Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
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Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Pocas puestas de sol eran tan bellas como la de aquella tarde. El crepúsculo teñía todo cuanto tocaba de un fantástico color dorado casi sacado de un cuento de hadas. Aquella colina, el punto más alto que alcanzaba uno de los caminos mercantes hacia la ciudad de Lunargenta, era el lugar perfecto para presenciar esa maravilla de la naturaleza. Los pájaros parloteaban preparándose para afrontar la cercana noche en sus nidos y, a lo lejos, podían apreciarse puntos de luz encendiéndose a lo largo de la muralla: fogatas y antorchas que también presagiaban la caída del manto oscuro sobre la distante silueta de la ciudad fortaleza.
A esa hora, los hombres y mujeres daban por terminados sus quehaceres para lentamente enfilar hacia sus hogares. Los niños, agotados luego de un largo día de ocio, eran arropados en sus cálidas camas de paja. Entonces despertaban los amantes de la noche, quienes empezaban a salir de sus madrigueras. Todos, sin excepción, formaban parte de aquel ciclo natural, repetitivo e interminable. Todos excepto el hombre que, al amparo de la sombra de un árbol cuyo tronco ahuecado le servía de protección contra las últimas luces del crepúsculo, observaba con ojos desorbitados la silueta de Lunargenta. Apoyaba la espalda contra la madera, con ambas manos en el rostro como si intentase impedir que la mandíbula se le desencajase completamente.
-No... no, no... ¡No! ¡¡Esto no puede estar pasando!!
Lo que estaba viendo no podía ser verdad. Alzó los puños para refregarse los ojos con desesperación, retorciéndose las pestañas, raspándose los lagrimales, apretando esos iris azules como si con aquello pudiese despertar de la horrible pesadilla en la que estaba inmerso. Porque debía ser una pesadilla, ¡era imposible que fuera de otra manera!
Hacía no muchos días que había despertado o, mejor dicho, lo habían despertado de un largo, largo sueño. Un sueño tan prolongado que no tenía ni la más mínima idea de cuánto tiempo había durado. En ningún momento pensó que su encierro pudiera durar más de un año. Sin embargo, al regresar al mundo exterior vio que muchas cosas habían cambiado. Más cambios juntos de los que él había visto en sus treinta años de vida antes de ser encerrado. Muchas veces estuvo a punto de preguntar a cualquier transeúnte que se cruzase en su camino en qué año se encontraban. No obstante, las voces en su cabeza le habían disuadido de tal cosa. En lo profundo de su alma, le aterrorizaba conocer la verdad.
Pero ahora... ahora, la preciosa silueta de las murallas bañadas en color dorado era la confirmación de sus peores miedos. Porque antes las murallas no eran tan altas. Porque no se veían tan añejas. Porque no recordaba que en Lunargenta hubiese edificios con tantos pisos como para ser vistos asomando por entre los muros. Porque cuando su escuadrón había viajado hacia Baslodia por ese mismo camino, vieron cómo estaban plantando muchos de los árboles que lo sombreaban... incluyendo al enorme roble contra el cual recargaba la espalda y cuyas raíces regaba con sus lágrimas. Un roble. Un árbol de crecimiento lento que no podía tener esa altura ni ese grosor sin haber crecido durante décadas... O siglos.
Si lo que sus ojos veían era real, significaba que había estado ausente más tiempo del que imaginaba.
A esa hora, los hombres y mujeres daban por terminados sus quehaceres para lentamente enfilar hacia sus hogares. Los niños, agotados luego de un largo día de ocio, eran arropados en sus cálidas camas de paja. Entonces despertaban los amantes de la noche, quienes empezaban a salir de sus madrigueras. Todos, sin excepción, formaban parte de aquel ciclo natural, repetitivo e interminable. Todos excepto el hombre que, al amparo de la sombra de un árbol cuyo tronco ahuecado le servía de protección contra las últimas luces del crepúsculo, observaba con ojos desorbitados la silueta de Lunargenta. Apoyaba la espalda contra la madera, con ambas manos en el rostro como si intentase impedir que la mandíbula se le desencajase completamente.
-No... no, no... ¡No! ¡¡Esto no puede estar pasando!!
Lo que estaba viendo no podía ser verdad. Alzó los puños para refregarse los ojos con desesperación, retorciéndose las pestañas, raspándose los lagrimales, apretando esos iris azules como si con aquello pudiese despertar de la horrible pesadilla en la que estaba inmerso. Porque debía ser una pesadilla, ¡era imposible que fuera de otra manera!
Hacía no muchos días que había despertado o, mejor dicho, lo habían despertado de un largo, largo sueño. Un sueño tan prolongado que no tenía ni la más mínima idea de cuánto tiempo había durado. En ningún momento pensó que su encierro pudiera durar más de un año. Sin embargo, al regresar al mundo exterior vio que muchas cosas habían cambiado. Más cambios juntos de los que él había visto en sus treinta años de vida antes de ser encerrado. Muchas veces estuvo a punto de preguntar a cualquier transeúnte que se cruzase en su camino en qué año se encontraban. No obstante, las voces en su cabeza le habían disuadido de tal cosa. En lo profundo de su alma, le aterrorizaba conocer la verdad.
Pero ahora... ahora, la preciosa silueta de las murallas bañadas en color dorado era la confirmación de sus peores miedos. Porque antes las murallas no eran tan altas. Porque no se veían tan añejas. Porque no recordaba que en Lunargenta hubiese edificios con tantos pisos como para ser vistos asomando por entre los muros. Porque cuando su escuadrón había viajado hacia Baslodia por ese mismo camino, vieron cómo estaban plantando muchos de los árboles que lo sombreaban... incluyendo al enorme roble contra el cual recargaba la espalda y cuyas raíces regaba con sus lágrimas. Un roble. Un árbol de crecimiento lento que no podía tener esa altura ni ese grosor sin haber crecido durante décadas... O siglos.
Si lo que sus ojos veían era real, significaba que había estado ausente más tiempo del que imaginaba.
Última edición por Dag Thorlák el Vie Ago 25 2017, 17:51, editado 2 veces
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Aún seguía en Lunargenta. ¿¡Cuándo iba a salir de aquí!? En las otras ocasiones que había tenido que viajar a esta ciudad me había parecido más o menos práctica. Tenía de todo para mi entretenimiento, pero ahora mismo sólo veía edificios que me encerraban. No estaba disfrutando de sus calles como hacía tiempo, me sentía agobiada y mi madre no es que ayudase mucho para que me encontrase mejor. Seguía en su empeño de que dejase el gremio después de lo ocurrido en Sacrestic Ville. Todos los días, desde que me levantaba hasta que volvía a caer dormida tenía que escuchar pullitas con respecto a mi trabajo. Y todos los días, al irme a la cama, esas frases se agolpaban en mi cabeza.
“Es un trabajo peligroso”, “pudiste haber muerto tú también”, “no es un trabajo para ti”, “los cazadores deberían dejarlo ya”… Y multitud de frasecitas parecidas que eran demoledoras para mi cerebro. Sí, habíamos perdido a mucha gente, todos los días me acordaba. ¿¡Acaso se pensaba que era fácil ignorar lo que había pasado!? Mi madre no había estado ahí, no había visto las cosas que yo había visto. Ni siquiera había ido conmigo a la misión más sencilla como para hablar con propiedad. Sólo se basaba en que desde el día que tomé por primera vez mi arco y me fui a cazar vampiros, no era un trabajo para una dama como yo. Y todas las bajas, los problemas y las pérdidas que habíamos tenido eran culpa de eso mismo. Para mi madre, el trabajo de los cazadores debería estar hecho por hombres que tuvieran poco aprecio a su vida, que no tuviesen nada que perder y a los que nadie echaría en falta si morían, no para señoritas de la alta alcurnia que podían tener todo lo que quisieran con solo una sonrisa. Sí, había sido criada así, me gustaba eso de conseguir lo que me diera la gana con el mínimo esfuerzo. Pero había entrenado y competido contra Anastasia, y contra mí misma, para conseguir ser cazadora.
- Voy a salir. - Informé desde la puerta de mi habitación.
- ¿A estas horas? Ya casi va a caer la noche. - Replicó mi madre en tono serio.
- Sólo será un rato, quiero ir al puerto a comprar.
- Como quieras, pero que te acompañe Katarine. - Solté un resoplido de fastidio sin disimular y me volví a mi cuarto para acabar de arreglarme. Bueno, en realidad era la doncella que me iba a acompañar quien me estaba ayudando a acabar de prepararme para la salida. Ella acabó de colocarme bien una trenza que me había hecho y recogido en torno a mi cabeza.
- Lo lamento, señorita Harrowmont. - Dijo apenada la joven muchacha. Negué sutilmente con la cabeza como restándole importancia a su congoja. Órdenes de mi madre, ambas sabíamos que no quería que me acompañase pero no nos quedaba de otra. Desde que había llegado a Lunargenta tenía la idea de que mi madre me ponía a tantas doncellas a mi cargo para vigilarme. Era tan exagerado el no poder estar nunca sola que más que preocuparse por mí, pensaba que controlaba todo lo que hacía. Y, obviamente, también me había requisado el arco y los virotes.
Mi supuesto periodo de descanso en esta ciudad estaba siendo una condena. No podía hacer nada sola, ni siquiera bañarme. Y era un completo fastidio.
Yo ni siquiera me acordaba de qué me había pasado en Beltrexus, sólo tenía vagos recuerdos de ver a gente entrar y salir de mi habitación, pero no sabía por qué. Mi padre dijo que había estado mal y necesitaba descansar a alejarme un tiempo de la isla y del gremio de cazadores. Pero mi madre me tenía en una especie de fortaleza y obligándome a hacer planes estúpidos, posiblemente no para que me distrajera y me recuperase de lo que sea que me pasaba, sino para que olvidase el gremio o me diesen ganas de no regresar.
Cuando acabé de arreglarme para salir, me fui. Ni siquiera esperé a Katarine o me despedí de mi madre. Nada. Simplemente salí a paso rápido de la posada sin mirar a nadie. Pronto escuché los pasos de la doncella detrás de mí.
- Maestra… Espere.
- Anda más rápido.
No esperaba que sus pequeñas piernas pudiesen seguir mi paso, pero casi iba corriendo para alcanzarme. Sin duda, estaba cumpliendo las órdenes de mi madre de no dejarme sola ni un instante.
Me dirigí a la zona portuaria, aunque no para comprar. Sólo quería sentarme a observar los barcos. ¿Y si me metía de polizón en alguno que fuera a Beltrexus? Lo había pensado más de una vez, pero sabía que era una estupidez, me las tendría que ver con mi familia al llegar. Pero es que ya estaba harta de decirle a mi madre que quería regresar a casa a tomar el control del gremio. ¿Qué harían ahora que yo no estaba? Todos esos estúpidos estarían haciendo y deshaciendo a su parecer. ¡Y no tenían ni idea! La maestra cazadora era yo, ¿a qué inepto habría puesto mi padre al mando? Me hervía la sangre al pensar que cualquier incompetente podría estar haciéndoselas de jefe.
Me quedé ahí cavilando mientras Katarine miraba sin entender qué hacía ahí, sólo se apoyó en el respaldo del banco y no dijo nada. Aunque estaba claro que no le gustaba estar ahí, y más cuando ya todo estaba cerrándose y pronto nos quedaríamos solas. No la culpaba, era una niña que había tenido que meterse a mi cohorte para poder ganar algo de dinero.
El último barco atracó y sólo quedaban en el puerto los marineros atando los cabos. Pronto tendría la tranquilidad y momento de paz que tanto ansiaba. Si Katarine se fuera un rato por ahí sería mejor, pero no podía echarla.
- A estas horas es cuando los vampiros empiezan a salir. - Comenté sin mirar a la chiquilla.
- No sé cómo ha podido enfrentarse a esos seres, señorita Harrowmont. - Parecía asustada. - ¿No tenía miedo? ¿Ni siquiera en... Lo que sucedió... Ya sabe... En Sacrestic Ville?
Tardé un poco en responder, nunca me habían hecho esa pregunta y nunca me lo había planteado.
“Es un trabajo peligroso”, “pudiste haber muerto tú también”, “no es un trabajo para ti”, “los cazadores deberían dejarlo ya”… Y multitud de frasecitas parecidas que eran demoledoras para mi cerebro. Sí, habíamos perdido a mucha gente, todos los días me acordaba. ¿¡Acaso se pensaba que era fácil ignorar lo que había pasado!? Mi madre no había estado ahí, no había visto las cosas que yo había visto. Ni siquiera había ido conmigo a la misión más sencilla como para hablar con propiedad. Sólo se basaba en que desde el día que tomé por primera vez mi arco y me fui a cazar vampiros, no era un trabajo para una dama como yo. Y todas las bajas, los problemas y las pérdidas que habíamos tenido eran culpa de eso mismo. Para mi madre, el trabajo de los cazadores debería estar hecho por hombres que tuvieran poco aprecio a su vida, que no tuviesen nada que perder y a los que nadie echaría en falta si morían, no para señoritas de la alta alcurnia que podían tener todo lo que quisieran con solo una sonrisa. Sí, había sido criada así, me gustaba eso de conseguir lo que me diera la gana con el mínimo esfuerzo. Pero había entrenado y competido contra Anastasia, y contra mí misma, para conseguir ser cazadora.
- Voy a salir. - Informé desde la puerta de mi habitación.
- ¿A estas horas? Ya casi va a caer la noche. - Replicó mi madre en tono serio.
- Sólo será un rato, quiero ir al puerto a comprar.
- Como quieras, pero que te acompañe Katarine. - Solté un resoplido de fastidio sin disimular y me volví a mi cuarto para acabar de arreglarme. Bueno, en realidad era la doncella que me iba a acompañar quien me estaba ayudando a acabar de prepararme para la salida. Ella acabó de colocarme bien una trenza que me había hecho y recogido en torno a mi cabeza.
- Lo lamento, señorita Harrowmont. - Dijo apenada la joven muchacha. Negué sutilmente con la cabeza como restándole importancia a su congoja. Órdenes de mi madre, ambas sabíamos que no quería que me acompañase pero no nos quedaba de otra. Desde que había llegado a Lunargenta tenía la idea de que mi madre me ponía a tantas doncellas a mi cargo para vigilarme. Era tan exagerado el no poder estar nunca sola que más que preocuparse por mí, pensaba que controlaba todo lo que hacía. Y, obviamente, también me había requisado el arco y los virotes.
Mi supuesto periodo de descanso en esta ciudad estaba siendo una condena. No podía hacer nada sola, ni siquiera bañarme. Y era un completo fastidio.
Yo ni siquiera me acordaba de qué me había pasado en Beltrexus, sólo tenía vagos recuerdos de ver a gente entrar y salir de mi habitación, pero no sabía por qué. Mi padre dijo que había estado mal y necesitaba descansar a alejarme un tiempo de la isla y del gremio de cazadores. Pero mi madre me tenía en una especie de fortaleza y obligándome a hacer planes estúpidos, posiblemente no para que me distrajera y me recuperase de lo que sea que me pasaba, sino para que olvidase el gremio o me diesen ganas de no regresar.
Cuando acabé de arreglarme para salir, me fui. Ni siquiera esperé a Katarine o me despedí de mi madre. Nada. Simplemente salí a paso rápido de la posada sin mirar a nadie. Pronto escuché los pasos de la doncella detrás de mí.
- Maestra… Espere.
- Anda más rápido.
No esperaba que sus pequeñas piernas pudiesen seguir mi paso, pero casi iba corriendo para alcanzarme. Sin duda, estaba cumpliendo las órdenes de mi madre de no dejarme sola ni un instante.
Me dirigí a la zona portuaria, aunque no para comprar. Sólo quería sentarme a observar los barcos. ¿Y si me metía de polizón en alguno que fuera a Beltrexus? Lo había pensado más de una vez, pero sabía que era una estupidez, me las tendría que ver con mi familia al llegar. Pero es que ya estaba harta de decirle a mi madre que quería regresar a casa a tomar el control del gremio. ¿Qué harían ahora que yo no estaba? Todos esos estúpidos estarían haciendo y deshaciendo a su parecer. ¡Y no tenían ni idea! La maestra cazadora era yo, ¿a qué inepto habría puesto mi padre al mando? Me hervía la sangre al pensar que cualquier incompetente podría estar haciéndoselas de jefe.
Me quedé ahí cavilando mientras Katarine miraba sin entender qué hacía ahí, sólo se apoyó en el respaldo del banco y no dijo nada. Aunque estaba claro que no le gustaba estar ahí, y más cuando ya todo estaba cerrándose y pronto nos quedaríamos solas. No la culpaba, era una niña que había tenido que meterse a mi cohorte para poder ganar algo de dinero.
El último barco atracó y sólo quedaban en el puerto los marineros atando los cabos. Pronto tendría la tranquilidad y momento de paz que tanto ansiaba. Si Katarine se fuera un rato por ahí sería mejor, pero no podía echarla.
- A estas horas es cuando los vampiros empiezan a salir. - Comenté sin mirar a la chiquilla.
- No sé cómo ha podido enfrentarse a esos seres, señorita Harrowmont. - Parecía asustada. - ¿No tenía miedo? ¿Ni siquiera en... Lo que sucedió... Ya sabe... En Sacrestic Ville?
Tardé un poco en responder, nunca me habían hecho esa pregunta y nunca me lo había planteado.
Off: Espero que no te importe que entre yo ^-^ Me ha gustado el post
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Cuando el último mortecino rayo de sol se escondió tras el horizonte, Dag separó su espalda del tronco y se limpió las lágrimas con el antebrazo. Era momento de seguir su camino, bajar la colina y traspasar las imponentes murallas para hacer frente a la realidad. Pero, aunque sabía que no podía quedarse estático por siempre, sus piernas no reaccionaban. Si nunca más pisaba Lunargenta, podría seguir disfrutando del irreal ensueño en que estaba metido. Podría imaginar que su casa seguía igual que antes, que sus vecinos no habían envejecido ni un día, y que sus niños eran todavía unos pequeños traviesos desdentados. ¿Y si ya todos estaban...?
-Esto no traerá nada bueno. Deberíamos regresar por donde hemos venido.
-Pienso lo mismo, sí. Estoy completamente de acuerdo.
Dag asintió, dando la razón a esas voces que habían sido su única compañía durante más de un siglo de soledad. Sin embargo, no “todos” opinaban lo mismo.
-Tonterías. ¿Y entonces qué nos queda? ¿Seguir vagando sin rumbo?
-¡De eso nada! Vamos, Dag, tienes que afrontar tus miedos de una vez por todas.
-¡Eso! ¡Compórtate como un hombre, maldita gallina!
Volvió a asentir, esta vez ceñudo y cohibido. Cada voz tenía un buen punto. Lo importante era, ¿qué deseaba hacer él?
-...Sólo será un vistazo. -Murmuró al fin, y se dispuso a bajar.
Pero cada paso era un gramo más de arrepentimiento pesándole sobre los hombros. Cuando fue engullido por las enormes puertas de la ciudad, ya no podía tener los ojos más abiertos. ¿Acaso Lunargenta siempre había sido tan concurrida? ¿Desde cuándo las callejuelas estaban adoquinadas? ¿No estaban prohibidos los vendedores ambulantes? El párpado inferior izquierdo se le sacudió en un tic nervioso. Dag, cuyo servicio en La Guardia había consistido en gran parte en hacer rondas a lo largo de toda la ciudad y conocer cada calle, cada casa y cada rostro, se sentía más perdido que nunca. No reconocía a ninguna de las personas que le pasaban por al lado, mirándolo como si fuese un bicho raro -probablemente debido a sus pintas zaparrastrosas- y le costaba horrores ubicarse. Sus habituales puntos de referencia habían desaparecido.
Un nudo le apretaba cada vez más la garganta a medida que caminaba. El tiempo pasaba y, para cuando no quedaba nadie más deambulando por la calle, él aún no había encontrado su casa. ¡Su maldita casa! Maldijo apretando los dientes y pateó el suelo con frustración.
-¡Esto tiene que ser una puta broma!
Resopló, se frotó el rostro con ambas manos y, ofuscado, decidió dirigirse hacia donde creía que estaba el puerto. Al menos el agua tenía que seguir estando en el mismo sitio, ¿no?
Tardó otro rato en llegar. Ya era bien entrada la noche y nadie se atrevía a salir solo tan tarde. Deambuló durante un rato siendo tragado por las sombras, aliándose con esa oscuridad que le quitaba la cordura y lo arrastraba a la más profunda desesperación. Al menos, se dijo, el mar seguía igual de negro y apestoso que siempre, al fin algo familiar. No obstante el puerto también había cambiado lo suficiente como para no ser capaz de ubicarse sin gran esfuerzo... y su paciencia acababa de llegar al límite. Apretó los puños y miró al cielo con los ojos de quien necesita culpar a quien sea de todos sus males.
-¡Por Odín, por Thor, por la...! ¡¡Me cago en...!! ¡¡¡Oye, tú!!!
Sentados en un banco, los únicos dos seres vivos que seguían fuera a esas horas admiraban las embarcaciones. Dag se dirigió a la muchacha que tenía el gesto compungido por los nervios, dado que era la más próxima a él.
-¡Dime dónde demonios han puesto mi jodida casa!
Le gritó mientras se acercaba con grandes zancadas.
Con las pintas que tenía, el hombre no parecía nada más ni nada menos que un simple vagabundo. Las botas con lodo hasta arriba, el pantalón de cuero roído, una espada oxidada colgándole del cinturón y, como joya de la corona, esa camisa que alguna vez había sido blanca y ahora estaba rasgada y manchada de hollín, sangre y barro.
Si tenía suerte, quizás hasta se apiadarían de él y le arrojarían un par de aeros.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
A la hora del crepúsculo, la joven elfa seguía aún vagando por las calles de los vendedores ambulantes. Sabía que era peligroso, que pronto anochecería y que tendría que volver a casa después. Pero no lo podía evitar, Lunargenta tenía ese encanto y aún se había quedado con ganas de más después de su primera visita con aquella noble. DIsfrutó de los olores de las especias, de los gritos de la gente noble y no tan noble.
Sin querer, se le hizo de noche y, pronto, los negocios que antes parecían honrados empezaron a volverse más oscuros. Algunas señoritas vestidas son trajes muy vistosos salieron a la calle, todas coqueteando con el primer transeúnte que pasaba. Hasta con ella.
-Mmm, no me importaría tener entre mis piernas a una elfa... -le comentó una mientras la veía pasar.
Iredia la ignoró y siguió caminando. Su posada no estaba lejos, pero aún tenía que andar un trecho. Sin embargo, su mala suerte le hizo toparse de bruces con un grupo de asaltantes al doblar una esquina. La miraron estupefactos. Eran tres y parecían tener algún tipo de sustancia ilegal entre manos. Los había pillado en pleno tráfico.
-Discúlpenme, me he... confundido de camino, parece ser. -dijo la elfa mientras retrocedía.
-Mierda, lo ha visto. ¡Cogedla! -y sacó el puñal.
Había uno gordito, uno flaco y uno robusto. Le dio igual, Iredia no tenía fuerza para enfrentarse a ninguno de los tres. Lo suyo era curar heridas, no provocarlas. Sin dudarlo, echó a correr.
<<Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.>>.
Tenía que despistarlos de alguna manera, que la perdiesen de vista. Los dioses, gracias al hecho de ser elfa, le habían otorgado mejor visión nocturna que a esos mangurrianes. Sin duda alguna, era algo que podría usar a su favor. Pero tendría que ser pronto, ese ritmo de carrera no lo podría mantener mucho tiempo.
Su carrera la llevó hasta la zona marítima. El puerto. Parecía que había dos figuras a no mucha distancia de ella. Miró hacia atrás. Había despistado momentáneamente a sus asaltantes, pero no por mucho tiempo. Sin dudarlo, pasó al lado de aquel que parecía un vagabundo y dos chicas y, de un salto, se metió en una de las barquichuelas, se tapó completamente con una manta y se quedó ahí quieta.
Entonces, aparecieron los tres asaltantes que la perseguían. Miraron a los lados, pero no vieron a la elfa. Sin embargo, sí vieron a aquel vagabundo y a la chica. Con aires de matones, los tres (el gordo, el flaco y el robusto), se acercaron a la pareja.
-Eh, ¿habéis visto a una chica pelirroja? No muy alta, iba con unas mallas y una túnica azul y marrón...
Después, el robusto (el que acababa de hablar), le dirigió una mirada muy lasciva a la muchacha que parecía más noble, evaluándola de arriba abajo. Quizás acababa de perder el interés de repente por la chica pelirroja.
Sin querer, se le hizo de noche y, pronto, los negocios que antes parecían honrados empezaron a volverse más oscuros. Algunas señoritas vestidas son trajes muy vistosos salieron a la calle, todas coqueteando con el primer transeúnte que pasaba. Hasta con ella.
-Mmm, no me importaría tener entre mis piernas a una elfa... -le comentó una mientras la veía pasar.
Iredia la ignoró y siguió caminando. Su posada no estaba lejos, pero aún tenía que andar un trecho. Sin embargo, su mala suerte le hizo toparse de bruces con un grupo de asaltantes al doblar una esquina. La miraron estupefactos. Eran tres y parecían tener algún tipo de sustancia ilegal entre manos. Los había pillado en pleno tráfico.
-Discúlpenme, me he... confundido de camino, parece ser. -dijo la elfa mientras retrocedía.
