Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
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Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Sin duda Elizabeth era una buena guía. Tras todo el día caminando, pronto el olor de la humedad llegó a mi olfato, el lago estaba cerca.
-Mmmm... me muero por dar un trago de agua... -me relamí los secos labios. Hacía mucho que el agua se nos había acabado, así como la comida.
El camino había sido agotador en aquellas condiciones, pero no había otra opción. Vista la situación de emergencia que vivía Aerandir en aquel momento, había que llevar acabo grandes esfuerzos si querías sobrevivir, en especial cuando habías contraído la maldita enfermedad.
Mientras caminábamos, le había contado a Elizabeth todo lo ocurrido con [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y como había caído enfermo. La chica había escuchado aterrada ciertas partes de la historia, aunque no sabía muy bien cual era su opinión sobre todo aquello.
Justamente había acabado de contar la historia, cuando alcanzamos una especie de montículo, desde el cual pudimos divisar el extenso lago que se perdía en un horizonte marcado por los colores del atardecer.
-Es enorme... - dije con los ojos totalmente abiertos e incrédulos. Era la primera vez que veía el famoso lago que reinaba en el centro de Aerandir. - Es como un mar dentro de la tierra. - puede que no fueran las mejores palabras para expresarlo, pero, en aquel momento, si que lo eran para un niño de dieciséis años, que no sabía prácticamente nada del mundo en el que vivía.
Elizabeth sonrió a mi lado ante la cómica expresión que seguramente otorgaba mi rostro, o por lo menos lo que ella podía ver de él.
Iba a replicar cuando el aire nos trajo el sonido de unos gritos. Ambos nos miramos el uno al otro, seguramente pensando en lo mismo, que aún no nos habíamos recuperado completamente del [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Pero.... ¿Podíamos ignorar los gritos de auxilio de alguien?
-Allá vamos otra vez... - suspiré con cansancio antes de iniciar la marcha para bajar del montículo.
En aquel momento quise ser positivo. Quise pensar que los dioses nos otorgarían alguna ayuda. Nos vendría de perlas el hecho de salvar a una persona que como recompensa nos diera algo de comer o beber. De no ser así, nuestro camino terminaría antes de lo esperado.
-Mmmm... me muero por dar un trago de agua... -me relamí los secos labios. Hacía mucho que el agua se nos había acabado, así como la comida.
El camino había sido agotador en aquellas condiciones, pero no había otra opción. Vista la situación de emergencia que vivía Aerandir en aquel momento, había que llevar acabo grandes esfuerzos si querías sobrevivir, en especial cuando habías contraído la maldita enfermedad.
Mientras caminábamos, le había contado a Elizabeth todo lo ocurrido con [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y como había caído enfermo. La chica había escuchado aterrada ciertas partes de la historia, aunque no sabía muy bien cual era su opinión sobre todo aquello.
Justamente había acabado de contar la historia, cuando alcanzamos una especie de montículo, desde el cual pudimos divisar el extenso lago que se perdía en un horizonte marcado por los colores del atardecer.
-Es enorme... - dije con los ojos totalmente abiertos e incrédulos. Era la primera vez que veía el famoso lago que reinaba en el centro de Aerandir. - Es como un mar dentro de la tierra. - puede que no fueran las mejores palabras para expresarlo, pero, en aquel momento, si que lo eran para un niño de dieciséis años, que no sabía prácticamente nada del mundo en el que vivía.
Elizabeth sonrió a mi lado ante la cómica expresión que seguramente otorgaba mi rostro, o por lo menos lo que ella podía ver de él.
Iba a replicar cuando el aire nos trajo el sonido de unos gritos. Ambos nos miramos el uno al otro, seguramente pensando en lo mismo, que aún no nos habíamos recuperado completamente del [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Pero.... ¿Podíamos ignorar los gritos de auxilio de alguien?
-Allá vamos otra vez... - suspiré con cansancio antes de iniciar la marcha para bajar del montículo.
En aquel momento quise ser positivo. Quise pensar que los dioses nos otorgarían alguna ayuda. Nos vendría de perlas el hecho de salvar a una persona que como recompensa nos diera algo de comer o beber. De no ser así, nuestro camino terminaría antes de lo esperado.
Última edición por Ircan el Vie Jul 28, 2017 6:52 pm, editado 1 vez
Ircan
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Aquella enfermedad era una niebla negra que iba invadiendo cada rincón, cada recoveco, tragándose el paisaje y a todo ser vivo que no huyese lo suficientemente rápido. En el aire se sentía el aroma a muerte y putrefacción, aunque ella no pudiese ver los cadáveres, sabía que estaban allí. Era un aroma tan sutil pero persistente, tanto así que llegaba a ser pesado y doloroso, pues se te metía por las fosas nasales, bajando hasta los pulmones y allí se convertía en veneno que se iba regando al resto del cuerpo. Si te quedabas cerca mucho tiempo, enfermabas.
Por eso Akanke viajaba, huyendo de la niebla negra, hacia el sur, donde viven los elfos. Allí la niebla no se atrevería a llegar. Los elfos no lo permitían. Pero tenía que cruzar la arboleda central primero, atravesar ese bosque denso y peligroso.
Trataba de avanzar rápido, tenía que dejar atrás esa maldita niebla podrida, poner distancia entre la muerte y su vida. Al acercarse la noche, sintió la urgencia de correr. Se sabía acechada, no por la enfermedad, sino por algo más que la quería cazar. Era una sensación que la amedrentaba hasta que se convirtió en una horrible realidad. Comenzó a sentir las pisadas, el asqueroso aroma que emitía... que emitían. Sabiendo que su presa los había descubierto, comenzaron a hacer ruidos, atormentando a la cuadrúpeda presa en la cual se habían fijado un par de kilómetros atrás.
Era un grupo de 5 wendigos, liderado por un enorme alfa, cuya espalda estaba llena de largas púas. Era casi tan grande como Akanke. Cuando se cansó de huir, la centáuride se detuvo para hacerles frente. Aferrándose a su báculo los esperó. Los pequeños ojos de las criaturas destellaron entre las sombras y ella los odió por perseguirla, por pensar en cazarla. Era el colmo. Ella no lo iba a aceptar ni se rendiría a la trágica suerte de ser devorada por esos pestilentes y malditos animales.
Formaron un círculo al rededor de ella, cercándola amenazantes, gruñendo, mostrando la hilera de afilados dientes. Hilos de espesa saliva escurrían de entre sus fauces. Avanzaban enterrando las garras en el blando suelo del bosque, el cual se quedó inmóvil, siendo testigo silente de aquel enfrentamiento. Dos de los wendigos menores saltaron sobre Akanke, uno de frente y otro sobre su lomo. Aquel que iba directo a su cuello recibió un certero golpe en la cabeza que lo estrelló contra un árbol. El segundo, aunque logró engancharse en su anca, fue atravesado por el extremo en punta del báculo de la centáuride. Empalado, chilló de dolor mientras ella lo levantaba por los aires y lo lanzaba lejos, para dejarlo morir desangrado. Alcanzó a morderla, dejando una enorme herida que sangraba sin parar, tiñendo su negro pelaje de un tono carmesí.
El wendigo mayor la miró con furia y con un rugido, hizo que los otros dos saltaran sobre ella sin darle tiempo de reponerse del primer ataque. Ambos cayeron sobre ella, tumbándola al piso. Logró interponer su báculo entre las bestias y su cuerpo, como una agónica barrera entre sus fauces y su cuello. Con dificultad logró apoyar sus patas traseras e impulsarse, empujando a las bestias, quienes saltaron de nuevo, pero esta vez, ella ya estaba parada sobre, levanto sus patas delanteras y los golpeó con fuerza, tumbándolos para poderlos pisotear hasta que sus cabezas no fueron más que una masa sanguinolenta de carne y huesos.
