Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
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Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
OSTARA: La Pascua Aerandiana
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Normalmente, la Plaza Mayor de Lunarenta era lo suficientemente grande como para poder abarcar cualquier tipo de festividad por grande que fuera. En los meses pasados, ya habían comprado que, perfectamente, cabía una gran estatua en honor al amor entre los Dioses Frey y Freya. Aquello fue en la Ohdá. Unas semanas después, vino el Bragiväl donde las grandes reinaban en la ciudad como si fueran pequeñas montañas que sobre salen en un valle plano. Para esta celebración, el Ostara, no habría ninguna estatua, ni hacia Dioses ni hacia absurdas razones paganas; pero, aun así, necesitaron más espacio. Un lugar más ancho, sin edificios que molestasen a que los allí presentes, dieran rienda libre a su imagen y disfrutasen de todo lo que estaban preparando.
El lugar elegido fue el pequeño bosque que se encontraba a las afueras de la ciudad. Había espacio de sobra para poder todo lo que necesitaban. Unos hombres se encargaban de montar unos pequeños armatostes de madera que, dentro de un par de horas, cuando estuvieran construidos, servirían como escenario para los bailarines y los músicos. En cada mesa de madera que había por la zona (no había precisamente pocas) otro pequeño grupo se encargaban de adornarlas con manteles, velas, flores y todo tipo de piedras preciosas que sirviesen tanto de adorno como de soporte para que el viento no se llevase los manteles de un soplido. Luego, había quienes preferían quedarse a pintar las cascaras vacías de los huevos (otro adorno más para este día) o quienes estaban preparando una cera especial para crear un gran cirio. Las cintas de colores ya acabadas rodeaban las ramas de los árboles, las que todavía no lo estaban, estaban sobre las manos de una costurera que estuviera haciendo los últimos retoques.
Era un buen, no solo por la fiesta. Al fin y al cabo, eso era lo de menos. Lo importante, y lo maravilloso que tenía este día era que toda Aerandir se había juntado a preparar una fiesta que, en sus orígenes, eran para los brujos.
El padre Callahan, con su vieja Biblia que el mismo escribió y su cruz de madera, estaba presente. Hoy, no era un día para rezar ni predicar la bondad y furia de su Dios Padre. Sus dos herramientas de trabajo (biblia y cruz) las había apartado a un lado de la mesa mientras ayudaba a un par de mujeres a encender las velas de las mesas. Era agradable estar haciendo algo tan simple como encender unas velas. Después de las muchas batallas (en una de las cuales, cierta odiosa bruja le destrozó su iglesia) que había tenido en esos últimos días, necesitaba un tiempo de descanso. Sonrió a las chicas con las que trabajaba. Si una de ellas hubiera sido un vampiro; Callahan se tragaría su orgullo y dejaría la batalla para otro día. Hoy tocaba descansar.
Uno que no descansaba, aunque le amenazasen con su muerte si no lo hacía, era Hont. El pequeño hombrecillo no sabía estarse quieto. Saltaba de árbol a árbol, jugaba con las muchas cintas de colores que se encontraba en su camino y corría por encima de las mesas relatando sus aventuras con una muy detallada escenografía de cómo fueron sus batallas. Espadazo por ahí, salto por allá y, entre medias, una palmada en el culete para burlarse del malo a quien estaba matando en su pequeño teatro.
El Pequeño Boomer estaba sentado con las piernas cruzadas. A su lado había dos grandes cestas, una con huevos pintados y la otra con huevos que quedaban por pintar. Lo que a todo niño le parecía lo más sencillo y lo más divertido de aquel día, a Boomer le parecía algo realmente complicado. Para él, era difícil sujetar un pequeño huevo con sus grandes manazas. Eso sin hablar lo que le costaba sujetar el pincel. Aun así, disfrutaba con lo resultado final. Se estaba divirtiendo más que ningún niño. La lengua fuera de su boca era prueba de ello. Lo más divertido y gracioso es que todos los huevos tenían el mismo dibujo. A cada uno, los pintó como se maquillaba la cara con el dibujo de un payaso. Era lo único que Boomer sabía pintar (Boomer no es muy listo). Shappy fue quien le enseñó a maquillarse la cara.
Adda Lovelace vestía con una bata blanca con grandes manchas de pintura y pasta de galletas. Le encantaba el Ostara. Esta fiesta le daba la oportunidad de lucir sus mejores dotes de cocinera y de artista. Había pintado una bandeja de plata de forma que pareciera una enorme flor y había. Hecho galletas con forma de mariposa, mariquita, hormiga, libélula y toda clase de insectos que parecían revoletear encima de la flor/bandeja. La frase que más había repetido, a cada niño con que se encontraba corriendo mientras los demás trabajaba, fue la de: “¿Quieres un bicho con sabor a galleta? Tienes que comértelo rápido antes que los bichos se coman la florecilla”.
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Tercer evento que abro en esta saga de eventos mensuales. Espero que os guste tanto como los anteriores. A mí, por lo menos, me están gustando mucho ver el esfuerzo y la dedicación que dais a estos temas. Por mi parte, mientras vosotros sigáis trabajando así, yo seguiré abriendo un evento global de esta clase a cada mes. Permitidme, tan solo, un breve recordatorio para la gente más nueva: Lo que pretendemos, por parte del staff, es que todos los usuarios participen por igual y disfruten del Ostara. Contra más personas participéis mejor. Estos eventos que, en un principio, parecen una gran sencillez, son extremadamente útiles para alimentar el lore de Aerandir y generar una gran diversidad de tramas.
Para hacer más sencillo para todos, le Ostara se está haciendo a las últimas horas de la tarde. Ese momento que el cielo se vuelve naranja y el sol cae lentamente, dejando paso a la noche. De esta forma, los vampiros podéis llegar a participar.
Información:
* Libre partición. Todos los usuarios con más de 10 posts on rol puede participar.
* El Ostara finalizará el día 23 de abril. Si alguno necesita unos días más, estoy dispuesta a alargar un par de días más el cierre si alguien me manda un mp previo.
* Como objetivo principal deberéis: Llegar al bosque dónde se celebra el Ostara y ayudar con la decoración del Evento. Pintar huevos, crear cintas de colores, velas… En Pascua, es más divertido pintar que celebrar. Tenéis completa libertad. Muchos sabéis que me encanta que seáis originales
* Aunque el objetivo se puede completar con un único post, si creéis que el ambiente de festividad y la ocasión puede veniros bien para generar una pequeña trama entre vosotros, está permitido postear más de una vez.
* Tenéis total libertad con los turnos. No tendréis que esperar a que otro usuario para postear. Aun así, os pido, que postéis con lógica.
* Si has conocido a cualquiera de mis npjs, aunque no sea de los que he nombrado en el tema, en una misión o desafío puedes utilizarlo, de manera lógica, en el tema si crees que te puede generar juego en el rol. Mis npjs o los de cualquier Master.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia
* 50 aeros
* 50 aeros adicionales a aquella persona que haga la decoración más original para la fiesta.
* Pequeño objeto recordatorio del evento.
* Aquellos que creen una pequeña trama dentro del tema serán recompensados con una sorpresa personal. Las anteriores veces fueron un poema y convertiros en vuestros disfraces. ¿Qué será ahora?
Última edición por Sigel el Dom Abr 23 2017, 16:54, editado 2 veces
Sigel
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Wind volvió a Lunargenta otra vez, casi pasaba más tiempo allí que en cualquier otro sitio, pero esta vez no iba sola, iba con la pequeña Fuga, que, si no fuera por la elfa, hubiera hecho todo el camino hasta allí en absoluto silencio. -Oh, venga, será divertido- Comentó la elfa intentando convencer a la pequeña -No quiero ir- Contestaba la pequeña con voz neutral - ¿Por qué no? Ya verás, cuando lleguemos te va a encantar- Insistía Wind con voz alegre -No quiero, habrá mucha gente…- Fuga tenía autentico miedo a ir a aquella fiesta y convertirse en lobo sin querer. Temía que, si aquello ocurriera, realmente todo el mundo comenzaría a odiarla, tal y como le habían dicho desde niña -Pero podemos hacer muchas cosas entretenidas. Seguro que estas cansada de ir sin rumbo a lugares aburridos- Las dos muchachas iban cogidas de la mano durante todo el trayecto, Wind intentaba mostrarle de aquella manera que no quería separarse y, Fuga, que no quería que la elfa se fuera -No son aburridos, estoy contigo y puedo leer- Aquello era cierto, pocas cosas hacían tan feliz a la pequeña como un libro nuevo -Pero podremos pintar huevos, ayudar con los preparativos… incluso podemos comprar algo de chocolate- La última palabra la dijo en un susurro, con voz cantarina, como si aquello fuera un enorme tesoro que, había aprendido en unas cuantas ocasiones, que a la pequeña encantaba -Solo voy por el chocolate- Concluyó contundente Fuga, mientras la boca comenzaba a salivar al recordar el sabor de aquel dulce.
A media tarde ya casi estaban en la ciudad, pero, ahora debía recordar dónde se celebraba el evento.
La elfa sabía que se hacía en el bosque, pero… ¿Dónde? Comenzó a mirar a su alrededor, en busca de algo que le indicara el camino, ya fuera ruido o las luces de la fogata -Esto… Fuga ¿Tu recuerdas el cartel dónde ponía que estaba la fiesta? - Preguntó algo avergonzada a la pequeña, la cual asintió una vez y contestó -En las afueras del bosque, al este, cerca del tercer torreón de la muralla- Recitó la pequeña como si fuera una enciclopedia -Nos has salvado… Imagínate que nos perdemos en el bosque- Comentó Wind contenta mientras reemprendía la marcha -No sería la primera vez- Contestó Fuga como una flecha, que fue directa al orgullo de la elfa -¿Sabes que soy cazadora y que debería tener buen sentido de la orientación?-Refunfuñó Wind – Si no fuera por mi orientación nos hubiéramos perdido muchas más veces- Concluyó la elfa mientras sacaba la lengua a la pequeña -Tu orientación y mi mapa- Aquel último comentario de la licantropa cayó encima de la elfa como un jarro de agua fría. Fuga no hablaba mucho, pero después de pasar un tiempo con Wind, la pequeña había aprendido a soltar comentarios lapidarios cargados de razón que, casi siempre, hacían quedar mal a la elfa a pesar de que su intención, era únicamente corregirla -S-supongo que tienes razón- Admitió la joven abatida.
Las muchachas continuaron andando en silencio hasta la fiesta. Aquello estaba abarrotado de gente, todos con tareas asignadas que iban desde pintar los huevos hasta colocar los manteles y la elfa esbozó una enorme sonrisa mientras soltaba la mano de la pequeña y le alborotaba el pelo con la misma mano -Parece tan divertido como cuando vine de pequeña- Comentó feliz mientras pensaba donde podían ir -Seguro que te gusta, así que deja de estar enfurruñada- Dijo a Fuga sin perder la sonrisa -No estoy enfurruñada- Contentó la pequeña, que sí lo estaba -Vamos, vamos a pintar huevos, es lo más divertido y siempre hay hueco para alguien más- Comentó mientras volvían a darse de la mano y echaban a andar -No quiero pintar. Prefiero sentarme a leer contigo- Comentó Fuga con aquella voz tan neutral que ponía cuando algo rondaba su cabeza - ¿Leer? Oh cielos… ¿No será que no sabes pintar? - Preguntó con una sonrisa pícara Wind -N-No es eso. Es que prefiero leer- Sí que era eso, claro que era eso, Fuga nunca había podido hacer lo mismo que los demás niños y lo único que sabía sobre la pintura, era lo que ponía en los libros. No quería hacer el ridículo, y menos delante de tanta gente -Venga anda, yo te enseño- Comentó confiada la elfa, que tampoco tenía ni la más remota idea sobre pintura.
Se acercaron a una señora que tenía una carpeta y la joven preguntó -Buenas tardes, querríamos ayudar ¿Quedan huevos para que pinte ella? - Confiaba en que, si los hubiera pues, sino, todo su plan se habría ido al traste -Huevos… ¡Sí! Hay un par de cestas por allí- Dijo mientras señalaba hacia la izquierda un par de grandes cestas de mimbre con algunos niños cerca. Wind esbozó una sonrisa y se lo agradeció - ¡Muchas gracias! - Y comenzó a caminar tirando de la pequeña que se resistía aun a ir a pintar -Venga, vamos, te prometo que nos los pasaremos bien- sonrió a la pequeña y, aun tirando de ella, llegaron hasta los huevos.
-Venga coge un par y yo cogeré otros dos, así podemos practicar y después hacer uno realmente bonito. Casi tanto como tú ¿Vale? - Acarició la cabeza de la pequeña y cogió los dos huevos mientras Fuga hacía lo mismo con resignación.
La pequeña miró los huevos, que apenas cabían en sus manitas y pensó en que dibujar en ellos. No tenía imaginación suficiente como para que se ocurriese algo bonito y, aunque se le ocurriera, no sabría pintarlo y, aun así, Wind parecía tan contenta por hacerlo que no quería ponérselo más difícil de lo que ya lo había hecho.
La elfa cogió las pinturas que estaban al lado de los cestos y llamó a Fuga con una sonrisa -Venga, ven aquí y deja de hacerte la remolona- Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y dejó que la pequeña se sentara sobre ellas. - ¿Me los dejas? - Preguntó Wind refiriéndose a los huevos, a lo que Fuga asintió y se los dio. Fue entonces cuando la elfa los dejó en el suelo y se quedó solo con uno, lo pasó por delante de ambas y con la otra mano cogió el pincel untado en pintura azul. -Vamos a ver… ¿Qué te parece dibujar un conejito? - Preguntó sonriente mientras dejaba el pincel en la mano de Fuga -No se dibujar conejos- Respondió mientras empezaba a ponerse nerviosa -Yo te enseño, mira…- La elfa se inclinó hacia delante para poder ver mejor el huevo y comenzó a guiar la mano de la licantropa mientras dibujaban algo parecido a un conejo -Y ¡y-ya está!- Exclamó Wind cuando hubieron terminado -¿Qué es?- Preguntó Fuga sin comprender que era eso -E-Es un conejo, tiene las orejas…ahí y las patitas… por aquí- Explicaba mientras señalaba las partes del huevo -No es un conejo, parece un gusano- Concluyó Fuga, como si fuera un jarro de agua fría sobre la elfa. -Vale, está bien, vamos a pintar el siguiente con muchos colores, sin orden, para que sea colorido y precioso ¿Si? - Y antes de que la pequeña dijera nada, cogió el pincel, untándolo en más color azul y se lo volvió a pasar a Fuga.
Esa vez, a pesar de lo bajo que habían puesto el reto, habían conseguido pintar el huevo entero con un montón de colores - ¿Ves? ¿a que este sí que es bonito? - Preguntó contenta. La pequeña asintió y le paso el huevo a la elfa para que lo dejara en el suelo.
Cuando lo depositó, se dio cuenta de que la pequeña seguía seria y eso no podía ser así, así que, apelando a lo que sí sabía que la hacía sonreír, la atrapó con su brazo izquierdo y comenzó a hacerle cosquillas con la mano libre. Fuga entonces comenzó a reír, a reír a carcajadas, como si toda su felicidad se acumulara para salir en aquellos pequeños momentos -P-Para por favor- suplicaba la pequeña entre risas -No, no, es una fiesta y debes sonreír- Contestaba ella mientras le seguía haciendo cosquillas con ambas manos. Tanto la hacía reír, que, aunque lo odiara con todo su corazón, inevitablemente, siempre acababa convirtiéndose en loba sin querer y, aquella vez no iba a ser la excepción.
Cuando menos se lo esperaba, la pequeña se transformó, mientras seguía retorciéndose en los brazos de la elfa. Aquello era lo que Fuga había temido todo el rato, ahora todos se asustarían y tendrían que irse de allí, la angustia era tal, que las cosquillas no la hacían reír, sino que comenzaron a salir lágrimas de sus ojos, a pesar de que nadie se había acercado a ellas aun y tan solo uans cuantas personas las miraron de soslayo, quien sabía si por el alboroto o porque ahora Fuga era una loba.
En cuanto Wind lo notó, paró inmediatamente, ella quería que se riera, no que llorara, así que, sin llegar a soltarla, la abrazó con fuerza y con un susurro apenas audible dijo -Fuga, deja de preocuparte, no voy a dejar que nadie te haga daño- Escenas como aquella eran habituales, más de lo que le gustaría a la elfa pero ya se había resignado a que tardarían en solucionar aquel pequeño problema sobre la estima que se tenía la loba.
Tardó unos segundos más en calmarse y poder volver a su forma humana. Fuga no quería hablar, no quería tener que explicar porque aun caían lagrimas por sus mejillas, sólo quería olvidarse de aquella escena y volver a pintar huevos como si no hubiera pasado nada, pero sabía que eso no iba a suceder, Wind nunca dejaba nada sin hablar. - ¿Estás bien Fuga? - Preguntó mientras le acariciaba la cabeza a la pequeña que le estaba dando la espalda -Estoy bien, vamos a seguir pintando- Contestó la pequeña esperando que aquello fuera suficiente, aunque, claramente no lo era -Ya te he dicho cientos de veces que no es malo que te transformes y no pienso dejar que nadie te haga daño de nuevo- Comentó Wind mientras acariciaba el pelo a la pequeña -Ya lo sé…- Respondió tímidamente Fuga mientras agachaba la cabeza con cierta vergüenza -Eres una lobita preciosa… y ahora, vamos a seguir pintando huevos ¿Si?- dijo mientras dejaba de acariciarle la cabeza para coger otro huevo a lo que Fuga asintió y cogió el pincel que se le había caído en el fragor de las cosquillas.
El tercer huevo lo pintaron con formas geométricas que rodeaban el huevo entero, sin ningún orden aparente, como si aquello les estuviera sirviendo para calmarse. Entre las risas de Wind y los trazos poco precisos de la pequeña, aquel huevo comenzaba a dar lástima, lleno de pegotes de colores, que, en vez de parecer triángulos y círculos, parecían manchurrones circulares enmarcados por otros manchurrones de otros colores. -No somos unas artistas muy buenas- Dijo Fuga al ver la chapuza que tenía en las manos -No somos las mejores desde luego…- Repitió la elfa al ver el huevo terminado.
Ya solo les quedaba uno, y la elfa tenía una gran idea para el último huevo. Cogió un trébol de os que tenía alrededor y se lo pasó a Fuga, junto con el ultimo huevo -Ya que hacemos tan bien manchurrones, vamos a hacer la forma del trébol entre las manchas- Cogió el pincel de nuevo, lo limpió y lo metió en un tono rosado oscuro, se lo pasó de nuevo a Fuga mientras ella sujetaba el huevo y, con la otra mano, aplastó el trébol contra la cascara -Mira, pinta todo el huevo, y entonces quedará el dibujo de un trébol- Fuga asintió y comenzó a pintar todo el cascarón… y los dedos de la elfa que sujetaban el trifolio.
Al final terminaron aquel ultimo huevo, Wind quitó el trébol y sonrió satisfecha -Este sí que ha quedado bien ¿Verdad? - Y la pequeña, asintió -Es bonito- Había cierta emoción en la voz, como si haber sido capaz de pintarlo, hubiera sido un gran orgullo. Pero la elfa no iba a terminar ahí, aún quedaba lo mejor. Cogió uno de los huevos coloridos que habían pintado antes y lo puso delante de la pequeña -Ayúdame a romperlo, pero con cuidado, no vaya a ser que acabes herida- Fuga no comprendía nada, no quería romperlo, lo había hecho con Wind, era un recuerdo. -Venga, hazme caso- Insistió Wind mientras le cogía la manita con la suya y, con un pequeño golpe, rompió el huevo en varios trozos que cayeron sobre la falda de Fuga -No quería romperlo- Dijo la pequeña sin comprender lo que pasaba, pero la elfa no abrió la boca, sólo cogió el ultimo huevo que habían pintado y comenzó a echar los pequeños trocitos de colores dentro, por el agujero por donde se había vaciado el huevo en primer lugar, cogió una pequeña hoja y la medio lisa, para que no salieran los trocitos coloridos.
-Mira Fuga, ahora, este huevo que puede parecer poco decorado por fuera, está lleno de cosas preciosas por dentro- Sonrió y echó a la pequeña hacia atrás, para que se apoyara sobre la elfa -Te prometí que haríamos un huevo tan bonito como tú, y aquí lo tienes. Un huevo lleno de sorpresas- Le dio el huevo a Fuga y la rodeó con los brazos en un cariñoso abrazo mientras a la pequeña, le asomaba una pequeña sonrisa natural por las comisuras de sus labios por primera vez en mucho tiempo.
A media tarde ya casi estaban en la ciudad, pero, ahora debía recordar dónde se celebraba el evento.
La elfa sabía que se hacía en el bosque, pero… ¿Dónde? Comenzó a mirar a su alrededor, en busca de algo que le indicara el camino, ya fuera ruido o las luces de la fogata -Esto… Fuga ¿Tu recuerdas el cartel dónde ponía que estaba la fiesta? - Preguntó algo avergonzada a la pequeña, la cual asintió una vez y contestó -En las afueras del bosque, al este, cerca del tercer torreón de la muralla- Recitó la pequeña como si fuera una enciclopedia -Nos has salvado… Imagínate que nos perdemos en el bosque- Comentó Wind contenta mientras reemprendía la marcha -No sería la primera vez- Contestó Fuga como una flecha, que fue directa al orgullo de la elfa -¿Sabes que soy cazadora y que debería tener buen sentido de la orientación?-Refunfuñó Wind – Si no fuera por mi orientación nos hubiéramos perdido muchas más veces- Concluyó la elfa mientras sacaba la lengua a la pequeña -Tu orientación y mi mapa- Aquel último comentario de la licantropa cayó encima de la elfa como un jarro de agua fría. Fuga no hablaba mucho, pero después de pasar un tiempo con Wind, la pequeña había aprendido a soltar comentarios lapidarios cargados de razón que, casi siempre, hacían quedar mal a la elfa a pesar de que su intención, era únicamente corregirla -S-supongo que tienes razón- Admitió la joven abatida.
Las muchachas continuaron andando en silencio hasta la fiesta. Aquello estaba abarrotado de gente, todos con tareas asignadas que iban desde pintar los huevos hasta colocar los manteles y la elfa esbozó una enorme sonrisa mientras soltaba la mano de la pequeña y le alborotaba el pelo con la misma mano -Parece tan divertido como cuando vine de pequeña- Comentó feliz mientras pensaba donde podían ir -Seguro que te gusta, así que deja de estar enfurruñada- Dijo a Fuga sin perder la sonrisa -No estoy enfurruñada- Contentó la pequeña, que sí lo estaba -Vamos, vamos a pintar huevos, es lo más divertido y siempre hay hueco para alguien más- Comentó mientras volvían a darse de la mano y echaban a andar -No quiero pintar. Prefiero sentarme a leer contigo- Comentó Fuga con aquella voz tan neutral que ponía cuando algo rondaba su cabeza - ¿Leer? Oh cielos… ¿No será que no sabes pintar? - Preguntó con una sonrisa pícara Wind -N-No es eso. Es que prefiero leer- Sí que era eso, claro que era eso, Fuga nunca había podido hacer lo mismo que los demás niños y lo único que sabía sobre la pintura, era lo que ponía en los libros. No quería hacer el ridículo, y menos delante de tanta gente -Venga anda, yo te enseño- Comentó confiada la elfa, que tampoco tenía ni la más remota idea sobre pintura.
Se acercaron a una señora que tenía una carpeta y la joven preguntó -Buenas tardes, querríamos ayudar ¿Quedan huevos para que pinte ella? - Confiaba en que, si los hubiera pues, sino, todo su plan se habría ido al traste -Huevos… ¡Sí! Hay un par de cestas por allí- Dijo mientras señalaba hacia la izquierda un par de grandes cestas de mimbre con algunos niños cerca. Wind esbozó una sonrisa y se lo agradeció - ¡Muchas gracias! - Y comenzó a caminar tirando de la pequeña que se resistía aun a ir a pintar -Venga, vamos, te prometo que nos los pasaremos bien- sonrió a la pequeña y, aun tirando de ella, llegaron hasta los huevos.
-Venga coge un par y yo cogeré otros dos, así podemos practicar y después hacer uno realmente bonito. Casi tanto como tú ¿Vale? - Acarició la cabeza de la pequeña y cogió los dos huevos mientras Fuga hacía lo mismo con resignación.
La pequeña miró los huevos, que apenas cabían en sus manitas y pensó en que dibujar en ellos. No tenía imaginación suficiente como para que se ocurriese algo bonito y, aunque se le ocurriera, no sabría pintarlo y, aun así, Wind parecía tan contenta por hacerlo que no quería ponérselo más difícil de lo que ya lo había hecho.
La elfa cogió las pinturas que estaban al lado de los cestos y llamó a Fuga con una sonrisa -Venga, ven aquí y deja de hacerte la remolona- Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y dejó que la pequeña se sentara sobre ellas. - ¿Me los dejas? - Preguntó Wind refiriéndose a los huevos, a lo que Fuga asintió y se los dio. Fue entonces cuando la elfa los dejó en el suelo y se quedó solo con uno, lo pasó por delante de ambas y con la otra mano cogió el pincel untado en pintura azul. -Vamos a ver… ¿Qué te parece dibujar un conejito? - Preguntó sonriente mientras dejaba el pincel en la mano de Fuga -No se dibujar conejos- Respondió mientras empezaba a ponerse nerviosa -Yo te enseño, mira…- La elfa se inclinó hacia delante para poder ver mejor el huevo y comenzó a guiar la mano de la licantropa mientras dibujaban algo parecido a un conejo -Y ¡y-ya está!- Exclamó Wind cuando hubieron terminado -¿Qué es?- Preguntó Fuga sin comprender que era eso -E-Es un conejo, tiene las orejas…ahí y las patitas… por aquí- Explicaba mientras señalaba las partes del huevo -No es un conejo, parece un gusano- Concluyó Fuga, como si fuera un jarro de agua fría sobre la elfa. -Vale, está bien, vamos a pintar el siguiente con muchos colores, sin orden, para que sea colorido y precioso ¿Si? - Y antes de que la pequeña dijera nada, cogió el pincel, untándolo en más color azul y se lo volvió a pasar a Fuga.
Esa vez, a pesar de lo bajo que habían puesto el reto, habían conseguido pintar el huevo entero con un montón de colores - ¿Ves? ¿a que este sí que es bonito? - Preguntó contenta. La pequeña asintió y le paso el huevo a la elfa para que lo dejara en el suelo.
Cuando lo depositó, se dio cuenta de que la pequeña seguía seria y eso no podía ser así, así que, apelando a lo que sí sabía que la hacía sonreír, la atrapó con su brazo izquierdo y comenzó a hacerle cosquillas con la mano libre. Fuga entonces comenzó a reír, a reír a carcajadas, como si toda su felicidad se acumulara para salir en aquellos pequeños momentos -P-Para por favor- suplicaba la pequeña entre risas -No, no, es una fiesta y debes sonreír- Contestaba ella mientras le seguía haciendo cosquillas con ambas manos. Tanto la hacía reír, que, aunque lo odiara con todo su corazón, inevitablemente, siempre acababa convirtiéndose en loba sin querer y, aquella vez no iba a ser la excepción.
Cuando menos se lo esperaba, la pequeña se transformó, mientras seguía retorciéndose en los brazos de la elfa. Aquello era lo que Fuga había temido todo el rato, ahora todos se asustarían y tendrían que irse de allí, la angustia era tal, que las cosquillas no la hacían reír, sino que comenzaron a salir lágrimas de sus ojos, a pesar de que nadie se había acercado a ellas aun y tan solo uans cuantas personas las miraron de soslayo, quien sabía si por el alboroto o porque ahora Fuga era una loba.
En cuanto Wind lo notó, paró inmediatamente, ella quería que se riera, no que llorara, así que, sin llegar a soltarla, la abrazó con fuerza y con un susurro apenas audible dijo -Fuga, deja de preocuparte, no voy a dejar que nadie te haga daño- Escenas como aquella eran habituales, más de lo que le gustaría a la elfa pero ya se había resignado a que tardarían en solucionar aquel pequeño problema sobre la estima que se tenía la loba.
Tardó unos segundos más en calmarse y poder volver a su forma humana. Fuga no quería hablar, no quería tener que explicar porque aun caían lagrimas por sus mejillas, sólo quería olvidarse de aquella escena y volver a pintar huevos como si no hubiera pasado nada, pero sabía que eso no iba a suceder, Wind nunca dejaba nada sin hablar. - ¿Estás bien Fuga? - Preguntó mientras le acariciaba la cabeza a la pequeña que le estaba dando la espalda -Estoy bien, vamos a seguir pintando- Contestó la pequeña esperando que aquello fuera suficiente, aunque, claramente no lo era -Ya te he dicho cientos de veces que no es malo que te transformes y no pienso dejar que nadie te haga daño de nuevo- Comentó Wind mientras acariciaba el pelo a la pequeña -Ya lo sé…- Respondió tímidamente Fuga mientras agachaba la cabeza con cierta vergüenza -Eres una lobita preciosa… y ahora, vamos a seguir pintando huevos ¿Si?- dijo mientras dejaba de acariciarle la cabeza para coger otro huevo a lo que Fuga asintió y cogió el pincel que se le había caído en el fragor de las cosquillas.
El tercer huevo lo pintaron con formas geométricas que rodeaban el huevo entero, sin ningún orden aparente, como si aquello les estuviera sirviendo para calmarse. Entre las risas de Wind y los trazos poco precisos de la pequeña, aquel huevo comenzaba a dar lástima, lleno de pegotes de colores, que, en vez de parecer triángulos y círculos, parecían manchurrones circulares enmarcados por otros manchurrones de otros colores. -No somos unas artistas muy buenas- Dijo Fuga al ver la chapuza que tenía en las manos -No somos las mejores desde luego…- Repitió la elfa al ver el huevo terminado.
Ya solo les quedaba uno, y la elfa tenía una gran idea para el último huevo. Cogió un trébol de os que tenía alrededor y se lo pasó a Fuga, junto con el ultimo huevo -Ya que hacemos tan bien manchurrones, vamos a hacer la forma del trébol entre las manchas- Cogió el pincel de nuevo, lo limpió y lo metió en un tono rosado oscuro, se lo pasó de nuevo a Fuga mientras ella sujetaba el huevo y, con la otra mano, aplastó el trébol contra la cascara -Mira, pinta todo el huevo, y entonces quedará el dibujo de un trébol- Fuga asintió y comenzó a pintar todo el cascarón… y los dedos de la elfa que sujetaban el trifolio.
Al final terminaron aquel ultimo huevo, Wind quitó el trébol y sonrió satisfecha -Este sí que ha quedado bien ¿Verdad? - Y la pequeña, asintió -Es bonito- Había cierta emoción en la voz, como si haber sido capaz de pintarlo, hubiera sido un gran orgullo. Pero la elfa no iba a terminar ahí, aún quedaba lo mejor. Cogió uno de los huevos coloridos que habían pintado antes y lo puso delante de la pequeña -Ayúdame a romperlo, pero con cuidado, no vaya a ser que acabes herida- Fuga no comprendía nada, no quería romperlo, lo había hecho con Wind, era un recuerdo. -Venga, hazme caso- Insistió Wind mientras le cogía la manita con la suya y, con un pequeño golpe, rompió el huevo en varios trozos que cayeron sobre la falda de Fuga -No quería romperlo- Dijo la pequeña sin comprender lo que pasaba, pero la elfa no abrió la boca, sólo cogió el ultimo huevo que habían pintado y comenzó a echar los pequeños trocitos de colores dentro, por el agujero por donde se había vaciado el huevo en primer lugar, cogió una pequeña hoja y la medio lisa, para que no salieran los trocitos coloridos.
-Mira Fuga, ahora, este huevo que puede parecer poco decorado por fuera, está lleno de cosas preciosas por dentro- Sonrió y echó a la pequeña hacia atrás, para que se apoyara sobre la elfa -Te prometí que haríamos un huevo tan bonito como tú, y aquí lo tienes. Un huevo lleno de sorpresas- Le dio el huevo a Fuga y la rodeó con los brazos en un cariñoso abrazo mientras a la pequeña, le asomaba una pequeña sonrisa natural por las comisuras de sus labios por primera vez en mucho tiempo.
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Última edición por Windorind Crownguard el Dom Abr 02 2017, 23:56, editado 1 vez
Windorind Crownguard
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Aún no regresaba a casa en Baslodia, estos extraños chicos con los que había convivido un tiempo me habían dicho de la existencia de este extraño ritual: Ostara. No sabía cómo se comía ni a qué sabía pero tenía que verlo con mis propios ojos y experimentarlo con mi cuerpo. Tonto de mí, que caí como un chorlito ante las palabras prometedoras de esos mal nacidos. Me había perdido del Bragiväl por haber estado lejos de Lunargenta y me arrepentía de eso, pero… ¿celebrar la buena cosecha con el cuerpo de un conejito inocente? Escondí mejor el conejo que había capturado anteriormente, estaba un poco incómodo y nervioso, no sabía si ya habían sacrificado al conejo que usarían, pero no estaba dispuesto a entregar el mío. Esos gamberros cantarines seguramente estaban escondidos tras algún arbusto disfrutando del verme trabajar bajo la estricta mirada de esa bruja… Lise.
