[CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
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[CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Las marcas estaban frescas. Ni siquiera tuvieron la decencia de cubrir sus pasos. Akanke siguió sin problemas las pisadas hasta el lugar donde habían descuerado los venados, junto a la cascada. Eran tres cazadores que se habían encargado de asesinar quince conejos y dos venados en unas pocas horas. Habían tomado un descanso en aquel lugar, su aroma era fuerte y el rastro era fácil de seguir. Ella los seguía de cerca, acechando entre las sombras de los árboles. A pesar de su tamaño, ella pasaba desapercibida para los cazadores. Estaba decidida a darles caza y liberar al bosque del azote de ese grupo de asesinos despiadados.
Aunque la despiadada era ella, quien solo veía tres malditos que desangraban el bosque y solo quería darles muerte y dejarlos colgados a la entrada del bosque como un mensaje y advertencia a los demás hombres que se atrevieran a pisar su territorio. Los humanos no merecían espacio en aquellos lugares, tenían sus ciudades y pueblos con granjas, ¿qué venían a hacer en el bosque? ¿Conejos? ¡Bah! Ellos solo conocían la destrucción, eran una especie condenada a destruirse a si misma.
Los sentidos de la centáuride estaban agudizados al máximo; sabía que el trecho entre ellos se acortaba pues el aroma de los hombres se hacía cada vez más fuerte e intensamente asqueroso. Ella estaba lista, ya había repasado en su mente todos los movimientos que ellos podrían hacer y le ganaban en número, pero tenía la sorpresa a su favor.
Allí estaban, finalmente. Dos de ellos cargaban al venado más grande, un macho, por su cornamenta. El otro llevaba al hombro al venado más pequeño y los conejos. Era un hombre más grande que los otros dos. A él tendría que derribar primero. Avanzó por uno de los costados, aprovechando que se detuvieron para acomodar la carga, se lanzó en carrera y, soltando un grito aterrador, se abalanzó sobre el enorme hombre que cargaba los conejos, clavando su lanza en el rostro del hombre, destrozando su cabeza.
Los otros dos hombres gritaron impresionados, uno de ellos tiró su carga y salió corriendo, el otro enfrentó su muerte con dignidad y se lanzó sobre la centáuride con valentía. Fue recibido con los cascos, que golpearon en su pecho para derribarlo y matarlo a patadas. Lo hizo rápido, pues el otro se alejaba con cada segundo que ella se ensañaba con el que se quedó a enfrentarla. Tras asegurarse que ambos estaban muertos, buscó su lanza, la cuál tuvo que desencajar de los huesos de la cabeza del grandulón. Todavía tenía que atrapar a uno más, uno que corría despavorido, un cobarde. Los cobardes eran los que más gusto le daba matar porque eran los que menos valían.
Aunque la despiadada era ella, quien solo veía tres malditos que desangraban el bosque y solo quería darles muerte y dejarlos colgados a la entrada del bosque como un mensaje y advertencia a los demás hombres que se atrevieran a pisar su territorio. Los humanos no merecían espacio en aquellos lugares, tenían sus ciudades y pueblos con granjas, ¿qué venían a hacer en el bosque? ¿Conejos? ¡Bah! Ellos solo conocían la destrucción, eran una especie condenada a destruirse a si misma.
Los sentidos de la centáuride estaban agudizados al máximo; sabía que el trecho entre ellos se acortaba pues el aroma de los hombres se hacía cada vez más fuerte e intensamente asqueroso. Ella estaba lista, ya había repasado en su mente todos los movimientos que ellos podrían hacer y le ganaban en número, pero tenía la sorpresa a su favor.
Allí estaban, finalmente. Dos de ellos cargaban al venado más grande, un macho, por su cornamenta. El otro llevaba al hombro al venado más pequeño y los conejos. Era un hombre más grande que los otros dos. A él tendría que derribar primero. Avanzó por uno de los costados, aprovechando que se detuvieron para acomodar la carga, se lanzó en carrera y, soltando un grito aterrador, se abalanzó sobre el enorme hombre que cargaba los conejos, clavando su lanza en el rostro del hombre, destrozando su cabeza.
Los otros dos hombres gritaron impresionados, uno de ellos tiró su carga y salió corriendo, el otro enfrentó su muerte con dignidad y se lanzó sobre la centáuride con valentía. Fue recibido con los cascos, que golpearon en su pecho para derribarlo y matarlo a patadas. Lo hizo rápido, pues el otro se alejaba con cada segundo que ella se ensañaba con el que se quedó a enfrentarla. Tras asegurarse que ambos estaban muertos, buscó su lanza, la cuál tuvo que desencajar de los huesos de la cabeza del grandulón. Todavía tenía que atrapar a uno más, uno que corría despavorido, un cobarde. Los cobardes eran los que más gusto le daba matar porque eran los que menos valían.
Última edición por Akanke el Miér 20 Sep 2017, 22:37, editado 1 vez
Akanke
Sacerdotisa del Templo de los Monos
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
No hay nada como un poco de agua fresca luego de una larga caminata por el bosque, pensaba el elfo después de beber a placer. Silbaba mientras caminaba tranquilamente por el bosque, su viaje había comenzado hace poco, pero ya se estaba acostumbrando a esto de caminar mucho, desgraciadamente, aun no había llegado a ninguna ciudad o poblado, ni siquiera sabia si estaba cerca de alguno... Pero bueno, no existía una prisa para eso ¿o si?
Fue en esos momentos en que paseaba tranquilamente por el bosque, que escucho el grito de alguien, ¿estará en peligro alguna persona? Pensó el elfo, mientras caminaba cautelosamente en dirección del grito, pero extrañamente no se escuchaba ningún otro sonido ahora... Por lo que se fue acercando de a poco hacia el lugar, sin nunca esperarse ver una escena tan cruel como esa, solo pudo sentir como un escalofrío le recorría la espalda.
Ahí estaban dos personas, diría que humanos por sus orejas, pero realmente no era ningún experto en otras razas, menos aun con el que tenia la cara totalmente deformada, como si algo les hubiese atravesado el rostro. Aun con cierta cautela, miro a sus alrededores por si había algún depredador cerca, pero nada. Se acerco a los hombres e intento ver si seguían con vida, el del rostro deformado desgraciadamente estaba totalmente muerto, pero el otro al parecer seguía con cierta vida, por lo que Alinthor rápidamente empezó a curarle, vio como algunas heridas menores se empezaban a regenerar, pero el hombre no parecía recuperarse en lo mas mínimo, tan solo después de un tiempo noto que este ya había dejado de respirar y su mirada se encontraba perdida... Intentando apartar los sentimientos de desgracia por esos desconocidos, fue que miro unos animales que al parecer habían sido cazados, entre estos, unos conejos, de los cuales unos dos parecían aun conservar rastros de vida. Aunque sea solo uno, intenta salvarlo, a la diosa Imbar le gustaría salvar cualquiera de las vidas que ella creo.
Así que se acerco a estos conejos, los desato de las piernas y colocando con cuidado sus manos sobre uno de los conejos, empezó a enviar su magia como si fuese la cosa más natural del mundo, para poder curarle. Noto como el conejo empezaba a respirar cada vez mas rápido, como si un golpe de adrenalina le fuese infundado al pequeño, y de un momento a otro, este dio un brinco y se fue corriendo al bosque. Había logrado que al menos una de las victimas en esta carnicería se salvase...
Miro al otro conejo que apenas movía los ojos con cierta desesperación, nuevamente puso sus manos y empezó la curación, pero este pequeño no se fue corriendo con su amigo, en vez se quedo quieto en su posición, pero aun así respiraba bastante rápido, estaba asustado... fue en ese momento en que se dio cuenta de que ahora había otro sonido en el bosque, uno que se acercaba ¿No lo presentí por estar concentrado en el conejo acaso? Pensó por un momento, y luego se acordó de lo que le había pasado a los hombres ya fallecidos, uniendo las ideas, rápidamente volteo para ver si había algún depredador cerca.
Fue en esos momentos en que paseaba tranquilamente por el bosque, que escucho el grito de alguien, ¿estará en peligro alguna persona? Pensó el elfo, mientras caminaba cautelosamente en dirección del grito, pero extrañamente no se escuchaba ningún otro sonido ahora... Por lo que se fue acercando de a poco hacia el lugar, sin nunca esperarse ver una escena tan cruel como esa, solo pudo sentir como un escalofrío le recorría la espalda.
Ahí estaban dos personas, diría que humanos por sus orejas, pero realmente no era ningún experto en otras razas, menos aun con el que tenia la cara totalmente deformada, como si algo les hubiese atravesado el rostro. Aun con cierta cautela, miro a sus alrededores por si había algún depredador cerca, pero nada. Se acerco a los hombres e intento ver si seguían con vida, el del rostro deformado desgraciadamente estaba totalmente muerto, pero el otro al parecer seguía con cierta vida, por lo que Alinthor rápidamente empezó a curarle, vio como algunas heridas menores se empezaban a regenerar, pero el hombre no parecía recuperarse en lo mas mínimo, tan solo después de un tiempo noto que este ya había dejado de respirar y su mirada se encontraba perdida... Intentando apartar los sentimientos de desgracia por esos desconocidos, fue que miro unos animales que al parecer habían sido cazados, entre estos, unos conejos, de los cuales unos dos parecían aun conservar rastros de vida. Aunque sea solo uno, intenta salvarlo, a la diosa Imbar le gustaría salvar cualquiera de las vidas que ella creo.
Así que se acerco a estos conejos, los desato de las piernas y colocando con cuidado sus manos sobre uno de los conejos, empezó a enviar su magia como si fuese la cosa más natural del mundo, para poder curarle. Noto como el conejo empezaba a respirar cada vez mas rápido, como si un golpe de adrenalina le fuese infundado al pequeño, y de un momento a otro, este dio un brinco y se fue corriendo al bosque. Había logrado que al menos una de las victimas en esta carnicería se salvase...
Miro al otro conejo que apenas movía los ojos con cierta desesperación, nuevamente puso sus manos y empezó la curación, pero este pequeño no se fue corriendo con su amigo, en vez se quedo quieto en su posición, pero aun así respiraba bastante rápido, estaba asustado... fue en ese momento en que se dio cuenta de que ahora había otro sonido en el bosque, uno que se acercaba ¿No lo presentí por estar concentrado en el conejo acaso? Pensó por un momento, y luego se acordó de lo que le había pasado a los hombres ya fallecidos, uniendo las ideas, rápidamente volteo para ver si había algún depredador cerca.
Alinthor
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Era un comportamiento normal en los elfos más jóvenes, ya lo había visto otras muchas veces, demasiadas para considerarlo extraño. Para el Capitán Werner, ver a un niño elfo curar a unos animales muertos o robar una rosa mustia de la floristería y volverla a plantar apoyando sus pequeñas manitas en los pétalos de la flor era como ver a dos niños humanos tirar piedras al mar: irracional, inexplicable y cotidiano. Al ver al pequeño de pelo níveo, el Capitán hizo una mueca simpática. Mejor sonreír que enseñarle al niño que era mejor que dejase a los animales morir, que, por raro que le pudiera parecer, algunas personas (no elfos en su mayoría) se alimentaban de carne.
Ahora bien, si las presas estaban en el suelo. ¿Dónde estaba el cazador? Cazadora, en este caso. No hizo falta sacar el catalejo del bolsillo de su chaqueta para ver a una mujer bestia con un cuerpo de caballo de cintura para abajo y mujer de cintura hacia arriba. La chica parecía joven, bastante más que el viejo pirata. Se movía entre los árboles con una agilidad y una velocidad envidiable siguiendo el rastro del último venado que le quedaba por cazar. Tampoco le hizo falta el catalejo para divisar el venado que perseguía la chica.
El niño elfo sanaba a los presas, la mujer cazaba a más animales y el Capitán veía a ambos de la misma manera que veía a Magazubi cuando le contaba sus aventuras con peluches y juguetes. No podía dejar de sentirse feliz; aquella era una escena para sentirse feliz. En el momento en que la chica cazó a la última presa (la última presa es la más valiosa), el Capitán se sentó en una gran roca a descansar. El camino desde Lunargenta hacia los bosques había sido más largo de lo que había esperado y, seguramente, lo que encuentre en los bosques no sería lo que estaba buscando. Debía de hacerse la idea de que jamás encontrará lo que una vez perdió. Ya había cavado en doce lugares diferentes entorno al lago y, en ninguno de ellos, estaba el anillo que una enterró. La mejor idea que pudiera haber tomado, antes de que el agotamiento hiciera meya en su cabeza, fue la de sentarse a relajar y disfrutar de la infantil escena del niño elfo y de la centáuride.
