La dama de las espadas [Libre]
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La dama de las espadas [Libre]
El pelirrojo coloco su mano derecha en otra de las pequeñas oberturas que había en la ladera de la montaña. La tormenta que parecía que no tenía fin, continuaba azotándoles mientras trataban de terminar el ascenso. Cada una de las gotas que caía, caía con tanta fuerza que le impedían mantener los ojos abiertos durante poco mas que un instante. Incluso pese a que se había colocado la capucha de su capa de modo que le había cubierto la mayor parte de su rostro.
- ¡Deberíamos darnos prisa! -grito su hermana, que estaba a unos pocos metros a la derecha. Ella parecía mucho más resuelta que él, más ligera y con menos peligro de caerse in remedio-. No parece que la tormenta vaya a apaciguarse. Mas bien lo contrario.
Frith asintió, y continúo ascendiendo, despacio pero seguro. Ella en cambio continuaba marchando hacia arriba decidida, rápidamente y con una ligereza envidiable. No pasaron muchos minutos hasta que el pelirrojo la perdió de vista, y se dio cuenta de que ella ya había llegado a la parte superior de la montaña. A el le tomo un poco mas de tiempo, pero por fin lo consiguió. Una vez arriba, se deshizo de la capa y dejo que la lluvia terminara de empaparle la cara y el cabello.
- Que locura -dijo el, entre jadeos.
- ¿De verdad es aquí? -pregunto lija. Frith asintió-. Bueno, tiene sentido. Es un lugar bastante aislado. ¿Pero por qué precisamente hoy tuvo que caer una tormenta como esta? Parece que nuestra mala suerte no ha cambiado.
- No ha cambiado. Mira, ahí está.
Los hermanos dirigieron la mirada hacia un poco mas allá, entre la niebla que formaba el golpeteo intenso de las gotas en aquella terrible tormenta. Allí estaba un individuo, de facciones caninas, al igual que determinadas partes de su cuerpo. Pero era claramente humano, por lo menos en su apariencia. Era uno de esos individuos que no conseguía convertirse plenamente en un lupino, y se quedaba en el camino intermedio; Frith había visto a algunos así, en cambio lija jamás. El individuo se acerco pausadamente a ellos, mientras los observaba con lo que parecía una amplia sonrisa. Poco a poco su cuerpo fue volviéndose completamente humano, hasta que los hermanos pudieron descubrir con claridad la apariencia de un hombre de piel pálida, cabello oscuro y mirada perdida. Por un momento, parecía que los miraba a ellos, pero un instante después, sus ojos precian perseguir cada una de las gotas que caía frente a ellos. Luego, los volvía a mirar a ellos. Frith pensó que el muchacho estaba completamente loco, y comenzó a arrepentirse de haber aceptado aquella reunión.
- ¿No podíamos haber quedado en una taberna? -protesto Frith, con una media sonrisa-. Ahora mismo estaría seco, calentito y dando un trago a algo rico.
- No me gustan las tabernas -respondió el muchacho, en una voz tan baja que casi se escondía entre el intenso ruido de la tormenta.
- Espero que realmente sepas algo y no nos hayas hecho subir hasta aquí para nada -Frith lo miro de forma amenazante.
- Las amenazas no son la mejor forma de empezar… -respondió lija rápidamente. Le dirigió una sonrisa al muchacho, tratando de tranquilizarlo con todo el buen trato que ella tenía en comparación a Frith. Tal vez fuera por el contraste entre los dos hermanos, que la dulzura que desprendía lija consiguió tranquilizar al chico.
- La he visto muchas veces, y no soy el único -dijo entonces el muchacho-. [/color] Vuestra madre solía vivir en la ciudad, pero hace tres años se marchó sin que nadie la viera irse. [/color]
- ¿Y dónde la has visto? -pregunto Frith. Comenzaba a impacientarse.
- Hace unos meses comenzó a correr el rumor de que había bandidos en estos bosques. Un grupo de bandidos que hacía asaltos rápidos. A mi me asaltaron -hizo una pausa-. Y quien puso su cuchillo sobre mi cuello, esperando a que le diera hasta el ultimo de mis ajeros, era vuestra madre. Estoy seguro. Y no soy el único que se ha dado cuenta de que ella esta entre ellos.
El descenso había sido incluso mas lento que el ascenso, pero habían podido hacerlo con menos problemas. La tormenta poco a poco había ido calmándose, hasta el punto que no era mas que algunas gotas suaves, que prácticamente no resultaban estorbo alguno. Habían marchado hacia los caminos, hasta llegar a una pequeña taberna. Todavía empapados, se dispusieron a tomar algo. Les sirvieron una cerveza espumosa, deliciosa, y también algo de carne con pan recién hecho y mantequilla.
- ¿Qué piensas hacer entonces? -pregunto finalmente lija. Habían hablado por el camino, pero no lo suficiente como para haber determinado un plan final.
- Creo que quiero encontrarme con ese grupo de bandidos. He estado siempre trabajando para el grupo de mercenarios de Ingvar, no veo que haya ningún problema con estar entre este tipo de gente. Además, tal vez sea cierto y ella…
- Si. Pero no podemos ir solos, ¿no?
Frith se encogió de hombros.
- ¡Deberíamos darnos prisa! -grito su hermana, que estaba a unos pocos metros a la derecha. Ella parecía mucho más resuelta que él, más ligera y con menos peligro de caerse in remedio-. No parece que la tormenta vaya a apaciguarse. Mas bien lo contrario.
Frith asintió, y continúo ascendiendo, despacio pero seguro. Ella en cambio continuaba marchando hacia arriba decidida, rápidamente y con una ligereza envidiable. No pasaron muchos minutos hasta que el pelirrojo la perdió de vista, y se dio cuenta de que ella ya había llegado a la parte superior de la montaña. A el le tomo un poco mas de tiempo, pero por fin lo consiguió. Una vez arriba, se deshizo de la capa y dejo que la lluvia terminara de empaparle la cara y el cabello.
- Que locura -dijo el, entre jadeos.
- ¿De verdad es aquí? -pregunto lija. Frith asintió-. Bueno, tiene sentido. Es un lugar bastante aislado. ¿Pero por qué precisamente hoy tuvo que caer una tormenta como esta? Parece que nuestra mala suerte no ha cambiado.
- No ha cambiado. Mira, ahí está.
Los hermanos dirigieron la mirada hacia un poco mas allá, entre la niebla que formaba el golpeteo intenso de las gotas en aquella terrible tormenta. Allí estaba un individuo, de facciones caninas, al igual que determinadas partes de su cuerpo. Pero era claramente humano, por lo menos en su apariencia. Era uno de esos individuos que no conseguía convertirse plenamente en un lupino, y se quedaba en el camino intermedio; Frith había visto a algunos así, en cambio lija jamás. El individuo se acerco pausadamente a ellos, mientras los observaba con lo que parecía una amplia sonrisa. Poco a poco su cuerpo fue volviéndose completamente humano, hasta que los hermanos pudieron descubrir con claridad la apariencia de un hombre de piel pálida, cabello oscuro y mirada perdida. Por un momento, parecía que los miraba a ellos, pero un instante después, sus ojos precian perseguir cada una de las gotas que caía frente a ellos. Luego, los volvía a mirar a ellos. Frith pensó que el muchacho estaba completamente loco, y comenzó a arrepentirse de haber aceptado aquella reunión.
- ¿No podíamos haber quedado en una taberna? -protesto Frith, con una media sonrisa-. Ahora mismo estaría seco, calentito y dando un trago a algo rico.
- No me gustan las tabernas -respondió el muchacho, en una voz tan baja que casi se escondía entre el intenso ruido de la tormenta.
- Espero que realmente sepas algo y no nos hayas hecho subir hasta aquí para nada -Frith lo miro de forma amenazante.
- Las amenazas no son la mejor forma de empezar… -respondió lija rápidamente. Le dirigió una sonrisa al muchacho, tratando de tranquilizarlo con todo el buen trato que ella tenía en comparación a Frith. Tal vez fuera por el contraste entre los dos hermanos, que la dulzura que desprendía lija consiguió tranquilizar al chico.
- La he visto muchas veces, y no soy el único -dijo entonces el muchacho-. [/color] Vuestra madre solía vivir en la ciudad, pero hace tres años se marchó sin que nadie la viera irse. [/color]
- ¿Y dónde la has visto? -pregunto Frith. Comenzaba a impacientarse.
- Hace unos meses comenzó a correr el rumor de que había bandidos en estos bosques. Un grupo de bandidos que hacía asaltos rápidos. A mi me asaltaron -hizo una pausa-. Y quien puso su cuchillo sobre mi cuello, esperando a que le diera hasta el ultimo de mis ajeros, era vuestra madre. Estoy seguro. Y no soy el único que se ha dado cuenta de que ella esta entre ellos.
***
El descenso había sido incluso mas lento que el ascenso, pero habían podido hacerlo con menos problemas. La tormenta poco a poco había ido calmándose, hasta el punto que no era mas que algunas gotas suaves, que prácticamente no resultaban estorbo alguno. Habían marchado hacia los caminos, hasta llegar a una pequeña taberna. Todavía empapados, se dispusieron a tomar algo. Les sirvieron una cerveza espumosa, deliciosa, y también algo de carne con pan recién hecho y mantequilla.
- ¿Qué piensas hacer entonces? -pregunto finalmente lija. Habían hablado por el camino, pero no lo suficiente como para haber determinado un plan final.
- Creo que quiero encontrarme con ese grupo de bandidos. He estado siempre trabajando para el grupo de mercenarios de Ingvar, no veo que haya ningún problema con estar entre este tipo de gente. Además, tal vez sea cierto y ella…
- Si. Pero no podemos ir solos, ¿no?
Frith se encogió de hombros.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
Aradu retorcía las pinzas alrededor de un gusano verde fosforita. Con el cuerpo tenso y rostro sudado por debajo de la máscara intentaba atrapar el ser y meterlo en una botella de cristal. Cada movimiento se hacía con sumo cuidado, ya que el ser era venenoso y extremadamente valioso para ciertas pócimas curativas. Un sólo escupitajo traspasaba la carne como si fuese mantequilla y corroía hasta los huesos. Aradu sabía esto, por ello optó por unas pinzas largas y cierta precaución.
El gusano tenía velocidad. Saltaba de rama en rama y se agarraba con sus diminutos pies delante y detrás de los ojos de Aradu, que observaban con indiferencia y modorra. Era algo rutinario, cada 2 meses se dirigía al bosque del este a recoger gusanos de diferentes colores y formas. En el cielo se divisaba una tormenta. Agachado, Aradu recogió la botella y le puso un pequeño tapón de cristal (era el único elemento que el gusano no destruía), se levantó con torpeza y pensó dirigirse hacia una taberna en el camino.
Todo su cuerpo estaba ralentizado y arqueado, los ojos estaban entreabiertos y la manos colgaban como dos ramas de un sauce llorón. Además, con la lluvia se asemejaba a un ente apenado de los bosques. 4 días por aquellos lares comiendo sólo pan y frutas pequeñas castigaban a cualquiera.
Ya cerca de la taberna, cuando el calor de dentro se hacía notar a sus alrededores, Aradu sacó del bolsillo unos aeros. Eran suficiente para algo de comer y de beber, pero tampoco sobraban. En aquellos días en Aerandir nada abundaba, a excepción de las tabernas. Al parecer se encontraban en todas partes -algo normal, dado que la cantidad de viajeros últimamente- y todo el mundo lo agradecía.
Ya dentro, con el mismo rostro y cuerpo que en el bosque, se acercó al tabernero -o tabernera, no estaba seguro- y pidió algo de comer y beber y una esquina para hacerlo tranquilamente. De reojo, distinguió a dos forasteros como él que tenían cierto olor característico. Aradu conocía bien esos olores. Cuando estuvo en Ulmer tuvo malas experiencias con seres del mismo olor que aquellos. Con una mirada corta vió que se trataba de un hombre y una mujer, los dos tenían cierto parecido.
-"Serán hermanos" pensó, pero sin dale mucha importancia. La comida y bebida estaba demasiado rica para ponerse a pensar en hechos del pasado. Sólo jorobaría la comida.
El gusano tenía velocidad. Saltaba de rama en rama y se agarraba con sus diminutos pies delante y detrás de los ojos de Aradu, que observaban con indiferencia y modorra. Era algo rutinario, cada 2 meses se dirigía al bosque del este a recoger gusanos de diferentes colores y formas. En el cielo se divisaba una tormenta. Agachado, Aradu recogió la botella y le puso un pequeño tapón de cristal (era el único elemento que el gusano no destruía), se levantó con torpeza y pensó dirigirse hacia una taberna en el camino.
