Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Con uno en el suelo, quejándose de dolor y agarrando su rodilla ensangrentada, miré al que tenía enfrente, haciéndole un gesto para retarle a acercarse a mí. - Venga, cobarde. - Sonreí, provocándole, para que su rabia me hiciera ganar el combate. Lo que no me esperaba es que otro apareciera por detrás y me golpeara con el mango de su espada en la cabeza, haciéndome caer al suelo. Ya había tres a este lado del muro.
Sentí un fuerte dolor y todo borroso cuando abrí los ojos. Tuve que pestañear varias veces para poder centrar la vista. ¡Los iba a matar! Me habían soltado tal golpe que había perdido el equilibrio y notaba húmeda una parte cercana a mi sien. Me llevé la mano y, efectivamente, tenía sangre. Ahora sí que iban a morir. Pediría sus cabezas para decorar el Palacio de los Vientos en cuanto regresase a Beltrexus. Podía escuchar las voces socarronas de los tipos que estaban a mi lado, pero yo las oía a lo lejos.
- Ya la tenemos. - Rió uno, burlándose de su compañero. - Menos mal que estaba yo aquí, si no, esta niña te mata.
- Calla. - Se quejó el otro. No le hacía ninguna gracia que se burlaran por haber perdido su sable ante una chiquilla. Otra cosa le iba a quitar yo: la cabeza. - Vamos, cógela y nos la llevamos. Quería que le enseñáramos algo… - Volvió a reír de forma burlesca y con ese tono depravado que odiaba tanto. No lo iba a dejar hacerme nada.
En cuanto uno fue a sujetarme por las piernas le propiné una patada en la cara con todas mis fuerzas y, por suerte o por desgracia, llevaba zapatos con algo de tacón, así que le quedó una bella marca sangrante en el rostro. Le había partido la nariz como mínimo, se quejaba en el suelo junto al otro. Y el que estaba en la parte de mi cabeza, enfurecido, desenvainó su espada. - ¡Se acabó, niña! Espero que tu papá tenga el suficiente dinero para reconstruir tu cuerpo, porque te mandaré a casa a trocitos. - Tanta habladuría… Sin dejarle acabar rodé hacia un lado y me levanté de golpe, arrojando arena que salía de mis manos hacia su cara, cegándolo. Un truco sencillo pero muy eficaz. El ruido del sable cayendo contra el suelo era música para mis oídos, pues rápido lo recuperé y le propiné un golpe en el brazo. - ¡Estúpida niña! - Se quejó, llevándose las manos a los ojos y luego a su brazo. No era muy diestra usando la espada, pero se iba a acordar de mí por haberme atacado. De una patada contra su abdomen conseguí sacar la hoja de la espada, atascada en su antebrazo, y volví a golpearlo, esta vez en la cara, aunque el resultado fue el mismo: otro machetazo. Creo que ese tipo hubiese preferido que fuera más dicha blandiendo el sable, pues sólo recibía golpes cortantes, pero no eran limpios. - ¡Para! ¡Para! ¡Las niñas ricas no deberían tener espadas! - Gritó entre enfurecido y adolorido.
No sabía qué estaba haciendo Dag tras el muro, que se iba desvaneciendo, pero en esta parte yo estaba muy ocupada. Los tenía a los tres en el suelo, quejándose e insultando. ¿Acaso no se cansaban? - ¡Silencio! - Ordené. - Me habéis jodido la salida nocturna y queríais abusar de mí. Como mínimo os debería cortar las manos. - Miré a los tres y me fui acercando uno a uno, propinándoles una patada en la cabeza que los dejó inconscientes. - Soy una cazadora, no una damisela en apuros. Atentos a la próxima vez que queráis molestar a alguien. - Tras el muro todavía se escuchaban los gritos y el sonido de los aceros chocando. Después de mirar a los tres que tenía tendidos en el suelo, me quité la sangre de la cara arrastrándola con el dorso de la mano, pues todavía sangraba por el golpe que me habían dado, y me dispuse a ir al otro lado para ayudar a Dag, aún con la espada en mi poder.
- Yo ya he aca… - Creo que aparecí en mal momento, pues el cuello de uno de los tipos había estallado, poniendo todo perdido de sangre, incluso mi vestido. Se las estaba apañando bien solo. Pero esa forma de morir no fue la que me impresionó, sino cuando el hombre que había conocido en el puerto se giró y pude ver cómo sus ojos habían cambiado y cómo asomaban unos colmillos entre sus labios. Incluso su voz era diferente. En esos momentos ansié con todas mis fuerzas haber tenido mi arco en Lunargenta. Un solo tiro y su cabeza sería mía. Con la espada poco podía hacer, pero no iba a dejar que escapase. No después de que había ido de “amiguito” con nosotras y era una sucia sanguijuela. Encima, había mandado a Katarine a su casa ese desgraciado… ¿¡Qué pretendía!? Di un machetazo en la nuca al hombre que tenía más cerca de mí y avancé hacia Dag, con la mirada furiosa, alzando la espada. - Tú… Sanguijuela asquerosa. Te voy a rebanar la cabeza. - Di varios pasos más y cargué contra él.
Sentí un fuerte dolor y todo borroso cuando abrí los ojos. Tuve que pestañear varias veces para poder centrar la vista. ¡Los iba a matar! Me habían soltado tal golpe que había perdido el equilibrio y notaba húmeda una parte cercana a mi sien. Me llevé la mano y, efectivamente, tenía sangre. Ahora sí que iban a morir. Pediría sus cabezas para decorar el Palacio de los Vientos en cuanto regresase a Beltrexus. Podía escuchar las voces socarronas de los tipos que estaban a mi lado, pero yo las oía a lo lejos.
- Ya la tenemos. - Rió uno, burlándose de su compañero. - Menos mal que estaba yo aquí, si no, esta niña te mata.
- Calla. - Se quejó el otro. No le hacía ninguna gracia que se burlaran por haber perdido su sable ante una chiquilla. Otra cosa le iba a quitar yo: la cabeza. - Vamos, cógela y nos la llevamos. Quería que le enseñáramos algo… - Volvió a reír de forma burlesca y con ese tono depravado que odiaba tanto. No lo iba a dejar hacerme nada.
En cuanto uno fue a sujetarme por las piernas le propiné una patada en la cara con todas mis fuerzas y, por suerte o por desgracia, llevaba zapatos con algo de tacón, así que le quedó una bella marca sangrante en el rostro. Le había partido la nariz como mínimo, se quejaba en el suelo junto al otro. Y el que estaba en la parte de mi cabeza, enfurecido, desenvainó su espada. - ¡Se acabó, niña! Espero que tu papá tenga el suficiente dinero para reconstruir tu cuerpo, porque te mandaré a casa a trocitos. - Tanta habladuría… Sin dejarle acabar rodé hacia un lado y me levanté de golpe, arrojando arena que salía de mis manos hacia su cara, cegándolo. Un truco sencillo pero muy eficaz. El ruido del sable cayendo contra el suelo era música para mis oídos, pues rápido lo recuperé y le propiné un golpe en el brazo. - ¡Estúpida niña! - Se quejó, llevándose las manos a los ojos y luego a su brazo. No era muy diestra usando la espada, pero se iba a acordar de mí por haberme atacado. De una patada contra su abdomen conseguí sacar la hoja de la espada, atascada en su antebrazo, y volví a golpearlo, esta vez en la cara, aunque el resultado fue el mismo: otro machetazo. Creo que ese tipo hubiese preferido que fuera más dicha blandiendo el sable, pues sólo recibía golpes cortantes, pero no eran limpios. - ¡Para! ¡Para! ¡Las niñas ricas no deberían tener espadas! - Gritó entre enfurecido y adolorido.
No sabía qué estaba haciendo Dag tras el muro, que se iba desvaneciendo, pero en esta parte yo estaba muy ocupada. Los tenía a los tres en el suelo, quejándose e insultando. ¿Acaso no se cansaban? - ¡Silencio! - Ordené. - Me habéis jodido la salida nocturna y queríais abusar de mí. Como mínimo os debería cortar las manos. - Miré a los tres y me fui acercando uno a uno, propinándoles una patada en la cabeza que los dejó inconscientes. - Soy una cazadora, no una damisela en apuros. Atentos a la próxima vez que queráis molestar a alguien. - Tras el muro todavía se escuchaban los gritos y el sonido de los aceros chocando. Después de mirar a los tres que tenía tendidos en el suelo, me quité la sangre de la cara arrastrándola con el dorso de la mano, pues todavía sangraba por el golpe que me habían dado, y me dispuse a ir al otro lado para ayudar a Dag, aún con la espada en mi poder.
- Yo ya he aca… - Creo que aparecí en mal momento, pues el cuello de uno de los tipos había estallado, poniendo todo perdido de sangre, incluso mi vestido. Se las estaba apañando bien solo. Pero esa forma de morir no fue la que me impresionó, sino cuando el hombre que había conocido en el puerto se giró y pude ver cómo sus ojos habían cambiado y cómo asomaban unos colmillos entre sus labios. Incluso su voz era diferente. En esos momentos ansié con todas mis fuerzas haber tenido mi arco en Lunargenta. Un solo tiro y su cabeza sería mía. Con la espada poco podía hacer, pero no iba a dejar que escapase. No después de que había ido de “amiguito” con nosotras y era una sucia sanguijuela. Encima, había mandado a Katarine a su casa ese desgraciado… ¿¡Qué pretendía!? Di un machetazo en la nuca al hombre que tenía más cerca de mí y avancé hacia Dag, con la mirada furiosa, alzando la espada. - Tú… Sanguijuela asquerosa. Te voy a rebanar la cabeza. - Di varios pasos más y cargué contra él.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Allí parado junto al retrato de su bisabuelo, el hombre no pudo si no mirar a la elfa con una ceja arqueada, el mismo gesto que hacía Dag cuando se encontraba confundido. No sabía si la chica estaba bromeando o realmente era... lentita. Se aclaró la garganta y, dando suaves golpeteos en el suelo con la punta del pie, alzó el atizador para señalar el retrato del exguardia.
-Hace más de cien años, mi bisabuelo compró esta casa junto a Dahlia, mi bisabuela. -Apuntó entonces al cuadro que reposaba a la derecha del primero, donde una hermosa mujer pocos años más joven que el guardia sonreía con gentileza, con sus grandes ojos color aceituna brillando con vivacidad. Su piel era sumamente pálida y el cabello, de un color similar al de Iredia, lucía perfectos y sedosos bucles. Además ostentaba un bellísimo vestido de corte antiguo color verde.
-Luego la heredó Einar, mi abuelo. -Continuó para probar su punto mientras apuntaba el retrato contiguo. Un hombre con edad y facciones similares a las de Dag en su pintura, pero de ojos y cabello con los tonos maternos, vestía con orgullo un uniforme de la guardia más moderno. Junto a éste, otro cuadro exhibía a una hermosa mujer: Lena, la hija de Dag. Sin embargo, como no venía a cuento, el hombre la omitió y paso al siguiente, donde también aparecía una dama; ésta de cabello negro, ojos azules y facciones delicadas.
-Y finalmente pasó a manos de mi madre, Sophia, que en paz descanse. Fue la última Thorlák, perdió el apellido cuando se casó con mi difunto padre, Henry Karlsson. ¿Entienden? Ahora esta casa pertenece a los Karlsson. O sea, a mí.
El hombretón frunció el ceño y negó con la cabeza un par de veces antes de volver a alzar el atizador con lentitud.
-Y es por eso que resultaría imposible que tú, orejona -señaló a la elfa- conozcas a Dag Thorlák. ¡Ahora... váyanse de una vez por todas! ¡No escucharé más mentiras!
___________________________________
Un gesto de insatisfacción surcó las facciones del vampiro. Sólo había dado muerte a uno de los mequetrefes cuando Cassandra hizo acto de presencia, deshaciéndose de otro con un bruto sablazo en la cabeza. El cuerpo cayó entre convulsiones y gemidos que, sin duda, terminaron de disuadir a los únicos dos buscapleitos que quedaban en pie. La cazadora y el exguardia habían demostrado ser contrincantes formidables y aquel par de ratas carecían del honor necesario para morir en nombre de sus compañeros caídos. Intercambiaron miradas, soltaron sus armas y huyeron despavoridos, tragándose todos los insultos que anteriormente habían salido por sus halitosas y desdentadas bocas.
-Gracias por venir, ¡vuelvan pronto! -Gritó con sorna mientras agitaba una mano en el aire.
Regresó, entonces, su atención hacia la joven. Tuvo que contener una carcajada al verla corriendo hacia él, tan aguerrida, tan valiente, tan incauta. Gracias a la magia oscura que corría por sus venas, obtenida por la sangre de aquel humano que lo colmaba de vigor, no sería un gran problema dar lucha a la muchacha. Era una cazadora, sí. Pero él era un exsoldado entrenado, era considerablemente más grande que ella... y era un vampiro en todo su esplendor.
-¿Y eso por qué? -La esquivó con un movimiento ágil y detuvo la espada ajena con la propia, haciéndola rebotar hacia atrás con un golpe seco- No recuerdo haberte hecho ningún daño. -Enarcó una ceja y retrocedió, utilizando su arma sólo para detener los estoques propinados por la mujer. No estaba considerando matarla; sus ataques y defensas parecían más bien una especie de coreografía que al hombre no le suponía un gran esfuerzo- Oh... ¿estás enfadada por él? -Señaló con un gesto de la cabeza al cadáver cuyo cuello aún bombeaba sangre débilmente- No puedes repor... reprom... reprocharme nada, ¿sabes? Tú tampoco eres ninguna santa. -Miró entonces en dirección al muro, tras el cual descansaban los tres hombres seriamente dañados- Quizás, gracias a ti, ellos nunca despertarán de su inconsciencia. Eran tres, ¿no? Pues sólo oigo un corazón latiendo por allá. -Le dedicó una sonrisa casi paternal, que hubiese transmitido comprensión de no haber sido por los dos colmillos que sobresalían hasta clavarse en su labio inferior- Tranquila, no te juzgo. Después de todo fue en defensa propia, ¿no?
Estaba hartándose de contener ataques; la cazadora era un hueso duro de roer y, aunque en un primer momento el enfrentamiento había logrado entretenerlo, comenzaba a aburrirse. Sin enemigos de por medio, carecía de sentido postergar más tiempo la búsqueda de su hogar con aquella pelea estúpida. Cuando encontró un hueco, hizo acopio de toda su velocidad y asestó un golpe con el mango de la espada, tal como un bandido había hecho antes, en la sien sana de su contrincante, para al instante hacer lo mismo en la mano que sostenía el arma y, así, despojarla de toda defensa. Antes de dejar que se desplomara, se adelantó y le rodeó la espalda baja con un brazo para evitar la caída. Acercó entonces el rostro a la nueva herida sangrante e inhaló profusamente, disfrutando la dulce fragancia del líquido vital con mueca de embriaguez. Aún así, pese a la cercanía, contuvo los desenfrenados deseos de lamer la fina vertiente roja.
-Lo siento, me has obligado a hacerlo. Que esto te sirva de lección: podría estar drenándote hasta la última gota de sangre, pero no lo hago porque tengo autocontrol. ¿Lo ves? No soy una sanguijuela asquerosa. Sólo soy un tipo que, desafortunadamente, fue mordido por otro tipo hace mucho tiempo. -La condujo hasta el muro de piedra y la ayudó a sentarse apoyando la espalda contra éste- Hagamos un trato. Tú no me rebanas la cabeza y yo no rebano la tuya, ¿qué tal? ¡Todos ganamos!