La mujer me miró con ojos casi acusadores mientras el viejo Callahan reía al ver mi expresión -Pero que chistoso, ¿por qué a mí no me da gracia?- rechisté por lo bajo, con el ceño fruncido y mostrando mi lado más enojón, sin embargo lo estaba disfrutando. Trabajar con la cera era como ensamblar mis joyas, cada diseño era único y perfecto en su tipo. Me sorprendió la cantidad de moldes de cristal que se encontraban a nuestra disposición. El niño rata saltaba de un lado para otro por los árboles. Aún no sabía si me desconcentraba todo el bochinche que estaba haciendo o la remota posibilidad de que cayera y se rompiera algo. No tenía que estar ensayando mis poderes en público. Aunque llevaba mi capucha, como de costumbre, la bruja se dio cuenta al instante acerca de mi naturaleza escondida, pero que el resto lo hiciera era un asunto totalmente distinto. No podía creer que esa bruja vieja me hubiera descubierto en el mismo instante en el que posó sus ojos en mí, me dijo algo así como “era de esperarse, feo el artista, feo el diseño”. Aquello me había puesto la piel de gallina y rápidamente busqué otra cosa que hacer diferente a intentar pintar huevos con el chico este... del que no me acordaba el nombre.
Antes de que yo llegara ya habían muchas velas para armar y muchísimas otras ya armadas. El ambiente que buscaban hacer me recordaba a las noches de luciérnagas en mi hogar materno. Quería ser capaz de ensamblar tantas velas como fuera posible para que las estrellas bajaran al suelo. No podía esperar a que el sol terminara de bajar, aunque el padre ese ya se había apurado a encender las velas. Estaba encontrándole un gusto oculto a ese arte de fusionar colores. -Esto no se ve nada mal, parece incluso real- dije enderezándome y haciendo sonar mi espalda después de varios minutos en la misma posición. Las piñas recién ensambladas eran bastante vistosas. -hmmm… no lo se, mis biusas se ven mejor, e incluso las velas de miss Prehi se ven mejores, ¿o tienes nada más original?-. Esa chiquilla se la estaba ganando a pulso, sentada a mi lado no hacía más que demostrar sus dones con la cera. -¿Ah si? ¿Ah si? Pues aún ni siquiera comienzo- respondí sacando pecho, aunque la verdad era que no tenía ni la menor idea de qué podría hacer. Así, me levanté de la mesa y caminé con una mano en el bolsillo y la otra escondiendo al pequeño roedor.
Sin querer fui testigo de la transformación de una niña pequeña en su forma de lobo. Aunque la sorpresa me valió un buen salto y el escape del pequeño conejillo, la chiquilla parecía estar más asustada aún, sus ojos que me recordaban a los de Lisbeth. Me senté a varios metros de ella y de la elfa que la acompañaba, aunque estuve listo para intervenir si las cosas se salían de control, mi coterránea se las arregló muy bien sola. No podía apartarme de allí, y con una renovada inspiración ahora que no tenía que preocuparme más por el conejo, me puse a modificar un par de moldes que me había traído conmigo desde la mesa de trabajo. -Hmmm esto debería de bastar para impresionar a ese par- mascullé con una risa apagada. Me había inspirado en la elfa que parecía tan pequeñita como el conejillo blanco que acababa de escapárseme, era como ver a mi Galy pero en una versión más madura, capaz de cuidar de otros. Por supuesto que el otro tipo de velas tenía que ser el de un pequeño polluelo ¡era claro! Después de todo, por lo que veía el Ostara se relacionaba con aves y conejos. No entendía por qué, pero parecía que era la lógica.
Así pues, volví a la mesa, le dediqué una sonrisa falsa a la niña y la mujer que me hacían la guerra de velas y comencé a llenar los moldes con cera blanca y amarilla. -Ya verán, se sorprenderán- decía entre dientes en un tono apenas perceptible. Nuevamente me había sumido en mi mundo de felicidad mientras trabajaba, con los cinceles que siempre me acompañaban terminé de darle los últimos retoques, puse el cordel, pegué y… ¡listo! El dúo femenino esperaba con ansias la segunda ronda.
-Te superaste- dijo la niña con la cara como si hubiese comido un limón, la mujer que estaba a su lado asintió una vez con su cabeza. Mi instinto competitivo se apagó -Lo cierto es que esas flores se ven casi reales y el detalle de los huevos es mucho mejor de lo que intenté cuando estaba pintando los reales. Dejémoslo en un empate ¿si?. Los tres hicimos las pases y continuamos un buen rato trabajando en equipo. La noche comenzaba a caer, cuando tuve una idea loca. -Chicas, necesito unos momentos- me excusé y pedí al tal Callahan que me facilitase unas pinzas. Con unos alambres que siempre llevaba conmigo, comencé a trabajar el diseño que tenía en mi mente, un alambre por vez, algo del calor donde derretíamos la cera para darle un acabado y… estaba listo.
Me costó algo de trabajo volver a encontrar a la elfa y su niña entre la multitud que se había reunido en ese poco tiempo. En una mano llevaba la última vela que habíamos creado entre la niña, la mujer y yo, en la otra mi última creación. Aún me costaba trabajo acercarme a entablar una conversación con una chica de mi raza, por más que fuese en versión miniatura. Aún podía llegar a ser letal si se lo proponía, estaba seguro de eso. Por tanto fui directo al tema -Feliz Ostara… aunque no estoy seguro de que sea lo que se dice en una situación así. Es mi primera vez en esta celebración- hice énfasis en la niña, aunque parecía bastante tímida ante el contacto con un extraño. Entonces supuse que bajar mi capucha y ver que era similar a su amiga podría mejorar las cosas, por lo que me apresuré a mostrar mis orejas -Hoy vi a un hermoso lobo blanco muy cerca de aquí, pero cuando quise acercarme ya había desaparecido ¿me pregunto si alguien sabrá de él? Ufff…- intercambié una mirada con la elfa, esperando que no me odiase por acercarme así -Solo soy un pobre elfo que está enamorado de todo lo que tiene que ver con lobos, hombres lobos, hombres bestia en forma de lobo, e incluso licántropos. ¿Seré raro no? me pasé una mano por el pelo y me agaché sin estar totalmente de frente a la niña, pero intentando facilitarle que escuchase lo que iba a decirle.
-Estoy pensando en ir a Ulmer, me han dicho que la gente lobo que vive allí es muy fuerte. Hay una tal Nana y una tal Wood ah… y una mujer que se llama Hera, parece que son unas mujeres muy fuertes- suspiré esperando haber captado la atención de la chiquilla. -En fin, este collar era para la loba blanca, pero parece que llegué tarde. Y este huevo… también- agregué encogiéndome de hombros y guiñándole un ojo a la elfa. Dejé ambos presentes en el suelo y me preparé para ir a hacerle un poco más de guerra a la niña competidora y la mujer silenciosa.
Off: Interacción con Wind.La mujer me miró con ojos casi acusadores mientras el viejo Callahan reía al ver mi expresión -Pero que chistoso, ¿por qué a mí no me da gracia?- rechisté por lo bajo, con el ceño fruncido y mostrando mi lado más enojón, sin embargo lo estaba disfrutando. Trabajar con la cera era como ensamblar mis joyas, cada diseño era único y perfecto en su tipo. Me sorprendió la cantidad de moldes de cristal que se encontraban a nuestra disposición. El niño rata saltaba de un lado para otro por los árboles. Aún no sabía si me desconcentraba todo el bochinche que estaba haciendo o la remota posibilidad de que cayera y se rompiera algo. No tenía que estar ensayando mis poderes en público. Aunque llevaba mi capucha, como de costumbre, la bruja se dio cuenta al instante acerca de mi naturaleza escondida, pero que el resto lo hiciera era un asunto totalmente distinto. No podía creer que esa bruja vieja me hubiera descubierto en el mismo instante en el que posó sus ojos en mí, me dijo algo así como “era de esperarse, feo el artista, feo el diseño”. Aquello me había puesto la piel de gallina y rápidamente busqué otra cosa que hacer diferente a intentar pintar huevos con el chico este... del que no me acordaba el nombre.
Antes de que yo llegara ya habían muchas velas para armar y muchísimas otras ya armadas. El ambiente que buscaban hacer me recordaba a las noches de luciérnagas en mi hogar materno. Quería ser capaz de ensamblar tantas velas como fuera posible para que las estrellas bajaran al suelo. No podía esperar a que el sol terminara de bajar, aunque el padre ese ya se había apurado a encender las velas. Estaba encontrándole un gusto oculto a ese arte de fusionar colores. -Esto no se ve nada mal, parece incluso real- dije enderezándome y haciendo sonar mi espalda después de varios minutos en la misma posición. Las piñas recién ensambladas eran bastante vistosas. -hmmm… no lo se, mis biusas se ven mejor, e incluso las velas de miss Prehi se ven mejores, ¿o tienes nada más original?-. Esa chiquilla se la estaba ganando a pulso, sentada a mi lado no hacía más que demostrar sus dones con la cera. -¿Ah si? ¿Ah si? Pues aún ni siquiera comienzo- respondí sacando pecho, aunque la verdad era que no tenía ni la menor idea de qué podría hacer. Así, me levanté de la mesa y caminé con una mano en el bolsillo y la otra escondiendo al pequeño roedor.
- velas hasta el momento:
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Sin querer fui testigo de la transformación de una niña pequeña en su forma de lobo. Aunque la sorpresa me valió un buen salto y el escape del pequeño conejillo, la chiquilla parecía estar más asustada aún, sus ojos que me recordaban a los de Lisbeth. Me senté a varios metros de ella y de la elfa que la acompañaba, aunque estuve listo para intervenir si las cosas se salían de control, mi coterránea se las arregló muy bien sola. No podía apartarme de allí, y con una renovada inspiración ahora que no tenía que preocuparme más por el conejo, me puse a modificar un par de moldes que me había traído conmigo desde la mesa de trabajo. -Hmmm esto debería de bastar para impresionar a ese par- mascullé con una risa apagada. Me había inspirado en la elfa que parecía tan pequeñita como el conejillo blanco que acababa de escapárseme, era como ver a mi Galy pero en una versión más madura, capaz de cuidar de otros. Por supuesto que el otro tipo de velas tenía que ser el de un pequeño polluelo ¡era claro! Después de todo, por lo que veía el Ostara se relacionaba con aves y conejos. No entendía por qué, pero parecía que era la lógica.
Así pues, volví a la mesa, le dediqué una sonrisa falsa a la niña y la mujer que me hacían la guerra de velas y comencé a llenar los moldes con cera blanca y amarilla. -Ya verán, se sorprenderán- decía entre dientes en un tono apenas perceptible. Nuevamente me había sumido en mi mundo de felicidad mientras trabajaba, con los cinceles que siempre me acompañaban terminé de darle los últimos retoques, puse el cordel, pegué y… ¡listo! El dúo femenino esperaba con ansias la segunda ronda.
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-Te superaste- dijo la niña con la cara como si hubiese comido un limón, la mujer que estaba a su lado asintió una vez con su cabeza. Mi instinto competitivo se apagó -Lo cierto es que esas flores se ven casi reales y el detalle de los huevos es mucho mejor de lo que intenté cuando estaba pintando los reales. Dejémoslo en un empate ¿si?. Los tres hicimos las pases y continuamos un buen rato trabajando en equipo. La noche comenzaba a caer, cuando tuve una idea loca. -Chicas, necesito unos momentos- me excusé y pedí al tal Callahan que me facilitase unas pinzas. Con unos alambres que siempre llevaba conmigo, comencé a trabajar el diseño que tenía en mi mente, un alambre por vez, algo del calor donde derretíamos la cera para darle un acabado y… estaba listo.
Me costó algo de trabajo volver a encontrar a la elfa y su niña entre la multitud que se había reunido en ese poco tiempo. En una mano llevaba la última vela que habíamos creado entre la niña, la mujer y yo, en la otra mi última creación. Aún me costaba trabajo acercarme a entablar una conversación con una chica de mi raza, por más que fuese en versión miniatura. Aún podía llegar a ser letal si se lo proponía, estaba seguro de eso. Por tanto fui directo al tema -Feliz Ostara… aunque no estoy seguro de que sea lo que se dice en una situación así. Es mi primera vez en esta celebración- hice énfasis en la niña, aunque parecía bastante tímida ante el contacto con un extraño. Entonces supuse que bajar mi capucha y ver que era similar a su amiga podría mejorar las cosas, por lo que me apresuré a mostrar mis orejas -Hoy vi a un hermoso lobo blanco muy cerca de aquí, pero cuando quise acercarme ya había desaparecido ¿me pregunto si alguien sabrá de él? Ufff…- intercambié una mirada con la elfa, esperando que no me odiase por acercarme así -Solo soy un pobre elfo que está enamorado de todo lo que tiene que ver con lobos, hombres lobos, hombres bestia en forma de lobo, e incluso licántropos. ¿Seré raro no? me pasé una mano por el pelo y me agaché sin estar totalmente de frente a la niña, pero intentando facilitarle que escuchase lo que iba a decirle.
-Estoy pensando en ir a Ulmer, me han dicho que la gente lobo que vive allí es muy fuerte. Hay una tal Nana y una tal Wood ah… y una mujer que se llama Hera, parece que son unas mujeres muy fuertes- suspiré esperando haber captado la atención de la chiquilla. -En fin, este collar era para la loba blanca, pero parece que llegué tarde. Y este huevo… también- agregué encogiéndome de hombros y guiñándole un ojo a la elfa. Dejé ambos presentes en el suelo y me preparé para ir a hacerle un poco más de guerra a la niña competidora y la mujer silenciosa.
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Último día de Bragiväl.
La noche anterior había sido dura para la elfa. No por la fiesta, que tanto detestaba, sino por quien se había encontrado. Realmente no había hecho nada, no había cometido ningún crimen en la plaza, ni había causado molestias. Ese tipo sólo miraba a alguien tocar y ya. Fue cuando interactuó con Ingela cuando Helyare entró en el tumulto, pues pensaba que estaba molestando a la joven dragona. Para su sorpresa se encontró a alguien como ella. Con marcas por su cuerpo, con parte de la oreja mutilada y con ese aire de perdición que caracterizaba a quienes habían sido separados tan cruelmente de sus raíces, negándoselas. Enfrentarse a esa realidad tan cruda la dejó marcada. Ella era igual, aunque lo negase.
Y allí, en la posada, pasó la última noche de la festividad. Sentada en la cama pasaba las horas intentando aclarar sus pensamientos entre el griterío y la música que acompañaban durante la caída del sol hasta el amanecer. Si ya apenas dormía, esa noche no pudo pegar ojo. No paraba de plantearse su situación, la que había intentado negar desde que vio su reflejo distorsionado en el agua de la Playa de los Ancestros. Se había repetido mentalmente, por activa y por pasiva, que ella no era así, que todavía contaba con la honra de su raza. Pero ver a ese elfo tan… Horrible, la destrozó. No había querido darse cuenta de cuánto había cambiado su imagen. Lo sabía, pero no quería admitirlo. Y ese maldito elfo, luciendo sus cicatrices sin pudor… ¡Estúpido! ¿Cómo osaba mostrar su deshonra ante los lugareños? Avergonzada, quiso ocultarse de todas las miradas y lo único que se le ocurrió fue quedarse en el cuarto.
Mañana siguiente después de Bragiväl.
Sonagashira había disfrutado de los tres días de fiesta como si fuera una niña pequeña. ¡No le había hecho falta ni cambiar de disfraz! Aunque, realmente ella no estaba disfrazada, pero todos pensaban que sí. Eso nunca lo supo la joven mariposa, sólo veía admiración y elogios por parte de los ciudadanos de Lunargenta, y era lo único que importaba. ¡Estaba feliz! Había conseguido hacer nuevos amigos, había bailado hasta acabar exhausta, comido y bebido deliciosos manjares y disfrutado como nunca. Pero el último día no había visto a Riny. Sí la había visto la primera noche, incluso la segunda, aunque un poco menos. Pero la tercera no. Sabía que, aunque ella se había divertido, su nueva amiga, no. ¿Por qué? Si era una fiesta hermosa. Pero Riny era extraña, no sólo no se había vestido como los demás, ni pintado con bellos colores, sino que estaba siempre en una esquina, alejada de la gente. La chica mariposa no entendía por qué su amiga no había disfrutado, hasta que entendió el motivo… Al menos, el motivo que ella creyó: ¡No estaba tan hermosa como el resto! ¡Normal que estuviese tan triste!
Todas las personas que habían participado en esas fiestas llevaban preciosos trajes y pinturas, pero Riny no, y siempre estaba triste o enfadada. ¡No se había podido divertir porque no era tan bella! ¡Pero ella tenía la solución! Iba a hacer que Riny volviera a sonreír, para algo estaban las amigas.
Sonagashira tomó las pinturas con las que había decorado su piel para Bragiväl y voló hasta la habitación de Riny que, por supuesto, sabía cuál era. No era la primera visita que le hacía a la elfa. Incluso ahí era donde se habían conocido.
–¡¡Rinyyyy!! –Exclamó la mariposa abriéndose paso por la ventana. Ya se había aprendido el truco para conseguir que esa vieja ventana se abriese, aunque no era muy difícil. –¿Cómo estás? –Aterrizó suavemente en el suelo mirando a su amiga con la cara más alegre que pudo, pues creía que había encontrado la solución a la irascibilidad de Riny. –¡Tengo algo para ti! –Y sin más dilación, ante la perpleja mirada de Helyare, sacó las pinturas y comenzó a embadurnar la cara de la elfa, quien trataba de taparse con una de las mantas de la cama, no porque estuviese desnuda, eso le hubiese importado mucho menos, sino porque deseaba tapar las cicatrices que adornaban su nívea piel sin la capa estaban más a la vista. Tenía las mangas de la camisa subidas y bajo las mantas se las colocaba para ocultar lo que tanto pesar le causaba. También le dio tiempo a colocarse la manta por encima de la cabeza, aunque la mariposa apartaba algunos mechones, ya blancuzcos, para que no se mancharan con las pinturas.
–¡Para! ¡Para! ¿Qué haces? –Helyare apartó la cara de la trayectoria de los pinceles. ¡No podía entender a esa muchacha! Se había colado en el cuarto y, sin apenas darla tiempo a reaccionar, se había puesto a dibujar cosas en su cara. –¡Que pares!
–Ya no volverás a estar triste, Riny. ¡Serás bella! ¡Una hermosa mariposa! ¡Y todos te dirán cosas bonitas! –Ignorando las palabras de su nueva amiga, siguió llenando su cara de colores. Sonrió ampliamente, mirando su “gran trabajo”. –No estarás triste nunca más.
–¡No! ¡Déjame! ¡No me pintes! –Protestó Helyare levantándose y sujetando las manos a Sonagashira, que la miraba perpleja, aunque a la mariposa le parecía que su amiga estaba preciosa. –Ya Bragiväl ha pasado, Sona. No necesito que me disfraces. Estoy bien.
–¿Seguro? No quiero que estés triste, Riny.
–No lo estoy. Vete, por favor. Sólo necesito descansar. –Había aprendido que la mujer mariposa era muy aprensiva ante los gritos y de nada serviría echarla como la primera vez. En cuanto partiera de Lunargenta se olvidaría de la elfa, así que no merecía la pena martirizarla para que la dejase tranquila. Tarde o temprano lo iba a hacer. Además, no entendía el ímpetu de Sona en ser amiga de alguien como ella.
Un rato después consiguió que se largase y por fin pudo volver a disfrutar de su soledad.
Dos días antes de Ostara.
Había recibido durante un día más otra visita inesperada de Sonagashira y sus malditas pinturas. Quería comprobar que, efectivamente, su amiga estaba alegre y feliz. En el fondo agradecía lo que la muchacha trataba de hacer, de convertirla en alguien bella. Pero Helyare sabía que toda su hermosura élfica se había quedado con su honra en Sandorai y que ya no tenía derecho a ninguna de esas dos cualidades. Las pinturas de Sona eran hermosas, debía admitirlo, pero no taparían las marcas que cubrían su cuerpo, ni tenían la magia para devolver a la guerrera todo lo que había perdido. Por muy buenas que fueran las intenciones de la mariposa, no podría arreglar su vida con unas estúpidas pinturas.
Aunque la magia de los colores de Sona parecía ser cierto, pero no traían fortuna. Para Helyare, más bien lo contrario.
Esa mañana se había despertado sobresaltada después de, tan solo, una hora de sueño. Como era habitual en ella, las pesadillas velaban por su sueño. Pero esa mañana se sentía mucho más extraña. Se quedó mirando al techo y cuando fue a apartarse un pequeño mechón de pelo, quedó estupefacta. ¿Su mano estaba verde? Sin poder creérselo, se miró la otra… ¡Y era del mismo tono!
De un salto se levantó de la cama y corrió a verse en el espejo del baño. En cuanto su rostro se reflejó en el cristal soltó un sonoro chillido del susto que se llevó. Por suerte Ingela no estaba con ella, de haberla visto así se habría quedado sin palabras. ¡¡Estaba verde!! Y no sólo eso: ¡¡Tenía cuernos!!
En ese momento, la elfa no sabía dónde meterse. Se tocaba la cara y los cuernos, buscaba solución lavándose la piel, pero nada. Por el reflejo del espejo pudo ver que de su espalda salían protuberancias muy suaves, qué más bien parecían ¡alas! Se giró de golpe tratando de verlas y con las mismas golpeó las pastillas de jabón casero y los utensilios de higiene que había en un cesto. Sus alas también chocaron contra el espejo, que tembló. ¡Era incapaz de controlarlas! Nunca había tenido nada a la espalda, y menos esas cosas horribles que iban moviendo cada cosa que tocaba. –¡No! ¡No! ¡No! ¡No! –Su reflejo era chocante. –¿Qué es esto? ¿Qué me ha pasado?
No encontraría respuestas a esas preguntas. Verse así estaba poniéndola más y más nerviosa a cada momento. Todavía seguía intentando hacer desaparecer esa pintura verde de su piel, pero nada. ¿Un mal sueño? No, tampoco. Entonces, ¿qué había pasado? Como no sabía qué hacer, tomó su capa y se la intentó poner de la mejor forma que podía para intentar tapar esos odiosos cuernos, pero sus alas eran otro impedimento que la prenda no podía tapar. Y si trataba de ocultarlas, los cuernos quedaban al descubierto, y más todavía esa piel verde, que era incapaz de esconderla. –Maldita sea…
Recogió sus cosas y, después de dejarle una nota Ingela donde simplemente ponía que no se moviese de Lunargenta, se fue al bosque. Quería ocultarse de todo el mundo, incluso no había bajado por la escalera en la posada, se había ido por la ventana. Por suerte, seguía siendo ágil y podía saltar por los tejados, que era lo que haría para evitar miradas indiscretas. Huía como si fuera a ser ajusticiada por su aspecto deplorable. ¿En qué se había convertido?
Llegó al bosque cercano a Lunargenta, donde se escondería hasta que eso pasase… Si es que pasaba. Al menos allí estaría sola y se ahorraría las molestias de sentirse observada por su aspecto.
Día de Ostara.
¡Llegó el día! Los más jóvenes estaban deseosos de ir al bosque a decorar huevos, hacer cintas… Aunque en Lunargenta se solían hacer las fiestas en la plaza, esta vez no, y muy contentos partieron hacia el lugar donde se iba a celebrar el festival de Ostara.
Había cestos de mimbre con huevos dentro, listos para ser decorados y, los pequeños más rápidos ya estaban en ello. Algún que otro llanto se podía escuchar cuando se les cascaba, pero casi al instante se callaban porque descubrían que tenían una cesta llena para volver a intentarlo.
Helyare todavía seguía en el bosque. Llevaba dos días ahí, oculta entre los árboles, mirándose a cada rato en el reflejo de un pequeño charco para ver si su aspecto había cambiado. Pero no. Seguía siendo una mariposa verde con cuernos. No se parecía a lo que ella era, ya no estaba su piel blanca, la camisa se le había roto por culpa de las alas que nacían de su espalda, y su pelo tenía una forma extraña a causa de los cuernos. Pateó el charco como si culpase al agua de no crear el reflejo que ella querría y no esa atrocidad.
De pronto escuchó ruidos. ¿Quién osaba estar allí? Entre los árboles, se acercó a la fuente del ruido, con curiosidad. Y cuál fue su sorpresa al ver a un montón de personas reunidas en uno de los claros del bosque. Había gente pintando, decorando el bosque y niños correteando por entre los árboles. ¿¡También estaban ahí!? ¿¡Por qué se empeñaban en fastidiarlo todo con sus celebraciones!?
No se sentía a gusto ahí cuando estaba viendo a multitud de personas por ahí correteando, gritando y haciendo jolgorio como si estuvieran todavía en la plaza de Lunargenta. Quería largarse cuanto antes, pero no sabía hacia dónde ir. En ese momento, un par de chicos que estaban jugando entre los árboles la vieron, pues sus alas eran incontrolables y no le daban ventaja a la hora de esconderse… Se veían demasiado.
–¡Mirad! ¡Hay una mujer-bestia mirando! –Señaló un pequeño que llevaba pegotes de pintura en la cara. El resto trató de buscar a Helyare con mucha rapidez hasta que dieron con la mariposa verde que estaba apoyada en el tronco.
–¡Wow! ¡Vamos a verla! –Otro niño salió corriendo en dirección a donde estaba ella, quien empezó a retroceder ante la imparable llegada de los curiosos chavales.
–¡Fuera! ¡Dejadme en paz! –Les gritó, aunque la curiosidad de los niños era mayor que la orden de la elfa. Al instante estaban frente a ella observándola y toqueteando sus alas. Sin querer las batió y golpeó a los que estaban ahí, escuchando las quejas. Sin pensarlo salió corriendo, aunque se dio de bruces con toda la celebración. Era el único sitio por donde podría salir, las alas no permitían que corriera bien por el bosque, se enganchaban en las ramillas de los árboles o se chocaban con los troncos.
Cuando esa mariposa verde apareció, todos se quedaron mirándola durante un momento, antes de volver a las decoraciones. –¡Seguid celebrando vuestra maldita fiesta! ¡Pero en Lunargenta! –Estaba hecha una furia, a pesar de que muchos la habían ignorado, pues pensaban que era una mujer-bestia que vivía ahí y a la que habían despertado. Caminó a paso rápido por entre la gente, golpeándolos con las alas. Muchos aún la miraban y eso hacía que se sintiera más incómoda, tanto, que entre la rabia, del momento y el pudor que sentía ante la mirada de los lugareños, pateó, a propósito, una de las cestas de huevos que tenía a su izquierda. –¡Dejad de pintar huevos! ¡Vuestras tradiciones son estúpidas!
Eso desató las quejas de algunos y los llantos de los más pequeños, pero le dio igual. Estaban molestándola en el bosque. ¿No tenían ciudad para hacer las parafernalias?
–Y a vosotros debería daros vergüenza deshonrar a vuestra raza participando en una tradición hecha por sucios hechiceros. –Escupió las palabras con odio a los elfos que estaban allí, siendo partícipes de eso.
- Off:
- Soy la Grinch de las fiestas... xD
Interactúo con Wind y Willow y con cualquier pj que sienta que he roto sus huevos :3 No me odiéis mucho
Helyare
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Hay algo más entre el olor a salitre del agua que trae la brisa y el rumor de las olas rompiendo en el tajamar de proa, puedo olerlo. Mi estómago se queja. Expiro y vuelvo a llenar los pulmones de aire neblinoso. Apenas deja ver nada entre la borrosa bruma blanca, pero tiene que haber algo. Noto el regusto a mar en la boca, ya no me molesta –hace tiempo que no–, y puedo sentir que hay algo más.
Tengo hambre.
Otra vez. Sí, sigue ahí, algo entre el crujido lastimero de las velas del palo mayor, bajo la verga de vela, que aún tiene fuerza para aguantar mi peso. Inspiro de nuevo mientras siento las vibraciones recorrer el interior de la madera y un esbozo del amanecer gris se intuye por el este a mi espalda.
Óigo cómo el palo de mesana se va astillando poco a poco desde la base. Quiere unirse al de trinquete, que decidió, sin contar con nadie, irse a buscar el oro de los legendarios bucaneros ostros en las pronfundidades de los mares del este. Se fue con mis velas de popa y las tablas de jarcia, pero no podía esperar menos de mi barco, hasta la madera era valiente. Dio igual el motín. Dio igual el abordaje. Dio igual la tormenta explotando en el cielo. La violencia de las trombas marinas remodelando mi barco cuando confiamos en la benevolencia de la diosa para escapar a una muerte segura.
Dio igual todo, y yo vuelvo a respirar una última bocanada cuando Áthor me pregunta algo desde el combés, abajo en cubierta.
No llego a entender lo que dice aquella bestia de Los Baldíos porque acabo de descubrir lo que andaba buscando.
Ese olor.
—¡Astilla!—, llamaba a voces él—. ¡Se supone que cuando alguien se sube a la cofa de vigía se tienen que tener abiertos los ojos!
—¡Capitana Astilla para ti, grumete! ¡Qué poco sabes de la vida!—, río agarrando un oblenque mientras abro los ojos—. ¡No hay nada que ver aquí arriba!
—¡Pues baja, toma un caldero y ayúdame a echar agua del puto barco de los cojones! ¡Puede que así podamos mantener este cascarón de mierda flote antes de que se hunda y tengamos que nadar perdidos en el océano! ¡No quiero morir bebiendo agua salada habiendo ron!
—¡No temas, marinero de agua dulce! ¡Subí aquí a oler los mensajes del viento, y para tu suerte hay noticias a barlovento! ¡Confía en tu capitana, desgraciado, y puede que vuelvas a beberlo con la tripulación y no muramos en el intento!
—¿¡Tripulación!? ¿¡Te refieres a mí y a mi caldero!?—, protestaba levantándolo mientras lo vaciaba por la borda. El agua le corría por los brazos y todo el pelaje pardo y negro—. ¡Oh, sí!—. Se lo acercó al oído y una oreja se sacudió el agua—. ¡Mira lo que me dice ahora mi segundo al mando: está borracho y le apetecen más de las abundantes algas para comer! ¡Vámonos a la bodega, ahí el agua sólo nos llega a la rodilla!
Le sentí dar largos pasos hasta la boca de entrada de aquella. El agua chapoteó cuando se metió de un salto en el fogón. Un segundo después volvió a asomar las orejas por el boquete que había al lado.
—¿Qué noticias dices que tienes?
Sin darme cuenta vuelvo a reir. No respondo, solo me pongo el sombrero de tres puntas y me ajusto la casaca que en otro tiempo fue verde.
Volvió a elevar el tono para preguntarme que qué había visto, como si pensara que no le había escuchado. Ingrato, ¡lo estoy ignorando! Es un marinero procaz, el cabrón, y en seguida pierde la fe, y no puedo permitir insubordinados en mi barco. Ni a él ni a su caldero. Necesito que tengan fe.
¡Fe en mí!
—¡Confía en mí, pequeño letrinero! ¡Confía en Ástyr de Fontargandi! ¡Somos piratas!
—¿¡Pero qué dices!? ¡En Valquebriella debéis estar todos mal de la cabeza!
—¡Lo estamos! ¡Y gracias a eso te quité los grilletes que aquella bruja te puso cuando te capturó y ahora eres libre! ¡Jajajaj! ¡Iza todas las velas que queden en el barco!
—¡Pero si tenemos viento de cara! ¿Quieres ponerte tú a remar? Este barco necesita por lo menos quince remeros, ¡y después de nuestra graciosa aventura solo quedamos tú y yo, y el señor caldero!—, dijo como si no me hubiera dado cuenta. Afortunadamente se rindió—. ¡Si te equivocas estamos muertos!—, dijo pensando lo mismo que yo, porque si se rompían los mástiles que quedaban, el barco iría a la deriva y moriríamos deshidratados si no nos hundíamos primero. O nos comeríamos el uno al otro. Sé que había tribus caníbales en algunos bosques, pero espero no conocerlas nunca. Qué asco. Además Áthor estaba delgado y su carne sería dura, escasa y llena de tendones.
Agarré el eslabón maestro desde la cofa del vigía y tiré mientras saltaba sobre la tabla de jarcia del palo mayor. Las velas se izaron y, por un momento, el viento seguía dándonos de cara cuando llegué deslizándome a cubierta.
Mera, sé que no te rezo mucho, pero solo te pido que sonrías a los valientes que necesitan empuje de sotavento.
—¡Tenemos viento de cola!—, anunció Áthor mientras se peleaba contra los oblenques de estribor.
¡Ahoy!
—¡Mera nos escuchó, Áthor!—, le dije corriendo al castillo de proa para ponerme al mando del timón—. ¡Necesito que no la cagues mucho o yo misma te volveré a poner los grilletes y jamás volverás a ver a tu tribu en vida!
—¡Mi tribu nunca rezó a esa diosa, chiquilla, pero si salimos vivos de esta empezaré a tenerla en cuenta cada día de mi vida! ¡Empezando por dedicarle una oración antes de volver a hincar en diente en algo caliente y grasiento!
