[CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
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[CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
- Moralidad del hada:
- Moralidad malvada: Activada
Helyare contará con la siguientes penalizaciones:
-Hada asesina: El hada atacará y matará al primer NPC del hilo que se encare con Helyare. Independientemente de que sea malo o bueno. Si es un usuario, le dañará severamente.
-Mala fortuna: La primera runa del hilo que lance (no vale la de “castigo”) será la peor de las posibles.
-Castigo: El hada que acompaña a Helyare la atacará una vez por rol, de cualquier tipo. Tendrás que lanzar una runa antes de los cinco primeros turnos, si sale mala o muy mala, te causará daños graves, si no, resistirás el ataque.
Hasta hacía un tiempo, los peores días en la vida de Helyare habían sido cuando fue desterrada de su clan y perdió todo rastro de honra. Ahí creyó que iba a morir, lo pensó. En un ataque de ira tomó su daga dispuesta a hacerse daño, pero en el último momento lo que acabó cortando fue su largo cabello en jirones, manchado con la sangre que había derramado. Todavía tenía una esperanza de volver. Si descubría que Arzhak no había tenido nada que ver en el asalto al pueblo, podría regresar a casa, aunque el mal estuviera hecho.
Pero ya no. Su condena era totalmente irrevocable. Sus cargos eran inamovibles y nada podía hacer ya más que huir lo más lejos posible. O volver a plantearse lo que en su momento cruzó su mente. Ya no tenía a nadie, llevaba sola mucho tiempo y a cada paso que daba le costaba más, se sentía más débil y todas las cosas atroces que había visto estaban machacando su mente. ¿Le iba a esperar esta vida por los restos? Si no la atrapaban… Si lo hacían sabía que moriría. Y encima, de la forma más deshonrosa: quemada. Para que su alma no pudiera vivir con sus dioses, ni su cuerpo pudiera ser parte de Sandorai. La peor muerte… La misma que se le daba a los brujos.
Durante días caminó sin rumbo, perdida en sus pensamientos. Había visto cosas horribles, cosas que pensaba que no existían en Aerandir. Algo que ni en sus peores pesadillas había podido imaginar. Había vivido tanto tiempo en su burbuja de cristal, donde nada de eso ocurría, donde no existían las violaciones, ni el asesinato entre hermanos, ni las ansias de poder. Había crecido en una atmósfera de tranquilidad, donde una palabra suya bastaba para manejar a un ejército de más de trescientos elfos. Al reventarse esa burbuja había visto un mundo que detestaba. Incluso sus mismos hermanos la odiaban a ella. Todo había cambiado y no se sentía a gusto en ninguna parte del mundo.
Anduvo durante un par de días, no mucho más. Y caminaba despacio. Ya apenas cojeaba, pero su rodilla todavía se resentía. El golpe que le habían propinado había sido demasiado fuerte y todavía era molesto caminar. Y las heridas estaban sanando, se habían convertido en feas costras que acabarían dejando más cicatrices en su cuerpo. Otras tantas más… Y eso sin contar todos los golpes que tenía. Su cuerpo era horrible, repugnante para cualquier elfo que lo viera, al menos bajo su concepción. La diosa Imbar regalaba este obsequio a sus hijos del bosque, el recipiente donde estaría el alma durante toda la vida. Y había que cuidarlo, pues tenían la magia de la sanación para reparar cualquier rasgadura que se hiciera sobre la carne. Y, sin embargo, Helyare debía ser una ofensa a la creadora, su cuerpo estaba plagado de cicatrices, golpes y heridas. No era el recipiente perfecto para un alma… Bueno, para la suya sí, ya que vagaba por la tierra sin ningún tipo de gloria. Sentía miedo de caminar por el bosque, miraba para todos lados, preocupada por lo que pudiera suceder. ¿Y si estaban buscándola los soldados de su clan? ¿Y si volvían esos insectos? No era capaz de relajarse ni un segundo, siempre en alerta. Y más, estando sola. Echaba de menos a la dragona. ¿Dónde estaría ahora? Después de salir de Lunargenta había dejado a Aranarth y a Ingela y se había largado. En ese momento sentía que no debía estar con ellos. Y… A partir de ahí había comenzado su desgracia.
Ahora la extrañaba muchísimo. Hubiera llevado mejor esos dos días de camino con el interminable diálogo de la muchacha del norte sobre a-saber-qué, pues Helyare solía ignorarla y dejarla hablar. Pero ahora hubiera dado todo lo que tenía por escucharla contar cosas. Lo que fuera. Quería despedirse de ella. Había sido la única amiga que había tenido a lo largo de su corto viaje, le recordaba tanto a Luinil…
Y Aranarth, a ese maldito elfo también lo extrañaba tanto… ¿Qué diría cuando se enterase de su condena? Porque se iba a enterar. Y se temía lo peor: él la ejecutaría.
Sacudió la cabeza, empezando a respirar entrecortadamente. Últimamente le solía pasar muy a menudo. Se sentía agobiada, con una fuerte opresión en el pecho, sus manos temblaban y sus pies eran incapaces de dar un paso sin trastabillar. Notaba unas ganas tremendas de echarse a llorar y una gran debilidad recorría todo su cuerpo. Asustada por tener que quedarse en ese bosque, salió corriendo, tratando de no caer, aunque sí tropezó varias veces. Notaba su rostro húmedo por las lágrimas, pero no se detuvo. Sentía que debía escapar de ese bosque, pese a no ser Sandorai. Se notaba encerrada, como si el lugar se hiciera cada vez más y más pequeño. Sentía el nudo en su garganta, en su estómago y una gran losa que oprimía su pecho hasta hacerla daño.
“N’Tel’Quessir”
“nuuta dhaerow”
“Taarindil”
“nuuta dhaerow”
“Taarindil”
Los insultos con los que la habían calificado se seguían amontonando en su cabeza. Todas las frases que le habían dicho sobre la deshonra que había ocasionado a su familia. Su nombre ya no volvería a ser el mismo. Y las que le habían dicho sobre cómo había defraudado a su pueblo, sus valores…
Corrió más rápido, tratando de escapar de sus pensamientos recurrentes. Podía volver a ver su sangre derramarse en la hierba como en sus pesadillas. Tenía que escapar de eso, corrió hasta salir del bosque, siguiendo un pequeño riachuelo, pero no podía escapar.
Frente a ella había un terraplén de unos 5 metros por donde caía el agua a un pequeño lago que estaba completamente tapado por vaho y tenues nubes. Helyare miró hacia atrás y luego, de nuevo, hacia las nubecillas. Otra vez hacia atrás y, entonces, saltó.
Fue en ese momento cuando sintió que sus pensamientos escapaban de su cabeza, por unos instantes se sintió completamente libre. Incluso cuando cayó al lago. Su agua estaba caliente, se mezclaba con la fría haciendo un extraño efecto, pero ella no se fijó. Flotaba en el agua, dejándose llevar por las corrientes que generaba la pequeña caída de agua. Tenía los ojos abiertos en el agua, pero no veía nada más que sus pensamientos. Ni en el agua se libraba. El miedo volvió a apoderarse de ella y salió del lago muy rápidamente, casi arrastrándose por la orilla.
Estaba empapada. Se quitó las protecciones de cuero y las colocó junto a una de las rocas antes de hacer lo mismo con su ropa y botas. No se quiso mirar, pero no pudo evitarlo. Podía ver las cicatrices de sus piernas y las de sus brazos. Sin duda, la peor era la que tenía en el antebrazo derecho, esa que tapaba con una venda a pesar de llevar mucho tiempo curada. Odiaba todas y cada una de las marcas que recorrían su piel. Odiaba no poder sanarlas. No quería verse más tiempo. Ahí, junto a la orilla, cerca del vaho que salía del agua caliente, se quedó sentada con la cabeza apoyada en sus rodillas y cubierta por sus brazos. Tenía los ojos cerrados y era incapaz de contener las lágrimas.
Todo lo que había sido, todo lo que había tenido, se había perdido. No podría recuperar nada de lo que un día los dioses le dieron. Se lo habían arrebatado todo. Sin darse cuenta, se estaba apretando con fuerza los brazos, clavando sus uñas en la piel. No podía soportar la rabia que recorría todo su cuerpo. Pero allí estaba, encogida al lado de una roca, totalmente desnuda y abrigada por el calor que desprendía el agua. A pesar de todo, se sentía helada.
- Traducción:
- N’Tel’Quessir - No perteneces aquí ("otro, no elfo", despectivo)
nuuta dhaerow - Sucia traidora
Taarindil - Amante de los brujos (despectivo)
Última edición por Helyare el Jue Feb 01 2018, 17:39, editado 2 veces
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Merrigan está cubierta hasta la cabeza con una manta. No quiere que le vea. En su bolsa de mano lleva lociones perfumadas. No quiere que le huela. Es una enfermedad distinta a la que mata a las personas. Ésta es una mentira creada por el Doctor Peste (una exageración). La piel de Merrigan se tiñó de color verde, le salieron pústulas y sarpullidos que, al explotar, sueltan un desagradable aroma a rancio.
Cada veinte minutos de camino, Merrigan se sienta en una roca y me dice que me aleje, unos pocos metros no son suficientes. Tengo que irme lejos, lo bastante para no note su olor. Entonces, ella se quita la ropa que llevaba puesta. Se baña con el agua de las cantimploras, se embadurna con jabones y lociones y limpia la ropa con los mismos jabones. Cuando vuelve a estar vestida (tapada hasta la cabeza), me hace una señal para que continuemos nuestro viaje.
Caminamos cerca del río. El agua no es para beber, puede estar contaminada, sino para llenar las cantimploras que Merrigan usa para lavarse. De la única agua que bebemos es de las dos cantimploras que llevo yo; éstas las llenamos de agua limpia de la ciudad de los hombres de metal. En las ciudades de los humanos, nos matarían con tal de hacerse con una gota de esta agua limpia.
Evitamos las carreteras y procuramos no caminar demasiado tiempo a orillas de los ríos. Puede ser peligroso, más que de costumbre. Antes era peligroso por los bandidos, ahora por los enfermos. Merrigan dice que tenemos que evitar el contacto con el resto de personas (no quiere que le vean ni huelan) porque podrían estar contaminados.
Pasan otros veinte minutos. Noto que la nariz me empieza a picar, me escuece por dentro. Es como si estuviera al lado de un cadáver. Me esfuerzo porque no se me note y sigo caminando. Meto mis manos en los bolsillos para evitar rascarme la nariz. Creo estar consiguiéndolo…
Merrigan se sienta en el suelo, bajo la sombra de un abeto, y se echa a llorar. ¿Ha notado que me molesta su olor? No quería que se me notase, sabía que le haría sentir triste.
Me agacho a saludo, pero ella me aleja dándome un empujón.
-No me toques- dice llorando- doy asco-.
-No das asco- poco a poco, me voy acercando a ella.
-Te conozco, sé cuándo mientes porque curvas el labio inferior como si fueras a sonreír. Dime la verdad: ¿soy una asquerosa?-.
Merrigan se quita la ropa. Es la primera vez que me deja verle desnuda. Su piel tiene el mismo color y aspecto que la carne podrida. Las lágrimas corren por sus mejillas y hasta caer en sus pechos. Me duele verla así y me duele no saber qué hacer para hacerle sentir mejor. Habíamos decidido viajar al norte. Escuchamos que un dragón había bebido sido infectado por la misma enfermedad que el doctor peste y que se consiguió sanar. Íbamos a preguntarle cómo lo hizo. El viaje sería largo, pero lo haríamos juntos. Como siempre habíamos estado. No me importa que estuviera enferma. La quería. Iría con ella. A mí no me daba asco.
Niego con la cabeza. Mis labios tiemblan, tal vez sea sugestión.
-Quiero ir sola hasta Dundarak- me acaricia la mejilla- te he molestado demasiado. Lo he pensado mucho. Somos muy diferentes y creo que lo mejor será que nos separamos. ¡Mírame y mírate! Tú eres un elfo renegado que huye de las ciudades y yo una artista que trabaja a escondidas en los bajos fondos para sobrevivir en una jungla de ladrillo-.
-No es por la enfermedad-.
-¡Claro que no lo es! Es por todo. Siento que te estoy obligando a que siempre me tengas que cuidar y querer. No sabes nada de mí y sigues estando a mi lado. Podía haberte mentido cuando te entregué la carta de mamá, ¿no lo has pensado?-
-No has mentido.- digo con firmeza- Tus labios no se han movido-.
-¿Y qué si no lo he hecho? Sigues sin conocerme. Me estoy aprovechando de ti y no quiero seguir haciéndolo. Vete, por favor, vete-.
-No me voy-.
-Te tienes que ir, por favor. ¡Vete!-
-No-
Merrigan da un salto hacia mí. Se sujeta en el cuello de mi camiseta y me da un rápido beso en los labios.
-No lo hagas más difícil.- dice llorando- Te quiero.- Lleva mi mano a uno de su pechos y la deja descansar unos segundos. Su piel no es suave, como muchas veces había imaginado, sino áspera. Es otro síntoma de la enfermedad del doctor peste- Te quiero mucho, por eso quiero que te vayas. Si estás conmigo lo pasarás mal y haré que lo pases peor. -¡Vete, por favor, vete!-
Me da otro beso, más rápido que el anterior, y me da un empujón para que me vaya. No quiero irme, pero es lo que ella quiere. La observo absorto durante unos minutos, no sé decir cuántos. Merrigan se queda inmóvil llorando desnuda en el suelo. Hace como si yo no estuviera, me ignora.
Finalmente, como ella me ha pedido, me levanto y me marcho del lugar. Hasta que no me fuera, ella no se levantaría y se bañaría de nuevo.
Camino sin seguir ningún rumbo. Pensé en dar media vuelta y volver solo a la ciudad donde Merrigan y yo partimos. Deshice la idea al recordar la multitud de personas infectas que allí había. ¿El norte podía ser una buena idea? Iría donde iba Merrigan, pero por otro camino. Pero esa idea también era tonta. La tercera idea que se me ocurrió es la escogí: caminar sin que nada me importe. Antes de conocer a Merrigan no tenía nada. Cuando la encontré (cuando ella me encontró), sentí que tenía aquella que tanto tiempo había estado buscando. Esa misma cosa es la que creí haber encontrado en Idril. Los humanos lo llaman amor. Sin amor, no merece la pena recorrer ningún camino. Todos se volvían iguales. Cualquier lugar estaría igual de vacío.
Bajo la vista al suelo. Si mirase hacia el cielo, no podría evitar orientarme con la posición del sol. No quiero saber a dónde voy. Caminar sin que nada importe. Lo había elegido y tengo que cumplirlo.
¿Estará bien? Merrigan es una chica valiente y decidida, sabrá cuidarse por sí misma. Pero, ¿estará bien? No sé qué responder. Me resulta difícil entender a las personas. Siempre he vivido solo alejado de cualquier contacto. Las preguntas complicadas sobre qué siento las respondía Merrigan por mí y, antes de ella, lo hacía Idril. ¿Dónde estarán ahora? ¿Estarán bien?
Doy una patada a una pequeña roca. El suelo está lleno de piedrecitas grises y redondas. Estaba tan distraído pensando en Merrigan que no me había dado por dónde estaba caminando.
Conozco este lugar, he oído hablar de él. Los humanos lo llaman geiser. Son agujeros que vomitan agua caliente. Antes de irme, le di las cantimploras de agua limpia a Merrigan. Si el agua de los geisers está limpia, podría llenar mis cantimploras.
Levanto la cabeza, lo bastante para ver a la lejanía y lo suficiente con tal de no ver de refilón el cielo. Busco uno de esos agujeros. Si lo que cuentan es verdad, le pediré a la tierra que me vomite agua limpia para llenar mis cantimploras.
No tardo en encontrar un geiser y también algo más importante: Merrigan. Diferencio su cabello pelirrojo detrás de una gran roca. Corro hacia ella. El suelo está resbaladizo, pero no me importa. Tengo muchas cosas qué decirle, aunque no sé cómo hacerlo. No debí separarme de ella. Hacerle caso había sido un error. Llego a la espalda de la chica y dejo caer mi mano sobre su cabeza. Me sorprendo al ver que su piel es blanca y no verde. Tienes muchas heridas, más de las que se le había visto horas antes.
-No eres Merrigan,- digo secamente- no eres nadie-.
Retiro la mano de la cabeza de la chica con el mismo color de pelo que Merrigan y me alejo en silencio. Si no es la chica que quiero, no me interesa saber nada de ella. Para mí, no es nadie.
Cada veinte minutos de camino, Merrigan se sienta en una roca y me dice que me aleje, unos pocos metros no son suficientes. Tengo que irme lejos, lo bastante para no note su olor. Entonces, ella se quita la ropa que llevaba puesta. Se baña con el agua de las cantimploras, se embadurna con jabones y lociones y limpia la ropa con los mismos jabones. Cuando vuelve a estar vestida (tapada hasta la cabeza), me hace una señal para que continuemos nuestro viaje.
Caminamos cerca del río. El agua no es para beber, puede estar contaminada, sino para llenar las cantimploras que Merrigan usa para lavarse. De la única agua que bebemos es de las dos cantimploras que llevo yo; éstas las llenamos de agua limpia de la ciudad de los hombres de metal. En las ciudades de los humanos, nos matarían con tal de hacerse con una gota de esta agua limpia.
Evitamos las carreteras y procuramos no caminar demasiado tiempo a orillas de los ríos. Puede ser peligroso, más que de costumbre. Antes era peligroso por los bandidos, ahora por los enfermos. Merrigan dice que tenemos que evitar el contacto con el resto de personas (no quiere que le vean ni huelan) porque podrían estar contaminados.
Pasan otros veinte minutos. Noto que la nariz me empieza a picar, me escuece por dentro. Es como si estuviera al lado de un cadáver. Me esfuerzo porque no se me note y sigo caminando. Meto mis manos en los bolsillos para evitar rascarme la nariz. Creo estar consiguiéndolo…
Merrigan se sienta en el suelo, bajo la sombra de un abeto, y se echa a llorar. ¿Ha notado que me molesta su olor? No quería que se me notase, sabía que le haría sentir triste.
Me agacho a saludo, pero ella me aleja dándome un empujón.
-No me toques- dice llorando- doy asco-.
-No das asco- poco a poco, me voy acercando a ella.
-Te conozco, sé cuándo mientes porque curvas el labio inferior como si fueras a sonreír. Dime la verdad: ¿soy una asquerosa?-.
Merrigan se quita la ropa. Es la primera vez que me deja verle desnuda. Su piel tiene el mismo color y aspecto que la carne podrida. Las lágrimas corren por sus mejillas y hasta caer en sus pechos. Me duele verla así y me duele no saber qué hacer para hacerle sentir mejor. Habíamos decidido viajar al norte. Escuchamos que un dragón había bebido sido infectado por la misma enfermedad que el doctor peste y que se consiguió sanar. Íbamos a preguntarle cómo lo hizo. El viaje sería largo, pero lo haríamos juntos. Como siempre habíamos estado. No me importa que estuviera enferma. La quería. Iría con ella. A mí no me daba asco.
Niego con la cabeza. Mis labios tiemblan, tal vez sea sugestión.
-Quiero ir sola hasta Dundarak- me acaricia la mejilla- te he molestado demasiado. Lo he pensado mucho. Somos muy diferentes y creo que lo mejor será que nos separamos. ¡Mírame y mírate! Tú eres un elfo renegado que huye de las ciudades y yo una artista que trabaja a escondidas en los bajos fondos para sobrevivir en una jungla de ladrillo-.
-No es por la enfermedad-.
-¡Claro que no lo es! Es por todo. Siento que te estoy obligando a que siempre me tengas que cuidar y querer. No sabes nada de mí y sigues estando a mi lado. Podía haberte mentido cuando te entregué la carta de mamá, ¿no lo has pensado?-
-No has mentido.- digo con firmeza- Tus labios no se han movido-.
-¿Y qué si no lo he hecho? Sigues sin conocerme. Me estoy aprovechando de ti y no quiero seguir haciéndolo. Vete, por favor, vete-.
-No me voy-.
-Te tienes que ir, por favor. ¡Vete!-
-No-
Merrigan da un salto hacia mí. Se sujeta en el cuello de mi camiseta y me da un rápido beso en los labios.
-No lo hagas más difícil.- dice llorando- Te quiero.- Lleva mi mano a uno de su pechos y la deja descansar unos segundos. Su piel no es suave, como muchas veces había imaginado, sino áspera. Es otro síntoma de la enfermedad del doctor peste- Te quiero mucho, por eso quiero que te vayas. Si estás conmigo lo pasarás mal y haré que lo pases peor. -¡Vete, por favor, vete!-
Me da otro beso, más rápido que el anterior, y me da un empujón para que me vaya. No quiero irme, pero es lo que ella quiere. La observo absorto durante unos minutos, no sé decir cuántos. Merrigan se queda inmóvil llorando desnuda en el suelo. Hace como si yo no estuviera, me ignora.
Finalmente, como ella me ha pedido, me levanto y me marcho del lugar. Hasta que no me fuera, ella no se levantaría y se bañaría de nuevo.
Camino sin seguir ningún rumbo. Pensé en dar media vuelta y volver solo a la ciudad donde Merrigan y yo partimos. Deshice la idea al recordar la multitud de personas infectas que allí había. ¿El norte podía ser una buena idea? Iría donde iba Merrigan, pero por otro camino. Pero esa idea también era tonta. La tercera idea que se me ocurrió es la escogí: caminar sin que nada me importe. Antes de conocer a Merrigan no tenía nada. Cuando la encontré (cuando ella me encontró), sentí que tenía aquella que tanto tiempo había estado buscando. Esa misma cosa es la que creí haber encontrado en Idril. Los humanos lo llaman amor. Sin amor, no merece la pena recorrer ningún camino. Todos se volvían iguales. Cualquier lugar estaría igual de vacío.
Bajo la vista al suelo. Si mirase hacia el cielo, no podría evitar orientarme con la posición del sol. No quiero saber a dónde voy. Caminar sin que nada importe. Lo había elegido y tengo que cumplirlo.
¿Estará bien? Merrigan es una chica valiente y decidida, sabrá cuidarse por sí misma. Pero, ¿estará bien? No sé qué responder. Me resulta difícil entender a las personas. Siempre he vivido solo alejado de cualquier contacto. Las preguntas complicadas sobre qué siento las respondía Merrigan por mí y, antes de ella, lo hacía Idril. ¿Dónde estarán ahora? ¿Estarán bien?
Doy una patada a una pequeña roca. El suelo está lleno de piedrecitas grises y redondas. Estaba tan distraído pensando en Merrigan que no me había dado por dónde estaba caminando.
Conozco este lugar, he oído hablar de él. Los humanos lo llaman geiser. Son agujeros que vomitan agua caliente. Antes de irme, le di las cantimploras de agua limpia a Merrigan. Si el agua de los geisers está limpia, podría llenar mis cantimploras.
Levanto la cabeza, lo bastante para ver a la lejanía y lo suficiente con tal de no ver de refilón el cielo. Busco uno de esos agujeros. Si lo que cuentan es verdad, le pediré a la tierra que me vomite agua limpia para llenar mis cantimploras.
No tardo en encontrar un geiser y también algo más importante: Merrigan. Diferencio su cabello pelirrojo detrás de una gran roca. Corro hacia ella. El suelo está resbaladizo, pero no me importa. Tengo muchas cosas qué decirle, aunque no sé cómo hacerlo. No debí separarme de ella. Hacerle caso había sido un error. Llego a la espalda de la chica y dejo caer mi mano sobre su cabeza. Me sorprendo al ver que su piel es blanca y no verde. Tienes muchas heridas, más de las que se le había visto horas antes.
-No eres Merrigan,- digo secamente- no eres nadie-.
Retiro la mano de la cabeza de la chica con el mismo color de pelo que Merrigan y me alejo en silencio. Si no es la chica que quiero, no me interesa saber nada de ella. Para mí, no es nadie.
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
¿En qué momento Helyare pasó a ser tan odiada? ¿Por qué un lugar tan protegido como su antiguo poblado había sido víctima de un ataque? A partir de ese momento su vida empezó a dar tumbos que acababan dejándola cada vez más destrozada. Y había acabado ahí, sola en un lugar que no conocía, sin saber a dónde ir o qué hacer. Cualquier paso que daba era motivo de juicio, de insultos o de malos gestos. ¿Por qué? Si ella defendía una causa que creía justa. Ella era la buena de todo esto. Y defendía lo mismo que quienes ahora la buscaban para ajusticiarla. Era todo tan injusto…
No había tenido ni un momento para ella, a pesar de estar sola desde poco después de salir de Lunargenta. Y en cuanto se había dado cuenta de la soledad que la rodeaba, fue cuando cayó. Y allí estaba, apoyada en la orilla de un géiser, incapaz de dar un paso y llorando por no saber qué hacer ya con su vida. Era demasiado duro no tener un lugar al que ir. Ya no podía regresar a la que había sido su casa, no podría volver a dirigir a sus ejércitos. Ni siquiera podría llevar su arco nunca más. Se lo habían destrozado y, con él, lo único que la vinculaba a su antiguo clan. Ese arma se la había regalado su padre en su Telmiirkara Neshyrr, era lo único que se le había permitido portar después de tener que abandonar el bosque. Ahora ya ni eso.
El toque de alguien sobre su cabeza hizo que se sobresaltara y alzase la vista para mirarlo, justo en el instante en que ese individuo abrió la boca para decir que ella no era nadie. No decía nada que no supiera, sabía que después de perder su honra no le quedaba nada: no era nadie. Pero que un desconocido llegase y se lo dijese, así porque sí, la enfadó. Estaba muy nerviosa y ese tipejo había llegado en mal momento, y mucho peor si iba a insultar. Le dio un golpe para apartarse de su mano, a pesar de que él mismo la quitó de su cabeza, y se levantó bruscamente.
Vio que el tipo se alejaba y le dieron ganas de lanzarle una piedra a la cabeza, cualquier forma de hacerle daño era válida. Sentía rabia de que un hombre así le dijera algo a ella sobre su valía. Pero no cogió una piedra, simplemente se quedó ahí, con los puños cerrados, viendo como se había dado la vuelta. –¡No sé quién es esa estúpida! –Se refería a Merrigan, que no sabía quién era y por qué la había confundido con ella. –¡Pero tú tampoco eres nadie! –Se podía ver todo su enfado cuando le gritó. No sabía si de verdad era un individuo sin ningún tipo de honra o si era alguien, pero quería defenderse de lo que éste le había dicho. Todavía sentía ganas de tirarle una piedra. Si hubiese tenido su arco le hubiese disparado por el simple hecho de acercarse a ella a decirle eso. Pero no lo tenía. En su pequeño morral tenía un minúsculo pedazo de madera astillado que había conseguido coger de la madera que formaba su arma.
Ese hombre le sonaba, pero no sabía de dónde. Tal vez lo hubiese visto en algún lugar o eran sólo imaginaciones suyas. Pero antes de decir nada había comprobado sus pintas, pues responder de ese modo a alguien de su clan hubiese desembocado en la muerte de Helyare. No era nadie que mereciera respeto, así que no dudó en responderle ferozmente. Todavía se podían notar los rastros húmedos de sus lágrimas al caer y temblaba. Era una mezcla de tristeza por encontrarse en esa situación, de rabia porque ese idiota apareciese para recordarle lo que tanto trataba de evitar pensar…
Había llegado una persona que nada tenía que ver con ella a insultarla. ¿Tanto se lo merecía? ¿Qué estaban tramando los dioses con ella si a cada paso que daba le ponían una traba? Quería ver a Ingela, necesitaba volver a ver a esa dragona. A pesar de todo lo que la había regañado, de lo borde que era con ella, la muchacha del norte siempre había estado a su lado. Enfadada o no, pero siempre con ella. Incluso llegó a extrañar a Vincent. Ese estúpido brujo la había ayudado tanto… Y la última vez que lo vio tuvieron que huir de Sandorai. Era tan triste y surrealista…
Un miserable brujo la había ayudado más que su propia familia. Más que cualquier otra persona. ¿Dónde estaban ellos dos? Los quería a su lado, y no tener que ver a gentuza como ese hombre que sólo se había acercado para decirle esas crueles palabras.
En ese instante cayó el algo. Bajó la mirada viendo su cuerpo repleto de marcas y cicatrices. Claro… Él la había visto y sólo mirándola se podía desvelar su posición, al menos, para ella. Si ella hubiese visto a alguien igual también se habría acercado a recalcar lo poco que valía su vida. Pero, ¿era necesario hacerle esto? No había estado molestando a nadie, simplemente estaba sentada en una roca.
Sí, ella también le había gritado que no era nadie pero en defensa. No conocía qué era de esa persona, aunque seguía pensando que le sonaba de algo, aunque puede que con el vaho de los géiseres y las lágrimas de sus ojos no distinguiera bien quién era.
Se giró de medio lado, contemplando el agua evaporándose, sin mirar al hombre que la había interrumpido. Tenía la certeza de que se iba a largar y, bueno, su destino tampoco era estar acompañada de nadie en esos momentos. Y no quería estar cerca de ese tipo, lo había visto tan desaliñado, tan…. Extraño. Que no lo quería cerca.
No había tenido ni un momento para ella, a pesar de estar sola desde poco después de salir de Lunargenta. Y en cuanto se había dado cuenta de la soledad que la rodeaba, fue cuando cayó. Y allí estaba, apoyada en la orilla de un géiser, incapaz de dar un paso y llorando por no saber qué hacer ya con su vida. Era demasiado duro no tener un lugar al que ir. Ya no podía regresar a la que había sido su casa, no podría volver a dirigir a sus ejércitos. Ni siquiera podría llevar su arco nunca más. Se lo habían destrozado y, con él, lo único que la vinculaba a su antiguo clan. Ese arma se la había regalado su padre en su Telmiirkara Neshyrr, era lo único que se le había permitido portar después de tener que abandonar el bosque. Ahora ya ni eso.
