[Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
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[Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
La dragona era, sin lugar a dudas, su compañera de viaje. Allá donde fuera Helyare, la joven del norte la seguía sin apenas rechistar. Desde que habían tenido que dejar Claro estaban bastante unidas, aunque la elfa no era muy sociable, pero Ingela solventaba ese aspecto de su compañera con cantidades ingentes de inocencia y dulzura.
Sinceramente, a Helyare no la molestaba tanta efusividad y vitalidad, aunque a veces la muchacha no se callase durante horas. Se podía decir que la elfa era buena escuchando… Directamente ni hablaba. Podía pasarse horas y horas sin mencionar nada. Sólo se podía escuchar su voz cuando quería pedirle algo a Ingela o para planificar una nueva ruta, aunque la que llevaban en ese momento estaba bien. Larga, pero bien.
Habían visto un funeral humano esa misma noche y la elfa se las había apañado para sacar de allí a Ingela, no debían estar en ese lugar, había visto a gente indeseable, así que había instado a la joven dragona a montar el campamento, pues al día siguiente, al despuntar el alba, se tenían que ir para continuar su camino. Querían llegar a Lunargenta cuanto antes.
–Esta vez no haremos hoguera. Sé que es peligroso, pero el mar suaviza el ambiente. Yo vigilaré. –No dijo mucho más. Conocía el peligro de ese lugar; no tenía nada que ver con el mar, sino con el bosque.
Al rato ya estaba sentada en una roca para observar que durante la noche no fuesen atacadas. Hacer tantas guardias de seguido la dejaba agotada, pero es que tampoco podía tener un sueño reparador. Siempre se despertaba entre terribles pesadillas que acababan perturbándola durante el resto de la noche. No era capaz de dormir, así que solía quedarse vigilando. Sí, podía conciliar el sueño durante un rato, pequeño, y con eso trataba de aguantar el resto del día. Además los descansos de su compañera debían ser mayores que los de un elfo para ser reparadores, así que con paciencia aguantaba el tiempo pertinente hasta que Ingela hubiese descansado.
Veía a la muchacha muy tierna, a pesar de ser una vasta dragona cuando se transformaba. Como cada noche, volvió a dormirse durante unos minutos, pero se despertó de golpe sucumbiendo a una de sus pesadillas. Y así durante varias horas hasta que los rayos del sol eran reflejados por las suaves olas.
Recogió sus cosas y fue a despertar a Ingela. –Venga, vamos, tenemos que seguir.
Dejó unos instantes a la chiquilla para que reaccionara y pronto empezaron la caminata por la playa. De nuevo, la elfa estaba en completo silencio.
Pero no sólo estaba callada, estaba incómoda. Notaba algo extraño que la ponía nerviosa. Miraba a cada instante al bosque de Sandorai, de forma disimulada. Tal vez fueran imaginaciones suyas y no quería preocupar a la joven dragona.
Mas cuando tienes una intuición lo mejor es no ignorarla. Y, efectivamente, tenía que preocuparse con razón: un par de elfos salieron de entre los árboles que habían dejado atrás hacía unos minutos y se colocaron a sus espaldas.
Helyare se volteó y en un rápido movimiento, casi con la inercia del giro, ya tenía el arco cargado y apuntando sl objetivo. Pero al ver sus colores verdes, sus múltiples detalles adornando su cuerpo y esas hojas juntas, bajó su arma.
Del bosque salieron otros dos elfos. Todos tenían algo en común a pesar de su atuendo: la mirada altanera.
Eran inconfundibles: Lucían una armadura ligera adornada con hojas, brazaletes que designaban su status, el emblema típico que en su día también lució Helyare; eran miembros de la Guardia del clan Eytherzair.
La elfa colocó la flecha en el carcaj, mirando fijamente a los que tenía enfrente. Sentía rabia porque no se había percatado antes de la presencia de los soldados, y miedo al pensar en lo violentos que eran. ¿Había hecho algo malo? Aparte de acercarse mucho al territorio. ¡Pero no había cruzado el bosque! Obviamente sabía las consecuencias de entrar, las cicatrices sobre su piel se lo recordaban cada vez que veía su cuerpo desnudo.
El arco también lo guardó, muy despacio, y se colocó delante de la dragona, tratando de taparla lo máximo que podía. –Tranquila, Ingela, no va a pasar nada. –Susurró a su compañera.
Una risotada se escuchó en el ambiente, venía de uno de los guardias que las rodeaban.
–¿De vuelta a casa, traidora?
–¿Solo una niña del norte te acoge? –Volvieron las risas jocosas.
Uno de ellos se acercó y escupió a escasos centímetros de los pies de la elfa, quien los miraba con la vista pétrea, inmutable y con ira. Sentía impotencia al saber que no debía defenderse o les daría la oportunidad de poder matarla.
–Aparta. –Dijo de mala gana el elfo que se había aproximado a ellas, dándole un empujón a Helyare para apartarla y centrarse en la joven de cabello rubio. –¿Por qué una dragona lleva una capa del clan Eytherzair?
Sinceramente, a Helyare no la molestaba tanta efusividad y vitalidad, aunque a veces la muchacha no se callase durante horas. Se podía decir que la elfa era buena escuchando… Directamente ni hablaba. Podía pasarse horas y horas sin mencionar nada. Sólo se podía escuchar su voz cuando quería pedirle algo a Ingela o para planificar una nueva ruta, aunque la que llevaban en ese momento estaba bien. Larga, pero bien.
Habían visto un funeral humano esa misma noche y la elfa se las había apañado para sacar de allí a Ingela, no debían estar en ese lugar, había visto a gente indeseable, así que había instado a la joven dragona a montar el campamento, pues al día siguiente, al despuntar el alba, se tenían que ir para continuar su camino. Querían llegar a Lunargenta cuanto antes.
–Esta vez no haremos hoguera. Sé que es peligroso, pero el mar suaviza el ambiente. Yo vigilaré. –No dijo mucho más. Conocía el peligro de ese lugar; no tenía nada que ver con el mar, sino con el bosque.
Al rato ya estaba sentada en una roca para observar que durante la noche no fuesen atacadas. Hacer tantas guardias de seguido la dejaba agotada, pero es que tampoco podía tener un sueño reparador. Siempre se despertaba entre terribles pesadillas que acababan perturbándola durante el resto de la noche. No era capaz de dormir, así que solía quedarse vigilando. Sí, podía conciliar el sueño durante un rato, pequeño, y con eso trataba de aguantar el resto del día. Además los descansos de su compañera debían ser mayores que los de un elfo para ser reparadores, así que con paciencia aguantaba el tiempo pertinente hasta que Ingela hubiese descansado.
Veía a la muchacha muy tierna, a pesar de ser una vasta dragona cuando se transformaba. Como cada noche, volvió a dormirse durante unos minutos, pero se despertó de golpe sucumbiendo a una de sus pesadillas. Y así durante varias horas hasta que los rayos del sol eran reflejados por las suaves olas.
Recogió sus cosas y fue a despertar a Ingela. –Venga, vamos, tenemos que seguir.
Dejó unos instantes a la chiquilla para que reaccionara y pronto empezaron la caminata por la playa. De nuevo, la elfa estaba en completo silencio.
Pero no sólo estaba callada, estaba incómoda. Notaba algo extraño que la ponía nerviosa. Miraba a cada instante al bosque de Sandorai, de forma disimulada. Tal vez fueran imaginaciones suyas y no quería preocupar a la joven dragona.
Mas cuando tienes una intuición lo mejor es no ignorarla. Y, efectivamente, tenía que preocuparse con razón: un par de elfos salieron de entre los árboles que habían dejado atrás hacía unos minutos y se colocaron a sus espaldas.
Helyare se volteó y en un rápido movimiento, casi con la inercia del giro, ya tenía el arco cargado y apuntando sl objetivo. Pero al ver sus colores verdes, sus múltiples detalles adornando su cuerpo y esas hojas juntas, bajó su arma.
Del bosque salieron otros dos elfos. Todos tenían algo en común a pesar de su atuendo: la mirada altanera.
Eran inconfundibles: Lucían una armadura ligera adornada con hojas, brazaletes que designaban su status, el emblema típico que en su día también lució Helyare; eran miembros de la Guardia del clan Eytherzair.
La elfa colocó la flecha en el carcaj, mirando fijamente a los que tenía enfrente. Sentía rabia porque no se había percatado antes de la presencia de los soldados, y miedo al pensar en lo violentos que eran. ¿Había hecho algo malo? Aparte de acercarse mucho al territorio. ¡Pero no había cruzado el bosque! Obviamente sabía las consecuencias de entrar, las cicatrices sobre su piel se lo recordaban cada vez que veía su cuerpo desnudo.
El arco también lo guardó, muy despacio, y se colocó delante de la dragona, tratando de taparla lo máximo que podía. –Tranquila, Ingela, no va a pasar nada. –Susurró a su compañera.
Una risotada se escuchó en el ambiente, venía de uno de los guardias que las rodeaban.
–¿De vuelta a casa, traidora?
–¿Solo una niña del norte te acoge? –Volvieron las risas jocosas.
Uno de ellos se acercó y escupió a escasos centímetros de los pies de la elfa, quien los miraba con la vista pétrea, inmutable y con ira. Sentía impotencia al saber que no debía defenderse o les daría la oportunidad de poder matarla.
–Aparta. –Dijo de mala gana el elfo que se había aproximado a ellas, dándole un empujón a Helyare para apartarla y centrarse en la joven de cabello rubio. –¿Por qué una dragona lleva una capa del clan Eytherzair?
Última edición por Helyare el Lun Jul 31 2017, 12:53, editado 2 veces
Helyare
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
No la había dejado ir a rendir sus respetos a la muerta, la había mandado a dormir temprano... ¡esa elfa poco a poco se convertía en una mamá! -Elfa mandona- murmuraba entre dientes mientras se acomodaba para dormir -¡Ni siquiera tengo sueño!- exclamó unos tres minutos antes de quedar profundamente dormida. Durmió de un tirón, desde que se acomodó hasta que la elfa la despertó. ?Y dale con andar mandoneando!
-Tenía un lindo sueño en el que jugaba con zorros. ¿Sabes lo lindos que son los zorros y lo ariscos que son? No se dejan tocar y en mi sueño hasta dormía con uno. Mala amiga- le dijo a la elfa mientras terminaba de recoger sus cosas y se acomodaba el mandoble en la espalda. La joven dragona tenía una figura esbelta a simple vista, pero bajo la ropa ocultaba un cuerpo fuerte, de brazos entrenados para pelear con mandoble, el arma que usaba su padre, cuyo uso habían heredado ella y sus hermanos. Era por eso que viajaba con el suyo, forjado especialmente para ella, con el peso adecuado e incluso marcado con su nombre en la hoja. Hasta el momento no lo había usado y le era más un estorbo que una herramienta útil. Pero como dije... hasta ese momento.
Un ruido las sobresaltó, eran dos elfos vestidos de una forma muy colorida, pero que ella había visto antes, así vestía Aranarth, el amigo de Claro. Instintivamente, desenvainó su mandoble y lo sostuvo en guardia, incluso cuando Helyare guardó su flecha y le dio palabras de calma. No funcionaron y aunque al parecer su amiga conocía a estos elfos, ella sintió el vientre apretado.
–¿De vuelta a casa, traidora?- le dijo uno de los elfos a Helyare. Aquello desconcertó a Ingela. ¿Se refería a Helyare como una traidora? ¿Por qué?
La joven dragona se sintió confundida y asustada. A fin de cuentas, ella no conocía nada de la historia de la elfa. Solo su nombre y... ¡nada más! En realidad no tenía idea de quién era la chica con quien viajaba. Alternaba la mirada entre el grupo de elfos y Helyare, notoriamente nerviosa.
–¿Solo una niña del norte te acoge?– dijo otro en tono burlón mientras los demás se reían con altanería. Estos tipos no le estaban gustando. Toda la situación, de hecho, le disgustaba sobremanera. -Hely, ¿quiénes son estos?- preguntó a la elfa en voz baja. Pero ella no le pudo responder, pues otro de los elfos la empujó hacia un costado con violencia tras haber escupido el suelo frente a Helyare.
Al sacarla de en medio, el elfo se acercó a Ingela. Demasiado para el gusto de ella –¿Por qué una dragona lleva una capa del clan Eytherzair?- la increpó con grosería. La joven dragona, que ya para estas alturas estaba enojada, acortó la distancia entre ella y el elfo. Dio un paso y levantó espada hasta que la punta llegó al mentón del elfo -Eso no es de tu incumbencia, elfo- le dijo mirándolo desafiante. Ella era una dragona de fuego, con estos no se deben meter. -¿Quién eres tú y por qué te atraviesas en mi camino?- le dijo sin bajar la mirada y mucho menos su arma, la cual empujaba más hacia arriba, en contra de la piel del elfo.
-Tenía un lindo sueño en el que jugaba con zorros. ¿Sabes lo lindos que son los zorros y lo ariscos que son? No se dejan tocar y en mi sueño hasta dormía con uno. Mala amiga- le dijo a la elfa mientras terminaba de recoger sus cosas y se acomodaba el mandoble en la espalda. La joven dragona tenía una figura esbelta a simple vista, pero bajo la ropa ocultaba un cuerpo fuerte, de brazos entrenados para pelear con mandoble, el arma que usaba su padre, cuyo uso habían heredado ella y sus hermanos. Era por eso que viajaba con el suyo, forjado especialmente para ella, con el peso adecuado e incluso marcado con su nombre en la hoja. Hasta el momento no lo había usado y le era más un estorbo que una herramienta útil. Pero como dije... hasta ese momento.
Un ruido las sobresaltó, eran dos elfos vestidos de una forma muy colorida, pero que ella había visto antes, así vestía Aranarth, el amigo de Claro. Instintivamente, desenvainó su mandoble y lo sostuvo en guardia, incluso cuando Helyare guardó su flecha y le dio palabras de calma. No funcionaron y aunque al parecer su amiga conocía a estos elfos, ella sintió el vientre apretado.
–¿De vuelta a casa, traidora?- le dijo uno de los elfos a Helyare. Aquello desconcertó a Ingela. ¿Se refería a Helyare como una traidora? ¿Por qué?
La joven dragona se sintió confundida y asustada. A fin de cuentas, ella no conocía nada de la historia de la elfa. Solo su nombre y... ¡nada más! En realidad no tenía idea de quién era la chica con quien viajaba. Alternaba la mirada entre el grupo de elfos y Helyare, notoriamente nerviosa.
–¿Solo una niña del norte te acoge?– dijo otro en tono burlón mientras los demás se reían con altanería. Estos tipos no le estaban gustando. Toda la situación, de hecho, le disgustaba sobremanera. -Hely, ¿quiénes son estos?- preguntó a la elfa en voz baja. Pero ella no le pudo responder, pues otro de los elfos la empujó hacia un costado con violencia tras haber escupido el suelo frente a Helyare.
Al sacarla de en medio, el elfo se acercó a Ingela. Demasiado para el gusto de ella –¿Por qué una dragona lleva una capa del clan Eytherzair?- la increpó con grosería. La joven dragona, que ya para estas alturas estaba enojada, acortó la distancia entre ella y el elfo. Dio un paso y levantó espada hasta que la punta llegó al mentón del elfo -Eso no es de tu incumbencia, elfo- le dijo mirándolo desafiante. Ella era una dragona de fuego, con estos no se deben meter. -¿Quién eres tú y por qué te atraviesas en mi camino?- le dijo sin bajar la mirada y mucho menos su arma, la cual empujaba más hacia arriba, en contra de la piel del elfo.
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
El funeral de la que pareció ser una reconocida humana se estaba llevando a cabo en el linde sur del bosque Sandorai, por lo cual distintas personas andaban cerca de las fronteras, entre los cuales podría o no haber un grupo de brujos, lo mejor era no confiarse y enviar una patrulla a que las hiciera de punto fijo en ese lugar hasta un poco después de que el evento hubiese terminado.
La patrulla comandada por el mismo cano en persona se encontraba de camino al lugar donde se apostarían, ahí instalarían una pequeña base de operaciones, la que mediante palomas mensajeras estarían conectadas directamente con su comando en caso de necesitar apoyo de tropas. Todo se veía en aparente calma, los pájaros silbaban sus canciones, el ruido de un arroyo cercano inundaban los sentidos de Aran. Todo estaba en perfecta armonía, había enviado un grupo de 5 hombres a recorrer el linde y ver si habían novedades, él en esos momentos se dedicaba a revisar un mapa de Aerandir, lo hacía siempre que tuviera tiempo, ahí revisaba cada lugar donde pudiera estar su hermano. -Tan*… Tan… ¿Dónde te encuentras?... murmuraba una y otra vez en una especie de canción lastimera mientras con una mano acariciaba inconscientemente el broche que había sido de Kae.
El sonido de la naturaleza fue interrumpido por un golpeteo de alguien corriendo, las amortiguadas pisadas de uno de los suyos se escuchaban ligeramente, se acercaba rápido, Aran llevando las manos a la empuñadura de su arma salió de su carpa. Al llegar frente al Cano el soldado hizo la muestra de respeto que marcaba el protocolo y habló -Hay una exiliada en el linde del bosque, además está acompañada, señor. Aran con su rostro siempre severo respondió: -Bueno, ella tiene prohibido entrar al bosque, ¿lo hizo?, ¿eso es lo que te trae con tanta urgencia?.– el soldado lo miró serio y respondió: -No, no han entrado, pero una de las mujeres va con una capa elfica del clan, señor.- En ese momento Aran supo que tal vez sería Kae junto a la dragona Ingela, y que debía apresurarse ya que los otros soldados no tratarían a la elfa como lo haría él.
A paso rápido caminó hasta llegar al límite del bosque, ahí el cambio de luz lo encandiló un poco, tardo un momento en el que estuvo parado mirando a la nada hasta que su vista se acostumbró a la nueva luz del alba. Ahí estaban efectivamente, estaban paradas Kae y la joven dragona. La primera tenía la cara marcada por la impotencia y estaba al lado de un soldado, quien a su vez estaba parado frente a Ingela, ella sostenía un mandoble cerca del cuello del hombre, del cual comenzaba a manar una gota de sangre. Aran camino con paso marcial hasta donde estaban, una vez estuvo a su lado miró a ambos y dijo enfocándose en el soldado: -Ava, Akh'Velahrn*. Baja eso, haya paz, ella no es un enemigo, y tú, dragona, deberías fijarte más en lo que haces y como lo haces.- Dijo el cano indicando la espada elfica que estaba siendo envainada por el soldado que tenía en frente. -No hay crimen cometido aquí, ella está bajo mi cuidado, yo mismo le entregué la capa, con respecto a la desterrada… Yo me haré cargo personalmente, ¿no se atrevió a cruzar el límite del bosque, verdad? Miró a uno de los soldados que estaban tras él y este le negó silenciosamente con la cabeza –pues bien, siendo así no hay crimen que castigar. Ahora alejaros, debo hablar con la joven y con la exiliada. Dando la espalda a Ingela y Kae esperó a que los soldados estuvieran a una distancia segura para poder hablar con ellas. -¿Qué hacen tan cerca del bosque? Sabías que podía pasar esto si te acercabas mucho… Y tu joven Ingela, debes escoger cuando, donde y por sobre todo con quién pelear… estoy pudo ser un incidente a lo menos grave si no fuera yo quien está aquí-.
GLOSARIO:La patrulla comandada por el mismo cano en persona se encontraba de camino al lugar donde se apostarían, ahí instalarían una pequeña base de operaciones, la que mediante palomas mensajeras estarían conectadas directamente con su comando en caso de necesitar apoyo de tropas. Todo se veía en aparente calma, los pájaros silbaban sus canciones, el ruido de un arroyo cercano inundaban los sentidos de Aran. Todo estaba en perfecta armonía, había enviado un grupo de 5 hombres a recorrer el linde y ver si habían novedades, él en esos momentos se dedicaba a revisar un mapa de Aerandir, lo hacía siempre que tuviera tiempo, ahí revisaba cada lugar donde pudiera estar su hermano. -Tan*… Tan… ¿Dónde te encuentras?... murmuraba una y otra vez en una especie de canción lastimera mientras con una mano acariciaba inconscientemente el broche que había sido de Kae.
El sonido de la naturaleza fue interrumpido por un golpeteo de alguien corriendo, las amortiguadas pisadas de uno de los suyos se escuchaban ligeramente, se acercaba rápido, Aran llevando las manos a la empuñadura de su arma salió de su carpa. Al llegar frente al Cano el soldado hizo la muestra de respeto que marcaba el protocolo y habló -Hay una exiliada en el linde del bosque, además está acompañada, señor. Aran con su rostro siempre severo respondió: -Bueno, ella tiene prohibido entrar al bosque, ¿lo hizo?, ¿eso es lo que te trae con tanta urgencia?.– el soldado lo miró serio y respondió: -No, no han entrado, pero una de las mujeres va con una capa elfica del clan, señor.- En ese momento Aran supo que tal vez sería Kae junto a la dragona Ingela, y que debía apresurarse ya que los otros soldados no tratarían a la elfa como lo haría él.
A paso rápido caminó hasta llegar al límite del bosque, ahí el cambio de luz lo encandiló un poco, tardo un momento en el que estuvo parado mirando a la nada hasta que su vista se acostumbró a la nueva luz del alba. Ahí estaban efectivamente, estaban paradas Kae y la joven dragona. La primera tenía la cara marcada por la impotencia y estaba al lado de un soldado, quien a su vez estaba parado frente a Ingela, ella sostenía un mandoble cerca del cuello del hombre, del cual comenzaba a manar una gota de sangre. Aran camino con paso marcial hasta donde estaban, una vez estuvo a su lado miró a ambos y dijo enfocándose en el soldado: -Ava, Akh'Velahrn*. Baja eso, haya paz, ella no es un enemigo, y tú, dragona, deberías fijarte más en lo que haces y como lo haces.- Dijo el cano indicando la espada elfica que estaba siendo envainada por el soldado que tenía en frente. -No hay crimen cometido aquí, ella está bajo mi cuidado, yo mismo le entregué la capa, con respecto a la desterrada… Yo me haré cargo personalmente, ¿no se atrevió a cruzar el límite del bosque, verdad? Miró a uno de los soldados que estaban tras él y este le negó silenciosamente con la cabeza –pues bien, siendo así no hay crimen que castigar. Ahora alejaros, debo hablar con la joven y con la exiliada. Dando la espalda a Ingela y Kae esperó a que los soldados estuvieran a una distancia segura para poder hablar con ellas. -¿Qué hacen tan cerca del bosque? Sabías que podía pasar esto si te acercabas mucho… Y tu joven Ingela, debes escoger cuando, donde y por sobre todo con quién pelear… estoy pudo ser un incidente a lo menos grave si no fuera yo quien está aquí-.
Ava: No lo hagas
Tan: Hermano
Akh'Velahrn: Soldado
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
–No le hagáis nada. –Replicó Helyare al ver que uno de sus antiguos compañeros se aproximaba a la dragona que, nerviosa, sacó el mandoble para defenderse de un posible ataque. Ese tipo sólo hizo un gesto para mandarla a callar, algo que sintió que hería su orgullo. Meses atrás ella había sido quien había estado en la punta de la pirámide, era quien daba las órdenes y ahora la mandaban callar con un maldito gesto. Con toda la rabia que sentía le daban ganas de cruzarle la cara al guerrero, pero sabía que eso le costaría la vida.
Los demás se acercaron a donde estaban las dos chicas, posiblemente para controlar cualquier tipo de ataque. Y el que estaba más cerca de Ingela, a pesar de que tenía peligrosamente cerca el mandoble de la dragona, no parecía inmutarse, más bien seguía riéndose de forma jocosa.
Helyare quería coger a la joven y largarse de allí cuanto antes, eran realmente molestos.
–Es valiente la niña, –Comenzó a reír –aunque no es capaz de controlar su nerviosismo. ¿Tanto miedo le damos a una dragona del norte? Si sólo queríamos hacerte una pregunta.
El resto parecían estar sincronizados con las risotadas. Les resultaba muy cómico ver lo nerviosa que se había puesto la joven. Helyare quiso empezar a hablar de nuevo para explicar por qué Ingela llevaba la capa, pero al instante se quedó callada cuando vio a otra persona cruzar la linde del bosque. Durante un segundo pensó que Arzhak había vuelto y el corazón le dio un vuelco al pensar que volvería a encontrarse con él. Una fuerte sensación subió por su pecho y sintió unas ganas terribles de salir corriendo y abalanzarse sobre él. Pero, aunque bien podía haberse confundido con Arzhak, no era él, sino su hermano. A pesar de no ser quien esperaba, la sensación era la misma, sentía las mismas ganas de salir corriendo y fundirse en un abrazo con Aran, quien aparecía vestido con el uniforme de cáno. ¡Era igual que Arzhak! La elfa quedó petrificada al verlo, más bien parecía estar presa de la hipnosis de algún brujo, porque no hizo ningún gesto más que mirar hacia él.
Le veía tan diferente en su nuevo puesto… Pero a la vez le resultaba tan familiar…
¡Y estaba bien! Era lo que más le preocupaba a la pelirroja, que su amigo estuviera bien. Durante horas había estado lamentando que se lo hubiesen llevado, pensando en los severos castigos a los que podría ser sometido si veían que los traicionaba. ¡Pero no! Por suerte, no solo estaba bien, sino que había ascendido de posición.
–Aran… –Susurró. Casi de manera automática empezó a caminar hacia él. Quería tener cerca al elfo y poder explicar lo que había pasado. Pero sólo le dio tiempo a dar tres pasos antes de que uno de los guardias que estaba a su lado diera un leve y corto silbido para llamar la atención de Helyare.
–Cuidado con acercarte. –Fue conciso. Ya tenía la mano en la espada y la había sacado un poco para acompañar a la advertencia. Hely sabía que no podía acercarse a Aran así como así a no ser que él diera su permiso. Eso iba por status y el de la elfa estaba por los subsuelos en esos momentos. Posiblemente tuvieran más consideración con la dragona, a pesar de que hubiese desenvainado su arma contra ellos, que con Helyare.
Por suerte, Aranarth pidió a los soldados que bajasen las armas para poder mantener una conversación menos tensa. Ellos obedecían al instante. Todos guardaron sus espadas y se mantuvieron a la espera de una nueva orden. En esa posición él parecía mucho más distante que antes y a Hely le dio una extraña sensación de lejanía. Como si ya no lo conociera. Pese a que semanas atrás se habían reencontrado, el trato no había sido tan frío como hasta ese momento. Aunque claro, semanas atrás no había sido nombrado cáno.
Sólo se quedó ahí, mirándolo. Tenía grandes sentimientos encontrados al verlo. Por un lado, se alegraba por el nuevo puesto de su amigo. Pero por otro, ese status lo alejaba más de ella. Aunque, ¿cuánto más podía alejarse si no podía volver a casa?
Sabía que el tono era normal para dirigirse a ella, pero aun así se sentía molesta por esa forma de hablar, se le notaba en la cara, no estaba cómoda allí. Aran alejó a los soldados. Estaban perplejos ante las palabras de su nuevo líder. ¿Él? ¿Protegiendo a la dragona? Retrocedieron varios metros hasta quedar cerca de los árboles, tanto, que alguno se apoyó ahí, esperando. Pronto se volteó para dirigirse a ellas y, por un momento, la elfa pensó en soltarle un bofetón de la rabia que sentía por haber dejado que los soldados las molestasen. –Deberías controlar a tus perros. –Espetó de forma brusca, cruzando los brazos y apartando la vista del elfo. –Estoy en la playa, no he entrado al bosque. Sabes de sobra que no puedo cruzar ni el primer árbol. ¿Acaso tampoco puedo estar en la costa?
Mascullaba las palabras con cierta aprensión a la vez que se acercaba a la dragona y colocaba las manos en sus hombros, quedando en la espalda de ella. Tenía ganas de irse de allí y no verlos más. Todavía, aunque había pasado un tiempo desde su destierro, sentía rabia por haber tenido que abandonar su casa y más le daba ver a esa gente que la trataba como un despojo social, cuando ella había sido la líder de los ejércitos.
Pero una parte de ella no quería irse y dejar atrás, de nuevo, lo único que la unía a su antiguo clan.
Los guardias se mantenían en la distancia pero atentos a cualquier cosa que Aran pudiera hacer y les indicara que debían actuar. La tranquilidad de la costa parecía haberse terminado, como si una tempestad hubiese cruzado el lugar. La dragona había visto como días anteriores lo que más deseaba Helyare era reencontrarse con su amigo, ahora una barrera invisible parecía obstaculizar que se acercase a él.
Los demás se acercaron a donde estaban las dos chicas, posiblemente para controlar cualquier tipo de ataque. Y el que estaba más cerca de Ingela, a pesar de que tenía peligrosamente cerca el mandoble de la dragona, no parecía inmutarse, más bien seguía riéndose de forma jocosa.
Helyare quería coger a la joven y largarse de allí cuanto antes, eran realmente molestos.
–Es valiente la niña, –Comenzó a reír –aunque no es capaz de controlar su nerviosismo. ¿Tanto miedo le damos a una dragona del norte? Si sólo queríamos hacerte una pregunta.