El viento se endurecía y Áthor rezaba por comida. Yo lo hacía para no estrellarnos contra ninguna roca o zozobrar en un caladero antes de saber que allí había un golfo. Por eso el aire cambiaba tan repentinamente. Tenía que haberlo porque olía a tierra. Tierra. Era evidente. O quizá eran las tripas que me engañaban para hacerme creer que allí había una esperanza vana de supervivencia.
Tenemos que estar en la península de Verisar, me dije.
Cabalgábamos una mar cada vez más embravecida, subiendo y bajando, todo aún sombrío, cuando el palo de mesana se astilló por la base y calló por la borda. Adiós, amigo, echaré de menos tus servicios. Tras él fue la cebacera y el bauprés.
—¡Mera, todavía no!—, grité mientras el viento comenzaba a soplar de forma violenta. Las olas subían más y más alto, o quizá el barco se hundía—. ¡Llévanos a tierra, Mera, y te lo regalo!
—¡Capitana!, ¡nos hundimos!—, dijo Áthor, apareciendo de debajo de una mano de agua que intentó llevárselo al fondo del mar.
—¡No estoy ciega, cobarde! ¡Canta o la diosa del mar nos hundirá!
Pero no se atrevió a hacerlo, así que tuve que empezar yo.
Oh, a todo el mundo le parece fácil
La vida de capitán
Cuando falta a bordo alcohol
Y todos creen que saben mandar
Cuando nos quedamos cortos
No hay puerto dónde amarrar
Pero el capitán tiene el mando
Es él el que debe navegar
No hay ron en la bodega, oh, capitán
No hay más sitio en el que lo robar
No hay ron en la bodega, oh, capitán
Tenemos que lo ir a comprar
No hay ron en la bodega, oh, capitán
No hay sitio en el que lo robar
No hay ron en la bodega
Cómpranos ron, oh, capitán
Abre el barril con el ron más viejo
Ligero, claro, dorado, añejo
Abre el barril del ron más bueno
Que los marineros se han de reanimar
¿Con qué?
Con el ron de su bienamado capitán
¿¡Qué haremos contigo, mal marinero!?
¿¡Qué es lo que hará el capitán contigo!?
¿¡Qué haremos contigo, mal marinero!?
¿¡Ahí tirado, borracho en suelo!?
El viento aclaraba el día y la vela de gavía voló por encima de mi cabeza descubriéndome esperanza.
Estaba allí.
Unas estribaciones negras delineadas en la distancia, entre el vaivén de un mar de luz ondeante que azotaba el barco con manos blancas. Querían romperlo en dos pedazos. O tres. O mil.
Mera no ponía las cosas fáciles porque era una diosa. Todas las diosas son severas. Pero yo estaba al timón. En otro momento, quizá en otro tiempo, el restallar de la madera me hubiera hecho temblar las piernas y llorar de terror; ahora era música.
—¿De qué te ríes, Astilla?—, me dijo Áthor sujetando una amarra de la vela del palo mayor. No me miraba y yo no sabía que estaba riéndome, hasta que sentí el sabor del agua salada en mi garganta.
—¡Tierra a la vista, Áthor! ¡A Mera le gustó nuestra canción y está entonando el cierre de la suya! ¡El fin de la tormenta de primavera! ¡Hoy brillará el sol!
Entonces le oí reir a él también. Voces de alegría en la tiniebla.
Y reímos juntos mientras cantaba la diosa de la mar, acompañada por los coros de la tempestad.
Tierra.
Tengo hambre.
Otra vez. Sí, sigue ahí, algo entre el crujido lastimero de las velas del palo mayor, bajo la verga de vela, que aún tiene fuerza para aguantar mi peso. Inspiro de nuevo mientras siento las vibraciones recorrer el interior de la madera y un esbozo del amanecer gris se intuye por el este a mi espalda.
Óigo cómo el palo de mesana se va astillando poco a poco desde la base. Quiere unirse al de trinquete, que decidió, sin contar con nadie, irse a buscar el oro de los legendarios bucaneros ostros en las pronfundidades de los mares del este. Se fue con mis velas de popa y las tablas de jarcia, pero no podía esperar menos de mi barco, hasta la madera era valiente. Dio igual el motín. Dio igual el abordaje. Dio igual la tormenta explotando en el cielo. La violencia de las trombas marinas remodelando mi barco cuando confiamos en la benevolencia de la diosa para escapar a una muerte segura.
Dio igual todo, y yo vuelvo a respirar una última bocanada cuando Áthor me pregunta algo desde el combés, abajo en cubierta.
No llego a entender lo que dice aquella bestia de Los Baldíos porque acabo de descubrir lo que andaba buscando.
Ese olor.
—¡Astilla!—, llamaba a voces él—. ¡Se supone que cuando alguien se sube a la cofa de vigía se tienen que tener abiertos los ojos!
—¡Capitana Astilla para ti, grumete! ¡Qué poco sabes de la vida!—, río agarrando un oblenque mientras abro los ojos—. ¡No hay nada que ver aquí arriba!
—¡Pues baja, toma un caldero y ayúdame a echar agua del puto barco de los cojones! ¡Puede que así podamos mantener este cascarón de mierda flote antes de que se hunda y tengamos que nadar perdidos en el océano! ¡No quiero morir bebiendo agua salada habiendo ron!
—¡No temas, marinero de agua dulce! ¡Subí aquí a oler los mensajes del viento, y para tu suerte hay noticias a barlovento! ¡Confía en tu capitana, desgraciado, y puede que vuelvas a beberlo con la tripulación y no muramos en el intento!
—¿¡Tripulación!? ¿¡Te refieres a mí y a mi caldero!?—, protestaba levantándolo mientras lo vaciaba por la borda. El agua le corría por los brazos y todo el pelaje pardo y negro—. ¡Oh, sí!—. Se lo acercó al oído y una oreja se sacudió el agua—. ¡Mira lo que me dice ahora mi segundo al mando: está borracho y le apetecen más de las abundantes algas para comer! ¡Vámonos a la bodega, ahí el agua sólo nos llega a la rodilla!
Le sentí dar largos pasos hasta la boca de entrada de aquella. El agua chapoteó cuando se metió de un salto en el fogón. Un segundo después volvió a asomar las orejas por el boquete que había al lado.
—¿Qué noticias dices que tienes?
Sin darme cuenta vuelvo a reir. No respondo, solo me pongo el sombrero de tres puntas y me ajusto la casaca que en otro tiempo fue verde.
Volvió a elevar el tono para preguntarme que qué había visto, como si pensara que no le había escuchado. Ingrato, ¡lo estoy ignorando! Es un marinero procaz, el cabrón, y en seguida pierde la fe, y no puedo permitir insubordinados en mi barco. Ni a él ni a su caldero. Necesito que tengan fe.
¡Fe en mí!
—¡Confía en mí, pequeño letrinero! ¡Confía en Ástyr de Fontargandi! ¡Somos piratas!
—¿¡Pero qué dices!? ¡En Valquebriella debéis estar todos mal de la cabeza!
—¡Lo estamos! ¡Y gracias a eso te quité los grilletes que aquella bruja te puso cuando te capturó y ahora eres libre! ¡Jajajaj! ¡Iza todas las velas que queden en el barco!
—¡Pero si tenemos viento de cara! ¿Quieres ponerte tú a remar? Este barco necesita por lo menos quince remeros, ¡y después de nuestra graciosa aventura solo quedamos tú y yo, y el señor caldero!—, dijo como si no me hubiera dado cuenta. Afortunadamente se rindió—. ¡Si te equivocas estamos muertos!—, dijo pensando lo mismo que yo, porque si se rompían los mástiles que quedaban, el barco iría a la deriva y moriríamos deshidratados si no nos hundíamos primero. O nos comeríamos el uno al otro. Sé que había tribus caníbales en algunos bosques, pero espero no conocerlas nunca. Qué asco. Además Áthor estaba delgado y su carne sería dura, escasa y llena de tendones.
Agarré el eslabón maestro desde la cofa del vigía y tiré mientras saltaba sobre la tabla de jarcia del palo mayor. Las velas se izaron y, por un momento, el viento seguía dándonos de cara cuando llegué deslizándome a cubierta.
Mera, sé que no te rezo mucho, pero solo te pido que sonrías a los valientes que necesitan empuje de sotavento.
—¡Tenemos viento de cola!—, anunció Áthor mientras se peleaba contra los oblenques de estribor.
¡Ahoy!
—¡Mera nos escuchó, Áthor!—, le dije corriendo al castillo de proa para ponerme al mando del timón—. ¡Necesito que no la cagues mucho o yo misma te volveré a poner los grilletes y jamás volverás a ver a tu tribu en vida!
—¡Mi tribu nunca rezó a esa diosa, chiquilla, pero si salimos vivos de esta empezaré a tenerla en cuenta cada día de mi vida! ¡Empezando por dedicarle una oración antes de volver a hincar en diente en algo caliente y grasiento!
El viento se endurecía y Áthor rezaba por comida. Yo lo hacía para no estrellarnos contra ninguna roca o zozobrar en un caladero antes de saber que allí había un golfo. Por eso el aire cambiaba tan repentinamente. Tenía que haberlo porque olía a tierra. Tierra. Era evidente. O quizá eran las tripas que me engañaban para hacerme creer que allí había una esperanza vana de supervivencia.
Tenemos que estar en la península de Verisar, me dije.
Cabalgábamos una mar cada vez más embravecida, subiendo y bajando, todo aún sombrío, cuando el palo de mesana se astilló por la base y calló por la borda. Adiós, amigo, echaré de menos tus servicios. Tras él fue la cebacera y el bauprés.
—¡Mera, todavía no!—, grité mientras el viento comenzaba a soplar de forma violenta. Las olas subían más y más alto, o quizá el barco se hundía—. ¡Llévanos a tierra, Mera, y te lo regalo!
—¡Capitana!, ¡nos hundimos!—, dijo Áthor, apareciendo de debajo de una mano de agua que intentó llevárselo al fondo del mar.
—¡No estoy ciega, cobarde! ¡Canta o la diosa del mar nos hundirá!
Pero no se atrevió a hacerlo, así que tuve que empezar yo.
Oh, a todo el mundo le parece fácil
La vida de capitán
Cuando falta a bordo alcohol
Y todos creen que saben mandar
Cuando nos quedamos cortos
No hay puerto dónde amarrar
Pero el capitán tiene el mando
Es él el que debe navegar
No hay ron en la bodega, oh, capitán
No hay más sitio en el que lo robar
No hay ron en la bodega, oh, capitán
Tenemos que lo ir a comprar
No hay ron en la bodega, oh, capitán
No hay sitio en el que lo robar
No hay ron en la bodega
Cómpranos ron, oh, capitán
Abre el barril con el ron más viejo
Ligero, claro, dorado, añejo
Abre el barril del ron más bueno
Que los marineros se han de reanimar
¿Con qué?
Con el ron de su bienamado capitán
¿¡Qué haremos contigo, mal marinero!?
¿¡Qué es lo que hará el capitán contigo!?
¿¡Qué haremos contigo, mal marinero!?
¿¡Ahí tirado, borracho en suelo!?
El viento aclaraba el día y la vela de gavía voló por encima de mi cabeza descubriéndome esperanza.
Estaba allí.
Unas estribaciones negras delineadas en la distancia, entre el vaivén de un mar de luz ondeante que azotaba el barco con manos blancas. Querían romperlo en dos pedazos. O tres. O mil.
Mera no ponía las cosas fáciles porque era una diosa. Todas las diosas son severas. Pero yo estaba al timón. En otro momento, quizá en otro tiempo, el restallar de la madera me hubiera hecho temblar las piernas y llorar de terror; ahora era música.
—¿De qué te ríes, Astilla?—, me dijo Áthor sujetando una amarra de la vela del palo mayor. No me miraba y yo no sabía que estaba riéndome, hasta que sentí el sabor del agua salada en mi garganta.
—¡Tierra a la vista, Áthor! ¡A Mera le gustó nuestra canción y está entonando el cierre de la suya! ¡El fin de la tormenta de primavera! ¡Hoy brillará el sol!
Entonces le oí reir a él también. Voces de alegría en la tiniebla.
Y reímos juntos mientras cantaba la diosa de la mar, acompañada por los coros de la tempestad.
Tierra.
Ástyr
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Acostumbrarme a esta nueva vida no fue difícil. Siempre era igual: por las mañanas paseaba entre las calles de la ciudad buscando algo que me llamase la atención y las noches las pasaba en la cama de Keira o de alguna otra mujer. ¿Importaba a dónde iba? No. Ni siquiera Keira me lo preguntaba. Eso era lo peor. A veces desaparecía días enteros sin decirle nada tan solo para provocarla. Quería que estallase y gritase como lo hacía antaño. Que rompiera el tedio de la costumbre de esta y amargada vida. ¿Lo hacía? Claro que no. No decía nada. Se acostaba a un lado de la cama sin decir nada. Ningún comentario al respecto del nuevo perfume de mujer que traía después de cada una de mis desapariciones. Nada.
No lo aguantaba más. Al final, Samhain tenía razón cuando decía que yo era una bestia que disfrutaba rompiendo las cadenas que la ataban. Jamás entendí esa frase hasta este momento que me despierto en la cama de Keira y observo cómo se mantiene inmóvil. Estaba despierta. A mí no me engaña. Puedo notar su respiración fría y agitada como cada mañana. Me acerqué un poco hacia ella con tal de hacerle arder igual como lo hice durante la noche y ella se alejó un palmó de mí dándome la espalda. Confirmado: Se estaba haciendo la dormida con tal de ponerme la cadena que tanto deseaba que me pusiera. Tenía completa libertad para hacer lo que me diera la gana. Si me hubiera acercado más hacia ella mientras la atraía con un brazo hacia mi entrepierna, no me hubiera impedido empezar las mañanas cómo a mí me gustaba empezarlas.
Ninguna cadena me atrapaba. Era fácil acostumbrarse a la nueva vida. Odiaba no tener cadenas y odiaba la costumbre.
Decidí dejar a Keira durante unos meses. Necesitaba distanciarme de ella y buscar algo nuevo que tuviera la suficiente fuerza como para sacarme de la monotonía. Los más ignorantes dirían algo así como que necesitaban un reto a que enfrentarse. Idiotas. Los retos estaban sobrevalorados. Lo que yo buscaba iba más allá de cualquier cosa que nadie se hubiera atrevido a soñar. ¿Qué era? No lo sabía. Pero, si de algo estaba seguro, era que, lo que buscaba, no era un absurdo reto que me distrajera un par de días y, cuando acabase, volviera de nuevo a mi aburrida vida.
El primer viaje que realicé por mi cuenta fue a Lunargenta. Allí es dónde recibí la primera pista que me indicaba que mi abuelo, el que siempre pensé que había fallecido, seguía vivo. Al final, resultaba que era tan idiota como el resto de personas pues, buscar más de esas que me dejaba el viejo Nephgerd no era más que seguir el reto que él me propuso. No, esto no era lo que quería. Pronto me cansé de seguir investigando. Sobre la mesa de una triste y húmeda taberna de Lunargenta, dejé todos los papeles que había recogido con los muchos mensajes y enigmas que el viejo me dejó. Los abandoné al igual que abandoné a Keira en su lecho mientras se hacía la dormida.
Los días siguientes pasaron como todos los demás. Era un perro vagabundo que deseaba que le atasen con una cadena solo para luego escaparse. Samhain, de no haber muerto bajo el beso de mi martillo, se sentiría orgulloso al ver que reconocía que tenía razón. Era él quien que me comprendía mejor que nadie. Siempre lo fue, desde que éramos dos malditos enanos que soñaban con ser los vengadores de Beltrexus. Él con su escudo y yo con mi martillo. Había que vernos. Cogíamos unos trapos y les dábamos forma de espantapájaros para luego destrozarlos con nuestras armas mientras gritábamos que se muriesen todos los elfos. Era divertido. Cualquiera que nos viera por aquella época se reía y aplaudía para felicitarnos por nuestra labor. Años después, los espantapájaros se convirtieron en elfos de carne, hueso y orejas puntiagudas. Entonces, la bestia que siempre quedó dormida en mi interior, se despertó con el sonido de los Suuri al ser golpeada contra los huesos húmedos de las cabezas de los elfos. Los aplausos y las risas se incrementaron. Samhain con su escudo y yo con mi martillo matamos a más de un centenar de elfos por la simple razón que nos divertía hacerlo. Otros brujos se unieron a nuestra fiesta. Otras bestias que querían romper las cadenas de una sociedad que les apresaba con absurdas normas sociales: “Esto es lo correcto. No hagas esto. No piensos en esto. Sé bueno”. La única norma que yo seguía por aquel entonces era: Todas las reglas se habían de incumplir. (Todas las cadenas se tienen que romper).
Echaba de menos esa vida. No me había dado cuenta de cuanto la echaba de menos hasta que no me puse a recordarla. Daría lo que fuera para hacerla volver. Lo que fuera.
Respiré una buena bocanada de aire y cerré los ojos con la intención de revivir esos buenos momentos que jamás volverían. ¿O tal vez sí? Lunargenta, aunque fuera la ciudad de los humanos, atrae a un gran número de elfos. Los veo y pienso en lo fácil que sería romper sus frágiles cabecitas con un golpe de martillo. ¡Qué débiles! Al primer beso de Suuri, ya estarían suplicando entre lágrimas que les dejase marchar, con el segundo, gritarían de dolor al notar que les faltaba un considerable pedazo de cráneo y, con el tercero, se unieron a dónde cojones se encuentren sus Dioses. Eso no impediría que les siguiera golpeando con el martillo y que con cada salpicadura de sangre y hueso que rozase mis mejillas, mi polla se fuera haciendo más y más dura. Apreté los labios con fuerza y reprimí los deseos de violencia que cada vez se hacían más latentes en mi mente.
Distraído como estaba no me di cuenta que una mano me tocó el hombro. ¿Me llamó? Si lo hizo no le escuché. Mi mente estaba inmersa en los gritos que escuché años atrás. No podía oír otra cosa.
-¿Neph, eres tú?- decía el hombro de las patillas largas sin retirar su mano de mi hombro - ¡Me alegro de verte viejo amigo!-
-Hardy Wittig, sí que es cierto que hace muchos años que no te veía- le recordaba, esas patillas no eran fáciles de olvidar.
Wittig extiendo sus brazos y me atrapó en un fuerte abrazo (otra cadena) el cual, por supuesto, le correspondí por obligación. Fue casualidad que, después de estar recordando los buenos y malos tiempos de mi vida pasada, me encontrase con uno de esos brujos asesinos de elfos que se unieron al pequeño grupo que Samhain montó.
-Desde la muerte de Sam, ¿verdad?-
-Desde la muerte del folla-elfos Samhain- le corregí con una sonrisa socarrona.
-¡Vamos, no seas tan cruel! Todos hemos follado alguna vez con una de esas pequeñas elfas. Parecen que tengan siete años y, en realidad, tienen más años que tú y yo juntos- Wittig era uno de esos idiotas que se creía todas las mentiras que se contaban acerca de los elfos. Tan idiota que pensaba que no era pedofilia si una niña de cinco años tenía quinientos. ¿Niñas de quinientos años? Solo Wittig se creería algo así. –Peor hubiera sido si Samhain, además de enamorarse de una elfita, nos hubiera traicionado. ¿No es así?-
En la sonrisa que hizo Hardy Wittig se encontraba lo que había estado buscando todo este tiempo. La mala vida de los buenos tiempos volvió justo en ese momento que, indirectamente, me estaba acusando de traidor mientras se llevaba su mano izquierda a la empuñadura de su espada. Ya era hora que me encontrasen los perdidos siervos de Samhain. Y yo que pensaba que habrían olvidado que maté a su líder a golpes de martillo y que cuando ocupé su puesto destruí el clan desde dentro. Malos tiempos. Buenos tiempos. Nuevas cadenas de romper.
Antes de que Wittig hiciera ningún movimiento, le lance una descarga con mi mano izquierda mientras con derecha cogía a Suuri y le golpeaba el estómago. Sangre y bilis salieron de su boca ensuaciendo toda mi camisa.
-Eres un asqueroso cerdo, Wittig.- me burlé del cuerpo de mi excompañero mientras estaba en el suelo inmóvil, pero consciente.- Siempre lo fuiste-.
Suuri, mi verdadero amor que había olvidado, besó el estómago de Wittig. Se escuchó un fuerte crack. Conocía muy bien ese sonido: Las costillas del brujo se habían roto. Le lancé otra descarga para que siguiera paralizado y no gritase. Lo quería vivo. Me iba a divertir con él. Ya que los restos de Samhain me habían encontrado, me iba divertir con ellos. Uno a uno, irían cayendo como lo hicieron los elfos que una vez hubieran muerto.
Cogí el cuerpo de Wittig al hombro. Cualquiera que me viera pensaría que estaría cargando a un colega que había bebido demasiado hidromiel. Entre los vómitos y los espasmos que hacía, no era nada difícil hacerlo pasar por un ebrio patán.
-Ya estamos llegando, falta muy poquito-.
Una vez en el Ostara, me alejé de la multitud que pintaba huevos y decoraba los árboles con cinta de colores. Eso estaba bien para los que se conformaban con las costumbres (cadenas) de una vida aburrida. Para mí no. Gerrit Nephgerd había renacido. Ese brujo que los elfos odiaban y los brujos envidiaban había vuelto a nacer. Qué se preparasen, pues no les iba a tener misericordia con nadie. Empezando con Wittig.
-Mira,- levanto uno de los brazos de Hardy como si fuera los de un muñeco de trapo y señaló una elfa que está pintando huevos a unos diez metros de dónde estamos escondidos- allí hay una de esas niñas elfas que te gustan. No querrás que te vea así, ¿verdad que no? Debes de poner en pie-.
Me contestó con unos gargajos que, haciendo un terrible esfuerzo, podía sonar como un “capullo”. Me encanta que me llamen así.
-No te preocupes, yo te ayudaré a llamar su atención. Lo primero es ponerse erguido-.
Clavé el paladar de Wittig en una fuerte rama de pino que utilicé como gancho. Le empezó a sangrar, lentamente, la boca. Era una muerte lenta y desagradable producida por los araños de los huesos desgarrados que le hacían en el hígado y el estómago y toda la sangre que estaba perdiendo por la boca. Me recordó a los muñecos de trapo que hacía con Samhain. Ellos no se movían de una forma muy diferente a cómo lo estaba haciendo Hardy Wittig.
Mi adorno para el Ostara había sido realizado. No tenía nada mejor y, antes que de que los guardias se diesen cuenta de lo que acababa de hacer con mi excompañero, tenía que marchame de allí. Hacía años que no me sentía tan bien. Gracias a Samhain por el consejo. Al matar a Wittig me había puesto una cadena en mi cuello. Una que tenía el nombre y apellidos de todos aquellos brujos que querían vengarse por haber matado a su líder. Bien. Me sentía muy bien.
No era el único que disfrutaba de la fiesta. Los demás, se sentían igual de realizados que yo a completar sus adornos. No entendí muy bien por qué, pero me alegraba de que la gente se estuviera divirtiendo. Quería compartir mi bienestar con todos los allí presentes. Aquella noche, si tenía la suerte de pasarla junto a una buena mujer, ella sería la que más disfrutase de mi nuevo estado de ánimo.
Una mujer bestia de color verde, con alas y cuernos, era la única, en todo el Ostara, que mostraba una cara amarga. Era admirable su forma de pisar cadenas y huevos, pero vergonzosa la manera que tenía de divertirse al hacerlo. Era tan seca y amargada que no puede evitar que me recordase a Keira fingiendo estar dormida en su lado de la cama. ¿Estallaría si le dijera algo? Deseaba que lo hiciera. Después de haberme divertido con el cadáver de Wittig, todos mis músculos estaban relajados. Quería divertirme un rato de la mejor forma que sabía hacerlo.
Cuando la chica cruzó cerca de dónde yo estaba, la cogí del brazo con cierta fuerza (al suficiente para la molestar y dejar marca) y la atraje hacia mí pecho de un golpe seco.
-¿Es que no te han enseñado educación, nena? No hay que insultar a los brujos si hay alguno delante de ti.- me fijé que mi camisa estaba sucia de sangre de Wittig y me reí sonoramente ante la ironía- Aunque tengas razón con lo de sucios-.
Ofrrol La chica que señala Gerrit es Windorind. La chica bestia mariposa con cuernos es Helyare.
No lo aguantaba más. Al final, Samhain tenía razón cuando decía que yo era una bestia que disfrutaba rompiendo las cadenas que la ataban. Jamás entendí esa frase hasta este momento que me despierto en la cama de Keira y observo cómo se mantiene inmóvil. Estaba despierta. A mí no me engaña. Puedo notar su respiración fría y agitada como cada mañana. Me acerqué un poco hacia ella con tal de hacerle arder igual como lo hice durante la noche y ella se alejó un palmó de mí dándome la espalda. Confirmado: Se estaba haciendo la dormida con tal de ponerme la cadena que tanto deseaba que me pusiera. Tenía completa libertad para hacer lo que me diera la gana. Si me hubiera acercado más hacia ella mientras la atraía con un brazo hacia mi entrepierna, no me hubiera impedido empezar las mañanas cómo a mí me gustaba empezarlas.
Ninguna cadena me atrapaba. Era fácil acostumbrarse a la nueva vida. Odiaba no tener cadenas y odiaba la costumbre.
Decidí dejar a Keira durante unos meses. Necesitaba distanciarme de ella y buscar algo nuevo que tuviera la suficiente fuerza como para sacarme de la monotonía. Los más ignorantes dirían algo así como que necesitaban un reto a que enfrentarse. Idiotas. Los retos estaban sobrevalorados. Lo que yo buscaba iba más allá de cualquier cosa que nadie se hubiera atrevido a soñar. ¿Qué era? No lo sabía. Pero, si de algo estaba seguro, era que, lo que buscaba, no era un absurdo reto que me distrajera un par de días y, cuando acabase, volviera de nuevo a mi aburrida vida.
El primer viaje que realicé por mi cuenta fue a Lunargenta. Allí es dónde recibí la primera pista que me indicaba que mi abuelo, el que siempre pensé que había fallecido, seguía vivo. Al final, resultaba que era tan idiota como el resto de personas pues, buscar más de esas que me dejaba el viejo Nephgerd no era más que seguir el reto que él me propuso. No, esto no era lo que quería. Pronto me cansé de seguir investigando. Sobre la mesa de una triste y húmeda taberna de Lunargenta, dejé todos los papeles que había recogido con los muchos mensajes y enigmas que el viejo me dejó. Los abandoné al igual que abandoné a Keira en su lecho mientras se hacía la dormida.
Los días siguientes pasaron como todos los demás. Era un perro vagabundo que deseaba que le atasen con una cadena solo para luego escaparse. Samhain, de no haber muerto bajo el beso de mi martillo, se sentiría orgulloso al ver que reconocía que tenía razón. Era él quien que me comprendía mejor que nadie. Siempre lo fue, desde que éramos dos malditos enanos que soñaban con ser los vengadores de Beltrexus. Él con su escudo y yo con mi martillo. Había que vernos. Cogíamos unos trapos y les dábamos forma de espantapájaros para luego destrozarlos con nuestras armas mientras gritábamos que se muriesen todos los elfos. Era divertido. Cualquiera que nos viera por aquella época se reía y aplaudía para felicitarnos por nuestra labor. Años después, los espantapájaros se convirtieron en elfos de carne, hueso y orejas puntiagudas. Entonces, la bestia que siempre quedó dormida en mi interior, se despertó con el sonido de los Suuri al ser golpeada contra los huesos húmedos de las cabezas de los elfos. Los aplausos y las risas se incrementaron. Samhain con su escudo y yo con mi martillo matamos a más de un centenar de elfos por la simple razón que nos divertía hacerlo. Otros brujos se unieron a nuestra fiesta. Otras bestias que querían romper las cadenas de una sociedad que les apresaba con absurdas normas sociales: “Esto es lo correcto. No hagas esto. No piensos en esto. Sé bueno”. La única norma que yo seguía por aquel entonces era: Todas las reglas se habían de incumplir. (Todas las cadenas se tienen que romper).
Echaba de menos esa vida. No me había dado cuenta de cuanto la echaba de menos hasta que no me puse a recordarla. Daría lo que fuera para hacerla volver. Lo que fuera.
Respiré una buena bocanada de aire y cerré los ojos con la intención de revivir esos buenos momentos que jamás volverían. ¿O tal vez sí? Lunargenta, aunque fuera la ciudad de los humanos, atrae a un gran número de elfos. Los veo y pienso en lo fácil que sería romper sus frágiles cabecitas con un golpe de martillo. ¡Qué débiles! Al primer beso de Suuri, ya estarían suplicando entre lágrimas que les dejase marchar, con el segundo, gritarían de dolor al notar que les faltaba un considerable pedazo de cráneo y, con el tercero, se unieron a dónde cojones se encuentren sus Dioses. Eso no impediría que les siguiera golpeando con el martillo y que con cada salpicadura de sangre y hueso que rozase mis mejillas, mi polla se fuera haciendo más y más dura. Apreté los labios con fuerza y reprimí los deseos de violencia que cada vez se hacían más latentes en mi mente.
Distraído como estaba no me di cuenta que una mano me tocó el hombro. ¿Me llamó? Si lo hizo no le escuché. Mi mente estaba inmersa en los gritos que escuché años atrás. No podía oír otra cosa.
-¿Neph, eres tú?- decía el hombro de las patillas largas sin retirar su mano de mi hombro - ¡Me alegro de verte viejo amigo!-
-Hardy Wittig, sí que es cierto que hace muchos años que no te veía- le recordaba, esas patillas no eran fáciles de olvidar.
Wittig extiendo sus brazos y me atrapó en un fuerte abrazo (otra cadena) el cual, por supuesto, le correspondí por obligación. Fue casualidad que, después de estar recordando los buenos y malos tiempos de mi vida pasada, me encontrase con uno de esos brujos asesinos de elfos que se unieron al pequeño grupo que Samhain montó.
-Desde la muerte de Sam, ¿verdad?-
-Desde la muerte del folla-elfos Samhain- le corregí con una sonrisa socarrona.
-¡Vamos, no seas tan cruel! Todos hemos follado alguna vez con una de esas pequeñas elfas. Parecen que tengan siete años y, en realidad, tienen más años que tú y yo juntos- Wittig era uno de esos idiotas que se creía todas las mentiras que se contaban acerca de los elfos. Tan idiota que pensaba que no era pedofilia si una niña de cinco años tenía quinientos. ¿Niñas de quinientos años? Solo Wittig se creería algo así. –Peor hubiera sido si Samhain, además de enamorarse de una elfita, nos hubiera traicionado. ¿No es así?-
En la sonrisa que hizo Hardy Wittig se encontraba lo que había estado buscando todo este tiempo. La mala vida de los buenos tiempos volvió justo en ese momento que, indirectamente, me estaba acusando de traidor mientras se llevaba su mano izquierda a la empuñadura de su espada. Ya era hora que me encontrasen los perdidos siervos de Samhain. Y yo que pensaba que habrían olvidado que maté a su líder a golpes de martillo y que cuando ocupé su puesto destruí el clan desde dentro. Malos tiempos. Buenos tiempos. Nuevas cadenas de romper.
Antes de que Wittig hiciera ningún movimiento, le lance una descarga con mi mano izquierda mientras con derecha cogía a Suuri y le golpeaba el estómago. Sangre y bilis salieron de su boca ensuaciendo toda mi camisa.
-Eres un asqueroso cerdo, Wittig.- me burlé del cuerpo de mi excompañero mientras estaba en el suelo inmóvil, pero consciente.- Siempre lo fuiste-.
Suuri, mi verdadero amor que había olvidado, besó el estómago de Wittig. Se escuchó un fuerte crack. Conocía muy bien ese sonido: Las costillas del brujo se habían roto. Le lancé otra descarga para que siguiera paralizado y no gritase. Lo quería vivo. Me iba a divertir con él. Ya que los restos de Samhain me habían encontrado, me iba divertir con ellos. Uno a uno, irían cayendo como lo hicieron los elfos que una vez hubieran muerto.
Cogí el cuerpo de Wittig al hombro. Cualquiera que me viera pensaría que estaría cargando a un colega que había bebido demasiado hidromiel. Entre los vómitos y los espasmos que hacía, no era nada difícil hacerlo pasar por un ebrio patán.
-Ya estamos llegando, falta muy poquito-.
Una vez en el Ostara, me alejé de la multitud que pintaba huevos y decoraba los árboles con cinta de colores. Eso estaba bien para los que se conformaban con las costumbres (cadenas) de una vida aburrida. Para mí no. Gerrit Nephgerd había renacido. Ese brujo que los elfos odiaban y los brujos envidiaban había vuelto a nacer. Qué se preparasen, pues no les iba a tener misericordia con nadie. Empezando con Wittig.
-Mira,- levanto uno de los brazos de Hardy como si fuera los de un muñeco de trapo y señaló una elfa que está pintando huevos a unos diez metros de dónde estamos escondidos- allí hay una de esas niñas elfas que te gustan. No querrás que te vea así, ¿verdad que no? Debes de poner en pie-.