Guardó la espada en su vaina, debiendo forcejear un poco debido a que la sangre coagulada en la hoja impedía que se deslizara correctamente. Luego se ocuparía de limpiarla, ahora sólo deseaba encaminarse a su casa de una vez por todas. Sin decir nada más, se volteó para comenzar a caminar hacia la misma dirección que Iredia y la doncella habían seguido antes, ignorando deliberadamente a Cassandra como si, de pronto, ya ni siquiera recordase su presencia.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Por la cara que puso el hombretón, no le hizo mucha gracia su comentario. Esa ceja arqueada era clavada a la de Dag. Tampoco le parecía disparatado, realmente cuando las crías tenían su primera regla ya podían procrear. Pero claro, no había tenido en cuenta que los elfos vivían muchísimo más que los humanos, así que era normal para ella conocer mínimo a dos generaciones anteriores a la suya. Dag era humano. Aparentemente.
Escuchó la historia y vio los retratos con creciente interés. Toda la familia de Dag tenía unos rasgos muy bellos y marcados, los hijos y nietos del ex guardia tenían siempre el mismo gesto torvo y escéptico.
Cuando terminó, el hombre grande volvió a encararse a ella, aludiendo a que no quería escuchar más mentiras. Iredia volvió a alzar las manos hacia delante pidiendo paciencia.
-¿Y entonces por qué tengo esta llave? -sacó la llave que le dio Dag y la agitó delante de él.
Henry miró el objeto con asombro.
-¡Eres una ladrona!¡Seguro que se la arrebataste a algún cadáver de mi familia!
Y trató de quitársela. Iredia pegó un salto hacia atrás. De pronto, se le ocurrió una idea.
-No la he robado y no te la pienso dar, es de Dag.
-¡Maldita zorra elfa!
Se abalanzó sobre ella, pero de nuevo lo esquivó. Era demasiado gordo como para no hacerlo. Se fue derecha a la puerta y la abrió justo antes de que el familiar de Dag volviese a la carga.
-¡Corre, Kat!
No supo si la criada la había oído o no. Salió corriendo de la casa. Su plan era sencillo: correr hacia el lugar donde había dejado a Dag y a Cassandra e intentar no perder al gordo por el camino. Para ello, corrió lo suficientemente despacio como para no perderlo y lo suficientemente deprisa para que no la cogiese. Si él seguía sin creer que su bisabuelo estaba vivo, se lo iba a demostrar a ese gordo idiota.
Escuchó la historia y vio los retratos con creciente interés. Toda la familia de Dag tenía unos rasgos muy bellos y marcados, los hijos y nietos del ex guardia tenían siempre el mismo gesto torvo y escéptico.
Cuando terminó, el hombre grande volvió a encararse a ella, aludiendo a que no quería escuchar más mentiras. Iredia volvió a alzar las manos hacia delante pidiendo paciencia.
-¿Y entonces por qué tengo esta llave? -sacó la llave que le dio Dag y la agitó delante de él.
Henry miró el objeto con asombro.
-¡Eres una ladrona!¡Seguro que se la arrebataste a algún cadáver de mi familia!
Y trató de quitársela. Iredia pegó un salto hacia atrás. De pronto, se le ocurrió una idea.
-No la he robado y no te la pienso dar, es de Dag.
-¡Maldita zorra elfa!
Se abalanzó sobre ella, pero de nuevo lo esquivó. Era demasiado gordo como para no hacerlo. Se fue derecha a la puerta y la abrió justo antes de que el familiar de Dag volviese a la carga.
-¡Corre, Kat!
No supo si la criada la había oído o no. Salió corriendo de la casa. Su plan era sencillo: correr hacia el lugar donde había dejado a Dag y a Cassandra e intentar no perder al gordo por el camino. Para ello, corrió lo suficientemente despacio como para no perderlo y lo suficientemente deprisa para que no la cogiese. Si él seguía sin creer que su bisabuelo estaba vivo, se lo iba a demostrar a ese gordo idiota.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
La sorpresa era tal que corrí hacia él sin pensarlo, golpeando a uno de los contrincantes que tenía a ese lado del muro. Rápidamente, los malhechores salieron huyendo y nos dejaron solos. El sonido de las espadas chocar daba a entender que se estaba librando una batalla, aunque yo no supiera muy bien cómo usar la espada. Sólo me dedicaba a dar estocadas y golpes intentando atravesar su guardia y clavarle la hoja en cualquier lado que me permitiera tener ventaja. Quería rebanar su cuello y patear su cabeza como si fuera un balón. Ese asqueroso chupasangre estaba por ahí pululando, en libertad. Pues no conmigo aquí. Era el chute de adrenalina que necesitaba después de semanas inactiva, comportándome “como una señorita”, yendo a fiestas, de paseo, o planes muy tranquilos con mi madre y las doncellas. Echaba de menos la acción, acabar manchada de la sangre de esos monstruos nocturnos, ver sus ojos suplicando clemencia antes de dar el último tiro. Lo quería de rodillas frente a mí con esos mismos ojos.
Pero era más difícil de lo que creía, pues él sí sabía manejar la espada. Seguí avanzando y dando golpes al aire o haciendo chocar nuestras hojas con todas mis fuerzas, aunque no las suficientes. Yo era una arquera, no espadachina. No era dicha en las cortas distancias. Pero aún así no iba a dejar escapar a ese tipo tan a la ligera.
- No estoy enfadada por él. Su vida me da igual. - Golpeé otra vez con la espada, pero sólo rebotó contra la suya, de nuevo. - Así aprenderán a no molestar. - El tipo parecía querer negociar antes que luchar de verdad. Todo lo que hacíamos parecía un baile del que me estaba aburriendo porque me desesperaba no poder asestarle el golpe de gracia y desarmarlo para tenerle a mi merced. Era muy escurridizo, demasiado para mi gusto. Si hubiese tenido mi arco este combate hubiese durado muchísimo menos.
Por desgracia para mí, consiguió golpearme en la cabeza con la empuñadura de su espada. En ese momento sentí el golpe como el que me habían dado los bárbaros esos y empecé a ver todo borroso. Perdí el equilibrio tratando de buscar dónde se encontraba Dag para asestarle un golpe y también consiguió despojarme de mi sable. Iba a caer al suelo pero el vampiro me agarró de la cintura. Pestañeé varias veces, tratando de enfocar mi mirada, como había hecho antes. No lo había visto pero sabía que era él quien me había agarrado porque no había nadie más. ¿O sí? ¿Habría desaparecido y otra persona que pasaba por ahí me había agarrado? Nah…
Al abrir los ojos pude ver su rostro muy cerca del mío, demasiado para mi gusto, inspirando el olor de la herida que me había hecho. Busqué el sable, de haberlo tenido en la mano le habría rebanado la cabeza, pero sólo pude darle un empujón en el pecho. - Hijo de puta, sigues siendo una asquerosa sanguijuela. Si te atrevieses a drenarme te arrancaría la cabeza con mis manos. - Amenacé cuando me dejó apoyada en la pared. Todavía me sentía algo mareada por el golpe, pero era una mujer de recursos y, aunque hubiese intentado algo, lo habría retenido.
Pero el tipo parecía ignorarme y eso jodía más que el que respondiera. Empezó a caminar sin prestar atención a mis palabras y, enfadada, me levanté, tomando el sable por lo que pudiera pasar. - ¡Eh! - Al ver que no obtenía respuesta, le propiné un empujón para golpearlo contra la pared, con la diferencia de que no rebotó, sino que parecía que la pared fuese arenosa y se fusionara con el mismo vampiro, reteniéndolo. Me acerqué a él, sujetando su quijada con mi mano, apretándosela a conciencia y acercándome a él. - Si no te rebano la cabeza es porque quiero encontrar a Katarine. Si no, ya estarías muerto. No me interesa que ganes tú, sino yo. - Hablé en bajito, antes de sonreír y apartarme. - Ahora, vamos a tu casa, quiero reencontrarme con mi doncella. - Y al decir eso la pared volvió a su ser y él estaba totalmente liberado, como si no hubiese pasado nada. Ahora ya sí que me daba igual que me ignorase o que no. Lo único que quería era encontrar a Katarine y, ya luego, tomaría venganza por los actos de este cretino y por ser una sanguijuela.
Esperé a que retomase el camino para seguirle yo. Ahora no me convenía matarlo porque la pequeña Kat estaba en su casa y a saber si allí también había un aquelarre o más chupasangres como él. Pensar que pudieran estar haciéndole algo a mi criada no me gustaba en absoluto así que quería que se apresurase para llegar a donde fuera que estuvieran.
A pesar de mis amenazas, sabía que ese vampiro no era como los demás, tan salvaje y bárbaro. Aunque no quitaba lo raro que era y que, debido a su condición, debía morir como todos.
off: habilidad tensai de tierra owo
Pero era más difícil de lo que creía, pues él sí sabía manejar la espada. Seguí avanzando y dando golpes al aire o haciendo chocar nuestras hojas con todas mis fuerzas, aunque no las suficientes. Yo era una arquera, no espadachina. No era dicha en las cortas distancias. Pero aún así no iba a dejar escapar a ese tipo tan a la ligera.
- No estoy enfadada por él. Su vida me da igual. - Golpeé otra vez con la espada, pero sólo rebotó contra la suya, de nuevo. - Así aprenderán a no molestar. - El tipo parecía querer negociar antes que luchar de verdad. Todo lo que hacíamos parecía un baile del que me estaba aburriendo porque me desesperaba no poder asestarle el golpe de gracia y desarmarlo para tenerle a mi merced. Era muy escurridizo, demasiado para mi gusto. Si hubiese tenido mi arco este combate hubiese durado muchísimo menos.
Por desgracia para mí, consiguió golpearme en la cabeza con la empuñadura de su espada. En ese momento sentí el golpe como el que me habían dado los bárbaros esos y empecé a ver todo borroso. Perdí el equilibrio tratando de buscar dónde se encontraba Dag para asestarle un golpe y también consiguió despojarme de mi sable. Iba a caer al suelo pero el vampiro me agarró de la cintura. Pestañeé varias veces, tratando de enfocar mi mirada, como había hecho antes. No lo había visto pero sabía que era él quien me había agarrado porque no había nadie más. ¿O sí? ¿Habría desaparecido y otra persona que pasaba por ahí me había agarrado? Nah…
Al abrir los ojos pude ver su rostro muy cerca del mío, demasiado para mi gusto, inspirando el olor de la herida que me había hecho. Busqué el sable, de haberlo tenido en la mano le habría rebanado la cabeza, pero sólo pude darle un empujón en el pecho. - Hijo de puta, sigues siendo una asquerosa sanguijuela. Si te atrevieses a drenarme te arrancaría la cabeza con mis manos. - Amenacé cuando me dejó apoyada en la pared. Todavía me sentía algo mareada por el golpe, pero era una mujer de recursos y, aunque hubiese intentado algo, lo habría retenido.
Pero el tipo parecía ignorarme y eso jodía más que el que respondiera. Empezó a caminar sin prestar atención a mis palabras y, enfadada, me levanté, tomando el sable por lo que pudiera pasar. - ¡Eh! - Al ver que no obtenía respuesta, le propiné un empujón para golpearlo contra la pared, con la diferencia de que no rebotó, sino que parecía que la pared fuese arenosa y se fusionara con el mismo vampiro, reteniéndolo. Me acerqué a él, sujetando su quijada con mi mano, apretándosela a conciencia y acercándome a él. - Si no te rebano la cabeza es porque quiero encontrar a Katarine. Si no, ya estarías muerto. No me interesa que ganes tú, sino yo. - Hablé en bajito, antes de sonreír y apartarme. - Ahora, vamos a tu casa, quiero reencontrarme con mi doncella. - Y al decir eso la pared volvió a su ser y él estaba totalmente liberado, como si no hubiese pasado nada. Ahora ya sí que me daba igual que me ignorase o que no. Lo único que quería era encontrar a Katarine y, ya luego, tomaría venganza por los actos de este cretino y por ser una sanguijuela.
Esperé a que retomase el camino para seguirle yo. Ahora no me convenía matarlo porque la pequeña Kat estaba en su casa y a saber si allí también había un aquelarre o más chupasangres como él. Pensar que pudieran estar haciéndole algo a mi criada no me gustaba en absoluto así que quería que se apresurase para llegar a donde fuera que estuvieran.
A pesar de mis amenazas, sabía que ese vampiro no era como los demás, tan salvaje y bárbaro. Aunque no quitaba lo raro que era y que, debido a su condición, debía morir como todos.
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Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
La señorita Harrowmont debía tener la cabeza más dura que el basalto, dado que ni dos golpazos a cada lado habían logrado dejarla fuera de juego. Aunque Dag ya no quería saber nada de ella, pronto recibió un empujón que lo llevó hacia la pared controlada por magia. No iba a negarlo: temió por un segundo sentir el filo del sable cortándole el gaznate. Por suerte, la joven era más temperamental que astuta y prefirió acribillarlo a insultos antes que ponerle fin a su miserable existencia.
Cuando ella lo tomó del rostro, no se molestó en disimular la pérfida sonrisa que le embelleció las facciones con un tinte jocoso. Sus ojos se clavaron entre los labios ajenos mientras ella siseaba su retahíla de insultos. -Qué boca tan carnosa y apetecible tiene... -Susurró alguien dentro de su cráneo. -Lástima que sólo sirva para incordiar. -Pensó él. Creyó que no le hubiese costado mucho esfuerzo forcejear y echar abajo la terrosa pared, pero prefirió darle el gusto de desquitarse. Aunque se suponía que debía estar nervioso, el sentimiento que predominaba era la comicidad. ¿Por qué? Quizás se debía a que no apreciaba su vida lo suficiente como para temer por ella.
-¿Ya te desahogaste? -Le preguntó con liviandad una vez fue liberado, mientras se sacudía el polvo de la ya mugrienta ropa- Eres graciosa...
Comenzó a andar con largas zancadas, pero lo suficientemente lento como para no dejarla atrás, permitiéndole tácitamente caminar a su lado.
-Quieres matarme porque soy un vampiro, ¿no? Y supongo que se debe a que los vampiros representamos un peligro, ¿verdad? -Se encogió de hombros- Pero déjame preguntarte... ¿quién de los dos está obsesionado con dar muerte a otros? ¿Quién de los dos lleva una vida belicosa y violenta? ¿Quién ha amenazado al otro sin razón? ¿Acaso me conoces lo suficiente como para saberme peligroso? Yo no elegí ser lo que soy. Piénsalo y verás que...
Su frase quedó suspendida en el aire antes de acabar. Distraído, el exguardia acababa de clavar la vista en algún punto frente a ellos. Si la muchacha seguía la dirección de sus mirada, pronto comprendería la situación.
Iredia y Katarine corrían hacia ellos, siendo perseguidas por un hombre que blandía un atizador y soltaba improperios en voz alta. Dag y Cassandra habían caminado lo suficiente como para encontrarse a tan sólo media manzana de la casa. De hecho, el vampiro podía ver su tejado desde donde estaba parado. Quiso correr hacia su hogar, pero la escena que tenía delante tuvo el peso suficiente para detener su andar.
-¡Maldita zorra! ¡Ya verás! ¡Apenas te ponga una mano encima, yo...!
Dag desenvainó su espada nuevamente. Con una marcada mueca de hastío en el rostro, dio un paso adelante para detener al hombre. Estuvo apunto de decir algo, pero no necesitó hacerlo; el gordo se detuvo a medio camino para observar al vampiro con la mandíbula desencajada y los ojos desorbitados. Bajó el atizador, que le bailaba en la temblorosa mano. Incrédulo y pálido, el tipo murmuró:
-Esto no puede ser posible...
Los dos se miraron mutuamente. Henry “Junior” analizaba las facciones de su ancestro sin poder creérselo. Dag, sin embargo, no parecía encontrar parentesco alguno... No se daba cuenta de que eran prácticamente gemelos. En vez de examinar al regordete más exhaustivamente, el vampiro observó a Iredia y, curioso, preguntó:
-¿Y este quién es? Oh, ¿han encontrado la casa? Es esa de allá.
Con excesiva obviedad, rozando la inocencia, levantó el dedo índice para señalar el cercano domicilio.