-Mierda, lo ha visto. ¡Cogedla! -y sacó el puñal.
Había uno gordito, uno flaco y uno robusto. Le dio igual, Iredia no tenía fuerza para enfrentarse a ninguno de los tres. Lo suyo era curar heridas, no provocarlas. Sin dudarlo, echó a correr.
<<Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.>>.
Tenía que despistarlos de alguna manera, que la perdiesen de vista. Los dioses, gracias al hecho de ser elfa, le habían otorgado mejor visión nocturna que a esos mangurrianes. Sin duda alguna, era algo que podría usar a su favor. Pero tendría que ser pronto, ese ritmo de carrera no lo podría mantener mucho tiempo.
Su carrera la llevó hasta la zona marítima. El puerto. Parecía que había dos figuras a no mucha distancia de ella. Miró hacia atrás. Había despistado momentáneamente a sus asaltantes, pero no por mucho tiempo. Sin dudarlo, pasó al lado de aquel que parecía un vagabundo y dos chicas y, de un salto, se metió en una de las barquichuelas, se tapó completamente con una manta y se quedó ahí quieta.
Entonces, aparecieron los tres asaltantes que la perseguían. Miraron a los lados, pero no vieron a la elfa. Sin embargo, sí vieron a aquel vagabundo y a la chica. Con aires de matones, los tres (el gordo, el flaco y el robusto), se acercaron a la pareja.
-Eh, ¿habéis visto a una chica pelirroja? No muy alta, iba con unas mallas y una túnica azul y marrón...
Después, el robusto (el que acababa de hablar), le dirigió una mirada muy lasciva a la muchacha que parecía más noble, evaluándola de arriba abajo. Quizás acababa de perder el interés de repente por la chica pelirroja.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Sentada en el banco junto a Katarine miraba a los marineros durante unos segundos antes de responder a las preguntas de la chiquilla. - Pues… No sé. Ahora no me acuerdo si tuve miedo. No me acuerdo de muchas de las cosas que pasaron. - Escuchaba las risotadas de Belladona, los haces de luz, gritos y órdenes… Tenía una idea más o menos general de lo que había pasado, pero muchas de las partes habían sido eliminadas de mi cerebro. A pesar de que intentaba recordarlas. Había dicho que no sabía si había tenido miedo, pero creo sí. No lo admitiría, pero sí que recordaba haber sentido miedo en alguna ocasión, aunque había sido en tantas que no recordaba exactamente en cuál. Hacía mucho que no sentía miedo y nunca dejaba que me dominase. Yo era más valiente y lo controlaba. Incluso en esa ocasión, también lo dejé apartado.
La que sí parecía tenerlo era la joven doncella. Estaba atemorizada por el simple hecho de pronunciar el nombre de la ciudad. Para muchos, en Beltrexus, se había convertido en un lugar maldito del mapa. Se había convertido en la tumba de muchos de los cazadores.
Volví a quedarme en silencio escuchando el mar chocar contra los diques del puerto durante varios minutos, hasta que un hombre irrumpió gritando algo de su casa. Alcé la vista para verle y su aspecto me dio asco. ¡Era un miserable vagabundo! No pude evitar hacer una mueca de disgusto. Odiaba a los pobres. No me gustaban nada. Lastraban la economía de las ciudades, daban mala imagen en las calles y encima se creían que podían vivir sin trabajar, sólo pidiendo limosnas y aprovechándose de la gente que de verdad se ganaba su pan. ¡Si quieres dinero, trabaja! Y bueno, no todos tenían la suerte de pertenecer a la cúspide adinerada de las islas. Me aparté un poco de él, mirándolo con recelo. Se había concentrado en Katarine, que lo miraba asustada.
- Eh… Yo… No… No sé. –Se intentó apartar mi doncella. Tenía pintas de haber pasado un buen rato bebiendo o tomando otro tipo de sustancias. ¿Qué le pasaba? Me levanté, mirando al vagabundo desde mi altura, mucho más notoria que la de la joven Katarine.
- Eh, tú. Fuera. - Amenacé para que nos dejase en paz. No sabíamos si estaba bajo los efectos de alguna sustancia, pero no iba a permitir que me jodiera la noche, la única que había podido salir después de varios días. - No sabemos dónde está tu casa, búscala tú mismo. - Respondí con bordaría, sin disimular mi mueca de asco. Pero los problemas no parecían quedarse solo ahí. Ya estaba llevando la mano a mi daga, escondida en mi bolsa, cuando unos hombres aparecieron. No sabía si conocían al tipo ese o no, pero tampoco me importaba mucho. Quería que nos dejasen en paz. Y ellos parecían querer lo contrario. En total habían llegado cuatro personas, ¿en qué momento los dioses no querían darme paz?
Uno de los hombres, el más grandote, nos preguntó si habíamos visto a una chica, aunque la forma en la que me miraba me dio a entender que ya no le parecía tan urgente encontrarla. - No la he visto. - Dije con mi tono de esa noche para dejarle claro que no teníamos nada que ver. - Vete con este hombre y os ponéis a buscar lo que habéis perdido. - La mirada lasciva de ese hombre me estaba enfadando más todavía y no dudé en responderle. - ¿Qué miras tanto? ¿No tenías que buscar a alguien? Largo.
- Pero he encontrado algo mejor. - Sonrió ladinamente. - Me gustan con carácter.
- Mira que lo dudo. Déjanos en paz y vete.
- ¿Me tengo que ir y dejaros aquí solitas? Aunque si te vienes conmigo… Te aseguro que te vas a divertir. -Resoplé y me di la vuelta para irme, llamando a Katarine para que me acompañase. Pero el tipo robusto, alentado por los amigos, me agarró de la muñeca. - Espera, espera. No te vayas, que te acompaño.
En cuanto noté su agarre me giré y le di un golpe en la muñeca para que me soltase. El siguiente fue en un lado de la rodilla, con todas mis fuerzas y al momento saqué mi daga. - Te lo he advertido, imbécil. A ti y a todos los que estáis aquí: o nos dejáis en paz, o acabáis en el mar.
No sabía si a ese tipo se le habían quitado las ganas de seguir incordiando o si se vengaría por haberle golpeado, pero me daba igual, ya estaba preparada para darle su merecido. Había luchado contra infinidad de vampiros y contra la Hermandad, unos míseros humanos no me asustaban. Ellos no.
- ¡Estás loca! - Gritó uno de los amigos, el más delgado. Tal vez no esperaba mi reacción. ¿Qué quería? ¿Qué les dijera “sí, voy”? Ellos sí estaban locos.
- Sólo queríamos pasar un rato divertido. - Respondió el otro, a quien había golpeado, desde el suelo. Trataba de justificarse por andar increpando. En ese momento me dieron ganas de darle una patada en la boca y saltarle los dientes, pero no lo hice.
- Yo no quiero esa diversión con vosotros. Seguid buscando lo que sea que busquéis y dejadnos en paz. ¿Lo tengo que repetir? - Miré a todos, sin distinguir entre quien buscaba su casa o a una joven. Aunque viendo las intenciones de esos tres, esperaba que no la encontrasen. Clavé la mirada en el primero que había llegado. - ¿Y tú, qué? - Él no había tenido las intenciones de los otros, ¿se conocían?
- Maestra Harrowmont... Vámonos, no se meta en líos. - Katarine estaba asustada ante la situación.
La que sí parecía tenerlo era la joven doncella. Estaba atemorizada por el simple hecho de pronunciar el nombre de la ciudad. Para muchos, en Beltrexus, se había convertido en un lugar maldito del mapa. Se había convertido en la tumba de muchos de los cazadores.
Volví a quedarme en silencio escuchando el mar chocar contra los diques del puerto durante varios minutos, hasta que un hombre irrumpió gritando algo de su casa. Alcé la vista para verle y su aspecto me dio asco. ¡Era un miserable vagabundo! No pude evitar hacer una mueca de disgusto. Odiaba a los pobres. No me gustaban nada. Lastraban la economía de las ciudades, daban mala imagen en las calles y encima se creían que podían vivir sin trabajar, sólo pidiendo limosnas y aprovechándose de la gente que de verdad se ganaba su pan. ¡Si quieres dinero, trabaja! Y bueno, no todos tenían la suerte de pertenecer a la cúspide adinerada de las islas. Me aparté un poco de él, mirándolo con recelo. Se había concentrado en Katarine, que lo miraba asustada.
- Eh… Yo… No… No sé. –Se intentó apartar mi doncella. Tenía pintas de haber pasado un buen rato bebiendo o tomando otro tipo de sustancias. ¿Qué le pasaba? Me levanté, mirando al vagabundo desde mi altura, mucho más notoria que la de la joven Katarine.
- Eh, tú. Fuera. - Amenacé para que nos dejase en paz. No sabíamos si estaba bajo los efectos de alguna sustancia, pero no iba a permitir que me jodiera la noche, la única que había podido salir después de varios días. - No sabemos dónde está tu casa, búscala tú mismo. - Respondí con bordaría, sin disimular mi mueca de asco. Pero los problemas no parecían quedarse solo ahí. Ya estaba llevando la mano a mi daga, escondida en mi bolsa, cuando unos hombres aparecieron. No sabía si conocían al tipo ese o no, pero tampoco me importaba mucho. Quería que nos dejasen en paz. Y ellos parecían querer lo contrario. En total habían llegado cuatro personas, ¿en qué momento los dioses no querían darme paz?
Uno de los hombres, el más grandote, nos preguntó si habíamos visto a una chica, aunque la forma en la que me miraba me dio a entender que ya no le parecía tan urgente encontrarla. - No la he visto. - Dije con mi tono de esa noche para dejarle claro que no teníamos nada que ver. - Vete con este hombre y os ponéis a buscar lo que habéis perdido. - La mirada lasciva de ese hombre me estaba enfadando más todavía y no dudé en responderle. - ¿Qué miras tanto? ¿No tenías que buscar a alguien? Largo.
- Pero he encontrado algo mejor. - Sonrió ladinamente. - Me gustan con carácter.
- Mira que lo dudo. Déjanos en paz y vete.
- ¿Me tengo que ir y dejaros aquí solitas? Aunque si te vienes conmigo… Te aseguro que te vas a divertir. -Resoplé y me di la vuelta para irme, llamando a Katarine para que me acompañase. Pero el tipo robusto, alentado por los amigos, me agarró de la muñeca. - Espera, espera. No te vayas, que te acompaño.
En cuanto noté su agarre me giré y le di un golpe en la muñeca para que me soltase. El siguiente fue en un lado de la rodilla, con todas mis fuerzas y al momento saqué mi daga. - Te lo he advertido, imbécil. A ti y a todos los que estáis aquí: o nos dejáis en paz, o acabáis en el mar.
No sabía si a ese tipo se le habían quitado las ganas de seguir incordiando o si se vengaría por haberle golpeado, pero me daba igual, ya estaba preparada para darle su merecido. Había luchado contra infinidad de vampiros y contra la Hermandad, unos míseros humanos no me asustaban. Ellos no.
- ¡Estás loca! - Gritó uno de los amigos, el más delgado. Tal vez no esperaba mi reacción. ¿Qué quería? ¿Qué les dijera “sí, voy”? Ellos sí estaban locos.
- Sólo queríamos pasar un rato divertido. - Respondió el otro, a quien había golpeado, desde el suelo. Trataba de justificarse por andar increpando. En ese momento me dieron ganas de darle una patada en la boca y saltarle los dientes, pero no lo hice.
- Yo no quiero esa diversión con vosotros. Seguid buscando lo que sea que busquéis y dejadnos en paz. ¿Lo tengo que repetir? - Miré a todos, sin distinguir entre quien buscaba su casa o a una joven. Aunque viendo las intenciones de esos tres, esperaba que no la encontrasen. Clavé la mirada en el primero que había llegado. - ¿Y tú, qué? - Él no había tenido las intenciones de los otros, ¿se conocían?
- Maestra Harrowmont... Vámonos, no se meta en líos. - Katarine estaba asustada ante la situación.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
“Eh, tú. Fuera.” Altivas palabras brotaron de los labios de la mujer mejor vestida, a quien Dag en un principio no había prestado atención. Lejos de espantarlo, la muchacha no hizo más que acrecentar su enojo. -¿Cómo se atreve? -Gruñó una de las siseantes voces de su cabeza- No sabes a quién le estás hablando con ese tono. -Murmuró el vampiro, apretando los puños. Era un Guardia de Lunargenta cuya vida entera había dedicado a proteger a personas como aquella joven maleducada. ¡Si supiera quién era le rendiría su gratitud al instante! Estaba entreabriendo los labios para reprender a la mujer cuando una tercer muchacha pasó a su lado con la velocidad de un relámpago para saltar dentro de una pequeña barca. -Los jóvenes de hoy en día tienen pasatiempos muy extraños... -pensó, observando con curiosidad el vaivén de la embarcación.
Pestañeó un par de veces para salir de su asombro. -En fin. -Carraspeó- Como estaba diciendo... -Pero, siguiendo a la joven, no tardaron en aparecer tres tipejos de dudosa calaña. El entrecejo del vampiro terminó de arrugarse como un acordeón ante la nueva interrupción. Sin embargo, en vista de que la muchacha de alcurnia y lengua afilada parecía poder defenderse sola, Dag no hizo más que quedarse allí parado observando la golpiza bien merecida recibida por uno de los hombres, casi sintiendo pena por el pobre desgraciado.
Enarcó una ceja cuando la agresiva mujer volvió a dirigirse a él. No sólo le molestaba profundamente que una cría mimada lo tratase con tal falta de respeto, también comenzaba a colmarle la paciencia ser denigrado a la misma deplorable condición que el trío de imbéciles.
-Yo sólo quiero saber dónde... -¡Oigan, aquí está! -Le interrumpió, por enésima vez, uno de los matones. Se trataba del flacucho, que había aprovechado el tiempo muerto para descubrir el paradero de la muchacha en la barquichuela. El tipo estaba levantando la tela que servía de escondite cuando Dag lo tomó del cuello con desmedida violencia y, habiendo ya perdido por completo los estribos, lo arrastró un par de metros a lo largo del muelle hasta encontrar un sitio donde el agua estuviese a pocos centímetros de las tablas.
-¡Dejen de inre... interrim... interrumpirme, malditos sean! -Ignorando el pataleo del hombre, hundió la cabeza de éste en el agua durante algunos segundos. Al sacarlo tuvo que zarandearlo para que dejase de gritar. En vista de que nadie parecía poder indicarle dónde estaba su morada, decidió aprovechar el interrogatorio con una pregunta más fácil- ¿¡Quién es el rey, ah!? ¡Contéstame! -¡Ah! ¡Uh... auch! ¡Usted! ¡Usted lo es! -Dag gruñó de ira y repitió el proceso. El pobre tipo se removía como una lombriz intentando zafarse, mientras sus compañeros, uno todavía en el suelo y el otro alejándose disimuladamente, observaban la escena boquiabiertos- ¡Dime quién es el rey de Lunargenta, pedazo de mangurrián! -¡Siegfried! -Gimió- ¡Es Siegfried!
Abrió la mano y dejó que el hombre cayese al agua, permitiendo que se alejase con ridículos chapoteos. Su expresión pasó del enojo al desconcierto en un instante. Las cosas se ponían cada vez más complicadas: No sólo Lunargenta había cambiado, ¡ni siquiera tenían el Rey que él recordaba!
Se volteó lentamente y observó a las dos muchachas, la violenta y su criada, con los ojos brillando con infantil tristeza. Su tono de voz áspero y compungido no se correspondía con la dureza exhibida momentos atrás. Casi parecía ser una persona completamente distinta.
-¿Es cierto lo que dijo? -Cuestionó. Los dos malvivientes que quedaban aprovecharon la oportunidad para retirarse con disimulo, intercambiando ininteligibles susurros. Probablemente acababan de darse cuenta de que el ojiazul no estaba muy bien de la cabeza. ¿Qué persona cuerda torturaba a un hombre y luego se volteaba con lágrimas en los ojos?- ¿Es cierto? -Insistió, con el mentón tembloroso y un nudo en la garganta- ¿En... En qué año estamos?
Pestañeó un par de veces para salir de su asombro. -En fin. -Carraspeó- Como estaba diciendo... -Pero, siguiendo a la joven, no tardaron en aparecer tres tipejos de dudosa calaña. El entrecejo del vampiro terminó de arrugarse como un acordeón ante la nueva interrupción. Sin embargo, en vista de que la muchacha de alcurnia y lengua afilada parecía poder defenderse sola, Dag no hizo más que quedarse allí parado observando la golpiza bien merecida recibida por uno de los hombres, casi sintiendo pena por el pobre desgraciado.
Enarcó una ceja cuando la agresiva mujer volvió a dirigirse a él. No sólo le molestaba profundamente que una cría mimada lo tratase con tal falta de respeto, también comenzaba a colmarle la paciencia ser denigrado a la misma deplorable condición que el trío de imbéciles.
-Yo sólo quiero saber dónde... -¡Oigan, aquí está! -Le interrumpió, por enésima vez, uno de los matones. Se trataba del flacucho, que había aprovechado el tiempo muerto para descubrir el paradero de la muchacha en la barquichuela. El tipo estaba levantando la tela que servía de escondite cuando Dag lo tomó del cuello con desmedida violencia y, habiendo ya perdido por completo los estribos, lo arrastró un par de metros a lo largo del muelle hasta encontrar un sitio donde el agua estuviese a pocos centímetros de las tablas.
-¡Dejen de inre... interrim... interrumpirme, malditos sean! -Ignorando el pataleo del hombre, hundió la cabeza de éste en el agua durante algunos segundos. Al sacarlo tuvo que zarandearlo para que dejase de gritar. En vista de que nadie parecía poder indicarle dónde estaba su morada, decidió aprovechar el interrogatorio con una pregunta más fácil- ¿¡Quién es el rey, ah!? ¡Contéstame! -¡Ah! ¡Uh... auch! ¡Usted! ¡Usted lo es! -Dag gruñó de ira y repitió el proceso. El pobre tipo se removía como una lombriz intentando zafarse, mientras sus compañeros, uno todavía en el suelo y el otro alejándose disimuladamente, observaban la escena boquiabiertos- ¡Dime quién es el rey de Lunargenta, pedazo de mangurrián! -¡Siegfried! -Gimió- ¡Es Siegfried!
Abrió la mano y dejó que el hombre cayese al agua, permitiendo que se alejase con ridículos chapoteos. Su expresión pasó del enojo al desconcierto en un instante. Las cosas se ponían cada vez más complicadas: No sólo Lunargenta había cambiado, ¡ni siquiera tenían el Rey que él recordaba!
Se volteó lentamente y observó a las dos muchachas, la violenta y su criada, con los ojos brillando con infantil tristeza. Su tono de voz áspero y compungido no se correspondía con la dureza exhibida momentos atrás. Casi parecía ser una persona completamente distinta.
-¿Es cierto lo que dijo? -Cuestionó. Los dos malvivientes que quedaban aprovecharon la oportunidad para retirarse con disimulo, intercambiando ininteligibles susurros. Probablemente acababan de darse cuenta de que el ojiazul no estaba muy bien de la cabeza. ¿Qué persona cuerda torturaba a un hombre y luego se volteaba con lágrimas en los ojos?- ¿Es cierto? -Insistió, con el mentón tembloroso y un nudo en la garganta- ¿En... En qué año estamos?
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Iredia no salió en todo aquel rato de la manta. Oyó las frases de la chica, oyó un golpetazo seguido de un quejido por parte de uno de los hombres que la perseguían.
<<Bien>>, pensó.
Al rato, se sintió mal. Ella sólo quería que la perdiesen de vista y siguieran traficando con drogas, con muñecos, con muñecos llenos de drogas o lo que sea que estuviesen haciendo en aquel callejón. No tenía previsto que las jóvenes que estaban ahí se vieran involucradas con esos tres. Todos los malditos humanos eran iguales.
De golpe, alguien tiró de su manta. El maldito flacucho. Fue a darle una patada cuando, de golpe, un hombre completamente furioso con pintas de vagabundo le agarró del pescuezo y le arrastró un par de metros hasta el borde, dejándolo suspendido en el aire y amenazándolo con tirarlo al agua. Lo peor fue que no se esperaba que el chico empezase a preguntarle sobre el rey de Lunargenta. Iredia observaba en silencio desde la barca, sentada, con la boca abierta sin atreverse a decir murmullo alguno.
Lo más sorprendente después fue ver que el vagabundo harapiento parecía completamente confuso por la respuesta que le había dado aquel hombre. Dioses, estaba como una cabra.
Salió con ciertas dificultades de la barquichuela al ver que los malhechores se habían marchado. Después, se acercó a ellos. La joven elfa era un ser de pelo rojizo muy largo, ojos violáceos vivaces y de porte tranquilo y jovial, Colgaba un arco de su espalda, una daga en su cinturón. Vestía de forma simple, con una túnica y unas mallas. Sus ropas no estaban roídas, aunque se podía decir, por el desgaste de las botas, que había hecho un viaje largo.
-Madre mía, disculpadme por lo de esos tres. ¡Vaya idiotas! Estos humanos sólo piensan en lo mismo. -luego, dándose cuenta de que había hablado de más, miró a las jóvenes humanas con disculpa- Sin ofender. Sólo los hombres. -esta vez miró al hombre vagabundo. Había vuelto a cagarla- O sea, tú no. Gracias, por cierto. -les sonrió con amabilidad - No sé quién de las dos le ha dado el porrazo. Creo que tú. -miró a la que tenía el porte más altivo y noble- ¡Muy bien hecho!
Al ver los ojos llorosos del ojiazul, de golpe, se preocupó.
-¿Te ocurre algo? ¿Necesitas ayuda?
La ilusa elfa ni se había dado cuenta de que era un vampiro ni tampoco de qué trataba la confusión que tenía. Interpretó que quizás estaba perdido o acababa de perder algo o a alguien.
<<Bien>>, pensó.
Al rato, se sintió mal. Ella sólo quería que la perdiesen de vista y siguieran traficando con drogas, con muñecos, con muñecos llenos de drogas o lo que sea que estuviesen haciendo en aquel callejón. No tenía previsto que las jóvenes que estaban ahí se vieran involucradas con esos tres. Todos los malditos humanos eran iguales.
De golpe, alguien tiró de su manta. El maldito flacucho. Fue a darle una patada cuando, de golpe, un hombre completamente furioso con pintas de vagabundo le agarró del pescuezo y le arrastró un par de metros hasta el borde, dejándolo suspendido en el aire y amenazándolo con tirarlo al agua. Lo peor fue que no se esperaba que el chico empezase a preguntarle sobre el rey de Lunargenta. Iredia observaba en silencio desde la barca, sentada, con la boca abierta sin atreverse a decir murmullo alguno.
Lo más sorprendente después fue ver que el vagabundo harapiento parecía completamente confuso por la respuesta que le había dado aquel hombre. Dioses, estaba como una cabra.
Salió con ciertas dificultades de la barquichuela al ver que los malhechores se habían marchado. Después, se acercó a ellos. La joven elfa era un ser de pelo rojizo muy largo, ojos violáceos vivaces y de porte tranquilo y jovial, Colgaba un arco de su espalda, una daga en su cinturón. Vestía de forma simple, con una túnica y unas mallas. Sus ropas no estaban roídas, aunque se podía decir, por el desgaste de las botas, que había hecho un viaje largo.
-Madre mía, disculpadme por lo de esos tres. ¡Vaya idiotas! Estos humanos sólo piensan en lo mismo. -luego, dándose cuenta de que había hablado de más, miró a las jóvenes humanas con disculpa- Sin ofender. Sólo los hombres. -esta vez miró al hombre vagabundo. Había vuelto a cagarla- O sea, tú no. Gracias, por cierto. -les sonrió con amabilidad - No sé quién de las dos le ha dado el porrazo. Creo que tú. -miró a la que tenía el porte más altivo y noble- ¡Muy bien hecho!
Al ver los ojos llorosos del ojiazul, de golpe, se preocupó.
-¿Te ocurre algo? ¿Necesitas ayuda?
La ilusa elfa ni se había dado cuenta de que era un vampiro ni tampoco de qué trataba la confusión que tenía. Interpretó que quizás estaba perdido o acababa de perder algo o a alguien.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Katarine parecía querer que nos fuéramos cuanto antes. La entendía, pero yo no iba a irme porque a esos estúpidos les diese por molestarme. Si seguían así los tiraría al mar. Y me daba igual la guardia de Lunargenta o quien fuera. No podían venir a molestarme porque sí.
Aunque el siguiente embrollo no lo monté yo, sino el chico al que parecía ignorar bastante. Estaba centrada en los otros, no en ese. Pues bien, el hombre empezó a emprenderla con uno de los otros que nos habían molestado. Lo extraño es que preguntaba cosas muy raras. ¿Quién era nuestro rey? ¿En qué año estábamos? ¿De dónde se había escapado ese tipo? Cada vez que venía a Lunargenta me tenía que encontrar con personas tan… Especiales.
Me quedé mirando de forma altiva lo que hacía y sólo mi doncella respondió cuando se giró. - Estamos en 1272. - Respondió con cierta incredulidad ante la situación. Después me dio otro tirón en el brazo, con suavidad, para hacer que me moviera. Al instante, una elfa apareció. ¡Y yo que quería venir al puerto para estar tranquila! Esto se estaba llenando de gente a cada momento.
