Cambios de mujer [Desafío]
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Cambios de mujer [Desafío]
Como tantos otros dragones en Dundarak, ella estaba infectada por la enfermedad de la pirámide. Sus familiares y amigos habían muerto o separado del resto por miedo a extender el contagio.
Durante un tiempo, preservó su orgullo, tan característico de los dragones, y se quedó sola en su casa esperando que le llegase la muerte para llevarle con ella. Las únicas veces que salía era para ir al templo de Gamm’kun, del viejo dragón de la luz, y pedirle piedad. Se arrodillaba frente a la gran estatua, ponía sus manos sobre sus piernas flacuchas y rezaba con voz triste y apagada.
-Le pido misericordia, acaba conmigo. No quiero seguir viviendo-.
El rezo terminaba abriendo sus ojos y darse cuenta que sus manos, antes níveas y delicadas, se convirtieron por la enfermedad en un conglomerado de manchas grises y piel deshecha; tenía el mismo aspecto que el cuero quemado.
Dos semanas estuvo visitando, constantemente, el templo de Gamm’kun. Dejó de ir cuando se dio cuenta que no era la única que pedía favores al dragón de luz. La mayor parte de Dundarak estaba allí. Era fácil diferenciar a los enfermos, como ella, de los que estaban sanos; los primeros ocultaban bajo enormes túnicas que no dejaban ver ni un atisbo de su demacrada piel, era como ver una profesión de fantasmas. De futuros fantasmas, para ser exactos. Lavey estaba cansada de vestir holgadas túnicas, las que cogió del armario de su difunto padre, para salir poder salir de casa. Si tenía que ser una fantasma lo sería en el interior de su casa, donde estaba cómoda y segura, donde no podía contagiar a los pocos sanos que quedaban en Dundarak.
Su clausura duró tres días. Se alimentó de las reservas de comida, gran parte en mal estado, que quedaba en la despensa. Con suerte, mucha suerte, pudo cazar una rata que apareció entre los armarios. Cualquiera otra chica hubiera tenido asco ni tan siquiera de tocar al animal sin embargo, cuando el hambre apretaba, Lavey se dio cuenta que podía hacer cualquier cosa para poder comer. Atrapó a la rata con sus manos y empezó a comer sin antes matar al animal. La sangre de la rata le resultó sorprendentemente dulce y era rica en nutrientes: de no ser por ella, pensó que podría haber muerto de hambre.
No apareció ninguna rata más y entonces fue cuando decidió salir de casa a buscar comida. Ni se vistió con las túnicas que utilizaba para ir al templo de Gamm’kun, salió totalmente desnuda. En otra ocasión, la gente se hubiera girado a ver a una joven dragona desnuda en la calle. Los pechos todavía no se le habían desarrollado del todo, estaba en esa bella etapa en la que dejaba de ser una niña para convertirse en una mujer. Unos meses atrás deseó que llegase el cambio. Podría llenar los vestidos de mamá sin utilizar trapos en la zona del escote. En cuanto cumpliese la mayoría de edad, pensaba, lo primero que haría sería ir alguna de las fiestas de la ciudad, conocer a un chico unos años mayor y bailar con él hasta que sus pies dijeran basta. Eso fue antes de que la pirámide se abriera. Ahora, odiaba su cuerpo. Cada cambio que experimentaba, cada sentimiento nuevo, no hacía más que deformar su cuerpo hasta convertirlo en una burla de lo que había sido. En su imaginación, lo comparaba con una rosa naciendo en un campo de espina. Por muy bella que fuera la rosa, las espinas la desgarrarían sin piedad (Gamm’kun ten misericordia).
Caminó y caminó buscando algo de comer. Nada. Llegó a las fueras de Dundarak. Se perdió en el mar de nieve. Allí tuvo suerte. Pudo saltar encima de un pájaro que supo igual que la rata del armario: A gloria. Siguió caminando perdida, soñaba con encontrar la luz que le llevase hasta donde Gamm’kun le esperaría con papá y mamá. La única luz que veía, pálida como si fuera vista a través de un denso cristal, era la de sol.
