El Viejo y la Muerte [Desafío]
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El Viejo y la Muerte [Desafío]
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Aquel día se levantó con una terrible jaqueca. Tal vez fuera por el clima cargado y denso de Sacrestic. La ciudad estaba enterrada en una niebla gris y oscura; era como estar viviendo en el interior de una nube de tormenta. Ernest Rutherford estaba acostumbrado al clima tropical de las islas Illidenses, al buen tiempo, los árboles verdes, el sonido de las gaviotas y al calor del sol. Nada de todo aquello existía en Sacrestic. Más de una vez, se descubrió mirando al cielo y buscando al viejo amigo que era el sol. ¿Dónde se había ido? Llegó a pensar que la ciudad de los vampiros lo había matado, o al menos silenciado. Por su parte, prefería creer que fue lo primero. Sacrestic mató al sol. Perfecto. Si la Dama Muerte existía más allá de su imaginación, debía de residir en la ciudad maldita de los hombres malditos.
La primera parada para buscar a la Dama fue la biblioteca de la ciudad. Para un amante de los libros como era el maestro Rutherford, era casi una obligación visitar la biblioteca de Sacrestic. El clima no era, ni por asomo, la mayor diferencia respecto a las islas Illidenses. Los libros eran una maravilla. Pequeños secretos que no se podían ver en ningún otro lugar. Hablaban sobre tinieblas, sangre y cenizas. Los vampiros y los pocos humanos que se atrevían a vivir por estos lares, dedicaban su vida al estudio de la maldición de los vampiros. La mayoría de ellos usaban la medicina para buscar una cura: un suero que sustituyese a la sangre, una pomada que les permitiese salir a la luz del sol… A la maestra Lovelace le encantaría este lugar. A Rutherford no le era de utilidad leer toda aquella información, sin embargo, lo leía con mucho interés.
Cada veinte páginas leídas, repetía el mismo ritual: inclinaba la cabeza de lado a lado y se humedecía los ojos con un pañuelo mojado. En lugar de leer sobre la maldición de los vampiros, debería estar leyendo sobre la maldición que era su vejez. Noventa y dos años era escasa media vida para un elfo. Para un brujo como él, era casi el doble de lo que debería haber vivido. Los años no habían pasado en balde. Ernest Rutherford estaba constantemente enfermo, sufría de jaquecas que empeoraban en climas pesados como Sacrestic, tenía alucinaciones, creía haber visto a la Dama Muerte en los enfermos de la pandemia, y la sombra de una prominente ceguera asomaba por las puertas que eran sus ojos. Esforzarse a seguir leyendo no le hacía ningún bien; él lo sabía, pero no podía resistirse a la magia de los libros.
Salió de la biblioteca con un fardo de libros cargado a su espalda. Dos de ellos eran un regalo para la maestra Lovelace: “Herbolario de Sacrestic y adaptación de plantas foráneas” y “La oscuridad como cuna de la vida”. Los otros tres libros se quedaban para la colección privada de Ernest Rutherford: “Fiestas y costumbres en Sacrestic”, “Política nocturna y diurna” y “Miedo y Sombras, el arte de la guerra”.
A lo lejos, en la densa niebla, estaba ella. ¡La Dama Muerte! La reconocería en cualquier parte. Era ella. Las otras personas tenían el rostro difuminado. Aunque estuvieran a un paso de Rutherford, no podría verlas con claridad. La Dama era la única mujer que podía ver; la única que quería ver.
-Dama, señora- la llamó desde las escaleras de la biblioteca - La he estado buscando. Tengo preguntas que hacerle. Tiene que explicarme por qué sigo vivo. ¡Espere!-
Intentó correr, se tropezó con los faldones de su túnica. La caída fue muy desgraciada. L Su cuerpo se desplomó sobre su rodilla izquierda; seguramente, se hubiera roto la pierna y un par de costillas. os escalones actuaron como contundentes armas. Le dolía terriblemente el pecho. La jaqueca volvió con más fuerza que nunca. ¡Los libros! ¿Dónde estaban los libros? Quiso buscarlos con la mirada, pero no era capaz de distinguir los escalones con la cubierta de los libros.
-¡Mis libros!- buscó con su mano derecha los libros, eran más importantes que su pierna.
Desde la frente le caía un hilillo de sangre caliente. Otra herida a sumar a su diagnóstico: brecha en la cabeza. ¿Y qué importaba? Por unas costillas y una pierna rota no iba a morir. No caerá esa breva.
_____________________
* Bienhallado/a cuidador/a de ancianos: Te encuentras en Sacrestic Ville. No me importa cómo has llegado hasta aquí, por mi parte, no seré exigente con tu cronología. En el primer turno te encuentras con el Maestro Rutherford malherido en los escalones de la biblioteca. El viejo es muy cabezota. Deberás convencerle que se deje ayudar y llevarle a la enfermería. Importante, estás en la ciudad de los vampiros; ellos serán recelos de que un brujo asista a su enfermería.
