El árbol de Imbar [Desafío]
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El árbol de Imbar [Desafío]
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Bosque de Sandorai, atardecer.
Robben es un miembro de la guardia de Lunargenta con bastante carisma y facilidad para meterse en líos. Aunque siempre que acaba mal lo intenta tomar con buen humor. Después de todo, también es un gran espadachín. ¿De qué tendría que preocuparse?
Pues de que su carisma no le había ayudado a escaquearse de la misión encomendada por sus superiores: Tenía que cruzar el bosque de Sandorai hasta llegar a un pueblo fronterizo y, aunque no le disgustan los elfos, sabe que hay algunos que no llevan bien el tema de las visitas inesperadas. Pero no le quedaba más remedio que ir: trabajo es trabajo.
Tenía que llevar, en persona y representando a la Guardia de Lunargenta, un mensaje y un obsequio para unos mercaderes que habían ayudado a unos soldados, abasteciéndoles de comida y bebida. ¿Qué mejor que mandar el agradecimiento en persona? Los mensajeros eran más fríos, y él quería conocer al matrimonio que había salvado a sus hombres y mujeres de morir de desnutrición.
Pero, claro, las cosas no podían salir bien para el torpe Robben. Tropezó con una raíz, con tan mala suerte que lanzó, por inercia, la bolsa hacia arriba, quedando enganchada en una ramita. Al levantarse, los Dioses seguían jactándose de él, pues un cuervo agarró la bolsa, encantado por el broche brillante que la cerraba y se la llevó al hueco de un árbol.
-¡Eh! ¡Eh! ¡Bicho! ¡Trae eso para acá! ¡Voy a desplumarte! -Empezó a perseguir al cuervo hasta detenerse frente al árbol. -Pff… Odio los pájaros.
Después de asegurarse bien todas sus pertenencias se dispuso a trepar al árbol en busca de la bolsa que ese bicho negro le había robado. Pero una voz lo distrajo cuando se disponía a subir.
-Aparta tus sucias manos del árbol. -Un elfo guerrero se plantó a su espalda, con un semblante serio y la mano sobre la empuñadura de su arma.
-Oh, discúlpeme, caballero, sólo quería recuperar una cosa que es mía. Debo entregarla. -Señaló su emblema de la guardia con una gran sonrisa.
-El árbol es un altar a la diosa Imbar. No puedes tocarlo.
-Pero debo entregar esa bolsa.
-He dicho que no puedes tocarlo. ¿Lo repito de otra manera?
-Y yo le estoy diciendo que es mi cometido recuperar la bolsa. O si no, usted, que se entenderá mejor con los bichos del bosque, le dice al cuervo que me devuelva lo que me robó. -El tono ya había pasado a ser burlesco, pues la paciencia tampoco era una virtud del joven Robben.
-Debes irte.
-No sin mi bolsa. -El guardia señaló con su dedo la parte de arriba del árbol, donde se veía el agujero en la corteza donde ese bicho negro había guardado el obsequio para los mercaderes. El guerrero, en cambio, no estaba por la labor de dialogar más y sacó su espada.
_________________________________________
Bienvenido explorador/a: Estás en Sandorai, bosque de elfos y, por supuesto, me interesa saber cómo has llegado hasta aquí. Pero más me interesa saber qué harás, pues te encuentras con esta peculiar discusión.
En este primer post, tu objetivo principal será tratar de convencer al elfo para que deje al bueno de Robben recuperar lo que perdió de forma tan patética, o unirte al elfo en defensa del altar a Imbar e impedir que Robben lo toque. Culpa suya por ser tan torpe...
Podrás manejar sólo a uno de los dos npcs.
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Fehu
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Re: El árbol de Imbar [Desafío]
La aventura en alta mar a bordo del Mary había terminado y con ella la pequeña travesura del Dios Bragiväl de haberla convertido en un espíritu de agua. Su vida parecía haber vuelto a la normalidad; el trabajo en el hospital de Lunargenta seguía siendo el mismo, sus peleas con Frederick, todo seguía igual que antes del carnaval. Solo había un pequeño inconveniente, y es que su familia aun creía que se encontraba estudiando con los sacerdotes sanadores cuando en realidad tenía meses viviendo con un humano y una elfita. En todo ese tiempo solo se había comunicado con Allen por medio de la lechuza blanca y por lo que sabía no faltaría mucho para que el Clan Elaynor se enterase de sus verdaderas travesuras. Le apenaba no poder tener más contacto con su hermano gemelo, pero volver a terreno de cualquiera de las ramas sería prácticamente un suicidio.
