Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
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Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
¿Cómo había llegado hasta ahí? Fácil, se respondió a sí mismo: cojeando. Impedido y de camino a la tierra de los lobos, claro auspicio de que su final estaba cerca, ¿Cómo si no se mantenía sosegado en tal situación? Famélico, herido, nostálgico de un lugar que nunca tuvo en realidad, una crónica en la que no fuese un nómada de escaso prestigio, rehuido por la humanidad, por el día, por todo lo que hay de derecho en este mundo. Como ocurría siempre que estaba en peligro, comenzaba a ponerse dramático. Le era imposible controlar ese vestigial residuo seudopoético que apenas ocultaba exento de gracia de su alma. Repasó cada segundo del camino, y sobre todo, las varias noches de trayecto, los escondrijos, lo mucho que estaba forzando esa pierna posiblemente fracturada. Cada día dolía más, y sin un sustento de sangre abundante, la recuperación no era más que una fantasía utópica la cual no creía ni factible. Aquella noche estaba en su límite; no dejaba de apartar ramas que marcaban con insistencia su piel grisácea donde ahora reposaban montículos de viruta parda tiñendo como miles de lunares una figura poco afín a la naturaleza.
Fue a peor cuando alcanzó las aguas pantanosas. Ya atrás la frondosa vegetación forestal encontraba un inmundo mar de musgo, fango y lodazales como trampas de la naturaleza, como otra de las cuantiosas pruebas a las que se sometía medio por propia voluntad, medio por estupidez, medio por necesidad. Cada vez que intentaba avanzar se producía el mismo proceso: adelantaba una pierna, después de desenterrarla del atolladero negruzco, la lanzaba hacia el frente con desmesurado esfuerzo para que se perdiera tras un chapoteo de nuevo en el inconcebible suelo embarrado. Así pasó las primeras cuatro horas de la noche, después de la primera que le llevó hasta ahí. Conforme se acercaba a aguas más traslúcidas su paso se iba acelerando, era cada vez más cómodo caminar y más se endurecía el ambiente. ¿No era irónico? Aquel pantano no era un lugar ordinario; carecía de lógica geodésica. Un fenómeno no concordaba necesariamente con lo que doscientos metros más adelante podía encontrarse uno. Zonas secas, intervalos selváticos, profundos barrizales, claros... Deseaba insistentemente abandonar el lugar. Puso todo su empeño en ello, y cada vez más cerca de desfallecer se aproximaba al linde acuoso del pantano. Cuando por fin estuvo cerca caminaba sobre las aguas como quien pasea en una playa con los pies sumergidos, solo que sin el tranquilizador vaivén de las olas; como si aquella porquería estanca en la que andaba, pese a trasparente y limpia, ocultara en su tranquilidad una acechante realidad velada. No fue hasta que con un pequeño pinchazo se diera cuenta del peligro acechante que había estado ignorando. Los ojos le temblaban, dos borrones húmedos conformaban su entera percepción del mundo; le faltó valor para correr como alma endemoniada hacia lo que parecía ser tierra firme, llana y desprovista de charcos verdosos. No tuvo tiempo de disfrutar de su reencuentro con la tierra firme puesto que debía hacer frente a aquello que le había mordido debajo del agua. Echó mano a su arma y adoptó una pose marcial exonerada por las múltiples heridas que hubo sufrido semanas antes. Casi entre lágrimas, al borde del desmayo se acercó con paso lento a las aguas que con tanta prisa había rehuido. De las charcas, unas babosas con enormes bocas dentadas se acercaban a él en un pequeño grupo de cinco. Evidentemente no eran especialmente ágiles, y fuera del agua, desprovistas de amparo y disimulo, eran presas fáciles del acero del vampiro. Deseó que se hubiera tratado de otro tipo de bestia; algo que sangrara, pues en verdad estaba muerto de hambre, como un glotón tras la más lánguida abstinencia.
Con la espada rebosante de limo avanzó hacia cualquier cobertura, pues presentía lo que estaba apunto de acontecer. En menos de diez pasos, tuvo que ayudarse del arma como si fuera un bastón para poder atravesar las primeras líneas de árboles. En menos de cinco minutos de veleidoso caminar, tropezó consigo mismo, cayendo de bruces al suelo, solo evitando toparse de morros con la tierra por la interposición de los brazos que descuidaban el acero, el cual cayó a plomo al ritmo mismo que lo hacía el cuerpo vivo. Se miró su mano izquierda, teñida de arcilla y por momentos la mancha le pareció negra; por momentos, notaba que la vida se le escapaba. Se aferró a ella como un condenado a muerte haría. Está bien. Que sea solo la conciencia. Pronto todo se hacía cada vez más opaco, la nostalgia de los sueños le atizó en la cabeza como un martillo de herrero. Se aproximaba con paso fúnebre la inconsciencia.
Fue a peor cuando alcanzó las aguas pantanosas. Ya atrás la frondosa vegetación forestal encontraba un inmundo mar de musgo, fango y lodazales como trampas de la naturaleza, como otra de las cuantiosas pruebas a las que se sometía medio por propia voluntad, medio por estupidez, medio por necesidad. Cada vez que intentaba avanzar se producía el mismo proceso: adelantaba una pierna, después de desenterrarla del atolladero negruzco, la lanzaba hacia el frente con desmesurado esfuerzo para que se perdiera tras un chapoteo de nuevo en el inconcebible suelo embarrado. Así pasó las primeras cuatro horas de la noche, después de la primera que le llevó hasta ahí. Conforme se acercaba a aguas más traslúcidas su paso se iba acelerando, era cada vez más cómodo caminar y más se endurecía el ambiente. ¿No era irónico? Aquel pantano no era un lugar ordinario; carecía de lógica geodésica. Un fenómeno no concordaba necesariamente con lo que doscientos metros más adelante podía encontrarse uno. Zonas secas, intervalos selváticos, profundos barrizales, claros... Deseaba insistentemente abandonar el lugar. Puso todo su empeño en ello, y cada vez más cerca de desfallecer se aproximaba al linde acuoso del pantano. Cuando por fin estuvo cerca caminaba sobre las aguas como quien pasea en una playa con los pies sumergidos, solo que sin el tranquilizador vaivén de las olas; como si aquella porquería estanca en la que andaba, pese a trasparente y limpia, ocultara en su tranquilidad una acechante realidad velada. No fue hasta que con un pequeño pinchazo se diera cuenta del peligro acechante que había estado ignorando. Los ojos le temblaban, dos borrones húmedos conformaban su entera percepción del mundo; le faltó valor para correr como alma endemoniada hacia lo que parecía ser tierra firme, llana y desprovista de charcos verdosos. No tuvo tiempo de disfrutar de su reencuentro con la tierra firme puesto que debía hacer frente a aquello que le había mordido debajo del agua. Echó mano a su arma y adoptó una pose marcial exonerada por las múltiples heridas que hubo sufrido semanas antes. Casi entre lágrimas, al borde del desmayo se acercó con paso lento a las aguas que con tanta prisa había rehuido. De las charcas, unas babosas con enormes bocas dentadas se acercaban a él en un pequeño grupo de cinco. Evidentemente no eran especialmente ágiles, y fuera del agua, desprovistas de amparo y disimulo, eran presas fáciles del acero del vampiro. Deseó que se hubiera tratado de otro tipo de bestia; algo que sangrara, pues en verdad estaba muerto de hambre, como un glotón tras la más lánguida abstinencia.
