Damisela en apuros [Trabajo]
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Damisela en apuros [Trabajo]
-Ugh.- me quejé. Aquello iba a peor. Como todas las mañanas, me era imposible levantarme, pero ya estaba preparado para eso. La maloliente pócima de Dann descansaba en el suelo, al lado de mi cama. Lo único que permitía que mis músculos soportasen mi peso y pudiese funcionar como persona. Pero el sabor era horrible. Y la tenía que beber tres veces al día. Pero esa vez, me sentía aún peor. El cuerpo me picaba, pero ni siquiera tenia fuerzas para rascarme.
Tanteé el suelo con mi mano, buscando el frasco. Una vez lo encontré, lo alcé con un brazo tembloroso, me incorporé tanto como pude, aguanté la respiración, y bebí a grandes tragos. La lengua me ardía. Pero el sueño era aún más fuerte. Restregué mi lengua por la palma de mi mano, dejándome un mal sabor a... pelo. Seguía siendo mejor. Cerré los ojos de nuevo, y caí dormido casi al instante.
Desperté dos horas después. Para entonces, ya podía moverme bien. Y lo primero que hice fue rascarme frenéticamente. Todo el cuerpo. Me faltaban garras. Me restregué contra la cama. La pared no me serviría. Gruñí, y me levanté, aún rascándome. Ah, mierda. Sentí un frescor extraño, seguido de un escozor, y me detuve. Me estaba provocando heridas.
Examiné mi cuerpo, y esbocé una mueca. Partes de mi pelaje estaban teñidas de un color rosado. Especificamente, las partes que me picaban. Palpé la zona, y noté un ligero relieve. Genial. Más síntomas de que me estaba muriendo. No había mejor manera de alegrarme la mañana.
Alguien llamó a mi puerta, dos veces. Gruñí algo indistinguible, y la puerta se abrió. Dann, como cada mañana.
-Debilidad muscular, aliviada por tu veneno. Nauseas ligeras. Malestar normal. Ni dolor de cabeza, ni fiebre.- recité la lista de síntomas. El brujo se había empeñado en que hiciese eso, solo para averiguar si algo cambiaba. Me volví a rascar. -Pero esto es nuevo. Sarpullidos. ¡Grr! Haz algo.- ladré, aún intentando aliviarme.
-¿...sarpullidos? ¿Solo en el cuerpo?- Dann chasqueó la lengua. -Agradece que no se te haya parado el corazón.- Le taladré con la mirada. Parecía estar tomándose eso como una broma, lo cual era inusual. -...deja de rascarte.-
-¡Deja tu de respirar, bastardo!- respondí, irritado. El brujo rió ligeramente y alzó las manos en gesto aplacador.
-Vale, vale... espera aquí.-
Doce minutos después, volvió a aparecer en mi puerta, esta vez con un montón de vendas en la mano.
-...me tomas el pelo.-
-Es lo único que se puede hacer, la verdad. Al menos así no te rascarás.-
-Pero quiero rascarme.- repliqué, frunciendo el ceño.
-Deja de ser un crío y ponte las vendas donde te pique.- ¿Por qué era todo el mundo tan capullo conmigo cuando estaba enfermo? Tomé las vendas. Eran más pesadas de lo que esperaba. Y estaban... húmedas. Y algo cálidas al tacto. Ladeé la cabeza. -Manzanilla.-
-¡Manzanilla! ¿Con todas las pociones extrañas y mejunjes que conoces, vas y me traes TÉ?-
-La manzanilla no se usa solo en té.- me corrigió.- Pero sí. ¿Vas a hacerme caso, o quieres seguir sufriendo?-
Suspiré y enrollé las vendas en torno a los sarpullidos, tratando de localizarlos todos. Era algo incómodo, y repugnante. Las vendas estaban pegajosas, pero al menos la humedad aliviaba un poco.
-No te las quites. Y no te rasques.-
-Si, ya...- musité, tumbándome sobre la cama.
Pero estaba incómodo. Y lo que era peor, me aburría. No había tenido nada que hacer en días. El único motivo por el que estaba allí era que el grupo se había empeñado en que duermiese en una cama blanda para variar. Como si eso fuese a ayudar. Claro, que estaba llevando vendas mojadas en té.
"Seguro que la cura para la pandemia es en realidad agua con azúcar, pero nadie lo ha descubierto porque no se les ha ocurrido." pensé, asomándome a la ventana. Hacía un buen día. El calor asfixiante empezaba a desaparecer... tenía que salir. Aún me sentía enfermo, pero eso no me iba a detener. Por moribundo que estuviese, me negaba a quedarme encerrado en una habitación.
Salí de aquella prisión, y me dirigí a la puerta de al lado. Golpeé la puerta con el puño y abrí.
-Prepárate. Vamos a salir. Ve armado.-
-¿Qué...?- Syl me miró, frunciendo el ceño. El felino estaba sentado en su cama, examinando su ballesta. -No. ¿Por qué?
-Porque quiero trabajar. Tengo que hacer ejercicio, derramar sangre. Y me aburro. ¿Vienes, o voy solo?- pregunté, estirando los brazos y piernas. Hice crujir algunos de mis huesos, provocando un placentero "crack". Las vendas eran algo restrictivas, pero aún podía manejarme.
-...no te voy a convencer de que no, ¿eh?- suspiró. -Venga, vale... yo también me aburro, la verdad.- confesó, moviendo la cola ligeramente. -¿Seguro que estás lo suficientemente bien como para...?-
-Perfectamente. Nunca me he sentido más vivo.- mentí, volviendo a mi habitación y recogiendo mi espada y armadura. Una vez preparado, bajamos las escaleras de la posada, y nos reencontramos con Dann.
__________________________________________________________________________________________
-Sé que quieres hacer algo, pero... ¿Simas?- murmuró el gato. -Es... arriesgado. Casi nos la juega la última vez.-
-Me pregunto cómo estará Merrigan...-
-Al menos nos ha dicho la pega esta vez. Está chupado, ¿no? Esperamos al agente de Simas, hacemos algo de ruido mientras se cuela dentro, y escapamos una vez salga con la chica. Ah, y el asesino. Matamos al asesino.- repasé. -Simple.-
Un plan sencillo. Nada podía salir mal, ¿verdad?
Asher Daregan
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Caminaba con paso firme, pero tratando de no ser vista. En su condición era más fácil que para muchas otras personas, o animales. Suspiró y metió las manos en la chaqueta de piel oscura y tachonada que había escogido: llevaba las solapas levantadas y un pañuelo oscuro que cubría la mitad de su rostro y el escote, encorsetado. Corrían rumores –y mucho más que rumores– acerca de la plaga, y ciertamente no tenía ganas algunas de experimentar sus efectos en su propia carne. Había visto en las aldeas cercanas a la gran casa de Arathon a muchas personas afectadas, y entre aquello y el pillaje que estaba asolando aquella zona… Empezaba a convertirse en una suerte de caos campante y viviente.
Y de todos modos, no pensaba quedarse quieta; le había costado mucho salir del pozo de desesperación donde había estado sumida y se había autoimpuesto no volver a caer en él, así que desde entonces había tratado de ejercer el bien desde su posición de vampiro despegada de los suyos.
Claro que ejercer el bien depende siempre del punto de vista de quien lo ejerce. “El bien. El maldito y dichoso bien… Es muy fácil hablar de hacer el bien cuando no te pones en el maldito pellejo del otro” –se dijo a sí misma. Resopló–. “Y cuando resulta que el bien sigue unas putas normas que te reportan beneficios... ¿Qué importa lo que le ocurra a los demás?”
Aquello era una maldita jungla. Una jungla en la que había aprendido que si querías comer en paz, tenías que buscarte tu comida y tu propio sitio con unos intereses escandalosos. ¿Dinero? Eso era lo de menos… ¿Tu familia? ¿La posibilidad de tenerla? ¿Tu reputación? O incluso tu propio carácter, tu propio yo. La supervivencia te enseña que tú, no siempre eres necesario. De hecho, eres un parásito para todo cuanto te rodea. Así que si te descuidas, la jungla te come. ¿Qué precio tienes que pagar para vivir en paz?
Claro que… ¿Quién quiere vivir en paz?
Sonrió de lado cuando llegó al local sobre el que colgaba un letrero raído y oxidado, había llegado por fin. Días atrás, recién terminado el altercado en el bosque, había llegado a sus oídos mientras descansaba en una taberna a las afueras que un tal Simas pagaría bien por colaborar en un trabajo fácil, cerca de allí y supuestamente sin complicaciones. ¡Ja! Rescatar a una muchacha, y huir de allí. Sigilo y rapidez. Era lo suyo. Así que pese a que se las había apañado para contactar con él, no había accedido a desvelar nada hasta ese mismo día, cuando se suponía que pediría las señas del lugar en aquella misma posada a la que estaba llegando.
Entró en el local sacudiendo de los hombros las gotas de lluvia que habían empezado a caer y buscó al tabernero con la mirada. Se apoyó en la barra y bajó el embozo de la cara, mirándole fijamente.
–Cerveza –pidió, y aguardó a que el hombre, callado y de mirada turbia, depositara la jarra delante de ella en la madera enmohecida con un gruñido–. Soy Ébano.
–¿Sí? –contestó con la voz ronca.
Alzó una ceja mientras él se decidía si creerla o no, valorando si lo que decía era cierto, o quizá, si podía sacar algo de aquella situación. Tampoco parecía muy resuelto a aprovecharse, dada la palidez que pareció recorrer lentamente la tez de su rostro… Claro que si bien ella no era para tanto… El tal Simas parecía tener extendido todo un imperio de estraperlo y correrías. No le costaba mucho imaginar al pobre hombre sufriendo en manos de su improvisado jefe.
–Sí, bueno. Aquí tiene.
Cogió la nota que le extendía el tabernero –del que dudaba seriamente que supiera leer o escribir–, apuró la jarra de cerveza y salió tras dejar un par de monedas en la barra. Leyó atentamente la nota y la hundió en un barril atestado de agua que había en una esquina. Volvió a cubrirse el rostro y emprendió la marcha.
Según había acordado con el hombre –taimado, de ojillos de comadreja y ungüentos aceitosos–, le esperaba cierta ayuda para realizar aquella tarea. De la ciudad de Lunargenta salían distintos caminos: debía coger el del norte y después la tercera bifurcación a la derecha. Pasar un robledal y aguardar en un claro a dos metros del sendero principal.
Mientras recorría aquel camino, en silencio, y con la Luna alta en el cielo se preguntó si debía haber traído a Belial con ella. O quizás a Ophelia. “Demasiado escandalosas” –se dijo. Se rasco debajó del moño y harta de él, lo soltó dejando que el pelo cubriera sus hombros. Se aproximaba al final del robledal, cuando sacó los dos cuchillos de ambas botas y los encajaba bien en el cinto. ¿Sería algún tipo de trampa? ¿Un trabajo suicida? Bah… Se hacía aquellas preguntas pero no esperaba respuesta. El riesgo era de las pocas cosas placenteras que quedaban en su vida.
Y después, de todo, hemos venido a jugar.
Y de todos modos, no pensaba quedarse quieta; le había costado mucho salir del pozo de desesperación donde había estado sumida y se había autoimpuesto no volver a caer en él, así que desde entonces había tratado de ejercer el bien desde su posición de vampiro despegada de los suyos.
Claro que ejercer el bien depende siempre del punto de vista de quien lo ejerce. “El bien. El maldito y dichoso bien… Es muy fácil hablar de hacer el bien cuando no te pones en el maldito pellejo del otro” –se dijo a sí misma. Resopló–. “Y cuando resulta que el bien sigue unas putas normas que te reportan beneficios... ¿Qué importa lo que le ocurra a los demás?”
Aquello era una maldita jungla. Una jungla en la que había aprendido que si querías comer en paz, tenías que buscarte tu comida y tu propio sitio con unos intereses escandalosos. ¿Dinero? Eso era lo de menos… ¿Tu familia? ¿La posibilidad de tenerla? ¿Tu reputación? O incluso tu propio carácter, tu propio yo. La supervivencia te enseña que tú, no siempre eres necesario. De hecho, eres un parásito para todo cuanto te rodea. Así que si te descuidas, la jungla te come. ¿Qué precio tienes que pagar para vivir en paz?
Claro que… ¿Quién quiere vivir en paz?
Sonrió de lado cuando llegó al local sobre el que colgaba un letrero raído y oxidado, había llegado por fin. Días atrás, recién terminado el altercado en el bosque, había llegado a sus oídos mientras descansaba en una taberna a las afueras que un tal Simas pagaría bien por colaborar en un trabajo fácil, cerca de allí y supuestamente sin complicaciones. ¡Ja! Rescatar a una muchacha, y huir de allí. Sigilo y rapidez. Era lo suyo. Así que pese a que se las había apañado para contactar con él, no había accedido a desvelar nada hasta ese mismo día, cuando se suponía que pediría las señas del lugar en aquella misma posada a la que estaba llegando.
Entró en el local sacudiendo de los hombros las gotas de lluvia que habían empezado a caer y buscó al tabernero con la mirada. Se apoyó en la barra y bajó el embozo de la cara, mirándole fijamente.
–Cerveza –pidió, y aguardó a que el hombre, callado y de mirada turbia, depositara la jarra delante de ella en la madera enmohecida con un gruñido–. Soy Ébano.
–¿Sí? –contestó con la voz ronca.
Alzó una ceja mientras él se decidía si creerla o no, valorando si lo que decía era cierto, o quizá, si podía sacar algo de aquella situación. Tampoco parecía muy resuelto a aprovecharse, dada la palidez que pareció recorrer lentamente la tez de su rostro… Claro que si bien ella no era para tanto… El tal Simas parecía tener extendido todo un imperio de estraperlo y correrías. No le costaba mucho imaginar al pobre hombre sufriendo en manos de su improvisado jefe.
–Sí, bueno. Aquí tiene.
Cogió la nota que le extendía el tabernero –del que dudaba seriamente que supiera leer o escribir–, apuró la jarra de cerveza y salió tras dejar un par de monedas en la barra. Leyó atentamente la nota y la hundió en un barril atestado de agua que había en una esquina. Volvió a cubrirse el rostro y emprendió la marcha.
Según había acordado con el hombre –taimado, de ojillos de comadreja y ungüentos aceitosos–, le esperaba cierta ayuda para realizar aquella tarea. De la ciudad de Lunargenta salían distintos caminos: debía coger el del norte y después la tercera bifurcación a la derecha. Pasar un robledal y aguardar en un claro a dos metros del sendero principal.
Mientras recorría aquel camino, en silencio, y con la Luna alta en el cielo se preguntó si debía haber traído a Belial con ella. O quizás a Ophelia. “Demasiado escandalosas” –se dijo. Se rasco debajó del moño y harta de él, lo soltó dejando que el pelo cubriera sus hombros. Se aproximaba al final del robledal, cuando sacó los dos cuchillos de ambas botas y los encajaba bien en el cinto. ¿Sería algún tipo de trampa? ¿Un trabajo suicida? Bah… Se hacía aquellas preguntas pero no esperaba respuesta. El riesgo era de las pocas cosas placenteras que quedaban en su vida.
Y después, de todo, hemos venido a jugar.
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Ébano
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Desenvainé mi espada. ¿Por qué habiamos tenido que esperar hasta la noche...? Aquellas cosas se podian hacer en cualquier momento. No estaba lo suficientemente cerca de la ciudad como para que llegasen guardias a investigar, salvo que hiciesemos un ruido excesivo.
Lancé un par de tajos al aire, para calentar. Esa sortija mágica que había recibido encajaba perfectamente con la espada, y prácticamente no tenía peso, pero aun así se me hacia raro. No me iba a quejar, por supuesto. Los encantamientos que poseía eran más poderosos de lo que había imaginado. No era algo que pudiese fabricar con mis runas.
-Si hubiesemos empezado al llegar, ya habríamos rescatado a la chica... y quemado la guarida.- comentó Syl desde lo alto. Siempre me preguntaba si sentía cierta superioridad al mirarnos desde la cima de un árbol.
-Pero tampoco estaria mal pasar un tiempo sin derramar sangre... para variar.- replicó el brujo. -Si el agente se cuela y la saca sin ser visto, nos ahorramos todo eso.-
-¿Te dan lástima, Dann? No son más que escoria criminal.- dije, lanzando un tajo al cuello de un enemigo invisible. Corregí mi postura. A dos manos tenía más control sobre la espada.
-¿No somos nosotros lo mismo?-
-Si, pero nosotros no damos pena. Secuestrar a una persona... tch.
