Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
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Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Tras una larga caminata, los pasos de los cuatro personajes los llevaron a los bosques. Respiró de nuevo el aire de su hogar y la elfa sintió un alivio intenso. Aunque no sería tan alivio si su madre se enteraba de que estaba de nuevo en aquellas tierras.
Vigilaba a Karkaran de cerca, pues le preocupaba mucho la herida de la cabeza. Era posible que se marease o que se sintiera desorientado en algunas ocasiones, así que tenía que estar atenta. Sus primos gemelos iban delante de ella. Doras, además, cada vez con más venitas azules.
-No estaréis pensando en ir al poblado, ¿verdad?
Filgor se giró a mirarla.
-Si tu madre se entera de que estamos aquí, nos corta en rodajas delante del clan entero. Y ten por seguro que ese no podría entrar. -expuso el elfo, señalando con desdén a Karkaran.
Doras no hablaba, tenía bastante con aguantar sin caerse al suelo. Por suerte, la cabaña de Filgor no estaba lejos. Como guardabosques, vivía en plena arboleda en una casa de madera muy sencilla. De hecho, no tenía habitaciones, toda su casa era una sola habitación. El baño era la naturaleza. Cuando llegaron, pusieron a Doras en la cama e Iredia examinó aquellas venas azules con mucha intriga. Si repasaba sus conocimientos, ese veneno lo provocaba un tipo de víbora muy concreto. La cura, de hecho, no era fácil de encontrar. Estaba en la zona norte, en un área zona conocida por ser un nido de serpientes por la noche. Si se andaba sin cuidado, la mordedura de esos bichos podía ser letal.
-Necesito la apholias, Filgor. No sobrevivirá a mañana si el veneno sigue por su cuerpo.
Lo peor no era el veneno, eran los dolores que provocaba. El rostro de Doras era el de un hombre atormentado que sufría. Iredia se apartó de él, dejando a los primos solos. Filgor se fue de hecho a preparan una infusión para su hermano. Entretanto, Iredia hizo una seña a Karkaran y ambos salieron fuera de la casa.
-¿Cómo te sientes? -le preguntó con preocupación.- Tengo que conseguir esa planta para mi primo... -miró un momento a la puerta, pensativa- Esos dos me están ocultando algo. Estoy segura de que no fueron bandidos, que fue un intento de asesinato. Malditos descerebrados. -sacudió la cabeza contrariada y examinó de nuevo la herida de la nuca del brujo- Tengo que darte de beber un caldo para que se te pase un poco el dolor de cabeza...
La elfa estaba preocupada y no sólo por el brujo, sino porque alguien reparase en que había vuelto allí. No era problema volver a ver a su familia, era problema volver con las manos vacías y un brujo como protector.
Vigilaba a Karkaran de cerca, pues le preocupaba mucho la herida de la cabeza. Era posible que se marease o que se sintiera desorientado en algunas ocasiones, así que tenía que estar atenta. Sus primos gemelos iban delante de ella. Doras, además, cada vez con más venitas azules.
-No estaréis pensando en ir al poblado, ¿verdad?
Filgor se giró a mirarla.
-Si tu madre se entera de que estamos aquí, nos corta en rodajas delante del clan entero. Y ten por seguro que ese no podría entrar. -expuso el elfo, señalando con desdén a Karkaran.
Doras no hablaba, tenía bastante con aguantar sin caerse al suelo. Por suerte, la cabaña de Filgor no estaba lejos. Como guardabosques, vivía en plena arboleda en una casa de madera muy sencilla. De hecho, no tenía habitaciones, toda su casa era una sola habitación. El baño era la naturaleza. Cuando llegaron, pusieron a Doras en la cama e Iredia examinó aquellas venas azules con mucha intriga. Si repasaba sus conocimientos, ese veneno lo provocaba un tipo de víbora muy concreto. La cura, de hecho, no era fácil de encontrar. Estaba en la zona norte, en un área zona conocida por ser un nido de serpientes por la noche. Si se andaba sin cuidado, la mordedura de esos bichos podía ser letal.
-Necesito la apholias, Filgor. No sobrevivirá a mañana si el veneno sigue por su cuerpo.
Lo peor no era el veneno, eran los dolores que provocaba. El rostro de Doras era el de un hombre atormentado que sufría. Iredia se apartó de él, dejando a los primos solos. Filgor se fue de hecho a preparan una infusión para su hermano. Entretanto, Iredia hizo una seña a Karkaran y ambos salieron fuera de la casa.
-¿Cómo te sientes? -le preguntó con preocupación.- Tengo que conseguir esa planta para mi primo... -miró un momento a la puerta, pensativa- Esos dos me están ocultando algo. Estoy segura de que no fueron bandidos, que fue un intento de asesinato. Malditos descerebrados. -sacudió la cabeza contrariada y examinó de nuevo la herida de la nuca del brujo- Tengo que darte de beber un caldo para que se te pase un poco el dolor de cabeza...
La elfa estaba preocupada y no sólo por el brujo, sino porque alguien reparase en que había vuelto allí. No era problema volver a ver a su familia, era problema volver con las manos vacías y un brujo como protector.
Última edición por Iredia el Sáb 24 Jun - 11:58, editado 1 vez
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
El bosque no era especialmente producto de mi deboción, no iba a engañar a nadie.
Por norma general, procuraba que mis estancias en los grandes espacios verdes fueran contadas y especialmente pensadas exclusivamente para la obtención de recursos e ingredientes varios para alquimia y pruebas arcanas... Pero lo cierto era que había cosas que me gustaban.
El silencio. La paz. La falta de personas. El camino que deparaba siempre un nuevo destino...
Un dolor intenso en la parte posterior de la cabeza me aparto de mi pequeño pensamiento. Apreté los dientes y esperé a que la elfa no mirara para echarme ahí la mano. No sangraba, pero el dolor no había menguado un ápice.
Cuando llegamos a la cabaña, estube callado la mayor parte del rato. Ni queria hablar ni tenia nada que decir, por lo que me quede fuera y esperé pacientemente, escuchando a los pajaros piar tranquilamente por los alrededores.
Cerré los ojos por costumbre cuando empezaba a meditar.
Sandorai. El bosque eterno. El gran reino de los elfos.
- En la boca del lobo... Eh? - Dije para mi.
No era para nada secreto que muchos elfos odiaban asta un punto enfermizo a todos los brujos. Debido, principalmente, a la guerra que tubo lugar hace ya tiempo donde ambos bandos se enfrentaron.
La razón principal de esta, lógicamente, se trataba de un tema político: La expansión de terreno de las tierras de los brujos, pero, como era de esperarse, mil y una historias diferentes adornaban muchas hogueras mientras, tanto elfos como brujos, contaban estas falacias a sus hijos o nietos.
Escuché entonces la puerta abrirse, y me gire para mirar a la elfa.
- ¿Cómo te sientes? Tengo que conseguir esa planta para mi primo... -miró entonces a la puerta, pensativa- Esos dos me están ocultando algo. Estoy segura de que no fueron bandidos, que fue un intento de asesinato. Malditos descerebrados...
Miré también la puerta y no dije nada. No me caían bien. Era bastante bueno calando a la gente como para saber que esos dos no eran mejor que yo en muchos aspectos... Suizas fueran unos matones de brujos y el veneno simplemente era el resultado de un ajuste de cuentas de un alquimista. Quien sabe...
- Tengo que darte de beber un caldo para que se te pase un poco el dolor de cabeza...
Arrugué un poco la nariz mientras le enseñaba media sonrisa.
- No soy muy amigo de los caldos... Pero si me lo haces tu, me lo beberé.
Tras esa promesa, alcé mi vista a dos pájaros que estaban en una rama de un árbol cercano.
- ¿Porque estamos aquí, elfa? - Dije tras un momento de silencio. - Y no me des largas... Se que tienes contactos en la misma ciudad elfica... Puedo entender porque estoy YO aquí lejos... Pero eso no explica porque no estas tu. En la ciudad, podrían atender mejor a tu primo y con mejor eficacia y estancia, así como ademas un mejor sistema en el caso de que haya que aplicarle la medicina a la fuerza...
La miré de reojo. No ofendido, no enfadado. Solo curioso con una media sonrisa.
- ¿Que tratas de esconder, pequeña elfa?
Por norma general, procuraba que mis estancias en los grandes espacios verdes fueran contadas y especialmente pensadas exclusivamente para la obtención de recursos e ingredientes varios para alquimia y pruebas arcanas... Pero lo cierto era que había cosas que me gustaban.
El silencio. La paz. La falta de personas. El camino que deparaba siempre un nuevo destino...
Un dolor intenso en la parte posterior de la cabeza me aparto de mi pequeño pensamiento. Apreté los dientes y esperé a que la elfa no mirara para echarme ahí la mano. No sangraba, pero el dolor no había menguado un ápice.
Cuando llegamos a la cabaña, estube callado la mayor parte del rato. Ni queria hablar ni tenia nada que decir, por lo que me quede fuera y esperé pacientemente, escuchando a los pajaros piar tranquilamente por los alrededores.
Cerré los ojos por costumbre cuando empezaba a meditar.
Sandorai. El bosque eterno. El gran reino de los elfos.
- En la boca del lobo... Eh? - Dije para mi.
No era para nada secreto que muchos elfos odiaban asta un punto enfermizo a todos los brujos. Debido, principalmente, a la guerra que tubo lugar hace ya tiempo donde ambos bandos se enfrentaron.
La razón principal de esta, lógicamente, se trataba de un tema político: La expansión de terreno de las tierras de los brujos, pero, como era de esperarse, mil y una historias diferentes adornaban muchas hogueras mientras, tanto elfos como brujos, contaban estas falacias a sus hijos o nietos.
Escuché entonces la puerta abrirse, y me gire para mirar a la elfa.
- ¿Cómo te sientes? Tengo que conseguir esa planta para mi primo... -miró entonces a la puerta, pensativa- Esos dos me están ocultando algo. Estoy segura de que no fueron bandidos, que fue un intento de asesinato. Malditos descerebrados...
Miré también la puerta y no dije nada. No me caían bien. Era bastante bueno calando a la gente como para saber que esos dos no eran mejor que yo en muchos aspectos... Suizas fueran unos matones de brujos y el veneno simplemente era el resultado de un ajuste de cuentas de un alquimista. Quien sabe...
- Tengo que darte de beber un caldo para que se te pase un poco el dolor de cabeza...
Arrugué un poco la nariz mientras le enseñaba media sonrisa.
- No soy muy amigo de los caldos... Pero si me lo haces tu, me lo beberé.
Tras esa promesa, alcé mi vista a dos pájaros que estaban en una rama de un árbol cercano.
- ¿Porque estamos aquí, elfa? - Dije tras un momento de silencio. - Y no me des largas... Se que tienes contactos en la misma ciudad elfica... Puedo entender porque estoy YO aquí lejos... Pero eso no explica porque no estas tu. En la ciudad, podrían atender mejor a tu primo y con mejor eficacia y estancia, así como ademas un mejor sistema en el caso de que haya que aplicarle la medicina a la fuerza...
La miré de reojo. No ofendido, no enfadado. Solo curioso con una media sonrisa.
- ¿Que tratas de esconder, pequeña elfa?
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Sonrió ante su promesa de beberse el caldo. Se le quitó la sonrisa cuando le preguntó el motivo por el cual no iban a su ciudad. Miró un momento al suelo, dudando sobre qué y cómo contárselo. Al final, tomó la decisión. A fin de cuentas, ella le había avasallado a preguntas no mucho tiempo atrás.
-No quiero volver a la ciudad. -sacudió la cabeza- Soy la hija de la matriarca del clan Tan-Damar. Todo miembro de este clan debe hacer un viaje y no puede volver hasta que haya completado su misión. -sin querer, su mirada se desvió a las cicatrices de sus muñecas.- Y, como podrás deducir... no he completado la mía. Y sería una deshonra para mí no hacerla, más siendo la heredera del clan. Lo cierto es -añadió mirando al cielo y suspirando- que no estoy segura de que vaya a ser capaz de realizarla.
No le dijo aún qué tipo de misión tenía que llevar a cabo ella, a fin de cuentas, estaba directamente relacionada con la raza de su protector. Entró de nuevo en la casa y salió al cabo de unos instantes con un cuenco de agua. Echó entonces unos polvos que traía en la otra mano. A simple vista, sólo parecía agua. Se lo tendió al brujo y le indicó con un asentimiento que se lo bebiese.
-Los motivos que pueden tener estos dos idiotas para esconderse ya no los tengo claros. Sin embargo, creo que está relacionado con órdenes directas de mi madre. Y parece ser -se cruzó de brazos- que es un asunto que yo desconozco y... no oficial. En cualquier caso, me tengo que encargar de esto.
Miró entonces a Karkaran con disculpa.
-Sé que no estás bien aún. Conozco estos bosques, puedo ir sola a recoger la planta para mi primo. -omitió aposta el dato de las serpientes. No quería poner en peligro otra vez al brujo por su culpa.
-No quiero volver a la ciudad. -sacudió la cabeza- Soy la hija de la matriarca del clan Tan-Damar. Todo miembro de este clan debe hacer un viaje y no puede volver hasta que haya completado su misión. -sin querer, su mirada se desvió a las cicatrices de sus muñecas.- Y, como podrás deducir... no he completado la mía. Y sería una deshonra para mí no hacerla, más siendo la heredera del clan. Lo cierto es -añadió mirando al cielo y suspirando- que no estoy segura de que vaya a ser capaz de realizarla.
No le dijo aún qué tipo de misión tenía que llevar a cabo ella, a fin de cuentas, estaba directamente relacionada con la raza de su protector. Entró de nuevo en la casa y salió al cabo de unos instantes con un cuenco de agua. Echó entonces unos polvos que traía en la otra mano. A simple vista, sólo parecía agua. Se lo tendió al brujo y le indicó con un asentimiento que se lo bebiese.
-Los motivos que pueden tener estos dos idiotas para esconderse ya no los tengo claros. Sin embargo, creo que está relacionado con órdenes directas de mi madre. Y parece ser -se cruzó de brazos- que es un asunto que yo desconozco y... no oficial. En cualquier caso, me tengo que encargar de esto.
Miró entonces a Karkaran con disculpa.
-Sé que no estás bien aún. Conozco estos bosques, puedo ir sola a recoger la planta para mi primo. -omitió aposta el dato de las serpientes. No quería poner en peligro otra vez al brujo por su culpa.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
No contesté a sus suposiciones de los familiares. No quería inmiscuirme, pero bien era cierto que esos dos eran demasiado sospechosos (y estúpidos) como para tramar nada bueno.
Si bien podía ser que tramasen algo, yo podría interrogarles... Pero mis métodos no eran para nada agradables, y dudaba bastante que Iredia fuera a dejarme hacerles nada a sus primos, por lo que me estuve de ofrecerle siquiera esa posibilidad. Si su madre, ademas, estaba involucrada, ya habría tiempo de hacer que fallasen ellos de alguna forma.
-Sé que no estás bien aún. Conozco estos bosques, puedo ir sola a recoger la planta para mi primo.
- Ni de broma. - Dije tranquilo después de pegar un buen sorbo al caldo. No sabia tan mal como esperaba. - No te dejare sola. Me estoy recuperando, pero no me mires como un cachorro herido. Aun puedo romperle algún que otro cuello a cualquiera.
Pese a que estaba bastante seguro que la herida de la cabeza me limitaba mucho algunos aspectos físicos y parte de mi concentración necesaria a la hora de conjurar ciertos hechizos, podía enfrentarme sin demasiados problemas a varios oponentes aun. Quizás, con un par de sorbos más del caldo, la cosa mejorara.
- Ire contigo. - Dije dejando el caldo a un lado y colocándome de pie. - Y no se discutirá más.
Coloqué mi mano en el cinturon esperando a que se levantara y me guiara hacia las plantas. Pensé para mi que, para no depender tanto de la magia, deberia hacerme con algun tipo de espada o algun tipo de arma de filo... Pense en el emisario de la justa, en la mitologia de los humanos perdidos, y recorde su espada de filo curvado, el Khopesh.
"Estaria bien..." Dije soñador. "Quizá algún dia..."
Si bien podía ser que tramasen algo, yo podría interrogarles... Pero mis métodos no eran para nada agradables, y dudaba bastante que Iredia fuera a dejarme hacerles nada a sus primos, por lo que me estuve de ofrecerle siquiera esa posibilidad. Si su madre, ademas, estaba involucrada, ya habría tiempo de hacer que fallasen ellos de alguna forma.
-Sé que no estás bien aún. Conozco estos bosques, puedo ir sola a recoger la planta para mi primo.
- Ni de broma. - Dije tranquilo después de pegar un buen sorbo al caldo. No sabia tan mal como esperaba. - No te dejare sola. Me estoy recuperando, pero no me mires como un cachorro herido. Aun puedo romperle algún que otro cuello a cualquiera.
Pese a que estaba bastante seguro que la herida de la cabeza me limitaba mucho algunos aspectos físicos y parte de mi concentración necesaria a la hora de conjurar ciertos hechizos, podía enfrentarme sin demasiados problemas a varios oponentes aun. Quizás, con un par de sorbos más del caldo, la cosa mejorara.
- Ire contigo. - Dije dejando el caldo a un lado y colocándome de pie. - Y no se discutirá más.
Coloqué mi mano en el cinturon esperando a que se levantara y me guiara hacia las plantas. Pensé para mi que, para no depender tanto de la magia, deberia hacerme con algun tipo de espada o algun tipo de arma de filo... Pense en el emisario de la justa, en la mitologia de los humanos perdidos, y recorde su espada de filo curvado, el Khopesh.
"Estaria bien..." Dije soñador. "Quizá algún dia..."
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Ver su insistencia al hecho de ir con ella aun en ese estado le hizo sonreír. Aunque ya no pudo contenerse más, tenía que contarle lo de las serpientes.
-No es un sitio de fácil acceso. Hay víboras venenosas por allí. -tragó saliva. Igual añadiendo ese detalle, se amedrentaba, cosa que aliviaría la conciencia de la elfa- Igual tenía que haberte contado este detalle antes. Aún así, la zona que tenemos que ir está al norte, a un par de horas. -señaló en una dirección con la cabeza- Si quieres, podemos pasar por un par de zonas donde hay hierbas que sólo podemos obtener aquí, por si estás interesado. -añadió con cierta ilusión.
Se levantó y le indicó a Karkaran que esperase un momento fuer. Entró en la cabaña, dejando la puerta abierta. Filgor estaba sentado al borde de la cama, arreglando sus flechas. Doras tenía la boca abierta, el veneno empezaba a afectarlo a las vías respiratorias. Iredia cogió unas hojas de menta y se las colocó debajo de la nariz. Además, hizo de nuevo una imposición de manos en el rostro de su primo. Parecía que respiraba mejor, aunque ese efecto no tardaría mucho en disiparse.
-Voy a por la apholias. Tú quédate con él y vete preparando un fuego. Llegaremos por la noche.
