Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
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Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Los acontecimientos del psiquiátrico de Vulwulfar terminaron bien para Belladonna, pero el obsesivo Haytham no se había tomado muy bien que no la bruja no quisiese ir con él. Todo desembocó en una persecución por los bosques que concluyó al amanecer, cuando el vampiro ya no podía perseguirnos. Fue entonces cuando conseguí conciliar el sueño.
Desperté horas después, cuando el sol se erguía en lo más alto del firmamento, al mediodía. Estaba por ver si los hechizos de Níniel del mundo de los sueños habían servido para algo y, ahora, Bella era una persona “normal”. De momento, se había comportado algo más estable. Pero aún era pronto par evaluar. Aguardé a que la bruja, que estaba preparándose, dijera algo.
Mientras tanto, yo ya preparada y sentada sobre una roca, leía la carta firmada por Lord Kärtenssen, que me invitaba a su mansión en Roilkat. Bella creía que ese sería mi próximo objetivo. Y verdaderamente, después de muchos meses de ostracismo, me había llego a plantear el asistir.
Lejos de ello. Hice de la carta que invitaba a la Maestra Cazadora una bola de papel y la quemé en el fuego que aún duraba de la noche.
-¿Pero qué has hecho, Anastasia? – preguntó Bella, tratando de salvar el papel que ya se había destruido. - ¿Has quemado la invitación de Lord Kärtenssen? – preguntó.
-Sí. – aseveré, con la mirada perdida. No estaba enfadada. – Eso es exactamente lo que he hecho. – reafirmé, levantándome sobre mis rodillas para ponerme en pie, de espaldas a Belladonna.
-¿Pero qué va a pasar con el gremio de cazadores? Era tu oportunidad para recobrar las novedades del sector. ¿No piensas volver? – preguntó, colocándose su varita mágica en el cinturón.
-No quiero saber nada de la caza de vampiros. – sentencié. – Y no sé nada del gremio desde la batalla. Lo he abandonado. – repliqué comenzando a caminar por el bosque. Bella, tras de mí, aceleró el paso.
-¿Qué motivos tenías? Has matado a Mortagglia. Los vampiros te temen. ¡Eres una leyenda! – contestó sin entender nada. - ¿Para qué te hiciste cazadora de vampiros, entonces? ¿Para abandonar todo con el trabajo a medio hacer? – Me había hecho esa pregunta muchas veces. Sólo que nunca nadie me la había cuestionado a mí. Me detuve un instante. Y me di la vuelta poco a poco, mirándola a los ojos.
-Fue una elección. – dije, tranquila y con serenidad. Ella me miró con la boca abierta.
-¿Una elección para devolver al gremio el esplendor de antaño? ¿Para recuperar la fama perdida por tus ascendientes? ¿Una elección para derrotar a la Hermandad y hacer del mundo un lugar en paz? – había planteado varias hipótesis, pero no había dado con la respuesta.
-No. – respondí negando con la cabeza levemente, sin tensión. - Una elección para ser mejor.
Y continué el camino. Belladonna quedó sin respuesta. Intentando comprender la ambigüedad de mi idea. Era difícil de explicar. Aquella era una pregunta que me había planteado en muchísimas ocasiones. ¿Cuál era mi labor en el gremio? ¿Había motivos para desaparecer tras la batalla final? Hacía tiempo descubrí que, al contrario de lo que quería creer. Mi misión nunca fue exterminar vampiros, sino derrotar a Mortagglia. ¿Y por qué? Mi apellido estaba severamente manchado. Nadie iba a evitar que fuese “la nieta de Mortagglia”. Nadie podía arrebatarme los prejuicios, insultos y exclusiones, que eso me había provocado desde niña. El apellido Boisson era algo a lo que temer. Algo a lo que respetar. El respeto es algo bueno que se torna malo cuando se comienza a temer. Mi apellido tenía que desaparecer. Y para ello, yo tenía que hacerlo con él. Ahora, todo el mundo creía que los Boisson habían muerto en aquella batalla. Y era mejor que continuase siendo así. Seguramente Isabella y yo habríamos sido despedidas como leyendas. Cerrábamos un ciclo de más de un siglo de dominio del gremio por parte de Boisson. Un apellido que, para bien o para mal, había trascendido en la historia de los brujos.
Con la muerte de la Dama y de todos los Boisson. Mi apellido había sido, al fin y como se podía leer en los diarios de mis ancestros: Mitificado. ¿Qué mejor final para nosotros? Isabella estaría orgullosa de ello.
Era hora de que la gente pensase que el Gremio de Cazadores era mucho más que el Gremio de los Boisson. Cassandra jugaría un papel trascendental en aquello. Sólo ella tenía que continuar el legado y su historia. Gracias a nuestra rivalidad, se había preparado en vida para la misión. Ella tenía que ser la maestra cazadora.
-Espera, no puedo andar. Me duelen los pies. – instó Bella, sacándome de mi ensimismamiento. Se había tumbado en el suelo. Me giré y examiné cuidadosamente sus tobillos. Los tenía muy hinchados. Probablemente de caminar apresurada, y del pésimo trato, aunque merecido por otra parte, que había recibido en el psiquiátrico.
-Espera aquí. – le dije. – Voy a ver si encuentro a alguien que nos lleve. No tardaré. – le contesté.
Salí de la arboleda y caminé unos pocos minutos. Tenía que llevarla a un sitio en el que estuviera segura del obsesivo Haytham. Ese era mi plan a corto plazo, luego ya veríamos que haríamos.
Terminé llegando a una carretera amplia y soleada, en uno de las arboledas interiores de Verisar. Seguramente no demasiado lejos de una de las ciudades principales, precisamente Roilkat. Tal vez encontrásemos algún carro que nos llevase hasta allí. Había bastantes gentes transitando aquel lugar.
Última edición por Huracán el Sáb Mar 03 2018, 09:10, editado 1 vez
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
- Moralidad del hada:
- Moralidad malvada: Activada
Helyare contará con la siguientes penalizaciones:
-Hada asesina: El hada atacará y matará al primer NPC del hilo que se encare con Helyare. Independientemente de que sea malo o bueno. Si es un usuario, le dañará severamente.
-Mala fortuna: La primera runa del hilo que lance (no vale la de “castigo”) será la peor de las posibles.
-Castigo: El hada que acompaña a Helyare la atacará una vez por rol, de cualquier tipo. Tendrás que lanzar una runa antes de los cinco primeros turnos, si sale mala o muy mala, te causará daños graves, si no, resistirás el ataque.
No había tenido mucho tiempo para pensar, apenas un par de días y, aunque no lo había decidido al cien por cien, no le quedaba otro remedio que aceptar la propuesta de Ingela. Se encontrarían en el puerto de Baslodia en una semana, cuando el barco en el que viajaba la dragona hiciera escala en la ciudad. Después, ambas irían rumbo al Norte, y es ahí cuando le empezaba a dar una sensación de vértigo a la elfa. No era por el barco, aunque no había navegado, no le temía al mar, sino por el hecho de abandonar el Sur y pensar que no habría vuelta atrás una vez el barco zarpase. Aparte, tampoco sabía qué se iba a encontrar. Según lo que había entendido de las explicaciones de Ingela, la zona de Dundarak era siempre fría, aunque no siempre tenía nieve. Así que tendría que hacer acopio de prendas apropiadas para el frío y también algo de comida para el viaje en barco. Los miembros del clan Telanadas le habían regalado un pequeño saco con alimentos, a pesar de haberse negado a recibir nada, pero ellos se veían en la necesidad de facilitar el viaje a quien tanto les había ayudado.
La noche anterior ya se había despedido de Aran y de la elfa que le acompañaría en la misión que tenían, pero ella aún seguía pensando los pros y contras –sobre todo esto último –del dichoso plan que había ideado la dragona. A pesar de su preocupación, partió con la luz del alba en dirección a Vulwulfar para comprar lo que necesitaba para seguir su camino.
De nuevo en esa bulliciosa ciudad repleta de humanos y elfos que desperdiciaban sus productos comercializándolos con esos seres que no apreciaban nada. Lo veía una pérdida de tiempo y un gasto estúpido de productos que bien podrían aprovechar los elfos y que, seguramente, apreciarían mejor el valor que tenían. Pero esas ratas humanas no apreciaban nada.
Compró varias cosas que le serían de gran utilidad, preferentemente de su raza, y salió lo más rápido que pudo de aquel nido de humanos y elfos alienados.
Si pretendía librarse de la gente, lo llevaba complicado debido a la cantidad de personas de todas las razas que iban y venían por los caminos que unían Vulwulfar con Baslodia y Roilkat, aunque cuanto más avanzasen, menos gente encontraría.
Los comerciantes que recorrían las rutas aprovechaban el largo viaje para charlar y charlar sobre diversos temas, casi siempre de la pandemia ocurrida, pero también sobre la fiesta de un Lord en Roilkat y sobre un suceso en Vulwulfar, pero Helyare no les hacía mucho caso, simplemente caminaba sin apenas mirar a nadie y ya, no pretendía hacer amistades mientras iba de una ciudad a otra.
Anduvo durante un rato por el camino, mas pretendía seguir los principales pero no estar dentro de ellos, así que poco tardó en meterse por entre los árboles, donde realmente sentía algo de paz y seguridad, en lugar de estar rodeada de seres que poco le importaban, con sus intentos de conversación agradables que no quería escuchar.
Por suerte, las visiones parecían haber acabado, no veía a nadie más tendido en el suelo ni brutalmente asesinado a sus pies mientras la sangre acababa esparcida por su cara. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando atravesó los árboles. A pesar de la tranquilidad que se respiraba en esa arboleda, ella no podía dejar de mirar para todos lados, tratando de confirmar una y otra vez que no iba a encontrarse a nadie muerto. Ya no prestaba atención a los ruidos de los viajeros, de hecho, no había apenas ruido. Tratando de convencerse de que no vería a nadie más perdiendo la vida, prosiguió su camino con algo más de seguridad, aunque sin dejar de mirar para todos lados.
El viaje se le estaba haciendo muy pesado y estaba bastante irritable. Realmente no estaba siendo un viaje físicamente duro, apenas llevaba un par de horas caminando y, por el sol, debía ser mediodía. Aún podría continuar, pero sentía que era duro porque era el definitivo, a cada paso que daba se planteaba si de verdad quería partir hacia el norte. Ni siquiera Nillë estaba revoloteando a su alrededor como hacía otras veces, se había metido en el saquito y ahí dormía. Un gusto ser transportada...
Un par de voces la sacaron un poco de su ensimismamiento, aunque prefirió ignorarlas, pensando que serían de otros viajeros que habían optado por una ruta alternativa.
Según iba andando, las voces sonaban algo más nítidas, aunque no lo suficiente para comprender qué decían, pero sí estaba segura de que una de ellas le era familiar, mas no podía ubicarlo.
Su sorpresa fue que al llegar a un pequeño claro encontró a una persona tirada en el suelo. Se le heló la sangre. No eran dos, sino solo una. Volvió a mirar para todos lados, nerviosa, tratando de buscar a la segunda voz. Incapaz de moverse y sin saber realmente qué hacer, sacó el arco que le habían dado los miembros del clan Telanadas. Era un arma bastante simple, nada comparado con el que había tenido, hecho expresamente para ella, pero le serviría para defenderse.
En cuanto vio a esa persona tirada en el suelo, con impaciencia esperó a que apareciera el atacante, o los atacantes. Alzó el arco, mirando para todos lados, y manteniendo la distancia de la persona que estaba en el suelo, que no sabía si la había visto o no. Despacio, pero aún con el arco en ristre, empezó a retroceder, tratando de tener a la vista todos los árboles y lugares por los que podría aparecer una llamarada, o una flecha. Era ya la costumbre de haber visto tantas, tantas visiones, y tan vividas que aún no era capaz de discernir qué era real y qué no. Respiraba entrecortadamente, recordando aún la humedad de la sangre en sus pies y su cara, el calor de las llamaradas de los brujos y los gritos desgarradores de quienes estaban sufriendo la guerra.
Esa mujer no gritaba, estaba a cierta distancia aún de ella, pero no quería acercarse y ver cómo se podrían echar sobre ella varios soldados.
El hada, que había estado viajando con total tranquilidad, salió del saquito al notar que la elfa empezaba a moverse más de la cuenta, y al asomar la cabeza la pudo ver con el arco, aunque por más que miraba a todos lados, no veía a quién iba a atacar, salvo a esa persona que estaba tirada en el suelo, quien parecía estar descansando. Rápidamente alzó el vuelo para intentar llamar la atención de su compañera.
- Aclaración:
- Al ver a Belladona tirada, creo que es una de las víctimas de las visiones que tengo, gracias a la maldición de "vestigios del pasado"
Helyare
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
No pasaban demasiados carretilleros por aquella carretera empedrada. Belladonna decía que le dolían los pies y no “podía”, más bien no quería, caminar. Aunque no sé qué problema para andar tendría una bruja que podía convertirse en humo. Para colmo, el día no es que fuese muy soleado y el tráfico por semana era considerablemente más reducido que por semana. Luego para los pocos carretilleros que pasaban, no tenía dinero en los bolsillos para persuadirles.
Tan sólo hubo un hombre “amable” que se ofreció a llevarnos sin entregarle nada en mano, mas entregándole yo la mía durante unos minutos para suplir las renuncias de su mujer a cumplir con sus obligaciones de casada. Ese desdichado no tardó en espolear sus caballos a toda prisa en cuanto vio mi cara asesina y la punta del virote de mi ballesta de mano en línea con su cabeza. Podría haberle disparado, pero preferí no meterme en problemas. Ese hombre había vuelto a nacer, podría haber sido yo a la que le dolieran los pies y Bella la que estuviese en mi lugar.
Iba a ser un día de mierda. Sin embargo las cosas se complicarían aún más cuando escuché chillar histéricamente a la bruja de maldiciones. ¡Por todos los dioses, tenía que ayudarla, no podía dejar que le pasara nada! Por supuesto, no era a Bella a quien iba a ayudar, sino al pobre desgraciado que se encontró de bruces con la bruja, antes de que dijera un abracadabra y lo matara en un abrir y cerrar de ojos.
Salté por encima de los arbustos y llegué hasta la posición. - ¿De qué vas? ¡ESTÚPIDA FOLLA ÁRBOLES! ¿Crees que puedes ir por el bosque apuntando así a cualquiera? - Estaba claro que algo había cambiado en Belladonna. Seguía insultando y con comportamientos psicóticos, pero por ahora parecía que criticaba esas cosas que tanto había hecho.
-¿Qué sucede? – pregunté de mala manera viendo como Bella era la intimidada, en el suelo, de espalda en el suelo. La bruja, sin decir nada, señaló con el índice a una joven que había a su lado. Llevaba un arco en posición de ataque. Aunque no apuntaba a Bella. Parecía ensimismada en su mundo, totalmente ida. ¿Qué motivos tenía para estar en guardia? ¿Una asaltacarreteras? ¿Estaba siendo perseguida?
La Anastasia de las últimas semanas, habría atacado sin pensárselo dos veces a aquella mujer. Pero no podía hacerlo. No cuando empezaba a darme cuenta de todos los errores cometidos a lo largo de mi vida. Estaba muy afectada por la muerte de Isabella, por mis tensos encontronazos con amigos como Eltrant o Alanna. No podía permitir dejarme llevar por los impulsos. Tenía que ser dialogante y no atacar de primeras...
... Claro que mi concepto de "dialogante" difería mucho del de una persona cualquiera. -Baja tu arma. – espeté tranquila, seria y sentenciante, sin mostrar mis armas. Si me miraba ella misma podría ver lo bien equipada que iba. – No me hagas repetírtelo dos veces. – continué tras una breve pausa, ya en voz más baja y amenazante.
Esperando que me hiciera caso, o que por el contrario, decidiera atacarme. Me fijé en su rostro bajo la capucha, para ver sus ojos. Los había visto en otra ocasión. Hice un esfuerzo por notar quién había tras ella. Entonces me di cuenta. Era aquella estúpida elfa racista de Vulwulfar que me había insultado y agredido gratuitamente, desembocando en una pelea que terminó con la elfa de rodillas y suplicando su vida. Por muy tranquila que decidiera estar, odiaba que me vacilaran. Había mejorado mucho mi combate desde la batalla contra la Dama. Ahora era la Maestra Cazadora.
-Helyare. – dije con una sonrisa irónica. Hasta me alegraba de reencontrarme con aquella estúpida. Conocía su nombre por nuestro breve encuentro en Beltrexus. - ¿Eres tú? – Ladeé la cabeza a un lado, dejando que el flequillo me tapara uno de los ojos y sonreí, andando hacia ella calmada. Cuando la miraba a los ojos, sentía una extraña sensación como si la conociera de toda la vida. –Vete. No te hemos hecho nada. No estoy para bromas. – le pedí amablemente, deteniéndome a una distancia prudencial lo suficiente como para poder reaccionar si es que me disparaba.
-Qué amigas más raras tienes… - decía Bella desde detrás de mí, poniendo muecas extrañas. – No te convienen esas amistades, hija mía. – clamaba la bruja.
-No es mi amiga. – le dije, girando la cabeza ligeramente hacia Bella. – Sólo es una elfa frustrada a la que humillé por sus insultos en Vulwulfar, y después en Beltrexus. – Volví a mirar a Helyare con desprecio. – Te daré la oportunidad de que guardes el arco, agaches la cabeza y te vayas por donde has venido. Y haré como que no te he visto. – esbocé una tímida sonrisa. – Supongo que conocerás el dicho: No hay dos sin tres..
Esperaba que fuera lo suficientemente inteligente para comerse su orgullo. No tenía motivos para luchar contra dos brujas. Lo que hiciéramos Bella y yo allí no era de su incumbencia, no nos habíamos metido con ella como para que nos apuntase con el arco. Por lo tanto, si se iniciaba un conflicto, mi conciencia estaría bien tranquila. Si quería “jugar”, jugaríamos.
Tan sólo hubo un hombre “amable” que se ofreció a llevarnos sin entregarle nada en mano, mas entregándole yo la mía durante unos minutos para suplir las renuncias de su mujer a cumplir con sus obligaciones de casada. Ese desdichado no tardó en espolear sus caballos a toda prisa en cuanto vio mi cara asesina y la punta del virote de mi ballesta de mano en línea con su cabeza. Podría haberle disparado, pero preferí no meterme en problemas. Ese hombre había vuelto a nacer, podría haber sido yo a la que le dolieran los pies y Bella la que estuviese en mi lugar.
Iba a ser un día de mierda. Sin embargo las cosas se complicarían aún más cuando escuché chillar histéricamente a la bruja de maldiciones. ¡Por todos los dioses, tenía que ayudarla, no podía dejar que le pasara nada! Por supuesto, no era a Bella a quien iba a ayudar, sino al pobre desgraciado que se encontró de bruces con la bruja, antes de que dijera un abracadabra y lo matara en un abrir y cerrar de ojos.
Salté por encima de los arbustos y llegué hasta la posición. - ¿De qué vas? ¡ESTÚPIDA FOLLA ÁRBOLES! ¿Crees que puedes ir por el bosque apuntando así a cualquiera? - Estaba claro que algo había cambiado en Belladonna. Seguía insultando y con comportamientos psicóticos, pero por ahora parecía que criticaba esas cosas que tanto había hecho.
-¿Qué sucede? – pregunté de mala manera viendo como Bella era la intimidada, en el suelo, de espalda en el suelo. La bruja, sin decir nada, señaló con el índice a una joven que había a su lado. Llevaba un arco en posición de ataque. Aunque no apuntaba a Bella. Parecía ensimismada en su mundo, totalmente ida. ¿Qué motivos tenía para estar en guardia? ¿Una asaltacarreteras? ¿Estaba siendo perseguida?
La Anastasia de las últimas semanas, habría atacado sin pensárselo dos veces a aquella mujer. Pero no podía hacerlo. No cuando empezaba a darme cuenta de todos los errores cometidos a lo largo de mi vida. Estaba muy afectada por la muerte de Isabella, por mis tensos encontronazos con amigos como Eltrant o Alanna. No podía permitir dejarme llevar por los impulsos. Tenía que ser dialogante y no atacar de primeras...
... Claro que mi concepto de "dialogante" difería mucho del de una persona cualquiera. -Baja tu arma. – espeté tranquila, seria y sentenciante, sin mostrar mis armas. Si me miraba ella misma podría ver lo bien equipada que iba. – No me hagas repetírtelo dos veces. – continué tras una breve pausa, ya en voz más baja y amenazante.
Esperando que me hiciera caso, o que por el contrario, decidiera atacarme. Me fijé en su rostro bajo la capucha, para ver sus ojos. Los había visto en otra ocasión. Hice un esfuerzo por notar quién había tras ella. Entonces me di cuenta. Era aquella estúpida elfa racista de Vulwulfar que me había insultado y agredido gratuitamente, desembocando en una pelea que terminó con la elfa de rodillas y suplicando su vida. Por muy tranquila que decidiera estar, odiaba que me vacilaran. Había mejorado mucho mi combate desde la batalla contra la Dama. Ahora era la Maestra Cazadora.
-Helyare. – dije con una sonrisa irónica. Hasta me alegraba de reencontrarme con aquella estúpida. Conocía su nombre por nuestro breve encuentro en Beltrexus. - ¿Eres tú? – Ladeé la cabeza a un lado, dejando que el flequillo me tapara uno de los ojos y sonreí, andando hacia ella calmada. Cuando la miraba a los ojos, sentía una extraña sensación como si la conociera de toda la vida. –Vete. No te hemos hecho nada. No estoy para bromas. – le pedí amablemente, deteniéndome a una distancia prudencial lo suficiente como para poder reaccionar si es que me disparaba.
-Qué amigas más raras tienes… - decía Bella desde detrás de mí, poniendo muecas extrañas. – No te convienen esas amistades, hija mía. – clamaba la bruja.
-No es mi amiga. – le dije, girando la cabeza ligeramente hacia Bella. – Sólo es una elfa frustrada a la que humillé por sus insultos en Vulwulfar, y después en Beltrexus. – Volví a mirar a Helyare con desprecio. – Te daré la oportunidad de que guardes el arco, agaches la cabeza y te vayas por donde has venido. Y haré como que no te he visto. – esbocé una tímida sonrisa. – Supongo que conocerás el dicho: No hay dos sin tres..
Esperaba que fuera lo suficientemente inteligente para comerse su orgullo. No tenía motivos para luchar contra dos brujas. Lo que hiciéramos Bella y yo allí no era de su incumbencia, no nos habíamos metido con ella como para que nos apuntase con el arco. Por lo tanto, si se iniciaba un conflicto, mi conciencia estaría bien tranquila. Si quería “jugar”, jugaríamos.
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Estaba muy nerviosa, era incapaz de fijar la mirada en un solo punto del bosque, atenta a que aparecieran los atacantes “habituales”. Los había visto aparecer en demasiadas ocasiones ya, y esa mujer parecía ser una de las víctimas. Esperaba el destello del fuego o de la luz atravesar los árboles e impactar contra el cuerpo de esa persona que estaba en el suelo. Pero el único destello que vio fue el azulado de Nillë, quien se había plantado frente a ella y agitaba sus pequeños bracitos para captar su atención. En ese momento bajó el arco y la miró, colocándose un mechón de pelo para atrás –no están aquí, ¿no? –murmuró al hada, quien hizo un gesto de negación. La elfa resopló algo aliviada al ver que no estaba dentro de una de sus visiones. Aunque lo hubiera preferido al ver a la otra mujer que llegó.
Justo iba a responder a la que estaba tirada en el suelo; era una maleducada. Sabía que la había insultado aunque no entendiera del todo bien el motivo del insulto. Pero su atención se centró en la que apareció saltando por encima de los arbustos. En ese momento su expresión cambió, se volvió más seria y el odio se podía ver en sus ojos. A pesar de haber bajado el arco, lo apretó con fuerza, presa de la rabia. Quería matarla, esa maldita bruja…
La pequeña hada empezó a emitir un destello de color más oscuro al escuchar el tono de su expresión, pero Helyare hizo un gesto a su compañera para que se mantuviera al margen. No siempre funcionaba, más bien al contrario. Ya había atacado a uno de los guardias de su clan y a otro elfo; el primero había muerto, el segundo había quedado herido. Y, aunque deseaba a la bruja esa muerta, no quería que fuera Nillë quien se enfrentase a ella, no quería que esa estúpida le hiciera algo a su hada.
Levantó ligeramente el arco cuando vio que se acercaba a ella. Deseaba destrozarla y hacerle pagar por la humillación que le había hecho pasar. Notaba como el brazo le ardía, ahí donde todavía quedaban las marcas del primer encontronazo que habían tenido. Siempre llevaba esa parte del brazo cubierto con telas o vendas, a pesar de que ya estaban más que cicatrizadas. Pero en ese momento sentía el calor punzante como si se reabrieran. –Huracán –la miró con odio, recordando su "nombre". Quería disparar y acabar con ella, pero no lo hizo. Parecía que la bruja sólo buscaba que se fuera, al igual que ella.
Apenas miró a la que seguía en el suelo cuando habló, sin prestarle mucha atención. También debía ser otra bruja, se parecía bastante a Huracán y era igual de "simpática" que ella.
Podría haberse ido y dejarlo pasar, su único objetivo era partir hacia el norte y ya. Pero no, las palabras de esa miserable bruja hicieron que no diera ni un paso. Enarcó una ceja incrédula ante lo que estaba diciendo. ¿Qué se fuera? ¡Ellas eran las que tenían que marcharse de allí! Ese no era lugar para hechiceras. No había abierto la boca hasta ese momento, que avanzó un par de pasos hacia ella.
– ¿Que me das la oportunidad de irme? –repitió con un tono irónico y de desprecio. Señaló el bosque con su mano – ¿pero quién te crees que eres? ¿Acaso este es tu territorio? –replicó con enfado mientras avanzaba unos pasos más hacia la que estaba de pie. Exhaló y negó con la cabeza, más para sí que para las dos hechiceras –ningún lugar debería ser para los de tu raza. Sois los causantes de todo mal. ¡No podéis estar aquí, ni en ningún sitio! Vosotras sois las que deberíais iros –pasó la vista por ambas, reaccionando de una forma demasiado brusca ante las palabras de Huracán – ¡Fuera!