El resto parecían estar sincronizados con las risotadas. Les resultaba muy cómico ver lo nerviosa que se había puesto la joven. Helyare quiso empezar a hablar de nuevo para explicar por qué Ingela llevaba la capa, pero al instante se quedó callada cuando vio a otra persona cruzar la linde del bosque. Durante un segundo pensó que Arzhak había vuelto y el corazón le dio un vuelco al pensar que volvería a encontrarse con él. Una fuerte sensación subió por su pecho y sintió unas ganas terribles de salir corriendo y abalanzarse sobre él. Pero, aunque bien podía haberse confundido con Arzhak, no era él, sino su hermano. A pesar de no ser quien esperaba, la sensación era la misma, sentía las mismas ganas de salir corriendo y fundirse en un abrazo con Aran, quien aparecía vestido con el uniforme de cáno. ¡Era igual que Arzhak! La elfa quedó petrificada al verlo, más bien parecía estar presa de la hipnosis de algún brujo, porque no hizo ningún gesto más que mirar hacia él.
Le veía tan diferente en su nuevo puesto… Pero a la vez le resultaba tan familiar…
¡Y estaba bien! Era lo que más le preocupaba a la pelirroja, que su amigo estuviera bien. Durante horas había estado lamentando que se lo hubiesen llevado, pensando en los severos castigos a los que podría ser sometido si veían que los traicionaba. ¡Pero no! Por suerte, no solo estaba bien, sino que había ascendido de posición.
–Aran… –Susurró. Casi de manera automática empezó a caminar hacia él. Quería tener cerca al elfo y poder explicar lo que había pasado. Pero sólo le dio tiempo a dar tres pasos antes de que uno de los guardias que estaba a su lado diera un leve y corto silbido para llamar la atención de Helyare.
–Cuidado con acercarte. –Fue conciso. Ya tenía la mano en la espada y la había sacado un poco para acompañar a la advertencia. Hely sabía que no podía acercarse a Aran así como así a no ser que él diera su permiso. Eso iba por status y el de la elfa estaba por los subsuelos en esos momentos. Posiblemente tuvieran más consideración con la dragona, a pesar de que hubiese desenvainado su arma contra ellos, que con Helyare.
Por suerte, Aranarth pidió a los soldados que bajasen las armas para poder mantener una conversación menos tensa. Ellos obedecían al instante. Todos guardaron sus espadas y se mantuvieron a la espera de una nueva orden. En esa posición él parecía mucho más distante que antes y a Hely le dio una extraña sensación de lejanía. Como si ya no lo conociera. Pese a que semanas atrás se habían reencontrado, el trato no había sido tan frío como hasta ese momento. Aunque claro, semanas atrás no había sido nombrado cáno.
Sólo se quedó ahí, mirándolo. Tenía grandes sentimientos encontrados al verlo. Por un lado, se alegraba por el nuevo puesto de su amigo. Pero por otro, ese status lo alejaba más de ella. Aunque, ¿cuánto más podía alejarse si no podía volver a casa?
Sabía que el tono era normal para dirigirse a ella, pero aun así se sentía molesta por esa forma de hablar, se le notaba en la cara, no estaba cómoda allí. Aran alejó a los soldados. Estaban perplejos ante las palabras de su nuevo líder. ¿Él? ¿Protegiendo a la dragona? Retrocedieron varios metros hasta quedar cerca de los árboles, tanto, que alguno se apoyó ahí, esperando. Pronto se volteó para dirigirse a ellas y, por un momento, la elfa pensó en soltarle un bofetón de la rabia que sentía por haber dejado que los soldados las molestasen. –Deberías controlar a tus perros. –Espetó de forma brusca, cruzando los brazos y apartando la vista del elfo. –Estoy en la playa, no he entrado al bosque. Sabes de sobra que no puedo cruzar ni el primer árbol. ¿Acaso tampoco puedo estar en la costa?
Mascullaba las palabras con cierta aprensión a la vez que se acercaba a la dragona y colocaba las manos en sus hombros, quedando en la espalda de ella. Tenía ganas de irse de allí y no verlos más. Todavía, aunque había pasado un tiempo desde su destierro, sentía rabia por haber tenido que abandonar su casa y más le daba ver a esa gente que la trataba como un despojo social, cuando ella había sido la líder de los ejércitos.
Pero una parte de ella no quería irse y dejar atrás, de nuevo, lo único que la unía a su antiguo clan.
Los guardias se mantenían en la distancia pero atentos a cualquier cosa que Aran pudiera hacer y les indicara que debían actuar. La tranquilidad de la costa parecía haberse terminado, como si una tempestad hubiese cruzado el lugar. La dragona había visto como días anteriores lo que más deseaba Helyare era reencontrarse con su amigo, ahora una barrera invisible parecía obstaculizar que se acercase a él.
- Off:
- Cáno: comandante/Líder
Helyare
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Cuando el elfo que lideraba aquella patrulla salió de entre los árboles, Ingela quedó asombrada. ¡No era otro más que el tal Aranarth! El elfo groserode la fiesta en Claro, el que la había sanado en el bosque, aquel que habían dejado atrás. ¿Era alguien importante para su gente? Al parecer sí, pues los otros elfos dejaron de reír y acataron sus órdenes sin chistar.
Ingela sintió recelo, pero aún así envainó su espada. El elfo había calmado los ánimos y parecía que ahora todo estaría bien. -Grave para los tuyos- se atrevió a decir, recobrando por fin la compostura y enojada, bastante enojada. -Tus soldados son impertinentes y agresivos. No hemos hecho nada y se han acercado buscando problemas. ¡Han sido ellos! ¿Y me culpas por defenderme y a mi amiga?- le dijo haciendo notar su molestia pero sobre todo, enfatizando las últimas 2 palabras.
Helyare no podía pisar el bosque, eso era: la habían desterrado. Luego le pediría que le explicara. Habían pasado el suficiente tiempo juntas como para que la elfa hiciera clara su historia de una buena vez y se dejara de misterios. Cosas como estas pasaban por quererle ocultar algo que tarde o temprano Ingela sabría y prefería antes, para que no la tomaran por sorpresa ni la hicieran sentir estúpida.
Pero no ahora, no. No cuando Helyare se apoyaba en ella para no caer, o eso sintió la dragona cuando la elfa se puso detrás de ella. Sentía lo afectada que estaba la chica ante esta situación. Sí definitivamente, luego tendría que explicarle todo con lujo de detalles, pero ahora lo importante era salir de aquel entuerto.
-Estamos en la costa, tenemos un destino... ¿qué quieres? ¿Tu capa?- le dijo Ingela a Aranarth -Pues toma- dijo mientras se sacaba la prenda de encima -Ya recuperé la mía, aunque la tuya es más bonita, por eso la seguí usando. Me gusta el color- dijo ella, extendiendo el brazo para devolverle la capa a su dueño. -Creo que así ya nos podemos ir- dijo mirándolo a los ojos, parándose firme frente a él, con el mentón levantado.
Ingela sintió recelo, pero aún así envainó su espada. El elfo había calmado los ánimos y parecía que ahora todo estaría bien. -Grave para los tuyos- se atrevió a decir, recobrando por fin la compostura y enojada, bastante enojada. -Tus soldados son impertinentes y agresivos. No hemos hecho nada y se han acercado buscando problemas. ¡Han sido ellos! ¿Y me culpas por defenderme y a mi amiga?- le dijo haciendo notar su molestia pero sobre todo, enfatizando las últimas 2 palabras.
Helyare no podía pisar el bosque, eso era: la habían desterrado. Luego le pediría que le explicara. Habían pasado el suficiente tiempo juntas como para que la elfa hiciera clara su historia de una buena vez y se dejara de misterios. Cosas como estas pasaban por quererle ocultar algo que tarde o temprano Ingela sabría y prefería antes, para que no la tomaran por sorpresa ni la hicieran sentir estúpida.
Pero no ahora, no. No cuando Helyare se apoyaba en ella para no caer, o eso sintió la dragona cuando la elfa se puso detrás de ella. Sentía lo afectada que estaba la chica ante esta situación. Sí definitivamente, luego tendría que explicarle todo con lujo de detalles, pero ahora lo importante era salir de aquel entuerto.
-Estamos en la costa, tenemos un destino... ¿qué quieres? ¿Tu capa?- le dijo Ingela a Aranarth -Pues toma- dijo mientras se sacaba la prenda de encima -Ya recuperé la mía, aunque la tuya es más bonita, por eso la seguí usando. Me gusta el color- dijo ella, extendiendo el brazo para devolverle la capa a su dueño. -Creo que así ya nos podemos ir- dijo mirándolo a los ojos, parándose firme frente a él, con el mentón levantado.
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
El malestar de Helyare iba en aumento a cada segundo. En otra ocasión hubiese disfrutado del puesto de su amigo, pero no ahora. No siendo él quien tenía poder para juzgar.
–Deberías controlar tus palabras. Os estoy tratando de ayudar. –Los ojos azules del elfo pasaron por ambas muchachas. Él veía como un intento por salvarlas, sobre todo a su amiga. Pero la dragona no parecía actuar en son de paz y eso podía empeorar las cosas. Ya bastante difícil era que en su posición Aran pudiese hablar con Helyare sin tratarla como el resto de los miembros de la guardia. –Y sabes de sobra que rondar por la zona también hará que vengan. –Susurró.
Efectivamente, la elfa lo sabía. No con certeza, pero sí lo sospechaba. Había trabajado en la guardia, sabía lo que era estar encargado de que se cumplieran las normas y lo exagerado de las mismas. Bueno, ahora parecía exagerado. Pero cuando a ella le tocaba acatarlas le parecían justas. Si había alguien indeseable en la frontera, ¿por qué no echarlo? Todo le parecía correcto en un tiempo pasado. La diferencia es que ahora ella estaba en la posición más vulnerable.
Aran seguía hablando, esta vez dirigiéndose a Ingela, quien le ofrecía su capa. –Sólo hacen su trabajo. –Comentó en referencia a lo que había dicho la dragona, a la vez que tomaba la prenda verde. –Y lamento que te guste pero no puedes portarla, joven Ingela. –Dijo algo molesto por la actitud de las muchachas. Estaba tratando de ayudarlas y ese comportamiento lo estaba echando a perder. Él tenía un puesto donde no se le permitía la flexibilidad y ahora mismo estaba pecando de ello con ambas.
A simple vista sólo era una tela verde y ya. Pero para los Eytherzair era un símbolo y, como cualquier otro, no podían portarlo quienes no fueran miembros del clan. Casi era mejor que la capa la llevase la muchacha del norte que la propia Helyare.
Sin moverse, los guardias esperaban con impaciencia la siguiente orden del líder. Aunque esperaban un tipo de orden específica que no sabían si llegaría.
–Ya os podéis ir. –Musitó de forma muy seria. Una parte del elfo no quería que su amiga se marchase. Pero era eso o dejarla a merced de los guardias que se encargarían de ella. Eso nunca. –Y no andéis cerca del bosque. –Miró a Helyare.
La elfa se había quedado pensando en lo que había dicho la dragona sobre que eran amigas. Ella no la consideraba como tal a pesar de que iban juntas en su camino. La veía, más bien, como una compañera. Sabía que tarde o temprano sus caminos se separarían aunque había dicho algo sobre el norte que llamaba su atención. Por tanto estaba callada y simplemente miraba al elfo sin decir nada. La barrera invisible entre ambos se hacía cada vez más alta. Lo sentía cada vez más alejado.
Con un ligero toque a la muchacha indicó que era mejor que se fueran. Helyare fue la primera en girarse para proseguir su camino aunque no dio dos pasos y ya se escuchaban las habladurías de sus antiguos compañeros.
–¿En serio la dejarás irse? –Preguntó uno incorporándose y avanzando hacia donde se encontraban.
–Dije que mientras no hubiese traspasado el límite del bosque no había crimen cometido. –Reprendió Aranarth.
–Esto no lo harías si fuera otro elfo. –Contestó el guardia de mala gana. Y qué razón tenía. Le costaba mantener las formas para con ella, pero sabía que no era importante lo que él pensaba, sino el común de la sociedad. Si hubiese sido otro elfo lo hubiese ajusticiado sin que le temblase la mano. Con Kaeltha era distinto.
Helyare ignoró al soldado y tomó el brazo de la dragona para irse de allí cuanto antes. Sentía mucha rabia e impotencia ante la situación y, sobre todo, ante la indefensión de no poder plantarles cara. Bien parecía que Ingela había tomado ese testigo, pero ella no podía. Un mal gesto, un insulto o un ataque podían llevarla a la muerte. No soportaba tener que callar ante las ofensas, pero no le quedaba de otra.
–¿También permitirás que una niña se encare contigo? –Preguntó el soldado con incredulidad.
–Cállate. –Ordenó serio el líder del grupo y, muy a su pesar, tuvo que cerrar la boca. –Estoy intentando no derramar sangre innecesariamente. Esta dragona ha venido a traer una prenda del clan. ¿Qué delito hay en eso?
–Sabes dónde está el delito. –Miro a la elfa con desprecio, pero Aranarth negó y volvió a explicar que si Helyare no pisaba el bosque, no pasaba nada. Algo sencillo que no parecían querer entender, más bien buscaban una cabeza de turco para su divertimento. Esta vez, ese guerrero se dirigió a la dragona. –¿Y por qué viajas con alguien así? ¿Eres capaz de llamar "amiga" a esa sucia traidora?
–Deberías controlar tus palabras. Os estoy tratando de ayudar. –Los ojos azules del elfo pasaron por ambas muchachas. Él veía como un intento por salvarlas, sobre todo a su amiga. Pero la dragona no parecía actuar en son de paz y eso podía empeorar las cosas. Ya bastante difícil era que en su posición Aran pudiese hablar con Helyare sin tratarla como el resto de los miembros de la guardia. –Y sabes de sobra que rondar por la zona también hará que vengan. –Susurró.
Efectivamente, la elfa lo sabía. No con certeza, pero sí lo sospechaba. Había trabajado en la guardia, sabía lo que era estar encargado de que se cumplieran las normas y lo exagerado de las mismas. Bueno, ahora parecía exagerado. Pero cuando a ella le tocaba acatarlas le parecían justas. Si había alguien indeseable en la frontera, ¿por qué no echarlo? Todo le parecía correcto en un tiempo pasado. La diferencia es que ahora ella estaba en la posición más vulnerable.
Aran seguía hablando, esta vez dirigiéndose a Ingela, quien le ofrecía su capa. –Sólo hacen su trabajo. –Comentó en referencia a lo que había dicho la dragona, a la vez que tomaba la prenda verde. –Y lamento que te guste pero no puedes portarla, joven Ingela. –Dijo algo molesto por la actitud de las muchachas. Estaba tratando de ayudarlas y ese comportamiento lo estaba echando a perder. Él tenía un puesto donde no se le permitía la flexibilidad y ahora mismo estaba pecando de ello con ambas.
A simple vista sólo era una tela verde y ya. Pero para los Eytherzair era un símbolo y, como cualquier otro, no podían portarlo quienes no fueran miembros del clan. Casi era mejor que la capa la llevase la muchacha del norte que la propia Helyare.
Sin moverse, los guardias esperaban con impaciencia la siguiente orden del líder. Aunque esperaban un tipo de orden específica que no sabían si llegaría.
–Ya os podéis ir. –Musitó de forma muy seria. Una parte del elfo no quería que su amiga se marchase. Pero era eso o dejarla a merced de los guardias que se encargarían de ella. Eso nunca. –Y no andéis cerca del bosque. –Miró a Helyare.
La elfa se había quedado pensando en lo que había dicho la dragona sobre que eran amigas. Ella no la consideraba como tal a pesar de que iban juntas en su camino. La veía, más bien, como una compañera. Sabía que tarde o temprano sus caminos se separarían aunque había dicho algo sobre el norte que llamaba su atención. Por tanto estaba callada y simplemente miraba al elfo sin decir nada. La barrera invisible entre ambos se hacía cada vez más alta. Lo sentía cada vez más alejado.
Con un ligero toque a la muchacha indicó que era mejor que se fueran. Helyare fue la primera en girarse para proseguir su camino aunque no dio dos pasos y ya se escuchaban las habladurías de sus antiguos compañeros.
–¿En serio la dejarás irse? –Preguntó uno incorporándose y avanzando hacia donde se encontraban.
–Dije que mientras no hubiese traspasado el límite del bosque no había crimen cometido. –Reprendió Aranarth.
–Esto no lo harías si fuera otro elfo. –Contestó el guardia de mala gana. Y qué razón tenía. Le costaba mantener las formas para con ella, pero sabía que no era importante lo que él pensaba, sino el común de la sociedad. Si hubiese sido otro elfo lo hubiese ajusticiado sin que le temblase la mano. Con Kaeltha era distinto.
Helyare ignoró al soldado y tomó el brazo de la dragona para irse de allí cuanto antes. Sentía mucha rabia e impotencia ante la situación y, sobre todo, ante la indefensión de no poder plantarles cara. Bien parecía que Ingela había tomado ese testigo, pero ella no podía. Un mal gesto, un insulto o un ataque podían llevarla a la muerte. No soportaba tener que callar ante las ofensas, pero no le quedaba de otra.
–¿También permitirás que una niña se encare contigo? –Preguntó el soldado con incredulidad.
–Cállate. –Ordenó serio el líder del grupo y, muy a su pesar, tuvo que cerrar la boca. –Estoy intentando no derramar sangre innecesariamente. Esta dragona ha venido a traer una prenda del clan. ¿Qué delito hay en eso?
–Sabes dónde está el delito. –Miro a la elfa con desprecio, pero Aranarth negó y volvió a explicar que si Helyare no pisaba el bosque, no pasaba nada. Algo sencillo que no parecían querer entender, más bien buscaban una cabeza de turco para su divertimento. Esta vez, ese guerrero se dirigió a la dragona. –¿Y por qué viajas con alguien así? ¿Eres capaz de llamar "amiga" a esa sucia traidora?
- Off:
- Aranarth pasa a ser npc a partir de este post :3
Helyare
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Ingela optó por el silencio. Aunque se tenía que morder la lengua para mantener la boca cerrada y no entrar en discusiones con el elfo. No porque temiera enfrentarlo; Aranarth y sus guardias no eran rivales para su forma de dragón. La chica se mantuvo callada por consideración a la elfa con quien viajaba, quien a pesar de todo, se notaba afectada con toda esta situación. Sabía que ella y el elfo eran amigos y aunque desconocía la razón de su separación, aquella distancia les dolía. Era evidente en el rostro de Helyare y de Aranarth la tristeza.
Aquel no era el momento de pedir explicaciones, pero pronto tendría que explicar la elfa qué fue lo que originó aquella separación de su clan pues como consecuencia, sus vidas habían estado en riesgo.
Aranarth les pidió marcharse. Ingela mantuvo su boca cerrada y aceptó, pero no sin antes mirarlo de pies a cabeza con completo desprecio. Helyare la tomó del brazo, arrastrando a la dragona para alejarse de los elfos. La joven dragona caminaba sin darse vuelta por completo, mirando con recelo al grupo de guardias, desconfiando de ellos. Todos excepto Aranarth las miraban con enojo y seguramente no dejarían que se fueran así tan campantes.
Tras unos pasos, se giró y miró a la elfa con el ceño fruncido. -Tienes que explicarme...- comenzó a hablar pero fue interrumpida por un grito altanero -¿Y por qué viajas con alguien así? ¿Eres capaz de llamar "amiga" a esa sucia traidora?- uno de los elfos de menor rango gritó, dirigiéndose a la dragona, dando largas zancadas hacia ella, de forma amenazante.
Si Ingela se mordía un poco más la lengua, se la iba a cortar, además tanta insolencia le hacía hervir la sangre. Se giró, soltando a Helyare, empujándola hacia atrás -¿Tienes algún problema conmigo? ¿Eh? ¿Elfo de pacotilla?- respondió Ingela dirigiéndose al guardia. Estaba furiosa, así que desenvainó su mandoble* y atacó al elfo, quien también estaba listo para pelear. El choque de sus espadas era inevitable, la dragona no iba a medir más palabras con estos elfos groseros. Tenían que aprender una sangrienta lección de humildad que a la rubia no le importaba impartir.
Aquel no era el momento de pedir explicaciones, pero pronto tendría que explicar la elfa qué fue lo que originó aquella separación de su clan pues como consecuencia, sus vidas habían estado en riesgo.
Aranarth les pidió marcharse. Ingela mantuvo su boca cerrada y aceptó, pero no sin antes mirarlo de pies a cabeza con completo desprecio. Helyare la tomó del brazo, arrastrando a la dragona para alejarse de los elfos. La joven dragona caminaba sin darse vuelta por completo, mirando con recelo al grupo de guardias, desconfiando de ellos. Todos excepto Aranarth las miraban con enojo y seguramente no dejarían que se fueran así tan campantes.
Tras unos pasos, se giró y miró a la elfa con el ceño fruncido. -Tienes que explicarme...- comenzó a hablar pero fue interrumpida por un grito altanero -¿Y por qué viajas con alguien así? ¿Eres capaz de llamar "amiga" a esa sucia traidora?- uno de los elfos de menor rango gritó, dirigiéndose a la dragona, dando largas zancadas hacia ella, de forma amenazante.
Si Ingela se mordía un poco más la lengua, se la iba a cortar, además tanta insolencia le hacía hervir la sangre. Se giró, soltando a Helyare, empujándola hacia atrás -¿Tienes algún problema conmigo? ¿Eh? ¿Elfo de pacotilla?- respondió Ingela dirigiéndose al guardia. Estaba furiosa, así que desenvainó su mandoble* y atacó al elfo, quien también estaba listo para pelear. El choque de sus espadas era inevitable, la dragona no iba a medir más palabras con estos elfos groseros. Tenían que aprender una sangrienta lección de humildad que a la rubia no le importaba impartir.
- USO DE HABILIDAD:
- Habilidad de nivel 0: "Armas cortantes de dos manos".
Ingela
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El choque de las espadas se pudo escuchar durante escasos segundos pero de forma intensa, antes de que Aranarth interviniese para detener el conato de lucha. La elfa estaba sorprendida de lo rápido que la dragona había sacado el mandoble para atacar al soldado de su antiguo clan. Pero rápidamente fue a detenerla. Aran desenvainó su espada y, con un golpe ascendente, cruzó su hoja con la de los dos, haciendo que la del elfo saliese despedida y cayese con un sonoro golpe. Helyare pasó uno de sus brazos por el torso de su compañera y tiró hacia atrás de ella un par de pasos, pero sin decir nada, y la siguió agarrando. Aún seguía sorprendida de ver a Ingela enfrentarse contra el guerrero. No parecía la misma chica a la que habían sacado del río después de la fiesta.
Lo que no la sorprendió fue lo siguiente que hizo Aran, quien tomando el impulso para parar la lucha, golpeó al soldado en el abdomen con la empuñadura de su espada. –No te he dado la orden de atacar a la dragona. –Se plantó delante de él y volvió a darle un golpe, esta vez en la cabeza, haciendo que perdiera el equilibrio. Ninguno de los presentes se movió. Nadie dijo nada. –La única orden que te di fue que te callaras y ni eso has hecho bien.
Las claves para actuar dentro del clan Eytherzair eran claras: siempre, sin ningún tipo de excepción, se tenía que obedecer al mandato de cualquier elfo de rango mayor. Y nunca se podía atacar en solitario pues el apoyo entre compañeros era otro de los pilares que formaban el clan.
El soldado había desobedecido una orden tomándose la justicia por su mano y había decidido atacar a la dragona en solitario, ignorando un plan de ataque previo, el apoyo del resto o simplemente haber esperado a atacar de forma más efectiva. Se había dejado llevar por impulsos que eran bastante penados.
Y todos los elfos que estaban ahí sabían que se merecía los golpes que había recibido. Era la forma de impartir justicia más leve. Un ligero castigo para que aprendiera a actuar como un miembro honorable del clan. ¡Cuántas represalias de ese calibre había tomado Helyare contra sus soldados cuando no hacían algo bien! Perfectamente podía verse reflejada en su amigo, ella también lo había hecho. Por su cabeza pasaron infinidad de escenarios parecidos al que ahora veía. Incluso le llegó el recuerdo de haber dado una patada en la cara a uno de sus soldados más veteranos por haber ignorado una orden muy importante. Ese día llegó a hacer que sangrara. Y lo vio justo. De hecho, hasta el ajusticiado interiorizó que lo tenía merecido. Se disculpó con ella, de rodillas, y nunca más desobedeció a su líder.
Ni siquiera viendo eso se le cambió la expresión a Helyare. Sabía cómo era la justicia de su clan. Aunque algo había cambiado: una pequeña parte veía el castigo como desproporcionado. Algo que jamás le había pasado por la mente. Ahora lo veía desde otro punto de vista aunque apenas se dio cuenta. Aflojó el agarre a Ingela. –Guarda el mandoble. –Dijo en voz baja Helyare, sin dejar de mirar la escena. Terminó de apartarse de la dragona viendo cómo su amigo daba la orden a los guerreros para que se fueran a casa.
–Ya hablaremos después. –Así dio por finalizada su interactuación con el guerrero que, sin decir nada, recogió su espada y se ocultó entre los árboles, acompañado de los otros tres. El rubio se giró hacia ellas y en su rostro no se reflejaba otra cosa que… ¿Normalidad? No parecía más alterado que antes, ni su expresión era rara. Parecía que hubiese tenido una amena charla con el elfo que había atacado a la dragona. A esta se dirigió, deteniéndose a varios pasos de ambas. –Joven Ingela, si tanto aprecias a tu amiga te aconsejo que no hagas esas cosas. Y llévatela lejos de aquí. –Repuso con un tono muy serio.
Otra vez parecía tener una barrera invisible ante ellas, dejaba atrás al amigo de toda la vida de Helyare para pasar a ser el comandante del clan. La elfa volvía a sentir las ganas anteriores de darle una bofetada por ser tan… Así. No conseguía reconocerlo, se había vuelto tan distante como el resto, la estaba tratando igual aunque ni siquiera se dirigiese a ella.
–¿Hacia dónde os dirigís? –Preguntó el elfo apoyando su mano en la empuñadura de su arma, sin ningún tipo de amenaza, sólo la reposaba ahí. Helyare no respondió, justamente cuando Aran hacía la pregunta ella se giró quedando de espaldas a él y avanzó hacia la costa a paso lento. El motivo había sido una joven elfa que aparecía justo por donde se habían ido los guerreros y les contemplaba, apoyando las manos en un tronco, sin moverse. Clavó su mirada azul en Ingela, pero seguía ahí, quieta.
Ahora se atrevía a salir, no antes cuando estaban ajusticiando a un compañero.
Lo que no la sorprendió fue lo siguiente que hizo Aran, quien tomando el impulso para parar la lucha, golpeó al soldado en el abdomen con la empuñadura de su espada. –No te he dado la orden de atacar a la dragona. –Se plantó delante de él y volvió a darle un golpe, esta vez en la cabeza, haciendo que perdiera el equilibrio. Ninguno de los presentes se movió. Nadie dijo nada. –La única orden que te di fue que te callaras y ni eso has hecho bien.
Las claves para actuar dentro del clan Eytherzair eran claras: siempre, sin ningún tipo de excepción, se tenía que obedecer al mandato de cualquier elfo de rango mayor. Y nunca se podía atacar en solitario pues el apoyo entre compañeros era otro de los pilares que formaban el clan.
El soldado había desobedecido una orden tomándose la justicia por su mano y había decidido atacar a la dragona en solitario, ignorando un plan de ataque previo, el apoyo del resto o simplemente haber esperado a atacar de forma más efectiva. Se había dejado llevar por impulsos que eran bastante penados.
Y todos los elfos que estaban ahí sabían que se merecía los golpes que había recibido. Era la forma de impartir justicia más leve. Un ligero castigo para que aprendiera a actuar como un miembro honorable del clan. ¡Cuántas represalias de ese calibre había tomado Helyare contra sus soldados cuando no hacían algo bien! Perfectamente podía verse reflejada en su amigo, ella también lo había hecho. Por su cabeza pasaron infinidad de escenarios parecidos al que ahora veía. Incluso le llegó el recuerdo de haber dado una patada en la cara a uno de sus soldados más veteranos por haber ignorado una orden muy importante. Ese día llegó a hacer que sangrara. Y lo vio justo. De hecho, hasta el ajusticiado interiorizó que lo tenía merecido. Se disculpó con ella, de rodillas, y nunca más desobedeció a su líder.
Ni siquiera viendo eso se le cambió la expresión a Helyare. Sabía cómo era la justicia de su clan. Aunque algo había cambiado: una pequeña parte veía el castigo como desproporcionado. Algo que jamás le había pasado por la mente. Ahora lo veía desde otro punto de vista aunque apenas se dio cuenta. Aflojó el agarre a Ingela. –Guarda el mandoble. –Dijo en voz baja Helyare, sin dejar de mirar la escena. Terminó de apartarse de la dragona viendo cómo su amigo daba la orden a los guerreros para que se fueran a casa.