En este desafío cabe la posibilidad de ganar un puesto en la Academia Hekshold
* Información importante:
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Re: El Viejo y la Muerte [Desafío]
Las botas del humano se hundían en la húmeda tierra de las calles de Sacrestic Ville, así y todo se lo notaba animado, no le molestaba el ambiente lúgubre, ni que el sol estuviera oculto prácticamente todos los días del año, lo cierto es que Matt era un ser bastante nocturno, aunque el vaho que estaba presente todo el tiempo podía llegar a ser molesto luego de varios días. La tela de la camisa se le pegaba al cuerpo, y sus pies se la pasaban mojados, Owens suspiró resignado y volvió a sonreír ¿En qué momento se había vuelto tan cascarrabias? Debía ser por la edad, ya no aguantaba ese tipo de climas con el mismo talante que antes.
Hacía ya una semana que se encontraba en la “adorable” ciudad de los vampiros, consiguiendo algunos materiales para luego revenderlos. Era increíble, pero cualquier objeto que compraras allí era automáticamente relacionado con juventud y belleza eterna, y la gente pagaba muy bien con tal de obtener esas cualidades.
Por suerte para él, y algunos otros humanos que vivían allí, no todos los vampiros eran monstruos desesperados por beber sangre, como el imaginario popular los representaba, por lo que podía hacer sus compras con relativa tranquilidad. Aunque su paseo se vio interrumpido de improvisto “¡Espere!” un sonido de caída seguido de un “¡Mis libros!”, el estafador se detuvo para ver qué pasaba.
Un anciano que se había derrumbado en la puerta de la biblioteca tanteaba con las manos en el piso buscando sus libros, al parecer había sido una horrible caída, ya que algo de sangre manchaba su rostro. Las personas continuaban caminando a su alrededor como si nada pasara, incluso los vampiros no parecían interesados ¡Y eso que había sangre a la vista! Matt se acercó y se agacho junto a él, en parte para ayudarlo, pero además es que no podía perder la oportunidad de revisar los bolsillos de un anciano ciego.
-Permítame ayudarle – Dijo Matthew, rebosante de amabilidad, comenzó a apilar los libros con cuidado mientras iba leyendo los títulos, eran textos muy específicos lo que hacía pensar al estafador que estaba tratando con un verdadero erudito, había que ser cuidadoso al hablar – No deseo entrometerme en sus asuntos, pero creo que es más preocupante el hecho de que esté sangrando – Sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y se lo ofreció.
-Muy amable de su parte, aunque las heridas no me preocupan, no me encontraré con la Dama Muerte por algo tan insignificante – Respondió el anciano acercando la pila de libros en un gesto protector y cariñoso.
-Oh ya veo – En ningún momento Owens pensó que el anciano pudiera estar hablando en sentido literal, supuso que se trataba de alguna mujer de los alrededores, una vampiro quizás, con un gusto espantoso para ponerse apodos – Puede que tenga usted razón, pero aún así no hay porque dejárselo tan fácil – Le acercó el brazo para que se agarre, pero notó por sus gestos de dolor que el golpe había sido bastante más serio de lo que había imaginado en un comienzo – Permítame acompañarlo hasta la sala de curas.
-Le aseguro que no es necesario – Su tono era respetuoso, pero firme. Matt pensó que estaba ante un hombre acostumbrado a que le hicieran caso.
-Me temo que debo insistir – Se puso a su lado y paso un brazo alrededor de su cintura para levantarlo – No sé gran cosa sobre la muerte, pero si sé mucho sobre damas y puedo asegurarle que no hay nada peor que lo vean a uno arrodillado y derrotado.
No recibió respuesta, aunque Matthew no sabía si era porque había logrado convencerlo o porque el dolor se había vuelto tan punzante que le habían quitado al anciano las ganas de discutir. Caminaron lentamente las cuadras que los separaban de la enfermería, el hombre herido apenas podía apoyar una de sus piernas, y por como respiraba era evidente que algo no estaba bien en sus costillas.
La sala de cura era más bien una casa muy grande que había sido modificada para poder atender a las personas, pero por sobre todo para realizar sus investigaciones. Al llegar se encontraron con un grupo de vampiros y, para sorpresa de Matt, observaron con recelo y asco al anciano.
-Disculpen, este hombre se cayó de unas escaleras – Silencio – Ejem, mmm, creo que requiere curaciones – Silencio incomodo – Y diría que es urgente.
-No podemos atenderlo – Se decidió por fin a responder uno de los vampiros –Que vaya a otro lado.
-Ya le dije que esto no era necesario –
-Perdonen, pero si es por una cuestión de dinero puedo pagarles – La asistencia solía ser gratuita o a voluntad, pero al humano no se le ocurría otro motivo por el cual pudieran negarse a atenderlo – Me haré cargo de los gastos así que…
-No se trata de eso- Esta vez era otro el vampiro que respondía, parecía estar más enojado que el primero.