Aquello iba más allá del odio que le habían enseñado a tener. Era producto de todo el mal que había vivido con los de esa raza. Había visto las guerras y parte de Sandorai destruido por culpa de uno de ellos, había tenido que enfrentarse a varios para intentar salvarse de sus ataques, habían destrozado clanes e, incluso, al tratar de ayudar a uno de ellos se había metido en líos peores. ¡Los quería a todos muertos! Eran los seres más horribles y despreciables. Si solo con encontrarse a esas dos ya había recibido insultos por parte de una de ellas y amenazas por parte de la otra. Apretó los labios mostrando su frustración, mientras Nillë permanecía justo a un lado de ella, sin entender bien qué estaba pasando. Aunque una cosa era clara: el ambiente estaba algo tenso.
–Largaos de aquí las dos, brujas –remarcó con tono cansado. “A poder ser, al fondo del océano”, añadió en sus pensamientos, pasando su fría mirada por ambas. –Aquí no os conviene estar.
Había bajado el arco, estaba demasiado cerca de ella como para usarlo. Además quería irse, no sin antes asegurarse de apartar a la bruja de su camino dándole un ligero empujón con una de sus manos hacia un lado. Recordaba que era alta, pero no tanto como en ese momento que la tenía tan cerca. ¿Y si sacaba la daga y...? Lo pensó por un instante, pero no lo hizo. Simplemente la empujó.
Por suerte, ella creía que en el Norte no los encontraría. Mucha nieve, frío y dragones, pero no despreciables brujos.
Justo iba a responder a la que estaba tirada en el suelo; era una maleducada. Sabía que la había insultado aunque no entendiera del todo bien el motivo del insulto. Pero su atención se centró en la que apareció saltando por encima de los arbustos. En ese momento su expresión cambió, se volvió más seria y el odio se podía ver en sus ojos. A pesar de haber bajado el arco, lo apretó con fuerza, presa de la rabia. Quería matarla, esa maldita bruja…
La pequeña hada empezó a emitir un destello de color más oscuro al escuchar el tono de su expresión, pero Helyare hizo un gesto a su compañera para que se mantuviera al margen. No siempre funcionaba, más bien al contrario. Ya había atacado a uno de los guardias de su clan y a otro elfo; el primero había muerto, el segundo había quedado herido. Y, aunque deseaba a la bruja esa muerta, no quería que fuera Nillë quien se enfrentase a ella, no quería que esa estúpida le hiciera algo a su hada.
Levantó ligeramente el arco cuando vio que se acercaba a ella. Deseaba destrozarla y hacerle pagar por la humillación que le había hecho pasar. Notaba como el brazo le ardía, ahí donde todavía quedaban las marcas del primer encontronazo que habían tenido. Siempre llevaba esa parte del brazo cubierto con telas o vendas, a pesar de que ya estaban más que cicatrizadas. Pero en ese momento sentía el calor punzante como si se reabrieran. –Huracán –la miró con odio, recordando su "nombre". Quería disparar y acabar con ella, pero no lo hizo. Parecía que la bruja sólo buscaba que se fuera, al igual que ella.
Apenas miró a la que seguía en el suelo cuando habló, sin prestarle mucha atención. También debía ser otra bruja, se parecía bastante a Huracán y era igual de "simpática" que ella.
Podría haberse ido y dejarlo pasar, su único objetivo era partir hacia el norte y ya. Pero no, las palabras de esa miserable bruja hicieron que no diera ni un paso. Enarcó una ceja incrédula ante lo que estaba diciendo. ¿Qué se fuera? ¡Ellas eran las que tenían que marcharse de allí! Ese no era lugar para hechiceras. No había abierto la boca hasta ese momento, que avanzó un par de pasos hacia ella.
– ¿Que me das la oportunidad de irme? –repitió con un tono irónico y de desprecio. Señaló el bosque con su mano – ¿pero quién te crees que eres? ¿Acaso este es tu territorio? –replicó con enfado mientras avanzaba unos pasos más hacia la que estaba de pie. Exhaló y negó con la cabeza, más para sí que para las dos hechiceras –ningún lugar debería ser para los de tu raza. Sois los causantes de todo mal. ¡No podéis estar aquí, ni en ningún sitio! Vosotras sois las que deberíais iros –pasó la vista por ambas, reaccionando de una forma demasiado brusca ante las palabras de Huracán – ¡Fuera!
Aquello iba más allá del odio que le habían enseñado a tener. Era producto de todo el mal que había vivido con los de esa raza. Había visto las guerras y parte de Sandorai destruido por culpa de uno de ellos, había tenido que enfrentarse a varios para intentar salvarse de sus ataques, habían destrozado clanes e, incluso, al tratar de ayudar a uno de ellos se había metido en líos peores. ¡Los quería a todos muertos! Eran los seres más horribles y despreciables. Si solo con encontrarse a esas dos ya había recibido insultos por parte de una de ellas y amenazas por parte de la otra. Apretó los labios mostrando su frustración, mientras Nillë permanecía justo a un lado de ella, sin entender bien qué estaba pasando. Aunque una cosa era clara: el ambiente estaba algo tenso.
–Largaos de aquí las dos, brujas –remarcó con tono cansado. “A poder ser, al fondo del océano”, añadió en sus pensamientos, pasando su fría mirada por ambas. –Aquí no os conviene estar.
Había bajado el arco, estaba demasiado cerca de ella como para usarlo. Además quería irse, no sin antes asegurarse de apartar a la bruja de su camino dándole un ligero empujón con una de sus manos hacia un lado. Recordaba que era alta, pero no tanto como en ese momento que la tenía tan cerca. ¿Y si sacaba la daga y...? Lo pensó por un instante, pero no lo hizo. Simplemente la empujó.
Por suerte, ella creía que en el Norte no los encontraría. Mucha nieve, frío y dragones, pero no despreciables brujos.
Helyare
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
¡Vaya una prepotente! Qué equivocado estaba Jules cada vez que intentaba razonar con la gente antes que disparar. La mayor parte de los paletos que me encontré lejos de las islas, era gente analfabeta que te prometía algo y luego te apuñalaba cuando te dabas la vuelta. Es imposible intentar acordar algo con alguien con poca cultura. Y la mejor manera de enseñar a esta gente es a base de un buen golpe. Insultos. ¡Por favor! Eso fue lo que recibí de ella por comportarme de manera amable y diplomática.
Volvió a sacar el tema de los brujos. Aquella orejas picudas estaba muy consternada por un asunto que ocurrió hace siglos, cuando ella ni habría nacido. Debía de sufrir algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo. La miré, de brazos cruzados.
-Tu racismo es enfermizo. – contesté con mi habitual poco e inexpresivo diálogo, sin venirme abajo. – Tú no me vas a decirme a mí cuando me tengo que ir. – respondí, siguiendo a lo mío, que era ver cómo se encontraba el tobillo de Bella.
Desde el suelo, la bruja la insultaba y le dedicaba frases muy malsonantes. Además de instarme a darle una lección a la elfa. – Déjalo estar. – Le respondía, poniendo una mano en el hombro de mi madre para que ésta no convirtiera a Helyare en carbonilla. Sólo era una elfa bravucona y pronto se iría.
Sin embargo, lo último que hizo antes de irse fue empujarme con el hombro. Sin ningún motivo. La miré de reojo por su espalda y le dediqué una mirada sentenciante.
-¿Vas a permitir que te hable así? ¿De verdad? – preguntó Belladonna, poniendo una mano en la boca para reírse. – Es una sucia elfa. ¡Nos ha insultado! ¡Te ha agredido! Dale una lección. Estamos en un bosque, nadie se enterará. – Hice un par de gestos de medio duda, medio negación con la cabeza. No quería.
-Le prometí a un amigo que sería más comedida. – me traté de autoconvencer en clara referencia a Eltrant.
-Comedida con quien debes serlo. Haz caso a tu madre, que sólo quiere lo mejor para ti, y destroza y sácale los intestinos a esa follaárboles. – Sí, Belladonna estaba hecha toda una madraza. ¡Vaya un consejo! Finalmente, me levanté. ¿Qué era necesario para provocar un incendio? Un poco de combustible y una llama. Pues Helyare era la madera, y Belladonna, la cerilla.
-Tú no eres mi madre. – le repliqué de mala gana, mirándola sentada en el suelo. – Iré tras ella. Pero sólo por saber algunas cosas.
Y dicho esto abandoné a la bruja para seguir a Helyare, desde su espalda. Bella ya no estaba ni cerca. - ¡Helyare, para! – le grité una vez. No sabía si no me escuchaba o no me hacía caso. Seguramente fuera lo primero. – ¡Te he dicho que pares! – y estiré el brazo, agarrotando los dedos.
Con mis poderes de telequinesis, bloquearía su cuerpo y la haría detenerse. Como mucho, podría girarse hacia mí. Con aquello esperaba haber conseguido atraer su atención. No iba a perder un segundo más de mi tiempo con aquella estúpida.
-¿Te crees que me puedes golpear e irte como si no pasara nada? ¿Sabes quién soy yo, guapa? ¿Has oído hablar de mí?– le pregunté dejando la boca abierta y haciendo una mueca acompañado de un breve gesto de cabeza. E hice una breve pausa, sin dejarla moverse. - ¿Por qué tanto odio a los brujos? Y por favor, evítame repetir lo de las guerras. No me creo que nadie guarde rencor por algo que no vivió. Tiene que haber algo más profundo. – entrecerré los ojos, intentando comprender el por qué de su comportamiento. – La gente es muy diversa. ¿Has tenido problemas con alguno en particular? – cuestioné.
Le daría tiempo para explicarse. Pero además de saber el por qué de su odio a la raza, estaba allí para darle una lección por haberme empujado e insultado.
-¡Ash balla ná! – conjuré una fuerte corriente de viento para sacarla volando por los aires e intentar estamparla contra un árbol. Luego me encaminé hacia ella, lentamente. Del mismo modo que me acercaba a tantos y tantos vampiros. Que veían mi esbelta silueta con la ballesta de mano aproximándose lentamente como quien veía a la muerte con su guadaña. Con Helyare, que no era una chupasangres, sería más comedida. La miré sentenciantemente, con los ojos aborrecidos, coloqué mi mano diestra sobre la ballesta de mano, la desenfundé y le apunté. – Al principio, admito que me parecías graciosa. – dije sin entonar, con un amago de sonrisa soberbia. – Pero ya me estás cansando... - entrecerré los ojos. Y la miré con desprecio.
En mi cabeza estaba habiendo también una lucha con mi subconsciente. ¿Disparar o no? Estaba dudando seriamente y ella podría aprovecharse de ello. Tenía mucha rabia acumulada dentro. Por todas las situaciones frustrantes de mi vida desde la batalla de Sacrestic Ville. Y Helyare había comprado todas las papeletas para pagar los platos rotos.
Volvió a sacar el tema de los brujos. Aquella orejas picudas estaba muy consternada por un asunto que ocurrió hace siglos, cuando ella ni habría nacido. Debía de sufrir algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo. La miré, de brazos cruzados.
-Tu racismo es enfermizo. – contesté con mi habitual poco e inexpresivo diálogo, sin venirme abajo. – Tú no me vas a decirme a mí cuando me tengo que ir. – respondí, siguiendo a lo mío, que era ver cómo se encontraba el tobillo de Bella.
Desde el suelo, la bruja la insultaba y le dedicaba frases muy malsonantes. Además de instarme a darle una lección a la elfa. – Déjalo estar. – Le respondía, poniendo una mano en el hombro de mi madre para que ésta no convirtiera a Helyare en carbonilla. Sólo era una elfa bravucona y pronto se iría.
Sin embargo, lo último que hizo antes de irse fue empujarme con el hombro. Sin ningún motivo. La miré de reojo por su espalda y le dediqué una mirada sentenciante.
-¿Vas a permitir que te hable así? ¿De verdad? – preguntó Belladonna, poniendo una mano en la boca para reírse. – Es una sucia elfa. ¡Nos ha insultado! ¡Te ha agredido! Dale una lección. Estamos en un bosque, nadie se enterará. – Hice un par de gestos de medio duda, medio negación con la cabeza. No quería.
-Le prometí a un amigo que sería más comedida. – me traté de autoconvencer en clara referencia a Eltrant.
-Comedida con quien debes serlo. Haz caso a tu madre, que sólo quiere lo mejor para ti, y destroza y sácale los intestinos a esa follaárboles. – Sí, Belladonna estaba hecha toda una madraza. ¡Vaya un consejo! Finalmente, me levanté. ¿Qué era necesario para provocar un incendio? Un poco de combustible y una llama. Pues Helyare era la madera, y Belladonna, la cerilla.
-Tú no eres mi madre. – le repliqué de mala gana, mirándola sentada en el suelo. – Iré tras ella. Pero sólo por saber algunas cosas.
Y dicho esto abandoné a la bruja para seguir a Helyare, desde su espalda. Bella ya no estaba ni cerca. - ¡Helyare, para! – le grité una vez. No sabía si no me escuchaba o no me hacía caso. Seguramente fuera lo primero. – ¡Te he dicho que pares! – y estiré el brazo, agarrotando los dedos.
Con mis poderes de telequinesis, bloquearía su cuerpo y la haría detenerse. Como mucho, podría girarse hacia mí. Con aquello esperaba haber conseguido atraer su atención. No iba a perder un segundo más de mi tiempo con aquella estúpida.
-¿Te crees que me puedes golpear e irte como si no pasara nada? ¿Sabes quién soy yo, guapa? ¿Has oído hablar de mí?– le pregunté dejando la boca abierta y haciendo una mueca acompañado de un breve gesto de cabeza. E hice una breve pausa, sin dejarla moverse. - ¿Por qué tanto odio a los brujos? Y por favor, evítame repetir lo de las guerras. No me creo que nadie guarde rencor por algo que no vivió. Tiene que haber algo más profundo. – entrecerré los ojos, intentando comprender el por qué de su comportamiento. – La gente es muy diversa. ¿Has tenido problemas con alguno en particular? – cuestioné.
Le daría tiempo para explicarse. Pero además de saber el por qué de su odio a la raza, estaba allí para darle una lección por haberme empujado e insultado.
-¡Ash balla ná! – conjuré una fuerte corriente de viento para sacarla volando por los aires e intentar estamparla contra un árbol. Luego me encaminé hacia ella, lentamente. Del mismo modo que me acercaba a tantos y tantos vampiros. Que veían mi esbelta silueta con la ballesta de mano aproximándose lentamente como quien veía a la muerte con su guadaña. Con Helyare, que no era una chupasangres, sería más comedida. La miré sentenciantemente, con los ojos aborrecidos, coloqué mi mano diestra sobre la ballesta de mano, la desenfundé y le apunté. – Al principio, admito que me parecías graciosa. – dije sin entonar, con un amago de sonrisa soberbia. – Pero ya me estás cansando... - entrecerré los ojos. Y la miré con desprecio.
En mi cabeza estaba habiendo también una lucha con mi subconsciente. ¿Disparar o no? Estaba dudando seriamente y ella podría aprovecharse de ello. Tenía mucha rabia acumulada dentro. Por todas las situaciones frustrantes de mi vida desde la batalla de Sacrestic Ville. Y Helyare había comprado todas las papeletas para pagar los platos rotos.
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
En otra circunstancia habría intentado matar a la bruja para vengarse por lo ocurrido en Vulwulfar, pero no esa vez. Tenía que llegar a Baslodia lo antes posible para montarse en el barco y desaparecer de los reinos del sur cuanto antes. Así que, después de apartar a la bruja, siguió su camino, esperando no tener que volverla a ver nunca. Pero eso no iba a ser tan fácil…
Absorta en sus pensamientos, la única que se giró en la primera llamada fue Nillë, aunque no la llamase a ella. Helyare siguió caminando hasta que no pudo moverse más, algo se lo impedía. Notaba su cuerpo bloqueado y miró a todos lados para entender qué pasaba, hasta que se giró al volver a escuchar a la bruja detrás de ella.
– ¿Qué estás haciendo? –Protestó la elfa cuando se dio la vuelta, con mala cara –eres una bruja odiosa y muy molesta –respondió a la pregunta que había hecho, cruzándose de brazos. Le estaban dando muchas ganas de coger el arco de nuevo y, esta vez sí, dispararle. ¡Qué ganas de ir a fastidiar! Ella empezó a preguntar el porqué de ese odio hacia los de su raza y la elfa sólo le dedicó una mueca, frunciendo los labios. ¿Sin contar las guerras? ¡Si habían sido el comienzo de todo! Tanto ella como cualquiera de su antiguo clan creían que la memoria era muy importante, pues olvidar lo ocurrido haría que se volviera a cometer el mismo error. Y no había habido una guerra, sino tres. La primera era culpa de los hechiceros, la segunda, culpa de quienes habían olvidado la primera afrenta, que habían cedido los territorios en pos de la paz con seres que habían destruido a sus familias. La tercera, la máxima potencia de este fallo. Salvo un par de clanes que les apoyaron, el resto se negó a tomar partido, olvidando así lo ocurrido en las anteriores, deshonrando la memoria de quienes cayeron por defender el sitio donde habían nacido y sucumbiendo a una pequeña parte de territorio con tal de mantener la paz. Habían olvidado lo sucedido y cuántas vidas habían sesgado esos con quienes habían firmado la no-violencia. Por desgracia, ella aún podía ver las atrocidades cometidas por los de la raza de esa mujer.
–Guardo rencor porque he podido comprobar que no ha habido cambios. Los brujos seguís destruyendo todo. Sois competitivos, usáis la magia para hacer el mal, para dañar. La antigua magia que nos perteneció no la utilizáis bien –masculló entre dientes, como si escupiera las palabras –, y no sois capaces de apreciar nada. Simplemente llegáis y lo arruináis todo.
Hizo una breve pausa, pensaba seguir soltando todo el veneno que tenía guardado sobre los de su asquerosa raza, pero una corriente de aire la lanzó por los aires. ¡Vaya si eso reafirmaba sus palabras! Los brujos eran los seres más horribles que poblaban Aerandir. ¿Cómo se atrevía a hablar de diversidad cuando confirmaba la maldad que tenían con uno de sus hechizos? Aquello la enfadó, algo no muy complicado teniendo en cuenta la situación de la elfa y la raza de la atacante.
Helyare salió despedida contra el tronco de un árbol, haciendo que todo el contenido de la bolsa que llevaba acabase tirado por el suelo. Hizo un gesto de dolor por el golpe, cerrando los ojos, aunque sin decir nada. Cuando volvió a abrir los ojos vio como ella se iba acercando, sacando una de sus ballestas. La elfa trató de incorporarse, pero apenas le dio tiempo antes de ver el destello azul brillante de Nillë envolver a la bruja completamente, como si de una explosión se tratase. Por instinto, se cubrió la cara con un brazo, ya de pie. El hada había atacado a Huracán, y Helyare había podido comprobar en varias ocasiones lo que suponía que Nillë usase su poder sobre otra persona. La bruja iba a acabar bastante mal… cosa que aprovechó para levantarse y coger la ballesta, que había salido despedida en el ataque.
Nillë salió volando a ocultarse tras unas ramas.
La elfa miró a la bruja en el suelo y le apuntó con su propia arma, sujetándola con ambas manos, aunque no conseguía estabilizarla del todo, pues le temblaban.
–Me educaron para odiaros, me enseñaron todas las atrocidades que habían cometido los tuyos. Y sólo he visto a un brujo que era diferente –se mordió el labio, pensando en Vincent, de quien había perdido la pista en Sandorai – pero eso no importa, también me trajo problemas. El resto merecéis morir –hizo una mueca de desprecio. – ¿Sabes que hubo una enfermedad hace poco? Hubo mucha gente que vino a Verisar, ¡incluso los dragones! Y hubo brujos que atacaron una pequeña aldea a la entrada de Sandorai sin motivo, ¡los elfos prestaban ayuda para sanar a la gente! Hubo una masacre –caminó unos pasos, rodeando a la bruja, aún con la ballesta en ristre – y cuerpos de los elfos por todos lados. ¿Quién osa matar a quien te intenta ayudar? Fueron tantas sus almas que Samhain se llenó de flores por las pérdidas recientes. Pero… también tuvieron que llegar los brujos a destruir esa fiesta. Ni siquiera les dieron la oportunidad de velar por sus difuntos de la forma correcta. Y no es la primera fiesta que destrozan –hizo una pausa, mirando a la bruja en el suelo. Se detuvo a varios metros de sus pies y le apuntó con su propia ballesta. –Todos los días veo las batallas pasadas en el bosque. Por culpa de otro hechicero soy capaz de ver las atrocidades que hicieron los tuyos, ¿y quieres que no te hable de las guerras? ¿De cómo los brujos quemaban vivos a los elfos? Sus armaduras se llegaban a fundir con su piel… –hizo una mueca de asco y disgusto –, ¿y sabes que hay una bruja que tarda cuarenta y tres segundos en quemar vivos a los elfos? Para ella es un juego, es una niña pequeña. Sus padres le llevan elfos para que la cría juegue. ¿Divertido? –preguntó con ironía. – Y, también, escuché que hay campeonatos de caza de elfos en Beltrexus, ¿sabías algo? ¿O participas usando esto? –Hizo un gesto con su cabeza para señalarla ballesta.
Se notaba que era la primera vez que tenía un arma así en sus manos, lo cierto es que se la había visto a muy poca gente, tal vez uno o dos más aparte de Huracán, pero no tendría que ser complicado, simplemente apretar el gatillo y ya. Algo que aún dudaba si hacer y acabar con ella o simplemente dejarla así, herida, y largarse.
Para ella todos los brujos eran iguales hasta que se demostrara lo contrario. Y Huracán no parecía ser la excepción. Quería acabar con ella, sentía toda la rabia acumulada por todo lo que habían hecho los de su raza, y ella también le había hecho daño. Era lícito que pagase, al igual que algunos de los brujos a los que se había referido instantes atrás. Ellos habían pagado. ¿Por qué no Huracán también? Pero también dudaba, estaba nerviosa y una parte de ella creía que ya no tenía sentido alguno enfrentarse a los brujos. Ya no recuperaría nada de lo que había perdido si mataba a esa mujer. No sabía realmente qué hacer.
–Los dioses no quisieron a tu amiguita la ladrona, ¿te querrán a ti si te envío con ellos?
Absorta en sus pensamientos, la única que se giró en la primera llamada fue Nillë, aunque no la llamase a ella. Helyare siguió caminando hasta que no pudo moverse más, algo se lo impedía. Notaba su cuerpo bloqueado y miró a todos lados para entender qué pasaba, hasta que se giró al volver a escuchar a la bruja detrás de ella.
– ¿Qué estás haciendo? –Protestó la elfa cuando se dio la vuelta, con mala cara –eres una bruja odiosa y muy molesta –respondió a la pregunta que había hecho, cruzándose de brazos. Le estaban dando muchas ganas de coger el arco de nuevo y, esta vez sí, dispararle. ¡Qué ganas de ir a fastidiar! Ella empezó a preguntar el porqué de ese odio hacia los de su raza y la elfa sólo le dedicó una mueca, frunciendo los labios. ¿Sin contar las guerras? ¡Si habían sido el comienzo de todo! Tanto ella como cualquiera de su antiguo clan creían que la memoria era muy importante, pues olvidar lo ocurrido haría que se volviera a cometer el mismo error. Y no había habido una guerra, sino tres. La primera era culpa de los hechiceros, la segunda, culpa de quienes habían olvidado la primera afrenta, que habían cedido los territorios en pos de la paz con seres que habían destruido a sus familias. La tercera, la máxima potencia de este fallo. Salvo un par de clanes que les apoyaron, el resto se negó a tomar partido, olvidando así lo ocurrido en las anteriores, deshonrando la memoria de quienes cayeron por defender el sitio donde habían nacido y sucumbiendo a una pequeña parte de territorio con tal de mantener la paz. Habían olvidado lo sucedido y cuántas vidas habían sesgado esos con quienes habían firmado la no-violencia. Por desgracia, ella aún podía ver las atrocidades cometidas por los de la raza de esa mujer.
–Guardo rencor porque he podido comprobar que no ha habido cambios. Los brujos seguís destruyendo todo. Sois competitivos, usáis la magia para hacer el mal, para dañar. La antigua magia que nos perteneció no la utilizáis bien –masculló entre dientes, como si escupiera las palabras –, y no sois capaces de apreciar nada. Simplemente llegáis y lo arruináis todo.
Hizo una breve pausa, pensaba seguir soltando todo el veneno que tenía guardado sobre los de su asquerosa raza, pero una corriente de aire la lanzó por los aires. ¡Vaya si eso reafirmaba sus palabras! Los brujos eran los seres más horribles que poblaban Aerandir. ¿Cómo se atrevía a hablar de diversidad cuando confirmaba la maldad que tenían con uno de sus hechizos? Aquello la enfadó, algo no muy complicado teniendo en cuenta la situación de la elfa y la raza de la atacante.
Helyare salió despedida contra el tronco de un árbol, haciendo que todo el contenido de la bolsa que llevaba acabase tirado por el suelo. Hizo un gesto de dolor por el golpe, cerrando los ojos, aunque sin decir nada. Cuando volvió a abrir los ojos vio como ella se iba acercando, sacando una de sus ballestas. La elfa trató de incorporarse, pero apenas le dio tiempo antes de ver el destello azul brillante de Nillë envolver a la bruja completamente, como si de una explosión se tratase. Por instinto, se cubrió la cara con un brazo, ya de pie. El hada había atacado a Huracán, y Helyare había podido comprobar en varias ocasiones lo que suponía que Nillë usase su poder sobre otra persona. La bruja iba a acabar bastante mal… cosa que aprovechó para levantarse y coger la ballesta, que había salido despedida en el ataque.
Nillë salió volando a ocultarse tras unas ramas.
La elfa miró a la bruja en el suelo y le apuntó con su propia arma, sujetándola con ambas manos, aunque no conseguía estabilizarla del todo, pues le temblaban.