Akanke gritó, adolorida, la mordida en su lomo le ardía. La sangre no dejaba de brotar y ahora se formaba una espuma viscosa. El wendigo mayor la observó, caminando lentamente, midiendo a su presa. Ella también lo miraba analizándolo, llegó a pensar que el otro la miraba con sorna. Además de la enorme mordida, tenía los brazos cubiertos de heridas, algunas sangraban, otras eran cortes superficiales, pero todas quemaban como si tuviese carbón prendido pegado a la piel.
El wendigo mayor se lanzó hacia ella, primero con un manotazo que ella pudo esquivar. No se lanzó directamente sobre ella, había notado la relativa facilidad con que había derrotado a los otros, así que se mostraba prudente. La bestia se debatía entre atacar, impulsado por el aroma a sangre que emanaba su presa, y el medirse para evitar recibir los golpes que esta estaba dispuesta a dar. Pero la lógica y el razonamiento no son características de los wendigos, así que pudo más la sed de sangre y carne. Se lanzó y Akanke lo estaba esperando, pero era enorme y pesado, así que la derribó y le clavó los colmillos en el hombro, haciéndola gritar de dolor. Sus patas golpeaban el vientre y pecho del wendigo. Había soltado su báculo y lo único que atinó a hacer, fue agarrar con sus manos la cabeza de este y empujarlo. Logró alejarlo, pero él se llevó entre sus dientes un pedazo de su carne. Hundió los pulgares en los ojos del animal que chilló de dolor cuando sus globos oculares explotaban bajo la presión de los dedos de Akanke. Ella gritaba también, de dolor, ira, furia y asco al sentir cómo las bolitas cedían a su fuerza y perforaban, la desagradable sensación gelatinosa de los ojos del animal.
El bicho soltó a Akanke y salió disparado, corriendo entre los árboles, golpeándose, loco de dolor. Akanke quedó tirada en el piso, temblando. No de miedo sino de dolor. La saliva de los wendigos era venenosa y la mujer pronto comenzó a sudar una terrible fiebre que hizo que comenzara a ver borroso. Alcanzó su báculo y, apoyándose en el se puso de pie y avanzó dando tumbos, tenía que llegar al bosque de los elfos, tenía que huir de la enfermedad.
Por eso Akanke viajaba, huyendo de la niebla negra, hacia el sur, donde viven los elfos. Allí la niebla no se atrevería a llegar. Los elfos no lo permitían. Pero tenía que cruzar la arboleda central primero, atravesar ese bosque denso y peligroso.
Trataba de avanzar rápido, tenía que dejar atrás esa maldita niebla podrida, poner distancia entre la muerte y su vida. Al acercarse la noche, sintió la urgencia de correr. Se sabía acechada, no por la enfermedad, sino por algo más que la quería cazar. Era una sensación que la amedrentaba hasta que se convirtió en una horrible realidad. Comenzó a sentir las pisadas, el asqueroso aroma que emitía... que emitían. Sabiendo que su presa los había descubierto, comenzaron a hacer ruidos, atormentando a la cuadrúpeda presa en la cual se habían fijado un par de kilómetros atrás.
Era un grupo de 5 wendigos, liderado por un enorme alfa, cuya espalda estaba llena de largas púas. Era casi tan grande como Akanke. Cuando se cansó de huir, la centáuride se detuvo para hacerles frente. Aferrándose a su báculo los esperó. Los pequeños ojos de las criaturas destellaron entre las sombras y ella los odió por perseguirla, por pensar en cazarla. Era el colmo. Ella no lo iba a aceptar ni se rendiría a la trágica suerte de ser devorada por esos pestilentes y malditos animales.
Formaron un círculo al rededor de ella, cercándola amenazantes, gruñendo, mostrando la hilera de afilados dientes. Hilos de espesa saliva escurrían de entre sus fauces. Avanzaban enterrando las garras en el blando suelo del bosque, el cual se quedó inmóvil, siendo testigo silente de aquel enfrentamiento. Dos de los wendigos menores saltaron sobre Akanke, uno de frente y otro sobre su lomo. Aquel que iba directo a su cuello recibió un certero golpe en la cabeza que lo estrelló contra un árbol. El segundo, aunque logró engancharse en su anca, fue atravesado por el extremo en punta del báculo de la centáuride. Empalado, chilló de dolor mientras ella lo levantaba por los aires y lo lanzaba lejos, para dejarlo morir desangrado. Alcanzó a morderla, dejando una enorme herida que sangraba sin parar, tiñendo su negro pelaje de un tono carmesí.
El wendigo mayor la miró con furia y con un rugido, hizo que los otros dos saltaran sobre ella sin darle tiempo de reponerse del primer ataque. Ambos cayeron sobre ella, tumbándola al piso. Logró interponer su báculo entre las bestias y su cuerpo, como una agónica barrera entre sus fauces y su cuello. Con dificultad logró apoyar sus patas traseras e impulsarse, empujando a las bestias, quienes saltaron de nuevo, pero esta vez, ella ya estaba parada sobre, levanto sus patas delanteras y los golpeó con fuerza, tumbándolos para poderlos pisotear hasta que sus cabezas no fueron más que una masa sanguinolenta de carne y huesos.
Akanke gritó, adolorida, la mordida en su lomo le ardía. La sangre no dejaba de brotar y ahora se formaba una espuma viscosa. El wendigo mayor la observó, caminando lentamente, midiendo a su presa. Ella también lo miraba analizándolo, llegó a pensar que el otro la miraba con sorna. Además de la enorme mordida, tenía los brazos cubiertos de heridas, algunas sangraban, otras eran cortes superficiales, pero todas quemaban como si tuviese carbón prendido pegado a la piel.
El wendigo mayor se lanzó hacia ella, primero con un manotazo que ella pudo esquivar. No se lanzó directamente sobre ella, había notado la relativa facilidad con que había derrotado a los otros, así que se mostraba prudente. La bestia se debatía entre atacar, impulsado por el aroma a sangre que emanaba su presa, y el medirse para evitar recibir los golpes que esta estaba dispuesta a dar. Pero la lógica y el razonamiento no son características de los wendigos, así que pudo más la sed de sangre y carne. Se lanzó y Akanke lo estaba esperando, pero era enorme y pesado, así que la derribó y le clavó los colmillos en el hombro, haciéndola gritar de dolor. Sus patas golpeaban el vientre y pecho del wendigo. Había soltado su báculo y lo único que atinó a hacer, fue agarrar con sus manos la cabeza de este y empujarlo. Logró alejarlo, pero él se llevó entre sus dientes un pedazo de su carne. Hundió los pulgares en los ojos del animal que chilló de dolor cuando sus globos oculares explotaban bajo la presión de los dedos de Akanke. Ella gritaba también, de dolor, ira, furia y asco al sentir cómo las bolitas cedían a su fuerza y perforaban, la desagradable sensación gelatinosa de los ojos del animal.
El bicho soltó a Akanke y salió disparado, corriendo entre los árboles, golpeándose, loco de dolor. Akanke quedó tirada en el piso, temblando. No de miedo sino de dolor. La saliva de los wendigos era venenosa y la mujer pronto comenzó a sudar una terrible fiebre que hizo que comenzara a ver borroso. Alcanzó su báculo y, apoyándose en el se puso de pie y avanzó dando tumbos, tenía que llegar al bosque de los elfos, tenía que huir de la enfermedad.
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Sacerdotisa del Templo de los Monos
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Habíamos llegado a nuestro destino. Desde aquel altozano nos azotaba la suave brisa que desprendía el lago. Sonreí con esperanzas... aunque la extensión no parecía tener buen aspecto, resultaba extraño que ningún animal, o si quiera algún que otro bicho rondara al rededor. Percibía la soledad de aquella gran laguna y todo lo que la cubría. Tal vez era sólo una teoría pero... ¿Podría ser tan alarmante la maldición que hasta el lago había caído en la desgracia? Temía que pueda ser arriesgado teniendo en cuenta que nos traería grandes problemas si tal agua estaba infectada. Con semejante viaje mis energías no darían a basto sin siquiera una gota de agua... mucho menos para el encapuchado que comenzaba a sentirse aún peor.