Todo su cuerpo estaba ralentizado y arqueado, los ojos estaban entreabiertos y la manos colgaban como dos ramas de un sauce llorón. Además, con la lluvia se asemejaba a un ente apenado de los bosques. 4 días por aquellos lares comiendo sólo pan y frutas pequeñas castigaban a cualquiera.
Ya cerca de la taberna, cuando el calor de dentro se hacía notar a sus alrededores, Aradu sacó del bolsillo unos aeros. Eran suficiente para algo de comer y de beber, pero tampoco sobraban. En aquellos días en Aerandir nada abundaba, a excepción de las tabernas. Al parecer se encontraban en todas partes -algo normal, dado que la cantidad de viajeros últimamente- y todo el mundo lo agradecía.
Ya dentro, con el mismo rostro y cuerpo que en el bosque, se acercó al tabernero -o tabernera, no estaba seguro- y pidió algo de comer y beber y una esquina para hacerlo tranquilamente. De reojo, distinguió a dos forasteros como él que tenían cierto olor característico. Aradu conocía bien esos olores. Cuando estuvo en Ulmer tuvo malas experiencias con seres del mismo olor que aquellos. Con una mirada corta vió que se trataba de un hombre y una mujer, los dos tenían cierto parecido.
-"Serán hermanos" pensó, pero sin dale mucha importancia. La comida y bebida estaba demasiado rica para ponerse a pensar en hechos del pasado. Sólo jorobaría la comida.
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
La comida estaba excelente. Frith no había dejado de comer desde que se la habían servido. En cuanto había terminado de comer una rodaja de pan con mantequilla, ya estaba llevando sus manos al queso. Y su hermana no se estaba quedando atrás. Eran las consecuencias de los viajes largos y complicados.
— Luego me preguntas por qué frecuento tanto las tabernas —comentó Frith, antes de tomar un largo trago de cerveza.
Lilja rió. La pelirroja se quedó mirando a su alrededor, con una media sonrisa. No frecuentaba las tabernas, y si había visitado alguna había sido acompañando a su hermano. Pero comenzaba a comprender por qué le gustaban a él. El ambiente siempre animado, la comida recién hecha, caliente y por lo general servida después de una larga jornada de hacer cualquier cosa costosa. Tenía su encanto, y Lilja comenzaba a descubrirlo.
Frith se dio cuenta de que su segunda cerveza estaba tardando demasiado. El tabernero estaba discutiendo con un hombre alto, de vientre gigantesco y unos ojos tan pequeños que parecían quedar escondidos en alguna parte de su cara. Su boca parecía igual de pequeña, tapada por un prominente bigote manchado de queso. El hombre golpeó la barra, y el tabernero se excusó. Frith pudo ver que el tabernero señalaba a un joven delgado, sentado tranquilamente en la parte más vacía de la taberna. Comía, con suma tranquilidad, pero el individuo de enorme panza lo señalaba con tremendo desagrado.
— ¡Tengo que antender a mis clientes por orden! —protestó el tabernero. Parecía comenzar a enfadarse.
— Me da lo mismo. Soy un cliente habitual, debería recibir un trato especial. ¿Él es tu problema? ¿Por eso no me sirves las costillas? Dame un segundo que lo arreglo —dijo muy decidido el gordo.
Se puso en marcha en dirección al joven, que totalmente inconsciente de lo que estaba por acontecer, tan solo comía relajadamente. Cada uno de sus pasos parecían hacer retumbar el suelo de la taberna. Lilja en esos momentos había comenzado a fijarse por primera vez en que sucedía algo.
— Ay no —Frith suspiró.
— Acabo de recordar por qué nunca terminaban de gustarme las tabernas —rió Lilja.
El gordo se colocó justo frente al joven, con el ceño muy fruncido.
— Estás haciendo que mi comida tarde en hacerse. Lárgate de aquí. Lárgate así como has venido, maldito.
Frith se puso en pie y se alejó de la barra, aproximándose a la mesa donde se estaba comenzando a gestar un conflicto.
— Luego me preguntas por qué frecuento tanto las tabernas —comentó Frith, antes de tomar un largo trago de cerveza.
Lilja rió. La pelirroja se quedó mirando a su alrededor, con una media sonrisa. No frecuentaba las tabernas, y si había visitado alguna había sido acompañando a su hermano. Pero comenzaba a comprender por qué le gustaban a él. El ambiente siempre animado, la comida recién hecha, caliente y por lo general servida después de una larga jornada de hacer cualquier cosa costosa. Tenía su encanto, y Lilja comenzaba a descubrirlo.
Frith se dio cuenta de que su segunda cerveza estaba tardando demasiado. El tabernero estaba discutiendo con un hombre alto, de vientre gigantesco y unos ojos tan pequeños que parecían quedar escondidos en alguna parte de su cara. Su boca parecía igual de pequeña, tapada por un prominente bigote manchado de queso. El hombre golpeó la barra, y el tabernero se excusó. Frith pudo ver que el tabernero señalaba a un joven delgado, sentado tranquilamente en la parte más vacía de la taberna. Comía, con suma tranquilidad, pero el individuo de enorme panza lo señalaba con tremendo desagrado.
— ¡Tengo que antender a mis clientes por orden! —protestó el tabernero. Parecía comenzar a enfadarse.
— Me da lo mismo. Soy un cliente habitual, debería recibir un trato especial. ¿Él es tu problema? ¿Por eso no me sirves las costillas? Dame un segundo que lo arreglo —dijo muy decidido el gordo.
Se puso en marcha en dirección al joven, que totalmente inconsciente de lo que estaba por acontecer, tan solo comía relajadamente. Cada uno de sus pasos parecían hacer retumbar el suelo de la taberna. Lilja en esos momentos había comenzado a fijarse por primera vez en que sucedía algo.
— Ay no —Frith suspiró.
— Acabo de recordar por qué nunca terminaban de gustarme las tabernas —rió Lilja.
El gordo se colocó justo frente al joven, con el ceño muy fruncido.
— Estás haciendo que mi comida tarde en hacerse. Lárgate de aquí. Lárgate así como has venido, maldito.
Frith se puso en pie y se alejó de la barra, aproximándose a la mesa donde se estaba comenzando a gestar un conflicto.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
-Estas haciendo que mi comida tarde demasiado, lárgate de aquí. Lárgate asi como has venido, maldito.
Aradu levantó la mirada. Aquella voz le sacó de sus pensamientos parte puestos en el delicioso manjar que estaba disfrutando. Hacía una gran cantidad de meses que no tomaba algo de tan buena calidad culinaria, y aquel hombre de cuello ancho -por la grasa acumulada- se lo impedía.
Alrededor suya, como una masa de moscas acercándose a algo grosero, los comensales miraban el posible desenlace. Claramente, estaba esperando algo divertido como una pelea o reyerta menor.
La vista se le quedó fija en el estorbo durante pocos segundos. El animal, falto seguramente de las neuronas necesarias para razonar sus acciones y comido por la furia, empezó a vociferar blasfemias y a agitar los brazos. La imagen resultaba cómica y semejante a un padre echándole la bronca a su hijo.
Aradu, inmóvil como una estatua, seguía comiendo en silencio. Pero se veía que en la cabeza del otro pasaban ideas de las más descabelladas, todo por no quedar como un débil frente a los otros forasteros.
En un ataque de rabia su mano amorfa golpeó el tapón de los gusanos venenosos. El frasco se resbaló sobre la mesa y cayó al suelo. Un terrible "crack" sonó en toda la sala, seguido por el rostros sorprendido de Aradu. Aquello iba a ser un caos.
Uno de los gusanos escupió el pie del hombre que causó el desastre. Acompañado de gritos estridentes de dolor intenso, se tiró contra el suelo a agarrarse la punta de la bota. El resto de personas no tardaron en correr. Platos, vasos, tenedores y cuchillos volaban conforme las gentes galopaban como caballos en todas direcciones.
La condición de los gusanos era que, cuanto más movimiento había, más podrían segregar. Aradu tumbó una mesa para protegerse y tiró del obeso cerca de él. Sentía que los brazos se le iban a partir, debía de pesar alrededor de 100 kilos.
Reinaba la locura y sólo podía esperar entre gritos y gentes corriendo a que los gusanos se fatiguen. Pero, de manera tan súbita como inesperada, olfateó aquella esencia típica de la gente de Ulmer. Los hermanos seguían allí
Aradu levantó la mirada. Aquella voz le sacó de sus pensamientos parte puestos en el delicioso manjar que estaba disfrutando. Hacía una gran cantidad de meses que no tomaba algo de tan buena calidad culinaria, y aquel hombre de cuello ancho -por la grasa acumulada- se lo impedía.
Alrededor suya, como una masa de moscas acercándose a algo grosero, los comensales miraban el posible desenlace. Claramente, estaba esperando algo divertido como una pelea o reyerta menor.
La vista se le quedó fija en el estorbo durante pocos segundos. El animal, falto seguramente de las neuronas necesarias para razonar sus acciones y comido por la furia, empezó a vociferar blasfemias y a agitar los brazos. La imagen resultaba cómica y semejante a un padre echándole la bronca a su hijo.
Aradu, inmóvil como una estatua, seguía comiendo en silencio. Pero se veía que en la cabeza del otro pasaban ideas de las más descabelladas, todo por no quedar como un débil frente a los otros forasteros.
En un ataque de rabia su mano amorfa golpeó el tapón de los gusanos venenosos. El frasco se resbaló sobre la mesa y cayó al suelo. Un terrible "crack" sonó en toda la sala, seguido por el rostros sorprendido de Aradu. Aquello iba a ser un caos.
Uno de los gusanos escupió el pie del hombre que causó el desastre. Acompañado de gritos estridentes de dolor intenso, se tiró contra el suelo a agarrarse la punta de la bota. El resto de personas no tardaron en correr. Platos, vasos, tenedores y cuchillos volaban conforme las gentes galopaban como caballos en todas direcciones.
La condición de los gusanos era que, cuanto más movimiento había, más podrían segregar. Aradu tumbó una mesa para protegerse y tiró del obeso cerca de él. Sentía que los brazos se le iban a partir, debía de pesar alrededor de 100 kilos.
Reinaba la locura y sólo podía esperar entre gritos y gentes corriendo a que los gusanos se fatiguen. Pero, de manera tan súbita como inesperada, olfateó aquella esencia típica de la gente de Ulmer. Los hermanos seguían allí
Última edición por Aradu el Jue Abr 12 2018, 16:52, editado 1 vez
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
El pelirrojo estaba a punto de llegar a la mesa, cuando escuchó el estridente sonido del vidrio rompiéndose. De un frasco, surgieron diversos gusanos, uno de los cuales de algún modo pareció inflingir un repentino daño al maleante. Frith se quedó a un metro de la mesa, sin irrumpir en la disputa, dado que esta parecía estar tomando un rumbo distinto al que habría pronosticado.
— ¡Qué repugnante! —gritó alguien, no era el mismo hombre que se había enfrentado al dueño de aquel frasco, sino alguien más cerca de la barra. Aquellos gusanos, habían comenzado a moverse por toda la taberna, y la gente había estallado en pánico, especialmente después de ver la reacción del hombre que se había acercado bruscamente.
Lilja vio como uno de los gusanos se aproximaba en su dirección. No parecía ir directamente hacia ella, pero el hecho de ver aquella criatura aproximándose la aterrorizó repentinamente. Trató de pisarlo repetidas veces con sus botas, hasta que decidió tirar la toalla y subirse a una silla, desde donde vio cómo el gusano pasaba de largo e iba directamente al resto de la gente que todavía permanecía por allí.
— Creo que habría preferido una típica pelea de taberna —murmuraba el tabernero—. Deberé colocar un cartel prohibiendo la entrada a… cosas así.
Frith también se subió encima de una silla. La taberna quedó completamente vacía, abandonada completamente por los clientes. Si bien muchos de ellos se habían ido por temor a que los gusanos pudieran producirles alguna clase de infección o enfermedad, muchos otros tan sólo se fueron aprovechando la situación para no pagar. El tabernero estaba claramente disgustado por aquello, pero se había quedado pacientemente detrás de la barra, viendo cómo se desarrollaba la situación.
— ¿Qué demonios es esto? —preguntó Lilja a Frith, todavía subida en la silla.
Él se encogió de hombros. El tabernero alzó al voz.
— Bueno —su voz sonaba firme, y casi como un grito—. Quien sea que ha traído estas cosas, que los recoja ahora mismo. No tolero peleas en mi taberna, ¡pero mucho menos… esto!