–Ya hablaremos después. –Así dio por finalizada su interactuación con el guerrero que, sin decir nada, recogió su espada y se ocultó entre los árboles, acompañado de los otros tres. El rubio se giró hacia ellas y en su rostro no se reflejaba otra cosa que… ¿Normalidad? No parecía más alterado que antes, ni su expresión era rara. Parecía que hubiese tenido una amena charla con el elfo que había atacado a la dragona. A esta se dirigió, deteniéndose a varios pasos de ambas. –Joven Ingela, si tanto aprecias a tu amiga te aconsejo que no hagas esas cosas. Y llévatela lejos de aquí. –Repuso con un tono muy serio.
Otra vez parecía tener una barrera invisible ante ellas, dejaba atrás al amigo de toda la vida de Helyare para pasar a ser el comandante del clan. La elfa volvía a sentir las ganas anteriores de darle una bofetada por ser tan… Así. No conseguía reconocerlo, se había vuelto tan distante como el resto, la estaba tratando igual aunque ni siquiera se dirigiese a ella.
–¿Hacia dónde os dirigís? –Preguntó el elfo apoyando su mano en la empuñadura de su arma, sin ningún tipo de amenaza, sólo la reposaba ahí. Helyare no respondió, justamente cuando Aran hacía la pregunta ella se giró quedando de espaldas a él y avanzó hacia la costa a paso lento. El motivo había sido una joven elfa que aparecía justo por donde se habían ido los guerreros y les contemplaba, apoyando las manos en un tronco, sin moverse. Clavó su mirada azul en Ingela, pero seguía ahí, quieta.
Ahora se atrevía a salir, no antes cuando estaban ajusticiando a un compañero.
- Elfa:
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Helyare
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Ingela golpeaba con su pesado mandoble, atacando siempre, buscando el cuerpo del elfo quien también atacaba. Todo fue muy rápido y muy intenso; la joven quería enseñarle a ese elfo impertinente las consecuencias que tenían el meterse con una dragona del norte. No podías insultarla y salirte con la tuya. No. Por los Siete que no. Pero Aranarth intervino antes que ella pudiese darle la lección que quería dando un rápido y certero golpe con su espada que hizo que el soldado soltara la propia, dejándolo desarmado. Al mismo tiempo que Helyare agarró a la dragona, tirando de ella con fuerza y apartándola del soldado. -¡Suelta, elfa!- exigió ingela rabiosa.
Ingela forcejeó con Helyare para aflojar el abrazo, pero al escuchar a Aranarth la dejó pasmada. Lo vio golpear sin asco alguno a su propio soldado. Sí, que era impertinente y grosero, pero un superior no trata a los golpes a sus subalternos, eso no es respetable. ¿Y los otros? Asustados, viendo tambalear a su compañero mientras lo humillaban. Una cosa era que estos elfos no le agradaran y otra muy diferente era el concepto de liderazgo que Ingela conocía. Ella conocía el código de los Caballeros Dragón, donde todos eran hermanos en armas. Obviamente los códigos de honor eran completamente distintos.
Finalmente Helyare soltó a Ingela y se alejó, dejando a la atónita muchacha perpleja, mirando como el elfo que la había atacado quedaba reducido a un manojo de nervios. Llegó a sentir lástima por él. La voz de Aranarth la sacó de sus pensamientos, haciéndola levantar la mirada al rostro de él. Su expresión era de total y absoluta confusión, pero lo escuchó, cada palabra, con atención.
De la confusión pasó a mirarlo con perplejidad -¿Y es que tú crees que nosotras buscamos esto?- le respondió sin poder dar crédito a las demandas del elfo -Tus hombres y tú se han interpuesto en nuestros caminos, hacie mucho que estaríamos lejos de aquí si no fuese por ustedes- dijo envainando su mandoble -Y hacia dónde vayamos no es asunto tuyo- finalizó con dureza.
Comenzó a arreglarse el cabello y a estirar la ropa que se le había desacomodado. Aún sus mejillas estaban rojas, arrebatadas de la rabia que había sentido. En uno de los movimientos de su cabeza para hacerse una coleta en el cabello fue que notó a la joven elfa que la miraba desde el borde de los árboles inmóvil. Ingela se sintió incómoda y buscó a Helyare -Vámonos, fahliil*, sigamos nuestro camino- le dijo tocándole el hombro.
Ingela forcejeó con Helyare para aflojar el abrazo, pero al escuchar a Aranarth la dejó pasmada. Lo vio golpear sin asco alguno a su propio soldado. Sí, que era impertinente y grosero, pero un superior no trata a los golpes a sus subalternos, eso no es respetable. ¿Y los otros? Asustados, viendo tambalear a su compañero mientras lo humillaban. Una cosa era que estos elfos no le agradaran y otra muy diferente era el concepto de liderazgo que Ingela conocía. Ella conocía el código de los Caballeros Dragón, donde todos eran hermanos en armas. Obviamente los códigos de honor eran completamente distintos.
Finalmente Helyare soltó a Ingela y se alejó, dejando a la atónita muchacha perpleja, mirando como el elfo que la había atacado quedaba reducido a un manojo de nervios. Llegó a sentir lástima por él. La voz de Aranarth la sacó de sus pensamientos, haciéndola levantar la mirada al rostro de él. Su expresión era de total y absoluta confusión, pero lo escuchó, cada palabra, con atención.
De la confusión pasó a mirarlo con perplejidad -¿Y es que tú crees que nosotras buscamos esto?- le respondió sin poder dar crédito a las demandas del elfo -Tus hombres y tú se han interpuesto en nuestros caminos, hacie mucho que estaríamos lejos de aquí si no fuese por ustedes- dijo envainando su mandoble -Y hacia dónde vayamos no es asunto tuyo- finalizó con dureza.
Comenzó a arreglarse el cabello y a estirar la ropa que se le había desacomodado. Aún sus mejillas estaban rojas, arrebatadas de la rabia que había sentido. En uno de los movimientos de su cabeza para hacerse una coleta en el cabello fue que notó a la joven elfa que la miraba desde el borde de los árboles inmóvil. Ingela se sintió incómoda y buscó a Helyare -Vámonos, fahliil*, sigamos nuestro camino- le dijo tocándole el hombro.
- Traducción:
- Fahliil: elfo en lengua dragón.
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Cuando la dragona empezó a forcejear, Helyare la agarró con fuerza. No para que no se defendiera, sino para que no se metiera en más líos. Sabía cómo eran los soldados. Ella lo había sido, y encontrar cualquier provocación era asegurarse una pelea. Y eso daba puntos. ¿Quién no quería llegar victorioso de una reyerta? Para los miembros de ese clan ganar era todo. Si era fácil batir al enemigo: un entrenamiento. Si era complicado: un héroe o una heroína. Pero, ¿perder? Eso sólo cuando el enfrentamiento era demasiado difícil y… Dependiendo del criterio de los sabios. Nadie había llegado de una batalla sin ser laureado. No se atrevían a aparecer. Helyare sabía que algunos elfos habían perdido. Pero antes de volver con el rabo entre las piernas, habían fingido su muerte en el campo de batalla, o incluso se habían quitado ellos mismos la vida. Otros con menos sentido del honor se exiliaban a ciudades humanas o al norte.
Que Ingela levantase su arma contra un Eytherzair supondría daños también a su acompañante, pues cuando no luchabas al lado de alguien, te hacías cómplice. Y la podían tachar de no haber ayudado a su propia raza. Doble traición pesaría sobre Helyare.
Todo eso eran pautas de honor que el clan Eytherzair llevaba por bandera, lo cumplían a rajatabla, sin ninguna excepción. En ese clan no había lugar para las excepciones. Todos eran iguales, desde el cargo más alto, al más bajo. Se debía respeto a los elfos de posición más alta, no se podía replicar, reclamar o quejarse sobre algo que mandasen los superiores y debía ser hecho de forma inmediata. Pero así funcionaba bien. Todos los que en vivían ahí se sentían congratulados del respeto y la hermandad que se tenían.
La mirada de Ingela no correspondía con lo que representaba esa escena para los elfos que ahí estaban. Podía ser dura, Helyare la empezó a ver así, cuando nunca había tenido esa idea antes. Era una forma de justicia, el culpable era el soldado, pues había ignorado una orden y, hasta la más simple, había que cumplirla. Debía servir a su superior y no lo había hecho. Acción, reacción.
Pero había sido breve. Incluso a Aranarth le extrañó la mirada de la joven del norte. Pero no dijo nada porque sabía que sus costumbres serían diferentes. Él no había hecho nada malo; el otro sí.
–Kaeltha sabía que no debía haberse acercado tanto. –Ambos elfos sabían que tenía razón, pero ambos elfos no querían llevarla. A pesar de su dureza y ese muro que los separaba, Aranarth no quería dejar de ver a su amiga. Y ella tampoco a él. Los diferentes rangos impedían que se encontraran en el bosque y, por lo visto, tampoco en la frontera.
Realmente, ella no lo había hecho por eso. Sino porque, sin atravesar el bosque, este era el camino más corto para llegar a Lunargenta, a donde se dirigían. Por el otro lado de la arboleda tardarían muchísimo más. Había buscado un camino más o menos rápido para llegar a su destino, pero no esperaba que se encontrasen con ese percal. Y más, llevando consigo la capa del guerrero.
Helyare ni le miró, simplemente se alejó al ver a la elfina acercarse a donde estaban ellos. El rubio se giró para quedar frente a ella e hizo una leve reverencia, doblando sutilmente una de sus rodillas e inclinando la cabeza. –Luinil, melda heri. A tulë sira.–Acto seguido apoyó la mano en el hombro de la pequeña.
–Man nárë? –La voz armoniosa de la chica hizo que Helyare cerrase los ojos, dando la espalda a todos, mientras se sujetaba las manos con fuerza para evitar que le temblaran. Esa elfa de larga melena pelirroja y ojos azules, que estaba a escasos metros de ella era su hermana. La joven Luinil Naethelis, de unos trece o catorce años, ya ostentaba un alto cargo en su clan.
Hacía meses que no la veía. Dejarla fue lo que más la dolió al abandonar el bosque. Siempre habían estado muy unidas y ahora ni siquiera podía mirarla a la cara. Cuando estaba frente a Aranarth y Luinil había aparecido por entre los árboles, pudo ver que llevaba varios ornamentos que indicaban que estaba en proceso de aprendizaje para ser sacerdotisa, como su madre. El respeto que merecía su hermana en esos momentos era tal que ni siquiera podía quedarse frente a ella. No con su mísero status.
Se sobresaltó cuando notó a la dragona tomarla del brazo. Estaba muy nerviosa, aunque trataba de disimularlo. –Esselya ná Ingela. –Continuó el elfo, ignorando a las dos chicas, aunque señalando con su brazo a la rubia. –Urulókë formeno ná.
–Urulókë ná?? –La chica parecía sorprendida. Su tono se hizo ligeramente agudo por la expectación de ver una dragona de carne y hueso. La joven Luinil había leído sobre los dragones, pero jamás había tenido la oportunidad de ver uno. –Ma istal quet’ Eldarin? –El guerrero negó. Al instante, la elfa se dirigió a Ingela antes de que ambas chicas emprendieran su marcha. –Lamento lo que sus ojos han tenido que ver, señorita Ingela. Tengo conocimiento de que no siempre se puede entender nuestro modo de impartir justicia, al menos, ante la perspectiva moral de quienes no comparten nuestras raíces. Disculpe este choque cultural. Le ruego que no se marche, por favor. Mi curiosidad ante los seres del norte es muy grande y querría hacerle ciertas preguntas. Si se siente dispuesta. –Sólo avanzó un paso por delante del guerrero, quien se mantuvo en silencio, como antes habían hecho los otros soldados. –Mas deberían ser a solas. –Pasó sus ojos azules durante un segundo por su hermana mayor. –No se preocupe, nos apartaríamos unos pasos, nada más.
Helyare era consciente de que aquello iba por ella, aunque no la viese.
Verla...
Eso era lo que más le gustaría. Girarse y rodear a Luinil entre sus brazos. Pero era impensable. Tan cerca de su hermana y a la vez tan lejos…
Que Ingela levantase su arma contra un Eytherzair supondría daños también a su acompañante, pues cuando no luchabas al lado de alguien, te hacías cómplice. Y la podían tachar de no haber ayudado a su propia raza. Doble traición pesaría sobre Helyare.
Todo eso eran pautas de honor que el clan Eytherzair llevaba por bandera, lo cumplían a rajatabla, sin ninguna excepción. En ese clan no había lugar para las excepciones. Todos eran iguales, desde el cargo más alto, al más bajo. Se debía respeto a los elfos de posición más alta, no se podía replicar, reclamar o quejarse sobre algo que mandasen los superiores y debía ser hecho de forma inmediata. Pero así funcionaba bien. Todos los que en vivían ahí se sentían congratulados del respeto y la hermandad que se tenían.
La mirada de Ingela no correspondía con lo que representaba esa escena para los elfos que ahí estaban. Podía ser dura, Helyare la empezó a ver así, cuando nunca había tenido esa idea antes. Era una forma de justicia, el culpable era el soldado, pues había ignorado una orden y, hasta la más simple, había que cumplirla. Debía servir a su superior y no lo había hecho. Acción, reacción.
Pero había sido breve. Incluso a Aranarth le extrañó la mirada de la joven del norte. Pero no dijo nada porque sabía que sus costumbres serían diferentes. Él no había hecho nada malo; el otro sí.
–Kaeltha sabía que no debía haberse acercado tanto. –Ambos elfos sabían que tenía razón, pero ambos elfos no querían llevarla. A pesar de su dureza y ese muro que los separaba, Aranarth no quería dejar de ver a su amiga. Y ella tampoco a él. Los diferentes rangos impedían que se encontraran en el bosque y, por lo visto, tampoco en la frontera.
Realmente, ella no lo había hecho por eso. Sino porque, sin atravesar el bosque, este era el camino más corto para llegar a Lunargenta, a donde se dirigían. Por el otro lado de la arboleda tardarían muchísimo más. Había buscado un camino más o menos rápido para llegar a su destino, pero no esperaba que se encontrasen con ese percal. Y más, llevando consigo la capa del guerrero.
Helyare ni le miró, simplemente se alejó al ver a la elfina acercarse a donde estaban ellos. El rubio se giró para quedar frente a ella e hizo una leve reverencia, doblando sutilmente una de sus rodillas e inclinando la cabeza. –Luinil, melda heri. A tulë sira.–Acto seguido apoyó la mano en el hombro de la pequeña.
–Man nárë? –La voz armoniosa de la chica hizo que Helyare cerrase los ojos, dando la espalda a todos, mientras se sujetaba las manos con fuerza para evitar que le temblaran. Esa elfa de larga melena pelirroja y ojos azules, que estaba a escasos metros de ella era su hermana. La joven Luinil Naethelis, de unos trece o catorce años, ya ostentaba un alto cargo en su clan.
Hacía meses que no la veía. Dejarla fue lo que más la dolió al abandonar el bosque. Siempre habían estado muy unidas y ahora ni siquiera podía mirarla a la cara. Cuando estaba frente a Aranarth y Luinil había aparecido por entre los árboles, pudo ver que llevaba varios ornamentos que indicaban que estaba en proceso de aprendizaje para ser sacerdotisa, como su madre. El respeto que merecía su hermana en esos momentos era tal que ni siquiera podía quedarse frente a ella. No con su mísero status.
Se sobresaltó cuando notó a la dragona tomarla del brazo. Estaba muy nerviosa, aunque trataba de disimularlo. –Esselya ná Ingela. –Continuó el elfo, ignorando a las dos chicas, aunque señalando con su brazo a la rubia. –Urulókë formeno ná.
–Urulókë ná?? –La chica parecía sorprendida. Su tono se hizo ligeramente agudo por la expectación de ver una dragona de carne y hueso. La joven Luinil había leído sobre los dragones, pero jamás había tenido la oportunidad de ver uno. –Ma istal quet’ Eldarin? –El guerrero negó. Al instante, la elfa se dirigió a Ingela antes de que ambas chicas emprendieran su marcha. –Lamento lo que sus ojos han tenido que ver, señorita Ingela. Tengo conocimiento de que no siempre se puede entender nuestro modo de impartir justicia, al menos, ante la perspectiva moral de quienes no comparten nuestras raíces. Disculpe este choque cultural. Le ruego que no se marche, por favor. Mi curiosidad ante los seres del norte es muy grande y querría hacerle ciertas preguntas. Si se siente dispuesta. –Sólo avanzó un paso por delante del guerrero, quien se mantuvo en silencio, como antes habían hecho los otros soldados. –Mas deberían ser a solas. –Pasó sus ojos azules durante un segundo por su hermana mayor. –No se preocupe, nos apartaríamos unos pasos, nada más.
Helyare era consciente de que aquello iba por ella, aunque no la viese.
Verla...
Eso era lo que más le gustaría. Girarse y rodear a Luinil entre sus brazos. Pero era impensable. Tan cerca de su hermana y a la vez tan lejos…
- Traducción:
- Luinil, melda heri. A tulë sira.: Luinil, mi querida señora, venga.
- Man nárë?: ¿Quién es (ella)?
- Esselya ná Ingela/Urulókë formeno ná: Su nombre es Ingela./Es una dragona del norte.
- Urulókë ná??/Ma istal quet’ Eldarin?: ¿¿Una dragona??/ ¿Sabe hablar en élfico?
Helyare
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Ingela tenía ladeada la cabeza y miraba a la joven elfa con un poco de extrañeza y suspicacia. Era muy amable. ¿Era del mismo clan? Pues no lo parecía. Ingela se confundía cada vez más. Los soldados eran unos cretinos y esta chica medianamente tratable. Claro, compartía ese aire arrogante y de superioridad que tenían los otros y hasta hace un tiempo la misma Helyare. Con la mano izquierda se rascó el homoplato derecho mientras lanzaba una mirada a Helyare buscando algún indicio de qué hacer. No encontró la cara de la elfa, quien estaba de cara al mar y la mirada al suelo. -Bueno... cualquier pregunta que tengas la responderé con gusto- dijo intentando esbozar una sonrisa, aunque se notaba su incomodidad.
Lanzó una mirada a Aranarth. Vaya, sí que era guapo. Recordó que cuando lo conoció en Claro pensó en que era el hombre más guapo que jamás hubiese visto. Ahora más calmada y sin el enojo de hacía un rato, pudo ver lo bien que le sentaba el uniforme militar y que su semblante había cambiado mucho, se veía serio y un poco más adulto, a pesar de solo haber pasado poco tiempo desde la última vez que lo vio. Sacudió la cabeza para sacarse el pensamiento, ante toda la arrogancia que ese hermoso cuerpo contenía ella no tenía posibilidades. Mejor dejarlo solo como un punto de referencia de belleza masculina y nada más.
Ella pensaba todo eso mientras el elfo hacía señales a sus subordinados para que se alejaran y habló, dirigiéndose a la joven elfa pelirroja -Las dejaremos a solas para que puedan hablar- dijo. Acto seguido, posó con suma suavidad su mano en el hombro de la elfa y la miró con un gesto que Ingela describió como una dolorosa severidad y le habló en élfico -Enaylieccë, endut tiriccë- mirándola y luego levantando los ojos hasta donde estaban sus soldados esperando, en el lindel del bosque. La pequeña elfa disimuladamente miró hacia ellos y asintió con un dejo de tristeza. El elfo no volvió a mirar a Ingela ni a Helyare, simplemente se alejó, yendo junto a sus soldados.
Ingela era muy inocente en muchas cosas, se podría decir que era llegaba a ser tonta de lo inocente que era, pero ante aquella situación, vamos, era cosa de mirar a las elfa joven, a Helyare, la actitud de Aranarth hacia ellas. Estaban emparentadas o por lo menos relacionadas de alguna forma muy cercana. Frunció el ceño y resopló, pero antes de enojarse, optó por acercarse a Helyare. -Oye... ¿estás bien?- le dijo en voz baja una vez la alcanzó. -Todo esto es muy confuso, te pido que por favor me expliques todo esto, ¿vale?- dijo en un tono calmado y hasta resignado, mostrando el cansancio y hastío que sentía por todo.
Apenas Aranarth se alejó, Liunil se acercó a ellas. Ingela volteó y le dedicó una media sonrisa. -Gracias, Ingela, por vuestra buena disposición. Sin embargo, necesito pediros que hablemos en voz baja, no quiero que...- dijo y guardó silencio, se notaba que buscaba las palabras adecuadas -...preferiría que lo que conversemos quede entre nosotras...- dijo por fin.
Sin ser la joven dragona la mujer más brillante, alzó la mirada a los guardias, quienes intentaban disimular que no estaban pendientes de lo que hablaban o hacían ellas -De acuerdo... mira, allí hay unas piedras, ¿por qué no nos sentamos allí?- dijo y tomó a Helyare de la mano -¿Todas?- dijo -Me sentaría bien descansar un poco- finalizó.
Lanzó una mirada a Aranarth. Vaya, sí que era guapo. Recordó que cuando lo conoció en Claro pensó en que era el hombre más guapo que jamás hubiese visto. Ahora más calmada y sin el enojo de hacía un rato, pudo ver lo bien que le sentaba el uniforme militar y que su semblante había cambiado mucho, se veía serio y un poco más adulto, a pesar de solo haber pasado poco tiempo desde la última vez que lo vio. Sacudió la cabeza para sacarse el pensamiento, ante toda la arrogancia que ese hermoso cuerpo contenía ella no tenía posibilidades. Mejor dejarlo solo como un punto de referencia de belleza masculina y nada más.
Ella pensaba todo eso mientras el elfo hacía señales a sus subordinados para que se alejaran y habló, dirigiéndose a la joven elfa pelirroja -Las dejaremos a solas para que puedan hablar- dijo. Acto seguido, posó con suma suavidad su mano en el hombro de la elfa y la miró con un gesto que Ingela describió como una dolorosa severidad y le habló en élfico -Enaylieccë, endut tiriccë- mirándola y luego levantando los ojos hasta donde estaban sus soldados esperando, en el lindel del bosque. La pequeña elfa disimuladamente miró hacia ellos y asintió con un dejo de tristeza. El elfo no volvió a mirar a Ingela ni a Helyare, simplemente se alejó, yendo junto a sus soldados.
Ingela era muy inocente en muchas cosas, se podría decir que era llegaba a ser tonta de lo inocente que era, pero ante aquella situación, vamos, era cosa de mirar a las elfa joven, a Helyare, la actitud de Aranarth hacia ellas. Estaban emparentadas o por lo menos relacionadas de alguna forma muy cercana. Frunció el ceño y resopló, pero antes de enojarse, optó por acercarse a Helyare. -Oye... ¿estás bien?- le dijo en voz baja una vez la alcanzó. -Todo esto es muy confuso, te pido que por favor me expliques todo esto, ¿vale?- dijo en un tono calmado y hasta resignado, mostrando el cansancio y hastío que sentía por todo.
Apenas Aranarth se alejó, Liunil se acercó a ellas. Ingela volteó y le dedicó una media sonrisa. -Gracias, Ingela, por vuestra buena disposición. Sin embargo, necesito pediros que hablemos en voz baja, no quiero que...- dijo y guardó silencio, se notaba que buscaba las palabras adecuadas -...preferiría que lo que conversemos quede entre nosotras...- dijo por fin.
Sin ser la joven dragona la mujer más brillante, alzó la mirada a los guardias, quienes intentaban disimular que no estaban pendientes de lo que hablaban o hacían ellas -De acuerdo... mira, allí hay unas piedras, ¿por qué no nos sentamos allí?- dijo y tomó a Helyare de la mano -¿Todas?- dijo -Me sentaría bien descansar un poco- finalizó.
- Traducción:
- "Enaylieccë, endut tiriccë" Recuerda los ojos que te observan
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Luinil había sido informada de que en la playa cercana al bosque estaba su hermana, por eso había ido. Sabía que Aranarth sería un enlace para poder comunicarse con ella. No sabía si quería eso o no, pero estaba segura de que no se podía. Ese era el trabajo de los guerreros, como él. No el de ella. Una de las runas estaba fallando y tenía que ir con su madre a hacer un control rutinario de la misma, pero había preferido aplazar eso para poder acercarse a la costa. Allí había visto a los soldados pero, por suerte, el elfo los alejó y se decidió a salir. También había sido informada de que su hermana se encontraba con una dragona del norte, cosa que le causó mucha curiosidad. Y a la vez era una excusa para informarse de esos reinos tan lejanos que siempre imaginaba blancos.
Teniendo el apoyo del elfo era todo más fácil, él se encargaría de controlar a los soldados. Ya habían hablado de esto alguna vez, mientras hacían una ronda por el poblado. Luinil todavía sentía curiosidad en saber qué ocurrió. Los rumores e historias que compartían los adultos del pueblo valían para conformar una historia en su mente, pero quería saber algo más. Sus padres lo ocultaban, a partir de unos meses atrás hasta ahora, habían evitado el tema, actuaban como si ella fuera hija única. Entendía eso: Kaeltha era una traidora. Y no tenía sitio en casa. Pero, ¿por qué lo era? Conocía una parte de la historia, debía defender la opinión general, pero su curiosidad era bastante grande. Cuando estaban a solas, le había preguntado a Aranarth, pero él no sabía nada de lo ocurrido, realmente. Sólo sabía que la había encontrado en Claro y que era perseguida. La joven elfita también la había encontrado en Claro, pero su madre le dijo que no se acercara a ella y así lo hizo. En ese momento sintió rechazo por su hermana, pero también lástima al no poder hablar con ella, cuando había poco que había marchado. De hecho, ella no la vio irse.
Ahora estaba frente a la dragona, con sentimientos encontrados. Sabía que no se podía acercar a su hermana, una parte de ella la odiaba. No la quería tener cerca. Pero otra parte ansiaba saber qué había sucedido. Y una tercera parte sentía miedo, estaba desobedeciendo las normas de su clan. Se sentía más segura con el elfo, pero aun así tenía remordimientos al estar en el mismo lugar que su hermana y no echarla de la costa.
Helyare ni siquiera miró a Ingela cuando esta se acercó a preguntar si estaba bien. Se estaba mordiendo el labio para intentar reprimir sus ganas de llorar. No podía hacerlo. Giró levemente la cabeza para no ver a la dragona y asintió. Estaba bien y punto, no quería dar demasiadas explicaciones. Tragó saliva, tratando de encontrar su voz sin mostrar debilidad. Esperó unos segundos y carraspeó. –Esa elfa es mi hermana. Es la futura sacerdotisa del clan. –Paró durante un segundo para recobrarse. Estaba consiguiendo mantener su postura alejada, imparcial. –Yo… No debía estar aquí. –Volvió a detenerse. –¿Recuerdas cuando te encontramos? Tuvimos que irnos. –Hizo memoria de que hacía ya unos cuantos días, ambas habían tenido que ir volando porque las perseguían. Bueno, perseguían a la elfa. –Yo… –Helyare se encogió de hombros, abatida. –No puedo regresar a mi casa. –Fue lo único que le dio tiempo a susurrar a Ingela antes de que los pasos de su hermana cortasen su conversación.
La joven elfa se veía hermosa y desprendía un aura de completa majestuosidad, digno de una sacerdotisa ya formada, aunque a ella le quedaba poco para serlo. Aranarth se despidió de ella con una leve reverencia, como antes, y permaneció unos metros más atrás, siempre por delante de los soldados que quedaban en la costa, que habían ido a proteger a Luinil. Eran su escolta.
Cuando la dragona tomó la mano de Helyare y comenzaron a avanzar, apenas dieron un paso y algunos de los guerreros desenvainaron sus armas.
-Áva hostantë! –Avanzó unos pasos una de las guardias, pero Aran extendió un brazo para indicar que no siguiera.
-Carenyë.
Luinil se mostró reacia a que su hermana las acompañase, pero la dragona parecía no querer dejar a su amiga sola así que, iba a decir algo, pero finalmente decidió callarse y avanzar.
Las chicas fueron a las rocas, pero la elfita no se sentó. Se quedó mirando a Ingela a cierta distancia. Por su parte, Helyare sí lo hizo, pero también tomaba distancia de su hermana, sobre todo, evitaba el contacto visual de cualquiera de las formas. Sólo estaba ahí por Ingela, pero deseaba marcharse. Esa gente, que había sido su familia, ahora los veía como a extraños.
–Es tan extraño ver a una dragona del norte por estas tierras… De antemano me disculpo por mostrar mi exacerbada curiosidad, mas el saber es algo que me fascina. ¿Es verdad que siempre está nevado el lugar de donde viene? ¿O que todos son dragones? ¿Puede transformarse? –Ella nunca había visto nieve, igual que su hermana. Sandorai tenía un clima muy cálido casi siempre, así que la nieve no era un fenómeno normal. –¿Cómo conoció a Kaeltha? –Siguió preguntando, hablando en su dulce tono mientras miraba a su hermana y después a la dragona. –¿Y por qué la acompaña? –Su semblante no cambiaba. En ningún momento dio a entender que era su hermana. –De hecho, me pregunto qué hace viajando sola. ¿No tiene miedo? Es muy joven. –Esta vez sólo se refería a la rubia. La curiosidad que sentía por ambas chicas la mezcló en varias preguntas. –¿Qué sabe de nuestro pueblo? ¿Y por qué Aranarth la conoce?
