Yo te enseñaré a cantar [Desafío]
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Yo te enseñaré a cantar [Desafío]
Bajo de una ventana de un gran edificio se escuchaba una voz estridente de mujer a la que Sonagashira llamó Fify. La chica mariposa se sentó cruzando las piernas bajo la ventana y se imaginó como era su nueva amiga que acababa de conocer. Tenía que ser muy guapa porque ella no había tenido ninguna amiga que no fuera fea y Fify no podía ser la excepción. También le tiene que gustar ir a jugar a los campos de amapolas, a Sona le encanta y todas sus amigas siempre le han prometido ir al campo de amapolas a jugar.
¿Qué otra cosa le podría gustar a Fify? Sonagashira levantó la cabeza y vio las dos manos de la chica que llamaba Fify agitar los barrotes de su ventana mientras gritaba que le dejasen salir. Sona ladeó la cabeza preguntándose, mentalmente, qué estaba pasando. Lo dedujo pronto: ¡Estaba cantando! Fify era como esas princesas de los cuentos que se asomaban a los balcones del palacio a cantar. Pues no lo hacía nada bien y era una lástima porque se notaba que se esforzaba para sacar toda su voz en los gritos.
-¡SACADME DE AQUÍ, NO ESTOY LOCA. SACADME DE AQUÍ!- repetía el estribillo de gritos de Fify.
-Así no se hace, yo te enseñaré a cantar-.
La chica mariposa se levantó del suelo y se puso a repetir todo lo que decía Fify en forma de canción.
-¡AYUDA!- gritó Fify.
-¡Ayuda!- cantó Sona.
Lo intentaba, hacía todo lo posible para ayudar a Fify, pero ella seguía gritando como al principio. No avanzaba nada, al contrario: cada vez sus gritos eran peores. Se estaba poniendo nerviosa. Arañaba los barrotes de la ventana. ¿Se había enfadado porque no sabía cantar? Sonagashira lo veía como algo muy posible. ¡Qué no se preocupase por nada! Allí estaba ella dispuesta a enseñar a su amiga Fify a cantar.
-Tienes que repetir lo que yo digo con mi misma tonalidad, ¿de acuerdo?-
Sona levantó los brazos y los movió de acuerdo a la canción que se acababa de inventar:
-¡ALÉJATE, VETE!-
-Eso no es lo que yo he dicho. ¿Es que no me escuchas?-
-¡NO ME HAGAS DAÑO!-
Un tanto molesta porque Fify no le estaba haciendo caso, la chica mariposa cogió unas cajas de madera que había visto a un lado de la calle y las amontonó para formar una pequeña escalera y subir a la ventana donde estaba su amiga. Ella ya no estaba ahí. Había dejado de agitar los barrotes. ¿Dónde estaba? Todavía podía escuchar sus gritos (que no eran intentos de canto) que venían de algún lado de la habitación.
Un hombre muy feo que tenía una gran verruga coronando la punta de su nariz se asomó a la ventana en lugar de Fify. Con una mano sujetaba una candela y con la otra una mata de cabello rubio.
-¿Dónde está Fify? La estaba enseñando a cantar. ¿Dónde está mi amiga?- inquirió Sona.
El hombre no contestó. Golpeó los barrotes de la ventana con la candela y desapareció con la misma rapidez con la que había desaparecido. Sona, asustada por el golpe, cayó al suelo. Pensó en volver a subir por las cajas de madera y buscar a su amiga, pero no tenía fuerzas para hacerlo. En su imaginación, un hombre muy malo que se llamaba Mor y tenía una verruga en su nariz había matado a una princesa porque no sabía cantar.
* Saludos cantante de falsete: En este primer post, llegas a las puertas del manicomio de la ciudad y ves a mi querida Sonagashira llorar bajo una de las ventanas. ¡Acertaste! La mal-llamada Fify es una “residente” del lugar y Mor es uno de los “doctores”. Tu objetivo, en este primer post, será ayudar a Sonagashira y buscar una manera de entrar al manicomio.
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¿Qué otra cosa le podría gustar a Fify? Sonagashira levantó la cabeza y vio las dos manos de la chica que llamaba Fify agitar los barrotes de su ventana mientras gritaba que le dejasen salir. Sona ladeó la cabeza preguntándose, mentalmente, qué estaba pasando. Lo dedujo pronto: ¡Estaba cantando! Fify era como esas princesas de los cuentos que se asomaban a los balcones del palacio a cantar. Pues no lo hacía nada bien y era una lástima porque se notaba que se esforzaba para sacar toda su voz en los gritos.
-¡SACADME DE AQUÍ, NO ESTOY LOCA. SACADME DE AQUÍ!- repetía el estribillo de gritos de Fify.
-Así no se hace, yo te enseñaré a cantar-.
La chica mariposa se levantó del suelo y se puso a repetir todo lo que decía Fify en forma de canción.
-¡AYUDA!- gritó Fify.
-¡Ayuda!- cantó Sona.
Lo intentaba, hacía todo lo posible para ayudar a Fify, pero ella seguía gritando como al principio. No avanzaba nada, al contrario: cada vez sus gritos eran peores. Se estaba poniendo nerviosa. Arañaba los barrotes de la ventana. ¿Se había enfadado porque no sabía cantar? Sonagashira lo veía como algo muy posible. ¡Qué no se preocupase por nada! Allí estaba ella dispuesta a enseñar a su amiga Fify a cantar.
-Tienes que repetir lo que yo digo con mi misma tonalidad, ¿de acuerdo?-
Sona levantó los brazos y los movió de acuerdo a la canción que se acababa de inventar:
-Mariposas:
Sin alas y sin nombres.
Rotas:
Sin bellezas ni colores.-
Sin alas y sin nombres.
Rotas:
Sin bellezas ni colores.-
-¡ALÉJATE, VETE!-
-Eso no es lo que yo he dicho. ¿Es que no me escuchas?-
-¡NO ME HAGAS DAÑO!-
Un tanto molesta porque Fify no le estaba haciendo caso, la chica mariposa cogió unas cajas de madera que había visto a un lado de la calle y las amontonó para formar una pequeña escalera y subir a la ventana donde estaba su amiga. Ella ya no estaba ahí. Había dejado de agitar los barrotes. ¿Dónde estaba? Todavía podía escuchar sus gritos (que no eran intentos de canto) que venían de algún lado de la habitación.
Un hombre muy feo que tenía una gran verruga coronando la punta de su nariz se asomó a la ventana en lugar de Fify. Con una mano sujetaba una candela y con la otra una mata de cabello rubio.
-¿Dónde está Fify? La estaba enseñando a cantar. ¿Dónde está mi amiga?- inquirió Sona.
El hombre no contestó. Golpeó los barrotes de la ventana con la candela y desapareció con la misma rapidez con la que había desaparecido. Sona, asustada por el golpe, cayó al suelo. Pensó en volver a subir por las cajas de madera y buscar a su amiga, pero no tenía fuerzas para hacerlo. En su imaginación, un hombre muy malo que se llamaba Mor y tenía una verruga en su nariz había matado a una princesa porque no sabía cantar.
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* Saludos cantante de falsete: En este primer post, llegas a las puertas del manicomio de la ciudad y ves a mi querida Sonagashira llorar bajo una de las ventanas. ¡Acertaste! La mal-llamada Fify es una “residente” del lugar y Mor es uno de los “doctores”. Tu objetivo, en este primer post, será ayudar a Sonagashira y buscar una manera de entrar al manicomio.
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Re: Yo te enseñaré a cantar [Desafío]
Iredia avanzaba por el camino pedregoso, absorta y distraída. Pensaba en su poblado, en su viaje por el mundo. ¿Hasta qué punto sería capaz de avanzar sin dejar de caminar?
De golpe, un edificio apareció ante su vista, tétrico y gris. Claro, tanto andar había acabado por llevarla a aquel lugar. Su facilidad para distraerse un día iba a ser un problema.
Vio a una chiquilla lloraba bajo una ventana con barrotes, subida a lo que parecía unas cajas de madera. Frunció el ceño y se acercó. Oyó gritos, gritos que no procedían de la garganta de aquella joven mariposa, sino del interior. Algo ocurría. Aceleró hasta el lugar, presa de la urgencia, viendo que la chiquilla caía desde aquellas cajas. Empezó a ver la naturaleza del sitio en cuanto se acercó, pues esa clase de sitios apartados solo podían ser para dos cosas: para ocultar o para matar.
<<No está bien que las mujeres lloren solas>>, pensó mientras se acercaba a toda prisa.
Llevaba un arco a su espalda y un cuchillo en el cinturón, pero su fuerte en verdad era curar heridas del alma o del cuerpo. Portaba un saquito pequeño de hierbas de emergencia que a veces recogía cuando se las encontraba paseando de casualidad en aquella tierra rica y desconocida para ella.
Se acercó despacio, dejando que ella la viese venir y con una sonrisa de comprensión. Se paró a una distancia prudencial de la mariposa, no quería asustarla y quería ayudarla, aunque su instinto le decía que no se acercase demasiado por si la muchacha estaba loca y quería atraer su atención para matarla. En verdad era una chica muy hermosa y esas alas eran hipnotizantes, le hacían sentirse cohibida. No estaba acostumbrada a ver ese tipo de belleza en gente que no fuese elfa y menos en personas híbridas.
-¿Qué te ocurre, pequeña?¿Te has hecho daño? -comentó al llegar donde ella, mirando de reojo aquellas cajas de madera.
La chica mariposa no contestó enseguida. Sollozó un instante más y entonces miró a Iredia. Las lágrimas se le amontonaban en sus ojos celestes.