-¿Vas a ir sola con él? -de repente, el tono de su primo sonaba apurado- No me gusta. Debería ir yo a por esa hierba.
Iredia entrecerró los ojos.
-Tú no tienes ni idea de cómo es.
-Pero... -el elfo parecía nervioso. Miró a los lados, luego a la puerta- En serio,dime cómo es y déjame que vaya yo.
-¿Tienes algo que decirme? Porque sino, no voy a perder aquí más tiempo.
El elfo titubeó. Iredia perdió la paciencia.
-Me lo imaginaba. Volveremos a la noche. -y salió de nuevo por la puerta.
Filgor salió detrás de la elfa. Miró a Karkaran un momento, como quien mira a un insecto, luego se volvió a dirigir a su prima. El guardabosques no estaba solo apurado. Tenía el reflejo del terror en su mirada. Iredia no se percató de ello, pues echó a andar y le dio la espalda a su primo y a la cabaña. Pensó que solo estaba preocupado por las serpientes.
No se percató de que, una vez avanzado un trecho, su primo Filgor salió por la puerta y se fue por otro camino con sigilo.
-No es un sitio de fácil acceso. Hay víboras venenosas por allí. -tragó saliva. Igual añadiendo ese detalle, se amedrentaba, cosa que aliviaría la conciencia de la elfa- Igual tenía que haberte contado este detalle antes. Aún así, la zona que tenemos que ir está al norte, a un par de horas. -señaló en una dirección con la cabeza- Si quieres, podemos pasar por un par de zonas donde hay hierbas que sólo podemos obtener aquí, por si estás interesado. -añadió con cierta ilusión.
Se levantó y le indicó a Karkaran que esperase un momento fuer. Entró en la cabaña, dejando la puerta abierta. Filgor estaba sentado al borde de la cama, arreglando sus flechas. Doras tenía la boca abierta, el veneno empezaba a afectarlo a las vías respiratorias. Iredia cogió unas hojas de menta y se las colocó debajo de la nariz. Además, hizo de nuevo una imposición de manos en el rostro de su primo. Parecía que respiraba mejor, aunque ese efecto no tardaría mucho en disiparse.
-Voy a por la apholias. Tú quédate con él y vete preparando un fuego. Llegaremos por la noche.
-¿Vas a ir sola con él? -de repente, el tono de su primo sonaba apurado- No me gusta. Debería ir yo a por esa hierba.
Iredia entrecerró los ojos.
-Tú no tienes ni idea de cómo es.
-Pero... -el elfo parecía nervioso. Miró a los lados, luego a la puerta- En serio,dime cómo es y déjame que vaya yo.
-¿Tienes algo que decirme? Porque sino, no voy a perder aquí más tiempo.
El elfo titubeó. Iredia perdió la paciencia.
-Me lo imaginaba. Volveremos a la noche. -y salió de nuevo por la puerta.
Filgor salió detrás de la elfa. Miró a Karkaran un momento, como quien mira a un insecto, luego se volvió a dirigir a su prima. El guardabosques no estaba solo apurado. Tenía el reflejo del terror en su mirada. Iredia no se percató de ello, pues echó a andar y le dio la espalda a su primo y a la cabaña. Pensó que solo estaba preocupado por las serpientes.
No se percató de que, una vez avanzado un trecho, su primo Filgor salió por la puerta y se fue por otro camino con sigilo.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
En silencio, devolví sereno la mirada de asco de ese elfo.
Había algo en el que me hacia sospechar, ya fuera de su comportamiento o su aspecto... La forma en la que el guardabosques le miraba también me hacia ver que había algo que no compartían. Algún motivo por el que ese hombrecillo que guardaba la cabaña tuviera esa cara de pánico dibujada en el rostro.
En silencio, seguí a la elfa mientras esta se adentraba hacia el norte.
No me importaban las serpientes. A diferencia del resto de las personas, a mi me gustaban. Eran temidas, pero injustamente. Su comportamiento era puramente defensivo. Lo cierto era que respetaba mucho a esa criatura. La encontraba extrañamente bella y temida.
- Tu primo esconde algo raro... - Dije sin alzar demasiado la voz una vez habíamos dejado ya atrás el campamento. - Se lo noto en la mirada...
No dije nada más, pues odiaba hacer suposiciones injustificadas. Lo único que sabia era eso, y no iba ni a acusar ni a perdonar nada hasta que no supiera todos los detalles exactos.
Seguimos avanzando mientras, por el camino, iba recogiendo un par de hierbas que me parecieron interesantes. La mayoría ya las conocía, pero había algunas que tenían matices diferentes. Las tomé para comprobar sus efectos más adelante. Al cabo de un rato, llegamos al punto donde se decía que había serpientes.
Eran unas ruinas abandonadas y tomadas por la madre tierra. Tenían aspecto de ser elficas, pues los grabados en piedra de las paredes eran de un acabado minucioso y bello, incluso casi parecía que la naturaleza, al haber reclamado ese lugar, lo había convertido en un sitio diez veces más bonito.
Di un silbido largo en señal de aprobación y sorpresa por ese lugar. Iredia me miro con una sonrisa. Yo me encogí de hombros.
- Se ha de reconocer que los follapinos tenéis buen gusto para ciertas cosas...
Y entonces un ruido. Una rama rota.
En un rápido gesto, estaba delante de la elfa con el seño fruncido, obligándome a forzar el oído.
- Sera un animal... - Trató de calmarme ella.
No me aparté. Cerré los ojos un instante y escuché otro ruido. El viento rompiéndose. Abrí los ojos de pronto y alcé la mano tan rápido como fui capaz, atrapando una flecha que quedo a pocos milímetros de mi frente. Un fino hilo de sangre se escapo de mi palma y se deslizo gracilmente por mi antebrazo alzado.
Mire de donde venia la flecha. Al fondo, entre la maleza por encima de las ruinas, apareció un elfo. Vestía con una especie de chaleco verdoso de placas de cuero. Su cabello y rostro estaban descubiertos y serenos. Como si no estuviera ni sorprendido ni entusiasmado de lo que acababa de hacer. El hizo un silbido muy similar a un pájaro y de entre la maleza salieron, alrededor, unos siete u ocho miembros más muy similares al primero. Todos ellos apuntando en nuestra posición con sus arcos.
- Menuda mierda de serpientes... - Dije para mi.
Había algo en el que me hacia sospechar, ya fuera de su comportamiento o su aspecto... La forma en la que el guardabosques le miraba también me hacia ver que había algo que no compartían. Algún motivo por el que ese hombrecillo que guardaba la cabaña tuviera esa cara de pánico dibujada en el rostro.
En silencio, seguí a la elfa mientras esta se adentraba hacia el norte.
No me importaban las serpientes. A diferencia del resto de las personas, a mi me gustaban. Eran temidas, pero injustamente. Su comportamiento era puramente defensivo. Lo cierto era que respetaba mucho a esa criatura. La encontraba extrañamente bella y temida.
- Tu primo esconde algo raro... - Dije sin alzar demasiado la voz una vez habíamos dejado ya atrás el campamento. - Se lo noto en la mirada...
No dije nada más, pues odiaba hacer suposiciones injustificadas. Lo único que sabia era eso, y no iba ni a acusar ni a perdonar nada hasta que no supiera todos los detalles exactos.
Seguimos avanzando mientras, por el camino, iba recogiendo un par de hierbas que me parecieron interesantes. La mayoría ya las conocía, pero había algunas que tenían matices diferentes. Las tomé para comprobar sus efectos más adelante. Al cabo de un rato, llegamos al punto donde se decía que había serpientes.
Eran unas ruinas abandonadas y tomadas por la madre tierra. Tenían aspecto de ser elficas, pues los grabados en piedra de las paredes eran de un acabado minucioso y bello, incluso casi parecía que la naturaleza, al haber reclamado ese lugar, lo había convertido en un sitio diez veces más bonito.
- Spoiler:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Di un silbido largo en señal de aprobación y sorpresa por ese lugar. Iredia me miro con una sonrisa. Yo me encogí de hombros.
- Se ha de reconocer que los follapinos tenéis buen gusto para ciertas cosas...
Y entonces un ruido. Una rama rota.
En un rápido gesto, estaba delante de la elfa con el seño fruncido, obligándome a forzar el oído.
- Sera un animal... - Trató de calmarme ella.
No me aparté. Cerré los ojos un instante y escuché otro ruido. El viento rompiéndose. Abrí los ojos de pronto y alcé la mano tan rápido como fui capaz, atrapando una flecha que quedo a pocos milímetros de mi frente. Un fino hilo de sangre se escapo de mi palma y se deslizo gracilmente por mi antebrazo alzado.
Mire de donde venia la flecha. Al fondo, entre la maleza por encima de las ruinas, apareció un elfo. Vestía con una especie de chaleco verdoso de placas de cuero. Su cabello y rostro estaban descubiertos y serenos. Como si no estuviera ni sorprendido ni entusiasmado de lo que acababa de hacer. El hizo un silbido muy similar a un pájaro y de entre la maleza salieron, alrededor, unos siete u ocho miembros más muy similares al primero. Todos ellos apuntando en nuestra posición con sus arcos.
- Menuda mierda de serpientes... - Dije para mi.
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
-Sólo es idiota... Él y Doras siempre se han metido en líos con facilidad. -sacudió la cabeza contrariada- Nunca han llevado bien obedecer órdenes. Sobre todo Filgor. Doras siempre ha sido más pasivo.
Mientras andaban por aquellas zonas, Iredia se notaba que conocía bien cada rama y raíz que había por allí, incluso de vez en cuando le daba por subir a un árbol o meterse entre los arbustos a oler cosas, como un cervatillo que huele la hierba que se va a comer. De hecho, se enredó un par de flores en el pelo, que no tardaron en caerse a medida que iban avanzando.
Llegaron entonces a las ruinas, al mausoleo abandonado. Aquellas tumbas, se decía, en su día habían enterrado a los primeros señores elfos que llegaron tras la guerra contra los brujos. La diosa Imbar se había hecho con el lugar. Sin duda, era tan bello como Iredia lo recordaba, incluso más. Le gustó mucho que Karkaran apreciase también la belleza del lugar.
Entonces, se oyó un crujido y en un segundo ya tenía el cuerpo del brujo delante de ella. Iredia, por primera vez en mucho tiempo, sacó el arco, su preciado arco, y sacó una flecha, apuntando por encima del hombro de su protector. Salió aquel elfo, que silbó y llamó a sus compañeros, que los acabaron rodeando. Iredia bajó el arco, pues ese elfo le era familiar. Era del clan enemigo de los Tan-Damar.
-¿Qué significa esto?
El elfo no contestó enseguida. Se limitó a escrutarlos con la mirada y, después, fue cuando estalló a carcajadas. Los ocho arqueros que los rodeaban permanecían silenciosos y firmes en su postura.
-Yo queriendo encontrarme a dos gemelos y resulta... que me encuentro a un brujo y a la heredera del clan que tanto adoro. -dijo con una clara y soberbia ironía- ¡Y con mi arco! Qué noche tan provechosa.
Otra figura más apareció entonces en escena. Iredia observó anonadada cómo su primo Filgor salía de la maleza, se acercaba al elfo enemigo y se interponía entre este y la pareja. El elfo enemigo parecía sorprendido, pero no quitaba esa sonrisa socarrona.
-Ella no formaba parte del plan aún. -este fue el saludo de Filgor.
-Quizás entonces puedas explicarme por qué tiene una de mis armas. Se supone que os mandé para un trabajo limpio y rápido: matar a Tiv y traerme las armas, no era tan difícil. Incluso te hice un favor dándote el veneno para tu hermano. -dirigió entonces un cabeceo a uno de sus compañeros.
De golpe, Iredia notó cómo uno de los soldados colocaba un cuchillo a su espalda y le tapaba la boca. Ella gimió, se revolvió, cayéndosele el arco al suelo y notó cómo el cuchillo le pinchaba la carne. No fue buena idea revelarse, eso hacía daño. Pero aún más daño le hacía ver lo que estaba viendo. ¿Filgor acababa de traicionar a su clan? ¿Qué quería? ¿Y por qué había insinuado que su madre tenía algo que ver? No, fuera lo que fuese, esto era obra de su primo solamente. Su madre odiaba al clan Bellthoros. Se maldijo a sí misma y miró preocupada a su protector. Se había visto envuelto en una trama política que no le incumbía. Ni él podía pegarse solo con ocho elfos armados.
-Si intentas algo, brujo, la mato. -espetó el jefe. Se giró de nuevo a Filgor- Bueno, la situación no es del todo mala. No tengo las armas, pero tengo algo mucho más valioso. Al brujo me supongo que querrás matarlo tú mismo. A la heredera, en cambio... déjamela a mí. Es una grata moneda de cambio. Tengo al clan Tan-Damar en la palma de mi mano.
Volvió a dar un cabeceo y el elfo arrastró a Iredia hacia atrás, alejándola del brujo progresivamente.
-Todo tuyo, Filgor. -el jefe elfo soltó una risilla malévola. Sabía que Filgor no tenía nada que hacer contra un brujo, pero le distraería lo suficiente para llevarse a la elfa fuera de allí. Tenía otros planes para ella. Los gemelitos podían darse por muertos, ya no le eran útiles.
Mientras andaban por aquellas zonas, Iredia se notaba que conocía bien cada rama y raíz que había por allí, incluso de vez en cuando le daba por subir a un árbol o meterse entre los arbustos a oler cosas, como un cervatillo que huele la hierba que se va a comer. De hecho, se enredó un par de flores en el pelo, que no tardaron en caerse a medida que iban avanzando.
Llegaron entonces a las ruinas, al mausoleo abandonado. Aquellas tumbas, se decía, en su día habían enterrado a los primeros señores elfos que llegaron tras la guerra contra los brujos. La diosa Imbar se había hecho con el lugar. Sin duda, era tan bello como Iredia lo recordaba, incluso más. Le gustó mucho que Karkaran apreciase también la belleza del lugar.
Entonces, se oyó un crujido y en un segundo ya tenía el cuerpo del brujo delante de ella. Iredia, por primera vez en mucho tiempo, sacó el arco, su preciado arco, y sacó una flecha, apuntando por encima del hombro de su protector. Salió aquel elfo, que silbó y llamó a sus compañeros, que los acabaron rodeando. Iredia bajó el arco, pues ese elfo le era familiar. Era del clan enemigo de los Tan-Damar.
-¿Qué significa esto?
El elfo no contestó enseguida. Se limitó a escrutarlos con la mirada y, después, fue cuando estalló a carcajadas. Los ocho arqueros que los rodeaban permanecían silenciosos y firmes en su postura.
-Yo queriendo encontrarme a dos gemelos y resulta... que me encuentro a un brujo y a la heredera del clan que tanto adoro. -dijo con una clara y soberbia ironía- ¡Y con mi arco! Qué noche tan provechosa.
Otra figura más apareció entonces en escena. Iredia observó anonadada cómo su primo Filgor salía de la maleza, se acercaba al elfo enemigo y se interponía entre este y la pareja. El elfo enemigo parecía sorprendido, pero no quitaba esa sonrisa socarrona.
-Ella no formaba parte del plan aún. -este fue el saludo de Filgor.
-Quizás entonces puedas explicarme por qué tiene una de mis armas. Se supone que os mandé para un trabajo limpio y rápido: matar a Tiv y traerme las armas, no era tan difícil. Incluso te hice un favor dándote el veneno para tu hermano. -dirigió entonces un cabeceo a uno de sus compañeros.
De golpe, Iredia notó cómo uno de los soldados colocaba un cuchillo a su espalda y le tapaba la boca. Ella gimió, se revolvió, cayéndosele el arco al suelo y notó cómo el cuchillo le pinchaba la carne. No fue buena idea revelarse, eso hacía daño. Pero aún más daño le hacía ver lo que estaba viendo. ¿Filgor acababa de traicionar a su clan? ¿Qué quería? ¿Y por qué había insinuado que su madre tenía algo que ver? No, fuera lo que fuese, esto era obra de su primo solamente. Su madre odiaba al clan Bellthoros. Se maldijo a sí misma y miró preocupada a su protector. Se había visto envuelto en una trama política que no le incumbía. Ni él podía pegarse solo con ocho elfos armados.
-Si intentas algo, brujo, la mato. -espetó el jefe. Se giró de nuevo a Filgor- Bueno, la situación no es del todo mala. No tengo las armas, pero tengo algo mucho más valioso. Al brujo me supongo que querrás matarlo tú mismo. A la heredera, en cambio... déjamela a mí. Es una grata moneda de cambio. Tengo al clan Tan-Damar en la palma de mi mano.
Volvió a dar un cabeceo y el elfo arrastró a Iredia hacia atrás, alejándola del brujo progresivamente.
-Todo tuyo, Filgor. -el jefe elfo soltó una risilla malévola. Sabía que Filgor no tenía nada que hacer contra un brujo, pero le distraería lo suficiente para llevarse a la elfa fuera de allí. Tenía otros planes para ella. Los gemelitos podían darse por muertos, ya no le eran útiles.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Apreté los dientes con rabia mientras miraba al puto elfo de los cojones.
Cuando se hubo alejado lo suficiente, me moví directamente hacia Filgor y le empuje contra el suelo con mi hombro, golpeándole directamente la boca del estomago. El trato de respirar sin éxito. Yo me apoderé de dos de sus flechas y lo agarré del cabello. Tenia que darme prisa.
Con un giro, le rompí la nariz de un rodillazo, y con el segundo golpe, lo deje inconsciente en el suelo, sangrando y con varios dientes partidos. Lo arrastré rápido hacia un árbol cercano y coloque ambas manos suyas en una misma posición. Luego, apunte y clavé la flecha al árbol, dejándolo atrapado y soltando un salvaje grito que despertó a todo el mundo en dos kilómetros a la redonda.
- Dime que sabes.
- ¡MIS MANOS! - Gritaba. - ¡Mis jodidas manos!
Tomé la segunda flecha y la coloque justo encima de su ojo, donde el parpado se separa del cráneo.
- ¿Quien era el? ¿Quien te envía? ¿Cual era tu misión?
- JODER! - Maldijo. - Hice un trato con ese elfo! - Gritó. - Yo incriminaba a Arystra, la matriarca, y a cambio el me hacia a mi el patriarca. Solo tenia que inculparla haciendo creer que ella había matado a Tiv para quedarse así con sus pertenencias...
- ¿Y tu hermano? ¿Que pinta aquí?
- Era el otro candidato... Eliminarlo significaba que mi camino para ser patriarca era llano.
Sin esperar más contestación, apreté la flecha contra su ojo, haciendo que saliera limpiamente mientras regalimaba sangre a todos lados y gritaba muy sonoramente.
- Vendré luego a por ti, cerdo... Te haré desear estar en el lugar de tu hermano. - Dije sincero y lleno de rabia. Odiaba que me hicieran perder el tiempo.
Subí rápidamente a donde minutos atrás había estado el elfo jefe. Desconocía aun su paradero, pero no iba a ser difícil de encontrar. Me puse a mirar el terreno y vi un par de huellas. Uno de los rastros eran unos pies más menudos. El otro más anchos. Ese debía ser el rastro de la ardillita.