Me contestó con unos gargajos que, haciendo un terrible esfuerzo, podía sonar como un “capullo”. Me encanta que me llamen así.
-No te preocupes, yo te ayudaré a llamar su atención. Lo primero es ponerse erguido-.
Clavé el paladar de Wittig en una fuerte rama de pino que utilicé como gancho. Le empezó a sangrar, lentamente, la boca. Era una muerte lenta y desagradable producida por los araños de los huesos desgarrados que le hacían en el hígado y el estómago y toda la sangre que estaba perdiendo por la boca. Me recordó a los muñecos de trapo que hacía con Samhain. Ellos no se movían de una forma muy diferente a cómo lo estaba haciendo Hardy Wittig.
Mi adorno para el Ostara había sido realizado. No tenía nada mejor y, antes que de que los guardias se diesen cuenta de lo que acababa de hacer con mi excompañero, tenía que marchame de allí. Hacía años que no me sentía tan bien. Gracias a Samhain por el consejo. Al matar a Wittig me había puesto una cadena en mi cuello. Una que tenía el nombre y apellidos de todos aquellos brujos que querían vengarse por haber matado a su líder. Bien. Me sentía muy bien.
No era el único que disfrutaba de la fiesta. Los demás, se sentían igual de realizados que yo a completar sus adornos. No entendí muy bien por qué, pero me alegraba de que la gente se estuviera divirtiendo. Quería compartir mi bienestar con todos los allí presentes. Aquella noche, si tenía la suerte de pasarla junto a una buena mujer, ella sería la que más disfrutase de mi nuevo estado de ánimo.
Una mujer bestia de color verde, con alas y cuernos, era la única, en todo el Ostara, que mostraba una cara amarga. Era admirable su forma de pisar cadenas y huevos, pero vergonzosa la manera que tenía de divertirse al hacerlo. Era tan seca y amargada que no puede evitar que me recordase a Keira fingiendo estar dormida en su lado de la cama. ¿Estallaría si le dijera algo? Deseaba que lo hiciera. Después de haberme divertido con el cadáver de Wittig, todos mis músculos estaban relajados. Quería divertirme un rato de la mejor forma que sabía hacerlo.
Cuando la chica cruzó cerca de dónde yo estaba, la cogí del brazo con cierta fuerza (al suficiente para la molestar y dejar marca) y la atraje hacia mí pecho de un golpe seco.
-¿Es que no te han enseñado educación, nena? No hay que insultar a los brujos si hay alguno delante de ti.- me fijé que mi camisa estaba sucia de sangre de Wittig y me reí sonoramente ante la ironía- Aunque tengas razón con lo de sucios-.
Ofrrol La chica que señala Gerrit es Windorind. La chica bestia mariposa con cuernos es Helyare.
Gerrit Nephgerd
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Me había costado convencer a mis compañeros de gremio para que viniesen conmigo al Ostara, la pascua de Aerandir. Mi hermano había sido el único dispuesto a acompañarme. Pero aún así necesitaba los días de permiso para poder salir de Beltrexus. De modo que tuve que solicitar el permiso a las flamantes maestras cazadoras, mis nuevas jefas en el gremio. A Madame Harrowmont ni siquiera se lo pregunté, no tenía confianza con ella y a pesar de que era tan fría como Madame Boisson, tenía más esperanza en que ésta última fuese algo más receptiva, a fin de cuentas, mi hermano y ella tenían una extraña amistad.
Jules finalmente consiguió convencerla no sólo para que nos permitiese ir… ¡Sino para que nos acompañara! Pero a Huracán no parecían gustarle demasiado las fiestas. Su rostro serio cambió a enfadado en cuanto puso un pie en aquel bosquecillo apartado a las afueras de Lunargenta. - ¿Por qué está enfadada? – pregunté a Jules en voz baja. – Lo que habría que preguntarse es cuando no lo está. – susurró el brujo, tratando de hacerse el interesante.
Nada más ver aquel lugar repleto de gente tan agradable. Anastasia se detuvo a hablar con la profesora Meitner, de la academia tensái, sobre la que Jules rápidamente me dio información. No hice mucho caso, me agarraba al brazo de Jules, mirando con ilusión la pascua. ¡Yo también quería pintar un huevo! ¿Por qué lo hacían? No me importaba. Era tan bonito… Pero entonces me llevé las manos a la boca. ¡Me faltaba algo! Lo más importante. ¡El huevo! Nadie me dejaría el suyo para pintarlo. Habíamos ido hasta allí… para nada.
-Jules, no tenemos huevos para pintar. – le dije a Jules. Que puso cara de circunstancias ante la falta de nuestro huevo de pascua.
-¡Joder! Pues nos falta lo más importante. – se quejó el brujo. – En fin… Habrá que buscar un apaño. Aunque no seamos ingenieros. – resopló, y comenzó a mirar a su alrededor, puso entonces su vista en la faltriquera de Huracán - Pequeña Rachel. Ahora te consigo yo uno. – rió el brujo. ¿por qué reía con esa sonrisa maliciosa? ¿Qué planeaba mi hermano?
Menos mal que no planeó nada perverso. Simplemente se agachó y abrió la faltriquera de Anastasia Boisson, que se encontraba entretenida hablando con la profesora Meitner, y entonces vi como la bruja llevaba huevos de pascua de diferentes colores. Rojo. Amarillo... Increíble. ¡Huracán llevaba una faltriquera con huevos! - ¡Huracán ha traído huevos de pascua! ¡Huracán ha traído huevos de pascua! – grité a los cuatro vientos, alzando los brazos. Feliz. - ¿Cómo podemos tener una maestra cazadora tan atenta y buena? – sería la última de quien me lo esperaría.
-Calla, calla, hermanita. Tampoco lo promulgues a los cuatro vientos. – respondió Jules, entregándome una especie de huevo… curioso. Tenía forma de cabeza de gárgola que parecía sacada de la catedral de Sacrestic Ville.
-Pero Jules… Esto no es un huevo. – repliqué. Mostrándosela.
-Anda, ve a pintarla por ahí, y corre antes de que Huracán sepa que le he robado su huevo para dártelo a ti. – me ordenó, y así me agarré los faldones, me di la vuelta y corriendo con la cabeza de gárgola en la mano me dirigí a donde todo el mundo estaba pintando los huevos.
-¡Qué bonitos te han quedado! – le dije a la elfa de pelo corto, que pintaba los huevos con una niña. - ¿Me enseñas a pintar a mí así de bien? – le pregunté con una sonrisa. Lo hiciese o no, yo terminaría tratando de pintar mi huevo. Así, tomé con decisión las témperas, y tras no saber cómo funcionaba de primeras un pincel, comencé a pintar el ovoide con suma delicadeza. Rompí unos cuantos antes de coger perfectamente la técnica, pero NIA no me ayudaba en nada a ello.
¡Qué bonito me había quedado el huevo! ¡Precioso! Era tan bonito. Aunque tuviese colmillos de gárgola. Lo coloqué cuidadosamente en una caja junto a los demás niños, pero no duraría allí ni un segundo, pues pronto apareció una especie de elfa mariposa y pateó la cesta en la que había depositado mi obra de arte. Rompiendo por completo todas las creaciones, excepto la mía, que se había mantenido ilesa en estructura… pero no en pintura. La pintura se había corrido por completo. Los niños se ponían a llorar, y yo me arrodillé con miedo en torno a él, temiendo tocar mal el huevo de Anastasia y terminar por rompérselo.
-Mi… mi huevo. – y comencé a llorar, entristecida. – Me has desteñido el huevo… - alcé la vista para mirar a la mujer. - ¿Por qué? – le lloré - ¿Por qué lo has hecho? – pregunté sollozante.
Un nuevo hombre apareció para tomarla del brazo y reprenderla. Era un chico fuerte e imponente. Rubio y de ojos azules. Aún de rodillas, la voz de la maestra cazadora y Jules rápidamente aparecieron.
-¿Te diviertes rompiéndole los huevos a los niños? – le preguntó Huracán, que rápidamente reconoció sus rasgos a pesar de su aspecto. – No eras tan valiente en Vulwulfar, cuando estabas de rodillas y corriendo con el rabo entre las piernas. Siempre abusando de los pequeños. ¿Por qué no te metes conmigo? ¿O vas a salir corriendo como la otra vez? – le estaban echando un rapapolvos tremendo, hasta tres brujos le estaban recriminando su actuación. Mi hermano incluido.
-Joder elfilla, si no estás presa andan buscándote. – aportó un sonriente Jules, que pronto percibió la presencia de Neph. - ¡Hombre! Si es mi buen amigo Neph, el apasionado bribón de Lunargenta. - yendo de enrollado, dándole un amistoso un golpe en el hombro.
Estaban ignorándome. Y eso no me gustaba nada. ¿Por qué se centran en la culpable y no en la víctima? Oséase, yo. Estaba triste. Nadie se preocupaba porque mi huevo se hubiese desteñido. Me levanté con él en la mano, entristecida, y, encogida de hombros, me retiré a un lugar perdido en el bosque, donde pudiese reflexionar con tranquilidad sobre lo sucedido. Mi bonito huevo de pascua ya no podría adornar el Ostara.
Me dirigí a la mesa central, jugando con el huevo, lanzándolo al aire, a la mano. - ¿Para qué lo quiero ya, NIA? – pregunté a la inteligencia. “Su estado actual es inservible”, contestó la Doppleganger. – Entonces… ¿Qué hago con él? – pregunté de nuevo en voz alta. Cualquiera que me escuchase pensaría que hablaba sola. “Recomiendo proceder a su eliminación”. – Tienes razón. ¿A quién le importa un huevo de pascua? – me dije a mí misma.
Así, con decisión, miré la cabeza de gárgola por última vez, y me fijé que tenía una especie de anilla en la cabeza. – Qué huevo más raro… - dije con inocencia mirando a mi descolorido huevo, quité la anilla y miré por el agujero. Había un pequeño liquidito que se había juntado con otro. - ¿Qué es esto? – pregunté. “Los sensores detectan un aumento de temperatura en la mano derecha”, advirtió NIA, y, asustada. - ¡Ay! – tomé el huevo e instintivamente lo lancé con todas mis fuerzas contra el centro de la mesa donde se encontraba toda la comida, pero en la que aún no había nadie… por fortuna.
Nada más impactar, una explosión reventó por completo la mesa y todo lo que había unos quince metros a la redonda. La onda expansiva fue tal que haría salir por los aires a más de uno. Mataría animalitos que trataban de adelantarse al banquete. La gente comenzó a chillar y a huir. Los niños a llorar. ¡Aquella explosión se había oído hasta en la ciudad! Y por instantes me dejó un poco sorda, aunque rápidamente recuperé la capacidad auditiva.
En cualquier caso, el caos se desató en el Ostara con la explosión, y yo, sintiéndome culpable, volví a caer de rodillas en el suelo, agarrando con mis manos parte de la hierba. El fuego comenzó a invadir los bosques cercanos y un enorme incendio cubría ahora la plaza.
-¡Pero qué coño! – gritó Jules. Ellos se encontraban en un grupo. Pero alcanzaron a ver cómo una inmensa seta de humo salía del epicentro donde había caído el huevo.
-¿Qué demonios ha pasado? – preguntó Huracán, llegando hasta mi posición. - ¿Pero qué has hecho Rachel?
-Yo… ha… ha sido el huevo. – respondí, señalando el incendio y el caos.
Off1: Utilizo habilidad "Bombardera" de Huracán (Gray Mortem)
Off2: Master Sigel me dio libertad.
Offl3: Michael Bay patrocina este post.
Jules finalmente consiguió convencerla no sólo para que nos permitiese ir… ¡Sino para que nos acompañara! Pero a Huracán no parecían gustarle demasiado las fiestas. Su rostro serio cambió a enfadado en cuanto puso un pie en aquel bosquecillo apartado a las afueras de Lunargenta. - ¿Por qué está enfadada? – pregunté a Jules en voz baja. – Lo que habría que preguntarse es cuando no lo está. – susurró el brujo, tratando de hacerse el interesante.
Nada más ver aquel lugar repleto de gente tan agradable. Anastasia se detuvo a hablar con la profesora Meitner, de la academia tensái, sobre la que Jules rápidamente me dio información. No hice mucho caso, me agarraba al brazo de Jules, mirando con ilusión la pascua. ¡Yo también quería pintar un huevo! ¿Por qué lo hacían? No me importaba. Era tan bonito… Pero entonces me llevé las manos a la boca. ¡Me faltaba algo! Lo más importante. ¡El huevo! Nadie me dejaría el suyo para pintarlo. Habíamos ido hasta allí… para nada.
-Jules, no tenemos huevos para pintar. – le dije a Jules. Que puso cara de circunstancias ante la falta de nuestro huevo de pascua.
-¡Joder! Pues nos falta lo más importante. – se quejó el brujo. – En fin… Habrá que buscar un apaño. Aunque no seamos ingenieros. – resopló, y comenzó a mirar a su alrededor, puso entonces su vista en la faltriquera de Huracán - Pequeña Rachel. Ahora te consigo yo uno. – rió el brujo. ¿por qué reía con esa sonrisa maliciosa? ¿Qué planeaba mi hermano?
Menos mal que no planeó nada perverso. Simplemente se agachó y abrió la faltriquera de Anastasia Boisson, que se encontraba entretenida hablando con la profesora Meitner, y entonces vi como la bruja llevaba huevos de pascua de diferentes colores. Rojo. Amarillo... Increíble. ¡Huracán llevaba una faltriquera con huevos! - ¡Huracán ha traído huevos de pascua! ¡Huracán ha traído huevos de pascua! – grité a los cuatro vientos, alzando los brazos. Feliz. - ¿Cómo podemos tener una maestra cazadora tan atenta y buena? – sería la última de quien me lo esperaría.
-Calla, calla, hermanita. Tampoco lo promulgues a los cuatro vientos. – respondió Jules, entregándome una especie de huevo… curioso. Tenía forma de cabeza de gárgola que parecía sacada de la catedral de Sacrestic Ville.
-Pero Jules… Esto no es un huevo. – repliqué. Mostrándosela.
-Anda, ve a pintarla por ahí, y corre antes de que Huracán sepa que le he robado su huevo para dártelo a ti. – me ordenó, y así me agarré los faldones, me di la vuelta y corriendo con la cabeza de gárgola en la mano me dirigí a donde todo el mundo estaba pintando los huevos.
-¡Qué bonitos te han quedado! – le dije a la elfa de pelo corto, que pintaba los huevos con una niña. - ¿Me enseñas a pintar a mí así de bien? – le pregunté con una sonrisa. Lo hiciese o no, yo terminaría tratando de pintar mi huevo. Así, tomé con decisión las témperas, y tras no saber cómo funcionaba de primeras un pincel, comencé a pintar el ovoide con suma delicadeza. Rompí unos cuantos antes de coger perfectamente la técnica, pero NIA no me ayudaba en nada a ello.
¡Qué bonito me había quedado el huevo! ¡Precioso! Era tan bonito. Aunque tuviese colmillos de gárgola. Lo coloqué cuidadosamente en una caja junto a los demás niños, pero no duraría allí ni un segundo, pues pronto apareció una especie de elfa mariposa y pateó la cesta en la que había depositado mi obra de arte. Rompiendo por completo todas las creaciones, excepto la mía, que se había mantenido ilesa en estructura… pero no en pintura. La pintura se había corrido por completo. Los niños se ponían a llorar, y yo me arrodillé con miedo en torno a él, temiendo tocar mal el huevo de Anastasia y terminar por rompérselo.
-Mi… mi huevo. – y comencé a llorar, entristecida. – Me has desteñido el huevo… - alcé la vista para mirar a la mujer. - ¿Por qué? – le lloré - ¿Por qué lo has hecho? – pregunté sollozante.
Un nuevo hombre apareció para tomarla del brazo y reprenderla. Era un chico fuerte e imponente. Rubio y de ojos azules. Aún de rodillas, la voz de la maestra cazadora y Jules rápidamente aparecieron.
-¿Te diviertes rompiéndole los huevos a los niños? – le preguntó Huracán, que rápidamente reconoció sus rasgos a pesar de su aspecto. – No eras tan valiente en Vulwulfar, cuando estabas de rodillas y corriendo con el rabo entre las piernas. Siempre abusando de los pequeños. ¿Por qué no te metes conmigo? ¿O vas a salir corriendo como la otra vez? – le estaban echando un rapapolvos tremendo, hasta tres brujos le estaban recriminando su actuación. Mi hermano incluido.
-Joder elfilla, si no estás presa andan buscándote. – aportó un sonriente Jules, que pronto percibió la presencia de Neph. - ¡Hombre! Si es mi buen amigo Neph, el apasionado bribón de Lunargenta. - yendo de enrollado, dándole un amistoso un golpe en el hombro.
Estaban ignorándome. Y eso no me gustaba nada. ¿Por qué se centran en la culpable y no en la víctima? Oséase, yo. Estaba triste. Nadie se preocupaba porque mi huevo se hubiese desteñido. Me levanté con él en la mano, entristecida, y, encogida de hombros, me retiré a un lugar perdido en el bosque, donde pudiese reflexionar con tranquilidad sobre lo sucedido. Mi bonito huevo de pascua ya no podría adornar el Ostara.
Me dirigí a la mesa central, jugando con el huevo, lanzándolo al aire, a la mano. - ¿Para qué lo quiero ya, NIA? – pregunté a la inteligencia. “Su estado actual es inservible”, contestó la Doppleganger. – Entonces… ¿Qué hago con él? – pregunté de nuevo en voz alta. Cualquiera que me escuchase pensaría que hablaba sola. “Recomiendo proceder a su eliminación”. – Tienes razón. ¿A quién le importa un huevo de pascua? – me dije a mí misma.
Así, con decisión, miré la cabeza de gárgola por última vez, y me fijé que tenía una especie de anilla en la cabeza. – Qué huevo más raro… - dije con inocencia mirando a mi descolorido huevo, quité la anilla y miré por el agujero. Había un pequeño liquidito que se había juntado con otro. - ¿Qué es esto? – pregunté. “Los sensores detectan un aumento de temperatura en la mano derecha”, advirtió NIA, y, asustada. - ¡Ay! – tomé el huevo e instintivamente lo lancé con todas mis fuerzas contra el centro de la mesa donde se encontraba toda la comida, pero en la que aún no había nadie… por fortuna.
Nada más impactar, una explosión reventó por completo la mesa y todo lo que había unos quince metros a la redonda. La onda expansiva fue tal que haría salir por los aires a más de uno. Mataría animalitos que trataban de adelantarse al banquete. La gente comenzó a chillar y a huir. Los niños a llorar. ¡Aquella explosión se había oído hasta en la ciudad! Y por instantes me dejó un poco sorda, aunque rápidamente recuperé la capacidad auditiva.
En cualquier caso, el caos se desató en el Ostara con la explosión, y yo, sintiéndome culpable, volví a caer de rodillas en el suelo, agarrando con mis manos parte de la hierba. El fuego comenzó a invadir los bosques cercanos y un enorme incendio cubría ahora la plaza.
-¡Pero qué coño! – gritó Jules. Ellos se encontraban en un grupo. Pero alcanzaron a ver cómo una inmensa seta de humo salía del epicentro donde había caído el huevo.
-¿Qué demonios ha pasado? – preguntó Huracán, llegando hasta mi posición. - ¿Pero qué has hecho Rachel?
-Yo… ha… ha sido el huevo. – respondí, señalando el incendio y el caos.
- Decoración de Rachel para la pascua:
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Rachel Roche
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Recuperación tras el naufragio
Cuando volví a recuperar la consciencia, estaba tumbada en una cama de piedras. Todas rodadas. Sus cantos pulidos por el mar habían encontrado la mejor forma de fusionarse con mi lomo. A pesar de todo estoy cómoda. Sarna con gusto no pica.
Respiro y tomo conscienca de mí.
Un leve resquemor me impide abrir los ojos por el agua que me recorre los párpados. Bajo ellos siento el roce de la arena. Solo espero no haberme roto nada.
Envío una orden a mi cuerpo para saber cuánto de mí sigue siendo mío. Siento cómo se activan los músculos y cómo se tensan los tendones hasta la punta de los dedos. Ahora intento no pensar en huesos astillados ni carne machacada.
Fallo.
Lo bueno es que sigo entera. El siguiente paso es mover mi cuerpo. Inspiro. Auno esfuerzos para que se mueva al mismo tiempo y trato de incorporarme. Un calambre me dobla por la mitad y un relámpago me truena por dentro. Las piedras reacomodan mi costillar.
Expiro.
Necesito más tiempo.
Comienzo a sentir el calor y sé que sale el sol. También el frío, y sé que hay nubes. No llevo casaca. Aparece el dolor.
Es algo bueno. Si el cuerpo no te doliese después de toda esta mierda, tienes un problema. Así que reza porque te duela. El dolor es como una alarma para el cuerpo, tan relevante como para que le diera igual cualquier cosa que estuvieras haciendo en ese momento: “Eh, perdona que te moleste pero algo se va a tomar por el culo en tu cuerpo. Échale un ojo”. Cuanto peor sea tu lesión, mayor habría de ser el dolor.
A lo que te avisa lo llamamos nervios.
Los cachorros lloran para mamar, los nervios te dan un toque para sobrevivir.
Si no hay dolor, no hay remedio. Y estás jodida. Estar jodida es como si estuvieras durmiendo en un castillo y no sonara la campana de incendios porque el vigilante estuviera borracho. Morirías por inhalar los humos negros. Mi hermana Layla decía que era una muerte dulce, pero que una muerte no dejaba de ser una muerte. Y la muerte no deja de ser una cagada. El fuego quemaría los rastrojos inconscientes de ti si no hubiera campanas. Ni te enterarías. Así que hazme caso cuando te digo que el dolor es bueno. Cierra los ojos, respira, concéntrate y busca cualquier indicio de dolor. Hazme caso, en serio, recorre los tejidos de tu brazo y penetra por el músculo hasta el hueso. Baja ahora hasta las piernas, repara en las rodillas, hazte una con tus nervios, ahora los tobillos. Ya morirás otro día.
No hay nada peor que quedarse sin cuerpo.
Inspiro y vuelvo a ser más consciente de ello. El susurro lejano de las olas del mar me sirve de base para sincronizar mi respiración y los latidos del corazón. Cuanto más respire, más aire llegará a mis músculos y mi cerebro. Cuanto más respire mejor podré moverme y pensar.
Estoy lista.
Repito lo mismo y el dolor me muerde las articulaciones por dentro como cientos de hormigas de fuego. Apreto los dientes y me ladeo para no levantar el peso de mi cuerpo con la espalda. El dolor sigue ahí, como la hoja de un cuchillo doblada entre los riñones, vuelven los truenos y las manchas de colores en mis ojos.
Trato de no pensar en huesos rotos ni miembros dislocados.
Vuelvo a fallar.
Controlo los esfínteres.
Apoyo las rodillas entre el vacío de las piedras y las piernas me dan gritos de dolor. Apoyo las palmas de las manos para no volver a caerme. Sobre mis hombros se derrama la melena negra con un abrazo húmedo. Tengo que poner en orden mi cuerpo si quiero salir viva.
Empiezo.
Un espasmo desde el vientre hace que todo el contenido llegue hasta mi boca, desde el rincón más oscuro de mi estómago. Todo es sal y agua que se desparrama caliente debajo de mí. Tengo los ojos llorosos y las narices goteando, pero el dolor es bueno. Ahora veo mejor y tengo las narices destaponadas. Otro espasmo involuntario me tensa todo el cuerpo para echar las últimas gotas de bilis.
Vuelvo a respirar.
Me llevo las manos a las orejas para ver que no las tengo metidas en caracolas. Mi hermano Myru me dijo una vez que las caracolas no imitaban el sonido del mar, que era la sangre corriendo por las pequeñas venas lo que oíamos. Sitios de resonancia los llamó. No sé si estaba o no equivocado. Imagino hilillos de sangre por dentro de mis orejas. Agito la cabeza y una lenta gota de agua mana lentamente de su interior.
Mis brazos y mis piernas me avisan que no les meta demasiada presión.
Noto las formas de las piedras cuando poso el pie buscando una superficie plana. Hago lo mismo con el otro. Inspiro. Me doy cuenta de que voy descalza. Me levanto y trato de guardar el equilibrio.
Mi tobillo izquierdo se queja de que no le demuestro cuánto lo quiero.
Veo nada más un madero varado en tierra por la marea entre un brillo blanco infinito. Ahora este es mi nuevo único amigo. Cada paso que doy es un desafío de equilibristas de corte. Voy a tientas ante la incapacidad de usar los ojos sin deslumbrarme. Solo deseo no estar en un farallón.
La cabeza me da vueltas y no sé si voy al norte o al sur, o en círculos. De todas maneras, ya estoy de pie, ahora tengo que
decírselo a mi cabeza. Mama me dijo que la mente gobierna el cuerpo, y este obedece. La mente se gobierna a sí misma. Si algo opone resistencia, empieza por ganarle la batalla dentro de tu cabeza.
Inmóvil, identifico mis miedos más directos y los aislo. Inspiro tres veces para desencadenar una serie de respuestas fisiológicas. El entrenamiento de una guerrera no es solo empuñar una espada, cualquiera puede afilar un trozo de metal. Ajusto mi conciencia y entro en un estado de prendimiento flotante. Soy una hoja en la brisa de verano. Dilatación basal. Concienciación intencional. La integridad del cuerpo depende del control nervioso-sanguíeno, perceptivo a las necesidades de cada una de las partes que lo componen por dentro y por fuera. No somos materia eterna, por eso luchamos por permanecer.
No estoy en un farallón.
Respiro y tomo conscienca de mí.
Un leve resquemor me impide abrir los ojos por el agua que me recorre los párpados. Bajo ellos siento el roce de la arena. Solo espero no haberme roto nada.
Envío una orden a mi cuerpo para saber cuánto de mí sigue siendo mío. Siento cómo se activan los músculos y cómo se tensan los tendones hasta la punta de los dedos. Ahora intento no pensar en huesos astillados ni carne machacada.
Fallo.
Lo bueno es que sigo entera. El siguiente paso es mover mi cuerpo. Inspiro. Auno esfuerzos para que se mueva al mismo tiempo y trato de incorporarme. Un calambre me dobla por la mitad y un relámpago me truena por dentro. Las piedras reacomodan mi costillar.
Expiro.
Necesito más tiempo.
Comienzo a sentir el calor y sé que sale el sol. También el frío, y sé que hay nubes. No llevo casaca. Aparece el dolor.
Es algo bueno. Si el cuerpo no te doliese después de toda esta mierda, tienes un problema. Así que reza porque te duela. El dolor es como una alarma para el cuerpo, tan relevante como para que le diera igual cualquier cosa que estuvieras haciendo en ese momento: “Eh, perdona que te moleste pero algo se va a tomar por el culo en tu cuerpo. Échale un ojo”. Cuanto peor sea tu lesión, mayor habría de ser el dolor.
A lo que te avisa lo llamamos nervios.
Los cachorros lloran para mamar, los nervios te dan un toque para sobrevivir.
Si no hay dolor, no hay remedio. Y estás jodida. Estar jodida es como si estuvieras durmiendo en un castillo y no sonara la campana de incendios porque el vigilante estuviera borracho. Morirías por inhalar los humos negros. Mi hermana Layla decía que era una muerte dulce, pero que una muerte no dejaba de ser una muerte. Y la muerte no deja de ser una cagada. El fuego quemaría los rastrojos inconscientes de ti si no hubiera campanas. Ni te enterarías. Así que hazme caso cuando te digo que el dolor es bueno. Cierra los ojos, respira, concéntrate y busca cualquier indicio de dolor. Hazme caso, en serio, recorre los tejidos de tu brazo y penetra por el músculo hasta el hueso. Baja ahora hasta las piernas, repara en las rodillas, hazte una con tus nervios, ahora los tobillos. Ya morirás otro día.
No hay nada peor que quedarse sin cuerpo.
Inspiro y vuelvo a ser más consciente de ello. El susurro lejano de las olas del mar me sirve de base para sincronizar mi respiración y los latidos del corazón. Cuanto más respire, más aire llegará a mis músculos y mi cerebro. Cuanto más respire mejor podré moverme y pensar.
Estoy lista.
Repito lo mismo y el dolor me muerde las articulaciones por dentro como cientos de hormigas de fuego. Apreto los dientes y me ladeo para no levantar el peso de mi cuerpo con la espalda. El dolor sigue ahí, como la hoja de un cuchillo doblada entre los riñones, vuelven los truenos y las manchas de colores en mis ojos.
Trato de no pensar en huesos rotos ni miembros dislocados.
Vuelvo a fallar.
Controlo los esfínteres.
Apoyo las rodillas entre el vacío de las piedras y las piernas me dan gritos de dolor. Apoyo las palmas de las manos para no volver a caerme. Sobre mis hombros se derrama la melena negra con un abrazo húmedo. Tengo que poner en orden mi cuerpo si quiero salir viva.
Empiezo.
Un espasmo desde el vientre hace que todo el contenido llegue hasta mi boca, desde el rincón más oscuro de mi estómago. Todo es sal y agua que se desparrama caliente debajo de mí. Tengo los ojos llorosos y las narices goteando, pero el dolor es bueno. Ahora veo mejor y tengo las narices destaponadas. Otro espasmo involuntario me tensa todo el cuerpo para echar las últimas gotas de bilis.
Vuelvo a respirar.
Me llevo las manos a las orejas para ver que no las tengo metidas en caracolas. Mi hermano Myru me dijo una vez que las caracolas no imitaban el sonido del mar, que era la sangre corriendo por las pequeñas venas lo que oíamos. Sitios de resonancia los llamó. No sé si estaba o no equivocado. Imagino hilillos de sangre por dentro de mis orejas. Agito la cabeza y una lenta gota de agua mana lentamente de su interior.
Mis brazos y mis piernas me avisan que no les meta demasiada presión.
Noto las formas de las piedras cuando poso el pie buscando una superficie plana. Hago lo mismo con el otro. Inspiro. Me doy cuenta de que voy descalza. Me levanto y trato de guardar el equilibrio.
Mi tobillo izquierdo se queja de que no le demuestro cuánto lo quiero.
Veo nada más un madero varado en tierra por la marea entre un brillo blanco infinito. Ahora este es mi nuevo único amigo. Cada paso que doy es un desafío de equilibristas de corte. Voy a tientas ante la incapacidad de usar los ojos sin deslumbrarme. Solo deseo no estar en un farallón.
La cabeza me da vueltas y no sé si voy al norte o al sur, o en círculos. De todas maneras, ya estoy de pie, ahora tengo que
decírselo a mi cabeza. Mama me dijo que la mente gobierna el cuerpo, y este obedece. La mente se gobierna a sí misma. Si algo opone resistencia, empieza por ganarle la batalla dentro de tu cabeza.
Inmóvil, identifico mis miedos más directos y los aislo. Inspiro tres veces para desencadenar una serie de respuestas fisiológicas. El entrenamiento de una guerrera no es solo empuñar una espada, cualquiera puede afilar un trozo de metal. Ajusto mi conciencia y entro en un estado de prendimiento flotante. Soy una hoja en la brisa de verano. Dilatación basal. Concienciación intencional. La integridad del cuerpo depende del control nervioso-sanguíeno, perceptivo a las necesidades de cada una de las partes que lo componen por dentro y por fuera. No somos materia eterna, por eso luchamos por permanecer.
No estoy en un farallón.
Ástyr
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
No estaba muy segura de por qué, pero había pasado ya un tiempo y me empezaba a sentir sola. Siempre había estado sola, pero nunca me había sentido así, realmente no me importaba, estaba claro que me sabía defender bastante bien sin ayuda de otras personas; pero la compañía que me había hecho Dendrei en épocas románticas me había gustado.
Por circunstancias de la vida, o incluso por miedo a perder mi independencia nos habíamos alejado; yo me había ido a resolver unos asuntos en el norte para dispersar mi mente y luego me devolví a Lunargenta para acostumbrarme otra vez a mi rutina.
Varios días estuve mirando mi collar de unión, y de a ratos pensaba en dónde podría encontrarse mi papá; luego me venía a la cabeza la ultima vez que lo vi, y eso luego me llevaba a pensar otra vez en el jaguar que me hacía muy buena compañía. Estaba empezando a frustrarme, no se suponía que tuviese que estar todo el tiempo pensando en una compañía; necesitaba recobrar mi independencia y mi indiferencia ante los demás.
Había pasado días ocupados, pero llegó a mis oídos la invitación de la celebración del día de Ostara, un evento muy colorido y alegre que seguramente podría sacarme de la cabeza la tonta idea de que estaba sola. Tenía que intentarlo; a lo mejor con la presencia de otras personas podría crear amistades que me ayudaran a no pensar todo el tiempo en el jaguar, al fin y al cabo él sólo era otro amigo más.
Como iba a ir al bosque decidí ponerme unos pantalones cómodos, un suéter color vino tinto y dejar mi cabello despeinado. Me coloqué unas cuantas esencias de flores que había recolectado y perfumé también a Pelusa para estar listos para salir. Dejé todo mi armamento en casa y sólo me lleve unos cuantos aeros por si los necesitaba en algún momento.