Pero Owens sabía que todo pasaba por el dinero, era así como funcionaba el mundo, así que puso una bolsa con cincuenta monedas sobre la mesa para ver si así los hacía cambiar de parecer.
Hacía ya una semana que se encontraba en la “adorable” ciudad de los vampiros, consiguiendo algunos materiales para luego revenderlos. Era increíble, pero cualquier objeto que compraras allí era automáticamente relacionado con juventud y belleza eterna, y la gente pagaba muy bien con tal de obtener esas cualidades.
Por suerte para él, y algunos otros humanos que vivían allí, no todos los vampiros eran monstruos desesperados por beber sangre, como el imaginario popular los representaba, por lo que podía hacer sus compras con relativa tranquilidad. Aunque su paseo se vio interrumpido de improvisto “¡Espere!” un sonido de caída seguido de un “¡Mis libros!”, el estafador se detuvo para ver qué pasaba.
Un anciano que se había derrumbado en la puerta de la biblioteca tanteaba con las manos en el piso buscando sus libros, al parecer había sido una horrible caída, ya que algo de sangre manchaba su rostro. Las personas continuaban caminando a su alrededor como si nada pasara, incluso los vampiros no parecían interesados ¡Y eso que había sangre a la vista! Matt se acercó y se agacho junto a él, en parte para ayudarlo, pero además es que no podía perder la oportunidad de revisar los bolsillos de un anciano ciego.
-Permítame ayudarle – Dijo Matthew, rebosante de amabilidad, comenzó a apilar los libros con cuidado mientras iba leyendo los títulos, eran textos muy específicos lo que hacía pensar al estafador que estaba tratando con un verdadero erudito, había que ser cuidadoso al hablar – No deseo entrometerme en sus asuntos, pero creo que es más preocupante el hecho de que esté sangrando – Sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y se lo ofreció.
-Muy amable de su parte, aunque las heridas no me preocupan, no me encontraré con la Dama Muerte por algo tan insignificante – Respondió el anciano acercando la pila de libros en un gesto protector y cariñoso.
-Oh ya veo – En ningún momento Owens pensó que el anciano pudiera estar hablando en sentido literal, supuso que se trataba de alguna mujer de los alrededores, una vampiro quizás, con un gusto espantoso para ponerse apodos – Puede que tenga usted razón, pero aún así no hay porque dejárselo tan fácil – Le acercó el brazo para que se agarre, pero notó por sus gestos de dolor que el golpe había sido bastante más serio de lo que había imaginado en un comienzo – Permítame acompañarlo hasta la sala de curas.
-Le aseguro que no es necesario – Su tono era respetuoso, pero firme. Matt pensó que estaba ante un hombre acostumbrado a que le hicieran caso.
-Me temo que debo insistir – Se puso a su lado y paso un brazo alrededor de su cintura para levantarlo – No sé gran cosa sobre la muerte, pero si sé mucho sobre damas y puedo asegurarle que no hay nada peor que lo vean a uno arrodillado y derrotado.
No recibió respuesta, aunque Matthew no sabía si era porque había logrado convencerlo o porque el dolor se había vuelto tan punzante que le habían quitado al anciano las ganas de discutir. Caminaron lentamente las cuadras que los separaban de la enfermería, el hombre herido apenas podía apoyar una de sus piernas, y por como respiraba era evidente que algo no estaba bien en sus costillas.
La sala de cura era más bien una casa muy grande que había sido modificada para poder atender a las personas, pero por sobre todo para realizar sus investigaciones. Al llegar se encontraron con un grupo de vampiros y, para sorpresa de Matt, observaron con recelo y asco al anciano.
-Disculpen, este hombre se cayó de unas escaleras – Silencio – Ejem, mmm, creo que requiere curaciones – Silencio incomodo – Y diría que es urgente.
-No podemos atenderlo – Se decidió por fin a responder uno de los vampiros –Que vaya a otro lado.
-Ya le dije que esto no era necesario –
-Perdonen, pero si es por una cuestión de dinero puedo pagarles – La asistencia solía ser gratuita o a voluntad, pero al humano no se le ocurría otro motivo por el cual pudieran negarse a atenderlo – Me haré cargo de los gastos así que…
-No se trata de eso- Esta vez era otro el vampiro que respondía, parecía estar más enojado que el primero.
Pero Owens sabía que todo pasaba por el dinero, era así como funcionaba el mundo, así que puso una bolsa con cincuenta monedas sobre la mesa para ver si así los hacía cambiar de parecer.
- Off-rol:
- El dinero que ofrece Matthew son en realidad Aeros falsos que recibí como recompensa por el evento de Yulë. Técnicamente solo un experto herrero notaría la diferencia.
