[MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
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[MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
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La última vez que viajó a las tribus del Este las puertas de la cabaña estaban abiertas, los niños (licántropos, humanos y hombres bestias por igual) jugaban a esconderse detrás de las casas, unas mujeres, a las que Hont saludó con una ligera reverencia, llevaban agua del río a sus casas en unos cántaros que sostenían con la cabeza, vio a unos hombres cortar leña con sus hachas y a otros cocinar en los hornos detrás de sus casas la comida para el medio día. Hont recordaba aquel día con nostalgia. La enfermedad llegó al Reino del Este por las montañas del norte y la alegría se marchó por los valles del sur. Se preguntó dónde estaban los niños con los que podría jugar a esconderse y dónde las mujeres a las que saludar como hacían los caballeros de los cuentos. La triste realidad que Hont no quiso imaginar es que estarían muertos o enfermos en sus casas. Nadie sabía que había sucedido. Un cibernético mensajero, el cual se presentaba bajo el nombre de Adie y aseguraba tener muchas funciones, paseaba entre las tribus informando de cuántas personas más habían muerto por lo que él llamaba “el mal invisible”.
Adie llegó a Ulmer hacía seis días. Dio la mala noticia de lo que sucedió en Dundarak y prometió que el Reino del Este caería igual que Dundarak. No se equivocó. Dos días después llegó Melena Blanca con los Leónicos. Hont pensó que eran los últimos héroes del Este por lo que pidió, más bien suplicó de rodillas, a Melena Blanca unirse a ellos. El centinela bajó la cabeza con gesto pesado sin decir nada. El hombrecillo zarigüeya tomó el silencio como un sí y, desde entonces, se dedicó a seguir a los Leónicos para ayudarles en todo aquello que les fuera necesario. ¡Por las mujeres con sus cántaros de agua y los niños con sus juegos! Si alguien podía devolver la vida a las tribus del Este, ese era Melena Blanca.
-Registro de muertes por el mal invisible:- repetía Adie, la única “persona” que rondaba los amplias caminos del Este- Cinco hombre y tres mujeres en Ulmer, un hombre serpiente de la tribu de los ofidios, un hombre y una mujer osos de los úrsidos, tres hombres perros de los cánidos, dos mujeres gatas de los felinos, un hombre y una mujer cocodrilo de los saurópsidos y un hombre lince de los leónicos de Melena Blanca-.
Al escuchar el último muerto, Imargo dio un golpecito con el pie a Hont para llamar su atención, se agachó a su altura y le dijo con la misma naturalidad que quien decía que hacía mucho sol esta mañana.
-Se llamaba Quad’za, compartimos tantas noches de vino como noches de espadas y sangre. Lo echaré de menos; fue un buen leónico y un mejor amigo-.
Hont acompañó a Imargo a la tribu de los úrsidos, situada a kilómetro y medio de Ulmer. Imargo montaba a caballo, Hont viajaba cogido a espalda. Detrás de ellos iban dos leónicos más. Una vez en la tribu, era el hombre zarigüeya que llamaba a la puerta de las cabañas (le hacía ilusión) e Imargo quien hablaba:
-En nombre del Centinela del Este: Melena Blanca, vengo a ofreceros nuestros servicios a cambio de que compartáis vuestros escasos alimentos.- siempre repetía la misma frase a cada puerta por la que pasaba- Os damos medicinas y protección a cambio de comida, es un trato justo.-
Si una familia aceptaba el trato que Imargo le presentaba, un leónico entraba en la casa y cargaba cada caja de comida que encontraba en las despensas en el carromato, el otro leónico se encargaba de coger leña y Hont de contar el número de animales sanos que tenía esa familia. Cuando Imargo no miraba, Hont hacía trampas y contaba una gallina menos de las que tenía en realidad la familia. Eran tiempos difíciles y, si el hambre era un problema, los leónicos entrarían en casa de la familia y matarían a todos los animales sanos con tal de comer a las familias de otras tribus más necesitadas (los guerreros leónicos eran los últimos en comer). Si Hont contaba un par de gallinas menos, eso era lo que ganaban.
En cambio, si la familia se rechazaba la oferta de Imargo, cosa que era más habitual porque no querían que los leónicos les robasen nada, se quedaban sin medicinas y al día siguiente (o con suerte a los dos días más) Hont escucharía sus nombres en la lista de Adie. Eso no quería que aquellos que recibían las pociones sobrevivieran al mal invisible. Las medicinas de los leónicos eran simples pociones comunes, solo retrasaban lo inevitable. Si hubieran servido para curar la mala enfermedad, Quad’za, el amigo de Imargo, estaría vivo.
-Estás muy callado, pequeñín- dijo Imargo a la vez que daba un toque de atención con el pie a Hont.
Hont se esforzó por no llorar, pero, al final, las lágrimas salieron por sí solas.
-Antes no era así, la gente no moría,- se limpió los mocos y las lágrimas con el paño que utilizaba para taparse la nariz cuando cuidaba de los enfermos- era feliz. Corrían y jugaba por las calles. Eran tiempos buenos. ¡Quiero que vuelvan esos días!- desenvainó su espada de madera y se abrazó a ella- ¿Por qué los Dioses permiten que pasen cosas malas? ¿Por qué lo permitimos nosotros? ¿Por qué nos comportamos como gente mala?-
Bienvenidos a los tiempos difíciles: Ambos os encontraréis con un grupo de leónicos y os ofrecen trabajar para ellos como lo está haciendo Hont. Deberéis tomar la decisión de uniros o no. No es precioso que estéis los dos de acuerdo, haced lo que haría vuestro personaje. Respuesta fácil: ¿Sí o no?
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Adie llegó a Ulmer hacía seis días. Dio la mala noticia de lo que sucedió en Dundarak y prometió que el Reino del Este caería igual que Dundarak. No se equivocó. Dos días después llegó Melena Blanca con los Leónicos. Hont pensó que eran los últimos héroes del Este por lo que pidió, más bien suplicó de rodillas, a Melena Blanca unirse a ellos. El centinela bajó la cabeza con gesto pesado sin decir nada. El hombrecillo zarigüeya tomó el silencio como un sí y, desde entonces, se dedicó a seguir a los Leónicos para ayudarles en todo aquello que les fuera necesario. ¡Por las mujeres con sus cántaros de agua y los niños con sus juegos! Si alguien podía devolver la vida a las tribus del Este, ese era Melena Blanca.
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Al escuchar el último muerto, Imargo dio un golpecito con el pie a Hont para llamar su atención, se agachó a su altura y le dijo con la misma naturalidad que quien decía que hacía mucho sol esta mañana.
-Se llamaba Quad’za, compartimos tantas noches de vino como noches de espadas y sangre. Lo echaré de menos; fue un buen leónico y un mejor amigo-.
Hont acompañó a Imargo a la tribu de los úrsidos, situada a kilómetro y medio de Ulmer. Imargo montaba a caballo, Hont viajaba cogido a espalda. Detrás de ellos iban dos leónicos más. Una vez en la tribu, era el hombre zarigüeya que llamaba a la puerta de las cabañas (le hacía ilusión) e Imargo quien hablaba:
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Si una familia aceptaba el trato que Imargo le presentaba, un leónico entraba en la casa y cargaba cada caja de comida que encontraba en las despensas en el carromato, el otro leónico se encargaba de coger leña y Hont de contar el número de animales sanos que tenía esa familia. Cuando Imargo no miraba, Hont hacía trampas y contaba una gallina menos de las que tenía en realidad la familia. Eran tiempos difíciles y, si el hambre era un problema, los leónicos entrarían en casa de la familia y matarían a todos los animales sanos con tal de comer a las familias de otras tribus más necesitadas (los guerreros leónicos eran los últimos en comer). Si Hont contaba un par de gallinas menos, eso era lo que ganaban.
En cambio, si la familia se rechazaba la oferta de Imargo, cosa que era más habitual porque no querían que los leónicos les robasen nada, se quedaban sin medicinas y al día siguiente (o con suerte a los dos días más) Hont escucharía sus nombres en la lista de Adie. Eso no quería que aquellos que recibían las pociones sobrevivieran al mal invisible. Las medicinas de los leónicos eran simples pociones comunes, solo retrasaban lo inevitable. Si hubieran servido para curar la mala enfermedad, Quad’za, el amigo de Imargo, estaría vivo.
-Estás muy callado, pequeñín- dijo Imargo a la vez que daba un toque de atención con el pie a Hont.
Hont se esforzó por no llorar, pero, al final, las lágrimas salieron por sí solas.
-Antes no era así, la gente no moría,- se limpió los mocos y las lágrimas con el paño que utilizaba para taparse la nariz cuando cuidaba de los enfermos- era feliz. Corrían y jugaba por las calles. Eran tiempos buenos. ¡Quiero que vuelvan esos días!- desenvainó su espada de madera y se abrazó a ella- ¿Por qué los Dioses permiten que pasen cosas malas? ¿Por qué lo permitimos nosotros? ¿Por qué nos comportamos como gente mala?-
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
- Me aburro, me aburro mucho – Eltrant se giró a mirar a la Lyn y se encogió de hombros - ¿Qué hacemos más al norte? Íbamos al sur ¿Nos hemos perdido? …Nos hemos perdido. – La vampiresa suspiró exageradamente y estiró los brazos - Deberíamos haber preguntado al tipo ese de la joroba que estaba a la salida de Ulmer, ese de andares graciosos y del ojo saltón. – Lyn se colocó justo al lado del séptimo Tale y dejó escapar una risita – El que te dijo que parecía que llevabas un vestido. – Lyn dibujó una sonrisa pícara en su rostro - Parecía un señor agradable.
- No nos hemos perdido. – Contestó este al momento, obviando la mayor parte de lo que había dicho la muchacha. – Solo… estoy… disfrutando con el paisaje. – Alzó su mirada hasta el firmamento, dónde un millar de puntitos de luz indicaban al ex guarda dónde se encontraba, aun cuando este no parecía saberlo.
- Ya, ya. Excusas – Dijo la chica cruzándose de brazos y alzando la cabeza, imitando a Eltrant – Que no sabes por dónde vamos y punto. – Añadió, el castaño respondió a eso con un bostezo. - ¡Y distráeme, Mortal!
Lyn tenía razón, y quizás aquello era lo que más le molestaba de todo aquel asunto, se habían perdido. En algún punto a las afueras de Ulmer se habían extraviado y habían acabado desviándose de su camino, en lugar de marchar hacía Verisar habían acabado en algún punto del extenso bosque que componía la mayor parte de los reinos del este.
- ¿Te contado alguna vez la historia de ese tipo que es igual a mí? – Dijo Eltrant comenzando a caminar hacía una dirección indeterminada. No podía orientarse, pero quizás podía conseguir que Lyn se callase un rato narrándole una de las tantas veces que casi acababa tumbado sobre un charco de su propia sangre, era un género literario que la joven escritora encontraba, cuanto menos, inspirador.
- Sí que me la has contado – Respondió la vampiresa siguiendo los pasos del castaño, apartando varias de las ramas más bajas que se interponían en su camino con las manos – …Pobre desgraciado…
- ¿¡Que quieres decir con eso!? – Lyn abrió la boca para contestar sin perder nada del buen humor que la caracterizaba. Eltrant había descubierto hacía muchas discusiones que hacer aquel tipo de preguntas a Lyn era, básicamente, seguirle el juego a la muchacha, cosa que le sacaba de sus casillas y que, por algún motivo, seguía haciendo.
Afortunadamente un grupo de antorchas facilitó las cosas al exmercenario, la muchacha se detuvo a la mitad de su explicación sobre cómo solucionar los problemas de pareja de Eltrant y estudió desde la lejanía las distantes luces que se asomaban entre la maleza.
- ¡Un pueblo! ¡Por fin! – Lyn agarró un brazo de Eltrant y tiró de él - ¡Vamos Mortal! – Apremió sin soltar sus manos. - ¡Muévete! ¡Menea esas caderas!
El pueblo en el que se adentraron no era especialmente grande pero no era pequeño, si Eltrant lo tuviese que describir con una palabra lo habría llamado “Genérico”.
Aquella aldea era similar a las tantas que te podías encontrar en los reinos del este, la arquitectura era similar a la de Ulmer, recias casas hechas con madera, modestas, pero capaces de aguantar cualquier imprevisto que el bosque dijese lanzar sobre la población.
Las gentes del pueblo, no obstante, destacaban por su ausencia.
Suspiró y analizó las desérticas calles de la aldea, fuese a dónde fuese, últimamente, era igual en todas partes. Una plaga, una maldición que parecía haber caído sobre la tierra y que segaba vidas por allá donde pasaba había diezmado el habitual buen humor de las gentes del este.
Él mismo apenas había tenido la oportunidad de verla, después de todo, llevaba un mes de aislado en aquellos bosques, en su cabaña.
Sabía, al menos, cuál era el origen de la epidemia, los rumores tenían siempre su parte de razón y la mayor parte de la población conocía la existencia de la inmensa estructura que ahora descansaba a pocos kilómetros de Dundarak, pero él había estado en el interior de la pirámide, él había visto la imagen de la siniestra mujer que la habitaba, él sabía que no eran simples rumores.
Cerró los ojos durante unos instantes, el murmullo de la cálida brisa veraniega fue roto por una distante voz que enunciaba, aun en la noche, las personas a las que la epidemia se había llevado. Notó como Lyn a su lado le volvía a agarrar del brazo, con suavidad.
- ¿Buscamos… una posada? – Preguntó en voz baja, haciendo rizos en su flequillo, nerviosa. Había pocas cosas que afectaran a la vampiresa, pero la muerte, aquella sensación de malestar y pesimismo general que podía respirar en las aldeas más al norte del continente parecía ser una de ellas.
- Vamos. – Contestó Eltrant dejando entrever el fantasma de una sonrisa, ajustándose la gruesa capa carmesí en torno a su cuello. – No te alejes. – Lyn respondió a esto asintiendo levemente, siguiendo al castaño de cerca.
Avanzaron hasta una especie de placita en la que aparentemente estaban los edificios importantes de la aldea y un pozo. La voz que anunciaba las muertes por la plaga se podía oír perfectamente una vez allí, era un hombre de avanzada edad el que estaba dando las noticias a los pocos presentes que había en el lugar.
Algunos se giraron al ver a los recién llegados, otros estaban hablando entre ellos sin hacer caso a lo que sucedía a su alrededor. Fue una sorpresa, Eltrant vislumbró al que creyó que era Hont entre la multitud, la pequeña zarigüeya que, hacía ya un año, le ayudó a liberar una aldea no más grande que aquella de las garras de un “rey” corrupto y loco.
Enarcó una ceja curioso y, siempre seguido por Lyn, se acercó al grupo.
Intercambió varias palabras con alguno de los que parecían ser rango bajo rango y, no sin reticencias, le contaron que estaban haciendo en aquel lugar.
Al parecer eran enviados de un tal “Melena Blanca” alguien importante, un centinela del Este al parecer. Se estaban dedicando a intercambiar protección y medicinas por comida, no pudo evitar fruncir sutilmente el ceño ante aquello ¿Aquel era un trato justo? No era ningún experto y, hasta hace unas semanas, había estado viviendo literalmente aislado del mundo exterior, pero se decía que no había medicina en Aerandir que pudiese tratar la enfermedad. ¿Estaban jugando con la esperanza de la gente? Aunque, por otro lado, puede que fuese justo lo contrario, que se la estuviesen dando con lo poco que tenían.
Terminada la primera parte de la conversación se pasó la mano por la barba, pensativo, no le sonaba el nombre de Melena Blanca, algo que encontraba preocupante, sobre todo si tenía en cuenta que ahora su pequeña cabaña estaba en los “Dominios” que este decía custodiar, fuese quien fuese, era importante.
Un hombre bestia de gran tamaño que bestia armadura pesada similar a la suya hablaba en voz baja con Hont a unos pasos de dónde estaba, justo después, cuando terminó de hablar, se acercó.
En pocas palabra volvió a explicarle a Eltrant lo que estaban haciendo los “Leónicos” y, tras repasar al exmercenario de arriba abajo, le ofreció un puesto de trabajo, temporal, entre sus filas.
Eltrant enarcó una ceja, no se esperaba esa proposición. Miró a Hont, parecía abatido, sus ojillos estaban enrojecidos por el llanto. Se le encogió el corazón, si ni la zarigüeya podía sonreír, es que las cosas iban realmente mal.
Se giró hacia Lyn buscando algo en su mirada que le indicase que preferencia tenía la muchacha respecto a aquella oferta. La vampiresa, en cualquier caso, miraba en aquel instante fijamente a sus botas, al suelo, y seguía concentrada en su flequillo, pensativa.
Solo estaban de paso, ¿Cómo sabía que no iba acabar empeorando las cosas? Se había marchado porque estaba agotado de intentarlo, por eso se había aislado, por eso había abandonado la guardia. El único motivo por el que volvía a transitar los largos caminos de Aerandir era para llevar a Lyn hasta Beltrexus, nada más.
Y sin embargo, se seguía encontrando a sí mismo en aquellas situaciones.
- …No te preocupes. – Afirmó Lyn rompiendo el silencio. La muchacha se agachó junto a Hont y le acarició la cabeza dejando entrever sus colmillos en una cálida sonrisa - Os ayudaremos. – La vampiresa ya había decidido por los dos. Eltrant accedió a ayudarles, después de todo, era la muchacha quien quería llegar a las islas de los brujos no él y, por el momento, no parecía tener mucha prisa en hacerlo.
Lyn se volvió a levantar y se acercó al oído de Eltrant disimuladamente – Mortal... ¿Crees que me dejara que le dé un abrazo? – El castaño la miró con cierta incredulidad - ¿¡Qué!? ¡Es muy mono!
- No nos hemos perdido. – Contestó este al momento, obviando la mayor parte de lo que había dicho la muchacha. – Solo… estoy… disfrutando con el paisaje. – Alzó su mirada hasta el firmamento, dónde un millar de puntitos de luz indicaban al ex guarda dónde se encontraba, aun cuando este no parecía saberlo.
- Ya, ya. Excusas – Dijo la chica cruzándose de brazos y alzando la cabeza, imitando a Eltrant – Que no sabes por dónde vamos y punto. – Añadió, el castaño respondió a eso con un bostezo. - ¡Y distráeme, Mortal!
Lyn tenía razón, y quizás aquello era lo que más le molestaba de todo aquel asunto, se habían perdido. En algún punto a las afueras de Ulmer se habían extraviado y habían acabado desviándose de su camino, en lugar de marchar hacía Verisar habían acabado en algún punto del extenso bosque que componía la mayor parte de los reinos del este.
- ¿Te contado alguna vez la historia de ese tipo que es igual a mí? – Dijo Eltrant comenzando a caminar hacía una dirección indeterminada. No podía orientarse, pero quizás podía conseguir que Lyn se callase un rato narrándole una de las tantas veces que casi acababa tumbado sobre un charco de su propia sangre, era un género literario que la joven escritora encontraba, cuanto menos, inspirador.
- Sí que me la has contado – Respondió la vampiresa siguiendo los pasos del castaño, apartando varias de las ramas más bajas que se interponían en su camino con las manos – …Pobre desgraciado…
- ¿¡Que quieres decir con eso!? – Lyn abrió la boca para contestar sin perder nada del buen humor que la caracterizaba. Eltrant había descubierto hacía muchas discusiones que hacer aquel tipo de preguntas a Lyn era, básicamente, seguirle el juego a la muchacha, cosa que le sacaba de sus casillas y que, por algún motivo, seguía haciendo.
Afortunadamente un grupo de antorchas facilitó las cosas al exmercenario, la muchacha se detuvo a la mitad de su explicación sobre cómo solucionar los problemas de pareja de Eltrant y estudió desde la lejanía las distantes luces que se asomaban entre la maleza.
- ¡Un pueblo! ¡Por fin! – Lyn agarró un brazo de Eltrant y tiró de él - ¡Vamos Mortal! – Apremió sin soltar sus manos. - ¡Muévete! ¡Menea esas caderas!
El pueblo en el que se adentraron no era especialmente grande pero no era pequeño, si Eltrant lo tuviese que describir con una palabra lo habría llamado “Genérico”.
Aquella aldea era similar a las tantas que te podías encontrar en los reinos del este, la arquitectura era similar a la de Ulmer, recias casas hechas con madera, modestas, pero capaces de aguantar cualquier imprevisto que el bosque dijese lanzar sobre la población.
Las gentes del pueblo, no obstante, destacaban por su ausencia.
Suspiró y analizó las desérticas calles de la aldea, fuese a dónde fuese, últimamente, era igual en todas partes. Una plaga, una maldición que parecía haber caído sobre la tierra y que segaba vidas por allá donde pasaba había diezmado el habitual buen humor de las gentes del este.
Él mismo apenas había tenido la oportunidad de verla, después de todo, llevaba un mes de aislado en aquellos bosques, en su cabaña.
Sabía, al menos, cuál era el origen de la epidemia, los rumores tenían siempre su parte de razón y la mayor parte de la población conocía la existencia de la inmensa estructura que ahora descansaba a pocos kilómetros de Dundarak, pero él había estado en el interior de la pirámide, él había visto la imagen de la siniestra mujer que la habitaba, él sabía que no eran simples rumores.
Cerró los ojos durante unos instantes, el murmullo de la cálida brisa veraniega fue roto por una distante voz que enunciaba, aun en la noche, las personas a las que la epidemia se había llevado. Notó como Lyn a su lado le volvía a agarrar del brazo, con suavidad.
- ¿Buscamos… una posada? – Preguntó en voz baja, haciendo rizos en su flequillo, nerviosa. Había pocas cosas que afectaran a la vampiresa, pero la muerte, aquella sensación de malestar y pesimismo general que podía respirar en las aldeas más al norte del continente parecía ser una de ellas.
- Vamos. – Contestó Eltrant dejando entrever el fantasma de una sonrisa, ajustándose la gruesa capa carmesí en torno a su cuello. – No te alejes. – Lyn respondió a esto asintiendo levemente, siguiendo al castaño de cerca.
Avanzaron hasta una especie de placita en la que aparentemente estaban los edificios importantes de la aldea y un pozo. La voz que anunciaba las muertes por la plaga se podía oír perfectamente una vez allí, era un hombre de avanzada edad el que estaba dando las noticias a los pocos presentes que había en el lugar.
Algunos se giraron al ver a los recién llegados, otros estaban hablando entre ellos sin hacer caso a lo que sucedía a su alrededor. Fue una sorpresa, Eltrant vislumbró al que creyó que era Hont entre la multitud, la pequeña zarigüeya que, hacía ya un año, le ayudó a liberar una aldea no más grande que aquella de las garras de un “rey” corrupto y loco.
Enarcó una ceja curioso y, siempre seguido por Lyn, se acercó al grupo.
Intercambió varias palabras con alguno de los que parecían ser rango bajo rango y, no sin reticencias, le contaron que estaban haciendo en aquel lugar.
Al parecer eran enviados de un tal “Melena Blanca” alguien importante, un centinela del Este al parecer. Se estaban dedicando a intercambiar protección y medicinas por comida, no pudo evitar fruncir sutilmente el ceño ante aquello ¿Aquel era un trato justo? No era ningún experto y, hasta hace unas semanas, había estado viviendo literalmente aislado del mundo exterior, pero se decía que no había medicina en Aerandir que pudiese tratar la enfermedad. ¿Estaban jugando con la esperanza de la gente? Aunque, por otro lado, puede que fuese justo lo contrario, que se la estuviesen dando con lo poco que tenían.
Terminada la primera parte de la conversación se pasó la mano por la barba, pensativo, no le sonaba el nombre de Melena Blanca, algo que encontraba preocupante, sobre todo si tenía en cuenta que ahora su pequeña cabaña estaba en los “Dominios” que este decía custodiar, fuese quien fuese, era importante.