Con la espada rebosante de limo avanzó hacia cualquier cobertura, pues presentía lo que estaba apunto de acontecer. En menos de diez pasos, tuvo que ayudarse del arma como si fuera un bastón para poder atravesar las primeras líneas de árboles. En menos de cinco minutos de veleidoso caminar, tropezó consigo mismo, cayendo de bruces al suelo, solo evitando toparse de morros con la tierra por la interposición de los brazos que descuidaban el acero, el cual cayó a plomo al ritmo mismo que lo hacía el cuerpo vivo. Se miró su mano izquierda, teñida de arcilla y por momentos la mancha le pareció negra; por momentos, notaba que la vida se le escapaba. Se aferró a ella como un condenado a muerte haría. Está bien. Que sea solo la conciencia. Pronto todo se hacía cada vez más opaco, la nostalgia de los sueños le atizó en la cabeza como un martillo de herrero. Se aproximaba con paso fúnebre la inconsciencia.
Alzzul
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Re: Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
-¿Dónde se habrá metido? ¿Cómo puede perderse de mi vista teniendo semejante corpachón? ¡Y encima en un lugar como este!
Eran algunos de los pensamientos que pasaban por la cabeza de aquella joven, cuyos pies recorrían los senderos pantanosos como si fuese inmune a las trampas de la naturaleza. Y es que, llevando allí ya unos cuantos días, era poco probable que un licántropo, habitante de los bosques por mandato de su sangre, no supiese adaptarse fácilmente al entorno.
Su estadía en los Reinos del Este estaba prolongándose más de lo planeado. Se suponía que junto a Saltador, su compañero de viaje, se dirigían al Norte como destino final y no existían motivos para hacer paradas en el transcurso. No obstante, Saltador tenía una inconveniente tendencia a separarse de su lado y no era la primera vez que lo perdía, aunque sí que esta era la ocasión en que más tiempo y esfuerzo estaba costándole encontrarlo. Cosa para nada fácil en un lugar como el pantano: Los aromas allí eran más fuertes, el fétido vaho exhalado por el lodazal bastaba para opacar el olor corporal de cualquiera, y los confusos caminos de entreverados paisajes dificultaban la labor de hacerse un mapa mental con sólo recorrer el sitio un par de veces. ¡Pero hoy era la noche en que lo encontraría!, o eso se repetía una y otra vez para darse ánimos. Luego de permanecer varias jornadas cazando, durmiendo y paseando por allí, ya podía jactarse de conocer cada recoveco, cada trampa de arenas movedizas y cada charco habitado por esas malditas babosas mordisconas. No podía fallar.
Y, de hecho, sí que encontró algo. Pero lo que sus ojos vieron a pocos metros por delante no fue el gran cuerpo de su compañero de viajes. Fue, en su lugar, el cuerpo magullado y esperpéntico de su... otro compañero. Su compañero de... de... era complicado de explicar. ¿De conflictos emocionales? ¿De arrebatos románticos, tal vez? El caso era, ¿qué demonios estaba haciendo allí y por qué estaba tomando una siesta en medio del pantano?
Pasos gráciles y presurosos la llevaron al inerte cuerpo del vampiro. La mirada oliva brilló de anhelo, ¡cómo lo había extrañado! De sorpresa, por encontrárselo en tan inesperado paraje, y de tristeza al ver su penosa condición. Muchas preguntas se agolpaban apretándole la garganta, pero de nada serviría dirigirse a ese muchacho de ojos entrecerrados que brillaban apenas lo suficiente para exhibir el obstinado impulso de vivir que imperaba en aquel ser destartalado. Ahora podía comprender la razón por la cual un extraño presentimiento había estado perturbándola todos aquellos días. Se habían jurado acudir al otro en caso de que algo les sucediese y, en efecto, el alma del vampiro probablemente había estado llamándola a gritos. Una lágrima le humedeció la mejilla mientras se acuclillaba junto al hombre para voltearlo con suavidad, poniéndolo así boca arriba.
-Parece que has tenido un largo viaje. -Murmuró, acariciándole la frente con un suave ademán de la mano derecha. Estaba frío como un témpano.- ¿Me oyes, Alzzie? -Apenas iluminados por los rayos plateados que se colaban entre los árboles, ni los eficaces ojos de la loba podían llegar a distinguir cada una de las heridas que subyugaban el cuerpo del hombre. Tragó saliva y se apresuró a rebuscar, en el pequeño bolso que colgaba de su cinturón hecho de cuerda, todas las hierbas que recolectaba por el camino. Nadie en su jauría desconocía las propiedades curativas de las plantas. Después de todo, en la infancia de un lobezno hay muchas heridas que sanar.
Si quería ayudarlo necesitaba verlo mejor; así que tironeó de él, halándolo de la pierna sana (o menos herida) para posicionarlo en un claro donde la luz de la luna lo bañaba por completo. Los rayos plateados hacían parecer la piel del hombre más lechosa, más enfermiza y más demacrada, quizás, de lo que realmente estaba. Thiel se sentó a su lado y se volcó a la labor de machacar las hojas con una piedra plana que tomó del suelo.
Al menos, se dijo, los vampiros no podían morir... ¿verdad?
Eran algunos de los pensamientos que pasaban por la cabeza de aquella joven, cuyos pies recorrían los senderos pantanosos como si fuese inmune a las trampas de la naturaleza. Y es que, llevando allí ya unos cuantos días, era poco probable que un licántropo, habitante de los bosques por mandato de su sangre, no supiese adaptarse fácilmente al entorno.