El gordo maleante, permanecía ahora al lado de Aradu. Lo miró fugazmente con el terror en sus ojos, y de repente la piel de su rostro pareció tornarse amarillenta. Por los gestos que tuvo, Frith pudo darse cuenta de que el gordo parecía sufrir arcadas, aunque no llegó a vomitar. Tan sólo su vista quedó perdida en alguna parte, y desfalleció boca arriba, con la mirada fija en el techo y la boca abierta. Tu tez se tornó todavía más amarillenta, y sus extremidades se movían tensas por momentos.
— ¡Qué repugnante! —gritó alguien, no era el mismo hombre que se había enfrentado al dueño de aquel frasco, sino alguien más cerca de la barra. Aquellos gusanos, habían comenzado a moverse por toda la taberna, y la gente había estallado en pánico, especialmente después de ver la reacción del hombre que se había acercado bruscamente.
Lilja vio como uno de los gusanos se aproximaba en su dirección. No parecía ir directamente hacia ella, pero el hecho de ver aquella criatura aproximándose la aterrorizó repentinamente. Trató de pisarlo repetidas veces con sus botas, hasta que decidió tirar la toalla y subirse a una silla, desde donde vio cómo el gusano pasaba de largo e iba directamente al resto de la gente que todavía permanecía por allí.
— Creo que habría preferido una típica pelea de taberna —murmuraba el tabernero—. Deberé colocar un cartel prohibiendo la entrada a… cosas así.
Frith también se subió encima de una silla. La taberna quedó completamente vacía, abandonada completamente por los clientes. Si bien muchos de ellos se habían ido por temor a que los gusanos pudieran producirles alguna clase de infección o enfermedad, muchos otros tan sólo se fueron aprovechando la situación para no pagar. El tabernero estaba claramente disgustado por aquello, pero se había quedado pacientemente detrás de la barra, viendo cómo se desarrollaba la situación.
— ¿Qué demonios es esto? —preguntó Lilja a Frith, todavía subida en la silla.
Él se encogió de hombros. El tabernero alzó al voz.
— Bueno —su voz sonaba firme, y casi como un grito—. Quien sea que ha traído estas cosas, que los recoja ahora mismo. No tolero peleas en mi taberna, ¡pero mucho menos… esto!
El gordo maleante, permanecía ahora al lado de Aradu. Lo miró fugazmente con el terror en sus ojos, y de repente la piel de su rostro pareció tornarse amarillenta. Por los gestos que tuvo, Frith pudo darse cuenta de que el gordo parecía sufrir arcadas, aunque no llegó a vomitar. Tan sólo su vista quedó perdida en alguna parte, y desfalleció boca arriba, con la mirada fija en el techo y la boca abierta. Tu tez se tornó todavía más amarillenta, y sus extremidades se movían tensas por momentos.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
Después de lo que pareció 10 minutos de caos los gusanos acabaron cansánsode se echar sus jugos verdosos por toda la taberna. El gordo, ahora medio desmayado, miraba al techo resoplando cada poco rato, parecía a punto de exprimir su último aliento por el esfuerzo realizado. A lo que Aradu alzó la vista, la taverna se había vaciado casi por completo. Quedaban el tabernero y los dos hermanos,cada uno de ellos subidos a una silla para evitar el ataque de las larvas venenosas. Resultaba cómico. Forasteros hombre lobo, supuestamente curtidos por las peleas y el frío, parecían dos damas de la alta corte avitando un par de ratoncillos. Aradu pensó que sólo les faltaba gritar inocentemente y ponerse de puntillas.
El tabernero empezó a quejarse por el caos creado. Pero, ignorándolo, Aradu cogió las pinzas y echó a correr a por los gusanos.
- ¡No hay tiempo para eso! -decía a gatas, buscando gusanos- preparame algo de alcohol, ¡rápido! - Mientras enganchaba uno a uno y los metía en otro frasco. Esta vez algo más ancho de cuello largo, parecía tener prisa. -El venenos de estos bichos actúa en pocos minutos. El alcholos sirve para diluirlos, producen una combustión que hierve el líquido de dentro, eliminando los efectos negativos- El tabernero, con ojos como platos, abrió la boca para preguntar algo, pero Aradu le interrumpió - ¡no hay tiempo, vosotros, ¿teneis alcohol? ¡No le queda mucho!- A gatas aún, su mirada casi mandando, se posó en el chico - ¡rápido!
El tabernero empezó a quejarse por el caos creado. Pero, ignorándolo, Aradu cogió las pinzas y echó a correr a por los gusanos.
- ¡No hay tiempo para eso! -decía a gatas, buscando gusanos- preparame algo de alcohol, ¡rápido! - Mientras enganchaba uno a uno y los metía en otro frasco. Esta vez algo más ancho de cuello largo, parecía tener prisa. -El venenos de estos bichos actúa en pocos minutos. El alcholos sirve para diluirlos, producen una combustión que hierve el líquido de dentro, eliminando los efectos negativos- El tabernero, con ojos como platos, abrió la boca para preguntar algo, pero Aradu le interrumpió - ¡no hay tiempo, vosotros, ¿teneis alcohol? ¡No le queda mucho!- A gatas aún, su mirada casi mandando, se posó en el chico - ¡rápido!
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
— Oh, por supuesto —dijo irónicamente el tabernero—. ¿Qué quieres que te prepare? ¿Licor de patata endulzado?
El tabernero trató de aguantarse la resignación, y buscó algún alcohol fuerte. Absenta; tomó la botella y la dejó sobre la barra, con el líquido verdoso agitándose en su interior con el movimiento. Frith dirigió la mirada hacia la barra, no parecía que el tabernero tuviera la más mínima intención de entregarle la botella personalmente al doctor, por lo que el pelirrojo marchó apresuradamente en su dirección y tomó la botella con una mano. Corrió hacia donde se encontraba el doctor y se la tendió.
— Qué fortuna que se te han escapado en una taberna, donde pueden faltar algunas cosas a veces, pero alcohol nunca. —Dijo Frith con sorna.
Lilja permaneció encima de la silla, observando. Al igual que el tabernero, no tenía intención de moverse de su sitio hasta saber que estaría a salvo. Tenía una de sus dagas empuñada con fuerza, por si a algún gusano le daba por trepar las patas de la silla hasta llegar a ella. Estaba suficientemente lejos, pero aun así eso no la tranquilizaba. Hasta que viera aquellos seres encerrados, o muertos, permanecería alerta.
— Frith, ¡ten cuidado! —le gritó Lilja.
El pelirrojo descubrió que en su brazo derecho, que tenía la manga ligeramente por encima de las muñecas, un líquido grumoso se desplazaba por encima de su piel. Él agitó el brazo violentamente, haciendo caer a uno de los gusanos, pero aquel líquido pegajoso y desagradable comenzó a hacer que sintiera como si su piel comenzara arder. Visto desde fuera, no parecía más que un poco de líquido denso por encima de su brazo, pero en realidad Frith sentía literalmente como si ese mismo líquido fuera un fuego ardiente consumiendo su piel. Se calló el grito de dolor, se giró hacia el doctor y masculló, apretando con fuerza los dientes.
— Haz algo ya, maldita sea.
Alguien mas entonces entro en la taberna. Un hombre bien armado, con una armadura que recordaba claramente a la guardia de Lunargenta, o mas bien a los guardias que frecuentaban los caminos oficiales para poder proteger a sus transeúntes de los asaltos, que eran mi frecuentes entre los bosques. Frith se fijo bien, tal y como imaginaba, eran guardias de los caminos, probablemente se habrían dado cuenta de toda la gente que estaba saliendo momentos antes corriendo de la taberna. Algo debía pasar, n orea extraño que hubieran entrado. Eran dos hombres, uno enrome, y el otro bastante grande, los dos con el ceño muy fruncido. En cuanto uno de los gusanos fue corriendo hacia la puerta, el habré lo aplasto con la bota de hierro, y se formo un charco de pringue verde. Frith hizo una mueca de asco, el hombre no pareció inmutarse y tan solo se quedo mirando al tabernero.
— Que esta pasando aquí? —P`regento el guardia—. Por que he visto tanta gente saliendo de repente? No parece que haya una pelea, y aun así esta todo hecho un desastre.
El guardia se quedo mirando como las mesas estaban por los suelos, las sillas dispersas por todos los rincones de la taberna. También miraron al hombre gordo que yacía en el suelo murmurando algo y quejándose en voz baja, completamente inconsciente.
El tabernero trató de aguantarse la resignación, y buscó algún alcohol fuerte. Absenta; tomó la botella y la dejó sobre la barra, con el líquido verdoso agitándose en su interior con el movimiento. Frith dirigió la mirada hacia la barra, no parecía que el tabernero tuviera la más mínima intención de entregarle la botella personalmente al doctor, por lo que el pelirrojo marchó apresuradamente en su dirección y tomó la botella con una mano. Corrió hacia donde se encontraba el doctor y se la tendió.
— Qué fortuna que se te han escapado en una taberna, donde pueden faltar algunas cosas a veces, pero alcohol nunca. —Dijo Frith con sorna.
Lilja permaneció encima de la silla, observando. Al igual que el tabernero, no tenía intención de moverse de su sitio hasta saber que estaría a salvo. Tenía una de sus dagas empuñada con fuerza, por si a algún gusano le daba por trepar las patas de la silla hasta llegar a ella. Estaba suficientemente lejos, pero aun así eso no la tranquilizaba. Hasta que viera aquellos seres encerrados, o muertos, permanecería alerta.
— Frith, ¡ten cuidado! —le gritó Lilja.
El pelirrojo descubrió que en su brazo derecho, que tenía la manga ligeramente por encima de las muñecas, un líquido grumoso se desplazaba por encima de su piel. Él agitó el brazo violentamente, haciendo caer a uno de los gusanos, pero aquel líquido pegajoso y desagradable comenzó a hacer que sintiera como si su piel comenzara arder. Visto desde fuera, no parecía más que un poco de líquido denso por encima de su brazo, pero en realidad Frith sentía literalmente como si ese mismo líquido fuera un fuego ardiente consumiendo su piel. Se calló el grito de dolor, se giró hacia el doctor y masculló, apretando con fuerza los dientes.
— Haz algo ya, maldita sea.
Alguien mas entonces entro en la taberna. Un hombre bien armado, con una armadura que recordaba claramente a la guardia de Lunargenta, o mas bien a los guardias que frecuentaban los caminos oficiales para poder proteger a sus transeúntes de los asaltos, que eran mi frecuentes entre los bosques. Frith se fijo bien, tal y como imaginaba, eran guardias de los caminos, probablemente se habrían dado cuenta de toda la gente que estaba saliendo momentos antes corriendo de la taberna. Algo debía pasar, n orea extraño que hubieran entrado. Eran dos hombres, uno enrome, y el otro bastante grande, los dos con el ceño muy fruncido. En cuanto uno de los gusanos fue corriendo hacia la puerta, el habré lo aplasto con la bota de hierro, y se formo un charco de pringue verde. Frith hizo una mueca de asco, el hombre no pareció inmutarse y tan solo se quedo mirando al tabernero.
— Que esta pasando aquí? —P`regento el guardia—. Por que he visto tanta gente saliendo de repente? No parece que haya una pelea, y aun así esta todo hecho un desastre.
El guardia se quedo mirando como las mesas estaban por los suelos, las sillas dispersas por todos los rincones de la taberna. También miraron al hombre gordo que yacía en el suelo murmurando algo y quejándose en voz baja, completamente inconsciente.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
Agarró la botella de las manos del chico y llenó el frasco hasta arriba. Los gusanos chillaban mientras se diluían en un liquido que poco a poco pasaba de blanco a verde lechoso. Mientras agitaba la botella pensaba si de verdad era aquella la manera de curar las heridas. Tras un beve instante, los gusanos desaparecieron y el liquido pasó a un verde hierba muy potente.
-Ahora...
Se agachó para vertirlo sobre la herida del obeso y, tras un crepitar leve como si algo se estuviese quemando, la herida se cerró por completo con un pufillo de humo azul saliendo de la botella.
-Perfecto, ahora tu..
Destapando la botella por segunda vez, Aradu se acercó al pelirrojo y repitió el proceso. Mientras echaba el líquido sobre el brazo, pedía perdón cordialmente a los implicados. Como un perro sumiso, lo último que quería era ganarse la enemistad de otra taberna. Tras aquello, entró en la taberna un hombre que iba armado.
Ladró una palabras, parecían una mezcla entre enfurecido y curioso. Tenía un cuerpo rígido como una roca, y embutido en esa armadura, recordaba a una especie de gárgola de pierda. Incluso el rostro era parecido. El tabernero se adelantó, con una especie de pose típica de un sirviente ante su rey o noble, para explicarle lo que había ocurrido allí dentro. Cómo el loco de la máscara y sus amiguitos habían iniciado todo ese barullo. Aradu tenía que hacer algo, no podía dejar que el tabernero de su versión. Miró a su alrededor y, ciertamente, la taberna había quedado patas arriba.