El último cambio para llegar a ser una mujer llegó en el peor momento. Se tuvo que sentar en la nieve. La cintura le hacía tanto dañó que no podía caminar. Bajo su entrepierna chorreaba un hilillo de sangre. Lavey emitió un profundo grito desgarrador:
-¡¿POR QUÉ?!- No había dicho una palabra desde hacía días, desde que dejó de visitar el templo del dragón de luz. No se le ocurrió qué mejor forma de romper su silencio que la pregunta que se repetía mentalmente durante los últimos meses.
Levantó los brazos. Con la primera sangre de mujer vino el mayor cambio. Su piel se estaba convirtiendo en escamas negras. Nadie le dijo que iba a ser tan doloroso. Nadie le advertía del dolor. Intentó volver a gritar, una y otra vez. Pero no le quedaba fuerzas para ello. Sentía que un monstruo estaba saliendo de su cuerpo y que éste era quien tenía que gritar, no ella. Se llevó las manos a la espalda, donde dos bultos le desgarraban la piel; las alas.
Calló boca abajo en la nieve. Deseó estar muerta para no sentir más dolor.
* Bienhallado/a hermano/a mayor: Estás en la Llanura Nevada, no me importa cómo has llegado, por mi parte no seré estricta con tu cronología, pero eres libre de explicarlo si así lo deseas. Lo importa es que Lavey está en un estado de depresión en el que apenas puede razonar con total claridad. Tú objetivo, en este primer turno, es ayudar que su primera transformación en dragón sea más llevadera.
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Durante un tiempo, preservó su orgullo, tan característico de los dragones, y se quedó sola en su casa esperando que le llegase la muerte para llevarle con ella. Las únicas veces que salía era para ir al templo de Gamm’kun, del viejo dragón de la luz, y pedirle piedad. Se arrodillaba frente a la gran estatua, ponía sus manos sobre sus piernas flacuchas y rezaba con voz triste y apagada.
-Le pido misericordia, acaba conmigo. No quiero seguir viviendo-.
El rezo terminaba abriendo sus ojos y darse cuenta que sus manos, antes níveas y delicadas, se convirtieron por la enfermedad en un conglomerado de manchas grises y piel deshecha; tenía el mismo aspecto que el cuero quemado.
Dos semanas estuvo visitando, constantemente, el templo de Gamm’kun. Dejó de ir cuando se dio cuenta que no era la única que pedía favores al dragón de luz. La mayor parte de Dundarak estaba allí. Era fácil diferenciar a los enfermos, como ella, de los que estaban sanos; los primeros ocultaban bajo enormes túnicas que no dejaban ver ni un atisbo de su demacrada piel, era como ver una profesión de fantasmas. De futuros fantasmas, para ser exactos. Lavey estaba cansada de vestir holgadas túnicas, las que cogió del armario de su difunto padre, para salir poder salir de casa. Si tenía que ser una fantasma lo sería en el interior de su casa, donde estaba cómoda y segura, donde no podía contagiar a los pocos sanos que quedaban en Dundarak.
Su clausura duró tres días. Se alimentó de las reservas de comida, gran parte en mal estado, que quedaba en la despensa. Con suerte, mucha suerte, pudo cazar una rata que apareció entre los armarios. Cualquiera otra chica hubiera tenido asco ni tan siquiera de tocar al animal sin embargo, cuando el hambre apretaba, Lavey se dio cuenta que podía hacer cualquier cosa para poder comer. Atrapó a la rata con sus manos y empezó a comer sin antes matar al animal. La sangre de la rata le resultó sorprendentemente dulce y era rica en nutrientes: de no ser por ella, pensó que podría haber muerto de hambre.