Esperó pacientemente las respuestas, sin moverse, y solo manteniendo su azulada mirada clavada en Ingela.
Teniendo el apoyo del elfo era todo más fácil, él se encargaría de controlar a los soldados. Ya habían hablado de esto alguna vez, mientras hacían una ronda por el poblado. Luinil todavía sentía curiosidad en saber qué ocurrió. Los rumores e historias que compartían los adultos del pueblo valían para conformar una historia en su mente, pero quería saber algo más. Sus padres lo ocultaban, a partir de unos meses atrás hasta ahora, habían evitado el tema, actuaban como si ella fuera hija única. Entendía eso: Kaeltha era una traidora. Y no tenía sitio en casa. Pero, ¿por qué lo era? Conocía una parte de la historia, debía defender la opinión general, pero su curiosidad era bastante grande. Cuando estaban a solas, le había preguntado a Aranarth, pero él no sabía nada de lo ocurrido, realmente. Sólo sabía que la había encontrado en Claro y que era perseguida. La joven elfita también la había encontrado en Claro, pero su madre le dijo que no se acercara a ella y así lo hizo. En ese momento sintió rechazo por su hermana, pero también lástima al no poder hablar con ella, cuando había poco que había marchado. De hecho, ella no la vio irse.
Ahora estaba frente a la dragona, con sentimientos encontrados. Sabía que no se podía acercar a su hermana, una parte de ella la odiaba. No la quería tener cerca. Pero otra parte ansiaba saber qué había sucedido. Y una tercera parte sentía miedo, estaba desobedeciendo las normas de su clan. Se sentía más segura con el elfo, pero aun así tenía remordimientos al estar en el mismo lugar que su hermana y no echarla de la costa.
Helyare ni siquiera miró a Ingela cuando esta se acercó a preguntar si estaba bien. Se estaba mordiendo el labio para intentar reprimir sus ganas de llorar. No podía hacerlo. Giró levemente la cabeza para no ver a la dragona y asintió. Estaba bien y punto, no quería dar demasiadas explicaciones. Tragó saliva, tratando de encontrar su voz sin mostrar debilidad. Esperó unos segundos y carraspeó. –Esa elfa es mi hermana. Es la futura sacerdotisa del clan. –Paró durante un segundo para recobrarse. Estaba consiguiendo mantener su postura alejada, imparcial. –Yo… No debía estar aquí. –Volvió a detenerse. –¿Recuerdas cuando te encontramos? Tuvimos que irnos. –Hizo memoria de que hacía ya unos cuantos días, ambas habían tenido que ir volando porque las perseguían. Bueno, perseguían a la elfa. –Yo… –Helyare se encogió de hombros, abatida. –No puedo regresar a mi casa. –Fue lo único que le dio tiempo a susurrar a Ingela antes de que los pasos de su hermana cortasen su conversación.
La joven elfa se veía hermosa y desprendía un aura de completa majestuosidad, digno de una sacerdotisa ya formada, aunque a ella le quedaba poco para serlo. Aranarth se despidió de ella con una leve reverencia, como antes, y permaneció unos metros más atrás, siempre por delante de los soldados que quedaban en la costa, que habían ido a proteger a Luinil. Eran su escolta.
Cuando la dragona tomó la mano de Helyare y comenzaron a avanzar, apenas dieron un paso y algunos de los guerreros desenvainaron sus armas.
-Áva hostantë! –Avanzó unos pasos una de las guardias, pero Aran extendió un brazo para indicar que no siguiera.
-Carenyë.
Luinil se mostró reacia a que su hermana las acompañase, pero la dragona parecía no querer dejar a su amiga sola así que, iba a decir algo, pero finalmente decidió callarse y avanzar.
Las chicas fueron a las rocas, pero la elfita no se sentó. Se quedó mirando a Ingela a cierta distancia. Por su parte, Helyare sí lo hizo, pero también tomaba distancia de su hermana, sobre todo, evitaba el contacto visual de cualquiera de las formas. Sólo estaba ahí por Ingela, pero deseaba marcharse. Esa gente, que había sido su familia, ahora los veía como a extraños.
–Es tan extraño ver a una dragona del norte por estas tierras… De antemano me disculpo por mostrar mi exacerbada curiosidad, mas el saber es algo que me fascina. ¿Es verdad que siempre está nevado el lugar de donde viene? ¿O que todos son dragones? ¿Puede transformarse? –Ella nunca había visto nieve, igual que su hermana. Sandorai tenía un clima muy cálido casi siempre, así que la nieve no era un fenómeno normal. –¿Cómo conoció a Kaeltha? –Siguió preguntando, hablando en su dulce tono mientras miraba a su hermana y después a la dragona. –¿Y por qué la acompaña? –Su semblante no cambiaba. En ningún momento dio a entender que era su hermana. –De hecho, me pregunto qué hace viajando sola. ¿No tiene miedo? Es muy joven. –Esta vez sólo se refería a la rubia. La curiosidad que sentía por ambas chicas la mezcló en varias preguntas. –¿Qué sabe de nuestro pueblo? ¿Y por qué Aranarth la conoce?
Esperó pacientemente las respuestas, sin moverse, y solo manteniendo su azulada mirada clavada en Ingela.
- Traducción:
Áva hostantë! - ¡No pueden juntarse!
Carenyë - Yo me encargo.
Helyare
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Las pocas palabras de Helyare dejaron atónita a Ingela. -¿Tu hermana?- preguntó con los ojos abiertos de par en par. ¿Aquella linda niña era la hermana de esta elfa tan... desarreglada?
-¿Cómo así que no puedes volver a tu casa? ¿Por qué no puedes estar aquí? ¿Por qué te persiguen?- preguntó rapidito, con la voz aguda y baja para que nadie le escuchara, mucho menos la joven elfa que estaba junto a ellas -Exijo una explicación- gruñó.
Llegaron a las rocas y el ambiente estaba tenso. Tanto Helyare como Liunil actuaban distantes la una de la otra, conscientes de su presencia pero ignorándose, sin dirigirse la palabra. Aquello resultaba incómodo para la joven dragona, pero sentía que hacer las veces de intermediaria era una forma de ayudar a la elfa; ayuda que no había pedido pero que Ingela percibía que necesitaba.
Las preguntas de Liunil llegaron una tras otra, como una avalancha que la joven dragona recibió y luego no supo cómo manejar. Echó una mirada a Helyare, pero esta seguía mirando al mar con férrea determinación. Más parecía una estatua. -Pues...- comenzó a hablar Ingela, procesando todas las preguntas de la sonriente elfita -...no... tranquila... la curiosidad es buena... yo misma tengo muchas preguntas y ansío conocer sus respuestas- dijo echando una mirada severa a Helyare -Tal vez después de responder las tuyas, tú me ayudes con las mías. ¿Te parece?- dijo volviendo a mirar a Liunil, buscando sonar lo más amable posible.
Ingela se rascó la nuca y comenzó a responder -Los picos siempre tienen nieve, pero en verano Dundarak no. Aunque debo reconocer que siempre hace frío- dijo tímidamente. Ladeó la cabeza y torció la boca, mordiéndose la lengua antes de continuar. Había decidido comenzar por las preguntas más fáciles, las demás no lo eran tanto.
-Siempre vestimos con abrigos y pieles cuando salimos de las casas y edificios, en invierno la nieve es densa y copiosa así que los abrigos son más gruesos que los del verano. El norte es muy lindo cuando el hielo se derrite y los ríos vuelven a fluir, la nieve del Pico más Alto resplandece con la luz del sol- dijo sonriendo, evocando las imágenes de su amado norte. -No todos son dragones, también hay humanos, brujos, algunos pocos hombres bestia y elfos. La mayoría llegan para la primavera y el verano y cuando comienza el otoño los ves marcharse. Además, el don de los dragones se hereda por línea materna, así que si un dragón se casa con una humana o elfa, sus hijos no se transformarán, no serán dragones. Serían aquello que fuese su madre- aseguró, inclinándose hacia la elfita, habiendo roto el hielo de la conversación, distrayéndose por fin de la densidad que aportaban las elfas.
Se enderezó y continuó -Y claro que puedo transformarme- dijo orgullosa -Mi madre viene de uno de los linajes más puros de dragones de fuego- continuó -Aunque mi padre es dragón de tierra, pertenece a otro clan- dijo -Ellos se enamoraron y su unión beneficiaba a ambas familias, así que los patriarcas bendijeron su matrimonio- dijo enternecida. Siempre pensó que la historia de amor de sus padres era una muy bonita, digna de recordarse. Pero no le iba a contar tanto a esta elfa, no, no señor, no aún.
-Yo viajo sola porque en mi familia es la tradición. Cuando regrese deberé decidir qué hacer con mi vida, así que me envían lejos para que pueda conocer el mundo, los seres que lo habitan, las ciudades, los climas, las costumbres... si nunca saliera de los límites de mi ciudad no podría decidir qué me gusta realmente ni dónde quiero vivir o con quién me quiero relacionar... es más, no podría saber si en realidad me gusta el norte y si quiera vivir allí el resto de mi vida. Viviría ciega y... hay tanto por conocer, por probar, por disfrutar... tantas personas distintas que te enseñan cosas nuevas, frescas y diferentes... No, no quiero ser una ciega en este mundo de colores- dijo y sus ojos brillaban de emoción mientras hablaba con pasión.
-Además, puedo cuidarme sola. Soy un dragón- dijo sonriendo. -De hecho, fue en una fiesta en Claro que conocí a Aranarth, me ayudó a entender un poco la variopinta gastronomía élfica- dijo recordando las bolitas de colas de lagarto con un dejo de asco. Su asco pasó a una expresión más seria mientras recordaba aquella desastrosa fiesta -Aunque las colitas de lagarto no estaban tan mal...- dijo tras sacudir la cabeza.
Tragó saliva y se acomodó en su pedazo de piedra -Conozco poco de tu pueblo. Sé que los elfos viven en el sur y que cuidan el bosque, que son los mejores sanadores y que me gustaría en algún momento conocer algún médico elfo- dijo rascándose una oreja -He pensado que al volver a Dundarak me convierta en galeno para ayudar a los enfermos. Así que me vendría bien estar un par de meses como aprendiz, y qué mejor que de un sanador elfo- dijo encogiéndose de hombros.
Las preguntas fáciles se acababan, ahora tenía que enfrentar las difíciles. Y eran difíciles de responder porque Ingela no entendía un pequeño detalle.
-Liunil, antes de responderte nada más... ¿quién es Kaeltha?- preguntó mirando a la joven elfa a la cara.
-¿Cómo así que no puedes volver a tu casa? ¿Por qué no puedes estar aquí? ¿Por qué te persiguen?- preguntó rapidito, con la voz aguda y baja para que nadie le escuchara, mucho menos la joven elfa que estaba junto a ellas -Exijo una explicación- gruñó.
Llegaron a las rocas y el ambiente estaba tenso. Tanto Helyare como Liunil actuaban distantes la una de la otra, conscientes de su presencia pero ignorándose, sin dirigirse la palabra. Aquello resultaba incómodo para la joven dragona, pero sentía que hacer las veces de intermediaria era una forma de ayudar a la elfa; ayuda que no había pedido pero que Ingela percibía que necesitaba.
Las preguntas de Liunil llegaron una tras otra, como una avalancha que la joven dragona recibió y luego no supo cómo manejar. Echó una mirada a Helyare, pero esta seguía mirando al mar con férrea determinación. Más parecía una estatua. -Pues...- comenzó a hablar Ingela, procesando todas las preguntas de la sonriente elfita -...no... tranquila... la curiosidad es buena... yo misma tengo muchas preguntas y ansío conocer sus respuestas- dijo echando una mirada severa a Helyare -Tal vez después de responder las tuyas, tú me ayudes con las mías. ¿Te parece?- dijo volviendo a mirar a Liunil, buscando sonar lo más amable posible.
Ingela se rascó la nuca y comenzó a responder -Los picos siempre tienen nieve, pero en verano Dundarak no. Aunque debo reconocer que siempre hace frío- dijo tímidamente. Ladeó la cabeza y torció la boca, mordiéndose la lengua antes de continuar. Había decidido comenzar por las preguntas más fáciles, las demás no lo eran tanto.
-Siempre vestimos con abrigos y pieles cuando salimos de las casas y edificios, en invierno la nieve es densa y copiosa así que los abrigos son más gruesos que los del verano. El norte es muy lindo cuando el hielo se derrite y los ríos vuelven a fluir, la nieve del Pico más Alto resplandece con la luz del sol- dijo sonriendo, evocando las imágenes de su amado norte. -No todos son dragones, también hay humanos, brujos, algunos pocos hombres bestia y elfos. La mayoría llegan para la primavera y el verano y cuando comienza el otoño los ves marcharse. Además, el don de los dragones se hereda por línea materna, así que si un dragón se casa con una humana o elfa, sus hijos no se transformarán, no serán dragones. Serían aquello que fuese su madre- aseguró, inclinándose hacia la elfita, habiendo roto el hielo de la conversación, distrayéndose por fin de la densidad que aportaban las elfas.
Se enderezó y continuó -Y claro que puedo transformarme- dijo orgullosa -Mi madre viene de uno de los linajes más puros de dragones de fuego- continuó -Aunque mi padre es dragón de tierra, pertenece a otro clan- dijo -Ellos se enamoraron y su unión beneficiaba a ambas familias, así que los patriarcas bendijeron su matrimonio- dijo enternecida. Siempre pensó que la historia de amor de sus padres era una muy bonita, digna de recordarse. Pero no le iba a contar tanto a esta elfa, no, no señor, no aún.
-Yo viajo sola porque en mi familia es la tradición. Cuando regrese deberé decidir qué hacer con mi vida, así que me envían lejos para que pueda conocer el mundo, los seres que lo habitan, las ciudades, los climas, las costumbres... si nunca saliera de los límites de mi ciudad no podría decidir qué me gusta realmente ni dónde quiero vivir o con quién me quiero relacionar... es más, no podría saber si en realidad me gusta el norte y si quiera vivir allí el resto de mi vida. Viviría ciega y... hay tanto por conocer, por probar, por disfrutar... tantas personas distintas que te enseñan cosas nuevas, frescas y diferentes... No, no quiero ser una ciega en este mundo de colores- dijo y sus ojos brillaban de emoción mientras hablaba con pasión.
-Además, puedo cuidarme sola. Soy un dragón- dijo sonriendo. -De hecho, fue en una fiesta en Claro que conocí a Aranarth, me ayudó a entender un poco la variopinta gastronomía élfica- dijo recordando las bolitas de colas de lagarto con un dejo de asco. Su asco pasó a una expresión más seria mientras recordaba aquella desastrosa fiesta -Aunque las colitas de lagarto no estaban tan mal...- dijo tras sacudir la cabeza.
Tragó saliva y se acomodó en su pedazo de piedra -Conozco poco de tu pueblo. Sé que los elfos viven en el sur y que cuidan el bosque, que son los mejores sanadores y que me gustaría en algún momento conocer algún médico elfo- dijo rascándose una oreja -He pensado que al volver a Dundarak me convierta en galeno para ayudar a los enfermos. Así que me vendría bien estar un par de meses como aprendiz, y qué mejor que de un sanador elfo- dijo encogiéndose de hombros.
Las preguntas fáciles se acababan, ahora tenía que enfrentar las difíciles. Y eran difíciles de responder porque Ingela no entendía un pequeño detalle.
-Liunil, antes de responderte nada más... ¿quién es Kaeltha?- preguntó mirando a la joven elfa a la cara.
Ingela
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Pese a que Ingela quería saber la verdad sobre su compañera de viaje, ella se negó, moviendo sutilmente la cabeza de un lado para otro. No iba a darle explicaciones, no se sentía con fuerza de hacerlo.
–Me parece un trato justo, Ingela. –Dijo la joven elfita cuando la dragona pidió respuestas también. Estaba claro que ella no podía ser la única que preguntase, posiblemente esa mujer del norte tuviera dudas sobre su pueblo que encantada resolvería. Todos debían conocer la historia de los Eytherzair, aparte de dos o tres clanes más, ellos eran los únicos que verdaderamente luchaban por recuperar sus tierras. La futura sacerdotisa empezó a escuchar las palabras de la forastera, con mucha atención. Le sorprendían tantas cosas que ella contaba que incluso su expresión empezó a cambiar según iba contando. –¿Pieles? Deben ser muy pesadas. –Ella no era capaz de imaginarse un frío atroz, de hecho, casi siempre iba con prendas muy sutiles, finas, que le permitirían gran movilidad. A veces sentía lástima por las pesadas armaduras que debían llevar los escuderos y algunos guerreros, por el calor que debían pasar. ¡No los imaginaba con pieles! Le parecía una forma burda de vestimenta, incómoda y que buscaba tapar la hermosura del cuerpo. Aunque con el frío que debía hacer por allí arriba, no les quedaba otro remedio. Sin duda el mejor lugar para vivir era Sandorai. Y en eso estaban de acuerdo ambas hermanas, aunque no dijeron nada. También resultaba extraño que incluso en los meses de más calor tuvieran que ir con pieles. ¡Qué raros eran!
Por supuesto, ella coincidía en el río y el paisaje sin nieve era hermoso. Bueno, es que no había visto nunca un paisaje con nieve. Lo siguiente la causó cierto rechazo cuando escuchó quiénes vivían allí arriba. Hizo una mueca de descontento y frunció el ceño. –¿Brujos? ¿También han ocupado los territorios del norte? –Parecía visiblemente ofendida ante la presencia de brujos en Dundarak. –¿Y por qué los elfos vivirían en un sitio tan hostil? –Pestañeó un par de veces, incapaz de entender qué llevaría a sus hermanos a abandonar su perfecto paraíso para irse a un lugar nevado. Si no querían vivir en el bosque, algo incomprensible, podían vivir en las cercanías. La mueca se acrecentó hasta formar una de asco cuando contó el tema del linaje. Luinil tardó unos segundos en asimilar la información que le estaba dando la joven del norte. –Espere, Ingela. ¿Me está diciendo que puede haber dragones que establezcan vínculos con elfos? ¿Y con otras razas? Pero… ¿¡Cómo se puede permitir eso!? Es… –No sabía encontrar la palabra adecuada. –Es… Aberrante. ¿Cómo lo permiten? ¿No debería haber un castigo para los que hacen eso? –Que Ingela dijera que podía haber parejas interraciales le había causado bastante asco a la sacerdotisa. No era capaz de concebir que las razas se mezclasen. Eso significaba que si un dragón mantenía un vínculo afectivo con una elfa… ¿Qué sería eso que naciese? ¿Un elfo? No, ni hablar, no sería puro. ¡Qué horrible! ¿Cómo podían ser tan bárbaros en esas tierras, permitiendo eso?
El único consuelo que le quedaba a la elfita era que la dragona frente a ella sí era pura. Aunque su forma de pensar y hablar estaba causando controversia en ella. –¿Viajar? ¿Para qué quiere viajar? ¿Y por qué querría vivir en otro lugar que no fuera su verdadero hogar? –No entendía nada, miraba a la dragona como si fuera una loca. –Disculpe, Ingela, pero, ¿no siente afecto por su tierra? Nació en el norte, pertenece allí. ¿Por qué querría abandonar su tierra para vivir en otro territorio? Además, déjeme añadir, ¿por qué querría aprender costumbres de otras razas… Menos evolucionadas? Cuando donde verdaderamente radica su esencia es en lo que la rodea, en su tierra, su familia, sus tradiciones, su cultura… ¿Por qué querría perder todo eso que durante años se ha construido?
Helyare sentía orgullo por cómo hablaba su hermana, pero una parte de ella sentía que cada palabra que pronunciaba Luinil se le clavaba como un puñal, pues ella había perdido toda identidad con su pueblo. Lo que para ella significaba todo, igual que para la joven elfita, ya no le pertenecía. –Aunque debo mostrar mi agrado a que estuviera en la fiesta de Claro. No acostumbramos a mostrar nuestras costumbres a forasteros, pocos las entienden y ninguno podría compartirlas, pues no pertenecen a nuestra raza. Pero aún así, me congratula haberla tenido con nosotros. Y puedo ver que Aranarth hizo bien su trabajo mostrándole una pequeña parte de nuestra gastronomía.
Era demasiada información incluso para Luinil, quien no entendía muchos de los aspectos de la vida de esa joven, pero no iba a meterse más. Si no estaba viviendo su vida bien y como debía hacerlo, podía entender que fuera compañera de su hermana, otra persona que tampoco vivía adecuadamente.
–En nuestro clan tenemos fantásticos sanadores. Yo soy una de ellas, aunque sigo en proceso de aprendizaje. Mi madre es la sacerdotisa de nuestro clan, y tiene un alto nivel de habilidades curativas. Lamentablemente no solemos prestarnos a enseñar nuestros conocimientos a otros seres. No estarían capacitados para ello. Pero estoy segura que muchos clanes de Sandorai más… cooperativos –esa palabra sonó con cierto tono despectivo, refiriéndose a la decisión de muchas familias del bosque que optaban por la paz. Para ellos, eso era optar por la rendición. –estarían dispuestos a prestar su ayuda. Debería sentirse agradecida cuando acepten su aprendizaje, pocos tienen la suerte de contar con las enseñanzas de los elfos. Y, déjeme hacer un inciso, Ingela. Me refería a nuestro pueblo. –Remarcó la palabra “nuestro”, señalándose con una de sus manos No entendía cómo viajando con su hermana, la dragona no había respondido bien a la pregunta. ¡Debía conocerlos! O eso suponía hasta que la última pregunta de la muchacha del norte la dejó más descolocada. ¿No sabía el nombre de su compañera? Sin duda, pensó que estaba loca, pues ¿cómo iba a viajar con una completa desconocida? No entendía la mentalidad de la dragona. –Ella. –Clavó su mirada azul en Helyare. –Kaeltha es su nombre. ¿No lo sabía? Me sorprende que viaje con alguien de quien no conoce siquiera su nombre.
Helyare había seguido mirando al mar como si fuera una estatua que habían colocado allí. Escuchaba todo con atención, pero no se movía, ni hablaba. El tono de Luinil en ningún momento sonaba acusatorio, más bien sorprendida, pero a la elfa le causaba dolor el sentirse ajena a su familia. Nunca le había contado nada a Ingela, ni de dónde venía, ni cómo se llamaba realmente. ¡Si hasta ese momento no le había dicho que tenía una hermana! Todo eso había despertado en Luinil una curiosidad mayor, pues esperaba otra reacción por parte de la muchacha del norte. ¿Por qué su hermana no había dicho siquiera cómo se llamaba? Iba a preguntar ciertas cosas sobre ella, pero viendo que ni su acompañante sabía nada de ella, le resultaba más complicado saciar su curiosidad. Una pequeña parte de su mente, la que al principio temía por estar rompiendo las reglas, se alivió al pensar que no conocería más información sobre su hermana que tuviese que ocultar al resto del grupo.
–Me parece un trato justo, Ingela. –Dijo la joven elfita cuando la dragona pidió respuestas también. Estaba claro que ella no podía ser la única que preguntase, posiblemente esa mujer del norte tuviera dudas sobre su pueblo que encantada resolvería. Todos debían conocer la historia de los Eytherzair, aparte de dos o tres clanes más, ellos eran los únicos que verdaderamente luchaban por recuperar sus tierras. La futura sacerdotisa empezó a escuchar las palabras de la forastera, con mucha atención. Le sorprendían tantas cosas que ella contaba que incluso su expresión empezó a cambiar según iba contando. –¿Pieles? Deben ser muy pesadas. –Ella no era capaz de imaginarse un frío atroz, de hecho, casi siempre iba con prendas muy sutiles, finas, que le permitirían gran movilidad. A veces sentía lástima por las pesadas armaduras que debían llevar los escuderos y algunos guerreros, por el calor que debían pasar. ¡No los imaginaba con pieles! Le parecía una forma burda de vestimenta, incómoda y que buscaba tapar la hermosura del cuerpo. Aunque con el frío que debía hacer por allí arriba, no les quedaba otro remedio. Sin duda el mejor lugar para vivir era Sandorai. Y en eso estaban de acuerdo ambas hermanas, aunque no dijeron nada. También resultaba extraño que incluso en los meses de más calor tuvieran que ir con pieles. ¡Qué raros eran!
Por supuesto, ella coincidía en el río y el paisaje sin nieve era hermoso. Bueno, es que no había visto nunca un paisaje con nieve. Lo siguiente la causó cierto rechazo cuando escuchó quiénes vivían allí arriba. Hizo una mueca de descontento y frunció el ceño. –¿Brujos? ¿También han ocupado los territorios del norte? –Parecía visiblemente ofendida ante la presencia de brujos en Dundarak. –¿Y por qué los elfos vivirían en un sitio tan hostil? –Pestañeó un par de veces, incapaz de entender qué llevaría a sus hermanos a abandonar su perfecto paraíso para irse a un lugar nevado. Si no querían vivir en el bosque, algo incomprensible, podían vivir en las cercanías. La mueca se acrecentó hasta formar una de asco cuando contó el tema del linaje. Luinil tardó unos segundos en asimilar la información que le estaba dando la joven del norte. –Espere, Ingela. ¿Me está diciendo que puede haber dragones que establezcan vínculos con elfos? ¿Y con otras razas? Pero… ¿¡Cómo se puede permitir eso!? Es… –No sabía encontrar la palabra adecuada. –Es… Aberrante. ¿Cómo lo permiten? ¿No debería haber un castigo para los que hacen eso? –Que Ingela dijera que podía haber parejas interraciales le había causado bastante asco a la sacerdotisa. No era capaz de concebir que las razas se mezclasen. Eso significaba que si un dragón mantenía un vínculo afectivo con una elfa… ¿Qué sería eso que naciese? ¿Un elfo? No, ni hablar, no sería puro. ¡Qué horrible! ¿Cómo podían ser tan bárbaros en esas tierras, permitiendo eso?
El único consuelo que le quedaba a la elfita era que la dragona frente a ella sí era pura. Aunque su forma de pensar y hablar estaba causando controversia en ella. –¿Viajar? ¿Para qué quiere viajar? ¿Y por qué querría vivir en otro lugar que no fuera su verdadero hogar? –No entendía nada, miraba a la dragona como si fuera una loca. –Disculpe, Ingela, pero, ¿no siente afecto por su tierra? Nació en el norte, pertenece allí. ¿Por qué querría abandonar su tierra para vivir en otro territorio? Además, déjeme añadir, ¿por qué querría aprender costumbres de otras razas… Menos evolucionadas? Cuando donde verdaderamente radica su esencia es en lo que la rodea, en su tierra, su familia, sus tradiciones, su cultura… ¿Por qué querría perder todo eso que durante años se ha construido?
Helyare sentía orgullo por cómo hablaba su hermana, pero una parte de ella sentía que cada palabra que pronunciaba Luinil se le clavaba como un puñal, pues ella había perdido toda identidad con su pueblo. Lo que para ella significaba todo, igual que para la joven elfita, ya no le pertenecía. –Aunque debo mostrar mi agrado a que estuviera en la fiesta de Claro. No acostumbramos a mostrar nuestras costumbres a forasteros, pocos las entienden y ninguno podría compartirlas, pues no pertenecen a nuestra raza. Pero aún así, me congratula haberla tenido con nosotros. Y puedo ver que Aranarth hizo bien su trabajo mostrándole una pequeña parte de nuestra gastronomía.
Era demasiada información incluso para Luinil, quien no entendía muchos de los aspectos de la vida de esa joven, pero no iba a meterse más. Si no estaba viviendo su vida bien y como debía hacerlo, podía entender que fuera compañera de su hermana, otra persona que tampoco vivía adecuadamente.
–En nuestro clan tenemos fantásticos sanadores. Yo soy una de ellas, aunque sigo en proceso de aprendizaje. Mi madre es la sacerdotisa de nuestro clan, y tiene un alto nivel de habilidades curativas. Lamentablemente no solemos prestarnos a enseñar nuestros conocimientos a otros seres. No estarían capacitados para ello. Pero estoy segura que muchos clanes de Sandorai más… cooperativos –esa palabra sonó con cierto tono despectivo, refiriéndose a la decisión de muchas familias del bosque que optaban por la paz. Para ellos, eso era optar por la rendición. –estarían dispuestos a prestar su ayuda. Debería sentirse agradecida cuando acepten su aprendizaje, pocos tienen la suerte de contar con las enseñanzas de los elfos. Y, déjeme hacer un inciso, Ingela. Me refería a nuestro pueblo. –Remarcó la palabra “nuestro”, señalándose con una de sus manos No entendía cómo viajando con su hermana, la dragona no había respondido bien a la pregunta. ¡Debía conocerlos! O eso suponía hasta que la última pregunta de la muchacha del norte la dejó más descolocada. ¿No sabía el nombre de su compañera? Sin duda, pensó que estaba loca, pues ¿cómo iba a viajar con una completa desconocida? No entendía la mentalidad de la dragona. –Ella. –Clavó su mirada azul en Helyare. –Kaeltha es su nombre. ¿No lo sabía? Me sorprende que viaje con alguien de quien no conoce siquiera su nombre.
