[Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
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[Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Llevaba días pensándolo, pero no sabía cómo decirlo. Ingela había puesto mucho esfuerzo en que ella estuviera bien y, realmente, lo había conseguido. Había salvado la vida a su amiga. Pero… algo fallaba en ella. No se encontraba bien tras varias semanas en el norte. Y ahora, que llevaba ya unos meses, iba a peor. El primer momento, cuando vio tanta nieve, le apasionó el paisaje. Mas el clima era demasiado extremo para alguien acostumbrada a la calidez. Realmente, si el tiempo fuera el problema, con abrigarse estaba solucionado. Pero no. La cosa iba más allá de, incluso, lo que ella misma podía controlar.
A pesar de la incomprensible amabilidad de los seres del norte, en concreto, de Ingela y su familia, no conseguía adaptarse. Sentía que no pertenecía a ese lugar. Y, realmente, a ninguno. Esa presión aliviada antes de embarcar, había vuelto. Y no porque no pudiera regresar a su casa, al contrario, al pisar el norte, por primera vez, se había sentido segura. Y tampoco porque echase de menos a sus seres queridos. Sino porque sentía que algo no estaba bien con ella, como si los dioses se hubieran vengado de la elfa por haber abandonado su territorio. Se había obsesionado hasta puntos inimaginables, incluso, con su amiga. No se sentía a gusto estando ya con nadie. Pero es que, tampoco estaba a gusto estando cerca de alguien que le pareciera desagradable a la vista. Le daba asco. Y, además, había intentado herir a una elfa de la que se estaba obsesionando. Ni ella misma era capaz de entender qué le pasaba. Y, mucho menos, decírselo a su amiga, pese a la confianza que se tenían.
Pero no le quedaba otro remedio, se lo tenía que decir. Había pasado más noches sin dormir de lo habitual. De hecho, cuando llegó al norte, después de la primera o segunda semana, empezó a dormir mejor. Aunque esto no le duró demasiado y, de nuevo, se encontraba con un insomnio tan fuerte que apenas permitía que durmiese un par de horas, y nunca seguidas. Daba vueltas en la cama, tapada hasta la frente con las mantas de pieles, tratando de obligarse a conciliar el sueño. Pero nada. Tras unos minutos de dejar la mente en blanco, cerró los ojos…
La enorme figura de un elfo de cabello plateado, largo, avanzaba a paso lento hacia ella, mas nunca se aproximaba lo suficiente para que pudiera acercarse a Helyare, quien corría con intención de alcanzarlo. En su espalda llevaba una espada brillante, enorme. Tras él, otro elfo casi de la misma altura, con el pelo por debajo de los hombros y armadura dorada. La elfa gritó el nombre de ambos, pero, de golpe, el más grande desapareció en medio de la oscuridad. Arzhak. Se escuchaba el mar chocar contra las rocas. ¿Dónde era eso? No había rocas tan grandes en las playas cercanas a Sandorai.
El otro elfo, Aran, también desapareció, dejando un reguero de sangre, a diferencia de su hermano.
Helyare se despertó de golpe y quedó aturdida por la pesadilla y por un rayo de sol que impactaba, directamente, en su cara. Apenas estaba amaneciendo. ¿Cuánto había dormido? Aún se notaba pesada, por lo que supuso que poco tiempo. Se pasó la mano por la cabeza y suspiró. Era incapaz de estar tranquila, de encontrar esa paz que tanto ansiaba. Incluso, en ocasiones, sentía envidia de su amiga, quien era capaz de recibir un nuevo día con una sonrisa. Claro, los dioses no estaban en su contra. Cada vez que pensaba en ella, un impulso impetuoso nacía de su ser y buscaba, por todos los medios posibles, ser apaciguado con el acercamiento a su amiga, a la que tanto ansiaba. ¡Y cuántas veces no había querido matar a Zatch! Llegaba un momento en que le daba verdadero asco. Un par de mariposas revolotearon por la habitación, apareciendo por detrás de ella. Le recordaron a Nïlle, quien descansaba en una camita de madera que le habían conseguido.
Era el día, y el momento. Tenía que hablar con su amiga de una maldita vez. Aun así, temblaba. Admitir que se tenía un problema era de las cosas más difíciles. Y no quería estar en el norte, condicionando a todo el que se acercara a ella. No más. Tenía que irse.
Además, sentía que tenía que hacer algo en el sur. Lo notaba dentro de ella. Aparte de sus ansias de venganza, claro, que se iban menguando a cada día que pasaba. Sin duda, había algo que no iba bien. Tras hacer tiempo, incapaz de afrontarlo del todo y, después de haberlo pensado y meditado por días –y noches, muchas noches –, se encaminó al cuarto de su amiga. Por el pasillo de piedra pudo escuchar el ruido de los caballos, de los arreos y de los jinetes y doncellas preparando todo. ¿Qué pasaba? Bastó asomarse a la ventana para ver que las calles se estaban llenando de gente a caballo, con el uniforme del ejército de la ciudad. ¿Habría sucedido algo? Pensó que, tal vez, eran rencillas entre ciudades vecinas, no le dio mucha más importancia. Continuó su camino hasta detenerse frente a la puerta de madera maciza que la separaba de la habitación de la dragona. Después de demorarse un par de minutos, e incluso retroceder un par de pasos, replanteándose que era mejor no decir nada, se aventuró a golpear la puerta un par de veces, muy rápido. –Ingela –comenzó, en bajito, y se giró. Si abría la puerta y volvía a ver a su amiga, podría volver a obsesionarse, y no. Sin mirarla, sin esperar a que abriera la puerta, empezó a hablar. Eso de no verle la cara facilitaba un poco todo–. Yo… tengo que decirte algo –esperó, pues las palabras eran incapaces de salir –: quiero volver al sur –murmuró –. Lo necesito. No me encuentro bien. Mi... mi mente no está bien –era la primera vez que lo admitía –. Los dioses… deben haberme mandado una maldición por haber rehusado a cumplir mi castigo por alta traición. Quieren justicia y están jugando con mi cabeza. Me suceden cosas horribles… no estoy bien, no sé qué me pasa. Entiéndelo, por favor –se mordió el labio. Era demasiada fragilidad mostrada para lo que ella era –. Y… siento que debo ir. Llevo días soñando con Arzhak y Aranarth. Puede…. Puede que los dioses me estén intentando decir algo –concluyó. Aunque bien sabía que presentarse en Sandorai acarrearía consecuencias no sólo a ella... eso si las consecuencias no habían sucedido ya, y por eso soñaba con ambos. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Le estaba costando demasiado dar el paso, y esperaba la respuesta de su amiga. Mientras, fuera de la casa, los caballeros seguían preparándose para su salida de la ciudad. Ajena a todo lo que estaba ocurriendo, Helyare sólo quería buscar el apoyo de la dragona ante una maldición incomprensible. Aunque, era innegable que maldición sería la que encontrasen los soldados cuando bajasen a Verisar y viesen por ellos mismos, los resquicios de una cruenta guerra, de la que la elfa aún no se había enterado.
A pesar de la incomprensible amabilidad de los seres del norte, en concreto, de Ingela y su familia, no conseguía adaptarse. Sentía que no pertenecía a ese lugar. Y, realmente, a ninguno. Esa presión aliviada antes de embarcar, había vuelto. Y no porque no pudiera regresar a su casa, al contrario, al pisar el norte, por primera vez, se había sentido segura. Y tampoco porque echase de menos a sus seres queridos. Sino porque sentía que algo no estaba bien con ella, como si los dioses se hubieran vengado de la elfa por haber abandonado su territorio. Se había obsesionado hasta puntos inimaginables, incluso, con su amiga. No se sentía a gusto estando ya con nadie. Pero es que, tampoco estaba a gusto estando cerca de alguien que le pareciera desagradable a la vista. Le daba asco. Y, además, había intentado herir a una elfa de la que se estaba obsesionando. Ni ella misma era capaz de entender qué le pasaba. Y, mucho menos, decírselo a su amiga, pese a la confianza que se tenían.
Pero no le quedaba otro remedio, se lo tenía que decir. Había pasado más noches sin dormir de lo habitual. De hecho, cuando llegó al norte, después de la primera o segunda semana, empezó a dormir mejor. Aunque esto no le duró demasiado y, de nuevo, se encontraba con un insomnio tan fuerte que apenas permitía que durmiese un par de horas, y nunca seguidas. Daba vueltas en la cama, tapada hasta la frente con las mantas de pieles, tratando de obligarse a conciliar el sueño. Pero nada. Tras unos minutos de dejar la mente en blanco, cerró los ojos…
La enorme figura de un elfo de cabello plateado, largo, avanzaba a paso lento hacia ella, mas nunca se aproximaba lo suficiente para que pudiera acercarse a Helyare, quien corría con intención de alcanzarlo. En su espalda llevaba una espada brillante, enorme. Tras él, otro elfo casi de la misma altura, con el pelo por debajo de los hombros y armadura dorada. La elfa gritó el nombre de ambos, pero, de golpe, el más grande desapareció en medio de la oscuridad. Arzhak. Se escuchaba el mar chocar contra las rocas. ¿Dónde era eso? No había rocas tan grandes en las playas cercanas a Sandorai.
El otro elfo, Aran, también desapareció, dejando un reguero de sangre, a diferencia de su hermano.
Helyare se despertó de golpe y quedó aturdida por la pesadilla y por un rayo de sol que impactaba, directamente, en su cara. Apenas estaba amaneciendo. ¿Cuánto había dormido? Aún se notaba pesada, por lo que supuso que poco tiempo. Se pasó la mano por la cabeza y suspiró. Era incapaz de estar tranquila, de encontrar esa paz que tanto ansiaba. Incluso, en ocasiones, sentía envidia de su amiga, quien era capaz de recibir un nuevo día con una sonrisa. Claro, los dioses no estaban en su contra. Cada vez que pensaba en ella, un impulso impetuoso nacía de su ser y buscaba, por todos los medios posibles, ser apaciguado con el acercamiento a su amiga, a la que tanto ansiaba. ¡Y cuántas veces no había querido matar a Zatch! Llegaba un momento en que le daba verdadero asco. Un par de mariposas revolotearon por la habitación, apareciendo por detrás de ella. Le recordaron a Nïlle, quien descansaba en una camita de madera que le habían conseguido.
Era el día, y el momento. Tenía que hablar con su amiga de una maldita vez. Aun así, temblaba. Admitir que se tenía un problema era de las cosas más difíciles. Y no quería estar en el norte, condicionando a todo el que se acercara a ella. No más. Tenía que irse.
Además, sentía que tenía que hacer algo en el sur. Lo notaba dentro de ella. Aparte de sus ansias de venganza, claro, que se iban menguando a cada día que pasaba. Sin duda, había algo que no iba bien. Tras hacer tiempo, incapaz de afrontarlo del todo y, después de haberlo pensado y meditado por días –y noches, muchas noches –, se encaminó al cuarto de su amiga. Por el pasillo de piedra pudo escuchar el ruido de los caballos, de los arreos y de los jinetes y doncellas preparando todo. ¿Qué pasaba? Bastó asomarse a la ventana para ver que las calles se estaban llenando de gente a caballo, con el uniforme del ejército de la ciudad. ¿Habría sucedido algo? Pensó que, tal vez, eran rencillas entre ciudades vecinas, no le dio mucha más importancia. Continuó su camino hasta detenerse frente a la puerta de madera maciza que la separaba de la habitación de la dragona. Después de demorarse un par de minutos, e incluso retroceder un par de pasos, replanteándose que era mejor no decir nada, se aventuró a golpear la puerta un par de veces, muy rápido. –Ingela –comenzó, en bajito, y se giró. Si abría la puerta y volvía a ver a su amiga, podría volver a obsesionarse, y no. Sin mirarla, sin esperar a que abriera la puerta, empezó a hablar. Eso de no verle la cara facilitaba un poco todo–. Yo… tengo que decirte algo –esperó, pues las palabras eran incapaces de salir –: quiero volver al sur –murmuró –. Lo necesito. No me encuentro bien. Mi... mi mente no está bien –era la primera vez que lo admitía –. Los dioses… deben haberme mandado una maldición por haber rehusado a cumplir mi castigo por alta traición. Quieren justicia y están jugando con mi cabeza. Me suceden cosas horribles… no estoy bien, no sé qué me pasa. Entiéndelo, por favor –se mordió el labio. Era demasiada fragilidad mostrada para lo que ella era –. Y… siento que debo ir. Llevo días soñando con Arzhak y Aranarth. Puede…. Puede que los dioses me estén intentando decir algo –concluyó. Aunque bien sabía que presentarse en Sandorai acarrearía consecuencias no sólo a ella... eso si las consecuencias no habían sucedido ya, y por eso soñaba con ambos. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Le estaba costando demasiado dar el paso, y esperaba la respuesta de su amiga. Mientras, fuera de la casa, los caballeros seguían preparándose para su salida de la ciudad. Ajena a todo lo que estaba ocurriendo, Helyare sólo quería buscar el apoyo de la dragona ante una maldición incomprensible. Aunque, era innegable que maldición sería la que encontrasen los soldados cuando bajasen a Verisar y viesen por ellos mismos, los resquicios de una cruenta guerra, de la que la elfa aún no se había enterado.