Claro que esto no evitó que por descuido se terminase dirigiendo justamente a Sandorai en lugar de seguir el camino a su hogar en los bosques del este. Los orbes azulados parpadearon confundidos, mirando en todas direcciones para tratar de entender cómo fue que sus pies terminaron llevándola hasta ahí, siendo que debía evitar a toda costa encontrarse con cualquier miembro de su familia. Se golpeó la frente con la palma de su mano, regañándose a si misma por semejante descuido, y es que cuando se perdía en sus pensamientos se perdía de verdad. No todo era tan malo, solo debía dar media vuelta y huir tan rápido como le fuese posible antes de que la descubriesen. Claro que decirlo era más fácil que hacerlo, después de todo, Sandorai siempre tendría una especie de efecto sobre ella, como si tratase de recordarle que no importaba lo que hiciese todos los caminos llevarían siempre a casa.
Tomó una pequeña bocanada de aire, aspirando el dulce aroma natural que tanto había extrañado y se dispuso a continuar con su viaje de regreso. Se preguntaba qué sería de Allen en esos momentos. ¿La extrañaría tanto como ella a él? ¿Su abuelo se habría tragado el cuento de los estudios? Normalmente trataba de no pensar en eso para evitar el horrible sentimiento de culpa que le recorría cuando se acordaba que ella había hecho exactamente lo mismo que su madre, pero en ocasiones le costaba trabajo olvidarlo y terminaba enredada en sus propios sentimientos. Afortunadamente en esta ocasión algo le hizo olvidar tal situación, pues de la nada un par de gritos captaron su atención a unos cuantos metros de su posición. Con pasos indecisos se acercó hasta el origen del alboroto, llevándose una sorpresa al ver que uno de sus compatriotas sostenía una acalorada discusión con un forastero.
—Un guardia…
Susurró reconociendo las ropas que el sujeto llevaba, aunque lo más importante era la razón por la que él se encontraba ahí. El elfo le reclamaba por haberse acercado al enorme y hermoso árbol que yacía frente a ellos, mismo que la ojiazul reconoció como el árbol dedicado a la Diosa Imbar. La familia Elaynor era devota a ella, siempre que podía iba a visitarlo, aunque había pasado un largo tiempo desde que estuvo ahí jamás olvidaría el hermoso follaje que rodeaba a tan imponente creación. Una vocecilla en su cabeza le decía que siguiese su camino y no se inmiscuyera en lo que estaba pasando; desgraciadamente su instinto altruista se apiadó del forastero, optando por brindarle una mano para evitar que aquello resultase en una tragedia, especialmente después de que el elfo sacase su espada de manera amenazante.
—Alto —señaló con seriedad, captando la atención de ambos—. Este es un lugar sagrado —mostró el collar de la familia Elaynor en cuyo centro yacía un árbol en honor a la Diosa Imbar—. Estoy segura de que podemos arreglar cualquier contratiempo sin necesidad de deshonrar a nuestra señora con tales muestras de violencia —miró a su compatriota con cierto reproche, poniéndose en medio de ambos para evitar una masacre.
—No me marcharé sin mi bolsa —volvió a insistir el guardia—. Ese pajarraco me la ha robado y es preciso que la recupere —la ojiazul levantó la vista, notando el agujero por donde sobresalía una correa de piel—, pero su amigo aquí presente no me ha entendido.
—Debe haber algo que podamos hacer —miró al elfo con un gesto más amable—. ¿No?
Por un segundo la ojiazul se golpeó mentalmente ante aquellas palabras, pues podrían lograr que su compatriota se irritase aún más y en ese caso se vería en la necesidad de elegir a uno de los dos para apoyar. Solo que no estaba segura de concordar con el elfo que de buenas a primeras sacaba su espada a cualquiera.
Claro que esto no evitó que por descuido se terminase dirigiendo justamente a Sandorai en lugar de seguir el camino a su hogar en los bosques del este. Los orbes azulados parpadearon confundidos, mirando en todas direcciones para tratar de entender cómo fue que sus pies terminaron llevándola hasta ahí, siendo que debía evitar a toda costa encontrarse con cualquier miembro de su familia. Se golpeó la frente con la palma de su mano, regañándose a si misma por semejante descuido, y es que cuando se perdía en sus pensamientos se perdía de verdad. No todo era tan malo, solo debía dar media vuelta y huir tan rápido como le fuese posible antes de que la descubriesen. Claro que decirlo era más fácil que hacerlo, después de todo, Sandorai siempre tendría una especie de efecto sobre ella, como si tratase de recordarle que no importaba lo que hiciese todos los caminos llevarían siempre a casa.