El toque de alguien sobre su cabeza hizo que se sobresaltara y alzase la vista para mirarlo, justo en el instante en que ese individuo abrió la boca para decir que ella no era nadie. No decía nada que no supiera, sabía que después de perder su honra no le quedaba nada: no era nadie. Pero que un desconocido llegase y se lo dijese, así porque sí, la enfadó. Estaba muy nerviosa y ese tipejo había llegado en mal momento, y mucho peor si iba a insultar. Le dio un golpe para apartarse de su mano, a pesar de que él mismo la quitó de su cabeza, y se levantó bruscamente.
Vio que el tipo se alejaba y le dieron ganas de lanzarle una piedra a la cabeza, cualquier forma de hacerle daño era válida. Sentía rabia de que un hombre así le dijera algo a ella sobre su valía. Pero no cogió una piedra, simplemente se quedó ahí, con los puños cerrados, viendo como se había dado la vuelta. –¡No sé quién es esa estúpida! –Se refería a Merrigan, que no sabía quién era y por qué la había confundido con ella. –¡Pero tú tampoco eres nadie! –Se podía ver todo su enfado cuando le gritó. No sabía si de verdad era un individuo sin ningún tipo de honra o si era alguien, pero quería defenderse de lo que éste le había dicho. Todavía sentía ganas de tirarle una piedra. Si hubiese tenido su arco le hubiese disparado por el simple hecho de acercarse a ella a decirle eso. Pero no lo tenía. En su pequeño morral tenía un minúsculo pedazo de madera astillado que había conseguido coger de la madera que formaba su arma.
Ese hombre le sonaba, pero no sabía de dónde. Tal vez lo hubiese visto en algún lugar o eran sólo imaginaciones suyas. Pero antes de decir nada había comprobado sus pintas, pues responder de ese modo a alguien de su clan hubiese desembocado en la muerte de Helyare. No era nadie que mereciera respeto, así que no dudó en responderle ferozmente. Todavía se podían notar los rastros húmedos de sus lágrimas al caer y temblaba. Era una mezcla de tristeza por encontrarse en esa situación, de rabia porque ese idiota apareciese para recordarle lo que tanto trataba de evitar pensar…
Había llegado una persona que nada tenía que ver con ella a insultarla. ¿Tanto se lo merecía? ¿Qué estaban tramando los dioses con ella si a cada paso que daba le ponían una traba? Quería ver a Ingela, necesitaba volver a ver a esa dragona. A pesar de todo lo que la había regañado, de lo borde que era con ella, la muchacha del norte siempre había estado a su lado. Enfadada o no, pero siempre con ella. Incluso llegó a extrañar a Vincent. Ese estúpido brujo la había ayudado tanto… Y la última vez que lo vio tuvieron que huir de Sandorai. Era tan triste y surrealista…
Un miserable brujo la había ayudado más que su propia familia. Más que cualquier otra persona. ¿Dónde estaban ellos dos? Los quería a su lado, y no tener que ver a gentuza como ese hombre que sólo se había acercado para decirle esas crueles palabras.
En ese instante cayó el algo. Bajó la mirada viendo su cuerpo repleto de marcas y cicatrices. Claro… Él la había visto y sólo mirándola se podía desvelar su posición, al menos, para ella. Si ella hubiese visto a alguien igual también se habría acercado a recalcar lo poco que valía su vida. Pero, ¿era necesario hacerle esto? No había estado molestando a nadie, simplemente estaba sentada en una roca.
Sí, ella también le había gritado que no era nadie pero en defensa. No conocía qué era de esa persona, aunque seguía pensando que le sonaba de algo, aunque puede que con el vaho de los géiseres y las lágrimas de sus ojos no distinguiera bien quién era.
Se giró de medio lado, contemplando el agua evaporándose, sin mirar al hombre que la había interrumpido. Tenía la certeza de que se iba a largar y, bueno, su destino tampoco era estar acompañada de nadie en esos momentos. Y no quería estar cerca de ese tipo, lo había visto tan desaliñado, tan…. Extraño. Que no lo quería cerca.
- Traducción:
- Telmiirkara Neshyrr - Así llaman a la Ceremonia de Maduración
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
La chica que no es Merrigan me grita por la espalda. Es una cobarde, podría haberme contestado en la cara cuando la había llamado la atención. Los que insulta a la espalda no tienen valor.
Me giro con lentitud. En mi mente resuenan las palabras que la chica que no es Merrigan ha dicho. Ha llamado estúpida a Merrigan y ha dicho que yo no soy nadie. Miro a la chica directamente, sus labios muestran una grotesca mueca de ira. Está enfadada; no me importa. Que se enfade. Ella no tiene derecho a estar enfadada, yo sí. Ha insultado sin motivo a Merrigan, la chica que besaba minutos atrás y, más importante, mi hija. Puede apostar, estoy más furioso que ella.
Camino hacia la chica que no es Merrigan sin apartar los ojos de sus manos. Tiene los puños cerrados y los aprieta como si estuviera aplastando un puñado de tierra. Abro, con un gesto suave y grácil, mi chaleco para mostrarle mis cuchillos y mi tomahawk a la chica. Ella tiene un arco, parecido al mío. A distancias cortas como la que nos encontramos, un arco es inútil. Si quisiera pelear, ella estaría en desventaja. Soy más alto, más fuerte y tengo mejores armas. ¿Se atrevería a saltar y atacarme? Paso de mirar sus manos a mirar sus ojos cristalinos. Parecen los ojos de un perro que tiene miedo a ser apaleado. En la ciudad de los humanos, todos los perros callejeros tienen la misma mirada que esa chica. No creo que me fuera a atacar, es una cobarde.
-No te escondas.- le digo cuando estoy a pocos centímetros de ella- Repite tus insultos sin esconderte. Quiero escucharlas a la cara. Ten valor-.
Cruzo los brazos para esperar su respuesta. Sin darme cuenta, me pongo en la misma postura que Merrigan utiliza (utilizaba cuando estábamos juntos) cuando me explica algo acerca del comportamiento de las personas y espera a que lo comprenda.
Ahora que estoy cerca de la chica, puedo ver mejor su cuerpo desnudo: Está sucio y recubierto de graves heridas sin sanar y feas cicatrices de heridas mal sanadas. Me pregunto cómo es que ha llegado a tener ese mal cuerpo. Los humanos de la ciudad son mucho menos pacientes que yo. Si a ellos también les insultó por la espalda como a mí, quizás fueran los humanos los causantes de esas heridas. Es una posibilidad, pero no muy buena. No estamos en la ciudad de los humanos, estamos en los geiseres. Aquí no hay humanos, tampoco debería haber elfos.
-Tus heridas,- señalo su torso desnudo- te las han hecho por insultar y cobarde- es una pregunta, pero no suena como tal.
Me giro con lentitud. En mi mente resuenan las palabras que la chica que no es Merrigan ha dicho. Ha llamado estúpida a Merrigan y ha dicho que yo no soy nadie. Miro a la chica directamente, sus labios muestran una grotesca mueca de ira. Está enfadada; no me importa. Que se enfade. Ella no tiene derecho a estar enfadada, yo sí. Ha insultado sin motivo a Merrigan, la chica que besaba minutos atrás y, más importante, mi hija. Puede apostar, estoy más furioso que ella.
Camino hacia la chica que no es Merrigan sin apartar los ojos de sus manos. Tiene los puños cerrados y los aprieta como si estuviera aplastando un puñado de tierra. Abro, con un gesto suave y grácil, mi chaleco para mostrarle mis cuchillos y mi tomahawk a la chica. Ella tiene un arco, parecido al mío. A distancias cortas como la que nos encontramos, un arco es inútil. Si quisiera pelear, ella estaría en desventaja. Soy más alto, más fuerte y tengo mejores armas. ¿Se atrevería a saltar y atacarme? Paso de mirar sus manos a mirar sus ojos cristalinos. Parecen los ojos de un perro que tiene miedo a ser apaleado. En la ciudad de los humanos, todos los perros callejeros tienen la misma mirada que esa chica. No creo que me fuera a atacar, es una cobarde.
-No te escondas.- le digo cuando estoy a pocos centímetros de ella- Repite tus insultos sin esconderte. Quiero escucharlas a la cara. Ten valor-.
Cruzo los brazos para esperar su respuesta. Sin darme cuenta, me pongo en la misma postura que Merrigan utiliza (utilizaba cuando estábamos juntos) cuando me explica algo acerca del comportamiento de las personas y espera a que lo comprenda.
Ahora que estoy cerca de la chica, puedo ver mejor su cuerpo desnudo: Está sucio y recubierto de graves heridas sin sanar y feas cicatrices de heridas mal sanadas. Me pregunto cómo es que ha llegado a tener ese mal cuerpo. Los humanos de la ciudad son mucho menos pacientes que yo. Si a ellos también les insultó por la espalda como a mí, quizás fueran los humanos los causantes de esas heridas. Es una posibilidad, pero no muy buena. No estamos en la ciudad de los humanos, estamos en los geiseres. Aquí no hay humanos, tampoco debería haber elfos.
-Tus heridas,- señalo su torso desnudo- te las han hecho por insultar y cobarde- es una pregunta, pero no suena como tal.
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
El elfo se giró para quedar frente a ella y avanzó varios pasos, mostrando sus armas. Helyare no tenía tantas, cuando salió sólo contaba con un arco y una daga. Esta última acabó en el mar después de uno de sus ataques de ira. Y el arco ya era historia después de verlo hecho añicos por quienes lo habían creado. En cuanto se giró, ella se tapó con uno de sus brazos. Pero no ocultó las partes de su cuerpo que el pudor de otras razas exigía, como los pechos o la zona de la entrepierna, sino las cicatrices más horribles que tenía. En este caso, las del antebrazo derecho. Las otras seguían líneas imaginarias que iban cortándose y fusionándose con otras, parecían el dibujo de los rayos del cielo sobre su piel. Terriblemente feas para una elfa, pero no tanto como lo que tenía en su brazo. Apenas quedaban partes de piel lisa. Las hendiduras eran más visibles que en otras partes de su cuerpo, no tenían ningún tipo de orden, se solapaban unas con las otras y eran demasiadas para un espacio tan pequeño como su medio brazo. Esas fueron las que trató de tapar a los ojos del elfo. Aun así no apartó la vista de él pese a estar a escasos centímetros. No le importaban sus armas, ni quién era realmente. Si tanto le pedía repetir sus palabras, lo iba a hacer. –Te he dicho que tú tam… –En ese momento, cuando lo vio acercarse tanto hasta quedar a centímetros de ella, se quedó petrificada.
Ya había visto a ese tipo antes, la primera vez fue en Lunargenta, en una de las fiestas estúpidas de humanos donde la dragona había decidido participar. Se suponía que debían disfrazarse de forma ridícula para a-saber-qué, porque los dioses no iban a hacer caso a esos ridículos por vestirse de algo que no eran y rezarles entre estatuas quemándose. De hecho, le había visto gracias a Ingela. Ella iba preciosa, vestida de ave, y este elfo la había incordiado. Recordaba haber ido contra él para apartarlo de la muchacha del norte. Y la misma impresión que le dio al verlo allí, le dio aquí. Retrocedió un paso hacia atrás, apartándose de él. Sentía asco y desprecio por alguien así. –Tú… Estabas en Bragiväl. Eras un ave con alas blancas. –La mueca horrorizada no se le podía quitar de la cara. Le causaba un fuerte desagrado verle la cicatriz de la cara, tanto como se lo había causado en Lunargenta. ¿Y todavía se atrevía a ir por la calle así? Pese a que ella, ahora mismo, estaba desnuda, no se atrevería a presentarse ante el juicio público con esas marcas. Se sentía ofendida de que todavía no era capaz de taparse y ocultar sus cicatrices. No lo hizo en la ciudad, ni tampoco ahora. ¿Y se atrevía a mencionarle a ella las suyas? –¡No! ¡No me las han hecho por eso! –Gruñó, muy enfadada con el aspecto de ese elfo. Debería ser apedreado sólo por tener la poca decencia de no ocultar su rostro y su cuerpo. –¡Eres quien menos tiene que señalarme! –Acusó como si el elfo hubiera hecho algo horrible. Aunque para ella lo era. Vivir sin honor y no ocultarse era una ofensa mayor todavía que el hecho de no tenerlo. ¿Quién podía salir a la luz si era una persona sin una gota de honra? –Todas tus heridas… ¿¡Por qué no las tapas!? –Hizo un aspaviento con su brazo izquierdo dirigiéndose a su cara, señalándosela. –¡Deberías sentirte avergonzado!
Se sentía muy molesta por el hecho de que ese indeseable tuviera la poca vergüenza de decirle a ella que no era nadie. Sólo hacía falta verlo para darse cuenta que él tampoco lo era. Peor aún: no tenía respeto hacia sí mismo, pues se ponía en evidencia dejando que el resto viera su cuerpo mancillado por las heridas. Simplemente, era ofensivo a la vista.
Helyare negó con la cabeza, mirándolo con completa desaprobación y, sin pensarlo, agarró uno de los cuchillos que el elfo le había enseñado al abrir su chaleco. –Todo esto, ¿para qué? No volverás a usarlos para defender a quienes fueron tus hermanos. Entonces, ¿qué sentido tiene portarlos? –Miró el cuchillo con detenimiento, aunque rápidamente volvió a pasar la mirada al hombre. –Vagarás solo por todo el continente y estas hojas no te servirán, ni siquiera, para tu propia defensa. Suceden cosas demasiado horribles como para poder protegerte con esto. ¿A dónde te piensas que vas a llegar? Si no hay lugar para gente como tú en todo Aerandir. –Parecía hipnotizada al decir eso, era presa del dolor al compartir esa opinión con el extraño elfo, y su tono aún así parecía burlesco. De repente lanzó el cuchillo que tenía en sus manos hacia el agua, aunque no llegó, chocó contra las rocas y quedó al borde de la orilla, moviéndose. –El único uso real que podrás darle a tus hojas será para acabar contigo mismo cuando ya no te quede nada. Ni siquiera esa tal Merrigan a quien buscas. –Su tono se había vuelto serio, atrás había quedado el deje burlón y sarcástico. –No tienes derecho al afecto.
Clavó su vista en el hombre, a pesar de que le seguía dando grima verle así de demacrado. Era horrible. ¿Ella se vería así? Ni se había querido ver en el reflejo del lago de agua caliente. Sentía pánico al ver su imagen, y mucho más a que otros la vieran. Pero había perdido la capa que la ocultaba al mundo hacía un tiempo. A partir de ahí, vagó por los bosques, apartándose de cualquier ser que pudiera verla. No podía imaginarse así, como ese elfo.
Ya había visto a ese tipo antes, la primera vez fue en Lunargenta, en una de las fiestas estúpidas de humanos donde la dragona había decidido participar. Se suponía que debían disfrazarse de forma ridícula para a-saber-qué, porque los dioses no iban a hacer caso a esos ridículos por vestirse de algo que no eran y rezarles entre estatuas quemándose. De hecho, le había visto gracias a Ingela. Ella iba preciosa, vestida de ave, y este elfo la había incordiado. Recordaba haber ido contra él para apartarlo de la muchacha del norte. Y la misma impresión que le dio al verlo allí, le dio aquí. Retrocedió un paso hacia atrás, apartándose de él. Sentía asco y desprecio por alguien así. –Tú… Estabas en Bragiväl. Eras un ave con alas blancas. –La mueca horrorizada no se le podía quitar de la cara. Le causaba un fuerte desagrado verle la cicatriz de la cara, tanto como se lo había causado en Lunargenta. ¿Y todavía se atrevía a ir por la calle así? Pese a que ella, ahora mismo, estaba desnuda, no se atrevería a presentarse ante el juicio público con esas marcas. Se sentía ofendida de que todavía no era capaz de taparse y ocultar sus cicatrices. No lo hizo en la ciudad, ni tampoco ahora. ¿Y se atrevía a mencionarle a ella las suyas? –¡No! ¡No me las han hecho por eso! –Gruñó, muy enfadada con el aspecto de ese elfo. Debería ser apedreado sólo por tener la poca decencia de no ocultar su rostro y su cuerpo. –¡Eres quien menos tiene que señalarme! –Acusó como si el elfo hubiera hecho algo horrible. Aunque para ella lo era. Vivir sin honor y no ocultarse era una ofensa mayor todavía que el hecho de no tenerlo. ¿Quién podía salir a la luz si era una persona sin una gota de honra? –Todas tus heridas… ¿¡Por qué no las tapas!? –Hizo un aspaviento con su brazo izquierdo dirigiéndose a su cara, señalándosela. –¡Deberías sentirte avergonzado!
Se sentía muy molesta por el hecho de que ese indeseable tuviera la poca vergüenza de decirle a ella que no era nadie. Sólo hacía falta verlo para darse cuenta que él tampoco lo era. Peor aún: no tenía respeto hacia sí mismo, pues se ponía en evidencia dejando que el resto viera su cuerpo mancillado por las heridas. Simplemente, era ofensivo a la vista.
Helyare negó con la cabeza, mirándolo con completa desaprobación y, sin pensarlo, agarró uno de los cuchillos que el elfo le había enseñado al abrir su chaleco. –Todo esto, ¿para qué? No volverás a usarlos para defender a quienes fueron tus hermanos. Entonces, ¿qué sentido tiene portarlos? –Miró el cuchillo con detenimiento, aunque rápidamente volvió a pasar la mirada al hombre. –Vagarás solo por todo el continente y estas hojas no te servirán, ni siquiera, para tu propia defensa. Suceden cosas demasiado horribles como para poder protegerte con esto. ¿A dónde te piensas que vas a llegar? Si no hay lugar para gente como tú en todo Aerandir. –Parecía hipnotizada al decir eso, era presa del dolor al compartir esa opinión con el extraño elfo, y su tono aún así parecía burlesco. De repente lanzó el cuchillo que tenía en sus manos hacia el agua, aunque no llegó, chocó contra las rocas y quedó al borde de la orilla, moviéndose. –El único uso real que podrás darle a tus hojas será para acabar contigo mismo cuando ya no te quede nada. Ni siquiera esa tal Merrigan a quien buscas. –Su tono se había vuelto serio, atrás había quedado el deje burlón y sarcástico. –No tienes derecho al afecto.
Clavó su vista en el hombre, a pesar de que le seguía dando grima verle así de demacrado. Era horrible. ¿Ella se vería así? Ni se había querido ver en el reflejo del lago de agua caliente. Sentía pánico al ver su imagen, y mucho más a que otros la vieran. Pero había perdido la capa que la ocultaba al mundo hacía un tiempo. A partir de ahí, vagó por los bosques, apartándose de cualquier ser que pudiera verla. No podía imaginarse así, como ese elfo.
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Por cada nuevo grito de la chica, arrugo más y más frente. Siento que me insulta con cualquier cosa que dice. Me reconoció en la fiesta humana de los disfraces; el tono de voz que utilizó para hablarme fue el de una persona enfadada como si las alas blancas (Tú eres un ángel, papá) fueran el motivo de su enfado. El mismo tono de voz usa para hablar de mis cicatrices: insultante y repugnante.
Inhalo una gran bocanada de aire para contener mis insultos. Conozco muchos insultos, los humanos los dicen a todas horas: “Idiota, joder, hijo puta…”. No necesito decir largas frases ni alzar la voz para insultar. Sin embargo, prefiero no hacerlo. Si lo hiciera, me rebajaría a su nivel. El nivel de una persona maleducada que grita insultos a una persona que no sabe quién es.
Me llama la atención que hable tanto de mis cicatrices y de los elfos. Los llama “mis hermanos” o “los nuestros”. Se equivoca. No tengo hermanos y la única persona que forma un “nosotros” conmigo es Merrigan. Si se refiere a los elfos de Sandorai, está todavía más equivocada. La chica es joven, no recordará mi destierro. Solo tiene que verme la cara, la cicatriz que me corta el ojo izquierdo, para comprender que no formo parte de los elfos. Soy un renegado. Merrigan me enseñó la palabra: Una persona que no forma parte de nada más que él mismo. No tengo la obligación de defender a otros elfos, como dice la chica que se parece a Merrigan. Al único que tengo que defender a mí mismo. Es lo que hacen los renegados. Si tengo que luchar, lo haré por mí y por aquellos a quienes amo: Merrigan e Idril.
En un descuido, me roba uno de mis cuchillos. Sigue gritando con su tono de voz insultante y repugnante. Mi frente está cada vez más arrugada. Tengo los puños apretados como el día que besé por primera vez a Idril; la diferencia es que la fuerza de aquel día vino del amor y la de hoy la mece la rabia.
-Devuélvemelo- intento, inútilmente, que mi voz suene serena.
Tira el cuchillo al interior de unos de los agujeros de agua caliente. Dice que debo usar mis armas para acabar conmigo, que lo haga por Merrigan. Oír el nombre de mi hija con su tono me pone furioso, más de lo que estoy.
Todo cuanto lo que había contenido arrugando la frente, inhalando bocanadas de aire como si fuera un búfalo y cerrando con fuerza los puños sale de golpe. Siento que mi mano derecha se mueve sola, se abre y va a parar a la cara de la chica. Se escucha el sonido seco de la palmada. Durante dos segundos, no se escucha nada más. Los geiseres parecen haber dejado de hervir, están tan sorprendidos como yo lo estoy. En estos dos segundos, mi mano sigue en la cara de la chica. Me he quedado inconsciente. Tengo la sensación de ser un espectador que ha visto la palmada desde lejos. Hasta ahora, no he tenido que golpear de una manera tan dura como lo he hecho con ella. He herido y he matado, pero siempre a personas malas que merecían las heridas y la muerta. Nunca he tenido que pegar a nadie porque me haya puesto furioso. Nunca nadie me ha puesto ha hecho enfadar tanto como esa chica.
Después de los dos segundos de silencio, vuelvo a ser yo mismo. Miro a la elfa de hito a hito. Busco en su cuerpo algo que me explique la razón por qué le he pegado y por qué quiero seguir castigándole. Me sorprendo a mí mismo al darme cuenta que su físico solo me hace pensar en el beso tuve con Merrigan.
-No sabes nada- con la misma mano que la abofeteé, levanto su mentón para que me mire a directo a los ojos. - Eres joven, una niña,- como Merrigan- tienes mucho por aprender- con la mano libre, le estiro de la melena pelirroja para que no se mueva- Mírame de cerca- levanto su cabeza desde con un tirón del cabello- ¡Mírame!- está tan cerca como Merrigan lo estuvo antes del beso- Mira mis cicatrices. Dicen lo que yo soy, lo que me han hecho ser y lo que llegaré a ser: Desterrado, renegado- las dos últimas palabras las pronuncio lentamente- Soy Sarez, bastardo de Sereah. Acepto mis cicatrices porque me acepto a mí mismo-.
Bajo mi mirada a la vez que empujo la cabeza de la chica hacia su pecho para que se vea así misma. No se me da bien hablar, se lo tengo que mostrar. Si Merrigan estuviera conmigo diría todo lo que quiero decir con sonrisas y buenas palabras; no habría ni un solo golpe.
-Tú… Mírate. Hablas de hermanos, de elfos y de nosotros… ¿Dónde están? Te estoy castigando por insultar a Merrigan y nadie te defiende. No tienes a nadie- le suelto, tanto de mi agarre por el mentón como de la melena- Estás sola- como yo lo estuve- con tus cicatrices-.
Offrol: Sarez significa, en un élfico inventado por mí, Bastardo de Sereah (La mamá de Sarez)
Inhalo una gran bocanada de aire para contener mis insultos. Conozco muchos insultos, los humanos los dicen a todas horas: “Idiota, joder, hijo puta…”. No necesito decir largas frases ni alzar la voz para insultar. Sin embargo, prefiero no hacerlo. Si lo hiciera, me rebajaría a su nivel. El nivel de una persona maleducada que grita insultos a una persona que no sabe quién es.
Me llama la atención que hable tanto de mis cicatrices y de los elfos. Los llama “mis hermanos” o “los nuestros”. Se equivoca. No tengo hermanos y la única persona que forma un “nosotros” conmigo es Merrigan. Si se refiere a los elfos de Sandorai, está todavía más equivocada. La chica es joven, no recordará mi destierro. Solo tiene que verme la cara, la cicatriz que me corta el ojo izquierdo, para comprender que no formo parte de los elfos. Soy un renegado. Merrigan me enseñó la palabra: Una persona que no forma parte de nada más que él mismo. No tengo la obligación de defender a otros elfos, como dice la chica que se parece a Merrigan. Al único que tengo que defender a mí mismo. Es lo que hacen los renegados. Si tengo que luchar, lo haré por mí y por aquellos a quienes amo: Merrigan e Idril.
En un descuido, me roba uno de mis cuchillos. Sigue gritando con su tono de voz insultante y repugnante. Mi frente está cada vez más arrugada. Tengo los puños apretados como el día que besé por primera vez a Idril; la diferencia es que la fuerza de aquel día vino del amor y la de hoy la mece la rabia.
-Devuélvemelo- intento, inútilmente, que mi voz suene serena.
Tira el cuchillo al interior de unos de los agujeros de agua caliente. Dice que debo usar mis armas para acabar conmigo, que lo haga por Merrigan. Oír el nombre de mi hija con su tono me pone furioso, más de lo que estoy.
Todo cuanto lo que había contenido arrugando la frente, inhalando bocanadas de aire como si fuera un búfalo y cerrando con fuerza los puños sale de golpe. Siento que mi mano derecha se mueve sola, se abre y va a parar a la cara de la chica. Se escucha el sonido seco de la palmada. Durante dos segundos, no se escucha nada más. Los geiseres parecen haber dejado de hervir, están tan sorprendidos como yo lo estoy. En estos dos segundos, mi mano sigue en la cara de la chica. Me he quedado inconsciente. Tengo la sensación de ser un espectador que ha visto la palmada desde lejos. Hasta ahora, no he tenido que golpear de una manera tan dura como lo he hecho con ella. He herido y he matado, pero siempre a personas malas que merecían las heridas y la muerta. Nunca he tenido que pegar a nadie porque me haya puesto furioso. Nunca nadie me ha puesto ha hecho enfadar tanto como esa chica.
Después de los dos segundos de silencio, vuelvo a ser yo mismo. Miro a la elfa de hito a hito. Busco en su cuerpo algo que me explique la razón por qué le he pegado y por qué quiero seguir castigándole. Me sorprendo a mí mismo al darme cuenta que su físico solo me hace pensar en el beso tuve con Merrigan.
-No sabes nada- con la misma mano que la abofeteé, levanto su mentón para que me mire a directo a los ojos. - Eres joven, una niña,- como Merrigan- tienes mucho por aprender- con la mano libre, le estiro de la melena pelirroja para que no se mueva- Mírame de cerca- levanto su cabeza desde con un tirón del cabello- ¡Mírame!- está tan cerca como Merrigan lo estuvo antes del beso- Mira mis cicatrices. Dicen lo que yo soy, lo que me han hecho ser y lo que llegaré a ser: Desterrado, renegado- las dos últimas palabras las pronuncio lentamente- Soy Sarez, bastardo de Sereah. Acepto mis cicatrices porque me acepto a mí mismo-.
Bajo mi mirada a la vez que empujo la cabeza de la chica hacia su pecho para que se vea así misma. No se me da bien hablar, se lo tengo que mostrar. Si Merrigan estuviera conmigo diría todo lo que quiero decir con sonrisas y buenas palabras; no habría ni un solo golpe.
-Tú… Mírate. Hablas de hermanos, de elfos y de nosotros… ¿Dónde están? Te estoy castigando por insultar a Merrigan y nadie te defiende. No tienes a nadie- le suelto, tanto de mi agarre por el mentón como de la melena- Estás sola- como yo lo estuve- con tus cicatrices-.
Offrol: Sarez significa, en un élfico inventado por mí, Bastardo de Sereah (La mamá de Sarez)
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Incapaz de contener sus palabras continuó gritando al elfo, no entendía la desfachatez de no ocultarse y ser capaz de salir mostrando lo que no debía mostrar. Como bien dice el refrán: quien no puede alcanzar la libertad critica a los que son libres. Y en este caso, Helyare era quien no conseguía liberarse de las cadenas que aún la apresaban a su clan. Desde el primer momento que había sido condenada, una losa pesaba sobre su espalda de la que era imposible desprenderse. Todo lo que hacía, todo lo que decía y todos sus pensamientos seguían en Sandorai. Incluso en ese momento, aunque había sido condenada a muerte, tenía su cabeza en su pueblo. Hablaba como ellos lo harían, parecía la mensajera de esas palabras de odio que mandaban a cualquiera que no fuera igual a ellos.
El elfo parecía estar muy nervioso pero intentaba contenerse, hasta que ya no pudo más y soltó una bofetada directamente a la cara de la elfa, que en ese momento se calló, sorprendida por el golpe. No esperaba recibir un tortazo… O tal vez sí. De alguna forma u otra ya esperaba un mal trato. No se planteaba que ella hiciera las cosas mal, sino que los dioses trataban de que nadie se acercase a ella. Como desterrada que era debía perder todo, incluso las amistades o las relaciones con cualquier otro ser. Eso creía la joven, pues su actitud siempre había sido la correcta a ojos de sus hermanos.
El golpe había sido tan fuerte que la había hecho girar la cara, así se quedó durante unos segundos, impactada, en parte. Sí, esperaba el golpe, pero, ¿sólo una bofetada? Siempre habían sido más crueles con ella. Había visto hechos peores que un simple manotazo.