Un hombre bestia de gran tamaño que bestia armadura pesada similar a la suya hablaba en voz baja con Hont a unos pasos de dónde estaba, justo después, cuando terminó de hablar, se acercó.
En pocas palabra volvió a explicarle a Eltrant lo que estaban haciendo los “Leónicos” y, tras repasar al exmercenario de arriba abajo, le ofreció un puesto de trabajo, temporal, entre sus filas.
Eltrant enarcó una ceja, no se esperaba esa proposición. Miró a Hont, parecía abatido, sus ojillos estaban enrojecidos por el llanto. Se le encogió el corazón, si ni la zarigüeya podía sonreír, es que las cosas iban realmente mal.
Se giró hacia Lyn buscando algo en su mirada que le indicase que preferencia tenía la muchacha respecto a aquella oferta. La vampiresa, en cualquier caso, miraba en aquel instante fijamente a sus botas, al suelo, y seguía concentrada en su flequillo, pensativa.
Solo estaban de paso, ¿Cómo sabía que no iba acabar empeorando las cosas? Se había marchado porque estaba agotado de intentarlo, por eso se había aislado, por eso había abandonado la guardia. El único motivo por el que volvía a transitar los largos caminos de Aerandir era para llevar a Lyn hasta Beltrexus, nada más.
Y sin embargo, se seguía encontrando a sí mismo en aquellas situaciones.
- …No te preocupes. – Afirmó Lyn rompiendo el silencio. La muchacha se agachó junto a Hont y le acarició la cabeza dejando entrever sus colmillos en una cálida sonrisa - Os ayudaremos. – La vampiresa ya había decidido por los dos. Eltrant accedió a ayudarles, después de todo, era la muchacha quien quería llegar a las islas de los brujos no él y, por el momento, no parecía tener mucha prisa en hacerlo.
Lyn se volvió a levantar y se acercó al oído de Eltrant disimuladamente – Mortal... ¿Crees que me dejara que le dé un abrazo? – El castaño la miró con cierta incredulidad - ¿¡Qué!? ¡Es muy mono!
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
-¡Coge esto y vete de la ciudad muchacho!- me había ordenado Tom lanzándome un fardo con unas pocas provisiones. -Vete y no vuelvas hasta que el mal haya desaparecido.
-P-pe-ero... ¡Pero quiero ayudar! -intente replicar enfrentándome al gesto inamovible de Tom.
-Aquí no eres de ninguna ayuda chico- me dijo manteniendose firme -La mejor forma que tienes de ayudar es no cayendo tu también enfermo. ¡Vete! ¡No te lo repetiré más veces! ¡O te vas tu o te hecho yo!
-P-pe-pero... ¿Y tú? ¿Tu también podrías enfermar? - seguí peleándo para quedarme y ayudar a las gentes de Ulmer.
-Yo soy un hombre adulto con experiencia en estos casos, puedo cuidar de mi mismo. Vete ahora mismo, come solo la comida que te he proporcionado y bebe solo agua que hayas hervido previamente, te he puesto una pequeña olla en el fardo para ello.- la discusion no permitía más replicas, era imposible discutir con él -Y tranquilo chico, nos volveremos a ver.
Así había sido mi despedida con Tom.
Tras mi salida de Ulmer estuve algunos días vagando por los bosques. Tom me había dicho también que me alejara de las grandes aglomeraciones de gente, así que puse rumbo a la Arboleda Central. Me habían dicho que era un lugar poblado de criaturas peligrosas. Pero bueno a una bestia la podías enfrentar más fácilmente que a aquella terrible enfermedad por la que pude sacar bastante información gracias a los diferentes grupos de refugiados con los que me encontraba.
Al parecer era un mal que aún no se sabia muy bien como se transmitía. Milagrosamente yo me mantuve aún sano, puede que el consejo de Tom sirviera para algo más que para beber agua caliente que estaba asquerosa. Por lo que me dijeron todo había empezado con la apertura de una misteriosa pirámide en Dundarak del que salio aquel mal negro que ya se había cobrado la vida de muchas personas. Por los refugiados y los pregones de un extraño robot al que no tenia el gusto de conocer supe que Dunderak había caído ante la enfermedad y que se habían comenzado a llevar a cabo medidas extremas para evitar su inexorable avance.
"¿Que pasará con Ulmer" pensé con gran preocupación en Tom que se había quedado en Ulmer, que puede que pronto se convirtiera en otro Dundakar, ya que los efectos de la enfermedad ya habían comenzado a notarse cuando el se fue.
Caminaba por los deshabitados bosques alimentándome de mis ya escasas reservas sintiéndome impotente por no poder hacer nada más que hacer teorías y pensar en algún tipo de plan.
"¿Sera magia negra o algún mal biológico?" me planteaba aquella preguntas inútiles, pues ni sabia de magia ni de biología Aquel desconocimiento me volvía incapaz de urdir cualquier tipo de plan.
De repente mis pasos dieron con una aldea medio abandonada en la que vi como unos hombres bestia con forma de gatos sacaban fardos de comida de algunas casas y las colocaban en un carro.
"¿Bandidos?" pensé al instante. Pero vi como del propio carro bajan una caja de madera con lo que parecían ser frascos de cristal.
Curioso como era me acerque más a la aldea intentando pasar desapercibido para escuchar mejor lo que estaba ocurriendo.
-En nombre del Centinela del Este: Melena Blanca, vengo a ofreceros nuestros servicios a cambio de que compartáis vuestros escasos alimentos.- gritaba uno de los hombres gato cada vez que una especie de zariguella bípeda tocaba a la puerta de una de las casas - Os damos medicinas y protección a cambio de comida, es un trato justo.-
"¿Melena Blanca?" el nombre me sonaba de habérselo escuchado a decir a Tom, pero en verdad desconocía a dicha persona y al grupo que comandaba.
Torpe de mi, por querer escuchar más de cerca tropecé e irrumpí en la escena tomando a todos por sorpresa por el estruendo que provocó mi torpeza. Al momento tenia toda una serie de armas apuntándome dispuestas a acabar con mi vida si hacia algún movimiento brusco. Al instante levante las manos y me quede completamente quieto no hacia falta que me dieran ningún tipo de orden.
-¿Quien eres y que se supone que estas haciendo muchacho?- pregunto con el ceño fruncido el que parecía ser el líder, la misma voz que había escuchado antes.
Rápidamente busque a mi interlocutor con la mirada y luego observe al resto el grupo. Había otros felinos, un hombre zarigüella menudo, un humano normal bien equipado y una joven también humana de pelo negro corto y ojos azules claros a la que le pareció ver algo raro en sus dientes, pero en aquel momento carecía de importancia ante las armas que le apuntaban y que se acercarían más si no respondía rápido.
-Hola... buenas- respondí quedándome algo bizco al mirar el arma mas cercana que me apuntaba de frente- Me llamo Ircan y vengo en son de paz. Pese a que se me pueda mal interpretar sólo quería asegurarme de que no erais bandidos, últimamente están las cosas muy revueltas y no está de más ser precavidos, ¿No?- intente explicarme con rapidez antes de que las cosas se pusieran feas.
Puede que me creyera, puede que no me viera como una amenaza, o puede que simplemente decidiera que no valía la pena perder más el tiempo conmigo.
-¿Y que te trae aquí, Ircan?- dijo al tiempo que guardaba el arma -Como bien dices son tiempos difíciles, no recomendables para hacer turismo.
Les explique mi situación lo más rápido y brevemente posible y luego ellos me comentaron cual era la labor que les había encomendado su jefe, Melena Blanca. Parecía que estaban reuniendo las pocas provisiones que hubieran en las aldeas a cambio de una pociones que servían para paliar la enfermedad, o al menos retrasarla. La comida luego seria distribuida entre aquellos que menos tenían para comer. No es que fueran las mejores medidas del mundo, pero puede que en aquel momento fueran las más eficientes, pues la situación era verdaderamente desesperada. Cada día el numero de muertes ascendía. Si sólo con todo aquello lograban detener un poco el avance y ganar algo de tiempo para encontrar una solución, habría que poner todo el empeño en ello.
-Necesitamos manos para ayudar a tanta gente, -me comentó el felino que se había presentado como Imargo, una vez terminada la explicación - y aunque las tuyas no sean las mas fuertes.- añadió al estudiarme detenidamente -Estas sano y por ahora con eso servirá para ayudar.
"¿Ayudar? Eso era una idea genial. ¡Era precisamente lo que quería hacer! Rabia acabar con aquel mal, fuera lo que fuera." pensé con cierta alegría mirando a Imargo -Si, por supuesto. Contad conmigo.
Fue entonces cuando conocí a otras personas del grupo. el hombre zarigüella se llamaba Hont, el humano bien equipado se llamaba Eltrant Tale y la chica morena del pelo corto se llamaba Lyn, aunque noté algo extraño en ella, como si no fuera completamente humana, pero no le di ninguna importancia.
De esa forma me uní de forma temporal al grupo que se hacia llamar los Leónicos. Les ayudé a cargar el resto de provisiones a la carreta esperando ver cuales eran nuestros próximos movimientos.
-P-pe-ero... ¡Pero quiero ayudar! -intente replicar enfrentándome al gesto inamovible de Tom.
-Aquí no eres de ninguna ayuda chico- me dijo manteniendose firme -La mejor forma que tienes de ayudar es no cayendo tu también enfermo. ¡Vete! ¡No te lo repetiré más veces! ¡O te vas tu o te hecho yo!
-P-pe-pero... ¿Y tú? ¿Tu también podrías enfermar? - seguí peleándo para quedarme y ayudar a las gentes de Ulmer.
-Yo soy un hombre adulto con experiencia en estos casos, puedo cuidar de mi mismo. Vete ahora mismo, come solo la comida que te he proporcionado y bebe solo agua que hayas hervido previamente, te he puesto una pequeña olla en el fardo para ello.- la discusion no permitía más replicas, era imposible discutir con él -Y tranquilo chico, nos volveremos a ver.
Así había sido mi despedida con Tom.
Tras mi salida de Ulmer estuve algunos días vagando por los bosques. Tom me había dicho también que me alejara de las grandes aglomeraciones de gente, así que puse rumbo a la Arboleda Central. Me habían dicho que era un lugar poblado de criaturas peligrosas. Pero bueno a una bestia la podías enfrentar más fácilmente que a aquella terrible enfermedad por la que pude sacar bastante información gracias a los diferentes grupos de refugiados con los que me encontraba.
Al parecer era un mal que aún no se sabia muy bien como se transmitía. Milagrosamente yo me mantuve aún sano, puede que el consejo de Tom sirviera para algo más que para beber agua caliente que estaba asquerosa. Por lo que me dijeron todo había empezado con la apertura de una misteriosa pirámide en Dundarak del que salio aquel mal negro que ya se había cobrado la vida de muchas personas. Por los refugiados y los pregones de un extraño robot al que no tenia el gusto de conocer supe que Dunderak había caído ante la enfermedad y que se habían comenzado a llevar a cabo medidas extremas para evitar su inexorable avance.
"¿Que pasará con Ulmer" pensé con gran preocupación en Tom que se había quedado en Ulmer, que puede que pronto se convirtiera en otro Dundakar, ya que los efectos de la enfermedad ya habían comenzado a notarse cuando el se fue.
Caminaba por los deshabitados bosques alimentándome de mis ya escasas reservas sintiéndome impotente por no poder hacer nada más que hacer teorías y pensar en algún tipo de plan.
"¿Sera magia negra o algún mal biológico?" me planteaba aquella preguntas inútiles, pues ni sabia de magia ni de biología Aquel desconocimiento me volvía incapaz de urdir cualquier tipo de plan.
De repente mis pasos dieron con una aldea medio abandonada en la que vi como unos hombres bestia con forma de gatos sacaban fardos de comida de algunas casas y las colocaban en un carro.
"¿Bandidos?" pensé al instante. Pero vi como del propio carro bajan una caja de madera con lo que parecían ser frascos de cristal.
Curioso como era me acerque más a la aldea intentando pasar desapercibido para escuchar mejor lo que estaba ocurriendo.
-En nombre del Centinela del Este: Melena Blanca, vengo a ofreceros nuestros servicios a cambio de que compartáis vuestros escasos alimentos.- gritaba uno de los hombres gato cada vez que una especie de zariguella bípeda tocaba a la puerta de una de las casas - Os damos medicinas y protección a cambio de comida, es un trato justo.-
"¿Melena Blanca?" el nombre me sonaba de habérselo escuchado a decir a Tom, pero en verdad desconocía a dicha persona y al grupo que comandaba.
Torpe de mi, por querer escuchar más de cerca tropecé e irrumpí en la escena tomando a todos por sorpresa por el estruendo que provocó mi torpeza. Al momento tenia toda una serie de armas apuntándome dispuestas a acabar con mi vida si hacia algún movimiento brusco. Al instante levante las manos y me quede completamente quieto no hacia falta que me dieran ningún tipo de orden.
-¿Quien eres y que se supone que estas haciendo muchacho?- pregunto con el ceño fruncido el que parecía ser el líder, la misma voz que había escuchado antes.
Rápidamente busque a mi interlocutor con la mirada y luego observe al resto el grupo. Había otros felinos, un hombre zarigüella menudo, un humano normal bien equipado y una joven también humana de pelo negro corto y ojos azules claros a la que le pareció ver algo raro en sus dientes, pero en aquel momento carecía de importancia ante las armas que le apuntaban y que se acercarían más si no respondía rápido.
-Hola... buenas- respondí quedándome algo bizco al mirar el arma mas cercana que me apuntaba de frente- Me llamo Ircan y vengo en son de paz. Pese a que se me pueda mal interpretar sólo quería asegurarme de que no erais bandidos, últimamente están las cosas muy revueltas y no está de más ser precavidos, ¿No?- intente explicarme con rapidez antes de que las cosas se pusieran feas.
Puede que me creyera, puede que no me viera como una amenaza, o puede que simplemente decidiera que no valía la pena perder más el tiempo conmigo.
-¿Y que te trae aquí, Ircan?- dijo al tiempo que guardaba el arma -Como bien dices son tiempos difíciles, no recomendables para hacer turismo.
Les explique mi situación lo más rápido y brevemente posible y luego ellos me comentaron cual era la labor que les había encomendado su jefe, Melena Blanca. Parecía que estaban reuniendo las pocas provisiones que hubieran en las aldeas a cambio de una pociones que servían para paliar la enfermedad, o al menos retrasarla. La comida luego seria distribuida entre aquellos que menos tenían para comer. No es que fueran las mejores medidas del mundo, pero puede que en aquel momento fueran las más eficientes, pues la situación era verdaderamente desesperada. Cada día el numero de muertes ascendía. Si sólo con todo aquello lograban detener un poco el avance y ganar algo de tiempo para encontrar una solución, habría que poner todo el empeño en ello.
-Necesitamos manos para ayudar a tanta gente, -me comentó el felino que se había presentado como Imargo, una vez terminada la explicación - y aunque las tuyas no sean las mas fuertes.- añadió al estudiarme detenidamente -Estas sano y por ahora con eso servirá para ayudar.
"¿Ayudar? Eso era una idea genial. ¡Era precisamente lo que quería hacer! Rabia acabar con aquel mal, fuera lo que fuera." pensé con cierta alegría mirando a Imargo -Si, por supuesto. Contad conmigo.
Fue entonces cuando conocí a otras personas del grupo. el hombre zarigüella se llamaba Hont, el humano bien equipado se llamaba Eltrant Tale y la chica morena del pelo corto se llamaba Lyn, aunque noté algo extraño en ella, como si no fuera completamente humana, pero no le di ninguna importancia.
De esa forma me uní de forma temporal al grupo que se hacia llamar los Leónicos. Les ayudé a cargar el resto de provisiones a la carreta esperando ver cuales eran nuestros próximos movimientos.
Ircan
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
Imargo siempre decía que toda ayuda era bien recibida. No podía, más bien: no debía, negar la ayuda a nadie; aunque quienes se ofrecieran ayudar fueran personas que desconocían lo cruel que era la enfermedad. Los leónicos, y el pequeño grupo de voluntarios que se les unió, trataban directamente con los más enfermos. Quad’za murió por haber estado cuidando de los enfermos. “Si supieran lo peligroso que es, no se unirían” Hont soñaba con ser héroe, no le importaba morir si con ello podía ayudar a unas pocas personas. ¿Era eso lo que hacían los héroes, verdad? Morir por los demás.
Hont conocía a Eltrant, habían vivido un par de aventuras juntos. Él era un héroe de verdad, como los que la zarigüeya soñaba ser. Quizás a Eltrant no le importaba contagiarse, pero a Hont sí le importaba que lo hiciese. Eltrant no podía morir. ¡Era su amigo! Y, a parte, era uno de los mayores héroes que jamás había conocido.
A los otros dos jamás les había visto. La chica tenía la cara redonda como Windorind y hablaba de una forma similar; pero no era ella. Hont conocía muy bien a Windorind, era otra heroína de Aerandir. Fue la primera elfa que conoció en sus aventuras. La chica nueva no era una elfa, sus rasgos, aunque humanos, estaban teñidos de una capa blanca como si fuera el maquillaje de un payaso. ¿Y que había del chico nuevo? Se presentó con el nombre de Ircan. Hont se rascó con una mano en la mejilla y pensó quién era y a quién de sus amigos se parecía. No supo decir nada. Simplemente, era un chico normal. Ocultaba su rostro con una capucha, como casi todo el mundo hacía en aquellos malos días. Si algo tenía claro Hont es que la chica y el chico nuevos no eran héroes. Querían serlos, como otros voluntarios que se habían presentado a Imargo; pero no lo eran.
-Podéis empezar sacando todas las latas en conserva que tengan nuestros amigos- Imargo dio una palmada al hombre oso que le abrió la puerta y aceptó el trato en silencio con una leve inclinación de cabeza. –Recordad si el pescado es de color amarillo, no lo queremos. Puag-.
El hombrecillo zarigüeya se puso detrás de Imargo para que no le viese. Movió sus cortos bracitos como si estuviera nadando con tal de hacerle señas indescifrables a los recién llegados para que se fueran. Hont era especialmente malo con el lenguaje no verbal. No se atrevía a decir nada delante de Imargo; él era un héroe de verdad y delante de los héroes no se podía hablar. Eltrant y los dos se tendrían que contentar con las indescifrables señales de advertencia de Hont; el hombre zarigüeya no podía hacer más.
Imargo fue el primero en entrar en la casa del úrsido. En una milésima de segunda, Hont revivió la misma desagradable sensación que hasta cinco veces sintió en compañía de los leónicos. El úrsido sacó un hacha de detrás de la puerta y se abalanzó a atacar a Imargo por la espalda. El leónico, el héroe, siempre era el más rápido. De un giro, cortó de cuajo el brazo del hombre oso y luego clavó su espada en el pecho para terminar de matarlo. Esta era la sexta vez que Hont veía como una buena persona intentaba atentar contra la vida de Imargo y moría en el intento.
-Odio tener que hacer esto. Pero, miradlo por el lado positivo, ya no tenemos que pedir permiso para entrar. Adelante caballeros.- Imargo hizo una leve reverencia al resto del grupo para que entrasen con él. Hont fue el primero en entrar. Lo hizo con gesto sombrío y sin decir palabra.
El deber del hombre zarigüeya era el más complicado. Debía mirar por todos los rincones de la casa. Algunas familias escondían suministros bajo doble suelos que ocultaban en sus dormitorios; otras, eran las mismas personas quienes se escondían con tal de no ver a los leónicos entrar en sus casas. No era una imagen agradable, Hont se la podía imaginar.
El primer lugar a revisar siempre era la cocina. Saltó entre los armarios y estanterías y colocó todas las cajas, botellas y latas encima de la mesa para que el resto del grupo pudiera cogerlas. La casa, a excepción del cadáver y los leónicos, parecía vacía. Aun así, Hont escondió en el fondo del armario dos botes de tomates en conserva y una lata de anchoas de Verisar que había encontrado. Tenía la intuición de que la casa no estaba no estaba vacía. Ésta podía ser una de las familias que se escondían aterrorizadas.
Luego, fue a la parte trasera de la casa. Contó siete gallinas, dos gallos jóvenes y uno viejo, un puerco y cinco conejos (un macho y cuatro hembras). Imargo decidiría qué hacer con los animales. Si los dejaba que se reprodujeran o los cocinaba para las otras familias que no tenían ni un solo animal.
Llegó el momento de visitar la parte superior del hogar. Hont no quería hacerlo porque sabía que allí arriba se escondían el resto de la familia de osos.
-Soy un héroe de verdad- se susurraba así mismo mientras se ataba un pañuelo que le ocultase la nariz y la boca; no sabía si los osos podían estar enfermos- un héroe de verdad. Los héroes no tienen miedo y yo no tengo que tener miedo porque soy un héroe de verdad. El héroe más valiente y bueno de toda Aerandir. Ese soy yo-.
En el piso superior había dos habitaciones. La primera estaba completamente vacía, no había ni siquiera muebles que la adornasen. En la segunda habitación estaban los muebles de la primera apelotonados en el suelo de manera que formaba una improvisada barricada entre la cama y la puerta.
Hont caminó con cuidado hacia el muro de muebles.
-Vengo a ayudar, no os haré nada- fue muy valiente al decir a pesar de saber que el padre de la familia había muerto por culpa de la gente que había “ido a ayudar”.
Un niño oso se asomó a un lado de la barricada. Tenía pequeños puntos rojos en la cara y su oreja izquierda estaba ligeramente más inflamada que la derecha. Hont se ajustó el pañuelo para hablar.
-No te haré daño, lo prometo-.
El niño oso se volvió a esconder detrás del muro de muebles. Hont fue tras él. El cadáver de la madre estaba escondida detrás de los muebles. En su pecho se acurrucaba un bebé oso mucho más enfermo que el niño estaba. El bebé gateaba buscando el calor de su madre y el pezón donde comer la leche; era muy pequeño.
-Estoy cuidando de ellos…- el niño iba a decir algo más pero fue interrumpido por una violenta tos. -¿Dónde está papá? Dijo que traería pocio…- no pudo terminar, otra vez la tos.
Ambos: Si pensabais que la primera decisión era complicada, no quiero ni imaginarme qué pensaréis sobre ésta. Hont os enseñará donde se esconden los dos niños y os preguntará qué hacer con ellos. El bebé está muy enfermo, mucho más que Quad’za lo estaba antes de morir. El niño, de unos cinco años, también está contagiado. El sacrificio es una opción más que aceptable para Imargo y los otros leónicos. ¿Y para vosotros? No es necesario que estéis de acuerdo con vuestras decisiones.
Hont conocía a Eltrant, habían vivido un par de aventuras juntos. Él era un héroe de verdad, como los que la zarigüeya soñaba ser. Quizás a Eltrant no le importaba contagiarse, pero a Hont sí le importaba que lo hiciese. Eltrant no podía morir. ¡Era su amigo! Y, a parte, era uno de los mayores héroes que jamás había conocido.
A los otros dos jamás les había visto. La chica tenía la cara redonda como Windorind y hablaba de una forma similar; pero no era ella. Hont conocía muy bien a Windorind, era otra heroína de Aerandir. Fue la primera elfa que conoció en sus aventuras. La chica nueva no era una elfa, sus rasgos, aunque humanos, estaban teñidos de una capa blanca como si fuera el maquillaje de un payaso. ¿Y que había del chico nuevo? Se presentó con el nombre de Ircan. Hont se rascó con una mano en la mejilla y pensó quién era y a quién de sus amigos se parecía. No supo decir nada. Simplemente, era un chico normal. Ocultaba su rostro con una capucha, como casi todo el mundo hacía en aquellos malos días. Si algo tenía claro Hont es que la chica y el chico nuevos no eran héroes. Querían serlos, como otros voluntarios que se habían presentado a Imargo; pero no lo eran.