Las mesas estaban en todas las posiciones menos de pie, las sillas mitad rotas y mitad corroidas y las paredes manchadas de todo tipo de bebidas, especialemnte cerveza barata. Se le ocurrió una idea:
-eh, tú! -dijo susurrando al pelirrojo- si no hacemos algo rápido, entramos en problemas. Los tres sabemos que ha sido la culpa del gordo, pero no creo que nos crean. - de hecho, dudaba incluso si le creían a él- Tenemos que salir por patas. ¿Que proponeis?
-Ahora...
Se agachó para vertirlo sobre la herida del obeso y, tras un crepitar leve como si algo se estuviese quemando, la herida se cerró por completo con un pufillo de humo azul saliendo de la botella.
-Perfecto, ahora tu..
Destapando la botella por segunda vez, Aradu se acercó al pelirrojo y repitió el proceso. Mientras echaba el líquido sobre el brazo, pedía perdón cordialmente a los implicados. Como un perro sumiso, lo último que quería era ganarse la enemistad de otra taberna. Tras aquello, entró en la taberna un hombre que iba armado.
Ladró una palabras, parecían una mezcla entre enfurecido y curioso. Tenía un cuerpo rígido como una roca, y embutido en esa armadura, recordaba a una especie de gárgola de pierda. Incluso el rostro era parecido. El tabernero se adelantó, con una especie de pose típica de un sirviente ante su rey o noble, para explicarle lo que había ocurrido allí dentro. Cómo el loco de la máscara y sus amiguitos habían iniciado todo ese barullo. Aradu tenía que hacer algo, no podía dejar que el tabernero de su versión. Miró a su alrededor y, ciertamente, la taberna había quedado patas arriba.
Las mesas estaban en todas las posiciones menos de pie, las sillas mitad rotas y mitad corroidas y las paredes manchadas de todo tipo de bebidas, especialemnte cerveza barata. Se le ocurrió una idea:
-eh, tú! -dijo susurrando al pelirrojo- si no hacemos algo rápido, entramos en problemas. Los tres sabemos que ha sido la culpa del gordo, pero no creo que nos crean. - de hecho, dudaba incluso si le creían a él- Tenemos que salir por patas. ¿Que proponeis?
Última edición por Aradu el Mar Abr 24 2018, 14:03, editado 1 vez
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
El tabernero se había entretenido hablando ahora con el guardia que acababa de entrar en la taberna. Frith se había recuperado poco a poco gracias a Aradu, del daño recibido por aquel gusano. Poco a poco comenzaba a sentirse mejor, y por fortuna no había llegado a experimentar el malestar que evidentemente el gordo sí que había tenido. Frith pensó si tal vez habría sido por su propia constitución, que le habría afectado en menor medida. Aradu le sugirió una escapada fugaz, pero el pelirrojo no estaba mu y seguro de que tan buen o seria hacer aquello. No acostumbraba a escapar por patas, mucho menos de una taberna, donde generalmente siempre sucedían aquellos escándalos. Pero estaba Lilja, y tampoco quería meterla en líos a ella.
- Déjame intentar una cosa -dijo Lilja entonces.
Ella se acercó al guardia pausadamente. Este se giró hacia ella, con una amable sonrisa. Era una mujer, y el trato que recibiría de el guardia iba a ser muy distinto al que habían recibido tanto Frith como el tabernero o el mismo Aradu.
- Ese hombre gordo empezó a decirme groserías. El joven de la mascara y mi hermano lo intentaron detener, pero se supo violento y comenzó a golpearlos.
- ¿Y qué explicación hay para esos gusanos que todavía hay por ahí esparcidos en el suelo? -pregunto el guardia, mientras dirigía mal mirada ahora hacia las pequeñas criaturas. La mayoría habían muerto, aplastadas o quemadas, pero todavía aquedaban un par que se movían ligeramente por la estancia.
- No lo sé, ese hombre vino con esos seres -dijo señalando al gordo, que yacía todavía en el suelo.
El guardia no pareció especialmente convencido, pero por lo menos se quedo callado durante algunos segundos. Se dirigió hacia su compañero y le dijo un par de palabras, unos murmuras que ni Lilja ni Frith pudieron llegar a escuchar. Poco después, se giraron hacia el tabernero, que estaba casi tomándose de los pelos de la indignación.
- ¡Son todo mentiras, mentira! Son todos ellos, que han traído esta desgracia a mi taberna. El muchacho enmascarado venia con los gusanos. ¡¿Por qué crees que tiene una máscara sino?! -protesto el tabernero.
- Era una cita a ciegas -dijo rápidamente Lilja-. Mi hermano quería emparejarme con alguien y quedamos con este muchacho. Pero mi hermano quería que lo conociera bien antes de juzgarlo por su rostro.
- ¿Ah sí? -preguntó Frith. No pudo evitar sentir unos extraños e irracionales celos.
- Claro -reafirmo Lilja.
- Bueno. Mejor dejad la taberna. Hablare largamente con el tabernero. Tu -se giró hacia su acompañante, el otro guardia-. Trae a algún medico para que trate al gordo que hay ahí tendido en el suelo.
El compañero asintió y rápidamente se marcho de la taberna. También lo hicieron los hermanos pelirrojos y Aradu, aprovechando la ocasión. Antes de que el guardia cambiara de opinión, o que el tabernero lo pusiera en su contra de nuevo. Salieron de la taberna y caminaron por el camino, alejándose lo suficiente hasta encontrarse en condiciones seguras.
- ¿Dime, porque tenías esos gusanos en un frasco? -pregunto entonces Lilja-. Esto ha sido una locura.
- Desde luego. ¿Eres alquimista o algo así? -dijo Frith. Tenia curiosidad. Llevaba mucho tiempo buscando un alquimista, debido a la enfermedad de Lilja, y tal vez acababa de encontrar a la persona perfecta para encargarse de aquello.
- Déjame intentar una cosa -dijo Lilja entonces.
Ella se acercó al guardia pausadamente. Este se giró hacia ella, con una amable sonrisa. Era una mujer, y el trato que recibiría de el guardia iba a ser muy distinto al que habían recibido tanto Frith como el tabernero o el mismo Aradu.
- Ese hombre gordo empezó a decirme groserías. El joven de la mascara y mi hermano lo intentaron detener, pero se supo violento y comenzó a golpearlos.
- ¿Y qué explicación hay para esos gusanos que todavía hay por ahí esparcidos en el suelo? -pregunto el guardia, mientras dirigía mal mirada ahora hacia las pequeñas criaturas. La mayoría habían muerto, aplastadas o quemadas, pero todavía aquedaban un par que se movían ligeramente por la estancia.
- No lo sé, ese hombre vino con esos seres -dijo señalando al gordo, que yacía todavía en el suelo.
El guardia no pareció especialmente convencido, pero por lo menos se quedo callado durante algunos segundos. Se dirigió hacia su compañero y le dijo un par de palabras, unos murmuras que ni Lilja ni Frith pudieron llegar a escuchar. Poco después, se giraron hacia el tabernero, que estaba casi tomándose de los pelos de la indignación.
- ¡Son todo mentiras, mentira! Son todos ellos, que han traído esta desgracia a mi taberna. El muchacho enmascarado venia con los gusanos. ¡¿Por qué crees que tiene una máscara sino?! -protesto el tabernero.
- Era una cita a ciegas -dijo rápidamente Lilja-. Mi hermano quería emparejarme con alguien y quedamos con este muchacho. Pero mi hermano quería que lo conociera bien antes de juzgarlo por su rostro.
- ¿Ah sí? -preguntó Frith. No pudo evitar sentir unos extraños e irracionales celos.
- Claro -reafirmo Lilja.
- Bueno. Mejor dejad la taberna. Hablare largamente con el tabernero. Tu -se giró hacia su acompañante, el otro guardia-. Trae a algún medico para que trate al gordo que hay ahí tendido en el suelo.
El compañero asintió y rápidamente se marcho de la taberna. También lo hicieron los hermanos pelirrojos y Aradu, aprovechando la ocasión. Antes de que el guardia cambiara de opinión, o que el tabernero lo pusiera en su contra de nuevo. Salieron de la taberna y caminaron por el camino, alejándose lo suficiente hasta encontrarse en condiciones seguras.
- ¿Dime, porque tenías esos gusanos en un frasco? -pregunto entonces Lilja-. Esto ha sido una locura.
- Desde luego. ¿Eres alquimista o algo así? -dijo Frith. Tenia curiosidad. Llevaba mucho tiempo buscando un alquimista, debido a la enfermedad de Lilja, y tal vez acababa de encontrar a la persona perfecta para encargarse de aquello.
Última edición por Friðþjófur Rögnvaldsson el Mar Mayo 01 2018, 11:26, editado 1 vez
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
-Sí, sí algo parecido a un alquimista....- Después de pensarlo mejor Aradu decidió decir la verdad, no sabía dónde se dirigía y seguramente iba a estar más tiempo acompañando por esos dos hermanos.
-En verdad soy una especie de médico, o más bien lo era. De los distritos más pobres de Lunargenta, me suelo dedicar a vagar por el mundo últimamente en busca de.... de respuestas.-
Susurró, tuvo que pensar una respuesta rápidamente ya que ni siquiera él sabe lo que está haciendo en ese momento.
Mientras andaban por la ciudad y alejándose de la pequeña taberna dónde estaban vió que los dos hermanos tienen mucho más parecido de lo que había notado dentro del local. Y lo más extraño era como el chico se pegaba mucho a su hermana, lo hacía de una manera cariñosa intentando protegerla de algo.
Siguieron andando en silencio. Aradu empezó a pensar con cierta nostalgia en los gusanos perdidos. Le tomó días conseguirlos todos, y no fue demasiado sencillo. Agachó la cabeza algo triste. ¿Como iba a recuperarlos otra vez? Empezaba a refrescar y conforme se acercaba el invierno se les ponía una dura capa de barro y piel que impendía ser estrujados. Lo único bueno de ellos desaparecía.
-Si, a veces hago brebajes de diferente índole. Los gusanos servían para un tipo de antídotos contra los cortes de armas oxidadas. Te sorprendería saber la cantidad de cortes de ese estilo. -tras un breve silencio de su parte, preguntó-¿Porque me preguntas eso?-
La calle se oscurecía cada vez más. La noche se acercaba a paso ligero y a Aradu no parecía gustarle la situación. Miró al cielo despejado, la luna estaba llena y brillaba como un segundo sol. En la calle no había nadie aparte de ellos 3 y ninguno sabia si podía confiar en el otro. Le habían salvado de una noche en el calabozo, pero ¿lo habían hecho con buenas intenciones? ¿Y si en verdad querían robarlo y despojarlo de lo poco que le quedaba? Aradu odiaba ese tipo de situaciones. Puso la mano encima de la espada de manera disimulada. Sólo como una precaución.
-¿Qué hacéis aquí?
-En verdad soy una especie de médico, o más bien lo era. De los distritos más pobres de Lunargenta, me suelo dedicar a vagar por el mundo últimamente en busca de.... de respuestas.-
Susurró, tuvo que pensar una respuesta rápidamente ya que ni siquiera él sabe lo que está haciendo en ese momento.
Mientras andaban por la ciudad y alejándose de la pequeña taberna dónde estaban vió que los dos hermanos tienen mucho más parecido de lo que había notado dentro del local. Y lo más extraño era como el chico se pegaba mucho a su hermana, lo hacía de una manera cariñosa intentando protegerla de algo.
Siguieron andando en silencio. Aradu empezó a pensar con cierta nostalgia en los gusanos perdidos. Le tomó días conseguirlos todos, y no fue demasiado sencillo. Agachó la cabeza algo triste. ¿Como iba a recuperarlos otra vez? Empezaba a refrescar y conforme se acercaba el invierno se les ponía una dura capa de barro y piel que impendía ser estrujados. Lo único bueno de ellos desaparecía.
-Si, a veces hago brebajes de diferente índole. Los gusanos servían para un tipo de antídotos contra los cortes de armas oxidadas. Te sorprendería saber la cantidad de cortes de ese estilo. -tras un breve silencio de su parte, preguntó-¿Porque me preguntas eso?-
La calle se oscurecía cada vez más. La noche se acercaba a paso ligero y a Aradu no parecía gustarle la situación. Miró al cielo despejado, la luna estaba llena y brillaba como un segundo sol. En la calle no había nadie aparte de ellos 3 y ninguno sabia si podía confiar en el otro. Le habían salvado de una noche en el calabozo, pero ¿lo habían hecho con buenas intenciones? ¿Y si en verdad querían robarlo y despojarlo de lo poco que le quedaba? Aradu odiaba ese tipo de situaciones. Puso la mano encima de la espada de manera disimulada. Sólo como una precaución.
