Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
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Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Se arrodilló en el barro mientras daba cachetes en los mofletes a la pequeña que tenía en brazos. Se había quedado inconsciente y ya no respondía a su nombre cuando Iredia la llamaba sin parar. Llovía a mares, inundando prácticamente todo el camino en una lúgubre tormenta de noche cerrada. La niña empeoraba por momentos. Iredia... Iredia simplemente actuaba sin pensar. Porque si pensaba... si se paraba a pensar un solo instante lo que le asaltaba la mente, la mirada se le empañaba y una furia mal contenida le revolvía las entrañas de una forma nada natural.
-Itrella... -palmada- Itrella... -otra- ¡ITRELLA! -chilló mientras hundía el rostro en el pecho de la pequeña.
Las gotas de lluvia camuflaron sus lágrimas. No tenía tiempo de volver al castillo de Dag y allí, presa del pánico, sola y con una niña enferma en brazos era pasto de los ladrones, de los asesinos y de cualquier criatura que tuviese hambre. Miró a su alrededor. Los dioses... los dioses no hacían más que traicionarla en ese mundo humano. ¿Es que la estaban castigando por abandonar los bosques?¿Era eso?¿Debía volver a casa? Miró entonces a la niña, una niña que moriría si nadie cuidaba de ella. No, todavía no. Todavía no podía volver a casa. Lo haría cuando esa pequeña estuviese bien.
Rushi saltó de la capucha de Iredia al suelo y miró con ojitos tristes a su dueña.
-Sí, lo sé, pequeño. Tenemos que encontrar un lugar para pasar la noche.
El gatete moteado, una vez más, hizo gala de su ingenio y comenzó a caminar decidido hacia delante. Iredia, más lenta y pesada, intentando tapar el rostro de Itrella para que no se mojase, siguió al bicho en la penumbra. Tras un rato de dura marcha, el gatete paró y volvió a subir al hombro de Iredia, metiendo la cola en la capucha. La elfa tragó saliva.
-Dioses, Rushi, ¿dónde me has traído?
Delante de su mirada violeta se alzaba una enorme mansión. Grandes pilares sostenían el porche de una elegante entrada, un jardín esbelto oculto por la oscuridad se abría a los lados y unos grandes ventanales oscuros revelaban que, en su interior, o estaban todos dormidos o no había nadie que custodiase aquel gigante hogar.
Rushi maulló. Iredia lo miró y luego miró a la niña. Respiró hondo. Con paso decidido y llevada casi por la desesperación, avanzó hasta la puerta principal. Vio una anilla y golpeó en ella. Quizás tuviera suerte y hubiese alguien y quizás no y tuviera que pasar la noche en aquel portal con las piernas mojadas. Cualquier opción era mejor que quedarse sola a la intemperie y en la oscuridad. Volvió a golpear con fuerza (poca).
-¿Hay alguien ahí? -volvió a golpear- ¿Hola?
Llamó un par de veces más y apoyó la frente en la puerta. Estaba cansada y, por primera vez en mucho tiempo, se sentía derrotada. Sin salida.
-Itrella... -palmada- Itrella... -otra- ¡ITRELLA! -chilló mientras hundía el rostro en el pecho de la pequeña.
Las gotas de lluvia camuflaron sus lágrimas. No tenía tiempo de volver al castillo de Dag y allí, presa del pánico, sola y con una niña enferma en brazos era pasto de los ladrones, de los asesinos y de cualquier criatura que tuviese hambre. Miró a su alrededor. Los dioses... los dioses no hacían más que traicionarla en ese mundo humano. ¿Es que la estaban castigando por abandonar los bosques?¿Era eso?¿Debía volver a casa? Miró entonces a la niña, una niña que moriría si nadie cuidaba de ella. No, todavía no. Todavía no podía volver a casa. Lo haría cuando esa pequeña estuviese bien.
Rushi saltó de la capucha de Iredia al suelo y miró con ojitos tristes a su dueña.
-Sí, lo sé, pequeño. Tenemos que encontrar un lugar para pasar la noche.
El gatete moteado, una vez más, hizo gala de su ingenio y comenzó a caminar decidido hacia delante. Iredia, más lenta y pesada, intentando tapar el rostro de Itrella para que no se mojase, siguió al bicho en la penumbra. Tras un rato de dura marcha, el gatete paró y volvió a subir al hombro de Iredia, metiendo la cola en la capucha. La elfa tragó saliva.
-Dioses, Rushi, ¿dónde me has traído?
Delante de su mirada violeta se alzaba una enorme mansión. Grandes pilares sostenían el porche de una elegante entrada, un jardín esbelto oculto por la oscuridad se abría a los lados y unos grandes ventanales oscuros revelaban que, en su interior, o estaban todos dormidos o no había nadie que custodiase aquel gigante hogar.
Rushi maulló. Iredia lo miró y luego miró a la niña. Respiró hondo. Con paso decidido y llevada casi por la desesperación, avanzó hasta la puerta principal. Vio una anilla y golpeó en ella. Quizás tuviera suerte y hubiese alguien y quizás no y tuviera que pasar la noche en aquel portal con las piernas mojadas. Cualquier opción era mejor que quedarse sola a la intemperie y en la oscuridad. Volvió a golpear con fuerza (poca).
-¿Hay alguien ahí? -volvió a golpear- ¿Hola?
Llamó un par de veces más y apoyó la frente en la puerta. Estaba cansada y, por primera vez en mucho tiempo, se sentía derrotada. Sin salida.
Iredia
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
La lluvia se había ido marcando y haciendo cada vez más intensa a medida que me adentraba en el bosque. El caballo que montaba, un semental negro que había obtenido unas semanas atrás, no parecía estar para nada molesto ni alterado por el clima. Por el contrario, su galope no menguaba ni se retrasaba a pesar de las tempestades.
En lo que a mi respectaba, había conseguido perfeccionar uno de los símbolos que combinaba los elementos de aire y agua y había conseguido una especie de recubrimiento personal para evitar que mis ropas o piel se calaran de ese pequeño diluvio. El mapa que me conducía a mi nueva casa, por eso, no había corrido la misma suerte, y parte de la tinta se había acabado corriendo por el papel y ahora era difícil alcanzar la ubicación designada por el vendedor de parcelas.
A decir verdad, no sabia que esperar exactamente de ese nuevo hogar. Lo había comprado únicamente con la intención de evitar que el blanqueamiento del banco de Lunargenta inutilizara el dinero robado. De esta forma, yo conseguía bienes y propiedades con un dinero que, tarde o temprano, me acabaría desapareciendo. Un dinero falso. Pero eso no facilitaba el hecho de que hubiera comprado una casa en la que, según decían, ya residía una especie de mayordomo... O Asistente... O sirvienta.
Me rasqué la cabeza mientras observaba por vigesimosegunda vez el mapa a medio borrar. Ni siquiera sabia que esperar en la parcela que acababa de conseguir. El único punto que me interesaba de todo aquello era el poder tener un lugar en el que poder empezar a realizar mis experimentos. Aquellos que requerían una gran cantidad de dinero, tiempo... Y no estaban del todo bien vistos.
- Chico. - Dije refiriéndome al caballo mientras tiraba de sus riendas. - No es por aquí. Este camino no es reciente. - Dije señalado parte de la maleza que pisábamos. El caballo relincho. - Debería ponerte un nombre. - Casi pareció que el caballo asintiera ante esa idea.
Me mantuve un rato en silencio observando a mi alrededor. Pude oír unos cuervos de fondo que me dieron dos ideas.
- Te llamaré Cuervo... - Dije seguro. - Y ahora avanza en esa dirección. Los cuervos suelen hacer nidos relativamente cerca de huertos. Quiza estemos cerca.
En lo que a mi respectaba, había conseguido perfeccionar uno de los símbolos que combinaba los elementos de aire y agua y había conseguido una especie de recubrimiento personal para evitar que mis ropas o piel se calaran de ese pequeño diluvio. El mapa que me conducía a mi nueva casa, por eso, no había corrido la misma suerte, y parte de la tinta se había acabado corriendo por el papel y ahora era difícil alcanzar la ubicación designada por el vendedor de parcelas.
A decir verdad, no sabia que esperar exactamente de ese nuevo hogar. Lo había comprado únicamente con la intención de evitar que el blanqueamiento del banco de Lunargenta inutilizara el dinero robado. De esta forma, yo conseguía bienes y propiedades con un dinero que, tarde o temprano, me acabaría desapareciendo. Un dinero falso. Pero eso no facilitaba el hecho de que hubiera comprado una casa en la que, según decían, ya residía una especie de mayordomo... O Asistente... O sirvienta.
Me rasqué la cabeza mientras observaba por vigesimosegunda vez el mapa a medio borrar. Ni siquiera sabia que esperar en la parcela que acababa de conseguir. El único punto que me interesaba de todo aquello era el poder tener un lugar en el que poder empezar a realizar mis experimentos. Aquellos que requerían una gran cantidad de dinero, tiempo... Y no estaban del todo bien vistos.
- Chico. - Dije refiriéndome al caballo mientras tiraba de sus riendas. - No es por aquí. Este camino no es reciente. - Dije señalado parte de la maleza que pisábamos. El caballo relincho. - Debería ponerte un nombre. - Casi pareció que el caballo asintiera ante esa idea.
Me mantuve un rato en silencio observando a mi alrededor. Pude oír unos cuervos de fondo que me dieron dos ideas.
- Te llamaré Cuervo... - Dije seguro. - Y ahora avanza en esa dirección. Los cuervos suelen hacer nidos relativamente cerca de huertos. Quiza estemos cerca.
Erenair
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Con cada paso que daba una de las pesadas grebas que vestía acababa alojada firmemente en la húmeda tierra por la que avanzaban. Hundido en el barro hasta las rodillas lanzó un par de improperios a la noche mientras luchaba, en vano, por salir del fango.
Cansado alzó la antorcha frente a su cara, iluminando pobremente el camino que serpenteaba a través del bosque.
La llama rojiza oscilaba frente a sus ojos con fuerza tratando de iluminar lo que tenía a su alrededor; el contorno de los árboles, de los arbustos que surcaban el angosto pasaje por el que avanzaba cambiaba continuamente debido a la difusa iluminación con la que el errante contaba. Afortunadamente la antorcha parecía estar decidida a mantenerse encendida aún bajo la tempestad.
Aquella era una de las peores tormentas que recordaba, si pudo salir del suelo fue gracias a Lyn, que le ayudó dando varios fuertes tirones de su brazo para despues volver a tomar la delantera, pues aquella luz era más que suficiente para la vampiresa, que encabezaba al dúo y se encargaba de conducir al exmercenario a través de los caminos con relativa facilidad y de vez en cuando hacía que se estrellase contra alguno de los árboles, por simple diversión.
Respiró hondo, y se pasó la mano izquierda por el pelo, humedecido, mientras escudriñaba lo el camino, tratando de vislumbrar lo que le esperaba al otro lado de aquel manto de oscuridad sin fin. Lo único bueno que tenía que decir de aquella noche es que su mano izquierda, aquella mano que tantos disgustos le había dado estaba recobrando su color original, la dureza del metal ya había cesado, como suponía, el tiempo la estaba sanando. Ya podía volver a esgrimir armas.
Siguieron avanzando, lentamente, pero de forma constante, sin mirar atrás. En realidad, no tenían ningún destino, en un principio había pensado en buscar algo parecido a un curandero en Lunargenta, pero apenas se habían parado un par de días en la ciudad. La urbe de los humanos no era como la recordaba, cada día iba a peor y no parecía querer mejorar. No le gustaba verla así, y aunque una parte muy grande de él quería quedarse a hacer algo para las calles dejasen de oler a sangre fresca cada mañana, para que aquella copia bata de Sacrestic volviese a su estado original, no podía sino seguir adelante, como de costumbre.
Se detuvo un instante a asegurarse de que la antorcha no se apagaba, podía permitírse aquello segundos, aun bajo la tormenta sabía que la luna aún estaba alta, oculta tras el manto de oscuridad que habían formado las nubes sobre sus cabezas.
- ¿Y se puede saber a dónde vamos? – Preguntó la ojiazul por decimosexta vez desde que abandonaron Lunargenta. – No es que me importe caminar, pero usualmente me gusta saber dónde vamos a ir antes de llegar. – Sonrió, para después llevarse ambas manos a la cara dramáticamente – Me llevas a un lugar apartado para hacerme cosas perversas. – Dijo apoyándose contra un árbol, un relámpago iluminó completamente aquella escena durante unos instantes, dándole un aspecto, cuanto menos, poético.
- No – Respondió Eltrant con una sonrisa, encogiéndose de hombros, Lyn suspiró y negó con la cabeza. – Aunque… no he pensado a dónde ir. ¿Qué te parece… Sacrestic? – Dijo resguardándose bajo uno de los árboles. – Quizás allí puedan ayudarme con… - Se señaló la mano.
En realidad, había dicho la primera ciudad que se le había venido a la cabeza, si buscaba curanderos en Lunargenta había más de un centenar de ellos dispuestos a tratarle la mano. No estaba seguro de que buscaba en el oeste, quizás fuese una cura, o quizás, simplemente, había improvisado aquel destino. Al final daba igual lo que hiciese, las palabras de Irirgo se repetían una y otra vez en su cabeza: “El mundo necesita más héroes”, tenía razón.
Sí algo había sacado en claro de su viaje con Lyn a Beltrexus era que no podía volver de nuevo a su cabaña, no todavía. Tenía muchas cosas que hacer antes.
- … No me gusta Sacrestic. – Dijo Lyn como toda respuesta, torciendo el gesto, pero acabó con una sonrisa.
- ¿No eres tú de…?
- Soy de Roilkat – Dijo la muchacha cortante. – Mi pueblo… – Se mordió el labio inferior, comenzó a llover con más fuerza.
- Es mejor que nos movamos, está empeorando. – Dijo Eltrant al final, cortando a la joven, que se limitó a sonreír al castaño. Había tenido aquella conversación con ella el número suficiente de veces como para saber que la vampiresa no se sentía comoda cuando aquel tema salía a colación. Y, de todas maneras, no era precisamente el momento de conversar.
Inmersos en un silencio solo roto por la lluvia y risa que Lyn dejaba escapar cada vez que esta hacía que su compañero se estrellase contra alguno de los árboles continuarón caminando a través del bosque. Hasta que oyeron una voz, una voz femenina parcialmente apagada por el sonido de los relámpagos. Fue solo un grito, una simple palabra difuminada con los ruñidos del entorno, pero fue suficiente para que Eltrant acelerase el paso, parecía que estaba en problemas.
No fueron pocas las veces en las que quedó atrapado en el barro antes de llegar al extenso jardín de lo que parecía ser una enorme mansión abandonada en mitad del bosque. Suspiró profundamente y oteó el lugar desde la entrada al jardín: todas las luces apagadas, todas las ventanas cerradas a cal y canto y ninguna luz encendida. ¿Viviría alguien allí? Tenía que haber alguien, la voz que habían oído procedía de aquel lugar.
- ¿Tú también lo has oído verdad? – Preguntó Eltrant a su aliada mientras caminaban a través del jardín en dirección al porche.
- Sí – Respondió Lyn – Por eso corríamos ¿No? – Se mordió el labio inferior mientras miraba a su alrededor. - ¿Por qué estas casas siempre tienen pinta de ser trampas mortales? – Dijo alzando la vista, estudiando el enorme ventanal.
- Porque suelen serlo. – Respondió Eltrant deteniéndose un momento a mirar las dos siluetas que había junto a la puerta principal del edificio. Entornó los ojos tratando de distinguirlas: una de las figuras parecía ser la de una niña, la segunda era una mujer esbelta, que cargaba con la primera. Tomó aire y se acercó a la entrada, debía de ser ella la que había gritado.
- ¿Necesitáis ayuda? – Dijo en cuanto puso un pie en el porche. Fuese cual fuese la respuesta, lo cierto es que agradecía la protección que les brindaba el pórtico, quizás, si el dueño de aquel lugar era amable, se podrían quedar allí a esperar a que pasase la tempestad. La mujer, una elfa pelirroja por lo que pudo distinguir, llamaba en ese justo momento a la puerta principal. ¿Estaba tratando de buscar un sitio en el cual pasar la tempestad?
- ¡Iredia! – Lyn reconoció antes a la elfa que él, la sonrisa que se dibujó su rostro al ver a la muchacha que conoció el Ulmer se borró por completo cuando contempló el rostro de la joven con la que cargaba. Frunció el ceño. ¿Estaba enferma? - ¿Va… va todo bien? – Pronunció Lyn acercándose a la elfa, rompiendo, como de costumbre, todo lo relacionado con el espacio personal y sus normas.
No había tiempo para presentaciones, no cuando tanto Iredia como la joven que iba con ella parecían apunto de desmayarse.
- Siéntate a un lado, descansa un poco. – Pidió tratando de ofrecerle a la elfa una sonrisa tranquilizadora, algo que no consiguió, pero no le sorprendía, no si tenía en cuenta lo que acababa de observar, tanto la mujer como la niña tenían aspecto de no haber dormido en dias. ¿Era la plaga? Fuese lo que fuese no podían quedarse más tiempo a la intemperie.
Aporreó la puerta repetidas veces.
- ¿¡Hay alguien?! ¡Vamos, necesitamos ayuda! ¡¿No estáis viendo la tormenta!? – El sonido de los relámpagos fue lo único que obtuvo como respuesta, lo esperaba, maldijo en voz baja y miró a su alrededor, buscando algún modo de entrar. O no había nadie, o al noble que vivía en aquella casa no le importaba lo más mínimo quien estaba fuera – …Muy bien. – Se giró a mirar a Lyn. – Aléjate tu también. – Tragó saliva y giró el picaporte, la puerta estaba cerrada a cal y canto, iba a tener que ser más drástico. – Muy bien – Repitió, desenvainó la enorme espada que colgaba de su espalda, la gigantesca Claymore completamente blanca que había comprado días atrás en Lunargenta. – No se te ocurra fallarme ahora. – Aquella frase era más para él que para la espada, lo último que necesitaba era que la maldición decidiese reaparecer y hacer que aquella arma se derritiese entre sus manos.
Pero no lo hizo, se mantuvo firme, de metal.
Colocó la espada en el pequeño resquicio que separaba las dos hojas que componían el portón y, dejando a un lado toda delicadez, hizo palanca. Al tercer intento un sonoro “Crack”, indicó que la entrada a la mansión estaba abierta.
- Sutil… - Dijo Lyn cruzada de brazos.
- Ya le pagaré al dueño. – Dijo como toda respuesta, envainando de nuevo la espada y girándose a mirar a Iredia. - ¿Te encuentras bien?
Cansado alzó la antorcha frente a su cara, iluminando pobremente el camino que serpenteaba a través del bosque.
La llama rojiza oscilaba frente a sus ojos con fuerza tratando de iluminar lo que tenía a su alrededor; el contorno de los árboles, de los arbustos que surcaban el angosto pasaje por el que avanzaba cambiaba continuamente debido a la difusa iluminación con la que el errante contaba. Afortunadamente la antorcha parecía estar decidida a mantenerse encendida aún bajo la tempestad.
Aquella era una de las peores tormentas que recordaba, si pudo salir del suelo fue gracias a Lyn, que le ayudó dando varios fuertes tirones de su brazo para despues volver a tomar la delantera, pues aquella luz era más que suficiente para la vampiresa, que encabezaba al dúo y se encargaba de conducir al exmercenario a través de los caminos con relativa facilidad y de vez en cuando hacía que se estrellase contra alguno de los árboles, por simple diversión.
Respiró hondo, y se pasó la mano izquierda por el pelo, humedecido, mientras escudriñaba lo el camino, tratando de vislumbrar lo que le esperaba al otro lado de aquel manto de oscuridad sin fin. Lo único bueno que tenía que decir de aquella noche es que su mano izquierda, aquella mano que tantos disgustos le había dado estaba recobrando su color original, la dureza del metal ya había cesado, como suponía, el tiempo la estaba sanando. Ya podía volver a esgrimir armas.
Siguieron avanzando, lentamente, pero de forma constante, sin mirar atrás. En realidad, no tenían ningún destino, en un principio había pensado en buscar algo parecido a un curandero en Lunargenta, pero apenas se habían parado un par de días en la ciudad. La urbe de los humanos no era como la recordaba, cada día iba a peor y no parecía querer mejorar. No le gustaba verla así, y aunque una parte muy grande de él quería quedarse a hacer algo para las calles dejasen de oler a sangre fresca cada mañana, para que aquella copia bata de Sacrestic volviese a su estado original, no podía sino seguir adelante, como de costumbre.
Se detuvo un instante a asegurarse de que la antorcha no se apagaba, podía permitírse aquello segundos, aun bajo la tormenta sabía que la luna aún estaba alta, oculta tras el manto de oscuridad que habían formado las nubes sobre sus cabezas.
- ¿Y se puede saber a dónde vamos? – Preguntó la ojiazul por decimosexta vez desde que abandonaron Lunargenta. – No es que me importe caminar, pero usualmente me gusta saber dónde vamos a ir antes de llegar. – Sonrió, para después llevarse ambas manos a la cara dramáticamente – Me llevas a un lugar apartado para hacerme cosas perversas. – Dijo apoyándose contra un árbol, un relámpago iluminó completamente aquella escena durante unos instantes, dándole un aspecto, cuanto menos, poético.
- No – Respondió Eltrant con una sonrisa, encogiéndose de hombros, Lyn suspiró y negó con la cabeza. – Aunque… no he pensado a dónde ir. ¿Qué te parece… Sacrestic? – Dijo resguardándose bajo uno de los árboles. – Quizás allí puedan ayudarme con… - Se señaló la mano.
En realidad, había dicho la primera ciudad que se le había venido a la cabeza, si buscaba curanderos en Lunargenta había más de un centenar de ellos dispuestos a tratarle la mano. No estaba seguro de que buscaba en el oeste, quizás fuese una cura, o quizás, simplemente, había improvisado aquel destino. Al final daba igual lo que hiciese, las palabras de Irirgo se repetían una y otra vez en su cabeza: “El mundo necesita más héroes”, tenía razón.
Sí algo había sacado en claro de su viaje con Lyn a Beltrexus era que no podía volver de nuevo a su cabaña, no todavía. Tenía muchas cosas que hacer antes.
- … No me gusta Sacrestic. – Dijo Lyn como toda respuesta, torciendo el gesto, pero acabó con una sonrisa.
- ¿No eres tú de…?
- Soy de Roilkat – Dijo la muchacha cortante. – Mi pueblo… – Se mordió el labio inferior, comenzó a llover con más fuerza.
- Es mejor que nos movamos, está empeorando. – Dijo Eltrant al final, cortando a la joven, que se limitó a sonreír al castaño. Había tenido aquella conversación con ella el número suficiente de veces como para saber que la vampiresa no se sentía comoda cuando aquel tema salía a colación. Y, de todas maneras, no era precisamente el momento de conversar.
Inmersos en un silencio solo roto por la lluvia y risa que Lyn dejaba escapar cada vez que esta hacía que su compañero se estrellase contra alguno de los árboles continuarón caminando a través del bosque. Hasta que oyeron una voz, una voz femenina parcialmente apagada por el sonido de los relámpagos. Fue solo un grito, una simple palabra difuminada con los ruñidos del entorno, pero fue suficiente para que Eltrant acelerase el paso, parecía que estaba en problemas.
No fueron pocas las veces en las que quedó atrapado en el barro antes de llegar al extenso jardín de lo que parecía ser una enorme mansión abandonada en mitad del bosque. Suspiró profundamente y oteó el lugar desde la entrada al jardín: todas las luces apagadas, todas las ventanas cerradas a cal y canto y ninguna luz encendida. ¿Viviría alguien allí? Tenía que haber alguien, la voz que habían oído procedía de aquel lugar.
- ¿Tú también lo has oído verdad? – Preguntó Eltrant a su aliada mientras caminaban a través del jardín en dirección al porche.
- Sí – Respondió Lyn – Por eso corríamos ¿No? – Se mordió el labio inferior mientras miraba a su alrededor. - ¿Por qué estas casas siempre tienen pinta de ser trampas mortales? – Dijo alzando la vista, estudiando el enorme ventanal.
- Porque suelen serlo. – Respondió Eltrant deteniéndose un momento a mirar las dos siluetas que había junto a la puerta principal del edificio. Entornó los ojos tratando de distinguirlas: una de las figuras parecía ser la de una niña, la segunda era una mujer esbelta, que cargaba con la primera. Tomó aire y se acercó a la entrada, debía de ser ella la que había gritado.
- ¿Necesitáis ayuda? – Dijo en cuanto puso un pie en el porche. Fuese cual fuese la respuesta, lo cierto es que agradecía la protección que les brindaba el pórtico, quizás, si el dueño de aquel lugar era amable, se podrían quedar allí a esperar a que pasase la tempestad. La mujer, una elfa pelirroja por lo que pudo distinguir, llamaba en ese justo momento a la puerta principal. ¿Estaba tratando de buscar un sitio en el cual pasar la tempestad?
- ¡Iredia! – Lyn reconoció antes a la elfa que él, la sonrisa que se dibujó su rostro al ver a la muchacha que conoció el Ulmer se borró por completo cuando contempló el rostro de la joven con la que cargaba. Frunció el ceño. ¿Estaba enferma? - ¿Va… va todo bien? – Pronunció Lyn acercándose a la elfa, rompiendo, como de costumbre, todo lo relacionado con el espacio personal y sus normas.
No había tiempo para presentaciones, no cuando tanto Iredia como la joven que iba con ella parecían apunto de desmayarse.
- Siéntate a un lado, descansa un poco. – Pidió tratando de ofrecerle a la elfa una sonrisa tranquilizadora, algo que no consiguió, pero no le sorprendía, no si tenía en cuenta lo que acababa de observar, tanto la mujer como la niña tenían aspecto de no haber dormido en dias. ¿Era la plaga? Fuese lo que fuese no podían quedarse más tiempo a la intemperie.
Aporreó la puerta repetidas veces.
- ¿¡Hay alguien?! ¡Vamos, necesitamos ayuda! ¡¿No estáis viendo la tormenta!? – El sonido de los relámpagos fue lo único que obtuvo como respuesta, lo esperaba, maldijo en voz baja y miró a su alrededor, buscando algún modo de entrar. O no había nadie, o al noble que vivía en aquella casa no le importaba lo más mínimo quien estaba fuera – …Muy bien. – Se giró a mirar a Lyn. – Aléjate tu también. – Tragó saliva y giró el picaporte, la puerta estaba cerrada a cal y canto, iba a tener que ser más drástico. – Muy bien – Repitió, desenvainó la enorme espada que colgaba de su espalda, la gigantesca Claymore completamente blanca que había comprado días atrás en Lunargenta. – No se te ocurra fallarme ahora. – Aquella frase era más para él que para la espada, lo último que necesitaba era que la maldición decidiese reaparecer y hacer que aquella arma se derritiese entre sus manos.
Pero no lo hizo, se mantuvo firme, de metal.
Colocó la espada en el pequeño resquicio que separaba las dos hojas que componían el portón y, dejando a un lado toda delicadez, hizo palanca. Al tercer intento un sonoro “Crack”, indicó que la entrada a la mansión estaba abierta.
- Sutil… - Dijo Lyn cruzada de brazos.
- Ya le pagaré al dueño. – Dijo como toda respuesta, envainando de nuevo la espada y girándose a mirar a Iredia. - ¿Te encuentras bien?
Eltrant Tale
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
-Ire... -susurró la niña a la elfa.
-Dime, cielo. -la elfa tragó saliva para que no se notase el temblor de su voz.
-Es una casa muy grande... -le comentó la niña, con una naturalidad que sólo los niños podían tener en una situación similar.
A la joven se le escapó un sollozo y se tapó la boca con una mano. Carraspeó y se subió la bufanda, intentando tapar todo su rostro salvo sus ojos violetas.
Entonces, oyó algo. Unos pasos pesados, unos susurros entre la maleza, la lluvia y los rayos. Se dio la vuelta de golpe cuando vio a dos figuras aproximándose hacia ellas. Con mucho cuidado, llevó su mano al puñal que residía en su cinturón, bajo su capa. Sin embargo, los dioses por fin, tras largo tiempo, le sonrieron, pues esa voz que preguntaba ya la había oído antes. En Ulmer, para ser precisos. Entreabrió la boca con una visible sorpresa mientras se bajaba la bufanda para que ambos pudiesen ver su rostro. De todas las personas que había conocido, ellos eran las últimas que se había esperado encontrar en una situación como aquella. Dio gracias a los dioses en silencio varias veces, pues sólo podía ser obra suya que el gentil caballero y su amiga vampiresa hubiesen aparecido justo en ese momento.
No le dio tiempo a responder a la pregunta, pues en cuanto se bajó la bufanda la pequeña vampiresita la reconoció y la elfa, entre lágrimas silenciosas, sonrió abiertamente luchando por reprimir otro sollozo. Mientras Eltrant se acercaba a ellas, Iredia se agachó con Itrella en brazos y la mano que le quedó libre la usó para atraer a Lyn hacia sí y darle un intenso y ansioso abrazo.
-Lyn... Oh, dioses, cómo me alegro de verte. -le tembló ligeramente la voz. Cuando la pequeña le preguntó sobre su estado, la elfa sólo pudo negar con la cabeza, dando a entender que nada iba bien.
Antes de poder corresponder a Eltrant, él ya le había ofrecido sentarse. Sin embargo, la elfa no estaba tranquila y sólo se apartó ligeramente. Más cuando vio que el soldado estaba dispuesto a tirar la puerta abajo mientras gritaba al interior.
-No me han contestado a mí tampoco. -comentó con voz queda.
Observó con las cejas alzadas por la sorpresa cómo Eltrant hablaba a su espada y hacía palanca con ella para, acto seguido, romper por completo la puerta. Por primera vez, se permitió una sonrisa, más aún con el reproche de Lyn y la respuesta del soldado. Entonces, él le preguntó si ella se encontraba bien. La joven Iredia, por respuesta, se acercó a él y rodeó su cintura metálica con el brazo que tenía libre mientras hundía el rostro en su pecho, como un herido que había pasado por un infierno y necesitaba calor humano.
-Está... está... -comentó, intentando sujetar mejor a la niña- Está enferma por mi culpa.