Su estadía en los Reinos del Este estaba prolongándose más de lo planeado. Se suponía que junto a Saltador, su compañero de viaje, se dirigían al Norte como destino final y no existían motivos para hacer paradas en el transcurso. No obstante, Saltador tenía una inconveniente tendencia a separarse de su lado y no era la primera vez que lo perdía, aunque sí que esta era la ocasión en que más tiempo y esfuerzo estaba costándole encontrarlo. Cosa para nada fácil en un lugar como el pantano: Los aromas allí eran más fuertes, el fétido vaho exhalado por el lodazal bastaba para opacar el olor corporal de cualquiera, y los confusos caminos de entreverados paisajes dificultaban la labor de hacerse un mapa mental con sólo recorrer el sitio un par de veces. ¡Pero hoy era la noche en que lo encontraría!, o eso se repetía una y otra vez para darse ánimos. Luego de permanecer varias jornadas cazando, durmiendo y paseando por allí, ya podía jactarse de conocer cada recoveco, cada trampa de arenas movedizas y cada charco habitado por esas malditas babosas mordisconas. No podía fallar.
Y, de hecho, sí que encontró algo. Pero lo que sus ojos vieron a pocos metros por delante no fue el gran cuerpo de su compañero de viajes. Fue, en su lugar, el cuerpo magullado y esperpéntico de su... otro compañero. Su compañero de... de... era complicado de explicar. ¿De conflictos emocionales? ¿De arrebatos románticos, tal vez? El caso era, ¿qué demonios estaba haciendo allí y por qué estaba tomando una siesta en medio del pantano?
Pasos gráciles y presurosos la llevaron al inerte cuerpo del vampiro. La mirada oliva brilló de anhelo, ¡cómo lo había extrañado! De sorpresa, por encontrárselo en tan inesperado paraje, y de tristeza al ver su penosa condición. Muchas preguntas se agolpaban apretándole la garganta, pero de nada serviría dirigirse a ese muchacho de ojos entrecerrados que brillaban apenas lo suficiente para exhibir el obstinado impulso de vivir que imperaba en aquel ser destartalado. Ahora podía comprender la razón por la cual un extraño presentimiento había estado perturbándola todos aquellos días. Se habían jurado acudir al otro en caso de que algo les sucediese y, en efecto, el alma del vampiro probablemente había estado llamándola a gritos. Una lágrima le humedeció la mejilla mientras se acuclillaba junto al hombre para voltearlo con suavidad, poniéndolo así boca arriba.
-Parece que has tenido un largo viaje. -Murmuró, acariciándole la frente con un suave ademán de la mano derecha. Estaba frío como un témpano.- ¿Me oyes, Alzzie? -Apenas iluminados por los rayos plateados que se colaban entre los árboles, ni los eficaces ojos de la loba podían llegar a distinguir cada una de las heridas que subyugaban el cuerpo del hombre. Tragó saliva y se apresuró a rebuscar, en el pequeño bolso que colgaba de su cinturón hecho de cuerda, todas las hierbas que recolectaba por el camino. Nadie en su jauría desconocía las propiedades curativas de las plantas. Después de todo, en la infancia de un lobezno hay muchas heridas que sanar.
Si quería ayudarlo necesitaba verlo mejor; así que tironeó de él, halándolo de la pierna sana (o menos herida) para posicionarlo en un claro donde la luz de la luna lo bañaba por completo. Los rayos plateados hacían parecer la piel del hombre más lechosa, más enfermiza y más demacrada, quizás, de lo que realmente estaba. Thiel se sentó a su lado y se volcó a la labor de machacar las hojas con una piedra plana que tomó del suelo.
Al menos, se dijo, los vampiros no podían morir... ¿verdad?
Thiel
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Re: Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
Sufrió de terribles pesadillas. No fue más de una hora lo que permaneció tendido en el suelo, pero fue suficiente para que le acosaran las pesadillas. Un lobo, un enorme lobo ciego le -valga la antítesis- observaba con dos ojos grises, vacíos y trémulos, penetrantes hasta el extremo, con ese celo extremo, el favor que a los ciegos le dan los doses en valor de refinar el resto de sus sentidos. El caso es que el lobo le observaba, plantado sobre hierbajos negros salpicados de sangre. ¿Una premonición? No era más que un sueño, un terrible sueño. Poco a poco la pesadilla fue derivando sin embargo a talantes menos sombríos, dejando de lado las grutas inexplicables del alma del vampiro, todo aquello que acosaba su débil alma de inmortal. Por momentos, la cara del lobo fue adquiriendo rasgos más humanizados hasta formar una silueta familiar pero distante; algo que recordaba con ternura y agrado. Le envolvía una calidez sublime y única, una sensación que hasta la fecha solo había reservado para una sola persona. Sin embargo, no acudía a su mente el nombre. En el territorio de los sueños reina lo ambiguo y lo figurado, lo real se percibe a través de un cristal manchado y amorfo, algo así como ocurre con los recuerdos, pero añadiendo la dificultad adicional de que nuestro cuerpo apenas responde y por tanto aquella incoherente realidad subalterna desaparece conforme la mente va tomando las riendas del cuerpo. SI la realidad imita al arte, los sueños imitan a la memoria.
Conforme el sueño daba pie a la mera inconsciencia, el cuerpo comenzó a moverse con dificultad, gemía cuando se le movía, apretaba los dientes cuando se le aplicaba el ungüento... En unos minutos incluso fue capaz de abrir los ojos, y súbitamente invadido por el terror, los abrió tanto como pudo, como si aquello significara una prometida seguridad momentánea. Después tomó aire con fuerza, y su costilla en proceso de sanación emitió una profusa queja en forma de un punzante dolor que le invadía hasta las piernas y el pecho. Palmeo semi-inconsciente el suelo en busca de su acero sin éxito. De nuevo, le invadió la ansiedad por el probable peligro al que sin duda se había expuesto. Pero de nuevo le invadió aquella sensación que presenció en sueños; le cubría como una cálida manta en una noche de invierno. No quería deshacerse de ese momento. Apenas un instante después recordó, o más bien, reconoció la figura que hurgaba en su pierna, encargándose del más grave de sus impedimentos. Pronto se encontraba demasiado feliz como para pensar en el dolor que sacudía hasta el último de sus músculos. No supo sin embargo exteriorizar aquellos sentimientos que por poco frecuentes, escapaban de su rutina y por tanto, no tenía práctica en lo que se refiere a la alegría. Aquello escaló pronto al rango de euforia, y allí se mantuvo por unos instantes, en los que deseó abrazar a su querida, compañera y ahora salvadora. Intentos de lágrimas pugnaban por salir de esas puertas corredizas que parecían nunca abrirse. Sin embargo, no pudo evitar lanzarse con un doloroso movimiento hacia la muchacha de la que se sentía demasiado lejano en apenas veinte centímetros de separación. La envolvió con sus dos brazos febriles y temblorosos y ocultó los ojos en el arco de su cuello como si de tal forma pudiera congelar ese momento para la eternidad. Otro de aquellos que prefería guardar para la eternidad solitaria que le esperaba.