-¿Qué hacéis aquí?
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
El que ahora Frith sabía que era un alquimista, reafirmó su sospecha. Aunque no fue visible a primera vista, Lilja pudo ver un destello de esperanza en los ojos de su hermano. El pelirrojo pensaba que tenía allí, justo frente a sí mismo, tal vez la solución para la enfermedad de su hermana. Tal vez no tendría que terminar su affair con Nana, tal vez no necesitaría humillarla y traicionar a su pueblo sólo para poder respetar las condiciones que su madre le había ofrecido a cambio de la cura. Caminaron por la ciudad, alejándose de la taberna. Frith no quiso preguntarle aquello al muchacho tan rápido, por lo que prefirió actuar con precaución e intentar conocerlo un poco mejor antes. Él les explicó por qué era conocedor de la alquimia, y en cuanto terminó su explicación, preguntó a Frith cuál era la razón de su curiosidad. El pelirrojo tan solo negó con la cabeza; no era el momento de hablar de aquello todavía.
–Lamento que hayas perdido tus gusanos –empezó a hablar. Segundos después, soltó una pequeña risa divertida–. Aunque, a quién se le ocurre llevar «material de trabajo» a una taberna. Creo que jamás haría algo así.
–Bueno –lo interrumpió Lilja–. Yo creo que muchas personas consideran una taberna un lugar tranquilo donde trabajar. He visto muchos artistas.
–Tú lo has dicho –dijo rápidamente Frith–, artistas.
–Bueno, pero. Igualmente algunas personas adquieren una concentración especial cuando estan en una taberna. Es un ambiente particular: el fuego encendido, la mezcla de aromas de la comida, la gente tratando sus asuntos y ocasionalmente, la música.
–Y los gordos glotones que no te dejan comer –respondió el pelirrojo en un tono jocoso.
Los hermanos rieron, aunque el joven alquimista llevaba unos minutos bastante callado. Continuaron caminando bajo la luz lunar, que bañaba con su luz blanquecina cada una de las callejuelas de la laberíntica ciudad. Había un completo silencio. Frith llegó a oír desde la ventana de una casa como un padre –o eso pensó– cantaba una canción de cuna a sus hijos, que segundos después reían. Debía ser una letra de lo más divertida. Salvo aquello, lo demás era silencio. El aletéo de los murciélagos vagando por los tejados y los gatos salvajes emitían leves sonidos, además de la brisa fresca que atravesaba las calles. Finalmente, el alquimista fue quien rompió el silencio. Si bien a lo mejor quería preguntar qué hacían los hermanos en Lunargenta amistosamente, su tono sonó mucho más dubitativo.
–Todavía vivimos aquí –respondió el pelirrojo–. Al mismo tiempo tenemos un hogar en Ulmer, pero continuamos terminando de pagar el contrato de renta del hogar que teníamos en Lunargenta, por lo que cada tanto aprovechamos para venir, beber un poco y disfrutar de la ciudad.
–Sé que la echaremos de menos cuando llevemos un tiempo en Ulmer –comentó Lilja.
Frith sonrió y comenzó a recordar muchos de los recuerdos que jamás olvidaría de Lunargenta. Habían sido muchos años. Continuaron caminando pausadamente, aunque Lilja poco a poco empezó a camianr mucho más despacio. En cuanto uno de sus pies falló, se deslizó hacia abajo desfalleciento. Frith se apresuró a tomarla antes de que cayera violentamente al suelo. La puso en pie, aunque Lilja ya había perdido la consciencia. El pelirrojo maldijo y la sujetó con sus brazos.
–Acompáñame, por favor –pidió Frith–. Nuestra casa no está muy lejos de aquí.
Sujetando con fuerza a Lilja continuó caminando, tan apresuradamente como podía, aun teniendo cuidado de que su hermana no se escapara de su sujección. Tardaron cerca de cinco minutos en llegar hasta la casa de Frith, una edificación de varias plantas, de las cuales una pertenecia a los hermanos. Subieron las escaleras que había en el lateral derecho de la edificación, hasta subir a la tercera planta. Frith, todavía sujetando con fuerza a Lilja introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta, que emitió un fuerte ruido de madera vieja. La estancia era rústica, con muebles de madera oscura y algunos tan viejos que estaban algo destrozados. El suelo y las paredes estaban limpios, aunque se notaba que toda la edificación en sí era antiquísima. Cada paso que daban la madera bajo sus pies sonaba con un quejido inmenso. Frith condujo a su hermana hasta la habitación, y la dejó reposando sobre la cama. Lilja empezó a agitarse, y tosió repetidas veces, dejando escapar algo de sangre por su boca.
–Lamento que hayas perdido tus gusanos –empezó a hablar. Segundos después, soltó una pequeña risa divertida–. Aunque, a quién se le ocurre llevar «material de trabajo» a una taberna. Creo que jamás haría algo así.
–Bueno –lo interrumpió Lilja–. Yo creo que muchas personas consideran una taberna un lugar tranquilo donde trabajar. He visto muchos artistas.
–Tú lo has dicho –dijo rápidamente Frith–, artistas.
–Bueno, pero. Igualmente algunas personas adquieren una concentración especial cuando estan en una taberna. Es un ambiente particular: el fuego encendido, la mezcla de aromas de la comida, la gente tratando sus asuntos y ocasionalmente, la música.
–Y los gordos glotones que no te dejan comer –respondió el pelirrojo en un tono jocoso.
Los hermanos rieron, aunque el joven alquimista llevaba unos minutos bastante callado. Continuaron caminando bajo la luz lunar, que bañaba con su luz blanquecina cada una de las callejuelas de la laberíntica ciudad. Había un completo silencio. Frith llegó a oír desde la ventana de una casa como un padre –o eso pensó– cantaba una canción de cuna a sus hijos, que segundos después reían. Debía ser una letra de lo más divertida. Salvo aquello, lo demás era silencio. El aletéo de los murciélagos vagando por los tejados y los gatos salvajes emitían leves sonidos, además de la brisa fresca que atravesaba las calles. Finalmente, el alquimista fue quien rompió el silencio. Si bien a lo mejor quería preguntar qué hacían los hermanos en Lunargenta amistosamente, su tono sonó mucho más dubitativo.
–Todavía vivimos aquí –respondió el pelirrojo–. Al mismo tiempo tenemos un hogar en Ulmer, pero continuamos terminando de pagar el contrato de renta del hogar que teníamos en Lunargenta, por lo que cada tanto aprovechamos para venir, beber un poco y disfrutar de la ciudad.
–Sé que la echaremos de menos cuando llevemos un tiempo en Ulmer –comentó Lilja.
Frith sonrió y comenzó a recordar muchos de los recuerdos que jamás olvidaría de Lunargenta. Habían sido muchos años. Continuaron caminando pausadamente, aunque Lilja poco a poco empezó a camianr mucho más despacio. En cuanto uno de sus pies falló, se deslizó hacia abajo desfalleciento. Frith se apresuró a tomarla antes de que cayera violentamente al suelo. La puso en pie, aunque Lilja ya había perdido la consciencia. El pelirrojo maldijo y la sujetó con sus brazos.
–Acompáñame, por favor –pidió Frith–. Nuestra casa no está muy lejos de aquí.
Sujetando con fuerza a Lilja continuó caminando, tan apresuradamente como podía, aun teniendo cuidado de que su hermana no se escapara de su sujección. Tardaron cerca de cinco minutos en llegar hasta la casa de Frith, una edificación de varias plantas, de las cuales una pertenecia a los hermanos. Subieron las escaleras que había en el lateral derecho de la edificación, hasta subir a la tercera planta. Frith, todavía sujetando con fuerza a Lilja introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta, que emitió un fuerte ruido de madera vieja. La estancia era rústica, con muebles de madera oscura y algunos tan viejos que estaban algo destrozados. El suelo y las paredes estaban limpios, aunque se notaba que toda la edificación en sí era antiquísima. Cada paso que daban la madera bajo sus pies sonaba con un quejido inmenso. Frith condujo a su hermana hasta la habitación, y la dejó reposando sobre la cama. Lilja empezó a agitarse, y tosió repetidas veces, dejando escapar algo de sangre por su boca.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
Los dos hermanos parecían muy amigables. Claramente, ellos no sufrían del mismo estrés y desconfianza que sufría el médico. Le contestaron que ellos todavía vivían ahí a la vez que tenían un lugar en Ulmer.
Ulmer, aquella ciudad maldita que tanto dolor de huesos y de cabeza le había proporcionado al médico. Al oír eso Aradu emanó un bufido, una mezcla entre risa forzada y asco. Su historia con los lugareños no era de lo más amistosa y su aventura ahí le había traído bastantes percances hasta tal punto de poner a todo el pueblo y su contra. No iba a pisar Ulmer otra vez en un futuro próximo.
Mientras los tres seguían caminando por las oscuras calles, la chica empezó a reducir su marcha. De repente una de sus pies falló y su cuerpo iba dirigido directamente al suelo. Antes de que semejante desgracia, el hermano la enganchó de la cintura y del cuerpo. Estaba inconsciente.
'"- Acompáñame por favor, nuestra casa no está muy lejos de aquí.'
En menos de un segundo la chica dejó de estar presente en mente y alma. Su cuerpo parecía tan inerte que por un segundo Aradu pensó que había muerto. Antes de que otro tipo de pensamietos parecidos se apoderen de él, se ofreció a ayudar al chico a cargar con su hermana. En su cabeza ideas contradictorias surgían en cada segundo. Por una parte ha aprendido a no confiar en hombres-bestia tan de repente, por otra aquella gente parecía digna de fiar. Al fin y al cabo le han sacado de un apuro, ¿cierto?.
Colocaron a la chica sobre la cama, que empezó a toser sangre. Un soplido leve a modo de respiración salía de su boca. Estaba muy frágil.
La habitación, de tamaño mediano, tenía un mobiliario vegestorio. Todo estaba compuesto por una madera que crugía a cada movimiento, como si tuviese alma y le doliese que fuese tocada. Aradu emprendió un viaje de una punta a otra de la habitación, cabizbajo. Toser sangre no era una asunto de poca monta. A cada paso la madera sufría a gritos y su sombra recorría la habitación en todas las direcciones fruto a la poca luz de la vela del techo. Su rostro era más tétrico que de normal, el pico de su máscara parecía gigante y más amenazante, como un buitre gigante sacado de una pesadilla pueril.
Tras varias vueltas, sacó del bolsillo un pañuelo de seda blanca con las letras A.G. bordadas en una esquina en fino hilo de oro y le limpió la boca a la chica con el ademán y el afecto de un padre a su hija. Por mucho que desconfiase de aquella raza salvaje, seguía siendo curandero.
Maldijo algo entre susurros. La moralidad es un arma de doble filo.
-Préstame atención, jóven lobo.- sus olores llenaban la habitación, Aradu no se pudo contener- cuéntame que sabes de esto. Dame todos los detalles que conozcas. - Se sentó en una silla pequeña, se quitó los guantes y entrelazó los dedos llenos de cortes cicatrizados- La gravedad puede variar de media a muerte próxima. Los de tu sangre soleis ser duros de roer y más aún de matar. Sin embargo, eso no implica que tu hermana no este más cerca de la tumba que lejos.- Se quitó la gabardina de cuero marrón y la dejó en alguna esquina. Estaba delgado, pero no lo suficiente para llegar a ser débil y arqueado por el peso de sus huesos. Una mezcla de fuerte y enjuto. La camisa blanca estaba impoluta, pero tan roída y trasnparente que se podían ver todas la marcas de traumatismos, garras y dagas del cuerpo.- Quizás te tenga que enviar a por ingredientes según la gravedad del asunto. Todo depende de tus palabras, chico.
Ulmer, aquella ciudad maldita que tanto dolor de huesos y de cabeza le había proporcionado al médico. Al oír eso Aradu emanó un bufido, una mezcla entre risa forzada y asco. Su historia con los lugareños no era de lo más amistosa y su aventura ahí le había traído bastantes percances hasta tal punto de poner a todo el pueblo y su contra. No iba a pisar Ulmer otra vez en un futuro próximo.
Mientras los tres seguían caminando por las oscuras calles, la chica empezó a reducir su marcha. De repente una de sus pies falló y su cuerpo iba dirigido directamente al suelo. Antes de que semejante desgracia, el hermano la enganchó de la cintura y del cuerpo. Estaba inconsciente.
'"- Acompáñame por favor, nuestra casa no está muy lejos de aquí.'