En silencio, me puse a seguirlo, pero pude oír una conversación entré dos elfos. Hablaban un lenguaje que no entendí, pero no me pare a escuchar. Me escondí en la maleza y esperé a que pasaran más cercanamente.
Un combate contra dos a la vez hubiera sido quizás demasiado arriesgado estando desarmado, por lo que esperé y deslice mis dedos hacia el cinturón de uno de ellos, tomando una pequeña daga de doble filo. Luego camine despacio hacia ellos y se la clave al primero en la nuca, justo entre las vertebras.
Mientras el segundo se giraba, yo ya había sacado la daga y la hacia girar con un precioso arco ascendente hacia la parte inferior de la mandíbula del otro elfo, atravesándole la lengua, la boca y las vías respiratorias nasales, atrapando su mueca en un inmortal intento de gritar.
Cuando ambos estuvieron muertos, tome un cuchillo muy similar del otro cadáver y tome también un arco para la elfa.
Era hora de que los cazados se convirtieran en cazadores.
Cuando se hubo alejado lo suficiente, me moví directamente hacia Filgor y le empuje contra el suelo con mi hombro, golpeándole directamente la boca del estomago. El trato de respirar sin éxito. Yo me apoderé de dos de sus flechas y lo agarré del cabello. Tenia que darme prisa.
Con un giro, le rompí la nariz de un rodillazo, y con el segundo golpe, lo deje inconsciente en el suelo, sangrando y con varios dientes partidos. Lo arrastré rápido hacia un árbol cercano y coloque ambas manos suyas en una misma posición. Luego, apunte y clavé la flecha al árbol, dejándolo atrapado y soltando un salvaje grito que despertó a todo el mundo en dos kilómetros a la redonda.
- Dime que sabes.
- ¡MIS MANOS! - Gritaba. - ¡Mis jodidas manos!
Tomé la segunda flecha y la coloque justo encima de su ojo, donde el parpado se separa del cráneo.
- ¿Quien era el? ¿Quien te envía? ¿Cual era tu misión?
- JODER! - Maldijo. - Hice un trato con ese elfo! - Gritó. - Yo incriminaba a Arystra, la matriarca, y a cambio el me hacia a mi el patriarca. Solo tenia que inculparla haciendo creer que ella había matado a Tiv para quedarse así con sus pertenencias...
- ¿Y tu hermano? ¿Que pinta aquí?
- Era el otro candidato... Eliminarlo significaba que mi camino para ser patriarca era llano.
Sin esperar más contestación, apreté la flecha contra su ojo, haciendo que saliera limpiamente mientras regalimaba sangre a todos lados y gritaba muy sonoramente.
- Vendré luego a por ti, cerdo... Te haré desear estar en el lugar de tu hermano. - Dije sincero y lleno de rabia. Odiaba que me hicieran perder el tiempo.
Subí rápidamente a donde minutos atrás había estado el elfo jefe. Desconocía aun su paradero, pero no iba a ser difícil de encontrar. Me puse a mirar el terreno y vi un par de huellas. Uno de los rastros eran unos pies más menudos. El otro más anchos. Ese debía ser el rastro de la ardillita.
En silencio, me puse a seguirlo, pero pude oír una conversación entré dos elfos. Hablaban un lenguaje que no entendí, pero no me pare a escuchar. Me escondí en la maleza y esperé a que pasaran más cercanamente.
Un combate contra dos a la vez hubiera sido quizás demasiado arriesgado estando desarmado, por lo que esperé y deslice mis dedos hacia el cinturón de uno de ellos, tomando una pequeña daga de doble filo. Luego camine despacio hacia ellos y se la clave al primero en la nuca, justo entre las vertebras.
Mientras el segundo se giraba, yo ya había sacado la daga y la hacia girar con un precioso arco ascendente hacia la parte inferior de la mandíbula del otro elfo, atravesándole la lengua, la boca y las vías respiratorias nasales, atrapando su mueca en un inmortal intento de gritar.
Cuando ambos estuvieron muertos, tome un cuchillo muy similar del otro cadáver y tome también un arco para la elfa.
Era hora de que los cazados se convirtieran en cazadores.
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Oyó ese grito desgarrador, que sacudió el aire en una ráfaga agónica. Iredia cerró los ojos, sabiendo que había sido el brujo quién había provocado eso. Probablemente su primo estuviera sufriendo una lenta y desagradable tortura. Ella iba camino de sufrir otra. A punta de puñal, iba avanzando por el camino a trompicones. Le habían vendado los ojos, así que iba arrastrando los pies en parte para no tropezar y, en parte, aposta. Aparentaba desgana, pero quería realmente facilitar a su protector la labor de encontrarla.
Pronto llegaron a una cueva.
<<Elfos en cuevas... sólo los más despreciables se ocultan de la madre tierra y de la luz del sol>>, escupió en pensamientos la elfa. No veía, pero notaba que la luz que atravesaba la venda de sus ojos había desaparecido. el ambiente era más frío y húmedo. Más oscuro.
En realidad, a la elfa no le gustaban las cuevas, siempre las había asociado con el hogar del clan enemigo Bellthoros y las tenía cierta manía. Las cuevas no tenían la culpa. Resultó que esta, además, descendía en unas empinadas escaleras resbaladizas que daban a una salita con tres pasillos. Descendieron hasta dicha salita. El elfo jefe se detuvo y volvió la vista atrás hacia sus soldados. Hacia ella.
-Quitadle la venda.
Obedientes, se la quitaron. La elfa se frotó los ojos, tratando de acostumbrar sus pupilas a las nuevas condiciones de luz. El elfo jefe la miraba con maldad, con avaricia. Al parecer, no eran los humanos los únicos malnacidos que existían en la faz de Aerandir.
-Te encantará saber, querida mía, que he mandado un aviso a tu madre. Un rescate, digamos. Le he dado dos opciones: -alzó dos dedos y los movió con sorna delante del rostro de Iredia- O su hija se casa con el patriarca del clan Bellthoros... o Arystra contemplará tu muerte y el fin de su legado. En cualquier caso, vuestro clan pasará a ser mío. Tú, en cambio, mi dulce Iredia, puedes escoger si quieres formar parte de tu nuevo futuro o quedarte sin él. -le cogió el rostro con una mano, apretándole el mentón.
Por respuesta, Iredia le escupió y acertó en un ojo.
<<Toma ya>>, pensó triunfal.
-Antes me casaría con un caracol. Además... tú ya tuviste tu oportunidad. -esta vez fue la elfa quien sonrió de forma irónica. No todo el mundo sabía que en otro tiempo, ese elfo y ella habían sido amantes. Hay algunos seres que llevan muy mal las rupturas.
El elfo la miró con ira. Sin embargo, hizo algo que la elfa no esperaba. Cogió el esputo con un dedo, lo miró y lo lamió. Incluso lo saboreó. Se rió después con ganas a ver la cara de asco que ponía su secuestrada.
-Llevadla a las celdas. Dadle de comer. La matriarca vendrá por la mañana y no quiero que vea a su hija hecha un asco. Aún no.
Sin miramientos, los soldados agarraron del pelo a la elfa y la llevaron por el pasillo de la derecha, descendiendo escaleras de nuevo. La metieron entre unos barrotes oxidados, de media clavija, con un lecho de paja y un cubo. Suspiró y apoyó la frente en los barrotes. La habían dejado sola allí, sin vigilancia. No la necesitaba, si quería salir de ahí, necesitaba hacer palanca con algo, así que se puso a rebuscar.. Era irónico. Al final, después de todo, tendría que enfrentarse a su madre.
-Kar... no tardes. -suplicó en voz baja.
Pronto llegaron a una cueva.
<<Elfos en cuevas... sólo los más despreciables se ocultan de la madre tierra y de la luz del sol>>, escupió en pensamientos la elfa. No veía, pero notaba que la luz que atravesaba la venda de sus ojos había desaparecido. el ambiente era más frío y húmedo. Más oscuro.
En realidad, a la elfa no le gustaban las cuevas, siempre las había asociado con el hogar del clan enemigo Bellthoros y las tenía cierta manía. Las cuevas no tenían la culpa. Resultó que esta, además, descendía en unas empinadas escaleras resbaladizas que daban a una salita con tres pasillos. Descendieron hasta dicha salita. El elfo jefe se detuvo y volvió la vista atrás hacia sus soldados. Hacia ella.
-Quitadle la venda.
Obedientes, se la quitaron. La elfa se frotó los ojos, tratando de acostumbrar sus pupilas a las nuevas condiciones de luz. El elfo jefe la miraba con maldad, con avaricia. Al parecer, no eran los humanos los únicos malnacidos que existían en la faz de Aerandir.
-Te encantará saber, querida mía, que he mandado un aviso a tu madre. Un rescate, digamos. Le he dado dos opciones: -alzó dos dedos y los movió con sorna delante del rostro de Iredia- O su hija se casa con el patriarca del clan Bellthoros... o Arystra contemplará tu muerte y el fin de su legado. En cualquier caso, vuestro clan pasará a ser mío. Tú, en cambio, mi dulce Iredia, puedes escoger si quieres formar parte de tu nuevo futuro o quedarte sin él. -le cogió el rostro con una mano, apretándole el mentón.
Por respuesta, Iredia le escupió y acertó en un ojo.
<<Toma ya>>, pensó triunfal.
-Antes me casaría con un caracol. Además... tú ya tuviste tu oportunidad. -esta vez fue la elfa quien sonrió de forma irónica. No todo el mundo sabía que en otro tiempo, ese elfo y ella habían sido amantes. Hay algunos seres que llevan muy mal las rupturas.
El elfo la miró con ira. Sin embargo, hizo algo que la elfa no esperaba. Cogió el esputo con un dedo, lo miró y lo lamió. Incluso lo saboreó. Se rió después con ganas a ver la cara de asco que ponía su secuestrada.
-Llevadla a las celdas. Dadle de comer. La matriarca vendrá por la mañana y no quiero que vea a su hija hecha un asco. Aún no.
Sin miramientos, los soldados agarraron del pelo a la elfa y la llevaron por el pasillo de la derecha, descendiendo escaleras de nuevo. La metieron entre unos barrotes oxidados, de media clavija, con un lecho de paja y un cubo. Suspiró y apoyó la frente en los barrotes. La habían dejado sola allí, sin vigilancia. No la necesitaba, si quería salir de ahí, necesitaba hacer palanca con algo, así que se puso a rebuscar.. Era irónico. Al final, después de todo, tendría que enfrentarse a su madre.
-Kar... no tardes. -suplicó en voz baja.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Dos elfos estaban delante de la entrada a la cueva, custodiándola camuflados en unos arbustos.
Los detecté por un movimiento a ambos lados, simétrico. Chasqueé la lengua desde los arbustos del otro extremo del valle donde estaba la cueva.
Mire encima de la cueva y vi un pequeño montículo de piedras. Dibuje un símbolo rápido en el aire para que se desprendiera parte de esa acumulación. Las rocas, deslizándose por el desfiladero, llamaron la atención de los elfos, que subieron rápidamente a ver que había ocasionado el movimiento de las piedras.
Por mi lado, me escabullí dentro de la cueva.
Esta vez, asesinar y dejar un rastro de sangre no era la mejor opción. Pues sabia que como se diera la voz de alarma, por mínima que fuera, las defensas que custodiaban a Iredia se multiplicarían, así también como las posibilidades de que le hicieran daño.
Entre las sombras, me escabullí y me escondí dentro de un pajar que había ahí dentro al oír como se aproximaban dos voces. Esta vez, hablaban una variante que si que supe identificar.
- Si, el jefe anda loco por esa niña... - Decia el primero.
- ¿Y que más le dara? Hay muchas elfas que estarian bien dispuestas a abrirse de piernas para el...
- No lo entiendes... Si se casa con ella, los clanes serán uno. Y el gobernara ambos. Es un tema político más que uno erótico.
- Oh... - Expuso con un pequeño asentimiento el segundo. - ¿Crees entonces que le molestara si nos aprovechamos de ella?
- Después de que la vea su madre, no creo... Pero por si acaso, mantente lejos de la zona sud hasta entonces... Vaya a ser que alguien tenga la misma idea.
- Buen consejo... - Y sin decir nada más, se perdieron por uno de los tuneles.
Salí entonces, hiendo directamente hacia el sud. Pese a que era algo dificil orientarse dentro de la puta cueva.
Tras un par de pasillos más. alcancé la zona donde se divisaban varias celdas. Me acerqué a la primera y vi un hombre agazapado, de aspecto anciano.
- ¿Has venido a rescatarme...? - Dijo como pudo.
- No. - Dije seco siguiendo buscando.
- ¡ESPERA! - Gritó entonces. Yo hice un gesto para que callara. - ¡Llevame contigo!
- ¡No chilles! - Dije en un susurro moviendo las manos. - Eres viejo y pareces lento. Solo me retrasarias.
- ¡Si no me rescatas, te delato!
- Si lo intentas, te mato.
El calló y yo callé.
- ¿Por favor? - Pidio el viejo juntando las manos por el otro extremo de la jaula.
Yo lo mire largamente y maldije en silencio. "Mierda de elfa... Me esta pegando eso de salvar a la puta gente."
Abrí su puerta con un rápido gesto de mano y le hice una señal de silencio.
- ¿Donde están las otras celdas?
- Por ahí. - Indicó con un dedo alzado. - ¿A quien buscas?
- Una elfa. Aspecto joven, ojos brillantes, pelo oscuro... Un culo perfecto...
- Oh, si. - Dijo el anciano respondiendo al ultimo detalle. - Ya se que celda es.
Sorprendido, seguí al anciano que me llevo a la celda que, para mi grata sorpresa, encerraba a la elfa.
- Hola ardillita.
- ¡Hola! - Saludo también el viejo, feliz y bobo.
Los detecté por un movimiento a ambos lados, simétrico. Chasqueé la lengua desde los arbustos del otro extremo del valle donde estaba la cueva.
Mire encima de la cueva y vi un pequeño montículo de piedras. Dibuje un símbolo rápido en el aire para que se desprendiera parte de esa acumulación. Las rocas, deslizándose por el desfiladero, llamaron la atención de los elfos, que subieron rápidamente a ver que había ocasionado el movimiento de las piedras.
Por mi lado, me escabullí dentro de la cueva.
Esta vez, asesinar y dejar un rastro de sangre no era la mejor opción. Pues sabia que como se diera la voz de alarma, por mínima que fuera, las defensas que custodiaban a Iredia se multiplicarían, así también como las posibilidades de que le hicieran daño.
Entre las sombras, me escabullí y me escondí dentro de un pajar que había ahí dentro al oír como se aproximaban dos voces. Esta vez, hablaban una variante que si que supe identificar.
- Si, el jefe anda loco por esa niña... - Decia el primero.
- ¿Y que más le dara? Hay muchas elfas que estarian bien dispuestas a abrirse de piernas para el...
- No lo entiendes... Si se casa con ella, los clanes serán uno. Y el gobernara ambos. Es un tema político más que uno erótico.
- Oh... - Expuso con un pequeño asentimiento el segundo. - ¿Crees entonces que le molestara si nos aprovechamos de ella?
- Después de que la vea su madre, no creo... Pero por si acaso, mantente lejos de la zona sud hasta entonces... Vaya a ser que alguien tenga la misma idea.
- Buen consejo... - Y sin decir nada más, se perdieron por uno de los tuneles.
Salí entonces, hiendo directamente hacia el sud. Pese a que era algo dificil orientarse dentro de la puta cueva.
Tras un par de pasillos más. alcancé la zona donde se divisaban varias celdas. Me acerqué a la primera y vi un hombre agazapado, de aspecto anciano.
- ¿Has venido a rescatarme...? - Dijo como pudo.
- No. - Dije seco siguiendo buscando.
- ¡ESPERA! - Gritó entonces. Yo hice un gesto para que callara. - ¡Llevame contigo!
- ¡No chilles! - Dije en un susurro moviendo las manos. - Eres viejo y pareces lento. Solo me retrasarias.
- ¡Si no me rescatas, te delato!
- Si lo intentas, te mato.
El calló y yo callé.
- ¿Por favor? - Pidio el viejo juntando las manos por el otro extremo de la jaula.
Yo lo mire largamente y maldije en silencio. "Mierda de elfa... Me esta pegando eso de salvar a la puta gente."
Abrí su puerta con un rápido gesto de mano y le hice una señal de silencio.
- ¿Donde están las otras celdas?
- Por ahí. - Indicó con un dedo alzado. - ¿A quien buscas?
- Una elfa. Aspecto joven, ojos brillantes, pelo oscuro... Un culo perfecto...
- Oh, si. - Dijo el anciano respondiendo al ultimo detalle. - Ya se que celda es.
Sorprendido, seguí al anciano que me llevo a la celda que, para mi grata sorpresa, encerraba a la elfa.
- Hola ardillita.
- ¡Hola! - Saludo también el viejo, feliz y bobo.
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Cuando Karkaran viera a Ireda, vería una escena graciosa a la par que lamentable. Con el cubo que le habían dejado en la celda, estaba intentando meterlo debajo de uno de los tornillos que sujetaban los barrotes con un afán casi obsesivo con hacer palanca para que saltase la puerta. Por supuesto, no sólo no lo estaba consiguiendo sino que, dada su poca fuerza y el cansancio tras el decimoquinto intento, en el momento en el que llegó el brujo, se cayó al suelo de culo por el susto. El cubo se cayó a su lado y su gozo volvió a caer en un pozo.
-Panh dalah... -refunfuñó en élfico algo que venía a significar "sus muertos", mirando al cubo con ira.
Sin embargo, la decepción le duró apenas unos segundos, pues se levantó corriendo al ver a Karkaran y sacó una mano a través de los barrotes, asiendo un brazo de su protector mientras su rostro se iluminaba por la alegría.
-¡Ay! Qué alegría me da verte. Mira, yo creo que si pudiese meter el cubo por aquí y con algo de fuerza, la puerta cedería sola. Estos barrotes son un un poco chapuceros, seguro que tú puedes. - hablaba un poco atropellada. No estaba nerviosa, más bien parecía que necesitaba desahogarse- Ese maldito Talthar se piensa que porque hicimos el amor un par de veces tiene derecho a reclamar un clan ¿Cómo no le iba a mandar a la porra? Si no sabe manejar ni lo que tiene entre las piernas, ¿cómo va a manejar dos familias? ¡Es un bastardo!
Dándose cuenta de que, quizás, había hablado mucho, hizo una pausa y miró al brujo a los ojos con una firme convicción.
-Sácame de aquí, que le voy a partir las piernas..
Esa frase, viniendo de la elfa, no quedaba muy fiera precisamente, aunque sin duda sus intenciones eran sinceras. Soltó el brazo de Karkaran y dio una patada rabiosa al cubo y, de repente, infló los mofletes y apoyó la frente con los ojos cerrados. Se había hecho daño.
-Ay... -dijo con un hilillo de voz.