Salí con la esperanza de encontrar cosas hermosas en aquella celebración, colores vivos que me inspiraran, personas felices que disfrutaran de sus vidas y eso me diera suficiente energía como para olvidarme de mi soledad. Pero en cuanto llegué a las afueras de la ciudad, en el bosque en donde se realizaba dicha celebración me encontré con … Sí, muchos colores y diversión, pero mi visión se concentró en unas cuantas personas que al parecer estaban haciendo todo lo contrario.
Fui a la celebración con la idea de llenar mi vida de alegría pero mi cerebro sólo se concentraba en aquellas personas que rompían huevos, generaban explosiones y buscaban con todo su ser marchitar con su amargura todo lo bonito que Ostara significaba para los brujos.
Mire con un poco de desilusión a Pelusa y me lancé sobre la húmeda grama para observar el cielo y encontrar un poco de paz en las nubes. Estiré mi cuerpo y me dispuse a observar el anochecer; el sol se ocultaba lentamente; al menos sentía que el viaje no había sido en vano.
-¡¡Auh!!- exclamé con mucho dolor en cuanto sentí que alguien me había pisado el cabello. Me senté de inmediato y estaba apunto de gritarle a la persona que lo había hecho, pero se trataba de una niña más pequeña que yo.
-Disculpa- dijo la chiquilla muy preocupada -Estaba corriendo y no te vi-
Me sobé un poco la cabeza y observé que la pequeña traía consigo una enorme vela de color morado y con una decoración muy linda.
-No te preocupes- le dije con mucha sinceridad -¿Qué estás haciendo?- le pregunté con curiosidad.
-Estaba buscando esta vela, unos amigos y yo estamos organizando unas decoraciones a lo grande. ¿Quieres venir?- dijo con mucho entusiasmo.
Yo no pude evitar esbozar una sonrisa, levantarme de donde me encontraba y correr tras la otra niña para saber de lo que se trataba.
Era un grupo medio grande de niños de todas las edades con sus padres ayudándolos a decorar velas y huevos. A un lado había una mesa larga con varias galletas de formitas y había un conejo gigante hecho de chocolate.
-¡¡¡¡Lo quieroooo!!!!- pensé llevando mis dos manos a la boca por la impresión de encontrar un dulce tan grande y tan rico. -Necesito ese chocolate… ¡si no lo obtengo moriré!- pensé decidida a cortarme las venas con lechuga si no podía comerme a ese conejo.
Volteé a ver si alguno de los otros niños tenía la misma intención que la mía, pero al parecer no; estaban tan distraído en pintar huevos como si fuesen personajes de juegos que no les importaba. Varios de los niños si agarraban galletas o pequeños chocolates en la mesa, pero no creía posible que fuera la única que se hubiese enamorado de aquel conejo de sabor.
Necesitaba a ese conejo, y tenía que aprovechar que nadie estaba volteando para arrancarle la oreja y comérmela de un solo bocado.
Me arrastré por el piso haciendo movimientos furtivos, me escondí bajo la mesa y me dí cuenta que la niña que me había pisado el cabello volteó a verme. Le hice señas de que mantuviera el silencio, salí de un lado de la mesa y le hinqué los dientes a la oreja del conejo.
Me llevé una gran sorpresa en cuanto mis dientes no pudieron clavarse sobre el chocolate, pues resultaba ser que se trataba de un conejo hecho de arcilla que estaba pintado como si fuera de chocolate.
-Los odio a todos!- susurré para mí, mientras que la chica se reía.
Resignada agarré unos cuantos chocolates pequeños que había en la mesa y me acerqué a los otros niños para superar mi desilusión pintando unos cuantos huevos.
-Yo quería chocolate- le dije a la niña.
Ella se limitó a reír y a darme un huevo para que lo pintara.
Pinté uno, y se me ocurrió la brillante idea de hacer un huevo mágico. Justo después de pintarlo, lo agarré y me lo llevé a escondidas detrás de un árbol para hacer un conjuro sobre el huevo. Pretendía hacer uno de esos glifos de emoción que me encantaba realizar.
Cerré mis ojos y me concentré, respire profunda y exclusivamente por la nariz; dejé que de mis manos se desprendiera una esencia de generosidad. Esta actuaría como si fuese un recuerdo, una sensación perceptible al tocar el huevo. No pretendía forzarlo, quería que la persona que tocase el huevo sintiera correr por su cuerpo aquella grata sensación de generosidad; lo lindo que es ayudar a los demás.
Salí de mi escondite y lo lancé al aire ayudándome un poco con la telekinesis para que agarrara vuelo y cayera en buenas manos…
-¡¡¡¡Que alguien agarré mi huevito!!!!- grité con todas mis fuerzas fingiendo desesperación, para que alguien en aquella reunión tocara mi huevo y se llenara de aquella experiencia mágica de generosidad.
Por circunstancias de la vida, o incluso por miedo a perder mi independencia nos habíamos alejado; yo me había ido a resolver unos asuntos en el norte para dispersar mi mente y luego me devolví a Lunargenta para acostumbrarme otra vez a mi rutina.
Varios días estuve mirando mi collar de unión, y de a ratos pensaba en dónde podría encontrarse mi papá; luego me venía a la cabeza la ultima vez que lo vi, y eso luego me llevaba a pensar otra vez en el jaguar que me hacía muy buena compañía. Estaba empezando a frustrarme, no se suponía que tuviese que estar todo el tiempo pensando en una compañía; necesitaba recobrar mi independencia y mi indiferencia ante los demás.
Había pasado días ocupados, pero llegó a mis oídos la invitación de la celebración del día de Ostara, un evento muy colorido y alegre que seguramente podría sacarme de la cabeza la tonta idea de que estaba sola. Tenía que intentarlo; a lo mejor con la presencia de otras personas podría crear amistades que me ayudaran a no pensar todo el tiempo en el jaguar, al fin y al cabo él sólo era otro amigo más.
Como iba a ir al bosque decidí ponerme unos pantalones cómodos, un suéter color vino tinto y dejar mi cabello despeinado. Me coloqué unas cuantas esencias de flores que había recolectado y perfumé también a Pelusa para estar listos para salir. Dejé todo mi armamento en casa y sólo me lleve unos cuantos aeros por si los necesitaba en algún momento.
Salí con la esperanza de encontrar cosas hermosas en aquella celebración, colores vivos que me inspiraran, personas felices que disfrutaran de sus vidas y eso me diera suficiente energía como para olvidarme de mi soledad. Pero en cuanto llegué a las afueras de la ciudad, en el bosque en donde se realizaba dicha celebración me encontré con … Sí, muchos colores y diversión, pero mi visión se concentró en unas cuantas personas que al parecer estaban haciendo todo lo contrario.
Fui a la celebración con la idea de llenar mi vida de alegría pero mi cerebro sólo se concentraba en aquellas personas que rompían huevos, generaban explosiones y buscaban con todo su ser marchitar con su amargura todo lo bonito que Ostara significaba para los brujos.
Mire con un poco de desilusión a Pelusa y me lancé sobre la húmeda grama para observar el cielo y encontrar un poco de paz en las nubes. Estiré mi cuerpo y me dispuse a observar el anochecer; el sol se ocultaba lentamente; al menos sentía que el viaje no había sido en vano.
-¡¡Auh!!- exclamé con mucho dolor en cuanto sentí que alguien me había pisado el cabello. Me senté de inmediato y estaba apunto de gritarle a la persona que lo había hecho, pero se trataba de una niña más pequeña que yo.
-Disculpa- dijo la chiquilla muy preocupada -Estaba corriendo y no te vi-
Me sobé un poco la cabeza y observé que la pequeña traía consigo una enorme vela de color morado y con una decoración muy linda.
-No te preocupes- le dije con mucha sinceridad -¿Qué estás haciendo?- le pregunté con curiosidad.
-Estaba buscando esta vela, unos amigos y yo estamos organizando unas decoraciones a lo grande. ¿Quieres venir?- dijo con mucho entusiasmo.
Yo no pude evitar esbozar una sonrisa, levantarme de donde me encontraba y correr tras la otra niña para saber de lo que se trataba.
Era un grupo medio grande de niños de todas las edades con sus padres ayudándolos a decorar velas y huevos. A un lado había una mesa larga con varias galletas de formitas y había un conejo gigante hecho de chocolate.
-¡¡¡¡Lo quieroooo!!!!- pensé llevando mis dos manos a la boca por la impresión de encontrar un dulce tan grande y tan rico. -Necesito ese chocolate… ¡si no lo obtengo moriré!- pensé decidida a cortarme las venas con lechuga si no podía comerme a ese conejo.
Volteé a ver si alguno de los otros niños tenía la misma intención que la mía, pero al parecer no; estaban tan distraído en pintar huevos como si fuesen personajes de juegos que no les importaba. Varios de los niños si agarraban galletas o pequeños chocolates en la mesa, pero no creía posible que fuera la única que se hubiese enamorado de aquel conejo de sabor.
Necesitaba a ese conejo, y tenía que aprovechar que nadie estaba volteando para arrancarle la oreja y comérmela de un solo bocado.
Me arrastré por el piso haciendo movimientos furtivos, me escondí bajo la mesa y me dí cuenta que la niña que me había pisado el cabello volteó a verme. Le hice señas de que mantuviera el silencio, salí de un lado de la mesa y le hinqué los dientes a la oreja del conejo.
Me llevé una gran sorpresa en cuanto mis dientes no pudieron clavarse sobre el chocolate, pues resultaba ser que se trataba de un conejo hecho de arcilla que estaba pintado como si fuera de chocolate.
-Los odio a todos!- susurré para mí, mientras que la chica se reía.
Resignada agarré unos cuantos chocolates pequeños que había en la mesa y me acerqué a los otros niños para superar mi desilusión pintando unos cuantos huevos.
-Yo quería chocolate- le dije a la niña.
Ella se limitó a reír y a darme un huevo para que lo pintara.
Pinté uno, y se me ocurrió la brillante idea de hacer un huevo mágico. Justo después de pintarlo, lo agarré y me lo llevé a escondidas detrás de un árbol para hacer un conjuro sobre el huevo. Pretendía hacer uno de esos glifos de emoción que me encantaba realizar.
Cerré mis ojos y me concentré, respire profunda y exclusivamente por la nariz; dejé que de mis manos se desprendiera una esencia de generosidad. Esta actuaría como si fuese un recuerdo, una sensación perceptible al tocar el huevo. No pretendía forzarlo, quería que la persona que tocase el huevo sintiera correr por su cuerpo aquella grata sensación de generosidad; lo lindo que es ayudar a los demás.
Salí de mi escondite y lo lancé al aire ayudándome un poco con la telekinesis para que agarrara vuelo y cayera en buenas manos…
-¡¡¡¡Que alguien agarré mi huevito!!!!- grité con todas mis fuerzas fingiendo desesperación, para que alguien en aquella reunión tocara mi huevo y se llenara de aquella experiencia mágica de generosidad.
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OffRol
Hice un huevito mágico, quién lo agarré se tiene que sentir generoso y con ganas de querer ayudar a los demás.
Pueden agarrarlo en el aire o en el piso, y sólo funciona con la primera persona que lo toque.
Espero que no dejen mi huevito ahí tirado.
D': si no lo agarran me sentiré muy muy triste.
Maga puede encantar cosas con emociones gracias a su profesión y su especialización.
- Huevito mágico:
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Magazubi
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
La elfa estaba hastiada de la maldita fiesta. ¿Por qué celebraban por todo? Si sus miserables dioses no les hacían caso, ¿de qué servía tanta tontería? Con rabia, Helyare había terminado chafando los huevos que estaban en una cesta. No tenía intención de hacer aquello, pero se había puesto tan nerviosa ante la mirada de los presentes y los molestos niños que no había sido capaz de controlarse.
¡Encima había elfos! Gente que podía considerar hermanos, y estaban rindiendo honor a los dioses humanos. ¿Por qué? No entendía nada de lo que estaba pasando. ¡Ahí estaban! Junto a bestias, humanos y brujos. ¡Horrible! Los valores que debían tener los elfos habían desaparecido, no tenían consciencia de que tiempo atrás esos mismos con los que ahora pintaban huevos, tan felices, habían sido los que habían destruido sus territorios. Por desgracia ya pocos quedaban con ese recuerdo y era más sencillo perdonar y olvidar. ¡Pues no! Lo único que conseguían con eso era hacer que la memoria de nuestros ancestros, que lucharon por proteger nuestros territorios, quedase manchada.
La elfa se dispuso a alejarse de todo el gentío pero algo se lo impidió. Justo fue a quejarse del agarre y acabó chocando contra el pecho de un asqueroso brujo. Estupefacta, alzó la vista para encontrarse con la del hombre. La rabia que sentía en ese momento iba en aumento. ¿¡Qué hacía ese tipejo agarrándola!? Se intentó soltar golpeándolo en la zona del abdomen con un fuerte puñetazo. –No vuelvas a tocarme.
Mas las "alegrías" en esa fiesta parecían ser todas para la elfa, por tanto, los dioses la "congratularon" con la presencia de Huracán. Todavía se acordaba de ella, era imposible olvidar a esa maldita bruja que había conseguido vapulearla en Vulwulfar. Era odio visceral lo que sentía. Había sido entrenada para acabar con los brujos y, enfrentarse a ella, había sido un choque de realidad para Helyare, pues creía ser la mejor en lo suyo y en ningún momento esperaba perder.
Avanzó varios pasos para plantarse delante de ella. No había olvidado ni un instante todo el daño que la hizo y quería devolvérselo con creces. Y más ahora que estaba tratando de humillarla. Pero su amigo también estaba junto a ella. Ese tipo había detenido a la mujer en Vulwulfar, aunque Helyare no estaba segura de que ahora también lo hiciera. ¡Y encima se llevaba bien con el tipo que la había agarrado! En un instante se vio rodeada de asquerosos brujos que la reprendían por lo que había hecho. Aunque, realmente, ella pensaba que trataban de molestar porque era una elfa, no por su comportamiento. Estaba muy confusa todavía por haber amanecido con alas y ese aspecto tan horrible, más aún porque la habían estado molestando en el bosque y ahora tres brujos trataban de aplacar su humor en pos de la fiesta. Increíble.
Obvió a los dos chicos y se centró en la fuente de su odio: Huracán. Sabía que debería morderse la lengua y contener su furia, pero le era imposible. El autocontrol no estaba entre las virtudes de la elfa.
–¡No vuelvas a mencionar eso o haré que te trag…! –Su amenaza se vio interrumpida por una fuerte explosión, acompañada de una gran llamarada que estaba quemando la mesa del festival y parte del bosque. En su cabeza sonó un fuerte pitido y el fogonazo hizo que viera chiribitas durante apenas unos segundos. ¿Qué había pasado? Helyare estaba muy desconcertada.
Una chica estaba en el suelo, sollozando. La había visto antes cuando había pateado la cesta de huevos, estaba con los pequeños decorando. Rápidamente, la bruja se dirigió a ella para pedirle explicaciones, acompañada del hombre que siempre la seguía.
La elfa también se tomó las libertades para seguir a ambos y llegar a donde estaba la muchacha. –¿¡Qué ha pasado!? –Ellos sabían algo y todo ese desastre era culpa de los brujos y la chica del suelo. –¡Siempre tenéis que acabar con todo! Ya tenéis la hoguera preparada, podéis lanzaros. Es vuestro lugar. –Su tono fue mordaz y dicho eso se dirigió hacia donde estaba todo el desastre.
La mesa y parte de los árboles estaban ardiendo, y eso la desesperaba porque no podía hacer nada para intentar apagar las llamas del bosque. No sabía cuántas vidas animales se habían perdido en la explosión, pero fijo que los más curiosos y hambrientos, que pululaban por el banquete, habían muerto. Y ahora también se estaban quemando los árboles. Helyare estaba más que convencida que era ridículo hacer una fiesta para humanos en un bosque. Para humanos y el resto de razas, ninguno tenía conciencia para cuidar el ambiente. Y la entristecía muchísimo esa escena en la que todo se prendía, y más, que ella no podía hacer nada.
La impotencia llenó su cuerpo. –¡Hay que apagar esto! ¡No os vayáis!
Fue ignorada por el pánico colectivo de los presentes, que trataban de escapar como fuera de allí. Algunos estaban todavía confusos por la explosión, otros habían tenido más suerte y simplemente huían, dejando atrás al resto.
Helyare estaba a punto de echarse a llorar por la rabia de ver la escena: el fuego devorando parte de los árboles, participantes del Ostara heridos y el resto de gente miraba por ellos mismos antes que por detenerse a prestar ayuda. Eso era impensable, dejar a sus propios hermanos heridos. ¿Qué conciencia de la unión tenían los humanos? Si bien ella había dicho a los brujos que su sitio era la hoguera, no eran de su raza, ni de su mismo grupo. Lo que jamás se perdonaría sería dejar de lado a un compañero. Ya lo hizo en Vulwulfar y a día de hoy todavía seguía anclado en su mente.
Pero esos miserables humanos eran capaces de pisotear a sus congéneres para salvarse y ni siquiera se detendrían para tratar de apagar el fuego. La rabia e impotencia que sentía Helyare era incontenible. Tenía ganas de tomar del brazo al primer humano que apareciera y lanzarlo al fuego. No iba a hacer eso.
–¡No os vayáis! –Repitió la elfa, girándose con rabia. –¡Hay que apagar el fuego!
Pero seguían ignorándola la gran mayoría. Incluso llegaron a empujarla en varias ocasiones, haciendo que una de las veces cayera al suelo. ¡Qué ganas de lanzar a toda esa gente al fuego! Se levantó lo más rápidamente posible y trató de detener a varios, aunque ni siquiera se fijaron en ella.
–Yo te ayudaré en lo que necesites. –Dijo un pequeño animal que portaba una espada. –No me importa lo que tenga que hacer. ¡Te ayudaré!
No conocía a ese pequeño ser, y ni mucho menos era quien esperaba para que la ayudase, pero era el único que se había ofrecido. –Ve a buscar un lugar con agua. –Dijo Helyare con rapidez, para evitar que la muchedumbre lo pisase. Tampoco sabía si podía portar cubos de gran tamaño, pero al menos estaría entretenido y haría un bien en encontrar agua. Ella, mientras tanto, se dirigió a los elfos.
Momentos antes les había increpado por seguir esa tradición, pero ahora quería saber cómo se encontraban. Miserables o no, eran hermanos e iba a necesitar de sus manos sanadoras, ya que ella no contaba con ese poder desde hacía ya unos meses. Ahora mismo, no podía hacer nada. –¿Estáis bien?
De fondo, entre el griterío, pudo escuchar a un hombre que rezaba a un dios que no conocía, y maldecía la presencia de Huracán. ¡Qué gran razón tenía! Pero ahora estaba centrada en que los elfos estuviesen bien.
Celebrar esa fiesta no había sido buena idea, definitivamente.
¡Encima había elfos! Gente que podía considerar hermanos, y estaban rindiendo honor a los dioses humanos. ¿Por qué? No entendía nada de lo que estaba pasando. ¡Ahí estaban! Junto a bestias, humanos y brujos. ¡Horrible! Los valores que debían tener los elfos habían desaparecido, no tenían consciencia de que tiempo atrás esos mismos con los que ahora pintaban huevos, tan felices, habían sido los que habían destruido sus territorios. Por desgracia ya pocos quedaban con ese recuerdo y era más sencillo perdonar y olvidar. ¡Pues no! Lo único que conseguían con eso era hacer que la memoria de nuestros ancestros, que lucharon por proteger nuestros territorios, quedase manchada.
La elfa se dispuso a alejarse de todo el gentío pero algo se lo impidió. Justo fue a quejarse del agarre y acabó chocando contra el pecho de un asqueroso brujo. Estupefacta, alzó la vista para encontrarse con la del hombre. La rabia que sentía en ese momento iba en aumento. ¿¡Qué hacía ese tipejo agarrándola!? Se intentó soltar golpeándolo en la zona del abdomen con un fuerte puñetazo. –No vuelvas a tocarme.
Mas las "alegrías" en esa fiesta parecían ser todas para la elfa, por tanto, los dioses la "congratularon" con la presencia de Huracán. Todavía se acordaba de ella, era imposible olvidar a esa maldita bruja que había conseguido vapulearla en Vulwulfar. Era odio visceral lo que sentía. Había sido entrenada para acabar con los brujos y, enfrentarse a ella, había sido un choque de realidad para Helyare, pues creía ser la mejor en lo suyo y en ningún momento esperaba perder.
Avanzó varios pasos para plantarse delante de ella. No había olvidado ni un instante todo el daño que la hizo y quería devolvérselo con creces. Y más ahora que estaba tratando de humillarla. Pero su amigo también estaba junto a ella. Ese tipo había detenido a la mujer en Vulwulfar, aunque Helyare no estaba segura de que ahora también lo hiciera. ¡Y encima se llevaba bien con el tipo que la había agarrado! En un instante se vio rodeada de asquerosos brujos que la reprendían por lo que había hecho. Aunque, realmente, ella pensaba que trataban de molestar porque era una elfa, no por su comportamiento. Estaba muy confusa todavía por haber amanecido con alas y ese aspecto tan horrible, más aún porque la habían estado molestando en el bosque y ahora tres brujos trataban de aplacar su humor en pos de la fiesta. Increíble.
Obvió a los dos chicos y se centró en la fuente de su odio: Huracán. Sabía que debería morderse la lengua y contener su furia, pero le era imposible. El autocontrol no estaba entre las virtudes de la elfa.
–¡No vuelvas a mencionar eso o haré que te trag…! –Su amenaza se vio interrumpida por una fuerte explosión, acompañada de una gran llamarada que estaba quemando la mesa del festival y parte del bosque. En su cabeza sonó un fuerte pitido y el fogonazo hizo que viera chiribitas durante apenas unos segundos. ¿Qué había pasado? Helyare estaba muy desconcertada.
Una chica estaba en el suelo, sollozando. La había visto antes cuando había pateado la cesta de huevos, estaba con los pequeños decorando. Rápidamente, la bruja se dirigió a ella para pedirle explicaciones, acompañada del hombre que siempre la seguía.
La elfa también se tomó las libertades para seguir a ambos y llegar a donde estaba la muchacha. –¿¡Qué ha pasado!? –Ellos sabían algo y todo ese desastre era culpa de los brujos y la chica del suelo. –¡Siempre tenéis que acabar con todo! Ya tenéis la hoguera preparada, podéis lanzaros. Es vuestro lugar. –Su tono fue mordaz y dicho eso se dirigió hacia donde estaba todo el desastre.
La mesa y parte de los árboles estaban ardiendo, y eso la desesperaba porque no podía hacer nada para intentar apagar las llamas del bosque. No sabía cuántas vidas animales se habían perdido en la explosión, pero fijo que los más curiosos y hambrientos, que pululaban por el banquete, habían muerto. Y ahora también se estaban quemando los árboles. Helyare estaba más que convencida que era ridículo hacer una fiesta para humanos en un bosque. Para humanos y el resto de razas, ninguno tenía conciencia para cuidar el ambiente. Y la entristecía muchísimo esa escena en la que todo se prendía, y más, que ella no podía hacer nada.
La impotencia llenó su cuerpo. –¡Hay que apagar esto! ¡No os vayáis!
Fue ignorada por el pánico colectivo de los presentes, que trataban de escapar como fuera de allí. Algunos estaban todavía confusos por la explosión, otros habían tenido más suerte y simplemente huían, dejando atrás al resto.
Helyare estaba a punto de echarse a llorar por la rabia de ver la escena: el fuego devorando parte de los árboles, participantes del Ostara heridos y el resto de gente miraba por ellos mismos antes que por detenerse a prestar ayuda. Eso era impensable, dejar a sus propios hermanos heridos. ¿Qué conciencia de la unión tenían los humanos? Si bien ella había dicho a los brujos que su sitio era la hoguera, no eran de su raza, ni de su mismo grupo. Lo que jamás se perdonaría sería dejar de lado a un compañero. Ya lo hizo en Vulwulfar y a día de hoy todavía seguía anclado en su mente.
Pero esos miserables humanos eran capaces de pisotear a sus congéneres para salvarse y ni siquiera se detendrían para tratar de apagar el fuego. La rabia e impotencia que sentía Helyare era incontenible. Tenía ganas de tomar del brazo al primer humano que apareciera y lanzarlo al fuego. No iba a hacer eso.
–¡No os vayáis! –Repitió la elfa, girándose con rabia. –¡Hay que apagar el fuego!
Pero seguían ignorándola la gran mayoría. Incluso llegaron a empujarla en varias ocasiones, haciendo que una de las veces cayera al suelo. ¡Qué ganas de lanzar a toda esa gente al fuego! Se levantó lo más rápidamente posible y trató de detener a varios, aunque ni siquiera se fijaron en ella.
–Yo te ayudaré en lo que necesites. –Dijo un pequeño animal que portaba una espada. –No me importa lo que tenga que hacer. ¡Te ayudaré!
No conocía a ese pequeño ser, y ni mucho menos era quien esperaba para que la ayudase, pero era el único que se había ofrecido. –Ve a buscar un lugar con agua. –Dijo Helyare con rapidez, para evitar que la muchedumbre lo pisase. Tampoco sabía si podía portar cubos de gran tamaño, pero al menos estaría entretenido y haría un bien en encontrar agua. Ella, mientras tanto, se dirigió a los elfos.
Momentos antes les había increpado por seguir esa tradición, pero ahora quería saber cómo se encontraban. Miserables o no, eran hermanos e iba a necesitar de sus manos sanadoras, ya que ella no contaba con ese poder desde hacía ya unos meses. Ahora mismo, no podía hacer nada. –¿Estáis bien?
De fondo, entre el griterío, pudo escuchar a un hombre que rezaba a un dios que no conocía, y maldecía la presencia de Huracán. ¡Qué gran razón tenía! Pero ahora estaba centrada en que los elfos estuviesen bien.
Celebrar esa fiesta no había sido buena idea, definitivamente.
- Off:
- El pequeño animal que me ayuda es Hont, el hombre que reza al dios que no conozco, el padre Callaham, y a los elfos que me dirijo es a Windorind y a Willow
Última edición por Helyare el Sáb Abr 15 2017, 21:19, editado 2 veces
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Viaje a Lunargenta
1
El murmullo del agua meciendo las piedras del lecho apenas se podía escuchar ya. Tan solo, a lo lejos, oía el eco retumbante de las olas romper contra la roca cada vez que Áthor y yo dirigíamos la marcha al interior del continente. Lo encontré arriba, o mejor, me encontró él a mí dando tumbos cuando salió de un escobonal medio desnudo. El ascenso hasta allí había sido una tortura, muy de aquella manera y no a la primera, aunque fuera por la cara menos inclinada del acantilado, porque estaba –y sigo estando–, medio mareada. No era raro, claro, porque tras acostumbrarme al continuo vaivén de la vida en la mar, ahora con los pies en la tierra me pasaba lo mismo que cuando me subí por primera vez en La Capitana de La Costa Negra.
Adiós, mi vieja amiga, espero que la marea te sea leve.
Lo bueno fue que Áthor había conseguido salvar un saco con las cosas de valor minutos antes del naufragio. Aunque no recuerdo nada de aquello, mi amistad por él se reforzó lo suficiente como para no volver a arrepentirme de haberle liberado en el país de Los Baldíos, porque entre esas cosas de valor había dos sandalias de correas y varias botas. En realidad, era lo único que había, junto con una camisola blanca. También pudo salvar su arco y un pequeño puñal, que me dio por si nos atacaba alguien, para que no le arrancara la garganta a mordiscos, como dijo él riendo. El resto, fuera lo que fuera, se quedó por el camino.
Al final, me até las sandalias, que pude ver que eran disparejas, porque las botas estaban empapadas y abiertas por las suelas, y eran o demasiado grandes o demasiado pequeñas. De mi sombrero ni rastro. Ni de mi casaca. Aun con todo, la mar se había cobrado su precio.
—¿Dónde vamos, Athorín?
Él redujo el trote y dejó que le alcanzara.
—Al sur—, me dijo poniéndose a mi altura—, al país de Lunargenta.
—¿Lunargenta la ciudad de los humanos?
—Sí. ¡Por fin verás sus tribus!
—¿Son como dicen?—, le pregunté, porque solo conocía las de las historias terribles de mi maestro Dérrico de Las Combadas, que había sido esclavo de los humanos después de que arrasaran su tribu. Consiguió escapar cuando mató a sus amos y huyó a Sandorai. Las historias del viejo Carlaneru Cuentacuentos eran más de otra manera, pero seguían siendo seres oscuros viviendo apilados en sitios nauseabundos, atormentados y siempre buscando el provecho propio y el placer a costa de otros. Vendían su alma por poder, y daba igual que estuvieran unidos por lazos de sangre—. ¿No será peligroso meternos ahí?, ¿cómo saldremos si pasa algo?—, le volví a preguntar agarrando el puñal en mi cinto.
—No te preocupes, Ast—, dijo él, sonriendo y apurando el paso delante de mí.
Había muchos motivos para preocuparme, pero Áthor se había convertido en otra persona desde que llegamos a tierra, y me dio la impresión de que no era la primera vez que venía por este lugar; no dudaba al encabezar la marcha por estos caminos. Durante la comida, me acercaba los puñados de moras y de vallas silvestres que recolectamos, y me ayudó a recostarme sobre hojas caídas para mullir el suelo mientras se ocupaba de todo, sonriendo y haciendo bromas y preocupándose por cómo me encontraba. Quizá fuera por haber sobrevivido a una muerte horrible por ahogamiento o por mil cosas más, pero lo cierto es que no sabía apenas nada de él, que ya de por sí hablaba muy poco.
Lo encontré en el país de los Baldíos, despojado de todo y encadenado fuera de una cabaña perdida por las llanuras de La Ciudad de las Chimeneas de las Hadas, al noroeste de las marcas de Sandorai. Estaba acurrucado con pieles y mantas al pie de un monolito rosáceo, cubierto por la capa verdosa del tiempo, con una argolla de hierro negro aprisionándole el pescuezo y las muñecas. Si le hubiera visto antes del anochecer, podría haber sospechado algo de aquella bruja, que no era tan amable como parecía cuando me ofreció calor, techo y compañía.
“Dame comida”, me rogó él aquella vez con un hilo de voz temblorosa mientras yo salía de la cabaña al amanecer. Al darme la vuelta, vi a un hombre bestia adulto pero indefenso y muerto de hambre y de frío. “Llevo días sin comer, dame comida. Por favor”.
“¿Quién eres?”, le pregunté. Me acerqué con mucho cuidado, agarrando el pomo de la espada, porque era la primera vez que salía de Sandorai, y después de la experiencia con la bruja esa misma noche, no sabía si lo que veía era lo un hechizo o realidad.
Ante aquella pregunta se puso de pie de un salto, lo que le permitían las cadenas, tintineando, y su voz recuperó el tono retador y el vigor de las bestias:
“¡Soi Áthor de Bóreas, hijo de Xénthor de Bóreas y Tarenia del Lago Alto!”, se presentó con su acento gutural. Al principio me costaba entenderle mucho cuando hablaba el idioma de Valquebriella. “¡Soy del norte, de los clanes bestia de El Lago Helado!”. Levantó el mentón con gesto solemne. “¡Soy espadachín, arquero, mercenario, ladrón!”
“Eres muchas cosas”, le respondí riéndome, sin dejarme asombrar por lo que decía. “¿Qué haces aquí?”
Áthor dibujó una sonrisa resignada bajando la mirada.
“La cena a los monstruos.”
Después de aquello no pude hacer otra cosa que liberarlo entre risas y viajar con él al oeste. Fuimos a la Fortaleza de Garlante, que cruza El Tymer, y allí… bueno, se puede decir que algo salió mal y tuvimos que tomar un barco.
Viéndolo ahora, Áthor parecía haber recuperado aquella forma de ser. Y la verdad es que lo prefería así, no malhumorado y agriado.
Adiós, mi vieja amiga, espero que la marea te sea leve.
Lo bueno fue que Áthor había conseguido salvar un saco con las cosas de valor minutos antes del naufragio. Aunque no recuerdo nada de aquello, mi amistad por él se reforzó lo suficiente como para no volver a arrepentirme de haberle liberado en el país de Los Baldíos, porque entre esas cosas de valor había dos sandalias de correas y varias botas. En realidad, era lo único que había, junto con una camisola blanca. También pudo salvar su arco y un pequeño puñal, que me dio por si nos atacaba alguien, para que no le arrancara la garganta a mordiscos, como dijo él riendo. El resto, fuera lo que fuera, se quedó por el camino.
Al final, me até las sandalias, que pude ver que eran disparejas, porque las botas estaban empapadas y abiertas por las suelas, y eran o demasiado grandes o demasiado pequeñas. De mi sombrero ni rastro. Ni de mi casaca. Aun con todo, la mar se había cobrado su precio.
—¿Dónde vamos, Athorín?
Él redujo el trote y dejó que le alcanzara.
—Al sur—, me dijo poniéndose a mi altura—, al país de Lunargenta.
—¿Lunargenta la ciudad de los humanos?
—Sí. ¡Por fin verás sus tribus!
