La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
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La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
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La mañana se presentaba soleada y fresca. Corría una leve brisa que ayudaba a refrescar aún más el ambiente.
Como todas las mañanas, Helena al despertarse iba de forma casi inmediata a su tocador para peinarse, no sin antes aclarar su cara con el agua de un barreño que tenía al lado de este. Era casi como un ritual rutinario que había cogido como costumbre. Su claro cabello que antes le llegaba hasta más o menos un par de centímetros por debajo de los hombros, ahora se lo había recortado, haciendo que este reposara sobre estos, y no los sobrepasara. Iba vestida con su camisón para dormir.
Matthew Owens no se encontraba en la ciudad, por lo que seguramente Helena tendría el día libre, el cual lo dedicaría a seguir estudiando sus habilidades arcanas o físicas. Se tenía que mantener en forma, y después de lo vivido días atrás, esa idea se reforzaba.
Mientras se arreglaba, tarareaba una dulce melodía, armoniosa y pegadiza.
De pronto, notó algo a su espalda; una presencia. Por un momento, su corazón quedó en un puño, pero sabía que él nunca le haría daño. Miró al espejo, pero no vio nada.
-No puedo reflejarme en un espejo-Dijo una voz metálica y ronca-Por cierto, bonita melodía
Helena suspiró, y sonrió con descaro. Mostraba serenidad en todo momento, aunque por dentro su corazón iba a más velocidad de lo que debería.
-Tienes mucho valor para presentarte en la residencia de aquel al que intentaste asesinar-Dicho esto, se volteó y allí vio a Thomas Callahan, el vampiro, y probablemente el ser, que más le había marcado en la vida.
-Esta no es su residencia... Y lo sabes-Tras eso, ambos se mantuvieron la mirada por unos pocos segundos y el silencio inundó el lugar. La Rhodes fue la que rompió aquel instante, volteándose nuevamente para ultimar los últimos detalles en su arreglo-¿Qué tarareabas? Me suena
-Mi primer encargo junto a ti: colarnos en una fiesta de gente noble y acabar con uno de ellos. Un tal "Señor Fritch"
-Lo recuerdo
-La orquesta aquella noche sonó maravillosa, y tocaron una melodía que se me quedó hasta el día de hoy. También me pude vestir con un vestido espectacular y reluciente, de color azul...-Suspiró. En sus palabras se podía denotar que fue una experiencia realmente bonita y preciada para ella.-...Fue una noche maravillosa; bailé, comí y me divertí como una noble estirada más. Supongo que las casas con más adquisición de las Islas también son invitadas a fiestas así. Nunca tuve la oportunidad de asistir a ninguna.
-También lo recuerdo-Dijo-Embaucaste al tal "Fritch", y lo llevaste hasta uno de los balcones, para aislarlo. Cuando te aseguraste que no había nadie, me hiciste una señal y aparecí para darle su final
En ese momento, Helena dejó de arreglarse y apoyó sus manos en el tocador. Suspiró, frustrada. Acto seguido se puso en pie y se acercó hasta su escritorio. No quería mirarlo, no debía de mirarlo, tenía que ser fuerte y mantenerse firme en su distanciamiento. Thomas, por su parte, la seguía con la mirada y un semblante frío.
-No has cambiado nada-Agarró un plato con uno cuantos insectos muertos, agarró una pinza y empezó a depositarlos poco a poco en las fauces de su planta carnívora, la cual estaba sobre dicho escritorio-Tu trabajo ocupa toda tu vida, y no te importa nadie más que tú y tu estúpida reputación-Dijo con cierto resentimiento
-Tú no eres diferente a mí-Replicó, con un tono neutro-Aunque ahora has cambiado. Estar lejos de mí te ha ablandado, y empiezas a sentir empatía hacia los que te rodean. Un asesino debe de ser una máquina perfecta, sin nada que le aleje de su objetivo. Solo así podrá mantener la cabeza sobre los hombros.-Le recriminó
-...E-eso no es cierto-Dejó con nerviosismo el pequeño plato en la superficie de la mesa y se volteó hacia el vampiro-¡Soy la asesina personal del virrey de Ciudad Lagarto!-Se intentó mostrar imponente y segura-¿Y tú? Sigues siendo un hombre común y corriente que no es capaz de saciar su sed de sangre-Dijo a modo de recriminación y cierta burla
-Tengo contactos e influencia-Dijo-Tú vives bajo el amparo de un virrey enfermo y maldito, que solo piensa en sí mismo y que te crees que se preocupa mínimamente por ti. Matthew Owens es un ser despreciable que no dudará en tirarte cuando ya no le seas de utilidad-Tras decir eso Helena se quedó sin saber qué contestar. Callahan, por su parte, sacó una nota del interior de su capa. Se puso en pie y se la entregó a la bruja-Te doy la oportunidad de recuperar la vida que perdimos. Estoy totalmente recuperado, con vistas hacia un futuro más fructífero.
Helena leyó la nota. Era un contrato de asesinato, firmado por un tal Edmund Houndman. Con rabia, la Rhodes apretó el papel, pero con la suficiente fuerza como para no romperlo.
-¡Creí que estabas muerto!-Soltó, de repente, con agonía en su tono y alzando un poco la voz-¿¡Y AHORA VIENES AQUÍ, DE BUENAS A PRIMERAS, QUERIENDO MATAR AL VIRREY QUE PROTEJO Y OFRECIÉNDOME QUE VUELVA CONTIGO!?