Tomó una pequeña bocanada de aire, aspirando el dulce aroma natural que tanto había extrañado y se dispuso a continuar con su viaje de regreso. Se preguntaba qué sería de Allen en esos momentos. ¿La extrañaría tanto como ella a él? ¿Su abuelo se habría tragado el cuento de los estudios? Normalmente trataba de no pensar en eso para evitar el horrible sentimiento de culpa que le recorría cuando se acordaba que ella había hecho exactamente lo mismo que su madre, pero en ocasiones le costaba trabajo olvidarlo y terminaba enredada en sus propios sentimientos. Afortunadamente en esta ocasión algo le hizo olvidar tal situación, pues de la nada un par de gritos captaron su atención a unos cuantos metros de su posición. Con pasos indecisos se acercó hasta el origen del alboroto, llevándose una sorpresa al ver que uno de sus compatriotas sostenía una acalorada discusión con un forastero.
—Un guardia…
Susurró reconociendo las ropas que el sujeto llevaba, aunque lo más importante era la razón por la que él se encontraba ahí. El elfo le reclamaba por haberse acercado al enorme y hermoso árbol que yacía frente a ellos, mismo que la ojiazul reconoció como el árbol dedicado a la Diosa Imbar. La familia Elaynor era devota a ella, siempre que podía iba a visitarlo, aunque había pasado un largo tiempo desde que estuvo ahí jamás olvidaría el hermoso follaje que rodeaba a tan imponente creación. Una vocecilla en su cabeza le decía que siguiese su camino y no se inmiscuyera en lo que estaba pasando; desgraciadamente su instinto altruista se apiadó del forastero, optando por brindarle una mano para evitar que aquello resultase en una tragedia, especialmente después de que el elfo sacase su espada de manera amenazante.
—Alto —señaló con seriedad, captando la atención de ambos—. Este es un lugar sagrado —mostró el collar de la familia Elaynor en cuyo centro yacía un árbol en honor a la Diosa Imbar—. Estoy segura de que podemos arreglar cualquier contratiempo sin necesidad de deshonrar a nuestra señora con tales muestras de violencia —miró a su compatriota con cierto reproche, poniéndose en medio de ambos para evitar una masacre.
—No me marcharé sin mi bolsa —volvió a insistir el guardia—. Ese pajarraco me la ha robado y es preciso que la recupere —la ojiazul levantó la vista, notando el agujero por donde sobresalía una correa de piel—, pero su amigo aquí presente no me ha entendido.
—Debe haber algo que podamos hacer —miró al elfo con un gesto más amable—. ¿No?
Por un segundo la ojiazul se golpeó mentalmente ante aquellas palabras, pues podrían lograr que su compatriota se irritase aún más y en ese caso se vería en la necesidad de elegir a uno de los dos para apoyar. Solo que no estaba segura de concordar con el elfo que de buenas a primeras sacaba su espada a cualquiera.
- Collar de la familia Elaynor:
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Off: Master Fehu he basado mi post en el lore de la familia de mi personaje TuT si hay algún error con gusto editaré! Muchas gracias!
Ashryn Elaynor
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Re: El árbol de Imbar [Desafío]
La situación se estaba tensando por momentos, aunque pareciese que Robben estaba tranquilo. Era un torpe, sin duda, pero era un torpe feliz, que siempre buscaba la mejor manera para intentar salir del paso con su diálogo y sus bromas. Pero en esa ocasión había topado con alguien que no estaba dispuesto a dejarse convencer por su humor tan peculiar. Ese elfo era más de actuar que de dialogar por lo que parecía, pues al instante ya había desenfundado su espada.
En ese momento ambos se quedaron quietos para contemplar la voz de una mujer muy joven, de cabellos rubios, que se interpuso entre ellos. Robben pensó que también era otra elfa del lugar, mas no dijo nada porque no sabía si por hablar acabaría metido en más líos. El tono de la muchacha era conciliador. Mas el elfo no entendía esa postura ante la ofensa a su diosa.
-Lo único que podemos hacer es decirle que siga su camino y se aleje del altar a la Diosa Imbar.