El dolor de mi cadera comenzaba a disminuir con las horas y agradecía aquello, ya que había decidido guardar el ungüento que sobró, en lugar de ingerirlo. Podía soportar dolores musculares, más no el estar sin agua y eso comenzaba a desesperarme, sólo esperaba que no estuviese contaminada o algo por el estilo.
Sin embargo, no me atreví a comentarle mis dudas al ver como el encapuchado parecía estar satisfecho con estar frente al lago. Incluso me causó gracia por la ocurrencia absurda que le había surgido al admirar la longitud del lugar. E iba a criticar aquella frase si no fuera porque desde la lejanía se oían ciertos bramidos que clamaban auxilio. Respondí a la mirada de duda del hombre y supe en aquel instante que, aunque no podía ver completamente su rostro, tenía la necesidad de saber lo que estaba sucediendo o quién corría peligro. Yo, en cambio... prefería ignorar aquellos alaridos y seguir con mi camino. No me arriesgaría a toparme con otro enfermo y mucho menos como estaba la situación en todo Aerandir.
Estaba dispuesta a darme la vuelta para seguir mi camino cuando oí al encapuchado decir con fatiga – Allá vamos otra vez...
Entonces recordé la historia que el me había comentado y me odié en aquel momento por hacerlo y por tener un poco de buenas intenciones. Suspiré con pesadez y lo seguí mientras bajábamos de aquel montículo.Caminé con desdén y con una lentitud que, la verdad, era a propósito. No me causaba mínimo sentimiento saber quien gritaba... no era de mi incumbencia.
No obstante, cuando nos adentramos en el bosque nuevamente, el encapuchado comenzó a trotar hacia una dirección específica, para así desaparecer tras unos matorrales donde se oían con más claridad los gritos. Corrí detrás de él y miré a mi al rededor para saber de su paradero... entonces lo divisé de espaldas a mi y completamente estático.
– ¿Qué estas mirando? Tenemos que irnos, Ircan. – Osé a articular con algo de capricho al ver como me ignoraba. Así que me encaminé hacia un costado y al fin pude observar lo que él observaba.
– Dios mio... – Susurré al ver a una mujer frente a nosotros con un semblante de suplicio. Por su apariencia, supe que era una mujer-bestia. Pese a eso, divisé como estaba herida, con mordidas y sangre que caía como gotas de lluvia en el acuoso suelo del bosque.
– ¿Qué esperas? ¡Ayúdame! – Grité con desesperación a Ircan, quien estaba estúpidamente como estatua sin saber que hacer. Era mucho más grande que yo, sin embargo puse todo mi empeño para que no cayera al suelo rodeándola con mis brazos. – ¡No! Mejor no me ayudes... sólo saca aquellas ramas para recostarla allí.– Cambié de opinión antes de que Ircan la tocara, o me tocara a mi.
Obviamente no tenía indicios sobre quien era o si padecía de la enfermedad... pero ya era demasiado tarde. Mis manos habían sido bañadas por su sangre y solo procuré que no lo estuviese.
La desdichada, recargando todo su peso en el báculo que llevaba, ayudó a que la dirigiera hacía aquel árbol que el encapuchado había despejado. Calló con pesadez y su ceño reflejaba todo el dolor que sentía. Tenía que hacer algo. Las mordidas que tenía se notaban infectadas y una leve espuma rosada surgía, la cual se mezclaba con la sangre que desprendía de su pelaje negro.
– Tengo que hacer algo... – Susurré mientras apretaba la zona herida de su hombro para evitar que perdiera más sangre. Aquella herida era la peor de todas.
Lo miré a Ircan en busca de alguna respuesta en vano. ¿Qué podía hacer? Sólo tenía un poco del ungüento que había preparado la otra vez y una pequeña flor para desinfectar la zona.
La mujer respiraba aprisa y con leves gotas de sudor bañando su semblante. La fiebre la estaba consumiendo y la herida desprendía sangre sin parar. Mis manos se habían teñido de ésta. ¡Estaba perdiendo mucho flujo! Necesitaba agua, pero no confiaba en la que permanecía en el lago. De todas formas no había otra opción, no podía dejar que se desmayara.
– Ve a buscar agua... Ten cuidado, puede que este infectada. – Le ordené a Ircan, mientras sacaba el poco ungüento que tenía para dárselo a la mujer que agonizaba cada vez más. El encapuchado solo asintió y desapareció entre la maleza.
Tenía que hacer uso de la flor, pero necesitaba parar el sangrado. Como último recurso desprendí una gran hoja del árbol en el que estábamos y lo até con fuerza en su hombro. Gracias a los dioses que funcionó, de alguna u otra forma tenía que esperar a que Ircan volviera, con o sin agua.
El dolor de mi cadera comenzaba a disminuir con las horas y agradecía aquello, ya que había decidido guardar el ungüento que sobró, en lugar de ingerirlo. Podía soportar dolores musculares, más no el estar sin agua y eso comenzaba a desesperarme, sólo esperaba que no estuviese contaminada o algo por el estilo.
Sin embargo, no me atreví a comentarle mis dudas al ver como el encapuchado parecía estar satisfecho con estar frente al lago. Incluso me causó gracia por la ocurrencia absurda que le había surgido al admirar la longitud del lugar. E iba a criticar aquella frase si no fuera porque desde la lejanía se oían ciertos bramidos que clamaban auxilio. Respondí a la mirada de duda del hombre y supe en aquel instante que, aunque no podía ver completamente su rostro, tenía la necesidad de saber lo que estaba sucediendo o quién corría peligro. Yo, en cambio... prefería ignorar aquellos alaridos y seguir con mi camino. No me arriesgaría a toparme con otro enfermo y mucho menos como estaba la situación en todo Aerandir.
Estaba dispuesta a darme la vuelta para seguir mi camino cuando oí al encapuchado decir con fatiga – Allá vamos otra vez...
Entonces recordé la historia que el me había comentado y me odié en aquel momento por hacerlo y por tener un poco de buenas intenciones. Suspiré con pesadez y lo seguí mientras bajábamos de aquel montículo.Caminé con desdén y con una lentitud que, la verdad, era a propósito. No me causaba mínimo sentimiento saber quien gritaba... no era de mi incumbencia.
No obstante, cuando nos adentramos en el bosque nuevamente, el encapuchado comenzó a trotar hacia una dirección específica, para así desaparecer tras unos matorrales donde se oían con más claridad los gritos. Corrí detrás de él y miré a mi al rededor para saber de su paradero... entonces lo divisé de espaldas a mi y completamente estático.
– ¿Qué estas mirando? Tenemos que irnos, Ircan. – Osé a articular con algo de capricho al ver como me ignoraba. Así que me encaminé hacia un costado y al fin pude observar lo que él observaba.
– Dios mio... – Susurré al ver a una mujer frente a nosotros con un semblante de suplicio. Por su apariencia, supe que era una mujer-bestia. Pese a eso, divisé como estaba herida, con mordidas y sangre que caía como gotas de lluvia en el acuoso suelo del bosque.
– ¿Qué esperas? ¡Ayúdame! – Grité con desesperación a Ircan, quien estaba estúpidamente como estatua sin saber que hacer. Era mucho más grande que yo, sin embargo puse todo mi empeño para que no cayera al suelo rodeándola con mis brazos. – ¡No! Mejor no me ayudes... sólo saca aquellas ramas para recostarla allí.– Cambié de opinión antes de que Ircan la tocara, o me tocara a mi.
Obviamente no tenía indicios sobre quien era o si padecía de la enfermedad... pero ya era demasiado tarde. Mis manos habían sido bañadas por su sangre y solo procuré que no lo estuviese.
