Llanto del cielo [noche] [Libre]
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Llanto del cielo [noche] [Libre]
Para las brujas, o la gran mayoría, la noche es el mejor momento para hacer cualquier tipo de cosa ya sean conjuros, meditación o simplemente un paseo. En mi caso solo haría lo último, la luz lunar sería quien guiará mis conocimientos hoy.
El clima era agradable y tolerable, pese a la niebla, el frío y la humedad, esto último me molestaba un tanto ya que arruinaría mi cabellera no es como si le prestar demasiada atención, pero era hermosa así como estaba y no quería que cambiase, es un pequeño sacrificio que haré hasta obtener lo que deseo.
Por suerte viajaba ligera, nada más que un pequeño bolso de tela donde llevaba mis tijeras y unas plantas; sólo eso. Solté un suave suspiro y seguí con mi travesía nocturna.
Mi caminata fue larga y un tanto cansada pero había encontrado el lugar perfecto para estudiar; Una antigua mansión de grandes ventanales en su fachada, se estaba cayendo a pedazos y no le quedaba ni un solo vidrio sano, para mi, el lugar perfecto. Toda la zona era muy tranquila, de vez en cuando se podía escuchar el suave silbido del viento que parecía ir en aumento y las hojas que este agitaba, avecinaba una tormenta.
Comenzaba a caminar hacia los escombros de lo que un día fue una seguramente, hermosa casa, cuando un sonido casi imperceptible me hizo girar en su dirección, luego no escuche mas que el susurro los arbustos y los árboles. Me congele, casi ni respiraba con la esperanza de dar con el origen... con alguien.
- No estoy de humor para compañía- susurré un tanto malhumorada ya que mis planes estaban siendo estropeados por la presencia de alguna criatura o de un ser. Muy segura y sin pensarlo, me encaminé hasta la zona donde escuché el ruido, con paso lento y sigiloso fui llegando. Ahora que lo pensaba, no venía armada mas que con las tijeras por lo que si era algún asesino, o algo por el estilo, me vería en problemas. Pero no estaba asustada, el entorno esta a mi favor y podia ser muy ágil y sigilosa si me lo proponía, mi apariencia no era amistosa y ya muchos en la zona me tachaban como una desdicha urbana.
Entonces algo salió de entre los arbustos y se me aventó, tuve que esperar unos segundos para poder reaccionar bien, inesperadamente se trataba de un animal...una liebre. La acurruqué entre mis brazos, su corazón latía rápidamente y podía sentir su miedo, seguramente estaba escapando de algo o alguien
- Con que eras tú quien me está dando problemas - susurré mientras pasaba mi mano por su cabeza. Cerré mis ojos, suspiré y aún con el animal en brazos, comencé a caminar internándome en la morada, pero aún tenía la guardia en alto por si algún percance volvía a ocurrir.
El viento comenzó a soplar muy fuerte alborotando mi cabellera y vestido, había demasiado ruido en el lugar pero la liebre seguía muy alerta por lo que me serviría de radar en lo que volvía el silencio a este lugar. Nunca fui buena cazadora por lo que tendría uno que otro inconveniente, mas vale que mantenga al animal conmigo en lo que pasa algo...si es que pasa, claro.
El clima era agradable y tolerable, pese a la niebla, el frío y la humedad, esto último me molestaba un tanto ya que arruinaría mi cabellera no es como si le prestar demasiada atención, pero era hermosa así como estaba y no quería que cambiase, es un pequeño sacrificio que haré hasta obtener lo que deseo.
Por suerte viajaba ligera, nada más que un pequeño bolso de tela donde llevaba mis tijeras y unas plantas; sólo eso. Solté un suave suspiro y seguí con mi travesía nocturna.
Mi caminata fue larga y un tanto cansada pero había encontrado el lugar perfecto para estudiar; Una antigua mansión de grandes ventanales en su fachada, se estaba cayendo a pedazos y no le quedaba ni un solo vidrio sano, para mi, el lugar perfecto. Toda la zona era muy tranquila, de vez en cuando se podía escuchar el suave silbido del viento que parecía ir en aumento y las hojas que este agitaba, avecinaba una tormenta.
Comenzaba a caminar hacia los escombros de lo que un día fue una seguramente, hermosa casa, cuando un sonido casi imperceptible me hizo girar en su dirección, luego no escuche mas que el susurro los arbustos y los árboles. Me congele, casi ni respiraba con la esperanza de dar con el origen... con alguien.
