En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
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En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Abrió y cerró la mano izquierda, repetidamente. Sabía que bajo todo el cuero y el acero que vestía apenas quedaban tres escamas de metal en el dorso de su mano, grandes, pero nada del otro mundo, aún así, las suficientes como para seguir sintiéndose mal al pensar en la procedencia de las mismas.
Respiró profundamente y avanzó un par de pasos, el pueblo en el que se habían adentrado era pequeño, uno de tantos, lo suficientemente lejos de Roilkat como para que el abrasador calor del desierto se disolviese entre las altas copas de los árboles que cubrían los alrededores.
Alzó la mirada, apenas podía ver las estrellas sobre las copas de los árboles que rodeaba a aquellas casas. Por lo que había oído en las cercanías, una gran cantidad de elfos vivía en aquel lugar, quizás ese fuese el motivo por el cual dejaban crecer plantas, prácticamente, justo al lado de las recias cabañas que componían el pueblo.
- ¿No te cansas de llevar todo eso encima siempre? – Lyn a su espalda, dio varios golpecitos en la parte trasera de su armadura. No era la primera vez que le preguntaba acerca de aquello, solía pasearse de aquí a allá cargando con todo su equipo – ¿Te… te pasa algo? – Preguntó enseguida, cuando vio la expresión del castaño.
Eltrant negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa a su acompañante.
- Nada importante. – Dijo ocultando un bostezo con su brazo, Lyn suspiró y no hizo ningún comentario. – Nos quedamos aquí hasta mañana. – Dijo oteando el lugar. – Es un buen sitio. – Sin añadir más a la conversación la vampiresa se encogió de hombros y asintió.
Aquel poblado era tan pequeño que no tenía ni posada, afortunadamente, un amable lugareño, contra todo pronóstico. seguía en las calles del lugar cuando se adentraron en la aldea.
El hombre, tras una breve conversación interesándose por la procedencia de los viajeros y sus destinos, les permitió pasar la noche en una vivienda deshabitada que, según le contó a la pareja, había pertenecido a una familia que había decidido mudarse a la ciudad meses atrás, cuando se sospechaba que la plaga iba a acabar con todos los que se quedasen en los campos.
Por supuesto, desconocía que Lyn fuese una vampiresa.
- No te vayas Mortal – Dijo por decimosexta vez la vampiresa, secándose la sangre que goteaba por la comisura de los labios con la palma de la mano.
- ¿…Por qué lo haces todo tan raro? – Dijo Eltrant quien, tras vendarse pobremente el brazo izquierdo, justo en el lugar dónde le había mordido la joven, se bajó la manga para ocultarla - Ya sabes por qué nos hemos parado en esta… - Pensó con que palabra describir exactamente aquel lugar. - ¿...Poblado? – Negó con la cabeza y sonrió. – No tardaré mucho.
- La última vez que dijiste eso tardaste dos días y te apuñalaron como cinco veces. – Dijo Lyn. – ¡Podemos jugar a las cartas! – Rebuscó entre sus bolsillos, depositó un sobre de cartas sobre la mesa en torno a la que estaban sentados.
- Cuatro. – Corrigió Eltrant enseguida, moviendo la muñeca para quitarle importancia al asunto, como si la diferencia entre cuatro y cinco estocadas en su cuerpo fuese abrumadura. – Fueron cuatro veces. – Suspiró – Y no pienso volver a jugar contigo a las cartas. Tramposa. – Sentenció sonriendo.
Lyn infló los mofletes y se cruzó de brazos.
- ¿¡Tramposa?! ¡Soy una estratega! – Replicó, molesta - ¡Se llaman tácticas! – Dio una palmada fuerte en la mesa y le señaló - ¡La culpa es tuya por no darte cuenta, Mortal! – El exmercenario se encogió de hombros y, tras unos segundos de reflexión, terminó asintiendo.
- Trata de no quemar la casa en lo que tardo. – Levantó una mano y señaló a la habitación contigua, en cuanto abriese la puerta principal aquel lugar se llenaría de luz solar, aún era temprano, pero hacía el suficiente sol como para matar a la vampiresa, cosa que a Lyn, por mucho que le gustase decir lo contrario, no le sentaba nada bien.
- ¡Hasta los cimientos, Mortal! – Gritó mientras se iba a la otra habitación frunciendo el ceño.
- Tú sigue escribiendo. – Sonrió al ver como se alejaba – Esa parte en la que salen Sylvanion y Asheron es bastante… interesante. – Se atusó la barba, por algún motivo Lyn había decidido que aquellos hombres-bestia, que no tenían nada que ver con personas reales conocían, hacían buena pareja juntos, y, en los últimos capítulos, además de descamisados habían decidido optar por un estilo más natural y se paseaban por la historia que estaba escribiendo en paños menores.
“Los personajes son uno con la naturaleza” había sido la única explicación de la muchacha, cosa que le habría bastado si no fuese tan escrupulosamente detallista con todas las descripciones con las que narraba.
- A veces pienso que no te termina de gustar mi novela. – Dijo Lyn mirando fijamente a su compañero antes de cerrar, muy lentamente, la puerta que conducía hacia el dormitorio en el que había pasado la noche. - ¡Más te vale traerme algo!
Suspiró y, sin mucha dilación, golpeó repetidamente la gruesa puerta de madera que tenía frente a él. Pensó en lo último que le había dicho Lyn mientras esperaba. ¿Qué le llevase algo? ¿De aquel lugar? Lo más exótico que había visto era una col, y no precisamente grande.
- Ya voy… ya voy… - Una voz, parcialmente apagada por la entrada, se abrió pasó hasta sus oídos. – Es muy temprano, no es horario de… - La frase terminó cuando, la persona al otro lado de la puerta, se asomó y vio quien era la visita.
- Buenos días. – Dijo Eltrant levantando la mano derecha.
Una elfa le miraba expectante, y a ojos de Eltrant, era la típica que te imaginabas cuando la palabra “elfa” era pronunciada por alguien. Largos cabellos rubios, orejas puntiagudas, y un rostro que, en la corte de Lunargenta, pasaría como hermoso con facilidad. Su mirada era, no obstante, diferente: dura, recía, la mirada de alguien que había visto demasiado, le recordaba un poco a Irirgo.
No le sorprendió demasiado verla, en aquel poblado los elfos no eran extraños, en sí, si estaba allí era porque se lo había recomendado un par de comerciantes con los que habían compartido camino durante unos días.
- Oh… así que tú eres el visitante intempestivo. – Dijo con una sonrisa. – ¿A qué se debe el placer? – Preguntó a continuación. - ¿Tú amiga no viene? – Añadió enseguida, mirando por encima del hombro del exmercenario buscándola. No puedo evitar percatarse, cuando hizo esto, de que era ligeramente más alta que él, lo cual sí que fue una sorpresa, casi todas las elfas que conocia eran más bien bajas.
- No… verá, me han recomendado los servicios de… - Frunció el ceño y comenzó a rebuscar entre los bolsillos del pantalón hasta que, al final, acabó con un pequeño papel entre los dedos. - ¿Eletha…? – Frunció aún más el ceño si era posible, la segunda parte de aquel nombre era prácticamente impronunciable. – Eil… Eil…
- Eil’Sandoral – Completó la mujer riendo por lo bajo. – Pasa, por favor. – Dijo ahora más abierta a la presencia del humano, al menos eso interepretó Eltrant. – No te quedes fuera, empieza a correr frío. – Eltrant se adentró en el edificio tras la elfa.
Aquella casa era la de mayor tamaño de la aldea, por lo que había oído al preguntar por el nombre que le habían dado aquel era el ayuntamiento, el lugar para los festejos y, en aquel momento, ahora que Eltrant estaba allí, era el lugar dónde te trataban las heridas.
Era un edificio multiusos.
- ¿Y para que necesita mis servicios? ¿Señor…? – Preguntó la elfa una vez llegaron a una sala ligeramente más pequeña en la que, en diferentes armarios, había una gran cantidad de frascos de colores. Tragó saliva al verlos, la última vez que vio tantas cosas así juntas tenía el pelo azul y llevaba falda.
- Tale, Eltrant Tale. – Dijo sonriendo a Eletha - Me han dicho que… - Se rascó la barba. – Usted puede curar heridas y…
- No se equivocan. – Dijo suspirando, dio una palmada y torció el gesto. - Siéntate ahí. – Señaló a un taburete que tenía junto a ella. – Y déjate de formalismos. – Sonrió, aunque parecía más bien una sonrisa forzada. – …Entonces has venido aquí pensando que yo, que dirijo un pueblo, no tenía nada mejor que hacer que ponerme a sanar a un tipo que… - Frunció el ceño. – Por lo que parece está bien… - Eletha respiró hondo, analizando al humano, Eltrant forzó una sonrisa - ¿No tendrás la plaga? – Se alejó un poco, tapándose la boca. – Si la tienes tengo que pedirte que…
- No, no. – Negó con la cabeza de forma insistente. – Es para quitarme todas las… - Suspiró, se desabrochó la camisa, aun seguía con los vendajes que Rakfyr le había colocado en el desierto, desveló las cicatrices que cubrían todo su cuerpo.
- Oh… - La mujer apartó el pelo de su cara y se acercó un poco. – Ya veo… - Dijo mirando las diferentes cicatrices del mercenario. – No voy a poder quitártelas todas. Lo sabes ¿no? – Jugueteó durante unos segundos con su pelo y se lo recogió en un moño alto. – Quizás las más nuevas… - Sorbió con fuerza por la nariz. – Date la vuelta. Si… estas creo que sí podría…
- Cualquier cosa me vale… y ya que esta podría mirarme las heridas del…
- Más despacio, Tale. – Dijo la mujer presionando la herida que seguía teniendo en su espalda, Eltrant apretó los dientes, estremeciéndose un instante. ¿A que venían aquellos cambios de humor? – Todavía no he dicho que sí. – Afirmó. – Tenemos muchas preocupaciones por aquí. ¿Sabes? ¿Crees que eres el único que viene a mi puerta pidiendo atención medica? ¿Te has parado siquiera a hablar con alguien más además del hombre que, sin preguntarme antes, te ha dejado quedarte en la casa de los Yotum?– Suspiró – ¡Ni siquiera eres el primero esta semana! – Se llevó la mano hasta las sienes – Y desde que empezó esta maldita plaga es peor…
- Entiendo. – No sabía que pretendía con aquello, lo cierto es que, ya que les pillaba de paso, no habían perdido nada por probar, pero no dejaba de ser ligeramente decepcionante.
- No, no lo entiendes, “Mercenario”. – Dijo la elfa, volviendo a suavizar su tono, aunque se endureció ligeramente cuando pronunció la última palabra, hacía tiempo que no le llamaban de aquella forma. – Tengo dos docenas de granjeros sin poder moverse, uno de ellos sin una pierna. – Dijo levantando un dedo. – Tengo a la mitad del pueblo dispuestos a ir a la guerra, armándose hoces y horcas. – Levantó un segundo dedo. – Y, encima de todo, tengo que lidiar con hipocondríacos como tú cada día, motivo por el que, para empezar, me vine hasta aquí. – Se cruzó de brazos. – Lo siento mucho, señor Tale. Las cicatrices se la puede paliar cualquier elfo en Roilkat, o en Lunargenta. No todas… pero algunas. – Aseguró. – En cualquier caso, no puedo permitirme ser caritativa, no ahora.
Torció el gesto unos instantes y asintió, volvió a abrocharse la camisa.
- ¿A qué…? - Frunció el ceño – ¿A qué se refiere con que los aldeanos están en pie de guerra? – La elfa no respondió, le señaló la salida y comenzó a andar hacía ella, Eltrant la siguió.
- No es de tu incumbencia. – Abrió la puerta, se volvió a encontrar en la soleada plazoleta en la que estaba construido el ayuntamiento.
- …Puede serlo si me lo permites. – Se cruzó de brazos.
- No tengo tampoco dinero que darte, Mercenario. – Eltrant sonrió. – No voy a contratarte, márchate y vacía la casa que habéis ocupado tu amiga y tú. Buen viaje.
- El dinero no es ningún problema. No soy ningún mercenario. – La elfa enarcó una ceja y lo estudió de arriba abajo.
- ¿De verdad? – Se calló unos segundos. – Pues pareces uno, y por las heridas no de los buenos.
- Señorita Eil… Eil… - ¿Qué problema tenian los elfos en sus lenguas para pronunciar aquellos nombres? La rubia suspiró.
- Eil’Sandoral. – Dijo corrigiéndole. – Y es señora, estoy casada, tengo muchos años, muchacho. Hijos que te doblan la edad. - ¿Dónde estaba la amable elfa que le había abierto la puerta apenas una decena de minutos atrás? Porque, por algún motivo, había desaparecido.
- No soy un Mercenario. – Dijo – Tan solo… dígame en que puedo ayudar, considereme un... voluntario – Se cruzó de brazos y miró fijamente a la alcaldesa, Eletha puso los ojos en blanco.
- Tus heridas… ¿Cazas monstruos? – Preguntó, Eltrant sonrió.
- Constantemente.
Respiró profundamente y avanzó un par de pasos, el pueblo en el que se habían adentrado era pequeño, uno de tantos, lo suficientemente lejos de Roilkat como para que el abrasador calor del desierto se disolviese entre las altas copas de los árboles que cubrían los alrededores.
Alzó la mirada, apenas podía ver las estrellas sobre las copas de los árboles que rodeaba a aquellas casas. Por lo que había oído en las cercanías, una gran cantidad de elfos vivía en aquel lugar, quizás ese fuese el motivo por el cual dejaban crecer plantas, prácticamente, justo al lado de las recias cabañas que componían el pueblo.
- ¿No te cansas de llevar todo eso encima siempre? – Lyn a su espalda, dio varios golpecitos en la parte trasera de su armadura. No era la primera vez que le preguntaba acerca de aquello, solía pasearse de aquí a allá cargando con todo su equipo – ¿Te… te pasa algo? – Preguntó enseguida, cuando vio la expresión del castaño.
Eltrant negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa a su acompañante.
- Nada importante. – Dijo ocultando un bostezo con su brazo, Lyn suspiró y no hizo ningún comentario. – Nos quedamos aquí hasta mañana. – Dijo oteando el lugar. – Es un buen sitio. – Sin añadir más a la conversación la vampiresa se encogió de hombros y asintió.
[…]
Aquel poblado era tan pequeño que no tenía ni posada, afortunadamente, un amable lugareño, contra todo pronóstico. seguía en las calles del lugar cuando se adentraron en la aldea.
El hombre, tras una breve conversación interesándose por la procedencia de los viajeros y sus destinos, les permitió pasar la noche en una vivienda deshabitada que, según le contó a la pareja, había pertenecido a una familia que había decidido mudarse a la ciudad meses atrás, cuando se sospechaba que la plaga iba a acabar con todos los que se quedasen en los campos.
Por supuesto, desconocía que Lyn fuese una vampiresa.
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- No te vayas Mortal – Dijo por decimosexta vez la vampiresa, secándose la sangre que goteaba por la comisura de los labios con la palma de la mano.
- ¿…Por qué lo haces todo tan raro? – Dijo Eltrant quien, tras vendarse pobremente el brazo izquierdo, justo en el lugar dónde le había mordido la joven, se bajó la manga para ocultarla - Ya sabes por qué nos hemos parado en esta… - Pensó con que palabra describir exactamente aquel lugar. - ¿...Poblado? – Negó con la cabeza y sonrió. – No tardaré mucho.
- La última vez que dijiste eso tardaste dos días y te apuñalaron como cinco veces. – Dijo Lyn. – ¡Podemos jugar a las cartas! – Rebuscó entre sus bolsillos, depositó un sobre de cartas sobre la mesa en torno a la que estaban sentados.
- Cuatro. – Corrigió Eltrant enseguida, moviendo la muñeca para quitarle importancia al asunto, como si la diferencia entre cuatro y cinco estocadas en su cuerpo fuese abrumadura. – Fueron cuatro veces. – Suspiró – Y no pienso volver a jugar contigo a las cartas. Tramposa. – Sentenció sonriendo.
Lyn infló los mofletes y se cruzó de brazos.
- ¿¡Tramposa?! ¡Soy una estratega! – Replicó, molesta - ¡Se llaman tácticas! – Dio una palmada fuerte en la mesa y le señaló - ¡La culpa es tuya por no darte cuenta, Mortal! – El exmercenario se encogió de hombros y, tras unos segundos de reflexión, terminó asintiendo.
- Trata de no quemar la casa en lo que tardo. – Levantó una mano y señaló a la habitación contigua, en cuanto abriese la puerta principal aquel lugar se llenaría de luz solar, aún era temprano, pero hacía el suficiente sol como para matar a la vampiresa, cosa que a Lyn, por mucho que le gustase decir lo contrario, no le sentaba nada bien.
- ¡Hasta los cimientos, Mortal! – Gritó mientras se iba a la otra habitación frunciendo el ceño.
- Tú sigue escribiendo. – Sonrió al ver como se alejaba – Esa parte en la que salen Sylvanion y Asheron es bastante… interesante. – Se atusó la barba, por algún motivo Lyn había decidido que aquellos hombres-bestia, que no tenían nada que ver con personas reales conocían, hacían buena pareja juntos, y, en los últimos capítulos, además de descamisados habían decidido optar por un estilo más natural y se paseaban por la historia que estaba escribiendo en paños menores.
“Los personajes son uno con la naturaleza” había sido la única explicación de la muchacha, cosa que le habría bastado si no fuese tan escrupulosamente detallista con todas las descripciones con las que narraba.
- A veces pienso que no te termina de gustar mi novela. – Dijo Lyn mirando fijamente a su compañero antes de cerrar, muy lentamente, la puerta que conducía hacia el dormitorio en el que había pasado la noche. - ¡Más te vale traerme algo!
[…]
Suspiró y, sin mucha dilación, golpeó repetidamente la gruesa puerta de madera que tenía frente a él. Pensó en lo último que le había dicho Lyn mientras esperaba. ¿Qué le llevase algo? ¿De aquel lugar? Lo más exótico que había visto era una col, y no precisamente grande.
- Ya voy… ya voy… - Una voz, parcialmente apagada por la entrada, se abrió pasó hasta sus oídos. – Es muy temprano, no es horario de… - La frase terminó cuando, la persona al otro lado de la puerta, se asomó y vio quien era la visita.
- Buenos días. – Dijo Eltrant levantando la mano derecha.
Una elfa le miraba expectante, y a ojos de Eltrant, era la típica que te imaginabas cuando la palabra “elfa” era pronunciada por alguien. Largos cabellos rubios, orejas puntiagudas, y un rostro que, en la corte de Lunargenta, pasaría como hermoso con facilidad. Su mirada era, no obstante, diferente: dura, recía, la mirada de alguien que había visto demasiado, le recordaba un poco a Irirgo.
No le sorprendió demasiado verla, en aquel poblado los elfos no eran extraños, en sí, si estaba allí era porque se lo había recomendado un par de comerciantes con los que habían compartido camino durante unos días.
- Oh… así que tú eres el visitante intempestivo. – Dijo con una sonrisa. – ¿A qué se debe el placer? – Preguntó a continuación. - ¿Tú amiga no viene? – Añadió enseguida, mirando por encima del hombro del exmercenario buscándola. No puedo evitar percatarse, cuando hizo esto, de que era ligeramente más alta que él, lo cual sí que fue una sorpresa, casi todas las elfas que conocia eran más bien bajas.
- No… verá, me han recomendado los servicios de… - Frunció el ceño y comenzó a rebuscar entre los bolsillos del pantalón hasta que, al final, acabó con un pequeño papel entre los dedos. - ¿Eletha…? – Frunció aún más el ceño si era posible, la segunda parte de aquel nombre era prácticamente impronunciable. – Eil… Eil…
- Eil’Sandoral – Completó la mujer riendo por lo bajo. – Pasa, por favor. – Dijo ahora más abierta a la presencia del humano, al menos eso interepretó Eltrant. – No te quedes fuera, empieza a correr frío. – Eltrant se adentró en el edificio tras la elfa.
Aquella casa era la de mayor tamaño de la aldea, por lo que había oído al preguntar por el nombre que le habían dado aquel era el ayuntamiento, el lugar para los festejos y, en aquel momento, ahora que Eltrant estaba allí, era el lugar dónde te trataban las heridas.
Era un edificio multiusos.
- ¿Y para que necesita mis servicios? ¿Señor…? – Preguntó la elfa una vez llegaron a una sala ligeramente más pequeña en la que, en diferentes armarios, había una gran cantidad de frascos de colores. Tragó saliva al verlos, la última vez que vio tantas cosas así juntas tenía el pelo azul y llevaba falda.
- Tale, Eltrant Tale. – Dijo sonriendo a Eletha - Me han dicho que… - Se rascó la barba. – Usted puede curar heridas y…
- No se equivocan. – Dijo suspirando, dio una palmada y torció el gesto. - Siéntate ahí. – Señaló a un taburete que tenía junto a ella. – Y déjate de formalismos. – Sonrió, aunque parecía más bien una sonrisa forzada. – …Entonces has venido aquí pensando que yo, que dirijo un pueblo, no tenía nada mejor que hacer que ponerme a sanar a un tipo que… - Frunció el ceño. – Por lo que parece está bien… - Eletha respiró hondo, analizando al humano, Eltrant forzó una sonrisa - ¿No tendrás la plaga? – Se alejó un poco, tapándose la boca. – Si la tienes tengo que pedirte que…
- No, no. – Negó con la cabeza de forma insistente. – Es para quitarme todas las… - Suspiró, se desabrochó la camisa, aun seguía con los vendajes que Rakfyr le había colocado en el desierto, desveló las cicatrices que cubrían todo su cuerpo.
- Oh… - La mujer apartó el pelo de su cara y se acercó un poco. – Ya veo… - Dijo mirando las diferentes cicatrices del mercenario. – No voy a poder quitártelas todas. Lo sabes ¿no? – Jugueteó durante unos segundos con su pelo y se lo recogió en un moño alto. – Quizás las más nuevas… - Sorbió con fuerza por la nariz. – Date la vuelta. Si… estas creo que sí podría…
- Cualquier cosa me vale… y ya que esta podría mirarme las heridas del…
- Más despacio, Tale. – Dijo la mujer presionando la herida que seguía teniendo en su espalda, Eltrant apretó los dientes, estremeciéndose un instante. ¿A que venían aquellos cambios de humor? – Todavía no he dicho que sí. – Afirmó. – Tenemos muchas preocupaciones por aquí. ¿Sabes? ¿Crees que eres el único que viene a mi puerta pidiendo atención medica? ¿Te has parado siquiera a hablar con alguien más además del hombre que, sin preguntarme antes, te ha dejado quedarte en la casa de los Yotum?– Suspiró – ¡Ni siquiera eres el primero esta semana! – Se llevó la mano hasta las sienes – Y desde que empezó esta maldita plaga es peor…
- Entiendo. – No sabía que pretendía con aquello, lo cierto es que, ya que les pillaba de paso, no habían perdido nada por probar, pero no dejaba de ser ligeramente decepcionante.
- No, no lo entiendes, “Mercenario”. – Dijo la elfa, volviendo a suavizar su tono, aunque se endureció ligeramente cuando pronunció la última palabra, hacía tiempo que no le llamaban de aquella forma. – Tengo dos docenas de granjeros sin poder moverse, uno de ellos sin una pierna. – Dijo levantando un dedo. – Tengo a la mitad del pueblo dispuestos a ir a la guerra, armándose hoces y horcas. – Levantó un segundo dedo. – Y, encima de todo, tengo que lidiar con hipocondríacos como tú cada día, motivo por el que, para empezar, me vine hasta aquí. – Se cruzó de brazos. – Lo siento mucho, señor Tale. Las cicatrices se la puede paliar cualquier elfo en Roilkat, o en Lunargenta. No todas… pero algunas. – Aseguró. – En cualquier caso, no puedo permitirme ser caritativa, no ahora.
Torció el gesto unos instantes y asintió, volvió a abrocharse la camisa.
- ¿A qué…? - Frunció el ceño – ¿A qué se refiere con que los aldeanos están en pie de guerra? – La elfa no respondió, le señaló la salida y comenzó a andar hacía ella, Eltrant la siguió.
- No es de tu incumbencia. – Abrió la puerta, se volvió a encontrar en la soleada plazoleta en la que estaba construido el ayuntamiento.
- …Puede serlo si me lo permites. – Se cruzó de brazos.
- No tengo tampoco dinero que darte, Mercenario. – Eltrant sonrió. – No voy a contratarte, márchate y vacía la casa que habéis ocupado tu amiga y tú. Buen viaje.
- El dinero no es ningún problema. No soy ningún mercenario. – La elfa enarcó una ceja y lo estudió de arriba abajo.
- ¿De verdad? – Se calló unos segundos. – Pues pareces uno, y por las heridas no de los buenos.
- Señorita Eil… Eil… - ¿Qué problema tenian los elfos en sus lenguas para pronunciar aquellos nombres? La rubia suspiró.
- Eil’Sandoral. – Dijo corrigiéndole. – Y es señora, estoy casada, tengo muchos años, muchacho. Hijos que te doblan la edad. - ¿Dónde estaba la amable elfa que le había abierto la puerta apenas una decena de minutos atrás? Porque, por algún motivo, había desaparecido.
- No soy un Mercenario. – Dijo – Tan solo… dígame en que puedo ayudar, considereme un... voluntario – Se cruzó de brazos y miró fijamente a la alcaldesa, Eletha puso los ojos en blanco.
- Tus heridas… ¿Cazas monstruos? – Preguntó, Eltrant sonrió.
- Constantemente.
Última edición por Eltrant Tale el Vie Dic 08 2017, 20:56, editado 1 vez
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
-¡Le juro que no soy ninguna bruja!
Justo cuando la puerta del ayuntamiento se abría, un alarido agudo y desesperado hizo voltear a todos quienes cruzaban la plazoleta. Con lágrimas en los ojos, la niña cuya garganta había chillado yacía agarrada de la oreja por un hombre altísimo que, a juzgar por sus pintas, se trataba de un elfo.
-¡No intentes engañarme, mocosa mentirosa! ¡Te vi haciendo tu sucia magia!
¡Ay! ¡Maldito fue el día en que decidió irse de su hogar! “Los elfos no son de fiar”, decían sus padres, “nunca te juntes con ellos ni les dirijas la palabra”, continuaban. Eyre antes pensaba que eso era simple adoctrinamiento, pero en ese preciso instante tuvo la certeza de que por algo le habían inculcado aquellas precauciones. “Los elfos odian a los brujos y los brujos odian a los elfos, así fue, es y será siempre.” ¿Era ahora víctima del racismo... o la situación, más bien, tenía que ver con el hecho de que aquel tipo la había encontrado asomada a la ventana de su casa, intentando robar el atado de verduras que yacía sobre la mesa usando su telekinesis?
-¡Encima de bruja, ladrona!
-¡Lo siento, lo siento, lo siento! -Lloriqueó en voz cada vez más alta- ¡¡No lo volveré a hacer!!
Presa del pánico, Eyre barrió rápidamente la plazoleta con la mirada hasta dar con las dos figuras que obstaculizaban la entrada al ayuntamiento. Vio entonces a la única persona que no parecía ser un elfo en todo el lugar; ningún “orejas picudas” tenía un porte tan desgarbado, ni se dejaba la barba de tres días, ni tenía esa cara de “estoy un poco anémico y me han pegado mucho en la vida”. Seguramente tampoco era de por allí. Decidió que, de acudir a alguien, ese sujeto era el indicado. Al menos no se ensañaría con ella sólo por ser de la raza que era... ¿verdad?
-¡Por supuesto que no lo harás, no mientras estés tras las rejas, ratera!
El elfo tiró más fuerte de su oreja y ella, en un arrebato de desesperación y viendo la única oportunidad de escapar, volteó para morderle el antebrazo con todas sus fuerzas. Un alarido por parte del sujeto, y el sabor a sangre colmándole la boca, antecedieron su libertad. Apenas fue soltada corrió tan rápido como le permitieron las piernas hasta el -aparentemente- humano; era eso o huir más lejos, pero sabía que la cogerían tarde o temprano si simplemente se echaba a correr en una dirección al azar. Ahora, al menos existía la ínfima posibilidad de que ese sujeto se compadeciera de ella.
Pasando como un suspiro entre el hombre y la elfa, giró para esconderse detrás del primero, pegándose a su espalda para susurrarle con voz trémula:
-¡Por favor, ayúdame! -Y entonces dijo en voz más alta, dirigiéndose al elfo del brazo sangrante y la mueca asesina- ¡¡Éste es mi tutor, él es responsable de mí!!
Eyre
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Eletha enarcó una ceja cuando escuchó el agudo grito que dejó escapar la joven a la que, un elfo corpulento, arrastraba a través de la plaza sujetándola con firmeza de una oreja. Eltrant torció el gesto, parecía doloroso.
¿Había oído decir al elfo que la muchacha era una bruja?
Aguardó unos instantes, como el resto de los lugareños, a oír el motivo por el cual la joven se encontraba en aquella situación, al parecer, había tratado de robar algo usando su magia. Se cruzó de brazos y dejó escapar un ligero suspiro, al menos parecía arrepentida.
- ¿De verdad eso es necesario? – Preguntó a la alcaldesa, no obstante, antes de que esta pudiese responder la joven mordió con fuerza a su captor y, mientras este gritaba de dolor, huyó hacia dónde estaban él y Eletha, ocultándose tras su espalda casi de inmediato.
Se llevó la mano hasta la barba.
- ¿Es verdad lo que dice, Tale? – Preguntó la rubia estudiando a la bruja, era evidente que la mujer había visto a través de la joven ladrona fácilmente, ¿Qué esperaba que respondiese él? - ¿Eres su tutor? ¿Eres responsable de esta joven… ladrona? – La alcaldesa le miró severamente, Eltrant se giró hacía la bruja y se rascó la barba.
- Sí. – Dijo al cabo de unos segundos, la alcaldesa sonrió, no supo interpretar a que se debía, pero parecía al menos conforme con aquella respuesta.
- No te juzgaré, mercenario, no es mi incumbencia el conocer cuál es el motivo por el cual viajas con dos jóvenes a las que podrías doblar en edad. – Aseveró la mujer bajando sus brazos hasta la cintura.
No contestó inmediatamente y se giró a mirar a su “protegida”, en apariencia parecía ser una adolescente, quizás no superaría la veintena, su tamaño era similar al de Lyn.
- Gracias. – Dijo frotándose los ojos agotados. – Ahora… ¿Lo del monstruo?
Eletha volvió a fruncir el ceño y no contestó, el elfo que había arrastrado a la bruja hasta allí se acercó al grupo con cara de pocos amigos.
- No, no, no, no. – Dijo este volviendo a sujetar a la muchacha por los hombros, tratando de arrastrarla de vuelta consigo. – Esta ratera se va a dónde pertenece. – Aseveró.
- Tranquilízate, Thomas. – Dijo Eletha – Estoy seguro que su… - Esbozó una sonrisa mordaz – …Tutor – Amplió dicha sonrisa - Esta dispuesto a pagar por sus crímenes. ¿No es así, Tale? – Eltrant refunfuñó por lo bajo. - ¿Qué es lo que ha tratado de robar? – Preguntó la elfa al aldeano.
- Una tarta. – Dijo este de inmediato.
- Una tarta Tale. – Depositó una mano en el hombro del castaño. ¿Estaba disfrutando la elfa con aquello? – Págasela. - Ordenó, el castaño, por otro lado, gruñó algo parecido a un insulto en voz baja.
- ¿Thomas? No suena muy elfico – Dijo echando mano de la bolsa de Aeros que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón.
- ¿Sabes qué tampoco es muy elfico? – Contestó este arrebatando dicha bolsita de las manos del exmercenario – Partir piernas. – Aseguró tras tomar varios Aeros.
- Lo anotó, no se me vaya a olvidar. – Respondió el castaño guardándose la bolsa de Aeros, lanzado una breve mirada acusadora a la bruja. – Ahora, que hemos arreglado todo el asunto de mi pupila… - Eletha volvió a sonreír. – El monstruo. – Dijo cruzándose de brazos.
- ¿¡Le has dicho lo de…!? – Thomas sujetó a la alcaldesa del brazo, esta le detuvo a mitad de frase con una sonrisa, depositando una mano, suavemente, sobre la mano del hombre.
- El señor Tale es… un voluntario. No un mercenario. – Aseguró con una sonrisa extraña – No necesita ningún tipo de pago. – Frunció el ceño, ¿Tan arruinados estaban? – He pensado que quizás podríamos darle una oportunidad. – La expresión de Thomas se suavizó, estudió al hombre por encima, después a la “ladrona”.
- Muy bien. – Dijo.
- En lo más profundo del bosque hay… algo. – Dijo la mujer frunciendo el ceño.