En menos de un segundo la chica dejó de estar presente en mente y alma. Su cuerpo parecía tan inerte que por un segundo Aradu pensó que había muerto. Antes de que otro tipo de pensamietos parecidos se apoderen de él, se ofreció a ayudar al chico a cargar con su hermana. En su cabeza ideas contradictorias surgían en cada segundo. Por una parte ha aprendido a no confiar en hombres-bestia tan de repente, por otra aquella gente parecía digna de fiar. Al fin y al cabo le han sacado de un apuro, ¿cierto?.
Colocaron a la chica sobre la cama, que empezó a toser sangre. Un soplido leve a modo de respiración salía de su boca. Estaba muy frágil.
La habitación, de tamaño mediano, tenía un mobiliario vegestorio. Todo estaba compuesto por una madera que crugía a cada movimiento, como si tuviese alma y le doliese que fuese tocada. Aradu emprendió un viaje de una punta a otra de la habitación, cabizbajo. Toser sangre no era una asunto de poca monta. A cada paso la madera sufría a gritos y su sombra recorría la habitación en todas las direcciones fruto a la poca luz de la vela del techo. Su rostro era más tétrico que de normal, el pico de su máscara parecía gigante y más amenazante, como un buitre gigante sacado de una pesadilla pueril.
Tras varias vueltas, sacó del bolsillo un pañuelo de seda blanca con las letras A.G. bordadas en una esquina en fino hilo de oro y le limpió la boca a la chica con el ademán y el afecto de un padre a su hija. Por mucho que desconfiase de aquella raza salvaje, seguía siendo curandero.
Maldijo algo entre susurros. La moralidad es un arma de doble filo.
-Préstame atención, jóven lobo.- sus olores llenaban la habitación, Aradu no se pudo contener- cuéntame que sabes de esto. Dame todos los detalles que conozcas. - Se sentó en una silla pequeña, se quitó los guantes y entrelazó los dedos llenos de cortes cicatrizados- La gravedad puede variar de media a muerte próxima. Los de tu sangre soleis ser duros de roer y más aún de matar. Sin embargo, eso no implica que tu hermana no este más cerca de la tumba que lejos.- Se quitó la gabardina de cuero marrón y la dejó en alguna esquina. Estaba delgado, pero no lo suficiente para llegar a ser débil y arqueado por el peso de sus huesos. Una mezcla de fuerte y enjuto. La camisa blanca estaba impoluta, pero tan roída y trasnparente que se podían ver todas la marcas de traumatismos, garras y dagas del cuerpo.- Quizás te tenga que enviar a por ingredientes según la gravedad del asunto. Todo depende de tus palabras, chico.
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
OffRoL: No sé cómo pude liarme con lo siguiente: Parece que he escrito que estamos de repente en Lunargenta. Luego lo editaré pero al menos creo que tú no te has confundido. Digamos que estamos en una ciudad pequeña o un pueblo de cerca de Ulmer, pero no en Lunargenta ni en Ulmer. ¿Ok? Lamento haberme liado, supongo que por pasar varios días hasta que posteé.
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– Por los dioses, no repitas semejante barbaridad –pidió Frith, sin apartar la vista de su hermana. Permanecía a su lado, muy cerca, observando la constancia de su respiración, como si su mirada fuera la que la mantenía regular–. Desconozco por completo la enfermedad –comenzó a responder al médico–, pero lleva teniéndola desde que es una niña. Hacía años que no le afectaba en tal magnitud. Nuestra madre, ella preparaba una especie de brebaje con… –trató de recordar–, hierbas y setas. Recuerdo que había setas, eso seguro. Eran de tonalidad rojiza.
Se quedó callado de repente, centrado en intentar recordar qué más utilizaba su madre al hacer aquel brebaje. Recordaba sus manos rosadas aplastando la mezcla. Había setas, de tonos rojizos y también otras grisáceas. Algunas hierbas que había cortado cuidadosamente, y otras de las cuales tan sólo había tomado el líquido que habían desprendido al apretarlas. Añadía algo blanquecino, muy parecido a la leche, pero mucho más líquido y acuoso. Frith trató de explicarle aquellos últimos recuerdos, las hierbas y las setas grises, también el líquido lechoso. Tal vez el joven alquimista podría tener algo en mente con aquella información.
– Lamentablemente, no tengo la menor idea de dónde podría conseguir esas cosas. Vivíamos en Ulmer en aquella época; no estamos muy lejos de allí por lo que supongo que si los ingredientes eran de esta zona, podría encontrarlos por aquí –supuso–. Podría llamar a un amigo para que se mantuviera aquí, así podría encargarme de buscar esas cosas, dado que las recuerdo casi a la perfección. ¿Te suena algun brebaje hecho con algo de lo que he mencionado?
– Frith… –Lilja trató de hablar.
Fue un susurro extremadamente leve. Abrió los ojos durante algunos segundos, lo miró fijamente. Aquello duró dos segundos antes de volver a caer rendida. Su respiración se volvió entonces mucho más lenta, tan frágil que parecía que en cualquier momento se pausaría indefinidamente. El pelirrojo comenzó a sentirse desesperado; esperaba que el médico de los gusanos tuviera alguna solución, aunque fuera eventual hasta que pudiera conseguir sonsacar a su madre la verdadera cura. Mantuvo la mano de Lilja, cada vez má fría, apretada con la suya. Alguien tocó repetidas veces a la puerta de repente. Frith se separó de su hermana y caminó rápidamente hasta la entrada, abriendo la puerta; era Ingvar. Ingvar era un mercenario grande, de aspecto elegante, fácilmente confundible con un noble. Era el principal compañero de trabajo del pelirrojo en sus tareas como mercenarios, un licántropo noble salvo cuando el dinero compraba sus intereses.
– Os he visto fuera en las calles antes, pero estaba terminando algo importante –dijo apresuradamente mientras dirigía la mirada al interior de la estancia–. ¿Puedo ayudar, amigo mío?
– Pasa –asintió Frith. Ingvar entró y se dirigió rápidamente hacia la habitación donde su hermana yacía inconsciente.
– ¿Ha vuelto a caer enferma? –preguntó Ingvar, ligeramente conmocionado. Conocía a los hermanos desde hacía años, y era consciente de aquel infortunio que los había perseguido durante tanto tiempo
– Los últimos tres días ha tenido episodios como este, aunque esta vez ha sido el peor. Ha perdido la consciencia, Ingvar, nunca había estado tan mal –hablaba Frith preocupado. Entonces dirigió la mirada hacia Aradu, todavía hablando con Ingvar–. Tal vez él pueda conseguir formular algún brebaje útil. Es un alquimista. Tal vez el destino nos haya sonreído hoy. –Es lo que quería creer.
Se quedó callado de repente, centrado en intentar recordar qué más utilizaba su madre al hacer aquel brebaje. Recordaba sus manos rosadas aplastando la mezcla. Había setas, de tonos rojizos y también otras grisáceas. Algunas hierbas que había cortado cuidadosamente, y otras de las cuales tan sólo había tomado el líquido que habían desprendido al apretarlas. Añadía algo blanquecino, muy parecido a la leche, pero mucho más líquido y acuoso. Frith trató de explicarle aquellos últimos recuerdos, las hierbas y las setas grises, también el líquido lechoso. Tal vez el joven alquimista podría tener algo en mente con aquella información.
– Lamentablemente, no tengo la menor idea de dónde podría conseguir esas cosas. Vivíamos en Ulmer en aquella época; no estamos muy lejos de allí por lo que supongo que si los ingredientes eran de esta zona, podría encontrarlos por aquí –supuso–. Podría llamar a un amigo para que se mantuviera aquí, así podría encargarme de buscar esas cosas, dado que las recuerdo casi a la perfección. ¿Te suena algun brebaje hecho con algo de lo que he mencionado?
– Frith… –Lilja trató de hablar.
Fue un susurro extremadamente leve. Abrió los ojos durante algunos segundos, lo miró fijamente. Aquello duró dos segundos antes de volver a caer rendida. Su respiración se volvió entonces mucho más lenta, tan frágil que parecía que en cualquier momento se pausaría indefinidamente. El pelirrojo comenzó a sentirse desesperado; esperaba que el médico de los gusanos tuviera alguna solución, aunque fuera eventual hasta que pudiera conseguir sonsacar a su madre la verdadera cura. Mantuvo la mano de Lilja, cada vez má fría, apretada con la suya. Alguien tocó repetidas veces a la puerta de repente. Frith se separó de su hermana y caminó rápidamente hasta la entrada, abriendo la puerta; era Ingvar. Ingvar era un mercenario grande, de aspecto elegante, fácilmente confundible con un noble. Era el principal compañero de trabajo del pelirrojo en sus tareas como mercenarios, un licántropo noble salvo cuando el dinero compraba sus intereses.
– Os he visto fuera en las calles antes, pero estaba terminando algo importante –dijo apresuradamente mientras dirigía la mirada al interior de la estancia–. ¿Puedo ayudar, amigo mío?
– Pasa –asintió Frith. Ingvar entró y se dirigió rápidamente hacia la habitación donde su hermana yacía inconsciente.
– ¿Ha vuelto a caer enferma? –preguntó Ingvar, ligeramente conmocionado. Conocía a los hermanos desde hacía años, y era consciente de aquel infortunio que los había perseguido durante tanto tiempo
– Los últimos tres días ha tenido episodios como este, aunque esta vez ha sido el peor. Ha perdido la consciencia, Ingvar, nunca había estado tan mal –hablaba Frith preocupado. Entonces dirigió la mirada hacia Aradu, todavía hablando con Ingvar–. Tal vez él pueda conseguir formular algún brebaje útil. Es un alquimista. Tal vez el destino nos haya sonreído hoy. –Es lo que quería creer.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
Las intrucciones del chico no ayudaban en absoluto a acerca a alguna cura, o siquiera a algún indicio de lo que le ocurre a su hemana. Pensativo, sin parar de pasear de una punta a otra de la habitación, buscaba en todos los rincones de su cabeza algún resquicio de información que les pueda servir. Mientras, el lobo segúia hablando y dando intrucciones.
-No eres muy preciso. Y no, tu madre podría conseguir los ingrendientes de cualquier mercader errante.- se le veía la desesperación en la cara, buscando informar al médico de algo de provecho.- Setas rojas..gris...puede ser cualquier cosa, tendré que examinar a tu hermana.- Sacó una jeringuilla de metal que parecía muy pesada por la forma que tenía Aradu de empuñarla. Tras desenroscar las partes, cogió un cubo y lo tendió al pelirrojo- Traeme agua hirviendo.- De sus bolsillos sacó con delicadeza todo tipo de hierbas, un bisturí y unas pinzas médicas de unos 30 cm de largo.
La dama jadeaba con debilidad, Aradu quitó las sábanas que la envolvían dió paso a un minucioso examen de toda su caja torácica.
A la luz de la tenue vela, detectó unos pequeños bultos debajo de los senos y las axilas. Apenas alcanzaban el tamaño de una oliva. De color rosado y perfectamente redondos, parecían respirar a la vez que su huesped. Prosiguó a realizar un examen más minucioso y, tras varios síntomas y consultas consigo mismo y con su ingenio....
-Hmm.....
A punto de pronunciar palabra, Aradu vió a un hombre fuerte dentro de la casa hablando con el pelirrojo. Debido al trabajo el médico solo detecto las últimas palabras. - Tal vez el destino nos haya sonreído hoy.- Antes de ser preguntado prosiguó con lo que había averiguado. - Me gustaía decirte que no te alarmes, pero...la situación no es de las más afortunadas. Los.."bultos" que tiene por el tórax son quistes de sangre, mi teoría es que la sangre se acumula en diferentes zonas, presinando sobre su cuerpo e impidiéndole respirar con facilidad.- Era solo eso..una teoría. A decir verdad nunca había visto semejantes bultos, pero si algunos parecidos después de "aquella noche" en Lunargenta hace ya muchos años.
-Si es lo que pienso, sé como arreglarlo. Y se qué hacer para que no vaya a más, al menos temporalmente. Primero, traeme el cubo de agua hirviendo cuánto antes y acércame el libro ese de mi mochila- - apuntando a uno llamado "Hierbas exóticas y sus efectos dañinos"
Sin esperar respuesta, el médico se dió la vuelta con actitud triunfante y procedió a mezclar una serie de hierbas. Tras picarlas con los puños y los dedos, las frotó sobre el cuello y el pecho de la enferma. La tos pareció relajarse y los labios dejaron de tensarse. La tranquilidad la invadió, al menos por un breve instante.
Estaba en su dominio. No habia curandero mas hábil, y menos en esa tierra de salvajes.