Entre confuso, aliviado y emocionado anunció, con duda las siguientes palabras:
- ¿Pero qué haces aquí? -esbozó una sonrisa torcida por el dolor antes de intervenir de nuevo.- No te confundas, no es que no me alegre; simplemente me esperaba muerto y no feliz.
Soltó un intento de risa, que sonó más ácida y dolida que otra cosa. Se limito a observar su preciosa silueta a la luz de la luna. Los rizos castaños, esos dos ojos color sapo que le observaban con una curiosidad por el mundo desmedida, esa piel suave que se moría por besar. Qué fácil parecía olvidar los problemas cuando la tenía cerca.
Conforme el sueño daba pie a la mera inconsciencia, el cuerpo comenzó a moverse con dificultad, gemía cuando se le movía, apretaba los dientes cuando se le aplicaba el ungüento... En unos minutos incluso fue capaz de abrir los ojos, y súbitamente invadido por el terror, los abrió tanto como pudo, como si aquello significara una prometida seguridad momentánea. Después tomó aire con fuerza, y su costilla en proceso de sanación emitió una profusa queja en forma de un punzante dolor que le invadía hasta las piernas y el pecho. Palmeo semi-inconsciente el suelo en busca de su acero sin éxito. De nuevo, le invadió la ansiedad por el probable peligro al que sin duda se había expuesto. Pero de nuevo le invadió aquella sensación que presenció en sueños; le cubría como una cálida manta en una noche de invierno. No quería deshacerse de ese momento. Apenas un instante después recordó, o más bien, reconoció la figura que hurgaba en su pierna, encargándose del más grave de sus impedimentos. Pronto se encontraba demasiado feliz como para pensar en el dolor que sacudía hasta el último de sus músculos. No supo sin embargo exteriorizar aquellos sentimientos que por poco frecuentes, escapaban de su rutina y por tanto, no tenía práctica en lo que se refiere a la alegría. Aquello escaló pronto al rango de euforia, y allí se mantuvo por unos instantes, en los que deseó abrazar a su querida, compañera y ahora salvadora. Intentos de lágrimas pugnaban por salir de esas puertas corredizas que parecían nunca abrirse. Sin embargo, no pudo evitar lanzarse con un doloroso movimiento hacia la muchacha de la que se sentía demasiado lejano en apenas veinte centímetros de separación. La envolvió con sus dos brazos febriles y temblorosos y ocultó los ojos en el arco de su cuello como si de tal forma pudiera congelar ese momento para la eternidad. Otro de aquellos que prefería guardar para la eternidad solitaria que le esperaba.
Entre confuso, aliviado y emocionado anunció, con duda las siguientes palabras:
- ¿Pero qué haces aquí? -esbozó una sonrisa torcida por el dolor antes de intervenir de nuevo.- No te confundas, no es que no me alegre; simplemente me esperaba muerto y no feliz.
Soltó un intento de risa, que sonó más ácida y dolida que otra cosa. Se limito a observar su preciosa silueta a la luz de la luna. Los rizos castaños, esos dos ojos color sapo que le observaban con una curiosidad por el mundo desmedida, esa piel suave que se moría por besar. Qué fácil parecía olvidar los problemas cuando la tenía cerca.
Alzzul
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Re: Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
[1]Tan concentrada estaba en cubrir cada herida con aquel emplasto de hierbas medicinales, que no supo cuánto tiempo pasó hasta que llegó, por fin, a la pierna. Para ese entonces el hombre, más que un vampiro, parecía una especie de escultura pegajosa, informe y con un penetrante aroma a bosque. No obstante, cubrir un corte con el ungüento era un trabajo muy distinto a arreglar un hueso roto. Había visto a las hembras de la jauría reacomodar hombros dislocados y tobillos esguinzados, pero muy rara vez los cachorros llegaban a romperse un hueso. Resopló y se enderezó, pues la espalda le dolía por estar encorvada tanto tiempo. Justo entonces, cuando sus ojos buscaron el rostro durmiente de su querido, se encontró con que éste no sólo había recobrado la consciencia, sino que estaba lanzándose directamente hacia ella con los brazos extendidos.
Thiel pegó un respingo y su primer impulso fue tomar distancia, tal como cada vez que Alzzul escondía el rostro entre su cuello. El instinto -y el prejuicio- la ponían a la defensiva cuando esos colmillos ávidos se acercaban demasiado a su piel. Sin embargo, menos de un segundo bastó para que se relajara y aceptara por fin el tan anhelado abrazo.-¡Gracias a Fenrir! -Gimoteó. Estrechó al otro con fuerza, acariciándole la nuca y olisqueándole el cabello, dejándole besos en la coronilla, en la frente, en cuanto sitio alcanzasen sus labios. Había temido, así fuese por un instante, no volver a ver esos ojos rojizos abrirse nunca más, y ahora el alivio la inundaba de júbilo.
Cuando el inmortal habló, ella se apresuró a indicarle con aparatosos ademanes que volviese a acostarse, ayudándolo en el proceso para que no se golpeara la nuca contra el suelo y, posteriormente, verificando que el abrazo no hubiera arruinado las reparaciones. Una vez terminada la inspección, se apresuró a responder.
-Estás en tierra de lobos, ¡deberías ser tú quien me explique qué hace aquí! -Le increpó con una extasiada sonrisa curvándole los labios. Estaba despierto y sonaba bien aunque lógicamente adolorido. Ahora no le cabía duda de que se mejoraría- Yo... -se encogió de hombros- ...bueno, mi viaje se ha retrasado un poco. He perdido a la persona con quien iba y estaba buscándole. Pero el pantano me ha quitado a uno para darme a otro, al parecer. -Rió y le acarició la frente. Notó entonces que las hierbas que cubrían un corte en la mejilla se habían diseminado y tomó un montón fresco para volver a cubrirlo- Quieto. -Murmuró. Al terminar, se limpió las manos en la tela que le servía de vestido. Su gesto, entonces, se tornó serio al volver la mirada hacia la pierna rota. Carraspeó, se mordió el labio y dudó durante largos segundos de silencio. Hasta que, por fin, se decidió a hablar.