- ¿…Algo? – Inquirió Eltrant. - ¿No sabéis que es? – La elfa movió la muñeca al oír la pregunta.
- Tenemos teorías. – Dijo – Pero no, nadie lo ha visto directamente. – Tomó aire. – Nadie que sepamos,claro. La mayoría de los heridos pierden el sentido antes de llegar a ser heridos. – Miró por encima del humano y la bruja, a la multitud que recorría la plaza de un lugar a otro, con relativa tranquilidad. – Algunos quieren ir a cazarlo. – Dijo – Otros prefieren esperar a ver qué pasa. – Suspiró. – Ambas opciones me parecen buenas.
- ¿Y la guardia? ¿Alguien con autoridad? – La elfa torció el gesto. - ¿No hay nadie que pueda lidiar con esto?
- Están demasiados ocupados con sus tonterías políticas en las grandes ciudades. – Se apoyó en el marco de la puerta. – Nosotros no figuramos en los mapas Tale ¿Qué esperas? – Eltrant bajó la cabeza y se atusó la barba, comenzaba a entender algunas cosas. – Por supuesto, tú, mercenario, dices que vas entrar en el bosque. – La elfa esbozó una sonrisa. – Así que, en un principio, no tenemos nada que perder ahora mismo.
- No soy un mercenario. – Dijo de nuevo, ligeramente molesto.
- Demuéstrame lo contrario. He visto muchas personas como tú, las palabras no bastan con los de tu horma. ¿Te recuerdo que buscabas aquí para empezar? – Aseveró la mujer bruscamente, empezaba a cansarse de sus cambios de humor, un instante podía parecerte simpática y, al siguiente, cambiar por completo su personalidad. – La gente no se ofrece “voluntaria” por que sí. – Eltrant apretó los dientes y negó con la cabeza.
- ¿…Hacía donde tengo que ir? – Preguntó al final, la elfa señaló una de las calles adyacentes al ayuntamiento.
- Por ahí, recto. – Indicó la elfa, la cual se separó de la puerta y, tras susúrrale unas palabras a Thomas al oído, le indicó con un gesto al exmercenario y a su amiga que se marchasen. – Es mejor que partáis pronto, nadie que ha salido de noche ha vuelto.
- Muy bien. – Dijo Eltrant girándose, primero tenía que parar en su cabaña, necesitaba recoger tu equipo.
- Te olvidas de tu pupila. – Dijo la mujer, riendo por lo bajo, a lo que Eltrant respondió con un gruñido.
- No te quedes atrás. – Le dijo suspirando, tirando de ella.
- ¡Veo que has hecho amigos, Mortal! – Se calló unos instantes, frunció el ceño - …Eso es raro – Dijo Lyn cuando Eltrant y la bruja se internaron en la cabaña, la cual, en aquel momento estaba totalmente a oscuras salvo por un par de velas en la mesa central.
Eltrant obvió la bienvenida de la joven y le hizo una rápida seña a la bruja para que se acomodase según creyese conveniente.
– Oh, es una chica. Y es… joven – Taladró al castaño con la mirada - ¿Te ha obligado a venir? – Le preguntó acercándose a ella. – Parpadea dos veces si te ha secuestrado. – La miró fijamente. – No tengas miedo. – Añadió, al final, sonrió de buen humor a la muchacha y la zarandeó un poco. - ¡Seamos amigas! – Exclamó.
Eltrant esbozó una sonrisa y negó con la cabeza al ver esto, se atusó la barba unos instantes. La información que le habían dado era muy vaga. ¿Un ser que no se dejaba ver y que hería a los aldeanos tras adormecerles? Algo no encajaba.
- Es complicado de explicar. – Dijo Eltrant suspirando, se giró hacía su nueva invitada. – Soy Eltrant Tale. – Sonrió a la ladrona. – Y ella es Lyn – Señaló a la vampiresa, que se encargó de mover la mano efusivamente, devolviéndole algo de espacio personal a la bruja.
- ¿…Entonces? – Preguntó Lyn - ¿Te han mirado las cicatrices? – Amplió la sonrisa - ¡A ver, a ver! ¡Enséñame ese pecho de lobo, Mortal! – Se acercó ahora a Eltrant en varias zancadas, casi fundiéndose con las sombras, y forcejeó con él para quitarle la camisa.
- ¡No! ¡Estate quieta! – Gruño Eltrant tratando de zafarse de su compañera - ¡Bájate! – Dio varios saltos tratando de que la joven cayese al suelo, pero no lo consiguió, al final, esta acabó descubriendo que seguía estando igual que siempre.
- ¿Tan mal estabas? – Dijo frunciendo el ceño, cruzándose de brazos. – Bueno… no es que me sorprenda, es decir, mírate la ca…
- Antes de que digas algo de lo que te puedas arrepentir… – Eltrant levantó el brazo suspirando – No me han mirado las cicatrices. – Dijo Eltrant reajustándose la camisa, momento tras el cual comenzó a colocarse la pesada armadura en torno a su cuerpo, atándola firmemente con las correas de cuero. – Al parecer hay un monstruo rondando la aldea. – Dijo. – Voy a lidiar con él. – Sonrió a la vampiresa, que se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
- “No tardaré mucho” – Dijo Lyn imitando la voz de Eltrant con un tono absurdo. – “No me van a herir” – Agregó - ¿No puedes estar en un sitio sin tratar de ayudarles? – Eltrant la miró durante unos segundos, y, al final, no pudo sino sonreír.
- ¡No me pongas esa cara! … pareces idiota. Más de lo normal, lo cual es preocupante, deberías ir a que te mirasen la cabeza, idiota, que eres un idiota. – Se cruzó de brazos, giró la cabeza, y se sentó de espaldas al exmercenario. – …Más te vale complacer más adelante a tu ama con numerosos regalos, Mortal. – Dijo levantándose de nuevo. – Te perdono por que puede ser divertido. – Sonrió, Eltrant negó con la cabeza. - ¡Vamos a cazar monstruos!
- Sol – Dijo con simpleza, deseando que a Eyre no le diese por pensar que era una cazadora de vampiros, aunque llegados a aquel punto, muy probablemente, la muchacha habría interpretado ya que Lyn no era una humana.
Lyn se mordió el labio inferior y, jugueteando con su flequillo, se sentó frente a la pequeña vela y se quedó en silencio unos instantes.
- Maldita bola de fuego gigante en el cielo ¿Qué se cree que es mejor que los demás? Ya me gustaría a mí tener un cubo de agua enorme y… - Lyn comenzó a susurrar una retahíla de frases inconexas. Cuando la muchacha volvió a levantar la mirada, pareció ver cierta preocupación en su expresión, genuina. - Ten cuidado. ¿Vale? – Dijo Lyn al final, suspirando, se giró hacía la bruja. - ¿Vas… a ayudarle? – Preguntó. – Por eso estas aquí ¿Verdad?
Se ató la espada de hielo al cinturón y, después de aquello, tomó el pesado mandoble plateado y se lo colocó en la espalda, ya tenía todo el equipo.
– Ella, bueno… la han confundido con una ladrona. - Eltrant miró a la chica e hizo cierto énfasis en la palabra “confundido”, era solo una muchacha ¿Sería prudente llevarla consigo?
Por supuesto, también era una bruja, una bruja a la que habían detenido mientras intentaba robar una tarta. Se rascó la barba, pensativo. No le parecía inteligente la idea de llevarla consigo, pero la bruja tenía una mirada que no sabía exactamente cómo interpretar y el que no fuera solo tranquilizaría a Lyn un poco, pero no podía obligarla.
– Vamos – Le dijo a la bruja – Te acompaño hasta la salida de la aldea si quieres. – Le dijo, tras ello, señaló el dormitorio para que Lyn se protegiese de los rayos de sol, quien no tardó en obedecer al castaño refunfuñando cosas entre las cuales solo comprendio la palabra "centenar".
- ¡Tráeme algo interesante! – Dijo esta desde la habitación, Eltrant sonrió al oír esto.
¿Había oído decir al elfo que la muchacha era una bruja?
Aguardó unos instantes, como el resto de los lugareños, a oír el motivo por el cual la joven se encontraba en aquella situación, al parecer, había tratado de robar algo usando su magia. Se cruzó de brazos y dejó escapar un ligero suspiro, al menos parecía arrepentida.
- ¿De verdad eso es necesario? – Preguntó a la alcaldesa, no obstante, antes de que esta pudiese responder la joven mordió con fuerza a su captor y, mientras este gritaba de dolor, huyó hacia dónde estaban él y Eletha, ocultándose tras su espalda casi de inmediato.
Se llevó la mano hasta la barba.
- ¿Es verdad lo que dice, Tale? – Preguntó la rubia estudiando a la bruja, era evidente que la mujer había visto a través de la joven ladrona fácilmente, ¿Qué esperaba que respondiese él? - ¿Eres su tutor? ¿Eres responsable de esta joven… ladrona? – La alcaldesa le miró severamente, Eltrant se giró hacía la bruja y se rascó la barba.
- Sí. – Dijo al cabo de unos segundos, la alcaldesa sonrió, no supo interpretar a que se debía, pero parecía al menos conforme con aquella respuesta.
- No te juzgaré, mercenario, no es mi incumbencia el conocer cuál es el motivo por el cual viajas con dos jóvenes a las que podrías doblar en edad. – Aseveró la mujer bajando sus brazos hasta la cintura.
No contestó inmediatamente y se giró a mirar a su “protegida”, en apariencia parecía ser una adolescente, quizás no superaría la veintena, su tamaño era similar al de Lyn.
- Gracias. – Dijo frotándose los ojos agotados. – Ahora… ¿Lo del monstruo?
Eletha volvió a fruncir el ceño y no contestó, el elfo que había arrastrado a la bruja hasta allí se acercó al grupo con cara de pocos amigos.
- No, no, no, no. – Dijo este volviendo a sujetar a la muchacha por los hombros, tratando de arrastrarla de vuelta consigo. – Esta ratera se va a dónde pertenece. – Aseveró.
- Tranquilízate, Thomas. – Dijo Eletha – Estoy seguro que su… - Esbozó una sonrisa mordaz – …Tutor – Amplió dicha sonrisa - Esta dispuesto a pagar por sus crímenes. ¿No es así, Tale? – Eltrant refunfuñó por lo bajo. - ¿Qué es lo que ha tratado de robar? – Preguntó la elfa al aldeano.
- Una tarta. – Dijo este de inmediato.
- Una tarta Tale. – Depositó una mano en el hombro del castaño. ¿Estaba disfrutando la elfa con aquello? – Págasela. - Ordenó, el castaño, por otro lado, gruñó algo parecido a un insulto en voz baja.
- ¿Thomas? No suena muy elfico – Dijo echando mano de la bolsa de Aeros que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón.
- ¿Sabes qué tampoco es muy elfico? – Contestó este arrebatando dicha bolsita de las manos del exmercenario – Partir piernas. – Aseguró tras tomar varios Aeros.
- Lo anotó, no se me vaya a olvidar. – Respondió el castaño guardándose la bolsa de Aeros, lanzado una breve mirada acusadora a la bruja. – Ahora, que hemos arreglado todo el asunto de mi pupila… - Eletha volvió a sonreír. – El monstruo. – Dijo cruzándose de brazos.
- ¿¡Le has dicho lo de…!? – Thomas sujetó a la alcaldesa del brazo, esta le detuvo a mitad de frase con una sonrisa, depositando una mano, suavemente, sobre la mano del hombre.
- El señor Tale es… un voluntario. No un mercenario. – Aseguró con una sonrisa extraña – No necesita ningún tipo de pago. – Frunció el ceño, ¿Tan arruinados estaban? – He pensado que quizás podríamos darle una oportunidad. – La expresión de Thomas se suavizó, estudió al hombre por encima, después a la “ladrona”.
- Muy bien. – Dijo.
- En lo más profundo del bosque hay… algo. – Dijo la mujer frunciendo el ceño.
- ¿…Algo? – Inquirió Eltrant. - ¿No sabéis que es? – La elfa movió la muñeca al oír la pregunta.
- Tenemos teorías. – Dijo – Pero no, nadie lo ha visto directamente. – Tomó aire. – Nadie que sepamos,claro. La mayoría de los heridos pierden el sentido antes de llegar a ser heridos. – Miró por encima del humano y la bruja, a la multitud que recorría la plaza de un lugar a otro, con relativa tranquilidad. – Algunos quieren ir a cazarlo. – Dijo – Otros prefieren esperar a ver qué pasa. – Suspiró. – Ambas opciones me parecen buenas.
- ¿Y la guardia? ¿Alguien con autoridad? – La elfa torció el gesto. - ¿No hay nadie que pueda lidiar con esto?
- Están demasiados ocupados con sus tonterías políticas en las grandes ciudades. – Se apoyó en el marco de la puerta. – Nosotros no figuramos en los mapas Tale ¿Qué esperas? – Eltrant bajó la cabeza y se atusó la barba, comenzaba a entender algunas cosas. – Por supuesto, tú, mercenario, dices que vas entrar en el bosque. – La elfa esbozó una sonrisa. – Así que, en un principio, no tenemos nada que perder ahora mismo.
- No soy un mercenario. – Dijo de nuevo, ligeramente molesto.
- Demuéstrame lo contrario. He visto muchas personas como tú, las palabras no bastan con los de tu horma. ¿Te recuerdo que buscabas aquí para empezar? – Aseveró la mujer bruscamente, empezaba a cansarse de sus cambios de humor, un instante podía parecerte simpática y, al siguiente, cambiar por completo su personalidad. – La gente no se ofrece “voluntaria” por que sí. – Eltrant apretó los dientes y negó con la cabeza.
- ¿…Hacía donde tengo que ir? – Preguntó al final, la elfa señaló una de las calles adyacentes al ayuntamiento.
- Por ahí, recto. – Indicó la elfa, la cual se separó de la puerta y, tras susúrrale unas palabras a Thomas al oído, le indicó con un gesto al exmercenario y a su amiga que se marchasen. – Es mejor que partáis pronto, nadie que ha salido de noche ha vuelto.
- Muy bien. – Dijo Eltrant girándose, primero tenía que parar en su cabaña, necesitaba recoger tu equipo.
- Te olvidas de tu pupila. – Dijo la mujer, riendo por lo bajo, a lo que Eltrant respondió con un gruñido.
- No te quedes atrás. – Le dijo suspirando, tirando de ella.
[…]
- ¡Veo que has hecho amigos, Mortal! – Se calló unos instantes, frunció el ceño - …Eso es raro – Dijo Lyn cuando Eltrant y la bruja se internaron en la cabaña, la cual, en aquel momento estaba totalmente a oscuras salvo por un par de velas en la mesa central.
Eltrant obvió la bienvenida de la joven y le hizo una rápida seña a la bruja para que se acomodase según creyese conveniente.
– Oh, es una chica. Y es… joven – Taladró al castaño con la mirada - ¿Te ha obligado a venir? – Le preguntó acercándose a ella. – Parpadea dos veces si te ha secuestrado. – La miró fijamente. – No tengas miedo. – Añadió, al final, sonrió de buen humor a la muchacha y la zarandeó un poco. - ¡Seamos amigas! – Exclamó.
Eltrant esbozó una sonrisa y negó con la cabeza al ver esto, se atusó la barba unos instantes. La información que le habían dado era muy vaga. ¿Un ser que no se dejaba ver y que hería a los aldeanos tras adormecerles? Algo no encajaba.
- Es complicado de explicar. – Dijo Eltrant suspirando, se giró hacía su nueva invitada. – Soy Eltrant Tale. – Sonrió a la ladrona. – Y ella es Lyn – Señaló a la vampiresa, que se encargó de mover la mano efusivamente, devolviéndole algo de espacio personal a la bruja.
- ¿…Entonces? – Preguntó Lyn - ¿Te han mirado las cicatrices? – Amplió la sonrisa - ¡A ver, a ver! ¡Enséñame ese pecho de lobo, Mortal! – Se acercó ahora a Eltrant en varias zancadas, casi fundiéndose con las sombras, y forcejeó con él para quitarle la camisa.
- ¡No! ¡Estate quieta! – Gruño Eltrant tratando de zafarse de su compañera - ¡Bájate! – Dio varios saltos tratando de que la joven cayese al suelo, pero no lo consiguió, al final, esta acabó descubriendo que seguía estando igual que siempre.
- ¿Tan mal estabas? – Dijo frunciendo el ceño, cruzándose de brazos. – Bueno… no es que me sorprenda, es decir, mírate la ca…
- Antes de que digas algo de lo que te puedas arrepentir… – Eltrant levantó el brazo suspirando – No me han mirado las cicatrices. – Dijo Eltrant reajustándose la camisa, momento tras el cual comenzó a colocarse la pesada armadura en torno a su cuerpo, atándola firmemente con las correas de cuero. – Al parecer hay un monstruo rondando la aldea. – Dijo. – Voy a lidiar con él. – Sonrió a la vampiresa, que se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
- “No tardaré mucho” – Dijo Lyn imitando la voz de Eltrant con un tono absurdo. – “No me van a herir” – Agregó - ¿No puedes estar en un sitio sin tratar de ayudarles? – Eltrant la miró durante unos segundos, y, al final, no pudo sino sonreír.
- ¡No me pongas esa cara! … pareces idiota. Más de lo normal, lo cual es preocupante, deberías ir a que te mirasen la cabeza, idiota, que eres un idiota. – Se cruzó de brazos, giró la cabeza, y se sentó de espaldas al exmercenario. – …Más te vale complacer más adelante a tu ama con numerosos regalos, Mortal. – Dijo levantándose de nuevo. – Te perdono por que puede ser divertido. – Sonrió, Eltrant negó con la cabeza. - ¡Vamos a cazar monstruos!
- Sol – Dijo con simpleza, deseando que a Eyre no le diese por pensar que era una cazadora de vampiros, aunque llegados a aquel punto, muy probablemente, la muchacha habría interpretado ya que Lyn no era una humana.
Lyn se mordió el labio inferior y, jugueteando con su flequillo, se sentó frente a la pequeña vela y se quedó en silencio unos instantes.
- Maldita bola de fuego gigante en el cielo ¿Qué se cree que es mejor que los demás? Ya me gustaría a mí tener un cubo de agua enorme y… - Lyn comenzó a susurrar una retahíla de frases inconexas. Cuando la muchacha volvió a levantar la mirada, pareció ver cierta preocupación en su expresión, genuina. - Ten cuidado. ¿Vale? – Dijo Lyn al final, suspirando, se giró hacía la bruja. - ¿Vas… a ayudarle? – Preguntó. – Por eso estas aquí ¿Verdad?
Se ató la espada de hielo al cinturón y, después de aquello, tomó el pesado mandoble plateado y se lo colocó en la espalda, ya tenía todo el equipo.
– Ella, bueno… la han confundido con una ladrona. - Eltrant miró a la chica e hizo cierto énfasis en la palabra “confundido”, era solo una muchacha ¿Sería prudente llevarla consigo?
Por supuesto, también era una bruja, una bruja a la que habían detenido mientras intentaba robar una tarta. Se rascó la barba, pensativo. No le parecía inteligente la idea de llevarla consigo, pero la bruja tenía una mirada que no sabía exactamente cómo interpretar y el que no fuera solo tranquilizaría a Lyn un poco, pero no podía obligarla.
– Vamos – Le dijo a la bruja – Te acompaño hasta la salida de la aldea si quieres. – Le dijo, tras ello, señaló el dormitorio para que Lyn se protegiese de los rayos de sol, quien no tardó en obedecer al castaño refunfuñando cosas entre las cuales solo comprendio la palabra "centenar".
- ¡Tráeme algo interesante! – Dijo esta desde la habitación, Eltrant sonrió al oír esto.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
La jovencita estuvo a punto de saltar de emoción ante el escueto “Sí” de su nuevo protector. Tuvo que forzarse a cerrar la boca y disimular el gesto de sorpresa para no quedar aún más en evidencia y, fingiendo sumisión, permaneció en completo silencio incluso cuando el elfo perjudicado se acercó para continuar con la afrenta. Para su fortuna -y aparente molestia del “mercenario”- la situación fue solucionada con una simple retribución. La niña tragó saliva y observó fijamente el sitio donde el muchacho volvía a guardar el monedero, sintiéndose tentada a tomarlo. Había aprendido que el dinero era la causa y la solución de la gran mayoría de los problemas. Sin embargo se abstuvo, pues, aunque había intentado robar algo de comer, lo hizo a causa de las circunstancias. ¡No era una sucia ladrona!
Su deuda con el elfo estaba saldada, pero ahora tenía una nueva con el -aparente- humano. Atenta a la conversación, no se le pasó por alto el asunto que los mayores estaban tratando. ¿Así que el sujeto era un cazador? No le extrañaba, entonces, que llevase esas pintas de demacrado. Siguió la mirada de la mujer y observó a los citadinos; no parecía un pueblo asolado por un monstruo... exactamente por eso mismo ella se había metido allí. Si no, claramente, hubiera seguido de largo tal como hizo con las grandes y caóticas ciudades repletas de enfermos.
-No te quedes atrás. -Dijo toscamente el hombre, arrancándola de sus cavilaciones con un brusco tirón- Lo... lo siento. -Masculló ella, procediendo a correr tras él, sin conseguir seguirle el paso.
A partir de allí volvió a quedarse callada. Más de una vez se le pasó por la cabeza simplemente escapar, pero, en vista de que aquel sujeto no la liberaba de su lado con un simple “no me debes nada, puedes irte”, entendía que tenía que buscar la forma de retribuirle la ayuda. Además, para Eyre, quien creía fuertemente en el destino -porque le veía la cara prácticamente cada día- tenía que existir una razón por la cual se habían encontrado. Quizás él era la clave para continuar su viaje... o, quizás, ella estaba allí para serle útil a él. Aunque, cuando se internaron en aquella cabaña completamente oscura... tembló al pensar qué clase de “utilidad” podría terminar siéndole exigida.
-¿Mortal?... -Eyre observó con fijeza a la joven que los esperaba dentro. Estaba sola, a oscuras y era tan confianzuda que la bruja no supo cómo reaccionar. Se limitó a alternar la mirada entre una y otro con gesto de estupefacción, hasta que llegó la parte del interrogatorio.
-Yo... no, no me ha obligado, me ha ayu... -Pero fue interrumpida por una inusual propuesta de amistad. La jovencita abrió los ojos de par en par mientras su solitario corazoncito daba un vuelco de emoción. ¡Su primer amiga!- ¡C-Claro! ¡Mucho gusto! Yo soy Eyre. -Susurró haciendo una educada reverencia, pero el extraño dúo ya no le estaba prestando atención. Dando un par de pasos atrás, la bruja observó atónita y ruborizada cómo aquella muchacha... sometía al hombre y lo forzaba a quitarse la ropa. ¿Con qué clase de gente había ido a parar? ¿Tenían lo que los libros para adultos llamaban “relación sadomasoquista”? De ser así, obviamente Lyn era la que mandaba, por algo se llamaban “la ama y el mortal”.
-¿Vas… a ayudarle? Por eso estas aquí ¿Verdad?
Eyre pestañeó y dedicó una larga mirada al hombre, con los labios tensos y el ceño fruncido. Finalmente asintió y, al salir, se despidió de la otra joven moviendo enérgicamente la mano. Internamente esperó volver a verla, después de todo, ahora eran “amigas”. Tras esto, tocó de nuevo caminar en silencio durante un momento, mas por fin decidió tomar la palabra de una vez por todas cuando se acercaron a los límites del pueblito.
-Muchas gracias por ayudarme. ¡Me has salvado! Se ven... agradables, ustedes dos. -Esbozó una leve sonrisa y alzó la mano para juguetear tímidamente con un mechón de su cabello- No hace falta que me acompañes. Te ayudaré. ¿Puedo? -Observó alrededor. A medida que caminaban, el sendero se hacía estrecho y comenzaba a ser lindado por vegetación más espesa. Los ojos de la niña escrutaron los alrededores en busca de algo hasta que, de pronto, chasqueó la lengua. -Oh, ¿me esperarías un segundo? -Tras un instante de duda, finalmente se salió del camino para llegar hasta un árbol cuyo tronco hueco escondía sus pertenencias. Sacó su mochila, que ya contaba con un par de remiendos, y su largo bastón. Los había ocultado ahí para llamar menos la atención en el pueblo, cosa que no había servido de mucho. Ayudándose con el largo palo para apartar las plantas y evitar que se le enganchasen en el vestido, regresó al sendero- Te debo una mano... y no tengo otra manera de pagarte. -Continuó con lo que iba diciendo- Ah, y para que quede claro, ¡no soy ninguna ladrona! Sé que... estuvo mal. -Refunfuñó- Sólo... tenía más hambre que dinero, eso es todo. Tú debes saber lo que es eso, por algo eres un mercenario... ¿no?
Se concentró en caminar con buen porte: espalda erguida, pecho afuera, ceño fruncido, intentando imitar la actitud de su acompañante. Pero, aunque había ofrecido su ayuda con total seguridad, por dentro se preguntaba de qué manera podría ser útil en semejante misión. ¿Cómo se suponía que ayudara a cazar un monstruo, ella, Eyre, la niña de mamá cuyas rodillas temblaban ante la visión de un simple insecto?
Su deuda con el elfo estaba saldada, pero ahora tenía una nueva con el -aparente- humano. Atenta a la conversación, no se le pasó por alto el asunto que los mayores estaban tratando. ¿Así que el sujeto era un cazador? No le extrañaba, entonces, que llevase esas pintas de demacrado. Siguió la mirada de la mujer y observó a los citadinos; no parecía un pueblo asolado por un monstruo... exactamente por eso mismo ella se había metido allí. Si no, claramente, hubiera seguido de largo tal como hizo con las grandes y caóticas ciudades repletas de enfermos.
-No te quedes atrás. -Dijo toscamente el hombre, arrancándola de sus cavilaciones con un brusco tirón- Lo... lo siento. -Masculló ella, procediendo a correr tras él, sin conseguir seguirle el paso.
A partir de allí volvió a quedarse callada. Más de una vez se le pasó por la cabeza simplemente escapar, pero, en vista de que aquel sujeto no la liberaba de su lado con un simple “no me debes nada, puedes irte”, entendía que tenía que buscar la forma de retribuirle la ayuda. Además, para Eyre, quien creía fuertemente en el destino -porque le veía la cara prácticamente cada día- tenía que existir una razón por la cual se habían encontrado. Quizás él era la clave para continuar su viaje... o, quizás, ella estaba allí para serle útil a él. Aunque, cuando se internaron en aquella cabaña completamente oscura... tembló al pensar qué clase de “utilidad” podría terminar siéndole exigida.
-¿Mortal?... -Eyre observó con fijeza a la joven que los esperaba dentro. Estaba sola, a oscuras y era tan confianzuda que la bruja no supo cómo reaccionar. Se limitó a alternar la mirada entre una y otro con gesto de estupefacción, hasta que llegó la parte del interrogatorio.
-Yo... no, no me ha obligado, me ha ayu... -Pero fue interrumpida por una inusual propuesta de amistad. La jovencita abrió los ojos de par en par mientras su solitario corazoncito daba un vuelco de emoción. ¡Su primer amiga!- ¡C-Claro! ¡Mucho gusto! Yo soy Eyre. -Susurró haciendo una educada reverencia, pero el extraño dúo ya no le estaba prestando atención. Dando un par de pasos atrás, la bruja observó atónita y ruborizada cómo aquella muchacha... sometía al hombre y lo forzaba a quitarse la ropa. ¿Con qué clase de gente había ido a parar? ¿Tenían lo que los libros para adultos llamaban “relación sadomasoquista”? De ser así, obviamente Lyn era la que mandaba, por algo se llamaban “la ama y el mortal”.
-¿Vas… a ayudarle? Por eso estas aquí ¿Verdad?
Eyre pestañeó y dedicó una larga mirada al hombre, con los labios tensos y el ceño fruncido. Finalmente asintió y, al salir, se despidió de la otra joven moviendo enérgicamente la mano. Internamente esperó volver a verla, después de todo, ahora eran “amigas”. Tras esto, tocó de nuevo caminar en silencio durante un momento, mas por fin decidió tomar la palabra de una vez por todas cuando se acercaron a los límites del pueblito.
-Muchas gracias por ayudarme. ¡Me has salvado! Se ven... agradables, ustedes dos. -Esbozó una leve sonrisa y alzó la mano para juguetear tímidamente con un mechón de su cabello- No hace falta que me acompañes. Te ayudaré. ¿Puedo? -Observó alrededor. A medida que caminaban, el sendero se hacía estrecho y comenzaba a ser lindado por vegetación más espesa. Los ojos de la niña escrutaron los alrededores en busca de algo hasta que, de pronto, chasqueó la lengua. -Oh, ¿me esperarías un segundo? -Tras un instante de duda, finalmente se salió del camino para llegar hasta un árbol cuyo tronco hueco escondía sus pertenencias. Sacó su mochila, que ya contaba con un par de remiendos, y su largo bastón. Los había ocultado ahí para llamar menos la atención en el pueblo, cosa que no había servido de mucho. Ayudándose con el largo palo para apartar las plantas y evitar que se le enganchasen en el vestido, regresó al sendero- Te debo una mano... y no tengo otra manera de pagarte. -Continuó con lo que iba diciendo- Ah, y para que quede claro, ¡no soy ninguna ladrona! Sé que... estuvo mal. -Refunfuñó- Sólo... tenía más hambre que dinero, eso es todo. Tú debes saber lo que es eso, por algo eres un mercenario... ¿no?
Se concentró en caminar con buen porte: espalda erguida, pecho afuera, ceño fruncido, intentando imitar la actitud de su acompañante. Pero, aunque había ofrecido su ayuda con total seguridad, por dentro se preguntaba de qué manera podría ser útil en semejante misión. ¿Cómo se suponía que ayudara a cazar un monstruo, ella, Eyre, la niña de mamá cuyas rodillas temblaban ante la visión de un simple insecto?
Eyre
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Llegó, acompañado por la joven Eyre, hasta el camino que conducía, según había afirmado la alcaldesa, al bosque en el que se ocultaba el monstruo. Fue ese el momento en el que la bruja le agradeció lo que había hecho por ella.
- Oh, no te preocupes. – Dijo pasándose la mano por el pelo, quitándole importancia al asunto con una sonrisa. Volvió a analizar a la joven cuando esta, definitivamente, se ofreció a ayudar al castaño en la tarea para la que se había ofrecido voluntario. Enarcó una ceja, pensándose bien que responder, por mucho que se esforzarse por tratar de pensar que Eyre era una bruja y, por tanto, poderosa; esta parecía la típica adolescente que encontrarías en los barrios altos de Lunargeta, los cercanos al castillo.
- ¿Estás segura? – Preguntó, sonriendo quizás debido a que como sucedía con Lyn, el buen humor de aquella muchacha era, en cierto modo, contagioso. Suspiró y continuó caminando en cabeza, guiando aquella diminuta expedición de dos personas.
Negó levemente con la cabeza y, sin perder la sonrisa, se detuvo cuando su nueva compañera se lo pidió, tenía que admitir que conocía pocas personas que compartiesen la educación y la formalidad de la que hacía gala la muchacha ¿Sería la descendiente de alguna casa noble? Aun cuando aquella pregunta surcó sus pensamientos dudaba que este fuese el caso, ¿Qué haría allí Eyre si aquello era cierto? ¿Por qué estaba tratando de robar una tarta si tenía el suficiente poder adquisitivo para comprar una panadería entera?
Fuese como fuese la joven no pareció escuchar la pregunta que le había hecho, o no quiso hacerlo, estaba dispuesta a ir con él hasta lo más profundo del bosque, algo que decidió no discutir. Era cierto que podía resultar peligroso, pero era mejor eso que ir solo, y, por otro lado, estaba empezando a acostumbrarse a ir a todas partes acompañado.
Sonrió, muy a su pesar, al verla desaparecer entre los matojos. Estaba perdiendo las buenas costumbres.
Eyre volvió portando un largo bastón y una mochila que era evidente que había visto mejores días. Asintió conforme al ver a la muchacha “equipada” y, una vez esta estuvo de vuelta en el sendero, retomaron el rumbo.
No pasó demasiado hasta que volvió a detenerse a mirar a su acompañante, la cual había que no era una ladrona, sino que el incidente con la tarta se había producido por necesidad, algo que él debería entender por la profesión que realizaba, un mercenario no tenía mucho de lo que llevarse a la boca.
- No soy un mercenario – Dijo tras suspirar, volviendo a reemprender la marcha. – Pero sí. – Dijo con una sonrisa. – Se a qué te refieres – Añadió al final, situándose junto a la maga, apartando varias de las ramas más bajas de los árboles de su camino.