_________
Off Rol: Nunca me cansaré de decirlo: Tienen total libertad para usar al gordito de Henry. Confío en vuestra creatividad
Cuando ella lo tomó del rostro, no se molestó en disimular la pérfida sonrisa que le embelleció las facciones con un tinte jocoso. Sus ojos se clavaron entre los labios ajenos mientras ella siseaba su retahíla de insultos. -Qué boca tan carnosa y apetecible tiene... -Susurró alguien dentro de su cráneo. -Lástima que sólo sirva para incordiar. -Pensó él. Creyó que no le hubiese costado mucho esfuerzo forcejear y echar abajo la terrosa pared, pero prefirió darle el gusto de desquitarse. Aunque se suponía que debía estar nervioso, el sentimiento que predominaba era la comicidad. ¿Por qué? Quizás se debía a que no apreciaba su vida lo suficiente como para temer por ella.
-¿Ya te desahogaste? -Le preguntó con liviandad una vez fue liberado, mientras se sacudía el polvo de la ya mugrienta ropa- Eres graciosa...
Comenzó a andar con largas zancadas, pero lo suficientemente lento como para no dejarla atrás, permitiéndole tácitamente caminar a su lado.
-Quieres matarme porque soy un vampiro, ¿no? Y supongo que se debe a que los vampiros representamos un peligro, ¿verdad? -Se encogió de hombros- Pero déjame preguntarte... ¿quién de los dos está obsesionado con dar muerte a otros? ¿Quién de los dos lleva una vida belicosa y violenta? ¿Quién ha amenazado al otro sin razón? ¿Acaso me conoces lo suficiente como para saberme peligroso? Yo no elegí ser lo que soy. Piénsalo y verás que...
Su frase quedó suspendida en el aire antes de acabar. Distraído, el exguardia acababa de clavar la vista en algún punto frente a ellos. Si la muchacha seguía la dirección de sus mirada, pronto comprendería la situación.
Iredia y Katarine corrían hacia ellos, siendo perseguidas por un hombre que blandía un atizador y soltaba improperios en voz alta. Dag y Cassandra habían caminado lo suficiente como para encontrarse a tan sólo media manzana de la casa. De hecho, el vampiro podía ver su tejado desde donde estaba parado. Quiso correr hacia su hogar, pero la escena que tenía delante tuvo el peso suficiente para detener su andar.
-¡Maldita zorra! ¡Ya verás! ¡Apenas te ponga una mano encima, yo...!
Dag desenvainó su espada nuevamente. Con una marcada mueca de hastío en el rostro, dio un paso adelante para detener al hombre. Estuvo apunto de decir algo, pero no necesitó hacerlo; el gordo se detuvo a medio camino para observar al vampiro con la mandíbula desencajada y los ojos desorbitados. Bajó el atizador, que le bailaba en la temblorosa mano. Incrédulo y pálido, el tipo murmuró:
-Esto no puede ser posible...
Los dos se miraron mutuamente. Henry “Junior” analizaba las facciones de su ancestro sin poder creérselo. Dag, sin embargo, no parecía encontrar parentesco alguno... No se daba cuenta de que eran prácticamente gemelos. En vez de examinar al regordete más exhaustivamente, el vampiro observó a Iredia y, curioso, preguntó:
-¿Y este quién es? Oh, ¿han encontrado la casa? Es esa de allá.
Con excesiva obviedad, rozando la inocencia, levantó el dedo índice para señalar el cercano domicilio.
_________
Off Rol: Nunca me cansaré de decirlo: Tienen total libertad para usar al gordito de Henry. Confío en vuestra creatividad
Dag Thorlák
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El ardid de Iredia surtió efecto y pronto encontraron a Dag y a Cassandra. Dio gracias a los dioses en silencio, la suerte parecia sonreírles.
Aprovechó que Dag se adelantaba para acelerar y ponerse detrás de él, dado que ya había sacado la espada. Después, observó la escena con todo detalle.
-¿Ves?¡Te lo dije, pedazo de pandalah!¿Es que te has comido a tus neuronas también?
Después, miró a Dag, respondiendo a su pregunta.
-Ah, ya, sí, sé dónde está tu casa. Esto es lo que ha salido de ella. -y señaló al gordo- Es tu bisnieto, por cierto. Te presento a Henry... ¿Henry qué?
-Karlsson... -murmuró el aludido con voz ausente, sin parar de mirar a Dag estupefacto.
-¡Eso!, gracias. Es indudable que sois familia. Es un clon de ti en gordo. Ah, por cierto -cogió su zurrón y de él sacó un cuaderno pequeño de cuero negro, tendiéndoselo a Dag- . Esto es de Sophie, que si no me equivoco es tu nieta.
-Esto es un disparate,¡un disparate!¡Tú deberías estar muerto!¿Qué clase de ser eres tú? -apunto a Dag con el atizador.
La verdad es que la elfa llevaba un rato haciéndose esa misma pregunta. Sin embargo, inocentemente, su cerebro lo primero que pensaba es que Dag había sido víctima de una vida muy lujuriosa. No podía evitar ver esta situación desde la perspectiva de un elfo, pues era algo normal. Se cruzó de brazos y le espetó al grandullón:
-De nada. Me debes una disculpa.
El hombretón llamado Henry reaccionó por fin, mirando a la elfa furioso.
-¿Te quieres callar de una puta vez?
-¡No! -y, como un rayo, cogió una bota y se la tiró, dándole en un brazo- ¡Has estado a punto de matarme y te estaba diciendo la verdad!¡Da gracias que no te ensarto ahora con una flecha!
Henry, dando un resoplido, dirigió su mirada de nuevo a su recién descubierto bisabuelo, pasando de la elfa.
-Quizás... quizás tengamos que hablar. Está claro que eres Dag, pero ¿cómo es posible?¿Por qué no te están comiendo los gusanos?¿Te hechizaron? Y está claro que no eres un fantasma -se rascó la cabeza, confuso, tomando después una decisión- .Podemos hablar en mi casa, pero esa no entra -y señaló con el atizador a Iredia-.. Ah, bueno, y esas tampoco. -volvió a señalar a Cassandra y a Katarine con el mismo objeto.
La elfa refunfuñó y se volvió a cruzar de brazos, cruzando su pie descalzo alrededor de su otra pierna. Dirigió entonces una mirada de soslayo a la criada y a Cassandra. Ahora que se fijaba, el exguardia y la noble estaban llenos de sangre y tenían un aspecto bastante deplorable. Frunció el ceño.
-¿Estás herido? -le susurró a Dag. Supuso que la criada se encargaría de su señora, aunque estuvo atenta a las reacciones. La situación era muy rara y no quería perder detalle.
Aprovechó que Dag se adelantaba para acelerar y ponerse detrás de él, dado que ya había sacado la espada. Después, observó la escena con todo detalle.
-¿Ves?¡Te lo dije, pedazo de pandalah!¿Es que te has comido a tus neuronas también?
Después, miró a Dag, respondiendo a su pregunta.
-Ah, ya, sí, sé dónde está tu casa. Esto es lo que ha salido de ella. -y señaló al gordo- Es tu bisnieto, por cierto. Te presento a Henry... ¿Henry qué?
-Karlsson... -murmuró el aludido con voz ausente, sin parar de mirar a Dag estupefacto.
-¡Eso!, gracias. Es indudable que sois familia. Es un clon de ti en gordo. Ah, por cierto -cogió su zurrón y de él sacó un cuaderno pequeño de cuero negro, tendiéndoselo a Dag- . Esto es de Sophie, que si no me equivoco es tu nieta.
-Esto es un disparate,¡un disparate!¡Tú deberías estar muerto!¿Qué clase de ser eres tú? -apunto a Dag con el atizador.
La verdad es que la elfa llevaba un rato haciéndose esa misma pregunta. Sin embargo, inocentemente, su cerebro lo primero que pensaba es que Dag había sido víctima de una vida muy lujuriosa. No podía evitar ver esta situación desde la perspectiva de un elfo, pues era algo normal. Se cruzó de brazos y le espetó al grandullón:
-De nada. Me debes una disculpa.
El hombretón llamado Henry reaccionó por fin, mirando a la elfa furioso.
-¿Te quieres callar de una puta vez?
-¡No! -y, como un rayo, cogió una bota y se la tiró, dándole en un brazo- ¡Has estado a punto de matarme y te estaba diciendo la verdad!¡Da gracias que no te ensarto ahora con una flecha!
Henry, dando un resoplido, dirigió su mirada de nuevo a su recién descubierto bisabuelo, pasando de la elfa.
-Quizás... quizás tengamos que hablar. Está claro que eres Dag, pero ¿cómo es posible?¿Por qué no te están comiendo los gusanos?¿Te hechizaron? Y está claro que no eres un fantasma -se rascó la cabeza, confuso, tomando después una decisión- .Podemos hablar en mi casa, pero esa no entra -y señaló con el atizador a Iredia-.. Ah, bueno, y esas tampoco. -volvió a señalar a Cassandra y a Katarine con el mismo objeto.
La elfa refunfuñó y se volvió a cruzar de brazos, cruzando su pie descalzo alrededor de su otra pierna. Dirigió entonces una mirada de soslayo a la criada y a Cassandra. Ahora que se fijaba, el exguardia y la noble estaban llenos de sangre y tenían un aspecto bastante deplorable. Frunció el ceño.
-¿Estás herido? -le susurró a Dag. Supuso que la criada se encargaría de su señora, aunque estuvo atenta a las reacciones. La situación era muy rara y no quería perder detalle.
Iredia
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Continué el camino junto al vampiro, pensando mil y una formas de acabar con él en cuanto me encontrase con Katarine y eso fue algo que no tardó en llegar. Y pensar que sólo había salido a tomar el aire y a comprar unas cosas, y ahora me encontraba yendo a la casa de un vampiro de a saber cuántos años porque mi criada se había ido con una elfa a buscar no sé qué cosa. Todo esto era surrealista.
No tardamos en llegar a una calle en la que tuvimos que detenernos porque tanto Katarine como la elfa venían corriendo siendo perseguidas por un hombre gordo. ¿Es que no podían estar sin meterse en líos? Estaba llegando a pensar que mi sirvienta era un imán de problemas, pues desde que había salido con ella nos habíamos visto atraídos por un montón de infortunios. Katarine se colocó detrás de mí, buscando protección y rápidamente alcé la espada, sosteniéndola con las dos manos pese a que podía agarrarse solo con una. Pero no hizo falta hacer más, pues el tipo se frenó en seco e Iredia le dio algo a Dag que no entendí que era.
- Maestra, ese tipo… Es el bisnieto de Dag. Él es… - Carraspeó sutilmente agarrada a mi espalda, poniéndose de puntillas para llegar lo más cerca posible de mi cabeza.
- Un vampiro. - Respondí yo, ante la sorpresa de mi criada, que asintió.
- ¿C-Cómo… Lo sabe?
Incliné levemente mi cabeza mientras el gordo se ponía a hablar y no le presté atención hasta que dijo que Katarine y yo no entrábamos a donde sea que estuviese hablando. - Que te jodan, cretino. ¿Cómo que “esa”? - ¿Cómo se atrevía a referirse a mí de ese modo? Fui a encararme pero mi acompañante le agarró de la mano.
- Maestra, déjeme ver sus heridas. ¿Qué le ha sucedido? - Preguntó con preocupación y al ver a Dag también se acongojó. - ¿Necesita ayuda? - Preguntó a ambos, tanto a Iredia como al mismo vampiro, pensando que la respuesta de cualquiera vendría bien para dar un diagnóstico y ayudas adecuadas. Sin disimularlo, resoplé. ¿¡Estaba ayudando a un vampiro!? Katarine, de buena que era, era tonta.
Con ese resoplido ella volvió a prestarme atención, viendo las heridas que tenía en mi cabeza. - ¡Pero maestra! ¿Cómo no busco ayuda antes? Son heridas en las sienes, son peligrosas y está perdiendo mucha sangre. ¿Qué pasó? - Preguntó de nuevo al ver que no respondía. Su máxima curiosidad era saber cómo no me había matado Dag al notar mi sangre, pues ella pensaba que todos los vampiros eran unos monstruos incontrolables que, al sentir una sola gota de líquido, entraban en modo descontrol y arrasaban con todo.
Tomó de su pequeña bolsa unos paños, pero se quedó ahí, pensando. A los pocos segundos miró al hombre gordo y se acercó a él con su dulzura y amabilidad naturales. - Disculpe, señor Karlsson, sé que hemos empezado con mal pie pero, ¿de verdad no nos quiere dejar entrar en su casa? Él es su bisabuelo y está herido, y mi compañera también necesita asistencia. Además, esta elfa puede proporcionarles cuidados para que, al menos nosotras, nos podamos ir más rápido. Pero necesitaría algo de agua. Por favor. - Sonrió con timidez y bondad. Esta Katarine, era tan dulce que casi siempre funcionaban sus truquitos de buena chica.
Henry se quedó mirando a la chiquita durante unos segundos. - Por favor, no molestaremos, ni fisgonearemos su casa. Podrá hablar con Dag mientras sanamos sus heridas. O en privado si lo desea. Pero necesitamos su favor. –Otra sonrisa más y acabó de cautivarlo para hacer que cambiase de opinión.
Carraspeó y se pasó la mano por la frente. - Emmm… Vale… Bueno… Pero luego os vais. - Finalizó en un intento de ser duro. A quien quería era a Dag, nosotras se la pelábamos, pero gracias a Katarine teníamos un lugar donde ser curados. Al menos yo, Dag me daba igual.
Avanzamos hacia la casa que el vampiro había señalado. Yo ya no tenía por qué estar ahí. Katarine estaba conmigo así que nos podíamos largar cuanto antes, aunque lo primero iba a ser cortarle la cabeza a Dag. Pero mi doncella iba decidida a entrar en el hogar que habían señalado para curarnos. Y así lo hizo. Una vez que entramos en la casa, pidió una palangana de agua para poder humedecer sus paños. - Siéntese, maestra Harrowmont. - Luego miró a Henry. - Si usted lo permite… - Él asintió. Mi acompañante empezó a dar ligeros toquecitos con una de las improvisadas gasas en mis heridas y yo me aparté, molesta. - No debería doler, maestra. - Sí dolía, el golpe que me había dado lo hacía. Ella, sin prestarme mucha atención, dejaba los paños en la palangana, teñidos de un fuerte color rojo, en contraste con el blanco que tenían. - Iredia, ¿puedes curar con tus manos? Los elfos tenéis ese don, ¿no? - Preguntó con dulzura y amabilidad. Se estaba centrando en mí para poder dejar intimidad a ambos familiares, aunque después tenía intención de ir a ver al vampiro para revisar sus lesiones.
No tardamos en llegar a una calle en la que tuvimos que detenernos porque tanto Katarine como la elfa venían corriendo siendo perseguidas por un hombre gordo. ¿Es que no podían estar sin meterse en líos? Estaba llegando a pensar que mi sirvienta era un imán de problemas, pues desde que había salido con ella nos habíamos visto atraídos por un montón de infortunios. Katarine se colocó detrás de mí, buscando protección y rápidamente alcé la espada, sosteniéndola con las dos manos pese a que podía agarrarse solo con una. Pero no hizo falta hacer más, pues el tipo se frenó en seco e Iredia le dio algo a Dag que no entendí que era.
- Maestra, ese tipo… Es el bisnieto de Dag. Él es… - Carraspeó sutilmente agarrada a mi espalda, poniéndose de puntillas para llegar lo más cerca posible de mi cabeza.
- Un vampiro. - Respondí yo, ante la sorpresa de mi criada, que asintió.
- ¿C-Cómo… Lo sabe?
Incliné levemente mi cabeza mientras el gordo se ponía a hablar y no le presté atención hasta que dijo que Katarine y yo no entrábamos a donde sea que estuviese hablando. - Que te jodan, cretino. ¿Cómo que “esa”? - ¿Cómo se atrevía a referirse a mí de ese modo? Fui a encararme pero mi acompañante le agarró de la mano.