-Recuerdo cierta aventura donde un Kraken casi nos engulle a ambos. Terminaste sin un rasguño. -Los ojos oliva escrutaron aquella mirada profunda y rojiza que había recordado durante todas sus noches de separación. Frunció el ceño y se cruzó de brazos, casi regañándolo simplemente con su lenguaje corporal- ¿En qué lío te has metido para acabar así? ¿Tanto necesitas tenerme a tu lado para cuidarte? -Sus palabras finalizaron en una sonrisa socarrona. Gracias a los dioses que los vampiros no podían morir.
[1] Uso de Profesión: Medicina.
Thiel pegó un respingo y su primer impulso fue tomar distancia, tal como cada vez que Alzzul escondía el rostro entre su cuello. El instinto -y el prejuicio- la ponían a la defensiva cuando esos colmillos ávidos se acercaban demasiado a su piel. Sin embargo, menos de un segundo bastó para que se relajara y aceptara por fin el tan anhelado abrazo.-¡Gracias a Fenrir! -Gimoteó. Estrechó al otro con fuerza, acariciándole la nuca y olisqueándole el cabello, dejándole besos en la coronilla, en la frente, en cuanto sitio alcanzasen sus labios. Había temido, así fuese por un instante, no volver a ver esos ojos rojizos abrirse nunca más, y ahora el alivio la inundaba de júbilo.
Cuando el inmortal habló, ella se apresuró a indicarle con aparatosos ademanes que volviese a acostarse, ayudándolo en el proceso para que no se golpeara la nuca contra el suelo y, posteriormente, verificando que el abrazo no hubiera arruinado las reparaciones. Una vez terminada la inspección, se apresuró a responder.
-Estás en tierra de lobos, ¡deberías ser tú quien me explique qué hace aquí! -Le increpó con una extasiada sonrisa curvándole los labios. Estaba despierto y sonaba bien aunque lógicamente adolorido. Ahora no le cabía duda de que se mejoraría- Yo... -se encogió de hombros- ...bueno, mi viaje se ha retrasado un poco. He perdido a la persona con quien iba y estaba buscándole. Pero el pantano me ha quitado a uno para darme a otro, al parecer. -Rió y le acarició la frente. Notó entonces que las hierbas que cubrían un corte en la mejilla se habían diseminado y tomó un montón fresco para volver a cubrirlo- Quieto. -Murmuró. Al terminar, se limpió las manos en la tela que le servía de vestido. Su gesto, entonces, se tornó serio al volver la mirada hacia la pierna rota. Carraspeó, se mordió el labio y dudó durante largos segundos de silencio. Hasta que, por fin, se decidió a hablar.
-Recuerdo cierta aventura donde un Kraken casi nos engulle a ambos. Terminaste sin un rasguño. -Los ojos oliva escrutaron aquella mirada profunda y rojiza que había recordado durante todas sus noches de separación. Frunció el ceño y se cruzó de brazos, casi regañándolo simplemente con su lenguaje corporal- ¿En qué lío te has metido para acabar así? ¿Tanto necesitas tenerme a tu lado para cuidarte? -Sus palabras finalizaron en una sonrisa socarrona. Gracias a los dioses que los vampiros no podían morir.
[1] Uso de Profesión: Medicina.
Thiel
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Re: Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
Por una vez se dejó hacer manteniéndose completamente al margen. Desconocía las habilidades medicinales de su compañera, y quizá, las desconocía por recientemente adquiridas. ¿Había obtenido tales conocimientos desde que dejó su lado? ¿Cuánto tiempo había pasado, siquiera? Incapaz de poner respuesta clara a esas preguntas, cerró los ojos con paciencia, desencantándose de ese inmenso firmamento negro atravesado por miles de nervios vegetales que desencadenaban en hojas picudas, como puntas de lanza. Se dejó envolver por la calidez de los cuidados ajenos, y recobró memorias de hace doscientos años, de su madre, de su padre, de su infancia, de cómo le protegían; prefirió olvidar, aunque era casi imposible desenlazar semejante momento de aquel. Ambos cálidos, familiares... Casi sin un hilo de lascivia. Espió con un ojo entreabierto, casi sin querer, la silueta de su celestial cuidadora. ¿Cuándo había conseguido las alas de ángel, y por qué brillaban en la noche? Deliró febril por unos instantes, antes de alzar el pecho para ponerse de nuevo a su altura. Miró hacia abajo justo antes de hacer una nueva intervención.
- Supongo que sabrás entablillar. -murmuró echando un vistazo a su pierna. Casi no sería problema, dados los cuidados de ella. Con algo de comida, incluso, podía recuperarse mucho más rápido. Solo le hacía falta un entablillado para no empeorar y podría seguir su camino al norte. ¿Cuánto le costaría esta vez separarse de ella? Ahora que sabía que sus destinos estaban inevitablemente unidos, supuso que menos. Ya no era la misma situación, no eran las mismas personas. Aunque no hubiera pasado mucho tiempo, semejantes individuos se crecían en instantes. Avanzaban como una sociedad, a trompicones. - Para cuidarme... -sonrió para sí, socarrón y con un tinte de malicia- Tanto quizá no, pero sí que te necesito a mi lado. -notó un golpe en la espinilla, flojo pero lo suficiente como para hacerle levantar el culo del suelo por un instante, a la par que emitía una sonora queja. - Auch. - Frunció el ceño por un instante que pasó fácilmente para adaptarse a la narrativa de la situación, hasta convertirse en esa ligera mueca de imperturbabilidad con un brillo de romanticismo. - Tuve problemas con unos tipos en una ciudad. Tuve que intervenir por cuestiones morales, y acabé con la peor parte. Y sacando apenas rédito de ello, para más desgracia. -suspiró- Si solo trabajara haciendo menos hincapié en las razones de mis actos, seguro que me iría todo mucho mejor. -calló por un segundo. - O al menos, no me preocuparía y pelearía tanto.
Le ayudó tanto como pudo con el entablillado, tras lo cual insistió en ponerse en pie, suficiente descanso, pensaba para sí. Una vez sobre sus pies, intento dar un par de pasos para adaptarse de nuevo a la molestia de la fractura. Después, tomó una de las manos de ella y la irguió del suelo. Tras lo cual comentó, sin soltar su mano:
- ¿Qué te parece si acampamos? No quedan más que unas horas de negrura, y me parece que tienes cosas que decir; pareces más... -se mordió el labio inferior, por una vez no encontraba las palabras.- Hemos de ponernos al día, ¿Sí? ¿Quizá una pequeña cena romántica? -comentó socarrón, echando un ojo al claro.- Por desgracia solo puedo encargarme de un pequeño refugio. Suficiente para pasar el día, Y la hoguera. De eso puedo encargarme.