-¿Demasiado bajo para ti?- Syl sonaba divertido, por alguna razón.
-Demasiado ineficiente. Es mejor extorsionar directamente, amenazar con cortarle un dedo, arrancarle la cabeza... más rápido, menos preocupación para todos y mucho menos costoso.- aclaré, sonriendo. Satisfecho con mi ligero calentamiento, enfundé mi arma y examiné el árbol sobre el que estaba Syl. Me encaramé a una de las ramas más gruesas, trepándola con cuidado. La madera emitió un quejido.
-No hagas el tonto. No puedes subir tan alto.-
-¡Eso para mi es...- agité los brazos, casi perdiendo el equilibrio. Lo recuperé a tiempo y salté a otra rama. -...un desafío!-
-Creo que dice más bien que no es físicamente posible. Pesas demasiado.-
-¿...me estás llamando gordo?- respondí, con tono ofendido. Miré alrededor. -Necesito una de esas piñas para lanzar.-
-Busca en Sandorai. Estos son robles.- sonrió Dann. Una bellota voló hacia su cabeza, golpeándole en la frente y borrándole la sonrisa.
-...buena punteria.-
-¡La próxima vez, te lanzaré una runa, listillo!- grité, ascendiendo aún más. Finalmente, llegué a la misma rama que mi compañero felino. -He ganado.-
-Enhorabuena. Pero no te acerques mucho o vas a partir la rama.- dijo, mirando su asiento con preocupación.
Miré al gato. Él me miró a mi, y luego a mi pie, que apoyó un poco más de peso en la rama. La madera se movió ligeramente, arqueandose. Esbocé una sonrisa cruel.
-¿Tu crees?- pregunté.
-No. No, que va. Para nada.- rectificó. -Asher. No. Ni se te ocu- NO, PARA.-
-Sería tan fácil...-
-Tu también te vas a caer. Y no caerás tan bien como yo.-
-¡Si, tiende a no caer bien nunca!-
Maldito Dann. ¿Desde cuando era tan rápido?
Suspiré, y cedí, alejandome de la rama. Syl respiró, aliviado... hasta que salté junto a él con todo mi peso. La rama se dobló. Era más flexible de lo que creía.
-...que decepción.-
-Te odio.-
Le guiñé un ojo al felino, y comencé a bajar del árbol, dejandome caer sobre las partes más gruesas del árbol. Una vez nos tranquilizamos un poco, me senté en el suelo, aún esperando al tipo de Simas. Dannos sacó su ocarina, y empezó a tocar algunas melodias cortas.
Aquello debía sonar tétrico. Un eco musical viniendo de un claro, ahí, en el bosque... pasaron los minutos.
-¡Chist!- advirtió Syl, poniendose en guardia. Agité una oreja y agudicé el oído. Pasos. ¿El asesino, o el agente? Desenvainé mi espada, y señalé a Dann para que retrocediese. El gato desapareció entre las copas de los árboles, buscando una posición mejor. Finalmente, llegó. Una mujer. La medí con la mirada, a una distancia prudente. Era... bastante bajita. Pequeña. Útil para colarse en lugares, supuse. O para clavarle una daga por la espalda a alguien. Pude discernir algo de pelo rubio, incluso en la oscuridad.
-¿Sueñan los buhos?- pregunté. Era difícil tomárselo en serio, pero aquel era el código que me había dado Simas para reconocer a su "empleado". O, al menos, para distinguirlo de la persona que intentase matarme. Miré a la mujer, esperando una reacción. Si sabía que decir, podría relajarme. Si no... Syl tenía la ballesta preparada.
Asher Daregan
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
A lo lejos podía ver unas luces tenues en la falda de una montaña, no muy lejos, calculaba que entre los dos puntos anaranjados suspendidos en la oscuridad y su posición se extendía un kilómetro, más o menos. A fin de cuentas, se movía mejor que muchos en la oscuridad, de algo tenía que valer su maldición.
Sólo escuchaba el crujido que hacían los cantos rodados bajo sus botas y un grillo solitario que trataba de sobreponerse al ulular de algún ave. Miró a la Luna de nuevo: cerca de un par de horas para media noche. “Eso es buena señal, implica que he tardado lo que estaba previsto en llegar aquí. Ergo, no me han mentido. Eso implica una probabilidad menos de que toda esta mierda sea una trampa”
Suspiró. No estaba del todo segura, no había sobrevivido siendo confiada. Caminó hasta pasar la mitad del sendero que recorría el robledal y se paró a escuchar. Había un murmullo lejano. Siguió el camino al claro y conforme lo recorría, comprobó que el sonido se acrecentaba. Parecía… sonido de… ¿plantas? ¿Ramas? Y una especie de murmullo de fondo con lo que parecía un sonido tenue y fino, agradable. Frunció el ceño, intranquila.
O bien eran problemas, o quienes la esperaba. No tenía muy claro que armar jaleo fuera lo mejor… Tenía el claro a su altura ya así que salió del sendero y se fue adentrando con los músculos alerta, los dos cuchillos localizados y los sentidos a flor de piel. El sonido enmudeció. Sonrió. Y el claro apareció ante ella al cabo de unos minutos.
Era una sonrisa tenue, no demasiado expresiva, lo justo para advertir que no era una cualquiera, y que sabía dónde se encontraba y por qué. Y ante sus ojos apareció un individuo peludo, alto –muy alto– y tatuado. Cabría destacar que parecía un lobo.
Ladeó el rostro mientras lo observaba, entrecerrando levemente los ojos. Detrás del hombre cánido, se adivinaba otro hombrecillo, con un ligero aroma a azufre. ¿Magia, quizás? No quería precipitarse, ni estaba dispuesta a ello. Se cruzó de brazos y examinó las alturas con una ceja levantada: en ese punto, estaba casi segura de que aquellos eran los compañeros de los que le había hablado Simas, pero también podría tratarse de una desagradable casualidad. Como fuere, la duda se disipó pronto.
–¿Sueñan los búhos?
–Sólo cuando llegan las pesadillas –dijo, esbozando una sonrisa más amplia, con los ojos brillando por lo que estaba por llegar. Extendió una mano dispuesta a estrechar la zarpa humanoide de él en un apretón firme–. Soy Ébano. Y esta noche voy a agilizar las cosas.
Se rozó con la lengua los colmillos y volvió a echar un vistazo al cielo. –Calculo que tenemos unas… cinco horas. Y un par más si somos eficaces.
Abrió la boca, dispuesta a continuar hablando, cuando un tercer rastro se interpuso entre el familiar olor de animal y al del azufre. Frunció la boca y alzó ligeramente el mentón cuando volvió a pronunciarse.
–¿Estamos todos? –alzó las cejas, incidiendo en la pregunta subyacente a la que había hecho y se movió para observar con más claridad al hombre que había detrás del hombre bestia, aguardando.
Sólo escuchaba el crujido que hacían los cantos rodados bajo sus botas y un grillo solitario que trataba de sobreponerse al ulular de algún ave. Miró a la Luna de nuevo: cerca de un par de horas para media noche. “Eso es buena señal, implica que he tardado lo que estaba previsto en llegar aquí. Ergo, no me han mentido. Eso implica una probabilidad menos de que toda esta mierda sea una trampa”
Suspiró. No estaba del todo segura, no había sobrevivido siendo confiada. Caminó hasta pasar la mitad del sendero que recorría el robledal y se paró a escuchar. Había un murmullo lejano. Siguió el camino al claro y conforme lo recorría, comprobó que el sonido se acrecentaba. Parecía… sonido de… ¿plantas? ¿Ramas? Y una especie de murmullo de fondo con lo que parecía un sonido tenue y fino, agradable. Frunció el ceño, intranquila.
O bien eran problemas, o quienes la esperaba. No tenía muy claro que armar jaleo fuera lo mejor… Tenía el claro a su altura ya así que salió del sendero y se fue adentrando con los músculos alerta, los dos cuchillos localizados y los sentidos a flor de piel. El sonido enmudeció. Sonrió. Y el claro apareció ante ella al cabo de unos minutos.
Era una sonrisa tenue, no demasiado expresiva, lo justo para advertir que no era una cualquiera, y que sabía dónde se encontraba y por qué. Y ante sus ojos apareció un individuo peludo, alto –muy alto– y tatuado. Cabría destacar que parecía un lobo.
Ladeó el rostro mientras lo observaba, entrecerrando levemente los ojos. Detrás del hombre cánido, se adivinaba otro hombrecillo, con un ligero aroma a azufre. ¿Magia, quizás? No quería precipitarse, ni estaba dispuesta a ello. Se cruzó de brazos y examinó las alturas con una ceja levantada: en ese punto, estaba casi segura de que aquellos eran los compañeros de los que le había hablado Simas, pero también podría tratarse de una desagradable casualidad. Como fuere, la duda se disipó pronto.
–¿Sueñan los búhos?
–Sólo cuando llegan las pesadillas –dijo, esbozando una sonrisa más amplia, con los ojos brillando por lo que estaba por llegar. Extendió una mano dispuesta a estrechar la zarpa humanoide de él en un apretón firme–. Soy Ébano. Y esta noche voy a agilizar las cosas.
Se rozó con la lengua los colmillos y volvió a echar un vistazo al cielo. –Calculo que tenemos unas… cinco horas. Y un par más si somos eficaces.
Abrió la boca, dispuesta a continuar hablando, cuando un tercer rastro se interpuso entre el familiar olor de animal y al del azufre. Frunció la boca y alzó ligeramente el mentón cuando volvió a pronunciarse.
–¿Estamos todos? –alzó las cejas, incidiendo en la pregunta subyacente a la que había hecho y se movió para observar con más claridad al hombre que había detrás del hombre bestia, aguardando.
Ébano
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Miré a la mujer, dubitativo. Una vampiresa. Me pregunté si el gato había visto los colmillos. Si lo conocía, (y lo conocía), estaría atento a todos sus movimientos. Primero las manos, y luego la expresión facial, en busca de cualquier signo de duda o nervios. Aún así, sería dificil distinguir unos colmillos desde esa distancia.
Suspiré, llevándome la mano a la frente. Aquello iba a complicar las cosas. No por mi, claro. Me daba igual lo que comiese la gente, o lo mucho que saliese de día, o si envejecían o tenían magia oscura a su disposición... eran detalles insignificantes. Bueno, eso último era más importante. La cuestión era que a mi no me molestaba, pero a Syl...
Le estreché la mano a la mujer. Ébano. Si, ya. Definitivamente su nombre.
-Yo soy... Marfil.- dije, esbozando una sonrisa lupina. Casi me pegaba, con el color de mi pelaje. Me costó mucho no romper en carcajadas en ese momento. Y supuse que al brujo de detrás también. Daba igual. Tenía todo el derecho del mundo a presentarme con ese nombre.
Miré a la posición del gato, o más bien, en la que suponía que estaba. Moví mi mano, apuntándome a la cara con indice, corazón y pulgar extendidos. Segundos después, las ramas de un árbol cercano se agitaron, y Syl cayó a mi lado, de pie.
-Si, estamos todos.- dije, mirando al felino. Estaba tenso. Podía verlo. Cuando se pasa tanto tiempo con alguien, uno se da cuenta de algunas cosas. El gato hacía un trabajo excelente en ocultarlas, pero había algunas de las que no era consciente, o no quería o podía evitar. Sus brazos se mantenían en guardia, con el izquierdo siempre apoyado en su costado con fácil acceso a la daga de su espalda. El derecho solía ser más expresivo. Moverse más. Después de todo, era el que iba a sacar su ballesta si...
-¿Vamos?- preguntó la voz a mi espalda, sacándome de mis pensamientos. -Yo me llamo Dann.- dijo, mirando brevemente a la vampiresa. Se apoyó sobre su lanza y nos hizo un gesto con la cabeza.
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No tardamos más de unos minutos en llegar. Honestamente, esos tipos habían hecho un trabajo horrible en limpiar su rastro. Había señales muy claras de cuales eran los caminos que más usaban. Aquello sería fácil.
La guarida en si era bastante pequeña. Casi una agradable casa de madera. La clase de lugar en el que esperabas encontrar una amable anciana que se dedicaba a cuidar animales heridos y coser prendas para sus nietos mientras tarareaba una alegre cancioncilla, invitar a desconocidos a tomar el té en su casa...
Y, a juzgar por las calaveras clavadas en estacas que rodeaban la entrada, los envenenaba, descuartizaba y se los comía aún cubierta en su sangre.
-Que clase.- comenté. -Cráneos. Muy original. ¿Que es lo siguiente? ¿Un mensaje en sangre que dice "No te acerques o muere"?- resoplé. Lamentablemente, no había uno. Pero en mi cabeza, lo atribuí a que no sabian leer o escribir.
-Parece una trampa. Es demasiado evidente.- advirtió Syl.
-Si, veo lo que quieres decir. No están ocultando que son bandidos. Como si no tuviesen miedo.- murmuró el brujo.
-¿Por qué iban a tenerlo? Con Lunargenta en manos de los...- hizo una pausa. -...la guardia no tiene tiempo para ir a por ellos.
-Sea como sea, tenemos que movernos. Pero no lo entiendo. Es demasiado pequeña para ser una guarida de un grupo armado. ¿Syl?-
El felino asintió, y empezó a acercarse a la vivienda mientras el resto permaneciamos ocultos entre los árboles, aún en guardia. Las ventanas no estaban cubiertas. El gato se asomó discretamente, y poco a poco. Olfateó el aire y se mantuvo unos segundos quieto, como si esperase algo. Pero, finalmente, relajó su postura y nos hizo una señal para que nos acercasemos.
-Está vacía. Nadie vive aquí.- aseguró. -Pero si hay huellas que vienen hacia aquí, y el olor de distintas personas.- asentí. También lo notaba, aunque no era algo extraño en ese lugar. -Pero las huellas solo vienen. ¿Entendeis?-
-Debe haber otra salida. Y, por lo tanto, un pasadizo. Tal vez bajo tierra... está de espaldas a la montaña, así que tal vez se meta en una cueva.Vale, el plan... tenemos que hacer algo de ruido y llamar su atención para que Ébano pueda colarse por la otra entrada. Esta es la más expuesta, seguramente, asi que si esperan problemas, será por aquí. Así que nosotros tres nos quedamos, y...-
-No. Yo voy con ella.- interrumpió Syl. -No sabemos donde está la entrada. Yo puedo encontrarla, fácilmente.- aseguró. Por supuesto, no era el único motivo. No se fiaba. No me gustaba mucho la idea de que se separase del resto, pero ninguno de los demás podía ocultarse tan bien como él, y parecía estar empeñado en que alguien vigilase a la mujer.
-...no estoy seguro de que sea buena idea.- confesé, apretando los dientes.
-¿Que dice ella?- intervino Dann. -En principio es ella la que iba a colarse, ¿no? Debería decidir también.- Las miradas se tornaron hacia Ébano, aguardando una respuesta.
Asher Daregan
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Guardó silencio. Se le notaba a la legua al perro que estaba inquieto, claro que estaba exasperantemente acostumbrada a esa reacción entre quienes la conocían. No le ocurría a todo el mundo, pero para muchos lo más halagüeño no era toparse con un vampiro en plena noche y que para más inri, va a ser tu contacto.
En momentos como aquel, tenía que recordarse a sí misma para qué había acudido a aquel trabajillo. Oh, un momento. ¿Para qué?
…
Ni siquiera lo tenía claro. Apretó firmemente la mano peluda que le tendía el tal Marfil y le lanzó una mirada helada. ¿Así que un graciosillo, ah?
Sin embargo hacía tiempo que había aprendido que a pesar de los fanfarrones que abundaban por los caminos, si alguien se mostraba tan suelto, tan cínico y tan propenso a enredarse en un asunto como aquel, no tenía que subestimarlo. Así que siguió guardando silencio. Asintió a modo de saludo al hombre que destilaba azufre, el que pareció romper el cuadro de tensión y que se presentó como Dann.
El que no le había quitado ojo de encima, y que había hecho patente su preocupación en su cuerpo, era el gato. El gato. Claro, por eso había olido algo más pero no lo había visto. “Astuto” –pensó para sí–. “Igual, o puede que más que el resto…”. No había mediado palabra, y podía sentir su atención enfocada en ella. No se fiaba de la mujer, lo cual no le extrañaba. Pero no dejaba de sentarle mal que todo el mundo viera antes sus colmillos que su persona. Tampoco pensaba alterar su comportamiento: estaba habituada, sabía que andarse con aclaraciones o con reacciones de vampiro despechado solo le haría perder el tiempo, y no estaban allí para pasear. Decidió callar, observar, y caminar con ellos hasta el sitio en cuestión.