Iba a hablar, a seguir protestando, pero el elfo la agarró de la mandíbula para hacer que levantase su rostro hacia él. Era bastante más alto, incluso más que Aranarth posiblemente. Y así, tan de cerca, le daba más asco ver su piel marcada. El hombre también la agarró del pelo para evitar que se moviera, pues rápido había intentado alejarse. Le incomodaba mucho tanta cercanía y más después de las cosas que había visto, de los rituales que se hacían con mujeres o el simple hecho de invadir su espacio personal. Odiaba tener a la gente tan cerca y más a ese elfo que estaba tan marcado. –¡Suéltame!
El estúpido insistía en que era joven y no sabía nada. Cierto, era bastante joven para ser una elfa, pero creía saberlo todo y conocer el mundo. Algo ilógico si no había salido de su poblado hasta hacía ya meses. Aún así su orgullo impedía darle la razón a ese ser asqueroso. Evitó mirarlo, pero era imposible pasar por alto las horribles cicatrices que cubrían su rostro y cuerpo. Estaba tan cerca…
La pelirroja sólo había estado tan cerca de la cara de alguien sólo con otras dos personas más, nunca con un desconocido así e intentó apartarse, aunque no podía, pues la tenía bien agarrada. Peligrosamente cerca, pero las palabras del elfo las sentía muy lejos, sobre todo cuando mencionó las últimas de forma lenta: Desterrado, renegado. Esas eran las que chocaban en la mente de Helyare y las que más trataba de olvidar. Sí, había sido desterrada de su pueblo, habían impedido que volviera a Sandorai, la habían condenado a muerte. Pero se negaba a pensar que podían calificarla con semejantes adjetivos. –¿Aceptas no tener honor? –Preguntó con un tono vacilante, casi insultante. Nadie en su sano juicio podía vivir sin honor y aceptarlo. Esa carga era un castigo que debían llevar encima por sus errores. Pero, ¿aceptarlo? Era impensable. Alguien sin honor no era nadie.
El elfo hizo que mirase hacia abajo, lo que había intentado evitar siempre, aunque no era tan efectivo como pensaba. Ya se había visto las cicatrices de los brazos y piernas. Pero volver a vérselas recorriendo su cuerpo era algo que odiaba. De hecho, odiaba su cuerpo. Cada centímetro de su piel recorrido por una marca así era repulsivo. Y las palabras de ese desconocido no ayudaban en absoluto, eran mucho peor que todos los golpes que había recibido, muchísimo peor que la bofetada que le había dado minutos antes.
Estaba sola.
Se mordió el labio para tratar de contener las lágrimas, ya había derramado muchas durante largas noches y no quería hacerlo frente a ese tipejo. Por más que ella intentaba negar lo evidente, lo cierto es que no había tenido ayuda de sus “hermanos”, más bien todo lo contrario. Ellos eran quienes ahora clamaban por su cabeza, quienes la habían sentenciado. Incluso su propia hermana de sangre rechazaba hablar con ella. No, alguien tenía que haber que la ayudase. Se negaba a creer las palabras del elfo, aunque de sobra sabía que eran ciertas.
Podía contar a Aranarth como un hermano, él la ayudaría. Pero no sabía dónde estaba, se había separado de él hacía un tiempo ya, después de salir de Lunargenta. Él tenía otras ocupaciones más importantes que acompañar a alguien que no podría regresar a casa. ¡Ingela! Ella siempre se había mostrado amable con la elfa, a pesar de su carácter. Y Vincent, él también era buen compañero. Pero ninguno de los dos podían ser catalogados de “hermanos”. No eran elfos, eran inferiores.
Sintió cómo el elfo soltaba su agarre y se quedó ahí durante unos segundos, petrificada. Seguía estando muy, muy cerca de él, podía haber cogido otro de sus cuchillos y haber acabado con la palabrería de ese estúpido. Pero no lo hizo. Sus brazos caían sin fuerza al lado de sus costados y estaba con la cabeza gacha, tratando de esconder su cuerpo ante los ojos de Sarez. Había momentos en los que se había sentido sola, de hecho, desde que partió de Sandorai se sentía así. Pero… Tan sola, nunca. Enfrentarse a esa realidad tan dolorosa era peor que cualquier laceración.
Estaba sola, totalmente sola. Una lágrima cayó por su mejilla, de nuevo, hasta quedar pendida en su barbilla. Todavía se lamentaba de la vida que le estaba tocando vivir. ¿En qué momento habían deseado los dioses a los que adoraba ese mal tan inmenso? La habían apartado de su familia, de sus hermanos, de todo lo que significaba su vida. Ahora estaba frente a un desconocido totalmente marcado que la enfrentaba a base de palabras. Quiso callarle la boca, hacer que una de sus propias hojas atravesase su garganta y acabar con su voz.
Un par de segundos, a lo sumo tres o cuatro. Eso fue lo que tardó la elfa en ver una luz azulada pasar sobre su hombro e impactar fuertemente contra Sarez. Helyare alzó la cabeza, alarmada. No sabía qué había pasado hasta que vio a su pequeña hada seguir volando sobre el elfo, que estaba en el suelo. El hada, Nillë, solía atacar a cualquier persona, aún no sabía por qué, pero ya llevaba alguna que otra muerte a sus espaldas y otras tantas personas muy heridas, como era el caso de Sarez. –¡Nillë! –La pelirroja intentó llamar la atención de la diminuta hada, que se giró.
–Chiri, chiri, chiri. –Relató sin que se la entendiera. Al menos, la elfa no podía saber qué decía. A veces por gestos…
–¡No salgas del saco! ¡Mira lo que acabas haciendo siempre! –Envolvió al hada entre sus puños para volver a meterla en el saquito donde habitualmente estaba. Quería encerrarla ahí y largarse corriendo, pues si ese elfo se levantaba emprendería su venganza contra ella. Pero el hada se negaba a regresar a la bolsita, menos teniendo géiseres donde descansar y reposar sus pequeñas alitas.
El aire empezó a vibrar cada vez más fuerte y, sin dar tiempo a reaccionar, otro fogonazo de luz impactó contra la elfa a una gran velocidad.
Esta cayó al suelo, abatida. El pequeño resplandor azul voló hasta ocultarse tras unas rocas, tapadas por el vaho de los géiseres.
De la zona del pecho, bajo el cuello, emanaba sangre que se iba derramando por el cuerpo desnudo de la joven. Le dolía muchísimo, como si se estuviera quemando. Se encogió hasta quedar en posición fetal. Ese hada que la seguía a todas partes tenía un carácter bastante difícil, a pesar de que no era mala. Pero ya había atacado a la elfa en varias ocasiones. ¿Para qué la seguía si iba a hacer daño? Sobre la hierba, la sangre iba tiñendo las plantas de rojo. Eso asustó a Helyare, todavía soñaba con su sangre derramada cuando fue ajusticiada.
Se trató de incorporar, sin ni siquiera mirar al elfo que había estado con ella, y tapó la herida con sus manos. A pesar de no poder tenerse en pie de forma estable, trató de llegar a donde estaba su bolsa. Se tambaleaba y una de las veces cayó al suelo, pero volvió a levantarse. Volvía a tener miedo del ataque, ya había sufrido muchos, sentía frío y, de verdad, como había dicho Sarez, se sentía sola.
No se daba cuenta que estaba llorando, ya hacía tiempo que lo hacía sin querer, casi era involuntario. Alcanzó el saco y empezó a buscar unas pociones que había preparado hacía tiempo. No eran poderosas, tan solo curaban pequeños rasguños y ya. Pero era lo único que tenía. Si hubiese estado atenta a las lecciones de alquimia…
Su mano no encontró ningún botecito, pero sí algo envuelto. Lo sacó, lo desenvolvió y vio un pequeño bollito con forma de pájaro. ¿Cuánto tiempo llevaba eso ahí? Y mantenía un buen olor, estaba blandito… En ese momento se le antojó un poco. Sí, herida como estaba y quería comer. Pero ese olor que desprendía tan delicioso…
Arrancó un poquito y se lo metió en la boca. En ese instante, la quemazón desapareció. Era placentero, un alivio para su cuerpo. Notaba que la herida dejaba de sangrar tanto, aun así no había cesado. Con un trozo de tela se presionó y fue entonces cuando miró al elfo que estaba ahí tendido. Pasó la vista por lo que quedaba de bollo y por él de nuevo. ¿Merecía la pena ayudar? Después de todo lo que le había dicho, lo mejor era que se quedase ahí y ella se largara. La había insultado, había dicho que estaba sola…
Suspiró entre agotada y adolorida aún y se acercó, trastabillando, hacia Sarez. No se merecía esto, pero era el único que posiblemente la entendería. Era el único que había vivido lo mismo que ella y, aunque fuera un borde, no podía dejarlo ahí, por mucho asco y repulsión que sintiera hacia él. Sabía que la gente también la sentía por ella. Si lo abandonaba no tendría a nadie más que lo ayudase. Le harían daño, como se lo habían hecho a ella. Ya era bastante duro ser un exiliado…
Se acercó y empezó a mirar sus heridas, con intención de ayudar en lo posible, aunque era incapaz de usar su don todavía. Sentada a su lado, le apartó el pelo de la cara y fue partiendo trocitos muy pequeñitos del bollo, pues no quedaba mucho y se los iba dando. –Esto ayuda. –Fue lo único que dijo, en tono muy bajito, susurrándolo. Después de eso ya no dijo nada más, simplemente estaba ahí, sentada, como una estatua.
Esperaba que cuando se recuperase, si es que lo hacía, volviera a intentar hacerla daño, pero para bien o para mal se veía reflejada en él. Y sí, estaba sola, eran tantas las ocasiones en las que no había tenido ayuda que sintió lástima por él, que también estaba solo.
El elfo parecía estar muy nervioso pero intentaba contenerse, hasta que ya no pudo más y soltó una bofetada directamente a la cara de la elfa, que en ese momento se calló, sorprendida por el golpe. No esperaba recibir un tortazo… O tal vez sí. De alguna forma u otra ya esperaba un mal trato. No se planteaba que ella hiciera las cosas mal, sino que los dioses trataban de que nadie se acercase a ella. Como desterrada que era debía perder todo, incluso las amistades o las relaciones con cualquier otro ser. Eso creía la joven, pues su actitud siempre había sido la correcta a ojos de sus hermanos.
El golpe había sido tan fuerte que la había hecho girar la cara, así se quedó durante unos segundos, impactada, en parte. Sí, esperaba el golpe, pero, ¿sólo una bofetada? Siempre habían sido más crueles con ella. Había visto hechos peores que un simple manotazo.
Iba a hablar, a seguir protestando, pero el elfo la agarró de la mandíbula para hacer que levantase su rostro hacia él. Era bastante más alto, incluso más que Aranarth posiblemente. Y así, tan de cerca, le daba más asco ver su piel marcada. El hombre también la agarró del pelo para evitar que se moviera, pues rápido había intentado alejarse. Le incomodaba mucho tanta cercanía y más después de las cosas que había visto, de los rituales que se hacían con mujeres o el simple hecho de invadir su espacio personal. Odiaba tener a la gente tan cerca y más a ese elfo que estaba tan marcado. –¡Suéltame!
El estúpido insistía en que era joven y no sabía nada. Cierto, era bastante joven para ser una elfa, pero creía saberlo todo y conocer el mundo. Algo ilógico si no había salido de su poblado hasta hacía ya meses. Aún así su orgullo impedía darle la razón a ese ser asqueroso. Evitó mirarlo, pero era imposible pasar por alto las horribles cicatrices que cubrían su rostro y cuerpo. Estaba tan cerca…
La pelirroja sólo había estado tan cerca de la cara de alguien sólo con otras dos personas más, nunca con un desconocido así e intentó apartarse, aunque no podía, pues la tenía bien agarrada. Peligrosamente cerca, pero las palabras del elfo las sentía muy lejos, sobre todo cuando mencionó las últimas de forma lenta: Desterrado, renegado. Esas eran las que chocaban en la mente de Helyare y las que más trataba de olvidar. Sí, había sido desterrada de su pueblo, habían impedido que volviera a Sandorai, la habían condenado a muerte. Pero se negaba a pensar que podían calificarla con semejantes adjetivos. –¿Aceptas no tener honor? –Preguntó con un tono vacilante, casi insultante. Nadie en su sano juicio podía vivir sin honor y aceptarlo. Esa carga era un castigo que debían llevar encima por sus errores. Pero, ¿aceptarlo? Era impensable. Alguien sin honor no era nadie.
El elfo hizo que mirase hacia abajo, lo que había intentado evitar siempre, aunque no era tan efectivo como pensaba. Ya se había visto las cicatrices de los brazos y piernas. Pero volver a vérselas recorriendo su cuerpo era algo que odiaba. De hecho, odiaba su cuerpo. Cada centímetro de su piel recorrido por una marca así era repulsivo. Y las palabras de ese desconocido no ayudaban en absoluto, eran mucho peor que todos los golpes que había recibido, muchísimo peor que la bofetada que le había dado minutos antes.
Estaba sola.
Se mordió el labio para tratar de contener las lágrimas, ya había derramado muchas durante largas noches y no quería hacerlo frente a ese tipejo. Por más que ella intentaba negar lo evidente, lo cierto es que no había tenido ayuda de sus “hermanos”, más bien todo lo contrario. Ellos eran quienes ahora clamaban por su cabeza, quienes la habían sentenciado. Incluso su propia hermana de sangre rechazaba hablar con ella. No, alguien tenía que haber que la ayudase. Se negaba a creer las palabras del elfo, aunque de sobra sabía que eran ciertas.
Podía contar a Aranarth como un hermano, él la ayudaría. Pero no sabía dónde estaba, se había separado de él hacía un tiempo ya, después de salir de Lunargenta. Él tenía otras ocupaciones más importantes que acompañar a alguien que no podría regresar a casa. ¡Ingela! Ella siempre se había mostrado amable con la elfa, a pesar de su carácter. Y Vincent, él también era buen compañero. Pero ninguno de los dos podían ser catalogados de “hermanos”. No eran elfos, eran inferiores.
Sintió cómo el elfo soltaba su agarre y se quedó ahí durante unos segundos, petrificada. Seguía estando muy, muy cerca de él, podía haber cogido otro de sus cuchillos y haber acabado con la palabrería de ese estúpido. Pero no lo hizo. Sus brazos caían sin fuerza al lado de sus costados y estaba con la cabeza gacha, tratando de esconder su cuerpo ante los ojos de Sarez. Había momentos en los que se había sentido sola, de hecho, desde que partió de Sandorai se sentía así. Pero… Tan sola, nunca. Enfrentarse a esa realidad tan dolorosa era peor que cualquier laceración.
Estaba sola, totalmente sola. Una lágrima cayó por su mejilla, de nuevo, hasta quedar pendida en su barbilla. Todavía se lamentaba de la vida que le estaba tocando vivir. ¿En qué momento habían deseado los dioses a los que adoraba ese mal tan inmenso? La habían apartado de su familia, de sus hermanos, de todo lo que significaba su vida. Ahora estaba frente a un desconocido totalmente marcado que la enfrentaba a base de palabras. Quiso callarle la boca, hacer que una de sus propias hojas atravesase su garganta y acabar con su voz.
Un par de segundos, a lo sumo tres o cuatro. Eso fue lo que tardó la elfa en ver una luz azulada pasar sobre su hombro e impactar fuertemente contra Sarez. Helyare alzó la cabeza, alarmada. No sabía qué había pasado hasta que vio a su pequeña hada seguir volando sobre el elfo, que estaba en el suelo. El hada, Nillë, solía atacar a cualquier persona, aún no sabía por qué, pero ya llevaba alguna que otra muerte a sus espaldas y otras tantas personas muy heridas, como era el caso de Sarez. –¡Nillë! –La pelirroja intentó llamar la atención de la diminuta hada, que se giró.
–Chiri, chiri, chiri. –Relató sin que se la entendiera. Al menos, la elfa no podía saber qué decía. A veces por gestos…
–¡No salgas del saco! ¡Mira lo que acabas haciendo siempre! –Envolvió al hada entre sus puños para volver a meterla en el saquito donde habitualmente estaba. Quería encerrarla ahí y largarse corriendo, pues si ese elfo se levantaba emprendería su venganza contra ella. Pero el hada se negaba a regresar a la bolsita, menos teniendo géiseres donde descansar y reposar sus pequeñas alitas.
El aire empezó a vibrar cada vez más fuerte y, sin dar tiempo a reaccionar, otro fogonazo de luz impactó contra la elfa a una gran velocidad.
Esta cayó al suelo, abatida. El pequeño resplandor azul voló hasta ocultarse tras unas rocas, tapadas por el vaho de los géiseres.
De la zona del pecho, bajo el cuello, emanaba sangre que se iba derramando por el cuerpo desnudo de la joven. Le dolía muchísimo, como si se estuviera quemando. Se encogió hasta quedar en posición fetal. Ese hada que la seguía a todas partes tenía un carácter bastante difícil, a pesar de que no era mala. Pero ya había atacado a la elfa en varias ocasiones. ¿Para qué la seguía si iba a hacer daño? Sobre la hierba, la sangre iba tiñendo las plantas de rojo. Eso asustó a Helyare, todavía soñaba con su sangre derramada cuando fue ajusticiada.
Se trató de incorporar, sin ni siquiera mirar al elfo que había estado con ella, y tapó la herida con sus manos. A pesar de no poder tenerse en pie de forma estable, trató de llegar a donde estaba su bolsa. Se tambaleaba y una de las veces cayó al suelo, pero volvió a levantarse. Volvía a tener miedo del ataque, ya había sufrido muchos, sentía frío y, de verdad, como había dicho Sarez, se sentía sola.
No se daba cuenta que estaba llorando, ya hacía tiempo que lo hacía sin querer, casi era involuntario. Alcanzó el saco y empezó a buscar unas pociones que había preparado hacía tiempo. No eran poderosas, tan solo curaban pequeños rasguños y ya. Pero era lo único que tenía. Si hubiese estado atenta a las lecciones de alquimia…
Su mano no encontró ningún botecito, pero sí algo envuelto. Lo sacó, lo desenvolvió y vio un pequeño bollito con forma de pájaro. ¿Cuánto tiempo llevaba eso ahí? Y mantenía un buen olor, estaba blandito… En ese momento se le antojó un poco. Sí, herida como estaba y quería comer. Pero ese olor que desprendía tan delicioso…
Arrancó un poquito y se lo metió en la boca. En ese instante, la quemazón desapareció. Era placentero, un alivio para su cuerpo. Notaba que la herida dejaba de sangrar tanto, aun así no había cesado. Con un trozo de tela se presionó y fue entonces cuando miró al elfo que estaba ahí tendido. Pasó la vista por lo que quedaba de bollo y por él de nuevo. ¿Merecía la pena ayudar? Después de todo lo que le había dicho, lo mejor era que se quedase ahí y ella se largara. La había insultado, había dicho que estaba sola…
Suspiró entre agotada y adolorida aún y se acercó, trastabillando, hacia Sarez. No se merecía esto, pero era el único que posiblemente la entendería. Era el único que había vivido lo mismo que ella y, aunque fuera un borde, no podía dejarlo ahí, por mucho asco y repulsión que sintiera hacia él. Sabía que la gente también la sentía por ella. Si lo abandonaba no tendría a nadie más que lo ayudase. Le harían daño, como se lo habían hecho a ella. Ya era bastante duro ser un exiliado…
Se acercó y empezó a mirar sus heridas, con intención de ayudar en lo posible, aunque era incapaz de usar su don todavía. Sentada a su lado, le apartó el pelo de la cara y fue partiendo trocitos muy pequeñitos del bollo, pues no quedaba mucho y se los iba dando. –Esto ayuda. –Fue lo único que dijo, en tono muy bajito, susurrándolo. Después de eso ya no dijo nada más, simplemente estaba ahí, sentada, como una estatua.
Esperaba que cuando se recuperase, si es que lo hacía, volviera a intentar hacerla daño, pero para bien o para mal se veía reflejada en él. Y sí, estaba sola, eran tantas las ocasiones en las que no había tenido ayuda que sintió lástima por él, que también estaba solo.
- Aclaraciones:
- Sorry, Sarez D:
Mi hada tiene que atacar al primer pj o npc que se me encare de malas formas. Si es pj, acabará severamente herido, si es npc, muere. Así que te ha atacado.
Pero no sólo a ti, también a mí, porque antes de los 5 turnos me ataca. Y debo tirar runa, que está [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Me ha tocado mala, así que también cobro :c
Pensaba ayudarte solo yo, pero veo que hemos necesitado ayuda ambos. Aclaro que Hely aún no puede usar sus manos sanadoras, así que se complica un poco el asunto.
También uso el objeto mágico que me dio máster Sigel en el Ostara, es un bollito que nos sanará el 60% de nuestras heridas, aunque no sé si tanto, que hay que compartirlo xDD
Por ahora creo que ya. ¡No ataques a mi hadita! D:
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Recuerdo un resplandor azul, una luz que emanaba de las manos de la elfa. Tenía ambas manos cerradas en un mismo puño, como si estuviera guardando un objeto que yo no podría ver. Quizás incliné mi cabeza para ver qué escondía o puede que me hubiera alejado un paso al ver que empezaba a brillar; no lo recuerdo. Los recuerdos son borrosos. Las imágenes de mi mente parecen estar tapadas por una niebla densa y oscura. Recuerdo ver un resplandor azul que nacía del interior de las manos de la elfa, pero no recuerdo qué hice después de verla. Sé que me hizo: Fue como si una estampida de caballos azules me arroyase durante varios metros. Cerré los ojos para no quedarme ciego; eso también lo recuerdo. ¿Y qué más había? Agudizo la vista, intento ver algo detrás de la niebla densa de mis memorias que me conteste a mis preguntas. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿De dónde vinieron los caballos? ¿Qué era esa luz azul? Es inútil. No veo nada más que oscuridad.
Un hilillo de sangre chorrea desde mi boca y recorre la mejilla. Noto el sabor caliente de la sangre por toda mi lengua. Tengo la necesidad de escupir, pero no me veo con fuerzas para hacerlo. Intento tragar la sangre de dentro de mi boca, muevo la garganta con la intención de hacerlo; nada, no ocurre nada. Hay otros lugares donde noto el cálido tacto de la sangre. Debo tener muchas heridas. A medida que pasan el tiempo descubro una herida nueva, un nuevo lugar en mi cuerpo donde nace un hilillo de sangre.
Muy lentamente, me pongo mi mano en la cabeza. Todavía tengo los ojos cerrados tras el fogonazo del resplandor azul. Respondo una de las preguntas que me he hecho: ¿Dónde estoy? Mi cabeza está sobre una húmeda y redonda roca. Con temor, acerco mi mano a la herida de la cabeza. Mi cabello se vuelve más pegajoso y áspero a medida que me voy acercando; es por la sangre. La herida de la cabeza es la peor de todas. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que apareció la luz azul de las manos de la elfa; pienso que debe de ser mucho. Y la herida de la cabeza no ha dejado de sangrar en todo este tiempo; no deja de sangrar.
Una nueva pregunta surge en mí como si la trajese el viento. ¿Estoy muerto? La pregunta está mal formulada. Sé que no estoy muerto porque he podido, no sin dificultad, mover mi mano derecha hasta la herida de la cabeza. Los muertos no se pueden mover. La verdadera pregunta es: ¿Así es como se sienten los muertos? Otra vez, muevo garganta se mueve como si estuviera tragando lo que estuviera en la boca. Es un acto reflejo, quiero deshacerme de las preguntas sobre muertos e intento hacerlo tragando saliva. No quiero pensar en ello. Por la gravedad de mis heridas, creo que no me queda mucho tiempo de vida. No estoy muerto, pero lo estaré.
Pienso en Merrigan. Los recuerdos en los que está ella son los únicos que no están tapados por la niebla densa y oscura. La he besado, me ha besado y nos hemos besado. Ha ocurrido. Muevo la cabeza como si estuviera negando; primero lento y luego más airado. No quiero pensar en Merrigan. No porque no la quiera, sino porque pienso que es malo quererla como la estoy queriendo.
Pese a tener los ojos cerrados, soy consciente de que es de día. Nunca veo una oscuridad total cuando cierro los ojos. De día hay una luz naranja y de noche una azul o verde. Ahora veo la luz naranja en medio de la nada. Es de día. Levanto la misma mano con la que me toqué la herida de la cabeza para alcanzar el sol como si allí estuviera la medicina que necesito. No toco el sol ardiente, sino la piel de un rostro suave y húmedo por las lágrimas.
-Merrigan- digo con voz pausada.
La persona a la cual pertenece el rostro que toco me introduce algo blando en la boca. ¿Medicina? Parece pan mojado con leche. Muerdo, la persona me ayuda a mover la mandíbula. Por cada mordisco, siento que la herida de mi cabeza se cierra un palmo más. Me aprieta, es como si, en cuestión de segundos, me estuviera cosiendo las heridas. Trago y, esta vez, mi garganta cumple su función de llevarse los trozos de pan mojado con leche, sangre y saliva.
Abro los ojos muy lentamente. No, no estoy muerto. Sonrío casi por acto reflejo. Me alegro de no haber muerto. El dolor ha desaparecido. Me siento débil, pero no es comparable a cómo me sentía antes de que ella me diera la medicina.
-Ha ayudado- le contesto a la elfa que no es Merrigan con un tono de agradecimiento.
Tengo muchas preguntas qué hacerle. La más importante: ¿qué guardaba en las manos cuando apareció la luz azul? Creo que no es el momento. Debo tener un aspecto horrible. Tengo ropa limpia en la mochila; la que llevo está sucia, manchada por la sangre y con grandes jirones. Merrigan dice que es importante llevar ropa limpia y bien cosida para no parecer alguien malo. Idril nunca me lo dijo, pero fue la primera persona que me compró ropa nueva. En silencio, gateo hacia uno de los agujeros de agua, para limpiarme. El agua es caliente, casi abrasadora; No creía que tendría una temperatura tan alta. Me quito la camiseta, hago un harapo con ella, la mojo en el agujero de agua sin llegar a meter la mano y uso el harapo para limpiar la sangre de mi cabeza, brazos y piernas.
Abro la mochila y saco una camiseta limpia, la dejo a un lado en el suelo. También saco un par de bollos de crema rosa, los preferidos de Merrigan. Las heridas y el haber estado casi muerto, me han dado mucha hambre. Pongo uno de los bollos en el suelo, entre mis piernas y la camiseta limpia, y extiendo la mano para ofrecer el segundo a la elfa que se parece a Merrigan.
-Tengo preguntas que hacerte y creo que tú también tienes preguntas que hacerme. Siéntate- Doy palmadas en el suelo al lado contrario donde tengo mi bollo de crema rosa y la camiseta limpia para indicar a la elfa donde se tiene que sentar- ¿Quién eres? ¿Qué tenías en las manos cuando la luz azul? ¿Por qué no estás en Sandorai con los demás?-
Un hilillo de sangre chorrea desde mi boca y recorre la mejilla. Noto el sabor caliente de la sangre por toda mi lengua. Tengo la necesidad de escupir, pero no me veo con fuerzas para hacerlo. Intento tragar la sangre de dentro de mi boca, muevo la garganta con la intención de hacerlo; nada, no ocurre nada. Hay otros lugares donde noto el cálido tacto de la sangre. Debo tener muchas heridas. A medida que pasan el tiempo descubro una herida nueva, un nuevo lugar en mi cuerpo donde nace un hilillo de sangre.
Muy lentamente, me pongo mi mano en la cabeza. Todavía tengo los ojos cerrados tras el fogonazo del resplandor azul. Respondo una de las preguntas que me he hecho: ¿Dónde estoy? Mi cabeza está sobre una húmeda y redonda roca. Con temor, acerco mi mano a la herida de la cabeza. Mi cabello se vuelve más pegajoso y áspero a medida que me voy acercando; es por la sangre. La herida de la cabeza es la peor de todas. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que apareció la luz azul de las manos de la elfa; pienso que debe de ser mucho. Y la herida de la cabeza no ha dejado de sangrar en todo este tiempo; no deja de sangrar.
Una nueva pregunta surge en mí como si la trajese el viento. ¿Estoy muerto? La pregunta está mal formulada. Sé que no estoy muerto porque he podido, no sin dificultad, mover mi mano derecha hasta la herida de la cabeza. Los muertos no se pueden mover. La verdadera pregunta es: ¿Así es como se sienten los muertos? Otra vez, muevo garganta se mueve como si estuviera tragando lo que estuviera en la boca. Es un acto reflejo, quiero deshacerme de las preguntas sobre muertos e intento hacerlo tragando saliva. No quiero pensar en ello. Por la gravedad de mis heridas, creo que no me queda mucho tiempo de vida. No estoy muerto, pero lo estaré.
Pienso en Merrigan. Los recuerdos en los que está ella son los únicos que no están tapados por la niebla densa y oscura. La he besado, me ha besado y nos hemos besado. Ha ocurrido. Muevo la cabeza como si estuviera negando; primero lento y luego más airado. No quiero pensar en Merrigan. No porque no la quiera, sino porque pienso que es malo quererla como la estoy queriendo.
Pese a tener los ojos cerrados, soy consciente de que es de día. Nunca veo una oscuridad total cuando cierro los ojos. De día hay una luz naranja y de noche una azul o verde. Ahora veo la luz naranja en medio de la nada. Es de día. Levanto la misma mano con la que me toqué la herida de la cabeza para alcanzar el sol como si allí estuviera la medicina que necesito. No toco el sol ardiente, sino la piel de un rostro suave y húmedo por las lágrimas.
-Merrigan- digo con voz pausada.
La persona a la cual pertenece el rostro que toco me introduce algo blando en la boca. ¿Medicina? Parece pan mojado con leche. Muerdo, la persona me ayuda a mover la mandíbula. Por cada mordisco, siento que la herida de mi cabeza se cierra un palmo más. Me aprieta, es como si, en cuestión de segundos, me estuviera cosiendo las heridas. Trago y, esta vez, mi garganta cumple su función de llevarse los trozos de pan mojado con leche, sangre y saliva.