Soltó su mano. Evitaba intencionadamente el tema de qué hacía ahí, pues detestaría declarar que caminaba sin rumbo fijo y quizá, solo quizá, -esto no quiso encararlo. Evitaba la pregunta precisamente para evitar llegar a semejante conclusión.- se dirigía a tierra de lobos buscándola, subconscientemente atraído por la dualidad peligrosa de ella. Redirigió sus esfuerzos mentales a la planificación. Por suerte, sus brazos estaban en envidiables condiciones, considerado el resto del cuerpo. Solo debía recoger piedras, algo de madera, Cubrirlo con ramas, para evitar los rayos del día. Los días eran largos, y las noches no tanto, odiaba de los viajes su dificultad para con el refugio. Tendría que considerar cuidadosamente la estructura del mismo.
- Supongo que sabrás entablillar. -murmuró echando un vistazo a su pierna. Casi no sería problema, dados los cuidados de ella. Con algo de comida, incluso, podía recuperarse mucho más rápido. Solo le hacía falta un entablillado para no empeorar y podría seguir su camino al norte. ¿Cuánto le costaría esta vez separarse de ella? Ahora que sabía que sus destinos estaban inevitablemente unidos, supuso que menos. Ya no era la misma situación, no eran las mismas personas. Aunque no hubiera pasado mucho tiempo, semejantes individuos se crecían en instantes. Avanzaban como una sociedad, a trompicones. - Para cuidarme... -sonrió para sí, socarrón y con un tinte de malicia- Tanto quizá no, pero sí que te necesito a mi lado. -notó un golpe en la espinilla, flojo pero lo suficiente como para hacerle levantar el culo del suelo por un instante, a la par que emitía una sonora queja. - Auch. - Frunció el ceño por un instante que pasó fácilmente para adaptarse a la narrativa de la situación, hasta convertirse en esa ligera mueca de imperturbabilidad con un brillo de romanticismo. - Tuve problemas con unos tipos en una ciudad. Tuve que intervenir por cuestiones morales, y acabé con la peor parte. Y sacando apenas rédito de ello, para más desgracia. -suspiró- Si solo trabajara haciendo menos hincapié en las razones de mis actos, seguro que me iría todo mucho mejor. -calló por un segundo. - O al menos, no me preocuparía y pelearía tanto.
Le ayudó tanto como pudo con el entablillado, tras lo cual insistió en ponerse en pie, suficiente descanso, pensaba para sí. Una vez sobre sus pies, intento dar un par de pasos para adaptarse de nuevo a la molestia de la fractura. Después, tomó una de las manos de ella y la irguió del suelo. Tras lo cual comentó, sin soltar su mano:
- ¿Qué te parece si acampamos? No quedan más que unas horas de negrura, y me parece que tienes cosas que decir; pareces más... -se mordió el labio inferior, por una vez no encontraba las palabras.- Hemos de ponernos al día, ¿Sí? ¿Quizá una pequeña cena romántica? -comentó socarrón, echando un ojo al claro.- Por desgracia solo puedo encargarme de un pequeño refugio. Suficiente para pasar el día, Y la hoguera. De eso puedo encargarme.
Soltó su mano. Evitaba intencionadamente el tema de qué hacía ahí, pues detestaría declarar que caminaba sin rumbo fijo y quizá, solo quizá, -esto no quiso encararlo. Evitaba la pregunta precisamente para evitar llegar a semejante conclusión.- se dirigía a tierra de lobos buscándola, subconscientemente atraído por la dualidad peligrosa de ella. Redirigió sus esfuerzos mentales a la planificación. Por suerte, sus brazos estaban en envidiables condiciones, considerado el resto del cuerpo. Solo debía recoger piedras, algo de madera, Cubrirlo con ramas, para evitar los rayos del día. Los días eran largos, y las noches no tanto, odiaba de los viajes su dificultad para con el refugio. Tendría que considerar cuidadosamente la estructura del mismo.
Alzzul
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Re: Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
[1]La jovencita asintió cuando llegó la inevitable cuestión del entablillado y comenzó a recoger con diligencia las ramitas más rectas que pudo encontrar. Rasgó el extremo inferior de su “vestido”, cada vez más deteriorado, y embadurnó la pierna con su eficaz ungüento antes de acomodar las tablillas improvisadas y atarlas fuertemente con los jirones de tela. Estaba atando los primeros nudos cuando el hombre retomó la charla... de una manera lo suficientemente inoportuna como para ganarse un golpe en la espinilla. “Sí, mi cielo, sin ti pierdo el rumbo y te anhelo con locura cada noche desde nuestra separación”, fantaseaba con que él dijera. En cambio, no obtuvo ni la mitad del romanticismo que esperaba. “Había olvidado cuán inepto puedes llegar a ser”, fue un pensamiento que no alcanzó a deslizarse entre sus labios, conformándose con oírle aullar de dolor durante un instante. Ser dulce y amable no la hacía menos orgullosa.
-Si trabajaras sin hacer caso a lo que te dicta tu consciencia... -murmuró- ...no serías una persona a la cual valiese la pena curar, ¿sabes? Lamento que hayas terminado así. -alzó la mirada para dedicarle una breve sonrisa antes de regresar a su quehacer- Pero seguro que alguien, en algún sitio, está muy agradecido contigo por lo que hiciste.
Se encogió de hombros y permitió que le ayudara a apretar los nudos que faltaban. Sin embargo, puso mala cara cuando el otro tercamente se puso de pie. ¿Cómo podía insistir en valerse por sí mismo estando en esas condiciones? Negó con la cabeza y, aunque aceptó tomarle la mano, se levantó por su cuenta. Extrañaba horrores que su pequeña palma fuese estrechada por los ásperos y fríos dedos ajenos. No obstante, se mantuvo estoica en su mueca de reprobación, pese a que por dentro la sangre comenzaba a hervirle de deseo.
-No vas a encargarte de nada. -Le cortó, severa, mientras se inclinaba a recoger la espada una vez su mano hubo sido soltada. Se la extendió al vampiro para que la usara de bastón y, con los brazos en jarra, ordenó: -Vas a descansar la pierna hasta que te diga que puedas moverla. ¡Shhh! No me contradigas. Y ni se te ocurra apoyarte ese pie. Sígueme.
Aunque lo ocultaba tras el ceño fruncido y el tono dictatorial, estaba disfrutando encontrarse bajo el rol de “enfermera que puede dar órdenes a su paciente”. Era cierto que Thiel había cambiado. O, más bien, ahora que estaba en su territorio, y no en el del vampiro, se sentía más libre para comportarse como quisiera. Pese a que la estadía en la morada del hombre se alojaba en su memoria como un recuerdo cálido y apacible, la verdad era que allí la penumbra y el silencio llegaban a afectar muy negativamente su ánimo. Éste, al contrario, era el entorno donde podía mostrar su verdadera esencia, era la vida activa y libre de un lobo la cual la hacía verdaderamente feliz.