Claro que saber todo eso no le impedía cabrearse al ver que todo el maldito mundo tenía la misma reacción. El enfado le sería útil como reserva de adrenalina.
Cuando llegaron, se sorprendió al encontrar la cabaña con tanta calidez en el interior, con luces, sin molestarse en ocultarlas y sobre todo, con aquel jardín tan… Peculiar.
–Qué clase –comenté–. Cráneos. Muy original. ¿Qué es lo siguiente? ¿Un mensaje en sangre que dice "No te acerques o muere"?
La mujer sonrió ante el comentario, sin poder evitarlo. Lo cierto era que tenía razón.
–Parece una trampa. Es demasiado evidente –dijo el gato.
–Suspicaz –masculló para sí misma, levantando las cejas.
–Sí, veo lo que quieres decir. No están ocultando que son bandidos. Como si no tuviesen miedo.- murmuró el brujo.
–¿Por qué iban a tenerlo? Con Lunargenta en manos de los... – hizo una pausa–...La guardia no tiene tiempo para ir a por ellos.
–Sea como sea, tenemos que movernos. Pero no lo entiendo. Es demasiado pequeña para ser una guarida de un grupo armado. ¿Syl?
Se movió por los alrededores, entre los árboles, observando la casa mientras el hombre gato hacía lo propio cerca de las ventanas. Si no se equivocaba, todos y cada uno de los allí presentes se había dado cuenta de que algo no cuadraba. ¿Para qué iban a tener tanta luz y tanta parafernalia macabra allí puesta? Entrecerró los ojos, escuchando lo que decían a la vuelta del tal Syl.
–Está vacía. Nadie vive aquí. Pero sí hay huellas que vienen hacia aquí, y el olor de distintas personas. Pero las huellas solo vienen. ¿Entendéis?
Asintió con la cabeza. También era consciente de diferentes olores pululando por allí. Y el asunto de las huellas era esclarecedor.
–Debe haber otra salida. Y, por lo tanto, un pasadizo. Tal vez bajo tierra... está de espaldas a la montaña, así que tal vez se meta en una cueva. Vale, el plan... tenemos que hacer algo de ruido y llamar su atención para que Ébano pueda colarse por la otra entrada. Esta es la más expuesta, seguramente, así que si esperan problemas, será por aquí. Así que nosotros tres nos quedamos, y...
¿Por qué tenía la sensación de que sería flagrantemente ignorada si intervenía? Aquello parecía una especie de… Charla, coloquio, programado. Ahg. Empezaba a sentirse realmente mal. Y cabreada.
–No. Yo voy con ella –dijo el gato–. No sabemos dónde está la entrada. Yo puedo encontrarla, fácilmente.
–Oh, nuestra salvación –resopló ella.
–....no estoy seguro de que sea buena idea –replicó el perro.
–¿Que dice ella? –dijo por fin, el que intuía brujo–. En principio es ella la que iba a colarse, ¿no? Debería decidir también.
–Bueno, menos mal. Ya pensaba que había venido aquí para nada –se cruzó de brazos, impaciente–. Yo creo que está claro que quieren hacer ver que no esperan que venga nadie, como habéis dicho, por el estado de la ciudad. Sin embargo por mucho esté plagada de vampiros, es poco probable que alguien se exponga así, es como la entrepierna adornada con farolillos de una doncella en medio de un camino oscuro. No. Es un señuelo, en mi opinión. Pasa algo. Lo que quiero decir es que nadie que tenga montado negocios sucios es tan tonto como para “anunciarse” de ese modo. Así que yo creo que algo huele fatal.
Guardó silencio y los miró, uno a uno. Estaba molesta.
–Alabastro tiene razón –dijo, señalando con el mentón al perro–. No sé si lo mejor es separarnos, en caso de que esté en lo cierto. Las huellas van en una única dirección, como habéis dicho. Habríamos de estar ciegos para no verlo. La casa no parece muy firme, así que seguramente habrá una trampilla hacia abajo. Estamos cerca de la ciudad, pondría la mano en el fuego y apostaría por que se trata de túneles que conectan con suburbios, y si es así, no creo que vaya a ser un paseo en un jardín. Si os quedáis fuera, ya seáis cuatro o tres si el gato insiste en pegarse a mi cuello, creo que tenéis más papeletas de salir escaldados. ¿Qué hay de parapetarse dentro de la casa? Como él ha dicho, está vacía. Os daría ventaja para verlos venir, y para bloquear la segunda entrada.
Sacó los dos cuchillos de sus fundas y se abrió la chaqueta, para ganar movilidad.
–Oh, y… no necesito una niñera, sé lo que me hago. Si no te fías de mí, porque apestas a desconfianza por los cuatro costados, dilo abiertamente –le dijo a Syl–. Entra si crees que será útil, y no como un adolescentes desconfiado.
Guardó silencio unos instantes y ladeó la cabeza, mirándolos.
–Tengo dientes y bebo sangre, pero a vosotros tampoco se os ve pinta de santurrones y sin embargo estáis aquí para ayudar a una muchacha –levantó una ceja antes de darles espalda para dirigirse hacia la casa–. Igual que la mayoría no vamos por ahí merendando niños, ni… desangrando sin ton ni son... –no todos al menos– ...las cosas no son blancas o negras. No hemos venido a aparentar, señores.
Sujetaba los cuchillos aunque con los últimos tiempos se había dado cuenta de que prefería usar las manos y los dientes para pelear, si era sigilosa –que lo era–, bastaba con el factor sorpresa y la fuerza con la que la había "bendecido" su maldición. Pendiente de cualquier detalle que encontrara, llegó a la puerta. Las ventanas estaban sucias, pero no tanto como para ocultar la luz que se escapaba del interior por los cristales y los quicios de ventanas y puerta. La presionó sin ánimos de abrirla del todo: cedía. Bien. Abierta. O pensándolo mejor... Quizá no era tan buen asunto. Cada vez creía más que se trataba de una trampa. La pregunta ahora era, ¿para ellos? ¿Les esperaban? ¿Se lanzarían de cabeza a ella?
Una voz interna, le decía que sí. Gruñó mientras pensaba aquello y esperaba las decisiones de los demás.
En momentos como aquel, tenía que recordarse a sí misma para qué había acudido a aquel trabajillo. Oh, un momento. ¿Para qué?
…
Ni siquiera lo tenía claro. Apretó firmemente la mano peluda que le tendía el tal Marfil y le lanzó una mirada helada. ¿Así que un graciosillo, ah?
Sin embargo hacía tiempo que había aprendido que a pesar de los fanfarrones que abundaban por los caminos, si alguien se mostraba tan suelto, tan cínico y tan propenso a enredarse en un asunto como aquel, no tenía que subestimarlo. Así que siguió guardando silencio. Asintió a modo de saludo al hombre que destilaba azufre, el que pareció romper el cuadro de tensión y que se presentó como Dann.
El que no le había quitado ojo de encima, y que había hecho patente su preocupación en su cuerpo, era el gato. El gato. Claro, por eso había olido algo más pero no lo había visto. “Astuto” –pensó para sí–. “Igual, o puede que más que el resto…”. No había mediado palabra, y podía sentir su atención enfocada en ella. No se fiaba de la mujer, lo cual no le extrañaba. Pero no dejaba de sentarle mal que todo el mundo viera antes sus colmillos que su persona. Tampoco pensaba alterar su comportamiento: estaba habituada, sabía que andarse con aclaraciones o con reacciones de vampiro despechado solo le haría perder el tiempo, y no estaban allí para pasear. Decidió callar, observar, y caminar con ellos hasta el sitio en cuestión.
Claro que saber todo eso no le impedía cabrearse al ver que todo el maldito mundo tenía la misma reacción. El enfado le sería útil como reserva de adrenalina.
Cuando llegaron, se sorprendió al encontrar la cabaña con tanta calidez en el interior, con luces, sin molestarse en ocultarlas y sobre todo, con aquel jardín tan… Peculiar.
–Qué clase –comenté–. Cráneos. Muy original. ¿Qué es lo siguiente? ¿Un mensaje en sangre que dice "No te acerques o muere"?
La mujer sonrió ante el comentario, sin poder evitarlo. Lo cierto era que tenía razón.
–Parece una trampa. Es demasiado evidente –dijo el gato.
–Suspicaz –masculló para sí misma, levantando las cejas.
–Sí, veo lo que quieres decir. No están ocultando que son bandidos. Como si no tuviesen miedo.- murmuró el brujo.
–¿Por qué iban a tenerlo? Con Lunargenta en manos de los... – hizo una pausa–...La guardia no tiene tiempo para ir a por ellos.
–Sea como sea, tenemos que movernos. Pero no lo entiendo. Es demasiado pequeña para ser una guarida de un grupo armado. ¿Syl?
Se movió por los alrededores, entre los árboles, observando la casa mientras el hombre gato hacía lo propio cerca de las ventanas. Si no se equivocaba, todos y cada uno de los allí presentes se había dado cuenta de que algo no cuadraba. ¿Para qué iban a tener tanta luz y tanta parafernalia macabra allí puesta? Entrecerró los ojos, escuchando lo que decían a la vuelta del tal Syl.
–Está vacía. Nadie vive aquí. Pero sí hay huellas que vienen hacia aquí, y el olor de distintas personas. Pero las huellas solo vienen. ¿Entendéis?
Asintió con la cabeza. También era consciente de diferentes olores pululando por allí. Y el asunto de las huellas era esclarecedor.
–Debe haber otra salida. Y, por lo tanto, un pasadizo. Tal vez bajo tierra... está de espaldas a la montaña, así que tal vez se meta en una cueva. Vale, el plan... tenemos que hacer algo de ruido y llamar su atención para que Ébano pueda colarse por la otra entrada. Esta es la más expuesta, seguramente, así que si esperan problemas, será por aquí. Así que nosotros tres nos quedamos, y...
¿Por qué tenía la sensación de que sería flagrantemente ignorada si intervenía? Aquello parecía una especie de… Charla, coloquio, programado. Ahg. Empezaba a sentirse realmente mal. Y cabreada.
–No. Yo voy con ella –dijo el gato–. No sabemos dónde está la entrada. Yo puedo encontrarla, fácilmente.
–Oh, nuestra salvación –resopló ella.
–....no estoy seguro de que sea buena idea –replicó el perro.
–¿Que dice ella? –dijo por fin, el que intuía brujo–. En principio es ella la que iba a colarse, ¿no? Debería decidir también.
–Bueno, menos mal. Ya pensaba que había venido aquí para nada –se cruzó de brazos, impaciente–. Yo creo que está claro que quieren hacer ver que no esperan que venga nadie, como habéis dicho, por el estado de la ciudad. Sin embargo por mucho esté plagada de vampiros, es poco probable que alguien se exponga así, es como la entrepierna adornada con farolillos de una doncella en medio de un camino oscuro. No. Es un señuelo, en mi opinión. Pasa algo. Lo que quiero decir es que nadie que tenga montado negocios sucios es tan tonto como para “anunciarse” de ese modo. Así que yo creo que algo huele fatal.
Guardó silencio y los miró, uno a uno. Estaba molesta.
–Alabastro tiene razón –dijo, señalando con el mentón al perro–. No sé si lo mejor es separarnos, en caso de que esté en lo cierto. Las huellas van en una única dirección, como habéis dicho. Habríamos de estar ciegos para no verlo. La casa no parece muy firme, así que seguramente habrá una trampilla hacia abajo. Estamos cerca de la ciudad, pondría la mano en el fuego y apostaría por que se trata de túneles que conectan con suburbios, y si es así, no creo que vaya a ser un paseo en un jardín. Si os quedáis fuera, ya seáis cuatro o tres si el gato insiste en pegarse a mi cuello, creo que tenéis más papeletas de salir escaldados. ¿Qué hay de parapetarse dentro de la casa? Como él ha dicho, está vacía. Os daría ventaja para verlos venir, y para bloquear la segunda entrada.
Sacó los dos cuchillos de sus fundas y se abrió la chaqueta, para ganar movilidad.
–Oh, y… no necesito una niñera, sé lo que me hago. Si no te fías de mí, porque apestas a desconfianza por los cuatro costados, dilo abiertamente –le dijo a Syl–. Entra si crees que será útil, y no como un adolescentes desconfiado.
Guardó silencio unos instantes y ladeó la cabeza, mirándolos.
–Tengo dientes y bebo sangre, pero a vosotros tampoco se os ve pinta de santurrones y sin embargo estáis aquí para ayudar a una muchacha –levantó una ceja antes de darles espalda para dirigirse hacia la casa–. Igual que la mayoría no vamos por ahí merendando niños, ni… desangrando sin ton ni son... –no todos al menos– ...las cosas no son blancas o negras. No hemos venido a aparentar, señores.
Sujetaba los cuchillos aunque con los últimos tiempos se había dado cuenta de que prefería usar las manos y los dientes para pelear, si era sigilosa –que lo era–, bastaba con el factor sorpresa y la fuerza con la que la había "bendecido" su maldición. Pendiente de cualquier detalle que encontrara, llegó a la puerta. Las ventanas estaban sucias, pero no tanto como para ocultar la luz que se escapaba del interior por los cristales y los quicios de ventanas y puerta. La presionó sin ánimos de abrirla del todo: cedía. Bien. Abierta. O pensándolo mejor... Quizá no era tan buen asunto. Cada vez creía más que se trataba de una trampa. La pregunta ahora era, ¿para ellos? ¿Les esperaban? ¿Se lanzarían de cabeza a ella?
Una voz interna, le decía que sí. Gruñó mientras pensaba aquello y esperaba las decisiones de los demás.
Ébano
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Al parecer la vampiresa tenia cierta actitud. Y ni siquiera había apreciado mi ingeniosa broma. Era evidente que estaba molesta... peor para ella, supuse. Iba a tener que trabajar con nosotros si o si. Enfadarse solo lo haría peor. Aunque si sonreí cuando me cambió el nombre.
Como mínimo, era ingeniosa. Eso si se lo concedía. Nadie dijo nada mientras la mujer continuaba con su discurso. Pero cuando se dirigió a Syl, le miré con cierta cautela. Empezaba a sentir que tenía que intervenir.
-¿Que? ¿Te crees que alguien que no se fia de ti te lo va a decir de buenas?- preguntó, arqueando una ceja. -No seas absurda. Me da igual si te alimentas de personas, aunque eso tampoco es que eso hable a tu favor. Lo que odio es lo que hacéis para ello. Controlarles la cabeza. Usar magia que ni los brujos controlan. -gruñó, clavando un dedo en su dirección.- ¿Como esperas que me fie de alguien que puede hacer eso? ¿Como voy a saber cuando estoy diciendo lo que quiero y no lo que tú me obligas a decir? Y, espíritus, ni siquiera teneis un Guía.- dijo, asqueado.
-Eh, eh, tranquilizaos.- dije, alzando las manos en gesto conciliador. -Vamos a... no meternos en religión, eso está fuera de lugar.- miré a la mujer, y luego a Syl. Era raro, pero estaba mostrándose abiertamente hostil. Su cola se agitaba de lado a lado, y sus ojos despedían desprecio. Parecía estar dispuesto a atacar en cualquier momento.
-¿Como puedes defenderla? Has visto lo mismo que yo. Pregúntale a Irirgo lo que piensa.- bufó. Respiré hondo, pensando en una forma de arreglar eso. Dann estaba mudo, pero tampoco contaba con su ayuda para una situación de eso.
-No todo el mundo es igual. Ni los hombres bestia, ni los vampiros, ni los humanos o brujos. Piensa en... ¿Lyn, quizás? O Dann, aqui mismo. No son como su raza.- dije, poniendo mi mano en su hombro. -No importa. No es necesario tratar con ella, y si nos traiciona podemos matarla allí mismo. Todo saldrá bien.- prometí. Lentamente, el hombre gato se relajó un poco. No dijo nada. Solo asintió ligeramente y miró hacia la puerta.
-No te ofendas por eso último. No le gustan los desconocidos.- me disculpé, encogiéndome de hombros. Había que avanzar. -Bueno, vamos al lío. Continuamos todos juntos hasta que se arme un buen escándalo. En cuanto veáis la oportunidad de desaparecer y flanquearlos, tomadla. Dann y yo aguantaremos hasta que deis la señal.- ordené. La casa no era gran cosa. Al abrirla, lo más notable eran las escaleras en el fondo de la sala que bajaban hasta un sótano. Muy sutil.
