Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
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Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Bunt se levantó cuando escuchó sonidos en la habitación de al lado una vez más. Había esperado desde que aquella pareja había entrado, y por fin, había algo de movimiento. Tomó la máscara de encima de la mesa, y la fijó sobre su rostro, luego, se acomodó la capucha y el sombrero, logrando que cada oreja entrara bien en sus fundas.
Aquel inmenso hombre conejo tenía ese ritual por dos motivos. El primero de ellos, era que su imponente estatura y su musculatura voluminosa no intimidaba nada si la gente veía esos inmensos y adorables ojos de conejito gigantes. Sus facciones eran tan animales, que no importaba cuantas cicatrices ocultara su delicado pelaje, seguían tratándolo como a una pequeña y adorable criatura si lo miraban demasiado. Por otro lado, las orejas tentaban demasiado a los tirones de extraños, y no quería que lo echaran por “despachar” a algún cliente.
Se asomó por la puerta, y vio para su regocijo, como solo la joven salía de la habitación, sola.
Una sonrisa se curvo bajo la máscara de arcilla blanca, mientras el mercenario afianzaba a su largo abrigo sus armas, y empezaba a seguir a la pequeña.
Pronto, ambos estaban fuera de la posada.
El vampiro ciego le había dicho que tuviera cuidado, que era un dragón de agua, pero para el hombre bestia solo era una niña descuidada, tan ingenua como para pasear sola y descalza por la ciudad de los vampiros. Planeaba acorralarla en algún callejón, y se terminó descubriendo saliendo del poblado. ¿A dónde iba esa niña ahora que brillaba el sol en los bosques neblinosos?
“mejor para mi” Pensó el mercenario. “Dos encargos en una sola mañana” Golpeó con su mullida y enguantada mano el tomo sobre las hadas sonrientes** que guardaba en uno de sus inmensos bolsillos, el encargo original por el que había arribado a ese reino de condenados.
Bunt caminó a una distancia prudencial, sin embargo, cada vez que encontraba un buen lugar para emboscarla, la chica giraba hacia otro lado, y ya empezaba a estar hasta las narices de aquella caza. La cautela empezaba a pasar a un segundo plano.
Había salido bien de mañana, apenas había logrado dormir, era tal la euforia de haber encontrado a Víctor, y el júbilo que me embargaba que no era capaz de pegar ojo más de unas pocas horas seguidas. O quizás era la costumbre de estar tanto tiempo buscándole sin apenas dormir que mi cuerpo se había acostumbrado a no sumirse en el manto del sueño.
De un modo u otro, estaba inquieta, y de camino a la aldea había visto algo que me intrigaba. Juraría que unas enormes vides de umbra mortalis* estaban cerca del lago, o, mejor dicho, juraría que habíamos pasado por al lado de los algos del pantano en nuestro camino al pueblo, porque viajar por tierra aún se me hacía raro. Para asegurarme de que no me perdía ni confundía el camino volando, decidí ir andando, tenía todo el día por delante.
El camino se me hizo sumamente largo, la neblina complicaba el hecho de encontrar el camino, y me hallaba a menudo cambiando de dirección sin estar demasiado segura de ir por el camino indicado.
Finalmente, un destello dorado llamó mi atención, y atravesé la última hilera de árboles. El sol atravesaba la niebla y les daba a las aguas estancadas un color dorado. El olor inconfundible de los Lunamorf llenaba molestamente el aire cuando estos emergían del agua, pero era soportable.
Ahora solo faltaba empezar a buscar los bulbos rojos de la umbra mortalis.
Blunt se estaba poniendo de los nervios, justo cuando se abalanzó sobre la pequeña esta saltó y se alejó de aquel lugar, haciendo que se estrellase sobre el suelo y se rompiera parte de su máscara. La cara de un adorable conejito blanco empezó a asomarse por los pedazos. Sin embargo, casi toda permaneció en su sitio, medio suelta, amenazándose con desmoronarse.
Encima ni siquiera se había dignado a girarse. ¿De verdad que no lo había escuchado? ¿A caso era sorda esa joven? ¿O estaba tanto en las nuves? – Voy a hacerme una alfombra de piel de dragón.-Refunfuño mirando el sitio por donde había marchado la joven.
El mercenario se puso en pie, y sintió como algo le tiraba del sombrero, una especie de insecto grisáceo sin nariz, de considerable tamaño, e instintivamente le dio un manotazo. La criatura salio volando, y se estampo contra un árbol, emitiendo un ruido viscoso al espachurrarse.
Su mente tardo un instante en percatarse de lo que acababa de hacer. Acababa de golpear a una Hada sonreinte**.- Mierda.- Exhaló desde lo mas hondo de su alma.
El sonido del aleteo empezó a escucharse de diferentes lados, y se formó en cuestión de segundos una bandada mediana, que no tardaron en abalanzarse mostrando sus siniestras sonrisas sobre aquel que había convertido en jugo de hada a uno de sus semejantes.
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Aquel inmenso hombre conejo tenía ese ritual por dos motivos. El primero de ellos, era que su imponente estatura y su musculatura voluminosa no intimidaba nada si la gente veía esos inmensos y adorables ojos de conejito gigantes. Sus facciones eran tan animales, que no importaba cuantas cicatrices ocultara su delicado pelaje, seguían tratándolo como a una pequeña y adorable criatura si lo miraban demasiado. Por otro lado, las orejas tentaban demasiado a los tirones de extraños, y no quería que lo echaran por “despachar” a algún cliente.
Se asomó por la puerta, y vio para su regocijo, como solo la joven salía de la habitación, sola.
Una sonrisa se curvo bajo la máscara de arcilla blanca, mientras el mercenario afianzaba a su largo abrigo sus armas, y empezaba a seguir a la pequeña.
Pronto, ambos estaban fuera de la posada.
El vampiro ciego le había dicho que tuviera cuidado, que era un dragón de agua, pero para el hombre bestia solo era una niña descuidada, tan ingenua como para pasear sola y descalza por la ciudad de los vampiros. Planeaba acorralarla en algún callejón, y se terminó descubriendo saliendo del poblado. ¿A dónde iba esa niña ahora que brillaba el sol en los bosques neblinosos?
“mejor para mi” Pensó el mercenario. “Dos encargos en una sola mañana” Golpeó con su mullida y enguantada mano el tomo sobre las hadas sonrientes** que guardaba en uno de sus inmensos bolsillos, el encargo original por el que había arribado a ese reino de condenados.
Bunt caminó a una distancia prudencial, sin embargo, cada vez que encontraba un buen lugar para emboscarla, la chica giraba hacia otro lado, y ya empezaba a estar hasta las narices de aquella caza. La cautela empezaba a pasar a un segundo plano.
Había salido bien de mañana, apenas había logrado dormir, era tal la euforia de haber encontrado a Víctor, y el júbilo que me embargaba que no era capaz de pegar ojo más de unas pocas horas seguidas. O quizás era la costumbre de estar tanto tiempo buscándole sin apenas dormir que mi cuerpo se había acostumbrado a no sumirse en el manto del sueño.
De un modo u otro, estaba inquieta, y de camino a la aldea había visto algo que me intrigaba. Juraría que unas enormes vides de umbra mortalis* estaban cerca del lago, o, mejor dicho, juraría que habíamos pasado por al lado de los algos del pantano en nuestro camino al pueblo, porque viajar por tierra aún se me hacía raro. Para asegurarme de que no me perdía ni confundía el camino volando, decidí ir andando, tenía todo el día por delante.
El camino se me hizo sumamente largo, la neblina complicaba el hecho de encontrar el camino, y me hallaba a menudo cambiando de dirección sin estar demasiado segura de ir por el camino indicado.
Finalmente, un destello dorado llamó mi atención, y atravesé la última hilera de árboles. El sol atravesaba la niebla y les daba a las aguas estancadas un color dorado. El olor inconfundible de los Lunamorf llenaba molestamente el aire cuando estos emergían del agua, pero era soportable.
Ahora solo faltaba empezar a buscar los bulbos rojos de la umbra mortalis.
Blunt se estaba poniendo de los nervios, justo cuando se abalanzó sobre la pequeña esta saltó y se alejó de aquel lugar, haciendo que se estrellase sobre el suelo y se rompiera parte de su máscara. La cara de un adorable conejito blanco empezó a asomarse por los pedazos. Sin embargo, casi toda permaneció en su sitio, medio suelta, amenazándose con desmoronarse.
Encima ni siquiera se había dignado a girarse. ¿De verdad que no lo había escuchado? ¿A caso era sorda esa joven? ¿O estaba tanto en las nuves? – Voy a hacerme una alfombra de piel de dragón.-Refunfuño mirando el sitio por donde había marchado la joven.
El mercenario se puso en pie, y sintió como algo le tiraba del sombrero, una especie de insecto grisáceo sin nariz, de considerable tamaño, e instintivamente le dio un manotazo. La criatura salio volando, y se estampo contra un árbol, emitiendo un ruido viscoso al espachurrarse.
Su mente tardo un instante en percatarse de lo que acababa de hacer. Acababa de golpear a una Hada sonreinte**.- Mierda.- Exhaló desde lo mas hondo de su alma.
El sonido del aleteo empezó a escucharse de diferentes lados, y se formó en cuestión de segundos una bandada mediana, que no tardaron en abalanzarse mostrando sus siniestras sonrisas sobre aquel que había convertido en jugo de hada a uno de sus semejantes.
- Bunt:
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Arygos Valnor
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Viajar desde Sacrestic hasta el lago habia sido una tarea realmente molesta.
Por un lado, no me apasionaban en concreto los hombres bestia.
Demasiado violentos. Demasiado impulsivos. Pocos eran lo suficientemente pacientes y calmados como para poder enfocar un combate antes de lanzarse de fauces a este... Y muchos menos eran los que me soportaban en mis investigaciones.
Aunque se ha de decir que era mutuo. Había compartido alguna que otra vez alguna habitacion con depende que mestizo, y siempre acababa harto de encontrar restos de sus pelos en las muestras de plantas o sustancias con las que tenia intención de experimentar.
Por otro lado, estaba el tema del terreno.
Como no era un tío musculoso, aprovechaba siempre los caminos y los senderos que otros habían preparado ya para hacer las travesías más fáciles... Pero llegar a ese lago no era nada fácil.
Bosques, rocas, acantilados y algún que otro punto de pantanos habían hecho que mi paciencia se acabara cuando entré por fin en la parte más densa del bosque, donde la niebla había acabado por alzarse un poco.
Entonces noté el viento agitarse cerca mio mientras pasaba por el lado de un árbol. No me inmute, sino que escuché con paciencia. Luego noté un tirón que trataba de quitarme la capucha. Cerré los ojos más tranquilo y con cuidado, aparte a la pequeña hada sonriente que trataba de juguetear.
- No soy un príncipe, pequeña. - Le dije tranquilo. Ella pareció reírse, aunque dudo que me entendiera, pero se fue volando a molestar a otro que quizás fuera más guapo. Suspire por debajo de la bufanda y seguí el camino.
Había iniciado ese camino por dos razones. La primera: Quería ver los efectos en piel de cierto extracto de una planta diluido en aceite que solo se podía encontrar en el lago. La segunda: Por razones varias, se había puesto una recompensa por mi cabeza en el otro extremo del Lago Central, así que lo mejor seria desaparecer un tiempo.