Robben resopló notoriamente, volteando los ojos ante la baja comprensión de ese elfo. Al verlo, el guerrero de los bosques alzó su arma, pero el guardia sólo la miró, casi sin inmutarse.
-Muy bonita, caballero. Siempre he pensado que el acero élfico es el mejor, pero no estoy aquí para comparar nuestras espadas, claramente la suya es más grande. -Señaló su espada, varios centímetros más corta que la del elfo, y todavía enfundada. -Pero le insisto en que la mejor solución es que me deje recuperar mi bolsa, o lo hagan usted o esta jovencita, y me iré.
El guerrero miró a la elfa, cansado de tener que soportar al humano. Estaba a punto de atacar cuando se fijó en el collar que llevaba Ashryn. Lo había visto en más ocasiones y, aunque no sabía el nombre de la muchacha, sí entendió que ella también sentía devoción por la diosa. Bajó su arma y la miró, buscando solución al problema.
-Veo que rindes culto a nuestra señora. ¿Qué propones hacer para no deshonrarla con actos de violencia y para no lastimar su altar al tocar el árbol? La mejor solución es que este viajero prosiga su camino. -En ningún momento envainó la espada.
-Pero si no voy a lastimar nada… -Intentó justificarse, con un tono pesado, aunque la mirada del guerrero bastó para hacerle entender que tocar ese árbol no estaba entre las cosas que le permitirían hacer en Sandorai. No entendía a esos seres, estaba seguro que pateaba una piedra y algún elfo se le echaría encima por golpear una roca sagrada de no-se-qué Dios. Esta los hierbajos eran sagrados en ese lugar.
-¿Y bien? –Insistió el guerrero a su compatriota para ver cuál era su elección.
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Ashryn: Tu siempre tan buena... Pero intentar calmarlos a los dos no va a hacer que la bolsa caiga del cielo, ¿no crees? Te tocará pensar algo antes de que la sangre llegue al río entre ambos. Ten en cuenta que Robben no va a irse sin su bolsa, y el elfo no quiere dejar que la coja. Tu objetivo principal será un tanto peliagudo: recuperar la bolsa del guardia sin dañar ni malograr el altar a tu vuestra diosa. ¿Podrás hacerlo?
Fehu
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Re: El árbol de Imbar [Desafío]
Su compatriota no parecía estar muy complacido con la presencia de aquel humano en el bosque, pero tampoco debía exagerar al punto de llevar todo a la violencia. Esto último fue lo que ocasionó que la ojiazul suspirara con frustración, pues no le agradaba cuando alguien suponía que las cosas solo podían resolverse de forma bélica. Por si fuera poco, el guardia tampoco cooperaba, lanzando peculiares bromas acerca de la espada que el elfo mostraba con cara de pocos amigos, logrando que la princesa de los Elaynor se golpeara la frente con la palma de su mano, considerando la idea de seguir apoyándolo. Miró al humano cuando éste hizo mención a que ella se encargase de recuperar la bosa; esa no era la idea, ella solo estaba ahí para evitar una masacre frente al altar de la Diosa Imbar, no para meterse en problemas…otra vez.
Desafortunadamente el elfo le miró con cierta dubitación, esperando el brillante aporte que la rubia debería tener en su cabeza como para evitar que él se encargase de despachar a tan insistente sujeto; a lo que la joven solo atinó a parpadear con confusión. Debería empezar a hacer caso a su abuelo y mantener la boca cerrada, puesto que hablar solo le atraía un montón de desgracias. Fuese como fuese, ahora la de orbes azulados tendría que idear un brillante plan para tener a los dos hombres contentos, y no es como que ella fuese muy buena en el arte de sacar estrategias que realmente funcionasen. Luego de pensar durante un par de segundos llegó a la conclusión de que lo único que podría hacer por el guardia sería recuperarle la bolsa sin tocar el bendito árbol, aunque de bruja telequinetica tenía lo mismo que de prudencia: absolutamente nada. Bueno, algo se le tendría que ocurrir.
—Solo debo recuperar la bolsa sin tocar el árbol, ¿verdad? —Miró a ambos hombres—. Bien, creo que tengo una idea —hizo una pequeña pausa, mirando en todas direcciones—. Supongo que puede funcionar —observó una alternativa a pocos metros de su posición—. Venga conmigo —jaló al guardia del brazo.