Sin otro lugar por el que avanzar, continuamos. En lugar de un sótano, nos encontramos con un tunel, sorprendentemente bien iluminado con antorchas a ambos lados. Era lo suficientemente ancho como para avanzar los cuatro al mismo tiempo, si quisieramos. Por lo demás, estaba bastante vacío, aunque si era bastante más largo de lo que uno esperaría.
Una vez llegamos al fondo, nos encontramos con una gran puerta de hierro, lo suficientemente ancha y gruesa como para tapar el ruido al otro lado. Me detuve enfrente de ella, examinándola cuidadosamente. Había luz al otro lado de la habitación. Olisqueé el aire. Entre la humedad y la tierra, también estaban los olores de varias personas distintas. Humanos, en su mayoría, pero no todos. Desenvainé mi espada, y el resto preparó sus armas.
Por supuesto, no estaba cerrada con llave. No tendría sentido el bloquearla. Sin embargo, cerré el puño y golpeé varias veces la puerta con fuerza.
-¿Que estás...?- interrumpí al gato, llevándome un dedo a la boca. Escuché atentamente, y volví a golpear la puerta. Bomp, bomp, bomp. Voces al otro lado. Inquietud. Miré la luz que podía ver por la parte inferior de la puerta. Llamé de nuevo. Más inquietud. Parte de la luz se apagó, y me eché a un lado, haciéndole una señal al brujo.
Dann pisó el suelo con fuerza, y extendió su brazo. La roca que rodeaba la puerta empezó a resquebrajarse. Un pilar de piedra salió del suelo a gran velocidad, golpeándola y derribándola con fuerza junto al pobre desgraciado que se había detenido frente a ella. Metal y humano volaron varios metros antes de caer. Los gritos empezaron a llegar. Era hora de moverse.
Asher Daregan
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Así que el gato no era lo bastante… Gato como para valerse por sí mismo. ¿De verdad necesitaba que el aparente líder, el señor Cuarzo, tuviera que apaciguarlo con la garantía de mi muerte en caso de problemas?
No creía lo que veía. Es decir… Se había topado con situaciones de desprecio, de desapego y de rechazo, no estaba molesta por eso. Estaba molesta por que la echaran en el mismo saco… Y aún con eso lo que realmente sentía era estupefacción: una mezcla extraña de estupefacción e irritación: era la primera vez que se topaba con un grupo tan… ¿Así?
– “No es necesario tratar con ella”… Habrase visto… –masculló para sí. El hombre perro había empezado estupendamente, y después se había torcido. No obstante, era una de las pocas ocasiones en que se había topado con alguien que decía algo.. ah… Tolerante.
En el interior, trató de retener los detalles. Había un par de pequeños baúles, algún que otro barril, una mesa con sillas desvencijadas y jergones en un lado del suelo. Y los olores. No era común si era un lugar de paso. ¿Significaba que aún estaban allí…? Frunció el ceño y pasaron al túnel.
Había una mezcolanza de olores interesante. Interesante en cualquier situación que no fuera la de un variopinto grupo entrando en la boca del lobo; en ese caso más que interesante era alarmante. Los miró a todos. Porque todos tenían claro que estaban entrando en la boca del lobo, ¿verdad? Por un momento dudó, pero la apariencia curtida y la determinación en la mirada de los dos hombres bestia y el brujo le generó cierta tranquilidad. O al menos toda la tranquilidad que puede generar a alguien encontrarse en compañía de quienes probablemente eran mercenarios. Tranquilidad estando con alguien que pensaba rebanarte el cuello si lo tus decisiones no encajaban con las suyas… ¿En qué lugar la dejaba eso? En el fondo sabía que la tranquilidad venía dada porque ellos parecían saber lo que se hacían. Nadie sobrevive en la jungla si anda perdido.
Se obligó a dejar de divagar mientras bajaban rodeados de piedra tallada. Podía escuchar sus pasos, y las respiraciones de los demás junto a la suya propia.
Humedad, alguna antorcha solitaria, y apenas ninguna corriente de aire. Eso significaba que el final estaría cerrado. Efectivamente, con una gruesa puerta de hierro, a juzgar por su apariencia. Sin comerlo ni beberlo, Marfil se acercó a la misma y comenzó a golpear: alterando las luces y sombras que se resbalaban por debajo de la puerta. La mujer abrió mucho los ojos y se adelantó para tratar de cogerle de la manga a la vez que Syl se sorprendía. Pero el primero se llevó un dedo a la boca.
¿Qué demonios hacía? ¿Pensaba entrar ahí para vender unas pocas cabezas de ajo? ¿Se haría pasar por alguien? O peor, ¿¡era una trampa para el resto!? ¿¡Para ella!? Tensó los músculos, preparada para o que pudiera pasar, y confundida porque el resto parecía tan… tranquilo. Miraba a cada uno de hito en hito, tratando de comprender y sintiéndose estúpida por no ver qué demonios hacía. Entrecerró los ojos. Si la puerta estaba cerrada habrían acudido a abrir, pues deben dejar pasar a los suyos, y si estaba abierta… ¿Por qué.. el alboroto…? Las piezas empezaban a encajar. Apretó los dientes.
Se detuvo a la tercera vez y dejó que se adelantara el brujo.
–Estupendo, ¿nos esperaban…? –murmuró todo lo tenue que pudo, con desprecio. Silencio. Tensión. La adrenalina creciendo y, BAM. La mole de piedra se llevó por delante puerta y centinela.
–Sutil… –dijo divertida al brujo, asintiendo con la cabeza y sonriendo, se internó dentro. El humo y el revuelo eran los reyes de la sala. Podía ver con cierta claridad aunque la polvareda lo inundaba todo.. Aunque no le impedía oler. Podía sentir como un imán las sanguinolentas masas encerradas en cuerpos. Oía las respiraciones. Nadie hablaba y la tensión se podía cortar así que se deslizó por la pared, reptando, regocijándose en su momento.
Se fue por la derecha, escuchaba los pasos apresurados acercarse, ¿de frente..? No, de lado. Se giró a tiempo para sentir una hoja cortarle algunos cabellos y empujó de una patada en la espalda al individuo, se movió detrás de él que la buscaba por su izquierda hasta atraparlo por detrás, le rodeó el cuello con un brazo y deslizó una hoja por el lado derecho de su cuello.
–Flanco equivocado, cariño –susurró en su oído. Lamió el reguero que quedaba en el cuchillo y se dio la vuelta. Uno menos. ¿Cuántos habría…? ¿Diez? Ocho, quizá. Olía a humano, a animal. Y a azufre.
Avanzó algo más. Reptó, se agachó contra la pared y buscó el final de la sala. Jergones. ¿Uno? Cogió la antorcha que había en el suelo y la lanzó contra el suelo, deslizándose, entre el humo. No tenía mucho tiempo, el revuelo no duraría siempre y empezaba a escuchar los sonidos de la pelea. Sonrió para sí y dio con el fondo. Circular, otros dos jergones.
CLAN.
El sonido del metal chirriando con la piedra hizo que la mujer saltara hacia delante. Se volvió, siseó a la nada y del humo apareció el dueño del arma. ¿Reptil? ¿Humano? Le daba asco la comida fría. Se abalanzó hacia él mientras recogía su hacha del suelo.
Te haces mayor…
Apretó los dientes y gruñó mientras rodaba con él por el suelo. Se levantó a la vez que él y dieron vueltas, despacio. Lo miró a los ojos y no esperó a ver el hacha volando hacia ella. Que de hecho, no voló: lanzó un tajo directo al estómago que esquivó arqueándose por muy poco y que le dejó un surco rojizo entre el costado y el vientre.
¡Estúpida!
¿Cómo se le había escapado? Escozor. La calidez de la herida y la adrenalina se cebaron con ella, que corrió y saltó sobre el hombre desprevenido milésimas de segundo después de que la hiriera. Cayó encima de él, doblando su brazo debajo del cuerpo escamoso y frio y clavó las uñas a ambos lados de la cabeza antes de morderlo en el cuello. Calculaba que un minuto después habría muerto.
Se lamió los restos de sangre de los labios y recorrió la pared del fondo, sorprendida: sólo jergones y barriles. Mierda. Así que después de todo era una trampa. ¿Lo era? Joder. Revolvió los jergones y buscó frenética alguna bolsa, compartimento. Nada. Y el lado opuesto a aquel por el que había entrado tenía pinta de ser igual.
Chilló con rabia y elevó la voz para sus compañeros.
–¡Alabastro¡ ¡Los búhos no sueñan esta maldita noche, joder! –le gritó con la voz entre rota y agitada. Esperaba que le entendiese, porque estaban haciendo el gilipollas peleando con unos pobres diablos que no tenían ni idea de cómo habían acabado allí, o al menos tenía toda la pinta de eso. Ni rastro de la chica, ni rastro de nada extraño. ¿Un puto túnel para nada? No. Una trampa. Vendidos, estaban vendidos. Golpeó la pared y se encaminó al centro de la sala, el sonido atraería a más pues apenas quedaba ya humo y tenían que reagruparse cuanto antes.
No creía lo que veía. Es decir… Se había topado con situaciones de desprecio, de desapego y de rechazo, no estaba molesta por eso. Estaba molesta por que la echaran en el mismo saco… Y aún con eso lo que realmente sentía era estupefacción: una mezcla extraña de estupefacción e irritación: era la primera vez que se topaba con un grupo tan… ¿Así?
– “No es necesario tratar con ella”… Habrase visto… –masculló para sí. El hombre perro había empezado estupendamente, y después se había torcido. No obstante, era una de las pocas ocasiones en que se había topado con alguien que decía algo.. ah… Tolerante.
En el interior, trató de retener los detalles. Había un par de pequeños baúles, algún que otro barril, una mesa con sillas desvencijadas y jergones en un lado del suelo. Y los olores. No era común si era un lugar de paso. ¿Significaba que aún estaban allí…? Frunció el ceño y pasaron al túnel.
Había una mezcolanza de olores interesante. Interesante en cualquier situación que no fuera la de un variopinto grupo entrando en la boca del lobo; en ese caso más que interesante era alarmante. Los miró a todos. Porque todos tenían claro que estaban entrando en la boca del lobo, ¿verdad? Por un momento dudó, pero la apariencia curtida y la determinación en la mirada de los dos hombres bestia y el brujo le generó cierta tranquilidad. O al menos toda la tranquilidad que puede generar a alguien encontrarse en compañía de quienes probablemente eran mercenarios. Tranquilidad estando con alguien que pensaba rebanarte el cuello si lo tus decisiones no encajaban con las suyas… ¿En qué lugar la dejaba eso? En el fondo sabía que la tranquilidad venía dada porque ellos parecían saber lo que se hacían. Nadie sobrevive en la jungla si anda perdido.
Se obligó a dejar de divagar mientras bajaban rodeados de piedra tallada. Podía escuchar sus pasos, y las respiraciones de los demás junto a la suya propia.
Humedad, alguna antorcha solitaria, y apenas ninguna corriente de aire. Eso significaba que el final estaría cerrado. Efectivamente, con una gruesa puerta de hierro, a juzgar por su apariencia. Sin comerlo ni beberlo, Marfil se acercó a la misma y comenzó a golpear: alterando las luces y sombras que se resbalaban por debajo de la puerta. La mujer abrió mucho los ojos y se adelantó para tratar de cogerle de la manga a la vez que Syl se sorprendía. Pero el primero se llevó un dedo a la boca.
¿Qué demonios hacía? ¿Pensaba entrar ahí para vender unas pocas cabezas de ajo? ¿Se haría pasar por alguien? O peor, ¿¡era una trampa para el resto!? ¿¡Para ella!? Tensó los músculos, preparada para o que pudiera pasar, y confundida porque el resto parecía tan… tranquilo. Miraba a cada uno de hito en hito, tratando de comprender y sintiéndose estúpida por no ver qué demonios hacía. Entrecerró los ojos. Si la puerta estaba cerrada habrían acudido a abrir, pues deben dejar pasar a los suyos, y si estaba abierta… ¿Por qué.. el alboroto…? Las piezas empezaban a encajar. Apretó los dientes.
Se detuvo a la tercera vez y dejó que se adelantara el brujo.
–Estupendo, ¿nos esperaban…? –murmuró todo lo tenue que pudo, con desprecio. Silencio. Tensión. La adrenalina creciendo y, BAM. La mole de piedra se llevó por delante puerta y centinela.
–Sutil… –dijo divertida al brujo, asintiendo con la cabeza y sonriendo, se internó dentro. El humo y el revuelo eran los reyes de la sala. Podía ver con cierta claridad aunque la polvareda lo inundaba todo.. Aunque no le impedía oler. Podía sentir como un imán las sanguinolentas masas encerradas en cuerpos. Oía las respiraciones. Nadie hablaba y la tensión se podía cortar así que se deslizó por la pared, reptando, regocijándose en su momento.
Se fue por la derecha, escuchaba los pasos apresurados acercarse, ¿de frente..? No, de lado. Se giró a tiempo para sentir una hoja cortarle algunos cabellos y empujó de una patada en la espalda al individuo, se movió detrás de él que la buscaba por su izquierda hasta atraparlo por detrás, le rodeó el cuello con un brazo y deslizó una hoja por el lado derecho de su cuello.
–Flanco equivocado, cariño –susurró en su oído. Lamió el reguero que quedaba en el cuchillo y se dio la vuelta. Uno menos. ¿Cuántos habría…? ¿Diez? Ocho, quizá. Olía a humano, a animal. Y a azufre.
Avanzó algo más. Reptó, se agachó contra la pared y buscó el final de la sala. Jergones. ¿Uno? Cogió la antorcha que había en el suelo y la lanzó contra el suelo, deslizándose, entre el humo. No tenía mucho tiempo, el revuelo no duraría siempre y empezaba a escuchar los sonidos de la pelea. Sonrió para sí y dio con el fondo. Circular, otros dos jergones.
CLAN.
El sonido del metal chirriando con la piedra hizo que la mujer saltara hacia delante. Se volvió, siseó a la nada y del humo apareció el dueño del arma. ¿Reptil? ¿Humano? Le daba asco la comida fría. Se abalanzó hacia él mientras recogía su hacha del suelo.
Te haces mayor…
Apretó los dientes y gruñó mientras rodaba con él por el suelo. Se levantó a la vez que él y dieron vueltas, despacio. Lo miró a los ojos y no esperó a ver el hacha volando hacia ella. Que de hecho, no voló: lanzó un tajo directo al estómago que esquivó arqueándose por muy poco y que le dejó un surco rojizo entre el costado y el vientre.
¡Estúpida!
¿Cómo se le había escapado? Escozor. La calidez de la herida y la adrenalina se cebaron con ella, que corrió y saltó sobre el hombre desprevenido milésimas de segundo después de que la hiriera. Cayó encima de él, doblando su brazo debajo del cuerpo escamoso y frio y clavó las uñas a ambos lados de la cabeza antes de morderlo en el cuello. Calculaba que un minuto después habría muerto.
Se lamió los restos de sangre de los labios y recorrió la pared del fondo, sorprendida: sólo jergones y barriles. Mierda. Así que después de todo era una trampa. ¿Lo era? Joder. Revolvió los jergones y buscó frenética alguna bolsa, compartimento. Nada. Y el lado opuesto a aquel por el que había entrado tenía pinta de ser igual.
Chilló con rabia y elevó la voz para sus compañeros.
–¡Alabastro¡ ¡Los búhos no sueñan esta maldita noche, joder! –le gritó con la voz entre rota y agitada. Esperaba que le entendiese, porque estaban haciendo el gilipollas peleando con unos pobres diablos que no tenían ni idea de cómo habían acabado allí, o al menos tenía toda la pinta de eso. Ni rastro de la chica, ni rastro de nada extraño. ¿Un puto túnel para nada? No. Una trampa. Vendidos, estaban vendidos. Golpeó la pared y se encaminó al centro de la sala, el sonido atraería a más pues apenas quedaba ya humo y tenían que reagruparse cuanto antes.
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Ébano
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Varias flechas empezaron a volar en nuestra dirección. La mayoría quedaron lejos de ser certeras, debido a la conmoción que había causado nuestra entrada. Sin embargo, íbamos a necesitar algo para cubrirnos. Por fortuna, Dann tenía su truco favorito.
El brujo se adelantó, alzando la mano. Una masa de roca se levantó del suelo, formando una pared de piedra que se alzaba hasta la mitad de la altura de la cueva y liberando además una gran cantidad de polvo en la zona. Suficiente para darnos un pequeño respiro contra los proyectiles, pero no ayudaría contra los...