Alce la vista un momento cuando vi el cadáver de un aventurero. Debía ser reciente, pues la carne aun estaba caliente y su frente sudado. Llevaba los restos de una extraña mascara bastante fea. Por debajo de esta, pude ver que se trataba de un hombre bestia. Me encogí de hombros y me agache para examinar su cuerpo. A juzgar por las heridas y por la sustancia verde que había unos metros más allá, mojando un árbol cercano, el muy imbécil debía de haber atacado a las hadas... Y estas le habían trillado pero bien...
- Te pasa por estúpido. - Dije simplemente mientras tomaba sus alforjas y las ataba en mi cinturón. Busque dentro de su abrigo y encontré un par de cuchillos que deseché enseguida. Pues eran Kirks. Muy afilados, pero solamente recomendables para cortar carne viva. Lo que si que tomé fueron un par de pequeñas dagas que parecía llevar atadas a una bandolera. Las coloqué en mi espalda, escondidas bajo la capa. Luego, seguí mi camino.
"No debe faltar demasiado..." Me dije a mi mismo.
Y efectivamente, unos metros más allá, se podía empezar a distinguir el brillo de las aguas del lago. El aire había cogido cierto aroma a verde y a roca mojada. Era un olor agradable, para variar. Estaba harto del olor a mierda de la ciudad. Estaba harto en si de la mierda de gente de la ciudad.
- Bien... - Murmuré a nadie en concreto cuando me acerque a la orilla del lago y pegue un sorbo de agua. Era ligeramente salada. - A buscar putas setas...
Por un lado, no me apasionaban en concreto los hombres bestia.
Demasiado violentos. Demasiado impulsivos. Pocos eran lo suficientemente pacientes y calmados como para poder enfocar un combate antes de lanzarse de fauces a este... Y muchos menos eran los que me soportaban en mis investigaciones.
Aunque se ha de decir que era mutuo. Había compartido alguna que otra vez alguna habitacion con depende que mestizo, y siempre acababa harto de encontrar restos de sus pelos en las muestras de plantas o sustancias con las que tenia intención de experimentar.
Por otro lado, estaba el tema del terreno.
Como no era un tío musculoso, aprovechaba siempre los caminos y los senderos que otros habían preparado ya para hacer las travesías más fáciles... Pero llegar a ese lago no era nada fácil.
Bosques, rocas, acantilados y algún que otro punto de pantanos habían hecho que mi paciencia se acabara cuando entré por fin en la parte más densa del bosque, donde la niebla había acabado por alzarse un poco.
Entonces noté el viento agitarse cerca mio mientras pasaba por el lado de un árbol. No me inmute, sino que escuché con paciencia. Luego noté un tirón que trataba de quitarme la capucha. Cerré los ojos más tranquilo y con cuidado, aparte a la pequeña hada sonriente que trataba de juguetear.
- No soy un príncipe, pequeña. - Le dije tranquilo. Ella pareció reírse, aunque dudo que me entendiera, pero se fue volando a molestar a otro que quizás fuera más guapo. Suspire por debajo de la bufanda y seguí el camino.
Había iniciado ese camino por dos razones. La primera: Quería ver los efectos en piel de cierto extracto de una planta diluido en aceite que solo se podía encontrar en el lago. La segunda: Por razones varias, se había puesto una recompensa por mi cabeza en el otro extremo del Lago Central, así que lo mejor seria desaparecer un tiempo.
Alce la vista un momento cuando vi el cadáver de un aventurero. Debía ser reciente, pues la carne aun estaba caliente y su frente sudado. Llevaba los restos de una extraña mascara bastante fea. Por debajo de esta, pude ver que se trataba de un hombre bestia. Me encogí de hombros y me agache para examinar su cuerpo. A juzgar por las heridas y por la sustancia verde que había unos metros más allá, mojando un árbol cercano, el muy imbécil debía de haber atacado a las hadas... Y estas le habían trillado pero bien...
- Te pasa por estúpido. - Dije simplemente mientras tomaba sus alforjas y las ataba en mi cinturón. Busque dentro de su abrigo y encontré un par de cuchillos que deseché enseguida. Pues eran Kirks. Muy afilados, pero solamente recomendables para cortar carne viva. Lo que si que tomé fueron un par de pequeñas dagas que parecía llevar atadas a una bandolera. Las coloqué en mi espalda, escondidas bajo la capa. Luego, seguí mi camino.
"No debe faltar demasiado..." Me dije a mi mismo.
Y efectivamente, unos metros más allá, se podía empezar a distinguir el brillo de las aguas del lago. El aire había cogido cierto aroma a verde y a roca mojada. Era un olor agradable, para variar. Estaba harto del olor a mierda de la ciudad. Estaba harto en si de la mierda de gente de la ciudad.
- Bien... - Murmuré a nadie en concreto cuando me acerque a la orilla del lago y pegue un sorbo de agua. Era ligeramente salada. - A buscar putas setas...
Erenair
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
En un comienzo el zumbido de las hadas me pasó desapercibido, no fue hasta que vi a varias pasar cerca mío, ignorándome, todas en la misma dirección, que suscitaron mi curiosidad.
Unos chillidos que no podía discernir si eran de hombre o de vestía empezaron a sonar entre la maleza, y me quedé quieta en el lugar, dudando en si apurar el paso o tomar la dirección opuesta. Finalmente me decidí por seguir a las criaturitas voladoras.
No muy lejos de allí, entre las ramas, una visión me dejó paralizada. Una figura enorme que me sonaba familiar peleaba con la nube de seres grises que se había formado a su lado, zarandeaba enajenado su acero, partiendo alguna que otra de las criaturas, pero por lo general, eran demasiado rápidas para él.
Había leído sobre el peligro de las hadas sonrientes, pero jamás las había visto en acción. Sabía lo que le deparaba a ese desdichado, una muerte lenta, dolorosa y agonizante. Meterme significaba segar cientos de vidas de esas pequeñas bestias a cambio de la del sujeto, y fue una resolución que por poco tomo. Pero el recuerdo de haber visto aquel hombre antes me mantuvo en el sitio.
Era un mercenario, estaba segura de ello, uno de los que había consultado cuando los afiches de Víctor llenaban las calles, y de los que se había jactado de ir a capturarle. Podría haber reconocido esa mascara en cualquier lado, aunque estuviera rota, mi memoria era buena, y aquel signo sumamente particular.
Así que permanecí quieta, como una estatua.
Las hadas estaban enajenadas, pero nada que ver como cuando un pedazo más de arcilla se desprendió de su cara, y observaron esas inmensas paletas de conejo. Entraron en un frenesí inusitado, y se abalanzaron avariciosas hacia su cara. Las alas batían tan rápido que difuminaban el aire, y sus pequeños cuerpecitos no me permitían ver cómo le arrancaba la carne, separaban la piel y perforaban las arterias haciéndole ahogarse en su propia sangre. Solo podía escucharlo, ver su figura cubierta de duendes e imaginar que estaba pasando. Era fascinante.
Me quedé quieta observando aquel grotesco espectáculo, como las hadas se separaban con la boca ensangrentada y su trofeo entre las manos, las primeras se alejaron con algunos huesos de la nariz, los cuales limpiaban a lametazos. Luego algunos caninos, por lo que imaginé que habían comido parte de su cara. Finalmente, entre varias, las cuatro paletas centrales fueron llevadas a algún nido cercano, parecía que les costaba trasportarlas y a su vez, sumamente encantadas.
Aguardé a que las hadas comieran y se retiraran, quería acercarme a examinarlo, pero no antes de que hubieran terminado. De ese modo, no se sentirían amenazadas, ni como si intentara robarles. Cuando la última de ellas abandonó el cadáver, me acerqué un par de pasos. Entonces un ruido nuevo rompió el aire. Pasos. Temiendo que fuera un aliado del mercenario volví a mi escondite entre aquel lugar y el lago.
La figura humana que llegó se puso a desvalijar el cadáver, pero lo que me tranquilizó de su presencia fueron sus comentarios al aire, no solo no parecía conocer de nada al fiambre, sino que además parecía estar buscando también algo de la flora de aquel lugar.
-Es porque molestó a las hadas. - Dije en voz alta, antes de emerger del escondite. Por lo menos ahora no parecía alguna clase de duende del pantano. Tenía el vestido sencillo que Víctor me había hecho, y el pelo blanco y ondulado algo atado. Aunque las puntas de algunos mechones seguían con las puntas quemadas, y todavía olía a humo. Quizás pudiera considerarse algo raro que fuera descalza, o como se revolvían mis faldas, fruto de la cola que escondían, que se zarandeaba con cierto nerviosismo, o solo por mantener el equilibrio intacto. - Si no las molestas deberían estar saciadas y contentas. – Miré al cadáver sin ninguna repugnancia, de cuyo rostro carcomido emergía algo de hueso, y un líquido viscoso lo manchaba, seguramente de los globos oculares, o las propias hadas.
Luego de mi advertencia en un tono cordial y amable ante aquel otro aficionado a la vegetación lo suficiente como para salir a buscarla por sus propios medios, decidí hacer alusión al resto de cosas que le había escuchado. - ¿Cómo son las putas setas? .- Pregunté con total seriedad.- Nunca había escuchado de ellas. ¿Crecen solo aquí? ¿Para qué sirven?.-Miré a mi alrededor, por si acaso veía algún hongo que me diera la sensación pudiera recibir aquel nombre. Conocía las dos palabras por separado, pero juntas jamás las había escuchado. -¿Por qué se llaman así?.-Añadí, sin apenas dejar tiempo entre una pregunta y la otra. Tras un par de instantes callada, me percaté de algo aún más importante. -Oh...Perdón.-Ladeé un poco el rostro.- Soy Arygos, un dragón de agua.-Le extendí la mano, como sabía que hacían los humanos al presentarse.
Unos chillidos que no podía discernir si eran de hombre o de vestía empezaron a sonar entre la maleza, y me quedé quieta en el lugar, dudando en si apurar el paso o tomar la dirección opuesta. Finalmente me decidí por seguir a las criaturitas voladoras.
No muy lejos de allí, entre las ramas, una visión me dejó paralizada. Una figura enorme que me sonaba familiar peleaba con la nube de seres grises que se había formado a su lado, zarandeaba enajenado su acero, partiendo alguna que otra de las criaturas, pero por lo general, eran demasiado rápidas para él.
Había leído sobre el peligro de las hadas sonrientes, pero jamás las había visto en acción. Sabía lo que le deparaba a ese desdichado, una muerte lenta, dolorosa y agonizante. Meterme significaba segar cientos de vidas de esas pequeñas bestias a cambio de la del sujeto, y fue una resolución que por poco tomo. Pero el recuerdo de haber visto aquel hombre antes me mantuvo en el sitio.
Era un mercenario, estaba segura de ello, uno de los que había consultado cuando los afiches de Víctor llenaban las calles, y de los que se había jactado de ir a capturarle. Podría haber reconocido esa mascara en cualquier lado, aunque estuviera rota, mi memoria era buena, y aquel signo sumamente particular.