-...-La miró de arriba a abajo, en su interior, estaba dolido, pero no era algo que mostraría a nadie-Piénsatelo-La miró a los ojos. Esa mirada decía más que muchas palabras; decía que la quería de vuelta, que aún la amaba, que quizás, solo quizás, estaba arrepentido, y que desearía que su sed de sangre se desvaneciera para poder vivir una vida normal.
Sin más, Thomas se desvaneció en una sombra que fue absorbida por las paredes. Helena quedó sola en el lugar. Esperaba que nadie más la hubiese oído.
Acto seguido, relajó su postura y se calmó. Dejó la nota, toda arrugada encima del escritorio y suspiró con agonía, ¿Qué debía hacer?
Helena Rhodes
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Re: La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
Oromë no dejaba de mirar a ambos lados de su cama sintiéndose algo extraña al respecto. Primero que nada porque no había pasado demasiado tiempo desde aquella época donde su habitación estaba ocupada por hombres y mujeres por igual; ahora lo único que la ocupaba ademas de ella eran dos mujeres, tres sumándola a ella... Niñas para ser precisa, y ambas dormían en cada punta, con ella como el centro gravitacional de ambas y el punto de encuentro que parecían tener cuando se volteaban para sujetarse con fuerza a la dragona y entre si. ¿Cuando el mundo se había puesto de cabeza?
De alguna forma había logrado desprenderse y salir del cuarto sin despertarlas. Era temprano en la mañana pero sabía que ni Claire ni Sena se despertarían pronto; la primera se estaba acostumbrando a quedarse hasta tarde para pasar más tiempo con la vampiro, que poco a poco parecía abrirse más al mundo y ser mas comunicativa con el resto y no solamente con Oromë -aunque a ella ya le costara lo suyo que la pequeña articulara más de dos palabras-.
Se vistió con prisas y cerró las pesadas cortinas para mantener la luz lejos de ambas niñas y se encaminó donde su primo a su extracción de sangre habitué. Pronto tendría que irse de nuevo, odiaba quedarse demasiado en la ciudad ademas de que tampoco podía permitirse el lujo de dejar que vuelvan a invadir por culpa suya. El volver a aquella vieja rutina de viajes por todo el mundo la mantenía lo suficientemente a salvo tanto a ella como a ambas pequeñas, aunque sabía muy bien que no sería eterno. Pensó en su primo pero la verdad era que por mucho que lo quisiera no le agradaba la idea de dejar a ninguna bajo su responsabilidad al completo si es que algo le sucedía, con o sin Gali allí presente.
Por muy sádico que Go'el fuera, había que admitir que al menos con la dragona era verdaderamente delicado... Siempre se preguntaba qué tanto soportaba la idea de abrirla a la mitad para ver que estaba causando el objeto en su interior, o si sus instintos más profundos eran ahogados por el cariño que sentía por ella. No quería saber la respuesta de todas formas.
Mientras iba de camino a donde se suponía que descansaba el perrito faldero de Matthew -no porque quisiera por cierto-, no dejaba de pensar en esas cuestiones, al menos hasta que era imposible recordar las palabras que se le cruzaban por la mente cuando los sonidos de una voz femenina y chillona se elevaban por sobre todo lo demás.
Al menos para Oromë no era difícil localizar de quien provenían pues ya estaba prácticamente en la entrada, así que simplemente se repantigo contra un poste y observó sin una pizca de interés a la bruja; y como quien no quiere la cosa dijo en voz alta. -Interesante, Matt se va lejos y ya buscas un nuevo dueño.- Se miró las uñas. -En fin, como si me importara realmente, aunque definitivamente será una buena excusa para desquitarme contigo- Sonrió con crueldad mientras observaba el papel arrugado en la mesa. -¿Puedo?- Podía jugar con la brujita cuanto quisiera pero no tenía ganas de que la ahogara tampoco por pasarse de confianza. "Si lo intenta y la mato, nadie podría decir que no fue en defensa propia... Ademas Matt ni lo sabría" Se dijo a si misma.
Mientras leía la nota asintiendo ligeramente encantada se dedico a hablarle de nuevo, esta vez sin jugarretas estúpidas. -Por cierto, mi primo dice que necesita tu ayuda con algo en las termas. No me preguntes qué, es asunto de ustedes- Ella solo había llevado el recado porque le quedaba de paso pero tenía curiosidad de saber que planeaba hacer la bruja con aquel trabajo. -¿Planeas hacer este trabajo? Con la falta de Matt, debo estar al tanto de lo que haces. Si te ocurre algo por accidente no quiero ser responsable... Y ya que trabajas para la ciudad, a efectos prácticos no puedes hacer algo ajeno a ella sin mi consentimiento.- Sonrisa adorable, ojos brillantes y prácticamente la frase "No es cierto, pero puedo obligarte si se me antoja" escrito en medio de su frente.
De alguna forma había logrado desprenderse y salir del cuarto sin despertarlas. Era temprano en la mañana pero sabía que ni Claire ni Sena se despertarían pronto; la primera se estaba acostumbrando a quedarse hasta tarde para pasar más tiempo con la vampiro, que poco a poco parecía abrirse más al mundo y ser mas comunicativa con el resto y no solamente con Oromë -aunque a ella ya le costara lo suyo que la pequeña articulara más de dos palabras-.