Ahí estaba. El primer "valiente" con un mandoble. Me interpuse entre él y Dann, al que parecía considerar la mayor amenaza del grupo. Tch. Iba a tener que dejar las cosas claras. Lancé un par de cortes que deflectó con su espada, pero le hizo retroceder. Solo un calentamiento antes de que pasar a la acción. Sujeté la empuñadura de Brillo con fuerza. La sortija comenzó a brillar.
-¡Grito!- llamé. Un pequeño portal se formó enfrente de la hoja. A través de él, no había nada. O, más precisamente, había vacío. La oscuridad más absoluta. Y algo estaba saliendo del portal. La criatura de ese otro plano a la que había bautizado como Grito. Un monstruo de forma casi indistinguible, y absolutamente inquietante.
-¡SCRAAAAAAAAAAH!- el ser del vacío chillo, lanzándose hacia mi oponente con garras por delante. Tal vez fuese la sorpresa, o el terror, pero el humano fue incapaz de atacar a tiempo. El monstruo le derribó. Sus uñas atravesaron la garganta del hombre, dejando unas heridas negras que jamás sanarían. Una vez cumplido su cometido, Grito se desvaneció sin dejar rastro.
-Perturbador.- musité, buscando a mi próximo enemigo. El chasquido de la ballesta de Syl resonó por la sala. El gato se había posado sobre aquella pared de piedra, y parecía estar encargándose de los arqueros. Al otro lado de la habitación, uno de los hombres yacía en el suelo con un ojo atravesado. El segundo buscó venganza.
Como si fuese activado un mecanismo, el felino se lanzó al suelo y se deslizó entre el polvo, evitando la primera flecha y la que le siguió después. Lo perdí de vista.
-¡Hueso!- exclamó Dann. Un gigante acorazado parecía haber fijado su vista en el brujo. Otra vez. Pero sabía que este tampoco era ningún inválido. Una roca de tamaño considerable empezó a flotar detrás de él, y, tras unos segundos, se lanzó contra el guerrero, encajándose en su armadura. El proyectil estalló en mil fragmentos, cubriendo el estómago del tipo y los alrededores con afiladas piedras. El hombre gritó. Pero aquello no le tumbaría.
-Lo tengo.- dije, lanzándome con un tajo vertical hacia la mole de acero. Mi hoja interceptó aquella maza de nombre ridículo. "Lucero del alba". Mi intervención impidió que abriese un agujero en mi brujo, pero no fue suficiente como para desarmarlo. El coloso fijó su atención en mi, o eso supuse. Su yelmo ocultaba casi toda su cara, después de todo. Iba a necesitar algo más fuerte si quería atravesar sus defensas.
El grito de Ónice sonó por el otro lado. Los búhos... ¿la chica no estaba allí? Gruñí. Odiaba perder el tiempo, pero no teníamos ninguna buena oportunidad para reagruparnos. Ni ninguna otra pista para continuar. Quisiéramos o no, íbamos a tener que acabar con todos allí para seguir. Lamentablemente, estaba demasiado ocupado para responder. El caballero andante estaba empezando a atacar, y yo a retroceder. Un mal golpe de esa maza y tendría al menos un hueso roto.
Pero yo nunca me quedaba sin trucos bajo la manga.
En un fluido movimiento, llevé mi mano izquierda al bolsillo de mi cintura y arrojé una pequeña piedra al aire. Antes de que cayese al suelo, mi espada surgió hacia adelante con una estocada, atravesando la runa y clavándose en la coraza de mi enemigo. Una descarga cegadora recorrió mi espada... y todo su cuerpo. El humano empezó a convulsionar, temblando involuntariamente. Tras unos segundos, cayó de espaldas. Desencajé mi espada y miré al gigante. Si aquello no había sido suficiente, iba a tener que ensuciarme las manos de verdad.
Blandí mi arma una vez más. Aún quedaban más. Un hombre y una mujer, ambos con espadas largas. Pero podía verlos dudar. Había invocado al trueno y la oscuridad frente a ellos, sin ser brujo, dragón ni vampiro. Cualquier idiota se daría cuenta de que algo no iba bien.
-¿Dónde está la chica?- pregunté, mirándolos a los ojos. Se mantuvieron estoicos, aún en guardia, pero sin saber cómo atacar.
-...el demonio habla.- dijo la mujer. Sonreí. ¿Demonio?
-No le respondas.- advirtió su compañero.
-Si le damos lo que quiere tal vez nos deje en paz.- replicó, algo alterada.
-Cállate. No le respondas. Será peor si lo haces.
-¡La chica! Donde. Está.- ladré, presionando mi ventaja. Di un paso hacia adelante. Se tensaron aun más. -Hablad o morid.-
Mi espada aún rezumaba electricidad. Las chispas bailaban a lo largo de la hoja, desvaneciéndose en el aire. Miré fijamente a los ojos de la mujer. Era la que dudaba. Si estaban convencidos de que era un demonio, tal vez podía resolver eso fácilmente.
Syl se colocó contra la pared, desapareciendo del campo de visión del arquero. Podía verlo. No estaba demasiado lejos, pero no tenia tiempo para recargar la ballesta. Incluso si lo hacía, el ruido le delataría. No. Iba a tener que acercarse.
El felino se movió tan deprisa como pudo. Desde su posición, podía verlo casi todo. La pared de piedra del brujo era el único obstáculo. En su cabeza, Syl mantuvo mentalmente a los que no podía ver o sentir. La vampiresa tenia que estar detrás suyo, o al otro lado de la sala, entre el polvo. Asher y Dann tras el muro, junto al menos un guerrero. El de armadura de placas, recordaba. Tal vez más.
No tardó en llegar hasta el arquero al que había abatido. O al menos, creía haberlo hecho. Aún se movía, incluso con la flecha hundida en el rostro. El pobre desgraciado no había llegado a sacársela. El gato esbozó una mueca. No podía imaginar el dolor que estaba sintiendo en ese momento. Pero no podía permitirse matarlo en ese momento, incluso por piedad. Era arriesgado. Por el momento, ese hombre no iba a disparar un arco ni ser un peligro inminente.
Siguió avanzando. El otro arquero era un elfo, y tenia una buena posición. Un andamio de madera, que probablemente solo estaba allí para ese mismo propósito. Aun así, estaba lo suficientemente bajo como para trepar. El felino tomó aire y desenfundó su daga. Después, saltó a la pared y se impulsó en ella, lanzándose hacia el elfo.
Su arma fue demasiado lenta. El elfo se cubrió el cuello con su brazo, recibiendo un corte bastante profundo, pero no letal. Viendo una apertura, contraataco con un rodillazo, que impactó directamente en el estómago de Syl. El hombre bestia retrocedió. Su cuchillo salió volando. El arquero soltó su arma, pero extrajo una flecha, dispuesto a usarla como arma improvisada. Sin embargo, el felino estaba listo. Syl se agachó, evitando la estocada, y extendió sus uñas. Su zarpazo encontró el cuello del elfo. Tres finas marcas sangrantes brotaron de este, pero el gato siguió presionando.
Aprovechando su oportunidad, Syl llevó su mano izquierda a la cabeza del elfo, y la empujó contra la pared con toda la fuerza que pudo. Aquello fue suficiente. El hombre cayó al suelo, inerte, y le proporcionó al felino unos breves instantes de descanso.
El brujo se adelantó, alzando la mano. Una masa de roca se levantó del suelo, formando una pared de piedra que se alzaba hasta la mitad de la altura de la cueva y liberando además una gran cantidad de polvo en la zona. Suficiente para darnos un pequeño respiro contra los proyectiles, pero no ayudaría contra los...
Ahí estaba. El primer "valiente" con un mandoble. Me interpuse entre él y Dann, al que parecía considerar la mayor amenaza del grupo. Tch. Iba a tener que dejar las cosas claras. Lancé un par de cortes que deflectó con su espada, pero le hizo retroceder. Solo un calentamiento antes de que pasar a la acción. Sujeté la empuñadura de Brillo con fuerza. La sortija comenzó a brillar.
-¡Grito!- llamé. Un pequeño portal se formó enfrente de la hoja. A través de él, no había nada. O, más precisamente, había vacío. La oscuridad más absoluta. Y algo estaba saliendo del portal. La criatura de ese otro plano a la que había bautizado como Grito. Un monstruo de forma casi indistinguible, y absolutamente inquietante.
- Grito:
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-¡SCRAAAAAAAAAAH!- el ser del vacío chillo, lanzándose hacia mi oponente con garras por delante. Tal vez fuese la sorpresa, o el terror, pero el humano fue incapaz de atacar a tiempo. El monstruo le derribó. Sus uñas atravesaron la garganta del hombre, dejando unas heridas negras que jamás sanarían. Una vez cumplido su cometido, Grito se desvaneció sin dejar rastro.
-Perturbador.- musité, buscando a mi próximo enemigo. El chasquido de la ballesta de Syl resonó por la sala. El gato se había posado sobre aquella pared de piedra, y parecía estar encargándose de los arqueros. Al otro lado de la habitación, uno de los hombres yacía en el suelo con un ojo atravesado. El segundo buscó venganza.
Como si fuese activado un mecanismo, el felino se lanzó al suelo y se deslizó entre el polvo, evitando la primera flecha y la que le siguió después. Lo perdí de vista.
-¡Hueso!- exclamó Dann. Un gigante acorazado parecía haber fijado su vista en el brujo. Otra vez. Pero sabía que este tampoco era ningún inválido. Una roca de tamaño considerable empezó a flotar detrás de él, y, tras unos segundos, se lanzó contra el guerrero, encajándose en su armadura. El proyectil estalló en mil fragmentos, cubriendo el estómago del tipo y los alrededores con afiladas piedras. El hombre gritó. Pero aquello no le tumbaría.
-Lo tengo.- dije, lanzándome con un tajo vertical hacia la mole de acero. Mi hoja interceptó aquella maza de nombre ridículo. "Lucero del alba". Mi intervención impidió que abriese un agujero en mi brujo, pero no fue suficiente como para desarmarlo. El coloso fijó su atención en mi, o eso supuse. Su yelmo ocultaba casi toda su cara, después de todo. Iba a necesitar algo más fuerte si quería atravesar sus defensas.
El grito de Ónice sonó por el otro lado. Los búhos... ¿la chica no estaba allí? Gruñí. Odiaba perder el tiempo, pero no teníamos ninguna buena oportunidad para reagruparnos. Ni ninguna otra pista para continuar. Quisiéramos o no, íbamos a tener que acabar con todos allí para seguir. Lamentablemente, estaba demasiado ocupado para responder. El caballero andante estaba empezando a atacar, y yo a retroceder. Un mal golpe de esa maza y tendría al menos un hueso roto.
Pero yo nunca me quedaba sin trucos bajo la manga.
En un fluido movimiento, llevé mi mano izquierda al bolsillo de mi cintura y arrojé una pequeña piedra al aire. Antes de que cayese al suelo, mi espada surgió hacia adelante con una estocada, atravesando la runa y clavándose en la coraza de mi enemigo. Una descarga cegadora recorrió mi espada... y todo su cuerpo. El humano empezó a convulsionar, temblando involuntariamente. Tras unos segundos, cayó de espaldas. Desencajé mi espada y miré al gigante. Si aquello no había sido suficiente, iba a tener que ensuciarme las manos de verdad.
Blandí mi arma una vez más. Aún quedaban más. Un hombre y una mujer, ambos con espadas largas. Pero podía verlos dudar. Había invocado al trueno y la oscuridad frente a ellos, sin ser brujo, dragón ni vampiro. Cualquier idiota se daría cuenta de que algo no iba bien.
-¿Dónde está la chica?- pregunté, mirándolos a los ojos. Se mantuvieron estoicos, aún en guardia, pero sin saber cómo atacar.
-...el demonio habla.- dijo la mujer. Sonreí. ¿Demonio?
-No le respondas.- advirtió su compañero.
-Si le damos lo que quiere tal vez nos deje en paz.- replicó, algo alterada.
-Cállate. No le respondas. Será peor si lo haces.
-¡La chica! Donde. Está.- ladré, presionando mi ventaja. Di un paso hacia adelante. Se tensaron aun más. -Hablad o morid.-
Mi espada aún rezumaba electricidad. Las chispas bailaban a lo largo de la hoja, desvaneciéndose en el aire. Miré fijamente a los ojos de la mujer. Era la que dudaba. Si estaban convencidos de que era un demonio, tal vez podía resolver eso fácilmente.
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Syl se colocó contra la pared, desapareciendo del campo de visión del arquero. Podía verlo. No estaba demasiado lejos, pero no tenia tiempo para recargar la ballesta. Incluso si lo hacía, el ruido le delataría. No. Iba a tener que acercarse.
El felino se movió tan deprisa como pudo. Desde su posición, podía verlo casi todo. La pared de piedra del brujo era el único obstáculo. En su cabeza, Syl mantuvo mentalmente a los que no podía ver o sentir. La vampiresa tenia que estar detrás suyo, o al otro lado de la sala, entre el polvo. Asher y Dann tras el muro, junto al menos un guerrero. El de armadura de placas, recordaba. Tal vez más.
No tardó en llegar hasta el arquero al que había abatido. O al menos, creía haberlo hecho. Aún se movía, incluso con la flecha hundida en el rostro. El pobre desgraciado no había llegado a sacársela. El gato esbozó una mueca. No podía imaginar el dolor que estaba sintiendo en ese momento. Pero no podía permitirse matarlo en ese momento, incluso por piedad. Era arriesgado. Por el momento, ese hombre no iba a disparar un arco ni ser un peligro inminente.
Siguió avanzando. El otro arquero era un elfo, y tenia una buena posición. Un andamio de madera, que probablemente solo estaba allí para ese mismo propósito. Aun así, estaba lo suficientemente bajo como para trepar. El felino tomó aire y desenfundó su daga. Después, saltó a la pared y se impulsó en ella, lanzándose hacia el elfo.
Su arma fue demasiado lenta. El elfo se cubrió el cuello con su brazo, recibiendo un corte bastante profundo, pero no letal. Viendo una apertura, contraataco con un rodillazo, que impactó directamente en el estómago de Syl. El hombre bestia retrocedió. Su cuchillo salió volando. El arquero soltó su arma, pero extrajo una flecha, dispuesto a usarla como arma improvisada. Sin embargo, el felino estaba listo. Syl se agachó, evitando la estocada, y extendió sus uñas. Su zarpazo encontró el cuello del elfo. Tres finas marcas sangrantes brotaron de este, pero el gato siguió presionando.
Aprovechando su oportunidad, Syl llevó su mano izquierda a la cabeza del elfo, y la empujó contra la pared con toda la fuerza que pudo. Aquello fue suficiente. El hombre cayó al suelo, inerte, y le proporcionó al felino unos breves instantes de descanso.
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Usado objeto: Sortija encantada por la luna (Súbdito de vacío)Usada habilidad: Runa elemental - Descarga
Usada habilidad: Absorber
Enemigos caídos:
2 guerreros normales (1 Ash, 1 Eb)
2 arqueros (Syl)
1 guerrero élite (Ash + Dann)
1 hombre lagarto (Eb)
Asher Daregan
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Escuchaba los sonidos sordos de la pelea, pero no las voces de sus compañeros.
“Son buenos…” –pensó para sí. Aunque fuera ella la encargada de colarse e inspeccionar el lugar en busca de la chica, le alegró comprobar que no se habían portado como unos incautos cualquiera.
Todo aquello estaba muy bien, pero ahora estaba enfadada porque aquello NO se correspondía con lo que se había pactado. Y estaba claro que era un riesgo que todos iban a correr, que de hecho habían asumido y que de algún modo esperaban. Pero nunca gusta sentir que eres la lombriz en el anzuelo. Amén de eso y de que tenía el olor de la sangre dentro de la nariz –sabía que no iba a largarse tan fácilmente y empezaba a tener hambre–, percibía su propio cuerpo liviano y listo para más.
Cruzó a zancadas la estancia y encontró al señor marmolado con los restos de la reyerta en derredor: tierra, polvo, ah… ¿piedra? Además de otros muchos detalles. Detalles como dos supervivientes. ¿Negociando?
Los miró con el ceño frunció y deslizó la vista por la sala, en semi-penumbra, pero destilando aroma ferroso. Aspiró sin poder evitarlo y movió el cuello inconscientemente, como si de un escalofrío se tratara.