Helyare había seguido mirando al mar como si fuera una estatua que habían colocado allí. Escuchaba todo con atención, pero no se movía, ni hablaba. El tono de Luinil en ningún momento sonaba acusatorio, más bien sorprendida, pero a la elfa le causaba dolor el sentirse ajena a su familia. Nunca le había contado nada a Ingela, ni de dónde venía, ni cómo se llamaba realmente. ¡Si hasta ese momento no le había dicho que tenía una hermana! Todo eso había despertado en Luinil una curiosidad mayor, pues esperaba otra reacción por parte de la muchacha del norte. ¿Por qué su hermana no había dicho siquiera cómo se llamaba? Iba a preguntar ciertas cosas sobre ella, pero viendo que ni su acompañante sabía nada de ella, le resultaba más complicado saciar su curiosidad. Una pequeña parte de su mente, la que al principio temía por estar rompiendo las reglas, se alivió al pensar que no conocería más información sobre su hermana que tuviese que ocultar al resto del grupo.
Helyare
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Eso de que Liunil era más amable que Aranarth y Helyare se le olvidó a Ingela apenas la chica comenzó a hablar. A medida que Ingela hablaba, las expresiones de la joven elfa mostraban su desaprobación, asco, horror, sorpresa... un crisol de emociones negativas que fueron desencantando a la dragona hasta el punto del rechazo completo y absoluto. Al final, la elfita miraba a la dragona como si fuese una loca de sanatorio, cosa que Ingela no pudo pasar por alto, predisponiendola para lo peor.
Pero la horrorosa mirada de Liunil quedó en el pasado, pues todo empeoró cuando la chica habló. Ingela tuvo que escuchar atónita una a una las palabras que salían de esa angelical boca, quedando horrorizada con su forma de pensar y ofendida con la forma en que le hablaba y cuestionaba sus costumbres y estilos de vida. Lentamente fue levantando la mano, enfrentando su palma hacia Liunil. -Alto, alto aprendiz de sacerdotisa, calla antes de que lo termines por fastidiar todo- le dijo cambiando su semblante amable a uno muy, muy duro.
-No me gusta cómo cuestionas mi pueblo y nuestras costumbres. Partiendo por el hecho de que yo he sido amable con tu gente, los he defendido, los he cuidado e incluso los admiro... me he portado bien con los de tu raza mientras que tú, tu hermana y tus soldados sólo han sido altaneros y groseros conmigo. Me insulta tu forma de hablar- le dijo poniéndose de pie, imponiendo su altura y contextura por sobre la de la pequeña elfa. -Agradece que tengo otros amigos elfos a quienes respeto y amo y es por ellos que sigo aquí manteniendo la compostura frente a toda la altanería de la que hacen alarde- dijo recordando a Fëanor.
-El norte no es para cualquiera, es una región fría y dura, las personas no podemos darnos el lujo de marcar diferencias, pues se necesitaban unos a otros, fuesen de la raza que fuesen para sobrevivir los crudos inviernos que allí se viven- dijo echando mano a toda la paciencia que su cuerpo contenía. -Incluso aquellos obsesionados con la pureza, quienes viven sus vidas apartados, sin dañar a nadie, bajaban a socializar cuando les es necesario-. Ingela nunca entendió aquel concepto de la "pureza" y eso de proteger las tradiciones a rajatabla, lo encontraba una enorme debilidad y la demostración de cuán cortos de mente algunos podían llegar a ser. -En el norte pueden vivir todos los que quieran; brujos, elfos, dragones, bestias, todos juntos por igual- dijo -Nadie se discrimina por como haya nacido sino por cómo sea su esencia- dijo -Nadie tiene derecho a marginar a otro por cómo luce o quién fue su madre. Estamos orgullosos de recibir a todos y de ser hospitalarios, hacer lo contrario sería una deshonra, estaría mal visto por nuestros dioses- puntualizó con firmeza.
El siguiente comentario de Liunil le molestó, pero aún era soportable... medianamente -Pues no sé cómo será en tú clan pero en el norte no solemos cuestionar con quién se acuesta el vecino. Cada quien es dueño de su cama y de su vida- dijo -¿Qué clase de bárbaros son ustedes que castigan el amor?- preguntó consternada, negando con la cabeza.
Lo siguiente la ofendió desde la punta de los dedos hasta la médula -¿Quién te crees para cuestionar mis costumbres y mis elecciones?- le dijo mirándola con asco -¿Tú, una aprendiz de sacerdotisa de un clan perdido en el bosque del sur?- le dijo mirándola de pies a cabeza -Mi madre es sacerdotisa y mi padre capitán de los Caballeros Dragones, protectores del Norte. Yo vivo de acuerdo a las tradiciones dracónicas, y justamente este viaje hace parte de nuestras costumbres familiares. Mi amor por mi tierra y mi gente no se pone en duda y no te permito que me hables así- le dijo furiosa. -Nosotros valoramos la variedad y el conocimiento, no somos gentes cerradas de mentes como tú y los tuyos. No cerramos nuestro mundo a la nieve y los picos, aceptamos y respetamos la diferencia, protegemos la maravillosa creación de los dioses dragones que hicieron Aerandir con todos sus seres, desde el más pequeño hasta el más grande. Incluso los protegemos a ustedes, aunque nos desprecien- le dijo mirándola con rabia y luego a Helyare.
Lo siguiente que dijo la chica lo ignoró por completo hasta que la chica dijo quién era Kaeltha. Ingela abrió los ojos de par en par y giró para mirar a Helyare. ¡Había entregado su confianza a esta mujer y ella ni siquiera le había dicho su nombre verdadero!
Decepcionada, herida, Ingela respiró hondo y exhaló. Todo el enojo que las palabras y el tono de Liunil le habían causado fueron eclipsadas por aquella revelación. Viajaba con una desconocida y se sintió usada y estúpida. -Si ya tu curiosidad ha sido saciada... creo que es momento de que me marche- dijo sacudiendo la arena que se había pegado a su pantalón -Se acerca la noche y tengo que buscar un buen lugar para acampar- dijo tomando su mochila y acomodándola en sus hombros. -¿Nos vamos, Kaeltha?- dijo mirando de reojo a Helyare.
Pero la horrorosa mirada de Liunil quedó en el pasado, pues todo empeoró cuando la chica habló. Ingela tuvo que escuchar atónita una a una las palabras que salían de esa angelical boca, quedando horrorizada con su forma de pensar y ofendida con la forma en que le hablaba y cuestionaba sus costumbres y estilos de vida. Lentamente fue levantando la mano, enfrentando su palma hacia Liunil. -Alto, alto aprendiz de sacerdotisa, calla antes de que lo termines por fastidiar todo- le dijo cambiando su semblante amable a uno muy, muy duro.
-No me gusta cómo cuestionas mi pueblo y nuestras costumbres. Partiendo por el hecho de que yo he sido amable con tu gente, los he defendido, los he cuidado e incluso los admiro... me he portado bien con los de tu raza mientras que tú, tu hermana y tus soldados sólo han sido altaneros y groseros conmigo. Me insulta tu forma de hablar- le dijo poniéndose de pie, imponiendo su altura y contextura por sobre la de la pequeña elfa. -Agradece que tengo otros amigos elfos a quienes respeto y amo y es por ellos que sigo aquí manteniendo la compostura frente a toda la altanería de la que hacen alarde- dijo recordando a Fëanor.
-El norte no es para cualquiera, es una región fría y dura, las personas no podemos darnos el lujo de marcar diferencias, pues se necesitaban unos a otros, fuesen de la raza que fuesen para sobrevivir los crudos inviernos que allí se viven- dijo echando mano a toda la paciencia que su cuerpo contenía. -Incluso aquellos obsesionados con la pureza, quienes viven sus vidas apartados, sin dañar a nadie, bajaban a socializar cuando les es necesario-. Ingela nunca entendió aquel concepto de la "pureza" y eso de proteger las tradiciones a rajatabla, lo encontraba una enorme debilidad y la demostración de cuán cortos de mente algunos podían llegar a ser. -En el norte pueden vivir todos los que quieran; brujos, elfos, dragones, bestias, todos juntos por igual- dijo -Nadie se discrimina por como haya nacido sino por cómo sea su esencia- dijo -Nadie tiene derecho a marginar a otro por cómo luce o quién fue su madre. Estamos orgullosos de recibir a todos y de ser hospitalarios, hacer lo contrario sería una deshonra, estaría mal visto por nuestros dioses- puntualizó con firmeza.
El siguiente comentario de Liunil le molestó, pero aún era soportable... medianamente -Pues no sé cómo será en tú clan pero en el norte no solemos cuestionar con quién se acuesta el vecino. Cada quien es dueño de su cama y de su vida- dijo -¿Qué clase de bárbaros son ustedes que castigan el amor?- preguntó consternada, negando con la cabeza.
Lo siguiente la ofendió desde la punta de los dedos hasta la médula -¿Quién te crees para cuestionar mis costumbres y mis elecciones?- le dijo mirándola con asco -¿Tú, una aprendiz de sacerdotisa de un clan perdido en el bosque del sur?- le dijo mirándola de pies a cabeza -Mi madre es sacerdotisa y mi padre capitán de los Caballeros Dragones, protectores del Norte. Yo vivo de acuerdo a las tradiciones dracónicas, y justamente este viaje hace parte de nuestras costumbres familiares. Mi amor por mi tierra y mi gente no se pone en duda y no te permito que me hables así- le dijo furiosa. -Nosotros valoramos la variedad y el conocimiento, no somos gentes cerradas de mentes como tú y los tuyos. No cerramos nuestro mundo a la nieve y los picos, aceptamos y respetamos la diferencia, protegemos la maravillosa creación de los dioses dragones que hicieron Aerandir con todos sus seres, desde el más pequeño hasta el más grande. Incluso los protegemos a ustedes, aunque nos desprecien- le dijo mirándola con rabia y luego a Helyare.
Lo siguiente que dijo la chica lo ignoró por completo hasta que la chica dijo quién era Kaeltha. Ingela abrió los ojos de par en par y giró para mirar a Helyare. ¡Había entregado su confianza a esta mujer y ella ni siquiera le había dicho su nombre verdadero!
Decepcionada, herida, Ingela respiró hondo y exhaló. Todo el enojo que las palabras y el tono de Liunil le habían causado fueron eclipsadas por aquella revelación. Viajaba con una desconocida y se sintió usada y estúpida. -Si ya tu curiosidad ha sido saciada... creo que es momento de que me marche- dijo sacudiendo la arena que se había pegado a su pantalón -Se acerca la noche y tengo que buscar un buen lugar para acampar- dijo tomando su mochila y acomodándola en sus hombros. -¿Nos vamos, Kaeltha?- dijo mirando de reojo a Helyare.
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
La joven elfa quedó anonadada ante las respuestas de Ingela. No esperaba que se enfadase. Realmente ella no lo había hecho con malas intenciones, al contrario, se creía en el derecho de ayudar a la gente que estaba equivocada en cuanto a sus costumbres, cultura y modo de ver la vida. ¿Por qué estaban tan despegados de su tierra? No era capaz de comprender qué llevaba a otras razas a no ser tan fieles a sus raíces como los de su clan. Esa separación y dejadez había llevado a cruentas batallas que habían terminado con miles de muertos. ¿Es que acaso no sentían arraigo por sus hermanos y por donde nacieron? No entendía nada de lo que decía la dragona. Más bien, no lo compartía. Y se estaba desilusionando, pensaba que los dragones eran más decentes en cuanto a cultura. Pero se habían convertido al completo libertinaje y falta de honor que mostraban los demás. Decepcionante.
–Déjeme decir que no creemos en el individualismo, Ingela. Está equivocada. Nosotros también ayudamos a quien nos necesita, nuestra unidad está por encima del “yo”. Pero sólo a nuestros hermanos reales, a quienes pertenecen a nuestro clan y a los aliados. El resto de elfos ha tomado un camino equivocado y no podemos apoyar sus ideales. Cuando puedan ver sus errores estaremos encantados de ceder nuestra ayuda. –Sentenció la elfa en un tono un poco más serio.
En cuanto Ingela comenzó a levantar la voz, Helyare se acercó un poco a la dragona y le tocó el brazo. Quería llamar su atención para que se detuviese. Al instante ya estaba la escolta de Luinil al lado de la sacerdotisa, rodeándola para su protección. Aranarth también avanzó y se colocó al lado de ella. –Ingela, debes relajar el tono al dirigirte a Luinil.
Él no, pero los demás tenían preparadas sus armas. La elfita no parecía inmutarse de lo que sucedía a su alrededor y continuó hablando como si no hubiese nadie allí. –Nosotros no castigamos el amor. Creo que está equivocada sobre nuestra familia. El amor es, precisamente, lo que nos mantiene unidos. Sin ese sentimiento no podríamos movernos para ayudar a nuestros hermanos. Aunque creo que se refiere al amor carnal, ¿no es así? Del mismo modo le digo: no lo castigamos. Al contrario. Es una forma maravillosa demostrar ese amor, de disfrutar de lo que los dioses nos han regalado. ¿Cómo piensa que podemos condenar este gran regalo de los dioses? Coincido en que cada quien tiene libertad para relacionarse con quien desee. Pero déjeme decir que resulta aberrante el simple hecho de pensar en ese tipo de relaciones íntimas entre individuos de diferente raza. ¿No lo ve raro? –Luinil estaba muy sorprendida de que no entendiese ese punto. ¿Cómo podrían compartir cama un elfo con un dragón? Era un hecho horripilante.
Helyare también estaba de acuerdo con su hermana. Era lo que se les enseñaba desde que eran muy pequeños. Por supuesto, el tema de las relaciones íntimas nunca había estado vetado, como en el caso de otras razas, pero sí que remarcaban mucho que debían ser entre iguales. Hasta el punto de que era mal visto si alguien quería estar con otra persona de raza diferente. ¡Horrible! Pensar en eso hacía que se le revolviera el estómago a más de un elfo de ese clan. Ella tampoco era capaz de entender por qué Ingela se enfadaba tanto, aunque sí sabía que era porque había vivido en otro lugar, pero no era capaz de ver lo equivocada que estaba su compañera de viaje. Ninguno de los que estaba ahí la miró con buenos ojos, todos tenían la idea de que no estaba muy bien de la cabeza y que sus respuestas estaban mal. ¿Dejar que tu territorio esté ocupado por otros seres como brujos? ¿Acaso podían tomar en serio a una muchacha que defendía que esos seres vivieran en sus tierras?
Ellos creían que la diversidad no era buena, traía problemas a los habitantes. Cuanto más homogéneo fuera el grupo, más entendimiento habría entre ellos. Todos excepto Ingela pensaban así, por tanto, la miraban con sorpresa tras ese discurso. En parte, Helyare se sentía algo mal al ver cómo todos miraban de esa forma a su compañera. Claro que tenían razón, pero…
En cuanto su hermana confesó su verdadero nombre ella giró la cabeza para no encontrarse con la mirada de la dragona. Sabía que pediría explicaciones y no tenía ganas de dárselas. ¿Admitir todos sus errores? Era demasiado para el poco orgullo que le quedaba ya. Luinil, por su parte seguía sorprendida de esa extraña relación. Cuando vio que la muchacha del norte tenía intención de partir, se despidió. –Sí, Ingela. Mi curiosidad está saciada. Le agradezco el tiempo empleado para hacerme ver que los dragones no son tan honorables como creía. Sin duda, la mejor compañía que puede tener durante su viaje sin sentido será la de mi hermana. –Clavó su mirada azul en ambas chicas y, después de dedicar una leve sonrisa, se giró y echó a andar hacia el bosque. Helyare se vio muy dolida con esas últimas palabras. Había insultado a Ingela de una forma muy horrible, a su modo de entender las cosas. Incluso quiso protestar por ello, pero Aran le hizo un gesto con la mano para que no lo hiciera. Bastante que habían conseguido librarse, si ahora encendía la mecha de otra bronca podrían acabar muy mal. Había colocado a la dragona a su mismo nivel, como si fuera alguien sin ningún tipo de honra o valor.
Los guardias escoltaban a la elfa, formando detrás de ella con una increíble armonía y precisión. El rubio esperó un par de segundos. –Será mejor que os vayáis, chicas. –Dijo en tono serio, aunque algo triste al tener que separarse de su amiga. Mas las cosas eran así y no podían cambiar. Se volteó y también empezó a andar hacia el bosque, pensando que todo había terminado.
Sin decir nada, la elfa también se levantó de las piedras. El tono que había usado Ingela presagiaba la batería de preguntas a las que se tendría que someter y las muchas explicaciones que tendría que dar. Una parte de ella quería ir por el sentido contrario, alejarse de la muchacha y no tener que dar la cara. Pero, ¿si hacía eso qué le quedaba? Intentando alargar el momento se quedó mirando cómo se iban los que eran su familia. –Vamos… Deberíamos seguir. –Dijo con un tono de voz seco. Trataba de evitar que Ingela quisiera saber. ¿En qué le ayudaría mostrarse ante la dragona? Nada le devolvería todo lo que había perdido.
–Déjeme decir que no creemos en el individualismo, Ingela. Está equivocada. Nosotros también ayudamos a quien nos necesita, nuestra unidad está por encima del “yo”. Pero sólo a nuestros hermanos reales, a quienes pertenecen a nuestro clan y a los aliados. El resto de elfos ha tomado un camino equivocado y no podemos apoyar sus ideales. Cuando puedan ver sus errores estaremos encantados de ceder nuestra ayuda. –Sentenció la elfa en un tono un poco más serio.
En cuanto Ingela comenzó a levantar la voz, Helyare se acercó un poco a la dragona y le tocó el brazo. Quería llamar su atención para que se detuviese. Al instante ya estaba la escolta de Luinil al lado de la sacerdotisa, rodeándola para su protección. Aranarth también avanzó y se colocó al lado de ella. –Ingela, debes relajar el tono al dirigirte a Luinil.
Él no, pero los demás tenían preparadas sus armas. La elfita no parecía inmutarse de lo que sucedía a su alrededor y continuó hablando como si no hubiese nadie allí. –Nosotros no castigamos el amor. Creo que está equivocada sobre nuestra familia. El amor es, precisamente, lo que nos mantiene unidos. Sin ese sentimiento no podríamos movernos para ayudar a nuestros hermanos. Aunque creo que se refiere al amor carnal, ¿no es así? Del mismo modo le digo: no lo castigamos. Al contrario. Es una forma maravillosa demostrar ese amor, de disfrutar de lo que los dioses nos han regalado. ¿Cómo piensa que podemos condenar este gran regalo de los dioses? Coincido en que cada quien tiene libertad para relacionarse con quien desee. Pero déjeme decir que resulta aberrante el simple hecho de pensar en ese tipo de relaciones íntimas entre individuos de diferente raza. ¿No lo ve raro? –Luinil estaba muy sorprendida de que no entendiese ese punto. ¿Cómo podrían compartir cama un elfo con un dragón? Era un hecho horripilante.
Helyare también estaba de acuerdo con su hermana. Era lo que se les enseñaba desde que eran muy pequeños. Por supuesto, el tema de las relaciones íntimas nunca había estado vetado, como en el caso de otras razas, pero sí que remarcaban mucho que debían ser entre iguales. Hasta el punto de que era mal visto si alguien quería estar con otra persona de raza diferente. ¡Horrible! Pensar en eso hacía que se le revolviera el estómago a más de un elfo de ese clan. Ella tampoco era capaz de entender por qué Ingela se enfadaba tanto, aunque sí sabía que era porque había vivido en otro lugar, pero no era capaz de ver lo equivocada que estaba su compañera de viaje. Ninguno de los que estaba ahí la miró con buenos ojos, todos tenían la idea de que no estaba muy bien de la cabeza y que sus respuestas estaban mal. ¿Dejar que tu territorio esté ocupado por otros seres como brujos? ¿Acaso podían tomar en serio a una muchacha que defendía que esos seres vivieran en sus tierras?
Ellos creían que la diversidad no era buena, traía problemas a los habitantes. Cuanto más homogéneo fuera el grupo, más entendimiento habría entre ellos. Todos excepto Ingela pensaban así, por tanto, la miraban con sorpresa tras ese discurso. En parte, Helyare se sentía algo mal al ver cómo todos miraban de esa forma a su compañera. Claro que tenían razón, pero…
En cuanto su hermana confesó su verdadero nombre ella giró la cabeza para no encontrarse con la mirada de la dragona. Sabía que pediría explicaciones y no tenía ganas de dárselas. ¿Admitir todos sus errores? Era demasiado para el poco orgullo que le quedaba ya. Luinil, por su parte seguía sorprendida de esa extraña relación. Cuando vio que la muchacha del norte tenía intención de partir, se despidió. –Sí, Ingela. Mi curiosidad está saciada. Le agradezco el tiempo empleado para hacerme ver que los dragones no son tan honorables como creía. Sin duda, la mejor compañía que puede tener durante su viaje sin sentido será la de mi hermana. –Clavó su mirada azul en ambas chicas y, después de dedicar una leve sonrisa, se giró y echó a andar hacia el bosque. Helyare se vio muy dolida con esas últimas palabras. Había insultado a Ingela de una forma muy horrible, a su modo de entender las cosas. Incluso quiso protestar por ello, pero Aran le hizo un gesto con la mano para que no lo hiciera. Bastante que habían conseguido librarse, si ahora encendía la mecha de otra bronca podrían acabar muy mal. Había colocado a la dragona a su mismo nivel, como si fuera alguien sin ningún tipo de honra o valor.
Los guardias escoltaban a la elfa, formando detrás de ella con una increíble armonía y precisión. El rubio esperó un par de segundos. –Será mejor que os vayáis, chicas. –Dijo en tono serio, aunque algo triste al tener que separarse de su amiga. Mas las cosas eran así y no podían cambiar. Se volteó y también empezó a andar hacia el bosque, pensando que todo había terminado.
Sin decir nada, la elfa también se levantó de las piedras. El tono que había usado Ingela presagiaba la batería de preguntas a las que se tendría que someter y las muchas explicaciones que tendría que dar. Una parte de ella quería ir por el sentido contrario, alejarse de la muchacha y no tener que dar la cara. Pero, ¿si hacía eso qué le quedaba? Intentando alargar el momento se quedó mirando cómo se iban los que eran su familia. –Vamos… Deberíamos seguir. –Dijo con un tono de voz seco. Trataba de evitar que Ingela quisiera saber. ¿En qué le ayudaría mostrarse ante la dragona? Nada le devolvería todo lo que había perdido.
Helyare
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Ingela miró con desprecio a Liunil y a toda esa manada de locos de orejas picudas. Y eran una manada porque de la nada salieron no solo los soldados que aparecieron con Aranarth, sino más que seguramente acompañaban a Liunil.
Las últimas palabras de la elfa insultaron a Ingela hasta la médula pero intentó guardar silencio, sabía que nada ganaba con responder a alguien tan cerrado de mente como lo era aquella chica quien además tenía detrás un montón de soldados que miraban con rabia a la dragona y estaban buscando cualquier excusa para atacar. Liunil se dispuso a partir, junto con su pequeña hueste e Ingela solo pensaba en lo fácil que sería transformarse en ese momento y achicharrarlos. Pensó en lo insignificantes que eran frente a los suyos. Sintió lástima y desprecio por ellos.
-Flor de familia la tuya, eh Kaeltha- dijo, haciendo énfasis en el nombre de la elfa pero sin mirarla, ya que prefirió verlos perderse en ese bosque mágico y hermoso -No sé lo que pienses tú, pero deberías agradecer el que te hayan echado- continuó diciendo mientras se acomodaba las tiras de su mochila en los hombros -Espero que no pienses así como tu hermanita- dijo marcando la última palabra con desprecio y esta vez sí la miró, de reojo y soltando una risita socarrona -De lo contrario te va a costar adaptarte en el mundo real, afuera de ese clan- le dijo como advertencia, pero disfrutando de aquello como si fuera una pequeña venganza hacia la misma Liunil y esa parranda de desquiciados. -Porque sabes que están equivocados, ¿cierto?- dijo echando a andar por el borde de la playa.
Dejó de hablar y quedó en el mutismo más radical y absoluto mientras repasaba en su mente todo lo que pudo haberle dicho a la elfita. Además, tampoco estaba de ánimo para comenzar a interrogar a Helyare, ya suficiente información había recibido de la hermana. Lo único que quería era una buena jarra de hidromiel para pasar el mal sabor de boca.
Y es que venir a insultar las tradiciones de su familia. A decir que ella no amaba a su tierra, su pueblo y costumbres. ¡A llamarlos deshonrados! Mucho, demasiado atrevimiento. Es que la dragona se acordaba y le entraban unas ganas enormes de darse media vuelta e irle a partir la cara de ángel a esa idiota y a sus estúpidos soldados. Dejarlos hechos pedacitos irreconocibles; una mazamorra de elfo, eso quería hacer. Y podía, vaya que podía.
¡Pero no!
Los únicos elfos locos eran esos. Los demás que ella conocía eran amables, generosos, gentiles, hospitalarios, risueños, coquetos, cuyas mentes estaban abiertas a la variedad y entendían lo que era el amor. ¿De qué amor puede hablar esta individua si teniendo a su hermana en frente, jamás le dirigió la palabra? No, un ser que conoce lo que es el amor no haría eso. Si hubiese sido su hermana, no lo hubiese importado nada, pues estrecharla en sus brazos sería lo primero que haría. En cambio, Liunil la había ignorado, tratado como a una extraña, incluso, la despreció por completo. Ella no podía hablarle de amor, ¿con qué derecho?
Y, ¿hermanos reales? ¿A qué se refería? ¿Solamente a elfos de su propio clan? ¿Qué más egoísta se podía ser? Entonces a ellos no les importaba nada más que su entorno cercano; ¿si lo demás arde en llamas no es su problema? Qué mal enfoque hacia la vida tenían estos tipos. A medida que avanzaba y pensaba en las palabras de la elfita, Ingela sentía más amor y respeto hacia su gente y su forma de pensar. Suspiró y negó con la cabeza de saber que, dado el caso, ella y los suyos correrían a ayudar, incluso a la gente loca de ese clan.
Ingela caminaba delante de Helyare, con la frente en alto mirando hacia el frente, buscando lo que por fin encontró. Un caserío se podía ver a lo lejos. Con suerte, encontrarían cama y comida caliente.
Las últimas palabras de la elfa insultaron a Ingela hasta la médula pero intentó guardar silencio, sabía que nada ganaba con responder a alguien tan cerrado de mente como lo era aquella chica quien además tenía detrás un montón de soldados que miraban con rabia a la dragona y estaban buscando cualquier excusa para atacar. Liunil se dispuso a partir, junto con su pequeña hueste e Ingela solo pensaba en lo fácil que sería transformarse en ese momento y achicharrarlos. Pensó en lo insignificantes que eran frente a los suyos. Sintió lástima y desprecio por ellos.
-Flor de familia la tuya, eh Kaeltha- dijo, haciendo énfasis en el nombre de la elfa pero sin mirarla, ya que prefirió verlos perderse en ese bosque mágico y hermoso -No sé lo que pienses tú, pero deberías agradecer el que te hayan echado- continuó diciendo mientras se acomodaba las tiras de su mochila en los hombros -Espero que no pienses así como tu hermanita- dijo marcando la última palabra con desprecio y esta vez sí la miró, de reojo y soltando una risita socarrona -De lo contrario te va a costar adaptarte en el mundo real, afuera de ese clan- le dijo como advertencia, pero disfrutando de aquello como si fuera una pequeña venganza hacia la misma Liunil y esa parranda de desquiciados. -Porque sabes que están equivocados, ¿cierto?- dijo echando a andar por el borde de la playa.
Dejó de hablar y quedó en el mutismo más radical y absoluto mientras repasaba en su mente todo lo que pudo haberle dicho a la elfita. Además, tampoco estaba de ánimo para comenzar a interrogar a Helyare, ya suficiente información había recibido de la hermana. Lo único que quería era una buena jarra de hidromiel para pasar el mal sabor de boca.
Y es que venir a insultar las tradiciones de su familia. A decir que ella no amaba a su tierra, su pueblo y costumbres. ¡A llamarlos deshonrados! Mucho, demasiado atrevimiento. Es que la dragona se acordaba y le entraban unas ganas enormes de darse media vuelta e irle a partir la cara de ángel a esa idiota y a sus estúpidos soldados. Dejarlos hechos pedacitos irreconocibles; una mazamorra de elfo, eso quería hacer. Y podía, vaya que podía.
¡Pero no!
Los únicos elfos locos eran esos. Los demás que ella conocía eran amables, generosos, gentiles, hospitalarios, risueños, coquetos, cuyas mentes estaban abiertas a la variedad y entendían lo que era el amor. ¿De qué amor puede hablar esta individua si teniendo a su hermana en frente, jamás le dirigió la palabra? No, un ser que conoce lo que es el amor no haría eso. Si hubiese sido su hermana, no lo hubiese importado nada, pues estrecharla en sus brazos sería lo primero que haría. En cambio, Liunil la había ignorado, tratado como a una extraña, incluso, la despreció por completo. Ella no podía hablarle de amor, ¿con qué derecho?