—¿Son como dicen?—, le pregunté, porque solo conocía las de las historias terribles de mi maestro Dérrico de Las Combadas, que había sido esclavo de los humanos después de que arrasaran su tribu. Consiguió escapar cuando mató a sus amos y huyó a Sandorai. Las historias del viejo Carlaneru Cuentacuentos eran más de otra manera, pero seguían siendo seres oscuros viviendo apilados en sitios nauseabundos, atormentados y siempre buscando el provecho propio y el placer a costa de otros. Vendían su alma por poder, y daba igual que estuvieran unidos por lazos de sangre—. ¿No será peligroso meternos ahí?, ¿cómo saldremos si pasa algo?—, le volví a preguntar agarrando el puñal en mi cinto.
—No te preocupes, Ast—, dijo él, sonriendo y apurando el paso delante de mí.
Había muchos motivos para preocuparme, pero Áthor se había convertido en otra persona desde que llegamos a tierra, y me dio la impresión de que no era la primera vez que venía por este lugar; no dudaba al encabezar la marcha por estos caminos. Durante la comida, me acercaba los puñados de moras y de vallas silvestres que recolectamos, y me ayudó a recostarme sobre hojas caídas para mullir el suelo mientras se ocupaba de todo, sonriendo y haciendo bromas y preocupándose por cómo me encontraba. Quizá fuera por haber sobrevivido a una muerte horrible por ahogamiento o por mil cosas más, pero lo cierto es que no sabía apenas nada de él, que ya de por sí hablaba muy poco.
Lo encontré en el país de los Baldíos, despojado de todo y encadenado fuera de una cabaña perdida por las llanuras de La Ciudad de las Chimeneas de las Hadas, al noroeste de las marcas de Sandorai. Estaba acurrucado con pieles y mantas al pie de un monolito rosáceo, cubierto por la capa verdosa del tiempo, con una argolla de hierro negro aprisionándole el pescuezo y las muñecas. Si le hubiera visto antes del anochecer, podría haber sospechado algo de aquella bruja, que no era tan amable como parecía cuando me ofreció calor, techo y compañía.
“Dame comida”, me rogó él aquella vez con un hilo de voz temblorosa mientras yo salía de la cabaña al amanecer. Al darme la vuelta, vi a un hombre bestia adulto pero indefenso y muerto de hambre y de frío. “Llevo días sin comer, dame comida. Por favor”.
“¿Quién eres?”, le pregunté. Me acerqué con mucho cuidado, agarrando el pomo de la espada, porque era la primera vez que salía de Sandorai, y después de la experiencia con la bruja esa misma noche, no sabía si lo que veía era lo un hechizo o realidad.
Ante aquella pregunta se puso de pie de un salto, lo que le permitían las cadenas, tintineando, y su voz recuperó el tono retador y el vigor de las bestias:
“¡Soi Áthor de Bóreas, hijo de Xénthor de Bóreas y Tarenia del Lago Alto!”, se presentó con su acento gutural. Al principio me costaba entenderle mucho cuando hablaba el idioma de Valquebriella. “¡Soy del norte, de los clanes bestia de El Lago Helado!”. Levantó el mentón con gesto solemne. “¡Soy espadachín, arquero, mercenario, ladrón!”
“Eres muchas cosas”, le respondí riéndome, sin dejarme asombrar por lo que decía. “¿Qué haces aquí?”
Áthor dibujó una sonrisa resignada bajando la mirada.
“La cena a los monstruos.”
Después de aquello no pude hacer otra cosa que liberarlo entre risas y viajar con él al oeste. Fuimos a la Fortaleza de Garlante, que cruza El Tymer, y allí… bueno, se puede decir que algo salió mal y tuvimos que tomar un barco.
Viéndolo ahora, Áthor parecía haber recuperado aquella forma de ser. Y la verdad es que lo prefería así, no malhumorado y agriado.
2
El aire se impregnaba del aroma a olivo y acebuche, a cipreses, zarzamoras y encinas, bajo un cielo pálido azul que lo iluminaba todo. Corríamos por un terreno coronado por pequeñas lomas y collados entre bajos cerros con algún árbol solitario dibujándose contra el horizonte. Seguimos así durante tres kilómetros, dirección al sur.
Encontramos un pequeño arroyo casi seco, pero suficiente para rellenar las cantimploras y echar varios tragos despreocupada mientras Áthor subía a una colina para observar el terreno. Examinó los campos en círculo, tanteando la buena dirección y oliendo el aire que la azotaba.
—¡Vamos por la buena dirección!—, decía guardando la cantimplora en el saco.
Y no era mentira. Había un olor que no sabría decir de qué era exactamente, pero se olían muchas cosas, como una mezcla en la que puedes distinguir los ingredientes sin poder decir dónde termina uno y comienza otro.
Así que seguimos la marcha tras un breve descanso. El sol estaba en su zénit cuando salimos de la cañada del pequeño riachuelo serpenteante, que nos acompañó un kilómetro más por los campos llanos. Allí todo era plano, y era una sensación extraña alcanzar con la vista tierras que se unían al horizonte, como un mar verde y tierra sin fin, sin apenas árboles, ni arbustos.
El siguiente descanso fue el más esperado, saltando de camino en camino y subiendo por otra colina gris, más alta que la anterior. Una brisa cálida del interior nos sopló las caras y las melenas. Era viento del oeste.
—Mira, Ástyr, vamos hacia allí.
Vi a lo lejos un río ancho al pie de unas estribaciones lejanas bañadas por la luz del sol. El mundo seguía extendiéndose hacia el sur, silencioso, regular, del color amarillento de la tierra de verano que únicamente se interrumpía con alguna pradera verde que fluía al son de las brisas que la respiraban.
—¿Aquello que se ve a lo lejos es la ciudad de Lunargenta?—, le pregunté.
—¡Lo es!—, contestó él, dando un salto desde la roca en la que se encontraba.
Aquella colina descendía de repente mientras corríamos ladera abajo. Pasamos por una cornisa muy estrecha que terminaba en un pozo lleno de espinos. Entonces, entramos en las inmensas praderas de Lunargenta. El aire fresco del pasto nos envolvió bajo el sol. Más dulce, tibio y perfumado. Huele a primavera, a savia.
Sorteamos un pantano que se escondía entre los pastos encharcados. Sentí un alivio inmenso al escuchar el murmullo del agua perderse por túneles subterráneos. Y de pronto, estaba en Sandorai, bajo uno de los árboles milenarios de Valquebriella y los rayos del sol de aquella tierra me acariciaba la piel sin quemar. El agua me besaba como un amante largo tiempo perdido que añoraba el sabor de mis labios. El dolor de mis pies era más llevadero con estos recuerdos.
—¡Qué bien huele!—, le dije a Áthor.
—¡Eso lo dices ahora! ¡Verás cómo echas de menos el olor a salitre cuando lleguemos!—. Rió, y yo pensé si era verdad que los humanos olían tan mal como decían las historias.
El sol bajaba del cielo, pasado mediodía, y unas nubes finas venían de la mar océana con el viento del sur.
—¡Vamos, Ástyr! ¡Un último esfuerzo y llegaremos cuando estén sirviendo el postre!
—¡El postre es lo más dulce!—, le dije apurando el paso de nuevo.
En la siguiente jornada de viaje apenas hicimos algún descanso, pensando en llegar ya a Lunargenta. Y aunque no me abandonaba la sensación de estar entre humanos en una tribu humana, Áthor me había transmitido su entusiasmo desde que llegamos a tierra. Parecía que ninguna fatiga podía dominarle, corriendo libre, animándose con cada paso. Agradecí cada mora y cada valla que explotaba en mi boca, húmeda, como una orgía de placer prohibido. Solo los dioses sabían lo que era tener ese manjar estimulando cada centímetro de mi boca. De mi paladar. Mío. De mi lengua.
—¡Mira, Ástyr!—, exclamó Áthor, señalando con su arco.
Me protegí los ojos del sol y vi que delante de nosotros se alzaba una estribación verde, un cerro inmenso, coronado por una larga línea negra. Los campos de hierba se extendían hasta las mismas murallas al pie de aquella ladera, aún borrosos por la distancia. Un enorme brazo de tierra que le robaba territorio a la mar.
—¡Civilización!—, llamó él a ese lugar—, ¡vetusta y perversa!
—Civilización—, repetí en bajo, para adivinar el significado en cada sílaba, pero no lo comprendía.
—¿No la conocías de verdad?—, preguntó.
—No. ¡Vamos, tengo ganas de ver qué es lo que nos encontramos!
Encontramos un pequeño arroyo casi seco, pero suficiente para rellenar las cantimploras y echar varios tragos despreocupada mientras Áthor subía a una colina para observar el terreno. Examinó los campos en círculo, tanteando la buena dirección y oliendo el aire que la azotaba.
—¡Vamos por la buena dirección!—, decía guardando la cantimplora en el saco.
Y no era mentira. Había un olor que no sabría decir de qué era exactamente, pero se olían muchas cosas, como una mezcla en la que puedes distinguir los ingredientes sin poder decir dónde termina uno y comienza otro.
Así que seguimos la marcha tras un breve descanso. El sol estaba en su zénit cuando salimos de la cañada del pequeño riachuelo serpenteante, que nos acompañó un kilómetro más por los campos llanos. Allí todo era plano, y era una sensación extraña alcanzar con la vista tierras que se unían al horizonte, como un mar verde y tierra sin fin, sin apenas árboles, ni arbustos.
El siguiente descanso fue el más esperado, saltando de camino en camino y subiendo por otra colina gris, más alta que la anterior. Una brisa cálida del interior nos sopló las caras y las melenas. Era viento del oeste.
—Mira, Ástyr, vamos hacia allí.
Vi a lo lejos un río ancho al pie de unas estribaciones lejanas bañadas por la luz del sol. El mundo seguía extendiéndose hacia el sur, silencioso, regular, del color amarillento de la tierra de verano que únicamente se interrumpía con alguna pradera verde que fluía al son de las brisas que la respiraban.
—¿Aquello que se ve a lo lejos es la ciudad de Lunargenta?—, le pregunté.
—¡Lo es!—, contestó él, dando un salto desde la roca en la que se encontraba.
Aquella colina descendía de repente mientras corríamos ladera abajo. Pasamos por una cornisa muy estrecha que terminaba en un pozo lleno de espinos. Entonces, entramos en las inmensas praderas de Lunargenta. El aire fresco del pasto nos envolvió bajo el sol. Más dulce, tibio y perfumado. Huele a primavera, a savia.
Sorteamos un pantano que se escondía entre los pastos encharcados. Sentí un alivio inmenso al escuchar el murmullo del agua perderse por túneles subterráneos. Y de pronto, estaba en Sandorai, bajo uno de los árboles milenarios de Valquebriella y los rayos del sol de aquella tierra me acariciaba la piel sin quemar. El agua me besaba como un amante largo tiempo perdido que añoraba el sabor de mis labios. El dolor de mis pies era más llevadero con estos recuerdos.
—¡Qué bien huele!—, le dije a Áthor.
—¡Eso lo dices ahora! ¡Verás cómo echas de menos el olor a salitre cuando lleguemos!—. Rió, y yo pensé si era verdad que los humanos olían tan mal como decían las historias.
El sol bajaba del cielo, pasado mediodía, y unas nubes finas venían de la mar océana con el viento del sur.
—¡Vamos, Ástyr! ¡Un último esfuerzo y llegaremos cuando estén sirviendo el postre!
—¡El postre es lo más dulce!—, le dije apurando el paso de nuevo.
En la siguiente jornada de viaje apenas hicimos algún descanso, pensando en llegar ya a Lunargenta. Y aunque no me abandonaba la sensación de estar entre humanos en una tribu humana, Áthor me había transmitido su entusiasmo desde que llegamos a tierra. Parecía que ninguna fatiga podía dominarle, corriendo libre, animándose con cada paso. Agradecí cada mora y cada valla que explotaba en mi boca, húmeda, como una orgía de placer prohibido. Solo los dioses sabían lo que era tener ese manjar estimulando cada centímetro de mi boca. De mi paladar. Mío. De mi lengua.
—¡Mira, Ástyr!—, exclamó Áthor, señalando con su arco.
Me protegí los ojos del sol y vi que delante de nosotros se alzaba una estribación verde, un cerro inmenso, coronado por una larga línea negra. Los campos de hierba se extendían hasta las mismas murallas al pie de aquella ladera, aún borrosos por la distancia. Un enorme brazo de tierra que le robaba territorio a la mar.
—¡Civilización!—, llamó él a ese lugar—, ¡vetusta y perversa!
—Civilización—, repetí en bajo, para adivinar el significado en cada sílaba, pero no lo comprendía.
—¿No la conocías de verdad?—, preguntó.
—No. ¡Vamos, tengo ganas de ver qué es lo que nos encontramos!
Ástyr
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Dado a los niveles de violencia gratuita ofrecidos por los usuarios Gerrit Nephgerd, Helyare y Rachel Roche, me veo en la obligación moral de poner la etiqueta de +18 a este tema. Espero que esto no influya a las tramas de otros usuarios.
No me marcho sin antes felicitar a todos los usuarios que estáis participación. Me alegra ver que estáis dando lo mejor de vosotros mismos. por mi parte, intentaré devolverlos todo ese cariño con temas similares a estos.
No me marcho sin antes felicitar a todos los usuarios que estáis participación. Me alegra ver que estáis dando lo mejor de vosotros mismos. por mi parte, intentaré devolverlos todo ese cariño con temas similares a estos.
Sigel
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Arqueé una ceja e hizo un chasquido de malicia y sorpresa justo después que la ridícula mujer mariposa con cuernos de cabra me diera un golpe en el pecho. Me esperaba que la chica llorase y suplicase clemencia por haber estado rompiendo los adornos del Ostara de las otras personas. Al final, según imaginaba, ella acabaría de rodillas y con las palmas de sus manos unidas como si estuviera rezando, me estaría pidiendo perdón mientras se disculpaba por haber dicho tales cosas de los elfos. Ahí, justo en ese momento, es cuando empezaba lo verdaderamente divertido. Le hubiera dado una patada en la cara, como hice a todos esos elfos que lloraron a mis pies, y le haría limpiarme las botas con su lengua. ¿No había dicho que los brujos éramos unos sucios? De acuerdo, pues ella se encargaría de limpiarme con la lengua. Me hubiera divertido tanto al golpearla y humillarla. Lo mejor de todo es que, de toda esa gente que estaba presente en el Ostara, nadie me acusaría de ser un violento. Tomarían a la mujer bestia como una puta barata que obedece cualquier orden que le dieran por solo un par de aeros. Tampoco se hubieran equivocado, pues después de desahogar mis puños contra ella, me la hubiera llevado a un hostal de mala muerte. Lo reconocía, la chica mariposa tenía cierto encanto.
Sin embargo, nada de lo que imaginé en un principio ocurrió en la realidad. La ridícula mujer bestia me golpeó el pecho, sin hacerme apenas daño, y aprovechó el momento de sorpresa para zafarse de mi agarre y escapar.
¿Perseguirla? Eso hubiera estado bien. En otros tiempos lo hubiera hecho. Hubiera corrido tras de ella, la hubiera cogido, tirado al suelo y golpeado hasta hacer desaparecer su sonrisa. En aquellos tiempos, no era muy diferente a los tipos como Hardy Wittig. Tipos que si me los encontrase hoy en día acabarían peor de como él había quedado. Por fortuna, ya no era como ellos. Al menos, no del todo. Pues mi corazón seguía siendo violento. Podía sentir cómo, con fuertes latidos, me obligaba a volver a la vieja vida de cadenas y peleas (eres como un perro salvaje que escapa de su correa). Lo que me diferenciaba de esa clase de brujos era algo tan simple como lo podía el odio. Hardy Wittig y todos los demás brujos a las órdenes de Samhain estaban cargados de odio. Todos los delitos que cometían era porque odiaban a los elfos y, sobre todo, se odiaban a ellos mismos. Hacía muchos años que olvidé odiar. En cierta parte, fue gracias a Keira Bravery. Si no hubiera odiado a la bailarina, no me hubiera dado cuenta que a quien más odiaba era a mí.
En lugar de perseguir a la chica mariposa como un perro rabioso, me quedé de píe sonriendo y despidiéndola con la mano en la otra.
-Nos veremos pronto, nena- le dije con un fuerte tono burlón.
Irónico, fue pensar en las cosas que odiaba y aparecieron Jules y Huracán con una chica más que no conocía. No quise decirles nada, recordaba muy bien lo ocurrido aquella noche en Lunargenta en la que el odio que sentía hacia mí hizo que cayese presa de la maldición de una vampiresa. Elen, Huracán y Jules me ayudaron a no hacer ridículo por la poción de amor a cambio de hacer el ridículo para esos tres. No salí bien parado por el trato. Cambié el tener que ser devorado por una vampiresa a aguantar las bromas pesadas de Jules (que no eran mucho mejores que las mías) y notar cómo las esposas de Huracán me apretaban las manos. Elen, muy diferente a los otros dos, fue la única que tuvo cierta consideración con la maldición que me tenía presa. Fue ella la que hizo la poción que me sanó y era a ella a la que estaba realmente agradecida. Jules y Huracán eran dos tipos a los que odiaría si fuera capaz de odiar a alguien.
-Jules, el cazavampiros que quiso ser bufón.- le contesté sin menguar la sonrisa que me dejó la chica mariposa. Le devolví la palmada en el hombro con bastante más fuerza que la suya- No empieces un concurso de fuerza del que sabes que no podrás ganar- era una amenaza, pero, al estar disfrazada con un toque socarrón, no parecía como tal–¿Ya conocíais a esa chica?- les pregunté a los dos cazavampiros por igual.
Lo que ocurrió después fue tan rápido que apenas me di cuenta de lo que estaba pasando. Primero se escuchó un golpe seco, como el que se escucha cuando un gran árbol cae al suelo al ser talado. Luego, todo el Ostara se cubrió por un manto de fuego. No fui capaz de entender que era un incendio hasta que veinte personas, a todo mi rededor, comenzaron a gritarlo. Finalmente, después del ruido de la explosión y el fuego del incendio, vino el caos. Decenas, o quizás cientos, de personas gritaban y lloraban a medida que las llamas consumían las mesas con los adornos del Ostara que habían estado haciendo. El trabajo de todo el día, quedó consumido a cenizas. Instintivamente, dirigí la mirada hacia el árbol donde había dejado a Hardy Wittig colgando como si fuera un espantapájaros. Las llamas lo estaban consumiendo. Una mujer lo señalaba y lloraba porque creía que era una persona inocente que quedó atrapada en un círculo de fuego. Pobre señora, tan preocupado por los que ya eran cadáveres que no se dio cuenta que una rama del árbol que tenía detrás se cayó encima de sus piernas.
Boomer, el monstruo demente de los humanos, tuvo que ir al rescate de la señora mientras repetía una y otra vez:
-Boomer es fuerte. Boomer ayuda a personas en peligro del fuego malo-.
La chica mariposa con cuernos de cabra dijo lo segunda frase más sensata que había escuchado aquel día (la primera más sensata era de Jules “¡Pero qué coño!”). Ella dijo, como si fuera una genialidad que solo a ella se le podía ocurrir, que había que buscar agua para apagar el fuego. Bravo por ella, mientras los demás intentaban ayudar a los heridos y buscar agua de donde fuera, la chica mariposa se encargaba de gritar obviedades como una loca.
-Dicen que nuestros cuerpos están hechos de agua, ¿y si la tiramos a ella?- les dije a los cazadores de vampiro a la vez que hacia un gesto con la cabeza para señalar a la mujer mariposa.
Offrol: Debo disculpar con todos, especialmente con Sigel, mi primer post en el Evento fue demasiado “fuerte”. No era mi intención que pusieran la etiqueta de +18 en el tema. Lo siento si he chafado las tramas de algunos participantes o si por mi culpa, los menores de edad del foro, temen entrar en el tema. Lo siento mucho.
Sigel me dio permiso para utilizar, muy poquito, al personaje El Pequeño Boomer. Es mi favorito de todos los que tiene.
Sin embargo, nada de lo que imaginé en un principio ocurrió en la realidad. La ridícula mujer bestia me golpeó el pecho, sin hacerme apenas daño, y aprovechó el momento de sorpresa para zafarse de mi agarre y escapar.
¿Perseguirla? Eso hubiera estado bien. En otros tiempos lo hubiera hecho. Hubiera corrido tras de ella, la hubiera cogido, tirado al suelo y golpeado hasta hacer desaparecer su sonrisa. En aquellos tiempos, no era muy diferente a los tipos como Hardy Wittig. Tipos que si me los encontrase hoy en día acabarían peor de como él había quedado. Por fortuna, ya no era como ellos. Al menos, no del todo. Pues mi corazón seguía siendo violento. Podía sentir cómo, con fuertes latidos, me obligaba a volver a la vieja vida de cadenas y peleas (eres como un perro salvaje que escapa de su correa). Lo que me diferenciaba de esa clase de brujos era algo tan simple como lo podía el odio. Hardy Wittig y todos los demás brujos a las órdenes de Samhain estaban cargados de odio. Todos los delitos que cometían era porque odiaban a los elfos y, sobre todo, se odiaban a ellos mismos. Hacía muchos años que olvidé odiar. En cierta parte, fue gracias a Keira Bravery. Si no hubiera odiado a la bailarina, no me hubiera dado cuenta que a quien más odiaba era a mí.
En lugar de perseguir a la chica mariposa como un perro rabioso, me quedé de píe sonriendo y despidiéndola con la mano en la otra.
-Nos veremos pronto, nena- le dije con un fuerte tono burlón.
Irónico, fue pensar en las cosas que odiaba y aparecieron Jules y Huracán con una chica más que no conocía. No quise decirles nada, recordaba muy bien lo ocurrido aquella noche en Lunargenta en la que el odio que sentía hacia mí hizo que cayese presa de la maldición de una vampiresa. Elen, Huracán y Jules me ayudaron a no hacer ridículo por la poción de amor a cambio de hacer el ridículo para esos tres. No salí bien parado por el trato. Cambié el tener que ser devorado por una vampiresa a aguantar las bromas pesadas de Jules (que no eran mucho mejores que las mías) y notar cómo las esposas de Huracán me apretaban las manos. Elen, muy diferente a los otros dos, fue la única que tuvo cierta consideración con la maldición que me tenía presa. Fue ella la que hizo la poción que me sanó y era a ella a la que estaba realmente agradecida. Jules y Huracán eran dos tipos a los que odiaría si fuera capaz de odiar a alguien.
-Jules, el cazavampiros que quiso ser bufón.- le contesté sin menguar la sonrisa que me dejó la chica mariposa. Le devolví la palmada en el hombro con bastante más fuerza que la suya- No empieces un concurso de fuerza del que sabes que no podrás ganar- era una amenaza, pero, al estar disfrazada con un toque socarrón, no parecía como tal–¿Ya conocíais a esa chica?- les pregunté a los dos cazavampiros por igual.
Lo que ocurrió después fue tan rápido que apenas me di cuenta de lo que estaba pasando. Primero se escuchó un golpe seco, como el que se escucha cuando un gran árbol cae al suelo al ser talado. Luego, todo el Ostara se cubrió por un manto de fuego. No fui capaz de entender que era un incendio hasta que veinte personas, a todo mi rededor, comenzaron a gritarlo. Finalmente, después del ruido de la explosión y el fuego del incendio, vino el caos. Decenas, o quizás cientos, de personas gritaban y lloraban a medida que las llamas consumían las mesas con los adornos del Ostara que habían estado haciendo. El trabajo de todo el día, quedó consumido a cenizas. Instintivamente, dirigí la mirada hacia el árbol donde había dejado a Hardy Wittig colgando como si fuera un espantapájaros. Las llamas lo estaban consumiendo. Una mujer lo señalaba y lloraba porque creía que era una persona inocente que quedó atrapada en un círculo de fuego. Pobre señora, tan preocupado por los que ya eran cadáveres que no se dio cuenta que una rama del árbol que tenía detrás se cayó encima de sus piernas.
Boomer, el monstruo demente de los humanos, tuvo que ir al rescate de la señora mientras repetía una y otra vez:
-Boomer es fuerte. Boomer ayuda a personas en peligro del fuego malo-.
La chica mariposa con cuernos de cabra dijo lo segunda frase más sensata que había escuchado aquel día (la primera más sensata era de Jules “¡Pero qué coño!”). Ella dijo, como si fuera una genialidad que solo a ella se le podía ocurrir, que había que buscar agua para apagar el fuego. Bravo por ella, mientras los demás intentaban ayudar a los heridos y buscar agua de donde fuera, la chica mariposa se encargaba de gritar obviedades como una loca.
-Dicen que nuestros cuerpos están hechos de agua, ¿y si la tiramos a ella?- les dije a los cazadores de vampiro a la vez que hacia un gesto con la cabeza para señalar a la mujer mariposa.
Offrol: Debo disculpar con todos, especialmente con Sigel, mi primer post en el Evento fue demasiado “fuerte”. No era mi intención que pusieran la etiqueta de +18 en el tema. Lo siento si he chafado las tramas de algunos participantes o si por mi culpa, los menores de edad del foro, temen entrar en el tema. Lo siento mucho.
Sigel me dio permiso para utilizar, muy poquito, al personaje El Pequeño Boomer. Es mi favorito de todos los que tiene.
Gerrit Nephgerd
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Wind y Fuga hicieron otro huevo de la misma manera, pero esta vez, usando una hoja pequeña de árbol para dejarla plasmada en el huevo mientras ignoraban lo que sucedía a escasos metros de donde estaban, gracias a los cielos, no se percataron de la grotesca escena que allí estaba sucediendo. Ahora las dos tenían huevos a conjunto, uno lleno de cosas bonitas y el otro vacío, por falta de cosas con lo que rellenarlo, en realidad.
Mientras se daban a esa tarea, una muchacha que no conocían se sentó a su lado y les pidió ayuda -No es difícil, si coges una hoja o una flor y la poner sobre el huevo, queda marcada- Explicó Wind con una sonrisa mientras Fuga pensaba que utilizar para llenar el segundo huevo - ¿Ves? Pones la planta y pintas por encima, al quitarla queda el dibujo- Terminó de explicar mientras señalaba el segundo huevo que habían hecho. La elfa no se fijó demasiado en lo que estaba pintando la muchacha, pero a Fuga le pareció un huevo extraño, parecía una estatua pequeña en vez de un huevo de Ostara ¿Lo habría cogido de otra cesta? -Quedan bonitos y son fáciles- Añadió la pequeña licantropa, haciendo especial hincapié en lo sencillos que resultaban de hacer.
Cuando terminaron con los huevos, se levantaron y decidieron buscar algún otro lugar donde poder seguir intentando ser creativas - ¿Podemos irnos ya? - Fuga miró a su alrededor y decidió que aquella fiesta había terminado para ella - ¿Qué? ¡No! Aun podemos hacer muchas más cosas… como… decorar arboles con cintas ¿Si?- Wind intentó continuar manteniendo el ánimo alto, pero no parecía dar resultado -No hay chocolate, prefiero volver a Lunargenta- Aquella petición sacó un sonoro suspiro a la muchacha, era cierto que le había prometido más o menos que allí habría chocolate, pero aquel dulce era demasiado caro y lo único que pretendía era que dejara de poner pegas -Oh, venga Fuga, lo estamos pasando bien ¿Acaso no te gusta el huevo?- Aquella pregunta sabía que dejaría a la pequeña desarmada, así que, después de ver como asentía con la cabeza, esbozó una enorme sonrisa y comenzaron a buscar que hacer hasta que alguien las paró.
Era un hombre, que no parecía tener intenciones hostiles, así que la elfa decidió quedarse a entablar conversación mientras Fuga se echaba ligeramente hacia atrás, quedando ligeramente escondida tras Wind -Feliz Ostara a vos también, creo que está bien dicho… y sino, supondremos que sí lo está- Salió una pequeña risa de sus labios y miró cómo el extraño se quitaba la capucha ¿Un elfo? Se quedó observándole mientras éste parecía tener especial interés por la pequeña, lo que provocó que la muchacha levantara una ceja algo confusa ¿Seguía teniendo buenas intenciones? Parecía que sí, así que, aprovechando el carácter festivo del evento y que su instinto le decía que no había problema, quedó con una pequeña sonrisa amable en el rostro -Los lobos viven en el bosque, no debe haber lobos con la gente normal- Respondió Fuga mientras Wind se soltaba y le acariciaba la cabeza -Quien sabe dónde estará el hermoso lobo- Fuga se agarró a las telas del traje de la elfa y miró al extraño elfo ¿Qué quería de ella? ¿Acaso quería comprarla? Pero Wind no la vendería ¿No? La pequeña comenzó a ponerse ligeramente nerviosa, los extraños no solían interesarse tanto por ella como lo hacían por su amiga pero, sobre todo, su amiga no solía ser tan amable con los desconocidos -Sí, lo eres, los lobos no son bonitos- Dijo la pequeña sin miramientos, haciendo que Wind quedara sorprendida de semejante respuesta, desde luego la pequeña no tenía filtro -Pero ser raro no es malo- Se apresuró a añadir la peliazul, tratando de evitar un conflicto.
Wind sonrió ante aquellas palabras, tal vez deberían pasarse ellas también por Ulmer para que la pequeña conociera más sobre su raza y, con un poco de suerte, comenzara a aceptarse a sí misma -Son muy bonitos…- Comentó mientras acariciaba el pelo a Fuga, la cual, miró con extrañeza al elfo y después los regalos ¿Podía cogerlos? ¿Eran para ella? -Nosotras podemos dárselos… si la encontramos- Fuga asintió y cogió los presentes -Gracias- Murmuró tímidamente, como si no terminara de creerse que aquello era para ella.
Aun así, no pudieron recrearse demasiado en aquella escena, pues de repente apareció una mujer verde con bastante mal carácter, que parecía estar destrozando los adornos de la gente a propósito. Wind miró a la mariposa loca como si no se creyera la escena que estaba montando sin motivo aparente, pero más perpleja se quedó cuando se dirigió a ellos, como si tuvieran la culpa de algo. La elfina frunció el ceño y paso la mano por delante de la pequeña a modo de protección -Tú deberías avergonzarte de hacer llorar a los niños de esta manera- Respondió de malas maneras mientras notaba como el rubor subía a su rostro ¿Qué derecho tenía esa mujer a molestar a los demás? Aquella acusación realmente la enfadó “Deshonrar nuestra raza… ¿Qué ha hecho mi raza por mí aparte de nada?” Pensó la muchacha sin dejar de fruncir el ceño.
No tardó en aparecer más gente, haciéndole notar a la mujer verde que aquellas no eran maneras de aparecer en una fiesta, aunque tampoco es que el hombre que la agarraba del brazo pareciera demasiado amable ¿Él era un brujo? Le miró disimuladamente y pensó que parecía que acababa de salir de la matanza del cerco ¿Por qué narices tenía sangre encima? Movió a Fuga ligeramente más detrás suya y otra persona apareció “Menuda reunión se está formando…” Pensó Wind mientras barajaba la idea de largarse de allí y hacer caso omiso de lo que sucedía -Se conocen- Apuntó la pequeña mientras trataba de mirar la escena desde detrás de la elfina -Será mejor que nos vayamos- Comentó mientras comenzaba a darse la vuelta para salir de aquella pelea que se estaba formando.
Apenas había comenzado a dar un paso, cuando una explosión hizo que Fuga cayera al suelo y que Wind se llevara las manos a la cabeza mientras una llamarada salía de la mitad de la plaza -¿Pero qué…?- Murmuró la elfa mientras comenzaba a analizar la situación y a buscar a Fuga con la mirada. La gente comenzó a correr por todas partes mientras la muchacha buscaba a la pequeña con la mirada ¿Dónde narices se había caído? Tardó unos instantes en localizarla, con un grito ahogado, se tiró entre la muchedumbre que comenzaba a correr como loca, antes de que comenzaran a aplastar a la pequeña. Se lanzó al suelo y la recogió tan rápido como pudo, tirando de ella hacia arriba, son sin antes recibir un par de patadas en las piernas y Fuga un pisotón en la mano.
El golpe dejó aturdida a la rubia ¿Qué había sucedido? Le pitaban los oídos y tan solo podía ver la cara de preocupación de su amiga. Tardó unos instantes en volver a recuperar la audición mientras notaba la mano dolorida, pero no tanto como cuando le pisaba su padre, el dolor que sentía era soportable, así que decidió mantener la calma -Bien, estoy bien- dijo la pequeña mientras se dejaba abrazar por la elfa, que por su parte, comenzaba a llorar de pensar que le podía haber pasado algo y ella no la había protegido.
La gente había entrado en pánico, corría en todas direcciones sin ningún tipo de sentido, mientras la chica que les había pedido ayuda para pintar estaba tirada en el suelo ¿Había sido cosa suya? Los brujos miraban la escena como si aquello no fuera la gran cosa o, al menos, esa sensación de dio a Wind, pero la elfa verde parecía estar desolada, como si ella misma hubiera perecido en aquella explosión. La peliazul chascó la lengua y se separó de Fuga, depositando antes un beso en su mejilla y asegurándose que no tenía ninguna herida grave a parte de algunos cortes pequeños, similares a los que sentía ella misma en su cuerpo. -Estamos bien, pero hay que encontrar agua antes de que el bosque se convierta en cenizas- Respondió la muchacha mientras observaba el absurdo paisaje en el que se había convertido aquella festividad -Hay que ayudar- Dijo la pequeña al ver la desesperación de la elfa verde.