-Panh dalah... -refunfuñó en élfico algo que venía a significar "sus muertos", mirando al cubo con ira.
Sin embargo, la decepción le duró apenas unos segundos, pues se levantó corriendo al ver a Karkaran y sacó una mano a través de los barrotes, asiendo un brazo de su protector mientras su rostro se iluminaba por la alegría.
-¡Ay! Qué alegría me da verte. Mira, yo creo que si pudiese meter el cubo por aquí y con algo de fuerza, la puerta cedería sola. Estos barrotes son un un poco chapuceros, seguro que tú puedes. - hablaba un poco atropellada. No estaba nerviosa, más bien parecía que necesitaba desahogarse- Ese maldito Talthar se piensa que porque hicimos el amor un par de veces tiene derecho a reclamar un clan ¿Cómo no le iba a mandar a la porra? Si no sabe manejar ni lo que tiene entre las piernas, ¿cómo va a manejar dos familias? ¡Es un bastardo!
Dándose cuenta de que, quizás, había hablado mucho, hizo una pausa y miró al brujo a los ojos con una firme convicción.
-Sácame de aquí, que le voy a partir las piernas..
Esa frase, viniendo de la elfa, no quedaba muy fiera precisamente, aunque sin duda sus intenciones eran sinceras. Soltó el brazo de Karkaran y dio una patada rabiosa al cubo y, de repente, infló los mofletes y apoyó la frente con los ojos cerrados. Se había hecho daño.
-Ay... -dijo con un hilillo de voz.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Observé en silencio el arrebato de ira y descontrol de la elfa al lado del prisionero viejo, que la miraba con una boba sonrisa como el que alcanza el cielo. Cuando la elfa hubo terminado de su espectáculo, el viejo se me giro y me dedico una fea sonrisa donde faltaban varios dientes. Sus pelos blancos de la barba desentonaron con la falta de cabello en la cabeza y esos dientes amarillentos y deformes.
- Eres un tipo con suerte. Chicas así ya no quedan.
- Viendo las habilidades de combate que tiene, no es de extrañar... - Dije de un susurro, procurando que solo me oyera el viejo, que movió la cabeza negativamente con otra sonrisa.
- Es usted una elfa con mucha suerte. - Decía el viejo. - Este joven es muy habilidoso... ¡Y tiene un montón de armas!
- Oiga... - Dije agachándome y sacándome un par de ganzúas y un cortaplumas de las alforjas. - Aun no me ha dicho su nombre.
- Cierto... Me llamo Carl.
- Bien. Carl, calla de una puta vez. - Dije mirándole a los ojos y haciéndole entender que, pese a que yo lo usaba como herramienta, si se me hinchaban los cojones el cortaplumas podría ser usado de arma.
El callo de inmediato y yo me puse a juguetear con la cerradura. Unos pocos segundos después, la puerta se abrió. Entré despacio y tomé con cuidado el pie de la elfa, que aun seguía con los morros hinchados.
- Ya nos encargaremos de él ahora... ¿Te duele esto? ¿Puedes andar?
Ella asintió. Yo asentí con ella.
Me alcé y mire por el pasillo mientras me sacaba el arco de la espalda y se lo daba a Iredia.
- La forma más rápida de encargarnos de ellos seria directamente hacer que se quedaran encerrados en el túnel... Un derrumbamiento. Si encontramos la caverna principal y debilitamos el techo, podríamos hacer que se les cayera todo encima de paso.
- Para eso haría falta una explosión. - Dijo Carl tomando el puñal que le ofrecía. Valía más la pena que tuviera algo con lo que defenderse. - ¿Como la generaras? La cueva esta compuesta por citonita y parte de azurita, no cederá ante una explosión pequeña.
Le miré enarcando una ceja. El se encogió de hombros.
- Era minero.
- Ah... Utilizaremos fuego en gran cantidad y un catalizador arcano. - Dije enseñando un papel que guardaba. - Lo grabaré y lo pegare en el techo... Pero explotara independientemente en un rato, por lo que necesitaremos hacer una cadena... O mucho fuego.
- Oh... Eres un tipo de lo más raro... Me caes bien. Ademas, me has liberado. Eso hace que me caigas mejor.
Mire al viejo un rato. Era muy probable que muriera ese mismo día, y estoy seguro de que el lo sabia.
Pero parecía darle igual.
Me giré a la elfa.
- Cuando tu digas, ardillita.
- Eres un tipo con suerte. Chicas así ya no quedan.
- Viendo las habilidades de combate que tiene, no es de extrañar... - Dije de un susurro, procurando que solo me oyera el viejo, que movió la cabeza negativamente con otra sonrisa.
- Es usted una elfa con mucha suerte. - Decía el viejo. - Este joven es muy habilidoso... ¡Y tiene un montón de armas!
- Oiga... - Dije agachándome y sacándome un par de ganzúas y un cortaplumas de las alforjas. - Aun no me ha dicho su nombre.
- Cierto... Me llamo Carl.
- Bien. Carl, calla de una puta vez. - Dije mirándole a los ojos y haciéndole entender que, pese a que yo lo usaba como herramienta, si se me hinchaban los cojones el cortaplumas podría ser usado de arma.
El callo de inmediato y yo me puse a juguetear con la cerradura. Unos pocos segundos después, la puerta se abrió. Entré despacio y tomé con cuidado el pie de la elfa, que aun seguía con los morros hinchados.
- Ya nos encargaremos de él ahora... ¿Te duele esto? ¿Puedes andar?
Ella asintió. Yo asentí con ella.
Me alcé y mire por el pasillo mientras me sacaba el arco de la espalda y se lo daba a Iredia.
- La forma más rápida de encargarnos de ellos seria directamente hacer que se quedaran encerrados en el túnel... Un derrumbamiento. Si encontramos la caverna principal y debilitamos el techo, podríamos hacer que se les cayera todo encima de paso.
- Para eso haría falta una explosión. - Dijo Carl tomando el puñal que le ofrecía. Valía más la pena que tuviera algo con lo que defenderse. - ¿Como la generaras? La cueva esta compuesta por citonita y parte de azurita, no cederá ante una explosión pequeña.
Le miré enarcando una ceja. El se encogió de hombros.
- Era minero.
- Ah... Utilizaremos fuego en gran cantidad y un catalizador arcano. - Dije enseñando un papel que guardaba. - Lo grabaré y lo pegare en el techo... Pero explotara independientemente en un rato, por lo que necesitaremos hacer una cadena... O mucho fuego.
- Oh... Eres un tipo de lo más raro... Me caes bien. Ademas, me has liberado. Eso hace que me caigas mejor.
Mire al viejo un rato. Era muy probable que muriera ese mismo día, y estoy seguro de que el lo sabia.
Pero parecía darle igual.
Me giré a la elfa.
- Cuando tu digas, ardillita.
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Iredia miró con sorpresa al viejo. Había estado tan centrada en hablar y en la alegría de ver al brujo allí que no se había percatado de que había un anciano con él. Un anciano bastante feo, el pobre. Cuando le dijo aquel comentario, ella asintió fervientemente.
-A mí me encanta cuando las usa. -por supuesto, lo volvió a decir con un gran entusiasmo sin tener en cuenta el posible doble sentido del comentario. El viejo, sin duda, volvería a sonreír con sorna.
Una vez abierta la cerradura y comprobado su tobillo, se deleitó con el arco de sus manos. A ver si esta vez le duraba más tiempo. Oyó las explicaciones que dieron sobre generar fuego, explosiones, etc, y causar un derrumbamiento. Le sonó abrumadoramente familiar.
-Yo los puedo atraer. -dijo con convicción- Mientras vosotros colocáis los papeles. Una vez estén en el punto exacto, los atrapamos y... -acarició con la yema de sus dedos suavemente la cuerda del arco mientras sonreía. - Eso sí, Talthar es mío. Creo que la caverna principal está por allí. A la entrada había tres pasillos,
lo recuerdo cuando entré. Me metieron por el pasillo izquierdo, pero sé que el jefecillo -mencionó con desdén-
se fue por el del centro, que contiene la galería principal que buscamos. Seguramente por este lado se pueda atajar. -señaló a su derecha- Y si planeáis volar todo, podremos salir por la galería del centro, que estará vacía, puesto que me estarán todos persiguiendo. Yo sólo tendría que irme por la galería del centro, atraerlos por aquí, colocáis los papelitos más adelante, os escondéis y cuando hayamos pasado todos... ¡ya está!
Lo dijo con mucha seguridad. Una de las cosas buenas que tenían los elfos es que, a pesar de ser algunos (o algunas) un poco torpes, tenían un sentido innato de orientación perfecta en un entorno natural. Iredia no era una excepción, sabía perfectamente dónde estaba y cómo volver a la salida desde cualquier punto de la cueva. Sin dudar mucho, se marchó en dirección contraria a ellos. Igual su protector se acordaba de su familia con este plan, pero no se le ocurría otra forma de atraer a los soldados o a Talthar. O a todos. Mejor a todos.
-¡Estad preparados! -les dijo mientras se alejaba. Por algún motivo, se sentía valiente.
-A mí me encanta cuando las usa. -por supuesto, lo volvió a decir con un gran entusiasmo sin tener en cuenta el posible doble sentido del comentario. El viejo, sin duda, volvería a sonreír con sorna.
Una vez abierta la cerradura y comprobado su tobillo, se deleitó con el arco de sus manos. A ver si esta vez le duraba más tiempo. Oyó las explicaciones que dieron sobre generar fuego, explosiones, etc, y causar un derrumbamiento. Le sonó abrumadoramente familiar.
-Yo los puedo atraer. -dijo con convicción- Mientras vosotros colocáis los papeles. Una vez estén en el punto exacto, los atrapamos y... -acarició con la yema de sus dedos suavemente la cuerda del arco mientras sonreía. - Eso sí, Talthar es mío. Creo que la caverna principal está por allí. A la entrada había tres pasillos,
lo recuerdo cuando entré. Me metieron por el pasillo izquierdo, pero sé que el jefecillo -mencionó con desdén-
se fue por el del centro, que contiene la galería principal que buscamos. Seguramente por este lado se pueda atajar. -señaló a su derecha- Y si planeáis volar todo, podremos salir por la galería del centro, que estará vacía, puesto que me estarán todos persiguiendo. Yo sólo tendría que irme por la galería del centro, atraerlos por aquí, colocáis los papelitos más adelante, os escondéis y cuando hayamos pasado todos... ¡ya está!
Lo dijo con mucha seguridad. Una de las cosas buenas que tenían los elfos es que, a pesar de ser algunos (o algunas) un poco torpes, tenían un sentido innato de orientación perfecta en un entorno natural. Iredia no era una excepción, sabía perfectamente dónde estaba y cómo volver a la salida desde cualquier punto de la cueva. Sin dudar mucho, se marchó en dirección contraria a ellos. Igual su protector se acordaba de su familia con este plan, pero no se le ocurría otra forma de atraer a los soldados o a Talthar. O a todos. Mejor a todos.
-¡Estad preparados! -les dijo mientras se alejaba. Por algún motivo, se sentía valiente.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
- Tu chica esta como una chota. - Dijo el viejo mirando como se alejaba.
- Y a mi me toca protegerla... - Dije blasfemando y maldijendo a quienquiera que me hubiera dado ese destino.
El viejo me coloco una mano a la espalda, como tratando de consolarme.
Di un suspiro. No queria ser consolado por Carl.
- Vamos, los papeles deben colocarse rápido.
Sin decir mucho más, avanzamos por el tunel que nos había indicado la elfa. Carl se movía mucho más rápido de lo que hubiera esperado de el, pero después de saber que era minero, tenia sentido que se moviera por las cuevas con esa facilidad.
Escuche entonces varios gritos provenientes de otro lugar de la cueva. Maldije en silencio y aceleré el ritmo.
"Cago en la jodida de la puta de la elfa..."
A mi espalda, podía oír a Carl empezando a jadear cuando llegamos por fin a la cámara central.
Estaba decorada toscamente con un par de almenaras y algun que otro tapiz colgado. Al fondo un trono de madera donde no había nadie.
- Probablemente haya ido tras la elfa... - Dije para mi. El anciano se apoyo en un extremo del túnel y miro al techo, lanzando un sonoro silbido.
- ¿Y como pretendes subir ahí arriba, chico?
Por respuesta, tome uno de los pergaminos y, de un mordisco en mi dedo, empecé a dibujar en el varios símbolos arcanos con sangre. Cuando hube terminado, alcé el brazo y los papeles salieron disparados hacia el techo, colocándose en 5 puntos diferentes de la sala, formando una estrella de David. Gire las manos con un gesto de dedos, y una linea amarillenta se dibujo entre ellos.
Y entonces me dio un mareo.
Me encorvé y vomite sangre. Carl se acerco alterado.
- ¡Oye, oye, oye! - Gritó. - ¿Chico, estas bien?
- Si... - Mentí. Ese tipo de magia agotaba a cualquiera, más todavía si tenia una herida grabe en la cabeza. - Hay que salir... de aquí... Y rápido...
- ¿Puedes siquiera andar?
- O lo hago o muero... Asi que no hay demasiadas opciones.
- Oh, vale.
Ambos empezamos a correr como pudimos, por el pasillo central, directos a los sonidos de pelea y gritos. Los túneles eran largos y anchos, por lo que correr no era un problema...
Hasta que escuché una explosión a nuestras espaldas.
- ¿No se supone que tardaría más? - Gritó el viejo.
- Es un arco mágico inestable. La unión de las materias etéreas puede haber echo que... - Al ver su cara de desconocimiento profundo, chasqueé la lengua. Las piernas me respondían mejor ahora y acelere el ritmo. - Es probable que esa mierda sea demasiado potente como para retenerla demasiado rato.
- GENIAL. - Dijo el viejo.
A nuestras espaldas, se oían cada vez más explosiones y aparecían más grietas por las paredes mientras, puntualmente, polvo y trozos de piedras se desprendían de todos lados.
Al fondo, rodeada, vi a Iredia mirando en nuestra dirección mientras corríamos.
A nuestras espaldas, un mar de polvo y piedras parecía querer jugar a atraparnos mientras corríamos ese túnel en dirección a todos esos aterrados elfos.
- Por lo que más quieras, adilla... - Dije - ¡CORRE!
- Y a mi me toca protegerla... - Dije blasfemando y maldijendo a quienquiera que me hubiera dado ese destino.
El viejo me coloco una mano a la espalda, como tratando de consolarme.
Di un suspiro. No queria ser consolado por Carl.
- Vamos, los papeles deben colocarse rápido.
Sin decir mucho más, avanzamos por el tunel que nos había indicado la elfa. Carl se movía mucho más rápido de lo que hubiera esperado de el, pero después de saber que era minero, tenia sentido que se moviera por las cuevas con esa facilidad.
Escuche entonces varios gritos provenientes de otro lugar de la cueva. Maldije en silencio y aceleré el ritmo.
"Cago en la jodida de la puta de la elfa..."
A mi espalda, podía oír a Carl empezando a jadear cuando llegamos por fin a la cámara central.
Estaba decorada toscamente con un par de almenaras y algun que otro tapiz colgado. Al fondo un trono de madera donde no había nadie.
- Probablemente haya ido tras la elfa... - Dije para mi. El anciano se apoyo en un extremo del túnel y miro al techo, lanzando un sonoro silbido.
- ¿Y como pretendes subir ahí arriba, chico?
Por respuesta, tome uno de los pergaminos y, de un mordisco en mi dedo, empecé a dibujar en el varios símbolos arcanos con sangre. Cuando hube terminado, alcé el brazo y los papeles salieron disparados hacia el techo, colocándose en 5 puntos diferentes de la sala, formando una estrella de David. Gire las manos con un gesto de dedos, y una linea amarillenta se dibujo entre ellos.
Y entonces me dio un mareo.
Me encorvé y vomite sangre. Carl se acerco alterado.
- ¡Oye, oye, oye! - Gritó. - ¿Chico, estas bien?
- Si... - Mentí. Ese tipo de magia agotaba a cualquiera, más todavía si tenia una herida grabe en la cabeza. - Hay que salir... de aquí... Y rápido...
- ¿Puedes siquiera andar?
- O lo hago o muero... Asi que no hay demasiadas opciones.
- Oh, vale.
Ambos empezamos a correr como pudimos, por el pasillo central, directos a los sonidos de pelea y gritos. Los túneles eran largos y anchos, por lo que correr no era un problema...
Hasta que escuché una explosión a nuestras espaldas.
- ¿No se supone que tardaría más? - Gritó el viejo.
- Es un arco mágico inestable. La unión de las materias etéreas puede haber echo que... - Al ver su cara de desconocimiento profundo, chasqueé la lengua. Las piernas me respondían mejor ahora y acelere el ritmo. - Es probable que esa mierda sea demasiado potente como para retenerla demasiado rato.
- GENIAL. - Dijo el viejo.
A nuestras espaldas, se oían cada vez más explosiones y aparecían más grietas por las paredes mientras, puntualmente, polvo y trozos de piedras se desprendían de todos lados.
Al fondo, rodeada, vi a Iredia mirando en nuestra dirección mientras corríamos.
A nuestras espaldas, un mar de polvo y piedras parecía querer jugar a atraparnos mientras corríamos ese túnel en dirección a todos esos aterrados elfos.
- Por lo que más quieras, adilla... - Dije - ¡CORRE!
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Iredia avanzó sin dudarlo por el túnel, llegando a la cámara central mientras trotaba casi con alegría. Darles para el pelo a los del clan Bellthoros era algo que casi le daba placer. Pero sólo casi, en el fondo no disfrutaba con la muerte. Se podría comparar con un niño pequeño de cinco años que da por culo sin más.
Una vez allí, inmediatamente vio a tantos guardias que no pudo contarlos de un solo vistazo. Dos de ellos, de hecho, miraban en su dirección, estupefactos de ver a la elfa allí. A ella sólo se le ocurrió una forma de provocarlos. Se puso los pulgares en las sienes, con las palmas abiertas, las agitó y sacó la lengua.
-Mirad, pardillos, me he escapado. -les gritó.
Lo que le preocupó es que el trono de madera ya estaba vacío cuando llegó ella, detalle que no se le escapó. Lamentablemente, no tuvo tiempo para pensarlo mucho.
-¡Dejad de mirarla e id a por ella, idiotas! -gritó uno de los cabecillas.
Se oyó un estruendo de ambas desenvainadas e Iredia corrió a tiempo por el pasillo a tiempo para esquivar una de las flechas de los arqueros. Se fue moviendo en zig zag, forzando así a los elfos a correr tras ella dada la dificultad de dar a un blanco móvil. Corrían endemoniadamente rápido, Iredia no tardaría mucho en cansarse. Además, perdía parte del aliento riéndose de los frustrados intentos de apuntarle con el arco.
De repente, una sonora explosión los hizo a todos pararse mucho antes de lo que Iredia había esperado. No había conseguido llegar al punto de encuentro. Sin embargo, a lo lejos le pareció ver dos figuras corriendo hacia ella. Algo había salido mal y no parecía que fuese a mejorar precisamente. El suelo temblaba, el techo también. Miró entonces a su espalda y los elfos estaban más confusos que ella. Volvió a mirar al fondo. Esa nube de polvo avanzaba, avanzaba, avanzaba sin piedad hacia ellos.