Abro los ojos muy lentamente. No, no estoy muerto. Sonrío casi por acto reflejo. Me alegro de no haber muerto. El dolor ha desaparecido. Me siento débil, pero no es comparable a cómo me sentía antes de que ella me diera la medicina.
-Ha ayudado- le contesto a la elfa que no es Merrigan con un tono de agradecimiento.
Tengo muchas preguntas qué hacerle. La más importante: ¿qué guardaba en las manos cuando apareció la luz azul? Creo que no es el momento. Debo tener un aspecto horrible. Tengo ropa limpia en la mochila; la que llevo está sucia, manchada por la sangre y con grandes jirones. Merrigan dice que es importante llevar ropa limpia y bien cosida para no parecer alguien malo. Idril nunca me lo dijo, pero fue la primera persona que me compró ropa nueva. En silencio, gateo hacia uno de los agujeros de agua, para limpiarme. El agua es caliente, casi abrasadora; No creía que tendría una temperatura tan alta. Me quito la camiseta, hago un harapo con ella, la mojo en el agujero de agua sin llegar a meter la mano y uso el harapo para limpiar la sangre de mi cabeza, brazos y piernas.
Abro la mochila y saco una camiseta limpia, la dejo a un lado en el suelo. También saco un par de bollos de crema rosa, los preferidos de Merrigan. Las heridas y el haber estado casi muerto, me han dado mucha hambre. Pongo uno de los bollos en el suelo, entre mis piernas y la camiseta limpia, y extiendo la mano para ofrecer el segundo a la elfa que se parece a Merrigan.
-Tengo preguntas que hacerte y creo que tú también tienes preguntas que hacerme. Siéntate- Doy palmadas en el suelo al lado contrario donde tengo mi bollo de crema rosa y la camiseta limpia para indicar a la elfa donde se tiene que sentar- ¿Quién eres? ¿Qué tenías en las manos cuando la luz azul? ¿Por qué no estás en Sandorai con los demás?-
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Nillë seguía escondida entre las rocas, aunque más que estar preocupada por lo que había hecho, estaba sentada, como si reposase entre el vaho. Helyare trató de hacer que el elfo comiera el bollo, pues ella se había sentido bien cuando lo había comido, aunque no estaba del todo curada. Echaba de menos sus manos sanadoras, cuando conseguía cerrar las heridas de sus hermanos sólo imponiendo sus manos.
Suspiró con cierto alivio cuando vio que surtía efecto, el hombre empezaba a moverse. En parte, se sentía culpable por el comportamiento de Nillë, después de varios días de viaje juntas, ya era “suya”. Hubiera sido más fácil dejar al elfo ahí tirado y que los dioses se lo llevaran, pero algo se lo impedía. Se asemejaba a ella aunque se negase a admitirlo. Se había visto reflejada en el ataque y si no le ayudaba se estaría convirtiendo en toda esa gente que tampoco prestó su ayuda cuando era ella misma quien estaba pasándolo mal. Lo veía como un castigo por el destierro, nadie quería estar con gente a quien habían echado de su casa, ella tampoco. Pero cuando le habían hecho algo durante estos meses nadie se había ofrecido a ayudar, salvo contadas ocasiones. Al menos haría por estabilizarlo, también imaginaba que estaba solo, como ella.
Y pareció funcionar. Comenzó a abrir ligeramente los ojos y una de sus manos acabó acariciando el rostro de la pelirroja. Durante un par de segundos se mantuvo estática, sin saber qué hacer, pero luego apartó la cara hacia un lado. No merecía ningún gesto de afecto, ni siquiera los que eran de agradecimiento. Aparte, quien la tocaba era otro desterrado, eso era una deshonra… Aunque ella también lo era.
Sentada sobre sus piernas miró con detenimiento lo que estaba haciendo el elfo, sin moverse hasta que indicó que se sentase a su lado. Tardó unos segundos en incorporarse, no por el dolor, eso no era para tanto. Pero se encontraba dubitativa entre si ir o no, pues él quería hacerle ciertas preguntas que posiblemente la elfa quería evitar. Al final, optó por la primera opción, pero no tal y como Sarez pretendía que fuera. Con paso lento se colocó cerca de las rocas y empezó a sumergirse en el agua hasta que desapareció bajo la superficie, dejando un pequeño rastro de sangre que se fue diluyendo casi al instante.
El pequeño lago estaba muy, muy caliente, pero no le importó. Notaba ese picor en la piel y, en parte, aliviaba todo sus males, distraía su mente. Tardó bastante más de lo normal en salir a la superficie, pero salió aunque no quería. Deseaba quedarse ahí, en el fondo, sin ver el rostro del elfo, sin ver a nadie.
Sólo asomó la cabeza, de cuello para abajo seguía sumergida e iba nadando hasta donde estaba el hombre, allí se sentó en una piedra bajo el agua, ni por esas salió a la superficie. No quería que Sarez volviera a fijarse en las marcas de la piel, el agua las resaltaba más todavía. Sabía que él había visto todo su cuerpo, pero era en un momento de rabia donde ella no controlaba lo que había dejado ver y lo que no. Ahora se avergonzaba, trataba de que el agua ocultase cualquier rastro de sus cicatrices ante los ojos del elfo, y tampoco era capaz de mirarle a la cara. No después de lo que Nillë había hecho. Y era una forma inútil de huir a preguntas incómodas. Ella estaba a uno de los lados de Sarez, hundida en el agua hasta el cuello, sentada mirando al frente, hacia la orilla contraria a la que estaban.
Su piel todavía picaba a causa del calor, notaba que estaba quemándose pero, a pesar de eso, no quería salir. Se sentía a gusto, incluso sentía frío en ciertas ocasiones, a pesar de la temperatura del agua. Desde hacía ya bastante tiempo que sentía ese frío calar sus huesos y ni la hoguera más ardiente de Aerandir conseguía quitárselo. Ni siquiera esa agua, aunque por fuera estuviese quemando su piel. Incluso le llegaba a doler la cabeza, aunque no lo suficiente como para salirse. Simplemente cerró los ojos y apoyó la cabeza en una de las rocas de la orilla, al lado de donde estaba Sarez sentado. Tal vez por el agua, tal vez por las heridas que no habían acabado de cerrar o tal vez por todo lo que había vivido, pero se sentía débil, apenas era capaz de notar su propio cuerpo, como si no estuviera ahí. Como si estuviera lejos, escuchó las preguntas de Sarez y la última la sintió como si en esos momentos se le hubiese caído una de las rocas en las que estaba apoyada, sobre el pecho. Tenía una gran sensación de ahogo, pero aún así intentó hablar. –Me llamo Helyare. Pero da igual, te olvidarás de mi nombre mañana. –No era importante el nombre, sino el origen del mismo. Sin apellidos, sin el nombre que le dieron sus padres, había perdido cualquier identidad posible como alguien de una familia. –Tenía un hada que me acompaña desde hace unos días. –Continuó, restando importancia a la primera pregunta, o intentándolo. De reojo pudo ver cómo Nillë se estaba frotando el brazo con su mano mientras disfrutaba del agua caliente en un pequeño charquito que se había formado en la parte alta de una roca. Allí estaba, medio oculta por otra piedra, feliz mientras se bañaba. Parecía importarle bien poco lo que había hecho, aunque en el fondo era buena chica. Había ayudado a Helyare en varias ocasiones en pocos días, tenía que agradecerle bastantes cosas, aunque luego siempre acababa liándola.
La última pregunta era la más difícil de responder, tardó unos segundos en hacerlo mientras intentaba hablar con voz serena, aunque no pudo conseguirlo. Incómoda, se volvió a incorporar para fijar la vista en el frente. –Porque no puedo. –Sentenció, tratando de parecer seria, mas su voz se notaba temblorosa. Se mordió el labio y cerró los ojos un instante. No quiso dar más detalles, era evidente el dolor que le causaba nombrar cualquier aspecto que tuviera que ver con su procedencia. Todavía no lo superaba, al contrario. Cada día que pasaba se iba hundiendo más y más en una espiral destructiva de la que era incapaz de salir. Todo su arrojo había quedado en la superficie del pozo donde estaba cayendo.
–¿Por qué tienes tantas cicatrices? –Preguntó sin dirigir la vista hacia él. Volvió a cerrar los ojos para intentar subsanar la presión que sentía en su cabeza, tan grande que dolía.
Suspiró con cierto alivio cuando vio que surtía efecto, el hombre empezaba a moverse. En parte, se sentía culpable por el comportamiento de Nillë, después de varios días de viaje juntas, ya era “suya”. Hubiera sido más fácil dejar al elfo ahí tirado y que los dioses se lo llevaran, pero algo se lo impedía. Se asemejaba a ella aunque se negase a admitirlo. Se había visto reflejada en el ataque y si no le ayudaba se estaría convirtiendo en toda esa gente que tampoco prestó su ayuda cuando era ella misma quien estaba pasándolo mal. Lo veía como un castigo por el destierro, nadie quería estar con gente a quien habían echado de su casa, ella tampoco. Pero cuando le habían hecho algo durante estos meses nadie se había ofrecido a ayudar, salvo contadas ocasiones. Al menos haría por estabilizarlo, también imaginaba que estaba solo, como ella.
Y pareció funcionar. Comenzó a abrir ligeramente los ojos y una de sus manos acabó acariciando el rostro de la pelirroja. Durante un par de segundos se mantuvo estática, sin saber qué hacer, pero luego apartó la cara hacia un lado. No merecía ningún gesto de afecto, ni siquiera los que eran de agradecimiento. Aparte, quien la tocaba era otro desterrado, eso era una deshonra… Aunque ella también lo era.
Sentada sobre sus piernas miró con detenimiento lo que estaba haciendo el elfo, sin moverse hasta que indicó que se sentase a su lado. Tardó unos segundos en incorporarse, no por el dolor, eso no era para tanto. Pero se encontraba dubitativa entre si ir o no, pues él quería hacerle ciertas preguntas que posiblemente la elfa quería evitar. Al final, optó por la primera opción, pero no tal y como Sarez pretendía que fuera. Con paso lento se colocó cerca de las rocas y empezó a sumergirse en el agua hasta que desapareció bajo la superficie, dejando un pequeño rastro de sangre que se fue diluyendo casi al instante.
El pequeño lago estaba muy, muy caliente, pero no le importó. Notaba ese picor en la piel y, en parte, aliviaba todo sus males, distraía su mente. Tardó bastante más de lo normal en salir a la superficie, pero salió aunque no quería. Deseaba quedarse ahí, en el fondo, sin ver el rostro del elfo, sin ver a nadie.
Sólo asomó la cabeza, de cuello para abajo seguía sumergida e iba nadando hasta donde estaba el hombre, allí se sentó en una piedra bajo el agua, ni por esas salió a la superficie. No quería que Sarez volviera a fijarse en las marcas de la piel, el agua las resaltaba más todavía. Sabía que él había visto todo su cuerpo, pero era en un momento de rabia donde ella no controlaba lo que había dejado ver y lo que no. Ahora se avergonzaba, trataba de que el agua ocultase cualquier rastro de sus cicatrices ante los ojos del elfo, y tampoco era capaz de mirarle a la cara. No después de lo que Nillë había hecho. Y era una forma inútil de huir a preguntas incómodas. Ella estaba a uno de los lados de Sarez, hundida en el agua hasta el cuello, sentada mirando al frente, hacia la orilla contraria a la que estaban.
Su piel todavía picaba a causa del calor, notaba que estaba quemándose pero, a pesar de eso, no quería salir. Se sentía a gusto, incluso sentía frío en ciertas ocasiones, a pesar de la temperatura del agua. Desde hacía ya bastante tiempo que sentía ese frío calar sus huesos y ni la hoguera más ardiente de Aerandir conseguía quitárselo. Ni siquiera esa agua, aunque por fuera estuviese quemando su piel. Incluso le llegaba a doler la cabeza, aunque no lo suficiente como para salirse. Simplemente cerró los ojos y apoyó la cabeza en una de las rocas de la orilla, al lado de donde estaba Sarez sentado. Tal vez por el agua, tal vez por las heridas que no habían acabado de cerrar o tal vez por todo lo que había vivido, pero se sentía débil, apenas era capaz de notar su propio cuerpo, como si no estuviera ahí. Como si estuviera lejos, escuchó las preguntas de Sarez y la última la sintió como si en esos momentos se le hubiese caído una de las rocas en las que estaba apoyada, sobre el pecho. Tenía una gran sensación de ahogo, pero aún así intentó hablar. –Me llamo Helyare. Pero da igual, te olvidarás de mi nombre mañana. –No era importante el nombre, sino el origen del mismo. Sin apellidos, sin el nombre que le dieron sus padres, había perdido cualquier identidad posible como alguien de una familia. –Tenía un hada que me acompaña desde hace unos días. –Continuó, restando importancia a la primera pregunta, o intentándolo. De reojo pudo ver cómo Nillë se estaba frotando el brazo con su mano mientras disfrutaba del agua caliente en un pequeño charquito que se había formado en la parte alta de una roca. Allí estaba, medio oculta por otra piedra, feliz mientras se bañaba. Parecía importarle bien poco lo que había hecho, aunque en el fondo era buena chica. Había ayudado a Helyare en varias ocasiones en pocos días, tenía que agradecerle bastantes cosas, aunque luego siempre acababa liándola.
La última pregunta era la más difícil de responder, tardó unos segundos en hacerlo mientras intentaba hablar con voz serena, aunque no pudo conseguirlo. Incómoda, se volvió a incorporar para fijar la vista en el frente. –Porque no puedo. –Sentenció, tratando de parecer seria, mas su voz se notaba temblorosa. Se mordió el labio y cerró los ojos un instante. No quiso dar más detalles, era evidente el dolor que le causaba nombrar cualquier aspecto que tuviera que ver con su procedencia. Todavía no lo superaba, al contrario. Cada día que pasaba se iba hundiendo más y más en una espiral destructiva de la que era incapaz de salir. Todo su arrojo había quedado en la superficie del pozo donde estaba cayendo.
–¿Por qué tienes tantas cicatrices? –Preguntó sin dirigir la vista hacia él. Volvió a cerrar los ojos para intentar subsanar la presión que sentía en su cabeza, tan grande que dolía.
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Helyare, dice que se llama Helayre. Su cabeza flota en el lago como si fuera un nenúfar. Su cabello, rojo como el de Merrigan, parece diluirse en el agua. No puedo apartar la vista de su rostro. Me siento acorralado. Esa chica me ha salvado de un peligro que ella misma guardaba en sus manos. Estoy confuso, miro hacia la orilla del lago, solo durante un segundo, luego vuelvo a fijarme en Helyare. Allí, en la orilla, sentada sobre una piedra, está el hada que ha mencionado la elfa. Una criatura tan pequeña no puede engendrar un brillo tan grande. Estuvo a punto de matarme. De no ser por Helyare me hubiera matado. ¿Dónde puede guardar la magia? El hada es muy pequeña. Debe de haber algo más, algo que Helyare no me ha contado. ¿Me ha mentido? Quizás no me dijo toda la verdad. Doy un mordisco al bollo de crema rosa mientras pienso en la credibilidad de las respuestas de la elfa. Alguien que se esconde bajo el agua no es nada creíble. Me pregunto si Merrigan confiaría en Helyare. No tardo en descubrir la respuesta: No. Bajo ligeramente la cabeza, dejo de ver los ojos verdes de la chica a ver su afilado mentón. De repente, noto mi cabeza mucho más pesada y mis ojos cansados. Helyare, dice que se llama Helyare.
La última de las respuestas es la que más tarde en responder. También, es la más inverosímil. Su rostro es blanco como la nieve. Al pasar la mano por su mejilla no notaría nada. Merrigan se maquilla para ocultarse las marcas de la cara. Es posible que ella también lo esté. Mojo mi mano en el agua caliente y, acto seguido, acaricio con el dedo índice la mejilla izquierda, muy cerca del ojo, para quitarle el maquillaje. Espero encontrar una cicatriz como la mía. Un tajo, hecho con hierro rojo, que le corte el rostro en dos mitades. Lo sospechaba, no hay nada. Su piel es tan suave como lo era la de Merrigan antes de enfermar. No tiene la marca de desterrado como yo. Puede volver a Sandorai sin peligro. Me ha mentido.
-Te ríes de mí- me esfuerzo tanto a mantener un tono de voz sereno que mi pregunto carece de tono interrogante. –Sí puedes volver-.
Con el mismo dedo que acaricié el rostro de Helyare, acaricio mi cicatriz del ojo. Bajo todavía más la cabeza. Veo mi reflejo en el lago. Mis cicatrices, las que me hicieron con el hierro rojo y las que recibí en las mis misiones de las tierras de los humanos. Todas fueron causadas por lo que acepté ser: Renegado. Desterrado. No puedo volver a Sandorai. Era un crío cuando las autoridades decidieron acusarme de un crimen que no recuerdo. Han pasado muchos años. Mi memoria falla. Recuerdo las lágrimas de mi madre. Ella se quedó de pie mirando, sus brazos caídos como si fueran ramas secas. Ella gritó casi tanto como yo cuando el hierro rojo tocó mi cara. Recuerdo el aroma a la carne, mi carne, quemada. No recuerdo lo que decía mi madre, ni el resto del público, al ver mi tortura. Reírse de mí es una burla a todo aquello que recuerdo y lo que no.
Respiro tranquilo, sosegado. Helyare me ha salvado de morir por la luz azul. La luz azul es de su compañera hada. Helyare intentó matarme, pero también me ha salvado. Pienso en muchas cosas. Estoy cansado. No quiero enfadarme. Se esté o no burlando de mí, estoy muy cansado como para discutir. Todavía me duelen ciertas partes de mi cuerpo. Las quemaduras han desaparecido, pero el dolor persiste. No quiero enfadarme. Doy otro mordisco al bollo de crema. El azúcar evita que piense en lo que no quiero pensar. Helyare, ¿se llamará de verdad Helyare?
-No tienes la marca- digo finalmente. Las palabras salen de mi boca sin que me dé cuenta, como si fueran movidas por una presión que no puedo controlar-Puedes ir donde quieras. No eres como yo. No te rías de mí. No sabes que es ser como yo. Antes lo dije: Renegado, desterrado. Los elfos como tú me matarán si piso vuestra tierra. Me matarás como casi hizo tu amiga- señalo el hada con la cabeza- A ti nadie te matará. No tienes ninguna marca. Eres guapa- suspiro- No como yo-.
En un arrebato de furia, lanzo el bollo de crema rosa que sostengo en las manos contra mi reflejo del lago. El hada agita el puño molesta por las gotas que le han salpicado, parece gritar algo sin voz.
-Lo siento. No he pensado. Me molesta que se rías de mí. Me molesta que hables sin saber lo que sufrí-. Me molestan más cosas: Cómo se comporta, que se esconda bajo el agua, que se parezca a Merrigan, que su compañera me haya intentado matar y, lo más molesto de todo, que me haya salvado la vida.
La última de las respuestas es la que más tarde en responder. También, es la más inverosímil. Su rostro es blanco como la nieve. Al pasar la mano por su mejilla no notaría nada. Merrigan se maquilla para ocultarse las marcas de la cara. Es posible que ella también lo esté. Mojo mi mano en el agua caliente y, acto seguido, acaricio con el dedo índice la mejilla izquierda, muy cerca del ojo, para quitarle el maquillaje. Espero encontrar una cicatriz como la mía. Un tajo, hecho con hierro rojo, que le corte el rostro en dos mitades. Lo sospechaba, no hay nada. Su piel es tan suave como lo era la de Merrigan antes de enfermar. No tiene la marca de desterrado como yo. Puede volver a Sandorai sin peligro. Me ha mentido.
-Te ríes de mí- me esfuerzo tanto a mantener un tono de voz sereno que mi pregunto carece de tono interrogante. –Sí puedes volver-.
Con el mismo dedo que acaricié el rostro de Helyare, acaricio mi cicatriz del ojo. Bajo todavía más la cabeza. Veo mi reflejo en el lago. Mis cicatrices, las que me hicieron con el hierro rojo y las que recibí en las mis misiones de las tierras de los humanos. Todas fueron causadas por lo que acepté ser: Renegado. Desterrado. No puedo volver a Sandorai. Era un crío cuando las autoridades decidieron acusarme de un crimen que no recuerdo. Han pasado muchos años. Mi memoria falla. Recuerdo las lágrimas de mi madre. Ella se quedó de pie mirando, sus brazos caídos como si fueran ramas secas. Ella gritó casi tanto como yo cuando el hierro rojo tocó mi cara. Recuerdo el aroma a la carne, mi carne, quemada. No recuerdo lo que decía mi madre, ni el resto del público, al ver mi tortura. Reírse de mí es una burla a todo aquello que recuerdo y lo que no.
Respiro tranquilo, sosegado. Helyare me ha salvado de morir por la luz azul. La luz azul es de su compañera hada. Helyare intentó matarme, pero también me ha salvado. Pienso en muchas cosas. Estoy cansado. No quiero enfadarme. Se esté o no burlando de mí, estoy muy cansado como para discutir. Todavía me duelen ciertas partes de mi cuerpo. Las quemaduras han desaparecido, pero el dolor persiste. No quiero enfadarme. Doy otro mordisco al bollo de crema. El azúcar evita que piense en lo que no quiero pensar. Helyare, ¿se llamará de verdad Helyare?
-No tienes la marca- digo finalmente. Las palabras salen de mi boca sin que me dé cuenta, como si fueran movidas por una presión que no puedo controlar-Puedes ir donde quieras. No eres como yo. No te rías de mí. No sabes que es ser como yo. Antes lo dije: Renegado, desterrado. Los elfos como tú me matarán si piso vuestra tierra. Me matarás como casi hizo tu amiga- señalo el hada con la cabeza- A ti nadie te matará. No tienes ninguna marca. Eres guapa- suspiro- No como yo-.
En un arrebato de furia, lanzo el bollo de crema rosa que sostengo en las manos contra mi reflejo del lago. El hada agita el puño molesta por las gotas que le han salpicado, parece gritar algo sin voz.
-Lo siento. No he pensado. Me molesta que se rías de mí. Me molesta que hables sin saber lo que sufrí-. Me molestan más cosas: Cómo se comporta, que se esconda bajo el agua, que se parezca a Merrigan, que su compañera me haya intentado matar y, lo más molesto de todo, que me haya salvado la vida.
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
El vapor del agua opacaba su vista parcialmente y entumecía sus músculos. Empezaba a sentirse mareada y sabía que tenía que salir de allí pronto. Pero ese calor que desprendía el agua aún no conseguía que el frío que sentía la abandonase. Escuchaba las palabras del elfo como si fueran lejanas y sólo reaccionó cuando notó el dedo de Sarez tocar su cara. Al instante apartó el rostro, sobresaltada. No entendía por qué había hecho eso, pero solía asociarse a una caricia cariñosa y por eso giró la cara.
Aún así se quedó escuchando todo, mientras su mente viajaba al pasado para recuperar ciertos recuerdos acerca de los desterrados. Cuando era pequeña, más pequeña que Luinil, incluso, su madre les explicó a ella y a su grupo, que el método para marcar a esos renegados era quemarles una parte de la cara, cerca del ojo. Pero que habían tenido que cambiarlo, pues muchos tenían el poder de curarse y vivir una vida normal en las ciudades humanas. Su mente seguía recordando cómo de pequeños miraban con asco a esa gente, imaginaban lo que les harían si los encontrasen de frente. Recordaba sus brutales palabras hasta que las gotas salpicaron su cabeza y volvió al presente; de reojo miró qué había sido. Sarez había lanzado contra el agua el bollo que estaba comiendo y al momento, Helyare se giró, quedando frente a él sin salir del agua aún. –Hace tiempo que el método para marcar cambió. –A la vez que decía eso, con su mano iba apartando los mechones de su pelo que se quedaban pegados a su cara, colocándoselos tras su oreja izquierda, dejando ver que la tenía parcialmente mutilada. El pico que caracterizaba a los de su raza no estaba, en su lugar había un tajo en diagonal en la parte superior. Ella ni siquiera miraba a Sarez, más bien su vista se perdía en el bollo, que iba reblandeciéndose. Colocó su otra mano bajo el dulce y la levantó, tratando de cogerlo íntegro y que no se despedazase dentro del laguito. Al momento lo lanzó a la orilla, sin apenas usar fuerza. –Los antiguos elfos marcados con hierro conseguían usar sus manos sanadoras sobre sí mismos y opacar la maldición del destierro. –Explicó, con voz tenue. –Pero una parte cercenada no se puede recuperar. Sólo los altos sacerdotes podrían. –Suspiró. –Esta marca acompañará para siempre a quien dejó perder su honor, vaya donde vaya. Y todos podrán ver que defraudó a sus hermanos. –Apretó los labios, tratando de continuar y mantener su voz sin quebrarla. –Pero aun así, tienen otra forma de que nunca puedas recuperarte: anulan la magia de quien es forzado a abandonar Sandorai. –Se miró un momento la mano con la que había tomado el bollo, dando a entender que no podía usar sus poderes sanadores, por eso había tenido que recurrir a taponar sus heridas y a usar un bollo. Ella no podía curar el cuerpo de nadie, ni siquiera el suyo. –Impiden que puedas sanar tu cuerpo, el regalo con el que te honran los dioses queda mellado, marcado. Y no podrás hacer nada por evitarlo, más que impedir que las miradas se claven en ti, incluida la tuya propia, porque cada marca es una ofensa a nuestros dioses. –Mientras hablaba se levantó, apoyando los pies en una piedra cercana a la orilla, justo frente a Sarez. El agua sólo le cubría hasta los gemelos, todo lo demás quedó al descubierto para el elfo, dejando ver la infinidad de marcas de diferentes tamaños que cubrían su nívea piel. Algunas parecían rayos de color blanquecino y rojizo y cubrían una gran superficie, otras eran cicatrices sin más, como la que tenía en el antebrazo derecho, la más vistosa. Ocasionada por una pelea en Vulwulfar. Otras eran de golpes, contusiones, moratones o heridas muy recientes.
Nillë se ocultó tras la roca, avergonzada, acabando con el pequeño haz de luz que se podía ver entre las piedras. Estaba escondida.
Sin decir nada tomó una de las manos del elfo y la dejó reposar en una de sus piernas, guiándosela hacia arriba con sumo cuidado, dejando que él mismo notase las irregularidades que esas marcas generaban en su piel. –¿Crees que me río de ti? –Su forma de hablar era casi un susurro. Cerró los ojos y negó un par de veces, sutilmente. –No me las hicieron por insultar, sino por intentar regresar a Sandorai.
Dejó de guiar la mano de Sarez por su piel y paró de hablar durante unos instantes. Ni siquiera ella misma era capaz de mirarse, trataba de evitar encontrarse con su cuerpo, así que miraba al elfo o la orilla el lugar, pero nunca bajaba tanto la vista como para ver su piel. –Estoy condenada a muerte. –Hizo otra pausa para tomar aire. –Los elfos como yo, mis hermanos, son quienes me han juzgado y han decidido mi destino. –Se mantuvo ahí, quieta, mientras las gotas de agua seguían deslizándose sobre su cuerpo. –¿Y piensas que soy guapa? –Su tono cambió a irónico. –Ningún elfo que conserve su honra podría tocarme sin perderla, sin ser juzgado como lo he sido yo. Sería portar deshonor para él y para toda su familia por el simple hecho de acercarse a mí sin intenciones de matarme. Mi cuerpo es un insulto para nuestros Dioses, que han dejado de velar por mí desde que tuve que abandonar Sandorai. Me oculto como una miserable humana pudorosa porque no puedo mirarme sin sentir que doy asco. –Parecía ser presa de la rabia en esos momentos, sus manos, cerradas y apretadas, temblaban. No miraba al elfo, sino que tenía la cabeza girada hacia un lado. El agua la distraía de sus pensamientos, aunque el calor estuviese dejándola débil. Pasó una de sus manos por la cara, evitando que sus lágrimas volviesen a caer, y recolocando los mechones de su pelo para ocultar su marca.
El elfo era igual que ella, se volvía a ver reflejada en él como cuando lo vio por primera vez en Lunargenta. Y se asustó tanto como la primera vez. ¿Iba a acabar como él? Vagando sin rumbo, condenado… Sí, como estaba ahora mismo. No podría volver a recuperar su vida.
Sin mirar a Sarez volvió a hablar, había una pregunta que no abandonaba su cabeza, pero que a la vez temía hacer. Mas no pudo evitarlo. –¿Cuánto tiempo ha pasado desde que… te fuiste?
