien comenzó una pelea. —¡Dejame que le aclare unas cositas a esta niña que va por ahí de misteriosa! Escúcheme, señorita que supuestamente es una elfa…—. Contesto el goblin, quitándose la mano de su amigo del hombro y apuntando con el dedo a la muchacha. Era graciosa la diferencia de alturas, por más que la criatura estuviese erguida por completo, seguía siendo bien baja frente a la muchacha. —¿Qué eres? ¿Una loca enamorada de los elfos? ¿Una elfofilica? ¿Qué diantres es eso de que no puedes usar el don de tus putos dioses en mi muchacho? Por si no te enteras, recibió esa flecha por ti ¡Lo mínimo que puedes darle en retribución es tu maldita magia magia! ¡No un jodido frasco con absolutamente nada de medicina!—. El goblin respiro profundo. Reidar termino su jarra de hidromiel y con la mirada intento disculparse de la supuesta elfa, esperando que aquello no comenzara una segunda pelea. Ya le costaría mucho limpiar con un brazo todos los cadáveres que habían allí, no quería que hubiese uno más.
Reidar
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Todo me daba vueltas, Patricia me dejó sentada sobre la cama, yo seguía en shock por todo lo acontecido, me balanceaba suavemente sobre mis rodillas, intentando comprender y asimilar todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Aquella carnicería que había presenciado era el día a día de Trae y Drae, y de muchas personas de aquel mundo que mataban con el fin de sobrevivir, y yo no era consciente de aquello, de la realidad que ahora me tocaba vivir. Alcé la vista y vi como Patricia calentaba como una loca agua en un barreño y lo echaba a una bañera de madera, la cual tenía algunas fugas y el agua que echaba se escapaba con un leve silbido por una de las rendijas. El vapor empapó las sábanas y las cortinas, creando un ambiente cargado.
Me despojé de mis ropas, todas ellas prestadas por la misma Patricia que ahora me estaba esperando arrodillada junto a la bañera, comprobando la temperatura del agua como si fuera la madre de aquella hija pequeña que ellos jamás pudieron tener, con un gesto maternal alzó el brazo para cogerme la mano y ayudarme a entrar en el barreño. El agua que ahora hervía sobre mis muslos poco a poco se fue templando con mi cuerpo. Sobresalió el agua de los límites de aquella rústica bañera, mojando el mandil blanco amarillento que portaba Patricia atado a la cintura. Aquello no pareció importarle a la mesonera, quien manteniendo aquel gesto maternal, froto con una esponja de mar mi espalda, quitando las manchas de sangre. Cerré los ojos, juntando mi cabeza con las rodillas, disfrutando de aquel momento de suma paz y tranquilidad que daba el silbido del agua, el notar una mano amiga ayudándome y el chisporroteo de las llamas de la chimenea a nuestro lado.
-Mi pobre niña… -Decía una y otra vez la amable mujer mientras me lavaba el pelo con jabón de lavanda.
Me enjuagué la cara varias veces, quitando los restos de sangre de mi rostro, que ya secos dibujaban salpicaduras sobre mi frente y nariz. Por un momento, en aquella agua turbia vi mi rostro, que en nada se parecía al que yo recordaba meses atrás. Suspiré, tragando todo el vaho de la habitación, como si de una medicina mágica se tratase. Me di un bofetón, no muy fuerte pero repentino.
-Despierta. -Me dije a mi misma en mi lengua materna, esperando que el mundo volviera a su velocidad y a su ritmo constante de antes. Como si todo aquello pudiera borrarse de mi mente a golpes.
Patricia negó con la cabeza y cuando iba a propinarme una segunda bofetada, me cogió la mano y la lavó con dulzura con la esponja, mientras tarareaba una canción de cuna.
-Hay cosas que nunca se superan, niña, tan solo puedes asumirlas. -Dijo tras hacer una pausa en su tarareo, y escurrió la esponja en el agua para luego lavarme la cara con ella.
Abajo, en la taberna, Trae y Drae continuaban abajo. Kraspar miraba receloso a aquellos que habían irrumpido en la paz de la taberna y ahora se encontraban montando otro numerito, como si aquel espectáculo no hubiera sido suficiente. Drae le dio un buen sorbo a su jarra de cerveza y la dejó en la misma mesa donde su hermano, sentado con el brazo en cabestrillo, miraba absorto la chimenea con su jarra apoyada en los labios.
-¿Estás bien? -Le preguntó al gemelo herido, poniéndole la mano sobre el hombro bueno.
Trae no articuló palabra alguna, ignorando todo el ruido que hacían aquellos que se habían calificado anteriormente como mercenarios y la arquera, asintió rotundo y Drae se dio la vuelta hacia la barra. Ignorando también la discusión, tomó uno de los cuchillos de la cocina de Kraspar, el más grande, el de despiezar gallinas, lo afiló un par de veces en la piedra de afilar. En la otra mano cogió una cubeta.
-Podríais dejar de discutir y ayudar antes de que esto empiece a oler. -Dijo cuando pasó por el lado de la elfa, sin girarse a mirarlos.
Se arrodilló en el suelo junto al cadáver más cercano, el cual tenía un agujero importante en una de las cuencas de los ojos. Le cogió el antebrazo, separándolo del cuerpo y alzó el cuchillo, para luego dejarlo caer sobre la junta entre el torso y el brazo; un golpe seco y fuerte bastó para que el dragón se quedara con el brazo del individuo en la mano, el cual tiró al cubo como si de basura se tratase. Luego hizo lo mismo con la cabeza y con el otro brazo.
Me despojé de mis ropas, todas ellas prestadas por la misma Patricia que ahora me estaba esperando arrodillada junto a la bañera, comprobando la temperatura del agua como si fuera la madre de aquella hija pequeña que ellos jamás pudieron tener, con un gesto maternal alzó el brazo para cogerme la mano y ayudarme a entrar en el barreño. El agua que ahora hervía sobre mis muslos poco a poco se fue templando con mi cuerpo. Sobresalió el agua de los límites de aquella rústica bañera, mojando el mandil blanco amarillento que portaba Patricia atado a la cintura. Aquello no pareció importarle a la mesonera, quien manteniendo aquel gesto maternal, froto con una esponja de mar mi espalda, quitando las manchas de sangre. Cerré los ojos, juntando mi cabeza con las rodillas, disfrutando de aquel momento de suma paz y tranquilidad que daba el silbido del agua, el notar una mano amiga ayudándome y el chisporroteo de las llamas de la chimenea a nuestro lado.
-Mi pobre niña… -Decía una y otra vez la amable mujer mientras me lavaba el pelo con jabón de lavanda.
Me enjuagué la cara varias veces, quitando los restos de sangre de mi rostro, que ya secos dibujaban salpicaduras sobre mi frente y nariz. Por un momento, en aquella agua turbia vi mi rostro, que en nada se parecía al que yo recordaba meses atrás. Suspiré, tragando todo el vaho de la habitación, como si de una medicina mágica se tratase. Me di un bofetón, no muy fuerte pero repentino.
-Despierta. -Me dije a mi misma en mi lengua materna, esperando que el mundo volviera a su velocidad y a su ritmo constante de antes. Como si todo aquello pudiera borrarse de mi mente a golpes.
Patricia negó con la cabeza y cuando iba a propinarme una segunda bofetada, me cogió la mano y la lavó con dulzura con la esponja, mientras tarareaba una canción de cuna.
-Hay cosas que nunca se superan, niña, tan solo puedes asumirlas. -Dijo tras hacer una pausa en su tarareo, y escurrió la esponja en el agua para luego lavarme la cara con ella.
Abajo, en la taberna, Trae y Drae continuaban abajo. Kraspar miraba receloso a aquellos que habían irrumpido en la paz de la taberna y ahora se encontraban montando otro numerito, como si aquel espectáculo no hubiera sido suficiente. Drae le dio un buen sorbo a su jarra de cerveza y la dejó en la misma mesa donde su hermano, sentado con el brazo en cabestrillo, miraba absorto la chimenea con su jarra apoyada en los labios.
-¿Estás bien? -Le preguntó al gemelo herido, poniéndole la mano sobre el hombro bueno.
Trae no articuló palabra alguna, ignorando todo el ruido que hacían aquellos que se habían calificado anteriormente como mercenarios y la arquera, asintió rotundo y Drae se dio la vuelta hacia la barra. Ignorando también la discusión, tomó uno de los cuchillos de la cocina de Kraspar, el más grande, el de despiezar gallinas, lo afiló un par de veces en la piedra de afilar. En la otra mano cogió una cubeta.
-Podríais dejar de discutir y ayudar antes de que esto empiece a oler. -Dijo cuando pasó por el lado de la elfa, sin girarse a mirarlos.
Se arrodilló en el suelo junto al cadáver más cercano, el cual tenía un agujero importante en una de las cuencas de los ojos. Le cogió el antebrazo, separándolo del cuerpo y alzó el cuchillo, para luego dejarlo caer sobre la junta entre el torso y el brazo; un golpe seco y fuerte bastó para que el dragón se quedara con el brazo del individuo en la mano, el cual tiró al cubo como si de basura se tratase. Luego hizo lo mismo con la cabeza y con el otro brazo.
Merié Stiffen
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Helyare lo había intentado, se sentía agobiada al ver al goblin tan enfadado. Miró a los lados y vio a los que acompañaban a la pelirrosa también heridos, Reidar seguía con la flecha clavada y el resto de cadáveres adornaban el suelo. La sangre llenaba el lugar, hacía que el suelo quedase pegajoso y diera un ligero olor a hierro, o a carnicería. No era agradable para ella pero había visto ya muchas desgracias como para inmutarse por la pérdida de miserables vidas humanas que habían tratado de hacerles daño.