–Me educaron para odiaros, me enseñaron todas las atrocidades que habían cometido los tuyos. Y sólo he visto a un brujo que era diferente –se mordió el labio, pensando en Vincent, de quien había perdido la pista en Sandorai – pero eso no importa, también me trajo problemas. El resto merecéis morir –hizo una mueca de desprecio. – ¿Sabes que hubo una enfermedad hace poco? Hubo mucha gente que vino a Verisar, ¡incluso los dragones! Y hubo brujos que atacaron una pequeña aldea a la entrada de Sandorai sin motivo, ¡los elfos prestaban ayuda para sanar a la gente! Hubo una masacre –caminó unos pasos, rodeando a la bruja, aún con la ballesta en ristre – y cuerpos de los elfos por todos lados. ¿Quién osa matar a quien te intenta ayudar? Fueron tantas sus almas que Samhain se llenó de flores por las pérdidas recientes. Pero… también tuvieron que llegar los brujos a destruir esa fiesta. Ni siquiera les dieron la oportunidad de velar por sus difuntos de la forma correcta. Y no es la primera fiesta que destrozan –hizo una pausa, mirando a la bruja en el suelo. Se detuvo a varios metros de sus pies y le apuntó con su propia ballesta. –Todos los días veo las batallas pasadas en el bosque. Por culpa de otro hechicero soy capaz de ver las atrocidades que hicieron los tuyos, ¿y quieres que no te hable de las guerras? ¿De cómo los brujos quemaban vivos a los elfos? Sus armaduras se llegaban a fundir con su piel… –hizo una mueca de asco y disgusto –, ¿y sabes que hay una bruja que tarda cuarenta y tres segundos en quemar vivos a los elfos? Para ella es un juego, es una niña pequeña. Sus padres le llevan elfos para que la cría juegue. ¿Divertido? –preguntó con ironía. – Y, también, escuché que hay campeonatos de caza de elfos en Beltrexus, ¿sabías algo? ¿O participas usando esto? –Hizo un gesto con su cabeza para señalarla ballesta.
Se notaba que era la primera vez que tenía un arma así en sus manos, lo cierto es que se la había visto a muy poca gente, tal vez uno o dos más aparte de Huracán, pero no tendría que ser complicado, simplemente apretar el gatillo y ya. Algo que aún dudaba si hacer y acabar con ella o simplemente dejarla así, herida, y largarse.
Para ella todos los brujos eran iguales hasta que se demostrara lo contrario. Y Huracán no parecía ser la excepción. Quería acabar con ella, sentía toda la rabia acumulada por todo lo que habían hecho los de su raza, y ella también le había hecho daño. Era lícito que pagase, al igual que algunos de los brujos a los que se había referido instantes atrás. Ellos habían pagado. ¿Por qué no Huracán también? Pero también dudaba, estaba nerviosa y una parte de ella creía que ya no tenía sentido alguno enfrentarse a los brujos. Ya no recuperaría nada de lo que había perdido si mataba a esa mujer. No sabía realmente qué hacer.
–Los dioses no quisieron a tu amiguita la ladrona, ¿te querrán a ti si te envío con ellos?
- Importante:
- La moralidad de mi hada es malvada, por tanto, ataca a Huracán. No hay posibilidad de runas y las heridas son severas. Sorry! No te vengues mucho, fue cosa de Máster Ger, él patrocina este ataque D:
Helyare
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Lo cierto es que no pensaba atacar, solamente quería persuadirle de que ir por ahí insultando a la gente no era bueno. No sabía qué demonios había pasado, pero una especie de criatura pequeña salió de la faltriquera de Helyare y vino a por mí rápida como el viento. Ni siquiera me esperaba ese ataque por lo que no pude hacer nada para evitarlo, tan sólo sentí como si me estuviera arrancando la piel a su paso en cada pasada que daba alrededor mío. Solté la ballesta y terminé en el suelo. Asustada. Gritaba. Sentía que tenía heridas de gravedad por todo el cuerpo.
Con gemidos de dolor intenté arrastrarme con los brazos por el suelo, como buenamente podía. ¿De dónde había sacado aquella puta elfa semejante poder? Ahora tenía mi ballesta de mano y me apuntaba. Después de un largo discurso en el que yo hacía esfuerzos por recuperar la suficiencia cardíaca. La follaárboles me apuntó con mi ballesta y profirió de su boca una amenaza de muerte.
-Hija de puta… - me dije en voz baja con rabia, cuando la sanguijuela se burló de la muerte de runa. –Juzgas a una raza entera por lo que han hecho unos pocos individuos. – repliqué desde el suelo. – He visto mucho mundo, y conozco elfos que valen la pena, y otros que son – “sois” – escoria. – Cada palabra que escupía me costaba más por las heridas que recorrían todo mi cuerpo. Podía apuntarme, pero jamás iba a pedir clemencia. Mi orgullo estaba por encima de todo, incluso de la muerte. – Te crees más fuerte y superior. Curioso, ni siquiera has tenido el valor de enfrentarte a mí sola. – escupí sangre al suelo, e hice una pausa. - ¿Quieres matar a una bruja? Pues adelante. – le dije sin moverme. - Dispara, yo ya estoy muerta. - Y no era mentira. Aunque no lo sabía, oficialmente ya me habían enterrado. Quien me tuvo que echar en falta, ya lo tuvo que haber hecho. ¿Qué más daba? Nadie se acordaría de mí si yo perecía en aquel patético bosque. Lo mismo me haría un favor.
Pero no. Los dioses no querían que la historia de Anastasia Boisson concluyera aquella misma tarde. Belladonna apareció en forma de humo a una velocidad encomiable, para materializarse justo delante de mí y lanzar con su varita un hechizo a la elfa. - ¡Detrare! – lanzó un fuerte hechizo de viento que escupió a la elfa contra un árbol, dejándola colgada del mismo. Impidiéndole el paso. - ¡ANASTASIA! ¿Qué te ha hecho esta sinvergüenza? – preguntó hecha una furia, sin dejar de mirar a Helyare. Manteniendo su varita erguida, para que esta no dejara de hacer presión contra el árbol. - ¿Cómo te atreves a tocar a mi hija? ¡A apuntarle con su ballesta! – Bella puso una mueca extraña y entrecerró los ojos, inclinándose hacia atrás y poniendo cara de asco. – Estúpida folláarboles amante de las ramas, ¿Quieres que te meta otro palito por el…
-Ten cuidado, Bella. – advertí a la bruja, cortándole la frase. – Tiene una especie de hada que te puede atacar desprevenida. – Me miró de reojo, con soberbia.
-¡Oh! ¡Que lo intente! Aquí la espero. – dijo sobrada, acercándose al árbol en el que retenía a Helyare. - Así que los brujos somos unos voraces asesinos… unos torturadores despiadados… - se acercó a ella y asintió con la cabeza repetidamente. Luego la desquiciada bruja se giró hacia mí y bramó. - ¡Tiene razón, Anastasia! ¡Esta puta elfa TIENE RAZÓN!
Si quería que Helyare cambiara de parecer con respecto a los brujos, desde luego Belladonna no era el mejor ejemplo. La hechicera oscura era una torturadora, una psicópata, antigua mano derecha de la Hermandad. Creía haber recuperado su parte humana, y en ello estaba. Pero el ataque de Helyare no había ayudado. Bella pronunció en voz baja unas palabras que no llegué a entender, pero temía que fuese su clásica habilidad para hacer que te doliesen todos los huesos. Mientras hablaba, traté de levantarme. Despacio. Apoyando las manos en el suelo. Totalmente dolorida. Me caía sola.
Cuando alcé la vista de nuevo, Bella estaba al oído de Helyare. – ¿Cuarenta y tres segundos para calcinar a un elfo? ¡Já! ¡ME SOBRAN QUINCE! – bramó a carcajadas. - ¿Quieres que pruebe a batir el récord contigo? – amenazó comenzando a calentar la varita en su punta y moviéndola peligrosamente a la elfa, aunque sin llegar a tocarle la piel. Podría sentir el fortísimo calor que desprendía la varita. – Te diría que llevases la cuenta, pero creo que con lo que te va a doler no estarás para ello. – se giró hacia mí. - ¡Anastasia, haz los honores! – gritó.
No podía permitir que Bella volviera a dejar libre su vena más psicópata. Aquello era demencial. Me había costado mucho que volviera a ser “normal” y no podía dejar que volviera a aquella senda. Helyare había estado a punto de enviarme al otro mundo, pero no podía permitir que Bella hiciese lo propio con ella, y menos de una manera tan cruel. No ahora que se estaba recuperando. Me acerqué a ella, pero lejos de llevar la cuenta, tomé su mano y le di un golpe en la mano para que soltara la varita. Helyare dejaría de sentir entonces todos los hechizos torturadores.
-Déjala. – ordené, empujando a Bella hacia atrás.
-¡EH! ¡EH! ¡CHSS! – siseó Belladonna. Mostrando sus podridos dientes en disconformidad. - ¡Si casi acaba contigo! – sin mirarla, me dediqué a ayudar a Helyare a levantarse.
-¿Ganas algo quemándola en vida? – pregunté, dando golpecitos en los ropajes de Helyare para quitarle el polvo.
-¡Pues claro que gano! ¡Bato el récord de la niña! ¿Te parece poco? – explicó Bella como si su argumento justificara todo. Sin mirarla, mis próximas palabras irían dedicadas a Helyare.
-Esta… mujer. – dije en referencia a Bella. – Es una de las mayores psicópatas del mundo. Y es bruja. No te lo negaré, hay gente malvada, pero quizás haya otra que valga la pena, ¿no crees? Me has herido de gravedad, me has dado una paliza, y aún así… – “no he permitido que acabara contigo”. ¡Qué ridiculez! Sí. Tal vez estuviera más loca que Bella. Alcé la ceja irónica. – Ahora vete, ¿quieres? – dije llevándome la mano a las costillas.
Emití un pequeño gemido de dolor y me recosté sobre el árbol. Sentía que el pecho me apretaba muchísimo. Me sentía sangrando por dentro, pero no creo que fuera algo que pudiera arreglar con unas simples vendas. Bella se arrodilló a mi lado, con evidente gesto de preocupación. No podía hacer nada. Ofensivamente era temible, pero carecía de habilidades sanadoras. Me dolía todo y sentía como si me estuviera desangrando.
-Joder. No llegaré a la fiesta de Kartenssen. - dije ahogada, con fastidio y esfuerzo. Vaya por lo que me preocupaba yo también.
Con gemidos de dolor intenté arrastrarme con los brazos por el suelo, como buenamente podía. ¿De dónde había sacado aquella puta elfa semejante poder? Ahora tenía mi ballesta de mano y me apuntaba. Después de un largo discurso en el que yo hacía esfuerzos por recuperar la suficiencia cardíaca. La follaárboles me apuntó con mi ballesta y profirió de su boca una amenaza de muerte.
-Hija de puta… - me dije en voz baja con rabia, cuando la sanguijuela se burló de la muerte de runa. –Juzgas a una raza entera por lo que han hecho unos pocos individuos. – repliqué desde el suelo. – He visto mucho mundo, y conozco elfos que valen la pena, y otros que son – “sois” – escoria. – Cada palabra que escupía me costaba más por las heridas que recorrían todo mi cuerpo. Podía apuntarme, pero jamás iba a pedir clemencia. Mi orgullo estaba por encima de todo, incluso de la muerte. – Te crees más fuerte y superior. Curioso, ni siquiera has tenido el valor de enfrentarte a mí sola. – escupí sangre al suelo, e hice una pausa. - ¿Quieres matar a una bruja? Pues adelante. – le dije sin moverme. - Dispara, yo ya estoy muerta. - Y no era mentira. Aunque no lo sabía, oficialmente ya me habían enterrado. Quien me tuvo que echar en falta, ya lo tuvo que haber hecho. ¿Qué más daba? Nadie se acordaría de mí si yo perecía en aquel patético bosque. Lo mismo me haría un favor.
Pero no. Los dioses no querían que la historia de Anastasia Boisson concluyera aquella misma tarde. Belladonna apareció en forma de humo a una velocidad encomiable, para materializarse justo delante de mí y lanzar con su varita un hechizo a la elfa. - ¡Detrare! – lanzó un fuerte hechizo de viento que escupió a la elfa contra un árbol, dejándola colgada del mismo. Impidiéndole el paso. - ¡ANASTASIA! ¿Qué te ha hecho esta sinvergüenza? – preguntó hecha una furia, sin dejar de mirar a Helyare. Manteniendo su varita erguida, para que esta no dejara de hacer presión contra el árbol. - ¿Cómo te atreves a tocar a mi hija? ¡A apuntarle con su ballesta! – Bella puso una mueca extraña y entrecerró los ojos, inclinándose hacia atrás y poniendo cara de asco. – Estúpida folláarboles amante de las ramas, ¿Quieres que te meta otro palito por el…
-Ten cuidado, Bella. – advertí a la bruja, cortándole la frase. – Tiene una especie de hada que te puede atacar desprevenida. – Me miró de reojo, con soberbia.
-¡Oh! ¡Que lo intente! Aquí la espero. – dijo sobrada, acercándose al árbol en el que retenía a Helyare. - Así que los brujos somos unos voraces asesinos… unos torturadores despiadados… - se acercó a ella y asintió con la cabeza repetidamente. Luego la desquiciada bruja se giró hacia mí y bramó. - ¡Tiene razón, Anastasia! ¡Esta puta elfa TIENE RAZÓN!
Si quería que Helyare cambiara de parecer con respecto a los brujos, desde luego Belladonna no era el mejor ejemplo. La hechicera oscura era una torturadora, una psicópata, antigua mano derecha de la Hermandad. Creía haber recuperado su parte humana, y en ello estaba. Pero el ataque de Helyare no había ayudado. Bella pronunció en voz baja unas palabras que no llegué a entender, pero temía que fuese su clásica habilidad para hacer que te doliesen todos los huesos. Mientras hablaba, traté de levantarme. Despacio. Apoyando las manos en el suelo. Totalmente dolorida. Me caía sola.
Cuando alcé la vista de nuevo, Bella estaba al oído de Helyare. – ¿Cuarenta y tres segundos para calcinar a un elfo? ¡Já! ¡ME SOBRAN QUINCE! – bramó a carcajadas. - ¿Quieres que pruebe a batir el récord contigo? – amenazó comenzando a calentar la varita en su punta y moviéndola peligrosamente a la elfa, aunque sin llegar a tocarle la piel. Podría sentir el fortísimo calor que desprendía la varita. – Te diría que llevases la cuenta, pero creo que con lo que te va a doler no estarás para ello. – se giró hacia mí. - ¡Anastasia, haz los honores! – gritó.
No podía permitir que Bella volviera a dejar libre su vena más psicópata. Aquello era demencial. Me había costado mucho que volviera a ser “normal” y no podía dejar que volviera a aquella senda. Helyare había estado a punto de enviarme al otro mundo, pero no podía permitir que Bella hiciese lo propio con ella, y menos de una manera tan cruel. No ahora que se estaba recuperando. Me acerqué a ella, pero lejos de llevar la cuenta, tomé su mano y le di un golpe en la mano para que soltara la varita. Helyare dejaría de sentir entonces todos los hechizos torturadores.
-Déjala. – ordené, empujando a Bella hacia atrás.
-¡EH! ¡EH! ¡CHSS! – siseó Belladonna. Mostrando sus podridos dientes en disconformidad. - ¡Si casi acaba contigo! – sin mirarla, me dediqué a ayudar a Helyare a levantarse.
-¿Ganas algo quemándola en vida? – pregunté, dando golpecitos en los ropajes de Helyare para quitarle el polvo.
-¡Pues claro que gano! ¡Bato el récord de la niña! ¿Te parece poco? – explicó Bella como si su argumento justificara todo. Sin mirarla, mis próximas palabras irían dedicadas a Helyare.
-Esta… mujer. – dije en referencia a Bella. – Es una de las mayores psicópatas del mundo. Y es bruja. No te lo negaré, hay gente malvada, pero quizás haya otra que valga la pena, ¿no crees? Me has herido de gravedad, me has dado una paliza, y aún así… – “no he permitido que acabara contigo”. ¡Qué ridiculez! Sí. Tal vez estuviera más loca que Bella. Alcé la ceja irónica. – Ahora vete, ¿quieres? – dije llevándome la mano a las costillas.
Emití un pequeño gemido de dolor y me recosté sobre el árbol. Sentía que el pecho me apretaba muchísimo. Me sentía sangrando por dentro, pero no creo que fuera algo que pudiera arreglar con unas simples vendas. Bella se arrodilló a mi lado, con evidente gesto de preocupación. No podía hacer nada. Ofensivamente era temible, pero carecía de habilidades sanadoras. Me dolía todo y sentía como si me estuviera desangrando.
-Joder. No llegaré a la fiesta de Kartenssen. - dije ahogada, con fastidio y esfuerzo. Vaya por lo que me preocupaba yo también.
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Había soltado todo lo que odiaba de los brujos, todo lo que ella misma había vivido. Y bien podía haber disparado y haber acabado con todo. Huracán estaba tirada en el suelo, tratando de moverse. Incluso echando sangre por la boca. Todo habría sido muy fácil, solamente apretar el gatillo y ya. Mas no lo hizo. La miraba desde su posición, cómo trataba de moverse. No se defendía. Podría haber lanzado una de sus habilidades de viento, como había hecho en Vulwulfar la primera vez que se encontraron. Pero no, ahí estaba, quieta y afrontando que podía matarla. La elfa bajó la ballesta, despacio, sin dejar de clavar sus ojos en ella. ¿¡Por qué no se defendía!? Iba a dejar el arma e irse, no tenía sentido alguno acabar con ella. Ya no. Aunque hubiese aparecido en Sandorai con las cabezas de ambas brujas en una pica, nada cambiaría. No iba a atacar, estaba cansada. Sólo se había intentado defender porque no dejaba que se fuera y, realmente, ella no había atacado a la hechicera, sino Nillë. Quería que las dejase en paz y ya. Nada más.
Pero sus palabras la dejaron confusa, ¿que ya estaba muerta? La seguía contemplando, apretando los labios, aunque su expresión estaba cambiando.
Justo iba a dejar la ballesta cuando la otra bruja apareció convertida en humo negro. Se materializó frente a ella con su varita en alto, y justo en ese momento hizo que quedase pegada al tronco de un árbol. Por más que se retorcía no podía moverse. Sentía una fuerte presión pegarla al tronco y lo único que podía hacer era contemplar cómo esa maldita desquiciada hablaba. Trató de volver a moverse, pero nada. Esa bruja loca gritaba sin quitar la vista de la elfa.
¿Se había referido a Huracán como su hija? De soslayo, miró a la bruja que estaba en el suelo. ¿Se llamaba Anastasia? Lo pensó por un instante, ella también usaba un sobrenombre, pero no le prestó mucha atención. Cómo se llamase no era importante teniendo a la otra hechicera acercándose y gritando, con la varita en ristre. La viva imagen que la elfa tenía de los brujos era representada por esa mujer: una desquiciada, con pintas de psicópata asesina. Se acercó a ella y Helyare no pudo evitar mover la cabeza para intentar alejarse de ella lo máximo posible… como si pudiese. La tenía tan cerca que no pudo evitar hacer un gesto de asco, pero poco le duró. Escuchó unas palabras que no llegó a entender y, en ese momento, un intenso dolor le recorrió todo el cuerpo. Gritó con fuerza, presa del daño que estaba sintiendo, incapaz de aguantarlo. Si pudiese, se estaría retorciendo en el suelo, pero seguía colgada en el árbol. Era un dolor tan, tan fuerte, que pensaba que se desmayaría en cualquier momento. Hasta deseaba perder el conocimiento, solamente para dejar de sentir. Aquello no lo había sentido nunca, ni siquiera cuando la desterraron.
Ya no pudo escuchar nada más. La voz de la mujer se le hacía muy, muy lejana. Y sus gritos evitaban que escuchase algo más. Sólo quería que todo acabase, estaba aterrada y el dolor era indescriptible. Apenas y pudo sentir el fuerte calor que emanaba de la varita de la bruja; eso sólo sumaba el dolor del calor al que ya sentía. Nada de lo que dijeron las brujas lo pudo escuchar.
De pronto, cayó al suelo, hecha un ovillo, temblando y respirando de forma entrecortada. Todavía sentía el dolor, una reminiscencia de lo que le había pasado escasos segundos atrás. Volvía a escuchar las voces de ambas mujeres, aunque aún algo lejanas. Alguien se acercó a ella y la sujetó para ayudarla a levantarse. Veía borroso, pero cuando consiguió entornar la vista, pudo ver que era Huracán quien la sujetaba. Aún le temblaban las piernas, no tenía fuerzas para levantarse. En cuanto pudo se sujetó al árbol. La bruja estaba tan débil, que si Helyare se hubiese caído, probablemente, también se habría caído Huracán, por ayudarla. Pudo notar, también, los golpecitos que la bruja le daba para intentar quitarle el polvo. Ya era más consciente de todo lo que ocurría, aunque aún temblaba a causa del dolor y del miedo. Aquel hechizo había sido demasiado fuerte.
Alzó la vista cuando Huracán habló, para mirarla. ¿Qué no todos los brujos eran iguales? Todos hacían daño y esa desquiciada era la prueba. Tan solo asintió a lo último, sin pronunciar palabra y, tambaleándose ligeramente, fue a recoger sus cosas. Había visto que Huracán se había recostado en el árbol, adolorida. ¡Era lo justo! O eso quería creer. Ella había sido quien había atacado primero… Nillë sólo había tratado de defender a su compañera.
Mientras cogía su bolsa, vio como la otra bruja, la más mayor, se arrodillaba frente a Huracán. Según había dicho, era su madre. Por muy desquiciada que estuviera, era normal preocuparse por una hija, ¿o no? En ese momento sintió rabia y envidia. Aunque el asco que le había cogido a la más mayor, opacaba lo demás. Acabó de recoger y emprendió la marcha, aun bastante débil. No era capaz de controlar sus manos, que aún temblaban. Nillë salió de su escondite y voló con ella, aunque no estaba muy convencida de dejar así a las brujas.
Se detuvo frente a ella y le señaló hacia donde se encontraban las dos, como había hecho en otras ocasiones en las que ella se negaba a ayudar a alguien. Helyare movió la cabeza de un lado al otro –Nillë, son brujas… –el hada rodó los ojos y extendió los bracitos –, no puedo ayudar a los brujos –enarcó una ceja, agachando la cabeza. Era una clara expresión de “¿en serio?” –. Sí, Nillë, mira lo que me pasó por ayudar a uno –suspiró, abatida. El hada, por su parte, parecía no rendirse y empezó a gesticular para tratar de comunicarse con su compañera, aunque a veces era demasiado complicado.
–Chiri… chi-chiri –comenzó. Se señalaba a ella, luego a la elfa, volaba haciendo movimientos bruscos y los acompañaba con muecas, intentando hacerse entender. Si ella pudiera hablar, le habría dicho que había intentado protegerla, pero que ahora ellas necesitaban ayuda y que la más joven de las dos había impedido que la otra acabase con ella. Pero todo eso tenía que decirlo con gestos, lo que aumentaba la dificultad. La volvió a señalar a ella, luego extendió su brazo hacia donde estaban ambas.
–Ella me ha ayudado –Nillë asintió firmemente –pero, ¿qué puedo hacer yo? –el hada resopló y señaló sus manos. En respuesta, Helyare negó –yo no curo.
¡Qué cabezona era su compañera! Volvió a repetir los gestos, señalándose las orejas y luego sus manos, de nuevo. Helyare volvió a negar –no puedo curar, Nillë. No podría hacer nada por ellas –el hada puso los brazos en jarras y ladeó la cabeza, mostrando una expresión seria y un tono más brillante. Su compañera elfa siempre acababa largándose y no ayudaba a los demás. Pero esta vez, a Helyare también le remordía la conciencia. Por más que le doliese pensarlo, sí, había elfos que eran escoria. Y siempre intentaba evitar ese pensamiento, sobre todo cuando lo dirigía, inconscientemente, hacia su familia. Que los brujos eran unos desgraciados, estaba claro. Pero… había una excepción. Y, ahora, hacía pocos minutos, Huracán había impedido que su madre acabase con ella. Al menos, eso le debía. ¿¡Por qué tenía que ayudarla una maldita bruja!? Y más, ¡Huracán! La odiaba… ¿por qué había impedido que la otra mujer la matase? Y… ¿por qué decía que estaba muerta? Había visto a la bruja en otras ocasiones, muy pocas, pero siempre había sido una altanera, con esa actitud típica de los de su raza. ¿Por qué hoy no? Había podido dejar que su madre la matara, pero detuvo ese dolor tan intenso. Podría haber atacado, incluso desde el suelo, mas no hizo nada. ¿Por qué? No podía creer que una bruja así la hubiese ayudado mientras habían tenido que quemar el cadáver de otra elfa para intentar que su propia familia la diese por muerta. No entendía nada. Y Nillë insistía, esperanzada de que su compañera diese un paso para avanzar.
Al final, se giró y rehízo el camino, volviendo sobre sus pasos. Su cerebro era un hervidero de pensamientos, estaba a punto de explotar. Sentía que no debía ayudar a unas brujas, que ellas le habían hecho daño. Pero también sentía que se lo debía a Huracán, ella la había ayudado. De no ser por su intromisión… Le dio un escalofrío de pensar, de nuevo, en el dolor.
Allí estaban las dos. Tan solo habían pasado un par de minutos, nada de tiempo. Entrelazó sus manos, tratando de hacer que el temblor cesase y avanzó a paso lento hacia donde estaban, evitando encontrarse con la mirada de la más mayor. Se arrodilló, dejó el arco a un lado, muy despacio, y miró a Huracán –puedo intentar ayudarte –estaba tan nerviosa que sentía opresión en su pecho. Era la primera vez que, directamente, se ofrecía a ayudar a una bruja. En el caso de Vincent, lo intentaba hacer de forma indirecta. Pero no esta vez. Ahí estaba, frente a la bruja, ofreciéndole su ayuda. ¿Se podía caer más bajo? Ese pensamiento parecía permanente en su cabeza aunque, por otro lado, notó un cierto alivio, muy poco comparado con su culpabilidad. –Pero necesitaría que descubrieras la zona de tu cuerpo donde están tus heridas. No haré nada malo, de verdad –con las manos aun temblándole, se desabrochó la capa y se la tendió para que pudiera taparse. No sabía si el pudor también iba con las brujas, pero sí sabía que las humanas y dragonas, al menos eso le había dicho Ingela, sentían vergüenza de mostrar su cuerpo. Así que repitió lo que hizo cuando trató de curar a su amiga.
–¿Sabéis hacer fuego con vuestras… habilidades? Para hacer una pequeña hoguera –informó. También era la primera vez que pedía ayuda a unas brujas. Ella sabía hacer una hoguera, pero suponía que sería más rápido si ellas podían hacerlo. Pasó la vista por Huracán, para saber si aceptaría su ayuda y colaboraría o prefería que se fuera.