Así que permanecí quieta, como una estatua.
Las hadas estaban enajenadas, pero nada que ver como cuando un pedazo más de arcilla se desprendió de su cara, y observaron esas inmensas paletas de conejo. Entraron en un frenesí inusitado, y se abalanzaron avariciosas hacia su cara. Las alas batían tan rápido que difuminaban el aire, y sus pequeños cuerpecitos no me permitían ver cómo le arrancaba la carne, separaban la piel y perforaban las arterias haciéndole ahogarse en su propia sangre. Solo podía escucharlo, ver su figura cubierta de duendes e imaginar que estaba pasando. Era fascinante.
Me quedé quieta observando aquel grotesco espectáculo, como las hadas se separaban con la boca ensangrentada y su trofeo entre las manos, las primeras se alejaron con algunos huesos de la nariz, los cuales limpiaban a lametazos. Luego algunos caninos, por lo que imaginé que habían comido parte de su cara. Finalmente, entre varias, las cuatro paletas centrales fueron llevadas a algún nido cercano, parecía que les costaba trasportarlas y a su vez, sumamente encantadas.
Aguardé a que las hadas comieran y se retiraran, quería acercarme a examinarlo, pero no antes de que hubieran terminado. De ese modo, no se sentirían amenazadas, ni como si intentara robarles. Cuando la última de ellas abandonó el cadáver, me acerqué un par de pasos. Entonces un ruido nuevo rompió el aire. Pasos. Temiendo que fuera un aliado del mercenario volví a mi escondite entre aquel lugar y el lago.
La figura humana que llegó se puso a desvalijar el cadáver, pero lo que me tranquilizó de su presencia fueron sus comentarios al aire, no solo no parecía conocer de nada al fiambre, sino que además parecía estar buscando también algo de la flora de aquel lugar.
-Es porque molestó a las hadas. - Dije en voz alta, antes de emerger del escondite. Por lo menos ahora no parecía alguna clase de duende del pantano. Tenía el vestido sencillo que Víctor me había hecho, y el pelo blanco y ondulado algo atado. Aunque las puntas de algunos mechones seguían con las puntas quemadas, y todavía olía a humo. Quizás pudiera considerarse algo raro que fuera descalza, o como se revolvían mis faldas, fruto de la cola que escondían, que se zarandeaba con cierto nerviosismo, o solo por mantener el equilibrio intacto. - Si no las molestas deberían estar saciadas y contentas. – Miré al cadáver sin ninguna repugnancia, de cuyo rostro carcomido emergía algo de hueso, y un líquido viscoso lo manchaba, seguramente de los globos oculares, o las propias hadas.
Luego de mi advertencia en un tono cordial y amable ante aquel otro aficionado a la vegetación lo suficiente como para salir a buscarla por sus propios medios, decidí hacer alusión al resto de cosas que le había escuchado. - ¿Cómo son las putas setas? .- Pregunté con total seriedad.- Nunca había escuchado de ellas. ¿Crecen solo aquí? ¿Para qué sirven?.-Miré a mi alrededor, por si acaso veía algún hongo que me diera la sensación pudiera recibir aquel nombre. Conocía las dos palabras por separado, pero juntas jamás las había escuchado. -¿Por qué se llaman así?.-Añadí, sin apenas dejar tiempo entre una pregunta y la otra. Tras un par de instantes callada, me percaté de algo aún más importante. -Oh...Perdón.-Ladeé un poco el rostro.- Soy Arygos, un dragón de agua.-Le extendí la mano, como sabía que hacían los humanos al presentarse.
Arygos Valnor
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Al oír la voz de la niña, por inercia lleve mi mano a la daga, pero la deje ahí, sin acabar de sacarla. Parecía tratarse de una niña perdida. Respire profundamente antes de apartar la mano y mirarla detenidamente.
Era menuda, no llegaría a la mayoría de edad. Me fije que iba descalza. "Una mendiga?" Me pregunté. Era albina y ligeramente torpe, se apreciaba en su forma de andar. "No... Si estuviera en la calle ya la habrían echo puta a la fuerza..." Me dije a mi mismo.
Por alguna razón desconocida, mi aspecto amenazador, mi mirada intimidatoria o el intento deliberado de parecer una especie de borde subnormal no hicieron en ella estrago alguno.
-Es porque molestó a las hadas - Dijo convencida, refiriéndose al desgraciado descuartizado que había visto minutos antes. - Si no las molestas deberían estar saciadas y contentas.
La miré largo y tendido mientras se acercaba despreocupada. Opté por hacer como si no la oyera y seguir a lo mio... Total, tanto si era una niña corriente como si era una niña especial, mi experimento no cambiaba. Ella siguió mis pasos a una distancia prudencial, haciendo preguntas.
-¿Cómo son las putas setas? Nunca había escuchado de ellas. ¿Crecen solo aquí? ¿Para qué sirven?
Seguí ignorándola un rato mientras me metía en el bosque a buscar por debajo de los arboles, cerca de las raíces. "Va a seguir tocando los cojones hasta que le diga algo... Verdad?" Me pregunté a mi mismo.
- Son setas de un tono marrón en la parte superior. Su tallo es claro. Su himenio es muy, muy áspero, ademas de que puede irritar la piel. Sus placas desprenden una mucosa muy pringosa que me interesa recolectar, así que si vas a coger alguno, cógelo por el tallo. Y no lo cortes. Sino que separa la volva del suelo sin romperlo. - Era una explicación lo suficientemente larga como para que la niña se centrara en buscarlas. - Oh, y pase lo que pase, no toques el anillo del tallo o...
- ¿Por qué se llaman así?
La miré un instante. Conteniendo la respiración.
- ... Te matará. - Acabé de un suspiro. - Se llaman Russula sanguínea. Algunos aldeanos la llaman también "Mataperros" porque se lo dan a aquellos que tienen que sacrificar.
Y seguí buscando sin decirle nada más, esperando que estuviera en silencio un rato... Me equivocaba.
-Oh...Perdón.-Dijo de pronto.- Soy Arygos, un dragón de agua.
Me tendió la mano mientras yo buscaba las setas. Me detuve de cuclillas, a la altura de sus ojos. Mirando primero a su mano y luego a ella, sonriente y ingenua. "Un dragón..." Me fije en los movimientos de su falda. "Oh..."
Dude un instante antes de tenderle la mano. Me pareció interesante estudiar su comportamiento mientras experimentaba. Pero para eso, primero tenia que hacer que no se sintiera amenazada.
- Karkaran. - Dije seco. Nunca fui bueno en las presentaciones.
Era menuda, no llegaría a la mayoría de edad. Me fije que iba descalza. "Una mendiga?" Me pregunté. Era albina y ligeramente torpe, se apreciaba en su forma de andar. "No... Si estuviera en la calle ya la habrían echo puta a la fuerza..." Me dije a mi mismo.
Por alguna razón desconocida, mi aspecto amenazador, mi mirada intimidatoria o el intento deliberado de parecer una especie de borde subnormal no hicieron en ella estrago alguno.
-Es porque molestó a las hadas - Dijo convencida, refiriéndose al desgraciado descuartizado que había visto minutos antes. - Si no las molestas deberían estar saciadas y contentas.
La miré largo y tendido mientras se acercaba despreocupada. Opté por hacer como si no la oyera y seguir a lo mio... Total, tanto si era una niña corriente como si era una niña especial, mi experimento no cambiaba. Ella siguió mis pasos a una distancia prudencial, haciendo preguntas.
-¿Cómo son las putas setas? Nunca había escuchado de ellas. ¿Crecen solo aquí? ¿Para qué sirven?
Seguí ignorándola un rato mientras me metía en el bosque a buscar por debajo de los arboles, cerca de las raíces. "Va a seguir tocando los cojones hasta que le diga algo... Verdad?" Me pregunté a mi mismo.
- Son setas de un tono marrón en la parte superior. Su tallo es claro. Su himenio es muy, muy áspero, ademas de que puede irritar la piel. Sus placas desprenden una mucosa muy pringosa que me interesa recolectar, así que si vas a coger alguno, cógelo por el tallo. Y no lo cortes. Sino que separa la volva del suelo sin romperlo. - Era una explicación lo suficientemente larga como para que la niña se centrara en buscarlas. - Oh, y pase lo que pase, no toques el anillo del tallo o...
- ¿Por qué se llaman así?
La miré un instante. Conteniendo la respiración.
- ... Te matará. - Acabé de un suspiro. - Se llaman Russula sanguínea. Algunos aldeanos la llaman también "Mataperros" porque se lo dan a aquellos que tienen que sacrificar.
Y seguí buscando sin decirle nada más, esperando que estuviera en silencio un rato... Me equivocaba.
-Oh...Perdón.-Dijo de pronto.- Soy Arygos, un dragón de agua.
Me tendió la mano mientras yo buscaba las setas. Me detuve de cuclillas, a la altura de sus ojos. Mirando primero a su mano y luego a ella, sonriente y ingenua. "Un dragón..." Me fije en los movimientos de su falda. "Oh..."
Dude un instante antes de tenderle la mano. Me pareció interesante estudiar su comportamiento mientras experimentaba. Pero para eso, primero tenia que hacer que no se sintiera amenazada.
- Karkaran. - Dije seco. Nunca fui bueno en las presentaciones.
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Pese al tono seco de su voz, aquel hombre extraño y tan abrigado, pese a que no hacía ni pizca de frio allí, al menos, no para mí que había nacido en el norte, era sumamente conciso con sus respuestas, así que atesoré cada palabra y la gravé en mi mente, en esa enciclopedia que era mi cabeza de plantas, animales, mitos y cualquier cosa que terminara al alcance de mis oídos y mis manos, que no eran pocas.
Con su explicación, tuve rápidamente una imagen mental de la seta que estaba buscando. Quizás ambos podíamos ayudarnos, si yo le ayudaba a encontrar una seta, cosa que podía hacer mientras buscaba mi vid, él podía avisarme si hallaba la planta que yo buscaba.
Parecía que su búsqueda lo tenía sumamente ensimismado, tanto que seguía hablando sin siquiera detenerse cuando le preguntaba. No era problema alguno, claro, porque yo podía seguirle sin ningún problema por la foresta, siempre y cuando mantuviera la cola zarandeándose para evitar alguna aparatosa caída.
Casi hasta me llegué a plantear que mi compañía le molestaba, pero en cuando me estrechó la mano y se presentó, deseché aquella idea.
-Karkaran, creo que vi ayer unas vides de umbra mortalis bastan grandes por la zona, son unos bulbos rojizos que parecen frágiles, pero sus hojas muchos dientes y son caníbales. Las que vi no eran tan grandes como para comer a un humano… pero si tenían el tamaño como para zaparse a un armiño de un bocado. - Le advertí, para que estuviera al tanto, y si veía alguna, no le acercase la mano. – Si las ves, ¿Podrías avisarme? Creo que podría darles de comer un pedazo del señor de antes. - Señalé con la nariz en dirección del cadáver. Tenía una incipiente curiosidad por verlas alimentarse.