Y, ¿hermanos reales? ¿A qué se refería? ¿Solamente a elfos de su propio clan? ¿Qué más egoísta se podía ser? Entonces a ellos no les importaba nada más que su entorno cercano; ¿si lo demás arde en llamas no es su problema? Qué mal enfoque hacia la vida tenían estos tipos. A medida que avanzaba y pensaba en las palabras de la elfita, Ingela sentía más amor y respeto hacia su gente y su forma de pensar. Suspiró y negó con la cabeza de saber que, dado el caso, ella y los suyos correrían a ayudar, incluso a la gente loca de ese clan.
Ingela caminaba delante de Helyare, con la frente en alto mirando hacia el frente, buscando lo que por fin encontró. Un caserío se podía ver a lo lejos. Con suerte, encontrarían cama y comida caliente.
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Los miembros del clan Eytherzair abandonaron la playa para ocultarse entre la arboleda que se hacía más espesa a medida que se adentraban en el bosque. Helyare no sabía si suspirar de alivio, pues su tortura había acabado, si dejar paso a la tristeza, por la posición en la que había quedado tras ese encuentro, si sentir añoranza, pues extrañaba a su familia, o si sentir rabia por no haber podido evitar que sucediera.
Esperaba el interrogatorio de Ingela, pero no llegó. Y la elfa lo agradeció, aunque sólo fue hasta que empezó a hablar. Las palabras que le estaba dedicando la dragona le parecieron tan hirientes como las de la propia Luinil. “¿Debo agradecer que me repudien?”, pensó ella con cierta rabia. Agradecer, ¿qué? ¿Qué su propia familia la tratara con semejante desprecio? ¿O que su propio grupo la atacase por el hecho de “no ser del clan”? Aquello era demasiado doloroso para ella y escuchar esas palabras de la boca de la dragona la hacían sentir mal.
Realmente no sabía por qué, pues estaba teniendo una dicotomía muy grande. Quiso defender a su hermana y familia de las acusaciones de Ingela pero, ¿de qué manera podía ella defender a quienes la habían recibido con las espadas desenvainadas? ¿Cómo podía darle una defensa a su hermana si la había insultado antes de irse? Y si no decía nada, su mente también colapsaba. ¿Por qué no era capaz de defender a su familia de una completa desconocida? ¿Tan traidora era? Iban a tener razón en llamarla así…
Su cabeza iba a explotar ante todo lo que había pasado. No sabía qué debía hacer pues todo la posicionaba y no era capaz de decidirse. Cuando empezó a caminar echó una última mirada hacia donde se habían ido los miembros de su antiguo clan y luego esperó un momento para responder a Ingela. –No pienso que Luinil esté equivocada. Yo pienso igual. –Comentó con cierta decisión. Era convincente en sus creencias, al menos, eso pretendía. La habían educado así y era la única forma de vida que conocía.–Todos pensamos del mismo modo. –Aclaró. –Y no estamos equivocados. La mejor forma de vivir es de acuerdo a tus raíces, a tu tierra y cultura. Cada uno en su territorio, sin ocupar el de los demás, y vinculándose con sus iguales, no con… Otros. –Dijo esa palabra para no usar otra más despectiva. A pesar de que se negaba a reconocerlo, Helyare sentía aprecio por la dragona y no quería ofenderla, aunque estuviese equivocada en su forma de ver las cosas. Parecía que el discurso se lo había copiado a su hermana, pero cualquiera del clan hablaba así, repudiando a los que no eran iguales. E incluso, a los mismos elfos si no compartían sus ideas. –Ya te darás cuenta de lo confundida que estás.
Caminó detrás de la dragona, que también se había callado y continuaron durante un rato hasta llegar a un caserío. A pesar de haber vivido por esa zona durante muchísimo tiempo, no conocía esa casa. Tampoco es que hubiera salido mucho del bosque…
Mientras andaban, la elfa se quedó pensando en lo que había dicho Ingela sobre adaptarse al mundo “real”. ¿Quería hacerlo? No la importaba en absoluto lo que ocurriese en Aerandir, salvo que la afectase directamente. Así que no quería adaptarse en un mundo donde tenía que ser agradable con bestias inferiores o brujos que merecían estar quemados en una hoguera. Lo poco que había interactuado con la gente eran malas experiencias. Después de salir de Sandorai se dirigió a Vulwulfar, pero allí no le fue mejor, aunque había elfos. No quería juntarse con esos desterrados, a pesar de que ella lo era se creía superior a ellos. Se había tenido que enfrentar a dos brujas, una de ellas, junto a la ladrona que habían enterrado la noche anterior, había dejado una horrible marca en su antebrazo, todavía tapada por vendajes que impidieran que incluso ella misma la viera. Había tenido que aguantar a un brujo, a una mujer bestia… Y cuando por fin llegó a Claro, tampoco fue bien recibida. ¿En serio quería adaptarse a ese mundo tan odioso? Le daba igual que Aerandir ardiera sin con ello se llevaba a todos los indeseables y la devolvía a su antigua vida.
¿Cómo podía Ingela pensar tan bien de todo el mundo?
Llegaron al caserío y entraron. –Hola. –Saludó de forma seca y se sentó. Después de todo lo que había pasado no tenía hambre, pero agradecería no tener que dormir en el suelo. Ella tampoco miró a Ingela durante todo el viaje ni cuando entró en la casa. Sentía rabia y resquemor por lo que había dicho y lo confundida que estaba respecto al mundo. La veía como a una niña que sólo buscaba conocer mundo y ya. No entendía nada de lo mala que podía ser la gente, sobre todo los brujos. Los dragones no habían tenido que vivir la pérdida de su territorio, ni la destrucción de parte del bosque como los elfos. Hablaba desde su burbuja del norte, donde nunca pasaba nada.
Ni siquiera se estaba dando cuenta que pagaba con su amiga, si es que podía llamarla así, la rabia que sentía por lo que había pasado en la playa.
Esperaba el interrogatorio de Ingela, pero no llegó. Y la elfa lo agradeció, aunque sólo fue hasta que empezó a hablar. Las palabras que le estaba dedicando la dragona le parecieron tan hirientes como las de la propia Luinil. “¿Debo agradecer que me repudien?”, pensó ella con cierta rabia. Agradecer, ¿qué? ¿Qué su propia familia la tratara con semejante desprecio? ¿O que su propio grupo la atacase por el hecho de “no ser del clan”? Aquello era demasiado doloroso para ella y escuchar esas palabras de la boca de la dragona la hacían sentir mal.
Realmente no sabía por qué, pues estaba teniendo una dicotomía muy grande. Quiso defender a su hermana y familia de las acusaciones de Ingela pero, ¿de qué manera podía ella defender a quienes la habían recibido con las espadas desenvainadas? ¿Cómo podía darle una defensa a su hermana si la había insultado antes de irse? Y si no decía nada, su mente también colapsaba. ¿Por qué no era capaz de defender a su familia de una completa desconocida? ¿Tan traidora era? Iban a tener razón en llamarla así…
Su cabeza iba a explotar ante todo lo que había pasado. No sabía qué debía hacer pues todo la posicionaba y no era capaz de decidirse. Cuando empezó a caminar echó una última mirada hacia donde se habían ido los miembros de su antiguo clan y luego esperó un momento para responder a Ingela. –No pienso que Luinil esté equivocada. Yo pienso igual. –Comentó con cierta decisión. Era convincente en sus creencias, al menos, eso pretendía. La habían educado así y era la única forma de vida que conocía.–Todos pensamos del mismo modo. –Aclaró. –Y no estamos equivocados. La mejor forma de vivir es de acuerdo a tus raíces, a tu tierra y cultura. Cada uno en su territorio, sin ocupar el de los demás, y vinculándose con sus iguales, no con… Otros. –Dijo esa palabra para no usar otra más despectiva. A pesar de que se negaba a reconocerlo, Helyare sentía aprecio por la dragona y no quería ofenderla, aunque estuviese equivocada en su forma de ver las cosas. Parecía que el discurso se lo había copiado a su hermana, pero cualquiera del clan hablaba así, repudiando a los que no eran iguales. E incluso, a los mismos elfos si no compartían sus ideas. –Ya te darás cuenta de lo confundida que estás.
Caminó detrás de la dragona, que también se había callado y continuaron durante un rato hasta llegar a un caserío. A pesar de haber vivido por esa zona durante muchísimo tiempo, no conocía esa casa. Tampoco es que hubiera salido mucho del bosque…
Mientras andaban, la elfa se quedó pensando en lo que había dicho Ingela sobre adaptarse al mundo “real”. ¿Quería hacerlo? No la importaba en absoluto lo que ocurriese en Aerandir, salvo que la afectase directamente. Así que no quería adaptarse en un mundo donde tenía que ser agradable con bestias inferiores o brujos que merecían estar quemados en una hoguera. Lo poco que había interactuado con la gente eran malas experiencias. Después de salir de Sandorai se dirigió a Vulwulfar, pero allí no le fue mejor, aunque había elfos. No quería juntarse con esos desterrados, a pesar de que ella lo era se creía superior a ellos. Se había tenido que enfrentar a dos brujas, una de ellas, junto a la ladrona que habían enterrado la noche anterior, había dejado una horrible marca en su antebrazo, todavía tapada por vendajes que impidieran que incluso ella misma la viera. Había tenido que aguantar a un brujo, a una mujer bestia… Y cuando por fin llegó a Claro, tampoco fue bien recibida. ¿En serio quería adaptarse a ese mundo tan odioso? Le daba igual que Aerandir ardiera sin con ello se llevaba a todos los indeseables y la devolvía a su antigua vida.
¿Cómo podía Ingela pensar tan bien de todo el mundo?
Llegaron al caserío y entraron. –Hola. –Saludó de forma seca y se sentó. Después de todo lo que había pasado no tenía hambre, pero agradecería no tener que dormir en el suelo. Ella tampoco miró a Ingela durante todo el viaje ni cuando entró en la casa. Sentía rabia y resquemor por lo que había dicho y lo confundida que estaba respecto al mundo. La veía como a una niña que sólo buscaba conocer mundo y ya. No entendía nada de lo mala que podía ser la gente, sobre todo los brujos. Los dragones no habían tenido que vivir la pérdida de su territorio, ni la destrucción de parte del bosque como los elfos. Hablaba desde su burbuja del norte, donde nunca pasaba nada.
Ni siquiera se estaba dando cuenta que pagaba con su amiga, si es que podía llamarla así, la rabia que sentía por lo que había pasado en la playa.
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Habiendo avanzado un poco, Helyare Kaeltha habló. Ingela levantó las cejas al escucharla -Vaya, conque tienes voz. Había llegado a pensar que eras muda.- dijo con sarcasmo, sin voltear a verla. La elfa no había dicho nada mientras los otros elfos se interpusieron en su camino, y ahora le respondía con las mismas palabras de altanería que su hermana. Aunque su tono era mucho más bajo y la forma de hablar más tímida. Por lo menos así le sonó a la joven dragona, como una niña que replica avergonzada luego de ser regañada.
Lo que le dijo le molestó, pero no respondió, se mordía la lengua por no darse media vuelta y decirle sus cuantas verdades. Pero primero, por favor, diositos, todos los 7, déjenla beber algo de hidromiel...
Legaron al caserío, era una pequeñísima villa de pescadores. Ingela, por supuesto, fue quien habló con los lugareños preguntando por alguna posada o albergue y si esta vendía hidromiel. Para su fortuna, Doña Hülya tenía camas donde recibía a los viajeros y tenía una hidromiel de aceptable calidad. Así que se dirigieron hacia la casa de la señora, una elfa anciana, tanto así que su rostro estaba cubierto de arrugas y su cabello era completamente blanco. ¡Los años que tendría esa mujer! Se veía más vieja incluso que Oma Elle.
Primero entraron al comedor, donde un chico, también elfo, les ofreció estofado, dejando una jarra llena del líquido ambareo frente a cada una. Ingela agradeció al chico desde el fondo de su alma, con todo el corazón, y bebió tres largos tragos, zampándose media jarra con avidez. Por fin se relajó, cerró los ojos y suspiró hondamente, soltando los hombros que sentía tensos y engarrotados. Abrió lo ojos que miraban al techo. Torció la boca y resopló suavemente mientras bajaba la mirada hacia el rostro de la elfa.
-Creo que están muy mal enfocadas- le dijo. -Tu hermana me han dicho que mi viaje está mal y tú dices que estás de acuerdo con ella. Luego me dicen ambas que hay que vivir de acuerdo a las tradiciones de cada uno, en su propia tierra- comenzó a hablar la joven dragona, con calma y paciencia. -Parece que solo escuchan su propia voz y escuetamente prestan atención a lo que otros les están diciendo- le dijo ladeando la cabeza hasta que le tronó el ceullo. -Pues, este viaje, querida fahliil, es una tradición de mi gente- dijo, -Entonces entenderás que yo estoy siguiendo el mismo camino que mis antepasados- le dijo, tratando de hacerle ver su error. -Si yo me hubiese negado a esto, ahí sí que hubiese ido en contra de mis raíces y cultura- dijo, usando las palabras que la elfa le dijo momento atrás.
Guardó silencio, mirándola con lástima, hasta que hizo una media sonrisa -Fahliil, ¿sabes por qué pienso que tu gente está equivocada?- preguntó aunque no esperó a la respuesta de la joven elfa -Porque si todos pensáramos como ustedes, yo jamás te hubiera conocido, ni a Aranarth, ni a una gran cantidad de personas maravillosas que han hecho mi vida un poco más feliz- le dijo sonriendo, recordando a todos a quienes había conocido desde que zarpó en Dundarak.
-Si yo pensase que solo puedo dar la mano a los dragones de mi clan, no hubiese ayudado a los elfos de Claro... ni a ti- le dijo, mirándola ahora con preocupación. -Me hubiese ahorrado muchos problemas de no haberlo hecho, pero seguramente no tendría estas historias para contar cuando regrese a mi casa y mi vida sería sencillamente una triste, plana y aburrida vida, sin nada destacable que la hiciera especial- dijo, esperando que esa mentecita de nuez se abriera un poquito a la luz del mundo y sus colores fantásticos.
-Piensa que milenios atrás, éramos todos iguales, la misma gente- continuó. -Que luego cada grupo siguió un camino distinto ya es otra historia, pero mira...- dijo, estirando las manos para tomar una de las de la elfa. Posó la mano de la chica sobre una de las de ella -¿Ves que tenemos las manos iguales?- dijo -La única diferencia que yo veo entre tú y yo, son tus feas orejas- dijo soltando una risilla. -Por lo demás, ambas vivimos en este mundo, respiramos el mismo aire y tenemos un corazón que late. Si una espada me atraviesa pecho, muero, al igual que tú- continuó diciendo. -Elfa, ya no perteneces a ese grupo, ellos no son más tu familia... lo escucho de mi boca y suena horrible, no puedo ni siquiera imaginar cómo te debes sentir- le dijo con sinceridad -Ahora eres una elfa más en Aerandir que debe encontrar su nuevo camino, pero pensando como Kaeltha te vas a meter en muchos problemas y no saldrás bien parada- le dijo con preocupación, soltando su mano para que no se incomodara más.
Tomó la jarra y bebió otro trago, el líquido dulce y sedoso resbalaba por su garganta, se sentía tan bien, tan refrescante.
Volvió a mirar a la chica -Quiero saber cómo llamarte- soltó sin mayor preámbulo. -No sé si decirte Helyare o Kaeltha. Si vamos a seguir viajando, debo saber quién eres tú realmente- dijo, remarcando la última palabra. Apoyó los antebrazos sobre la mesa, echándose hacia adelante, para seguir hablando con la elfa. -Quiero entender qué fue todo ese desmadre de hace un rato. Explícame por qué te desprecian tanto, por qué te expulsaron de tu clan- le dijo en un tono amable y tranquilo, no como la chica hablaba normalmente, se notaba más serio y menos afable que lo usual, pero aún así, no mostraba enojo o rabia, ni siquiera malestar.
Se llevó las manos a la cara para masajear el hueso de las cejas -En verdad tienes que decirme, porque no quiero más sorpresas ni secretos tan importantes entre tú y yo. Llevamos unos pocos días viajando y ya he tenido tres enfrentamientos extraños con tu gente- dijo y volvió a apoyarse sobre sus brazos en la mesa, mirándola con expectativa.
Lo que le dijo le molestó, pero no respondió, se mordía la lengua por no darse media vuelta y decirle sus cuantas verdades. Pero primero, por favor, diositos, todos los 7, déjenla beber algo de hidromiel...
Legaron al caserío, era una pequeñísima villa de pescadores. Ingela, por supuesto, fue quien habló con los lugareños preguntando por alguna posada o albergue y si esta vendía hidromiel. Para su fortuna, Doña Hülya tenía camas donde recibía a los viajeros y tenía una hidromiel de aceptable calidad. Así que se dirigieron hacia la casa de la señora, una elfa anciana, tanto así que su rostro estaba cubierto de arrugas y su cabello era completamente blanco. ¡Los años que tendría esa mujer! Se veía más vieja incluso que Oma Elle.
Primero entraron al comedor, donde un chico, también elfo, les ofreció estofado, dejando una jarra llena del líquido ambareo frente a cada una. Ingela agradeció al chico desde el fondo de su alma, con todo el corazón, y bebió tres largos tragos, zampándose media jarra con avidez. Por fin se relajó, cerró los ojos y suspiró hondamente, soltando los hombros que sentía tensos y engarrotados. Abrió lo ojos que miraban al techo. Torció la boca y resopló suavemente mientras bajaba la mirada hacia el rostro de la elfa.
-Creo que están muy mal enfocadas- le dijo. -Tu hermana me han dicho que mi viaje está mal y tú dices que estás de acuerdo con ella. Luego me dicen ambas que hay que vivir de acuerdo a las tradiciones de cada uno, en su propia tierra- comenzó a hablar la joven dragona, con calma y paciencia. -Parece que solo escuchan su propia voz y escuetamente prestan atención a lo que otros les están diciendo- le dijo ladeando la cabeza hasta que le tronó el ceullo. -Pues, este viaje, querida fahliil, es una tradición de mi gente- dijo, -Entonces entenderás que yo estoy siguiendo el mismo camino que mis antepasados- le dijo, tratando de hacerle ver su error. -Si yo me hubiese negado a esto, ahí sí que hubiese ido en contra de mis raíces y cultura- dijo, usando las palabras que la elfa le dijo momento atrás.
Guardó silencio, mirándola con lástima, hasta que hizo una media sonrisa -Fahliil, ¿sabes por qué pienso que tu gente está equivocada?- preguntó aunque no esperó a la respuesta de la joven elfa -Porque si todos pensáramos como ustedes, yo jamás te hubiera conocido, ni a Aranarth, ni a una gran cantidad de personas maravillosas que han hecho mi vida un poco más feliz- le dijo sonriendo, recordando a todos a quienes había conocido desde que zarpó en Dundarak.
-Si yo pensase que solo puedo dar la mano a los dragones de mi clan, no hubiese ayudado a los elfos de Claro... ni a ti- le dijo, mirándola ahora con preocupación. -Me hubiese ahorrado muchos problemas de no haberlo hecho, pero seguramente no tendría estas historias para contar cuando regrese a mi casa y mi vida sería sencillamente una triste, plana y aburrida vida, sin nada destacable que la hiciera especial- dijo, esperando que esa mentecita de nuez se abriera un poquito a la luz del mundo y sus colores fantásticos.
-Piensa que milenios atrás, éramos todos iguales, la misma gente- continuó. -Que luego cada grupo siguió un camino distinto ya es otra historia, pero mira...- dijo, estirando las manos para tomar una de las de la elfa. Posó la mano de la chica sobre una de las de ella -¿Ves que tenemos las manos iguales?- dijo -La única diferencia que yo veo entre tú y yo, son tus feas orejas- dijo soltando una risilla. -Por lo demás, ambas vivimos en este mundo, respiramos el mismo aire y tenemos un corazón que late. Si una espada me atraviesa pecho, muero, al igual que tú- continuó diciendo. -Elfa, ya no perteneces a ese grupo, ellos no son más tu familia... lo escucho de mi boca y suena horrible, no puedo ni siquiera imaginar cómo te debes sentir- le dijo con sinceridad -Ahora eres una elfa más en Aerandir que debe encontrar su nuevo camino, pero pensando como Kaeltha te vas a meter en muchos problemas y no saldrás bien parada- le dijo con preocupación, soltando su mano para que no se incomodara más.
Tomó la jarra y bebió otro trago, el líquido dulce y sedoso resbalaba por su garganta, se sentía tan bien, tan refrescante.
Volvió a mirar a la chica -Quiero saber cómo llamarte- soltó sin mayor preámbulo. -No sé si decirte Helyare o Kaeltha. Si vamos a seguir viajando, debo saber quién eres tú realmente- dijo, remarcando la última palabra. Apoyó los antebrazos sobre la mesa, echándose hacia adelante, para seguir hablando con la elfa. -Quiero entender qué fue todo ese desmadre de hace un rato. Explícame por qué te desprecian tanto, por qué te expulsaron de tu clan- le dijo en un tono amable y tranquilo, no como la chica hablaba normalmente, se notaba más serio y menos afable que lo usual, pero aún así, no mostraba enojo o rabia, ni siquiera malestar.
Se llevó las manos a la cara para masajear el hueso de las cejas -En verdad tienes que decirme, porque no quiero más sorpresas ni secretos tan importantes entre tú y yo. Llevamos unos pocos días viajando y ya he tenido tres enfrentamientos extraños con tu gente- dijo y volvió a apoyarse sobre sus brazos en la mesa, mirándola con expectativa.
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Su tonito enfadó a la elfa, pero prefirió no responder y continuar el camino. Al llegar al caserío, en la villa, fueron al lugar donde les recomendaron para descansar. Helyare no abrió la boca en todo el trayecto, seguía sumida en sus cavilaciones, en el enfrentamiento verbal entre su hermana y la dragona. Apenas había visto a Luinil, pues había estado girada la mayor parte del tiempo para evitar encontrarse con su acuosa mirada. Hubiera dado todo lo que tenía por ir a abrazarla y que ella hubiese correspondido ese gesto, pero sabía que no. Ni siquiera rezándole a los dioses conseguiría dar dos pasos antes de que los soldados desenvainaran sus espadas contra ella por acercarse a la futura sacerdotisa.
Una vez dentro del lugar pudo ver a una elfa de avanzada edad, era quien regentaba el lugar. ¿Por qué? Le causó muchísima curiosidad el pensar qué había llevado a alguien de su raza a tener ese local. En el bosque no tendría ese tipo de empleos y preocupaciones, ese tipo de comportamiento “humano”. Y si… La miró aterrorizada y fue a sentarse rápidamente en la mesa que tenían libre, aunque la taberna estaba casi vacía, salvo por algún que otro bebedor habitual que estaba en una esquina y el mesonero, que era otro elfo. Les dejó unas jarras de hidromiel y comida, pero Helyare no lo tocó, sólo miró al elfo mientras se alejaba. Estaba horrorizada al ver a esos dos tan cerca del bosque y comportándose como miserables humanos. Sólo la voz de Ingela pudo sacarla de su ensimismamiento, giró la cabeza y la miró. –No pensamos que tu viaje, como tradición esté mal. Pensamos que la manera que tienen otras razas de enfocar su sociedad está mal. Tienen tantos deseos de ver otros lugares, de juntarse con otras razas diferentes, que olvidan que esa mezcla puede destruir la cultura que, durante tantos años, sus antepasados construyeron. No vemos bien que después de tu viaje puedas asentarte en cualquier territorio, sin tener en cuenta de dónde vienes y a qué tierra perteneces. –Aclaró, también rebajando el tono de la conversación, pues Ingela ahora hablaba normal.
Esperó a que siguiera hablando, escuchando con atención. Era la primera vez que tenían una charla así, casi siempre eran monólogos contados por la dragona, pues Helyare hablaba más bien poco, y lo que hablaba era sobre la ruta a seguir y poco más. De nuevo, esperó a un silencio de la dragona para responder ella, apoyando las manos en la taza de hidromiel, pero sin probarla. –Si me conociste fue porque Aranarth se empeñó en ayudarte cuando te vimos en el río. Yo no quería. –Sonaba duro dicho por ella, pero era así, no quiso arriesgarse a mostrarse ante otra persona. –Él insistió. Y si sólo somos historias para contar cuando regreses a Dundarak, no tienes por qué ayudarnos. Así evitarías problemas, como bien dices. Nosotros no ayudamos porque no queramos tener problemas, sino porque ellos no son capaces de ver la realidad. –Era la vez que más había hablado, posiblemente. –Los brujos nos robaron nuestro territorio, destrozaron otra parte que era nuestra. Y los elfos cobardes asumen su derrota pasándose al lado del enemigo, bajo una paz que no existe. Se han convertido en los secuaces y lacayos de los brujos. Y ninguna otra raza hizo nada por tratar de ayudarnos para evitar que nuestro territorio fuese invadido por esos seres. –Con sus palabras se podía notar el odio que sentía al hablar sobre esa raza del sur, y sobre las demás. –Los otros no son como nosotros. No nos prestaron su ayuda, sucumbieron a los brujos. Nosotros no tenemos por qué mostrar nuestra amabilidad con ellos. Simplemente defenderemos nuestro territorio los que de verdad amemos nuestras raíces. –Hablaba como si de verdad todavía perteneciese al clan Eytherzair, como quien recita un juramento.
La dragona tomó una de sus manos e hizo ademán de apartarla, pero Ingela la tenía sujeta y esperó a ver qué quería. No le gustaba que la tocasen y se sentía incómoda. Aún así miró a la muchacha, atenta de sus palabras. Pero estas no la consiguieron convencer a pesar de proclamar una igualdad y una rama única de la que partían todos. Eso no se lo creía. A pesar de saber que estaba de broma, el comentario de las orejas hizo que se sintiera muy mal, porque incluso los elfos opinarían lo mismo si la vieran con el rostro al descubierto. Y peor se sintió cuando Ingela dijo que ya no formaba parte de ellos. Ahí sintió una fuerte punzada en el pecho y apartó la mano, dispuesta a irse. Lo peor era que no podía defenderse de eso, pues era verdad. Pero una verdad tan dolorosa que no se la podía creer. Tenía la esperanza de que algún día pudiese regresar. O a día de hoy seguía pensando que era una horrible pesadilla, que se levantaría estrechando a su hermana entre sus brazos, seguiría siendo líder de la guardia y junto a su prometido pasaría las noches al calor de su cuerpo.
Tomó aire para no quebrarse al hablar y seguir sonando igual de dura que hasta ahora. –Nuestra diferencia es la evolución. –Sentenció, asumiendo que los elfos eran la raza más evolucionada. Sí, venían de los dragones, pero ellos tenían la magia de la sanación y otros dones más que los hacían perfectos.
Pocos podían entender lo que era luchar por su tierra, incluso los mismos elfos habían dado la espalda a sus hermanos a la hora de luchar por recuperar su territorio. Eran unos malditos cobardes que no podían ser considerados elfos, no tenían la unidad y el sacrificio suficientes para encabezar una lucha.
El resto de preguntas de Ingela prefirió no responderlas ahí. Miró por toda la taberna y, aunque había poca gente, prefirió levantarse y subir a la habitación. –Aquí no. Ven. –Le dijo a Ingela antes de marcharse escaleras arriba. Dejó allí sus alimentos, no había probado bocado… Otro día más. Su estómago estaba cerrado la mayor parte de los días, y más hoy. Se sentó en la cama, después de haber dejado el arco y el carcaj apoyados en la pared, y contempló a la dragona. Una vez la puerta estuviera cerrada, empezaría a hablar.
–Llámame “Helyare”. Kaeltha es el nombre que me dieron mis padres al nacer. –No miraba a Ingela cuando empezó a hablar. –Sería deshonroso para ellos que yo portara el nombre que me pusieron, después de mi destierro. Y bastante marcados están por mis actos. –No sabía si había algún desterrado que se hubiera cambiado el nombre como ella. No conocía a ninguno y los que habían tenido que abandonar el bosque de manera obligatoria acababan quitándose la vida a modo de redención por sus malas obras para con el grupo. Sin duda, volver a pronunciar su nombre era una agridulce sensación, pues era precioso, le encantaba. Pero tenía la carga de quién era quien portaba ese nombre.