-No eres muy preciso. Y no, tu madre podría conseguir los ingrendientes de cualquier mercader errante.- se le veía la desesperación en la cara, buscando informar al médico de algo de provecho.- Setas rojas..gris...puede ser cualquier cosa, tendré que examinar a tu hermana.- Sacó una jeringuilla de metal que parecía muy pesada por la forma que tenía Aradu de empuñarla. Tras desenroscar las partes, cogió un cubo y lo tendió al pelirrojo- Traeme agua hirviendo.- De sus bolsillos sacó con delicadeza todo tipo de hierbas, un bisturí y unas pinzas médicas de unos 30 cm de largo.
La dama jadeaba con debilidad, Aradu quitó las sábanas que la envolvían dió paso a un minucioso examen de toda su caja torácica.
A la luz de la tenue vela, detectó unos pequeños bultos debajo de los senos y las axilas. Apenas alcanzaban el tamaño de una oliva. De color rosado y perfectamente redondos, parecían respirar a la vez que su huesped. Prosiguó a realizar un examen más minucioso y, tras varios síntomas y consultas consigo mismo y con su ingenio....
-Hmm.....
A punto de pronunciar palabra, Aradu vió a un hombre fuerte dentro de la casa hablando con el pelirrojo. Debido al trabajo el médico solo detecto las últimas palabras. - Tal vez el destino nos haya sonreído hoy.- Antes de ser preguntado prosiguó con lo que había averiguado. - Me gustaía decirte que no te alarmes, pero...la situación no es de las más afortunadas. Los.."bultos" que tiene por el tórax son quistes de sangre, mi teoría es que la sangre se acumula en diferentes zonas, presinando sobre su cuerpo e impidiéndole respirar con facilidad.- Era solo eso..una teoría. A decir verdad nunca había visto semejantes bultos, pero si algunos parecidos después de "aquella noche" en Lunargenta hace ya muchos años.
-Si es lo que pienso, sé como arreglarlo. Y se qué hacer para que no vaya a más, al menos temporalmente. Primero, traeme el cubo de agua hirviendo cuánto antes y acércame el libro ese de mi mochila- - apuntando a uno llamado "Hierbas exóticas y sus efectos dañinos"
Sin esperar respuesta, el médico se dió la vuelta con actitud triunfante y procedió a mezclar una serie de hierbas. Tras picarlas con los puños y los dedos, las frotó sobre el cuello y el pecho de la enferma. La tos pareció relajarse y los labios dejaron de tensarse. La tranquilidad la invadió, al menos por un breve instante.
Estaba en su dominio. No habia curandero mas hábil, y menos en esa tierra de salvajes.
- OFFROL:
- OffRol: No te preocupes! ^^ Te gustaría que mi pasado en Ulmer intervenga en la salvación de tu hermana? XD
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
– Tienes razón –asentí ante las palabras de Aradu. El brebaje que mi madre preparaba podía haber sido realizado con los ingredientes de cualquier mercader.
Aunque recordaba que ella muchas ocasiones salia a recoger hierbas y determinadas cosas para hacer sus brebajes. Si bien a ella no le gustaba la alquimia ni tampoco practicaba ninguna clase de arte de sanción, se había visto con la necesidad de hacerlo debido a que nuestro padre ya había sufrido enfermedades semejantes en el pasado, y ella había conseguido apaciguarla probando sus propias formulas. Ella no había conseguido tomar el mas mínimo gusto a preparar esos brebajes, pero había continuado con la necesidad de hacerlo tras el nacimiento de Lilja. Aradu explico que estaba por examinar a Lilja, y repentina,ente saco una jeringa enorme. Agradecí que Lilja no estuviera atenta a lo que estaba sucediendo, todavía reposando sobre la cama con los ojos cerrados y soltando algún que otro quejido de tanto en tanto, porque de haber visto aquella jeringa probablemente habría preferido continuar en su agonía indefinidamente.
Aradu le llevo a cabo su examen, y al cabo de un rato, después de que Ingvar se hubiera presentado y hubiera estado cerca de la puerta para ver el estado de Lilja, Aradu me hizo saber lo que pensaba que mi hermana podía estar padeciendo. Me pregunte entonces si algo así podría haberse mantenido desde su niñez, dado que sonaba a algo que pudiera aparecer de un día para otro. Aun así, lo escuche con atención y espere que pudiera saber como solucionarlo.
– De acuerdo –asentí ante su petición.
– Deja, ya voy yo a por ello –dijo entonces Ingvar, alejándose de nosotros y marchando a por el cubo y el libro. Fue rápido, no tardo apenas en regresar–. Toma.
El medico logro que Lilja empezara a calmarse. Vi en el rostro de mi hermana como poco a poco parecía no notar el mismo dolor que había estado durmiendo momentos atrás. Mientras que antes fruncía el ceño, sudaba frió y se mostraba claramente dolorida en sus expresiones, además de que convulsionaba de manera eventual, ahora se mostraba mucho mas relajada, casi como si estuviera comenzando a asumirse en el descanso. Espere que fuera realmente porque el medico había conseguido apaciguar ese dolor, y no porque estaba dejando nuestro mundo. En el ultimo caso, probablemente acabaría degollando al medico, pese a toda su buena voluntad. Pero ella continuaba respirando pausad amente, ahora mucho mas tranquila. La vi bien, la vi sana, como si no hubiera ninguna enfermedad. Estaba claramente sorprendido.
– Como lo has hecho? –Le pregunte–. Esta completamente curada? No volverá a pasarle eso jamas?
Sabia que era mucho pedir, pero aun así no perdía nada preguntándole. Quería saber hasta cuando le duraría aquello. De ser eterno, podría darle por fin una negativa a los chantajes que mi madre llevaba días tratando de hacerme. Mi hermana se recuperaría, yo podría continuar con Nana sin necesidad de traicionarla, y la mayoría de los problemas que me atestiguaban durante aquellos tiempos desaparecerían. Una fuerte palmada en la espalda por parte de Ingvar me devolvió a la realidad.
– Compañero, ves? Todo ira bien, el chico lo ha hecho bien –dijo Ingvar, dejando escapar una suave risa. Tanto el como yo nos manteníamos hablando en voz baja, para evitar que aquello pudiera perturbar la tranquilidad de Lilja. No queríamos ser cómplice de que su salud se agravara por la interrupción de nuestras sonoras voces.
Mire entonces a Aradu fijamente. Las cosas podrían cambiar, pero necesitaba saber que el estaría de mi lado, y me ayudaría en el futuro si resultaba necesario. Todavía no sabía si Lilja se recuperaría de forma permanente, o si aquello tan solo duraría un tiempo, con el riesgo de que la situación pudiera volver a agravarse nuevamente. Pero tiempo era lo que necesitaba, hasta que pudiera sonsacarle a mi madre la formula definitiva para poder sanar de una vez por todas a Lilja.
– Es posible que me este apresurando con esta pregunta, pero… necesito saberlo. ¿Cuánto tiempo crees que puede mantenerla bien esto que has hecho? ¿Crees que puede empeorar? –le pregunte finalmente.
Aunque recordaba que ella muchas ocasiones salia a recoger hierbas y determinadas cosas para hacer sus brebajes. Si bien a ella no le gustaba la alquimia ni tampoco practicaba ninguna clase de arte de sanción, se había visto con la necesidad de hacerlo debido a que nuestro padre ya había sufrido enfermedades semejantes en el pasado, y ella había conseguido apaciguarla probando sus propias formulas. Ella no había conseguido tomar el mas mínimo gusto a preparar esos brebajes, pero había continuado con la necesidad de hacerlo tras el nacimiento de Lilja. Aradu explico que estaba por examinar a Lilja, y repentina,ente saco una jeringa enorme. Agradecí que Lilja no estuviera atenta a lo que estaba sucediendo, todavía reposando sobre la cama con los ojos cerrados y soltando algún que otro quejido de tanto en tanto, porque de haber visto aquella jeringa probablemente habría preferido continuar en su agonía indefinidamente.
Aradu le llevo a cabo su examen, y al cabo de un rato, después de que Ingvar se hubiera presentado y hubiera estado cerca de la puerta para ver el estado de Lilja, Aradu me hizo saber lo que pensaba que mi hermana podía estar padeciendo. Me pregunte entonces si algo así podría haberse mantenido desde su niñez, dado que sonaba a algo que pudiera aparecer de un día para otro. Aun así, lo escuche con atención y espere que pudiera saber como solucionarlo.
– De acuerdo –asentí ante su petición.
– Deja, ya voy yo a por ello –dijo entonces Ingvar, alejándose de nosotros y marchando a por el cubo y el libro. Fue rápido, no tardo apenas en regresar–. Toma.
El medico logro que Lilja empezara a calmarse. Vi en el rostro de mi hermana como poco a poco parecía no notar el mismo dolor que había estado durmiendo momentos atrás. Mientras que antes fruncía el ceño, sudaba frió y se mostraba claramente dolorida en sus expresiones, además de que convulsionaba de manera eventual, ahora se mostraba mucho mas relajada, casi como si estuviera comenzando a asumirse en el descanso. Espere que fuera realmente porque el medico había conseguido apaciguar ese dolor, y no porque estaba dejando nuestro mundo. En el ultimo caso, probablemente acabaría degollando al medico, pese a toda su buena voluntad. Pero ella continuaba respirando pausad amente, ahora mucho mas tranquila. La vi bien, la vi sana, como si no hubiera ninguna enfermedad. Estaba claramente sorprendido.
– Como lo has hecho? –Le pregunte–. Esta completamente curada? No volverá a pasarle eso jamas?
Sabia que era mucho pedir, pero aun así no perdía nada preguntándole. Quería saber hasta cuando le duraría aquello. De ser eterno, podría darle por fin una negativa a los chantajes que mi madre llevaba días tratando de hacerme. Mi hermana se recuperaría, yo podría continuar con Nana sin necesidad de traicionarla, y la mayoría de los problemas que me atestiguaban durante aquellos tiempos desaparecerían. Una fuerte palmada en la espalda por parte de Ingvar me devolvió a la realidad.
– Compañero, ves? Todo ira bien, el chico lo ha hecho bien –dijo Ingvar, dejando escapar una suave risa. Tanto el como yo nos manteníamos hablando en voz baja, para evitar que aquello pudiera perturbar la tranquilidad de Lilja. No queríamos ser cómplice de que su salud se agravara por la interrupción de nuestras sonoras voces.
Mire entonces a Aradu fijamente. Las cosas podrían cambiar, pero necesitaba saber que el estaría de mi lado, y me ayudaría en el futuro si resultaba necesario. Todavía no sabía si Lilja se recuperaría de forma permanente, o si aquello tan solo duraría un tiempo, con el riesgo de que la situación pudiera volver a agravarse nuevamente. Pero tiempo era lo que necesitaba, hasta que pudiera sonsacarle a mi madre la formula definitiva para poder sanar de una vez por todas a Lilja.
– Es posible que me este apresurando con esta pregunta, pero… necesito saberlo. ¿Cuánto tiempo crees que puede mantenerla bien esto que has hecho? ¿Crees que puede empeorar? –le pregunte finalmente.
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OffRoL Ok! Conecta las tramas!Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: La dama de las espadas [Libre]
-Toma.
El compañero del pelirrojo trajo el cubo de agua hirviendo. In más preámbulos metí todas las piezas de la jeringuilla dentro. El agua estaba burbujeando y perfecta para desinfectar.
Al ver que su hermana se tranquilizaba, el rostro del pelirrojo se relajó sin disimulo. Parecía que le habían quitado un peso de encima.
Está completamente curada? No volverá a pasarle eso jamás? -
Absorto en mis pensamientos, mirando el libro con detenimiento buscando algún indicio de los síntomas de la pobre alma sufriendo en la cama, la voz del chico me llegó pero no le di la menor importancia. De hecho, estaba consciente que hablaban en voz baja para no molestar (no sé si a mí o al enfermo) pero interrumpir mi concentración implicaría tener que retomarla más adelante y perder tiempo. No me gustaba perder tiempo cuando trabajo.
Con el libro encima del pupitre y yo sentado sobre una silla, arqueado encima del tomo, iba pasando las páginas con cierta rapidez. Seguía cada línea con los dedos, página tras página, párrafo tras párrafo. Había llegado ya a mitad del libro, empezaba a aligerar un poco el paso. El tiempo era precioso. Empezaba a sudar, la máscara se me resbala del rostro pero no de daba la menos importancia. Una pierna empezaba a moverse sola arriba y abajo y me volvía cada vez más inquieto. No podía ser que no haya nada acerca de sus síntomas! Era imposible!
Unos picores me recorrían las costillas y empezaba a rascarme, dubitativo.
-Se me habrá olvidado incluir esto… es la única explicación que me viene a la cabeza- pensaba una y otra vez mientras las páginas volaban. hablaba para mis adentros.