No era la más amistosa del mundo, eso se notaba a la legua, pero habían luchado a su lado y, de poder, no le hubiera importado usar su don para tratar las heridas de los hombres que estaban ahí con ella, pero no podía. Se sentía mal, vulnerable, inútil, pero era mejor ser borde y apartarlos, tratar de que no pidieran su ayuda, antes que decirles que no podía hacer uso de una habilidad propia de su raza. ¿Cómo explicaba eso? “No puedo usar mi magia porque soy una dhaerow”. Ni hablar. No podía venderse así, era demasiado ridículo, sentía asco de sí misma al pensarlo.
La rasposa voz del goblin se clavaba en su tímpano y lo odiaba. Estaba gritándole como un desquiciado y la estaba poniendo bastante nerviosa. Le daban ganas de gritar a Vaasuk que no podía hacerlo e irse. Pero mantuvo la compostura a pesar de que el tipo dudase de si pertenecía a la raza élfica o no.
Ella había ido a por un cubo y al volver se encontró con el chaparrón de voces que le propinaba el goblin. Pensó en golpearlo, también, pero igual que eso de gritar, lo descartó. Se sentía presionada, agobiada, con ganas de salir corriendo del lugar a pesar de la lluvia. Cualquier cosa con tal de no dejar en evidencia que no podía usar la magia que le habían concedido sus ancestros.
“dhaerow, guinethuvalyë atana, úalcar…”
Esas palabras resonaban en su mente como si todavía se las estuvieran diciendo. Se lo había escuchado a uno de los guardias que estaba con ella en aquel lugar tan hostil de Sandorai. No había sido oficial, él lo había musitado con algunas risitas graciosas, como si lo que estaban haciendo con ella fuese divertido. La elfa aún sentía la sangre caer sobre la hierba y teñirla de rojo. Lo que buscaban era eso, arrebatarle su identidad élfica. Y las habilidades curativas entraban en esa identidad que trataron de borrar. Por mucho que ella lo intentaba, lo había probado en innumerables ocasiones, y no lo había conseguido. Ni siquiera para ella misma, todavía tenía la herida a medio cerrar. Ni siquiera con ella funcionaba su don.
Las palabras del maldito goblin la estaban poniendo excesivamente nerviosa, se sentía atrapada al no poder salir corriendo, no quería dejar sus cosas en esa taberna. Pero se mantenía firme, sin decir nada a lo que ese ser gritaba. ¿Qué no era elfa? ¡Por supuesto que sí! Pero… Diferente. Sin su don, sin poder vivir en el bosque, pero… Lo era. Eso se le clavaba como un puñal cada vez que lo escuchaba. ¿Acaso no lo era? Claro que sí, era una hija de Sandorai. –No blasfemes. –Le dijo refiriéndose al uso de la palabra malsonante delante de “dioses”. –Y este frasco tiene un remedio que le puede venir bien a tu amigo.
No era gran cosa, quedaba muy poco y no podía preparar más. Lo único que podía hacer era limpiar la herida e intentar que pudiera hacer efecto la pócima que había hecho. No hablaba apenas, sólo volvió a inmutarse cuando vio a uno de los que acompañaban a la muchacha del extraño pelo pasó a su lado y empezó a trocear a uno de los cadáveres. Le dieron ganas de acercarse y quitarle el cuchillo. ¿Mutilar a alguien después de muerto? Eso ya le parecía una atrocidad. Los cuerpos inertes de los villanos ya no oponían resistencia alguna, eso le parecía una salvajada. Si aún pudieran defenderse… Pero así, ser troceados como si fueran comida, le pareció mal. –Podríamos enterrarlos…
Quiso proponer, avanzando unos pasos e ignorando al goblin, que no parecía querer callarse. Enterrarlos era una buena forma de dar a la naturaleza las vidas que habían sido arrebatadas, de darles un sentido correcto a sus muertes, de hacer que redimieran sus pecados. –Excepto a la bruja. Ella es mejor que sea incinerada.
Los Eytherzair tenían la creencia de que los brujos no aportaban nada a la naturaleza, su magia era maldita, por lo que si enterraban a uno de ellos, lo que aportaría sería maligno. Y de esa carne nacerían los venenos, las plantas dañinas. Por tanto era mejor que no tuviese contacto con la naturaleza. Los brujos no podían formar parte del ciclo vital.
El goblin estaba al lado de ella, pero no quería hacerle caso, no quería escuchar lo que tenía que decir, ni sus improperios. Quería huir, o simplemente poder decirle que sí, que iba a ayudar a su amigo si se callaba. Pero no podía. Era falso.
Se llevó la mano a la boca cuando vio que el hombre despedazaba más partes del cuerpo de uno de los maleantes y después se giró para no verlo, quedando frente a Reidar y, con el cubo en la mano libre, lo dejó donde estaba el norteño. Seguía ignorando al amigo verde de ese hombre, lo único que podía ofrecerle era su ayuda a la antigua usanza, nada de dones ni magia. Sólo miró al chico, a ver qué era lo que él decidía.
No era la más amistosa del mundo, eso se notaba a la legua, pero habían luchado a su lado y, de poder, no le hubiera importado usar su don para tratar las heridas de los hombres que estaban ahí con ella, pero no podía. Se sentía mal, vulnerable, inútil, pero era mejor ser borde y apartarlos, tratar de que no pidieran su ayuda, antes que decirles que no podía hacer uso de una habilidad propia de su raza. ¿Cómo explicaba eso? “No puedo usar mi magia porque soy una dhaerow”. Ni hablar. No podía venderse así, era demasiado ridículo, sentía asco de sí misma al pensarlo.
La rasposa voz del goblin se clavaba en su tímpano y lo odiaba. Estaba gritándole como un desquiciado y la estaba poniendo bastante nerviosa. Le daban ganas de gritar a Vaasuk que no podía hacerlo e irse. Pero mantuvo la compostura a pesar de que el tipo dudase de si pertenecía a la raza élfica o no.
Ella había ido a por un cubo y al volver se encontró con el chaparrón de voces que le propinaba el goblin. Pensó en golpearlo, también, pero igual que eso de gritar, lo descartó. Se sentía presionada, agobiada, con ganas de salir corriendo del lugar a pesar de la lluvia. Cualquier cosa con tal de no dejar en evidencia que no podía usar la magia que le habían concedido sus ancestros.
“dhaerow, guinethuvalyë atana, úalcar…”
Esas palabras resonaban en su mente como si todavía se las estuvieran diciendo. Se lo había escuchado a uno de los guardias que estaba con ella en aquel lugar tan hostil de Sandorai. No había sido oficial, él lo había musitado con algunas risitas graciosas, como si lo que estaban haciendo con ella fuese divertido. La elfa aún sentía la sangre caer sobre la hierba y teñirla de rojo. Lo que buscaban era eso, arrebatarle su identidad élfica. Y las habilidades curativas entraban en esa identidad que trataron de borrar. Por mucho que ella lo intentaba, lo había probado en innumerables ocasiones, y no lo había conseguido. Ni siquiera para ella misma, todavía tenía la herida a medio cerrar. Ni siquiera con ella funcionaba su don.
Las palabras del maldito goblin la estaban poniendo excesivamente nerviosa, se sentía atrapada al no poder salir corriendo, no quería dejar sus cosas en esa taberna. Pero se mantenía firme, sin decir nada a lo que ese ser gritaba. ¿Qué no era elfa? ¡Por supuesto que sí! Pero… Diferente. Sin su don, sin poder vivir en el bosque, pero… Lo era. Eso se le clavaba como un puñal cada vez que lo escuchaba. ¿Acaso no lo era? Claro que sí, era una hija de Sandorai. –No blasfemes. –Le dijo refiriéndose al uso de la palabra malsonante delante de “dioses”. –Y este frasco tiene un remedio que le puede venir bien a tu amigo.
No era gran cosa, quedaba muy poco y no podía preparar más. Lo único que podía hacer era limpiar la herida e intentar que pudiera hacer efecto la pócima que había hecho. No hablaba apenas, sólo volvió a inmutarse cuando vio a uno de los que acompañaban a la muchacha del extraño pelo pasó a su lado y empezó a trocear a uno de los cadáveres. Le dieron ganas de acercarse y quitarle el cuchillo. ¿Mutilar a alguien después de muerto? Eso ya le parecía una atrocidad. Los cuerpos inertes de los villanos ya no oponían resistencia alguna, eso le parecía una salvajada. Si aún pudieran defenderse… Pero así, ser troceados como si fueran comida, le pareció mal. –Podríamos enterrarlos…
Quiso proponer, avanzando unos pasos e ignorando al goblin, que no parecía querer callarse. Enterrarlos era una buena forma de dar a la naturaleza las vidas que habían sido arrebatadas, de darles un sentido correcto a sus muertes, de hacer que redimieran sus pecados. –Excepto a la bruja. Ella es mejor que sea incinerada.
Los Eytherzair tenían la creencia de que los brujos no aportaban nada a la naturaleza, su magia era maldita, por lo que si enterraban a uno de ellos, lo que aportaría sería maligno. Y de esa carne nacerían los venenos, las plantas dañinas. Por tanto era mejor que no tuviese contacto con la naturaleza. Los brujos no podían formar parte del ciclo vital.
