Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
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Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
“Querido diario:
¡Soy feliz! Hoy es el tercer día que llevo fuera de casa. Es mejor de lo que pensé que sería. Me siento libre, puedo ir adonde quiera, cuando quiera y hablar con quien quiera. ¡También podría comer lo que quisiera!... si hubiera comida cerca, claro. Sólo me queda una manzana, no ha sido buena idea comérmelo casi todo el primer día. Extraño mucho la comida de nana... y a mi madre arropándome antes de dormir. Oh, cómo añoro mi cama. Y la biblioteca... al menos allí no podía aburrirme tanto como ahora. Caminar todo el día resultó no ser tan divertido como parecía. Ay, quizás no fue una buena idea marcharme. ¡Por los Dioses! ¿A quién quiero engañar? Esto ha sido una mala, pero que muy mala idea. ¿¡Qué he hecho!? ¡Debería vol-”
Eyre cerró el pequeño diario forrado en cuero para evitar que cayera una lágrima sobre las hojas. Se secó el rostro con el antebrazo, se palmeó las mejillas, respiró profundamente y contó hasta diez en voz baja. Eso era lo que hacía cuando tenía alguna visión que la espantaba y solía funcionar para calmarse. Pero esta vez era diferente. Las visiones desaparecían rápidamente, sin embargo la realidad que enfrentaba ahora estaba allí, firme y constante, y ni llorar o contar servía de nada. Portarse como una niña no le daría de comer, no limpiaría su hermoso vestido manchado con tierra y no le daría un lugar seguro donde dormir esa noche.
Si bien había extraído algo de dinero del bolso de su madre antes de huir, no podía acercarse a pernoctar en ninguna posada. Sus padres debían haber mandado a alguien a buscarla y probablemente cada taberna de la ciudad tenía un retrato suyo clavado junto al mostrador. Había tenido que dormir en la pequeña, húmeda y tétrica cueva en cuya boca ahora estaba sentada, observando con consternación el paisaje que tenía delante. Plantas, plantas y más plantas, pero ningún esplendoroso árbol repleto de frutas brillantes que gritasen “¡cómeme!”. Veía arbustos con bayas rojas, pero no sabía si eran venenosas o comestibles; había leído muchos libros respecto a la flora de las Islas Illidenses, pero poco a poco estaba descubriendo que pasar toda la vida encerrada leyendo, pues... servía menos de lo que sus padres le habían dicho. Ser culta no valía si se carecía de experiencias vitales para aplicar lo aprendido.
Se masajeó el abdomen para mitigar el hambre y repasó con la lengua sus labios secos, recordando que no había bebido nada desde la tarde anterior. Ahora era por la mañana, los pájaros cantaban y finos rayos de sol se colaban por entre las hojas de los árboles. Era un paisaje feliz y armonioso, de no haber sido por la niña sentada al borde de la cueva, mirando con odio todo lo que la rodeaba.
-¡Tengo hambre! -Gimió mientras tomaba una piedra y la lanzaba hacia los arbustos- ¡Y sed! -Otra piedra voló lejos. Sin embargo, cuando se perdió entre las hojas, un agudo chillido sobresaltó a la muchacha. Éste fue seguido por una serie de zumbidos hasta que, finalmente, una pequeña criatura emergió desde el follaje. No medía más de veinte centímetros y sobrevolaba el arbusto recién apedreado con evidente molestia.
-¡Un Annura! -Exclamó, levantándose para acercarse a observar al bichito- ¡Eres mucho más lindo que en los libros! -Entusiasmada, se acercó un par de pasos a la planta. La criatura no dejaba de observarla con fijeza, moviendo con suavidad la pequeña y carnosa cola y sacando esa larga lengua que terminaba en una púa. Al verla, Eyre intentó recordar lo que había estudiado sobre ese ser en sus libros de Flora y Fauna de las Islas Illidenses.
-Eres un anfibio... -susurró a medida que recordaba la información- Muy bonito, por cierto. Y debes tener tu miel y tus huevos por aquí cerca. -Miró de reojo el arbusto, relamiéndose los labios. El animal hizo un gesto parecido, sacando un poco más la lengua puntiaguda- Y... ¡Picas! ¡Eres venenoso! -Chilló, dando un paso atrás. El Annura, sobresaltado por ese movimiento repentino, emitió un sonido agudo y se abalanzó sobre la pequeña bruja con claras intenciones de clavarle el aguijón donde más le doliese.
Definitivamente, huir de su casa había sido la peor de sus ideas.
¡Soy feliz! Hoy es el tercer día que llevo fuera de casa. Es mejor de lo que pensé que sería. Me siento libre, puedo ir adonde quiera, cuando quiera y hablar con quien quiera. ¡También podría comer lo que quisiera!... si hubiera comida cerca, claro. Sólo me queda una manzana, no ha sido buena idea comérmelo casi todo el primer día. Extraño mucho la comida de nana... y a mi madre arropándome antes de dormir. Oh, cómo añoro mi cama. Y la biblioteca... al menos allí no podía aburrirme tanto como ahora. Caminar todo el día resultó no ser tan divertido como parecía. Ay, quizás no fue una buena idea marcharme. ¡Por los Dioses! ¿A quién quiero engañar? Esto ha sido una mala, pero que muy mala idea. ¿¡Qué he hecho!? ¡Debería vol-”
Eyre cerró el pequeño diario forrado en cuero para evitar que cayera una lágrima sobre las hojas. Se secó el rostro con el antebrazo, se palmeó las mejillas, respiró profundamente y contó hasta diez en voz baja. Eso era lo que hacía cuando tenía alguna visión que la espantaba y solía funcionar para calmarse. Pero esta vez era diferente. Las visiones desaparecían rápidamente, sin embargo la realidad que enfrentaba ahora estaba allí, firme y constante, y ni llorar o contar servía de nada. Portarse como una niña no le daría de comer, no limpiaría su hermoso vestido manchado con tierra y no le daría un lugar seguro donde dormir esa noche.
Si bien había extraído algo de dinero del bolso de su madre antes de huir, no podía acercarse a pernoctar en ninguna posada. Sus padres debían haber mandado a alguien a buscarla y probablemente cada taberna de la ciudad tenía un retrato suyo clavado junto al mostrador. Había tenido que dormir en la pequeña, húmeda y tétrica cueva en cuya boca ahora estaba sentada, observando con consternación el paisaje que tenía delante. Plantas, plantas y más plantas, pero ningún esplendoroso árbol repleto de frutas brillantes que gritasen “¡cómeme!”. Veía arbustos con bayas rojas, pero no sabía si eran venenosas o comestibles; había leído muchos libros respecto a la flora de las Islas Illidenses, pero poco a poco estaba descubriendo que pasar toda la vida encerrada leyendo, pues... servía menos de lo que sus padres le habían dicho. Ser culta no valía si se carecía de experiencias vitales para aplicar lo aprendido.
Se masajeó el abdomen para mitigar el hambre y repasó con la lengua sus labios secos, recordando que no había bebido nada desde la tarde anterior. Ahora era por la mañana, los pájaros cantaban y finos rayos de sol se colaban por entre las hojas de los árboles. Era un paisaje feliz y armonioso, de no haber sido por la niña sentada al borde de la cueva, mirando con odio todo lo que la rodeaba.
-¡Tengo hambre! -Gimió mientras tomaba una piedra y la lanzaba hacia los arbustos- ¡Y sed! -Otra piedra voló lejos. Sin embargo, cuando se perdió entre las hojas, un agudo chillido sobresaltó a la muchacha. Éste fue seguido por una serie de zumbidos hasta que, finalmente, una pequeña criatura emergió desde el follaje. No medía más de veinte centímetros y sobrevolaba el arbusto recién apedreado con evidente molestia.
-¡Un Annura! -Exclamó, levantándose para acercarse a observar al bichito- ¡Eres mucho más lindo que en los libros! -Entusiasmada, se acercó un par de pasos a la planta. La criatura no dejaba de observarla con fijeza, moviendo con suavidad la pequeña y carnosa cola y sacando esa larga lengua que terminaba en una púa. Al verla, Eyre intentó recordar lo que había estudiado sobre ese ser en sus libros de Flora y Fauna de las Islas Illidenses.
-Eres un anfibio... -susurró a medida que recordaba la información- Muy bonito, por cierto. Y debes tener tu miel y tus huevos por aquí cerca. -Miró de reojo el arbusto, relamiéndose los labios. El animal hizo un gesto parecido, sacando un poco más la lengua puntiaguda- Y... ¡Picas! ¡Eres venenoso! -Chilló, dando un paso atrás. El Annura, sobresaltado por ese movimiento repentino, emitió un sonido agudo y se abalanzó sobre la pequeña bruja con claras intenciones de clavarle el aguijón donde más le doliese.
Definitivamente, huir de su casa había sido la peor de sus ideas.
Última edición por Eyre el Sáb 30 Dic - 23:43, editado 1 vez
Eyre
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
I - ¿Puedes escuchar sus campanas?
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | CAPITULO 2: "Sigue mis pasos" |
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | ue hermosa resulta la noche, cuando las tinieblas entonan su canción. El gran y anciano Bardo les escucha y se deleita con su |
Sus pasos se detienen, se puede escuchar una voz detrás de un matorral. ¡Se trata una bella joven! Que casualmente una profunda cueva acaba de encontrar. La sonrisa del Bardo no disminuye, ¿lo ha hecho alguna vez, en realidad? Puede percibir en el aura de aquella joven, una amarga; pero a la vez dulce ingenuidad. ¿Qué hace tan lejos de casa, no puede encontrar el camino que le hará regresar? ¿O es que huyendo se allá, de un destino que su alma no desea aceptar? Oh anciano Bardo, sabes lo peligrosa que puede ser la curiosidad. No sé por qué lo comento, sé que de igual forma no me vas a escuchar.
Custodia el bienestar de la muchacha, que sumida en sus pensamientos se puede hallar. Se camufla con la naturaleza, emitiendo con su instrumento un sonido que a los búhos resulta familiar. Pronto la muchacha se duerme, ¡debe de estar agotada de tanto caminar! No te preocupes, joven muchacha, el Bardo velara toda la noche por tu seguridad. No extrañes la comodidad de tu cama, eso es fácil de solucionar. El Bardo entonara una nana, que de casa tus recuerdos hará evocar.
——————————————————————————————————————————
¡Innumerables las diferencias! Entre los bellos cánticos del ocaso y los del amanecer. Los pájaros entonan sus bellas notas, alabando al sol que esta mañana se ha levantado esplendido y con señales de un bello día traer. O al menos eso piensa el Bardo, pues su opinión no siempre se suele compartir. ¿Qué mejor ejemplo que esa ingenua chica? A la cual no parece haberle ayudado mucho el dormir.
Si bien el sol sonríe para ella, ella no devuelve la sonrisa para el pobre sol. Solo se limita a plasmar numerosas palabras e ideas en las hojas de un libro con hermoso color. Adanadhel se dedica a observarla, le intriga su comportamiento y su valiente decisión. Un final inesperado, ha cerrado el libro de siglas "diario" con lágrimas en los ojos y un toque de rencor. Pobre jovencita, algún día su camino hallara. Mientras tanto su ira descarga, contra un inocente y no muy afortunado matorral. ¿Ha dicho que esta hambrienta? Pero sentada nada encontrará. Quizás con una pequeña ayuda del Bardo, el día de esa chica mejorará.
Desciende del árbol que le ayudaba a lejos de la vista de la joven permanecer. Pero abruptamente se detiene, al ver un Annura de pronto aparecer. Ignora al anciano elfo, en esto no tiene nada que ver. Se dirige hasta la muchacha, que no esconde su asombro ante él. El inminente final era predecible, Bardo lo sabía bien. Salió de su escondite en el bosque, para demostrarle al Annura su buena fe. De aire se llenaron sus pulmones, preparados para la música tejer. Llenando el ambiente de alegría, se aproximó hasta la criatura y la joven en una suave escala de Re.