“Tenía más hambre que dinero”, sonrió, aquellas habían sido las palabras exactas de Eyre. En cierto modo la bruja le parecía una versión sofisticada de sí mismo, al menos de la persona que era cuando, con apenas dieciséis años se escapó de la granja. Era curioso, recordaba con añoranza aquellos días, años en los vagó por Aerandir solo con una espada herrumbrosa y el deseo de conocer todas y cada una de las ciudades del continente.
En realidad, tampoco había cambiado tanto
- No tienes por qué pagarme nada, estabas en problemas y… necesitabas ayuda. – Dijo tras varios minutos de silencio, rebuscó en uno de los bolsos que llevaba atados al cinturón en que, también, pendía la espada de hielo. – Toma – Depositó entre sus manos un trozo de pan. – No es mucho, y esta algo duro, pero es mejor que robar tartas. – Sonrió a la muchacha.
El sendero desembocó en un amplio claro en el que crecían un inusual número de flores de todos los colores, probablemente alimentadas por el pequeño estanque que descansaba en el centro del lugar, separándolo del resto del bosque casi como si fuese un diminuto mar interior y dando la sensación de que acababan de internarse en un jardín natural.
Respiró profundamente, tratando de captar algo del aroma que desprendían aquellas flores. Aquel lugar debía de estar mantenido por algún lugareño, estaba demasiado bien cuidado, cosa que le indicó que aún les faltaba bastante camino por delante, estaban muy lejos de haber llegado al “centro” del bosque.
– Paramos a descansar unos minutos – Dijo desatándose la claymore de la espalda y depositándola con cuidado en el suelo, aquella cosa pesaba más de lo que parecía a simple vista, iba a acabar destrozándose la espalda si seguía así. – Quédate dónde pueda verte. – Añadió en seguida agachándose junto al estanque dónde, tras refrescarse la cara con un poco de agua, procedió a rellenar la cantimplora.
Frunció el ceño y clavó sus ojos en su propio reflejo que, desde el estanque, le devolvía la mirada. Eletha hablaba de un monstruo, pero los aldeanos parecían tranquilos, tampoco había oído hablar de heridos a ningún otro lugareño salvo a la alcaldesa y al elfo que había apresado a Eyre.
¿Lo estaban guardando en secreto para que no cundiese el pánico? Podía ser, pero en ese caso ¿Por qué existían los granjeros que, según había dicho Eletha, querían cazar por su propia cuenta al monstruo? Sacudió la cabeza y volvió a lanzarse agua a la cara.
Daba igual las vueltas que le diese a aquel asunto, si existía el monstruo, podía matarlo.
Y, por lo que vio al fondo del lago, parcialmente oculto entre varias piedras y envuelto en algas: existía, había algo en aquellos bosques.
- Eyre… - Dijo lo suficientemente alto como para captar la atención de la muchacha, estuviese dónde estuviese. – Ven aquí. – Ordenó. – Ya. – Dijo a la vez que introducía la mano en el agua.
Sacó un brazo inerte del agua, uno que aun contaba con un grueso guantelete de cuero rodeándolo. Frunció el ceño, lo habían cercenado con un corte limpio, con algún tipo de cuchilla ridículamente afilada, a la altura del codo. O al menos eso fue lo interpretó, por el olor y las diferentes plantas que la cubrían aquella extremidad debía de llevar ahí bastante tiempo, podía estar perfectamente equivocado.
- No te alejes de mí – Dijo dejando caer la extremidad al suelo para, instantes después, volver a colocarse la gigantesca espada en la espalda. Había algo en aquel bosque, daba igual si era un monstruo o no, la alcaldesa no le había mentido, al menos respecto a aquello.
- Oh, no te preocupes. – Dijo pasándose la mano por el pelo, quitándole importancia al asunto con una sonrisa. Volvió a analizar a la joven cuando esta, definitivamente, se ofreció a ayudar al castaño en la tarea para la que se había ofrecido voluntario. Enarcó una ceja, pensándose bien que responder, por mucho que se esforzarse por tratar de pensar que Eyre era una bruja y, por tanto, poderosa; esta parecía la típica adolescente que encontrarías en los barrios altos de Lunargeta, los cercanos al castillo.
- ¿Estás segura? – Preguntó, sonriendo quizás debido a que como sucedía con Lyn, el buen humor de aquella muchacha era, en cierto modo, contagioso. Suspiró y continuó caminando en cabeza, guiando aquella diminuta expedición de dos personas.
Negó levemente con la cabeza y, sin perder la sonrisa, se detuvo cuando su nueva compañera se lo pidió, tenía que admitir que conocía pocas personas que compartiesen la educación y la formalidad de la que hacía gala la muchacha ¿Sería la descendiente de alguna casa noble? Aun cuando aquella pregunta surcó sus pensamientos dudaba que este fuese el caso, ¿Qué haría allí Eyre si aquello era cierto? ¿Por qué estaba tratando de robar una tarta si tenía el suficiente poder adquisitivo para comprar una panadería entera?
Fuese como fuese la joven no pareció escuchar la pregunta que le había hecho, o no quiso hacerlo, estaba dispuesta a ir con él hasta lo más profundo del bosque, algo que decidió no discutir. Era cierto que podía resultar peligroso, pero era mejor eso que ir solo, y, por otro lado, estaba empezando a acostumbrarse a ir a todas partes acompañado.
Sonrió, muy a su pesar, al verla desaparecer entre los matojos. Estaba perdiendo las buenas costumbres.
Eyre volvió portando un largo bastón y una mochila que era evidente que había visto mejores días. Asintió conforme al ver a la muchacha “equipada” y, una vez esta estuvo de vuelta en el sendero, retomaron el rumbo.
No pasó demasiado hasta que volvió a detenerse a mirar a su acompañante, la cual había que no era una ladrona, sino que el incidente con la tarta se había producido por necesidad, algo que él debería entender por la profesión que realizaba, un mercenario no tenía mucho de lo que llevarse a la boca.
- No soy un mercenario – Dijo tras suspirar, volviendo a reemprender la marcha. – Pero sí. – Dijo con una sonrisa. – Se a qué te refieres – Añadió al final, situándose junto a la maga, apartando varias de las ramas más bajas de los árboles de su camino.
“Tenía más hambre que dinero”, sonrió, aquellas habían sido las palabras exactas de Eyre. En cierto modo la bruja le parecía una versión sofisticada de sí mismo, al menos de la persona que era cuando, con apenas dieciséis años se escapó de la granja. Era curioso, recordaba con añoranza aquellos días, años en los vagó por Aerandir solo con una espada herrumbrosa y el deseo de conocer todas y cada una de las ciudades del continente.
En realidad, tampoco había cambiado tanto
- No tienes por qué pagarme nada, estabas en problemas y… necesitabas ayuda. – Dijo tras varios minutos de silencio, rebuscó en uno de los bolsos que llevaba atados al cinturón en que, también, pendía la espada de hielo. – Toma – Depositó entre sus manos un trozo de pan. – No es mucho, y esta algo duro, pero es mejor que robar tartas. – Sonrió a la muchacha.
El sendero desembocó en un amplio claro en el que crecían un inusual número de flores de todos los colores, probablemente alimentadas por el pequeño estanque que descansaba en el centro del lugar, separándolo del resto del bosque casi como si fuese un diminuto mar interior y dando la sensación de que acababan de internarse en un jardín natural.
Respiró profundamente, tratando de captar algo del aroma que desprendían aquellas flores. Aquel lugar debía de estar mantenido por algún lugareño, estaba demasiado bien cuidado, cosa que le indicó que aún les faltaba bastante camino por delante, estaban muy lejos de haber llegado al “centro” del bosque.
– Paramos a descansar unos minutos – Dijo desatándose la claymore de la espalda y depositándola con cuidado en el suelo, aquella cosa pesaba más de lo que parecía a simple vista, iba a acabar destrozándose la espalda si seguía así. – Quédate dónde pueda verte. – Añadió en seguida agachándose junto al estanque dónde, tras refrescarse la cara con un poco de agua, procedió a rellenar la cantimplora.
Frunció el ceño y clavó sus ojos en su propio reflejo que, desde el estanque, le devolvía la mirada. Eletha hablaba de un monstruo, pero los aldeanos parecían tranquilos, tampoco había oído hablar de heridos a ningún otro lugareño salvo a la alcaldesa y al elfo que había apresado a Eyre.
¿Lo estaban guardando en secreto para que no cundiese el pánico? Podía ser, pero en ese caso ¿Por qué existían los granjeros que, según había dicho Eletha, querían cazar por su propia cuenta al monstruo? Sacudió la cabeza y volvió a lanzarse agua a la cara.
Daba igual las vueltas que le diese a aquel asunto, si existía el monstruo, podía matarlo.
Y, por lo que vio al fondo del lago, parcialmente oculto entre varias piedras y envuelto en algas: existía, había algo en aquellos bosques.
- Eyre… - Dijo lo suficientemente alto como para captar la atención de la muchacha, estuviese dónde estuviese. – Ven aquí. – Ordenó. – Ya. – Dijo a la vez que introducía la mano en el agua.
Sacó un brazo inerte del agua, uno que aun contaba con un grueso guantelete de cuero rodeándolo. Frunció el ceño, lo habían cercenado con un corte limpio, con algún tipo de cuchilla ridículamente afilada, a la altura del codo. O al menos eso fue lo interpretó, por el olor y las diferentes plantas que la cubrían aquella extremidad debía de llevar ahí bastante tiempo, podía estar perfectamente equivocado.
- No te alejes de mí – Dijo dejando caer la extremidad al suelo para, instantes después, volver a colocarse la gigantesca espada en la espalda. Había algo en aquel bosque, daba igual si era un monstruo o no, la alcaldesa no le había mentido, al menos respecto a aquello.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Cuando el hombre rectificó lo que ella había dicho, alzó una mano e hizo un ademán nervioso en el aire, como borrando sus propias palabras- Oh, lo siento... ¿eres un cazador, entonces? -Fue por la segunda opción más obvia. Pero, si no era ni un mercenario ni un cazador, ¿qué hacía internándose en el bosque, con espada en mano y una armadura algo vieja, para ir a atrapar un monstruo? Eyre lo miró de arriba a abajo, intentando adivinar la estirpe de su acompañante sin mucho éxito. De hecho, aún ni siquiera estaba segura de que se tratase de un humano.
Aceptó el pan con cierta reticencia. Tenía tanta hambre que no solo no pudo negarse, sino que se tomó el tiempo de morder un trozo y lo tragarlo con deleite antes de dignarse a hablar.
-Dices que no te debo nada, pero siento que cada vez estoy más en deuda. -Sonrió con timidez y, antes de continuar mordisqueando, murmuró: -Te lo agradezco mucho.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no pensar que su viaje estaba yendo de mal en peor y que no era la fantástica travesía que había imaginado al escapar de su hogar. Jamás en su corta vida se había imaginado recibiendo “beneficencia”, así como tampoco se había imaginado intentando efectuar un robo... y aún no llevaba ni una semana de viaje. ¿Qué otras desagradables sorpresas le depararía el futuro? Temía a cada instante que la respuesta a esa incógnita se le mostrase en alguna horrible visión.
Cuando llegaron al claro, Eyre lo observó todo con puntillosa atención. Durante todo el camino se la habría podido ver haciendo eso con solo echarle una ojeada; se notaba que estaba buscando algo. Algo que, a juzgar por su expresión de desaliento, seguía sin encontrar. Había recorrido la mitad de los bosques de la península intentando descubrir, sin mucho éxito, aquel paisaje que había vislumbrado en sus premoniciones. No conocía la ubicación del mismo, pero tenía la certeza de que lo sabría con solo verlo. Y este claro resultaba ser muy bonito, pero no era lo que buscaba.
“Quédate donde pueda verte”, dijo Eltrant, y Eyre le hizo caso. De todos modos, el claro no era muy espacioso y no pensaba continuar internándose en el bosque sin él. Se limitó a observar las plantas y recoger unas pocas hierbas con propiedades medicinales que guardó en un bolsillito interior de su mochila. Estaba volviendo a calzársela en los hombros cuando fue llamada por su acompañante tan abruptamente que pegó un respingo. -¿¡Qué pasa!? -Inquirió con un tono de voz más agudo del que le hubiese gustado, tras lo cual inhaló para calmarse. “Debes estar tranquila para poder ser útil, ¡no quieres que piense que eres una cobarde!” -Se reprendió internamente mientras se dirigía al lado del hombre. Y, justo cuando llegó hasta él, pudo presenciar lo más horroroso que había visto -al menos, en vivo y en directo- en toda su corta vida.
-¿¡P-po-por qué hay-hay un bra-bra-bra...!? -Antes de terminar la oración ya había retrocedido diez pasos y se cubría la boca con una mano, temiendo vomitar. Estaba lívida, más de lo que ya era de por sí; era evidente que su vida, hasta ese instante, había sido bastante fácil, incluso considerando la terrible maldición que cargaba- ¿Qué clase de monstruo ha-hace eso?
Tuvo que apartar la mirada y contener la respiración; pese a haber estado bajo el agua, esa cosa comenzaba a apestar considerablemente al entrar en contacto con el aire. La niña contó lentamente hasta diez como siempre hacía cuando intentaba recobrar la compostura y, de hecho, estaba ya tranquilizándose... cuando la mirada se le nubló y, de un instante a otro, ya no fue el claro lo que tuvo frente a sus ojos.
Sus premoniciones eran breves y confusas, trozos efímeros de situaciones sacadas de contexto, pero la gran mayoría de las veces le daban un mensaje claro y conciso. Por ello, no pudo sino horrorizarse al presenciar la imagen retratada frente a ella: Recostado contra el grueso tronco de un árbol, con una tajada que le atravesaba la armadura en la zona del abdomen, Eltrant intentaba parar con ambas manos el incesante río de sangre que fluía de su herida. Las plantas estaban rotas y pisoteadas, todo indicaba que una encarnizada lucha había tenido lugar en ese sector del bosque. Eyre alzó las manos y se miró las palmas, sólo para constatar que éstas también estaban teñidas de rojo.
Bastó un pestañeo para volver al presente; no estuvo “ausente” más de diez segundos en los que se había quedado cabizbaja, muda y boquiabierta. Lentamente, con los ojos empañados en lágrimas, alzó la mirada para observar con fijeza a su acompañante.
Eyre
Honorable
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Chasqueó los dedos varias veces frente al rostro de la joven, la cual, con cierta expresión de desaliento, le atravesaba con la mirada.
- ¿Te… te encuentras bien? – Preguntó cuándo esta pareció recobrar el sentido, en el momento en el que pequeñas lagrimas comenzaron a bajar de sus mejillas. El brazo había sido demasiado para ella, era evidente.
Tras peinarse pobremente, pensando que hacer a continuación, miró hacía el sendero que se adentraba aún más en el bosque. ¿Por qué había arrastrado, para empezar, a Eyre hasta aquel lugar? Iba a cazar supuestamente a un monstruo que había herido a más de una docena de personas adultas.
Tenía que haber ido solo desde un principio.
- Nos volvemos a la aldea. – Dijo sin mucha dilación, agachándose junto a la bruja, sonriéndole para que se calmase un poco – No te preocupes. – Aseveró, moviéndola un poco, rebuscó entre sus bolsillos y acabó con un pañuelo amarillento entre las manos, lo miró durante unos segundos y después clavó su mirada en el rostro de la bruja – …Estoy seguro que tú tienes uno más limpio. – Dijo guardándolo de nuevo, sin perder la sonrisa. – No te preocupes por el monstruo. – Añadió según se levantaba. – Volveré a por él. – Dijo al final.
No tardó en notar que el bosque estaba en calma, en una calma abrumadora; Era como si estuviesen solos, con la única compañía de una suave brisa que mecía las flores de aquel claro.
Era raro, los animales, el sonido de las aves, todo parecía haberse esfumado de golpe.
Suspiró profundamente y miró a la bruja. La chica llevaba ausente desde que se internaron en la espesura, analizando cada árbol, cada pequeño arbusto con el que se cruzaba, casi como si buscase algo. Era obvio que no estaba muy cómoda en aquella situación, se maldijo a si mismo por haberla arrastrado hasta allí y negó con la cabeza.
- No perdamos más tiempo. – Dijo intentando disimular el nerviosismo que, de pronto, recorría su cuerpo. Algo iba mal, llevaba el tiempo suficiente siendo el centro de todo tipo de problemas como para no saber detectar cuando había uno cerca.
Asió casualmente la espada que pendía de su cinto según comenzó a atravesar el jardín natural, intentó que su acompañante no lo notase, que creyese que no era por qué estaba casi seguro que algo les estaba observando en aquel momento.
Suspiró y calculó que tardarían unas dos horas en volver, las suficientes como para que le diese tiempo a internarse en el bosque en busca de la bestia que lo habitaba, la que, por lo que creía, les estaba dando caza en aquel momento.
Pero no llegaron a salir de allí.
Un grupo de elfos, todos armados, se internaron en el claro por el sendero que procedía del pueblo y se interpusieron en su camino. No pudo evitar respirar aliviados al verlos, esbozar una sonrisa conforme.
- ¿Habéis venido a ayudar? – Preguntó soltando su espada, dejando caer ambas manos hasta el cinturón con una sonrisa. – La verdad es que tranquiliza teneros aquí, acabo de encontrar un brazo, ahí tirado en el agua - Aquello cambiaba las cosas, podía pedir a alguno de los hombres que acompañase a la bruja hasta el poblado mientras que él les ayudaria a ír a por la bestia.
¿Sería aquel el grupo de granjeros beligerantes del que había hablado Eletha? Por su aspecto tenían que serlo, aunque sus armas distaban mucho de ser las típicas que tenían los pueblerinos en sus casas.
Frunció el ceño al estudiarlas desde la distancia. Espadas elficas, todas ellas, de un filo impoluto.
- En cierto sentido. – Dijo el elfo que los lideraba, Thomas, el mismo que había apresado a Eyre en el pueblo. – Sí – Sonrió. – Hemos venido a ayudar - Todos desenvainaron al unísono, el sonido de las espadas abandonado sus vainas resonaron sobre las copas de los árboles. ¿Qué significaba aquello? Algunos arqueros que había en la retaguardia colocaron saetas en los arcos.
Retrocedió un par de pasos y apretó los dientes.
- ¿Qué se supone que estáis haciendo? – Preguntó Eltrant llevando la mano hasta la espada que colgaba de su espalda. Analizó a los presentes, una veintena de elfos, todos ellos con cara de pocos amigos.
- No te lo tomes como algo personal. – Dijo Thomas mirando a la bruja – Es… una costumbre de por aquí. – Apuntó con la espada al dúo. – Atacad. – Ordenó.
- ¡Eyre, corre! – Soltó la empuñadura de su espada y agarró a la muchacha del brazo, no podía pelear, no contra tantas personas y con la bruja allí. La primera de las flechas se deslizó a través del aire y se clavó firmemente en la espalda del castaño, la coraza le sirvió como protección.
Levantó a la chica al peso y atravesó el claro de una larga carrera. No era muy rápido, con todo el peso que llevaba encima era evidente que les iban a acabar alcanzando. Podía oír a los elfos movilizarse a sus espaldas, masculló un par de insultos en voz baja y siguió corriendo.
- ¡Agacha la cabeza! – Bramó Eltrant internándose en la espesura de un salto.
Se apoyó contra un árbol, jadeando copiosamente, tratando de tomar algo de aire, y dejó a Eyre a un lado.
Por algún motivo, les habían dejado algo de ventaja, habían dejado de perseguirles con insistencia. Frunció el ceño y golpeó el mismo árbol en el que se habían apoyado. ¿Qué se suponía que estaban haciendo? ¿Ahora querían matarles? ¿Por qué sí?
- ¿Estas bien? – Preguntó a su acompañante - ¿Te han herido? – Se arrancó la flecha que habían conseguido perforar la armadura, cuando lo hizo, no pudo evitar notar que la cabeza de la misma estaba bañada en una especie de líquido que prefirió no acercarse a la cara.
Tragó saliva y volvió a ajustarse su equipo. ¿Existía el monstruo siquiera? Trató de intuir la amplia gama de motivos por los que alguien de aquella aldea querría matarles a él y a una bruja que el delito más grave que había cometido había sido tratar de robar una tarta.
Suspiró profundamente y se separó del árbol.
- Eyre – Se agachó junto a ella – Vamos a volver al pueblo. – Dijo tratando de darle algo de confianza a la muchacha – Vamos a salir de aquí. ¿Entendido? – La sujetó por los hombros, la miró directamente a los ojos y le dedicó la mejor sonrisa que podía forzar en aquellas circunstancias. – Necesito que no te separes de mí – Se desató el pequeño cuchillo que, como el resto de su equipo, portaba en alguna parte de su armadura y lo depositó en la palma de la mano de la joven. – ¿Sabes usar esto? – Negó con la cabeza - Da igual, solo para defenderte. ¿Vale? – La hoja era bonita, ironicamente, de estilo elfico. La había comprado en Lunargenta básicamente por que Lyn le había obligado a hacerlo.
Usaba el cuchillo unicamente para cortar el pan, no estaba seguro de si le seria de utilidad a la joven, pero era mejor que usar un palo, estaba más afilado al menos.
Lo peor de todo es que Lyn estaba sola en la aldea, por su cuenta. Era de día y Thomas había asegurado que eso que estaban haciendo era “Una costumbre” ¿Podía confiar en que los demás lugareños eran normales? ¿Sabía Eletha que estaban haciendo las personas que vivían en su pueblo?
Agarró con fuerza la espada de hielo y frunció el ceño. Por supuesto que tenía que saberlo, había sido ella la que, en primer lugar, le había hablado del “Monstruo del bosque”.
Distantes voces llegaron hasta dónde se encontraban, le sacaron de sus cavilaciones, la caza había comenzado de nuevo.
- Vamos a movernos. – Dijo agachándose junto a la muchacha indicándole con la mano que le imitase.
Suspiró y agudizó el oído, tratando de intuir por dónde se acercaban los elfos para responder de forma acorde.
- ¿Te… te encuentras bien? – Preguntó cuándo esta pareció recobrar el sentido, en el momento en el que pequeñas lagrimas comenzaron a bajar de sus mejillas. El brazo había sido demasiado para ella, era evidente.
Tras peinarse pobremente, pensando que hacer a continuación, miró hacía el sendero que se adentraba aún más en el bosque. ¿Por qué había arrastrado, para empezar, a Eyre hasta aquel lugar? Iba a cazar supuestamente a un monstruo que había herido a más de una docena de personas adultas.
Tenía que haber ido solo desde un principio.
- Nos volvemos a la aldea. – Dijo sin mucha dilación, agachándose junto a la bruja, sonriéndole para que se calmase un poco – No te preocupes. – Aseveró, moviéndola un poco, rebuscó entre sus bolsillos y acabó con un pañuelo amarillento entre las manos, lo miró durante unos segundos y después clavó su mirada en el rostro de la bruja – …Estoy seguro que tú tienes uno más limpio. – Dijo guardándolo de nuevo, sin perder la sonrisa. – No te preocupes por el monstruo. – Añadió según se levantaba. – Volveré a por él. – Dijo al final.
No tardó en notar que el bosque estaba en calma, en una calma abrumadora; Era como si estuviesen solos, con la única compañía de una suave brisa que mecía las flores de aquel claro.
Era raro, los animales, el sonido de las aves, todo parecía haberse esfumado de golpe.
Suspiró profundamente y miró a la bruja. La chica llevaba ausente desde que se internaron en la espesura, analizando cada árbol, cada pequeño arbusto con el que se cruzaba, casi como si buscase algo. Era obvio que no estaba muy cómoda en aquella situación, se maldijo a si mismo por haberla arrastrado hasta allí y negó con la cabeza.
- No perdamos más tiempo. – Dijo intentando disimular el nerviosismo que, de pronto, recorría su cuerpo. Algo iba mal, llevaba el tiempo suficiente siendo el centro de todo tipo de problemas como para no saber detectar cuando había uno cerca.
Asió casualmente la espada que pendía de su cinto según comenzó a atravesar el jardín natural, intentó que su acompañante no lo notase, que creyese que no era por qué estaba casi seguro que algo les estaba observando en aquel momento.
Suspiró y calculó que tardarían unas dos horas en volver, las suficientes como para que le diese tiempo a internarse en el bosque en busca de la bestia que lo habitaba, la que, por lo que creía, les estaba dando caza en aquel momento.
Pero no llegaron a salir de allí.
Un grupo de elfos, todos armados, se internaron en el claro por el sendero que procedía del pueblo y se interpusieron en su camino. No pudo evitar respirar aliviados al verlos, esbozar una sonrisa conforme.
- ¿Habéis venido a ayudar? – Preguntó soltando su espada, dejando caer ambas manos hasta el cinturón con una sonrisa. – La verdad es que tranquiliza teneros aquí, acabo de encontrar un brazo, ahí tirado en el agua - Aquello cambiaba las cosas, podía pedir a alguno de los hombres que acompañase a la bruja hasta el poblado mientras que él les ayudaria a ír a por la bestia.
¿Sería aquel el grupo de granjeros beligerantes del que había hablado Eletha? Por su aspecto tenían que serlo, aunque sus armas distaban mucho de ser las típicas que tenían los pueblerinos en sus casas.
Frunció el ceño al estudiarlas desde la distancia. Espadas elficas, todas ellas, de un filo impoluto.
- En cierto sentido. – Dijo el elfo que los lideraba, Thomas, el mismo que había apresado a Eyre en el pueblo. – Sí – Sonrió. – Hemos venido a ayudar - Todos desenvainaron al unísono, el sonido de las espadas abandonado sus vainas resonaron sobre las copas de los árboles. ¿Qué significaba aquello? Algunos arqueros que había en la retaguardia colocaron saetas en los arcos.
Retrocedió un par de pasos y apretó los dientes.
- ¿Qué se supone que estáis haciendo? – Preguntó Eltrant llevando la mano hasta la espada que colgaba de su espalda. Analizó a los presentes, una veintena de elfos, todos ellos con cara de pocos amigos.
- No te lo tomes como algo personal. – Dijo Thomas mirando a la bruja – Es… una costumbre de por aquí. – Apuntó con la espada al dúo. – Atacad. – Ordenó.
- ¡Eyre, corre! – Soltó la empuñadura de su espada y agarró a la muchacha del brazo, no podía pelear, no contra tantas personas y con la bruja allí. La primera de las flechas se deslizó a través del aire y se clavó firmemente en la espalda del castaño, la coraza le sirvió como protección.
Levantó a la chica al peso y atravesó el claro de una larga carrera. No era muy rápido, con todo el peso que llevaba encima era evidente que les iban a acabar alcanzando. Podía oír a los elfos movilizarse a sus espaldas, masculló un par de insultos en voz baja y siguió corriendo.
- ¡Agacha la cabeza! – Bramó Eltrant internándose en la espesura de un salto.
[…]
Se apoyó contra un árbol, jadeando copiosamente, tratando de tomar algo de aire, y dejó a Eyre a un lado.
Por algún motivo, les habían dejado algo de ventaja, habían dejado de perseguirles con insistencia. Frunció el ceño y golpeó el mismo árbol en el que se habían apoyado. ¿Qué se suponía que estaban haciendo? ¿Ahora querían matarles? ¿Por qué sí?
- ¿Estas bien? – Preguntó a su acompañante - ¿Te han herido? – Se arrancó la flecha que habían conseguido perforar la armadura, cuando lo hizo, no pudo evitar notar que la cabeza de la misma estaba bañada en una especie de líquido que prefirió no acercarse a la cara.
Tragó saliva y volvió a ajustarse su equipo. ¿Existía el monstruo siquiera? Trató de intuir la amplia gama de motivos por los que alguien de aquella aldea querría matarles a él y a una bruja que el delito más grave que había cometido había sido tratar de robar una tarta.
Suspiró profundamente y se separó del árbol.
- Eyre – Se agachó junto a ella – Vamos a volver al pueblo. – Dijo tratando de darle algo de confianza a la muchacha – Vamos a salir de aquí. ¿Entendido? – La sujetó por los hombros, la miró directamente a los ojos y le dedicó la mejor sonrisa que podía forzar en aquellas circunstancias. – Necesito que no te separes de mí – Se desató el pequeño cuchillo que, como el resto de su equipo, portaba en alguna parte de su armadura y lo depositó en la palma de la mano de la joven. – ¿Sabes usar esto? – Negó con la cabeza - Da igual, solo para defenderte. ¿Vale? – La hoja era bonita, ironicamente, de estilo elfico. La había comprado en Lunargenta básicamente por que Lyn le había obligado a hacerlo.
Usaba el cuchillo unicamente para cortar el pan, no estaba seguro de si le seria de utilidad a la joven, pero era mejor que usar un palo, estaba más afilado al menos.
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Lo peor de todo es que Lyn estaba sola en la aldea, por su cuenta. Era de día y Thomas había asegurado que eso que estaban haciendo era “Una costumbre” ¿Podía confiar en que los demás lugareños eran normales? ¿Sabía Eletha que estaban haciendo las personas que vivían en su pueblo?
Agarró con fuerza la espada de hielo y frunció el ceño. Por supuesto que tenía que saberlo, había sido ella la que, en primer lugar, le había hablado del “Monstruo del bosque”.
Distantes voces llegaron hasta dónde se encontraban, le sacaron de sus cavilaciones, la caza había comenzado de nuevo.
- Vamos a movernos. – Dijo agachándose junto a la muchacha indicándole con la mano que le imitase.
Suspiró y agudizó el oído, tratando de intuir por dónde se acercaban los elfos para responder de forma acorde.
Eltrant Tale
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Al parecer, el brazo cercenado y la terrible premonición eran sólo el preludio de una sucesión de desgracias mucho más importante. Eyre supo, apenas los elfos llegaron al claro, que el monstruo acababa de quedar en un segundo plano. Para ella, una bruja cuya crianza había dejado muy en claro el odio que se profesaban los de su raza y los elfos, eran éstos los enemigos de los que más debía preocuparse.
-Estoy... bien. -Susurró apenas fue dejada en el suelo, mientras bajaba la mirada para observar los pequeños cortes en sus brazos y piernas causados por las plantas. Su vestido, para variar, también había sufrido tirones y rasguños, pero a esas alturas ya era más un jirón de tela que un atuendo digno, así que tampoco le amargaba en demasía. Lo importante era que ninguna flecha la había alcanzado. Aunque, de ser por ella, hubiera pedido al hombre que fuese un poco más delicado al cargarla como un saco de papas.
Cuando el otro se agachó para quedar a su altura y comenzó a consolarla, la pequeña bruja tuvo sentimientos encontrados que se reflejaron en la expresión contrariada de su rostro. Por un lado, sí que necesitaba palabras de aliento para sobrellevar semejante sobresalto... pero, por el otro, le desagradaba ser tratada como una niña. Peor, como una inútil. Frunció el ceño, respiró profusamente y se esforzó por evitar que le temblase la voz.
-No tengo miedo. -Mintió, quizás más para convencerse a sí misma que a él- No pienses en mí como una carga, por favor. Dije que te ayudaría y... y eso haré. "Aunque aún no sé muy bien cómo." -finalizó para sus adentros.
Su viaje había tenido numerosos obstáculos y tropezones; sin embargo, en ningún momento había estado tan nerviosa como en ese instante. Aún no sabían si el monstruo era real, pero sí que tenían la certeza de que una veintena de elfos estaba buscándolos en el laberíntico bosque que, probablemente, conocían mucho mejor que ellos dos. La jovencita apretó firmemente el mango del cuchillo en una mano y el bastón en la otra antes de imitar a su acompañante, agachándose junto a él.
No pudo evitar mirarlo de reojo y observar el gesto tenso y expectante en ese rostro que antes le había dedicado una sonrisa forzada para tranquilizarla. Bajó un poco más los ojos para constatar que el abdomen, por ahora, seguía sano. Nunca en la vida sus visiones habían fallado. De una u otra manera, siempre terminaban haciéndose realidad. Pero, pensándolo bien, jamás había hecho algo para evitarlas. Tragó saliva y se secó la gota de sudor que le bajó desde la sien. Tenía que sobreponerse al miedo que le agarrotaba los músculos, tenía que intentar lo que fuera para descubrir si existía al menos la más ínfima posibilidad de que aquel amable hombre no sufriera el destino que ella ya había visto venir.
-Deben estar por aquí. -Susurró uno de los elfos que encabezaban la expedición. Ya estaban cerca, muy cerca, lo suficiente como para oír cada crujido de las plantas bajo decenas de pies.
-Estén atentos. La bruja es mía. -Gruñó Thomas.
El pecho le dio un vuelco al oír semejantes palabras. Tuvo ganas de llorar, pero se contuvo; en vez de eso, debía intentar pensar en algo útil. Intentó recordar aquellos aburridos textos históricos, crónicas de guerra, que relataban con qué clase de tácticas numerosas batallas habían sido libradas con impresionantes desigualdades entre los bandos. “El ingenio vale más que la fuerza” era una frase que los brujos, siendo un pueblo con más sabiduría que fuerza bruta, solían citar.