El goblin estaba al lado de ella, pero no quería hacerle caso, no quería escuchar lo que tenía que decir, ni sus improperios. Quería huir, o simplemente poder decirle que sí, que iba a ayudar a su amigo si se callaba. Pero no podía. Era falso.
Se llevó la mano a la boca cuando vio que el hombre despedazaba más partes del cuerpo de uno de los maleantes y después se giró para no verlo, quedando frente a Reidar y, con el cubo en la mano libre, lo dejó donde estaba el norteño. Seguía ignorando al amigo verde de ese hombre, lo único que podía ofrecerle era su ayuda a la antigua usanza, nada de dones ni magia. Sólo miró al chico, a ver qué era lo que él decidía.
- Anotación:
- dhaerow, guinethuvalyë atana, úalcar…: Traidora, vivirás como un humano, sin gloria...
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
—¡Que no blasfeme! ¡Que no blasfeme, me dices! ¡¿Quién mierda te crees que eres para decirme lo que puedo o no hacer, maldita y estúpida pirada por los elfos! ¡Blasfemare lo que yo quiera y cuando quiera y donde quiera!—. La gritonearía del goblin era lo único que se escuchaba en aquella taberna, a Reidar comenzaba dolerle la cabeza pero más que nada era provocado por el cansancio y probablemente por algún resfriado que los gritos de su socio verde. —¡Me cago en los putos dioses de los elfos, niña! ¡Y en todos los otros dioses! ¡Ah! Esperen un momento…esperen un momento—. La mirada del goblin era bien de malicia pura en esos momentos. Y entonces, hizo algo que hasta al propio nórdico le sorprendió.
A pesar de su edad, Vaasuk era lo suficientemente ágil y escurridizo como si fuera un jovenzuelo de pequeña edad y allí quedo demostrado en ese momento; No le importaba que la elfa estuviera hablando poco o simplemente nada, solamente estaba allí parada y era para los ojos ambarinos del goblin un blanco perfecto. Vaasuk era atrevido, de eso no había ninguna duda, y sobre todo un cabron con ganas…aunque tal vez, arrebatarle la capucha a la muchacha al descubierto era demasiado.
En la taberna solo había un largo y frio momento de silencio e incomodidad; Por un lado, los gemelos seguían a su propio asunto mirando a los otros dos forasteros, cambiando las miradas entre el goblin y la otra chica que supuestamente era una elfa, pero lo único que el norteño quería realmente era volver al camino.
Reidar simplemente se levantó, habiendo terminado de beber su jarra de hidromiel y se estiro para tronarse los huesos y mirar desde su altura a las personas allí reunidas. Eructo, como era normal, palmeándose el pecho y luego se paseó la mano disponible por la barba y miro a su alrededor el lugar pensando primero por donde comenzar a reparar todo el desastre. —Tu, juntar armas. No negarte—. Ordeno al muchacho que estaba comenzando a destazar a los cuerpos. Lo que menos hacía falta en esos momentos era que hubiera algún loco que se las hiciera de carnicero y eso era lo que menos le gustaba al norteño.
Lo siguiente que hizo fue caminar tranquilamente por la habitación, con el brazo herido pegado al cuerpo y sin moverlo; La punta de la saeta le sobresalía del jubón de cuero y de la ropa que llevaba puesto, estaba enterrada profundamente en la carne y el cosquilleo que sentía en sus dedos y en la piel solo le indicaban que obviamente había llegado al hueso la punta. —Vaasuk, buscar pico y pala, tú acompañarnos—. Fue en dirección al primer cuerpo, al que estaba decapitado, y lo tomo del pliegue del pantalón y comenzó a arrastrarlo hasta donde estaba el otro cuerpo que comenzaba a ser despedazado.
Pero la risa de Vaas luego de mirarle las orejas a la elfa había sido suficiente. El goblin estaba sentado en el suelo señalando a la elfa, mirándole la cabeza, y riéndose a carcajadas por cómo estaba la pobre muchacha. —¡Ahora lo entiendo todo! ¡Ahora sé que eres! ¡Eres una de esas meretrices que se operan las orejas por que han escuchado que las prostitutas de orejas largas ganan más dinero!—. Mas carcajadas de parte del goblin hasta que Reidar le tiro un vaso para que se levante, lo cual hizo a regañadientes, pero sin dejar de reírse.
—Oh muchacha, lo siento mucho, es que te han operado demasiado bien y cualquiera se confundiría con que eres una elfa ¡Pero no lo eres! Evidentemente, alguien se dio cuenta de que no eras más que una farsante y entonces ¡Jah! Menudo desastre te han hecho, lo siento muchacha, toma…ve a comprarte una peluca y piérdete—. Del monedero que llevaba guardado en uno de esos bolsillos que el goblin tenía saco una moneda de oro. Una única moneda de oro, brillante, redonda, bien sonante, y la arrojo a la muchacha sin dejar de reírse y mirando el desastre como había hecho su compañero y pensando por donde comenzaría a trabajar para arreglar la taberna y el destrozo que habían hecho. —Ahora entiendo por qué no te puede sacar la flecha, es una tipa con orejas operadas, que raro que no has podido oler, Reidar—. Comento en voz baja, mirando como el norteño movía fácilmente los cadáveres con un solo brazo.
A pesar de su edad, Vaasuk era lo suficientemente ágil y escurridizo como si fuera un jovenzuelo de pequeña edad y allí quedo demostrado en ese momento; No le importaba que la elfa estuviera hablando poco o simplemente nada, solamente estaba allí parada y era para los ojos ambarinos del goblin un blanco perfecto. Vaasuk era atrevido, de eso no había ninguna duda, y sobre todo un cabron con ganas…aunque tal vez, arrebatarle la capucha a la muchacha al descubierto era demasiado.
En la taberna solo había un largo y frio momento de silencio e incomodidad; Por un lado, los gemelos seguían a su propio asunto mirando a los otros dos forasteros, cambiando las miradas entre el goblin y la otra chica que supuestamente era una elfa, pero lo único que el norteño quería realmente era volver al camino.
Reidar simplemente se levantó, habiendo terminado de beber su jarra de hidromiel y se estiro para tronarse los huesos y mirar desde su altura a las personas allí reunidas. Eructo, como era normal, palmeándose el pecho y luego se paseó la mano disponible por la barba y miro a su alrededor el lugar pensando primero por donde comenzar a reparar todo el desastre. —Tu, juntar armas. No negarte—. Ordeno al muchacho que estaba comenzando a destazar a los cuerpos. Lo que menos hacía falta en esos momentos era que hubiera algún loco que se las hiciera de carnicero y eso era lo que menos le gustaba al norteño.
Lo siguiente que hizo fue caminar tranquilamente por la habitación, con el brazo herido pegado al cuerpo y sin moverlo; La punta de la saeta le sobresalía del jubón de cuero y de la ropa que llevaba puesto, estaba enterrada profundamente en la carne y el cosquilleo que sentía en sus dedos y en la piel solo le indicaban que obviamente había llegado al hueso la punta. —Vaasuk, buscar pico y pala, tú acompañarnos—. Fue en dirección al primer cuerpo, al que estaba decapitado, y lo tomo del pliegue del pantalón y comenzó a arrastrarlo hasta donde estaba el otro cuerpo que comenzaba a ser despedazado.
Pero la risa de Vaas luego de mirarle las orejas a la elfa había sido suficiente. El goblin estaba sentado en el suelo señalando a la elfa, mirándole la cabeza, y riéndose a carcajadas por cómo estaba la pobre muchacha. —¡Ahora lo entiendo todo! ¡Ahora sé que eres! ¡Eres una de esas meretrices que se operan las orejas por que han escuchado que las prostitutas de orejas largas ganan más dinero!—. Mas carcajadas de parte del goblin hasta que Reidar le tiro un vaso para que se levante, lo cual hizo a regañadientes, pero sin dejar de reírse.
—Oh muchacha, lo siento mucho, es que te han operado demasiado bien y cualquiera se confundiría con que eres una elfa ¡Pero no lo eres! Evidentemente, alguien se dio cuenta de que no eras más que una farsante y entonces ¡Jah! Menudo desastre te han hecho, lo siento muchacha, toma…ve a comprarte una peluca y piérdete—. Del monedero que llevaba guardado en uno de esos bolsillos que el goblin tenía saco una moneda de oro. Una única moneda de oro, brillante, redonda, bien sonante, y la arrojo a la muchacha sin dejar de reírse y mirando el desastre como había hecho su compañero y pensando por donde comenzaría a trabajar para arreglar la taberna y el destrozo que habían hecho. —Ahora entiendo por qué no te puede sacar la flecha, es una tipa con orejas operadas, que raro que no has podido oler, Reidar—. Comento en voz baja, mirando como el norteño movía fácilmente los cadáveres con un solo brazo.
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Arriba, la lluvia golpeaba las ventanas del cuarto sin tregua, una bocanada de aire abrió la ventana de un golpe, el fuego de la chimenea hizo un amago de apagarse, pero Patricia, maldiciendo por lo bajo, se levantó con cuidado de no resbalar en el suelo mojado y corrió hacia la ventana, que daba golpes contra las cortinas naranjas del habitáculo. Pero en vez de cerrarla, Patricia se quedó mirando al cielo mientras un manto blanco cubría el trozo de suelo que colindaba con la ventana.
-¡Es nieve, niña! -La mesonera se giró para anunciarme la nevada.