Llamo la atención de la criatura, podía ver la rabia en su imperceptible aletear. Pero pronto menguo esta ira, con la dulce melodía que el cuerno hacía sonar. El bosque guardaba silencio, mientras el Bardo danzaba junto al anfibio volador. Las dulces notas le calmaron y raudo la escena este último abandonó. Satisfecho quedo el Bardo, una vez más había traído la paz. Pero ahora él tenía un problema, pues sabía que la chica le iba a observar. Se giró hacia ella sonriente, quería demostrarle su buena voluntad. Quizás fuera mejor un presente, pues ya sabía de su amarga ingenuidad.
Thanks Igneous !
Última edición por Bardo el Vie 22 Sep - 11:27, editado 2 veces
Tenzin Fang Leiden
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
"Entre más profundo sea el bosque, más maravillosos son sus secretos" Aquellas eran las palabras del Elfo cada vez que se aventuraba entre los frondosos caminos de cualquier bosque. Teck siempre había disfrutado gastar su tiempo en las copas de los árboles, leyendo libros o tan sólo admirando las maravillosas creaciones que Imbar le había dado la oportunidad de conocer. Mas las razones por las que se encontraba en los rotundos bosques de las islas Illindeses no era por mero placer, si no por aquella mortífera enfermedad que se había desatado en Aerandir. Aunque Teck hace ya mucho tiempo había comprendido que el mundo donde vivía no era precisamente de paz y amor como hubiera deseado, si no de muerte y miseria, todo tenía su límite, y éste fue cruzado al observar como la plaga había atacado a tantos en tan poco tiempo.
Todavía el recordar los ríos de cadáveres y sangre que recorrían las afueras Lunargenta le causaba nauseas. La plaga no discriminó. Humanos, Elfos, Dragones, Brujos y Bestias, todos habían sucumbido en grandes números ante un enemigo que no podían combatir. La muerte gozaba de poderes por los que muchos mortales morirían por tener.
Teck había optado por ocultarse no con la más placentera y agradable raza, pero sí la más apartada. Los hechiceros Illindeses siempre estaban un paso por delante de todo, o al menos eso era la teoría. El elfo había tenido la oportunidad de hablar con un par de ellos en lo largo de su vida, y aunque la opinión que tenía era bastante inconclusa, la superioridad que emanaban de los maestros de la magia era algo que no podía dejarse pasar por alto. A Teck le molestaba eso. Las enseñanzas inculcadas por los humanos y sus semejantes siempre eran las mismas. “El objetivo de la vida no es ser el mejor, es demostrar que tan sólo eres mejor que tu prójimo”. Teck despreciaba aquella forma de pensar, la mediocridad era uno de los peores defectos que cualquiera podría tener, y que uno de los principios no escritos de una raza fuera básicamente ese, le causaba nauseas.
Lastimosamente por mucho que defiera con los ideales hechiceros, humanos y brujos, tenía que admitir que aquellos poblados donde vivía eran más que dignos de admirar. Sus ciudades asemejaban en cierta parte la forma de vivir elfica, y sus bosques le recordaban todos aquellos días en su antiguo hogar. Siempre soltaba un suspiro al recordar eso, pero las memorias no duraban mucho jugando en su mente, pues paraba de aludirlas con cualquier actividad.
En aquella ocasión había decidido subirle a la copa de un gran árbol, desde que desembarco en las costas de la isla no había tenido la oportunidad de descansar como era necesario. Desde la alta rama tenía una vista más completa del bosque, y aunque el abrumador silencio que invadía la soledad del bosque podía ser molesto, calmaban los pensamientos del elfo antes de encomendarse a Isil.
No existía noche en la que no se levantara con un dolor de espalda debido a la incomodidad que dormir en una rama presentaba, Pero el dolor era lo que diferenciaba a los vivos de los muertos, y en ese momento los muertos eran más que los vivos. Teck bajó del árbol con intenciones clara de seguir su camino. Por mucho amor que les tuviera a los bosques, una cama de terciopelo siempre sería más cómoda que la sólida madera.
Sus pasos se vieron marcados no por el canto de los pájaros si no por una alegre melodía que emanaba a desde el bosque más profundo. Teck, impulsado por esa pizca de curiosidad decidió seguir la maravillosa sinfonía que deleitaba sus odios.
Cuando ya no existía camino alguno que seguir, y los arbustos comenzaban a adquirir tamaños colosales, el Elfo encontró una pequeña cueva entre los arboles más altos del bosque. Teck, llenado de curiosidad observó la peculiar escena que estaba tomando lugar en frente de él.
Una joven se encontraba deleitando la misma melodía que había captado su atención. Aquellos rítmicos y agradables sonidos provenían de lo que parecía ser…- ¡Un elfo! – Exclamó exaltado mientras observaba desde la seguridad de los arbustos. Teck sabía que aquello no era buena idea “¿Qué pensarían de mí si me encuentran espiándolos?” se preguntaba a si mismo, pero para cuando se dio cuenta que lo más sensato sería caminar y presentarse, su cuerpo ya lo había hecho por él.
Y así, el elfo marchó cargado de curiosidad contra la llamativa pareja a la boca de la cueva, sin saber muy bien que hacer o que decir.
Todavía el recordar los ríos de cadáveres y sangre que recorrían las afueras Lunargenta le causaba nauseas. La plaga no discriminó. Humanos, Elfos, Dragones, Brujos y Bestias, todos habían sucumbido en grandes números ante un enemigo que no podían combatir. La muerte gozaba de poderes por los que muchos mortales morirían por tener.
Teck había optado por ocultarse no con la más placentera y agradable raza, pero sí la más apartada. Los hechiceros Illindeses siempre estaban un paso por delante de todo, o al menos eso era la teoría. El elfo había tenido la oportunidad de hablar con un par de ellos en lo largo de su vida, y aunque la opinión que tenía era bastante inconclusa, la superioridad que emanaban de los maestros de la magia era algo que no podía dejarse pasar por alto. A Teck le molestaba eso. Las enseñanzas inculcadas por los humanos y sus semejantes siempre eran las mismas. “El objetivo de la vida no es ser el mejor, es demostrar que tan sólo eres mejor que tu prójimo”. Teck despreciaba aquella forma de pensar, la mediocridad era uno de los peores defectos que cualquiera podría tener, y que uno de los principios no escritos de una raza fuera básicamente ese, le causaba nauseas.
Lastimosamente por mucho que defiera con los ideales hechiceros, humanos y brujos, tenía que admitir que aquellos poblados donde vivía eran más que dignos de admirar. Sus ciudades asemejaban en cierta parte la forma de vivir elfica, y sus bosques le recordaban todos aquellos días en su antiguo hogar. Siempre soltaba un suspiro al recordar eso, pero las memorias no duraban mucho jugando en su mente, pues paraba de aludirlas con cualquier actividad.
En aquella ocasión había decidido subirle a la copa de un gran árbol, desde que desembarco en las costas de la isla no había tenido la oportunidad de descansar como era necesario. Desde la alta rama tenía una vista más completa del bosque, y aunque el abrumador silencio que invadía la soledad del bosque podía ser molesto, calmaban los pensamientos del elfo antes de encomendarse a Isil.
No existía noche en la que no se levantara con un dolor de espalda debido a la incomodidad que dormir en una rama presentaba, Pero el dolor era lo que diferenciaba a los vivos de los muertos, y en ese momento los muertos eran más que los vivos. Teck bajó del árbol con intenciones clara de seguir su camino. Por mucho amor que les tuviera a los bosques, una cama de terciopelo siempre sería más cómoda que la sólida madera.
Sus pasos se vieron marcados no por el canto de los pájaros si no por una alegre melodía que emanaba a desde el bosque más profundo. Teck, impulsado por esa pizca de curiosidad decidió seguir la maravillosa sinfonía que deleitaba sus odios.
Cuando ya no existía camino alguno que seguir, y los arbustos comenzaban a adquirir tamaños colosales, el Elfo encontró una pequeña cueva entre los arboles más altos del bosque. Teck, llenado de curiosidad observó la peculiar escena que estaba tomando lugar en frente de él.
Una joven se encontraba deleitando la misma melodía que había captado su atención. Aquellos rítmicos y agradables sonidos provenían de lo que parecía ser…- ¡Un elfo! – Exclamó exaltado mientras observaba desde la seguridad de los arbustos. Teck sabía que aquello no era buena idea “¿Qué pensarían de mí si me encuentran espiándolos?” se preguntaba a si mismo, pero para cuando se dio cuenta que lo más sensato sería caminar y presentarse, su cuerpo ya lo había hecho por él.
Y así, el elfo marchó cargado de curiosidad contra la llamativa pareja a la boca de la cueva, sin saber muy bien que hacer o que decir.
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
El Annura estaba preparando su aguijón para picarla. Eyre sabía que, con el fin de evitar que su ponzoña saliese por la lengua, debía tomarlo de la cola y apretar desde la base para que el veneno no pudiese hacer su recorrido. Era fácil decirlo, pero no hacerlo. La criatura era demasiado veloz y pequeña como para que sus poco ágiles manos pudiesen llegar a agarrarla antes de ser picada. Se sentía estafada, ¡en ninguna parte de los libros decía que hacerlo fuera tan difícil!
El animalillo zumbó y se abalanzó sobre la bruja, quien dio un paso atrás y soltó un agudo chillido de espanto. No obstante, en ese mismo momento, el dulce sonido de un instrumento de viento les llamó la atención a ambos, anfibio y jovencita, quienes se voltearon a observar hacia donde provenía la música.
Un hombre corpulento y de apariencia sumamente extraña, al menos para Eyre, emergió de entre los arbustos. ¿Cuántas sorpresas más ocultaban los matorrales de ese bosque? La niña observó atónita cómo la relajante melodía calmaba los ánimos del anfibio. Había leído un poco respecto a los efectos benéficos de la música y cómo ésta calmaba a las bestias pero, a decir verdad, hasta ese momento subestimaba tales cosas. La música nunca había formado parte importante su vida; sus padres decían que era una simple distracción y en los libros no habían melodías que escuchar más allá de su propia voz susurrando las palabras escritas.
La última nota quedó vibrando en el aire y el Annura retornó a su nido en completa calma. Eyre sintió eso como un pequeño fracaso, pues no podría tomar la miel ni los huevos para calmar su hambre, pero al menos no había sido picada. Levantó tímidamente la mirada y se encontró con la amplia sonrisa del hombre, ese que de alguna manera había sido su salvador. No supo si sentirse calmada o asustada ante esa mueca. Entreabrió los labios dispuesta a decir algo, cuando dos descubrimientos cortaron su voz a medio salir: Por un lado, notó las peculiares orejas del hombre... y, por el otro, el sonido de las hojas a un costado la obligó a voltearse con cautela, descubriendo a un segundo sujeto con las mismas características raciales del primero.
Era una adolescente rodeada por dos hombres. Sola. En un bosque. Nadie oiría sus gritos si le hacían algo. ¡Peligro! Sus ojos color cielo se abrieron de par en par y retrocedió tan rápido que trastabilló con una piedra y cayó sentada al suelo. -¡Auch! -Chilló, pero ni siquiera el dolor hizo que quitase la vista de ambos individuos. Aunque el primero le había causado cierta confianza gracias a su música y al hecho de que, aparentemente, acababa de ayudarla, la presencia de ambos era demasiado apabullante para ella. Una joven que rara vez salía de su casa, ahora en medio del bosque con hambre, sed y en estado de vulnerabilidad, no podía tener otra reacción más que el miedo.
-¿¡Quiénes son ustedes!? -Inquirió en voz muy alta y aguda- ¡Están perdidos, este no es su bosque, e-elfos! -Gateó con ansiedad hasta poder tomar su largo bastón, que descansaba en la entrada de la cueva, y los apuntó desde el suelo con éste, como si ese triste palo fuese a servirle para defenderse- ¡No me toquen! -Les advirtió, señalando primero al músico y luego al recién llegado- ¡O... o los voy a lastimar!
Los miró fijamente y con el ceño fruncido en un intento por parecer intimidante. No tardó en desechar la sospecha de que fueran enviados por sus padres, dado que éstos jamás hubiesen caído tan bajo como para recurrir a la ayuda de un par de orejas picudas. La gran mayoría de los brujos desdeñaba a los elfos profundamente y la familia de Eyre no era la excepción. Ella no había tenido tiempo en su corta existencia como para ensañarse con una raza en particular, de hecho éstos eran los primeros elfos que veía en su vida. Sin embargo, si todo el mundo decía que eran malos, por algo debía ser... ¿no?