Matthew Owens
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Re: El Viejo y la Muerte [Desafío]
El vampiro cogió las moneras con recelo. El mismo tipo de mirada le dirigió el maestro Rutherford. No necesitaba a ningún matasanos que le dijera lo mal que estaba. Él lo sabía a la perfección: Tracoma ocular. Había leído el nombre en decenas de libros. Los síntomas coincidían: lagrimeo continuo, pérdida de visión, jaquecas, alucinaciones y secreción ocular. Existía un tratamiento para el tracoma, pero a Rutherford no le espiraba confianza. El tratamiento consistía en introducir un hierro rojo en los laterales de los ojos para quemar, literalmente, las raíces de la bacteria que provocaba la infección. Por lo que había leído, dicho tratamiento causaba más males de los que curaba. La ceguera era inevitable, igual como serían las jaquecas. Con el hierro rojo se le sumaría la sensación perpetua de tener una hoguera friéndote el cerebro. ¿Y qué si conseguiría vivir un año más? Rutherford ya se daba por muerto. No, nada de hierros rojos ni de matasanos.
-Joven, se lo agradezco desde el corazón, pero no es necesario. Está pagando por mí más de lo que debería-.
Con la mano derecha, se introdujo las monedas en el bolsillo de la túnica y, con la izquierda, el vampiro hizo una señal a sus compañeros para que llevasen al anciano a la enfermería.
-Insisto, es solo un rasguño. No se molesten-.
-Déjese de idioteces- el doctor, se podía deducir su título por los galardones en la bata, habló sin rodeos mientras se preparaba una pipa- tiene la pierna rota, una raja en la cabeza que necesita sutura y múltiples cardenales por todo su cuerpo. Si se va de aquí, será para acabar metido en una zanja – “No caerá esa breva” - o para ser alimento de mis compañeros. Ya sabe lo que dicen: gallina vieja hace buen caldo-. El humor de vampiros era tan sarcástico como oportuno.
En un último instante, mientras dos hombres fuertes le llevaban a una camina, Rutherford aferró la mano del joven que le había traído.
-Venga conmigo; no permitiré que el dinero que ha desperdiciado en mi caiga en saco roto-.
Llevaron la camilla a una gran sala de camas blancas. Había pocos enfermos: una mujer vampira con una quemadura en el hombro (no se dio cuenta que era de día) y un vampiro a que le faltaban dos de los dedos de su mano derecha (no se podía saber cuántos dedos le quedaban en la izquierda porque los enfermos se la estaban vendando).
Los enfermeros pusieron la camilla de Rutherford entre medio de dos camas. El doctor examinó, con una total carencia de delicadeza, la pierna del maestro. Al terminó, ladeó la cabeza y suspiró sonoramente.
-Quince días en cama. Si después puede mover la pierna, será un milagro de los Dioses. Dudo que ocurra, no suelo equivocarme. En el caso que suceda, deberá caminar con bastón. ¿Lo ha usado alguna vez? –no dejó que nadie contestase- Pues deberá empezar a hacerlo- pensó que todo hubo terminado, que se iría, sin embargo, el doctor se dio la vuelta antes de abandonar la sala para añadir unas palabras más - No se preocupe. En estos días que nos acompaña, le curaremos el tracoma- ¿Hubo una risa? A Rutherford le pareció que sí.
Cuando se marchó el doctor, el maestro se sintió más cómodo, aliviado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Observó al chico de hito en hito. No vio más que tres manchas de colores: una por su cabeza, otra por su trozo y la tercera por sus piernas. ¿Por qué preocuparse por un viejo? Incluso, le había traído sus libros. ¿Por qué había pagado por él? Aunque no pudiera verle, pudo escucharle y olerle, así fue cómo lo comprendió: era un joven apuesto y refinado, de humildes y educados modales. Podría tratarse de un príncipe o de un pícaro callejero, de los que roban corazones de incautas doncellas y amenazan con blancas sonrisas. De joven, muchos años atrás, Rutherford era como se imaginaba al chico: un lector empedernido, un conquistador de faldas y un político sin causa.
-Ahora que estamos solos- (no lo estaban realmente, en la sala quedaba la vampiresa pero Rutherford no la veía) - quiero confesarle mi maldición. No son mis ojos, es mi edad. Tengo 92 años. ¿Has visto un brujo tan viejo? Me jugaría el cuello que no. Soy más viejo que las montañas, chico. He conocido elfos que no han vivido tanto como yo-.
Hubo un momento de paz en el que el maestro se permitió reír. La calma antes de la tormenta.
-He soñado con La Muerte. No me refiero con mi fallecimiento. Digo, he soñado con la Dama Muerte. A usted no le puedo verme, pero a ella sí. Quisiera que fuera real y no una cara que cree ver mi tonta mente. ¿Me ayudará? No le pedí que me trajera hasta aquí y lo hizo. Ahora, sí le estoy pidiendo un favor. Antes de que el hierro rojo acabe con mis ojos, quiero ver a La Dama Muerte-.