-Podéis empezar sacando todas las latas en conserva que tengan nuestros amigos- Imargo dio una palmada al hombre oso que le abrió la puerta y aceptó el trato en silencio con una leve inclinación de cabeza. –Recordad si el pescado es de color amarillo, no lo queremos. Puag-.
El hombrecillo zarigüeya se puso detrás de Imargo para que no le viese. Movió sus cortos bracitos como si estuviera nadando con tal de hacerle señas indescifrables a los recién llegados para que se fueran. Hont era especialmente malo con el lenguaje no verbal. No se atrevía a decir nada delante de Imargo; él era un héroe de verdad y delante de los héroes no se podía hablar. Eltrant y los dos se tendrían que contentar con las indescifrables señales de advertencia de Hont; el hombre zarigüeya no podía hacer más.
Imargo fue el primero en entrar en la casa del úrsido. En una milésima de segunda, Hont revivió la misma desagradable sensación que hasta cinco veces sintió en compañía de los leónicos. El úrsido sacó un hacha de detrás de la puerta y se abalanzó a atacar a Imargo por la espalda. El leónico, el héroe, siempre era el más rápido. De un giro, cortó de cuajo el brazo del hombre oso y luego clavó su espada en el pecho para terminar de matarlo. Esta era la sexta vez que Hont veía como una buena persona intentaba atentar contra la vida de Imargo y moría en el intento.
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-Odio tener que hacer esto. Pero, miradlo por el lado positivo, ya no tenemos que pedir permiso para entrar. Adelante caballeros.- Imargo hizo una leve reverencia al resto del grupo para que entrasen con él. Hont fue el primero en entrar. Lo hizo con gesto sombrío y sin decir palabra.
El deber del hombre zarigüeya era el más complicado. Debía mirar por todos los rincones de la casa. Algunas familias escondían suministros bajo doble suelos que ocultaban en sus dormitorios; otras, eran las mismas personas quienes se escondían con tal de no ver a los leónicos entrar en sus casas. No era una imagen agradable, Hont se la podía imaginar.
El primer lugar a revisar siempre era la cocina. Saltó entre los armarios y estanterías y colocó todas las cajas, botellas y latas encima de la mesa para que el resto del grupo pudiera cogerlas. La casa, a excepción del cadáver y los leónicos, parecía vacía. Aun así, Hont escondió en el fondo del armario dos botes de tomates en conserva y una lata de anchoas de Verisar que había encontrado. Tenía la intuición de que la casa no estaba no estaba vacía. Ésta podía ser una de las familias que se escondían aterrorizadas.
Luego, fue a la parte trasera de la casa. Contó siete gallinas, dos gallos jóvenes y uno viejo, un puerco y cinco conejos (un macho y cuatro hembras). Imargo decidiría qué hacer con los animales. Si los dejaba que se reprodujeran o los cocinaba para las otras familias que no tenían ni un solo animal.
Llegó el momento de visitar la parte superior del hogar. Hont no quería hacerlo porque sabía que allí arriba se escondían el resto de la familia de osos.
-Soy un héroe de verdad- se susurraba así mismo mientras se ataba un pañuelo que le ocultase la nariz y la boca; no sabía si los osos podían estar enfermos- un héroe de verdad. Los héroes no tienen miedo y yo no tengo que tener miedo porque soy un héroe de verdad. El héroe más valiente y bueno de toda Aerandir. Ese soy yo-.
En el piso superior había dos habitaciones. La primera estaba completamente vacía, no había ni siquiera muebles que la adornasen. En la segunda habitación estaban los muebles de la primera apelotonados en el suelo de manera que formaba una improvisada barricada entre la cama y la puerta.
Hont caminó con cuidado hacia el muro de muebles.
-Vengo a ayudar, no os haré nada- fue muy valiente al decir a pesar de saber que el padre de la familia había muerto por culpa de la gente que había “ido a ayudar”.
Un niño oso se asomó a un lado de la barricada. Tenía pequeños puntos rojos en la cara y su oreja izquierda estaba ligeramente más inflamada que la derecha. Hont se ajustó el pañuelo para hablar.
-No te haré daño, lo prometo-.
El niño oso se volvió a esconder detrás del muro de muebles. Hont fue tras él. El cadáver de la madre estaba escondida detrás de los muebles. En su pecho se acurrucaba un bebé oso mucho más enfermo que el niño estaba. El bebé gateaba buscando el calor de su madre y el pezón donde comer la leche; era muy pequeño.
-Estoy cuidando de ellos…- el niño iba a decir algo más pero fue interrumpido por una violenta tos. -¿Dónde está papá? Dijo que traería pocio…- no pudo terminar, otra vez la tos.
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Ambos: Si pensabais que la primera decisión era complicada, no quiero ni imaginarme qué pensaréis sobre ésta. Hont os enseñará donde se esconden los dos niños y os preguntará qué hacer con ellos. El bebé está muy enfermo, mucho más que Quad’za lo estaba antes de morir. El niño, de unos cinco años, también está contagiado. El sacrificio es una opción más que aceptable para Imargo y los otros leónicos. ¿Y para vosotros? No es necesario que estéis de acuerdo con vuestras decisiones.
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
Sujetó a Lyn de un brazo cuando esta se dispuso a seguir a los leónicos a la casa que iban a visitar y, con la cabeza, le hizo un gesto al muchacho que acababa de llegar, a Ircan, para que no se acercase a los hombres bestia.
Se cruzó de brazos y soportó la mirada de indignación de la vampiresa mientras mantenía la suya fija en el grupo de soldados y en Hont. De todas formas, el hombre zarigüeya se encargó de hacer ver a los presentes, haciendo frenéticos gestos con los brazos, que la primera reacción de Eltrant no había sido infundada, les indicó que se mantuviesen alejados.
Lyn se mordió el labio inferior y bajó la cabeza, Eltrant por otro lado siguió observando que sucedía en la vivienda. Al principio no parecía gran cosa, un leve intercambio de palabras en donde el oso permitió al líder, a Imargo, que entrase en su casa. Apenas unos instantes después el úrsido yacía muerto en el suelo, en su propio hogar. Frunció el ceño.
El resto de soldados entraron lentamente en el interior del edificio y, metódicamente, comenzaron a vaciarlo. Se atusó la barba, mirando desde la distancia lo que había accedido a hacer, juzgando la situación.
- ¿Comida por protección? - Susurró, Lyn se giró hacía el y arqueó una ceja, evidentemente preguntándose qué quería decir el castaño con aquello, Eltrant negó con la cabeza y miró el rastro de sangre del oso que se deslizaba suavemente hacía la puerta principal, tiñendo la entrada de un intenso color carmesí.
Sin pensarlo demasiado se quitó la pesada capa que había adquirido, de alguna forma que no recordaba con exactitud, en el norte y se la tendió a Lyn – Alrededor de la boca – Ordenó – No dejes que nadie te respire cerca – La vampiresa miró la capa durante unos instantes y asintió, era ridículamente larga, pero con un par de dobleces en sitios estratégicos quedó como una bufanda de tonalidades oscuras.
Poco a poco, en la entrada principal, los leónicos de Melena Blanca fueron depositando toda la comida que había en el interior del edificio, la fueron desvalijando de todo lo que, al parecer, podían reutilizar con otras personas que lo necesitasen más.
Hont emergió de entre los soldados e hizo señas a los recién llegados a aquel grupo de soldados que se acercaran, quería que le siguiese.
Lyn avanzó un par de pasos pero Eltrant volvió a impedir que se acercara al grupo de soldados. – Espera aquí – Dijo serio, estaba empezando a pensar que, quizás, los leónicos no fuesen esa tropa de benévolos aventureros que Hont quería hacer ver, y más que como una fuerza de pacificación se estuviesen comportando como un efecto secundario de la plaga, algo que mataba incluso a las personas saludables por “El bien común”.
Se giró hacía el muchacho que se había trastabillado momentos atrás. – Ircan ¿Verdad? – Preguntó, dedicándole una sonrisa al hombre – Acompáñame – El exmercenario señaló a Hont con disimulo. – …No me fio de los leónicos – Susurró atusándose la barba, no conocia a aquel hombre, pero en aquel momento, a parte de la vampiresa, era la única persona que no trabajaba con los hombres de Melena Blanca. Lyn, por otro lado bajó la mirada y no dijo nada, la muerte del oso se había sumado a todo el pesimismo que reinaba en el lugar y, a su vez, al humor de la chica. – Si hay problemas, escóndete – Dijo a la chica según se encaminaba a la casa.
Se acercó a Hont a paso firme, manteniendo la vista en su objetivo. Contempló como el líder de los leónicos conversaba con sus subalternos acerca de las provisiones que habían tomado.
Sin decir más de tres palabras, cosa extraña para la personalidad de la que hacía gala la zarigüeya, Hont condujo a los que se habían acercado hasta él hasta la planta superior de la casa, dónde, en una habitación prácticamente amurallada, esperaban dos hombres bestia aún con vida.
Eran los dos hijos del hombre que yacía muerto en la planta baja, el que había matado Imargo. Un oso que, a pesar de ser grande, se podía entrever que no era más que un niño y un bebé que este llevaba en brazos. El joven tosía copiosamente, casi con insistencia con cada paso que daba, el infante apenas se movía, acurrucado en brazos del que, aparentemente, era su hermano mayor.
Se cubrió la boca con la tela color rubí que adornaba su armadura y esperó a que Hont le explicase la situación, aunque, en cualquier caso, no era nada que Eltrant no pudiese imaginarse por su cuenta.
El susurro de una hoja al salir de su vaina hizo que el exmercenario se girase sobre sí mismo y descubriese a Imargo en la puerta de la habitación, que agradeció a Hont el haber localizado a los oseznos. El oso de mayor edad, mientras tanto, había comenzado a llorar desconsolado al ver toda la gente acumularse en el dormitorio, hipando exageradamente entre la tos.
Imargo alzó su espada dispuesto a acabar con el sufrimiento del muchacho, Eltrant, en ese mismo instante, le sujetó por la muñeca, impidiendo que la bajase y que acabase con la vida del pequeño enfermo. El felino entornó los ojos, Eltrant le respondió frunciendo el ceño.
- Así que este es el tipo de ayuda que prestáis a los enfermos... – Le temblaba el brazo, pero al gato también. El líder de aquel grupo era fuerte, pero no iba a dejarle asesinar al osezno, que aunque enfermo, aún estaba vivo. - ¿Matáis a todo el que os es una molesta? ¿Todo el que no quiere daros comida? – Soltó a Imargo, le obligó a que bajase su arma lentamente y le sostuvo la mirada, el muchacho seguía llorando y balbuceando incoherencias acerca de pociones que su padre había ido a buscar. - ¿Es que sois la ley? ¿Decidís quien vive y quién muere? Por la gracia de… ¿Cómo se llamaba? ¿Melena Blanca? – Se cruzó de brazos, varios leónicos llegaron hasta la habitación y se colocaron alrededor de su líder echando manos de sus armas pero sin desenvainarlas, Imargo no dijo nada. – Pensaba que de esos juicios ya se encargaba la plaga.
Era evidente de que a ellos tampoco le gustaba lo que estaban haciendo, matar a inocentes por el bien común era una tarea pesada, eran losas de granito que se acumulaban una tras otra sobre la espalda del que blandía la espada, quizás por eso era Imargo el que quería ejecutar personalmente al joven y a su hermano pequeño.
El oso seguía tosiendo entre lloros, era una obviedad que no iba a vivir mucho más, probablemente incluso él lo sabía, le quedaban días a lo sumo, pero días en los que podían descubrir una cura, en los que, quizás, se curase por sí solo. No sabía cómo funcionaban las plagas, Eltrant no era un maldito alquimista, pero sabía que si mantenían a aquellos dos niños encerrados en sus casas no contagiarían a nadie, sobre todo ahora que sus propios padres estaban muertos.
Tras varios segundos más manteniendo la mirada de los presentes apartó a uno de los soldados de un empujón y caminó escaleras abajo. No iba a soportar aquello, Beltrexus y a la cabaña, aquel era el plan inicial.
Pero tampoco iba a permitir que aquellos hombres, con el pretexto de “Estar ayudando”, matasen a todo aquel se interpusiera ante sus nobles intenciones. ¿Qué era peor? ¿El remedio o la enfermedad?
- ¡Lyn! – Llamó a la vampiresa, esta se acercó en un par de rápidas zancadas con la cara prácticamente cubierta por aquella bufanda improvisada que se había fabricado. Eltrant ajustó las correas que mantenian sujeta su espada al cinto, temiendose lo peor. – No te alejes.
Se cruzó de brazos y soportó la mirada de indignación de la vampiresa mientras mantenía la suya fija en el grupo de soldados y en Hont. De todas formas, el hombre zarigüeya se encargó de hacer ver a los presentes, haciendo frenéticos gestos con los brazos, que la primera reacción de Eltrant no había sido infundada, les indicó que se mantuviesen alejados.
Lyn se mordió el labio inferior y bajó la cabeza, Eltrant por otro lado siguió observando que sucedía en la vivienda. Al principio no parecía gran cosa, un leve intercambio de palabras en donde el oso permitió al líder, a Imargo, que entrase en su casa. Apenas unos instantes después el úrsido yacía muerto en el suelo, en su propio hogar. Frunció el ceño.
El resto de soldados entraron lentamente en el interior del edificio y, metódicamente, comenzaron a vaciarlo. Se atusó la barba, mirando desde la distancia lo que había accedido a hacer, juzgando la situación.
- ¿Comida por protección? - Susurró, Lyn se giró hacía el y arqueó una ceja, evidentemente preguntándose qué quería decir el castaño con aquello, Eltrant negó con la cabeza y miró el rastro de sangre del oso que se deslizaba suavemente hacía la puerta principal, tiñendo la entrada de un intenso color carmesí.
Sin pensarlo demasiado se quitó la pesada capa que había adquirido, de alguna forma que no recordaba con exactitud, en el norte y se la tendió a Lyn – Alrededor de la boca – Ordenó – No dejes que nadie te respire cerca – La vampiresa miró la capa durante unos instantes y asintió, era ridículamente larga, pero con un par de dobleces en sitios estratégicos quedó como una bufanda de tonalidades oscuras.
Poco a poco, en la entrada principal, los leónicos de Melena Blanca fueron depositando toda la comida que había en el interior del edificio, la fueron desvalijando de todo lo que, al parecer, podían reutilizar con otras personas que lo necesitasen más.
Hont emergió de entre los soldados e hizo señas a los recién llegados a aquel grupo de soldados que se acercaran, quería que le siguiese.
Lyn avanzó un par de pasos pero Eltrant volvió a impedir que se acercara al grupo de soldados. – Espera aquí – Dijo serio, estaba empezando a pensar que, quizás, los leónicos no fuesen esa tropa de benévolos aventureros que Hont quería hacer ver, y más que como una fuerza de pacificación se estuviesen comportando como un efecto secundario de la plaga, algo que mataba incluso a las personas saludables por “El bien común”.
Se giró hacía el muchacho que se había trastabillado momentos atrás. – Ircan ¿Verdad? – Preguntó, dedicándole una sonrisa al hombre – Acompáñame – El exmercenario señaló a Hont con disimulo. – …No me fio de los leónicos – Susurró atusándose la barba, no conocia a aquel hombre, pero en aquel momento, a parte de la vampiresa, era la única persona que no trabajaba con los hombres de Melena Blanca. Lyn, por otro lado bajó la mirada y no dijo nada, la muerte del oso se había sumado a todo el pesimismo que reinaba en el lugar y, a su vez, al humor de la chica. – Si hay problemas, escóndete – Dijo a la chica según se encaminaba a la casa.
Se acercó a Hont a paso firme, manteniendo la vista en su objetivo. Contempló como el líder de los leónicos conversaba con sus subalternos acerca de las provisiones que habían tomado.
Sin decir más de tres palabras, cosa extraña para la personalidad de la que hacía gala la zarigüeya, Hont condujo a los que se habían acercado hasta él hasta la planta superior de la casa, dónde, en una habitación prácticamente amurallada, esperaban dos hombres bestia aún con vida.
Eran los dos hijos del hombre que yacía muerto en la planta baja, el que había matado Imargo. Un oso que, a pesar de ser grande, se podía entrever que no era más que un niño y un bebé que este llevaba en brazos. El joven tosía copiosamente, casi con insistencia con cada paso que daba, el infante apenas se movía, acurrucado en brazos del que, aparentemente, era su hermano mayor.
Se cubrió la boca con la tela color rubí que adornaba su armadura y esperó a que Hont le explicase la situación, aunque, en cualquier caso, no era nada que Eltrant no pudiese imaginarse por su cuenta.
El susurro de una hoja al salir de su vaina hizo que el exmercenario se girase sobre sí mismo y descubriese a Imargo en la puerta de la habitación, que agradeció a Hont el haber localizado a los oseznos. El oso de mayor edad, mientras tanto, había comenzado a llorar desconsolado al ver toda la gente acumularse en el dormitorio, hipando exageradamente entre la tos.
Imargo alzó su espada dispuesto a acabar con el sufrimiento del muchacho, Eltrant, en ese mismo instante, le sujetó por la muñeca, impidiendo que la bajase y que acabase con la vida del pequeño enfermo. El felino entornó los ojos, Eltrant le respondió frunciendo el ceño.
- Así que este es el tipo de ayuda que prestáis a los enfermos... – Le temblaba el brazo, pero al gato también. El líder de aquel grupo era fuerte, pero no iba a dejarle asesinar al osezno, que aunque enfermo, aún estaba vivo. - ¿Matáis a todo el que os es una molesta? ¿Todo el que no quiere daros comida? – Soltó a Imargo, le obligó a que bajase su arma lentamente y le sostuvo la mirada, el muchacho seguía llorando y balbuceando incoherencias acerca de pociones que su padre había ido a buscar. - ¿Es que sois la ley? ¿Decidís quien vive y quién muere? Por la gracia de… ¿Cómo se llamaba? ¿Melena Blanca? – Se cruzó de brazos, varios leónicos llegaron hasta la habitación y se colocaron alrededor de su líder echando manos de sus armas pero sin desenvainarlas, Imargo no dijo nada. – Pensaba que de esos juicios ya se encargaba la plaga.
Era evidente de que a ellos tampoco le gustaba lo que estaban haciendo, matar a inocentes por el bien común era una tarea pesada, eran losas de granito que se acumulaban una tras otra sobre la espalda del que blandía la espada, quizás por eso era Imargo el que quería ejecutar personalmente al joven y a su hermano pequeño.
El oso seguía tosiendo entre lloros, era una obviedad que no iba a vivir mucho más, probablemente incluso él lo sabía, le quedaban días a lo sumo, pero días en los que podían descubrir una cura, en los que, quizás, se curase por sí solo. No sabía cómo funcionaban las plagas, Eltrant no era un maldito alquimista, pero sabía que si mantenían a aquellos dos niños encerrados en sus casas no contagiarían a nadie, sobre todo ahora que sus propios padres estaban muertos.
Tras varios segundos más manteniendo la mirada de los presentes apartó a uno de los soldados de un empujón y caminó escaleras abajo. No iba a soportar aquello, Beltrexus y a la cabaña, aquel era el plan inicial.
Pero tampoco iba a permitir que aquellos hombres, con el pretexto de “Estar ayudando”, matasen a todo aquel se interpusiera ante sus nobles intenciones. ¿Qué era peor? ¿El remedio o la enfermedad?
- ¡Lyn! – Llamó a la vampiresa, esta se acercó en un par de rápidas zancadas con la cara prácticamente cubierta por aquella bufanda improvisada que se había fabricado. Eltrant ajustó las correas que mantenian sujeta su espada al cinto, temiendose lo peor. – No te alejes.
Eltrant Tale
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
El crepúsculo había dado paso a la noche con todas aquellas presentaciones y uniones aleatorias en aquella aldea. Di las gracias por no ver una brillante Luna llena en el firmamento, ya bastante sufría por las noches al tener dentro de mi aquel conflicto interno* que aún me perseguía y que con la Luna Llena no podía controlar. Comencé a notar como me dolía cabeza debido al exceso de información que llegaba a mi cerebro y que me hacía ser más torpe de lo normal.
El grupo se había dirigido a otra casa. Presa de mi desconcierto por culpa de mi licántropia no estaba de lo más lucido. Ignore las advertencias que me daba Hont, el hombre zarigüeya, aunque estas no fueran muy explicitas. Menos mal que Eltrant, el chico humano bien equipado, me advirtió de una forma más clara. Apreté los dientes e intente concentrarme, gracias a ese fugaz intento pude ver de forma clara como de repente Imargo era atacado por la espalda. Aunque esto fue inútil, pues Imargo se revolvió con rapidez sacando su arma y cortándole el brazo antes de atravesar el pecho al hombre oso. Me quedé algo sorprendido y me froté los ojos incrédulo. Al volver a abrirlos pude ver como un cuerpo inerte yacia en el suelo mientras comenzaba a formarse un charco de sangre a su alrededor.
"¿Pero no se supone que somos los buenos?" pensé recordando las palabras que había escuchado en el relato de Hont sobre las acciones del grupo.
Miré al pequeño hombre bestia entrar desanimado pero no sorprendido.
"Entonces no es la primera vez que ocurre esto" analice con algo de preocupación "A que tipo de ayuda me he comprometido?" me pregunté preocupado.
– Alrededor de la boca – me despertó la voz de Eltran a mi lado – No dejes que nadie te respire cerca – le ordenaba a Lyn.
Al escucharlo aproveche el consejo y me uní a la practica. Saque un pañuelo que llevaba en el pequeño fardo que me había dado Tom y me lo coloque en la boca atándolo en mi nuca.
– Ircan ¿Verdad? – me preguntó con una sonrisa – Acompáñame – me solicitó mientras señalaba a Hont con disimulo. – …No me fio de los leónicos – Susurró atusándose la barba.
Yo asentí y lo seguí intentando mantener la concentración como había conseguido lograr hasta ahora con grandes esfuerzos.
– Si hay problemas, escóndete – Dijo a la chica según se encaminaban a la casa. Se preocupaba mucho por ella, así que pensé que era algún familiar, puede que su hermana pequeña.
Cuando pasé por la puerta me cogí la punta de la capucha y di un pequeño tirón en dirección al cadáver en señal de respeto. Aunque me desgradaba aquella situación era el úrsido quien había atacado por la espalda. ¿No habría hecho yo y cualquiera lo mismo que había hecho Imargo?
Los leónicos revisaron con rapidez toda la casa y acumularon todas las provisiones en el centro para luego llevárselas. Mientras Hont les animó a que le acompañasen al segundo piso. Reuní todas mis fuerzas para seguir manteniéndome lo más concentrado posible mientras sentía como mi cabeza quería estallar.
Al llegar a la segunda planta rápidamente encontramos una habitación en cuyo interior los muebles estaban colocados en forma de barricada, tras la cual aparecio un pequeño osenzo con forma humanoide que cargaba él a un ursido aún mas pequeño, en plena edad de lactancia que buscaba desesperado alimento.
-Vengo a ayudar, no os haré nada- dijo Hont al tiempo que lo acompañaba a dentro de la habitación.
Mi agudizado sentido del olfato intermitente me trajo el olor de la muerte. Y efectivamente al acercarme más a la improvisada muralla pude ver como yacía sin vida el cadáver de una mujer úrsida, seguramente la madre de los pequeños. Me lleve de nuevo la mano a la capucha y di un tirón en dirección a la madre en señal de respeto.
-Estoy cuidando de ellos…- el niño iba a decir algo más pero fue interrumpido por una violenta tos. -¿Dónde está papá? Dijo que traería pocio…- no pudo terminar, otra vez la tos.