Eyre
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | ardo miro a la muchacha extrañado, no era específicamente la reacción que esperaba obtener. Un simple gracias hubiera bastado, o incluso que le ignorara una mejor opción re- |
La decisión había sido tomada, pronto en sus pisadas decidió regresar. Pero nuevamente fue detenido, al ser alertados sus agudos sentidos por el murmullo que emitía un matorral. El bardo recupero su sonrisa, cuando aquel sujeto se digno a aparecer. Solo bastaba con ver sus orejas puntiagudas, ¡eran iguales que las de Adanedhel! Lo que menos esperaba encontrarse en ese bosque, era un compañero de la misma raza. ¡Pero ahí lo tenía! Ojala no haya brujos por ahí dándole caza. Bardo se aproximó entusiasmado hasta él, atrapando y estrechando efusivamente con ambas manos su muñeca. Se apartó moviendo y señalando alegremente sus orejas, indicándole al hombre su mutua sangre élfica.
La voz atemorizada de la jovencita interrumpió el aparente momento de felicidad. Si, aparente. Ya la chica ha demostrado que la alegría del bardo no siempre una buena impresión suele causar. Adanedhel levantó una ceja extrañado, no comprende muy bien lo que la chica quiere expresar. Ignora el cierto desdén en sus palabras, ya hace mucho tiempo que le ha dejado de importar el odio racial. Retuvo las ganas de reírse, cuando con el bastón de madera la chica le apuntó. ¡La inocencia podía verse en su mirada! Esta jovencita solo era el joven retoño de una hermosa flor.
Se acercó lentamente hasta la jovencita, alzando sus manos en señal de paz. Aún así estaba preparado, debía estar atento por si a la chica se le ocurría con su increíble arma atacar. Buscó atrapar sus cristalinos ojos azules, intentando con una mirada sincera su miedo calmar. Se llevo un solo dedo a los labios, indicando que silencio debía guardar. Tomo un pequeño minuto, antes de con aquella "charla" proseguir. Tenía la idea perfecta, para empeorar sus miedos no conseguir. El bardo palmeó suavemente sus mejillas y luego profundamente respiró. Usando sus dedos, lentamente hasta diez contó. Nuevamente volvió a sonreirle, ya lo hacía por simple naturaleza. Acababa de imitar lo que la joven hizo, en aquel momento invadida por la tristeza.
Un momento... ¡Pero claro! Una buenísima idea se le acababa de ocurrir. ¿Como pudo olvidar lo que con tanta redundancia la chica se encargo de transmitir? Nuevamente alzo su dedo frente a ella, esta vez pidiéndole un poco de tiempo. Sabía perfectamente, donde encontrar arboles de fruta, de ellos cientos y cientos. Enigmático y con esa aura tan misteriosa, Bardo abandono sin decir nada la escena. Ya era decisión de la chica, si seguir al elfo era una buena o una mala idea. De todas formas, Adanedhel planeaba regresar a la cueva. Nada cambiaba, si la chica se dejaba guiar por la curiosidad y las estrellas. ¡No olvidemos al otro sujeto! Él también forma parte de esto. ¿Perseguirá a su compañero elfo o intentara a su modo solucionar este aprieto?
Última edición por Bardo el Dom 1 Oct - 21:38, editado 1 vez
Tenzin Fang Leiden
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
Eyre advirtió que ambos elfos no parecían conocerse entre ellos. Aún así, el encuentro fortuito de tres personas en un bosque tan grande era demasiada coincidencia como para no sospechar de sus intenciones. Mantuvo con estoicismo el bastón en alto, alternando la mirada entre los hombres hasta que el músico se le acercó y, con ademanes sumamente suaves, como si estuviera tratando con una fiera, parecía estar instándola a calmarse. La bruja enarcó una ceja y torció los labios en una mueca nerviosa, pero inconscientemente cedió poco a poco a la tranquilidad contagiada por el elfo.
La niña lo miró en expectante silencio. El hombre inhaló profundamente y... ¿contó hasta diez con los dedos? Eyre se preguntó a qué se debía aquello, mas copió el gesto y comenzó a contar para sus adentros.
-Uno, dos, tres, cua... Pero si esto es exactamente lo que hago para... Un momento ¿¡cómo lo sabe!?
Eyre podía ser atolondrada y un poco inútil, pero su mente era veloz y, guiada por la desconfianza, llegó rápidamente a la terrorífica conclusión de que había estado siendo observada con anterioridad. Eso o el elfo era su alma gemela y recurría a los mismos métodos para calmarse, cosa que le costaba creer.
Abrió la boca para echarle en cara que acababa de descubrir que era un maldito acosador, que lo llevaría a la Guardia aunque eso supusiera ser atrapada también y que se encargaría de que recibiera el castigo adecuado para los pervertidos que observan a las niñas a través del follaje, cuando el hombre se dio la vuelta para súbitamente desaparecer de la escena, dejándola sola con el otro desconocido, quien aún no había hecho nada por intentar demostrar su inocencia. ¿Qué significaba aquello? ¿Acababa de ver el odio en su mirada y decidió huir para salvarse el pellejo? ¡Pues hacía bien en temerle a una bruja como ella!
Viéndose obligada a quedarse con uno o seguir al otro, decidió marchar tras el músico de la sonrisa amable y los pasatiempos acosadores. Tomó de un manotazo su mochila y se puso de pie ayudándose con el bastón, echando a correr tras el hombre y dejando atrás al otro con rapidez.
-¡Oye! ¡No huyas! -Bramó con impaciencia. Aunque iba hacia la dirección en la cual el otro acababa de desaparecer, ya había perdido su rastro- ¡Tienes cosas que explicarme! ¿Por qué me ayudaste? ¿Y por qué no hablas? ¿¡Desde cuándo me vigilas!? -Se abrió paso entre las plantas a base de bastonazos y patadas. Eyre no era amiga de la naturaleza; todo lo contrario. Las raíces, las hojas, las ramas, todo era un obstáculo en su torpe andar, y ni hablar si se le acercaba algún bicho a dos metros de distancia, momento en que comenzaba a chillar presa del más tremendo terror.
Eyre
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | audo, alegre y sin fronteras, el bardo por los verdes y amplios bosques de las Islas Ilidenses corría. La emoción fluía por sus venas, no se percataba de la chica; a la cual había estado |
Se detuvo frente a un árbol grande, intentando en sus memorias encontrar la dirección que debía tomar. Pronto no tardaría en ser alertado, los gritos de la chica fueron traídos por los demás arboles en un suave pero veloz murmurar. ¡Debía buscar un escondite! ¡No podía ante la niña volver a aparecer! No quería aumentar su desconfianza, como ya lo había hecho antes, incluso más de una vez.
El árbol dictaba una decisión, el camino se dividía en dos rutas diferentes. ¿Cual habría escogido Adanedhel? La más inesperada, fuera del comprendimiento de nuestra mente. Saltó a esconderse entre unos altos matorrales, los cuales a una considerable distancia del árbol se podían encontrar. Ya habían funcionado antes, ¿por qué esta vez le irían a defraudar? Adanedhel esperó entre la espesura de las plantas, como un predador esperando el momento indicado. La chica no tardo en aparecer entre lo profundo del bosque, lastima que no le acompañe el hombre élfo aliado.
El musico esperaría un par de segundos, hasta que la chica al matorral atención no le prestara. Aprovecharía el momento de vacilación para cautelosamente salir, entre unas cuantas hojas y ramas. Un par de pasos atrás, debía asegurar que la chica ni cerca estuviera de atraparle. Nuevamente toco su instrumento, una melodía para a la joven de su ubicación alertarle. No perdería un segundo, inmediatamente por el camino de la derecha Adanedhel empezaría a correr. Harían una pequeña parada, antes de a su destino final alcanzar a ver. El elfo no miraba atrás, ni siquiera sabía si la chica aún le seguía. Acéptalo Adanedhel, no estará corriendo detrás de ti todo el santo día. De un salto, cruzó una vereda oculta con ramas y enredaderas. Llevaban a un lugar increíble, mágico y de suma belleza.
Bardo se sentía un elfo cruel, había obligado a la chica a correr un largo camino detrás de él. ¡Debía enmendar su error! Por eso a la chica había guiado hasta un bello lago con agua pura y cristalina para beber. El sol iluminaba la transparente textura de las aguas. Los árboles rodeaban el lago y otorgaban esplendor. ¡Que hermoso regalo de la naturaleza! No todo en el bosque debe ser peligroso y transmitir horror. A todas estas... ¿Donde estaba el bardo? No se le podía encontrar en ninguna esquina del lugar. El elfo quería divertirse un poco, una pequeña sorpresa le esperaba a la chica si a las aguas del lago se atrevía a acercar.
Última edición por Bardo el Dom 1 Oct - 21:37, editado 1 vez
Tenzin Fang Leiden
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
Lejos quedó la cueva donde había pasado la noche. Ahora, entre plantas espinosas y charcos con barro que se esforzaba por evitar, la joven intentaba encontrar el rastro del elfo sin mucho éxito.
La bruja siempre había sentido cierta envidia hacia aquellos congéneres que podían dominar los elementos a su antojo. De haber sido una tensai de tierra habría podido elevar un montículo desde las entrañas del suelo para poder ver por sobre el laberíntico paisaje y, así, encontrar al hombre o, mejor aún, descubrir la salida del bosque. De haber podido controlar el fuego, no habría tenido miedo y frío durante la noche oscura y, de haber podido controlar el agua, sus labios no estarían secos y quebrados sufriendo la deshidratación. Pero no podía, pues el destino o esos dioses que la odiaban habían querido que fuese una bruja ilusionista... que ni siquiera podía dominar su propia mente.
-No debería haberme ido de casa...
Rezongó por enésima vez, tironeando de ese vestido tan bonito que le habían regalado sus padres, y que ahora estaba enganchado en unas ramas. Continuó caminando cada vez con menos ánimos, mirando desdeñosamente la flora y fauna que la rodeaba. Al final, llegó hasta un gran árbol, quizás el más viejo de todo el bosque, y miró frustrada cada lado por el que se bifurcaba el camino. Ninguno parecía ser mejor que el otro, probablemente ambos terminarían llevándola a perderse más de lo que ya estaba. Bufó con enojo y alzó un pie, a punto de patear al pobre árbol para desahogar su ira, cuando el dulce sonido de la música del elfo llegó a sus oídos y le hizo pegar un respingo.
Eyre alzó el bastón poniéndose en guardia, mas el hombre parecía tener otros planes y echó a correr con esa molesta sonrisa que parecía caracterizarlo. La bruja gruñó y enarboló el largo palo para señalar al sujeto y gritar, cargada de ira:
-¿¡Qué clase de juego retorcido es este!? ¡No me gusta! ¡Ven aquí, viejo pervertido! ¡Te digo que vengas!
Pero él no hizo caso a sus amenazadoras palabras, y la joven se vio obligada a continuar la persecución. Corrió y corrió tras él, tan decidida a pisarle los talones para no volver a perderlo, que no reparó en cuánto se ensuciaban sus botas o cuánto se rasgaba su lindo vestido. Presenció cómo atravesaba unas enredaderas y se abalanzó tras él, casi saboreando la victoria...
...Pero no calculó la leve pendiente que la esperaba tras esas plantas y rodó, literalmente, hasta detenerse en la orilla de la laguna. La muchacha, con el cabello repleto de ramitas y varios raspones en los brazos y las piernas, se incorporó lentamente entre quejas y murmullos malsonantes. Su bastón había caído en el agua y se apresuró a atraerlo hacia ella. Fue entonces cuando sus ojos repararon, por fin, en la belleza que inundaba el paraje. Ese lago proveía de vida a todo cuanto lo rodeaba y el agua era tan traslúcida que se podía ver el fondo de piedras ambarinas y los pecesillos que pasaban nadando tranquilamente. Pero, para su desgracia, vio también el reflejo de su desmejorado rostro. En tan pocos días había adelgazado notablemente y su pálida piel se había bronceado, resaltando aún más las pecas que se esparcían sobre el puente de su nariz. “Mamá me mataría si me viera”, fue lo primero que pensó, pero pronto negó con la cabeza para espantar tales preocupaciones. Que su madre la viera no era lo peor que podía ocurrirle en ese momento.