- Maestra, déjeme ver sus heridas. ¿Qué le ha sucedido? - Preguntó con preocupación y al ver a Dag también se acongojó. - ¿Necesita ayuda? - Preguntó a ambos, tanto a Iredia como al mismo vampiro, pensando que la respuesta de cualquiera vendría bien para dar un diagnóstico y ayudas adecuadas. Sin disimularlo, resoplé. ¿¡Estaba ayudando a un vampiro!? Katarine, de buena que era, era tonta.
Con ese resoplido ella volvió a prestarme atención, viendo las heridas que tenía en mi cabeza. - ¡Pero maestra! ¿Cómo no busco ayuda antes? Son heridas en las sienes, son peligrosas y está perdiendo mucha sangre. ¿Qué pasó? - Preguntó de nuevo al ver que no respondía. Su máxima curiosidad era saber cómo no me había matado Dag al notar mi sangre, pues ella pensaba que todos los vampiros eran unos monstruos incontrolables que, al sentir una sola gota de líquido, entraban en modo descontrol y arrasaban con todo.
Tomó de su pequeña bolsa unos paños, pero se quedó ahí, pensando. A los pocos segundos miró al hombre gordo y se acercó a él con su dulzura y amabilidad naturales. - Disculpe, señor Karlsson, sé que hemos empezado con mal pie pero, ¿de verdad no nos quiere dejar entrar en su casa? Él es su bisabuelo y está herido, y mi compañera también necesita asistencia. Además, esta elfa puede proporcionarles cuidados para que, al menos nosotras, nos podamos ir más rápido. Pero necesitaría algo de agua. Por favor. - Sonrió con timidez y bondad. Esta Katarine, era tan dulce que casi siempre funcionaban sus truquitos de buena chica.
Henry se quedó mirando a la chiquita durante unos segundos. - Por favor, no molestaremos, ni fisgonearemos su casa. Podrá hablar con Dag mientras sanamos sus heridas. O en privado si lo desea. Pero necesitamos su favor. –Otra sonrisa más y acabó de cautivarlo para hacer que cambiase de opinión.
Carraspeó y se pasó la mano por la frente. - Emmm… Vale… Bueno… Pero luego os vais. - Finalizó en un intento de ser duro. A quien quería era a Dag, nosotras se la pelábamos, pero gracias a Katarine teníamos un lugar donde ser curados. Al menos yo, Dag me daba igual.
Avanzamos hacia la casa que el vampiro había señalado. Yo ya no tenía por qué estar ahí. Katarine estaba conmigo así que nos podíamos largar cuanto antes, aunque lo primero iba a ser cortarle la cabeza a Dag. Pero mi doncella iba decidida a entrar en el hogar que habían señalado para curarnos. Y así lo hizo. Una vez que entramos en la casa, pidió una palangana de agua para poder humedecer sus paños. - Siéntese, maestra Harrowmont. - Luego miró a Henry. - Si usted lo permite… - Él asintió. Mi acompañante empezó a dar ligeros toquecitos con una de las improvisadas gasas en mis heridas y yo me aparté, molesta. - No debería doler, maestra. - Sí dolía, el golpe que me había dado lo hacía. Ella, sin prestarme mucha atención, dejaba los paños en la palangana, teñidos de un fuerte color rojo, en contraste con el blanco que tenían. - Iredia, ¿puedes curar con tus manos? Los elfos tenéis ese don, ¿no? - Preguntó con dulzura y amabilidad. Se estaba centrando en mí para poder dejar intimidad a ambos familiares, aunque después tenía intención de ir a ver al vampiro para revisar sus lesiones.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
El vampiro regresó la mirada hacia el hombre del atizador cuando Iredia, escondida a sus espaldas, afirmó que se trataba de su bisnieto, haciendo un comentario respecto al gran parecido que guardaban. Dag había estado demasiado distraído por sus ansias de llegar a su hogar como para notarlo. Ahora, dando una nueva mirada bajo los sugestivos efectos de las palabras ajenas, no sólo vio a un hombre regordete y muy enfadado; vio también los indiscutibles rasgos de la familia Thorlák, aunque ligeramente suavizados por la mezcla con otra línea de sangre. De haber podido verse en un espejo, el vampiro habría constatado el gran parecido entre ambos, pero como de hecho no veía su propio rostro hacía muchísimo tiempo, terminó asociando a Henry con la fisionomía de Einar, su hijo. Ésto le causó más impresión aún y, junto a la sorpresa, una mueca de disgusto le torció las comisuras de los labios hacia abajo. Le producía una sensación desagradable ver a su descendencia en un estado tan deplorable. ¿Qué clase de Thorlák corría tras una mujer revoleando un atizador mientras hacía rebotar su patética barriga? ¿Acaso Einar no había sabido inculcar a su casta un poco de dignidad?
Dag atrapó el cuaderno en el aire y bajó la mirada para examinarlo con interés. Los bramidos de Henry, sin embargo, le impedían concentrarse, aunque no hizo falta responder a su pregunta. Cassandra le hizo el favor, dejando en evidencia su raza y el motivo por el cual seguía viéndose tan joven como cuando tenía la edad de su bisnieto. El hombre abrió los ojos con desmesura, mas no pareció digerir rápidamente la información pues, tan nervioso se puso, que cambió de tema y le gritó a Iredia que se callase. Quizás creyó que la bruja estaba mintiendo. Dag se pasó una mano por el rostro y respiró profundo, disponiéndose a seguir su camino ignorando por completo a aquella pandilla de locos que se gritaban y lanzaban botas... pero Henry volvió a dirigirse a él. Evidentemente no se creía que era un vampiro, cosa que, irónicamente, en realidad era la respuesta más lógica y simple para entender la situación.
-¿“Mi casa”? -Parafraseó en voz baja, pestañeando un par de veces con extrañeza. Sucedían tantas cosas a la vez que no era capaz de reaccionar; el simple hecho de que otra persona hablase de su hogar como si ya no le perteneciera, era demasiado chocante. Cuando Iredia y Katarine le preguntaron si estaba bien, apenas asintió con la cabeza y movió una mano con aire ausente. Tras una negociación de la doncella, Henry aceptó llevar a todos a “su” casa y Dag los siguió por último, regresando la espada a su vaina y masajeándose insistentemente la barbilla, cavilante.
Una vez llegaron a la morada Henry entró primero, siendo seguido por la elfa, la doncella y la cazadora. El vampiro se quedó admirando la fachada con abatimiento. Las paredes antaño azules eran ahora de un celeste gastado y sucio, la pintura se había salido en varios lugares y una fina capa de musgo cubría la parte más baja. Al techo le habían cambiado las tejas por unas más rojas, cosa que combinaba horriblemente mal con el otro color, y la imponente puerta de madera definitivamente había tenido días mejores, pues chirriaba y se estaba pudriendo cerca de los goznes. Conteniendo la angustia, el exguardia accedió a entrar bajo la insistente mirada de su bisnieto, que permanecía esperándolo en la puerta con evidente impaciencia.
Ingresó entonces al pasillo de entrada, ese que exponía los cuadros y desembocaba en la sala donde ahora se encontraban las damas, quienes podrían ver y oír perfectamente lo que ocurría entre ambos hombres. Henry intentó guiarlo hacia la recámara para tener una conversación privada, pero Dag no pudo pasar más allá de los retratos. Con la boca abierta y los ojos brillándole de anhelo, se quedó estático frente al enorme rostro de su esposa.
-Dahlia... -Susurró, acariciando el lienzo con una mano, que siguió el recorrido hacia los cuadros contiguos: los de Einar y Lena- ¡Mis niños! ¡¡Mis... mis pequeños niños!! -Ante la atónita mirada de su bisnieto, el exguardia rompió a llorar. Balbuceó cosas sobre cuánto habían crecido, sobre lo apuestos que eran, sobre cuán horrorosamente los había extrañado. Pero no existían palabras que fuesen suficientes para desahogar su pena. Sentía como si su pecho se estuviese desgarrando, como si su alma se partiera en mil pedazos. Ser atravesado por la espada de Cassandra le hubiese dolido mucho menos que aquello.
-Ellos... vivieron bien. Yo era muy joven cuando el abuelo Einar murió, pero mi madre me habló mucho sobre...
-¡Cállate! -Rugió Dag, apartando bruscamente la mano que el tipo le había puesto sobre el hombro en un intento de brindar consuelo. Henry retrocedió y observó al otro con el rostro colorado y los labios apretados, sin saber qué decir- ¡No quiero saberlo! ¡No quiero que nadie me lo cuente! -El vozarrón del vampiro oscilaba entre la ira y la más profunda tristeza, era difícil saber cuál de ambos sentimientos predominaba. Por momentos gritaba, por momentos gimoteaba y la voz se le quebraba- ¡Tendría que haberlos visto crecer! ¡Se suponía que muriera de viejo junto a mi Dahlia! ¡¡No debió haber sido así!! -El gordinflón estaba tan pasmado que no pudo hacer nada para evitar que Dag le arrancase el atizador de la mano. Fuera de quicio, el vampiro clavó la herramienta sobre el rostro pintado de su esposa y desgarró el lienzo de un tirón. Lo mismo hizo con los retratos de sus hijos. No soportaba verlos. Sus sonrisas estáticas, plasmadas allí para que las futuras generaciones viesen con desinterés cómo habían sido los rostros de sus ancestros, acentuaban más la sensación de vejez, de olvido y de muerte. No podía tolerar que esas caras fueran el único remanente de las personas que más había amado en su vida; allí no se podía percibir la dulce amabilidad de su esposa, ni las carcajadas de Einar, o la aguda y tierna voz de su pequeña hija. En ese momento, frente a los cuadros, quiso morir mil y una veces para poder estar con ellos. Pero sus creencias le decían que los humanos y los vampiros no iban al mismo sitio para pasar la eternidad. Estaba condenado a no verlos ni siquiera en el final de sus días.
-¡No puedes hacer eso! -Gritó Henry, que apenas acababa de salir del asombro e intentaba arrebatarle el atizador- ¿¡Qué te pasa!? ¿¡Estás loco!? ¡Estás destruyendo MI casa!
-¿¡TU casa!? -Dag enarboló la herramienta dispuesto a estamparla contra el cráneo de su pariente, que se encogió sobre sí mismo y soltó un gritito de espanto- ¡Yo construí los cimientos de esta maldita casa! ¡Yo pagué el suelo que estás pisando! ¡Aquí crecieron MIS hijos! ¡Este lugar me pertenece A MÍ, así que puedo hacer lo que me plazca con él! -El gordo escapó por muy poco de un golpe que le hubiese abierto un buen agujero en la cabeza. Entre gritos y aspavientos, huyó del pasillo para correr a esconderse directamente tras las mujeres, quienes muy seguramente habían podido presenciar todo el espectáculo previo- ¡¡Estás demente!! ¡Tú ni siquiera deberías estar aquí, en primer lugar! -Chilló detrás de Iredia- ¿¡Qué demonios eres!? ¿¡Y qué quieres aquí!?
Dag lo persiguió y se detuvo en medio del salón. Entre él y su bisnieto, estaban las mujeres. Aunque se veía al borde del ataque de histeria, el exguardia exhibía una sonrisa torcida y maligna. Comenzó a reír a carcajadas con el atizador en alto. Era evidentemente una reacción causada por los nervios y por su propia inestabilidad mental. Entre graves y potentes risotadas, exclamó:
-¡Ya te lo ha dicho ella! -Señaló con el arma a Cassandra; sonreía tanto que los colmillos le sobresalían con prominencia por debajo del labio superior- Soy un vampiro... y he venido a recuperar lo que es mío.
Dag atrapó el cuaderno en el aire y bajó la mirada para examinarlo con interés. Los bramidos de Henry, sin embargo, le impedían concentrarse, aunque no hizo falta responder a su pregunta. Cassandra le hizo el favor, dejando en evidencia su raza y el motivo por el cual seguía viéndose tan joven como cuando tenía la edad de su bisnieto. El hombre abrió los ojos con desmesura, mas no pareció digerir rápidamente la información pues, tan nervioso se puso, que cambió de tema y le gritó a Iredia que se callase. Quizás creyó que la bruja estaba mintiendo. Dag se pasó una mano por el rostro y respiró profundo, disponiéndose a seguir su camino ignorando por completo a aquella pandilla de locos que se gritaban y lanzaban botas... pero Henry volvió a dirigirse a él. Evidentemente no se creía que era un vampiro, cosa que, irónicamente, en realidad era la respuesta más lógica y simple para entender la situación.
-¿“Mi casa”? -Parafraseó en voz baja, pestañeando un par de veces con extrañeza. Sucedían tantas cosas a la vez que no era capaz de reaccionar; el simple hecho de que otra persona hablase de su hogar como si ya no le perteneciera, era demasiado chocante. Cuando Iredia y Katarine le preguntaron si estaba bien, apenas asintió con la cabeza y movió una mano con aire ausente. Tras una negociación de la doncella, Henry aceptó llevar a todos a “su” casa y Dag los siguió por último, regresando la espada a su vaina y masajeándose insistentemente la barbilla, cavilante.
Una vez llegaron a la morada Henry entró primero, siendo seguido por la elfa, la doncella y la cazadora. El vampiro se quedó admirando la fachada con abatimiento. Las paredes antaño azules eran ahora de un celeste gastado y sucio, la pintura se había salido en varios lugares y una fina capa de musgo cubría la parte más baja. Al techo le habían cambiado las tejas por unas más rojas, cosa que combinaba horriblemente mal con el otro color, y la imponente puerta de madera definitivamente había tenido días mejores, pues chirriaba y se estaba pudriendo cerca de los goznes. Conteniendo la angustia, el exguardia accedió a entrar bajo la insistente mirada de su bisnieto, que permanecía esperándolo en la puerta con evidente impaciencia.
Ingresó entonces al pasillo de entrada, ese que exponía los cuadros y desembocaba en la sala donde ahora se encontraban las damas, quienes podrían ver y oír perfectamente lo que ocurría entre ambos hombres. Henry intentó guiarlo hacia la recámara para tener una conversación privada, pero Dag no pudo pasar más allá de los retratos. Con la boca abierta y los ojos brillándole de anhelo, se quedó estático frente al enorme rostro de su esposa.
-Dahlia... -Susurró, acariciando el lienzo con una mano, que siguió el recorrido hacia los cuadros contiguos: los de Einar y Lena- ¡Mis niños! ¡¡Mis... mis pequeños niños!! -Ante la atónita mirada de su bisnieto, el exguardia rompió a llorar. Balbuceó cosas sobre cuánto habían crecido, sobre lo apuestos que eran, sobre cuán horrorosamente los había extrañado. Pero no existían palabras que fuesen suficientes para desahogar su pena. Sentía como si su pecho se estuviese desgarrando, como si su alma se partiera en mil pedazos. Ser atravesado por la espada de Cassandra le hubiese dolido mucho menos que aquello.
-Ellos... vivieron bien. Yo era muy joven cuando el abuelo Einar murió, pero mi madre me habló mucho sobre...
-¡Cállate! -Rugió Dag, apartando bruscamente la mano que el tipo le había puesto sobre el hombro en un intento de brindar consuelo. Henry retrocedió y observó al otro con el rostro colorado y los labios apretados, sin saber qué decir- ¡No quiero saberlo! ¡No quiero que nadie me lo cuente! -El vozarrón del vampiro oscilaba entre la ira y la más profunda tristeza, era difícil saber cuál de ambos sentimientos predominaba. Por momentos gritaba, por momentos gimoteaba y la voz se le quebraba- ¡Tendría que haberlos visto crecer! ¡Se suponía que muriera de viejo junto a mi Dahlia! ¡¡No debió haber sido así!! -El gordinflón estaba tan pasmado que no pudo hacer nada para evitar que Dag le arrancase el atizador de la mano. Fuera de quicio, el vampiro clavó la herramienta sobre el rostro pintado de su esposa y desgarró el lienzo de un tirón. Lo mismo hizo con los retratos de sus hijos. No soportaba verlos. Sus sonrisas estáticas, plasmadas allí para que las futuras generaciones viesen con desinterés cómo habían sido los rostros de sus ancestros, acentuaban más la sensación de vejez, de olvido y de muerte. No podía tolerar que esas caras fueran el único remanente de las personas que más había amado en su vida; allí no se podía percibir la dulce amabilidad de su esposa, ni las carcajadas de Einar, o la aguda y tierna voz de su pequeña hija. En ese momento, frente a los cuadros, quiso morir mil y una veces para poder estar con ellos. Pero sus creencias le decían que los humanos y los vampiros no iban al mismo sitio para pasar la eternidad. Estaba condenado a no verlos ni siquiera en el final de sus días.