Sentí un profundo dolor en el pecho a causa de los sentimientos del pequeño que estaba claramente enfermo. Admiré a aquel osezno. Tan pequeño y tan enfermo y no había abandonado a su familia. Cosa que él había hecho cuando atacaron a su casa y comenzaron todas sus desventuras. En aquel momento decidí que aquel pequeño osezno no le pasaría nada y que lucharía para que viviera todo lo posible y con suerte encontrar una cura antes del funesto final que por ahora se veía inevitable. Pues a eso habían ido ¿no? A ayudar a la gente.
- Así que este es el tipo de ayuda que prestáis a los enfermos... – sonó la voz de Eltrant a mi espalda.
Al girarme pude ver como Imargo sostenía amenazante su espada sobre los pequeños, y que esta sólo había sido detenida gracias a que Eltrant se había interpuesto sujetándole el brazo.
"¡Tengo que estar más alerta!" maldije para mi "Maldita licántropia"
Inconscientemente me lleve la mano a la espada oxidada y prácticamente abollada que llevaba colgada a la espalda. No es que fuera algo muy intimidante o útil pero era lo único que tenia para defenderme. Y parecía que las cosas podrían ponerse feas de un momento a otro.
- ¿Matáis a todo el que os es una molesta? ¿Todo el que no quiere daros comida? – continuó Eltrant. La tensión podía notarse en el ambiente. Sin embargo Imargo bajo la espada.
- ¿Es que sois la ley? ¿Decidís quien vive y quién muere? Por la gracia de… ¿Cómo se llamaba? ¿Melena Blanca? – Eltrant se cruzó de brazos. Y justo en ese momento varios leónicos llegaron hasta la habitación y se colocaron alrededor de su líder echando manos de sus armas pero sin desenvainarlas, Imargo no dijo nada. – Pensaba que de esos juicios ya se encargaba la plaga.
Me quedé algo preocupado pero firme en mi intención de sacar la espada de ser necesario. Desgraciadamente no todas estaban con nosotros, no sabia cuan de bueno era Eltrant con la espada, pero ya había podido ver un poco de la pasta de la que estaba hecho Imargo y si el resto de leónicos compartían aunque fuera la mitad de su habilidad, por lo menos por mi parte, estaríamos perdidos.
Sin embargo pude ver en los rostros de los leónicos que tampoco les gustaba mucho aquella situación. ¿Pero porque se dejarían llevar aquellos soldados? ¿Por el deber o la moral? Era una pregunta peliaguda que no me daba buenas esperanzas, pero no iba a dejar que tocaran al pobre niño enfermo y a su hermano, aunque aquello significase acabar con mi historia en aquel lugar.
Pasaron unos largos segundos de tensión antes de que Eltran hiciera a un lado a uno de los leínicos para salir de la habitación. No se muy bien con que motivos se fue pero quede sólo ante los leónicos delante y con el niño y Hont detrás y no pensaba dejarles el camino libre para matar a aquella criaturas.
-Bueno señores- dije intentando imitar una valentía totalmente fingida pero con determinación -Podemos quedarnos aquí toda la noche mirándonos, ponernos a luchar para que nuestras espadas decidan si estos niños deben vivir o morir.- intenté que la voz no se me quebrará al dar la más que posible opción de una lucha suicida - O sacar los cadáveres de los padres, quemarlos para que la pobredumbre de los cuerpos en descomposición no se añada a la ya bastante problemática enfermedad y mantener a estos niños en cuarentena mientras esperamos la milagrosa llegada de un remedio.- intenté que mi cuerpo no comenzará a temblar implorando a todos los dioses existentes que escogieran la segunda opción -¿Así que tu decides Imargo? ¿Que hacemos? ¿Que crees que traería honor a tu jefe?- intenté apelar a los sentimientos de Imargo.
No conocía de nada a Melena Blanca, ni siquiera al propio Imargo salvo por aquel encuentro casual. Pero Imargo parecía ser el típico soldado que no quería que sus actos trajeran repercusiones negativas a su superior. Eso, sumado a la propia incomodidad del resto de miembros a la hora de tener que hacer actos como esos, me llevaba pensar que era la mejor forma de apelar a su moral para que tomaran la opción más pacifica.
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*Hago referencia a mi habilidad de nivel 0 "Un solo ser" que me otorga una penalización nocturna de -5 en destreza, sabiduría e inteligencia.
El grupo se había dirigido a otra casa. Presa de mi desconcierto por culpa de mi licántropia no estaba de lo más lucido. Ignore las advertencias que me daba Hont, el hombre zarigüeya, aunque estas no fueran muy explicitas. Menos mal que Eltrant, el chico humano bien equipado, me advirtió de una forma más clara. Apreté los dientes e intente concentrarme, gracias a ese fugaz intento pude ver de forma clara como de repente Imargo era atacado por la espalda. Aunque esto fue inútil, pues Imargo se revolvió con rapidez sacando su arma y cortándole el brazo antes de atravesar el pecho al hombre oso. Me quedé algo sorprendido y me froté los ojos incrédulo. Al volver a abrirlos pude ver como un cuerpo inerte yacia en el suelo mientras comenzaba a formarse un charco de sangre a su alrededor.
"¿Pero no se supone que somos los buenos?" pensé recordando las palabras que había escuchado en el relato de Hont sobre las acciones del grupo.
Miré al pequeño hombre bestia entrar desanimado pero no sorprendido.
"Entonces no es la primera vez que ocurre esto" analice con algo de preocupación "A que tipo de ayuda me he comprometido?" me pregunté preocupado.
– Alrededor de la boca – me despertó la voz de Eltran a mi lado – No dejes que nadie te respire cerca – le ordenaba a Lyn.
Al escucharlo aproveche el consejo y me uní a la practica. Saque un pañuelo que llevaba en el pequeño fardo que me había dado Tom y me lo coloque en la boca atándolo en mi nuca.
– Ircan ¿Verdad? – me preguntó con una sonrisa – Acompáñame – me solicitó mientras señalaba a Hont con disimulo. – …No me fio de los leónicos – Susurró atusándose la barba.
Yo asentí y lo seguí intentando mantener la concentración como había conseguido lograr hasta ahora con grandes esfuerzos.
– Si hay problemas, escóndete – Dijo a la chica según se encaminaban a la casa. Se preocupaba mucho por ella, así que pensé que era algún familiar, puede que su hermana pequeña.
Cuando pasé por la puerta me cogí la punta de la capucha y di un pequeño tirón en dirección al cadáver en señal de respeto. Aunque me desgradaba aquella situación era el úrsido quien había atacado por la espalda. ¿No habría hecho yo y cualquiera lo mismo que había hecho Imargo?
Los leónicos revisaron con rapidez toda la casa y acumularon todas las provisiones en el centro para luego llevárselas. Mientras Hont les animó a que le acompañasen al segundo piso. Reuní todas mis fuerzas para seguir manteniéndome lo más concentrado posible mientras sentía como mi cabeza quería estallar.
Al llegar a la segunda planta rápidamente encontramos una habitación en cuyo interior los muebles estaban colocados en forma de barricada, tras la cual aparecio un pequeño osenzo con forma humanoide que cargaba él a un ursido aún mas pequeño, en plena edad de lactancia que buscaba desesperado alimento.
-Vengo a ayudar, no os haré nada- dijo Hont al tiempo que lo acompañaba a dentro de la habitación.
Mi agudizado sentido del olfato intermitente me trajo el olor de la muerte. Y efectivamente al acercarme más a la improvisada muralla pude ver como yacía sin vida el cadáver de una mujer úrsida, seguramente la madre de los pequeños. Me lleve de nuevo la mano a la capucha y di un tirón en dirección a la madre en señal de respeto.
-Estoy cuidando de ellos…- el niño iba a decir algo más pero fue interrumpido por una violenta tos. -¿Dónde está papá? Dijo que traería pocio…- no pudo terminar, otra vez la tos.
Sentí un profundo dolor en el pecho a causa de los sentimientos del pequeño que estaba claramente enfermo. Admiré a aquel osezno. Tan pequeño y tan enfermo y no había abandonado a su familia. Cosa que él había hecho cuando atacaron a su casa y comenzaron todas sus desventuras. En aquel momento decidí que aquel pequeño osezno no le pasaría nada y que lucharía para que viviera todo lo posible y con suerte encontrar una cura antes del funesto final que por ahora se veía inevitable. Pues a eso habían ido ¿no? A ayudar a la gente.
- Así que este es el tipo de ayuda que prestáis a los enfermos... – sonó la voz de Eltrant a mi espalda.
Al girarme pude ver como Imargo sostenía amenazante su espada sobre los pequeños, y que esta sólo había sido detenida gracias a que Eltrant se había interpuesto sujetándole el brazo.
"¡Tengo que estar más alerta!" maldije para mi "Maldita licántropia"
Inconscientemente me lleve la mano a la espada oxidada y prácticamente abollada que llevaba colgada a la espalda. No es que fuera algo muy intimidante o útil pero era lo único que tenia para defenderme. Y parecía que las cosas podrían ponerse feas de un momento a otro.
- ¿Matáis a todo el que os es una molesta? ¿Todo el que no quiere daros comida? – continuó Eltrant. La tensión podía notarse en el ambiente. Sin embargo Imargo bajo la espada.
- ¿Es que sois la ley? ¿Decidís quien vive y quién muere? Por la gracia de… ¿Cómo se llamaba? ¿Melena Blanca? – Eltrant se cruzó de brazos. Y justo en ese momento varios leónicos llegaron hasta la habitación y se colocaron alrededor de su líder echando manos de sus armas pero sin desenvainarlas, Imargo no dijo nada. – Pensaba que de esos juicios ya se encargaba la plaga.
Me quedé algo preocupado pero firme en mi intención de sacar la espada de ser necesario. Desgraciadamente no todas estaban con nosotros, no sabia cuan de bueno era Eltrant con la espada, pero ya había podido ver un poco de la pasta de la que estaba hecho Imargo y si el resto de leónicos compartían aunque fuera la mitad de su habilidad, por lo menos por mi parte, estaríamos perdidos.
Sin embargo pude ver en los rostros de los leónicos que tampoco les gustaba mucho aquella situación. ¿Pero porque se dejarían llevar aquellos soldados? ¿Por el deber o la moral? Era una pregunta peliaguda que no me daba buenas esperanzas, pero no iba a dejar que tocaran al pobre niño enfermo y a su hermano, aunque aquello significase acabar con mi historia en aquel lugar.
Pasaron unos largos segundos de tensión antes de que Eltran hiciera a un lado a uno de los leínicos para salir de la habitación. No se muy bien con que motivos se fue pero quede sólo ante los leónicos delante y con el niño y Hont detrás y no pensaba dejarles el camino libre para matar a aquella criaturas.
-Bueno señores- dije intentando imitar una valentía totalmente fingida pero con determinación -Podemos quedarnos aquí toda la noche mirándonos, ponernos a luchar para que nuestras espadas decidan si estos niños deben vivir o morir.- intenté que la voz no se me quebrará al dar la más que posible opción de una lucha suicida - O sacar los cadáveres de los padres, quemarlos para que la pobredumbre de los cuerpos en descomposición no se añada a la ya bastante problemática enfermedad y mantener a estos niños en cuarentena mientras esperamos la milagrosa llegada de un remedio.- intenté que mi cuerpo no comenzará a temblar implorando a todos los dioses existentes que escogieran la segunda opción -¿Así que tu decides Imargo? ¿Que hacemos? ¿Que crees que traería honor a tu jefe?- intenté apelar a los sentimientos de Imargo.
No conocía de nada a Melena Blanca, ni siquiera al propio Imargo salvo por aquel encuentro casual. Pero Imargo parecía ser el típico soldado que no quería que sus actos trajeran repercusiones negativas a su superior. Eso, sumado a la propia incomodidad del resto de miembros a la hora de tener que hacer actos como esos, me llevaba pensar que era la mejor forma de apelar a su moral para que tomaran la opción más pacifica.
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Ircan
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
La decisión final recaía sobre Imargo. Eltrant pareció que iba a frenar la espada del leónico y salvar a los niños, pero luego se marchó y volvió a dejar a Imargo en la habitación. Eltrant sabía hablar con mucho coraje, Hont ya lo había escuchado enfrentarse contra falso reyes y malvados brujos; pero, en esta ocasión, no sirvió de nada. Imargo farfulló unas palabras incomprensibles por lo bajini y volvió a desenvainar su espada como si la discusión con Eltrant nunca hubiera pasado. Ircan, por su parte, fue mucho más neutral; propuso dos únicas opciones para hacer con los niños osos (sacrificarlos o abandonarlos en su casa) y dejó que Imargo eligiese. Hont creyó ver que en los ojos de Ircan que él quería saber a los niños pero no sabía cómo hacerlo sin tener que faltar al respeto a los héroes leónicos. El niño más pequeño, el que parecía un bebé, giró su cabecita de cara a Ircan y empezó a toser sin taparse la boca; era demasiado pequeño para saber que se debía de taparse la boca al toser. Quizás, pensaba Hont, también era demasiado pequeño para comprender que su mamá había muerto por culpa de un mal que nadie podía ver.
-Honor a mi jefe.- repitió Imargo mirando su espada a la vez que se rascaba el mentón- ¡Lo sé! Se sentirá orgulloso si ve que consigo erradicar la enfermedad. Él sabe que es muy difícil, si lo consigo seguro que me da un ascenso-.
Imargo hizo una señal los otros leónicos que le acompañaban. Uno cubrió al bebé con una tela para coger sin llegar a tocarlo con las manos, el otro se cogió al niño no sin antes quitarse la capa y utilizarla a modo de guante para coger de la mano al pequeño oso.
-¿Y mamá? No puedo dejar sola a mamá- la voz del pequeño se cortaba por la tos- papá me dijo que no podemos dejarla sola. Me dijo que cuidase de mamá. Llevo cinco días cuidando de ella-.
-Luego volveremos a por tu madre- dijo el leónico que tenía cogido al niño de la mano.
-¿Papá está fuera? ¿Sois vosotros quienes nos daréis las pociones?-
Hont pensaba que si el padre no hubiera atacado a Imargo por la espalda, sí hubieran tenido las pociones. Juntó las manitas como si estuvieran rezando y se apartó a un lado de la habitación para dejar paso a los leónicos. También pensaba que las pociones harían que las cosas fueran más difíciles.
-Pequeñín, ya veo que tú también odias este trabajo- dijo Imargo mirando hacia Hont una vez los dos leónicos se llevaron a los niños osos.
Salieron a la parte trasera de la casa. Un grupo de personas estaban congregadas en silencio en la valla que cubría la vivienda. Imargo dio un fuerte resoplido y Hont lo imitó a su espalda.
Los otros dos leónicos hicieron su trabajo. Cubrieron con un saco la cabeza de los dos niños. Imargo los mató rápido con un elegante y preciso cuajo en el cuello. No gritaron y no sufrieron. Si les hubiera dejado vivir enfermos; los niños gritarían de dolor todos los días por el resto de sus vidas.
Hont se echó a llorar. Buscó con la mirada, sin moverse de su posición, a Eltrant y a la chica que le acompañaba. Seguro que él sabría qué decir para hacer sentir mejor al hombrecillo zarigüeya. No lo encontró por lo que se tuvo que conformar con las torpes palabras de Imargo:
-Entiende que esto es lo mejor que podemos hacer. No me gusta lo que hacemos, ninguno de nosotros se divierte. –con una mano acariciaba la cabecita de Hont, con la otra hacia gesto incomprensibles para ayudarse a explicar- Adie dijo esta mañana que ayer murieron 19 personas. Las conté. ¿Sabes cuántas murieron hace tres días? 36. Más de la mitad murieron por la falta de comida. Desde que estamos aquí, cada vez hay menos contagios y hasta las familias más pobres tienen algo que comer. ¿Lo entiendes verdad?- con la mano que le acariciaba el lomo, le limpió las lágrimas- ¿Entiendes que lo hacemos porque es lo correcto?-
-Somos héroes-dijo Hont en un leve susurro.
-Lo intentamos-.
Al cabo de una horas de lo sucedido en casa de la familia Wand, una vez que los cadáveres ya habían sido quemados y todas las casas con algo de comida saqueadas por parte de los léonicos; el que parecía el líder de la banda se asentó en el centro de la aldea. Con un par de tablas y una hoguera, improvisó una especie de cocina en la que hizo una enorme olla de sopa. El líder ponía la sopa en los cuencos y el hombre bestia más pequeño se encargaba de repartir los cuencos a todo el mundo que quisiera cenar.
Desde el punto de vista de Gabriel Marlowe, repartir la comida entre las tribus era lo único bueno que hacían los leónicos. Delante de la olla de sopa, había yna larga fila de úrsidos habitantes de la aldea y de mero curiosos como Marlowe lo era. Muchos no habían comido durante días. Con la enfermedad también vinieron las guerras entre los propios vecinos. En Ulmer ( Gabriel era un viejo lobo de Ulmer) los lobos comenzaron a matarse entre ellos por el simple hecho de que alguien tenía un cerdo más o que las gallinas de una familia dejaron de poner huevos. De la envidia emergió la ira y de ésta la sangre. Gabriel Marlowe lo vio todo.
¿Dónde estaban, entonces, los leónicos cuando los Trent mataron al hijo de los Canto? ¿Alguien les había visto la noche en el que un grupo de jóvenes lobos entraron en casa de los Gorten para matarles mientras dormían y robarles las gallinas? Para Marlowe, Melena Blanca llegó demasiado tarde.
Lo reconocía, los primeros de su llegada hubo cierto orden. Los injustos asesinatos habían cesado. Nadie se atrevía a atacar a su vecino por miedo a que los leónicos les castigasen. Las cosas parecían ir a mejor y Marlowe fue el primero en presentar toda su ayuda a Melena Blanca. “Parecer” no era igual que “ser”. Los asesinatos no terminaron, sino que cambiaron de líneas. Los vecinos no se mataban entre ellos, tenían a los leónicos para hacer el trabajo sucio. Como acababa de pasar con los Wand. Fue llegar ellos y matar a toda la familia.
Marlowe cogió su cuenco de sopa y sentó en un pequeño muro de piedra, de no más de medio metro, que servía de adorno en el centro de la aldea. Si Gan Wand (el padre de los osos) estuviera vivo estaría sentado al lado de Gabriel Marlowe y conversarían sobre lo mal que lo estaban pasando. Gabriel tenía grandes planes para acabar con los leónicos, Wand los conocía. Según los rumores, el oso intentó atacar a los leónicos y ellos les habían matado en acto de defensa. Tal vez, Gan Wand quiso comenzar el plan de Marlowe demasiado pronto. El viejo lobo sorbía su sopa mientras pensaba en su plan. Si funcionaba, podrían echar a los leónicos del Reino del Este. ¿Qué importaba si Melena Blanca fuera o no el Centinela del Este? Lo desterraría igualmente y, si hacía falta, se proclamaría él como el nuevo Centinela.
Ambos: Tercera y tal vez última elección del día. Han pasado horas después de lo sucedido en casa de los osos. Estáis en la hora de la cena. Imargo reparte sopa a todo aquel que la pida. Ya habéis visto lo complicada que es la situación, deberéis decidir de parte de quién estáis. Podéis quedaros junto con Imargo, repartir comida a los hambrientos y animar al pobre Hont a que vuelva a ser tan activo como de costumbre o podéis encontraros con Gabriel Marlowe. Con suerte, si os hacéis amigo del viejo, quizás os cuente qué tiene preparado. Como antes, no es preciso que estéis de acuerdo, incluso, sería más divertido que cada uno hiciera una cosa diferente. Tenéis absoluta libertad.
-Honor a mi jefe.- repitió Imargo mirando su espada a la vez que se rascaba el mentón- ¡Lo sé! Se sentirá orgulloso si ve que consigo erradicar la enfermedad. Él sabe que es muy difícil, si lo consigo seguro que me da un ascenso-.
Imargo hizo una señal los otros leónicos que le acompañaban. Uno cubrió al bebé con una tela para coger sin llegar a tocarlo con las manos, el otro se cogió al niño no sin antes quitarse la capa y utilizarla a modo de guante para coger de la mano al pequeño oso.
-¿Y mamá? No puedo dejar sola a mamá- la voz del pequeño se cortaba por la tos- papá me dijo que no podemos dejarla sola. Me dijo que cuidase de mamá. Llevo cinco días cuidando de ella-.
-Luego volveremos a por tu madre- dijo el leónico que tenía cogido al niño de la mano.
-¿Papá está fuera? ¿Sois vosotros quienes nos daréis las pociones?-
Hont pensaba que si el padre no hubiera atacado a Imargo por la espalda, sí hubieran tenido las pociones. Juntó las manitas como si estuvieran rezando y se apartó a un lado de la habitación para dejar paso a los leónicos. También pensaba que las pociones harían que las cosas fueran más difíciles.
-Pequeñín, ya veo que tú también odias este trabajo- dijo Imargo mirando hacia Hont una vez los dos leónicos se llevaron a los niños osos.
Salieron a la parte trasera de la casa. Un grupo de personas estaban congregadas en silencio en la valla que cubría la vivienda. Imargo dio un fuerte resoplido y Hont lo imitó a su espalda.
Los otros dos leónicos hicieron su trabajo. Cubrieron con un saco la cabeza de los dos niños. Imargo los mató rápido con un elegante y preciso cuajo en el cuello. No gritaron y no sufrieron. Si les hubiera dejado vivir enfermos; los niños gritarían de dolor todos los días por el resto de sus vidas.
Hont se echó a llorar. Buscó con la mirada, sin moverse de su posición, a Eltrant y a la chica que le acompañaba. Seguro que él sabría qué decir para hacer sentir mejor al hombrecillo zarigüeya. No lo encontró por lo que se tuvo que conformar con las torpes palabras de Imargo:
-Entiende que esto es lo mejor que podemos hacer. No me gusta lo que hacemos, ninguno de nosotros se divierte. –con una mano acariciaba la cabecita de Hont, con la otra hacia gesto incomprensibles para ayudarse a explicar- Adie dijo esta mañana que ayer murieron 19 personas. Las conté. ¿Sabes cuántas murieron hace tres días? 36. Más de la mitad murieron por la falta de comida. Desde que estamos aquí, cada vez hay menos contagios y hasta las familias más pobres tienen algo que comer. ¿Lo entiendes verdad?- con la mano que le acariciaba el lomo, le limpió las lágrimas- ¿Entiendes que lo hacemos porque es lo correcto?-
-Somos héroes-dijo Hont en un leve susurro.
-Lo intentamos-.
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Al cabo de una horas de lo sucedido en casa de la familia Wand, una vez que los cadáveres ya habían sido quemados y todas las casas con algo de comida saqueadas por parte de los léonicos; el que parecía el líder de la banda se asentó en el centro de la aldea. Con un par de tablas y una hoguera, improvisó una especie de cocina en la que hizo una enorme olla de sopa. El líder ponía la sopa en los cuencos y el hombre bestia más pequeño se encargaba de repartir los cuencos a todo el mundo que quisiera cenar.
Desde el punto de vista de Gabriel Marlowe, repartir la comida entre las tribus era lo único bueno que hacían los leónicos. Delante de la olla de sopa, había yna larga fila de úrsidos habitantes de la aldea y de mero curiosos como Marlowe lo era. Muchos no habían comido durante días. Con la enfermedad también vinieron las guerras entre los propios vecinos. En Ulmer ( Gabriel era un viejo lobo de Ulmer) los lobos comenzaron a matarse entre ellos por el simple hecho de que alguien tenía un cerdo más o que las gallinas de una familia dejaron de poner huevos. De la envidia emergió la ira y de ésta la sangre. Gabriel Marlowe lo vio todo.
¿Dónde estaban, entonces, los leónicos cuando los Trent mataron al hijo de los Canto? ¿Alguien les había visto la noche en el que un grupo de jóvenes lobos entraron en casa de los Gorten para matarles mientras dormían y robarles las gallinas? Para Marlowe, Melena Blanca llegó demasiado tarde.