Observó alrededor. Demasiadas plantas obstaculizaban el camino. Andar por allí era complicado, al menos para ella, una niña de ciudad. Los elfos, en cambio, seguramente conocían el terreno a la perfección... Y debían estar muy seguros de que sus presas estaban en desventaja. Quizás, pensó con optimismo, no esperaban que sus presas utilizasen esa confianza a su favor.
Echó una significativa mirada a Eltrant mientras se llevaba un dedo a los labios, pidiéndole el más absoluto silencio. [1]Luego miró a las plantas que había en la dirección donde rondaban los elfos, tan fijamente que el entrecejo se le arrugó como un acordeón. Poco a poco, sin hacer el más mínimo ruido, las finas enredaderas y lianas que colgaban de los árboles fueron trenzándose entre ellas, más o menos a la altura de las pantorrillas. No le tomó más de un minuto crear esa fina barrera o, más bien, trampa, que al menos ayudaría a entorpecer el avance de las primeras filas del tropel. No les daría más que un poco de ventaja para correr; pero quién sabía si eso era lo que necesitaban para poder llegar a salvarse el pellejo.
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[1] Uso de Habilidad Racial: Telekinesis
Eyre
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Había menospreciado a la chica, lo comprendió cuando la joven se llevó el dedo índice hasta los labios y, sin apartar la mirada de los elfos que les perseguían, frunció levemente el ceño, concentrándose entonces en las diferentes plantas que crecían a los pies de sus perseguidores.
No era algo que él castaño hubiese hecho a posta, aunque no había dejado de juzgar a alguien por su apariencia más que por lo que de verdad era. Se podía a ver a simple vista que Eyre era mucho más de lo que parecía a simple vista.
Como mínimo, era tan valiente como muchos de los aventureros a los que había encontrado a lo largo de sus viajes.
Tragó saliva y observó, en silencio, como la chica usaba sus poderes para que las plantas que miraba con fijeza acabasen enredadas en torno a los tobillos de los presentes. No pasaron apenas unos segundos cuando empezaron a quejarse.
Sonrió a la joven y le levantó un pulgar. Unos elfos atrapados por plantas, lo encontró bastante poético.
- Vamos – La asió del brazo y asintió levemente, sin levantarse. – Nos has conseguido unos minutos muy valiosos. – No les habían visto, y estaban atrapados, podía escuchar, desde dónde estaba, como usaban sus cuchillos para liberarse. – No esta mal. – Le indicó con la mano que le siguiese, a gatas, entre los arbustos.
No puedo evitar notar que la indumentaria de la joven había visto mejores días, algo a lo que había contribuido el haberla cargado a través del bosque de forma tan brusca. Pero aquello no fue en lo que detuvo sus pensamientos, el hecho de que la muchacha tuviese aquel aspecto significaba que, al menos, en aquel momento, estaba sola, sin nadie que le acompañase en su viaje.
Estaba tan acostumbrado a cruzarse con diferentes tipos de personas que ni siquiera lo había pensado ¿Estaba vagando por si sola? ¿Una chica con aquellos modales? Se detuvo un instante a mirar a su acompañante durante unos segundos, pero no dijo nada, sacudió la cabeza y continuó avanzando, tratando de ser lo más pequeño posible a la vez que usaba la maleza como escondrijo.
- ¡Están cerca! – Oyó gritar a Thomas, que parecía haberse deshecho de las plantas que le mantenían sujeto al suelo - ¡Muy cerca! – Aquella segunda frase la dijo prácticamente con ira, con un odio que se debía de remontar a la época en la que los elfos y los brujos se encontraban aún en guerra. No sabía cuál podía ser el motivo, pero aquel hombre quería atrapar a la bruja.
No podían perder más tiempo tratando de ser invisibles, habían ganado algo de tiempo escondidos, pero tenían que ser rápidos, tensó los músculos y se levantó, agarró a la bruja de la muñeca y la empujó para que corriese delante de él.
- Todo recto – Susurró – Te sigo de cerca. – La indicó señalando con el brazo el pequeño camino que se podía vislumbrar entre los arbustos.
- ¡Ahí están! – Gritó uno de los perseguidores en cuanto Eltrant se levantó.
- ...Nunca voy a pasar desapercibido. – Gruñó este por lo bajo comenzando a correr en dirección a dónde le había indicado a la bruja. - ¡No te detengas! – Exclamó - ¡No mires atrás! – Añadió.
Una flecha susurró al pasar junto a su oreja derecha, la cual quedó firmemente clavada en un árbol con el cual se tuvo que cuidar no chocar mientras corría. Masculló un par de insultos y se colocó mientras corría tras la bruja.
En momentos como aquel se sentía un idiota por dejar siempre el yelmo en la habitación.
Los diferentes gritos de guerra resonaban por el bosque, nunca había oído a un elfo bramar cosas de aquel estilo, casi parecía un llamamiento para que los cazadores que se encontrasen más cerca acudiesen a la llamada. Habían localizado a las presas.
Otra flecha impactó en su espalda, aunque esta no llegó a perforar la armadura, rebotó contra esta tras emitir un sonoro chasquido metálico. Tras susurrar un “suave” gracias entre respiración y respiración, vislumbró otro claro.
Era otra especie de jardín, tan hermoso como el que habían “visitado” momentos atrás, la única diferencia era la pequeña cabaña que descansaba en el centro del mismo. Una casita que, de estar en los bosques del este, habría confundido con la suya propia.
- ¡A la casa! – Indicó sin detenerse, toda aquella caminata le estaba empezando a pasar factura, la armadura no estaba hecha para aquellas carreras. - ¡Vamos! – Más voces se sucedían se comenzaba a acumular a sus espaldas, empujó levemente a la bruja cada vez que parecía que iba alcanzarla, pero, para sorpresa de Eltrant, la muchacha era más atlética de lo que parecía a simple vista.
Probablemente se debiese, también, a que un pelotón de elfos fuertemente armados les perseguía de cerca. Cualquiera se esforzaría al máximo de tener eso detrás.
Cerró con fuerza tras de sí, una vez se aseguró de que Eyre había entrado delante de él. Aquel lugar serviría de baluarte improvisado, o sería una tumba preciosa en el centro del bosque.
Fuese como fuese, les protegía de las flechas.
- Alcánzame el mueble que tengas más… - Se detuvo a mitad de frase cuando, al girarse, contempló como, al otro lado de la habitación, un hombre bestia yacía sentado en el suelo, encadenado a la pared. Era un hombre corpulento, de complexión similar a Asher, un gato - ¿Pero qué…? – El sonido de una flecha impactando en la puerta le sacó del trance. - ¡Eyre, encárgate de él! – Dijo enseguida, arrastrando un pesado armario hasta la ventana que estaba más cerca de la ventana.
Tragó saliva, el felino tenía un enorme charco de sangre bajo él. Trató de ignorar esto y continuó apilando muebles en torno a las ventanas, a la puerta. El hecho de que el gato tuviese ambas piernas cercenadas a la altura del muslo, dónde ahora había numerosas vendas, no indicaba nada bueno.
¿Dónde se habían metido? Apretó los dientes y miró levemente por un agosto hueco por el cual aún se podía mirar al exterior, empezaban a arremolinarse en torno a la cabaña, parecían nerviosos. Enarcó una ceja y se giró hacía Eyre, respiró hondo.
- No… por favor… - El gato, que parecía haber estado inconsciente hasta aquel momento, habló. – No… - Dijo a continuación, con un hilo de voz. Eltrant se agachó junto al hombre-bestia, el murmullo del gentío alrededor de la casa le comenzaba a poner nervioso, estaban tramando algo.
No dijo nada, preguntarle si estaba bien era una tontería, estaba apenas consciente, balbuceaba cosas acerca de una granja en las profundidades del bosque, incoherencias. Pero era un hecho que tenía algo que ver con las personas que se habían decidido a perseguirles.
- Devolvedme… mis piernas… - Dijo agarrando a Eyre del brazo, clavando, por primera vez desde que habían llegado a la cabaña, sus profundos ojos azules en los de la muchacha. – Por favor. – Dijo antes de liberarla, agotado. ¿Estaba drogado? Eltrant frunció el ceño, respiró hondo, aun podía oír a los elfos afuera organizándose, haciendo un plan para hacerles salir de allí.
Se separó del herido, negando con la cabeza, y lanzó una larga mirada a la bruja. Estaban atrapados, eso era evidente, pero al menos podían pensar que hacer sin que una multitud de flechas sobrevolase sus cabezas, tenían unos minutos para respirar.
¿Qué haría él si estuviese a cargo de los elfos? ¿Cómo les sacaría de allí? Se quedó en silencio, pensando.
Alternó entre los diferentes objetos de la única habitación con la que contaba aquella vivienda. Parecía que estaban en una especie de serrería, una que, por algún motivo que a Eltrant le gustaba no pensar, tenía todas las herramientas manchadas de lo que parecía ser sangre.
Se rascó la barba y, al final, chasqueó la lengua.
Humo. Iban a usar fuego.
- Eyre, voy a salir. – Dijo al cabo de unos segundos, era eso o morir todos asfixiados, tenía que ganar tiempo. – Busca algo con lo que… - Suspiró. – …Llamar mucho la atención. – Estaba pidiendo un imposible, pero era mejor que nada, no había visto nada que fuese remotamente útil en aquel lugar, quizás la bruja si lo hiciera. – Se que es mucho pedir, lo siento. – Dijo al final – Si no puedes... sal por detrás y carga con él – Sonrió a la muchacha de forma tranquilizadora.
– Sea como sea, no tardaré demasiado. – Desenvainó la espada que pendía de su espalda, el espadón plateado en el que ahora la palabra “Olvida” yacía grabada sobre la hoja de forma tosca, y salió de la cabaña.
No era algo que él castaño hubiese hecho a posta, aunque no había dejado de juzgar a alguien por su apariencia más que por lo que de verdad era. Se podía a ver a simple vista que Eyre era mucho más de lo que parecía a simple vista.
Como mínimo, era tan valiente como muchos de los aventureros a los que había encontrado a lo largo de sus viajes.
Tragó saliva y observó, en silencio, como la chica usaba sus poderes para que las plantas que miraba con fijeza acabasen enredadas en torno a los tobillos de los presentes. No pasaron apenas unos segundos cuando empezaron a quejarse.
Sonrió a la joven y le levantó un pulgar. Unos elfos atrapados por plantas, lo encontró bastante poético.
- Vamos – La asió del brazo y asintió levemente, sin levantarse. – Nos has conseguido unos minutos muy valiosos. – No les habían visto, y estaban atrapados, podía escuchar, desde dónde estaba, como usaban sus cuchillos para liberarse. – No esta mal. – Le indicó con la mano que le siguiese, a gatas, entre los arbustos.
No puedo evitar notar que la indumentaria de la joven había visto mejores días, algo a lo que había contribuido el haberla cargado a través del bosque de forma tan brusca. Pero aquello no fue en lo que detuvo sus pensamientos, el hecho de que la muchacha tuviese aquel aspecto significaba que, al menos, en aquel momento, estaba sola, sin nadie que le acompañase en su viaje.
Estaba tan acostumbrado a cruzarse con diferentes tipos de personas que ni siquiera lo había pensado ¿Estaba vagando por si sola? ¿Una chica con aquellos modales? Se detuvo un instante a mirar a su acompañante durante unos segundos, pero no dijo nada, sacudió la cabeza y continuó avanzando, tratando de ser lo más pequeño posible a la vez que usaba la maleza como escondrijo.
- ¡Están cerca! – Oyó gritar a Thomas, que parecía haberse deshecho de las plantas que le mantenían sujeto al suelo - ¡Muy cerca! – Aquella segunda frase la dijo prácticamente con ira, con un odio que se debía de remontar a la época en la que los elfos y los brujos se encontraban aún en guerra. No sabía cuál podía ser el motivo, pero aquel hombre quería atrapar a la bruja.
No podían perder más tiempo tratando de ser invisibles, habían ganado algo de tiempo escondidos, pero tenían que ser rápidos, tensó los músculos y se levantó, agarró a la bruja de la muñeca y la empujó para que corriese delante de él.
- Todo recto – Susurró – Te sigo de cerca. – La indicó señalando con el brazo el pequeño camino que se podía vislumbrar entre los arbustos.
- ¡Ahí están! – Gritó uno de los perseguidores en cuanto Eltrant se levantó.
- ...Nunca voy a pasar desapercibido. – Gruñó este por lo bajo comenzando a correr en dirección a dónde le había indicado a la bruja. - ¡No te detengas! – Exclamó - ¡No mires atrás! – Añadió.
Una flecha susurró al pasar junto a su oreja derecha, la cual quedó firmemente clavada en un árbol con el cual se tuvo que cuidar no chocar mientras corría. Masculló un par de insultos y se colocó mientras corría tras la bruja.
En momentos como aquel se sentía un idiota por dejar siempre el yelmo en la habitación.
Los diferentes gritos de guerra resonaban por el bosque, nunca había oído a un elfo bramar cosas de aquel estilo, casi parecía un llamamiento para que los cazadores que se encontrasen más cerca acudiesen a la llamada. Habían localizado a las presas.
Otra flecha impactó en su espalda, aunque esta no llegó a perforar la armadura, rebotó contra esta tras emitir un sonoro chasquido metálico. Tras susurrar un “suave” gracias entre respiración y respiración, vislumbró otro claro.
Era otra especie de jardín, tan hermoso como el que habían “visitado” momentos atrás, la única diferencia era la pequeña cabaña que descansaba en el centro del mismo. Una casita que, de estar en los bosques del este, habría confundido con la suya propia.
- ¡A la casa! – Indicó sin detenerse, toda aquella caminata le estaba empezando a pasar factura, la armadura no estaba hecha para aquellas carreras. - ¡Vamos! – Más voces se sucedían se comenzaba a acumular a sus espaldas, empujó levemente a la bruja cada vez que parecía que iba alcanzarla, pero, para sorpresa de Eltrant, la muchacha era más atlética de lo que parecía a simple vista.
Probablemente se debiese, también, a que un pelotón de elfos fuertemente armados les perseguía de cerca. Cualquiera se esforzaría al máximo de tener eso detrás.
Cerró con fuerza tras de sí, una vez se aseguró de que Eyre había entrado delante de él. Aquel lugar serviría de baluarte improvisado, o sería una tumba preciosa en el centro del bosque.
Fuese como fuese, les protegía de las flechas.
- Alcánzame el mueble que tengas más… - Se detuvo a mitad de frase cuando, al girarse, contempló como, al otro lado de la habitación, un hombre bestia yacía sentado en el suelo, encadenado a la pared. Era un hombre corpulento, de complexión similar a Asher, un gato - ¿Pero qué…? – El sonido de una flecha impactando en la puerta le sacó del trance. - ¡Eyre, encárgate de él! – Dijo enseguida, arrastrando un pesado armario hasta la ventana que estaba más cerca de la ventana.
Tragó saliva, el felino tenía un enorme charco de sangre bajo él. Trató de ignorar esto y continuó apilando muebles en torno a las ventanas, a la puerta. El hecho de que el gato tuviese ambas piernas cercenadas a la altura del muslo, dónde ahora había numerosas vendas, no indicaba nada bueno.
¿Dónde se habían metido? Apretó los dientes y miró levemente por un agosto hueco por el cual aún se podía mirar al exterior, empezaban a arremolinarse en torno a la cabaña, parecían nerviosos. Enarcó una ceja y se giró hacía Eyre, respiró hondo.
- No… por favor… - El gato, que parecía haber estado inconsciente hasta aquel momento, habló. – No… - Dijo a continuación, con un hilo de voz. Eltrant se agachó junto al hombre-bestia, el murmullo del gentío alrededor de la casa le comenzaba a poner nervioso, estaban tramando algo.
No dijo nada, preguntarle si estaba bien era una tontería, estaba apenas consciente, balbuceaba cosas acerca de una granja en las profundidades del bosque, incoherencias. Pero era un hecho que tenía algo que ver con las personas que se habían decidido a perseguirles.
- Devolvedme… mis piernas… - Dijo agarrando a Eyre del brazo, clavando, por primera vez desde que habían llegado a la cabaña, sus profundos ojos azules en los de la muchacha. – Por favor. – Dijo antes de liberarla, agotado. ¿Estaba drogado? Eltrant frunció el ceño, respiró hondo, aun podía oír a los elfos afuera organizándose, haciendo un plan para hacerles salir de allí.
Se separó del herido, negando con la cabeza, y lanzó una larga mirada a la bruja. Estaban atrapados, eso era evidente, pero al menos podían pensar que hacer sin que una multitud de flechas sobrevolase sus cabezas, tenían unos minutos para respirar.
¿Qué haría él si estuviese a cargo de los elfos? ¿Cómo les sacaría de allí? Se quedó en silencio, pensando.
Alternó entre los diferentes objetos de la única habitación con la que contaba aquella vivienda. Parecía que estaban en una especie de serrería, una que, por algún motivo que a Eltrant le gustaba no pensar, tenía todas las herramientas manchadas de lo que parecía ser sangre.
Se rascó la barba y, al final, chasqueó la lengua.
Humo. Iban a usar fuego.
- Eyre, voy a salir. – Dijo al cabo de unos segundos, era eso o morir todos asfixiados, tenía que ganar tiempo. – Busca algo con lo que… - Suspiró. – …Llamar mucho la atención. – Estaba pidiendo un imposible, pero era mejor que nada, no había visto nada que fuese remotamente útil en aquel lugar, quizás la bruja si lo hiciera. – Se que es mucho pedir, lo siento. – Dijo al final – Si no puedes... sal por detrás y carga con él – Sonrió a la muchacha de forma tranquilizadora.
– Sea como sea, no tardaré demasiado. – Desenvainó la espada que pendía de su espalda, el espadón plateado en el que ahora la palabra “Olvida” yacía grabada sobre la hoja de forma tosca, y salió de la cabaña.
Eltrant Tale
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Poco duró la tregua otorgada por la improvisada trampa; pronto se vieron obligados a huir de nuevo. Y Eyre jamás había corrido tan rápido en toda su corta vida.
Las flechas silbaban peligrosamente cerca, tanto que no le importó en lo más mínimo tener que levantarse el vestido a la altura de los muslos para evitar engancharse en las ramas. Sus pantorrillas desnudas pronto comenzaron a exhibir finas líneas sangrantes, cortes producidos por pasar entre la maleza a toda velocidad.
Tal era su prisa que, al llegar a la cabaña, no pudo frenar más que arremetiendo contra la puerta y cayendo de bruces dentro. Cuando Eltrant entró y cerró la puerta, la repentina falta de luz la cegó hasta que, pasados unos segundos, sus ojos se acostumbraron a la penumbra. Pero, incluso sin ver, supo que había caído de rodillas sobre un charco cálido y pegajoso con olor ferroso. ¿Cuánto más podían empeorar las cosas?
-San...gre... -Musitó, levantando las manos para mirar sus palmas, ahora que veía mejor, teñidas de rojo. Bastó alzar un poco más los ojos para encontrar a la bestia agonizante, presencia la hizo levantar de un salto, arrancándole un sonoro grito de espanto.
¿Encargarse de él? A duras penas pudo contener la hiel que le subió a la garganta. El pobre ser mutilado balbuceaba mientras seguía desangrándose, ¿cómo, siquiera, seguía estando vivo? No podía mirar, no quería mirar. Se le secó la boca, se le aguaron los ojos y pudo sentir cómo le flaqueaban las rodillas. Jamás había experimentado una sensación semejante. Se sentía asqueada, paralizada... y, repentinamente, iracunda. El odio visceral contra el perpetrador de semejante tormento y la compasión hacia la pobre víctima la arrancaron del pasmo como un cubetazo de agua fría. Se forzó a observarlo y a superar el impacto de esa imagen que se quedaría grabada en su memoria por el resto de sus días.
Mientras Eltrant se encargaba de bloquear la entrada, ella se agachó junto al felino para constatar si estaba consciente. Justo en ese instante, éste despertó y la tomó del brazo, balbuceando frases ininteligibles. Le costó un enorme esfuerzo a la bruja no volver a gritar; soportó en estoico silencio el agarre, rezando a los dioses para que le dieran fuerza y valentía, hasta que fue soltada. Tenía miedo, mucho miedo, y no sabía realmente de qué manera ayudar. Lo que sí sabía era que las cosas no podían quedarse como estaban.
Por el momento, todo lo que podía hacer era calmar el tormento de la bestia, al menos hasta que pudieran llevarlo a un verdadero médico. Cerró los ojos, posó una mano sobre la peluda frente del hombre, inhaló profundamente y se concentró en conectar su mente con la ajena. Así, tras varios segundos de profunda abstracción, consiguió sumirlo en una especie de trance libre de todo dolor que además, por unos pocos minutos, lo despabilaría lo suficiente como para ayudarlo a moverse.
Para cuando se puso de pie, el humo ya comenzaba a filtrarse por las pequeñas aberturas de las paredes y su acompañante estaba ya con un pie fuera de la cabaña. No tuvo tiempo de responderle nada; tampoco habría sabido exactamente qué decirle. ¿Llamar la atención? ¿Salir con el hombre-bestia? ¿Huir sin él? Sí, sin duda le estaba pidiendo demasiado. “No tardaré”, había dicho con esa maldita sonrisita tranquilizadora en el rostro. ¿Qué clase de humano salía tan confiado a combatir él solo contra dos decenas de elfos armados?
-Qué... ¿qué está pasando? -Gruñó la bestia a sus espaldas, ya más despierta, recuperando la atención de la pequeña bruja. Eyre chasqueó la lengua, agarró una de las sierras ensangrentadas que colgaba de la pared y se posicionó junto al gato para comenzar a cortar sus cadenas.
-No lo sé. -Dijo con voz trémula- Pero sí sé qué pasará: te sacaremos de aquí.
Le costó varios minutos y mucho sudor conseguir cortar el metal. Al final, bastó un tirón del felino para que los eslabones ya limados se separasen. El sujeto parecía estar gozando la sensación anestésica de su ilusión. Para la bruja, por otro lado, cada segundo manteniéndola le costaba una gran dosis de energía.
Se acercó a la puerta trasera y espió el exterior a través de un agujero. Eltrant había atraído a la mayoría de los elfos hacia él, entre ellos Thomas, pero algunos aún hacían guardia en la parte de atrás. Malditos orejones astutos.
-Escucha... -Susurró, alejándose de la puerta para observar al gato- Ahora saldré yo y haré que dejen de vigilar por un momento. Entonces tú saldrás y te ocultarás, ¿sí? No podré seguir ayudándote mucho tiempo, probablemente caigas inconsciente apenas corte la ilusión que te está quitando el dolor.
Los grandes ojos del felino brillaron con una mezcla extraña de temor e impaciencia. Ella jamás había visto a un hombre-bestia;
y aún en ese estado le pareció un ser majestuoso. -Entendido. -Dijo con voz ronca mientras se arrastraba hasta su lado con la fuerza de sus brazos.
-Cuando todo esto termine, te buscaremos y te llevaremos a un doctor. Lo prometo. -Aseguró antes de abrir la puerta con el corazón en la boca y las manos temblorosas. [1]Pero los tres elfos que custodiaban ese lado no verían salir a Eyre, sino a Thomas, un Thomas muy enojado.
-¿¡Qué están haciendo ahí!? ¡Ya entramos por el otro lado, idiotas! La bruja no está, ¡debe haber corrido al bosque!
El trío intercambió miradas y partió a toda prisa hacia las lindes del claro, con “Thomas” trotando tras ellos. Cuando los vio alejarse lo suficiente, se desvió del camino y corrió tras un árbol. Suspiró, poniendo fin tanto a la ilusión con que acababa de engañar a los elfos, como a la que mantenía al gato 'anestesiado'. Un enorme cansancio le hizo pesar el cuerpo, ante lo cual se vio obligada a buscar un buen escondrijo entre las plantas para detenerse a respirar por un momento. El felino también debía de andar cerca; se pondría a buscarlo apenas recuperara el aliento.
Los sonidos de la lucha le llegaban desde el otro lado de la cabaña. Cerró los ojos, entrelazó los dedos y rogó a todos los dioses que protegiesen a Eltrant y que los elfos tardaran en descubrir que Thomas, en realidad, estaba en la afrenta como todos los demás. Luego entreabrió los párpados y observó la sangre seca que le teñía las palmas de las manos. La premonición ya comenzaba a cumplirse.
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[1]Uso de especialización: Escuela de Ilusionismo.
Las flechas silbaban peligrosamente cerca, tanto que no le importó en lo más mínimo tener que levantarse el vestido a la altura de los muslos para evitar engancharse en las ramas. Sus pantorrillas desnudas pronto comenzaron a exhibir finas líneas sangrantes, cortes producidos por pasar entre la maleza a toda velocidad.
Tal era su prisa que, al llegar a la cabaña, no pudo frenar más que arremetiendo contra la puerta y cayendo de bruces dentro. Cuando Eltrant entró y cerró la puerta, la repentina falta de luz la cegó hasta que, pasados unos segundos, sus ojos se acostumbraron a la penumbra. Pero, incluso sin ver, supo que había caído de rodillas sobre un charco cálido y pegajoso con olor ferroso. ¿Cuánto más podían empeorar las cosas?
-San...gre... -Musitó, levantando las manos para mirar sus palmas, ahora que veía mejor, teñidas de rojo. Bastó alzar un poco más los ojos para encontrar a la bestia agonizante, presencia la hizo levantar de un salto, arrancándole un sonoro grito de espanto.
¿Encargarse de él? A duras penas pudo contener la hiel que le subió a la garganta. El pobre ser mutilado balbuceaba mientras seguía desangrándose, ¿cómo, siquiera, seguía estando vivo? No podía mirar, no quería mirar. Se le secó la boca, se le aguaron los ojos y pudo sentir cómo le flaqueaban las rodillas. Jamás había experimentado una sensación semejante. Se sentía asqueada, paralizada... y, repentinamente, iracunda. El odio visceral contra el perpetrador de semejante tormento y la compasión hacia la pobre víctima la arrancaron del pasmo como un cubetazo de agua fría. Se forzó a observarlo y a superar el impacto de esa imagen que se quedaría grabada en su memoria por el resto de sus días.
Mientras Eltrant se encargaba de bloquear la entrada, ella se agachó junto al felino para constatar si estaba consciente. Justo en ese instante, éste despertó y la tomó del brazo, balbuceando frases ininteligibles. Le costó un enorme esfuerzo a la bruja no volver a gritar; soportó en estoico silencio el agarre, rezando a los dioses para que le dieran fuerza y valentía, hasta que fue soltada. Tenía miedo, mucho miedo, y no sabía realmente de qué manera ayudar. Lo que sí sabía era que las cosas no podían quedarse como estaban.
Por el momento, todo lo que podía hacer era calmar el tormento de la bestia, al menos hasta que pudieran llevarlo a un verdadero médico. Cerró los ojos, posó una mano sobre la peluda frente del hombre, inhaló profundamente y se concentró en conectar su mente con la ajena. Así, tras varios segundos de profunda abstracción, consiguió sumirlo en una especie de trance libre de todo dolor que además, por unos pocos minutos, lo despabilaría lo suficiente como para ayudarlo a moverse.
Para cuando se puso de pie, el humo ya comenzaba a filtrarse por las pequeñas aberturas de las paredes y su acompañante estaba ya con un pie fuera de la cabaña. No tuvo tiempo de responderle nada; tampoco habría sabido exactamente qué decirle. ¿Llamar la atención? ¿Salir con el hombre-bestia? ¿Huir sin él? Sí, sin duda le estaba pidiendo demasiado. “No tardaré”, había dicho con esa maldita sonrisita tranquilizadora en el rostro. ¿Qué clase de humano salía tan confiado a combatir él solo contra dos decenas de elfos armados?
-Qué... ¿qué está pasando? -Gruñó la bestia a sus espaldas, ya más despierta, recuperando la atención de la pequeña bruja. Eyre chasqueó la lengua, agarró una de las sierras ensangrentadas que colgaba de la pared y se posicionó junto al gato para comenzar a cortar sus cadenas.
-No lo sé. -Dijo con voz trémula- Pero sí sé qué pasará: te sacaremos de aquí.
Le costó varios minutos y mucho sudor conseguir cortar el metal. Al final, bastó un tirón del felino para que los eslabones ya limados se separasen. El sujeto parecía estar gozando la sensación anestésica de su ilusión. Para la bruja, por otro lado, cada segundo manteniéndola le costaba una gran dosis de energía.
Se acercó a la puerta trasera y espió el exterior a través de un agujero. Eltrant había atraído a la mayoría de los elfos hacia él, entre ellos Thomas, pero algunos aún hacían guardia en la parte de atrás. Malditos orejones astutos.
-Escucha... -Susurró, alejándose de la puerta para observar al gato- Ahora saldré yo y haré que dejen de vigilar por un momento. Entonces tú saldrás y te ocultarás, ¿sí? No podré seguir ayudándote mucho tiempo, probablemente caigas inconsciente apenas corte la ilusión que te está quitando el dolor.
Los grandes ojos del felino brillaron con una mezcla extraña de temor e impaciencia. Ella jamás había visto a un hombre-bestia;
y aún en ese estado le pareció un ser majestuoso. -Entendido. -Dijo con voz ronca mientras se arrastraba hasta su lado con la fuerza de sus brazos.
-Cuando todo esto termine, te buscaremos y te llevaremos a un doctor. Lo prometo. -Aseguró antes de abrir la puerta con el corazón en la boca y las manos temblorosas. [1]Pero los tres elfos que custodiaban ese lado no verían salir a Eyre, sino a Thomas, un Thomas muy enojado.
-¿¡Qué están haciendo ahí!? ¡Ya entramos por el otro lado, idiotas! La bruja no está, ¡debe haber corrido al bosque!
El trío intercambió miradas y partió a toda prisa hacia las lindes del claro, con “Thomas” trotando tras ellos. Cuando los vio alejarse lo suficiente, se desvió del camino y corrió tras un árbol. Suspiró, poniendo fin tanto a la ilusión con que acababa de engañar a los elfos, como a la que mantenía al gato 'anestesiado'. Un enorme cansancio le hizo pesar el cuerpo, ante lo cual se vio obligada a buscar un buen escondrijo entre las plantas para detenerse a respirar por un momento. El felino también debía de andar cerca; se pondría a buscarlo apenas recuperara el aliento.
Los sonidos de la lucha le llegaban desde el otro lado de la cabaña. Cerró los ojos, entrelazó los dedos y rogó a todos los dioses que protegiesen a Eltrant y que los elfos tardaran en descubrir que Thomas, en realidad, estaba en la afrenta como todos los demás. Luego entreabrió los párpados y observó la sangre seca que le teñía las palmas de las manos. La premonición ya comenzaba a cumplirse.
___________________
[1]Uso de especialización: Escuela de Ilusionismo.
Eyre
Honorable
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Cerró la puerta tras de sí, un suave chasquido le indicó que no iba a volver a abrirse, no si no pasaban por encima de él antes. Frunció el ceño y revisó la explanada, los elfos habían comenzado a encender hogueras alrededor de la cabaña.
- ¿Atrapados? – Thomas sonrió, y, pasándose la afilada hoja elfica de una mano a otra, se colocó frente al grupo. Eltrant enarcó una ceja, parecía confiado.
- ¿Tenéis algo que ver con el hombre-bestia de dentro? – La sonrisa de Thomas desapareció de inmediato, casi al mismo tiempo que se giraba hacia sus hombres y le gritaba una sucesión de palabras en elfico que no llegó a comprender.
Eso era un sí.
Respiró hondo y alzó a “Olvido” hasta colocarla sobre su hombro, asió firmemente el pomo de la pesada espada plateada, sintió como esta tiraba de sus brazos hacía el suelo.
- “Muro de Acero, Tale” – Sonrió, el corazón le palpitaba con fuerza, los arqueros más lejanos comenzaban a colocar flechas en sus respectivas armas.
Estaba vivo, se sentía vivo, e iba a asegurarse de que continuaba siendo así. Tanto él como Eyre iban a salir de aquel bosque.
Thomas gritó después de aquello otra palabra en elfico, una que, por el contexto de la situación y la lluvia de flechas que la siguió, no podía ser sino la orden de ataque. Se cubrió inmediatamente la cara con los brazos y la espada, varias flechas perforaron su armadura, pero ninguna llegó a la carne.
Masculló un par de insultos y, tras partir en dos la mayoría de las saetas que estaban fijas en su coraza con el antebrazo, comenzó a avanzar. Los elfos hicieron lo mismo, varios se lanzaron en contra de él gritando, con fuerza, resultaba incluso molesto, Eltrant supuso que era para atraer a los rezagados que aún quedaban en las inmediaciones.