No sabía bien qué seguir contando, o más bien no se atrevía, pues era abrirse a una persona que, aunque parecía confiada, tarde o temprano se marcharía. Y eso lo sabía. Pero ahora mismo estaba tan débil después del encontronazo con su hermana y los soldados que, a pesar de tardar, empezó a contar la historia. –Era miembro del clan Eytherzair. Así es como se llaman. –Costaba mucho no hablar en primera persona. Incapaz de aguantar, se levantó y comenzó a caminar a paso lento por la habitación, así calmaba sus nervios pues era la primera vez que hablaría de eso. Ni siquiera Aranarth sabía su versión. Al menos, no toda la versión. –La líder de la guardia del clan. ¿Esos soldados que has visto? Me rendían sus respetos a mí. Lo tenía todo. –Se detuvo un momento. –Mi padre fue un guerrero, entrenaba a los soldados y forjaba las armas. La hoja que lleva Aranarth la hizo mi padre. Y mi madre es la sacerdotisa del clan. Así que, nací en una familia agraciada y la fama me precedía, me abría muchas puertas y consiguió hacerme líder de la Guardia. Me admiraban. –Era tan difícil pensar eso ahora. –Tenía un buen status, pareja… Estaba comprometida. –El recuerdo del elfo volvió a taladrar su mente, culpándola por haber perdido tanto tiempo en su búsqueda. –Ah… Y no es Aranarth mi pareja. Sé que lo dijiste cuando te conocimos. Él es mi cuñado, su hermano. –Aclaró, volteándose ligeramente. No era su pareja pero lo quería como tal. Aunque siempre se obligaba a calificarlo como “amigo”, y ya. –Un día mi prometido desapareció y el poblado fue atacado. Ese es el resumen de toda la historia. Junto a Aranarth fui en busca de los atacantes, pero no los encontramos. Él siguió para buscar a su hermano, pero yo regresé. Me había encontrado con alguien que acusaba a mi pareja de haber sido él el artífice del ataque que destrozó nuestros hogares. –El pulso se le aceleró demasiado al acordarse de aquel momento, cuando le dijeron que Arzhak podía estar metido en el ataque. Volvió a tomar aire y esta vez tardó más en responder, haciendo una gran pausa antes de carraspear y seguir. –Nuestro clan se caracteriza por un marcado orden para el mejor funcionamiento social. Prima el grupo, no la persona individual. –Empezó a explicar para tratar que Ingela comprendiera. –Tenemos status muy marcados y normas muy estrictas que debemos seguir por el bien de la comunidad. Si Arzhak, mi pareja, había sido el atacante o estaba involucrado en eso, sería condenado a muerte. Y yo no quería eso. Su alta posición social, la misma que ahora ocupa Aranarth, hacían más inminente que moriría si llegaba a oídos de alguien más lo que, supuestamente, hizo. Yo creo que no fue él. –Se mordió el labio, pensativa. Todavía estaba convencida de que Arzhak no había tenido nada que ver. –Además, aparte de mi pareja, es el hermano de Aranarth, imagina que no hubiese hecho nada y lo hubiesen… –No pudo continuar mientras trataba de justificarse ante la dragona. –Bueno… Llegué dispuesta a salvar a Arzhak y mentí a los líderes de nuestro clan. Me acusaron de ser cómplice de quienes habían atacado el poblado, por encubrirlos y porque en el momento del ataque yo no había actuado con la suficiente rapidez, permitiendo el desastre. –Su voz volvió a quebrarse al recordar su condena y se pasó la mano por la cara, de espaldas a Ingela. Suspiró apesadumbrada. –Permití el ataque a mi pueblo y lo encubrí. Y me condenaron al destierro. –Con la mano que tenía en la cara se bajó la capucha, estaba temblando. Ingela ya la había visto en otra ocasión, pero no por voluntad de la elfa. Se podía ver perfectamente el trozo de oreja que tenía mutilado. –Esta es la marca que se le hace a los desterrados como yo para que todos sepan que lo somos. Y con la sangre derramada se crea magia para impedir el paso y arrebatarnos los poderes. ¿Recuerdas que no pude curar tus heridas? Y si intentase cruzar el bosque… –Se levantó ligeramente la camisa que llevaba, hasta por debajo del pecho, dejando ver a los costados sendas cicatrices que recorrían mucho más de lo que ella permitía ver. –Y me desprecian tanto porque he perdido toda mi honra, he fallado al clan. No merezco ningún tipo de respeto. Cuando un Eytherzair pierde su honra, lo ha perdido todo. Absolutamente todo. –Siempre que la viesen era totalmente legítimo golpearla, insultarla o llevar a cabo cualquier tipo de humillación, pues ella había puesto en peligro la vida de muchos de sus hermanos, así que no merecía el más mísero respeto. Igual que ella lo había llevado a cabo cuando era miembro de la guardia, actualmente lo había sufrido en sus propias carnes en varias ocasiones.
Esperaba que Ingela no dijera nada, no la juzgase… O sí. Estaba acostumbrada a los juicios de valor, así que no era de extrañar que pudiera recibir otro. Pero ese era el resumen de lo que había sucedido y lo que había propiciado a estos encontronazos. Ya con la capucha subida y la camisa bajada, contemplaba la ventana como si el cielo nocturno fuese lo más entretenido del mundo.
Una vez dentro del lugar pudo ver a una elfa de avanzada edad, era quien regentaba el lugar. ¿Por qué? Le causó muchísima curiosidad el pensar qué había llevado a alguien de su raza a tener ese local. En el bosque no tendría ese tipo de empleos y preocupaciones, ese tipo de comportamiento “humano”. Y si… La miró aterrorizada y fue a sentarse rápidamente en la mesa que tenían libre, aunque la taberna estaba casi vacía, salvo por algún que otro bebedor habitual que estaba en una esquina y el mesonero, que era otro elfo. Les dejó unas jarras de hidromiel y comida, pero Helyare no lo tocó, sólo miró al elfo mientras se alejaba. Estaba horrorizada al ver a esos dos tan cerca del bosque y comportándose como miserables humanos. Sólo la voz de Ingela pudo sacarla de su ensimismamiento, giró la cabeza y la miró. –No pensamos que tu viaje, como tradición esté mal. Pensamos que la manera que tienen otras razas de enfocar su sociedad está mal. Tienen tantos deseos de ver otros lugares, de juntarse con otras razas diferentes, que olvidan que esa mezcla puede destruir la cultura que, durante tantos años, sus antepasados construyeron. No vemos bien que después de tu viaje puedas asentarte en cualquier territorio, sin tener en cuenta de dónde vienes y a qué tierra perteneces. –Aclaró, también rebajando el tono de la conversación, pues Ingela ahora hablaba normal.
Esperó a que siguiera hablando, escuchando con atención. Era la primera vez que tenían una charla así, casi siempre eran monólogos contados por la dragona, pues Helyare hablaba más bien poco, y lo que hablaba era sobre la ruta a seguir y poco más. De nuevo, esperó a un silencio de la dragona para responder ella, apoyando las manos en la taza de hidromiel, pero sin probarla. –Si me conociste fue porque Aranarth se empeñó en ayudarte cuando te vimos en el río. Yo no quería. –Sonaba duro dicho por ella, pero era así, no quiso arriesgarse a mostrarse ante otra persona. –Él insistió. Y si sólo somos historias para contar cuando regreses a Dundarak, no tienes por qué ayudarnos. Así evitarías problemas, como bien dices. Nosotros no ayudamos porque no queramos tener problemas, sino porque ellos no son capaces de ver la realidad. –Era la vez que más había hablado, posiblemente. –Los brujos nos robaron nuestro territorio, destrozaron otra parte que era nuestra. Y los elfos cobardes asumen su derrota pasándose al lado del enemigo, bajo una paz que no existe. Se han convertido en los secuaces y lacayos de los brujos. Y ninguna otra raza hizo nada por tratar de ayudarnos para evitar que nuestro territorio fuese invadido por esos seres. –Con sus palabras se podía notar el odio que sentía al hablar sobre esa raza del sur, y sobre las demás. –Los otros no son como nosotros. No nos prestaron su ayuda, sucumbieron a los brujos. Nosotros no tenemos por qué mostrar nuestra amabilidad con ellos. Simplemente defenderemos nuestro territorio los que de verdad amemos nuestras raíces. –Hablaba como si de verdad todavía perteneciese al clan Eytherzair, como quien recita un juramento.
La dragona tomó una de sus manos e hizo ademán de apartarla, pero Ingela la tenía sujeta y esperó a ver qué quería. No le gustaba que la tocasen y se sentía incómoda. Aún así miró a la muchacha, atenta de sus palabras. Pero estas no la consiguieron convencer a pesar de proclamar una igualdad y una rama única de la que partían todos. Eso no se lo creía. A pesar de saber que estaba de broma, el comentario de las orejas hizo que se sintiera muy mal, porque incluso los elfos opinarían lo mismo si la vieran con el rostro al descubierto. Y peor se sintió cuando Ingela dijo que ya no formaba parte de ellos. Ahí sintió una fuerte punzada en el pecho y apartó la mano, dispuesta a irse. Lo peor era que no podía defenderse de eso, pues era verdad. Pero una verdad tan dolorosa que no se la podía creer. Tenía la esperanza de que algún día pudiese regresar. O a día de hoy seguía pensando que era una horrible pesadilla, que se levantaría estrechando a su hermana entre sus brazos, seguiría siendo líder de la guardia y junto a su prometido pasaría las noches al calor de su cuerpo.
Tomó aire para no quebrarse al hablar y seguir sonando igual de dura que hasta ahora. –Nuestra diferencia es la evolución. –Sentenció, asumiendo que los elfos eran la raza más evolucionada. Sí, venían de los dragones, pero ellos tenían la magia de la sanación y otros dones más que los hacían perfectos.
Pocos podían entender lo que era luchar por su tierra, incluso los mismos elfos habían dado la espalda a sus hermanos a la hora de luchar por recuperar su territorio. Eran unos malditos cobardes que no podían ser considerados elfos, no tenían la unidad y el sacrificio suficientes para encabezar una lucha.
El resto de preguntas de Ingela prefirió no responderlas ahí. Miró por toda la taberna y, aunque había poca gente, prefirió levantarse y subir a la habitación. –Aquí no. Ven. –Le dijo a Ingela antes de marcharse escaleras arriba. Dejó allí sus alimentos, no había probado bocado… Otro día más. Su estómago estaba cerrado la mayor parte de los días, y más hoy. Se sentó en la cama, después de haber dejado el arco y el carcaj apoyados en la pared, y contempló a la dragona. Una vez la puerta estuviera cerrada, empezaría a hablar.
–Llámame “Helyare”. Kaeltha es el nombre que me dieron mis padres al nacer. –No miraba a Ingela cuando empezó a hablar. –Sería deshonroso para ellos que yo portara el nombre que me pusieron, después de mi destierro. Y bastante marcados están por mis actos. –No sabía si había algún desterrado que se hubiera cambiado el nombre como ella. No conocía a ninguno y los que habían tenido que abandonar el bosque de manera obligatoria acababan quitándose la vida a modo de redención por sus malas obras para con el grupo. Sin duda, volver a pronunciar su nombre era una agridulce sensación, pues era precioso, le encantaba. Pero tenía la carga de quién era quien portaba ese nombre.
No sabía bien qué seguir contando, o más bien no se atrevía, pues era abrirse a una persona que, aunque parecía confiada, tarde o temprano se marcharía. Y eso lo sabía. Pero ahora mismo estaba tan débil después del encontronazo con su hermana y los soldados que, a pesar de tardar, empezó a contar la historia. –Era miembro del clan Eytherzair. Así es como se llaman. –Costaba mucho no hablar en primera persona. Incapaz de aguantar, se levantó y comenzó a caminar a paso lento por la habitación, así calmaba sus nervios pues era la primera vez que hablaría de eso. Ni siquiera Aranarth sabía su versión. Al menos, no toda la versión. –La líder de la guardia del clan. ¿Esos soldados que has visto? Me rendían sus respetos a mí. Lo tenía todo. –Se detuvo un momento. –Mi padre fue un guerrero, entrenaba a los soldados y forjaba las armas. La hoja que lleva Aranarth la hizo mi padre. Y mi madre es la sacerdotisa del clan. Así que, nací en una familia agraciada y la fama me precedía, me abría muchas puertas y consiguió hacerme líder de la Guardia. Me admiraban. –Era tan difícil pensar eso ahora. –Tenía un buen status, pareja… Estaba comprometida. –El recuerdo del elfo volvió a taladrar su mente, culpándola por haber perdido tanto tiempo en su búsqueda. –Ah… Y no es Aranarth mi pareja. Sé que lo dijiste cuando te conocimos. Él es mi cuñado, su hermano. –Aclaró, volteándose ligeramente. No era su pareja pero lo quería como tal. Aunque siempre se obligaba a calificarlo como “amigo”, y ya. –Un día mi prometido desapareció y el poblado fue atacado. Ese es el resumen de toda la historia. Junto a Aranarth fui en busca de los atacantes, pero no los encontramos. Él siguió para buscar a su hermano, pero yo regresé. Me había encontrado con alguien que acusaba a mi pareja de haber sido él el artífice del ataque que destrozó nuestros hogares. –El pulso se le aceleró demasiado al acordarse de aquel momento, cuando le dijeron que Arzhak podía estar metido en el ataque. Volvió a tomar aire y esta vez tardó más en responder, haciendo una gran pausa antes de carraspear y seguir. –Nuestro clan se caracteriza por un marcado orden para el mejor funcionamiento social. Prima el grupo, no la persona individual. –Empezó a explicar para tratar que Ingela comprendiera. –Tenemos status muy marcados y normas muy estrictas que debemos seguir por el bien de la comunidad. Si Arzhak, mi pareja, había sido el atacante o estaba involucrado en eso, sería condenado a muerte. Y yo no quería eso. Su alta posición social, la misma que ahora ocupa Aranarth, hacían más inminente que moriría si llegaba a oídos de alguien más lo que, supuestamente, hizo. Yo creo que no fue él. –Se mordió el labio, pensativa. Todavía estaba convencida de que Arzhak no había tenido nada que ver. –Además, aparte de mi pareja, es el hermano de Aranarth, imagina que no hubiese hecho nada y lo hubiesen… –No pudo continuar mientras trataba de justificarse ante la dragona. –Bueno… Llegué dispuesta a salvar a Arzhak y mentí a los líderes de nuestro clan. Me acusaron de ser cómplice de quienes habían atacado el poblado, por encubrirlos y porque en el momento del ataque yo no había actuado con la suficiente rapidez, permitiendo el desastre. –Su voz volvió a quebrarse al recordar su condena y se pasó la mano por la cara, de espaldas a Ingela. Suspiró apesadumbrada. –Permití el ataque a mi pueblo y lo encubrí. Y me condenaron al destierro. –Con la mano que tenía en la cara se bajó la capucha, estaba temblando. Ingela ya la había visto en otra ocasión, pero no por voluntad de la elfa. Se podía ver perfectamente el trozo de oreja que tenía mutilado. –Esta es la marca que se le hace a los desterrados como yo para que todos sepan que lo somos. Y con la sangre derramada se crea magia para impedir el paso y arrebatarnos los poderes. ¿Recuerdas que no pude curar tus heridas? Y si intentase cruzar el bosque… –Se levantó ligeramente la camisa que llevaba, hasta por debajo del pecho, dejando ver a los costados sendas cicatrices que recorrían mucho más de lo que ella permitía ver. –Y me desprecian tanto porque he perdido toda mi honra, he fallado al clan. No merezco ningún tipo de respeto. Cuando un Eytherzair pierde su honra, lo ha perdido todo. Absolutamente todo. –Siempre que la viesen era totalmente legítimo golpearla, insultarla o llevar a cabo cualquier tipo de humillación, pues ella había puesto en peligro la vida de muchos de sus hermanos, así que no merecía el más mísero respeto. Igual que ella lo había llevado a cabo cuando era miembro de la guardia, actualmente lo había sufrido en sus propias carnes en varias ocasiones.
Esperaba que Ingela no dijera nada, no la juzgase… O sí. Estaba acostumbrada a los juicios de valor, así que no era de extrañar que pudiera recibir otro. Pero ese era el resumen de lo que había sucedido y lo que había propiciado a estos encontronazos. Ya con la capucha subida y la camisa bajada, contemplaba la ventana como si el cielo nocturno fuese lo más entretenido del mundo.
Helyare
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Mientras la elfa hablaba, Ingela comía. Le prestaba atención, pero necesitaba comer, hacía muchas horas tenía hambre y la agitación del encuentro con los elfos, aunque hizo olvidar por un rato el vacío de su estómago, solo logró aumentar las ganas de comer. Escuchó la respuesta de la elfa con decepción. Sus hermosas e inspiradas palabras no lograron hacerle ver su equivocada forma de pensar. Pero bueno, algo en común tenían: ambas daban sus vidas jurando que la otra estaba en el más terrible error.
Helyare terminó de hablar, Ingela de comer. No supo qué decirle, se le había acabado la inspiración y le dio fastidio pensar en todo el esfuerzo que tendría que invertir el pensar en frases inteligentes y que persuadieran a la chica de cambiar de parecer. Entonces se resignó a que ese día no lograría ningún cambio en la elfa. Tampoco el día siguiente, ni en ningún día cercano, que de hecho, ella sola no conseguiría ayudarla. El tiempo, la vida misma, se encargarían de mostrar a Helyare que por ser elfa no era superior, ni diferente, ni más especial.
Ante las preguntas de su vida y su destierro, la chica prefirió responderlas en privado. Se levantó de la mesa y se dirigió a la habitación que les habían dado. Ingela la iba a seguir, cuando vio el plato y jarra de la chica intactos. Rápidamente, se comió su guisado y tragó la hidromiel. La comida no se desperdicia. Un poco mareada por la bebida, dejó unas monedas en pago por la comida y siguió a la chica, quien entró a la habitación y cerró la puerta tras de si. La elfa comenzó a hablar.
Ingela escuchaba atenta, sorprendida con algunas partes de su relato. La descripción de su familia le hizo sonreír -Mi padre también es soldado, Capitán de los Caballeros Dragón, defensores del Norte- dijo. -Y mi madre... es sacerdotisa del templo donde se guarda el huevo de Jade- dijo sonriendo. -Mi hermano mayor sigue los pasos de mi padre y mi hermana los de mi madre. Ellos siempre lo supieron, siempre... por eso sus viajes fueron cortos y meramente turísticos. Yo soy quien no sabe qué hará en el futuro, por eso este viaje es tan importante para mi- dijo brevemente, callando para que la elfa continuara.
La chica terminó su doloroso relato. Ingela la miró, entendiendo la permanente actitud taciturna de la elfa. Se acercó y posó su mano en el hombro de ella -No creo que lo hayas perdido todo, Helyare- le dijo. -Pienso que tienes que encontrar el sentido de esto que te pasa. Porque créeme, todo ocurre por una razón- continuó. -Lo que pasa es que estamos tan cegados por el dolor, que no vemos los designios divinos que trazan nuestras vidas y destinos- siguió hablando. -No soy quién para darte consejos, tampoco me los has pedido y sé que los vas a despreciar porque en tu mente yo debo ser una criatura estúpida y poco evolucionada pero...- dijo -Deberías dejar atrás a Kaeltha y dedicarte a ser Helyare de verdad. Si no puedes volver a ser la persona que eras, enfócate en la que puedes ser de ahora en adelante- fue lo único que atinó a decir.
Guardó silencio -Debemos descansar, ha sido un larguísimo día- dijo y soltó el hombro de la chica para dedicarse a acomodar sus cosas y ponerse cómoda para dormir.
Helyare terminó de hablar, Ingela de comer. No supo qué decirle, se le había acabado la inspiración y le dio fastidio pensar en todo el esfuerzo que tendría que invertir el pensar en frases inteligentes y que persuadieran a la chica de cambiar de parecer. Entonces se resignó a que ese día no lograría ningún cambio en la elfa. Tampoco el día siguiente, ni en ningún día cercano, que de hecho, ella sola no conseguiría ayudarla. El tiempo, la vida misma, se encargarían de mostrar a Helyare que por ser elfa no era superior, ni diferente, ni más especial.
Ante las preguntas de su vida y su destierro, la chica prefirió responderlas en privado. Se levantó de la mesa y se dirigió a la habitación que les habían dado. Ingela la iba a seguir, cuando vio el plato y jarra de la chica intactos. Rápidamente, se comió su guisado y tragó la hidromiel. La comida no se desperdicia. Un poco mareada por la bebida, dejó unas monedas en pago por la comida y siguió a la chica, quien entró a la habitación y cerró la puerta tras de si. La elfa comenzó a hablar.
Ingela escuchaba atenta, sorprendida con algunas partes de su relato. La descripción de su familia le hizo sonreír -Mi padre también es soldado, Capitán de los Caballeros Dragón, defensores del Norte- dijo. -Y mi madre... es sacerdotisa del templo donde se guarda el huevo de Jade- dijo sonriendo. -Mi hermano mayor sigue los pasos de mi padre y mi hermana los de mi madre. Ellos siempre lo supieron, siempre... por eso sus viajes fueron cortos y meramente turísticos. Yo soy quien no sabe qué hará en el futuro, por eso este viaje es tan importante para mi- dijo brevemente, callando para que la elfa continuara.
La chica terminó su doloroso relato. Ingela la miró, entendiendo la permanente actitud taciturna de la elfa. Se acercó y posó su mano en el hombro de ella -No creo que lo hayas perdido todo, Helyare- le dijo. -Pienso que tienes que encontrar el sentido de esto que te pasa. Porque créeme, todo ocurre por una razón- continuó. -Lo que pasa es que estamos tan cegados por el dolor, que no vemos los designios divinos que trazan nuestras vidas y destinos- siguió hablando. -No soy quién para darte consejos, tampoco me los has pedido y sé que los vas a despreciar porque en tu mente yo debo ser una criatura estúpida y poco evolucionada pero...- dijo -Deberías dejar atrás a Kaeltha y dedicarte a ser Helyare de verdad. Si no puedes volver a ser la persona que eras, enfócate en la que puedes ser de ahora en adelante- fue lo único que atinó a decir.
Guardó silencio -Debemos descansar, ha sido un larguísimo día- dijo y soltó el hombro de la chica para dedicarse a acomodar sus cosas y ponerse cómoda para dormir.
Ingela
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
Al acabar la historia se giró mirando a la dragona con una ceja enarcada. –¿No? –Preguntó ante su respuesta cuando dijo que no había perdido todo. Estaba incrédula, sarcástica ante esa afirmación. –¿Piensas que no he perdido todo? –Levantó las cejas y sonrió a modo de mueca, negando con la cabeza. La dragona no podía entender su cultura. Volvió a abrir los ojos y a clavarlos en los de ella. –Desde que naces sirves a tu pueblo. Todo está construido en el más absoluto equilibrio. Un fallo podría hacer que cayese la estructura. Y cuando una viga falla, antes de que la casa se caiga, se reemplaza. –Dijo eso mientras ponía una de sus manos sobre una de las vigas de madera de la habitación. –El poder lo tienen los líderes. Ellos lucharon en la guerra por Sandorai. Vieron morir a sus padres, a sus hermanos, a sus parejas… Vieron la sangre derramada de los suyos. –Hablaba en un tono sombrío y monótono. –Y de la nada construyeron Eytherzair. Uniendo sus ansias de venganza para luchar un día contra quienes les habían hecho tanto daño. Se separaron de sus hermanos, aquellos que creían en una paz utópica con nuestros enemigos. Después de una guerra quienes se unen al enemigo es porque son esclavizados, o porque tienen miedo. Nosotros no lo teníamos. –Alzó un poco la vista. –Nos enseñaban a no tenerlo. A morir por nuestra tierra, vengando la sangre derramada de nuestros ancestros con honor. Bajo el mismo clan, el mismo estandarte, nos unimos para luchar. Y desde que nacemos, entrenamos para la batalla. Queremos recuperar las Islas Illidenses, la tierra que nos fue arrebatada a costa de la sangre de nuestros hermanos. –La profundidad de sus palabras hacía ver que sentía la causa de la que hablaba. –Todos somos uno, todos mantenemos el equilibrio del clan que nuestros líderes crearon para recuperarse de la guerra. Todos. –Remarcó la palabra. –Y fallar a tu familia es un pecado imperdonable. Todos formamos una cadena que no puede romperse, los eslabones débiles no existen. Los herreros forjan nuestras armas, los guerreros las blanden. Sin unos no hay otros, y viceversa. Todo en perfecto equilibrio. –Suspiró y se giró a la dragona. –Yo he fallado en ese equilibrio. Los traicioné. Puse en peligro a mis hermanos. –El tono pasó a ser triste, pero seguía siendo sombrío. –¿Cómo van a dejarme a cargo de los soldados si traiciono a mi pueblo? –Se mordió el labio, dolida. Los castigos de esa sociedad eran asumidos, nunca injustos. –Perdí todo mi honor, y mi familia se verá afectada durante siglos por ello. El honor es lo más importante en nuestro clan. Sin él, sin la honra, no somos nada. Nos convertimos en los sucios traidores que velaban por la paz con los brujos después de haber perdido nuestra tierra. O en algo peor que eso. He fallado a mi clan, he dañado la armonía y el equilibrio que lo sustenta. Y por eso lo he perdido todo. No merezco nada más que el rechazo de quienes casi mueren por mi culpa. –Parecía que recitase algún tipo de juramento, aunque más bien era que tenía tan interiorizado que lo merecía, que entendía por qué las faltas de respeto hacia ella. –Perdí a mi familia, a mis compañeros, mi hogar, mi puesto, a mi pareja, mi honra… ¿Qué me queda? –Miró a Ingela esperando su respuesta plagada de estúpida positividad. –Vaya donde vaya, si descubro mi rostro, todos verán que fallé a mis hermanos. No podré luchar nunca más al lado de los míos. ¿Tendría que rebajarme a luchar al lado de seres inferiores que han atentado contra nuestro hogar infinidad de veces? O, ¿no volver a luchar nunca más? No podré tener pareja -no contemplaba una pareja de otra raza –, ni nadie que me quiera, ni volver a ver a mi familia. No podré abrazar nunca más a mi hermana y me perderé todos sus pasos hacia su destino de convertirse en sacerdotisa. –Inspiró, muy dolida. –No podré pasar tiempo con mi padre en el bosque, entrenando, ni podré volver a ignorar las lecciones de alquimia de mi madre. No la volveré a ver de nuevo con ese maravilloso vestido de sacerdotisa, ni podré estar en la ceremonia de maduración de mi hermana. No podré correr por el bosque con Aranarth hasta perdernos, ni se repetirán nuestras noches a orillas del lago. Nunca sabré si Arzhak volvió a casa o no. –Miró a la dragona de nuevo e hizo una mueca. –Como ves… no he perdido todo. ¿Qué me queda? ¿Viajar como haces tú? ¿Hacia dónde? Tú regresarás a tu hogar, con tus padres y hermanos recibiéndote con los brazos abiertos. Yo no. Tú acabarás tu viaje feliz, sabiendo cómo continuar tu vida. Yo sabía como quería que fuera mi vida, y me lo arrebataron todo. No puedes pedirme que encuentre un sentido a lo que me ha ocurrido, cuando no lo tiene. ¿Qué harías tú si no pudieras volver al Norte? ¿Si no pudieras volver a ver a tus padres nunca más? ¿Si tus hermanos te golpearan, te insultaran y te recordasen el daño que les hiciste cuando te ven? Dime, ¿cómo te sentirías si tu madre y tu hermana se girasen con desprecio para no verte cuando les vas a entregar un regalo? Y tuvieras que lidiar con las amenazas de los soldados de tu padre por haberte acercado a ellas. –Alzó un poco la voz mientras se le quebraba al recordar el día de la fiesta de Claro, cuando quiso entregarle a Luinil una tiara de plata. –¿¡Qué harías si no pudieras volver a llevar tu nombre porque tu propia familia no te reconoce como hija!? –Sin darse cuenta había avanzado hacia la dragona, con gesto amenazante. Pero se detuvo a escasos pasos de ella y se quedó parada, mordiéndose el labio. –Sí… Descansemos, es lo mejor. El día ha sido muy estresante. –Le señaló la cama con la cabeza, usando un tono más bajo que el de hacía unos segundos. Ella no tenía la culpa de nada de lo que le había pasado. –Ve a dormir, Ingela. En un rato iré yo, no tengo sueño. –En realidad estaba muy agotada, no dormía bien, pero tampoco tenía ganas de hacerlo pues cuando lo hacía las pesadillas inundaban su mente. Sin decir mucho más, se fue, dejándola sola para que pudiese acomodarse mejor. Sabía que la privacidad era importante para la dragona y siempre intentaba respetarla. Pero, aparte, ella necesitaba salir de allí, se estaba ahogando al recordar todo. Se sentía encerrada en ese lugar, como si no pudiera huir si pasaba algo. Temía que los soldados de su antiguo clan irrumpiesen en la posada y quisieran tomar represalias por su comportamiento. Respiraba entrecortadamente, como si una losa invisible le oprimiera el pecho.
Contarle todo eso a Ingela la había dejado destruida. Era la primera vez que hablaba de lo sucedido con alguien y se sentía helada, temblaba y le faltaba el aire. Se sintió liberada por poder contarlo, Ingela la escuchaba, pero… ¿Qué podía hacer ella? Al acabar de explicar lo sucedido se arrepintió de haberlo hecho. ¿Por qué había mostrado semejante debilidad ante una desconocida? Varios metros fuera de la taberna, agarrándose los brazos a sí misma y clavándose las uñas de la fuerza que hacía, tratando de calmar su ansiedad se encontraba ahora la elfa sin saber bien qué hacer. Los recuerdos se amontonaban en su mente. Todos los entrenamientos, su ceremonia de maduración, cuando su padre le dio el arco, cuando Arzhak le dio el emblema de su clan, las risas con su mejor amigo… Todo eso lo había perdido.