Se vistió con prisas y cerró las pesadas cortinas para mantener la luz lejos de ambas niñas y se encaminó donde su primo a su extracción de sangre habitué. Pronto tendría que irse de nuevo, odiaba quedarse demasiado en la ciudad ademas de que tampoco podía permitirse el lujo de dejar que vuelvan a invadir por culpa suya. El volver a aquella vieja rutina de viajes por todo el mundo la mantenía lo suficientemente a salvo tanto a ella como a ambas pequeñas, aunque sabía muy bien que no sería eterno. Pensó en su primo pero la verdad era que por mucho que lo quisiera no le agradaba la idea de dejar a ninguna bajo su responsabilidad al completo si es que algo le sucedía, con o sin Gali allí presente.
Por muy sádico que Go'el fuera, había que admitir que al menos con la dragona era verdaderamente delicado... Siempre se preguntaba qué tanto soportaba la idea de abrirla a la mitad para ver que estaba causando el objeto en su interior, o si sus instintos más profundos eran ahogados por el cariño que sentía por ella. No quería saber la respuesta de todas formas.
Mientras iba de camino a donde se suponía que descansaba el perrito faldero de Matthew -no porque quisiera por cierto-, no dejaba de pensar en esas cuestiones, al menos hasta que era imposible recordar las palabras que se le cruzaban por la mente cuando los sonidos de una voz femenina y chillona se elevaban por sobre todo lo demás.
Al menos para Oromë no era difícil localizar de quien provenían pues ya estaba prácticamente en la entrada, así que simplemente se repantigo contra un poste y observó sin una pizca de interés a la bruja; y como quien no quiere la cosa dijo en voz alta. -Interesante, Matt se va lejos y ya buscas un nuevo dueño.- Se miró las uñas. -En fin, como si me importara realmente, aunque definitivamente será una buena excusa para desquitarme contigo- Sonrió con crueldad mientras observaba el papel arrugado en la mesa. -¿Puedo?- Podía jugar con la brujita cuanto quisiera pero no tenía ganas de que la ahogara tampoco por pasarse de confianza. "Si lo intenta y la mato, nadie podría decir que no fue en defensa propia... Ademas Matt ni lo sabría" Se dijo a si misma.
Mientras leía la nota asintiendo ligeramente encantada se dedico a hablarle de nuevo, esta vez sin jugarretas estúpidas. -Por cierto, mi primo dice que necesita tu ayuda con algo en las termas. No me preguntes qué, es asunto de ustedes- Ella solo había llevado el recado porque le quedaba de paso pero tenía curiosidad de saber que planeaba hacer la bruja con aquel trabajo. -¿Planeas hacer este trabajo? Con la falta de Matt, debo estar al tanto de lo que haces. Si te ocurre algo por accidente no quiero ser responsable... Y ya que trabajas para la ciudad, a efectos prácticos no puedes hacer algo ajeno a ella sin mi consentimiento.- Sonrisa adorable, ojos brillantes y prácticamente la frase "No es cierto, pero puedo obligarte si se me antoja" escrito en medio de su frente.
Oromë Vánadóttir
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Re: La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
La voz proveniente de la entrada a su tienda le generó una sensación de incomodidad que se extendió por toda su espina dorsal. Se volteó para ver de quién se trataba. Era Oromë, una de las líderes de la ciudad. Se habían cruzado un par de veces e intercambiado dos o tres frases. El trato con ella siempre fue de discordia y frío, nada raro en la bruja, pero parecía que era recíproco por parte de la peliplateada.
-¿Y esas confianzas?-Preguntó con molestia, pero poco pareció importarle a la dragona, ya que hizo lo que quiso, e incluso entró y agarró el papel que Helena había dejado sobre el escritorio.
Tras desvelar el verdadero motivo por el cual se había dignado a pasarse por allí, la rubia le quitó bruscamente el papel de las manos a la peliplateada y le dedicó una sonrisa cordial, invitándola así a que dejase de hurgar a donde no la habían llamado.
-Pues tu primo va tener que esperar-En ese momento, se decidió; haría el trabajo.
Oromë pareció notarlo y le preguntó por su decisión. De nuevo, se molestó.
-¿Y a ti qué te importa?-Dijo con un tono seco-No eres mi jefa, y no trabajo para ti-Aclaró, indignada. Cada palabra que soltaba Oromë para ella era como una daga en el pecho, no por dolor emocional, ni mucho menos, si no por hastío. La simple presencia y el tono de hablar de la dragona le sacaba de quicio-¿Ah, si?-La retó con la mirada-Pues escucha bien:-Colocó el papel de nuevo en el escritorio y miró a la peliplateada con aires de superioridad, llevándose así las manos a las caderas-Voy a vestirme, le solicitaré a Brenda un caballo y suministros para el viaje e iré al suroeste para cumplir el trabajo ¿Te gusta?, ¿No?-No le dio tiempo a responder a la dragona-¡Pues qué lástima me das! Espero que no te parta el alma el ver cómo me alejo en mi montura-Inclinó un poco su tronco y le sacó la lengua, burlándose así de Oromë-Y ahora, si no te importa-Caminó hasta su tocador, dándole la espalda y mirándola por el espejo-Me gustaría que me dejaras a solas
Nadie jugaba con ella, era su primer aviso.
Más tarde, se equipó con todo aquello que necesitaría para el viaje. Hizo llamar a Brenda, haciéndole llegar su petición. La mujer le consiguió lo que pidió. Era una buena empleada de Matt, y siempre ayudaba en todo lo posible a Helena, sin duda su trabajo estaba menos valorado de lo que debería.
Helena se subió al caballo que le habían preparado, asegurándose una vez más de que todo estaba listo. Entonces, Brenda se le acercó.