Hemos contraído la peste y... -sorbió por la nariz, pues una lágrima traidora se había deslizado por sus ojos violetas- Necesitaba un lugar donde pasar la noche. Hemos huido de Baslodia, casi la matan, no podía dejarla sola. Y no... no mejora, no consigo que mejore. La he contagiado yo. -miró entonces a Eltrant y a Lyn- Quizás pueda mitigarle la fiebre, pero... morirá si no consigo curarla. Yo aún puedo aguantar, pero no debéis tocarme sin algo puesto. Ni a ella ni a mí.
Lo de que podía aguantar se lo decía a sí misma más que para los demás, pues ella también tenía fiebre y tiritaba. Sin embargo, la enfermedad en los elfos era más lenta, podía permitirse el lujo de estar de pie algo más de tiempo. Se mordió el labio y miró al interior.
-Me da igual que haya fantasmas ahí dentro, necesitamos descansar. Todos. -añadió, con una sonrisa triste, mirando alternativamente a Eltrant y a Lyn.
Su cría de asski, Rushi, salió entonces de la capucha de Iredia y se colocó al lado de Lyn. Se sentó sobre sus cuartos traseros, la miró y la soltó un pequeño maullido. Parecía que los estaba saludando.
-Creo que le has caído bien. -comentó, intentando colocarse de nuevo bien a Itrella en brazos.
-Dime, cielo. -la elfa tragó saliva para que no se notase el temblor de su voz.
-Es una casa muy grande... -le comentó la niña, con una naturalidad que sólo los niños podían tener en una situación similar.
A la joven se le escapó un sollozo y se tapó la boca con una mano. Carraspeó y se subió la bufanda, intentando tapar todo su rostro salvo sus ojos violetas.
Entonces, oyó algo. Unos pasos pesados, unos susurros entre la maleza, la lluvia y los rayos. Se dio la vuelta de golpe cuando vio a dos figuras aproximándose hacia ellas. Con mucho cuidado, llevó su mano al puñal que residía en su cinturón, bajo su capa. Sin embargo, los dioses por fin, tras largo tiempo, le sonrieron, pues esa voz que preguntaba ya la había oído antes. En Ulmer, para ser precisos. Entreabrió la boca con una visible sorpresa mientras se bajaba la bufanda para que ambos pudiesen ver su rostro. De todas las personas que había conocido, ellos eran las últimas que se había esperado encontrar en una situación como aquella. Dio gracias a los dioses en silencio varias veces, pues sólo podía ser obra suya que el gentil caballero y su amiga vampiresa hubiesen aparecido justo en ese momento.
No le dio tiempo a responder a la pregunta, pues en cuanto se bajó la bufanda la pequeña vampiresita la reconoció y la elfa, entre lágrimas silenciosas, sonrió abiertamente luchando por reprimir otro sollozo. Mientras Eltrant se acercaba a ellas, Iredia se agachó con Itrella en brazos y la mano que le quedó libre la usó para atraer a Lyn hacia sí y darle un intenso y ansioso abrazo.
-Lyn... Oh, dioses, cómo me alegro de verte. -le tembló ligeramente la voz. Cuando la pequeña le preguntó sobre su estado, la elfa sólo pudo negar con la cabeza, dando a entender que nada iba bien.
Antes de poder corresponder a Eltrant, él ya le había ofrecido sentarse. Sin embargo, la elfa no estaba tranquila y sólo se apartó ligeramente. Más cuando vio que el soldado estaba dispuesto a tirar la puerta abajo mientras gritaba al interior.
-No me han contestado a mí tampoco. -comentó con voz queda.
Observó con las cejas alzadas por la sorpresa cómo Eltrant hablaba a su espada y hacía palanca con ella para, acto seguido, romper por completo la puerta. Por primera vez, se permitió una sonrisa, más aún con el reproche de Lyn y la respuesta del soldado. Entonces, él le preguntó si ella se encontraba bien. La joven Iredia, por respuesta, se acercó a él y rodeó su cintura metálica con el brazo que tenía libre mientras hundía el rostro en su pecho, como un herido que había pasado por un infierno y necesitaba calor humano.
-Está... está... -comentó, intentando sujetar mejor a la niña- Está enferma por mi culpa.
Hemos contraído la peste y... -sorbió por la nariz, pues una lágrima traidora se había deslizado por sus ojos violetas- Necesitaba un lugar donde pasar la noche. Hemos huido de Baslodia, casi la matan, no podía dejarla sola. Y no... no mejora, no consigo que mejore. La he contagiado yo. -miró entonces a Eltrant y a Lyn- Quizás pueda mitigarle la fiebre, pero... morirá si no consigo curarla. Yo aún puedo aguantar, pero no debéis tocarme sin algo puesto. Ni a ella ni a mí.
Lo de que podía aguantar se lo decía a sí misma más que para los demás, pues ella también tenía fiebre y tiritaba. Sin embargo, la enfermedad en los elfos era más lenta, podía permitirse el lujo de estar de pie algo más de tiempo. Se mordió el labio y miró al interior.
-Me da igual que haya fantasmas ahí dentro, necesitamos descansar. Todos. -añadió, con una sonrisa triste, mirando alternativamente a Eltrant y a Lyn.
Su cría de asski, Rushi, salió entonces de la capucha de Iredia y se colocó al lado de Lyn. Se sentó sobre sus cuartos traseros, la miró y la soltó un pequeño maullido. Parecía que los estaba saludando.
-Creo que le has caído bien. -comentó, intentando colocarse de nuevo bien a Itrella en brazos.
- Rushi:
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- Itrella:
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Iredia
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Espoleé ligeramente a Cuervo mientras nos dirigíamos hacia lo que yo suponía que debía ser un huerto. La lluvia no cesaba y el hechizo que mantenía mi ropa seca empezaba a debilitarse. No quería tener que pararme cuando intuía que faltaba tan poco para llegar al objetivo.
Entoces Cuervo carraspeo sonoramente.
Yo lo mire en silencio durante unos instantes. El se detuvo y giro la cabeza para mirarme.
- ¿Que? - Dije yo. - ¿Esperas que te cuente algo?
El caballo volvió a retomar el caminar. Era un caballo inteligente. Quizás demasiado.
- Vamos a una casa que compre hace poco con dinero robado. Con algo de suerte, podre empezar a experimentar allí un par de cosas que tengo pendientes...
"¿Que cosas?" Me preguntó la voz imaginaria que yo le ponía al caballo.
- ... Quiero experimentar con los muertos.
"Oh..."
- No me juzgues. - Dije a nadie en concreto, pues realmente no había nadie allí con quien hablar. - No me conoces.
Antes de que pudiera imaginar cualquier tipo de contestación por parte del caballo, llegamos a lo que parecía ser el final de la bosqueda, justo donde empezaba un inmenso campo de calabazas bastante abandonado. Alcé la cabeza para intentar localizar lo que parecía ser la casa al final de este. Di un suspiro de alivio. Por fin.
- Venga. Vayamos para allá... El puto mayordomo encargado de esta mierda de sitio ni siquiera sabe cuidar un huerto. Miedo me da lo que pueda haber hecho con la casa...
"Claro, como que el es el peligro..."
- Cállate. Su trabajo es ese.
"Y el tuyo es perturbar el descanso de los muertos."
- ¿Has acabado?
"Dímelo tu, yo no hablo."
Calle durante un rato mientras Cuervo andaba sin premura ni prisa hacia el único punto cubierto en el exterior de la casa, una pequeña cuadra con apenas techo y algo de heno para el.
- Voy para adentro, espera aquí.
"Como si me fuera a mover..."
Lo mire con algo de odio y rabia. Pero lo cierto es que me caía bien... Incluso para tratarse de un pequeño delirio mental.
Entoces Cuervo carraspeo sonoramente.
Yo lo mire en silencio durante unos instantes. El se detuvo y giro la cabeza para mirarme.
- ¿Que? - Dije yo. - ¿Esperas que te cuente algo?
El caballo volvió a retomar el caminar. Era un caballo inteligente. Quizás demasiado.
- Vamos a una casa que compre hace poco con dinero robado. Con algo de suerte, podre empezar a experimentar allí un par de cosas que tengo pendientes...
"¿Que cosas?" Me preguntó la voz imaginaria que yo le ponía al caballo.
- ... Quiero experimentar con los muertos.
"Oh..."
- No me juzgues. - Dije a nadie en concreto, pues realmente no había nadie allí con quien hablar. - No me conoces.
Antes de que pudiera imaginar cualquier tipo de contestación por parte del caballo, llegamos a lo que parecía ser el final de la bosqueda, justo donde empezaba un inmenso campo de calabazas bastante abandonado. Alcé la cabeza para intentar localizar lo que parecía ser la casa al final de este. Di un suspiro de alivio. Por fin.
- Venga. Vayamos para allá... El puto mayordomo encargado de esta mierda de sitio ni siquiera sabe cuidar un huerto. Miedo me da lo que pueda haber hecho con la casa...
"Claro, como que el es el peligro..."
- Cállate. Su trabajo es ese.
"Y el tuyo es perturbar el descanso de los muertos."
- ¿Has acabado?
"Dímelo tu, yo no hablo."
Calle durante un rato mientras Cuervo andaba sin premura ni prisa hacia el único punto cubierto en el exterior de la casa, una pequeña cuadra con apenas techo y algo de heno para el.
- Voy para adentro, espera aquí.
"Como si me fuera a mover..."
Lo mire con algo de odio y rabia. Pero lo cierto es que me caía bien... Incluso para tratarse de un pequeño delirio mental.
Erenair
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Lyn se agachó junto al felino y le pasó la mano por la cabeza mientras escuchaba las palabras de la elfa sin decir nada, Eltrant, por otro lado, se quedó cruzado de brazos, mirando a la pareja que, como había supuesto, habían contraído la plaga.
Suspiró levemente, había pasado el tiempo suficiente el Beltrexus como para que se le “olvidara” el hecho de que el continente seguía estando sumido en el más absoluto de los caos por culpa de la pirámide de Dundarak y la enfermedad que había salido de dentro de esta.
- Vamos dentro. – Dijo al final dejando caer una de sus manos sobre el hombro de la elfa, sonriéndole. – No te preocupes, todo va a salir bien – No se le daba bien infundir ánimos a los demás, aquella frase parecía más bien sacada de un mal libro de aventuras, pero era lo mínimo que podía hacer por la pelirroja, darle fuerzas, o tratar de hacerlo al menos – Primero tenemos que secarnos. – Aseguró - Dame, yo la llevo – Dijo tomando, con cuidado, la niña de los brazos de la mujer y procediendo a entrar en el interior de la mansión.
Se aseguró, sin embargo, que la joven no llegase a respirar cerca de su cara, llegados a aquel punto había tenido demasiada suerte con la enfermedad, no se había contagiado y, por supuesto, prefería seguir estando de aquella forma.
La antesala a la que daba la puerta principal era amplia, estaba bellamente decorada con cuadros, viejas armaduras de exposición y con muebles que parecían valer lo mismo o más que su cabaña a las afueras de Ulmer. No obstante, todo tenía una fina capa de polvo encima, nadie se había preocupado por limpiarlas en mucho tiempo.
Antes de que pudiese pronunciar palabra alguna, de que pudiese pedirle a Lyn que encendiese alguno de los tantos candiles que había por el lugar, estos parecieron responder a sus pensamientos por si solos y, uno a uno, se fueron encendiendo, proporcionando a la vivienda una iluminación que haría palidecer a los castillos mejor mantenidos.
- Eso es… - Lyn, que no se había separado ni de Iredia ni del pequeño felino moteado que ahora tenía entre los brazos fue la primera persona en romper el silencio. - …Raro.
Eltrant tomó aire y frunció el ceño. Era evidente que era magia, ¿Pero de qué tipo? ¿Estaba pensada para que se encendiese cuando alguien pusiese un pie en el edificio? ¿Tenía algún significado detrás de ello? La joven que tenía entre los brazos se estremeció de frío, cosa que hizo que el caballero errante saliese de sus pensamientos.
Sacudió la cabeza y se giró hacía Iredia, encogiéndose de hombros le volvió a dedicar una sonrisa.
- He estado en sitios como este… - Estudió la antesala con la mirada hasta que encontró la escalinata de mármol que conducía al piso superior – …El número suficiente de veces como para saber que los dormitorios están en la segunda planta. – Comenzó a caminar hacia allí. – Vamos.
Al menos el polvo que había en todas partes parecía mostrar que estaban solos, nadie les tacharía de ladrones ni bandidos, cosas que agradecía; aunque lo cierto era que las dos chicas necesitaban un resguardo y descansar, y por el aspecto de estas, hasta el más cruel de los nobles se apiadaría de ellas, estaba seguro de eso, podían pasar la noche en aquel lugar.
- Aquí está bien. – La gigantesca cama que estaba centrada en el centro del dormitorio gritaba a viva voz que aquella estancia era el dormitorio principal, el del dueño de la mansión. Sonrió a la pequeña y, sin pensárselo dos veces, la depositó con cuidado en la cama. – Os dejo que… - Se rascó la barba y miró a Iredia, sin saber exactamente como acabar la frase - …que os pongáis cómodas – Dijo saliendo del dormitorio – Lyn, quédate aquí, si necesitan algo…
- Sí, sí. – Se cruzó de brazos tras dejar al animal en el suelo. ¿Se había encariñado con él? Probablemente, no lo dejaba en paz. – Me asegurare de que no nos espías ni nada. – Esbozó una sonrisa pícara. – Sé que te cuesta tener autocontrol, pero lo entiendo, es decir, mira a Iredi… - Eltrant abandonó la habitación, negando con la cabeza, antes de que Lyn terminase de hablar, cosa que hizo que esta ampliase aún más la sonrisa.
No se fue muy lejos, y estuvo pende en primer lugar, bajó al piso inferior y se aseguró de cerrar bien la entrada principal de forma que esta no diese portazos cada vez que una ligera corriente de aire azotaba el porche.
Una vez consiguió mantener cerrada la puerta se fue a otro de los dormitorios, uno secundario, en el piso inferior, por cómo estaba ordenado parecía el lugar dónde, muy probablemente, los sirvientes pasaban la noche. Era extraño, en el único armario de la habitación había varios juegos de ropa cuidadosamente ordenados, tanto de mujer como de hombre, y todos ellos distaban mucho de llevar abandonados.
Enarcó una ceja y repasó las diferentes vestimentas, preso por la curiosidad. Eran todos de criado, había acertado, al menos, con el propósito de aquella habitación.
- …No dejan mucho a la imaginación. – Dijo tomando uno de los reveladores vestidos de sirvienta y alzándolo sobre su cabeza, para verlo mejor. Torció el gesto y se encogió de hombros, para a continuación proceder a guardar el vestido de dónde lo había sacado.
La blanquecina luz de un relámpago entró por la angosta ventana e iluminó la estancia, la tormenta no amainaba, al contrario, parecía seguir empeorando por momentos, no es que ahora fuese una preocupación, tenían un techo sobre el que resguardarse.
Suspiró y procedió a deshacerse de toda su indumentaria, la cual estaba completamente empapada. Lo primero fue la capa, a continuación, fueron sus armas, tanto la espada de hielo que pendía de su cinturón como la gigantesca Claymore blanca que llevaba siempre colgada de la espalda, lo último que se quito fue la armadura, la cual dejó a los pies de su cama, escrupulosamente ordenada.
- Definitivamente, me tiene que ver una curandera. – Dijo mirando su torso desnudo en el amplio espejo que había justo al armario: un número innumerable de cicatrices lo surcaban de un lado a otro, su espalda no estaba mucho mejor. – Bueno… - Se ató con fuerza el pantalón de cuero, la única prenda que había quedado medianamente seca, y se tumbó sobre la cama, mirando directamente al techo.
¿Habría conseguido Iredia tratar, al menos un poco, a la niña?
Aquello había sido una afrenta. ¿Cómo se atrevían a entrar en sus dominios de aquella forma? Bueno, técnicamente no eran suyos, no inicialmente, aunque ahora sí que lo eran, los había ocupado, eran suyos por derecho de conquista.
Se lo había arrebatado a aquel viejo mayordomo que vivía por su cuenta en aquel sitio. Le había hecho un favor incluso, diría él.
Aquel lugar era de su propiedad, y no iba a dejar que usurpadores se lo arrebatasen, tanto la casa como el maravilloso laboratorio oculto que había bajo ella. ¿Cuántos eran? Por lo que había podido ver desde el espejo que tenía frente a él eran tres mujeres y dos hombres, uno de ellos aun en el exterior de la mansión.
El brujo se pasó la mano por el pelo e insultó en voz baja a todos aquellos asaltantes. Se llevó ambas manos a la espalda y caminó de un lugar a otro en su oscuro escondite, murmurando planes y atusándose el pequeño bigote pelirrojo, pensando que hacer con los intrusos.
Finalmente se detuvo frente a la amplia mesa de mejunjes y pociones que tenía junto a él, sonrió y los olisqueó por encima. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Eran tan sencillo, servirían el mismo propósito que el viejo mayordomo.
Serían las cobayas para sus experimentos.
Suspiró levemente, había pasado el tiempo suficiente el Beltrexus como para que se le “olvidara” el hecho de que el continente seguía estando sumido en el más absoluto de los caos por culpa de la pirámide de Dundarak y la enfermedad que había salido de dentro de esta.
- Vamos dentro. – Dijo al final dejando caer una de sus manos sobre el hombro de la elfa, sonriéndole. – No te preocupes, todo va a salir bien – No se le daba bien infundir ánimos a los demás, aquella frase parecía más bien sacada de un mal libro de aventuras, pero era lo mínimo que podía hacer por la pelirroja, darle fuerzas, o tratar de hacerlo al menos – Primero tenemos que secarnos. – Aseguró - Dame, yo la llevo – Dijo tomando, con cuidado, la niña de los brazos de la mujer y procediendo a entrar en el interior de la mansión.
Se aseguró, sin embargo, que la joven no llegase a respirar cerca de su cara, llegados a aquel punto había tenido demasiada suerte con la enfermedad, no se había contagiado y, por supuesto, prefería seguir estando de aquella forma.
La antesala a la que daba la puerta principal era amplia, estaba bellamente decorada con cuadros, viejas armaduras de exposición y con muebles que parecían valer lo mismo o más que su cabaña a las afueras de Ulmer. No obstante, todo tenía una fina capa de polvo encima, nadie se había preocupado por limpiarlas en mucho tiempo.
Antes de que pudiese pronunciar palabra alguna, de que pudiese pedirle a Lyn que encendiese alguno de los tantos candiles que había por el lugar, estos parecieron responder a sus pensamientos por si solos y, uno a uno, se fueron encendiendo, proporcionando a la vivienda una iluminación que haría palidecer a los castillos mejor mantenidos.
- Eso es… - Lyn, que no se había separado ni de Iredia ni del pequeño felino moteado que ahora tenía entre los brazos fue la primera persona en romper el silencio. - …Raro.
Eltrant tomó aire y frunció el ceño. Era evidente que era magia, ¿Pero de qué tipo? ¿Estaba pensada para que se encendiese cuando alguien pusiese un pie en el edificio? ¿Tenía algún significado detrás de ello? La joven que tenía entre los brazos se estremeció de frío, cosa que hizo que el caballero errante saliese de sus pensamientos.
Sacudió la cabeza y se giró hacía Iredia, encogiéndose de hombros le volvió a dedicar una sonrisa.
- He estado en sitios como este… - Estudió la antesala con la mirada hasta que encontró la escalinata de mármol que conducía al piso superior – …El número suficiente de veces como para saber que los dormitorios están en la segunda planta. – Comenzó a caminar hacia allí. – Vamos.
Al menos el polvo que había en todas partes parecía mostrar que estaban solos, nadie les tacharía de ladrones ni bandidos, cosas que agradecía; aunque lo cierto era que las dos chicas necesitaban un resguardo y descansar, y por el aspecto de estas, hasta el más cruel de los nobles se apiadaría de ellas, estaba seguro de eso, podían pasar la noche en aquel lugar.
- Aquí está bien. – La gigantesca cama que estaba centrada en el centro del dormitorio gritaba a viva voz que aquella estancia era el dormitorio principal, el del dueño de la mansión. Sonrió a la pequeña y, sin pensárselo dos veces, la depositó con cuidado en la cama. – Os dejo que… - Se rascó la barba y miró a Iredia, sin saber exactamente como acabar la frase - …que os pongáis cómodas – Dijo saliendo del dormitorio – Lyn, quédate aquí, si necesitan algo…
- Sí, sí. – Se cruzó de brazos tras dejar al animal en el suelo. ¿Se había encariñado con él? Probablemente, no lo dejaba en paz. – Me asegurare de que no nos espías ni nada. – Esbozó una sonrisa pícara. – Sé que te cuesta tener autocontrol, pero lo entiendo, es decir, mira a Iredi… - Eltrant abandonó la habitación, negando con la cabeza, antes de que Lyn terminase de hablar, cosa que hizo que esta ampliase aún más la sonrisa.
No se fue muy lejos, y estuvo pende en primer lugar, bajó al piso inferior y se aseguró de cerrar bien la entrada principal de forma que esta no diese portazos cada vez que una ligera corriente de aire azotaba el porche.
Una vez consiguió mantener cerrada la puerta se fue a otro de los dormitorios, uno secundario, en el piso inferior, por cómo estaba ordenado parecía el lugar dónde, muy probablemente, los sirvientes pasaban la noche. Era extraño, en el único armario de la habitación había varios juegos de ropa cuidadosamente ordenados, tanto de mujer como de hombre, y todos ellos distaban mucho de llevar abandonados.
Enarcó una ceja y repasó las diferentes vestimentas, preso por la curiosidad. Eran todos de criado, había acertado, al menos, con el propósito de aquella habitación.
- …No dejan mucho a la imaginación. – Dijo tomando uno de los reveladores vestidos de sirvienta y alzándolo sobre su cabeza, para verlo mejor. Torció el gesto y se encogió de hombros, para a continuación proceder a guardar el vestido de dónde lo había sacado.
La blanquecina luz de un relámpago entró por la angosta ventana e iluminó la estancia, la tormenta no amainaba, al contrario, parecía seguir empeorando por momentos, no es que ahora fuese una preocupación, tenían un techo sobre el que resguardarse.
Suspiró y procedió a deshacerse de toda su indumentaria, la cual estaba completamente empapada. Lo primero fue la capa, a continuación, fueron sus armas, tanto la espada de hielo que pendía de su cinturón como la gigantesca Claymore blanca que llevaba siempre colgada de la espalda, lo último que se quito fue la armadura, la cual dejó a los pies de su cama, escrupulosamente ordenada.
- Definitivamente, me tiene que ver una curandera. – Dijo mirando su torso desnudo en el amplio espejo que había justo al armario: un número innumerable de cicatrices lo surcaban de un lado a otro, su espalda no estaba mucho mejor. – Bueno… - Se ató con fuerza el pantalón de cuero, la única prenda que había quedado medianamente seca, y se tumbó sobre la cama, mirando directamente al techo.
¿Habría conseguido Iredia tratar, al menos un poco, a la niña?
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Aquello había sido una afrenta. ¿Cómo se atrevían a entrar en sus dominios de aquella forma? Bueno, técnicamente no eran suyos, no inicialmente, aunque ahora sí que lo eran, los había ocupado, eran suyos por derecho de conquista.
Se lo había arrebatado a aquel viejo mayordomo que vivía por su cuenta en aquel sitio. Le había hecho un favor incluso, diría él.
Aquel lugar era de su propiedad, y no iba a dejar que usurpadores se lo arrebatasen, tanto la casa como el maravilloso laboratorio oculto que había bajo ella. ¿Cuántos eran? Por lo que había podido ver desde el espejo que tenía frente a él eran tres mujeres y dos hombres, uno de ellos aun en el exterior de la mansión.
El brujo se pasó la mano por el pelo e insultó en voz baja a todos aquellos asaltantes. Se llevó ambas manos a la espalda y caminó de un lugar a otro en su oscuro escondite, murmurando planes y atusándose el pequeño bigote pelirrojo, pensando que hacer con los intrusos.
Finalmente se detuvo frente a la amplia mesa de mejunjes y pociones que tenía junto a él, sonrió y los olisqueó por encima. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Eran tan sencillo, servirían el mismo propósito que el viejo mayordomo.
Serían las cobayas para sus experimentos.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Le agradeció mucho los ánimos al caballero con una sonrisa dulce. Las palabras le sonaron sinceras y era algo que ella agradecía. Con preocupación, dejó que el caballero cogiese a Itrella y miró a su alrededor, con Rushi gozando de las caricias de Lyn a su lado.
Cuando vio que las luces se iban encendiendo a medida que entraban, la joven Iredia abrió los ojos como platos y llevó una mano instintivamente de nuevo a su puñal. ¿Qué demonios de magia era esa? Dijo lo de los fantasmas como algo completamente trivial, lo cierto era que sólo se había enfrentado a uno en su vida y, en esos momentos, era un recuerdo doloroso para ella. Aquella maldita torre.
-Sí que lo es... -contestó a Lyn.
El caballero entonces se giró hacia ella y la joven lo miró. Hizo un ligero asentimiento de aprobación y siguió mirando a su alrededor. Mientras caminaban, pasó al lado de una mesita por la cual no pudo contenerse y recorrió un cacho con el dedo. Al instante, se le quedó blanco. Puso una mueca de disgusto, aunque le pareció divertido ver la línea marcada en el mueble entre el polvo, así que, con un par de florituras, escribió las iniciales de su nombre: IT-D. Satisfecha, correteó un poquito hasta llegar a donde estaban los demás.
Se le escapó una pequeña exclamación de sorpresa cuando vio el enorme dormitorio y la gigantesca cama. Los lujos para ella eran algo desconocido y, siendo realistas, poco pragmáticos. Aún así, tantos objetos juntos en una misma habitación le causaba una sensación de ambiente bonito aunque recargado. Siempre preferiría un bello árbol a cuatro paredes bien adornadas.
Eltrant dejó a la niña en la cama e Iredia se quitó la capa, dejándola sobre una silla. Sin embargo, se dejó los guantes puestos. Tenía el pelo húmedo, pero se sentía algo mejor sabiendo que al menos tenían un sitio donde pasar la noche. Se giró hacia Eltrant y se encogió de hombros.
-Por mí puedes quedarte.
Sin embargo, una vez más, Lyn empezó a chincharlo y ella sacudió la cabeza sonriente mientras el caballero se iba. Su asski, una vez Lyn lo soltó, se encaramó en la cama y se tumbó cerca de la niña. A Iredia entonces se le ensombreció la mirada.
-Se supone que debería ser capaz de curar cualquier enfermedad, para eso he estudiado. Pero esto... -negó con la cabeza con un gesto de dolor- No puedo hacer nada salvo mitigarle los síntomas. Oye, cielo, ¿crees que habrá algo de ropa cómoda para chica por aquí? -le preguntó a la pequeña vampiresa mientras ella se arremangaba y buscaba en su zurrón unos pergaminos.
De pronto, alguien tocó a la puerta gigante de su habitación e Iredia se sobresaltó, soltando los pergaminos, que cayeron al suelo. Miró a Lyn de reojo y se acercó a la puerta, sin abrirla.
-¿Quién es?
Una voz de un hombre mayor que no era Eltrant la respondió.
-Me llamo Hayim, mi señora. Soy el mayordomo de esta casa, con su permiso.
Y la joven elfa, colorada como un tomate, abrió la puerta. Habían dado por supuesto que no había nadie, pero resulta que ese hombre, pelirrojo, con un enorme bigote y vestido con un traje negro vivía allí.
-Oh, dioses, lo lamento muchísimo, no sabíamos que vivía nadie aquí. No queremos molestar, sólo necesitábamos pasar la noche. -se disculpó Iredia con tristeza, asumiendo que quizás les tocase coger los bártulos de nuevo.
No era esa la intención del mayordomo, sin embargo.
-Para nada, joven dama, el dueño de la casa hace tiempo que murió. Parece ser que ha pasado a manos de un nuevo propietario que aún no ha llegado. Pensé que podrían ser ustedes, de hecho, aunque -miró a Iredia de arriba abajo- ... me suena que el dueño era un hombre. ¿Queréis algo caliente?
-¿Me puedes traer unos paños, agua y esta lista de hierbas? Espera -se fue hasta donde se le habían caído los pergaminos- Mira, esto. Dime que tenéis algo. Esta niña está enferma.
Un brillo raro cruzó la mirada del mayordomo unos instantes. Iredia no se percató, pero el brujo estaba más que encantado con esos pergaminos que le estaba enseñando la elfa.
-Les traeré unos tés y lo que me pide, mi señora. Iré a ver también al otro señor y veré qué tengo que pueda seros útil.
-Gracias. -y con toda confianza, Iredia le dio un apretón en la mano.
Una vez el mayordomo se marchó, Iredia volvió a guardar los pergaminos en su zurrón.
-Fíjate, vamos a tener servicio y todo. -le dijo a Lyn con una sonrisa.
-----------------------------
El pelirrojo llamó entonces a la puerta de Eltrant.
-Mi señor, ¿me permite? Soy el mayordomo de esta casa.
Un mayordomo muy interesado en que esas personas estuviesen lo más cómodas posible. Y también muy interesado en los pergaminos de esa elfa inocente.
Cuando vio que las luces se iban encendiendo a medida que entraban, la joven Iredia abrió los ojos como platos y llevó una mano instintivamente de nuevo a su puñal. ¿Qué demonios de magia era esa? Dijo lo de los fantasmas como algo completamente trivial, lo cierto era que sólo se había enfrentado a uno en su vida y, en esos momentos, era un recuerdo doloroso para ella. Aquella maldita torre.
-Sí que lo es... -contestó a Lyn.
El caballero entonces se giró hacia ella y la joven lo miró. Hizo un ligero asentimiento de aprobación y siguió mirando a su alrededor. Mientras caminaban, pasó al lado de una mesita por la cual no pudo contenerse y recorrió un cacho con el dedo. Al instante, se le quedó blanco. Puso una mueca de disgusto, aunque le pareció divertido ver la línea marcada en el mueble entre el polvo, así que, con un par de florituras, escribió las iniciales de su nombre: IT-D. Satisfecha, correteó un poquito hasta llegar a donde estaban los demás.
Se le escapó una pequeña exclamación de sorpresa cuando vio el enorme dormitorio y la gigantesca cama. Los lujos para ella eran algo desconocido y, siendo realistas, poco pragmáticos. Aún así, tantos objetos juntos en una misma habitación le causaba una sensación de ambiente bonito aunque recargado. Siempre preferiría un bello árbol a cuatro paredes bien adornadas.