Helyare
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Luego de que me cambiaran de campamento y regimentó, Sir Edward era mi comandante, caballero dragón. Era hora de ir hacia el sur, al menos eso creía yo, tenia un trabajo actualmente, verificar que mi regimentó este completo. Así que pase lista, me acerque a un capitán del regimentó - Sir Edward quiere saber si están listos. - El sujeto arriba del caballo miro hacia atrás, mirando al resto de su equipo, luego volvió a mirarme e hizo un gesto de aprobación, señalándome que estaban listos. Luego di unos pasos para el otro capitán e hice lo mismo. Todo estaba listo, solo faltaban un par de soldados y estábamos listos para marchar. Volví hacia el comandante para informarle de las tropas.
- Esta todo listo. Cuando usted quiera podemos marchar mi señor. -
- Bien, antes de irnos, fíjate si alguien mas se une. - Me dijo sonriendo, hice un gesto para retirarme, y me dirigí a una plaza cercana, quizá todavía había gente que quería unirse a la marcha. El norte, donde nací, iba a extrañarlo, tantos recuerdos. Pero no es lugar para mi, tenia que ir hacia el sur y pelear junto a mis hermanos y hermanas del norte. Los dragones ancestrales lo exigían. Fui a la plaza portando una capa del norte, así que al llegar, los hombres y mujeres me rodearon, esperando las noticias.
- ¡Ciudadanos de Dundarak!, ¡Guerreros de los dragones!... ¡Hoy las tropas de Sir Edward, caballero dragón del norte. Marchara hacia el sur para luchar por Lunargenta.! ¡Todo aquel que crea que puede ayudar en algo, únase a Sir Edward!, ¡Este es el ultimo llamamiento!. - Era cansador, tener que gritar para toda una plaza. Me quede ahí, esperando y anotando a los sujetos que se unian.
- ¿Puedo ayudarlo? - Dije al ver un hombre acercarse, pero luego vi a otro atrás de el, y otro atrás del otro, etc. Ya entendí por que era
- Soy Kristan, quiero unirme a las tropas de Sir Edward, soy buen medico. -
- Anotado, recibirás tu equipo en las puertas de la ciudad. Siguiente. -
Se acerco otro sujeto - Soy Akatosh, experto en armas, anotame. - Era un sujeto grande, nos iba a venir bien. Asi fue durante 2 horas, hasta que había terminado, uno de los soldados llego para reemplazarme. Volví hacia donde estaba el comandante, otra vez para decirle que había terminado.
- Rakan, quiero que cabalgues a mi lado. Voy a necesitarte, cuando demos el sonido de salida, ven hacia la delantera. Te estaré esperando - Era todo un honor cabalgar junto al comandante. Ahora teníamos tiempo libre hasta que los últimos hombres se prepararan. Me aleje de todos, a un rincón solitario, a hablar con los dragones ancestrales, los íbamos a necesitar hoy.
[Idioma Draco] Dovah, Draal Fah Aal Jer Lahvu, Faal Zin, Ahkrin, Ahmik, Boziik Arhk Drem. - Cada plegaria para nuestro ejercito era mas atención de los dragones ancestrales. Solo quedaba rezar y pedirles hasta que marcháramos. La guerra estaba a solo kilómetros.
- Esta todo listo. Cuando usted quiera podemos marchar mi señor. -
- Bien, antes de irnos, fíjate si alguien mas se une. - Me dijo sonriendo, hice un gesto para retirarme, y me dirigí a una plaza cercana, quizá todavía había gente que quería unirse a la marcha. El norte, donde nací, iba a extrañarlo, tantos recuerdos. Pero no es lugar para mi, tenia que ir hacia el sur y pelear junto a mis hermanos y hermanas del norte. Los dragones ancestrales lo exigían. Fui a la plaza portando una capa del norte, así que al llegar, los hombres y mujeres me rodearon, esperando las noticias.
- ¡Ciudadanos de Dundarak!, ¡Guerreros de los dragones!... ¡Hoy las tropas de Sir Edward, caballero dragón del norte. Marchara hacia el sur para luchar por Lunargenta.! ¡Todo aquel que crea que puede ayudar en algo, únase a Sir Edward!, ¡Este es el ultimo llamamiento!. - Era cansador, tener que gritar para toda una plaza. Me quede ahí, esperando y anotando a los sujetos que se unian.
- ¿Puedo ayudarlo? - Dije al ver un hombre acercarse, pero luego vi a otro atrás de el, y otro atrás del otro, etc. Ya entendí por que era
- Soy Kristan, quiero unirme a las tropas de Sir Edward, soy buen medico. -
- Anotado, recibirás tu equipo en las puertas de la ciudad. Siguiente. -
Se acerco otro sujeto - Soy Akatosh, experto en armas, anotame. - Era un sujeto grande, nos iba a venir bien. Asi fue durante 2 horas, hasta que había terminado, uno de los soldados llego para reemplazarme. Volví hacia donde estaba el comandante, otra vez para decirle que había terminado.
- Rakan, quiero que cabalgues a mi lado. Voy a necesitarte, cuando demos el sonido de salida, ven hacia la delantera. Te estaré esperando - Era todo un honor cabalgar junto al comandante. Ahora teníamos tiempo libre hasta que los últimos hombres se prepararan. Me aleje de todos, a un rincón solitario, a hablar con los dragones ancestrales, los íbamos a necesitar hoy.
[Idioma Draco] Dovah, Draal Fah Aal Jer Lahvu, Faal Zin, Ahkrin, Ahmik, Boziik Arhk Drem. - Cada plegaria para nuestro ejercito era mas atención de los dragones ancestrales. Solo quedaba rezar y pedirles hasta que marcháramos. La guerra estaba a solo kilómetros.
- Idioma dragón:
- Dragones, rezo para que estén con el ejercito el honor, coraje, servicio y paz.
Última edición por Rakan'Drag el Mar Mayo 15 2018, 22:33, editado 1 vez
Rakan'Drag
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
La noche anterior el padre de Ingela los había llevado al salón del Jarl, allí se habían reunido los jefes de las grandes familias locales con sus hijos. Cuando todos los jefes locales estuvieron reunidos, el Jarl informó de la decisión de apoyar el ejército del Rey Siegfried de retomar el castillo de Lunargenta. Las voces de los dragones se juntaron, algunos reclamando, ¿cómo era posible? Dundarak y todo el norte apenas se recuperaba de la desgracia de la enfermedad, apenas y habían logrado sobrevivir, los hombres fuertes eran pocos, si se marchaban las huestes, ¿quiénes cuidarían lo que había quedado? Otros gritaron entusiasmados, que volviera el Rey Siegfried significaba el retorno a la prosperidad. Los norteños eran hombres honorables y leales, marcharían, sí, incluso los que renegaban de hacerlo, pues era su deber.
Ingela, al igual que sus hermanos y padre, guardó silencio. Miró a su hermana agachar el rostro, una lágrima resbaló por su mejilla. Su prometido era Caballero Dragón y marcharía con ellos. La chica estiró el brazo y tomó su mano -Yo lo cuidaré, no te preocupes- le dijo a su hermana mayor, haciéndola reír. Su hermano, en cambio, apretó la quijada. Él no podría marchar, estaba muy débil para pelear. Había contraído la enfermedad y sobrevivió a duras penas. Estiró su otra mano y tomó la de él -Tienes que cuidar a Oma, a mamá y a Christin... yo iré en tu lugar- le aseguró, apretando su mano. De repente, la pequeña Ingela estaba ahí cuidando a sus hermanos mayores, con una fortaleza que ni ella misma conocía. -¿Qué dices?- dijo su padre, interrumpiendo aquel momento mágico de hermanos -Tú te quedas con tus hermanos- tronó la grave voz de su padre.
Salieron del gran salón, Ingela detrás de su papá -¿Pero por qué? Papi, ¿tienes idea de todo lo que he enfrentado este tiempo? Yo estoy lista, lo estoy. Linus no puede ir contigo, está muy débil. Christin pronto será ordenada como sacerdotisa, el único hijo que te queda ¡soy yo!- exclamaba la muchacha -He dicho que no, que te quedas- reafirmó con severidad su padre. -Pero...- rechistó -¡Pero nada!- dijo con firmeza, volteando y mirando a su hija desde arriba, con el rostro duro y una mirada que hizo recular incluso a Linus. La discusión se había terminado, ésa había sido la última palabra.
El camino de vuelta a casa los cuatro lo hicieron en silencio. Cada uno cavilando su situación. Ingela iba de última, deseando llegar a casa y abrazar a Zatch, era lo único que la reconfortaría esa noche. Pero al llegar, el zorro no estaba. En su lugar había una nota.
Aquella noche, Ingela tardó en quedarse dormida y despertó muy de madrugada. Cuando despertó, lo hizo con un plan. Fue a su armario y sacó su mochila e implementos de viaje, a Feuerstein y varios objetos más que imaginó le servirían. Comenzó a prepararse pues iría al sur, iría a la guerra. Sacaba sus botas livianas cuando vio el cofre que había sacado del orfanato de Hanna y Hont. Se sentó con las piernas cruzadas frente al armario y tomó el pequeño cofre. Recordó que Hanna lo había llamado "de los deseos", que te daba lo que pedías pero que tenías que darle algo a cambio.
La joven dragona observó la caja con detenimiento. Sintió una enorme tentación de abrir la caja. Puso su mano derecha sobre la tapa y la acarició. De repente, una sensación de ansiedad le invadió, un deseo impresionante de abrirla, de pedirle algo, cualquier cosa, ya vería qué, pero pedir, algo grande poderoso. Pero tocaron su puerta, y aquel mareo desapareció. Ingela puso la caja de vuelta al fondo de su armario y tiró unas capas encima para no verlo.
Caminó a la puerta a paso rápido, sacudiendo la cabeza y abrió, era Helyare que murmuraba cosas inaudibles para la dragona. -Hely, qué bueno que vienes... ven, tenemos que hablar- le dijo, tomándola por el hombro y metiéndola en su habitación.
Ingela, al igual que sus hermanos y padre, guardó silencio. Miró a su hermana agachar el rostro, una lágrima resbaló por su mejilla. Su prometido era Caballero Dragón y marcharía con ellos. La chica estiró el brazo y tomó su mano -Yo lo cuidaré, no te preocupes- le dijo a su hermana mayor, haciéndola reír. Su hermano, en cambio, apretó la quijada. Él no podría marchar, estaba muy débil para pelear. Había contraído la enfermedad y sobrevivió a duras penas. Estiró su otra mano y tomó la de él -Tienes que cuidar a Oma, a mamá y a Christin... yo iré en tu lugar- le aseguró, apretando su mano. De repente, la pequeña Ingela estaba ahí cuidando a sus hermanos mayores, con una fortaleza que ni ella misma conocía. -¿Qué dices?- dijo su padre, interrumpiendo aquel momento mágico de hermanos -Tú te quedas con tus hermanos- tronó la grave voz de su padre.