No fue difícil olvidarse de lo que le había traído al bosque. Todo lo contrario, descansar de sus pensamientos fue mucho más fácil de lo que él había pensado. Olvidó que en Lunargenta estaba en búsqueda y captura por crímenes que jamás cometió y otros que sí los hizo, olvidó que tuvo que atrancar la puerta de su casa con tablones de madera para que los acreedores no pudieran entrar a quemársela como ya hicieron una vez, incluso puso un par de trampas si es que llegan a quitar las tablas, olvidó que tenía que pagar una gran suma de aeros si es quería seguir teniendo un barco que pudiera ser considerado como suyo, olvidó que mandó a Wes Fungai (su contramaestre) a navegar todos los días lo más cerca del puerto de Lunargenta que pudiera y solo parando para reponer alimentos y una cama donde vivir y olvidó que el anillo que estaba buscando era el de su difunta esposa. Ese anillo era la única pertenencia de valor que el Capitán Werner tenía de sus buenos tiempos (los malos tiempos de piratería, putas y alcohol). Si lo vendía, conseguiría el dinero suficiente para poder seguir viviendo. Si vendía el único recuerdo que conservaba de su esposa, ya no le quedaría nada y ÉL ganaría.
Se sacó la pipa del bolsillo de la chaqueta, se la encendió frotando una piedra de fierro contra el exoesqueleto de quitina de la pinza de su mano derecha y comenzó a fumar para seguir olvidándose de los problemas que allí le habían traído.
-No os preocupéis por mí, solo estoy de paso.- les dijo tanto al niño elfo como a la centáuride. Lo último que el Capitán Werner necesitaba en estos momentos eran más problemas de los que ya tenía de por sí. –Seguid con vuestros asuntos, por favor,.
Ahora bien, si las presas estaban en el suelo. ¿Dónde estaba el cazador? Cazadora, en este caso. No hizo falta sacar el catalejo del bolsillo de su chaqueta para ver a una mujer bestia con un cuerpo de caballo de cintura para abajo y mujer de cintura hacia arriba. La chica parecía joven, bastante más que el viejo pirata. Se movía entre los árboles con una agilidad y una velocidad envidiable siguiendo el rastro del último venado que le quedaba por cazar. Tampoco le hizo falta el catalejo para divisar el venado que perseguía la chica.
El niño elfo sanaba a los presas, la mujer cazaba a más animales y el Capitán veía a ambos de la misma manera que veía a Magazubi cuando le contaba sus aventuras con peluches y juguetes. No podía dejar de sentirse feliz; aquella era una escena para sentirse feliz. En el momento en que la chica cazó a la última presa (la última presa es la más valiosa), el Capitán se sentó en una gran roca a descansar. El camino desde Lunargenta hacia los bosques había sido más largo de lo que había esperado y, seguramente, lo que encuentre en los bosques no sería lo que estaba buscando. Debía de hacerse la idea de que jamás encontrará lo que una vez perdió. Ya había cavado en doce lugares diferentes entorno al lago y, en ninguno de ellos, estaba el anillo que una enterró. La mejor idea que pudiera haber tomado, antes de que el agotamiento hiciera meya en su cabeza, fue la de sentarse a relajar y disfrutar de la infantil escena del niño elfo y de la centáuride.
No fue difícil olvidarse de lo que le había traído al bosque. Todo lo contrario, descansar de sus pensamientos fue mucho más fácil de lo que él había pensado. Olvidó que en Lunargenta estaba en búsqueda y captura por crímenes que jamás cometió y otros que sí los hizo, olvidó que tuvo que atrancar la puerta de su casa con tablones de madera para que los acreedores no pudieran entrar a quemársela como ya hicieron una vez, incluso puso un par de trampas si es que llegan a quitar las tablas, olvidó que tenía que pagar una gran suma de aeros si es quería seguir teniendo un barco que pudiera ser considerado como suyo, olvidó que mandó a Wes Fungai (su contramaestre) a navegar todos los días lo más cerca del puerto de Lunargenta que pudiera y solo parando para reponer alimentos y una cama donde vivir y olvidó que el anillo que estaba buscando era el de su difunta esposa. Ese anillo era la única pertenencia de valor que el Capitán Werner tenía de sus buenos tiempos (los malos tiempos de piratería, putas y alcohol). Si lo vendía, conseguiría el dinero suficiente para poder seguir viviendo. Si vendía el único recuerdo que conservaba de su esposa, ya no le quedaría nada y ÉL ganaría.
Se sacó la pipa del bolsillo de la chaqueta, se la encendió frotando una piedra de fierro contra el exoesqueleto de quitina de la pinza de su mano derecha y comenzó a fumar para seguir olvidándose de los problemas que allí le habían traído.
-No os preocupéis por mí, solo estoy de paso.- les dijo tanto al niño elfo como a la centáuride. Lo último que el Capitán Werner necesitaba en estos momentos eran más problemas de los que ya tenía de por sí. –Seguid con vuestros asuntos, por favor,.
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Arrastraba al tercero de los cazadores, tirándolo por una pierna. Avanzaba con calma, orgullosa de su acto. Ahora lo colgaría a la entrada del bosque junto a los otros dos y daría sepultura a los pobres seres que habían muerto en sus crueles manos. Los humanos son seres viciosos, corruptos y podridos, aquel era su destino: la más despiadada muerte y aniquilación.
Llegó y habían dos seres junto a los cadáveres. Estaba sorprendida y un poco asustada. No eran humanos, pero... ¿qué hacían allí? -¿Quién eres?- dijo mirando fijamente al pequeño. -¿Quién eres?- repitió, pero esta vez miraba desafiante al... hombre de los tentáculos. Reconoció en el más pequeño a un elfo, aquellos seres le gustaban. Ellos cuidaban la vida y amaban el bosque tanto como ella. Pero el otro... era evidentemente un hermano bestial, pero no reconocía de qué animal.
La severidad de la mirada de la centáuride era escalofriante. Su cuerpo se notaba tenso, su cola se movía bruscamente de un lado al otro, azotando los pelos, y con una de sus patas delanteras golpeó el suelo antes de repetir -¿Quiénes son?- dijo y su voz sonó gruesa, fuerte y dura. No estaba para que le dieran largas, al contrario, estaba lista para enfrentarlos si ellos no hablaban de una vez.
Afirmaba su bastón en una de sus manos con firmeza. La otra estaba libre ya que había soltado la pierna del cobarde, quien yacía en el suelo. Por la sangre que brotaba de sus sienes, se notaba que había recibido un fuerte golpe en la cabeza; al alcanzarlo, él estaba tan asustado que no vio una raíz que sobresalía del suelo, tropezando con ella y cayendo de cabeza sobre una afilada roca. Ella no tuvo que hacer nada, el bosque mismo se encargó de cobrar venganza. Por eso sabía que su actuar era correcto.
Llegó y habían dos seres junto a los cadáveres. Estaba sorprendida y un poco asustada. No eran humanos, pero... ¿qué hacían allí? -¿Quién eres?- dijo mirando fijamente al pequeño. -¿Quién eres?- repitió, pero esta vez miraba desafiante al... hombre de los tentáculos. Reconoció en el más pequeño a un elfo, aquellos seres le gustaban. Ellos cuidaban la vida y amaban el bosque tanto como ella. Pero el otro... era evidentemente un hermano bestial, pero no reconocía de qué animal.
La severidad de la mirada de la centáuride era escalofriante. Su cuerpo se notaba tenso, su cola se movía bruscamente de un lado al otro, azotando los pelos, y con una de sus patas delanteras golpeó el suelo antes de repetir -¿Quiénes son?- dijo y su voz sonó gruesa, fuerte y dura. No estaba para que le dieran largas, al contrario, estaba lista para enfrentarlos si ellos no hablaban de una vez.
Afirmaba su bastón en una de sus manos con firmeza. La otra estaba libre ya que había soltado la pierna del cobarde, quien yacía en el suelo. Por la sangre que brotaba de sus sienes, se notaba que había recibido un fuerte golpe en la cabeza; al alcanzarlo, él estaba tan asustado que no vio una raíz que sobresalía del suelo, tropezando con ella y cayendo de cabeza sobre una afilada roca. Ella no tuvo que hacer nada, el bosque mismo se encargó de cobrar venganza. Por eso sabía que su actuar era correcto.
Akanke
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
El conejo al parecer se encontraba bien, pero quizás no se movía por alguna razón, ya fuese una pata rota o simplemente miedo, cosas que desgraciadamente la magia no podía curar o al menos no la del joven elfo en ese preciso momento. Pero el conejo paso a segundo plano en cuanto noto que no estaba solo, repentinamente y sin previo aviso, un humanoide con tentáculos en el rostro apareció cerca de donde se encontraba el elfo. Este ser caminaba sin mayores preocupaciones por el lugar, e incluso creyó oír que decía algo, pero por desgracia no alcanzo a entender del todo que había dicho este ser.
¿Humanoide con forma de animal? ¿Será un hombre bestia? No recuerdo nunca haber escuchado sobre alguno que tuviese un aspecto similar... Pero tampoco voy a decir que conozco mucho sobre ellos. Pensó el peliblanco mientras observaba a este nuevo sujeto y lentamente se paraba del lugar, dejando al conejo para que se las arreglase en escapar del lugar, el ya había hecho lo máximo que podía.
Y fue en ese preciso momento en que se estaba parando, que escucho otra voz mas, pero de una dirección distinta, se volteo para verla y casi se cae hacia atrás al ver la escena. Una mujer arrastrando un cadáver de un humano, o al menos eso parecía, ya que era una mujer de la cintura para arriba, pero la otra mitad era la de un caballo, para rematar, tenia un tono de piel bastante oscuro, algo que nunca había observado en el pasado en Sandorai. Esta si que parece mas a un ho0mbre bestia de los que e escuchado... creo, pensó el elfo, al menos cumplía con la idea básica de un hombre bestia, como humanos pero con rasgos de animales.
-¿Quién eres?- Pregunto la mujer mientras miraba al elfo, y repitió la pregunta hacia la otra persona, mientras soltaba la pierna del cadáver y afirmaba fuertemente un arma en sus manos, su mirada le dio a entender de que no estaba contenta por encontrar a otros en este lugar, mostraba una seriedad que puso nervioso a Alinthor. Entonces empezó a mover la cola con fuerza y dio un golpe seco en la tierra con una de sus patas, -¿Quiénes son?- Esta vez el tono de voz fue bastante mas duro, ¿Quién me mando a meterme en esto...? Tiene cara de que no le importaría agregar otro cadáver mas al lugar fue el pensamiento que le cruzo en la mente al joven elfo, mientras sentía como el miedo le llegaba de a poco, el no era ningún guerrero ni nada parecido, y con solo ver a la mujer caballo, entendía que esta si que estaba preparada para pelear, muy preparada...
-Yo...- La voz del elfo temblaba un poco, la sorpresa de encontrarse con alguien tan enfadado le hacia sentir que su corazón se salía por su boca -Me llamo Alinthor, un elfo...- en ese momento ya su mente estaba paranoica, miraba fijamente a la otra persona armada y aun sentía como le temblaba un poco el cuerpo -Solo oí un grito y vine a ver que pasaba...- y luego apuntando hacia el conejo que estaba aun en el lugar donde lo había dejado, le apunto sin quitarle la vista a la centauro -Le cure... Nada más... No me mates por favor- en esas ultimas palabras, dio involuntariamente un paso hacia atrás, realmente el ver los cadáveres no le daba tanto miedo como ver a quien los convirtió en tales...
¿Humanoide con forma de animal? ¿Será un hombre bestia? No recuerdo nunca haber escuchado sobre alguno que tuviese un aspecto similar... Pero tampoco voy a decir que conozco mucho sobre ellos. Pensó el peliblanco mientras observaba a este nuevo sujeto y lentamente se paraba del lugar, dejando al conejo para que se las arreglase en escapar del lugar, el ya había hecho lo máximo que podía.
Y fue en ese preciso momento en que se estaba parando, que escucho otra voz mas, pero de una dirección distinta, se volteo para verla y casi se cae hacia atrás al ver la escena. Una mujer arrastrando un cadáver de un humano, o al menos eso parecía, ya que era una mujer de la cintura para arriba, pero la otra mitad era la de un caballo, para rematar, tenia un tono de piel bastante oscuro, algo que nunca había observado en el pasado en Sandorai. Esta si que parece mas a un ho0mbre bestia de los que e escuchado... creo, pensó el elfo, al menos cumplía con la idea básica de un hombre bestia, como humanos pero con rasgos de animales.
-¿Quién eres?- Pregunto la mujer mientras miraba al elfo, y repitió la pregunta hacia la otra persona, mientras soltaba la pierna del cadáver y afirmaba fuertemente un arma en sus manos, su mirada le dio a entender de que no estaba contenta por encontrar a otros en este lugar, mostraba una seriedad que puso nervioso a Alinthor. Entonces empezó a mover la cola con fuerza y dio un golpe seco en la tierra con una de sus patas, -¿Quiénes son?- Esta vez el tono de voz fue bastante mas duro, ¿Quién me mando a meterme en esto...? Tiene cara de que no le importaría agregar otro cadáver mas al lugar fue el pensamiento que le cruzo en la mente al joven elfo, mientras sentía como el miedo le llegaba de a poco, el no era ningún guerrero ni nada parecido, y con solo ver a la mujer caballo, entendía que esta si que estaba preparada para pelear, muy preparada...