Eltrant dejó a la niña en la cama e Iredia se quitó la capa, dejándola sobre una silla. Sin embargo, se dejó los guantes puestos. Tenía el pelo húmedo, pero se sentía algo mejor sabiendo que al menos tenían un sitio donde pasar la noche. Se giró hacia Eltrant y se encogió de hombros.
-Por mí puedes quedarte.
Sin embargo, una vez más, Lyn empezó a chincharlo y ella sacudió la cabeza sonriente mientras el caballero se iba. Su asski, una vez Lyn lo soltó, se encaramó en la cama y se tumbó cerca de la niña. A Iredia entonces se le ensombreció la mirada.
-Se supone que debería ser capaz de curar cualquier enfermedad, para eso he estudiado. Pero esto... -negó con la cabeza con un gesto de dolor- No puedo hacer nada salvo mitigarle los síntomas. Oye, cielo, ¿crees que habrá algo de ropa cómoda para chica por aquí? -le preguntó a la pequeña vampiresa mientras ella se arremangaba y buscaba en su zurrón unos pergaminos.
De pronto, alguien tocó a la puerta gigante de su habitación e Iredia se sobresaltó, soltando los pergaminos, que cayeron al suelo. Miró a Lyn de reojo y se acercó a la puerta, sin abrirla.
-¿Quién es?
Una voz de un hombre mayor que no era Eltrant la respondió.
-Me llamo Hayim, mi señora. Soy el mayordomo de esta casa, con su permiso.
Y la joven elfa, colorada como un tomate, abrió la puerta. Habían dado por supuesto que no había nadie, pero resulta que ese hombre, pelirrojo, con un enorme bigote y vestido con un traje negro vivía allí.
-Oh, dioses, lo lamento muchísimo, no sabíamos que vivía nadie aquí. No queremos molestar, sólo necesitábamos pasar la noche. -se disculpó Iredia con tristeza, asumiendo que quizás les tocase coger los bártulos de nuevo.
No era esa la intención del mayordomo, sin embargo.
-Para nada, joven dama, el dueño de la casa hace tiempo que murió. Parece ser que ha pasado a manos de un nuevo propietario que aún no ha llegado. Pensé que podrían ser ustedes, de hecho, aunque -miró a Iredia de arriba abajo- ... me suena que el dueño era un hombre. ¿Queréis algo caliente?
-¿Me puedes traer unos paños, agua y esta lista de hierbas? Espera -se fue hasta donde se le habían caído los pergaminos- Mira, esto. Dime que tenéis algo. Esta niña está enferma.
Un brillo raro cruzó la mirada del mayordomo unos instantes. Iredia no se percató, pero el brujo estaba más que encantado con esos pergaminos que le estaba enseñando la elfa.
-Les traeré unos tés y lo que me pide, mi señora. Iré a ver también al otro señor y veré qué tengo que pueda seros útil.
-Gracias. -y con toda confianza, Iredia le dio un apretón en la mano.
Una vez el mayordomo se marchó, Iredia volvió a guardar los pergaminos en su zurrón.
-Fíjate, vamos a tener servicio y todo. -le dijo a Lyn con una sonrisa.
-----------------------------
El pelirrojo llamó entonces a la puerta de Eltrant.
-Mi señor, ¿me permite? Soy el mayordomo de esta casa.
Un mayordomo muy interesado en que esas personas estuviesen lo más cómodas posible. Y también muy interesado en los pergaminos de esa elfa inocente.
Iredia
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
La puerta estaba completamente salida de sus bisagras. Me la quede mirando unos instantes mientras blasfemaba varias maldiciones sobre lo que le haría a ese mayordomo cuando lo conociera.
Procurando hacer el mínimo ruido posible, me adentre en la mansión sin pedir permiso ni llamar siquiera preguntando por si había alguien. Por el estado de la puerta y el agua que había en el suelo, estaba claro que, como mínimo, había dos o tres personas en la casa. Todas ellas, sin duda, habían subido al piso de arriba.
"Ya me ocupare de eso luego..." Pensé para mi. Lo cierto es que me interesaba más la casa que los estúpidos rufianes que se habían colado en MI propiedad.
Me gire hacia la derecha y me centre en el salón. Con una chimenea al fondo apagada, estaba justo en el centro de dos imponentes librerías que guardaban varios tomos en diversas lenguas. Ademas, el salón tenia un par de sillones aterciopelados de un tono rojo sangre muy bello, que combinaba perfectamente con la decoración ligeramente oscura de la casa.
Me fije entonces en que, a cada una de las paredes, habia dos candelabros sujetando una vela. Tres de ellas encendidas. Una no.
Chasqueé la lengua con una sonrisa mientras encaminaba mis pasos hacia esa vela.
Después de brujo, ladrón, luego asesino y atracador... Si bien eso no era una provocación, nada lo era. Examine primero un poco el conjunto de hierro, fuera a ser que estuviera envenenado al contacto, pero, a juzgar por el tipo de uso que debía tener esa palanca, era poco probable.
- Hmmmm - Murmuré para mi girándome hacia las escaleras. Ya examinaría más adelante esa palanca...
Volví hasta ellas y, aun sin subir, me metí en la cocina para examinar la estancia. Había un saco bajo la mesa donde parecía haber pienso bien guardado. Un único plato y un par de herramientas básicas de cocinado. Ademas, varias especias y hongos puestos cuidadosamente en tarros y etiquetados en los correspondientes potes. La encimera, o más bien la madera que cubría los diferentes artículos para el almacenamiento de comida, estaba manchada con algo de sangre, seguramente, de tratar algún tipo de presa.
Pocas opciones había tras eso. Pero como mínimo, dejaban claro un par de cosas:
Lo primero: El verdadero inquilino de esta casa, como mínimo, el mayordomo, tenia conocimientos de lo que eran las hierbas. Algunas de ellas, algo exóticas. Eso dejaba la posibilidad de que fuera un elfo, un estudioso o un brujo con conocimientos alquímicos. A juzgar por el olor y por la sangre, también había carne en algún sitio, por lo que era poco probable que se tratara de un elfo.
Lo segundo: La falta de más utensilios de cocina me hacia adivinar que ninguno de los individuos que estaban en el piso de arriba era realmente un legitimo inquilino de esta casa.
Di un suspiro. No sabia si fiarme menos del mayordomo o de los puñeteros intrusos... Ademas, había bastantes cosas que averiguar de esa mansión... Pero ya me encargaría de eso luego.
Cuando hubiera acabado de resolver el problema de tener invitados no deseados en mi casa.
Procurando hacer el mínimo ruido posible, me adentre en la mansión sin pedir permiso ni llamar siquiera preguntando por si había alguien. Por el estado de la puerta y el agua que había en el suelo, estaba claro que, como mínimo, había dos o tres personas en la casa. Todas ellas, sin duda, habían subido al piso de arriba.
"Ya me ocupare de eso luego..." Pensé para mi. Lo cierto es que me interesaba más la casa que los estúpidos rufianes que se habían colado en MI propiedad.
Me gire hacia la derecha y me centre en el salón. Con una chimenea al fondo apagada, estaba justo en el centro de dos imponentes librerías que guardaban varios tomos en diversas lenguas. Ademas, el salón tenia un par de sillones aterciopelados de un tono rojo sangre muy bello, que combinaba perfectamente con la decoración ligeramente oscura de la casa.
Me fije entonces en que, a cada una de las paredes, habia dos candelabros sujetando una vela. Tres de ellas encendidas. Una no.
Chasqueé la lengua con una sonrisa mientras encaminaba mis pasos hacia esa vela.
Después de brujo, ladrón, luego asesino y atracador... Si bien eso no era una provocación, nada lo era. Examine primero un poco el conjunto de hierro, fuera a ser que estuviera envenenado al contacto, pero, a juzgar por el tipo de uso que debía tener esa palanca, era poco probable.
- Hmmmm - Murmuré para mi girándome hacia las escaleras. Ya examinaría más adelante esa palanca...
Volví hasta ellas y, aun sin subir, me metí en la cocina para examinar la estancia. Había un saco bajo la mesa donde parecía haber pienso bien guardado. Un único plato y un par de herramientas básicas de cocinado. Ademas, varias especias y hongos puestos cuidadosamente en tarros y etiquetados en los correspondientes potes. La encimera, o más bien la madera que cubría los diferentes artículos para el almacenamiento de comida, estaba manchada con algo de sangre, seguramente, de tratar algún tipo de presa.
Pocas opciones había tras eso. Pero como mínimo, dejaban claro un par de cosas:
Lo primero: El verdadero inquilino de esta casa, como mínimo, el mayordomo, tenia conocimientos de lo que eran las hierbas. Algunas de ellas, algo exóticas. Eso dejaba la posibilidad de que fuera un elfo, un estudioso o un brujo con conocimientos alquímicos. A juzgar por el olor y por la sangre, también había carne en algún sitio, por lo que era poco probable que se tratara de un elfo.
Lo segundo: La falta de más utensilios de cocina me hacia adivinar que ninguno de los individuos que estaban en el piso de arriba era realmente un legitimo inquilino de esta casa.
Di un suspiro. No sabia si fiarme menos del mayordomo o de los puñeteros intrusos... Ademas, había bastantes cosas que averiguar de esa mansión... Pero ya me encargaría de eso luego.
Cuando hubiera acabado de resolver el problema de tener invitados no deseados en mi casa.
Erenair
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Se levantó de la cama, bostezando, cuando el característico sonido que indicaba que alguien llamaba a la puerta le despertó. Apenas había conseguido dormir diez minutos seguidos, lo cual era extraño, no era usual en él dormirse con tanta facilidad y para una vez que lo conseguía, le despertaban. ¿Quién podía ser a aquella hora? ¿Ireda? Estaba bastante seguro de que si Lyn buscase algo se limitaría a entrar sin llamar.
Estirando ambos brazos por encima de su cabeza se acercó hasta la entrada, dónde una voz masculina mostró al errante que, después de todo, la persona que estaba al otro lado de la puerta no era ni Iredia ni Lyn.
El mayordomo de la mansión, así se identificaba aquel tipo. Sin muchos preámbulos abrió la entrada al dormitorio, desvelando al hombre pelirrojo que, con una sonrisa educada, aguardaba al otro lado.
- Buenas noches, señor. – Eltrant enarcó una ceja y estudió al supuesto sirviente de la mansión. – Mi nombre es Hayim, custodio los terrenos para el siguiente propietario del lugar. ¿Es usted? ¿O son las señoritas del piso superior? – El castaño negó enseguida con la cabeza, no obstante, antes de que pudiese pronunciar palabra alguna, el mayordomo volvió a hablar – Ya veo. ¿Necesita algo, pues? – Se pasó la mano por la barba y, apoyándose en el marco de la puerta, miró directamente a los ojos del criado, quien amplió su sonrisa inclinando la cabeza levemente hacía adelante.
Aquel hombre, Nayim, se estaba tomando con mucha filosofía el hecho de que hubiesen, literalmente, invadiendo la mansión.
- Siento… lo de la entrada. – Dijo separándose de la puerta, permitiendo al hombre pasar al dormitorio. – Verá… mi amiga… - El mayordomo avanzó un par de pasos y cerró la puerta tras él, permitiendo hablar a Eltrant en el proceso. - … la elfa del piso superior. – Suspiró, si mencionaba siquiera que tenía la plaga era cuando iban a echarles de allí. – Bueno, necesitan pasar la noche aquí. Nos marcharemos con las primeras luces – Dijo cruzándose de brazos, el mayordomo mientras tanto, que se había sentado a escuchar en un taburete, parecía tener un interés especial en el equipo de Eltrant, el cual yacía a los pies de la cama.
- Ya he sido informado… ¿Señor? – Con aquella sonrisa educada, el hombre hizo un gesto con la mano, pidiendo, evidentemente, el nombre del hombre que había admitido destrozar la entrada principal al edificio.
- Oh – Eltrant sonrió, ligeramente avergonzado por no haber correspondido al sirviente y se pasó la mano por el pelo, aun húmedo – Eltrant Tale. – Respondió.
- Excelente Señor Tale. – El hombre se levantó y, escrupulosamente, abrió el armario que había curioseado Eltrant momentos atrás, de dónde extrajo un pequeño saco de lana que descansaba en el suelo, junto a varios tipos de calzado. – Me complace decirle que ya estoy al tanto de la situación de las señoritas que reposan en el dormitorio principal. – Dijo haciendo una leve reverencia, señalando el saco. – Y no se preocupe por la entrada principal. – Aseguró – Eso ha sido mi culpa, debía de haber estado atento a las visitas… - Eltrant contempló como la sonrisa del hombre desaparecía unos instantes. - …Inesperadas. – La educación de Hayim volvió repentinamente cuando hizo otra reverencia. – Pase una noche agradable, señor Tale. – Dijo antes de marcharse – Si necesita algo, por favor, no dude en salir a buscarme. – Se giró unos instantes antes de cerrar la puerta tras de sí. – Estoy a su servicio.
Con un ligero “click” la puerta se cerró dejando de nuevo a Eltrant totalmente solo en la habitación. Suspiró profundamente y se volvió a tumbar en la cama, entrelazando las piernas y estirándose todo lo que pudo, hasta que notó como le crujía la espalda.
¿Confiaba en el sirviente? No del todo, había cosas que no terminaban de encajar. Supuestamente su habitación, donde estaba él en aquel mismo instante, era donde el criado del lugar pasaba las noches y sin embargo tenía aspecto de que no había dormido allí nadie en semanas.
Por no hablar del polvo que cubría todo el lugar.
Negó con la cabeza con suavidad y volvió a cerrar los ojos; quizás estaba pensando demasiado, quizás el mayordomo simplemente era vago. Bostezó y se giró sobre sí mismo, quedando boca abajo, hundiendo su cabeza en la almohada, sin percatarse del humo de color azul oscuro que comenzaba a filtrarse, poco a poco, por debajo de la puerta de la habitación.
Lyn se sentó sobre la cama, acariciando al animalito, ignorando al hombre que hablaba con Iredia, el que vivía, por lo que había podido oír en el poco tiempo que había prestado atención, en la mansión.
Seguro que ahora les echarían de allí.
Lo cierto es que no le sorprendía su presencia, le había sentido llegar, después de todo, tener alergia mortal a la luz solar no era lo único que se ganaba por ser una vampiresa, aun con los truenos y la lluvia de fondo la mansión estaba relativamente tranquila, los sonidos que se sucedían entre sus paredes se magnificaba en sus oídos, o al menos lo hacían los cercanos.
Se tumbó en la cama y le pasó la mano por la frente a la chiquilla obviando completamente al pelirrojo y lo que este hacía, la joven estaba ardiendo, se mordió el labio inferior y miró a Iredia durante unos instantes, afortunadamente, su propia piel era tan gélida como el mismo hielo, esperaba que eso ayudase un poco.
Se imaginó que podía estar haciendo el Mortal en aquel momento, probablemente se habría tumbado en algún sofá de mala muerte a pasar la noche, el muy imbécil era preocupantemente sentimental incluso en aquellas situaciones.
¿Qué más daba que se quedase en aquella habitación con ellas? La misma Iredia lo había dicho. Infló los mofletes unos instantes y negó con la cabeza, tumbándose completamente en la cama y dejando a la niña descansar.
- “Gracias por volver a salvarme la vida, querida armadura, te quiero, dame un beso” – Dijo en su cabeza, imitando burdamente la voz del exmercenario, volviendo a centrar su atención en el felino. – “¿Lyn, por qué eres tan alucinante? Enséñame a ser tan alucinante como tú” – Añadió enseguida con la misma voz, sin separarse del animal.
- ¡Oh! – La palabra servicio la sacó de sus cavilaciones, el mayordomo se había marchado y, contra todo pronóstico, no les había forzado a irse de aquel sitio. Probablemente la cosa cambiaria si supiese cuál era su dieta principal. Sacudió la cabeza, alejado aquellos pensamientos y se sentó en la cama. - ¡¿Le has pedido vino!? – Dijo a Iredia sonriente, borró aquella sonrisa en cuanto volvió a vislumbrar las profundas ojeras que surcaban el rostro de la elfa. – … Lo… lo siento. – Jugueteó con su flequillo durante unos momentos, Eltrant tenía razón, iba a tener que controlar aquella bocaza suya. - ¡¿Sabes qué?! – Se levantó de la cama de un salto. - ¡Voy a ayudar al bigotes ese! – Dijo sonriente. - ¡Enseguida vuelvo con todo lo que te hace falta! – Dijo corriendo hacía la entrada. - ¡No tardo nada!
Abrió la puerta de par en par y cerró tras ella con un fuerte portazo, abriendo la puerta instantes después, volviendo a mirar al interior.
- …Entonces… Nada de vino ¿No? – Preguntó asomando, solamente, su cabeza. - ¿Un poco de vino? – No dejó que la elfa respondiese. – Vale, un poco de vino. – Se respondió volviendo a cerrar la puerta, comenzando entonces a correr en una dirección indeterminada, sin notar siquiera de que, muy lentamente, de forma casi invisible, un vapor ocre comenzaba a filtrarse a través de las paredes en el dormitorio en el que Iredia estaba con la niña.
Ya había lidiado con el bruto que se había apoderado de la habitación de los sirvientes, o al menos lo iba a hacer en poco. – Tale… - Murmuró con desprecio, arrastrando su lengua por cada silaba de aquel nombre. El cómo había podido controlarse durante la conversación era algo que no podía comprender, había estado tentado de golpearle aquella cara.
Pero no, aquello no iba a funcionar, solo había que mirar su cuerpo. Si se enfrentase a aquel hombre cara a cara acabaría muy mal, era evidente quien tenía las de ganar en fuerza. Y aunque confiaba en su magia, lo cierto es que tampoco confiaba tanto, a él se le daba mejor confabular, las trampas y, por supuesto, los lacayos.
Fuese como fuese, le gustaba la fórmula que había usado con Tale. En cierto modo, era hasta poético, cuando el gas hiciese efecto iba a poder usar mucha de la indumentaria que había en aquel armario que había analizado con tanto ahínco, pero nada de su equipo. Una sonrisa se dibujó en su rostro al imaginarlo y siguió caminando por el largo pasillo hasta que encontró a su último experimento con piernas.
Se carcajeó por lo bajo mientras estudiaba, desde la distancia, como el último sujeto que había entrado en la mansión investigaba la cocina. Aquel era el hombre que había descubierto, a los pocos minutos de entrar, cuál era la maldita palanca que conducía hasta el sótano, hasta sus secretos.
Pero no pasaba nada, todo estaba bajo control; incluso iba a hacerse con los maravillosos pergaminos elficos que tenía la elfa pelirroja. Respiró hondo, convenciéndose a sí mismo de que todo estaba bajo control, si perdía los nervios acabaría todo, no podía lanzarse y apuñalarle por la espalda una y otra vez como deseaba hacerlo.
Lo cierto era que también tenía planes para él, para él y para la elfa de arriba, la misma receta para los dos. Sonrió y vertió todo el contenido de un frasco de color ocre en el suelo de la cocina con disimulo, sin atreverse siquiera a entrar en la habitación.
Aquella era una fórmula que no había funcionado nunca, una que había dado algún problema que otro según la fabricaba, pero que estaba seguro que aquella vez todo iría bien, tenía los mejores sujetos para experimentar.
Lentamente, casi sin hacer ruido, cerró la única entrada a la cocina mientras el líquido marrón comenzaba a tornarse en gas del mismo color, dejó que aquel sujeto curiosease todo lo que quisiese de su propiedad.
Pronto tendría mejores cosas de las que ocuparse. Mientras la cocina comenzaba a llenarse de humo marrón, se dirigió al piso superior con el saco de objetos que la pelirroja le había pedido.
Sonrió, era un buen mayordomo después de todo. ¿No era cierto? Ahora solo tenía que esperar, la confusión que reinaría en el lugar le ayudaría a manipular a los intrusos, con su magia de ilusión y las formulas no sería muy difícil convertirles a todos en sirvientes leales.
Como al antiguo mayordomo.
Estirando ambos brazos por encima de su cabeza se acercó hasta la entrada, dónde una voz masculina mostró al errante que, después de todo, la persona que estaba al otro lado de la puerta no era ni Iredia ni Lyn.
El mayordomo de la mansión, así se identificaba aquel tipo. Sin muchos preámbulos abrió la entrada al dormitorio, desvelando al hombre pelirrojo que, con una sonrisa educada, aguardaba al otro lado.
- Buenas noches, señor. – Eltrant enarcó una ceja y estudió al supuesto sirviente de la mansión. – Mi nombre es Hayim, custodio los terrenos para el siguiente propietario del lugar. ¿Es usted? ¿O son las señoritas del piso superior? – El castaño negó enseguida con la cabeza, no obstante, antes de que pudiese pronunciar palabra alguna, el mayordomo volvió a hablar – Ya veo. ¿Necesita algo, pues? – Se pasó la mano por la barba y, apoyándose en el marco de la puerta, miró directamente a los ojos del criado, quien amplió su sonrisa inclinando la cabeza levemente hacía adelante.
Aquel hombre, Nayim, se estaba tomando con mucha filosofía el hecho de que hubiesen, literalmente, invadiendo la mansión.
- Siento… lo de la entrada. – Dijo separándose de la puerta, permitiendo al hombre pasar al dormitorio. – Verá… mi amiga… - El mayordomo avanzó un par de pasos y cerró la puerta tras él, permitiendo hablar a Eltrant en el proceso. - … la elfa del piso superior. – Suspiró, si mencionaba siquiera que tenía la plaga era cuando iban a echarles de allí. – Bueno, necesitan pasar la noche aquí. Nos marcharemos con las primeras luces – Dijo cruzándose de brazos, el mayordomo mientras tanto, que se había sentado a escuchar en un taburete, parecía tener un interés especial en el equipo de Eltrant, el cual yacía a los pies de la cama.
- Ya he sido informado… ¿Señor? – Con aquella sonrisa educada, el hombre hizo un gesto con la mano, pidiendo, evidentemente, el nombre del hombre que había admitido destrozar la entrada principal al edificio.
- Oh – Eltrant sonrió, ligeramente avergonzado por no haber correspondido al sirviente y se pasó la mano por el pelo, aun húmedo – Eltrant Tale. – Respondió.
- Excelente Señor Tale. – El hombre se levantó y, escrupulosamente, abrió el armario que había curioseado Eltrant momentos atrás, de dónde extrajo un pequeño saco de lana que descansaba en el suelo, junto a varios tipos de calzado. – Me complace decirle que ya estoy al tanto de la situación de las señoritas que reposan en el dormitorio principal. – Dijo haciendo una leve reverencia, señalando el saco. – Y no se preocupe por la entrada principal. – Aseguró – Eso ha sido mi culpa, debía de haber estado atento a las visitas… - Eltrant contempló como la sonrisa del hombre desaparecía unos instantes. - …Inesperadas. – La educación de Hayim volvió repentinamente cuando hizo otra reverencia. – Pase una noche agradable, señor Tale. – Dijo antes de marcharse – Si necesita algo, por favor, no dude en salir a buscarme. – Se giró unos instantes antes de cerrar la puerta tras de sí. – Estoy a su servicio.
Con un ligero “click” la puerta se cerró dejando de nuevo a Eltrant totalmente solo en la habitación. Suspiró profundamente y se volvió a tumbar en la cama, entrelazando las piernas y estirándose todo lo que pudo, hasta que notó como le crujía la espalda.
¿Confiaba en el sirviente? No del todo, había cosas que no terminaban de encajar. Supuestamente su habitación, donde estaba él en aquel mismo instante, era donde el criado del lugar pasaba las noches y sin embargo tenía aspecto de que no había dormido allí nadie en semanas.
Por no hablar del polvo que cubría todo el lugar.
Negó con la cabeza con suavidad y volvió a cerrar los ojos; quizás estaba pensando demasiado, quizás el mayordomo simplemente era vago. Bostezó y se giró sobre sí mismo, quedando boca abajo, hundiendo su cabeza en la almohada, sin percatarse del humo de color azul oscuro que comenzaba a filtrarse, poco a poco, por debajo de la puerta de la habitación.
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Lyn se sentó sobre la cama, acariciando al animalito, ignorando al hombre que hablaba con Iredia, el que vivía, por lo que había podido oír en el poco tiempo que había prestado atención, en la mansión.
Seguro que ahora les echarían de allí.
Lo cierto es que no le sorprendía su presencia, le había sentido llegar, después de todo, tener alergia mortal a la luz solar no era lo único que se ganaba por ser una vampiresa, aun con los truenos y la lluvia de fondo la mansión estaba relativamente tranquila, los sonidos que se sucedían entre sus paredes se magnificaba en sus oídos, o al menos lo hacían los cercanos.
Se tumbó en la cama y le pasó la mano por la frente a la chiquilla obviando completamente al pelirrojo y lo que este hacía, la joven estaba ardiendo, se mordió el labio inferior y miró a Iredia durante unos instantes, afortunadamente, su propia piel era tan gélida como el mismo hielo, esperaba que eso ayudase un poco.
Se imaginó que podía estar haciendo el Mortal en aquel momento, probablemente se habría tumbado en algún sofá de mala muerte a pasar la noche, el muy imbécil era preocupantemente sentimental incluso en aquellas situaciones.
¿Qué más daba que se quedase en aquella habitación con ellas? La misma Iredia lo había dicho. Infló los mofletes unos instantes y negó con la cabeza, tumbándose completamente en la cama y dejando a la niña descansar.
- “Gracias por volver a salvarme la vida, querida armadura, te quiero, dame un beso” – Dijo en su cabeza, imitando burdamente la voz del exmercenario, volviendo a centrar su atención en el felino. – “¿Lyn, por qué eres tan alucinante? Enséñame a ser tan alucinante como tú” – Añadió enseguida con la misma voz, sin separarse del animal.
- ¡Oh! – La palabra servicio la sacó de sus cavilaciones, el mayordomo se había marchado y, contra todo pronóstico, no les había forzado a irse de aquel sitio. Probablemente la cosa cambiaria si supiese cuál era su dieta principal. Sacudió la cabeza, alejado aquellos pensamientos y se sentó en la cama. - ¡¿Le has pedido vino!? – Dijo a Iredia sonriente, borró aquella sonrisa en cuanto volvió a vislumbrar las profundas ojeras que surcaban el rostro de la elfa. – … Lo… lo siento. – Jugueteó con su flequillo durante unos momentos, Eltrant tenía razón, iba a tener que controlar aquella bocaza suya. - ¡¿Sabes qué?! – Se levantó de la cama de un salto. - ¡Voy a ayudar al bigotes ese! – Dijo sonriente. - ¡Enseguida vuelvo con todo lo que te hace falta! – Dijo corriendo hacía la entrada. - ¡No tardo nada!
Abrió la puerta de par en par y cerró tras ella con un fuerte portazo, abriendo la puerta instantes después, volviendo a mirar al interior.
- …Entonces… Nada de vino ¿No? – Preguntó asomando, solamente, su cabeza. - ¿Un poco de vino? – No dejó que la elfa respondiese. – Vale, un poco de vino. – Se respondió volviendo a cerrar la puerta, comenzando entonces a correr en una dirección indeterminada, sin notar siquiera de que, muy lentamente, de forma casi invisible, un vapor ocre comenzaba a filtrarse a través de las paredes en el dormitorio en el que Iredia estaba con la niña.
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Ya había lidiado con el bruto que se había apoderado de la habitación de los sirvientes, o al menos lo iba a hacer en poco. – Tale… - Murmuró con desprecio, arrastrando su lengua por cada silaba de aquel nombre. El cómo había podido controlarse durante la conversación era algo que no podía comprender, había estado tentado de golpearle aquella cara.
Pero no, aquello no iba a funcionar, solo había que mirar su cuerpo. Si se enfrentase a aquel hombre cara a cara acabaría muy mal, era evidente quien tenía las de ganar en fuerza. Y aunque confiaba en su magia, lo cierto es que tampoco confiaba tanto, a él se le daba mejor confabular, las trampas y, por supuesto, los lacayos.
Fuese como fuese, le gustaba la fórmula que había usado con Tale. En cierto modo, era hasta poético, cuando el gas hiciese efecto iba a poder usar mucha de la indumentaria que había en aquel armario que había analizado con tanto ahínco, pero nada de su equipo. Una sonrisa se dibujó en su rostro al imaginarlo y siguió caminando por el largo pasillo hasta que encontró a su último experimento con piernas.
Se carcajeó por lo bajo mientras estudiaba, desde la distancia, como el último sujeto que había entrado en la mansión investigaba la cocina. Aquel era el hombre que había descubierto, a los pocos minutos de entrar, cuál era la maldita palanca que conducía hasta el sótano, hasta sus secretos.
Pero no pasaba nada, todo estaba bajo control; incluso iba a hacerse con los maravillosos pergaminos elficos que tenía la elfa pelirroja. Respiró hondo, convenciéndose a sí mismo de que todo estaba bajo control, si perdía los nervios acabaría todo, no podía lanzarse y apuñalarle por la espalda una y otra vez como deseaba hacerlo.
Lo cierto era que también tenía planes para él, para él y para la elfa de arriba, la misma receta para los dos. Sonrió y vertió todo el contenido de un frasco de color ocre en el suelo de la cocina con disimulo, sin atreverse siquiera a entrar en la habitación.
Aquella era una fórmula que no había funcionado nunca, una que había dado algún problema que otro según la fabricaba, pero que estaba seguro que aquella vez todo iría bien, tenía los mejores sujetos para experimentar.
Lentamente, casi sin hacer ruido, cerró la única entrada a la cocina mientras el líquido marrón comenzaba a tornarse en gas del mismo color, dejó que aquel sujeto curiosease todo lo que quisiese de su propiedad.
Pronto tendría mejores cosas de las que ocuparse. Mientras la cocina comenzaba a llenarse de humo marrón, se dirigió al piso superior con el saco de objetos que la pelirroja le había pedido.
Sonrió, era un buen mayordomo después de todo. ¿No era cierto? Ahora solo tenía que esperar, la confusión que reinaría en el lugar le ayudaría a manipular a los intrusos, con su magia de ilusión y las formulas no sería muy difícil convertirles a todos en sirvientes leales.
Como al antiguo mayordomo.