O para desconcentrarle.
Fuese para lo que fuese, en un principio funcionó, la espada del primero de los elfos evitó grácilmente la suya propia e impactó directamente en su pecho, aunque no consiguió gran cosa, le demostró que estaba muy lejos de ser igual de rápido que aquellas personas.
Otra espada le golpeó con fuerza, esta vez en la espalda, apretó los dientes y los alejó a todos de su cuerpo lanzando un tajo a su alrededor, obligándoles a saltar hacía atrás. Las dimensiones de su espada eran mayores, podía mantenerles alejados, pero tampoco quería eso, miró a los arqueros tomar posiciones a su alrededor.
Le estaban cazando, literalmente, era una caza.
- ¡Rodeadle! ¡Id a por la bruja! – Gritó Thomas señalando a la puerta de la casa. ¿Ahora le daba por cambiar de idioma? Retrocedió un par de pasos para descubrir que aquella orden no había sido para sus hombres, debía de haberlo imaginado.
Tensó todos los músculos de su cuerpo y anticipó el golpe del bello martillo de combate que uno de los elfos esgrimía, detuvo el arma con el antebrazo, la armadura se dobló como si fuese mantequilla ante la fuerte del golpe y sintió como la carne que esta protegía se resentía levemente, pero aquel hombre se había acercado demasiado, el elfo que le había tendido aquella trampa improvisada no pudo evitar que la hoja de Eltrant cercenase uno de sus brazos, el cual cayó al suelo con un sonido seco, tiñendo de sangre las impolutas flores que rodeaban la cabaña.
Los gritos de dolor del elfo se vieron acallado por los insultos que los compañeros de este dirigieron a Eltrant cuando dos de estos se agacharon y lo arrastraron fuera de la pelea. Eltrant no pudo evitar encontrar curioso este hecho, parecían ofendidos por ver al castaño defenderse.
Thomas, por otro lado, seguía vociferando ordenes en elfico desde la retaguardia, cambiando de idioma cada par de frases, principalmente para tratar de confundir a Eltrant, pero este se encargó de ignorar todas estas.
O lo intentó, algunas de aquellas ordenes eran ciertas, lo que dejó aberturas en su defensa que podría haber evitado fácilmente.
Los minutos se sucedieron y estaba atrapado en un baile que solo podía acabar con la muerte de los que se internaban en él. Aunque ninguno de los elfos logró atravesar su armadura y varios de ellos perecieron en el intento, Eltrant comenzó a cansarse.
Jadeando retrocedió una vez más, quedando básicamente aislado tras el muro de elfos. Entornó los ojos, casi parecían soldados profesionales, tomaban relevos, se ayudaban los unos a los otros de ser necesario y obedecían ciegamente las ordenes de Thomas, por no hablar de las armas que blandían, los grabados no eran precisamente para subastar aquellas hojas.
Todo aquel asunto era cada vez era más raro.
- ¿...Quiénes sois? – Preguntó Eltrant limpiando el sudor que resbalaba por su frente, no había conseguido impedir que los elfos incendiaran la cabaña y sendas nubes de humo se alzaban hacía el firmamento, deseaba con todas sus fuerzas que Eyre y el felino hubiesen salido de allí. Thomas sonrió.
- Cazadores y granjeros. – Dijo con sencillez, como si estuviese explicando a alguien que el agua es húmeda. Eltrant frunció el ceño y volvió a levantar su espada, tragó saliva, al menos cinco elfos yacían muertos a sus pies, respiró hondo, podía seguir.
- Eres una buena pieza… mercenario. – Dijo Thomas comprendiendo a que estaba mirando el castaño. – Han muerto con honor. Son uno con la tierra ahora. – Apretó los dientes, sujetó con aún más fuerza su espada, iba a matar a aquel hombre, iba a darle la misma muerte que este había proporcionado a sus hombres.
De la nada el estruendoso sonido de un cuerno de guerra se alzó sobre los bosques, algunas aves salieron espantadas de los árboles cercanos, el rostro de Thomas cambió casi al instante, algunos elfos bajaron sus armas confundidos al ver como una elfa de apariencia grácil emergía de los árboles y conversaba con Thomas en aquella maldita lengua mientras señalaba a la parte posterior de la casa en llamas.
Thomas bramó un par de órdenes y, junto a la mayor parte de los soldados que le acompañaban, partió hacia el lugar que la elfa había señalado. Estaba seguro de haber oído algo parecido a “Brujo”.
Frunció el ceño, se habían quedado unos cinco elfos vigilándole. Le subestimaban, era eso o había sucedido algo muy grave tras la cabaña. ¿Se había escapado Eyre? Tenía que seguirles.
Arrojó a Olvido sin previo aviso, con todas las fuerzas que le quedaban en los brazos, tan pronto como el grueso de la tropa elfica abandonó el claro. La espada atravesó al elfo que tenía más cerca como si de una jabalina se tratase, aquel hombre estaba muerto antes de caer al suelo.
Desenvainó a Recuerdo, la espada de hielo iluminó tenuemente su cara cuando se protegió del tajo que le lanzó una elfa corpulenta que no había tardado apenas un segundo en tomar la iniciativa al ver como si aliado caía muerto al suelo.
Golpeó a la mujer con la mano que tenía libre en la cara, el guantelete de metal se abrió paso a través del tabique nasal de la rubia y un fuerte crujido precedió a la sangre que comenzó a manar de su nariz.
La elfa se alejó de él lanzando tajos al aire con una mano mientras que con la otra se llevaba la mano hasta la cara, sangrante. Corrió hacía el bosque, justo al lugar por dónde se habían marchado los demás.
Un tercer elfo, más bajito que los demás, hundió profundamente un hacha en su vientre aprovechando que Eltrant apenas podía mantener el ritmo de los tres rivales a los que se enfrentaba.
El arma atravesó su armadura y, además, llegó hasta su cuerpo, cortando la carne. Blasfemó un par de insultos y pateó al enano en la cara para alejarle, derribándolo y aturdiéndolo momentáneamente.
- ¡Solo quedáis dos! – Gritó cuando, después de un breve forcejeo, consiguió hundir firmemente el metal de Recuerdo en el pecho de otra mujer de complexión más grácil. Le recordó, en cierto sentido, a las curanderas que poblaban el hospital de Lunargenta.
¿Cómo habían acabado aquellas gentes haciendo aquello? ¿Cómo se habían convertido en esas cosas?
El ultimo elfo en pie huyo al bosque, dejando su espada y al pequeño que seguía en el suelo, sangrando por la nariz, Eltrant levantó su espada.
- ¡Dejame! ¡Estoy herido! ¡Tú ganas! ¿Qué… que haces? – Preguntó el abatido retrocediendo como buenamente podía, tratando de alcanzar su hacha.
- Cazar monstruos.
- ¿Atrapados? – Thomas sonrió, y, pasándose la afilada hoja elfica de una mano a otra, se colocó frente al grupo. Eltrant enarcó una ceja, parecía confiado.
- ¿Tenéis algo que ver con el hombre-bestia de dentro? – La sonrisa de Thomas desapareció de inmediato, casi al mismo tiempo que se giraba hacia sus hombres y le gritaba una sucesión de palabras en elfico que no llegó a comprender.
Eso era un sí.
Respiró hondo y alzó a “Olvido” hasta colocarla sobre su hombro, asió firmemente el pomo de la pesada espada plateada, sintió como esta tiraba de sus brazos hacía el suelo.
- “Muro de Acero, Tale” – Sonrió, el corazón le palpitaba con fuerza, los arqueros más lejanos comenzaban a colocar flechas en sus respectivas armas.
Estaba vivo, se sentía vivo, e iba a asegurarse de que continuaba siendo así. Tanto él como Eyre iban a salir de aquel bosque.
Thomas gritó después de aquello otra palabra en elfico, una que, por el contexto de la situación y la lluvia de flechas que la siguió, no podía ser sino la orden de ataque. Se cubrió inmediatamente la cara con los brazos y la espada, varias flechas perforaron su armadura, pero ninguna llegó a la carne.
Masculló un par de insultos y, tras partir en dos la mayoría de las saetas que estaban fijas en su coraza con el antebrazo, comenzó a avanzar. Los elfos hicieron lo mismo, varios se lanzaron en contra de él gritando, con fuerza, resultaba incluso molesto, Eltrant supuso que era para atraer a los rezagados que aún quedaban en las inmediaciones.
O para desconcentrarle.
Fuese para lo que fuese, en un principio funcionó, la espada del primero de los elfos evitó grácilmente la suya propia e impactó directamente en su pecho, aunque no consiguió gran cosa, le demostró que estaba muy lejos de ser igual de rápido que aquellas personas.
Otra espada le golpeó con fuerza, esta vez en la espalda, apretó los dientes y los alejó a todos de su cuerpo lanzando un tajo a su alrededor, obligándoles a saltar hacía atrás. Las dimensiones de su espada eran mayores, podía mantenerles alejados, pero tampoco quería eso, miró a los arqueros tomar posiciones a su alrededor.
Le estaban cazando, literalmente, era una caza.
- ¡Rodeadle! ¡Id a por la bruja! – Gritó Thomas señalando a la puerta de la casa. ¿Ahora le daba por cambiar de idioma? Retrocedió un par de pasos para descubrir que aquella orden no había sido para sus hombres, debía de haberlo imaginado.
Tensó todos los músculos de su cuerpo y anticipó el golpe del bello martillo de combate que uno de los elfos esgrimía, detuvo el arma con el antebrazo, la armadura se dobló como si fuese mantequilla ante la fuerte del golpe y sintió como la carne que esta protegía se resentía levemente, pero aquel hombre se había acercado demasiado, el elfo que le había tendido aquella trampa improvisada no pudo evitar que la hoja de Eltrant cercenase uno de sus brazos, el cual cayó al suelo con un sonido seco, tiñendo de sangre las impolutas flores que rodeaban la cabaña.
Los gritos de dolor del elfo se vieron acallado por los insultos que los compañeros de este dirigieron a Eltrant cuando dos de estos se agacharon y lo arrastraron fuera de la pelea. Eltrant no pudo evitar encontrar curioso este hecho, parecían ofendidos por ver al castaño defenderse.
Thomas, por otro lado, seguía vociferando ordenes en elfico desde la retaguardia, cambiando de idioma cada par de frases, principalmente para tratar de confundir a Eltrant, pero este se encargó de ignorar todas estas.
O lo intentó, algunas de aquellas ordenes eran ciertas, lo que dejó aberturas en su defensa que podría haber evitado fácilmente.
Los minutos se sucedieron y estaba atrapado en un baile que solo podía acabar con la muerte de los que se internaban en él. Aunque ninguno de los elfos logró atravesar su armadura y varios de ellos perecieron en el intento, Eltrant comenzó a cansarse.
Jadeando retrocedió una vez más, quedando básicamente aislado tras el muro de elfos. Entornó los ojos, casi parecían soldados profesionales, tomaban relevos, se ayudaban los unos a los otros de ser necesario y obedecían ciegamente las ordenes de Thomas, por no hablar de las armas que blandían, los grabados no eran precisamente para subastar aquellas hojas.
Todo aquel asunto era cada vez era más raro.
- ¿...Quiénes sois? – Preguntó Eltrant limpiando el sudor que resbalaba por su frente, no había conseguido impedir que los elfos incendiaran la cabaña y sendas nubes de humo se alzaban hacía el firmamento, deseaba con todas sus fuerzas que Eyre y el felino hubiesen salido de allí. Thomas sonrió.
- Cazadores y granjeros. – Dijo con sencillez, como si estuviese explicando a alguien que el agua es húmeda. Eltrant frunció el ceño y volvió a levantar su espada, tragó saliva, al menos cinco elfos yacían muertos a sus pies, respiró hondo, podía seguir.
- Eres una buena pieza… mercenario. – Dijo Thomas comprendiendo a que estaba mirando el castaño. – Han muerto con honor. Son uno con la tierra ahora. – Apretó los dientes, sujetó con aún más fuerza su espada, iba a matar a aquel hombre, iba a darle la misma muerte que este había proporcionado a sus hombres.
De la nada el estruendoso sonido de un cuerno de guerra se alzó sobre los bosques, algunas aves salieron espantadas de los árboles cercanos, el rostro de Thomas cambió casi al instante, algunos elfos bajaron sus armas confundidos al ver como una elfa de apariencia grácil emergía de los árboles y conversaba con Thomas en aquella maldita lengua mientras señalaba a la parte posterior de la casa en llamas.
Thomas bramó un par de órdenes y, junto a la mayor parte de los soldados que le acompañaban, partió hacia el lugar que la elfa había señalado. Estaba seguro de haber oído algo parecido a “Brujo”.
Frunció el ceño, se habían quedado unos cinco elfos vigilándole. Le subestimaban, era eso o había sucedido algo muy grave tras la cabaña. ¿Se había escapado Eyre? Tenía que seguirles.
Arrojó a Olvido sin previo aviso, con todas las fuerzas que le quedaban en los brazos, tan pronto como el grueso de la tropa elfica abandonó el claro. La espada atravesó al elfo que tenía más cerca como si de una jabalina se tratase, aquel hombre estaba muerto antes de caer al suelo.
Desenvainó a Recuerdo, la espada de hielo iluminó tenuemente su cara cuando se protegió del tajo que le lanzó una elfa corpulenta que no había tardado apenas un segundo en tomar la iniciativa al ver como si aliado caía muerto al suelo.
Golpeó a la mujer con la mano que tenía libre en la cara, el guantelete de metal se abrió paso a través del tabique nasal de la rubia y un fuerte crujido precedió a la sangre que comenzó a manar de su nariz.
La elfa se alejó de él lanzando tajos al aire con una mano mientras que con la otra se llevaba la mano hasta la cara, sangrante. Corrió hacía el bosque, justo al lugar por dónde se habían marchado los demás.
Un tercer elfo, más bajito que los demás, hundió profundamente un hacha en su vientre aprovechando que Eltrant apenas podía mantener el ritmo de los tres rivales a los que se enfrentaba.
El arma atravesó su armadura y, además, llegó hasta su cuerpo, cortando la carne. Blasfemó un par de insultos y pateó al enano en la cara para alejarle, derribándolo y aturdiéndolo momentáneamente.
- ¡Solo quedáis dos! – Gritó cuando, después de un breve forcejeo, consiguió hundir firmemente el metal de Recuerdo en el pecho de otra mujer de complexión más grácil. Le recordó, en cierto sentido, a las curanderas que poblaban el hospital de Lunargenta.
¿Cómo habían acabado aquellas gentes haciendo aquello? ¿Cómo se habían convertido en esas cosas?
El ultimo elfo en pie huyo al bosque, dejando su espada y al pequeño que seguía en el suelo, sangrando por la nariz, Eltrant levantó su espada.
- ¡Dejame! ¡Estoy herido! ¡Tú ganas! ¿Qué… que haces? – Preguntó el abatido retrocediendo como buenamente podía, tratando de alcanzar su hacha.
- Cazar monstruos.
Eltrant Tale
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Una pesadilla. Esa era la única palabra que se le ocurría a Eyre para describir lo que estaba viviendo en ese instante.
El corazón le latía desbocado. Desde donde estaba, podía oír el choque de espadas al otro lado de la cabaña, las voces, los pasos de los elfos que posteriormente se internaron en el bosque cuando, tras un rato más breve de lo que había esperado, se enteraron de que había escapado del fuego.
Contuvo la respiración cuando las plantas se sacudieron a menos de dos metros de ella ante el paso ligero de los elfos. Con Thomas a la cabeza, el tropel avanzaba en búsqueda de la pequeña bruja y, probablemente, también del hombre-gato. ¿Dónde estaría? ¿Qué pasaría si lo encontraban? Sin la ilusión que le hacía pasar el dolor, la bestia no tendría fuerzas para defenderse. Quizás, ni siquiera, para mantenerse vivo un rato más.
“-Tengo que volver con él.” -Pensó. Pero antes debía alejar a los elfos de aquel sector del bosque. No sentía que albergara las fuerzas suficientes para generar una ilusión que tuviese efecto sobre el grupo entero, demasiadas energías había gastado, tomando en cuenta que no comía ni dormía bien hacía ya varios días. ¡Tenía que ocurrírsele otra cosa! Apretó los párpados, frunció el ceño y comenzó a darse golpesitos en la frente con las yemas del dedo índice. De pronto, se le vino a la mente uno de los aburridos libros sobre Arcanos que tenía su padre en la biblioteca. No era magia fuerte, ¡pero podían funcionar!
Apretó la espalda contra el tronco del árbol y recogió las piernas en un intento por ser lo más pequeña posible. Con cuidado y silencio, acomodó las hojas que la rodeaban para pasar desapercibida. Cerca, muy cerca, iban y venían, barriendo la zona con nerviosismo. ¿Por qué la buscaban con tantas ansias? Le temblaron las manos al abrir la mochila y le temblaron también cuando sacó lentamente su diario para arrancar una de las amarillentas hojas con el mayor de los cuidados. “-En silencio, en silencio... Concéntrate” -Se decía. Pero le fallaba tanto el pulso, que le costaba horrores actuar sin torpeza.
[1]Sacó la carbonilla que usaba para escribir sus andanzas y garabateó torpemente las palabras: “kric cogi ide cul ventri” sobre la parte frontal del papel, y “pacnát sekund” en la parte trasera, para luego arrugarlo en una pequeña pelota. Esperó que los persecutores se alejasen un poco y, cuando creyó que nadie estaba mirando en su dirección, sacó tímidamente la mano por entre los matorrales y abrió la palma, liberando el trozo. Éste se elevó en el aire por sí solo, como levitando, y comenzó a sortear la maleza en un zigzagueante camino, internándose más y más en el bosque. Estaba “programado” para que, aproximadamente a los quince segundos de volar, cuando estuviera lo suficientemente lejos, su magia comenzara a emitir un agudo grito con un tono similar al de la pequeña bruja.
-¡¡Aaaaaaaaaaaaaaah!! ¡¡Aaaaaaaah!! ¡¡Aaaaaah!!
-¡Thaemë íll! -Rugió Thomas, señalando la dirección en que se perdía la voz. De inmediato, la larga hilera de elfos se internó en el bosque como una estampida, alejándose, por fin, de la niña y su escondite.
-Eso fue... ¿demasiado fácil? -Susurró tras dejar pasar unos cuantos segundos de silencio para cerciorarse de que estaba sola. Al final, se puso de pie con lentitud, ayudándose con el bastón y volviendo a ponerse la mochila. Además de las plantas pisoteadas y la cabaña en llamas, había tanta calma que no parecía que un montón de elfos dementes hubiera estado allí, dándole caza, segundos atrás. No, no había sido fácil... porque aún no estaban fuera de peligro. Ni ella, ni Eltrant, ni el gato. Y era éste último quien más le preocupaba, dado que lo más probable era que estuviese inconsciente y desprotegido en alguna parte.
No era sensato ponerse a gritar para buscar a la bestia. Siempre en silencio y volteándose obsesivamente para asegurarse de que nadie estuviese a punto de lanzarle una saeta a la espalda, comenzó a caminar sobre sus propios pasos de vuelta a la parte trasera de la cabaña. A medida que se acercaba, el aire se hacía más pesado y el humo le hacía llorar los ojos; la construcción tenía las columnas roídas por el fuego y estaba ya a punto de desplomarse.
Y allí, a unos diez metros de distancia, pobremente oculto tras un árbol de tronco flacucho, yacía tirado el hombre-gato. Ante la repentina visión de sus piernas cercenadas, Eyre volvió a sentir ganas de vomitar. Sin embargo, tragó saliva y se acercó a la pobre criatura de todas maneras. Si permanecía más tiempo allí se asfixiaría con el humo... si es que no lo había hecho ya.
-Oye... ¡Oye! -Susurró cuando se hubo acercado y acuclillado junto al hombre. Tal como temía, estaba inconsciente; pero respiraba. El pobre debía haberla pasado realmente mal. Además de los daños obvios, también estaba muy flaco y tenía el pelaje sucio, opaco y áspero. ¿Cuánto tiempo llevaba cautivo?- Reacciona, por favor, ¡reacciona!
Pero no había caso. Intentó moverlo con telekinesis, no obstante se encontraba ya tan cansada que apenas pudo levantarlo un centímetro del suelo antes de volver a dejarlo caer. De todas maneras, de poder trasladarlo, ¿a dónde lo llevaría? Seguían estando en medio del bosque, los elfos no tardarían en descubrir el engaño, no tenía idea de dónde estaba Eltrant...
De pronto, se sintió desahuciada y, para cuando se dio cuenta, notó que estaba llorando.
-...Quizás no debí haberme ido de casa. -Masculló. Pero de nada servía lamentarse. Respiró profundo, se puso de pie, agarró uno de los brazos ajenos y comenzó a tirar con todas sus fuerzas. Por lo menos debía llevarlo lejos del humo.
_______
[1]Uso de Profesión: Arcanos
El corazón le latía desbocado. Desde donde estaba, podía oír el choque de espadas al otro lado de la cabaña, las voces, los pasos de los elfos que posteriormente se internaron en el bosque cuando, tras un rato más breve de lo que había esperado, se enteraron de que había escapado del fuego.
Contuvo la respiración cuando las plantas se sacudieron a menos de dos metros de ella ante el paso ligero de los elfos. Con Thomas a la cabeza, el tropel avanzaba en búsqueda de la pequeña bruja y, probablemente, también del hombre-gato. ¿Dónde estaría? ¿Qué pasaría si lo encontraban? Sin la ilusión que le hacía pasar el dolor, la bestia no tendría fuerzas para defenderse. Quizás, ni siquiera, para mantenerse vivo un rato más.
“-Tengo que volver con él.” -Pensó. Pero antes debía alejar a los elfos de aquel sector del bosque. No sentía que albergara las fuerzas suficientes para generar una ilusión que tuviese efecto sobre el grupo entero, demasiadas energías había gastado, tomando en cuenta que no comía ni dormía bien hacía ya varios días. ¡Tenía que ocurrírsele otra cosa! Apretó los párpados, frunció el ceño y comenzó a darse golpesitos en la frente con las yemas del dedo índice. De pronto, se le vino a la mente uno de los aburridos libros sobre Arcanos que tenía su padre en la biblioteca. No era magia fuerte, ¡pero podían funcionar!
Apretó la espalda contra el tronco del árbol y recogió las piernas en un intento por ser lo más pequeña posible. Con cuidado y silencio, acomodó las hojas que la rodeaban para pasar desapercibida. Cerca, muy cerca, iban y venían, barriendo la zona con nerviosismo. ¿Por qué la buscaban con tantas ansias? Le temblaron las manos al abrir la mochila y le temblaron también cuando sacó lentamente su diario para arrancar una de las amarillentas hojas con el mayor de los cuidados. “-En silencio, en silencio... Concéntrate” -Se decía. Pero le fallaba tanto el pulso, que le costaba horrores actuar sin torpeza.
[1]Sacó la carbonilla que usaba para escribir sus andanzas y garabateó torpemente las palabras: “kric cogi ide cul ventri” sobre la parte frontal del papel, y “pacnát sekund” en la parte trasera, para luego arrugarlo en una pequeña pelota. Esperó que los persecutores se alejasen un poco y, cuando creyó que nadie estaba mirando en su dirección, sacó tímidamente la mano por entre los matorrales y abrió la palma, liberando el trozo. Éste se elevó en el aire por sí solo, como levitando, y comenzó a sortear la maleza en un zigzagueante camino, internándose más y más en el bosque. Estaba “programado” para que, aproximadamente a los quince segundos de volar, cuando estuviera lo suficientemente lejos, su magia comenzara a emitir un agudo grito con un tono similar al de la pequeña bruja.
-¡¡Aaaaaaaaaaaaaaah!! ¡¡Aaaaaaaah!! ¡¡Aaaaaah!!
-¡Thaemë íll! -Rugió Thomas, señalando la dirección en que se perdía la voz. De inmediato, la larga hilera de elfos se internó en el bosque como una estampida, alejándose, por fin, de la niña y su escondite.
-Eso fue... ¿demasiado fácil? -Susurró tras dejar pasar unos cuantos segundos de silencio para cerciorarse de que estaba sola. Al final, se puso de pie con lentitud, ayudándose con el bastón y volviendo a ponerse la mochila. Además de las plantas pisoteadas y la cabaña en llamas, había tanta calma que no parecía que un montón de elfos dementes hubiera estado allí, dándole caza, segundos atrás. No, no había sido fácil... porque aún no estaban fuera de peligro. Ni ella, ni Eltrant, ni el gato. Y era éste último quien más le preocupaba, dado que lo más probable era que estuviese inconsciente y desprotegido en alguna parte.
No era sensato ponerse a gritar para buscar a la bestia. Siempre en silencio y volteándose obsesivamente para asegurarse de que nadie estuviese a punto de lanzarle una saeta a la espalda, comenzó a caminar sobre sus propios pasos de vuelta a la parte trasera de la cabaña. A medida que se acercaba, el aire se hacía más pesado y el humo le hacía llorar los ojos; la construcción tenía las columnas roídas por el fuego y estaba ya a punto de desplomarse.
Y allí, a unos diez metros de distancia, pobremente oculto tras un árbol de tronco flacucho, yacía tirado el hombre-gato. Ante la repentina visión de sus piernas cercenadas, Eyre volvió a sentir ganas de vomitar. Sin embargo, tragó saliva y se acercó a la pobre criatura de todas maneras. Si permanecía más tiempo allí se asfixiaría con el humo... si es que no lo había hecho ya.
-Oye... ¡Oye! -Susurró cuando se hubo acercado y acuclillado junto al hombre. Tal como temía, estaba inconsciente; pero respiraba. El pobre debía haberla pasado realmente mal. Además de los daños obvios, también estaba muy flaco y tenía el pelaje sucio, opaco y áspero. ¿Cuánto tiempo llevaba cautivo?- Reacciona, por favor, ¡reacciona!
Pero no había caso. Intentó moverlo con telekinesis, no obstante se encontraba ya tan cansada que apenas pudo levantarlo un centímetro del suelo antes de volver a dejarlo caer. De todas maneras, de poder trasladarlo, ¿a dónde lo llevaría? Seguían estando en medio del bosque, los elfos no tardarían en descubrir el engaño, no tenía idea de dónde estaba Eltrant...
De pronto, se sintió desahuciada y, para cuando se dio cuenta, notó que estaba llorando.
-...Quizás no debí haberme ido de casa. -Masculló. Pero de nada servía lamentarse. Respiró profundo, se puso de pie, agarró uno de los brazos ajenos y comenzó a tirar con todas sus fuerzas. Por lo menos debía llevarlo lejos del humo.
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[1]Uso de Profesión: Arcanos
Eyre
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
El ferroso olor de la sangre, entremezclada con la ceniza del humo impregnaba el ambiente, flotaba por la zona en la forma más literal de la palabra, impregnando las impolutas flores blancas de aquel jardín secreto de gris y carmesí.
Era ridículamente poético, digno de una de esas pinturas que los nobles colgaban en las ostentosas paredes de sus mansiones.
Alzó la mirada y cerró los ojos, recordaba aquel olor: era Térpoli, era el asalto al fuerte Nórgedo, era sangre y ceniza. Respiró hondo, sintió como el costado se le resentía justo en el lugar en el que la pesada hacha de guerra del ultimo elfo al que había impactado.
Sangraba, no nada nuevo, aquello era un martes cualquiera para él, pero dolía. Se llevó la mano izquierda hasta la parte de la armadura de la que manaba la sangre y volvió a tomar aire, volvió a sentir aquel dolor que le decía que su armadura no era infalible, aquella molesta sensación que le demostraba que, por muy idiota que fuese, seguía siendo tan mortal como el más común de los humanos, era la manera que tenía de indicarse a sí mismo que fuese con cuidado: dolor.
Era una lástima que apenas se hiciese caso.
Envainó la espada de hielo, ahora cubierta de sangre, y extrajo a Olvido del cadáver del elfo al que había empalado contra el suelo. Farfulló un par de insultos en voz baja y se desató la capa escarlata que colgaba de su cuello para, después de rasgarla, introducir el trozo de mayor tamaño en el hueco que había abierto el hacha en su armadura. Aquello serviría para parar la hemorragia, al menos de momento.
Miró los cadáveres de los elfos. ¿Qué estaban tratando de hacer? ¿Por qué se habían marchado en dirección al bosque? Frunció el ceño y asió con fuerza a Olvido entre sus manos, dejó caer la enorme espada plateada sobre su hombro derecho y se dirigió al lugar por el que se habían perdido los elfos, detrás de la cabaña.
Tenía que encontrar a Eyre y al gato.
Se movía de forma muy diferente a aquellos elfos, caminaba de forma tosca por el bosque, hacía ruido, cada movimiento que hacía era reproducido automáticamente por las juntas su armadura, su espada chocaba contra cada rama que se cruzaba en su camino. Llevaba, básicamente, una diana en la espalda, pero, aun así, no pensaba salir de allí solo.
Apretó la mandíbula, se detuvo en seco cuando, apenas a unas decenas de metros de la cabaña humeante, escuchó un leve movimiento no muy lejano, junto a unos árboles que indicaban que terminaba el claro y comenzaba el bosque. Era extraño, dejando a un lado el crepitar del fuego y el suave canto de las aves que no habían huidos aterradas del humo el bosque estaba inexplicablemente tranquilo, casi parecía que estaba en mitad de una agradable excursión campestre y que todo lo que había sucedido no había sido más que un mal sueño.
Afortunadamente la razón de aquel sonido no eran los elfos, la pequeña figura de Eyre estaba agachada junto al hombre-bestia que, por su apariencia, había muerto o seguía inconsciente.
Se acercó en varios pasos hasta dónde estaba la muchacha. Lloraba en voz baja, murmuró algo acerca de haberse escapado de casa y comenzó a tirar del gato, alejándolo aún más de la casa. El corazón se le detuvo un instante. ¿Por qué había accedido a que le acompañase hasta el bosque? ¿Por qué siempre tomaba ese tipo de decisiones? Era un idiota.
Sin mediar palabra alivió la carga de la joven y, tras envainar la espalda, levantó al gato de la misma forma que había hecho con Eyre cuando estaban huyendo de los elfos, poco antes de entrar en la cabaña.
- Buena distracción. No sé qué has hecho, pero todos se han adentrado aún más en el bosque – dijo depositando de nuevo al gato contra el tronco de un árbol más grueso, sonrió, trato de la muchacha no notase la herida, cosa que seguramente, por como goteaba la prenda que había metido en la armadura, no era muy difícil de interpretar que había hecho esta.
Estuvo tentado de volver a preguntarle a la bruja como se encontraba, pero la respuesta era obvia, tenía los ojos enrojecidos, estaba pálida, la había oído llorar apenas hacía unos minutos y, justo delante de ella, tenía a una persona mutilada; era evidente que no estaba bien.
Alargó una de sus manos hasta cara la de la joven, preocupado, no obstante, antes de llegar a tocarla se dio cuenta que tenía el guantelete empapado en sangre, por lo que la detuvo a la mitad.
- ¿Alguna idea para volver? – preguntó, la chica aparentaba ser más de lo que parecía, ya se lo había demostrado dos veces, aunque aterrada, seguía luchando por salir adelante, era capaz de valerse por sí misma, tenía derecho a opinar acerca del siguiente movimiento. A pesar de esto, parecía estar agotada, ¿Cargaba con ella? ¿Con ella y con el gato? Quejándose por lo bajo, se levantó ayudándose con el árbol junto al que estaban. – Vamos – Le tendió el brazo para que se levantase.
Tensó los músculos, estaba alerta, se sentía incómodo simplemente por no moverse en aquel momento, el dolor de la herida de su vientre aumentaba con cada segundo que pasaba descansando. Una parte de él agradecía que su cuerpo reaccionase de ese modo cuando estaba herido, cuando peleaba, fue por lo que pudo reconocer el característico brillo de una espada en la periferia de su visión.
- ¡Eyre! – Probablemente la chica habría visto a Thomas antes, pero independientemente de que lo hubiese hecho, se colocó delante de ella. No lo hizo queriendo, no fue algo premeditado, fue algo más parecido a un instinto, a una necesidad.[1]
Si Asher estuviese allí le habría llamado por ese mote que tanto le gustaba ponerle. Sonrió.
Apretó los dientes al notar como la bella espada elfica del líder de aquellos cazadores se deslizaba sobre su coraza emitiendo un estruendo metálico, llegando incluso a perforarla en algunas partes, rasgando los ropajes que vestía bajo ella y haciéndole leves cortes.
Mejor en él que en el cuerpo de Eyre.
Lanzó un directo a la cara de Thomas, el cual lo evitó alejándose de Eltrant lo suficiente como para que este no le alcanzase con una facilidad que era, prácticamente, insultante. El elfo volvió a mirar a la bruja henchido de ira. ¿Qué demonios tenía aquel imbécil en contra de la muchacha?