Pero sus palabras la dejaron confusa, ¿que ya estaba muerta? La seguía contemplando, apretando los labios, aunque su expresión estaba cambiando.
Justo iba a dejar la ballesta cuando la otra bruja apareció convertida en humo negro. Se materializó frente a ella con su varita en alto, y justo en ese momento hizo que quedase pegada al tronco de un árbol. Por más que se retorcía no podía moverse. Sentía una fuerte presión pegarla al tronco y lo único que podía hacer era contemplar cómo esa maldita desquiciada hablaba. Trató de volver a moverse, pero nada. Esa bruja loca gritaba sin quitar la vista de la elfa.
¿Se había referido a Huracán como su hija? De soslayo, miró a la bruja que estaba en el suelo. ¿Se llamaba Anastasia? Lo pensó por un instante, ella también usaba un sobrenombre, pero no le prestó mucha atención. Cómo se llamase no era importante teniendo a la otra hechicera acercándose y gritando, con la varita en ristre. La viva imagen que la elfa tenía de los brujos era representada por esa mujer: una desquiciada, con pintas de psicópata asesina. Se acercó a ella y Helyare no pudo evitar mover la cabeza para intentar alejarse de ella lo máximo posible… como si pudiese. La tenía tan cerca que no pudo evitar hacer un gesto de asco, pero poco le duró. Escuchó unas palabras que no llegó a entender y, en ese momento, un intenso dolor le recorrió todo el cuerpo. Gritó con fuerza, presa del daño que estaba sintiendo, incapaz de aguantarlo. Si pudiese, se estaría retorciendo en el suelo, pero seguía colgada en el árbol. Era un dolor tan, tan fuerte, que pensaba que se desmayaría en cualquier momento. Hasta deseaba perder el conocimiento, solamente para dejar de sentir. Aquello no lo había sentido nunca, ni siquiera cuando la desterraron.
Ya no pudo escuchar nada más. La voz de la mujer se le hacía muy, muy lejana. Y sus gritos evitaban que escuchase algo más. Sólo quería que todo acabase, estaba aterrada y el dolor era indescriptible. Apenas y pudo sentir el fuerte calor que emanaba de la varita de la bruja; eso sólo sumaba el dolor del calor al que ya sentía. Nada de lo que dijeron las brujas lo pudo escuchar.
De pronto, cayó al suelo, hecha un ovillo, temblando y respirando de forma entrecortada. Todavía sentía el dolor, una reminiscencia de lo que le había pasado escasos segundos atrás. Volvía a escuchar las voces de ambas mujeres, aunque aún algo lejanas. Alguien se acercó a ella y la sujetó para ayudarla a levantarse. Veía borroso, pero cuando consiguió entornar la vista, pudo ver que era Huracán quien la sujetaba. Aún le temblaban las piernas, no tenía fuerzas para levantarse. En cuanto pudo se sujetó al árbol. La bruja estaba tan débil, que si Helyare se hubiese caído, probablemente, también se habría caído Huracán, por ayudarla. Pudo notar, también, los golpecitos que la bruja le daba para intentar quitarle el polvo. Ya era más consciente de todo lo que ocurría, aunque aún temblaba a causa del dolor y del miedo. Aquel hechizo había sido demasiado fuerte.
Alzó la vista cuando Huracán habló, para mirarla. ¿Qué no todos los brujos eran iguales? Todos hacían daño y esa desquiciada era la prueba. Tan solo asintió a lo último, sin pronunciar palabra y, tambaleándose ligeramente, fue a recoger sus cosas. Había visto que Huracán se había recostado en el árbol, adolorida. ¡Era lo justo! O eso quería creer. Ella había sido quien había atacado primero… Nillë sólo había tratado de defender a su compañera.
Mientras cogía su bolsa, vio como la otra bruja, la más mayor, se arrodillaba frente a Huracán. Según había dicho, era su madre. Por muy desquiciada que estuviera, era normal preocuparse por una hija, ¿o no? En ese momento sintió rabia y envidia. Aunque el asco que le había cogido a la más mayor, opacaba lo demás. Acabó de recoger y emprendió la marcha, aun bastante débil. No era capaz de controlar sus manos, que aún temblaban. Nillë salió de su escondite y voló con ella, aunque no estaba muy convencida de dejar así a las brujas.
Se detuvo frente a ella y le señaló hacia donde se encontraban las dos, como había hecho en otras ocasiones en las que ella se negaba a ayudar a alguien. Helyare movió la cabeza de un lado al otro –Nillë, son brujas… –el hada rodó los ojos y extendió los bracitos –, no puedo ayudar a los brujos –enarcó una ceja, agachando la cabeza. Era una clara expresión de “¿en serio?” –. Sí, Nillë, mira lo que me pasó por ayudar a uno –suspiró, abatida. El hada, por su parte, parecía no rendirse y empezó a gesticular para tratar de comunicarse con su compañera, aunque a veces era demasiado complicado.
–Chiri… chi-chiri –comenzó. Se señalaba a ella, luego a la elfa, volaba haciendo movimientos bruscos y los acompañaba con muecas, intentando hacerse entender. Si ella pudiera hablar, le habría dicho que había intentado protegerla, pero que ahora ellas necesitaban ayuda y que la más joven de las dos había impedido que la otra acabase con ella. Pero todo eso tenía que decirlo con gestos, lo que aumentaba la dificultad. La volvió a señalar a ella, luego extendió su brazo hacia donde estaban ambas.
–Ella me ha ayudado –Nillë asintió firmemente –pero, ¿qué puedo hacer yo? –el hada resopló y señaló sus manos. En respuesta, Helyare negó –yo no curo.
¡Qué cabezona era su compañera! Volvió a repetir los gestos, señalándose las orejas y luego sus manos, de nuevo. Helyare volvió a negar –no puedo curar, Nillë. No podría hacer nada por ellas –el hada puso los brazos en jarras y ladeó la cabeza, mostrando una expresión seria y un tono más brillante. Su compañera elfa siempre acababa largándose y no ayudaba a los demás. Pero esta vez, a Helyare también le remordía la conciencia. Por más que le doliese pensarlo, sí, había elfos que eran escoria. Y siempre intentaba evitar ese pensamiento, sobre todo cuando lo dirigía, inconscientemente, hacia su familia. Que los brujos eran unos desgraciados, estaba claro. Pero… había una excepción. Y, ahora, hacía pocos minutos, Huracán había impedido que su madre acabase con ella. Al menos, eso le debía. ¿¡Por qué tenía que ayudarla una maldita bruja!? Y más, ¡Huracán! La odiaba… ¿por qué había impedido que la otra mujer la matase? Y… ¿por qué decía que estaba muerta? Había visto a la bruja en otras ocasiones, muy pocas, pero siempre había sido una altanera, con esa actitud típica de los de su raza. ¿Por qué hoy no? Había podido dejar que su madre la matara, pero detuvo ese dolor tan intenso. Podría haber atacado, incluso desde el suelo, mas no hizo nada. ¿Por qué? No podía creer que una bruja así la hubiese ayudado mientras habían tenido que quemar el cadáver de otra elfa para intentar que su propia familia la diese por muerta. No entendía nada. Y Nillë insistía, esperanzada de que su compañera diese un paso para avanzar.
Al final, se giró y rehízo el camino, volviendo sobre sus pasos. Su cerebro era un hervidero de pensamientos, estaba a punto de explotar. Sentía que no debía ayudar a unas brujas, que ellas le habían hecho daño. Pero también sentía que se lo debía a Huracán, ella la había ayudado. De no ser por su intromisión… Le dio un escalofrío de pensar, de nuevo, en el dolor.
Allí estaban las dos. Tan solo habían pasado un par de minutos, nada de tiempo. Entrelazó sus manos, tratando de hacer que el temblor cesase y avanzó a paso lento hacia donde estaban, evitando encontrarse con la mirada de la más mayor. Se arrodilló, dejó el arco a un lado, muy despacio, y miró a Huracán –puedo intentar ayudarte –estaba tan nerviosa que sentía opresión en su pecho. Era la primera vez que, directamente, se ofrecía a ayudar a una bruja. En el caso de Vincent, lo intentaba hacer de forma indirecta. Pero no esta vez. Ahí estaba, frente a la bruja, ofreciéndole su ayuda. ¿Se podía caer más bajo? Ese pensamiento parecía permanente en su cabeza aunque, por otro lado, notó un cierto alivio, muy poco comparado con su culpabilidad. –Pero necesitaría que descubrieras la zona de tu cuerpo donde están tus heridas. No haré nada malo, de verdad –con las manos aun temblándole, se desabrochó la capa y se la tendió para que pudiera taparse. No sabía si el pudor también iba con las brujas, pero sí sabía que las humanas y dragonas, al menos eso le había dicho Ingela, sentían vergüenza de mostrar su cuerpo. Así que repitió lo que hizo cuando trató de curar a su amiga.
–¿Sabéis hacer fuego con vuestras… habilidades? Para hacer una pequeña hoguera –informó. También era la primera vez que pedía ayuda a unas brujas. Ella sabía hacer una hoguera, pero suponía que sería más rápido si ellas podían hacerlo. Pasó la vista por Huracán, para saber si aceptaría su ayuda y colaboraría o prefería que se fuera.
- Off:
- Lancé runa para ver si mi hada me atacaba a mí, antes de los 5 posts. ¡Por suerte me salió muy buena! Y no me atacará en este tema. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] dejo mi suerte n.n
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
¡Joder! Aquella dichosa hada me había dejado reventada. Belladonna no paraba de blasfemar y me volvía la cabeza loca. Maldita sea. Tenía toda la espalda hecha unos zorros y no podía ni moverme. Para colmo, Helyare volvió a presentarse allí. ¿Para ofrecer ayuda?
-¿Otra vez tú? Lárgate. No necesito tu ayuda. ¡Ni la de nadie! – medio prostesté malhumorada, tratando de levantarme. En cuanto me elevé un poco, volví a caer por los fuertes dolores que tenía en la espalda. - ¡Agh! ¡Joder! – Me llevé la mano a las costillas y volví a dejarme caer, para todo mi fastidio, al suelo.
-¡No seas terca, rapaza! Acepta su ayuda, que yo no te puedo curar de primeras. – insistió Bella. Luego alzó la vista de mala gana a Helyare. – ¡ELFA! Como le hagas daño… ¡te sacaré las tripas por la boca! – miró durante unos instantes a la joven, dio una vuelta alrededor de ella, sin fiarse demasiado y mirándola seria. Tomó su varita y pronunció una palabra sobre unos pocos palos de madera que había juntado. – Ignis. – y de su varita salió una pequeña llama que encendió el fuego. Poco después, se iría. – Voy a buscar algo para preparar un brebaje de inhibis. – se acercó a escasos centímetros del rostro de Helyare. – A fin de cuentas soy una bruja, ¿no? – y luego se alejó, medio desquiciada. - Ándate con ojo, te estoy vigilando. – aclaró amenazándola, antes de desaparecer.
Belladonna no se fiaba un pelo de ella. No era para menos. A fin de cuentas, indirectamente había sido la causante de que hubiese acabado así. Con fastidio, quedé entonces con Helyare. Quería que le mostrase mis heridas. No me gustaba que nadie vea mi cuerpo. Y mucho menos cuando estaba herida. Que me tocaran la piel ya era el colmo de mis penas.
¡Encima aquella elfa! A la que había apalizado en Vulwulfar, de la que me había reído en Beltrexus. Durante unos instantes, no me pronuncié. Giré la cabeza a un lado. Negada a dejarle acercarse un pelo a mi cuerpo. - ¿No puedes darme mejor un brebaje de esos mágicos que hacéis los elfos? – pregunté muy seria. Ni más ni menos, como hacían Elen o Níniel. Pero me dolía horrores como para hacer nada. – Joder… Está bien. – A fin de cuentas, estábamos en un bosque. – Me duele sobre todo la espalda. – indiqué.
Deslomé la ballesta pesada y la coloqué a mi lado. A continuación desabroché el cinturón con la “B” de mi apellido grabada en la roca obsidiana, que siempre llevaba bien ajustado al pantalón con granadas, faltriquera y ballestas de mano. Maldita sea, Bella, ya puedes permanecer atenta si esta bruja, y no por su raza sino por su calidad como persona, trataba de robar mi preciado material.
Luego apreté los labios y alcé una ceja mirando al infinito que reflejaba fastidio. Me llevé la mano a la parte trasera de la armadura y quité el pequeño encaje para que se liberase. La armadura era de cuero entera, y reforzada en la parte de pechera y perneras con un refuerzo de metal de litio, muy ligero, pero resistente. La última moda en tecnología para cazadores de vampiros. Emití un pequeño gemido de dolor a mi espalda, la tenía muy herida.
Debajo llevaba un pantalón y para el pecho, únicamente un apretado corsé. Por supuesto, era una mujer atlética a la que le gustaba guardar las apariencias, y con tanto movimiento siempre quería que todas mis partes se mostrasen bien “rígidas”. - ¡Oh, por todos los dioses! – Me dolía mucho la espalda. Aunque al menos ya no sangraba. ¿Cómo me había hecho esa puta hada esas heridas? Supongo que con algún tipo de magia parecida a la de Bella. Era como si sangrara por los poros de la piel.
Antes de quitármelo. Creía que sería mejor con una gasa. Guardaba algunas en la faltriquera, así que me estiré un poco para tomarla. Revolví en el bolso.
Antes de dar con las vendas, encontré unas pequeñas piedras. Aquellas dichosas piedras que me había dado la adivina de la carroza de Beltrexus, un par de años atrás. ¡Todavía estaban ahí! – Las piedras… - me dije a mí misma en voz baja. La mujer que me las dio, me había dicho que curaban el dolor de alma. Todo lo que nos atormenta. No solía creer en esas cosas. Pero aún así, la mantuve en mi mano. – Vale, prepara lo que sea, y luego ya me avisas. No querrás que coja una pulmonía. – protesté, de brazos cruzados.
Intercambiaba mi vista entre las piedras y la elfa, a los ojos. Viendo cómo preparaba lo que necesitaba. Podía percibir que estaba amargada por algo. Su estrés iba más allá de ser una estúpida mujer que odiaba todo. – Sufres por algo, ¿verdad? Estás lejos de tu hogar. – le dije en confianza. – Has corrido y corrido… De tus fantasmas. Hasta que acabaste sin fuerzas para seguir corriendo. – comenté. Di una vuelta a la piedra, jugando con ella en mi mano. – Conozco esa sensación… - aseveré. – Más que las heridas que te hagan, son los daños emocionales lo que más te duele. – concluí. Alcé la piedra al aire, la tomé al viento y la miré – Tal vez.... – pudiera curar sus penas. Y es que, si me iba a curar, lo menos que podía hacer era saldar mi deuda. No sabía por qué, pero tenía fe en las dichosas piedras.
Comencé a levantarme, sujetándome en la corteza del árbol. ¡Joder! Como me dolía. Afortunadamente, pude ponerme en pie, y me dejé recostar erguida contra el tronco, apoyando mis manos en éste para evitar el contacto con la espalda mientras esperaba que Helyare acabara la sanación. Con el apretado corsé y mi larga melena tapándome un ojo, recostada sobre el tronco, desde luego no parecía una temible asesina. Sujetaba la roca en mi mano. Miré al suelo y desabroché ligeramente el corsé. Lo justo y necesario para que tuviese acceso a la espalda, y lo justo para que no se me cayera hacia delante. Cuando el cordaje dejó de presionar ésta, miré al cielo con los ojos cerrados, incluso una lagrimilla de dolor se liberó por el ojo que tenía tapado por el pelo. Resoplé. La brisa soplando sobre las heridas era muy placentera. Cuando abrí los ojos vi a Helyare acercarse.
-Preferiría que no me vieras la espalda. Hazlo de cara. – insistí cuando la vi aproximarse. Y es que tenía tantas heridas en la espalda que, como había dicho, no me gustaba que nadie viera mi cuerpo. Como no me podía sostener, me impulsé del árbol a su hombro. – Ya está. Ahora puedes curarme. Yo intentaré una cosa. Confía en mí. Si todo sale bien, empezarás a sentirte mejor. – indiqué.
Luego cerré los ojos. Llevé la mano libre a su espalda y comencé a frotarla con la roca. De manera suave, con ligeros movimientos. Si permitía que frotara su espalda con aquella piedra que, según aseguró la adivina, tenía efectos mágicos, el alma de Helyare comenzaría a sentirse mucho más relajada. Mucho más viva.
*Off: Uso en Helyare un objeto que tenía muerto. El primero que debí ganar aquí en Aerandir: Piedras del dolor. sirven dos veces, alivian el dolor, pero no el físico, si no el del alma, podrá usarse dos veces, y solo vosotros decidiréis si usarla en vuetro beneficio o en el de otra persona. Tal vez puedan curar tu maldición de los espectros. No lo sé. En cualquier caso, puedes mandarme a tomar por saco si quieres seguir siendo una hater de la vida.
-¿Otra vez tú? Lárgate. No necesito tu ayuda. ¡Ni la de nadie! – medio prostesté malhumorada, tratando de levantarme. En cuanto me elevé un poco, volví a caer por los fuertes dolores que tenía en la espalda. - ¡Agh! ¡Joder! – Me llevé la mano a las costillas y volví a dejarme caer, para todo mi fastidio, al suelo.
-¡No seas terca, rapaza! Acepta su ayuda, que yo no te puedo curar de primeras. – insistió Bella. Luego alzó la vista de mala gana a Helyare. – ¡ELFA! Como le hagas daño… ¡te sacaré las tripas por la boca! – miró durante unos instantes a la joven, dio una vuelta alrededor de ella, sin fiarse demasiado y mirándola seria. Tomó su varita y pronunció una palabra sobre unos pocos palos de madera que había juntado. – Ignis. – y de su varita salió una pequeña llama que encendió el fuego. Poco después, se iría. – Voy a buscar algo para preparar un brebaje de inhibis. – se acercó a escasos centímetros del rostro de Helyare. – A fin de cuentas soy una bruja, ¿no? – y luego se alejó, medio desquiciada. - Ándate con ojo, te estoy vigilando. – aclaró amenazándola, antes de desaparecer.
Belladonna no se fiaba un pelo de ella. No era para menos. A fin de cuentas, indirectamente había sido la causante de que hubiese acabado así. Con fastidio, quedé entonces con Helyare. Quería que le mostrase mis heridas. No me gustaba que nadie vea mi cuerpo. Y mucho menos cuando estaba herida. Que me tocaran la piel ya era el colmo de mis penas.
¡Encima aquella elfa! A la que había apalizado en Vulwulfar, de la que me había reído en Beltrexus. Durante unos instantes, no me pronuncié. Giré la cabeza a un lado. Negada a dejarle acercarse un pelo a mi cuerpo. - ¿No puedes darme mejor un brebaje de esos mágicos que hacéis los elfos? – pregunté muy seria. Ni más ni menos, como hacían Elen o Níniel. Pero me dolía horrores como para hacer nada. – Joder… Está bien. – A fin de cuentas, estábamos en un bosque. – Me duele sobre todo la espalda. – indiqué.
Deslomé la ballesta pesada y la coloqué a mi lado. A continuación desabroché el cinturón con la “B” de mi apellido grabada en la roca obsidiana, que siempre llevaba bien ajustado al pantalón con granadas, faltriquera y ballestas de mano. Maldita sea, Bella, ya puedes permanecer atenta si esta bruja, y no por su raza sino por su calidad como persona, trataba de robar mi preciado material.
Luego apreté los labios y alcé una ceja mirando al infinito que reflejaba fastidio. Me llevé la mano a la parte trasera de la armadura y quité el pequeño encaje para que se liberase. La armadura era de cuero entera, y reforzada en la parte de pechera y perneras con un refuerzo de metal de litio, muy ligero, pero resistente. La última moda en tecnología para cazadores de vampiros. Emití un pequeño gemido de dolor a mi espalda, la tenía muy herida.
Debajo llevaba un pantalón y para el pecho, únicamente un apretado corsé. Por supuesto, era una mujer atlética a la que le gustaba guardar las apariencias, y con tanto movimiento siempre quería que todas mis partes se mostrasen bien “rígidas”. - ¡Oh, por todos los dioses! – Me dolía mucho la espalda. Aunque al menos ya no sangraba. ¿Cómo me había hecho esa puta hada esas heridas? Supongo que con algún tipo de magia parecida a la de Bella. Era como si sangrara por los poros de la piel.
Antes de quitármelo. Creía que sería mejor con una gasa. Guardaba algunas en la faltriquera, así que me estiré un poco para tomarla. Revolví en el bolso.
Antes de dar con las vendas, encontré unas pequeñas piedras. Aquellas dichosas piedras que me había dado la adivina de la carroza de Beltrexus, un par de años atrás. ¡Todavía estaban ahí! – Las piedras… - me dije a mí misma en voz baja. La mujer que me las dio, me había dicho que curaban el dolor de alma. Todo lo que nos atormenta. No solía creer en esas cosas. Pero aún así, la mantuve en mi mano. – Vale, prepara lo que sea, y luego ya me avisas. No querrás que coja una pulmonía. – protesté, de brazos cruzados.
Intercambiaba mi vista entre las piedras y la elfa, a los ojos. Viendo cómo preparaba lo que necesitaba. Podía percibir que estaba amargada por algo. Su estrés iba más allá de ser una estúpida mujer que odiaba todo. – Sufres por algo, ¿verdad? Estás lejos de tu hogar. – le dije en confianza. – Has corrido y corrido… De tus fantasmas. Hasta que acabaste sin fuerzas para seguir corriendo. – comenté. Di una vuelta a la piedra, jugando con ella en mi mano. – Conozco esa sensación… - aseveré. – Más que las heridas que te hagan, son los daños emocionales lo que más te duele. – concluí. Alcé la piedra al aire, la tomé al viento y la miré – Tal vez.... – pudiera curar sus penas. Y es que, si me iba a curar, lo menos que podía hacer era saldar mi deuda. No sabía por qué, pero tenía fe en las dichosas piedras.
Comencé a levantarme, sujetándome en la corteza del árbol. ¡Joder! Como me dolía. Afortunadamente, pude ponerme en pie, y me dejé recostar erguida contra el tronco, apoyando mis manos en éste para evitar el contacto con la espalda mientras esperaba que Helyare acabara la sanación. Con el apretado corsé y mi larga melena tapándome un ojo, recostada sobre el tronco, desde luego no parecía una temible asesina. Sujetaba la roca en mi mano. Miré al suelo y desabroché ligeramente el corsé. Lo justo y necesario para que tuviese acceso a la espalda, y lo justo para que no se me cayera hacia delante. Cuando el cordaje dejó de presionar ésta, miré al cielo con los ojos cerrados, incluso una lagrimilla de dolor se liberó por el ojo que tenía tapado por el pelo. Resoplé. La brisa soplando sobre las heridas era muy placentera. Cuando abrí los ojos vi a Helyare acercarse.
-Preferiría que no me vieras la espalda. Hazlo de cara. – insistí cuando la vi aproximarse. Y es que tenía tantas heridas en la espalda que, como había dicho, no me gustaba que nadie viera mi cuerpo. Como no me podía sostener, me impulsé del árbol a su hombro. – Ya está. Ahora puedes curarme. Yo intentaré una cosa. Confía en mí. Si todo sale bien, empezarás a sentirte mejor. – indiqué.
Luego cerré los ojos. Llevé la mano libre a su espalda y comencé a frotarla con la roca. De manera suave, con ligeros movimientos. Si permitía que frotara su espalda con aquella piedra que, según aseguró la adivina, tenía efectos mágicos, el alma de Helyare comenzaría a sentirse mucho más relajada. Mucho más viva.
*Off: Uso en Helyare un objeto que tenía muerto. El primero que debí ganar aquí en Aerandir: Piedras del dolor. sirven dos veces, alivian el dolor, pero no el físico, si no el del alma, podrá usarse dos veces, y solo vosotros decidiréis si usarla en vuetro beneficio o en el de otra persona. Tal vez puedan curar tu maldición de los espectros. No lo sé. En cualquier caso, puedes mandarme a tomar por saco si quieres seguir siendo una hater de la vida.
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Una vez se hubo largado la bruja, Helyare rebuscó en el bolso que le habían dado y sacó un par de cuencos pequeños de madera y uno un poquito más grande, de metal. En dos de ellos vertió agua de la cantimplora de cuero que tenía, pero sólo puso uno a calentar en el fuego que había creado la hechicera. Sujetas con un cordón de cuero y tapadas con telas tenía unos tallos y hojas que le habían dado en el clan Telanadas. De no ser por ellos ahora tendría que estar rebuscando en el bosque para encontrar las plantas adecuadas, pelarlas y luego ya, empezar a cocerlas. Esas estaban peladas y casi preparadas.
–Yo no hago brebajes mágicos –comentó mientras echaba unas hojas en el cuenco que estaba en el fuego. La bruja tuvo que resignarse a no solo tomar una poción y ya. Uno de los cuencos sólo tenía agua, el otro estaba calentando hierbas y el otro estaba aún vacío. Echó más hojas de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] ahí y las empezó a aplastar con el mango de la daga. Parecía muy concentrada en lo suyo, todavía pensando que estaba haciendo todo eso por ayudar a una hechicera. De reojo miró cómo la bruja empezaba a desabrocharse el cinturón y a dejar las armas en el suelo. ¿Cómo podía moverse con tantas cosas? Dejó el cuenco en el suelo y se acercó a ayudarla, si se es que se dejaba ayudar…
Pero es que era imposible que pudiese cargar con todo y aún así moverse de forma ágil. ¡Malditos brujos! Seguramente hiciera algún tipo de conjuro, o usase sus habilidades para cargar tanto peso y que no supusiera inconveniente alguno en su movimiento. ¿Eso era útil? ¡Si tardaba mucho en despojarse de todo! ¡Encima llevaba también armadura! La elfa se acercó para ofrecer su ayuda con eso también, disimulando la sorpresa que le daba el ver todas las cosas que cargaba. Sí, ya conocía algunas de sus armas y, sí, también había visto lo rápido que era capaz de moverse. Pero nunca se había fijado en lo pesado que parecía ser todo. Era una bruja, lo que quería era matarla, no pensar en sus armas. Bajó la vista hacia el suelo, mirando todo lo que tenía ahí colocado la hechicera y no pudo evitar enarcar una ceja. Por último, volvió la mirada hacia ella, antes de volver a seguir machacando las hierbas y la miró con sorpresa, al verla en corsé. ¿Podía respirar con eso acaso? Lo de esa bruja se escapaba a toda su lógica. De nuevo, alternó la vista entre ella y sus pertenencias, con incredulidad – ¿puedes moverte con todas estas cosas? –señaló todo, en general.