Luego de eso decidí decidí dejar de seguir sus pasos, y examinar la foresta cerca de él, pero sin ir pegada, de ese modo cubriríamos más terreno. Llegué a la orilla del pantano cuyas aguas parecían pozas de oro líquido, era, realmente, un espectáculo impresionante. Compadecí a los vampiros que no eran capaces de ver la belleza de su propio reino bajo la luz del astro padre.
Me puse a buscar entre la parte baja de los árboles que daban a las charcas, algún hongo que se pareciera a lo que me había explicado, allí, habría sin duda humedad, algo que solía ser un sinónimo de hongos, setas, y este tipo de plantas.
Creí encontrarlo un par de veces, pero a medida que fui viendo me percaté que había bastantes hongos que podían entrar dentro de la descripción, más que nada, porque como el himeneo era irritante, no podía tocarlo para ver su textura, y la viscosidad de la que había hablado, podía confundirse con una humedad torva propia de la niebla y el rocío matinal, así que, para no hacerle ir de un lado a otro, me agache delante de las tres setas distintas en la que dudaba, y las solté de su volva con sumo cuidado, sin tocar el anillo del tallo, dos de ellas las sostenía entre el índice y el pulgar de cada mano, y la tercera entre el meñique y el meñique y el anular, aquella que era más menuda.
Volví a acercarme al sujeto con las tres setas, esperando haber acertado en alguna de ellas, aunque podía ser que no, muchas plantas se escondían entre otras similares, de ese modo, conque una sola tuviera veneno, todas quedaban a salvo.
- ¿Es alguna de estas? -Le pregunté, ofreciéndole mi hallazgo. - Por cierto. ¿Por qué matan perros con un hongo tan peligroso de recolectar? ¿No es más fácil darles un golpe contundente en la cabeza? O asarlos…- Arrugué la nariz al recordar esa hedionda costumbre sureña de cocinar la carne.
- ¿Para que buscas la baba de hongo? – Si aquella seta tenía otras propiedades, quería conocerlas, quizás me convenía llevarme algunas para las islas cuando fuera a emprender mis estudios extendidos sobre alquimia. Todas las sustancias extrañas que pudiera obtener para mis experimentos de antemano, eran un problema que me ahorraba cuando hubiera llegado con el maestro al que me habían recomendado.
-Oh. - De golpe caí en otra cosa. - ¿No te dan miedo los vampiros? Ya sé que no salen de día, pero estás en sus tierras, probablemente a la noche no hayas podido salir de ellas. - presumí, ya que no le había encontrado caballo alguno, ni olía ninguno cerca. Por otro lado, los humanos solían tenerles mucho rechazo y recelo, al igual que la mayoría de variantes de estos.
Con su explicación, tuve rápidamente una imagen mental de la seta que estaba buscando. Quizás ambos podíamos ayudarnos, si yo le ayudaba a encontrar una seta, cosa que podía hacer mientras buscaba mi vid, él podía avisarme si hallaba la planta que yo buscaba.
Parecía que su búsqueda lo tenía sumamente ensimismado, tanto que seguía hablando sin siquiera detenerse cuando le preguntaba. No era problema alguno, claro, porque yo podía seguirle sin ningún problema por la foresta, siempre y cuando mantuviera la cola zarandeándose para evitar alguna aparatosa caída.
Casi hasta me llegué a plantear que mi compañía le molestaba, pero en cuando me estrechó la mano y se presentó, deseché aquella idea.
-Karkaran, creo que vi ayer unas vides de umbra mortalis bastan grandes por la zona, son unos bulbos rojizos que parecen frágiles, pero sus hojas muchos dientes y son caníbales. Las que vi no eran tan grandes como para comer a un humano… pero si tenían el tamaño como para zaparse a un armiño de un bocado. - Le advertí, para que estuviera al tanto, y si veía alguna, no le acercase la mano. – Si las ves, ¿Podrías avisarme? Creo que podría darles de comer un pedazo del señor de antes. - Señalé con la nariz en dirección del cadáver. Tenía una incipiente curiosidad por verlas alimentarse.
Luego de eso decidí decidí dejar de seguir sus pasos, y examinar la foresta cerca de él, pero sin ir pegada, de ese modo cubriríamos más terreno. Llegué a la orilla del pantano cuyas aguas parecían pozas de oro líquido, era, realmente, un espectáculo impresionante. Compadecí a los vampiros que no eran capaces de ver la belleza de su propio reino bajo la luz del astro padre.
Me puse a buscar entre la parte baja de los árboles que daban a las charcas, algún hongo que se pareciera a lo que me había explicado, allí, habría sin duda humedad, algo que solía ser un sinónimo de hongos, setas, y este tipo de plantas.
Creí encontrarlo un par de veces, pero a medida que fui viendo me percaté que había bastantes hongos que podían entrar dentro de la descripción, más que nada, porque como el himeneo era irritante, no podía tocarlo para ver su textura, y la viscosidad de la que había hablado, podía confundirse con una humedad torva propia de la niebla y el rocío matinal, así que, para no hacerle ir de un lado a otro, me agache delante de las tres setas distintas en la que dudaba, y las solté de su volva con sumo cuidado, sin tocar el anillo del tallo, dos de ellas las sostenía entre el índice y el pulgar de cada mano, y la tercera entre el meñique y el meñique y el anular, aquella que era más menuda.
Volví a acercarme al sujeto con las tres setas, esperando haber acertado en alguna de ellas, aunque podía ser que no, muchas plantas se escondían entre otras similares, de ese modo, conque una sola tuviera veneno, todas quedaban a salvo.
- ¿Es alguna de estas? -Le pregunté, ofreciéndole mi hallazgo. - Por cierto. ¿Por qué matan perros con un hongo tan peligroso de recolectar? ¿No es más fácil darles un golpe contundente en la cabeza? O asarlos…- Arrugué la nariz al recordar esa hedionda costumbre sureña de cocinar la carne.
- ¿Para que buscas la baba de hongo? – Si aquella seta tenía otras propiedades, quería conocerlas, quizás me convenía llevarme algunas para las islas cuando fuera a emprender mis estudios extendidos sobre alquimia. Todas las sustancias extrañas que pudiera obtener para mis experimentos de antemano, eran un problema que me ahorraba cuando hubiera llegado con el maestro al que me habían recomendado.
-Oh. - De golpe caí en otra cosa. - ¿No te dan miedo los vampiros? Ya sé que no salen de día, pero estás en sus tierras, probablemente a la noche no hayas podido salir de ellas. - presumí, ya que no le había encontrado caballo alguno, ni olía ninguno cerca. Por otro lado, los humanos solían tenerles mucho rechazo y recelo, al igual que la mayoría de variantes de estos.
Arygos Valnor
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
La niña resultaba ser de lo más parlanchina. No era algo que me molestase, para ser francos, pero tampoco lo consideraba motivo de alegría. A diferencia de lo que parecía ser el resto de la humanidad, yo prefería escuchar antes que hablar a la brava... Pero esa niña tampoco era de esa filosofía charlatana.
Su curiosidad era infundida. Sus preguntas, directas. Su agudeza no tenia parangón. "Quizás porque no es humana" Me dijo una voz en mi cabeza... Pero algo me decía que esa niña era especial. Que incluso dentro de su especie de lagartos gigantes, esa chica tenia algo en concreto que resaltaba a simple vista.
Si no fuera por su insaciable sed de preguntas, casi podría decirse que me caía bien.
-Karkaran- Dijo mientras yo miraba dentro de un tronco putrefacto que había caído ahí. -creo que vi ayer unas vides de umbra mortalis bastan grandes por la zona, son unos bulbos rojizos que parecen frágiles, pero sus hojas muchos dientes y son caníbales. Las que vi no eran tan grandes como para comer a un humano… pero si tenían el tamaño como para zaparse a un armiño de un bocado. - Dijo, como si temiera que las fuera a tocar. – Si las ves, ¿Podrías avisarme? Creo que podría darles de comer un pedazo del señor de antes.
Hizo un gesto bastante elocuente en dirección a los restos del hombre bestia. Pude ver como sus ojos brillaban y su cola se movia ligeramente bajo los trapos. Sin lugar a dudas, tenia curiosidad por saber que pasaba con esa planta al comer.
- Si veo la planta, te lo haré saber. - Dije sonriendo de medio lado por debajo de la bufanda, de forma que ella no me viera. Lo cierto es que me recordó un poco a mi cuando era algo más joven... Solo que yo sin lugar a dudas no era tan bonito de niño... Ni me pasearía descalzo.
Tras eso, estuvimos un rato en silencio. Ella buscaba por los alrededores. Yo trepe hacia unas rocas que había algo más allá, cerca del agua. Baje frustrado, nada.
- ¿Es alguna de estas? -Preguntó, sorprendiéndome un instante. Era bastante más sigilosa de lo que esperaba.
Tomé con cuidado las tres setas que me trajo y descarté una de ellas.
- Esa es un Armillariella mellea. Comestible, pero no interesa. - Dije guardándola en mi alforja. - Esta otra... - Dije tomando la segunda. - Es Laccaria laca. No es la que buscamos, pero me servirá para hacer un ungüento por si nos irritamos con esta. - Dije alzando la tercera. Con una sonrisa bajo la bufanda. - No suelo complacer a niños... Ni a nadie en general. Bien hecho.
- Por cierto. ¿Por qué matan perros con un hongo tan peligroso de recolectar? ¿No es más fácil darles un golpe contundente en la cabeza? O asarlos…
- La gente se encariña de esos perros. - Dije tranquilo, conocedor de su falta de comprensión. Mientras decía eso, simplemente saque un par de frascos que deposite en una piedra del suelo, para mantenerlos lejos de la tierra. - Con la seta, pueden hacer que se lo tome sin que le suponga algo forzado... Una muerte más dulce y menos dolorosa. Asarlos o golpearlos afecta a los sentimientos humanos a veces.
Tome algo de pedernal y lo golpeé una vez contra una piedra, luego, expandí rápidamente la chispa contra un pequeño grupo de palos que había preparado, haciendo así un fuego. Coloque la Laccaria dentro de uno de los tarros y eche junto a ella algo de agua en el tarro. Luego lo dejé al lado del fuego. Haciendo que el agua hirviera con la seta dentro.
Luego, despacio, coloque la Russula en un mortero y empecé a apretarla despacio con el moledor en la parte del sombrero, haciendo que expulsara bastante mucosa. La niña me observaba en silencio.
- ¿Para que buscas la baba de hongo? - Preguntó.
- Hay gente que afirma que tiene propiedades regenerativas en cuanto a la piel. Otros dicen que puede ayudarte a levantar ciertas partes del cuerpo que ya no se levantan. Mi intención es descubrirlo. - Dije alzándome de hombros. Había dicho todo esto sin apartar la mirada de la seta. - Ademas, me gustaría saber si esta sustancia puede usarse también como veneno si se aplica en grandes dosis.
De nuevo, silencio mientras trabajaba. Saque la primera probeta del fuego. La Laccaria había cogido un tono blanquecino y el agua amorronada. Saqué tranquilamente la seta y la aplasté con ambas manos, dándole un momento el mortero a la niña. Ya sabia que no era peligrosa, a menos que se la alterara. La mejor forma de hacerle entender que yo no lo era tampoco era tratándola de igual. Volvi a colocar la seta molida dentro del agua y la tape con un poco de corcho. Luego volvi a tomar el mortero.