Enarqué una ceja mirándola mientras la muchacha comenzaba a hablar y a agradecer que hubiese golpeado al tipo. - Ah. ¿Llevas un arco y una daga y no eres capaz de luchar? - Hice una mueca como si la chiquilla oliese mal o algo parecido. Pero me resultaba increíble que una elfa de Sandorai no fuera capaz de detener a quien intentaba hacerla daño. Vale, muchos de esos montaciervos eran pacifistas, pero ¿hasta el punto de no hacer nada en defensa propia? Normal que les hubiéramos ganado las islas, algunos eran más inútiles que un arco sin flechas.
- Maestra… - Dijo sutilmente Katarine para que no increpara a la chica y no buscarme más enemigos. Pero, ¿y qué más daba? No iba a vivir en Lunargenta. En cuanto pudiera me largaría para ocupar el puesto que me correspondía de Maestra Cazadora y guiar al gremio. Me importaba más bien poco hacer amigos en esta ciudad. Los cazadores me necesitaban. Y ya tenía amigos en Beltrexus.
Aún así seguí mirando la escenita. Uno metiendo la cabeza de otro en el agua, luego lloraba y la elfa en plan inocentona preguntando. Me recordó a Rachel Roche, la hermana de Jules. ¿Qué había pasado con ellos? Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero cuando por mi mente pasaron los nublosos recuerdos de aquella fatídica noche. Suspiré y miré a mi doncella. –Sí, será mejor que nos vayamos.
- No, maestra. Quería pedirle permiso para ayudar a ese hombre. Está llorando. - Me indicó con la cabeza al hombre que había llegado primero.
Me encogí de hombros. - Haz lo que quieras. - Guardé mi daga y miré cómo Katarine se acercaba al muchacho. ¡Ella y su manía de ayudar! ¡Cómo se notaba lo joven que era y su inocencia! Volví a sentarme en el banco.
- ¿Qué le sucede? - Parecía ir a coro con la elfa débil esa. Katarine se arrodilló junto a él. - ¿Está confuso? Si necesita que llamemos a un médico… - Miró a la elfa como si ella tuviera el remedio a todos los males del mundo. - ¿Sabe dónde está?
Resoplé. ¿De qué nos servía ayudar a esa persona? Seguramente se habría escapado de algún tipo de sanatorio para gente loca o algo así. Nos iba a meter en problemas. Los dos hombres que quedaban miraban incrédulos la situación y, con disimulo, trataban de hacer ver al tipo extraño que estaba con su amigo aún entre sus manos.
- Eh, chico. Suéltalo. - Avisó uno. Miré hacia ellos. Ni me había percatado de que seguían por ahí molestando. Les había salido caro el estar persiguiendo a alguien, sin duda. Ojalá y les sirviera de escarmiento para no volver a perseguir a nadie.
- Ven, te acompañaremos a otro lugar. ¿Quiere un café caliente? - Preguntó Katarine mirándome. Buscaba mi permiso y yo la miré extrañada. No quería llevar a nadie a ningún lado. Sólo quería descansar un rato de mi madre y estar a solas. Pero parecía que costaba entender eso. Me levanté de forma cansina y empecé a andar. A mi doncella se le iluminó la mirada porque me había visto acceder a su propuesta. - Puede venir usted también, linda elfa. - Ella siempre tan educada. Bendita juventud y bendita inocencia.
Si hubiese tenido que convertirse en cazadora, como yo, hubiese perdido cualquier atisbo de “ternura”. Aquí se veían cosas desagradables, hasta la bondad humana destacaba por su ausencia. Y era un contraste ver a Katarine siendo tan amable, atendiendo a todo el mundo, velando por cada persona y animal que viera por la calle. Alguna vez había dicho que iba a ser enfermera. Aunque todavía no tenía suficiente dinero para poder estudiar en la Universidad de Lunargenta.
Cuando llegásemos a casa hablaría con mi madre para que le diese un hogar en la ciudad y poder costearse sus estudios. A pesar de que no la trataba del todo bien, debía reconocer la bondad y la servicialidad de esa muchacha.
Off: Perdón por la tardanza, no he podido rolear mucho esta semana >-<
Aunque el siguiente embrollo no lo monté yo, sino el chico al que parecía ignorar bastante. Estaba centrada en los otros, no en ese. Pues bien, el hombre empezó a emprenderla con uno de los otros que nos habían molestado. Lo extraño es que preguntaba cosas muy raras. ¿Quién era nuestro rey? ¿En qué año estábamos? ¿De dónde se había escapado ese tipo? Cada vez que venía a Lunargenta me tenía que encontrar con personas tan… Especiales.
Me quedé mirando de forma altiva lo que hacía y sólo mi doncella respondió cuando se giró. - Estamos en 1272. - Respondió con cierta incredulidad ante la situación. Después me dio otro tirón en el brazo, con suavidad, para hacer que me moviera. Al instante, una elfa apareció. ¡Y yo que quería venir al puerto para estar tranquila! Esto se estaba llenando de gente a cada momento.
Enarqué una ceja mirándola mientras la muchacha comenzaba a hablar y a agradecer que hubiese golpeado al tipo. - Ah. ¿Llevas un arco y una daga y no eres capaz de luchar? - Hice una mueca como si la chiquilla oliese mal o algo parecido. Pero me resultaba increíble que una elfa de Sandorai no fuera capaz de detener a quien intentaba hacerla daño. Vale, muchos de esos montaciervos eran pacifistas, pero ¿hasta el punto de no hacer nada en defensa propia? Normal que les hubiéramos ganado las islas, algunos eran más inútiles que un arco sin flechas.
- Maestra… - Dijo sutilmente Katarine para que no increpara a la chica y no buscarme más enemigos. Pero, ¿y qué más daba? No iba a vivir en Lunargenta. En cuanto pudiera me largaría para ocupar el puesto que me correspondía de Maestra Cazadora y guiar al gremio. Me importaba más bien poco hacer amigos en esta ciudad. Los cazadores me necesitaban. Y ya tenía amigos en Beltrexus.
Aún así seguí mirando la escenita. Uno metiendo la cabeza de otro en el agua, luego lloraba y la elfa en plan inocentona preguntando. Me recordó a Rachel Roche, la hermana de Jules. ¿Qué había pasado con ellos? Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero cuando por mi mente pasaron los nublosos recuerdos de aquella fatídica noche. Suspiré y miré a mi doncella. –Sí, será mejor que nos vayamos.
- No, maestra. Quería pedirle permiso para ayudar a ese hombre. Está llorando. - Me indicó con la cabeza al hombre que había llegado primero.
Me encogí de hombros. - Haz lo que quieras. - Guardé mi daga y miré cómo Katarine se acercaba al muchacho. ¡Ella y su manía de ayudar! ¡Cómo se notaba lo joven que era y su inocencia! Volví a sentarme en el banco.
- ¿Qué le sucede? - Parecía ir a coro con la elfa débil esa. Katarine se arrodilló junto a él. - ¿Está confuso? Si necesita que llamemos a un médico… - Miró a la elfa como si ella tuviera el remedio a todos los males del mundo. - ¿Sabe dónde está?
Resoplé. ¿De qué nos servía ayudar a esa persona? Seguramente se habría escapado de algún tipo de sanatorio para gente loca o algo así. Nos iba a meter en problemas. Los dos hombres que quedaban miraban incrédulos la situación y, con disimulo, trataban de hacer ver al tipo extraño que estaba con su amigo aún entre sus manos.
- Eh, chico. Suéltalo. - Avisó uno. Miré hacia ellos. Ni me había percatado de que seguían por ahí molestando. Les había salido caro el estar persiguiendo a alguien, sin duda. Ojalá y les sirviera de escarmiento para no volver a perseguir a nadie.
- Ven, te acompañaremos a otro lugar. ¿Quiere un café caliente? - Preguntó Katarine mirándome. Buscaba mi permiso y yo la miré extrañada. No quería llevar a nadie a ningún lado. Sólo quería descansar un rato de mi madre y estar a solas. Pero parecía que costaba entender eso. Me levanté de forma cansina y empecé a andar. A mi doncella se le iluminó la mirada porque me había visto acceder a su propuesta. - Puede venir usted también, linda elfa. - Ella siempre tan educada. Bendita juventud y bendita inocencia.
Si hubiese tenido que convertirse en cazadora, como yo, hubiese perdido cualquier atisbo de “ternura”. Aquí se veían cosas desagradables, hasta la bondad humana destacaba por su ausencia. Y era un contraste ver a Katarine siendo tan amable, atendiendo a todo el mundo, velando por cada persona y animal que viera por la calle. Alguna vez había dicho que iba a ser enfermera. Aunque todavía no tenía suficiente dinero para poder estudiar en la Universidad de Lunargenta.
Cuando llegásemos a casa hablaría con mi madre para que le diese un hogar en la ciudad y poder costearse sus estudios. A pesar de que no la trataba del todo bien, debía reconocer la bondad y la servicialidad de esa muchacha.
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
En ningún momento su objetivo había sido causar lástima. De hecho, un profundo hastío le helaba el pecho y apretaba su garganta al saberse bajo las compasivas atenciones de los demás. Que llorara, gritase o se expresase con ademanes desesperados no era más que otra muestra de la fragilidad de su cordura, de la debilidad de su quebrantado espíritu. No quería compasión, ¡quería que todo fuera como antes!
Pero el paso del tiempo no se puede desenredar ni revertir con la misma facilidad con que se revierten los puntos de una bufanda mal tejida para volver a empezar. Su vida, antes tan ordenada, tan monótona y tan casi satisfactoria, últimamente no estaba siendo más que una sucesión de pasos erráticos en medio de una oscura incertidumbre, pasos que no lo llevaban a ningún sitio. No sabía cómo demonios tejer su destino ahora que estaba solo, ahora que estaba maldito. Temía profundamente observar, como un simple testigo, los vestigios de un pasado que no quería reconocer como pasado. Y, sin embargo, allí estaba. Buscando su vieja casa con lágrimas de desesperación opacándole la mirada. Buscando a su familia pese a que ya los sabía muertos.
-¿Mil doscientos setenta y dos? -Parafraseó estupefacto, perdiendo la mirada en algún punto incierto entre los tablones del suelo durante un instante. Estaba seguro de que corría el año Mil ciento sesenta y siete cuando fue 'muerto' y encerrado. Era un número que no podría olvidar jamás. Entonces, si eso era cierto, significaba que... Hizo cálculos. Después de tanto tiempo, le resultó difícil recordar cómo hacer una operación matemática tan simple, de esas que le enseñó su padre cuando lo instruía en el arte del comercio. -Ciento cinco. -Dijo de pronto, con la voz quebrada y el ánimo destruido, como si acabasen de anunciarle su condena de muerte. Pero no era él el condenado. Eran... o, más bien habían sido, todos a quienes él conocía- Ciento cinco. -Repitió, incrédulo. Todos, excepto él, ya habrían pasado por la guillotina del tiempo.
De las tres mujeres, dos de ellas estaban encima suyo preguntándole si se encontraba bien. ¿Acaso no era obvia la respuesta? Se llevó las manos al rostro para secarse las mejillas y respiró copiosamente, intentando calmarse y ganar tiempo para acomodar sus ideas antes de hablar.
-Sí, necesito ayuda. -Murmuró. Fue difícil pronunciar tan pesadas palabras; no porque su orgullo se lo impidiera, sino porque en su larga vida pocas veces había tenido que recurrir a la amabilidad de los demás para solucionar sus problemas. Pero ahora estaba tan desesperado, tan apabullado y confundido, que no toleraba la idea de volver a deambular solo por las ya olvidadas calles de una Lunargenta que desconocía.
Dag asintió a las preguntas de la amable criada y se dispuso a seguirla. Ella acababa de ofrecer un café, y el vampiro ya había constatado con desdén que los alimentos y bebidas que antaño disfrutaba ahora no sabían en su paladar mejor que un puñado de tierra insípida. Sin embargo, acababa de aceptar por cortesía y porque no tenía excusa para declinar el ofrecimiento; la idea de dejar entrever que era un vampiro no sólo le causaba asco a sí mismo, sino que bien sabía el odio y temor que dicha raza, ahora su raza, despertaba en algunas personas. Y, si quería ser ayudado, no podía dejar que eso sucediera.
La sirvienta caminaba con una alegría extraña que el hombre no supo a qué atribuirle. Echaba miraditas nerviosas e inquisitivas, pero también alegres, a la joven parca y malhumorada de más alcurnia, e invitó también a la muchacha de orejas en punta a que los acompañara. Eran sin duda un grupo pintoresco y Dag sentía que la atención recaía pesadamente sobre sus anchos hombros. Al cabo de un rato volvió a suspirar antes de decidirse, por fin, a explicar su situación cuidándose de no entrar en detalles peligrosos. Ya nada quedaba de la agresividad con que había tratado al flacucho rufián; ahora su tono era aterciopelado, manso y profundo.
-Estoy buscando mi casa. Hace muchos... muchos años me fui de Lunargenta y hoy he reguer... gresa... regresado. Pero la ciudad ha cambiado tanto, y ha pasado tanto tiempo, que no puedo encontrarla. Las calles ya no son las mismas. -Rezongó, explicando por fin el por qué de su angustia- Y no soy un vagabundo. -Gruñó, pues las despectivas miradas de la joven adinerada no se le habían pasado por alto- Soy... Quiero decir, era un guardia. Pero acabo de llegar de un viaje largo y desafortunado. He ahí la razón de mis pintas.
Se pasó la mano por la áspera camisa, endurecida por la costra de mugre que manchaba el alguna vez impoluto blanco. Vagando por el bosque, su apariencia no era ni el último eslabón de sus preocupaciones. Pero ahora, en la ciudad y rodeado de ojos que todo lo juzgan y reprueban, una incipiente vergüenza le obligó a bajar la mirada. Extrañaba su brillante y honorable armadura de guardia de Lunargenta.
Pero el paso del tiempo no se puede desenredar ni revertir con la misma facilidad con que se revierten los puntos de una bufanda mal tejida para volver a empezar. Su vida, antes tan ordenada, tan monótona y tan casi satisfactoria, últimamente no estaba siendo más que una sucesión de pasos erráticos en medio de una oscura incertidumbre, pasos que no lo llevaban a ningún sitio. No sabía cómo demonios tejer su destino ahora que estaba solo, ahora que estaba maldito. Temía profundamente observar, como un simple testigo, los vestigios de un pasado que no quería reconocer como pasado. Y, sin embargo, allí estaba. Buscando su vieja casa con lágrimas de desesperación opacándole la mirada. Buscando a su familia pese a que ya los sabía muertos.
-¿Mil doscientos setenta y dos? -Parafraseó estupefacto, perdiendo la mirada en algún punto incierto entre los tablones del suelo durante un instante. Estaba seguro de que corría el año Mil ciento sesenta y siete cuando fue 'muerto' y encerrado. Era un número que no podría olvidar jamás. Entonces, si eso era cierto, significaba que... Hizo cálculos. Después de tanto tiempo, le resultó difícil recordar cómo hacer una operación matemática tan simple, de esas que le enseñó su padre cuando lo instruía en el arte del comercio. -Ciento cinco. -Dijo de pronto, con la voz quebrada y el ánimo destruido, como si acabasen de anunciarle su condena de muerte. Pero no era él el condenado. Eran... o, más bien habían sido, todos a quienes él conocía- Ciento cinco. -Repitió, incrédulo. Todos, excepto él, ya habrían pasado por la guillotina del tiempo.
De las tres mujeres, dos de ellas estaban encima suyo preguntándole si se encontraba bien. ¿Acaso no era obvia la respuesta? Se llevó las manos al rostro para secarse las mejillas y respiró copiosamente, intentando calmarse y ganar tiempo para acomodar sus ideas antes de hablar.
-Sí, necesito ayuda. -Murmuró. Fue difícil pronunciar tan pesadas palabras; no porque su orgullo se lo impidiera, sino porque en su larga vida pocas veces había tenido que recurrir a la amabilidad de los demás para solucionar sus problemas. Pero ahora estaba tan desesperado, tan apabullado y confundido, que no toleraba la idea de volver a deambular solo por las ya olvidadas calles de una Lunargenta que desconocía.
Dag asintió a las preguntas de la amable criada y se dispuso a seguirla. Ella acababa de ofrecer un café, y el vampiro ya había constatado con desdén que los alimentos y bebidas que antaño disfrutaba ahora no sabían en su paladar mejor que un puñado de tierra insípida. Sin embargo, acababa de aceptar por cortesía y porque no tenía excusa para declinar el ofrecimiento; la idea de dejar entrever que era un vampiro no sólo le causaba asco a sí mismo, sino que bien sabía el odio y temor que dicha raza, ahora su raza, despertaba en algunas personas. Y, si quería ser ayudado, no podía dejar que eso sucediera.
La sirvienta caminaba con una alegría extraña que el hombre no supo a qué atribuirle. Echaba miraditas nerviosas e inquisitivas, pero también alegres, a la joven parca y malhumorada de más alcurnia, e invitó también a la muchacha de orejas en punta a que los acompañara. Eran sin duda un grupo pintoresco y Dag sentía que la atención recaía pesadamente sobre sus anchos hombros. Al cabo de un rato volvió a suspirar antes de decidirse, por fin, a explicar su situación cuidándose de no entrar en detalles peligrosos. Ya nada quedaba de la agresividad con que había tratado al flacucho rufián; ahora su tono era aterciopelado, manso y profundo.
-Estoy buscando mi casa. Hace muchos... muchos años me fui de Lunargenta y hoy he reguer... gresa... regresado. Pero la ciudad ha cambiado tanto, y ha pasado tanto tiempo, que no puedo encontrarla. Las calles ya no son las mismas. -Rezongó, explicando por fin el por qué de su angustia- Y no soy un vagabundo. -Gruñó, pues las despectivas miradas de la joven adinerada no se le habían pasado por alto- Soy... Quiero decir, era un guardia. Pero acabo de llegar de un viaje largo y desafortunado. He ahí la razón de mis pintas.
Se pasó la mano por la áspera camisa, endurecida por la costra de mugre que manchaba el alguna vez impoluto blanco. Vagando por el bosque, su apariencia no era ni el último eslabón de sus preocupaciones. Pero ahora, en la ciudad y rodeado de ojos que todo lo juzgan y reprueban, una incipiente vergüenza le obligó a bajar la mirada. Extrañaba su brillante y honorable armadura de guardia de Lunargenta.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Entrecerró los ojos ante aquel comentario de la noble sobre su capacidad de luchar. Ciertamente, no era muy buena luchadora, su especialidad era más bien la de sanar a otros luchadores. Sin embargo, su orgullo le hizo abrir la boca de más.
-Sí, soy capaz. Y también uso el sentido común, algo de lo que no puede presumir todo el mundo.
No le importó si esa mujer se daba por aludida. Ya vendría llorando si algún día le.rompían una pierna. La otra chiquilla, mucho más amable, se puso junto a ella para escudriñar al vagabundo. Éste parecía en shock cuando le dijo la joven amable en qué año estaban. Cuando ésta hizo alusión a que podría necesitar a un médico, Iredia escrutó con la mirada de arriba abajo al hombre, corroborando su condición de médico. No parecía herido por fuera, pero no todas las heridas salían a la superficie. Se planteó seriamente que tuviese algún daño cerebral. No supo qué quería decir el hombre cuando decía lo de "ciento cinco". ¿Igual era un loco sádico?
Aceptó la invitación de la joven al café.
-Y, de paso, me gustaría echarle un vistazo. Quizás haya recibido algún tipo de golpe en la cabeza.- tampoco quería dejar a esa mujer sola con ese hombre, pero eso no lo dijo en voz alta.
Ignoró que la otra mujer se levantaba. Estaba claro que no se iban a llevar bien y el mejor premio para los altivos es la indiferencia.
Mientras andaban, ellos tres juntos y la noble detrás, escuchó con atención aquella historia. Ciertamente, tenía que ser duro para él encontrarse con que su antes hogar le era ahora completamente desconocido. Le entró un escalofrío, temiendo que le pasase a ella lo mismo al volver a Sandorai.
-Lamento lo que te ha pasado.- expresó con sinceridad-Podemos ir a una posada y allí puedo echar un ojo, a ver si tienes algún hematoma interno. ¿Hay alguien con el que quieras hablar aquí? Quizás podamos buscarlo.- sugirió.
Miró de reojo a la noble. Por algún extraño motivo, no le agradaba mucho darle la espalda.
Off: Perdonadme las faltas y la calidad, escribo desde el trabajo y usando el móvil ^^U
-Sí, soy capaz. Y también uso el sentido común, algo de lo que no puede presumir todo el mundo.
No le importó si esa mujer se daba por aludida. Ya vendría llorando si algún día le.rompían una pierna. La otra chiquilla, mucho más amable, se puso junto a ella para escudriñar al vagabundo. Éste parecía en shock cuando le dijo la joven amable en qué año estaban. Cuando ésta hizo alusión a que podría necesitar a un médico, Iredia escrutó con la mirada de arriba abajo al hombre, corroborando su condición de médico. No parecía herido por fuera, pero no todas las heridas salían a la superficie. Se planteó seriamente que tuviese algún daño cerebral. No supo qué quería decir el hombre cuando decía lo de "ciento cinco". ¿Igual era un loco sádico?
Aceptó la invitación de la joven al café.
-Y, de paso, me gustaría echarle un vistazo. Quizás haya recibido algún tipo de golpe en la cabeza.- tampoco quería dejar a esa mujer sola con ese hombre, pero eso no lo dijo en voz alta.
Ignoró que la otra mujer se levantaba. Estaba claro que no se iban a llevar bien y el mejor premio para los altivos es la indiferencia.
Mientras andaban, ellos tres juntos y la noble detrás, escuchó con atención aquella historia. Ciertamente, tenía que ser duro para él encontrarse con que su antes hogar le era ahora completamente desconocido. Le entró un escalofrío, temiendo que le pasase a ella lo mismo al volver a Sandorai.
-Lamento lo que te ha pasado.- expresó con sinceridad-Podemos ir a una posada y allí puedo echar un ojo, a ver si tienes algún hematoma interno. ¿Hay alguien con el que quieras hablar aquí? Quizás podamos buscarlo.- sugirió.
Miró de reojo a la noble. Por algún extraño motivo, no le agradaba mucho darle la espalda.
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Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
-El sentido común de esconderte y esperar a que otro te salve. - Respondí con sarcasmo. Yo y mi manía de llevar siempre la última palabra y más aún si la persona que tenía enfrente valía tan poco para mí. No quería que esa muchacha tan cobarde se atreviera siquiera a decirme nada después de que por su culpa había tenido que enfrentarme a esos hombres y encima ella se había escondido. ¿Teniendo armas? ¿En serio? No lo entendía. La miré con altanería, como solía mirarlos a todos… Y como hacía tiempo que no miraba a nadie.
Pasé de discutir con esa elfa y me centré en el chico tan extraño que estaba con Katarine. - ¿Ciento cinco? ¿Qué quiere decir, señor? - Ella y su amabilidad. Sólo miraba lo que hacían, no me acerqué. Me parecía un vagabundo y no me gustaban nada, me daba repulsa. Mejor que se ocupase Katarine y que tardase poco, a poder ser.
Pero no parecía querer tardar poco porque mi doncella les propuso ir a una taberna a tomar algo caliente. Resoplé sonoramente para mostrar mi descontento. No quería acoplados, pero no pude hacer nada. Ahí me encontraba, siguiéndolos. A pesar de que caminaba a cierta distancia pude escuchar que el chico vivía antes en Lunargenta pero se había tenido que marchar para hacer un largo viaje… ¡Bah! Me daba igual su historia. Por mí, como si iba corriendo y se tiraba al mar. Pero Katarine parecía estar muy interesada.
- Oh, ¿en serio? ¿Y por qué ya no es guardia? - Ella parecía emocionada, pero yo no. ¿Un guardia? Algo muy grave había tenido que hacer para que le expulsaran y tuviera que vagar con esas fachas. Rodé los ojos como aburrida. A mí me parecía un vagabundo, por mucho que me dijera que había vestido el característico uniforme azul, yo seguía pensando que estaba loco, y más ahora que decía eso. Sin duda, alguien que se había escapado de un sanatorio. - ¡Seguro que si vuelve a la guardia le dejarán entrar de nuevo! - Katarine, la positiva.
La elfa también parecía dispuesta a ayudar, a pesar de su cobardía. Según me pareció entender por sus palabras, lo suyo era la curación. Bueno, ¿qué se podía esperar de esos montaciervos? ¿Qué poder tenían aparte de curar y… ya? Como mucho hablar con los animales, porque en combate eran bastante inútiles, comprobado esa misma noche.
- Sí, luego podemos mirar si tiene algún tipo de hematoma. Parece que tiene movilidad en todas sus extremidades y no se queja de dolor excesivo… Pero aún así tenemos que hacer una comprobación. - Comentó mi doncella, mirando a la elfa. - Está desorientado, eso sí.
Confiaba en las habilidades de Katarine y, por qué no decirlo, en las de la elfa. Como lo único que sabían hacer era curar, esperaba que lo hiciera bien. No por él, sino porque así me podía llevar a mi acompañante de vuelta a la posada donde nos hospedábamos y acabaría la noche de "hacer amiguitos".