—Normalmente ningún hombre se quejaría de disfrutar de esta posición, pero ya le dije que no puedo irme sin mi bolsa —insistió el hombre, mirándola con cierto reproche, buscando soltarse del agarre—, y el tiempo no está a mi favor.
—Escuche —la ojiazul se acercó hasta un tronco que yacía en el suelo, cubierto casi en su totalidad por musgo y hierbas—. Si lo dejo con ese hombre lo más seguro es que terminen en una batalla, y no es que dude de sus habilidades, pero se encuentra en territorio poco ventajoso —lo miró, haciendo una pequeña pausa—. ¿Tiene una daga que me preste? —El guardia suspiró con frustración, extendiéndole una especie de navaja—. Si le hace algo al árbol o a mi compatriota lo más es seguro es que en menos de dos minutos se vea rodeado por una turba de ellos, así que déjeme intentar resolver esto de manera que no tenga que llevarlo hasta mi consultorio para evitarle morir desangrado.
— ¿Y qué es lo que planea?
Preguntó finalmente al entender que nada la haría cambiar de opinión, observándola cortar aquel viejo y hueco tronco con mucho cuidado. La ojiazul pudo haberle solicitado que él se encargase de realizar aquella tarea, más no quería darle motivos al elfo para atacar al humano, pues se encontraba ahí para evitar una masacre y no para avivarla. Unos minutos de poner demasiado esfuerzo en hacer los cortes necesarios a la madera, la cual, aunque se encontraba algo gastada, era una rival formidable para la pequeña daga que el guardia le había prestado. Bien pudo usar una rama de cualquier otro árbol, pero sabía que arrancarla le costaría mucho y las que se encontraban regadas en el suelo eran demasiado cortas como para lograr su propósito. Sonrió triunfante cuando consiguió extraer una especie de lanza de un par de metros de largo, mostrándole al humano su resultado, aunque éste no pareció entenderle bien. Le regresó la daga al guardia y volvió al árbol de Imbar, cuidando de no romper su recién adquirido método de salida.
La idea era simple: usar el palo para hacerse con la bolsa sin tener que tocar el altar. La idea no era muy ortodoxa, pero tampoco es como que fuese la peor; solo que la pequeña elfa erró en el cálculo de la altitud, dejando de lado el hecho de que ella era bastante bajita, así que, al acercar su instrumento para realizar la tarea, se percató de que le faltaban unos cuantos centímetros para lograr su cometido de manera satisfactoria. Maldita genética, maldito árbol, maldito pajarraco, maldita su suerte. Sí, ahora todos tenían la culpa a sus ojos. Infló las mejillas con frustración y buscó idear un nuevo plan. ¡Solo eran un par de centímetros! ¿Acaso sus padres no pudieron brindarle una mejor altura? No, tenían que haberla hecho pequeña y menuda. Menudo fallo en la procreación; porque, claro, a Allen si le dieron todas las cualidades y a ella ni siquiera por ser la mayor le tuvieron consideración. Bueno, en el fondo ya sabía que nada de eso era culpa de nadie más que del humano, pero si lo reconocía a viva voz solo terminaría poniéndolo en un mayor peligro.
—Al suelo —le indicó al guardia con un extraño gesto, como quién logra formular una maravillosa hipótesis.
— ¿Q-Qué? —El hombre parpadeó confundido por aquella disparatada solicitud.
—Necesito un poco más de altura, así que si no quiere que lo deje aquí sin la fulana bolsa tendrá que ayudarme —lo miró con seriedad, aunque seguramente de seriedad no tenía nada, pues nadie en su sano juicio le temería a un rostro de muñeca con las mejillas infladas cual ardilla bebé molesta—. ¡Ahora!
El guardia apoyó ambos brazos y piernas en el césped con inseguridad, a esas alturas ya no podría decirse si estaba agradecido o decepcionado por la ‘‘ayuda’’ de la pequeña elfa. Ashy por su parte subió a la espalda del humano, buscando mantener el equilibrio lo suficiente como para no caerse, y comenzó a acercar la delgada madera hasta el hueco donde podía vislumbrar la correa de la dichosa bolsa. Varios intentos le fueron necesarios para lograr engancharla a la extremidad de la vara y así sacarla lentamente desde el escondite; pero no contaba con que el ave no estaría muy complacida por el allanamiento de su morada, y no dudaría en jalar la otra correa, peleando por quedarse con el sagrado artefacto. La princesa de los Elaynor tuvo que maniobrar lo mejor que pudo para evitar que el pajarraco terminara quitándole la bolsa, que tanto trabajo le había costado conseguir, aunque la peor parte la llevó el guardia, quien seguramente no estaba muy cómodo de tener a la joven bailando en su espalda durante esos quince largos minutos.