- Agita esto. - Le dije dandole la probeta con la Laccaria y el agua.
-Oh. -Dijo mientras tomaba el frasco- ¿No te dan miedo los vampiros? Ya sé que no salen de día, pero estás en sus tierras, probablemente a la noche no hayas podido salir de ellas.
- Mi sangre sabe mal. - Dije simplemente. Me dio una mirada que daba perfectamente a entender que no se lo creia, asi que me baje un poco la bufanda para que me viera la cara llena de cicatrices y quemaduras. - Lo cierto es que los vampiros no me suelen molestar. Soy feo y realmente tengo entendido que mi sangre apesta. Quizas porque soy un borracho a ratos libres. Ademas, estoy seguro de que hasta tu sabes que los "inmortales" pueden llegar a morir.
Su curiosidad era infundida. Sus preguntas, directas. Su agudeza no tenia parangón. "Quizás porque no es humana" Me dijo una voz en mi cabeza... Pero algo me decía que esa niña era especial. Que incluso dentro de su especie de lagartos gigantes, esa chica tenia algo en concreto que resaltaba a simple vista.
Si no fuera por su insaciable sed de preguntas, casi podría decirse que me caía bien.
-Karkaran- Dijo mientras yo miraba dentro de un tronco putrefacto que había caído ahí. -creo que vi ayer unas vides de umbra mortalis bastan grandes por la zona, son unos bulbos rojizos que parecen frágiles, pero sus hojas muchos dientes y son caníbales. Las que vi no eran tan grandes como para comer a un humano… pero si tenían el tamaño como para zaparse a un armiño de un bocado. - Dijo, como si temiera que las fuera a tocar. – Si las ves, ¿Podrías avisarme? Creo que podría darles de comer un pedazo del señor de antes.
Hizo un gesto bastante elocuente en dirección a los restos del hombre bestia. Pude ver como sus ojos brillaban y su cola se movia ligeramente bajo los trapos. Sin lugar a dudas, tenia curiosidad por saber que pasaba con esa planta al comer.
- Si veo la planta, te lo haré saber. - Dije sonriendo de medio lado por debajo de la bufanda, de forma que ella no me viera. Lo cierto es que me recordó un poco a mi cuando era algo más joven... Solo que yo sin lugar a dudas no era tan bonito de niño... Ni me pasearía descalzo.
Tras eso, estuvimos un rato en silencio. Ella buscaba por los alrededores. Yo trepe hacia unas rocas que había algo más allá, cerca del agua. Baje frustrado, nada.
- ¿Es alguna de estas? -Preguntó, sorprendiéndome un instante. Era bastante más sigilosa de lo que esperaba.
Tomé con cuidado las tres setas que me trajo y descarté una de ellas.
- Esa es un Armillariella mellea. Comestible, pero no interesa. - Dije guardándola en mi alforja. - Esta otra... - Dije tomando la segunda. - Es Laccaria laca. No es la que buscamos, pero me servirá para hacer un ungüento por si nos irritamos con esta. - Dije alzando la tercera. Con una sonrisa bajo la bufanda. - No suelo complacer a niños... Ni a nadie en general. Bien hecho.
- Por cierto. ¿Por qué matan perros con un hongo tan peligroso de recolectar? ¿No es más fácil darles un golpe contundente en la cabeza? O asarlos…
- La gente se encariña de esos perros. - Dije tranquilo, conocedor de su falta de comprensión. Mientras decía eso, simplemente saque un par de frascos que deposite en una piedra del suelo, para mantenerlos lejos de la tierra. - Con la seta, pueden hacer que se lo tome sin que le suponga algo forzado... Una muerte más dulce y menos dolorosa. Asarlos o golpearlos afecta a los sentimientos humanos a veces.
Tome algo de pedernal y lo golpeé una vez contra una piedra, luego, expandí rápidamente la chispa contra un pequeño grupo de palos que había preparado, haciendo así un fuego. Coloque la Laccaria dentro de uno de los tarros y eche junto a ella algo de agua en el tarro. Luego lo dejé al lado del fuego. Haciendo que el agua hirviera con la seta dentro.
Luego, despacio, coloque la Russula en un mortero y empecé a apretarla despacio con el moledor en la parte del sombrero, haciendo que expulsara bastante mucosa. La niña me observaba en silencio.
- ¿Para que buscas la baba de hongo? - Preguntó.
- Hay gente que afirma que tiene propiedades regenerativas en cuanto a la piel. Otros dicen que puede ayudarte a levantar ciertas partes del cuerpo que ya no se levantan. Mi intención es descubrirlo. - Dije alzándome de hombros. Había dicho todo esto sin apartar la mirada de la seta. - Ademas, me gustaría saber si esta sustancia puede usarse también como veneno si se aplica en grandes dosis.
De nuevo, silencio mientras trabajaba. Saque la primera probeta del fuego. La Laccaria había cogido un tono blanquecino y el agua amorronada. Saqué tranquilamente la seta y la aplasté con ambas manos, dándole un momento el mortero a la niña. Ya sabia que no era peligrosa, a menos que se la alterara. La mejor forma de hacerle entender que yo no lo era tampoco era tratándola de igual. Volvi a colocar la seta molida dentro del agua y la tape con un poco de corcho. Luego volvi a tomar el mortero.
- Agita esto. - Le dije dandole la probeta con la Laccaria y el agua.
-Oh. -Dijo mientras tomaba el frasco- ¿No te dan miedo los vampiros? Ya sé que no salen de día, pero estás en sus tierras, probablemente a la noche no hayas podido salir de ellas.
- Mi sangre sabe mal. - Dije simplemente. Me dio una mirada que daba perfectamente a entender que no se lo creia, asi que me baje un poco la bufanda para que me viera la cara llena de cicatrices y quemaduras. - Lo cierto es que los vampiros no me suelen molestar. Soy feo y realmente tengo entendido que mi sangre apesta. Quizas porque soy un borracho a ratos libres. Ademas, estoy seguro de que hasta tu sabes que los "inmortales" pueden llegar a morir.
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Aquella estaba siendo una buena mañana. Más allá del hombre accidentado, que eso tenía partes interesantes y partes malas. Por primera vez en mucho tiempo pasaba un amanecer tranquilo, y encima tenía la suerte de encontrarme a un estudioso afable. Los seis me sonreían una vez más, o quizás era el vampiro que me dotaba de suerte al cuidarlo. La voluntad de los dioses era extraña, y yo no podía hacer otra cosa que intentar adivinarla a tientas, con lo poco de lo que me percataba.
Cuando le traje las setas se tomó la molestia de explicarme sobre ellas, en vez de simplemente descartar las que no estaban relacionadas con su búsqueda. La comestible la guardé en mi memoria, por si de nuevo no me quedaba otra alternativa que comer vegetales, y similares. Dejé que la guardara, aun así, porque a él le sería más útil que a mí.
La segunda la memoricé por si en mi torpeza o la de algún allegado terminábamos por necesitarla, la piel irritada no era algo agradable, pese a que era una molestia soportable.
Ya estaba perdiendo la esperanza de haber encontrado lo que buscaba en mis hallazgos cuando alzó la tercera seta con lo que entendí una señal de que había acertado, sin embargo aquella felicidad pasajera se vio nublada por el comentario sobre la infancia.
-No soy una niña, tengo 31 años. - Le revelé. Probablemente no solo sería mucho mayor que él, sino que, además, ya era una mujer adulta que podía estar cuidando de su primera camada, solo que, en mi caso, había marchado en un peregrinaje, pero eso no me hacía menos mayor. No pude evitar alzar el mentón e hinchar levemente el pecho al decir aquello, parte de los gestos animales que quedaban en mi forma humana, y que tampoco me molestaba en esconder en lo más mínimo.
La explicación sobre los perros la entendía a medias. Si lo tomaban durmiendo y le daban un garrotazo también debía de tener una muerte poco dolorosa, o si directamente lo apuñalaban, en general, los venenos que había visto en acción eran bastante perturbadores en sus efectos, y nada piadosos con los afectados, aunque no habían sido demasiados. Miré la seta con la que trasteaba, con gran curiosidad de ver sus efectos aplicados, aunque no tenía con que, y matar solo por curiosidad no estaba bien si luego no se aprovechaba la presa. -Hm… entiendo. -ladeé el rostro hacia el otro lado, recordando a sajín con sardinas, o a Víctor con su oso entre otros casos.
Mire en silencio todos los preparativos que empezó a hacer aquel muchacho, el fuego, el tarro, aquel utensilio que había aprendido se llamaba mortero en mi estadía con los alquimistas, y permanecí durante largo rato callada, hasta que empezó a trastear con la baba de hongo de la que antes me había hablado.
Los nuevos datos sobre la misma me dieron mucha curiosidad.
Tomé el frasco que me extendió, con cuidado de los márgenes para no quemarme, y lo agité tal y como me había indicado, era divertido participar en aquel experimento de algún modo, y esperaba no arruinarlo.
Su excusa sobre los vampiros me hizo acordar a las mentiras obvias que Víctor soltaba de vez en cuando, como la biusa con sabor a pelusa de ombligo, y aunque no hice ningún gesto descarado, la incredulidad se mostraba claramente en mi cara. Prefería que me dijeran que no gustaban de compartir algo, a que me mintieran.
Miré la cara de aquel sujeto con sus heridas y cicatrices, sin entender porque había hecho aquel gesto, sin ningún rastro de repugnancia, solo algo de curiosidad por el origen de esas marcas. Entonces me reveló aquella percepción suya.
-No entiendo el concepto de belleza de los humanos. - le admití. En general, a mí me agradaba cualquier cosa que los hiciera parecer menos frágiles, pero no encontraba en su morfología nada especialmente agradable. -Lo del alcohol lo entiendo. - Arrugué la nariz recordando el aliento acre de los borrachos de Lunargenta.- Aunque hay vampiros borrachos.- Recordé a Paul en mi primera visita a las tierras de los condenados.
-Y todos podemos morir. - Me encogí solo del hombro sano. – El miedo no siempre es justificado, en general todos temen a los vampiros, eso no significa que sean seres desalmados. También temen a su mordida, y luego es algo agradable. -Acomodé mi hombro en su sitio sin dejar de mirarle. - Eres de los pocos sureños que veo que no les temes, me pareció raro. - Me limité a explicar el porqué de mi pregunta, que ya había terminado solventada.
Mi curiosidad volvió a la planta que nos ocupaba, y a los experimentos a los que me había acoplado, era otra curiosidad ahora la que quería satisfacer, aquella que compartíamos ambos.
-¿Cuánto es una dosis demasiado grande?.- Aquella pregunta era esencial para poder comprobar lo siguiente, y es que en mi caso, tenía mucha piel dañada que podía usarse para el experimento en una pequeña cantidad, siempre que estuviera segura de que no me iba a hacer daño. Pensé en un inicio en la quemadura del hombro, oculta a la vista por el traje, pero lo descarté rápidamente y mi mente fue hacia la huella del ácido de la reina araña.
-Yo tengo piel lastimada de hace muy poco. - Le revelé. - Quizás si me explicas en que consiste pueda probar un poco en una pequeña parte. - le ofrecí, no solo por buena voluntad, sino por la curiosidad de ver el resultado, y las ganas de tener un nuevo conocimiento entre mis manos.