-Yo quería enseñarle a cantar... ¡Es culpa de Mor! -se frotó los ojos. Iredia alzó las cejas, sin comprender absolutamente nada.
Entonces, de golpe, como inspirada por algo, la joven mariposa miró a Iredia con intriga.
-¿Tú sabes cantar?
Eso sí que no se lo esperaba la elfa.
-Bueno... -Iredia no sabía qué contestarle. ¿En serio se iban a poner a cantar enfrente de ese edificio? Carraspeó.- Es costumbre hacerlo en mi pueblo.
Debió captar el interés de la mariposa, pues de golpe se levantó con más energía y hasta más contenta. La elfa pensó que haberla llamado "pequeña" había sido un pequeño error. Era un poco más alta que ella.
-¡Entonces tú estás a salvo! El malvado Mor no te matará por no saber cantar. Mira, cantemos: -agitó sus alas contenta y alzó los brazos, cantando una canción fruto de su imaginación.
A Iredia le entraron escalofríos al oír aquella voz con esa letra tan cuca y lúgubre. Definitivamente, aquella chiquilla estaba loca. Sin embargo, parecía inofensiva. Impredecible, pero inofensiva. No podía dejarla sola allí. Ese no era sitio para una mariposa (ni para una elfa).
-¡Vamos, canta! -le insistía la mariposa, impaciente.
Iredia suspiró. Al final, efectivamente, se pondrían a cantar delante de ese edificio. Tragando saliva, entonó suavemente:
Calló al ver que la muchacha mariposa se había quedado quieta escuchándola. De golpe, aplaudió entusiasmada y la abrazó, para sorpresa de Iredia. Esta solía ser una canción que le cantaba su padre cuando de pequeña la notaba triste. Quizás esa canción alegrase algo más que los oídos a aquel que la escuchaba.
-¡Tú también eres una princesa! Pero no entres ahí... el malvado Mor ha matado a la princesa Fify por no saber cantar. Quizás podamos enseñar a otras niñas a cantar para que el hombre-verruga no las mate -comentó algo más triste, pero contentísima de estar con una amiga nueva. Quizás entre las dos podrían cantar para siempre.
Iredia, en cambio, no compartía ese entusiasmo. Correspondió al abrazo con sorpresa y con preocupación. Ya era la segunda vez que aludía a ese tal Mor y ver esas cajas y esos barrotes le hacían pensar que quizás la joven mariposa no estaba mintiendo. Con decisión, soltó a la jovencita, se quitó el arco de la espalda, dejándolo en la base de las cajas de madera y se subió a ellas, asomándose entre los barrotes.
-¡NO! ¡NO! ¡Ten cuidado con Mor!
La elfa le hizo un gesto de calma con la mano y observó sólo oscuridad. De repente, volvió a oír aquellos gritos y se le heló la sangre. Eran los mismos gritos que había oído al llegar allí, pero ahora se oían lejanos. La muchacha mariposa también los había oído y volvió a echarse a llorar.
-¡Es Fify! ¡El malvado Mor la está matando!¡Pero ella sólo necesita aprender a cantar!
De repente, la chica mariposa tiró de uno de los pies de Iredia, queriendo bajarla de las cajas temiendo que Mor quisiera dejarla sin su otra amiga cantarina. La elfa, llevada por la sorpresa, tropezó y cayó al suelo de culo. Antes de que le diera tiempo a quejarse de su dolor de glúteos, la mariposa se echó encima de ella, impidiéndole el movimiento.
-No vayas ahí otra vez o el hombre-verruga te matará. -los ojos celestes de la joven escrutaban a Iredia con intensidad. La joven elfa, a estas alturas, creía que empezaba a entender lo que ocurría.
-Escúchame, pequeña mariposa. Tu amiga Fify necesita ayuda.-miró a la chiquilla seriamente, no quería que tomase esto como un juego- Esa princesa está atrapada allí con Mor y sólo nosotras lo sabemos. Si no la ayudamos, nunca aprenderá a cantar y ese hombre malo la matará. ¿Me entiendes lo que te digo?
La mariposilla se quedó pensando un rato. Se levantó de un salto, momento que aprovechó Iredia para levantarse también ella y frotarse el glúteo dolorido. La elfa miró a su alrededor, buscando una forma de entrar. Ella no era fuerte ni especialmente ágil... pero era curandera. Suficiente para entrar en ese lugar. Sólo tenía que encontrar al hombre que daba los accesos, puesto que eso era una fortaleza cuyas paredes Iredia no podía trepar. El hilo de pensamientos, lamentablemente, le condujo a algo triste: tendría que usar a la pequeña mariposa para entrar. No sabía quién era esa tal Fify, pero parecía que a esa joven le importaba mucho la muchacha allí encerrada y sólo estaba ella allí para ayudarlas a las dos. Quizás no estuviera tan desencaminada al pensar que era una princesa que necesitaba un rescate.
Para la joven mariposa, su nueva amiga Violeta era una gran princesa cantarina que iba a enseñar a otras niñas a cantar y queria buscar al hombre-verruga Mor para decirle que Fify también podía aprender. Era valiente y maja, seguro que podía encararse con el señor Mor.
La elfa entonces tuvo una idea. Era una dudosa y arriesgada idea, pero tenía que intentarlo.
-Voy a ir a buscar ayuda, joven mariposa. Espérame aquí, ¿vale? Y, sobre todo.. -le dijo, acercándose a la pequeña para hablarla más bajito- Si no he vuelto en un par de horas, ve a buscarme a la ciudad.
La mariposilla puso cara triste, pero asintió. Su valiente amiga Violeta sabía lo que hacía. Sin más, la joven elfa tragó saliva y apresurándose, corrió de nuevo al núcleo de la ciudad, dejando a la pequeña muchacha donde la había encontrado. Indagó, preguntó a mujeres, hombres y niños y, al final, consiguió averiguar lo que quería de los labios de una panadera.
-Es el doctor Heisen a quien buscas, hija. Pero ten cuidado con ese... está loco. Y no sé por qué alguien querría algo del manicomio. Casi todo el mundo no quiere entrar, quiere salir de ahí. Ten cuidado, niña. -la regordeta mujer la miraba con preocupación, pero Iredia le asintió sonriendo, le agradeció sus palabras y se marchó a buscar la consulta del doctor Heisen.
La encontró un rato después, en una casucha un poco más vieja que las demás. Olía a enfermo, un olor que a Iredia no le pasaba desapercibido. Dio dos toques y enseguida una nariz aguileña se asomó, entreabriendo la puerta.
-Hueles a elfa. Seguro que estás buscando hierbas. Pero no sólo tengo hierbas para ti, ¡tengo muchas más cosas!
Pasa y míralas....
La elfa, por alguna razón, prefirió quedarse fuera.
-En realidad, señor, vengo porque sé que sois vos quien evalúa a los enfermos del manicomio.-dijo sin rodeos. Este comentario provocó que Heisen abriese la puerta de par en par. El pelo largo y lleno de greñas enmarcaba un rostro duro y feo, de nariz aguileña, ojos pequeños y astutos y labios finos. Llevaba una capa blanca, signo de su profesión.
-Ah... y quieres que te dé la autorización para entrar. Tú no estás enferma, no voy a dártela.
-No, yo no, pero tengo una paciente que sí. Yo también soy curandera, pero no tengo tantos conocimientos para evaluar la locura. Esperaba que me ayudáseis vos.. -lo miró con determinación, rezando para que se lo tragase.
Heisen la examinó entonces de arriba abajo, evaluando si debía realmente fiarse de la elfa. Vio el cuchillo de su cinturón y el saquito de hierbas. Sin embargo, los ojos le brillaron de avaricia. El instinto le dijo a Iredia que ese hombre no evaluaba la locura de forma precisamente objetiva. De hecho, quizás la locura era algún pretexto para algo más oscuro.
-Está bien, llévame ante esa paciente. Espera un momento. -entró al interior y tardó unos minutos en volver, con tres pergaminos enrollados en un brazo y dos llaves en la otra. Cerró la puerta usando una de las llaves.-Vamos.
Iredia, con mucha inquietud, volvió a llevarlo al manicomio en un camino incómodo y silencioso. El hombre la miraba constantemente de arriba abajo, murmuraba comentarios ininteligibles y a veces abría uno de los papiros y anotaba cosas que Iredia se moría por leer.
Cuando llegaron, la elfa descubrió con horror que la joven no estaba donde le había dicho que se quedase. Empezó a buscarla y se dio cuenta de que no sabía el nombre de aquella muchacha. Temió que por un momento, se lo hubiese imaginado y fuese ella la que necesitase atención médica.
-Me lo temía... -dijo de golpe una voz a su espalda.
Iredia se dio la vuelta a tiempo para evitar que el doctor la agarrase de la melena. Sin embargo, acertó a agarrarla del brazo, tan fuerte que seguro que le dejaba marca varios días.
-Quizás sí que estés enferma, después de todo. Las alucinaciones son síntomas claros de demencia. Sí, sí, debí verlo antes. Esa cara inocente es la típica que ponen las mujeres que han matado a alguien. Seguro que mataste a esa paciente, o te la inventaste, y pretendías matarme a mí...- una sonrisa malévola cruzó los labios del doctor, satisfecho de tener un pretexto para meter a la elfa en el edificio.
-Se está confundiendo, le prometo que había aquí una chica... ¡Suélteme! -chilló la elfa, forcejeando con el doctor.