* Matthew Owens: Estos desafíos son los que más me gustan porque, aunque parezca que ayudar a un viejo es algo insignificante, la historia la llevamos construyendo desde el primer momento en el que apareció Rutherford. En su primer desafío, Ingela le encontró los libros que hablaba sobre el tracoma, en el segundo, protagonizado por Ircan, aparecieron las alucinaciones y, ahora, te ha tocado a ti tratarle.
Tu objetivo no tiene nada que ver con medicinas, sino con mujeres. Deberás hacer que la imagen de la Dama Muerte sea real. Es un objetivo muy raro, por eso te diré lo que pensé el día que preparé el tema: pensé en un dibujo, una escultura, un poema… Eso es lo sencillo; te puedes quedar con esas ideas o ser más original que yo. En resumen: sigue las descripciones que Rutherford te vaya dando y crea a la Dama Muerte.
-Joven, se lo agradezco desde el corazón, pero no es necesario. Está pagando por mí más de lo que debería-.
Con la mano derecha, se introdujo las monedas en el bolsillo de la túnica y, con la izquierda, el vampiro hizo una señal a sus compañeros para que llevasen al anciano a la enfermería.
-Insisto, es solo un rasguño. No se molesten-.
-Déjese de idioteces- el doctor, se podía deducir su título por los galardones en la bata, habló sin rodeos mientras se preparaba una pipa- tiene la pierna rota, una raja en la cabeza que necesita sutura y múltiples cardenales por todo su cuerpo. Si se va de aquí, será para acabar metido en una zanja – “No caerá esa breva” - o para ser alimento de mis compañeros. Ya sabe lo que dicen: gallina vieja hace buen caldo-. El humor de vampiros era tan sarcástico como oportuno.
En un último instante, mientras dos hombres fuertes le llevaban a una camina, Rutherford aferró la mano del joven que le había traído.
-Venga conmigo; no permitiré que el dinero que ha desperdiciado en mi caiga en saco roto-.
Llevaron la camilla a una gran sala de camas blancas. Había pocos enfermos: una mujer vampira con una quemadura en el hombro (no se dio cuenta que era de día) y un vampiro a que le faltaban dos de los dedos de su mano derecha (no se podía saber cuántos dedos le quedaban en la izquierda porque los enfermos se la estaban vendando).
Los enfermeros pusieron la camilla de Rutherford entre medio de dos camas. El doctor examinó, con una total carencia de delicadeza, la pierna del maestro. Al terminó, ladeó la cabeza y suspiró sonoramente.
-Quince días en cama. Si después puede mover la pierna, será un milagro de los Dioses. Dudo que ocurra, no suelo equivocarme. En el caso que suceda, deberá caminar con bastón. ¿Lo ha usado alguna vez? –no dejó que nadie contestase- Pues deberá empezar a hacerlo- pensó que todo hubo terminado, que se iría, sin embargo, el doctor se dio la vuelta antes de abandonar la sala para añadir unas palabras más - No se preocupe. En estos días que nos acompaña, le curaremos el tracoma- ¿Hubo una risa? A Rutherford le pareció que sí.
Cuando se marchó el doctor, el maestro se sintió más cómodo, aliviado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Observó al chico de hito en hito. No vio más que tres manchas de colores: una por su cabeza, otra por su trozo y la tercera por sus piernas. ¿Por qué preocuparse por un viejo? Incluso, le había traído sus libros. ¿Por qué había pagado por él? Aunque no pudiera verle, pudo escucharle y olerle, así fue cómo lo comprendió: era un joven apuesto y refinado, de humildes y educados modales. Podría tratarse de un príncipe o de un pícaro callejero, de los que roban corazones de incautas doncellas y amenazan con blancas sonrisas. De joven, muchos años atrás, Rutherford era como se imaginaba al chico: un lector empedernido, un conquistador de faldas y un político sin causa.
-Ahora que estamos solos- (no lo estaban realmente, en la sala quedaba la vampiresa pero Rutherford no la veía) - quiero confesarle mi maldición. No son mis ojos, es mi edad. Tengo 92 años. ¿Has visto un brujo tan viejo? Me jugaría el cuello que no. Soy más viejo que las montañas, chico. He conocido elfos que no han vivido tanto como yo-.
Hubo un momento de paz en el que el maestro se permitió reír. La calma antes de la tormenta.
-He soñado con La Muerte. No me refiero con mi fallecimiento. Digo, he soñado con la Dama Muerte. A usted no le puedo verme, pero a ella sí. Quisiera que fuera real y no una cara que cree ver mi tonta mente. ¿Me ayudará? No le pedí que me trajera hasta aquí y lo hizo. Ahora, sí le estoy pidiendo un favor. Antes de que el hierro rojo acabe con mis ojos, quiero ver a La Dama Muerte-.