Cuando le traje las setas se tomó la molestia de explicarme sobre ellas, en vez de simplemente descartar las que no estaban relacionadas con su búsqueda. La comestible la guardé en mi memoria, por si de nuevo no me quedaba otra alternativa que comer vegetales, y similares. Dejé que la guardara, aun así, porque a él le sería más útil que a mí.
La segunda la memoricé por si en mi torpeza o la de algún allegado terminábamos por necesitarla, la piel irritada no era algo agradable, pese a que era una molestia soportable.
Ya estaba perdiendo la esperanza de haber encontrado lo que buscaba en mis hallazgos cuando alzó la tercera seta con lo que entendí una señal de que había acertado, sin embargo aquella felicidad pasajera se vio nublada por el comentario sobre la infancia.
-No soy una niña, tengo 31 años. - Le revelé. Probablemente no solo sería mucho mayor que él, sino que, además, ya era una mujer adulta que podía estar cuidando de su primera camada, solo que, en mi caso, había marchado en un peregrinaje, pero eso no me hacía menos mayor. No pude evitar alzar el mentón e hinchar levemente el pecho al decir aquello, parte de los gestos animales que quedaban en mi forma humana, y que tampoco me molestaba en esconder en lo más mínimo.
La explicación sobre los perros la entendía a medias. Si lo tomaban durmiendo y le daban un garrotazo también debía de tener una muerte poco dolorosa, o si directamente lo apuñalaban, en general, los venenos que había visto en acción eran bastante perturbadores en sus efectos, y nada piadosos con los afectados, aunque no habían sido demasiados. Miré la seta con la que trasteaba, con gran curiosidad de ver sus efectos aplicados, aunque no tenía con que, y matar solo por curiosidad no estaba bien si luego no se aprovechaba la presa. -Hm… entiendo. -ladeé el rostro hacia el otro lado, recordando a sajín con sardinas, o a Víctor con su oso entre otros casos.
Mire en silencio todos los preparativos que empezó a hacer aquel muchacho, el fuego, el tarro, aquel utensilio que había aprendido se llamaba mortero en mi estadía con los alquimistas, y permanecí durante largo rato callada, hasta que empezó a trastear con la baba de hongo de la que antes me había hablado.
Los nuevos datos sobre la misma me dieron mucha curiosidad.
Tomé el frasco que me extendió, con cuidado de los márgenes para no quemarme, y lo agité tal y como me había indicado, era divertido participar en aquel experimento de algún modo, y esperaba no arruinarlo.
Su excusa sobre los vampiros me hizo acordar a las mentiras obvias que Víctor soltaba de vez en cuando, como la biusa con sabor a pelusa de ombligo, y aunque no hice ningún gesto descarado, la incredulidad se mostraba claramente en mi cara. Prefería que me dijeran que no gustaban de compartir algo, a que me mintieran.
Miré la cara de aquel sujeto con sus heridas y cicatrices, sin entender porque había hecho aquel gesto, sin ningún rastro de repugnancia, solo algo de curiosidad por el origen de esas marcas. Entonces me reveló aquella percepción suya.
-No entiendo el concepto de belleza de los humanos. - le admití. En general, a mí me agradaba cualquier cosa que los hiciera parecer menos frágiles, pero no encontraba en su morfología nada especialmente agradable. -Lo del alcohol lo entiendo. - Arrugué la nariz recordando el aliento acre de los borrachos de Lunargenta.- Aunque hay vampiros borrachos.- Recordé a Paul en mi primera visita a las tierras de los condenados.
-Y todos podemos morir. - Me encogí solo del hombro sano. – El miedo no siempre es justificado, en general todos temen a los vampiros, eso no significa que sean seres desalmados. También temen a su mordida, y luego es algo agradable. -Acomodé mi hombro en su sitio sin dejar de mirarle. - Eres de los pocos sureños que veo que no les temes, me pareció raro. - Me limité a explicar el porqué de mi pregunta, que ya había terminado solventada.
Mi curiosidad volvió a la planta que nos ocupaba, y a los experimentos a los que me había acoplado, era otra curiosidad ahora la que quería satisfacer, aquella que compartíamos ambos.
-¿Cuánto es una dosis demasiado grande?.- Aquella pregunta era esencial para poder comprobar lo siguiente, y es que en mi caso, tenía mucha piel dañada que podía usarse para el experimento en una pequeña cantidad, siempre que estuviera segura de que no me iba a hacer daño. Pensé en un inicio en la quemadura del hombro, oculta a la vista por el traje, pero lo descarté rápidamente y mi mente fue hacia la huella del ácido de la reina araña.
-Yo tengo piel lastimada de hace muy poco. - Le revelé. - Quizás si me explicas en que consiste pueda probar un poco en una pequeña parte. - le ofrecí, no solo por buena voluntad, sino por la curiosidad de ver el resultado, y las ganas de tener un nuevo conocimiento entre mis manos.
Arygos Valnor
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
No me sorprendí demasiado al descubrir su edad. Había leído con anterioridad a cerca de las apariencias juveniles de los dragones, pero nunca la había visto... Aunque cabía decir que los libros hablaban de jóvenes doncellas con las que los escritores se deleitaban con mirar y (principalmente) soñar con poder compartir lecho con alguna. La niña... "O joven". Me corregí mentalmente, aparentaba tener unos quince años. Si más no es cierto que muchas niñas humanas ya eran casadas a esa edad, a mis ojos no parecía mucho más que una niña.
- Oh... - Dije sin demasiada sorpresa al darme sus datos de edad.
Mientras le contaba sobre el porque los vampiros me evitaban, soltó un par de comentarios que no fueron del todo desagradables. Levante media sonrisa para ella. Ya era más de lo que había conseguido nadie en siete años.
- Agradezco que no te parezca feo en exceso.
Y luego seguimos con el experimento.
Se podía notar en sus gestos y su mirada que disfrutaba formando papel en esa investigación.
"¿Sera simplemente ella? ¿O todos los dragones son así de curiosos y desconocedores de las tradiciones ajenas?" Decidí que trataría de sonsacarle algo de información más adelante. Si los resultados de las plantas eran suficientemente interesantes, bien podría tratar de convencer a la niña de que me dejara acompañarla durante un tiempo para ver como se comportaba...
"¿Y esta niña de donde sale, por cierto?" Preguntó de nuevo la voz de mi cabeza. "¿Con treinta años en una vida casi centenaria hace peregrinaje...? ¿Sera algo típico?"
Se me escapó una pequeña sonrisa de interés. Lo cierto era que cuanto más pensaba, más preguntas tenia, lo que hacia que cada vez, incluso hablando poco con esa chica, mi interés hacia ella fuera en aumento.
También comento sobre los vampiros.
Cuando me hizo la primera pregunta, lo cierto es que conteste por inercia. No me había puesto a pensar en otras especies. Procuraba ser evitado siempre. No importaba el genero, la raza o la clase... Mi objetivo era investigar. Y normalmente, todo el puto mundo parecía estar dispuesto a meter las narices en mis asuntos sin dejarme hacerlo tranquilo. Así que, por lo general, los evitaba.
-¿Cuánto es una dosis demasiado grande?
Sumido en mis pensamientos, casi había olvidado la presencia de la dragón. Me tome un instante para limpiar la pizarra que se había dibujado en mi mente y luego contesté.
- Depende mucho de la complexión y la raza de a quien la estemos aplicando. - Dije tras calcularlo. - Si aplicamos cierta cantidad a un guerrero fornido de dos metros, quizá no consigamos ni que note los efectos. Pero si aplicamos esa misma cantidad a un brujo escuálido que no llega al metro cincuenta, es probable que sea demasiado para su cuerpo y, como tal, su corazón colapse... O tal vez le genere dependencia, tendencias suicidas, frenesí... Cualquier resultado seria interesante... Sobretodo el frenesí.
Después de esa introducción a lo que esperaba que fueran unos buenos resultados, ambos nos quedamos mirando el frasco con la mezcla a probar.
-Yo tengo piel lastimada de hace muy poco. - Dijo ella de pronto. - Quizás si me explicas en que consiste pueda probar un poco en una pequeña parte.
Miré con atención la zona donde ella me decía que podía probar de aplicárselo. Lo cierto era que por el momento, a parte de mi cara, no teníamos nada "reciente". Ademas, mis heridas eran obra mágica, y aun podía notar como cambiaban de forma en depende que clima. Lo cierto era que si queríamos avanzar con el experimento de forma rápida y allí mismo, no había otra opción mejor. Pero...
- Desconozco el metabolismo físico de un dragón en forma humana. - Admití. - Podemos probarlo y ver los resultados, pero el resultado no seria otro que un caso aislado que únicamente se quedaría en la aplicación de una Dragona de 31 años en cuerpo humano. Con una aplicación de menos de 10 miligramos de una mezcla rupestre...
Después de ese discurso, incline el mortero.
- Pero que cojones... - Dije tomando con cuidado la sustancia. - Es mejor tener algo con lo que empezar a trabajar, no crees?
Ella tomo la mezcla mientras yo la observaba.
- ¿Sabes como es vuestra composición biológica? ¿Vuestro cuerpo humano se compone y funciona igual que el de un humano real?
- Oh... - Dije sin demasiada sorpresa al darme sus datos de edad.
Mientras le contaba sobre el porque los vampiros me evitaban, soltó un par de comentarios que no fueron del todo desagradables. Levante media sonrisa para ella. Ya era más de lo que había conseguido nadie en siete años.
- Agradezco que no te parezca feo en exceso.
Y luego seguimos con el experimento.
Se podía notar en sus gestos y su mirada que disfrutaba formando papel en esa investigación.
"¿Sera simplemente ella? ¿O todos los dragones son así de curiosos y desconocedores de las tradiciones ajenas?" Decidí que trataría de sonsacarle algo de información más adelante. Si los resultados de las plantas eran suficientemente interesantes, bien podría tratar de convencer a la niña de que me dejara acompañarla durante un tiempo para ver como se comportaba...
"¿Y esta niña de donde sale, por cierto?" Preguntó de nuevo la voz de mi cabeza. "¿Con treinta años en una vida casi centenaria hace peregrinaje...? ¿Sera algo típico?"
Se me escapó una pequeña sonrisa de interés. Lo cierto era que cuanto más pensaba, más preguntas tenia, lo que hacia que cada vez, incluso hablando poco con esa chica, mi interés hacia ella fuera en aumento.
También comento sobre los vampiros.
Cuando me hizo la primera pregunta, lo cierto es que conteste por inercia. No me había puesto a pensar en otras especies. Procuraba ser evitado siempre. No importaba el genero, la raza o la clase... Mi objetivo era investigar. Y normalmente, todo el puto mundo parecía estar dispuesto a meter las narices en mis asuntos sin dejarme hacerlo tranquilo. Así que, por lo general, los evitaba.
-¿Cuánto es una dosis demasiado grande?
Sumido en mis pensamientos, casi había olvidado la presencia de la dragón. Me tome un instante para limpiar la pizarra que se había dibujado en mi mente y luego contesté.