Salieron del gran salón, Ingela detrás de su papá -¿Pero por qué? Papi, ¿tienes idea de todo lo que he enfrentado este tiempo? Yo estoy lista, lo estoy. Linus no puede ir contigo, está muy débil. Christin pronto será ordenada como sacerdotisa, el único hijo que te queda ¡soy yo!- exclamaba la muchacha -He dicho que no, que te quedas- reafirmó con severidad su padre. -Pero...- rechistó -¡Pero nada!- dijo con firmeza, volteando y mirando a su hija desde arriba, con el rostro duro y una mirada que hizo recular incluso a Linus. La discusión se había terminado, ésa había sido la última palabra.
El camino de vuelta a casa los cuatro lo hicieron en silencio. Cada uno cavilando su situación. Ingela iba de última, deseando llegar a casa y abrazar a Zatch, era lo único que la reconfortaría esa noche. Pero al llegar, el zorro no estaba. En su lugar había una nota.
Zatch escribió:Querida Ingela: he tenido que resolver unos asuntos urgentes en el Sur. Preferí no comentártelo porque,si vinieras conmigo, seguramente nos meterías en el triple de problemases algo muy peligroso y no quiero que nada malo te pase.
Nos vemos pronto.
Tuyo, Zatch.
Aquella noche, Ingela tardó en quedarse dormida y despertó muy de madrugada. Cuando despertó, lo hizo con un plan. Fue a su armario y sacó su mochila e implementos de viaje, a Feuerstein y varios objetos más que imaginó le servirían. Comenzó a prepararse pues iría al sur, iría a la guerra. Sacaba sus botas livianas cuando vio el cofre que había sacado del orfanato de Hanna y Hont. Se sentó con las piernas cruzadas frente al armario y tomó el pequeño cofre. Recordó que Hanna lo había llamado "de los deseos", que te daba lo que pedías pero que tenías que darle algo a cambio.
La joven dragona observó la caja con detenimiento. Sintió una enorme tentación de abrir la caja. Puso su mano derecha sobre la tapa y la acarició. De repente, una sensación de ansiedad le invadió, un deseo impresionante de abrirla, de pedirle algo, cualquier cosa, ya vería qué, pero pedir, algo grande poderoso. Pero tocaron su puerta, y aquel mareo desapareció. Ingela puso la caja de vuelta al fondo de su armario y tiró unas capas encima para no verlo.
Caminó a la puerta a paso rápido, sacudiendo la cabeza y abrió, era Helyare que murmuraba cosas inaudibles para la dragona. -Hely, qué bueno que vienes... ven, tenemos que hablar- le dijo, tomándola por el hombro y metiéndola en su habitación.
Ingela
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Tuvo que partir desde vulwulfar.
Lord Riward Tinegar había mandado ordenes a sus tropas para que se movilizaran hacia Lunargenta, todo aquel soldado raso, todo escudero, todo guerrero debía presentarse ante la batalla para combatir junto a su amado rey. Todos , menos una pequeña porción de mensajeros en busca de apoyo de reinos vecinos, Tinegar estaba preparándose para lo peor y por ello mandó varias aves hacia al norte con la esperanza que algunos de los comandantes estuvieran dispuestos a ofrecer apoyo a los humanos.
Días después seguían sin respuesta.
Como en toda tarea sucia que nadie quería tener, tuvieron que sortear quienes de ellos serían los mensajeros afortunados que tendrían que enfrentarse ante tal largo viaje, condiciones y enemigos al acecho. Se llamaba sorteo, Runa ese mismo día lo llamó la mala suerte del principiante, era una de las desafortunadas que sacó el palo más pequeño, ella y otras nueve personas.Entre ellas el grandullón de George, que sin temblar impaciente mencionó que la acompañaría hasta Dundarak , el viaje más largo y duro de todos.
Así no le quedó más remedio entre dientes cargar con una nueva armadura. Esta vez le habían cedido una más pesada, y un yelmo con el que apenas se le veía el rostro,pero tenía dibujado el emblema de Lunargenta, eso al menos había pensado al verlo grabado también en el yelmo del grandullón. Solo tuvo un segundo para coger las armas y acercarse hacia Philip que trataba de consolar a Schott y dar un abrazo a los dos.
Miró a los ojos de Ronald "Mantente con vida" con esa mirada rota y tuvo que desaparecer a coger los caballos que les quitarían días de caminata incansable.
Ese fue su constante recuerdo durante días. Mientras cabalgaban entre bosques, ríos, llanuras soportando la fría noche, los golpes de las tormentas que aparecían de golpe y los calaban, el peligro de muchas criaturas desconocidas, que muchas de ellas aparentaban ser demasiado territoriales. Todo, incluso la larga estepa hacía las montañas, que sin tener conocimiento que se encontraban nevadas, y el frío los había golpeado con tanta fuerza que castañeaban.
Perdieron los caballos gracias a unas criaturas salvajes que parecían actuar por supervivencia. Sabían que habían huido, ellos continuaron hacia la ciudad sin tener ni la más remota idea de que iban a decir.
-Runa ¿Qué vamos a decir al comandante de ese ejercito? Empezó una nueva conversación casi sin haber estado horas sin decirse nada.
-Que no nos queme, somos unas criaturas que viene en son de paz....
- Todavía tienes ganas de bromear incluso en esta situación
No bromeaba. Los dragones eran criaturas que desconocía, tenían una ligera fama de criaturas con carácter demasiado fuerte. Recordaba aquel que conoció en la playa de los ancestros, y esperaba de corazón que no fueran agresivos como aquel. Había leyendas sobre su poder, su transformación, el brillo de sus escamas. Había leyendas que los ponía de criaturas egoístas y frívolas sin corazón, pero para ser ella sincera los humanos posiblemente eran las peores después de los vampiros.
Siempre era culpa de los vampiros.
Afortunados , contemplaron a varios metros un campamento de ellos a las afueras. Gritaban con furia, con energía, al unisono.Gritaban por una guerra.
-Parece que si les llegó el mensaje Mencionó el grandote que se paró a tomar unas bocanadas de aire antes de continuar.
-Eso parece George Respondió agarrando el brazo de su compañero-¿Nos damos la vuelta? Quizás habían dado su viaje en vano, o quizás no tanto pero ya habían cumplido tal objetivo y era hora de marchar.
Era. El comandante del ejercito de los dragones los señaló con la espada , quitandoles la oportunidad de ser invisibles ante tal civilización.
-Hoy vamos a ser la cena de alguno... Rechistó la joven mientras pateaba la primera piedra que pillaba por el camino. Cuanta energía le quedaba a pesar que se avecinaba una gran guerra.
Lord Riward Tinegar había mandado ordenes a sus tropas para que se movilizaran hacia Lunargenta, todo aquel soldado raso, todo escudero, todo guerrero debía presentarse ante la batalla para combatir junto a su amado rey. Todos , menos una pequeña porción de mensajeros en busca de apoyo de reinos vecinos, Tinegar estaba preparándose para lo peor y por ello mandó varias aves hacia al norte con la esperanza que algunos de los comandantes estuvieran dispuestos a ofrecer apoyo a los humanos.
Días después seguían sin respuesta.
Como en toda tarea sucia que nadie quería tener, tuvieron que sortear quienes de ellos serían los mensajeros afortunados que tendrían que enfrentarse ante tal largo viaje, condiciones y enemigos al acecho. Se llamaba sorteo, Runa ese mismo día lo llamó la mala suerte del principiante, era una de las desafortunadas que sacó el palo más pequeño, ella y otras nueve personas.Entre ellas el grandullón de George, que sin temblar impaciente mencionó que la acompañaría hasta Dundarak , el viaje más largo y duro de todos.
Así no le quedó más remedio entre dientes cargar con una nueva armadura. Esta vez le habían cedido una más pesada, y un yelmo con el que apenas se le veía el rostro,pero tenía dibujado el emblema de Lunargenta, eso al menos había pensado al verlo grabado también en el yelmo del grandullón. Solo tuvo un segundo para coger las armas y acercarse hacia Philip que trataba de consolar a Schott y dar un abrazo a los dos.
Miró a los ojos de Ronald "Mantente con vida" con esa mirada rota y tuvo que desaparecer a coger los caballos que les quitarían días de caminata incansable.
Ese fue su constante recuerdo durante días. Mientras cabalgaban entre bosques, ríos, llanuras soportando la fría noche, los golpes de las tormentas que aparecían de golpe y los calaban, el peligro de muchas criaturas desconocidas, que muchas de ellas aparentaban ser demasiado territoriales. Todo, incluso la larga estepa hacía las montañas, que sin tener conocimiento que se encontraban nevadas, y el frío los había golpeado con tanta fuerza que castañeaban.
Perdieron los caballos gracias a unas criaturas salvajes que parecían actuar por supervivencia. Sabían que habían huido, ellos continuaron hacia la ciudad sin tener ni la más remota idea de que iban a decir.
-Runa ¿Qué vamos a decir al comandante de ese ejercito? Empezó una nueva conversación casi sin haber estado horas sin decirse nada.
-Que no nos queme, somos unas criaturas que viene en son de paz....
- Todavía tienes ganas de bromear incluso en esta situación
No bromeaba. Los dragones eran criaturas que desconocía, tenían una ligera fama de criaturas con carácter demasiado fuerte. Recordaba aquel que conoció en la playa de los ancestros, y esperaba de corazón que no fueran agresivos como aquel. Había leyendas sobre su poder, su transformación, el brillo de sus escamas. Había leyendas que los ponía de criaturas egoístas y frívolas sin corazón, pero para ser ella sincera los humanos posiblemente eran las peores después de los vampiros.
Siempre era culpa de los vampiros.
Afortunados , contemplaron a varios metros un campamento de ellos a las afueras. Gritaban con furia, con energía, al unisono.Gritaban por una guerra.
-Parece que si les llegó el mensaje Mencionó el grandote que se paró a tomar unas bocanadas de aire antes de continuar.
-Eso parece George Respondió agarrando el brazo de su compañero-¿Nos damos la vuelta? Quizás habían dado su viaje en vano, o quizás no tanto pero ya habían cumplido tal objetivo y era hora de marchar.
Era. El comandante del ejercito de los dragones los señaló con la espada , quitandoles la oportunidad de ser invisibles ante tal civilización.
-Hoy vamos a ser la cena de alguno... Rechistó la joven mientras pateaba la primera piedra que pillaba por el camino. Cuanta energía le quedaba a pesar que se avecinaba una gran guerra.
Runa Thorgil
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Era algo curioso, quizás una anomalía entre la fauna de las estepas, pero por alguna razón, Momo siempre encontraba el camino a casa, sin importar si nevara fuertemente, si la neblina nublaba el norte o si habían montones de depredadores cerca. Como era usual, me ayudó a traer indumentaria personal y la de mi abuelo, y cuando le ordenamos ir a casa, simplemente se dio media vuelta y marchó muy lejos de la ciudad.
No pude evitar sentirme nostálgica al verlo partir. Supongo que la guerra hace que sientas que la última vez que verás a una persona será realmente la definitiva.
- Estoy segura que tiene una familia en algún lado de la estepa, pero no te quiere decir porque vas a pedir la nulidad del matrimonio.
- Si se separan, me pregunto si Momo se quedará con el zafiro que Leveru te regaló para tu cumpleaños número 30. Le combinaría con los ojos al menos.
Ah, si…
El par de graciositas detrás de mí son mis dos mejores amigas. Leveru y Samantha. Leveru es una chica seria y tranquila, de cabellos castaños y ojos del mismo color. Según ella, no es muy popular entre los hombres, ni con las mujeres, ni con muchos seres vivos, debido a que piensa que la gente la ve como alguien que está en el fondo de alguna novela, siendo un personaje no-importante y que está ahí por rellenar. Al otro lado de ese espectro, Samantha es una chica de cabellos anaranjados y ojos que parecieran esmeraldas. Y cuando decía “al otro lado del espectro”, realmente lo decía en serio, pues su hermosura hacía que, cada día, tuviera un pretendiente nuevo que intentaba hacerla su esposa. Sin éxito, claro.