-¡No puedes hacer eso! -Gritó Henry, que apenas acababa de salir del asombro e intentaba arrebatarle el atizador- ¿¡Qué te pasa!? ¿¡Estás loco!? ¡Estás destruyendo MI casa!
-¿¡TU casa!? -Dag enarboló la herramienta dispuesto a estamparla contra el cráneo de su pariente, que se encogió sobre sí mismo y soltó un gritito de espanto- ¡Yo construí los cimientos de esta maldita casa! ¡Yo pagué el suelo que estás pisando! ¡Aquí crecieron MIS hijos! ¡Este lugar me pertenece A MÍ, así que puedo hacer lo que me plazca con él! -El gordo escapó por muy poco de un golpe que le hubiese abierto un buen agujero en la cabeza. Entre gritos y aspavientos, huyó del pasillo para correr a esconderse directamente tras las mujeres, quienes muy seguramente habían podido presenciar todo el espectáculo previo- ¡¡Estás demente!! ¡Tú ni siquiera deberías estar aquí, en primer lugar! -Chilló detrás de Iredia- ¿¡Qué demonios eres!? ¿¡Y qué quieres aquí!?
Dag lo persiguió y se detuvo en medio del salón. Entre él y su bisnieto, estaban las mujeres. Aunque se veía al borde del ataque de histeria, el exguardia exhibía una sonrisa torcida y maligna. Comenzó a reír a carcajadas con el atizador en alto. Era evidentemente una reacción causada por los nervios y por su propia inestabilidad mental. Entre graves y potentes risotadas, exclamó:
-¡Ya te lo ha dicho ella! -Señaló con el arma a Cassandra; sonreía tanto que los colmillos le sobresalían con prominencia por debajo del labio superior- Soy un vampiro... y he venido a recuperar lo que es mío.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Cuando oyó la palabra "vampiro" de los labios de Cassandra, la elfa sintió cómo su estómago daba un brinco doloroso. En el fondo, debía haberlo supuesto, su instinto se lo había chillado mas su resistencia a lo obvio le había hecho pensar otras cosas. No se percató de que tenía la mirada demasiado fija en Dag, aterrorizada. Los demonios nocturnos eran unas criaturas temidas en su tribu, tanto que alimentaban algunos cuentos para los niños de su pueblo.
Instintivamente, mantuvo una prudente distancia de Dag mientras, gracias a la delicadeza de Katarine, conseguía un pase de nuevo a la casa de los Thorlák. Aunque este parecía ensimismado con el cuaderno que ella le había conseguido, Iredia entró en un estado de inusual inquietud. Ya sabía que Dag era un tipo bastante rarito. Enterarse ahora de que era un vampiro no mejoraba la imagen y la confianza en él. Sin embargo, tampoco podía negar que le había salvado la vida y no había hecho ademán de matarlas. Desconocía lo que había pasado en aquella batalla con los bandidos, pero si Cassandra lo sabía siendo cazadora... Zarandeó la cabeza, desechando esos pensamientos que no conducían a ninguna parte mientras recogía de nuevo su bota y caminaban todos a la mansión.
Una vez dentro, entró tras Henry, quien no dejaba de mirarla de reojo. Indudablemente, era de la que menos se fiaba de ese grupo. Era normal. En su situación, ella tampoco se hubiera fiado de una elfa fisgona.
Mientras sirvienta y noble se sentaban a curarse las heridas, ella se quedó de pie y vio cómo Dag se dirigía a los retratos, embelesado y con los ojos rotos de dolor. Una sensación de congoja despertó en el corazón de la elfa y eso la confundía. Era un vampiro. Un demonio. Nunca se había figurado que los demonios llorasen de pena, eso implicaba que tuviesen sentimientos. La voz de Katarine la sacó de su ensimismamiento. Entrecerró los ojos ante la petición, dando a entender que se lo estaba pensando.
<<Sabía que este momento llegaría con ella. Lo sabía>>, pensó.
Con un suspiro resignado, se acercó a ellas sin sentarse a su lado. Sin duda, era reticente a curar a esa mujer impertinente, pero la voz de su maestro resonaba en sus pensamientos. <<Nunca niegues tu don a nadie, aun cuando sus actos no sean puros. Qué ellos carguen con el mal de su conciencia, tú carga con el bien de la tuya.>>. Juntó las manos y se las acercó al rostro,
murmurando unas palabras en élfico.* Sus manos se iluminaron con una luz verdosa y emitían una suave calidez. Sin llegar a tocar su piel, la elfa puso ambas manos cerca de cada sien de la cazadora. Oía de lejos los gemidos y balbuceos de Dag.
-Los cortes son profundos, en un par de días ya no habrá heri...
No llegó a decir "das", pues el sonido de un desgarro y los gritos del vampiro se tornaron fuertes y violentos. Iredia apartó las manos de Cassandra y prestó atención a cómo Dag rasgaba todos los retratos con el atizador. El gordo, esquivando un golpe por los pelos, fue precisamente a esconderse detrás de ella. Iredia pensó que ese gesto tenía su cierta gracia, hace no mucho ese atizador lo había alzado él contra ella. Tragó saliva mientras veía cómo el vampiro estallaba en unas carcajadas potentes mientras ensanchaba una sonrisa terrible que puso a la elfa los pelos de punta. Tras manifestar el ex guardia sus intenciones, la joven miró de reojo al gordo Henry tras ella.
-Has escogido muy mal sitio para cobijarte. -le susurró.
Haciendo acopio de todo su aplomo, alzó las dos manos hacia Dag, exactamente en el mismo gesto que había hecho anteriormente con su bisnieto, pidiendo paz.
<<Probemos con la vía diplomática>>
-Dag... no... no quieres destrozar tu casa nada más llegar, ¿no es así? -trató saliva de nuevo-
. Escúchame. Él... es el único familiar vivo que te queda. ¿Por qué no llegáis a un acuerdo? Las cosas han cambiado y quizás él.. te... sea... útil. -se le ocurrió sobre la marcha mientras sostenía a Dag la mirada.
Aunque aparentemente parecía tranquila, por dentro temblaba, temiendo una reacción violenta del demonio contra ella.
-Yo no hago tratos con ese... ese... ¡ese tarado! -exclamó Henry a su espalda, señalando a su bisabuelo como si fuese un apestado.
Iredia cerró los ojos un momento, maldiciendo la estupidez de aquel gordo. Optó entonces por la vía práctica y se giró para mirarlo fijamente con sus ojos violáceos unos segundos antes de replicar.
-Entonces, te sugiero que salgas de aquí. -espetó, con voz neutra.
El gordo miró alternativamente a Iredia y luego al vampiro. Realmente, la elfa estaba intentando salvarle la vida. Era consciente de que ni ella ni Katarine ni el gordo tenían alguna posibilidad ante un vampiro cabreado. La única que la tenía era la cazadora y las cosas podían ponerse verdaderamente feas si no se escogían las palabras con tacto. Henry, a trompicones, se alejó de Iredia y de todos, yendo hasta la puerta con gesto horrorizado.
-Voy... ¡voy a llamar a la guardia!¡Y tú puedes darte por muerto, cabronazo chupasangres! -y salió corriendo al exterior.
*Maestría: Manos sanadoras
OFF: Sorry por la tardanza, muchachos, me fui de vacas. Ya estoy disponible de nuevo ^^
Instintivamente, mantuvo una prudente distancia de Dag mientras, gracias a la delicadeza de Katarine, conseguía un pase de nuevo a la casa de los Thorlák. Aunque este parecía ensimismado con el cuaderno que ella le había conseguido, Iredia entró en un estado de inusual inquietud. Ya sabía que Dag era un tipo bastante rarito. Enterarse ahora de que era un vampiro no mejoraba la imagen y la confianza en él. Sin embargo, tampoco podía negar que le había salvado la vida y no había hecho ademán de matarlas. Desconocía lo que había pasado en aquella batalla con los bandidos, pero si Cassandra lo sabía siendo cazadora... Zarandeó la cabeza, desechando esos pensamientos que no conducían a ninguna parte mientras recogía de nuevo su bota y caminaban todos a la mansión.
Una vez dentro, entró tras Henry, quien no dejaba de mirarla de reojo. Indudablemente, era de la que menos se fiaba de ese grupo. Era normal. En su situación, ella tampoco se hubiera fiado de una elfa fisgona.
Mientras sirvienta y noble se sentaban a curarse las heridas, ella se quedó de pie y vio cómo Dag se dirigía a los retratos, embelesado y con los ojos rotos de dolor. Una sensación de congoja despertó en el corazón de la elfa y eso la confundía. Era un vampiro. Un demonio. Nunca se había figurado que los demonios llorasen de pena, eso implicaba que tuviesen sentimientos. La voz de Katarine la sacó de su ensimismamiento. Entrecerró los ojos ante la petición, dando a entender que se lo estaba pensando.
<<Sabía que este momento llegaría con ella. Lo sabía>>, pensó.
Con un suspiro resignado, se acercó a ellas sin sentarse a su lado. Sin duda, era reticente a curar a esa mujer impertinente, pero la voz de su maestro resonaba en sus pensamientos. <<Nunca niegues tu don a nadie, aun cuando sus actos no sean puros. Qué ellos carguen con el mal de su conciencia, tú carga con el bien de la tuya.>>. Juntó las manos y se las acercó al rostro,
murmurando unas palabras en élfico.* Sus manos se iluminaron con una luz verdosa y emitían una suave calidez. Sin llegar a tocar su piel, la elfa puso ambas manos cerca de cada sien de la cazadora. Oía de lejos los gemidos y balbuceos de Dag.
-Los cortes son profundos, en un par de días ya no habrá heri...
No llegó a decir "das", pues el sonido de un desgarro y los gritos del vampiro se tornaron fuertes y violentos. Iredia apartó las manos de Cassandra y prestó atención a cómo Dag rasgaba todos los retratos con el atizador. El gordo, esquivando un golpe por los pelos, fue precisamente a esconderse detrás de ella. Iredia pensó que ese gesto tenía su cierta gracia, hace no mucho ese atizador lo había alzado él contra ella. Tragó saliva mientras veía cómo el vampiro estallaba en unas carcajadas potentes mientras ensanchaba una sonrisa terrible que puso a la elfa los pelos de punta. Tras manifestar el ex guardia sus intenciones, la joven miró de reojo al gordo Henry tras ella.
-Has escogido muy mal sitio para cobijarte. -le susurró.
Haciendo acopio de todo su aplomo, alzó las dos manos hacia Dag, exactamente en el mismo gesto que había hecho anteriormente con su bisnieto, pidiendo paz.
<<Probemos con la vía diplomática>>
-Dag... no... no quieres destrozar tu casa nada más llegar, ¿no es así? -trató saliva de nuevo-
. Escúchame. Él... es el único familiar vivo que te queda. ¿Por qué no llegáis a un acuerdo? Las cosas han cambiado y quizás él.. te... sea... útil. -se le ocurrió sobre la marcha mientras sostenía a Dag la mirada.
Aunque aparentemente parecía tranquila, por dentro temblaba, temiendo una reacción violenta del demonio contra ella.
-Yo no hago tratos con ese... ese... ¡ese tarado! -exclamó Henry a su espalda, señalando a su bisabuelo como si fuese un apestado.
Iredia cerró los ojos un momento, maldiciendo la estupidez de aquel gordo. Optó entonces por la vía práctica y se giró para mirarlo fijamente con sus ojos violáceos unos segundos antes de replicar.
-Entonces, te sugiero que salgas de aquí. -espetó, con voz neutra.
El gordo miró alternativamente a Iredia y luego al vampiro. Realmente, la elfa estaba intentando salvarle la vida. Era consciente de que ni ella ni Katarine ni el gordo tenían alguna posibilidad ante un vampiro cabreado. La única que la tenía era la cazadora y las cosas podían ponerse verdaderamente feas si no se escogían las palabras con tacto. Henry, a trompicones, se alejó de Iredia y de todos, yendo hasta la puerta con gesto horrorizado.
-Voy... ¡voy a llamar a la guardia!¡Y tú puedes darte por muerto, cabronazo chupasangres! -y salió corriendo al exterior.
*Maestría: Manos sanadoras
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Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
A pesar de mi negativa fuimos a la casa del vampiro. Yo había encontrado ya a Katarine y de no ser por ella, no habría dado un paso más al frente. Teníamos que haber regresado, pero mi doncella se empeñaba en ayudar a cada persona que se encontrase por la calle y eso me fastidiaba.
Aparte, notaba un fuerte dolor en mi cabeza que hacía una especie de palpitar sobre mis sienes y eso me hacía estar mucho más incómoda. Tenía sangre seca en mi cara y a Katarine parecía importarle más el estado en el que estuviera el vampiro que yo misma. Estaba segura que le gustaba. Resoplé, hastiada, aunque mis palabras causaron sensación cuando desvelé la verdadera raza de ese engendro. A pesar de todo, Katarine seguía siendo demasiado buena. Sabía que le daba cierto miedo estar cerca de Dag, pero a la vez quería mantenerse a su lado.
Aun así, no pudimos evitar acabar en la casa. Gracias a mi doncella, la elfa empezó a sanar mis heridas, aunque no tenía muchas ganas de que una montaciervos me tocase, pero si quería curarme la única opción fiable era esa, ya que Katarine no contaba con los medios apropiados. Pero no terminó de hablar. Todas nos quedamos mirando cómo Dag empezó a rasgar unos cuadros y a gritar. Me incorporé de golpe, casi empujando a la elfa y mi criada se escondió detrás de mí. Estaba asustada, no estaba acostumbrada a estas cosas. ¿Todavía le seguía gustando esa bestia? Estaba gritando sobre su familia, su casa… Y el otro no tenía más remedio que huir antes de acabar mal.
Por mi parte, había visto a demasiados seres de la noche como para saber que si perdían el control se volvían muy peligrosos y, ahora mismo, Dag estaba así. Lo siguiente fue una persecución en la que el más gordo de la familia intentaba huir del vampiro escondiéndose detrás de la elfa. ¡Menuda protección! La que no sabía tirar con el arco… ¡El arco! Dudaba que esa comeflores me dejase su arma, pero si podía robársela conseguiría detener al chupasangres.
Ese tío se estaba riendo como un loco en medio de la sala, con el atizador en alto. ¿Cuántas veces había pensado a lo largo de la noche que ese tipejo se había escapado de un sanatorio mental? Pues eso confirmaba mis ideas sobre su deplorable estado. Podía ver sus asquerosos colmillos sobresalir de su boca. Tenía ganas de darle tal puñetazo que se los arrancase de golpe. Ahora mismo echaba de menos su arco, aunque portaba el sable que le había robado antes al asaltante. Y, como segunda opción, podía quitarle el arco a la elfa.
Miré durante unos segundos la escenita y luego la conversación entre Henry e Iredia. Ella le instó a largarse y eso hizo así que me planté delante de la puerta, impidiendo cualquier tipo de escapatoria por parte del vampiro para perseguir a su familiar. - Un solo paso, maldita sanguijuela, y haré que la casa entera caiga sobre tu puta cabeza. - Para reafirmar que podía hacerlo, empecé a hacer caer arenilla sobre el hombro del vampiro. - ¿Así que presumías de autocontrol? - Sonreí con sarcasmo, negando con la cabeza. - El autocontrol es algo que los chupasangres no tenéis. - Increpé, alzando el sable.