Sonreí desde la bañera, el frío que entraba de la ventana me erizó cada centímetro de la piel, un frío seco que me golpeó suavemente las mejillas sonrosadas por el vaho del agua caliente. Patricia cerró corriendo la ventana al verme frotar los brazos con esmero para no enfriarme. Cogió una toalla que había preparado encima de la cama y la extendió para arroparme, yo me levanté con cuidado, las piernas ya me respondían pero el suelo de madera resbalaba. Me apoyé en el brazo que me tendía la servicial Patricia, que enseguida me cubrió por los hombros con la toalla. Extendió una algo más pequeña y me la puso por la cabeza, frotándome el pelo con suavidad.
Abajo, el panorama era desolador, aquel hombre cuyo nombre era Reidar se paseaba por la taberna con la flecha clavada en el hombro, mientras Drae metía los trozos de aquel hombre en los cubos. Por alguna razón la elfa había dicho de enterrarlos, pero la gente así no merecía un entierro, y Drae eso lo sabía muy bien, quizá ni él se mereciera en un futuro un entierro digno de su especie. Ignoró a la elfa, pero el otro humano insistió. Lo miró arrastrar otro de los cuerpos y negó con la cabeza.
-Con el torso hacer lo que queráis, las cabezas y las extremidades me las llevo. Sé de un mercado que me darán dinero suficiente para pagar los destrozos. -Dijo el gemelo limpiándose las manos de sangre en la ropa y apartando el cubo.
Miró al goblin, que seguía chillándole a la elfa, se estaba pasando, y a Drae aquello no le hacía ninguna gracia, aunque no lo demostraba también sentía curiosidad por aquella invitada que había aparecido en la escena, y que al parecer parecía bastante nerviosa por la reacción del goblin, no era de extrañar pues la sarta de improperios que soltaba por aquella rendija que podríamos llamar boca, no eran precisamente elogios.
Trae, desde su posición, miró a su hermano y negó con la cabeza frunciendo fuerte el ceño, sabía perfectamente lo que estaba pensando su hermano y él esta vez no le apoyaría. Así que se giró de nuevo, se llevó la jarra a los labios y mustió:
-Haz lo que quieras. -Cerró los ojos y dio un buen sorbo a su jarra de cerveza.
Drae asintió con la cabeza y se acercó hasta el goblin, que miraba al norteño mover los cadáveres, aprovechando que estaba desprevenido lo tomó por el brazo y lo empujó, no muy fuerte, pero lo suficiente para alejarlo de la elfa y ponerse en medio de la situación.
-Déjala. Te estás pasando ya con la muchacha. -Dijo el dragón frunciendo el ceño. -No es que me importe, pero sus motivos tendrá, y ni tú ni nadie es quién para cuestionarlos. Ni mucho menos para meterte con sus dioses, i con los nuestros, ni con los de nadie.- Reprimendó a modo de reflexión filosófica y soltó al goblin y se giró hacia Reidar, pero antes miró a la elfa, buscando un gesto de aprobación. Se rascó la cabeza y negó varias veces con la cabeza acercándose al humano.
Lo tomó suavemente por el hombro y lo empujó mirándolo a los ojos hasta sentarlo en una de las sillas. Estaba harto de aquella situación tan estúpida que se había creado en unos minutos en la taberna, y ahora su prioridad era que aquello acabara para que cuando bajara, -cuando yo bajara, claro- aquella escenita estuviera totalmente resuelta y los cadáveres lejos de mi campo de visión.
-Tú, siéntate de una puta vez y que la elfa, humana, loquesea, te saque la maldita flecha. Porque como sigas con eso ahí clavado al final se te va a encangrenar el brazo, y un mercenario manco no sirve para una mierda. -Dijo enfadado y miró a la elfa y al goblin. -Tú, cosa biscosa, no quiero oírte ni una puta palabra más o te despiezo como a ese de ahí. En vez de mercenarios parecéis monos de feria. -Señaló con la cabeza el cuerpo que yacía desmembrado sobre el suelo.
Yo, arriba ya había acabado de vestirme, me encontraba mucho más relajada y había vuelto a mis cabales. Patricia me cepillaba el pelo en la cama mientras seguía tarareando aquella canción de cuna.
-Deberías de dormir. -Me dijo pasándome el cepillo por el pelo.
-No, quiero ayudar. -Negué con la cabeza decidida.
Patricia resopló y se encogió de hombros mientras seguía cepillándome el pelo. Obviamente no quería bajar y ver aquella carnicería, pero quería sentirme útil en aquella situación.
-¡Es nieve, niña! -La mesonera se giró para anunciarme la nevada.
Sonreí desde la bañera, el frío que entraba de la ventana me erizó cada centímetro de la piel, un frío seco que me golpeó suavemente las mejillas sonrosadas por el vaho del agua caliente. Patricia cerró corriendo la ventana al verme frotar los brazos con esmero para no enfriarme. Cogió una toalla que había preparado encima de la cama y la extendió para arroparme, yo me levanté con cuidado, las piernas ya me respondían pero el suelo de madera resbalaba. Me apoyé en el brazo que me tendía la servicial Patricia, que enseguida me cubrió por los hombros con la toalla. Extendió una algo más pequeña y me la puso por la cabeza, frotándome el pelo con suavidad.
Abajo, el panorama era desolador, aquel hombre cuyo nombre era Reidar se paseaba por la taberna con la flecha clavada en el hombro, mientras Drae metía los trozos de aquel hombre en los cubos. Por alguna razón la elfa había dicho de enterrarlos, pero la gente así no merecía un entierro, y Drae eso lo sabía muy bien, quizá ni él se mereciera en un futuro un entierro digno de su especie. Ignoró a la elfa, pero el otro humano insistió. Lo miró arrastrar otro de los cuerpos y negó con la cabeza.
-Con el torso hacer lo que queráis, las cabezas y las extremidades me las llevo. Sé de un mercado que me darán dinero suficiente para pagar los destrozos. -Dijo el gemelo limpiándose las manos de sangre en la ropa y apartando el cubo.
Miró al goblin, que seguía chillándole a la elfa, se estaba pasando, y a Drae aquello no le hacía ninguna gracia, aunque no lo demostraba también sentía curiosidad por aquella invitada que había aparecido en la escena, y que al parecer parecía bastante nerviosa por la reacción del goblin, no era de extrañar pues la sarta de improperios que soltaba por aquella rendija que podríamos llamar boca, no eran precisamente elogios.
Trae, desde su posición, miró a su hermano y negó con la cabeza frunciendo fuerte el ceño, sabía perfectamente lo que estaba pensando su hermano y él esta vez no le apoyaría. Así que se giró de nuevo, se llevó la jarra a los labios y mustió:
-Haz lo que quieras. -Cerró los ojos y dio un buen sorbo a su jarra de cerveza.
Drae asintió con la cabeza y se acercó hasta el goblin, que miraba al norteño mover los cadáveres, aprovechando que estaba desprevenido lo tomó por el brazo y lo empujó, no muy fuerte, pero lo suficiente para alejarlo de la elfa y ponerse en medio de la situación.
-Déjala. Te estás pasando ya con la muchacha. -Dijo el dragón frunciendo el ceño. -No es que me importe, pero sus motivos tendrá, y ni tú ni nadie es quién para cuestionarlos. Ni mucho menos para meterte con sus dioses, i con los nuestros, ni con los de nadie.- Reprimendó a modo de reflexión filosófica y soltó al goblin y se giró hacia Reidar, pero antes miró a la elfa, buscando un gesto de aprobación. Se rascó la cabeza y negó varias veces con la cabeza acercándose al humano.
Lo tomó suavemente por el hombro y lo empujó mirándolo a los ojos hasta sentarlo en una de las sillas. Estaba harto de aquella situación tan estúpida que se había creado en unos minutos en la taberna, y ahora su prioridad era que aquello acabara para que cuando bajara, -cuando yo bajara, claro- aquella escenita estuviera totalmente resuelta y los cadáveres lejos de mi campo de visión.
-Tú, siéntate de una puta vez y que la elfa, humana, loquesea, te saque la maldita flecha. Porque como sigas con eso ahí clavado al final se te va a encangrenar el brazo, y un mercenario manco no sirve para una mierda. -Dijo enfadado y miró a la elfa y al goblin. -Tú, cosa biscosa, no quiero oírte ni una puta palabra más o te despiezo como a ese de ahí. En vez de mercenarios parecéis monos de feria. -Señaló con la cabeza el cuerpo que yacía desmembrado sobre el suelo.
Yo, arriba ya había acabado de vestirme, me encontraba mucho más relajada y había vuelto a mis cabales. Patricia me cepillaba el pelo en la cama mientras seguía tarareando aquella canción de cuna.
-Deberías de dormir. -Me dijo pasándome el cepillo por el pelo.
-No, quiero ayudar. -Negué con la cabeza decidida.
Patricia resopló y se encogió de hombros mientras seguía cepillándome el pelo. Obviamente no quería bajar y ver aquella carnicería, pero quería sentirme útil en aquella situación.
Merié Stiffen
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Tal vez era algo difícil de explicar, pero Helyare se sentía como si, de repente, el mundo se hubiese detenido en esa taberna y todas las miradas se fijasen en ella de manera acusatoria, tal y como la del goblin. Ese maldito engendro le había quitado la capucha de la capa, la prenda que la separaba y protegía del mundo. Había quedado expuesta completamente ante la gente que estaba con ella y un miedo irracional se apoderó de su cuerpo. No había pasado desapercibido, para nada, ese maldito ser de color verde estaba riéndose y armando escándalo, así que acaparó las miradas.