- No nos vamos a separar. Momo es mi niño, lo crié desde que tengo memoria, y se va a quedar virginal y puro hasta que se muera, ¡no voy a dejar que se meta con una cualquiera!
Ambas se miraron mutuamente, como si aquello no les fuera sorpresa. Mientras Leveru me daba palmaditas en la espalda, Samantha se colocaba a mi lado, instándome a caminar hacia la plaza.
- Estoy segura que no comparte tu ideal de pareja, Siria. Y deberías alegrarte, en todo caso, siempre es lindo tener nietos.
- Nietos… siquiera tengo pareja, ¿y ya tendría nietos? Ni tengo la cara arrugada para eso.
- Los jóvenes de hoy están muy sueltos, hoy puedes tener nietos a los 36 años incluso.
¿Se daban cuenta que las tres ni llegábamos más allá de los 42?
Era curioso. Los dragones nos preparábamos para marchar hacia el sur, en un enfrentamiento en donde muchos de nosotros no volveríamos, pero aun así, nos dabamos el tiempo de ser las mismas de siempre. Era como si supiéramos que habría un mañana, y que no tendríamos que preocuparnos por él. O quizás también podía ser que alguna de nosotras sabía que no volvería de nuevo a nuestra ciudad, pero a diferencia de otras personas, no queríamos vivir nuestros días como si fueran especiales.
Simplemente, como siempre los vivimos.
Samantha se incorporó a una parte del ejército que se encargaba de mantener las armaduras y armas en su punto. Como era una dragona de fuego, lentamente se sintió interesada en el derretimiento del metal, pero a diferencia de otros dragones, le interesó mucho más la parte estética, forjando más artefactos y joyas que objetos que pudieran utilizarse en combate. Aunque ello no quitaba que supiera sobre ello, por lo que no le costó mucho tiempo decidirse en unirse al ejército. Por otro lado, Leveru poseía extensos conocimientos sobre el cuerpo de los dragones, especializándose en las formas draconianas que tomamos, por lo que unirse al cuerpo de primeros auxilios no le fue complicado. Curiosamente, nunca estudió medicina, al menos no de forma formal, por lo que no sabía qué medicamentos o qué ungüentos eran los correctos a usar en la gente herida, pero a la hora de recomponer fracturas o dislocamientos, era alguien única.
Por mi parte… en un cierto sentido, sabía por qué quería estar aquí. En otro sentido, no. No era guerrera, o conocer alguna forma de combate que pudiera destacarme del resto. Pero a veces, en medio del conflicto, en medio del dolor, de la desesperanza, tenía la esperanza de poder ser un faro para recuperar a aquellos soldados que, más que una medicina o una cura, necesitaban una palabra para poder continuar.
No pude evitar sentirme nostálgica al verlo partir. Supongo que la guerra hace que sientas que la última vez que verás a una persona será realmente la definitiva.
- Estoy segura que tiene una familia en algún lado de la estepa, pero no te quiere decir porque vas a pedir la nulidad del matrimonio.
- Si se separan, me pregunto si Momo se quedará con el zafiro que Leveru te regaló para tu cumpleaños número 30. Le combinaría con los ojos al menos.
Ah, si…
El par de graciositas detrás de mí son mis dos mejores amigas. Leveru y Samantha. Leveru es una chica seria y tranquila, de cabellos castaños y ojos del mismo color. Según ella, no es muy popular entre los hombres, ni con las mujeres, ni con muchos seres vivos, debido a que piensa que la gente la ve como alguien que está en el fondo de alguna novela, siendo un personaje no-importante y que está ahí por rellenar. Al otro lado de ese espectro, Samantha es una chica de cabellos anaranjados y ojos que parecieran esmeraldas. Y cuando decía “al otro lado del espectro”, realmente lo decía en serio, pues su hermosura hacía que, cada día, tuviera un pretendiente nuevo que intentaba hacerla su esposa. Sin éxito, claro.
- No nos vamos a separar. Momo es mi niño, lo crié desde que tengo memoria, y se va a quedar virginal y puro hasta que se muera, ¡no voy a dejar que se meta con una cualquiera!
Ambas se miraron mutuamente, como si aquello no les fuera sorpresa. Mientras Leveru me daba palmaditas en la espalda, Samantha se colocaba a mi lado, instándome a caminar hacia la plaza.
- Estoy segura que no comparte tu ideal de pareja, Siria. Y deberías alegrarte, en todo caso, siempre es lindo tener nietos.
- Nietos… siquiera tengo pareja, ¿y ya tendría nietos? Ni tengo la cara arrugada para eso.
- Los jóvenes de hoy están muy sueltos, hoy puedes tener nietos a los 36 años incluso.
¿Se daban cuenta que las tres ni llegábamos más allá de los 42?
Era curioso. Los dragones nos preparábamos para marchar hacia el sur, en un enfrentamiento en donde muchos de nosotros no volveríamos, pero aun así, nos dabamos el tiempo de ser las mismas de siempre. Era como si supiéramos que habría un mañana, y que no tendríamos que preocuparnos por él. O quizás también podía ser que alguna de nosotras sabía que no volvería de nuevo a nuestra ciudad, pero a diferencia de otras personas, no queríamos vivir nuestros días como si fueran especiales.
Simplemente, como siempre los vivimos.
Samantha se incorporó a una parte del ejército que se encargaba de mantener las armaduras y armas en su punto. Como era una dragona de fuego, lentamente se sintió interesada en el derretimiento del metal, pero a diferencia de otros dragones, le interesó mucho más la parte estética, forjando más artefactos y joyas que objetos que pudieran utilizarse en combate. Aunque ello no quitaba que supiera sobre ello, por lo que no le costó mucho tiempo decidirse en unirse al ejército. Por otro lado, Leveru poseía extensos conocimientos sobre el cuerpo de los dragones, especializándose en las formas draconianas que tomamos, por lo que unirse al cuerpo de primeros auxilios no le fue complicado. Curiosamente, nunca estudió medicina, al menos no de forma formal, por lo que no sabía qué medicamentos o qué ungüentos eran los correctos a usar en la gente herida, pero a la hora de recomponer fracturas o dislocamientos, era alguien única.
Por mi parte… en un cierto sentido, sabía por qué quería estar aquí. En otro sentido, no. No era guerrera, o conocer alguna forma de combate que pudiera destacarme del resto. Pero a veces, en medio del conflicto, en medio del dolor, de la desesperanza, tenía la esperanza de poder ser un faro para recuperar a aquellos soldados que, más que una medicina o una cura, necesitaban una palabra para poder continuar.
Siria
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Por suerte (o por desgracia), Ingela no había escuchado todo lo que estaba diciendo. Sí, es posible que el bajo tono que había empleado la elfa fuera una de las causas por las que la dragona no hubiera escuchado el mensaje, en sí, pero se alegraba, en parte, de que así fuera. A duras penas había conseguido dar el paso de confesar sus ganas incipientes de irse del Norte, los problemas que estaba teniendo y que no entendía. Y, si ella no era capaz de comprender qué sucedía en su mente, menos podría expresárselo a su amiga. Pero, como si le hubieran quitado un peso de encima, Ingela la atrajo hacia su cuarto diciéndole que tenían que hablar. Como ya era costumbre para ella desde hacía unas semanas, apartaba la mirada para evitar que se encontrase con la de su amiga. No quería más obsesiones, quería escuchar lo que tenía que decir, sin acabar deseándola hasta los extremos más terribles. Cerró los ojos con cierta paz.
Pero era una mera ilusión. El haberlo hablado sí le había servido para aliviar ligeramente la carga, pero su amiga no lo había escuchado. Lo que en un principio parecía bueno, se había vuelto contra ella al entender que, si quería que Ingela supiera que quería irse, tendría que volver a hacer de tripas, corazón, y soltarlo de nuevo. Pero no ahora.
–¿Qué sucede, Ingela? –preguntó sin posar la vista en ella. Era el método que mejor le venía a la hora de tratar de evadir la maldición de los dioses. Valiente castigo por eludir su destino. –¿Está todo bien? –Entre el revoltijo que era su cabeza en esos momentos, como acostumbraba a ser siempre, se sentía contenta de que la dragona le fuera a contar algo, de que le dijera que tenían que hablar. Ingela era capaz de volver a hacerla sentir viva, importante para alguien. Sin duda, con esa dragona la palabra “amistad” volvía a resurgir como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Nunca se podía haber imaginado que su mejor amiga fuese un ser de otra raza, y menos una dragona de poco más de la edad de su hermana.
Ahí permaneció, contemplando el suelo de la habitación de Ingela. Ya lo había visto en otras ocasiones y, aunque era lúgubre para su estilo, era bonito.
–Está la guardia en la calle, ¿sucede algo? –preguntó de nuevo, por si acaso había sucedido algo en la ciudad y ella no estaba al tanto. De hecho, Helyare no solía estar informada de lo que sucedía en la ciudad. Más bien, ignoraba todo a su alrededor. A pesar de estar más acompañada que en el último año, era capaz de obviar todo cuanto pasaba cerca de sí misma y aislarse en su interior. Así que no era de extrañar que hubiese pasado algo en Dundarak y ella… ni enterarse.
La elfa alzó un poco su mirada, aun sin llegar a ver a la dragona. Pero sí atisbó a ver una mochila y, extrañada, avanzó unos pasos hacia su amiga. –¿Te vas? –Todo le estaba pareciendo bastante extraño. Precisamente había sido Ingela quien había querido volver al Norte, ¿se iría? ¿A dónde? ¿Con Zatch? Un fugaz pensamiento pasó por su mente y se le encogió el estómago al pensar que su amiga podía irse a vivir con el zorro. ¿Y ella? ¿Se tendría que ir de allí? Por suerte recordó que, precisamente a eso había ido a la habitación de su amiga. Pero, aun así, no le gustaba una pizca eso de que su amiga pudiera irse a compartir su vida con ese ser tan repugnante, que le causaba cada vez más asco. Su expresión se volvió algo tensa cuando pensó en eso. Ella tenía pensado regresar al Sur, sí, pero no quería que la dragona siguiera con ese zorro.
Otro pensamiento cruzó, de nuevo, su mente. Tal vez Ingela estuviera haciendo la maleta por algo serio. ¿Otra pandemia? Los guardias habían salido a las calles, y no acostumbraban a hacerlo. Algo había pasado. Tal vez tuvieran que abandonar todos Dundarak, o…
Se dejó de conjeturas y permaneció quieta, en silencio, esperando a que su amiga comenzase a hablar y despejase sus dudas.
Pero era una mera ilusión. El haberlo hablado sí le había servido para aliviar ligeramente la carga, pero su amiga no lo había escuchado. Lo que en un principio parecía bueno, se había vuelto contra ella al entender que, si quería que Ingela supiera que quería irse, tendría que volver a hacer de tripas, corazón, y soltarlo de nuevo. Pero no ahora.
–¿Qué sucede, Ingela? –preguntó sin posar la vista en ella. Era el método que mejor le venía a la hora de tratar de evadir la maldición de los dioses. Valiente castigo por eludir su destino. –¿Está todo bien? –Entre el revoltijo que era su cabeza en esos momentos, como acostumbraba a ser siempre, se sentía contenta de que la dragona le fuera a contar algo, de que le dijera que tenían que hablar. Ingela era capaz de volver a hacerla sentir viva, importante para alguien. Sin duda, con esa dragona la palabra “amistad” volvía a resurgir como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Nunca se podía haber imaginado que su mejor amiga fuese un ser de otra raza, y menos una dragona de poco más de la edad de su hermana.
Ahí permaneció, contemplando el suelo de la habitación de Ingela. Ya lo había visto en otras ocasiones y, aunque era lúgubre para su estilo, era bonito.