Sin embargo, un pedacito de su alma se había quedado junto a Alzzul y, sin su presencia, ni el más extenso bosque era suficiente para llenar ese pequeño hueco dentro de sí.
Le instó a que la siguiese hacia un sitio que consideraba más apropiado para guarecerse que un tosco refugio de ramas. Se trataba de un árbol antiquísimo cuyo tronco estaba hueco, sirviendo así como el más rápido y eficaz escondrijo que cualquier animalillo podría desear.
Thiel metió la cabeza primero y olisqueó para asegurarse de que ninguna otra criatura estuviera ocupando el lugar. Por fortuna, estaba vacío. No permitió al vampiro que se moviese de su sitio junto al árbol hasta que terminase de acondicionarlo todo. Primero juntó leña y encendió una pequeña hoguera dentro. El interior del tronco se iluminó creando un panorama, cuanto menos, de cuento de hadas. Las paredes interiores estaban recubiertas de un moho color esmeralda que refulgía bajo la cálida lumbre.
-¡Puedes entrar!
Le dio paso libre mientras ella se ocupaba de recoger más ramas, esta vez con hojas, para tapar la entrada. Cuando hubo terminado se secó el sudor de la frente con el antebrazo y admiró su obra con orgullo. ¡Hasta sintió ganas de quedarse a vivir allí!
Cabían los dos con relativa comodidad. Para que Alzzul pudiese tener ambas piernas extendidas, Thiel debía recoger las suyas y abrazarse las rodillas.
-¡Puff! Me cansé. -Se rascó una picadura de mosquito que le enrojecía la mejilla y suspiró- ¿En qué estábamos? Ah, sí. Que por qué estás aquí. -No se iba a librar tan fácil- Y también la... oh. La cena.
Alzó los hombros, como escondiendo el cuello instintivamente. Con todo el trajín, había olvidado cazar algo para él. Observó su perfecta puerta improvisada. Si quería salir, tendría que desarmarlo todo... y, aunque jamás lo admitiría, estaba exhausta.
_______________
[1] Uso de Profesión: Medicina.
-Si trabajaras sin hacer caso a lo que te dicta tu consciencia... -murmuró- ...no serías una persona a la cual valiese la pena curar, ¿sabes? Lamento que hayas terminado así. -alzó la mirada para dedicarle una breve sonrisa antes de regresar a su quehacer- Pero seguro que alguien, en algún sitio, está muy agradecido contigo por lo que hiciste.
Se encogió de hombros y permitió que le ayudara a apretar los nudos que faltaban. Sin embargo, puso mala cara cuando el otro tercamente se puso de pie. ¿Cómo podía insistir en valerse por sí mismo estando en esas condiciones? Negó con la cabeza y, aunque aceptó tomarle la mano, se levantó por su cuenta. Extrañaba horrores que su pequeña palma fuese estrechada por los ásperos y fríos dedos ajenos. No obstante, se mantuvo estoica en su mueca de reprobación, pese a que por dentro la sangre comenzaba a hervirle de deseo.
-No vas a encargarte de nada. -Le cortó, severa, mientras se inclinaba a recoger la espada una vez su mano hubo sido soltada. Se la extendió al vampiro para que la usara de bastón y, con los brazos en jarra, ordenó: -Vas a descansar la pierna hasta que te diga que puedas moverla. ¡Shhh! No me contradigas. Y ni se te ocurra apoyarte ese pie. Sígueme.
Aunque lo ocultaba tras el ceño fruncido y el tono dictatorial, estaba disfrutando encontrarse bajo el rol de “enfermera que puede dar órdenes a su paciente”. Era cierto que Thiel había cambiado. O, más bien, ahora que estaba en su territorio, y no en el del vampiro, se sentía más libre para comportarse como quisiera. Pese a que la estadía en la morada del hombre se alojaba en su memoria como un recuerdo cálido y apacible, la verdad era que allí la penumbra y el silencio llegaban a afectar muy negativamente su ánimo. Éste, al contrario, era el entorno donde podía mostrar su verdadera esencia, era la vida activa y libre de un lobo la cual la hacía verdaderamente feliz.
Sin embargo, un pedacito de su alma se había quedado junto a Alzzul y, sin su presencia, ni el más extenso bosque era suficiente para llenar ese pequeño hueco dentro de sí.
Le instó a que la siguiese hacia un sitio que consideraba más apropiado para guarecerse que un tosco refugio de ramas. Se trataba de un árbol antiquísimo cuyo tronco estaba hueco, sirviendo así como el más rápido y eficaz escondrijo que cualquier animalillo podría desear.
- Spoiler:
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Thiel metió la cabeza primero y olisqueó para asegurarse de que ninguna otra criatura estuviera ocupando el lugar. Por fortuna, estaba vacío. No permitió al vampiro que se moviese de su sitio junto al árbol hasta que terminase de acondicionarlo todo. Primero juntó leña y encendió una pequeña hoguera dentro. El interior del tronco se iluminó creando un panorama, cuanto menos, de cuento de hadas. Las paredes interiores estaban recubiertas de un moho color esmeralda que refulgía bajo la cálida lumbre.
-¡Puedes entrar!
Le dio paso libre mientras ella se ocupaba de recoger más ramas, esta vez con hojas, para tapar la entrada. Cuando hubo terminado se secó el sudor de la frente con el antebrazo y admiró su obra con orgullo. ¡Hasta sintió ganas de quedarse a vivir allí!
Cabían los dos con relativa comodidad. Para que Alzzul pudiese tener ambas piernas extendidas, Thiel debía recoger las suyas y abrazarse las rodillas.
-¡Puff! Me cansé. -Se rascó una picadura de mosquito que le enrojecía la mejilla y suspiró- ¿En qué estábamos? Ah, sí. Que por qué estás aquí. -No se iba a librar tan fácil- Y también la... oh. La cena.
Alzó los hombros, como escondiendo el cuello instintivamente. Con todo el trajín, había olvidado cazar algo para él. Observó su perfecta puerta improvisada. Si quería salir, tendría que desarmarlo todo... y, aunque jamás lo admitiría, estaba exhausta.
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[1] Uso de Profesión: Medicina.