-Yo...- La voz del elfo temblaba un poco, la sorpresa de encontrarse con alguien tan enfadado le hacia sentir que su corazón se salía por su boca -Me llamo Alinthor, un elfo...- en ese momento ya su mente estaba paranoica, miraba fijamente a la otra persona armada y aun sentía como le temblaba un poco el cuerpo -Solo oí un grito y vine a ver que pasaba...- y luego apuntando hacia el conejo que estaba aun en el lugar donde lo había dejado, le apunto sin quitarle la vista a la centauro -Le cure... Nada más... No me mates por favor- en esas ultimas palabras, dio involuntariamente un paso hacia atrás, realmente el ver los cadáveres no le daba tanto miedo como ver a quien los convirtió en tales...
Alinthor
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
La mujer salvaje hizo la pregunta que el Capitán Werner tanto esperaba que hiciera. Era un extraño (dos extraños si tenía en cuenta al pequeño elfo) en un territorio donde no le pertenecía. Un lugar en el que los cadáveres de los cazadores, que en vida fueron los más osados, eran colgados boca bajo de la rama de los árboles. Si en verdad pretendía que la mujer le ignorase mientras observaba cada uno de sus movimientos, estaba cometiendo un error. Un error que, de no haber sido porque compartían la misma raza, tal vez hubiera pagado con la muerte o algo peor. El elfo tampoco tenía nada que temer. En comparación con los cazadores, a la mujer salvaje le debió parecer que el elfo era una pequeña criatura curiosa e inofensiva, como un ratón o una hormiga. Al menos, al Capitán Werner, así se lo parecía. Si este fuera el Promesa Enardecida y acabase de descubrir que el intrépido y escurridizo polizón era en realidad un asustadizo elfo peliblanco, podía estar seguro de que no recibiría el mismo castigo que recibían los polizontes de verdad; aquellos que buscan hacer mal al navío en lugar de buscar aventuras piratas.
Dejó que el elfo contestase primero a la pregunta de quién era. El Capitán no tenía ninguna prisa por contestar, todo lo contrario. Contra más hablasen los demás, menos tendría que decir él.
Alinthor, así se llamaba el elfo peliblanco, no dijo nada nuevo ni interesante que el Capitán no había deducido por sí mismo: Era un elfo y había llegado para intentar, inútilmente, sanar a los cadáveres de los hombres y ayudar a escapar a los conejos. Si al menos hubiera dicho su apellido, tal vez hubiera podido saber de qué estirpe provenía. El viejo pirata había conocido muchos elfos a lo largo de su vida. Con algunos de ellos había entablado buenas amistades y con otros, grandes enemistades. Conocía muchos nombres, clanes y familias. Con solo un apellido podría haber deducido más sobre la vida de Alinthor. Un apellido bastaba para resolver el rompecabezas que era su vida.
Y es que el Capitán no podía evitar pensar en la vida de quienes se encontraba como pequeños rompecabezas que tenía la necesidad de resolverlos con las escases pistas que podría encontrar por su modo de habla y sus comportamientos.
La mujer salvaje no quedaba atrás y Alfred también la estuvo observando mientras pequeños caladas a su pipa de ébano e iba bufando círculos de humo de color gris blanquecino. Aunque, de ella no tenía un nombre, no todavía, podía estudiar su comportamiento. Éste, se podía resumir con una única palabra: “Salvaje”. La misma palabra que al Capitán Werner le habían dicho decenas de veces en el puerto de Lunargenta por sus características animales.
-Puedes estar tranquilo, Alinthor, no creo que nuestra amiga te vaya a hacer daño. No te lo tomes a mal, pero no eres rival para ella.- La última frase la dijo mirando a la mujer bestia- ¿Tengo razón?-
Se quitó el sombrero que le caracterizaba como capitán pirata y lo dejó a un lado de dónde estaba sentado. Luego, se quitó la gabardina negra, la dobló y la dejó debajo del sombrero. De esta forma, tanto la mujer bestia como Alinthor podían verle como realmente era: Un viejo pirata, con un millar de cicatrices en el cuerpo y un aspecto que era mezcla entre hombre, calamar y cangrejo. ¿Capitán pirata? Aquello era lo que dirían las personas que no tenían ojos para ver más allá de su sombrero y su espada.
-Soy lo que estáis viendo,- Abrió los brazos en forma de cruz. - lo que ha hecho de mí el mar- “y los restos de un amor por siempre olvidado”. Esto último, lo pensó, pero no lo dijo en voz alta. –Capitán Alfred Werner.-
Dejó que el elfo contestase primero a la pregunta de quién era. El Capitán no tenía ninguna prisa por contestar, todo lo contrario. Contra más hablasen los demás, menos tendría que decir él.
Alinthor, así se llamaba el elfo peliblanco, no dijo nada nuevo ni interesante que el Capitán no había deducido por sí mismo: Era un elfo y había llegado para intentar, inútilmente, sanar a los cadáveres de los hombres y ayudar a escapar a los conejos. Si al menos hubiera dicho su apellido, tal vez hubiera podido saber de qué estirpe provenía. El viejo pirata había conocido muchos elfos a lo largo de su vida. Con algunos de ellos había entablado buenas amistades y con otros, grandes enemistades. Conocía muchos nombres, clanes y familias. Con solo un apellido podría haber deducido más sobre la vida de Alinthor. Un apellido bastaba para resolver el rompecabezas que era su vida.
Y es que el Capitán no podía evitar pensar en la vida de quienes se encontraba como pequeños rompecabezas que tenía la necesidad de resolverlos con las escases pistas que podría encontrar por su modo de habla y sus comportamientos.
La mujer salvaje no quedaba atrás y Alfred también la estuvo observando mientras pequeños caladas a su pipa de ébano e iba bufando círculos de humo de color gris blanquecino. Aunque, de ella no tenía un nombre, no todavía, podía estudiar su comportamiento. Éste, se podía resumir con una única palabra: “Salvaje”. La misma palabra que al Capitán Werner le habían dicho decenas de veces en el puerto de Lunargenta por sus características animales.
-Puedes estar tranquilo, Alinthor, no creo que nuestra amiga te vaya a hacer daño. No te lo tomes a mal, pero no eres rival para ella.- La última frase la dijo mirando a la mujer bestia- ¿Tengo razón?-
Se quitó el sombrero que le caracterizaba como capitán pirata y lo dejó a un lado de dónde estaba sentado. Luego, se quitó la gabardina negra, la dobló y la dejó debajo del sombrero. De esta forma, tanto la mujer bestia como Alinthor podían verle como realmente era: Un viejo pirata, con un millar de cicatrices en el cuerpo y un aspecto que era mezcla entre hombre, calamar y cangrejo. ¿Capitán pirata? Aquello era lo que dirían las personas que no tenían ojos para ver más allá de su sombrero y su espada.
-Soy lo que estáis viendo,- Abrió los brazos en forma de cruz. - lo que ha hecho de mí el mar- “y los restos de un amor por siempre olvidado”. Esto último, lo pensó, pero no lo dijo en voz alta. –Capitán Alfred Werner.-
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Akanke los miró con detenimiento. El pequeño elfo era como aquel conejo a quien el miedo había paralizado; pequeño y frágil. Era cierto lo que decía el hombre de los tentáculos; aquel niño no era rival para ella. O más bien, ella no se convertiría en un rival para él, no se atrevería a lastimar a un ser que apreciaba y cuidaba la vida. Todo lo contrario, se dedicaría a cuidarlo. Era su misma delicadeza y fragilidad que hacían sentir a Akanke que seres así debían ser cuidados y tratados como si fueran el más fino cristal
No así el otro hombre. Este tenía cosas en su cara que se movían, como con vida propia. Una mirada dura, de esas que demuestran haberlo visto casi todo. No le generaba mayor desconfianza, pero sí un poco de asco su aroma a pescado rancio. Levantó su báculo y con cuidado tomó uno de los tentáculos del Capitán para levantarlo. Lo miró frunciendo el ceño y lo soltó con la misma parsimonia con que lo había levantado. -Eres del mar- le dijo al que se hacía llamar Capitán Werner.
No supo qué más decir, aunque hubiese querido hablar, simplemente no llegaron más palabras a su mente. Era claro que ninguno de ellos la buscaba o tenían asuntos con ella, así que lo mejor era segur cada quien su camino. Se inclinó y tomó el cadaver del hombre que tenía a sus pies por una pierna y avanzó unos pasos, pero se detuvo. Giró un poco la cabeza y, mirando de reojo al pequeño elfo, le dijo con una voz que sonó muy distinta a la anterior, una voz dulce y suave -Podemos enterrar los conejos y los venados si quieres- guardó silencio unos intantes -Tengo que terminar esto y volveré para hacerlo- dijo amarrando el báculo a su espalda para tener las manos libres y poder llevar a rrastras los otros dos cadáveres.
No así el otro hombre. Este tenía cosas en su cara que se movían, como con vida propia. Una mirada dura, de esas que demuestran haberlo visto casi todo. No le generaba mayor desconfianza, pero sí un poco de asco su aroma a pescado rancio. Levantó su báculo y con cuidado tomó uno de los tentáculos del Capitán para levantarlo. Lo miró frunciendo el ceño y lo soltó con la misma parsimonia con que lo había levantado. -Eres del mar- le dijo al que se hacía llamar Capitán Werner.
No supo qué más decir, aunque hubiese querido hablar, simplemente no llegaron más palabras a su mente. Era claro que ninguno de ellos la buscaba o tenían asuntos con ella, así que lo mejor era segur cada quien su camino. Se inclinó y tomó el cadaver del hombre que tenía a sus pies por una pierna y avanzó unos pasos, pero se detuvo. Giró un poco la cabeza y, mirando de reojo al pequeño elfo, le dijo con una voz que sonó muy distinta a la anterior, una voz dulce y suave -Podemos enterrar los conejos y los venados si quieres- guardó silencio unos intantes -Tengo que terminar esto y volveré para hacerlo- dijo amarrando el báculo a su espalda para tener las manos libres y poder llevar a rrastras los otros dos cadáveres.
Akanke
Sacerdotisa del Templo de los Monos
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Tras las palabras del hombre con tentáculos en la cara, el joven elfo lejos de sentirse ofendido, se sintió un poco mas aliviado, pero aun así no se sentía del todo tranquilo viendo a la fuerte mujer y los cadáveres... Solo podía sentir un escalofrío al pensar que el podría haber terminado tan mal como aquellos hombres si hubiese llegado a ser malinterpretado y atacado por aquella persona.
Luego el pequeño espectáculo que se mando el supuesto capitán, fue bastante llamativo, entendía que se quitase el sombrero para presentarse, pero en cuanto se quito la gabardina, dejando expuesto su cuerpo lleno de cicatrices y una especie de mezcla entre criaturas marinas, dejo atónito al elfo por un momento, mientras le observaba y aunque pudo notar la espada en su cintura, esta paso a ser algo casi sin importancia Que criatura mas extravagante, juraría que incluso su barba se mueve por voluntad propia... Pensaba el elfo, aun sin poder decir si eso era realmente un hombre bestia o otra raza extraña, ya que era algo totalmente fuera de lo común.
Su nombre, Capitán Alfred Werner no significaba mucho para Alinthor, tan solo que estaba relacionado con el mar y que posiblemente fuese un pirata por la vestimenta, pero tampoco es que pudiese asegurarlo, puesto que su conocimiento de los mares era bastante pobre a decir verdad. Aunque si o si debía de dar crédito de algo el elfo, esa criatura tenia una personalidad bastante llamativa al parecer.
Luego vio como la mujer se le acercaba a este ser extravagante para levantar un tentáculo de la barba con el báculo, ya esperaba el peliblanco que en cualquier momento empezase una nueva pelea, pero sorpresivamente, nada paso, tan solo un comentario con un rostro un tanto de desagrado por parte de la centauro para luego apartarse nuevamente.
La mujer bestia tomo al cadáver nuevamente de la pierna y avanzo unos pasos, pero luego se detuvo para decirle al elfo de una manera bastante mas suave que la anterior -Podemos enterrar a los conejos y venados si quieres- y tras un momento de silencio continuo -Tengo que terminar esto y vuelvo- y se amarro el báculo a la espalda.
Por un momento dudo en preguntar que haría con los cadáveres de los humanos, pero tras pensarlo un poco, prefirió no hacer tal pregunta, aunque ahora hubiese sonado más suave, esos cadáveres eran una muestra clara de que aquella mujer no era alguien tan suave, así que por el momento preferiría andarse con cuidado.
-Esta bien... preparare el lugar para enterrarlos...- Dijo con un poco de dudas, no esperaba tal forma de actuar realmente, pero aun así la costumbre le decía que los cadáveres debían ser enterrados debajo de un árbol, aunque este era un caso muy especial para el joven religioso, ya que no eran elfos, no tenían un árbol familiar ni había razón real para hacer algún rito funerario por estos animales mas haya del entierro... Esta idea le causaba un poco de desaire, pero aun así sentía que lo correcto era enterrar los cadáveres bajo un árbol, incluso los de esos humanos que se estaba llevando la centauro, aunque ese tema lo intentaría tocar después.
Miro el lugar, donde y con que poder hacer los agujeros, pero aparte de tomar alguna roca o rama, no se imaginaba como hacer tal cosa... Y miro al hombre del mar, el Capitán Werner, para preguntarle -Ehhh... ¿Me podría ayudar por favor...? No se si pueda hacer agujeros profundos yo solo...- Los cadáveres de los conejos no parecían un problema, pero los ciervos ciertamente serian un trabajo mas complicado para el pequeño elfo... Una de las desventajas de crecer lento.