–Está la guardia en la calle, ¿sucede algo? –preguntó de nuevo, por si acaso había sucedido algo en la ciudad y ella no estaba al tanto. De hecho, Helyare no solía estar informada de lo que sucedía en la ciudad. Más bien, ignoraba todo a su alrededor. A pesar de estar más acompañada que en el último año, era capaz de obviar todo cuanto pasaba cerca de sí misma y aislarse en su interior. Así que no era de extrañar que hubiese pasado algo en Dundarak y ella… ni enterarse.
La elfa alzó un poco su mirada, aun sin llegar a ver a la dragona. Pero sí atisbó a ver una mochila y, extrañada, avanzó unos pasos hacia su amiga. –¿Te vas? –Todo le estaba pareciendo bastante extraño. Precisamente había sido Ingela quien había querido volver al Norte, ¿se iría? ¿A dónde? ¿Con Zatch? Un fugaz pensamiento pasó por su mente y se le encogió el estómago al pensar que su amiga podía irse a vivir con el zorro. ¿Y ella? ¿Se tendría que ir de allí? Por suerte recordó que, precisamente a eso había ido a la habitación de su amiga. Pero, aun así, no le gustaba una pizca eso de que su amiga pudiera irse a compartir su vida con ese ser tan repugnante, que le causaba cada vez más asco. Su expresión se volvió algo tensa cuando pensó en eso. Ella tenía pensado regresar al Sur, sí, pero no quería que la dragona siguiera con ese zorro.
Otro pensamiento cruzó, de nuevo, su mente. Tal vez Ingela estuviera haciendo la maleta por algo serio. ¿Otra pandemia? Los guardias habían salido a las calles, y no acostumbraban a hacerlo. Algo había pasado. Tal vez tuvieran que abandonar todos Dundarak, o…
Se dejó de conjeturas y permaneció quieta, en silencio, esperando a que su amiga comenzase a hablar y despejase sus dudas.
Helyare
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Luego de rezar varios minutos y pedir por el ejercito, escuche una voz cada vez mas fuerte... la ignore al principio, pero después me di cuenta que era un soldado que me quería decir algo "Sir Edward te llama, esta en las puertas". Debería ser importante, o algo así para interrumpir en mi oración, pero era Edward, y tenia que cumplir.
Me acerque a Edward, preguntándole que sucedía. - Sir Edward, ¿sucede algo? - Edward me miro y luego miro a un par de soldados que se acercaban - Si... un campamento del ejercito capturo a unos guardias de Lunargenta, nada grave, pero preferiría que mi escudero estuviera a cargo de esa situación, ya sabes como se ponen los comandantes en tiempos de guerra - En realidad no, no lo sabia. Me subí a mi caballo al lado del de Edward, y un grupo de soldados atrás mio se me unieron - Volveré antes de la marcha, lo prometo. - Edward asintió con una sonrisa.
un soldado toco una trompeta, dando aviso a que el grupo de soldados iba a salir. Cuando emprendí la marcha, el ruido de los caballos golpeando el suelo fue increíble, y era bastante alto. Sinceramente usaría mi forma de dragón para llegar mas rápido, pero estaba mal visto por los caballeros dragones y eso podría ponerme en una situación de desventaja.
Cuando nos estábamos acercando al campamento, se lograba ver 4 guardias en la entrada, algo nuevo desde el ultimo campamento que estuve, antes eran 2. Llegue a la entrada y me baje del caballo junto al grupo de soldados que me asignaron. Me acerque y 2 guardias me bloquearon el paso - ¿Motivo? - Pregunto el guardia de la derecha
- Sir Edward me manda. Por el... asunto de... los guardias de Lunargenta. - Sinceramente parecíamos espías, pero no tenia ningún papel ni nada, no iba a volver ahora. Los soldados abrieron el paso, por lo cual parece haber funcionado, podía observar al Comandante junto a un grupo de soldados de Lunargenta dando un sermón o algo parecido.
Me acerque al comandante y me arrodille, junto a mis soldados.- Señor, me envía Sir Edward, el quiere hacerse cargo de esta situación - Me miro y me dijo - Sir Edward no tiene autorización sobre este campamento... pero no tengo ganas de hacerme cargo, todos tuyos. - Asentí y espere a que se fueran, luego di ordenes para que desataran al grupo que estaba capturado
Mire a todos, presentándome - Soy Rakan'Drag, escudero de Sir Edward el "honorable". - Sinceramente ponerle titulo al caballero parecía que era alguien importante. Pero fue por simple gusto. - ¿Cuales son los motivos por los que están aquí? - No quería sonar como el comandante que los capturo. - ¿Quieren agua, comida?. Estoy para ayudar... no puedo decir lo mismo del comandante de este campamento - Dije soltando una leve risa. Creo que llevarlos ante Sir Edward era lo correcto, no sabia que hacer ante una situación así - Creo que deberán venir ante Sir Edward en persona. -
Me acerque a Edward, preguntándole que sucedía. - Sir Edward, ¿sucede algo? - Edward me miro y luego miro a un par de soldados que se acercaban - Si... un campamento del ejercito capturo a unos guardias de Lunargenta, nada grave, pero preferiría que mi escudero estuviera a cargo de esa situación, ya sabes como se ponen los comandantes en tiempos de guerra - En realidad no, no lo sabia. Me subí a mi caballo al lado del de Edward, y un grupo de soldados atrás mio se me unieron - Volveré antes de la marcha, lo prometo. - Edward asintió con una sonrisa.
un soldado toco una trompeta, dando aviso a que el grupo de soldados iba a salir. Cuando emprendí la marcha, el ruido de los caballos golpeando el suelo fue increíble, y era bastante alto. Sinceramente usaría mi forma de dragón para llegar mas rápido, pero estaba mal visto por los caballeros dragones y eso podría ponerme en una situación de desventaja.
Cuando nos estábamos acercando al campamento, se lograba ver 4 guardias en la entrada, algo nuevo desde el ultimo campamento que estuve, antes eran 2. Llegue a la entrada y me baje del caballo junto al grupo de soldados que me asignaron. Me acerque y 2 guardias me bloquearon el paso - ¿Motivo? - Pregunto el guardia de la derecha
- Sir Edward me manda. Por el... asunto de... los guardias de Lunargenta. - Sinceramente parecíamos espías, pero no tenia ningún papel ni nada, no iba a volver ahora. Los soldados abrieron el paso, por lo cual parece haber funcionado, podía observar al Comandante junto a un grupo de soldados de Lunargenta dando un sermón o algo parecido.
Me acerque al comandante y me arrodille, junto a mis soldados.- Señor, me envía Sir Edward, el quiere hacerse cargo de esta situación - Me miro y me dijo - Sir Edward no tiene autorización sobre este campamento... pero no tengo ganas de hacerme cargo, todos tuyos. - Asentí y espere a que se fueran, luego di ordenes para que desataran al grupo que estaba capturado
Mire a todos, presentándome - Soy Rakan'Drag, escudero de Sir Edward el "honorable". - Sinceramente ponerle titulo al caballero parecía que era alguien importante. Pero fue por simple gusto. - ¿Cuales son los motivos por los que están aquí? - No quería sonar como el comandante que los capturo. - ¿Quieren agua, comida?. Estoy para ayudar... no puedo decir lo mismo del comandante de este campamento - Dije soltando una leve risa. Creo que llevarlos ante Sir Edward era lo correcto, no sabia que hacer ante una situación así - Creo que deberán venir ante Sir Edward en persona. -
Rakan'Drag
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Al entrar en la habitación, Helyare evadía la mirada de Ingela, pero eso la dragona no lo notaba pues seguía metiendo cosas en su bolso, unos últimos detalles para poder partir. -Suceden muchas cosas amiga, tantas que ni sé por dónde empezar...- divagó prácticamente entre dientes -¡Sí! ¡Todo bien! O sea... no, no está bien... sí pero no... es que ahora todo está bien, pero es la calma antes de la tormenta- respondió cerrando el bolso que llevaría cruzado, ya la mochila la tenía lista, a un lado de la habitación.
la elfa estaba haciendo las preguntas correctas, pero Ingela estaba tan distraída, con tantas cosas en la cabeza, que no atinaba a responder con coherencia, o por lo menos para aclararle las cosas a su amiga. Además, no sabía cómo decirle que se iría, sin darse cuenta, estaba estirando llegar a ese momento lo más que podía. Temía el irse pues la elfa era muy retraída y a pesar de los enormes intentos de ella y de su familia por integrarla, no habían logrado que Helyare se sintiera parte de la familia, mucho menos de la comunidad. ¿Qué sería de su amiga sola allí? Claro, Christin la cuidaría, sabía que su hermana le había tomado cariño, un poquito de lástima también al conocer su triste historia, su madre igual y ni qué decir de su Oma. Incluso Linus sentía empatía hacia ella y la encontraba guapa. No, Hely no quedaría sola.
Por su retraimiento, su amiga no tenía ni idea del llamado del Rey Sigfried. -La guardia está en la calle porque se están acuartelando, amiga, han llamado a todos los soldados y reservas. Por eso se ven en la calle los soldados de los Caballeros Dragón- le contó. Tomó la mano de su amiga y la guió a la cama para sentarse. -Sí, me voy... el Rey Sigfried ha llamado a los ejércitos que le son fieles para retomar Lunargenta y los Caballeros Dragón respondieron afirmativamente. También las grandes familias del Norte y seguramente La Logia lo hizo, así que iré a buscar a Abbey Frost para unirme al grupo que irá al sur.- confesó de un tirón. Tomó la otra mano de su amiga y apretó ambos pulgares sobre las manos de ella -Sé que no puedes viajar conmigo, por eso no te lo pido, lo que sí te pido es que te quedes y cuides de ti. Mi familia cuidará de ti también, así que estarás bien. Fëanor y Thunderbolt también se quedarán, no les he dicho aún, pero esto es muy peligroso y ellos son muy pequeños y yo... no quiero que se queden solos si yo...- calló, aquello que diría después le costó mucho decirlo -...si yo no regreso...- soltó.
la elfa estaba haciendo las preguntas correctas, pero Ingela estaba tan distraída, con tantas cosas en la cabeza, que no atinaba a responder con coherencia, o por lo menos para aclararle las cosas a su amiga. Además, no sabía cómo decirle que se iría, sin darse cuenta, estaba estirando llegar a ese momento lo más que podía. Temía el irse pues la elfa era muy retraída y a pesar de los enormes intentos de ella y de su familia por integrarla, no habían logrado que Helyare se sintiera parte de la familia, mucho menos de la comunidad. ¿Qué sería de su amiga sola allí? Claro, Christin la cuidaría, sabía que su hermana le había tomado cariño, un poquito de lástima también al conocer su triste historia, su madre igual y ni qué decir de su Oma. Incluso Linus sentía empatía hacia ella y la encontraba guapa. No, Hely no quedaría sola.
Por su retraimiento, su amiga no tenía ni idea del llamado del Rey Sigfried. -La guardia está en la calle porque se están acuartelando, amiga, han llamado a todos los soldados y reservas. Por eso se ven en la calle los soldados de los Caballeros Dragón- le contó. Tomó la mano de su amiga y la guió a la cama para sentarse. -Sí, me voy... el Rey Sigfried ha llamado a los ejércitos que le son fieles para retomar Lunargenta y los Caballeros Dragón respondieron afirmativamente. También las grandes familias del Norte y seguramente La Logia lo hizo, así que iré a buscar a Abbey Frost para unirme al grupo que irá al sur.- confesó de un tirón. Tomó la otra mano de su amiga y apretó ambos pulgares sobre las manos de ella -Sé que no puedes viajar conmigo, por eso no te lo pido, lo que sí te pido es que te quedes y cuides de ti. Mi familia cuidará de ti también, así que estarás bien. Fëanor y Thunderbolt también se quedarán, no les he dicho aún, pero esto es muy peligroso y ellos son muy pequeños y yo... no quiero que se queden solos si yo...- calló, aquello que diría después le costó mucho decirlo -...si yo no regreso...- soltó.