No apareció ninguna rata más y entonces fue cuando decidió salir de casa a buscar comida. Ni se vistió con las túnicas que utilizaba para ir al templo de Gamm’kun, salió totalmente desnuda. En otra ocasión, la gente se hubiera girado a ver a una joven dragona desnuda en la calle. Los pechos todavía no se le habían desarrollado del todo, estaba en esa bella etapa en la que dejaba de ser una niña para convertirse en una mujer. Unos meses atrás deseó que llegase el cambio. Podría llenar los vestidos de mamá sin utilizar trapos en la zona del escote. En cuanto cumpliese la mayoría de edad, pensaba, lo primero que haría sería ir alguna de las fiestas de la ciudad, conocer a un chico unos años mayor y bailar con él hasta que sus pies dijeran basta. Eso fue antes de que la pirámide se abriera. Ahora, odiaba su cuerpo. Cada cambio que experimentaba, cada sentimiento nuevo, no hacía más que deformar su cuerpo hasta convertirlo en una burla de lo que había sido. En su imaginación, lo comparaba con una rosa naciendo en un campo de espina. Por muy bella que fuera la rosa, las espinas la desgarrarían sin piedad (Gamm’kun ten misericordia).
Caminó y caminó buscando algo de comer. Nada. Llegó a las fueras de Dundarak. Se perdió en el mar de nieve. Allí tuvo suerte. Pudo saltar encima de un pájaro que supo igual que la rata del armario: A gloria. Siguió caminando perdida, soñaba con encontrar la luz que le llevase hasta donde Gamm’kun le esperaría con papá y mamá. La única luz que veía, pálida como si fuera vista a través de un denso cristal, era la de sol.
El último cambio para llegar a ser una mujer llegó en el peor momento. Se tuvo que sentar en la nieve. La cintura le hacía tanto dañó que no podía caminar. Bajo su entrepierna chorreaba un hilillo de sangre. Lavey emitió un profundo grito desgarrador:
-¡¿POR QUÉ?!- No había dicho una palabra desde hacía días, desde que dejó de visitar el templo del dragón de luz. No se le ocurrió qué mejor forma de romper su silencio que la pregunta que se repetía mentalmente durante los últimos meses.
Levantó los brazos. Con la primera sangre de mujer vino el mayor cambio. Su piel se estaba convirtiendo en escamas negras. Nadie le dijo que iba a ser tan doloroso. Nadie le advertía del dolor. Intentó volver a gritar, una y otra vez. Pero no le quedaba fuerzas para ello. Sentía que un monstruo estaba saliendo de su cuerpo y que éste era quien tenía que gritar, no ella. Se llevó las manos a la espalda, donde dos bultos le desgarraban la piel; las alas.
Calló boca abajo en la nieve. Deseó estar muerta para no sentir más dolor.
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Re: Cambios de mujer [Desafío]
Buscar a su hermano, eso hacía Ingela en la Llanura Nevada. El había enfermado y al verse cubierto de llagas purulentas, había desaparecido. ¿Qué llevó a Ingela a buscarlo allí? Pues que él siempre dijo que ese lugar era perfecto para morir, perdido para siempre. -Estúpido Linus- pensó mientras descendía de su vuelo, obligada a continuar buscándolo a pie por los fuertes vientos que azotaban el lugar. Bien forrada en su capa, avanzaba con una lumbre, arrepintiéndose de no haber pedido que la acompañara alguien.
A lo lejos, divisó un bulto que se sacudía. El corazón de Ingela se apretó, pensando en su hermano enfermo, apresuró el paso hasta terminar corriendo. En su pecho, el corazón le retumbaba con fuerza un tanto por el esfuerzo físico, otro por el miedo y la angustia de que fuese Linus. Cuando llegó junto al bulto, se tiró de rodillas junto a este y comenzó a sacarle la nieve de encima. No era Linus, era una niña, una adolescente apenas menor que ella. Ingela se detuvo un instante, dudando de si seguir tocándola, pero no pudo contenerse más, y terminó dándole su propia capa, ella la necesitaría más.
La niña apenas pudo entreabrir los ojos y mirar a Ingela. Sus labios estaban tan morados que llegaban a ser negros. Su piel ajada llena de llagas y pústulas mostraban lo enferma que estaba. -¿También has venido aquí para morir?- le dijo, sin poder evitar que una lágrima le corriera por la mejilla. La abrazó para ayudarla a entrar en calor, hacía poco tiempo, Ingela había descubierto que podía subir la temperatura de su cuerpo a voluntad, habilidad que encontró muy útil ahora que volvía al norte. Al tenerla tan cerca, comenzó a frotarle la espalda -Son Ingela Feuersteinherzdottir- susurró en una voz muy tranquila -No te preocupes, te voy a ayudar- le dijo justo cuando sus manos toparon con un par de bultos en su espalda. Los bultos crecían, causándole dolor a la niña que aún no lograba reunir las fuerzas suficientes para hablar.