Enarqué una ceja con altanería cuando la elfa me miró. ¿Qué quería? Iba detrás de todos, sin decir nada, ¿qué miraba tanto? Estaba algo arisca y reacia a conocer a gente, pero tenía que reconocer que desde que había ocurrido lo de Sacrestic Ville no me había relacionado con nadie. Al volver a Beltrexus no me había juntado con mis amigas, no había tenido contacto con nadie más que mis padres. No quería pasar tiempo con nadie. Tan solo quedarme en el despacho del Palacio de los Vientos y mirar contratos antiguos. Por un momento me quedé pensando en la adrenalina que sentía cuando me encontraba con las criaturas de la noche. Pero un escalofrío recorrió mi cuerpo. Las últimas a las que me había enfrentado…
Sacudí la cabeza y apoyé una mano en el antebrazo mientras continuaba el camino detrás de ellos. Mire cómo Katarine estaba entretenida con el chico, y la elfa a su lado. Sin escuchar del todo su conversación parecía una escena cotidiana. Tan cotidiana que se me hizo extraña. ¿Cuánto tiempo llevaba yo sin tener una escena así? Sin armas de por medio, sin contratos que me movieran a hablar con gente, sin compañeros para trazar un nuevo plan de ataque. Sólo algo cotidiano. ¿Cuánto tiempo había pasado desde mi última conversación “de chicas” con alguna de mis amigas? O una simple cena con alguien, sin que supusiera hablar del plan a seguir al día siguiente, sin comer limpiando tus armas. Sin acercarte a alguien a preguntarle piensa que la cuerda de tu arco ya está bien tensada. Hablar del tiempo, de qué pasó en aquella chica del Hekshold, qué vestido llevar a la fiesta de la cual en esos momentos desconocía que de su existencia. Cualquier cosa de las que hacía antes de que ocurriera lo de la Dama.
Desde ese momento mi vida había cambiado y todavía no era consciente de hasta qué punto. Sí, sabía las consecuencias de habernos enfrentado a ella. Más bien, todos en el gremio las conocían. Pero… Aún me costaba asimilar ciertas cosas que me habían venido demasiado grandes los días posteriores.
Incluso mis doncellas sabían que algo me pasaba. ¡Qué estupidez! ¡En Beltrexus podía estar haciendo algo mejor que seguir a dos desconocidos junto a mi doncella! Podía estar controlando un gremio que estaba descolgado ahora mismo. Podía estar ayudando a Aerandir. ¡Pero no! Haciendo amiguitos… ¡Qué bien! Al regresar a la posada le iba a pedir a mi madre, por vigésimo sexta vez que me dejara regresar a las islas. Prefería eso antes de estar aquí mirando la conversación banal de esos tres.
Por fin llegamos a una posada pequeña, donde sólo había un tabernero limpiando la barra de madera desgastada con un trapo gris. - Bienvenidos. ¿Qué desean tomar?
Pasé de discutir con esa elfa y me centré en el chico tan extraño que estaba con Katarine. - ¿Ciento cinco? ¿Qué quiere decir, señor? - Ella y su amabilidad. Sólo miraba lo que hacían, no me acerqué. Me parecía un vagabundo y no me gustaban nada, me daba repulsa. Mejor que se ocupase Katarine y que tardase poco, a poder ser.
Pero no parecía querer tardar poco porque mi doncella les propuso ir a una taberna a tomar algo caliente. Resoplé sonoramente para mostrar mi descontento. No quería acoplados, pero no pude hacer nada. Ahí me encontraba, siguiéndolos. A pesar de que caminaba a cierta distancia pude escuchar que el chico vivía antes en Lunargenta pero se había tenido que marchar para hacer un largo viaje… ¡Bah! Me daba igual su historia. Por mí, como si iba corriendo y se tiraba al mar. Pero Katarine parecía estar muy interesada.
- Oh, ¿en serio? ¿Y por qué ya no es guardia? - Ella parecía emocionada, pero yo no. ¿Un guardia? Algo muy grave había tenido que hacer para que le expulsaran y tuviera que vagar con esas fachas. Rodé los ojos como aburrida. A mí me parecía un vagabundo, por mucho que me dijera que había vestido el característico uniforme azul, yo seguía pensando que estaba loco, y más ahora que decía eso. Sin duda, alguien que se había escapado de un sanatorio. - ¡Seguro que si vuelve a la guardia le dejarán entrar de nuevo! - Katarine, la positiva.
La elfa también parecía dispuesta a ayudar, a pesar de su cobardía. Según me pareció entender por sus palabras, lo suyo era la curación. Bueno, ¿qué se podía esperar de esos montaciervos? ¿Qué poder tenían aparte de curar y… ya? Como mucho hablar con los animales, porque en combate eran bastante inútiles, comprobado esa misma noche.
- Sí, luego podemos mirar si tiene algún tipo de hematoma. Parece que tiene movilidad en todas sus extremidades y no se queja de dolor excesivo… Pero aún así tenemos que hacer una comprobación. - Comentó mi doncella, mirando a la elfa. - Está desorientado, eso sí.
Confiaba en las habilidades de Katarine y, por qué no decirlo, en las de la elfa. Como lo único que sabían hacer era curar, esperaba que lo hiciera bien. No por él, sino porque así me podía llevar a mi acompañante de vuelta a la posada donde nos hospedábamos y acabaría la noche de "hacer amiguitos".
Enarqué una ceja con altanería cuando la elfa me miró. ¿Qué quería? Iba detrás de todos, sin decir nada, ¿qué miraba tanto? Estaba algo arisca y reacia a conocer a gente, pero tenía que reconocer que desde que había ocurrido lo de Sacrestic Ville no me había relacionado con nadie. Al volver a Beltrexus no me había juntado con mis amigas, no había tenido contacto con nadie más que mis padres. No quería pasar tiempo con nadie. Tan solo quedarme en el despacho del Palacio de los Vientos y mirar contratos antiguos. Por un momento me quedé pensando en la adrenalina que sentía cuando me encontraba con las criaturas de la noche. Pero un escalofrío recorrió mi cuerpo. Las últimas a las que me había enfrentado…
Sacudí la cabeza y apoyé una mano en el antebrazo mientras continuaba el camino detrás de ellos. Mire cómo Katarine estaba entretenida con el chico, y la elfa a su lado. Sin escuchar del todo su conversación parecía una escena cotidiana. Tan cotidiana que se me hizo extraña. ¿Cuánto tiempo llevaba yo sin tener una escena así? Sin armas de por medio, sin contratos que me movieran a hablar con gente, sin compañeros para trazar un nuevo plan de ataque. Sólo algo cotidiano. ¿Cuánto tiempo había pasado desde mi última conversación “de chicas” con alguna de mis amigas? O una simple cena con alguien, sin que supusiera hablar del plan a seguir al día siguiente, sin comer limpiando tus armas. Sin acercarte a alguien a preguntarle piensa que la cuerda de tu arco ya está bien tensada. Hablar del tiempo, de qué pasó en aquella chica del Hekshold, qué vestido llevar a la fiesta de la cual en esos momentos desconocía que de su existencia. Cualquier cosa de las que hacía antes de que ocurriera lo de la Dama.
Desde ese momento mi vida había cambiado y todavía no era consciente de hasta qué punto. Sí, sabía las consecuencias de habernos enfrentado a ella. Más bien, todos en el gremio las conocían. Pero… Aún me costaba asimilar ciertas cosas que me habían venido demasiado grandes los días posteriores.
Incluso mis doncellas sabían que algo me pasaba. ¡Qué estupidez! ¡En Beltrexus podía estar haciendo algo mejor que seguir a dos desconocidos junto a mi doncella! Podía estar controlando un gremio que estaba descolgado ahora mismo. Podía estar ayudando a Aerandir. ¡Pero no! Haciendo amiguitos… ¡Qué bien! Al regresar a la posada le iba a pedir a mi madre, por vigésimo sexta vez que me dejara regresar a las islas. Prefería eso antes de estar aquí mirando la conversación banal de esos tres.
Por fin llegamos a una posada pequeña, donde sólo había un tabernero limpiando la barra de madera desgastada con un trapo gris. - Bienvenidos. ¿Qué desean tomar?
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
El hombre ignoró completamente la primer pregunta de la doncella que acompañaba a aquella chica de alcurnia. Ni siquiera había pronunciado esas palabras conscientemente, y no tenía forma de explicar a qué se refería con “ciento cinco” sin delatar su condición de inmortal. Ja, inmortal. Acababa de darse cuenta, por primera vez en su nueva vida, de que ahora su vida carecía de fecha de caducidad. Cuántas veces había deseado eso siendo un niño, y ahora no podía verlo como más que una insoportable maldición. Por esa misma razón, para evitar delatarse, le fue difícil responder a la segunda pregunta. Tomó una copiosa bocanada de aire y explicó con austeridad:
-No pertenezco más a la guardia porque... -se rascó la barbilla, meditabundo- ...luego de mi última misión, me tomó mucho tiempo... umh, recomponerme antes de volver. El suficiente tiempo para perder mi cargo. Y no creo que vuelva a pedirlo, pero gracias. -le dedicó una sonrisa condescendiente; después de todo la muchacha sólo estaba intentando ayudar y el hombre encontraba en ese tipo de personalidades compasivas un bálsamo para sus lamentos.
El camino tenía momentos de silencio en los cuales Dag aprovechaba para mirar alrededor, escudriñando cada callejuela, cada casa, cada mínimo detalle que pudiese servirle para recordar el camino de vuelta. Sin embargo, todo seguía siendo demasiado distinto. Pronto se distrajo al escuchar que la doncella y la pelirroja intercambiaban palabras respecto a su estado de salud, como si él no estuviese allí presente. Dag no se consideraba a sí mismo un loco, y comenzaba a ponerle de mal humor ser tratado como uno, o como un vagabundo, o como un tipo que no se percataba de lo que ocurría a su alrededor. -No tengo ningún hematoma. -Gruñó, hastiado- Y no estoy desorientado, sólo estoy... perdido. -Se cruzó de brazos y clavó la mirada al frente. Un mohín de enfado le adornó las facciones.
Entonces, la bella mujer de orejas picudas le preguntó si quería hablar con alguien. Dag alzó los hombros y bajó la cabeza en pose triste y meditabunda. ¿Era posible que le quedase algún conocido a quien buscar? Supuso que no. En su antigua vida todos sus amigos eran simples humanos, vidas frágiles y efímeras que ya habrían caducado hacía tiempo. Pensó en Einar y en Lena, sus hijos, y una intensa amargura le apretó el pecho ante la idea de que incluso sus niños, sus dulces niños, ya habían sido también adolescentes, adultos y viejos, y Dag no los había visto crecer. Gruesas lágrimas volvieron a acariciar sus mejillas y miró hacia el costado opuesto a las mujeres para que no se percatasen de su debilidad. Mientras se las secaba con el dorso de una mano, gruñó con desdén:
-No. No hay nadie. Sólo quiero encontrar mi casa. -Insistió.
-Aunque quizás ya ni siquiera te pertenezca, tonto. -Susurró una de las voces de su mente. El ojiazul apretó los dientes sabiendo que, cuando hablaba una, despertaban todas las demás. Y así fue.
-Les digo que esto es una mala idea. ¡Muy mala!
-Así es. Vámonos de aquí, que no sacaremos nada bueno de esto.
-Concuerdo. Aunque, antes de irnos, podríamos visitar la casa de esa linda pelirroja.
-O la de la ricachona, que tampoco se ve mal. Además su cama debe ser más cómoda.
-¡Mejor de ambas! ¡O con ambas!
-¿Existirá todavía esa posada donde íbamos para...-
-Bienvenidos. ¿Qué desean tomar?
La voz del tabernero lo arrancó de sus cavilaciones. Acababan de llegar a la posada, aunque Dag había pasado el último tramo del camino demasiado concentrado en pelear con sus voces internas. Observó alrededor, no había nadie aparte de ellos y el dueño del lugar. Quizás por eso mismo el tipo no le prohibió la entrada pese a sus pintas: un par de aeros le venían bien, vinieran de quien vinieran. Y ese era el problema. El ojiazul acababa de recordar que no tenía dinero, pero decidió que ese era un detallito del cual se preocuparía después.
Se sentaron en el extremo de una de las largas mesas. Dag se situó en la punta e hincó los codos sobre la tabla, recargando la mejilla en una de sus grandes manos. Aunque poco a poco iba tomando confianza con las dos jóvenes amables, no terminaba de entender el comportamiento de la chica de buena cuna. Posó largamente sus iris azules sobre ella, analizando sus gestos, intentando identificar sus emociones... Con tanta fijeza que su mirada resultaba entre intimidante e inquietante; más que nada esto último.
-¿Y ustedes quiénes son? -La pregunta fue dirigida a las tres más que nada por cortesía, aunque quien más curiosidad despertaba en él era la que había demostrado ser una buena luchadora. Pasaron unos segundos hasta que se percató de la brusquedad de su pregunta; antaño había sido muy educado y formal, pero ahora había perdido las buenas maneras y a veces se expresaba como un energúmeno. En un intento por enderezarse, añadió con un tono más amable: -Mi nombre es Dag Thorlák.
-¿Qué van a pedir, señoritas... y señor? -El posadero se situó junto a la mesa con los brazos en jarra; tan distraído había estado al entrar, que no respondió a su pregunta en un principio y ahora parecía bastante irritado. El vampiro, entonces, cambió el objetivo de su intensa observación. Se le hacía ligeramente conocido... pero era imposible, al menos si el tipo era un humano. Quizás era su imaginación. Frunció el ceño y desvió la mirada.
-Un tazón lleno de sangre, por favor. -Masculló una vocesita viperina dentro de su cráneo.
-Una jarra de cerveza. -Pidió. Al demonio el café, no era eso lo que su cuerpo le pedía. Y tampoco cerveza. Pero con algo tenía que conformarse.
-No pertenezco más a la guardia porque... -se rascó la barbilla, meditabundo- ...luego de mi última misión, me tomó mucho tiempo... umh, recomponerme antes de volver. El suficiente tiempo para perder mi cargo. Y no creo que vuelva a pedirlo, pero gracias. -le dedicó una sonrisa condescendiente; después de todo la muchacha sólo estaba intentando ayudar y el hombre encontraba en ese tipo de personalidades compasivas un bálsamo para sus lamentos.
El camino tenía momentos de silencio en los cuales Dag aprovechaba para mirar alrededor, escudriñando cada callejuela, cada casa, cada mínimo detalle que pudiese servirle para recordar el camino de vuelta. Sin embargo, todo seguía siendo demasiado distinto. Pronto se distrajo al escuchar que la doncella y la pelirroja intercambiaban palabras respecto a su estado de salud, como si él no estuviese allí presente. Dag no se consideraba a sí mismo un loco, y comenzaba a ponerle de mal humor ser tratado como uno, o como un vagabundo, o como un tipo que no se percataba de lo que ocurría a su alrededor. -No tengo ningún hematoma. -Gruñó, hastiado- Y no estoy desorientado, sólo estoy... perdido. -Se cruzó de brazos y clavó la mirada al frente. Un mohín de enfado le adornó las facciones.
Entonces, la bella mujer de orejas picudas le preguntó si quería hablar con alguien. Dag alzó los hombros y bajó la cabeza en pose triste y meditabunda. ¿Era posible que le quedase algún conocido a quien buscar? Supuso que no. En su antigua vida todos sus amigos eran simples humanos, vidas frágiles y efímeras que ya habrían caducado hacía tiempo. Pensó en Einar y en Lena, sus hijos, y una intensa amargura le apretó el pecho ante la idea de que incluso sus niños, sus dulces niños, ya habían sido también adolescentes, adultos y viejos, y Dag no los había visto crecer. Gruesas lágrimas volvieron a acariciar sus mejillas y miró hacia el costado opuesto a las mujeres para que no se percatasen de su debilidad. Mientras se las secaba con el dorso de una mano, gruñó con desdén:
-No. No hay nadie. Sólo quiero encontrar mi casa. -Insistió.
-Aunque quizás ya ni siquiera te pertenezca, tonto. -Susurró una de las voces de su mente. El ojiazul apretó los dientes sabiendo que, cuando hablaba una, despertaban todas las demás. Y así fue.
-Les digo que esto es una mala idea. ¡Muy mala!
-Así es. Vámonos de aquí, que no sacaremos nada bueno de esto.
-Concuerdo. Aunque, antes de irnos, podríamos visitar la casa de esa linda pelirroja.
-O la de la ricachona, que tampoco se ve mal. Además su cama debe ser más cómoda.
-¡Mejor de ambas! ¡O con ambas!
-¿Existirá todavía esa posada donde íbamos para...-
-Bienvenidos. ¿Qué desean tomar?
La voz del tabernero lo arrancó de sus cavilaciones. Acababan de llegar a la posada, aunque Dag había pasado el último tramo del camino demasiado concentrado en pelear con sus voces internas. Observó alrededor, no había nadie aparte de ellos y el dueño del lugar. Quizás por eso mismo el tipo no le prohibió la entrada pese a sus pintas: un par de aeros le venían bien, vinieran de quien vinieran. Y ese era el problema. El ojiazul acababa de recordar que no tenía dinero, pero decidió que ese era un detallito del cual se preocuparía después.
Se sentaron en el extremo de una de las largas mesas. Dag se situó en la punta e hincó los codos sobre la tabla, recargando la mejilla en una de sus grandes manos. Aunque poco a poco iba tomando confianza con las dos jóvenes amables, no terminaba de entender el comportamiento de la chica de buena cuna. Posó largamente sus iris azules sobre ella, analizando sus gestos, intentando identificar sus emociones... Con tanta fijeza que su mirada resultaba entre intimidante e inquietante; más que nada esto último.
-¿Y ustedes quiénes son? -La pregunta fue dirigida a las tres más que nada por cortesía, aunque quien más curiosidad despertaba en él era la que había demostrado ser una buena luchadora. Pasaron unos segundos hasta que se percató de la brusquedad de su pregunta; antaño había sido muy educado y formal, pero ahora había perdido las buenas maneras y a veces se expresaba como un energúmeno. En un intento por enderezarse, añadió con un tono más amable: -Mi nombre es Dag Thorlák.
-¿Qué van a pedir, señoritas... y señor? -El posadero se situó junto a la mesa con los brazos en jarra; tan distraído había estado al entrar, que no respondió a su pregunta en un principio y ahora parecía bastante irritado. El vampiro, entonces, cambió el objetivo de su intensa observación. Se le hacía ligeramente conocido... pero era imposible, al menos si el tipo era un humano. Quizás era su imaginación. Frunció el ceño y desvió la mirada.
-Un tazón lleno de sangre, por favor. -Masculló una vocesita viperina dentro de su cráneo.
-Una jarra de cerveza. -Pidió. Al demonio el café, no era eso lo que su cuerpo le pedía. Y tampoco cerveza. Pero con algo tenía que conformarse.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Yendo de camino, la elfa no pudo evitar fijase en la personalidad compasiva de aquella mujer. Nada que ver con la otra de personalidad más bien amargada que iba a sus espaldas. En parte comenzaba a entender por qué aquellas dos iban acompañadas. Era muy probable que esa criada no saliese viva si iba sola por ahí, necesitaba a esa mujer que, muy a su pesar, luchaba bien.
Entrecerró los ojos cuando el hombre se quedó molesto ante el hecho de que se preocupasen por su salud. Miró de reojo a la joven risueña y luego a él de nuevo.
-No todas las heridas son físicas. -respondió, manifestando comprensión ante el hecho de que estuviera despistado.
Cuando él manifestó que no había nadie a quien acudir de su familia, asintió. Aunque le costaba creerlo, seguro que alguno podía conocerlo, pero quizás el hombre no se sintiese con fuerzas de hacer nada debido a su desconsuelo.
Por fin, llegaron a la taberna. Últimamente, era un lugar que visitaba con frecuencia. A Iredia le ponían enferma aquel tipo de lugares, siempre eran unas aglomeraciones de gente excesivas y no toda esa gente tenía el gusto de ducharse. Aunque la cerveza estaba buenísima. Cuando se sentaron, Iredia no pudo evitar una mueca. No le agradaba lo más mínimo compartir mesa con aquella mujer desagradable, aunque por suerte, su talante tranquilo le permitía permanecer digna en situaciones complicadas.
-Yo soy Iredia Tan-Damar, Dag.- cabeceó a modo de saludo-Vlenn adiolun -se le escapó en élfco. Rápidamente, zarandeó la cabeza, dándose cuenta de su error- Perdón. Quería decir que me alegra conocerte.
Cuando Dag pidió una cerveza, ella levantó la mano.
-Y otra para mí.
Desvió su atención a la joven amable.
-¿Sois médico también?- y luego otra vez a Dag- He de decir que, ciertamente, no solo no tienes heridas sino que tienes una fuerza asombrosa. -dijo, esta vez dirigiéndose a ambos. Ignoraba deliberadamente a la otra mujer- ¿Tenéis familia, Dag?¿Hijos? Conozco a una noble aquí, quizás como has sido guardia podamos hablarle de tu caso.
Iredia estaba completamente segura de que tenía que haber alguien que conociera a ese muchacho allí.
Entrecerró los ojos cuando el hombre se quedó molesto ante el hecho de que se preocupasen por su salud. Miró de reojo a la joven risueña y luego a él de nuevo.
-No todas las heridas son físicas. -respondió, manifestando comprensión ante el hecho de que estuviera despistado.
Cuando él manifestó que no había nadie a quien acudir de su familia, asintió. Aunque le costaba creerlo, seguro que alguno podía conocerlo, pero quizás el hombre no se sintiese con fuerzas de hacer nada debido a su desconsuelo.
Por fin, llegaron a la taberna. Últimamente, era un lugar que visitaba con frecuencia. A Iredia le ponían enferma aquel tipo de lugares, siempre eran unas aglomeraciones de gente excesivas y no toda esa gente tenía el gusto de ducharse. Aunque la cerveza estaba buenísima. Cuando se sentaron, Iredia no pudo evitar una mueca. No le agradaba lo más mínimo compartir mesa con aquella mujer desagradable, aunque por suerte, su talante tranquilo le permitía permanecer digna en situaciones complicadas.
-Yo soy Iredia Tan-Damar, Dag.- cabeceó a modo de saludo-Vlenn adiolun -se le escapó en élfco. Rápidamente, zarandeó la cabeza, dándose cuenta de su error- Perdón. Quería decir que me alegra conocerte.
Cuando Dag pidió una cerveza, ella levantó la mano.
-Y otra para mí.
Desvió su atención a la joven amable.
-¿Sois médico también?- y luego otra vez a Dag- He de decir que, ciertamente, no solo no tienes heridas sino que tienes una fuerza asombrosa. -dijo, esta vez dirigiéndose a ambos. Ignoraba deliberadamente a la otra mujer- ¿Tenéis familia, Dag?¿Hijos? Conozco a una noble aquí, quizás como has sido guardia podamos hablarle de tu caso.
Iredia estaba completamente segura de que tenía que haber alguien que conociera a ese muchacho allí.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Katarine le escuchó con atención mientras comentaba que estaba perdido. Ella realmente no pensaba eso del todo, sus teorías iban a creer que estaba loco. Lo mismo que pensaba yo. Era un vagabundo loco que se había escapado de algún sanatorio, o lo habían echado por no tener dinero.
Llegamos a la taberna y me adelanté a todos para ocupar una de las mesas. La doncella que me acompañaba vino corriendo para moverme la silla, aunque hice un gesto para que no se preocupara. ¿Por qué me trataba como a una inútil? Vale, estaba para cuidarme, su trabajo era ayudarme en todo. En ocasiones me peinaba, o incluso ella y sus compañeras estaban conmigo durante mis baños, por si necesitaba algo. Y eso era verdaderamente estresante, no podía hacer nada por mí misma estando las doncellas. Me gustaba tener gente a mi servicio, pero no tan en exceso. Eran perfectas para cuando quería que me preparasen algo de comer, pero frotarme el cuerpo en la bañera sabía hacerlo yo de sobra. Y moverme la silla, también.
Me senté y a mi lado lo hizo Katarine, aunque no dejó de mirar en ningún momento al extraño muchacho. Pidió un vaso de agua y luego llegaron las presentaciones. - Yo soy Katarine Aren, y ella es la Maestra Cazadora, Cassa…
- Me llamo Cassandra Harrowmont. - Interrumpí. - Gracias, Katarine, pero no hace falta que me presentes. - Era a la única persona a quien le hablaba con algo más de simpatía. Sabía que lo había hecho con buenas intenciones, pero era algo que podía hacer yo, también. - Y me gustaría tomar zumo de frutas. ¿Tiene? - El tabernero asintió y se puso a verter las cervezas. Al momento las llevó a la mesa.
- Aquí están sus cervezas, y el agua. - Las dejó en el centro de la mesa. - Ahora traeré el zumo, señorita.
- No soy médico, quiero ser enfermera. - Comentó animada Katarine. Luego la conversación se tornó muy trivial. Hablaban de hijos y de cosas así. Yo sólo miraba cómo se desenvolvía todo, pero no participaba. A los diez minutos, el tabernero me colocó delante una gran jarra de color rojizo. Le di las gracias y se fue a seguir frotando el vaso. Posiblemente sería lo único que tenía que hacer ahí.