De golpe, el filo de un cuchillo asomó por el cuello de Heisen, quien, con expresión de horror y sorpresa, se quedó con la boca abierta durante su último aliento. La sangre salpicó el rostro de la elfa. Él no pudo gritar. Cayó al suelo sin vida como un trapo blanco. Vio a su mariposa salvadora con el cuchillo lleno de sangre en la mano y con expresión de furia en el rostro hacia aquel hombre malo que había intentado matar a su amiga Violeta. Sin perder el tiempo, la abrazó de nuevo y esta vez la joven elfa la correspondió, muy aliviada. No era exactamente lo que Iredia tenía planeado, pero ya le debía la vida a la mariposa. Aunque no pudo evitar pensar que este hecho hacía que su nueva amiga pareciese un ser un poco diabólico.
-Los hombres sólo saben ser malos. Pero no temas, Violeta, no dejaré que ninguno te viole. Sona es tu amiga y ese hombre malvado ya no podrá impedir que cantes.
<<Sona... ahora ya sé tu nombre.>>, pensó la elfa, contenta de haber obtenido esa información. Le hizo mucha gracia que le llamase Violeta y no quiso corregirla. Le gustaba.
Le pidió a la joven Sona que le ayudase a esconder el cuerpo cerca de unos matorrales no muy lejos de donde se encontraban. La elfa se examinó la capa y vio que estaba manchada de tierra y un poco de sangre en la zona del cuello. Con esmero, manchó las partes de sangre con más tierra, haciendo que pareciese que no había lavado la capa desde hace un tiempo. Se la puso y se limpió de la cara los restos de sangre usando la manga. Decidió dejar el arco donde lo había dejado, en la base de las cajas. Para lo que quería hacer, no era muy coherente llevar uno. Después, fue a coger los pergaminos y, leyéndolos, se dio cuenta de dos cosas:
El maldito doctor estaba rellenando un informe completamente inventado sobre el estado mental de la elfa mientras habían compartido camino. Incluía descripción física, altura, peso aproximado y un montón de detalles tontos como lo agudas que eran sus orejas y que movía la nariz cada vez que corría el aire.
Uno de los pergaminos era la autorización que le permitía al doctor entrar en el edificio. El pergamino que quedaba estaba en blanco.
Agarró los dos últimos y los guardó en la parte de atrás de su cinturón y se colocó el cuchillo un poco más atrás para que lo tapase la capa. Destrozó el pergamino que hablaba de su supuesto estado mental y esparció los cachos, dejando que el viento se los llevase. Miró entonces a Sona, quien observaba con curiosidad cómo destrozaba aquel pergamino. Ella estaba segura de que ese hombre le había escrito una carta de amor a Violeta y ella la había destrozado con furia porque le odiaba. Menos mal que le había matado, seguro que el señor no se tomó bien el rechazo de su amiga. Hombres malos, horriblemente malos.
Iredia, con el corazón latiendo a mil por hora, respiró un par de veces y le hizo una seña a Sona, indicándole que la siguiera.
-Vamos, Sona, rescatemos a la princesa Fify. Pero necesito que ocultes eso. Puede que haya hombres malos que te lo quiten y, si eso pasa, no podremos rescatarla. -intentó convencerla, señalando el cuchillo lleno de sangre que Sona llevaba en la mano sin tapujos.
-¿Y entonces cómo me defenderé? -preguntó confundida, agitando las antenas.
-Déjame que lo oculte debajo de mi capa. Después, te prometo que te lo daré y podrás defenderte.
Sona se quedó unos segundos pensando. Al final, asintió, y se lo dio pues sabía que Violeta no sabía manejar un cuchillo, sino habría matado a ese hombre malo que quería castigarla por no corresponder su carta. Seguramente, se lo diese antes de encontrarse con Mor. Le cantaría después una canción de agradecimiento. Con gran satisfacción, la mariposa siguió a la elfa y esta se guardó el cuchillo en la cadera que tenía libre, tapándolo con la capa.
Llegaron ambas a la entrada del manicomio, vigilada por dos guardias muy grandes y muy musculosos. Iredia agarró a Sona del brazo. Ella se lo tomó como un gesto de que la elfa tenía miedo. así que miró a los guardias con una expresión iracunda adorable. La elfa, en cambio, buscaba aparentar a los guardas que venía a traer a un paciente. Sin hablar, les enseñó el pergamino.
-Aquí pone el doctor Heisen..
-Sí, en efecto, soy su esposa. Esta chica es una paciente nueva, me pidió que la trajese para su diagnóstico. -mintió descaradamente, observando a los guardias con expresión inocente.
No parecían muy listos. De hecho, se dio cuenta de que el pergamino les daba bastante igual, pues miraban a la mariposa medio riéndose. Ellos, grandes y musculosos, no parecían temer a un insecto que les miraba mal y quería parecer temible. Aún riéndose por lo bajo, les abrieron la puerta. La elfa tragó saliva y, sin soltar a la mariposa, entró en aquel infierno.
De golpe, un edificio apareció ante su vista, tétrico y gris. Claro, tanto andar había acabado por llevarla a aquel lugar. Su facilidad para distraerse un día iba a ser un problema.
Vio a una chiquilla lloraba bajo una ventana con barrotes, subida a lo que parecía unas cajas de madera. Frunció el ceño y se acercó. Oyó gritos, gritos que no procedían de la garganta de aquella joven mariposa, sino del interior. Algo ocurría. Aceleró hasta el lugar, presa de la urgencia, viendo que la chiquilla caía desde aquellas cajas. Empezó a ver la naturaleza del sitio en cuanto se acercó, pues esa clase de sitios apartados solo podían ser para dos cosas: para ocultar o para matar.
<<No está bien que las mujeres lloren solas>>, pensó mientras se acercaba a toda prisa.
Llevaba un arco a su espalda y un cuchillo en el cinturón, pero su fuerte en verdad era curar heridas del alma o del cuerpo. Portaba un saquito pequeño de hierbas de emergencia que a veces recogía cuando se las encontraba paseando de casualidad en aquella tierra rica y desconocida para ella.
Se acercó despacio, dejando que ella la viese venir y con una sonrisa de comprensión. Se paró a una distancia prudencial de la mariposa, no quería asustarla y quería ayudarla, aunque su instinto le decía que no se acercase demasiado por si la muchacha estaba loca y quería atraer su atención para matarla. En verdad era una chica muy hermosa y esas alas eran hipnotizantes, le hacían sentirse cohibida. No estaba acostumbrada a ver ese tipo de belleza en gente que no fuese elfa y menos en personas híbridas.
-¿Qué te ocurre, pequeña?¿Te has hecho daño? -comentó al llegar donde ella, mirando de reojo aquellas cajas de madera.
La chica mariposa no contestó enseguida. Sollozó un instante más y entonces miró a Iredia. Las lágrimas se le amontonaban en sus ojos celestes.
-Yo quería enseñarle a cantar... ¡Es culpa de Mor! -se frotó los ojos. Iredia alzó las cejas, sin comprender absolutamente nada.
Entonces, de golpe, como inspirada por algo, la joven mariposa miró a Iredia con intriga.
-¿Tú sabes cantar?
Eso sí que no se lo esperaba la elfa.
-Bueno... -Iredia no sabía qué contestarle. ¿En serio se iban a poner a cantar enfrente de ese edificio? Carraspeó.- Es costumbre hacerlo en mi pueblo.
Debió captar el interés de la mariposa, pues de golpe se levantó con más energía y hasta más contenta. La elfa pensó que haberla llamado "pequeña" había sido un pequeño error. Era un poco más alta que ella.
-¡Entonces tú estás a salvo! El malvado Mor no te matará por no saber cantar. Mira, cantemos: -agitó sus alas contenta y alzó los brazos, cantando una canción fruto de su imaginación.
Sólo dos lindas mariposas
Sólo dos, de alas rosas
Mírame, míranos, tristes y rotas.
Míranos, mírame, muertas y hermosas.
Sólo dos, de alas rosas
Mírame, míranos, tristes y rotas.
Míranos, mírame, muertas y hermosas.
A Iredia le entraron escalofríos al oír aquella voz con esa letra tan cuca y lúgubre. Definitivamente, aquella chiquilla estaba loca. Sin embargo, parecía inofensiva. Impredecible, pero inofensiva. No podía dejarla sola allí. Ese no era sitio para una mariposa (ni para una elfa).
-¡Vamos, canta! -le insistía la mariposa, impaciente.
Iredia suspiró. Al final, efectivamente, se pondrían a cantar delante de ese edificio. Tragando saliva, entonó suavemente:
Dulce, dulce voz, álzate y ven.
Cuéntame, dime, mi alma te ve.
El aire te lleva,
el fuego tiembla.
¿Qué es lo que anhelas?
Pues yo, la tierra,
Soy el mar que ahoga tus penas.
Cuéntame, dime, mi alma te ve.
El aire te lleva,
el fuego tiembla.
¿Qué es lo que anhelas?
Pues yo, la tierra,
Soy el mar que ahoga tus penas.
Calló al ver que la muchacha mariposa se había quedado quieta escuchándola. De golpe, aplaudió entusiasmada y la abrazó, para sorpresa de Iredia. Esta solía ser una canción que le cantaba su padre cuando de pequeña la notaba triste. Quizás esa canción alegrase algo más que los oídos a aquel que la escuchaba.
-¡Tú también eres una princesa! Pero no entres ahí... el malvado Mor ha matado a la princesa Fify por no saber cantar. Quizás podamos enseñar a otras niñas a cantar para que el hombre-verruga no las mate -comentó algo más triste, pero contentísima de estar con una amiga nueva. Quizás entre las dos podrían cantar para siempre.
Iredia, en cambio, no compartía ese entusiasmo. Correspondió al abrazo con sorpresa y con preocupación. Ya era la segunda vez que aludía a ese tal Mor y ver esas cajas y esos barrotes le hacían pensar que quizás la joven mariposa no estaba mintiendo. Con decisión, soltó a la jovencita, se quitó el arco de la espalda, dejándolo en la base de las cajas de madera y se subió a ellas, asomándose entre los barrotes.