Luego el pequeño espectáculo que se mando el supuesto capitán, fue bastante llamativo, entendía que se quitase el sombrero para presentarse, pero en cuanto se quito la gabardina, dejando expuesto su cuerpo lleno de cicatrices y una especie de mezcla entre criaturas marinas, dejo atónito al elfo por un momento, mientras le observaba y aunque pudo notar la espada en su cintura, esta paso a ser algo casi sin importancia Que criatura mas extravagante, juraría que incluso su barba se mueve por voluntad propia... Pensaba el elfo, aun sin poder decir si eso era realmente un hombre bestia o otra raza extraña, ya que era algo totalmente fuera de lo común.
Su nombre, Capitán Alfred Werner no significaba mucho para Alinthor, tan solo que estaba relacionado con el mar y que posiblemente fuese un pirata por la vestimenta, pero tampoco es que pudiese asegurarlo, puesto que su conocimiento de los mares era bastante pobre a decir verdad. Aunque si o si debía de dar crédito de algo el elfo, esa criatura tenia una personalidad bastante llamativa al parecer.
Luego vio como la mujer se le acercaba a este ser extravagante para levantar un tentáculo de la barba con el báculo, ya esperaba el peliblanco que en cualquier momento empezase una nueva pelea, pero sorpresivamente, nada paso, tan solo un comentario con un rostro un tanto de desagrado por parte de la centauro para luego apartarse nuevamente.
La mujer bestia tomo al cadáver nuevamente de la pierna y avanzo unos pasos, pero luego se detuvo para decirle al elfo de una manera bastante mas suave que la anterior -Podemos enterrar a los conejos y venados si quieres- y tras un momento de silencio continuo -Tengo que terminar esto y vuelvo- y se amarro el báculo a la espalda.
Por un momento dudo en preguntar que haría con los cadáveres de los humanos, pero tras pensarlo un poco, prefirió no hacer tal pregunta, aunque ahora hubiese sonado más suave, esos cadáveres eran una muestra clara de que aquella mujer no era alguien tan suave, así que por el momento preferiría andarse con cuidado.
-Esta bien... preparare el lugar para enterrarlos...- Dijo con un poco de dudas, no esperaba tal forma de actuar realmente, pero aun así la costumbre le decía que los cadáveres debían ser enterrados debajo de un árbol, aunque este era un caso muy especial para el joven religioso, ya que no eran elfos, no tenían un árbol familiar ni había razón real para hacer algún rito funerario por estos animales mas haya del entierro... Esta idea le causaba un poco de desaire, pero aun así sentía que lo correcto era enterrar los cadáveres bajo un árbol, incluso los de esos humanos que se estaba llevando la centauro, aunque ese tema lo intentaría tocar después.
Miro el lugar, donde y con que poder hacer los agujeros, pero aparte de tomar alguna roca o rama, no se imaginaba como hacer tal cosa... Y miro al hombre del mar, el Capitán Werner, para preguntarle -Ehhh... ¿Me podría ayudar por favor...? No se si pueda hacer agujeros profundos yo solo...- Los cadáveres de los conejos no parecían un problema, pero los ciervos ciertamente serian un trabajo mas complicado para el pequeño elfo... Una de las desventajas de crecer lento.
Alinthor
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
El Capitán Werner giró la cabeza en un gesto de molestia y desagrado en cuanto la punta del báculo de la muchacha le rozó los tentáculos de su barba. ¿Tan extraño le parecía ver a un hombre calamar? Gran parte del cuerpo de la mujer tenía la forma de un caballo y no por ello se le subió encima de la espalda con la intención de cabalgarla. Ella, mejor que el pequeño elfo, debería comprender cuan molesto era que a uno se le señalase por su aspecto físico. El Capitán, hace tiempo, conoció a humanos tan crueles que serían capaces de esclavizar a la joven y usarla como bestia de arado. No sería el primer hombre bestia en tales condiciones. Y es que, los humanos eran así: Unos necios que tan solo luchaban por sus propios intereses. ¿Aquella mujer habría tratado alguna vez con algún humano que no acabase colgado bocabajo de un árbol? No, seguro que no. De haberlo hecho, podría empatizar, aunque fuera en pequeña medida, con los tentáculos del Capitán.
Alinthor era muy diferente a su compañera salvaje. Él también le estaba observando de la misma y molesta manera cómo lo hacía la centaura. Sin embargo, era mucho más educado. No dijo palabra alguna referida al Capitán. Ni siquiera para repetir las palabras “del mar” como la mujer lo hizo. Observó, se sumergió en sus pensamientos y callo. ¿Qué estaría pensando? Era más agradable preguntarse por las muchas ideas y fantasías que podrían estar pasando por la mente de un joven elfo que pensar sobre los muchos métodos de asesinato que la centaura cometió contra los humanos antes de colgarlos de los árboles. De nuevo, ¿qué estaría pensando el pequeño elfo? Seguramente, en los muchos abordajes, naufragios y motines por los cuales el Capitán había tenido que pasar para ganarse tales cicatrices. En sus ojos, creyó ver cierta dosis de admiración mezclado por el pavor. ¿Tenía miedo? Esperaba que sí. Los piratas eran unas personas a las cuales era mejor tenerles miedo.
La mujer bestia, la cual seguía sin presentarse, propuso la idea de enterrar los cadáveres de los animales. Ya era hora, por fin mostraba una pizca de empatía hacia las creencias del joven elfo. El Capitán Werner se la agradeció con un movimiento afirmativo. Con ese simple gesto, le estaba mostrando a la centaura lo agradecido que estaba. De acuerdo, a él le podía mirar de mala manera y molestarle con la punta del báculo tantas veces como quisiera. Pero, al pequeño elfo, no se le debía molestar. Él parecía demasiado bueno e inocente como para tener que soportar a una mujer salvaje que no sabía tratar con otras personas.
Apoyando la pinza de su brazo derecho en el suelo para tomar impulso, el Capitán se levantó de la roca en la que estaba sentado. Era irónico ponerse a cavar en su tiempo de descanso después de haber estado horas. Lejos de rechazar la oferta, simplemente, mostró una pequeña sonrisa y aceptó el trabajo de buen agrado.
-No te preocupes, te ayudaré en lo que haga falta.- al hablar fue cuando se notó que estaba realmente cansado. – Ha sido mucha casualidad que os he encontrado después de enterrar mis cofres del tesoro- río suavemente por la pequeña broma que acababa de hacer a la vez que mostraba la pala que había traído en su viaje.
Decirles la verdad: que había pasado toda la mañana buscando un pequeño cofre de madera donde guardaba la única prueba que quedaba de su difunto amor; era una auténtica estupidez. Tanto la mujer, la cual todavía no se había presentado, como Alinthor, eran completos desconocidos. No eran malas personas, se notaba que no lo eran. Aun así, el Capitán Werner prefirió esconder su secreto en una mala broma.
-Vosotros conocéis la tierra mejor que yo, elegid el lugar que os parezca más apropiado-.
Offrol: Perdonandme la demora. he estado de trabajos de la universidad hasta el cuello. Se lo dije a Akanke por wasap (más mona ella) pero se me olvidó comentarlo por aquí. Si vuelvo a tardar, mandadme un mp o algo porque sí es por mí mismo no me voy a enterar T.T
Alinthor era muy diferente a su compañera salvaje. Él también le estaba observando de la misma y molesta manera cómo lo hacía la centaura. Sin embargo, era mucho más educado. No dijo palabra alguna referida al Capitán. Ni siquiera para repetir las palabras “del mar” como la mujer lo hizo. Observó, se sumergió en sus pensamientos y callo. ¿Qué estaría pensando? Era más agradable preguntarse por las muchas ideas y fantasías que podrían estar pasando por la mente de un joven elfo que pensar sobre los muchos métodos de asesinato que la centaura cometió contra los humanos antes de colgarlos de los árboles. De nuevo, ¿qué estaría pensando el pequeño elfo? Seguramente, en los muchos abordajes, naufragios y motines por los cuales el Capitán había tenido que pasar para ganarse tales cicatrices. En sus ojos, creyó ver cierta dosis de admiración mezclado por el pavor. ¿Tenía miedo? Esperaba que sí. Los piratas eran unas personas a las cuales era mejor tenerles miedo.
La mujer bestia, la cual seguía sin presentarse, propuso la idea de enterrar los cadáveres de los animales. Ya era hora, por fin mostraba una pizca de empatía hacia las creencias del joven elfo. El Capitán Werner se la agradeció con un movimiento afirmativo. Con ese simple gesto, le estaba mostrando a la centaura lo agradecido que estaba. De acuerdo, a él le podía mirar de mala manera y molestarle con la punta del báculo tantas veces como quisiera. Pero, al pequeño elfo, no se le debía molestar. Él parecía demasiado bueno e inocente como para tener que soportar a una mujer salvaje que no sabía tratar con otras personas.
Apoyando la pinza de su brazo derecho en el suelo para tomar impulso, el Capitán se levantó de la roca en la que estaba sentado. Era irónico ponerse a cavar en su tiempo de descanso después de haber estado horas. Lejos de rechazar la oferta, simplemente, mostró una pequeña sonrisa y aceptó el trabajo de buen agrado.
-No te preocupes, te ayudaré en lo que haga falta.- al hablar fue cuando se notó que estaba realmente cansado. – Ha sido mucha casualidad que os he encontrado después de enterrar mis cofres del tesoro- río suavemente por la pequeña broma que acababa de hacer a la vez que mostraba la pala que había traído en su viaje.
Decirles la verdad: que había pasado toda la mañana buscando un pequeño cofre de madera donde guardaba la única prueba que quedaba de su difunto amor; era una auténtica estupidez. Tanto la mujer, la cual todavía no se había presentado, como Alinthor, eran completos desconocidos. No eran malas personas, se notaba que no lo eran. Aun así, el Capitán Werner prefirió esconder su secreto en una mala broma.
-Vosotros conocéis la tierra mejor que yo, elegid el lugar que os parezca más apropiado-.
Offrol: Perdonandme la demora. he estado de trabajos de la universidad hasta el cuello. Se lo dije a Akanke por wasap (más mona ella) pero se me olvidó comentarlo por aquí. Si vuelvo a tardar, mandadme un mp o algo porque sí es por mí mismo no me voy a enterar T.T
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Le dedicó una sonrisa al pequeño elfo. Bueno, quien la viera se daría cuenta de que era una más bien una mueca rápida en la que levantaba la comisura de los labios, sin enseñar los dientes. Lo único que delataba la sonrisa, era la mirada de la centáuride, la cual se había suavizado. De hecho, era una mirada llena de calidez. -Yo soy Akanke- dijo antes de marcharse, mirando al elfo y al Capitán, a quien tampoco miraba ya con dureza. A pesar de la desconfianza que ella sentía, ellos no le hacían sentir en peligro.
Arrastró los tres cadáveres lejos de los ojos del elfo y del Capitán por el camino que daba a la salida del bosque. Ató a cada uno de los hombres por sus cuellos a una cuerda diferente, por uno de sus extremos, mientras que el otro lo lanzaba a una rama alta de algún árbol que se víera lo bastante fuerte como para soportar el peso.
Los tres cadáveres colgaban ahora, con sus arcos y flechas para demostrar que eran cazadores, como señal de que aquel bosque estaba protegido contra todo aquel que se aventurara a entrar para herirlo. Ella no trataría con piedad o clemencia a aquel que osara lastimar al bosque.
Una vez cumplida su tarea, regresó junto al pequeño elfo y al Capitán, quienes se encontraban de lleno en la labor de cavar hoyos en la tierra para enterrar a los conejos y venados.
Arrastró los tres cadáveres lejos de los ojos del elfo y del Capitán por el camino que daba a la salida del bosque. Ató a cada uno de los hombres por sus cuellos a una cuerda diferente, por uno de sus extremos, mientras que el otro lo lanzaba a una rama alta de algún árbol que se víera lo bastante fuerte como para soportar el peso.
Los tres cadáveres colgaban ahora, con sus arcos y flechas para demostrar que eran cazadores, como señal de que aquel bosque estaba protegido contra todo aquel que se aventurara a entrar para herirlo. Ella no trataría con piedad o clemencia a aquel que osara lastimar al bosque.
Una vez cumplida su tarea, regresó junto al pequeño elfo y al Capitán, quienes se encontraban de lleno en la labor de cavar hoyos en la tierra para enterrar a los conejos y venados.
Akanke
Sacerdotisa del Templo de los Monos
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
El Capitán Werner echó la vista atrás en dirección a la centaura. Iba a ser un vistazo rápido de cortesía, una respuesta a la frase de presentación de la chica, sin embargo, Alfred clavó la pala a un lado del agujero y se quedó observando la ligera sonrisa de Akanke. Minutos antes de esa mueca, hubiera jurado que la chica sería mucho más mayor: No más mayor de treinta años, pero tampoco menos de veinte. Sin embargo, con ese pequeño gesto, parecía una adolescente. El Capitán tuvo la sensación de estar viendo a una niña criada por los árboles y los animales del bosque. La imagen de una mujer salvaje la había dejado atrás. Alguien con esa sonrisa no podía ser una salvaje. ¿O quizás sí? Era posible que Akanke fuera como el mar: una tranquila sonrisa cuando estaba en calma y un torbellino de violencia cuando estaba de mal humor. Incluso en lo segundo, la chica podría llegar a mostrar la misma belleza y juventud que mostraba con su sonrisa. Alfred lo imaginó y le devolvió a la chica una sonrisa similar: ligera y sin enseñar los dientes.