-¡CORRE! -le oyó vociferar entonces a Karkaran.
Y la elfa corrió, pero no hacia ellos, ni hacia atrás (donde le perseguían los soldados). Se metió en un pasadizo lateral, algo más estrecho, como una gacela escapando de las garras de un león. Las explosiones se oían cada vez más cerca. Algunos soldados habían ido tras ella, otros directamente habían optado por sobrevivir y salir pitando. La cueva se derrumbaba y la elfa se agobiaba cada vez más mientras corría con aquellos elfos pisándole los talones. Encontró entonces una bifurcación y unas tres flechas tiradas que se le habrían caído a algún elfo. Las cogió. La avalancha provenía del lado izquierdo. De nuevo empezó a correr y un peñasco cayó segundos después de que ella se hubiera movido del sitio. Los elfos no pudieron pillarla, se habían quedado atrapados.
<<Tengo que salir, tengo que salir, tengo que salir, Kar me mata, tengo que salir, Kar me mata...
Y, tras dos giros más y tentando a la suerte, consiguió llegar a la entrada, resoplando, sudando y justo a tiempo de ver cómo llegaba Talthar, el maldito jefe, por el pasillo izquierdo. Se puso entonces fuera de la cueva y sacó el arco, apuntando directamente a la cabeza del elfo. Quería ver qué tipo de muerte prefería: ser ensartado o ser aplastado.
Karkaran y Carl llegarían a tiempo de ver cómo la elfa, arco en mano, disparaba una flecha a un Talthar que iba derecho a abalanzarse sobre ella fuera de la cueva con una cimitarra en la mano. La flecha le dio en el vientre, tumbándolo justo a la entrada, pero la urgencia de la supervivencia le hizo avanzar un par de pasos más antes de caer a los pies de la joven. Ella entonces, con un semblante muy serio poco habitual en ella, cogió otra de las flechas que se había encontrado y se puso a cierta distancia, apuntándolo al rostro.
-Iredia, ¡NO! -espetó entonces una voz autoritaria a sus espaldas.
Ella se giró a tiempo y su semblante antes serio se transformó en una cara de sorpresa muy marcada.
Una vez allí, inmediatamente vio a tantos guardias que no pudo contarlos de un solo vistazo. Dos de ellos, de hecho, miraban en su dirección, estupefactos de ver a la elfa allí. A ella sólo se le ocurrió una forma de provocarlos. Se puso los pulgares en las sienes, con las palmas abiertas, las agitó y sacó la lengua.
-Mirad, pardillos, me he escapado. -les gritó.
Lo que le preocupó es que el trono de madera ya estaba vacío cuando llegó ella, detalle que no se le escapó. Lamentablemente, no tuvo tiempo para pensarlo mucho.
-¡Dejad de mirarla e id a por ella, idiotas! -gritó uno de los cabecillas.
Se oyó un estruendo de ambas desenvainadas e Iredia corrió a tiempo por el pasillo a tiempo para esquivar una de las flechas de los arqueros. Se fue moviendo en zig zag, forzando así a los elfos a correr tras ella dada la dificultad de dar a un blanco móvil. Corrían endemoniadamente rápido, Iredia no tardaría mucho en cansarse. Además, perdía parte del aliento riéndose de los frustrados intentos de apuntarle con el arco.
De repente, una sonora explosión los hizo a todos pararse mucho antes de lo que Iredia había esperado. No había conseguido llegar al punto de encuentro. Sin embargo, a lo lejos le pareció ver dos figuras corriendo hacia ella. Algo había salido mal y no parecía que fuese a mejorar precisamente. El suelo temblaba, el techo también. Miró entonces a su espalda y los elfos estaban más confusos que ella. Volvió a mirar al fondo. Esa nube de polvo avanzaba, avanzaba, avanzaba sin piedad hacia ellos.
-¡CORRE! -le oyó vociferar entonces a Karkaran.
Y la elfa corrió, pero no hacia ellos, ni hacia atrás (donde le perseguían los soldados). Se metió en un pasadizo lateral, algo más estrecho, como una gacela escapando de las garras de un león. Las explosiones se oían cada vez más cerca. Algunos soldados habían ido tras ella, otros directamente habían optado por sobrevivir y salir pitando. La cueva se derrumbaba y la elfa se agobiaba cada vez más mientras corría con aquellos elfos pisándole los talones. Encontró entonces una bifurcación y unas tres flechas tiradas que se le habrían caído a algún elfo. Las cogió. La avalancha provenía del lado izquierdo. De nuevo empezó a correr y un peñasco cayó segundos después de que ella se hubiera movido del sitio. Los elfos no pudieron pillarla, se habían quedado atrapados.
<<Tengo que salir, tengo que salir, tengo que salir, Kar me mata, tengo que salir, Kar me mata...
Y, tras dos giros más y tentando a la suerte, consiguió llegar a la entrada, resoplando, sudando y justo a tiempo de ver cómo llegaba Talthar, el maldito jefe, por el pasillo izquierdo. Se puso entonces fuera de la cueva y sacó el arco, apuntando directamente a la cabeza del elfo. Quería ver qué tipo de muerte prefería: ser ensartado o ser aplastado.
Karkaran y Carl llegarían a tiempo de ver cómo la elfa, arco en mano, disparaba una flecha a un Talthar que iba derecho a abalanzarse sobre ella fuera de la cueva con una cimitarra en la mano. La flecha le dio en el vientre, tumbándolo justo a la entrada, pero la urgencia de la supervivencia le hizo avanzar un par de pasos más antes de caer a los pies de la joven. Ella entonces, con un semblante muy serio poco habitual en ella, cogió otra de las flechas que se había encontrado y se puso a cierta distancia, apuntándolo al rostro.
-Iredia, ¡NO! -espetó entonces una voz autoritaria a sus espaldas.
Ella se giró a tiempo y su semblante antes serio se transformó en una cara de sorpresa muy marcada.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Vi incrédulo como la elfa se metía por un pasillo estrecho.
- ¡PERO SERA IMBE...! - No pude terminar la frase. Otra explosión me obligo a cerrar la boca y seguir corriendo.
- Yo vivía con mi esposa... - Jadeaba Carl. - Tenia... Una granja... Pero quería oro... Y joyas... ¿PARA QUE COJONES QUIERO JOYAS?
Ambos, al ser vistos por los elfos, no cambiamos ni de semblante ni de posición. Seguimos corriendo y los atravesamos sin siquiera mirarlos. Los más inteligentes y rápidos de reacción corrieron tras de nosotros, pero no en persecución, sino en afán de salvar su vida. Los otros, en cambio...
Me giré un instante para ver como tres de ellos eran aplastados por una gran roca. Dos de ellos se perdieron completamente debajo de ella. El ultimo quedo atrapado por un brazo y una pierna, completamente inmovilizado y agonizando.
- EH, CHICO - Dijo entonces Carl. - ¿POR DONDE COÑO SE SALE?
Mire a ambos lados confuso, lo cierto era que no tenia ni idea y parecía que, al fondo, disimulada en la oscuridad, había una enorme pared. Maldije y me acerqué a Carl.
- Oye... ¿Te gusta la magia?
- No.
- Pues esto no te va a gustar...
Entonces, sin avisarle, lo agarre por debajo del brazo mientras trazaba un símbolo con la mano.
Piedra. Tierra. Escape.
En el suelo, se abrió una enorme grieta que nos trago a ambos mientras Carl gritaba y vociferaba. Tras un par de segundos de oscuridad, tierra en la boca y piedrecillas saltando a todos lados, ambos vimos como la grieta del suelo nos rebelaba luz, una luz solar que nos alegro por un instante el pensamiento hasta que vimos que nos encontrábamos en el techo de la entrada a la cueva, cayendo en picado contra un elfo que tenia una flecha clavada en la tripa.
Ambos, con un sonoro golpe, caímos sobre el. Seguramente, del golpe, debimos romperle alguna costilla o hueso, pero no nos importo.
- Viejo... - Susurre. -¿Te encuentras bien...?
- No lo se... - Dijo Carl tirado en el suelo un par de metros más allá. - No me encuentro...
Alcé despacio la vista y vi a Iredia y a otra elfa, a la distancia, mirándonos incrédulas. A la otra no la conocía, pero me alegre de ver que la elfa estaba bien.
- Oh... Estas viva. - Dije tranquilo. - La próxima vez que se te ocurra meterte de lleno en una cueva destruyéndose... - Dije mientras me acercaba a ella y le ponía una mano en el hombro, mirándola severo y con una sombra siniestra en los ojos. - Te mataré yo antes que la cueva, mentecata.
- ¡PERO SERA IMBE...! - No pude terminar la frase. Otra explosión me obligo a cerrar la boca y seguir corriendo.
- Yo vivía con mi esposa... - Jadeaba Carl. - Tenia... Una granja... Pero quería oro... Y joyas... ¿PARA QUE COJONES QUIERO JOYAS?
Ambos, al ser vistos por los elfos, no cambiamos ni de semblante ni de posición. Seguimos corriendo y los atravesamos sin siquiera mirarlos. Los más inteligentes y rápidos de reacción corrieron tras de nosotros, pero no en persecución, sino en afán de salvar su vida. Los otros, en cambio...
Me giré un instante para ver como tres de ellos eran aplastados por una gran roca. Dos de ellos se perdieron completamente debajo de ella. El ultimo quedo atrapado por un brazo y una pierna, completamente inmovilizado y agonizando.
- EH, CHICO - Dijo entonces Carl. - ¿POR DONDE COÑO SE SALE?
Mire a ambos lados confuso, lo cierto era que no tenia ni idea y parecía que, al fondo, disimulada en la oscuridad, había una enorme pared. Maldije y me acerqué a Carl.
- Oye... ¿Te gusta la magia?
- No.
- Pues esto no te va a gustar...
Entonces, sin avisarle, lo agarre por debajo del brazo mientras trazaba un símbolo con la mano.
Piedra. Tierra. Escape.
En el suelo, se abrió una enorme grieta que nos trago a ambos mientras Carl gritaba y vociferaba. Tras un par de segundos de oscuridad, tierra en la boca y piedrecillas saltando a todos lados, ambos vimos como la grieta del suelo nos rebelaba luz, una luz solar que nos alegro por un instante el pensamiento hasta que vimos que nos encontrábamos en el techo de la entrada a la cueva, cayendo en picado contra un elfo que tenia una flecha clavada en la tripa.
Ambos, con un sonoro golpe, caímos sobre el. Seguramente, del golpe, debimos romperle alguna costilla o hueso, pero no nos importo.
- Viejo... - Susurre. -¿Te encuentras bien...?
- No lo se... - Dijo Carl tirado en el suelo un par de metros más allá. - No me encuentro...
Alcé despacio la vista y vi a Iredia y a otra elfa, a la distancia, mirándonos incrédulas. A la otra no la conocía, pero me alegre de ver que la elfa estaba bien.
- Oh... Estas viva. - Dije tranquilo. - La próxima vez que se te ocurra meterte de lleno en una cueva destruyéndose... - Dije mientras me acercaba a ella y le ponía una mano en el hombro, mirándola severo y con una sombra siniestra en los ojos. - Te mataré yo antes que la cueva, mentecata.
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Antes de que pudiera decirle nada a la voz que acababa de hablar a su espalda, siguió manteniendo ese rictus de sorpresa cuando aparecieron el viejo y Karkaran, aplastando aún más la flecha que Talthar tenía en el vientre. Él respondió con un gemido agudo, pero aún vivía. Aunque no por mucho tiempo.
El brujo entonces posó una mano en su hombro y le echó la bronca a su manera (siempre tan delicado). Ella, por contra, le sonrió burlona, desafiando su sonrisa siniestra.
-Yo sabía salir perfectamente. Tú, en cambio... Bueno, -posó ella también una mano en su hombro, consciente de que ponía a prueba la paciencia del brujo. Le encantaba.- Entiendo que seas un poco torpe por aquí. -soltó una risita- Además, si me matas, ¡faltas a nuestro trato! Sellado con sangre, te recuerdo. -le guiñó el ojo y le sacó la lengua, recordando aquel momento en el que le chupó el dedo. Muy erótico, si mal no recordaba.
-Y estaría muerto antes de tocarte. -dijo la voz de su espalda.
De golpe, aparecieron elfos a su alrededor. Salían en manada, como si el bosque los produjese a pares. Reconoció al instante la insignia que llevaban como broche en las capas. Se dio la vuelta de golpe y allí estaba ella. Alta, regia, imponente, con los ojos violáceos y la melena oscura, con marcas de expresión en el rostro que revelaban madurez en edad y pensamiento. La matriarca de su clan. Su queridísima madre. La verdad es que nunca se había fijado en lo hermosa que era. Decían que se parecían en los ojos y en las hechuras del cuerpo, voluptuoso y delicado. No pudo evitar ver la ironía en ese pensamiento. Su madre era de todo menos delicada.
-Apresad a esa escoria mágica y a ese viejo. Y tú y yo, Iredia, vamos a hablar muy seriamente. -el tono de la mujer era grave y autoritario.
Por primera vez desde que se conocían, fue Iredia la que se puso delante de Karkaran, cubriéndolo con su cuerpo para protegerlo (él le sacaba una cabeza, pero lo que cuenta es la intención). El viejo, a su vez, se puso detrás del brujo. Los soldados iban a apresarlos, pero al ver el comportamiento de la segunda al mando, dudaron y se quedaron solo mirando.
-Por encima de mi cadáver. -espetó, mirando desafiante a su madre.
Desde luego, era la última reacción que Arystra hubiese esperado de su hija. Estaba poniendo en evidencia su poder delante de sus soldados, pero eso no era lo que le ofendía (de pequeña lo había hecho incontables veces). Lo que le enfurecía era el hecho de que lo hiciese por un brujo.
Carl se acercó al oído de Karkaran, mientras tanto.
-Vaya huevos tiene. En el fondo se parecen, ¿eh?
Arystra se acercó entonces a Iredia, mirándola con dureza.
-¿Es que no aprendiste de tu último encuentro con un brujo? -le cogió entonces una de las manos bruscamente, quitándole la manga y haciendo que mirase sus cicatrices- ¿Eh?¿Vas a darle tu confianza para que te vuelvan a torturar? No voy a admitir un brujo en mi zona. Apresadlos.
Iredia se zafó con rudeza del agarre de su madre. Por un momento, la sombra de la duda se reflejó en su rostro, pero entonces espabiló. Se pegó al cuerpo de Karkaran y le agarró la mano, rezando para que no la apartase y le saliese mal su jugada. Su madre, al ver aquel gesto, abrió los ojos como platos, pensando mal. Hizo un gesto a sus soldados para que no se moviesen (de nuevo).
-¿Qué?
-Es mi protector, tengo con él un pacto de sangre, le debo la vida y ha prometido con solemnidad que no me va a cortar las orejas. -añadió, intentando quitar presión a la situación.
Arystra se llevó una mano a la frente. Estaba claro que era una gran sufridora de los disparates de su hija, pero este superaba a todos los demás. Se tenía por una mujer severa, pero si Iredia estaba con ese hombre por voluntad propia después de su experiencia traumática, quizás fuese por algo.
-¿Es eso cierto? -le preguntó al brujo- ¿Has estado protegiendo a mi hija?
Talthar gimió en el suelo y Arystra le metió una patada en el rostro, dejándolo inconsciente y haciendo un gesto de hastío. Hizo una seña y dos soldados se lo llevaron aparte.
-Jódete, elfo marica. -espetó Carl con triunfo. No sentía ningún aprecio por Talthar.
El comentario fue más alto de lo deseado. Todos los elfos de la zona lo miraron muy pero que muy mal, Iredia y Arystra incluidas
El brujo entonces posó una mano en su hombro y le echó la bronca a su manera (siempre tan delicado). Ella, por contra, le sonrió burlona, desafiando su sonrisa siniestra.
-Yo sabía salir perfectamente. Tú, en cambio... Bueno, -posó ella también una mano en su hombro, consciente de que ponía a prueba la paciencia del brujo. Le encantaba.- Entiendo que seas un poco torpe por aquí. -soltó una risita- Además, si me matas, ¡faltas a nuestro trato! Sellado con sangre, te recuerdo. -le guiñó el ojo y le sacó la lengua, recordando aquel momento en el que le chupó el dedo. Muy erótico, si mal no recordaba.
-Y estaría muerto antes de tocarte. -dijo la voz de su espalda.
De golpe, aparecieron elfos a su alrededor. Salían en manada, como si el bosque los produjese a pares. Reconoció al instante la insignia que llevaban como broche en las capas. Se dio la vuelta de golpe y allí estaba ella. Alta, regia, imponente, con los ojos violáceos y la melena oscura, con marcas de expresión en el rostro que revelaban madurez en edad y pensamiento. La matriarca de su clan. Su queridísima madre. La verdad es que nunca se había fijado en lo hermosa que era. Decían que se parecían en los ojos y en las hechuras del cuerpo, voluptuoso y delicado. No pudo evitar ver la ironía en ese pensamiento. Su madre era de todo menos delicada.
-Apresad a esa escoria mágica y a ese viejo. Y tú y yo, Iredia, vamos a hablar muy seriamente. -el tono de la mujer era grave y autoritario.
Por primera vez desde que se conocían, fue Iredia la que se puso delante de Karkaran, cubriéndolo con su cuerpo para protegerlo (él le sacaba una cabeza, pero lo que cuenta es la intención). El viejo, a su vez, se puso detrás del brujo. Los soldados iban a apresarlos, pero al ver el comportamiento de la segunda al mando, dudaron y se quedaron solo mirando.
-Por encima de mi cadáver. -espetó, mirando desafiante a su madre.
Desde luego, era la última reacción que Arystra hubiese esperado de su hija. Estaba poniendo en evidencia su poder delante de sus soldados, pero eso no era lo que le ofendía (de pequeña lo había hecho incontables veces). Lo que le enfurecía era el hecho de que lo hiciese por un brujo.
Carl se acercó al oído de Karkaran, mientras tanto.
-Vaya huevos tiene. En el fondo se parecen, ¿eh?
Arystra se acercó entonces a Iredia, mirándola con dureza.
-¿Es que no aprendiste de tu último encuentro con un brujo? -le cogió entonces una de las manos bruscamente, quitándole la manga y haciendo que mirase sus cicatrices- ¿Eh?¿Vas a darle tu confianza para que te vuelvan a torturar? No voy a admitir un brujo en mi zona. Apresadlos.
Iredia se zafó con rudeza del agarre de su madre. Por un momento, la sombra de la duda se reflejó en su rostro, pero entonces espabiló. Se pegó al cuerpo de Karkaran y le agarró la mano, rezando para que no la apartase y le saliese mal su jugada. Su madre, al ver aquel gesto, abrió los ojos como platos, pensando mal. Hizo un gesto a sus soldados para que no se moviesen (de nuevo).