- No estoy de humor para compañía- susurré un tanto malhumorada ya que mis planes estaban siendo estropeados por la presencia de alguna criatura o de un ser. Muy segura y sin pensarlo, me encaminé hasta la zona donde escuché el ruido, con paso lento y sigiloso fui llegando. Ahora que lo pensaba, no venía armada mas que con las tijeras por lo que si era algún asesino, o algo por el estilo, me vería en problemas. Pero no estaba asustada, el entorno esta a mi favor y podia ser muy ágil y sigilosa si me lo proponía, mi apariencia no era amistosa y ya muchos en la zona me tachaban como una desdicha urbana.
Entonces algo salió de entre los arbustos y se me aventó, tuve que esperar unos segundos para poder reaccionar bien, inesperadamente se trataba de un animal...una liebre. La acurruqué entre mis brazos, su corazón latía rápidamente y podía sentir su miedo, seguramente estaba escapando de algo o alguien
- Con que eras tú quien me está dando problemas - susurré mientras pasaba mi mano por su cabeza. Cerré mis ojos, suspiré y aún con el animal en brazos, comencé a caminar internándome en la morada, pero aún tenía la guardia en alto por si algún percance volvía a ocurrir.
El viento comenzó a soplar muy fuerte alborotando mi cabellera y vestido, había demasiado ruido en el lugar pero la liebre seguía muy alerta por lo que me serviría de radar en lo que volvía el silencio a este lugar. Nunca fui buena cazadora por lo que tendría uno que otro inconveniente, mas vale que mantenga al animal conmigo en lo que pasa algo...si es que pasa, claro.
Merida DunBroch
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Re: Llanto del cielo [noche] [Libre]
Es tan tarde que Arethusa piensa que Eamanë debe de estar durmiendo en su cama acompañada de su marido. Debe de aprovechar esta oportunidad para poder coger la cesta de mimbre con la comida que había preparado esa misma tarde para llevársela a papá. Hay de todo: Un cuenco de sopa de cebolla tapada con una tapa para que no se desperdiciase nada por el camino, una bandeja con verduras asadas, queso, galletas, un bote con miel y una botella de leche. Si hubiera podido, todavía hubiera cogido más cosas de la despensa de la casa de su hermana, pero habría sido una insensatez. Eamanë sospecha que un ladrón entra por las noches a su casa para robarle la comida. Primero pensó que sería un ratón, pero los ratones dejan los platos vacíos. El supuesto ladrón se lleva hasta los cubiertos. Arethusa, con una tímida sonrisa llena de remordimientos, pone un par más de cubiertos en la cesta de mimbre y se la carga al hombro. Si su hermana se enterase que ella es la ladrona estaría muy enfadada, y si supiera que la comida es para papá se enfadaría todavía más. Diría, más bien gritaría, las muchas frases que Arethusa ha oído decenas de veces. “Ese ya no es nuestro padre. No puedes ser tan inocente, Ary. ¿No recuerdas lo que te hizo?” Claro que lo recuerda. Cada día, en la ducha, Arethusa recuerda el dolor y la quemazón de los cardenales que dejaba los golpes de su padre. Hubo un tiempo en que todo su cuerpo estaba repleto de estos cardenales. Lo intentaba ocultar con largos vestidos y una generosa capa de maquillaje que ocultase los ojos morados. Cosas como aquella, son difíciles de olvidar. Pero, él sigue siendo papá. Debajo del rostro demacrado por las arrugas de la rabia, está papá y Arethusa está dispuesta a recuperarlo. Por mucho que su hermana se enfade y grite, puntualmente cada nueve días, papá tendría una cesta con comida especialmente preparada por las manos de su pequeña.
Para pasar inadvertida entre las sombras de la noche, Arethusa viste con una corta capa de color amarillo oscuro. Tiene la capucha puesta. No se le puede ver el rostro. Si alguien, por casualidad, tiene el capricho de dar un paseo nocturno por el bosque de Sandorai, no reconocería a la pequeña Arethusa de no ser por el violín que tiene colgado en su espalda. No salir de casa sin su violín es una regla que la elfa cumple a rajatabla. Aun así, ¿cuántos violinistas podría haber en Sandorai? Demasiados para reconocer a una pequeña chica entre tantos. Llevar el instrumento de cuerdas en la espalda tampoco es tan grave. No es una prueba suficientemente tangible como para que alguien pudiera convencer a Eámanë que la ladrona de comida es su propia hermana.
Una vez fuera del hogar de su hermana, la elfa empieza a correr por el bosque de los elfos. El camino es sumamente largo. Eámanë está tan enfadada con papá que se mudó al clan de su marido a vivir. Arethusa también debería rechazar a su padre. Es ella quien ha sufrido en su propio carne, literalmente, los golpes que su padre le daba en los muchos arrebatos de ira que tenía al día. Quizás sea demasiado pequeña para darse cuenta o quizás no quiera darse cuenta. Quizás sabe que el padre que ella recuerda, aquel que en su niñez la cogía en brazos y jugaba con ella a que era un dragón que perseguía a una princesa, desapareció por siempre y nunca volverá. Quizás lo ignore.