Ingela la tomó por los hombros para mirarla -¿Te estás transformando?- preguntó. La niña asintió lentamente. -¿Es la primera vez?- volvió a preguntar la joven dragona. La niña asintió de nuevo. Ingela la volvió a abrazar fuerte -Tranquila, cierra los ojos, no luches contra ello- le dijo mientras la sostenía entre sus brazos -Imagina un enorme dragón, de fuertes alas y poderosas garras, solo piensa en eso, enfócate en ese dragón... las primeras veces duele mucho, con el tiempo ya no, uno se acostumbra- le dijo acariciándole el cabello.
Se separó de ella, mirándola con dulzura. El viento les despeinaba el cabello. Los ojos de la niña estaban vidriosos, como si quisiera llorar, pero estaba tan débil y cansada, que ni siquiera podía llorar.
A lo lejos, divisó un bulto que se sacudía. El corazón de Ingela se apretó, pensando en su hermano enfermo, apresuró el paso hasta terminar corriendo. En su pecho, el corazón le retumbaba con fuerza un tanto por el esfuerzo físico, otro por el miedo y la angustia de que fuese Linus. Cuando llegó junto al bulto, se tiró de rodillas junto a este y comenzó a sacarle la nieve de encima. No era Linus, era una niña, una adolescente apenas menor que ella. Ingela se detuvo un instante, dudando de si seguir tocándola, pero no pudo contenerse más, y terminó dándole su propia capa, ella la necesitaría más.
La niña apenas pudo entreabrir los ojos y mirar a Ingela. Sus labios estaban tan morados que llegaban a ser negros. Su piel ajada llena de llagas y pústulas mostraban lo enferma que estaba. -¿También has venido aquí para morir?- le dijo, sin poder evitar que una lágrima le corriera por la mejilla. La abrazó para ayudarla a entrar en calor, hacía poco tiempo, Ingela había descubierto que podía subir la temperatura de su cuerpo a voluntad, habilidad que encontró muy útil ahora que volvía al norte. Al tenerla tan cerca, comenzó a frotarle la espalda -Son Ingela Feuersteinherzdottir- susurró en una voz muy tranquila -No te preocupes, te voy a ayudar- le dijo justo cuando sus manos toparon con un par de bultos en su espalda. Los bultos crecían, causándole dolor a la niña que aún no lograba reunir las fuerzas suficientes para hablar.
Ingela la tomó por los hombros para mirarla -¿Te estás transformando?- preguntó. La niña asintió lentamente. -¿Es la primera vez?- volvió a preguntar la joven dragona. La niña asintió de nuevo. Ingela la volvió a abrazar fuerte -Tranquila, cierra los ojos, no luches contra ello- le dijo mientras la sostenía entre sus brazos -Imagina un enorme dragón, de fuertes alas y poderosas garras, solo piensa en eso, enfócate en ese dragón... las primeras veces duele mucho, con el tiempo ya no, uno se acostumbra- le dijo acariciándole el cabello.
Se separó de ella, mirándola con dulzura. El viento les despeinaba el cabello. Los ojos de la niña estaban vidriosos, como si quisiera llorar, pero estaba tan débil y cansada, que ni siquiera podía llorar.
Ingela
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Re: Cambios de mujer [Desafío]
Levantó el brazo derecho, el cual estaba cubierto de escamas negras, hacia la chica como si le estuviera dando la mano. No sabía quién era o de dónde había salido, pero la necesitaba. Nunca antes había necesitado tener alguien a su lado. Intentó hablar, suplicarle por favor que no se fuera, que la abrazase y que aliviase el dolor femenino y el dolor de los dragones; sin embargo, de la boca, que cada vez más se parecía a un hocico, solamente salía grandes bocanadas de aire. En una de ellas, asomó el esbozo del que sería su futuro aliento como dragona. Viento. Aquel sería su elemento, pudo sentirlo y verlo en su cabeza como la chica había dicho que lo vería. Se concentró más en aquella imagen: las alas, las fauces, las escamas negras como las de su brazo…. ¿Servía de algo? Dudaba que así lo fuera.