Distrayéndome, comencé a quitarme las horquillas que sujetaban el peinado que Katarine me había hecho, dejando mi pelo suelto. Ya hasta me dolía la cabeza por cómo me las había colocado. Ella me miró y luego volteó a ver al resto. Sabía que me estaba aburriendo y que no quería estar ahí con esos desconocidos. De hecho, si no me iba, era por Katarine. - Cierto lo que dice la elfa, si podemos contactar con alguien de tu familia… Podríamos ayudarte. Nosotras te hemos encontrado, sería bueno que te ayudásemos. - Sonrió y yo, sin embargo, hice una mueca. Eso de ayudar… Dependía a quién y para qué. - La Maestra Harrowmont nos puede ayudar… - Me miró de reojo, como queriendo integrarme. - ella es muy inteligente. Por su trabajo conoce a mucha gente incluso aquí, en Lunargenta. - En ese momento buscaba darle una ligera patada pero no alcanzaba. Quería que se callase. - Y puede probar a buscar a tu familia.
Después de mirar a la doncella con los ojos entrecerrados, miré a los demás. - Ah, no. De eso nada. Mi trabajo es cazar vampiros, no buscar personas. De eso se encarga la guardia, o no sé quién. Pero está claro que yo no. - Levanté las manos como negando que fuera a moverme para ayudar a un vagabundo a encontrar a su supuesta familia, si ni siquiera sabía dónde se encontraba. Que se encargasen las sanadoras. Eso no era asunto mío.
Tomé el vaso y di un sorbo. Por mi parte, la conversación se había acabado. Y, de hecho, desde hacía un mes ni siquiera cazaba vampiros. Estaba de “vacaciones obligadas” por no-recuerdo-qué me había pasado.
- U-Usted... Es...¿Es cazadora? - La voz del tabernero sonaba sorprendida, al igual que su gesto. Me volteé en la silla pero no dije nada. Katarine, sin embargo, asintió fervientemente. - He... He oído hablar de lo ocurrido en Sacrestic Ville...
- ¡Ella participó! ¡Luchó contra ...!
- ¡Katarine, basta! - Miré a la doncella, reprendiéndola por comentar esas cosas. El tabernero parecía más sorprendido todavía. No sabía descifrar su cara en esos momentos.
Llegamos a la taberna y me adelanté a todos para ocupar una de las mesas. La doncella que me acompañaba vino corriendo para moverme la silla, aunque hice un gesto para que no se preocupara. ¿Por qué me trataba como a una inútil? Vale, estaba para cuidarme, su trabajo era ayudarme en todo. En ocasiones me peinaba, o incluso ella y sus compañeras estaban conmigo durante mis baños, por si necesitaba algo. Y eso era verdaderamente estresante, no podía hacer nada por mí misma estando las doncellas. Me gustaba tener gente a mi servicio, pero no tan en exceso. Eran perfectas para cuando quería que me preparasen algo de comer, pero frotarme el cuerpo en la bañera sabía hacerlo yo de sobra. Y moverme la silla, también.
Me senté y a mi lado lo hizo Katarine, aunque no dejó de mirar en ningún momento al extraño muchacho. Pidió un vaso de agua y luego llegaron las presentaciones. - Yo soy Katarine Aren, y ella es la Maestra Cazadora, Cassa…
- Me llamo Cassandra Harrowmont. - Interrumpí. - Gracias, Katarine, pero no hace falta que me presentes. - Era a la única persona a quien le hablaba con algo más de simpatía. Sabía que lo había hecho con buenas intenciones, pero era algo que podía hacer yo, también. - Y me gustaría tomar zumo de frutas. ¿Tiene? - El tabernero asintió y se puso a verter las cervezas. Al momento las llevó a la mesa.
- Aquí están sus cervezas, y el agua. - Las dejó en el centro de la mesa. - Ahora traeré el zumo, señorita.
- No soy médico, quiero ser enfermera. - Comentó animada Katarine. Luego la conversación se tornó muy trivial. Hablaban de hijos y de cosas así. Yo sólo miraba cómo se desenvolvía todo, pero no participaba. A los diez minutos, el tabernero me colocó delante una gran jarra de color rojizo. Le di las gracias y se fue a seguir frotando el vaso. Posiblemente sería lo único que tenía que hacer ahí.
Distrayéndome, comencé a quitarme las horquillas que sujetaban el peinado que Katarine me había hecho, dejando mi pelo suelto. Ya hasta me dolía la cabeza por cómo me las había colocado. Ella me miró y luego volteó a ver al resto. Sabía que me estaba aburriendo y que no quería estar ahí con esos desconocidos. De hecho, si no me iba, era por Katarine. - Cierto lo que dice la elfa, si podemos contactar con alguien de tu familia… Podríamos ayudarte. Nosotras te hemos encontrado, sería bueno que te ayudásemos. - Sonrió y yo, sin embargo, hice una mueca. Eso de ayudar… Dependía a quién y para qué. - La Maestra Harrowmont nos puede ayudar… - Me miró de reojo, como queriendo integrarme. - ella es muy inteligente. Por su trabajo conoce a mucha gente incluso aquí, en Lunargenta. - En ese momento buscaba darle una ligera patada pero no alcanzaba. Quería que se callase. - Y puede probar a buscar a tu familia.
Después de mirar a la doncella con los ojos entrecerrados, miré a los demás. - Ah, no. De eso nada. Mi trabajo es cazar vampiros, no buscar personas. De eso se encarga la guardia, o no sé quién. Pero está claro que yo no. - Levanté las manos como negando que fuera a moverme para ayudar a un vagabundo a encontrar a su supuesta familia, si ni siquiera sabía dónde se encontraba. Que se encargasen las sanadoras. Eso no era asunto mío.
Tomé el vaso y di un sorbo. Por mi parte, la conversación se había acabado. Y, de hecho, desde hacía un mes ni siquiera cazaba vampiros. Estaba de “vacaciones obligadas” por no-recuerdo-qué me había pasado.
- U-Usted... Es...¿Es cazadora? - La voz del tabernero sonaba sorprendida, al igual que su gesto. Me volteé en la silla pero no dije nada. Katarine, sin embargo, asintió fervientemente. - He... He oído hablar de lo ocurrido en Sacrestic Ville...
- ¡Ella participó! ¡Luchó contra ...!
- ¡Katarine, basta! - Miré a la doncella, reprendiéndola por comentar esas cosas. El tabernero parecía más sorprendido todavía. No sabía descifrar su cara en esos momentos.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Pasadas las presentaciones, Dag asintió mansamente con la cabeza y esperó en silencio a que el tabernero trajese las órdenes. La bella muchacha de orejas en punta y la amable doncella parecían haber hecho buenas migas, pues eran quienes más conversaban en el extraño cuarteto de recién conocidos.
La mente del hombre volaba, por momentos, muy lejos de la conversación; sus ojos recorrían la taberna con sumo detenimiento. Había algo en ese lugar que le resultaba ligeramente conocido, y “ligeramente” ya era un gran progreso tomando en cuenta que hasta el momento no lograba reconocer ni una sola esquina de la ciudad. Mientras más observaba, más familiar se le hacía el entorno. El amoblamiento era bastante nuevo, pero todavía podía reconocer la disposición de las ventanas, el sitio donde se ubicaba la barra y la amplia escalera que conducía al piso de arriba. Estaba a punto de admitir la certeza de que conocía esa taberna, cuando la palabra “familia” le sacudió la mente como si le hubiesen pegado un garrotazo. Las dos bondadosas jóvenes insistían en el tema, ¿acaso no habían entendido que no le quedaba nadie? Antes de poder controlarse, golpeó estruendosamente la mesa con el puño cerrado, haciendo salpicar pequeñas gotitas del contenido de las jarras. Hablar de ese tema era como que le hurgasen con un dedo la más profunda de sus heridas.
-¡Que no tengo familia, JODER! -Gritó, incorporándose sobre su asiento y dirigiendo una mirada iracunda a la sirvienta. Últimamente solía tener esos arranques de furia en que deseaba desquitarse con quien tuviera en frente. No obstante, pronto se concentró en respirar profundo y volver a sentarse. No tardó mucho en recuperar su ánimo usual. Es más, tardó tan poco que resultaba anormal que alguien consiguiera retomar la calma tan rápido- ...Pero gracias por la preocupación. -Masculló con una sonrisa solemne.
Pero la sonrisa se borró cuando escuchó las palabras “cazar” y “vampiros” en la misma oración. Pegó un respingo y se llevó rápidamente su jarra de cerveza a los labios para disimular el nerviosismo. ¿¡Cómo había acabado compartiendo mesa con su peor pesadilla!? Por fortuna, el tabernero habló atrayendo la atención. Los ojos azules de Dag saltaban del hombre a la autoproclamada cazadora. ¿Sacrestic Ville? ¿Qué había ocurrido? ¿Acaso eran tiempos de exterminios vampíricos? Le frustraba estar tan perdido con las novedades.
-No es como si nos importara.
-A fin de cuentas tú ni siquiera te consideras un vampiro... ¿o no, Dag?
-¿Y por qué deseas tanto hincar los colmillos en el cuello de esa doncella, entonces?
El hombre bajó la mirada, apabullado por las sarcásticas voces de su mente. No, no le importaba en lo más mínimo lo que sucediera con sus congéneres. Ni siquiera podía llamarse “vampiro” a sí mismo hasta hacía muy poco tiempo atrás; la simple idea de decirlo en voz alta le asqueaba. Sin embargo, tampoco era un humano... y había recurrido más y más veces a alimentarse de sangre cuando su estómago gemía y se retorcía de hambre. Incluso la bebida rojiza de Cassandra, aunque olía a jugo de frutas, se le antojaba tentadora. Suspiró y se pasó una mano por el cabello, oyendo con fingido desinterés las palabras del anfitrión.
-Dígame, cazadora... -continuaba hablando el hombre, ignorando el hecho de que la muchacha se mostraba reacia a tocar el tema- ...¿qué opina de los vampiros que habitan aquí en la ciudad? Se sabe de sobra que viven entre nosotros. -Dag volvió a tomar un buen trago de la cerveza, fingiendo disfrutarla aunque le sabía pésimo y le revolvía el estómago- Somos una gran mayoría quienes desearíamos... no sé... no digo exterminarlos, ¡pero al menos echarlos! ¿acaso nadie piensa en los niños? No puede ser que el Rey Siegfried, larga vida y que los dioses lo amparen, se quede de brazos cruzados. Esos monstruos carecen de control. Son malos, malos por naturaleza.
-Mala es tu cara de imbécil, añejo pedazo de...
Dag carraspeó. Su gesto se había torcido en una mueca de enojo parecida a cuando se tocó el tema de su familia. De pronto, sentía pujantes ganas de rajarle la garganta a ese viejo que tan conocido se le hacía para acallar su palabrería. ¿Pero por qué se sentía ofendido? ¡Si estaba lejos de sentirse orgulloso por su nueva raza! Relajó los hombros e inhaló profundo en un intento por calmarse. Entonces, antes de darse cuenta, se encontró abriendo la boca para decir:
-No me malinper... matinler... malinterpreten, ¿eh? Yo también los detesto profundamente, pero... -intervino- ...así como existimos humanos buenos y humanos malos, o elfos buenos y elfos malos -dijo echando una breve mirada a Iredia- ...o brujos, o dragones, o cualquier especie que conozcamos... ¿no creen que también podrían existir vampiros sin deseos de hacer el mal?
Se cruzó de brazos y fingió restarle importancia a su propio comentario encogiéndose de hombros. ¿Por qué había intervenido en favor de su reputación? Ni él mismo lo sabía. Cada día que pasaba era más impulsivo y tenía menos dominio sobre sus acciones. ¿Y si todos los vampiros habían sido buena gente para terminar convirtiéndose al lado más oscuro de sí mismos mientras más tiempo vivían? Suspiró. De ser así, la palabra “inmortalidad” comenzaba a inspirarle bastante miedo.
La mente del hombre volaba, por momentos, muy lejos de la conversación; sus ojos recorrían la taberna con sumo detenimiento. Había algo en ese lugar que le resultaba ligeramente conocido, y “ligeramente” ya era un gran progreso tomando en cuenta que hasta el momento no lograba reconocer ni una sola esquina de la ciudad. Mientras más observaba, más familiar se le hacía el entorno. El amoblamiento era bastante nuevo, pero todavía podía reconocer la disposición de las ventanas, el sitio donde se ubicaba la barra y la amplia escalera que conducía al piso de arriba. Estaba a punto de admitir la certeza de que conocía esa taberna, cuando la palabra “familia” le sacudió la mente como si le hubiesen pegado un garrotazo. Las dos bondadosas jóvenes insistían en el tema, ¿acaso no habían entendido que no le quedaba nadie? Antes de poder controlarse, golpeó estruendosamente la mesa con el puño cerrado, haciendo salpicar pequeñas gotitas del contenido de las jarras. Hablar de ese tema era como que le hurgasen con un dedo la más profunda de sus heridas.
-¡Que no tengo familia, JODER! -Gritó, incorporándose sobre su asiento y dirigiendo una mirada iracunda a la sirvienta. Últimamente solía tener esos arranques de furia en que deseaba desquitarse con quien tuviera en frente. No obstante, pronto se concentró en respirar profundo y volver a sentarse. No tardó mucho en recuperar su ánimo usual. Es más, tardó tan poco que resultaba anormal que alguien consiguiera retomar la calma tan rápido- ...Pero gracias por la preocupación. -Masculló con una sonrisa solemne.
Pero la sonrisa se borró cuando escuchó las palabras “cazar” y “vampiros” en la misma oración. Pegó un respingo y se llevó rápidamente su jarra de cerveza a los labios para disimular el nerviosismo. ¿¡Cómo había acabado compartiendo mesa con su peor pesadilla!? Por fortuna, el tabernero habló atrayendo la atención. Los ojos azules de Dag saltaban del hombre a la autoproclamada cazadora. ¿Sacrestic Ville? ¿Qué había ocurrido? ¿Acaso eran tiempos de exterminios vampíricos? Le frustraba estar tan perdido con las novedades.
-No es como si nos importara.
-A fin de cuentas tú ni siquiera te consideras un vampiro... ¿o no, Dag?
-¿Y por qué deseas tanto hincar los colmillos en el cuello de esa doncella, entonces?
El hombre bajó la mirada, apabullado por las sarcásticas voces de su mente. No, no le importaba en lo más mínimo lo que sucediera con sus congéneres. Ni siquiera podía llamarse “vampiro” a sí mismo hasta hacía muy poco tiempo atrás; la simple idea de decirlo en voz alta le asqueaba. Sin embargo, tampoco era un humano... y había recurrido más y más veces a alimentarse de sangre cuando su estómago gemía y se retorcía de hambre. Incluso la bebida rojiza de Cassandra, aunque olía a jugo de frutas, se le antojaba tentadora. Suspiró y se pasó una mano por el cabello, oyendo con fingido desinterés las palabras del anfitrión.
-Dígame, cazadora... -continuaba hablando el hombre, ignorando el hecho de que la muchacha se mostraba reacia a tocar el tema- ...¿qué opina de los vampiros que habitan aquí en la ciudad? Se sabe de sobra que viven entre nosotros. -Dag volvió a tomar un buen trago de la cerveza, fingiendo disfrutarla aunque le sabía pésimo y le revolvía el estómago- Somos una gran mayoría quienes desearíamos... no sé... no digo exterminarlos, ¡pero al menos echarlos! ¿acaso nadie piensa en los niños? No puede ser que el Rey Siegfried, larga vida y que los dioses lo amparen, se quede de brazos cruzados. Esos monstruos carecen de control. Son malos, malos por naturaleza.
-Mala es tu cara de imbécil, añejo pedazo de...
Dag carraspeó. Su gesto se había torcido en una mueca de enojo parecida a cuando se tocó el tema de su familia. De pronto, sentía pujantes ganas de rajarle la garganta a ese viejo que tan conocido se le hacía para acallar su palabrería. ¿Pero por qué se sentía ofendido? ¡Si estaba lejos de sentirse orgulloso por su nueva raza! Relajó los hombros e inhaló profundo en un intento por calmarse. Entonces, antes de darse cuenta, se encontró abriendo la boca para decir:
-No me malinper... matinler... malinterpreten, ¿eh? Yo también los detesto profundamente, pero... -intervino- ...así como existimos humanos buenos y humanos malos, o elfos buenos y elfos malos -dijo echando una breve mirada a Iredia- ...o brujos, o dragones, o cualquier especie que conozcamos... ¿no creen que también podrían existir vampiros sin deseos de hacer el mal?
Se cruzó de brazos y fingió restarle importancia a su propio comentario encogiéndose de hombros. ¿Por qué había intervenido en favor de su reputación? Ni él mismo lo sabía. Cada día que pasaba era más impulsivo y tenía menos dominio sobre sus acciones. ¿Y si todos los vampiros habían sido buena gente para terminar convirtiéndose al lado más oscuro de sí mismos mientras más tiempo vivían? Suspiró. De ser así, la palabra “inmortalidad” comenzaba a inspirarle bastante miedo.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
A Iredia le sorprendieron los modales que mostró la tal Cassandra con el tabernero. Por lo borde que era, la creía incapaz de agradecer nada. Un punto a tener en cuenta, supuso.
Corroboró las palabras de Katherine con un asentimiento. De repente, el muchacho se levantó y dio tal puñetazo a la mesa que la elfa instintivamente arrastró la silla hacia atrás y se llevó la mano al cuchillo de su cinturón, sin llegar a sacarlo y mirando muy fijamente las reacciones de Dag. Pese a su pronto, después les dio las gracias. Se volvió a sentar y les dedicó aquella sonrisa solemne. Sin embargo, la elfa no se la devolvió. Empezó a pensar seriamente que la salud mental de ese hombre distaba mucho de ser buena.
-De nada. Supongo. -le respondió la elfa, con cierto retintín.-Aunque la próxima vez... no pegues a la mesa. No tiene la culpa.- y esta vez sí sonrió, algo más irónica.
Quitó la mano de su cuchillo y se centró en la conversación en torno de la ahora proclamada cazadora de vampiros mientras daba unos sorbos de cerveza. Ese dato le interesó. En su tribu, consideraban a los vampiros como demonios nocturnos, casi invencibles y la reencarnación del mal y lo antinatural. El hecho de que esa mujer los cazase hizo que aumentase su respeto hacia ella un poco. Sólo un poco.
Aún más le gustó cuando mencionaron aquel suceso en Sacrestic Ville. Ella no tenía ni idea de a qué se referían y parece ser que Cassandra no estaba muy interesada en que se revelase contra quién luchó. A la elfa no le gustaba quedarse con la intriga a medias. Sin embargo, no intervino hasta que el camarero y Dag terminaron de hablar. No le pasó desapercibido la cara de enojo que puso de nuevo el muchacho. ¿Qué le pasaba? Parecía que no le gustaba hablar de vampiros. Ni de vampiros ni de su familia. Entrecerró sus ojos violáceos, pensativa. Desde luego, era la primera vez que escuchaba a alguien decir que los vampiros podían llegar a ser buenos.
-¿Te has cruzado alguna vez con algún vampiro bondadoso? -preguntó a Dag, entre divertida y curiosa-Aunque creo que nuestra cazadora de demonios podrá informarnos mejor sobre la bondad en la naturaleza vampírica.- cogió la cerveza y miró de reojo a Cassandra mientras pegaba un trago. -Por cierto, ¿qué pasó en Sacrestic Ville? -preguntó de golpe, directa, mirando a Katherine.
Quizás debió pensar primero en las consecuencias de esa pregunta, pero tenía que intentarlo.
Corroboró las palabras de Katherine con un asentimiento. De repente, el muchacho se levantó y dio tal puñetazo a la mesa que la elfa instintivamente arrastró la silla hacia atrás y se llevó la mano al cuchillo de su cinturón, sin llegar a sacarlo y mirando muy fijamente las reacciones de Dag. Pese a su pronto, después les dio las gracias. Se volvió a sentar y les dedicó aquella sonrisa solemne. Sin embargo, la elfa no se la devolvió. Empezó a pensar seriamente que la salud mental de ese hombre distaba mucho de ser buena.
-De nada. Supongo. -le respondió la elfa, con cierto retintín.-Aunque la próxima vez... no pegues a la mesa. No tiene la culpa.- y esta vez sí sonrió, algo más irónica.
Quitó la mano de su cuchillo y se centró en la conversación en torno de la ahora proclamada cazadora de vampiros mientras daba unos sorbos de cerveza. Ese dato le interesó. En su tribu, consideraban a los vampiros como demonios nocturnos, casi invencibles y la reencarnación del mal y lo antinatural. El hecho de que esa mujer los cazase hizo que aumentase su respeto hacia ella un poco. Sólo un poco.
Aún más le gustó cuando mencionaron aquel suceso en Sacrestic Ville. Ella no tenía ni idea de a qué se referían y parece ser que Cassandra no estaba muy interesada en que se revelase contra quién luchó. A la elfa no le gustaba quedarse con la intriga a medias. Sin embargo, no intervino hasta que el camarero y Dag terminaron de hablar. No le pasó desapercibido la cara de enojo que puso de nuevo el muchacho. ¿Qué le pasaba? Parecía que no le gustaba hablar de vampiros. Ni de vampiros ni de su familia. Entrecerró sus ojos violáceos, pensativa. Desde luego, era la primera vez que escuchaba a alguien decir que los vampiros podían llegar a ser buenos.
-¿Te has cruzado alguna vez con algún vampiro bondadoso? -preguntó a Dag, entre divertida y curiosa-Aunque creo que nuestra cazadora de demonios podrá informarnos mejor sobre la bondad en la naturaleza vampírica.- cogió la cerveza y miró de reojo a Cassandra mientras pegaba un trago. -Por cierto, ¿qué pasó en Sacrestic Ville? -preguntó de golpe, directa, mirando a Katherine.
Quizás debió pensar primero en las consecuencias de esa pregunta, pero tenía que intentarlo.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
La conversación estaba yendo hacia caminos donde yo no quería moverme. Obviamente estaba orgullosa de ser cazadora de vampiros y, en parte, de haber luchado en Sacrestic Ville. Pero esa batalla había sido definitiva para el gremio y lo sucedido allí había dejado huella en cada uno de nosotros. Recordarlo no me hacía ningún bien, por eso estaba des festividad en festividad en Verisar. Si quería tomar las riendas del gremio debía recuperarme del todo, volver a colocarme frente a la mesa del despacho y coger contratos y misiones para seguir haciendo que el gremio fuera conocido. No podía dejarlo morir como lo hizo la Hermandad. Éramos los triunfadores, los héroes. Pero yo no me sentía como tal, no en esos momentos cuando todo estaba tan reciente aún. Cuando al apagar la luz todavía podía ver los haces de luz saliendo de la varita de Belladona. Sacudí la cabeza, dispuesta a continuar la velada lo más en calma posible. Aunque el tabernero no estaba dispuesto a dejar su curiosidad a medias así que se atrevió a preguntarme sobre mi opinión sobre los vampiros. Por supuesto iba a ser buena… Claro…
Pero justo antes de contestar, el chico que nos habíamos encontrado tomó la palabra. Le dirigí una mirada fría como un témpano por haberme interrumpido, pero después iría yo y mi opinión sobre esos seres no iba a ser tan benevolente como la del muchacho.
- ¡Qué gilipollez! Yo sí que digo de exterminarlos. No echarlos, porque podrían volver cuando quisieran. Acabar con ellos. - Dejé el vaso en la mesa y miré a ambos hombres, muy segura de mis palabras. - No son malos, son peor que eso. Criaturas sin control que se alimentan de la sangre de los vivos, que dañan a las familias, a los pueblos. - Se notaba el asco en mis palabras, acrecentado después de haber tenido que luchar en Sacrestic Ville. Mi semblante se había vuelto duro y oscuro. - No tiene ningún tipo de sentido que vivan en una ciudad como esta. ¿Acaso quieren acabar desangrados? El Rey debería mandar a sus guardias exterminar a todos y cada uno de ellos. Pero como él no lo hace, ya lo hacemos nosotros. - Mi tono cambió a orgullo. - Los cazadores estamos para eso, para eliminar a cualquier sanguijuela que ponga en peligro a los demás. Y si por mí fuera, y espero que así sea, no quedaría ninguno de esos seres caminando sobre Aerandir. - Sentencié de mala gana, dejando por zanjado el tema de los vampiros.
Katarine me miró sorprendida. Su cara era indescriptible, no sabía si estaba asustada o lo que quería era abrazarme. Sólo la voz de la elfa interrumpió ese momento para hablar de la benevolencia que podían tener algunos vampiros. Enarqué una ceja mirándola con repulsa. Estúpidos montaciervos y su idea de que todo era paz y amor…
Esos vivían en su bosque de cuentos fantásticos sin enterarse de nada, normal que les quitásemos las islas, si es que lo máximo a lo que podían aspirar era a coger flores del campo y cantarle a los árboles.
Me apoyé con los codos sobre la mesa, apoyando mi barbilla sobre mis manos entrelazadas, sonriendo con una mezcla de burla y sensualidad, esto último para acentuar aún más la ironía con la que iba a hablar. - Pues te informo que no hay ninguno benevolente. - Chasqueé la lengua. - Y si lo hay, y se cruzó en mi camino, acabó muerto. - Volví a echarme hacia atrás, apoyando mi espalda en el respaldo. - Ah, no voy a contar qué pasó en Sacrestic Ville. No os importa. - El tono seguía siendo el mismo. Tomé el vaso y di otro sorbo al zumo de frutas. El tabernero estaba igual que Katarine, no sabía deducir bien su expresión. ¿Estaría de acuerdo? ¿No? Me daba lo mismo la opinión de ese hombre, la verdad. Él sólo tenía que servirnos nuestras bebidas, no tenía que coger un arma e irse a matar sanguijuelas.