La desdichada, recargando todo su peso en el báculo que llevaba, ayudó a que la dirigiera hacía aquel árbol que el encapuchado había despejado. Calló con pesadez y su ceño reflejaba todo el dolor que sentía. Tenía que hacer algo. Las mordidas que tenía se notaban infectadas y una leve espuma rosada surgía, la cual se mezclaba con la sangre que desprendía de su pelaje negro.
– Tengo que hacer algo... – Susurré mientras apretaba la zona herida de su hombro para evitar que perdiera más sangre. Aquella herida era la peor de todas.
Lo miré a Ircan en busca de alguna respuesta en vano. ¿Qué podía hacer? Sólo tenía un poco del ungüento que había preparado la otra vez y una pequeña flor para desinfectar la zona.
La mujer respiraba aprisa y con leves gotas de sudor bañando su semblante. La fiebre la estaba consumiendo y la herida desprendía sangre sin parar. Mis manos se habían teñido de ésta. ¡Estaba perdiendo mucho flujo! Necesitaba agua, pero no confiaba en la que permanecía en el lago. De todas formas no había otra opción, no podía dejar que se desmayara.
– Ve a buscar agua... Ten cuidado, puede que este infectada. – Le ordené a Ircan, mientras sacaba el poco ungüento que tenía para dárselo a la mujer que agonizaba cada vez más. El encapuchado solo asintió y desapareció entre la maleza.
Tenía que hacer uso de la flor, pero necesitaba parar el sangrado. Como último recurso desprendí una gran hoja del árbol en el que estábamos y lo até con fuerza en su hombro. Gracias a los dioses que funcionó, de alguna u otra forma tenía que esperar a que Ircan volviera, con o sin agua.
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Al principio, dudé de que mi compañera me siguiera, pero finalmente lo hizo, aunque sin mucho entusiasmo. Algo que cambiaría en cuanto nos encontráramos con una especie de ser mitad caballo y mitad mujer, al atravesar unos matorrales.
Por unos segundos me quedé absorto viendo a aquella magnifica criatura, que hasta entonces sólo había existido en mis sueños. Un repentino impulso me incitó a correr hacía ella.
"¿Que haces?" sonó una vocecilla en mi cabeza "Estas enfermo recuerdas" puntualizó con malicia "Mírala. Está hecha trapos. ¿Acaso quieres añadirle más desgracias?"
Miré a la centauro e identifiqué el reguero de sangre, que surgía de unas profundas heridas con forma de mordiscos y arañazos. Apreté los dientes y los puños con furia quedándome completamente quieto, mirando impotente como no podía hacer nada por aquella mujer, o yegua, a no ser que quisiera empeorar aún más la situación.
Sin embargo, una sombra rojiza y furiosa apareció a mi lado dando instrucciones, como si de un curandero de campaña se tratará. Confiando en que Elizabeth supiera lo que se hacía seguí sus instrucciones. Ella cargó con la mujer-yegua mientras yo despejaba una zona a la sombra de un árbol. Aunque no me gustase la distribución de tareas, esta debía de ser así debido a mi condición, así que me tragué el orgullo y miré como la joven comenzaba a aplicarle los primeros auxilios.
No obstante, la situación era peor de lo que me temía. De las heridas de la centauro comenzó a salir un pus rosado que no indicaba nada bueno.
"¿Veneno?" teoricé, mientras me preguntaba qué criatura había sido la causante del ataque.
– Ve a buscar agua... Ten cuidado, puede que este infectada. – escuché la voz de Elizabeth, lo que me hizo salir de mis pensamientos.
Por unos instantes la miré algo confuso.
– ¿Y que me importa si está infectada? – la miré intentado saber si sólo bromeaba para aliviar el momento de tensión – ¿Acaso me puedo infectar dos veces?
Ella como respuesta me lanzó una mirada furibunda.
– Vale, vale. ¡Ya voy! – me di la vuelta esquivando aquella mirada asesina y corrí hacia el lago.
Tras algunos minutos corriendo pude ver la orilla del lago. El agua parecía limpia, ¿pero acaso lo estaba de verdad?. A mi ya poco me importaba, pero mi reciente compañía no creo que tuviera tan poco reparos.
Saqué la pequeña olla de mi zurrón. Nunca había bebido de ahí pues sólo la usaba para calentar el agua, así que supuse que no estaba infectada. La llené de agua, la deje a un lado y zambullí mis manos en el lago usándolas para saciar mi sed. No noté nada diferente en el agua, así que supuse que estaba bien. Cogí de nuevo la olla y volví a la improvisada enfermería.
–Aquí tienes, Elizabeth – le dije a la chica entregándole la olla, aunque esta tardó en reaccionar, algo que me hizo dudar.
La chica se giró y cogió la olla en silencio, centrándose únicamente en las heridas de la centauro.
Sintiéndome completamente inútil, en aquella situación, decidí emplear mis pocas capacidades en algo productivo.
–Voy a hacer guardia y a buscar algún que otro fruto silvestre. Espero que haya suerte. –le dije a mi compañera.
Sabía que estos podrían estar infectados, y que eso podría suponer el fin de sus compañeras, pero si por miedo a infectarse no comían nada morirían igualmente.
Dí una vuelta por los alrededores, encontrando algunos frutos. Extremando todas las opciones de protección de las que disponía, cogí los frutos tomándolos directamente con la tela del fardo, para que no entraran en contacto directo con mis manos. Era eso o nada. Era resignarse a morir o luchar por sobrevivir.
Por unos segundos me quedé absorto viendo a aquella magnifica criatura, que hasta entonces sólo había existido en mis sueños. Un repentino impulso me incitó a correr hacía ella.
"¿Que haces?" sonó una vocecilla en mi cabeza "Estas enfermo recuerdas" puntualizó con malicia "Mírala. Está hecha trapos. ¿Acaso quieres añadirle más desgracias?"
Miré a la centauro e identifiqué el reguero de sangre, que surgía de unas profundas heridas con forma de mordiscos y arañazos. Apreté los dientes y los puños con furia quedándome completamente quieto, mirando impotente como no podía hacer nada por aquella mujer, o yegua, a no ser que quisiera empeorar aún más la situación.
Sin embargo, una sombra rojiza y furiosa apareció a mi lado dando instrucciones, como si de un curandero de campaña se tratará. Confiando en que Elizabeth supiera lo que se hacía seguí sus instrucciones. Ella cargó con la mujer-yegua mientras yo despejaba una zona a la sombra de un árbol. Aunque no me gustase la distribución de tareas, esta debía de ser así debido a mi condición, así que me tragué el orgullo y miré como la joven comenzaba a aplicarle los primeros auxilios.
No obstante, la situación era peor de lo que me temía. De las heridas de la centauro comenzó a salir un pus rosado que no indicaba nada bueno.
"¿Veneno?" teoricé, mientras me preguntaba qué criatura había sido la causante del ataque.
– Ve a buscar agua... Ten cuidado, puede que este infectada. – escuché la voz de Elizabeth, lo que me hizo salir de mis pensamientos.
Por unos instantes la miré algo confuso.
– ¿Y que me importa si está infectada? – la miré intentado saber si sólo bromeaba para aliviar el momento de tensión – ¿Acaso me puedo infectar dos veces?
Ella como respuesta me lanzó una mirada furibunda.
– Vale, vale. ¡Ya voy! – me di la vuelta esquivando aquella mirada asesina y corrí hacia el lago.
Tras algunos minutos corriendo pude ver la orilla del lago. El agua parecía limpia, ¿pero acaso lo estaba de verdad?. A mi ya poco me importaba, pero mi reciente compañía no creo que tuviera tan poco reparos.
Saqué la pequeña olla de mi zurrón. Nunca había bebido de ahí pues sólo la usaba para calentar el agua, así que supuse que no estaba infectada. La llené de agua, la deje a un lado y zambullí mis manos en el lago usándolas para saciar mi sed. No noté nada diferente en el agua, así que supuse que estaba bien. Cogí de nuevo la olla y volví a la improvisada enfermería.