Aún así se quedó escuchando todo, mientras su mente viajaba al pasado para recuperar ciertos recuerdos acerca de los desterrados. Cuando era pequeña, más pequeña que Luinil, incluso, su madre les explicó a ella y a su grupo, que el método para marcar a esos renegados era quemarles una parte de la cara, cerca del ojo. Pero que habían tenido que cambiarlo, pues muchos tenían el poder de curarse y vivir una vida normal en las ciudades humanas. Su mente seguía recordando cómo de pequeños miraban con asco a esa gente, imaginaban lo que les harían si los encontrasen de frente. Recordaba sus brutales palabras hasta que las gotas salpicaron su cabeza y volvió al presente; de reojo miró qué había sido. Sarez había lanzado contra el agua el bollo que estaba comiendo y al momento, Helyare se giró, quedando frente a él sin salir del agua aún. –Hace tiempo que el método para marcar cambió. –A la vez que decía eso, con su mano iba apartando los mechones de su pelo que se quedaban pegados a su cara, colocándoselos tras su oreja izquierda, dejando ver que la tenía parcialmente mutilada. El pico que caracterizaba a los de su raza no estaba, en su lugar había un tajo en diagonal en la parte superior. Ella ni siquiera miraba a Sarez, más bien su vista se perdía en el bollo, que iba reblandeciéndose. Colocó su otra mano bajo el dulce y la levantó, tratando de cogerlo íntegro y que no se despedazase dentro del laguito. Al momento lo lanzó a la orilla, sin apenas usar fuerza. –Los antiguos elfos marcados con hierro conseguían usar sus manos sanadoras sobre sí mismos y opacar la maldición del destierro. –Explicó, con voz tenue. –Pero una parte cercenada no se puede recuperar. Sólo los altos sacerdotes podrían. –Suspiró. –Esta marca acompañará para siempre a quien dejó perder su honor, vaya donde vaya. Y todos podrán ver que defraudó a sus hermanos. –Apretó los labios, tratando de continuar y mantener su voz sin quebrarla. –Pero aun así, tienen otra forma de que nunca puedas recuperarte: anulan la magia de quien es forzado a abandonar Sandorai. –Se miró un momento la mano con la que había tomado el bollo, dando a entender que no podía usar sus poderes sanadores, por eso había tenido que recurrir a taponar sus heridas y a usar un bollo. Ella no podía curar el cuerpo de nadie, ni siquiera el suyo. –Impiden que puedas sanar tu cuerpo, el regalo con el que te honran los dioses queda mellado, marcado. Y no podrás hacer nada por evitarlo, más que impedir que las miradas se claven en ti, incluida la tuya propia, porque cada marca es una ofensa a nuestros dioses. –Mientras hablaba se levantó, apoyando los pies en una piedra cercana a la orilla, justo frente a Sarez. El agua sólo le cubría hasta los gemelos, todo lo demás quedó al descubierto para el elfo, dejando ver la infinidad de marcas de diferentes tamaños que cubrían su nívea piel. Algunas parecían rayos de color blanquecino y rojizo y cubrían una gran superficie, otras eran cicatrices sin más, como la que tenía en el antebrazo derecho, la más vistosa. Ocasionada por una pelea en Vulwulfar. Otras eran de golpes, contusiones, moratones o heridas muy recientes.
Nillë se ocultó tras la roca, avergonzada, acabando con el pequeño haz de luz que se podía ver entre las piedras. Estaba escondida.
Sin decir nada tomó una de las manos del elfo y la dejó reposar en una de sus piernas, guiándosela hacia arriba con sumo cuidado, dejando que él mismo notase las irregularidades que esas marcas generaban en su piel. –¿Crees que me río de ti? –Su forma de hablar era casi un susurro. Cerró los ojos y negó un par de veces, sutilmente. –No me las hicieron por insultar, sino por intentar regresar a Sandorai.
Dejó de guiar la mano de Sarez por su piel y paró de hablar durante unos instantes. Ni siquiera ella misma era capaz de mirarse, trataba de evitar encontrarse con su cuerpo, así que miraba al elfo o la orilla el lugar, pero nunca bajaba tanto la vista como para ver su piel. –Estoy condenada a muerte. –Hizo otra pausa para tomar aire. –Los elfos como yo, mis hermanos, son quienes me han juzgado y han decidido mi destino. –Se mantuvo ahí, quieta, mientras las gotas de agua seguían deslizándose sobre su cuerpo. –¿Y piensas que soy guapa? –Su tono cambió a irónico. –Ningún elfo que conserve su honra podría tocarme sin perderla, sin ser juzgado como lo he sido yo. Sería portar deshonor para él y para toda su familia por el simple hecho de acercarse a mí sin intenciones de matarme. Mi cuerpo es un insulto para nuestros Dioses, que han dejado de velar por mí desde que tuve que abandonar Sandorai. Me oculto como una miserable humana pudorosa porque no puedo mirarme sin sentir que doy asco. –Parecía ser presa de la rabia en esos momentos, sus manos, cerradas y apretadas, temblaban. No miraba al elfo, sino que tenía la cabeza girada hacia un lado. El agua la distraía de sus pensamientos, aunque el calor estuviese dejándola débil. Pasó una de sus manos por la cara, evitando que sus lágrimas volviesen a caer, y recolocando los mechones de su pelo para ocultar su marca.
El elfo era igual que ella, se volvía a ver reflejada en él como cuando lo vio por primera vez en Lunargenta. Y se asustó tanto como la primera vez. ¿Iba a acabar como él? Vagando sin rumbo, condenado… Sí, como estaba ahora mismo. No podría volver a recuperar su vida.
Sin mirar a Sarez volvió a hablar, había una pregunta que no abandonaba su cabeza, pero que a la vez temía hacer. Mas no pudo evitarlo. –¿Cuánto tiempo ha pasado desde que… te fuiste?
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Desde que se marchó Idril nunca he vuelto a tocar a nadie como estoy tocando a Helyare. Temo hacerle daño sin querer, bastante parece haber sufrido en su castigo. Tomo una de las muchas cicatrices, blancas como un hueso, y la sigo por el taco. Mis dedos suben, lentamente, desde sus piernas hasta sus caderas. Cierro los ojos y me imagino el momento en el que le hicieron la cicatriz que sigo con los dedos. Veo un elfo alto de cabello moreno. Sostiene una espada que brilla con la misma tonalidad que lo hizo el hada de Helyare. La elfa está atada en un camastro de hierro, las cuerdas le aprietan y están manchadas de sangre. El elfo de cabello moreno clava el cuchillo en la pierna, con la mano libre sostiene la mandíbula de la prisionera para que no se suicide tragándose la lengua. Al mismo ritmo que avanzan mis dedos por la nívea piel de Helyare, también lo hace el cuchillo del elfo de mi imaginación. Instintivamente, uso mis habilidades curativas. Creo poder curar el daño que le hicieron, que le siguen haciendo.
Mis manos han llegado hasta su cintura, la sostengo con cuidado como si estuviera cogiendo algo de gran valor. Ella dice que es repugnante, que da asco. Se insulta con palabras peores de las que utilizó con Merrigan. Suena extraño, pero puedo entender por qué lo hace, por qué se odia. Sentí algo parecido hace muchos años. Cada vez que me miraba en el reflejo del río o por los cristales de las ciudades humanas, tenía la necesidad de acariciar mi cicatriz en el ojo y de odiarme por llevarla. No recuerdo si pensé en los Dioses como piensa Helyare, hace décadas que he olvidado los nombres de los Dioses élficos; pero sí pensé en mi cuerpo como lo hace ella con el suyo. Lo habían destruido, me había destruido. No merecía estar con nadie, todos al mi alrededor eran mejores que yo. Fueran elfos, humanos o animales; estaban por encima de mí. Tardé años en hablar atreverme a hablar con una persona, una humana, ella fue Merrigan (la madre); la primera mujer a la que toqué como estoy tocando a Helyare. Le dije que no merecía estar con ella, que daba asco y que se fuera. No le hice explotar, pero le lancé piedras para alejarla de mí. Ella siguió viniendo.
-No das asco- repetí las mismas palabras, con la misma tonalidad, que Merrigan me las dijo a mí – No vuelvas a decirlo-.
Mi cabeza es un mar de recuerdos que creía haber olvidado y sensaciones que no sé describir. Por un lado, siento dulzura y empatía por Helyare; ella es como yo fui. Pero, por otro lado, estoy furioso, enfadado con ella. Con sus palabras y su manera de ser, no solo se está haciendo daño a ella es ahora, sino también al yo que fui. Pienso en abofetearla para hacerla callar, es la única manera. Pronto retiro la idea, me doy cuenta que para abofetearla debo retirar las manos de su cintura y no quiero hacerlo. Quiero seguir intentando sanar lo que sé que no se puede curar, ascender por las líneas de sus cicatrices y conocerla, no por las palabras que dice, sino por las marcas de su piel.
La miro de frente, ella es una cabeza más baja que yo. Me llega el aroma de su pelo mojado, huele al calor de los agujeros de agua y madreselva. Lo aspiro despacio, me ayuda a pensar en lo que quiero decir y cómo quiero decirlo. Es complicado. Comprendo por lo que ha sucedido, pero no soy bueno con las palabras. Nunca me he visto en una situación en la que tenga que animar a alguien, siempre fue al revés: Merrigan (madre e hija), Idril… me ayudaron a mí, yo no hice nada por ellas.
-No das asco- repetido como si fuera lo único que supiera decir. Al cabo de unos cortos segundos, vuelvo a hablar- Si lo dieras no te tocaría. Si es una deshonra estar a tu lado, seré un deshonroso. – mi voz suena con seguridad aunque desconozco el significado de “deshonra”. - Me has sanado de la explosión de tu hada, has pedido disculpas por hablar mal de Merrigan y me has enseñado tus debilidades. Podrías haberme dejado e irte corriendo. A mí me parece que eres hermosa. – mis dedos suben hasta un lugar de su piel carente de cicatrices, muy cerca de sus pechos- No eres toda cicatrices-.
Miro su tez buscando alguna pista en los gestos de la cara que me indiquen si he hablado bien o si, por el contrario, he hablado como de costumbre. Temo que sea lo segundo. He molestado a mucha gente por no saber comunicarme; los guardias humanos me lo han dicho muchas veces: “Aprende a hablar nuestro idioma, elfo”. Se equivocan, no es por la lengua, es por las personas. Conozco algunas palabras, cada día unas pocas más. Puedo construir frases con la que la gente me comprenda. Sin embargo, todavía no sé expresar todo lo que me gustaría usando nada más que las palabras ni tampoco sé que palabras son adecuadas para tal momento. Merrigan (hija) me ha ayudado mucho con lo segundo. Si estuviera aquí, al lado de Helyare, me imagino que diría que está prohibido utilizar la palabra destierro, castigo o cicatrices. Palabras que he usado y repetido al hablar con elfa.
Helyare conoce las palabras prohibidas en cada situación. Cuando me pregunta, se toma unos segundos para pensar y luego decir ”te fuiste”. Creo que iba a decir una palabra prohibida.
-Mucho. No lo recuerdo – miro las nubes buscando una respuesta – Muchísimo. Merrigan dice tener 40 años, pero creo que tiene más. La concebí cuando después de varias décadas…- pienso en las palabras prohibidas- fuera- podría terminar aquí, dejarlo como si nada y seguir viendo las nubes sin soltar el cuerpo de Helyare, no sé por qué sigo hablando- No ha pasado tiempo para ti. Te hace daño. Es muy reciente. Pasará. Todo pasa. – yo también le muestro mi debilidad: - Sueño en los árboles de los elfos, SA-AN-DO-RA-I – digo muy lentamente, hace tiempo que no pronunciaba ese nombre. – Volveré y no podrán matarme. Me he convertido en algo más fuerte que un elfo, pienso que lo soy. Sueño con ese día. El día que me den respuestas. El día en el que sepa hablar bien y me crean cuando diga que yo no le asesiné. Ahora, también soñaré con curar tus heridas. En vez de un cuchillo, son unas manos y te están curando. Dejarás de hacerte daño. No te insultarás-.
Mis manos retoman su camino. Llegan a los senos de Helyare, vuelven a aparecer las cicatrices en su piel. Cojo sus pechos haciendo uso de toda la concentración mágica que dispongo.
-Desparecerá. Todo desaparecerá-.
Mis manos han llegado hasta su cintura, la sostengo con cuidado como si estuviera cogiendo algo de gran valor. Ella dice que es repugnante, que da asco. Se insulta con palabras peores de las que utilizó con Merrigan. Suena extraño, pero puedo entender por qué lo hace, por qué se odia. Sentí algo parecido hace muchos años. Cada vez que me miraba en el reflejo del río o por los cristales de las ciudades humanas, tenía la necesidad de acariciar mi cicatriz en el ojo y de odiarme por llevarla. No recuerdo si pensé en los Dioses como piensa Helyare, hace décadas que he olvidado los nombres de los Dioses élficos; pero sí pensé en mi cuerpo como lo hace ella con el suyo. Lo habían destruido, me había destruido. No merecía estar con nadie, todos al mi alrededor eran mejores que yo. Fueran elfos, humanos o animales; estaban por encima de mí. Tardé años en hablar atreverme a hablar con una persona, una humana, ella fue Merrigan (la madre); la primera mujer a la que toqué como estoy tocando a Helyare. Le dije que no merecía estar con ella, que daba asco y que se fuera. No le hice explotar, pero le lancé piedras para alejarla de mí. Ella siguió viniendo.
-No das asco- repetí las mismas palabras, con la misma tonalidad, que Merrigan me las dijo a mí – No vuelvas a decirlo-.
Mi cabeza es un mar de recuerdos que creía haber olvidado y sensaciones que no sé describir. Por un lado, siento dulzura y empatía por Helyare; ella es como yo fui. Pero, por otro lado, estoy furioso, enfadado con ella. Con sus palabras y su manera de ser, no solo se está haciendo daño a ella es ahora, sino también al yo que fui. Pienso en abofetearla para hacerla callar, es la única manera. Pronto retiro la idea, me doy cuenta que para abofetearla debo retirar las manos de su cintura y no quiero hacerlo. Quiero seguir intentando sanar lo que sé que no se puede curar, ascender por las líneas de sus cicatrices y conocerla, no por las palabras que dice, sino por las marcas de su piel.
La miro de frente, ella es una cabeza más baja que yo. Me llega el aroma de su pelo mojado, huele al calor de los agujeros de agua y madreselva. Lo aspiro despacio, me ayuda a pensar en lo que quiero decir y cómo quiero decirlo. Es complicado. Comprendo por lo que ha sucedido, pero no soy bueno con las palabras. Nunca me he visto en una situación en la que tenga que animar a alguien, siempre fue al revés: Merrigan (madre e hija), Idril… me ayudaron a mí, yo no hice nada por ellas.
-No das asco- repetido como si fuera lo único que supiera decir. Al cabo de unos cortos segundos, vuelvo a hablar- Si lo dieras no te tocaría. Si es una deshonra estar a tu lado, seré un deshonroso. – mi voz suena con seguridad aunque desconozco el significado de “deshonra”. - Me has sanado de la explosión de tu hada, has pedido disculpas por hablar mal de Merrigan y me has enseñado tus debilidades. Podrías haberme dejado e irte corriendo. A mí me parece que eres hermosa. – mis dedos suben hasta un lugar de su piel carente de cicatrices, muy cerca de sus pechos- No eres toda cicatrices-.
Miro su tez buscando alguna pista en los gestos de la cara que me indiquen si he hablado bien o si, por el contrario, he hablado como de costumbre. Temo que sea lo segundo. He molestado a mucha gente por no saber comunicarme; los guardias humanos me lo han dicho muchas veces: “Aprende a hablar nuestro idioma, elfo”. Se equivocan, no es por la lengua, es por las personas. Conozco algunas palabras, cada día unas pocas más. Puedo construir frases con la que la gente me comprenda. Sin embargo, todavía no sé expresar todo lo que me gustaría usando nada más que las palabras ni tampoco sé que palabras son adecuadas para tal momento. Merrigan (hija) me ha ayudado mucho con lo segundo. Si estuviera aquí, al lado de Helyare, me imagino que diría que está prohibido utilizar la palabra destierro, castigo o cicatrices. Palabras que he usado y repetido al hablar con elfa.
Helyare conoce las palabras prohibidas en cada situación. Cuando me pregunta, se toma unos segundos para pensar y luego decir ”te fuiste”. Creo que iba a decir una palabra prohibida.
-Mucho. No lo recuerdo – miro las nubes buscando una respuesta – Muchísimo. Merrigan dice tener 40 años, pero creo que tiene más. La concebí cuando después de varias décadas…- pienso en las palabras prohibidas- fuera- podría terminar aquí, dejarlo como si nada y seguir viendo las nubes sin soltar el cuerpo de Helyare, no sé por qué sigo hablando- No ha pasado tiempo para ti. Te hace daño. Es muy reciente. Pasará. Todo pasa. – yo también le muestro mi debilidad: - Sueño en los árboles de los elfos, SA-AN-DO-RA-I – digo muy lentamente, hace tiempo que no pronunciaba ese nombre. – Volveré y no podrán matarme. Me he convertido en algo más fuerte que un elfo, pienso que lo soy. Sueño con ese día. El día que me den respuestas. El día en el que sepa hablar bien y me crean cuando diga que yo no le asesiné. Ahora, también soñaré con curar tus heridas. En vez de un cuchillo, son unas manos y te están curando. Dejarás de hacerte daño. No te insultarás-.
Mis manos retoman su camino. Llegan a los senos de Helyare, vuelven a aparecer las cicatrices en su piel. Cojo sus pechos haciendo uso de toda la concentración mágica que dispongo.
-Desparecerá. Todo desaparecerá-.
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
¿Cuánto tiempo hacía que no sentía las manos de alguien recorriendo su cuerpo desnudo? Sin duda había pasado mucho tiempo; tanto, que la última vez que habían acariciado su piel, ésta aún era tersa y lisa. Cerró los ojos al notar cómo las manos de Sarez recorrían sus muslos hasta detenerse en sus caderas. Sus recuerdos evocados eran de un tiempo en el que ella aún era feliz, donde todavía tenía a alguien a su lado que la acariciaba de forma parecida, con suavidad, con delicadeza. A esas caricias le seguían besos, pero no esta vez. A estas, les seguía una agradable sensación de calor. Lo notaba, emanaba del elfo y ascendía a la vez que lo hacían sus manos, esa sensación hacía que se sintiera realmente bien.
Abrió los ojos de golpe cuando las caricias se detuvieron en su cintura. Y volvió a encontrarse con la realidad; no era Arzhak quien esta vez había posado sus manos sobre ella, ni su hermano, a quien había deseado que lo hiciera desde hacía tanto tiempo… Era otro elfo, a quien Nillë había atacado, quien estaba frente a ella: Sarez. Y repetía que no daba asco.
En su mente, Helyare reproducía las mismas palabras de él con un tono mitad incrédulo, mitad burlesco. ¿Qué no daba asco? Los vapores del agua debían estar haciendo mella en sus sentidos. Sólo había que verla. Su cuerpo había dejado de ser coronado por los dioses a ser un simple despojo, como el de cualquier humano. Estaba marcado, descuidado y dañado. Atrás quedó su inigualable belleza, envidiada y deseada, a la par, por los clanes vecinos. Atrás quedaron sus energías para luchar, sus ansias de ser grande, su ímpetu. Todo eso se había hundido en el mar cuando se fue de Sandorai. Lo había intentado, cada día había luchado por intentar revocar su castigo, por tratar de hacer las cosas bien. De nada había servido el haber vencido a una bruja que se dedicaba a cazar elfos, de nada había servido defenderse de una familia de hechiceros o intentar batirse contra otra. Tan solo había ido a peor y cada lucha había dejado una marca en su piel. Sus misiones habían sido un fracaso: no había logado encontrar a Arzhak, ni defender a su pueblo, ni conseguir una pizca de su honor perdido, nada. Al contrario, estaba condenada a muerte. ¿Y ese elfo decía que no daba asco? A la pelirroja aún le seguía sorprendiendo que fueran caricias y no golpes. Estaba bastante tensa, aún, pese a que el calor de sus manos la relajaba.
–No mientas –comentó la elfa volteando la cara–, aunque digas que no, yo sé que esto que ves es horrible. Nadie me ha tocado desde… –hizo un leve pausa para buscar la palabra correcta –antes de irme. Los elfos que mantienen su honor no quieren una vida como la nuestra –en ese momento sí miró a Sarez, incluyéndole en ese grupo de marginados. Se notaba resentida en ese comentario pues había comprobado de primera mano el tener que mantener un abismo de distancia, invisible, con quien había sido su amigo. –No soy hermosa. Lo fui… –se mordió el labio, recordando momentos en los que aún vivía en el bosque. En los que todo esto parecía tan imposible que era estúpido pensar en un supuesto. –hace tiempo. Ahora… tú lo has dicho: no soy nadie –dibujó una amarga sonrisa en su rostro, abatida por no poder hacer más con su vida, la cual sentía que se escapaba de su control.
La elfa notaba que sus manos ascendían un poco más y con ellas también el calor, que empezó a recorrer su torso desnudo. Esa energía era como un placebo que embotaba sus sentidos pero a la vez hacía que se sintiera bien, liviana, sin heridas. Ese calor estaba consiguiendo derrotar al frío que, desde hacía tiempo, invadía su cuerpo y que ni el agua ardiente de las pozas ha conseguido aplacar.
A pesar de la cercanía escuchaba al elfo como si estuviera más alejado, como si sus oídos estuviesen taponados, y su cabeza parecía que iba a explotar de un momento a otro. Le miraba con cierta incertidumbre, era incapaz de asimilar lo que le había dicho: más de cuarenta años hacía que se había ido. Cuarenta años sin poder volver a casa, días enteros escondiéndose, esquivando los juicios de la gente, manteniéndose oculto. Incontables horas sin rumbo fijo, eternas, pensando a cada rato qué sería de su vida si no hubiese pasado. Minutos interminables, horas perdidas, días malgastados hasta conseguir hacer pasar más de cuarenta años, solo, sin nadie con quien compartir pensamientos, sin nadie con quien simplemente poder hablar, sin alegría, sin identidad. Sólo una vida para caminar y desaparecer, sin poder volver atrás, sin ver a los seres queridos.
La respiración de Helyare se aceleró y se volvió entrecortada. Empalideció más aún y sus manos temblorosas intentaron agarrar con fuerza los antebrazos del elfo, pues tenía la sensación que si no lo hacía caería en un inmenso pozo de tinieblas del que no podría salir, y ya se encontraba en la oscuridad más absoluta, no quería volver. Le sujetó con todas sus fuerzas o eso creía ella. En realidad apenas podía agarrarle bien. El lugar donde estaban se estaba haciendo cada vez más y más grande, o ella más pequeña. Trató de apretar con más fuerza a Sarez, no quería que se fuera.
–Más de cuarenta… –pese a pensarlo, lo había dicho en voz baja. Sintió como si los dioses le arrancaban otro trozo de su alma y cómo esta se quebraba en pedazos más pequeños. ¿Qué le quedaba ya? ¿Otra media vida sin volver a ver a su familia? Eso si no la mataban. ¿Y más de cuarenta años viendo atrocidades como había tenido que ver? Rituales en los que obligaban a chicas a tener sexo, brujos que se divertían haciendo campeonatos de caza de elfos, especies tan horribles que metían a jóvenes en crisálidas…
¿Esas eran las opciones que tenía? O no volver a ver a su familia mientras presenciaba cosas parecidas, sin nadie a su lado, o encontrarse con sus antiguos hermanos y esperar morir como si fuera una miserable bruja. ¿Y ya? ¿No había más?
De nuevo las lágrimas volvieron a deslizarse por sus mejillas, mas no lo notaba. Sarez tenía razón en algo que había dicho: aún le dolía. ¿Tendría que esperar tanto tiempo para que ya no doliera? –No pasará… –musitó de la misma forma. Estaba aterrada, temblaba y su mente quedó bloqueada por esas ideas tan espantosas. No era capaz de reaccionar y tan solo estaba ahí, quieta. Ya no había esperanza para ellos, no después de tanto tiempo. El elfo aún creía poder volver, pero era imposible.
Sentía sus manos congeladas pese al calor que hacía ahí y el peso de la losa que cargaba estaba haciendo que su cuerpo se sintiese débil. Si no hubiera estado agarrando al elfo podría haberse caído de la piedra donde estaba apoyada. Sus ojos estaban clavados en Sarez, pero no lo miraba a él, sino a lo que era: un desterrado que había pasado más de cuarenta años vagando sin rumbo por todo Aerandir. No le salían las palabras y su respiración seguía siendo ahogada.
De lejos, tan solo podía escuchar cómo el elfo se esmeraba en curar sus heridas. ¿Para qué? ¿Qué quería curar? Las manos de él cubrían ahora sus pechos, emanando el calor de antes, incluso con más intensidad, que volvía a subir por su cuerpo. Ese calor que aliviaba la sensación de ahogo, que la relajaba, era lo único que podía sentir en esos momentos. Sacudió ligeramente la cabeza, de forma casi imperceptible. Su respiración seguía siendo entrecortada, pero al menos había “despertado”. El frío estaba siendo aplacado, de nuevo, por la magia de Sarez.
Dio un pequeño paso hacia delante y le miró, mordiéndose el labio inferior –Alassenyan, áva pusta… –susurró a la vez que ella llevaba una de sus manos hacia la herida que Nillë le había hecho al elfo. Estaba casi curada, por suerte, pero aún estaba reciente. Quería intentarlo de nuevo, regalarle la luz a él como estaba haciendo con ella, que sintiera la agradable sensación del calor recorriendo su cuerpo. Con cuidado y ciertas dudas sobre si estaba haciendo bien o no, acercó su mano al rostro de él e intentó usar su magia, pero seguía siendo negada para alguien como ella. Cerró los ojos, embriagándose de la maravillosa sensación al sentir las manos del elfo recorrer su cuerpo, regalándole ese calor que tanto anhelaba y que ella no podía dar. La herida de Sarez seguía estando como antes de tocar su rostro, él no podría sentir el calor que le estaba haciendo sentir a ella y que hacía que el frío desapareciese.
Su otra mano seguía apoyada en el brazo del elfo, no quería soltarle y que desapareciese. No en ese momento.
Las palabras de aliento de Sarez eran inútiles para ella, pero se había quedado para sanar sus heridas, aunque no entendía por qué. No podía evitar estar agradecida en el fondo, pues a pesar de que era inútil, lo seguía intentando. El calor que recorría su cuerpo era lo único que alcanzaba a sentir, lo único que alejaba el frío, lo único que podía combatir contra esos malditos pensamientos que le recordaban que él había estado más de cuarenta años solo. Sólo tenía que dejarse llevar por esa sensación, era lo más agradable que había sentido en tanto, tanto tiempo, que no quería que terminase. Y quería seguir intentando que él también la sintiera.
Abrió los ojos de golpe cuando las caricias se detuvieron en su cintura. Y volvió a encontrarse con la realidad; no era Arzhak quien esta vez había posado sus manos sobre ella, ni su hermano, a quien había deseado que lo hiciera desde hacía tanto tiempo… Era otro elfo, a quien Nillë había atacado, quien estaba frente a ella: Sarez. Y repetía que no daba asco.
En su mente, Helyare reproducía las mismas palabras de él con un tono mitad incrédulo, mitad burlesco. ¿Qué no daba asco? Los vapores del agua debían estar haciendo mella en sus sentidos. Sólo había que verla. Su cuerpo había dejado de ser coronado por los dioses a ser un simple despojo, como el de cualquier humano. Estaba marcado, descuidado y dañado. Atrás quedó su inigualable belleza, envidiada y deseada, a la par, por los clanes vecinos. Atrás quedaron sus energías para luchar, sus ansias de ser grande, su ímpetu. Todo eso se había hundido en el mar cuando se fue de Sandorai. Lo había intentado, cada día había luchado por intentar revocar su castigo, por tratar de hacer las cosas bien. De nada había servido el haber vencido a una bruja que se dedicaba a cazar elfos, de nada había servido defenderse de una familia de hechiceros o intentar batirse contra otra. Tan solo había ido a peor y cada lucha había dejado una marca en su piel. Sus misiones habían sido un fracaso: no había logado encontrar a Arzhak, ni defender a su pueblo, ni conseguir una pizca de su honor perdido, nada. Al contrario, estaba condenada a muerte. ¿Y ese elfo decía que no daba asco? A la pelirroja aún le seguía sorprendiendo que fueran caricias y no golpes. Estaba bastante tensa, aún, pese a que el calor de sus manos la relajaba.
–No mientas –comentó la elfa volteando la cara–, aunque digas que no, yo sé que esto que ves es horrible. Nadie me ha tocado desde… –hizo un leve pausa para buscar la palabra correcta –antes de irme. Los elfos que mantienen su honor no quieren una vida como la nuestra –en ese momento sí miró a Sarez, incluyéndole en ese grupo de marginados. Se notaba resentida en ese comentario pues había comprobado de primera mano el tener que mantener un abismo de distancia, invisible, con quien había sido su amigo. –No soy hermosa. Lo fui… –se mordió el labio, recordando momentos en los que aún vivía en el bosque. En los que todo esto parecía tan imposible que era estúpido pensar en un supuesto. –hace tiempo. Ahora… tú lo has dicho: no soy nadie –dibujó una amarga sonrisa en su rostro, abatida por no poder hacer más con su vida, la cual sentía que se escapaba de su control.
La elfa notaba que sus manos ascendían un poco más y con ellas también el calor, que empezó a recorrer su torso desnudo. Esa energía era como un placebo que embotaba sus sentidos pero a la vez hacía que se sintiera bien, liviana, sin heridas. Ese calor estaba consiguiendo derrotar al frío que, desde hacía tiempo, invadía su cuerpo y que ni el agua ardiente de las pozas ha conseguido aplacar.
A pesar de la cercanía escuchaba al elfo como si estuviera más alejado, como si sus oídos estuviesen taponados, y su cabeza parecía que iba a explotar de un momento a otro. Le miraba con cierta incertidumbre, era incapaz de asimilar lo que le había dicho: más de cuarenta años hacía que se había ido. Cuarenta años sin poder volver a casa, días enteros escondiéndose, esquivando los juicios de la gente, manteniéndose oculto. Incontables horas sin rumbo fijo, eternas, pensando a cada rato qué sería de su vida si no hubiese pasado. Minutos interminables, horas perdidas, días malgastados hasta conseguir hacer pasar más de cuarenta años, solo, sin nadie con quien compartir pensamientos, sin nadie con quien simplemente poder hablar, sin alegría, sin identidad. Sólo una vida para caminar y desaparecer, sin poder volver atrás, sin ver a los seres queridos.
La respiración de Helyare se aceleró y se volvió entrecortada. Empalideció más aún y sus manos temblorosas intentaron agarrar con fuerza los antebrazos del elfo, pues tenía la sensación que si no lo hacía caería en un inmenso pozo de tinieblas del que no podría salir, y ya se encontraba en la oscuridad más absoluta, no quería volver. Le sujetó con todas sus fuerzas o eso creía ella. En realidad apenas podía agarrarle bien. El lugar donde estaban se estaba haciendo cada vez más y más grande, o ella más pequeña. Trató de apretar con más fuerza a Sarez, no quería que se fuera.