Ingela
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
¡Menuda suerte! Capturados por aquellos soldados que no les quitaban ni un segundo la vista de encima, como si de tristes ladrones se tratasen. Aquel comandante que por muy pesar del grandullón de George le sacaba al menos dos cabezas en cuanto altura, estaba muy estricto en cuanto trataban de hablar sin poder explicar con éxito el mensaje.
Tanto, que al grandullón le atizó con el mango de su espada en las manos cada vez que trataba de explicar y así, ganó un silencio sepulcral hasta que otro caballero apareció en escena a interrumpir.
-Otro golpe más y hago lagarto asado...
- Aguanta George. O los asados seremos nosotros...
Al menos el nuevo caballero, con un porte elegante y fuerte, un joven rubio que bajaba de su caballo y desataba a ambos con una presentación más relajada. Rakan parecía ser el nombre de susodicho , que con una actitud más cercana miró a ambos a los ojos mientras se frotaban las muñecas marcadas por las cuerdas y les preguntó cortesmente cual era el motivo que les había traído hasta allí.
- No sé preocupe Rakan´Drag, le juro que no hemos llegado por comida, ni somos unos simples ladrones...
- Solo somos los pringados que les ha tocado venir como mensajeros en busca de apoyo de nuestra majestad Sigfried. Interrumpió Runa mientras procedía a levantarse y darse cuenta de la gran altura con más detalle de aquellas criaturas.- Como sabeis estamos en guerra, y pronto todo acabará arrastrado a esa misma situación. La muchacha pasó la vista por todo el campamento.-Aunque intuyo que es a lo que os estabais preparando... La joven ya había delatado que se encontraba una mujer bajo ese mismo yelmo, una mujer que se quedó realmente un poco helada ante los ojos de aquel soldado.
-Como brillan... Susurro casi para su armadura.
Rakan´Drag les comentó que lo mejor sería que le siguieran hasta el otro campamento para hablar con el comandante Edward, así que los dos como dos corderos en un nido de lobos confiaron en su palabra y se dispusieron a entrar a la ciudad al encuentro de dicho comandante.
- Sin duda los dragones parecéis unas criaturas poderosas a la vez un poco intrigantes
- Al menos sois más ordenados que nuestros soldados... Rompieron el hielo por el camino para evitar ese silencio incomodo. Runa se frotó la panza, derrepente la maldita le rugía por hambre, al parecer su ultima comida no había sido demasiado suficiente. Hacía tiempo que no comía en condiciones, tanto como para estar de buen humor.
-Ya tiene hambre la condenada...
-Por cierto , nosotros somos Runa y George. Hemos sido unos maleducados sin decirte siquiera nuestros nombres Trató de evitar el tema de hambre todavía un poco sonrojada.
Parecía que a pesar de la mala suerte, aquellos dos sabían sobrevivir pero no eran personas de grandes modales, esperaban lograr su objetivo y encontrarse lo más tranquilamente posible en aquel campamento tan lejos de los suyos.
Tanto, que al grandullón le atizó con el mango de su espada en las manos cada vez que trataba de explicar y así, ganó un silencio sepulcral hasta que otro caballero apareció en escena a interrumpir.
-Otro golpe más y hago lagarto asado...
- Aguanta George. O los asados seremos nosotros...
Al menos el nuevo caballero, con un porte elegante y fuerte, un joven rubio que bajaba de su caballo y desataba a ambos con una presentación más relajada. Rakan parecía ser el nombre de susodicho , que con una actitud más cercana miró a ambos a los ojos mientras se frotaban las muñecas marcadas por las cuerdas y les preguntó cortesmente cual era el motivo que les había traído hasta allí.
- No sé preocupe Rakan´Drag, le juro que no hemos llegado por comida, ni somos unos simples ladrones...
- Solo somos los pringados que les ha tocado venir como mensajeros en busca de apoyo de nuestra majestad Sigfried. Interrumpió Runa mientras procedía a levantarse y darse cuenta de la gran altura con más detalle de aquellas criaturas.- Como sabeis estamos en guerra, y pronto todo acabará arrastrado a esa misma situación. La muchacha pasó la vista por todo el campamento.-Aunque intuyo que es a lo que os estabais preparando... La joven ya había delatado que se encontraba una mujer bajo ese mismo yelmo, una mujer que se quedó realmente un poco helada ante los ojos de aquel soldado.
-Como brillan... Susurro casi para su armadura.
Rakan´Drag les comentó que lo mejor sería que le siguieran hasta el otro campamento para hablar con el comandante Edward, así que los dos como dos corderos en un nido de lobos confiaron en su palabra y se dispusieron a entrar a la ciudad al encuentro de dicho comandante.
- Sin duda los dragones parecéis unas criaturas poderosas a la vez un poco intrigantes
- Al menos sois más ordenados que nuestros soldados... Rompieron el hielo por el camino para evitar ese silencio incomodo. Runa se frotó la panza, derrepente la maldita le rugía por hambre, al parecer su ultima comida no había sido demasiado suficiente. Hacía tiempo que no comía en condiciones, tanto como para estar de buen humor.
-Ya tiene hambre la condenada...
-Por cierto , nosotros somos Runa y George. Hemos sido unos maleducados sin decirte siquiera nuestros nombres Trató de evitar el tema de hambre todavía un poco sonrojada.
Parecía que a pesar de la mala suerte, aquellos dos sabían sobrevivir pero no eran personas de grandes modales, esperaban lograr su objetivo y encontrarse lo más tranquilamente posible en aquel campamento tan lejos de los suyos.
Runa Thorgil
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Lo que más se podían ver eran jóvenes con grandes brillos en sus ojos, rebosantes de esperanza por cumplir un llamado de honor y fraternidad. Habían muchas caras familiares: algunos eran hijos de campesinos que no veían en su futuro nada más allá que cumplir con la tradición familiar de trabajar con los animales de las estepas, otros eran hijos de mercaderes que, viendo la oportunidad de sacar a sus familias de la riesgosa espiral económica del mundo, se alistaron para responder ante el mundo. También había gente que no tenía nada más que perder que sus vidas, así como otros que simplemente lo tomaban como un trabajo bien remunerado.
Cuando lo pensaba bien, la causa era justa, pero ello no significaba que quienes estaban adheridos a ella lo hicieran por la misma justicia. Y aquello no era deplorable en si. Es cierto que el altruismo debería ser lo primordial en un mundo ideal, pero no ocurrirían muchas cosas en un mundo así, y estaba en cada soldado que estaba ahí, cada enfermera, cada hijo, cada padre, entre todos solo hacer lo que considerábamos correcto.
Quizás eran esos pensamientos los que me decían que mi lugar, en estos momentos, era ese.
- Pareces otra cosa antes que una dragona bardo con esa cara, ¿sabes?
- Si, es como aquella vez que te caíste de lleno en el pastel de tu cumpleaños número 10. Era como si pensaras “¿A qué hemos venido a este mundo? ¿A sufrir?”
…
Pues, siendo justos, había sido el pastel más hermoso que una niña de 10 pudo haber visto jamás
- Es por el tema de la guerra, ¿no?
- Es fácil leer la preocupación en tu cara, ¿sabes?
Asentí en ese momento, sin añadir mucho a aquel acto. Es cierto que las tres actuabamos como todo fuera normal, y quizás no había que preocuparse mucho al respecto, pero todavía existían esas pequeñas angustias que volvían a tu corazón incluso cuando tu mente y espíritu están definidos y realizados en un pensamiento.
- Me pregunto cuántos de nosotros volveremos a nuestras casas…
- Es difícil de saber incluso si mañana despertaremos sin morirnos en nuestros sueños...
- … o que te caiga una estatua encima y te rompa el cuello…
- … o que una esposa te pille en la cama de su marido…
- … sobre todo esa última, esa si es riesgo de muerte al 100%
- Pues, también depende. ¿Recuerdas a Marisol? ¿La de la tienda de flores?
- Ooooohhhhhhhhh, lo había olvidado. Nunca pensé que alguien podía volar de esa manera, definitivamente hubiera sido el descubrimiento científico del siglo si es que alguien hubiera descubierto cómo la hacía.
- Pues, escapando de una señora con cuernos, ¿no?
… ¿en serio íbamos para la guerra?
Suspiré, mientras nos sentamos en un espacio donde veíamos a las tropas marchar a sus escuadrones. Algunos ya se encontraban detrás de nosotras, alistandose y recibiendo sus órdenes, mientras algunos hogares se podían ver a las señoras mirando cómo sus hijos y maridos se marchaban, aunque algunas eran más… emotivas que otras, por decirlo de alguna forma.
Me di vuelta para observar a cierta distancia a un sujeto rubio conversando con dos personas más, un par de soldados conversando aparentemente sobre sus armas, un soldado declarando que volvería victorioso…
… esperen, esperen. Volvamos donde el chico rubio. Por alguna razón me resultaba familiar, pero no recuerdo de qué. ¿Habíamos coincidido antes y mi subconsciente intentaba frentar mis recuerdos con esmero?
… nah, no creo que haya sido tan vergonzoso como para suprimir esos recuerdos inconscientemente…
… ¿verdad?
...
Diablos, ahora había sido muy obvia en que lo estaba mirando, y no pude evitar darme vuelta avergonzada.
Cuando lo pensaba bien, la causa era justa, pero ello no significaba que quienes estaban adheridos a ella lo hicieran por la misma justicia. Y aquello no era deplorable en si. Es cierto que el altruismo debería ser lo primordial en un mundo ideal, pero no ocurrirían muchas cosas en un mundo así, y estaba en cada soldado que estaba ahí, cada enfermera, cada hijo, cada padre, entre todos solo hacer lo que considerábamos correcto.
Quizás eran esos pensamientos los que me decían que mi lugar, en estos momentos, era ese.
- Pareces otra cosa antes que una dragona bardo con esa cara, ¿sabes?
- Si, es como aquella vez que te caíste de lleno en el pastel de tu cumpleaños número 10. Era como si pensaras “¿A qué hemos venido a este mundo? ¿A sufrir?”
…
Pues, siendo justos, había sido el pastel más hermoso que una niña de 10 pudo haber visto jamás
- Es por el tema de la guerra, ¿no?
- Es fácil leer la preocupación en tu cara, ¿sabes?
Asentí en ese momento, sin añadir mucho a aquel acto. Es cierto que las tres actuabamos como todo fuera normal, y quizás no había que preocuparse mucho al respecto, pero todavía existían esas pequeñas angustias que volvían a tu corazón incluso cuando tu mente y espíritu están definidos y realizados en un pensamiento.
- Me pregunto cuántos de nosotros volveremos a nuestras casas…
- Es difícil de saber incluso si mañana despertaremos sin morirnos en nuestros sueños...
- … o que te caiga una estatua encima y te rompa el cuello…
- … o que una esposa te pille en la cama de su marido…
- … sobre todo esa última, esa si es riesgo de muerte al 100%
- Pues, también depende. ¿Recuerdas a Marisol? ¿La de la tienda de flores?
- Ooooohhhhhhhhh, lo había olvidado. Nunca pensé que alguien podía volar de esa manera, definitivamente hubiera sido el descubrimiento científico del siglo si es que alguien hubiera descubierto cómo la hacía.
- Pues, escapando de una señora con cuernos, ¿no?
… ¿en serio íbamos para la guerra?
Suspiré, mientras nos sentamos en un espacio donde veíamos a las tropas marchar a sus escuadrones. Algunos ya se encontraban detrás de nosotras, alistandose y recibiendo sus órdenes, mientras algunos hogares se podían ver a las señoras mirando cómo sus hijos y maridos se marchaban, aunque algunas eran más… emotivas que otras, por decirlo de alguna forma.
Me di vuelta para observar a cierta distancia a un sujeto rubio conversando con dos personas más, un par de soldados conversando aparentemente sobre sus armas, un soldado declarando que volvería victorioso…
… esperen, esperen. Volvamos donde el chico rubio. Por alguna razón me resultaba familiar, pero no recuerdo de qué. ¿Habíamos coincidido antes y mi subconsciente intentaba frentar mis recuerdos con esmero?