-¿Tienes todo lo que necesitas?-La bruja asintió-¿Cuánto tiempo estarás fuera? Deberías de volver antes que Matthew
-Espero que poco-Respondió-Tan solo hago esto para no oxidarme
Cuando todo estuvo listo y comprobado, la asesina partió sin demora hacia el suroeste; hacia la Playa de los Ancestros que colindaba con Verisar. Allí habría una hacienda casi a pie de costa, propiedad del difunto Don Edmund. Tendría que encaminarse hacia allí y obtener más información sobre el asesinato. Este trabajo sería algo diferente, tendría que buscar al asesino de su empleador y darle de su propia medicina, esa última parte era la fácil, lo complicado residía en dar con aquel que lo hizo.
-¿Y esas confianzas?-Preguntó con molestia, pero poco pareció importarle a la dragona, ya que hizo lo que quiso, e incluso entró y agarró el papel que Helena había dejado sobre el escritorio.
Tras desvelar el verdadero motivo por el cual se había dignado a pasarse por allí, la rubia le quitó bruscamente el papel de las manos a la peliplateada y le dedicó una sonrisa cordial, invitándola así a que dejase de hurgar a donde no la habían llamado.
-Pues tu primo va tener que esperar-En ese momento, se decidió; haría el trabajo.
Oromë pareció notarlo y le preguntó por su decisión. De nuevo, se molestó.
-¿Y a ti qué te importa?-Dijo con un tono seco-No eres mi jefa, y no trabajo para ti-Aclaró, indignada. Cada palabra que soltaba Oromë para ella era como una daga en el pecho, no por dolor emocional, ni mucho menos, si no por hastío. La simple presencia y el tono de hablar de la dragona le sacaba de quicio-¿Ah, si?-La retó con la mirada-Pues escucha bien:-Colocó el papel de nuevo en el escritorio y miró a la peliplateada con aires de superioridad, llevándose así las manos a las caderas-Voy a vestirme, le solicitaré a Brenda un caballo y suministros para el viaje e iré al suroeste para cumplir el trabajo ¿Te gusta?, ¿No?-No le dio tiempo a responder a la dragona-¡Pues qué lástima me das! Espero que no te parta el alma el ver cómo me alejo en mi montura-Inclinó un poco su tronco y le sacó la lengua, burlándose así de Oromë-Y ahora, si no te importa-Caminó hasta su tocador, dándole la espalda y mirándola por el espejo-Me gustaría que me dejaras a solas
Nadie jugaba con ella, era su primer aviso.
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Más tarde, se equipó con todo aquello que necesitaría para el viaje. Hizo llamar a Brenda, haciéndole llegar su petición. La mujer le consiguió lo que pidió. Era una buena empleada de Matt, y siempre ayudaba en todo lo posible a Helena, sin duda su trabajo estaba menos valorado de lo que debería.
Helena se subió al caballo que le habían preparado, asegurándose una vez más de que todo estaba listo. Entonces, Brenda se le acercó.
-¿Tienes todo lo que necesitas?-La bruja asintió-¿Cuánto tiempo estarás fuera? Deberías de volver antes que Matthew
-Espero que poco-Respondió-Tan solo hago esto para no oxidarme
Cuando todo estuvo listo y comprobado, la asesina partió sin demora hacia el suroeste; hacia la Playa de los Ancestros que colindaba con Verisar. Allí habría una hacienda casi a pie de costa, propiedad del difunto Don Edmund. Tendría que encaminarse hacia allí y obtener más información sobre el asesinato. Este trabajo sería algo diferente, tendría que buscar al asesino de su empleador y darle de su propia medicina, esa última parte era la fácil, lo complicado residía en dar con aquel que lo hizo.
Helena Rhodes
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Re: La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
Podría llegar a pensar que la bruja era interesante... Si no fuera porque le parecía la cosa mas insípida que jamas había cruzado en la tierra. Sus enojos con Mina eran por lejos mucho más entretenidos y aquella mujer si que sabía como jugar el juego; Helena por otra parte, aunque supiera donde clavar una daga, no era más que una tonta niña en el cuerpo de una mujer fingiendo que este era su sitio, o por lo menos creyéndolo, sino había que ver para quien trabajaba: el mejor actor de toda la historia de Aerandir Matthew Owens.
Oromë debería de sentir pena por la poca determinación de la chica a lucirse por si misma y no como la lame botas de Matt, pero la realidad era que no la sentía en lo más mínimo. Era patética y eso le daba asco.
La dragona la observó sacarse y su sonrisa se ensanchaba más y más. ¿Estaba tratando de convencerla a ella o a si misma de que era alguien? Por favor, Oromë sabía perfectamente que ahí nadie valía nada, ni siquiera ella... Bueno, ella seguramente valía más que el hombre más rico gracias a lo que yacía en su interior.
Sintió vergüenza ajena de tener que aclararle un par de cosas a la pobre e infeliz criatura. -¿Sabes quien provee de los suministros y las monturas no? Te lo recordaré: Mis hombres, la gente que trabaja para mi y sí por supuesto, también para Matt. Y ahora que ni Lazid ni él se encuentran alrededor harías bien en recordar con quien estas hablando- La miró desde la cabeza hasta la punta de los pies, manteniendo aquella sonrisa socarrona que se borró cuando vio como le sacaba la lengua. -¿Enserio?Que infantil eres. Yo que tu empezaría a comportarme como tal, sino pregúntale a Brenda que pasó con la anterior mujer que se desvivió trabajando para Matt y se metió conmigo, se llamaba Loth por si te interesa.- Y así sin más se dio media vuelta y se fue.