Lo reconocía, los primeros de su llegada hubo cierto orden. Los injustos asesinatos habían cesado. Nadie se atrevía a atacar a su vecino por miedo a que los leónicos les castigasen. Las cosas parecían ir a mejor y Marlowe fue el primero en presentar toda su ayuda a Melena Blanca. “Parecer” no era igual que “ser”. Los asesinatos no terminaron, sino que cambiaron de líneas. Los vecinos no se mataban entre ellos, tenían a los leónicos para hacer el trabajo sucio. Como acababa de pasar con los Wand. Fue llegar ellos y matar a toda la familia.
Marlowe cogió su cuenco de sopa y sentó en un pequeño muro de piedra, de no más de medio metro, que servía de adorno en el centro de la aldea. Si Gan Wand (el padre de los osos) estuviera vivo estaría sentado al lado de Gabriel Marlowe y conversarían sobre lo mal que lo estaban pasando. Gabriel tenía grandes planes para acabar con los leónicos, Wand los conocía. Según los rumores, el oso intentó atacar a los leónicos y ellos les habían matado en acto de defensa. Tal vez, Gan Wand quiso comenzar el plan de Marlowe demasiado pronto. El viejo lobo sorbía su sopa mientras pensaba en su plan. Si funcionaba, podrían echar a los leónicos del Reino del Este. ¿Qué importaba si Melena Blanca fuera o no el Centinela del Este? Lo desterraría igualmente y, si hacía falta, se proclamaría él como el nuevo Centinela.
- Gabriel Marlowe:
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Ambos: Tercera y tal vez última elección del día. Han pasado horas después de lo sucedido en casa de los osos. Estáis en la hora de la cena. Imargo reparte sopa a todo aquel que la pida. Ya habéis visto lo complicada que es la situación, deberéis decidir de parte de quién estáis. Podéis quedaros junto con Imargo, repartir comida a los hambrientos y animar al pobre Hont a que vuelva a ser tan activo como de costumbre o podéis encontraros con Gabriel Marlowe. Con suerte, si os hacéis amigo del viejo, quizás os cuente qué tiene preparado. Como antes, no es preciso que estéis de acuerdo, incluso, sería más divertido que cada uno hiciera una cosa diferente. Tenéis absoluta libertad.
Sigel
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
Los niños estaban muertos. Los dos.
Como era de esperar, los habían ejecutado para minimizar el riesgo de contagio, aun con sus quejas y las de Ircan. No le sorprendía, eran dos desconocidos tratando de interponerse en los asuntos de la fuerza del orden local, le extrañaba que se hubiesen prestado a aceptar ayuda de gente como ellos.
Se sentó en un barril que descansaba a pocos metros de la casa que los oseznos habían llamado hogar. Se quitó los guanteletes que cubrían sus manos, estiró los brazos por encima de su cabeza y, justo después, ajustó el pañuelo rojo que rodeaba su boca.
¿Qué pretendía conseguir? ¿Por qué había detenido en primer lugar la hoja de Imargo?
¿Cómo diantres iba a salvar a nadie cuando no podía responder aquellas preguntas?
Lyn se sentó a su lado, con la cara completamente cubierta por las varias franjas de tela que componían la capa de Eltrant y depositó su cabeza en el hombro del exmercenario, sin decir nada. Eltrant le había contado lo sucedido en el interior de la casa, la vampiresa no había dicho nada al respecto, pero llevaba un rato callada, pensativa.
- ¿No tienes calor con eso? Se supone que solo te tienes que tapar la boca – Notó como Lyn se encogía de hombros como toda respuesta, Eltrant sonrió y miró fijamente la hoguera que los leónicos habían encendido en el centro de la plaza, dónde cocinaban algo que humaba lentamente en el interior de un caldero de grandes proporciones. - ¿Cómo estás? – Preguntó al final a su compañera viendo que esta seguía en silencio.
Lyn no respondió, no inmediatamente. Siguió con la mirada a los distintos soldados leónicos que repartían comida entre la multitud, la cual estaba disgregada en un numero bastante variado de razas.
- ¿Cómo te encuentras tú? – Inquirió Lyn de vuelta, Eltrant se pasó la mano por la barba y negó con la cabeza, quitándole importancia al asunto.
- Bien – Respondió, sus ojos volaron de persona en persona, de leónico en leónico, finalmente acabaron firmemente clavados en Imargo. – …nada importante. – Aseguró suspirando, ofreciéndole una sonrisa cansada a la muchacha.
– Mortal… - Lyn se detuvo a mitad de frase y descubrió su cara, sonrió a Eltrant - … He vivido… - Lyn se pensó un poco en que decir a continuación, el castaño enarcó una ceja - … Mucho. – Dijo al final con un deje de duda en su voz, bajándose del barril en el que estaba sentada y tomando aire profundamente, extendiendo ambos brazos. – … Y… esto… ¿Cómo lo explico? – Se llevó ambas manos hasta el flequillo e hizo un par de rizos. – ¿Hay muchos colores? – La vampiresa se llevó una mano hasta la barbilla reflexiva, aquella frase había sido una mezcla entre pregunta y afirmación, Eltrant se cruzó de brazos, esperando el desenlace final que el discurso de Lyn iba a tener – Quiero decir... – Sacudió la cabeza con suavidad y miró al humano. – No juzgues las cosas por lo que parecen. – Dijo – …Sé que se te da bien el no hacerlo. – Añadió entrelazando las manos a la espalda. – Pero... acuérdate.
Eltrant se giró a mirar a los soldados de Imargo, a Hont, repartir la comida con la que se habían hecho y asintió con suavidad, Lyn ensanchó su sonrisa.
- Y alegra esa cara, mi pequeño Mortalillo – Dijo Lyn dándole una palmada en la hombrera al castaño – Que tú te mueres y esas cosas en tres días mal contados. No es como si pudieses permitirte fruncir el ceño mucho. – Aseguró, Eltrant se encogió de hombros, sonriendo y asintió ligeramente.
- Creo que sé que dices. – Dijo recuperando los guanteletes del suelo, depositándolos en el lugar en el que había estado Lyn sentada hacía unos instantes. – … pero te explicas de pena. – Añadió dedicándole una sonrisa pícara a la joven.
Lyn le sacó la lengua y se giró sobre sí misma, cubriendo su cara, o su cabeza más bien, con la capa.
- ¡Pues me voy a ayudar con la comida! – Dijo señalando la gigantesca olla que los hombres de Imargo habían colocado. - ¡Y tú te quedas sin nada! – Eltrant dejó escapar una pequeña carcajada al ver a la muchacha marchase en dirección a los leónicos, para entonces, tras hablar con unos cuantos soldados y señalar varios elementos del entorno que no parecían tener relación entre sí, ayudar a repartir comida entre los aldeanos que se acercaban al centro del lugar.
Se dedicó a observar como las cosas funcionaban allí, como los guerreros conversaban con los aldeanos según estos es acercaban, dándoles conversación, hablando de cosas tan usuales como el calor que hacía en verano en Aerandir o lo despejado que estaba el cielo aquella noche.
Les mantenían vivos, seguros con su presencia en aquel lugar, mantenían la plaga a raya. Cerró los ojos y se recostó pobremente en aquel barril que ya podía afirmar que era su lugar favorito de aquel lugar.
Seguía sintiendo un ya conocido malestar al saber de la muerte de los hijos del oso, seguía sintiendo impotencia por no haber podido hacer nada remotamente útil por ellos, por haber abandonado la habitación sabiendo muy en el fondo que, aunque él tratase de impedir el destino de los úrsidos, los hombres de Imargo se habrían lanzado sobre él, Ircan y los niños, todos habrían muerto.
Sus muertes eran inevitables y eso le dolía, si lo pensaba fríamente, si utilizaba los cálculos que estaba obligado a usar cuando comandaba el Escuadrón de Acero en lugar de Alanna, no podía pensar en otro final para ellos. Estaban perdidos en el medio del bosque, no había acceso sencillo a aquella aldea; era muy ingenuo pensar que mágicamente una medicina iba a aparecer de la nada, y si lo hacía, estaba muy seguro de que no lo iba a hacer a tiempo para salvar las vidas de los que ya estaban enfermos.
Miró a Lyn trabajar a lo lejos, la muchacha tenía razón, no podía juzgarles por sus actos, no por aquellos. No estaban matando a todo aquel que se interponía frente a sus “Nobles” actos, estaban haciendo lo necesario para sobrevivir, por duro que fuese, tenía que admitir que las cosas en aquella aldea podían estar mucho peor si los leónicos desaparecían del lugar.
Se pasó la mano por el pelo y lo peinó pobremente, fuese como fuese, Lyn seguía decidida ayudar a los presentes a combatir la plaga, no podía dejarla sola.
Como era de esperar, los habían ejecutado para minimizar el riesgo de contagio, aun con sus quejas y las de Ircan. No le sorprendía, eran dos desconocidos tratando de interponerse en los asuntos de la fuerza del orden local, le extrañaba que se hubiesen prestado a aceptar ayuda de gente como ellos.
Se sentó en un barril que descansaba a pocos metros de la casa que los oseznos habían llamado hogar. Se quitó los guanteletes que cubrían sus manos, estiró los brazos por encima de su cabeza y, justo después, ajustó el pañuelo rojo que rodeaba su boca.
¿Qué pretendía conseguir? ¿Por qué había detenido en primer lugar la hoja de Imargo?
¿Cómo diantres iba a salvar a nadie cuando no podía responder aquellas preguntas?
Lyn se sentó a su lado, con la cara completamente cubierta por las varias franjas de tela que componían la capa de Eltrant y depositó su cabeza en el hombro del exmercenario, sin decir nada. Eltrant le había contado lo sucedido en el interior de la casa, la vampiresa no había dicho nada al respecto, pero llevaba un rato callada, pensativa.
- ¿No tienes calor con eso? Se supone que solo te tienes que tapar la boca – Notó como Lyn se encogía de hombros como toda respuesta, Eltrant sonrió y miró fijamente la hoguera que los leónicos habían encendido en el centro de la plaza, dónde cocinaban algo que humaba lentamente en el interior de un caldero de grandes proporciones. - ¿Cómo estás? – Preguntó al final a su compañera viendo que esta seguía en silencio.
Lyn no respondió, no inmediatamente. Siguió con la mirada a los distintos soldados leónicos que repartían comida entre la multitud, la cual estaba disgregada en un numero bastante variado de razas.
- ¿Cómo te encuentras tú? – Inquirió Lyn de vuelta, Eltrant se pasó la mano por la barba y negó con la cabeza, quitándole importancia al asunto.
- Bien – Respondió, sus ojos volaron de persona en persona, de leónico en leónico, finalmente acabaron firmemente clavados en Imargo. – …nada importante. – Aseguró suspirando, ofreciéndole una sonrisa cansada a la muchacha.
– Mortal… - Lyn se detuvo a mitad de frase y descubrió su cara, sonrió a Eltrant - … He vivido… - Lyn se pensó un poco en que decir a continuación, el castaño enarcó una ceja - … Mucho. – Dijo al final con un deje de duda en su voz, bajándose del barril en el que estaba sentada y tomando aire profundamente, extendiendo ambos brazos. – … Y… esto… ¿Cómo lo explico? – Se llevó ambas manos hasta el flequillo e hizo un par de rizos. – ¿Hay muchos colores? – La vampiresa se llevó una mano hasta la barbilla reflexiva, aquella frase había sido una mezcla entre pregunta y afirmación, Eltrant se cruzó de brazos, esperando el desenlace final que el discurso de Lyn iba a tener – Quiero decir... – Sacudió la cabeza con suavidad y miró al humano. – No juzgues las cosas por lo que parecen. – Dijo – …Sé que se te da bien el no hacerlo. – Añadió entrelazando las manos a la espalda. – Pero... acuérdate.
Eltrant se giró a mirar a los soldados de Imargo, a Hont, repartir la comida con la que se habían hecho y asintió con suavidad, Lyn ensanchó su sonrisa.
- Y alegra esa cara, mi pequeño Mortalillo – Dijo Lyn dándole una palmada en la hombrera al castaño – Que tú te mueres y esas cosas en tres días mal contados. No es como si pudieses permitirte fruncir el ceño mucho. – Aseguró, Eltrant se encogió de hombros, sonriendo y asintió ligeramente.
- Creo que sé que dices. – Dijo recuperando los guanteletes del suelo, depositándolos en el lugar en el que había estado Lyn sentada hacía unos instantes. – … pero te explicas de pena. – Añadió dedicándole una sonrisa pícara a la joven.
Lyn le sacó la lengua y se giró sobre sí misma, cubriendo su cara, o su cabeza más bien, con la capa.
- ¡Pues me voy a ayudar con la comida! – Dijo señalando la gigantesca olla que los hombres de Imargo habían colocado. - ¡Y tú te quedas sin nada! – Eltrant dejó escapar una pequeña carcajada al ver a la muchacha marchase en dirección a los leónicos, para entonces, tras hablar con unos cuantos soldados y señalar varios elementos del entorno que no parecían tener relación entre sí, ayudar a repartir comida entre los aldeanos que se acercaban al centro del lugar.
Se dedicó a observar como las cosas funcionaban allí, como los guerreros conversaban con los aldeanos según estos es acercaban, dándoles conversación, hablando de cosas tan usuales como el calor que hacía en verano en Aerandir o lo despejado que estaba el cielo aquella noche.
Les mantenían vivos, seguros con su presencia en aquel lugar, mantenían la plaga a raya. Cerró los ojos y se recostó pobremente en aquel barril que ya podía afirmar que era su lugar favorito de aquel lugar.
Seguía sintiendo un ya conocido malestar al saber de la muerte de los hijos del oso, seguía sintiendo impotencia por no haber podido hacer nada remotamente útil por ellos, por haber abandonado la habitación sabiendo muy en el fondo que, aunque él tratase de impedir el destino de los úrsidos, los hombres de Imargo se habrían lanzado sobre él, Ircan y los niños, todos habrían muerto.
Sus muertes eran inevitables y eso le dolía, si lo pensaba fríamente, si utilizaba los cálculos que estaba obligado a usar cuando comandaba el Escuadrón de Acero en lugar de Alanna, no podía pensar en otro final para ellos. Estaban perdidos en el medio del bosque, no había acceso sencillo a aquella aldea; era muy ingenuo pensar que mágicamente una medicina iba a aparecer de la nada, y si lo hacía, estaba muy seguro de que no lo iba a hacer a tiempo para salvar las vidas de los que ya estaban enfermos.
Miró a Lyn trabajar a lo lejos, la muchacha tenía razón, no podía juzgarles por sus actos, no por aquellos. No estaban matando a todo aquel que se interponía frente a sus “Nobles” actos, estaban haciendo lo necesario para sobrevivir, por duro que fuese, tenía que admitir que las cosas en aquella aldea podían estar mucho peor si los leónicos desaparecían del lugar.
Se pasó la mano por el pelo y lo peinó pobremente, fuese como fuese, Lyn seguía decidida ayudar a los presentes a combatir la plaga, no podía dejarla sola.
Última edición por Eltrant Tale el Vie 14 Jul 2017, 02:56, editado 1 vez
Eltrant Tale
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
"Al final los han matado" pensé cuando vi los pequeños cuerpos de los niños arder conteniendo las lagrimas.
Era un poco ironico que en mi situación me preocupara más por aquellos niños que por cruel que sonará ya no sufrirían más que por mi mismo. El pequeño me había tosido en la cara, y no sabia en aquel momento cuanta seria la efectividad de llevar el rostro cubierto por una tela. Si fuera tan fácil defenderse de aquella enfermedad, no tenia sentido que ya hubiera dejado tantas muertes.
Pero en aquel momento le dolía más la impotencia que había sentido. Los hombres de Imargo lo había apartado de un empujón antes de llevarse a los niños. Él de verdad se había plantado con ganas de defender a aquellos niños, pero había quedado completamente impotente cuando aquellos felinos le apartaron de un empujón como si solo fuera un trapo, como si ni siquiera valiera pena perder el tiempo con él. Con ese empujón volvió a la dura realidad. A la dura realidad en la que sólo era un niño de 16 años que puede que estuviera jugando a ser algo que no era. ¿A donde iba un niño de 16 años con unas ropas que prácticamente eran unos harapos casi descosidos por su antigüedad y con una espada medio oxidada y medio mellada? ¿A salvar el mundo? Se sintió un poco imbécil cuando volvió a esa dura realidad y bajo las escaleras casi tan desanimado como el pequeño Hont.
Cuando bajé vi como Imargo y Hont hablaban sobre que el número de victimas había bajado y que estaban haciendo lo correcto.
"¿Y has contado cuantos habéis matado tú y tus hombres desde entonces?" pensé con furia "O esas cifras son mejor sacarlas del computo? Pues ahora deberías de sumar 3 por tu parte a las victimas de hoy"
-Somos héroes-dijo Hont en un leve susurro.
"No, no somos héroes." pensé desanimado "Somos cómplices de un asesinato. Debemos ver de una vez la cruel realidad"
A partir de ese momento me mantuve apartado absorto en mis pensamientos mientras los leónicos montaban una improvisada cocina para alimentar a la aldea. Podría decirse que era lo único bueno que hacían, aunque esa comida proviniera de asesinatos a otros. ¿Acaso ese alimento justificaba los asesinatos? Puede que fuera muy joven pero debería haber otra forma de hacer todo aquello. ¿Además, cuanto podría tirar del hilo sin que este se rompiera? ¿Cuanto tiempo iban a permanecer los aldeanos impasibles viendo la muerte de sus vecinos sabiendo que puede que pronto les tocará a ellos? ¿No había sido aquel ataque por la espalda una pequeña muestra de lo que podría avecinarse pronto?
La verdad, no le gustaban los métodos que habían empleado los leónicos y viendo que existía la posibilidad de que aquel pequeño niño le hubiese transmitido la enfermedad no le traía una buena expectativa de futuro. Debía hallar otra forma o huir de allí lo antes posible. Sino podría ver que en aproximadamente una semana, si llegaba, sería su cuerpo el que alimentaria el fuego.
Mientras la gente comía vio como un hombre de avanzada edad y de pelo canoso se sentaba en un muro decorativo y miraba con ojos inteligentes la escena. ¿Que estaría pensando aquel hombre? Miraba a los leónicos como estudiándolos, como aquel que jugaba una partida de ajedrez y quería ganar la partida.
Si quería cambiar mi funesto destino debía de dar un cambio de rumbo a todo. Y madurar aunque fuera a golpes. Aunque eso me llevará a enfrentarme a un grupo tan temible como los leónicos, puede que fuera la única forma de salvarme. Me levanté y me dirigí a donde estaba el hombre.
-Buenas anciano, me llamo Ircan- me acerque presentándome antes de apoyar mi cuerpo contra el muro de piedra.
El anciano me miró con interés y hizo un ademan con la cabeza.
-Un placer joven, yo soy Gabriel Marlowe - respondió con educación tomando una cucharada de sopa.
- ¿Conocías a los úrsidos de aquella casa?- dije señalando la cabeza a la casa que aún conservaba el charco de sangre en el umbral - Creo que en esta situación podemos decir esa frase de viejas que reza "A veces es peor el remedio que la enfermedad".- hablé en casi un susurro para que sólo Gabriel me escuchará - Pobres niños... dije casi en un lamento.
Mientras esperaba la respuesta del anciano, saque uno de los ya escasos trozos de carne seca que aún llevaba en mi pequeño fardo, por cortesía de Tom, y comencé a masticarlo para paliar en algo el hambre, y el agujero en mi interior que había provocado esa situación.
Era un poco ironico que en mi situación me preocupara más por aquellos niños que por cruel que sonará ya no sufrirían más que por mi mismo. El pequeño me había tosido en la cara, y no sabia en aquel momento cuanta seria la efectividad de llevar el rostro cubierto por una tela. Si fuera tan fácil defenderse de aquella enfermedad, no tenia sentido que ya hubiera dejado tantas muertes.
Pero en aquel momento le dolía más la impotencia que había sentido. Los hombres de Imargo lo había apartado de un empujón antes de llevarse a los niños. Él de verdad se había plantado con ganas de defender a aquellos niños, pero había quedado completamente impotente cuando aquellos felinos le apartaron de un empujón como si solo fuera un trapo, como si ni siquiera valiera pena perder el tiempo con él. Con ese empujón volvió a la dura realidad. A la dura realidad en la que sólo era un niño de 16 años que puede que estuviera jugando a ser algo que no era. ¿A donde iba un niño de 16 años con unas ropas que prácticamente eran unos harapos casi descosidos por su antigüedad y con una espada medio oxidada y medio mellada? ¿A salvar el mundo? Se sintió un poco imbécil cuando volvió a esa dura realidad y bajo las escaleras casi tan desanimado como el pequeño Hont.
Cuando bajé vi como Imargo y Hont hablaban sobre que el número de victimas había bajado y que estaban haciendo lo correcto.
"¿Y has contado cuantos habéis matado tú y tus hombres desde entonces?" pensé con furia "O esas cifras son mejor sacarlas del computo? Pues ahora deberías de sumar 3 por tu parte a las victimas de hoy"
-Somos héroes-dijo Hont en un leve susurro.
"No, no somos héroes." pensé desanimado "Somos cómplices de un asesinato. Debemos ver de una vez la cruel realidad"
A partir de ese momento me mantuve apartado absorto en mis pensamientos mientras los leónicos montaban una improvisada cocina para alimentar a la aldea. Podría decirse que era lo único bueno que hacían, aunque esa comida proviniera de asesinatos a otros. ¿Acaso ese alimento justificaba los asesinatos? Puede que fuera muy joven pero debería haber otra forma de hacer todo aquello. ¿Además, cuanto podría tirar del hilo sin que este se rompiera? ¿Cuanto tiempo iban a permanecer los aldeanos impasibles viendo la muerte de sus vecinos sabiendo que puede que pronto les tocará a ellos? ¿No había sido aquel ataque por la espalda una pequeña muestra de lo que podría avecinarse pronto?
La verdad, no le gustaban los métodos que habían empleado los leónicos y viendo que existía la posibilidad de que aquel pequeño niño le hubiese transmitido la enfermedad no le traía una buena expectativa de futuro. Debía hallar otra forma o huir de allí lo antes posible. Sino podría ver que en aproximadamente una semana, si llegaba, sería su cuerpo el que alimentaria el fuego.
Mientras la gente comía vio como un hombre de avanzada edad y de pelo canoso se sentaba en un muro decorativo y miraba con ojos inteligentes la escena. ¿Que estaría pensando aquel hombre? Miraba a los leónicos como estudiándolos, como aquel que jugaba una partida de ajedrez y quería ganar la partida.
Si quería cambiar mi funesto destino debía de dar un cambio de rumbo a todo. Y madurar aunque fuera a golpes. Aunque eso me llevará a enfrentarme a un grupo tan temible como los leónicos, puede que fuera la única forma de salvarme. Me levanté y me dirigí a donde estaba el hombre.
-Buenas anciano, me llamo Ircan- me acerque presentándome antes de apoyar mi cuerpo contra el muro de piedra.
El anciano me miró con interés y hizo un ademan con la cabeza.
-Un placer joven, yo soy Gabriel Marlowe - respondió con educación tomando una cucharada de sopa.
- ¿Conocías a los úrsidos de aquella casa?- dije señalando la cabeza a la casa que aún conservaba el charco de sangre en el umbral - Creo que en esta situación podemos decir esa frase de viejas que reza "A veces es peor el remedio que la enfermedad".- hablé en casi un susurro para que sólo Gabriel me escuchará - Pobres niños... dije casi en un lamento.