Thiel
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Re: Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
Al vampiro no le quedó otra que dejarse hacer; siguió con la mirada a la mujer cuan largo se desplazara, con ojos incansables que apenas parecían parar a parpadear. Sus palabras le tranquilizaron el alma, lo que le ayudó a mantener la pasividad ante el trabajo de la mujer. No rechazó las órdenes que ocultaban a duras penas una dulzura infinita. Apenas conocía esa faceta tan ubérrima de ella, pero la aceptó con la complacencia del convaleciente; tampoco tenía fuerzas suficientes para negarse. Se preguntó cómo lo haría para eludir la luz del día. Cuando descubrió la inteligente solución de la loba apenas pudo contener una leve risa que le sacudió la dolida caja torácica. Alzzul parecía negarse sin embargo a tenerla enfrente. En aquel momento la necesitaba a su lado, y más que pedirlo, lo demostró tomándola entre sendos brazos. Hundió la nariz en su melena justo antes de que interviniera por razón de la cena. Sonrió abiertamente, con un toque ligeramente siniestro; sus ojos brillaban levemente, con un trazo refulgente de carmesí que parecía anticipar intenciones no demasiado complacientes. Ensanchó el gesto, mostrando con descuido los colmillos tras notar el gesto defensivo de ella; le miró a los ojos, con insistencia inquisitiva ambicionó tantas respuestas como podría no pronunciar en voz alta.
Se mantuvo inquisitivo durante unos segundos, relajó la mueca y susurró:
- Dime, ¿Confías en mí?
Colocó su mano derecha en su cuello, con suavidad, deslizó el pulgar sobre la nuez de ella, recorriendo después el camino que separaba a la yema del dedo de la yugular; notaba el pulso de la sangre. Bum bum, bum bum. Volvió a hundir su rostro en el pelo de ella, con los labios rozando su cuello, esperando.
Se mantuvo inquisitivo durante unos segundos, relajó la mueca y susurró:
- Dime, ¿Confías en mí?
Colocó su mano derecha en su cuello, con suavidad, deslizó el pulgar sobre la nuez de ella, recorriendo después el camino que separaba a la yema del dedo de la yugular; notaba el pulso de la sangre. Bum bum, bum bum. Volvió a hundir su rostro en el pelo de ella, con los labios rozando su cuello, esperando.
Alzzul
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Re: Las manos de porcelana no están hechas para blandir espadas. [Libre] [1/?]
La última vez que se habían visto, una tormenta arremetía contra la modesta edificación donde el vampiro acostumbraba guarecerse. Todavía recordaba la sensación de la fría humedad calándole los huesos. Aunque había sido un encuentro que -a pesar de todo- guardaba en su memoria como un recuerdo feliz, no podía evitar alegrarse del contraste entre aquella vez y la situación actual. Ahora la alegre lumbre los abrazaba con su calidez y les proporcionaba una acogedora iluminación; era, a su gusto, un entorno en el que se sentía mucho más cómoda.
O al menos tan cómoda como podía estar una loba atrapada entre los brazos de un vampiro. Añoraba sentirlo cerca, percibir su característico aroma, oír su profunda voz... pero no podía evitar ser consciente de qué clase de criatura tenía cerca. Se separó de él con ligereza, guardando pocos centímetros de distancia entre ambos. Por un lado, temía rozarle las heridas y echar a perder los emplastos. Por el otro, la fijeza con la que era observada y aquellos dos colmillos eran razones de peso para que el corazón se le desbocase.
Le hizo entonces una pregunta que no estaba preparada para escuchar. No, al menos, con las ásperas yemas de los dedos ajenos recorriéndole la fina piel del cuello, que se esforzó por ocultar alzando aún más los hombros.
-Yo... uhm... -No pudo evitar soltar un suspiro tembloroso. El hombre volvía a respirarle en el cuello, obligándola a debatirse entre el deseo de estrecharlo entre sus brazos y saldar las cuentas de todo el cariño que le urgía expresar, o huir de él lo más rápido posible. No iba a hacerle nada, ¿verdad? Convivieron por bastante tiempo y nunca la tomó por sorpresa, ni la atacó mientras dormía. Al menos no de esa manera. Era imposible que ahora le hiciera daño... o eso quiso pensar.- ...¿sí? -volvió a tomar distancia, buscando el febril par de ojos rojizos- Sí. -Afirmó- Bueno... depende. Confiar, digamos, ¿como para qué?
En situaciones así, Thiel se sentía como una niña tonta. En las grandes ciudades veía mujeres resueltas, que no dudaban ni un segundo en pasar por encima de todo y todos para conseguir sus objetivos. Mujeres que decían exactamente lo que pensaban sin ningún reparo. Ella, al contrario, no sabía cómo manejar ese tipo de diálogos, no sabía qué esperaba Alzzul de su persona. Buscó una respuesta en su enigmática mirada, pero fue incapaz de encontrarla.
O al menos tan cómoda como podía estar una loba atrapada entre los brazos de un vampiro. Añoraba sentirlo cerca, percibir su característico aroma, oír su profunda voz... pero no podía evitar ser consciente de qué clase de criatura tenía cerca. Se separó de él con ligereza, guardando pocos centímetros de distancia entre ambos. Por un lado, temía rozarle las heridas y echar a perder los emplastos. Por el otro, la fijeza con la que era observada y aquellos dos colmillos eran razones de peso para que el corazón se le desbocase.
Le hizo entonces una pregunta que no estaba preparada para escuchar. No, al menos, con las ásperas yemas de los dedos ajenos recorriéndole la fina piel del cuello, que se esforzó por ocultar alzando aún más los hombros.
-Yo... uhm... -No pudo evitar soltar un suspiro tembloroso. El hombre volvía a respirarle en el cuello, obligándola a debatirse entre el deseo de estrecharlo entre sus brazos y saldar las cuentas de todo el cariño que le urgía expresar, o huir de él lo más rápido posible. No iba a hacerle nada, ¿verdad? Convivieron por bastante tiempo y nunca la tomó por sorpresa, ni la atacó mientras dormía. Al menos no de esa manera. Era imposible que ahora le hiciera daño... o eso quiso pensar.- ...¿sí? -volvió a tomar distancia, buscando el febril par de ojos rojizos- Sí. -Afirmó- Bueno... depende. Confiar, digamos, ¿como para qué?
En situaciones así, Thiel se sentía como una niña tonta. En las grandes ciudades veía mujeres resueltas, que no dudaban ni un segundo en pasar por encima de todo y todos para conseguir sus objetivos. Mujeres que decían exactamente lo que pensaban sin ningún reparo. Ella, al contrario, no sabía cómo manejar ese tipo de diálogos, no sabía qué esperaba Alzzul de su persona. Buscó una respuesta en su enigmática mirada, pero fue incapaz de encontrarla.
Thiel
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