Se sacó la mochila para dejarla a un costado, puso las manos en forma de cuenco y las hundió en el agua para lavarse el rostro. Se limpió los brazos, mojó levemente su cabello y, finalmente, sacó otro poco de agua que examinó cuidadosamente a la luz del sol para constatar que no tuviese parásitos ni estuviese sucia. Al final, con cierto recelo y asco, bebió lo suficiente para calmar su sed, temiendo en todo momento llegar a enfermarse por tomarla sin hervirla antes. Quiso guardar un poco, pero había sido muy tonta al no traer una cantimplora consigo. Suspiró y volvió a mirar su reflejo con notable desaliento. A esas alturas ya casi había olvidado la persecución del elfo pero, una vez hubo calmado su sed se incorporó y, con los brazos en jarra, miró alrededor.
-Si es que fue intencional traerme aquí... te doy las gracias. Ahora, ¿podrías salir de una vez? -Miró de reojo el bastón; estaba en el suelo, justo junto a sus pies- Prometo no pegarte... si te comportas, claro.
Eyre
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | ardo, Bardo, Bardo... ¿podía realmente el músico recordar su verdadera edad? Era la segunda vez que regresaba de la muerte, reencarnando y cayendo bruscamente desde a- |
Folla-pinos, viejo orejón, vago de segunda, bueno para nada, fósil, saco de huesos, estirado, bestia abraza-arboles, vagabundo borracho, escupe-magia, mierda de árbol. ¡Incontables los apodos! Pero, ciertamente, era la primera vez que escuchaba el tan original: viejo pervertido.
El elfo miraba a la jovencita desde la poca profundidad del lago. La claridad del agua no era suficiente para ocultar su voluminoso cuerpo, pero de igual forma de algo servía, siempre y cuando se mantuviera callado. En un principio, Adanedhel pensaba en darle un susto de muerte a la joven; apenas esta terminara de beber y limpiarse. Pero luego volvió a considerar la idea y prefirió abstenerse de a la chica demasiado acercarse. Agradeció que la jovencita se levantara, pues el aire de sus pulmones ya no daba para más. Ella no quería verle frente a frente, así que se asomó a la superficie ocultándose con la ayuda de un nenúfar.
Las palabras de la joven, el elfo muy atento escuchaba. Una dichosa sonrisa tiñó su rostro, finalmente la chica en el músico a confiar empezaba. Una leve risa, el bardo soltó antes de entre las aguas levantarse. No quería hacer sonidos demasiado bruscos, pues a la oportunidad perder no podía arriesgarse. Volvió a sonreírle, esta vez no de forma tan exagerada. No se percató, que torpemente el nenúfar su cabeza todavía coronaba. Lo retiró rápidamente, la nuca se rasco un tanto avergonzado. No perdió su alegre semblante, quizás hasta la risa de la joven había provocado.
Finalmente, el bardo decidió a la chica aproximarse. No le tomo mucho tiempo, la poca densidad del agua no le dificultaba demasiado el desplazarse. Se detuvo en cuanto sus pies llegaron a la orilla del lago, se encontraba ya a una distancia respetable. Sonrió al observar de nuevo ese destello en su mirada, aquel que le había atraído en una primera instancia; una luz especial que no podía describir, un brillo indescifrable. Adanedhel no le daría tiempo a la jovencita de iniciar una conversación, la sorpresa en su rostro indicaba que se había percatado de los moretones, las leves cortadas y el deplorable estado de sus vestiduras. ¡Era su culpa! De no haberla obligado a correr detrás de él, no sufriría ahora de tantas penurias.
El bardo unió su palmas e inclinó su torso levemente, era su forma de disculparse con la chica por no haber sido más consciente. No tardo en tomar nuevamente su instrumento, inhalando y recuperando todo el aire que sus pulmones habían entregado a las cristalinas aguas. Se puso en posición, tomando un minuto para concentrarse y entrar en un estado de completa calma. Escucho el suave murmullar del viento, el casi imperceptible canto del bosque y sus moradas. ¹Una suave nota indicaría, el inicio de una oda cargada con deseos y plegarias. Sus manos no tardaron en envolverse con una luz mágica y sanadora, la cual se extendería hasta su instrumento; brindándole al mismo propiedades únicas y milagrosas. Sería la música del instrumento, la encargada de otorgarle a la chica el regalo tan hermoso que encerraba cada nota de la canción. Pues al escuchar el deseo que ocultaba la maravillosa pieza, su cuerpo se llenaría con el poder de la magia de la restauración.
Sostuvo con firmeza la última nota, escuchando perderse su eco en la inmensidad del bosque. Bardo se detuvo, regocijándose en el inexistente rastro de aquellas raspaduras y moretones. Volvió a reír, esperaba que la chica ya no desconfiara de la bondad y buena voluntad que se hallaban en cada uno de sus actos. Si el elfo quisiera hacerle daño, ya lo hubiera hecho; desde hace un buen, buen rato.
- off-rol:
- Hago uso de la habilidad racial "Manos Sanadoras" por medio de la habilidad "Sinfonía Ancestral".
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
Esperaba que el hombre saliera desde atrás de algún matorral, como ya parecía ser su costumbre, o de cualquier escondrijo de todos los que tenía el bosque. Pero, para su sorpresa, pudo oír el murmullo de las aguas moviéndose a sus espaldas y dejó de mirar alrededor para llevar la vista una vez más hacia el lago. Allí, emergiendo entre las gotas cristalinas, apareció el elfo.
Eyre no supo si asustarse o reír. De hecho, hizo ambas cosas al mismo tiempo; pegó un respingo hacia atrás, tomando raudamente el bastón (¿en serio pensaba que no intentaría pegarle?) pero al mismo tiempo se le escapó una carcajada al ver el nenúfar que adornaba la cabeza ajena a modo de sombrero. No tardó en llevarse una mano a la boca para ocultar su sonrisa. ¡Debía mostrarse peligrosa y enojada, no risueña! Aún así, la mueca fue breve. Su expresión mutó al espanto cuando se percató de que acababa de beber el mismo agua donde el tipo acababa de remojarse. “¡Iugh, iugh, iugh!” Sacó la lengua e hizo una mueca de asco. ¡Con razón sabía rara!
Cuando el sujeto se aproximó más a la orilla, Eyre tuvo que contenerse para no retroceder ni enarbolar el bastón. Le tenía miedo, sí, pero poco a poco la curiosidad iba adquiriendo más fuerza que el temor. La constante sonrisa del hombre, su mirada amable y sus movimientos suaves le inspiraban tranquilidad, pero su mutismo y esa tendencia a observarla desde las sombras seguía incomodándola. La paciencia de la chica era escasa y abrió la boca dispuesta a volver a hablar sin rodeos, pero por primera vez notó una expresión de sorpresa en la cara del otro. Supo que la observaba a ella, y bajó la mirada para verse a sí misma.
-Ugh... Probablemente deba comprarme un nuevo vesti... -Comenzó a murmurar, pero calló cuando la música volvió a sonar. Pocos segundos bastaron para que Eyre se diera cuenta de lo que ocurría. ¡Un elfo la estaba curando! Aquella situación le resultaba demasiado surrealista. Según las historias que había oído toda su vida, los elfos odiaban a los brujos y los brujos odiaban a los elfos. ¿Por qué éste iba a curarla? Más lógico le hubiese resultado ser agredida por él. La joven se miró los brazos y presenció cómo la luz bañaba sus heridas con una dulce calidez hasta hacerlas desaparecer. Soltó una risa nerviosa al sentir el cosquilleo de su piel sanándose. ¡Lástima que no podía arreglar también la tela de su vestido! Pero eso era lo de menos; ahora estaba sana y fuerte otra vez, tal como cuando acababa de salir de su hogar.
Varios segundos de silencio pasaron desde que la última nota hubo sonado. La bruja le mantuvo la mirada al elfo, intentando descifrar las intenciones que se escondían tras esos ojos brillantes apenas enmarcados por finas arrugas causadas por su sonrisa. La había salvado de un Annura, llevado hasta ese lago y curado sus heridas. Sus métodos, sin duda, eran reprochables y torpes, pero sabía reconocer la bondad tras su actuar. ¿Sería desinteresado o tarde o temprano le pediría algo a cambio? Eyre respiró profundo, devolvió el bastón al suelo y se cruzó de brazos dispuesta a, una vez más, intentar entablar conversación con el extraño ser.
-Gracias... aunque que me lastimase fue en parte tu culpa. -Masculló con un deje de orgullo, mas pronto cambió de tema- Tú... eso que tienes, el instrumento... ¿es un objeto encantado? ¿O le pasas tu propia magia? ¿Cómo lo haces? -Poco a poco subía el tono de voz y hablaba más rápido. Como se dijo en un principio, a veces la curiosidad de Eyre sobrepasaba su recato- Suena... umh, suena muy bonito. ¿Tocas hace mucho? -Lo observó con expectación durante largos segundos. Sin embargo, se percató de que en todo ese tiempo el hombre no había dicho ni una palabra. Sus pómulos se tiñeron de carmín cuando una terrible suposición llegó a su mente- ¡Oh, lo siento, no me digas...! ¿¡Eres mudo!? -Preguntó, temiendo haber metido la pata hasta el fondo. ¡Tantas cosas feas le había dicho y quizás el pobre no podía defenderse!
Eyre
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | eñor Destino... ¿Por qué siempre tiende a tan impredecible ser? Adanedhel ha intentado entenderle durante cientos de años, pero llega a la conclusión de que es algo imposible al |
Una joven bruja y un anciano elfo... ¡vaya individuos más diferentes! Desde todo punto de vista, no tendría sentido que ellos pudieran entenderse. La primera es un lindo retoño, ¡recién ha dado inicio a su aventura! El segundo es un viejo roble, ¡su madera los años han vuelto sumamente dura! Aun así, desafiando todos los esquemas, Adanedhel y la chica ahí se encontraban. Si bien, no tuvieron el mejor de los comienzos, al menos daban lo mejor de si y lo intentaban. ¿Aprenderá la chica de toda la experiencia y sabiduría del elfo, como si de un alumno que ferviente escucha a las lecciones de su maestro? ¿O sera el bardo quien aprenda de la ingenuidad y sueños de la niña? Los alumnos también amplían de los maestros el conocimiento.
El músico volvió a rascarse la nuca con vergüenza. ¡Las palabras de la bruja eran completamente ciertas! ¡Sé más cuidadoso Adanedhel! Eres demasiado viejo para por las sinuosas sendas del bosque andar correteando. Volvió a prestar atención a la jovencita, cuando esta le preguntó por las mágicas propiedades de su instrumento. No estaba seguro de como responderle, no por la velocidad en la que aquella joven exponía sus dudas y curiosidades, el problema era que él tampoco estaba demasiado seguro de como funcionaba; siendo completamente honesto. La magia de la vida era algo innato, podía hacerlo sin siquiera imponer una de sus manos. No obstante, uno de sus antecesores le contó una vez: "¡El cuerno también te ayuda! ¡Debes agradecerle también!".
¿Quien hacía la magia entonces? La respuesta la dejaremos para después. La chica rápidamente ataco con otra pregunta, para la buena suerte de Adanedhel. Asintió sonriente, ¡tocaba desde tiempos inmemorables! ¡La música siempre había formado parte de su vida! ¡Incluso una extensión de su cuerpo podría considerarle! El bardo mostró un semblante preocupado, cuando el temor en la chica se vio reflejado. ¿Había vuelto a hacer algo malo? ¡Oh dioses, perdonenle por ser tan descuidado! Parpadeo un par de veces, cuando la niña se disculpo y le expuso su teoría. No pudo evitar reírse, negando su mutismo como si fuera una mera tontería.
Lo había escuchado anteriormente: "El centinela vagabundo no habla el lenguaje de los mortales". Fue tanta su convicción sobre ese rumor, que el mismo Bardo decidió volverlo cierto. Cada vez que se acercaba a alguien, prefería no emitir palabra. También lo hacía para protegerse a si mismo: si se mantenía callado, no crearía falsas esperanzas en los corazones de aquellos que, tarde o temprano, al marcharse provocaran un gran dolor en su alma. No obstante, tampoco tenía que ser descortés. Su verdadero nombre podía contarle, tal vez.