-¿Qué?
-Es mi protector, tengo con él un pacto de sangre, le debo la vida y ha prometido con solemnidad que no me va a cortar las orejas. -añadió, intentando quitar presión a la situación.
Arystra se llevó una mano a la frente. Estaba claro que era una gran sufridora de los disparates de su hija, pero este superaba a todos los demás. Se tenía por una mujer severa, pero si Iredia estaba con ese hombre por voluntad propia después de su experiencia traumática, quizás fuese por algo.
-¿Es eso cierto? -le preguntó al brujo- ¿Has estado protegiendo a mi hija?
Talthar gimió en el suelo y Arystra le metió una patada en el rostro, dejándolo inconsciente y haciendo un gesto de hastío. Hizo una seña y dos soldados se lo llevaron aparte.
-Jódete, elfo marica. -espetó Carl con triunfo. No sentía ningún aprecio por Talthar.
El comentario fue más alto de lo deseado. Todos los elfos de la zona lo miraron muy pero que muy mal, Iredia y Arystra incluidas
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Entrecerré los ojos a la mirada de la elfa, que pareció divertirse bastante ante su contestación. "Un día de estos te daré unos buenos azotes por eso, ardillita..."
- Estaría muerto antes de tocarte.
Con esas palabras, note también como todo a mi alrededor se movía rápido y en silencio. Varios elfos, de pies ligeros y susurrantes se movían con precisión y entrenamiento. Paso tras otro, buscando el hueco que dejaban sus compañeros para así poder compensar el espacio poder atacar.
Incliné un poco la cabeza mientras trazaba un arco con el puñal. Mis posibilidades combatiendo no eran tantas como para poder vencer en esa emboscada...
-Apresad a esa escoria mágica y a ese viejo. Y tú y yo, Iredia, vamos a hablar muy seriamente.
Iredia se colocó entonces detras mio mientras el viejo se ponia a mi espalda. A diferencia de la elfa, que habia tratado de hacer un gesto solemne de proteccion, el caso del viejo era puramente movido por el miedo de que su vida acabara nada más escapar de su celda.
- Por encima de mi cadáver. - Dijo sera la elfa. Yo la miré en silencio sin decir nada.
Ese conflicto que tenían ellas dos iba mucho más allá de lo que yo sabia o lo que yo intuía. Por no decir el comentario de la madre sobre la tortura... Miré a Iredia por lo bajo para ver su expresión, serena y tranquila pese a las atrocidades que parecía haber pasado. "Te preguntaré luego al respecto, ardillita... " Me prometí a mi mismo, agarrando con más fuerza la mano que me ofrecía y tomaba.
- ¿Es eso cierto? ¿Has estado protegiendo a mi hija?
Miré alrededor antes de contestar y colocar, muy despacio, mi puñal en su funda. Luego, clavé la mirada en la matriarca antes de decir mientras me quitaba la bufanda del rostro.
- Se intenta... Pero su hija es difícil de proteger. Si no hay suficientes problemas en un sitio, ella se encarga de movernos a otro donde pueda haber alguno más.
El elfo gimió en el suelo y la matriarca le espetó una buena patada en la boca. Cerré los labios aprobando el gesto. Había sido ágil, bueno y preciso. Sin atisbo ninguno de aires de nobleza ni de superioridad. Le había partido los putos dientes.
- Jódete, elfo marica! - Dijo Carl victorioso, no demasiado consciente de la situación en la que estaba. - Oh...
- Carl. - Dije mirándole. - Cállate.
- Si, sera mejor... - Asintió el viejo, inclinando un poco la cabeza ante la mirada de la matriarca.
Di un largo suspiro y me mire de nuevo a la elfa que parecía dirigir todo aquello.
- No le mentiré. No soy simpatizante ni de elfos ni de brujos. Lo cierto es que no tengo razones para simpatizar con nadie en concreto. Su hija estaba sola, indefensa y perdida en una ciudad humana con mierda hasta la altura de las cejas. Hice con ella un pacto el cual, si no es indiscreción, no revelare en detalles aquí, pues tampoco quiero que sea interferido por ninguno de vosotros.
No la dañaré, os lo juro igual que se lo jure a ella en su momento... Ahora bien... - Dije cambiando mi expresión y conjurando un aire que empezó a concentrarse alrededor mio y de Iredia, que miro alrededor observando los dibujos que dejaban los surcos del viento mientras nos rodeaban. - Si cargáis contra mi o contra ella, tened por seguro que no me detendré. Tanto si caigo yo como si cae usted... Me niego a faltar la palabra de protegerla.
Tragué saliva entonces. No era de los que charlaban por charlar y un discurso tan largo había acabado por dejarme la boca seca.
- Estaría muerto antes de tocarte.
Con esas palabras, note también como todo a mi alrededor se movía rápido y en silencio. Varios elfos, de pies ligeros y susurrantes se movían con precisión y entrenamiento. Paso tras otro, buscando el hueco que dejaban sus compañeros para así poder compensar el espacio poder atacar.
Incliné un poco la cabeza mientras trazaba un arco con el puñal. Mis posibilidades combatiendo no eran tantas como para poder vencer en esa emboscada...
-Apresad a esa escoria mágica y a ese viejo. Y tú y yo, Iredia, vamos a hablar muy seriamente.
Iredia se colocó entonces detras mio mientras el viejo se ponia a mi espalda. A diferencia de la elfa, que habia tratado de hacer un gesto solemne de proteccion, el caso del viejo era puramente movido por el miedo de que su vida acabara nada más escapar de su celda.
- Por encima de mi cadáver. - Dijo sera la elfa. Yo la miré en silencio sin decir nada.
Ese conflicto que tenían ellas dos iba mucho más allá de lo que yo sabia o lo que yo intuía. Por no decir el comentario de la madre sobre la tortura... Miré a Iredia por lo bajo para ver su expresión, serena y tranquila pese a las atrocidades que parecía haber pasado. "Te preguntaré luego al respecto, ardillita... " Me prometí a mi mismo, agarrando con más fuerza la mano que me ofrecía y tomaba.
- ¿Es eso cierto? ¿Has estado protegiendo a mi hija?
Miré alrededor antes de contestar y colocar, muy despacio, mi puñal en su funda. Luego, clavé la mirada en la matriarca antes de decir mientras me quitaba la bufanda del rostro.
- Se intenta... Pero su hija es difícil de proteger. Si no hay suficientes problemas en un sitio, ella se encarga de movernos a otro donde pueda haber alguno más.
El elfo gimió en el suelo y la matriarca le espetó una buena patada en la boca. Cerré los labios aprobando el gesto. Había sido ágil, bueno y preciso. Sin atisbo ninguno de aires de nobleza ni de superioridad. Le había partido los putos dientes.
- Jódete, elfo marica! - Dijo Carl victorioso, no demasiado consciente de la situación en la que estaba. - Oh...
- Carl. - Dije mirándole. - Cállate.
- Si, sera mejor... - Asintió el viejo, inclinando un poco la cabeza ante la mirada de la matriarca.
Di un largo suspiro y me mire de nuevo a la elfa que parecía dirigir todo aquello.
- No le mentiré. No soy simpatizante ni de elfos ni de brujos. Lo cierto es que no tengo razones para simpatizar con nadie en concreto. Su hija estaba sola, indefensa y perdida en una ciudad humana con mierda hasta la altura de las cejas. Hice con ella un pacto el cual, si no es indiscreción, no revelare en detalles aquí, pues tampoco quiero que sea interferido por ninguno de vosotros.
No la dañaré, os lo juro igual que se lo jure a ella en su momento... Ahora bien... - Dije cambiando mi expresión y conjurando un aire que empezó a concentrarse alrededor mio y de Iredia, que miro alrededor observando los dibujos que dejaban los surcos del viento mientras nos rodeaban. - Si cargáis contra mi o contra ella, tened por seguro que no me detendré. Tanto si caigo yo como si cae usted... Me niego a faltar la palabra de protegerla.
Tragué saliva entonces. No era de los que charlaban por charlar y un discurso tan largo había acabado por dejarme la boca seca.
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
- Se intenta... Pero su hija es difícil de proteger. Si no hay suficientes problemas en un sitio, ella se encarga de movernos a otro donde pueda haber alguno más.
<<¡Será cazurro!>>, pensó la elfa, mirándolo con una expresión de enfado no muy convincente. No le faltaba razón, aunque ella lo veía como algo no intencionado. Los problemas iban a ella, indiscutiblemente.
A medida que Karkaran daba el discurso a su madre, se lo quedó mirando un poco embobada. Esa forma que tenía de reivindicar el trato que tenía y ese afán por protegerla le hacía sentir una inmensa sensación de orgullo. Le hubiera plantado un besazo allí mismo si hubiese podido. Entonces fue cuando el brujo empezó a conjurar el aire a su alrededor. Miró con curiosidad aquellos simbolitos, pero prestó más atención a la reacción de su madre, apretando inconscientemente la mano de su protector. Temía que ese gesto lo considerase hostil.
Sin embargo, la matriarca alzó una mano y negó con la cabeza. Era una mujer práctica y, aunque pareciera severa, no era irracional. Ya tenía muchas primaveras a su espalda como para leer las intenciones en el rostro de los extranjeros.
-No te será necesario eso, brujo. Si proteges a Iredia con ese fervor, tienes entonces mi aprobación. Aunque los de tu calaña me dais asco. -no lo dijo con repulsión, lo dijo simplemente con sinceridad.
Arystra hizo entonces un asentimiento y los soldados enfundaron sus armas, relajando sus músculos. La joven elfa suspiró aliviada y el ambiente se relajó visiblemente. Los soldados hablaron algunos entre sí. Carl, agazapado aún detrás del brujo, miró a su alrededor.
-Oye, ¿vamos a seguir aquí mucho rato? Tengo hambre y no hemos dormido.
Iredia dio un resoplido. Aquel viejo era bastante bocazas. Arystra enarcó una ceja, pero entonces miró a su hija y a su acompañante. Ciertamente, tenían una pinta espantosa. El brujo le daba más igual, era feo de serie, pero que su hija tuviera ese porte de pordiosera despeinada como recién salida de un encuentro pasional muy corto no le gustaba. Un buen baño les vendría bien a ambos. Al viejo ya le sacaría alguna utilidad más adelante.
-Ciertamente, vuestro aspecto es deplorable. Os vendría bien un baño. -miró entonces la cueva derrumbada- Además, tu amigo no podrá conjurar más hechizos con esa herida en la cabeza. El siguiente puede costarle la vida. Ya sabes lo que tienes que hacer, Iredia. -volvió a mirar a su hija, sacando de su zurrón dos tiras de tela negras. Se las tendió en silencio. Su madre no necesitaba alzar la voz para ser obedecida. Tenía una madera de líder que Iredia no creía poder alcanzar.
La elfa cogió entonces las vendas y se acercó a Karkaran, con una mirada de disculpa en los ojos.
-Los extranjeros en nuestras tierras no pueden ver el camino hasta nuestra tribu. Tengo que vendaros los ojos. -añadió, mirando también al viejo- Y sí, a mí también me parece estúpido...
Antes de poder seguir hablando, vio cómo unos cuatro soldados venían cargando con un cadáver. Iredia abrió los ojos como platos. Era Filgor, con la cuenca de un ojo vacía y las manos agujereadas. Parecía que había muerto desangrado. Uno de ellos se acercó a la matriarca y le cuchicheó algo, señalando con la cabeza a Talthar. Iredia volvió a mirar entonces a Karkaran y sus ojos violáceos se ensombrecieron. Ella sabía que no había sido Talthar el causante de esa tortura, los había visto quedarse solos a él y al brujo en el bosque. No dijo nada, sólo alzó el pañuelo negro, preguntándole silenciosamente a Karkaran si le daba su consentimiento para vendarle los ojos. Parecía que, de repente, el entusiasmo de la elfa se había esfumado, sustituido por la pena.
<<¡Será cazurro!>>, pensó la elfa, mirándolo con una expresión de enfado no muy convincente. No le faltaba razón, aunque ella lo veía como algo no intencionado. Los problemas iban a ella, indiscutiblemente.
A medida que Karkaran daba el discurso a su madre, se lo quedó mirando un poco embobada. Esa forma que tenía de reivindicar el trato que tenía y ese afán por protegerla le hacía sentir una inmensa sensación de orgullo. Le hubiera plantado un besazo allí mismo si hubiese podido. Entonces fue cuando el brujo empezó a conjurar el aire a su alrededor. Miró con curiosidad aquellos simbolitos, pero prestó más atención a la reacción de su madre, apretando inconscientemente la mano de su protector. Temía que ese gesto lo considerase hostil.
Sin embargo, la matriarca alzó una mano y negó con la cabeza. Era una mujer práctica y, aunque pareciera severa, no era irracional. Ya tenía muchas primaveras a su espalda como para leer las intenciones en el rostro de los extranjeros.
-No te será necesario eso, brujo. Si proteges a Iredia con ese fervor, tienes entonces mi aprobación. Aunque los de tu calaña me dais asco. -no lo dijo con repulsión, lo dijo simplemente con sinceridad.
Arystra hizo entonces un asentimiento y los soldados enfundaron sus armas, relajando sus músculos. La joven elfa suspiró aliviada y el ambiente se relajó visiblemente. Los soldados hablaron algunos entre sí. Carl, agazapado aún detrás del brujo, miró a su alrededor.
-Oye, ¿vamos a seguir aquí mucho rato? Tengo hambre y no hemos dormido.
Iredia dio un resoplido. Aquel viejo era bastante bocazas. Arystra enarcó una ceja, pero entonces miró a su hija y a su acompañante. Ciertamente, tenían una pinta espantosa. El brujo le daba más igual, era feo de serie, pero que su hija tuviera ese porte de pordiosera despeinada como recién salida de un encuentro pasional muy corto no le gustaba. Un buen baño les vendría bien a ambos. Al viejo ya le sacaría alguna utilidad más adelante.
-Ciertamente, vuestro aspecto es deplorable. Os vendría bien un baño. -miró entonces la cueva derrumbada- Además, tu amigo no podrá conjurar más hechizos con esa herida en la cabeza. El siguiente puede costarle la vida. Ya sabes lo que tienes que hacer, Iredia. -volvió a mirar a su hija, sacando de su zurrón dos tiras de tela negras. Se las tendió en silencio. Su madre no necesitaba alzar la voz para ser obedecida. Tenía una madera de líder que Iredia no creía poder alcanzar.
La elfa cogió entonces las vendas y se acercó a Karkaran, con una mirada de disculpa en los ojos.
-Los extranjeros en nuestras tierras no pueden ver el camino hasta nuestra tribu. Tengo que vendaros los ojos. -añadió, mirando también al viejo- Y sí, a mí también me parece estúpido...
Antes de poder seguir hablando, vio cómo unos cuatro soldados venían cargando con un cadáver. Iredia abrió los ojos como platos. Era Filgor, con la cuenca de un ojo vacía y las manos agujereadas. Parecía que había muerto desangrado. Uno de ellos se acercó a la matriarca y le cuchicheó algo, señalando con la cabeza a Talthar. Iredia volvió a mirar entonces a Karkaran y sus ojos violáceos se ensombrecieron. Ella sabía que no había sido Talthar el causante de esa tortura, los había visto quedarse solos a él y al brujo en el bosque. No dijo nada, sólo alzó el pañuelo negro, preguntándole silenciosamente a Karkaran si le daba su consentimiento para vendarle los ojos. Parecía que, de repente, el entusiasmo de la elfa se había esfumado, sustituido por la pena.
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
No hice comentarios cuando vi el cadáver de ese elfo traidor del cual, para ser francos, había acabado por olvidar el nombre.
Poco importaba saber el nombre de los muertos.
Mire a los ojos a la matriarca, que me devolvió la mirada sin decir nada. Era de esas persona que veía mucho más de lo que dejaba a entender. De esas que nunca eres capaz de decir en que piensa porque siempre parece estar pensando en todo. Ella no parpadeo. Yo tampoco, pero desvié la mirada hacia Iredia, que parecía saber perfectamente que había pasado.
No hice tampoco mención alguna para negarlo. No quería mentirle. No era un héroe. Lo había dejado claro desde el primer día. No era un ángel de la paz... Era un ángel vengador. De esos que son temidos y odiados por haber sido enviados para hacer el mal en nombre del bien. De aquellos que, para exterminar una plaga, deciden que la mejor opción es exterminar a los infectados.
Cuando me tapó los ojos, tampoco hice esmero ninguno en abrir la boca hasta pasado un buen rato. Pese a que mi sentido de la orientación no era tan bueno, pude ver que, tras un par de minutos, pisábamos el mismo terreno dos veces. Ni me alegre ni me disguste. Eran precavidos, y hacían que nuestros pasos se volvieran a encontrar con el mismo camino para que no fuéramos capaces de encontrar de nuevo el sendero.
- Es triste. - Dije de pronto, notando el perfume de la elfa a mi lado. - Que sea la familia la que traiciona. Es triste ver que, incluso en otras razas, la escoria se encuentra en todos lados, no solo en el fango.
No dije nada más. No era el momento de hablar ni de mi pasado ni de justificar mi forma de actuar. No quería ser perdonado, pero quería ser entendido por la elfa. No me importaba quien me llamara asesino indiscriminado si no era ella. Ella tenia que saber que, lo que había echo, jamas seria perdonado. Y que, de haber seguido vivo cuando lo hubieran traído los elfos a nosotros...
Le habría arrancado el otro ojo.
- La familia es la sangre. - Dije aun sumergido en las sombras, sin saber tan siquiera si Iredia quería o no escuchar esas palabras, o si tan siquiera me hacia algo de caso mientras las decía. - La familia es hogar. Si el hogar y la sangre traicionan... No eres mejor que un parásito, que estiércol... No eres mejor que el polvo de una tumba.
Aun cuando trataba de mantenerme en silencio, había guardado tanto rencor dentro por un tema similar que no pude evitar que mi voz reflejara parte de ese odio. Incluso note algo de calor en la punta de mis dedos, seguramente porque mis sentimientos ennublaban mi razón y confundían la ira con el pensamiento ardiente del fuego. Sacudí la mano y ese calor desapareció, así como ese tono rojo que las puntas de mis dedos habían ido tomando.
Poco rato después, nos detuvimos.
E Iredia me quitó la venda.
Poco importaba saber el nombre de los muertos.
Mire a los ojos a la matriarca, que me devolvió la mirada sin decir nada. Era de esas persona que veía mucho más de lo que dejaba a entender. De esas que nunca eres capaz de decir en que piensa porque siempre parece estar pensando en todo. Ella no parpadeo. Yo tampoco, pero desvié la mirada hacia Iredia, que parecía saber perfectamente que había pasado.
No hice tampoco mención alguna para negarlo. No quería mentirle. No era un héroe. Lo había dejado claro desde el primer día. No era un ángel de la paz... Era un ángel vengador. De esos que son temidos y odiados por haber sido enviados para hacer el mal en nombre del bien. De aquellos que, para exterminar una plaga, deciden que la mejor opción es exterminar a los infectados.