Incapaz de soportar semejante presión se dejó caer al suelo, de rodillas, aguantando las ganas de gritar. Estaba encogida, agarrándose los brazos con tanta fuerza que se hacía daño. Odiaba en lo que se había convertido.
Aranarth había decidido seguir la búsqueda de su hermano y su primera parada sería la capital, pero a su paso por el caserío encontró a su amiga en el suelo. Preocupado por lo que le podía estar pasando se acercó.–Kael, ¿estás bien?
–¡Vete! –Gritó ella, incorporándose para quedar de pie.
–¿Por qué estás aquí sola? ¿Dónde está la dragona?
–¡Que te vayas! ¡¡Estoy sola porque es a lo que me habéis cond...!! –No terminó la frase. Su cuerpo se volvió tan débil que se dejó caer sobre el suelo. Su consciencia se desvaneció. Por suerte, el elfo la agarró antes de que chocara contra las piedras y la cogió en brazos.
Poco más de media hora después, la puerta de la habitación se abrió muy despacio, tratando de hacer el menor ruido posible por si la dragona se encontraba durmiendo. Aranarth no era muy fan de entrar sin tener permiso, pero se había encontrado con la elfa en una mala situación para ella y no iba a dejarla tirada, a pesar de que los gritos de la chica le tocasen el orgullo.
Él la cogió en sus brazos y se dirigió a la posada más cercana. Al preguntar a la mesera le dio el número donde se hospedaban ella y la dragona. Y ahí estaba, tratando de devolver a su amiga a la habitación que habían reservado, procurando hacer el menor ruido posible a la hora de dejarla en el cuarto. Para su mayor complicación, vio que no había más que una cama, así que trató de dejar a la elfa sobre el colchón, con mucho cuidado para no incordiar a la muchacha del norte. Con cierto grado de delicadeza desabrochó las partes más pesadas de la armadura de cuero tachonado de Helyare para que pudiera dormir más cómoda y las depositó en una silla.
Su intención era dejar descansar a la elfa sin molestar a Ingela, a quien dejó una nota cerca de su almohada, escrita con una perfecta caligrafía. No sabía si estaba dormida o no, pero suponía que no le haría gracia verle merodear por la habitación, así que fue rápido.
Después de dejar el trozo de papel, que había tomado de una mesa, al lado de la almohada de Ingela, se fue.
Contarle todo eso a Ingela la había dejado destruida. Era la primera vez que hablaba de lo sucedido con alguien y se sentía helada, temblaba y le faltaba el aire. Se sintió liberada por poder contarlo, Ingela la escuchaba, pero… ¿Qué podía hacer ella? Al acabar de explicar lo sucedido se arrepintió de haberlo hecho. ¿Por qué había mostrado semejante debilidad ante una desconocida? Varios metros fuera de la taberna, agarrándose los brazos a sí misma y clavándose las uñas de la fuerza que hacía, tratando de calmar su ansiedad se encontraba ahora la elfa sin saber bien qué hacer. Los recuerdos se amontonaban en su mente. Todos los entrenamientos, su ceremonia de maduración, cuando su padre le dio el arco, cuando Arzhak le dio el emblema de su clan, las risas con su mejor amigo… Todo eso lo había perdido.
Incapaz de soportar semejante presión se dejó caer al suelo, de rodillas, aguantando las ganas de gritar. Estaba encogida, agarrándose los brazos con tanta fuerza que se hacía daño. Odiaba en lo que se había convertido.
Aranarth había decidido seguir la búsqueda de su hermano y su primera parada sería la capital, pero a su paso por el caserío encontró a su amiga en el suelo. Preocupado por lo que le podía estar pasando se acercó.–Kael, ¿estás bien?
–¡Vete! –Gritó ella, incorporándose para quedar de pie.
–¿Por qué estás aquí sola? ¿Dónde está la dragona?
–¡Que te vayas! ¡¡Estoy sola porque es a lo que me habéis cond...!! –No terminó la frase. Su cuerpo se volvió tan débil que se dejó caer sobre el suelo. Su consciencia se desvaneció. Por suerte, el elfo la agarró antes de que chocara contra las piedras y la cogió en brazos.
Poco más de media hora después, la puerta de la habitación se abrió muy despacio, tratando de hacer el menor ruido posible por si la dragona se encontraba durmiendo. Aranarth no era muy fan de entrar sin tener permiso, pero se había encontrado con la elfa en una mala situación para ella y no iba a dejarla tirada, a pesar de que los gritos de la chica le tocasen el orgullo.
Él la cogió en sus brazos y se dirigió a la posada más cercana. Al preguntar a la mesera le dio el número donde se hospedaban ella y la dragona. Y ahí estaba, tratando de devolver a su amiga a la habitación que habían reservado, procurando hacer el menor ruido posible a la hora de dejarla en el cuarto. Para su mayor complicación, vio que no había más que una cama, así que trató de dejar a la elfa sobre el colchón, con mucho cuidado para no incordiar a la muchacha del norte. Con cierto grado de delicadeza desabrochó las partes más pesadas de la armadura de cuero tachonado de Helyare para que pudiera dormir más cómoda y las depositó en una silla.
Su intención era dejar descansar a la elfa sin molestar a Ingela, a quien dejó una nota cerca de su almohada, escrita con una perfecta caligrafía. No sabía si estaba dormida o no, pero suponía que no le haría gracia verle merodear por la habitación, así que fue rápido.
“He dejado a Kaeltha en la cama después de que sufriera un desmayo. Necesitaba descansar, lamento haber irrumpido en tu habitación, joven Ingela. Si no tienes inconveniente, partiré junto a vosotras hacia Lunargenta cuando despunte el alba.
Si me necesitáis estaré en la habitación del final del pasillo. Deseo vuestro descanso. Aranarth.”
Si me necesitáis estaré en la habitación del final del pasillo. Deseo vuestro descanso. Aranarth.”
Después de dejar el trozo de papel, que había tomado de una mesa, al lado de la almohada de Ingela, se fue.
Helyare
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La reacción de la elfa fue más desmedida de lo que Ingela jamás se hubiese esperado. La joven dragona quedó perpleja, muda, sin poder pensar ni reaccionar. Ella que hablaba tanto, ahora no tenía nada más que decir. Al ver que Helyare se marchaba, no se movió, la dejó salir. Entendió que la elfa necesitaba espacio y pues... ella también. Ese día había sido denso y necesitaba del reponedor descanso para poder enfrentar otro día, para poder decidir si continuaba el viaje junto a la elfa o si seguía sola. Al fin y al cabo, no tenía que hacerlo. Podía irse y dejarla sola, abandonar el tremendo problema que significaba el acompañar a una mujer tan atormentada como la elfa.
Pero sentía que la chica estaba sola en el mundo, desorientada y sin rumbo. Veía y sentía la tristeza que cargaba. Ahora entendía la razón de todo y eso le hizo sentir que había hecho lo correcto al quedarse con ella. Sabía que aunque la despreciara, la chica necesitaba toda la compañía y el cariño que ella pudiera brindarle. Y la protección, sí, Ingela sentía que la elfa necesitaba un poco de protección por el momento, por lo menos hasta que lograra un poco de equilibrio y estabilidad emocional. Ingela lucía como adolescente, se comportaba como una y aún no llegaba al desarrollo físico completo, pero era buena percibiendo ese tipo de cosas y muy dada a ayudar. En este caso, quizás la elfa le generaba un poco de lástima, tal vez era porque de no hacerlo sentiría que le fallaría a todo su linaje pues abandonar al desvalido era deshonroso, cual fuese la razón, se quedaría con la chica un tiempo más.
Se acomodó en la única cama de la habitación y se durmió pensando en cómo sería que su familia le diera la espalda. Despertó extrañamente temprano, a su lado, hecha un ovillo, estaba la elfa profundamente dormida. Nunca la había visto dormir así, se notaba que estaba muy agotada. En realidad, era la primera vez que veía a la chica dormir. Con cuidado se incorporó, deslizándose fuera de la cama. La elfa se movió un poco, así que la joven dragona la arropó mejor. La miró y sonrió, contenta de que la chica hubiese decidido dormir a su lado ya que la hacía sentir que entraban en confianza. Y bueno, después de todo lo que había ocurrido el día anterior, era lo más lógico.
Se lavó la cara y vistió tratando de hacer el menor ruido posible. Cuando tomó sus botas, encontró la nota. Un pequeño pedazo de papel con un escrito en una letra delicada y elegante. Era de Aranarth. Quedó de una pieza al leer que él la había dejado en la cama junto a ella -Qué posada tan insegura- pensó mientras salía de la habitación con las botas en una mano y la nota en la otra. Tras cerrar la puerta, se puso las botas y fue hasta la puerta del cuarto del fondo del pasillo.
___
Liunil caminaba a paso lento, sus escoltas la acompañaban, atentos al entorno, cuidando siempre a la aprendiz de sacerdotisa. Aranarth percibía la tristeza de la pequeña elfa a pesar de caminar varios metros detrás de ella. Esa tristeza la causaba el haber estado cerca de su hermana y tener que marcar distancia, rechazarla, ignorarla. Eso era lo que tenía que hacer, lo que las leyes de su clan mandaban. A él mismo le costaba distanciarse de Kaeltha, era su amiga, la prometida de su hermano. Siempre la quiso y a pesar de todo... seguía queriéndola. Si a él le daba tristeza la situación, no imaginaba lo que Liunil podría estar sintiendo en ese momento. Pero no podía hacer nada más. Ellos tenían que darle la espalda, ella tenía que mantenerse lejos del bosque. Punto final.
Regresaron al clan sin dirigirse la palabra en todo el camino, solamente se dieron una mirada de congoja al despedirse. Le dijo a sus soldados que él se encargaría del reporte y los dejó marchar. Llegó la noche y él no llegó a reportar nada. Había tomado una decisión. Necesitaba encontrar a Arzhak pronto si quería que las cosas volvieran a la normalidad; si quería que Kaeltha volviera a su vida normal. Él era la única persona que podría aclararlo todo. Por eso tenía que ir a Lunargenta, al ser la capital, allí podría haber ido su hermano.
No contó con que en el camino, encontraría a Kaeltha de nuevo. Esta vez no estaba Liunil, ni habían soldados o algún miembro de su clan que lo acusara. Estaba solo frente a ella y con todas las emociones que el verla le generaba. Cuando la elfa se desvaneció, la tomó en brazos sin pensarlo dos veces. La sintió liviana, más delgada de lo que recordaba. Tras dejarla en la habitación junto a la dragona, y la nota a esta, fue a la habitación que le dieron, se sentó en la cama y allí se quedó, despierto, cavilando. Logró dormir un poco, pero cuando tocaron la puerta, él ya estaba despierto hacía rato.
Era la dragona, quien lo miraba con recelo, la que estaba del otro lado del umbral. -Yo no tengo problema con que vayas con nosotras- dijo ella de repente, sin saludar. Se notaba nerviosa, ansiosa. -Pero no es a mi a quien debes preguntar, Aranarth, es a Helyare- terminó de decir la chica.
Helyare, le parecía extraño que la dragona llamara así a su amiga, con lo lindo que es el nombre Kaeltha. -Pero ella está dormida y creo que es mejor dejarla descansar, ayer fue un día difícil, ¿sabes?- dijo -Y debo reconocer que yo no ayudé mucho para alivianarlo, todo lo contrario...- dijo bajando la mirada -Mejor bajemos al comedor, ella sabrá que allí estaré- le dijo dando un paso hacia atrás.
Pero sentía que la chica estaba sola en el mundo, desorientada y sin rumbo. Veía y sentía la tristeza que cargaba. Ahora entendía la razón de todo y eso le hizo sentir que había hecho lo correcto al quedarse con ella. Sabía que aunque la despreciara, la chica necesitaba toda la compañía y el cariño que ella pudiera brindarle. Y la protección, sí, Ingela sentía que la elfa necesitaba un poco de protección por el momento, por lo menos hasta que lograra un poco de equilibrio y estabilidad emocional. Ingela lucía como adolescente, se comportaba como una y aún no llegaba al desarrollo físico completo, pero era buena percibiendo ese tipo de cosas y muy dada a ayudar. En este caso, quizás la elfa le generaba un poco de lástima, tal vez era porque de no hacerlo sentiría que le fallaría a todo su linaje pues abandonar al desvalido era deshonroso, cual fuese la razón, se quedaría con la chica un tiempo más.
Se acomodó en la única cama de la habitación y se durmió pensando en cómo sería que su familia le diera la espalda. Despertó extrañamente temprano, a su lado, hecha un ovillo, estaba la elfa profundamente dormida. Nunca la había visto dormir así, se notaba que estaba muy agotada. En realidad, era la primera vez que veía a la chica dormir. Con cuidado se incorporó, deslizándose fuera de la cama. La elfa se movió un poco, así que la joven dragona la arropó mejor. La miró y sonrió, contenta de que la chica hubiese decidido dormir a su lado ya que la hacía sentir que entraban en confianza. Y bueno, después de todo lo que había ocurrido el día anterior, era lo más lógico.
Se lavó la cara y vistió tratando de hacer el menor ruido posible. Cuando tomó sus botas, encontró la nota. Un pequeño pedazo de papel con un escrito en una letra delicada y elegante. Era de Aranarth. Quedó de una pieza al leer que él la había dejado en la cama junto a ella -Qué posada tan insegura- pensó mientras salía de la habitación con las botas en una mano y la nota en la otra. Tras cerrar la puerta, se puso las botas y fue hasta la puerta del cuarto del fondo del pasillo.
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Liunil caminaba a paso lento, sus escoltas la acompañaban, atentos al entorno, cuidando siempre a la aprendiz de sacerdotisa. Aranarth percibía la tristeza de la pequeña elfa a pesar de caminar varios metros detrás de ella. Esa tristeza la causaba el haber estado cerca de su hermana y tener que marcar distancia, rechazarla, ignorarla. Eso era lo que tenía que hacer, lo que las leyes de su clan mandaban. A él mismo le costaba distanciarse de Kaeltha, era su amiga, la prometida de su hermano. Siempre la quiso y a pesar de todo... seguía queriéndola. Si a él le daba tristeza la situación, no imaginaba lo que Liunil podría estar sintiendo en ese momento. Pero no podía hacer nada más. Ellos tenían que darle la espalda, ella tenía que mantenerse lejos del bosque. Punto final.
Regresaron al clan sin dirigirse la palabra en todo el camino, solamente se dieron una mirada de congoja al despedirse. Le dijo a sus soldados que él se encargaría del reporte y los dejó marchar. Llegó la noche y él no llegó a reportar nada. Había tomado una decisión. Necesitaba encontrar a Arzhak pronto si quería que las cosas volvieran a la normalidad; si quería que Kaeltha volviera a su vida normal. Él era la única persona que podría aclararlo todo. Por eso tenía que ir a Lunargenta, al ser la capital, allí podría haber ido su hermano.
No contó con que en el camino, encontraría a Kaeltha de nuevo. Esta vez no estaba Liunil, ni habían soldados o algún miembro de su clan que lo acusara. Estaba solo frente a ella y con todas las emociones que el verla le generaba. Cuando la elfa se desvaneció, la tomó en brazos sin pensarlo dos veces. La sintió liviana, más delgada de lo que recordaba. Tras dejarla en la habitación junto a la dragona, y la nota a esta, fue a la habitación que le dieron, se sentó en la cama y allí se quedó, despierto, cavilando. Logró dormir un poco, pero cuando tocaron la puerta, él ya estaba despierto hacía rato.
Era la dragona, quien lo miraba con recelo, la que estaba del otro lado del umbral. -Yo no tengo problema con que vayas con nosotras- dijo ella de repente, sin saludar. Se notaba nerviosa, ansiosa. -Pero no es a mi a quien debes preguntar, Aranarth, es a Helyare- terminó de decir la chica.
Helyare, le parecía extraño que la dragona llamara así a su amiga, con lo lindo que es el nombre Kaeltha. -Pero ella está dormida y creo que es mejor dejarla descansar, ayer fue un día difícil, ¿sabes?- dijo -Y debo reconocer que yo no ayudé mucho para alivianarlo, todo lo contrario...- dijo bajando la mirada -Mejor bajemos al comedor, ella sabrá que allí estaré- le dijo dando un paso hacia atrás.
Ingela
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El elfo no esperaba recibir visita tan pronto, aun así agradeció internamente a la muchacha del norte que fuera a avisarle. No pudo evitar sonreír levemente mientras colocaba la mano en el hombro de la chica para que se tranquilizara. –No te preocupes, joven Ingela. Reconozco que, en ocasiones, nuestra cultura es contraria a la del resto. –Intentó quitar hierro al asunto al ver que la dragona se sentía acongojada por no haber podido evitar el enfrentamiento. Para él había sido una falta de entendimiento, pues Luinil era una de las mejores personas que había conocido y no había dicho nada de forma que pudiera ofender. Pero la división de opiniones siempre era un bache a salvar, por eso sólo tenían dos o tres clanes aliados más. El resto no eran capaces de entender su modo de pensar.
Recogió sus cosas, aunque no llevaba mucho, y acompañó a la muchacha al comedor. –Te agradezco que la hayas acompañado. Realmente no sé cómo ha tenido la fuerza para seguir un camino. Sin honra no vas a ningún lado. –Comentó, apartándose el pelo de la cara hacia atrás, como si fuera la conversación más normal del mundo, pero él mismo dudaba qué hacer si fuera tachado de traidor y lo expulsaran. Probablemente haría lo que todos: acabar con su vida. El ser desterrado era un pensamiento imposible de cruzar su mente, era el peor destino imaginable y no era capaz de procesarlo.
Ya en el comedor esperó a que la dragona pidiese algo para desayunar para luego pedir él. –El ir con vosotras te lo he pedido a ti porque ella no puede rechazar ninguna de mis peticiones. Si le preguntara si puedo ir tendría que aceptar mi voluntad sin reproches. –El status marcaba quién ordenaba y quién obedecía. Y el de la elfa era el más bajo que había, cualquier negativa hacia la orden de un superior podría desencadenar consecuencias para ella. Y, bueno, la cabezonería de ambos elfos impedía que hubiera reproches, al menos, antes.
Ajena a todo, en la habitación, Helyare seguía durmiendo, aunque no plácidamente. Era la noche que más horas había pasado dormida pero las pesadillas seguían apareciendo y se despertó sobresaltada en la cama. Su rostro estaba húmedo. ¿Qué había sido esta vez? En esta ocasión no vio sangre como otras veces, sólo a su hermana alejarse cada vez más, llamándola “traidora”. Todavía confundida, miró la habitación para tratar de ubicarse. También a un lado de la cama. ¿Qué hacía ahí? Recordaba haber salido de la posada y haberse encontrado con Aran en la calle. Todavía la seguía impresionando con la armadura de su hermano, era como ver también a Arzhak, aunque sus rasgos tenían sus diferencias. Suspiró incorporándose en la cama y yendo a lavarse la cara. No llevaba sus protecciones y eso le pareció muy raro, aunque pensó que Ingela se había encargado de ella. Esa dragona…
Evitó por todos los medios mirarse a un espejo, no quería ver su rostro. Toda la belleza con la que los dioses la honraron había desaparecido y sólo había visto su reflejo en el agua del mar cuando fue expulsada, cuando aún su rostro estaba manchado por la sangre que derramó. A día de hoy todavía se negaba a verse en un espejo. De su hermosura ya no quedaba nada.
Acabó de vestirse y bajó al comedor, donde suponía que estaría la dragona, si es que no había decidido abandonarla, cosa lógica. Ella misma había dicho que si no la hubiese ayudado no se hubiese metido en problemas, así que no la culpaba. Pero no.
Para su sorpresa estaba allí… ¡Junto a Aranarth! Se acercó con mala cara a la mesa donde se encontraban y se dirigió hacia ambos, incrédula. –Man cárat sinomë!?
–Habla en común, Ingela está frente a nosotros.
Helyare pasó la vista por la dragona durante un segundo y luego volvió a él, reformulando la pregunta en la lengua común. –¿Qué haces aquí? ¡Ya me alejé del bosque, no voy a volver! ¡Dejadme en paz!
–Estás equivocada, Kaeltha, no te haré nada. No me envían nuestros líderes. Yo voy a Lunargenta, al igual que vosotras, pero con una misión diferente. Y al verte ayer me pareció buena idea acompañaros. La joven del norte ha aceptado mi compañía. –El elfo miró a Ingela durante un par de segundos, dedicándole una sonrisa y luego volvió a dirigirse a Helyare, quien resopló y se sentó en la mesa junto a ellos. Ella siempre tan simpática… –Se que no soy la persona a quien quisieras ver ahora -comenzó a hablar el elfo, volviendo a repetir el gesto de colocarse el cabello. Helyare lo miró. Sí que quería verlo, claro que quería. Pero no así, no con esa distancia que debían poner el uno con el otro, ni con ese uniforme que le hacía estar todavía más lejos de ella. -, pero sé que podemos colaborar para nuestra búsqueda. –Volvió a dirigir su mirada azul hacia la dragona. –Y ella nos puede ser de gran ayuda. Tal vez le caigamos mejor cuando nos conozca. Podría ser un intercambio factible.
Helyare suspiró, no podía hacer nada. Después de que acabasen de desayunar, partirían hacia Lunargenta en silencio. Al menos, por parte de la elfa, que volvía a estar en su habitual modo de silencio casi permanente.
Recogió sus cosas, aunque no llevaba mucho, y acompañó a la muchacha al comedor. –Te agradezco que la hayas acompañado. Realmente no sé cómo ha tenido la fuerza para seguir un camino. Sin honra no vas a ningún lado. –Comentó, apartándose el pelo de la cara hacia atrás, como si fuera la conversación más normal del mundo, pero él mismo dudaba qué hacer si fuera tachado de traidor y lo expulsaran. Probablemente haría lo que todos: acabar con su vida. El ser desterrado era un pensamiento imposible de cruzar su mente, era el peor destino imaginable y no era capaz de procesarlo.
Ya en el comedor esperó a que la dragona pidiese algo para desayunar para luego pedir él. –El ir con vosotras te lo he pedido a ti porque ella no puede rechazar ninguna de mis peticiones. Si le preguntara si puedo ir tendría que aceptar mi voluntad sin reproches. –El status marcaba quién ordenaba y quién obedecía. Y el de la elfa era el más bajo que había, cualquier negativa hacia la orden de un superior podría desencadenar consecuencias para ella. Y, bueno, la cabezonería de ambos elfos impedía que hubiera reproches, al menos, antes.
Ajena a todo, en la habitación, Helyare seguía durmiendo, aunque no plácidamente. Era la noche que más horas había pasado dormida pero las pesadillas seguían apareciendo y se despertó sobresaltada en la cama. Su rostro estaba húmedo. ¿Qué había sido esta vez? En esta ocasión no vio sangre como otras veces, sólo a su hermana alejarse cada vez más, llamándola “traidora”. Todavía confundida, miró la habitación para tratar de ubicarse. También a un lado de la cama. ¿Qué hacía ahí? Recordaba haber salido de la posada y haberse encontrado con Aran en la calle. Todavía la seguía impresionando con la armadura de su hermano, era como ver también a Arzhak, aunque sus rasgos tenían sus diferencias. Suspiró incorporándose en la cama y yendo a lavarse la cara. No llevaba sus protecciones y eso le pareció muy raro, aunque pensó que Ingela se había encargado de ella. Esa dragona…
Evitó por todos los medios mirarse a un espejo, no quería ver su rostro. Toda la belleza con la que los dioses la honraron había desaparecido y sólo había visto su reflejo en el agua del mar cuando fue expulsada, cuando aún su rostro estaba manchado por la sangre que derramó. A día de hoy todavía se negaba a verse en un espejo. De su hermosura ya no quedaba nada.
Acabó de vestirse y bajó al comedor, donde suponía que estaría la dragona, si es que no había decidido abandonarla, cosa lógica. Ella misma había dicho que si no la hubiese ayudado no se hubiese metido en problemas, así que no la culpaba. Pero no.
Para su sorpresa estaba allí… ¡Junto a Aranarth! Se acercó con mala cara a la mesa donde se encontraban y se dirigió hacia ambos, incrédula. –Man cárat sinomë!?
–Habla en común, Ingela está frente a nosotros.
Helyare pasó la vista por la dragona durante un segundo y luego volvió a él, reformulando la pregunta en la lengua común. –¿Qué haces aquí? ¡Ya me alejé del bosque, no voy a volver! ¡Dejadme en paz!
–Estás equivocada, Kaeltha, no te haré nada. No me envían nuestros líderes. Yo voy a Lunargenta, al igual que vosotras, pero con una misión diferente. Y al verte ayer me pareció buena idea acompañaros. La joven del norte ha aceptado mi compañía. –El elfo miró a Ingela durante un par de segundos, dedicándole una sonrisa y luego volvió a dirigirse a Helyare, quien resopló y se sentó en la mesa junto a ellos. Ella siempre tan simpática… –Se que no soy la persona a quien quisieras ver ahora -comenzó a hablar el elfo, volviendo a repetir el gesto de colocarse el cabello. Helyare lo miró. Sí que quería verlo, claro que quería. Pero no así, no con esa distancia que debían poner el uno con el otro, ni con ese uniforme que le hacía estar todavía más lejos de ella. -, pero sé que podemos colaborar para nuestra búsqueda. –Volvió a dirigir su mirada azul hacia la dragona. –Y ella nos puede ser de gran ayuda. Tal vez le caigamos mejor cuando nos conozca. Podría ser un intercambio factible.
Helyare suspiró, no podía hacer nada. Después de que acabasen de desayunar, partirían hacia Lunargenta en silencio. Al menos, por parte de la elfa, que volvía a estar en su habitual modo de silencio casi permanente.
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Re: [Cerrado] Prohibido para ti [Ingela/Helyare/libre]
¿Por qué los dioses habían entregado la gracia divina de la belleza a una sola raza? No conocía un elfo feo. Sí que conocía muchos dragones brusquitos de cara, a los humanos en general los encontraba feos, sin gracia alguna. Los magos también eran agraciados en general, incluso el mago Absjorn tenía su encanto. Los hombres bestia, bueno, dependiendo del animal, los peludos eran su debilidad. Conocía poquísimos vampiros, y aunque quisiera, solo pensaba en ellos como pobres desgraciados, así que no se fijaba en su apariencia. Y licántropos, de esos sí que no conocía, así que no tenía cómo saber. Por eso pensaba la chica que eran los elfos la raza más guapa. Y en frente de ella, posando una mano sobre su hombro con tanta elegancia, estaba el elfo más guapo que ella jamás hubiese visto. Incluso más guapo que el bello Iltharion era el joven Aranarth. La joven dragona no pudo evitar sonrojarse un poco ante el gesto.
Pero poco le duró la ruborización. Toda la ensoñación con el guapo elfo se desvaneció cuando mencionó la honra de su compañera. Ingela resopló. Ahí estaba la ideología absurda y cerrada de ese clan. Cómo la detestaba.
Bajaron al comedor en silencio, tomaron asiento en una pequeña mesa de la rústica salita. Ingela lo miró un momento -Llámala Helyare- le dijo, -que ella ya no es Kaeltha-. Aranarth la miró confundido. -Kaeltha era tu cuñada, ¿cierto? Pero la desterraron de su hogar. Por eso ella no existe más. Ahora solo está Helyare y es una persona completamente diferente- dijo al elfo que la miraba desconcertado, justo antes que la chica apareciera, sobresaltada por la presencia de Aranarth. Ingela guardó silencio y puso los ojos en blanco cuando el elfo hizo caso omiso de sus palabras y la siguió llamando "Kaeltha".
La joven dragona no dijo nada más, solo un extraño gesto que intentaba ser una sonrisa cuando el elfo mencionó que con el tiempo quizás le llegasen a agradar.
Para el medio día, el trío ya había dejado atrás el caserío, pero Ingelita llevaba una bota llena de hidromiel para el camino. Con la compañía que llevaba, la iba a necesitar sin duda alguna.
Pero poco le duró la ruborización. Toda la ensoñación con el guapo elfo se desvaneció cuando mencionó la honra de su compañera. Ingela resopló. Ahí estaba la ideología absurda y cerrada de ese clan. Cómo la detestaba.
Bajaron al comedor en silencio, tomaron asiento en una pequeña mesa de la rústica salita. Ingela lo miró un momento -Llámala Helyare- le dijo, -que ella ya no es Kaeltha-. Aranarth la miró confundido. -Kaeltha era tu cuñada, ¿cierto? Pero la desterraron de su hogar. Por eso ella no existe más. Ahora solo está Helyare y es una persona completamente diferente- dijo al elfo que la miraba desconcertado, justo antes que la chica apareciera, sobresaltada por la presencia de Aranarth. Ingela guardó silencio y puso los ojos en blanco cuando el elfo hizo caso omiso de sus palabras y la siguió llamando "Kaeltha".
La joven dragona no dijo nada más, solo un extraño gesto que intentaba ser una sonrisa cuando el elfo mencionó que con el tiempo quizás le llegasen a agradar.
Para el medio día, el trío ya había dejado atrás el caserío, pero Ingelita llevaba una bota llena de hidromiel para el camino. Con la compañía que llevaba, la iba a necesitar sin duda alguna.
Ingela
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