—Adanedhel. —anuncio aquella voz grave y enigmática. El elfo señalaba su pecho, indicándole a la chica que así podía referirse a él. Manteniendo aquel misterio no intencional, el músico señalo ahora a la jovencita. La acción no era complicada de entender: le había dicho su nombre, ahora le tocaba a ella. Bardo sentía curiosidad, no sabía casi nada de la muchacha. Su mente ni se imaginaba que, nada mas y nada menos, de una bruja se trataba.
Tenzin Fang Leiden
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
Recibió un breve y alegre asentimiento como única respuesta a tan solo una de las preguntas, y no precisamente la que más le interesaba saber. La niña arqueó una ceja y miró con expectación al elfo cuando éste rompió a reír. ¡Tenía voz! Y, además, una muy grave y bella. Eyre frunció el entrecejo, ¿por qué no hablaba, entonces? Barajó las posibilidades. Quizás no sabía comunicarse... o, sólo quizás, se rehusaba a dirigirle la palabra a una bruja como ella. ¿Sería de esa clase de orejas picudas? ¿La vería con los mismos prejuicios raciales que sus padres le habían querido inculcar a ella? Su expresión iba mostrando más y más enojo. ¡Quién demonios era él para juzgarla! ¡Le mostraría que se merecía todas las palabras que pudieran salir de su boca! ¡Lo haría hablar, costara lo que cos...
-Adanedhel. -Dijo el hombre, silenciando de una vez todos los pensamientos de la jovencita. Eyre entreabrió los labios y lo observó con fijeza, obnubilada por la repentina revelación. Entendió que se trataba del nombre del elfo y volvió a preguntarse si acaso tenía algún problema para desarrollar frases más extensas. ¿Y si sólo sabía hablar en élfico?... No, no podía ser, pues parecía entender lo que ella le decía. Sólo se le ocurría una opción: simplemente no se le daba la gana hablarle.
-Un... Un gusto, Adanedhel. -Susurró por cortesía, silabeando el nombre con secreto regocijo, pues lo encontraba muy bonito. Sin embargo, a juzgar por la expresión de su rostro, la joven y ceñuda bruja se mantenía malhumorada. Carraspeó, observando el dedo con que el sujeto la señalaba para que ella también se presentara- ¿Sabes? Es de mala educación señalar a las personas con el dedo. -Comentó, observándolo con el mentón bien en alto, pese a que la enorme diferencia de altura la hacía sentirse diminuta a su lado- También es de mala educación no responder a tooodas las preguntas que te hacen. ¡Y también lo es no dignarte a hablar como una persona civilizada! -Apretó los pequeños puños antes de cruzarse de brazos. Acababa de tomar una firme decisión. -No te diré mi nombre hasta que me digas algo más de ti. Después de todo, eres un completo desconocido. ¡Y has estado espiándome, no creas que me he olvidado de eso!
Se mantuvo firme en su lugar, manteniéndole la mirada con estoicismo. No obstante, un fiero sonido rompió el silencio que se había adueñado del lugar luego de sus fuertes palabras. A la niña le tembló la comisura de los labios, exaltada por el ruido, pero no apartó la mirada hasta que, segundos después, el rugido volvió a oírse.
Muy disimuladamente, Eyre bajó la vista y arrugó el puente de la nariz en un gesto de desdén. El gruñido provenía de su estómago... y acababa de dejar en evidencia el terrible hambre que sentía.
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | ácil no sería específicamente la palabra que usaría Adanedhel para describir el tratar con la jovencita de la cueva. De algún modo, todo lo que hacía el pobre elfo para intentar llevarse |
El comentario de la chica, aparte de inesperado, hizo que el elfo parpadeara un par de veces más. Miró su dedo un tanto confundido, no entendía bien a que se refería con "mala educación". Volvió su mirada a la jovencita mientras esta seguía afirmando cosas que el bardo no comprendía demasiado bien. Su semblante se entristeció cuando escucho a la joven afirmar que no le diría su nombre hasta que no soltara un poco más de información. El bardo pensaba que finalmente lo había conseguido, es una lastima que solo fuera una ilusión. ¿Por qué se lo ponía tan difícil? Él solo quería su guía ser. ¿Había algo más que podía explicarle...? No realmente, no hay nada sobre él que ella pueda llegar a entender.
La luz regresó al rostro del elfo, tan rápido como se marchó. Negó con la cabeza antes de encogerse de hombros, indicándole a la muchacha con ese gesto que no le diría nada y que no había en él preocupación. En el idioma del bardo quería decir: "No te preocupes, no tienes que decirme nada de ti si no quieres hacerlo". Pero conociendo los previos intentos del bardo de parecer amable y la ingenuidad de la chica, sobretodo después de afirmar que el músico era un acosador, terminaría entendiendo algo similar a: "Me importa un bledo lo que quieras, mocosa".
Gracias a los dioses, aquel repentino sonido intervino, evitando la preparación de una receta para el desastre. Un estruendo pequeño, lo había escuchado previamente en su amigo el sastre. ¿Como pudiste olvidar el motivo por el cual una persecución empezaste? La segunda intervención del gruñido afirma lo que la chica le había comunicado desde el principio, ¡esta muerta de hambre!
Bardo se disculpó, del mismo modo en que lo había hecho antes. Unió sus palmas y se inclino, justo antes de la faz de las aguas del lago retirarse. Se aproximó hasta los arboles, acariciando con su palma uno de ellos. Apartó las enredaderas que los habían traído al lago, regresando al camino dividido en dos direcciones por un madero. Esta vez no sería como antes, la jovencita no tenía que corretear detrás del elfo por todo el bosque y su inmensidad. Le ofreció su mano amiga para ayudarle a subir, su sonrisa estaba llena de dichosa amabilidad.
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
Eyre estuvo al borde de estallar en una infantil rabieta cuando, pese a su insistencia, el otro se rehusó a dedicarle siquiera la más mísera palabra. No pudo ya barajar más hipótesis respecto al mutismo del sujeto; terminó decantándose porque quizás tuviera algún problema léxico, pues no cabía en su mentecita la posibilidad de que alguien simplemente decidiese no hablar así porque sí.
-En...Entonces nunca sabrás cómo me llamo. -Bufó con inseguridad, sin ya saber cómo obligarlo a hablar.
Para aumentar su frustración, el elfo claramente pudo oír también el rugido proveniente de sus tripas. La niña apretó los párpados en un intento por superar la vergüenza, de la misma manera que hacía cuando tenía alguna visión desagradable y quería sacársela de la mente. Aún así, el rubor de sus mejillas tardó bastante en desaparecer. ¿Acaso las cosas podían dejar de ir de mal en peor?
Se apartó del trayecto del hombre cuando éste salió de la orilla y, apenas se hubo alejado, se apresuró a tomar la mochila, calzársela a la espalda y luego agarrar el bastón. Miró con anhelo las aguas del lago, lamentando una vez más no haber tenido una cantimplora, y se apresuró a seguir al de orejas puntiagudas. ¿Qué más podría hacer? No podía quedarse allí para siempre. Además, el otro elfo debía estar en cualquier sitio y, sinceramente, la jovencita prefería la compañía del músico mudo, quien de haber querido lastimarla ya lo habría hecho, a volver a estar varada y sola en medio de ese bosque inmenso.
No obstante, por orgullo y cautela se negó a tomarle la mano. No quería acercarse demasiado, pues siempre cabía la posibilidad de que aquel enorme sujeto estuviese esperando la oportunidad de tenerla cerca para... no, no quería pensar para qué. Avanzó con el mentón en alto hacia la pequeña pendiente por la cual había rodado antes y, altiva, dio un paso al frente sin sujetarse de nada. Craso error, pues la tierra estaba húmeda y no tardó ni dos segundos en patinar por el lodazal y caer de cara a éste, justo a los pies del elfo.
-¡Por Axhol y su descendencia! -Maldijo mientras se quitaba el barro del rostro con un brusco ademán del antebrazo. Sus vistosas pecas quedaron tapadas bajo medio centímetro de lodo marrón, y ni qué decir de sus botas y su vestido. Intentó levantarse con ayuda del bastón, pero éste terminaba más y más hundido en el suelo. Entre gruñidos e insultos tomó a regañadientes la enorme mano del elfo. Con la suya, pequeñita en comparación, se encargó de dejarle una buena cantidad de barro en la palma. Normalmente se habría disculpado, pero estaba tan enfrascada en murmurar todas las palabrotas que sabía, que no se percató de ello.
Una vez regresaron al camino bifurcado, la joven se apresuró en soltarle la mano. No había necesidad de mantener el contacto con un desconocido más de lo debido, sus padres le habían enseñado que eso podía resultar indecoroso. Bajó la mirada con tristeza para constatar el penoso estado de su ropa: rasgada y ahora horriblemente sucia.
-Dime... o señálame, como sea... -rezongó, desanimada- ...¿a dónde se supone que vamos ahora?
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | l abnegado y bondadoso porte de Adanedhel se transformó en una cálida sonrisa de resignación. La chica era bastante testaruda, ¡todo sería mucho más fácil si en confiar en el |
En el momento en que la chica rodó por la pendiente y cayo estrepitosamente en el suelo fangoso, el bardo volvió a ofrecerle su mano para ayudarle a levantarse. ¡Su sonrisa victoriosa estaba llena de dicha! ¡El tiempo y el destino fueron los encargados de nuevamente la razón al elfo brindarle! Encantado se hallaba Adanedhel con el adorable comportamiento ingenuo de la muchacha. La hermosa canción de sus campanas quería ayudarle a dormir, pero ella simplemente era incapaz de escucharla. Tan pura, tan llena de sueños y esperanzas. Bardo no deseaba que ella perdiera la fe en este mundo, ni mucho menos que se perdiera en una senda de malas palabras.
Tras ayudar a la jovencita a subir, Bardo le siguió sin muchas dificultades. Sacudió sus palmas para limpiarse, al elfo poco le importaba que la chica no tuviera ningún reparo en ensuciarle. Señalo en dirección al árbol que anteriormente había marcado su camino hasta la faz de las aguas del lago. Le indico con la mano que le siguiera, antes de emprender rumbo a su destino. Pensar en la expresión de la joven cuando llegaran, solo le hacía estar más entusiasmado.
El elfo estaba dispuesto a responder todas las preguntas que la chica hiciera, siempre y cuando estas no representaran mayor dificultad para responder que una simple afirmación o negación. Al resto de incógnitas, el bardo simplemente se encogía de hombros, se reía o simplemente le ignoraba sin soltar ninguna clase de información.
Se detuvo repentina y abruptamente, de forma tan inesperada que hasta podía asustar. El motivo era una especie de mini-árbol a mitad del camino, una maleza cualquiera que se debía arrancar... o eso parecía. Bardo efusivamente le tomo en brazos, aunque aquel montículo cabía perfectamente en la palma de su mano. El músico le hacía mimos como si se tratara de su ahijado, ¿pero que diablos estaba pasando? Aunque "abraza-arboles" es uno de los constantes apodos que se le suelen atribuir a los elfos... esto ya es un poco exagerado, ¿cierto? Adanedhel le mostró el arbolito a la jovencita, como si fuera una de las maravillas del universo. ¿En que estaba pensando? ¿Que clase de impresión le estaba dando a la niña el anciano elfo?
Adanedhel miraba a la muchacha con expectación, esperaba que ella se asombrara o mostrara por el arbolito su fascinación. ¿Por qué no lo hacía? Se preguntaba el elfo, parpadeando un par de veces al no encontrar en la joven la esperada reacción. ¡Pero claro! El músico efusivo le pidió a la jovencita paciencia y un poco de tiempo. Buscó apresurado algo en su bolsa, el elfo se hallaba perdido entre el centenar de objetos. Finalmente encontró lo que buscaba, ¿en donde diablos se había escondido? Le mostró a la chica un bello rosal, de gran belleza y porte muy fino.