Guardó silencio, con la respiración aún algo agitada. ¿Habrían percibido que ella estaba allí? Sonrió con malicia y en un movimiento fluido y casi imperceptible por un ojo mal entrenado, se encaramó en la espalda del hombre –el cual gracias a los dioses no era demasiado alto– y presionó con las uñas en uno de los lados de su cuello, mientras que se asomaba por el lado más alejado a la mujer y al hombre bestia, enseñándole los dientes a su compañera.
–¡La chica! Donde. Está. Hablad o morid.
Rió con una suerte de sonido gutural y presionó la piel sudorosa del hombre. Ahg. Los surcos de sus uñas marcaban un delicioso camino que podría tomar perfectamente… O eso debía de pensar la muchacha, la indecisa. En los ojos tenía el miedo, y en el temblor el asomo de respuestas.
–Uh… Qué violento, ¿verdad? ¿Por qué no me has invitado, encanto? –replicó a Alabastro con voz suave. Sabían lo que era y extrañamente, infundía demasiado terror en la gente de a pie. ¿Serían ellos gente de a pie? Sentía todo a flor de piel, y los dientes listos para ingerir sangre–. Querida, no seas aburrida... Las cosas están así… si no le dices nada a mi amigo, él se aburrirá y quizá os abandone a vuestra suerte. Y da la casualidad de que vuestra suerte.. –hizo un gesto exagerado y pensativo mirando al techo y luego volvió a sonreírle con malicia– ¡..soy yo! Así que… Ya que no parece un buen compañero, tu amigo… ¿Crees que sería una gran pérdida…? ¿Por un puñado de palabras…? No me mires mal… Si por mi fuera, yo estoy lista para cenar.
Tenía una de las manos presionada en el cuello del hombre, inmovilizándolo, con el cuerpo apresado por el de ella y un puñal en una de sus manos, listo para hundirse en la carne de aquel tipo. Alzó una ceja mirando a la chica, que sudaba, nerviosa, miraba a uno y a otro, “¿Qué destino será peor?”, supuso que se preguntaba. Estaba lista para morder, estaba ansiosa por morder –claro que no tenía por qué admitirlo, ni a los demás ni a sí misma–, por beber, pero sobre todo estaba ansiosa por que salieran de allí de una maldita vez.
Era un teatro, era un maldito teatro. Tenía hambre pero la extorsión tan… así, no era lo suyo. Al menos no cuando estabas “bajo tierra” y en un puto zulo de mierda. Le dolía el cuerpo pero no lo sentía, enmascarado por la adrenalina. Después iba a ser tan gracioso…
–Supongo que ha sido una especie de señuelo, trampa –puntualizó mirándolos, alzando una ceja. ¿Para todos? ¿Para ella sola? Porque se habían apañado bastante bien… No se sentía propensa a dudar de los demás normalmente; pero tampoco podía permitirse confiar en quienquiera que se cruzara en su camino. Además, ¿qué tenían ellos en juego? ¿Quién le garantizaba que estaban del mismo lado? Apretó los dientes y se dio le vuelta para volver a recorrer el lugar y acercarse a los barriles del fondo.
–Podemos subir, o esperar aquí. Reformular. Buscar… ¿Salidas? ¿O algo que se nos haya pasado? –comentó inspeccionando los barriles. Uno de ellos era más grande y estaba en vertical. Lo golpeó con un hacha en el suelo, en una de las juntas, y la madera se astilló dejando salir un reguero de cerveza. Arrugó el gesto y protestó, por el desperdicio. Y se acercó a los otros cuatro barriles, más pequeños.
“Son buenos…” –pensó para sí. Aunque fuera ella la encargada de colarse e inspeccionar el lugar en busca de la chica, le alegró comprobar que no se habían portado como unos incautos cualquiera.
Todo aquello estaba muy bien, pero ahora estaba enfadada porque aquello NO se correspondía con lo que se había pactado. Y estaba claro que era un riesgo que todos iban a correr, que de hecho habían asumido y que de algún modo esperaban. Pero nunca gusta sentir que eres la lombriz en el anzuelo. Amén de eso y de que tenía el olor de la sangre dentro de la nariz –sabía que no iba a largarse tan fácilmente y empezaba a tener hambre–, percibía su propio cuerpo liviano y listo para más.
Cruzó a zancadas la estancia y encontró al señor marmolado con los restos de la reyerta en derredor: tierra, polvo, ah… ¿piedra? Además de otros muchos detalles. Detalles como dos supervivientes. ¿Negociando?
Los miró con el ceño frunció y deslizó la vista por la sala, en semi-penumbra, pero destilando aroma ferroso. Aspiró sin poder evitarlo y movió el cuello inconscientemente, como si de un escalofrío se tratara.
Guardó silencio, con la respiración aún algo agitada. ¿Habrían percibido que ella estaba allí? Sonrió con malicia y en un movimiento fluido y casi imperceptible por un ojo mal entrenado, se encaramó en la espalda del hombre –el cual gracias a los dioses no era demasiado alto– y presionó con las uñas en uno de los lados de su cuello, mientras que se asomaba por el lado más alejado a la mujer y al hombre bestia, enseñándole los dientes a su compañera.
–¡La chica! Donde. Está. Hablad o morid.
Rió con una suerte de sonido gutural y presionó la piel sudorosa del hombre. Ahg. Los surcos de sus uñas marcaban un delicioso camino que podría tomar perfectamente… O eso debía de pensar la muchacha, la indecisa. En los ojos tenía el miedo, y en el temblor el asomo de respuestas.
–Uh… Qué violento, ¿verdad? ¿Por qué no me has invitado, encanto? –replicó a Alabastro con voz suave. Sabían lo que era y extrañamente, infundía demasiado terror en la gente de a pie. ¿Serían ellos gente de a pie? Sentía todo a flor de piel, y los dientes listos para ingerir sangre–. Querida, no seas aburrida... Las cosas están así… si no le dices nada a mi amigo, él se aburrirá y quizá os abandone a vuestra suerte. Y da la casualidad de que vuestra suerte.. –hizo un gesto exagerado y pensativo mirando al techo y luego volvió a sonreírle con malicia– ¡..soy yo! Así que… Ya que no parece un buen compañero, tu amigo… ¿Crees que sería una gran pérdida…? ¿Por un puñado de palabras…? No me mires mal… Si por mi fuera, yo estoy lista para cenar.
Tenía una de las manos presionada en el cuello del hombre, inmovilizándolo, con el cuerpo apresado por el de ella y un puñal en una de sus manos, listo para hundirse en la carne de aquel tipo. Alzó una ceja mirando a la chica, que sudaba, nerviosa, miraba a uno y a otro, “¿Qué destino será peor?”, supuso que se preguntaba. Estaba lista para morder, estaba ansiosa por morder –claro que no tenía por qué admitirlo, ni a los demás ni a sí misma–, por beber, pero sobre todo estaba ansiosa por que salieran de allí de una maldita vez.
Era un teatro, era un maldito teatro. Tenía hambre pero la extorsión tan… así, no era lo suyo. Al menos no cuando estabas “bajo tierra” y en un puto zulo de mierda. Le dolía el cuerpo pero no lo sentía, enmascarado por la adrenalina. Después iba a ser tan gracioso…
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–Supongo que ha sido una especie de señuelo, trampa –puntualizó mirándolos, alzando una ceja. ¿Para todos? ¿Para ella sola? Porque se habían apañado bastante bien… No se sentía propensa a dudar de los demás normalmente; pero tampoco podía permitirse confiar en quienquiera que se cruzara en su camino. Además, ¿qué tenían ellos en juego? ¿Quién le garantizaba que estaban del mismo lado? Apretó los dientes y se dio le vuelta para volver a recorrer el lugar y acercarse a los barriles del fondo.
–Podemos subir, o esperar aquí. Reformular. Buscar… ¿Salidas? ¿O algo que se nos haya pasado? –comentó inspeccionando los barriles. Uno de ellos era más grande y estaba en vertical. Lo golpeó con un hacha en el suelo, en una de las juntas, y la madera se astilló dejando salir un reguero de cerveza. Arrugó el gesto y protestó, por el desperdicio. Y se acercó a los otros cuatro barriles, más pequeños.
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Obsidiana apareció a la espalda del hombre, inmovilizandolo, y... ¿seduciendolo? Sus palabras y movimientos eran extrañamente ambiguos. Si yo les había puesto nerviosos, aquello podía acabar siendo demasiado... o quizas justo lo suficiente.
Esbocé una sonrisa confiada. Pequeños gestos como ese podían dar una sensación completamente distinta. Recordé los consejos de Kothán: no podía intimidar solo con amenazas, fuerza y miedo. Tenía que mostrar superioridad. Confianza. Hacer evidente que podía hacer lo que quisiera, sin temor a las consecuencias.
-Empiezo a perder la paciencia...- dije, moviendo mi espada ligeramente hasta posarla frente al cuello de la mujer. -Cinco... cuatro... tres...-
-¡Para! Está... está...- tartamudeó.
-¡No lo dig...!- el hombre quedó paralizado, aún presionado por la vampiresa.
-¡Arriba! Hay... otro lugar. En la cueva al noroeste. Un refugio en el qué... donde guardamos el botín.- confesó.
Ladeé la cabeza, satisfecho. Nueva información. No parecía una mentira. Un chasquido metálico resonó por la cueva, y casi al instante, un virote se clavó en la cabeza del hombre, derribándolo. La mujer lo miró, horrorizada y sin palabras.
-Venga. Corre.- dije, alejando mi espada. Y eso hizo, dejando a sus compañeros detrás. Sin pensar en nada más, dejó que el miedo se apoderase de su cuerpo, y salió de la habitación a trompicones. Me volví hacia mis compañeros. -Buen disparo, Syl. Mejor asegurarnos de que ninguno de estos sigue vivo.- propuse, acercándome al cadaver más cercano. Preparé mi espada y la hundí en el corazón. Era sangriento y nada bonito, pero era la mejor forma.
-¿Por qué?- preguntó el brujo. -Nunca lo he entendido bien. A veces dejamos supervivientes, y otras nos aseguramos de que nadie sobreviva. Y esta vez, ambas. ¿Para qué?- explicó, frunciendo el ceño.
-Depende de lo peligrosos que sean.- respondí, encogiéndome de hombros.
-No es solo eso.- intervino el gato.- El motivo. Los deja vivos cuando tienen miedo. Hablan de él. De nosotros. Exageran las historias, y nos dan una reputación. Le ha llamado demonio, y creerá que es un demonio. Uno que controla vampiros, y que ha controlado su mente para hacerla huir. -dijo, mirándome para buscar confirmación. Asentí. -Los que deben morir son los que tienen poco tiempo. O los que han perdido demasiado. Si le odian, pueden querer venganza. Si le temen, no. El hombre sentía odio y miedo. La mujer... más bien miedo.- explicó. No pude evitar sonreír ante la explicación. Había acertado de lleno. Dann asintió, satisfecho.
Uno a uno, fui asegurandome de que los caidos no se levantaban. Al terminar, limpié mi espada en la ropa de uno de ellos, e hice un gesto con la cabeza, apuntando a la entrada.
-Vamos. Queda otro refugio que asaltar.-
-No lo entiendo... ¿por qué nos ha dado Simas el lugar que no es? ¿Por qué no decirnos donde está la guarida real?- musitó Dann. -Supongo que podía simplemente no saber los detalles, pero...
-Siendo Simas, me sorprendería. No, seguramente quería que destruyésemos la banda por completo.- planteé. Aquello se estaba volviendo un problema. Esa serpiente nos ponía en peligro cada vez que aceptábamos trabajar con él. -Da igual. Olvida los barriles.- Fuera como fuese, debíamos continuar. Me dirigí a la salida, seguido de Dannos y Syl.
Una vez fuera, respiré hondo. No me sentía muy a gusto en cuevas como esa. Empecé a rascarme a través de las vendas. El picor volvía, lo cual era una mala señal. Si no acabamos con aquello rápido, los síntomas volverían rápido, y dejaría de ser cualquier tipo de "demonio" para ser un "chucho enfermo y apestado". La adrenalina al menos me servía como distracción, pero ahora que no estaba en peligro, empecé a notar un agudo dolor de cabeza.
-Vale... Noroeste. Esa estrella de ahí siempre apunta al norte, ¿no?- pregunté, señalando al cielo.
-No. Es esa otra.- me corrigió Dann, moviendo mi brazo. -Pero realmente no las necesitas. Sabemos que estamos al norte de Lunargenta, y puedes ver la silueta de las murallas desde aquí.
-Ah... bueno. No puedes depender siempre de las ciudades.- me excusé, apartando la mirada. -No importa. En marcha.-
Respiré hondo, y me volví a rascar, inquieto. Empezaba a sentirme cansado. Teniamos que movernos.
Esbocé una sonrisa confiada. Pequeños gestos como ese podían dar una sensación completamente distinta. Recordé los consejos de Kothán: no podía intimidar solo con amenazas, fuerza y miedo. Tenía que mostrar superioridad. Confianza. Hacer evidente que podía hacer lo que quisiera, sin temor a las consecuencias.
-Empiezo a perder la paciencia...- dije, moviendo mi espada ligeramente hasta posarla frente al cuello de la mujer. -Cinco... cuatro... tres...-
-¡Para! Está... está...- tartamudeó.
-¡No lo dig...!- el hombre quedó paralizado, aún presionado por la vampiresa.
-¡Arriba! Hay... otro lugar. En la cueva al noroeste. Un refugio en el qué... donde guardamos el botín.- confesó.
Ladeé la cabeza, satisfecho. Nueva información. No parecía una mentira. Un chasquido metálico resonó por la cueva, y casi al instante, un virote se clavó en la cabeza del hombre, derribándolo. La mujer lo miró, horrorizada y sin palabras.
-Venga. Corre.- dije, alejando mi espada. Y eso hizo, dejando a sus compañeros detrás. Sin pensar en nada más, dejó que el miedo se apoderase de su cuerpo, y salió de la habitación a trompicones. Me volví hacia mis compañeros. -Buen disparo, Syl. Mejor asegurarnos de que ninguno de estos sigue vivo.- propuse, acercándome al cadaver más cercano. Preparé mi espada y la hundí en el corazón. Era sangriento y nada bonito, pero era la mejor forma.
-¿Por qué?- preguntó el brujo. -Nunca lo he entendido bien. A veces dejamos supervivientes, y otras nos aseguramos de que nadie sobreviva. Y esta vez, ambas. ¿Para qué?- explicó, frunciendo el ceño.
-Depende de lo peligrosos que sean.- respondí, encogiéndome de hombros.
-No es solo eso.- intervino el gato.- El motivo. Los deja vivos cuando tienen miedo. Hablan de él. De nosotros. Exageran las historias, y nos dan una reputación. Le ha llamado demonio, y creerá que es un demonio. Uno que controla vampiros, y que ha controlado su mente para hacerla huir. -dijo, mirándome para buscar confirmación. Asentí. -Los que deben morir son los que tienen poco tiempo. O los que han perdido demasiado. Si le odian, pueden querer venganza. Si le temen, no. El hombre sentía odio y miedo. La mujer... más bien miedo.- explicó. No pude evitar sonreír ante la explicación. Había acertado de lleno. Dann asintió, satisfecho.
Uno a uno, fui asegurandome de que los caidos no se levantaban. Al terminar, limpié mi espada en la ropa de uno de ellos, e hice un gesto con la cabeza, apuntando a la entrada.
-Vamos. Queda otro refugio que asaltar.-
-No lo entiendo... ¿por qué nos ha dado Simas el lugar que no es? ¿Por qué no decirnos donde está la guarida real?- musitó Dann. -Supongo que podía simplemente no saber los detalles, pero...
-Siendo Simas, me sorprendería. No, seguramente quería que destruyésemos la banda por completo.- planteé. Aquello se estaba volviendo un problema. Esa serpiente nos ponía en peligro cada vez que aceptábamos trabajar con él. -Da igual. Olvida los barriles.- Fuera como fuese, debíamos continuar. Me dirigí a la salida, seguido de Dannos y Syl.
Una vez fuera, respiré hondo. No me sentía muy a gusto en cuevas como esa. Empecé a rascarme a través de las vendas. El picor volvía, lo cual era una mala señal. Si no acabamos con aquello rápido, los síntomas volverían rápido, y dejaría de ser cualquier tipo de "demonio" para ser un "chucho enfermo y apestado". La adrenalina al menos me servía como distracción, pero ahora que no estaba en peligro, empecé a notar un agudo dolor de cabeza.
-Vale... Noroeste. Esa estrella de ahí siempre apunta al norte, ¿no?- pregunté, señalando al cielo.