Sabía que en una lucha de ese tipo de armas, poco podría hacer contra él, pero la tierra era mi elemento y estaba atenta a cualquier movimiento para hacer que la casa se viniera abajo. Aunque no sabía si podía controlar tanto como para impedir que a la elfa y a Katarine les dañase algún escombro.
Pero tenía otro as en la manga, a parte del sable, la daga y mi poder tensái. La telequinesia. El sable se alzó delante de mí, en paralelo al suelo. En cuanto se acercase, atravesaría su pecho. No iba a darle una lucha encarnizada, no con ese arma. Si tuviera mi precioso arco de metal, sí, pero cuerpo a cuerpo no dejaría que me sacase ventaja.
- Maestra... - Katarine estaba al lado de la elfa, mirándome con una mezcla de miedo y tristeza. - Lo está pasando mal. Algo le sucede. - Pasó la vista por Dag, mientras este se reía.
- ¿¡Y!? ¡Katarine! - Recriminé sin perder de vista al hombre. - ¡Es un vampiro! Sabes cuál es mi trabajo, por qué soy recordada y por qué estoy aquí. ¿Me vas a impedir cazar a este monstruo?
- No es un monstruo... - Quiso defenderlo.
- ¡Claro que lo es! - Me reafirmé. Para mí, todos los vampiros lo eran, sin excepción. - ¡Encima está loco! - No perdía de vista sus movimientos.
- ¡No ha atacado a nadie!
- ¿No? A mí. Y a ese hombre que ahora mismo está huyendo. - Confirmé. Katarine me estaba hartando en sus intentos inútiles de defender lo indefendible.
Seguramente, el gordo de la familia, ya había ido a avisar a la guardia. Pero no esperaría a que llegasen los soldados. Yo misma iba a ajusticiar a ese ser de la noche con trastornos mentales. No era apto para pasear siquiera por las calles de la ciudad sin causar estragos. Merecía estar muerto. E iba a acabar yo con él.
Aparte, notaba un fuerte dolor en mi cabeza que hacía una especie de palpitar sobre mis sienes y eso me hacía estar mucho más incómoda. Tenía sangre seca en mi cara y a Katarine parecía importarle más el estado en el que estuviera el vampiro que yo misma. Estaba segura que le gustaba. Resoplé, hastiada, aunque mis palabras causaron sensación cuando desvelé la verdadera raza de ese engendro. A pesar de todo, Katarine seguía siendo demasiado buena. Sabía que le daba cierto miedo estar cerca de Dag, pero a la vez quería mantenerse a su lado.
Aun así, no pudimos evitar acabar en la casa. Gracias a mi doncella, la elfa empezó a sanar mis heridas, aunque no tenía muchas ganas de que una montaciervos me tocase, pero si quería curarme la única opción fiable era esa, ya que Katarine no contaba con los medios apropiados. Pero no terminó de hablar. Todas nos quedamos mirando cómo Dag empezó a rasgar unos cuadros y a gritar. Me incorporé de golpe, casi empujando a la elfa y mi criada se escondió detrás de mí. Estaba asustada, no estaba acostumbrada a estas cosas. ¿Todavía le seguía gustando esa bestia? Estaba gritando sobre su familia, su casa… Y el otro no tenía más remedio que huir antes de acabar mal.
Por mi parte, había visto a demasiados seres de la noche como para saber que si perdían el control se volvían muy peligrosos y, ahora mismo, Dag estaba así. Lo siguiente fue una persecución en la que el más gordo de la familia intentaba huir del vampiro escondiéndose detrás de la elfa. ¡Menuda protección! La que no sabía tirar con el arco… ¡El arco! Dudaba que esa comeflores me dejase su arma, pero si podía robársela conseguiría detener al chupasangres.
Ese tío se estaba riendo como un loco en medio de la sala, con el atizador en alto. ¿Cuántas veces había pensado a lo largo de la noche que ese tipejo se había escapado de un sanatorio mental? Pues eso confirmaba mis ideas sobre su deplorable estado. Podía ver sus asquerosos colmillos sobresalir de su boca. Tenía ganas de darle tal puñetazo que se los arrancase de golpe. Ahora mismo echaba de menos su arco, aunque portaba el sable que le había robado antes al asaltante. Y, como segunda opción, podía quitarle el arco a la elfa.
Miré durante unos segundos la escenita y luego la conversación entre Henry e Iredia. Ella le instó a largarse y eso hizo así que me planté delante de la puerta, impidiendo cualquier tipo de escapatoria por parte del vampiro para perseguir a su familiar. - Un solo paso, maldita sanguijuela, y haré que la casa entera caiga sobre tu puta cabeza. - Para reafirmar que podía hacerlo, empecé a hacer caer arenilla sobre el hombro del vampiro. - ¿Así que presumías de autocontrol? - Sonreí con sarcasmo, negando con la cabeza. - El autocontrol es algo que los chupasangres no tenéis. - Increpé, alzando el sable.
Sabía que en una lucha de ese tipo de armas, poco podría hacer contra él, pero la tierra era mi elemento y estaba atenta a cualquier movimiento para hacer que la casa se viniera abajo. Aunque no sabía si podía controlar tanto como para impedir que a la elfa y a Katarine les dañase algún escombro.
Pero tenía otro as en la manga, a parte del sable, la daga y mi poder tensái. La telequinesia. El sable se alzó delante de mí, en paralelo al suelo. En cuanto se acercase, atravesaría su pecho. No iba a darle una lucha encarnizada, no con ese arma. Si tuviera mi precioso arco de metal, sí, pero cuerpo a cuerpo no dejaría que me sacase ventaja.
- Maestra... - Katarine estaba al lado de la elfa, mirándome con una mezcla de miedo y tristeza. - Lo está pasando mal. Algo le sucede. - Pasó la vista por Dag, mientras este se reía.
- ¿¡Y!? ¡Katarine! - Recriminé sin perder de vista al hombre. - ¡Es un vampiro! Sabes cuál es mi trabajo, por qué soy recordada y por qué estoy aquí. ¿Me vas a impedir cazar a este monstruo?
- No es un monstruo... - Quiso defenderlo.
- ¡Claro que lo es! - Me reafirmé. Para mí, todos los vampiros lo eran, sin excepción. - ¡Encima está loco! - No perdía de vista sus movimientos.
- ¡No ha atacado a nadie!
- ¿No? A mí. Y a ese hombre que ahora mismo está huyendo. - Confirmé. Katarine me estaba hartando en sus intentos inútiles de defender lo indefendible.
Seguramente, el gordo de la familia, ya había ido a avisar a la guardia. Pero no esperaría a que llegasen los soldados. Yo misma iba a ajusticiar a ese ser de la noche con trastornos mentales. No era apto para pasear siquiera por las calles de la ciudad sin causar estragos. Merecía estar muerto. E iba a acabar yo con él.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Las carcajadas cesaron abruptamente cuando Iredia tomó la palabra. Su voz era como un bálsamo para el vampiro, aunque la odiosa mirada del gordo tras los hombros de ella le impedía retomar por completo la calma. Su sonrisa mutó a un gesto estupefacto, con la boca entreabierta y los colmillos asomándose, cuando ella manifestó que su pariente podría serle “útil”. Los ojos azules se clavaron sobre el tembloroso humano; parecía estar considerando seriamente la posibilidad de convivir en paz con él. No obstante, un fuerte pisotón y un nuevo gesto de enfado dieron a entender que el rumbo de sus pensamientos no había sido nada favorable para Henry Junior.
-¿¡Útil!? ¡Ni siquiera puede correr deste... dente... decentemente! -Bajó el atizador para señalar con éste al hombre en gesto acusatorio- ¡Es una deshonra! ¡Vive aquí sin llevar el apellido Thorlák! -Aunque gritaba, ya no sonaba como un asesino en potencia. Más bien parecía... la rabieta de un niño encaprichado- ¡Me acaba de llamar tarado! -Increpó, lanzando el atizador al suelo y apretando los puños, dispuesto a llevar eso hasta las manos. Su pariente no opinaba igual; aprovechó la primer oportunidad para salir corriendo y escapar con la promesa de regresar acompañado por La Guardia. ¡Sobre su cadáver! No pensaba encontrarse con su casa semi-abandonada y con su antiguo trabajo en el mismo día. Estaba dispuesto a seguir al hombre cuando la cazadora, ¡esa desgraciada cazadora! se interpuso entre la puerta y él.
-¿¡Pero por qué no te metes en tus propios malditos asuntos!? -Gimoteó, llevándose las manos a la cabeza con consternación. Cuando dio un paso adelante, el sable se levantó por arte de magia (nunca mejor dicho) apuntando directamente a su corazón. No podía creer que una completa desconocida, una mocosa que no parecía tener nada mejor que hacer que recordarle cuán vil, cuan monstruoso y cuan peligroso era sólo por querer recuperar SU propiedad, estuviese plantándole cara para defender a un gordinflón con quien no aceptaba ningún parentesco. La situación era cómica y angustiante en partes tan iguales, que los ojos se le llenaron de lágrimas al mismo tiempo que carcajadas se le escapaban de la garganta. Lloraba y reía en voz baja mientras la doncella y su señora discutían acerca de lo peligroso que era o no era para la sociedad.
Acababa de llegar al límite. Caminó a trompicones hasta situarse a un palmo del sable y tomó la hoja con ambas manos, sin importarle cuán profundo el filo escarbase su piel.
-¡Pues bien! -Gritó con los brillantes ojos clavados en los de la bruja- ¡Déjalas ir! ¡Vamos, deja ir a la elfa y a la doncella y solucionemos esto a tu manera! ¡Vamos! ¿¡A ver!? -Caminó un paso más hacia ella. La sangre chorreaba desde sus manos hasta la vieja y apolillada alfombra- ¡Y ustedes váyanse, joder! ¡Déjennos solos de una puta vez! -Rugió, cabeceando hacia las otras dos muchachas antes de regresar su atención a la cazadora- ¡Vamos, bonita, échame la casa abajo! ¡Me importa una mierda esta casa! ¡Todos sus habitantes están muertos, incluido yo! ¡JÁ! ¡Vamos! ¡ÉCHALA ABAJO! ¡¡VAMOS!!
Dio otro paso. Ni un sable clavado en el pecho le impediría arrancarle la cabeza a esa mujer si no hacía lo que le exigía. Le estaría haciendo un favor. Sin familia, sin trabajo, sin casa... Quizás así podría realmente empezar de nuevo.
_____
Off Rol: Última ronda, muchachas (a no ser que hagan algo inesperado, claro, que también pueden si quieren) <3
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Lo único que pudo hacer la elfa fue llevarse una mano al rostro mientras maldecía para sus adentros que las cosas se hubiesen torcido tanto. No le importó que la cazadora la empujara, ella instintivamente asió a Katarine de la mano y ambas retrocedieron mientras Cassandra se plantaba delante de la puerta, impidiendo que Dag persiguiese a su familiar.
Entonces lo vio. Vio cómo alzaba aquel sable por la mente y un ramalazo de odio cruzó su mirada violeta. Una maldita bruja. En general, su postura con respecto a esa raza no era favorable, no le gustaban en absoluto y tenía motivos de sobra. Sin embargo, solía ser indiferente y no mostrar reacción alguna ante su existencia, siempre y cuando no la estorbasen. Le gustaba pensar que se dejaba llevar por los actos más que por la raza, aunque no era del todo imparcial. En este caso, el hecho de que la cazadora fuese una tirachispas no ayudó en absoluto en que la cayese mejor. Más bien al contrario. Y, para más inri, había un vampiro. Irónicamente, el vampiro le caía mejor. ¿O lo temía más? Ambos eran peligrosos.
Atendió al debate entre la criada y la noble y, además de Dag con sus lágrimas y risas, esta vez fue Iredia la que soltó una risotada.
-Tiene gracia eso. Para los elfos, los brujos sois también monstruos. -rió irónica, escupiendo las palabras con desdén, aunque no lo dijo en un tono alto, así que no estaba segura de que los combatientes la hubiesen oído.
La que seguro que la había oído era Katarine. La elfa entonces la miró y frunció el ceño. Era un alma benevolente y ambas estaban en peligro si a aquellos dos les daba por luchar y tirar la casa.
-Dado que tu dueña no parece muy preocupada con el hecho de aplastarte en esta casa, te sacaré yo de aquí
-agarró a la criada por los hombros y la miró intensamente- . Y, no sé, replanteate tus lealtades. Te trata como basura. Vamos -la cogió de la mano y la obligó a seguirla mientras aquellos dos seguían midiéndose.
Una cosa tenía la elfa clara: no necesitaba el permiso de la bruja para salir. Arrastrando a la criada tras de sí, subió las escaleras hasta el segundo piso. Había un largo pasillo con cuatro habitaciones, dos a cada lado. En una de ellas, sus sutiles ojos percibieron una lucecilla. Soltó a la criada y entró en el cuartucho. Allí vio una tenue vela en un escritorio lleno de pergaminos. Henry debía haber estado leyendo cuando ellas dos entraron. Oyó entonces voces en el exterior. Se asomó a la ventana de la habitación y vio cómo una tropa de guardias se dirigían a la puerta de la casa.
<<Mierda...>>, maldijo para sus adentros.
No le importaba tanto que pillasen a la bruja, pero estaba claro que los guardias, lidiados por Henry, iban a ir tras todos. El vampiro le inspiraba compasión. No encontraría respuestas dentro de una jaula o muerto. Pensó en Katarine y su lealtad a su señora. No dudó más. Se acercó de nuevo a la mesa, cogió la vela y la volcó, con toda la intención de que empezase a incendiarse; y así fue. Corriendo, volvió a asomarse a la ventana. Abajo, pese a la altura, había unos matorrales que mitigarían el fuerte culetazo, aunque la torta se la iban a llevar igual. Se encaramó en el marco y apremió con gestos a la criada.
-¡Vamos!
Tenían que saltar si querían escapar de los guardias y, sobretodo, si querían escapar con vida. Deseó, para sus adentros, que el plan funcionase y el vampiro pudiese huir aprovechando la distracción del fuego, que no tardaría en propagarse por todo el piso de arriba con las terribles consecuencias que eso suponía.
Entonces lo vio. Vio cómo alzaba aquel sable por la mente y un ramalazo de odio cruzó su mirada violeta. Una maldita bruja. En general, su postura con respecto a esa raza no era favorable, no le gustaban en absoluto y tenía motivos de sobra. Sin embargo, solía ser indiferente y no mostrar reacción alguna ante su existencia, siempre y cuando no la estorbasen. Le gustaba pensar que se dejaba llevar por los actos más que por la raza, aunque no era del todo imparcial. En este caso, el hecho de que la cazadora fuese una tirachispas no ayudó en absoluto en que la cayese mejor. Más bien al contrario. Y, para más inri, había un vampiro. Irónicamente, el vampiro le caía mejor. ¿O lo temía más? Ambos eran peligrosos.
Atendió al debate entre la criada y la noble y, además de Dag con sus lágrimas y risas, esta vez fue Iredia la que soltó una risotada.
-Tiene gracia eso. Para los elfos, los brujos sois también monstruos. -rió irónica, escupiendo las palabras con desdén, aunque no lo dijo en un tono alto, así que no estaba segura de que los combatientes la hubiesen oído.
La que seguro que la había oído era Katarine. La elfa entonces la miró y frunció el ceño. Era un alma benevolente y ambas estaban en peligro si a aquellos dos les daba por luchar y tirar la casa.
-Dado que tu dueña no parece muy preocupada con el hecho de aplastarte en esta casa, te sacaré yo de aquí
-agarró a la criada por los hombros y la miró intensamente- . Y, no sé, replanteate tus lealtades. Te trata como basura. Vamos -la cogió de la mano y la obligó a seguirla mientras aquellos dos seguían midiéndose.