-¡NO! ¡NO! ¡Ten cuidado con Mor!
La elfa le hizo un gesto de calma con la mano y observó sólo oscuridad. De repente, volvió a oír aquellos gritos y se le heló la sangre. Eran los mismos gritos que había oído al llegar allí, pero ahora se oían lejanos. La muchacha mariposa también los había oído y volvió a echarse a llorar.
-¡Es Fify! ¡El malvado Mor la está matando!¡Pero ella sólo necesita aprender a cantar!
De repente, la chica mariposa tiró de uno de los pies de Iredia, queriendo bajarla de las cajas temiendo que Mor quisiera dejarla sin su otra amiga cantarina. La elfa, llevada por la sorpresa, tropezó y cayó al suelo de culo. Antes de que le diera tiempo a quejarse de su dolor de glúteos, la mariposa se echó encima de ella, impidiéndole el movimiento.
-No vayas ahí otra vez o el hombre-verruga te matará. -los ojos celestes de la joven escrutaban a Iredia con intensidad. La joven elfa, a estas alturas, creía que empezaba a entender lo que ocurría.
-Escúchame, pequeña mariposa. Tu amiga Fify necesita ayuda.-miró a la chiquilla seriamente, no quería que tomase esto como un juego- Esa princesa está atrapada allí con Mor y sólo nosotras lo sabemos. Si no la ayudamos, nunca aprenderá a cantar y ese hombre malo la matará. ¿Me entiendes lo que te digo?
La mariposilla se quedó pensando un rato. Se levantó de un salto, momento que aprovechó Iredia para levantarse también ella y frotarse el glúteo dolorido. La elfa miró a su alrededor, buscando una forma de entrar. Ella no era fuerte ni especialmente ágil... pero era curandera. Suficiente para entrar en ese lugar. Sólo tenía que encontrar al hombre que daba los accesos, puesto que eso era una fortaleza cuyas paredes Iredia no podía trepar. El hilo de pensamientos, lamentablemente, le condujo a algo triste: tendría que usar a la pequeña mariposa para entrar. No sabía quién era esa tal Fify, pero parecía que a esa joven le importaba mucho la muchacha allí encerrada y sólo estaba ella allí para ayudarlas a las dos. Quizás no estuviera tan desencaminada al pensar que era una princesa que necesitaba un rescate.
Para la joven mariposa, su nueva amiga Violeta era una gran princesa cantarina que iba a enseñar a otras niñas a cantar y queria buscar al hombre-verruga Mor para decirle que Fify también podía aprender. Era valiente y maja, seguro que podía encararse con el señor Mor.
La elfa entonces tuvo una idea. Era una dudosa y arriesgada idea, pero tenía que intentarlo.
-Voy a ir a buscar ayuda, joven mariposa. Espérame aquí, ¿vale? Y, sobre todo.. -le dijo, acercándose a la pequeña para hablarla más bajito- Si no he vuelto en un par de horas, ve a buscarme a la ciudad.
La mariposilla puso cara triste, pero asintió. Su valiente amiga Violeta sabía lo que hacía. Sin más, la joven elfa tragó saliva y apresurándose, corrió de nuevo al núcleo de la ciudad, dejando a la pequeña muchacha donde la había encontrado. Indagó, preguntó a mujeres, hombres y niños y, al final, consiguió averiguar lo que quería de los labios de una panadera.
-Es el doctor Heisen a quien buscas, hija. Pero ten cuidado con ese... está loco. Y no sé por qué alguien querría algo del manicomio. Casi todo el mundo no quiere entrar, quiere salir de ahí. Ten cuidado, niña. -la regordeta mujer la miraba con preocupación, pero Iredia le asintió sonriendo, le agradeció sus palabras y se marchó a buscar la consulta del doctor Heisen.
La encontró un rato después, en una casucha un poco más vieja que las demás. Olía a enfermo, un olor que a Iredia no le pasaba desapercibido. Dio dos toques y enseguida una nariz aguileña se asomó, entreabriendo la puerta.
-Hueles a elfa. Seguro que estás buscando hierbas. Pero no sólo tengo hierbas para ti, ¡tengo muchas más cosas!
Pasa y míralas....
La elfa, por alguna razón, prefirió quedarse fuera.
-En realidad, señor, vengo porque sé que sois vos quien evalúa a los enfermos del manicomio.-dijo sin rodeos. Este comentario provocó que Heisen abriese la puerta de par en par. El pelo largo y lleno de greñas enmarcaba un rostro duro y feo, de nariz aguileña, ojos pequeños y astutos y labios finos. Llevaba una capa blanca, signo de su profesión.
-Ah... y quieres que te dé la autorización para entrar. Tú no estás enferma, no voy a dártela.
-No, yo no, pero tengo una paciente que sí. Yo también soy curandera, pero no tengo tantos conocimientos para evaluar la locura. Esperaba que me ayudáseis vos.. -lo miró con determinación, rezando para que se lo tragase.
Heisen la examinó entonces de arriba abajo, evaluando si debía realmente fiarse de la elfa. Vio el cuchillo de su cinturón y el saquito de hierbas. Sin embargo, los ojos le brillaron de avaricia. El instinto le dijo a Iredia que ese hombre no evaluaba la locura de forma precisamente objetiva. De hecho, quizás la locura era algún pretexto para algo más oscuro.
-Está bien, llévame ante esa paciente. Espera un momento. -entró al interior y tardó unos minutos en volver, con tres pergaminos enrollados en un brazo y dos llaves en la otra. Cerró la puerta usando una de las llaves.-Vamos.
Iredia, con mucha inquietud, volvió a llevarlo al manicomio en un camino incómodo y silencioso. El hombre la miraba constantemente de arriba abajo, murmuraba comentarios ininteligibles y a veces abría uno de los papiros y anotaba cosas que Iredia se moría por leer.
Cuando llegaron, la elfa descubrió con horror que la joven no estaba donde le había dicho que se quedase. Empezó a buscarla y se dio cuenta de que no sabía el nombre de aquella muchacha. Temió que por un momento, se lo hubiese imaginado y fuese ella la que necesitase atención médica.
-Me lo temía... -dijo de golpe una voz a su espalda.
Iredia se dio la vuelta a tiempo para evitar que el doctor la agarrase de la melena. Sin embargo, acertó a agarrarla del brazo, tan fuerte que seguro que le dejaba marca varios días.
-Quizás sí que estés enferma, después de todo. Las alucinaciones son síntomas claros de demencia. Sí, sí, debí verlo antes. Esa cara inocente es la típica que ponen las mujeres que han matado a alguien. Seguro que mataste a esa paciente, o te la inventaste, y pretendías matarme a mí...- una sonrisa malévola cruzó los labios del doctor, satisfecho de tener un pretexto para meter a la elfa en el edificio.
-Se está confundiendo, le prometo que había aquí una chica... ¡Suélteme! -chilló la elfa, forcejeando con el doctor.
De golpe, el filo de un cuchillo asomó por el cuello de Heisen, quien, con expresión de horror y sorpresa, se quedó con la boca abierta durante su último aliento. La sangre salpicó el rostro de la elfa. Él no pudo gritar. Cayó al suelo sin vida como un trapo blanco. Vio a su mariposa salvadora con el cuchillo lleno de sangre en la mano y con expresión de furia en el rostro hacia aquel hombre malo que había intentado matar a su amiga Violeta. Sin perder el tiempo, la abrazó de nuevo y esta vez la joven elfa la correspondió, muy aliviada. No era exactamente lo que Iredia tenía planeado, pero ya le debía la vida a la mariposa. Aunque no pudo evitar pensar que este hecho hacía que su nueva amiga pareciese un ser un poco diabólico.
-Los hombres sólo saben ser malos. Pero no temas, Violeta, no dejaré que ninguno te viole. Sona es tu amiga y ese hombre malvado ya no podrá impedir que cantes.
<<Sona... ahora ya sé tu nombre.>>, pensó la elfa, contenta de haber obtenido esa información. Le hizo mucha gracia que le llamase Violeta y no quiso corregirla. Le gustaba.
Le pidió a la joven Sona que le ayudase a esconder el cuerpo cerca de unos matorrales no muy lejos de donde se encontraban. La elfa se examinó la capa y vio que estaba manchada de tierra y un poco de sangre en la zona del cuello. Con esmero, manchó las partes de sangre con más tierra, haciendo que pareciese que no había lavado la capa desde hace un tiempo. Se la puso y se limpió de la cara los restos de sangre usando la manga. Decidió dejar el arco donde lo había dejado, en la base de las cajas. Para lo que quería hacer, no era muy coherente llevar uno. Después, fue a coger los pergaminos y, leyéndolos, se dio cuenta de dos cosas:
El maldito doctor estaba rellenando un informe completamente inventado sobre el estado mental de la elfa mientras habían compartido camino. Incluía descripción física, altura, peso aproximado y un montón de detalles tontos como lo agudas que eran sus orejas y que movía la nariz cada vez que corría el aire.
Uno de los pergaminos era la autorización que le permitía al doctor entrar en el edificio. El pergamino que quedaba estaba en blanco.
Agarró los dos últimos y los guardó en la parte de atrás de su cinturón y se colocó el cuchillo un poco más atrás para que lo tapase la capa. Destrozó el pergamino que hablaba de su supuesto estado mental y esparció los cachos, dejando que el viento se los llevase. Miró entonces a Sona, quien observaba con curiosidad cómo destrozaba aquel pergamino. Ella estaba segura de que ese hombre le había escrito una carta de amor a Violeta y ella la había destrozado con furia porque le odiaba. Menos mal que le había matado, seguro que el señor no se tomó bien el rechazo de su amiga. Hombres malos, horriblemente malos.