Cuando me tapó los ojos, tampoco hice esmero ninguno en abrir la boca hasta pasado un buen rato. Pese a que mi sentido de la orientación no era tan bueno, pude ver que, tras un par de minutos, pisábamos el mismo terreno dos veces. Ni me alegre ni me disguste. Eran precavidos, y hacían que nuestros pasos se volvieran a encontrar con el mismo camino para que no fuéramos capaces de encontrar de nuevo el sendero.
- Es triste. - Dije de pronto, notando el perfume de la elfa a mi lado. - Que sea la familia la que traiciona. Es triste ver que, incluso en otras razas, la escoria se encuentra en todos lados, no solo en el fango.
No dije nada más. No era el momento de hablar ni de mi pasado ni de justificar mi forma de actuar. No quería ser perdonado, pero quería ser entendido por la elfa. No me importaba quien me llamara asesino indiscriminado si no era ella. Ella tenia que saber que, lo que había echo, jamas seria perdonado. Y que, de haber seguido vivo cuando lo hubieran traído los elfos a nosotros...
Le habría arrancado el otro ojo.
- La familia es la sangre. - Dije aun sumergido en las sombras, sin saber tan siquiera si Iredia quería o no escuchar esas palabras, o si tan siquiera me hacia algo de caso mientras las decía. - La familia es hogar. Si el hogar y la sangre traicionan... No eres mejor que un parásito, que estiércol... No eres mejor que el polvo de una tumba.
Aun cuando trataba de mantenerme en silencio, había guardado tanto rencor dentro por un tema similar que no pude evitar que mi voz reflejara parte de ese odio. Incluso note algo de calor en la punta de mis dedos, seguramente porque mis sentimientos ennublaban mi razón y confundían la ira con el pensamiento ardiente del fuego. Sacudí la mano y ese calor desapareció, así como ese tono rojo que las puntas de mis dedos habían ido tomando.
Poco rato después, nos detuvimos.
E Iredia me quitó la venda.
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
-Es triste. Que sea la familia la que traiciona. Es triste ver que, incluso en otras razas, la escoria se encuentra en todos lados, no solo en el fango.
No respondió a aquel comentario, no tenía nada que decir. Tampoco le apetecía. Sus sentimientos en esos momentos eran confusos. Su protector había matado a su primo y era algo que le provocaba desazón. Aunque su primo se hubiese ganado aquel destino, seguía siendo su primo. Efectivamente, lo que estaban haciendo era dar un rodeo y pasar por el mismo lugar dos veces para confundirlos y que no supieran llegar a la tribu. Le parecía una costumbre tonta, pero tenía que reconocer que era eficaz. Tras lo que había sufrido su raza, era lo menos que podían hacer para protegerse.
- La familia es la sangre. La familia es hogar. Si el hogar y la sangre traicionan... No eres mejor que un parásito, que estiércol... No eres mejor que el polvo de una tumba.
La elfa entonces lo miró. No le pasó desapercibido ese odio que destilaban sus palabras. Tras un momento, reaccionó. Ella iba a su lado, en silencio, y ambos iban delante del viejo, que soñaba en voz alta con la comida que los elfos les iban a dar. Tras sus palabras, ella le dio un apretón cariñoso en el brazo. Pensó que su protector había sufrido mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir y que quizás decía esas palabras para consolarla. Sonrió levemente, aunque el brujo no la viera.
-Él se buscó su destino. Aunque fuese uno cruel. Supongo que no puedes fiarte ni de tu sombra... -dijo con cierta pena, mirando a su madre. Aún tenía que preguntarle unas cuantas cosas.
Llegaron entonces a su destino. La elfa, entonces, sonrió maliciosamente. Tener a su protector ahí con los ojos tapados era una oportunidad muy tentadora que no iba a desaprovechar.
-Ya hemos llegado. -les dijo.
Y, antes de quitarle la venda, se puso detrás de Karkaran y le dio un cachetazo en el culo con todas sus fuerzas (algo leve), aprovechando que su madre no miraba. Consiguió que le picase la mano, pero estaba segura de que a él también le picaría el trasero. Soltó una risita y le susurró al oído.
-Te la debía.
Entonces, le quitó la venda. Karkaran vería a su alrededor un paraíso verde. Las casas eran flotantes, parecía que los mismos árboles las habían creado para ellos. Miles de puentes de madera conectaban unas casas con otras, las flores adornaban los caminos y se respiraba aire puro y limpio. Se respiraba paz. Iredia inspiró profundamente aquel aroma. Su hogar. Había algo de ajetreo, gente que iba y venía llevando trastos. Al mirar a su madre, ella respondió a su pregunta silenciosa.
-Sí, esta noche se celebra una fiesta en honor a Imbar. La hacemos todos los meses, ¿o ya se te han olvidado tus costumbres?
La matriarca hizo una seña para que se llevasen a Talthar a la casa de curación.
-Tenéis la casa de curación allí. Tu amigo debería mirarse esa herida. Yo estaré por aquí si necesitáis algo. Quizás tengáis preguntas que precisen respuestas. Por cierto, Iredia, dile al médico que vas de mi parte. Sino, dudo que quiera curar a un brujo. -espetó. Sin más, se dio la vuelta y se marchó.
Iredia miró entonces a Karkaran.
-Bienvenido a mi hogar. -le dijo sonriente, algo más alegre que hace unos momentos. A fin de cuentas ¿dónde iba a estar mejor que en casa?
No respondió a aquel comentario, no tenía nada que decir. Tampoco le apetecía. Sus sentimientos en esos momentos eran confusos. Su protector había matado a su primo y era algo que le provocaba desazón. Aunque su primo se hubiese ganado aquel destino, seguía siendo su primo. Efectivamente, lo que estaban haciendo era dar un rodeo y pasar por el mismo lugar dos veces para confundirlos y que no supieran llegar a la tribu. Le parecía una costumbre tonta, pero tenía que reconocer que era eficaz. Tras lo que había sufrido su raza, era lo menos que podían hacer para protegerse.
- La familia es la sangre. La familia es hogar. Si el hogar y la sangre traicionan... No eres mejor que un parásito, que estiércol... No eres mejor que el polvo de una tumba.
La elfa entonces lo miró. No le pasó desapercibido ese odio que destilaban sus palabras. Tras un momento, reaccionó. Ella iba a su lado, en silencio, y ambos iban delante del viejo, que soñaba en voz alta con la comida que los elfos les iban a dar. Tras sus palabras, ella le dio un apretón cariñoso en el brazo. Pensó que su protector había sufrido mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir y que quizás decía esas palabras para consolarla. Sonrió levemente, aunque el brujo no la viera.
-Él se buscó su destino. Aunque fuese uno cruel. Supongo que no puedes fiarte ni de tu sombra... -dijo con cierta pena, mirando a su madre. Aún tenía que preguntarle unas cuantas cosas.
Llegaron entonces a su destino. La elfa, entonces, sonrió maliciosamente. Tener a su protector ahí con los ojos tapados era una oportunidad muy tentadora que no iba a desaprovechar.
-Ya hemos llegado. -les dijo.
Y, antes de quitarle la venda, se puso detrás de Karkaran y le dio un cachetazo en el culo con todas sus fuerzas (algo leve), aprovechando que su madre no miraba. Consiguió que le picase la mano, pero estaba segura de que a él también le picaría el trasero. Soltó una risita y le susurró al oído.
-Te la debía.
Entonces, le quitó la venda. Karkaran vería a su alrededor un paraíso verde. Las casas eran flotantes, parecía que los mismos árboles las habían creado para ellos. Miles de puentes de madera conectaban unas casas con otras, las flores adornaban los caminos y se respiraba aire puro y limpio. Se respiraba paz. Iredia inspiró profundamente aquel aroma. Su hogar. Había algo de ajetreo, gente que iba y venía llevando trastos. Al mirar a su madre, ella respondió a su pregunta silenciosa.
-Sí, esta noche se celebra una fiesta en honor a Imbar. La hacemos todos los meses, ¿o ya se te han olvidado tus costumbres?
La matriarca hizo una seña para que se llevasen a Talthar a la casa de curación.
-Tenéis la casa de curación allí. Tu amigo debería mirarse esa herida. Yo estaré por aquí si necesitáis algo. Quizás tengáis preguntas que precisen respuestas. Por cierto, Iredia, dile al médico que vas de mi parte. Sino, dudo que quiera curar a un brujo. -espetó. Sin más, se dio la vuelta y se marchó.
Iredia miró entonces a Karkaran.
-Bienvenido a mi hogar. -le dijo sonriente, algo más alegre que hace unos momentos. A fin de cuentas ¿dónde iba a estar mejor que en casa?
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Tras la cachetada y la posibilidad de ver de nuevo, trate de matar con la mirada a la elfa... Pero no pude estarme de devolverle esa sonrisa traviesa. La maldita pielverde sabia como ganarme...
Pero no pude estar de pensar que, como bien había supuesto en silencio durante el viaje, ese no iba a ser un lugar tranquilo para mi.
Mirara donde mirada, los ojos que se centraban en mi persona no eran simpáticos ni portadores de una cálida bienvenida. Sus ojos mostraban el odio de los jóvenes que habían perdido padres y hermanos en una guerra injusta provocada por un bando que ellos odiaban y por motivos que ellos no compartían. Me coloqué algo mejor la daga en el cinturón y comencé a andar siguiendo a la elfa hacia la casa de curaciones.
El interior, por eso, he de decir que me hizo quedarme boquiabierto.
Como si se tratara de un cuento, ese lugar parecía que hubiera emergido en el interior de un árbol. Toda la composición de la casa era de un único pedazo gigantesco de madera, hueco por dentro, y repleto de estanterías con hierbas y flores que hasta entonces desconocía. Una camilla al fondo, unas herramientas a su lado... Y algún que otro pergamino arcano en lo referente a su magia, de símbolos y círculos diferenciados por el flujo.
No pude estarme sino en silencio cuando me sorprendió una voz a mi espalda.
- Eh. - Dijo un elfo de aspecto bastante más veterano que la mayoría. - Tienes poco tiempo para retroceder y desaparecer de mi vista antes de que... - Entonces, se fijo en la elfa. - ¿Iredia? ¿Eres tu, mi niña? Ven que te eche un buen vistazo, corazón... Vaya... ¡Como has crecido! Eres toda una mujer ya... - Volvió a girarse hacia mi. - Y tu... Eres un mortal... Y brujo... Puaj... - Dijo con asco.
- El placer es mio... - Dije sarcástico.
- De eso no tengo la menor duda, niño... - Dio por respuesta el viejo. - Si tratara con un ser racional, le diría que me llamara Vivial, pero como solo eres un intento de algo, llámame como te salga de los cojones...
Apreté un poco los dientes. De nuevo, ir con la elfa me impedía empezar a cortar las gargantas de personas como Vivial.
- La matriarca a dicho que me cures... Aunque sinceramente me da miedo ponerme en tus manos.
El entonces se levanto con la mirada serena.
- Brujo, puedes tratar de ofenderme de la forma que gustes. Tus palabras no me valen más que estiércol... Pero no insinúes siquiera que utilizare el puro arte de la medicina para hacer mal a ninguna criatura. Aun si esa criatura lamentable... - Dijo alzando el dedo en mi dirección. - Eres tu.
Giré un poco la cabeza hasta que una de mis vertebras hizo un sonoro crugir, quitandome la camisa.
- Pues venga viejo... Examina cuanto gustes... Lo que sea por irme de aqui.
- Al menos, coincidimos en eso.
Pero no pude estar de pensar que, como bien había supuesto en silencio durante el viaje, ese no iba a ser un lugar tranquilo para mi.
Mirara donde mirada, los ojos que se centraban en mi persona no eran simpáticos ni portadores de una cálida bienvenida. Sus ojos mostraban el odio de los jóvenes que habían perdido padres y hermanos en una guerra injusta provocada por un bando que ellos odiaban y por motivos que ellos no compartían. Me coloqué algo mejor la daga en el cinturón y comencé a andar siguiendo a la elfa hacia la casa de curaciones.
El interior, por eso, he de decir que me hizo quedarme boquiabierto.
Como si se tratara de un cuento, ese lugar parecía que hubiera emergido en el interior de un árbol. Toda la composición de la casa era de un único pedazo gigantesco de madera, hueco por dentro, y repleto de estanterías con hierbas y flores que hasta entonces desconocía. Una camilla al fondo, unas herramientas a su lado... Y algún que otro pergamino arcano en lo referente a su magia, de símbolos y círculos diferenciados por el flujo.
No pude estarme sino en silencio cuando me sorprendió una voz a mi espalda.
- Eh. - Dijo un elfo de aspecto bastante más veterano que la mayoría. - Tienes poco tiempo para retroceder y desaparecer de mi vista antes de que... - Entonces, se fijo en la elfa. - ¿Iredia? ¿Eres tu, mi niña? Ven que te eche un buen vistazo, corazón... Vaya... ¡Como has crecido! Eres toda una mujer ya... - Volvió a girarse hacia mi. - Y tu... Eres un mortal... Y brujo... Puaj... - Dijo con asco.
- El placer es mio... - Dije sarcástico.
- De eso no tengo la menor duda, niño... - Dio por respuesta el viejo. - Si tratara con un ser racional, le diría que me llamara Vivial, pero como solo eres un intento de algo, llámame como te salga de los cojones...
Apreté un poco los dientes. De nuevo, ir con la elfa me impedía empezar a cortar las gargantas de personas como Vivial.
- La matriarca a dicho que me cures... Aunque sinceramente me da miedo ponerme en tus manos.
El entonces se levanto con la mirada serena.
- Brujo, puedes tratar de ofenderme de la forma que gustes. Tus palabras no me valen más que estiércol... Pero no insinúes siquiera que utilizare el puro arte de la medicina para hacer mal a ninguna criatura. Aun si esa criatura lamentable... - Dijo alzando el dedo en mi dirección. - Eres tu.
Giré un poco la cabeza hasta que una de mis vertebras hizo un sonoro crugir, quitandome la camisa.
- Pues venga viejo... Examina cuanto gustes... Lo que sea por irme de aqui.
- Al menos, coincidimos en eso.
Erenair
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Para la elfa, la casa de curación había sido como su segunda casa. Y Vivial, de hecho, había sido su maestro antes de que se marchase. Sonrió al ver que la reconocía y dio gracias por no tener que ponerse en medio del brujo y de él. Hubiera sido una situación la mar de rara.
No intervino en la conversación hasta que Karkaran se quitó la camisa. Un momento, por cierto, muy interesante.
-Está bajo mi cuidado, Vivial. -torció el gesto- Bueno, más bien yo estoy al suyo. -soltó una risita leve y después continuó, algo más seria- Nos encontramos con el clan Bellthoros..
-Oh, ya, mira, no sigas. -con un gesto, le indicó a Karkaran que se tumbase en la camilla bocabajo-
Tu primo Doras ha pasado por aquí hace un par de horas también. Llegan a esperar un poco más y me hubieran traído un cadáver. El veneno había llegado ya a los pulmones.
Cogió un par de pócimas y se las tendió a Iredia, Ella, como si se tratase de un acto mecánico que llevaban repitiendo toda la vida, vertió parte del contenido en un cuenco y parte en un paño, sin necesidad de que él le dijese nada. Luego, echó la otra poción entera en el cuenco y lo removió con un palito. Mientras el médico siguió hablando, atendiendo la herida de la nuca del brujo.
-Ya me he enterado de lo de Filgor. Sabes que lo envenenó él, ¿verdad?
Iredia dejó lo que estaba haciendo y abrió los ojos como platos. La noticia fue como un jarrón de agua fría. Sólo atinó a decir una frase.
-¿Por qué?
El médico la miró con pena.
-Dicen que a tu madre se le ha nublado el juicio desde que te marchaste, haciendo contrabando con armas que los humanos les daban. Los gemelos pensaron que, si ellos se ponían a la cabeza del clan, las cosas mejorarían. Pero les pudo la avaricia...
No continuó hablando, pues vio que Iredia se había sentado un momento y se había llevado una mano al rostro. Después un momento de silencio, en el que recitó una plegaria sobre la herida de la nuca de Karkaran, se levantó. En un par de horas, estaría completamente sanado.
-Voy a salir un momento, quedaos aquí. Bueno... ese no creo que vaya a ninguna parte.
En el momento en el que el médico salió de la casa, Iredia se levantó y se colocó a un costado del brujo. De nuevo tenía las cicatrices al alcance de su mano y las rozó distraída, intentando contener el llanto. La contención no iba a ser muy efectiva, así que optó por hundir el rostro en uno de los hombros del brujo y cerró los ojos, dejando que una lágrima silenciosa se derramara sobre la piel de él sin querer.
-¿Quieres algo de comer? -le preguntó con un gemido ronco desde su hombro. Intentaba también distraerlo del hecho de que se encontraba hecha una mierda.
No intervino en la conversación hasta que Karkaran se quitó la camisa. Un momento, por cierto, muy interesante.
-Está bajo mi cuidado, Vivial. -torció el gesto- Bueno, más bien yo estoy al suyo. -soltó una risita leve y después continuó, algo más seria- Nos encontramos con el clan Bellthoros..
-Oh, ya, mira, no sigas. -con un gesto, le indicó a Karkaran que se tumbase en la camilla bocabajo-
Tu primo Doras ha pasado por aquí hace un par de horas también. Llegan a esperar un poco más y me hubieran traído un cadáver. El veneno había llegado ya a los pulmones.
Cogió un par de pócimas y se las tendió a Iredia, Ella, como si se tratase de un acto mecánico que llevaban repitiendo toda la vida, vertió parte del contenido en un cuenco y parte en un paño, sin necesidad de que él le dijese nada. Luego, echó la otra poción entera en el cuenco y lo removió con un palito. Mientras el médico siguió hablando, atendiendo la herida de la nuca del brujo.
-Ya me he enterado de lo de Filgor. Sabes que lo envenenó él, ¿verdad?
Iredia dejó lo que estaba haciendo y abrió los ojos como platos. La noticia fue como un jarrón de agua fría. Sólo atinó a decir una frase.
-¿Por qué?
El médico la miró con pena.
-Dicen que a tu madre se le ha nublado el juicio desde que te marchaste, haciendo contrabando con armas que los humanos les daban. Los gemelos pensaron que, si ellos se ponían a la cabeza del clan, las cosas mejorarían. Pero les pudo la avaricia...
No continuó hablando, pues vio que Iredia se había sentado un momento y se había llevado una mano al rostro. Después un momento de silencio, en el que recitó una plegaria sobre la herida de la nuca de Karkaran, se levantó. En un par de horas, estaría completamente sanado.
-Voy a salir un momento, quedaos aquí. Bueno... ese no creo que vaya a ninguna parte.
En el momento en el que el médico salió de la casa, Iredia se levantó y se colocó a un costado del brujo. De nuevo tenía las cicatrices al alcance de su mano y las rozó distraída, intentando contener el llanto. La contención no iba a ser muy efectiva, así que optó por hundir el rostro en uno de los hombros del brujo y cerró los ojos, dejando que una lágrima silenciosa se derramara sobre la piel de él sin querer.