–Aquí tienes, Elizabeth – le dije a la chica entregándole la olla, aunque esta tardó en reaccionar, algo que me hizo dudar.
La chica se giró y cogió la olla en silencio, centrándose únicamente en las heridas de la centauro.
Sintiéndome completamente inútil, en aquella situación, decidí emplear mis pocas capacidades en algo productivo.
–Voy a hacer guardia y a buscar algún que otro fruto silvestre. Espero que haya suerte. –le dije a mi compañera.
Sabía que estos podrían estar infectados, y que eso podría suponer el fin de sus compañeras, pero si por miedo a infectarse no comían nada morirían igualmente.
Dí una vuelta por los alrededores, encontrando algunos frutos. Extremando todas las opciones de protección de las que disponía, cogí los frutos tomándolos directamente con la tela del fardo, para que no entraran en contacto directo con mis manos. Era eso o nada. Era resignarse a morir o luchar por sobrevivir.
Ircan
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Akanke ya no daba para más, el cuerpo le dolía por los golpes y mordeduras, además, donde la habían mordido no paraba de sangrar. Se echó, tras unos arbustos, para esperar la triste hora. Sin embargo, intentó mitigar los dolores echando algo de emplasto de las hojas que llevaba en su mochila; eran hojas secas de Inhibis que metió a su boca y masticó hasta que formó una pasta que se puso. Eso le adormeció la boca y allí donde se puso el remedio, calmando momentáneamente el dolor.
Escuchó unos pasos, pero no eran de los monstruos que la habían atacado horas atrás, estas eran pisadas de personas. Sintió la necesidad de huir, pero no pudo moverse, estaba tan cansada y adolorida, que no pudo. Cuando apareció el hombre y tras él la mujer, sintió que su aroma no era humano. -Lobos- musitó con un hilo de voz. Le gustaban los lobos. Solían morder las patas, pero en general eran criaturas nobles que valoraban su clan. Eso gustaba a Akanke. Además de ser un grupo que prefería mantenerse alejado del resto, como los suyos. Sonrió levemente al verlos, agradecida a los dioses.
Aunque uno de ellos olía a enfermedad. Afortunadamente fue la mujer quien se encargó de ayudarla. Akanke iba y venía de la inconsciencia, temblando con los escalofríos de la fiebre. Cuando el hombre llegó con el agua, tomó las manos de la mujer y la miró -Caliente... agua calienta- dijo, intentando decirle que tenía que hervirla. Metió su mano en su bolso y sacó más de esas flores secas con las que hizo el emplaste -Remedio... agua caliente- volvió a hablar, usando todas las fuerzas que tenía.
Escuchó unos pasos, pero no eran de los monstruos que la habían atacado horas atrás, estas eran pisadas de personas. Sintió la necesidad de huir, pero no pudo moverse, estaba tan cansada y adolorida, que no pudo. Cuando apareció el hombre y tras él la mujer, sintió que su aroma no era humano. -Lobos- musitó con un hilo de voz. Le gustaban los lobos. Solían morder las patas, pero en general eran criaturas nobles que valoraban su clan. Eso gustaba a Akanke. Además de ser un grupo que prefería mantenerse alejado del resto, como los suyos. Sonrió levemente al verlos, agradecida a los dioses.
Aunque uno de ellos olía a enfermedad. Afortunadamente fue la mujer quien se encargó de ayudarla. Akanke iba y venía de la inconsciencia, temblando con los escalofríos de la fiebre. Cuando el hombre llegó con el agua, tomó las manos de la mujer y la miró -Caliente... agua calienta- dijo, intentando decirle que tenía que hervirla. Metió su mano en su bolso y sacó más de esas flores secas con las que hizo el emplaste -Remedio... agua caliente- volvió a hablar, usando todas las fuerzas que tenía.
Akanke
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
El encapuchado volvió ofreciéndome una olla que contenía agua. Sonreí para mí misma con algo de preocupación al mirarla. Simplemente había cedido, podía notar que estaba rendida al no poner resistencia a mi persona. La presión comenzaba a pesar sobre mi espalda. Apenas era una novata y la mujer estaba confiando en mis habilidades.
Antes de que pudiera tocar el agua y beber de ella, de soslayo divisé cómo la mujer, con las pocas fuerzas que le quedaban, extendió sus brazos para tomar mis manos. La miré confundida y en un pequeño susurro pude oír su sugerencia. ¡Claro! Que tonta era, había estado tan inmersa en mis pensamientos que, por poco, olvidé que el agua podía estar infectada. Le sonreí y ella respondió ofreciéndome flores secas, las cuales me resultaban extrañamente conocidas, suplicando que las utilizara.
Cómo olvidarla, aquella adormecedora del dolor que alguna vez había utilizado. No sabía cómo la había conseguido, aun así seguí su recomendación y me alejé de ella para recolectar algunas ramas secas. Desde pequeña solía estar en el bosque y aprendí muchas técnicas de sobrevivencia, como ésta, una fogata que, después de crear fricción entre los materiales y soplar pacientemente, se había formado. Con satisfacción coloqué la olla y esperé algunos minutos a que estuviera en su punto.
Cuando ya se apreciaban las pequeñas burbujas que sobresalían, supe que ya estaba lista y sumergí las hojas de Inhibis en el agua hirviendo. Durante su cocción saqué del morral la pequeña flor de Culúrien y me dispuse a machacarla, en especial sus pétalos, con una roca para así terminar por conseguir el emplasto que quería.
Me erguí para dirigirme nuevamente hacia la mujer. Se veía tranquila, intentando olvidarse del dolor. Al inclinarme frente a ella tomé su mano, como ella lo había hecho, y traté de ser lo más comprensiva posible. Cogí la pasta con mi mano libre y la posicioné frente a sus ojos. –Es Cúlurien, supongo que ya sabes sus propiedades.– dije al suponer que también sabía de algunas otras flores curativas. Sin esperar alguna respuesta, abrí su boca suavemente y dejé caer el remedio, para luego cerrar, haciendo presión en su mandíbula, y esperar a que lo ingiriera.
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Hago uso de mis conocimientos en Medicina.
Antes de que pudiera tocar el agua y beber de ella, de soslayo divisé cómo la mujer, con las pocas fuerzas que le quedaban, extendió sus brazos para tomar mis manos. La miré confundida y en un pequeño susurro pude oír su sugerencia. ¡Claro! Que tonta era, había estado tan inmersa en mis pensamientos que, por poco, olvidé que el agua podía estar infectada. Le sonreí y ella respondió ofreciéndome flores secas, las cuales me resultaban extrañamente conocidas, suplicando que las utilizara.
Cómo olvidarla, aquella adormecedora del dolor que alguna vez había utilizado. No sabía cómo la había conseguido, aun así seguí su recomendación y me alejé de ella para recolectar algunas ramas secas. Desde pequeña solía estar en el bosque y aprendí muchas técnicas de sobrevivencia, como ésta, una fogata que, después de crear fricción entre los materiales y soplar pacientemente, se había formado. Con satisfacción coloqué la olla y esperé algunos minutos a que estuviera en su punto.
Cuando ya se apreciaban las pequeñas burbujas que sobresalían, supe que ya estaba lista y sumergí las hojas de Inhibis en el agua hirviendo. Durante su cocción saqué del morral la pequeña flor de Culúrien y me dispuse a machacarla, en especial sus pétalos, con una roca para así terminar por conseguir el emplasto que quería.
Me erguí para dirigirme nuevamente hacia la mujer. Se veía tranquila, intentando olvidarse del dolor. Al inclinarme frente a ella tomé su mano, como ella lo había hecho, y traté de ser lo más comprensiva posible. Cogí la pasta con mi mano libre y la posicioné frente a sus ojos. –Es Cúlurien, supongo que ya sabes sus propiedades.– dije al suponer que también sabía de algunas otras flores curativas. Sin esperar alguna respuesta, abrí su boca suavemente y dejé caer el remedio, para luego cerrar, haciendo presión en su mandíbula, y esperar a que lo ingiriera.