- ¡Eyre, atrás! – Llevó su mano hasta la cintura, hacía la espada que podía desenvainar con mayor rapidez. Antes de que Thomas pudiese lanzar otra estocada más el castaño ya tenía a Recuerdo y a su fantasmagórico filo azulado en su poder.
Las dos hojas se encontraron a escasos centímetros de la cara de Eltrant.
- ¡Enfréntate a alguien de tu tamaño! – Tras un leve forcejeó en el que fue Eltrant quien acabó retirándose, tiró de la correa que tenía atada en torno al pecho de modo que la pesada claymore que pendía de ella cayó al suelo, junto a Eyre y al gato. Aquello le proporcionaría más velocidad, al menos la necesaria para no acabar convertido en carne picada frente al elfo.
- ¡Deja de interponerte, es mi presa! – Las espadas entrechocaron, el sonido del metal rompió la calma que había reinado en el bosque instantes atrás, frunció el ceño, aquel tipo era ridículamente rápido, terminó de ello asegurarse cuando la afilada espada elfica se abrió paso a través de su defensa e impactó en uno de sus antebrazos.
Estaba muy afilada. ¿De dónde sacaban unos pueblerinos aquel metal?
Eltrant tomó la iniciativa, escupió a un lado la sangre que se acumulaba en su boca y cargó, si aquel tipo era más rápido que él la forma más fácil de vencerle era obligándole a defenderse siempre, a no dejarle un instante para contraatacar.
Se internó de lleno en una frenética danza en la que ninguno de los dos competidores quería ceder terreno a su oponente. Gritó con fuerza cuando Thomas, viendo la herida que Eltrant poseía en el costado izquierdo, centró todos los ataques hacía esa zona, acertando más de uno.
- Y la presa se resiente… - Thomas sonrió al ver a Eltrant tambalearse, volvió a mirar a Eyre – Tranquila bruja, en poco tú y el mercenario compartiréis el destino del bueno de Sylas – Señaló al gato y sonrió. - ¡Sereís invitados de honor a nuestro próximo banquete! – Una sonrisa desquiciada cruzó su rostro, Eltrant frunció el ceño. – El gato ya ha participado. ¿No es divertido Sylas? Dime ¿A que es divertido? – Volvió a atacar, solo porque dejase de hablar, las espadas volvieron a encontrarse, apretó los dientes e hizo fuerza, el susurro del metal deslizándose uno sobre el otro se apoderó de todos los sonidos de la zona.
- No… soy… un mercenario. – Le propinó un cabezazo, esta vez impactó, Thomas comenzó a sangrar por la nariz. Ya era la tercera persona a la que se lo hacía aquel día, podía decir que estaba siendo productivo en aquel sentido.
Sonrió al ver como Thomas le insultaba en elfico, alguno de los elfos que se habían comenzado a aproximar a la zona miraban con curiosidad la pelea, pero no intervinieron, Thomas les gritó aún más palabras en su idioma y estos se marcharon en dirección al pueblo, algunos parecían conformes, otros torcieron el gesto, disconformes.
Tenía que empezar a aprender elfico.
Thomas escupió a un lado y miró fijamente a Eltrant.
- Eres como toda esa escoria a la que hemos cazado, mercenario. – gruñó limpiando la sangre que se deslizaba por la hoja de su espada con el dedo índice y el anular de la mano izquierda, después se la llevo a la boca. - A ti no te voy a capturar… - Indicó, le apuntó con la espada. – A ti voy a matarte. – Sentenció. – Por mi cuenta, sois mis presas y, yo solo, brindaré honor a Eletha y a la aldea. Pero antes... antes me divertiré con la bruja – Aquello lo confirmaba, estaban locos, en aquel lugar pasaba algo muy raro y tenían que marcharse de allí cuanto antes.
- ¡No! – Atacó, sin cuartel, con todas sus fuerzas, no sabía que planes tenían aquellas gentes, pero cada vez eran más y más extraños, no iba a permitir que le sucediera nada a Eyre, por su culpa ella estaba allí. - ¡Soy! – Encadenó la primera estocada, una que había detenido el elfo con relativa facilidad, con una segunda, esquirlas de hielo flotaron por el aire cuando ambas espadas chocaron - ¡Un! – Levantó su hoja con ambas manos, Thomas se preparó para defenderse del golpe. - ¡Mercenario! – Hizo acopio de sus fuerzas y, esta vez, tras bajar la espada hasta su cintura lo más rápido que pudo atacó desde abajó acertando al elfo en pleno vientre.
Eltrant sonrió al ver la cara de confusión del elfo cuando comprendió lo que acababa de pasar, le había ganado, eso había hecho, no era tan fuerte una vez le dejabas sin capacidad de movimiento, tenía que haberlo hecho así desde el principio.
Muy a su pesar, no era el único que había sido herido en aquel ultimo intercambio de estocadas, sintió un, ya conocido, dolor en el bajo vientre. Deslizó su mirada hasta el lugar dónde sentía el dolor: la espada de Thomas había atravesado su armadura.
- … vale. – Thomas cayó al suelo, temblando e insultando a voces a Eltrant, algunas en elfico, otras en común. – Muy original. – Envainó a Recuerdo y, tras mirar a Eyre, se tambaleó hasta uno de los tantos árboles que le rodeaban.
Se recostó contra el grueso tronco del árbol, la tajada que le atravesaba la armadura en la zona del abdomen era más profunda de lo que parecía, negó con la cabeza, y llevó ambas manos hasta el lugar de la herida, dónde intentaba parar el incesante río de sangre que fluía de su herida.
Tragó saliva, sabía a sangre, a hierro.
A su alrededor, las plantas rotas y pisoteadas, mostraban a los elfos que se acercaban a comprobar el estado de su líder lo que había pasado allí, pero Thomas, aún con vida, gritaba a pleno pulmón ordenes en elfico desde el suelo y, sus subordinados, tras observar la escena durante unos instantes, se marchaban a toda prisa hacía la aldea.
Estaba seguro de que había oído la palabra “Eletha” en todas y cada una de las ordenes que el elfo había dado.
Miró a Eyre, sonrió cansado.
- No me gustan que me digan mercenario, hace mucho que no soy eso. – dijo con sencillez, se quejó en voz baja cuando, tras juguetear con los restos de su capa, trato de usarla, también, a modo de tapón para la sangre - ¿Puedes ayudarme a… levantarme? – Tenían que salir de allí cuanto antes, no tenía forma de averiguar que había dicho Thomas a sus hombres, por lo que sabía, podían estar volviendo con refuerzos. – No me gustan las vistas.
[1] Habilidad Nivel 1: Salvaguarda.
Era ridículamente poético, digno de una de esas pinturas que los nobles colgaban en las ostentosas paredes de sus mansiones.
Alzó la mirada y cerró los ojos, recordaba aquel olor: era Térpoli, era el asalto al fuerte Nórgedo, era sangre y ceniza. Respiró hondo, sintió como el costado se le resentía justo en el lugar en el que la pesada hacha de guerra del ultimo elfo al que había impactado.
Sangraba, no nada nuevo, aquello era un martes cualquiera para él, pero dolía. Se llevó la mano izquierda hasta la parte de la armadura de la que manaba la sangre y volvió a tomar aire, volvió a sentir aquel dolor que le decía que su armadura no era infalible, aquella molesta sensación que le demostraba que, por muy idiota que fuese, seguía siendo tan mortal como el más común de los humanos, era la manera que tenía de indicarse a sí mismo que fuese con cuidado: dolor.
Era una lástima que apenas se hiciese caso.
Envainó la espada de hielo, ahora cubierta de sangre, y extrajo a Olvido del cadáver del elfo al que había empalado contra el suelo. Farfulló un par de insultos en voz baja y se desató la capa escarlata que colgaba de su cuello para, después de rasgarla, introducir el trozo de mayor tamaño en el hueco que había abierto el hacha en su armadura. Aquello serviría para parar la hemorragia, al menos de momento.
Miró los cadáveres de los elfos. ¿Qué estaban tratando de hacer? ¿Por qué se habían marchado en dirección al bosque? Frunció el ceño y asió con fuerza a Olvido entre sus manos, dejó caer la enorme espada plateada sobre su hombro derecho y se dirigió al lugar por el que se habían perdido los elfos, detrás de la cabaña.
Tenía que encontrar a Eyre y al gato.
Se movía de forma muy diferente a aquellos elfos, caminaba de forma tosca por el bosque, hacía ruido, cada movimiento que hacía era reproducido automáticamente por las juntas su armadura, su espada chocaba contra cada rama que se cruzaba en su camino. Llevaba, básicamente, una diana en la espalda, pero, aun así, no pensaba salir de allí solo.
Apretó la mandíbula, se detuvo en seco cuando, apenas a unas decenas de metros de la cabaña humeante, escuchó un leve movimiento no muy lejano, junto a unos árboles que indicaban que terminaba el claro y comenzaba el bosque. Era extraño, dejando a un lado el crepitar del fuego y el suave canto de las aves que no habían huidos aterradas del humo el bosque estaba inexplicablemente tranquilo, casi parecía que estaba en mitad de una agradable excursión campestre y que todo lo que había sucedido no había sido más que un mal sueño.
Afortunadamente la razón de aquel sonido no eran los elfos, la pequeña figura de Eyre estaba agachada junto al hombre-bestia que, por su apariencia, había muerto o seguía inconsciente.
Se acercó en varios pasos hasta dónde estaba la muchacha. Lloraba en voz baja, murmuró algo acerca de haberse escapado de casa y comenzó a tirar del gato, alejándolo aún más de la casa. El corazón se le detuvo un instante. ¿Por qué había accedido a que le acompañase hasta el bosque? ¿Por qué siempre tomaba ese tipo de decisiones? Era un idiota.
Sin mediar palabra alivió la carga de la joven y, tras envainar la espalda, levantó al gato de la misma forma que había hecho con Eyre cuando estaban huyendo de los elfos, poco antes de entrar en la cabaña.
- Buena distracción. No sé qué has hecho, pero todos se han adentrado aún más en el bosque – dijo depositando de nuevo al gato contra el tronco de un árbol más grueso, sonrió, trato de la muchacha no notase la herida, cosa que seguramente, por como goteaba la prenda que había metido en la armadura, no era muy difícil de interpretar que había hecho esta.
Estuvo tentado de volver a preguntarle a la bruja como se encontraba, pero la respuesta era obvia, tenía los ojos enrojecidos, estaba pálida, la había oído llorar apenas hacía unos minutos y, justo delante de ella, tenía a una persona mutilada; era evidente que no estaba bien.
Alargó una de sus manos hasta cara la de la joven, preocupado, no obstante, antes de llegar a tocarla se dio cuenta que tenía el guantelete empapado en sangre, por lo que la detuvo a la mitad.
- ¿Alguna idea para volver? – preguntó, la chica aparentaba ser más de lo que parecía, ya se lo había demostrado dos veces, aunque aterrada, seguía luchando por salir adelante, era capaz de valerse por sí misma, tenía derecho a opinar acerca del siguiente movimiento. A pesar de esto, parecía estar agotada, ¿Cargaba con ella? ¿Con ella y con el gato? Quejándose por lo bajo, se levantó ayudándose con el árbol junto al que estaban. – Vamos – Le tendió el brazo para que se levantase.
Tensó los músculos, estaba alerta, se sentía incómodo simplemente por no moverse en aquel momento, el dolor de la herida de su vientre aumentaba con cada segundo que pasaba descansando. Una parte de él agradecía que su cuerpo reaccionase de ese modo cuando estaba herido, cuando peleaba, fue por lo que pudo reconocer el característico brillo de una espada en la periferia de su visión.
- ¡Eyre! – Probablemente la chica habría visto a Thomas antes, pero independientemente de que lo hubiese hecho, se colocó delante de ella. No lo hizo queriendo, no fue algo premeditado, fue algo más parecido a un instinto, a una necesidad.[1]
Si Asher estuviese allí le habría llamado por ese mote que tanto le gustaba ponerle. Sonrió.
Apretó los dientes al notar como la bella espada elfica del líder de aquellos cazadores se deslizaba sobre su coraza emitiendo un estruendo metálico, llegando incluso a perforarla en algunas partes, rasgando los ropajes que vestía bajo ella y haciéndole leves cortes.
Mejor en él que en el cuerpo de Eyre.
Lanzó un directo a la cara de Thomas, el cual lo evitó alejándose de Eltrant lo suficiente como para que este no le alcanzase con una facilidad que era, prácticamente, insultante. El elfo volvió a mirar a la bruja henchido de ira. ¿Qué demonios tenía aquel imbécil en contra de la muchacha?
- ¡Eyre, atrás! – Llevó su mano hasta la cintura, hacía la espada que podía desenvainar con mayor rapidez. Antes de que Thomas pudiese lanzar otra estocada más el castaño ya tenía a Recuerdo y a su fantasmagórico filo azulado en su poder.
Las dos hojas se encontraron a escasos centímetros de la cara de Eltrant.
- ¡Enfréntate a alguien de tu tamaño! – Tras un leve forcejeó en el que fue Eltrant quien acabó retirándose, tiró de la correa que tenía atada en torno al pecho de modo que la pesada claymore que pendía de ella cayó al suelo, junto a Eyre y al gato. Aquello le proporcionaría más velocidad, al menos la necesaria para no acabar convertido en carne picada frente al elfo.
- ¡Deja de interponerte, es mi presa! – Las espadas entrechocaron, el sonido del metal rompió la calma que había reinado en el bosque instantes atrás, frunció el ceño, aquel tipo era ridículamente rápido, terminó de ello asegurarse cuando la afilada espada elfica se abrió paso a través de su defensa e impactó en uno de sus antebrazos.
Estaba muy afilada. ¿De dónde sacaban unos pueblerinos aquel metal?
Eltrant tomó la iniciativa, escupió a un lado la sangre que se acumulaba en su boca y cargó, si aquel tipo era más rápido que él la forma más fácil de vencerle era obligándole a defenderse siempre, a no dejarle un instante para contraatacar.
Se internó de lleno en una frenética danza en la que ninguno de los dos competidores quería ceder terreno a su oponente. Gritó con fuerza cuando Thomas, viendo la herida que Eltrant poseía en el costado izquierdo, centró todos los ataques hacía esa zona, acertando más de uno.
- Y la presa se resiente… - Thomas sonrió al ver a Eltrant tambalearse, volvió a mirar a Eyre – Tranquila bruja, en poco tú y el mercenario compartiréis el destino del bueno de Sylas – Señaló al gato y sonrió. - ¡Sereís invitados de honor a nuestro próximo banquete! – Una sonrisa desquiciada cruzó su rostro, Eltrant frunció el ceño. – El gato ya ha participado. ¿No es divertido Sylas? Dime ¿A que es divertido? – Volvió a atacar, solo porque dejase de hablar, las espadas volvieron a encontrarse, apretó los dientes e hizo fuerza, el susurro del metal deslizándose uno sobre el otro se apoderó de todos los sonidos de la zona.
- No… soy… un mercenario. – Le propinó un cabezazo, esta vez impactó, Thomas comenzó a sangrar por la nariz. Ya era la tercera persona a la que se lo hacía aquel día, podía decir que estaba siendo productivo en aquel sentido.
Sonrió al ver como Thomas le insultaba en elfico, alguno de los elfos que se habían comenzado a aproximar a la zona miraban con curiosidad la pelea, pero no intervinieron, Thomas les gritó aún más palabras en su idioma y estos se marcharon en dirección al pueblo, algunos parecían conformes, otros torcieron el gesto, disconformes.
Tenía que empezar a aprender elfico.
Thomas escupió a un lado y miró fijamente a Eltrant.
- Eres como toda esa escoria a la que hemos cazado, mercenario. – gruñó limpiando la sangre que se deslizaba por la hoja de su espada con el dedo índice y el anular de la mano izquierda, después se la llevo a la boca. - A ti no te voy a capturar… - Indicó, le apuntó con la espada. – A ti voy a matarte. – Sentenció. – Por mi cuenta, sois mis presas y, yo solo, brindaré honor a Eletha y a la aldea. Pero antes... antes me divertiré con la bruja – Aquello lo confirmaba, estaban locos, en aquel lugar pasaba algo muy raro y tenían que marcharse de allí cuanto antes.
- ¡No! – Atacó, sin cuartel, con todas sus fuerzas, no sabía que planes tenían aquellas gentes, pero cada vez eran más y más extraños, no iba a permitir que le sucediera nada a Eyre, por su culpa ella estaba allí. - ¡Soy! – Encadenó la primera estocada, una que había detenido el elfo con relativa facilidad, con una segunda, esquirlas de hielo flotaron por el aire cuando ambas espadas chocaron - ¡Un! – Levantó su hoja con ambas manos, Thomas se preparó para defenderse del golpe. - ¡Mercenario! – Hizo acopio de sus fuerzas y, esta vez, tras bajar la espada hasta su cintura lo más rápido que pudo atacó desde abajó acertando al elfo en pleno vientre.
Eltrant sonrió al ver la cara de confusión del elfo cuando comprendió lo que acababa de pasar, le había ganado, eso había hecho, no era tan fuerte una vez le dejabas sin capacidad de movimiento, tenía que haberlo hecho así desde el principio.
Muy a su pesar, no era el único que había sido herido en aquel ultimo intercambio de estocadas, sintió un, ya conocido, dolor en el bajo vientre. Deslizó su mirada hasta el lugar dónde sentía el dolor: la espada de Thomas había atravesado su armadura.
- … vale. – Thomas cayó al suelo, temblando e insultando a voces a Eltrant, algunas en elfico, otras en común. – Muy original. – Envainó a Recuerdo y, tras mirar a Eyre, se tambaleó hasta uno de los tantos árboles que le rodeaban.
Se recostó contra el grueso tronco del árbol, la tajada que le atravesaba la armadura en la zona del abdomen era más profunda de lo que parecía, negó con la cabeza, y llevó ambas manos hasta el lugar de la herida, dónde intentaba parar el incesante río de sangre que fluía de su herida.
Tragó saliva, sabía a sangre, a hierro.
A su alrededor, las plantas rotas y pisoteadas, mostraban a los elfos que se acercaban a comprobar el estado de su líder lo que había pasado allí, pero Thomas, aún con vida, gritaba a pleno pulmón ordenes en elfico desde el suelo y, sus subordinados, tras observar la escena durante unos instantes, se marchaban a toda prisa hacía la aldea.
Estaba seguro de que había oído la palabra “Eletha” en todas y cada una de las ordenes que el elfo había dado.
Miró a Eyre, sonrió cansado.
- No me gustan que me digan mercenario, hace mucho que no soy eso. – dijo con sencillez, se quejó en voz baja cuando, tras juguetear con los restos de su capa, trato de usarla, también, a modo de tapón para la sangre - ¿Puedes ayudarme a… levantarme? – Tenían que salir de allí cuanto antes, no tenía forma de averiguar que había dicho Thomas a sus hombres, por lo que sabía, podían estar volviendo con refuerzos. – No me gustan las vistas.
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[1] Habilidad Nivel 1: Salvaguarda.
Eltrant Tale
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Ante la repentina presencia de Eltrant, la vergüenza por estar llorando antecedió al tremendo alivio de verlo vivo. Se refregó un hombro contra las mejillas en un intento por secar las lágrimas antes de que el otro las viera, cosa que fue en vano. Al final, al oírlo hablar, apenas esbozó una media sonrisa, más por cortesía que porque de verdad tuviera ganas de sonreír, antes de soltar al gato para permitir que fuera cargado por él.
No transcurrieron muchos segundos hasta que, al verlo recargar al felino contra el tronco de aquel árbol, la bruja notó el ancho tajo que abría la armadura del exmercenario. Tuvo que ahogar un grito al ver el trapo empapado en sangre. ¿Cómo podía seguir andando por ahí como si no le doliese? ¿Acaso no podían salírsele las tripas? ¿De dónde sacaba fuerzas ese hombre? El gato y él eran lo suficientemente perseverantes como para seguir vivos aunque sus cuerpos fuesen vejados una y otra vez. Y ella, ante el mínimo rasguño, sentía que iba a desmayarse. Se lo quedó viendo completamente anonadada y con nuevas lágrimas empañándole la mirada. Se sentía avergonzada por ser tan débil.
Para colmo, incluso se tomaba la molestia de pedirle su opinión respecto a qué hacer. No tenía ni la menor idea. De haber tenido tiempo para responder, hubiese sugerido simplemente correr lo más rápido posible en la dirección opuesta a donde habían desaparecido los elfos.
Pero no lo tuvo. Para cuando se dio cuenta, la espada de Thomas estaba incrustándose en la armadura de su protector.
-¡Eyre, atrás!
Fue incapaz de reaccionar. Con los ojos abiertos de par en par, sólo pudo observar el choque de espadas que acontecía a muy escasos metros de distancia. El brillo era hipnotizante, el sonido del metal casi mántrico. El terror que le helaba los huesos parecía sumirla una especie de trance, uno que la obligaba a ser la espectadora de lo que, en realidad, ya había predicho. Observó a Eltrant y luego, de reojo, al gato. Era como si sólo pudiera mover los ojos. ¿Acababa de oír la palabra “presa”?
Lo intrigante de la situación era que, de pronto, Eyre no era la única espectadora. La gran mayoría de los elfos que habían estado buscándola con tanto ahínco, incluso aquellos a quienes había engañado con la apariencia de Thomas para que se alejasen de la cabaña, estaban allí, junto a ella, observando la afrenta. Mientras la bruja los miraba boquiabierta, ellos sólo prestaban atención a los gritos de su líder... y se marchaban sin más.
No entendía. No podía comprender nada de lo que estaba sucediendo. Por momentos, sentía que todo era un sueño o, en el peor de los casos, una espantosa visión inusualmente larga. Pero luego volteaba hacia Eltrant, veía sus esfuerzos por mantenerse vivo, por protegerla, olía su sangre y su sudor, y se convencía de que eso, tristemente, no era más ni menos que... real.
Finalmente, no pudo hacer nada. La trifulca terminó con ambos hombres heridos, humano y elfo tendidos en el suelo. Mientras que el primero, por alguna razón que no podía comprender, le sonreía como si no estuviera desangrándose, el segundo seguía mascullando palabras ininteligibles y se escarbaba la herida con los dedos, intentando quién sabía qué, de manera muy desagradable.
La niña, con suma cautela, se acercó primero al de orejas en punta para observarlo desde arriba, con el ceño fruncido y las mejillas arreboladas de enojo.
-Mentí. No lamento haber intentado robarte. Y tampoco lamento esto. -Dijo, antes de levantar el bastón y arremeter fuertemente contra la frente del elfo con la base de éste, acallándolo... al menos por un rato. Era la primera vez en la vida que le pegaba a alguien. Jamás pensó que se sentiría tan bien hacerlo.
Se giró entonces para ver a Eltrant y corrió hacia él. Por un instante, se quedó estática al verlo. Era exactamente como había visto; el mismo árbol, la misma herida, la misma sensación. Había intentado cambiar el transcurso de los acontecimientos sin ningún éxito. ¿Significaba eso, entonces, que era imposible torcer el destino? ¿Que jamás podría evitar que sus horribles visiones ocurrieran? Apretó los dientes y se acuclilló frente al humano. Luego tendría tiempo de cavilar al respecto. Ahora... ahora tenía que evitar que se muriese ahí mismo.
-No puedes levantarte así. -Rebuscó dentro de su mochila, en un pequeño compartimento que apestaba a hierbas, hasta encontrar lo que buscaba. Sin decir nada, con evidente mueca de vergüenza, comenzó a meterse en la boca unas cuantas hojas con pequeños pelillos blancos en la parte de abajo. “[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]”, según rezaba el polvoriento libro de plantas medicinales que solía estudiar por las tardes. Y su nombre le hacía honor: vaya que eran urticantes. Apenas hubo hecho una pasta con ellas, se las sacó de la boca y se frotó la lengua contra el antebrazo en un desesperado intento por hacer pasar la picazón.
-Lo siento, sé que es asqueroso. Permíteme y... estate quieto un segundo. -Con tanta suavidad como pudo, apartó los burdos trozos de tela para exponer la herida. Tuvo que contener las arcadas y empalideció al ver semejante cantidad de sangre; por mucho que hubiese leído decenas de libros sobre cómo tratar las lesiones, ver una en la vida real era mucho más impactante de lo que esperaba. Conteniendo la mueca de asco, comenzó a embadurnar el tajo con el emplasto- Es antihemorrágico, será mejor que ponerse un trozo de tela y ya. Sí, lo sé, arde mucho. No, no te rasques. -Anticipó con seriedad- Ahora... abre la boca.
Sacó entonces, del mismo bolsillo, una hoja de color verde claro y aspecto carnoso y algo marrón que parecía un trocito de rama. Una “Hoja de rey” y un “[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]”.
-Un sedante y un revitalizante. -Explicó, dándoselos con delicadeza- Mastícalos un momento, harán efecto pronto.
Tendrían que esperar unos minutos antes de que las rudimentarias plantas hicieran lo suyo, minutos que, esperaba, no fuesen tantos como para tener que lidiar una vez más con aquellos locos. Cerró la mochila y se dejó caer sentada junto a Eltrant. Estaba exhausta, pero se negaba a demostrarlo. ¿Cómo podía ser tan descortés como para mostrarse cansada frente a quien, literalmente, acababa de actuar como pared humana para protegerla? Recogió las piernas y se abrazó las rodillas, alzando la mirada para buscar los amables y agotados ojos del hombre.
-Estás loco. -Refunfuñó- Gracias. Gracias, de verdad... gracias. Pero estás loco. -Insistió- Pudiste... pudiste haber muerto. -La voz se le fue apagando de a poco; tuvo que callarse para no llorar. Y es que, aún con todo su extenso vocabulario, le faltaban palabras para demostrar la gratitud que sentía- Cada vez estoy más en deuda contigo, ¿te das cuenta? -Dijo tras unos cuantos segundos de silencio, soltando una risita corta que se perdió en el silencio del bosque.
De pronto, tan súbitamente que pegó un respingo, los cimientos de la cabaña terminaron por desplomarse y la modesta construcción se vino abajo. Una nube de cenizas se alzó y el estrépito marcó el final de la efímera calma. Exhalando un suspiro, se levantó y se cubrió la nariz y la boca con el cuello del vestido antes de señalar, con la punta del bastón, al gato.
-¿Qué... qué hacemos con él?
Eyre
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Cerró los ojos y se concentró en los cuidados de la bruja, quien, sorpresivamente para el castaño, sabía cómo atender heridas. Suspiró cuando sintió como el efecto de las plantas que Eyre había usado con él comenzaba a aparecerse tímidamente para combatir al dolor y al cansancio, cuando notó como las plantas que masticaba desprendían, muy lentamente, todo el jugo que tenían en su interior.
Aunque no sabía exactamente si era porque eran medicinas de verdad o su cuerpo reaccionaba ante el repugnante sabor que tenían. También tenía la imperiosa necesidad de rascarse las heridas, el mejunje que la bruja había usado para que no se desangrase en aquel lugar ardía con fuerza, casi tanto como la propia herida. Pero Eyre se lo había advertido, la pasta medicinal se iba a quedar dónde se lo había dicho la muchacha.
- Gracias. – dijo pestañeando varias veces, tratando de acelerar los efectos del “revitalizante”, no podía quedarse dormido, por muy cansado que estuviese, no podía hacerlo.
Se le escapó una sonora carcajada cuando Eyre mencionó que estaba loco, no se equivocaba. Bajó la mirada hasta los agujeros que tenía por todas las armaduras y dejó que el aire del bosque, ese que en aquel momento tenía partículas de ceniza en él, llenase sus pulmones.
Sentaba bien que te diesen las gracias de vez en cuando.
- La gente suele usar más “idiota”, pero supongo que no te equivocas – dijo a Eyre ampliando su sonrisa. – Y… yo también estoy en deuda contigo. – Se señaló a si mismo con el pulgar, a las dos heridas, no había pasado desapercibido la palidez que cubría el rostro de la bruja. – Gracias. – Volvió a repetir.
Gruñó un par de incoherencias a los dioses cuando la cabaña, o lo que quedaba de ella, se vino abajo por su propio peso, los elfos habían tenido suerte de que el fuego no se extendiese al resto del bosque.
Se preguntaba qué pensarían de aquella aldea en Sandorai, probablemente no sabrían ni que existía, o sabrían como mucho el nombre. Dudaba mucho que los elfos que conocía, los que son uno con la naturaleza, se quedasen sin hacer nada cuando había una aldea repleta de personas capaces de cometer atrocidades como la que estaba viviendo en aquel momento.
Agarró la rama más baja que tenía sobre su cabeza y, ayudado por esta, se levantó. Flexionó los brazos, podía moverse y apenas sentía dolor. Era como si nunca hubiese sido herido para empezar.
- Nos lo llevamos – respondió la pregunta de Eyre sin pensarlo demasiado, no iba a dejar al gato allí, en mitad de la nada. - …Eres una buena curandera, Eyre. – añadió justo después abriendo y cerrando la mano derecha, comprobando que, efectivamente, su cuerpo respondía según él quería. - ¿Dónde has aprendido? – inquirió.
Aquel efecto le recordaba, en parte, a la saliva de Lyn cuando esta le mordía. Lo que decía que tenía que darse prisa, llevaba el tiempo suficiente siendo herido como para comprender que no había curas milagrosas.
Solo los dioses sabían cuando volvería el dolor.
Se quitó las hombreras de metal y el guantelete doblado que cubría su brazo izquierdo, hizo lo mismo con todas las partes de su armadura que en aquel momento solo le retrasaban y, además, estaban tan rotas que apenas ofrecían protección.
- Mejor así… - Con la coraza de su torso y el guantelete de metal que resguardaba su brazo derecho como única armadura se agachó junto al gato unos instantes y examinó como estaba. Respiraba, pero seguía balbuceando incoherencias en voz baja, estaba en un estado de semi-inconsciencia permanente. - ¿Te sobran más medicinas? – Se giró hacía la bruja y enarcó una ceja - ¿Puedes darle lo mismo que me has dado a mí? – añadió a continuación.
Fuese negativa o afirmativa la respuesta de la bruja, Eltrant aún tenía una cosa que hacer, se levantó y ajustó pobremente lo que le quedaba de armadura a su cuerpo.
- Vigílale un momento. – pidió recuperando sus dos espadas del suelo, colgándoselas dónde siempre habían estado. Caminó hacía Thomas, que seguía gritando en voz alta palabras en elfico, probablemente insultos, mientras se desangraba lentamente en el suelo. - ¿Algo que decir? – Desenvainó a Recuerdo, el helado símbolo de lo que hacía en la guardia.
Thomas siguió hablando el elfico, alzó una ceja.
- Muy bien… – Cerró ambas manos en torno a la espada y la invirtió, apuntando al herido con la afilada punta de esta. Tomó aire y levantó la hoja, podía ver el iracundo odio de aquel hombre en su mirada, la despectiva necesidad que este sentía por levantarse y acabar con la vida de todos lo que estaban allí.
Matarle era la única opción. ¿Qué pasaba si recibía atención medica por parte de alguno de sus aliados? Dudaba mucho que aguantase otro asalto en contra de aquel tipo, estaba malherido, pero no le sorprendería que el odio le moviese, le hiciese ignorar sus heridas.
Tragó saliva, escuchó a Eyre tras él tratar al gato o mirarle, no se giró.
Le estaba haciendo un favor, estaba aliviando el sufrimiento que iba a sentir durante, probablemente, las horas que le quedaban mientras se desangraba lentamente. Eso fue lo que se dijo cuándo bajó la espada y la clavó, firmemente, en el cuello del elfo, ejecutándolo definitivamente, acabando con su vida en lo que dura un suspiro.
Extrajo la espada del cadáver y se quedó mirándolo durante unos segundos, analizó su expresión congelada para siempre en una mueca de odio.
Había acabado ya con la vida de unos cuantos elfos según huía de ellos, se defendía, luchaba por sobrevivir. Pero se sentía diferente, aquello, después de todo, había sido diferente, había sido una ejecución. ¿Desde cuándo se había convertido en un verdugo?
Sacudió la cabeza, envainó la espada, recordó lo que le había dicho a Kothán en el desierto. Aquel era el mejor resultado que podían permitirse en aquel momento.
Le había hecho un favor.
- Siento que hayas tenido que ver eso. – dijo a Eyre en voz baja, agachándose junto al hombre-bestia para después cargarlo en su espalda. – Volvemos al pueblo, tengo que hablar con la alcaldesa. – aseveró – Lidera el camino, Eyre – le pidió.
- Estoy justo detrás de ti.