- Depende mucho de la complexión y la raza de a quien la estemos aplicando. - Dije tras calcularlo. - Si aplicamos cierta cantidad a un guerrero fornido de dos metros, quizá no consigamos ni que note los efectos. Pero si aplicamos esa misma cantidad a un brujo escuálido que no llega al metro cincuenta, es probable que sea demasiado para su cuerpo y, como tal, su corazón colapse... O tal vez le genere dependencia, tendencias suicidas, frenesí... Cualquier resultado seria interesante... Sobretodo el frenesí.
Después de esa introducción a lo que esperaba que fueran unos buenos resultados, ambos nos quedamos mirando el frasco con la mezcla a probar.
-Yo tengo piel lastimada de hace muy poco. - Dijo ella de pronto. - Quizás si me explicas en que consiste pueda probar un poco en una pequeña parte.
Miré con atención la zona donde ella me decía que podía probar de aplicárselo. Lo cierto era que por el momento, a parte de mi cara, no teníamos nada "reciente". Ademas, mis heridas eran obra mágica, y aun podía notar como cambiaban de forma en depende que clima. Lo cierto era que si queríamos avanzar con el experimento de forma rápida y allí mismo, no había otra opción mejor. Pero...
- Desconozco el metabolismo físico de un dragón en forma humana. - Admití. - Podemos probarlo y ver los resultados, pero el resultado no seria otro que un caso aislado que únicamente se quedaría en la aplicación de una Dragona de 31 años en cuerpo humano. Con una aplicación de menos de 10 miligramos de una mezcla rupestre...
Después de ese discurso, incline el mortero.
- Pero que cojones... - Dije tomando con cuidado la sustancia. - Es mejor tener algo con lo que empezar a trabajar, no crees?
Ella tomo la mezcla mientras yo la observaba.
- ¿Sabes como es vuestra composición biológica? ¿Vuestro cuerpo humano se compone y funciona igual que el de un humano real?
Erenair
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Parecía tomarse muy en serio su trabajo, más que los alquimistas para los que había trabajado en las islas. Quizás, si hubiera trabajado como sujeto de pruebas para alguien tan minucioso como Karkaran, mis experiencias en ese campo habrían tenido un final muy distinto. Pero el pasado estaba atrás, y ahora tenía una nueva oportunidad de descubrir y observar las maravillas que se ocultaban en algo tan sencillo y frágil como un hongo.
-En realidad, esperaba que me dieras una cantidad por peso, o algo así…-Ladeé el rostro hacia el costado opuesto, y finalmente lo dejé recto, empezaba a dolerme el cuello, inconvenientes de la fragilidad de las formas humanas.
Tomé asiento en una piedra cercana, un poco alzada del suelo para tenerlo más fácil, aunque no me agradaba mucho sentarme como los sureños, tenía que admitir que para ese menester resultaba mucho más práctico. Dejé la mezcla a un costado, y me arremangué los faldones un palmo y medio por encima de las rodillas, donde podía verse sobre la piel mortecina, unas manchas, los restos de las salpicaduras de ácido, que tenían piel reciente, o dermis escaldada en pequeñas manchas, que a medida que ascendían se hacían más grandes, y quedaban escondidas tras los ropajes.
También quedó al descubierto la cola reptiliana, con mis preciosas escamas de un blanco impoluto, que no paraba de zarandearse y de azotar la hojarasca entorno a mis pies descalzos, con cierto nerviosismo y algo de entusiasmo.
-Hasta donde tengo entendido, si estoy en forma humana, mi cuerpo es igual que el de un humano…-Cerré los ojos un instante, e hice desaparecer la cola, que se fue acortando hasta desaparecer por completo, del mismo modo, los ojos fueron variando, la pupila se redondeó, y el iris cambió su trama a rallas, de modo que cuando los abrí de nuevo, eran levemente distintos, y todos los colores de mi entorno se veían más vívidos y las formas difuminadas.
Parpadeé un par de veces, hacía mucho que no usaba ojos humanos, y se humedecieron al instante por el golpe de los colores, incluso se me escapó una lagrima, como si intentara limpiar esas manchas de colores brillantes.
Los colmillos los volví igual de romos que los de cualquier humano, aunque no creía que aquello pudiera influir demasiado en el experimento.
-Ahora sí, creo que debería de reaccionar igual que un cuerpo humano, aunque siempre tendré la magia de Lonendir en mis venas. - Revelé aquel dato que no sabía hasta qué punto era importante. Quizás los dragones afines a otros elementos ni siquiera reaccionaban igual a esa mezcla, pero ya que especificaba tanto, no encontraba mal darle algún que otro dato.-Sobre la composición no lo se, solo te puedo hablar de lo que veo en mi reflejo.- Alargué la mano finalmente y me humedecí los dedos en esa pasta, que acerqué con lentitud y algo de recelo a la nariz para olfatear el aire que la rodeaba.
-Por lo menos si entro en frenesí no estoy en mi forma de dragón, vas a tener un rato para esconderte. - Comenté con seriedad, antes de untar con delicadeza y cuidado aquel mejunje en una de las manchas del muslo.
No es que me gustara cazar humanos, pero me conocía a mí y a mi mal genio, aunque no lo controlara, y pudiendo volar, si realmente me enfuriaba, esperaba que fuera bueno encontrando algún refugio en el que no pudiera hallarle.
-Si no causa frenesí y no hace mal, puedo probarla también en forma de dragón, o algún intermedio, para que veas si actúa diferente. - Comenté mientras limpiaba mis dedos en la hojarasca, aguardando a sentir alguna clase de efecto sobre la mezcla del alquimista que me acompañaba. – Pero luego tendrás que ayudarme a encontrar una umbra Mortalis.- Le advertí, pues aunque me agradaba dedicarle mi tiempo, tenía muchísimas ganas de darle de comer a una de esas plantas.
-En realidad, esperaba que me dieras una cantidad por peso, o algo así…-Ladeé el rostro hacia el costado opuesto, y finalmente lo dejé recto, empezaba a dolerme el cuello, inconvenientes de la fragilidad de las formas humanas.
Tomé asiento en una piedra cercana, un poco alzada del suelo para tenerlo más fácil, aunque no me agradaba mucho sentarme como los sureños, tenía que admitir que para ese menester resultaba mucho más práctico. Dejé la mezcla a un costado, y me arremangué los faldones un palmo y medio por encima de las rodillas, donde podía verse sobre la piel mortecina, unas manchas, los restos de las salpicaduras de ácido, que tenían piel reciente, o dermis escaldada en pequeñas manchas, que a medida que ascendían se hacían más grandes, y quedaban escondidas tras los ropajes.
También quedó al descubierto la cola reptiliana, con mis preciosas escamas de un blanco impoluto, que no paraba de zarandearse y de azotar la hojarasca entorno a mis pies descalzos, con cierto nerviosismo y algo de entusiasmo.
-Hasta donde tengo entendido, si estoy en forma humana, mi cuerpo es igual que el de un humano…-Cerré los ojos un instante, e hice desaparecer la cola, que se fue acortando hasta desaparecer por completo, del mismo modo, los ojos fueron variando, la pupila se redondeó, y el iris cambió su trama a rallas, de modo que cuando los abrí de nuevo, eran levemente distintos, y todos los colores de mi entorno se veían más vívidos y las formas difuminadas.
Parpadeé un par de veces, hacía mucho que no usaba ojos humanos, y se humedecieron al instante por el golpe de los colores, incluso se me escapó una lagrima, como si intentara limpiar esas manchas de colores brillantes.
Los colmillos los volví igual de romos que los de cualquier humano, aunque no creía que aquello pudiera influir demasiado en el experimento.
-Ahora sí, creo que debería de reaccionar igual que un cuerpo humano, aunque siempre tendré la magia de Lonendir en mis venas. - Revelé aquel dato que no sabía hasta qué punto era importante. Quizás los dragones afines a otros elementos ni siquiera reaccionaban igual a esa mezcla, pero ya que especificaba tanto, no encontraba mal darle algún que otro dato.-Sobre la composición no lo se, solo te puedo hablar de lo que veo en mi reflejo.- Alargué la mano finalmente y me humedecí los dedos en esa pasta, que acerqué con lentitud y algo de recelo a la nariz para olfatear el aire que la rodeaba.
-Por lo menos si entro en frenesí no estoy en mi forma de dragón, vas a tener un rato para esconderte. - Comenté con seriedad, antes de untar con delicadeza y cuidado aquel mejunje en una de las manchas del muslo.
No es que me gustara cazar humanos, pero me conocía a mí y a mi mal genio, aunque no lo controlara, y pudiendo volar, si realmente me enfuriaba, esperaba que fuera bueno encontrando algún refugio en el que no pudiera hallarle.
-Si no causa frenesí y no hace mal, puedo probarla también en forma de dragón, o algún intermedio, para que veas si actúa diferente. - Comenté mientras limpiaba mis dedos en la hojarasca, aguardando a sentir alguna clase de efecto sobre la mezcla del alquimista que me acompañaba. – Pero luego tendrás que ayudarme a encontrar una umbra Mortalis.- Le advertí, pues aunque me agradaba dedicarle mi tiempo, tenía muchísimas ganas de darle de comer a una de esas plantas.
Arygos Valnor
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
- Hasta donde tengo entendido, si estoy en forma humana, mi cuerpo es igual que el de un humano…
Me contuve todas las preguntas que esa respuesta me genero en la mente. "¿Grupo sanguíneo? ¿Numero de pulsaciones? ¿Que ocurría con sus alas? ¿Seguía notándolas? ¿Y su cola?" Al final saldría más a cuenta responder siempre a la dragona y anotar las respuestas que iba recaudando poco a poco. Anoté mentalmente que, si tenia la oportunidad, quizá la examinaría más profundamente... Ademas, no es algo que un asesino tenga que admitir, pero siempre había sentido cierta debilidad por las niñas...
No por un tema sexual, como muchos me habían acusado anteriormente... Muchos de esos cuales habían muerto a mis manos... No, me refería a un tema más personal. Era incapaz de enfrentarme a ellas. De matarlas con la frialdad que hacían otros asesinos mucho más torpes y estúpidos... Era mi única debilidad... O al menos la única que yo reconocía.
Callé mientras se transformaba de forma completa. Lo cierto era que jamas había presenciado en vivo esa escena. Fue interesante. Pude ver como sus ojos iban cambiando levemente y como, de forma continuada, su cola iba menguando hasta el punto de esconderse. Por dentro, me fascine a la par que quería formular más preguntas. "¿Como reacciona realmente el esqueleto? ¿Se materializa y desaparece? ¿Se tratara de contraerse y estirarse?"
- Tendré en cuenta eso si ocurre el frenesí... -Dije cuando me advirtió.- Pero es probable que el frenesí únicamente lo tengas en tu forma humana si se da el caso de que ocurra. Al transformate, tu cuerpo crecería también, haciendo que la proporción sea menor. - Dije relajadamente mientras la miraba, apoyando mi cabeza sobre un brazo. - Sino, siempre podemos probar de atrapar un conejo o una liebre y así probar los efectos en ellos en cuanto a proporción. Y a raiz de eso hacer un calculo y una regla.