Una cosa tenía la elfa clara: no necesitaba el permiso de la bruja para salir. Arrastrando a la criada tras de sí, subió las escaleras hasta el segundo piso. Había un largo pasillo con cuatro habitaciones, dos a cada lado. En una de ellas, sus sutiles ojos percibieron una lucecilla. Soltó a la criada y entró en el cuartucho. Allí vio una tenue vela en un escritorio lleno de pergaminos. Henry debía haber estado leyendo cuando ellas dos entraron. Oyó entonces voces en el exterior. Se asomó a la ventana de la habitación y vio cómo una tropa de guardias se dirigían a la puerta de la casa.
<<Mierda...>>, maldijo para sus adentros.
No le importaba tanto que pillasen a la bruja, pero estaba claro que los guardias, lidiados por Henry, iban a ir tras todos. El vampiro le inspiraba compasión. No encontraría respuestas dentro de una jaula o muerto. Pensó en Katarine y su lealtad a su señora. No dudó más. Se acercó de nuevo a la mesa, cogió la vela y la volcó, con toda la intención de que empezase a incendiarse; y así fue. Corriendo, volvió a asomarse a la ventana. Abajo, pese a la altura, había unos matorrales que mitigarían el fuerte culetazo, aunque la torta se la iban a llevar igual. Se encaramó en el marco y apremió con gestos a la criada.
-¡Vamos!
Tenían que saltar si querían escapar de los guardias y, sobretodo, si querían escapar con vida. Deseó, para sus adentros, que el plan funcionase y el vampiro pudiese huir aprovechando la distracción del fuego, que no tardaría en propagarse por todo el piso de arriba con las terribles consecuencias que eso suponía.
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
- ¡Katarine! ¿¡Dónde vas!? ¡Sal de la casa! - Grité cuando vi que se iban por las escaleras la elfa y ella. ¿Qué le había dado a todo el mundo con proteger a ese chupasangres? ¿Por qué nadie era capaz de ver que era un maldito monstruo! Desde joven había entrenado para convertirme en cazadora de vampiros. Desde que mi padre nos contaba a mi hermano y a mí las historias del gremio. Para mí, esos seres de la noche siempre habían sido monstruos horrendos sin control que merecían morir. Causaban pavor a las personas, les hacían daño. El primer vampiro que vi en mi vida era todo lo contrario a lo que nos habían enseñado en libros y a lo que nos habían contado, ese sí era un monstruo en toda la extensión de la palabra. Siempre los describían como apuestas personas, capaces de seducir a cualquiera y nos entrenaban para no caer en sus garras. Dag sí entraba en esa descripción; mi primer vampiro no. Era horrible. Casi nos cuesta la vida cuando teníamos dieciséis años a Anastasia y a mí. Pero lo logramos. Ya habíamos decidido que queríamos seguir los pasos de nuestras familias y habíamos logrado acabar con un chupasangres. ¡Estábamos eufóricas! Ese se convirtió en nuestro trabajo y ahora mismo estaba frente a otro, a pesar de estar de retiro obligado en Lunargenta. No hacía distinciones, para mí todos eran unos monstruos que tarde o temprano acababan sucumbiendo al poder de la sangre.
Había recuperado a Katarine, ¿por qué debía perdonarle la vida? Además se veía que quería atacar al gordo. Pero mi doncella decidió ir con la folla-árboles y subir al piso de arriba en lugar de salir de la casa. Ahora sí que no podía echarla abajo. No tenía seguridad de que fuera a controlar todo. Aun así, el sable seguía flotando. Pero para mi sorpresa, él agarró la hoja sin importarle las heridas. No me atacaba. Otros seres de la noche se dejaban llevar tanto por sus instintos que, con tan solo oler la sangre, eran capaces de abalanzarse sobre su víctima sin pensar las consecuencias. Este estaba loco, pero aun así no se lanzó contra mí. Lloraba y reía a la vez, no podía apartar la vista de él, su comportamiento era tan extraño…
Tampoco fue contra las chicas que subieron. Sólo estaba ahí, agarrando el filo de la espada y avanzando. Empezó a gritar, retándome a que echara la casa abajo. No, ahora no lo iba a hacer. Miré hacia arriba desesperada, esperando que bajasen, pero nada. Dirigí la mirada al vampiro, que seguía gritando para que derrumbara la casa. - ¿No querías recuperar tu casa? ¡Estás loco! - Grité cuando acabó de hablar. - ¡No sabes ni lo que quieres!
Volví a alternar la vista entre las escaleras y el ser de la noche, instando a que bajasen, pero los dioses no me escuchaban y en un instante, sin pensar, dejé de influir mi telequinesis sobre la espada, dejándola sólo agarrada por las manos de Dag y corrí hacia arriba para buscar a Katarine. Olía a humo, cosa que me preocupó más todavía y subí con más rapidez. - ¡Katarine! ¡BAJA! - Y efectivamente, el humo empezaba a colarse por el pasillo de la vieja casa. La putada es que no conocía las habitaciones. ¿Dónde mierdas habían ido? - ¡Kata…! - No pude gritar más, empecé a tragar humo y sabía que eso sería peor que quemarme. Tampoco podía ver el resto de la casa y no sabía si estaba atrapada o no.
Sin poder llamarla y sin saber su paradero no podía hacer nada para ayudarla. Pero no me iba a ir sin ella, era quien me había estado cuidando. Esa puta comehojas se la había llevado y no sabía dónde estaba. Empecé a dar golpes a la pared, tratando de hacer ruido para que supiera dónde estaba o si podía venir. Pero Katarine era una cobarde, ella se dedicaba a ayudar, a nada más. Y sabía que si había visto un incendio no se movería del sitio. Me la imaginé hecha una bola en un rincón, llorando sin saber qué hacer. Quería gritar pero si lo hacía acabaría como antes, tragando humo. ¿Entendería mis señales? El vestido me dificultaba el andar sin engancharme con los muebles y, al poco tiempo, la parte baja de la falda estaba llena de rajas y descosidos. Arranqué un cacho de la manga y me lo puse tapándome la boca y la nariz. La primera puerta que me encontré la golpeé con la pierna, el pomo ya estaba caliente por todo el tiempo que había perdido mientras “dialogaba” con Dag. Se abrió y sólo sirvió para que el humo anegase otra sala más. Pero allí no estaba, me había dado tiempo a mirar. Necesitaba encontrarla.
Por las voces que habíamos dado no me había fijado que habían caído desde la planta alta. Seguía intentando buscar a mi doncella. Ella no había tenido culpa de nada de lo que había pasado y tan solo quería ayudar. Esa muchacha no merecía un final así, no tenía que morir entre las llamas o asfixiada por el humo. Ni siquiera sabía cómo se había generado el incendio, pero me daba igual. Sólo tenía un objetivo y era recuperar a Katarine. Los ojos me picaban tanto que me lloraban, todo gracias al maldito humo. ¿Qué quemaba tan rápido? Me sentía impotente al no poder gritar su nombre.
Volví a patear otra de las puertas, ahí era donde estaba todo el incendio. La sala estaba cubierta por las llamas y el humo se expandió mucho más por el pasillo. Tuve que agacharme, pues no era capaz de ver nada. No paraba de toser, craso error, porque cuando más lo hacía, más humo tragaba. Quise apoyarme en el marco de la puerta, pero estaba muy caliente, quedaba poco para que empezase a arder. Ya no me picaban los ojos, ahora me escocían. No hacía falta que yo echase la casa abajo, se caería sola a causa de las llamas.
Era imposible ver nada, la cara me ardía y traté de retroceder, cuidando de que el vuelo de la falda no prendiese con alguna de las ascuas que quedaban en el suelo. Estaba maldiciendo por dentro. Seguía sin encontrar a mi doncella y, si estaba ahí, era imposible que estuviese viva. Las llamas llegaban hasta el techo y estaban empezando a quemar la parte de pasillo por donde había entrado. “Katarine, ¿dónde estás?”, pensé moviendo la cabeza para todos lados, tratando de visualizar alguna silueta.
La última opción que me quedaba era intentar echar tierra al fuego. La creé con mis manos, pero no podía hacer tanta como parar ese incendio descontrolado. Tan solo pude tapar unas llamas pequeñas, pero rápido volvió a prender al seguir caliente la madera. No iba a rendirme y lo seguí intentando. Tarde o temprano, la arena cubriría todas las llamas, aunque debía darme mucha prisa si no quería acabar chamuscada. Tenía que apagar eso o abandonar a mi criada.
Por su parte, la doncella estaba adolorida entre los setos donde había caído, quejándose de la espalda y ajena a lo que ocurría dentro de la casa.
Había recuperado a Katarine, ¿por qué debía perdonarle la vida? Además se veía que quería atacar al gordo. Pero mi doncella decidió ir con la folla-árboles y subir al piso de arriba en lugar de salir de la casa. Ahora sí que no podía echarla abajo. No tenía seguridad de que fuera a controlar todo. Aun así, el sable seguía flotando. Pero para mi sorpresa, él agarró la hoja sin importarle las heridas. No me atacaba. Otros seres de la noche se dejaban llevar tanto por sus instintos que, con tan solo oler la sangre, eran capaces de abalanzarse sobre su víctima sin pensar las consecuencias. Este estaba loco, pero aun así no se lanzó contra mí. Lloraba y reía a la vez, no podía apartar la vista de él, su comportamiento era tan extraño…
Tampoco fue contra las chicas que subieron. Sólo estaba ahí, agarrando el filo de la espada y avanzando. Empezó a gritar, retándome a que echara la casa abajo. No, ahora no lo iba a hacer. Miré hacia arriba desesperada, esperando que bajasen, pero nada. Dirigí la mirada al vampiro, que seguía gritando para que derrumbara la casa. - ¿No querías recuperar tu casa? ¡Estás loco! - Grité cuando acabó de hablar. - ¡No sabes ni lo que quieres!
Volví a alternar la vista entre las escaleras y el ser de la noche, instando a que bajasen, pero los dioses no me escuchaban y en un instante, sin pensar, dejé de influir mi telequinesis sobre la espada, dejándola sólo agarrada por las manos de Dag y corrí hacia arriba para buscar a Katarine. Olía a humo, cosa que me preocupó más todavía y subí con más rapidez. - ¡Katarine! ¡BAJA! - Y efectivamente, el humo empezaba a colarse por el pasillo de la vieja casa. La putada es que no conocía las habitaciones. ¿Dónde mierdas habían ido? - ¡Kata…! - No pude gritar más, empecé a tragar humo y sabía que eso sería peor que quemarme. Tampoco podía ver el resto de la casa y no sabía si estaba atrapada o no.
Sin poder llamarla y sin saber su paradero no podía hacer nada para ayudarla. Pero no me iba a ir sin ella, era quien me había estado cuidando. Esa puta comehojas se la había llevado y no sabía dónde estaba. Empecé a dar golpes a la pared, tratando de hacer ruido para que supiera dónde estaba o si podía venir. Pero Katarine era una cobarde, ella se dedicaba a ayudar, a nada más. Y sabía que si había visto un incendio no se movería del sitio. Me la imaginé hecha una bola en un rincón, llorando sin saber qué hacer. Quería gritar pero si lo hacía acabaría como antes, tragando humo. ¿Entendería mis señales? El vestido me dificultaba el andar sin engancharme con los muebles y, al poco tiempo, la parte baja de la falda estaba llena de rajas y descosidos. Arranqué un cacho de la manga y me lo puse tapándome la boca y la nariz. La primera puerta que me encontré la golpeé con la pierna, el pomo ya estaba caliente por todo el tiempo que había perdido mientras “dialogaba” con Dag. Se abrió y sólo sirvió para que el humo anegase otra sala más. Pero allí no estaba, me había dado tiempo a mirar. Necesitaba encontrarla.
Por las voces que habíamos dado no me había fijado que habían caído desde la planta alta. Seguía intentando buscar a mi doncella. Ella no había tenido culpa de nada de lo que había pasado y tan solo quería ayudar. Esa muchacha no merecía un final así, no tenía que morir entre las llamas o asfixiada por el humo. Ni siquiera sabía cómo se había generado el incendio, pero me daba igual. Sólo tenía un objetivo y era recuperar a Katarine. Los ojos me picaban tanto que me lloraban, todo gracias al maldito humo. ¿Qué quemaba tan rápido? Me sentía impotente al no poder gritar su nombre.
Volví a patear otra de las puertas, ahí era donde estaba todo el incendio. La sala estaba cubierta por las llamas y el humo se expandió mucho más por el pasillo. Tuve que agacharme, pues no era capaz de ver nada. No paraba de toser, craso error, porque cuando más lo hacía, más humo tragaba. Quise apoyarme en el marco de la puerta, pero estaba muy caliente, quedaba poco para que empezase a arder. Ya no me picaban los ojos, ahora me escocían. No hacía falta que yo echase la casa abajo, se caería sola a causa de las llamas.
Era imposible ver nada, la cara me ardía y traté de retroceder, cuidando de que el vuelo de la falda no prendiese con alguna de las ascuas que quedaban en el suelo. Estaba maldiciendo por dentro. Seguía sin encontrar a mi doncella y, si estaba ahí, era imposible que estuviese viva. Las llamas llegaban hasta el techo y estaban empezando a quemar la parte de pasillo por donde había entrado. “Katarine, ¿dónde estás?”, pensé moviendo la cabeza para todos lados, tratando de visualizar alguna silueta.
La última opción que me quedaba era intentar echar tierra al fuego. La creé con mis manos, pero no podía hacer tanta como parar ese incendio descontrolado. Tan solo pude tapar unas llamas pequeñas, pero rápido volvió a prender al seguir caliente la madera. No iba a rendirme y lo seguí intentando. Tarde o temprano, la arena cubriría todas las llamas, aunque debía darme mucha prisa si no quería acabar chamuscada. Tenía que apagar eso o abandonar a mi criada.
Por su parte, la doncella estaba adolorida entre los setos donde había caído, quejándose de la espalda y ajena a lo que ocurría dentro de la casa.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Había intuido desde un principio que aquella muchacha de buena cuna no culminaría el asesinato a pesar de todas sus amenazas. En su mirada, la preocupación por su criada sobrepasaba la ira que sentía por él, un simple desconocido. Pudo sentir cómo la fuerza invisible que mantenía el sable en alto desapareció cuando la bruja decidió correr escaleras arriba. Quizás Cassandra no era tan mala después de todo, quizás simplemente le habían lavado el cerebro como a tantos otros cazadores para odiar incondicionalmente a todo quien tuviera un par de colmillos. Él, durante sus días de soldado, también arremetía sin piedad contra cualquiera que estuviera en el bando contrario sin dudarlo, sin preguntarse con qué clase de persona estaba chocando espadas. ¿Quién era él para juzgarla?
Dag soltó el sable y se lamió las palmas de las manos para aliviar el dolor con la saliva anestésica; una de las tantas ventajas de ser un chupasangres. El crujir de la madera crepitando en el piso de arriba llegaba con claridad a sus oídos, junto a las toses y pisotones de Cassandra. Intuyó que la elfa y la criada estaban bien, era demasiada coincidencia que el incendio se desatara justo luego de subir ellas. Aún así la bruja parecía convencida de que en alguna de esas habitaciones encontraría a su doncella. Si alguien tenía que morir en esa casa era él, no una cría que no tenía nada que ver con su familia. El vampiro resopló y miró a su alrededor, dando un último vistazo a ese salón donde había visto a sus niños corretear y a su esposa tejer. Tomó el diario que le había dado Iredia, se lo calzó bajo el brazo y subió a trote por las escaleras.
El calor y el humo le llegaron como un puñetazo en el rostro. A juzgar por el insoportable escozor que sintió en la piel, el fuego era una de las pocas cosas que todavía podían matarlo. Tomó una bocanada de aire y se internó en el incandescente pasillo, con los ojos entrecerrados y un brazo por delante del rostro intentando bloquear el punzante calor.
-¡Cazadora!
Bramó justo antes de dar con ella, parada en la puerta que daba a la habitación donde se había originado el incendio. La recámara matrimonial. Dos sentimientos completamente opuestos bailaron en el pecho de Dag: una profunda tristeza al ver todo lo que representaba su pasado evaporándose entre las llamas, y una retorcida satisfacción al sentirse un poco más liberado con cada recuerdo que se quemaba.