”No te vayas, por favor. No podré hacerlo sola. Tengo mucho miedo”. Rugió y gritó por partes iguales a vez que gateaba hacia la chica. Tenía el aspecto y la firmeza de los Viejos Dragones. Sin conocerla, admiró su rigidez y su agradable sonrisa. ”¡Haz que pare, haz que pare!”
Lavey puso sus manos en la espalda, el lugar donde le crecerían las alas. Al no controlar sus recientes garras, se desgarró la piel. Pensaba que si le daba camino, las alas saldrían antes. La intención fue rascarse suavemente, abrir paso a las alas; no desgarrase la piel con sus propias uñas de dragón. El resultado final, no fue de su desagrado. Haría lo que fuera para que la transformación pasase lo antes posible. Si para ello tenía que lastimar, sabían los Viejos Dragones que lo haría.
Desesperada, al ver toda la sangre que corría por su espalda, cogió un puñado de nieve y se la frotó en las heridas para limpiarlas. Durante el proceso, no apartaba la vista de la chica. Había pasado de mirarle con un tono de súplica a hacerlo con rabia. La culpaba de haberse lastimado. Si la estuviera cuidando, abrazando, nada de esto hubiera pasado. Era por su culpa. Cogió un segundo puñado de nieve y lo llevó a su entrepierna, tan recubierta de escamas negras como su brazo, la sangre que caía de su zona de mujer era más oscura, densa y fría que la de su espalda.
“¡Esto es por tu culpa, por dejarme sola! Tienes que venir a mi lado.” Pensaba y decía en rugidos incomprensibles de dragón.
Finalmente, paso lo que no tenía que haber pasado. En una de las exhalaciones de Lavey, emitió el aliento de viento que tanto se había esforzado por controlar. El vendaval fue dirigido hacia la chica, la misma que le ayudó y la misma que se separó unos centímetros de ella cuando más le necesitaba.
Cerró los ojos al acto, no quería ver cómo estaba. ¿Le había hecho daño? Quizás. ¿Estaba bien? Quizás. ¿Volvería la chica para ayudarle de verdad? Lo dudaba mucho.
* Ingela: Como puedes ver [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], he invocado la Voluntad de los Dioses para que decidan por mí tu futuro. Pensé que sería más divertido dejar abierto el ataque de Lavey y que dejarlo a la fortuna. Los dioses han hablado. Suerte mala. En el siguiente turno, el último turno de este desafío, deberás interpretar la suerte de los Dioses y decidir si cuidar de Lavey o enfadarte por lo que te ha hecho y marcharte de allí (si te vas, es muy posible que la chica muera). La elección es solo tuya.
”No te vayas, por favor. No podré hacerlo sola. Tengo mucho miedo”. Rugió y gritó por partes iguales a vez que gateaba hacia la chica. Tenía el aspecto y la firmeza de los Viejos Dragones. Sin conocerla, admiró su rigidez y su agradable sonrisa. ”¡Haz que pare, haz que pare!”
Lavey puso sus manos en la espalda, el lugar donde le crecerían las alas. Al no controlar sus recientes garras, se desgarró la piel. Pensaba que si le daba camino, las alas saldrían antes. La intención fue rascarse suavemente, abrir paso a las alas; no desgarrase la piel con sus propias uñas de dragón. El resultado final, no fue de su desagrado. Haría lo que fuera para que la transformación pasase lo antes posible. Si para ello tenía que lastimar, sabían los Viejos Dragones que lo haría.
Desesperada, al ver toda la sangre que corría por su espalda, cogió un puñado de nieve y se la frotó en las heridas para limpiarlas. Durante el proceso, no apartaba la vista de la chica. Había pasado de mirarle con un tono de súplica a hacerlo con rabia. La culpaba de haberse lastimado. Si la estuviera cuidando, abrazando, nada de esto hubiera pasado. Era por su culpa. Cogió un segundo puñado de nieve y lo llevó a su entrepierna, tan recubierta de escamas negras como su brazo, la sangre que caía de su zona de mujer era más oscura, densa y fría que la de su espalda.