… nah, no creo que haya sido tan vergonzoso como para suprimir esos recuerdos inconscientemente…
… ¿verdad?
...
Diablos, ahora había sido muy obvia en que lo estaba mirando, y no pude evitar darme vuelta avergonzada.
Siria
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Su amiga no paraba de dar vueltas por todos lados, haciendo el petate. Con una mezcla de curiosidad y desconcierto, la seguía con la mirada, aunque sin fijarla en sus ojos, sino sólo en lo que hacía.
Pronto empezó a contarle qué sucedía y no, las cosas no iban bien. Ingela también estaba relacionada con los guardias que había visto en la calle. Se estaban preparando para algo que, en cuanto la dragona empezó a hablar, descubrió: había una guerra.
Helyare siempre había sido ajena a todos los acontecimientos de los humanos; ni siquiera tenía a Siegfried por un rey, lo veía como el líder de esa raza, pero poco más. No le tomaba en cuenta y ni siquiera sabía si todavía vivía o no. Había crecido en un ambiente bastante hermético y homogéneo. Claro que tenían líderes, de hecho, se le encogía el estómago al acordarse de ellos. Pero no llegaban al nivel de lo que podría considerarse un rey. Eran, más bien, elfos que destacaban por su buen hacer, más que un enviado de los dioses, como tomaban los humanos a su monarca, dándole el poder absoluto de todo. No le gustaba esa idea de que el poder recayera sólo en una persona y, aparte, era un mero humano. No podía tomarlo por rey porque ni siquiera era un elfo. Aparte, tampoco se había enterado de que había una guerra. Sólo tenía en cuenta las que habían vivido sus ancestros, las guerras humanas le daban igual siempre y cuando no se vieran afectados sus congéneres. Y parecía que Ingela sí se iba a implicar.
Después empezó un tumulto de nombres que la elfa era incapaz de comprender. Si de por sí la dragona hablaba rápido…
A pesar de escucharla atentamente, estaba bastante perdida. No entendía la mitad de lo que le estaba contando. El hermetismo con el que había vivido le impedía conocer qué era la Logia, por ejemplo.
–¿Por qué quiere retomar Lunargenta? –preguntó confusa. No, tampoco sabía lo que había sucedido con los vampiros. Realmente, Helyare vivía en una especie de burbuja con respecto al mundo exterior. Estaba juzgada de muerte, poco le iba a importar que la ciudad de los humanos cayera. Era un cúmulo de piedras, llenas de ratas por todos los rincones. Así que poco le importaba. Pero no entendía qué había pasado. Sin duda, la elfa vivía encerrada en su propio mundo –. Y, ¿para qué tienes que ir tú? ¿Eres soldado? –estaba muy desconcertada; no imaginaba que su amiga fuera un miembro de la guardia del norte. ¿Sería costumbre de ese lugar? Parpadeó un par de veces, pasando la vista por el equipaje de su amiga –. No sé qué es la Logia, ni conozco a esa tal “Abbey Frost”, pero, si vas al sur, voy contigo –comentó después de que la dragona concluyera. Había dicho que no le había pedido viajar con ella porque no podía, pero era lo que intentaba decirle antes, que tenía que hacerlo. Los sueños recurrentes, lo que le había estado sucediendo desde que había pisado el norte… Todo parecía relacionado para que ella volviese al sur. Y si ahora tenía la oportunidad de bajar, lo haría –no voy a quedarme aquí. Sé –carraspeó –, sé que tu familia me tiene aprecio. Han hecho mucho por mí, Ingela. Pero… yo no pertenezco al norte. Y los dioses quieren decirme algo. Tengo que ir al sur –se mordió el labio. Sabía que ir podía implicar poner en peligro a Aran, si es que no lo estaba ya, pues no paraba de ver a su amigo rodeado de sangre. Suspiró, aun sin mantener la mirada en Ingela. Otro castigo de los dioses, al menos así lo creía ella, por no haber cumplido con su destino.
La pregunta estaba en qué haría tras bajar a su antiguo territorio. A ella le daba igual la batalla que se librase por parte de los dragones y los humanos contra quien fuera. Pero, ¿para qué bajaba? Tendría que volver a casa, luchar contra ellos, ¿qué era exactamente? Suspiró, de nuevo y mantuvo la vista fija en el petate de la dragona. Otra cosa que podía hacer era luchar y ya, aunque no le importase el bando, aunque no le importase la gente… Salvo Ingela. Podía intentar defenderla.
–Regresarás, Ingela –le tomó también las manos –. Yo iré contigo. No te dejaré sola en una guerra, pero, ¿por qué luchas tú? Hay, ahí afuera, cientos de personas preparadas para la batalla. ¿Por qué tú? –preguntó. Pese a haber crecido en una sociedad bélica y haber sido entrenada para la guerra, no entendía por qué tenía que ir Ingela a pelear, si ya tenían soldados expertos para ello. No la había visto como a un miembro de la guardia nunca, y le sorprendía que se enfrascara en una guerra de tan imponente calibre como estaba describiendo. Y, para la única persona que le quedaba que realmente era importante para ella, no iba a dejarla ir así como así a arriesgar su vida por los miserables humanos.
Pero si ella quería ir, la elfa sería su acompañante.
Pronto empezó a contarle qué sucedía y no, las cosas no iban bien. Ingela también estaba relacionada con los guardias que había visto en la calle. Se estaban preparando para algo que, en cuanto la dragona empezó a hablar, descubrió: había una guerra.
Helyare siempre había sido ajena a todos los acontecimientos de los humanos; ni siquiera tenía a Siegfried por un rey, lo veía como el líder de esa raza, pero poco más. No le tomaba en cuenta y ni siquiera sabía si todavía vivía o no. Había crecido en un ambiente bastante hermético y homogéneo. Claro que tenían líderes, de hecho, se le encogía el estómago al acordarse de ellos. Pero no llegaban al nivel de lo que podría considerarse un rey. Eran, más bien, elfos que destacaban por su buen hacer, más que un enviado de los dioses, como tomaban los humanos a su monarca, dándole el poder absoluto de todo. No le gustaba esa idea de que el poder recayera sólo en una persona y, aparte, era un mero humano. No podía tomarlo por rey porque ni siquiera era un elfo. Aparte, tampoco se había enterado de que había una guerra. Sólo tenía en cuenta las que habían vivido sus ancestros, las guerras humanas le daban igual siempre y cuando no se vieran afectados sus congéneres. Y parecía que Ingela sí se iba a implicar.
Después empezó un tumulto de nombres que la elfa era incapaz de comprender. Si de por sí la dragona hablaba rápido…
A pesar de escucharla atentamente, estaba bastante perdida. No entendía la mitad de lo que le estaba contando. El hermetismo con el que había vivido le impedía conocer qué era la Logia, por ejemplo.
–¿Por qué quiere retomar Lunargenta? –preguntó confusa. No, tampoco sabía lo que había sucedido con los vampiros. Realmente, Helyare vivía en una especie de burbuja con respecto al mundo exterior. Estaba juzgada de muerte, poco le iba a importar que la ciudad de los humanos cayera. Era un cúmulo de piedras, llenas de ratas por todos los rincones. Así que poco le importaba. Pero no entendía qué había pasado. Sin duda, la elfa vivía encerrada en su propio mundo –. Y, ¿para qué tienes que ir tú? ¿Eres soldado? –estaba muy desconcertada; no imaginaba que su amiga fuera un miembro de la guardia del norte. ¿Sería costumbre de ese lugar? Parpadeó un par de veces, pasando la vista por el equipaje de su amiga –. No sé qué es la Logia, ni conozco a esa tal “Abbey Frost”, pero, si vas al sur, voy contigo –comentó después de que la dragona concluyera. Había dicho que no le había pedido viajar con ella porque no podía, pero era lo que intentaba decirle antes, que tenía que hacerlo. Los sueños recurrentes, lo que le había estado sucediendo desde que había pisado el norte… Todo parecía relacionado para que ella volviese al sur. Y si ahora tenía la oportunidad de bajar, lo haría –no voy a quedarme aquí. Sé –carraspeó –, sé que tu familia me tiene aprecio. Han hecho mucho por mí, Ingela. Pero… yo no pertenezco al norte. Y los dioses quieren decirme algo. Tengo que ir al sur –se mordió el labio. Sabía que ir podía implicar poner en peligro a Aran, si es que no lo estaba ya, pues no paraba de ver a su amigo rodeado de sangre. Suspiró, aun sin mantener la mirada en Ingela. Otro castigo de los dioses, al menos así lo creía ella, por no haber cumplido con su destino.
La pregunta estaba en qué haría tras bajar a su antiguo territorio. A ella le daba igual la batalla que se librase por parte de los dragones y los humanos contra quien fuera. Pero, ¿para qué bajaba? Tendría que volver a casa, luchar contra ellos, ¿qué era exactamente? Suspiró, de nuevo y mantuvo la vista fija en el petate de la dragona. Otra cosa que podía hacer era luchar y ya, aunque no le importase el bando, aunque no le importase la gente… Salvo Ingela. Podía intentar defenderla.
–Regresarás, Ingela –le tomó también las manos –. Yo iré contigo. No te dejaré sola en una guerra, pero, ¿por qué luchas tú? Hay, ahí afuera, cientos de personas preparadas para la batalla. ¿Por qué tú? –preguntó. Pese a haber crecido en una sociedad bélica y haber sido entrenada para la guerra, no entendía por qué tenía que ir Ingela a pelear, si ya tenían soldados expertos para ello. No la había visto como a un miembro de la guardia nunca, y le sorprendía que se enfrascara en una guerra de tan imponente calibre como estaba describiendo. Y, para la única persona que le quedaba que realmente era importante para ella, no iba a dejarla ir así como así a arriesgar su vida por los miserables humanos.
Pero si ella quería ir, la elfa sería su acompañante.
Helyare
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Los soldados se habían presentado, "Runa y George", debo decir que no me esperaba a una mujer bajo ese Yelmo. Aceptaron venir conmigo, así que emprendimos la caminata hacia la ciudad de vuelta. Podía notar cierta desconfianza, y confianza al mismo tiempo. Sobre todo en aquel sujeto llamado George, era lo que quería, quería que se sintieran con confianza, quería demostrarles que era su amigo, no su enemigo. - Runa y George entonces... ¿ya estuvieron en una guerra?. - Fue una pregunta que tenia que preguntar, ¿era el único que participaba en su primera guerra?, todo el campamento parecía demostrar eso. Quizá por eso Edward me tomo como su escudero.
Durante el camino, hablaron sobre que tenían hambre, así que ordene a uno de los soldados, quien llevaba los caballos con los suministros, que le diera un poco de agua y pan a los "aliados". - Tenemos poco, no pensé que iba a venir con guardias de Lunargenta conmigo. - Sabia que perdía mi comida durante el camino, pero ellos la necesitaban mas, o al menos eso parecía. El ultimo ejercito estaba a punto de movilizarse, y ya era raro no ver enemigos cerca. Por eso mientras caminábamos hacia la ciudad, envié exploradores a nuestros al rededores, aunque solo eran 2 a caballo, pues solo tenia 20 soldados conmigo, sin contar a los guardias de Lunargenta. Me intrigaba conocer a mis aliados, pero no quería hacerlos sentir incómodos, quería que viajaran bien. - ¿Como se conocieron?... ¿o es su primera vez juntos? - Hacia falta la pregunta, aunque parecían conocerse de hace bastante.
Mire a la mujer soldado, sinceramente se veían mujeres en el ejercito muy poco. - Runa, ¿como terminaste en la guardia de Lunargenta? - Luego de esa pregunta, ya pare el interrogatorio, y continué todo el viaje callado hasta la ciudad. Una vez llegamos, los guardias no nos hicieron parar ni nada. - Bienvenidos a Dundarak, la ciudad de los Dragones. - Me dirigí junto a los guardias directo hacia Sir Edward. Quien me miro sorprendido al llegar.