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- ¡Fiesta Alquimica! :
- La fórmula que ha usado Hayim con mis queridos Karkaran e Iredia es de su invención:
"Poción de Trasvase de Almas." (Patente en tramite). Las dos primeras personas que respiren ese gas se veran atrapados en el cuerpo de la persona opuesta.
Es decir cuando os desperteis:
Karkaran -> Iredia.
Iredia -> Karkaran
:'D
(La formula no funciona con niños pequeños... necesita hormonas de adulto para funcionar... y eso... yokese) (?)
Mandadme MP si no os gusta o quereis que cambie algo ^^
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Esa pequeña vampiresa nunca dejaría de sorprenderla. Rushi estaba feliz bajo las caricias de la vampiresa, aparentemente ajeno al hecho de que era un demonio de la noche. Por otro lado, Itrella sorbió un momento los mocos y miró hacia la niña vampiresa con sus ojos azules cristalinos por la fiebre. La pequeña era una niña tímida y callada, Iredia apenas le había oído pronunciar unas pocas palabras desde que se la tuvo que llevar corriendo de aquel refugio en Baslodia. Tener en ese momento en la habitación a dos pequeñas le despertó a la elfa un cierto sentimiento maternal. Sentimiento doloroso, por otro lado. Sin embargo, ese "oh" de Lyn le recordó que la vampiresa realmente no necesitaba ninguna madre.
Alzó las cejas ante la pregunta del vino.
-¿Bebes vino? -le preguntó con sorpresa.
Después, ante la disculpa, sonrió con comprensión y sacudió un poco la cabeza, restándole importancia. Se acercó de nuevo a la cama y se sentó junto a la traviesa mozuela.
-No hay nada de qué disculparse, Lyn. -le dijo con cariño.
Entonces, la vampiresilla se puso a jugar con su flequillo y, espontáneamente, le empezó a hablar de nuevo.
-¿Qué? -le preguntó, sorprendida por su salto de la cama. Luego, volvió a alzar las cejas con sorpresa.-NNo creo que le haga falta...- e, impotente, vio cómo la pequeña, con gran decisión, se encaminaba a la puerta- Pero... -y se fue.
La elfa se llevó una mano a la frente y resopló. Cuando la pequeña volvió a abrir la puerta, Iredia puso cara de circunstancias. Y le volvió a preguntar por el vino.
-Lyn, que tú no tienes... -¿edad? Se dio cuenta de que no tenía ni idea de cuántos años tenía esa chiquilla.
Levantó un dedo índice y fue a responder a la vampiresa, pero para cuando quiso hacerlo había vuelto a cerrar la puerta. Suspiró y sonrió. Qué remedio. Se giró entonces hacia Itrella, quién había observado la escena sin apenas pestañear y ahora bostezaba sonoramente. La joven elfa le ajustó las mantas sobre su cuerpo y le tomó la temperatura con el ceño fruncido. Ardía.
Iredia no se enteró de aquellos vapores que poco a poco le hicieron caer en un profundo sopor. Ella lo atribuyó a un pesado sueño que le había invadido por todo el cansancio acumulado por el estrés y el viaje. Poco a poco, se fue inclinando de lado hasta quedarse dormida de medio lado junto a la niña rubita.
------------------------------------
Despertó alrededor de una hora y pico más tarde. Se sentía apretada, incómoda, con un dolor de cabeza horroroso. Alzó un poco la cabeza y descubrió, para su sorpresa, que no estaba en la habitación grande. Estaba en... ¿la cocina?¿Por qué se sentía tan... distinta? Se incorporó levemente y se quedó sentada mientras miró alrededor. Había que reconocer que la estancia era grande y que los utensilios de cocina que ahí había eran pocos pero eficientes y de calidad. ¿Cómo demonios había acabado en la cocina?
Se levantó pesadamente, apoyándose en la encimera. La maldita cabeza le iba a estallar. Se tocó entonces la frente y se percató de algo. No tenía fiebre. Entonces, se miró la mano. ¿Guantes? Se los quitó. Esas no eran sus manos, las suyas eran más pequeñas. Miró entonces su cuerpo, sus ropajes negros. Palpó sus abdominales, sus pectorales, su culo. Nada de eso era suyo. Se tocó la cara, por un lado suave y por el otro rugoso, como si graves heridas hubieran tocado esa piel largo tiempo atrás. Esto tenía que ser una broma. Aún quedaba la prueba de fuego. Se palpó la entrepierna.
-¡BRAIL TOLIARËN! -soltó tal grito masculino que le dio igual que la oyesen en mil leguas a la redonda.
Se volvió iracunda hacia la puerta cerrada y la intentó abrir, sin éxito. Pegó un puñetazo sobre ella. La ventaja era que, al menos, ahora se sentía más fuerte y viva que nunca. Se sentía muy macho.
-¡Es que no me lo puedo creer! -gritó al cielo, a los dioses-¿Os gusta más que sea un hombre?
No se lo podía creer. Otra vez volvía a tener pene sin saber por qué.
Alzó las cejas ante la pregunta del vino.
-¿Bebes vino? -le preguntó con sorpresa.
Después, ante la disculpa, sonrió con comprensión y sacudió un poco la cabeza, restándole importancia. Se acercó de nuevo a la cama y se sentó junto a la traviesa mozuela.
-No hay nada de qué disculparse, Lyn. -le dijo con cariño.
Entonces, la vampiresilla se puso a jugar con su flequillo y, espontáneamente, le empezó a hablar de nuevo.
-¿Qué? -le preguntó, sorprendida por su salto de la cama. Luego, volvió a alzar las cejas con sorpresa.-NNo creo que le haga falta...- e, impotente, vio cómo la pequeña, con gran decisión, se encaminaba a la puerta- Pero... -y se fue.
La elfa se llevó una mano a la frente y resopló. Cuando la pequeña volvió a abrir la puerta, Iredia puso cara de circunstancias. Y le volvió a preguntar por el vino.
-Lyn, que tú no tienes... -¿edad? Se dio cuenta de que no tenía ni idea de cuántos años tenía esa chiquilla.
Levantó un dedo índice y fue a responder a la vampiresa, pero para cuando quiso hacerlo había vuelto a cerrar la puerta. Suspiró y sonrió. Qué remedio. Se giró entonces hacia Itrella, quién había observado la escena sin apenas pestañear y ahora bostezaba sonoramente. La joven elfa le ajustó las mantas sobre su cuerpo y le tomó la temperatura con el ceño fruncido. Ardía.
Iredia no se enteró de aquellos vapores que poco a poco le hicieron caer en un profundo sopor. Ella lo atribuyó a un pesado sueño que le había invadido por todo el cansancio acumulado por el estrés y el viaje. Poco a poco, se fue inclinando de lado hasta quedarse dormida de medio lado junto a la niña rubita.
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Despertó alrededor de una hora y pico más tarde. Se sentía apretada, incómoda, con un dolor de cabeza horroroso. Alzó un poco la cabeza y descubrió, para su sorpresa, que no estaba en la habitación grande. Estaba en... ¿la cocina?¿Por qué se sentía tan... distinta? Se incorporó levemente y se quedó sentada mientras miró alrededor. Había que reconocer que la estancia era grande y que los utensilios de cocina que ahí había eran pocos pero eficientes y de calidad. ¿Cómo demonios había acabado en la cocina?
Se levantó pesadamente, apoyándose en la encimera. La maldita cabeza le iba a estallar. Se tocó entonces la frente y se percató de algo. No tenía fiebre. Entonces, se miró la mano. ¿Guantes? Se los quitó. Esas no eran sus manos, las suyas eran más pequeñas. Miró entonces su cuerpo, sus ropajes negros. Palpó sus abdominales, sus pectorales, su culo. Nada de eso era suyo. Se tocó la cara, por un lado suave y por el otro rugoso, como si graves heridas hubieran tocado esa piel largo tiempo atrás. Esto tenía que ser una broma. Aún quedaba la prueba de fuego. Se palpó la entrepierna.
-¡BRAIL TOLIARËN! -soltó tal grito masculino que le dio igual que la oyesen en mil leguas a la redonda.
Se volvió iracunda hacia la puerta cerrada y la intentó abrir, sin éxito. Pegó un puñetazo sobre ella. La ventaja era que, al menos, ahora se sentía más fuerte y viva que nunca. Se sentía muy macho.
-¡Es que no me lo puedo creer! -gritó al cielo, a los dioses-¿Os gusta más que sea un hombre?
No se lo podía creer. Otra vez volvía a tener pene sin saber por qué.
Iredia
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Me giré de nuevo dejando esos utensilios en la cocina y centrandome en volver a lo que era el recividor con la escalera central.
Pero antes de dar demasiados pasos, me percaté de un charco en el suelo que antes no estaba ahi. Mire al techo. No habia humedades ni goteras. ¿De donde habia salido?
Me agaché y mojé la punta de mis dedos. Tenia una textura bastante liquida. Un tono ligeramente verdoso. Me la acerqué a la nariz y respire profundamente ese olor tan confuso. Era una mezcla de diversas plantas que, para ser franco, no supe identificar. ¿Que seria?
Y sin previo aviso, senti un pequeño mareo. Mire el charco una vez más y maldije.
- Como puedes ser tan idiota... - Me dije a mi mismo antes de caer inconciente dandome un sonoro golpe en la cabeza.
Me desperté en una habitacion diferente. Tirado en el suelo.
- Soy subnormal... - Dije, pero mi voz fue otra. Me levanté despacio, sorprendido por el cambio de la situación. Mire alrededor y vi una niña mirándome extrañada. Tenia ciertas ronchas en la piel, y unos sudores que, al verlos, me hicieron darme cuenta que yo también tenia calor. Mucho calor. Dolor de cabeza. Me toque la frente y, sorprendido, descubrí dos cosas.
La primera, que de pronto tenia mucho más cabello que antes. La segunda, es que para mi sorpresa, tenia toda la piel lisa y suave. Sin rastro ninguno de cicatrices. Mire mi cuerpo. Dos enormes senos estaban en mi pecho.
- Genial... - Dije sin más.
No reconocí con exactitud las ropas, pero sin lugar a dudas, ese cabello me sonaba. Mire a mi alrededor de nuevo para comprobar como, efectivamente, había varios charcos de agua en el suelo. Sin lugar a dudas, era uno de mis propios intrusos en esa casa. Había otro charco en esa habitacion, con el mismo liquido que antes.
Parecía que, por suerte o por desgracia, solo había afectado a la chica grande de esa habitacion y no a la niña.
-¡BRAIL TOLIARËN! - Oí entonces blasfemar a mi voz en el piso de abajo.
Maldije en silencio mientras hacia camino para allá y dejaba atrás a la niña. Para ese momento, ya tenia una idea de quien había robado el cuerpo. El grito solo acabo por afinar mis dudas un poco más mientras bajaba las escaleras y me metía en la cocina.
Me apoye en el marco de la puerta y observe en silencio como mi cuerpo se movía de forma ridícula gritando a los dioses.
- Eh. - Dije simplemente llamando la atención de mi otro yo. Me dolía la cabeza cada vez que hablaba. - ¿Quieres hacer el favor de no moverte de esa forma? Me avergüenzo de mi mismo...
Pero antes de dar demasiados pasos, me percaté de un charco en el suelo que antes no estaba ahi. Mire al techo. No habia humedades ni goteras. ¿De donde habia salido?
Me agaché y mojé la punta de mis dedos. Tenia una textura bastante liquida. Un tono ligeramente verdoso. Me la acerqué a la nariz y respire profundamente ese olor tan confuso. Era una mezcla de diversas plantas que, para ser franco, no supe identificar. ¿Que seria?
Y sin previo aviso, senti un pequeño mareo. Mire el charco una vez más y maldije.
- Como puedes ser tan idiota... - Me dije a mi mismo antes de caer inconciente dandome un sonoro golpe en la cabeza.
* * * * *
Me desperté en una habitacion diferente. Tirado en el suelo.
- Soy subnormal... - Dije, pero mi voz fue otra. Me levanté despacio, sorprendido por el cambio de la situación. Mire alrededor y vi una niña mirándome extrañada. Tenia ciertas ronchas en la piel, y unos sudores que, al verlos, me hicieron darme cuenta que yo también tenia calor. Mucho calor. Dolor de cabeza. Me toque la frente y, sorprendido, descubrí dos cosas.
La primera, que de pronto tenia mucho más cabello que antes. La segunda, es que para mi sorpresa, tenia toda la piel lisa y suave. Sin rastro ninguno de cicatrices. Mire mi cuerpo. Dos enormes senos estaban en mi pecho.
- Genial... - Dije sin más.
No reconocí con exactitud las ropas, pero sin lugar a dudas, ese cabello me sonaba. Mire a mi alrededor de nuevo para comprobar como, efectivamente, había varios charcos de agua en el suelo. Sin lugar a dudas, era uno de mis propios intrusos en esa casa. Había otro charco en esa habitacion, con el mismo liquido que antes.
Parecía que, por suerte o por desgracia, solo había afectado a la chica grande de esa habitacion y no a la niña.
-¡BRAIL TOLIARËN! - Oí entonces blasfemar a mi voz en el piso de abajo.
Maldije en silencio mientras hacia camino para allá y dejaba atrás a la niña. Para ese momento, ya tenia una idea de quien había robado el cuerpo. El grito solo acabo por afinar mis dudas un poco más mientras bajaba las escaleras y me metía en la cocina.
Me apoye en el marco de la puerta y observe en silencio como mi cuerpo se movía de forma ridícula gritando a los dioses.
- Eh. - Dije simplemente llamando la atención de mi otro yo. Me dolía la cabeza cada vez que hablaba. - ¿Quieres hacer el favor de no moverte de esa forma? Me avergüenzo de mi mismo...
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
No había podido hacerse con los objetos que Iredia había pedido a aquel mayordomo, pero al menos había encontrado algo de vino. Suspiró, tampoco es como si pudiese afirmar que conocía las hierbas de las que había hablado Iredia, Lyn frunció el ceño y rememoró la conversación que la pelirroja había tenido con Hayim. ¿Había dicho algo de “Mentalrosa”?
Torció el gesto durante unos instantes, intentando asociar, en vano, aquella palabra con alguna planta que ella conociese.
- Bueno, al menos te he encontrado a ti – Dijo abrazando la botella con una sonrisa, la había encontrado en una estantería parcialmente oculta entre un montón de libros, a su modo de ver no era el mejor lugar para ocultar una botella, pero mentiría si dijese que era el lugar más raro en el que había visto beber a gente. – A Iredia le vas a encantar. – Afirmó asintiendo para sí – Un suave aroma afrutado como este solo puede venir de Sandorai – Dijo olisqueando el líquido que estaba atrapado en el interior del cristal. – Y el Mortal que se hubiese quedado si quería que… - Dejó hablar consigo misma tan pronto vio a Iredia salir del dormitorio principal.
– ¡Iredia! – La llamó en cuanto la vislumbró, tratando de atraer su atención. Pero esta no pareció oírla, la pelirroja se encaminó rápidamente hacía las escaleras que conducían al piso inferior, sin prestar apenas atención a lo que ocurria a su alrededor.
Era extraño, estaba más pálida de lo que recordaba, para los estándares elficos, por supuesto. Y casi parecía que no conseguía andar correctamente. ¿Problemas con el calzado? Se encogió de hombros y la siguió sin soltar su fiel botella de tinto, no sin antes asomar la cabeza a través de la habitación del dormitorio, dónde descansaba la joven rubia plácidamente.
Lo que encontró al final de la pequeña travesía no se lo esperaba, Iredia abrió la puerta de la cocina para desvelar a un Kakaran atrapado tras ella. Sonrió al ver al brujo.
- ¡Karkaran! – Dijo acercándose al dúo con una sonrisa. - ¿Tú también aquí? – Amplió la sonrisa – ...Estáis muy pálidos. ¿Tanto os sorprende veros el uno al otro? – Se llevó la mano libre hasta la mejilla sin parar de sonreír.
Se levantó y, tras estirar los brazos todo lo que pudo, por encima de su cabeza, dejó escapar un bostezo. ¿Acaba de oír un grito en elfico? ¿Qué hora era? Apenas entraba luz por la ventana ¿Era aun de noche? Se frotó los ojos y, pensando varias decenas más de preguntas del mismo estilo se arrastró hasta el borde de la cama, dónde volvió a dejarse caer soltando algo parecido a un suspiro, le dolía levemente la cabeza, también sentía un ligero zumbido en los oídos.
Desde dónde estaba pudo observar la suave capa de polvo azulado que reposaba sobre todas las superficies de la habitación, aquello le hizo fruncir el ceño. ¿De dónde había aparecido? No recordaba que estuviese allí cuando se metió en la cama horas atrás. Suspiró, daba igual de dónde hubiese salido, lo único que importaba es que era más trabajo.
Se levantó de la cama y avanzó con cuidado a través de la habitación, evitando ensuciarla más con sus pisadas, hasta que llegó frente al amplió espejo.
Abrió la boca durante unos segundos, dijo “Aaaah” con suavidad y se miró fijamente al espejo, para después pasarse la mano por su pelo añil y, como de costumbre, repasar las diferentes heridas que cruzaban su torso y vientre con la yema de los dedos.
Era curioso, no recordaba cómo había acabado con aquellas cicatrices, las cuales contrastaban vivamente con la pálida piel de la que era dueña. Era evidente que eran muy reales ¿Quizás había tenido un pasado de delincuente problemática en la ciudad?
Sonrió ante aquella idea tan absurda y negó con la cabeza, lo cierto era que no recordaba apenas nada de su vida antes de que le ofreciesen cuidar, por su propia cuenta, de aquella vivienda hasta que llegase el nuevo propietario, si intentaba hacer memoria siempre acababa con un terrible dolor de cabeza.
Volvió a frotarse los ojos y le sonrió al espejo.
- ¡Vamos Elena! – Se dijo a sí misma, dándose un pellizco en el moflete - ¡Otro día más! ¡Mejor día que ayer, pero peor que mañana! – No pudo evitar el bostezo que siguió a aquella frase de auto convencimiento, cosa que le hizo sonreír aún más. - ¡Hay trabajo que hacer! – Por lo que había podido escuchar no solo tenía trabajo, también había visitantes, unos que habían llegado a una hora realmente intempestiva nada menos.
Tras asentirse a su reflejo y levantarle el pulgar se giró hacía el armario que reposaba junto al espejo y tomó su uniforme, o como la peliazul lo llamaba cariñosamente: “la Armadura”. No pudo evitar ver, mientras se vestía, la coraza de metal y las espadas que estaban junto a su cama, frunció el ceño y una vez se hubo vestido completamente se agachó junto a las armas.
Se llevó la mano hasta el mentón, pensativa.
- ¿De quién será esto? – Se preguntó la joven acercando la cara aún más al peto de la armadura. - …Esta muy sucio. – Como el resto de la habitación estaba cubierto de una fina película de polvo azul. – Después lo limpio. – Se levantó y llevándose las manos hasta la cintura, asintió conforme.
Salió de la habitación, al pasillo central de la mansión, sin poder evitar preguntarse quién era el dueño de aquel equipo. ¿Sería un amable y gentil caballero? ¿Un majestuoso guarda de ciudad que, por alguna razón, había acabado en la mansión debido a la tormenta? ¿O un fiero aventurero que buscaba un lugar dónde pasar la noche? Fuese lo que fuese, palideció un poco cuando comprendió que, independientemente de la naturaleza de aquel extraño visitante de medianoche, este había dejado la armadura en su habitación mientras ella dormía.
¡¿Era un pervertido raro?!
Sacudió la cabeza efusivamente, tratando de alejar aquellos pensamientos de su mente, hasta el punto en el que tuvo que mantener el equilibrio sujetándose en uno de los muebles del lugar, el cual estaba ridículamente polvoriento; cosa que no pasó por alto pues hacía apenas un día que había limpiado allí, estaba segura de ello.
En cualquier caso, no podía seguir divagando por los pasillos, lo primero que tenía que hacer era encontrar a sus invitados. Afortunadamente no tardó en localizarlos, oyó un par de voces, las cuales parecían salir de la cocina, sonrió, probablemente tendrían hambre y no habrían querido despertarla, les prepararía algo para cenar, no era ninguna molestia después de todo.
Cuando llegó al lugar se encontró con un hombre de mediana edad, bien armado, quizás el aventurero que había dejado las espadas en su habitación, le acompañaban dos mujeres, una de ellas era una bella elfa pelirroja, mientras que la otra, una joven de profundos ojos azules y cabellos negruzcos torció el gesto en cuanto la vio.
- Bu… buenas noches, mi nombre es Elena Tale, estoy al cuidado de esta mansión. – Dijo haciendo una leve reverencia, nerviosa, ante aquella escueta presentación. Hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie salvo con el viejo mercader al que le compraba la comida con la que subsistía allí - ¿Estáis perdidos? O… - Miró detrás del hombre, a los utensilios de cocina que descansaban sobre la mesa. ¿Por qué todos parecían tan confusos? - ¿Te…tenéis hambre? – Sonrió, recuperando algo de confianza en sí misma – Puedo prepararos algo.
¡Sí! ¡Había funcionado!
El sentimiento de superación que sintió al ver como la elfo y el imbécil que estaba en la cocina quedaban intercambiados era indescriptible. Se carcajeó a gusto desde su escondite en el sótano oculto, mirando a los cuatro intrusos a través del espejo.
La formula que había afectado al bruto de la armadura seguía funcionando a la perfección, si tuviese sombrero propio, se lo quitaría ante tal maestría alquimica. Lo único que no conseguía arreglar nunca era lo del pelo, nunca lograba que este no adquiriese el color de la poción. Pero no estaba mal, dejando a un lado que aquella chica pareciese una de esas meretrices exóticas de Beltrexus, todo había salido bien, incluso lo de los recuerdos falsos.
Continuó riendo a carcajadas mientras les miraba conversar. Ahora que había protegido la primera entrada, la del candelabro, solamente quedaba la segunda, una que, aunque estaba mejor oculta era imposible de bloquear.
Tragó saliva y repasó la fórmula que estaba escrita en el papel junto a él, esperaba que no fallase. Negó con la cabeza tratando de tranquilizarse, era imposible de que pasase, no tenían los ingredientes necesarios, los tenía él en aquel laboratorio. De todos modos, aún si algo iba mal con su alquimia, cada habitación en la que se adentrasen a partir de aquel mismo instante tendría poderosos efectos hipnóticos sobre ellos, por no hablar de sus amiguitos que patrullaban la mansión en su búsqueda.
¿Quién sabía en qué mundo acabarían atrapados? ¿Cuál de sus experimentos sería el primero en encontrarles?
Dejó escapar otra risotada y, tras ponerse cómodo en la butaca en la que estaba sentado, se sirvió una copa de vino.
- Empieza el juego…
Torció el gesto durante unos instantes, intentando asociar, en vano, aquella palabra con alguna planta que ella conociese.
- Bueno, al menos te he encontrado a ti – Dijo abrazando la botella con una sonrisa, la había encontrado en una estantería parcialmente oculta entre un montón de libros, a su modo de ver no era el mejor lugar para ocultar una botella, pero mentiría si dijese que era el lugar más raro en el que había visto beber a gente. – A Iredia le vas a encantar. – Afirmó asintiendo para sí – Un suave aroma afrutado como este solo puede venir de Sandorai – Dijo olisqueando el líquido que estaba atrapado en el interior del cristal. – Y el Mortal que se hubiese quedado si quería que… - Dejó hablar consigo misma tan pronto vio a Iredia salir del dormitorio principal.
– ¡Iredia! – La llamó en cuanto la vislumbró, tratando de atraer su atención. Pero esta no pareció oírla, la pelirroja se encaminó rápidamente hacía las escaleras que conducían al piso inferior, sin prestar apenas atención a lo que ocurria a su alrededor.
Era extraño, estaba más pálida de lo que recordaba, para los estándares elficos, por supuesto. Y casi parecía que no conseguía andar correctamente. ¿Problemas con el calzado? Se encogió de hombros y la siguió sin soltar su fiel botella de tinto, no sin antes asomar la cabeza a través de la habitación del dormitorio, dónde descansaba la joven rubia plácidamente.
Lo que encontró al final de la pequeña travesía no se lo esperaba, Iredia abrió la puerta de la cocina para desvelar a un Kakaran atrapado tras ella. Sonrió al ver al brujo.
- ¡Karkaran! – Dijo acercándose al dúo con una sonrisa. - ¿Tú también aquí? – Amplió la sonrisa – ...Estáis muy pálidos. ¿Tanto os sorprende veros el uno al otro? – Se llevó la mano libre hasta la mejilla sin parar de sonreír.
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Se levantó y, tras estirar los brazos todo lo que pudo, por encima de su cabeza, dejó escapar un bostezo. ¿Acaba de oír un grito en elfico? ¿Qué hora era? Apenas entraba luz por la ventana ¿Era aun de noche? Se frotó los ojos y, pensando varias decenas más de preguntas del mismo estilo se arrastró hasta el borde de la cama, dónde volvió a dejarse caer soltando algo parecido a un suspiro, le dolía levemente la cabeza, también sentía un ligero zumbido en los oídos.
Desde dónde estaba pudo observar la suave capa de polvo azulado que reposaba sobre todas las superficies de la habitación, aquello le hizo fruncir el ceño. ¿De dónde había aparecido? No recordaba que estuviese allí cuando se metió en la cama horas atrás. Suspiró, daba igual de dónde hubiese salido, lo único que importaba es que era más trabajo.
Se levantó de la cama y avanzó con cuidado a través de la habitación, evitando ensuciarla más con sus pisadas, hasta que llegó frente al amplió espejo.
Abrió la boca durante unos segundos, dijo “Aaaah” con suavidad y se miró fijamente al espejo, para después pasarse la mano por su pelo añil y, como de costumbre, repasar las diferentes heridas que cruzaban su torso y vientre con la yema de los dedos.
Era curioso, no recordaba cómo había acabado con aquellas cicatrices, las cuales contrastaban vivamente con la pálida piel de la que era dueña. Era evidente que eran muy reales ¿Quizás había tenido un pasado de delincuente problemática en la ciudad?
Sonrió ante aquella idea tan absurda y negó con la cabeza, lo cierto era que no recordaba apenas nada de su vida antes de que le ofreciesen cuidar, por su propia cuenta, de aquella vivienda hasta que llegase el nuevo propietario, si intentaba hacer memoria siempre acababa con un terrible dolor de cabeza.
Volvió a frotarse los ojos y le sonrió al espejo.
- ¡Vamos Elena! – Se dijo a sí misma, dándose un pellizco en el moflete - ¡Otro día más! ¡Mejor día que ayer, pero peor que mañana! – No pudo evitar el bostezo que siguió a aquella frase de auto convencimiento, cosa que le hizo sonreír aún más. - ¡Hay trabajo que hacer! – Por lo que había podido escuchar no solo tenía trabajo, también había visitantes, unos que habían llegado a una hora realmente intempestiva nada menos.
Tras asentirse a su reflejo y levantarle el pulgar se giró hacía el armario que reposaba junto al espejo y tomó su uniforme, o como la peliazul lo llamaba cariñosamente: “la Armadura”. No pudo evitar ver, mientras se vestía, la coraza de metal y las espadas que estaban junto a su cama, frunció el ceño y una vez se hubo vestido completamente se agachó junto a las armas.
Se llevó la mano hasta el mentón, pensativa.
- ¿De quién será esto? – Se preguntó la joven acercando la cara aún más al peto de la armadura. - …Esta muy sucio. – Como el resto de la habitación estaba cubierto de una fina película de polvo azul. – Después lo limpio. – Se levantó y llevándose las manos hasta la cintura, asintió conforme.
Salió de la habitación, al pasillo central de la mansión, sin poder evitar preguntarse quién era el dueño de aquel equipo. ¿Sería un amable y gentil caballero? ¿Un majestuoso guarda de ciudad que, por alguna razón, había acabado en la mansión debido a la tormenta? ¿O un fiero aventurero que buscaba un lugar dónde pasar la noche? Fuese lo que fuese, palideció un poco cuando comprendió que, independientemente de la naturaleza de aquel extraño visitante de medianoche, este había dejado la armadura en su habitación mientras ella dormía.
¡¿Era un pervertido raro?!
Sacudió la cabeza efusivamente, tratando de alejar aquellos pensamientos de su mente, hasta el punto en el que tuvo que mantener el equilibrio sujetándose en uno de los muebles del lugar, el cual estaba ridículamente polvoriento; cosa que no pasó por alto pues hacía apenas un día que había limpiado allí, estaba segura de ello.
En cualquier caso, no podía seguir divagando por los pasillos, lo primero que tenía que hacer era encontrar a sus invitados. Afortunadamente no tardó en localizarlos, oyó un par de voces, las cuales parecían salir de la cocina, sonrió, probablemente tendrían hambre y no habrían querido despertarla, les prepararía algo para cenar, no era ninguna molestia después de todo.
Cuando llegó al lugar se encontró con un hombre de mediana edad, bien armado, quizás el aventurero que había dejado las espadas en su habitación, le acompañaban dos mujeres, una de ellas era una bella elfa pelirroja, mientras que la otra, una joven de profundos ojos azules y cabellos negruzcos torció el gesto en cuanto la vio.
- Bu… buenas noches, mi nombre es Elena Tale, estoy al cuidado de esta mansión. – Dijo haciendo una leve reverencia, nerviosa, ante aquella escueta presentación. Hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie salvo con el viejo mercader al que le compraba la comida con la que subsistía allí - ¿Estáis perdidos? O… - Miró detrás del hombre, a los utensilios de cocina que descansaban sobre la mesa. ¿Por qué todos parecían tan confusos? - ¿Te…tenéis hambre? – Sonrió, recuperando algo de confianza en sí misma – Puedo prepararos algo.
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¡Sí! ¡Había funcionado!
El sentimiento de superación que sintió al ver como la elfo y el imbécil que estaba en la cocina quedaban intercambiados era indescriptible. Se carcajeó a gusto desde su escondite en el sótano oculto, mirando a los cuatro intrusos a través del espejo.
La formula que había afectado al bruto de la armadura seguía funcionando a la perfección, si tuviese sombrero propio, se lo quitaría ante tal maestría alquimica. Lo único que no conseguía arreglar nunca era lo del pelo, nunca lograba que este no adquiriese el color de la poción. Pero no estaba mal, dejando a un lado que aquella chica pareciese una de esas meretrices exóticas de Beltrexus, todo había salido bien, incluso lo de los recuerdos falsos.