Mientras esperaba la respuesta del anciano, saque uno de los ya escasos trozos de carne seca que aún llevaba en mi pequeño fardo, por cortesía de Tom, y comencé a masticarlo para paliar en algo el hambre, y el agujero en mi interior que había provocado esa situación.
Ircan
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
“Anciano”. Repitió mentalmente la palabra que el joven usó para llamarle. Al escucharla sintió que sus huesos crujían como si fueran las cáscaras de un fruto seco. Fue desagradable, a la par que necesario. Marlowe se había repetido en una infinidad de ocasiones que era demasiado viejo como para estar conspirando a las espaldas de nadie. Solo había que ver el cuenco de sopa que sostenía con las dos manos; temblaba, no por los nervios de lo que estaba por llegar, sino porque el pulso le fallaba. Gabriel Marlowe no podía sostener una espada. El hacha que usaba Wand la sentía tan pesada que no podía levantar la del suelo. El arco tampoco era una opción; la madera del arco o el proyectil temblarían como el cuenco de sopa haciendo imposible que pudiera disparar hacia ningún objetivo. Marlowe era un viejo, el chico (que a simple vista no parecía haber cumplido la veintena) lo había clavado nada más verle: “Anciano”.
Se presentó al joven sin prestarle atención. Los ojos de Gabriel Marlowe se movían como si estuvieran bailando a los tres leónicos que allí había. El que había matado a los niños de Wand estaba en la hoguera preparando varias ollas sopa. A cada olla, la sopa estaba más aguada y sabía peor. Una hembra leónica se paseaba por las mesas vigilando que todos los comensales estuvieran bien. Marlowe se fijó en una niña de corto cabello moreno que seguía a la leónica allá donde fuera, quizás fuera una voluntaria. El tercer y último leónico se quedaba vigilando en carro de comida que los leónicos habían llenado a base de saquear a las inocente familias.
El chico siguió hablando, pero no le prestó mucha atención. Dijo lo mismo que tantas veces había pensado en secreto y que tantas veces había oído a sus amigos decirlo en voz alta. Los leónicos no eran unos héroes. Eran unos asesinos y saqueadores que se disfrazaban con las capas de guardias protectores cuando les convenía. Se adueñaron, injustamente, de las aldeas y del Reino del Este. Melena Blanca se asentó en Ulmer con los lujos de un rey. Marlowe se lo imaginó comiendo un bistec de tierna ternera mientras él comía una sopa insípida. No era justo. Ni los licántorpos ni los hombres bestias pidieron jamás la ayuda de los leónicos. Simplemente, llegaron después de las muertas por la pandemia y aprovecharon el hueco de poder para imponer su ley a costa de más muertes. ¿A cambio de qué? ¡De mentiras! Las medicinas que repartían no servían de nada. ¿Es que nadie salvo él se daba cuenta?
-Esto no es un remedio, es otra enfermedad todavía peor-.
Con un movimiento tosco y débil, dejó el cuenco a un lado y se levantó del pequeño muro. Volvió a hablar una vez pudo ponerse en pie.
-Por fortuna, para esta enfermedad sí existe una cura y es mucho más eficaz de la que reparten por ahí- hubo unos segundos de silencio y luego volvió hablar con un tono de voz más bajo y severo - Si ayer hubiéramos tomado mi medicina, los niños de los Wand estarían vivos-.
Del bolsillo de su gabardina negra sacó un pequeño trozo de cristal. Lo dirigió a la hoguera y, poco a poco, lo fue doblando para que el reflejo de la luz hiciera una pequeña señal. Si el plan de Marlow tenía efecto, la medicina que hoy verían se extendería a otras ciudades. Sería el fin de Melena Blanca y los leónicos. ¿Centinela del Este? Se acabó.
Detrás del carro de suministros de los leónicos apareció una sombra que Marlowe conocía de buena mano. Su nombre era Tonás, un hombre oso mucho más hombre y menos oso que Wand. Tonás se puso detrás el leónico que vigilaba el carro. Con su garra derecha le sujetó por la cintura para que no se moviera y con la izquierda le desgarró el cuello.
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El líder de los leónicos y la hembra fueron rápidos en desenvainar sus espadas, pero la medicina que Marlowe tenía preparada era más rápida y eficaz. Muchos de los hombres bestias se levantaron de sus mesas, la mayoría tenían sus armas escondidas bajo las capas.
-Los remedios no han de ser peores que la enfermedad, esto es muy bueno- dijo Marlowe con una media sonrisa dando la espalda al chico.
Y lo mejor estaba por llegar. Si conseguían acabar con los leónicos hoy, las otras aldeas utilizarían la misma medicina de Marlowe: La medicina de la rebelión y la libertad. Melana Blanca, si fuera la mitad de inteligente que Gabriel Marlowe creía ser, huiría del Reino del Este. Desterrado de por vida. Todos sabrían que un viejo lobo, un anciano a los ojos de los más jóvenes, había acabado con el Centinela Melena Blanca.
Eltrant Tale: Elegiste quedarte con los leónicos e ignorar al Gabriel Marlowe. Puede haber sido una buena elección. Ahora deberás luchar en su mando. Se avecina una masacre, Marlowe lo llama “medicina”.
ircan: Rivalizas con Eltrant. Has elegido estar del mando de Marlowe. Demuestra entonces que tiene razón. Deshazte de los leónicos que tantos muertos han dejado bajo su sombra.
Ambos: No soy partidaria de dejarlo todo en función de las runas. Por lo que, para ser más justa, esta batalla, considerando que Eltrant tiene mucho más nivel y habilidades que Ircan, dependerá de vuestra calidad literaria. Según cómo escribáis, podréis acabar con vuestro ligar, o no matar ni a una mosca. La Voluntad de los Dioses la lanzaréis por ver la gravedad de vuestras heridas en combate; no el final de éste. Es el último turno de la misión. Haced lo mejor que sepáis.
Se presentó al joven sin prestarle atención. Los ojos de Gabriel Marlowe se movían como si estuvieran bailando a los tres leónicos que allí había. El que había matado a los niños de Wand estaba en la hoguera preparando varias ollas sopa. A cada olla, la sopa estaba más aguada y sabía peor. Una hembra leónica se paseaba por las mesas vigilando que todos los comensales estuvieran bien. Marlowe se fijó en una niña de corto cabello moreno que seguía a la leónica allá donde fuera, quizás fuera una voluntaria. El tercer y último leónico se quedaba vigilando en carro de comida que los leónicos habían llenado a base de saquear a las inocente familias.
El chico siguió hablando, pero no le prestó mucha atención. Dijo lo mismo que tantas veces había pensado en secreto y que tantas veces había oído a sus amigos decirlo en voz alta. Los leónicos no eran unos héroes. Eran unos asesinos y saqueadores que se disfrazaban con las capas de guardias protectores cuando les convenía. Se adueñaron, injustamente, de las aldeas y del Reino del Este. Melena Blanca se asentó en Ulmer con los lujos de un rey. Marlowe se lo imaginó comiendo un bistec de tierna ternera mientras él comía una sopa insípida. No era justo. Ni los licántorpos ni los hombres bestias pidieron jamás la ayuda de los leónicos. Simplemente, llegaron después de las muertas por la pandemia y aprovecharon el hueco de poder para imponer su ley a costa de más muertes. ¿A cambio de qué? ¡De mentiras! Las medicinas que repartían no servían de nada. ¿Es que nadie salvo él se daba cuenta?
-Esto no es un remedio, es otra enfermedad todavía peor-.
Con un movimiento tosco y débil, dejó el cuenco a un lado y se levantó del pequeño muro. Volvió a hablar una vez pudo ponerse en pie.
-Por fortuna, para esta enfermedad sí existe una cura y es mucho más eficaz de la que reparten por ahí- hubo unos segundos de silencio y luego volvió hablar con un tono de voz más bajo y severo - Si ayer hubiéramos tomado mi medicina, los niños de los Wand estarían vivos-.
Del bolsillo de su gabardina negra sacó un pequeño trozo de cristal. Lo dirigió a la hoguera y, poco a poco, lo fue doblando para que el reflejo de la luz hiciera una pequeña señal. Si el plan de Marlow tenía efecto, la medicina que hoy verían se extendería a otras ciudades. Sería el fin de Melena Blanca y los leónicos. ¿Centinela del Este? Se acabó.
Detrás del carro de suministros de los leónicos apareció una sombra que Marlowe conocía de buena mano. Su nombre era Tonás, un hombre oso mucho más hombre y menos oso que Wand. Tonás se puso detrás el leónico que vigilaba el carro. Con su garra derecha le sujetó por la cintura para que no se moviera y con la izquierda le desgarró el cuello.
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El líder de los leónicos y la hembra fueron rápidos en desenvainar sus espadas, pero la medicina que Marlowe tenía preparada era más rápida y eficaz. Muchos de los hombres bestias se levantaron de sus mesas, la mayoría tenían sus armas escondidas bajo las capas.
-Los remedios no han de ser peores que la enfermedad, esto es muy bueno- dijo Marlowe con una media sonrisa dando la espalda al chico.
Y lo mejor estaba por llegar. Si conseguían acabar con los leónicos hoy, las otras aldeas utilizarían la misma medicina de Marlowe: La medicina de la rebelión y la libertad. Melana Blanca, si fuera la mitad de inteligente que Gabriel Marlowe creía ser, huiría del Reino del Este. Desterrado de por vida. Todos sabrían que un viejo lobo, un anciano a los ojos de los más jóvenes, había acabado con el Centinela Melena Blanca.
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Eltrant Tale: Elegiste quedarte con los leónicos e ignorar al Gabriel Marlowe. Puede haber sido una buena elección. Ahora deberás luchar en su mando. Se avecina una masacre, Marlowe lo llama “medicina”.
ircan: Rivalizas con Eltrant. Has elegido estar del mando de Marlowe. Demuestra entonces que tiene razón. Deshazte de los leónicos que tantos muertos han dejado bajo su sombra.
Ambos: No soy partidaria de dejarlo todo en función de las runas. Por lo que, para ser más justa, esta batalla, considerando que Eltrant tiene mucho más nivel y habilidades que Ircan, dependerá de vuestra calidad literaria. Según cómo escribáis, podréis acabar con vuestro ligar, o no matar ni a una mosca. La Voluntad de los Dioses la lanzaréis por ver la gravedad de vuestras heridas en combate; no el final de éste. Es el último turno de la misión. Haced lo mejor que sepáis.
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
Un grito desgarrador rompió el cielo en dos, como un relámpago anunciando una tormenta.
Eltrant se levantó de inmediato asiendo su arma, confuso. Más de un centenar de espadas brillaron a la luz de la fogata, se alzaron en la noche, destellos de metal plateado desgarrando la carne de soldados, tiñéndose de rojo.
- ¡A las armas! – Gritos, dolor, muerte. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué lo que parecía ser una comida con unos refugiados se había convertido en una batalla campal? - ¡A las armas! – Uno de los leónicos atizaba un cazo con un cucharon de metal, alertando a todos los soldados que pudiesen estar distraídos o que no se hubiesen percatado de lo que estaba sucediendo.
Le daba absolutamente igual lo que estuviese sucediendo, el motivo tras el ataque, buscó con la mirada lo único que le importaba de aquel lugar, buscó a Lyn.
Localizó a la vampiresa debajo de una de las mesas del comedor, las mismas que los hombres bestia que ahora masacraban a los soldados habían usado para camuflarse entre la multitud. - ¡No te muevas! – Ordenó, aunque estaba seguro que la joven no le oía, de todas formas, parecía más preocupada por el marsupial que blandía una larga lanza y que trataba de sacarla de debajo de la mesa.
- ¡¡Lyn!! - Gritó con toda la fuerza de sus pulmones, dejó que la población viese que él estaba ahí, que los leónicos y los hombres a los que se estos se enfrentaban se percatasen de su presencia.
Desenvainó su espada de un fuerte tirón, sin dudar, el brillo la hoja helada iluminó su cara por unos instantes, dándole a sus facciones un fantasmagórico tono azulado. Tomó aire y dio una larga carrera, embistiendo a todo hombre bestia que se encontraba en su camino, apartándolos de delante de su objetivo.
Su hoja acabó firmemente alojada en el cuello del hombre bestia, que cayó al suelo, con un gorgoteo como últimas palabras - ¡Escondete! – Ordenó a la muchacha sacándola de debajo de la mesa, empujándola hacía la periferia de la plaza - ¡Rápido! – Lyn, dubitativa, asintió a la indicación de Eltrant y comenzó a avanzar hacia dónde le habían señalado.
Notó la espada de uno de los rebeldes acertar en su espalda, su armadura chasqueó al hacer rebotar el arma del elefante bípedo, masculló un par de insultos y se giró sobre sí mismo, al parecer le habían etiquetado como un leónico.
Daba igual, si querían pelea, iban a tenerla. De todas formas no iban a dejarle salir de allí por su propio pie.
Bloqueó el siguiente ataque del paquidermo con su antebrazo, la hoja del mamífero se deslizó por su guantelete raspando el metal, siseando en el proceso y acabó acertándole en el hombro, doblando la armadura. Eltrant apretó los dientes y, aprovechando aquel fugaz momento de indefensión del elefante, clavó su espada en el torso de la bestia, que, herida, retrocedió un par de pasos y llamó refuerzos.
¿Era toda la aldea la que se había alzado en armas? Había muchos enemigos, y el hecho de que los leónicos estuviesen en su mayoría desarmados y distraidos cuando habían atacado no facilitaba las cosas.
Volvió a tomar aire y trató de discernir cuál de los individuos que se acercaban sería el primero en lanzarse contra él, no obstante, un fuerte martillazo en su cabeza procedente de un enemigo que no había visto le hizo perder el equilibrio y caer en redondo sobre el barro.
Ignorando el pitido que tenía en sus oídos, blasfemó todo lo alto que pudo y rodó por el suelo tratando de escapar de las armas de los rebeldes, cosa que no consiguió y que, si no llega de ser por su armadura, habría pagado con su vida.
Pateó la cara de un lobo que le estaba sujetando la pierna y se levantó como buenamente pudo, justo a tiempo para desviar el hacha de un simio ridículamente ágil.
Respiró agitado y retrocedió un par de pasos, tratando de recuperar el aliento. ¿Iban ganando? No podía decirlo a ciencia cierta, había muertos en los dos bandos, muchos, aquello era una masacre, se limpió la sangre que resbalaba por su frente y volvió a centrarse en los asaltantes.
Vio a Hont a pocos metros de lo que quedaba de la olla, blandiendo su fiel espada de madera, rodeado por aquella población disconforme. Chasqueó la lengua trató de abrirse pasó hasta la zarigüeya, pero al parecer se habían propuesto no dejarle escapar.
- ¿Entonces por las malas? – Sacudió su espada, las gotitas de sangre que la bañaban cayeron a un lado. -Bien – El elefante volvió a tomar la iniciativa. Eltrant levantó su arma, no iba a esquivar, resistió aquel golpe de fuerza desmedida con el pecho, su armadura se dobló considerablemente ante esto, pero no cedió, retrocedió un par de pasos y tosió, buscando el aire que aquel impacto había sacado de sus pulmones.
Probablemente se habría ganado un buen moratón, pero sonrió, el paquidermo no esperaba que existiese alguien tan idiota como para dejarse golpear a propósito, Eltrant pudo cercenarle un brazo de una rápida estocada y hundir su hoja en el pecho del hombre acabando definitivamente con su vida.
La batalla estaba en su punto álgido, los muertos se acumulaban y ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a ceder terreno, los rebeldes estaban dispuestos a acabar con todo aquel que no simpatizase con su causa, los leónicos no iban a dejar que la aldea se escapar de su ley, por muy dura que fuese esta, era lo mejor según ellos.
- ¡¡Ircan!! – No conocía a nadie de allí, no podía saber quién estaba con los rebeldes y quien con los soldados, pero el joven era como él, un extranjero, él podría sacar a Hont de aquel aprieto. Tenía que hacerlo. Pero no lo veía por ninguna parte.
- ¿¡Dónde leches te has…!? – No pudo terminar la pregunta, le volvieron a hacer retroceder, dos tipos al unísono, el mono del hacha y un humano corpulento. - ¡¡Ayuda a…!! – Era imposible, el humo, el fuego, los gritos, todo sonaba con más fuerza que él, no había nada que pudiese hacer para ayudar a Hont. No él.
Pero, afortunadamente, no sabía dar órdenes, o las personas a las que se las daba las ignoraban por completo. No estaba seguro de que había hecho la vampiresa cuando se alejó de la batalla, pero Lyn se apareció junto a la zarigüeya, la muchacha emergió de entre una nube humo negro y, antes de que los tipos que rodeaban al pequeño héroe pudiesen hacer nada, volvió a desaparecer dejando tras de sí más de aquel humo negro que la caracterizaba, apareciéndose a varios metros de ellos de la hoguera cargando con Hont.
- ¡Su…sujétate! – Eltrant sabía que la vampiresa no era una luchadora, apenas podía hacer tres veces seguidas aquel truco de la aparición sin caer de bruces contra el suelo, mucho menos pelear directamente contra alguien. Podía ver que estaba sudando, respirando de forma irregular, no le sorprendió ver a la muchacha tropezarse y liberar a Hont de entre sus brazos, rodando ambos por el suelo.
- ¡Maldita sea! – Exclamó embistiendo contra el simio, tratándoselo de quitar de encima, pero este le esquivó con una facilidad insultante y contratacó con su hacha, la cual, finalmente, atravesó su coraza, desgarrando la carne que ocultaba bajo ella. - ¡Dadme un respiro! – Se giró sobre sí mismo y lanzó un par tajos sin ton ni son, sin estar seguro de si acertarían o no, consiguió cortar levemente al humano, pero el simio continuó alejándose de sus embestidas.
Lo primero que hizo Lyn al verse en el suelo fue tratar de levantarse, pero no pudo sino gemir en voz baja, dolorida, mientras se arrastraba en dirección a dónde había caído Hont, era incapaz de incorporarse, estaba agotada.
¿Por qué no era más fuerte? Todos los vampiros lo eran, todos eran rápidos espadachines, poderosos combatientes, o maestros de la noche ¿Por qué ella no? Arrancó un trozo de hierba del suelo, impotente consigo misma, tratando de impulsarse y darse más velocidad ¿Por qué no había hecho caso a Eltrant? Continuó arrastrándose hacía la zarigüeya, los rebeldes a los que había dejado atrás habían decidido que Lyn y Hont eran su objetivo, no tardaron en llegar hasta dónde estaban.
- Tú… - Lyn se tumbó boca arriba, jadeando. Miró primero la luna, la única fuente de luz que había para ella en el firmamento, el único astro que podía ver; después miró directamente a los ojos del hombre que encabezaba a quienes les seguían – Tú… - Levantó una mano, apuntó con esta directamente al hombre, que sonriendo alzó su arma - …No quieres… - Le dolía la cabeza – …No quieres hacernos daño… - Su control mental no era el más poderoso, y si tenía en cuenta que apenas podía mantener sus ojos abiertos debido al agotamiento que sentía, lo hacía más ineficaz si cabía.
Pero funcionó. O lo hizo el tiempo suficiente para que, el confundido aldeano que no sabía por qué en su cabeza, de pronto, veía horriblemente mal herir a la muchacha, recibiese la espada de Eltrant en su espalda.
Pero fue su espada, solo su espada, sin nadie que la blandiese.
Eltrant seguía sin poder salir de aquella extraña prisión de cortes en la que el simio y el humano le habían encerrado, una a la que también habían acudido más personas, como el hombre oso que había desencadenado toda aquella muerte. Por lo que no tuvo más remedio que arrojar su espada como si de una lanza se tratase, la cual, por fortuna, acertó.
Pero el hombre que ahora yacía muerto frente a Lyn no era el único que la perseguía, y ahora estaba desarmado, no es como si pudiese seguir arrojando cosas para ayudar a la vampiresa.
Frunció el ceño, y levantó ambos puños. Algunos de los que le rodeaban dejó escapar alguna risita que otra, el sonido del metal comenzaba a desvanecerse de la noche, indicando que cada vez quedaban menos combatientes con vida.
Iba a acabar con todo, en aquel momento. Se quitó el guantelete de metal que cubría su brazo derecho, descubriendo el de cuero que escondía bajo él.
- No me falles ahora… - Murmuró ajustándoselo, volvió a alzar los puños, colocándolos delante de su cara - ¡¿A qué esperáis?! – Gritó a los hombres que le rodeaban. - ¡Estoy desarmado!
El oso se lanzó a por él, gritando con furia, blandiendo su espada. Eltrant sabía que luchaban por algo que creían justo, o eso le gustaba pensar, nadie hace una rebelión organizada por que sí. Pero no iba a permitir que matasen a nadie más aquella noche.
Bloqueó la espada del oso, la cual buscaba su cuello, con su guantelete de metal, el que aún vestía en el brazo izquierdo, la fuerza del úrsido se encargó de que dicha parte de su armadura cediera como si no fuese prácticamente nada, como si no estuviese cortando nada más que papel.
Pero allí había acabado todo, como sucedió con el paquidermo, Eltrant contratacó. El guante de cuero comenzó a humear levemente, a sisear, a desprender vapor según el castaño cerraba su puño y lo dirigía, con toda la fuerza de su brazo, a la cara de aquel hombre.
- ¡Vigila los contrataques! – Gritó cincelando la cara de aquel hombre con el guantelete mágico, haciéndole surcar los aires a una velocidad vertiginosa y estampándolo violentamente contra la casa en la que los dos oseznos que Imargo había ejecutado habían vivido.[1]
Sacudió su brazo, diluyendo la nube de vapor que se había formado al usar el guantelete. Muchos de los presentes se giraron a mirarle, incluyendo los que estaban tras Lyn y Hont. Eltrant trató de ignorar las heridas que recorrían su cuerpo y se volvió a colocar en guardia.
- ¿Quién es el siguiente?
[1] Objeto de Master: Guante de Cuero.
Eltrant se levantó de inmediato asiendo su arma, confuso. Más de un centenar de espadas brillaron a la luz de la fogata, se alzaron en la noche, destellos de metal plateado desgarrando la carne de soldados, tiñéndose de rojo.
- ¡A las armas! – Gritos, dolor, muerte. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué lo que parecía ser una comida con unos refugiados se había convertido en una batalla campal? - ¡A las armas! – Uno de los leónicos atizaba un cazo con un cucharon de metal, alertando a todos los soldados que pudiesen estar distraídos o que no se hubiesen percatado de lo que estaba sucediendo.
Le daba absolutamente igual lo que estuviese sucediendo, el motivo tras el ataque, buscó con la mirada lo único que le importaba de aquel lugar, buscó a Lyn.
Localizó a la vampiresa debajo de una de las mesas del comedor, las mismas que los hombres bestia que ahora masacraban a los soldados habían usado para camuflarse entre la multitud. - ¡No te muevas! – Ordenó, aunque estaba seguro que la joven no le oía, de todas formas, parecía más preocupada por el marsupial que blandía una larga lanza y que trataba de sacarla de debajo de la mesa.
- ¡¡Lyn!! - Gritó con toda la fuerza de sus pulmones, dejó que la población viese que él estaba ahí, que los leónicos y los hombres a los que se estos se enfrentaban se percatasen de su presencia.
Desenvainó su espada de un fuerte tirón, sin dudar, el brillo la hoja helada iluminó su cara por unos instantes, dándole a sus facciones un fantasmagórico tono azulado. Tomó aire y dio una larga carrera, embistiendo a todo hombre bestia que se encontraba en su camino, apartándolos de delante de su objetivo.
Su hoja acabó firmemente alojada en el cuello del hombre bestia, que cayó al suelo, con un gorgoteo como últimas palabras - ¡Escondete! – Ordenó a la muchacha sacándola de debajo de la mesa, empujándola hacía la periferia de la plaza - ¡Rápido! – Lyn, dubitativa, asintió a la indicación de Eltrant y comenzó a avanzar hacia dónde le habían señalado.