Aunque no sabía exactamente si era porque eran medicinas de verdad o su cuerpo reaccionaba ante el repugnante sabor que tenían. También tenía la imperiosa necesidad de rascarse las heridas, el mejunje que la bruja había usado para que no se desangrase en aquel lugar ardía con fuerza, casi tanto como la propia herida. Pero Eyre se lo había advertido, la pasta medicinal se iba a quedar dónde se lo había dicho la muchacha.
- Gracias. – dijo pestañeando varias veces, tratando de acelerar los efectos del “revitalizante”, no podía quedarse dormido, por muy cansado que estuviese, no podía hacerlo.
Se le escapó una sonora carcajada cuando Eyre mencionó que estaba loco, no se equivocaba. Bajó la mirada hasta los agujeros que tenía por todas las armaduras y dejó que el aire del bosque, ese que en aquel momento tenía partículas de ceniza en él, llenase sus pulmones.
Sentaba bien que te diesen las gracias de vez en cuando.
- La gente suele usar más “idiota”, pero supongo que no te equivocas – dijo a Eyre ampliando su sonrisa. – Y… yo también estoy en deuda contigo. – Se señaló a si mismo con el pulgar, a las dos heridas, no había pasado desapercibido la palidez que cubría el rostro de la bruja. – Gracias. – Volvió a repetir.
Gruñó un par de incoherencias a los dioses cuando la cabaña, o lo que quedaba de ella, se vino abajo por su propio peso, los elfos habían tenido suerte de que el fuego no se extendiese al resto del bosque.
Se preguntaba qué pensarían de aquella aldea en Sandorai, probablemente no sabrían ni que existía, o sabrían como mucho el nombre. Dudaba mucho que los elfos que conocía, los que son uno con la naturaleza, se quedasen sin hacer nada cuando había una aldea repleta de personas capaces de cometer atrocidades como la que estaba viviendo en aquel momento.
Agarró la rama más baja que tenía sobre su cabeza y, ayudado por esta, se levantó. Flexionó los brazos, podía moverse y apenas sentía dolor. Era como si nunca hubiese sido herido para empezar.
- Nos lo llevamos – respondió la pregunta de Eyre sin pensarlo demasiado, no iba a dejar al gato allí, en mitad de la nada. - …Eres una buena curandera, Eyre. – añadió justo después abriendo y cerrando la mano derecha, comprobando que, efectivamente, su cuerpo respondía según él quería. - ¿Dónde has aprendido? – inquirió.
Aquel efecto le recordaba, en parte, a la saliva de Lyn cuando esta le mordía. Lo que decía que tenía que darse prisa, llevaba el tiempo suficiente siendo herido como para comprender que no había curas milagrosas.
Solo los dioses sabían cuando volvería el dolor.
Se quitó las hombreras de metal y el guantelete doblado que cubría su brazo izquierdo, hizo lo mismo con todas las partes de su armadura que en aquel momento solo le retrasaban y, además, estaban tan rotas que apenas ofrecían protección.
- Mejor así… - Con la coraza de su torso y el guantelete de metal que resguardaba su brazo derecho como única armadura se agachó junto al gato unos instantes y examinó como estaba. Respiraba, pero seguía balbuceando incoherencias en voz baja, estaba en un estado de semi-inconsciencia permanente. - ¿Te sobran más medicinas? – Se giró hacía la bruja y enarcó una ceja - ¿Puedes darle lo mismo que me has dado a mí? – añadió a continuación.
Fuese negativa o afirmativa la respuesta de la bruja, Eltrant aún tenía una cosa que hacer, se levantó y ajustó pobremente lo que le quedaba de armadura a su cuerpo.
- Vigílale un momento. – pidió recuperando sus dos espadas del suelo, colgándoselas dónde siempre habían estado. Caminó hacía Thomas, que seguía gritando en voz alta palabras en elfico, probablemente insultos, mientras se desangraba lentamente en el suelo. - ¿Algo que decir? – Desenvainó a Recuerdo, el helado símbolo de lo que hacía en la guardia.
Thomas siguió hablando el elfico, alzó una ceja.
- Muy bien… – Cerró ambas manos en torno a la espada y la invirtió, apuntando al herido con la afilada punta de esta. Tomó aire y levantó la hoja, podía ver el iracundo odio de aquel hombre en su mirada, la despectiva necesidad que este sentía por levantarse y acabar con la vida de todos lo que estaban allí.
Matarle era la única opción. ¿Qué pasaba si recibía atención medica por parte de alguno de sus aliados? Dudaba mucho que aguantase otro asalto en contra de aquel tipo, estaba malherido, pero no le sorprendería que el odio le moviese, le hiciese ignorar sus heridas.
Tragó saliva, escuchó a Eyre tras él tratar al gato o mirarle, no se giró.
Le estaba haciendo un favor, estaba aliviando el sufrimiento que iba a sentir durante, probablemente, las horas que le quedaban mientras se desangraba lentamente. Eso fue lo que se dijo cuándo bajó la espada y la clavó, firmemente, en el cuello del elfo, ejecutándolo definitivamente, acabando con su vida en lo que dura un suspiro.
Extrajo la espada del cadáver y se quedó mirándolo durante unos segundos, analizó su expresión congelada para siempre en una mueca de odio.
Había acabado ya con la vida de unos cuantos elfos según huía de ellos, se defendía, luchaba por sobrevivir. Pero se sentía diferente, aquello, después de todo, había sido diferente, había sido una ejecución. ¿Desde cuándo se había convertido en un verdugo?
Sacudió la cabeza, envainó la espada, recordó lo que le había dicho a Kothán en el desierto. Aquel era el mejor resultado que podían permitirse en aquel momento.
Le había hecho un favor.
- Siento que hayas tenido que ver eso. – dijo a Eyre en voz baja, agachándose junto al hombre-bestia para después cargarlo en su espalda. – Volvemos al pueblo, tengo que hablar con la alcaldesa. – aseveró – Lidera el camino, Eyre – le pidió.
- Estoy justo detrás de ti.
Eltrant Tale
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
La bruja se mantuvo cabizbaja mientras oía al muchacho. Tenía que admitir que recibir las gracias por algo que había hecho se sentía muy bien; viviendo el Beltrexus, encerrada en casa de sus padres, nunca hacía nada que mereciera un agradecimiento por parte de alguien más.
-No soy una curandera. Sólo... sólo he leído muchos libros. -Respondió, ligeramente ruborizada, mientras jugueteaba con uno de los largos mechones de cabello que le caía sobre los hombros.
Sin las hombreras ni gran parte de la armadura, con las heridas y esas oscuras ojeras bajo los ojos, el hombre le parecía mucho menos imponente de lo que había visto en un principio. Se preguntó, por primera vez, qué hacía allí siendo un simple humano. Siempre había pensado que las personas de esa raza eran demasiado frágiles y vulnerables como para aventurarse por ahí solas; y por eso casi siempre andaban en caravanas, protegiéndose los unos a los otros. Este, sin embargo, evidentemente era muy distinto a lo que ella creía “el humano promedio”. Lo observó largamente y se dijo para sus adentros que luego, si conseguían regresar sanos y salvos, tenía que preguntarle su historia.
Y también tendría que preguntársela al pobre gato, si es que conseguían salvarle la vida. Al igual que Eltrant, se agachó junto a este y lo observó por un momento. Balbuceaba, apenas se movía y, al menos hasta aquel momento, parecía inofensivo. Pero no había querido tratarlo porque, al estar medio inconsciente, debería darle las plantas por la fuerza, no sabía si tendrían el mismo efecto con una bestia que con un humano... y no tenía idea de cómo podría reaccionar ante ello.
Apoyó el dorso de la mano sobre la amplia nariz de la criatura. Estaba seca y caliente; tenía fiebre. Si no le daba nada, quizás no resistiría todo el camino hasta el pueblo.
-Lo intentaré. -Accedió con un suspiro.
Mientras rebuscaba en la mochila las mismas hojas que le había dado a Eltrant, Eyre no fue ajena a lo que estaba sucediendo a sus espaldas. No era tonta, intuía perfectamente lo que iba a ocurrir. Por mucha aversión que sintiese hacia aquel elfo, estaba determinada a no presenciar semejante escena; muchos horrores veía a diario en las premoniciones pero, si podía evitar ver una ejecución en la “vida real”, lo haría a toda costa. Sus jóvenes ojos estaban cansados de presenciar dolor y miseria.
Intentó poner toda su atención en medicar al hombre-gato. Después de todo, si no tenía cuidado y no vigilaba de cerca sus reacciones, corría el peligro de que reaccionase de manera inesperada.
Primero tanteó suavemente los alrededores de su boca. Le tocó el hocico, entreabrió sus labios con apenas las puntas de los dedos e hizo un esfuerzo por separarle los sendos colmillos amarillentos para lograr deslizar las hojas entre éstos.
-Por favor, por favor, por favor, ¡no me arranques la mano! -Pensó con temor, soltándolo al instante tras introducir las plantas- Mastícalas despacio, te harán bien... -Dijo en voz alta, con forzada calma, esperando que la bestia pudiese entenderle.
La criatura emitió un gruñido gutural y arrugó el tabique en gesto asqueado. Aún semi-inconsciente, parecía poder percibir el horrible gusto de las medicinas. Pero afortunadamente, al menos por el momento, no las escupía.
A sus espaldas, pudo oír con horrorosa claridad el sonido de la espada atravesando el cuello del elfo. Cerró los ojos y tragó saliva. Tendría que pasar un buen tiempo hasta que pudiese olvidar aquello.
-Vamos. -Fue todo lo que dijo en respuesta antes de echar a andar.
Volver a internarse en el bosque suscitó de nuevo la sensación de peligro, de vulnerabilidad, la misma presión en el pecho que había sentido al estar tan, tan cerca de ser capturada momentos atrás. Caminaba con cautela, abriéndose paso con el bastón y deteniéndose súbitamente ante cualquier pequeño sonido, así fuese una liebre correteando entre la maleza. El temor seguía tensándole cada músculo del cuerpo y tenía la amarga certeza de que nunca volvería a caminar tranquila por ningún bosque que se pareciese a aquel. No veía la hora de que ese día llegase a su fin.
-¿Estás seguro de que ir hacia la alcaldesa es una buena idea? -Rompió el silencio tras un buen rato en que el crujir de las hojas bajo sus pies había sido la única compañía- Es decir... ¿no crees que defenderá a su gente antes que a nosotros? Quizás... quizás simplemente sea mejor pasar por tu amiga e irnos lo más rápido posible. -Sugirió, siempre mirando hacia adelante. “Irnos”, había dicho. En plural. Y es que, aunque le diese vergüenza, no pensaba separarse de su 'protector' al menos hasta estar bien lejos de aquel infierno.
Eyre
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
El camino de vuelta a la aldea estaba siendo extraño, no se cruzaron con nadie, habían dejado de cazarlos por algún motivo.
- No, no es una buena idea. – dijo a la pregunta que le había hecho la bruja, ajustando el peso del gato en su espalda para que no se resbalase. Eyre tenía razón la alcaldesa no iba a confiar en ellos, lo más prudente sería marcharse de allí, después de todo, si sus sospechas eran ciertas, la mujer estaría al tanto de lo que estaba sucediendo en aquel momento. – Por eso te vas a quedar con Lyn en la cabaña. – aseguró caminando tras la joven, para empezar, no sabía si Lyn estaba bien, esperaba que lo estuviese, la vampiresa sabía cuidarse de sí misma, pero no dejaba de estar sola en mitad de una aldea de elfos homicidas. – Sea lo que sea que estén haciendo… - suspiró, se detuvo unos instantes y oteó sus alrededores, seguían estando solos. – Voy a detenerlo. – dijo reemprendiendo la marcha.
Continuó caminando en silencio, atento a todos los arbustos de aspecto distinto que se cruzaban, sorteando árboles que, fuese por la razón que fuese, no le terminaba de gustar. Pero estaban solos, las palabras de Thomas habían surtido efecto en sus seguidores y estos parecían haber vuelto a la aldea.
Una aldea que, cuando entraron en ella, se encontraron totalmente deshabitada. Frunció el ceño, empezaba a anochecer, ¿Cuánto tiempo habían pasado en el bosque? Se susurró a sí mismo un par de órdenes, tratando de sentir que contralaba la situación, y continuó caminando, ahora a través de las amplias calles de la población.
Si ya de por si tenía la sensación de que le estaban observando, ahora todo comenzaba a obtener un serio toque siniestro.
- Estate atenta. – dijo mirando el interior de una de las tantas casas con las que se habían cruzado, la puerta principal estaba abierta de par en par, pero, desde dónde estaba, parecía estar vacía. - …Esto… esto no puede ser normal. – Susurró.
Tomó aire, lentamente, y recostó al gato contra una de las casas de la amplia plazoleta en la que se habían adentrado, dónde estaba el ayuntamiento.
- ¿Lo notas? – preguntó a su acompañante, tensó los músculos, la medicina de Eyre seguía, afortunadamente, funcionando. – Hay algo… - la sensación de que le estaban observando se hizo más fuerte, casi podía sentir los ojos de quien o lo que le estuviese persiguiendo clavado en su nuca, estudiando todos sus movimientos.
No era la primera vez que le pasaba, era su instinto de supervivencia rogándole por que se marchase, porque no atravesase aquella plazoleta ridículamente expuesta a arqueros y soldados.
Pero tenían que pasar por allí antes de llegar hasta dónde estaba Lyn, tenían que pasar frente al amplio edificio en el que había conocido a Eletha.
Desenvainó a Olvido, no se pensaba echar atrás.
Entonces, cuando el susurro metálico que produjo su espada al salir de su vaina cesó, varias palmadas, cortas y concisas se alzaron sobre el silencio que se había apoderado del municipio.
- Pretendía acabar con vosotros sin que os dieseis cuenta, pero… habéis matado a Thomas, no sería justo – La voz de Eletha, miró a su alrededor buscando a la alcaldesa, no debía de estar demasiado lejos. – En cierto modo, se acabaron los juegos de poder con él, debería agradecéroslo - Apretó los dientes, estaba en el tejado de una de las viviendas más cercanas, mirándoles fijamente.
- ¿¡Que se supone que es todo esto!? – Apartó a Eyre con el antebrazo, se colocó frente a ella. - ¿¡Donde está todo el mundo!? – Preguntó a continuación, Eletha dejó escapar una carcajada, una melodiosa y sutil, digna de una sacerdotisa elfica.
- Observando. – aseguró. – Al menos los que no me han llevado la contraria. – Se lamió los labios al decir esto último, Eltrant arqueó una ceja. – También mandé a unos cuantos a la cabaña de tu amiga. – Torció el gesto durante unos segundos - …Deberían haber vuelto ya. – Negó con la cabeza y bajó de un salto del tejado, cayó frente al castaño y a la bruja. – Pero da igual – Señaló a Eyre – Vamos a acabar ya con esto ¿Vale? Ya lidiaré con esa cría más tarde – Se hizo con el báculo que cargaba a su espalda.
¿Una elfa que peleaba con magia?
- Esa expresión… - Eletha se abrazó al báculo cuando vio la reacción del exmercenario, casi parecía ser una persona totalmente distinta a la que había conocido por la mañana. – Me encanta cuando la ponen. – alzó el palo, Eltrant la imitió con su espada.
- Muy bien… aquí estoy, elfa. – Apretó los dientes, tensó los músculos, se giró rápidamente hacía la bruja. – Eyre… ve a la cabaña, arrastra al gato y huye, no esta muy lejos – Indicó – Yo la distraigo. Encuentra a Lyn. – La alcaldesa también estaba metida en todo el tema de la caza, aquello seguía sin explicar demasiado, pero al menos ahora sabían que en aquel lugar no estaban seguro.
Eletha había mencionado que había elfos que les llevaba la contraria. ¿Habría matado a los que se la oponían? ¿Los habría encerrado? Chasqueó la lengua y apuntó directamente a la mujer.
- ¡¿A qué esperas?! – Gritó tratando de llamar su atención, Eletha sonrió.
- No voy a pecar de ingenua. – Dijo apoyándose en su bastón – Has matado a Thomas, no voy a enfrentarme cara a cara a ti, mercenario. – Dijo alzando su mano derecha, dónde una bola de luz comenzó a aparecerse poco a poco. – Te presento a Mordisquitos. – Su sonrisa se amplió hasta el punto en el que no tenía diferencia alguna con la que había visto horas atrás en el rostro de Thomas, cuando dijo esta frase, un rugido emanó del interior del ayuntamiento y, tras varios segundos de silencio, una bestia inmensa atravesó la puerta principal, lanzando astillas y trozos de cristal por todas partes.
- Por… todos los dioses… - Bajó la espada un instante, tratando de asimilar lo que estaba viendo en aquel momento.
Un ser que solo podía ser descrito como la fusión de otros muchos seres, una masa de carne con más de un par de extremidades, un ente que, incluso desde la distancia a la que se encontraba, podía verse perfectamente que medía más de dos metros con facilidad.
Tenía voz, hablaba, pero no tenía un único tono, era como si muchas personas estuviesen hablando al mismo tiempo, como si todos estuviesen coreando a la vez.
- HaMbRe – fue lo único audible que dijo, deteniéndose a varios centímetros de la elfa, que la acarició como si estuviese acariciando a una mascota hogareña común.
- Lo sé, cariño. – dijo con una sonrisa. – Lo sé. – Señaló al lugar en el que estaban Eltrant y Eyre. - ¿Ves? Ahí tienes tu comida, nuestra comida. – Amplió su sonrisa. – Es una comida mala y ha matado al tío Tom, no se deja atrapar, Mordi. – aseguró - Ten cuidado. – Eltrant distinguió algo similar a reconocimiento, a una inteligencia primitiva en los ojos de aquella cosa cuando miró a Eletha, al menos en los que tenía en la parte que parecía su cabeza.
- VaLe – dijo comenzando a caminar hacía Eltrant, este tragó saliva y levantó su espada. – TenDrÉ CuiDadO – añadió después, tomando en una de sus manazas algo que solo podía ser descrito como un trozo de metal gigantesco que aquella cosa pretendía usar como espada.
- Eyre… vete de aquí. – susurró, tenía que mantenerse sereno. Se había enfrentado a cosas más grandes, había matado cosas peores.
Si sangraba, podía morir. Ahora la cuestión era: ¿Podía sangrar?
- ¿Qué os parece, queridos visitantes? – Dijo Eletha alzando el báculo, apuntando al monstruo con él y lanzando un fogonazo de luz hacía la bestia, esta se hizo ligeramente más grande, apareció un brazo más. - ¿Qué os parece lo que es capaz de hacer la inocua magia curativa? – Dijo entre risas.
- No, no es una buena idea. – dijo a la pregunta que le había hecho la bruja, ajustando el peso del gato en su espalda para que no se resbalase. Eyre tenía razón la alcaldesa no iba a confiar en ellos, lo más prudente sería marcharse de allí, después de todo, si sus sospechas eran ciertas, la mujer estaría al tanto de lo que estaba sucediendo en aquel momento. – Por eso te vas a quedar con Lyn en la cabaña. – aseguró caminando tras la joven, para empezar, no sabía si Lyn estaba bien, esperaba que lo estuviese, la vampiresa sabía cuidarse de sí misma, pero no dejaba de estar sola en mitad de una aldea de elfos homicidas. – Sea lo que sea que estén haciendo… - suspiró, se detuvo unos instantes y oteó sus alrededores, seguían estando solos. – Voy a detenerlo. – dijo reemprendiendo la marcha.
Continuó caminando en silencio, atento a todos los arbustos de aspecto distinto que se cruzaban, sorteando árboles que, fuese por la razón que fuese, no le terminaba de gustar. Pero estaban solos, las palabras de Thomas habían surtido efecto en sus seguidores y estos parecían haber vuelto a la aldea.
Una aldea que, cuando entraron en ella, se encontraron totalmente deshabitada. Frunció el ceño, empezaba a anochecer, ¿Cuánto tiempo habían pasado en el bosque? Se susurró a sí mismo un par de órdenes, tratando de sentir que contralaba la situación, y continuó caminando, ahora a través de las amplias calles de la población.
Si ya de por si tenía la sensación de que le estaban observando, ahora todo comenzaba a obtener un serio toque siniestro.
- Estate atenta. – dijo mirando el interior de una de las tantas casas con las que se habían cruzado, la puerta principal estaba abierta de par en par, pero, desde dónde estaba, parecía estar vacía. - …Esto… esto no puede ser normal. – Susurró.
Tomó aire, lentamente, y recostó al gato contra una de las casas de la amplia plazoleta en la que se habían adentrado, dónde estaba el ayuntamiento.
- ¿Lo notas? – preguntó a su acompañante, tensó los músculos, la medicina de Eyre seguía, afortunadamente, funcionando. – Hay algo… - la sensación de que le estaban observando se hizo más fuerte, casi podía sentir los ojos de quien o lo que le estuviese persiguiendo clavado en su nuca, estudiando todos sus movimientos.
No era la primera vez que le pasaba, era su instinto de supervivencia rogándole por que se marchase, porque no atravesase aquella plazoleta ridículamente expuesta a arqueros y soldados.
Pero tenían que pasar por allí antes de llegar hasta dónde estaba Lyn, tenían que pasar frente al amplio edificio en el que había conocido a Eletha.
Desenvainó a Olvido, no se pensaba echar atrás.
Entonces, cuando el susurro metálico que produjo su espada al salir de su vaina cesó, varias palmadas, cortas y concisas se alzaron sobre el silencio que se había apoderado del municipio.
- Pretendía acabar con vosotros sin que os dieseis cuenta, pero… habéis matado a Thomas, no sería justo – La voz de Eletha, miró a su alrededor buscando a la alcaldesa, no debía de estar demasiado lejos. – En cierto modo, se acabaron los juegos de poder con él, debería agradecéroslo - Apretó los dientes, estaba en el tejado de una de las viviendas más cercanas, mirándoles fijamente.
- ¿¡Que se supone que es todo esto!? – Apartó a Eyre con el antebrazo, se colocó frente a ella. - ¿¡Donde está todo el mundo!? – Preguntó a continuación, Eletha dejó escapar una carcajada, una melodiosa y sutil, digna de una sacerdotisa elfica.
- Observando. – aseguró. – Al menos los que no me han llevado la contraria. – Se lamió los labios al decir esto último, Eltrant arqueó una ceja. – También mandé a unos cuantos a la cabaña de tu amiga. – Torció el gesto durante unos segundos - …Deberían haber vuelto ya. – Negó con la cabeza y bajó de un salto del tejado, cayó frente al castaño y a la bruja. – Pero da igual – Señaló a Eyre – Vamos a acabar ya con esto ¿Vale? Ya lidiaré con esa cría más tarde – Se hizo con el báculo que cargaba a su espalda.
¿Una elfa que peleaba con magia?
- Esa expresión… - Eletha se abrazó al báculo cuando vio la reacción del exmercenario, casi parecía ser una persona totalmente distinta a la que había conocido por la mañana. – Me encanta cuando la ponen. – alzó el palo, Eltrant la imitió con su espada.
- Muy bien… aquí estoy, elfa. – Apretó los dientes, tensó los músculos, se giró rápidamente hacía la bruja. – Eyre… ve a la cabaña, arrastra al gato y huye, no esta muy lejos – Indicó – Yo la distraigo. Encuentra a Lyn. – La alcaldesa también estaba metida en todo el tema de la caza, aquello seguía sin explicar demasiado, pero al menos ahora sabían que en aquel lugar no estaban seguro.
Eletha había mencionado que había elfos que les llevaba la contraria. ¿Habría matado a los que se la oponían? ¿Los habría encerrado? Chasqueó la lengua y apuntó directamente a la mujer.
- ¡¿A qué esperas?! – Gritó tratando de llamar su atención, Eletha sonrió.
- No voy a pecar de ingenua. – Dijo apoyándose en su bastón – Has matado a Thomas, no voy a enfrentarme cara a cara a ti, mercenario. – Dijo alzando su mano derecha, dónde una bola de luz comenzó a aparecerse poco a poco. – Te presento a Mordisquitos. – Su sonrisa se amplió hasta el punto en el que no tenía diferencia alguna con la que había visto horas atrás en el rostro de Thomas, cuando dijo esta frase, un rugido emanó del interior del ayuntamiento y, tras varios segundos de silencio, una bestia inmensa atravesó la puerta principal, lanzando astillas y trozos de cristal por todas partes.
- Por… todos los dioses… - Bajó la espada un instante, tratando de asimilar lo que estaba viendo en aquel momento.
Un ser que solo podía ser descrito como la fusión de otros muchos seres, una masa de carne con más de un par de extremidades, un ente que, incluso desde la distancia a la que se encontraba, podía verse perfectamente que medía más de dos metros con facilidad.
Tenía voz, hablaba, pero no tenía un único tono, era como si muchas personas estuviesen hablando al mismo tiempo, como si todos estuviesen coreando a la vez.
- HaMbRe – fue lo único audible que dijo, deteniéndose a varios centímetros de la elfa, que la acarició como si estuviese acariciando a una mascota hogareña común.
- Lo sé, cariño. – dijo con una sonrisa. – Lo sé. – Señaló al lugar en el que estaban Eltrant y Eyre. - ¿Ves? Ahí tienes tu comida, nuestra comida. – Amplió su sonrisa. – Es una comida mala y ha matado al tío Tom, no se deja atrapar, Mordi. – aseguró - Ten cuidado. – Eltrant distinguió algo similar a reconocimiento, a una inteligencia primitiva en los ojos de aquella cosa cuando miró a Eletha, al menos en los que tenía en la parte que parecía su cabeza.
- VaLe – dijo comenzando a caminar hacía Eltrant, este tragó saliva y levantó su espada. – TenDrÉ CuiDadO – añadió después, tomando en una de sus manazas algo que solo podía ser descrito como un trozo de metal gigantesco que aquella cosa pretendía usar como espada.
- Eyre… vete de aquí. – susurró, tenía que mantenerse sereno. Se había enfrentado a cosas más grandes, había matado cosas peores.
Si sangraba, podía morir. Ahora la cuestión era: ¿Podía sangrar?
- ¿Qué os parece, queridos visitantes? – Dijo Eletha alzando el báculo, apuntando al monstruo con él y lanzando un fogonazo de luz hacía la bestia, esta se hizo ligeramente más grande, apareció un brazo más. - ¿Qué os parece lo que es capaz de hacer la inocua magia curativa? – Dijo entre risas.
- "Sobrecurado":
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Eltrant Tale
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
-Eyre... vete de aquí.
La voz de Eltrant sonó en un segundo plano. Distraída con la grotesca imagen que tenía enfrente, casi no lo escuchó. Eyre jamás había sentido tantas ganas de correr en toda su vida y, justamente, estaban ordenándole que eso hiciera. Pero, por alguna razón, sus piernas tardaban mucho en responder.
Los héroes de las historia que tanto adoraba nunca corrían. Héroes como Eltrant, armados con enormes espadas y protegidos con gruesas armaduras, siempre bien plantados en su sitio, reacios a huir de sus problemas. Héroes que daban la vida para proteger a los débiles. Valientes, honorables, fuertes...
Héroes. No niñas con brazos flacuchos y lágrimas en los ojos, apenas armadas con un bastón y algunos trucos de magia. Aunque se quedara, no podría hacer nada. Y no, no quería quedarse. Había enfrentado muchas pruebas ese día y salido ilesa, pero sabía con certeza que ese último obstáculo sería el peor de todos. Tenía miedo. Ella sola no podía... y temía que Eltrant tampoco. Debía buscar ayuda.
-¡Volveré! -Chilló justo antes de echar a correr. -No es un escape, ¡es una retirada estratégica! -Pensó en un vano intento por justificarse. Pero nada la libraría de la culpa que sentía por estar abandonando, al menos por un momento, al que había puesto el cuerpo frente a una espada para protegerla. Tenía que encontrar a Lyn; si era lo que ella creía que era, entonces la vampiresa podría ayudarlos ahora que estaba anocheciendo.
Afortunadamente la cabaña no se encontraba muy lejos de la plazoleta. Apenas pudo arrastrar al gato, un poco ayudándose con su débil telekinesis y otro poco tirando con tanta fuerza que tanto ella como la bestia se levantarían muy adoloridos al día siguiente: Eyre por sus músculos desacostumbrados al ejercicio, y el felino porque ser arrastrado por todas partes no podía ser muy bueno para la piel.
Cuando llegaron a las lindes de la vivienda, lo recargó contra el tronco de un árbol e inmediatamente, sudando de pies a cabeza, se internó en la inhóspita cabaña con el bastón bien en alto, preparada para atacar. Se suponía que Eletha había mandado a sus hombres hacia allá pero, aunque la puerta de entrada estaba destrozada y mostraba señales de forcejeo, no parecía haber nadie dentro. Todo estaba demasiado tranquilo.
-¿Ly... Lyn? -Apenas masculló, temiendo que alguien la atacase por sorpresa ante el mínimo descuido. Intentando controlar sus nervios, rumió un par de palabras para invocar a una pequeña bola de luz justo frente a ella, titilante y cálida como la llama de una vela, que servía para iluminar débilmente la estancia. Pudo ver entonces que la sala de estar era un desastre: la mesa tumbada, varios utensilios rotos y esparcidos por el suelo, las cortinas rotas... ¿Qué clase de lucha había sucedido allí?- ¿Lyn? -Inquirió en voz más alta- Soy Eyre... ¿estás aquí? Por favor, dime que estás aquí. ¡Necesitamos ayuda!
Comenzaba a impacientarse. Tenía miedo, le temblaban las manos y empezaba a ser embargada por una creciente ansiedad. ¿Dónde estaba la chica? ¿Qué haría si no la encontraba? Pasara lo que pasara tenía que volver, debía ayudar a Eltrant, ¡con o sin la vampiresa!
-¡Lyn! -Esta vez gritó en un último intento, dándose la vuelta para dirigirse a la salida. La pequeña luz se apagó en el acto- ¡Eltrant está en problemas! -Vociferó una vez afuera, reclinándose sobre el gato para comenzar a taparlo con hojas y ramas. Debía esconderlo para no tener que cargarlo de regreso. A decir verdad, no lo hizo muy bien; estaba demasiado apurada por marcharse.
Sin saber si había sido oída o no por su única esperanza de ayuda, decidió emprender una vez más el camino de regreso al ayuntamiento, esta vez pasando junto a cabañas distintas e insistiendo en llamar, siempre en voz baja, a la pequeña vampiresa.
Eyre
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Eyre se marchó a la cabaña a toda prisa, como Eltrant le había pedido, arrastrando al gato consigo. Pudo ver como Eletha la miraba con desdén ocultándose tras su mascota, como siguió a la bruja con la mirada.
Aun así, la dejó irse.
- La CoMIdA HuYe – dijo el monstruo girándose a mirar, como su ama, el lugar por el que estaba desapareciendo Eyre.
- No es ningún problema, Mordi. – dijo Eletha – La caza ha comenzado. – Volvió a alzar el báculo, una luz azulada cubrió al ser. – Sabes lo que significa eso. ¿Verdad? – la elfa retrocedió un par de pasos, hasta la puerta del ayuntamiento.
- No PuEdE HuIR – dijo ignorando a la bruja y girándose de nuevo hacía el exmercenario.
- ¡Que listo que eres! – contestó Eletha apuntándole con el báculo, de nuevo lo volvió a cubrir una luz azul, Eltrant enarcó una ceja, ¿Eran imaginaciones suyas o, poco a poco, aquella cosa estaba moviéndose con más rapidez?
No eran imaginaciones suyas, tras tambalearse lentamente hasta llegar al centro de la plaza la bestia le miró fijamente durante una decena de segundos y, tras dejar escapar un grito compuesto por más de una decena de voces, cargó contra él.
Tensó los musculos y se lanzó a un lado, rodó por el suelo como buenamente pudo para evitar la embestida de aquella bestia que, debido a la velocidad que llevaba, no pudo frenar a tiempo y acabó firmemente empotrada contra la fachada de la vivienda que tenía el exmercenario tras él.
- ¡Tiene que ser una broma! – Se levantó del suelo, cerrando ambas manos firmemente en torno a la empuñadura de Olvido y se giró a mirar al monstruo que, muy a su pesar, no tardó apenas un suspiro en salir de la pared.
- Se MuEve – dijo la abominación levantando el gigantesco pedazo de metal que blandía como una espada. – QuIeTo aHí – La bestia bajó la espada, todo estaba ocurriendo deprisa, demasiado rápido.
Colocó a Olvido entre él y el hierro del monstruo, la fuerza del impacto la esperaba, cayó de rodillas casi de inmediato y tuvo que colocar su mano izquierda sobre el filo de su propia hoja para soportar el peso y la fuerza de aquella cosa.