Continuó riendo a carcajadas mientras les miraba conversar. Ahora que había protegido la primera entrada, la del candelabro, solamente quedaba la segunda, una que, aunque estaba mejor oculta era imposible de bloquear.
Tragó saliva y repasó la fórmula que estaba escrita en el papel junto a él, esperaba que no fallase. Negó con la cabeza tratando de tranquilizarse, era imposible de que pasase, no tenían los ingredientes necesarios, los tenía él en aquel laboratorio. De todos modos, aún si algo iba mal con su alquimia, cada habitación en la que se adentrasen a partir de aquel mismo instante tendría poderosos efectos hipnóticos sobre ellos, por no hablar de sus amiguitos que patrullaban la mansión en su búsqueda.
¿Quién sabía en qué mundo acabarían atrapados? ¿Cuál de sus experimentos sería el primero en encontrarles?
Dejó escapar otra risotada y, tras ponerse cómodo en la butaca en la que estaba sentado, se sirvió una copa de vino.
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Eltrant Tale
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
La cara de sorpresa que puso cuando se vio a sí misma en el marco de la puerta vacilándola era indescriptible. Tardó varios segundos en reaccionar. Necesitaba algo donde mirarse, un reflejo, un cristal, algo. Sin responder a su propia provocación (después estudiaría con más detenimiento ese fenómeno), se puso a rebuscar como loca en los utensilios de cocina. Entonces, se quedó quieta. Se llevó una mano a su cinturón y tocó el pomo de una espada. El corazón se le paró durante unos peligrosos segundos mientras cerraba los ojos y asumía la terrible realidad. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Sacó la espada de su vaina, aquella bella espada élfica que, tiempo atrás, su madre le había dado a su protector en señal de confianza. Verla en sus manos le provocó un profundo dolor, pues ya había asumido que esta vez no era una versión masculina de sí misma.
Lyn llegó justo en ese momento, alegremente como siempre. Sin embargo, los ojos de Iredia, que ahora eran los de Karkaran, miraron a ambos con profunda furia. No tenía muy claro si era por las hormonas masculinas, porque ya no tenía fiebre o por encontrarse de nuevo con el cerdo que la había traicionado, pero se sentía enfadada. Apuntó con la espada a su cuerpo, que ahora pertenecía al brujo, mirándose a sí misma (osea, a él)
-Sorpresa no es la palabra. Yo más bien diría asco. -espetó con tono ácido. Oír la voz de Karkaran salir de su garganta (que tampoco era suya) era lo más próximo a una tortura que podía sentir ahora mismo.- Lo mataría ahora mismo si no fuera porque ese cuerpo es mío. Igual hasta este hechizo es cosa tuya, pandalah.
En sus palabras procuró no ocultar en ningún momento su profundo desprecio. Justo entonces apareció una sirvienta de pelo azul muy guapa, ofreciendo sus servicios de cocina. Iredia se quedó unos segundos estupefacta. ¿Había dicho Elena Tale? Se acordó entonces de Eltrant, que probablemente estaría en otra habitación y no tardaría en llegar. O eso pensó. Por lo menos, no parecía que Lyn y él se hubiesen intercambiado las personalidades. Lyn era demasiado natural. Demasiado Lyn. Lo cómico iba a ser explicarle que ahora ella estaba dentro del cuerpo de Karkaran y viceversa. Bajó la espada. Suspiró y resopló.
-Esto es un disparate. A ver: Lyn, ¿has visto a Eltrant? Y no, no quiero comida. Aunque le puedes estampar un cacerolazo a ese. Osea, a esa. -señaló al brujo/elfa con la cabeza- ¡Agh, diablos! -estaba tan enfadada que le costaba pensar. Se frotó un momento los ojos, respirando profundamente y tratando de pensar.
Dio un par de vueltas por la cocina.
-A ver... Al parecer alguien de esta casa no nos quiere bien. Sea lo que sea, nos enfrentamos a alguien que sabe magia. Sí, Lyn, ahora Karkaran tiene mi cuerpo y yo tengo el suyo. -explicó la elfa, adelantándose a la pregunta de Lyn-
¿Puedes encontrar a Eltrant, Lyn? Espera, ¿tú lo conoces? -preguntó entonces a la sirvienta.
De golpe, se quedó parada. La niña. Soltó una maldición élfica de nuevo y salió escopetada de la cocina, sin tener reparo alguno en pegarle un empujón a su propio yo embrujado con el hombro. Subió las escaleras prácticamente de dos en dos. Qué gusto daba sentirse así de viva, de ágil, de fuerte. Sin querer, comprendió un poco como se sentía el verdadero Karkaran muchas veces cuando estaba contento. Abrió las puertas del cuarto grande y se confirmó lo peor. Miró a la cama horrorizada. Ni Itrella ni su gato estaban ahí.
---------------------------------------------
La pequeña vio cómo Iredia, después de quedarse dormida a su lado, se despertaba de golpe con unos gestos muy raros. Ella no se había podido dormir, le dolía la tripita por tener hambre. La elfa casi ni le dijo adiós cuando se fue. A ella le dolía mucho la cabeza, pero estaba aburrida ahí, sola y pachucha. La niña que quería vino le había caído muy bien y aquel señor parecía amable. Igual le podía dar algo de pan. Oyó un grito de un hombre, pero no entendió lo que decía. Pensó que quizás el señor necesitaba ayuda.
-Vamoz, Ruzhi. -le dijo a la cría de Asski- Vamoz a buzcar al zeñor majo.
Al salir las dos criaturitas del cuarto no vieron a nadie. Rushi iba pegado prácticamente a sus talones y, si se adelantaba mucho, esperaba a la pequeña hasta que ella llegaba donde él. Itrella vio pasar a una chica muy guapa con el pelo azul. Algún día le diría a Iredia que ella también quería tener cachitos de pelo así. Bajó las escaleras despacito y llegó hasta un sitio con muchos libros y velas. Algunas estaban encendidas, aunque había una que no. Miró a su alrededor con un poquito de temor. Rushi maulló, angustiado. Las velas titilaron y se apagaron.[/color]
Lyn llegó justo en ese momento, alegremente como siempre. Sin embargo, los ojos de Iredia, que ahora eran los de Karkaran, miraron a ambos con profunda furia. No tenía muy claro si era por las hormonas masculinas, porque ya no tenía fiebre o por encontrarse de nuevo con el cerdo que la había traicionado, pero se sentía enfadada. Apuntó con la espada a su cuerpo, que ahora pertenecía al brujo, mirándose a sí misma (osea, a él)
-Sorpresa no es la palabra. Yo más bien diría asco. -espetó con tono ácido. Oír la voz de Karkaran salir de su garganta (que tampoco era suya) era lo más próximo a una tortura que podía sentir ahora mismo.- Lo mataría ahora mismo si no fuera porque ese cuerpo es mío. Igual hasta este hechizo es cosa tuya, pandalah.
En sus palabras procuró no ocultar en ningún momento su profundo desprecio. Justo entonces apareció una sirvienta de pelo azul muy guapa, ofreciendo sus servicios de cocina. Iredia se quedó unos segundos estupefacta. ¿Había dicho Elena Tale? Se acordó entonces de Eltrant, que probablemente estaría en otra habitación y no tardaría en llegar. O eso pensó. Por lo menos, no parecía que Lyn y él se hubiesen intercambiado las personalidades. Lyn era demasiado natural. Demasiado Lyn. Lo cómico iba a ser explicarle que ahora ella estaba dentro del cuerpo de Karkaran y viceversa. Bajó la espada. Suspiró y resopló.
-Esto es un disparate. A ver: Lyn, ¿has visto a Eltrant? Y no, no quiero comida. Aunque le puedes estampar un cacerolazo a ese. Osea, a esa. -señaló al brujo/elfa con la cabeza- ¡Agh, diablos! -estaba tan enfadada que le costaba pensar. Se frotó un momento los ojos, respirando profundamente y tratando de pensar.
Dio un par de vueltas por la cocina.
-A ver... Al parecer alguien de esta casa no nos quiere bien. Sea lo que sea, nos enfrentamos a alguien que sabe magia. Sí, Lyn, ahora Karkaran tiene mi cuerpo y yo tengo el suyo. -explicó la elfa, adelantándose a la pregunta de Lyn-
¿Puedes encontrar a Eltrant, Lyn? Espera, ¿tú lo conoces? -preguntó entonces a la sirvienta.
De golpe, se quedó parada. La niña. Soltó una maldición élfica de nuevo y salió escopetada de la cocina, sin tener reparo alguno en pegarle un empujón a su propio yo embrujado con el hombro. Subió las escaleras prácticamente de dos en dos. Qué gusto daba sentirse así de viva, de ágil, de fuerte. Sin querer, comprendió un poco como se sentía el verdadero Karkaran muchas veces cuando estaba contento. Abrió las puertas del cuarto grande y se confirmó lo peor. Miró a la cama horrorizada. Ni Itrella ni su gato estaban ahí.
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La pequeña vio cómo Iredia, después de quedarse dormida a su lado, se despertaba de golpe con unos gestos muy raros. Ella no se había podido dormir, le dolía la tripita por tener hambre. La elfa casi ni le dijo adiós cuando se fue. A ella le dolía mucho la cabeza, pero estaba aburrida ahí, sola y pachucha. La niña que quería vino le había caído muy bien y aquel señor parecía amable. Igual le podía dar algo de pan. Oyó un grito de un hombre, pero no entendió lo que decía. Pensó que quizás el señor necesitaba ayuda.
-Vamoz, Ruzhi. -le dijo a la cría de Asski- Vamoz a buzcar al zeñor majo.
Al salir las dos criaturitas del cuarto no vieron a nadie. Rushi iba pegado prácticamente a sus talones y, si se adelantaba mucho, esperaba a la pequeña hasta que ella llegaba donde él. Itrella vio pasar a una chica muy guapa con el pelo azul. Algún día le diría a Iredia que ella también quería tener cachitos de pelo así. Bajó las escaleras despacito y llegó hasta un sitio con muchos libros y velas. Algunas estaban encendidas, aunque había una que no. Miró a su alrededor con un poquito de temor. Rushi maulló, angustiado. Las velas titilaron y se apagaron.[/color]
Iredia
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Al verme apuntarme a mi mismo con la espada, no tuve miedo ninguno. Por primera vez desde hacia tiempo, incluso me vi arrebatador. Casi pude entender porque tanta gente pedía clemencia. Lo cierto es que daba cierto miedo visto de fuera.
Pero la elfa no era estúpida. Ella misma se dio cuenta que, si me mataba, ambos estábamos muertos... Antes o después.
- Juraría que entrar en casa ajena sin permiso tampoco es que sea tradición entre los follapinos. - Dije sin procurar ser sutil en el proceso. - Esta es MI casa. Y si me crees tan idiota como para meterme en el cuerpo de una enferma moribunda es que estaba claro que alejarme de ti fue la mejor decisión posible... - Tanta palabra me había dado aun mas dolor de cabeza. - ¿Es que te has metido en una jodida fosa común?
Mire a la vampiresa entonces con una expresión de bastante mala ostia que no debía ser nada frecuente en la elfa.
- Si. Soy Karkaran...
-A ver... Al parecer alguien de esta casa no nos quiere bien. Sea lo que sea, nos enfrentamos a alguien que sabe magia. Sí, Lyn, ahora Karkaran tiene mi cuerpo y yo tengo el suyo. -explicó la elfa (en mi cuerpo), adelantándose a la pregunta de Lyn- ¿Puedes encontrar a Eltrant, Lyn? Espera, ¿tú lo conoces?
Iba a cavilar la posibilidad de que Eltran y Lyn fueran ahora entre ellos también, pero parecía que la vampiresa era ella misma... La única nueva persona era la susodicha ama de llaves, que en ese momento estaba ahí. Iba a preguntarle algo cuando de pronto, Iredia, con mi cuerpo y su nueva fuerza, me derribo empujándome a un lado. La cabeza me dio vueltas y caí al suelo, pues me fallaron las piernas.
Estuve a punto de vomitar.
Me giré para ver como subía las escaleras y blasfemé su nombre entre susurro.
Cuando recuperara mi cuerpo, pensaba arrojarla de nuevo a la lluvia... No sin antes cortarle una maldita oreja.
Pero la elfa no era estúpida. Ella misma se dio cuenta que, si me mataba, ambos estábamos muertos... Antes o después.
- Juraría que entrar en casa ajena sin permiso tampoco es que sea tradición entre los follapinos. - Dije sin procurar ser sutil en el proceso. - Esta es MI casa. Y si me crees tan idiota como para meterme en el cuerpo de una enferma moribunda es que estaba claro que alejarme de ti fue la mejor decisión posible... - Tanta palabra me había dado aun mas dolor de cabeza. - ¿Es que te has metido en una jodida fosa común?
Mire a la vampiresa entonces con una expresión de bastante mala ostia que no debía ser nada frecuente en la elfa.
- Si. Soy Karkaran...
-A ver... Al parecer alguien de esta casa no nos quiere bien. Sea lo que sea, nos enfrentamos a alguien que sabe magia. Sí, Lyn, ahora Karkaran tiene mi cuerpo y yo tengo el suyo. -explicó la elfa (en mi cuerpo), adelantándose a la pregunta de Lyn- ¿Puedes encontrar a Eltrant, Lyn? Espera, ¿tú lo conoces?
Iba a cavilar la posibilidad de que Eltran y Lyn fueran ahora entre ellos también, pero parecía que la vampiresa era ella misma... La única nueva persona era la susodicha ama de llaves, que en ese momento estaba ahí. Iba a preguntarle algo cuando de pronto, Iredia, con mi cuerpo y su nueva fuerza, me derribo empujándome a un lado. La cabeza me dio vueltas y caí al suelo, pues me fallaron las piernas.
Estuve a punto de vomitar.
Me giré para ver como subía las escaleras y blasfemé su nombre entre susurro.
Cuando recuperara mi cuerpo, pensaba arrojarla de nuevo a la lluvia... No sin antes cortarle una maldita oreja.
Erenair
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Todos estaban muy enfadados por algo que no terminaba de comprender. ¿Se había presentado mal? Alternó su mirada entre todos los presentes, del hombre de aspecto amenazador a la elfa que parecía estar enferma y, al final, posó sus ojos en la joven de pelo negro.
- Yo… no sé sí… - Jugueteó con sus dedos y bajó la mirada cuando el hombre de la espada le indicó que no quería comer nada con cara de pocos amigos y que, si quería ofrecerle algo a los presentes, era un buen golpe en la cara de la mujer lo que prefería ver.
La ojiazul de cabellos negros se acercó hasta estar prácticamente a un palmo de su cara, mirándola fijamente directamente a los ojos.
- Esta chica huele como el Mortal. – Dijo en voz alta frunciendo el ceño - ¿Quién eres? – Preguntó a continuación, sin apartar la mirada durante varios largos segundos, unos que a Elena se le hicieron eternos. ¿Eran colmillos eso lo que había podido entrever entre sus labios cuando había hablado?
- Yo… yo soy… - Antes de que pudiese completar la frase, la chica se giró hacia el dúo “mágico” y se quedó mirándole unos segundos de la misma forma que había hecho momentos atrás con ella misma.
- ¿Os habéis intercambiado? … Entonces Karkaran es Iredia y Iredia es… - Se cruzó de brazos, y torció el gesto, parecía que la muchacha estaba tan confusa como el resto – Entonces… ¿Iredia? – Miró al hombre que se llamaba “Karkaran” - ¿Ahora puedes ir al baño de pie? – Algo parecido al fantasma de una sonrisa se asomó en el rostro de la joven que, como comprendió Elena, respondía al nombre de Lyn.
Mientras les veía debatir duramente entre ellos, la sirvienta fue atando cabos en todo lo posible, por alguna razón la elfa y el hombre estaban en cuerpos diferentes, ¿O simplemente se llevaban mal? ¿Por qué habían entrado en su casa? La elfa había mencionado que aquella era su casa, eso la convertía en la propietaria de la mansión y en su jefa. ¿O era el hombre el dueño de la mansión? Es decir, ¿No estaba el hombre en el cuerpo de la mujer? Le dolía la cabeza, un poco más.
- ¿Eh? – El hombre, Karkaran, o Iredia, en cualquier caso, el varón que estaba allí se dirigió directamente a ella, preguntándole si conocía a algún tal Eltrant – Lo… lo siento, vivo sola aquí. – Respondió con una sonrisa, esperando que no le volviesen a gritar. – Pero… hay unas espadas y una armadura en mi habitación. – Añadió entonces, volviendo a juguetear con sus manos de forma instintiva. - ¿Puede que sean de vuestro amigo? – Preguntó, esperando obtener alguna respuesta afirmativa de todo aquello.
Fuese como fuese, la respuesta no pareció convencer al hombre, que salió corriendo de la habitación derribando a la elfa en el proceso y soltando palabras que, aunque Elena no podía comprenderlas, estaba bastante segura de que no era poesía precisamente.
- ¿Es… estas bien? – Dijo agachándose junto a la pelirroja, ayudándola a levantarse – Estas ardiendo – Dijo en cuanto la rozó – Creo que… por aquí tengo algo para la fiebre… - Hizo memoria, ¿Tenía algo? ¿O no? No podía acordarse, negó con la cabeza. – Seguro que encuentro algo, no te preocupes. – Dijo con una sonrisa tranquilizadora. - ¿No te llevas bien con tu amigo? ¿Con… tu amiga? – Estaba pillando la situación en la que estaban todos aquellos desconocidos inmersos, o eso creía.
Lyn apartó a la peliazul de la enferma.
- Hueles como el Mortal. – Repitió manteniéndola sujeta, Elena desvió la mirada sin saber que responder a aquello.
- Lo… lo siento. – Dijo la joven. – Quizás deberíamos ir a ver dónde ha ido…
- Sí, sí. Enseguida. – Lyn se quedó mirándola directamente a los ojos. – ¿Cómo haces para meterte en estos líos? – Dijo al final suspirando, bajando la cabeza derrotada. – Enserio, de todas las cosas que podías hacer acabar con “Buenos modales” y llevando un vestido es lo último que me esperaba, creo... la verdad es que no me sorprende tanto. ¿Qué te parece? No me sorprende, supongo que todos los días se descubre algo nue… no, no me voy a acostumbrar, estaba mintiendo, esto es raro. – Se llevó la mano hasta los ojos, frotándoselos con fuerza, y volvió a olisquear a la sirvienta. – Sí, es tu sangre. – Repitió casi en un susurro, descorchando la botella que seguía entre sus manos con la boca, desvelando, aún más, los dos pequeños colmillos que la delataban como vampiresa y dando un largo trago de la misma.
- ¿Dis... disculpa? – Respondió Elena pestañeando repetidamente, sin comprender que quería decir con aquello. ¿Tenía que ver ella algo con ese “Mortal” del que tanto hablaba? ¿Con el tal Eltrant?
- No te preocupes por eso ahora. – Lyn liberó a la sirvienta de su agarre y se giró hacía “Iredia” – Vamos a seguir a tu cuerpo, no puede haber ido muy lejos. – Dijo ayudándola a que mantuviese el equilibrio, sonrió por lo bajo, parecía estar demasiado cansada como para negarse, de todas formas, si lo hacía, Lyn la dejaría caminar por si sola. – No se te ve muy acostumbrado a llevar tacones ¿No es verdad? – Afirmó la muchacha ampliando la sonrisa.
Elena, que se había adelantado, localizó al hombre de la espada en el piso superior, junto a las puertas del dormitorio principal, profiriendo en voz alta las mismas palabras que le había oído decir según se marchaba corriendo.
- ¿Hay algún… problema? – Dijo acercándose tímidamente al hombre por la espalda, lo cierto es que no sabía cómo iba a reaccionar, todos estaban bastante irascibles y se solía poner nerviosa en esas situaciones.
Contempló la cama, deshecha y vacía que el hombre miraba fijamente, evidentemente, echando en falta algo que antes había estado ahí.
- ¿Ha… ha desaparecido alguien más? – Inquirió colocándose junto al hombre, mirando la habitación desde la entrada a la misma. Lo primero que advirtió fue que estaba bastante desordenada, aquellas personas le estaban dando mucho trabajo, más del que se esperaba, aunque, si lo que decían era cierto, uno de ellos era el propietario del lugar. Tenía unos modales, y aquellas personas no eran malas, al menos no lo parecían – No se preocupe. – Dijo – La casa no es tan grande. – Sonrió – No puede haber ido muy lejos, le ayudare a buscar. – Añadió después – No he visto ninguna de las puertas de salida desbloqueadas, incluso la entrada principal está cerrada. No han salido de la mansión – Se acercó a la cama y, cuidadosamente, extendió las sabanas. – Aun están calientes. – Indicó con una sonrisa. – Debe de estar cerca. Quizás en el piso superior. No he visto bajar a nadie según subía.
- Yo… no sé sí… - Jugueteó con sus dedos y bajó la mirada cuando el hombre de la espada le indicó que no quería comer nada con cara de pocos amigos y que, si quería ofrecerle algo a los presentes, era un buen golpe en la cara de la mujer lo que prefería ver.
La ojiazul de cabellos negros se acercó hasta estar prácticamente a un palmo de su cara, mirándola fijamente directamente a los ojos.
- Esta chica huele como el Mortal. – Dijo en voz alta frunciendo el ceño - ¿Quién eres? – Preguntó a continuación, sin apartar la mirada durante varios largos segundos, unos que a Elena se le hicieron eternos. ¿Eran colmillos eso lo que había podido entrever entre sus labios cuando había hablado?
- Yo… yo soy… - Antes de que pudiese completar la frase, la chica se giró hacia el dúo “mágico” y se quedó mirándole unos segundos de la misma forma que había hecho momentos atrás con ella misma.
- ¿Os habéis intercambiado? … Entonces Karkaran es Iredia y Iredia es… - Se cruzó de brazos, y torció el gesto, parecía que la muchacha estaba tan confusa como el resto – Entonces… ¿Iredia? – Miró al hombre que se llamaba “Karkaran” - ¿Ahora puedes ir al baño de pie? – Algo parecido al fantasma de una sonrisa se asomó en el rostro de la joven que, como comprendió Elena, respondía al nombre de Lyn.
Mientras les veía debatir duramente entre ellos, la sirvienta fue atando cabos en todo lo posible, por alguna razón la elfa y el hombre estaban en cuerpos diferentes, ¿O simplemente se llevaban mal? ¿Por qué habían entrado en su casa? La elfa había mencionado que aquella era su casa, eso la convertía en la propietaria de la mansión y en su jefa. ¿O era el hombre el dueño de la mansión? Es decir, ¿No estaba el hombre en el cuerpo de la mujer? Le dolía la cabeza, un poco más.
- ¿Eh? – El hombre, Karkaran, o Iredia, en cualquier caso, el varón que estaba allí se dirigió directamente a ella, preguntándole si conocía a algún tal Eltrant – Lo… lo siento, vivo sola aquí. – Respondió con una sonrisa, esperando que no le volviesen a gritar. – Pero… hay unas espadas y una armadura en mi habitación. – Añadió entonces, volviendo a juguetear con sus manos de forma instintiva. - ¿Puede que sean de vuestro amigo? – Preguntó, esperando obtener alguna respuesta afirmativa de todo aquello.
Fuese como fuese, la respuesta no pareció convencer al hombre, que salió corriendo de la habitación derribando a la elfa en el proceso y soltando palabras que, aunque Elena no podía comprenderlas, estaba bastante segura de que no era poesía precisamente.
- ¿Es… estas bien? – Dijo agachándose junto a la pelirroja, ayudándola a levantarse – Estas ardiendo – Dijo en cuanto la rozó – Creo que… por aquí tengo algo para la fiebre… - Hizo memoria, ¿Tenía algo? ¿O no? No podía acordarse, negó con la cabeza. – Seguro que encuentro algo, no te preocupes. – Dijo con una sonrisa tranquilizadora. - ¿No te llevas bien con tu amigo? ¿Con… tu amiga? – Estaba pillando la situación en la que estaban todos aquellos desconocidos inmersos, o eso creía.
Lyn apartó a la peliazul de la enferma.
- Hueles como el Mortal. – Repitió manteniéndola sujeta, Elena desvió la mirada sin saber que responder a aquello.
- Lo… lo siento. – Dijo la joven. – Quizás deberíamos ir a ver dónde ha ido…
- Sí, sí. Enseguida. – Lyn se quedó mirándola directamente a los ojos. – ¿Cómo haces para meterte en estos líos? – Dijo al final suspirando, bajando la cabeza derrotada. – Enserio, de todas las cosas que podías hacer acabar con “Buenos modales” y llevando un vestido es lo último que me esperaba, creo... la verdad es que no me sorprende tanto. ¿Qué te parece? No me sorprende, supongo que todos los días se descubre algo nue… no, no me voy a acostumbrar, estaba mintiendo, esto es raro. – Se llevó la mano hasta los ojos, frotándoselos con fuerza, y volvió a olisquear a la sirvienta. – Sí, es tu sangre. – Repitió casi en un susurro, descorchando la botella que seguía entre sus manos con la boca, desvelando, aún más, los dos pequeños colmillos que la delataban como vampiresa y dando un largo trago de la misma.
- ¿Dis... disculpa? – Respondió Elena pestañeando repetidamente, sin comprender que quería decir con aquello. ¿Tenía que ver ella algo con ese “Mortal” del que tanto hablaba? ¿Con el tal Eltrant?
- No te preocupes por eso ahora. – Lyn liberó a la sirvienta de su agarre y se giró hacía “Iredia” – Vamos a seguir a tu cuerpo, no puede haber ido muy lejos. – Dijo ayudándola a que mantuviese el equilibrio, sonrió por lo bajo, parecía estar demasiado cansada como para negarse, de todas formas, si lo hacía, Lyn la dejaría caminar por si sola. – No se te ve muy acostumbrado a llevar tacones ¿No es verdad? – Afirmó la muchacha ampliando la sonrisa.
Elena, que se había adelantado, localizó al hombre de la espada en el piso superior, junto a las puertas del dormitorio principal, profiriendo en voz alta las mismas palabras que le había oído decir según se marchaba corriendo.
- ¿Hay algún… problema? – Dijo acercándose tímidamente al hombre por la espalda, lo cierto es que no sabía cómo iba a reaccionar, todos estaban bastante irascibles y se solía poner nerviosa en esas situaciones.
Contempló la cama, deshecha y vacía que el hombre miraba fijamente, evidentemente, echando en falta algo que antes había estado ahí.
- ¿Ha… ha desaparecido alguien más? – Inquirió colocándose junto al hombre, mirando la habitación desde la entrada a la misma. Lo primero que advirtió fue que estaba bastante desordenada, aquellas personas le estaban dando mucho trabajo, más del que se esperaba, aunque, si lo que decían era cierto, uno de ellos era el propietario del lugar. Tenía unos modales, y aquellas personas no eran malas, al menos no lo parecían – No se preocupe. – Dijo – La casa no es tan grande. – Sonrió – No puede haber ido muy lejos, le ayudare a buscar. – Añadió después – No he visto ninguna de las puertas de salida desbloqueadas, incluso la entrada principal está cerrada. No han salido de la mansión – Se acercó a la cama y, cuidadosamente, extendió las sabanas. – Aun están calientes. – Indicó con una sonrisa. – Debe de estar cerca. Quizás en el piso superior. No he visto bajar a nadie según subía.
Eltrant Tale
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Ella, en el cuerpo de Karkaran, se había quedado mirando fijamente las sábanas vacías. Si algo le pasaba a la niña, no se lo iba a poder perdonar jamás. Apretó el puño con fuerza. ¿Por qué estaba tan furiosa? Esa rabia interior que sentía no era normal en ella. ¿Se sentía así el brujo todo el día? Normal que estuviese amargado constantemente. Sintió a la sirvienta detrás de ella y prestó atención vagamente a sus divagaciones. Sin embargo, hay una que le interesó: la de que podía estar en el piso de arriba.
-En ese caso, voy a subir un momento.
Salió de la habitación de nuevo y subió las escaleras, llamando a Itrella de cuando en cuando y a Rushi otro tanto igual. No obtuvo respuesta alguna. Se los había tragado la maldita mansión de ese maldito tuercebotas. ¿Cómo diablos había conseguido una mansión así? Iredia estaba convencida de que había asesinado al dueño y por eso había conseguido hacerse con ella. Frunció el ceño y tocó la espada de él, espada que le pertenecía por derecho. Torció el morro y tomó una decisión. La niña y su gato no aparecían.
Bajó de nuevo las escaleras y volvió a la habitación principal. Todos estaban allí. Sentía tal rabia interior al verse a sí misma con la conciencia de Karkaran que ni siquiera lo miró cuando entró. Fue derecha al cajón y se llevó otra sorpresa. Rebuscó. Soltó una palabrota.
-Mis pergaminos... -dio un manotazo a la mesilla- Alguien me los ha robado. El que nos ha hecho esto debe de haber aprovechado para venir aquí y cogerlos. Quizás os falten cosas a vosotros también. -suspiró- Necesito ideas. -se giró y miró a Lyn y a la sirvienta- ¿Qué ha sido de Eltrant entonces?Si tú conoces esta casa -añadió, mirando a la peliazul- quizás puedas contarnos algo más. Quién estaba aquí antes, historia, algún pasadizo secreto... Le preguntaría al dueño de la casa, pero es probable que me mienta y acabe muerta. Así que prefiero preguntarte a ti. -lanzó el hachazo al brujo sin ningún miramiento.
Resopló, se sentó en la cama y se bajó la bufanda, la capucha y todo lo que le molestaba en el rostro. Se llevó las manos al pelo y puso una mueca de desagrado al tocarse su nueva cabellera negra. Miró a "Karkarana" con una sonrisa malévola. Iredia, por supuesto, no fue consciente de que esa sonrisa, en un rostro lleno de cicatrices, podía quedar muy macabra.
-¿Cuánto hace que no te lavas? Cuando pensé que eras un cerdo, no lo decía en modo literal. Hasta ahora. Estás pegajoso.
-En ese caso, voy a subir un momento.
Salió de la habitación de nuevo y subió las escaleras, llamando a Itrella de cuando en cuando y a Rushi otro tanto igual. No obtuvo respuesta alguna. Se los había tragado la maldita mansión de ese maldito tuercebotas. ¿Cómo diablos había conseguido una mansión así? Iredia estaba convencida de que había asesinado al dueño y por eso había conseguido hacerse con ella. Frunció el ceño y tocó la espada de él, espada que le pertenecía por derecho. Torció el morro y tomó una decisión. La niña y su gato no aparecían.