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Eileen
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
¿Cómo era posible que semejante criatura pudiera haber acabado en tan mal estado? Esa pregunta no paraba de rondarme por la cabeza mientras patrullaba los alrededores del improvisado campamento.
La centauro era grande y de complexión fuerte, sólo había que mirar el pedazo de mandoble que usaba, sin embargo había quedado muy maltrecha. ¿A quién o a qué se había enfrentado? Impaciente, puse rumbo al lugar donde había sucedido el ataque, con la esperanza de obtener alguna pista que satisfaciese mi mal sana curiosidad.
Entre unas toses que cada vez eran más fuertes y el molesto sudor que me provocaba la fiebre, comencé a estudiar todas las pistas que el terreno me había dejado. Lo primero que encontré fueron marcas de cascos, pertenecientes a la centauro por supuesto, pero... había algo más, marcas de pies humanoides pero con una mezcla de garras. ¿Que ser podría dejar semejante huella? Había gran variedad de ese tipo de huellas, pero en especial una era más grande que las otras.
Al seguir avanzando algunas de mis dudas se solucionaron, el hecho de encontrarme los cadáveres de aquellas bestias ayudó bastante.
"¿Que demonios es esto?" me pregunté mientras me acercaba asqueado a estudiar el putrefacto y horrendo cadáver.
La sangre aún no se había secado, sin embargo el cadáver parecía que llevará ya meses en estado de putrefacción, tanto por apariencia como por olor, algo que sufrí más por ser licántropo.
"Así que estos son los culpables de que la centauro acabara hecha jirones" determiné agachándome con cuidado a uno de los cadáveres para estudiar sus largas uñas, que le daban un aspecto de garras.
Comprobé que éstas tenían como una especie de costra negra que supuraba un asqueroso líquido amarillo, puede que aquello fuera la causa del envenenamiento.
De repente, me vinó un golpe de tos repentino que me hizo respirar por la boca una gran cantidad de aquel aire purulento, más del que hubiera deseado. Haciendo que se me revolviera al instante el estomago y sintiera unas irresistibles ganas de vomitar.
Me aparté torpemente de aquel escenario, tropezando con uno de los cadáveres y teniendo que rodar por el suelo para alejarme y respirar un poco de aire más puro, haciendo un gran esfuerzo para reprimir las ganas de vomitar.
Me puse en pie y capté un ligero sonido en el bosque. Miré en dirección a los arboles dudando de si en verdad lo había escuchado, y el sonido se repitió. Me acerqué más y me interné un poco en el bosque donde la luz, del aún naciente sol, no llegaba del todo, creando un estado de penumbra. De repente, algo se movió en la oscuridad. Salté hacía atrás justo en el momento en el que unas afiladas y negras uñas pasaban a escasos centímetros de mi rostro.
Sin saber a qué me enfrentaba, no dudé en huir hacía un terreno con mayor visibilidad. Aquel ser me perseguía de cerca, incluso me parecía notar su aliento en su nuca. Me giré y pude ver como un monstruo de aspecto humanoide asqueroso y podrido se abalanzaba sobre mi con sus garras abiertas. Vi como unos ojos ciegos me miraban directamente, con lo que podría interpretarse como una cara de felicidad. Una expresión que desapareció en el momento que, al salir del bosque, los rayos del sol le dieron de pleno en el semblante.
La criatura aulló de dolor y se retiró torpemente volviendo a la penumbra echándome una mirada de infinito odio.
-Así que no te gusta el sol eeehhh...- me burlé aliviado mientras doblaba el cuerpo y apoyaba mis manos en las rodillas para recuperar el aliento. -Creo que ya he averiguado lo que tenía que averiguar.
Ya sabía quien había sido el responsable. Una criatura asquerosa si, pero con muestras de inteligencia. Había sido capaz de comandar al resto de sus compañeros y se había quedado esperando, pacientemente, para acechar a su presa cuando cayera la noche. Eso podría ser un problema, no estábamos rebosantes de energía como para asumir más enfrentamientos peligrosos. Teníamos que pensar en algo si no queríamos encontrar el fin en las costas de aquel lago.
La centauro era grande y de complexión fuerte, sólo había que mirar el pedazo de mandoble que usaba, sin embargo había quedado muy maltrecha. ¿A quién o a qué se había enfrentado? Impaciente, puse rumbo al lugar donde había sucedido el ataque, con la esperanza de obtener alguna pista que satisfaciese mi mal sana curiosidad.
Entre unas toses que cada vez eran más fuertes y el molesto sudor que me provocaba la fiebre, comencé a estudiar todas las pistas que el terreno me había dejado. Lo primero que encontré fueron marcas de cascos, pertenecientes a la centauro por supuesto, pero... había algo más, marcas de pies humanoides pero con una mezcla de garras. ¿Que ser podría dejar semejante huella? Había gran variedad de ese tipo de huellas, pero en especial una era más grande que las otras.
Al seguir avanzando algunas de mis dudas se solucionaron, el hecho de encontrarme los cadáveres de aquellas bestias ayudó bastante.
"¿Que demonios es esto?" me pregunté mientras me acercaba asqueado a estudiar el putrefacto y horrendo cadáver.
La sangre aún no se había secado, sin embargo el cadáver parecía que llevará ya meses en estado de putrefacción, tanto por apariencia como por olor, algo que sufrí más por ser licántropo.
"Así que estos son los culpables de que la centauro acabara hecha jirones" determiné agachándome con cuidado a uno de los cadáveres para estudiar sus largas uñas, que le daban un aspecto de garras.
Comprobé que éstas tenían como una especie de costra negra que supuraba un asqueroso líquido amarillo, puede que aquello fuera la causa del envenenamiento.
De repente, me vinó un golpe de tos repentino que me hizo respirar por la boca una gran cantidad de aquel aire purulento, más del que hubiera deseado. Haciendo que se me revolviera al instante el estomago y sintiera unas irresistibles ganas de vomitar.
Me aparté torpemente de aquel escenario, tropezando con uno de los cadáveres y teniendo que rodar por el suelo para alejarme y respirar un poco de aire más puro, haciendo un gran esfuerzo para reprimir las ganas de vomitar.
Me puse en pie y capté un ligero sonido en el bosque. Miré en dirección a los arboles dudando de si en verdad lo había escuchado, y el sonido se repitió. Me acerqué más y me interné un poco en el bosque donde la luz, del aún naciente sol, no llegaba del todo, creando un estado de penumbra. De repente, algo se movió en la oscuridad. Salté hacía atrás justo en el momento en el que unas afiladas y negras uñas pasaban a escasos centímetros de mi rostro.
Sin saber a qué me enfrentaba, no dudé en huir hacía un terreno con mayor visibilidad. Aquel ser me perseguía de cerca, incluso me parecía notar su aliento en su nuca. Me giré y pude ver como un monstruo de aspecto humanoide asqueroso y podrido se abalanzaba sobre mi con sus garras abiertas. Vi como unos ojos ciegos me miraban directamente, con lo que podría interpretarse como una cara de felicidad. Una expresión que desapareció en el momento que, al salir del bosque, los rayos del sol le dieron de pleno en el semblante.
La criatura aulló de dolor y se retiró torpemente volviendo a la penumbra echándome una mirada de infinito odio.
-Así que no te gusta el sol eeehhh...- me burlé aliviado mientras doblaba el cuerpo y apoyaba mis manos en las rodillas para recuperar el aliento. -Creo que ya he averiguado lo que tenía que averiguar.