Wind asintió y con un suspiro profundo, sacó al golem de escaso 1,20m, cogió un cubo donde antes habría huevos y lo mandó a un pozo que había al otro lado del claro -Eh, tú, en vez de hacerte el gracioso, podrías ayudar- Dijo la elfa con el ceño frunció mientras señalaba al tal Neph y le lanzaba a los pies otro cubo que había acabado rodando hasta cerca de ella. Una cosa era darle una lección a una mariposa aguafiestas y otra dejar que todo el bosque saliera ardiendo -Fuga, ve con el golem y ayúdale a sacar agua del pozo- Dijo justo antes de cogerle la mano pisoteada y realizar una plegaria sobre ella -Corre y ten cuidado- Añadió antes de que la pequeña saliera corriendo para alcanzar a la mole de arcilla.
Con un poco de suerte, no sería sólo el brujo el que ayudara, sino que los demás que permanecían por allí también acabarían colaborando. Miró a los otro brujos y, mientras pensaba que la mujer le sonaba de algo, se dirigió la chica que parecía haber causado semejante revuelo -Eh, no pasa nada, pero deberías ayudar también a apagar esto- Dijo antes de darse la vuelta y dirigirse al pozo entre la marabunta de gente, con la esperanza de que la gente comenzara a ayudar también y dejara de correr como si aquello fuera el fin del mundo.
offrol: La burja que me suena es Huracan, la chica qu esta tirada en el suelo es Rachel, el tio al que le lanzo el cubo es Gerrit (Porfi, no me pegues...al menos no fuerte).
Mientras se daban a esa tarea, una muchacha que no conocían se sentó a su lado y les pidió ayuda -No es difícil, si coges una hoja o una flor y la poner sobre el huevo, queda marcada- Explicó Wind con una sonrisa mientras Fuga pensaba que utilizar para llenar el segundo huevo - ¿Ves? Pones la planta y pintas por encima, al quitarla queda el dibujo- Terminó de explicar mientras señalaba el segundo huevo que habían hecho. La elfa no se fijó demasiado en lo que estaba pintando la muchacha, pero a Fuga le pareció un huevo extraño, parecía una estatua pequeña en vez de un huevo de Ostara ¿Lo habría cogido de otra cesta? -Quedan bonitos y son fáciles- Añadió la pequeña licantropa, haciendo especial hincapié en lo sencillos que resultaban de hacer.
Cuando terminaron con los huevos, se levantaron y decidieron buscar algún otro lugar donde poder seguir intentando ser creativas - ¿Podemos irnos ya? - Fuga miró a su alrededor y decidió que aquella fiesta había terminado para ella - ¿Qué? ¡No! Aun podemos hacer muchas más cosas… como… decorar arboles con cintas ¿Si?- Wind intentó continuar manteniendo el ánimo alto, pero no parecía dar resultado -No hay chocolate, prefiero volver a Lunargenta- Aquella petición sacó un sonoro suspiro a la muchacha, era cierto que le había prometido más o menos que allí habría chocolate, pero aquel dulce era demasiado caro y lo único que pretendía era que dejara de poner pegas -Oh, venga Fuga, lo estamos pasando bien ¿Acaso no te gusta el huevo?- Aquella pregunta sabía que dejaría a la pequeña desarmada, así que, después de ver como asentía con la cabeza, esbozó una enorme sonrisa y comenzaron a buscar que hacer hasta que alguien las paró.
Era un hombre, que no parecía tener intenciones hostiles, así que la elfa decidió quedarse a entablar conversación mientras Fuga se echaba ligeramente hacia atrás, quedando ligeramente escondida tras Wind -Feliz Ostara a vos también, creo que está bien dicho… y sino, supondremos que sí lo está- Salió una pequeña risa de sus labios y miró cómo el extraño se quitaba la capucha ¿Un elfo? Se quedó observándole mientras éste parecía tener especial interés por la pequeña, lo que provocó que la muchacha levantara una ceja algo confusa ¿Seguía teniendo buenas intenciones? Parecía que sí, así que, aprovechando el carácter festivo del evento y que su instinto le decía que no había problema, quedó con una pequeña sonrisa amable en el rostro -Los lobos viven en el bosque, no debe haber lobos con la gente normal- Respondió Fuga mientras Wind se soltaba y le acariciaba la cabeza -Quien sabe dónde estará el hermoso lobo- Fuga se agarró a las telas del traje de la elfa y miró al extraño elfo ¿Qué quería de ella? ¿Acaso quería comprarla? Pero Wind no la vendería ¿No? La pequeña comenzó a ponerse ligeramente nerviosa, los extraños no solían interesarse tanto por ella como lo hacían por su amiga pero, sobre todo, su amiga no solía ser tan amable con los desconocidos -Sí, lo eres, los lobos no son bonitos- Dijo la pequeña sin miramientos, haciendo que Wind quedara sorprendida de semejante respuesta, desde luego la pequeña no tenía filtro -Pero ser raro no es malo- Se apresuró a añadir la peliazul, tratando de evitar un conflicto.
Wind sonrió ante aquellas palabras, tal vez deberían pasarse ellas también por Ulmer para que la pequeña conociera más sobre su raza y, con un poco de suerte, comenzara a aceptarse a sí misma -Son muy bonitos…- Comentó mientras acariciaba el pelo a Fuga, la cual, miró con extrañeza al elfo y después los regalos ¿Podía cogerlos? ¿Eran para ella? -Nosotras podemos dárselos… si la encontramos- Fuga asintió y cogió los presentes -Gracias- Murmuró tímidamente, como si no terminara de creerse que aquello era para ella.
Aun así, no pudieron recrearse demasiado en aquella escena, pues de repente apareció una mujer verde con bastante mal carácter, que parecía estar destrozando los adornos de la gente a propósito. Wind miró a la mariposa loca como si no se creyera la escena que estaba montando sin motivo aparente, pero más perpleja se quedó cuando se dirigió a ellos, como si tuvieran la culpa de algo. La elfina frunció el ceño y paso la mano por delante de la pequeña a modo de protección -Tú deberías avergonzarte de hacer llorar a los niños de esta manera- Respondió de malas maneras mientras notaba como el rubor subía a su rostro ¿Qué derecho tenía esa mujer a molestar a los demás? Aquella acusación realmente la enfadó “Deshonrar nuestra raza… ¿Qué ha hecho mi raza por mí aparte de nada?” Pensó la muchacha sin dejar de fruncir el ceño.
No tardó en aparecer más gente, haciéndole notar a la mujer verde que aquellas no eran maneras de aparecer en una fiesta, aunque tampoco es que el hombre que la agarraba del brazo pareciera demasiado amable ¿Él era un brujo? Le miró disimuladamente y pensó que parecía que acababa de salir de la matanza del cerco ¿Por qué narices tenía sangre encima? Movió a Fuga ligeramente más detrás suya y otra persona apareció “Menuda reunión se está formando…” Pensó Wind mientras barajaba la idea de largarse de allí y hacer caso omiso de lo que sucedía -Se conocen- Apuntó la pequeña mientras trataba de mirar la escena desde detrás de la elfina -Será mejor que nos vayamos- Comentó mientras comenzaba a darse la vuelta para salir de aquella pelea que se estaba formando.
Apenas había comenzado a dar un paso, cuando una explosión hizo que Fuga cayera al suelo y que Wind se llevara las manos a la cabeza mientras una llamarada salía de la mitad de la plaza -¿Pero qué…?- Murmuró la elfa mientras comenzaba a analizar la situación y a buscar a Fuga con la mirada. La gente comenzó a correr por todas partes mientras la muchacha buscaba a la pequeña con la mirada ¿Dónde narices se había caído? Tardó unos instantes en localizarla, con un grito ahogado, se tiró entre la muchedumbre que comenzaba a correr como loca, antes de que comenzaran a aplastar a la pequeña. Se lanzó al suelo y la recogió tan rápido como pudo, tirando de ella hacia arriba, son sin antes recibir un par de patadas en las piernas y Fuga un pisotón en la mano.
El golpe dejó aturdida a la rubia ¿Qué había sucedido? Le pitaban los oídos y tan solo podía ver la cara de preocupación de su amiga. Tardó unos instantes en volver a recuperar la audición mientras notaba la mano dolorida, pero no tanto como cuando le pisaba su padre, el dolor que sentía era soportable, así que decidió mantener la calma -Bien, estoy bien- dijo la pequeña mientras se dejaba abrazar por la elfa, que por su parte, comenzaba a llorar de pensar que le podía haber pasado algo y ella no la había protegido.
La gente había entrado en pánico, corría en todas direcciones sin ningún tipo de sentido, mientras la chica que les había pedido ayuda para pintar estaba tirada en el suelo ¿Había sido cosa suya? Los brujos miraban la escena como si aquello no fuera la gran cosa o, al menos, esa sensación de dio a Wind, pero la elfa verde parecía estar desolada, como si ella misma hubiera perecido en aquella explosión. La peliazul chascó la lengua y se separó de Fuga, depositando antes un beso en su mejilla y asegurándose que no tenía ninguna herida grave a parte de algunos cortes pequeños, similares a los que sentía ella misma en su cuerpo. -Estamos bien, pero hay que encontrar agua antes de que el bosque se convierta en cenizas- Respondió la muchacha mientras observaba el absurdo paisaje en el que se había convertido aquella festividad -Hay que ayudar- Dijo la pequeña al ver la desesperación de la elfa verde.
Wind asintió y con un suspiro profundo, sacó al golem de escaso 1,20m, cogió un cubo donde antes habría huevos y lo mandó a un pozo que había al otro lado del claro -Eh, tú, en vez de hacerte el gracioso, podrías ayudar- Dijo la elfa con el ceño frunció mientras señalaba al tal Neph y le lanzaba a los pies otro cubo que había acabado rodando hasta cerca de ella. Una cosa era darle una lección a una mariposa aguafiestas y otra dejar que todo el bosque saliera ardiendo -Fuga, ve con el golem y ayúdale a sacar agua del pozo- Dijo justo antes de cogerle la mano pisoteada y realizar una plegaria sobre ella -Corre y ten cuidado- Añadió antes de que la pequeña saliera corriendo para alcanzar a la mole de arcilla.
Con un poco de suerte, no sería sólo el brujo el que ayudara, sino que los demás que permanecían por allí también acabarían colaborando. Miró a los otro brujos y, mientras pensaba que la mujer le sonaba de algo, se dirigió la chica que parecía haber causado semejante revuelo -Eh, no pasa nada, pero deberías ayudar también a apagar esto- Dijo antes de darse la vuelta y dirigirse al pozo entre la marabunta de gente, con la esperanza de que la gente comenzara a ayudar también y dejara de correr como si aquello fuera el fin del mundo.
offrol: La burja que me suena es Huracan, la chica qu esta tirada en el suelo es Rachel, el tio al que le lanzo el cubo es Gerrit (Porfi, no me pegues...al menos no fuerte).
Windorind Crownguard
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Áthor encabezaba la marcha y yo le seguía mientras descendíamos de una cornisa pedregosa. Nos abrimos paso por los cañaverales, siguiendo la margen del Aguargenta, que bañaba los campos entre las ringleras de cerros. Al este estaban los enormes acantilados del golfo de Frey y al oeste unas laderas oliváceas que se mezclaban con la claridad del día.
Áthor las señaló con su arco. Se elevaban en la llanura, casi azules, entre los cardizales que se agrupaban al pie, y solo una de las montañas estaba coronada de blanco.
—Aquellos montes que ves allí son la sierra donde está el Monalto, también lo llaman el Pico del Pastor—, decía él—. Dicen que se lo pusieron cuando Aamir el Niño vio acercarse al ejército de Vulwulfar, disfrazado de bosque y advirtió de la invasión a los señores humanos de Lunargenta.
—No sabía que conocieras tanto de la historia de los humanos.
Áthor se rió al oirme.
—Ahora tú también lo sabes—, dijo—, y cuanto más tiempo pases entre ellos, más sabrás.
—Entonces dime cómo terminó la historia de Aamir el Niño para contarla yo.
—Los señores de Lunargenta lanzaron un ataque sorpresa al ejército del general Eybras, y casi terminaron con él gracias a la información de Aamir el Niño, que tomó la espada y luchó contra ellos. Al final, los señores de Lunargenta entregaron al Aamir el Niño a Vulwulfar tras negociaciones de paz que mantuvieron los nobles y lo decapitaron con el beneplácito real para sellar los acuerdos.
—¿Y la gente no hizo nada?—, le pregunté cuando conseguí recuperar las palabras.
—Mucha gente se declaró en rebeldía y se lanzó al bosque, quizá por eso está todo lleno de asaltantes y bandidos en nuestros días, pero a la mayoría le servía porque tenían paz, ¿qué más les daba a los señores en tal caso? Tenlo presente cuando trates con humanos civilizados. Además, fue la época de la Pestilencia, que asoló la península y redujo en un tercio su población. Sin gente a su servicio hubieran tenido que tomar ellos mismos sus espadas y luchar. Aprecian la vida más que cualquier otra cosa, incluso que una muerte digna.
—No creo que vaya a contar mucho esta historia, Áthor—, le dije sin para de seguirle.
—Las historias feas son las que nos hacen querer luchar.
Seguimos mientras el día avanzaba, un tres kilómetros más. Un calor sofocante invadió la brisa, y con él llegó un olor fétido y hediondo. Subimos a una hondonada y pudimos verla.
—Mira, Ástyr—. Apuntó con el dedo junto a mí—. Una muralla maciza de piedra dura, con un foso y una cerca de cardos espinosos rodeando toda aquella colina. El país de Lunargenta, hogar de los humanos del sur, junto a Roilkat, en las costas del oeste. ¿Ves aquello que asoma por encima, que parece piedra roja y negra brillante? Son sus hogares. Allá en lo alto, en el corazón de la ciudad, están los castillos nobles, donde viven los grandes señores del meridión.
Aquella casa era mucho más grande y alta que el resto, que apenas podía sobresalir de las enormes murallas. Brillaba titilante como si fuera oro puro y el sol la estuviera limpiando, pálido y avergonzado.
—¿Viven allí los que mataron a Aamir el Pastor?—, le pregunté, sin darme cuenta de la inseguridad en mi voz.
—Bueno—, sonrió él—, quizá sus descendientes o sus bastardos. ¿Quién sabe? Muchos linajes surgieron y desaparecieron desde aquella guerra humana.
Fijé mi mirada y pude ver hombres también relucientes, en la lontananza.
—A partir de ahora tenemos que ser más precavidos, Ástyr. Los hombres son mezquinos y también muy desconfiados. Siempre están preocupados por algo; si hace sol, se preocupan porque puede que no haya agua para los cultivos y, si llueve, porque se ahoguen y se mueran de hambre. Si echas mano del cuchillo, que nadie te vea usarlo o, al menos, ten clara una vía de huída. Y vigila tu lengua también, ¿eh?
—¡Eh!, ¿cuándo di yo problemas a nadie?—, dije mientras le daba un golpe en el hombro.
—¡Jajaja! Otra cosa, allí huele muy mal.
**
Los pájaros cantaban cuando llegamos a la puerta norte de la ciudad, siguiendo un ramal del Aguargenta, que descendía hacia la meseta de la que llegábamos, abriéndose en una curva amplia antes de unirse a aquel. El suelo dejaba de ser verde para convertirse en tierra, entre marrón y negra, cada vez que nos acercábamos a las murallas por el camino.
Había árboles jóvenes y finos cerca del río, sobre todo sauces, fresnos y ahuehuetes, perfectamente colocados a la misma distancia unos de otros. Tenían brotes rojizos que anunciaban la cercanía de la primavera en su savia. Los humanos los debían haber plantado para protegerse del sol en aquella tierra desolada sin bosques. No los culpo. Sobre todo porque los inviernos debían ser especialmente fríos, y los veranos, todo lo contrario.
En este punto, el camino dejaba de ser una senda de tierra y matorrales para convertirse en un paseo empedrado en el que perfectamente cabrían cinco personas a caballo. Podrían caminar unas al lado de otras sin tocarse. La sombra aromática de los pequeños árboles era una tregua en el sol, que se había convertirdo en un fuego abrasador, y en la sospecha del olor hacinado que se ocultaba en él.
Vi flores que no conocía. Las había rojas, bermellonas, granates, carmesíes, carmín y escarlata, y también azules, zafiro, añiles, claros…
—Yo solo veo dos colores, azul y rojo—, dijo Áthor—, pero las llaman caratos, miramelindos y algo más… radichetas… no lo sé.
—Si huele mal adentro, mejor me llevo unas cuantas para oler mejor.
Había muchas, así que me adorné la trenza con ellas, para que su aroma me protegiera del hedor de la civilización. A falta de aceites perfumados como los que usábamos en las ceremonias y el culto, no era mala solución. Además, el río, a medida que estábamos más cerca de Lunargenta, estaba cada vez más sucio y transportaba una espumilla entre blanco sucio y amarillo claro que me echaba para atrás a la hora de decidir refrescarme en él. Así que, durante el último tramo del viaje, no hubo ninguna oportunidad de aprovechar su agua, especialmente si bajaba desde Lunargenta.
Con las mismas, llegamos a las puertas. Un grupo de hombres armados, vestidos con cotas de malla, salieron a nuestro encuentro, cerrándonos el camino con alabardas que rezumaron con un brillo frío como el hielo. Al ver las armas, mi cuerpo se puso en guardia, pero inmediatamente le ordené relajarse porque no parecían una amenaza y estábamos en su territorio.
Uno de ellos, con la espada envainada, alzó su brazo derecho con la palma mirando hacia nosotros. Hablaba en la lengua de Lunargenta, como muchos de los humanos con los que me embarqué desde la Fortaleza de Garlante. Aunque era igual, también, a la vez, era diferente. Me costaba entenderlo todo, pero sabía lo que decía.
—¡Alto a la Guardia de la Ciudad!—, dijo el humano de cabeza redonda. Era alto, pero bajo, ancho de hombros y tan lleno de pelo rizoso negro que le asomaba por el pescuezo, bajo la ropa. No se quitó el yelmo, que lucía una cresta blanca como si fuera una gallina albina.
Áthor alzó la mano en forma de saludo, similar al suyo y habló en su misma lengua, con su misma tonalidad y cadencias.
—¿Qué asuntos os traen a Lunargenta desde Sandorai, bestias?—, preguntó el soldado al poco. Al hablar, el aire se le escapaba entre los huecos que ocuparon hace tiempo unos dientes.
—Techo, agua y comida—, respondió Áthor sin variar su tono amable. En verdad sonaba a insulto “bestias” cuando lo pronunciaban humanos—. Somos viajantes, nada más.
—Viajantes seréis, pero nada más no lo sé—, dijo él resoplando.
—Pensaba que los humanos eran más hospitalarios—, dije en su lengua, sin poder evitarlo por culpa de su manera de despreciarnos.
El soldado me miró bajo el yelmo, con sus ojos negros clavándose en mí. Áthor me miró frunciendo el ceño.
—Quizá, niña—, dijo el soldado mientras una sombra de angustia le cubrió el rostro—, pero son tiempos que poco tienen de buenos. La semana pasada varios fanáticos cruzaron las murallas de la ciudad y robaron tres carruajes y caballos del establo de nuestros señores. Durante las horas de mercado los espolearon y atropellaron a decenas de personas. Entre ellas niños y mujeres. A dos de ellos los conseguimos abatir cuando el carruaje en el que iba volcó, y otro de ellos cayó cuando su montura se encabritó, pero cuatro de ellos mataron a quince soldados de la patrulla de la Guardia de la Ciudad.
—¿Qué son los fanáticos?—, preguntó Áthor.
Los soldados se miraron con desconfianza.
—Son bestias—, contestó él—. Con perdón de ustedes. No quiero ofenderos si venís en paz.
—No hay ofensa—, añadió Áthor al momento, empatizando con su dolor y dándome un toque en el brazo para no decirle nada.
El guardia se quitó el yelmo y descubrió su pelo negro a la luz del sol. Por las sienes se había vuelto blanco como la nieve. Una cicatriz le cruzaba la cara desde el mentón hasta la frente.
—Señores Rebeldes, se hacen llamar, y nos llaman usurpadores. Dicen reivindicar el derecho real de sus antepasados a ocupar una tierra que les quitamos, según ellos. No temen morir, y mucho menos matar. No llevan banderas, ni estandartes. Su símbolo es el rojo de la sangre de las matanzas sobre la piel. Este tipo de guerra es algo para la que los ejércitos no sirven.
—Lo lamentamos—, dijo Áthor—, pero no tenemos nada que ver con los fanáticos rebeldes. Somos dos bestias que venimos de tierras lejanas sin más objetivo que conocer mundo. Y, como podéis ver, necesitamos un buen descanso, comida y bebida. En nuestra tierra es costumbre no negársela al que la necesita.
Uno de los soldados que estaba con el hombro dio un golpe en suelo con su alabarda y escupió al suelo con una maldición
—¡Pero no estáis en vuestra tierra! Si no os gusta, volver por donde habéis venido. ¡Esta es nuestra tierra!
El hombre de pelo negro le increpó en su lengua. No pude distinguir lo que decía, pero el de la alabarda bajó la mirada, murmurando.
—Los ánimos están caldeados, amigos míos. Además, nuestros señores nos obligan a no suspender las celebraciones sagradas para demostrar que no tenemos miedo—. Sonrió—. El caso es que lo tenemos, como acabáis de comprobar con mi estúpido camarada.
Señaló al oeste. A varios kilómetros desde aquella posición, en un claro cerca de la muralla había un tumulto de gente. Todos parecían humanos a primera vista, pero pude contemplar orejas picudas y cuerpos tan delgados y esbeltos que solo podían ser elfos. Otros olían de manera diferente, una esencia familiar, animal, pero humana. ¿Lobos-humanos? ¿Brujas?
Hubo un rugido atronados y una intensa llamarada de fuego azul. Mis piernas se doblaron. Los pocos árboles de aquel simulacro de bosque se sacudieron entre polvo y humo negro a lo lejos. Los tenderetes volaron como si un vendabal hubiera irrumpido sin previo aviso. Hubo un grito al unisono, cientos de voces gritando como una, elevándose desde el
claro, convirtiendose en un clamor de miedo.
Todo el mundo se estremeció con la explosión, y los humanos se arrojaron al suelo, enterrando su cara en la arena, tapándose las orejas y llornado. Los llantos subieron hasta donde nos encontrábamos, desde la hondonada. Aquellas llanuras desnudas retumbaron, y las murallas, como si cada una de las inmensas rocas que la conformaban hubieran cobrado vida.
—¡Qué fue eso!—, grité mientras nos alcanzaba el aire furioso al llegar a nosostros tas la sacudida.
—¡Ah! ¡Fanáticos!—, gritó Áthor cubriéndose la cabeza con las manos y dejando caer al suelo el arco.
Desde el interior de la ciudad amurallada sonaron cuernos, aquí y allá, cada vez más cerca y más rugientes. Hubo
llamadas y respuestas.
—¡Atención!—, dijo el soldado volviendo a colocarse el yelmo y ocultándose la parte superior del rostro—. ¡Empuñad las armas! ¡Fyrdaus, trae mi caballo! ¡Ya!
Tras someter a los caballos subieron a las monturas y se prepararon para dirigirse allí; uno de ellos arrastró por el suelo a un soldado, agarrado a las riendas hasta que entre cinco pudieron dominarlo.
—¡Maldita sea!—, le gritó el capitán de la compañía. Entonces pareció volver a reparar en nosotreos—. Protegeos en la ciudad si queréis—. Sujetó al caballo—, pero confío en que no creeis problemas, o yo mismo me encargaré de daros caza a vosotros dos, ¿entendido?
—Sin problema, jefe—, dijo Áthor volviendo a tomar el arco del suelo.
—¿Y tu muchacha?—, me preguntó con la espada en la mano.
Le hice un gesto levantando el mentón y se dio por complacido.
Áthor las señaló con su arco. Se elevaban en la llanura, casi azules, entre los cardizales que se agrupaban al pie, y solo una de las montañas estaba coronada de blanco.
—Aquellos montes que ves allí son la sierra donde está el Monalto, también lo llaman el Pico del Pastor—, decía él—. Dicen que se lo pusieron cuando Aamir el Niño vio acercarse al ejército de Vulwulfar, disfrazado de bosque y advirtió de la invasión a los señores humanos de Lunargenta.
—No sabía que conocieras tanto de la historia de los humanos.
Áthor se rió al oirme.
—Ahora tú también lo sabes—, dijo—, y cuanto más tiempo pases entre ellos, más sabrás.
—Entonces dime cómo terminó la historia de Aamir el Niño para contarla yo.
—Los señores de Lunargenta lanzaron un ataque sorpresa al ejército del general Eybras, y casi terminaron con él gracias a la información de Aamir el Niño, que tomó la espada y luchó contra ellos. Al final, los señores de Lunargenta entregaron al Aamir el Niño a Vulwulfar tras negociaciones de paz que mantuvieron los nobles y lo decapitaron con el beneplácito real para sellar los acuerdos.
—¿Y la gente no hizo nada?—, le pregunté cuando conseguí recuperar las palabras.
—Mucha gente se declaró en rebeldía y se lanzó al bosque, quizá por eso está todo lleno de asaltantes y bandidos en nuestros días, pero a la mayoría le servía porque tenían paz, ¿qué más les daba a los señores en tal caso? Tenlo presente cuando trates con humanos civilizados. Además, fue la época de la Pestilencia, que asoló la península y redujo en un tercio su población. Sin gente a su servicio hubieran tenido que tomar ellos mismos sus espadas y luchar. Aprecian la vida más que cualquier otra cosa, incluso que una muerte digna.
—No creo que vaya a contar mucho esta historia, Áthor—, le dije sin para de seguirle.
—Las historias feas son las que nos hacen querer luchar.
Seguimos mientras el día avanzaba, un tres kilómetros más. Un calor sofocante invadió la brisa, y con él llegó un olor fétido y hediondo. Subimos a una hondonada y pudimos verla.
—Mira, Ástyr—. Apuntó con el dedo junto a mí—. Una muralla maciza de piedra dura, con un foso y una cerca de cardos espinosos rodeando toda aquella colina. El país de Lunargenta, hogar de los humanos del sur, junto a Roilkat, en las costas del oeste. ¿Ves aquello que asoma por encima, que parece piedra roja y negra brillante? Son sus hogares. Allá en lo alto, en el corazón de la ciudad, están los castillos nobles, donde viven los grandes señores del meridión.
Aquella casa era mucho más grande y alta que el resto, que apenas podía sobresalir de las enormes murallas. Brillaba titilante como si fuera oro puro y el sol la estuviera limpiando, pálido y avergonzado.
—¿Viven allí los que mataron a Aamir el Pastor?—, le pregunté, sin darme cuenta de la inseguridad en mi voz.
—Bueno—, sonrió él—, quizá sus descendientes o sus bastardos. ¿Quién sabe? Muchos linajes surgieron y desaparecieron desde aquella guerra humana.
Fijé mi mirada y pude ver hombres también relucientes, en la lontananza.
—A partir de ahora tenemos que ser más precavidos, Ástyr. Los hombres son mezquinos y también muy desconfiados. Siempre están preocupados por algo; si hace sol, se preocupan porque puede que no haya agua para los cultivos y, si llueve, porque se ahoguen y se mueran de hambre. Si echas mano del cuchillo, que nadie te vea usarlo o, al menos, ten clara una vía de huída. Y vigila tu lengua también, ¿eh?
—¡Eh!, ¿cuándo di yo problemas a nadie?—, dije mientras le daba un golpe en el hombro.
—¡Jajaja! Otra cosa, allí huele muy mal.
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Los pájaros cantaban cuando llegamos a la puerta norte de la ciudad, siguiendo un ramal del Aguargenta, que descendía hacia la meseta de la que llegábamos, abriéndose en una curva amplia antes de unirse a aquel. El suelo dejaba de ser verde para convertirse en tierra, entre marrón y negra, cada vez que nos acercábamos a las murallas por el camino.
Había árboles jóvenes y finos cerca del río, sobre todo sauces, fresnos y ahuehuetes, perfectamente colocados a la misma distancia unos de otros. Tenían brotes rojizos que anunciaban la cercanía de la primavera en su savia. Los humanos los debían haber plantado para protegerse del sol en aquella tierra desolada sin bosques. No los culpo. Sobre todo porque los inviernos debían ser especialmente fríos, y los veranos, todo lo contrario.
En este punto, el camino dejaba de ser una senda de tierra y matorrales para convertirse en un paseo empedrado en el que perfectamente cabrían cinco personas a caballo. Podrían caminar unas al lado de otras sin tocarse. La sombra aromática de los pequeños árboles era una tregua en el sol, que se había convertirdo en un fuego abrasador, y en la sospecha del olor hacinado que se ocultaba en él.
Vi flores que no conocía. Las había rojas, bermellonas, granates, carmesíes, carmín y escarlata, y también azules, zafiro, añiles, claros…
—Yo solo veo dos colores, azul y rojo—, dijo Áthor—, pero las llaman caratos, miramelindos y algo más… radichetas… no lo sé.
—Si huele mal adentro, mejor me llevo unas cuantas para oler mejor.
Había muchas, así que me adorné la trenza con ellas, para que su aroma me protegiera del hedor de la civilización. A falta de aceites perfumados como los que usábamos en las ceremonias y el culto, no era mala solución. Además, el río, a medida que estábamos más cerca de Lunargenta, estaba cada vez más sucio y transportaba una espumilla entre blanco sucio y amarillo claro que me echaba para atrás a la hora de decidir refrescarme en él. Así que, durante el último tramo del viaje, no hubo ninguna oportunidad de aprovechar su agua, especialmente si bajaba desde Lunargenta.
Con las mismas, llegamos a las puertas. Un grupo de hombres armados, vestidos con cotas de malla, salieron a nuestro encuentro, cerrándonos el camino con alabardas que rezumaron con un brillo frío como el hielo. Al ver las armas, mi cuerpo se puso en guardia, pero inmediatamente le ordené relajarse porque no parecían una amenaza y estábamos en su territorio.
Uno de ellos, con la espada envainada, alzó su brazo derecho con la palma mirando hacia nosotros. Hablaba en la lengua de Lunargenta, como muchos de los humanos con los que me embarqué desde la Fortaleza de Garlante. Aunque era igual, también, a la vez, era diferente. Me costaba entenderlo todo, pero sabía lo que decía.
—¡Alto a la Guardia de la Ciudad!—, dijo el humano de cabeza redonda. Era alto, pero bajo, ancho de hombros y tan lleno de pelo rizoso negro que le asomaba por el pescuezo, bajo la ropa. No se quitó el yelmo, que lucía una cresta blanca como si fuera una gallina albina.
Áthor alzó la mano en forma de saludo, similar al suyo y habló en su misma lengua, con su misma tonalidad y cadencias.
—¿Qué asuntos os traen a Lunargenta desde Sandorai, bestias?—, preguntó el soldado al poco. Al hablar, el aire se le escapaba entre los huecos que ocuparon hace tiempo unos dientes.
—Techo, agua y comida—, respondió Áthor sin variar su tono amable. En verdad sonaba a insulto “bestias” cuando lo pronunciaban humanos—. Somos viajantes, nada más.
—Viajantes seréis, pero nada más no lo sé—, dijo él resoplando.
—Pensaba que los humanos eran más hospitalarios—, dije en su lengua, sin poder evitarlo por culpa de su manera de despreciarnos.
El soldado me miró bajo el yelmo, con sus ojos negros clavándose en mí. Áthor me miró frunciendo el ceño.
—Quizá, niña—, dijo el soldado mientras una sombra de angustia le cubrió el rostro—, pero son tiempos que poco tienen de buenos. La semana pasada varios fanáticos cruzaron las murallas de la ciudad y robaron tres carruajes y caballos del establo de nuestros señores. Durante las horas de mercado los espolearon y atropellaron a decenas de personas. Entre ellas niños y mujeres. A dos de ellos los conseguimos abatir cuando el carruaje en el que iba volcó, y otro de ellos cayó cuando su montura se encabritó, pero cuatro de ellos mataron a quince soldados de la patrulla de la Guardia de la Ciudad.
—¿Qué son los fanáticos?—, preguntó Áthor.
Los soldados se miraron con desconfianza.
—Son bestias—, contestó él—. Con perdón de ustedes. No quiero ofenderos si venís en paz.
—No hay ofensa—, añadió Áthor al momento, empatizando con su dolor y dándome un toque en el brazo para no decirle nada.
El guardia se quitó el yelmo y descubrió su pelo negro a la luz del sol. Por las sienes se había vuelto blanco como la nieve. Una cicatriz le cruzaba la cara desde el mentón hasta la frente.