Bajó de nuevo las escaleras y volvió a la habitación principal. Todos estaban allí. Sentía tal rabia interior al verse a sí misma con la conciencia de Karkaran que ni siquiera lo miró cuando entró. Fue derecha al cajón y se llevó otra sorpresa. Rebuscó. Soltó una palabrota.
-Mis pergaminos... -dio un manotazo a la mesilla- Alguien me los ha robado. El que nos ha hecho esto debe de haber aprovechado para venir aquí y cogerlos. Quizás os falten cosas a vosotros también. -suspiró- Necesito ideas. -se giró y miró a Lyn y a la sirvienta- ¿Qué ha sido de Eltrant entonces?Si tú conoces esta casa -añadió, mirando a la peliazul- quizás puedas contarnos algo más. Quién estaba aquí antes, historia, algún pasadizo secreto... Le preguntaría al dueño de la casa, pero es probable que me mienta y acabe muerta. Así que prefiero preguntarte a ti. -lanzó el hachazo al brujo sin ningún miramiento.
Resopló, se sentó en la cama y se bajó la bufanda, la capucha y todo lo que le molestaba en el rostro. Se llevó las manos al pelo y puso una mueca de desagrado al tocarse su nueva cabellera negra. Miró a "Karkarana" con una sonrisa malévola. Iredia, por supuesto, no fue consciente de que esa sonrisa, en un rostro lleno de cicatrices, podía quedar muy macabra.
-¿Cuánto hace que no te lavas? Cuando pensé que eras un cerdo, no lo decía en modo literal. Hasta ahora. Estás pegajoso.
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
- Sube lo que quieras... - Dije abrazándome al costado de la puerta, pues no tenia energías ni siquiera para moverme. ¿Que diablos había contraído la puñetera elfa? Sentía mareos a todas horas, así como la imperiosa necesidad de dormir. Era horrible. Los sudores, la calor, la sensación de enfermar a cada respiro... Dios, como la odiaba.
Mire mis manos, que estaban temblorosas, ademas de ser increíblemente cuidadas y tersas. Las notaba débiles. Incapaces de hacer nada que dependiera de fuerza o destreza. Me sentí... Indefenso. ¿Esto eres todo el rato? Me pregunté a mi mismo.
La elfa volvió a aparecer mientras, yo, por mi lado, ni siquiera me habia movido. Mire entonces las hierbas del fondo mientras mi cuerpo, fundido en otra mente, se removía de un lado a otro agitado y con una expresion de mala ostia que si que coicidia con su autentico dueño. Casi tropecé un par de veces en el camino hacia la encimera donde estaban guardadas las muestras de hierbas y dispensarios.
-Mis pergaminos... - Dijo la elfa mientras yo tomaba alguna que otra hierba y la mezclaba. - Alguien me los ha robado. El que nos ha hecho esto debe de haber aprovechado para venir aquí y cogerlos. Quizás os falten cosas a vosotros también. -suspiró- Necesito ideas.- Estaba ignorándola deliberadamente mientras preparaba un par de mezclas a base de un unguento verde y maloliente que me coloque en el paladar mientras reprimía varias arcadas. Estaba claro que el cuerpo de la elfa no estaba acostumbrado a ese tipo de drogas. - ¿Qué ha sido de Eltrant entonces? Si tú conoces esta casa quizás puedas contarnos algo más. Quién estaba aquí antes, historia, algún pasadizo secreto... Le preguntaría al dueño de la casa, pero es probable que me mienta y acabe muerta. Así que prefiero preguntarte a ti.
Cuando se pasaron las arcadas, note el cuerpo algo más liviano.
- Belladona y algo de Cilantro... - Repetí para mi mismo. Era un buen chute. Seguía con fiebre, pero el cuerpo no era tan pesado.
- ¿Cuánto hace que no te lavas? - Dijo de pronto la elfa. - Cuando pensé que eras un cerdo, no lo decía en modo literal. Hasta ahora. Estás pegajoso.
- Vengo de la jodida lluvia y he atravesado varios campos de plantas y flores. Sera sabia. - Dije procurando hacerle el mínimo caso posible. - Y respecto al pasadizo... Hay algo en el salón. Bastante tosco, sin duda, pero hay una pequeña palanca que seguramente activa un mecanismo para deslizarse hacia la sala secreta de esta mansión. Seguramente, y a juzgar por como estamos, una sala de experimentos alquímicos o similares... Dudo que el responsable este alli ahora mismo, pero podríamos ir a mirar la escena... Lo peor que podría pasar es que sea una trampa y me meta con tu cuerpo en ella.
Mire mis manos, que estaban temblorosas, ademas de ser increíblemente cuidadas y tersas. Las notaba débiles. Incapaces de hacer nada que dependiera de fuerza o destreza. Me sentí... Indefenso. ¿Esto eres todo el rato? Me pregunté a mi mismo.
La elfa volvió a aparecer mientras, yo, por mi lado, ni siquiera me habia movido. Mire entonces las hierbas del fondo mientras mi cuerpo, fundido en otra mente, se removía de un lado a otro agitado y con una expresion de mala ostia que si que coicidia con su autentico dueño. Casi tropecé un par de veces en el camino hacia la encimera donde estaban guardadas las muestras de hierbas y dispensarios.
-Mis pergaminos... - Dijo la elfa mientras yo tomaba alguna que otra hierba y la mezclaba. - Alguien me los ha robado. El que nos ha hecho esto debe de haber aprovechado para venir aquí y cogerlos. Quizás os falten cosas a vosotros también. -suspiró- Necesito ideas.- Estaba ignorándola deliberadamente mientras preparaba un par de mezclas a base de un unguento verde y maloliente que me coloque en el paladar mientras reprimía varias arcadas. Estaba claro que el cuerpo de la elfa no estaba acostumbrado a ese tipo de drogas. - ¿Qué ha sido de Eltrant entonces? Si tú conoces esta casa quizás puedas contarnos algo más. Quién estaba aquí antes, historia, algún pasadizo secreto... Le preguntaría al dueño de la casa, pero es probable que me mienta y acabe muerta. Así que prefiero preguntarte a ti.
Cuando se pasaron las arcadas, note el cuerpo algo más liviano.
- Belladona y algo de Cilantro... - Repetí para mi mismo. Era un buen chute. Seguía con fiebre, pero el cuerpo no era tan pesado.
- ¿Cuánto hace que no te lavas? - Dijo de pronto la elfa. - Cuando pensé que eras un cerdo, no lo decía en modo literal. Hasta ahora. Estás pegajoso.
- Vengo de la jodida lluvia y he atravesado varios campos de plantas y flores. Sera sabia. - Dije procurando hacerle el mínimo caso posible. - Y respecto al pasadizo... Hay algo en el salón. Bastante tosco, sin duda, pero hay una pequeña palanca que seguramente activa un mecanismo para deslizarse hacia la sala secreta de esta mansión. Seguramente, y a juzgar por como estamos, una sala de experimentos alquímicos o similares... Dudo que el responsable este alli ahora mismo, pero podríamos ir a mirar la escena... Lo peor que podría pasar es que sea una trampa y me meta con tu cuerpo en ella.
Erenair
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Alzó la mano derecha y saludó con una sonrisa escueta, sin saber muy bien por qué, cuando Lyn se limitó a señalarla después de que Iredia en el cuerpo de Karkaran le preguntase, una vez más, por el paradero del tal Eltrant.
- Hola. – Dijo moviendo la mano, alternando su mirada entre la elfa que, ahora, parecía capaz de mantenerse al menos en pie, y el brujo que seguía plantado frente a la amplia puerta de la habitación. – Puedo prepararte un baño si lo prefieres. – Dijo en el momento en el que el hombre hizo mención a que se encontraba a si mismo pegajoso.
A continuación, negó con la cabeza, se llevó la mano hasta la barbilla, pensativa y miró a la ojiazul que acompañaba a la elfa enferma.
- Siempre he estado aquí sola. – Dijo – Aunque… - Sintió un repentino e intenso dolor en la cabeza, uno que le obligó a apoyarse en el mueble que tenía más cerca para no desplomarse. – Aunque… - Negó con la cabeza, a su lado, Lyn arqueó una de las cejas y le ayudó a moverse.
- ¿Te… te encuentras bien? – Preguntó la muchacha, al final iba a resultar que bajo aquella capa de desconfianza, miradas raras y menciones a un tal “Mortal” la joven era amable.
Sonrió y asintió brevemente.
- La… la señorita. – Señaló a la elfa – Tiene razón, abajo hay un pasadizo “secreto” en un candelabro. - ¿Por qué le dolía tanto la cabeza? - Pero que yo sepa da al sótano, dónde guardo los productos de limpieza y… y… - El dolor remitió un poco, suspiró aliviada y continuó hablando. – Y algunas cajas de mantas viejas. – Afirmó, ¿Quizás temían que la persona a la que habían perdido hubiese usado uno de esos pasadizos? - Pero el pasadizo de abajo esta bloque… bloqueado… por alguna razón… - Frunció el ceño durante unos momentos e hizo memoria, aquella palpitación en su sien volvió tan pronto lo intentó, sintió como se le iban las fuerzas.
- En… en la biblioteca. – Dijo, agitó la cabeza – El antiguo mayordomo… - Continuó hablando, girándose a mirar el hombre, quien parecía más preocupado por la persona desaparecida que la pelirroja. – Me dijo que en la biblioteca había… - Dejó escapar un gemido de dolorido y cayó de rodillas, llevándose ambas manos a la cabeza. – Lo… lo siento. – Sonrió agotada a los presentes. – Debe ser que he dormido poco. – Se volvió a levantar. – Puedo conducirles a la biblioteca si lo deseáis. – Dijo señalando el camino.
Lyn frunció el ceño y se quedó mirándola fijamente durante varios segundos, varios segundos ridículamente largos para la sirvienta, los ojos azules de la joven estaban fijos en los suyos, casi parecía que estaba viendo a través de ellos.
Finalmente, la vampiresa desistió y sacudió la cabeza. ¿En que estaba pensando? ¿Por qué la miraba de aquel modo? Elena se mordió el labio inferior y bajó la mirada.
- ¡Kakaredia! – Dijo señalando al hombre, sonrió – ¡Iredian! – Se cruzó de brazos. - ¡A la biblioteca! – Exclamó señalando el final del pasillo, al lugar al que había señalado la peliazul, para después empezar a dar grandes zancadas hacía allí.
- ¡No… no tan deprisa! – La peliazul agarró a la vampiresa del brazo – No tienes la llave – Dijo. – Toma, es esta. –Añadió con una sonrisa después de rebuscar entre los bolsillos y entregar la llave maestra de la mansión con la que contaba, la que estaba siempre colgada del espejo de la habitación de los sirvientes, al hombre, pues era quien parecia el líder del grupo.
Lyn la agarró del delantal y la zarandeó con fuerza.
- ¿¡POR-QUE-ERES-TAN-ADORABLE!? – Acompañó cada una de las palabras con una fuerte sacudida de forma que la sirvienta no podía sino dejarse llevar por los brazos de la joven, lo único que pudo hacer fue cubrirse la cabeza con ambas manos para evitar darse contra la pared.
- ¡Lo… lo siento! – Dijo está a punto de desmayarse por el movimiento.
- ¡No te disculpes! – Protestó – ¡Tú no eres así! Bueno, en parte sí. – Dijo a continuación - ¡Pero eres un bruto! – Añadió liberándola, respirando hondo y arreglándole un poco el vestido a la peliazul.
- Lo siento… - Repitió la sirvienta en voz baja.
- No lo vuelvas a decir… - Lyn se cruzó de brazos. – …Ahora quiero abrazarte. – Susurró cruzándose de brazos, girándose sobre sí misma y comenzando a caminar hacía la biblioteca con el ceño fruncido. - ¡Y eso! ¡Eso si que es inadmisible! ¡No sé quién esta tras esto, pero va a sufrir mi ira! – Exclamó, señaló a Karkaredia. - ¡Más te vale arreglarlo despues! – Le dijo, volvió a mirar a la sirvienta, jugueteó durante unos segundos con su flequillo y torció el gesto. – Bueno, uno rápido. – Estrechó a la muchacha entre sus brazos y la liberó enseguida, se aclaró la garganta. – No me juzguéis… - Dijo avanzando de nuevo hacía la biblioteca. – Si hubiese una escala de cosas adorables… - Se atusó la barbilla.
Lanzó un frasco de liquidó verde contra el espejo, furioso, un espeso humo verde ascendió hasta el techo de la habitación.
- ¿¡Como?! – Gritó. - ¿¡Cómo es posible que sepa eso?! – Balbuceó un par de insultos en voz alta y se giró hacía la joven rubia y al gato a los que había encerrado en una jaula, masculló varios insultos más y se levantó del asiento.
- ¡Tú! – La joven peliazul que limpiaba la habitación desde el otro lado de la habitación, una muchacha ligeramente más alta que Elena y con facciones más maduras, se giró a mirar al brujo. – Asegúrate de que no salen de la biblioteca. – Ordenó, la mujer sonrió e hizo una pequeña reverencia, después abandonó la estancia por unas escaleras que ascendían.
Llevó ambas manos hasta la espalda y volvió a mirar el espejo en el que podía ver los movimientos de los cuatro intrusos. Apretó los dientes y negó con la cabeza, se agachó junto a la jaula.
- ¿Sabéis? – Rebuscó entre sus bolsillos. – Siempre he querido mezclar… - Sonrió – Esencias. – Tenía una enorme marmita preparada repleta del líquido que había usado con el hombre y la elfa. - ¿Creéis que puedo hacer una… niña-bestia con vosotros dos? – Preguntó, no esperaba que le respondiese nadie, la joven parecía enferma de algo y no parecía estar muy segura de que estaba sucediendo a su alrededor, el gato le bufaba de vez en cuando.
Se alejó de la jaula, después de dejar caer en el interior un poco de comida como señal de que se preocupaba por los sujetos de sus experimentos, después de todo no serían de nada si estaban muertos.
Añadió un par de ingredientes más al enorme caldero que estaba en el centro del sótano. Si su teoría era cierta y sumergía a la muchacha y al animal en aquel liquido no solo intercambiarían sus “esencias” sino que estas se mezclarían.
Esperaba que le diese tiempo a acabar antes de que los idiotas llegasen hasta allí, aunque, por otro lado, estaba seguro de que su fiel criada se encargaría de ellos.
- Hola. – Dijo moviendo la mano, alternando su mirada entre la elfa que, ahora, parecía capaz de mantenerse al menos en pie, y el brujo que seguía plantado frente a la amplia puerta de la habitación. – Puedo prepararte un baño si lo prefieres. – Dijo en el momento en el que el hombre hizo mención a que se encontraba a si mismo pegajoso.
A continuación, negó con la cabeza, se llevó la mano hasta la barbilla, pensativa y miró a la ojiazul que acompañaba a la elfa enferma.
- Siempre he estado aquí sola. – Dijo – Aunque… - Sintió un repentino e intenso dolor en la cabeza, uno que le obligó a apoyarse en el mueble que tenía más cerca para no desplomarse. – Aunque… - Negó con la cabeza, a su lado, Lyn arqueó una de las cejas y le ayudó a moverse.
- ¿Te… te encuentras bien? – Preguntó la muchacha, al final iba a resultar que bajo aquella capa de desconfianza, miradas raras y menciones a un tal “Mortal” la joven era amable.
Sonrió y asintió brevemente.
- La… la señorita. – Señaló a la elfa – Tiene razón, abajo hay un pasadizo “secreto” en un candelabro. - ¿Por qué le dolía tanto la cabeza? - Pero que yo sepa da al sótano, dónde guardo los productos de limpieza y… y… - El dolor remitió un poco, suspiró aliviada y continuó hablando. – Y algunas cajas de mantas viejas. – Afirmó, ¿Quizás temían que la persona a la que habían perdido hubiese usado uno de esos pasadizos? - Pero el pasadizo de abajo esta bloque… bloqueado… por alguna razón… - Frunció el ceño durante unos momentos e hizo memoria, aquella palpitación en su sien volvió tan pronto lo intentó, sintió como se le iban las fuerzas.
- En… en la biblioteca. – Dijo, agitó la cabeza – El antiguo mayordomo… - Continuó hablando, girándose a mirar el hombre, quien parecía más preocupado por la persona desaparecida que la pelirroja. – Me dijo que en la biblioteca había… - Dejó escapar un gemido de dolorido y cayó de rodillas, llevándose ambas manos a la cabeza. – Lo… lo siento. – Sonrió agotada a los presentes. – Debe ser que he dormido poco. – Se volvió a levantar. – Puedo conducirles a la biblioteca si lo deseáis. – Dijo señalando el camino.
Lyn frunció el ceño y se quedó mirándola fijamente durante varios segundos, varios segundos ridículamente largos para la sirvienta, los ojos azules de la joven estaban fijos en los suyos, casi parecía que estaba viendo a través de ellos.
Finalmente, la vampiresa desistió y sacudió la cabeza. ¿En que estaba pensando? ¿Por qué la miraba de aquel modo? Elena se mordió el labio inferior y bajó la mirada.
- ¡Kakaredia! – Dijo señalando al hombre, sonrió – ¡Iredian! – Se cruzó de brazos. - ¡A la biblioteca! – Exclamó señalando el final del pasillo, al lugar al que había señalado la peliazul, para después empezar a dar grandes zancadas hacía allí.
- ¡No… no tan deprisa! – La peliazul agarró a la vampiresa del brazo – No tienes la llave – Dijo. – Toma, es esta. –Añadió con una sonrisa después de rebuscar entre los bolsillos y entregar la llave maestra de la mansión con la que contaba, la que estaba siempre colgada del espejo de la habitación de los sirvientes, al hombre, pues era quien parecia el líder del grupo.
Lyn la agarró del delantal y la zarandeó con fuerza.
- ¿¡POR-QUE-ERES-TAN-ADORABLE!? – Acompañó cada una de las palabras con una fuerte sacudida de forma que la sirvienta no podía sino dejarse llevar por los brazos de la joven, lo único que pudo hacer fue cubrirse la cabeza con ambas manos para evitar darse contra la pared.
- ¡Lo… lo siento! – Dijo está a punto de desmayarse por el movimiento.
- ¡No te disculpes! – Protestó – ¡Tú no eres así! Bueno, en parte sí. – Dijo a continuación - ¡Pero eres un bruto! – Añadió liberándola, respirando hondo y arreglándole un poco el vestido a la peliazul.
- Lo siento… - Repitió la sirvienta en voz baja.
- No lo vuelvas a decir… - Lyn se cruzó de brazos. – …Ahora quiero abrazarte. – Susurró cruzándose de brazos, girándose sobre sí misma y comenzando a caminar hacía la biblioteca con el ceño fruncido. - ¡Y eso! ¡Eso si que es inadmisible! ¡No sé quién esta tras esto, pero va a sufrir mi ira! – Exclamó, señaló a Karkaredia. - ¡Más te vale arreglarlo despues! – Le dijo, volvió a mirar a la sirvienta, jugueteó durante unos segundos con su flequillo y torció el gesto. – Bueno, uno rápido. – Estrechó a la muchacha entre sus brazos y la liberó enseguida, se aclaró la garganta. – No me juzguéis… - Dijo avanzando de nuevo hacía la biblioteca. – Si hubiese una escala de cosas adorables… - Se atusó la barbilla.
_______________________________________________
Lanzó un frasco de liquidó verde contra el espejo, furioso, un espeso humo verde ascendió hasta el techo de la habitación.
- ¿¡Como?! – Gritó. - ¿¡Cómo es posible que sepa eso?! – Balbuceó un par de insultos en voz alta y se giró hacía la joven rubia y al gato a los que había encerrado en una jaula, masculló varios insultos más y se levantó del asiento.
- ¡Tú! – La joven peliazul que limpiaba la habitación desde el otro lado de la habitación, una muchacha ligeramente más alta que Elena y con facciones más maduras, se giró a mirar al brujo. – Asegúrate de que no salen de la biblioteca. – Ordenó, la mujer sonrió e hizo una pequeña reverencia, después abandonó la estancia por unas escaleras que ascendían.
Llevó ambas manos hasta la espalda y volvió a mirar el espejo en el que podía ver los movimientos de los cuatro intrusos. Apretó los dientes y negó con la cabeza, se agachó junto a la jaula.
- ¿Sabéis? – Rebuscó entre sus bolsillos. – Siempre he querido mezclar… - Sonrió – Esencias. – Tenía una enorme marmita preparada repleta del líquido que había usado con el hombre y la elfa. - ¿Creéis que puedo hacer una… niña-bestia con vosotros dos? – Preguntó, no esperaba que le respondiese nadie, la joven parecía enferma de algo y no parecía estar muy segura de que estaba sucediendo a su alrededor, el gato le bufaba de vez en cuando.
Se alejó de la jaula, después de dejar caer en el interior un poco de comida como señal de que se preocupaba por los sujetos de sus experimentos, después de todo no serían de nada si estaban muertos.
Añadió un par de ingredientes más al enorme caldero que estaba en el centro del sótano. Si su teoría era cierta y sumergía a la muchacha y al animal en aquel liquido no solo intercambiarían sus “esencias” sino que estas se mezclarían.
Esperaba que le diese tiempo a acabar antes de que los idiotas llegasen hasta allí, aunque, por otro lado, estaba seguro de que su fiel criada se encargaría de ellos.
Eltrant Tale
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Entrecerró los ojos mientras veía contrariada cómo su propio cuerpo se echaba una sustancia viscosa y maloliente sobre sí. Debía sentirse tan mal con la enfermedad que había cogido aquellas dos hierbas que había mencionado para usar un emplasto.
-Imponte las manos, idiota.
De repente, abrió mucho los ojos, sorprendida. ¿Había perdido sus poderes? Negando con la cabeza a la sugerencia del baño de la peliazul, el cuerpo de Karkaran "irediaizado" se levantó, con el ceño fruncido. Había un gesto que el brujo, en sus buenos tiempos, hacía para empujar a gente por los aires... ¿Cuál era? Lo intentó varias veces, pero careció de éxito. Por supuesto, daba una imagen lamentable.
-No te preocupes, si te metes con mi cuerpo en una trampa... -una media sonrisa macabra cruzó su rostro- ... estaré encantada de quedarme con el tuyo. Y encima, te mueres. Todo ventajas.
Contempló, ahora con preocupación, el súbito mareo que le entró a la sirvienta peliazul mientras hablaba. La escuchó en silencio y la asistió, acercándose a ella cuando le vino aquel desvanecimiento que le hizo caer de rodillas. La verdad es que eran un grupo bastante lamentable. Sin Eltrant, con una enferma y una sirvienta de apariencia adorable, odió admitir que dependían de Karkaran y de la vampiresa para que eso saliera bien. ¿Y sí... y si realmente no quería volver a su cuerpo enfermo? Se le cruzó aquella idea por la cabeza, aquella sensación de vigor y fortaleza le era muy placentera. Lo de la suciedad era pasable, existía el agua y el jabón.
No pudo evitar fijarse en las miradas que Lyn dirigía a la tal Elena. Fuera de la situación, esta chiquilla seguía siendo encantadora. Los nombres que se inventó para llamarles a los dos fueron bastante graciosos y no pudo reprimir una leve sonrisa.
-Chicas, esperad un momento.- las llamó- Necesitamos prepararnos para lo que sea que nos podamos encontrar. Si tenéis armas, es hora de que las saquéis.
No estaba segura de si la habían escuchado. Justo en ese momento Lyn se encaró con ella, alegando que teníamos que arreglar la situación cuanto antes.
-Eh... eso intento. -dijo con cara de circunstancias.
Lyn además, tenía razón en una cosa: la peliazul era adorable. Mientras sirvienta y vampiresa se abrazaban muy cómicamente al ir por el pasillo. ella se quitó la espada élfica del cinturón y, con gesto serio, se la dio a su propio cuerpo.
-Sólo tienes un puñal en una de las botas y con el arco no sé cómo te sabes manejar. Al menos esto no pesa mucho y podrás cogerla para defenderte. Si vamos a tener que pelear con estos cuerpos, necesito que me enseñes alguno de esos símbolos que usabas. -mantuvo en todo momento un tono neutro, salvo justo en ese instante, que varió a algo más de sorna- Si quieres tu cuerpo intacto, claro.
Itrella se agarró a los barrotes con lágrimas en los ojos. Rushi, el asski, estaba detrás de ella, siendo todo lo amenazador que podía ser un gatito de medio palmo.
-Es usted un hombre feo, muy feo y malo...
Entonces, el hombre malo le empezó a decir algo de una niña-bestia. Que era una niña bestia. La pequeña hizo un puchero y se abrazó a Rushi, mirando al hombre malo con auténtico terror.
-Imponte las manos, idiota.
De repente, abrió mucho los ojos, sorprendida. ¿Había perdido sus poderes? Negando con la cabeza a la sugerencia del baño de la peliazul, el cuerpo de Karkaran "irediaizado" se levantó, con el ceño fruncido. Había un gesto que el brujo, en sus buenos tiempos, hacía para empujar a gente por los aires... ¿Cuál era? Lo intentó varias veces, pero careció de éxito. Por supuesto, daba una imagen lamentable.
-No te preocupes, si te metes con mi cuerpo en una trampa... -una media sonrisa macabra cruzó su rostro- ... estaré encantada de quedarme con el tuyo. Y encima, te mueres. Todo ventajas.
Contempló, ahora con preocupación, el súbito mareo que le entró a la sirvienta peliazul mientras hablaba. La escuchó en silencio y la asistió, acercándose a ella cuando le vino aquel desvanecimiento que le hizo caer de rodillas. La verdad es que eran un grupo bastante lamentable. Sin Eltrant, con una enferma y una sirvienta de apariencia adorable, odió admitir que dependían de Karkaran y de la vampiresa para que eso saliera bien. ¿Y sí... y si realmente no quería volver a su cuerpo enfermo? Se le cruzó aquella idea por la cabeza, aquella sensación de vigor y fortaleza le era muy placentera. Lo de la suciedad era pasable, existía el agua y el jabón.
No pudo evitar fijarse en las miradas que Lyn dirigía a la tal Elena. Fuera de la situación, esta chiquilla seguía siendo encantadora. Los nombres que se inventó para llamarles a los dos fueron bastante graciosos y no pudo reprimir una leve sonrisa.
-Chicas, esperad un momento.- las llamó- Necesitamos prepararnos para lo que sea que nos podamos encontrar. Si tenéis armas, es hora de que las saquéis.
No estaba segura de si la habían escuchado. Justo en ese momento Lyn se encaró con ella, alegando que teníamos que arreglar la situación cuanto antes.
-Eh... eso intento. -dijo con cara de circunstancias.
Lyn además, tenía razón en una cosa: la peliazul era adorable. Mientras sirvienta y vampiresa se abrazaban muy cómicamente al ir por el pasillo. ella se quitó la espada élfica del cinturón y, con gesto serio, se la dio a su propio cuerpo.
-Sólo tienes un puñal en una de las botas y con el arco no sé cómo te sabes manejar. Al menos esto no pesa mucho y podrás cogerla para defenderte. Si vamos a tener que pelear con estos cuerpos, necesito que me enseñes alguno de esos símbolos que usabas. -mantuvo en todo momento un tono neutro, salvo justo en ese instante, que varió a algo más de sorna- Si quieres tu cuerpo intacto, claro.
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Itrella se agarró a los barrotes con lágrimas en los ojos. Rushi, el asski, estaba detrás de ella, siendo todo lo amenazador que podía ser un gatito de medio palmo.
-Es usted un hombre feo, muy feo y malo...
Entonces, el hombre malo le empezó a decir algo de una niña-bestia. Que era una niña bestia. La pequeña hizo un puchero y se abrazó a Rushi, mirando al hombre malo con auténtico terror.
Iredia
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
No respondí al comentario de la elfa sobre la posibilidad de quedarse en mi cuerpo. Lo cierto era que si cualquiera de los dos moría, muy probablemente lo haríamos los dos. Una esencia siempre tiene un recuerdo... Una nostalgia de su propia presencia física. Algo había estudiado buscando la forma de indagar entre los muertos. No dije nada, pero. No quería ni alterar a nadie ni poner en evidencia el problema en el que estábamos. Espere en silencio mientras poco a poco, la droga hacia efecto.
Mire con algo de duda en los ojos la espada que me ofrecía la elfa metida en mi cuerpo y sospese la posibilidad de cogerla.
Mas, en lugar de eso, negé con la cabeza mientras sacaba el cuchillo de la bota.
- Eres débil. - Dije sin rastro de insulto en mi voz. - Tienes poca fuerza en los brazos y demasiado conocimiento mágico. Aun si se trata de una espada elfica, necesitas fuerza para usarla. Careces de musculo... Por suerte para ambos, existe una cosa llamada "memoria muscular". La parte técnica es compleja, así que ahorrare detalles resumiendo-lo de esta forma: Mi cuerpo tiene conciencia de pelear con esa espada y tu cuerpo tiene conciencia de hacerlo con daga y arco. Por suerte para ambos, yo se usar también un cuchillo, por lo que probablemente pueda encargarme de un ataque ágil aun en tu cuerpo... Por otro lado... - La mire serio esta vez. - Si vuelves a intentar hacer magia sin conocimientos me cortare los putos dedos.
No deje rastro a dudas ante esa amenaza. Lo haría. Sin lugar a dudas.
- Si usas demasiada Prana, mueres. Fin. Ese control requiere años, sino décadas, de puro entrenamiento del cual, careces. No intentes hacer ni tu magia, ni la mía y yo haré lo mismo. Estamos únicamente apañados a base de golpes físicos y alquimia. Nada más. Un paso en falso, tanto tuyo como mio, y cualquiera de los dos podría tener la piel del revés, reventarse su propio brazo o hacer explotar la maldita habitacion... Así que nada de magia.
Empecé a andar mirando el cuchillo de la elfa. Tosco y algo pesado, pero afilado. Quizá lo utilizaba para despellejar... Eso me daba un par de ideas sobre que hacerle al cabrón que había ocupado mi casa.
Sin decir nada más me dirigí a la biblioteca y active el candelabro que había visto antes.
Tenia muchas ganas de arrancarle el maldito corazón a ese canalla... Pero en lo que respectaba a la niña...