De repente, allí estaba! Página 789, Tubérculo…
-¿Cuánto tiempo crees que puede mantenerla bien esto que has hecho? ¿Crees que puede empeorar?-
Del susto pegué un brinco en la silla. Había dejado de estar consciente de lo que me rodeaba desde cuando me había puesto a buscar. La vela de la mesa estaba casi consumida y notaba la espalda y la frente sudada. La respiración de la dama seguía estable, pero me levanté a comprobarla igualmente antes de hablar con su hermano. Bien, como me esperaba.
-Curada? Oh…no, no pequeño… - Había recordado la pregunta anterior y, moviendo un dedo alrededor de sus axilas, dije – Eso que tu hermana tiene son fruto de una cosa llamada tuberculosis, pero algo mas…- hesitaba decir aquello- grave. La parte buena es que tiene cura, y con eso- señalando la jeringuilla- voy a quitarle los bultos. Le volverán a crecer, y cuando mayores sean más veces puede sufrir los…síntomas.-
Me puse de puntillas y me froté los dedos cicatrizados. Hacer el trabajo de campo era lo que mejor se me daba y lo que más me gustaba. El agua del cubo se había enfriado ya así que pude coger las piezas de la jeringuilla con facilidad y prepararla. Le dije al grandullón que cambie las velas, que nos estábamos quedando a oscuras. Tras ello, procedí a quitarle la sangre coagulada. Fue un trabajo limpio y sin problemas, dejando detrás unos resquicios de piel muerta que con el tiempo irá retirándose. Y, al tratarse de hombre lobo, será cuestión de semanas.
- La cura… la cura es algo que llevo años sin hacer. De hecho…los ingredientes son tan difíciles de encontrar que me sorprende cómo su madre los podía conseguir con regularidad. Podría hacerlo, y podría prepararte la dosis suficiente para curarlo por completo, pero me llevará mucho tiempo y trabajo, hay otros enfermos y tengo toros asutons y no soy mago y estas cosas no se hacen sin un precio, y no hablo de aeros-
Los de la habitación eran todos hombre lobo, seguro que alguno de ellos conoce a aquellas gentes, las situaciones peliagudas requieres soluciones retorcidas.
Dejé unos segundos que mis frases se asientan en el ambiente, y pregunté:
-Alguno de vosotros conoce a la líder de Ulmer?
El compañero del pelirrojo trajo el cubo de agua hirviendo. In más preámbulos metí todas las piezas de la jeringuilla dentro. El agua estaba burbujeando y perfecta para desinfectar.
Al ver que su hermana se tranquilizaba, el rostro del pelirrojo se relajó sin disimulo. Parecía que le habían quitado un peso de encima.
Está completamente curada? No volverá a pasarle eso jamás? -
Absorto en mis pensamientos, mirando el libro con detenimiento buscando algún indicio de los síntomas de la pobre alma sufriendo en la cama, la voz del chico me llegó pero no le di la menor importancia. De hecho, estaba consciente que hablaban en voz baja para no molestar (no sé si a mí o al enfermo) pero interrumpir mi concentración implicaría tener que retomarla más adelante y perder tiempo. No me gustaba perder tiempo cuando trabajo.
Con el libro encima del pupitre y yo sentado sobre una silla, arqueado encima del tomo, iba pasando las páginas con cierta rapidez. Seguía cada línea con los dedos, página tras página, párrafo tras párrafo. Había llegado ya a mitad del libro, empezaba a aligerar un poco el paso. El tiempo era precioso. Empezaba a sudar, la máscara se me resbala del rostro pero no de daba la menos importancia. Una pierna empezaba a moverse sola arriba y abajo y me volvía cada vez más inquieto. No podía ser que no haya nada acerca de sus síntomas! Era imposible!
Unos picores me recorrían las costillas y empezaba a rascarme, dubitativo.
-Se me habrá olvidado incluir esto… es la única explicación que me viene a la cabeza- pensaba una y otra vez mientras las páginas volaban. hablaba para mis adentros.
De repente, allí estaba! Página 789, Tubérculo…
-¿Cuánto tiempo crees que puede mantenerla bien esto que has hecho? ¿Crees que puede empeorar?-
Del susto pegué un brinco en la silla. Había dejado de estar consciente de lo que me rodeaba desde cuando me había puesto a buscar. La vela de la mesa estaba casi consumida y notaba la espalda y la frente sudada. La respiración de la dama seguía estable, pero me levanté a comprobarla igualmente antes de hablar con su hermano. Bien, como me esperaba.
-Curada? Oh…no, no pequeño… - Había recordado la pregunta anterior y, moviendo un dedo alrededor de sus axilas, dije – Eso que tu hermana tiene son fruto de una cosa llamada tuberculosis, pero algo mas…- hesitaba decir aquello- grave. La parte buena es que tiene cura, y con eso- señalando la jeringuilla- voy a quitarle los bultos. Le volverán a crecer, y cuando mayores sean más veces puede sufrir los…síntomas.-
Me puse de puntillas y me froté los dedos cicatrizados. Hacer el trabajo de campo era lo que mejor se me daba y lo que más me gustaba. El agua del cubo se había enfriado ya así que pude coger las piezas de la jeringuilla con facilidad y prepararla. Le dije al grandullón que cambie las velas, que nos estábamos quedando a oscuras. Tras ello, procedí a quitarle la sangre coagulada. Fue un trabajo limpio y sin problemas, dejando detrás unos resquicios de piel muerta que con el tiempo irá retirándose. Y, al tratarse de hombre lobo, será cuestión de semanas.
- La cura… la cura es algo que llevo años sin hacer. De hecho…los ingredientes son tan difíciles de encontrar que me sorprende cómo su madre los podía conseguir con regularidad. Podría hacerlo, y podría prepararte la dosis suficiente para curarlo por completo, pero me llevará mucho tiempo y trabajo, hay otros enfermos y tengo toros asutons y no soy mago y estas cosas no se hacen sin un precio, y no hablo de aeros-
Los de la habitación eran todos hombre lobo, seguro que alguno de ellos conoce a aquellas gentes, las situaciones peliagudas requieres soluciones retorcidas.
Dejé unos segundos que mis frases se asientan en el ambiente, y pregunté:
-Alguno de vosotros conoce a la líder de Ulmer?
Aradu
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Re: La dama de las espadas [Libre]
«Pequeño». Frith rio inconscientemente ante el comentario de Aradu. Este había encontrado alguna manera de mantener a su hermana con vida por más tiempo, pi por lo menos habiendo disminuido sus síntomas. Aquello era más de lo que había esperado. Ingvar observo la situación con cautela, no quería decir anda que a Frith pudiera ofenderle, y tampoco quería mentir dándole falsos ánimos. Pero el mercenario no confiaba en el medico, y le habría gustado habérselo hecho saber a su amigo Frith. Pero obviamente, el pelirrojo estaba tan feliz de ver mejor a su hermana que jamás lo habría escuchado.
– ¿Tuberculosis, dices? –Pregunto entonces Frith, perplejo–. Que es eso?
Entonces se quedó callado, escuchando a las palabras del médico enmascarado. Iba a poder curar de forma parcial la enfermedad de Lilja, pero no tenía la cura que ella necesitaba. No tenía la cura que su madre había utilizado cuando esta había sido una niña. Para hacerla, tal y como había imaginado Frith, debía conseguir unos ingredientes difíciles de encontrar. Su madre volvía a estar ahí en sus pensamientos, como una futura necesidad, como alguien que lo tenía acorralado entre sus ambiciones, y como la única solución que había existente para Lilja. Frith dejo escapar un largo suspiro, comenzando a sentirse claramente estresado.
– Ya, entiendo. Si, por supuesto –respondió Frith algo nervioso–. Claro que estas cosas no se hacen gratis. La bondad de un caballero es algo que ya no existe.
Ingvar se quedó mirándole un largo rato, hasta que finalmente soltó una gran carcajada con su comentario. Frith hablaba de bondad? El mercenario que hacia cualquier cosa con tal de ganar algunos Aero. Y ahora hablaba de caballerosidad, o de la bondad del humano. Ingvar no había podido evitar estallar en fuertes risotadas.
– Si, bueno, bueno –se dirigió entonces el pelirrojo hacia Ingvar, haciendo un gesto con la mano para que se calmara, y sonriendo–. Obviamente recibirás lo que necesites. No es que tenga muchísimo dinero, aunque al mismo tiempo has mencionado que no es eso lo que te interesa. Soy mercenario, así que tal vez pueda hacer casi cualquier favor que necesites. ¿Tal vez algún vecino que odies? Alguien a quien vengar, o alguien de quien quieras vengarte.
Aunque los intereses de Aradu eran muy distintos a los que Frith había imaginado. Mientras que él había esperado algo en referencia a un trabajo forzado, o tal vez un trabajo sucio, Aradu preguntaba por la líder de Ulmer. Pregunto concretamente, si alguien conocía a la líder de Ulmer. Frith se quedó por un momento en silencio, con la boca inconscientemente abierta, mientras clavaba los ojos en Aradu.
– Eh… sí, claro –respondió Frith al cabo de unos segundos.
– Claro que la conoce –afirmo Ingvar, mientras le daba una palmada en la espalda–. Son grandes amigos.
– Si, pero jamás podría hablar por ella –dijo rápidamente Frith–. Ni podría pedirle un favor a ella directamente. No puedo pedirle nada a Nana.
Entonces dirigió su mirada hacia Lilja. ¿Por qué de algún modo parecía que cualquier camino que condujera a ayudar a Lilja a mejorar su salud, lo dirigía de alguna forma a Nana? Parecía que el mismo destino era quien dirigía la historia del pelirrojo y su amante Nana hacia el abismo.
– La conozco. ¿Qué es lo que necesitas? –Pregunto finalmente Frith.
– ¿Tuberculosis, dices? –Pregunto entonces Frith, perplejo–. Que es eso?
Entonces se quedó callado, escuchando a las palabras del médico enmascarado. Iba a poder curar de forma parcial la enfermedad de Lilja, pero no tenía la cura que ella necesitaba. No tenía la cura que su madre había utilizado cuando esta había sido una niña. Para hacerla, tal y como había imaginado Frith, debía conseguir unos ingredientes difíciles de encontrar. Su madre volvía a estar ahí en sus pensamientos, como una futura necesidad, como alguien que lo tenía acorralado entre sus ambiciones, y como la única solución que había existente para Lilja. Frith dejo escapar un largo suspiro, comenzando a sentirse claramente estresado.
– Ya, entiendo. Si, por supuesto –respondió Frith algo nervioso–. Claro que estas cosas no se hacen gratis. La bondad de un caballero es algo que ya no existe.
Ingvar se quedó mirándole un largo rato, hasta que finalmente soltó una gran carcajada con su comentario. Frith hablaba de bondad? El mercenario que hacia cualquier cosa con tal de ganar algunos Aero. Y ahora hablaba de caballerosidad, o de la bondad del humano. Ingvar no había podido evitar estallar en fuertes risotadas.
– Si, bueno, bueno –se dirigió entonces el pelirrojo hacia Ingvar, haciendo un gesto con la mano para que se calmara, y sonriendo–. Obviamente recibirás lo que necesites. No es que tenga muchísimo dinero, aunque al mismo tiempo has mencionado que no es eso lo que te interesa. Soy mercenario, así que tal vez pueda hacer casi cualquier favor que necesites. ¿Tal vez algún vecino que odies? Alguien a quien vengar, o alguien de quien quieras vengarte.
Aunque los intereses de Aradu eran muy distintos a los que Frith había imaginado. Mientras que él había esperado algo en referencia a un trabajo forzado, o tal vez un trabajo sucio, Aradu preguntaba por la líder de Ulmer. Pregunto concretamente, si alguien conocía a la líder de Ulmer. Frith se quedó por un momento en silencio, con la boca inconscientemente abierta, mientras clavaba los ojos en Aradu.
– Eh… sí, claro –respondió Frith al cabo de unos segundos.
– Claro que la conoce –afirmo Ingvar, mientras le daba una palmada en la espalda–. Son grandes amigos.
– Si, pero jamás podría hablar por ella –dijo rápidamente Frith–. Ni podría pedirle un favor a ella directamente. No puedo pedirle nada a Nana.
Entonces dirigió su mirada hacia Lilja. ¿Por qué de algún modo parecía que cualquier camino que condujera a ayudar a Lilja a mejorar su salud, lo dirigía de alguna forma a Nana? Parecía que el mismo destino era quien dirigía la historia del pelirrojo y su amante Nana hacia el abismo.
– La conozco. ¿Qué es lo que necesitas? –Pregunto finalmente Frith.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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