Katarine sí que estaba dispuesta a presumir lo que ocurrió en aquella villa, aunque ella no sabía más que el resto de la gente. Conocía que los cazadores habían luchado contra la Hermandad y que habíamos salido victoriosos después de varias bajas. Y que la nueva líder del gremio era yo. Pero poco más. Así que no tenía mucho que hablar y, con mi mirada seria, supo que no debía entrometerse. Tomó su taza y empezó a beber, disimulando. - A mí me dan miedo. - Dijo en bajito después de dar el sorbo a su bebida. Sí, Katarine era bastante cobarde, además sus aspiraciones no estaban en acabar con la gente, sino en salvarla. - Dicen que pueden manejar tus actos, te hacen hacer cosas que no quieres y se llevan tu sangre sin que te enteres…
A la doncella le daba miedo el sentirse tan desprotegida en cuanto a ese poder. Yo negué, no porque lo que dijera no fuera cierto, sino porque no la veía fuerte como para hacer frente a esas habilidades. Ella era el tipo de persona que caería siempre la primera en las garras de los vampiros.
- Hay que saber cómo evitar eso. - Comenté, mirándola con cierta superioridad. Ningún vampiro había logrado, todavía, ejercer su poder en mí. Al menos, no los normales. Sí que había tenido que ver ese poder de cerca y también me asustaba, pero no lo haría ver jamás. En ese grupo, y en el gremio, yo debía ser fuerte, superior a los demás. Tenía que destacar como la maestra cazadora que era.
Pero justo antes de contestar, el chico que nos habíamos encontrado tomó la palabra. Le dirigí una mirada fría como un témpano por haberme interrumpido, pero después iría yo y mi opinión sobre esos seres no iba a ser tan benevolente como la del muchacho.
- ¡Qué gilipollez! Yo sí que digo de exterminarlos. No echarlos, porque podrían volver cuando quisieran. Acabar con ellos. - Dejé el vaso en la mesa y miré a ambos hombres, muy segura de mis palabras. - No son malos, son peor que eso. Criaturas sin control que se alimentan de la sangre de los vivos, que dañan a las familias, a los pueblos. - Se notaba el asco en mis palabras, acrecentado después de haber tenido que luchar en Sacrestic Ville. Mi semblante se había vuelto duro y oscuro. - No tiene ningún tipo de sentido que vivan en una ciudad como esta. ¿Acaso quieren acabar desangrados? El Rey debería mandar a sus guardias exterminar a todos y cada uno de ellos. Pero como él no lo hace, ya lo hacemos nosotros. - Mi tono cambió a orgullo. - Los cazadores estamos para eso, para eliminar a cualquier sanguijuela que ponga en peligro a los demás. Y si por mí fuera, y espero que así sea, no quedaría ninguno de esos seres caminando sobre Aerandir. - Sentencié de mala gana, dejando por zanjado el tema de los vampiros.
Katarine me miró sorprendida. Su cara era indescriptible, no sabía si estaba asustada o lo que quería era abrazarme. Sólo la voz de la elfa interrumpió ese momento para hablar de la benevolencia que podían tener algunos vampiros. Enarqué una ceja mirándola con repulsa. Estúpidos montaciervos y su idea de que todo era paz y amor…
Esos vivían en su bosque de cuentos fantásticos sin enterarse de nada, normal que les quitásemos las islas, si es que lo máximo a lo que podían aspirar era a coger flores del campo y cantarle a los árboles.
Me apoyé con los codos sobre la mesa, apoyando mi barbilla sobre mis manos entrelazadas, sonriendo con una mezcla de burla y sensualidad, esto último para acentuar aún más la ironía con la que iba a hablar. - Pues te informo que no hay ninguno benevolente. - Chasqueé la lengua. - Y si lo hay, y se cruzó en mi camino, acabó muerto. - Volví a echarme hacia atrás, apoyando mi espalda en el respaldo. - Ah, no voy a contar qué pasó en Sacrestic Ville. No os importa. - El tono seguía siendo el mismo. Tomé el vaso y di otro sorbo al zumo de frutas. El tabernero estaba igual que Katarine, no sabía deducir bien su expresión. ¿Estaría de acuerdo? ¿No? Me daba lo mismo la opinión de ese hombre, la verdad. Él sólo tenía que servirnos nuestras bebidas, no tenía que coger un arma e irse a matar sanguijuelas.
Katarine sí que estaba dispuesta a presumir lo que ocurrió en aquella villa, aunque ella no sabía más que el resto de la gente. Conocía que los cazadores habían luchado contra la Hermandad y que habíamos salido victoriosos después de varias bajas. Y que la nueva líder del gremio era yo. Pero poco más. Así que no tenía mucho que hablar y, con mi mirada seria, supo que no debía entrometerse. Tomó su taza y empezó a beber, disimulando. - A mí me dan miedo. - Dijo en bajito después de dar el sorbo a su bebida. Sí, Katarine era bastante cobarde, además sus aspiraciones no estaban en acabar con la gente, sino en salvarla. - Dicen que pueden manejar tus actos, te hacen hacer cosas que no quieres y se llevan tu sangre sin que te enteres…
A la doncella le daba miedo el sentirse tan desprotegida en cuanto a ese poder. Yo negué, no porque lo que dijera no fuera cierto, sino porque no la veía fuerte como para hacer frente a esas habilidades. Ella era el tipo de persona que caería siempre la primera en las garras de los vampiros.
- Hay que saber cómo evitar eso. - Comenté, mirándola con cierta superioridad. Ningún vampiro había logrado, todavía, ejercer su poder en mí. Al menos, no los normales. Sí que había tenido que ver ese poder de cerca y también me asustaba, pero no lo haría ver jamás. En ese grupo, y en el gremio, yo debía ser fuerte, superior a los demás. Tenía que destacar como la maestra cazadora que era.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
-¿Te has cruzado alguna vez con algún vampiro bondadoso?
Dag bajó la mirada ante la pregunta realizada por Iredia. Aunque el ojiazul afirmaba que podían existir vampiros buenos -dado que él mismo creía ser uno de ellos- lo cierto era que nunca en su vida se había cruzado con un espécimen así. Pero también debía tener en cuenta que los primeros y últimos chupasangres con los que había estado fueron aquellos que lo convirtieron, y no eran más que un pequeño grupo que no podía ser visto como la representación de toda la raza. Que aquellos hubieran sido asesinos no significaba que todos lo fueran. Aunque el hecho de alimentarse del cuello de las personas no mejoraba su reputación... e incluso Dag había quitado la vida de sus primeras víctimas, siendo incapaz de controlar su sed. No obstante, no iba por ahí pensando en desangrar a cada persona que se le ponía enfrente. Con un par de tragos le bastaba. La incógnita era, ¿qué clase de vampiros era la predominante? ¿los asesinos descontrolados o aquellos como él, que repudiaban su propia naturaleza?
La señorita Harrowmont parecía decantarse por la primer opción, y claramente era partidaria de librar a Aerandir de las sanguijuelas como él. Bueno, lógico, de lo contrario no se dedicaría a exterminarlos desde el alba hasta el anochecer.
-¡Así es! ¡Tiene toda la razón!
Exclamó el tabernero, apoyando ambas manos sobre la mesa con un vehemente golpe.
Dag, por el contrario, apenas masculló:
-Eso es genocidio.
-¿Genocidio? ¡Es justicia! Es como dice la señorita: esas sanguijuelas no merecen clemencia, son la peor plaga que pueda asolar las ciudades.
-Es como decidir exterminar a todos los humanos solo porque algunos de ellos roban y asesinan.
El centenario mantenía el tono bajo, calmado, sin exaltación de ningún tipo. Sin embargo, en la fuerza con que apretaba los puños podía verse claramente que estaba conteniendo una nueva explosión de ira.
Suspiró profundamente y volvió a dar un trago a su cerveza, disimulando la mueca de asco producida por el líquido que le acariciaba la garganta. Ya no percibía los olores ni los sabores como antes. Todo era más insípido... excepto la sangre. ¡Qué ganas tenía de beber un poco de sangre! Pero debía luchar con la dualidad de sus emociones, con los dictados de su moral. Echarse al cuello de alguien significaba hacer exactamente lo que aquellas personas condenaban, aunque poco a poco fuera aprendiendo a no matar a sus víctimas, seguía siendo algo repudiable.
Decidió dejar pasar la conversación, aunque las voces de su cabeza opinaban respecto a cada comentario. Que si Katarine era una miedosa, que si había que enseñarle a no temerle (por la fuerza, claro), que si su cuello se veía terso y apetitoso. El exguardia se frotó el rostro con las manos y volvió a recorrer la posada con una mirada cansada. Seguía pensando que todo se le hacía ligeramente conocido. Suspiró, hastiado, y volvió a prestar atención a la charla. El dueño del lugar había vuelto a tomar la palabra.
-...así que, como les decía, lo lamentable es que no son tan fáciles de distinguir. Pero hay cosas que los delatan. Cómo miran a la gente, por ejemplo, o que en vez de pedir un plato de comida, suelen pedir alguna tontería sólo para justificar su presencia. -Ante esto Dag volvió a sorber su cerveza, nervioso- En esta taberna los echamos apenas nos percatamos de su verdadera identidad. Juro que ni mi abuelo, ni mi padre ni yo permitiríamos jamás que un sucio chupasangre durmiera bajo este techo, ¡o mi nombre no es Froger Hordaland!
Los ojos del vampiro se abrieron de par en par y alzó rápidamente la vista.
-¿Hordaland? ¿Igual que Kristof Hordaland?
La pregunta suscitó una mirada confusa por parte del tabernero, quien se llevó la mano a la barbilla y meditó durante un momento.
-Kristof vendría a ser mi bisabuelo, que en paz descanse. Padre de Bifrost, a su vez padre de Holger... y luego vengo yo.
El hombre señaló con un gesto de la cabeza la pared que quedaba a espaldas del vampiro, razón por la cual no había reparado en los cuadros que tenía sobre él. Al voltearse, Dag se quedó sin respiración. Cuatro retratos, con los respectivos rostros de quienes habían heredado el negocio, adornaban el establecimiento. Reconocía la cara del primer cuadro. El posadero era bisnieto de ese muchacho con quien Dag había tenido una gran amistad tristemente olvidada, hasta ese instante, a causa de los largos años transcurridos desde esa distante época. Aquella era la taberna donde iba a beber luego de las largas rondas de la guardia. Muchas cosas habían cambiado... pero seguía siendo la taberna de Kristof.
Se volteó con lentitud y miró largo y tendido al hombre. Ciertamente tenía la nariz de los Hordaland. Con un nudo en la garganta, preguntó:
-¿Qué sabes de la familia Thorlák?
Froger se rascó la nuca con gesto extrañado. Parecía debatirse entre responder o no. Al final, habló con cierta pena, aunque no la que Dag hubiera esperado. No con la pena que meritaba lo que estaba a punto de decir.
-La señora Thorlák pasó a mejor vida hace un par de meses, era bastante mayor. Que en paz descanse, también.
-...¿Lena?
-No, Sophia.
Había sido una pregunta estúpida. Por supuesto que no se trataba de su hija. Si Froger era bisnieto de Kristof y Sophia era mucho mayor que él, debía tratarse de su nieta... La hija de Einar, su pequeño y adorado primogénito.
El anfitrión se disculpó y fue a atender a los clientes que acababan de entrar, dejando a Dag con la boca entreabierta y la mirada perdida en algún punto incierto del suelo. Pasados unos segundos de incómodo silencio, dirigió lentamente la mirada hacia las mujeres que lo acompañaban. De sus cristalinos ojos azules se derramaban gruesas e incesantes lágrimas que esta vez no se molestó en ocultar.
-Ya sé dónde está mi casa.
Al instante se puso de pie y caminó hacia la salida. La taberna, los Hordaland, sus hijos, las antiguas calles de Lunargenta... Todas las piezas del rompecabezas de su memoria comenzaban a unirse.
Dag bajó la mirada ante la pregunta realizada por Iredia. Aunque el ojiazul afirmaba que podían existir vampiros buenos -dado que él mismo creía ser uno de ellos- lo cierto era que nunca en su vida se había cruzado con un espécimen así. Pero también debía tener en cuenta que los primeros y últimos chupasangres con los que había estado fueron aquellos que lo convirtieron, y no eran más que un pequeño grupo que no podía ser visto como la representación de toda la raza. Que aquellos hubieran sido asesinos no significaba que todos lo fueran. Aunque el hecho de alimentarse del cuello de las personas no mejoraba su reputación... e incluso Dag había quitado la vida de sus primeras víctimas, siendo incapaz de controlar su sed. No obstante, no iba por ahí pensando en desangrar a cada persona que se le ponía enfrente. Con un par de tragos le bastaba. La incógnita era, ¿qué clase de vampiros era la predominante? ¿los asesinos descontrolados o aquellos como él, que repudiaban su propia naturaleza?
La señorita Harrowmont parecía decantarse por la primer opción, y claramente era partidaria de librar a Aerandir de las sanguijuelas como él. Bueno, lógico, de lo contrario no se dedicaría a exterminarlos desde el alba hasta el anochecer.
-¡Así es! ¡Tiene toda la razón!
Exclamó el tabernero, apoyando ambas manos sobre la mesa con un vehemente golpe.
Dag, por el contrario, apenas masculló:
-Eso es genocidio.
-¿Genocidio? ¡Es justicia! Es como dice la señorita: esas sanguijuelas no merecen clemencia, son la peor plaga que pueda asolar las ciudades.
-Es como decidir exterminar a todos los humanos solo porque algunos de ellos roban y asesinan.
El centenario mantenía el tono bajo, calmado, sin exaltación de ningún tipo. Sin embargo, en la fuerza con que apretaba los puños podía verse claramente que estaba conteniendo una nueva explosión de ira.
Suspiró profundamente y volvió a dar un trago a su cerveza, disimulando la mueca de asco producida por el líquido que le acariciaba la garganta. Ya no percibía los olores ni los sabores como antes. Todo era más insípido... excepto la sangre. ¡Qué ganas tenía de beber un poco de sangre! Pero debía luchar con la dualidad de sus emociones, con los dictados de su moral. Echarse al cuello de alguien significaba hacer exactamente lo que aquellas personas condenaban, aunque poco a poco fuera aprendiendo a no matar a sus víctimas, seguía siendo algo repudiable.
Decidió dejar pasar la conversación, aunque las voces de su cabeza opinaban respecto a cada comentario. Que si Katarine era una miedosa, que si había que enseñarle a no temerle (por la fuerza, claro), que si su cuello se veía terso y apetitoso. El exguardia se frotó el rostro con las manos y volvió a recorrer la posada con una mirada cansada. Seguía pensando que todo se le hacía ligeramente conocido. Suspiró, hastiado, y volvió a prestar atención a la charla. El dueño del lugar había vuelto a tomar la palabra.
-...así que, como les decía, lo lamentable es que no son tan fáciles de distinguir. Pero hay cosas que los delatan. Cómo miran a la gente, por ejemplo, o que en vez de pedir un plato de comida, suelen pedir alguna tontería sólo para justificar su presencia. -Ante esto Dag volvió a sorber su cerveza, nervioso- En esta taberna los echamos apenas nos percatamos de su verdadera identidad. Juro que ni mi abuelo, ni mi padre ni yo permitiríamos jamás que un sucio chupasangre durmiera bajo este techo, ¡o mi nombre no es Froger Hordaland!
Los ojos del vampiro se abrieron de par en par y alzó rápidamente la vista.
-¿Hordaland? ¿Igual que Kristof Hordaland?
La pregunta suscitó una mirada confusa por parte del tabernero, quien se llevó la mano a la barbilla y meditó durante un momento.
-Kristof vendría a ser mi bisabuelo, que en paz descanse. Padre de Bifrost, a su vez padre de Holger... y luego vengo yo.
El hombre señaló con un gesto de la cabeza la pared que quedaba a espaldas del vampiro, razón por la cual no había reparado en los cuadros que tenía sobre él. Al voltearse, Dag se quedó sin respiración. Cuatro retratos, con los respectivos rostros de quienes habían heredado el negocio, adornaban el establecimiento. Reconocía la cara del primer cuadro. El posadero era bisnieto de ese muchacho con quien Dag había tenido una gran amistad tristemente olvidada, hasta ese instante, a causa de los largos años transcurridos desde esa distante época. Aquella era la taberna donde iba a beber luego de las largas rondas de la guardia. Muchas cosas habían cambiado... pero seguía siendo la taberna de Kristof.
Se volteó con lentitud y miró largo y tendido al hombre. Ciertamente tenía la nariz de los Hordaland. Con un nudo en la garganta, preguntó:
-¿Qué sabes de la familia Thorlák?
Froger se rascó la nuca con gesto extrañado. Parecía debatirse entre responder o no. Al final, habló con cierta pena, aunque no la que Dag hubiera esperado. No con la pena que meritaba lo que estaba a punto de decir.
-La señora Thorlák pasó a mejor vida hace un par de meses, era bastante mayor. Que en paz descanse, también.
-...¿Lena?
-No, Sophia.
Había sido una pregunta estúpida. Por supuesto que no se trataba de su hija. Si Froger era bisnieto de Kristof y Sophia era mucho mayor que él, debía tratarse de su nieta... La hija de Einar, su pequeño y adorado primogénito.
El anfitrión se disculpó y fue a atender a los clientes que acababan de entrar, dejando a Dag con la boca entreabierta y la mirada perdida en algún punto incierto del suelo. Pasados unos segundos de incómodo silencio, dirigió lentamente la mirada hacia las mujeres que lo acompañaban. De sus cristalinos ojos azules se derramaban gruesas e incesantes lágrimas que esta vez no se molestó en ocultar.
-Ya sé dónde está mi casa.
Al instante se puso de pie y caminó hacia la salida. La taberna, los Hordaland, sus hijos, las antiguas calles de Lunargenta... Todas las piezas del rompecabezas de su memoria comenzaban a unirse.
Última edición por Dag Thorlák el Mar Ago 01 2017, 22:46, editado 1 vez
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Le hizo suprema gracia que la cazadora la mirase de esa forma. Sobre todo, teniendo en cuenta que no había sido ella la que había insinuado la benevolencia de los vampiros, sino el hombre que se sentaba frente a ella. Ella, de hecho, tenía un miedo sobrenatural a aquellos seres. Eran demonios nocturnos para su tribu, seres sin alma que se alimentaban de la sangre de los vivos. El mero hecho de siquiera imaginarse un encuentro con ellos le ponía la piel de gallina.
Aguardó aquel tropel de conversaciones, orgullo y cinismo en silencio, pero atenta. Entendió dos cosas: que aquella mujer prepotente no había gozado de mucho amor en su familia y lo pagaba con los demás y que Dag, delante de ella, estaba bastante enfadado, cosa que no terminaba de entender, pero que había apreciado por cómo apretaba los puños. Cuando Cassandra se negó a responder a lo que ocurrió, no disimuló en absoluto una profunda y pícara sonrisa. Sostuvo la mirada de la mujer con un brillo de malicia en sus ojos violáceos mientras bebía cerveza muy tranquilamente.
<<Ya me enteraré.>>, pensó.
También hizo una apuesta consigo misma: a ver cuánto tiempo tardaba la cazadora en darse cuenta de que se pasaba sus aires de superioridad por el forro del zurrón. Por otro lado, sintió compasión por su criada, quien manifestó en bajito que le daban miedo. Ella asintió, corroborándolo y dirigiéndole una mirada comprensiva.
Algo, sin embargo, atrajo más su atención. La conversación giró hacia unos nombres que a Dag le parecían familiares. De golpe, el tabernero se disculpó para atender a otros clientes y Dag se quedó mirando al vacío, como estupefacto. Iredia frunció el ceño y lo miró con intriga. Desde luego, este muchacho era imprevisible, no se podía aburrir con él.
Tras unos segundos, el ex guardia se levantó, alegando con lágrimas en los ojos que ya sabía dónde estaba su casa y dirigiéndose a la salida. No lo dudó, se levantó apresuradamente y le persiguió hasta la puerta, llegando a su lado e ignorando si las otras dos mujeres venían detrás.
-Voy contigo. Creo que sufres y no deberías pasar estos momentos solo. -dijo, mirándolo con decisión a los ojos.
No era de las muchachas que dudasen mucho a la hora de hacer algo.
Aguardó aquel tropel de conversaciones, orgullo y cinismo en silencio, pero atenta. Entendió dos cosas: que aquella mujer prepotente no había gozado de mucho amor en su familia y lo pagaba con los demás y que Dag, delante de ella, estaba bastante enfadado, cosa que no terminaba de entender, pero que había apreciado por cómo apretaba los puños. Cuando Cassandra se negó a responder a lo que ocurrió, no disimuló en absoluto una profunda y pícara sonrisa. Sostuvo la mirada de la mujer con un brillo de malicia en sus ojos violáceos mientras bebía cerveza muy tranquilamente.
<<Ya me enteraré.>>, pensó.
También hizo una apuesta consigo misma: a ver cuánto tiempo tardaba la cazadora en darse cuenta de que se pasaba sus aires de superioridad por el forro del zurrón. Por otro lado, sintió compasión por su criada, quien manifestó en bajito que le daban miedo. Ella asintió, corroborándolo y dirigiéndole una mirada comprensiva.
Algo, sin embargo, atrajo más su atención. La conversación giró hacia unos nombres que a Dag le parecían familiares. De golpe, el tabernero se disculpó para atender a otros clientes y Dag se quedó mirando al vacío, como estupefacto. Iredia frunció el ceño y lo miró con intriga. Desde luego, este muchacho era imprevisible, no se podía aburrir con él.
Tras unos segundos, el ex guardia se levantó, alegando con lágrimas en los ojos que ya sabía dónde estaba su casa y dirigiéndose a la salida. No lo dudó, se levantó apresuradamente y le persiguió hasta la puerta, llegando a su lado e ignorando si las otras dos mujeres venían detrás.
-Voy contigo. Creo que sufres y no deberías pasar estos momentos solo. -dijo, mirándolo con decisión a los ojos.
No era de las muchachas que dudasen mucho a la hora de hacer algo.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
El tabernero estaba en lo correcto en cuanto a sus acusaciones. Ninguno había bueno y todos merecían morir. La cabeza de esas sanguijuelas debía estar adornando la entrada de los pueblos. Lástima que no nos permitiesen la tortura, pues haríamos con ellos lo mismo que hacían con muchas familias a las que aterrorizaban. Me daban rabia, muchísima rabia. Eran una raza horrible, maldita. Y ese chico parecía un defensor de los vampiros, algo que no me gustó nada. ¿Alguna amante vampiresa? ¿Algún familiar?
Continué bebiendo mientras se ponían a hablar esos dos, incluso me dio tiempo a pedirme una cerveza como mis compañeros y terminármela. No hablaba, así que sólo me dedicaba a beber y observarlos, aunque no les hacía demasiado caso, hablaban de temas familiares o del propietario de la taberna. Tonterías…
Pero parecía que Katarine y la elfa estaban muy atentas. Mi cara de aburrimiento era imposible de disimular, pero yo seguí a lo mío hasta que el chico exclamó. ¿Por fin había recuperado la memoria? La elfa se ofreció a acompañarlo y Katarine no tardó. ¿¡En serio!? La miré achichando los ojos, con recelo. - No. - Dije secamente mientras los ojos de la doncella suplicaban porque fuéramos. - He dicho que no.
- Por favor, maestra. Lo está pasando mal. Quiero asegurarme de que regresa a su hogar sano y salvo. Después de esto ya no incordiará más su noche. - Ella se levantó y se colocó al lado del hombre, como dando su apoyo. Resoplé. Yo quería volver a la posada pero, ¿qué iba a hacer allí? Aparte de ver la cara inexpresiva de mi madre y a las doncellas que me cepillaban el cabello. - Por favor.
Entonces acepté. Me levanté, colocándome el vestido bien y dejé el dinero en la mesa. - Gracias, señorita. - Sonrió el tabernero.
- Nosotras le acompañaremos, señor. - Dijo Katarine muy rápido, aún al lado de Dag, bien sonriente. Se había salido con la suya.
- Sí, no sea que sus amigos los vampiros le ataquen y descubra que no son tan buenos. - Musité para mí mordazmente. Avancé tras ellos, cruzada de brazos, pues parecía que Katarine sólo tenía ojos para él. ¡Yo era a quien tenía que cuidar! Si seguía así, al final no la ayudaría a entrar en la universidad, la iba a despedir, porque estaba pasando de mí bastante y no me gustaba nada eso. ¿Tanta pena les daba? Yo seguía pensando que el lugar donde tenía que estar era un sanatorio mental, estaba mal de la cabeza si no se acordaba de dónde vivía. Aunque yo no me daba cuenta que también había tenido pérdida de memoria en algunas partes de mi vida más reciente, después del enfrentamiento con Lady Mortagglia. Pero, para mí, ese tipo era un loco peligroso, y si encima apoyaba a los chupasangres, peor.