La elfa sentía una presión muy fuerte, su ritmo cardíaco estaba desbocado y casi empalideció más al verse expuesta de ese modo. No sabía qué hacer, estaba bloqueada. Quería huir lejos y no regresar, ahora sí que sí, pero no era capaz de mover sus pies. Su rostro, por fin al descubierto, delante de todos esos.
Las carcajadas del goblin taladraban sus oídos, precisamente eso era lo que quería evitar, por eso iba tan tapada con la capucha y era tan celosa de su identidad. Precisamente, por eso. El miedo que sentía a los juicios de valor era muy fuerte. Sabía que sus marcas desvelarían sus errores ante los que conocieran su cultura y serían motivo de risa y ridiculización para los que no. Por esa razón no quería exponerse a nadie, ya que cualquier ser opinaría sobre su aspecto de forma jocosa, incluso esos que eran inferiores.
No podía evitar sentir cada risotada y cada insulto del goblin como si la estuvieran clavando puñaladas en el pecho. Casi sin pensar trató de tapar con su mano izquierda la oreja que tenía parcialmente mutilada. No quería que esa marca se viera, aunque ya era tarde. No dijo nada. No le salían las palabras. Tenía un nudo en la garganta que le impedía articular ningún sonido, ni siquiera miraba a ese ser repugnante. Pero sí le oía reírse y compararla con una meretriz operada. No la molestaba que la comparase con una casquivana, sino que insinuara que era una humana loca que había recurrido a doctores para convertirse en una elfa y agradar a los clientes más aún. ¿Había elfas que hacían eso de mantener relaciones con humanos? No lo pensó en ese momento, pero le habría dado mucho asco. Sabía que muchos humanos soñaban con ser elfos, algo lógico por otro lado, pero le dolió demasiado que la comparase con ese tipo de personas. ¡Ella era una elfa real!
En completo silencio se volvió a colocar la capucha de la capa justo cuando uno de los muchachos que acompañaban a la chica del pelo rosa se interpuso entre ambos y reprimendó al goblin por su actitud. Ella miró al chico y, en ese momento no supo qué hacer, si salir corriendo o apuñalar al maldito ser deleznable ese. Ni siquiera se fijó en la moneda que había lanzado Vaasuk, le dio igual, sólo contemplaba la situación y, con rabia agarró el cuchillo que llevaba el dragón en la mano, con el que había despiezado a uno de los maleantes y avanzó un paso en dirección al goblin, con las intenciones muy claras de sumar un cadáver a la masacre de la taberna.
Y no pudo avanzar más porque delante de ella estaba el muchacho que había detenido al goblin y no la dejó seguir. Sin decir nada con palabras sujetó el brazo de la elfa y le volvió a quitar el cuchillo. Más bien hizo que se lo diera, con la mirada le hizo entender a Helyare que no era la mejor opción sucumbir a la rabia y robar más vidas. Fueron apenas unos segundos y pasó desapercibido el hecho de que la elfa quisiera acabar con Vaas a puñaladas, pero en ese momento no pensó con claridad lo que era correcto.
El hombre se llevó el cuchillo y ella permaneció ahí, quieta y muy triste por lo que había sucedido. Había ofrecido su ayuda a pesar de todo, ¿y tenía que aguantar las burlas de ese maldito?
Ese mismo chico que había detenido al goblin hizo que su compañero humano se sentase en una silla para que ella procediera a curar su herida. En la mesa todavía estaba el cubo con agua caliente y un trapo que había cogido. Se acercó a él y, sin apenas mirarlo rajó un poco la tela que estaba más cerca de la herida, para vérsela. La punta del virote sobresalía de la piel, pero estaba clavada en la clavícula. Mientras la examinaba, inconscientemente empezó a recitar en su mente una oración a sus dioses para que la ayudaran a sanar la herida, pero nada sucedió, como era de esperar por ella. Así que siguió fingiendo que la observaba detenidamente.
Helyare tomó el paño y lo rajó. Una de las partes la metió en el agua caliente y la otra la dejó al borde de la cubeta. A continuación ella se limpió bien las manos y procedió a sacar la punta de la flecha con sumo cuidado, tratando de que dañase las menos estructuras posibles. –Va a doler. –Fue lo único que dijo, casi en un susurro, mientras seguía tratando de sacarla. Se escuchaba el sonido de la carne y algún que otro borbotón de sangre que escurría por el borde de la herida. Por suerte, la clavícula es un hueso superficial y no tardó nada en sacar la punta del virote. Con el paño mojado empezó a limpiar la herida de sangre. Era bastante profunda aunque, gracias a los dioses, sólo había mellado un poco el hueso, no lo había atravesado. Era más fácil que se curase así.
Siguió presionando la herida para que no saliese más sangre; tomó el brazo sano del guerrero y le colocó la mano donde ella presionaba. –Aguántalo así. –Le dejó a cargo y se fue a donde estaba el dueño de la taberna, que todavía parecía un poco shockeado por el destrozo que tenía en su negocio. –Necesito vendas, por favor. –Comentó la elfa sin mirarlo siquiera, mientras iba a por otro paño, el cual empapó en agua fría y volvió a donde estaba Reidar sentado. Ahí intercambió el trapo con agua caliente por otro con agua muy fría. Eso detendría la hemorragia hasta que llegasen las vendas.
Kraspar no tardó mucho en hacer su cometido y se presentó con varios rollos de tela que hacían de vendaje. Esto era más complicado de lo que recordaba y es que la elfa estaba acostumbrada a recurrir a sus habilidades cuando algo malo sucedía. Ahora se estaba acordando de las enseñanzas de su madre, la sacerdotisa Hareth Naezhelis, que le resultaban tan aburridas y trataba siempre de escabullirse de esas charlas. Ella había querido enseñar a sus hijas otros modos de curación que no fueran abusar de sus dones. Pero a Hely le resultaban aburridas. Si tenía su habilidad sanadora, ¿para qué molestarse en realizar curas como un humano?
–Necesito que te quites la camisa. –Seguía siendo de muy pocas palabras. Ayudó al chico a quitarse la parte de su prenda que estaba en el lado de la herida y comenzó a vendarlo. Estuvo unos minutos para dejar al muchacho completamente con el brazo inmovilizado sobre su torso. Después, dejó todo en la mesa y salió a donde pretendían enterrar los cadáveres… O parte de ellos.
¡Estaba nevando! La elfa no había visto la nieve nunca, pero le parecía preciosa. Y necesitaba salir de esa taberna y respirar durante un momento, calmarse y no ver a nadie durante un rato. Sentía vergüenza porque hubiesen visto su rostro, por no poder usar su don, pero también sentía alivio de haber podido curar al chico sin necesidad de sus poderes.
Lo que estaba viviendo después de abandonar su casa, nada era tal y como imaginaba.
La elfa sentía una presión muy fuerte, su ritmo cardíaco estaba desbocado y casi empalideció más al verse expuesta de ese modo. No sabía qué hacer, estaba bloqueada. Quería huir lejos y no regresar, ahora sí que sí, pero no era capaz de mover sus pies. Su rostro, por fin al descubierto, delante de todos esos.
Las carcajadas del goblin taladraban sus oídos, precisamente eso era lo que quería evitar, por eso iba tan tapada con la capucha y era tan celosa de su identidad. Precisamente, por eso. El miedo que sentía a los juicios de valor era muy fuerte. Sabía que sus marcas desvelarían sus errores ante los que conocieran su cultura y serían motivo de risa y ridiculización para los que no. Por esa razón no quería exponerse a nadie, ya que cualquier ser opinaría sobre su aspecto de forma jocosa, incluso esos que eran inferiores.
No podía evitar sentir cada risotada y cada insulto del goblin como si la estuvieran clavando puñaladas en el pecho. Casi sin pensar trató de tapar con su mano izquierda la oreja que tenía parcialmente mutilada. No quería que esa marca se viera, aunque ya era tarde. No dijo nada. No le salían las palabras. Tenía un nudo en la garganta que le impedía articular ningún sonido, ni siquiera miraba a ese ser repugnante. Pero sí le oía reírse y compararla con una meretriz operada. No la molestaba que la comparase con una casquivana, sino que insinuara que era una humana loca que había recurrido a doctores para convertirse en una elfa y agradar a los clientes más aún. ¿Había elfas que hacían eso de mantener relaciones con humanos? No lo pensó en ese momento, pero le habría dado mucho asco. Sabía que muchos humanos soñaban con ser elfos, algo lógico por otro lado, pero le dolió demasiado que la comparase con ese tipo de personas. ¡Ella era una elfa real!
En completo silencio se volvió a colocar la capucha de la capa justo cuando uno de los muchachos que acompañaban a la chica del pelo rosa se interpuso entre ambos y reprimendó al goblin por su actitud. Ella miró al chico y, en ese momento no supo qué hacer, si salir corriendo o apuñalar al maldito ser deleznable ese. Ni siquiera se fijó en la moneda que había lanzado Vaasuk, le dio igual, sólo contemplaba la situación y, con rabia agarró el cuchillo que llevaba el dragón en la mano, con el que había despiezado a uno de los maleantes y avanzó un paso en dirección al goblin, con las intenciones muy claras de sumar un cadáver a la masacre de la taberna.