–Más de cuarenta… –pese a pensarlo, lo había dicho en voz baja. Sintió como si los dioses le arrancaban otro trozo de su alma y cómo esta se quebraba en pedazos más pequeños. ¿Qué le quedaba ya? ¿Otra media vida sin volver a ver a su familia? Eso si no la mataban. ¿Y más de cuarenta años viendo atrocidades como había tenido que ver? Rituales en los que obligaban a chicas a tener sexo, brujos que se divertían haciendo campeonatos de caza de elfos, especies tan horribles que metían a jóvenes en crisálidas…
¿Esas eran las opciones que tenía? O no volver a ver a su familia mientras presenciaba cosas parecidas, sin nadie a su lado, o encontrarse con sus antiguos hermanos y esperar morir como si fuera una miserable bruja. ¿Y ya? ¿No había más?
De nuevo las lágrimas volvieron a deslizarse por sus mejillas, mas no lo notaba. Sarez tenía razón en algo que había dicho: aún le dolía. ¿Tendría que esperar tanto tiempo para que ya no doliera? –No pasará… –musitó de la misma forma. Estaba aterrada, temblaba y su mente quedó bloqueada por esas ideas tan espantosas. No era capaz de reaccionar y tan solo estaba ahí, quieta. Ya no había esperanza para ellos, no después de tanto tiempo. El elfo aún creía poder volver, pero era imposible.
Sentía sus manos congeladas pese al calor que hacía ahí y el peso de la losa que cargaba estaba haciendo que su cuerpo se sintiese débil. Si no hubiera estado agarrando al elfo podría haberse caído de la piedra donde estaba apoyada. Sus ojos estaban clavados en Sarez, pero no lo miraba a él, sino a lo que era: un desterrado que había pasado más de cuarenta años vagando sin rumbo por todo Aerandir. No le salían las palabras y su respiración seguía siendo ahogada.
De lejos, tan solo podía escuchar cómo el elfo se esmeraba en curar sus heridas. ¿Para qué? ¿Qué quería curar? Las manos de él cubrían ahora sus pechos, emanando el calor de antes, incluso con más intensidad, que volvía a subir por su cuerpo. Ese calor que aliviaba la sensación de ahogo, que la relajaba, era lo único que podía sentir en esos momentos. Sacudió ligeramente la cabeza, de forma casi imperceptible. Su respiración seguía siendo entrecortada, pero al menos había “despertado”. El frío estaba siendo aplacado, de nuevo, por la magia de Sarez.
Dio un pequeño paso hacia delante y le miró, mordiéndose el labio inferior –Alassenyan, áva pusta… –susurró a la vez que ella llevaba una de sus manos hacia la herida que Nillë le había hecho al elfo. Estaba casi curada, por suerte, pero aún estaba reciente. Quería intentarlo de nuevo, regalarle la luz a él como estaba haciendo con ella, que sintiera la agradable sensación del calor recorriendo su cuerpo. Con cuidado y ciertas dudas sobre si estaba haciendo bien o no, acercó su mano al rostro de él e intentó usar su magia, pero seguía siendo negada para alguien como ella. Cerró los ojos, embriagándose de la maravillosa sensación al sentir las manos del elfo recorrer su cuerpo, regalándole ese calor que tanto anhelaba y que ella no podía dar. La herida de Sarez seguía estando como antes de tocar su rostro, él no podría sentir el calor que le estaba haciendo sentir a ella y que hacía que el frío desapareciese.
Su otra mano seguía apoyada en el brazo del elfo, no quería soltarle y que desapareciese. No en ese momento.
Las palabras de aliento de Sarez eran inútiles para ella, pero se había quedado para sanar sus heridas, aunque no entendía por qué. No podía evitar estar agradecida en el fondo, pues a pesar de que era inútil, lo seguía intentando. El calor que recorría su cuerpo era lo único que alcanzaba a sentir, lo único que alejaba el frío, lo único que podía combatir contra esos malditos pensamientos que le recordaban que él había estado más de cuarenta años solo. Sólo tenía que dejarse llevar por esa sensación, era lo más agradable que había sentido en tanto, tanto tiempo, que no quería que terminase. Y quería seguir intentando que él también la sintiera.
- Traducción:
- Alassenyan, áva pusta… - Por favor, no te detengas...
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
La chica susurra la edad de Merrigan. Noto asombro y temor en su tono de voz. ¿Piensa que son muchos años? Ella debe tener una edad parecida; veinte años más o veinte años menos. Perdí la noción del tiempo hace muchos años. Para mí, el día que Idril se fue de mi lado y el día de mi destierro ocurrieron a la vez. No sé distinguir cuánto tiempo ha pasado de un acontecimiento a otro; menos distinguir que edad tienen las personas que me rodean. Puedo hacerme una idea cercana gracias a lo que Merrigan me ha enseñado; la piel más gris que blanca, las arrugas bajo de los ojos, el cabello haciéndose más pálido en sus raíces…. Los cambios son muy livianos para poder determinar, de manera exacta, la edad de una persona. Merrigan dice que con los humanos es más fácil porque ellos envejecen muy rápido. Para mí, es igual de difícil tanto para humanos como para elfos y brujos. Si pienso que Helyare tiene la misma edad que Merrigan es porque ambas me llegan a la altura del pecho y porque tienen el mismo color de cabello; nada más.
¿Qué hay de mí? ¿Cuántos años tengo? Helyare tal vez lo sepa. Cuando veo mi reflejo, no sé quién está al otro lado. He pasado mucho tiempo de mi vida solo, sin hablar con nadie y sin fijarme en mi aspecto. Recuerdo la vez que Idril me compró ropa de humano; no me reconocí en el espejo. Pensé que aquel, por mucho que Idril y el dependiente conejo insistiesen, no era yo. La vestimenta no tenía nada que ver, era por mi altura, lo largo que era mi cabello o mi complexión física. No llegaba a reconocer mi edad. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que me fijé en mi espejo? Más que el doble de cuarenta; de eso estoy seguro aunque no supiera determinarlo.
Me entretengo pensando en el tiempo pasado sin darle importancia a lo que sucede aquí y ahora. Helyare ha dicho algo que no he tendido porque no le he prestado atención. Bajo la cabeza avergonzado. Ella, vuelve a decir unas palabras entre susurros a la vez que da un paso hacia delante. Aunque le estoy prestando atención y concentrándome en lo que dice, sigo sin comprender en lo que dice. Sucede a menudo, más veces de lo que quisiera. No conozco todas las palabras de la lengua común; Idril me enseñó unas pocas y Merrigan otras tantas; no son suficientes. Hay palabras extrañas, las que hablan sobre estudios o sobre los sentimientos más complejos, que ni siquiera soy capaz de volver a repetir. Pienso en lo que ha dicho Helyare y muevo la boca como si estuviera repitiendo lo que dice. El resultado, lo que suena en mis labios, es muy diferente a lo que ella ha dicho:
-Alacensa avá posta-
Ella sonríe y conduce sus manos a la herida que su hada me hizo. La intenta curar, como yo intento curar las cicatrices de su cuerpo. No entiendo por qué se molesta, la herida está casi cerrada. Dentro de unos días, desaparecerá incluso la cicatriz. Hay otras heridas en mi cuerpo que merecen más atención: me falta un trozo de oreja derecha, marcas de espadas sobre mi pecho y brazos, en mis dedos hay pequeños cortes que me hice con la cuerda del arco y, la peor cicatriz, el tajo que corta mi ojo izquierdo por la mitad. Si tiene que curarme alguna cicatriz, que sean las más horribles.
Estoy a punto de decirle que deje esa herida y se concentre en otras, pero retiro la idea antes de pronunciar palabra alguna. Está muy concentrada en lo que hace. Parece que no haya curado a nadie durante mucho tiempo, el mismo que tardé al verme en un espejo.
Sin hablar, pongo mis manos sobre las suyas. Le miro directamente a los ojos, veo un brillo en ellos que antes no había visto. Conduzco sus manos, lentamente, hacia arriba. Hago que toque mi pecho, mi cuello, mis labios, mi mejilla y paro en el ojo izquierdo.
Muchas veces, en los momentos de vacilación, he llevado dos dedos de mi mano en la cicatriz de renegado para buscar un apoyo más allá del físico. Ésta es la primera vez que alguien que no soy yo toca mi cicatriz. Noto el calor de los dedos mojados de Helyare en contraste con su piel fría. Hay magia, puedo sentirla como lentas pulsaciones que nacen en su interior y mueren en las yemas de sus dedos. Los latidos de su magia son muy lentos y casi imperceptibles, como si su magia fuera una anciana en los últimos días de su vida.
-Que te han hecho- estoy tan asombrado, tan asustado, por sentir la débil magia de Helyare que no soy capaz de pronunciar una frase con el tono de pregunta requerido. –No solo te cortaron- dejos sus dedos sobre mi cicatriz y llevo mis manos a su pecho, en el lugar donde dice Merrigan que está el corazón y la magia de las personas - Te lo han roto-.
¿Qué hay de mí? ¿Cuántos años tengo? Helyare tal vez lo sepa. Cuando veo mi reflejo, no sé quién está al otro lado. He pasado mucho tiempo de mi vida solo, sin hablar con nadie y sin fijarme en mi aspecto. Recuerdo la vez que Idril me compró ropa de humano; no me reconocí en el espejo. Pensé que aquel, por mucho que Idril y el dependiente conejo insistiesen, no era yo. La vestimenta no tenía nada que ver, era por mi altura, lo largo que era mi cabello o mi complexión física. No llegaba a reconocer mi edad. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que me fijé en mi espejo? Más que el doble de cuarenta; de eso estoy seguro aunque no supiera determinarlo.
Me entretengo pensando en el tiempo pasado sin darle importancia a lo que sucede aquí y ahora. Helyare ha dicho algo que no he tendido porque no le he prestado atención. Bajo la cabeza avergonzado. Ella, vuelve a decir unas palabras entre susurros a la vez que da un paso hacia delante. Aunque le estoy prestando atención y concentrándome en lo que dice, sigo sin comprender en lo que dice. Sucede a menudo, más veces de lo que quisiera. No conozco todas las palabras de la lengua común; Idril me enseñó unas pocas y Merrigan otras tantas; no son suficientes. Hay palabras extrañas, las que hablan sobre estudios o sobre los sentimientos más complejos, que ni siquiera soy capaz de volver a repetir. Pienso en lo que ha dicho Helyare y muevo la boca como si estuviera repitiendo lo que dice. El resultado, lo que suena en mis labios, es muy diferente a lo que ella ha dicho:
-Alacensa avá posta-
Ella sonríe y conduce sus manos a la herida que su hada me hizo. La intenta curar, como yo intento curar las cicatrices de su cuerpo. No entiendo por qué se molesta, la herida está casi cerrada. Dentro de unos días, desaparecerá incluso la cicatriz. Hay otras heridas en mi cuerpo que merecen más atención: me falta un trozo de oreja derecha, marcas de espadas sobre mi pecho y brazos, en mis dedos hay pequeños cortes que me hice con la cuerda del arco y, la peor cicatriz, el tajo que corta mi ojo izquierdo por la mitad. Si tiene que curarme alguna cicatriz, que sean las más horribles.
Estoy a punto de decirle que deje esa herida y se concentre en otras, pero retiro la idea antes de pronunciar palabra alguna. Está muy concentrada en lo que hace. Parece que no haya curado a nadie durante mucho tiempo, el mismo que tardé al verme en un espejo.
Sin hablar, pongo mis manos sobre las suyas. Le miro directamente a los ojos, veo un brillo en ellos que antes no había visto. Conduzco sus manos, lentamente, hacia arriba. Hago que toque mi pecho, mi cuello, mis labios, mi mejilla y paro en el ojo izquierdo.
Muchas veces, en los momentos de vacilación, he llevado dos dedos de mi mano en la cicatriz de renegado para buscar un apoyo más allá del físico. Ésta es la primera vez que alguien que no soy yo toca mi cicatriz. Noto el calor de los dedos mojados de Helyare en contraste con su piel fría. Hay magia, puedo sentirla como lentas pulsaciones que nacen en su interior y mueren en las yemas de sus dedos. Los latidos de su magia son muy lentos y casi imperceptibles, como si su magia fuera una anciana en los últimos días de su vida.
-Que te han hecho- estoy tan asombrado, tan asustado, por sentir la débil magia de Helyare que no soy capaz de pronunciar una frase con el tono de pregunta requerido. –No solo te cortaron- dejos sus dedos sobre mi cicatriz y llevo mis manos a su pecho, en el lugar donde dice Merrigan que está el corazón y la magia de las personas - Te lo han roto-.
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Por un instante quedó sorprendida de que Sarez no supiera hablar élfico. Pensaba que hablaba así de mal porque no sabía el común pero, ¿el élfico tampoco? Frunció el ceño en apenas un segundo y luego sonrió por la gracia que le hizo su penosa pronunciación. En otra circunstancia le habría insultado. Pero no estaba en condiciones de volver a faltarle al respeto, no cuando el elfo estaba ayudando tanto. –Alassenyan, áva pusta –movió los labios más despacio y con movimientos un poco más exagerados que de costumbre para que él pudiera ver cómo se pronunciaba exactamente. –“Áva pusta” es “no pares”; “alassenyan” es “por favor”. Te estoy pidiendo que no te detengas en tus caricias… –sus manos habían ido a parar a donde estaba la herida de Nillë, aunque su éxito al curarla daba mucho que desear. –Tu calor me gusta.
“¡¿Por qué no eres capaz de hablar tu propia lengua?!”, se preguntaba a voces en su cabeza, quería que él la escuchara pero no era capaz de que esas palabras salieran de su boca. Al encontrarse con su mirada, como si temiese que pudiera leer sus pensamientos, cerró los ojos, girando la cabeza también. En ese momento, Sarez estaba conduciendo sus manos por su torso, su cuello… podía notar el cuerpo del elfo y cómo sus dedos se deslizaban por su pecho siendo guiados por él. Subieron a su boca, sus mejillas… y por unos instantes pudo evocar recuerdos del pasado que le hicieron avanzar un paso más, quedando muy cerca de él. Quería seguir con esas caricias, el simple contacto con alguien más le resultaba tan extraño a esas alturas que lo añoraba, y su mente no pudo evitar dejarse llevar por las placenteras sensaciones que recordaba de su vida anterior al destierro.
Pero todo se detuvo al llegar a esa cicatriz que le cortaba la parte del ojo en dos. Abrió los ojos de golpe y alzó la vista para mirarle, sin mediar palabra, retirándose de él un paso hacia atrás. Se fijó en su cara, quería saber qué le pasaba por la mente, y no apartó sus manos porque él se las tenía sujetas aún, acariciando esa marca de su cara. Al instante las bajó a su pecho y ella puso una mano en cada una de sus mejillas, moviendo el pulgar de su mano derecha para acariciarle la cicatriz con increíble suavidad, como si fuera del vidrio más fino.
Helyare asintió ante las palabras del elfo, mirándole a la cara, sobre todo concentrada en acariciar su marca.
–En mil pedazos –suspiró levemente, pasando las manos por sus mejillas. Sabía a lo que se refería –pero hasta tú me lo dijiste antes: no tengo a nadie. Ni siquiera nuestros Dioses me tienen bajo su guardia. Mis hermanos no vendrán a ayudarme si me dañas. Mi propia madre, quien me dio nombre, hace tiempo que no me reconoce como su hija. Mi mejor amigo será quien alce su espada contra mí para hacerme cumplir la condena que pesa sobre mis hombros –hablaba en un susurro, y sólo dejó de mirarle durante un segundo para bajar la vista hasta donde él tenía sus manos y luego volver a alzar la cabeza para encontrarse con sus ojos, sin apartar las manos de su cara, acariciándole las mejillas suavemente. –Está roto –se acordó de algo, de por qué estaba ahí ese elfo y en ese momento cayó en una cosa que le había pasado desapercibida por el enfado de que la hubiese insultado –, y no se puede reparar. Y, sin embargo, ¿tú? sobre nosotros pesa la misma condena. Tienes marcas por todo tu cuerpo como yo, y tú las muestras sin pudor. Viniste corriendo hacia mí creyendo que era esa tal Merrigan, ¿por qué? ¿por qué la buscas si tu destino debería ser estar solo? La has mencionado en varias ocasiones. ¿La quieres? –hizo una leve pausa para morderse los labios, bajando sus manos por sus brazos con un gesto desanimado. –Si… si la quieres, ¿por qué la buscas? ¡No lo entiendo! –negó con la cabeza, confundida –¡¿no sabes que llevarás la deshonra allá donde vayas?! ¿Por qué la quieres tan mal como para condenarla a esto? –los señaló a ambos –seguramente ella no quiera saber de ti por lo que eres…
Agachó la mirada. No pretendía ofenderle, al menos no directamente. Más bien ella se sentía enfadada porque ese elfo, a pesar de ser la viva imagen de un desterrado sin honra alguna, sí estaba buscando a otra persona a quien quería. Ella se había rendido tras un tiempo de vagar junto a Aran e Ingela. Sobre todo con el elfo, se había dado cuenta del abismo que les separaba, cuanto menos con su hermano. Si algún día volvía a encontrar a quien fue su prometido, ¿qué? Simplemente vería en ella a un despojo que había llevado la deshonra a su propia familia. Si tanto les quería, debía alejarse. Pero había intentado no hacerlo, aún les echaba de menos. El golpe de realidad se lo llevó cuando su hermana se mantenía a una amplia distancia de ella, cuando ni siquiera la miraba; cuando su propia madre había dicho que ella sólo tenía una hija, refiriéndose a la pequeña Luinil. Cuando ella y Aran mantenían varios pasos de distancia el uno del otro e incluso un roce suponía una gran incomodidad para ambos por lo que eso suponía. Como si tuviera esa enfermedad contagiosa que asolaba Aerandir, todos se apartaban de ella, dejando varios pasos de margen. ¿Y ese elfo era capaz de buscar a alguien? ¿¡Por qué!? Siendo como era merecía estar solo, como ella lo estaba.
–Si quieres a alguien no puedes acercarte a él… o ella –dijo apresuradamente para intentar que no se notase que iba por ella misma –, mancharías su nombre y el de su familia. Y si quieres realmente a alguien no puedes condenarlo a una vida como esta.
Los rostros de los dos elfos más importantes para ella aparecieron en su mente y rápido sacudió la cabeza para intentar echar de ahí esos pensamientos. De nuevo, de forma dudosa, volvió a posar las manos en las mejillas de Sarez, segura de que le había ofendido con sus palabras, pero quería darle algo de consuelo como él había hecho con ella. –No hay afecto para nosotros, ni un trato respetuoso, ni podremos buscar el placer junto a nuestros hermanos... ni siquiera está bien esto que estoy haciendo, estoy demasiado cerca de ti –pese a que se había alejado un poco anteriormente; además estaba acariciando su piel en un gesto demasiado suave, algo por lo que podría ser juzgada.
“¡¿Por qué no eres capaz de hablar tu propia lengua?!”, se preguntaba a voces en su cabeza, quería que él la escuchara pero no era capaz de que esas palabras salieran de su boca. Al encontrarse con su mirada, como si temiese que pudiera leer sus pensamientos, cerró los ojos, girando la cabeza también. En ese momento, Sarez estaba conduciendo sus manos por su torso, su cuello… podía notar el cuerpo del elfo y cómo sus dedos se deslizaban por su pecho siendo guiados por él. Subieron a su boca, sus mejillas… y por unos instantes pudo evocar recuerdos del pasado que le hicieron avanzar un paso más, quedando muy cerca de él. Quería seguir con esas caricias, el simple contacto con alguien más le resultaba tan extraño a esas alturas que lo añoraba, y su mente no pudo evitar dejarse llevar por las placenteras sensaciones que recordaba de su vida anterior al destierro.
Pero todo se detuvo al llegar a esa cicatriz que le cortaba la parte del ojo en dos. Abrió los ojos de golpe y alzó la vista para mirarle, sin mediar palabra, retirándose de él un paso hacia atrás. Se fijó en su cara, quería saber qué le pasaba por la mente, y no apartó sus manos porque él se las tenía sujetas aún, acariciando esa marca de su cara. Al instante las bajó a su pecho y ella puso una mano en cada una de sus mejillas, moviendo el pulgar de su mano derecha para acariciarle la cicatriz con increíble suavidad, como si fuera del vidrio más fino.
Helyare asintió ante las palabras del elfo, mirándole a la cara, sobre todo concentrada en acariciar su marca.
–En mil pedazos –suspiró levemente, pasando las manos por sus mejillas. Sabía a lo que se refería –pero hasta tú me lo dijiste antes: no tengo a nadie. Ni siquiera nuestros Dioses me tienen bajo su guardia. Mis hermanos no vendrán a ayudarme si me dañas. Mi propia madre, quien me dio nombre, hace tiempo que no me reconoce como su hija. Mi mejor amigo será quien alce su espada contra mí para hacerme cumplir la condena que pesa sobre mis hombros –hablaba en un susurro, y sólo dejó de mirarle durante un segundo para bajar la vista hasta donde él tenía sus manos y luego volver a alzar la cabeza para encontrarse con sus ojos, sin apartar las manos de su cara, acariciándole las mejillas suavemente. –Está roto –se acordó de algo, de por qué estaba ahí ese elfo y en ese momento cayó en una cosa que le había pasado desapercibida por el enfado de que la hubiese insultado –, y no se puede reparar. Y, sin embargo, ¿tú? sobre nosotros pesa la misma condena. Tienes marcas por todo tu cuerpo como yo, y tú las muestras sin pudor. Viniste corriendo hacia mí creyendo que era esa tal Merrigan, ¿por qué? ¿por qué la buscas si tu destino debería ser estar solo? La has mencionado en varias ocasiones. ¿La quieres? –hizo una leve pausa para morderse los labios, bajando sus manos por sus brazos con un gesto desanimado. –Si… si la quieres, ¿por qué la buscas? ¡No lo entiendo! –negó con la cabeza, confundida –¡¿no sabes que llevarás la deshonra allá donde vayas?! ¿Por qué la quieres tan mal como para condenarla a esto? –los señaló a ambos –seguramente ella no quiera saber de ti por lo que eres…
Agachó la mirada. No pretendía ofenderle, al menos no directamente. Más bien ella se sentía enfadada porque ese elfo, a pesar de ser la viva imagen de un desterrado sin honra alguna, sí estaba buscando a otra persona a quien quería. Ella se había rendido tras un tiempo de vagar junto a Aran e Ingela. Sobre todo con el elfo, se había dado cuenta del abismo que les separaba, cuanto menos con su hermano. Si algún día volvía a encontrar a quien fue su prometido, ¿qué? Simplemente vería en ella a un despojo que había llevado la deshonra a su propia familia. Si tanto les quería, debía alejarse. Pero había intentado no hacerlo, aún les echaba de menos. El golpe de realidad se lo llevó cuando su hermana se mantenía a una amplia distancia de ella, cuando ni siquiera la miraba; cuando su propia madre había dicho que ella sólo tenía una hija, refiriéndose a la pequeña Luinil. Cuando ella y Aran mantenían varios pasos de distancia el uno del otro e incluso un roce suponía una gran incomodidad para ambos por lo que eso suponía. Como si tuviera esa enfermedad contagiosa que asolaba Aerandir, todos se apartaban de ella, dejando varios pasos de margen. ¿Y ese elfo era capaz de buscar a alguien? ¿¡Por qué!? Siendo como era merecía estar solo, como ella lo estaba.
–Si quieres a alguien no puedes acercarte a él… o ella –dijo apresuradamente para intentar que no se notase que iba por ella misma –, mancharías su nombre y el de su familia. Y si quieres realmente a alguien no puedes condenarlo a una vida como esta.
Los rostros de los dos elfos más importantes para ella aparecieron en su mente y rápido sacudió la cabeza para intentar echar de ahí esos pensamientos. De nuevo, de forma dudosa, volvió a posar las manos en las mejillas de Sarez, segura de que le había ofendido con sus palabras, pero quería darle algo de consuelo como él había hecho con ella. –No hay afecto para nosotros, ni un trato respetuoso, ni podremos buscar el placer junto a nuestros hermanos... ni siquiera está bien esto que estoy haciendo, estoy demasiado cerca de ti –pese a que se había alejado un poco anteriormente; además estaba acariciando su piel en un gesto demasiado suave, algo por lo que podría ser juzgada.
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Sigue sin entender lo que le intento explicar, Helyare es joven y orgullosa, y yo sigo sin entender lo que me intenta decir. Ya no es por las palabras en élfico, sino porque cree que todo lo suyo también es mío. Sus Dioses no son mis Dioses, sus hermanos no son mis hermanos y, sobre todo, su familia no es mi familia. La única persona a quien quiero y considero parte de mi familia es Merrigan. Sé cómo Helyare se debe sentir puesto que yo pasé por aquellos mismos sentimientos años atrás: miedo e incertidumbre. Era un tormento. Cada día pensaba que unos elfos vendrían a donde estuviera para decirme que ahí tampoco podía estar; que no había ningún lugar para mí. La muerte me asustaba, miles de veces imaginé qué pasaría si volviese a pisar tierra élfica; llegué al mismo resultado que Helyare. Sin embargo, lo peor era la sensación de no tener un lugar que me perteneciera. Los primeros años quería volver con mi antigua familia, mis antiguos amigos y mi antigua casa; décadas después tan solo pensaba en buscar un lugar al que poder llamar mío. Primero con Idril y ahora con Merrigan, me doy cuenta que lo grato es construir un nuevo hogar con una nueva familia, nuevos hermanos e incluso nuevos Dioses.
Pienso en la mejor manera en la que explicarle a Helyare lo que debe de hacer. Es muy complejo y no conozco las palabras para hacerlo. Ojala Merrigan estuviera aquí, ella sabría cómo hablarle a Helyare para que deje de atormentase por el pasado. Merrigan sabría curar le corazón.
Estoy a punto de decir algo, lo primero que se me viene a la cabeza: pobres palabras para explicar algo que escapa a mi comprensión. Helyare se adelanta a hablar, parece que me lee la mente. Pronuncia el nombre de Merrigan con un tono de rechazo, no hacia ella sino hacia mí. Helyare me rechaza. No quiere que esté con ella, no quiere que esté con Merrigan y no quiere que esté con nadie. Dice una palabra complicada que no sé qué significa: “deshonra”. Por la situación, creo comprender que significa que hago daño. Inmediatamente, pienso en Idril. ¿Se fue por qué le hacía daño? No, ella me quería. Se quedó conmigo, me enseñó el valor de un beso. Sé que me quería como yo la quise. ¿Entonces, Merrigan…? Ella también me quiere; tanto que quiso que nos separemos por miedo a que me infectase por la enfermedad del Doctor Peste. No les hice daño. Son mi familia, las personas que yo más quiero. Ellas son y serán lo que Helyare no alcanza ni creo que jamás alcanzará a entender. Me retiro, no voy a esforzarme más por intentar explicarle nada.
En otras circunstancias soy consciente que me habría agachado la cabeza y me habría marchado del lugar sin mediar palabra con Helyare. No sé por qué no lo hago. Tal vez porque estoy enfadado o quizás porque es la primera vez en tantos años que conozco otro elfo desterrado. Me quedo delante de ella, con la cabeza alta y los puños apretados. La miro directamente los ojos como si buscase en ellos una disculpa; no la encuentro.
Abro mis manos lentamente. No me gusta lo que voy a hacer, pero ya no hay vuelta atrás. Extiendo el brazo derecho y golpeo la cara de Helyare con la mano abierta. Durante unos segundos en los que me encuentro en un estado de seminconsciencia, dejo mi mano derecha reposando sobre la tez de la elfa.
-Nunca más- digo secamente- No vuelvas a hablar así. Nunca más-.
Retiro mi mano de su mejilla, pero solo para volver a golpear acto seguido en el mismo lugar.
-Mientras sigas hablando así no serás nadie. Con Merrigan soy alguien, con Idril fui otro alguien diferente. Son buenas, no como tú. Tú estás sola y seguirás sola porque es lo que quieres. Cuando quieras cambiar, ser alguien, será tarde. Dudo que llegue el día que quieras cambiar. Siempre serás nadie. Ya no quiero ayudarte-.
Mientras hablo cierro y abro mis puños como si estuviera aplastando un par de manzanas. Al terminar, dejo mis manos abiertas, tiemblan; por un momento hago la intención de golpear a Helyare una tercera vez, pero retiro la mano antes de llegar a tocarla. No merece la pena.
-Me he equivocado contigo. Sí das asco. Ellos no te rompieron. Te has roto tú y te sigues rompiendo.- Quiero irme de ahí, pero no sé por qué no me voy. - No tienes a nadie a tu lado ni quieres que nadie esté a tu lado. Te cortaron de tu antigua familia y no formas una nueva. Te has rendido. No estás viviendo. Das asco-.
Espero su reacción. Después de lo que ha dicho, no quiero estar con ella. Me avergüenzo de haberla intentado curar. No se lo merece. Sin embargo, quiero saber qué va a pasar. Quiero asegurarme que, ahora sí, comprenda lo que le digo y no tome una mala decisión. Lo reconozco: estoy preocupado por Helyare.
Pienso en la mejor manera en la que explicarle a Helyare lo que debe de hacer. Es muy complejo y no conozco las palabras para hacerlo. Ojala Merrigan estuviera aquí, ella sabría cómo hablarle a Helyare para que deje de atormentase por el pasado. Merrigan sabría curar le corazón.