Notó la espada de uno de los rebeldes acertar en su espalda, su armadura chasqueó al hacer rebotar el arma del elefante bípedo, masculló un par de insultos y se giró sobre sí mismo, al parecer le habían etiquetado como un leónico.
Daba igual, si querían pelea, iban a tenerla. De todas formas no iban a dejarle salir de allí por su propio pie.
Bloqueó el siguiente ataque del paquidermo con su antebrazo, la hoja del mamífero se deslizó por su guantelete raspando el metal, siseando en el proceso y acabó acertándole en el hombro, doblando la armadura. Eltrant apretó los dientes y, aprovechando aquel fugaz momento de indefensión del elefante, clavó su espada en el torso de la bestia, que, herida, retrocedió un par de pasos y llamó refuerzos.
¿Era toda la aldea la que se había alzado en armas? Había muchos enemigos, y el hecho de que los leónicos estuviesen en su mayoría desarmados y distraidos cuando habían atacado no facilitaba las cosas.
Volvió a tomar aire y trató de discernir cuál de los individuos que se acercaban sería el primero en lanzarse contra él, no obstante, un fuerte martillazo en su cabeza procedente de un enemigo que no había visto le hizo perder el equilibrio y caer en redondo sobre el barro.
Ignorando el pitido que tenía en sus oídos, blasfemó todo lo alto que pudo y rodó por el suelo tratando de escapar de las armas de los rebeldes, cosa que no consiguió y que, si no llega de ser por su armadura, habría pagado con su vida.
Pateó la cara de un lobo que le estaba sujetando la pierna y se levantó como buenamente pudo, justo a tiempo para desviar el hacha de un simio ridículamente ágil.
Respiró agitado y retrocedió un par de pasos, tratando de recuperar el aliento. ¿Iban ganando? No podía decirlo a ciencia cierta, había muertos en los dos bandos, muchos, aquello era una masacre, se limpió la sangre que resbalaba por su frente y volvió a centrarse en los asaltantes.
Vio a Hont a pocos metros de lo que quedaba de la olla, blandiendo su fiel espada de madera, rodeado por aquella población disconforme. Chasqueó la lengua trató de abrirse pasó hasta la zarigüeya, pero al parecer se habían propuesto no dejarle escapar.
- ¿Entonces por las malas? – Sacudió su espada, las gotitas de sangre que la bañaban cayeron a un lado. -Bien – El elefante volvió a tomar la iniciativa. Eltrant levantó su arma, no iba a esquivar, resistió aquel golpe de fuerza desmedida con el pecho, su armadura se dobló considerablemente ante esto, pero no cedió, retrocedió un par de pasos y tosió, buscando el aire que aquel impacto había sacado de sus pulmones.
Probablemente se habría ganado un buen moratón, pero sonrió, el paquidermo no esperaba que existiese alguien tan idiota como para dejarse golpear a propósito, Eltrant pudo cercenarle un brazo de una rápida estocada y hundir su hoja en el pecho del hombre acabando definitivamente con su vida.
La batalla estaba en su punto álgido, los muertos se acumulaban y ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a ceder terreno, los rebeldes estaban dispuestos a acabar con todo aquel que no simpatizase con su causa, los leónicos no iban a dejar que la aldea se escapar de su ley, por muy dura que fuese esta, era lo mejor según ellos.
- ¡¡Ircan!! – No conocía a nadie de allí, no podía saber quién estaba con los rebeldes y quien con los soldados, pero el joven era como él, un extranjero, él podría sacar a Hont de aquel aprieto. Tenía que hacerlo. Pero no lo veía por ninguna parte.
- ¿¡Dónde leches te has…!? – No pudo terminar la pregunta, le volvieron a hacer retroceder, dos tipos al unísono, el mono del hacha y un humano corpulento. - ¡¡Ayuda a…!! – Era imposible, el humo, el fuego, los gritos, todo sonaba con más fuerza que él, no había nada que pudiese hacer para ayudar a Hont. No él.
Pero, afortunadamente, no sabía dar órdenes, o las personas a las que se las daba las ignoraban por completo. No estaba seguro de que había hecho la vampiresa cuando se alejó de la batalla, pero Lyn se apareció junto a la zarigüeya, la muchacha emergió de entre una nube humo negro y, antes de que los tipos que rodeaban al pequeño héroe pudiesen hacer nada, volvió a desaparecer dejando tras de sí más de aquel humo negro que la caracterizaba, apareciéndose a varios metros de ellos de la hoguera cargando con Hont.
- ¡Su…sujétate! – Eltrant sabía que la vampiresa no era una luchadora, apenas podía hacer tres veces seguidas aquel truco de la aparición sin caer de bruces contra el suelo, mucho menos pelear directamente contra alguien. Podía ver que estaba sudando, respirando de forma irregular, no le sorprendió ver a la muchacha tropezarse y liberar a Hont de entre sus brazos, rodando ambos por el suelo.
- ¡Maldita sea! – Exclamó embistiendo contra el simio, tratándoselo de quitar de encima, pero este le esquivó con una facilidad insultante y contratacó con su hacha, la cual, finalmente, atravesó su coraza, desgarrando la carne que ocultaba bajo ella. - ¡Dadme un respiro! – Se giró sobre sí mismo y lanzó un par tajos sin ton ni son, sin estar seguro de si acertarían o no, consiguió cortar levemente al humano, pero el simio continuó alejándose de sus embestidas.
Lo primero que hizo Lyn al verse en el suelo fue tratar de levantarse, pero no pudo sino gemir en voz baja, dolorida, mientras se arrastraba en dirección a dónde había caído Hont, era incapaz de incorporarse, estaba agotada.
¿Por qué no era más fuerte? Todos los vampiros lo eran, todos eran rápidos espadachines, poderosos combatientes, o maestros de la noche ¿Por qué ella no? Arrancó un trozo de hierba del suelo, impotente consigo misma, tratando de impulsarse y darse más velocidad ¿Por qué no había hecho caso a Eltrant? Continuó arrastrándose hacía la zarigüeya, los rebeldes a los que había dejado atrás habían decidido que Lyn y Hont eran su objetivo, no tardaron en llegar hasta dónde estaban.
- Tú… - Lyn se tumbó boca arriba, jadeando. Miró primero la luna, la única fuente de luz que había para ella en el firmamento, el único astro que podía ver; después miró directamente a los ojos del hombre que encabezaba a quienes les seguían – Tú… - Levantó una mano, apuntó con esta directamente al hombre, que sonriendo alzó su arma - …No quieres… - Le dolía la cabeza – …No quieres hacernos daño… - Su control mental no era el más poderoso, y si tenía en cuenta que apenas podía mantener sus ojos abiertos debido al agotamiento que sentía, lo hacía más ineficaz si cabía.
Pero funcionó. O lo hizo el tiempo suficiente para que, el confundido aldeano que no sabía por qué en su cabeza, de pronto, veía horriblemente mal herir a la muchacha, recibiese la espada de Eltrant en su espalda.
Pero fue su espada, solo su espada, sin nadie que la blandiese.
Eltrant seguía sin poder salir de aquella extraña prisión de cortes en la que el simio y el humano le habían encerrado, una a la que también habían acudido más personas, como el hombre oso que había desencadenado toda aquella muerte. Por lo que no tuvo más remedio que arrojar su espada como si de una lanza se tratase, la cual, por fortuna, acertó.
Pero el hombre que ahora yacía muerto frente a Lyn no era el único que la perseguía, y ahora estaba desarmado, no es como si pudiese seguir arrojando cosas para ayudar a la vampiresa.
Frunció el ceño, y levantó ambos puños. Algunos de los que le rodeaban dejó escapar alguna risita que otra, el sonido del metal comenzaba a desvanecerse de la noche, indicando que cada vez quedaban menos combatientes con vida.
Iba a acabar con todo, en aquel momento. Se quitó el guantelete de metal que cubría su brazo derecho, descubriendo el de cuero que escondía bajo él.
- No me falles ahora… - Murmuró ajustándoselo, volvió a alzar los puños, colocándolos delante de su cara - ¡¿A qué esperáis?! – Gritó a los hombres que le rodeaban. - ¡Estoy desarmado!
El oso se lanzó a por él, gritando con furia, blandiendo su espada. Eltrant sabía que luchaban por algo que creían justo, o eso le gustaba pensar, nadie hace una rebelión organizada por que sí. Pero no iba a permitir que matasen a nadie más aquella noche.
Bloqueó la espada del oso, la cual buscaba su cuello, con su guantelete de metal, el que aún vestía en el brazo izquierdo, la fuerza del úrsido se encargó de que dicha parte de su armadura cediera como si no fuese prácticamente nada, como si no estuviese cortando nada más que papel.
Pero allí había acabado todo, como sucedió con el paquidermo, Eltrant contratacó. El guante de cuero comenzó a humear levemente, a sisear, a desprender vapor según el castaño cerraba su puño y lo dirigía, con toda la fuerza de su brazo, a la cara de aquel hombre.
- ¡Vigila los contrataques! – Gritó cincelando la cara de aquel hombre con el guantelete mágico, haciéndole surcar los aires a una velocidad vertiginosa y estampándolo violentamente contra la casa en la que los dos oseznos que Imargo había ejecutado habían vivido.[1]
Sacudió su brazo, diluyendo la nube de vapor que se había formado al usar el guantelete. Muchos de los presentes se giraron a mirarle, incluyendo los que estaban tras Lyn y Hont. Eltrant trató de ignorar las heridas que recorrían su cuerpo y se volvió a colocar en guardia.
- ¿Quién es el siguiente?
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[1] Objeto de Master: Guante de Cuero.
Última edición por Eltrant Tale el Sáb 15 Jul 2017, 20:59, editado 2 veces
Eltrant Tale
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
El miembro 'Eltrant Tale' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
De repente me hallaba hablando con un anciano y de repente me encontraba en medio de una batalla campal. Miré absorto como de repente todos los hombres bestia de la aldea sacaban las armas que habían ocultado inteligentemente y atacaban a los leónicos. Bueno a los dos que quedaban y a Eltrant que ya lo habían tomado como a uno de ellos. En medio de toda esa confusión miré al anciano con el que acaba de hablar que sonreía viendo la escena, seguramente viendo como su astuto plan había dado resultado. Los leónicos y Eltrant podrían ser buenos luchadores, pero la diferencia numérica era abismal, a parte que la mayoría de los hombres bestia de aquella aldea poseían una fuerza abrumadora. Sin duda el anciano había ganado aquella batalla, sólo faltaba ver cuantas vidas se cobraba su plan. Sin duda había acertado cuando pensé que tramaba algo.
La verdad, no sabía bien que hacer la impotencia me invadió de nuevo y por unos momentos sólo observaba la batalla. Imargo y la chica leónica luchaban como poseídos y se estaban comenzado a cobrar varias victimas, pero no de forma gratuita. Comenzaba a verse las consecuencias en que sus movimientos cada vez eran más lentos y en los hilos de sangre que comenzaban a salir de sus cuerpos. Eltrant tampoco estaba en una mejor situación, los hombres bestia también lo estaban avasallando a base de bien y no le daban muchas oportunidades a la par de que se estaba cobrando también una buena base de daños. Menos mal que su armadura se veía resistente, sino no creo que hubiera aguantado tanto.
- ¡¡Ircan!! –
El grito de Eltrant me trajo de nuevo a la realidad y comencé a preguntarme si los hombres bestia también me atacarían a mi al haberme visto con los leónicos. Mire al anciano, que era el responsable de todo aquello, pero este me ignoraba, pues sólo miraba a los leónicos y a Eltrant calculando el tiempo que pasaría para su pronta victoria. De repente vi como un destello rojo cruzaba el campo de batalla y cogía en brazos a Hont antes de salir corriendo. Era Lyn, y seguramente los pueblerinos también la habrían tomado como una enemiga, cuando ella sólo se había interesado en ayudar a esas gentes. Ya le había fallado al pequeño osezno y ahora debía hacer algo. Total, ¿que importaba morir? Seguramente ya estaba infectado por aquella enfermedad y moriría en unos días de forma bastante más dolorosa y menos honrosa. Ante esa perspectiva morir intentando salvar a alguien se me mostraba más que atractivo, prefería que mi hora llegará de esa forma.
Salí corriendo en dirección a Lyn y a Hont, debía de ponerlos a salvo antes de que la batalla se cobrará las vidas de dos almas inocentes. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. En primer lugar tuve que esquivar a todos aquellos pueblerinos que se dirigían a pelear contra Eltrant o que eran rechazados por este, ya que parecía que ambos estaban tomando la misma dirección. Y en segundo lugar, soy un patoso. Al esquivar a un hombre-mono me tropecé con unos de los improvisados bancos y caí rodando por el suelo para acabar en medio de otra batalla.
-¡Tu! – sonó la voz de Imargo –¡Me suponía que eras un traidor!
No alcancé muy bien a ver la dirección de la espada del felino. Pero de repente sentí un punzante dolor en mi hombro izquierdo. Pero fue algo breve, pues Imargo de repente fue impulsado hacía atrás por un poderoso golpe del martillo de otro ursido que le dio de lleno en el pecho abollando su armadura. Me llevé la mano al hombro y pude notar la calidez de mi sangre. Pero aún así, ya fuera por el subidón de adrenalina o porque mi jaqueca licántropa volvió a atacarme, la herida no me resulto ningún impedimento para levantarme y seguir buscando a Lyn y a Hont.
Los busqué con la mirada y los encontré tirados en el suelo intentando arrastrarse para huir de dos hombres bestia. De repente estos se quedaron como embobados, pero no por mucho tiempo, pues volvieron a avanzar peligrosamente hacía ellos.
– ¡No! ¡Ellos son inocentes! – les grité para intentar detenerlos. Pero era un iluso ¿Porque alguien iba a hacerme caso a mi?
De repente uno de los rebeldes fue atravesado por una espada sin dueño y calló al suelo. Sin preguntarme el por qué de dicho milagro, y viendo como el otro hombre bestia se centraba en buscar furioso al responsable, me acerque a Lyn y a Hont y de un tirón los ayude a ponerse en pie rápidamente. Tiré de ellos hasta una casa cercana y los metí de un empujón cerrando la puerta tras ellos quedándome yo fuera. ¿Que porque me quede fuera? Buena pregunta. Incluso yo mismo me la hubiese hecho en aquel momento de haber tenido tiempo para ello.
Mis ojos que iban en ese momento a toda velocidad visualizando todo el panorama vieron el filo de una hoja que se dirigía hacía mi. Salte a un lado salvándome por los pelos de una hoja que me hubiera rebañado el cuello. Al tiempo que me apartaba llevé mi mano sana a mi espalda para desenvainar mi espada oxidada.
Habiendo tomado distancia, vi que era la mujer leónica quien me había tocado como contrincante. Ésta estaba cubierta de heridas y podía notar como le costaba respirar. Parecía que se había librado de los pueblerinos que ahora se centraban más en Imargo y en Eltrant.
Nadie habló, de eso se encargaron las hojas.
La leónica cargó contra mi con rabia y con las fuerzas que aún le quedaban, algo que me ayudó para poder plantarle cara de forma eficiente. Mis habilidades con la espada aún no estaban casi nada desarrolladas, más que algunos conceptos básicos que me había enseñado Tom. Bloquee sus golpes y me centré en mantener siempre la distancia, cuadrando mis pasos a los que daba ella. Parecía sorprendente que toda la confusión que solía tener por el exceso de información ahora solo se centrara en mi rival. Me fijaba en el movimiento de sus ojos buscando en ellos una pista para saber donde iba a atacarme. En la propia respiración de mi rival que me alertaba de cuando iba a hacer los movimientos. Así como en el juego de pies que utilizaba para acercarse a mi o engañarme.
Tras un periodo breve a la defensiva, que me tome para estudiar a mi contrincante, decidí que por fin era el momento de dar un paso adelante. Acometí con fuerza y con cierta precaución contra mi enemiga con el objetivo de sacarla del umbral de la casa. Mi objetivo era llevarla a un campo más abierto que me diera más oportunidades contra una contrincante que ya parecía agotada. Realice un tajo a su cintura, demasiado obvio, pero era eso precisamente lo que buscaba. La leónica lo bloqueo con su arma, justo como esperaba haciendo que mi espada saliera rebotada contra el lado contrario. Aproveche ese pequeño impulso para girar sobre mi mismo y descargar un fuerte corte en oblicuo que hizo que mi rival tuviera que saltar hacía atrás, saliendo así del umbral.
"Bien." sonreí "Por ahora vamos bien".
Pero no, no todo iba bien. Por gracia del destino, justo en ese momento comencé a notar de nuevo el profundo dolor en el hombro, seguramente producto del movimiento brusco que acababa de hacer. Así que prácticamente mis avances no habían servido de mucho. Pero parece que disimule muy bien mi dolor, ya que mi contrincante comenzó a mirarme con algo de preocupación. Volví a sonreír para seguir manteniendo esa fachada y corrí hacía ella aprovechando ese breve momento de superioridad. Un, dos, tres pasos y salte hacía el lado izquierdo de ella evitando así su golpe con la derecha, aunque este aún avanzaba con peligro hacía mi. Golpee su espada para detener su avance y le di una patada la rodilla para intentar que cayera al suelo. La idea funciono a medias.
La leónica se desequilibro pero al tiempo que caía lanzó un corte hacía arriba que de haberme pillado más cerca me abría partido la cara por la mitad. Sin embargo, no estaba tan cerca y gracias a los dioses sólo noté una cuchillada de dolor que me iba desde la barbilla hasta la mejilla izquierda. Retrocedí unos pasos que permitieron a mi contrincante levantarse y volver a la carga.
Ese momento hubiera sido el momento ideal para transformarme en lobo y cambiar totalmente el transcurso del combate. Pero A aún no controlaba mi poder de transformación y B por extrañas circunstancias aquella noche el lobo no tenía muchas ganas de salir.
"Maldito lobo cobarde" maldije a mi yo lobo.
Sin embargo eso me había permitido mantenerme más concentrado en la pelea. Aunque, obviamente, seguía sintiendo esa insoportable jaqueca ahora algo mitigada al tener que pensar en cosas más importante como la de mantenerme con vida.
La leónica volvió a la carga, y parecía que con fuerzas renovadas, pues no pude hacer más que retroceder hasta el centro de la plaza donde se encontraba la olla de sopa caliente. Seguí esquivándola pero mi contrincante era muy insistente. Me acorraló contra la olla y consiguió que, en un golpe fortuito, la oxidada espada se escapara de mi mano. Mi mente reacciono con mayor rapidez de la que esperaba, parecía que aquella noche había decidido molestarme menos con la jaqueca para poder darme alguna oportunidad. Pensé rápido y tome con la mano herida el cazo de sopa que aún estaba en la olla para poder darle con él a la cabeza de mi contrincante con todas mis fuerzas. Algo que la leónica no había previsto y que gracias a los dioses le acertó de lleno.
Al momento sentí una intensa punzada de dolor en ese brazo, lo que me hizo soltar el cazo mientras mascullaba de dolor. Pero no podía permitirme mucho tiempo, el combate aún no había acabado. Me dirigí hacía donde había caído mi espada y la cogí. Me di la vuelta y pude ver como la leónica estaba a escasos centímetros sobre mi, cargando su espada dispuesta a atravesarme. Yo la imité como pude colocando mi espada de la misma forma y nuestros cuerpos se pegaron en un abrazo de muerte. En aquel instante sólo los dioses sabían quien había ganado aquel duelo.
La verdad, no sabía bien que hacer la impotencia me invadió de nuevo y por unos momentos sólo observaba la batalla. Imargo y la chica leónica luchaban como poseídos y se estaban comenzado a cobrar varias victimas, pero no de forma gratuita. Comenzaba a verse las consecuencias en que sus movimientos cada vez eran más lentos y en los hilos de sangre que comenzaban a salir de sus cuerpos. Eltrant tampoco estaba en una mejor situación, los hombres bestia también lo estaban avasallando a base de bien y no le daban muchas oportunidades a la par de que se estaba cobrando también una buena base de daños. Menos mal que su armadura se veía resistente, sino no creo que hubiera aguantado tanto.
- ¡¡Ircan!! –
El grito de Eltrant me trajo de nuevo a la realidad y comencé a preguntarme si los hombres bestia también me atacarían a mi al haberme visto con los leónicos. Mire al anciano, que era el responsable de todo aquello, pero este me ignoraba, pues sólo miraba a los leónicos y a Eltrant calculando el tiempo que pasaría para su pronta victoria. De repente vi como un destello rojo cruzaba el campo de batalla y cogía en brazos a Hont antes de salir corriendo. Era Lyn, y seguramente los pueblerinos también la habrían tomado como una enemiga, cuando ella sólo se había interesado en ayudar a esas gentes. Ya le había fallado al pequeño osezno y ahora debía hacer algo. Total, ¿que importaba morir? Seguramente ya estaba infectado por aquella enfermedad y moriría en unos días de forma bastante más dolorosa y menos honrosa. Ante esa perspectiva morir intentando salvar a alguien se me mostraba más que atractivo, prefería que mi hora llegará de esa forma.
Salí corriendo en dirección a Lyn y a Hont, debía de ponerlos a salvo antes de que la batalla se cobrará las vidas de dos almas inocentes. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. En primer lugar tuve que esquivar a todos aquellos pueblerinos que se dirigían a pelear contra Eltrant o que eran rechazados por este, ya que parecía que ambos estaban tomando la misma dirección. Y en segundo lugar, soy un patoso. Al esquivar a un hombre-mono me tropecé con unos de los improvisados bancos y caí rodando por el suelo para acabar en medio de otra batalla.
-¡Tu! – sonó la voz de Imargo –¡Me suponía que eras un traidor!
No alcancé muy bien a ver la dirección de la espada del felino. Pero de repente sentí un punzante dolor en mi hombro izquierdo. Pero fue algo breve, pues Imargo de repente fue impulsado hacía atrás por un poderoso golpe del martillo de otro ursido que le dio de lleno en el pecho abollando su armadura. Me llevé la mano al hombro y pude notar la calidez de mi sangre. Pero aún así, ya fuera por el subidón de adrenalina o porque mi jaqueca licántropa volvió a atacarme, la herida no me resulto ningún impedimento para levantarme y seguir buscando a Lyn y a Hont.
Los busqué con la mirada y los encontré tirados en el suelo intentando arrastrarse para huir de dos hombres bestia. De repente estos se quedaron como embobados, pero no por mucho tiempo, pues volvieron a avanzar peligrosamente hacía ellos.
– ¡No! ¡Ellos son inocentes! – les grité para intentar detenerlos. Pero era un iluso ¿Porque alguien iba a hacerme caso a mi?
De repente uno de los rebeldes fue atravesado por una espada sin dueño y calló al suelo. Sin preguntarme el por qué de dicho milagro, y viendo como el otro hombre bestia se centraba en buscar furioso al responsable, me acerque a Lyn y a Hont y de un tirón los ayude a ponerse en pie rápidamente. Tiré de ellos hasta una casa cercana y los metí de un empujón cerrando la puerta tras ellos quedándome yo fuera. ¿Que porque me quede fuera? Buena pregunta. Incluso yo mismo me la hubiese hecho en aquel momento de haber tenido tiempo para ello.
Mis ojos que iban en ese momento a toda velocidad visualizando todo el panorama vieron el filo de una hoja que se dirigía hacía mi. Salte a un lado salvándome por los pelos de una hoja que me hubiera rebañado el cuello. Al tiempo que me apartaba llevé mi mano sana a mi espalda para desenvainar mi espada oxidada.
Habiendo tomado distancia, vi que era la mujer leónica quien me había tocado como contrincante. Ésta estaba cubierta de heridas y podía notar como le costaba respirar. Parecía que se había librado de los pueblerinos que ahora se centraban más en Imargo y en Eltrant.