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* Matthew Owens: Estos desafíos son los que más me gustan porque, aunque parezca que ayudar a un viejo es algo insignificante, la historia la llevamos construyendo desde el primer momento en el que apareció Rutherford. En su primer desafío, Ingela le encontró los libros que hablaba sobre el tracoma, en el segundo, protagonizado por Ircan, aparecieron las alucinaciones y, ahora, te ha tocado a ti tratarle.
Tu objetivo no tiene nada que ver con medicinas, sino con mujeres. Deberás hacer que la imagen de la Dama Muerte sea real. Es un objetivo muy raro, por eso te diré lo que pensé el día que preparé el tema: pensé en un dibujo, una escultura, un poema… Eso es lo sencillo; te puedes quedar con esas ideas o ser más original que yo. En resumen: sigue las descripciones que Rutherford te vaya dando y crea a la Dama Muerte.
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Re: El Viejo y la Muerte [Desafío]
Matthew no hizo caso alguno a las reticencias que enunciaba el anciano, al fin y al cabo, las monedas no tenían ningún valor, mientras que lo que pudiera encontrar en los bolsillos de un erudito… Al menos tenía que tener unas pocas piezas de oro reales, no podía creer que alguien que parecía tener un buen pasar fuera solo con lo puesto.
Sin embargo, cuando el anciano lo agarro de la mano e insistió con tanta seriedad para que lo acompañe, el estafador dudo un segundo, había algo en ese hombre que le resultaba extrañamente familiar. Mientras el médico lo revisaba se quedo observándolo fijamente, intentando recordar a quien era que se parecía, una imagen de sus recuerdos se sobrepuso a la del anciano actual “¡Es muy parecido a mi maestro!” Pensó sorprendido Matthew.
-¿Ya ve? Solo son algunos días en cama y usar un bastón, eso es bueno, los bastones son accesorios muy elegantes –En más de una oportunidad Owens había utilizado uno, cuando quería interpretar a un personaje con problemas en el andar, pero además porque siempre lo había considerado un articulo distinguido – ¿Tracoma? – Matt no sabía qué era eso, pero sonaba complicado, prefirió no hacer comentarios al respecto.
Ahora entendía porque todo el alboroto de antes, claramente los vampiros no iban a querer ayudar a un brujo, y pensar que el humano había pensado que solo se trataba de un erudito algo excéntrico.
-Sin duda es usted muy viejo – No tenía sentido negarlo, el sujeto apenas veía, más allá de los golpes se lo notaba debilitado, aún conservaba esa chispa interior, pero su cuerpo terrenal ya no parecía querer seguirlo- Sin embargo, he conocido a un humano que llego a ser tan viejo como usted – En su momento el tener un maestro había sido todo un calvario para el entonces adolescente Matthew, no pasaba un solo día en el que no pelearan. Como era típico en la juventud, Owens creía saberlo todo, y era muy complicado poder lidiar con él. Muchos años después de que se marchara de este mundo, el hombre había llegado a comprender que varias de las cosas que le había dicho no estaban erradas.
Resultaba difícil el poder describir algo tan abstracto como “La muerte”, Matt pensó que, para empezar, el que fuera una Dama ya era algo bueno.
-Es una mujer con el cabello oscuro, tan oscuro que parece como el firmamento nocturno ¿Sabes? En esos momentos cuando la luna desaparece por completo y al levantar uno la vista pareciera que está completamente solo en el mundo. Sus ojos son como la obsidiana, completamente insondables. Aún así… No siento que su gesto sea triste, me sonríe, quizás la tranquilidad que me genera sea solo una ilusión, una respuesta ante mi desesperación. Cada vez que quiero tocar su delicado cuerpo, rozas siquiera su blanca piel, simplemente se aleja de mí ¿Por qué? ¿Dime por qué lo hace? ¿Es que no he vivido ya lo suficiente? ¿Qué es lo que está esperando que suceda? ¿Lo sabes? – El viejo Rutherford levantó las manos, como si estuviera intentando agarrar algo que no estaba allí, dejo caer los brazos con resignación. Por más que lo deseara tanto...
-¿Y como se ve de perfil? - Pregunto Matt, una idea comenzaba a surgir en su mente.
-Una nariz pequeña y encantadora, su mentón puntiagudo, tal como se espera de una mujer con carácter, si es que entiende lo que quiero decir- El anciano estaba lastimado, adolorido y con la visión en riesgo, pero aún así conservaba el humor, probablemente pensar en ella lo reanimaba.
-Si, creo que ahora me hago una idea, si- Según el médico, tendría que estar varios días allí acostado, parecía ser tiempo más que suficiente. Agarró la mano del brujo y le dio unas palmaditas suaves para que se anime - Sé como podrá tenerla con usted, solo espéreme.
Dicho eso, salió raudo del hospital y se perdió en las calles de la ciudad. Matthew no volvió a aparecer en el lugar hasta que pasaron cinco días completos. Cuando regresó llevaba algo con él, se sentó junto al anciano y sin decirle nada puso el objeto en su mano.