---------------------------------------------------------
-...Gracias. Dale lo que quiere, incluso el caballo... No me importa, aunque verla andar en el poni me haría de lo más feliz- Gruñó para sus adentros, adelantándose a lo que fuera que Helena le dijera a Brenda y diciéndoselo por si misma. -Dile a mi primo que no estaré y que vigile a las niñas en mi ausencia... ¡Y nada de pruebas!- Puntualizó para una vez más irse rápidamente a sus aposentos.
Allí observó a las niñas por un corto instante y fue a cambiarse y juntar lo que sea que necesitara.
Razones tenía pocas para lo que estaba haciendo. En parte podría echarle culpas al aburrimiento y a la rutina en la ciudad, pero especialmente era porque necesitaba salir de allí. Ya llevaba demasiado tiempo y no se encontraba del todo cómoda alargando la estadía; necesitaba alejarse antes de que la continua exposición a gente herida como la que había en Lagarto la volviera loca. "Quiero curarlos a todos pero tampoco puedo hacerlo" Apretó los dientes con fuerza hasta que hicieron un horrible ruido.
---------------------------------------------------------
No se hizo esperar, y aunque volar por mucho tiempo podría causarle algunos calambres, la sola idea de ver la cara que pondría Helena al verla era suficiente para que continuara.
Diviso su pequeña figura sobre el caballo y aterrizó delante de este, casi matando del susto al pobre equino. Si solo pudiera sonreír como se debe en su forma semi dragón, probablemente también mataría a Helena con su brillante sonrisa, pero esta debería de conformarse con la larga hilera de dientes afilados, el cuerpo escamoso debajo de su armadura y la cola que no dejaba de moverse de un lado a otro como la de un gato nervioso. -Buu- Dijo entre siseos a la par que saludaba y regresaba a su forma humana. -Tengo curiosidad de ver como trabajas. Con Matt cerca es difícil de apreciar y quiero asegurarme de que no te tiene pegada a él solo por tu cara bonita- Esta vez su rostro solo reflejaba calma y trató de dejarle claro que no se volvería una molestia ni mucho menos interferiría negativamente. De todas formas, dijese lo que dijese, la dragona la terminaría siguiendo a un lado de su caballo, ni en mil años se pondría detrás a sabiendas que probablemente haría algo para que el animal le abriera el cráneo de una patada. Por las dudas y como quien no quiere la cosa, llevaba consigo la lanza que Áddila le regaló; en el peor de los casos tendrían que ver que era más veloz: si la magia de la bruja o el filo de la lanza.
No iba a negar que algo se desinfló dentro de ella cuando ya estuvieron en su destino y ambas seguían con sus órganos donde debían, y no por todo el camino.
Oromë debería de sentir pena por la poca determinación de la chica a lucirse por si misma y no como la lame botas de Matt, pero la realidad era que no la sentía en lo más mínimo. Era patética y eso le daba asco.
La dragona la observó sacarse y su sonrisa se ensanchaba más y más. ¿Estaba tratando de convencerla a ella o a si misma de que era alguien? Por favor, Oromë sabía perfectamente que ahí nadie valía nada, ni siquiera ella... Bueno, ella seguramente valía más que el hombre más rico gracias a lo que yacía en su interior.
Sintió vergüenza ajena de tener que aclararle un par de cosas a la pobre e infeliz criatura. -¿Sabes quien provee de los suministros y las monturas no? Te lo recordaré: Mis hombres, la gente que trabaja para mi y sí por supuesto, también para Matt. Y ahora que ni Lazid ni él se encuentran alrededor harías bien en recordar con quien estas hablando- La miró desde la cabeza hasta la punta de los pies, manteniendo aquella sonrisa socarrona que se borró cuando vio como le sacaba la lengua. -¿Enserio?Que infantil eres. Yo que tu empezaría a comportarme como tal, sino pregúntale a Brenda que pasó con la anterior mujer que se desvivió trabajando para Matt y se metió conmigo, se llamaba Loth por si te interesa.- Y así sin más se dio media vuelta y se fue.
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-...Gracias. Dale lo que quiere, incluso el caballo... No me importa, aunque verla andar en el poni me haría de lo más feliz- Gruñó para sus adentros, adelantándose a lo que fuera que Helena le dijera a Brenda y diciéndoselo por si misma. -Dile a mi primo que no estaré y que vigile a las niñas en mi ausencia... ¡Y nada de pruebas!- Puntualizó para una vez más irse rápidamente a sus aposentos.
Allí observó a las niñas por un corto instante y fue a cambiarse y juntar lo que sea que necesitara.
Razones tenía pocas para lo que estaba haciendo. En parte podría echarle culpas al aburrimiento y a la rutina en la ciudad, pero especialmente era porque necesitaba salir de allí. Ya llevaba demasiado tiempo y no se encontraba del todo cómoda alargando la estadía; necesitaba alejarse antes de que la continua exposición a gente herida como la que había en Lagarto la volviera loca. "Quiero curarlos a todos pero tampoco puedo hacerlo" Apretó los dientes con fuerza hasta que hicieron un horrible ruido.
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No se hizo esperar, y aunque volar por mucho tiempo podría causarle algunos calambres, la sola idea de ver la cara que pondría Helena al verla era suficiente para que continuara.