Cuando Akanke regresó lo hizo sin los cadáveres que se llevó arrastras. El Capitán supuso que los habría colgado encima de las ramas de los árboles. Eso sería lo más lógico. Cuanto entró al bosque se fijó que había unos pocos cuerpos colgando de algunos árboles. En un primer momento, no les prestó atención. Pensó que era un ajuste de cuentas (problema de otro) o unos infelices que habían tomado la decisión de acabar con sus vidas en la soga. Jamás hubiera imaginado que una chica con torso de mujer y piernas de a saber qué animal cuadrúpedo había matado a esos tipos por proteger su bosque (en su violencia también hay belleza).
La vida en el bosque no era tan diferente a como lo era en el mar. Mientras Akanke cuelga a sus víctimas en las ramas más altas de los árboles de la entrada del bosque para atemorizar a los cazadores que se atrevieran a entrar, el Capitán Werner echaba por la borda a algunos de sus prisioneros para hacer hablar a los demás. Bajó de la barba de tentáculos, Alfred volvió al sonreír al pensar en ambas similitudes. Esta vez, lo hizo sin dejar de cavar. Un día de hacía casi diez años, Goldie dijo algo parecido a lo que el Capitán pensaba. Dijo que el mar eran como los negocios de su padre: fríos e impetuosos; si tenía que sobrevivir a ellos debía de usar el terror como arma contra sus enemigos y, atemorizada, Goldie lloraba a los pies de su padre cada vez que le veía tomar, lo que ella llamaba, “una mala decisión”. Alfred sabía lo que quería decir: Colgar unos cazadores en los árboles y echar a unos tipejos por la borda eran malas decisiones. Goldie continuaba diciendo que, al igual que el mar, su padre también traía cosas buenas: la protegía, la cuidaba y le sonreía. Al igual que el mar, merecía la pena tratar con él.
Goldie se equivocó; su padre no era cómo el mar. Si lo fuera, él no la hubiera matado ni estaría echando al Capitán de su propia casa. El mar era como Akanke y el bosque: hermosos y violentos por partes iguales.
-Creo que ya son lo suficientemente profundos,- echó la pala a un lado fuera del agujero-trae esos animales y lo comprobaremos-.
Apoyó su pinza en la tierra para coger impulso y salió del agujero casi sin dificultad. Lo reconocía no era tan flexible como cuando era joven y sus no tenía tanta fuerza como antes, pero tampoco era ningún viejo incapacitado. Bajo su tosca piel de calamar y su exoesqueleto de cangrejo, todavía quedaba la vitalidad de un adolescente.
Este es tu bosque- hizo una pequeña reverencia hacia Akanke, - debes de hacer tus los honores y darles paz a estos animales-.
Cuando Akanke regresó lo hizo sin los cadáveres que se llevó arrastras. El Capitán supuso que los habría colgado encima de las ramas de los árboles. Eso sería lo más lógico. Cuanto entró al bosque se fijó que había unos pocos cuerpos colgando de algunos árboles. En un primer momento, no les prestó atención. Pensó que era un ajuste de cuentas (problema de otro) o unos infelices que habían tomado la decisión de acabar con sus vidas en la soga. Jamás hubiera imaginado que una chica con torso de mujer y piernas de a saber qué animal cuadrúpedo había matado a esos tipos por proteger su bosque (en su violencia también hay belleza).
La vida en el bosque no era tan diferente a como lo era en el mar. Mientras Akanke cuelga a sus víctimas en las ramas más altas de los árboles de la entrada del bosque para atemorizar a los cazadores que se atrevieran a entrar, el Capitán Werner echaba por la borda a algunos de sus prisioneros para hacer hablar a los demás. Bajó de la barba de tentáculos, Alfred volvió al sonreír al pensar en ambas similitudes. Esta vez, lo hizo sin dejar de cavar. Un día de hacía casi diez años, Goldie dijo algo parecido a lo que el Capitán pensaba. Dijo que el mar eran como los negocios de su padre: fríos e impetuosos; si tenía que sobrevivir a ellos debía de usar el terror como arma contra sus enemigos y, atemorizada, Goldie lloraba a los pies de su padre cada vez que le veía tomar, lo que ella llamaba, “una mala decisión”. Alfred sabía lo que quería decir: Colgar unos cazadores en los árboles y echar a unos tipejos por la borda eran malas decisiones. Goldie continuaba diciendo que, al igual que el mar, su padre también traía cosas buenas: la protegía, la cuidaba y le sonreía. Al igual que el mar, merecía la pena tratar con él.
Goldie se equivocó; su padre no era cómo el mar. Si lo fuera, él no la hubiera matado ni estaría echando al Capitán de su propia casa. El mar era como Akanke y el bosque: hermosos y violentos por partes iguales.
-Creo que ya son lo suficientemente profundos,- echó la pala a un lado fuera del agujero-trae esos animales y lo comprobaremos-.
Apoyó su pinza en la tierra para coger impulso y salió del agujero casi sin dificultad. Lo reconocía no era tan flexible como cuando era joven y sus no tenía tanta fuerza como antes, pero tampoco era ningún viejo incapacitado. Bajo su tosca piel de calamar y su exoesqueleto de cangrejo, todavía quedaba la vitalidad de un adolescente.
Este es tu bosque- hizo una pequeña reverencia hacia Akanke, - debes de hacer tus los honores y darles paz a estos animales-.
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Akanke, con su semblante serio y lejano, miró al Capitán y asintió agradecida. Los agujeros eran profundos y lo suficientemente anchos como para dejar juntos los cuerpos. Con cuidado, tomó uno de los venados y lo depositó suavemente en su tumba. Cantaba en voz baja, casi en un susurro, una dulce canción de despedida en su lenguaje natal. Era una escena triste y tierna; Akanke, con toda su ornamenta, su torso desnudo y su rostro de redondas mejillas sosteniendo el cuerpo sin vida y mutilado del ciervo. Por su parte, ella tan solemne y conmovida como estaba, intentaba no llorar de tristeza, pues sabía que el alma de aquellos seres se encontraban en el bosque eterno, sin cazadores ni sufrimientos. Pero le dolía su innecesaria muerte, tan salvaje y brutal.
Uno a uno fue acomodando los cuerpos, dejando de cantar solamente cuando echaron la última pala de tierra sobre ellos. Por unos instantes, la centáuride guardó silencio, elevando sus oraciones a la diosa del bosque, para que recibiera a bien aquellos cuerpos y se nutriera e ellos. Luego miró al Capitán y le sonrió -Buen hombre de mar- le dijo en voz baja. Siguió mirándolo mientras meditaba un momento y luego le hizo un gesto con la mano, invitándolo a seguirla.
Avanzó frente a él en silencio aunque en su mente habían preguntas para el Capitán. Sentía curiosidad por sus tentáculos, quería saber para qué le servían, y qué hacía allí, tan lejos de las costas y de las olas del mar. Su aroma a sal era intenso, pero no reciente, haciéndola pensar que el hombre había estado lejos de su elemento por largo tiempo. El problema que la centáuride tenía, era que le daba vergüenza preguntar y que no sabía cómo, así que el silencio era en realidad porque intentaba encontrar las palabras en su escaso vocabulario.
No tardaron en llegar donde los cazadores habían alcanzado a descuerar algunos conejos y a los ciervos, allí estaban intactas las pieles, había que limpiarlas y tratarlas, pero estaban completas y ella sabía que tenían precio entre los hombres. A ella no le hacían falta y tampoco necesitaba dinero, así que creyó que al Capitán le servirían más -Tuyo- dijo señalando el alijo, esperando la reacción del hombre de mar.
Uno a uno fue acomodando los cuerpos, dejando de cantar solamente cuando echaron la última pala de tierra sobre ellos. Por unos instantes, la centáuride guardó silencio, elevando sus oraciones a la diosa del bosque, para que recibiera a bien aquellos cuerpos y se nutriera e ellos. Luego miró al Capitán y le sonrió -Buen hombre de mar- le dijo en voz baja. Siguió mirándolo mientras meditaba un momento y luego le hizo un gesto con la mano, invitándolo a seguirla.
Avanzó frente a él en silencio aunque en su mente habían preguntas para el Capitán. Sentía curiosidad por sus tentáculos, quería saber para qué le servían, y qué hacía allí, tan lejos de las costas y de las olas del mar. Su aroma a sal era intenso, pero no reciente, haciéndola pensar que el hombre había estado lejos de su elemento por largo tiempo. El problema que la centáuride tenía, era que le daba vergüenza preguntar y que no sabía cómo, así que el silencio era en realidad porque intentaba encontrar las palabras en su escaso vocabulario.
No tardaron en llegar donde los cazadores habían alcanzado a descuerar algunos conejos y a los ciervos, allí estaban intactas las pieles, había que limpiarlas y tratarlas, pero estaban completas y ella sabía que tenían precio entre los hombres. A ella no le hacían falta y tampoco necesitaba dinero, así que creyó que al Capitán le servirían más -Tuyo- dijo señalando el alijo, esperando la reacción del hombre de mar.
Akanke
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Levantó la cabeza y prestó atención a las cuatro palabras que dijo Akanke: “Buen hombre de mar”. Al contrario del Capitán, ella era una mujer de escasas palabras. No necesitaba recitar un poema para describir un sentimiento como tampoco necesitaba relatar durante horas un largo relato para dar vida a una historia. Su tono de voz y su presencia eran suficientes. El Capitán Werner se imaginó y creyó ver la historia de Akanke. La vio como una mujer solitaria y fiera. Una mujer que se hizo a sí misma después de haber afrontado peligros que, a pesar de no conocerlos, los podía describir con tres palabras: “Peligros de tierra”.
La muchacha se acercó a donde estaba el Capitán Werner. No dijo nada. Era una sensación extraña, pero no incómoda. Como si todo el bosque lo observase y le juzgase. ¿Había superado la prueba? La respuesta vino en una ligera brisa con perfume de rosas silvestres y madreselva procedente del cabello de Akanke. Si es que existía algún tipo de examen, lo había superado con creces. De haber suspendido, hubiera acabado como los infelices cazadores.
El Capitán desvío la mirada hacia su espalda y vio la sombra de los hombres que continuaban colgando de los árboles. La extraña y no incómoda sensación se hizo más presente. Estuvo a punto de decir unas palabras de cortesía, los tentáculos de su mano se quedaron flotando por encima del lomo de Akanke sin tocarla. Por un momento, tuvo miedo de romper el ambiente que los dos habían creado. Pensó que aquello era como estar mirando al mar de cara. Luego, comprendió que era una estupidez y dejó caer su mano izquierda en el lomo de la mujer y la acarició a la vez que dijo con un tono de voz lento y cansado:
-Tú también eres una buena mujer del bosque-.
Los dos fueron hacia los cadáveres de los hombres colgados en los árboles. Parecían estar flotando en el aire como si fueran nubes. El Capitán examinó los bolsillos primero con los tentáculos de la mano izquierda mientras que con los tentáculos de la barba se preparaba una pipa. Akanke hizo lo propio y se encargó de apropiarse de las riquezas de los otros hombres. Una actitud muy pirata.
-Gracias,- cogió con la pinza de su brazo derecho la bolsa de monedas que Akanke le pasó- pero deberías quedarte unas pocas.- miró a la mujer de arriba a abajo. - Fuera de tu mundo en los árboles hay otro más grande y podrido que se rige por la cantidad de aeros que alguien lleva en el bolsillo-. Abrió el saquito y sacó la mitad de las monedas- Algún día, el mundo más grande se comerá al tuyo y las necesitarás-.
Lo había visto ciento de veces: El pez grande se come al pequeño. El mundo grande y podrido, acaba con los mundos pequeños. ¿No es eso mismo lo que le hicieron a él y a los otros piratas? Tiempo atrás, le quemaron su barco, mataron a su prometida y arrasaron con sus sueños de vivir en el mar. Le convirtió en un borracho adicto a los juegos de dados. El mundo podrido le comió, le pudrió. Eso fue hacía unos años atrás. Tuvo suerte de salir de aquella vida de vicios y depresión. No quería que a Akanke le pasara igual.
“Es tan frágil…” irónicamente, pensó que la mujer era frágil sin apartar la vista de los hombres que ella había asesinado.
La muchacha se acercó a donde estaba el Capitán Werner. No dijo nada. Era una sensación extraña, pero no incómoda. Como si todo el bosque lo observase y le juzgase. ¿Había superado la prueba? La respuesta vino en una ligera brisa con perfume de rosas silvestres y madreselva procedente del cabello de Akanke. Si es que existía algún tipo de examen, lo había superado con creces. De haber suspendido, hubiera acabado como los infelices cazadores.