Una parte de mi, probablemente la que correspondía al cuerpo de Iredia, tenia pena por ella, habría que salvarla... A la otra, en cambio, me asusto comprobar una cosa:
Me daba igual.
Mire con algo de duda en los ojos la espada que me ofrecía la elfa metida en mi cuerpo y sospese la posibilidad de cogerla.
Mas, en lugar de eso, negé con la cabeza mientras sacaba el cuchillo de la bota.
- Eres débil. - Dije sin rastro de insulto en mi voz. - Tienes poca fuerza en los brazos y demasiado conocimiento mágico. Aun si se trata de una espada elfica, necesitas fuerza para usarla. Careces de musculo... Por suerte para ambos, existe una cosa llamada "memoria muscular". La parte técnica es compleja, así que ahorrare detalles resumiendo-lo de esta forma: Mi cuerpo tiene conciencia de pelear con esa espada y tu cuerpo tiene conciencia de hacerlo con daga y arco. Por suerte para ambos, yo se usar también un cuchillo, por lo que probablemente pueda encargarme de un ataque ágil aun en tu cuerpo... Por otro lado... - La mire serio esta vez. - Si vuelves a intentar hacer magia sin conocimientos me cortare los putos dedos.
No deje rastro a dudas ante esa amenaza. Lo haría. Sin lugar a dudas.
- Si usas demasiada Prana, mueres. Fin. Ese control requiere años, sino décadas, de puro entrenamiento del cual, careces. No intentes hacer ni tu magia, ni la mía y yo haré lo mismo. Estamos únicamente apañados a base de golpes físicos y alquimia. Nada más. Un paso en falso, tanto tuyo como mio, y cualquiera de los dos podría tener la piel del revés, reventarse su propio brazo o hacer explotar la maldita habitacion... Así que nada de magia.
Empecé a andar mirando el cuchillo de la elfa. Tosco y algo pesado, pero afilado. Quizá lo utilizaba para despellejar... Eso me daba un par de ideas sobre que hacerle al cabrón que había ocupado mi casa.
Sin decir nada más me dirigí a la biblioteca y active el candelabro que había visto antes.
Tenia muchas ganas de arrancarle el maldito corazón a ese canalla... Pero en lo que respectaba a la niña...
Una parte de mi, probablemente la que correspondía al cuerpo de Iredia, tenia pena por ella, habría que salvarla... A la otra, en cambio, me asusto comprobar una cosa:
Me daba igual.
Erenair
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
La biblioteca era enorme. Lyn no pudo sino plantarse en mitad de la misma, observando las decenas estanterías repletas de libros, la gran mayoría de ellos polvorientos.
Se mordió el labio inferior. ¿De verdad aquella mansión pertenecía a Iredian? ¿Cuánto le había costado?
Miró a la joven peliazul que les acompañaba, la muchacha que en realidad era Eltrant y a que había detenido junto a la entrada a la amplia habitación, dónde había repasado, con el dedo índice, uno de los tantos muebles que poblaban la habitación.
Parecía preocupada porque hubiese tanto polvo en aquel sitio, incluso confundida.
- Dejad de hablaros así. – Dijo a la pareja cruzándose de brazos frunciendo el ceño, ignorando como la sirviendo sacaba un paño de uno de los bolsillos y comenzaba a limpiar aquel mueble.
No lo entendía, hacía apenas unos meses que les había visto por última vez y se llevaban bien ¿Cómo habían acabado así? Parecía que se odiaban a muerte, incluso decían, sin ningún tipo de duda en sus voces, que les daría igual autolesionarse pues se encontraban en un cuerpo que odiaban a muerte.
Bajó la cabeza y no dijo nada. Les dejó que siguiesen discutiendo, no tenía por qué meterse en asuntos que, en apariencia, no le incumbían. Lo que daría por perderse entre las sombras en aquel momento y desaparecer en mitad de la tormenta, no podía negarlo, una parte de ella deseaba hacerlo.
Apretó los dientes, sin moverse de dónde estaba, escuchando las palabras que se seguían dirigiendo el uno al otro, cargadas de odio. Era evidente que no eran conscientes de lo que estaban haciendo, y si lo eran, no sabían el significado de sus acciones.
Los amigos no eran de usar y tirar.
- Mortal – Agarró un brazo de la sirvienta, la muchacha sacudió la cabeza, sorprendida por la intensidad de la ojiazul y sonrió - ¿Dónde está el candelabro ese que decías? – Preguntó devolviéndole la sonrisa.
Pero Iredian se adelantó al gesto de la sirvienta y, con un rápido movimiento de muñeca, accionó un grueso candelabro que se encontraba apagado, justo en uno de los extremos de la habitación. Aquella acción precedió a una sucesión de chasquidos que terminó con una de las estanterías más voluminosas apartándose a un lado, desvelando una larga escalinata que se perdían en la oscuridad.
- Un sótano secreto. – Dijo Lyn cruzándose de brazos. – Nunca hay nada bueno ahí abajo,
lo sé por que yo he tenido uno de esos - Rememoró al pelirrojo, él era la única persona que había visto además de ellos en la mansión, no era ninguna locura el pensar que aquel hombre tan educado y formal podía ser el que estuviese detrás de la transformación de Eltrant y el intercambio entre Iredia y Karkaran.
- En realidad… creo que ahí guardo sacos de patatas. – Contestó la muchacha sin perder su sonrisa, llevándose una de las manos, de nuevo, hasta la cabeza.
Siempre que decía algo acerca de la mansión parecía sentir dolores de cabeza. ¿Qué le habían hecho? Había tratado de sondearle la cabeza momentos atrás buscando una respuesta a aquella pregunta, cuando la había mirado directamente a los ojos, pero, al parecer, incluso en aquella forma, era incapaz de sacar nada de la cabeza del errante.
Pero no estaban solos, aquel mayordomo pelirrojo no era el único individuo que había entre las paredes de la mansión, otra sirvienta de cabellos azules emergió del pasadizo secreto, caminando muy lentamente, como si, por fin, se hubiese encontrado con los invitados que llevaba tanto tiempo esperando.
Aquella sirvienta era más madura, más corpulenta, que la joven en la que había acabado convertida Eltrant. Pero su cuerpo indicaba que no por ello no podía ser grácil.
Estudió los movimientos de esta, entornó los ojos. ¿Qué hacía ahí abajo? Se alejó un par de pasos de la entrada al pasadizo y miró a Kararedia y a Iredian, esperando a ver si estos optaban por dejar de insultarse el uno a otro.
En cualquier caso, lo primero que hizo esta sirvienta fue sonreír a los presentes, Lyn enarcó una ceja y miró a Eltrant.
- No… no te conozco. – Dijo Eltrant. Lyn se mordió el labio inferior, por unos instantes el mundo pareció ralentizarse, pudo entrever que aquella mujer contaba con sendos cuchillos atados a los muslos, los cuales no tardó apenas un segundo en extraer y lanzar directamente contra su compañera de pelo azul apenas esta terminó aquella frase.
Instintivamente Eltrant se lanzó al suelo gritando, protegiéndose la cabeza con los brazos, y consiguió evitar el puñal por poco.
- ¿¡Por qué me pasa hoy todo esto!? – Dijo la peliazul, la recién llegada amplió su sonrisa y miró al brujo y a la elfa.
- Bienvenidos, señores. – Dijo – El verdadero amo de esta mansión estará encantado de acogeros entre sus sirvientes. Me ha pedido que os evalué. – Tomó varios cuchillos más y se los mostró a los presentes. – Aunque, por supuesto, si tengo que obligaros a servirle, lo haré. – Una risa suave, en voz baja, brotó de sus labios. – Estáis encerrados aquí, después de todo, no podéis escapar. No tenéis ninguna otra opción – La entrada al sótano se cerró tras ella tras emitir los mismos chasquidos que momentos atrás. - …Creo que empezaré por mi… competencia. – Dijo apuntando con uno de los puñales a Eltrant, que se había ocultado tras una de las mesas y trataba de construirse una especie de escudo con las sillas.
Lyn frunció el ceño y torció el gesto, aquello era serio, tenía pensado matarles. ¿Podía confiar en que Iredia y Karkaran se comportasen como la última vez que les vio pelear? En cualquier otra situación se habría marchado de allí, desvanecido entre las sombras, no confiaba demasiado en que el dúo trabajase en equipo, tampoco creía que fuesen a hacer las paces mágicamente para enfrentarse a aquella mujer.
Pero no podía hacerlo, tenía que quedarse.
Miró a Eltrant, en su estado normal no habría tenido muchos problemas para lidiar con aquella situación, pero en aquel momento no parecía estar por la labor de compartir.
Él lo había hecho por ella infinidad de veces.
- ¡Muy bien, Mortal! – Levantó la voz, le temblaba un poco la mano derecha, la sacudió para quitarse los nervios, ¿Desde cuándo no se encaraba así con alguien? ¿Qué habría hecho Eltrant en su lugar? - Hoy me toca a mí – Las sombras comenzaron a alzarse a su alrededor, a danzar y tomar formas imposibles.
Sonrió.
- ¿Así que estamos encerrados? – Jugó con la oscuridad que se acumulaba en torno a sus brazos, avanzó un par de pasos frente a la pareja, de la misma forma que había visto moverse al Mortal un centenar de veces, tratando de imitar la confianza de la que hacía gala este en situaciones como aquella. – Te equivocas. – Frunció el ceño, amplió la sonrisa, divertida, al ver como la expresión de la criada cambiaba lentamente.
- ¡Tú estás encerrada aquí conmigo! – Gritó.
Pisó con fuerza en el suelo, las sombras se extendieron por toda la habitación en cuanto lo hizo, pasando por encima de todos los objetos de la habitación como si de un centenar de serpientes se tratasen, cubriendo la estancia en su totalidad.
Al final, solo había oscuridad.[1]
La mujer lanzó los dos puñales que blandía hacía ella, o al menos hacía dónde está intuía que estaba, tratando de acabar con la vampiresa desde una distancia prudente, pero Lyn saltó hacía a un lado dejando una ligera voluta de humo tras de sí sin ninguna dificultad, dejó escapar una de sus melodiosas carcajadas.
- ¿Sabes dónde estoy? – La voz de Lyn rebotó por la habitación, era la única que podía guiarse entre las sombras, otro puñal impacto en alguna parte de la habitación, se carcajeó. - ¡Casi me das! – Dijo esperaba que Kararedia y Iredian no se moviesen demasiado, la criada estaba empezando a atacar al aire tratando de acertarle.
Notó como le empezaba a faltar aire, respiró hondo.
- ¡Monstruo! – Exclamó la sirvienta, Lyn sintió como el corazón se le detenía un momento al oír aquel insulto, siguió oculta en las sombras durante unos instantes, pensativa.
- ¡Que original! – Respondió. - ¡Nadie me había dicho eso nunca!
Sacudió la cabeza.
Tenía que ser inteligente, no era fuerte cuerpo a cuerpo, no era Eltrant. Acercarse a aquella mujer, que iba armada y por sus movimientos era bastante rápida, era una ridiculez.
Comenzó a acumular sombras entres sus manos.
Las sombras que cubrían la habitación se fueron congregando poco a poco alrededor de su cuerpo, respiró profundamente, se le nublaba la vista, ¿Cuánta energía había gastado con aquellos trucos? Amplió la sonrisa, poco a poco, según las sombras fuesen desapareciendo, los demás conseguirían ver lo que sucedía.
La criada de los puñales estaba en el mismo lugar en el que la había dejado, sin puñales, jadeando, los había lanzado todos, se había cansado de atacar a la oscuridad. Esperaba que no hubiese acertado a nadie.
La miró durante unos instantes y, cuando la mayoría de las tinieblas estuvieron entre sus manos, las lanzó. La bola de oscuridad se arremolinó en torno al pecho de la mujer que, presa del dolor, gritó aterrada, tratando de quitarse la capa negra que se abría paso a través de su carne, como si estuviese compuesta por más de un centenar de pequeños cuchillos.[2]
- Da miedo ¿Eh? – Dijo cerrando los ojos, dejando escapar su influencia sobre las sombras de la habitación en cuanto la criada cayó al suelo, probablemente herida y fuera de combate. La biblioteca recuperó su iluminación natural - Se… - Comenzó a respirar con dificultad, cayó de rodillas. – Se acabó. – Sentenció. Estaba agotada, necesitaba sangre si quería continuar, y Eltrant no iba a ser capaz de proporcionársela en aquel momento.
La biblioteca se apartó con un estruendo, abriendo de nuevo el paso hacía el sótano.
- Adelantaos vosotros. – Dijo Lyn a la pareja apoyándose contra un mueble, sin perder el buen humor que la caracterizaba, levantando el dedo pulgar. Eltrant se agachó junto a ella. – Y nada de peleas. – Añadió. - Ahora hay cosas más importantes de la que preocuparse. – Dijo alternando la mirada entre uno y otro, estaba sonando como el Mortal, se iba a ganar una buena tunda cuando saliesen de allí. – Ha desaparecido una niña, encontradla. – Ordenó. – Si no sois capaces… - Algunas sombras comenzaron a ascender desde la espalda de Lyn, deslizandose por la estantería en la que se había apoyado. – Seréis testigos de mi ira. – Volvió a sonreír, casualmente.
- Me quedo contigo. – Dijo – Puedo prepararte algo para el… el cansancio.
- ¿Qué te ha parecido? – Preguntó Lyn zarandeando a la muchacha - ¡Y sin ninguna herida! – Sonrió Lyn – Hasta en esto te gano, Mortal. – Dijo cerrando los ojos.
[1] Habilidad de Nivel 6: Campo de Sombras
[2] Habilidad de Nivel 5: Plaga de Sombras.
Se mordió el labio inferior. ¿De verdad aquella mansión pertenecía a Iredian? ¿Cuánto le había costado?
Miró a la joven peliazul que les acompañaba, la muchacha que en realidad era Eltrant y a que había detenido junto a la entrada a la amplia habitación, dónde había repasado, con el dedo índice, uno de los tantos muebles que poblaban la habitación.
Parecía preocupada porque hubiese tanto polvo en aquel sitio, incluso confundida.
- Dejad de hablaros así. – Dijo a la pareja cruzándose de brazos frunciendo el ceño, ignorando como la sirviendo sacaba un paño de uno de los bolsillos y comenzaba a limpiar aquel mueble.
No lo entendía, hacía apenas unos meses que les había visto por última vez y se llevaban bien ¿Cómo habían acabado así? Parecía que se odiaban a muerte, incluso decían, sin ningún tipo de duda en sus voces, que les daría igual autolesionarse pues se encontraban en un cuerpo que odiaban a muerte.
Bajó la cabeza y no dijo nada. Les dejó que siguiesen discutiendo, no tenía por qué meterse en asuntos que, en apariencia, no le incumbían. Lo que daría por perderse entre las sombras en aquel momento y desaparecer en mitad de la tormenta, no podía negarlo, una parte de ella deseaba hacerlo.
Apretó los dientes, sin moverse de dónde estaba, escuchando las palabras que se seguían dirigiendo el uno al otro, cargadas de odio. Era evidente que no eran conscientes de lo que estaban haciendo, y si lo eran, no sabían el significado de sus acciones.
Los amigos no eran de usar y tirar.
- Mortal – Agarró un brazo de la sirvienta, la muchacha sacudió la cabeza, sorprendida por la intensidad de la ojiazul y sonrió - ¿Dónde está el candelabro ese que decías? – Preguntó devolviéndole la sonrisa.
Pero Iredian se adelantó al gesto de la sirvienta y, con un rápido movimiento de muñeca, accionó un grueso candelabro que se encontraba apagado, justo en uno de los extremos de la habitación. Aquella acción precedió a una sucesión de chasquidos que terminó con una de las estanterías más voluminosas apartándose a un lado, desvelando una larga escalinata que se perdían en la oscuridad.
- Un sótano secreto. – Dijo Lyn cruzándose de brazos. – Nunca hay nada bueno ahí abajo,
lo sé por que yo he tenido uno de esos - Rememoró al pelirrojo, él era la única persona que había visto además de ellos en la mansión, no era ninguna locura el pensar que aquel hombre tan educado y formal podía ser el que estuviese detrás de la transformación de Eltrant y el intercambio entre Iredia y Karkaran.
- En realidad… creo que ahí guardo sacos de patatas. – Contestó la muchacha sin perder su sonrisa, llevándose una de las manos, de nuevo, hasta la cabeza.
Siempre que decía algo acerca de la mansión parecía sentir dolores de cabeza. ¿Qué le habían hecho? Había tratado de sondearle la cabeza momentos atrás buscando una respuesta a aquella pregunta, cuando la había mirado directamente a los ojos, pero, al parecer, incluso en aquella forma, era incapaz de sacar nada de la cabeza del errante.
Pero no estaban solos, aquel mayordomo pelirrojo no era el único individuo que había entre las paredes de la mansión, otra sirvienta de cabellos azules emergió del pasadizo secreto, caminando muy lentamente, como si, por fin, se hubiese encontrado con los invitados que llevaba tanto tiempo esperando.
Aquella sirvienta era más madura, más corpulenta, que la joven en la que había acabado convertida Eltrant. Pero su cuerpo indicaba que no por ello no podía ser grácil.
Estudió los movimientos de esta, entornó los ojos. ¿Qué hacía ahí abajo? Se alejó un par de pasos de la entrada al pasadizo y miró a Kararedia y a Iredian, esperando a ver si estos optaban por dejar de insultarse el uno a otro.
En cualquier caso, lo primero que hizo esta sirvienta fue sonreír a los presentes, Lyn enarcó una ceja y miró a Eltrant.
- No… no te conozco. – Dijo Eltrant. Lyn se mordió el labio inferior, por unos instantes el mundo pareció ralentizarse, pudo entrever que aquella mujer contaba con sendos cuchillos atados a los muslos, los cuales no tardó apenas un segundo en extraer y lanzar directamente contra su compañera de pelo azul apenas esta terminó aquella frase.
Instintivamente Eltrant se lanzó al suelo gritando, protegiéndose la cabeza con los brazos, y consiguió evitar el puñal por poco.
- ¿¡Por qué me pasa hoy todo esto!? – Dijo la peliazul, la recién llegada amplió su sonrisa y miró al brujo y a la elfa.
- Bienvenidos, señores. – Dijo – El verdadero amo de esta mansión estará encantado de acogeros entre sus sirvientes. Me ha pedido que os evalué. – Tomó varios cuchillos más y se los mostró a los presentes. – Aunque, por supuesto, si tengo que obligaros a servirle, lo haré. – Una risa suave, en voz baja, brotó de sus labios. – Estáis encerrados aquí, después de todo, no podéis escapar. No tenéis ninguna otra opción – La entrada al sótano se cerró tras ella tras emitir los mismos chasquidos que momentos atrás. - …Creo que empezaré por mi… competencia. – Dijo apuntando con uno de los puñales a Eltrant, que se había ocultado tras una de las mesas y trataba de construirse una especie de escudo con las sillas.
Lyn frunció el ceño y torció el gesto, aquello era serio, tenía pensado matarles. ¿Podía confiar en que Iredia y Karkaran se comportasen como la última vez que les vio pelear? En cualquier otra situación se habría marchado de allí, desvanecido entre las sombras, no confiaba demasiado en que el dúo trabajase en equipo, tampoco creía que fuesen a hacer las paces mágicamente para enfrentarse a aquella mujer.
Pero no podía hacerlo, tenía que quedarse.
Miró a Eltrant, en su estado normal no habría tenido muchos problemas para lidiar con aquella situación, pero en aquel momento no parecía estar por la labor de compartir.
Él lo había hecho por ella infinidad de veces.
- ¡Muy bien, Mortal! – Levantó la voz, le temblaba un poco la mano derecha, la sacudió para quitarse los nervios, ¿Desde cuándo no se encaraba así con alguien? ¿Qué habría hecho Eltrant en su lugar? - Hoy me toca a mí – Las sombras comenzaron a alzarse a su alrededor, a danzar y tomar formas imposibles.
Sonrió.
- ¿Así que estamos encerrados? – Jugó con la oscuridad que se acumulaba en torno a sus brazos, avanzó un par de pasos frente a la pareja, de la misma forma que había visto moverse al Mortal un centenar de veces, tratando de imitar la confianza de la que hacía gala este en situaciones como aquella. – Te equivocas. – Frunció el ceño, amplió la sonrisa, divertida, al ver como la expresión de la criada cambiaba lentamente.
- ¡Tú estás encerrada aquí conmigo! – Gritó.
Pisó con fuerza en el suelo, las sombras se extendieron por toda la habitación en cuanto lo hizo, pasando por encima de todos los objetos de la habitación como si de un centenar de serpientes se tratasen, cubriendo la estancia en su totalidad.
Al final, solo había oscuridad.[1]
La mujer lanzó los dos puñales que blandía hacía ella, o al menos hacía dónde está intuía que estaba, tratando de acabar con la vampiresa desde una distancia prudente, pero Lyn saltó hacía a un lado dejando una ligera voluta de humo tras de sí sin ninguna dificultad, dejó escapar una de sus melodiosas carcajadas.
- ¿Sabes dónde estoy? – La voz de Lyn rebotó por la habitación, era la única que podía guiarse entre las sombras, otro puñal impacto en alguna parte de la habitación, se carcajeó. - ¡Casi me das! – Dijo esperaba que Kararedia y Iredian no se moviesen demasiado, la criada estaba empezando a atacar al aire tratando de acertarle.
Notó como le empezaba a faltar aire, respiró hondo.
- ¡Monstruo! – Exclamó la sirvienta, Lyn sintió como el corazón se le detenía un momento al oír aquel insulto, siguió oculta en las sombras durante unos instantes, pensativa.
- ¡Que original! – Respondió. - ¡Nadie me había dicho eso nunca!
Sacudió la cabeza.
Tenía que ser inteligente, no era fuerte cuerpo a cuerpo, no era Eltrant. Acercarse a aquella mujer, que iba armada y por sus movimientos era bastante rápida, era una ridiculez.
Comenzó a acumular sombras entres sus manos.
Las sombras que cubrían la habitación se fueron congregando poco a poco alrededor de su cuerpo, respiró profundamente, se le nublaba la vista, ¿Cuánta energía había gastado con aquellos trucos? Amplió la sonrisa, poco a poco, según las sombras fuesen desapareciendo, los demás conseguirían ver lo que sucedía.
La criada de los puñales estaba en el mismo lugar en el que la había dejado, sin puñales, jadeando, los había lanzado todos, se había cansado de atacar a la oscuridad. Esperaba que no hubiese acertado a nadie.
La miró durante unos instantes y, cuando la mayoría de las tinieblas estuvieron entre sus manos, las lanzó. La bola de oscuridad se arremolinó en torno al pecho de la mujer que, presa del dolor, gritó aterrada, tratando de quitarse la capa negra que se abría paso a través de su carne, como si estuviese compuesta por más de un centenar de pequeños cuchillos.[2]
- Da miedo ¿Eh? – Dijo cerrando los ojos, dejando escapar su influencia sobre las sombras de la habitación en cuanto la criada cayó al suelo, probablemente herida y fuera de combate. La biblioteca recuperó su iluminación natural - Se… - Comenzó a respirar con dificultad, cayó de rodillas. – Se acabó. – Sentenció. Estaba agotada, necesitaba sangre si quería continuar, y Eltrant no iba a ser capaz de proporcionársela en aquel momento.
La biblioteca se apartó con un estruendo, abriendo de nuevo el paso hacía el sótano.
- Adelantaos vosotros. – Dijo Lyn a la pareja apoyándose contra un mueble, sin perder el buen humor que la caracterizaba, levantando el dedo pulgar. Eltrant se agachó junto a ella. – Y nada de peleas. – Añadió. - Ahora hay cosas más importantes de la que preocuparse. – Dijo alternando la mirada entre uno y otro, estaba sonando como el Mortal, se iba a ganar una buena tunda cuando saliesen de allí. – Ha desaparecido una niña, encontradla. – Ordenó. – Si no sois capaces… - Algunas sombras comenzaron a ascender desde la espalda de Lyn, deslizandose por la estantería en la que se había apoyado. – Seréis testigos de mi ira. – Volvió a sonreír, casualmente.
- Me quedo contigo. – Dijo – Puedo prepararte algo para el… el cansancio.
- ¿Qué te ha parecido? – Preguntó Lyn zarandeando a la muchacha - ¡Y sin ninguna herida! – Sonrió Lyn – Hasta en esto te gano, Mortal. – Dijo cerrando los ojos.
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[1] Habilidad de Nivel 6: Campo de Sombras
[2] Habilidad de Nivel 5: Plaga de Sombras.
Eltrant Tale
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Entrecerró los ojos, sin estar dispuesta a dejar pasar esa amenaza.
-Ten cuidado. Yo puedo hacerte lo mismo.
La explicación que le dio de la magia, en cambio, le pareció razonable, así que le asintió. Tendrían que usar su cuerpo y sus conocimientos de magia y potingues. No estaba mal.
Una vez llegaron a la biblioteca, no pudo sino poner mala cara hacia el reproche de Lyn hacia los insultos que ambos se dirigían. Era consciente de que el brujo era muy indiferente a los sentimientos de Iredia, pero ella no lo era. Y no iba a permitir que quedase impune su traición.
-Créeme, Lyn, estoy siendo muy comedida para lo que podría decirle a este traidor. Yo que tú no le daría la espalda.
Tenía que ser bastante cómico escuchar al brujo referirse a sí mismo como mujer. A partir de ahora, mientras pudiese, lo haría más a menudo. Se había quedado sola con sus pensamientos mientras, de golpe, una de las estanterías empezó a crujir y a desplazarse hasta abrir un boquete. La joven, en el cuerpo de Karkaran, frunció el ceño, dándole un aspecto más parecido al que debía ser el brujo original. La joven sirvienta mencionó algo sobre que ahí guardaba los sacos de patatas. No pudo reprimir un gesto más cómico. Se esperaba encontrar allí de todo menos, precisamente, un saco de patatas. También se percató de esos dolores de cabeza que la achacaban con frecuencia. Lyn parecía ahora mucho más seria, cosa que le sorprendió. Esa pequeña vampiresa escondía mucho más de lo que aparentaba a simple vista. Debía recordarse a sí misma que los vampiros eran demonios, seres de la noche.
Se sorprendió a sí misma haciendo elucubraciones sobre lo que podía pasarle a la sirvienta. Le vino a la cabeza una teoría sobre "cambios de cuerpo y de consciencia" y una teoría de un tal Nanokob, en el cual se mencionaba que dos cuerpos que intercambiaban conciencias podrían sufrir efectos secundarios a la hora de forzarles a elaborar alguna tarea propia de su vida anterior. Zarandeó la cabeza. Eso era conocimiento de Karkaran, Iredia en su vida había oído hablar de ese tal Nanokob. Tragó saliva.
Cuando vio salir del pasadizo a una mujer, también sirvienta, de semejantes cabellos azules, su mente una vez más volvió a traicionarla. La analizaba. También se había percatado de esos cuchillos que, un segundo después, la maldita bastarda lanzó contra su aliada criada. Instintivamente, volvió a empuñar la espada élfica y se puso delante de la barricada que la sirvienta había hecho para protegerse. ¿Qué demonios estaba haciendo? Su cuerpo había reaccionado solo ante el peligro. La reacción suya normal habría sido ponerse en una posición estratégica con el arco en la mano. Volvió a zarandear la cabeza y miró a Lyn.
-Oye, creo que deberíamos...
No le dio tiempo a seguir hablando. Empezó el espectáculo. Salió la vampiresa en su versión más sorprendente, más terrorífica. Manejaba las sombras como si manejase un juguete con el que ha practicado muchos años. Se le pasó por la cabeza preguntarse cuántos años tenía la jovencita en el fondo. Algún día tenía que preguntárselo. De golpe, se hizo la oscuridad. Por una vez, el instinto de Iredia y el de su ex protector coincidieron: no había que mover ni un solo músculo. La voz de Lyn bailoteaba en las sombras melódica, psicópata. Experimentó un escalofrío nada placentero por su espina dorsal. La criada malvada se atrevió a llamarla "monstruo". Realmente, era un apelativo adecuado para la versión diabólica de Lyn. Un cuchillo pasó al lado de su oreja. En el siguiente tuvo menos suerte, acertó en uno de sus brazos. En su lanzamiento, el arma rozó su antebrazo, haciéndole un corte horizontal que, sin ser profundo, era muy molesto. Siguió protegiéndose entonces la cabeza hasta que Lyn acumuló las sombras de su alrededor y dejó absolutamente fuera de combate a la sirvienta malévola. Al ver que desfallecía la pequeña vampiresa, no pudo evitar correr hacia ella.
-Ay, Lyn, déjame que te... mierda. -y maldijo, frustrada. Sin sus poderes no podía imponer sus manos.
Escuchó entonces las palabras de Lyn y su amenaza implícita. Esta vez, no sonrió. Después de lo que acababa de ver, no le apetecía alimentar la rabia de la pequeña. Solo tragó saliva.
-Yo siempre me porto bien. -respondió- Oye, no fuerces tu cuerpo, por favor. Nos las apañaremos bien. Con una infusión de menta, hierbabuena y romero, tanto bebida como inhalada, empezará a espabilar, ¿vale? -le indicó a "Eltranta". No le había pasado desapercibido tampoco que Lyn no dejaba de llamarla Mortal. Que ella supiese, solo había una persona en el mundo a la que llamase así.
Se levantó entonces y abrió los ojos como platos. Las palabras de Lyn con respecto a Itrella resonaban en su cabeza. Hubo un detalle. Ella notaba que debía salvar a la niña, pero no porque la quisiera, sino por deber. Porque se lo habían impuesto así. Realmente, se sentía indiferente con la niña, le preocupaba más matar al malo. Y entonces, ocurrió algo que no pudo controlar: una sensación terrible de odio hacia sí misma, de odio irracional hacia el cuerpo y la personalidad en la que estaba encerrada. Sin previo aviso, soltó un alarido y tiró de un empujón una de las mesas de la biblioteca llevada por la rabia, destrozando también algunos de los adornos y tirando las sillas con tal de desahogar esa frustración. Había otro efecto secundario propio de los cambios de conciencia: cuanto más tiempo pasasen las conciencias en cuerpo extraño, más riesgo había de demencia. Y era más fácil cuando había sentimientos hacia la persona en la que se había convertido. Se acentuaban.