Estoy a punto de decir algo, lo primero que se me viene a la cabeza: pobres palabras para explicar algo que escapa a mi comprensión. Helyare se adelanta a hablar, parece que me lee la mente. Pronuncia el nombre de Merrigan con un tono de rechazo, no hacia ella sino hacia mí. Helyare me rechaza. No quiere que esté con ella, no quiere que esté con Merrigan y no quiere que esté con nadie. Dice una palabra complicada que no sé qué significa: “deshonra”. Por la situación, creo comprender que significa que hago daño. Inmediatamente, pienso en Idril. ¿Se fue por qué le hacía daño? No, ella me quería. Se quedó conmigo, me enseñó el valor de un beso. Sé que me quería como yo la quise. ¿Entonces, Merrigan…? Ella también me quiere; tanto que quiso que nos separemos por miedo a que me infectase por la enfermedad del Doctor Peste. No les hice daño. Son mi familia, las personas que yo más quiero. Ellas son y serán lo que Helyare no alcanza ni creo que jamás alcanzará a entender. Me retiro, no voy a esforzarme más por intentar explicarle nada.
En otras circunstancias soy consciente que me habría agachado la cabeza y me habría marchado del lugar sin mediar palabra con Helyare. No sé por qué no lo hago. Tal vez porque estoy enfadado o quizás porque es la primera vez en tantos años que conozco otro elfo desterrado. Me quedo delante de ella, con la cabeza alta y los puños apretados. La miro directamente los ojos como si buscase en ellos una disculpa; no la encuentro.
Abro mis manos lentamente. No me gusta lo que voy a hacer, pero ya no hay vuelta atrás. Extiendo el brazo derecho y golpeo la cara de Helyare con la mano abierta. Durante unos segundos en los que me encuentro en un estado de seminconsciencia, dejo mi mano derecha reposando sobre la tez de la elfa.
-Nunca más- digo secamente- No vuelvas a hablar así. Nunca más-.
Retiro mi mano de su mejilla, pero solo para volver a golpear acto seguido en el mismo lugar.
-Mientras sigas hablando así no serás nadie. Con Merrigan soy alguien, con Idril fui otro alguien diferente. Son buenas, no como tú. Tú estás sola y seguirás sola porque es lo que quieres. Cuando quieras cambiar, ser alguien, será tarde. Dudo que llegue el día que quieras cambiar. Siempre serás nadie. Ya no quiero ayudarte-.
Mientras hablo cierro y abro mis puños como si estuviera aplastando un par de manzanas. Al terminar, dejo mis manos abiertas, tiemblan; por un momento hago la intención de golpear a Helyare una tercera vez, pero retiro la mano antes de llegar a tocarla. No merece la pena.
-Me he equivocado contigo. Sí das asco. Ellos no te rompieron. Te has roto tú y te sigues rompiendo.- Quiero irme de ahí, pero no sé por qué no me voy. - No tienes a nadie a tu lado ni quieres que nadie esté a tu lado. Te cortaron de tu antigua familia y no formas una nueva. Te has rendido. No estás viviendo. Das asco-.
Espero su reacción. Después de lo que ha dicho, no quiero estar con ella. Me avergüenzo de haberla intentado curar. No se lo merece. Sin embargo, quiero saber qué va a pasar. Quiero asegurarme que, ahora sí, comprenda lo que le digo y no tome una mala decisión. Lo reconozco: estoy preocupado por Helyare.
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Vulnerable, débil, así es como se sintió Helyare al recibir la primera bofetada que el elfo le propinó en la cara. Justo cuando iba a volver a voltear la cabeza para mirarle de frente, recibió otra. Desorientada como estaba, apartó las manos de la cara de Sarez y se llevó una justo donde él le había pegado. No dijo nada mientras escuchaba sus palabras sin entender bien qué era lo que pretendía explicar ese idiota. La mejilla le quemaba tanto como el agua sus pies, le picaba y la rabia hacía que su cuerpo ardiese. Miró hacia donde estaban sus cosas con intención de buscar la daga y vengarse de él por las bofetadas, pero no la tenía a la vista. Cerró la mano derecha con intención de darle un puñetazo, pero no lo hizo. Sus palabras la detuvieron.
Un resplandor azul apareció zumbando en dirección hacia donde estaban ellos, pero Helyare apartó la mano de su mejilla la levantó para indicar a Nillë que no tenía que entrometerse. La pequeña hada se quedó sentada en una roca, no muy convencida, aunque alejada para dejarles privacidad. Su mirada hacia el elfo era bastante sentenciante a pesar de su diminuto tamaño.
Mientras tanto, Sarez seguía hablando y sus palabras eran tan hirientes como un corte con espadas. Pero ella no dijo nada hasta que acabó, haciendo un gran esfuerzo por contener su ira y ansias de venganza. Simplemente le miraba con enfado, con sus puños cerrados a ambos lados de sus caderas. Ella sabía que sus palabras podían doler, a ella le dolían, pero no pensó que tanto. Eran la realidad por más que doliera.
¡Quería cruzarle la cara! Pero… si alguien hablase de Aran o Arzhak ella reaccionaría igual. Eso lo intentaba pensar para calmarse, mas las palabras del elfo no ayudaban a ello. Por fin se calló y ella vio la oportunidad de responder. Inspiró muy despacio, aún temblaba presa de la rabia, pero consiguió que su voz sonase calmada, cruzando sus ojos verdes con los de él.
–Te agradezco que me lo repitas tanto, no podría cumplir mi condena si se me olvidase. Tienes razón, no soy nadie. Ni siquiera uso el nombre que me dieron mis padres, carezco de identidad real –se encogió de hombros, alzando los brazos ligeramente en un gesto de desgana –, ya no tengo apellidos que revelen de dónde vengo. Ni porto insignias, ni colores, mis logros han sido olvidados. ¿Qué tengo para ser alguien? Nada –su voz sonaba neutra, sin apenas entonación hasta ese momento, que empezó a alzar la voz paulatinamente –. Si fuera buena no estaría así. He cometido desacatos, traición y delitos de sangre. ¡Lamento mucho no ser como esas dos chicas que ahora mismo no están aquí contigo! –Exclamó mordaz –yo estoy sola, pero tú también. ¡Y sí! ¡SÍ! ¡¡Quiero estar sola!! –comenzó a gritar, apretando los puños con tanta fuerza que se clavaba las uñas en su piel. Estaba muy tensa, temblaba más aún, estaba dispuesta a soltarle un puñetazo a Sarez si abría la boca en ese momento –¡¡No quiero que la gente a la que quiero acabe siendo castigada por mi culpa!! ¡Te lo dije, idiota! ¡Yo porto la deshonra! ¡Si alguien me tocase…! –no pudo seguir, se ahogaba y no le salía la voz al pensar en lo que les podía pasar a Aran o Arzhak si estuvieran en el lugar que ahora ocupaba Sarez. Aquello le venía tan grande que volvía a sentirse mareada, pero se mantuvo quieta frente al elfo. –¡Si alguien me tocase acabaría como yo! ¿¡CREES QUE PUEDO PERMITIR QUE ALGUIEN SUFRA ESTA MALDITA CONDENA!? Los quiero… y no… no puedo consentir que les puedan hacer daño, apartarlos de su vida, quitarles su status por mero egoísmo. ¿Crees que alguien quiere vivir algo así? ¿Qué vida daríamos a quienes queremos si un simple abrazo puede suponer una condena de por vida? –su voz volvió a ser baja, tanto que parecía un susurro, pues se ahogaba con sus palabras –. Si supieras… que Merrigan o Idril sufrirán “esto” –se señaló – si están contigo, ¿qué harías? ¿Condenarlas a que a ellas también las marquen, sean juzgadas, perseguidas? ¿Lo harías, de verdad? ¿O te alejarías para protegerlas? –se mordió el labio. Parecía que toda la rabia se había salido de su cuerpo. Ahora sólo quedaba un vacío que no podía definirlo de ninguna forma –. No quiero estar sola –musitó casi para sí misma –pero me separo de ellos para no hacerles daño.
Quiso apartarle para salir del agua, pero no parecía hacer efecto, el elfo seguía ahí quieto frente a ella. Impotente se abrazó a sí misma, buscando cubrir todo lo posible con sus brazos para evitar que volviese a ver todas sus marcas, aunque era imposible ocultarlas, así que acabó acuclillada en la roca, echa un ovillo.
–Por fin has dicho la verdad: doy asco. Entonces, ¿por qué sigues aquí? No me conoces, no sabes nada de mí y aquí sigues todavía –suspiró, abrazándose más fuerte, con la mirada fija en sus cosas, que estaban en la orilla. –Te he mentido incluso con mi nombre. Y sí, me he rendido, no tengo… –hablaba dispersa, de forma autómata, pero su mirada se había clavado en una pequeña talla de madera con forma de corazón que se había caído cuando había sacado el bollo para ayudar a Sarez. En ese momento se acordó del pequeño poema que salió de las llamas de la hoguera de Ohdá:
“Tu ofrenda es la amistad.
Esa es otra forma de amar.
Quizás más pura,
quizás más real.”
Su cabeza pensó en Ingela. Esa joven dragona sí había estado con ella desde que se encontraron en Claro, se habían ayudado mutuamente pero nunca la había considerado algo así como una amiga, pues no eran de la misma raza. Al igual que las relaciones amorosas, las de amistad se debían forjar por seres de la misma raza. Y para los Eytherzair, del mismo pueblo. La amistad con cualquier otro clan de traidores también estaba penada –…nada –acabó la frase, aunque después de unos segundos de mirar la talla desde la distancia. ¿La dragona podía ser considerada una amiga? ¿La estaría buscando? Habían pasado semanas, casi un mes desde que se habían separado y no supo nada de ella desde entonces. A esa chica no le había importado nada, ni siquiera había dejado de acompañarla cuando supo su nombre real y siempre la había defendido a pesar de que era considerada una traidora por su pueblo.
La elfa volvió a suspirar, apartando la mirada de su bolsito de cuero –estoy agotada. ¿Cómo has hecho para vivir tanto tiempo cargando con esto?
Un resplandor azul apareció zumbando en dirección hacia donde estaban ellos, pero Helyare apartó la mano de su mejilla la levantó para indicar a Nillë que no tenía que entrometerse. La pequeña hada se quedó sentada en una roca, no muy convencida, aunque alejada para dejarles privacidad. Su mirada hacia el elfo era bastante sentenciante a pesar de su diminuto tamaño.
Mientras tanto, Sarez seguía hablando y sus palabras eran tan hirientes como un corte con espadas. Pero ella no dijo nada hasta que acabó, haciendo un gran esfuerzo por contener su ira y ansias de venganza. Simplemente le miraba con enfado, con sus puños cerrados a ambos lados de sus caderas. Ella sabía que sus palabras podían doler, a ella le dolían, pero no pensó que tanto. Eran la realidad por más que doliera.
¡Quería cruzarle la cara! Pero… si alguien hablase de Aran o Arzhak ella reaccionaría igual. Eso lo intentaba pensar para calmarse, mas las palabras del elfo no ayudaban a ello. Por fin se calló y ella vio la oportunidad de responder. Inspiró muy despacio, aún temblaba presa de la rabia, pero consiguió que su voz sonase calmada, cruzando sus ojos verdes con los de él.
–Te agradezco que me lo repitas tanto, no podría cumplir mi condena si se me olvidase. Tienes razón, no soy nadie. Ni siquiera uso el nombre que me dieron mis padres, carezco de identidad real –se encogió de hombros, alzando los brazos ligeramente en un gesto de desgana –, ya no tengo apellidos que revelen de dónde vengo. Ni porto insignias, ni colores, mis logros han sido olvidados. ¿Qué tengo para ser alguien? Nada –su voz sonaba neutra, sin apenas entonación hasta ese momento, que empezó a alzar la voz paulatinamente –. Si fuera buena no estaría así. He cometido desacatos, traición y delitos de sangre. ¡Lamento mucho no ser como esas dos chicas que ahora mismo no están aquí contigo! –Exclamó mordaz –yo estoy sola, pero tú también. ¡Y sí! ¡SÍ! ¡¡Quiero estar sola!! –comenzó a gritar, apretando los puños con tanta fuerza que se clavaba las uñas en su piel. Estaba muy tensa, temblaba más aún, estaba dispuesta a soltarle un puñetazo a Sarez si abría la boca en ese momento –¡¡No quiero que la gente a la que quiero acabe siendo castigada por mi culpa!! ¡Te lo dije, idiota! ¡Yo porto la deshonra! ¡Si alguien me tocase…! –no pudo seguir, se ahogaba y no le salía la voz al pensar en lo que les podía pasar a Aran o Arzhak si estuvieran en el lugar que ahora ocupaba Sarez. Aquello le venía tan grande que volvía a sentirse mareada, pero se mantuvo quieta frente al elfo. –¡Si alguien me tocase acabaría como yo! ¿¡CREES QUE PUEDO PERMITIR QUE ALGUIEN SUFRA ESTA MALDITA CONDENA!? Los quiero… y no… no puedo consentir que les puedan hacer daño, apartarlos de su vida, quitarles su status por mero egoísmo. ¿Crees que alguien quiere vivir algo así? ¿Qué vida daríamos a quienes queremos si un simple abrazo puede suponer una condena de por vida? –su voz volvió a ser baja, tanto que parecía un susurro, pues se ahogaba con sus palabras –. Si supieras… que Merrigan o Idril sufrirán “esto” –se señaló – si están contigo, ¿qué harías? ¿Condenarlas a que a ellas también las marquen, sean juzgadas, perseguidas? ¿Lo harías, de verdad? ¿O te alejarías para protegerlas? –se mordió el labio. Parecía que toda la rabia se había salido de su cuerpo. Ahora sólo quedaba un vacío que no podía definirlo de ninguna forma –. No quiero estar sola –musitó casi para sí misma –pero me separo de ellos para no hacerles daño.
Quiso apartarle para salir del agua, pero no parecía hacer efecto, el elfo seguía ahí quieto frente a ella. Impotente se abrazó a sí misma, buscando cubrir todo lo posible con sus brazos para evitar que volviese a ver todas sus marcas, aunque era imposible ocultarlas, así que acabó acuclillada en la roca, echa un ovillo.
–Por fin has dicho la verdad: doy asco. Entonces, ¿por qué sigues aquí? No me conoces, no sabes nada de mí y aquí sigues todavía –suspiró, abrazándose más fuerte, con la mirada fija en sus cosas, que estaban en la orilla. –Te he mentido incluso con mi nombre. Y sí, me he rendido, no tengo… –hablaba dispersa, de forma autómata, pero su mirada se había clavado en una pequeña talla de madera con forma de corazón que se había caído cuando había sacado el bollo para ayudar a Sarez. En ese momento se acordó del pequeño poema que salió de las llamas de la hoguera de Ohdá:
“Tu ofrenda es la amistad.
Esa es otra forma de amar.
Quizás más pura,
quizás más real.”
Su cabeza pensó en Ingela. Esa joven dragona sí había estado con ella desde que se encontraron en Claro, se habían ayudado mutuamente pero nunca la había considerado algo así como una amiga, pues no eran de la misma raza. Al igual que las relaciones amorosas, las de amistad se debían forjar por seres de la misma raza. Y para los Eytherzair, del mismo pueblo. La amistad con cualquier otro clan de traidores también estaba penada –…nada –acabó la frase, aunque después de unos segundos de mirar la talla desde la distancia. ¿La dragona podía ser considerada una amiga? ¿La estaría buscando? Habían pasado semanas, casi un mes desde que se habían separado y no supo nada de ella desde entonces. A esa chica no le había importado nada, ni siquiera había dejado de acompañarla cuando supo su nombre real y siempre la había defendido a pesar de que era considerada una traidora por su pueblo.
La elfa volvió a suspirar, apartando la mirada de su bolsito de cuero –estoy agotada. ¿Cómo has hecho para vivir tanto tiempo cargando con esto?
- Off:
La talla y el poema son recompensas de Máster Sigel en el evento de San Valentín ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo])
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Helyare dice las razones por las que cree que da asco; son muchas. No comparto ninguna. ¡Sigue sin entenderlo! No sé cómo explicarlo. Estoy furioso porque no me hace caso y porque no sé hablar bien. Es una tozuda. Solo habla de las cosas que tuvo y reniega de las que puede llegar a tener. Es vergonzoso. Pienso en una persona que ha perdido una piedra y cierra los ojos porque no quiere ver ninguna más. Son simples piedras, las hay por todos los rincones. Si cierra los ojos, si ignora las piedras, se tropezará con ellas y caerá. Helyare es así. Se tropieza con las cosas que no quiere ver. Le acabo de contar cómo se vive después del corte; ella se tapó los oídos e insulto. El puñetazo que le di fue su tropiezo. Lo peor, es que no aprende. Sigue con los ojos cerrados. Debo de hacer mucha fuerza para contenerme de no golpearle otra vez.
-Cállate- mi voz suena cansada y furiosa.
La orden sirve durante unos segundos; no tarda en volver a abrir sus labios para terminar la frase que dejó a medias. “Nada”. Lo dijo como si fuera un resumen perfecto de quién era. Para su desgracia, estoy de acuerdo con ello.
Por fin, reconoce que está cansada, agotada. La miro de hito a hito. Paso una mano por encima de sus hombros como si estuviera buscando algo: una caja, un fardo o unos hilos.
-No llevas ninguna carga, idiota- río, no porque me haya hecho gracia, sino para descargar la ira que he acumulado – Olvida lo que has conocido. No hay nada y no eres nadie. Tienes la oportunidad de empezar una nueva vida, tú eliges el alguien que quieras ser – señalo el reflejo del rostro de Helyare en el lago- Se está formando un nuevo alguien. No lo destruyas. ¿Ahora lo entiendes? No es difícil. No sé explicarlo mejor. Si alguien me lo hubiera contando cuando era niño, lo habría entiendo. ¿Por qué no me entiendes? ¿Por qué sigues pensado en lo que fuiste? Tú nombre no es importante. ¡Yo no tengo nombre! Sarez no es un nombre de verdad. “Sarez” significa que soy “Hijo de Sereah”. ¡No es nombre y estoy viviendo! No me acuerdo de cómo se llaman las ciudades de los elfos, las personas que conocí allí ni de qué color son las hojas de los árboles del Sur; tampoco me importa. No lo necesito. ¿Lo entiendes? No, no me entiendes. Lo puedo ver en tus ojos-.
Le doy la espalda. No quiero seguir hablando con Helyare. Me siento en la orilla del lago, a unos pasos lejos de la elfa. Intento respirar despacio para tranquilizarme. Estoy tan furioso que me he mareado. Gacho la cabeza y miro mi imagen reflejado en el agua: mis ojos, mis orejas, mi cicatriz…. A Idril y a Merrigan estuvieron a mi lado sin preocuparse por mis rasgos físicos. Jamás dijeron que era nadie por tener una línea gris cruzando el ojo izquierdo.
Resoplo desesperado. Debo dejar de darle más vueltas; no puedo explicárselo de otra manera. Si prefiere ignorarme, seguir tropezando con las piedras, no es mi problema.
Cojo un canto rodado y lo lanzo contra mi relejo. La imagen se desvanece en el agua; se vuelve a formar al cabo de poco tiempo. Tomo otra piedra y la vuelvo a lanzar sin ganas y sin fuerzas; mi cara sigue apareciendo en el agua. Repito lo mismo dos veces más. No hay cambios. Giro la cabeza y miro el reflejo de Helyare en el agua. Allí no he tirado ninguna piedra, sin embargo, el agua no consigue formar al completo la imagen de Helyare.
-Es inútil- le susurro al agua- a ti tampoco te va a entender-.
-Cállate- mi voz suena cansada y furiosa.
La orden sirve durante unos segundos; no tarda en volver a abrir sus labios para terminar la frase que dejó a medias. “Nada”. Lo dijo como si fuera un resumen perfecto de quién era. Para su desgracia, estoy de acuerdo con ello.
Por fin, reconoce que está cansada, agotada. La miro de hito a hito. Paso una mano por encima de sus hombros como si estuviera buscando algo: una caja, un fardo o unos hilos.
-No llevas ninguna carga, idiota- río, no porque me haya hecho gracia, sino para descargar la ira que he acumulado – Olvida lo que has conocido. No hay nada y no eres nadie. Tienes la oportunidad de empezar una nueva vida, tú eliges el alguien que quieras ser – señalo el reflejo del rostro de Helyare en el lago- Se está formando un nuevo alguien. No lo destruyas. ¿Ahora lo entiendes? No es difícil. No sé explicarlo mejor. Si alguien me lo hubiera contando cuando era niño, lo habría entiendo. ¿Por qué no me entiendes? ¿Por qué sigues pensado en lo que fuiste? Tú nombre no es importante. ¡Yo no tengo nombre! Sarez no es un nombre de verdad. “Sarez” significa que soy “Hijo de Sereah”. ¡No es nombre y estoy viviendo! No me acuerdo de cómo se llaman las ciudades de los elfos, las personas que conocí allí ni de qué color son las hojas de los árboles del Sur; tampoco me importa. No lo necesito. ¿Lo entiendes? No, no me entiendes. Lo puedo ver en tus ojos-.
Le doy la espalda. No quiero seguir hablando con Helyare. Me siento en la orilla del lago, a unos pasos lejos de la elfa. Intento respirar despacio para tranquilizarme. Estoy tan furioso que me he mareado. Gacho la cabeza y miro mi imagen reflejado en el agua: mis ojos, mis orejas, mi cicatriz…. A Idril y a Merrigan estuvieron a mi lado sin preocuparse por mis rasgos físicos. Jamás dijeron que era nadie por tener una línea gris cruzando el ojo izquierdo.
Resoplo desesperado. Debo dejar de darle más vueltas; no puedo explicárselo de otra manera. Si prefiere ignorarme, seguir tropezando con las piedras, no es mi problema.
Cojo un canto rodado y lo lanzo contra mi relejo. La imagen se desvanece en el agua; se vuelve a formar al cabo de poco tiempo. Tomo otra piedra y la vuelvo a lanzar sin ganas y sin fuerzas; mi cara sigue apareciendo en el agua. Repito lo mismo dos veces más. No hay cambios. Giro la cabeza y miro el reflejo de Helyare en el agua. Allí no he tirado ninguna piedra, sin embargo, el agua no consigue formar al completo la imagen de Helyare.
-Es inútil- le susurro al agua- a ti tampoco te va a entender-.
Sarez
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Desde su posición, Nillë miraba la conversación tan acalorada que estaban teniendo esos dos elfos. Bueno, la estaba teniendo Helyare, ya que el elfo no era muy dado a las palabras. La pequeña hada había salido volando en cuanto había visto que Sarez había golpeado a su compañera, pero ella misma la había detenido.
Ya le había dado su merecido un rato antes, no le importaría volver a hacerlo si dañaba a la elfa. Pero no, ella no quiso. En silencio observó lo que ocurría, sólo podía oírse su aleteo.
Y todo acabó con el elfo apartándose de la joven y ella hecha un ovillo en las rocas. Pese a que Nillë entendía el idioma común, no era capaz de hablarlo. Si no, les habría dicho que se detuviesen y hablasen con más calma. Pero era imposible, sabía cómo era de testaruda la elfa a la que acompañaba. Y ese chico también era algo extraño. ¿Iba la rareza en la genética de los elfos? Todos con los que se había topado lo eran. Suspiró, fue a por la camisa de la pelirroja y se la echó por encima para tapar su desnudez, aunque estando tan mojada, poco podría tapar. Helyare miró hacia el pequeño destello azul que revoloteaba a su alrededor y después, de reojo, hacia el elfo. Al instante bajó la vista hacia su reflejo en el lago humeante. Parecía que no pero sí había escuchado las palabras de Sarez aunque ni siquiera le mirase. ¿Que no llevaba ninguna carga? ¿¡Por qué nadie entendía lo que era la honra y lo duro que era perderla!? No era la primera vez que se había encontrado a seres que no tenían en cuenta esa parte tan importante. ¿Cómo podían vivir, entonces? Ella sí que no los entendía…
“El resto de razas nunca conoció el significado de la honra. Incluso nuestros hermanos la han apartado en pos de la rendición”. Las enseñanzas de su madre volvieron a su mente. ¡Y qué razón tenía! Todos habían dejado la honra de lado, no era capaz de entender qué vida feliz podrían tener así. Ingela vivía en un mundo idílico de paz y amor para todas las razas que no había llegado a comprender nunca. También, porque a los dragones nadie les había quitado territorios como los brujos a los de su raza. Pero, ¿Sarez? Él también era un elfo, ¿por qué era capaz de vivir así?
A pesar de la diferencia de razas, ambos le decían lo mismo a Helyare: se puede vivir sin ese tipo de honra.
El reflejo se mecía, deformando un poco su rostro. Aún así lo contemplaba muy atenta. ¿Un nuevo alguien? ¿Y ese alguien merecía la pena? Ingela también le había dicho en varias ocasiones que tenía que abandonar lo que había sido y empezar de cero. Era muy difícil dejar atrás todo como si nada, evaporizar toda su vida.
– ¡Chiri! ¡Chiri, chiri! –farfulló el hada frente a ella. La elfa levantó un poco la cabeza para mirar a Nillë, quien seguía mascullando en su idioma, muy alterada. El diminuto ser brillante sabía que Helyare no la entendía, así que gesticulaba exageradamente con la intención de que la elfa pudiese captar su mensaje. Le golpeó la frente varias veces, aunque con sus pequeñas manitas era imposible que hiciera daño, pero estaba mostrando su descontento con la actitud de la pelirroja. También señaló a Sarez, quien estaba sentado en la orilla, a varios metros de ella, tirando piedrecillas. Nillë resopló, poniendo los brazos en jarra. La elfa no se movía ni hacía nada y la estaba poniendo muy nerviosa. ¿No la estaba entendiendo? Volvió a llamar su atención dando golpecitos en su frente, aunque Helyare intentó apartarla con la mano.
–Para, Nillë. ¿Qué quieres? – ¡no la había entendido! El hada volvió a resoplar y bajó hasta la mano de la elfa, agarró uno de sus dedos y trató de tirar de él para hacer que la siguiera. Eso sí lo captó. Helyare se levantó y se colocó mejor la camisa, metiendo los brazos en las mangas y cruzándosela a la altura del pecho para taparse y no incomodar al hada. –Dime –Nillë señaló a Sarez con su pequeño bracito azulado otra vez, pero Helyare negó y fue a buscar sus cosas. Mas el hada no iba a dejarlo así porque sí. El elfo le había dicho cosas muy feas a su compañera, pero también tenía razón en otras y no iba a dejar que, de nuevo, Helyare se fuese dejando otra “víctima” de sus insultos y malas palabras. Sin dejarla dar un par de pasos más se plantó delante de ella, intensificando la luz de su alrededor, con cara de pocos amigos. Ante la atenta mirada de la elfa volvió a señalar al rubio y se cruzó de brazos.
Tanto odio que procesaba a los brujos y había hecho lo imposible por salvar a uno, quería tanto a dos elfos que ella no conocía, que se había alejado para no dañarles, al igual que de Ingela, a quien tampoco conocía, pero Helyare solo tenía buenas palabras para ella. ¿Y ahora iba a dejar así a ese elfo que la había ayudado? Se negaba en rotundo y no la iba a dejar dar un paso más.
–Nillë, vámonos –insistió Helyare, aunque no sirvió para hacer que el hada se moviese de su sitio. Quería que su compañera escuchase bien lo que le había dicho Sarez, así dejaría de echar a todos de su lado. Desde que la había conocido estaba sola. Sí ayudaba a otros, como había hecho con el elfo cuando le había atacado creyendo que iba a hacer daño a su amiga, pero es que luego ella misma siempre se iba y los dejaba ahí. ¿No tenía amigos? Nillë tenía otras ideas diferentes sobre el trato hacia las personas, y Helyare no estaba siendo respetuosa ni gentil con ese elfo desde el principio. Bueno, no era agradable con nadie, y eso al hada le fastidiaba.
El azul intenso de su aura indicaba que no iba a dar más oportunidades a la elfa si seguía siendo tan cabezona. Helyare suspiró y se giró, mirando a Sarez. ¿Por qué no se había ido? Y, ¿qué pretendía Nillë que hiciera? Lo más sencillo era coger sus cosas y largarse de allí, pero el hada se negaba. Sintió las pequeñas manitas de su acompañante tratando de empujarla hacia el elfo y avanzó hacia él por la orilla del lago, con pasos lentos. Seguía preguntándose por qué no se había ido.
El hada fue mucho más rápida y se plantó delante de la mirada de él, mostrando una amable sonrisa –chiri, chiri… chiri –empezó a gesticular de forma alegre. Helyare, por su parte, seguía quieta en la orilla, atenta a lo que hacía el hada, aunque al bajar la mirada hacia el lago vio otro brillo que llamó su atención. Con cuidado metió la mano en el agua caliente y sacó el cuchillo que le había tirado antes a Sarez. El metal humeaba ligeramente, como todo el lago. Entre sus múltiples gestos, Nillë señaló a la elfa para que él la mirase. Incapaz de salir de allí, Helyare avanzó un par de pasitos más para estar más cerca de él, aunque guardando las distancias. Giró la daga en su mano para que pudiera sujetarla por el mango y no se quemase, y se la tendió. Notaba el calor que desprendía, tan cerca de su piel…
–Lo entiendo, pero es tan duro para mí... No sé qué hacer para vivir y no rendirme, ni cómo ser otro alguien –susurró en voz baja, con un tono mucho más suave del que había usado anteriormente con él, posando la vista en el arma y apretándola ligeramente entre sus dedos. Sabía que tenía algo más que decirle, pero no se atrevía.
Ya le había dado su merecido un rato antes, no le importaría volver a hacerlo si dañaba a la elfa. Pero no, ella no quiso. En silencio observó lo que ocurría, sólo podía oírse su aleteo.