Y no pudo avanzar más porque delante de ella estaba el muchacho que había detenido al goblin y no la dejó seguir. Sin decir nada con palabras sujetó el brazo de la elfa y le volvió a quitar el cuchillo. Más bien hizo que se lo diera, con la mirada le hizo entender a Helyare que no era la mejor opción sucumbir a la rabia y robar más vidas. Fueron apenas unos segundos y pasó desapercibido el hecho de que la elfa quisiera acabar con Vaas a puñaladas, pero en ese momento no pensó con claridad lo que era correcto.
El hombre se llevó el cuchillo y ella permaneció ahí, quieta y muy triste por lo que había sucedido. Había ofrecido su ayuda a pesar de todo, ¿y tenía que aguantar las burlas de ese maldito?
Ese mismo chico que había detenido al goblin hizo que su compañero humano se sentase en una silla para que ella procediera a curar su herida. En la mesa todavía estaba el cubo con agua caliente y un trapo que había cogido. Se acercó a él y, sin apenas mirarlo rajó un poco la tela que estaba más cerca de la herida, para vérsela. La punta del virote sobresalía de la piel, pero estaba clavada en la clavícula. Mientras la examinaba, inconscientemente empezó a recitar en su mente una oración a sus dioses para que la ayudaran a sanar la herida, pero nada sucedió, como era de esperar por ella. Así que siguió fingiendo que la observaba detenidamente.
Helyare tomó el paño y lo rajó. Una de las partes la metió en el agua caliente y la otra la dejó al borde de la cubeta. A continuación ella se limpió bien las manos y procedió a sacar la punta de la flecha con sumo cuidado, tratando de que dañase las menos estructuras posibles. –Va a doler. –Fue lo único que dijo, casi en un susurro, mientras seguía tratando de sacarla. Se escuchaba el sonido de la carne y algún que otro borbotón de sangre que escurría por el borde de la herida. Por suerte, la clavícula es un hueso superficial y no tardó nada en sacar la punta del virote. Con el paño mojado empezó a limpiar la herida de sangre. Era bastante profunda aunque, gracias a los dioses, sólo había mellado un poco el hueso, no lo había atravesado. Era más fácil que se curase así.
Siguió presionando la herida para que no saliese más sangre; tomó el brazo sano del guerrero y le colocó la mano donde ella presionaba. –Aguántalo así. –Le dejó a cargo y se fue a donde estaba el dueño de la taberna, que todavía parecía un poco shockeado por el destrozo que tenía en su negocio. –Necesito vendas, por favor. –Comentó la elfa sin mirarlo siquiera, mientras iba a por otro paño, el cual empapó en agua fría y volvió a donde estaba Reidar sentado. Ahí intercambió el trapo con agua caliente por otro con agua muy fría. Eso detendría la hemorragia hasta que llegasen las vendas.
Kraspar no tardó mucho en hacer su cometido y se presentó con varios rollos de tela que hacían de vendaje. Esto era más complicado de lo que recordaba y es que la elfa estaba acostumbrada a recurrir a sus habilidades cuando algo malo sucedía. Ahora se estaba acordando de las enseñanzas de su madre, la sacerdotisa Hareth Naezhelis, que le resultaban tan aburridas y trataba siempre de escabullirse de esas charlas. Ella había querido enseñar a sus hijas otros modos de curación que no fueran abusar de sus dones. Pero a Hely le resultaban aburridas. Si tenía su habilidad sanadora, ¿para qué molestarse en realizar curas como un humano?
–Necesito que te quites la camisa. –Seguía siendo de muy pocas palabras. Ayudó al chico a quitarse la parte de su prenda que estaba en el lado de la herida y comenzó a vendarlo. Estuvo unos minutos para dejar al muchacho completamente con el brazo inmovilizado sobre su torso. Después, dejó todo en la mesa y salió a donde pretendían enterrar los cadáveres… O parte de ellos.
¡Estaba nevando! La elfa no había visto la nieve nunca, pero le parecía preciosa. Y necesitaba salir de esa taberna y respirar durante un momento, calmarse y no ver a nadie durante un rato. Sentía vergüenza porque hubiesen visto su rostro, por no poder usar su don, pero también sentía alivio de haber podido curar al chico sin necesidad de sus poderes.
Lo que estaba viviendo después de abandonar su casa, nada era tal y como imaginaba.
Helyare
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Pequeño, pero con el carácter de un diablo al que un burro le hubiese pateado las bolas, así era Vaas en su día a día y aunque al norteño mucho no le agradase al principio finalmente había acabado aceptando que cada uno era de la manera que una gran tijera lo había cortado; En ese momento, solo vio como uno de los gemelos lo freno de seguir insultando a la elfa ¿Por qué detenerlo? Tenía sus motivos. Cuando una persona insultaba a otra lo mejor era que dejasen hacerlo, que se defienda la ofendida. —¿Y si no dejo de hacerlo, que harás niño bonito?—. Reidar también se puso de pie a pesar de que lo habían hecho sentar para ser sanado. Vaasuk era su único amigo y quien lo había salvado también, por lo cual lo defendería como fuese. —Me cagare en tus dioses incluso si quiero ¿Y qué harás? ¿Quieres también un poco de esto?—. Pregunto el goblin, desafiándolo y soltándose de un tirón de la mano del gemelo. —Más te vale no meterte con quien no te conviene, niño bonito, o podrías terminar muy mal—.
Al final de la amenaza, el goblin echo una mirada de desdén al gemelo y luego escupió a los pies de este mientras se alejaba de la taberna en dirección a buscar el pico y una pala para enterrar los cadáveres, paso a su lado, de Reidar, y siguió su camino con total calma como si no hubiera sucedido nada. Había que admitir que pese a ser pequeño tenía una gran cuota de valentía.
Por otro lado, el norteño se sentó y dejo que la muchacha lo sanase lo mejor que pudiese. Fuera de la taberna escuchaba al goblin silbando mientras hacia los hoyos en la tierra para los cadáveres y era lo mejor que podía estar haciendo en esos momentos; Observo a la joven trabajar y moverlo como si supiera lo que estaba haciendo ¿Realmente sabía lo que estaba haciendo? Él podía aguantar con la flecha hasta llegar a otra ciudad diferente y encontrar un verdadero sanador, pero…
Había que admitir que la joven, sea o no sea una elfa, era realmente hermosa y apreciable al ojo que la contemplase. No importaba el feo corte que había notado en la oreja o que incluso tuviese hecho un desastre en la cabellera, ella era una joven hermosa a pesar de esos visibles defectos y a Reidar mucho no le preocupaba que le sucediese lo que le hubiese sucedido o que sea lo que decía ser. O no lo fuese. Obedeció como buen herido y se quitó la camisa dejando el torso desnudo, surcado de cicatrices de otras peleas que había tenido a lo largo de su vida y de la marca profunda en el pecho que, en apariencia, era la de una zarpazo que había sufrido…vaya a saber uno en que momento de su vida. En lo que el recordaba o lo poco que lo hacía, nunca había tenido un combate con un animal que le dejase una marca como esas. Reidar sabía que en los bosques donde solían meterse con Vaas había criaturas llamadas Yao Guais, que eran salvajes bichos mitad oso mitad jaguares, feroces como una suegra metiche enfadada, pero nunca se habían cruzado uno de frente y solo los habían visto de lejos.
—Gracias—. Susurro, al final, cuando vio la flecha pintada de carmesí en su mano y ella comenzó a vendarlo. Si, a pesar de todo había aceptado curarlo y tenía que agradecerle a la joven. —¿Real pensabas clavar al goblin? ¿Delante de mí?—. Le pregunto, en susurros también, aunque no obtuvo respuesta alguna ya que se había escurrido como el suspiro de una doncella enamorada antes de que pudiese siquiera responderle a algo.
Y así parecía ser que la aventura había llegado a su fin. O tal vez no. Reidar subió las escaleras hacia la habitación y tomo todos los trastos con los que viajaban tanto el como el goblin; La cota de malla y cuero con seda trenzada que solía utilizar volvió a ponérsela con un poco de dificultad por la herida que tenía y cargo los morrales y los pocos bolsos que portaban, todo en su hombro sano. El escudo, y otros bártulos más y se preparó para viajar hacia donde fuese nuevamente. Al bajar de vuelta a la planta inferior de la taberna, los cadáveres ya se encontraban en el sitio preparados para arrastrarlos hacia afuera y eso es lo que hizo.
No se despidió de nadie, solamente dejo cinco monedas de oro para pagar algunos destrozos y en completo silencio salió por la misma puerta que había salido la elfa y antes el goblin ¿Encontraría a Vaasuk muerto y a la elfa desaparecida? El silbido de trabajo de su socio y amigo le anunciaron que no, que al menos (Y de momento) El hombrecillo verde continuaba trabajando en su labor de hacer los pozos para los maleantes.
Fuera nevaba, la nieve le agradaba ¿A que le recordaba? Le provocaba una fuerte jaqueca cuando lo intentaba, como si algo estuviese golpeando en su pecho y tirase de su cuerpo hacia delante como buscando…escapar. También lo sentía en su espalda, como si sus huesos se estuviesen moviendo para transformarlo en otra cosa. Como si en realidad no fuese un humano sino la crisálida de alguna otra criatura ¿Pero de cuál? No tenía ni idea alguna, ya que en verdad estando allí solo sufría un fuerte dolor de cabeza.