Colocó ambos objetos frente a la chica, arbolito y rosal juntos se hallaban. ¿Que se suponía que debía pasar? No parecía acontecer nada. Adanedhel volvió a suplicar un minuto de paciencia. La chica no tenía que esperar si no quería, pero hacerlo sería un camino de mucha eficiencia. Ante los ojos del anciano y la niña, el arbolito empezó a adoptar las propiedades del rosal. De su "cuello" empezaron a brotar bellos pétalos rojos cual carmín, y de su "espalda" nacieron pequeñas espinas. El resto de su "cuerpo" se tiño de color verde y se volvió relativamente más delgado. ¿Que era esta metamorfosis repentina? ¿Por qué el arbolito tenía una especie de cuerpo? La respuesta se revelo en pocos segundos, ¡el pasado arbolito revelo tener un par ojos muy bellos! ¿Como no pude percatarme antes? ¡Era nada mas y nada menos que un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] adorable!
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
Durante todo el camino, la niña permaneció concentrada en la tarea de intentar quitarse el barro que comenzaba a secársele sobre la piel. No importaba qué le preguntara al elfo, no obtenía ninguna respuesta que satisficiera su curiosidad. Al final se resignó a guardar silencio, seguirlo de cerca, siempre detrás suyo, y ensimismarse en sus propios pensamientos.
Por mucho que ahora le sobrase el tiempo -ya que no tenía que estudiar la montaña de libros que sus padres le ponían sobre el escritorio cada día- se preguntó si acaso tenía algún sentido caminar en círculos por un bosque inmenso, hacia un destino que no conocía, acompañada por un completo extraño. ¿Adónde la estaba llevando? ¿Por qué caminaba con tanto entusiasmo? Ella más bien arrastraba los pies y refunfuñaba malas palabras hacia la costra de lodo que intentaba con ahínco, y sin mucho éxito, quitarse del brazo izquierdo.
Iba tan concentrada en la labor que no se percató de que el elfo acababa de frenar. Su trayectoria se vio interrumpida por una espalda ancha y calentita, pero muy, muy dura y dolorosa.
-¡Auch! ¡No deberías frenar así! -Chilló la muchacha, dando un paso atrás y llevándose las manos al rostro para masajearse la nariz. Pero el orejón tenía la atención puesta en otra cosa, al parecer, mucho más relevante que ella. Cargada de curiosidad, lo rodeó y se acuclilló a su lado para ver qué traía entre manos.
¡Una planta! ¡El elfo estaba acariciando una simple planta como quien mima a un Asski bebé! Eyre arqueó una ceja tanto como sus músculos faciales se lo permitieron y negó con la cabeza, comenzando a pensar que el pobre músico estaba loco. ¡Oh, cierto! En realidad pensaba eso desde un buen rato atrás.
-Es... ¿Estás bien? ¿Qué se supone que vea aquí? -Cuestionó con voz tremolosa cuando la planta le fue mostrada más de cerca. Como toda respuesta, el mudo rebuscó en su bolso durante largos segundos en que la bruja lo miró con impaciencia hasta que, por fin, sacó... un rosal. Eyre comenzaba a perder la paciencia, cada vez estaba más segura de que pasaba el tiempo con un completo demente-fetichista-de-las-plantas. Sus padres bien se lo habían dicho: “Nunca hables con extraños y MUCHO MENOS si son elfos, ¡no son de fiar!” ¡Ay, en algunas cosas sí que debería de haberles hecho caso!
Estuvo a punto de levantarse y salir corriendo, pues comenzaba a sentirse realmente incómoda bajo la persistente mirada del elfo, cuando, por fin, descubrió lo que estaba ocurriendo. ¡La planta tenía ojos! Y, por cierto, unos muy adorables. La cosa era que de planta no tenía nada.
-¡Ay, cómo no me di cuenta! ¡Un Dimmo! ¡Oh, es tan pequeñito! -Exclamó, pegándose con el puño en la palma abierta de la mano contraria, como quien hace un gran hallazgo, y luego inclinándose para verlo mejor. ¡Claro que no se iba a dar cuenta! Las cosas en los libros eran muy distintas a la vida real; eso era algo que comenzaba a descubrir poco a poco.
El bichito era tan adorable que tuvo ganas de tocarlo. No obstante, pronto retiró la mano sin haber llegado siquiera a rozarlo, pues, como todo animal, le parecía bonito pero también le causaba una mezcla de asco y miedo. ¿Y si estaba sucio? ¿Y si tenía baba? ¿Y si picaba? Se suponía que los Dimmos no eran venenosos, ¡pero todo podía pasar! Se mordió el labio y lo observó con la ilusión brillándole en la mirada, anhelante pero dubitativa.
-Es el primero de estos que veo. -Masculló, acercando más el rostro para apreciar todos sus detalles- ¡Es mucho más bonito que en los dibujos!
Alzó la vista para observar, entonces, el embelesado rostro del elfo. Y volvió a preguntar, como si no supiera ya que no obtendría ninguna respuesta, por lo menos, de forma verbal.
-¿No te da miedo que te... haga algo? -Inquirió- ¿Y si te muerde? ¿Y... y si te hace pis en las manos? -Preguntó con un hilito de voz- ¿Los elfos se pueden comunicar mentalmente con los animales? Un... un chico de mi clase dijo que hasta podían hablar con las plantas. ¿Es eso cierto? Los libros no dicen nada al respecto. -Volvió a observar al animal y sonrió. En ese instante, ya no recordaba ni su largo trajín, ni cuánto extrañaba su cama, ni el barro que le cubría el vestido.
Eyre
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[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | o tardo en teñirse el rostro del bardo con una bella sonrisa, en el momento en que la chica de tocar a la criatura hizo el intentó. Lamentablemente, ella apartó su mano en un ultimo se- |
Las carcajadas no se detuvieron desde que aquella muchacha volvió a dirigir su mirada hasta el alegre rostro del anciano elfo. ¡No podía evitarlo! ¡Sus preguntas pasaban de lo absurdo a no tener ni la mas mínima idea de lo que estaba diciendo! Negó la primera incógnita sin ningún atisbo de duda. ¡Era un Dimmo! ¿Que mal tan grande podía causar? Alzó una ceja dudoso ante la segunda. Puso uno de sus dedos ante la criatura, la cual no tardó en atraparle con sus diminutos encías. Bardo se encogió de hombros. ¡Sus dientes eran pequeños! ¡Su mordida no dolía! Las siguientes no hicieron más que hacerle reír sin parar. Ciertamente, ella no tenía limites para su ingenuidad.
¿Comunicarse mentalmente con los animales? ¡Ciertamente, era una muy interesante cualidad! Pero, lamentablemente; en toda su longeva existencia, Bardo no tenía ni conocía a ningún elfo con semejante habilidad. Lo de hablar con plantas ya era diferente, pues; aunque tal no era su caso, ciertos elfos entablaban una profunda relación con la naturaleza. ¡Es normal que no se plasme en los libros de Beltrexus! ¡Los brujos tratan a los bosques con demasiada rudeza! De igual forma, Bardo no respondió la última pregunta de la muchacha. ¡Estaba sumido en una sonora carcajada!
Tras recobrar la compostura, Bardo siguió insistiendo en que la muchacha se atreviera a tomar en brazos a la pequeña criatura. Esta última le miraba con aquellos inmensos ojos que inspiraban tanta belleza y ternura. Si ella decidía romper o no todos esos esquemas e inseguridades, no cambiaría mucho el resultado final. Los agudos sentidos élficos de Adanedhel se tensaron, cuando pudo percibir aquella inquietante marcha emitida por un centenar.
Los Bosques Ilidenses eran ciertamente una maravilla. Toda la flora y la fauna vivía en tierras bañadas por el poder de la magia, estaban en constante contacto, toda noche y todo día. ¡El bosque y los que en él habitan eran usualmente alterados por el ambiente mágico! ¡Todo aquel que en él entrara estaba condenado a encontrarse con todo tipo de encantos! ¿Que maravilla escondía el bosque para esta ocasión? ¡Una estampida de bueyes de Aender! ¡Un torpe tensai novato les había molestado y ellos respondieron con una vengativa reacción!
Bardo empezó a sudar frío, cuando entendió que aquel sonido lo producía un robusto animal cuyos cascos golpeaban el suelo con braveza. Su rostro preocupado miró en dirección al origen del sonido, para luego volver a mirar a la chica. No lo pensó dos veces, el elfo se levantó de golpe y salió pitando de ahí con toda su destreza. No lo había pensado, quizás la chica no podía igual que él percibir el peligro inminente. Volvió con prisa sobre sus pasos, sus labios se abrieron nuevamente. —¡Corre! —anunció señalando a los bueyes que ya se apreciaban en el horizonte.
Tenzin Fang Leiden
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Poco duró el buen ánimo que endulzaba las facciones de la jovencita al descubrir cómo, una vez más, el alto elfo se negaba a responder sus preguntas con palabras. ¡Le ponía nerviosa que se riera en su cara, sin saber ella por qué! Sin embargo, dichas “faltas de respeto” ya no la enfadaban tanto como al principio. Lentamente, pensó, comenzaba a comprender al hombre pese a la falta de comunicación verbal, cosa que le parecía muy interesante, dado que nunca había intentado conversar por medio de muecas o ademanes con nadie más. Claro que seguiría frunciendo el ceño cuando sus preguntas fueran ignoradas e intentaría a toda costa sacarle más palabras, pues Eyre era, probablemente, la brujita más terca de toda Beltrexus.
Habiendo comprobado que la criaturita no mordía, ni picaba, ni arañaba, ni hacía sus necesidades en las manos del músico, la joven acercó un dedo hacia la cabecita del ser. Los grandes ojos del Dimmo se clavaron en los de ella y no pudo evitar, presa de una gran ternura, poner la sonrisa más tonta de su vida. Estaba apunto de hacer algo sin precedente alguno: sólo le faltaba medio centímetro para llegar a acariciar al animalillo... Cuando el elfo, para gran sorpresa de Eyre, echó a correr completamente despavorido.
-¡Oye! ¿¡A dónde vas!? ¡No huyas con el Dimmo! -Se quejó, mirando hacia el camino repleto de maleza por el cual el hombre había desaparecido. Ella, que no tenía los sentidos tan desarrollados y tampoco sabía reconocer las señales de peligro que el bosque le mostraba, no tenía idea de lo que estaba por ocurrir. ¡Hubiese sido un buen momento para tener una premonición que la salvara de ser aplastada por la estampida! Pero no, lamentablemente éstas eran inoportunas y azarosas, no aparecían cuando le convenía. Fue el elfo quien regresó para socorrerla, haciendo uso, una vez más, de su hermosa voz para sacarla de su embobamiento.
-¡Has hablado! ¡Sabía que podías! -Le increpó. Pero, quizás, había asuntos más importantes de los que preocuparse- Un momento... ¿correr? -Para cuando pronunció la palabra, ya hasta ella podía oír el estruendo de la estampida. Incluso varios animalillos pequeños, como liebres u otros Dimmos, pasaron corriendo en ese momento junto a sus pies para huir de ser arrollados.
La joven se volteó con sobresalto para mirar en dirección al estrépito. Al saber que estaba en inminente peligro, su cuerpo reaccionó de la peor manera: se le agarrotaron los músculos y se quedó paralizada. Era demasiada acción para alguien que había pasado la mayor parte de su vida encerrada leyendo libros. Boqueó como para gritar, pero tal era el espanto que no le salió ni un sonido. Y allí estaban, ya los podía ver: atravesando las plantas, partiendo ramas y empujando troncos a su paso, los bueyes de Aender iban directamente hacia ella.
-Muévete, muévete, ¡¡tienes que moverte!! -Pensó con histeria. El animal que encabezaba la marcha clavó sus ojos en ella, bufó y aceleró el paso. ¡Pensaba pasarle por encima!- ¡Haz algo, Eyre, HAZ ALGO! -Gritó para sus adentros y, dominados por un acto reflejo, sus delgados brazos se alzaron con las palmas abiertas apuntando a los bueyes.
Cerrando fuertemente los ojos, hizo lo que el instinto le dictó: ¹invocó, con el poder de su mente, la ilusión de un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] justo frente a ella, parado sobre sus imponentes patas traseras, con las alas y las babeantes fauces abiertas, amenazando a los tres primeros bueyes de la larga fila. No podía meterse en la mente de toda la manada y, de hecho, tampoco Adanedhel podría ver a la horrible criatura; le bastaba con que sólo los primeros cuadrúpedos la viesen pues, de esta manera, inmediatamente clavaron las pezuñas en la tierra y redireccionaron la estampida hacia los lados de la niña, sorteándola como el agua pasa alrededor de una enorme piedra en medio de un río para seguir su curso natural.