Diviso su pequeña figura sobre el caballo y aterrizó delante de este, casi matando del susto al pobre equino. Si solo pudiera sonreír como se debe en su forma semi dragón, probablemente también mataría a Helena con su brillante sonrisa, pero esta debería de conformarse con la larga hilera de dientes afilados, el cuerpo escamoso debajo de su armadura y la cola que no dejaba de moverse de un lado a otro como la de un gato nervioso. -Buu- Dijo entre siseos a la par que saludaba y regresaba a su forma humana. -Tengo curiosidad de ver como trabajas. Con Matt cerca es difícil de apreciar y quiero asegurarme de que no te tiene pegada a él solo por tu cara bonita- Esta vez su rostro solo reflejaba calma y trató de dejarle claro que no se volvería una molestia ni mucho menos interferiría negativamente. De todas formas, dijese lo que dijese, la dragona la terminaría siguiendo a un lado de su caballo, ni en mil años se pondría detrás a sabiendas que probablemente haría algo para que el animal le abriera el cráneo de una patada. Por las dudas y como quien no quiere la cosa, llevaba consigo la lanza que Áddila le regaló; en el peor de los casos tendrían que ver que era más veloz: si la magia de la bruja o el filo de la lanza.
No iba a negar que algo se desinfló dentro de ella cuando ya estuvieron en su destino y ambas seguían con sus órganos donde debían, y no por todo el camino.
Oromë Vánadóttir
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Re: La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
Hacía un par de horas que había dejado atrás Ciudad Lagarto, estaba a mitad de camino. Era aburrido, pero al menos podría disfrutar de las vistas que separaban a la península de Verisar del resto del continente. Más o menos a caballo entre esta y la Playa de los Ancestros se encontraría la hacienda en la que debería de investigar el asesinato.
De pronto, como de un rayo caído del cielo, apareció Oromë en su famosa forma de dragón humanoide, toda blanca y resplandeciente a la luz del sol. Hizo el amago de una sonrisa, pero le quedó algo bastante más horroroso y traumatizante. El caballo de Helena se puso sobre sus dos patas, nervioso, y la bruja tuvo que apaciguarlo como buenamente pudo. Por suerte, era un equino fácil de manejar, y no tuvo mayores problemas en mantener su calma.
La bruja miró inquisitivamente a la dragona, la cual estaba parada en la mitad del camino, y no se le veía la intención de apartarse. "Qué pesada...", pensó.
Por algún motivo, la dragona quería ver cómo la Rhodes se desenvolvía en su trabajo, cosa que no hizo más que molestarla. No toleraba hacer equipo con nadie, menos aún que la evaluaran, y menos aún todavía que fuese Oromë Vánadóttir la que lo hiciera.
No le contestó e instó a su montura a que rodeara a la dragona, sin apartarle la mirada en ningún momento. En cuanto tuvo el camino libre, no dudó en darle fuerte a las riendas para que el caballo empezara a huir de allí despavorido. Si tenía suerte, la perdería de vista, si no, quizás habría que darle un poco de mano dura.
En plena carrera, notaba que la seguía, Oromë no se cesaría en su empeño hasta conseguir aquello que se había propuesto. Helena lanzó una rápida mirada hacia atrás, y efectivamente, la dragona volaba bajo y a toda velocidad, tratando de alcanzarla, seguirla o quizás atacarla, no podría saberlo con seguridad.
La bruja apretó la mandíbula con rabia y decidió actuar. Soltó su mano derecha de las riendas, la cual había adquirido repentinamente un color azulado pálido hasta más o menos la altura del hombro. Las venas se le marcaban por dicho brazo con un color morado. Sin más, apuntó como buenamente pudo en dirección a Oromë y disparó dos estacas de hielo puntiagudas. No iban con una intención mortal, tan solo sería un pequeño aviso, y si estas impactaban en algún lado de la dragona, eso que se llevaba. [1]
La persecución duró más de lo esperado, y la agresividad de Helena no pareció amedrentar a la dragona plateada, por lo que, al notar que su caballo perdía vigor y respiraba cada vez más pesado, optó por detenerse. Giró al equino, sobre su eje, para encarar de frente a Oromë, mientras una mirada fría y neutral era lanzada hacia esta.
-¡ESTÁ BIEN!-Gritó-¡HAZ LO QUE TE DÉ LA GANA!-Apretó los dientes y ordenó al caballo a darse de nuevo la vuelta. Sin decir nada más, puso rumbo de forma tranquila hacia su destino.
Llegaron. Todo un camino de incómodo silencio hizo que la tensión de la bruja y cierta rabia se le reprimieran en su interior. Cuando vio la hacienda, supo que era a la que tenía que ir. Pocos lugares tan parecidos había por los alrededores como para tener la mala suerte de confundirlos.
Sin más, se bajó del caballo, mirando de reojo a Oromë.
Se podía sentir el olor a sal y la brisa que el mar traía. El lugar se encontraba en lo alto de un frondoso acantilado con vistas al mar, ¿Cuán rico tenía que ser alguien para establecer allí su morada? Y no una cualquiera, sino una grande y magnífica, con un jardín trasero enorme y otro delantero que ostentaba un camino bien decorado por diferentes plantas y flores que conducían hasta el edificio principal.
Helena se encaminó hacia él, sin importarle su Oromë la seguía o no. Dejó el caballo en la entrada, atado a un árbol. subió tres escalones que separaban la tierra firme del porche del edificio y llamó a la ostentosa puerta.
Esta tardó unos segundos en abrirse. La Rhodes miró a la dragona, como esperando algún tipo de reacción por parte de ella, para al menos amenizar el ambiente de discordia que residía entre ellas.