-No. Es esa otra.- me corrigió Dann, moviendo mi brazo. -Pero realmente no las necesitas. Sabemos que estamos al norte de Lunargenta, y puedes ver la silueta de las murallas desde aquí.
-Ah... bueno. No puedes depender siempre de las ciudades.- me excusé, apartando la mirada. -No importa. En marcha.-
Respiré hondo, y me volví a rascar, inquieto. Empezaba a sentirme cansado. Teniamos que movernos.
Última edición por Asher el Sáb 3 Feb - 20:29, editado 2 veces
Asher Daregan
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
-Vamos. El almacén no debe estar muy protegido en comparación con esto.- dije, liderando el paso. Sin embargo, un crujido de ramas hizo que agitase la oreja, poniéndome en alerta. Llevé la mano a Brillo y di unos pasos hacia adelante, intentando identificar algún olor en la arboleda.
No lo vi venir. El peligro venía de la propia casa. Un intenso dolor atravesó mi costado. Llevé la mano al lugar instintivamente.
Una daga sobresalía de mi abdomen.
Intenté moverme... y caí de rodillas.Empecé a temblar. Intenté sacar el cuchillo, sin resultado. No tenía fuerza. Exhalé, lanzando unas gotas de sangre al suelo.
-¡No! ¡Asher!- la voz de Syl sonó detrás de mi. Tenía que levantarme. Tenía qué...
El asesino. Debía haber estado esperando. Era culpa mía. Debía haber estado más atento. Una sombra se movió desde el tejado de la casa, sorteando los árboles, y lanzandose hasta donde estaba yo. Intenté levantar la mirada. Solo pude ver las dagas.
La tierra tembló debajo de mi, y dos estacas de piedra aparecieron del suelo, dirigiendose hacia el hombre. Él fue más rápido, y consiguió esquivarlas de un salto. Sin embargo, el gato estaba preparado. Un chasquido de cuerda y madera, y un virote quedó alojado en el brazo del asesino. Una de las dagas cayó al suelo.
El asesino echó a correr, desapareciendo entre la maleza. Pero mi cuerpo no podía más. Caí hacia adelante, intentando sostenerme con mi brazo. No fui capaz. Mi brazo cedió, quedando aplastado incómodamente bajo mi torso. Mis dos compañeros se acercaron, diciendo cosas que no llegaba a comprender. Alguien me dio la vuelta y me sujetó. El gato estaba delante de mi, por lo que debía de ser Dann. Un murmuro escapó de su boca.
-Syl... mátalo.- dije con hilo de voz. No fue necesario decir más. El gato asintió y desapareció de mi vista.
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Dannos sujetó al hombre bestia, examinando la daga. No era normal que estuviese tan débil. Incluso con la enfermedad, no había tenido tiempo. La herida estaba en una zona no letal. No había alcanzado ningún órgano vital. ¿Cómo podía incapacitarle tan deprisa?
Veneno. Esa persona debía haber estado preparada. Tenía que actuar deprisa. Dann sujetó la daga y la arrancó del cuerpo de Asher. Era poco profunda. No había tenido un buen ángulo, y el arma estaba hecha para envenenar, no para desangrar. Manaba sangre de la herida, por supuesto, pero no era algo de lo que preocuparse en ese momento. Tenía que ser paralizante.
¿Donde estaba la vampiresa? Ébano había desaparecido por completo. Tendría que encargarse él mismo.
Pero no tenía nada. Los únicos remedios que había llevado eran para cerrar heridas o aliviar los síntomas de la plaga. Dann respiró hondo y se concentró. Sólo le quedaba una opción.
La piel del hombre perro empezó a volverse marrón
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Los sentidos del gato estaban disparados. Iba a encontrar a aquel tipo aunque fuese lo último que hiciese.
Por fortuna, el primer acierto había hecho que el hombre sangrase, dejando un rastro bastante fácil de percibir para alguien con buen olfato. Los breves instantes de ventaja que el asesino había tenido se acortaban por momentos. Por muy diestro que fuese, el felino era más rápido. Y también veía mejor.
Lo tenía a tiro. El gato apuntó con su ballesta... y una nube de polvo estalló delante de él. Syl emitió un gruñido quedo, afinando el oido. No tenía duda alguna de que el polvo le impediría oler nada durante algunos instantes. Pero el hombre había dejado de correr. Una emboscada.
Aquellos eran trucos que él mismo usaba. Tácticas simples para pillar desprevenido a cualquier perseguidor que no pudieses superar en fuerza. Pero no iba a funcionar. Aquella vez no. El felino se encaramó a un árbol, trepando rápidamente y procurando hacer el menor ruido posible. Una vez en posición, inhaló hondo y reguló su respiración. Si era listo, el asesino daría pasos lentos para cambiar de posición.
No hubo movimiento. Pero seguía ahí. Estaba seguro. Sólo tenía que sacarlo de su escondite. Lentamente, Syl alcanzó la daga de su cinturón... y la arrojó al suelo delante de él. Movimiento. Había echado a correr. Lo veía. En menos de un segundo, el gato disparó... y el hombre cayó al suelo.
Syl bajó del árbol sin perder el tiempo. Había acertado en la rodilla. Junto al virote del hombro, ese tipo no tenía ninguna oportunidad. Recargó y se acercó a la figura. No le dio la vuelta ni hizo preguntas. Ya sabía todo lo que necesitaba saber. Había sido parte del contrato. Simas había mandado a un asesino a por Asher. Tal vez para librarse de él. Tal vez por otro motivo.
El gato pisó la espalda de la figura y acercó su ballesta al cráneo. Y ahí se acabó. No tuvo ninguna oportunidad para decir unas últimas palabras, ni para pedir clemencia. Solo sería un cadaver anónimo más.
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Subrayada complicación: Tras escapar de la guarida de los rufianes te encuentras con un asesino que quiere acabar con tu vida. Al parecer el mercader lo ha contratado para borrar todo vínculo que lo relacione contigo.
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Desperté, ahogando una exclamación e intentando levantarme. Un agudo dolor de cabeza me asaltó al moverme. Cerré los ojos. Me sentía pesado, y me pitaban los oidos. ¿Que había pasado?
Estaba en una cama, o eso creía. Era un lugar relativamente blando. Pero me era dificil pensar con claridad. Noté como alguien presionaba un recipiente contra mis labios. Abrí los ojos y me moví, intentando resistirme. Sin embargo, era incapaz. Alguien me estaba sujetando la cabeza. El líquido empezó a vertirse al interior de mi boca. Intenté resistirme. Evitar tragar. El sabor era horrible. Pero mi cuerpo no me respondía.
Jadeé pesadamente. Las sombras borrosas empezaron a definirse mejor. Syl y Dann me miraban atentamente, serios. Me llevó unos segundos, pero empecé a entender lo que decían.
-...paralizante. No era necesario.- murmuró el felino.
-No podía saber eso. Además, muchos venenos paralizantes pueden colapsar los pulmones, así que habría muerto de todas formas.- explicó el brujo. -Hice lo único que podía hacer.-
-Mmh. Al menos haz que sus piernas vuelvan a la normalidad.-
Me erguí ligeramente, algo sorprendido, e intenté mover las piernas. Para mi sorpresa y horror, era incapaz. De cintura para abajo, estaba cubierto de roca. ¿Que había pasado? Recordaba... una daga clavada en mi costado. Tanteé la zona. También estaba cubierta de roca.
-¡Dann!- le reproché, frunciendo el ceño. -¡Quítame esto!-
-Oh, está consciente.- observó el brujo. Dann inspiró y cerró los ojos. Después, colocó su mano por encima de mi, haciendo que los sedimentos de roca empezasen a flotar lentamente.
-¿Que ha pasado? ¿Está muerto?- pregunté. -¿Cuanto tiempo ha pasado?-
-Tan muerto como puede estar.- respondió Syl. -Y... alrededor de media hora. Has tenido suerte de que solo fuese veneno paralizante.- musitó, dedicandome una mirada severa.
-Si, ya. La he pifiado. No hace falta que me lo digas, soy yo el que está con piernas de piedra.-
Evité mirar al gato a los ojos. Me sentía algo avergonzado por haber caído tan fácilmente. Y era verdad. Podría estar muerto. Tenía que pensar con más claridad. No estaba actuando de forma inteligente. Incluso con aquella plaga en mi cuerpo, estaba siendo arrogante.
Pasaron unos minutos antes de que pudiese mover mis pies sin dificultad. Pero finalmente, la piedra que cubría mi cuerpo desapareció por completo. Le di las gracias al brujo y me levanté, apoyándome con cuidado. Aún me sentía algo rígido, pero podía caminar. Al parecer, Dann me había arrastrado al interior de la casa. Volví al exterior. Todavía no habíamos acabado.
-No falta mucho. Solo queda encontrar el lugar y rescatar a la chica. Vamos... quiero que esto merezca la pena, al menos.- dije, liderando la marcha.
Estábamos lejos de cualquier camino. A diferencia de la más que evidente guarida, el lugar que buscábamos debía estar bien escondido. Afortunadamente, no tardé en captar un rastro con mi olfato. Era ligero, pero definitivamente humano. Guié al grupo hasta toparnos con la montaña. Desde ahí, no era difícil. El único obstáculo podría ser que se encontrase en una zona demasiado escarpada, pero era bastante improbable.
No pasaron veinte minutos cuando encontramos una posible caverna. Las huellas eran claras, y también los olores. Incluso había dos piedras, una sobre otra, marcando la entrada. Sin embargo, no teniamos ni idea de a que nos ibamos a enfrentar.
-No vas a entrar ahí.- se interpuso Syl, cogiendome del brazo. -Estás herido y enfermo. Quédate fuera. Nosotros nos encargaremos del resto.-
Abrí la boca para replicar, pero la mirada del gato era clara. No iba a ceder, sin importar lo que hiciese. Suspiré y me apoyé junto a la entrada
-...dad un grito si me necesitais.- gruñí.
Estaba en una cama, o eso creía. Era un lugar relativamente blando. Pero me era dificil pensar con claridad. Noté como alguien presionaba un recipiente contra mis labios. Abrí los ojos y me moví, intentando resistirme. Sin embargo, era incapaz. Alguien me estaba sujetando la cabeza. El líquido empezó a vertirse al interior de mi boca. Intenté resistirme. Evitar tragar. El sabor era horrible. Pero mi cuerpo no me respondía.
Jadeé pesadamente. Las sombras borrosas empezaron a definirse mejor. Syl y Dann me miraban atentamente, serios. Me llevó unos segundos, pero empecé a entender lo que decían.
-...paralizante. No era necesario.- murmuró el felino.
-No podía saber eso. Además, muchos venenos paralizantes pueden colapsar los pulmones, así que habría muerto de todas formas.- explicó el brujo. -Hice lo único que podía hacer.-
-Mmh. Al menos haz que sus piernas vuelvan a la normalidad.-
Me erguí ligeramente, algo sorprendido, e intenté mover las piernas. Para mi sorpresa y horror, era incapaz. De cintura para abajo, estaba cubierto de roca. ¿Que había pasado? Recordaba... una daga clavada en mi costado. Tanteé la zona. También estaba cubierta de roca.
-¡Dann!- le reproché, frunciendo el ceño. -¡Quítame esto!-
-Oh, está consciente.- observó el brujo. Dann inspiró y cerró los ojos. Después, colocó su mano por encima de mi, haciendo que los sedimentos de roca empezasen a flotar lentamente.
-¿Que ha pasado? ¿Está muerto?- pregunté. -¿Cuanto tiempo ha pasado?-
-Tan muerto como puede estar.- respondió Syl. -Y... alrededor de media hora. Has tenido suerte de que solo fuese veneno paralizante.- musitó, dedicandome una mirada severa.
-Si, ya. La he pifiado. No hace falta que me lo digas, soy yo el que está con piernas de piedra.-
Evité mirar al gato a los ojos. Me sentía algo avergonzado por haber caído tan fácilmente. Y era verdad. Podría estar muerto. Tenía que pensar con más claridad. No estaba actuando de forma inteligente. Incluso con aquella plaga en mi cuerpo, estaba siendo arrogante.
Pasaron unos minutos antes de que pudiese mover mis pies sin dificultad. Pero finalmente, la piedra que cubría mi cuerpo desapareció por completo. Le di las gracias al brujo y me levanté, apoyándome con cuidado. Aún me sentía algo rígido, pero podía caminar. Al parecer, Dann me había arrastrado al interior de la casa. Volví al exterior. Todavía no habíamos acabado.
-No falta mucho. Solo queda encontrar el lugar y rescatar a la chica. Vamos... quiero que esto merezca la pena, al menos.- dije, liderando la marcha.
Estábamos lejos de cualquier camino. A diferencia de la más que evidente guarida, el lugar que buscábamos debía estar bien escondido. Afortunadamente, no tardé en captar un rastro con mi olfato. Era ligero, pero definitivamente humano. Guié al grupo hasta toparnos con la montaña. Desde ahí, no era difícil. El único obstáculo podría ser que se encontrase en una zona demasiado escarpada, pero era bastante improbable.
No pasaron veinte minutos cuando encontramos una posible caverna. Las huellas eran claras, y también los olores. Incluso había dos piedras, una sobre otra, marcando la entrada. Sin embargo, no teniamos ni idea de a que nos ibamos a enfrentar.
-No vas a entrar ahí.- se interpuso Syl, cogiendome del brazo. -Estás herido y enfermo. Quédate fuera. Nosotros nos encargaremos del resto.-
Abrí la boca para replicar, pero la mirada del gato era clara. No iba a ceder, sin importar lo que hiciese. Suspiré y me apoyé junto a la entrada
-...dad un grito si me necesitais.- gruñí.
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Syl avanzó lentamente, con la ballesta en alto. Tenía que ir primero, después de todo. Era el único que podía ver bien a oscuras, y llevar una luz alertaría a cualquiera de donde se encontraban.
La cueva no era particularmente profunda. No tardó en encontrarse con una especie de barricada de madera, compuesta de fragmentos de muebles y un carro tirado, con una estantería bloqueando la entrada. Objetos arrastrados de fuera, colocados para aislar el viento, la luz, el frío o lo que fuese. El felino observó la zona, sopesando sus opciones. Mover la estantería haría demasiado ruido. Lo único rápido y seguro era saltar la construcción improvisada.
Tomó carrerilla y saltó, alzando las piernas tanto como pudo para pasar limpiamente por la zona entre la madera y el techo de la cueva. En el aire, se dio la vuelta, haciendo uso de su cola para recuperar el equilibrio y caer sobre sus manos y pies sin demasiado estruendo. Ahí, el túnel se bifurcaba. Luz y voces desde la izquierda. Golpes de piedra contra piedra de la derecha.
El pardo se agazapó, avanzando sin provocar casi ningún ruido. Acarició el mecanismo de la ballesta. Tenía que tener paciencia. Los segundos eran eternos, pero aquellas cosas eran lo que diferenciaban a alguien cauto de alguien muerto. La luz de una pequeña hoguera proyectaba un par de sombras en la pared.
"¿Una hoguera? ¿Aquí?" Syl frunció el ceño. Tenía que ser madera muy seca. No parecía que el humo estuviese sofocando a nadie. En su momento, el brujo le había advertido del peligro que eso conllevaba. El calor podía hacer que la roca del techo se moviese, lo cual podía llevar a derrumbamientos. Al menos, aquello era lo que recordaba al respecto. Las voces de los hombres eran claras. Habían bebido. Bromeaban sobre su "invitada". Uno de los otros había intentado violarla, al parecer. No le había salido bien. De vez en cuando, lanzaban algún grito que resonaba por la cueva, ordenando que se tranquilizase.
Estaba en posición. El primer tiro estaba listo. El segundo, lo tenía en la mano. Esperó a que uno de los hombres diese un trago de su botella. Y entonces, el chasquido de su ballesta acalló al otro. El virote le impactó en la nuca, y el hombre cayó al suelo con un golpe seco.
El otro fue más rápido de lo que esperaba. Soltó la botella al instante, dejando que se rompiese contra la hoguera y haciendo que esta se reavivase con una llamarada. Su mirada se clavó en él. El cambio de iluminación le había revelado, y para cuando el gato pudo recargar, el hombre cargaba contra él con un hacha de mano. El felino se movió de un salto, esquivando la acometida del criminal. Pero este no pretendía darle un respiro. Volvió a atacar, vociferando distintas maldiciones y frases inconexas. Sin embargo, el alcohol le había pasado factura. Su coordinación no era ningún milagro. No pudo esquivar el disparo que se clavó en su hombro.