-Fíjese, pase el dedo por la superficie si no puede verlo con claridad- Lo que había puesto en la mano del viejo Rutherford era un pequeño dije, sencillo y sobrio para que pudiera llevarlo un caballero, tenía tallado en su centro el perfil de una dama, claramente no era cualquier mujer, Matthew había intentado acercarse lo más posible a las especificaciones que le habían dado - Ahora puede llevarla a donde usted lo desee, y quien sabe, tal vez sirva de señuelo para que la de verdad venga ¿No cree? - Owens pensó que le hubiese gustado poder tener una charla así con su maestro antes de que falleciera, en cierto modo esa acción parecía subsanar su anterior falta - Aunque, si me permite un consejo, yo creo que el mejor modo de atraer a una Dama es dejando de perseguirla, le aseguro que mientras mas desesperación muestre por encontrarla, ella más se hará desear.
Sin embargo, cuando el anciano lo agarro de la mano e insistió con tanta seriedad para que lo acompañe, el estafador dudo un segundo, había algo en ese hombre que le resultaba extrañamente familiar. Mientras el médico lo revisaba se quedo observándolo fijamente, intentando recordar a quien era que se parecía, una imagen de sus recuerdos se sobrepuso a la del anciano actual “¡Es muy parecido a mi maestro!” Pensó sorprendido Matthew.
-¿Ya ve? Solo son algunos días en cama y usar un bastón, eso es bueno, los bastones son accesorios muy elegantes –En más de una oportunidad Owens había utilizado uno, cuando quería interpretar a un personaje con problemas en el andar, pero además porque siempre lo había considerado un articulo distinguido – ¿Tracoma? – Matt no sabía qué era eso, pero sonaba complicado, prefirió no hacer comentarios al respecto.
Ahora entendía porque todo el alboroto de antes, claramente los vampiros no iban a querer ayudar a un brujo, y pensar que el humano había pensado que solo se trataba de un erudito algo excéntrico.
-Sin duda es usted muy viejo – No tenía sentido negarlo, el sujeto apenas veía, más allá de los golpes se lo notaba debilitado, aún conservaba esa chispa interior, pero su cuerpo terrenal ya no parecía querer seguirlo- Sin embargo, he conocido a un humano que llego a ser tan viejo como usted – En su momento el tener un maestro había sido todo un calvario para el entonces adolescente Matthew, no pasaba un solo día en el que no pelearan. Como era típico en la juventud, Owens creía saberlo todo, y era muy complicado poder lidiar con él. Muchos años después de que se marchara de este mundo, el hombre había llegado a comprender que varias de las cosas que le había dicho no estaban erradas.
Resultaba difícil el poder describir algo tan abstracto como “La muerte”, Matt pensó que, para empezar, el que fuera una Dama ya era algo bueno.
-Es una mujer con el cabello oscuro, tan oscuro que parece como el firmamento nocturno ¿Sabes? En esos momentos cuando la luna desaparece por completo y al levantar uno la vista pareciera que está completamente solo en el mundo. Sus ojos son como la obsidiana, completamente insondables. Aún así… No siento que su gesto sea triste, me sonríe, quizás la tranquilidad que me genera sea solo una ilusión, una respuesta ante mi desesperación. Cada vez que quiero tocar su delicado cuerpo, rozas siquiera su blanca piel, simplemente se aleja de mí ¿Por qué? ¿Dime por qué lo hace? ¿Es que no he vivido ya lo suficiente? ¿Qué es lo que está esperando que suceda? ¿Lo sabes? – El viejo Rutherford levantó las manos, como si estuviera intentando agarrar algo que no estaba allí, dejo caer los brazos con resignación. Por más que lo deseara tanto...
-¿Y como se ve de perfil? - Pregunto Matt, una idea comenzaba a surgir en su mente.
-Una nariz pequeña y encantadora, su mentón puntiagudo, tal como se espera de una mujer con carácter, si es que entiende lo que quiero decir- El anciano estaba lastimado, adolorido y con la visión en riesgo, pero aún así conservaba el humor, probablemente pensar en ella lo reanimaba.
-Si, creo que ahora me hago una idea, si- Según el médico, tendría que estar varios días allí acostado, parecía ser tiempo más que suficiente. Agarró la mano del brujo y le dio unas palmaditas suaves para que se anime - Sé como podrá tenerla con usted, solo espéreme.
Dicho eso, salió raudo del hospital y se perdió en las calles de la ciudad. Matthew no volvió a aparecer en el lugar hasta que pasaron cinco días completos. Cuando regresó llevaba algo con él, se sentó junto al anciano y sin decirle nada puso el objeto en su mano.