—No es precisamente la idea que tenía acerca de dejar que una mujer hiciese todo el trabajo —se quejó con un tono jocoso, aunque la inocente rubia poco llegaría a entender el trasfondo de esas palabras.
— ¡Suéltalo de una vez! —Exclamó ella al pajarraco, tirando de la correa una vez más cuando el infame guardia tuvo la brillante idea de moverse—. E-Espera…
El ave soltó la bolsa, el guardia cayó, ella cayó, la bolsa cayó, y todo lo que la ojiazul pudo observar fueron estrellas volando sobre ella y un fuerte dolor de cabeza. Definitivamente volver a casa no había sido la mejor de sus ideas, aquello le dejaría una fuerte cicatriz. Con esfuerzos logró reincorporarse, notando que la bolsa yacía a unos metros de ella, enganchada aun al extremo de la vara. El elfo arqueó una ceja con un gesto extraño, a lo que la rubia solo pudo atinar a soltar una risita nerviosa, esperándose lo peor. Bueno, no lo peor, pero si algo que seguramente le dolería más que la herida de su cabeza, la cual seguramente tendría que suturar para evitar que siguiese sangrando. Al menos el objeto ya se encontraba en manos de su dueño y el altar a Imbar no había sido profanado de ninguna manera, ojalá pudiese decir lo mismo de su persona.
—N-No lo toqué…
Se apresuró a agregar, tratando de enfocar la borrosa visión en el rostro de su compatriota. Ciertamente no había puesto una mano encima al árbol, aunque a esas alturas ya no le sorprendería que el guardia volviese a decir algo que echara a perder todo su esfuerzo.
Desafortunadamente el elfo le miró con cierta dubitación, esperando el brillante aporte que la rubia debería tener en su cabeza como para evitar que él se encargase de despachar a tan insistente sujeto; a lo que la joven solo atinó a parpadear con confusión. Debería empezar a hacer caso a su abuelo y mantener la boca cerrada, puesto que hablar solo le atraía un montón de desgracias. Fuese como fuese, ahora la de orbes azulados tendría que idear un brillante plan para tener a los dos hombres contentos, y no es como que ella fuese muy buena en el arte de sacar estrategias que realmente funcionasen. Luego de pensar durante un par de segundos llegó a la conclusión de que lo único que podría hacer por el guardia sería recuperarle la bolsa sin tocar el bendito árbol, aunque de bruja telequinetica tenía lo mismo que de prudencia: absolutamente nada. Bueno, algo se le tendría que ocurrir.
—Solo debo recuperar la bolsa sin tocar el árbol, ¿verdad? —Miró a ambos hombres—. Bien, creo que tengo una idea —hizo una pequeña pausa, mirando en todas direcciones—. Supongo que puede funcionar —observó una alternativa a pocos metros de su posición—. Venga conmigo —jaló al guardia del brazo.
—Normalmente ningún hombre se quejaría de disfrutar de esta posición, pero ya le dije que no puedo irme sin mi bolsa —insistió el hombre, mirándola con cierto reproche, buscando soltarse del agarre—, y el tiempo no está a mi favor.
—Escuche —la ojiazul se acercó hasta un tronco que yacía en el suelo, cubierto casi en su totalidad por musgo y hierbas—. Si lo dejo con ese hombre lo más seguro es que terminen en una batalla, y no es que dude de sus habilidades, pero se encuentra en territorio poco ventajoso —lo miró, haciendo una pequeña pausa—. ¿Tiene una daga que me preste? —El guardia suspiró con frustración, extendiéndole una especie de navaja—. Si le hace algo al árbol o a mi compatriota lo más es seguro es que en menos de dos minutos se vea rodeado por una turba de ellos, así que déjeme intentar resolver esto de manera que no tenga que llevarlo hasta mi consultorio para evitarle morir desangrado.
— ¿Y qué es lo que planea?