Iredia, con el corazón latiendo a mil por hora, respiró un par de veces y le hizo una seña a Sona, indicándole que la siguiera.
-Vamos, Sona, rescatemos a la princesa Fify. Pero necesito que ocultes eso. Puede que haya hombres malos que te lo quiten y, si eso pasa, no podremos rescatarla. -intentó convencerla, señalando el cuchillo lleno de sangre que Sona llevaba en la mano sin tapujos.
-¿Y entonces cómo me defenderé? -preguntó confundida, agitando las antenas.
-Déjame que lo oculte debajo de mi capa. Después, te prometo que te lo daré y podrás defenderte.
Sona se quedó unos segundos pensando. Al final, asintió, y se lo dio pues sabía que Violeta no sabía manejar un cuchillo, sino habría matado a ese hombre malo que quería castigarla por no corresponder su carta. Seguramente, se lo diese antes de encontrarse con Mor. Le cantaría después una canción de agradecimiento. Con gran satisfacción, la mariposa siguió a la elfa y esta se guardó el cuchillo en la cadera que tenía libre, tapándolo con la capa.
Llegaron ambas a la entrada del manicomio, vigilada por dos guardias muy grandes y muy musculosos. Iredia agarró a Sona del brazo. Ella se lo tomó como un gesto de que la elfa tenía miedo. así que miró a los guardias con una expresión iracunda adorable. La elfa, en cambio, buscaba aparentar a los guardas que venía a traer a un paciente. Sin hablar, les enseñó el pergamino.
-Aquí pone el doctor Heisen..
-Sí, en efecto, soy su esposa. Esta chica es una paciente nueva, me pidió que la trajese para su diagnóstico. -mintió descaradamente, observando a los guardias con expresión inocente.
No parecían muy listos. De hecho, se dio cuenta de que el pergamino les daba bastante igual, pues miraban a la mariposa medio riéndose. Ellos, grandes y musculosos, no parecían temer a un insecto que les miraba mal y quería parecer temible. Aún riéndose por lo bajo, les abrieron la puerta. La elfa tragó saliva y, sin soltar a la mariposa, entró en aquel infierno.
Iredia
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Re: Yo te enseñaré a cantar [Desafío]
En cuanto pasó por la puerta del palacio de la princesa que no sabía cantar, Sonagashira fue corriendo a buscar a su amiga Tify. Debía de estar por alguna de las habitaciones más altas, si algo había aprendido de los cuentos que escuchó de pequeña (papá nunca me contó ningún cuento ni tampoco los hombres malos de papá) era que las princesas siempre las encerraba en las torres más altas.
-No te quedes atrás, Vily- le dijo a su nueva amiga Violeta (un nombre demasiado largo para Sona)- debemos de darnos prisa. ¡Más rápido!-
Subió las escaleras del torreón más alto (las princesas están encerradas en la más alta torre) con pequeñitos saltitos mientras batía sus alas para ir subir más deprisa. Aquello era lo más parecido a volar que sabía hacer. Casi pareció que estuviera flotando.
-¡Rápido, Vily!-
Los malos y tontos de abajo, Sonagashira los llamó Pono y Puno, se dieron cuenta que iban a rescatar a Fify. Uno de ellos, se transformó en dragón (los dragones guardan a las princesas) el otro tenía una lanza en la mano.
-Idiota- dijo Pono, el de la lanza - has dejado que se te escape la mariposa-.
Sonagashira dio unos pasos hacia atrás para coger a Vily de la mano y estirar de ella para llegar, lo antes posible a la habitación de Tify.
Puno el dragón, que ya no podía hablar porque era un dragón, pero no dejaba de rugir y escupir fuego, les perseguía de cerca. Pono se quedó detrás del dragón. Era grande y gordo, se cansaba al subir tantas escaleras.
Las habitaciones del torreón estaban abiertas, entre ellas salía muchas personas (hombres malos y futuras amigas) todos atados con grilletes por las manos y los pies. Ninguno de ellos tenía pelo. Sona recordó que, cuando se subió por los cajones y se asomó por la ventana de los barrotes, el hombre-verruga tenía el cabello rubio de Tify en la mano. ¿Se lo había cortado? La fantasía de Sonagashira se puso en marcha: Imaginó y creyó como real que Mor había castigado a Tify por no saber cantar cortándole el pelo. Eso mismo había hecho con todos los presentes.
Asustada, soltó la mano de Vily y se cogió el pelo. No quería que se lo cortasen. Ella tenía un pelo muy bonito. Le gustaba mucho jugar con él haciéndose trenzas y coletas. ¡Era muy divertido! No podían cortárselo.
El pelo de Vily también era de un color muy bonito. Era suave y brillaba con un color especial por el reflejo del fuego que escupía el dragón. ¿Cómo algo tan malo como el fuego de Puno puede hacer que el pelo de Vily parezca más bonitos?
-¡No te cortarán el pelo Vily! – cogió el cuchillo y lo apuntó hacia la cabeza de Ponu.
-¡Pelo. Cortarán. Pelo!- gritaron los hombres sin pelo. Algunos de ellos lo hicieron riendo y otros llorando.
-¿Quién ha dejado abiertas las puertas de los locos?- la voz de Pono se escuchó treinta escalones más abajo desde donde Sonagashira estaba.
-¡Ayuda. Cortarán. Pelo. Ayuda. Pelo. Vete. Cortarán!- volvieron a reír y llorar los hombres sin pelo.
-¡Esa de ahí es Tify!- Sona señaló a una de las mujeres sin pelo que reía en el suelo mientras agitaba la cabeza repitiendo lo mismo que los demás locos- ¡Tenemos que rescatarla!-
* Iredia: Como eres “nueva” en el foro, creo que es justo hacerte un resumen bastante conciso de todo lo que ha sucedido en este post. Siempre lo hago, solo que esta vez, lo haré con un mayor detalle. Sona te ha cogido del brazo y te ha empujado hacia uno de los torreones del manicomio. Los hombres a los que antes has mentido lo han visto y creen que la “loca” se te ha escapado. Una vez en los últimos pisos del torreón, las celdas de los locos se han abierto. Te das cuenta que el manicomio negociaba con el cabello de los enfermos; quizás para hacer pelucas o quizás para algo más grande (es lo segundo, pero se resolverá en otro tema. Me gusta que todos mis temas estén relacionados. Soy una maniática en ese aspecto). Uno de los enfermos que han escapado es la que Sona llama Tify.
El siguiente post que harás en el desafío es el último. Debes solucionar el conflicto de la mejor forma posible. ¿Cómo? Te doy opciones:
-Entregar a Sona y ayudar a los guardias a encerrar de nuevo a todos los enfermos (incluida la mariposa) para salir sin ilesa del lugar.
-Enfrentarte contra los guardias y rescatar a Tify y a los demás enfermos. Si eliges esto, deberás lanzar la Voluntad de los Dioses.
-Coger a Sona y huir del lugar dejando a Tify y los otros enfermos allí metidos.
Puede haber otra opción que no haya sido capaz de deducir. Si se te ocurre alguna más, puedes preguntármela por mp. Dependiendo de lo que hagas, puedes quedar maldita o salir ilesa. También, depende de tu elección, se abrirán nuevos temas (en los que te llamaré a participar) relacionados con esta trama. ¿A quién no le gustaría ver una ciudad infectada de locos que no saben cantar?
-No te quedes atrás, Vily- le dijo a su nueva amiga Violeta (un nombre demasiado largo para Sona)- debemos de darnos prisa. ¡Más rápido!-
Subió las escaleras del torreón más alto (las princesas están encerradas en la más alta torre) con pequeñitos saltitos mientras batía sus alas para ir subir más deprisa. Aquello era lo más parecido a volar que sabía hacer. Casi pareció que estuviera flotando.
-¡Rápido, Vily!-
Los malos y tontos de abajo, Sonagashira los llamó Pono y Puno, se dieron cuenta que iban a rescatar a Fify. Uno de ellos, se transformó en dragón (los dragones guardan a las princesas) el otro tenía una lanza en la mano.
-Idiota- dijo Pono, el de la lanza - has dejado que se te escape la mariposa-.
Sonagashira dio unos pasos hacia atrás para coger a Vily de la mano y estirar de ella para llegar, lo antes posible a la habitación de Tify.
Puno el dragón, que ya no podía hablar porque era un dragón, pero no dejaba de rugir y escupir fuego, les perseguía de cerca. Pono se quedó detrás del dragón. Era grande y gordo, se cansaba al subir tantas escaleras.
Las habitaciones del torreón estaban abiertas, entre ellas salía muchas personas (hombres malos y futuras amigas) todos atados con grilletes por las manos y los pies. Ninguno de ellos tenía pelo. Sona recordó que, cuando se subió por los cajones y se asomó por la ventana de los barrotes, el hombre-verruga tenía el cabello rubio de Tify en la mano. ¿Se lo había cortado? La fantasía de Sonagashira se puso en marcha: Imaginó y creyó como real que Mor había castigado a Tify por no saber cantar cortándole el pelo. Eso mismo había hecho con todos los presentes.
Asustada, soltó la mano de Vily y se cogió el pelo. No quería que se lo cortasen. Ella tenía un pelo muy bonito. Le gustaba mucho jugar con él haciéndose trenzas y coletas. ¡Era muy divertido! No podían cortárselo.