“¡Esto es por tu culpa, por dejarme sola! Tienes que venir a mi lado.” Pensaba y decía en rugidos incomprensibles de dragón.
Finalmente, paso lo que no tenía que haber pasado. En una de las exhalaciones de Lavey, emitió el aliento de viento que tanto se había esforzado por controlar. El vendaval fue dirigido hacia la chica, la misma que le ayudó y la misma que se separó unos centímetros de ella cuando más le necesitaba.
Cerró los ojos al acto, no quería ver cómo estaba. ¿Le había hecho daño? Quizás. ¿Estaba bien? Quizás. ¿Volvería la chica para ayudarle de verdad? Lo dudaba mucho.
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* Ingela: Como puedes ver [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], he invocado la Voluntad de los Dioses para que decidan por mí tu futuro. Pensé que sería más divertido dejar abierto el ataque de Lavey y que dejarlo a la fortuna. Los dioses han hablado. Suerte mala. En el siguiente turno, el último turno de este desafío, deberás interpretar la suerte de los Dioses y decidir si cuidar de Lavey o enfadarte por lo que te ha hecho y marcharte de allí (si te vas, es muy posible que la chica muera). La elección es solo tuya.
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Re: Cambios de mujer [Desafío]
Ingela miraba con un poco de angustia a la niña; estaba sufriendo mucho. -¡Por favor cálmate! ¡No te resistas!- gritaba la joven dragona mientras aquella pequeña se retorcía y lastimaba al transformarse de una manera lenta y dolorosa. El viento arreciaba y arremolinaba la nieve al rededor de ellas. Ingela notaba la estática formarse, creando chispas eléctricas que iluminaban. La niña sería un dragón de aire, controlaría el viento, las corrientes, y por ende, podría crear electricidad.
Era peligroso estar cerca de un dragón que se transformaba por primera vez. Al ser un proceso doloroso y estresante, las reacciones del dragón eran impredecibles. La primera transformación de Ingela había sido cuando era muy niña, fue una dragoncita precoz en ese sentido, pero al tener cerca a sus padres, hermanos y abuelos, fue un momento lindo, tranquilo, en el que ella se sintió contenida y apoyada. Todos le daban ánimos y fuerzas para hacerlo. Al primer indicio de escamas, sus padres la tomaron en brazos y la llevaron a una colina donde recibía los tibios rayos del sol. Ahora veía a esta niña, sufriendo, haciéndose daño, gritando de dolor y desesperación, y sentía miedo. No tenía idea de qué hacer.
Intentó acercarse de nuevo a la chica, darle un abrazo, pero justo cuando intentó agarrarla, ella rugió, con tanta fuerza y rabia, que creó un vendaval. Una fuerte ráfaga de viento lanzó a Ingela por los aires y la azotó contra el suelo nevado, a unos 5 metros de distancia. La joven dragona quedó inconsciente, allí tirada, a mereced de una dragona furiosa y adolorida. Qué mala combinación.
Tras unos minutos perdida en la oscuridad, Ingela comenzó a abrir los ojos. Le costaba enfocar y sentía que todo daba vueltas. Se apoyó en las manos y al impulsarse para levantarse, un dolor punzante en el costado la hizo flaquear. Tal vez tendría unas costillas rotas. En la boca tenía ese sabor metálico de la sangre y unas náuseas terribles le invadieron. Pero no podía desfallecer allí. A pesar del dolor, se incorporó lo suficiente para arrastrarse hacia la niña, quién se sacudía en fuertes espasmos mientras su cuerpo cambiaba a su forma de dragón.