-Fíjese, pase el dedo por la superficie si no puede verlo con claridad- Lo que había puesto en la mano del viejo Rutherford era un pequeño dije, sencillo y sobrio para que pudiera llevarlo un caballero, tenía tallado en su centro el perfil de una dama, claramente no era cualquier mujer, Matthew había intentado acercarse lo más posible a las especificaciones que le habían dado - Ahora puede llevarla a donde usted lo desee, y quien sabe, tal vez sirva de señuelo para que la de verdad venga ¿No cree? - Owens pensó que le hubiese gustado poder tener una charla así con su maestro antes de que falleciera, en cierto modo esa acción parecía subsanar su anterior falta - Aunque, si me permite un consejo, yo creo que el mejor modo de atraer a una Dama es dejando de perseguirla, le aseguro que mientras mas desesperación muestre por encontrarla, ella más se hará desear.
- El dije:
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Matthew Owens
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Re: El Viejo y la Muerte [Desafío]
Ernest Rutherford pasó su dedo índice por el encima del dije. En él creyó notar los rasgos faciales de la mujer con quien nunca se casó, de la hija que jamás engendró y, por último, de la Dama Muerte que existía en su imaginación. Consiguió, no sin esfuerzo, reprimir las ganas de echar a llorar. Cogió el sello, lo apretó en un puño y lo llevó contra su pecho, hacia su corazón.
-Es ella. ¿Cómo lo has logrado? He conocido muchos tipos de magia, joven Matthew. Hasta ahora, pensaba que nada me podría sorprender. Hasta hoy…- las últimas palabras sonaron como suspiros venidos del corazón.
Pese a la existencia del maestro Rutherford, Matthew Owens no se pudo quedarse charlando un rato más. La operación para quemar el tracoma iba a empezar. El doctor había preparado los utensilios. Puesto una afilada barra de hierro a calentar en el horno y limpiado con alcohol pinzas y bisturís.
La operación fue lenta y dolorosa. El doctor cortó las cejas y pestañas del maestro para que no molestasen durante la maniobra. Hecho esto, su ayudante trajo la barra de hierro rojo. El doctor la cogió y quemó, despacio, los laterales de los ojos de Rutherford. Hecho esto, se dispuso a introducir la punta del metal al interior de la cuenca del ojo mientras, uno de sus ayudantes, utilizaba la pinza para apartar los propios ojos.
Era la primera que el doctor vampiro no escuchaba a alguien gritar durante la operación contra el tracoma. Era admirable. Más, teniendo en cuenta que el maestro se negó a tomar ninguna pócima que le sirviera como anestesia. Tenía el dije de la Dama Muerto en el bolsillo de su túnica, era todo cuanto necesitaba para tolerar el dolor. Por Ella, por el Hekshold, por sus alumnos (en los que iba a incluir a Matthew Owens) y por él mismo; aceptó el dolor y la ceguera que vino después.
* Matthew Owens: ¿Alguna vez soñaste en aprender las dotes del habla y la política junto con un viejo ciego? Porque es eso mismo lo que has ganado.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 5 ptos totales de experiencia
Los puntos han sido sumados directamente a tu perfil.
Estás dentro de la Academia Hekshold, podrás participar a las cátedras (sin importar de qué maestro sean). Por otra parte, has de estar atento porque podrás participar en mastereados en los que se necesite, especialmente, un miembro de la Casa Myrddin.
-Es ella. ¿Cómo lo has logrado? He conocido muchos tipos de magia, joven Matthew. Hasta ahora, pensaba que nada me podría sorprender. Hasta hoy…- las últimas palabras sonaron como suspiros venidos del corazón.
Pese a la existencia del maestro Rutherford, Matthew Owens no se pudo quedarse charlando un rato más. La operación para quemar el tracoma iba a empezar. El doctor había preparado los utensilios. Puesto una afilada barra de hierro a calentar en el horno y limpiado con alcohol pinzas y bisturís.
La operación fue lenta y dolorosa. El doctor cortó las cejas y pestañas del maestro para que no molestasen durante la maniobra. Hecho esto, su ayudante trajo la barra de hierro rojo. El doctor la cogió y quemó, despacio, los laterales de los ojos de Rutherford. Hecho esto, se dispuso a introducir la punta del metal al interior de la cuenca del ojo mientras, uno de sus ayudantes, utilizaba la pinza para apartar los propios ojos.
Era la primera que el doctor vampiro no escuchaba a alguien gritar durante la operación contra el tracoma. Era admirable. Más, teniendo en cuenta que el maestro se negó a tomar ninguna pócima que le sirviera como anestesia. Tenía el dije de la Dama Muerto en el bolsillo de su túnica, era todo cuanto necesitaba para tolerar el dolor. Por Ella, por el Hekshold, por sus alumnos (en los que iba a incluir a Matthew Owens) y por él mismo; aceptó el dolor y la ceguera que vino después.
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* Matthew Owens: ¿Alguna vez soñaste en aprender las dotes del habla y la política junto con un viejo ciego? Porque es eso mismo lo que has ganado.
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