Preguntó finalmente al entender que nada la haría cambiar de opinión, observándola cortar aquel viejo y hueco tronco con mucho cuidado. La ojiazul pudo haberle solicitado que él se encargase de realizar aquella tarea, más no quería darle motivos al elfo para atacar al humano, pues se encontraba ahí para evitar una masacre y no para avivarla. Unos minutos de poner demasiado esfuerzo en hacer los cortes necesarios a la madera, la cual, aunque se encontraba algo gastada, era una rival formidable para la pequeña daga que el guardia le había prestado. Bien pudo usar una rama de cualquier otro árbol, pero sabía que arrancarla le costaría mucho y las que se encontraban regadas en el suelo eran demasiado cortas como para lograr su propósito. Sonrió triunfante cuando consiguió extraer una especie de lanza de un par de metros de largo, mostrándole al humano su resultado, aunque éste no pareció entenderle bien. Le regresó la daga al guardia y volvió al árbol de Imbar, cuidando de no romper su recién adquirido método de salida.
La idea era simple: usar el palo para hacerse con la bolsa sin tener que tocar el altar. La idea no era muy ortodoxa, pero tampoco es como que fuese la peor; solo que la pequeña elfa erró en el cálculo de la altitud, dejando de lado el hecho de que ella era bastante bajita, así que, al acercar su instrumento para realizar la tarea, se percató de que le faltaban unos cuantos centímetros para lograr su cometido de manera satisfactoria. Maldita genética, maldito árbol, maldito pajarraco, maldita su suerte. Sí, ahora todos tenían la culpa a sus ojos. Infló las mejillas con frustración y buscó idear un nuevo plan. ¡Solo eran un par de centímetros! ¿Acaso sus padres no pudieron brindarle una mejor altura? No, tenían que haberla hecho pequeña y menuda. Menudo fallo en la procreación; porque, claro, a Allen si le dieron todas las cualidades y a ella ni siquiera por ser la mayor le tuvieron consideración. Bueno, en el fondo ya sabía que nada de eso era culpa de nadie más que del humano, pero si lo reconocía a viva voz solo terminaría poniéndolo en un mayor peligro.
—Al suelo —le indicó al guardia con un extraño gesto, como quién logra formular una maravillosa hipótesis.
— ¿Q-Qué? —El hombre parpadeó confundido por aquella disparatada solicitud.
—Necesito un poco más de altura, así que si no quiere que lo deje aquí sin la fulana bolsa tendrá que ayudarme —lo miró con seriedad, aunque seguramente de seriedad no tenía nada, pues nadie en su sano juicio le temería a un rostro de muñeca con las mejillas infladas cual ardilla bebé molesta—. ¡Ahora!
El guardia apoyó ambos brazos y piernas en el césped con inseguridad, a esas alturas ya no podría decirse si estaba agradecido o decepcionado por la ‘‘ayuda’’ de la pequeña elfa. Ashy por su parte subió a la espalda del humano, buscando mantener el equilibrio lo suficiente como para no caerse, y comenzó a acercar la delgada madera hasta el hueco donde podía vislumbrar la correa de la dichosa bolsa. Varios intentos le fueron necesarios para lograr engancharla a la extremidad de la vara y así sacarla lentamente desde el escondite; pero no contaba con que el ave no estaría muy complacida por el allanamiento de su morada, y no dudaría en jalar la otra correa, peleando por quedarse con el sagrado artefacto. La princesa de los Elaynor tuvo que maniobrar lo mejor que pudo para evitar que el pajarraco terminara quitándole la bolsa, que tanto trabajo le había costado conseguir, aunque la peor parte la llevó el guardia, quien seguramente no estaba muy cómodo de tener a la joven bailando en su espalda durante esos quince largos minutos.
—No es precisamente la idea que tenía acerca de dejar que una mujer hiciese todo el trabajo —se quejó con un tono jocoso, aunque la inocente rubia poco llegaría a entender el trasfondo de esas palabras.
— ¡Suéltalo de una vez! —Exclamó ella al pajarraco, tirando de la correa una vez más cuando el infame guardia tuvo la brillante idea de moverse—. E-Espera…
El ave soltó la bolsa, el guardia cayó, ella cayó, la bolsa cayó, y todo lo que la ojiazul pudo observar fueron estrellas volando sobre ella y un fuerte dolor de cabeza. Definitivamente volver a casa no había sido la mejor de sus ideas, aquello le dejaría una fuerte cicatriz. Con esfuerzos logró reincorporarse, notando que la bolsa yacía a unos metros de ella, enganchada aun al extremo de la vara. El elfo arqueó una ceja con un gesto extraño, a lo que la rubia solo pudo atinar a soltar una risita nerviosa, esperándose lo peor. Bueno, no lo peor, pero si algo que seguramente le dolería más que la herida de su cabeza, la cual seguramente tendría que suturar para evitar que siguiese sangrando. Al menos el objeto ya se encontraba en manos de su dueño y el altar a Imbar no había sido profanado de ninguna manera, ojalá pudiese decir lo mismo de su persona.