El pelo de Vily también era de un color muy bonito. Era suave y brillaba con un color especial por el reflejo del fuego que escupía el dragón. ¿Cómo algo tan malo como el fuego de Puno puede hacer que el pelo de Vily parezca más bonitos?
-¡No te cortarán el pelo Vily! – cogió el cuchillo y lo apuntó hacia la cabeza de Ponu.
-¡Pelo. Cortarán. Pelo!- gritaron los hombres sin pelo. Algunos de ellos lo hicieron riendo y otros llorando.
-¿Quién ha dejado abiertas las puertas de los locos?- la voz de Pono se escuchó treinta escalones más abajo desde donde Sonagashira estaba.
-¡Ayuda. Cortarán. Pelo. Ayuda. Pelo. Vete. Cortarán!- volvieron a reír y llorar los hombres sin pelo.
-¡Esa de ahí es Tify!- Sona señaló a una de las mujeres sin pelo que reía en el suelo mientras agitaba la cabeza repitiendo lo mismo que los demás locos- ¡Tenemos que rescatarla!-
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* Iredia: Como eres “nueva” en el foro, creo que es justo hacerte un resumen bastante conciso de todo lo que ha sucedido en este post. Siempre lo hago, solo que esta vez, lo haré con un mayor detalle. Sona te ha cogido del brazo y te ha empujado hacia uno de los torreones del manicomio. Los hombres a los que antes has mentido lo han visto y creen que la “loca” se te ha escapado. Una vez en los últimos pisos del torreón, las celdas de los locos se han abierto. Te das cuenta que el manicomio negociaba con el cabello de los enfermos; quizás para hacer pelucas o quizás para algo más grande (es lo segundo, pero se resolverá en otro tema. Me gusta que todos mis temas estén relacionados. Soy una maniática en ese aspecto). Uno de los enfermos que han escapado es la que Sona llama Tify.
El siguiente post que harás en el desafío es el último. Debes solucionar el conflicto de la mejor forma posible. ¿Cómo? Te doy opciones:
-Entregar a Sona y ayudar a los guardias a encerrar de nuevo a todos los enfermos (incluida la mariposa) para salir sin ilesa del lugar.
-Enfrentarte contra los guardias y rescatar a Tify y a los demás enfermos. Si eliges esto, deberás lanzar la Voluntad de los Dioses.
-Coger a Sona y huir del lugar dejando a Tify y los otros enfermos allí metidos.
Puede haber otra opción que no haya sido capaz de deducir. Si se te ocurre alguna más, puedes preguntármela por mp. Dependiendo de lo que hagas, puedes quedar maldita o salir ilesa. También, depende de tu elección, se abrirán nuevos temas (en los que te llamaré a participar) relacionados con esta trama. ¿A quién no le gustaría ver una ciudad infectada de locos que no saben cantar?
Sigel
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Re: Yo te enseñaré a cantar [Desafío]
En cuanto entraron y vio que la princesa mariposa echaba a correr, Iredia inmediatamente la siguió. Ella la apremiaba y la joven elfa trataba de seguirle el ritmo.
<<Es rápida.>>, pensó para sí Iredia.
Aquel lugar escalofriante era casi claustrofóbico. Gris y tétrico, como una pesadilla en la cual flotaba el aire cargado y voces de ultratumba. Con sorpresa, apreció que su nueva amiga no se amedrentaba con nada, quizás por valentía o quizás por insensatez. Algo le hizo intuir que era lo segundo.
Cuando vio que empezaba a subir las escaleras ayudándose de sus alas, a Iredia casi le entró envidia. Ella tenía que subir corriendo y sus piernas ya empezaban a estar cargadas.
Entonces oyó voces tras de sí. Los guardias corrían tras ellas.
<<Porras...>>, maldijo en su mente.
Cuando uno de ellos dijo que se le había escapado la mariposa, Iredia intuyó que aún no se habían dado cuenta del engaño. Aún así, no tuvo mucho tiempo para reaccionar, pues la mariposa había ido a buscarla y la llevaba de la mano apresuradamente con uno de los guardias subiendo los escalones (el otro resoplaba bañado en sudor porque le pesaba demasiado toda la grasa acumulada).
Llegaron a los últimos pisos del torreón y vio con horror que las celdas estaban abiertas. Los locos habían salido de ellas, con grilletes en las manos y en los pies. Pero eso no es lo que llamó la atención de la elfa. Lo que le llamó la atención es que estaban todos calvos, hasta las mujeres. Sona, de hecho, soltó su mano y empezó a acariciarse el pelo y, de golpe, la miró.
-¡No te cortarán el pelo, Vily! -le decía con determinación.
Qué tierna era esa muchacha. No podía entretenerse contestándola, los guardias empezaban a aproximarse y Sona le robó el cuchillo de su cinturón para lanzárselo a uno de ellos. No vio si había acertado o no, pues de pronto los porteros manifestaron su sorpresa al ver a los locos fuera. Locos que exclamaban que se largasen de allí, que les cortarían el pelo. Muchos reían y lloraban a la vez, otros sólo reían, otros sólo lloraban. Iredia empezó a temer que se le contagiase algún síntoma. Entonces, Sona debió ver a su amiga, riéndose sin parar mientras se retorcía en el suelo. Sona, agitada, le apremiaba rescatarla. Iredia dudaba, pues empezó a creer que no era la única loca que necesitaba ayuda allí. Los guardias se aproximaban cada vez más. Necesitaba pensar.
-¡Sona, tenemos que distraerlos!¡Vete por allí! -le señaló un pasillo lleno de locos que se daban golpes en la cabeza.
-¡No! ¡No permitiré que te corten el pelo! -la mariposa la agarró fuerte de la mano y le volvía a señalar a Tify. -¡Vamos a por Tify!
La mariposa entonces la arrastró prácticamente a donde estaba aquella loca retorcida de risa en el suelo. Iredia no le encontraba la gracia por ninguna parte. Miró a su espalda y vio que los guardias se peleaban por meter a los enfermos de nuevo a sus celdas, pero las tenían localizadas, pues no las perdían de vista. Un loco parecía resistirse bastante, pues no dejaba de chillar "MI PELO, MI PELO" mientras lloraba y reía con lágrimas en los ojos. Otros se arañaban la cara y mordían los grilletes pensando que sus dientes podrían contra el hierro.
<<¿Para qué querrán el pelo de esta gente?>>
Aprovechando que Sona quiso acercarse a la loca de los suelos, Iredia se separó de ella. Sabía que era un error y le daba miedo dejarla sola y que se desatara el caos allí. Pero daba igual, si no desataba el caos la mariposa, lo desataría ella. Se aventuró por el pasillo que le había señalado antes a Sona. Estaba iluminado por antorchas escasas y siniestras, que proyectaban sombras exageradas de los enfermos que allí había. Todos los locos parecían zombies, lloraban, reían, se daban de cabezazos con las paredes y algunos, mirándola, intentaban agarrar su cabello. Uno, de hecho, lo consiguió. Iredia dio gracias a los dioses porque tuvieran grilletes.
-¡Pelo cortar!
Por acto reflejo, Iredia cogió la cadena que colgaba entre las muñecas del enfermo y tiró de ella, pretendiendo que el loco cayese de bruces al suelo. Lo consiguió, aunque no tenía mucho mérito. También tenía cadenas en los pies, es fácil que perdiese el equilibrio. No obstante, cuando retrocedió para apartarse, chocó con algo. O alguien. Se dio la vuelta para ver a un hombre con una lupa en el ojo y una capa blanca a los hombros. Debía ser uno de los doctores. No habló, sólo la cogió el pelo y lo olió. De pronto, sonrió diabólicamente. Una sonrisa tan escalofriante como sólo podría ser la del demonio. Iredia lo comprendió del todo. Aquel que entraba en ese lugar no volvía a ver su pelo. Ni la luz del sol.
Sin más, el hombre la agarró fuerte del brazo e Iredia le metió una patada en la espinilla. Pero el doctor no se inmutaba, la arrastraba fuerte lejos de las escaleras, lejos de Sona.
-¡Socorro! -les gritaba a los locos- ¡Socorro! ¡SONA! -la joven mariposa no pareció oírla, pese a que podía verle las alas.
Iredia se zarandeó locamente mientras aquel doctor tiraba de ella con fuerza. El instinto de supervivencia le chillaba que saliese de allí, que los dejase a todos y huyese de aquel lugar. Fue un pensamiento triste que no pudo controlar, pues es un mecanismo que prevalecía en todo ser vivo para sobrevivir. En todo ser vivo. Para sobrevivir. Eso era. De golpe, Iredia tuvo una idea.
-¡Él tiene vuestro pelo! ¡ÉL TIENE VUESTRO PELO!¡ÉL LO TIENE! -se paró y forcejeó de nuevo con aquel doctor, quien de golpe intentó taparle la boca.
Todos los locos del pasillo de golpe los miraron. El doctor contempló horrorizado cómo los locos se arrastraron a donde estaban ellos. Iredia tampoco estaba contenta con la idea, pero aprovechó que el doctor estaba distraído y le dio un empellón, librándose de su agarre. No supo si llegaron a cogerlo o no, pero sí pudo hacerse con una de las antorchas del pasillo. No lo pensó mucho. Cogió una antorcha y salió corriendo, empujando locos a diestro y siniestro.
Sona, mientras tanto, hablaba con Tify. O, al menos, lo intentaba.
-¡Tify!-exclamó con alegría- Vily y yo hemos venido a enseñarte a cantar. ¡Así el malvado Mor no te cortará el pelo otra vez! Mira, sólo tienes que imitarme, ¿vale? Y si te confundes, Vily te corrije.
-Pelo rubio fuera... -decía la loca con voz ausente.