El Capitán desvío la mirada hacia su espalda y vio la sombra de los hombres que continuaban colgando de los árboles. La extraña y no incómoda sensación se hizo más presente. Estuvo a punto de decir unas palabras de cortesía, los tentáculos de su mano se quedaron flotando por encima del lomo de Akanke sin tocarla. Por un momento, tuvo miedo de romper el ambiente que los dos habían creado. Pensó que aquello era como estar mirando al mar de cara. Luego, comprendió que era una estupidez y dejó caer su mano izquierda en el lomo de la mujer y la acarició a la vez que dijo con un tono de voz lento y cansado:
-Tú también eres una buena mujer del bosque-.
Los dos fueron hacia los cadáveres de los hombres colgados en los árboles. Parecían estar flotando en el aire como si fueran nubes. El Capitán examinó los bolsillos primero con los tentáculos de la mano izquierda mientras que con los tentáculos de la barba se preparaba una pipa. Akanke hizo lo propio y se encargó de apropiarse de las riquezas de los otros hombres. Una actitud muy pirata.
-Gracias,- cogió con la pinza de su brazo derecho la bolsa de monedas que Akanke le pasó- pero deberías quedarte unas pocas.- miró a la mujer de arriba a abajo. - Fuera de tu mundo en los árboles hay otro más grande y podrido que se rige por la cantidad de aeros que alguien lleva en el bolsillo-. Abrió el saquito y sacó la mitad de las monedas- Algún día, el mundo más grande se comerá al tuyo y las necesitarás-.
Lo había visto ciento de veces: El pez grande se come al pequeño. El mundo grande y podrido, acaba con los mundos pequeños. ¿No es eso mismo lo que le hicieron a él y a los otros piratas? Tiempo atrás, le quemaron su barco, mataron a su prometida y arrasaron con sus sueños de vivir en el mar. Le convirtió en un borracho adicto a los juegos de dados. El mundo podrido le comió, le pudrió. Eso fue hacía unos años atrás. Tuvo suerte de salir de aquella vida de vicios y depresión. No quería que a Akanke le pasara igual.
“Es tan frágil…” irónicamente, pensó que la mujer era frágil sin apartar la vista de los hombres que ella había asesinado.
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
El Capitán le entregaba unas monedas y ella las miraba con extrañeza. Nunca había tenido de esas. Las conoció cuando la compraron en un horrible mercado lleno de criaturas tan variopintas como ella. A cambio de entregarla, el hombre que la había raptado de su aldea recibió una bolsa llena de esas monedas brillantes que hicieron sonreír al hombre. Lo hicieron feliz. Él destruyó su aldea, mató a sus padres, la robó del seno de su familia por aquellas cosas sin valor. Ella las despreciaba y sobre todo, no comprendía por qué las vidas de su gente eran menos importantes que unas piedras brillantes.
Miró al rostro del capitán y negó con la cabeza. -Yo no estoy en ese mundo- le dijo. Luego estiró la mano y tomó una para verla más de cerca, con una curiosidad que ni siquiera intentó ocultar. La olfateó y luego la lamió, su sabor era extraño, frío y amargo -¿Qué vale esto?- le preguntó. Ella quería saber su importancia, por qué le importaban tanto a los hombres. En el bosque, aquellas cosas no servían de nada. En su clan tampoco; si quieres leche la cambias por unos huevos. El dinero no existía, solo existía aquello que tenía una real utilidad y esas monedas solo le servirían de adorno.
-Los hombres... aman estas cosas- le dijo -¿Para qué sirven?- dijo preguntando más. El Capitán parecía conocer bien el mundo de los hombres, hablaba bien, se vestía como ellos pero no la miraba como los hombres la miraban. Recibió miradas de asco, lástima, lascivia, desprecio e incluso lástima, pero el Capitán, a pesar de lucir cómodo con el mundo humano, la miraba diferente y era porque seguramente él había recibido las mismas miradas por parte de esos seres despreciables.
Miró al rostro del capitán y negó con la cabeza. -Yo no estoy en ese mundo- le dijo. Luego estiró la mano y tomó una para verla más de cerca, con una curiosidad que ni siquiera intentó ocultar. La olfateó y luego la lamió, su sabor era extraño, frío y amargo -¿Qué vale esto?- le preguntó. Ella quería saber su importancia, por qué le importaban tanto a los hombres. En el bosque, aquellas cosas no servían de nada. En su clan tampoco; si quieres leche la cambias por unos huevos. El dinero no existía, solo existía aquello que tenía una real utilidad y esas monedas solo le servirían de adorno.
-Los hombres... aman estas cosas- le dijo -¿Para qué sirven?- dijo preguntando más. El Capitán parecía conocer bien el mundo de los hombres, hablaba bien, se vestía como ellos pero no la miraba como los hombres la miraban. Recibió miradas de asco, lástima, lascivia, desprecio e incluso lástima, pero el Capitán, a pesar de lucir cómodo con el mundo humano, la miraba diferente y era porque seguramente él había recibido las mismas miradas por parte de esos seres despreciables.
Akanke
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Soltó una leve carcajada, tan suave que apenas se podía notar que estaba riendo. Al Capitán Werner le pareció especialmente gracioso que Akanke dijera que los hombres amaban los aeros (esas cosas).Era como si creyera que las monedas eran como tesoros que los hombres de la ciudades coleccionaban por mero amor. La chica se quedaba corta. El uso de los aeros estaba más relacionado a la supervivencia que al amor. De dónde el Capitán venía, todo se pagaba con aeros: los alimentos, el hogar, la dignidad, el amor e incluso la vida. Todo tenía un precio y si quien no podía pagarlo era colgado de un poste o decapitado por un verdugo en vista de todos en la plaza central de Lunargenta.
-La pregunta no es para qué sirven, sino qué no se puede hacer con ellos-.
El Capitán apretó sus labios y miró en rededor. La vida de sin aeros que Akanke se había construido en el bosque era mucho más sencilla. Parecía que la utopía de los piratas, formar una comunidad de libre e independiente del resto de ciudades, se había cumplido en el bosque. Miró también a los cadáveres de los infelices hombres. Señaló a uno de ellos con el brazo de la pinza y habló clara y pausada, no quería que su desagradable acento fuera un impedimento para que Akanke le entendiese.
-Los aeros, estas cosas, son la razón por la que este hombre y todos los demás vinieron a tu bosque. No soy tan viejo como parezco, pero créeme cuando te digo que he visto muchas cosas en lo que llevo de vida. –la última palabra sonó como pida - A los hombres de las ciudades se les da más monedas por cuánto más cosas tiene. Necesitan las monedas para conseguir los alimentos y pagar los diezmos de la realeza. Es por eso que necesitan conseguir objetos, lo que sea: pieles de conejo, cuernos de ciervo… en la ciudad todo tiene un precio: – con la mano pinza, pellizcó la chaqueta de cuero de uno de los cazadores- diez aeros- luego, los pantalones- tres aeros- y finalmente, los labios de Akanke- cuatrocientos aeros. Los hombres de las ciudades devoran sus propios hogares con tal de conseguir los objetos más caros. Cuando se quedan sin nada, vienen aquí. Algún día, también vendrán a por ti, por eso quieres que te quedes las monedas. Aunque sea para recordarte lo que son capaces de hacer los hombres de la ciudad. Quédatelas-.
Se giró de espaldas a los cadáveres y echó un vistazo al horizonte. Por primera vez desde que se encontró con Akanke y el elfo pequeño, pensó en el anillo que le había traído al bosque. Él no conocía el lugar tan bien como Akanke. ¿Si le pidiera ayuda, estaría abusando de su confianza? Si alguien podía encontrar la pequeña cajita de madera de acebo, era ella. El Capitán dio un fuerte resoplido de resignación. No le gustaba pedir ayuda.
-Lo confieso, yo también vine al bosque a buscar un objeto como esos hombres que acabamos de colgar. La diferencia entre ellos y yo es que yo no quiero hacer daño a tu hogar. Vine a recuperar algo que es mío y tuve que esconder hace muchos años. Ahora no lo encuentro. ¿Me ayudarías a encontrarlo? Es una cajita de acebo que enterré en algún lugar cercano al arroyó donde estábamos antes- Peor que pedir ayudar es hablar de Goldie con desconocidos- En la cajita hay un anillo, es con el que pedí a mi amada casarse conmigo antes de que…- iba a decir: “antes de que la matasen, pero cambió de idea en el último segundo. Tragó saliva, y siguió hablando por donde lo había dejado- antes de que los hombres de las ciudades devorasen mi mundo-.
-La pregunta no es para qué sirven, sino qué no se puede hacer con ellos-.
El Capitán apretó sus labios y miró en rededor. La vida de sin aeros que Akanke se había construido en el bosque era mucho más sencilla. Parecía que la utopía de los piratas, formar una comunidad de libre e independiente del resto de ciudades, se había cumplido en el bosque. Miró también a los cadáveres de los infelices hombres. Señaló a uno de ellos con el brazo de la pinza y habló clara y pausada, no quería que su desagradable acento fuera un impedimento para que Akanke le entendiese.
-Los aeros, estas cosas, son la razón por la que este hombre y todos los demás vinieron a tu bosque. No soy tan viejo como parezco, pero créeme cuando te digo que he visto muchas cosas en lo que llevo de vida. –la última palabra sonó como pida - A los hombres de las ciudades se les da más monedas por cuánto más cosas tiene. Necesitan las monedas para conseguir los alimentos y pagar los diezmos de la realeza. Es por eso que necesitan conseguir objetos, lo que sea: pieles de conejo, cuernos de ciervo… en la ciudad todo tiene un precio: – con la mano pinza, pellizcó la chaqueta de cuero de uno de los cazadores- diez aeros- luego, los pantalones- tres aeros- y finalmente, los labios de Akanke- cuatrocientos aeros. Los hombres de las ciudades devoran sus propios hogares con tal de conseguir los objetos más caros. Cuando se quedan sin nada, vienen aquí. Algún día, también vendrán a por ti, por eso quieres que te quedes las monedas. Aunque sea para recordarte lo que son capaces de hacer los hombres de la ciudad. Quédatelas-.
Se giró de espaldas a los cadáveres y echó un vistazo al horizonte. Por primera vez desde que se encontró con Akanke y el elfo pequeño, pensó en el anillo que le había traído al bosque. Él no conocía el lugar tan bien como Akanke. ¿Si le pidiera ayuda, estaría abusando de su confianza? Si alguien podía encontrar la pequeña cajita de madera de acebo, era ella. El Capitán dio un fuerte resoplido de resignación. No le gustaba pedir ayuda.
-Lo confieso, yo también vine al bosque a buscar un objeto como esos hombres que acabamos de colgar. La diferencia entre ellos y yo es que yo no quiero hacer daño a tu hogar. Vine a recuperar algo que es mío y tuve que esconder hace muchos años. Ahora no lo encuentro. ¿Me ayudarías a encontrarlo? Es una cajita de acebo que enterré en algún lugar cercano al arroyó donde estábamos antes- Peor que pedir ayudar es hablar de Goldie con desconocidos- En la cajita hay un anillo, es con el que pedí a mi amada casarse conmigo antes de que…- iba a decir: “antes de que la matasen, pero cambió de idea en el último segundo. Tragó saliva, y siguió hablando por donde lo había dejado- antes de que los hombres de las ciudades devorasen mi mundo-.
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
La mujer escuchó atenta la explicación del Capitán. Dio un salto atrás cuando él tocó su boca, de sorpresa y espanto. No estaba acostumbrada al contacto físico. Si en el pasado alguien la tocó, fue para lastimarla. Ella no podría reconocer una caricia, un gesto tierno o cariñoso, hacía mucho había olvidado lo que era el calor de un beso o lo reconfortante de un abrazo; ya no sabían qué eran, es más, desconocía su existencia.
Ante la insistencia del Capitán, se quedó con el pequeño saco de monedas, guardándolo en el bolso que llevaba cruzado. Resopló suavemente, pensando en lo que recién había dicho el capitán. Si esos hombres estaban en el bosque buscando cosas que cambiar por las monedas, entonces valían mucho, valían lo que vale la vida de los seres que ella cuidaba. -¿Cuántos aeros yo cuesta?- preguntó. Era una pregunta dolorosa para Akanke. Quería saber, pues ya una vez había sido entregada a cambio de una bolsa como la que le había entregado el Capitán, llena de monedas. En ese momento no entendió, pero ahora le quedaba más claro. Sintió un vacío helado en la boca del estómago de pensar en volver a pasar por esa situación nuevamente, ser tratada como un algo que vender para ser usado como un objeto cualquiera. Ella estaba viva y tenía derecho a ser libre. ¿Cómo era posible que todo tenía un precio? Despreciables eran aquellos que traficaban con la vida ajena.
El Capitán volvió a hablar, y esta vez le pidió un favor. Ladeó la cabeza, mirando al hombre con detenimiento y asintió con solemnidad. Él había ayudado a sepultar a los animales que los hombres habían matado, ella sintió que debía compensarlo y ayudar de vuelta. Además, el tono melancólico del Capitán la conmovió, su expresión, aunque intentó disimularla, fue de una profunda tristeza al mencionar la cajita de acebo que había escondido. -Busquemos- dijo y esbozó una pequeña sonrisa con la que intentó animar al Capitán.