Llegó junto a ella y la cubrió con su propio cuerpo. Ingela se veía pequeña al lado de ella, su cuerpo había comenzado a crecer hacia su forma dracónide. -Solo piensa en el dragón... piensa en el dragón que vuela...- le susurraba, conteniendo a la chica. Ella misma cerró los ojos y visualizó su forma de dragón, pensando en el fuego, que era su elemento y en el poder que sentía cuando estiraba las alas en el aire. Si tan solo pudiese decirle eso a la chica, si tan solo pudiese transmitirle ese sentimiento... podría ayudarle un poco más.
-No te preocupes, aquí estoy- le dijo antes de que su cuerpo también comenzara a partirse en mil pedazos mientras las fuertes garras aparecían en sus dedos, su cara se alargaba, su cuerpo se cubría de escamas rojas y verdes y de su espalda crecían alas cubiertas de plumas. Ingela rugió en su forma de dragón, calentando su cuerpo haciendo que la nieve se derritiera a su alrededor.
Era peligroso estar cerca de un dragón que se transformaba por primera vez. Al ser un proceso doloroso y estresante, las reacciones del dragón eran impredecibles. La primera transformación de Ingela había sido cuando era muy niña, fue una dragoncita precoz en ese sentido, pero al tener cerca a sus padres, hermanos y abuelos, fue un momento lindo, tranquilo, en el que ella se sintió contenida y apoyada. Todos le daban ánimos y fuerzas para hacerlo. Al primer indicio de escamas, sus padres la tomaron en brazos y la llevaron a una colina donde recibía los tibios rayos del sol. Ahora veía a esta niña, sufriendo, haciéndose daño, gritando de dolor y desesperación, y sentía miedo. No tenía idea de qué hacer.
Intentó acercarse de nuevo a la chica, darle un abrazo, pero justo cuando intentó agarrarla, ella rugió, con tanta fuerza y rabia, que creó un vendaval. Una fuerte ráfaga de viento lanzó a Ingela por los aires y la azotó contra el suelo nevado, a unos 5 metros de distancia. La joven dragona quedó inconsciente, allí tirada, a mereced de una dragona furiosa y adolorida. Qué mala combinación.
Tras unos minutos perdida en la oscuridad, Ingela comenzó a abrir los ojos. Le costaba enfocar y sentía que todo daba vueltas. Se apoyó en las manos y al impulsarse para levantarse, un dolor punzante en el costado la hizo flaquear. Tal vez tendría unas costillas rotas. En la boca tenía ese sabor metálico de la sangre y unas náuseas terribles le invadieron. Pero no podía desfallecer allí. A pesar del dolor, se incorporó lo suficiente para arrastrarse hacia la niña, quién se sacudía en fuertes espasmos mientras su cuerpo cambiaba a su forma de dragón.
Llegó junto a ella y la cubrió con su propio cuerpo. Ingela se veía pequeña al lado de ella, su cuerpo había comenzado a crecer hacia su forma dracónide. -Solo piensa en el dragón... piensa en el dragón que vuela...- le susurraba, conteniendo a la chica. Ella misma cerró los ojos y visualizó su forma de dragón, pensando en el fuego, que era su elemento y en el poder que sentía cuando estiraba las alas en el aire. Si tan solo pudiese decirle eso a la chica, si tan solo pudiese transmitirle ese sentimiento... podría ayudarle un poco más.
-No te preocupes, aquí estoy- le dijo antes de que su cuerpo también comenzara a partirse en mil pedazos mientras las fuertes garras aparecían en sus dedos, su cara se alargaba, su cuerpo se cubría de escamas rojas y verdes y de su espalda crecían alas cubiertas de plumas. Ingela rugió en su forma de dragón, calentando su cuerpo haciendo que la nieve se derritiera a su alrededor.
Ingela
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Re: Cambios de mujer [Desafío]
Pensó en abrazar a la chica que, segundas atrás, había deseado que se fuera y no verla más. Ella, sin conocerla de nada en absoluto, se había convertido en su único sustento, la única persona a quién quería ver. Cuando sintió el calor de sus brazos rodeando su espalda, Lavey se lamentó profundamente de no poder devolverle el abrazo. Sus manos eran garras negras como la obsidiana, si le tocaba tenía miedo de herirla sin querer como ella misma se había arañado en la zona de las alas. Lo que hizo, en cambio, fue hundir las garras en la nieve y llorar sobre el hombro de la chica. Se preocupó por mantener la boca cerrada, otro vendaval sería catastrófico.