Sir Edward se acerco y estrecho mi mano - Un gusto que estés en mis filas de vuelta Rakan. - Sin duda Edward sabia tratar a sus hombres, y sabia mantenerlos contentos... dependiendo de a que soldado miraba, era su actitud y su forma de ser, era increíble. - El gusto es mio, mi lord. Son los hombres que capturo el comandante, pero son de la Guardia de Lunargenta, aliados.- Sir Edward volvió a mirarme extrañado, miro a los sujetos y me agarro, alejándome un poco de ellos, luego susurro con voz alta. - ¿Y que diablos hago con ellos Rakan?. Para que me los traes. - En parte tenia razón, simplemente tenia que decirles en el anterior campamento "no hay peligro, pueden volver a Lunargenta o donde sea que estén ahora". Pero viéndolo de otra manera, Lunargenta esta bajo ataque, lo mejor era que se quedaran con nosotros. - Necesitan donde quedarse hasta que marchemos, recuerda que Lunargenta esta bajo el control de los vampiros. - Sir Edward volvió hacia los soldados y mirándolos sonriendo les dijo - Pueden quedarse en Lunargenta si lo necesitan... también si tienen algún reporte o algo pueden dármelo, siéntanse como en su ciudad... no tanto. - Sir Edward se esfumo tras haber dicho eso, seguramente fue con alguno de sus capitanes.
- Ya lo escucharon, son libres. - Dije sonriendo, aunque, ¿podían unos soldados de Lunargenta sentirse cómodos junto a millones de Dragones?, tenia que protegerlos mientras estaban en la ciudad. - Me quedare con ustedes... por si acaso, ya saben... normas y todo eso. - Esperaba que funcionase, tampoco podía obligarlos - Pero... si no quieren que este aquí, puedo irme sin ningún problema, seguro que son de confianza. - Dije estirando mi mano hacia ambos, esperando que la acepten. Luego recordé que la gente suele desconfiar al mirarme a los ojos, piensan que soy una maldición o algo así. - Oh, y sobre los ojos... no estoy maldito ni nada de eso, no desatare demonios ni bestias raras, palabra de honor. - dije soltando una risa, pero mas bien era tristeza. Todo me hacia recordar al día que mi padre me echo de casa. Pero lo que es del pasado, al pasado. Ellos no eran mi padre.
-----------------
Sir Edward había vuelto, y tomo el frente con su caballo, miro a cada soldado que tenia en frente y blandió su espada, levantándola para pronunciar las palabras que todo soldado esperaba y no esperaba escuchar - ¡Marchemos hacia el sur! - dijo en un grito, que fue seguido por todo los demás soldados del ejercito. Un cuerno y campanas empezaron a sonar en la ciudad, el ultimo ejercito del norte partía. Y la marcha ya había empezado.
Durante el camino, hablaron sobre que tenían hambre, así que ordene a uno de los soldados, quien llevaba los caballos con los suministros, que le diera un poco de agua y pan a los "aliados". - Tenemos poco, no pensé que iba a venir con guardias de Lunargenta conmigo. - Sabia que perdía mi comida durante el camino, pero ellos la necesitaban mas, o al menos eso parecía. El ultimo ejercito estaba a punto de movilizarse, y ya era raro no ver enemigos cerca. Por eso mientras caminábamos hacia la ciudad, envié exploradores a nuestros al rededores, aunque solo eran 2 a caballo, pues solo tenia 20 soldados conmigo, sin contar a los guardias de Lunargenta. Me intrigaba conocer a mis aliados, pero no quería hacerlos sentir incómodos, quería que viajaran bien. - ¿Como se conocieron?... ¿o es su primera vez juntos? - Hacia falta la pregunta, aunque parecían conocerse de hace bastante.
Mire a la mujer soldado, sinceramente se veían mujeres en el ejercito muy poco. - Runa, ¿como terminaste en la guardia de Lunargenta? - Luego de esa pregunta, ya pare el interrogatorio, y continué todo el viaje callado hasta la ciudad. Una vez llegamos, los guardias no nos hicieron parar ni nada. - Bienvenidos a Dundarak, la ciudad de los Dragones. - Me dirigí junto a los guardias directo hacia Sir Edward. Quien me miro sorprendido al llegar.
Sir Edward se acerco y estrecho mi mano - Un gusto que estés en mis filas de vuelta Rakan. - Sin duda Edward sabia tratar a sus hombres, y sabia mantenerlos contentos... dependiendo de a que soldado miraba, era su actitud y su forma de ser, era increíble. - El gusto es mio, mi lord. Son los hombres que capturo el comandante, pero son de la Guardia de Lunargenta, aliados.- Sir Edward volvió a mirarme extrañado, miro a los sujetos y me agarro, alejándome un poco de ellos, luego susurro con voz alta. - ¿Y que diablos hago con ellos Rakan?. Para que me los traes. - En parte tenia razón, simplemente tenia que decirles en el anterior campamento "no hay peligro, pueden volver a Lunargenta o donde sea que estén ahora". Pero viéndolo de otra manera, Lunargenta esta bajo ataque, lo mejor era que se quedaran con nosotros. - Necesitan donde quedarse hasta que marchemos, recuerda que Lunargenta esta bajo el control de los vampiros. - Sir Edward volvió hacia los soldados y mirándolos sonriendo les dijo - Pueden quedarse en Lunargenta si lo necesitan... también si tienen algún reporte o algo pueden dármelo, siéntanse como en su ciudad... no tanto. - Sir Edward se esfumo tras haber dicho eso, seguramente fue con alguno de sus capitanes.
- Ya lo escucharon, son libres. - Dije sonriendo, aunque, ¿podían unos soldados de Lunargenta sentirse cómodos junto a millones de Dragones?, tenia que protegerlos mientras estaban en la ciudad. - Me quedare con ustedes... por si acaso, ya saben... normas y todo eso. - Esperaba que funcionase, tampoco podía obligarlos - Pero... si no quieren que este aquí, puedo irme sin ningún problema, seguro que son de confianza. - Dije estirando mi mano hacia ambos, esperando que la acepten. Luego recordé que la gente suele desconfiar al mirarme a los ojos, piensan que soy una maldición o algo así. - Oh, y sobre los ojos... no estoy maldito ni nada de eso, no desatare demonios ni bestias raras, palabra de honor. - dije soltando una risa, pero mas bien era tristeza. Todo me hacia recordar al día que mi padre me echo de casa. Pero lo que es del pasado, al pasado. Ellos no eran mi padre.
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Sir Edward había vuelto, y tomo el frente con su caballo, miro a cada soldado que tenia en frente y blandió su espada, levantándola para pronunciar las palabras que todo soldado esperaba y no esperaba escuchar - ¡Marchemos hacia el sur! - dijo en un grito, que fue seguido por todo los demás soldados del ejercito. Un cuerno y campanas empezaron a sonar en la ciudad, el ultimo ejercito del norte partía. Y la marcha ya había empezado.
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
Ingela miraba a su amiga con una serena sonrisa, una mirada tranquila y comprensiva. Pero por dentro se preguntaba, en qué mundo de piruleta vivía Helyare. Estaba incrédula. Sí, sabía que la elfa era bastante introvertida y se abstraía del mundo a su alrededor, que en general toda su vida había girado en torno a su clan y sus costumbres, pero, ¿hasta ese punto? Le dieron ganas de llevarla de paseo por las nubes, como cuando se conocieron.
Apretó suavecito las flacas manos entre las de ella. Ingela siempre se preguntó cómo semejantes manitos eran capaces de sujetar arco y flecha con tanta destreza. Y bueno, su amiga era más fuerte de lo que lucía, mucho, mucho más. Tan fuerte como despiestada, seguramente. Pero bueno, así la quería y no le cambiaba ni un pelo, ni una cicatriz. -Pues... retomar Lunargenta es recuperar su reino, su autoridad, su poder, que le fue arrebatado de manera tan insolente. El castillo de la capital humana está plagado de vampiros...- dijo -guapos vampiros- pensó -...y la ciudad está hecha un caos- continuó -El Rey tiene que estar en su castillo, es el símbolo de su autoridad, exiliado en Beltrexus está bajo la autoridad de los brujos y... ¿quieres que los brujos sean quienes gobiernen Aerandir?- preguntó, retóricamente, a su amiga.
La mirada y preguntas de Helyare incomodaron a Ingela. Soltó sus manos y se levantó, incómoda, fue hasta su mochila para afirmar las correas. -No, no soy soldado- respondió -Pero soy hija de uno- afirmó. -Y eso significa mucho. Me da obligaciones, deberes... con mi femilia... con mi gente... con mi tierra...- decía mientras apretaba bien la mochila. -Aunque no lo creas, las demás razas también tenemos tradiciones que cuidar- dijo con aspereza. Inmediatamente lamentó haberlo hecho y resopló.
Helyare le dijo que no se quedaría en el norte, que iría con ella. Ingela se volvió y la miró atónita -Pero no puedes- dijo bajito. -Hely, hicimos cosas para traerte al norte, no puedes simplemente bajar al sur de nuevo, aunque sea por una causa noble como es la campaña del Rey Siegfried. No, no lo permitiré- dijo levantándose, mirando a Helyare a la cara -Yo voy porque es mi deber, es el honor de mi nombre lo que me impulsa a hacerlo, la sangre de los cientos de guerrerros, mis ancestros, que clama por luchar, estoy lista. ¿Pero tú? No, eres tú quien no puede ir, Hely, sabes que no, sabes que es peligroso... si tan solo uno de ellos te ve...- calló, se quedó muda, es que no quería ni pensar en lo que podía pasar -Debes quedarte, amiga mía, lo sabes- dijo con firmeza.
Apretó suavecito las flacas manos entre las de ella. Ingela siempre se preguntó cómo semejantes manitos eran capaces de sujetar arco y flecha con tanta destreza. Y bueno, su amiga era más fuerte de lo que lucía, mucho, mucho más. Tan fuerte como despiestada, seguramente. Pero bueno, así la quería y no le cambiaba ni un pelo, ni una cicatriz. -Pues... retomar Lunargenta es recuperar su reino, su autoridad, su poder, que le fue arrebatado de manera tan insolente. El castillo de la capital humana está plagado de vampiros...- dijo -guapos vampiros- pensó -...y la ciudad está hecha un caos- continuó -El Rey tiene que estar en su castillo, es el símbolo de su autoridad, exiliado en Beltrexus está bajo la autoridad de los brujos y... ¿quieres que los brujos sean quienes gobiernen Aerandir?- preguntó, retóricamente, a su amiga.
La mirada y preguntas de Helyare incomodaron a Ingela. Soltó sus manos y se levantó, incómoda, fue hasta su mochila para afirmar las correas. -No, no soy soldado- respondió -Pero soy hija de uno- afirmó. -Y eso significa mucho. Me da obligaciones, deberes... con mi femilia... con mi gente... con mi tierra...- decía mientras apretaba bien la mochila. -Aunque no lo creas, las demás razas también tenemos tradiciones que cuidar- dijo con aspereza. Inmediatamente lamentó haberlo hecho y resopló.
Helyare le dijo que no se quedaría en el norte, que iría con ella. Ingela se volvió y la miró atónita -Pero no puedes- dijo bajito. -Hely, hicimos cosas para traerte al norte, no puedes simplemente bajar al sur de nuevo, aunque sea por una causa noble como es la campaña del Rey Siegfried. No, no lo permitiré- dijo levantándose, mirando a Helyare a la cara -Yo voy porque es mi deber, es el honor de mi nombre lo que me impulsa a hacerlo, la sangre de los cientos de guerrerros, mis ancestros, que clama por luchar, estoy lista. ¿Pero tú? No, eres tú quien no puede ir, Hely, sabes que no, sabes que es peligroso... si tan solo uno de ellos te ve...- calló, se quedó muda, es que no quería ni pensar en lo que podía pasar -Debes quedarte, amiga mía, lo sabes- dijo con firmeza.
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Re: [Guerra de Lunargenta] ¡Marchemos hacia el sur!
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