Ya sabía quien había sido el responsable. Una criatura asquerosa si, pero con muestras de inteligencia. Había sido capaz de comandar al resto de sus compañeros y se había quedado esperando, pacientemente, para acechar a su presa cuando cayera la noche. Eso podría ser un problema, no estábamos rebosantes de energía como para asumir más enfrentamientos peligrosos. Teníamos que pensar en algo si no queríamos encontrar el fin en las costas de aquel lago.
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Tras tomar los remedios, Akanke se permitió dormir un poco. Con los lobos cerca, aquellas asquerosas criaturas no se acercarían. Sin embargo, solo cerró los ojos unos minutos, permitiéndose así descansar. El descanso le serviría, pero tendrían que salir de allí luego. Aquellos monstruos habían sido atrevidos y la habían atacado estando fuerte, ¿se imaginan lo que harían de encontrarla débil?
Abrió los ojos y miró a la muchacha pelirroja que estaba cerca de ella, junto al fuego -Vámonos- dijo tomando su báculo para apoyarlo en el suelo y ponerse de pie. Sus patas flaqueaban y temblaban, amenazando con hacerla caer de nuevo. Pero la centáuride no lo permitía, apretaba la quijada, tragó saliva y resopló cada vez que tenía que reafirmar una de sus patas. Ella era alta, mucho más que los licántropos, pero se veía tan pequeña, minimizada por el dolor que sentía. Sin embargo y a pesar del dolor, no se dejaría vencer y esa infección no le ganaría. Tenía que buscar alguna planta que le ayudara a sanar y sobre todo, salir de ese lugar tan peligroso.
Comenzó a caminar, sin estar muy segura de que los otros le seguirían. En el fondo no quería viajar con un hombre enfermo estando ella tan débil, temía enfermar. Había emprendido viaje al sur y ahora no cambiaría de rumbo. Sí que le gustaría que la mujer le acompañara y dejar atrás al enfermo, él ya no tenía salvación.
Abrió los ojos y miró a la muchacha pelirroja que estaba cerca de ella, junto al fuego -Vámonos- dijo tomando su báculo para apoyarlo en el suelo y ponerse de pie. Sus patas flaqueaban y temblaban, amenazando con hacerla caer de nuevo. Pero la centáuride no lo permitía, apretaba la quijada, tragó saliva y resopló cada vez que tenía que reafirmar una de sus patas. Ella era alta, mucho más que los licántropos, pero se veía tan pequeña, minimizada por el dolor que sentía. Sin embargo y a pesar del dolor, no se dejaría vencer y esa infección no le ganaría. Tenía que buscar alguna planta que le ayudara a sanar y sobre todo, salir de ese lugar tan peligroso.
Comenzó a caminar, sin estar muy segura de que los otros le seguirían. En el fondo no quería viajar con un hombre enfermo estando ella tan débil, temía enfermar. Había emprendido viaje al sur y ahora no cambiaría de rumbo. Sí que le gustaría que la mujer le acompañara y dejar atrás al enfermo, él ya no tenía salvación.
Akanke
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Me instalé a hacer guardia vigilando la zona junto al fuego mientras la centauro tomaba un descanso. Por suerte el pobre remedio que había preparado sugirió que la mujer se aliviara un poco y eso de alguna manera me alegró. Por un instante me sentí útil y no pude ocultar una sonrisa mientras observaba el bosque como si fuera un escudo.
Aunque también tenía mis dudas, cómo no. En cualquier circunstancia las preguntas me atacaban provocando la desconfianza en las personas que “ayudaba”.
¿Y si todo es una trampa?
Mhm, no. De haberlo sido ya hubiese accionado hace tiempo.
¿Y si planea robarme?
Mhm, no. No se llevaría un buen paquete, más bien un morral vacío con unas pobres infusiones medicinales.
Pero... ¿y si estaría esperando su recuperación para atacarme y luego secuestrarme para vender mi cuerpo como un pedazo de carne?
Mhmmm, no. No tiene aspecto de traficar personas.
¡Ay, no sé! Debería dejar de preocuparme y mejor prestar atención a la centauro que comenzaba a despertar y levantarse con algo de dificultad, me dispuse a ayudarla pero ya era tarde cuando me observó, ordenando que nos largáramos de allí. No sabía su propósito o a donde iba. Notaba la fuerza de voluntad que tenía, se levantaba sin dudas después de tanto sufrimiento. Eso me había motivado a seguirla… tal vez si logro curarla, me recompensaría con comida o tal vez algún lugar para vivir. O mejor aún ¡podría ser mi escudo personal!
Sonreí con satisfacción y zapateé sobre el fuego para desintegrarlo. Al conseguirlo, troté detrás de ella. El viaje, después de tantas desgracias, había tomado un nuevo rumbo que prometía… aunque sentía que me faltaba algo. Fruncí el ceño y me paré en seco a pensar.
–¿Qué me falta? Estoy olvidando algo– susurré para mí misma al mirar hacia atrás en busca de alguna respuesta confusa… Oh, creo que ya sé que es lo que falta, mejor dicho, quién.
–¡Mierda, el enfermo!
Retrocedí y volví al lugar de encuentro, donde el humo del fuego que había sido apagado bailaba entre la maleza. Puede que esté enfermo pero... puede servir de algo ¿no?
Sin embargo, desde que volvió con la olla de agua no lo he visto y ya estaba algo inquieta. Tal vez su enfermedad empeoró y murió, o quizás las alimañas que atacaron a la mujer lo habían descuartizado… Qué lástima, me gustaría haber presenciado eso.
Aunque también tenía mis dudas, cómo no. En cualquier circunstancia las preguntas me atacaban provocando la desconfianza en las personas que “ayudaba”.
¿Y si todo es una trampa?
Mhm, no. De haberlo sido ya hubiese accionado hace tiempo.
¿Y si planea robarme?
Mhm, no. No se llevaría un buen paquete, más bien un morral vacío con unas pobres infusiones medicinales.
Pero... ¿y si estaría esperando su recuperación para atacarme y luego secuestrarme para vender mi cuerpo como un pedazo de carne?
Mhmmm, no. No tiene aspecto de traficar personas.
¡Ay, no sé! Debería dejar de preocuparme y mejor prestar atención a la centauro que comenzaba a despertar y levantarse con algo de dificultad, me dispuse a ayudarla pero ya era tarde cuando me observó, ordenando que nos largáramos de allí. No sabía su propósito o a donde iba. Notaba la fuerza de voluntad que tenía, se levantaba sin dudas después de tanto sufrimiento. Eso me había motivado a seguirla… tal vez si logro curarla, me recompensaría con comida o tal vez algún lugar para vivir. O mejor aún ¡podría ser mi escudo personal!
Sonreí con satisfacción y zapateé sobre el fuego para desintegrarlo. Al conseguirlo, troté detrás de ella. El viaje, después de tantas desgracias, había tomado un nuevo rumbo que prometía… aunque sentía que me faltaba algo. Fruncí el ceño y me paré en seco a pensar.
–¿Qué me falta? Estoy olvidando algo– susurré para mí misma al mirar hacia atrás en busca de alguna respuesta confusa… Oh, creo que ya sé que es lo que falta, mejor dicho, quién.
–¡Mierda, el enfermo!
Retrocedí y volví al lugar de encuentro, donde el humo del fuego que había sido apagado bailaba entre la maleza. Puede que esté enfermo pero... puede servir de algo ¿no?
Sin embargo, desde que volvió con la olla de agua no lo he visto y ya estaba algo inquieta. Tal vez su enfermedad empeoró y murió, o quizás las alimañas que atacaron a la mujer lo habían descuartizado… Qué lástima, me gustaría haber presenciado eso.
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
Cuando volví al improvisado campamento ya no había nadie. Sólo quedaban unas escasas brasas de la hoguera y un reguero de sangre seca, que marcaba un rastro fácil de seguir. Se habían ido sin mi.