Tras eso, la gran puerta se abrió y un hombre calvo, bien perfumado y vestido elegantemente les recibió.
-¿Qué desean?
-Hemos venido a investigar el asesinato de Don Edmund-Helena le entregó la nota arrugada escrita por el puño y letra del mismo señor que la escribió-¿Podemos pasar?
El tipo leyó la carta con cuidado y analizó de arriba a abajo a las recién llegadas
-Por supuesto-Dijo, con un tono cortés.
__________________________________________________________________
Off:
-Habilidad Usada [1]: Estaca de Hielo
De pronto, como de un rayo caído del cielo, apareció Oromë en su famosa forma de dragón humanoide, toda blanca y resplandeciente a la luz del sol. Hizo el amago de una sonrisa, pero le quedó algo bastante más horroroso y traumatizante. El caballo de Helena se puso sobre sus dos patas, nervioso, y la bruja tuvo que apaciguarlo como buenamente pudo. Por suerte, era un equino fácil de manejar, y no tuvo mayores problemas en mantener su calma.
La bruja miró inquisitivamente a la dragona, la cual estaba parada en la mitad del camino, y no se le veía la intención de apartarse. "Qué pesada...", pensó.
Por algún motivo, la dragona quería ver cómo la Rhodes se desenvolvía en su trabajo, cosa que no hizo más que molestarla. No toleraba hacer equipo con nadie, menos aún que la evaluaran, y menos aún todavía que fuese Oromë Vánadóttir la que lo hiciera.
No le contestó e instó a su montura a que rodeara a la dragona, sin apartarle la mirada en ningún momento. En cuanto tuvo el camino libre, no dudó en darle fuerte a las riendas para que el caballo empezara a huir de allí despavorido. Si tenía suerte, la perdería de vista, si no, quizás habría que darle un poco de mano dura.
En plena carrera, notaba que la seguía, Oromë no se cesaría en su empeño hasta conseguir aquello que se había propuesto. Helena lanzó una rápida mirada hacia atrás, y efectivamente, la dragona volaba bajo y a toda velocidad, tratando de alcanzarla, seguirla o quizás atacarla, no podría saberlo con seguridad.
La bruja apretó la mandíbula con rabia y decidió actuar. Soltó su mano derecha de las riendas, la cual había adquirido repentinamente un color azulado pálido hasta más o menos la altura del hombro. Las venas se le marcaban por dicho brazo con un color morado. Sin más, apuntó como buenamente pudo en dirección a Oromë y disparó dos estacas de hielo puntiagudas. No iban con una intención mortal, tan solo sería un pequeño aviso, y si estas impactaban en algún lado de la dragona, eso que se llevaba. [1]
La persecución duró más de lo esperado, y la agresividad de Helena no pareció amedrentar a la dragona plateada, por lo que, al notar que su caballo perdía vigor y respiraba cada vez más pesado, optó por detenerse. Giró al equino, sobre su eje, para encarar de frente a Oromë, mientras una mirada fría y neutral era lanzada hacia esta.
-¡ESTÁ BIEN!-Gritó-¡HAZ LO QUE TE DÉ LA GANA!-Apretó los dientes y ordenó al caballo a darse de nuevo la vuelta. Sin decir nada más, puso rumbo de forma tranquila hacia su destino.
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Llegaron. Todo un camino de incómodo silencio hizo que la tensión de la bruja y cierta rabia se le reprimieran en su interior. Cuando vio la hacienda, supo que era a la que tenía que ir. Pocos lugares tan parecidos había por los alrededores como para tener la mala suerte de confundirlos.
Sin más, se bajó del caballo, mirando de reojo a Oromë.
Se podía sentir el olor a sal y la brisa que el mar traía. El lugar se encontraba en lo alto de un frondoso acantilado con vistas al mar, ¿Cuán rico tenía que ser alguien para establecer allí su morada? Y no una cualquiera, sino una grande y magnífica, con un jardín trasero enorme y otro delantero que ostentaba un camino bien decorado por diferentes plantas y flores que conducían hasta el edificio principal.
Helena se encaminó hacia él, sin importarle su Oromë la seguía o no. Dejó el caballo en la entrada, atado a un árbol. subió tres escalones que separaban la tierra firme del porche del edificio y llamó a la ostentosa puerta.
Esta tardó unos segundos en abrirse. La Rhodes miró a la dragona, como esperando algún tipo de reacción por parte de ella, para al menos amenizar el ambiente de discordia que residía entre ellas.
Tras eso, la gran puerta se abrió y un hombre calvo, bien perfumado y vestido elegantemente les recibió.
-¿Qué desean?
-Hemos venido a investigar el asesinato de Don Edmund-Helena le entregó la nota arrugada escrita por el puño y letra del mismo señor que la escribió-¿Podemos pasar?
El tipo leyó la carta con cuidado y analizó de arriba a abajo a las recién llegadas
-Por supuesto-Dijo, con un tono cortés.
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Off:
-Habilidad Usada [1]: Estaca de Hielo
Helena Rhodes
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Re: La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
¿Qué podía decir? Tampoco es que el viaje hubiera sido de lo mas calmo, pero definitivamente había sido un buen ejercicio para sus alas. En el camino hacía la casa, Oromë no podía quitar de su rostro una enorme sonrisa debido a que si la bruja la había "atacado" era por pocas razones: porque no la soportaba y la quería matar -lo cual era mas que probable y la complacía-, o porque le tenía miedo -cosa que le satisfacía aun más-. Fuere cual fuere, podía pasar por alto el que quisiera convertirla en una estaca gigante.