Se volvió a sentar y continuó machacando hojas para sacar su jugo y hacer una pasta con ellas. Mientras, lo otro seguía hirviendo, tiñendo el agua de un tono verdoso, no muy bonito. Lo bueno de esa hierba es que era muy sencilla de encontrar y tenía muchas propiedades curativas, no tendrían que estar buscando una en específico. Y tampoco era una experta que pudiese preparar cualquier hierba, nunca le había visto sentido a aprender a curar si eras un guerrero con un ejército, así que… Pero tras más de un año exiliada había tenido que aprender a fuerza a hacer algunas preparaciones.
Cuando volvió a hablar, sintió como si le apretasen el corazón muy fuerte. Se detuvo durante unos segundos, pero luego volvió a machacar las hierbas. Ya estaban bastante pastosas, faltaba muy poquito.
–Demasiado cerca –corrigió con un tono bastante serio y bajo, cuando Huracán mencionó que estaba lejos de su hogar. Escuchó lo demás, aunque se negaba a pensar que una bruja pudiera llevar razón en lo que decía. O que hablase de daños emocionales. No. La gente que la conocía intentaba evitar cualquiera de esos temas, simplemente no se metían o trataban de decirle qué hacer con su vida de forma sencilla. Pero no habían tratado de entender qué pasaba. Y esa bruja odiosa no lo entendería, no podía –no sirve de nada correr, no consigues escapar –sentenció con su voz neutral. Aunque su conclusión fue el batazo más fuerte, pues tenía toda la razón, por más que se negase a dársela. Los daños emocionales eran tan grandes que la habían convertido en algo así como un espectro de sus propias pesadillas. A veces le costaba distinguir qué era real y qué no, su cabeza estaba todo el día al borde del colapso. Arrastraba demasiado mal desde hacía varios meses como para poder distinguir ya –muchas heridas son para que no te olvides de lo que hiciste –susurró.
No dijo mucho más, acabó de aplastar las hierbas y les echó un poquito de agua para que la pasta tuviera consistencia más líquida, apartó el cacito de metal y lo dejó en el suelo. Luego tomó unas telas que guardaba ella, de las que iba alternando para tapar su antebrazo. Se levantó y la vio apoyada en el tronco del árbol. Para nada parecía la bruja a la que había visto en otras ocasiones, se notaba que le dolían las heridas. Parecía, incluso, normal… a pesar de su raza.
–Tienes el pelo muy largo –fue lo primero que se le ocurrió decir al acercarse a ella, para pasar a un tema mundano y olvidarse de que esa bruja había acertado en algo que no quería admitir, aparte, de la incomodidad que suponía para ella misma el hecho de intentar ayudar a alguien de su raza. Estaba nerviosa, muy nerviosa por lo que iba a hacer, yendo absolutamente en contra de todos sus principios. Al verla, no podía evitar pensar en lo que era y sus nervios acabaron con una tonta pregunta, sin tono de pregunta, sobre su pelo.
Por suerte, el tronco tenía una rama muy caída, pero bastante ancha, y pudo apoyar en ella los dos cuencos, el de agua sin calentar y el del brebaje que había aplastado. El tercero se lo tendría que beber cuando se enfriase.
Huracán había pedido que no viese su espalda y, en principio no entendió cómo podía sanarla sin ver el alcance de sus heridas. Incluso, llego a pensar que podía tener algo que ver con el pudor. ¿Por qué eran todos tan raros? No dijo nada al respecto; al final se iba a volver loca al tener que acordarse de todas las limitaciones que ponían las diferentes razas en cuanto a su cuerpo. Y, bueno, tampoco es que ella fuera sanadora, así que podía intentarlo así. La sujetó cuando se impulsó hacia ella y, en ese momento, quedó tensa. Abrazada a una bruja para sanarla, el sumun de su decadencia. Nunca pensó verse en una situación parecida pero, ¿ya qué más daba?
Ella también dijo de hacer algo para que la elfa se sintiera mejor y comenzó a pasar la piedra que tenía por su espalda. ¿Qué pretendía? ¿Algún truco mágico de los suyos? Eso la puso más tensa, pero aun así no intentó evitarlo. Si Huracán estaba desarmada y dejándose curar, esperaba que no le hiciera nada. Con un brazo la intentaba sujetar mejor, con el otro empezó a empapar y apretar las telas en el agua y luego las pasó con suavidad por la espalda de la bruja. Había pequeños restos de sangre, y volvió a pasar las telas un poco más fuerte –va a doler –advirtió antes de hacerlo. En esa pasada consiguió limpiar más restos de sangre. Dio varias pasadas más, limpiando las telas con el agua, para intentar limpiar su espalda de cualquier rastro de sangre.
La constante presión que tenía en su cabeza iba desapareciendo. Su cuerpo se notaba más liviano, menos presionado, pero estaba tan concentrada en las heridas de la bruja, que no se daba cuenta. De las últimas pasadas con las telas consiguió que salieran sin apenas sangre y pasó al otro cuenco, el de la pasta aguada. La tomó entre sus dedos y miró a la mujer de reojo –tendré cuidado, pero va a escocer bastante –advirtió, de nuevo. Como no podía ver dónde estaban exactamente las heridas, empezó a esparcir la masilla acuosa por la parte de atrás de los hombros, con mucha suavidad, sabiendo que en cuanto tocase alguna herida, lo iba a pasar un poco mal hasta que se secase. Siguió acariciando con delicadeza su piel y, aparte de con sus heridas se topó con varias cicatrices. Eso le hizo apartar sus manos unos instantes, que aprovechó para volver a mojar sus dedos con el mejunje acuoso. Esa sucia bruja también… estaba claro que los dioses sabían a quién honrarle con un cuerpo limpio. Y no eran las agraciadas ninguna de las dos –Yo también conozco esta sensación –parafreseó en voz muy baja, casi susurrando, a la hechicera. Ahora sí entendía por qué no quería mostrar esa parte de su cuerpo.
Continuó deslizando la mano por su espalda y por la zona de sus costillas, suavemente. Le encantaría poder usar su habilidad para poder sanar a esa bruja antes, sin tanto dolor, pero era imposible. Aunque, ¿y si probaba? Se sentía algo más animada y no entendía por qué, qué estaba haciendo Huracán para hacerla sentir mejor. Las otras veces lo había intentado y había salido un fiasco. ¿Qué tal si lo intentaba una vez más? Cerró los ojos, colocando su mano y susurrando una oración a sus dioses.
Hacía tiempo, más de un año, que no sentía el calor de la magia emanar de sus manos. ¡Y para sanar a una bruja! Se apartó un poco, aunque la seguía sujetando para que no se cayera. La miró durante unos segundos, con una expresión difícil de definir. Sorpresa, confusión, alegría o enfado. Realmente era imposible saber qué sensación era la que primaba, ni ella lo sabía. Después de tanto tiempo, la magia de la luz volvía a fluir por ella, pero era incapaz de encontrar sentido a que justamente ahora, los dioses se la permitieran.
– ¿Por qué contigo? ¿Qué me estás haciendo? –inquirió desconcertada. No sabía qué hechizo era el que tenía la piedra de Huracán –Yo… no podía usar la magia. ¿¡Por qué ahora sí!? –No entendía nada y, probablemente, la otra mujer tampoco– ¿por qué con una bruja? –Se resignó. Avanzó un paso, y de nuevo quedaron abrazadas. Estaba un poco confusa todavía, y tal vez pareciese una loca –déjame curarte de nuevo, esta vez no dolera.– Tal vez, todo eso sonase como un sinsentido para la hechicera, pero Helyare quería volver a usar su poder después de tanto tiempo negado. Y, aunque se había molestado en intentar sanar sus heridas de forma “normal”, era más rápido y efectivo usando la magia. Apretó los labios, animada, algo menos pesada. Ya no notaba la losa tan dura a sus espaldas. ¿Cómo de mágica era esa dichosa piedra? ¿Había sido la bruja quien le había devuelto su don perdido? Ella empezó a pensar que sí. No conocía la realidad de por qué había vuelto su magia. Así lo asociaba a la piedra, al igual que el estar algo más animada. Se sentía relajada pese a estar en el bosque.
De nuevo, con delicadeza, volvió a pasar su mano por la piel de la bruja, esta vez haciendo uso de su habilidad. Huracán sentiría calor y alivio, no le escocería ni dolería ninguna de sus heridas al paso de las caricias de la elfa.
Off: Perdón por el tocho, pero esta parte era importante para mi trama n.n" No me mates aunque parezca una loca xD
–Yo no hago brebajes mágicos –comentó mientras echaba unas hojas en el cuenco que estaba en el fuego. La bruja tuvo que resignarse a no solo tomar una poción y ya. Uno de los cuencos sólo tenía agua, el otro estaba calentando hierbas y el otro estaba aún vacío. Echó más hojas de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] ahí y las empezó a aplastar con el mango de la daga. Parecía muy concentrada en lo suyo, todavía pensando que estaba haciendo todo eso por ayudar a una hechicera. De reojo miró cómo la bruja empezaba a desabrocharse el cinturón y a dejar las armas en el suelo. ¿Cómo podía moverse con tantas cosas? Dejó el cuenco en el suelo y se acercó a ayudarla, si se es que se dejaba ayudar…
Pero es que era imposible que pudiese cargar con todo y aún así moverse de forma ágil. ¡Malditos brujos! Seguramente hiciera algún tipo de conjuro, o usase sus habilidades para cargar tanto peso y que no supusiera inconveniente alguno en su movimiento. ¿Eso era útil? ¡Si tardaba mucho en despojarse de todo! ¡Encima llevaba también armadura! La elfa se acercó para ofrecer su ayuda con eso también, disimulando la sorpresa que le daba el ver todas las cosas que cargaba. Sí, ya conocía algunas de sus armas y, sí, también había visto lo rápido que era capaz de moverse. Pero nunca se había fijado en lo pesado que parecía ser todo. Era una bruja, lo que quería era matarla, no pensar en sus armas. Bajó la vista hacia el suelo, mirando todo lo que tenía ahí colocado la hechicera y no pudo evitar enarcar una ceja. Por último, volvió la mirada hacia ella, antes de volver a seguir machacando las hierbas y la miró con sorpresa, al verla en corsé. ¿Podía respirar con eso acaso? Lo de esa bruja se escapaba a toda su lógica. De nuevo, alternó la vista entre ella y sus pertenencias, con incredulidad – ¿puedes moverte con todas estas cosas? –señaló todo, en general.
Se volvió a sentar y continuó machacando hojas para sacar su jugo y hacer una pasta con ellas. Mientras, lo otro seguía hirviendo, tiñendo el agua de un tono verdoso, no muy bonito. Lo bueno de esa hierba es que era muy sencilla de encontrar y tenía muchas propiedades curativas, no tendrían que estar buscando una en específico. Y tampoco era una experta que pudiese preparar cualquier hierba, nunca le había visto sentido a aprender a curar si eras un guerrero con un ejército, así que… Pero tras más de un año exiliada había tenido que aprender a fuerza a hacer algunas preparaciones.
Cuando volvió a hablar, sintió como si le apretasen el corazón muy fuerte. Se detuvo durante unos segundos, pero luego volvió a machacar las hierbas. Ya estaban bastante pastosas, faltaba muy poquito.
–Demasiado cerca –corrigió con un tono bastante serio y bajo, cuando Huracán mencionó que estaba lejos de su hogar. Escuchó lo demás, aunque se negaba a pensar que una bruja pudiera llevar razón en lo que decía. O que hablase de daños emocionales. No. La gente que la conocía intentaba evitar cualquiera de esos temas, simplemente no se metían o trataban de decirle qué hacer con su vida de forma sencilla. Pero no habían tratado de entender qué pasaba. Y esa bruja odiosa no lo entendería, no podía –no sirve de nada correr, no consigues escapar –sentenció con su voz neutral. Aunque su conclusión fue el batazo más fuerte, pues tenía toda la razón, por más que se negase a dársela. Los daños emocionales eran tan grandes que la habían convertido en algo así como un espectro de sus propias pesadillas. A veces le costaba distinguir qué era real y qué no, su cabeza estaba todo el día al borde del colapso. Arrastraba demasiado mal desde hacía varios meses como para poder distinguir ya –muchas heridas son para que no te olvides de lo que hiciste –susurró.
No dijo mucho más, acabó de aplastar las hierbas y les echó un poquito de agua para que la pasta tuviera consistencia más líquida, apartó el cacito de metal y lo dejó en el suelo. Luego tomó unas telas que guardaba ella, de las que iba alternando para tapar su antebrazo. Se levantó y la vio apoyada en el tronco del árbol. Para nada parecía la bruja a la que había visto en otras ocasiones, se notaba que le dolían las heridas. Parecía, incluso, normal… a pesar de su raza.
–Tienes el pelo muy largo –fue lo primero que se le ocurrió decir al acercarse a ella, para pasar a un tema mundano y olvidarse de que esa bruja había acertado en algo que no quería admitir, aparte, de la incomodidad que suponía para ella misma el hecho de intentar ayudar a alguien de su raza. Estaba nerviosa, muy nerviosa por lo que iba a hacer, yendo absolutamente en contra de todos sus principios. Al verla, no podía evitar pensar en lo que era y sus nervios acabaron con una tonta pregunta, sin tono de pregunta, sobre su pelo.
Por suerte, el tronco tenía una rama muy caída, pero bastante ancha, y pudo apoyar en ella los dos cuencos, el de agua sin calentar y el del brebaje que había aplastado. El tercero se lo tendría que beber cuando se enfriase.
Huracán había pedido que no viese su espalda y, en principio no entendió cómo podía sanarla sin ver el alcance de sus heridas. Incluso, llego a pensar que podía tener algo que ver con el pudor. ¿Por qué eran todos tan raros? No dijo nada al respecto; al final se iba a volver loca al tener que acordarse de todas las limitaciones que ponían las diferentes razas en cuanto a su cuerpo. Y, bueno, tampoco es que ella fuera sanadora, así que podía intentarlo así. La sujetó cuando se impulsó hacia ella y, en ese momento, quedó tensa. Abrazada a una bruja para sanarla, el sumun de su decadencia. Nunca pensó verse en una situación parecida pero, ¿ya qué más daba?
Ella también dijo de hacer algo para que la elfa se sintiera mejor y comenzó a pasar la piedra que tenía por su espalda. ¿Qué pretendía? ¿Algún truco mágico de los suyos? Eso la puso más tensa, pero aun así no intentó evitarlo. Si Huracán estaba desarmada y dejándose curar, esperaba que no le hiciera nada. Con un brazo la intentaba sujetar mejor, con el otro empezó a empapar y apretar las telas en el agua y luego las pasó con suavidad por la espalda de la bruja. Había pequeños restos de sangre, y volvió a pasar las telas un poco más fuerte –va a doler –advirtió antes de hacerlo. En esa pasada consiguió limpiar más restos de sangre. Dio varias pasadas más, limpiando las telas con el agua, para intentar limpiar su espalda de cualquier rastro de sangre.
La constante presión que tenía en su cabeza iba desapareciendo. Su cuerpo se notaba más liviano, menos presionado, pero estaba tan concentrada en las heridas de la bruja, que no se daba cuenta. De las últimas pasadas con las telas consiguió que salieran sin apenas sangre y pasó al otro cuenco, el de la pasta aguada. La tomó entre sus dedos y miró a la mujer de reojo –tendré cuidado, pero va a escocer bastante –advirtió, de nuevo. Como no podía ver dónde estaban exactamente las heridas, empezó a esparcir la masilla acuosa por la parte de atrás de los hombros, con mucha suavidad, sabiendo que en cuanto tocase alguna herida, lo iba a pasar un poco mal hasta que se secase. Siguió acariciando con delicadeza su piel y, aparte de con sus heridas se topó con varias cicatrices. Eso le hizo apartar sus manos unos instantes, que aprovechó para volver a mojar sus dedos con el mejunje acuoso. Esa sucia bruja también… estaba claro que los dioses sabían a quién honrarle con un cuerpo limpio. Y no eran las agraciadas ninguna de las dos –Yo también conozco esta sensación –parafreseó en voz muy baja, casi susurrando, a la hechicera. Ahora sí entendía por qué no quería mostrar esa parte de su cuerpo.
Continuó deslizando la mano por su espalda y por la zona de sus costillas, suavemente. Le encantaría poder usar su habilidad para poder sanar a esa bruja antes, sin tanto dolor, pero era imposible. Aunque, ¿y si probaba? Se sentía algo más animada y no entendía por qué, qué estaba haciendo Huracán para hacerla sentir mejor. Las otras veces lo había intentado y había salido un fiasco. ¿Qué tal si lo intentaba una vez más? Cerró los ojos, colocando su mano y susurrando una oración a sus dioses.
Hacía tiempo, más de un año, que no sentía el calor de la magia emanar de sus manos. ¡Y para sanar a una bruja! Se apartó un poco, aunque la seguía sujetando para que no se cayera. La miró durante unos segundos, con una expresión difícil de definir. Sorpresa, confusión, alegría o enfado. Realmente era imposible saber qué sensación era la que primaba, ni ella lo sabía. Después de tanto tiempo, la magia de la luz volvía a fluir por ella, pero era incapaz de encontrar sentido a que justamente ahora, los dioses se la permitieran.
– ¿Por qué contigo? ¿Qué me estás haciendo? –inquirió desconcertada. No sabía qué hechizo era el que tenía la piedra de Huracán –Yo… no podía usar la magia. ¿¡Por qué ahora sí!? –No entendía nada y, probablemente, la otra mujer tampoco– ¿por qué con una bruja? –Se resignó. Avanzó un paso, y de nuevo quedaron abrazadas. Estaba un poco confusa todavía, y tal vez pareciese una loca –déjame curarte de nuevo, esta vez no dolera.– Tal vez, todo eso sonase como un sinsentido para la hechicera, pero Helyare quería volver a usar su poder después de tanto tiempo negado. Y, aunque se había molestado en intentar sanar sus heridas de forma “normal”, era más rápido y efectivo usando la magia. Apretó los labios, animada, algo menos pesada. Ya no notaba la losa tan dura a sus espaldas. ¿Cómo de mágica era esa dichosa piedra? ¿Había sido la bruja quien le había devuelto su don perdido? Ella empezó a pensar que sí. No conocía la realidad de por qué había vuelto su magia. Así lo asociaba a la piedra, al igual que el estar algo más animada. Se sentía relajada pese a estar en el bosque.
De nuevo, con delicadeza, volvió a pasar su mano por la piel de la bruja, esta vez haciendo uso de su habilidad. Huracán sentiría calor y alivio, no le escocería ni dolería ninguna de sus heridas al paso de las caricias de la elfa.
Off: Perdón por el tocho, pero esta parte era importante para mi trama n.n" No me mates aunque parezca una loca xD
Helyare
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
No sin demasiado convencimiento dejé que la elfa tocara mi espalda. Al principio con los vendajes escocía muchísimo. Tanto que tuve que morderme los dientes y cerrar los ojos para apaciguar un poco el dolor. Me costaba muchísimo no ponerme a chillar, pues era lo que más deseaba en aquel momento.
Por su parte, Helyare sí que parecía estar sufriendo los efectos benignos de las piedras. Y de manera mucho menos dolorosa que yo. La elfa se sorprendió por la efectividad con la que comenzaba a sentirse mejor. Y poco a poco, debió sentir el maná llamando en su interior. Don que debía tener reprimido por alguna razón que desconocía.
-No… No lo sé. – No tenía respuesta a su pregunta. Tenía los ojos entrecerrados. Me agarraba a ella. No tenía fuerzas para decir mucho más con el enorme dolor que me estaba llevando. Pero con su recuperación, pronto pudo utilizar su magia curativa sobre mi espalda, en lugar de las poco prácticas vendas humedecidas.
Entonces pude sentir una sensación totalmente distinta. Cerré los ojos con placer. Y casi gemí del gusto, cerrando los ojos. Ahora era se sentía todo muy distinto. Como cuando Níniel aplicaba una de sus curaciones sobre mí después de un duro combate. Las habilidades de sanación de Helyare no eran tan buenas, pero ninguna de las de Níniel me había sentido tan placentera como aquella.
El viento acarició mi espalda desnuda, únicamente tapada por mi larga melena de color caoba. Todavía abrazada por las manos de Helyare. Ya no sentía llagas. Ni dolor. Volvía a sentirme como nueva. – Gracias. – dije aún apoyada con ambos brazos sobre sus hombros.
No tardé en incorporarme después. Ya valiéndome de mí misma. Tuve que sujetarme la parte delantera del corsé, que se me estaba cayendo, para evitar que se me viera todo el torso. Algo que por supuesto no pensaba mostrar a Helyare. Volví a tensar las ensangrentadas cuerdas. Tendría que comprar uno nuevo. Aquel ya no valdría.
Volví a colocarme los ajustados pantalones de cuero que tan bien se ceñían a mi figura, pero quedé decidí permanecer en camiseta interior y corsé para no volver a apretar mi espalda. Me senté sobre una roca. - ¿Así que las piedras funcionan? – dije, por romper un poco el hielo en la conversación. Tomando una. – Nunca hubiera apostado por ello. Me las dio una adivina de Beltrexus. – contesté. Y es que quizás no fueran tan malas como creía en principio.
-¿Por qué odias a los brujos? – pregunté, mirándola con seriedad a los ojos. – Te contaré una cosa. – apoyé mis codos sobre las rodillas. – Yo era exactamente igual que tú. – esbocé una tímida sonrisa, jugando con la piedra. – Soy cazadora de vampiros. Si me pagas por cortarle la cabeza a uno, lo hago sin preguntar. Cobro por ello. Ya está. Es lo que me inculcaron. Mi familia entera lleva siglos haciéndolo. – miré al cielo, algo emocionada. – Bueno, quizás no todos. – me corregí, pensando en Belladonna. Incluso Mortagglia había sido cazadora años atrás. - En cierto modo, juzgo a los vampiros como tú haces con los brujos.
Me levanté y me coloqué de espaldas. Poniendo los brazos en jarra. No podía dejar de pensar en Isabella. Pero no derramaría una sola lágrima por ella.
-¿Sabes qué conseguí con ello, Helyare? – pregunté girándome, tras unos instantes. –Destruir a la Hermandad. Asesinar a su líder chupasangres, lady Mortagglia. – agaché un poco la cabeza. Ella ni sabría de quién hablaba. – Mi abuela… - dije en voz baja. – Y por el camino, se llevaron a, al menos… - empecé a contar con los dedos. – Seis… No. ¡Siete! Personas queridas, fallecidas prematuramente. – bufé sonriendo y mirando abajo. – Y yo habría sido una más, de no ser por esa bruja que viene conmigo. Esa que casi te saca los intestinos por la boca. – hice una pausa. – Porque ella es bruja. Y es malvada como bien dices. No mucho mejor que yo, ambas hemos matado a mucha gente.
Helyare quizás no supiera a donde quería llegar. Las luchas raciales eran estúpidas. Todo era estúpido. Al final, lo que marcaba la calidad de un ser vivo, era su grado de humanidad. Seguiría cazando vampiros. Seguiría cumpliendo el sino para el que había nacido, pero no lo haría con odio. No con repugnancia. Aquello era, para mí, un trabajo.
-Me di cuenta de la estupidez que estaba haciendo y decidí desaparecer un tiempo. Para reflexionar. Ahora que todos creen que estoy muerta. – aclaré. – Me sirvió para muchas cosas. Como para darme cuenta de lo irónico que fue que una chupasangres me librara de unos tipos que llevaban este logotipo bordado. – aclaré en alusión a Lyn. señalé en mi chaqueta el emblema grabado de los Cazadores de Beltrexus. Había ciertas cosas que tenía que hablar con Cassandra. – Simplemente quiero explicarte que no juzgues a la gente por su condición, sino por quienes son. Hacerlo no te traerá nada bueno. – me aparté el pelo de la cara. – Ni tampoco a la gente que quieres.
Esperé su réplica quedándome de espaldas. Su historia, o tal vez algo que quisiera intercambiar. Tal vez por qué su imposibilidad para hacer la magia o su experiencia personal con los brujos. Las dos éramos ahora neutrales. Una respecto a la otra. Y a veces era bueno tener una opinión lejos de la condicionada opinión que un conocido te podía proporcionar. Allí estábamos muy tranquilas.
Al menos hasta que apareciera Belladonna.
Por su parte, Helyare sí que parecía estar sufriendo los efectos benignos de las piedras. Y de manera mucho menos dolorosa que yo. La elfa se sorprendió por la efectividad con la que comenzaba a sentirse mejor. Y poco a poco, debió sentir el maná llamando en su interior. Don que debía tener reprimido por alguna razón que desconocía.
-No… No lo sé. – No tenía respuesta a su pregunta. Tenía los ojos entrecerrados. Me agarraba a ella. No tenía fuerzas para decir mucho más con el enorme dolor que me estaba llevando. Pero con su recuperación, pronto pudo utilizar su magia curativa sobre mi espalda, en lugar de las poco prácticas vendas humedecidas.
Entonces pude sentir una sensación totalmente distinta. Cerré los ojos con placer. Y casi gemí del gusto, cerrando los ojos. Ahora era se sentía todo muy distinto. Como cuando Níniel aplicaba una de sus curaciones sobre mí después de un duro combate. Las habilidades de sanación de Helyare no eran tan buenas, pero ninguna de las de Níniel me había sentido tan placentera como aquella.
El viento acarició mi espalda desnuda, únicamente tapada por mi larga melena de color caoba. Todavía abrazada por las manos de Helyare. Ya no sentía llagas. Ni dolor. Volvía a sentirme como nueva. – Gracias. – dije aún apoyada con ambos brazos sobre sus hombros.
No tardé en incorporarme después. Ya valiéndome de mí misma. Tuve que sujetarme la parte delantera del corsé, que se me estaba cayendo, para evitar que se me viera todo el torso. Algo que por supuesto no pensaba mostrar a Helyare. Volví a tensar las ensangrentadas cuerdas. Tendría que comprar uno nuevo. Aquel ya no valdría.