El impacto le echó para atrás, pero consiguió mantenerse en pie. Debía de tener una buena resistencia física, después de todo. Pero no lo suficiente. El veneno no tardó en surgir efecto. Los ojos del hombre se abrieron de par en par. Sus músculos se tensaron, y lentamente, cayó de rodillas, paralizado. El gato no dudó más que un segundo. Aunque no le gustaba admitirlo, había herido su orgullo al descrubrirle. Tomó al hombre de su camisa y lo arrastró... hasta dejarlo junto a la hoguera. Y, con un empujón, el desgraciado cayó sobre el fuego, prendiendo su ropa.
No podía gritar. Pero el dolor que sentía debía de ser agonizante. Syl lo contempló durante unos segundos. No tardaría en morir. Podía olvidarse de aquello.
-¿Que demonios estás haciendo?- preguntó la voz de Dann a su espalda. Syl se volvió, alarmado. Le miró a los ojos, pero no respondió. -¿Era eso necesario?- El brujo parecía sorprendido. Casi horrorizado. El felino se volvió tenso.
-Se lo merecía. No importa. Vamos. Sólo queda la chica.- dijo, volviendo a la bifurcación.
La cueva no era particularmente profunda. No tardó en encontrarse con una especie de barricada de madera, compuesta de fragmentos de muebles y un carro tirado, con una estantería bloqueando la entrada. Objetos arrastrados de fuera, colocados para aislar el viento, la luz, el frío o lo que fuese. El felino observó la zona, sopesando sus opciones. Mover la estantería haría demasiado ruido. Lo único rápido y seguro era saltar la construcción improvisada.
Tomó carrerilla y saltó, alzando las piernas tanto como pudo para pasar limpiamente por la zona entre la madera y el techo de la cueva. En el aire, se dio la vuelta, haciendo uso de su cola para recuperar el equilibrio y caer sobre sus manos y pies sin demasiado estruendo. Ahí, el túnel se bifurcaba. Luz y voces desde la izquierda. Golpes de piedra contra piedra de la derecha.
El pardo se agazapó, avanzando sin provocar casi ningún ruido. Acarició el mecanismo de la ballesta. Tenía que tener paciencia. Los segundos eran eternos, pero aquellas cosas eran lo que diferenciaban a alguien cauto de alguien muerto. La luz de una pequeña hoguera proyectaba un par de sombras en la pared.
"¿Una hoguera? ¿Aquí?" Syl frunció el ceño. Tenía que ser madera muy seca. No parecía que el humo estuviese sofocando a nadie. En su momento, el brujo le había advertido del peligro que eso conllevaba. El calor podía hacer que la roca del techo se moviese, lo cual podía llevar a derrumbamientos. Al menos, aquello era lo que recordaba al respecto. Las voces de los hombres eran claras. Habían bebido. Bromeaban sobre su "invitada". Uno de los otros había intentado violarla, al parecer. No le había salido bien. De vez en cuando, lanzaban algún grito que resonaba por la cueva, ordenando que se tranquilizase.
Estaba en posición. El primer tiro estaba listo. El segundo, lo tenía en la mano. Esperó a que uno de los hombres diese un trago de su botella. Y entonces, el chasquido de su ballesta acalló al otro. El virote le impactó en la nuca, y el hombre cayó al suelo con un golpe seco.
El otro fue más rápido de lo que esperaba. Soltó la botella al instante, dejando que se rompiese contra la hoguera y haciendo que esta se reavivase con una llamarada. Su mirada se clavó en él. El cambio de iluminación le había revelado, y para cuando el gato pudo recargar, el hombre cargaba contra él con un hacha de mano. El felino se movió de un salto, esquivando la acometida del criminal. Pero este no pretendía darle un respiro. Volvió a atacar, vociferando distintas maldiciones y frases inconexas. Sin embargo, el alcohol le había pasado factura. Su coordinación no era ningún milagro. No pudo esquivar el disparo que se clavó en su hombro.
El impacto le echó para atrás, pero consiguió mantenerse en pie. Debía de tener una buena resistencia física, después de todo. Pero no lo suficiente. El veneno no tardó en surgir efecto. Los ojos del hombre se abrieron de par en par. Sus músculos se tensaron, y lentamente, cayó de rodillas, paralizado. El gato no dudó más que un segundo. Aunque no le gustaba admitirlo, había herido su orgullo al descrubrirle. Tomó al hombre de su camisa y lo arrastró... hasta dejarlo junto a la hoguera. Y, con un empujón, el desgraciado cayó sobre el fuego, prendiendo su ropa.
No podía gritar. Pero el dolor que sentía debía de ser agonizante. Syl lo contempló durante unos segundos. No tardaría en morir. Podía olvidarse de aquello.
-¿Que demonios estás haciendo?- preguntó la voz de Dann a su espalda. Syl se volvió, alarmado. Le miró a los ojos, pero no respondió. -¿Era eso necesario?- El brujo parecía sorprendido. Casi horrorizado. El felino se volvió tenso.
-Se lo merecía. No importa. Vamos. Sólo queda la chica.- dijo, volviendo a la bifurcación.
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Usada habilidad de Syl: Virote envenenado
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
El ruido de piedras había parado. La chica miró hacia la luz que se acercaba por el túnel. No era una antorcha: aquella luz flotaba en el aire. Giró la cabeza, evitando mirarla: era demasiado brillante. ¿Cuando hacía que no veia el sol?
-Genial. ¿Ahora tenéis a brujos? ¿Tan desesperados estáis?- dijo, burlona. -¡Seguro que no tenéis las pelotas de hacer las cosas justas!-
Syl arqueó una ceja, pero no dijo nada. Se acercó. La joven tenia pelo rubio y corto. Tenia algunas heridas en la cara. Cortes pequeños y magulladuras. Tenia las manos y los pies atados, lo cual no era muy sorprendente. La mujer miró al felino y escupió al suelo.
-Oh, maravilloso. Un puto gato y un brujo. ¿Os creeis que esto va a cambiar algo, idiotas?- exclamó, gritando a las profundidades de la cueva.
-Están todos muertos.- le cortó Syl. -Hemos venido a rescatarte.-
-Y una mierda. ¿Acaso te parezco idiota? Como si el inutil de mi padre fuese a contratar a un animal.- replicó. -Si te acercas, te despellejaré.-
El pardo resopló, molesto. Aquel trabajo no había dado más que problemas desde el principio.
-Nos paga Simas.- explicó Dann, algo preocupado. -Tal vez haya acudido a...-
La cara de la chica cambió por completo, adoptando un tono sombrío. Durante apenas un instante, pareció quedarse sin palabras, algo que Syl agradeció mentalmente. El gato se acercó a la chica, dispuesto a desatar sus manos. Pero la chica ya estaba desatada. Y, antes de que pudiese reaccionar, se levantó, dejando caer trozos de cuerda al suelo, y se lanzó contra él, empuñando una afilada roca en la mano.
Syl esquivó la acometida, echándose hacia un lado. Tenía que inmovilizarla, no matarla. Pero no tenía tiempo para hablar. El gato empujó a Dann, apartándolo del camino, y alzó la mano, encerrando la esfera de luz que el brujo había creado. Después, apretó el puño, extinguiendo la luz. La oscuridad volvió a la cueva. Pero el gato aún podía ver.
La chica estaba atacando frenéticamente al aire, lanzando gritos por el esfuerzo. Era errático, y peligroso. Evitando hacer ruido, Syl se deslizo hacia un lado, buscando la espalda de la chica. Al otro lado, el brujo lanzaba quejidos en el suelo. A veces, pensó el gato, resultaba de lo más inútil.
Tras unos segundos, la chica se detuvo, jadeando. Era el momento. Syl se acercó, lanzando su puño hacia la cabeza de la chica. La mujer gritó, pero no tuvo tiempo para reaccionar antes de que el gato agarrase su antebrazo derecho y lo torciese, tirando de él por detrás de su espalda hasta escuchar un sonoro "crack". Un chillido de dolor inundó la caverna, y la roca cayó al suelo.
Dann volvió a conjurar su luz. Y en cuanto lo hizo, retrocedió, sorprendido.
-¡Dioses! ¡Le has roto el brazo!- exclamó, incrédulo. El rostro de la chica estaba rojo. Tenía lágrimas resbalando por su cara. El gato respondió con frialdad, tirando del otro brazo y obligándole a caminar.
Aquella no había sido una buena noche.
Al parecer, todo había salido bien. Al menos, tan bien como cabía de esperar.
La chica, como explicó luego entre sollozos, había creido que íbamos a matarla. Alguna deuda con Simas, o algo por el estilo. No me sorprendía demasiado si ese era el verdadero motivo del rescate: alguien secuestrado no puede pagar. Syl había tenido que desarmarla. El estado de la chica era bastante pobre, pero no era nada que no se pudiese curar en unos dias con ayuda élfica.
El camino de vuelta se hizo mayormente en silencio, excepto por los sollozos de la chica. Debía estar lo suficientemente asustada como para no quejarse más, aunque de vez en cuando, mascullaba amenazas hacia el gato. Tanto Syl como Dann parecían taciturnos. Tensos.
Probablemente solo necesitaban un descanso.
Una vez de vuelta a la ciudad, fuimos directamente a encontrarnos con mi empleador. Syl había insistido en venir. Dann había preferido quedarse en la posada. Simas nos recibió en una oficina distinta. Siempre tan precavido. Parecía estar contento de que la hubiesemos encontrado. Aunque preguntó por las heridas, no daba la impresión de que le importasen demasiado.
El criminal llamó al guardaespaldas de su puerta, ordenandole llevarse a la chica a un lugar seguro. Solo quedaba el asunto de la paga.
O eso creía.
-Simas.- dijo el gato, levantándose y hablando por primera vez en horas. El hombre le miró, algo sorprendido. -Esta es la última vez que nos la juegas.- Su voz era casi un murmullo. Había algo...
-¿Qué? Oh, yo nunca he...-
El señor del crimen no llegó a acabar su frase. Con tan solo un movimiento, Syl desenfundó su daga... y lanzó un tajo delante de él, por encima del escritorio, y atravesando el cuello de Simas. El hombre abrió los ojos, sorprendido, y se llevó la mano a la garganta. Rojo. Abrió la boca, intentando decir algo. Pero la hoja de Syl se hundió en su nuca. Y el hombre cayó sobre su mesa.
-Era necesario.- dijo simplemente. Miré al cadaver. El gato había hecho algo que muchas veces había tenido ganas de hacer. Parte de mi estaba orgulloso. La otra parte... preocupado. Syl no se detuvo. El gato empezó a buscar en los distintos cajones, saqueando todo lo que pareciese tener valor. Había varias bolsas de aeros, colocadas sobre un pergamino con distintas iniciales escritas. Las tomó todas. La paga de ese trabajo había aumentado considerablemente.
Pero el precio también.
-Genial. ¿Ahora tenéis a brujos? ¿Tan desesperados estáis?- dijo, burlona. -¡Seguro que no tenéis las pelotas de hacer las cosas justas!-
Syl arqueó una ceja, pero no dijo nada. Se acercó. La joven tenia pelo rubio y corto. Tenia algunas heridas en la cara. Cortes pequeños y magulladuras. Tenia las manos y los pies atados, lo cual no era muy sorprendente. La mujer miró al felino y escupió al suelo.
-Oh, maravilloso. Un puto gato y un brujo. ¿Os creeis que esto va a cambiar algo, idiotas?- exclamó, gritando a las profundidades de la cueva.
-Están todos muertos.- le cortó Syl. -Hemos venido a rescatarte.-
-Y una mierda. ¿Acaso te parezco idiota? Como si el inutil de mi padre fuese a contratar a un animal.- replicó. -Si te acercas, te despellejaré.-
El pardo resopló, molesto. Aquel trabajo no había dado más que problemas desde el principio.
-Nos paga Simas.- explicó Dann, algo preocupado. -Tal vez haya acudido a...-
La cara de la chica cambió por completo, adoptando un tono sombrío. Durante apenas un instante, pareció quedarse sin palabras, algo que Syl agradeció mentalmente. El gato se acercó a la chica, dispuesto a desatar sus manos. Pero la chica ya estaba desatada. Y, antes de que pudiese reaccionar, se levantó, dejando caer trozos de cuerda al suelo, y se lanzó contra él, empuñando una afilada roca en la mano.
Syl esquivó la acometida, echándose hacia un lado. Tenía que inmovilizarla, no matarla. Pero no tenía tiempo para hablar. El gato empujó a Dann, apartándolo del camino, y alzó la mano, encerrando la esfera de luz que el brujo había creado. Después, apretó el puño, extinguiendo la luz. La oscuridad volvió a la cueva. Pero el gato aún podía ver.
La chica estaba atacando frenéticamente al aire, lanzando gritos por el esfuerzo. Era errático, y peligroso. Evitando hacer ruido, Syl se deslizo hacia un lado, buscando la espalda de la chica. Al otro lado, el brujo lanzaba quejidos en el suelo. A veces, pensó el gato, resultaba de lo más inútil.
Tras unos segundos, la chica se detuvo, jadeando. Era el momento. Syl se acercó, lanzando su puño hacia la cabeza de la chica. La mujer gritó, pero no tuvo tiempo para reaccionar antes de que el gato agarrase su antebrazo derecho y lo torciese, tirando de él por detrás de su espalda hasta escuchar un sonoro "crack". Un chillido de dolor inundó la caverna, y la roca cayó al suelo.
Dann volvió a conjurar su luz. Y en cuanto lo hizo, retrocedió, sorprendido.
-¡Dioses! ¡Le has roto el brazo!- exclamó, incrédulo. El rostro de la chica estaba rojo. Tenía lágrimas resbalando por su cara. El gato respondió con frialdad, tirando del otro brazo y obligándole a caminar.
Aquella no había sido una buena noche.
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Al parecer, todo había salido bien. Al menos, tan bien como cabía de esperar.
La chica, como explicó luego entre sollozos, había creido que íbamos a matarla. Alguna deuda con Simas, o algo por el estilo. No me sorprendía demasiado si ese era el verdadero motivo del rescate: alguien secuestrado no puede pagar. Syl había tenido que desarmarla. El estado de la chica era bastante pobre, pero no era nada que no se pudiese curar en unos dias con ayuda élfica.
El camino de vuelta se hizo mayormente en silencio, excepto por los sollozos de la chica. Debía estar lo suficientemente asustada como para no quejarse más, aunque de vez en cuando, mascullaba amenazas hacia el gato. Tanto Syl como Dann parecían taciturnos. Tensos.
Probablemente solo necesitaban un descanso.
Una vez de vuelta a la ciudad, fuimos directamente a encontrarnos con mi empleador. Syl había insistido en venir. Dann había preferido quedarse en la posada. Simas nos recibió en una oficina distinta. Siempre tan precavido. Parecía estar contento de que la hubiesemos encontrado. Aunque preguntó por las heridas, no daba la impresión de que le importasen demasiado.
El criminal llamó al guardaespaldas de su puerta, ordenandole llevarse a la chica a un lugar seguro. Solo quedaba el asunto de la paga.
O eso creía.
-Simas.- dijo el gato, levantándose y hablando por primera vez en horas. El hombre le miró, algo sorprendido. -Esta es la última vez que nos la juegas.- Su voz era casi un murmullo. Había algo...
-¿Qué? Oh, yo nunca he...-
El señor del crimen no llegó a acabar su frase. Con tan solo un movimiento, Syl desenfundó su daga... y lanzó un tajo delante de él, por encima del escritorio, y atravesando el cuello de Simas. El hombre abrió los ojos, sorprendido, y se llevó la mano a la garganta. Rojo. Abrió la boca, intentando decir algo. Pero la hoja de Syl se hundió en su nuca. Y el hombre cayó sobre su mesa.
-Era necesario.- dijo simplemente. Miré al cadaver. El gato había hecho algo que muchas veces había tenido ganas de hacer. Parte de mi estaba orgulloso. La otra parte... preocupado. Syl no se detuvo. El gato empezó a buscar en los distintos cajones, saqueando todo lo que pareciese tener valor. Había varias bolsas de aeros, colocadas sobre un pergamino con distintas iniciales escritas. Las tomó todas. La paga de ese trabajo había aumentado considerablemente.
Pero el precio también.
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Subrayada complicación: La hija del mercader no es ni tan joven ni tan indefensa, atacándote en cuanto ve una oportunidad, pensando que eres un asesino.Asher Daregan
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Re: Damisela en apuros [Trabajo]
Trabajo revisado
Por el tipo de situación que se dio en el tema me abstendré de dar una opinión detallada acerca del trabajo. Ya nos encontraremos más adelante para ello.
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