Una vez terminada la masacre, Karkaredia se llevó una mano a la frente y jadeó, volviendo a recuperar el control.
-No... no... no sé qué pasa, yo... -miró entonces al pasadizo- Démonos prisa. Creo que me volverá a pasar.
Y marchó con paso apresurado hacia dentro. Bajó unas escaleras y se topó, una vez bajada, con una pared, un pasillo a la derecha y un pasillo a la izquierda, tenuemente iluminado por antorchas.
-Ah, genial. Tienes un laberinto debajo de tu casa. -resopló.
-Ten cuidado. Yo puedo hacerte lo mismo.
La explicación que le dio de la magia, en cambio, le pareció razonable, así que le asintió. Tendrían que usar su cuerpo y sus conocimientos de magia y potingues. No estaba mal.
Una vez llegaron a la biblioteca, no pudo sino poner mala cara hacia el reproche de Lyn hacia los insultos que ambos se dirigían. Era consciente de que el brujo era muy indiferente a los sentimientos de Iredia, pero ella no lo era. Y no iba a permitir que quedase impune su traición.
-Créeme, Lyn, estoy siendo muy comedida para lo que podría decirle a este traidor. Yo que tú no le daría la espalda.
Tenía que ser bastante cómico escuchar al brujo referirse a sí mismo como mujer. A partir de ahora, mientras pudiese, lo haría más a menudo. Se había quedado sola con sus pensamientos mientras, de golpe, una de las estanterías empezó a crujir y a desplazarse hasta abrir un boquete. La joven, en el cuerpo de Karkaran, frunció el ceño, dándole un aspecto más parecido al que debía ser el brujo original. La joven sirvienta mencionó algo sobre que ahí guardaba los sacos de patatas. No pudo reprimir un gesto más cómico. Se esperaba encontrar allí de todo menos, precisamente, un saco de patatas. También se percató de esos dolores de cabeza que la achacaban con frecuencia. Lyn parecía ahora mucho más seria, cosa que le sorprendió. Esa pequeña vampiresa escondía mucho más de lo que aparentaba a simple vista. Debía recordarse a sí misma que los vampiros eran demonios, seres de la noche.
Se sorprendió a sí misma haciendo elucubraciones sobre lo que podía pasarle a la sirvienta. Le vino a la cabeza una teoría sobre "cambios de cuerpo y de consciencia" y una teoría de un tal Nanokob, en el cual se mencionaba que dos cuerpos que intercambiaban conciencias podrían sufrir efectos secundarios a la hora de forzarles a elaborar alguna tarea propia de su vida anterior. Zarandeó la cabeza. Eso era conocimiento de Karkaran, Iredia en su vida había oído hablar de ese tal Nanokob. Tragó saliva.
Cuando vio salir del pasadizo a una mujer, también sirvienta, de semejantes cabellos azules, su mente una vez más volvió a traicionarla. La analizaba. También se había percatado de esos cuchillos que, un segundo después, la maldita bastarda lanzó contra su aliada criada. Instintivamente, volvió a empuñar la espada élfica y se puso delante de la barricada que la sirvienta había hecho para protegerse. ¿Qué demonios estaba haciendo? Su cuerpo había reaccionado solo ante el peligro. La reacción suya normal habría sido ponerse en una posición estratégica con el arco en la mano. Volvió a zarandear la cabeza y miró a Lyn.
-Oye, creo que deberíamos...
No le dio tiempo a seguir hablando. Empezó el espectáculo. Salió la vampiresa en su versión más sorprendente, más terrorífica. Manejaba las sombras como si manejase un juguete con el que ha practicado muchos años. Se le pasó por la cabeza preguntarse cuántos años tenía la jovencita en el fondo. Algún día tenía que preguntárselo. De golpe, se hizo la oscuridad. Por una vez, el instinto de Iredia y el de su ex protector coincidieron: no había que mover ni un solo músculo. La voz de Lyn bailoteaba en las sombras melódica, psicópata. Experimentó un escalofrío nada placentero por su espina dorsal. La criada malvada se atrevió a llamarla "monstruo". Realmente, era un apelativo adecuado para la versión diabólica de Lyn. Un cuchillo pasó al lado de su oreja. En el siguiente tuvo menos suerte, acertó en uno de sus brazos. En su lanzamiento, el arma rozó su antebrazo, haciéndole un corte horizontal que, sin ser profundo, era muy molesto. Siguió protegiéndose entonces la cabeza hasta que Lyn acumuló las sombras de su alrededor y dejó absolutamente fuera de combate a la sirvienta malévola. Al ver que desfallecía la pequeña vampiresa, no pudo evitar correr hacia ella.
-Ay, Lyn, déjame que te... mierda. -y maldijo, frustrada. Sin sus poderes no podía imponer sus manos.
Escuchó entonces las palabras de Lyn y su amenaza implícita. Esta vez, no sonrió. Después de lo que acababa de ver, no le apetecía alimentar la rabia de la pequeña. Solo tragó saliva.
-Yo siempre me porto bien. -respondió- Oye, no fuerces tu cuerpo, por favor. Nos las apañaremos bien. Con una infusión de menta, hierbabuena y romero, tanto bebida como inhalada, empezará a espabilar, ¿vale? -le indicó a "Eltranta". No le había pasado desapercibido tampoco que Lyn no dejaba de llamarla Mortal. Que ella supiese, solo había una persona en el mundo a la que llamase así.
Se levantó entonces y abrió los ojos como platos. Las palabras de Lyn con respecto a Itrella resonaban en su cabeza. Hubo un detalle. Ella notaba que debía salvar a la niña, pero no porque la quisiera, sino por deber. Porque se lo habían impuesto así. Realmente, se sentía indiferente con la niña, le preocupaba más matar al malo. Y entonces, ocurrió algo que no pudo controlar: una sensación terrible de odio hacia sí misma, de odio irracional hacia el cuerpo y la personalidad en la que estaba encerrada. Sin previo aviso, soltó un alarido y tiró de un empujón una de las mesas de la biblioteca llevada por la rabia, destrozando también algunos de los adornos y tirando las sillas con tal de desahogar esa frustración. Había otro efecto secundario propio de los cambios de conciencia: cuanto más tiempo pasasen las conciencias en cuerpo extraño, más riesgo había de demencia. Y era más fácil cuando había sentimientos hacia la persona en la que se había convertido. Se acentuaban.
Una vez terminada la masacre, Karkaredia se llevó una mano a la frente y jadeó, volviendo a recuperar el control.
-No... no... no sé qué pasa, yo... -miró entonces al pasadizo- Démonos prisa. Creo que me volverá a pasar.
Y marchó con paso apresurado hacia dentro. Bajó unas escaleras y se topó, una vez bajada, con una pared, un pasillo a la derecha y un pasillo a la izquierda, tenuemente iluminado por antorchas.
-Ah, genial. Tienes un laberinto debajo de tu casa. -resopló.
Iredia
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Observe en silencio la reacción de la elfa al destrozar la mesa con mi cuerpo.
- No... no... no sé qué pasa, yo... Démonos prisa. Creo que me volverá a pasar.
- Es posible... - Dije tras una pausa.
Conocía esa ira. Nada tenia que ver con la locura... Esa era la rabia que yo llevaba dentro. En mi sangre. En mi piel. En lo más profundo de mi ser. Toda esa ira y toda esa frustración. Toda esa rabia contenida. Todo ese odio... Esa furia con la que la elfa habia destrozado la estancia no era otra que la que contraria lo más sincero de mi ser.
No dije ningún comentario mientras íbamos andando... puesto que yo también notaba que, mi personalidad, menguaba. Pero a diferencia de Iredia, no era la rabia lo que me consumía. Sino la inseguridad. El miedo. Tenia que racionalizar. Enfocar las cosas.
"Piensa. Medita. Sigues siendo un jodido genio. Espabila de una puta vez."
- Ah, genial.- Me sorprendió mi voz en medio de mi propio meditar. - Tienes un laberinto debajo de tu casa.
Observe las paredes y los diferentes caminos que se abrían.
- Hay varias formas de encarar un laberinto... Si pegas tu mano a la pared derecha y sigues andando por ella siempre encontraras el camino de salida... Aunque quizás esa sea la forma lenta.
Me tiré al suelo y comencé a acariciar las diferentes piedras que hacían el empedrado de esos pasillos. Había luz en todos lados, así que guiarse por ella habría sido estúpido y poco funcional. Lo mejor, en estos casos...
- Es este. - Dije tomando el camino de la derecha. - Las piedras del suelo son del mismo tipo, pero estas están más gastadas, como si se usaran con mas frecuencia. Eso las deja lisas y más suaves al tacto que las de al lado contrario... Tu piel, ademas, lo nota enseguida.
Sin mediar más palabra, trate de encaminarme lo más rápido que pude hacia esa habitacion donde, esperaba que no le ubiera pasado nada a mi niña.
Apreté los dientes al darme cuenta que ese pensamiento no era mio.
- No... no... no sé qué pasa, yo... Démonos prisa. Creo que me volverá a pasar.
- Es posible... - Dije tras una pausa.
Conocía esa ira. Nada tenia que ver con la locura... Esa era la rabia que yo llevaba dentro. En mi sangre. En mi piel. En lo más profundo de mi ser. Toda esa ira y toda esa frustración. Toda esa rabia contenida. Todo ese odio... Esa furia con la que la elfa habia destrozado la estancia no era otra que la que contraria lo más sincero de mi ser.
No dije ningún comentario mientras íbamos andando... puesto que yo también notaba que, mi personalidad, menguaba. Pero a diferencia de Iredia, no era la rabia lo que me consumía. Sino la inseguridad. El miedo. Tenia que racionalizar. Enfocar las cosas.
"Piensa. Medita. Sigues siendo un jodido genio. Espabila de una puta vez."
- Ah, genial.- Me sorprendió mi voz en medio de mi propio meditar. - Tienes un laberinto debajo de tu casa.
Observe las paredes y los diferentes caminos que se abrían.
- Hay varias formas de encarar un laberinto... Si pegas tu mano a la pared derecha y sigues andando por ella siempre encontraras el camino de salida... Aunque quizás esa sea la forma lenta.
Me tiré al suelo y comencé a acariciar las diferentes piedras que hacían el empedrado de esos pasillos. Había luz en todos lados, así que guiarse por ella habría sido estúpido y poco funcional. Lo mejor, en estos casos...
- Es este. - Dije tomando el camino de la derecha. - Las piedras del suelo son del mismo tipo, pero estas están más gastadas, como si se usaran con mas frecuencia. Eso las deja lisas y más suaves al tacto que las de al lado contrario... Tu piel, ademas, lo nota enseguida.
Sin mediar más palabra, trate de encaminarme lo más rápido que pude hacia esa habitacion donde, esperaba que no le ubiera pasado nada a mi niña.
Apreté los dientes al darme cuenta que ese pensamiento no era mio.
Erenair
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
La pareja descendió por las escaleras, se quedó a solas con la chica que, sin lugar a dudas, era una vampiresa.
Tragó saliva y miró a su alrededor sin saber exactamente cómo actuar, la sirvienta que había emergido del agujero tras la estantería se quejaba en el suelo, en voz baja, parecía que no iba a dar más problemas.
El “brujo” había mencionado que usase una receta para que Lyn se sintiese mejor. Estudió a la ojiazul de una rápida ojeada, ¿Los vampiros se cansaban? Las historias que recordaba eran acerca de seres de la noche inagotables, que no paraban hasta acabar con sus presas. ¿Era de verdad la muchacha que tenía delante de ella una vampiresa?
Más dolor de cabeza, apretó los dientes y se llevó una de las manos hasta la frente tratando de ignorar el dolor.
¿De verdad funcionaria el tratamiento que le habían recomendado con una vampiresa? Frunció el ceño, daba igual, algo raro pasaba en la mansión. Una chica con el pelo tan azul como ella misma había salido de debajo de la casa, era evidente que algo iba mal.
- Voy a… a por lo que… - Antes de que pudiese terminar la frase la vampiresa a sujetó la cabeza de la sirvienta, obligándola a que se mantuviese quieta, a que no pudiese alejarse de ella.
- No – Ordenó, mirándola fijamente a los ojos. – Tú te quedas aquí. – Sentenció.
Los ojos, azules y profundos, se clavaron en ella, era como si pudiesen atravesarla, como si estuviese viendo, literalmente, lo que pensaba. Cerró los ojos unos instantes, la cabeza le dolía cada vez con más y más fuerza, trató de zafarse del agarre de la muchacha.[1]
- ¡No los cierres! – Exclamó Lyn, la peliazul volvió a abrirlos, no supo exactamente por qué. – Mírame… - Un fuerte pitido comenzó a sonar en sus oídos, el dolor aumentaba con cada segundo que se quedaba mirando a Lyn.
Gritó.
- ¡Recuerda… quien eres! – La sirvienta gritó con aun más fuerza, el dolor se volvía insoportable. La sola mirada de la vampiresa dolía, casi como como si le clavasen un puñal en el cráneo.
Y se desmayó.
El sonido de un fuerte pitido en sus oídos le despertó. Gruñó en voz baja y abrió, muy lentamente, los ojos. Lo primero que vio fueron los enormes y expresivos ojos de Lyn.
- ¿Se puede saber qué haces en mi habitación? – Preguntó de inmediato incorporándose levemente. Enarcó una ceja al oír el tono de su propia voz, mucho más aguda y suave. Se incorporó totalmente y se llevó la mano hasta la frente al sentir el fuerte dolor que parecía atravesar su cabeza.
- ¡Has vuelto! – dijo Lyn con una sonrisa. - ¡Bienvenido de vuelta, Mortal! – La vampiresa parecía estar débil, pero lo suficientemente activa como para darle un abrazo escueto y, ayudada por la estantería que tenía justo detrás de ella, levantarse.
- ¿He… vuelto? – Miró hacía abajó, vio la indumentaria que llevaba, comprobó con sus propias manos, las partes de su nueva anatomía. Comprendió algunas cosas, recordó de pronto otras muchas. – Otra vez… - dijo suspirando, llevándose la mano derecha hasta la cara.
Tenía la piel muy fina, suave, no pudo evitar ruborizarse un poco al comprobarlo.
- ¿Otra vez? – Preguntó Lyn. Eltrant sonrió escuetamente, nunca le había hablado a la vampiresa de aquella pequeña “aventura” que tuvo con unos alquimistas en Lunargenta, acabó, en cierto modo, igual que en aquella situación.
- ¿Se han ido solos? – Inquirió mirando el pasadizo junto al que se encontraban, algo iba mal en aquella casa, debía haberlo adivinado desde un principio.
Cada vez que pensaba dolía, era similar a tratar de recordar, constantemente, un sueño muy distante, un sueño que, además, producía profundos dolores de cabeza. Los recuerdos de Elena y los suyos propios se entremezclaban.
- Sí. – Respondió Lyn respirando profundamente apoyándose en el estante. Estaba haciéndose la dura, pero podía ver a simple vista que estaba muy cansada, seguía acordándose, después de todo, del breve periodo de tiempo que había pasado como “Elena”, sabía lo que había hecho.
- Señorita, creo que deberíamos ir a… - Se detuvo y frunció el ceño, era consciente de lo que acababa de decir y, por la sonrisa que cruzó el rostro de Lyn, esta también lo era. - …Señorita, bajemos a… - Volvió a callarse, se pasó la mano por la cara, suspiró.
- Continúe, mi sirvienta. – dijo Lyn, la peliazul frunció el ceño aun con más fuerza, pero, por algún motivo, relajó la expresión y sonrió.
- Creo de deberíamos ir a ayudar a Ireidan y a Kakaredia. – dijo en cuanto Lyn se lo ordenó, haciendo gala de una formalidad que no recordaba poseer. ¿Seguía estando Elena dentro de él? Apretó los dientes.
- Muy bien – Lyn asintió conforme, cruzada de brazos. – Tú primero, mi fiel criada. – dijo señalando el camino, Eltrant hizo una leve reverencia de forma automática.
- Te vas a ganar una… una… - Ensanchó su sonrisa, relajó la expresión una vez más. - … una buena cena, que me encargaré de prepararte, cuando acabemos en el sótano, Lyanna. – dijo, a Lyn se le escapó una carcajada y agarró a la sirvienta del brazo. Estaba disfrutando aquello demasiado.
- Querida Elena. ¿Dónde has estado todo este tiempo? – Lyn le dio un abrazo a la sirvienta, Eltrant se hizo cargo de su propio cuerpo y le dio un empujón.
– Por favor, sea formal, señorita Lyanna. – Advirtió con el ceño fruncido, la sirvienta comenzó a caminar escaleras abajó, pero no tardó en trastabillar y caerse de inmediato.
Masculló un par de insultos en voz baja, al parecer la sirvienta tenía permitido blasfemar.
- ¿Puede ayudarme, Señorita? – dijo con un hilo de voz, llevándose las manos hasta el lugar dónde se había golpeado al caer. – No creo… que pueda andar correctamente con tacones. – Añadió, Lyn le ayudó a levantarse entre risas.
Al parecer, lo que recordaba y lo que no era selectivo: no sabía moverse correctamente con aquel calzado, aunque antes lo hubiese hecho sin ningún problema, y por otro lado, sentía un profundo interés por limpiar el polvo que cubría la biblioteca.
- No perdamos más tiempo, Elena. ¡Al sótano! – dijo la vampiresa, Eltrant masculló un par de frases inconexas que acabaron en una afirmación educada a las palabras de su acompañante.
[1] Habilidad Lyn Nivel 3: Control Mental Moderado.
Tragó saliva y miró a su alrededor sin saber exactamente cómo actuar, la sirvienta que había emergido del agujero tras la estantería se quejaba en el suelo, en voz baja, parecía que no iba a dar más problemas.
El “brujo” había mencionado que usase una receta para que Lyn se sintiese mejor. Estudió a la ojiazul de una rápida ojeada, ¿Los vampiros se cansaban? Las historias que recordaba eran acerca de seres de la noche inagotables, que no paraban hasta acabar con sus presas. ¿Era de verdad la muchacha que tenía delante de ella una vampiresa?
Más dolor de cabeza, apretó los dientes y se llevó una de las manos hasta la frente tratando de ignorar el dolor.
¿De verdad funcionaria el tratamiento que le habían recomendado con una vampiresa? Frunció el ceño, daba igual, algo raro pasaba en la mansión. Una chica con el pelo tan azul como ella misma había salido de debajo de la casa, era evidente que algo iba mal.
- Voy a… a por lo que… - Antes de que pudiese terminar la frase la vampiresa a sujetó la cabeza de la sirvienta, obligándola a que se mantuviese quieta, a que no pudiese alejarse de ella.
- No – Ordenó, mirándola fijamente a los ojos. – Tú te quedas aquí. – Sentenció.
Los ojos, azules y profundos, se clavaron en ella, era como si pudiesen atravesarla, como si estuviese viendo, literalmente, lo que pensaba. Cerró los ojos unos instantes, la cabeza le dolía cada vez con más y más fuerza, trató de zafarse del agarre de la muchacha.[1]
- ¡No los cierres! – Exclamó Lyn, la peliazul volvió a abrirlos, no supo exactamente por qué. – Mírame… - Un fuerte pitido comenzó a sonar en sus oídos, el dolor aumentaba con cada segundo que se quedaba mirando a Lyn.
Gritó.
- ¡Recuerda… quien eres! – La sirvienta gritó con aun más fuerza, el dolor se volvía insoportable. La sola mirada de la vampiresa dolía, casi como como si le clavasen un puñal en el cráneo.
Y se desmayó.
[…]
El sonido de un fuerte pitido en sus oídos le despertó. Gruñó en voz baja y abrió, muy lentamente, los ojos. Lo primero que vio fueron los enormes y expresivos ojos de Lyn.
- ¿Se puede saber qué haces en mi habitación? – Preguntó de inmediato incorporándose levemente. Enarcó una ceja al oír el tono de su propia voz, mucho más aguda y suave. Se incorporó totalmente y se llevó la mano hasta la frente al sentir el fuerte dolor que parecía atravesar su cabeza.
- ¡Has vuelto! – dijo Lyn con una sonrisa. - ¡Bienvenido de vuelta, Mortal! – La vampiresa parecía estar débil, pero lo suficientemente activa como para darle un abrazo escueto y, ayudada por la estantería que tenía justo detrás de ella, levantarse.
- ¿He… vuelto? – Miró hacía abajó, vio la indumentaria que llevaba, comprobó con sus propias manos, las partes de su nueva anatomía. Comprendió algunas cosas, recordó de pronto otras muchas. – Otra vez… - dijo suspirando, llevándose la mano derecha hasta la cara.
Tenía la piel muy fina, suave, no pudo evitar ruborizarse un poco al comprobarlo.
- ¿Otra vez? – Preguntó Lyn. Eltrant sonrió escuetamente, nunca le había hablado a la vampiresa de aquella pequeña “aventura” que tuvo con unos alquimistas en Lunargenta, acabó, en cierto modo, igual que en aquella situación.
- ¿Se han ido solos? – Inquirió mirando el pasadizo junto al que se encontraban, algo iba mal en aquella casa, debía haberlo adivinado desde un principio.
Cada vez que pensaba dolía, era similar a tratar de recordar, constantemente, un sueño muy distante, un sueño que, además, producía profundos dolores de cabeza. Los recuerdos de Elena y los suyos propios se entremezclaban.
- Sí. – Respondió Lyn respirando profundamente apoyándose en el estante. Estaba haciéndose la dura, pero podía ver a simple vista que estaba muy cansada, seguía acordándose, después de todo, del breve periodo de tiempo que había pasado como “Elena”, sabía lo que había hecho.
- Señorita, creo que deberíamos ir a… - Se detuvo y frunció el ceño, era consciente de lo que acababa de decir y, por la sonrisa que cruzó el rostro de Lyn, esta también lo era. - …Señorita, bajemos a… - Volvió a callarse, se pasó la mano por la cara, suspiró.
- Continúe, mi sirvienta. – dijo Lyn, la peliazul frunció el ceño aun con más fuerza, pero, por algún motivo, relajó la expresión y sonrió.
- Creo de deberíamos ir a ayudar a Ireidan y a Kakaredia. – dijo en cuanto Lyn se lo ordenó, haciendo gala de una formalidad que no recordaba poseer. ¿Seguía estando Elena dentro de él? Apretó los dientes.
- Muy bien – Lyn asintió conforme, cruzada de brazos. – Tú primero, mi fiel criada. – dijo señalando el camino, Eltrant hizo una leve reverencia de forma automática.
- Te vas a ganar una… una… - Ensanchó su sonrisa, relajó la expresión una vez más. - … una buena cena, que me encargaré de prepararte, cuando acabemos en el sótano, Lyanna. – dijo, a Lyn se le escapó una carcajada y agarró a la sirvienta del brazo. Estaba disfrutando aquello demasiado.
- Querida Elena. ¿Dónde has estado todo este tiempo? – Lyn le dio un abrazo a la sirvienta, Eltrant se hizo cargo de su propio cuerpo y le dio un empujón.
– Por favor, sea formal, señorita Lyanna. – Advirtió con el ceño fruncido, la sirvienta comenzó a caminar escaleras abajó, pero no tardó en trastabillar y caerse de inmediato.
Masculló un par de insultos en voz baja, al parecer la sirvienta tenía permitido blasfemar.
- ¿Puede ayudarme, Señorita? – dijo con un hilo de voz, llevándose las manos hasta el lugar dónde se había golpeado al caer. – No creo… que pueda andar correctamente con tacones. – Añadió, Lyn le ayudó a levantarse entre risas.
Al parecer, lo que recordaba y lo que no era selectivo: no sabía moverse correctamente con aquel calzado, aunque antes lo hubiese hecho sin ningún problema, y por otro lado, sentía un profundo interés por limpiar el polvo que cubría la biblioteca.
- No perdamos más tiempo, Elena. ¡Al sótano! – dijo la vampiresa, Eltrant masculló un par de frases inconexas que acabaron en una afirmación educada a las palabras de su acompañante.
______________________________________________________
- Off::
- Perdón por el retraso, llevo una semana con fiebre y tal. Y no precisamente la del sabado noche ; - ;
[1] Habilidad Lyn Nivel 3: Control Mental Moderado.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: Nunca digas nunca [Karkaran] y [LIBRE]
Esperó pacientemente mientras su cuerpo, aunque ahora no fuese suyo, hablaba sobre cómo salir de ese laberinto. Hizo entonces lo que ella consideró un halago hacia su persona.
-Pues claro que la tengo. -dijo con gran orgullo por su piel.
Además, ahora que se fijaba, se había dado cuenta de varias cosas. Claro, verse desde fuera tenía sus ventajas. En primer lugar, aunque esto era algo que ya sabía, fue consciente de cuán bonito era su pelo. Era verdad, tenía unas ondas suaves que le llevaban casi a los cuartos traseros y un pelo rojizo de infarto. ¡Y tenía un culo espectacular! Pero sí que es verdad que estaba demasiado flacucha. Al menos de tripa, porque sus senos eran bastante decentes. ¿En serio hacía esos gestos cuando se enfadaba?
<<No me extraña que no me tomen en serio, soy asquerosamente adorable>> -pensó para sí- <<Y... oh, cielos, mis orejas son perfectas. Claro que son perfectas, ¿cómo no iban a serlo? Son mías. Definitivamente, soy guapísima.>>
Por un momento, se le pasó por la cabeza lo que podría suceder si, de golpe, algo pasaba y su cuerpo se volvía a transformar en hombre. Estaba segura de que se reiría tanto que tendría que apoyarse para respirar. Se dio cuenta, entonces, de que llevaba demasiado tiempo en silencio mirándose a sí misma mientras andaba. Eso no era algo que ella soliese hacer con los demás. ¿Así empleaba su tiempo Karkaran cuando se quedaba ensimismado? Al menos la miraba. Miraba. Pasado. Se le encogió el estómago y rompió el silencio que los rodeaba con un gruñido amargo.
-Eres un capullo. -le espetó sin querer. Abrió los ojos como platos, pues realmente no sabía muy bien si se lo decía a él o a sí mismo. O misma.- No sé por qué he dicho eso. O sea, lo pienso de ti. Pero lo piensa Iredia. Aunque creo que tú de ti mismo también. -volvió a gruñir.
Mientras andaban, de golpe, se escuchó el alarido de una mujer. Una cría. Lo que más alarmó a Iredia fue que ella no sintió pesar por la cría. Su primer pensamiento fue que ya sabían que estaban cerca y que quería encontrarlo ya.
-Voy a reventarle la cara a ese hijo de puta. -hizo una pausa- Y luego a ti. Espera, ¿qué porras pasa? ¡Yo no hablo así! -protestó con amargura.
Echó entonces a correr hacia donde creía que venía el grito. Había sido lo suficientemente audible como para oírse en media casa. Encontraron entonces una puerta enorme con una gran anilla y doble cerrojo. Instintivamente, sacó las ganzúas (no sabía por qué) y trató de tocar el pomo redondo de la puerta. En cuanto lo rozó, un campo de fuerza la empujó hacia atrás con una fuerza descomunal. Se golpeó la espalda contra la pared de enfrente violentamente. Lo primero que hizo fue soltar una maldición mientras oía risas desde dentro y, de nuevo, un alarido.
-Puto bastardo... -miró a Iredian- Creo que necesitamos a la sirvienta. No podemos entrar por la fuerza aquí.
-Pues claro que la tengo. -dijo con gran orgullo por su piel.
Además, ahora que se fijaba, se había dado cuenta de varias cosas. Claro, verse desde fuera tenía sus ventajas. En primer lugar, aunque esto era algo que ya sabía, fue consciente de cuán bonito era su pelo. Era verdad, tenía unas ondas suaves que le llevaban casi a los cuartos traseros y un pelo rojizo de infarto. ¡Y tenía un culo espectacular! Pero sí que es verdad que estaba demasiado flacucha. Al menos de tripa, porque sus senos eran bastante decentes. ¿En serio hacía esos gestos cuando se enfadaba?
<<No me extraña que no me tomen en serio, soy asquerosamente adorable>> -pensó para sí- <<Y... oh, cielos, mis orejas son perfectas. Claro que son perfectas, ¿cómo no iban a serlo? Son mías. Definitivamente, soy guapísima.>>
Por un momento, se le pasó por la cabeza lo que podría suceder si, de golpe, algo pasaba y su cuerpo se volvía a transformar en hombre. Estaba segura de que se reiría tanto que tendría que apoyarse para respirar. Se dio cuenta, entonces, de que llevaba demasiado tiempo en silencio mirándose a sí misma mientras andaba. Eso no era algo que ella soliese hacer con los demás. ¿Así empleaba su tiempo Karkaran cuando se quedaba ensimismado? Al menos la miraba. Miraba. Pasado. Se le encogió el estómago y rompió el silencio que los rodeaba con un gruñido amargo.
-Eres un capullo. -le espetó sin querer. Abrió los ojos como platos, pues realmente no sabía muy bien si se lo decía a él o a sí mismo. O misma.- No sé por qué he dicho eso. O sea, lo pienso de ti. Pero lo piensa Iredia. Aunque creo que tú de ti mismo también. -volvió a gruñir.
Mientras andaban, de golpe, se escuchó el alarido de una mujer. Una cría. Lo que más alarmó a Iredia fue que ella no sintió pesar por la cría. Su primer pensamiento fue que ya sabían que estaban cerca y que quería encontrarlo ya.
-Voy a reventarle la cara a ese hijo de puta. -hizo una pausa- Y luego a ti. Espera, ¿qué porras pasa? ¡Yo no hablo así! -protestó con amargura.
Echó entonces a correr hacia donde creía que venía el grito. Había sido lo suficientemente audible como para oírse en media casa. Encontraron entonces una puerta enorme con una gran anilla y doble cerrojo. Instintivamente, sacó las ganzúas (no sabía por qué) y trató de tocar el pomo redondo de la puerta. En cuanto lo rozó, un campo de fuerza la empujó hacia atrás con una fuerza descomunal. Se golpeó la espalda contra la pared de enfrente violentamente. Lo primero que hizo fue soltar una maldición mientras oía risas desde dentro y, de nuevo, un alarido.
-Puto bastardo... -miró a Iredian- Creo que necesitamos a la sirvienta. No podemos entrar por la fuerza aquí.
- Off:
- Tranquilo, Eltrant, contestamos cuando podemos ^^U
Iredia
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