Volví a colocarme los ajustados pantalones de cuero que tan bien se ceñían a mi figura, pero quedé decidí permanecer en camiseta interior y corsé para no volver a apretar mi espalda. Me senté sobre una roca. - ¿Así que las piedras funcionan? – dije, por romper un poco el hielo en la conversación. Tomando una. – Nunca hubiera apostado por ello. Me las dio una adivina de Beltrexus. – contesté. Y es que quizás no fueran tan malas como creía en principio.
-¿Por qué odias a los brujos? – pregunté, mirándola con seriedad a los ojos. – Te contaré una cosa. – apoyé mis codos sobre las rodillas. – Yo era exactamente igual que tú. – esbocé una tímida sonrisa, jugando con la piedra. – Soy cazadora de vampiros. Si me pagas por cortarle la cabeza a uno, lo hago sin preguntar. Cobro por ello. Ya está. Es lo que me inculcaron. Mi familia entera lleva siglos haciéndolo. – miré al cielo, algo emocionada. – Bueno, quizás no todos. – me corregí, pensando en Belladonna. Incluso Mortagglia había sido cazadora años atrás. - En cierto modo, juzgo a los vampiros como tú haces con los brujos.
Me levanté y me coloqué de espaldas. Poniendo los brazos en jarra. No podía dejar de pensar en Isabella. Pero no derramaría una sola lágrima por ella.
-¿Sabes qué conseguí con ello, Helyare? – pregunté girándome, tras unos instantes. –Destruir a la Hermandad. Asesinar a su líder chupasangres, lady Mortagglia. – agaché un poco la cabeza. Ella ni sabría de quién hablaba. – Mi abuela… - dije en voz baja. – Y por el camino, se llevaron a, al menos… - empecé a contar con los dedos. – Seis… No. ¡Siete! Personas queridas, fallecidas prematuramente. – bufé sonriendo y mirando abajo. – Y yo habría sido una más, de no ser por esa bruja que viene conmigo. Esa que casi te saca los intestinos por la boca. – hice una pausa. – Porque ella es bruja. Y es malvada como bien dices. No mucho mejor que yo, ambas hemos matado a mucha gente.
Helyare quizás no supiera a donde quería llegar. Las luchas raciales eran estúpidas. Todo era estúpido. Al final, lo que marcaba la calidad de un ser vivo, era su grado de humanidad. Seguiría cazando vampiros. Seguiría cumpliendo el sino para el que había nacido, pero no lo haría con odio. No con repugnancia. Aquello era, para mí, un trabajo.
-Me di cuenta de la estupidez que estaba haciendo y decidí desaparecer un tiempo. Para reflexionar. Ahora que todos creen que estoy muerta. – aclaré. – Me sirvió para muchas cosas. Como para darme cuenta de lo irónico que fue que una chupasangres me librara de unos tipos que llevaban este logotipo bordado. – aclaré en alusión a Lyn. señalé en mi chaqueta el emblema grabado de los Cazadores de Beltrexus. Había ciertas cosas que tenía que hablar con Cassandra. – Simplemente quiero explicarte que no juzgues a la gente por su condición, sino por quienes son. Hacerlo no te traerá nada bueno. – me aparté el pelo de la cara. – Ni tampoco a la gente que quieres.
Esperé su réplica quedándome de espaldas. Su historia, o tal vez algo que quisiera intercambiar. Tal vez por qué su imposibilidad para hacer la magia o su experiencia personal con los brujos. Las dos éramos ahora neutrales. Una respecto a la otra. Y a veces era bueno tener una opinión lejos de la condicionada opinión que un conocido te podía proporcionar. Allí estábamos muy tranquilas.
Al menos hasta que apareciera Belladonna.
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
La bruja no tenía respuesta para lo que acababa de pasar, y ella tampoco era capaz de darle más explicación que el uso de las piedras. Pero, ¿cómo podían unas piedras devolverle sus poderes? Se quedó en una incógnita que ella creía resuelta y empezó la sanación de la hechicera. Con sumo cuidado intentó curar sus heridas, notando como ya no le dolía, al contrario.
Desde su nuca, pasando por sus hombros, recorriendo toda su espalda y costados hasta llegar a la zona de su pantalón, todo recibió el calor de la magia, aún tenue, que emanaba de las manos de la elfa. Tenía los ojos cerrados y apoyaba ligeramente su frente en el hombro de Huracán.
Cuando le dio las gracias levantó la cabeza ligeramente para mirarla. ¿En serio le estaba dando las gracias una bruja? No dijo nada, sólo hizo una sutil mueca con la boca, restándole importancia. Después de eso ya se separaron. Pese a que intentó ayudar a la hechicera, ella ya podía valerse por sí misma, así que la dejó vestirse tranquilamente mientras ella se dedicaba a recoger los cuencos –la infusión con hierbas también te puede venir bien –le comentó cuando cogió los cuencos y fue a sentarse junto al fuego. A su lado, se enfriaba la infusión que había preparado.
Vació el mejunje verduzco sobre la hierba y dejó sobre el cuenco los vendajes mientras escuchaba a la mujer hablar. Se había sentado en una piedra y, a veces, Helyare alzaba la vista para verla mientras hablaba. Estaba contando lo que parecía una historia sobre ella misma, después de hacerle una pregunta que todavía estaba pensando en cómo responder sin sonar ofensiva. Tan solo escuchó.
Esa mujer era cazadora de vampiros. La elfa se quedó pensando que nunca había visto un vampiro. O al menos que ella supiera. Tampoco sabía qué características tenían para diferenciarlos más allá de que los imaginaba con colmillos largos y como si fueran sombras.
Trataba de entender qué estaba diciendo la bruja o a dónde quería llegar. Pero estaba un poco perdida – ¿qué es la Hermandad? Y, ¿mataste a tu abuela? O sea, ¿tu abuela es un vampiro? –no pudo evitar hacer una mueca de asco al hacer esa pregunta. No sabía qué podía significar para ella tener un pariente brujo. Si esa mujer odiaba a los vampiros tenía que ser horrible estar vinculada a esos seres. –No entiendo. –Se estaba perdiendo bastante. Imaginó que la Hermandad era un aquelarre de vampiros pero no entendía las motivaciones que llevaban a Huracán a matar a su abuela o a dejar que asesinaran a siete personas. ¿O la había matado porque ella antes había asesinado a esos siete? –Esa bruja –volvió a hacer una mueca al mencionarla –es tu madre, ¿no? –se había referido a ella como su hija y la verdad es que sí contaban con cierto parecido. La misma Huracán mencionó que era mala. Pero, al menos, esa bruja que tenía enfrente tenía el apoyo de su madre, aunque esta fuese una loca desgraciada – ¿Qué estupidez? –volvió a preguntar. Seguía sin entender mucho. Pero veía lógica la venganza si había perdido a seres queridos.
Habló de una chupasangres que le salvó la vida. En ese momento su pensamiento fue directamente hacia Vincent. ¡Maldito brujo! La de veces que la había ayudado. Pero volvió a centrarse cuando le explicó a dónde quería llegar. Hizo una mueca y puso las manos cerca del fuego para calentarse, sentada frente a la pequeña hoguera que había hecho la bruja malnacida aquella. Lo único que hizo antes de hablar fue soltar aire por la boca a modo de risa irónica, cerrando los ojos y negando sutilmente.
–A la gente que quiero… –repitió e hizo una pausa, mirando las llamas. No sabía bien cómo explicarlo o qué contar realmente. Su situación era diferente a la de la bruja y, aunque tenía aún ciertas cosas que preguntarle, quería aclarar eso último que le había dicho. Se frotó las manos y se las colocó cerca de la boca, como si se estuviera dando calor en la cara. –No creo que tengas razón en lo que dices. ¿Qué pasaría si tú fueras amiga de un vampiro o te relacionaras con alguno? ¿La gente a la que quieres te seguiría queriendo a ti? ¿Te aceptarían? –comentó con cierta mala gana, pero no contra ella, sino más bien era a causa del cansancio. Se volvió a detener un momento, aunque rápidamente volvió a hablar para intentar justificar lo que iba a contar, con lo que respondería a la primera pregunta que le había hecho la bruja–. A mí me inculcaron el odio a vuestra raza. Es todo por las guerras, ya te lo dije. Desde que somos muy pequeños nos enseñan la historia de nuestro pueblo y el daño que nos causó el tuyo. O cómo usáis mal la magia –seguía con la mirada fija en las llamas –, para hacer daño. Nos enseñan que seremos quienes tomen venganza y quienes honraremos a nuestros ancestros caídos. Y que alguien de nosotros se relacione con un brujo… –dejó escapar el aire de su boca, incapaz de encontrar una palabra adecuada que reflejara la gravedad de ese acto. –Si alguien de mis seres queridos me hubiera visto curando tus heridas, estaría muerta por el mero hecho de ofrecerme a hacerlo –y no era exageración –. Sería considerada una traidora. A esos elfos se les llama taarindil. Es un insulto, algo así como un “amante de brujos” –era una palabra muy despectiva y vergonzosa. Suspiró, aún con las manos tapando la mitad de su rostro e hizo otra pausa bastante más larga que las anteriores –. Hace un tiempo, conocí a un brujo y… no era tan malo –en realidad no era malo, pero intentaba justificar la maldad que creía innata en ellos. Admitir que se había dejado ayudar por un brujo era algo que le daba bastante apuro. –. Me ayudó en varias ocasiones. Pero “mis seres queridos” me descubrieron con él.
Había estado relativamente bien, serena, hablando de todo eso. No se le habían trabado las palabras, ni temblaba al hablar. La piedra había hecho efecto, sin duda. Pero en esa última frase se le heló la sangre y no pudo continuar la historia. Harían falta cien piedras más como esa para quitarle la angustia que sentía al recordar su condena y las palabras que le habían dedicado. –No les gustó –fue lo único que pudo decir para concluir la historia. No juzgó al brujo por su condición y le trajo muchos más problemas no hacerlo.
Volvió a poner las manos cerca del fuego y encogió las rodillas. En esos momentos tenía mucho frío y estaba echando en falta las piedras mágicas de esa bruja.
Había usado esa parte de la historia para que la bruja viera lo equivocada que estaba. Pero, ¿por qué daba esos consejos ella? Por lo que había podido ver, tenía que fingir estar muerta, se había ido de su casa y también usaba un sobrenombre. Levantó un poco la vista hacia ella, quien estaba de espaldas – te llamas Anastasia, ¿verdad? –Lo había dicho la otra bruja –, ¿por qué no usas tu verdadero nombre? –Le habían causado curiosidad ciertos aspectos de esa hechicera. Cuando la conoció ya se hacía llamar “Huracán”, pero ahora que había desvelado que se suponía muerta, estaba enlazando ideas que ella creía las correctas. Hilaba según veía coincidencias consigo misma, puesto que no acababa de entender muy bien qué se supone que hacía la bruja esa en su gremio o cómo funcionaba este. – ¿Temes que los vampiros te hagan daño por haber hecho eso? –preguntó en alusión a lo que le había contado de su abuela.
Desde su nuca, pasando por sus hombros, recorriendo toda su espalda y costados hasta llegar a la zona de su pantalón, todo recibió el calor de la magia, aún tenue, que emanaba de las manos de la elfa. Tenía los ojos cerrados y apoyaba ligeramente su frente en el hombro de Huracán.
Cuando le dio las gracias levantó la cabeza ligeramente para mirarla. ¿En serio le estaba dando las gracias una bruja? No dijo nada, sólo hizo una sutil mueca con la boca, restándole importancia. Después de eso ya se separaron. Pese a que intentó ayudar a la hechicera, ella ya podía valerse por sí misma, así que la dejó vestirse tranquilamente mientras ella se dedicaba a recoger los cuencos –la infusión con hierbas también te puede venir bien –le comentó cuando cogió los cuencos y fue a sentarse junto al fuego. A su lado, se enfriaba la infusión que había preparado.
Vació el mejunje verduzco sobre la hierba y dejó sobre el cuenco los vendajes mientras escuchaba a la mujer hablar. Se había sentado en una piedra y, a veces, Helyare alzaba la vista para verla mientras hablaba. Estaba contando lo que parecía una historia sobre ella misma, después de hacerle una pregunta que todavía estaba pensando en cómo responder sin sonar ofensiva. Tan solo escuchó.
Esa mujer era cazadora de vampiros. La elfa se quedó pensando que nunca había visto un vampiro. O al menos que ella supiera. Tampoco sabía qué características tenían para diferenciarlos más allá de que los imaginaba con colmillos largos y como si fueran sombras.
Trataba de entender qué estaba diciendo la bruja o a dónde quería llegar. Pero estaba un poco perdida – ¿qué es la Hermandad? Y, ¿mataste a tu abuela? O sea, ¿tu abuela es un vampiro? –no pudo evitar hacer una mueca de asco al hacer esa pregunta. No sabía qué podía significar para ella tener un pariente brujo. Si esa mujer odiaba a los vampiros tenía que ser horrible estar vinculada a esos seres. –No entiendo. –Se estaba perdiendo bastante. Imaginó que la Hermandad era un aquelarre de vampiros pero no entendía las motivaciones que llevaban a Huracán a matar a su abuela o a dejar que asesinaran a siete personas. ¿O la había matado porque ella antes había asesinado a esos siete? –Esa bruja –volvió a hacer una mueca al mencionarla –es tu madre, ¿no? –se había referido a ella como su hija y la verdad es que sí contaban con cierto parecido. La misma Huracán mencionó que era mala. Pero, al menos, esa bruja que tenía enfrente tenía el apoyo de su madre, aunque esta fuese una loca desgraciada – ¿Qué estupidez? –volvió a preguntar. Seguía sin entender mucho. Pero veía lógica la venganza si había perdido a seres queridos.
Habló de una chupasangres que le salvó la vida. En ese momento su pensamiento fue directamente hacia Vincent. ¡Maldito brujo! La de veces que la había ayudado. Pero volvió a centrarse cuando le explicó a dónde quería llegar. Hizo una mueca y puso las manos cerca del fuego para calentarse, sentada frente a la pequeña hoguera que había hecho la bruja malnacida aquella. Lo único que hizo antes de hablar fue soltar aire por la boca a modo de risa irónica, cerrando los ojos y negando sutilmente.
–A la gente que quiero… –repitió e hizo una pausa, mirando las llamas. No sabía bien cómo explicarlo o qué contar realmente. Su situación era diferente a la de la bruja y, aunque tenía aún ciertas cosas que preguntarle, quería aclarar eso último que le había dicho. Se frotó las manos y se las colocó cerca de la boca, como si se estuviera dando calor en la cara. –No creo que tengas razón en lo que dices. ¿Qué pasaría si tú fueras amiga de un vampiro o te relacionaras con alguno? ¿La gente a la que quieres te seguiría queriendo a ti? ¿Te aceptarían? –comentó con cierta mala gana, pero no contra ella, sino más bien era a causa del cansancio. Se volvió a detener un momento, aunque rápidamente volvió a hablar para intentar justificar lo que iba a contar, con lo que respondería a la primera pregunta que le había hecho la bruja–. A mí me inculcaron el odio a vuestra raza. Es todo por las guerras, ya te lo dije. Desde que somos muy pequeños nos enseñan la historia de nuestro pueblo y el daño que nos causó el tuyo. O cómo usáis mal la magia –seguía con la mirada fija en las llamas –, para hacer daño. Nos enseñan que seremos quienes tomen venganza y quienes honraremos a nuestros ancestros caídos. Y que alguien de nosotros se relacione con un brujo… –dejó escapar el aire de su boca, incapaz de encontrar una palabra adecuada que reflejara la gravedad de ese acto. –Si alguien de mis seres queridos me hubiera visto curando tus heridas, estaría muerta por el mero hecho de ofrecerme a hacerlo –y no era exageración –. Sería considerada una traidora. A esos elfos se les llama taarindil. Es un insulto, algo así como un “amante de brujos” –era una palabra muy despectiva y vergonzosa. Suspiró, aún con las manos tapando la mitad de su rostro e hizo otra pausa bastante más larga que las anteriores –. Hace un tiempo, conocí a un brujo y… no era tan malo –en realidad no era malo, pero intentaba justificar la maldad que creía innata en ellos. Admitir que se había dejado ayudar por un brujo era algo que le daba bastante apuro. –. Me ayudó en varias ocasiones. Pero “mis seres queridos” me descubrieron con él.
Había estado relativamente bien, serena, hablando de todo eso. No se le habían trabado las palabras, ni temblaba al hablar. La piedra había hecho efecto, sin duda. Pero en esa última frase se le heló la sangre y no pudo continuar la historia. Harían falta cien piedras más como esa para quitarle la angustia que sentía al recordar su condena y las palabras que le habían dedicado. –No les gustó –fue lo único que pudo decir para concluir la historia. No juzgó al brujo por su condición y le trajo muchos más problemas no hacerlo.
Volvió a poner las manos cerca del fuego y encogió las rodillas. En esos momentos tenía mucho frío y estaba echando en falta las piedras mágicas de esa bruja.
Había usado esa parte de la historia para que la bruja viera lo equivocada que estaba. Pero, ¿por qué daba esos consejos ella? Por lo que había podido ver, tenía que fingir estar muerta, se había ido de su casa y también usaba un sobrenombre. Levantó un poco la vista hacia ella, quien estaba de espaldas – te llamas Anastasia, ¿verdad? –Lo había dicho la otra bruja –, ¿por qué no usas tu verdadero nombre? –Le habían causado curiosidad ciertos aspectos de esa hechicera. Cuando la conoció ya se hacía llamar “Huracán”, pero ahora que había desvelado que se suponía muerta, estaba enlazando ideas que ella creía las correctas. Hilaba según veía coincidencias consigo misma, puesto que no acababa de entender muy bien qué se supone que hacía la bruja esa en su gremio o cómo funcionaba este. – ¿Temes que los vampiros te hagan daño por haber hecho eso? –preguntó en alusión a lo que le había contado de su abuela.
Helyare
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Quizás había comentado la historia demasiado rápido, o Helyare se había perdido en algún punto. Pensé que tal vez habría escuchado de la Hermandad, pero parecía ser que no. Hice un par de gesto de negación ante sus dudas y me giré. Ella estaba sentada junto al fuego. Parecía sentirse destemplada.
-La Hermandad era una secta que buscaba la supremacía de la raza vampírica. – comenté sin mirarla, acercándome a la misma, pero permaneciendo de pie. – Y sí, mi abuela era la líder, un vampiro supremo, una especie superior y más poderosa. – acerqué mis manos al calor. En el que mantuve centrada mi vista. – Pero antes de ello, fue una bruja. Una cazadora de vampiros, como yo. – miré seria a Helyare. – Belladonna es mi madre biológica. Nació con una psiquis trastornada y Mortagglia se aprovechó de ello para seducirla y volverla su mano derecha de la Hermandad. Su hermana, Isabella, es quien cuido de mí y quien yo considero mi verdadera madre. – expliqué sin entrar en demasiados detalles de quién había sido la maestra cazadora, para no provocarle confusión.
Poco después, Helyare pasó a contarme su historia. Sus motivos para odiar a los brujos, más allá de encuentros desafortunados y particulares, eran puramente racistas y sin fundamento alguno. Era entendible que aquella elfa tuviera una mente cuadriculada si había sido enseñada, o más bien adoctrinada, desde pequeña. Al menos había accedido a curar mis heridas.
-Amante de brujos. – repetí en voz baja, mirándola a los ojos. Así era como la consideraban en su pueblo por haber recibido una vez la ayuda de un brujo. Aunque no especificó qué le hicieron esos canallas, tampoco quise incidir demasiado ya que parecía que no había sido muy agradable a decir por su semblante serio y perdido.
Luego la conversación volvió a ir sobre mí. A la cual miré con una mirada de ligero enfado. No me gustaba tratar el tema del nombre. Pero hablar aquellas cosas. Abrir los cajones de mierda, nos estaba yendo bien a las dos. Era bueno compartir con alguien neutral o desconocido ese tipo de conversaciones, que con gente que conoces resulta, en ocasiones, imposible.
–Todo aquel que me conoce sabe que los miembros de mi familia tenemos dos vidas. Soy descendiente de una familia de brujos de la alta nobleza de Beltrexus. – comencé explicando. - Anastasia es como me llaman mis amigos o allegados. – aclaré, acercando ahora yo las manos al fuego. – Mientras estoy en las islas, suelo ser la “señorita o la maestra Boisson”. – repetí con cierto rintintín. – Huracán es como me hago llamar cuando me quito los vestidos y chaquetas caras, abandono mi gran mansión y me enfundo esta armadura. – puse las manos en mi cuerpo. - Como quiero que me conozcan mis adversarios o contratantes. Soy una persona siniestra y distante, no me gusta que me reconozcan, ni me vean. Y, para colmo, mi abuela se llamaba Anastasia. – Esperaba que Helyare hubiese entendido el por qué del pseudónimo. A fin de cuentas, la señorita Boisson era una excéntrica millonaria de Beltrexus, profesora del Hekshold. Mientras que Huracán era una justiciera sin escrúpulos, a la que no le importaba embarrarse. Eran dos facetas de mi vida y consideraba que debían permanecer distantes. A pesar de que otros miembros nunca lo habían hecho. – Y no, no tengo miedo. Después de acabar con Mortagglia, son ellos quienes me temen a mí. – aclaré. Y es que la actitud de los vampiros hacia mí era muy distinta a antaño. Tratando de evitarme y enfrentándose a mí con miedo. Me había convertido en “la Dama” del otro bando.
Después de la pequeña explicación, no quería hablar mucho más. Perdí mi vista en el fuego. Aunque pareciera que no, contar aquello me había servido para mucho. Era una buena terapia para apaciguar todo el dolor que sentía dentro. El dolor de alma quizás fuese el más duro de sobrellevar. Pero, ¿por qué sufrir? ¿Por qué seguir viviendo en soledad, vagando sin rumbo? Ellos seguían vivos. Me necesitaban para continuar la lucha. Aún quedaba mucho por hacer. Quizás, aquel fuese el punto de inflexión en mi manera de ver mis cosas. ¿Podía caer más bajo? Estaba conversando tranquilamente con una supuesta enemiga.
-Debo volver. - concluí tras unos instantes pensativa. Aquella pequeña charla me había ayudado a reflexionar sobre cuál era mi lugar en el mundo. Y vagar en soledad con Belladonna como si fuera una apestada no era la solución. – Taarindil… – repetí con una mala pronunciación. – Sí, hay brujos a los que quiero. Y debo estar con ellos. – comenté pensando, en general, en todos los miembros del gremio que apreciaba. Me levanté y me limpié la culera. – Me has hecho pensar en todas aquellas personas… brujos. Que quiero. También en quiénes son Huracán y Anastasia Boisson. – sonreí, quizás, por primera vez. – Y ninguna de ellas habría abandonado su familia o renunciado a todo por algo que hicieron mal otros. – mis ojos brillaban de gozo. Sin un atisbo del dolor anterior de espalda gracias a la curación de Helyare. - ¿Y tú? ¿Hay personas a las que quieres? ¿Por las que valga la pena luchar?
Aguardé su respuesta y me acerqué a ella. Aquella conversación había sido muy útil. ¿Por qué no era feliz yo? ¿Por qué no lo era Helyare? Las dos habíamos contado una historia similar que padecía los mismos problemas: Éramos mujeres distantes y solitarias. Renunciamos a los nuestros y sufrimos repulsión del mundo por cuestiones familiares. Nos atacamos en base a prejuicios injustificados. También sufrimos cierta pesadumbre, por haber “intimado”, por así decirlo, con una persona a la que odiábamos, más por orgullo que por razón. Por último, tuvimos una salvación, por haber curado la una a la otra nuestras heridas. ¿Qué era entonces lo que faltaba?
Como si hubiera visto la luz, me acerqué a la elfa con la que tantos problemas tuve en el pasado. El hecho de que nadie salvo Belladonna supiera que estábamos allí ayudaría a reexperimentar sensaciones olvidadas.
Me acerqué a escasos centímetros de ella. Y pensé en varios miembros del gremio. – Falta de cariño. – aclaré, pasando la mano por uno de los mechones de su pelo cobrizo, mirándola a los ojos. – El cariño de las personas que queremos. – Llevé la mano hasta su rostro, el cual acaricié con el pulgar, como si estuviera viendo a Isabella. – Como… - Su cara cambió. Cerré los ojos y bajé los brazos hasta sus hombros. Sonreí placenteramente. Me sentía tan sana. Tan… bien. Como si estuviera flotando en una nube. - … Jules. – El brujo. Estaba ahí. Llevé la mano hasta la nuca del cazador y junté su frente y su nariz con la mía. Ambos con los labios abiertos. Diluviaba en el lugar en el que nos encontrábamos.
Finalmente, impulsé mi boca hacia delante.
No sabía si era una realidad o fruto de mi imaginación. ¿Me había quedado dormida? En cualquier caso, no sabría muy bien decir qué pasó después. Sólo sabría decir que pasaron cuatro o cinco segundos de silencio total hasta que la voz de Belladonna retumbó a mi lado y "desperté". - ¡ANASTASIA! - Sacándome de mi estado de ensimismamiento. Cuando abrí los ojos di unos pasos hacia atrás. Estaba lejos de Helyare. Miré a Belladonna sin saber qué pasaba. Portaba un amasijo de animales muertos y plantas. – ¡Oh! Eh… Traía unos herbajos y animalejos para hacer una poción y… – dijo la bruja poniendo una mueca de extrañeza y asco a la vez. – y… se ha puesto a diluviar de repente y… se me va a encrespar el pelo y… – comentó rápido, la bruja ni nos miró y se acercó a la hoguera, pasando con las cosas rápido como el que no quiere la cosa – Bueno, prepararé un caldo con esto, para los tres. – concluyó poniéndose en la cocina. – Y después iremos a Lunargenta.
Belladonna era tan poderosa que era capaz de ver, y también crear ilusiones a la gente en el interior de su cabeza. Así que perfectamente podría verme con Jules, o tal vez hubiese generado ella la ilusión o.... ¡Bah, quién sabe! Cosas de la magia. Miré a Helyare sin entender y me encogí de hombros. Me llevé el dedo a los labios, estaban húmedos. Aunque aquello tampoco decía mucho con el diluvio que había empezado a caer. A menos que Helyare supiera qué diantres había pasado. Todo quedaría en un misterio.