En la parte de atrás de la taberna donde se había armado aquella gresca, Reidar se encontró con que había un descampado lo suficientemente grande y alejado de ojos curiosos como para poder cavar tranquilamente las tumbas de aquellas personas. Y bien sabía que, al ser un goblin, Vaas haría unos agujeros perfectos y casi indetectables en aquel sitio. —¿Hoyos?—. Pregunto a su compañero verde, dejando los cadáveres que había arrastrado hasta el lado del obrero. —Ya casi, muchacho. Ya casi ¿A dónde podríamos ir ahora?—. Reidar se encogió de hombros. Realmente no tenían rumbo, solamente iban de pueblo en pueblo buscando algún sitio donde poder comer, follar, beber o trabajar lo que ofrecieran primero en el orden que fuese. —Sí, me parece un buen sitio—. Respondió sarcásticamente cuando lo vio encoger el hombro disponible.
Reidar se alejó del goblin al ver a la muchacha en un rincón no muy alejada de donde estaban ellos dos, por supuesto que la noto extraña y se preguntó si algo malo sucediese con ella ¿Qué tendría de extraño y por qué sentía esa necesaria emoción de acercarse y preguntarle cómo se encontraba? Sus pies hicieron que se le acerque y se sentara en una piedra que sobresalía del suelo y se quedase mirándola. Como si fuera el encuentro más casual del mundo, el nórdico saco de su propio morral una pipa y la lleno con hierba de tabaco y cáñamo y la encendió utilizando el pedernal y una navaja para comer manzanas. La chispa hizo que la hierba prendiese enseguida y dio unas cuantas caladas mientras observaba a la femenina. —¿Gustar de la nieve?—. Le pregunto finalmente, mientras continuaba fumando y la observaba seriamente. —A mi gustar, aunque…cabeza dolerme. No recordar de donde conocer nieve—. Paseo su mirada alrededor de aquella zona, mientras el único sonido era el del pico y de la pala del goblin rompiendo la tierra para meter dentro de ella a los bandidos que los habían atacado.
Al final de la amenaza, el goblin echo una mirada de desdén al gemelo y luego escupió a los pies de este mientras se alejaba de la taberna en dirección a buscar el pico y una pala para enterrar los cadáveres, paso a su lado, de Reidar, y siguió su camino con total calma como si no hubiera sucedido nada. Había que admitir que pese a ser pequeño tenía una gran cuota de valentía.
Por otro lado, el norteño se sentó y dejo que la muchacha lo sanase lo mejor que pudiese. Fuera de la taberna escuchaba al goblin silbando mientras hacia los hoyos en la tierra para los cadáveres y era lo mejor que podía estar haciendo en esos momentos; Observo a la joven trabajar y moverlo como si supiera lo que estaba haciendo ¿Realmente sabía lo que estaba haciendo? Él podía aguantar con la flecha hasta llegar a otra ciudad diferente y encontrar un verdadero sanador, pero…
Había que admitir que la joven, sea o no sea una elfa, era realmente hermosa y apreciable al ojo que la contemplase. No importaba el feo corte que había notado en la oreja o que incluso tuviese hecho un desastre en la cabellera, ella era una joven hermosa a pesar de esos visibles defectos y a Reidar mucho no le preocupaba que le sucediese lo que le hubiese sucedido o que sea lo que decía ser. O no lo fuese. Obedeció como buen herido y se quitó la camisa dejando el torso desnudo, surcado de cicatrices de otras peleas que había tenido a lo largo de su vida y de la marca profunda en el pecho que, en apariencia, era la de una zarpazo que había sufrido…vaya a saber uno en que momento de su vida. En lo que el recordaba o lo poco que lo hacía, nunca había tenido un combate con un animal que le dejase una marca como esas. Reidar sabía que en los bosques donde solían meterse con Vaas había criaturas llamadas Yao Guais, que eran salvajes bichos mitad oso mitad jaguares, feroces como una suegra metiche enfadada, pero nunca se habían cruzado uno de frente y solo los habían visto de lejos.
—Gracias—. Susurro, al final, cuando vio la flecha pintada de carmesí en su mano y ella comenzó a vendarlo. Si, a pesar de todo había aceptado curarlo y tenía que agradecerle a la joven. —¿Real pensabas clavar al goblin? ¿Delante de mí?—. Le pregunto, en susurros también, aunque no obtuvo respuesta alguna ya que se había escurrido como el suspiro de una doncella enamorada antes de que pudiese siquiera responderle a algo.
Y así parecía ser que la aventura había llegado a su fin. O tal vez no. Reidar subió las escaleras hacia la habitación y tomo todos los trastos con los que viajaban tanto el como el goblin; La cota de malla y cuero con seda trenzada que solía utilizar volvió a ponérsela con un poco de dificultad por la herida que tenía y cargo los morrales y los pocos bolsos que portaban, todo en su hombro sano. El escudo, y otros bártulos más y se preparó para viajar hacia donde fuese nuevamente. Al bajar de vuelta a la planta inferior de la taberna, los cadáveres ya se encontraban en el sitio preparados para arrastrarlos hacia afuera y eso es lo que hizo.
No se despidió de nadie, solamente dejo cinco monedas de oro para pagar algunos destrozos y en completo silencio salió por la misma puerta que había salido la elfa y antes el goblin ¿Encontraría a Vaasuk muerto y a la elfa desaparecida? El silbido de trabajo de su socio y amigo le anunciaron que no, que al menos (Y de momento) El hombrecillo verde continuaba trabajando en su labor de hacer los pozos para los maleantes.
Fuera nevaba, la nieve le agradaba ¿A que le recordaba? Le provocaba una fuerte jaqueca cuando lo intentaba, como si algo estuviese golpeando en su pecho y tirase de su cuerpo hacia delante como buscando…escapar. También lo sentía en su espalda, como si sus huesos se estuviesen moviendo para transformarlo en otra cosa. Como si en realidad no fuese un humano sino la crisálida de alguna otra criatura ¿Pero de cuál? No tenía ni idea alguna, ya que en verdad estando allí solo sufría un fuerte dolor de cabeza.
En la parte de atrás de la taberna donde se había armado aquella gresca, Reidar se encontró con que había un descampado lo suficientemente grande y alejado de ojos curiosos como para poder cavar tranquilamente las tumbas de aquellas personas. Y bien sabía que, al ser un goblin, Vaas haría unos agujeros perfectos y casi indetectables en aquel sitio. —¿Hoyos?—. Pregunto a su compañero verde, dejando los cadáveres que había arrastrado hasta el lado del obrero. —Ya casi, muchacho. Ya casi ¿A dónde podríamos ir ahora?—. Reidar se encogió de hombros. Realmente no tenían rumbo, solamente iban de pueblo en pueblo buscando algún sitio donde poder comer, follar, beber o trabajar lo que ofrecieran primero en el orden que fuese. —Sí, me parece un buen sitio—. Respondió sarcásticamente cuando lo vio encoger el hombro disponible.
Reidar se alejó del goblin al ver a la muchacha en un rincón no muy alejada de donde estaban ellos dos, por supuesto que la noto extraña y se preguntó si algo malo sucediese con ella ¿Qué tendría de extraño y por qué sentía esa necesaria emoción de acercarse y preguntarle cómo se encontraba? Sus pies hicieron que se le acerque y se sentara en una piedra que sobresalía del suelo y se quedase mirándola. Como si fuera el encuentro más casual del mundo, el nórdico saco de su propio morral una pipa y la lleno con hierba de tabaco y cáñamo y la encendió utilizando el pedernal y una navaja para comer manzanas. La chispa hizo que la hierba prendiese enseguida y dio unas cuantas caladas mientras observaba a la femenina. —¿Gustar de la nieve?—. Le pregunto finalmente, mientras continuaba fumando y la observaba seriamente. —A mi gustar, aunque…cabeza dolerme. No recordar de donde conocer nieve—. Paseo su mirada alrededor de aquella zona, mientras el único sonido era el del pico y de la pala del goblin rompiendo la tierra para meter dentro de ella a los bandidos que los habían atacado.
Reidar
Aprendiz
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Re: [Libre-3/3]Gallina asada y una elfa extraviada
Patricia me había prestado un jersey marrón de lana, que evidentemente me venía bastante ancha, ya que no usábamos la misma talla. Pero era cómoda, y ahora estaba limpia y calentita. Me puse en pie casi de un salto, había recuperado de nuevo mi energía que antes había sido totalmente absorbida por la carnicería. Patricia me miró con pena, realmente quería que descansara, pero no iba a dejar a mis compañeros solos con aquella elfa neurótica, la cosa viscosa y el hombre rarito.
-Patricia, estoy bien… -Le dije para que dejara de preocuparse. -Nunca había visto a nadie morir, solo eso. -Añadí con una pequeña sonrisa.
La mesonera me miró asombrada, realmente no era normal que alguien no hubiera visto muerte antes, y más a mi edad, ya que se consideraban adultos, incluso viejos, toda persona que pasara de los 20 años. Frunció el ceño, casi podía imaginarme lo que estaba pensando, pero se ve que rápidamente sus pensamientos salieron de su cabeza con una suave negación con la cabeza.
-¿No tienes familia, chiquilla? -Preguntó curiosa con un tono de tristeza en sus palabras.
Y entonces recordé a mis padres, a mi padre leyéndome los cuentos de mi abuelo, y a mi madre, siempre sentada con las gafas en la punta de las orejas, en su despacho rodeada de piezas cerámicas que para mi eran como tesoros. Con un pequeño fragmento podía decir mil cosas, y yo intrigada siempre le preguntaba más y más.
-No. -Respondí si girarme a mirar a Patricia, ya que quizá pillaría mi mentira si me miraba a los ojos. -Murieron cuando yo era muy pequeña mis padres, y no tengo casi recuerdos de ellos. -Mentí, al menos parcialmente. Si bien mis padres habían muerto en un accidente de tráfico a millones, quizá años luz, en otra dimensión u otro plano temporal de donde ahora me encontraba, tenía mil recuerdos sobre ellos.