-¿Quieres algo de comer? -le preguntó con un gemido ronco desde su hombro. Intentaba también distraerlo del hecho de que se encontraba hecha una mierda.
Iredia
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
Una buena persona, en ese contexto, hubiera dicho algo. Una buena persona hubiera tratado de consolar a la bella princesa que estaba triste y perdida. Una buena persona, hubiera, como mínimo, intentado algo.
Yo solo callé.
Mientras ella lloraba, yo solo me quede quieto dejando que sus lagrimas me cayeran encima. Sin decir nada. Sin saber siquiera articular alguna palabra. Lo único que pude, fue apretar los dientes y maldecir. "Mierda..." pensé. "Mierda de viejo y su boca enorme..."
"Piensa..." Me obligué a mi mismo mientras ella, tratando de disimular (sin ningún tipo de éxito) su estado, me preguntaba si quería salir a comer. "Piensa en algo que aparte su cabeza de la traición..."
De la traición...
Notando sus espasmos a causa del llanto, me destense y respiré hondo.
- Hace cosa de unos veinte años... - Empecé, cerrando los ojos y esperando que eso pudiera alejar sus pensamientos del dolor. - Estudiaba en la escuela de brujos de Tensai, especializándome en la mezcla elementaria y sus complicaciones... Ese tipo de estudio se denomina Alquimia. No como la mezcla de hierbas y flores, pero puedes entender el concepto... - Tragué saliva despacio, buscando las palabras adecuadas.
- En aquel entonces, no era tan diferente a la hora de indagar por las respuestas que quería... Solo que en esos tiempos, las normas eran algo que yo seguía... Lo que no ayudaba a la hora de resolver muchas dudas, pero no podía hacerle nada. Mi familia era una conocida casa de brujos en el pasado. Mi abuelo participo en la guerra... - Dije con cierto pesar hacia la elfa. No era algo que quisiera ocultar, pero tampoco me enorgullecía de ese echo. Respiré hondo y seguí. - Debido a eso, debía dar buena imagen... Y ser el mejor. Siempre. En todo.
Alcé un poco el brazo y lo apoyé al lado de mi cabeza, mostrando toda mi espalda, cuello y hombros recubiertos por esa extraña capa de cicatrices y quemaduras que parecían deformar mi piel.
- Cierto día, un pequeño grupo de niñatos trato de utilizar contra mi un tipo de combinación inadecuada. Tierra, fuego, electricidad y agua en un circulo de tiempo estable discontinuo... - Chasqueé la lengua. - Se podría traducir como "soy gilipollas y este es mi conjuro". El resultado fueron tres muertos y un mutilado en un grupo de cuatro... Después de eso, la escuela me culpo a mi de ese experimento y me expulsaron. Mi familia, al oír esos echos, despojo a su hijo de sus tierras y de su titulo. Obligandole también a abandonar su apellido y su verdadero nombre.
Poco a poco, y procurando no molestar a la elfa ni hacer que ella interpretara mi movimiento como que la estaba apartando de mi lado, me incorpore todavía sin mirarla, pero dejando que viera el perfil de mi rostro mutilado.
- Desde entonces he estado en las calles. Aprendiendo por mi cuenta y obteniendo unas respuestas que nunca me fueron dadas... Pasados doce años del accidente, a ocho años del día de hoy, volví entonces para ver a mi familia... Con intenciones de matar a mis padres.
Después de decir eso, mantuve mi férreo silencio, con la mirada fija en uno de los frascos de hierbas que había al fondo. Luego, suspiré y tomé mis ropas.
- Pero, ocurrió cierto factor que me impidió hacerlo.
Me coloqué la ropa tranquilamente, dejando esta vez mi bufanda a un lado. Me sudaba la polla mi cara. Los elfos iban a mirarme igual independientemente de si la llevaba expuesta o no.
Después de acabar de vestirme, me gire por primera vez a la elfa para tratar de leer su rostro, mientras, tratando de disimular mi examen, contestaba a su pregunta de antes.
- Vayamos ahora a la fiesta, ardillita... Quisiera ver que coño coméis los follapinos.
Yo solo callé.
Mientras ella lloraba, yo solo me quede quieto dejando que sus lagrimas me cayeran encima. Sin decir nada. Sin saber siquiera articular alguna palabra. Lo único que pude, fue apretar los dientes y maldecir. "Mierda..." pensé. "Mierda de viejo y su boca enorme..."
"Piensa..." Me obligué a mi mismo mientras ella, tratando de disimular (sin ningún tipo de éxito) su estado, me preguntaba si quería salir a comer. "Piensa en algo que aparte su cabeza de la traición..."
De la traición...
Notando sus espasmos a causa del llanto, me destense y respiré hondo.
- Hace cosa de unos veinte años... - Empecé, cerrando los ojos y esperando que eso pudiera alejar sus pensamientos del dolor. - Estudiaba en la escuela de brujos de Tensai, especializándome en la mezcla elementaria y sus complicaciones... Ese tipo de estudio se denomina Alquimia. No como la mezcla de hierbas y flores, pero puedes entender el concepto... - Tragué saliva despacio, buscando las palabras adecuadas.
- En aquel entonces, no era tan diferente a la hora de indagar por las respuestas que quería... Solo que en esos tiempos, las normas eran algo que yo seguía... Lo que no ayudaba a la hora de resolver muchas dudas, pero no podía hacerle nada. Mi familia era una conocida casa de brujos en el pasado. Mi abuelo participo en la guerra... - Dije con cierto pesar hacia la elfa. No era algo que quisiera ocultar, pero tampoco me enorgullecía de ese echo. Respiré hondo y seguí. - Debido a eso, debía dar buena imagen... Y ser el mejor. Siempre. En todo.
Alcé un poco el brazo y lo apoyé al lado de mi cabeza, mostrando toda mi espalda, cuello y hombros recubiertos por esa extraña capa de cicatrices y quemaduras que parecían deformar mi piel.
- Cierto día, un pequeño grupo de niñatos trato de utilizar contra mi un tipo de combinación inadecuada. Tierra, fuego, electricidad y agua en un circulo de tiempo estable discontinuo... - Chasqueé la lengua. - Se podría traducir como "soy gilipollas y este es mi conjuro". El resultado fueron tres muertos y un mutilado en un grupo de cuatro... Después de eso, la escuela me culpo a mi de ese experimento y me expulsaron. Mi familia, al oír esos echos, despojo a su hijo de sus tierras y de su titulo. Obligandole también a abandonar su apellido y su verdadero nombre.
Poco a poco, y procurando no molestar a la elfa ni hacer que ella interpretara mi movimiento como que la estaba apartando de mi lado, me incorpore todavía sin mirarla, pero dejando que viera el perfil de mi rostro mutilado.
- Desde entonces he estado en las calles. Aprendiendo por mi cuenta y obteniendo unas respuestas que nunca me fueron dadas... Pasados doce años del accidente, a ocho años del día de hoy, volví entonces para ver a mi familia... Con intenciones de matar a mis padres.
Después de decir eso, mantuve mi férreo silencio, con la mirada fija en uno de los frascos de hierbas que había al fondo. Luego, suspiré y tomé mis ropas.
- Pero, ocurrió cierto factor que me impidió hacerlo.
Me coloqué la ropa tranquilamente, dejando esta vez mi bufanda a un lado. Me sudaba la polla mi cara. Los elfos iban a mirarme igual independientemente de si la llevaba expuesta o no.
Después de acabar de vestirme, me gire por primera vez a la elfa para tratar de leer su rostro, mientras, tratando de disimular mi examen, contestaba a su pregunta de antes.
- Vayamos ahora a la fiesta, ardillita... Quisiera ver que coño coméis los follapinos.
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Re: Dos heridos y un destino [Karkaran e Iredia] [Tema Cerrado]
No sin cierta sorpresa, escuchó atentamente toda aquella historia, sin interrumpirlo ni una sola vez. Realmente, era una muchacha que apreciaba los silencios cuando no había nada que decir, las palabras vacías eran una pérdida de saliva y energía. Por otro lado, muchas de sus dudas se resolvieron, aunque no todas (siempre hay preguntas para un ser curioso). Por fin sabía la historia de aquellas cicatrices. Apreció gratamente que desviase el tema de la conversación y ella interpretó que le contaba aquello para distraerla, para que viese que había cosas mucho peores que la traición de un pariente. Su mirada se perdía en los surcos de su piel agrietada por aquel experimento. No pudo evitar sentirse un poco abatida por él.
<<Tus propios padres...>>, sacudió la cabeza, pensando en cómo se tomaría ella que su madre la despojase de su título de heredera y de su amor materno tan "especial". Ciertamente, en eso podía considerarse afortunada.
No malinterpretó ningún gesto, ciertamente tenía que ser un coñazo que alguien bañase en lágrimas un hombro. Mientras se vestía, vio que ya la herida de su nuca estaba prácticamente curada. El doctor no había vuelto y había jaleo en el exterior. La fiesta había comenzado. Se rascó los ojos justo cuando dijo aquel comentario sobre la comida de los follapinos. Los tenía un poco hinchados, pero no pudo contener una sonrisa mientras negaba con la cabeza. Su protector tenía un peculiar sentido del humor y tenía que reconocer que eso le gustaba mucho.
-Que sepas que esto es algo insólito. Eres el primer brujo que pisa una fiesta a Imbar. -lo miró de arriba abajo. Estaba más relajada, aunque la tristeza tardaría un poco más en marcharse de su semblante- No te separes mucho de mí. Si ven que estás conmigo, te tolerarán. Aquí tengo un nombre.- no lo dijo con orgullo sino como un mero dato. A fin de cuentas, aunque no lo aparentase, era la heredera de ese clan.
Había escuchado aquel comentario sobre su abuelo y su participación en la guerra, pero simplemente consideró que él y su abuelo eran dos personas diferentes. No le había dado motivos para desconfiar de él. A estas alturas, consideraba más raro que él confiase en ella. Con una mirada de aprobación hacia el aspecto del brujo, le hizo un gesto para que la siguiera y salió de la cabaña.
Fuera, la fiesta estaba comenzando. Los elfos corrían aquí y allá, jarra de vino en mano y bailaban en corros una especie de danza de ritmo muy variable. Multitud de flores de distintos colores adornaban las casas, los árboles y las melenas de muchos de los presentes, fueran hombres o mujeres. Era como un gran banquete por toda la ciudad, uno podía coger comida y bebida allá por donde pasase. Algunos directamente habían ido a por la bebida.
El mejor detalle de todos eran las ropas. Algunos, sobre todo hombres, llevaban el torso desnudo y una especie de bombachos verdes, con los pies descalzos. Las mujeres, algunas, iban con túnicas blancas que también dejaban entrever sus senos a través de ellas. Otros, directamente, obviaban la ropa e iban completamente desnudos, tanto hombres como mujeres. No parecían tener ningún tipo de pudor, era algo normal en aquel lugar.
Iredia miró de reojo a Karkaran. Recordó lo que le dijo del pudor en la taberna y no pudo menos que vigilar su reacción. Tenía que ser un espectáculo muy interesante para él. Nada más salir de la cabaña y avanzar unos pasos, se encontraron a un grupo de elfos. Una mujer completamente desnuda con el pelo cubierto de margaritas se paró al ver a Iredia y se lanzó corriendo a abrazarla.
-¿¡Pero qué haces vestida así!? No puedes suplicar la bendición de la diosa Imbar con esos colores. -fue entonces a saludar a Karkaran, pero inmediatamente lo miró de arriba abajo y decidió mantenerse a una distancia prudencial.
La elfa nueva miró a Iredia interrogante y ésta le asintió con la cabeza. Sin embargo, no pudo evitar una mirada de desconfianza al brujo.
-Tu madre está ya por ahí. Te veo después, mejor...
-Eh, no, no, no, no, espera. ¿Este es el brujo? Y yo pensando que era más alto. -otro de los elfos del grupo se acercó a ellos. Este iba sólo desnudo de cintura para arriba, con unos bombachos blancos. Hubo una risotada general.
-Alto no sé, pero feo es un rato... -contestó otro, de túnica verde y brazos anchos, de rostro bastante hermoso.
Iredia se cruzó de brazos, con mirada severa. Los elfos entonces la miraron con cierta disculpa. Apareció entonces un tercero, este sí, completamente desnudo.
-A ver, que es el amigo de Iredia... Dejad de meter la pata.
-¿Y el amigo de Iredia podrá aguantar el ritmo toda el día y la noche?
-Hombre, mejor aguantar el ritmo que aguantarte a ti.
Los tres elfos estuvieron discutiendo un largo rato. Iredia resopló y su amiga los miraba y se reía, sobre todo cuando el de rostro hermoso hacía algún chiste. Se notaba que le gustaba. Tras un momento de chanzas, los tres elfos se dirigieron al brujo.
-Bueno, vamos a ver de qué pasta estás hecho, brujo... -este último comentario lo dijo con aire despectivo- Un duelo etílico entre los tres. Ahí, en esa mesa. -señaló a su izquierda una mesa. Detrás, había una tarima con dos barriles de vino encima- El primero que vomite, pierde.
Iredia estaba convencida de que querían dejar en ridículo al brujo, dado que no podían hacerle daño puesto que estaba a su cuidado y con el visto bueno de la matriarca. Lo que no sabían esos pobres incautos es que ella había visto beber a Karkaran licores el triple de fuertes que ellos no habían probado en su vida. Se iba a reír un rato. Con una sonrisilla traviesa, miró al brujo y le susurró al oído:
-Que sepas que los duelos aquí se hacen completamente desnudos, como reflejo de nobleza. -dejó caer. Así, ya de paso, le informaba sobre algunas costumbres élficas que seguro que le resultaban... interesantes.
<<Tus propios padres...>>, sacudió la cabeza, pensando en cómo se tomaría ella que su madre la despojase de su título de heredera y de su amor materno tan "especial". Ciertamente, en eso podía considerarse afortunada.
No malinterpretó ningún gesto, ciertamente tenía que ser un coñazo que alguien bañase en lágrimas un hombro. Mientras se vestía, vio que ya la herida de su nuca estaba prácticamente curada. El doctor no había vuelto y había jaleo en el exterior. La fiesta había comenzado. Se rascó los ojos justo cuando dijo aquel comentario sobre la comida de los follapinos. Los tenía un poco hinchados, pero no pudo contener una sonrisa mientras negaba con la cabeza. Su protector tenía un peculiar sentido del humor y tenía que reconocer que eso le gustaba mucho.
-Que sepas que esto es algo insólito. Eres el primer brujo que pisa una fiesta a Imbar. -lo miró de arriba abajo. Estaba más relajada, aunque la tristeza tardaría un poco más en marcharse de su semblante- No te separes mucho de mí. Si ven que estás conmigo, te tolerarán. Aquí tengo un nombre.- no lo dijo con orgullo sino como un mero dato. A fin de cuentas, aunque no lo aparentase, era la heredera de ese clan.
Había escuchado aquel comentario sobre su abuelo y su participación en la guerra, pero simplemente consideró que él y su abuelo eran dos personas diferentes. No le había dado motivos para desconfiar de él. A estas alturas, consideraba más raro que él confiase en ella. Con una mirada de aprobación hacia el aspecto del brujo, le hizo un gesto para que la siguiera y salió de la cabaña.
Fuera, la fiesta estaba comenzando. Los elfos corrían aquí y allá, jarra de vino en mano y bailaban en corros una especie de danza de ritmo muy variable. Multitud de flores de distintos colores adornaban las casas, los árboles y las melenas de muchos de los presentes, fueran hombres o mujeres. Era como un gran banquete por toda la ciudad, uno podía coger comida y bebida allá por donde pasase. Algunos directamente habían ido a por la bebida.
El mejor detalle de todos eran las ropas. Algunos, sobre todo hombres, llevaban el torso desnudo y una especie de bombachos verdes, con los pies descalzos. Las mujeres, algunas, iban con túnicas blancas que también dejaban entrever sus senos a través de ellas. Otros, directamente, obviaban la ropa e iban completamente desnudos, tanto hombres como mujeres. No parecían tener ningún tipo de pudor, era algo normal en aquel lugar.
Iredia miró de reojo a Karkaran. Recordó lo que le dijo del pudor en la taberna y no pudo menos que vigilar su reacción. Tenía que ser un espectáculo muy interesante para él. Nada más salir de la cabaña y avanzar unos pasos, se encontraron a un grupo de elfos. Una mujer completamente desnuda con el pelo cubierto de margaritas se paró al ver a Iredia y se lanzó corriendo a abrazarla.
-¿¡Pero qué haces vestida así!? No puedes suplicar la bendición de la diosa Imbar con esos colores. -fue entonces a saludar a Karkaran, pero inmediatamente lo miró de arriba abajo y decidió mantenerse a una distancia prudencial.
La elfa nueva miró a Iredia interrogante y ésta le asintió con la cabeza. Sin embargo, no pudo evitar una mirada de desconfianza al brujo.
-Tu madre está ya por ahí. Te veo después, mejor...
-Eh, no, no, no, no, espera. ¿Este es el brujo? Y yo pensando que era más alto. -otro de los elfos del grupo se acercó a ellos. Este iba sólo desnudo de cintura para arriba, con unos bombachos blancos. Hubo una risotada general.
-Alto no sé, pero feo es un rato... -contestó otro, de túnica verde y brazos anchos, de rostro bastante hermoso.
Iredia se cruzó de brazos, con mirada severa. Los elfos entonces la miraron con cierta disculpa. Apareció entonces un tercero, este sí, completamente desnudo.
-A ver, que es el amigo de Iredia... Dejad de meter la pata.
-¿Y el amigo de Iredia podrá aguantar el ritmo toda el día y la noche?
-Hombre, mejor aguantar el ritmo que aguantarte a ti.
Los tres elfos estuvieron discutiendo un largo rato. Iredia resopló y su amiga los miraba y se reía, sobre todo cuando el de rostro hermoso hacía algún chiste. Se notaba que le gustaba. Tras un momento de chanzas, los tres elfos se dirigieron al brujo.
-Bueno, vamos a ver de qué pasta estás hecho, brujo... -este último comentario lo dijo con aire despectivo- Un duelo etílico entre los tres. Ahí, en esa mesa. -señaló a su izquierda una mesa. Detrás, había una tarima con dos barriles de vino encima- El primero que vomite, pierde.
Iredia estaba convencida de que querían dejar en ridículo al brujo, dado que no podían hacerle daño puesto que estaba a su cuidado y con el visto bueno de la matriarca. Lo que no sabían esos pobres incautos es que ella había visto beber a Karkaran licores el triple de fuertes que ellos no habían probado en su vida. Se iba a reír un rato. Con una sonrisilla traviesa, miró al brujo y le susurró al oído:
-Que sepas que los duelos aquí se hacen completamente desnudos, como reflejo de nobleza. -dejó caer. Así, ya de paso, le informaba sobre algunas costumbres élficas que seguro que le resultaban... interesantes.
Iredia
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