Y todo acabó con el elfo apartándose de la joven y ella hecha un ovillo en las rocas. Pese a que Nillë entendía el idioma común, no era capaz de hablarlo. Si no, les habría dicho que se detuviesen y hablasen con más calma. Pero era imposible, sabía cómo era de testaruda la elfa a la que acompañaba. Y ese chico también era algo extraño. ¿Iba la rareza en la genética de los elfos? Todos con los que se había topado lo eran. Suspiró, fue a por la camisa de la pelirroja y se la echó por encima para tapar su desnudez, aunque estando tan mojada, poco podría tapar. Helyare miró hacia el pequeño destello azul que revoloteaba a su alrededor y después, de reojo, hacia el elfo. Al instante bajó la vista hacia su reflejo en el lago humeante. Parecía que no pero sí había escuchado las palabras de Sarez aunque ni siquiera le mirase. ¿Que no llevaba ninguna carga? ¿¡Por qué nadie entendía lo que era la honra y lo duro que era perderla!? No era la primera vez que se había encontrado a seres que no tenían en cuenta esa parte tan importante. ¿Cómo podían vivir, entonces? Ella sí que no los entendía…
“El resto de razas nunca conoció el significado de la honra. Incluso nuestros hermanos la han apartado en pos de la rendición”. Las enseñanzas de su madre volvieron a su mente. ¡Y qué razón tenía! Todos habían dejado la honra de lado, no era capaz de entender qué vida feliz podrían tener así. Ingela vivía en un mundo idílico de paz y amor para todas las razas que no había llegado a comprender nunca. También, porque a los dragones nadie les había quitado territorios como los brujos a los de su raza. Pero, ¿Sarez? Él también era un elfo, ¿por qué era capaz de vivir así?
A pesar de la diferencia de razas, ambos le decían lo mismo a Helyare: se puede vivir sin ese tipo de honra.
El reflejo se mecía, deformando un poco su rostro. Aún así lo contemplaba muy atenta. ¿Un nuevo alguien? ¿Y ese alguien merecía la pena? Ingela también le había dicho en varias ocasiones que tenía que abandonar lo que había sido y empezar de cero. Era muy difícil dejar atrás todo como si nada, evaporizar toda su vida.
– ¡Chiri! ¡Chiri, chiri! –farfulló el hada frente a ella. La elfa levantó un poco la cabeza para mirar a Nillë, quien seguía mascullando en su idioma, muy alterada. El diminuto ser brillante sabía que Helyare no la entendía, así que gesticulaba exageradamente con la intención de que la elfa pudiese captar su mensaje. Le golpeó la frente varias veces, aunque con sus pequeñas manitas era imposible que hiciera daño, pero estaba mostrando su descontento con la actitud de la pelirroja. También señaló a Sarez, quien estaba sentado en la orilla, a varios metros de ella, tirando piedrecillas. Nillë resopló, poniendo los brazos en jarra. La elfa no se movía ni hacía nada y la estaba poniendo muy nerviosa. ¿No la estaba entendiendo? Volvió a llamar su atención dando golpecitos en su frente, aunque Helyare intentó apartarla con la mano.
–Para, Nillë. ¿Qué quieres? – ¡no la había entendido! El hada volvió a resoplar y bajó hasta la mano de la elfa, agarró uno de sus dedos y trató de tirar de él para hacer que la siguiera. Eso sí lo captó. Helyare se levantó y se colocó mejor la camisa, metiendo los brazos en las mangas y cruzándosela a la altura del pecho para taparse y no incomodar al hada. –Dime –Nillë señaló a Sarez con su pequeño bracito azulado otra vez, pero Helyare negó y fue a buscar sus cosas. Mas el hada no iba a dejarlo así porque sí. El elfo le había dicho cosas muy feas a su compañera, pero también tenía razón en otras y no iba a dejar que, de nuevo, Helyare se fuese dejando otra “víctima” de sus insultos y malas palabras. Sin dejarla dar un par de pasos más se plantó delante de ella, intensificando la luz de su alrededor, con cara de pocos amigos. Ante la atenta mirada de la elfa volvió a señalar al rubio y se cruzó de brazos.
Tanto odio que procesaba a los brujos y había hecho lo imposible por salvar a uno, quería tanto a dos elfos que ella no conocía, que se había alejado para no dañarles, al igual que de Ingela, a quien tampoco conocía, pero Helyare solo tenía buenas palabras para ella. ¿Y ahora iba a dejar así a ese elfo que la había ayudado? Se negaba en rotundo y no la iba a dejar dar un paso más.
–Nillë, vámonos –insistió Helyare, aunque no sirvió para hacer que el hada se moviese de su sitio. Quería que su compañera escuchase bien lo que le había dicho Sarez, así dejaría de echar a todos de su lado. Desde que la había conocido estaba sola. Sí ayudaba a otros, como había hecho con el elfo cuando le había atacado creyendo que iba a hacer daño a su amiga, pero es que luego ella misma siempre se iba y los dejaba ahí. ¿No tenía amigos? Nillë tenía otras ideas diferentes sobre el trato hacia las personas, y Helyare no estaba siendo respetuosa ni gentil con ese elfo desde el principio. Bueno, no era agradable con nadie, y eso al hada le fastidiaba.
El azul intenso de su aura indicaba que no iba a dar más oportunidades a la elfa si seguía siendo tan cabezona. Helyare suspiró y se giró, mirando a Sarez. ¿Por qué no se había ido? Y, ¿qué pretendía Nillë que hiciera? Lo más sencillo era coger sus cosas y largarse de allí, pero el hada se negaba. Sintió las pequeñas manitas de su acompañante tratando de empujarla hacia el elfo y avanzó hacia él por la orilla del lago, con pasos lentos. Seguía preguntándose por qué no se había ido.
El hada fue mucho más rápida y se plantó delante de la mirada de él, mostrando una amable sonrisa –chiri, chiri… chiri –empezó a gesticular de forma alegre. Helyare, por su parte, seguía quieta en la orilla, atenta a lo que hacía el hada, aunque al bajar la mirada hacia el lago vio otro brillo que llamó su atención. Con cuidado metió la mano en el agua caliente y sacó el cuchillo que le había tirado antes a Sarez. El metal humeaba ligeramente, como todo el lago. Entre sus múltiples gestos, Nillë señaló a la elfa para que él la mirase. Incapaz de salir de allí, Helyare avanzó un par de pasitos más para estar más cerca de él, aunque guardando las distancias. Giró la daga en su mano para que pudiera sujetarla por el mango y no se quemase, y se la tendió. Notaba el calor que desprendía, tan cerca de su piel…
–Lo entiendo, pero es tan duro para mí... No sé qué hacer para vivir y no rendirme, ni cómo ser otro alguien –susurró en voz baja, con un tono mucho más suave del que había usado anteriormente con él, posando la vista en el arma y apretándola ligeramente entre sus dedos. Sabía que tenía algo más que decirle, pero no se atrevía.
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Pienso en Merrigan, siempre pienso en ella. No quiero que me vea enfadado, resoplando como un toro embravecido. Tengo la sensación que me está viendo. Imagino que está detrás de un árbol, al otro lado del agujero de agua caliente. La capucha de la capa le cubre la mitad del rostro, solo se le ven la punta de la nariz y los labios verdes y agrietados por la maldición. ¿Sonríe? Si es verdad que me está viendo, dudo que esté sonriendo. Estaría triste y enfadada. Sentiría, exactamente, lo mismo que yo. La diferencia es que yo estoy triste y enfadado por culpa de Helyare y Merrigan lo estaría por mi culpa. No le hubiera gustado la manera con la que me he hablado con Helyare. La he insultado y menospreciado, tengo motivos para hacerlo. He dicho cosas horribles que ahora siento como espinas en mi corazón. Merrigan pensaría que no he aprendido nada, que la he decepcionado. Aunque no hablase, es más inteligente que yo, sentiría las espinas en su corazón. Las suyas, para más inri, estarían envueltas del musgo verde que, por culpa de la enfermedad del Doctor, forma parte de su piel.
Levanto la cabeza y miro hacia los árboles. Deseo que, verdaderamente, esté Merrigan mirándome. Quiero disculparme. No me arrepiento de lo que he dicho y hecho, ha sido con buena voluntad. Quiero pedir perdón porque he actuado de manera contraria a lo que Merrigan me ha enseñado. También al contrario de lo que Idril me enseñó. Busco entre las cortezas de los cipreses una mano en un guante de cuero gasto, la sombra de una capa o un mechón de pelo pelirrojo bañado en líquenes. Lo que sea que me indique que Merrigan está presente en la realidad y no solo en mis pensamientos. Sin apartar la vista de los árboles, cojo una piedra. La aprieto con fuerza como si pudiera encogerla. No me contento con tirarla a mi reflejo del agua, ya me he dado cuenta que no sirve. Lanzo la piedra más allá del agujero de agua caliente, hacia los cipreses. Cinco pájaros salen de sus nidos asustados por el impacto. No hay rastro de Merrigan. Se ha ido. Nunca ha estado.
Muevo varias veces la cabeza como si estuviera diciendo que no. Debo sacarme a Merrigan de la cabeza. Me cuesta conseguirlo tanto como me cuesta tranquilizarme.
Una sombra se acerca por mi espalda. Veo su reflejo borroso en el agua caliente. Se parece a Merrigan. No cometeré el mismo error por segunda vez. Es de mala educación no ver a la persona que me habla. Lo siento Merrigan, pero no quiero volver a ver a Helyare. Prefiero buscarte entre los cipreses.
-Si lo entendieses te habrías ido- le digo al reflejo de Helyare en el agua caliente- Lejos. Te has roto tú. Te curas tú. No me necesitas. Adiós-.
Cojo otra piedra y la vuelva a lanzar al agua caliente. No estoy contento con lo que he dicho, tengo la necesidad de decir más.
-Eres egoísta. Deja de serlo. Insultas a personas que no conoces. Deja de hacerlo- lanzo otra piedra. Todavía no es suficiente- Dices que te hicieron daño, mientes. El daño te lo haces tú. Reconócelo. - Me quedo sin piedras que lanzar. Por fin, me giro y la miro de frente - Reconoce que te has rendido desde hace mucho tiempo. No mientas. Sigues creyendo que eres parte de ellos. Lo has dicho. No tienes hermanos. Acéptalo. Es la realidad- Merrigan no está y no volverá - No volverás a Sandorai. Tienes un nuevo bosque, una nueva vida. Deja de abrir las heridas de tu antigua vida. No las voy a curar. Nadie te las va a curar-.
Levanto la cabeza y miro hacia los árboles. Deseo que, verdaderamente, esté Merrigan mirándome. Quiero disculparme. No me arrepiento de lo que he dicho y hecho, ha sido con buena voluntad. Quiero pedir perdón porque he actuado de manera contraria a lo que Merrigan me ha enseñado. También al contrario de lo que Idril me enseñó. Busco entre las cortezas de los cipreses una mano en un guante de cuero gasto, la sombra de una capa o un mechón de pelo pelirrojo bañado en líquenes. Lo que sea que me indique que Merrigan está presente en la realidad y no solo en mis pensamientos. Sin apartar la vista de los árboles, cojo una piedra. La aprieto con fuerza como si pudiera encogerla. No me contento con tirarla a mi reflejo del agua, ya me he dado cuenta que no sirve. Lanzo la piedra más allá del agujero de agua caliente, hacia los cipreses. Cinco pájaros salen de sus nidos asustados por el impacto. No hay rastro de Merrigan. Se ha ido. Nunca ha estado.
Muevo varias veces la cabeza como si estuviera diciendo que no. Debo sacarme a Merrigan de la cabeza. Me cuesta conseguirlo tanto como me cuesta tranquilizarme.
Una sombra se acerca por mi espalda. Veo su reflejo borroso en el agua caliente. Se parece a Merrigan. No cometeré el mismo error por segunda vez. Es de mala educación no ver a la persona que me habla. Lo siento Merrigan, pero no quiero volver a ver a Helyare. Prefiero buscarte entre los cipreses.
-Si lo entendieses te habrías ido- le digo al reflejo de Helyare en el agua caliente- Lejos. Te has roto tú. Te curas tú. No me necesitas. Adiós-.
Cojo otra piedra y la vuelva a lanzar al agua caliente. No estoy contento con lo que he dicho, tengo la necesidad de decir más.
-Eres egoísta. Deja de serlo. Insultas a personas que no conoces. Deja de hacerlo- lanzo otra piedra. Todavía no es suficiente- Dices que te hicieron daño, mientes. El daño te lo haces tú. Reconócelo. - Me quedo sin piedras que lanzar. Por fin, me giro y la miro de frente - Reconoce que te has rendido desde hace mucho tiempo. No mientas. Sigues creyendo que eres parte de ellos. Lo has dicho. No tienes hermanos. Acéptalo. Es la realidad- Merrigan no está y no volverá - No volverás a Sandorai. Tienes un nuevo bosque, una nueva vida. Deja de abrir las heridas de tu antigua vida. No las voy a curar. Nadie te las va a curar-.
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Por todos los medios había tratado de ser amable, después de que Nillë insistiera en que tenía que ir a hablar con el elfo, pero la respuesta de este no hizo más que cabrear más a Helyare. Apretó la daga, con fuerza, cuando escuchó que decía que si lo hubiera entendido tendría que irse. Casi pensó en lanzársela a él por ser tan bocazas. Pero no lo hizo. Se mordió el labio para intentar controlar la rabia que sentía –o tal vez la tristeza –, giró el arma en su mano y lo dejó caer al suelo, haciendo que se clavase en la tierra con un sonido sordo.
En ese momento Sarez se dignó a girarse, pero ella también planeaba irse y dejarlo ahí, solo, como bien le había dicho segundos atrás a ella. Le miró con mala cara, cruzándose de brazos y esperando a que terminase de hablar. Cada palabra que decía el rubio le suponía el dolor de un puñetazo. Quería irse, pero lo que decía le daba tanta rabia… que no pudo contenerse a responder ella. Quiso darle un guantazo, pero se contuvo. Aún así, sus palabras ya no las pudo controlar.
–Eres un maldito hipócrita –escupió esas palabras con furia, diciéndolas muy despacio para que pudiera comprender cada letra que le decía –, que dice que yo insulto sin conocer. Tú dijiste que “no era nadie” al verme, ¡yo no te había dicho nada! –Bramó –y pretendes culparme a mí de insultar. El que insultaste fuiste tú –tomó aire y volvió a morderse el labio, con ira contenida, muy notoria en la forma que apretaba los puños, tratando de controlarse. – ¡¿Pretendías que me quedase callada?! –hizo otra pausa, soltando el aire. –Dijiste que era demasiado pronto para mí y ahora me dices que no reabra las heridas. ¡Ni siquiera ha dado tiempo a que se me cierren! ¡Yo no he pasado más de 40 años vagando por ahí como tú, buscando a saber-quién! ¡¡Intentas dar lecciones y no tienes ni idea!! ¡Dices que yo no volveré a Sandorai y tú sí! ¡¡Disfrútalo!! Ve allí y comunícate con ellos sin tener ni idea de hablar en élfico. ¡Después de tanto tiempo desterrado les hará ilusión verte! –estaba temblando por pura rabia.
Sin poder contenerse más, avanzó hacia él y trató de darle un puñetazo. Era la única forma que tenía de soltar la rabia contra él. Nillë se apartó, horrorizada por el comportamiento de ambos elfos, pues ella había intentado poner paz y le había ido peor. Su brillo azul fue como una flecha hacia donde Helyare tenía sus cosas.
–Y no… –bajó el tono, aunque aún seguía furiosa – no te necesito. No necesito que nadie me cure de nada. Como te dije, nadie puede tocarme –dicho eso se giró y comenzó a caminar hacia donde estaba su bolsito y parte de su ropa, dando grandes zancadas. Se abrochó la camisa y comenzó a vestirse, ignorando ya al elfo. Sí, sabía que tenía razón en muchas cosas, bastantes eran terriblemente dolorosas, pero no se la daría así como así, significaría admitir demasiadas cosas que no quería. Pasó el dorso de su mano por su mejilla para detener una lágrima y terminó de coger sus cosas, ante la atónita mirada de su pequeña compañera, que alternaba la vista entre ella y el elfo.
Era la primera vez que había intentado disculparse, más o menos, y se sentía defraudada porque realmente había pensado que Sarez podría llegar a comprenderla. Sí que había sido reticente al principio ante la presencia del elfo, ya que aún seguía teniendo los sesgos sobre los desterrados –aunque ella fuese una –, pero poco a poco había ido abriéndose un poco más al pensar que él sería el único que podría entender por lo que estaba pasando. Creyó haber encontrado a alguien que no acabase tratándola mal, pero se equivocaba totalmente. También pensó en la facilidad con la que Sarez había hablado de cómo tenía que recuperarse, la normalidad con la que le había dicho que no iba a regresar al bosque. El mismo que decía que sí iba a regresar a vengarse. Él había tenido cuarenta años para poder recuperarse, había tenido a dos o a tres personas junto a él, según las que había nombrado. Ella no, apenas hacía poco más de un año de su condena a destierro, y unas semanas de su pena de muerte. ¿Cómo pretendía ese estúpido elfo que pudiera hacer como si nada y dejar toda su vida entera así porque sí?
Creyó que sí iba a comprenderla, pero se equivocó. Ese elfo que ni siquiera conocía su lengua no era un buen compañero para ella. Nadie lo era, en realidad. Pero sus esperanzas por encontrar a alguien habían hecho que se fiase de él.
“¿Otra vida?”, pensó la elfa mientras acababa de coger sus cosas, “¿para qué? Si ni tiene sentido esta.”
Le tendió la mano al hada para que se subiera sobre ella y poder empezar el viaje, aunque no tenía ningún rumbo, no sabía hacia dónde ir. “Me voy lejos, imbécil. Ahógate si quieres en agua hirviendo mientras esperas que aparezca a quien sea que hayas perdido”, pensó con bastante odio en su fuero interno.
No acababa de acostumbrarse a ese mundo fuera de su antigua familia. Había intentado ayudar al elfo después de que Nillë le atacara. Recordó, sin poder evitarlo, los viejos tiempos en los que si alguien te ayudaba, se le daba gratitud, no ese trato tan malo que no paraba de ver desde que había salido la primera vez de Sandorai. Por supuesto, ella nunca pensaba en la autoculpa, sino en la de los demás. Y mantenía los recuerdos del apoyo incondicional que le daban sus soldados, sus hermanos, su familia.
Pero desde que había tenido que irse, había visto malos comportamientos desde el principio. Y el de este elfo tampoco le había parecido bueno. Aunque la realidad de todo es que le fastidiaba el haber creído que podría ser un compañero en quien apoyarse, por haber vivido lo mismo, y ahora no, volvía a estar sola frente a un bosque repleto de hombres-insectos que torturaban a jóvenes elfas, frente a un bosque repleto de los vestigios de las cruentas guerras y que manchaban los ríos de sangre, frente a la persecución a la que se estaba enfrentando y completamente sola.
En ese momento Sarez se dignó a girarse, pero ella también planeaba irse y dejarlo ahí, solo, como bien le había dicho segundos atrás a ella. Le miró con mala cara, cruzándose de brazos y esperando a que terminase de hablar. Cada palabra que decía el rubio le suponía el dolor de un puñetazo. Quería irse, pero lo que decía le daba tanta rabia… que no pudo contenerse a responder ella. Quiso darle un guantazo, pero se contuvo. Aún así, sus palabras ya no las pudo controlar.
–Eres un maldito hipócrita –escupió esas palabras con furia, diciéndolas muy despacio para que pudiera comprender cada letra que le decía –, que dice que yo insulto sin conocer. Tú dijiste que “no era nadie” al verme, ¡yo no te había dicho nada! –Bramó –y pretendes culparme a mí de insultar. El que insultaste fuiste tú –tomó aire y volvió a morderse el labio, con ira contenida, muy notoria en la forma que apretaba los puños, tratando de controlarse. – ¡¿Pretendías que me quedase callada?! –hizo otra pausa, soltando el aire. –Dijiste que era demasiado pronto para mí y ahora me dices que no reabra las heridas. ¡Ni siquiera ha dado tiempo a que se me cierren! ¡Yo no he pasado más de 40 años vagando por ahí como tú, buscando a saber-quién! ¡¡Intentas dar lecciones y no tienes ni idea!! ¡Dices que yo no volveré a Sandorai y tú sí! ¡¡Disfrútalo!! Ve allí y comunícate con ellos sin tener ni idea de hablar en élfico. ¡Después de tanto tiempo desterrado les hará ilusión verte! –estaba temblando por pura rabia.
Sin poder contenerse más, avanzó hacia él y trató de darle un puñetazo. Era la única forma que tenía de soltar la rabia contra él. Nillë se apartó, horrorizada por el comportamiento de ambos elfos, pues ella había intentado poner paz y le había ido peor. Su brillo azul fue como una flecha hacia donde Helyare tenía sus cosas.
–Y no… –bajó el tono, aunque aún seguía furiosa – no te necesito. No necesito que nadie me cure de nada. Como te dije, nadie puede tocarme –dicho eso se giró y comenzó a caminar hacia donde estaba su bolsito y parte de su ropa, dando grandes zancadas. Se abrochó la camisa y comenzó a vestirse, ignorando ya al elfo. Sí, sabía que tenía razón en muchas cosas, bastantes eran terriblemente dolorosas, pero no se la daría así como así, significaría admitir demasiadas cosas que no quería. Pasó el dorso de su mano por su mejilla para detener una lágrima y terminó de coger sus cosas, ante la atónita mirada de su pequeña compañera, que alternaba la vista entre ella y el elfo.
Era la primera vez que había intentado disculparse, más o menos, y se sentía defraudada porque realmente había pensado que Sarez podría llegar a comprenderla. Sí que había sido reticente al principio ante la presencia del elfo, ya que aún seguía teniendo los sesgos sobre los desterrados –aunque ella fuese una –, pero poco a poco había ido abriéndose un poco más al pensar que él sería el único que podría entender por lo que estaba pasando. Creyó haber encontrado a alguien que no acabase tratándola mal, pero se equivocaba totalmente. También pensó en la facilidad con la que Sarez había hablado de cómo tenía que recuperarse, la normalidad con la que le había dicho que no iba a regresar al bosque. El mismo que decía que sí iba a regresar a vengarse. Él había tenido cuarenta años para poder recuperarse, había tenido a dos o a tres personas junto a él, según las que había nombrado. Ella no, apenas hacía poco más de un año de su condena a destierro, y unas semanas de su pena de muerte. ¿Cómo pretendía ese estúpido elfo que pudiera hacer como si nada y dejar toda su vida entera así porque sí?
Creyó que sí iba a comprenderla, pero se equivocó. Ese elfo que ni siquiera conocía su lengua no era un buen compañero para ella. Nadie lo era, en realidad. Pero sus esperanzas por encontrar a alguien habían hecho que se fiase de él.
“¿Otra vida?”, pensó la elfa mientras acababa de coger sus cosas, “¿para qué? Si ni tiene sentido esta.”
Le tendió la mano al hada para que se subiera sobre ella y poder empezar el viaje, aunque no tenía ningún rumbo, no sabía hacia dónde ir. “Me voy lejos, imbécil. Ahógate si quieres en agua hirviendo mientras esperas que aparezca a quien sea que hayas perdido”, pensó con bastante odio en su fuero interno.
No acababa de acostumbrarse a ese mundo fuera de su antigua familia. Había intentado ayudar al elfo después de que Nillë le atacara. Recordó, sin poder evitarlo, los viejos tiempos en los que si alguien te ayudaba, se le daba gratitud, no ese trato tan malo que no paraba de ver desde que había salido la primera vez de Sandorai. Por supuesto, ella nunca pensaba en la autoculpa, sino en la de los demás. Y mantenía los recuerdos del apoyo incondicional que le daban sus soldados, sus hermanos, su familia.
Pero desde que había tenido que irse, había visto malos comportamientos desde el principio. Y el de este elfo tampoco le había parecido bueno. Aunque la realidad de todo es que le fastidiaba el haber creído que podría ser un compañero en quien apoyarse, por haber vivido lo mismo, y ahora no, volvía a estar sola frente a un bosque repleto de hombres-insectos que torturaban a jóvenes elfas, frente a un bosque repleto de los vestigios de las cruentas guerras y que manchaban los ríos de sangre, frente a la persecución a la que se estaba enfrentando y completamente sola.
Helyare
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Re: [CERRADO] Muéstrame tu debilidad [+18] [Sarez/Helyare]
Mi pensamiento se divide. Una parte de mí odia a Helyare. Quiere que se calle. Haría lo que fuera por hacerla callar. Bajo mis pies hay piedras, esa parte se la quiere metérselas en la boca. ¡Silencio! No hace más que decir tonterías, insultar y gritar. Es muy molesto. Si ella no me ha escuchado a mí no tengo por qué escuchar ahora lo que dice. La otra parte es completamente neutral. Ignora a la chica, le es indiferente. Sabe que grita porque lo necesita, quiere desahogarse, convencerse de que sus molestas mentiras son reales. Si Helyare repite muchas veces que es alguien, creerá haberse convertido en ese alguien. Esta parte de mi cabeza controla los labios. Hace que muestre frágil sonrisa dibuje mis labios. Helyare puede gritar si quiere, a mí ya no me importa.
Lo peor lo dice al final, cuando se despide. Sus últimas palabras hieren por igual a mis dos partes. Es una mentirosa. Está rota. Podría haberla curado, pero ella no quiso. Necesita que la cure tanto como necesita gritar. ¿Por qué no lo reconoce? ¿Por qué no se da cuenta? Es una desagradecida. Yo también quiero levantar la voz. Así me escuchará, entenderá lo que quiero decir. Mi parte neutral me mantienen callado. Como diría Merrigan: Se preocupa que no haga ninguna estupidez.
“Desagradecida”. Piensa mi parte enfada.
En contra de mi voluntad, me doy la vuelta y observo a Helyare marcharse. Estira su espalda, hace parecer más alta y orgullosa de lo que es. Eso me enfada. Hace que quede retratado, en segundo lugar. Todo lo que he dicho y la magia que he usado con ella ha sido en vano. No lo tendrá en cuenta. Es una desagradecida. Sabía cómo me haría sentir, por eso no quería verla. El enfado ha sido superior a mí. No lo he podido evitar.
Tengo la mano derecha apoyada en la tierra. Preparada para tomar impulso y levantarme del suelo. Mi intención es ir tras ella. Hacer que se gire, que me mire a los ojos y gritarle verdades. He de ser coherente, pensar con claridad. ¿Qué ganaré al ir tras ella? Un enfrentamiento innecesario. Ella ya ha dicho (gritado) que no va a escucharme, que quiere tener sus heridas abiertas. No merece la pena. Me entristece darme cuenta que he utilizado mi magia con alguien que no merece la pena y nunca la merecerá.
Me sorprendo al descubrirme que estoy respirando como Merrigan respira antes de subir al escenario. Es una respiración lenta y artificial; en el momento que deje de controlarme, tomara la forma agitada de una verdadera respiración nerviosa.
Me mantengo en la misma posición de cuclillas, agazapado como un animal a punto de cazar a su presa, hasta que Helyare desaparece de mi vista. Estoy orgulloso. He podido resistirme. Ella lo ha pasado muy mal. Lo seguirá pasando. Si hubiera provocado un enfrentamiento, hubiera sido peor para los dos. ¿Merrigan estaría orgullosa? ¿Qué pensaría Idril si estuviera aquí?
Ahora estoy respirando como Merrigan después de terminar su actuación. Tranquilo, relajado. Siento que me he quitado un peso de encima.
Lo peor lo dice al final, cuando se despide. Sus últimas palabras hieren por igual a mis dos partes. Es una mentirosa. Está rota. Podría haberla curado, pero ella no quiso. Necesita que la cure tanto como necesita gritar. ¿Por qué no lo reconoce? ¿Por qué no se da cuenta? Es una desagradecida. Yo también quiero levantar la voz. Así me escuchará, entenderá lo que quiero decir. Mi parte neutral me mantienen callado. Como diría Merrigan: Se preocupa que no haga ninguna estupidez.
“Desagradecida”. Piensa mi parte enfada.
En contra de mi voluntad, me doy la vuelta y observo a Helyare marcharse. Estira su espalda, hace parecer más alta y orgullosa de lo que es. Eso me enfada. Hace que quede retratado, en segundo lugar. Todo lo que he dicho y la magia que he usado con ella ha sido en vano. No lo tendrá en cuenta. Es una desagradecida. Sabía cómo me haría sentir, por eso no quería verla. El enfado ha sido superior a mí. No lo he podido evitar.
Tengo la mano derecha apoyada en la tierra. Preparada para tomar impulso y levantarme del suelo. Mi intención es ir tras ella. Hacer que se gire, que me mire a los ojos y gritarle verdades. He de ser coherente, pensar con claridad. ¿Qué ganaré al ir tras ella? Un enfrentamiento innecesario. Ella ya ha dicho (gritado) que no va a escucharme, que quiere tener sus heridas abiertas. No merece la pena. Me entristece darme cuenta que he utilizado mi magia con alguien que no merece la pena y nunca la merecerá.
Me sorprendo al descubrirme que estoy respirando como Merrigan respira antes de subir al escenario. Es una respiración lenta y artificial; en el momento que deje de controlarme, tomara la forma agitada de una verdadera respiración nerviosa.
Me mantengo en la misma posición de cuclillas, agazapado como un animal a punto de cazar a su presa, hasta que Helyare desaparece de mi vista. Estoy orgulloso. He podido resistirme. Ella lo ha pasado muy mal. Lo seguirá pasando. Si hubiera provocado un enfrentamiento, hubiera sido peor para los dos. ¿Merrigan estaría orgullosa? ¿Qué pensaría Idril si estuviera aquí?
Ahora estoy respirando como Merrigan después de terminar su actuación. Tranquilo, relajado. Siento que me he quitado un peso de encima.
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