La mujer se levantó de la cama sacudiéndose la falda y acomodándose el corsé. No dijo nada, respetó mi duelo y me acompañó con una palmada en la espalda. Le sonreí, ¿Qué iba a hacer sino? Salimos de la habitación, ella delante de mi. Cerré los ojos con fuerza, deseando que allí abajo ya no estuvieran los cuerpos inertes de aquellos hombres. Y al abrirlos, allí abajo el panorama era bastante diferente a como lo recordaba minutos atrás.
Drae frotaba el suelo de rodillas, mientras Trae subía las sillas de la taberna con una mano sobre las mesas, que habían apartado para poder limpiar mejor el suelo. Kraspar, con una fregona, acompañaba a Drae en su tarea. Fuera, en la calle, se vislumbraban dos cuerpos, quizá el goblin y su compañero.
-¡Meriyé! -Gritó Trae mientras giraba una silla en el aire. -¿Estás mejor? Menuda cara de haber visto fantasmas traes. -Bromeó chillando desde el salón.
Sonreí ante la broma, si estaba de humor para hacer bromas es que volvía a ser el Trae de siempre. Bajé las escaleras con Patricia, a un lado Drae había apartado algunas de las piezas de los cadáveres que después vendería al mercado negro de Vulwulfar, las manos, pies y cabeza para hacer voodoo eran muy codiciadas, chorreaban ligeramente en un saco de patatas que al verme habían cubierto con otra lona. El resto de cadáveres ya descansaban fuera, donde la elfa, el goblin y el hombre se dedicaban a enterrarlos.
-¿En qué puedo ayudar? -Le pregunté a Kraspar con las manos tras la cintura, como una niña pequeña que quiere ayudar a su madre.
Kraspar sonrió y le puso me puso la mano en la cabeza como si fuera lo que parecía, una chiquilla pequeña.
-Anda, ve con Patricia a la cocina y sirve algo de comida y cerveza a nuestros invitados. -Me dijo, pues sabía que limpiar la sangre y los restos de vísceras de aquellos cuerpos iba a volver a hacerme vomitar.
Patricia se metió rápidamente en la cocina, avivando el fuego se puso rápidamente a cocinar. Yo saqué un par de jarras y serví hidromiel. Como si tuviera el grado de hostelería, me aventuré en otra aventura laboral, la de camarera. Puse las seis jarras en una gran bandeja de hojalata y me dispuse a servir. Pero claro, la bandeja era demasiado grande, así que la tuve que sostener con las dos manos, a pasos pequeños pero apresurados, sin perder la vista de aquel líquido que se movía cada vez más, me acerqué a Kraspar, quien estaba más cerca, quién cogió sonriendo agradecido una jarra. Luego me agaché para servirle una a Drae, y finalmente una a Trae.
-Mírala, si estás hecha toda una camarera. -Bromeó Kraspar al verme tambalearme con la bandeja y andar como si fuera un playmobil. Drae y Trae se rieron, y yo no podía ni reírme, porque se iban a derramar si respiraba incluso.
Salí empujando la puerta torpemente con el pie, allí en la puerta el hombre y la elfa parecían mirar caer la nieve.
-Os traigo algo de hidromiel para entrar en calor. -Dije sosteniendo la bandeja ya con una mano, mis habilidades como camarera iban creciendo por momentos.
Miré a todos lados, pero no vi a Vaas, ¿Se había ido? O… ¿Había muerto en la pelea? No recordaba mucho de aquellos momentos, y realmente no sabía si había habido alguna baja de “los buenos”.
-¿Y Vaas? -Pregunté, ya que desconocía que estuviera enterrando los cuerpos en otro sitio.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, ¡Qué frío!, era la primera vez que veía nevar en Aerandir, y la verdad es que no lo estaba disfrutando demasiado. Esperando la respuesta, casi ignorándola, me quedé embobada viendo caer los copos de nieve, eran tan parecida a la de mi mundo que parecía que jamás hubiera salido de Inglaterra.
-Patricia, estoy bien… -Le dije para que dejara de preocuparse. -Nunca había visto a nadie morir, solo eso. -Añadí con una pequeña sonrisa.
La mesonera me miró asombrada, realmente no era normal que alguien no hubiera visto muerte antes, y más a mi edad, ya que se consideraban adultos, incluso viejos, toda persona que pasara de los 20 años. Frunció el ceño, casi podía imaginarme lo que estaba pensando, pero se ve que rápidamente sus pensamientos salieron de su cabeza con una suave negación con la cabeza.
-¿No tienes familia, chiquilla? -Preguntó curiosa con un tono de tristeza en sus palabras.
Y entonces recordé a mis padres, a mi padre leyéndome los cuentos de mi abuelo, y a mi madre, siempre sentada con las gafas en la punta de las orejas, en su despacho rodeada de piezas cerámicas que para mi eran como tesoros. Con un pequeño fragmento podía decir mil cosas, y yo intrigada siempre le preguntaba más y más.
-No. -Respondí si girarme a mirar a Patricia, ya que quizá pillaría mi mentira si me miraba a los ojos. -Murieron cuando yo era muy pequeña mis padres, y no tengo casi recuerdos de ellos. -Mentí, al menos parcialmente. Si bien mis padres habían muerto en un accidente de tráfico a millones, quizá años luz, en otra dimensión u otro plano temporal de donde ahora me encontraba, tenía mil recuerdos sobre ellos.
La mujer se levantó de la cama sacudiéndose la falda y acomodándose el corsé. No dijo nada, respetó mi duelo y me acompañó con una palmada en la espalda. Le sonreí, ¿Qué iba a hacer sino? Salimos de la habitación, ella delante de mi. Cerré los ojos con fuerza, deseando que allí abajo ya no estuvieran los cuerpos inertes de aquellos hombres. Y al abrirlos, allí abajo el panorama era bastante diferente a como lo recordaba minutos atrás.
Drae frotaba el suelo de rodillas, mientras Trae subía las sillas de la taberna con una mano sobre las mesas, que habían apartado para poder limpiar mejor el suelo. Kraspar, con una fregona, acompañaba a Drae en su tarea. Fuera, en la calle, se vislumbraban dos cuerpos, quizá el goblin y su compañero.
-¡Meriyé! -Gritó Trae mientras giraba una silla en el aire. -¿Estás mejor? Menuda cara de haber visto fantasmas traes. -Bromeó chillando desde el salón.
Sonreí ante la broma, si estaba de humor para hacer bromas es que volvía a ser el Trae de siempre. Bajé las escaleras con Patricia, a un lado Drae había apartado algunas de las piezas de los cadáveres que después vendería al mercado negro de Vulwulfar, las manos, pies y cabeza para hacer voodoo eran muy codiciadas, chorreaban ligeramente en un saco de patatas que al verme habían cubierto con otra lona. El resto de cadáveres ya descansaban fuera, donde la elfa, el goblin y el hombre se dedicaban a enterrarlos.
-¿En qué puedo ayudar? -Le pregunté a Kraspar con las manos tras la cintura, como una niña pequeña que quiere ayudar a su madre.
Kraspar sonrió y le puso me puso la mano en la cabeza como si fuera lo que parecía, una chiquilla pequeña.
-Anda, ve con Patricia a la cocina y sirve algo de comida y cerveza a nuestros invitados. -Me dijo, pues sabía que limpiar la sangre y los restos de vísceras de aquellos cuerpos iba a volver a hacerme vomitar.
Patricia se metió rápidamente en la cocina, avivando el fuego se puso rápidamente a cocinar. Yo saqué un par de jarras y serví hidromiel. Como si tuviera el grado de hostelería, me aventuré en otra aventura laboral, la de camarera. Puse las seis jarras en una gran bandeja de hojalata y me dispuse a servir. Pero claro, la bandeja era demasiado grande, así que la tuve que sostener con las dos manos, a pasos pequeños pero apresurados, sin perder la vista de aquel líquido que se movía cada vez más, me acerqué a Kraspar, quien estaba más cerca, quién cogió sonriendo agradecido una jarra. Luego me agaché para servirle una a Drae, y finalmente una a Trae.
-Mírala, si estás hecha toda una camarera. -Bromeó Kraspar al verme tambalearme con la bandeja y andar como si fuera un playmobil. Drae y Trae se rieron, y yo no podía ni reírme, porque se iban a derramar si respiraba incluso.
Salí empujando la puerta torpemente con el pie, allí en la puerta el hombre y la elfa parecían mirar caer la nieve.
-Os traigo algo de hidromiel para entrar en calor. -Dije sosteniendo la bandeja ya con una mano, mis habilidades como camarera iban creciendo por momentos.
Miré a todos lados, pero no vi a Vaas, ¿Se había ido? O… ¿Había muerto en la pelea? No recordaba mucho de aquellos momentos, y realmente no sabía si había habido alguna baja de “los buenos”.
-¿Y Vaas? -Pregunté, ya que desconocía que estuviera enterrando los cuerpos en otro sitio.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, ¡Qué frío!, era la primera vez que veía nevar en Aerandir, y la verdad es que no lo estaba disfrutando demasiado. Esperando la respuesta, casi ignorándola, me quedé embobada viendo caer los copos de nieve, eran tan parecida a la de mi mundo que parecía que jamás hubiera salido de Inglaterra.
Merié Stiffen
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