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1. Uso de Especialización: Escuela de Ilusionismo.
Eyre
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | ntes de que la muchacha le brindara una respuesta certera, el bardo ya había iniciado de nuevo su carrera. El músico realmente confiaba en que ella iba accionar de inmediato, pero, |
La estampida había avanzado demasiado y Adanedhel estaba demasiado lejos, ¡a salvarle jamas iba a llegar a tiempo! Tapó con su mano los ojos del Dimmo y se limitó a cerrar los propios, no quería presenciar ese horrible momento. Se repetía a si mismo intentando calmarse: "Todo estará bien, todo estará bien". Bardo no tenía que sentirse mal o culpable si no lograba cumplir como guardián su deber... pero era inevitable. ¿Cuantas veces había estado en la misma posición? Sintiéndose impotente al ser incapaz de evitar salvar una inocente alma de la perdición. Él lo sabía, tarde o temprano iba a acontecer. No debió de acercarse a la chica, solo dolor le iba a traer.
El fuerte sonido de la estampida se perdió en la distancia, marcando el final de su tormento. Respiró profundo y abrió los ojos, se armó de valor para ver la inevitable causa de su sufrimiento... ¿o quizás no? La sorpresa en el rostro del Bardo no tardó en aparecer, ¡la chica estaba ahí parada, ilesa, vivita y coleando! ¡Era completamente inexplicable! Ella solo estaba ahí con los brazos levantados. Los bueyes de Aender, cegados en su imponente marcha, dejaban un camino de fuertes pisadas que marcaban su trayecto. ¡Ellos se desviaban justo frente a la chica! ¿Como era posible esto? Ciertamente, el elfo lo había percibido desde su primer encuentro: Esta chica era toda una inmensa caja de complejos misterios.
Fue el pequeño Dimmo quien despertó al elfo de su estado de sorpresa. La criatura saltó de los brazos del bardo, corriendo hacía la chica con suma presteza. La sonrisa de Adanedhel, mientras su imaginación divagaba en la posible respuesta, no hacía más que crecer y crecer. ¡Esa chica era increíble! ¡Todo tipo de poderes debía esconder! El Dimmo llegó a los pies de la chica, daba saltitos para llamar su atención. Mientras, el elfo bajaba del árbol con prisa, ¡la joven promesa merecía una felicitación! Un efusivo Bardo salió a su encuentro, no podía controlar su emoción. Le rodeo con sus brazos en un gesto de afecto, ¡no le importaba si ella estaba de acuerdo o no!
Aún dominado por su alegría y efusividad, el músico sabía medir en el abrazo su fuerza. Que los bueyes de Aender no aplastaran a la muchacha no significaba que el elfo debía hacer por ellos esa tarea. La diferencia de alturas resultaba molesta para el bardo, ¡se debía inmediatamente solucionar! Levantó a la chica del suelo unos segundos, ¡no importaba si ofensivo le terminaba por resultar! Se separó de ella inmediatamente tras volver a colocarla con alegría en el suelo. Su sonrisa era inmensa y resplandeciente, con el tamaño de sus orejas hacía duelo. Estrechó efusivo y con ambas manos su muñeca. ¿Estará colmando Adanedhel de la joven su paciencia?
Tenzin Fang Leiden
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Ni siquiera Eyre, cuando abrió los ojos y vio que los bueyes la estaban esquivando, pudo creer que su estrategia había funcionado. Abrió la boca con sorpresa y bajó lentamente los brazos cuando el último de los animales hubo pasado por su lado. ¡No podía dar crédito a lo que veía! ¡Se había salvado ella solita! Le temblaban las rodillas y le faltaba el aliento, pero estaba sana y salva por su propio mérito. Deseó, por primera vez desde que salió de su casa, que sus padres la estuvieran observando. ¡Así hubieran aceptado que podía cuidarse sola!
Una presencia a sus pies la obligó a salir del estado de pasmo que le tensaba todos los músculos del cuerpo. Bajó la mirada y se encontró con el pequeño Dimmo, quien parecía festejar el hecho de que ella siguiera viva. ¿Cómo podía ser posible que un animalito se alegrara de eso? ¡Los libros no decían nada sobre la empatía de esos seres en ninguna parte! Eyre esbozó una mueca contradictoria: sonreía con ternura, pero tenía los ojos brillantes por el temor que aún le hacía palpitar rápidamente el corazón. Temblorosa, se agachó para, por fin, alzar a la criatura y estrecharla fuertemente contra su pecho.
-¡Oh, pequeñito, qué suerte que tú también estás bien! -Masculló con un nudo en la garganta; el ser se limitó a proferir un sonido agudo que se asemejaba bastante a una adorable risita- Creo... creo que tu familia se ha ido por allá. -Mientras regresaba a la criatura al suelo, señaló hacia la dirección en que había visto huir a los otros Dimmos justo antes de la estampida. Y, como si la hubiese entendido a la perfección, el bichito exhaló un alegre “kuiiick” como toda despedida y echó a correr hacia aquel lado.
Para cuando la brujita alzó la mirada, el elfo ya había llegado donde ella y ya estaba estrechándola en un abrazo que le arrancó un alarido de sorpresa. No estaba acostumbrada a muestras de afecto tan efusivas, menos de un extraño, y mucho menos de un extraño con el torso desnudo que había demostrado ser muy pero muy raro. Los mofletes de la niña enrojecieron de inmediato; le avergonzaba en demasía tener la cara pegada a los pectorales del sujeto. Pero, cuando abrió la boca para pedirle que la soltara, notó que el nudo en su garganta había crecido. Cerró con fuerza los ojos y se dio cuenta de que aún le temblaban las piernas. ¡Seguía aterrorizada por lo sucedido! Acogida por los brazos del hombre, se dio el lujo de dejar salir, por fin, las lágrimas que le enturbiaban la mirada.
Al ser dejada nuevamente en el suelo, alzó con presteza las manos para secarse el rostro. La verdad era que ese abrazo había sido un gran desahogo y, ahora, se sentía un poco mejor. Pero ni de broma lo admitiría en voz alta.
-Has escapado y me has dejado sola, ¡cobarde! -Le increpó aunque, en realidad, sólo lo hacía para disimular el hecho de que seguía completamente ruborizada a causa del contacto físico- ¿Qué hubieses hecho si me aplastaban? Tsk... Menos mal que... que puedo cuidarme sola. -Susurró con la voz quebrada. ¡Estúpido nudo en la garganta!
Con la mirada gacha, observó las manos del hombre que le apresaban la muñeca. No sabía cómo pedirle que la soltara. Y, en todo caso, tampoco sabía qué hacer luego que lo hiciera. Hacía ya un buen rato que estaban yendo de un lado a otro del bosque y Eyre, aunque poco a poco comenzaba a desconfiar menos de él, seguía preguntándose qué tan prudente era continuar en su compañía. No quedaban muchas horas de día y ciertamente dudaba que fuese una buena idea pasar la noche con un desconocido... o al menos eso era lo que sus padres habrían dicho en ese momento. Suspiró y, aún conmocionada, se preguntó: -¿Qué debo hacer...?
Y, como respuesta a sus pensamientos, de pronto su mirada se nubló. El bardo podría ver que la niña bajaba levemente la cabeza y se quedaba estática, sumida en una especie de trance del cual no podría ser sacada hasta que éste terminase. Para Eyre, de un segundo a otro ya no era el elfo lo que tenía frente a sus ojos, sino un extenso prado en cuyo horizonte se intuía la silueta de una gran ciudad. Nunca había estado allí pero, de alguna manera, sabía con certeza que se trataba de un paisaje del continente. Un par de días atrás había visto los bosques que lindaban dicho prado; las visiones estaban conectadas. Y, por primera vez en su vida, ninguna de las dos presentaba hechos horripilantes. Sólo podía interpretarlas como la señal de que debía dirigirse a esos territorios. Allí, tal vez, la aguardaba la respuesta a todas sus interrogantes, la razón por la cual había escapado de su hogar.
Súbitamente la visión acabó. Inhaló una gran bocanada de aire, dado que había estado reteniendo la respiración, y pestañeó reiteradas veces antes de alzar la mirada hacia el rostro del músico. Su gesto había cambiado, estaba seria y fruncía el ceño. Ya sabía por qué el destino la había puesto en compañía de aquel peculiar elfo. Tomó una mano ajena con la propia y, mirándolo a los ojos, le pidió:
-Si conoces la salida de este bosque, Adanedhel, te pido que me la muestres. Debo ir hacia el puerto ahora mismo.
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[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | na nueva estrella brillaba con emoción en el inmenso firmamento del universo. Su bella luz, tan tenue y frágil, resplandecía en los ojos de la muchacha que acompañaba al anciano y |
El elfo no podía ocultar su felicidad, aun cuando la chica le reprochaba y culpaba por carecer ella de un instinto de supervivencia desarrollado. Su sabiduría no podía explicar cómo la joven se había salvado. Ciertamente, el talento oculto de aquella niña tenía al elfo maravillado. Cesó, finalmente, de estrechar con regocijo la pobre muñeca de la joven prodigio. Si continuaba con tal acción, sus huesos se desprenderían ante tanta efusividad y descuido.
Era momento de continuar, ya solo faltaba un corto trayecto para llegar a su tan esperado destino. Bardo también se empezaba a impacientar, había pasado toda la noche en vela y nada de nada había comido. Todo se entrelazaba a la perfección, ¡aliviar los gruñidos de su estómago era el mejor premio que Adanedhel podía darle! Ya la joven había hecho una gran hazaña y pronto iba a oscurecer, era tiempo de regresar a su hogar y calmar la angustia de sus preocupados padres.
Dispuesto a retomar su andar, el músico señaló el camino que el bosque guardaba a sus espaldas. Más la muchacha se abstuvo de responder, su rostro de pronto decayó y los castaños mechones de cabello cubrieron su mirada. Adanedhel les intentó apartar, pero, al estar su mano a escasos metros de hacer contacto con ella, una extraña sensación le obligó a detenerse. Frío el elfo comenzó a sudar, una extraña aura cubría a la joven completamente. Sin ninguna explicación, todo al bardo comenzaba a resultarle familiar, ¿no había sentido algo similar cuando la halló durmiendo en aquella cueva? No existía la casualidad, todo encuentro tenía un motivo de existencia. El destino le susurraba otra vez: debes cumplir un papel en la historia de esta muchacha. ¿Pero estaba dispuesto Adanedhel a cumplir dicho papel? No quería lanzar a la chica a un mundo que le esperaba con feroces garras.
Raudo en su ayuda acudió el elfo, cuando la muchacha amenazó con perder el equilibrio. Mientras ella calmaba su respiración, Bardo se inquietaba al ver como su mirada adoptaba determinación y un poderoso brío. No quería aceptarlo, no cuando recordaba como el caos y la muerte asolaba cada esquina del continente. Los labios de ella se abrieron para confirmar lo que tanto temía, palabras valientes y, para el elfo, impertinentes. No sabía qué hacer, Cala de la Luna fue el lugar que idealizo cuando ella comentó su necesidad de ir al puerto. Estaba a poca distancia, pasando el sitio al que quería llevarla, aquel manzanar con tanta fruta como un huerto.
Pero... él no quería llevarla hasta allá, Bardo no podía ponerla en semejante riesgo. Su mirada se llenó de decisión, le señalo a la joven el camino que debían seguir, aquel que "les llevaría" al puerto. Primero pasarían por el manzanar, debía cubrir su engaño con un pequeño señuelo. Tampoco podía decirse que el músico le estuviera mintiendo. Él cumpliría su petición, le guiaría a la salida del bosque, aquella que le regresaría a la seguridad de Beltrexus.
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Lejos estaba la niña de sospechar que aquel hombre se rehusaría a ayudarla. No podría adivinar por qué razón un completo extraño se preocuparía tanto por su bienestar como para impedir su viaje al continente. ¿Por qué le importaría su destino? A ella, ciertamente, no le interesaba en demasía lo que sucediera luego en la vida del músico. Y no era que le cayese mal, de hecho poco a poco comenzaba a sentir confianza a su lado, pero simplemente no era asunto suyo, y así suponía que pensaba también el bardo.