“Perdona, perdóname por favor. Yo no quería hacerte daño”. Intentó decir con la boca cerrada. Solo se escuchó sonidos guturales venidos del interior de su garganta.
Usó todas sus fuerzas para imaginar al dragón. Se dejó caer sobre el pecho de la chica y se quedó quietecita, como si estuviera durmiendo. Apretó los ojos y se concentró en la dragona. Era negra como la noche, hermosa. ¿Cómo algo tan precioso podía hacer tanto daño a ella y a la chica? Su parte dragona no era algo malo, como había llegado a pensar; todo lo contrario, la imagen que tenía en la cabeza le transmitía bondad y pureza.
De pronto, y sin aviso, dejó de sentir los brazos de la chica en su espalda. Tuvo miedo de abrir los ojos y darse cuenta que la había abandonado de nuevo. Nada más lejos de la realidad, esta vez, quién había dejado a alguien era ella. La dragona negra estaba flotando el cielo. Batía las alas lenta y pesadamente, todavía se estaba acostumbrado a ellas. Giró su largo cuello, porque sí, su cuello era enorme, para verse al completo: la espalda, las patas, las alas…. Se sentía fuerte, bella y, sobre todo, viva. Rugió de felicidad desplegando varias oleadas de viento.
Una de esas oleadas la dirigió a la chica que le hubo salvado. El viento, suave como el algodón, le quitó la blusa y los pantalones. Un vestido hecho de fino aire y delgadas nubes ocupó su lugar. Era la forma en la que Lavey le dio las gracias a la mujer por haberla ayudado.
* Ingela: Se nota que te encantan los dragones, tienes muy buena manos con ellos. De no ser por ti, la pobre Lavey hubiera muerto por el frío y el miedo.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
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“Perdona, perdóname por favor. Yo no quería hacerte daño”. Intentó decir con la boca cerrada. Solo se escuchó sonidos guturales venidos del interior de su garganta.
Usó todas sus fuerzas para imaginar al dragón. Se dejó caer sobre el pecho de la chica y se quedó quietecita, como si estuviera durmiendo. Apretó los ojos y se concentró en la dragona. Era negra como la noche, hermosa. ¿Cómo algo tan precioso podía hacer tanto daño a ella y a la chica? Su parte dragona no era algo malo, como había llegado a pensar; todo lo contrario, la imagen que tenía en la cabeza le transmitía bondad y pureza.
De pronto, y sin aviso, dejó de sentir los brazos de la chica en su espalda. Tuvo miedo de abrir los ojos y darse cuenta que la había abandonado de nuevo. Nada más lejos de la realidad, esta vez, quién había dejado a alguien era ella. La dragona negra estaba flotando el cielo. Batía las alas lenta y pesadamente, todavía se estaba acostumbrado a ellas. Giró su largo cuello, porque sí, su cuello era enorme, para verse al completo: la espalda, las patas, las alas…. Se sentía fuerte, bella y, sobre todo, viva. Rugió de felicidad desplegando varias oleadas de viento.
Una de esas oleadas la dirigió a la chica que le hubo salvado. El viento, suave como el algodón, le quitó la blusa y los pantalones. Un vestido hecho de fino aire y delgadas nubes ocupó su lugar. Era la forma en la que Lavey le dio las gracias a la mujer por haberla ayudado.
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* Ingela: Se nota que te encantan los dragones, tienes muy buena manos con ellos. De no ser por ti, la pobre Lavey hubiera muerto por el frío y el miedo.
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- Vestido de Lavey:
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Es un precioso vestido hecho de viento y nubes que toman la apariencia de la tela. Puede ser útil tanto como armadura ligera (calidad superior) y/o como traje de gala. Al llevarlo puesto, recibes una bonificación del 20% de destreza y fuerza.
Además, por si no fuera poco, puedes canalizar tu elemento dragón en el vestido de forma que puedas utilizar, una vez por tema, una de tus habilidades sin tener que transformarte. Cuando esto sucede, el traje se tiñe de color del fuego.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
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