- ¿Tienes a un ser querido convertido en vampiro? - Inquirí de la nada, descruzando los brazos y avanzando para colocarme al lado de los tres. Esa tenía que ser la respuesta que me diera la pista sobre por qué alguien podía llegar a pensar que había alguno de esos seres que actuase benevolentemente. - ¿Pareja, tal vez? - Lo miré a los ojos. - ¿Y por qué te cuesta tanto recordar? - ¿Estás loco? Era la siguiente pregunta que quería hacerle. Pero si lo estaba no iba a responder lo que yo quería saber. Lo que sí sabía es que ese tipo era demasiado raro y quería saber el porqué.
- Maestra Harrowmont… - Quiso interrumpir tímidamente mi doncella. La muchacha no quería que mis palabras sentaran mal a ese hombre. - Él… No se encuentra bien. Tenga paciencia, por favor. - Parecía cohibida por tener que darme una supuesta orden, a mí. Enarqué una ceja, ignorando a la chica, quien había puesto la mano en el brazo del chico para darle ánimos, y fue a él a quien miré, esperando respuestas.
Continué bebiendo mientras se ponían a hablar esos dos, incluso me dio tiempo a pedirme una cerveza como mis compañeros y terminármela. No hablaba, así que sólo me dedicaba a beber y observarlos, aunque no les hacía demasiado caso, hablaban de temas familiares o del propietario de la taberna. Tonterías…
Pero parecía que Katarine y la elfa estaban muy atentas. Mi cara de aburrimiento era imposible de disimular, pero yo seguí a lo mío hasta que el chico exclamó. ¿Por fin había recuperado la memoria? La elfa se ofreció a acompañarlo y Katarine no tardó. ¿¡En serio!? La miré achichando los ojos, con recelo. - No. - Dije secamente mientras los ojos de la doncella suplicaban porque fuéramos. - He dicho que no.
- Por favor, maestra. Lo está pasando mal. Quiero asegurarme de que regresa a su hogar sano y salvo. Después de esto ya no incordiará más su noche. - Ella se levantó y se colocó al lado del hombre, como dando su apoyo. Resoplé. Yo quería volver a la posada pero, ¿qué iba a hacer allí? Aparte de ver la cara inexpresiva de mi madre y a las doncellas que me cepillaban el cabello. - Por favor.
Entonces acepté. Me levanté, colocándome el vestido bien y dejé el dinero en la mesa. - Gracias, señorita. - Sonrió el tabernero.
- Nosotras le acompañaremos, señor. - Dijo Katarine muy rápido, aún al lado de Dag, bien sonriente. Se había salido con la suya.
- Sí, no sea que sus amigos los vampiros le ataquen y descubra que no son tan buenos. - Musité para mí mordazmente. Avancé tras ellos, cruzada de brazos, pues parecía que Katarine sólo tenía ojos para él. ¡Yo era a quien tenía que cuidar! Si seguía así, al final no la ayudaría a entrar en la universidad, la iba a despedir, porque estaba pasando de mí bastante y no me gustaba nada eso. ¿Tanta pena les daba? Yo seguía pensando que el lugar donde tenía que estar era un sanatorio mental, estaba mal de la cabeza si no se acordaba de dónde vivía. Aunque yo no me daba cuenta que también había tenido pérdida de memoria en algunas partes de mi vida más reciente, después del enfrentamiento con Lady Mortagglia. Pero, para mí, ese tipo era un loco peligroso, y si encima apoyaba a los chupasangres, peor.
- ¿Tienes a un ser querido convertido en vampiro? - Inquirí de la nada, descruzando los brazos y avanzando para colocarme al lado de los tres. Esa tenía que ser la respuesta que me diera la pista sobre por qué alguien podía llegar a pensar que había alguno de esos seres que actuase benevolentemente. - ¿Pareja, tal vez? - Lo miré a los ojos. - ¿Y por qué te cuesta tanto recordar? - ¿Estás loco? Era la siguiente pregunta que quería hacerle. Pero si lo estaba no iba a responder lo que yo quería saber. Lo que sí sabía es que ese tipo era demasiado raro y quería saber el porqué.
- Maestra Harrowmont… - Quiso interrumpir tímidamente mi doncella. La muchacha no quería que mis palabras sentaran mal a ese hombre. - Él… No se encuentra bien. Tenga paciencia, por favor. - Parecía cohibida por tener que darme una supuesta orden, a mí. Enarqué una ceja, ignorando a la chica, quien había puesto la mano en el brazo del chico para darle ánimos, y fue a él a quien miré, esperando respuestas.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Las dos jóvenes amables decidieron unírsele, a lo cual el hombre miró a cada una con los labios apretados y no dijo nada. Ya recordaba hacia dónde ir, por lo cual no necesitaba la ayuda de nadie. Sin embargo, no se vio capaz de echarlas. El apoyo de aquellas dos mujeres prácticamente desconocidas lo mantenía, de alguna manera, dentro de sus cabales. La dama de alcurnia no tuvo otra opción más que perseguir a su doncella, y Dag la ignoró durante el rato en que se mantuvo atrás, habiendo escuchado perfectamente sus murmullos despectivos. No obstante poco después, por primera vez durante todo el recorrido, aceleró el paso para estar junto a los otros tres. Entonces el ojiazul ya no pudo omitir su presencia, y menos aún tomando en cuenta que de pronto comenzó a ser acribillado por preguntas sumamente comprometedoras.
-Yo...
-¿¡Piensas responderle!? -Gimió una de esas voces que no cesaban de acompañarlo.
-¿¡Acaso estás loco!?
-Claro que lo está, de lo contrario no nos escucharía...
-¡Es una cazadora de vampiros, Dag! ¡Vam-pi-ros!
-Y no sé si te has dado cuenta, pero casualmente eres uno de los seres a los que caza.
-Si te mata, nos mata. ¡Ni se te ocu...
-Él… No se encuentra bien. Tenga paciencia, por favor. -La dulce voz de Katarine interrumpió sus delirios, y Dag bajó la mirada hacia ella cuando sintió su agarre en el brazo. Era cierto que no se encontraba bien. Pero, en cierta manera... le molestaba oírlo de la boca de alguien más. Clavó su mirada en la de la cazadora y se aclaró la garganta antes de tomar la palabra.
-Respecto a tus pregu-...
-¡Ahí están!
Un grito lo interrumpió. Provenía de varios metros más adelante. Las féminas y el vampiro habían recorrido varias calles durante la conversación, y Dag recordaba cada vez con mayor claridad cuántas manzanas faltaban para dar con su hogar. En ese momento sólo faltaba una y media. No obstante, frente a ellos, acababan de aparecer los tres matones que habían estado incordiando en el puerto. El flaco, el gordito y el robusto. Sólo que ésta vez traían refuerzos: cuatro hombres más los secundaban... y los siete, en total, portaban armas.
-¡Ahora verán lo que le hacemos a las furcias marimachas como esa de ahí!
Gritó el robusto, que aún caminaba raro debido al patadón en sus genitales, apuntando a Cassandra con el dedo índice.
-¡Y a los dementes de manicomio!
Añadió el flacucho, todavía húmedo debido al chapuzón propinado por Dag. Los demás observaban a Iredia y a Katarine con evidente lascivia, mascullando asquerosos comentarios que llegaban hasta los sensibles tímpanos del vampiro revolviéndole el estómago. Cuando el septeto comenzó a acercarse blandiendo sus sables, espadas y dagas, el ojiazul apartó suavemente a la elfa y a la doncella, quienes evidentemente no tenían dotes de luchadoras.
-Adelántense por ese atajo. -Señaló con un cabeceo la estrecha callejuela que cortaba perpendicularmente aquella en la que se encontraban. Al mismo tiempo metió la mano en el estrecho morral que colgaba de su cinturón y sacó un manojo de llaves que lanzó a Iredia. Eran grandes, obviamente antiguas y estaban oxidadas por el paso del tiempo, pero confió en que aún servirían. -Una manzana y media más adelante. Es la única casa dos pisos... o, bueno, lo era, y es... -intentó recordar- ¿azul? ¡Vayan y ocúltense!
Siete contra uno era sin duda una pelea desigual, y más tomando en cuenta que no se alimentaba hacía ya un buen rato; no creía tener fuerzas suficientes para dar lucha a siete hombres y encima darse el lujo de no matar a ninguno. Miró entonces a la cazadora, quien ya había demostrado sus habilidades, y rumió las palabras durante un par de segundos antes de, por fin, hacer la petición en voz alta.
-Si me ayudas a quitarlos del camino, te contaré todo.
Las voces de su cabeza gimieron de espanto. Evidentemente no aprobaban el suicidio que estaba a punto de cometer.
__________________________________
Off Rol:
Aunque Dag ordenó a Iredia y Katarine huir, de más está decir que tienen total libertad para hacer lo-que-se-les-ocurra (quedarse a pelear, irse a otro sitio, montar una fiesta de desnudistas... :'D) Ahora bien, si deciden ir hacia la casa, tienen completa libertad para describirla. Su dueña, Sophia (nieta de Dag) ha muerto de vieja hace dos meses. ¿En qué condiciones estará una antigua morada cuya única dueña era una pobre ancianita? (espero que no esté llena de gatos). Si eligen ir hacia allá, me encantaría leer sus descripciones.
-Yo...
-¿¡Piensas responderle!? -Gimió una de esas voces que no cesaban de acompañarlo.
-¿¡Acaso estás loco!?
-Claro que lo está, de lo contrario no nos escucharía...
-¡Es una cazadora de vampiros, Dag! ¡Vam-pi-ros!
-Y no sé si te has dado cuenta, pero casualmente eres uno de los seres a los que caza.
-Si te mata, nos mata. ¡Ni se te ocu...
-Él… No se encuentra bien. Tenga paciencia, por favor. -La dulce voz de Katarine interrumpió sus delirios, y Dag bajó la mirada hacia ella cuando sintió su agarre en el brazo. Era cierto que no se encontraba bien. Pero, en cierta manera... le molestaba oírlo de la boca de alguien más. Clavó su mirada en la de la cazadora y se aclaró la garganta antes de tomar la palabra.
-Respecto a tus pregu-...
-¡Ahí están!
Un grito lo interrumpió. Provenía de varios metros más adelante. Las féminas y el vampiro habían recorrido varias calles durante la conversación, y Dag recordaba cada vez con mayor claridad cuántas manzanas faltaban para dar con su hogar. En ese momento sólo faltaba una y media. No obstante, frente a ellos, acababan de aparecer los tres matones que habían estado incordiando en el puerto. El flaco, el gordito y el robusto. Sólo que ésta vez traían refuerzos: cuatro hombres más los secundaban... y los siete, en total, portaban armas.
-¡Ahora verán lo que le hacemos a las furcias marimachas como esa de ahí!
Gritó el robusto, que aún caminaba raro debido al patadón en sus genitales, apuntando a Cassandra con el dedo índice.
-¡Y a los dementes de manicomio!
Añadió el flacucho, todavía húmedo debido al chapuzón propinado por Dag. Los demás observaban a Iredia y a Katarine con evidente lascivia, mascullando asquerosos comentarios que llegaban hasta los sensibles tímpanos del vampiro revolviéndole el estómago. Cuando el septeto comenzó a acercarse blandiendo sus sables, espadas y dagas, el ojiazul apartó suavemente a la elfa y a la doncella, quienes evidentemente no tenían dotes de luchadoras.
-Adelántense por ese atajo. -Señaló con un cabeceo la estrecha callejuela que cortaba perpendicularmente aquella en la que se encontraban. Al mismo tiempo metió la mano en el estrecho morral que colgaba de su cinturón y sacó un manojo de llaves que lanzó a Iredia. Eran grandes, obviamente antiguas y estaban oxidadas por el paso del tiempo, pero confió en que aún servirían. -Una manzana y media más adelante. Es la única casa dos pisos... o, bueno, lo era, y es... -intentó recordar- ¿azul? ¡Vayan y ocúltense!
Siete contra uno era sin duda una pelea desigual, y más tomando en cuenta que no se alimentaba hacía ya un buen rato; no creía tener fuerzas suficientes para dar lucha a siete hombres y encima darse el lujo de no matar a ninguno. Miró entonces a la cazadora, quien ya había demostrado sus habilidades, y rumió las palabras durante un par de segundos antes de, por fin, hacer la petición en voz alta.
-Si me ayudas a quitarlos del camino, te contaré todo.
Las voces de su cabeza gimieron de espanto. Evidentemente no aprobaban el suicidio que estaba a punto de cometer.
__________________________________
Off Rol:
Aunque Dag ordenó a Iredia y Katarine huir, de más está decir que tienen total libertad para hacer lo-que-se-les-ocurra (quedarse a pelear, irse a otro sitio, montar una fiesta de desnudistas... :'D) Ahora bien, si deciden ir hacia la casa, tienen completa libertad para describirla. Su dueña, Sophia (nieta de Dag) ha muerto de vieja hace dos meses. ¿En qué condiciones estará una antigua morada cuya única dueña era una pobre ancianita? (espero que no esté llena de gatos). Si eligen ir hacia allá, me encantaría leer sus descripciones.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Presenció aquel acribillamiento a preguntas con curiosidad. Entendía que la cazadora se mostrase recelosa, defender a los vampiros era una empresa arriesgada que casi nadie en todo Aerandir se atrevería a emprender. Para ella, era inconcebible que un vampiro fuese bueno. Eran demonios, a fin de cuentas, debían ser temidos como mínimo.
Respecto a ella, caminaba con decisión al otro lado de Dag, manteniendo un prudente silencio. En general, le gustaba escuchar. Aprendía mucho del prójimo con sólo prestar atención. Sin embargo, un grito sacó al grupo de su conversación. Iredia frunció el ceño, molesta. Otra vez aquellos idiotas, y esta vez encima con refuerzos. Tragó saliva y miró a Katarine con gravedad. Luego, volvió a mirar al grupo de asalto. Uno de los hombres la miró y se relamió, llevándose una mano a los genitales e invitándola a probarlos. Ella, en respuesta, sacó el dedo índice y el pulgar, dejando un espacio entre ellos equivalente a un aero en un gesto que indicaba que ese hombre digamos que no daba la talla. No le agradó mucho, pues enarboló el sable con más furia.
Dag las apartó suavemente en un gesto de protección, cosa que a la elfa la dejó contrariada. Sabía pelear con el arco. Otra cosa era que estuviese dispuesta a asumir que no tenía entrenamiento suficiente. Aunque, bien pensado, también estaba Katarine, chica que en apariencia ni siquiera manejaba un cuchillo. Entonces, Dag le tiró unas llaves que cogió por los pelos, oxidadas por el tiempo. Escuchó las indicaciones y le asintió. De alguna manera, le gustó que confiase en ella.
-Vale. Vamos, Kat. -le apremió a la sirvienta, agarrándola de la mano- Tened cuidado.
Y marchó corriendo de allí, llaves en una mano y sirvienta en la otra. No paró de correr hasta que estuvieron lo suficientemente lejos como para permitirse un respiro. Una vez a distancia suficiente de ellos, pese a que oían la batalla, se permitió el lujo de andar y soltar a la criada.
-Manzana y media... dos pisos... casa azul... -murmuraba mientras miraba con atención a su alrededor.
La orientación de la elfa era bastante buena, si bien de noche y en una ciudad que no conocía no era infalible. El concepto "manzana y media" era muy amplio, pues podía estar realmente en cualquiera de los cuatro puntos cardinales. Dio un par de vueltas hasta dar con la supuesta calle correcta. Entonces, la vio: una casa azul de dos pisos considerablemente grande. Tenía sentido, esa era la entrada al barrio medio. Allí vivían los mercaderes, negociantes medios y gente no tan pobre como en los barrios bajos. Las familias de los guardias de Lunargenta vivían por allí. La miró fijamente unos segundos y luego se dirigió a Katarine.
-Creo que es esta.
Sólo había una forma de comprobarlo. La casa tenía una fachada hermosa: amplias ventanas, una prominente chimenea y un escudo de armas lucía roído por el tiempo en el marco superior de la puerta. Si bien era bonita, también se respiraba un aura de tristeza y abandono. La puerta era de roble macizo. No podía ser menos, las familias de los guardias debían contar con una casa segura. Miró a los lados, miró a Kat con un ligero asentimiento y metió la llave en la cerradura.
Encajó a la perfección.
Costó un poco girarla, pero al final la cerradura cedió a sus esfuerzos y el olor a moho y a cerrado invadió las fosas nasales de ambas. Dentro, la escena era sobrecogedora. Miró en la penumbra mientras trataba de escuchar, muy quieta. Tenía recelos de que pudiese haber alguien dentro. Con un gesto, indicó a Katarine que entrase y cerró la puerta tras de sí. Un amplio pasillo se abría ante ellas, con retratos a ambos lados del mismo. A su derecha, una humilde mesa con una banqueta, una gran encimera, enseres de cocina y un caldero indicaban que, en otros tiempos, allí era donde se cocinaba. A su izquierda, un gran salón decorado con un tapiz rojo ahora desteñido y lleno de polvo. Era una estancia grande, con una mesa muy amplia, sillas y butacas que rodeaban una gran chimenea negra. Entre la chimenea y las butacas había una discreta mesita de té. Sobre ella, un cuaderno de cuero negro.
-Debió ser un guardia importante nuestro amigo perdido... -le murmuró a la criada.
Era verdad, aquella casa, si bien no era tan grande como una casa noble, no era tampoco discreta como para pertenecer a un panadero. Ambas se entretuvieron en fisgar, en especial Iredia, cuyo instinto nato para curiosear no podía ser contenido. Fue derecha a aquel cuaderno, quitando las cuerdas que ataban sus páginas. Nada más abrirlo, se cayó una página al suelo, que cogió con mucho cuidado. Con sólo leer un par de líneas, supo de qué tipo era: un diario. Tentada estuvo de perderse en aquellas letras manuscritas, pero prefirió guardarlo en su zurrón y dárselo a Dag cuando llegase. Le haría ilusión ver que alguien de su casa había dejado un registro de sus recuerdos.
Paseando por la planta baja, salió al pasillo y se puso a mirar aquellos retratos. Sonrió al instante. Allí estaba Dag, con un aspecto muy diferente del que lucía ahora. Limpio, con los ojos azules muy marcados y luciendo orgulloso su armadura de la guardia de Lunargenta. Sin duda, el retratista había hecho un gran trabajo con ese cuadro. Iredia pensó, inocentemente, que no había cambiado nada con los años. El hombre, aunque tuviera aspecto de vagabundo, lucía exactamente igual que en el retrato. Ni una arruga de más.
De golpe, el piso de arriba crujió. La joven elfa dirigió una rápida mirada a Katarine y le hizo un gesto para que se ocultase con ella tras el marco de la puerta del salón. Se asomó prudentemente hacia la escalera, con el corazón latiéndole a mil por hora. El piso crujió, crujió y volvió a crujir. Iredia observaba la escalera tras el marco, con los ojos violetas muy abiertos y sacando muy despacio el cuchillo de su cinturón.
No estaban solas en esa casa.
Respecto a ella, caminaba con decisión al otro lado de Dag, manteniendo un prudente silencio. En general, le gustaba escuchar. Aprendía mucho del prójimo con sólo prestar atención. Sin embargo, un grito sacó al grupo de su conversación. Iredia frunció el ceño, molesta. Otra vez aquellos idiotas, y esta vez encima con refuerzos. Tragó saliva y miró a Katarine con gravedad. Luego, volvió a mirar al grupo de asalto. Uno de los hombres la miró y se relamió, llevándose una mano a los genitales e invitándola a probarlos. Ella, en respuesta, sacó el dedo índice y el pulgar, dejando un espacio entre ellos equivalente a un aero en un gesto que indicaba que ese hombre digamos que no daba la talla. No le agradó mucho, pues enarboló el sable con más furia.
Dag las apartó suavemente en un gesto de protección, cosa que a la elfa la dejó contrariada. Sabía pelear con el arco. Otra cosa era que estuviese dispuesta a asumir que no tenía entrenamiento suficiente. Aunque, bien pensado, también estaba Katarine, chica que en apariencia ni siquiera manejaba un cuchillo. Entonces, Dag le tiró unas llaves que cogió por los pelos, oxidadas por el tiempo. Escuchó las indicaciones y le asintió. De alguna manera, le gustó que confiase en ella.
-Vale. Vamos, Kat. -le apremió a la sirvienta, agarrándola de la mano- Tened cuidado.
Y marchó corriendo de allí, llaves en una mano y sirvienta en la otra. No paró de correr hasta que estuvieron lo suficientemente lejos como para permitirse un respiro. Una vez a distancia suficiente de ellos, pese a que oían la batalla, se permitió el lujo de andar y soltar a la criada.
-Manzana y media... dos pisos... casa azul... -murmuraba mientras miraba con atención a su alrededor.
La orientación de la elfa era bastante buena, si bien de noche y en una ciudad que no conocía no era infalible. El concepto "manzana y media" era muy amplio, pues podía estar realmente en cualquiera de los cuatro puntos cardinales. Dio un par de vueltas hasta dar con la supuesta calle correcta. Entonces, la vio: una casa azul de dos pisos considerablemente grande. Tenía sentido, esa era la entrada al barrio medio. Allí vivían los mercaderes, negociantes medios y gente no tan pobre como en los barrios bajos. Las familias de los guardias de Lunargenta vivían por allí. La miró fijamente unos segundos y luego se dirigió a Katarine.
-Creo que es esta.
Sólo había una forma de comprobarlo. La casa tenía una fachada hermosa: amplias ventanas, una prominente chimenea y un escudo de armas lucía roído por el tiempo en el marco superior de la puerta. Si bien era bonita, también se respiraba un aura de tristeza y abandono. La puerta era de roble macizo. No podía ser menos, las familias de los guardias debían contar con una casa segura. Miró a los lados, miró a Kat con un ligero asentimiento y metió la llave en la cerradura.
Encajó a la perfección.
Costó un poco girarla, pero al final la cerradura cedió a sus esfuerzos y el olor a moho y a cerrado invadió las fosas nasales de ambas. Dentro, la escena era sobrecogedora. Miró en la penumbra mientras trataba de escuchar, muy quieta. Tenía recelos de que pudiese haber alguien dentro. Con un gesto, indicó a Katarine que entrase y cerró la puerta tras de sí. Un amplio pasillo se abría ante ellas, con retratos a ambos lados del mismo. A su derecha, una humilde mesa con una banqueta, una gran encimera, enseres de cocina y un caldero indicaban que, en otros tiempos, allí era donde se cocinaba. A su izquierda, un gran salón decorado con un tapiz rojo ahora desteñido y lleno de polvo. Era una estancia grande, con una mesa muy amplia, sillas y butacas que rodeaban una gran chimenea negra. Entre la chimenea y las butacas había una discreta mesita de té. Sobre ella, un cuaderno de cuero negro.
-Debió ser un guardia importante nuestro amigo perdido... -le murmuró a la criada.
Era verdad, aquella casa, si bien no era tan grande como una casa noble, no era tampoco discreta como para pertenecer a un panadero. Ambas se entretuvieron en fisgar, en especial Iredia, cuyo instinto nato para curiosear no podía ser contenido. Fue derecha a aquel cuaderno, quitando las cuerdas que ataban sus páginas. Nada más abrirlo, se cayó una página al suelo, que cogió con mucho cuidado. Con sólo leer un par de líneas, supo de qué tipo era: un diario. Tentada estuvo de perderse en aquellas letras manuscritas, pero prefirió guardarlo en su zurrón y dárselo a Dag cuando llegase. Le haría ilusión ver que alguien de su casa había dejado un registro de sus recuerdos.
Paseando por la planta baja, salió al pasillo y se puso a mirar aquellos retratos. Sonrió al instante. Allí estaba Dag, con un aspecto muy diferente del que lucía ahora. Limpio, con los ojos azules muy marcados y luciendo orgulloso su armadura de la guardia de Lunargenta. Sin duda, el retratista había hecho un gran trabajo con ese cuadro. Iredia pensó, inocentemente, que no había cambiado nada con los años. El hombre, aunque tuviera aspecto de vagabundo, lucía exactamente igual que en el retrato. Ni una arruga de más.
De golpe, el piso de arriba crujió. La joven elfa dirigió una rápida mirada a Katarine y le hizo un gesto para que se ocultase con ella tras el marco de la puerta del salón. Se asomó prudentemente hacia la escalera, con el corazón latiéndole a mil por hora. El piso crujió, crujió y volvió a crujir. Iredia observaba la escalera tras el marco, con los ojos violetas muy abiertos y sacando muy despacio el cuchillo de su cinturón.
No estaban solas en esa casa.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
No me iba a quedar con las dudas, ese tipo era súper raro y quería saber qué pasaba. Pero seguía pensando que lo más probable era que estuviese loco. Justo cuando intentaba sonsacarle información, aparecieron unos hombres, los mismos que habían estado tocando las narices en el puerto. Enarqué una ceja cuando los vi y uno se dirigió a mí como “furcia marimacha”. - Eso lo será tu madre, imbécil. - Respondí, cruzándome de brazos. Parecía que tenían insultos para todos nosotros, pero en realidad sólo se veía la rabia que sentían por haber sido humillados un rato antes.
De nuevo tomé mi daga, lamentándome por no llevar el arco encima y acordándome de mi madre por no dejar que me lo trajera a Lunargenta. Con mi arma me hubiera deshecho de ellos en un abrir y cerrar de ojos, pero bueno… Tocaba defenderse con la daga.