En cualquier caso, me acerqué a la poderosísima bruja. -No. Iremos a Roilkat. – contradije.
Aquello era justo lo que Bella me había pedido y a lo que me había negado, que me reencontrara con el gremio. Por ello su desesperación cuando rompí la carta de invitación de Lord Kärtenssen. La bruja giró su cabeza con confianza y afirmó con satisfacción.
-La Hermandad era una secta que buscaba la supremacía de la raza vampírica. – comenté sin mirarla, acercándome a la misma, pero permaneciendo de pie. – Y sí, mi abuela era la líder, un vampiro supremo, una especie superior y más poderosa. – acerqué mis manos al calor. En el que mantuve centrada mi vista. – Pero antes de ello, fue una bruja. Una cazadora de vampiros, como yo. – miré seria a Helyare. – Belladonna es mi madre biológica. Nació con una psiquis trastornada y Mortagglia se aprovechó de ello para seducirla y volverla su mano derecha de la Hermandad. Su hermana, Isabella, es quien cuido de mí y quien yo considero mi verdadera madre. – expliqué sin entrar en demasiados detalles de quién había sido la maestra cazadora, para no provocarle confusión.
Poco después, Helyare pasó a contarme su historia. Sus motivos para odiar a los brujos, más allá de encuentros desafortunados y particulares, eran puramente racistas y sin fundamento alguno. Era entendible que aquella elfa tuviera una mente cuadriculada si había sido enseñada, o más bien adoctrinada, desde pequeña. Al menos había accedido a curar mis heridas.
-Amante de brujos. – repetí en voz baja, mirándola a los ojos. Así era como la consideraban en su pueblo por haber recibido una vez la ayuda de un brujo. Aunque no especificó qué le hicieron esos canallas, tampoco quise incidir demasiado ya que parecía que no había sido muy agradable a decir por su semblante serio y perdido.
Luego la conversación volvió a ir sobre mí. A la cual miré con una mirada de ligero enfado. No me gustaba tratar el tema del nombre. Pero hablar aquellas cosas. Abrir los cajones de mierda, nos estaba yendo bien a las dos. Era bueno compartir con alguien neutral o desconocido ese tipo de conversaciones, que con gente que conoces resulta, en ocasiones, imposible.
–Todo aquel que me conoce sabe que los miembros de mi familia tenemos dos vidas. Soy descendiente de una familia de brujos de la alta nobleza de Beltrexus. – comencé explicando. - Anastasia es como me llaman mis amigos o allegados. – aclaré, acercando ahora yo las manos al fuego. – Mientras estoy en las islas, suelo ser la “señorita o la maestra Boisson”. – repetí con cierto rintintín. – Huracán es como me hago llamar cuando me quito los vestidos y chaquetas caras, abandono mi gran mansión y me enfundo esta armadura. – puse las manos en mi cuerpo. - Como quiero que me conozcan mis adversarios o contratantes. Soy una persona siniestra y distante, no me gusta que me reconozcan, ni me vean. Y, para colmo, mi abuela se llamaba Anastasia. – Esperaba que Helyare hubiese entendido el por qué del pseudónimo. A fin de cuentas, la señorita Boisson era una excéntrica millonaria de Beltrexus, profesora del Hekshold. Mientras que Huracán era una justiciera sin escrúpulos, a la que no le importaba embarrarse. Eran dos facetas de mi vida y consideraba que debían permanecer distantes. A pesar de que otros miembros nunca lo habían hecho. – Y no, no tengo miedo. Después de acabar con Mortagglia, son ellos quienes me temen a mí. – aclaré. Y es que la actitud de los vampiros hacia mí era muy distinta a antaño. Tratando de evitarme y enfrentándose a mí con miedo. Me había convertido en “la Dama” del otro bando.
Después de la pequeña explicación, no quería hablar mucho más. Perdí mi vista en el fuego. Aunque pareciera que no, contar aquello me había servido para mucho. Era una buena terapia para apaciguar todo el dolor que sentía dentro. El dolor de alma quizás fuese el más duro de sobrellevar. Pero, ¿por qué sufrir? ¿Por qué seguir viviendo en soledad, vagando sin rumbo? Ellos seguían vivos. Me necesitaban para continuar la lucha. Aún quedaba mucho por hacer. Quizás, aquel fuese el punto de inflexión en mi manera de ver mis cosas. ¿Podía caer más bajo? Estaba conversando tranquilamente con una supuesta enemiga.
-Debo volver. - concluí tras unos instantes pensativa. Aquella pequeña charla me había ayudado a reflexionar sobre cuál era mi lugar en el mundo. Y vagar en soledad con Belladonna como si fuera una apestada no era la solución. – Taarindil… – repetí con una mala pronunciación. – Sí, hay brujos a los que quiero. Y debo estar con ellos. – comenté pensando, en general, en todos los miembros del gremio que apreciaba. Me levanté y me limpié la culera. – Me has hecho pensar en todas aquellas personas… brujos. Que quiero. También en quiénes son Huracán y Anastasia Boisson. – sonreí, quizás, por primera vez. – Y ninguna de ellas habría abandonado su familia o renunciado a todo por algo que hicieron mal otros. – mis ojos brillaban de gozo. Sin un atisbo del dolor anterior de espalda gracias a la curación de Helyare. - ¿Y tú? ¿Hay personas a las que quieres? ¿Por las que valga la pena luchar?
Aguardé su respuesta y me acerqué a ella. Aquella conversación había sido muy útil. ¿Por qué no era feliz yo? ¿Por qué no lo era Helyare? Las dos habíamos contado una historia similar que padecía los mismos problemas: Éramos mujeres distantes y solitarias. Renunciamos a los nuestros y sufrimos repulsión del mundo por cuestiones familiares. Nos atacamos en base a prejuicios injustificados. También sufrimos cierta pesadumbre, por haber “intimado”, por así decirlo, con una persona a la que odiábamos, más por orgullo que por razón. Por último, tuvimos una salvación, por haber curado la una a la otra nuestras heridas. ¿Qué era entonces lo que faltaba?
Como si hubiera visto la luz, me acerqué a la elfa con la que tantos problemas tuve en el pasado. El hecho de que nadie salvo Belladonna supiera que estábamos allí ayudaría a reexperimentar sensaciones olvidadas.
Me acerqué a escasos centímetros de ella. Y pensé en varios miembros del gremio. – Falta de cariño. – aclaré, pasando la mano por uno de los mechones de su pelo cobrizo, mirándola a los ojos. – El cariño de las personas que queremos. – Llevé la mano hasta su rostro, el cual acaricié con el pulgar, como si estuviera viendo a Isabella. – Como… - Su cara cambió. Cerré los ojos y bajé los brazos hasta sus hombros. Sonreí placenteramente. Me sentía tan sana. Tan… bien. Como si estuviera flotando en una nube. - … Jules. – El brujo. Estaba ahí. Llevé la mano hasta la nuca del cazador y junté su frente y su nariz con la mía. Ambos con los labios abiertos. Diluviaba en el lugar en el que nos encontrábamos.
Finalmente, impulsé mi boca hacia delante.
No sabía si era una realidad o fruto de mi imaginación. ¿Me había quedado dormida? En cualquier caso, no sabría muy bien decir qué pasó después. Sólo sabría decir que pasaron cuatro o cinco segundos de silencio total hasta que la voz de Belladonna retumbó a mi lado y "desperté". - ¡ANASTASIA! - Sacándome de mi estado de ensimismamiento. Cuando abrí los ojos di unos pasos hacia atrás. Estaba lejos de Helyare. Miré a Belladonna sin saber qué pasaba. Portaba un amasijo de animales muertos y plantas. – ¡Oh! Eh… Traía unos herbajos y animalejos para hacer una poción y… – dijo la bruja poniendo una mueca de extrañeza y asco a la vez. – y… se ha puesto a diluviar de repente y… se me va a encrespar el pelo y… – comentó rápido, la bruja ni nos miró y se acercó a la hoguera, pasando con las cosas rápido como el que no quiere la cosa – Bueno, prepararé un caldo con esto, para los tres. – concluyó poniéndose en la cocina. – Y después iremos a Lunargenta.
Belladonna era tan poderosa que era capaz de ver, y también crear ilusiones a la gente en el interior de su cabeza. Así que perfectamente podría verme con Jules, o tal vez hubiese generado ella la ilusión o.... ¡Bah, quién sabe! Cosas de la magia. Miré a Helyare sin entender y me encogí de hombros. Me llevé el dedo a los labios, estaban húmedos. Aunque aquello tampoco decía mucho con el diluvio que había empezado a caer. A menos que Helyare supiera qué diantres había pasado. Todo quedaría en un misterio.
En cualquier caso, me acerqué a la poderosísima bruja. -No. Iremos a Roilkat. – contradije.
Aquello era justo lo que Bella me había pedido y a lo que me había negado, que me reencontrara con el gremio. Por ello su desesperación cuando rompí la carta de invitación de Lord Kärtenssen. La bruja giró su cabeza con confianza y afirmó con satisfacción.
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Huracán retomó la historia para aclararle los detalles que no entendía. A decir verdad, no entendía siquiera cómo se organizaban algunos clanes de su propia raza, menos aún sabía cómo eran los aquelarres vampíricos. Así que prestó atención para no volver a perderse. Pero, de no ser porque estaba hablando en un tono serio y que había perdido a familiares, se habría reído con el tema de los vampiros supremos. ¿Qué querían la supremacía de su raza? ¡Si eran unos malditos! Los dioses les habían deshonrado con la obsesión por la sangre. ¿Cómo esperaban ser supremos a nada? Enarcó las cejas, haciendo una mueca de asco sólo de pensar que había vampiros que se creían superiores. En ese momento agradeció que la bruja los cazase. Esos seres infectos no debían vivir.
Así que tenía a varios miembros en su familia, aparte de a su madre, quien decía que se había unido a su abuela. Pese a que Helyare no quería volver a interrumpir a la bruja con sus dudas, no pudo evitar hablar al escucharla – ¿por qué viajas con ella entonces? Si mató a gente de tu familia. ¿No tiene condena? –inquirió, confusa. ¿No iba a ser castigada por sus actos? Era todo tan extraño que la elfa no pudo reprimir la pregunta. A pesar de todo, ambas se apoyaban mutuamente, madre e hija. Eso le dio cierta ternura.
Después ella contó el porqué de su odio hacia los hechiceros y, por primera vez, sin echar mierda sobre ella o toda su estirpe. La habían educado así. Hacía lo que creía correcto. Desde que empezó a tener memoria recordaba así las cosas. Le habían enseñado que los brujos eran seres odiosos, que dañaban a su pueblo y que debían ser destruidos. Y así le había enseñado a su hermana pequeña. Era de orgullo mantener las enseñanzas y pasárselas a los más jóvenes, todos se honraban de ser partícipes en la lucha que creían justa. Y ella también lo había intentado, incluso después de su destierro. La primera bruja a la que vio fue esa que tenía enfrente. Y había volcado todo su odio contra ella por su raza. Creía que hacía lo correcto, pero no le sirvió de redención, sino al contrario. Y conocer a un brujo que era la excepción le destrozó los esquemas que tenía. ¿Qué podía hacer ante una persona que había ayudado tanto? Hiciera lo que hiciera estaba mal. Y acabó peor. Ahora volvía estar frente a Huracán y, pese a la tensión del principio, se habían ayudado mutuamente. Ella había impedido que su madre la hiciera trizas y Helyare había sanado sus heridas. Eso lo sintió como si la atravesaran con una lanza. Curar a una bruja… Pero, ¿qué le quedaba ya? Si había sido repudiada por quienes se suponían su familia. ¿A quién tenía que hacer caso?
Aquello era demasiado confuso para la muchacha, que se frotaba la sien y la frente. Le dolía la cabeza de tanto darle vueltas al tema y no era capaz de dejarlo. Se sentía algo mejor, eso sí, pero su mente era un hervidero incapaz de detenerse. Todo lo que hacía estaba mal pero, ¿y qué? Si ya no tenía el perdón de los dioses, ¿qué más daba? Esa bruja, con la que tantos problemas había tenido, estaba ahora ahí, hablando con ella. No parecía haber más rencor, solo una conversación sobre sus historias. Definitivamente, era la única vez que había podido hablar con alguien sin esperar un juicio de valor salir de su boca. De hecho, no salió nada. Sólo escuchó. Una bruja, ¿en serio? ¿Ella, precisamente ella, era quien estaba escuchando sin juzgar? ¿Y tenía que sentirse tan mal por haberla curado? Era innegable que tenía sentimientos encontrados con ese asunto. Pero realmente, se sentía mal por sentirse a gusto con ella.
Notaba que hacía más frío, aunque a lo mejor era cosa suya. Desde hacía un tiempo se destemplaba con muchísima facilidad. Incluso había llegado a tener frío en las aguas termales. Así que creyó que era cosa suya, hasta que la bruja también se arremolinó al lado del fuego. La miró cuando volvió a hablar, esta vez de su nombre. Diferenciaba su vida en dos partes y nada tenía que ver con que Helyare pensaba que se avergonzaba de su nombre, ¿o sí? Esa idea cambió cuando al final mencionó a su abuela, a quien había matado. Si tanto daño había hecho a los suyos, a esas siete personas, era lógico que se avergonzase de tener el mismo nombre que su abuela. O eso llegó a pensar ella. Pero no dijo nada, ya había interrumpido mucho a la bruja con sus dudas.
Y era una noble. Esa parte era graciosa en su mente, pues no era capaz de imaginarla con esos pomposos vestidos que había visto en las fiestas de las ciudades de los humanos. ¿Iría con la ballesta a esos lugares? De no haber estado el ambiente tan serio, también se habría reído por eso, al imaginársela engalanada con esos trajes que parecía imposible que ella llevase.
El silencio volvió durante un momento hasta que la bruja volvió a hablar. Y, aparte de la mala pronunciación, la palabra “taarindil” parecía diferente al salir de su boca. El significado lo era. Helyare quiso decirle que ese no era el sentido real, que nada tenía que ver con el amor o el afecto, ni con sentimientos positivos. Sino al contrario. Era una palabra humillante. Pero ella parecía contenta, le había dado otro sentido que nada tenía que ver con el negativo que asimilaba Helyare, quien no pudo evitar negar levemente y sonreír tímidamente. Le había sentado bien a la bruja apropiarse del término, aunque fuera malo, para ella no lo parecía. Empezó a hablar sobre sus seres queridos y, de nuevo, la elfa alzó la vista para verla, en silencio, hasta que le preguntó sobre sus seres queridos. Helyare hizo un gesto de negación con la cabeza, borrando todo atisbo de la sonrisilla y volviendo la vista a las pequeñas llamas.
–Sí hay personas a las que quiero, pero no vale la pena luchar por ellas –empezó. Iba a dejarlo ahí pero, seguramente, se entendiera mal o de forma egoísta. Como si ella no quisiera luchar por defender a quienes quería. Y nada más lejos de la realidad. Para ella, sus seres queridos, lo eran todo. Absolutamente todo. Ni siquiera la miró cuando se acercó a ella. –Ya hace tiempo que me quitaron el honor de luchar. No me dejan acercarme a mis seres queridos. Ninguno de ellos puede tocarme, como a los enfermos de la pandemia –ejemplificó para que supiera que lo que explicaba era de la forma más literal –. Mi madre lamentó haberme dado vida y no puedo mirar a mi hermana sin que haya varios guardias levantando sus armas hacia mí. Alguien como yo no puede estar cerca de alguien como ella –casi aclamada como mensajera de los dioses, su hermana estaba siendo educada para ser sacerdotisa. Y era imposible que alguien como Helyare pudiera, siquiera, dirigirse a ella. Centrada en el vaivén de las llamas, evitaba mirar a la bruja, y jugueteaba con un palito en el fuego, metiéndolo y sacándolo de las ascuas –. Me he tenido que separar de alguien a quien quiero para no destrozar su vida, ni la de su familia. Aunque me dijeron que eso ya lo había hecho –finalmente tiró el palito dentro del fuego y después de tomar aire, se le escapó una risita ahogada. –La única que me aguanta es una dragona adolescente a la que también tuve que curar… y no pude. No tenía magia. También me la arrebataron... –se miró las manos, cerca de la hoguera. La sonrisa parecía más bien una mueca y la luz de las bajas llamas, junto con las gotas que comenzaban a caer le daban un aspecto demasiado lúgubre para lo que se podía esperar de alguien que usaba la magia de la luz –...hasta hoy –alzó la vista un poco para mirar a Huracán, quien se había acercado más a ella. Esperaba juicios de valor, insultos o cualquier increpación por lo que había contado. De hecho, no sabía por qué le había tenido que contar eso a la bruja pero necesitaba soltarlo, hablarlo con alguien. Ni siquiera la dragona conocía esa parte, pues era demasiado explosiva.
Ella también le había contado que se fue, que llegó a matar a su abuela. Que había perdido a gente. Odiaba y le gustaba sentirse a gusto con ella, poder hablar como nunca habían hecho. Y odiaba y le gustaba el haber podido sanarla y ver que había sido culpable de hacerla pensar en sus seres queridos, de ayudarla en algo más que sólo curar sus heridas. A una hechicera…
No había sido capaz de ayudar a nadie, ni siquiera a Ingela.
La lluvia comenzó a caer con más fuerza y estaba apagando la hoguerita, aunque aún seguía aguantando una pequeña llama. Huracán se acercó a la elfa y ésta se quedó mirándola sin entender qué pasaba, nerviosa aún, tanto por lo que acababa de decirle, como por la cercanía de la hechicera. Nunca había estado tan, tan cerca de alguien de su raza como ese día. Habían estado muy pegadas mientras ella curaba sus heridas, había recorrido su espalda con suaves caricias para aliviar su dolor. Y aun así había estado nerviosa, cuanto menos ahora.
La miró a los ojos, tratando de entender qué pasaba y la bruja empezó a acariciar un mechón de su pelo, hablando de la falta de cariño. Otra punzada cruzó el cuerpo de la elfa. ¿Cariño? A ella también le habían quitado ese derecho, ninguno de sus seres queridos le mostraría un solo deje de afecto ya. –Es lo que necesito –susurró más para sí que para la otra chica, en cuanto esta mencionó, de nuevo, el cariño.
En cuanto su dedo pasó por su rostro, cerró los ojos, disfrutando de la caricia. Hacía más de un año que no sentía ese roce tan suave. Se notaba cálido a pesar de que la hechicera no portase la magia de la luz. Ahora ella podía y sabía, por experiencia, que podía ser placentero. Los brazos de Huracán bajaron hasta sus hombros y ella posó la mano en uno de ellos, subiendo hasta los hombros de su acompañante, regalándole caricias por su cuello hasta su rostro, con la misma suavidad con la que había acariciado anteriormente su espalda e igual que antes, dejando fluir parte de su magia de forma muy sutil y tenue, mucho más que cuando había sanado sus heridas.
No era capaz de entender qué estaba pasando, simplemente se sentía aliviada. ¿Las piedras? ¿O qué tipo de magia era? Fuera lo que fuese, su cuerpo estaba menos pesado y notaba como si la hoguera no estuviera apagándose por la lluvia. Notó sus frentes pegarse, pero no la escuchó. También sintió su mano en la nuca y cómo el agua caía sobre ella, empapándola.
En ese momento no pensó en nada, salvo en lo liviana que se sentía. Y, precisamente por eso, no quería pensar en nada, eso la machacaba. Por primera vez en tanto tiempo su mente estaba “apagada” y no quiso detener ese momento. Y tampoco abrió los ojos.
No hasta que escuchó la voz de la bruja loca llamar a Huracán por su nombre de nacimiento. Entonces ella también giró la cabeza, con la respiración ligeramente agitada. Al instante miró a la más joven, que estaba ya a unos pasos de ella y el peso de una grandísima losa cayó sobre ella, dándole la sensación de que acabaría aplastada, como si no pudiera respirar bien. Taarindil volvió a aparecer en su mente con el significado real, junto a otros tantos insultos hacia sí misma. Esperaba, de nuevo, algún tipo de represalia. Pero, ¿qué acababa de pasar? Ni ella lo sabía con certeza y trataba de encontrar cualquier respuesta. Rápidamente se incorporó y tomó su capa. ¡Estaba lloviendo! Sí, lo sabía, pero ahora era cuando se había dado cuenta.
La hechicera trastornada hablaba nerviosa, sin mirarlas. En cuanto se acercó a lo que quedaba de la hoguera, la elfa tomó sus cosas y se movió varios pasos para alejarse de ella. –Yo… no puedo quedarme –miró a Huracán –, lo siento –esa disculpa no era por no quedarse a comer.
Y, por supuesto que no iba a quedarse. Primero porque no entendía qué acababa de pasar y segundo, porque no iba a comer lo que fuera a preparar esa maldita bruja. ¿Y si trataba de envenenarla? La veía muy capaz. Tan solo con verla sentía escalofríos. Maldita loca…
Apresurada y confundida por no entender llamó al hada, que apareció de detrás de unas hojas y se metió corriendo en su bolsito. No dijo nada.
–Me tengo que ir –tomó su arco, mirando de reojo a Belladona, muy desconfiada. También le dedicó otra mirada, un tanto inexpresiva, a Huracán y se dispuso a marchar.
Así que tenía a varios miembros en su familia, aparte de a su madre, quien decía que se había unido a su abuela. Pese a que Helyare no quería volver a interrumpir a la bruja con sus dudas, no pudo evitar hablar al escucharla – ¿por qué viajas con ella entonces? Si mató a gente de tu familia. ¿No tiene condena? –inquirió, confusa. ¿No iba a ser castigada por sus actos? Era todo tan extraño que la elfa no pudo reprimir la pregunta. A pesar de todo, ambas se apoyaban mutuamente, madre e hija. Eso le dio cierta ternura.
Después ella contó el porqué de su odio hacia los hechiceros y, por primera vez, sin echar mierda sobre ella o toda su estirpe. La habían educado así. Hacía lo que creía correcto. Desde que empezó a tener memoria recordaba así las cosas. Le habían enseñado que los brujos eran seres odiosos, que dañaban a su pueblo y que debían ser destruidos. Y así le había enseñado a su hermana pequeña. Era de orgullo mantener las enseñanzas y pasárselas a los más jóvenes, todos se honraban de ser partícipes en la lucha que creían justa. Y ella también lo había intentado, incluso después de su destierro. La primera bruja a la que vio fue esa que tenía enfrente. Y había volcado todo su odio contra ella por su raza. Creía que hacía lo correcto, pero no le sirvió de redención, sino al contrario. Y conocer a un brujo que era la excepción le destrozó los esquemas que tenía. ¿Qué podía hacer ante una persona que había ayudado tanto? Hiciera lo que hiciera estaba mal. Y acabó peor. Ahora volvía estar frente a Huracán y, pese a la tensión del principio, se habían ayudado mutuamente. Ella había impedido que su madre la hiciera trizas y Helyare había sanado sus heridas. Eso lo sintió como si la atravesaran con una lanza. Curar a una bruja… Pero, ¿qué le quedaba ya? Si había sido repudiada por quienes se suponían su familia. ¿A quién tenía que hacer caso?
Aquello era demasiado confuso para la muchacha, que se frotaba la sien y la frente. Le dolía la cabeza de tanto darle vueltas al tema y no era capaz de dejarlo. Se sentía algo mejor, eso sí, pero su mente era un hervidero incapaz de detenerse. Todo lo que hacía estaba mal pero, ¿y qué? Si ya no tenía el perdón de los dioses, ¿qué más daba? Esa bruja, con la que tantos problemas había tenido, estaba ahora ahí, hablando con ella. No parecía haber más rencor, solo una conversación sobre sus historias. Definitivamente, era la única vez que había podido hablar con alguien sin esperar un juicio de valor salir de su boca. De hecho, no salió nada. Sólo escuchó. Una bruja, ¿en serio? ¿Ella, precisamente ella, era quien estaba escuchando sin juzgar? ¿Y tenía que sentirse tan mal por haberla curado? Era innegable que tenía sentimientos encontrados con ese asunto. Pero realmente, se sentía mal por sentirse a gusto con ella.
Notaba que hacía más frío, aunque a lo mejor era cosa suya. Desde hacía un tiempo se destemplaba con muchísima facilidad. Incluso había llegado a tener frío en las aguas termales. Así que creyó que era cosa suya, hasta que la bruja también se arremolinó al lado del fuego. La miró cuando volvió a hablar, esta vez de su nombre. Diferenciaba su vida en dos partes y nada tenía que ver con que Helyare pensaba que se avergonzaba de su nombre, ¿o sí? Esa idea cambió cuando al final mencionó a su abuela, a quien había matado. Si tanto daño había hecho a los suyos, a esas siete personas, era lógico que se avergonzase de tener el mismo nombre que su abuela. O eso llegó a pensar ella. Pero no dijo nada, ya había interrumpido mucho a la bruja con sus dudas.
Y era una noble. Esa parte era graciosa en su mente, pues no era capaz de imaginarla con esos pomposos vestidos que había visto en las fiestas de las ciudades de los humanos. ¿Iría con la ballesta a esos lugares? De no haber estado el ambiente tan serio, también se habría reído por eso, al imaginársela engalanada con esos trajes que parecía imposible que ella llevase.
El silencio volvió durante un momento hasta que la bruja volvió a hablar. Y, aparte de la mala pronunciación, la palabra “taarindil” parecía diferente al salir de su boca. El significado lo era. Helyare quiso decirle que ese no era el sentido real, que nada tenía que ver con el amor o el afecto, ni con sentimientos positivos. Sino al contrario. Era una palabra humillante. Pero ella parecía contenta, le había dado otro sentido que nada tenía que ver con el negativo que asimilaba Helyare, quien no pudo evitar negar levemente y sonreír tímidamente. Le había sentado bien a la bruja apropiarse del término, aunque fuera malo, para ella no lo parecía. Empezó a hablar sobre sus seres queridos y, de nuevo, la elfa alzó la vista para verla, en silencio, hasta que le preguntó sobre sus seres queridos. Helyare hizo un gesto de negación con la cabeza, borrando todo atisbo de la sonrisilla y volviendo la vista a las pequeñas llamas.