Asintió entonces con alegría cuando le fue señalado el camino y utilizó el largo bastón para abrirse paso entre las plantas, caminando frente a su acompañante tan rápido como sus cortas piernas le permitían. Esta vez se abstuvo de hablar, concentrándose en evadir hasta al más pequeño insecto que se cruzase en su camino y en andar sin meterse demasiado en el barro. Eyre no era una persona acostumbrada a transitar lugares así y esto quedaba en evidencia con solo echarle un vistazo: su calzado era incómodo e inapropiado para la ocasión, el vestido se había convertido en un sucio jirón de tela en tan solo dos días de trajinar y el cabello se le enredaba con demasiada facilidad en las ramitas más bajas de los árboles. Pero, aún así, parecía ya haberse acostumbrado a tantas molestias; eso o su determinación era lo suficientemente fuerte como para ignorar la incomodidad.
Tras seguir las indicaciones del elfo, no transcurrió mucho tiempo hasta que la vegetación volvió a cambiar. La maleza quedó atrás, dejando ver la predominancia de los frondosos árboles frutales que acaparaban el terreno. No era la salida del bosque, pero sin duda resultaba una excelente parada antes de proseguir. Aunque abundaban las manzanas, pudo ver otros frutos en menores proporciones: cítricos, duraznos, mangos, e incluso vides de uvas doradas. Al pasar frente a estas últimas, Eyre se detuvo y le explicó al elfo, olvidando que probablemente estaba hablando con una de las criaturas que más conocimientos tenían respecto a la naturaleza:
-No vayas a comerte estas uvas, ¡hacen mal! -Sonrió con vanidad; la pequeña bruja adoraba demostrar cuánto sabía cada vez que tenía la oportunidad- Según mi libro “Flora y Fauna de las Islas Illidenses”, pueden hacer que se te caiga el pelo, que te salga sarpullido... ¡o que se te tiña la piel! Aunque, bueno... No sé si en los elfos también aplica, pero ten cuidado igualmente. -Masculló, distrayéndose súbitamente al encontrar un manzano lo suficientemente bajo como para poder arrancar sus frutas- ¡Ay, si hubiera sabido antes de este lugar! -Se descolgó la mochila para llenar su interior con todas las manzanas que cupiesen. Cuando ya no entraba ni un alfiler, se la calzó de nuevo y procedió a arrancar un durazno y llevárselo a la boca, no sin antes, claro, limpiarlo lo mejor que pudo con su ya mugriento vestido- ¡Por Odíiin! ¡Qué rico!
Pocas veces Eyre sonreía con tanta sinceridad como en ese momento. Si el bardo supiera que en su hogar la niña tenía siempre una mueca de seriedad y hastío en su rostro, quizás hubiese decidido que, cuanto más lejos de allí la guiara, mejor. Era una niña que estaba descubriendo el valor de las cosas: el valor de la comida, de una cama cómoda y de una buena compañía. Placeres que jamás hubiera aprendido de haberse quedado encerrada leyendo sus libros.
Pocos minutos pasaron para cuando hubo engullido ya la tercer fruta. Pronto tuvo la panza llena, momento en que se dispuso a limpiarse los dedos tiernamente con algunas hojas recién arrancadas. Con el hambre mitigada, tuvo tiempo de sospechar un ligero detalle. Quizás llegar allí no había sido pura casualidad. Quizás, pensó, el misterioso músico “mudo” sabía que se toparían con ese paraíso, así como antes se habían topado con el lago. Expectante, la jovencita buscó la mirada ajena y, con las cejas bien en alto y los ojos muy brillantes, se aventuró a preguntar:
-¿Puede ser que me has traído hasta aquí a propósito? ¿Cómo sabías que estaba hambrienta?
Esperó la respuesta con suma impaciencia; todavía no aprendía que era en vano cuestionarle cosas al hombretón. Si ésta era afirmativa, comenzaría a pensar que aquel tipo era alguna especie de héroe-mudo que podía conocer las necesidades de la gente con sólo leer sus pensamientos. ¿Acaso los elfos podían hacer eso?
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | ientras la muchacha guiaba el camino como si lo supiera de memoria, Bardo no podía evitar preocuparse ante la poco oportuna determinación que ahora rodeaba a la joven... En otras |
Su voz le saco de sus pensamientos, trayendo al elfo de regreso y mostrándole que, mucho antes de lo que él hubiera deseado y esperado, ya se encontraban en el manzanar. Aquel lugar marcaba un punto de división, igual que aquel enorme árbol que anteriormente se había cruzados en sus caminos: un sendero llevaba al puerto y el otro llevaba de regreso a Beltrexus. ¿Pero cómo iba a convencerla de regresar a casa? ¿Cómo iba a extinguir ese fuego que ahora brillaba en sus ojos?
La sonrisa del elfo nuevamente apareció, no como una forzada y fingida demostración de alegría, pues aquella chica, de forma no intencional, le había dado la respuesta que acabaría con todo el pesar que recién molestaba su día. Bardo podía ver la fascinación en los ojos de la muchacha, él también compartía esa sensación después de no haber comido nada desde la noche anterior. Pero, de cierto modo, estar alegre llevaba a la chica a perder la falta de confianza que había demostrado anteriormente... y a recordarle al elfo la existencia de un fruto, muy común en aquellos bosques, cuyo consumo excesivo podía ponerte a dormir como un mágico Zorro Ilidense.
¡Pero claro! ¡La Uva Dorada era la respuesta! Si lograba encontrar un modo de engañarla para ingerirlo en una cantidad extrema, podía llevarla a Beltrexus y alejarla por completo del caos que había causado la pandemia. ¡Era una idea excelente! ¡Ella simplemente despertaría un par de días después y pensaría que toda su aventura junto al elfo fue un mero sueño! Solo había un ligero problema... ¿cómo convencería a la chica de que aquel fruto no causaba todos los síntomas que los libros advertían? Mientras una puerta se abría, otras diez se cerraban para el músico. Suspiró resignado, igual no le gustaba la idea de jugar con la ingenuidad de la joven de ese modo.
Mientras el bardo observaba a la chica, su mente seguía buscando una solución... o mejor dicho, una alternativa. Adanedhel sabía muy bien cuál era la forma más sencilla de regresar a la muchacha a su hogar, tan sencilla que no tendría que aplicar mucho esfuerzo para conseguirlo. Contarle sobre la pandemia no era dicha solución, pues él no deseaba que ella conociera la maldad que acechaba fuera de la seguridad de esta isla. Bardo prefería abstenerse de considerar la opción más sencilla como su solución... él realmente... no quería herirla.
Solo bastaba con verla llenar su mochila de todas las frutas que estuvieran a su alcance. Ella era tan pura, tan inocente, un joven retoño adentrándose en un mundo que la transformaría, la volvería más fuerte, la haría crecer... ¿por qué entonces Adanedhel se rehusaba a dejarla volar? ¿Por qué estaba empeñado en aplacar su fulgor? ¿Realmente había perdido esa fe ciega que sus antepasados tenían por este mundo? No, él sabía la respuesta. Ella le recordaba tanto a...
Volvió en si una vez más gracias a la joven, quien nuevamente mostraba ese brillo tan especial en cada esquina de sus ojos. Su pregunta no era nada que de ella Bardo no fuera a esperar, pero en esta ocasión causo gran impacto y le tomó por sorpresa. Él ya había escuchado a su estómago rogar previamente, y por eso decidió emprender rumbo a este lugar. Pero él ya no tenía intenciones de su hambre calmar, él solo le guiaba a un camino que saciaría las intenciones egoístas del elfo. No pudo formular una respuesta, su voluntad se había quebrado al intentar continuar con esta farsa. Sus ojos huyeron y cayeron con pena al suelo, su mente le atormentaba con una pregunta clara: ¿Haría lo que fuera por salvar su alma?
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
Por muy bruja que fuera, Eyre era incapaz de conocer los pensamienos que surcaban la mente de su acompañante; su fuerte no era precisamente leer mentes. Cuando lo vio bajar la mirada con evidente pesar, la niña cerró la boca y se quedó en silencio. Aquel manzanar era un paraíso: los rayos del sol atravesaban las copas de los árboles y lo teñían todo de un precioso color dorado, los pájaros cantaban y, envueltos por ese mutismo, podrían oír hasta el sonido de los insectos que habitaban la maleza. Todo era tan bello y, sin embargo, los ojos del elfo brillaban de manera extraña. ¿Qué le causaba tanto pesar?
La joven dio un paso adelante, hasta quedar lo suficientemente cerca del hombre como para poder observarlo desde abajo, buscando con insistencia su mirada. Estar tan cerca le causaba cierta ansiedad, temía aún que el sujeto fuese a reaccionar de manera inesperada. No obstante, primaba por sobre la desconfianza su empatía y preocupación por el otro, además de la curiosidad que le causaba no ver más la constante sonrisa que solía adornar el rostro impropio.
-¿Qué te sucede? ¿Estás bien? -Cuestionó, pero, sospechando que sus palabras volverían a morir en el aire sin obtener respuesta verbal, se adelantó a decir: -Mira, no hace falta que hables. Si estás bien, asiente. Si estás mal... Bueno, eso será más difícil, sería genial si pudieras explicarme la razón.
No quiso incomodarlo quedándose mirándolo tan fijamente. Tras un instante, se caló la mochila y oteó los alrededores hasta dar con los dos senderos. No quedaban muchas horas de sol y, ahora que tenía un claro objetivo en mente, no había tiempo que perder. Caminó hasta el punto medio entre ambos caminos y, desde allí, volvió a observar al elfo.
-Puedes contármelo mientras caminamos, ¿quieres? Ya sabes... con idioma de señas o algo. -Rió por lo bajo, finalmente comenzaba a acostumbrarse a esa extraña forma unilateral de mantener una conversación. -Debería ponerme en marcha. ¿Cuál de estos caminos dices que va al puerto?
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Re: Amarga ingenuidad, buena voluntad. [Libre 3/3] [Cerrado]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | na última oportunidad se presentaba ante el bardo, una última oportunidad para salvar a la joven sin mayores contratiempos. Era tan sencillo, solo debía indicarle el sendero incorrecto, |
Dejó pasar su oportunidad. Aún sin elevar su rostro, le indicó a la chica el camino que le guiaría al puerto. Su recuerdo volvió a su juicio nublar, impulsándole de nuevo a continuar con aquello que creía correcto. Tan delicada pero llena de alegría, aquellos ojos azulados brillando sin cesar. Esa joven del bosque compartía el mismo aire, aquel que su difunta hija desprendía con solo caminar. Muy similar fue su despedida, cuando con solo dieciséis años su amada hija decidió seguir los caminos de su padre. El elfo deseaba poder por ella haber hecho más. Su muerte fue tan fría como la hoja de un puñal, fue inevitable.
Sus pasos se aceleraron hasta que logró adelantar a la chica. Se detuvo una vez estuvo frente a frente con ella. El destino le estaba dando una diferente oportunidad, aquella que le permitiría redimir los previos errores que condenaron a su hija. Con una reconstruida voluntad, finalmente su rostro se levantó. Sus ojos mostraban un gesto contrario a su usual sonrisa alegre y amigable, su semblante ahora era frío y severo. Él no iba a dejarla marchar, no mientras estuviera en la capacidad de detenerla. Ya no le importaba qué debía sacrificar para hacerlo.
—Espera. —anunció Bardo con una autoritaria voz. Clavó sus ojos en los de la chica como dos punzantes agujas. —No puedes irte. El puerto no es lugar seguro para una niña. —el elfo no titubeó ni un momento, aún cuando recordaba todo el caos que la pandemia había hecho. —Toma el otro camino. Te guiara a la seguridad de Beltrexus. —finalizó, deseando que sus palabras fueran suficiente para hacerla retroceder.
¿Bardo realmente esperaba que unas meras palabras detuvieran a la muchacha? No en realidad. Él era consciente que semejante determinación no sucumbiría con tanta facilidad. El músico le estaba dando la oportunidad de escoger el camino más fácil, le estaba dando una decisión. Estaba esperando por su reacción. Rezaba por una buena elección desde el fondo de su corazón.
Tenzin Fang Leiden
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