-Claro que sé lo que quiero... -Dijo en respuesta a la reciente conversación. Caminó hacia ella para tomarla de un brazo y apartarla de la puerta de un tirón, abriendo con una patada la que tenían del otro lado, la antigua recámara de sus hijos. La nueva bocanada de oxígeno al abrir la puerta alimentó el fuego de tal manera que Dag pudo sentir las llamas lamiéndole la espalda. Gimió de dolor y arreó a la bruja con él hasta la puertaventana que daba a un pequeño balcón. El fuego los perseguía a escasa distancia, comiéndose el empapelado, las cortinas y las sábanas. Abrió la ventana para salir al balcón, miró hacia abajo constatando que hubiesen matorrales y tironeó a la bruja junto a él, rodeándole los hombros con un brazo.
-...Sólo quiero ser libre. -Le sonrió, apretó el agarre y saltó junto a ella.
La caída, por lo menos para él, no supuso un gran dolor, pese a que había amortiguado el peso de ambos. Antes de que a la mujer se le ocurriese volver a su labor de arrancarle la cabeza, se puso de pie, sacudió su ropa y miró alrededor. Levantó entonces el dedo índice para señalar unos cuantos metros más allá, bajo la ventana de la habitación más flamante de la casa, a las dos jóvenes más amables.
-¡Mira, allí están!
Y aprovechó ese instante para escapar, fundiéndose con las sombras de una noche que pronto llegaría a su fin.
-¡Sabía que venir era una muy mala idea!
Se quejó una voz melindrosa en su interior. Él, por su parte, se limitó a observar la columna de humo que ascendía cortando el cielo de Lunargenta. Allá iba todo vestigio de su vida humana en forma de cenizas y, aunque una punzante nostalgia le apretaba la garganta, no se arrepentía de haber ido a encontrarse de cara con la realidad. Ya no podía vivir en el pasado. Ahora... Ahora no le quedaba otra opción más que seguir adelante.
Sólo esperaba que su bisnieto tuviera un buen seguro contra incendios.
Dag soltó el sable y se lamió las palmas de las manos para aliviar el dolor con la saliva anestésica; una de las tantas ventajas de ser un chupasangres. El crujir de la madera crepitando en el piso de arriba llegaba con claridad a sus oídos, junto a las toses y pisotones de Cassandra. Intuyó que la elfa y la criada estaban bien, era demasiada coincidencia que el incendio se desatara justo luego de subir ellas. Aún así la bruja parecía convencida de que en alguna de esas habitaciones encontraría a su doncella. Si alguien tenía que morir en esa casa era él, no una cría que no tenía nada que ver con su familia. El vampiro resopló y miró a su alrededor, dando un último vistazo a ese salón donde había visto a sus niños corretear y a su esposa tejer. Tomó el diario que le había dado Iredia, se lo calzó bajo el brazo y subió a trote por las escaleras.
El calor y el humo le llegaron como un puñetazo en el rostro. A juzgar por el insoportable escozor que sintió en la piel, el fuego era una de las pocas cosas que todavía podían matarlo. Tomó una bocanada de aire y se internó en el incandescente pasillo, con los ojos entrecerrados y un brazo por delante del rostro intentando bloquear el punzante calor.
-¡Cazadora!
Bramó justo antes de dar con ella, parada en la puerta que daba a la habitación donde se había originado el incendio. La recámara matrimonial. Dos sentimientos completamente opuestos bailaron en el pecho de Dag: una profunda tristeza al ver todo lo que representaba su pasado evaporándose entre las llamas, y una retorcida satisfacción al sentirse un poco más liberado con cada recuerdo que se quemaba.
-Claro que sé lo que quiero... -Dijo en respuesta a la reciente conversación. Caminó hacia ella para tomarla de un brazo y apartarla de la puerta de un tirón, abriendo con una patada la que tenían del otro lado, la antigua recámara de sus hijos. La nueva bocanada de oxígeno al abrir la puerta alimentó el fuego de tal manera que Dag pudo sentir las llamas lamiéndole la espalda. Gimió de dolor y arreó a la bruja con él hasta la puertaventana que daba a un pequeño balcón. El fuego los perseguía a escasa distancia, comiéndose el empapelado, las cortinas y las sábanas. Abrió la ventana para salir al balcón, miró hacia abajo constatando que hubiesen matorrales y tironeó a la bruja junto a él, rodeándole los hombros con un brazo.
-...Sólo quiero ser libre. -Le sonrió, apretó el agarre y saltó junto a ella.
La caída, por lo menos para él, no supuso un gran dolor, pese a que había amortiguado el peso de ambos. Antes de que a la mujer se le ocurriese volver a su labor de arrancarle la cabeza, se puso de pie, sacudió su ropa y miró alrededor. Levantó entonces el dedo índice para señalar unos cuantos metros más allá, bajo la ventana de la habitación más flamante de la casa, a las dos jóvenes más amables.
-¡Mira, allí están!
Y aprovechó ese instante para escapar, fundiéndose con las sombras de una noche que pronto llegaría a su fin.
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-¡Sabía que venir era una muy mala idea!
Se quejó una voz melindrosa en su interior. Él, por su parte, se limitó a observar la columna de humo que ascendía cortando el cielo de Lunargenta. Allá iba todo vestigio de su vida humana en forma de cenizas y, aunque una punzante nostalgia le apretaba la garganta, no se arrepentía de haber ido a encontrarse de cara con la realidad. Ya no podía vivir en el pasado. Ahora... Ahora no le quedaba otra opción más que seguir adelante.
Sólo esperaba que su bisnieto tuviera un buen seguro contra incendios.
Dag Thorlák
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
Se alivió al ver que la criada, tras unos instantes de duda, corría también hacia el marco y ambas saltaron hacia los matorrales. El golpe fue épico, sobre todo en el culo. Con pesadez, se levantó y se frotó la zona dolorida entre protestas. Al menos no parecía que la criada tuviera nada roto. Ella, tras un momento de evaluación propia, también llegó a la conclusión de que, salvo el culo, estaba bien.
El humo empezó a salir por la ventana, cada vez más abundante.
-Espero que consigan escapar -murmuró, preocupada.
Oyó entonces voces al otro lado. Se levantó de los matorrales y, sacudiéndose las ramillas por el camino, se asomó por la esquina trasera de la casa. Vio entonces a la patrulla, que aporreaba la puerta sin parar.
-En nombre de la guardia, ¡abran! -y unos golpes secos y muy potentes aporreaban la puerta sin piedad.
Iredia volvió a mirar a la ventana. Justo entonces, dos figuras saltaron, cayendo algo más lejos de ellas. En la puerta, por otro lado, los guardias consiguieron echar la puerta abajo.
-Esos malditos malnacidos han quemado mi casa, ¡han quemado mi casa!¡Exijo justicia! -protestaba el gordinflón desde el interior.
<<Más vale correr>>, pensó la joven.
Se acercó para ver si los recién caídos estaban bien. Para su sorpresa, cuando se acercó, sólo estaba la bruja. El vampiro había desaparecido. La elfa frunció el ceño, extrañada. Habría jurado que por la ventana habían salido dos. Los guardias empezaron a registrar toda la casa. Si les daba por asomarse por la ventana, los verían.
-Bueno, fue un placer conocerlas. Es mejor que regresen a su noble casa, así tendrán una coartada en caso de que la guardia haga preguntas. -les susurró.
Asió entonces la mano de Katarine con cariño.
-Cuídate
Y echó a correr, perdiéndose de nuevo por las calles de la capital. El amanecer estaba cerca, no estaría mal buscar un sitio de descanso.
---------
OFF: Me lo he pasado genial, muchachos ^^
El humo empezó a salir por la ventana, cada vez más abundante.
-Espero que consigan escapar -murmuró, preocupada.
Oyó entonces voces al otro lado. Se levantó de los matorrales y, sacudiéndose las ramillas por el camino, se asomó por la esquina trasera de la casa. Vio entonces a la patrulla, que aporreaba la puerta sin parar.
-En nombre de la guardia, ¡abran! -y unos golpes secos y muy potentes aporreaban la puerta sin piedad.
Iredia volvió a mirar a la ventana. Justo entonces, dos figuras saltaron, cayendo algo más lejos de ellas. En la puerta, por otro lado, los guardias consiguieron echar la puerta abajo.
-Esos malditos malnacidos han quemado mi casa, ¡han quemado mi casa!¡Exijo justicia! -protestaba el gordinflón desde el interior.
<<Más vale correr>>, pensó la joven.
Se acercó para ver si los recién caídos estaban bien. Para su sorpresa, cuando se acercó, sólo estaba la bruja. El vampiro había desaparecido. La elfa frunció el ceño, extrañada. Habría jurado que por la ventana habían salido dos. Los guardias empezaron a registrar toda la casa. Si les daba por asomarse por la ventana, los verían.
-Bueno, fue un placer conocerlas. Es mejor que regresen a su noble casa, así tendrán una coartada en caso de que la guardia haga preguntas. -les susurró.
Asió entonces la mano de Katarine con cariño.
-Cuídate
Y echó a correr, perdiéndose de nuevo por las calles de la capital. El amanecer estaba cerca, no estaría mal buscar un sitio de descanso.
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OFF: Me lo he pasado genial, muchachos ^^
Iredia
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Re: Nada más que el ahora [Libre 3/3] [CERRADO]
La casa era un hervidero y no conseguía ver nada. No sabía qué había pasado con Katarine pero tenía que encontrarla cuanto antes. Dag subió hasta donde estaba. Al principio lo miré con desconfianza, llevando la mano a la daga. ¡Incluso el mango estaba ardiendo! Tuve que soltarla al instante y opté por levantarla con la telequinesis, por si acaso osaba hacerme algo. Pero parecía que no. Me había llamado aunque no podía escuchar bien su voz a causa de las llamas y el crepitar de la madera quemada.
Miré a Dag llevarme a otra habitación, sin saber bien a dónde nos dirigíamos. - ¡Y Katarine! - Grité para que me escuchara. Hizo caso omiso hasta que salimos al balcón. Él seguía hablando de la conversación anterior. ¡No era el momento! Pero era consciente de dónde estábamos y trataba de apartarme de las llamas. Yo me resistía a irme sin mi doncella, por más que me arrastrase.
Acabamos en un balcón mientras me decía que quería ser libre. ¿De qué? Si era libre, nadie lo tenía apresado. Me sujetó y nos precipitamos hacia la calle. Una extraña sensación cruzó todo mi cuerpo mientras caíamos. Pese a que él me tenía agarrada sentía que nos estábamos poniendo en peligro grave, pero era eso o quemarnos vivos en esa casa. Cerré los ojos con fuerza, agarrándome a él. En un instante me dio tiempo a pensar en Katarine antes de empotrarnos contra el suelo, aunque fue él quien amortiguó el golpe.
Dejé salir todo el aire que había contenido, los dioses sabían por qué, y miré al vampiro antes de que desapareciera convirtiéndose en humo. Aún seguía en el suelo, respirando entrecortadamente, cuando la elfa y Katarine aparecieron.
- ¡Maestra! - Gritó la joven arrodillándose ante mí para comprobar cómo estaba. - ¿Está bien? - Asentí y me incorporé, quedando a su altura.
- ¿Cómo estás? - Ella también dijo que estaba bien. Menos mal…
Incluso la elfa apareció para ver cómo estábamos. Después de eso, se esfumó también.
Nos quedamos solas al lado de una casa que estaba a punto de ser asaltada por la Guardia. Me levanté, agarré su brazo y salimos corriendo. No quería tener que dar explicaciones sobre qué hacía allí, al lado de una vivienda en llamas. Y menos que se enterase mi madre. Ya tendría que dar explicaciones sobre el hollín en mi cara y el traje y el porqué tenía el vestido roto por varios sitios, sin olvidar la sangre seca que tenía en mi cabeza.
Demasiadas explicaciones para una supuesta salida de compras.
Por suerte, Katarine estaba bien. Era lo que importaba. No sabía realmente cómo se había originado el incendio, si provocado o por un accidente al volcar la lámpara. Ya me daba igual, estábamos lejos de la zona.
- No tengo una noche tranquila… - Musité entre risas nerviosas, a lo que Katarine negó, también sonriendo.
Sin decir nada más nos fuimos a la posada donde estábamos hospedadas. Mi madre estaba despierta aún, preguntándose dónde diantres me había ido a comprar. Simplemente la miré y le dije que había habido un incendio en una tienda donde estábamos. Poco más. No pareció convencerla demasiado, pero no le quedó otra que apañarse con la historia que le había contado. No le iba a decir que había peleado con unos bandidos, con un vampiro y que había salido de un incendio. Se supone que estaba de vacaciones obligadas para tratar de recuperarme de mi shock emocional, no para liarme a armar camorra con los primeros que pasaban.
Off: Yo también me he divertido mucho <3 aunque haya estado molestando ^-^
Miré a Dag llevarme a otra habitación, sin saber bien a dónde nos dirigíamos. - ¡Y Katarine! - Grité para que me escuchara. Hizo caso omiso hasta que salimos al balcón. Él seguía hablando de la conversación anterior. ¡No era el momento! Pero era consciente de dónde estábamos y trataba de apartarme de las llamas. Yo me resistía a irme sin mi doncella, por más que me arrastrase.
Acabamos en un balcón mientras me decía que quería ser libre. ¿De qué? Si era libre, nadie lo tenía apresado. Me sujetó y nos precipitamos hacia la calle. Una extraña sensación cruzó todo mi cuerpo mientras caíamos. Pese a que él me tenía agarrada sentía que nos estábamos poniendo en peligro grave, pero era eso o quemarnos vivos en esa casa. Cerré los ojos con fuerza, agarrándome a él. En un instante me dio tiempo a pensar en Katarine antes de empotrarnos contra el suelo, aunque fue él quien amortiguó el golpe.
Dejé salir todo el aire que había contenido, los dioses sabían por qué, y miré al vampiro antes de que desapareciera convirtiéndose en humo. Aún seguía en el suelo, respirando entrecortadamente, cuando la elfa y Katarine aparecieron.
- ¡Maestra! - Gritó la joven arrodillándose ante mí para comprobar cómo estaba. - ¿Está bien? - Asentí y me incorporé, quedando a su altura.
- ¿Cómo estás? - Ella también dijo que estaba bien. Menos mal…
Incluso la elfa apareció para ver cómo estábamos. Después de eso, se esfumó también.
Nos quedamos solas al lado de una casa que estaba a punto de ser asaltada por la Guardia. Me levanté, agarré su brazo y salimos corriendo. No quería tener que dar explicaciones sobre qué hacía allí, al lado de una vivienda en llamas. Y menos que se enterase mi madre. Ya tendría que dar explicaciones sobre el hollín en mi cara y el traje y el porqué tenía el vestido roto por varios sitios, sin olvidar la sangre seca que tenía en mi cabeza.
Demasiadas explicaciones para una supuesta salida de compras.
Por suerte, Katarine estaba bien. Era lo que importaba. No sabía realmente cómo se había originado el incendio, si provocado o por un accidente al volcar la lámpara. Ya me daba igual, estábamos lejos de la zona.
- No tengo una noche tranquila… - Musité entre risas nerviosas, a lo que Katarine negó, también sonriendo.
Sin decir nada más nos fuimos a la posada donde estábamos hospedadas. Mi madre estaba despierta aún, preguntándose dónde diantres me había ido a comprar. Simplemente la miré y le dije que había habido un incendio en una tienda donde estábamos. Poco más. No pareció convencerla demasiado, pero no le quedó otra que apañarse con la historia que le había contado. No le iba a decir que había peleado con unos bandidos, con un vampiro y que había salido de un incendio. Se supone que estaba de vacaciones obligadas para tratar de recuperarme de mi shock emocional, no para liarme a armar camorra con los primeros que pasaban.
Off: Yo también me he divertido mucho <3 aunque haya estado molestando ^-^
Cassandra C. Harrowmont
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