-¡Pero eso no es lo que yo quería cantar! -protestó la mariposa.
-¡PELO RUBIO FUERA! -y empezó a troncharse de risa otra vez la loca.
La joven mariposa agitó las antenas contrariada y buscó a su amiga Vily con la mirada. Seguro que ella sabría enseñarle mejor. Sin embargo, vio que su amiga no estaba a su lado. ¿Se habría marchado a buscar a Mor? No, porque la veía venir corriendo. Pero, ¿por qué llevaba fuego en la mano? Ah, se habría convertido también en dragón para hacer frente a Puno. Qué valiente era su amiga Vily. Pero no podía ser, Vily era buena, no un dragón malvado. Igual es que su pelo brillante la hacía parecer un dragón. Vio también que, de su mano, salió una bola de fuego voladora que se metió a una de las celdas y que salió una gran llamarada. Lo que no vio es que Iredia había conseguido incendiar un lecho de paja y que corría hacia ella agitando los brazos.
-¡¡Fuego!! ¡¡Fuego!! -empezó a gritar Iredia hasta casi quedarse sin voz.
Los locos miraron dubitativos las llamas y el humo que salía de la celda. Iredia llegó hasta Sona y la agarró de la mano.
-¡¡Quieren quemar vuestro pelo!! ¡¡Quieren quemarnos!! ¡¡SALID!!
Sona, alarmada, se levantó de golpe a tiempo de que su amiga Vily la agarrase de nuevo de la mano.
-¡Vamos, hay que salir de aquí!
-¡Pero hay que enseñarle a cantar a Tify o Mor volverá! -protestó la mariposa, intentando zafarse del agarre.
Iredia se impacientó y se giró de nuevo adonde estaba la loca Tify. Se había levantado y miraba las llamas anonadada.
-¡Cógela de la mano, Sona! Yo te cojo a ti.
Ese plan le gustaba más a la mariposa. Sí que es cierto que empezaba a hacer calor. Cogió a su amiga Tify con una mano y a su amiga Vily con la otra.
-¡Vamos!
Increíblemente, Iredia vio que la mariposa se ponía a cantar mientras intentaban huir de allí. Una imagen que no olvidaría con facilidad.
<<Es rápida.>>, pensó para sí Iredia.
Aquel lugar escalofriante era casi claustrofóbico. Gris y tétrico, como una pesadilla en la cual flotaba el aire cargado y voces de ultratumba. Con sorpresa, apreció que su nueva amiga no se amedrentaba con nada, quizás por valentía o quizás por insensatez. Algo le hizo intuir que era lo segundo.
Cuando vio que empezaba a subir las escaleras ayudándose de sus alas, a Iredia casi le entró envidia. Ella tenía que subir corriendo y sus piernas ya empezaban a estar cargadas.
Entonces oyó voces tras de sí. Los guardias corrían tras ellas.
<<Porras...>>, maldijo en su mente.
Cuando uno de ellos dijo que se le había escapado la mariposa, Iredia intuyó que aún no se habían dado cuenta del engaño. Aún así, no tuvo mucho tiempo para reaccionar, pues la mariposa había ido a buscarla y la llevaba de la mano apresuradamente con uno de los guardias subiendo los escalones (el otro resoplaba bañado en sudor porque le pesaba demasiado toda la grasa acumulada).
Llegaron a los últimos pisos del torreón y vio con horror que las celdas estaban abiertas. Los locos habían salido de ellas, con grilletes en las manos y en los pies. Pero eso no es lo que llamó la atención de la elfa. Lo que le llamó la atención es que estaban todos calvos, hasta las mujeres. Sona, de hecho, soltó su mano y empezó a acariciarse el pelo y, de golpe, la miró.
-¡No te cortarán el pelo, Vily! -le decía con determinación.
Qué tierna era esa muchacha. No podía entretenerse contestándola, los guardias empezaban a aproximarse y Sona le robó el cuchillo de su cinturón para lanzárselo a uno de ellos. No vio si había acertado o no, pues de pronto los porteros manifestaron su sorpresa al ver a los locos fuera. Locos que exclamaban que se largasen de allí, que les cortarían el pelo. Muchos reían y lloraban a la vez, otros sólo reían, otros sólo lloraban. Iredia empezó a temer que se le contagiase algún síntoma. Entonces, Sona debió ver a su amiga, riéndose sin parar mientras se retorcía en el suelo. Sona, agitada, le apremiaba rescatarla. Iredia dudaba, pues empezó a creer que no era la única loca que necesitaba ayuda allí. Los guardias se aproximaban cada vez más. Necesitaba pensar.
-¡Sona, tenemos que distraerlos!¡Vete por allí! -le señaló un pasillo lleno de locos que se daban golpes en la cabeza.
-¡No! ¡No permitiré que te corten el pelo! -la mariposa la agarró fuerte de la mano y le volvía a señalar a Tify. -¡Vamos a por Tify!
La mariposa entonces la arrastró prácticamente a donde estaba aquella loca retorcida de risa en el suelo. Iredia no le encontraba la gracia por ninguna parte. Miró a su espalda y vio que los guardias se peleaban por meter a los enfermos de nuevo a sus celdas, pero las tenían localizadas, pues no las perdían de vista. Un loco parecía resistirse bastante, pues no dejaba de chillar "MI PELO, MI PELO" mientras lloraba y reía con lágrimas en los ojos. Otros se arañaban la cara y mordían los grilletes pensando que sus dientes podrían contra el hierro.
<<¿Para qué querrán el pelo de esta gente?>>
Aprovechando que Sona quiso acercarse a la loca de los suelos, Iredia se separó de ella. Sabía que era un error y le daba miedo dejarla sola y que se desatara el caos allí. Pero daba igual, si no desataba el caos la mariposa, lo desataría ella. Se aventuró por el pasillo que le había señalado antes a Sona. Estaba iluminado por antorchas escasas y siniestras, que proyectaban sombras exageradas de los enfermos que allí había. Todos los locos parecían zombies, lloraban, reían, se daban de cabezazos con las paredes y algunos, mirándola, intentaban agarrar su cabello. Uno, de hecho, lo consiguió. Iredia dio gracias a los dioses porque tuvieran grilletes.
-¡Pelo cortar!
Por acto reflejo, Iredia cogió la cadena que colgaba entre las muñecas del enfermo y tiró de ella, pretendiendo que el loco cayese de bruces al suelo. Lo consiguió, aunque no tenía mucho mérito. También tenía cadenas en los pies, es fácil que perdiese el equilibrio. No obstante, cuando retrocedió para apartarse, chocó con algo. O alguien. Se dio la vuelta para ver a un hombre con una lupa en el ojo y una capa blanca a los hombros. Debía ser uno de los doctores. No habló, sólo la cogió el pelo y lo olió. De pronto, sonrió diabólicamente. Una sonrisa tan escalofriante como sólo podría ser la del demonio. Iredia lo comprendió del todo. Aquel que entraba en ese lugar no volvía a ver su pelo. Ni la luz del sol.
Sin más, el hombre la agarró fuerte del brazo e Iredia le metió una patada en la espinilla. Pero el doctor no se inmutaba, la arrastraba fuerte lejos de las escaleras, lejos de Sona.
-¡Socorro! -les gritaba a los locos- ¡Socorro! ¡SONA! -la joven mariposa no pareció oírla, pese a que podía verle las alas.
Iredia se zarandeó locamente mientras aquel doctor tiraba de ella con fuerza. El instinto de supervivencia le chillaba que saliese de allí, que los dejase a todos y huyese de aquel lugar. Fue un pensamiento triste que no pudo controlar, pues es un mecanismo que prevalecía en todo ser vivo para sobrevivir. En todo ser vivo. Para sobrevivir. Eso era. De golpe, Iredia tuvo una idea.
-¡Él tiene vuestro pelo! ¡ÉL TIENE VUESTRO PELO!¡ÉL LO TIENE! -se paró y forcejeó de nuevo con aquel doctor, quien de golpe intentó taparle la boca.
Todos los locos del pasillo de golpe los miraron. El doctor contempló horrorizado cómo los locos se arrastraron a donde estaban ellos. Iredia tampoco estaba contenta con la idea, pero aprovechó que el doctor estaba distraído y le dio un empellón, librándose de su agarre. No supo si llegaron a cogerlo o no, pero sí pudo hacerse con una de las antorchas del pasillo. No lo pensó mucho. Cogió una antorcha y salió corriendo, empujando locos a diestro y siniestro.
Sona, mientras tanto, hablaba con Tify. O, al menos, lo intentaba.
-¡Tify!-exclamó con alegría- Vily y yo hemos venido a enseñarte a cantar. ¡Así el malvado Mor no te cortará el pelo otra vez! Mira, sólo tienes que imitarme, ¿vale? Y si te confundes, Vily te corrije.
-Pelo rubio fuera... -decía la loca con voz ausente.
-¡Pero eso no es lo que yo quería cantar! -protestó la mariposa.
-¡PELO RUBIO FUERA! -y empezó a troncharse de risa otra vez la loca.
La joven mariposa agitó las antenas contrariada y buscó a su amiga Vily con la mirada. Seguro que ella sabría enseñarle mejor. Sin embargo, vio que su amiga no estaba a su lado. ¿Se habría marchado a buscar a Mor? No, porque la veía venir corriendo. Pero, ¿por qué llevaba fuego en la mano? Ah, se habría convertido también en dragón para hacer frente a Puno. Qué valiente era su amiga Vily. Pero no podía ser, Vily era buena, no un dragón malvado. Igual es que su pelo brillante la hacía parecer un dragón. Vio también que, de su mano, salió una bola de fuego voladora que se metió a una de las celdas y que salió una gran llamarada. Lo que no vio es que Iredia había conseguido incendiar un lecho de paja y que corría hacia ella agitando los brazos.