—N-No lo toqué…
Se apresuró a agregar, tratando de enfocar la borrosa visión en el rostro de su compatriota. Ciertamente no había puesto una mano encima al árbol, aunque a esas alturas ya no le sorprendería que el guardia volviese a decir algo que echara a perder todo su esfuerzo.
Ashryn Elaynor
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Re: El árbol de Imbar [Desafío]
La joven elfina tenía una idea para recuperar la bolsa sin tocar el altar sagrado, mas no parecía que al elfo le hiciera mucha gracia. Lo bueno es que había envainado la espada y miraba atónico cómo su compatriota se había hecho con una vara y trataba, sin éxito, de recuperar la bolsa.
Robben también se había quedado sin palabras. Una desconocida que paseaba por el bosque estaba tratando de alcanzar su saquito con una rama larga. Increíble. Pero lo más increíble fue cuando le pidió que se echase al suelo para subirse encima y tratar de recuperarla. ¡Aquello era surrealista! Si no fuera porque estaban muy cerca de un árbol sagrado, el elfo se hubiese caído al suelo de la risa. Esa situación era muy cómica y ridícula. No sabía si reírse de la joven o echarla de allí. Pero sin duda, el momento era único. Ya tenía algo que contarles a sus compañeros de guardia cuando regresase a su poblado.
Y casi lo mismo pensaba Robben, tenía una anécdota que contar: una elfa se le había subido encima. Literal. Sin connotaciones sexuales. Ver a ese pequeño ser tratar de alcanzar la bolsa con una vara era inaudito. Lo peor vino después, cuando se cayó. El guardia de Lunargenta también quedó tendido en el suelo y el elfo se acercó a ver cómo estaban, aunque sin decir nada. Sólo torció el gesto cuando vio a la elfita excusarse.
-Bien, ya lo tienen. Ahora fuera. -Quería parecer serio aunque en su mente le había divertido ver a su compatriota hacer eso. Por otra parte le parecía tan estúpido que alguien de su raza ayudase a un humano a costa de poder cometer un pecado al tocar ese árbol. Por suerte, no lo hizo.
Antes de irse, el guardia élfico se acercó a la rubia y posó su mano donde se abría la herida que se había hecho al caer de forma tan ridícula. En voz baja honró a sus dioses con varias oraciones a fin de que le ayudasen a sanar a la joven del clan Elaynor. -Ten más cuidado. Ya puedes partir. -Dijo al cabo de unos largos minutos.
El otro guardia, pese a que insistía en la prisa que tenía, permanecía ahí, esperando a algo. El elfo se incorporó y volvió a insistir en que prosiguiera su viaje.
-Un momento, amigo de puntiagudas orejas. Tu amiga me ha ayudado, ¿qué menos que darle una recompensa? A ti no, que casi me rajas el cuello. -Le hizo un gesto burlesco con la cara y, a pesar de la desaprobación del guerrero, se acercó a Ashryn y le tendió un pequeño paquetito envuelto en un trapo. -Muchas gracias, joven elfa. Me voy ya, no sea que tu amigo acabo sacando de nuevo su espada.
Dicho eso, se fue, enganchándose bien la bolsa a su cinturón para que no volviera a perderse.
Al ver que ya no había humanos desagradables rondando cerca del altar, el elfo también se despidió de ella y se fue a proseguir con sus funciones. Ahora ya sí, Ashryn podría descansar.
_________________________________________
Ashryn: ¡Has conseguido contentar a dos partes enfrentadas! No has tocado el altar y has conseguido recuperar la bolsa con ciertos métodos muy... Peculires. Eres ingeniosa, sin duda, y has ayudado a una persona que lo necesitaba, pese a no conocerla. Incluso, casi haces que ese guerrero tan soso se ría, seguro que no se olvidará de ti ni de tu torpeza.
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Objeto: Alforja de Castinur
- Descripción:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Esta pequeña bolsa te permitirá guardar hasta 10 objetos, sin importar el tamaño. Tampoco te pesará, parecerá que no llevas nada. Y sólo con pensar qué deseas tomar de tu alforja, el objeto aparecerá en tu mano, no tendrás que rebuscar. Úsalo bien, joven elfa.
Fehu
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