Niega con la cabeza repetidas veces y sigue corriendo con cuidado de que no se le caiga ninguno de los muchos botes de comida que hay en la cesta de mimbre.
El clan donde vive papá está lejos y el camino que tiene que cruzar no es lo que se diga, precisamente, seguro. Es viejo, apenas hay un sendero con el que poder guiarse, y cada pocos minutos se oye el ruido de un animal escondido entre los árboles. No importaba que sea en realidad una liebre o una ardilla lo que haya detrás del arbusto, a Arethusa tiene auténtico pavor del ruido que hace. Abraza la cesta de mimbre con las dos manos y avanza por el viejo sendero a un ritmo mucho más lento del cual había empezado minutos antes.
-No tengas miedo, no te van a hacer nada.- se repetía la niña sin dejar de abrazar la cesta de mimbre- Son los animalitos del bosque. ¿Alguna vez te han hecho daño los animales del bosque?- No, quién hace daño a Arethusa es su padre cuando sufre uno de sus ataques incontrolables de ira.
Arethusa oye una voz a unos metros de ella. ¿Hay otra persona por ese sendero? Da un pequeño salto provocado por la impresión y el miedo al darse cuenta que no ha estado sola. La cesta de mimbre se despega durante unas milésimas de segundo de sus manos, es un milagro que la pudiera coger a tiempo y que nada de su contenido se volcase en el suelo.
Para pasar inadvertida entre las sombras de la noche, Arethusa viste con una corta capa de color amarillo oscuro. Tiene la capucha puesta. No se le puede ver el rostro. Si alguien, por casualidad, tiene el capricho de dar un paseo nocturno por el bosque de Sandorai, no reconocería a la pequeña Arethusa de no ser por el violín que tiene colgado en su espalda. No salir de casa sin su violín es una regla que la elfa cumple a rajatabla. Aun así, ¿cuántos violinistas podría haber en Sandorai? Demasiados para reconocer a una pequeña chica entre tantos. Llevar el instrumento de cuerdas en la espalda tampoco es tan grave. No es una prueba suficientemente tangible como para que alguien pudiera convencer a Eámanë que la ladrona de comida es su propia hermana.
Una vez fuera del hogar de su hermana, la elfa empieza a correr por el bosque de los elfos. El camino es sumamente largo. Eámanë está tan enfadada con papá que se mudó al clan de su marido a vivir. Arethusa también debería rechazar a su padre. Es ella quien ha sufrido en su propio carne, literalmente, los golpes que su padre le daba en los muchos arrebatos de ira que tenía al día. Quizás sea demasiado pequeña para darse cuenta o quizás no quiera darse cuenta. Quizás sabe que el padre que ella recuerda, aquel que en su niñez la cogía en brazos y jugaba con ella a que era un dragón que perseguía a una princesa, desapareció por siempre y nunca volverá. Quizás lo ignore.
Niega con la cabeza repetidas veces y sigue corriendo con cuidado de que no se le caiga ninguno de los muchos botes de comida que hay en la cesta de mimbre.
El clan donde vive papá está lejos y el camino que tiene que cruzar no es lo que se diga, precisamente, seguro. Es viejo, apenas hay un sendero con el que poder guiarse, y cada pocos minutos se oye el ruido de un animal escondido entre los árboles. No importaba que sea en realidad una liebre o una ardilla lo que haya detrás del arbusto, a Arethusa tiene auténtico pavor del ruido que hace. Abraza la cesta de mimbre con las dos manos y avanza por el viejo sendero a un ritmo mucho más lento del cual había empezado minutos antes.
-No tengas miedo, no te van a hacer nada.- se repetía la niña sin dejar de abrazar la cesta de mimbre- Son los animalitos del bosque. ¿Alguna vez te han hecho daño los animales del bosque?- No, quién hace daño a Arethusa es su padre cuando sufre uno de sus ataques incontrolables de ira.
Arethusa oye una voz a unos metros de ella. ¿Hay otra persona por ese sendero? Da un pequeño salto provocado por la impresión y el miedo al darse cuenta que no ha estado sola. La cesta de mimbre se despega durante unas milésimas de segundo de sus manos, es un milagro que la pudiera coger a tiempo y que nada de su contenido se volcase en el suelo.
Arethusa Lein
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Re: Llanto del cielo [noche] [Libre]
TEMA ABANDONADO
Alanna Delteria
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