Ante la insistencia del Capitán, se quedó con el pequeño saco de monedas, guardándolo en el bolso que llevaba cruzado. Resopló suavemente, pensando en lo que recién había dicho el capitán. Si esos hombres estaban en el bosque buscando cosas que cambiar por las monedas, entonces valían mucho, valían lo que vale la vida de los seres que ella cuidaba. -¿Cuántos aeros yo cuesta?- preguntó. Era una pregunta dolorosa para Akanke. Quería saber, pues ya una vez había sido entregada a cambio de una bolsa como la que le había entregado el Capitán, llena de monedas. En ese momento no entendió, pero ahora le quedaba más claro. Sintió un vacío helado en la boca del estómago de pensar en volver a pasar por esa situación nuevamente, ser tratada como un algo que vender para ser usado como un objeto cualquiera. Ella estaba viva y tenía derecho a ser libre. ¿Cómo era posible que todo tenía un precio? Despreciables eran aquellos que traficaban con la vida ajena.
El Capitán volvió a hablar, y esta vez le pidió un favor. Ladeó la cabeza, mirando al hombre con detenimiento y asintió con solemnidad. Él había ayudado a sepultar a los animales que los hombres habían matado, ella sintió que debía compensarlo y ayudar de vuelta. Además, el tono melancólico del Capitán la conmovió, su expresión, aunque intentó disimularla, fue de una profunda tristeza al mencionar la cajita de acebo que había escondido. -Busquemos- dijo y esbozó una pequeña sonrisa con la que intentó animar al Capitán.
Akanke
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Tres nuevas facetas sobre Akanke aprendió el Capitán al escuchar su última pregunta. Tres, nada más ni nada menos que tres. La chica era un diamante en bruto. Con cada nueva palabra que decía, desvelaba más y más de ella misma. ¿Dónde quedaba el misterio? Para ser una mujer que protege los bosques matando a los cazadores que entran en él, no dejaba nada a la imaginación. El Capitán Werner se humedeció los labios como un sabio maestro cuando un alumno le hace una pregunta complicada para intentar pillarle por sorpresa y no lo consigue. La analogía no podía ser mejor pues Alfred se sentía como un maestro al lado de Akanke, ella era una alumna inocente y curiosa. Ese era el primero de sus descubrimientos: Ella sentía curiosidad. El segundo lo había notado minutos antes, pero hasta ésta última pregunta no había estado seguro. Que Akanke era una chica de palabras cortas era algo obvio, pero debía de haber una razón para ello y el Capitán la descubrió: No sabe hablar. “¿Cuántos aeros yo cuesta?” La pregunta no podía estar peor formulada. La dijo mal, quizás porque desconociese las palabras o quizás porque no supiera usarlas. Un maestro era lo que le hacía falta a la chica. El último rasgo que creyó haber descubierto era el más obvio y el más interesante de los tres: Akanke era una mujer. Cualquiera, a simple vista, se podría dar cuenta de ella. Sin embargo, ella no comportaba como tal. Hasta entonces, se había comportado como si fuera parte del bosque, un árbol o un arbusto. Fue el interés que desveló sobre su precio en aeros, sobre su belleza, lo que le hizo al Capitán pensar que ella era una mujer.
Como haría el maestro de la analogía de existir en la realidad, el Capitán se enderezó antes de contestar a la pregunta de Akanke. Era una de las complicadas, de las que intentaban pillar por sorpresa al maestro y ponerlo en evidencia delante de los otros aprendices. Sin embargo, el Capitán conocía perfectamente la respuesta. Por desgracia, lo había vivido en su propia piel.
-Algunos humanos nos ven como ganado. Tus piernas sus fuertes, te utilizarían como bestia de carga o para el arado. Pagarían muy bien para ello. Cada vez hay menos de estos humanos, pero siguen existiendo. Mi padre era pescador, no porque quisiera sino por obligación.- con la pinza del brazo derecho, se acarició la barba de tentáculos- Hombres del mar- con esa frase bastaba para que Akanke entendiera lo que quería decir. - También pagarían para follar contigo; si es así costarías el doble, quizás el triple. Son muchos los humanos que buscan emociones fuertes y las encuentran en nosotros.- sin saber la razón, recordó a Goldie. Ella era humana, ¿hubiera dicho que follar con un hombre del mar era una emoción fuerte? Se encogió de hombres y continuó hablando- Pueden darte más usos, o se me ocurren más; cada uno de ellos con un precio diferente-.
La respuesta de Akanke, seca como era costumbre y escasa para desgracia del Capitán, hizo que perdiese las pocas esperanzas que tenía por encontrar la cajita de acebo. Pensó que, tal vez, al ser ella la dueña, señora y protectora del bosque sabría dónde estaban los tesoros escondidos. Pensó y se equivocó. Si un aprendiz travieso le hubiera preguntado si creía que Akanke tuviera poderes mágicos sobre el bosque le hubiera pillado por sorpresa y puesto en ridículo. No los tenía, no podía ver debajo de la tierra como, quizás, se hubiera imaginado.
-Tú conoces este lugar mejor que yo, dime: ¿dónde crees que puede estar enterrada la caja?-
El Capitán cogió la gabardina negra y se la puso sobre el hombro izquierdo, sobre el derecho apoyaba la pala. Bajo las axilas, dos manchas de sudor, grandes como lagos, se expandían lentamente por la camisa. Su aspecto era el de un hombre de mediana edad con el vigor de un adolescente. Debajo de los labios y de la barba de tentáculos, blandió una triunfal sonrisa. Así era como se sentía: como un adolescente. Era un anciano, al tener en cuenta la longevidad de los de su especie era un anciano, y a pesar de ello se sentía tan vivaz como un elfo, como en aquellos días piratas de saqueos, sexo y disputas con la guardia. ¡Anarquía! Parecían gritar los músculos de su cuerpo cada vez que se estiraban y contraían. ¡Libertad! Gritaba el recuerdo de su mente al verse reflejados en los charcos de agua que dejaba el arroyo en la tierra. Algún día… Algún día, sus sueños volverían de nuevo. Solo para demostrar, a todos aquellos que una vez le intentaron matar, que estaba vivo. Algún día, los nobles y burgueses volverían a temer la bandera negra con una calavera con tentáculos blanca. Y algún día, serían los piratas los que devorarían el oro de las ciudades humanas. Se acabaron los precios. ¡Anarquía y libertad! Así pensaba el Alfred Werner de hacía veinte años, ¡con qué intensidad resurgían los recuerdos de la juventud!
Era por Goldie, siempre era por Goldie. La conversación que tenía con Akanke hizo que recapacitase en lo que él mismo estaba haciendo. El anillo de compromiso era el precio que pensaba pagar para poder vivir, no como bestia de arado ni como puta, sino como esclavo de una sociedad que, de joven, creyó poder destruir. Incongruencias de la vida, aquello de lo que protestaba era también lo que aceptaba. ¿De verdad estaba dispuesto a vender el último recuerdo de Goldie? Durante unos segundos, se quedó completamente inmóvil, el maestro no tenía más lecciones que dar. La pregunta le había pillado por sorpresa y no sabía cómo responderla. Miró al suelo como si escrito en la tierra estuviera la solución, no la encontró. De todas formas, si fuera para venderlo o para aspirar, por última vez, el aroma de Goldie que el acebo de la cajita pudiera guardar, el Capitán Werner quería recuperar la caja y el anillo. Antes de que Akanke pudiera decir algo al respecto de la improvisada parada, se puso en marcha siguiendo a la centaura allá por donde iba.
Como haría el maestro de la analogía de existir en la realidad, el Capitán se enderezó antes de contestar a la pregunta de Akanke. Era una de las complicadas, de las que intentaban pillar por sorpresa al maestro y ponerlo en evidencia delante de los otros aprendices. Sin embargo, el Capitán conocía perfectamente la respuesta. Por desgracia, lo había vivido en su propia piel.
-Algunos humanos nos ven como ganado. Tus piernas sus fuertes, te utilizarían como bestia de carga o para el arado. Pagarían muy bien para ello. Cada vez hay menos de estos humanos, pero siguen existiendo. Mi padre era pescador, no porque quisiera sino por obligación.- con la pinza del brazo derecho, se acarició la barba de tentáculos- Hombres del mar- con esa frase bastaba para que Akanke entendiera lo que quería decir. - También pagarían para follar contigo; si es así costarías el doble, quizás el triple. Son muchos los humanos que buscan emociones fuertes y las encuentran en nosotros.- sin saber la razón, recordó a Goldie. Ella era humana, ¿hubiera dicho que follar con un hombre del mar era una emoción fuerte? Se encogió de hombres y continuó hablando- Pueden darte más usos, o se me ocurren más; cada uno de ellos con un precio diferente-.
La respuesta de Akanke, seca como era costumbre y escasa para desgracia del Capitán, hizo que perdiese las pocas esperanzas que tenía por encontrar la cajita de acebo. Pensó que, tal vez, al ser ella la dueña, señora y protectora del bosque sabría dónde estaban los tesoros escondidos. Pensó y se equivocó. Si un aprendiz travieso le hubiera preguntado si creía que Akanke tuviera poderes mágicos sobre el bosque le hubiera pillado por sorpresa y puesto en ridículo. No los tenía, no podía ver debajo de la tierra como, quizás, se hubiera imaginado.
-Tú conoces este lugar mejor que yo, dime: ¿dónde crees que puede estar enterrada la caja?-
El Capitán cogió la gabardina negra y se la puso sobre el hombro izquierdo, sobre el derecho apoyaba la pala. Bajo las axilas, dos manchas de sudor, grandes como lagos, se expandían lentamente por la camisa. Su aspecto era el de un hombre de mediana edad con el vigor de un adolescente. Debajo de los labios y de la barba de tentáculos, blandió una triunfal sonrisa. Así era como se sentía: como un adolescente. Era un anciano, al tener en cuenta la longevidad de los de su especie era un anciano, y a pesar de ello se sentía tan vivaz como un elfo, como en aquellos días piratas de saqueos, sexo y disputas con la guardia. ¡Anarquía! Parecían gritar los músculos de su cuerpo cada vez que se estiraban y contraían. ¡Libertad! Gritaba el recuerdo de su mente al verse reflejados en los charcos de agua que dejaba el arroyo en la tierra. Algún día… Algún día, sus sueños volverían de nuevo. Solo para demostrar, a todos aquellos que una vez le intentaron matar, que estaba vivo. Algún día, los nobles y burgueses volverían a temer la bandera negra con una calavera con tentáculos blanca. Y algún día, serían los piratas los que devorarían el oro de las ciudades humanas. Se acabaron los precios. ¡Anarquía y libertad! Así pensaba el Alfred Werner de hacía veinte años, ¡con qué intensidad resurgían los recuerdos de la juventud!
Era por Goldie, siempre era por Goldie. La conversación que tenía con Akanke hizo que recapacitase en lo que él mismo estaba haciendo. El anillo de compromiso era el precio que pensaba pagar para poder vivir, no como bestia de arado ni como puta, sino como esclavo de una sociedad que, de joven, creyó poder destruir. Incongruencias de la vida, aquello de lo que protestaba era también lo que aceptaba. ¿De verdad estaba dispuesto a vender el último recuerdo de Goldie? Durante unos segundos, se quedó completamente inmóvil, el maestro no tenía más lecciones que dar. La pregunta le había pillado por sorpresa y no sabía cómo responderla. Miró al suelo como si escrito en la tierra estuviera la solución, no la encontró. De todas formas, si fuera para venderlo o para aspirar, por última vez, el aroma de Goldie que el acebo de la cajita pudiera guardar, el Capitán Werner quería recuperar la caja y el anillo. Antes de que Akanke pudiera decir algo al respecto de la improvisada parada, se puso en marcha siguiendo a la centaura allá por donde iba.
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Akanke buscaba la cajita del hombre del mar. Era más fácil encontrar un humano que a ella le gustase que hallar ese pequeño tesoro del Capitán Werner. Ella miraba el suelo en silencio, buscando cualquier indicio de algo enterrado. No es que entendiera mucho el por qué las cosas valiosas se debiesen esconder bajo tierra, corriendo el riesgo de olvidar dónde se habían dejado. De repente, se echó a reír. Las carcajadas de Akanke sonaron por todo el bosque; alegres, divertidas, frescas como agua que cae. Se imaginaba al hombre de mar buscando todo el día y toda la noche una cajita que había escondido y olvidado dónde. Si fuese algo realmente importante, no lo hubiese olvidado.
Se tapaba la boca con ambas manos para ocultar su risa, pero esta fluía incontrolable. En su mente, el Capitán era un pulpito gruñón que buscaba con sus tentáculos debajo de las piedras, entre los arbustos, al rededor de los árboles, saltaba al agua para buscar en el fondo... en el fondo del agua...
De repente dejó de reír y buscó al hombre de mar. ¿Por qué buscaba en la tierra? El agua era su elemento, que buscara dentro del río, allí seguramente se había ido la cajita, buscando su hogar. -¡Al agua!- le dijo ella una vez lo encontró, tomándolo por los hombros -Tú del mar, tu cajita del mar también- le dijo sonriendo -Busca nel'agüita- le dijo señalando el río. Sus ojos amarillos brillaban de emoción. Sí seguro allí estaba el tesoro del Capitán.