—Señores Rebeldes, se hacen llamar, y nos llaman usurpadores. Dicen reivindicar el derecho real de sus antepasados a ocupar una tierra que les quitamos, según ellos. No temen morir, y mucho menos matar. No llevan banderas, ni estandartes. Su símbolo es el rojo de la sangre de las matanzas sobre la piel. Este tipo de guerra es algo para la que los ejércitos no sirven.
—Lo lamentamos—, dijo Áthor—, pero no tenemos nada que ver con los fanáticos rebeldes. Somos dos bestias que venimos de tierras lejanas sin más objetivo que conocer mundo. Y, como podéis ver, necesitamos un buen descanso, comida y bebida. En nuestra tierra es costumbre no negársela al que la necesita.
Uno de los soldados que estaba con el hombro dio un golpe en suelo con su alabarda y escupió al suelo con una maldición
—¡Pero no estáis en vuestra tierra! Si no os gusta, volver por donde habéis venido. ¡Esta es nuestra tierra!
El hombre de pelo negro le increpó en su lengua. No pude distinguir lo que decía, pero el de la alabarda bajó la mirada, murmurando.
—Los ánimos están caldeados, amigos míos. Además, nuestros señores nos obligan a no suspender las celebraciones sagradas para demostrar que no tenemos miedo—. Sonrió—. El caso es que lo tenemos, como acabáis de comprobar con mi estúpido camarada.
Señaló al oeste. A varios kilómetros desde aquella posición, en un claro cerca de la muralla había un tumulto de gente. Todos parecían humanos a primera vista, pero pude contemplar orejas picudas y cuerpos tan delgados y esbeltos que solo podían ser elfos. Otros olían de manera diferente, una esencia familiar, animal, pero humana. ¿Lobos-humanos? ¿Brujas?
Hubo un rugido atronados y una intensa llamarada de fuego azul. Mis piernas se doblaron. Los pocos árboles de aquel simulacro de bosque se sacudieron entre polvo y humo negro a lo lejos. Los tenderetes volaron como si un vendabal hubiera irrumpido sin previo aviso. Hubo un grito al unisono, cientos de voces gritando como una, elevándose desde el
claro, convirtiendose en un clamor de miedo.
Todo el mundo se estremeció con la explosión, y los humanos se arrojaron al suelo, enterrando su cara en la arena, tapándose las orejas y llornado. Los llantos subieron hasta donde nos encontrábamos, desde la hondonada. Aquellas llanuras desnudas retumbaron, y las murallas, como si cada una de las inmensas rocas que la conformaban hubieran cobrado vida.
—¡Qué fue eso!—, grité mientras nos alcanzaba el aire furioso al llegar a nosostros tas la sacudida.
—¡Ah! ¡Fanáticos!—, gritó Áthor cubriéndose la cabeza con las manos y dejando caer al suelo el arco.
Desde el interior de la ciudad amurallada sonaron cuernos, aquí y allá, cada vez más cerca y más rugientes. Hubo
llamadas y respuestas.
—¡Atención!—, dijo el soldado volviendo a colocarse el yelmo y ocultándose la parte superior del rostro—. ¡Empuñad las armas! ¡Fyrdaus, trae mi caballo! ¡Ya!
Tras someter a los caballos subieron a las monturas y se prepararon para dirigirse allí; uno de ellos arrastró por el suelo a un soldado, agarrado a las riendas hasta que entre cinco pudieron dominarlo.
—¡Maldita sea!—, le gritó el capitán de la compañía. Entonces pareció volver a reparar en nosotreos—. Protegeos en la ciudad si queréis—. Sujetó al caballo—, pero confío en que no creeis problemas, o yo mismo me encargaré de daros caza a vosotros dos, ¿entendido?
—Sin problema, jefe—, dijo Áthor volviendo a tomar el arco del suelo.
—¿Y tu muchacha?—, me preguntó con la espada en la mano.
Le hice un gesto levantando el mentón y se dio por complacido.
Ástyr
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Áthor y yo nos abrimos paso hasta el Portón del Aguargenta, la entrada principal en la muralla negra del norte de la ciudad, que se alzaba maciza e imponente tres metros por encima del suelo. Su marco eran dos monolitos pintados de rojo, coronados por un gran dintel en forma de arco blanco. Así repartía el peso del muro. Encima, tallada en piedra caliza, había una luna creciente plateada, rodeada de frisos deteriorados y escoltada por lo que, quizá en otra época, fueron dos figuras protectoras de su tribu, sobresaliendo de la estructura. El tiempo las había desgastado hasta convertirlas en muñones de piedra carcomidos y cariados.
El camino aquí era aún más ancho y estaba recubierto de piedras talladas, serpenteando y trepando en cortos tramos ascendentes bien dispuestos. A la vera estaba el pozo de agua turbia, silencioso y sin vida, y decenas de figuras vigilantes de los héroes y dioses de los humanos civilizados, semiocultos entre la hierba y arbustos que habían crecido durante las estaciones húmedas: grandes señores de barbas de piedra, erosionados y manchados, se sentaban en sus tronos con una espada en el regazo, mirando hacia abajo con gesto orgulloso, pero de una época olvidada. Había también dragones descoloridos y agrietados, con las fauces desdentadas abiertas de par en par, caballos encabritados con jinetes decapitados y mujeres con sus ropas al viento y pechos erguidos, cubriéndose sus cuerpos, mientras jóvenes castrados coronados de flores les extendían sus manos mutiladas, posando apenas un pie en las peanas de marmol. Los monstruos deformes surgían de entre la hierba con gritos mudos y garras melladas, atacando estáticos y con ojos miserables.
Había algo de belleza furiosa y, a la vez, impotente en esas creaciones maltratadas por los elementos que me impidió contener una exclamación de asombro. Eran similares a las esculpidas por los clanes de bestias de Sandorai, pero a la vez poseían una belleza propia. Y mostraban algo que no me hubiera planteado nunca, y es que las tribus de los humanos también podrían crear cosas hermosas. Y abandonarlas. Quizá tendrían algunas mejores y más valiosas dentro de las murallas, o igual era que no les importaban.
Seguimos la muralla y, en la distancia, no demasiado lejos del Portón del Aguargenta, alcanzamos a ver las idas y venidas de los jinetes humanos saliendo a toda velocidad sobre sus caballos, y los cascos resplandecientes de los vigías pasear por el adarve de los muros con las alabardas, patrullando. Allí se elevaba una humareda gris, como si un fuego lento se hubiera descontrolado y la maleza brotada de las lluvias invernales estuviera seca y ardiendo.
En aquel mismo momento resonó un cuerno en la ciudad y me palpé el pequeño puñar que llevaba colgando del cinturón.
Advertí mucho movimiento y agitación. Decenas de personas salían de la humareda gritando como uno, semiocultos por los vahos que el viento mecía a la deriva.
Subimos a un terraplen al lado del camino para dejar paso a una comitiva de guardias de la ciudad a caballo que venía a toda velocidad por nuestro camino. Siguieron abajo y se unieron a los demás, dirección a aquella humareda por las carreteras.
Áthor se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, lamentándose.
—Me parece que, a pesar de la palabra del guardia humano, no se nos va a permitir entrar en la ciudad sin más. La guardia está revuelta y ese cuerno que resuena es de alarma. Cuando hay alarma, no se puede entrar ni salir. Y tratar con los humanos cuando están nerviosos solo nos puede traer problemas. Quizá si nos encontrásemos de nuevo al capitán podríamos entrar. Nos dio su palabra.
—Yo no me voy a meter entre humanos—, le dije apuntando a la humareda—. Míralos Áthor, incluso si intentásemos ayudar, lo más probable es que nos llevara por delante un jinete incapaz de controlar su caballo o nos tomasen a nosotros por culpables.
Pensé en mi caballo, Llúmere, perdido en la Fortaleza de Garlante. Me lo regaló mi padre cuando cumplí trece años y era mi caballo favorito. No había día que no lo montara para dar vueltas por El Valle y los alrededores del bosque con Bácca, hiciera sol o lloviera. Hacía tanto tiempo que no pensaba en ellos que tuve la sensación de que habían pasado años desde la última vez. ¿Qué estaría pasando en Valquebriella ahora mismo? ¿Pensarán algo en mí?
Me sacudí la cabeza y volví en mí, ahora no podía permitirme pensar en casa, estaba al sur de la península de Verisar, en Lunargenta, con Áthor, intentando entrar en la ciudad y buscar algo más que moras para comer.
—Quizá cuando termine todo podamo intentarlo—, dijo Áthor, pensando en alto.
—No perdemos nada por intentarlo ahora—, le dije—, el portón está abierto y no hay muchos guardias vigilándolo, aunque cada poco están saliendo. Si nos hacemos los tontos quizá podamos entrar sin problema. No quiero pasar la noche debajo de un árbol, son demasiadas desde que salí de mi hogar, y no digamos desde que dejé mi país.
—Cierto—, respondió él poniéndose de pie.
Bajamos todo el camino hasta el Portón del Aguargenta, que estaba abierto, con el puente echado y el rastrillo levantado. Una escuadra de guardias de la ciudad, con capas plateadas y cotas de malla, salió a paso ligero sin reparar en nosotros. Justo cuando íbamos a pisar el puente, un jinete salió como una centella y tuve que apartar a Áthor de su trayectoria para que no le embistiese. Tras él, otra columna de hombres a caballo salió tamborileando en grupos de a dos, armados con lanzas y alabardas, mientras en el adarve asomaban los cascos de los vigilantes que gritaban órdenes a diestro y siniestro en el idioma de los hombres del sur.
—Bien—, dijo Áthor, recomponiéndose—. ¿Estoy entero? Sí. Es por el hambre… Bueno… gracias, Ástyr.
—De nada—, le dije yo golpeteando su hombro con la palma de la mano.
—Bien, vamos.
—¿Quién quiere entrar por el Portón del Aguargenta?—, clamó una voz, saliendo a nuestro encuentro.
Un vigilante salió a caballo de improviso por el puente, y no pudimos siquiera pisarlo. Su caballo estaba cubierto por una manta negra con una media luna blanca brillando rodeada por cuatro estrellas de ocho puntas. Vestía una sobreveste de rombos blancos y negros con el mismo blasón encima de la cota de malla. Su capa era blanca entera, prendida por un broche de plata con la cara de una luna llena con cara durmiente.
—Dos viajeros en busca de agua y techo—, dije al momento.
—¿Pretendíais entrar a hurtadillas a la ciudad, viajeros en busca de agua y techo?—, preguntó con tono duro en la voz, retumbando bajo el casco.
—¿No creéis, señor vigilante—, contesté antes de darme cuenta, en su dialecto—, que entrar sin permiso a la ciudad a plena luz del día y con vigilantes y guerreros por todas partes, entrando y saliendo, armas en mano, es una…—. No digas tontería, no digas tontería, no digas tontería—… estupidez?—. Bravo, Ástyr, bravo.
—¿Llamáis a un guardia de los señores de Lunargenta estúpido?—, replicó adelantando un paso más a su caballo.
El enorme semental negro que relinchó amenazante.
Mi mano bajó rápiamente al cinturón, a la empuñadura del puñal, en un gesto involuntario y automático.
—No dije eso—, claro que no, estúpido—, lamento por vos que así lo entendáis, pero sería mejor para todos que apartases tu caballo de nosotros—, le dije dando un paso atrás.
—¿Mejor para todos?—, repitió el jinete remarcando el tono de incredulidad en su voz—, ¿o solo para ti? Yo voy a caballo y tengo una lanza, un escudo, cota de malla… y tú tienes un cuchillo para cortal el pan, señora bestia. No pinta nada bien para vos.
No amenaces, Ástyr. No amenaces.
—De sobra para peinarte las pestañas, humana.
Las palabras salían de mi boca sin que me diera cuenta, pero no tenía por qué aguantar este trato de nadie y sin ningún motivo.
—Ahá—. Tres vigilantes armados con alabardas se acercaron tras el jinete interesados en lo que sucedía—. ¿Y luego?
—No te preocupes por el futuro, queda muy lejos.
—¡Alto!—, interrumpió Áthor al final—. Creo que nos estamos confundiendo—. Miró al caballero, que descabalgó. La cota de malla tintineó y, aún a pie, el caballero nos sacaba tres cabezas de alto, y un par de hombros de largo—. Caballero, os equivocáis si pensáis que somos enemigos o tenemos algo que ver con lo que quiera que sucediera en las afueras. Y si tal nombre recibís, ¿por qué no se refleja en vuestro trato? No llevamos armas de guerra como veis. Así que ¿por qué nos amenazáis de esa manera?
—Las viejas constumbres, Áthor. Hacía mucho tiempo que no te veía por aquí.
El caballero comenzó a reirse y se quitó el yelmo. El sol iluminó un cabello negro y corto.
—¿Kamarya?—, dijo él entrecerrando los ojos—. ¡No me lo creo!
A la sombra del Portón del Aguargenta, el caballero resultó ser una mujer, tan grande y ancha de hombros que hubiera podido buenamente haber colocado ella sola los monolitos del portón.
—¿Cuánto tiempo hace?—, preguntó Kamarya.
—Con este, cuatro inviernos.
Solo pude quedarme allí a escuchar las palabras del encuentro de lo que parecían viejos amigos. Se dieron un abrazo y hablaron en la lengua de Lunargenta con un acento tan cerrado y entre tantas risas y sorpresas que apenas pude entender nada de lo que decían.
Entonces, Áthor volvió a reparar en mí.
—Esta es Ástyr de Fontargandi, mi amiga y compañera de viaje. Viene de la antigua Comuna de Valquebriella, en el bosque de Sandorai. Le debo mi vida. Ástyr, esta es mi vieja amiga Kamarya de Valhar, la conocí hace años en Roilkat. Es amiga.
Kamarya extendió su brazo con una sonrisa amable.
Si era amiga, no lo había parecido en un primer momento, así que tuve mis dudas al estrecharle la mano. Los hombres –y las mujeres– civilizados parece que no comparten el mismo concepto de amabilidad. Myru, mi hermano, ya me lo había avisado. Los seres civilizados son muy descorteses, más que los salvajes, porque saben que pueden serlo sin peligro de que les partas la cabeza.
—Si Áthor te debe su vida—, decía Kamarya—, creo que yo también estoy en deuda contigo. Lamento lo de antes.
Le estreché la mano y asentí, aceptando sus disculpas y preguntándome si hubiera podido acertarle con el puñal en el ojo a esa distancia, cuando me amenazó. Pero Áthor parecía muy complacido de volver a verla, así que, salvo que volviera a faltarme, debería olvidar la ofensa.
—¿Qué pasó?—, preguntó Áthor.
—Hubo, no sé si un ataque de bandidos durante la fiesta de Ostara o, como otros dicen, fueron brujos. Lo que sé es que el fuego se descontroló…
—¿Magia?—, pregunté. La magia era peligrosa. Si había magia habría problemas.
—No lo sabemos, pero después de las estaciones húmedas, el pequeño bosque creció y ahora, con este tiempo seco, arde con mucha facilidad y no tenemos medios para controlarlo. Sean quienes sean los responsables, tienen las manos manchadas de sangre. Han muerto siete niños que sepamos por respirar los humos del fuego, que aún no se ha extinguido, y doce ancianos—. Al decirlo, un estremecimiento me recorrió el cuerpo y entendí su reacción de antes. Perder a los niños de la tribu significa renunciar al futuro, algo que debe ser vengado. Si los dioses te bendicen con crías, el que te las quita con esta estratagema insulta a los dioses. Y ellos esperan que hagas algo. Yo hubiera reaccionado peor, seguramente, entre el hambre, el cansancio y el mal humor, de estar en su situación, no lo sé. Supongo que esto es así incluso en tribus tan grandes—. Y varios soldados de mi guardia están siendo atendidos por intoxicación y quemaduras graves al desprenderse sobre ellos una grada y varios tenderetes… además, ya hay comerciantes que se quejan de haber perdido a sus caballos y unas crías de oso que traía para enseñar. Seguro que les pedirán cuentas a los señores, que no se caracterizan precisamente por ser hombres generosos.
>>Mal día este en el que decidiste aparecer por aquí, pero no hay mal que por bien no venga. ¿Verdad?—. Nos miró y, tras ver mejor nuestras ropas y poco equipaje, dijo—. Pero tampoco diría que vosotros hubiérais tenido fortuna mejor por el camino.
—No mucha, en verdad, pero la suficiente para agradecérselo a dioses propios y más—. Pareció acordarse de la promesa a Mera—. Para ello necesitaría hincarle el diente a algo caliente y grasiento. ¿Ves manera de que podamos entrar en la ciudad?
—Soy la comandante de la Guardia de la Ciudad—, dijo Kamarya volviendo a subirse a la montura. Les hizo un gesto a los tres vigilantes que la escoltaban con alabardas—. Entrad, confío en vosotros, Áthor y Ástyr de Fontargandi. Hablaremos más tarde, si es posible.
Dio media vuelta y se fue a la humareda mientras nosotros conseguimos entrar en la ciudad de Lunargenta. La civilización.
Solo espero poder dormir, comer y beber para volver a ser la de antes.
Última edición por Ástyr el Sáb Abr 22 2017, 19:40, editado 1 vez
Ástyr
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Arethusa no ha ido a hacer alguna especial, al menos, desde un punto de vista objetivo, pintar de colores un huevo vacío no tiene nada de especial. Son simples huevos, Arethusa ha visto centenares y sino miles de huevos en toda su vida. Los ha visto de todas clases: de gallina, de pato, los pequeñitos de codorniz y los gigantes de upeleros. Si lo piensa con lógica, no debería de fascinarle tanto pintar huevos. Debería parecerle algo normal; nada especial. Y, sin embargo, a Arethusa le brillan los ojos cada vez que coge un nuevo huevo blanco de la cestita rosa que había preparado durante esa misma mañana para guardar sus pequeñas obras de arte. ¡Es muy divertido! No importa que piensen los demás, la pequeña elfa siente que está haciendo algo especial pintando huevos del Ostara.
Quizás, Arethusa no está tan sola como ella piensa. Hay muchas otras personas que se han sentado en una mesa de picnic y están pintando huevos. Elfos, brujos, hombres bestias… ¡Incluso una mujer de metal! La elfa jamás ha visto un biocibérnetico. Cuando ve a la chica cargada con una cesta llena de huevos pintados (Arethusa tampoco se dio cuenta que lo que Rachel pinta son granadas no huevos) no puede evitar apoyar su cabeza entre sus manos y quedarse mirando embobada cómo habla y cómo se mueve la chica de metal. Ella se siente tan especial pintando como Arethusa. A cada segundo se lo tiene que decir a sus amigos. Parecen que son muy buenos amigos, casi como una familia. Ríen, se cogen, se abrazan… ¿No es maravilloso? ¿No es especial? La pequeña elfita daría lo que fuera con tal de que su hermana, Eámanë, hubiera venido con ella al Ostara. Entonces, todo sería mucho más especial. Tan especial como lo es para la chica de metal y sus amigos.
Arethusa suspira embelesada por sus sueños. Está muy contenta de haber ido al Ostara. Todo le parece nuevo. Juraría que los pinos huelen diferente en la fiesta. No es un aroma mejor que el que tienen normalmente, ni tampoco peor. Solo es diferente. Todo es diferente. El tacto fresco de la hierba mojada, la brisa que mece sus mechones de pelo, el regusto a miel que le han dejado las galletas que ha comido hace unos minutos… Nada es igual de cómo lo es siempre. Es extraño y es especial.
Un fuerte golpe despierta a Arethusa de sus sueños. Asustada, busca con la mirada un punto conocido para sentirse más cómodo: La chica de metal. Uno de sus amigos la ha cogido del brazo. Arethusa no entiende que le ha dicho, por su expresión tanto podría algo muy bueno como algo muy malo. ¿El qué? Nunca lo sabrá. Hay mucha gente gritando asustada. No puede escuchar nada más que los gritos de auxilio que todos claman.
Todo lo siguiente pasa tan rápida ante los ojos de Arethusa que no es capaz de describirlo de una manera correcta:
Ve fuego, un incendio. Las mesas de picnic arden tan rápido como los árboles donde la gente había colgado sus adornos. Las cestas donde están los huevos pintadas todavía arden más rápido.
Muchas personas se mueven de un lugar a otro. Algunas piden ayuda, otras están buscando agua para lanzarla contra el fuego que, cada vez, es más extenso.
Un niño desaparece entre la multitud, un pequeño hombrecillo lleno de pelo con una larga cola de zarigüeya, se lanza contra las llamas a buscar el pequeño perdido. Lo ha encontrado y se lo entrega a su madre.
Un hombre muy grande rescata a una persona que quedó atrapada bajo una enorme rama que había caído por las llamas.
Una mujer mariposa con cuernos de cabra, grita y sale corriendo del lugar sin dejar de revolotear sus grandes alas. Arethusa no es la única que se queda mirando a la chica mariposa. Un hombre muy guapo, grande y rubio está hablando con el amigo de la chica de metal a la vez que señala a la chica mariposa y se ríe.
A todo esto, ¿qué hace la joven Arethusa? Se queda quieta, paralizada por el miedo, mientras ve cómo los demás ayudan a apagar el incendio. No la culpéis, solo está terriblemente asustada. No puede moverse. Sus piernas no le responden. En su interior, una vocecita, le dice que corra a ayudar. Una elfa que parece tan joven como Arethusa, ha dejado unos cubos de agua a los pies del hombre rubio. La elfa desea tener la fuerza suficiente para cogerlos. Sus brazos y piernas están temblando. Por mucho que desee ayudar, no puede hacer nada más que llorar.
Si Eámanë estuviera con ella la abrazaría y la sacaría del fuego para que no llorase.
Si papá estuviera con ella le golpearía con su bastón hasta que dejase de llorar.
Arethusa se lleva una mano al vientre y acaricia, sobre la tela de su blusa, los últimos cardenales que papá le dejó. Con la otra mano, está sacando el violín e su funda. Cuando piensa en papá y en cómo la trata, la pequeña necesita ahogar sus lágrimas en la música. Eso es lo que hace.
Si pudo ayudar a otras personas con sus canciones, también lo hará aquí. Tal vez, le tiemblen demasiado los brazos para coger un cubo de agua, pero no para tocar una pieza de música.
Arethusa sonríe sin dejar de llorar mientras toca de su violín. Se olvida del miedo, del fuego y de los huevos que había pintado y ahora son cenizas bajo del fuego. Es ella y la música. Es ella y las personas que necesitan su ayuda.
Pasa delante del hombre rubio y nota su mirada plagada de recelo. La elfa piensa que le va reprochar haber pisado, sin querer, el cubo de agua que la elfa peliazul había dejado a sus pies, sin embargo, se limita a sonreír y curvar ligeramente la cabeza mientras observa a Arethusa bailar y tocar. ¿Qué estará pensando? Es muy guapo. ¿Por qué no le dice nada a Arethusa? ¿Estará disfrutando de la música? La elfa se enrojece y le dedica un guiño al rubio. Cuando toca el violín se vuelve una versión mejorada de ella misma. Mucho más valiente y mucho más atrevida. Se atreve con todo. Si el chico quisiera, incluso se atrevería a besarlo, siempre y cuando pudiera besar a alguien mientras toca el violín, cosa que ve muy difícil que pueda hacer.
Quizás, Arethusa no está tan sola como ella piensa. Hay muchas otras personas que se han sentado en una mesa de picnic y están pintando huevos. Elfos, brujos, hombres bestias… ¡Incluso una mujer de metal! La elfa jamás ha visto un biocibérnetico. Cuando ve a la chica cargada con una cesta llena de huevos pintados (Arethusa tampoco se dio cuenta que lo que Rachel pinta son granadas no huevos) no puede evitar apoyar su cabeza entre sus manos y quedarse mirando embobada cómo habla y cómo se mueve la chica de metal. Ella se siente tan especial pintando como Arethusa. A cada segundo se lo tiene que decir a sus amigos. Parecen que son muy buenos amigos, casi como una familia. Ríen, se cogen, se abrazan… ¿No es maravilloso? ¿No es especial? La pequeña elfita daría lo que fuera con tal de que su hermana, Eámanë, hubiera venido con ella al Ostara. Entonces, todo sería mucho más especial. Tan especial como lo es para la chica de metal y sus amigos.
Arethusa suspira embelesada por sus sueños. Está muy contenta de haber ido al Ostara. Todo le parece nuevo. Juraría que los pinos huelen diferente en la fiesta. No es un aroma mejor que el que tienen normalmente, ni tampoco peor. Solo es diferente. Todo es diferente. El tacto fresco de la hierba mojada, la brisa que mece sus mechones de pelo, el regusto a miel que le han dejado las galletas que ha comido hace unos minutos… Nada es igual de cómo lo es siempre. Es extraño y es especial.
Un fuerte golpe despierta a Arethusa de sus sueños. Asustada, busca con la mirada un punto conocido para sentirse más cómodo: La chica de metal. Uno de sus amigos la ha cogido del brazo. Arethusa no entiende que le ha dicho, por su expresión tanto podría algo muy bueno como algo muy malo. ¿El qué? Nunca lo sabrá. Hay mucha gente gritando asustada. No puede escuchar nada más que los gritos de auxilio que todos claman.
Todo lo siguiente pasa tan rápida ante los ojos de Arethusa que no es capaz de describirlo de una manera correcta:
Ve fuego, un incendio. Las mesas de picnic arden tan rápido como los árboles donde la gente había colgado sus adornos. Las cestas donde están los huevos pintadas todavía arden más rápido.
Muchas personas se mueven de un lugar a otro. Algunas piden ayuda, otras están buscando agua para lanzarla contra el fuego que, cada vez, es más extenso.
Un niño desaparece entre la multitud, un pequeño hombrecillo lleno de pelo con una larga cola de zarigüeya, se lanza contra las llamas a buscar el pequeño perdido. Lo ha encontrado y se lo entrega a su madre.
Un hombre muy grande rescata a una persona que quedó atrapada bajo una enorme rama que había caído por las llamas.
Una mujer mariposa con cuernos de cabra, grita y sale corriendo del lugar sin dejar de revolotear sus grandes alas. Arethusa no es la única que se queda mirando a la chica mariposa. Un hombre muy guapo, grande y rubio está hablando con el amigo de la chica de metal a la vez que señala a la chica mariposa y se ríe.
A todo esto, ¿qué hace la joven Arethusa? Se queda quieta, paralizada por el miedo, mientras ve cómo los demás ayudan a apagar el incendio. No la culpéis, solo está terriblemente asustada. No puede moverse. Sus piernas no le responden. En su interior, una vocecita, le dice que corra a ayudar. Una elfa que parece tan joven como Arethusa, ha dejado unos cubos de agua a los pies del hombre rubio. La elfa desea tener la fuerza suficiente para cogerlos. Sus brazos y piernas están temblando. Por mucho que desee ayudar, no puede hacer nada más que llorar.
Si Eámanë estuviera con ella la abrazaría y la sacaría del fuego para que no llorase.
Si papá estuviera con ella le golpearía con su bastón hasta que dejase de llorar.
Arethusa se lleva una mano al vientre y acaricia, sobre la tela de su blusa, los últimos cardenales que papá le dejó. Con la otra mano, está sacando el violín e su funda. Cuando piensa en papá y en cómo la trata, la pequeña necesita ahogar sus lágrimas en la música. Eso es lo que hace.
Si pudo ayudar a otras personas con sus canciones, también lo hará aquí. Tal vez, le tiemblen demasiado los brazos para coger un cubo de agua, pero no para tocar una pieza de música.
Arethusa sonríe sin dejar de llorar mientras toca de su violín. Se olvida del miedo, del fuego y de los huevos que había pintado y ahora son cenizas bajo del fuego. Es ella y la música. Es ella y las personas que necesitan su ayuda.
Pasa delante del hombre rubio y nota su mirada plagada de recelo. La elfa piensa que le va reprochar haber pisado, sin querer, el cubo de agua que la elfa peliazul había dejado a sus pies, sin embargo, se limita a sonreír y curvar ligeramente la cabeza mientras observa a Arethusa bailar y tocar. ¿Qué estará pensando? Es muy guapo. ¿Por qué no le dice nada a Arethusa? ¿Estará disfrutando de la música? La elfa se enrojece y le dedica un guiño al rubio. Cuando toca el violín se vuelve una versión mejorada de ella misma. Mucho más valiente y mucho más atrevida. Se atreve con todo. Si el chico quisiera, incluso se atrevería a besarlo, siempre y cuando pudiera besar a alguien mientras toca el violín, cosa que ve muy difícil que pueda hacer.
- cositas <3:
- 1 ♥ El pequeño metarol que he hecho está consentido <3
2 ♥ Los párrafos que están subrayados es donde uso mi habilidad de nivel 0.
Arethusa Lein
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Re: Ostara: La Pascua Aerandiana +18 [Evento]
Ostara: La Pascua Aerandiana
Lo que empezó como un alegre día en el campo pintando huevos y decorando árboles, terminó (por culpa de cierta cibernética) como una auténtica masacre. Fue una suerte que nadie muriera aquel día. Por fortuna, nadie pereció entre la multitud. El Ostara simbolizaba la unión solo había que ver que, a pesar de ser una celebración propia de los brujos, fueron muchos los elfos que se unieron a celebrar el día. ¡La unión hace la fuerza! Fuerza que, todos los presentes, utilizaron para apagar las llamas y salvar a la gente que había quedado atrapada. Helyare, Windorind, Ástyr, Arethusa, Hont, El Pequeño Boomer… Nadie se quedó atrás.
Una cosa era cierta: Las gracias se las debían dar a la maestra de agua: Adda Lovelace. Un hechizo por ahí, unas palabras mágicas por allá, un sutil movimiento de varita para acompañar a su magia y… ¡tachan! Todo apagado.
Los únicos que tuvieron algo que lamentar fueron los pajaritos que no pudieron escapar de sus nidos antes de que el frío devorase sus casas.
La misma Adda Lovelace que apagó las llamas, fue a darle un abrazo a la pobre chica que confundió las armas de su amiga Huracán con huevos de Ostara. ¡Qué no se preocupe por nada! Un error lo podía tener cualquiera.
_____________________
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia
* 50 aeros
* 50 aeros adicionales a Rachel Rouse por su originalidad con el adorno construido para el Ostara. Si es que una granada se le puede llamar “adorno”.
* Todos los participantes recibís un bollo hecho con los restos de las aves muerta por el incendio (en Aerandir todo se aprovecha). Si coméis este bollo después de un arduo combate, se sanarán el 60% de vuestras heridas. Pensad bien después de qué combate lo queréis comer, solo recibís un bollo por persona. Un único uso y se acabó.
- bollos de pájaro:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Helyare
Windorind Crownguard
Gerrit Nephgerd
Vosotros tres habéis ganado una figura de conejo dorado del tamaño de un conejo de verdad. Esta figura cobrará la vida una única vez en un único tema (el que vosotros queráis) y obedecerá una orden. Después de haber cumplido dicha orden desaparecerá para siempre no sin antes decir: “[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]”. La orden ha de ser algo sencillo que un animal tan pequeño pueda realizar. Si la orden que le dais es demasiado complicada, el conejo os atacará. Os estaré vigilando si eso ocurre.
- Conejo Dorado:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Si las recompensas os parecen demasiado “op" es porque de verdad lo son. Muy pocos habéis participado y menos habéis sido lo que habéis hecho trama. Esto es un incentivo para que más gente participe en próximos eventos como éste.
Cierto, Willow Wisp , Rachel Rouse, Arethusa Lein y la preciosa Magazubi participaron en la trama del Evento. Pero lo bonito de un tema como éste es empezar una historia y continuarla. Ástyr hizo precisamente esto, su error fue que la trama se ha de hacer junto con otros usuarios no sola. No diré nada acerca del metarol hacia Rachel y el “castigo” que le intenta imponer sin ser master; por esta vez, obviaremos estos fallos; supongo (me dirijo a Ástyr directamente) que es tu primera vez en un foro de este estilo y todavía te estás adaptando, no te preocupes, todos fuimos nuevos en su día. En un futuro Evento, espero de corazón que participes y te unas a otros usuarios para crear juntos una bonita historia. Es muy triste escribir sola.
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Con este Evento me he desilusionado bastante. De los tres que llevamos, éste ha sido con el que más me he divertido preparando. Cuando lo subí al foro estaba muy contenta y creí que esta vez llegaríamos a más de tres páginas de posts. A mí me estaba encantando. Luego vi los posts de Rachel, Gerrit, Helyare… ¡Magníficos! Tenían una historia muy buena de la cual se podía sacar mucho juego... Me pregunto qué hizo que tan pocas personas participasen en el tema. No lo entiendo. ¿Qué ha pasado? ¿Fue culpa mía, no elegí bien el tema a tratar? ¿O quizás abril es, simplemente, un mes malo de baja actividad? Quiero pensar que fue lo segundo, pero mi instinto femenino me dice que es lo primero. Ahora, más que nunca, pido que me deis vuestra opinión. Tengo medio pensado el Evento mensual para mayo. Todavía podemos cambiar muchas cosas. ¿Qué os gustaría ver allí? Opinad, por favor, opinad de todo lo que os parezca. Sois muy poquitos los que me dais consejos, os instinto que TODOS me aconsejéis y me digáis qué os gustaría ver en la próxima fiesta. Por mi parte, intentaré hacerlo lo mejor posible. Os lo prometo.
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