Una vez el caballo de Helena estuvo asegurado y está se alejó hacia la puerta, Oromë saco de un pequeño bolso una manzana que se la tendió al animal, para luego seguir como si nada a la Rhodes.
No pudo evitar dejar soltar un silbido al ver la impresionante residencia ahora que estaban mucho más cerca. -¿A cuantos ricachones tendría que matar para tener un lugar así?- Pensó en voz alta para luego mirar a la rubia. -Bueno, definitivamente el Don de esta casa ya queda fuera de la lista- Sonrió con sarcasmo y luego planto en su rostro una mirada de póquer absoluta justo cuando alguien les abrió la puerta.
Oromë no era ninguna desaliñada ni mucho menos una plebeya de pueblo. Nació en una buena familia, nada rica, pero lo suficientemente bien acomodada como para saber de modales y de etiqueta. Hizo un leve saludo al estilo militar, una mano al frente y otra cruzada detrás, su cuerpo recto y proyectando esa sensación que todos aquellos que alguna vez fueron parte de un ejercito reconocerían, y para aquellos que no, pues la imagen que daba dejaba lo suficientemente claro que no era solo una mujer cualquiera. -Con permiso- Dijo sin más y a penas cruzo el umbral de la puerta, un aroma le cosquilleo en la nariz. El olor de un cuerpo en descomposición estaba impregnado en las paredes de la casa, y para alguien con una nariz tan sensible como lo era la de la dragona, era imposible que lo pasara por alto.
Soltó un estornudo demasiado fuerte e incontrolable y se excusó con una suave disculpa. -¿Podemos ver el cuerpo de Don Edmund si no es mucha molestia?- Se acarició la nariz para disminuir la picazón mientras seguían a lo que supuso sería el mayordomo o alguna clase de amo de llaves.
La residencia de por si era gigante desde afuera, pero por dentro era un maldito laberinto de pasillos y puertas, escaleras tan bien escondidas que si no mirabas dos veces te romperías el cuello al caer por ellas. Lo que parecía una eternidad de giros y cerrojos siendo abiertos, por fin llegaron a un cuarto donde no existía la palabra ventilación y se podía ver apenas unos pocos muebles con vaya a saber que dentro; justo en el centro de aquella tétrica habitación había una mesa con el cuerpo de Don Edmund cubierto por nada más que una sabana blanca. Para empeorar las cosas, había un cubo sobre el que goteaba un liquido desde la mesa y dentro del mismo. -¿Por donde quieres empezar?- La voz de la dragona salió algo ahogada y se podía notar que respiraba por la boca al dejarla entreabierta. -Tal vez mi anaia hubiera sido mas útil ahora que lo pienso-
Una vez el caballo de Helena estuvo asegurado y está se alejó hacia la puerta, Oromë saco de un pequeño bolso una manzana que se la tendió al animal, para luego seguir como si nada a la Rhodes.
No pudo evitar dejar soltar un silbido al ver la impresionante residencia ahora que estaban mucho más cerca. -¿A cuantos ricachones tendría que matar para tener un lugar así?- Pensó en voz alta para luego mirar a la rubia. -Bueno, definitivamente el Don de esta casa ya queda fuera de la lista- Sonrió con sarcasmo y luego planto en su rostro una mirada de póquer absoluta justo cuando alguien les abrió la puerta.
Oromë no era ninguna desaliñada ni mucho menos una plebeya de pueblo. Nació en una buena familia, nada rica, pero lo suficientemente bien acomodada como para saber de modales y de etiqueta. Hizo un leve saludo al estilo militar, una mano al frente y otra cruzada detrás, su cuerpo recto y proyectando esa sensación que todos aquellos que alguna vez fueron parte de un ejercito reconocerían, y para aquellos que no, pues la imagen que daba dejaba lo suficientemente claro que no era solo una mujer cualquiera. -Con permiso- Dijo sin más y a penas cruzo el umbral de la puerta, un aroma le cosquilleo en la nariz. El olor de un cuerpo en descomposición estaba impregnado en las paredes de la casa, y para alguien con una nariz tan sensible como lo era la de la dragona, era imposible que lo pasara por alto.
Soltó un estornudo demasiado fuerte e incontrolable y se excusó con una suave disculpa. -¿Podemos ver el cuerpo de Don Edmund si no es mucha molestia?- Se acarició la nariz para disminuir la picazón mientras seguían a lo que supuso sería el mayordomo o alguna clase de amo de llaves.
La residencia de por si era gigante desde afuera, pero por dentro era un maldito laberinto de pasillos y puertas, escaleras tan bien escondidas que si no mirabas dos veces te romperías el cuello al caer por ellas. Lo que parecía una eternidad de giros y cerrojos siendo abiertos, por fin llegaron a un cuarto donde no existía la palabra ventilación y se podía ver apenas unos pocos muebles con vaya a saber que dentro; justo en el centro de aquella tétrica habitación había una mesa con el cuerpo de Don Edmund cubierto por nada más que una sabana blanca. Para empeorar las cosas, había un cubo sobre el que goteaba un liquido desde la mesa y dentro del mismo. -¿Por donde quieres empezar?- La voz de la dragona salió algo ahogada y se podía notar que respiraba por la boca al dejarla entreabierta. -Tal vez mi anaia hubiera sido mas útil ahora que lo pienso-
Oromë Vánadóttir
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Re: La última voluntad de Don Edmund [Trabajo] [CERRADO]
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Reivy Abadder
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