-¡¡Fuego!! ¡¡Fuego!! -empezó a gritar Iredia hasta casi quedarse sin voz.
Los locos miraron dubitativos las llamas y el humo que salía de la celda. Iredia llegó hasta Sona y la agarró de la mano.
-¡¡Quieren quemar vuestro pelo!! ¡¡Quieren quemarnos!! ¡¡SALID!!
Sona, alarmada, se levantó de golpe a tiempo de que su amiga Vily la agarrase de nuevo de la mano.
-¡Vamos, hay que salir de aquí!
-¡Pero hay que enseñarle a cantar a Tify o Mor volverá! -protestó la mariposa, intentando zafarse del agarre.
Iredia se impacientó y se giró de nuevo adonde estaba la loca Tify. Se había levantado y miraba las llamas anonadada.
-¡Cógela de la mano, Sona! Yo te cojo a ti.
Ese plan le gustaba más a la mariposa. Sí que es cierto que empezaba a hacer calor. Cogió a su amiga Tify con una mano y a su amiga Vily con la otra.
-¡Vamos!
Increíblemente, Iredia vio que la mariposa se ponía a cantar mientras intentaban huir de allí. Una imagen que no olvidaría con facilidad.
Última edición por Iredia el Vie 9 Jun - 16:07, editado 2 veces
Iredia
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Re: Yo te enseñaré a cantar [Desafío]
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Tyr
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Re: Yo te enseñaré a cantar [Desafío]
¡Mala suerte! Pono, el hombre malo, cogió el brazo de Tify y tiraba de ella con mucha fuerza. Sonagashira soltó a Vily para coger, del otro brazo, a Tify y empujarla con las dos manos. Pono no podía quitarse. No estaba permitido herir a las princesas, aunque ellas no supieran cantar. ¡No! No era excusa para querer hacer daño a una chica tan guapa como lo era Tify. Sona no iba a dejar que hicieran daño a su amiga.
La canción confundió a Pono durante unos segundos. El tiempo necesario para que Sona tirase del brazo de Tify con toda la fuerza que sus delgados brazos le permitían. ¡Salvada! Estaba salvada. Ahora podría salir a jugar las dos al campo de amapolas. Correrían, darían vueltas por las flores, buscarían mariposas y cantarían. Era un muy buen plan. En el campo de amapolas no habría nadie que pegase a Tify si ella se equivocaba con una nota. Su pelo crecería de nuevo y volvería a ser todo lo precioso que se imaginaba Sonagashira que siempre fue.
Vily quedó atrás. Sona la perdió entra la multitud de personas sin pelo que escapaban de las habitaciones del palacio. ¿Estaría bien? ¡Seguro que sí! Vily sabía cantar y los malos solo hacían daño a las princesas que no sabían cantar; a Vily no le harían nada. Ahora, los príncipes y princesas que no sabían cantar estaban fuera. Intentaban cantar; pero solo salían gritos de su boca. Uno de ellos pegó una patada a las cajas por donde, minutos antes, Sona había trepado, otro empezó a golpear a una de las princesas y a subirle la ropa. De la boca de un tercero salía espuma y mordió de otro príncipe que no sabía cantar. ¿Por qué eran tan raros?
Detrás del grupo, el palacio se estaba quemando. Vily tardaba mucho en salir. El dragón Ponu ya se había ido volando.
-Vily estará bien, vendrá con nosotras y nos iremos a jugar al campo de amapolas- le dijo a Tify sujetándola de los hombros con cariño para tranquilizarla.
-Cortar, pelo, cortar, libre, pelo, libertad, aire, libre, cortar-
Tify dio un empujón tan fuerte a Sona que la hizo caer al suelo. Su cabeza se movía muy rápido, de un lado a otra. La chica mariposa creyó que estaba bailando con la cabeza, pero no había música para bailar.
-¡Cortar!- gritó la chica que no era una princesa a la vez que arrancaba de un zarpazo un mechón de cabello de Sona.
-No eres la mujer de ningún doctor. No quiero que me mientas.- dijo el hombre que no se llamaba Pono sino Synder- ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Esto no es un campo de juegos para que tú vengas con tu amiga a pasártelo bien: ¡Es un hospital! Maldita sea. ¡Es una cárcel!- hubo un momento de incómodo silencio- Aquí nos traen a las personas que son incapaces de relacionarse con los demás: locos, perturbados, poseídos… Llámalos como quieras. La cuestión es que tú los has dejado libre-.
El doctor que no se llamaba Mor estaba herido en el suelo con las piernas de color marrón por las quemaduras del incendio. Desde el cielo, el dragón que no se llamaba Ponu, dejaba caer grandes cubos de agua para apagar las llamas.
-Y, por la cuenta que te tiene, tú vas a tener que traerlos de vuelta-.
* Iredia: Has tomado una buena elección. Buena para mí, para ti es la peor que podrías haber escogido. Aerandir se ha infectado de perturbados bastante peligrosos (dara pie a nuevos eventos). Ahora Sona desconfiará de ti porque creerá que tú has sido quién más ha ayudado a Tify. Mala noticia, dentro de poco abriré un mastereado para resolver el problema de los locos y lo tendrás que hacer con Sonagashira. ¿Te atreverás a estar al lado de una chica esquizofrénica que es capaz de matarte a la mínima que hagas? Lo veremos.
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Objeto: Cuerno de Verisar
-Mariposas:
Sin alas y sin nombres.
Rotas:
Sin bellezas ni colores.
Sólo dos lindas mariposas
Sólo dos, de alas rosas
Mírame, míranos, tristes y rotas.
Míranos, mírame, muertas y hermosas-.
Sin alas y sin nombres.
Rotas:
Sin bellezas ni colores.
Sólo dos lindas mariposas
Sólo dos, de alas rosas
Mírame, míranos, tristes y rotas.
Míranos, mírame, muertas y hermosas-.
La canción confundió a Pono durante unos segundos. El tiempo necesario para que Sona tirase del brazo de Tify con toda la fuerza que sus delgados brazos le permitían. ¡Salvada! Estaba salvada. Ahora podría salir a jugar las dos al campo de amapolas. Correrían, darían vueltas por las flores, buscarían mariposas y cantarían. Era un muy buen plan. En el campo de amapolas no habría nadie que pegase a Tify si ella se equivocaba con una nota. Su pelo crecería de nuevo y volvería a ser todo lo precioso que se imaginaba Sonagashira que siempre fue.
Vily quedó atrás. Sona la perdió entra la multitud de personas sin pelo que escapaban de las habitaciones del palacio. ¿Estaría bien? ¡Seguro que sí! Vily sabía cantar y los malos solo hacían daño a las princesas que no sabían cantar; a Vily no le harían nada. Ahora, los príncipes y princesas que no sabían cantar estaban fuera. Intentaban cantar; pero solo salían gritos de su boca. Uno de ellos pegó una patada a las cajas por donde, minutos antes, Sona había trepado, otro empezó a golpear a una de las princesas y a subirle la ropa. De la boca de un tercero salía espuma y mordió de otro príncipe que no sabía cantar. ¿Por qué eran tan raros?
Detrás del grupo, el palacio se estaba quemando. Vily tardaba mucho en salir. El dragón Ponu ya se había ido volando.
-Vily estará bien, vendrá con nosotras y nos iremos a jugar al campo de amapolas- le dijo a Tify sujetándola de los hombros con cariño para tranquilizarla.
-Cortar, pelo, cortar, libre, pelo, libertad, aire, libre, cortar-
Tify dio un empujón tan fuerte a Sona que la hizo caer al suelo. Su cabeza se movía muy rápido, de un lado a otra. La chica mariposa creyó que estaba bailando con la cabeza, pero no había música para bailar.
-¡Cortar!- gritó la chica que no era una princesa a la vez que arrancaba de un zarpazo un mechón de cabello de Sona.
- Tify:
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-No eres la mujer de ningún doctor. No quiero que me mientas.- dijo el hombre que no se llamaba Pono sino Synder- ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Esto no es un campo de juegos para que tú vengas con tu amiga a pasártelo bien: ¡Es un hospital! Maldita sea. ¡Es una cárcel!- hubo un momento de incómodo silencio- Aquí nos traen a las personas que son incapaces de relacionarse con los demás: locos, perturbados, poseídos… Llámalos como quieras. La cuestión es que tú los has dejado libre-.
El doctor que no se llamaba Mor estaba herido en el suelo con las piernas de color marrón por las quemaduras del incendio. Desde el cielo, el dragón que no se llamaba Ponu, dejaba caer grandes cubos de agua para apagar las llamas.
-Y, por la cuenta que te tiene, tú vas a tener que traerlos de vuelta-.
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* Iredia: Has tomado una buena elección. Buena para mí, para ti es la peor que podrías haber escogido. Aerandir se ha infectado de perturbados bastante peligrosos (dara pie a nuevos eventos). Ahora Sona desconfiará de ti porque creerá que tú has sido quién más ha ayudado a Tify. Mala noticia, dentro de poco abriré un mastereado para resolver el problema de los locos y lo tendrás que hacer con Sonagashira. ¿Te atreverás a estar al lado de una chica esquizofrénica que es capaz de matarte a la mínima que hagas? Lo veremos.
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Objeto: Cuerno de Verisar
- Cuerno de Verisar:
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Este cuerno te lo ofrece Snyder. Te será útil en el futuro mastereado para encontrar a los locos perdidos.Será en ese mastereado donde descubrirás todo el potencial que el objeto guarda.
Sigel
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