Dag empezó a indicar a la elfa y a Katarine el camino a seguir para llegar a su casa y ellas salieron corriendo. Miré a Katarine antes de irse, y ella me miraba a mí como pidiendo permiso. Sin pensarlo, asentí. Obviamente no iba a meterla en una batalla campal cuando no sabía siquiera blandir un cuchillo de cocina para defenderse. Se la iban a comer si se quedaba ahí. Aunque fuéramos minoría era mejor un par de personas que supieran luchar que cuatro que no sabían. Y nos iban a incordiar más de lo que iban a ayudar. Sin duda, la mejor opción es que las dos muchachas se fueran. El hombre se dirigió a mí para decirme que si le ayudaba me contaba todo. Asentí. - Trato hecho.
- ¿Qué tú nos vas a quitar del camino, puto loco? - Se mofó el que blandía el sable.
- Ten cuidado, no te despeines, preciosa. - Apuntó otro de ellos, señalándome. Lo miré como si fuera retrasado. - ¿Acaso crees que con esa daga nos harás nada? - Rió.
- Sí. - Sonreí con superioridad y avancé hacia ellos unos pasos. Debía ser cómico verme con el vestido largo y ornamentado, luciendo como una auténtica dama de dorada cuna, acercándome a esos bandidos con una simple daga. Y sí lo era, porque se rieron.
- ¿Dónde crees que vas? Anda, vete a buscarte un marido.
- No, no, que no busque. Que venga con nosotros. Podemos enseñarle a esta jovencita lo que sabemos hacer.
- Enseñádmelo. - Reté, refiriéndome a sus dotes de lucha, nada que tuviera que ver con el ámbito sexual al que se referían ellos. Uno de ellos se adelantó, sonriendo de oreja a oreja de forma burlesca. Pegué una patada al suelo y este tembló, haciendo que entre ellos y quien se había adelantado y yo saliera un muro terroso que nos separaba. Estábamos nosotros solos y, detrás del muro, los demás. No era demasiado fuerte así que tardarían poco en romperlo.
Salí corriendo hacia él, que se había quedado mirando el muro, y le golpeé la mano con la que sujetaba la espada de una patada. Era todo mucho más complicado con el vestido, su pesada falda me impedía moverme con comodidad. Echaba de menos mi traje de cazadora, eso sí que era cómodo y resistente. La espada salió volando y corrí hacia ella, pero él me agarró de una de las largas mangas del traje, haciéndome trastabillar. Di un tirón, rajando la tela y agarré la espada justo en el instante en que iba hacia mí para agarrarme mejor. - Chst, chst, quieto. - Alcé la espada frente a él. No sabía usarla muy bien, me defendía mejor con el arco, pero podía imponer más que con mi daga. El muro empezó a desquebrajarse y ahora sí que estábamos en problemas, aunque no quería aparentar que fuera así.
Di un golpe seco al aire con la espada, haciendo que el hombre retrocediera. - Quieta, quieta. ¡Si no sabes usarla!
- Pero si te toco te cortaré. ¿Prefieres un corte limpio o simples machetazos? - Sonreí con cierto deje de malicia. No sabía usar la espada, pero agarrarla y dar golpes sí. Y si alguno le atinaba le dejaría una buena herida. Se escuchaban las voces de los demás, maldiciéndonos. Uno de ellos me agarró por la espalda, sujetando mi cintura para apartarme de su compañero y ese fue el primero que se llevó un espadazo. Le di en la pierna y, aprovechando eso, me impulsé hacia delante, propinándole un golpe en el estómago con mi codo. Al instante recuperé el sable. Pese a no saber usarlo, ya había dejado a uno en el suelo. Miré a Dag, a ver qué hacía él, pues sí parecía tener mejor manejo que yo de la espada.
off: habilidad racial de control de tierra (tensái tierra)
De nuevo tomé mi daga, lamentándome por no llevar el arco encima y acordándome de mi madre por no dejar que me lo trajera a Lunargenta. Con mi arma me hubiera deshecho de ellos en un abrir y cerrar de ojos, pero bueno… Tocaba defenderse con la daga.
Dag empezó a indicar a la elfa y a Katarine el camino a seguir para llegar a su casa y ellas salieron corriendo. Miré a Katarine antes de irse, y ella me miraba a mí como pidiendo permiso. Sin pensarlo, asentí. Obviamente no iba a meterla en una batalla campal cuando no sabía siquiera blandir un cuchillo de cocina para defenderse. Se la iban a comer si se quedaba ahí. Aunque fuéramos minoría era mejor un par de personas que supieran luchar que cuatro que no sabían. Y nos iban a incordiar más de lo que iban a ayudar. Sin duda, la mejor opción es que las dos muchachas se fueran. El hombre se dirigió a mí para decirme que si le ayudaba me contaba todo. Asentí. - Trato hecho.
- ¿Qué tú nos vas a quitar del camino, puto loco? - Se mofó el que blandía el sable.
- Ten cuidado, no te despeines, preciosa. - Apuntó otro de ellos, señalándome. Lo miré como si fuera retrasado. - ¿Acaso crees que con esa daga nos harás nada? - Rió.
- Sí. - Sonreí con superioridad y avancé hacia ellos unos pasos. Debía ser cómico verme con el vestido largo y ornamentado, luciendo como una auténtica dama de dorada cuna, acercándome a esos bandidos con una simple daga. Y sí lo era, porque se rieron.
- ¿Dónde crees que vas? Anda, vete a buscarte un marido.
- No, no, que no busque. Que venga con nosotros. Podemos enseñarle a esta jovencita lo que sabemos hacer.
- Enseñádmelo. - Reté, refiriéndome a sus dotes de lucha, nada que tuviera que ver con el ámbito sexual al que se referían ellos. Uno de ellos se adelantó, sonriendo de oreja a oreja de forma burlesca. Pegué una patada al suelo y este tembló, haciendo que entre ellos y quien se había adelantado y yo saliera un muro terroso que nos separaba. Estábamos nosotros solos y, detrás del muro, los demás. No era demasiado fuerte así que tardarían poco en romperlo.
Salí corriendo hacia él, que se había quedado mirando el muro, y le golpeé la mano con la que sujetaba la espada de una patada. Era todo mucho más complicado con el vestido, su pesada falda me impedía moverme con comodidad. Echaba de menos mi traje de cazadora, eso sí que era cómodo y resistente. La espada salió volando y corrí hacia ella, pero él me agarró de una de las largas mangas del traje, haciéndome trastabillar. Di un tirón, rajando la tela y agarré la espada justo en el instante en que iba hacia mí para agarrarme mejor. - Chst, chst, quieto. - Alcé la espada frente a él. No sabía usarla muy bien, me defendía mejor con el arco, pero podía imponer más que con mi daga. El muro empezó a desquebrajarse y ahora sí que estábamos en problemas, aunque no quería aparentar que fuera así.
Di un golpe seco al aire con la espada, haciendo que el hombre retrocediera. - Quieta, quieta. ¡Si no sabes usarla!
- Pero si te toco te cortaré. ¿Prefieres un corte limpio o simples machetazos? - Sonreí con cierto deje de malicia. No sabía usar la espada, pero agarrarla y dar golpes sí. Y si alguno le atinaba le dejaría una buena herida. Se escuchaban las voces de los demás, maldiciéndonos. Uno de ellos me agarró por la espalda, sujetando mi cintura para apartarme de su compañero y ese fue el primero que se llevó un espadazo. Le di en la pierna y, aprovechando eso, me impulsé hacia delante, propinándole un golpe en el estómago con mi codo. Al instante recuperé el sable. Pese a no saber usarlo, ya había dejado a uno en el suelo. Miré a Dag, a ver qué hacía él, pues sí parecía tener mejor manejo que yo de la espada.
off: habilidad racial de control de tierra (tensái tierra)
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Para alivio del exguardia, Iredia y Katarine accedieron a alejarse del embrollo y Cassandra aceptó luchar a su lado. Ahora que los dos blancos más fáciles para aquellos matones acababan de escapar, Dag sentía más libertad de acción, dado que ya no tenía que preocuparse por el bienestar de las dos muchachas... y la cazadora de vampiros se veía perfectamente capaz de cuidarse sola.
Y hablando de la cazadora, acababa de quedar claro que aquella mujer tenía muchas sorpresas guardadas bajo la manga; sorpresas que amedrentaban cada vez más al ojiazul ante la idea de develarle su identidad. Con una patada al suelo, la joven impuso su voluntad sobre la tierra creando un muro que separó momentáneamente a los bravucones. Al ver que esa estrategia permitía a la mujer luchar con un solo contrincante, Dag se dispuso a correr para flanquear la pared y encarar al resto de los tipos.
-¡Así que es una bruja!
-Siempre lo supe. Se le ve en la altivez de la mirada.
-Qué bien... Ahora no sólo nos cazará, ¡también podría echarnos una maldición o... o algún conjuro extraño!
-¡Deberíamos escapar ahora mismo!
Su fragmentada conciencia estaba claramente nerviosa. El temor a ser descubierto por la mujer fue lo que lo impulsó a ocultarse detrás del muro, encarando a los seis enemigos restantes. Allí, alejado de la mirada ajena, podía usar sus habilidades sin develar, aún, su verdadera condición ante ella.
-¡Miren quién apareció!
-¿Lo ven? ¡Se los dije! Sólo un puto demente lucharía solo contra seis.
-¡Cincuenta aeros a que en dos minutos lo tenemos de rodillas!
-Pues que sean cien.
Poco tiempo atrás, en su primer afrenta luego de salir de la cueva, aprendió por fuerza que el vampirismo conllevaba algunas ventajas a la hora de luchar. Él, como Cassandra, también tenía algo de magia corriéndole por las venas, aunque de una clase muy distinta. Dag desenvainó su espada haciendo oídos sordos a la palabrería de aquellos imbéciles y, tomando firmemente la hoja con la mano izquierda, la deslizó para hacerse un profundo corte en la palma. La sangre bañó el filo del arma con rapidez, cosa que suscitó una serie de exclamaciones por parte del sexteto, que lo creían aún más loco por hacer tal cosa. No, cuarteto. Para ese entonces dos más se habían aproximado a la cazadora.
Con ambas manos, la sana y la ensangrentada, empuñó el arma y dio inicio a la afrenta abalanzándose hacia adelante con todo el peso de su cuerpo. La espada silbó y bailó en el aire como si los kilos que pesaba no fuesen más que pocos gramos. Ni un siglo de encierro podía borrar su vasta experiencia militar; esos truhanes no tenían mucho que hacer contra él.
Los cuatro se dispersaron dando un salto hacia atrás y pronto, entre gritos y opulencias, uno intentó embestirlo y ensartarle la daga en el estómago. Dag retrocedió medio paso, evadiendo la tajada con un giro de la cadera, y devolvió el golpe con creces. El pescuezo del tipo estalló con una lluvia carmesí; acababa de cortarle la yugular. Exhalando gemidos ahogados por sus propios líquidos, el hombre cayó al suelo llevándose las manos al cuello. [1]Con la espada ahora bañada también en sangre ajena, el vampiro pudo sentir cómo la energía vital del contrincante le subía por la columna vertebral, colmándolo de vigor. Volteó hacia el resto con una sonrisa sardónica y los ojos brillándole como dos grandes zafiros. Ahora, un par de aguzados colmillos asomaban por debajo de sus carnosos labios y el tono de su voz era más profundo, más... jocoso. Como si estuviera comenzando a divertirse.
-Entonces... ¿quién sigue?
-¿¡Quiénes demonios son ustedes!?
Una voz demasiado chillona para pertenecer a un hombre, pero demasiado grave para ser de mujer, retumbó en toda la planta baja. Los pasos que bajaban la escalera, torpes y desiguales, pertenecían a un caballero que, de haber tenido una vida menos sedentaria, se hubiese parecido mucho a Dag. No obstante, ésta persona poseía una voluptuosa panza y una melena descuidada, larga hasta los hombros, iluminada por uno que otro manojo de canas. Lo único verdaderamente similar al exguardia eran los ojos azules y la altura, aunque éste tipo caminaba ligeramente encorvado.
-¡Ya las he visto! -Bramó, señalando con el gordo dedo índice la puerta tras la cual se ocultaban- ¡Salgan de ahí en este instante, o si no...! -Se detuvo, miró alrededor y caminó raudamente hacia la chimenea para tomar el atizador, que descansaba entre las añejas cenizas- ...¡o si no, se las verán conmigo! -Amenazó, tembloroso.
[1] Uso de Habilidad Mágica: Hoja Sangrienta.
_______
Off Rol:
Po' bueno, parece que ahora Dag tiene un bisnieto (?). Su código de color es [color=#009999] y son libres de usarlo, hasta pueden ponerle nombre y todo. Con la pequeña descripción que acabo de dar, creo que su personalidad queda bastante clara jajaja.
Y hablando de la cazadora, acababa de quedar claro que aquella mujer tenía muchas sorpresas guardadas bajo la manga; sorpresas que amedrentaban cada vez más al ojiazul ante la idea de develarle su identidad. Con una patada al suelo, la joven impuso su voluntad sobre la tierra creando un muro que separó momentáneamente a los bravucones. Al ver que esa estrategia permitía a la mujer luchar con un solo contrincante, Dag se dispuso a correr para flanquear la pared y encarar al resto de los tipos.
-¡Así que es una bruja!
-Siempre lo supe. Se le ve en la altivez de la mirada.
-Qué bien... Ahora no sólo nos cazará, ¡también podría echarnos una maldición o... o algún conjuro extraño!
-¡Deberíamos escapar ahora mismo!
Su fragmentada conciencia estaba claramente nerviosa. El temor a ser descubierto por la mujer fue lo que lo impulsó a ocultarse detrás del muro, encarando a los seis enemigos restantes. Allí, alejado de la mirada ajena, podía usar sus habilidades sin develar, aún, su verdadera condición ante ella.
-¡Miren quién apareció!
-¿Lo ven? ¡Se los dije! Sólo un puto demente lucharía solo contra seis.
-¡Cincuenta aeros a que en dos minutos lo tenemos de rodillas!
-Pues que sean cien.
Poco tiempo atrás, en su primer afrenta luego de salir de la cueva, aprendió por fuerza que el vampirismo conllevaba algunas ventajas a la hora de luchar. Él, como Cassandra, también tenía algo de magia corriéndole por las venas, aunque de una clase muy distinta. Dag desenvainó su espada haciendo oídos sordos a la palabrería de aquellos imbéciles y, tomando firmemente la hoja con la mano izquierda, la deslizó para hacerse un profundo corte en la palma. La sangre bañó el filo del arma con rapidez, cosa que suscitó una serie de exclamaciones por parte del sexteto, que lo creían aún más loco por hacer tal cosa. No, cuarteto. Para ese entonces dos más se habían aproximado a la cazadora.
Con ambas manos, la sana y la ensangrentada, empuñó el arma y dio inicio a la afrenta abalanzándose hacia adelante con todo el peso de su cuerpo. La espada silbó y bailó en el aire como si los kilos que pesaba no fuesen más que pocos gramos. Ni un siglo de encierro podía borrar su vasta experiencia militar; esos truhanes no tenían mucho que hacer contra él.
Los cuatro se dispersaron dando un salto hacia atrás y pronto, entre gritos y opulencias, uno intentó embestirlo y ensartarle la daga en el estómago. Dag retrocedió medio paso, evadiendo la tajada con un giro de la cadera, y devolvió el golpe con creces. El pescuezo del tipo estalló con una lluvia carmesí; acababa de cortarle la yugular. Exhalando gemidos ahogados por sus propios líquidos, el hombre cayó al suelo llevándose las manos al cuello. [1]Con la espada ahora bañada también en sangre ajena, el vampiro pudo sentir cómo la energía vital del contrincante le subía por la columna vertebral, colmándolo de vigor. Volteó hacia el resto con una sonrisa sardónica y los ojos brillándole como dos grandes zafiros. Ahora, un par de aguzados colmillos asomaban por debajo de sus carnosos labios y el tono de su voz era más profundo, más... jocoso. Como si estuviera comenzando a divertirse.
-Entonces... ¿quién sigue?
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-¿¡Quiénes demonios son ustedes!?
Una voz demasiado chillona para pertenecer a un hombre, pero demasiado grave para ser de mujer, retumbó en toda la planta baja. Los pasos que bajaban la escalera, torpes y desiguales, pertenecían a un caballero que, de haber tenido una vida menos sedentaria, se hubiese parecido mucho a Dag. No obstante, ésta persona poseía una voluptuosa panza y una melena descuidada, larga hasta los hombros, iluminada por uno que otro manojo de canas. Lo único verdaderamente similar al exguardia eran los ojos azules y la altura, aunque éste tipo caminaba ligeramente encorvado.
-¡Ya las he visto! -Bramó, señalando con el gordo dedo índice la puerta tras la cual se ocultaban- ¡Salgan de ahí en este instante, o si no...! -Se detuvo, miró alrededor y caminó raudamente hacia la chimenea para tomar el atizador, que descansaba entre las añejas cenizas- ...¡o si no, se las verán conmigo! -Amenazó, tembloroso.
[1] Uso de Habilidad Mágica: Hoja Sangrienta.
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Off Rol:
Po' bueno, parece que ahora Dag tiene un bisnieto (?). Su código de color es [color=#009999] y son libres de usarlo, hasta pueden ponerle nombre y todo. Con la pequeña descripción que acabo de dar, creo que su personalidad queda bastante clara jajaja.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Ahora sí que tenían un buen problema. Desde luego, Iredia quiso pensar que Dag no tenía ni remota idea de que allí vivía alguien. Alguien extremadamente parecido a él, pero en gordo. Era curioso, por un momento se le cruzó por la mente si Dag y ese tipo parecerían gemelos si al ex soldado le daba por engordar unos kilos.
Descubiertas de su escondite y viendo que el hombre cogía el atizador de la chimenea con cierto temblor, apreció dos cosas: que su gordura le hacía lento y que estaba tan aterrorizado como ellas. Miró rápidamente a Katarine y luego se puso delante de ella en ademán protector. En realidad, si ese hombre quería, de un manotazo apartaría a la elfa y a la criada sin inmutarse. Dejó de nuevo el cuchillo en su cinturón y alzó las manos hacia adelante, tratando de calmar la situación.
-¡Vale, vale, vale, vale!¡Tranqui! No nos hagas daño, por favor. No somos ladronas, venimos de parte de Dag. -explicó con rapidez.
Si estuvieran en otras circunstancias, la elfa se hubiera reído sonoramente de la cara que puso aquel hombre cuando mencionó el nombre del ex guardia. Tenía un gran interrogante escrito en la frente.
-¿Quién?
La elfa tragó saliva.
-Dag... Dag Thorlák. Creo que, por la apariencia, debes de ser su hermano, ¿no?
No consiguió el efecto deseado. El hombretón agarró el atizador con más fuerza y dio un paso amenazador hacia ellas.
-¿Me estás tomando el pelo, comeflores?¡Yo no tengo hermanos!¡Voy a denunciaros a la guardia! -dudó un segundo- No, mejor aún, os voy a matar.
Y se fue acercando a ellas.
-¡Espera!¡Tienes que conocer a Dag!¡Eres clavado a él! -exclamó, retrocediendo por el pasillo y tratando de mantener a Katarine tras ella.
-¡Pero que yo no conozco a ningún Dag!
Ya estaba prácticamente encima de ellas.
-¿¡Cómo no lo vas a conocer si tienes un retrato suyo en el pasillo!? -chilló Iredia, desesperada.
Con el atizador en el aire, a punto de golpear a la elfa, la mano del hombretón se detuvo entonces. Al parecer, se le encendió por fin una bombilla en su limitado cerebro.
-... ¿retrato?
-¡Sí!¡Sí! -Iredia se aferró a ese momento de respiro y le señaló aquel retrato de Dag, apuesto y sereno con su uniforme de guardia- ¡Éste! ¿En serio no sabes quién es? ¡Si está aquí, en Lunargenta! Un poco perdido, el pobre le ha costado recordar dónde...
Paró de hablar en cuanto vio que el rostro del hombre empalidecía, mirando alternativamente a la joven y al retrato. Algo iba mal.
-Me estás mintiendo. -repitió el gigantón, más despacio y con voz mucho más peligrosa.
-¡Que no! Tiene los ojos azules, como tú, es igual de alto que tú, habla muy bien, ¡y tiene un tic muy gracioso en el moflete cuando se enfada!¡Sí, ese, como el tuyo! Se debió ir de la ciudad hace mucho tiempo y ahora ha regresado...- la elfa miró al hombre con angustia. No sabía qué más decirle para que no las matase allí mismo. -Pensé que érais hermanos porque os parecéis muchísimo. -añadió, señalando con insistencia el retrato.
Por suerte, el hombre bajó el atizador. Por su expresión, la elfa hubiese jurado que estaba abrumado. Incluso... asustado.
-Sólo conozco a dos "Dags" en mi vida. Uno era un comerciante de telas que se marchó a vivir a Beltrexus. -hizo entonces una pausa, acercando sus lorzas al lienzo y rozando el cuadro con los dedos, aún con el atizador descansando en su otra mano mano- A este, realmente, no lo conocí. Es imposible que lo hubiese conocido y que tú lo conozcas.
Iredia frunció el ceño, desconcertada.
-¿Por qué?
Y entonces, el hombre miró a la elfa con ojos penetrantes.
-Porque es mi bisabuelo.
Un silencio sepulcral reinó en la sala. Sin embargo, la elfa, sin poderse contener, soltó una carcajada.
-¡Vaya, vaya! Nuestro Dag tuvo hijos muy temprano, entonces. Qué golfo. -comentó, inocentemente y con una sonrisa espléndida.
Descubiertas de su escondite y viendo que el hombre cogía el atizador de la chimenea con cierto temblor, apreció dos cosas: que su gordura le hacía lento y que estaba tan aterrorizado como ellas. Miró rápidamente a Katarine y luego se puso delante de ella en ademán protector. En realidad, si ese hombre quería, de un manotazo apartaría a la elfa y a la criada sin inmutarse. Dejó de nuevo el cuchillo en su cinturón y alzó las manos hacia adelante, tratando de calmar la situación.
-¡Vale, vale, vale, vale!¡Tranqui! No nos hagas daño, por favor. No somos ladronas, venimos de parte de Dag. -explicó con rapidez.
Si estuvieran en otras circunstancias, la elfa se hubiera reído sonoramente de la cara que puso aquel hombre cuando mencionó el nombre del ex guardia. Tenía un gran interrogante escrito en la frente.
-¿Quién?
La elfa tragó saliva.
-Dag... Dag Thorlák. Creo que, por la apariencia, debes de ser su hermano, ¿no?
No consiguió el efecto deseado. El hombretón agarró el atizador con más fuerza y dio un paso amenazador hacia ellas.
-¿Me estás tomando el pelo, comeflores?¡Yo no tengo hermanos!¡Voy a denunciaros a la guardia! -dudó un segundo- No, mejor aún, os voy a matar.
Y se fue acercando a ellas.
-¡Espera!¡Tienes que conocer a Dag!¡Eres clavado a él! -exclamó, retrocediendo por el pasillo y tratando de mantener a Katarine tras ella.
-¡Pero que yo no conozco a ningún Dag!
Ya estaba prácticamente encima de ellas.
-¿¡Cómo no lo vas a conocer si tienes un retrato suyo en el pasillo!? -chilló Iredia, desesperada.
Con el atizador en el aire, a punto de golpear a la elfa, la mano del hombretón se detuvo entonces. Al parecer, se le encendió por fin una bombilla en su limitado cerebro.
-... ¿retrato?
-¡Sí!¡Sí! -Iredia se aferró a ese momento de respiro y le señaló aquel retrato de Dag, apuesto y sereno con su uniforme de guardia- ¡Éste! ¿En serio no sabes quién es? ¡Si está aquí, en Lunargenta! Un poco perdido, el pobre le ha costado recordar dónde...
Paró de hablar en cuanto vio que el rostro del hombre empalidecía, mirando alternativamente a la joven y al retrato. Algo iba mal.
-Me estás mintiendo. -repitió el gigantón, más despacio y con voz mucho más peligrosa.
-¡Que no! Tiene los ojos azules, como tú, es igual de alto que tú, habla muy bien, ¡y tiene un tic muy gracioso en el moflete cuando se enfada!¡Sí, ese, como el tuyo! Se debió ir de la ciudad hace mucho tiempo y ahora ha regresado...- la elfa miró al hombre con angustia. No sabía qué más decirle para que no las matase allí mismo. -Pensé que érais hermanos porque os parecéis muchísimo. -añadió, señalando con insistencia el retrato.
Por suerte, el hombre bajó el atizador. Por su expresión, la elfa hubiese jurado que estaba abrumado. Incluso... asustado.
-Sólo conozco a dos "Dags" en mi vida. Uno era un comerciante de telas que se marchó a vivir a Beltrexus. -hizo entonces una pausa, acercando sus lorzas al lienzo y rozando el cuadro con los dedos, aún con el atizador descansando en su otra mano mano- A este, realmente, no lo conocí. Es imposible que lo hubiese conocido y que tú lo conozcas.
Iredia frunció el ceño, desconcertada.
-¿Por qué?
Y entonces, el hombre miró a la elfa con ojos penetrantes.
-Porque es mi bisabuelo.
Un silencio sepulcral reinó en la sala. Sin embargo, la elfa, sin poderse contener, soltó una carcajada.
-¡Vaya, vaya! Nuestro Dag tuvo hijos muy temprano, entonces. Qué golfo. -comentó, inocentemente y con una sonrisa espléndida.
Iredia
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