Nadie habló, de eso se encargaron las hojas.
La leónica cargó contra mi con rabia y con las fuerzas que aún le quedaban, algo que me ayudó para poder plantarle cara de forma eficiente. Mis habilidades con la espada aún no estaban casi nada desarrolladas, más que algunos conceptos básicos que me había enseñado Tom. Bloquee sus golpes y me centré en mantener siempre la distancia, cuadrando mis pasos a los que daba ella. Parecía sorprendente que toda la confusión que solía tener por el exceso de información ahora solo se centrara en mi rival. Me fijaba en el movimiento de sus ojos buscando en ellos una pista para saber donde iba a atacarme. En la propia respiración de mi rival que me alertaba de cuando iba a hacer los movimientos. Así como en el juego de pies que utilizaba para acercarse a mi o engañarme.
Tras un periodo breve a la defensiva, que me tome para estudiar a mi contrincante, decidí que por fin era el momento de dar un paso adelante. Acometí con fuerza y con cierta precaución contra mi enemiga con el objetivo de sacarla del umbral de la casa. Mi objetivo era llevarla a un campo más abierto que me diera más oportunidades contra una contrincante que ya parecía agotada. Realice un tajo a su cintura, demasiado obvio, pero era eso precisamente lo que buscaba. La leónica lo bloqueo con su arma, justo como esperaba haciendo que mi espada saliera rebotada contra el lado contrario. Aproveche ese pequeño impulso para girar sobre mi mismo y descargar un fuerte corte en oblicuo que hizo que mi rival tuviera que saltar hacía atrás, saliendo así del umbral.
"Bien." sonreí "Por ahora vamos bien".
Pero no, no todo iba bien. Por gracia del destino, justo en ese momento comencé a notar de nuevo el profundo dolor en el hombro, seguramente producto del movimiento brusco que acababa de hacer. Así que prácticamente mis avances no habían servido de mucho. Pero parece que disimule muy bien mi dolor, ya que mi contrincante comenzó a mirarme con algo de preocupación. Volví a sonreír para seguir manteniendo esa fachada y corrí hacía ella aprovechando ese breve momento de superioridad. Un, dos, tres pasos y salte hacía el lado izquierdo de ella evitando así su golpe con la derecha, aunque este aún avanzaba con peligro hacía mi. Golpee su espada para detener su avance y le di una patada la rodilla para intentar que cayera al suelo. La idea funciono a medias.
La leónica se desequilibro pero al tiempo que caía lanzó un corte hacía arriba que de haberme pillado más cerca me abría partido la cara por la mitad. Sin embargo, no estaba tan cerca y gracias a los dioses sólo noté una cuchillada de dolor que me iba desde la barbilla hasta la mejilla izquierda. Retrocedí unos pasos que permitieron a mi contrincante levantarse y volver a la carga.
Ese momento hubiera sido el momento ideal para transformarme en lobo y cambiar totalmente el transcurso del combate. Pero A aún no controlaba mi poder de transformación y B por extrañas circunstancias aquella noche el lobo no tenía muchas ganas de salir.
"Maldito lobo cobarde" maldije a mi yo lobo.
Sin embargo eso me había permitido mantenerme más concentrado en la pelea. Aunque, obviamente, seguía sintiendo esa insoportable jaqueca ahora algo mitigada al tener que pensar en cosas más importante como la de mantenerme con vida.
La leónica volvió a la carga, y parecía que con fuerzas renovadas, pues no pude hacer más que retroceder hasta el centro de la plaza donde se encontraba la olla de sopa caliente. Seguí esquivándola pero mi contrincante era muy insistente. Me acorraló contra la olla y consiguió que, en un golpe fortuito, la oxidada espada se escapara de mi mano. Mi mente reacciono con mayor rapidez de la que esperaba, parecía que aquella noche había decidido molestarme menos con la jaqueca para poder darme alguna oportunidad. Pensé rápido y tome con la mano herida el cazo de sopa que aún estaba en la olla para poder darle con él a la cabeza de mi contrincante con todas mis fuerzas. Algo que la leónica no había previsto y que gracias a los dioses le acertó de lleno.
Al momento sentí una intensa punzada de dolor en ese brazo, lo que me hizo soltar el cazo mientras mascullaba de dolor. Pero no podía permitirme mucho tiempo, el combate aún no había acabado. Me dirigí hacía donde había caído mi espada y la cogí. Me di la vuelta y pude ver como la leónica estaba a escasos centímetros sobre mi, cargando su espada dispuesta a atravesarme. Yo la imité como pude colocando mi espada de la misma forma y nuestros cuerpos se pegaron en un abrazo de muerte. En aquel instante sólo los dioses sabían quien había ganado aquel duelo.
Última edición por Ircan el Sáb 15 Jul 2017, 22:46, editado 3 veces
Ircan
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
El miembro 'Ircan' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: [MEGAEVENTO] La ayuda de los leónicos [No hay santuario][Eltrant-Ircan]
-¡Basta!- Imargo se subió encima de una mesa para hablar - Hablo en serio: al próximo que se mueve le cortaré la cabeza. Soy muy bueno cortando cabezas, que se lo pregunten a los niños osos-.
Hont echo un rápido vistazo a todo lo que sucedía a su alrededor: La leónica estuvo a punto de atravesar a Ircan (Hont no podía creer que les hubiera traicionado) con la espada; pero, cuando Imargo habló, dejó caer la espada al suelo y le dio la mano a Ircan para que se levantase. Entre toda la multitud de hombres bestias y licántropos ya transformados en lobos que se congregaba entorno a la mesa que se había subido Imargo, destacaba un úrsido que se resistía a soltar su arma. Todos los demás habían obedecido a la petición del leónico, algunos lo hicieron por miedo a perder sus cabezas y otros porque querían que los pocos niños que quedaron en la plaza dejasen de llorar. Sin embargo, el úrsido apretaba sus manos al mango de su hacha con la misma fuerza con la que apretaba sus mandíbulas. Estaba furioso, quizás porque conocía a los osos de esta mañana o quizás porque había tomado las palabras de Imargo como una amenazan. ¿Y no lo eran? Hont hubiera dicho de estar en el lugar de Imargo, aunque hubiera cambiado las palabras para adaptarlas a su infantil vocabulario: “Os estáis quietos u os zurro en el culete”. No importaba que fueran malos o buenos haciendo cosas de malos, a nadie le gustaba las amenazas. Muy paulatinamente, la cabeza del hacha fue cayendo. Aunque el hombre osos apretaba el mango con fuerza, no era capaz de sostener el arma en alto. Tampoco fue capaz de sostener sus lágrimas. Echó a llorar en el mismo momento que el hacha tocó el suelo. Eltrant estaba detrás de Imargo. Había conseguido mantener a raya a un montón de hombres bestias. ¿Les había matado? Hont quiso creer que no, pero en su interior sabía que Eltrant era un héroe bueno como Imargo. A veces, hasta los mejores hombres, debían hacer pequeñas cosas malas para hacer grandes cosas buenas. No era la mejor explicación sobre lo que había ocurrido, pero la única que Hont supo dar.
El hombre zarigüeya se soltó del abrazo de Lyn y saltó a la mesa central a los pies de Imargo como si estuviera apoyando. Hizo bailar su espada de madera al aire como si estuviera peleando contra enemigos invisibles y dijo en voz clara y alta:
-¡No quiero ver a ningún malo más, si veo a uno le daré una buena zurra!-
-Despacio pequeñín, por poco me das un golpe-.
Alguien, en medio de la multitud, río con voz suave. Era gracioso ver a un pequeño hombrecillo dar amenazando con una espada de madera mientras que, un hombre lince, mucho más grande, levantaba sus largas patas con tal de que el hombrecillo no le hiera. Después del miedo y las muertes que la pequeña tribu había sufrido, era agradable reír. Otra persona se unió a la primera. Reían como si fueran niños. La leónica que acompañaba a Imargo en sus viajes también se puso a reír. Cuando se quisieron dar cuenta, la mayor parte de los hombres bestias habían olvidado por qué estaban peleando y los licántropos habían regresado a su forma humana. ¿Quién lo iba a decir? Al final, sería Hont quien había rescatado a la tribu con sus infantiles juegos.
Ya más tranquilos, un licántropo explicó a Imargo lo que había sucedido. Gabriel Marlowe había organizado el ataque contra los leónicos. Dijo que el tal Marlowe quería matar o desterrar, lo que le fuera más sencillo, a Melena Blanca e imponerse él como Centinela del Este. Si siguieron a Marlowe era porque tenían miedo. El licántropo se lo dijo bien claro a Imargo:
-Teníamos miedo de que nos matases. ¡Entiéndanos! No estamos acostumbrados a recibir órdenes. Ustedes llegaron con vuestras promesas, creíamos que estábamos salvados (creían que eran héroes buenos). Y, sin embargo, mire para qué nos sirvió vuestra ayuda. Nuestros familiares y amigos seguían muriendo a causa de la enfermedad. Diré la verdad, en mi familia no teníamos una mísera gallina y gracias a ustedes podíamos comer todos los días. Pero, Gabriel Marlowe nos dijo que otras familias que tenían las despensas llenas eran arrasadas y les dejabais sin nada. Dijo que ustedes erais unos asesinos y unos ladrones; una enfermedad peor que la que vino del Norte. Ruego que nos disculpe. No nos dimos cuenta que ustedes nos han ayudado. Nos han ayudado. Fuimos unos ciegos al no comprender que nos han salvado-.
¿Y dónde estaba ahora Marlowe? Después de que comenzase la masacre, desapareció sin dejar rastro.
Imargo fue hacia Eltrant. Le estrechó la mano con fuerza e hizo una amplia mueca felina agradecimiento. Esa sonrisa, a Hont, le recordó a la de un gato después de haberse acurrucado en las piernas de su dueño.
Para Ircan también tuvo unas palabras, pero antes de decírselas, se ajustó los guantes y metió su mano en la boca del chico para sacarle la lengua. En ella había pequeños granos, como los que Hont vio en la frente de los niños osos. ¿Estaba enfermo? ¿Cómo se había contagiado? Todos tomaron medidas para con tocar a los enfermos. Lo primero que la zarigüeya pensó es que se había contagiado por ser un traidor y un mal amigo. Más tarde, se acordó que el pequeño bebé oso había tosido delante de Ircan.
Imargo dio un empujón tan fuerte a Ircan que le hizo caer de bruces contra el suelo.
-Debería matarte, eso nos quitaría muchos problemas. Pero, no quiero ensuciar mi espada con la sangre de un traidor. Vete con tu amiguito, el señor Gabriel Marlowe, y no vuelvas por aquí. No quiero volver a verte-.
-Yo tampoco quiero verte.- dijo Hont que colgaba de la espalda de Imargo- Eres un mal amigo-.
Gabriel Marlowe estaba a cuatrocientos metros de distancia de la tribu de los úrsidos. Había huido gateando y seguía gateando entre la frondosa maleza del bosque. Tenía miedo de que, al levantar la cabeza, uno de esos malditos leónicos o esos cobardes que pensó que eran sus amigos le viesen y les castigasen por las injurias que había cometido. Idiotas. Tiempo a tiempo. Ellos habían elegido arrodillarse ante los leónicos. ¡Pues bien! Allá ellos. Acabarían muertos, como todos los demás. No habían aprendido nada. Marlowe creyó que él era el único que comprendía realmente lo que estaba sucediendo. Los leónicos eran invasores no salvadores. Una enfermedad que hacía falta erradicar. Tan molestos como las orquídeas con las que pinchaba al arrastrase por el suelo.
Dos antorchas que parecieron dos grandes ojos de fuego viajaban por un camino que Marlowe no supo identificar. Sin pensarlo dos veces, gateó hacia los ojos de fuegos con la esperanza que fuera algún viejo amigo que le ayudase a salir de ahí.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca los vio. Eran tres personas: dos de ellos, los que sujetaban las antorchas, eran hombres s sin rostro, sonrisa, ojos ni nariz. El tercero vestía una túnica completamente negra que le cubría hasta la cabeza, parecía una aparición fantasmagórica. Lo último que pudo escuchar antes de perder la conciencia fue la risa del tercer hombre. Reía como deberían reír los muertos del cementerio cuando no había nadie para poder escucharlos.
* Ambos: Eltrant ya se topó una vez con un discípulo del Hombre Muerto (link [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]), creo que recordarás a Bono. Ahora, el nigromante ha capturado a Gabriel Marlowe. ¿Quién sabe? Quizás, en un futuro, la próxima vez que veamos a Marlowe sirve al Hombre Muerto.
* Eltrant Tale: A veces has sido héroe y otras villano. A veces has perdonado y otras castigado. Eres un hombre con dos caras: un psicópata y un amigo.
Recompensas
14 puntos en función de la calidad del texto
5 puntos en función de la originalidad a la hora de resolver los conflictos
Total = 19 Puntos de Experiencia
Objeto: Dos cargas adicionales para tus “Guantes de Cuero”.
A partir de ahora, podrás combinar tu habilidad de nivel 3 “Hoja cargada” y los guantes mágicos de cuero (siempre que te queden cargas) haciendo posible que puedas utilizar la habilidad estando desarmado
* Ircan: A veces has sido héroe y otras villano. A veces has perdonado y otras castigado. Eres un hombre con dos caras: un psicópata y un amigo.
Recompensas
10 puntos en función de la calidad del texto
4 puntos en función de la originalidad a la hora de resolver los conflictos
Total = 14 Puntos de Experiencia
Objeto: Espada de Marlowe
* Ambos: Los puntos ya han sido sumados directamente a vuestros perfiles. Es irónico, había construido mis temas del Evento de forma que, cronológicamente, este fuera el último y, al final, resulta que ha sido el primero en finalizar. Irónico, y divertido. Ya me tocará a mí apañármelas para esconder a los otros usuarios el final de Marlowe. Me he divertido mucho con el tema, pero, como siempre digo, mi opinión aquí no importa demasiado. La vuestra es más importante. ¿Os ha divertido? ¿Qué cambiarías del tema? ¿Ha habido demasiadas decisiones complejas y muy poca acción? ¿Quizás al revés? Me encantaría escuchar vuestras opiniones. ¿Qué os ha parecido? Sed libres de criticar con dureza, toda crítica con fundamento me ayuda a mejorar.
Hont echo un rápido vistazo a todo lo que sucedía a su alrededor: La leónica estuvo a punto de atravesar a Ircan (Hont no podía creer que les hubiera traicionado) con la espada; pero, cuando Imargo habló, dejó caer la espada al suelo y le dio la mano a Ircan para que se levantase. Entre toda la multitud de hombres bestias y licántropos ya transformados en lobos que se congregaba entorno a la mesa que se había subido Imargo, destacaba un úrsido que se resistía a soltar su arma. Todos los demás habían obedecido a la petición del leónico, algunos lo hicieron por miedo a perder sus cabezas y otros porque querían que los pocos niños que quedaron en la plaza dejasen de llorar. Sin embargo, el úrsido apretaba sus manos al mango de su hacha con la misma fuerza con la que apretaba sus mandíbulas. Estaba furioso, quizás porque conocía a los osos de esta mañana o quizás porque había tomado las palabras de Imargo como una amenazan. ¿Y no lo eran? Hont hubiera dicho de estar en el lugar de Imargo, aunque hubiera cambiado las palabras para adaptarlas a su infantil vocabulario: “Os estáis quietos u os zurro en el culete”. No importaba que fueran malos o buenos haciendo cosas de malos, a nadie le gustaba las amenazas. Muy paulatinamente, la cabeza del hacha fue cayendo. Aunque el hombre osos apretaba el mango con fuerza, no era capaz de sostener el arma en alto. Tampoco fue capaz de sostener sus lágrimas. Echó a llorar en el mismo momento que el hacha tocó el suelo. Eltrant estaba detrás de Imargo. Había conseguido mantener a raya a un montón de hombres bestias. ¿Les había matado? Hont quiso creer que no, pero en su interior sabía que Eltrant era un héroe bueno como Imargo. A veces, hasta los mejores hombres, debían hacer pequeñas cosas malas para hacer grandes cosas buenas. No era la mejor explicación sobre lo que había ocurrido, pero la única que Hont supo dar.
El hombre zarigüeya se soltó del abrazo de Lyn y saltó a la mesa central a los pies de Imargo como si estuviera apoyando. Hizo bailar su espada de madera al aire como si estuviera peleando contra enemigos invisibles y dijo en voz clara y alta:
-¡No quiero ver a ningún malo más, si veo a uno le daré una buena zurra!-
-Despacio pequeñín, por poco me das un golpe-.
Alguien, en medio de la multitud, río con voz suave. Era gracioso ver a un pequeño hombrecillo dar amenazando con una espada de madera mientras que, un hombre lince, mucho más grande, levantaba sus largas patas con tal de que el hombrecillo no le hiera. Después del miedo y las muertes que la pequeña tribu había sufrido, era agradable reír. Otra persona se unió a la primera. Reían como si fueran niños. La leónica que acompañaba a Imargo en sus viajes también se puso a reír. Cuando se quisieron dar cuenta, la mayor parte de los hombres bestias habían olvidado por qué estaban peleando y los licántropos habían regresado a su forma humana. ¿Quién lo iba a decir? Al final, sería Hont quien había rescatado a la tribu con sus infantiles juegos.
Ya más tranquilos, un licántropo explicó a Imargo lo que había sucedido. Gabriel Marlowe había organizado el ataque contra los leónicos. Dijo que el tal Marlowe quería matar o desterrar, lo que le fuera más sencillo, a Melena Blanca e imponerse él como Centinela del Este. Si siguieron a Marlowe era porque tenían miedo. El licántropo se lo dijo bien claro a Imargo:
-Teníamos miedo de que nos matases. ¡Entiéndanos! No estamos acostumbrados a recibir órdenes. Ustedes llegaron con vuestras promesas, creíamos que estábamos salvados (creían que eran héroes buenos). Y, sin embargo, mire para qué nos sirvió vuestra ayuda. Nuestros familiares y amigos seguían muriendo a causa de la enfermedad. Diré la verdad, en mi familia no teníamos una mísera gallina y gracias a ustedes podíamos comer todos los días. Pero, Gabriel Marlowe nos dijo que otras familias que tenían las despensas llenas eran arrasadas y les dejabais sin nada. Dijo que ustedes erais unos asesinos y unos ladrones; una enfermedad peor que la que vino del Norte. Ruego que nos disculpe. No nos dimos cuenta que ustedes nos han ayudado. Nos han ayudado. Fuimos unos ciegos al no comprender que nos han salvado-.
¿Y dónde estaba ahora Marlowe? Después de que comenzase la masacre, desapareció sin dejar rastro.
Imargo fue hacia Eltrant. Le estrechó la mano con fuerza e hizo una amplia mueca felina agradecimiento. Esa sonrisa, a Hont, le recordó a la de un gato después de haberse acurrucado en las piernas de su dueño.
Para Ircan también tuvo unas palabras, pero antes de decírselas, se ajustó los guantes y metió su mano en la boca del chico para sacarle la lengua. En ella había pequeños granos, como los que Hont vio en la frente de los niños osos. ¿Estaba enfermo? ¿Cómo se había contagiado? Todos tomaron medidas para con tocar a los enfermos. Lo primero que la zarigüeya pensó es que se había contagiado por ser un traidor y un mal amigo. Más tarde, se acordó que el pequeño bebé oso había tosido delante de Ircan.
Imargo dio un empujón tan fuerte a Ircan que le hizo caer de bruces contra el suelo.
-Debería matarte, eso nos quitaría muchos problemas. Pero, no quiero ensuciar mi espada con la sangre de un traidor. Vete con tu amiguito, el señor Gabriel Marlowe, y no vuelvas por aquí. No quiero volver a verte-.
-Yo tampoco quiero verte.- dijo Hont que colgaba de la espalda de Imargo- Eres un mal amigo-.
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Gabriel Marlowe estaba a cuatrocientos metros de distancia de la tribu de los úrsidos. Había huido gateando y seguía gateando entre la frondosa maleza del bosque. Tenía miedo de que, al levantar la cabeza, uno de esos malditos leónicos o esos cobardes que pensó que eran sus amigos le viesen y les castigasen por las injurias que había cometido. Idiotas. Tiempo a tiempo. Ellos habían elegido arrodillarse ante los leónicos. ¡Pues bien! Allá ellos. Acabarían muertos, como todos los demás. No habían aprendido nada. Marlowe creyó que él era el único que comprendía realmente lo que estaba sucediendo. Los leónicos eran invasores no salvadores. Una enfermedad que hacía falta erradicar. Tan molestos como las orquídeas con las que pinchaba al arrastrase por el suelo.
Dos antorchas que parecieron dos grandes ojos de fuego viajaban por un camino que Marlowe no supo identificar. Sin pensarlo dos veces, gateó hacia los ojos de fuegos con la esperanza que fuera algún viejo amigo que le ayudase a salir de ahí.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca los vio. Eran tres personas: dos de ellos, los que sujetaban las antorchas, eran hombres s sin rostro, sonrisa, ojos ni nariz. El tercero vestía una túnica completamente negra que le cubría hasta la cabeza, parecía una aparición fantasmagórica. Lo último que pudo escuchar antes de perder la conciencia fue la risa del tercer hombre. Reía como deberían reír los muertos del cementerio cuando no había nadie para poder escucharlos.
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* Ambos: Eltrant ya se topó una vez con un discípulo del Hombre Muerto (link [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]), creo que recordarás a Bono. Ahora, el nigromante ha capturado a Gabriel Marlowe. ¿Quién sabe? Quizás, en un futuro, la próxima vez que veamos a Marlowe sirve al Hombre Muerto.
* Eltrant Tale: A veces has sido héroe y otras villano. A veces has perdonado y otras castigado. Eres un hombre con dos caras: un psicópata y un amigo.
Recompensas
14 puntos en función de la calidad del texto
5 puntos en función de la originalidad a la hora de resolver los conflictos
Total = 19 Puntos de Experiencia
Objeto: Dos cargas adicionales para tus “Guantes de Cuero”.
A partir de ahora, podrás combinar tu habilidad de nivel 3 “Hoja cargada” y los guantes mágicos de cuero (siempre que te queden cargas) haciendo posible que puedas utilizar la habilidad estando desarmado
- ¿Puño cargado?:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
* Ircan: A veces has sido héroe y otras villano. A veces has perdonado y otras castigado. Eres un hombre con dos caras: un psicópata y un amigo.
Recompensas
10 puntos en función de la calidad del texto
4 puntos en función de la originalidad a la hora de resolver los conflictos
Total = 14 Puntos de Experiencia
Objeto: Espada de Marlowe
- Espada de Marlowe:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Literalmente, no es la espada de Marlowe. Tras haberle ayudado, tu vieja y roma espada se cubre de las runas de Gabriel. La hoja y la empuñadura de tu espada se reparan por la magia de las runas.
La calidad de tu espada pasa a ser de calidad Normal.
* Ambos: Los puntos ya han sido sumados directamente a vuestros perfiles. Es irónico, había construido mis temas del Evento de forma que, cronológicamente, este fuera el último y, al final, resulta que ha sido el primero en finalizar. Irónico, y divertido. Ya me tocará a mí apañármelas para esconder a los otros usuarios el final de Marlowe. Me he divertido mucho con el tema, pero, como siempre digo, mi opinión aquí no importa demasiado. La vuestra es más importante. ¿Os ha divertido? ¿Qué cambiarías del tema? ¿Ha habido demasiadas decisiones complejas y muy poca acción? ¿Quizás al revés? Me encantaría escuchar vuestras opiniones. ¿Qué os ha parecido? Sed libres de criticar con dureza, toda crítica con fundamento me ayuda a mejorar.
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