–Sí hay personas a las que quiero, pero no vale la pena luchar por ellas –empezó. Iba a dejarlo ahí pero, seguramente, se entendiera mal o de forma egoísta. Como si ella no quisiera luchar por defender a quienes quería. Y nada más lejos de la realidad. Para ella, sus seres queridos, lo eran todo. Absolutamente todo. Ni siquiera la miró cuando se acercó a ella. –Ya hace tiempo que me quitaron el honor de luchar. No me dejan acercarme a mis seres queridos. Ninguno de ellos puede tocarme, como a los enfermos de la pandemia –ejemplificó para que supiera que lo que explicaba era de la forma más literal –. Mi madre lamentó haberme dado vida y no puedo mirar a mi hermana sin que haya varios guardias levantando sus armas hacia mí. Alguien como yo no puede estar cerca de alguien como ella –casi aclamada como mensajera de los dioses, su hermana estaba siendo educada para ser sacerdotisa. Y era imposible que alguien como Helyare pudiera, siquiera, dirigirse a ella. Centrada en el vaivén de las llamas, evitaba mirar a la bruja, y jugueteaba con un palito en el fuego, metiéndolo y sacándolo de las ascuas –. Me he tenido que separar de alguien a quien quiero para no destrozar su vida, ni la de su familia. Aunque me dijeron que eso ya lo había hecho –finalmente tiró el palito dentro del fuego y después de tomar aire, se le escapó una risita ahogada. –La única que me aguanta es una dragona adolescente a la que también tuve que curar… y no pude. No tenía magia. También me la arrebataron... –se miró las manos, cerca de la hoguera. La sonrisa parecía más bien una mueca y la luz de las bajas llamas, junto con las gotas que comenzaban a caer le daban un aspecto demasiado lúgubre para lo que se podía esperar de alguien que usaba la magia de la luz –...hasta hoy –alzó la vista un poco para mirar a Huracán, quien se había acercado más a ella. Esperaba juicios de valor, insultos o cualquier increpación por lo que había contado. De hecho, no sabía por qué le había tenido que contar eso a la bruja pero necesitaba soltarlo, hablarlo con alguien. Ni siquiera la dragona conocía esa parte, pues era demasiado explosiva.
Ella también le había contado que se fue, que llegó a matar a su abuela. Que había perdido a gente. Odiaba y le gustaba sentirse a gusto con ella, poder hablar como nunca habían hecho. Y odiaba y le gustaba el haber podido sanarla y ver que había sido culpable de hacerla pensar en sus seres queridos, de ayudarla en algo más que sólo curar sus heridas. A una hechicera…
No había sido capaz de ayudar a nadie, ni siquiera a Ingela.
La lluvia comenzó a caer con más fuerza y estaba apagando la hoguerita, aunque aún seguía aguantando una pequeña llama. Huracán se acercó a la elfa y ésta se quedó mirándola sin entender qué pasaba, nerviosa aún, tanto por lo que acababa de decirle, como por la cercanía de la hechicera. Nunca había estado tan, tan cerca de alguien de su raza como ese día. Habían estado muy pegadas mientras ella curaba sus heridas, había recorrido su espalda con suaves caricias para aliviar su dolor. Y aun así había estado nerviosa, cuanto menos ahora.
La miró a los ojos, tratando de entender qué pasaba y la bruja empezó a acariciar un mechón de su pelo, hablando de la falta de cariño. Otra punzada cruzó el cuerpo de la elfa. ¿Cariño? A ella también le habían quitado ese derecho, ninguno de sus seres queridos le mostraría un solo deje de afecto ya. –Es lo que necesito –susurró más para sí que para la otra chica, en cuanto esta mencionó, de nuevo, el cariño.
En cuanto su dedo pasó por su rostro, cerró los ojos, disfrutando de la caricia. Hacía más de un año que no sentía ese roce tan suave. Se notaba cálido a pesar de que la hechicera no portase la magia de la luz. Ahora ella podía y sabía, por experiencia, que podía ser placentero. Los brazos de Huracán bajaron hasta sus hombros y ella posó la mano en uno de ellos, subiendo hasta los hombros de su acompañante, regalándole caricias por su cuello hasta su rostro, con la misma suavidad con la que había acariciado anteriormente su espalda e igual que antes, dejando fluir parte de su magia de forma muy sutil y tenue, mucho más que cuando había sanado sus heridas.
No era capaz de entender qué estaba pasando, simplemente se sentía aliviada. ¿Las piedras? ¿O qué tipo de magia era? Fuera lo que fuese, su cuerpo estaba menos pesado y notaba como si la hoguera no estuviera apagándose por la lluvia. Notó sus frentes pegarse, pero no la escuchó. También sintió su mano en la nuca y cómo el agua caía sobre ella, empapándola.
En ese momento no pensó en nada, salvo en lo liviana que se sentía. Y, precisamente por eso, no quería pensar en nada, eso la machacaba. Por primera vez en tanto tiempo su mente estaba “apagada” y no quiso detener ese momento. Y tampoco abrió los ojos.
No hasta que escuchó la voz de la bruja loca llamar a Huracán por su nombre de nacimiento. Entonces ella también giró la cabeza, con la respiración ligeramente agitada. Al instante miró a la más joven, que estaba ya a unos pasos de ella y el peso de una grandísima losa cayó sobre ella, dándole la sensación de que acabaría aplastada, como si no pudiera respirar bien. Taarindil volvió a aparecer en su mente con el significado real, junto a otros tantos insultos hacia sí misma. Esperaba, de nuevo, algún tipo de represalia. Pero, ¿qué acababa de pasar? Ni ella lo sabía con certeza y trataba de encontrar cualquier respuesta. Rápidamente se incorporó y tomó su capa. ¡Estaba lloviendo! Sí, lo sabía, pero ahora era cuando se había dado cuenta.
La hechicera trastornada hablaba nerviosa, sin mirarlas. En cuanto se acercó a lo que quedaba de la hoguera, la elfa tomó sus cosas y se movió varios pasos para alejarse de ella. –Yo… no puedo quedarme –miró a Huracán –, lo siento –esa disculpa no era por no quedarse a comer.
Y, por supuesto que no iba a quedarse. Primero porque no entendía qué acababa de pasar y segundo, porque no iba a comer lo que fuera a preparar esa maldita bruja. ¿Y si trataba de envenenarla? La veía muy capaz. Tan solo con verla sentía escalofríos. Maldita loca…
Apresurada y confundida por no entender llamó al hada, que apareció de detrás de unas hojas y se metió corriendo en su bolsito. No dijo nada.
–Me tengo que ir –tomó su arco, mirando de reojo a Belladona, muy desconfiada. También le dedicó otra mirada, un tanto inexpresiva, a Huracán y se dispuso a marchar.
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
No sabía muy bien qué decir. Me había quedado callada. Sin saber muy bien qué había pasado. Belladonna estaba también cortada mientras preparaba el brebaje en una improvisada marmita de roca. Y tenía la impresión de que Helyare sentía algo parecido. Traté de alejarme de la elfa, mirándola con desconcierto, y me acerqué a Bella.
Quizás por la incomodidad, Helyare no parecía dispuesta a quedarse allí mucho más tiempo. Pero Bella, que había preparado el caldo con un poco de agua tomada de una corriente cercana e introducido en él varias plantas y una pata de conejo, intentaría convencerla de que se quedase conforme esta dijo que se iría.
-¡Oh! ¡No, no, no, no, no! – la bruja puso cara de pena a la elfa a la vez que empezaba a hacer gestos de negación de un lago a otro. Tomó la cuchara sopera, cogió un poco de caldo de la marmita y se levantó. Por el contrario, yo me senté al lado de la misma y las miré de reojo. Poco me importaba que la elfa decidiera quedarse finalmente. Tomé otra cuchara y comencé a revolver. - ¡Vamos, toma algo! ¡Que estás invitada! – abrió los ojos perdidos y sonrió psicóticamente. - ¡Sólo un sorbito! – trató de persuadir. Pero la elfa terminó desapareciendo entre los bosques, dando una excusa. Este gesto enfureció a Belladonna. - ¡DESAGRADECIDA! ¡Encima que te preparo un caldito bien rico! – bramó a los cuatro vientos y se dio la vuelta. Tiró la cuchara con furia al suelo. - ¡OJALÁ TE PARTE UN RAYO, FOLLÁARBOLES! – clamó, mientras volvía a coger la misma.
Justo en ese momento estaba yo introduciendo la otra cuchara en la sopa. Tenía hambre. Necesitaba probar algo. Iba a soplar pues parecía hervir. Bella, sin embargo, me golpeó con su cuchara en la mano, haciendo que soltara un pequeño grito por el susto. La miré de manera sentenciante.
-¡No la pruebes! – bramó, cruzándose de brazos y mirando por donde se había perdido Helyare con repugnancia. – Le había echado unas hojitas de cicuta… - aclaró. – Nada grave. Sólo para… - hizo una extraña mueca. - … darle un sabor más ácido. - su rostro reflejaba decepción. Vertió el contenido de la marmita en el suelo y resopló. - No te preocupes. Mamá te preparará otra.
Bella vertió el contenido de la marmita maldiciendo varias palabras y se fue al arroyo cercano. Se arrodilló y comenzó a limpiar airadamente la misma. Diciendo maljuraciones varias. Yo me acerqué por su espalda y, de pie, me apoyé sobre un árbol del bosque. Miré a la copa del mismo. Era un manzano. Creo que no iba a beber de aquella marmita por mucho que la bruja la limpiara. Estiré la mano y concentré mis poderes de telequinesia en una de las ramitas del mismo, atrayendo un par de manzanas hasta mi mano, que comenzaría a mordisquear. Sin pronunciarme.
-Y dime, Anastasia. ¿Por qué has decidido que debemos ir a Roilkat? – curioseó la bruja. Me tomé mi rato para responder, mientras terminaba de masticar la fruta.
-Lo he pensado mejor. – respondí sin entrar en demasiado detalle. No acostumbraba a ser conversadora cuando no necesitaba serlo.
Bella dejó de fregar. Con las manos remangadas, se levantó y miró hacia mí. Riendo. Me mostró su dedo índice.
-Esa orejaspicudas te lo ha parecido dejar claro. Echas de menos a tus amiguitos de caza, ¿verdad, hija mía? – señaló atrás, inclinando la cabeza hacia delante. Un rizo le cubría el ojo derecho. Y se dio la vuelta. – Me alegro que, aunque haya tenido que ser así, hayas recapacitado. – Aquel último comentario me descolocó.
-¿Así? – pregunté. Bella se giró hacia mí y rió. la bruja comenzaba a hablar de la misma manera enigmática que acostumbraba Isabella. Y no había cosa que me pusiera más nerviosa. Eran hermanas, a fin de cuentas. Y Bella tenía que tener sus momentos de lucidez.
-No, nada. – rió. Escondía algo. Justo en ese momento, apareció un hada del bosque, muy parecida a la de la elfa. Pero no. No era exactamente la misma. Recuerdo bien cómo era la criatura que me atacó. Revoloteó dando un par de vueltas alrededor del brazo de Belladonna, y, acto seguido, se perdió en el bosque. - ¡Oh! ¡Los bosques están llenos de secretos! Mantengamos el tuyo, pues. – Y es que... ¿dónde se había metido la dichosa hada de Helyare mientras Bella había permanecido en el bosque?
–Hay muchas maneras de hacer las cosas, Anastasia. – aclaró. Y elevó su varita hacia la rama de la que había tomado la manzana y pronunció unas palabras. Automáticamente la rama del árbol partió y las manzanas quedaron desperdigadas por el suelo. Belladonna tomó una, le dio un mordisco y me guiñó un ojo. – Vayamos a Roilkat.
Se giró, se dio la vuelta y comenzó a caminar. Y yo, fui detrás suya. En cualquier caso. El sol había vuelto a salir.
Quizás por la incomodidad, Helyare no parecía dispuesta a quedarse allí mucho más tiempo. Pero Bella, que había preparado el caldo con un poco de agua tomada de una corriente cercana e introducido en él varias plantas y una pata de conejo, intentaría convencerla de que se quedase conforme esta dijo que se iría.
-¡Oh! ¡No, no, no, no, no! – la bruja puso cara de pena a la elfa a la vez que empezaba a hacer gestos de negación de un lago a otro. Tomó la cuchara sopera, cogió un poco de caldo de la marmita y se levantó. Por el contrario, yo me senté al lado de la misma y las miré de reojo. Poco me importaba que la elfa decidiera quedarse finalmente. Tomé otra cuchara y comencé a revolver. - ¡Vamos, toma algo! ¡Que estás invitada! – abrió los ojos perdidos y sonrió psicóticamente. - ¡Sólo un sorbito! – trató de persuadir. Pero la elfa terminó desapareciendo entre los bosques, dando una excusa. Este gesto enfureció a Belladonna. - ¡DESAGRADECIDA! ¡Encima que te preparo un caldito bien rico! – bramó a los cuatro vientos y se dio la vuelta. Tiró la cuchara con furia al suelo. - ¡OJALÁ TE PARTE UN RAYO, FOLLÁARBOLES! – clamó, mientras volvía a coger la misma.
Justo en ese momento estaba yo introduciendo la otra cuchara en la sopa. Tenía hambre. Necesitaba probar algo. Iba a soplar pues parecía hervir. Bella, sin embargo, me golpeó con su cuchara en la mano, haciendo que soltara un pequeño grito por el susto. La miré de manera sentenciante.
-¡No la pruebes! – bramó, cruzándose de brazos y mirando por donde se había perdido Helyare con repugnancia. – Le había echado unas hojitas de cicuta… - aclaró. – Nada grave. Sólo para… - hizo una extraña mueca. - … darle un sabor más ácido. - su rostro reflejaba decepción. Vertió el contenido de la marmita en el suelo y resopló. - No te preocupes. Mamá te preparará otra.
Bella vertió el contenido de la marmita maldiciendo varias palabras y se fue al arroyo cercano. Se arrodilló y comenzó a limpiar airadamente la misma. Diciendo maljuraciones varias. Yo me acerqué por su espalda y, de pie, me apoyé sobre un árbol del bosque. Miré a la copa del mismo. Era un manzano. Creo que no iba a beber de aquella marmita por mucho que la bruja la limpiara. Estiré la mano y concentré mis poderes de telequinesia en una de las ramitas del mismo, atrayendo un par de manzanas hasta mi mano, que comenzaría a mordisquear. Sin pronunciarme.
-Y dime, Anastasia. ¿Por qué has decidido que debemos ir a Roilkat? – curioseó la bruja. Me tomé mi rato para responder, mientras terminaba de masticar la fruta.
-Lo he pensado mejor. – respondí sin entrar en demasiado detalle. No acostumbraba a ser conversadora cuando no necesitaba serlo.
Bella dejó de fregar. Con las manos remangadas, se levantó y miró hacia mí. Riendo. Me mostró su dedo índice.
-Esa orejaspicudas te lo ha parecido dejar claro. Echas de menos a tus amiguitos de caza, ¿verdad, hija mía? – señaló atrás, inclinando la cabeza hacia delante. Un rizo le cubría el ojo derecho. Y se dio la vuelta. – Me alegro que, aunque haya tenido que ser así, hayas recapacitado. – Aquel último comentario me descolocó.
-¿Así? – pregunté. Bella se giró hacia mí y rió. la bruja comenzaba a hablar de la misma manera enigmática que acostumbraba Isabella. Y no había cosa que me pusiera más nerviosa. Eran hermanas, a fin de cuentas. Y Bella tenía que tener sus momentos de lucidez.
-No, nada. – rió. Escondía algo. Justo en ese momento, apareció un hada del bosque, muy parecida a la de la elfa. Pero no. No era exactamente la misma. Recuerdo bien cómo era la criatura que me atacó. Revoloteó dando un par de vueltas alrededor del brazo de Belladonna, y, acto seguido, se perdió en el bosque. - ¡Oh! ¡Los bosques están llenos de secretos! Mantengamos el tuyo, pues. – Y es que... ¿dónde se había metido la dichosa hada de Helyare mientras Bella había permanecido en el bosque?
–Hay muchas maneras de hacer las cosas, Anastasia. – aclaró. Y elevó su varita hacia la rama de la que había tomado la manzana y pronunció unas palabras. Automáticamente la rama del árbol partió y las manzanas quedaron desperdigadas por el suelo. Belladonna tomó una, le dio un mordisco y me guiñó un ojo. – Vayamos a Roilkat.
Se giró, se dio la vuelta y comenzó a caminar. Y yo, fui detrás suya. En cualquier caso. El sol había vuelto a salir.
Anastasia Boisson
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Re: Regreso desde el olvido. [Privado] [Helyare/Huracán] [+18] [Cerrado]
Apenas tomó todas sus cosas, intentó salir apresuradamente del lugar, sin mirarlas. Por más que la bruja intentaba persuadirla de que se quedase a comer, negó una y otra vez, intentando dejarle claro que no, ella no se quedaría a comer nada. Primero, porque no quería morir, no se fiaba de los “calditos ricos” de esa mujer tan desquiciada. Y segundo, porque sólo con ver su cara y el tono cortado de su voz, se había “despertado” de lo que sea que estuviera haciendo. ¿Qué había pasado? Daba igual, tenía que salir de ahí.
Los insultos se escucharon un poco más pero, ya fuera de donde se encontraban esas dos, pudo pensar con algo más de claridad. La lluvia había cesado de la misma forma que había empezado: de golpe. Rápidamente se el pelo para ver si estaba mojado. Pasó la mano por su cara y se detuvo escasos segundos en los labios. ¿Era todo una ilusión o no? Igual daba. Lo que se estaba imaginando que había llegado a hacer no estaba bien. No estaba nada bien. Nillë aprovechó que ya no llovía y salió del bolsito, estirando sus pequeños brazos y revoloteando en torno a su compañera, con una mirada bastante cómplice que no le gustó mucho a Helyare. Hizo una mueca y volvió la vista a su hada – ¿qué ha pasado? –Nillë soltó una risita y negó. ¡Maldita! ¿Qué quería decir con eso? Resopló, pero no consiguió respuesta del hada, que parecía muy contenta mientras daba vueltas alrededor de la elfa. – ¿Has visto algo? –el hada levantó las cejas e hizo un gesto con sus manitas indicando algo “muy pequeño”. ¿Poco tiempo? Y luego siguió con sus risitas.
“Te debería encerrar en el saco hasta que aprendieras a hablar un idioma que entendiera”, pensó Helyare, enfadada por no conseguir la información que quería. ¿Tanto le costaba a Nillë decirle si había…? Hizo una mueca y sacudió la cabeza.
¡Qué bajeza! Miró una de sus manos. Sí, había estado acariciando a Huracán. Pero para curar sus heridas. ¡Pff! A una bruja… a esa bruja.
–No ha pasado nada –curar era suficiente algo y humillación para ella –, sólo he sanado sus heridas –Nillé la miró un segundo, enarcando una ceja –¿¡Qué!? No me dices nada –se encogió de hombros, sonriendo y siguió revoloteando. Aunque esto no la había dicho en voz alta, ella era muy consciente de que no sólo había acariciado a la hechicera para curarla, también hacía unos momentos. Había estado recorriendo con una de sus manos el brazo de la muchacha, la piel de su cuello y… ¡Agh! ¿¡Por qué diantres había hecho eso!? Se frotó varias veces las manos con la camisa, como si estuviera quitándose barro de las palmas. Y lo peor no era eso, sino que no la había detenido, ni empujado, ni mostrado su desacuerdo. Al contrario. Había disfrutado su roce, sus caricias…
Ahora sí que los dioses tenían que estar riéndose de ella. O le iba a esperar un castigo divino por haber ignorado completamente todas sus antiguas enseñanzas. ¡Tenía que matarla, no ayudarla! Y menos eso. Si es que, lo correcto hubiera sido haber disparado la ballesta cuando la tenía a tiro, en el suelo. ¿Por qué había hecho todo eso? Miró de nuevo al hada –lo que ha pasado es culpa tuya –pensaba reprender al hada por no haber conseguido aniquilar a la bruja. Pero el efecto fue el contrario. Nillë sonrió orgullosa.
–Chiri, chiri, chiri, chiri –empezó a decir con una amplia sonrisa y moviendo sus manitas. Helyare la miró con el ceño fruncido. ¡No era para sentirse orgullosa! ¿En qué estaba pensando esa hada? Estaba tan contenta que rápidamente a la elfa se le pasó una idea por la cabeza y, al instante, llamó la atención de su compañera.
–Nillë, por favor. No digas nada de esto a nadie –el hada la miró –. A nadie. Ni a Ingela, eh –ella asintió y se tapó la boca con las manitas. Al menos sabía guardar secretos y era discreta.
La caminata continuó y se detuvieron en una pequeña aldea cercana al bosque, donde paraban muchos caminantes antes de llegar a Baslodia. Aún quedaba bastante camino, pero llegarían a tiempo si seguían a buen ritmo. Aunque el encontronazo con la bruja la había apartado un poco de sus anteriores pensamientos. ¿Quería de verdad irse al Norte? El viaje iba a ser largo, de varios días y luego ir a un paraje todo blanco, sin vida apenas… Bueno, ¿aquí qué podía hacer? Si tenía que irse del Sur lo antes posible.
Descansaron unas horas, sobre todo, Nillë. Helyare no paraba de darle vueltas a todo lo que había pasado, tomando este último suceso como otra llamada de atención para decirle, a voces, que su sitio ya había dejado de ser Sandorai. Aunque no tenía ninguna gana de marchar, sí que las tenía de ver a Ingela. Y, a sabiendas de que tenía que partir en unos días y dejar los reinos del sur atrás, todavía le parecía una mísera idea. Como si no fuera a ocurrir. A pesar de que su cabeza era un hervidero, como siempre, no podía evitar sentirse algo más aliviada, podía pensar con un poco más de claridad. Así que eso había ocurrido, las piedras funcionaban. La maldita bruja esa había sido quien la había ayudado… en varias cosas.
Los insultos se escucharon un poco más pero, ya fuera de donde se encontraban esas dos, pudo pensar con algo más de claridad. La lluvia había cesado de la misma forma que había empezado: de golpe. Rápidamente se el pelo para ver si estaba mojado. Pasó la mano por su cara y se detuvo escasos segundos en los labios. ¿Era todo una ilusión o no? Igual daba. Lo que se estaba imaginando que había llegado a hacer no estaba bien. No estaba nada bien. Nillë aprovechó que ya no llovía y salió del bolsito, estirando sus pequeños brazos y revoloteando en torno a su compañera, con una mirada bastante cómplice que no le gustó mucho a Helyare. Hizo una mueca y volvió la vista a su hada – ¿qué ha pasado? –Nillë soltó una risita y negó. ¡Maldita! ¿Qué quería decir con eso? Resopló, pero no consiguió respuesta del hada, que parecía muy contenta mientras daba vueltas alrededor de la elfa. – ¿Has visto algo? –el hada levantó las cejas e hizo un gesto con sus manitas indicando algo “muy pequeño”. ¿Poco tiempo? Y luego siguió con sus risitas.
“Te debería encerrar en el saco hasta que aprendieras a hablar un idioma que entendiera”, pensó Helyare, enfadada por no conseguir la información que quería. ¿Tanto le costaba a Nillë decirle si había…? Hizo una mueca y sacudió la cabeza.
¡Qué bajeza! Miró una de sus manos. Sí, había estado acariciando a Huracán. Pero para curar sus heridas. ¡Pff! A una bruja… a esa bruja.
–No ha pasado nada –curar era suficiente algo y humillación para ella –, sólo he sanado sus heridas –Nillé la miró un segundo, enarcando una ceja –¿¡Qué!? No me dices nada –se encogió de hombros, sonriendo y siguió revoloteando. Aunque esto no la había dicho en voz alta, ella era muy consciente de que no sólo había acariciado a la hechicera para curarla, también hacía unos momentos. Había estado recorriendo con una de sus manos el brazo de la muchacha, la piel de su cuello y… ¡Agh! ¿¡Por qué diantres había hecho eso!? Se frotó varias veces las manos con la camisa, como si estuviera quitándose barro de las palmas. Y lo peor no era eso, sino que no la había detenido, ni empujado, ni mostrado su desacuerdo. Al contrario. Había disfrutado su roce, sus caricias…
Ahora sí que los dioses tenían que estar riéndose de ella. O le iba a esperar un castigo divino por haber ignorado completamente todas sus antiguas enseñanzas. ¡Tenía que matarla, no ayudarla! Y menos eso. Si es que, lo correcto hubiera sido haber disparado la ballesta cuando la tenía a tiro, en el suelo. ¿Por qué había hecho todo eso? Miró de nuevo al hada –lo que ha pasado es culpa tuya –pensaba reprender al hada por no haber conseguido aniquilar a la bruja. Pero el efecto fue el contrario. Nillë sonrió orgullosa.
–Chiri, chiri, chiri, chiri –empezó a decir con una amplia sonrisa y moviendo sus manitas. Helyare la miró con el ceño fruncido. ¡No era para sentirse orgullosa! ¿En qué estaba pensando esa hada? Estaba tan contenta que rápidamente a la elfa se le pasó una idea por la cabeza y, al instante, llamó la atención de su compañera.
–Nillë, por favor. No digas nada de esto a nadie –el hada la miró –. A nadie. Ni a Ingela, eh –ella asintió y se tapó la boca con las manitas. Al menos sabía guardar secretos y era discreta.
La caminata continuó y se detuvieron en una pequeña aldea cercana al bosque, donde paraban muchos caminantes antes de llegar a Baslodia. Aún quedaba bastante camino, pero llegarían a tiempo si seguían a buen ritmo. Aunque el encontronazo con la bruja la había apartado un poco de sus anteriores pensamientos. ¿Quería de verdad irse al Norte? El viaje iba a ser largo, de varios días y luego ir a un paraje todo blanco, sin vida apenas… Bueno, ¿aquí qué podía hacer? Si tenía que irse del Sur lo antes posible.
Descansaron unas horas, sobre todo, Nillë. Helyare no paraba de darle vueltas a todo lo que había pasado, tomando este último suceso como otra llamada de atención para decirle, a voces, que su sitio ya había dejado de ser Sandorai. Aunque no tenía ninguna gana de marchar, sí que las tenía de ver a Ingela. Y, a sabiendas de que tenía que partir en unos días y dejar los reinos del sur atrás, todavía le parecía una mísera idea. Como si no fuera a ocurrir. A pesar de que su cabeza era un hervidero, como siempre, no podía evitar sentirse algo más aliviada, podía pensar con un poco más de claridad. Así que eso había ocurrido, las piedras funcionaban. La maldita bruja esa había sido quien la había ayudado… en varias cosas.
Helyare
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