- Pero luego tendrás que ayudarme a encontrar una umbra Mortalis.- Me advirtió de forma bastante seria.
Sonrei ligeramente al ver ese gesto tan maduro en esa expresión de niña que tenia. Lo cierto era que esa conversación era mucho más profunda y interesante que cualquiera que hubiera tenido en los últimos años... Y la estaba teniendo con alguien con la apariencia de una niñita de quince años. Chasqueé la lengua.
- Juro por mi palabra de brujo desfigurado que te ayudare a encontrar tu planta comepersonas. - Dije con una sonrisa.
A más rato pasara con ella, más cosas descubriría. Estaba pensando seriamente la posibilidad de acompañarla durante una buena temporada... Tanto si quería acompañante como si no, realmente estaría interesado en ver su comportamiento...
"¿Ademas de que podrías cuidarla?" Preguntó una voz en mi cabeza.
"Al menos podría ver si la gente es tan estúpida como para tratar de engañar a un dragón" Le contesté.
Me contuve todas las preguntas que esa respuesta me genero en la mente. "¿Grupo sanguíneo? ¿Numero de pulsaciones? ¿Que ocurría con sus alas? ¿Seguía notándolas? ¿Y su cola?" Al final saldría más a cuenta responder siempre a la dragona y anotar las respuestas que iba recaudando poco a poco. Anoté mentalmente que, si tenia la oportunidad, quizá la examinaría más profundamente... Ademas, no es algo que un asesino tenga que admitir, pero siempre había sentido cierta debilidad por las niñas...
No por un tema sexual, como muchos me habían acusado anteriormente... Muchos de esos cuales habían muerto a mis manos... No, me refería a un tema más personal. Era incapaz de enfrentarme a ellas. De matarlas con la frialdad que hacían otros asesinos mucho más torpes y estúpidos... Era mi única debilidad... O al menos la única que yo reconocía.
Callé mientras se transformaba de forma completa. Lo cierto era que jamas había presenciado en vivo esa escena. Fue interesante. Pude ver como sus ojos iban cambiando levemente y como, de forma continuada, su cola iba menguando hasta el punto de esconderse. Por dentro, me fascine a la par que quería formular más preguntas. "¿Como reacciona realmente el esqueleto? ¿Se materializa y desaparece? ¿Se tratara de contraerse y estirarse?"
- Tendré en cuenta eso si ocurre el frenesí... -Dije cuando me advirtió.- Pero es probable que el frenesí únicamente lo tengas en tu forma humana si se da el caso de que ocurra. Al transformate, tu cuerpo crecería también, haciendo que la proporción sea menor. - Dije relajadamente mientras la miraba, apoyando mi cabeza sobre un brazo. - Sino, siempre podemos probar de atrapar un conejo o una liebre y así probar los efectos en ellos en cuanto a proporción. Y a raiz de eso hacer un calculo y una regla.
- Pero luego tendrás que ayudarme a encontrar una umbra Mortalis.- Me advirtió de forma bastante seria.
Sonrei ligeramente al ver ese gesto tan maduro en esa expresión de niña que tenia. Lo cierto era que esa conversación era mucho más profunda y interesante que cualquiera que hubiera tenido en los últimos años... Y la estaba teniendo con alguien con la apariencia de una niñita de quince años. Chasqueé la lengua.
- Juro por mi palabra de brujo desfigurado que te ayudare a encontrar tu planta comepersonas. - Dije con una sonrisa.
A más rato pasara con ella, más cosas descubriría. Estaba pensando seriamente la posibilidad de acompañarla durante una buena temporada... Tanto si quería acompañante como si no, realmente estaría interesado en ver su comportamiento...
"¿Ademas de que podrías cuidarla?" Preguntó una voz en mi cabeza.
"Al menos podría ver si la gente es tan estúpida como para tratar de engañar a un dragón" Le contesté.
Erenair
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Pude reconocer en lo que se veía de su rostro y su mirada el brillo inconfundible de las preguntas agolpándose contra sus pupilas, porque lo había sentido tantas veces en las propias carnes, que hubiera resultado ridículo no reconocer algo que formaba parte de mi con tanta naturalidad como el respirar.
Su explicación, de nuevo, era extensa, concisa y comprensible, asentí un par de veces ante ella mientras contemplaba la herida de la pierna cubierta en aquella cataplasma, como si de un momento para otro fuera a ocurrir alguna cosa mágica.
-¿Se pondrán comer después de aplicarles esto o se volverán venenosos?.-Pregunté ante la idea de atrapar algún que otro roedor, algo que siempre despertaba levemente mi apetito.
Al principio no me di cuenta, pues los avances de aquellos efectos eran tan lentos, que resultaba casi imperceptible al ojo humano. Quizás por poseer eso lo que primero vi era el cambio de color, no solo en la pierna, allí donde la crema había cubierto la piel con una fina película, sino también en los dedos, que había limpiado con la maleza, con los que había hecho de pincel de aquel mejunje. Su palidez se tornaba levemente rosada, y una calidez creciente y cosquilleante se presentaba en su superficie.
Por otro lado, la marca del ácido parecía haberse hecha más pequeña, y la piel nueva sobre la misma, haber ganado consistencia. Lenta, pero incesante, la cicatriz dejaba de parecer algo fruto de las jornadas anteriores, para empezar a parecer que poseía un par de ciclos lunares.
-Pica un poco. - Le advertí al hechicero, mientras mis dedos se cerraban entorno a la superficie vegetal que me hacía de asiento, a falta de una cola con la que fustigar el suelo, y unas garras con las que trazar sendos surcos en el para contener el picor creciente, me revolvía en el sitio y repiqueteaba con los pies intentando con aquel gesto aliviar la irritación que acompañaba la presta recuperación de mi dermis, de la cual no había podido percatarme, centrada como estaba, en distraerme de los efectos más táctiles del enrojecimiento.
-Ahora pica más. - Le advertí, conteniendo la voz en la garganta. No dolía, pero el impulso de sacarme aquello e intentar meterme en las aguas doradas que teníamos delante era casi irrefrenable, y ya me aferraba al suelo para no levantarme del mismo, más que para distraer mis manos.
Su explicación, de nuevo, era extensa, concisa y comprensible, asentí un par de veces ante ella mientras contemplaba la herida de la pierna cubierta en aquella cataplasma, como si de un momento para otro fuera a ocurrir alguna cosa mágica.
-¿Se pondrán comer después de aplicarles esto o se volverán venenosos?.-Pregunté ante la idea de atrapar algún que otro roedor, algo que siempre despertaba levemente mi apetito.
Al principio no me di cuenta, pues los avances de aquellos efectos eran tan lentos, que resultaba casi imperceptible al ojo humano. Quizás por poseer eso lo que primero vi era el cambio de color, no solo en la pierna, allí donde la crema había cubierto la piel con una fina película, sino también en los dedos, que había limpiado con la maleza, con los que había hecho de pincel de aquel mejunje. Su palidez se tornaba levemente rosada, y una calidez creciente y cosquilleante se presentaba en su superficie.
Por otro lado, la marca del ácido parecía haberse hecha más pequeña, y la piel nueva sobre la misma, haber ganado consistencia. Lenta, pero incesante, la cicatriz dejaba de parecer algo fruto de las jornadas anteriores, para empezar a parecer que poseía un par de ciclos lunares.
-Pica un poco. - Le advertí al hechicero, mientras mis dedos se cerraban entorno a la superficie vegetal que me hacía de asiento, a falta de una cola con la que fustigar el suelo, y unas garras con las que trazar sendos surcos en el para contener el picor creciente, me revolvía en el sitio y repiqueteaba con los pies intentando con aquel gesto aliviar la irritación que acompañaba la presta recuperación de mi dermis, de la cual no había podido percatarme, centrada como estaba, en distraerme de los efectos más táctiles del enrojecimiento.
-Ahora pica más. - Le advertí, conteniendo la voz en la garganta. No dolía, pero el impulso de sacarme aquello e intentar meterme en las aguas doradas que teníamos delante era casi irrefrenable, y ya me aferraba al suelo para no levantarme del mismo, más que para distraer mis manos.
Arygos Valnor
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Re: Rió la muerte en la orilla del sol [libre][día][2/3]
Tardé un poco en apreciar que, tras las quejas de la dragona, realmente había un progreso y un avance en lo que respectaba a esa medicina.
Parecía ser que su formación, o los principios activos de la planta, tal vez, hacían que la reproducción de los estratos de las células cilíndricas de la epidermis, en concreto y matizando, podía afectar en lo que parecía ser directamente los citosoles de esta, haciendo que su crecimiento y recuperación del terreno perdido fueran a una mayor velocidad.
Una especie de efecto regenerador.
Por otro lado, el picor de la niña empezaba a hacer mella real a la vista, pues poco a poco (seguramente ella lo habría apreciado con anterioridad) su piel empezó a coger por fuera un ligero tono rosado que dejaba entender que se estaba o bien irritando por el contacto con la hierba, que bien pudiera ser una reacción alérgica, o bien el estimulo tan directo de cargas energéticas y vitaminadas había hecho que la piel reaccionara de aquella forma. Era difícil de concretar.
Por respuesta a sus quejas, limpie rápidamente con un paño limpio la superficie de su herida, apartando de ella todo el resto de la medicina. Luego, aplique agua de la bota que guardaba en el cinto.
- El efecto es bueno, pero su exposición puede llegar a traer algunos problemas. Habría que tratar la solución y mezclara con medicamentos que puedan remediar la irritación... - Dije para mi más que para nadie. - Límpiate bien. Ya conseguiremos mejorar la mezcla más adelante.
Me levanté y estiré los brazos. Dando un largo suspiro.
- Bien, supongo que ahora toca buscar a tu comehombres. ¿Tienes idea de por donde empezar a buscar?
Parecía ser que su formación, o los principios activos de la planta, tal vez, hacían que la reproducción de los estratos de las células cilíndricas de la epidermis, en concreto y matizando, podía afectar en lo que parecía ser directamente los citosoles de esta, haciendo que su crecimiento y recuperación del terreno perdido fueran a una mayor velocidad.
Una especie de efecto regenerador.
Por otro lado, el picor de la niña empezaba a hacer mella real a la vista, pues poco a poco (seguramente ella lo habría apreciado con anterioridad) su piel empezó a coger por fuera un ligero tono rosado que dejaba entender que se estaba o bien irritando por el contacto con la hierba, que bien pudiera ser una reacción alérgica, o bien el estimulo tan directo de cargas energéticas y vitaminadas había hecho que la piel reaccionara de aquella forma. Era difícil de concretar.
Por respuesta a sus quejas, limpie rápidamente con un paño limpio la superficie de su herida, apartando de ella todo el resto de la medicina. Luego, aplique agua de la bota que guardaba en el cinto.
- El efecto es bueno, pero su exposición puede llegar a traer algunos problemas. Habría que tratar la solución y mezclara con medicamentos que puedan remediar la irritación... - Dije para mi más que para nadie. - Límpiate bien. Ya conseguiremos mejorar la mezcla más adelante.
Me levanté y estiré los brazos. Dando un largo suspiro.
- Bien, supongo que ahora toca buscar a tu comehombres. ¿Tienes idea de por donde empezar a buscar?
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