"Puede que sea mejor así" pensé mientras me sentaba a descansar junto a las escasas brasas. Aquella enfermedad hacía que me cansara demasiado rápido, y comencé a notar un irritante dolor en cada musculo que movía. -Por lo menos no me han robado la olla.- dije para mi mismo tomando la olla, dejada al lado de la hoguera, y guardándola en mi zurrón. -Definitivamente ayudar a la gente es muy gratificante.- dije para mi con un tono de ironía muy marcada por la rabia.
Sabía que lo de hablar sólo no es algo que hicieran las personas cuerdas. Pero en aquel momento necesitaba hablar, aunque mi único interlocutor fuera el viento.
Mi situación volvía a empeorar, seguía estando hambriento, sediento y enfermo, y ahora estaba solo. No es que hubiera forjado una gran amistad con la chica pelirroja, pero supongo que era mejor eso que estar solo. Pero ahora ya todo eso daba igual. Se había ido. Algo que por otra parte veía normal, aunque me doliera, ¿quién en su sano juicio compartiría viaje con un enfermo?
Cogí una de las bayas, que había recolectado, y me permití el lujo de que el dulzor de la fruta aplacará el dolor de mi alma. Bien poco me importaba que la fruta estuviera infectada, ese ya no era un problema que me afectara y debía sacar ventaja a la situación, por trágica que pareciera.
-¿Por qué siempre que intento ayudar a alguien me dan la patada?- lancé mi pregunta dirigiendo una mirada taciturna a las brasas.
La verdad, había sido una dura lección la que había aprendido aquellos días. Nadie agradece la ayuda que puedas ofrecerle, y una vez dejas de ser útil te tiran a patadas de su lado.
Apreté con furia mi puño izquierdo, aplastando la baya que tenía, la cual comenzó a soltar su jugo manchando mi mano con un liquido morado.
-Pues bien, - mascullé con furia - ¡que les parta un rayo!- maldije lanzando los restos de la baya con el fin de desahogarme.
De repente el sueño me invadió. Me acomodé y me recosté bajo la sombra de un árbol cercano. Me envolví en mi escasa capa y me dormí. Necesitaba reposo y recuperar las fuerzas que la enfermedad me robaba con un hambre voraz.
"Puede que sea mejor así" pensé mientras me sentaba a descansar junto a las escasas brasas. Aquella enfermedad hacía que me cansara demasiado rápido, y comencé a notar un irritante dolor en cada musculo que movía. -Por lo menos no me han robado la olla.- dije para mi mismo tomando la olla, dejada al lado de la hoguera, y guardándola en mi zurrón. -Definitivamente ayudar a la gente es muy gratificante.- dije para mi con un tono de ironía muy marcada por la rabia.
Sabía que lo de hablar sólo no es algo que hicieran las personas cuerdas. Pero en aquel momento necesitaba hablar, aunque mi único interlocutor fuera el viento.
Mi situación volvía a empeorar, seguía estando hambriento, sediento y enfermo, y ahora estaba solo. No es que hubiera forjado una gran amistad con la chica pelirroja, pero supongo que era mejor eso que estar solo. Pero ahora ya todo eso daba igual. Se había ido. Algo que por otra parte veía normal, aunque me doliera, ¿quién en su sano juicio compartiría viaje con un enfermo?
Cogí una de las bayas, que había recolectado, y me permití el lujo de que el dulzor de la fruta aplacará el dolor de mi alma. Bien poco me importaba que la fruta estuviera infectada, ese ya no era un problema que me afectara y debía sacar ventaja a la situación, por trágica que pareciera.
-¿Por qué siempre que intento ayudar a alguien me dan la patada?- lancé mi pregunta dirigiendo una mirada taciturna a las brasas.
La verdad, había sido una dura lección la que había aprendido aquellos días. Nadie agradece la ayuda que puedas ofrecerle, y una vez dejas de ser útil te tiran a patadas de su lado.
Apreté con furia mi puño izquierdo, aplastando la baya que tenía, la cual comenzó a soltar su jugo manchando mi mano con un liquido morado.
-Pues bien, - mascullé con furia - ¡que les parta un rayo!- maldije lanzando los restos de la baya con el fin de desahogarme.
De repente el sueño me invadió. Me acomodé y me recosté bajo la sombra de un árbol cercano. Me envolví en mi escasa capa y me dormí. Necesitaba reposo y recuperar las fuerzas que la enfermedad me robaba con un hambre voraz.
Ircan
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Re: Sedientos, hambrientos y enfermo [Libre: Ircan - Eileen 3/5] [Maldición]
La loba pelirroja dio media vuelta y volvió corriendo sobre sus pisadas. Akanke dudó entre esperarla y seguir su camino. Se detuvo un momento para pensar, recostándose en un árbol. No podía pensar y mantenerse de pie al mismo tiempo, tenía que enfocar las energías en una cosa.
Por un lado, la chica pelirroja le había ayudado y no representaba una amenaza, de hecho, la había seguido sin dudarlo mucho. Pero se había regresado, seguramente a buscar al enfermo. ¿Qué hacer? Tal vez podía seguir sola, al fin y al cabo, se iba sintiendo mejor. Su cuerpo era duro; había sufrido tantas enfermedades y tantas heridas se le habían infectado a lo largo de su vida, que su cuerpo reaccionaba fuertemente. La fiebre estaba bajando y ya la sangre en las heridas había coagulado. Pronto recobraría sus fuerzas y podría valerse por si misma.
Respiró hondo y se enderezó, la vitalidad volvía lentamente a sus piernas. Iba a continuar con su camino, aprovechando la luz del día. Ella había querido agradecer a la joven pelirroja por su ayuda, pero esta había preferido ir con el enfermo. Todos los metros que avanzó, lo hizo pensando en ella y su buen corazón. ¿Qué ganaba ella con ir a por un hombre que seguramente moriría? Quizás lo mismo que ganó al ayudarla a ella... y se estaba marchando. Cuanta ingratitud.
Pero... ellos no eran su problema. Y había querido ayudarla, ¡En realidad había querido! Y si prefirió condenarse a cuidar a un enfermo, era su problema. Ella tenía que salir de ese bosque maldito y alejarse de un infecto contagioso, a quien la podredumbre pronto llenaría por completo. Es mejor mantener distancia de esa gente enferma.
Por eso, porque valoraba su vida, siguió su camino, lejos de aquel par.
Por un lado, la chica pelirroja le había ayudado y no representaba una amenaza, de hecho, la había seguido sin dudarlo mucho. Pero se había regresado, seguramente a buscar al enfermo. ¿Qué hacer? Tal vez podía seguir sola, al fin y al cabo, se iba sintiendo mejor. Su cuerpo era duro; había sufrido tantas enfermedades y tantas heridas se le habían infectado a lo largo de su vida, que su cuerpo reaccionaba fuertemente. La fiebre estaba bajando y ya la sangre en las heridas había coagulado. Pronto recobraría sus fuerzas y podría valerse por si misma.
Respiró hondo y se enderezó, la vitalidad volvía lentamente a sus piernas. Iba a continuar con su camino, aprovechando la luz del día. Ella había querido agradecer a la joven pelirroja por su ayuda, pero esta había preferido ir con el enfermo. Todos los metros que avanzó, lo hizo pensando en ella y su buen corazón. ¿Qué ganaba ella con ir a por un hombre que seguramente moriría? Quizás lo mismo que ganó al ayudarla a ella... y se estaba marchando. Cuanta ingratitud.
Pero... ellos no eran su problema. Y había querido ayudarla, ¡En realidad había querido! Y si prefirió condenarse a cuidar a un enfermo, era su problema. Ella tenía que salir de ese bosque maldito y alejarse de un infecto contagioso, a quien la podredumbre pronto llenaría por completo. Es mejor mantener distancia de esa gente enferma.
Por eso, porque valoraba su vida, siguió su camino, lejos de aquel par.
- OFF ROL:
- He roleado mi salida.
Akanke
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