Se tapaba la boca con ambas manos para ocultar su risa, pero esta fluía incontrolable. En su mente, el Capitán era un pulpito gruñón que buscaba con sus tentáculos debajo de las piedras, entre los arbustos, al rededor de los árboles, saltaba al agua para buscar en el fondo... en el fondo del agua...
De repente dejó de reír y buscó al hombre de mar. ¿Por qué buscaba en la tierra? El agua era su elemento, que buscara dentro del río, allí seguramente se había ido la cajita, buscando su hogar. -¡Al agua!- le dijo ella una vez lo encontró, tomándolo por los hombros -Tú del mar, tu cajita del mar también- le dijo sonriendo -Busca nel'agüita- le dijo señalando el río. Sus ojos amarillos brillaban de emoción. Sí seguro allí estaba el tesoro del Capitán.
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
Giró la cabeza en un tosco y rápido movimiento al escuchar las mal-pronunciadas palabras de Akanke. No para mirar a la mujer del bosque, los ojos del Capitán apuntaban al pequeño arroyo donde se había encontrado con ella y el pequeño elfo. Tenía razón, bajo el agua (nel'agüita) no había buscado. Por todo el bosque se podía ver pequeños tramos de tierra batida, era el rastro que la pala del Capitán Werner dejó a su paso.
Las formalidades quedaron a un lado. Saltó al arroyo, sin tan siquiera quitarse la ropa, y rebuscó por la tierra húmeda bajo el agua algo que fuera diferente a una rama partida o una piedra grande. Imaginaba que, de estar allí la cajita de acebo, no debería de estar muy hundida. El agua del arroyo era rápida, agitaba la tierra hasta el punto de volverla una fina capa de fina de algo similar a la arena y al barro por partes iguales; cualquier cosa enterrada la levantaría con fuerza de la tierra.
Con los tentáculos de la mano izquierda y con la pinza de la derecha, buscó y rebuscó la maldita cajita. Cuando creía encontrar algo que pudiera ser similar a lo que buscaba, hundía la cabeza en el agua y se ayudaba de los tentáculos de la barba para poder desenterrar más rápido el objeto. Entre todas las cosas que sacó de la húmeda tierra del arroyo destacaban los cantaros rodados, dos piezas de cerámica, quizás de algún plato o jarrón, ramas partidas de los abetos más cercanos y un par de hebillas de metal oxidadas. No había señal de que allí anduviera una pequeña cajita de madera de acebo. Toda la porquería la arrojó a un lado de la orilla del arroyo, a los pocos minutos formó una pequeña montaña. El Capitán Werner no perdía la esperanza de encontrarla. Si Akanke le había dicho que estaba en ese lugar, significaba que tenía que estar allí.
El final feliz sería decir que, bajo un peñasco de tierra húmeda blanda como la arena de la playa, vio la esquina de la caja de acebo, la cogió y recuperó el anillo que tanto anhelaba. Era el deseo del Capitán, así tenía que terminar el día. Sin embargo, ocurrió de una forma muy diferente. Si bien encontró su cajita y la sostuvo entre sus manos durante unos segundos, ésta no estaba en las condiciones que él había deseado que estuviera. La madera estaba podrida, plagada de pequeños agujeros por donde pasaban gusanos blancos como un hueso. Había entrado agua en el interior de la caja. El anillo… ni siquiera se atrevía a abrir la caja y descubrir cómo éste estaba. Podría haberse oxidado al paso de los años o podría haber sido empujado por la fuerza del agua a través de unos de los agujeros por donde pasaban los gusanos del color del hueso. Durante casi minuto y medio, observó la caja con la misma tranquilidad y el mismo miedo con el que vería el cadáver de Goldie.
-No me atrevo- lo dijo al aire, no precisamente a Akanke, aunque le diese igual que ella estuviera escuchándole- Es gracioso, ¿no crees? He pasado horas buscando está estúpida caja y ahora no me atrevo a ver si sigue guardando mi tesoro. - bajo los tentáculos de su barba se escuchaba un tenue sonrisa, sin embargo, los labios del Capitán Werner no sonreían, eran una línea recta y seria. - Supongo que debo hacerlo.- cerró los ojos y abrió, con mucho cuidado, la tapa de la cajita. Al abrir los ojos, con la misma parsimonia con que abrió la caja, descubrió que la sortija de compromiso de Goldie estaba intacta, fue como abrazar de nuevo a su amada. Ahora sí sonreía.
Las formalidades quedaron a un lado. Saltó al arroyo, sin tan siquiera quitarse la ropa, y rebuscó por la tierra húmeda bajo el agua algo que fuera diferente a una rama partida o una piedra grande. Imaginaba que, de estar allí la cajita de acebo, no debería de estar muy hundida. El agua del arroyo era rápida, agitaba la tierra hasta el punto de volverla una fina capa de fina de algo similar a la arena y al barro por partes iguales; cualquier cosa enterrada la levantaría con fuerza de la tierra.
Con los tentáculos de la mano izquierda y con la pinza de la derecha, buscó y rebuscó la maldita cajita. Cuando creía encontrar algo que pudiera ser similar a lo que buscaba, hundía la cabeza en el agua y se ayudaba de los tentáculos de la barba para poder desenterrar más rápido el objeto. Entre todas las cosas que sacó de la húmeda tierra del arroyo destacaban los cantaros rodados, dos piezas de cerámica, quizás de algún plato o jarrón, ramas partidas de los abetos más cercanos y un par de hebillas de metal oxidadas. No había señal de que allí anduviera una pequeña cajita de madera de acebo. Toda la porquería la arrojó a un lado de la orilla del arroyo, a los pocos minutos formó una pequeña montaña. El Capitán Werner no perdía la esperanza de encontrarla. Si Akanke le había dicho que estaba en ese lugar, significaba que tenía que estar allí.
El final feliz sería decir que, bajo un peñasco de tierra húmeda blanda como la arena de la playa, vio la esquina de la caja de acebo, la cogió y recuperó el anillo que tanto anhelaba. Era el deseo del Capitán, así tenía que terminar el día. Sin embargo, ocurrió de una forma muy diferente. Si bien encontró su cajita y la sostuvo entre sus manos durante unos segundos, ésta no estaba en las condiciones que él había deseado que estuviera. La madera estaba podrida, plagada de pequeños agujeros por donde pasaban gusanos blancos como un hueso. Había entrado agua en el interior de la caja. El anillo… ni siquiera se atrevía a abrir la caja y descubrir cómo éste estaba. Podría haberse oxidado al paso de los años o podría haber sido empujado por la fuerza del agua a través de unos de los agujeros por donde pasaban los gusanos del color del hueso. Durante casi minuto y medio, observó la caja con la misma tranquilidad y el mismo miedo con el que vería el cadáver de Goldie.
-No me atrevo- lo dijo al aire, no precisamente a Akanke, aunque le diese igual que ella estuviera escuchándole- Es gracioso, ¿no crees? He pasado horas buscando está estúpida caja y ahora no me atrevo a ver si sigue guardando mi tesoro. - bajo los tentáculos de su barba se escuchaba un tenue sonrisa, sin embargo, los labios del Capitán Werner no sonreían, eran una línea recta y seria. - Supongo que debo hacerlo.- cerró los ojos y abrió, con mucho cuidado, la tapa de la cajita. Al abrir los ojos, con la misma parsimonia con que abrió la caja, descubrió que la sortija de compromiso de Goldie estaba intacta, fue como abrazar de nuevo a su amada. Ahora sí sonreía.
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
El hombre de mar se tiró al agua. Akanke recorría la orilla impaciente, de un lado al otro, mirando al hombre palpar el suelo del arroyo con manos y barbas. Cuidando siempre de no perderlo de vista. El agua del arroyo corría con fuerza y era capaz de llevarse un cuerpo grande como el del Capitán. Finalmente, Werner salió del agua con un objeto en las manos. No era como la basura que había sacado antes, además, su rostro tenía una expresión diferente. La mujer se acercó con cuidado, tanta como curiosidad de saber qué era lo que el Capitán había buscado con tanto ahínco.
Akanke entendía de cierta manera al Capitán. Ella también tenía una necesidad imperiosa de encontrar a su familia, pero sentía miedo de hacerlo. Temía no ser bien recibida, haber sido olvidada. Pero lo que más temía, era no encontrarlos jamás.
Entró al agua para ponerse junto al capitán y en un gesto inesperado, incluso impropio de ella, tocó al hombre, posando su mano en su hombro. Lo miró e intentó sonreír. Algo le decía que no era el lugar de ella pero también sentía que en ese momento el Capitán no debería estar solo -Bonito- le dijo, señalando el anillo -Bonito tesoro- dijo.
Hubo silencio entre los dos, hasta que Akanke recordó que él pertenecía al mundo de los hombres y ella no. -Muchos aeros- dijo alejándose de él. Sintió tristeza al pensar que el Capitán ahora volvería a su lugar, que era lejano al de ella. -Hombres pagan bien- dijo, saliendo del agua y adoptando su habitual lejanía y su rostro inexpresivo y distante. Lo miró, como para memorizar su inusual rostro y dio media vuelta para marcharse.
Akanke entendía de cierta manera al Capitán. Ella también tenía una necesidad imperiosa de encontrar a su familia, pero sentía miedo de hacerlo. Temía no ser bien recibida, haber sido olvidada. Pero lo que más temía, era no encontrarlos jamás.
Entró al agua para ponerse junto al capitán y en un gesto inesperado, incluso impropio de ella, tocó al hombre, posando su mano en su hombro. Lo miró e intentó sonreír. Algo le decía que no era el lugar de ella pero también sentía que en ese momento el Capitán no debería estar solo -Bonito- le dijo, señalando el anillo -Bonito tesoro- dijo.
Hubo silencio entre los dos, hasta que Akanke recordó que él pertenecía al mundo de los hombres y ella no. -Muchos aeros- dijo alejándose de él. Sintió tristeza al pensar que el Capitán ahora volvería a su lugar, que era lejano al de ella. -Hombres pagan bien- dijo, saliendo del agua y adoptando su habitual lejanía y su rostro inexpresivo y distante. Lo miró, como para memorizar su inusual rostro y dio media vuelta para marcharse.
Akanke
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
-No, ningún hombre pagará nada por mi tesoro- dijo apretando la cajita de acebo contra su pecho como si lo estuviera a punto de abrazar.
Había llegado al bosque con la intención de recuperar el último de sus tesoros y venderlo, al mejor postor, para pagar las deudas y las amenazas que había contra de él. En el puerto de Lunargenta se pedía su cabeza, quien le matase obtendría una jugosa recompensa mucho mayor que las deudas que tenía por pagar. Al fin y al cabo, las deudas era una vulgar excusa. Querían su vida, no sus aeros. El Capitán Werner pensaba, antes de conocer a Akanke, que podría vender su último tesoro, el anillo de compromiso de Goldie, y venderlo para pagar la recompensa que exigían por su cabeza. Mi cabeza me pertenece a mí y pago por ella. Akanke lo cambió todo. Sus palabras mal pronunciadas, sus infantiles preguntas y su imponente figura hizo que el Capitán Werner se replantease la idea de pagar por sí mismo. Su cabeza estaba sobre sus hombros, le pertenecía, no tenía que dar ni una sola moneda por ella puesto que es suya.
-Gracias por toda tu ayuda Akanke- le dijo desde la lejanía. La chica se estaba yendo, quizás porque pensaba que ya había cumplido con su deber o quizás porque tuviera una labor más importante en el bosque. Fuera como fuera, el Capitán Werner se quedó con las ganas de dar un beso en la mejilla de la mujer y aspirar su aroma a madre selva una vez más- Espero volver a verte pronto- cuando ya estuvo lo bastante lejos para no escucharle, añadió en un susurro- No dejes que nadie te ponga ningún precio-.
Había llegado al bosque con la intención de recuperar el último de sus tesoros y venderlo, al mejor postor, para pagar las deudas y las amenazas que había contra de él. En el puerto de Lunargenta se pedía su cabeza, quien le matase obtendría una jugosa recompensa mucho mayor que las deudas que tenía por pagar. Al fin y al cabo, las deudas era una vulgar excusa. Querían su vida, no sus aeros. El Capitán Werner pensaba, antes de conocer a Akanke, que podría vender su último tesoro, el anillo de compromiso de Goldie, y venderlo para pagar la recompensa que exigían por su cabeza. Mi cabeza me pertenece a mí y pago por ella. Akanke lo cambió todo. Sus palabras mal pronunciadas, sus infantiles preguntas y su imponente figura hizo que el Capitán Werner se replantease la idea de pagar por sí mismo. Su cabeza estaba sobre sus hombros, le pertenecía, no tenía que dar ni una sola moneda por ella puesto que es suya.
-Gracias por toda tu ayuda Akanke- le dijo desde la lejanía. La chica se estaba yendo, quizás porque pensaba que ya había cumplido con su deber o quizás porque tuviera una labor más importante en el bosque. Fuera como fuera, el Capitán Werner se quedó con las ganas de dar un beso en la mejilla de la mujer y aspirar su aroma a madre selva una vez más- Espero volver a verte pronto- cuando ya estuvo lo bastante lejos para no escucharle, añadió en un susurro- No dejes que nadie te ponga ningún precio-.
El Capitán Werner
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Re: [CERRADO] Olfateando las pisadas [libre]
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