Gritó al notar como sangre comenzaba a manar de la palma de su mano, al notar como su propia espada se hundía en su carne. Aquel monstruo no solo era inmenso, era rápido y como si no fuese sufieicnte, desde la distancia, Eletha seguía lanzando encantamientos y hechizos que por lo que parecía no hacían sino mejorar la increíble capacidad para matar que aquel ser tenía de por sí.
- ¡APlasTAar! – gruñó la bestia haciendo aún más fuerza sobre el espadón, depositando más peso sobre la hoja de Eltrant quien apretó los dientes y, cuidadosamente, se movió hacía uno de los lados, tratando de mitigar parte del peso de aquella cosa; si seguían así iba a perder la mano por culpa de su propia espada, no podía quedarse forcejando.
Tras dar un fuerte empujón hacía arriba, con todas sus fuerzas, apartó el hierro que esgrimía el monstruo y saltó hacia un lado en la pequeña abertura que aquello le proporcionó. Rodó de nuevo por la tierra a tiempo para contemplar como la espada de la abominación pasaba peligrosamente cerca de su cuerpo y se hundía firmemente en la tierra, abriendo un surco que, de estar en la granja, abrían podído usar fácilmente para plantar parte de las cosechas del año.
Respiró agitado, la planta medicinal que Eyre le había aplicado se resentía, volvía a sangrar, aunque, afortunadamente, seguía sin sentir nada de dolor, tenía que ser rápido.
Se volvió a levantar justo a tiempo de evitar otra de las embestidas del monstruo, no obstante, Eltrant tenía demasiadas extremidades que vigilar y muy poco tiempo para reaccionar ante sus ataques, una de ellas le acertó finalmente, lanzándole por los aires de modo que acabó impactando contra la pared de otra de las casas.
Cayó pesadamente al suelo, tosió, clamó por el aire que aquel golpe le había arrebatado de los pulmones y alzó la mirada para ver las innumerables caras que recorrían el cuerpo de aquel ser acercarse.
- “¡Todavía no!" – Se lanzó a un lado, la espada destruyó la pared que tenía detrás de él, incapaz de levantarse a tiempo Eltrant volvió a rodar por el suelo, entre las piernas del monstruo. Se levantó apoyándose en Olvido una vez estuvo lo suficientemente lejos y, gritando, lanzó un tajo contra el vientre de aquella cosa.
Acertó, no es que fuese muy difícil, tenía mucho espacio en el que golpear. Respiró agitado y, sin bajar la guardia, se separó lo más rápido que pudo de su extraño contrincante para escuchar como este rugía a los cielos dolorido.
Algunas voces se quejaron entre llantos, otras clamaron venganza. Todas, sin embargo, estaban de acuerdo en que la “comida” enlatada tenía que morir.
- DuElE – Las voces volvieron a sincronizarse, varios de los brazos se palparon la amplia herida que Eltrant había abierto usando su claymore. Sonrió para sí, resultaba que, por muy aterradora que fuese, aquella cosa podía sangrar.
- Tranquila cosita, estoy aquí. – Una luz blanquecia cubrió a la bestia, era una luz que Eltrant había visto un centenar de veces, la imposición de manos elfica, pero esta estaba amplificada de alguna forma.
La herida que había abierto apenas tardó unos segundos en volver a cerrarse.
- Ya NO dUEle – dijo la bestia girándose hacía Eletha le pareció ver algo parecido a una sonrisa en su cara, en la superior, al menos.
- No me digas… - respondió Eltrant escupiendo la sangre que se acumulaba en su boca a un lado, volvió a preparar a Olvido. Independientemente de su armadura había sentido aquel último golpe, el que le había arrojado contra el edificio.
Más resplandores cubrieron al ser, azul, blanco y verde, las luces resplandecían apenas un instante, pero se hacían notar lo suficiente como para, de algún modo, poner inquieto al castaño, puede Eltrant no supiese qué hacía cada cosa, pero no había que ser un genio para saber que todas eran malas para él.
- ¿Seguimos?
Tragó saliva, el monstruo rugió y volvió a cargar contra él, alzó su espada.
¿Esquivaba? Tenía que esquivarle, saltar hacía un lado, evitar la fuerza arrolladora con la que contaba el monstruo. Pero no le respondían las piernas, de pronto le faltaban las fuerzas. Gritó, gritó con la misma fuerza que la bestia que corría hacía él y miró a Eletha, que, con una sonrisa inmensa en su rostro, le apuntaba con el báculo.
Una luz morada cubría su cuerpo.
La abominación le dio de lleno, con todo su cuerpo, Eltrant surcó los aires a una velocidad vertiginosa y quedó, literalmente, incrustado durante unos instantes en la pared que tenía detrás.
Cayó al suelo, boca abajo, rodeado de cristales, trozos de madera y sangre. La cabeza le daba vueltas, el mundo se volvió borroso, le pitaban los oídos. ¿Qué estaba pasando? ¿No había podido moverse? ¿Qué clase de persona era Eletha?
Pestañeó repetidamente, tratando de enfocar al ser que tenía delante de él, le costaba distinguir detalles, pero veía formas, tamaños. Sabía perfectamente que aquella cosa todavía no había terminado con él.
Trató de alcanzar a Olvido que yacía en el suelo a pocos metros de dónde se encontraba.
- QuEdAtE QuiETo
Debía alcanzarla.
Sollozó con suavidad y, tras asegurarse de que estaba sola una vez más, se llevó una de las manos hasta la cara, hasta su ojo derecho, dolía.
¿Por qué habían hecho eso? ¿Era porque habían descubierto lo que era? Sorbió con la nariz, con fuerza, no sabía cuántas horas habían pasado desde que tiraron la puerta abajo, apenas había tenido unos segundos para volver a cerrarla tras ellos, para defenderse como su maestra le había enseñado.
Se abrazó las rodillas, hacía tiempo que no sentía aquello, aquel tipo de dolor. Se secó las lágrimas con la manga de la camisa negra y respiró hondo.
- Solo ha sido un rayo, Lyn – Se dijo levantándose, lentamente, sorbiendo con fuerza por la nariz. – Solo ha sido uno. – repitió, miró a los elfos que yacían frente a ella, en el suelo, sin vida.
Le habían obligado a hacerlo, todos ellos, le habían convertido en lo que quería que fuese, en la excusa por la que, seguramente, le habían intentado matar en primer lugar: en un monstruo peligroso, en un ser de la noche.
Respiró profundamente y se agachó junto al elfo al que había estrangulado el ultimo con las sombras. Le mordió el cuello con fuerza, se alimentó de su sangre, estaba agotada, tenía que hacerlo si no quería quedarse inconsciente.
Una sucesión infinita de preguntas rondaba su cabeza: ¿Dónde estaba el Mortal? ¿Estaría el también en problemas? ¿Le odiaría por lo que estaba haciendo en aquel momento?
Abrió la boca para respirar y, tras unos segundos, volvió a morder.
Estaba saciada, después de unos minutos bebiendo notó como su cuerpo comenzaba a recobrar las fuerzas con la sangre de aquellos elfos. Se limpió la boca, pobremente, con el puño de su camisa y alzó la mirada.
Llevaba horas en aquella buhardilla, escondida, esperando a que Eltrant y la muchacha, su nueva amiga, la que responda al nombre de Eyre tambien volviese.
¿Le odiaría Eyre si la viese en aquel momento?
Sacudió la cabeza y se sentó en el suelo, jugueteó con las correas de las botas. Por supuesto que estaba en problemas. ¿Es que había algún día en el que no lo estuviese? El Mortal era un idiota, y ella lo era aún más por acompañarle a todas partes.
- Soy Eyre... ¿estás aquí? Por favor, dime que estás aquí. ¡Necesitamos ayuda! – Reconoció aquella voz, apagada por la gruesa tabla que le separaba del piso inferior, abrió los ojos lentamente, los volvió a cerrar, enterró su cabeza entre sus piernas.
¿Y si era aun de día? La puerta estaba destrozada.
- ¡Lyn! – Se mordió el labio inferior, sacudió la cabeza con fuerza.
- ¿Qué hago, Maestra? – preguntó a la nada. – Tú siempre sabias que hacer… Dime ¿Qué hago? - ¿Salía? ¿Se arriesgaba a quedarse calcinada si el sol seguía estando en alto? ¿Cuántas veces se había arriesgado ya? ¿No había sido suficiente con acabar con los que tenía delante?
Había ayudado ¿No era verdad?
- ¡Eltrant está en problemas! – apretó los dientes.
- Ya se… lo que me dirías que hiciese. – tragó saliva y se levantó. – Tú también eras una idiota. – dijo a la pared que tenía delante de ella. – Qué lo sepas. – susurró.
Tras unos segundos caminando de un lado a otro, en la buhardilla, volvió a tocarse la quemadura que cubría parte de su cara y, armándose de valor, bajó al piso inferior de un salto.
Había anochecido. Suspiró aliviada.
Miró a su alrededor, Eyre ya se había marchado, pero no tardó en alcanzarla. Se apareció junto a ella, envuelta en sombras.
- ¿Dónde está Eltrant?
Tenía que alcanzar la espada, se arrastró lentamente, se impulsó hacía su arma con la fuerza que le quedaban en los brazos.
- Todavía… no… estoy… - Las decenas de voces que clamaban su muerte entraban en su cabeza como si las estuviesen impulsando con un cincel, la tenía encima, iba a morir aplastado. - …Muerto.
Con una voluta de humo una figura conocida se apareció frente a él y, tras sujetarle firmemente, se deshicieron en una nube de humo para acabar a un par de palmos de aquella cosa, lo suficientemente lejos como para que esta se quedase mirando confundida el lugar en el que había estado Eltrant segundos atrás.[1]
- ¡¿Qué se supone que es esa cosa!? – Era la voz de Lyn. ¿Estaba bien? Parecía estar bien, aunque tenía un ojo ligeramente cerrado. ¿Le habían herido? - ¿¡Esos son dos caras!? – gritó ahora - ¡No, espera, son tres! – Señaló a la abominación alternando entre Eltrant y la cosa. - ¿…Se pelearán entre ellas por ver quien come? – preguntó a Eltrant en voz baja, sonriéndole.
- ¿Tú, de entre todos los monstruos de este mundo llamas cosa a Mordisquitos? – Eletha miró con despreció a Lyn, también miró a Eyre, pero a ella le dedicó una sonrisa encantadora. – Oh... la brujita vuelve… - Le apuntó con el báculo – Bien, asi nos ahorras el buscarte. - El castaño levantó la mano, desde el suelo, ignorando las palabras de la elfa, y la llevó hasta la parte de la cara que la ojiazul tenía quemada.
- ¿Qué… te ha pasado? – preguntó con un hilo de voz.
- No me toques, que duele, imbécil. – Dijo está soltando al castaño de golpe, que no pudo sino gruñir por lo bajo al sentirse caer sobre el suelo. La vampiresa sonrió. – ...Me deshago con estilo. – dijo arrodillándose junto a su compañero, Eltrant le devolvió la sonrisa.
- ¿Esta Eyre contigo? – buscó a la bruja con la mirada, se incorporó levemente, asintió al verla. – Necesito que… distraigas a la elfa. – Miró a Lyn – Tú… ayúdala. ¿Vale? – La vampiresa enarcó una ceja, la abominación rugió cuando, por fin, localizó el lugar de la plazoleta en el que estaban.
Se quedaban sin tiempo.
- Muérdeme. – pidió Eltrant levantándose más, sujetándose en el brazo de Lyn. Por muy fuerte que fuesen los efectos de las medicinas de Eyre el dolor volvía, tenía que volver a levantarse. Lyn miró a Eyre y se mordió el labio inferior, después depositó sus ojos, de nuevo, en Eltrant.
- No te muevas. – dijo levantando la manga de la camisa dónde no tenía guantelete, para, justo después, morder con fuerza.[2]
Fue al instante, la saliva de Lyn alivió todo el dolor de sus heridas, respiró aliviado, apretó los dientes, tensó los músculos, se concentró en la mordedura de la vampiresa. Seguía sangrando y estaba bastante seguro de que tenía alguna costilla que otra rota.
Pero ya no sentía ningún dolor.
Iba a matar aquella cosa, iba a sacar a Eyre, al gato y a todos los que Eletha tenía en aquella aldea. Se golpeó el pecho, repetidamente, quizás no sintiese dolor, pero una parte de él estaba seguro que su cuerpo podía decidir apagarse en aquel momento.
- Más te vale no fallarme ahora – Se dijo, la bestia rugió una vez más, Eletha enarcó una ceja al ver al castaño levantarse y recuperar su espada del suelo.
- Lyn, Eyre. – Apuntó a la elfa con su espada, esta torció el gesto, imitó a Eltrant y apuntó a este con el báculo. - ¡Que no se escape! – Exclamó. - ¡No os preocupéis! – añadió sin bajar el tono de su voz. - ¡Os cubro las espaldas! - El corazón comenzó a latirle con más fuerza, aún no se había rendido, aun podía seguir peleando, todavía tenía mucha adrenalina en su cuerpo.
No iba a morir allí. [3]
Asió su espada con ambas manos, asintió los pies en la tierra.
- ¡Ven a por mí, engendro! – El monstruo respondió con un rugido, Eltrant le imitó y gritó, preparó a Olvido, iba a asestar un golpe que aquella cosa no iba a olvidar en su vida, pero tenía que prepararse, tenía que asegurarse de que acertaba y que, cuando lo hiciese, Eletha no estaba ahí para sanar sus heridas.
El monstruo atacó, antes de que alcanzase a Eyre y a Lyn se interpuso en su camino, le alcanzó y le hizo retroceder un par de pasos, un sonoro crujido le mostró que, a pesar de haber hecho retroceder a aquella cosa, se había roto otra costilla.
- ¡Muy flojo! – gritó reposicionándose, estudiando los movimientos de aquella cosa. - ¡El siguiente golpe acaba contigo! – No era verdad, lo siguiente que sucedió fue que aquella cosa trató de acertarle con su espadón, cosa que consiguió, le impactó de lleno en el pecho, arrastrándole varios metros.
La armadura terminó de resquebrajarse con aquel golpe, pero también le protegió, no quedó cercenado en dos como temía que pasase. Pero a no iba a funcionar más, tiró a un lado los restos de la coraza y volvió a sujetar firmemente su Claymore plateada.
- ¿¡Es eso todo lo que tienes!?
- ¡¡Muerete!! ¡¡Muerete de una vez!! ¿¡Por qué no te mueres, mercenario?! – gritó Eletha al otro lado de la plazoleta, lanzando más hechizos potenciadores, uno detrás de otro, a su mascota descomunal.
- ¡Por qué no soy un mercenario! – Llevó a Olvido hasta su cintura y miró fijamente a la abominación que, de nuevo, levantaba su espada con intención de aplastarle de un solo golpe.
Iba a darlo todo en el siguiente golpe, todas sus fuerzas, todas las que había recuperado con Lyn: Iba a terminar con la vida de aquella cosa.[4]
- ¡Soy un maldito héroe!
En el siguiente Turno Eyre tiene permiso para usar a mi Acompañante: Lyn.
[1] Habilidad Lyn Nivel 1: Saliva Anestésica.
[2] Habilidad Lyn Nivel 2: Entre Tinieblas.
[3] Habilidad Eltrant Nivel 0: Adrenalina.
[4] Habilidad Eltrant Nivel 6: Golpe Colosal + Hablidad Eltrant Nivel 3: Hoja Cargada. (Carga)
Aun así, la dejó irse.
- La CoMIdA HuYe – dijo el monstruo girándose a mirar, como su ama, el lugar por el que estaba desapareciendo Eyre.
- No es ningún problema, Mordi. – dijo Eletha – La caza ha comenzado. – Volvió a alzar el báculo, una luz azulada cubrió al ser. – Sabes lo que significa eso. ¿Verdad? – la elfa retrocedió un par de pasos, hasta la puerta del ayuntamiento.
- No PuEdE HuIR – dijo ignorando a la bruja y girándose de nuevo hacía el exmercenario.
- ¡Que listo que eres! – contestó Eletha apuntándole con el báculo, de nuevo lo volvió a cubrir una luz azul, Eltrant enarcó una ceja, ¿Eran imaginaciones suyas o, poco a poco, aquella cosa estaba moviéndose con más rapidez?
No eran imaginaciones suyas, tras tambalearse lentamente hasta llegar al centro de la plaza la bestia le miró fijamente durante una decena de segundos y, tras dejar escapar un grito compuesto por más de una decena de voces, cargó contra él.
Tensó los musculos y se lanzó a un lado, rodó por el suelo como buenamente pudo para evitar la embestida de aquella bestia que, debido a la velocidad que llevaba, no pudo frenar a tiempo y acabó firmemente empotrada contra la fachada de la vivienda que tenía el exmercenario tras él.
- ¡Tiene que ser una broma! – Se levantó del suelo, cerrando ambas manos firmemente en torno a la empuñadura de Olvido y se giró a mirar al monstruo que, muy a su pesar, no tardó apenas un suspiro en salir de la pared.
- Se MuEve – dijo la abominación levantando el gigantesco pedazo de metal que blandía como una espada. – QuIeTo aHí – La bestia bajó la espada, todo estaba ocurriendo deprisa, demasiado rápido.
Colocó a Olvido entre él y el hierro del monstruo, la fuerza del impacto la esperaba, cayó de rodillas casi de inmediato y tuvo que colocar su mano izquierda sobre el filo de su propia hoja para soportar el peso y la fuerza de aquella cosa.
Gritó al notar como sangre comenzaba a manar de la palma de su mano, al notar como su propia espada se hundía en su carne. Aquel monstruo no solo era inmenso, era rápido y como si no fuese sufieicnte, desde la distancia, Eletha seguía lanzando encantamientos y hechizos que por lo que parecía no hacían sino mejorar la increíble capacidad para matar que aquel ser tenía de por sí.
- ¡APlasTAar! – gruñó la bestia haciendo aún más fuerza sobre el espadón, depositando más peso sobre la hoja de Eltrant quien apretó los dientes y, cuidadosamente, se movió hacía uno de los lados, tratando de mitigar parte del peso de aquella cosa; si seguían así iba a perder la mano por culpa de su propia espada, no podía quedarse forcejando.
Tras dar un fuerte empujón hacía arriba, con todas sus fuerzas, apartó el hierro que esgrimía el monstruo y saltó hacia un lado en la pequeña abertura que aquello le proporcionó. Rodó de nuevo por la tierra a tiempo para contemplar como la espada de la abominación pasaba peligrosamente cerca de su cuerpo y se hundía firmemente en la tierra, abriendo un surco que, de estar en la granja, abrían podído usar fácilmente para plantar parte de las cosechas del año.
Respiró agitado, la planta medicinal que Eyre le había aplicado se resentía, volvía a sangrar, aunque, afortunadamente, seguía sin sentir nada de dolor, tenía que ser rápido.
Se volvió a levantar justo a tiempo de evitar otra de las embestidas del monstruo, no obstante, Eltrant tenía demasiadas extremidades que vigilar y muy poco tiempo para reaccionar ante sus ataques, una de ellas le acertó finalmente, lanzándole por los aires de modo que acabó impactando contra la pared de otra de las casas.
Cayó pesadamente al suelo, tosió, clamó por el aire que aquel golpe le había arrebatado de los pulmones y alzó la mirada para ver las innumerables caras que recorrían el cuerpo de aquel ser acercarse.
- “¡Todavía no!" – Se lanzó a un lado, la espada destruyó la pared que tenía detrás de él, incapaz de levantarse a tiempo Eltrant volvió a rodar por el suelo, entre las piernas del monstruo. Se levantó apoyándose en Olvido una vez estuvo lo suficientemente lejos y, gritando, lanzó un tajo contra el vientre de aquella cosa.
Acertó, no es que fuese muy difícil, tenía mucho espacio en el que golpear. Respiró agitado y, sin bajar la guardia, se separó lo más rápido que pudo de su extraño contrincante para escuchar como este rugía a los cielos dolorido.
Algunas voces se quejaron entre llantos, otras clamaron venganza. Todas, sin embargo, estaban de acuerdo en que la “comida” enlatada tenía que morir.
- DuElE – Las voces volvieron a sincronizarse, varios de los brazos se palparon la amplia herida que Eltrant había abierto usando su claymore. Sonrió para sí, resultaba que, por muy aterradora que fuese, aquella cosa podía sangrar.
- Tranquila cosita, estoy aquí. – Una luz blanquecia cubrió a la bestia, era una luz que Eltrant había visto un centenar de veces, la imposición de manos elfica, pero esta estaba amplificada de alguna forma.
La herida que había abierto apenas tardó unos segundos en volver a cerrarse.
- Ya NO dUEle – dijo la bestia girándose hacía Eletha le pareció ver algo parecido a una sonrisa en su cara, en la superior, al menos.
- No me digas… - respondió Eltrant escupiendo la sangre que se acumulaba en su boca a un lado, volvió a preparar a Olvido. Independientemente de su armadura había sentido aquel último golpe, el que le había arrojado contra el edificio.
Más resplandores cubrieron al ser, azul, blanco y verde, las luces resplandecían apenas un instante, pero se hacían notar lo suficiente como para, de algún modo, poner inquieto al castaño, puede Eltrant no supiese qué hacía cada cosa, pero no había que ser un genio para saber que todas eran malas para él.
- ¿Seguimos?
Tragó saliva, el monstruo rugió y volvió a cargar contra él, alzó su espada.
¿Esquivaba? Tenía que esquivarle, saltar hacía un lado, evitar la fuerza arrolladora con la que contaba el monstruo. Pero no le respondían las piernas, de pronto le faltaban las fuerzas. Gritó, gritó con la misma fuerza que la bestia que corría hacía él y miró a Eletha, que, con una sonrisa inmensa en su rostro, le apuntaba con el báculo.
Una luz morada cubría su cuerpo.
La abominación le dio de lleno, con todo su cuerpo, Eltrant surcó los aires a una velocidad vertiginosa y quedó, literalmente, incrustado durante unos instantes en la pared que tenía detrás.
Cayó al suelo, boca abajo, rodeado de cristales, trozos de madera y sangre. La cabeza le daba vueltas, el mundo se volvió borroso, le pitaban los oídos. ¿Qué estaba pasando? ¿No había podido moverse? ¿Qué clase de persona era Eletha?
Pestañeó repetidamente, tratando de enfocar al ser que tenía delante de él, le costaba distinguir detalles, pero veía formas, tamaños. Sabía perfectamente que aquella cosa todavía no había terminado con él.
Trató de alcanzar a Olvido que yacía en el suelo a pocos metros de dónde se encontraba.
- QuEdAtE QuiETo
Debía alcanzarla.
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Sollozó con suavidad y, tras asegurarse de que estaba sola una vez más, se llevó una de las manos hasta la cara, hasta su ojo derecho, dolía.
¿Por qué habían hecho eso? ¿Era porque habían descubierto lo que era? Sorbió con la nariz, con fuerza, no sabía cuántas horas habían pasado desde que tiraron la puerta abajo, apenas había tenido unos segundos para volver a cerrarla tras ellos, para defenderse como su maestra le había enseñado.
Se abrazó las rodillas, hacía tiempo que no sentía aquello, aquel tipo de dolor. Se secó las lágrimas con la manga de la camisa negra y respiró hondo.
- Solo ha sido un rayo, Lyn – Se dijo levantándose, lentamente, sorbiendo con fuerza por la nariz. – Solo ha sido uno. – repitió, miró a los elfos que yacían frente a ella, en el suelo, sin vida.
Le habían obligado a hacerlo, todos ellos, le habían convertido en lo que quería que fuese, en la excusa por la que, seguramente, le habían intentado matar en primer lugar: en un monstruo peligroso, en un ser de la noche.
Respiró profundamente y se agachó junto al elfo al que había estrangulado el ultimo con las sombras. Le mordió el cuello con fuerza, se alimentó de su sangre, estaba agotada, tenía que hacerlo si no quería quedarse inconsciente.
Una sucesión infinita de preguntas rondaba su cabeza: ¿Dónde estaba el Mortal? ¿Estaría el también en problemas? ¿Le odiaría por lo que estaba haciendo en aquel momento?
Abrió la boca para respirar y, tras unos segundos, volvió a morder.
Estaba saciada, después de unos minutos bebiendo notó como su cuerpo comenzaba a recobrar las fuerzas con la sangre de aquellos elfos. Se limpió la boca, pobremente, con el puño de su camisa y alzó la mirada.
Llevaba horas en aquella buhardilla, escondida, esperando a que Eltrant y la muchacha, su nueva amiga, la que responda al nombre de Eyre tambien volviese.
¿Le odiaría Eyre si la viese en aquel momento?
Sacudió la cabeza y se sentó en el suelo, jugueteó con las correas de las botas. Por supuesto que estaba en problemas. ¿Es que había algún día en el que no lo estuviese? El Mortal era un idiota, y ella lo era aún más por acompañarle a todas partes.
- Soy Eyre... ¿estás aquí? Por favor, dime que estás aquí. ¡Necesitamos ayuda! – Reconoció aquella voz, apagada por la gruesa tabla que le separaba del piso inferior, abrió los ojos lentamente, los volvió a cerrar, enterró su cabeza entre sus piernas.
¿Y si era aun de día? La puerta estaba destrozada.
- ¡Lyn! – Se mordió el labio inferior, sacudió la cabeza con fuerza.
- ¿Qué hago, Maestra? – preguntó a la nada. – Tú siempre sabias que hacer… Dime ¿Qué hago? - ¿Salía? ¿Se arriesgaba a quedarse calcinada si el sol seguía estando en alto? ¿Cuántas veces se había arriesgado ya? ¿No había sido suficiente con acabar con los que tenía delante?
Había ayudado ¿No era verdad?
- ¡Eltrant está en problemas! – apretó los dientes.
- Ya se… lo que me dirías que hiciese. – tragó saliva y se levantó. – Tú también eras una idiota. – dijo a la pared que tenía delante de ella. – Qué lo sepas. – susurró.
Tras unos segundos caminando de un lado a otro, en la buhardilla, volvió a tocarse la quemadura que cubría parte de su cara y, armándose de valor, bajó al piso inferior de un salto.
Había anochecido. Suspiró aliviada.
Miró a su alrededor, Eyre ya se había marchado, pero no tardó en alcanzarla. Se apareció junto a ella, envuelta en sombras.
- ¿Dónde está Eltrant?
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Tenía que alcanzar la espada, se arrastró lentamente, se impulsó hacía su arma con la fuerza que le quedaban en los brazos.
- Todavía… no… estoy… - Las decenas de voces que clamaban su muerte entraban en su cabeza como si las estuviesen impulsando con un cincel, la tenía encima, iba a morir aplastado. - …Muerto.
Con una voluta de humo una figura conocida se apareció frente a él y, tras sujetarle firmemente, se deshicieron en una nube de humo para acabar a un par de palmos de aquella cosa, lo suficientemente lejos como para que esta se quedase mirando confundida el lugar en el que había estado Eltrant segundos atrás.[1]
- ¡¿Qué se supone que es esa cosa!? – Era la voz de Lyn. ¿Estaba bien? Parecía estar bien, aunque tenía un ojo ligeramente cerrado. ¿Le habían herido? - ¿¡Esos son dos caras!? – gritó ahora - ¡No, espera, son tres! – Señaló a la abominación alternando entre Eltrant y la cosa. - ¿…Se pelearán entre ellas por ver quien come? – preguntó a Eltrant en voz baja, sonriéndole.
- ¿Tú, de entre todos los monstruos de este mundo llamas cosa a Mordisquitos? – Eletha miró con despreció a Lyn, también miró a Eyre, pero a ella le dedicó una sonrisa encantadora. – Oh... la brujita vuelve… - Le apuntó con el báculo – Bien, asi nos ahorras el buscarte. - El castaño levantó la mano, desde el suelo, ignorando las palabras de la elfa, y la llevó hasta la parte de la cara que la ojiazul tenía quemada.
- ¿Qué… te ha pasado? – preguntó con un hilo de voz.
- No me toques, que duele, imbécil. – Dijo está soltando al castaño de golpe, que no pudo sino gruñir por lo bajo al sentirse caer sobre el suelo. La vampiresa sonrió. – ...Me deshago con estilo. – dijo arrodillándose junto a su compañero, Eltrant le devolvió la sonrisa.
- ¿Esta Eyre contigo? – buscó a la bruja con la mirada, se incorporó levemente, asintió al verla. – Necesito que… distraigas a la elfa. – Miró a Lyn – Tú… ayúdala. ¿Vale? – La vampiresa enarcó una ceja, la abominación rugió cuando, por fin, localizó el lugar de la plazoleta en el que estaban.
Se quedaban sin tiempo.
- Muérdeme. – pidió Eltrant levantándose más, sujetándose en el brazo de Lyn. Por muy fuerte que fuesen los efectos de las medicinas de Eyre el dolor volvía, tenía que volver a levantarse. Lyn miró a Eyre y se mordió el labio inferior, después depositó sus ojos, de nuevo, en Eltrant.
- No te muevas. – dijo levantando la manga de la camisa dónde no tenía guantelete, para, justo después, morder con fuerza.[2]
Fue al instante, la saliva de Lyn alivió todo el dolor de sus heridas, respiró aliviado, apretó los dientes, tensó los músculos, se concentró en la mordedura de la vampiresa. Seguía sangrando y estaba bastante seguro de que tenía alguna costilla que otra rota.
Pero ya no sentía ningún dolor.
Iba a matar aquella cosa, iba a sacar a Eyre, al gato y a todos los que Eletha tenía en aquella aldea. Se golpeó el pecho, repetidamente, quizás no sintiese dolor, pero una parte de él estaba seguro que su cuerpo podía decidir apagarse en aquel momento.
- Más te vale no fallarme ahora – Se dijo, la bestia rugió una vez más, Eletha enarcó una ceja al ver al castaño levantarse y recuperar su espada del suelo.
- Lyn, Eyre. – Apuntó a la elfa con su espada, esta torció el gesto, imitó a Eltrant y apuntó a este con el báculo. - ¡Que no se escape! – Exclamó. - ¡No os preocupéis! – añadió sin bajar el tono de su voz. - ¡Os cubro las espaldas! - El corazón comenzó a latirle con más fuerza, aún no se había rendido, aun podía seguir peleando, todavía tenía mucha adrenalina en su cuerpo.
No iba a morir allí. [3]
Asió su espada con ambas manos, asintió los pies en la tierra.
- ¡Ven a por mí, engendro! – El monstruo respondió con un rugido, Eltrant le imitó y gritó, preparó a Olvido, iba a asestar un golpe que aquella cosa no iba a olvidar en su vida, pero tenía que prepararse, tenía que asegurarse de que acertaba y que, cuando lo hiciese, Eletha no estaba ahí para sanar sus heridas.
El monstruo atacó, antes de que alcanzase a Eyre y a Lyn se interpuso en su camino, le alcanzó y le hizo retroceder un par de pasos, un sonoro crujido le mostró que, a pesar de haber hecho retroceder a aquella cosa, se había roto otra costilla.
- ¡Muy flojo! – gritó reposicionándose, estudiando los movimientos de aquella cosa. - ¡El siguiente golpe acaba contigo! – No era verdad, lo siguiente que sucedió fue que aquella cosa trató de acertarle con su espadón, cosa que consiguió, le impactó de lleno en el pecho, arrastrándole varios metros.
La armadura terminó de resquebrajarse con aquel golpe, pero también le protegió, no quedó cercenado en dos como temía que pasase. Pero a no iba a funcionar más, tiró a un lado los restos de la coraza y volvió a sujetar firmemente su Claymore plateada.
- ¿¡Es eso todo lo que tienes!?
- ¡¡Muerete!! ¡¡Muerete de una vez!! ¿¡Por qué no te mueres, mercenario?! – gritó Eletha al otro lado de la plazoleta, lanzando más hechizos potenciadores, uno detrás de otro, a su mascota descomunal.
- ¡Por qué no soy un mercenario! – Llevó a Olvido hasta su cintura y miró fijamente a la abominación que, de nuevo, levantaba su espada con intención de aplastarle de un solo golpe.
Iba a darlo todo en el siguiente golpe, todas sus fuerzas, todas las que había recuperado con Lyn: Iba a terminar con la vida de aquella cosa.[4]
- ¡Soy un maldito héroe!
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En el siguiente Turno Eyre tiene permiso para usar a mi Acompañante: Lyn.
[1] Habilidad Lyn Nivel 1: Saliva Anestésica.
[2] Habilidad Lyn Nivel 2: Entre Tinieblas.
[3] Habilidad Eltrant Nivel 0: Adrenalina.
[4] Habilidad Eltrant Nivel 6: Golpe Colosal + Hablidad Eltrant Nivel 3: Hoja Cargada. (Carga)
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Todo ocurría... demasiado rápido. Y de una manera tan extraña, que seguía sintiéndose cada vez más dentro de un retorcido sueño. Pero no había tiempo de cuestionar, de pensar, de racionalizar como siempre lo hacía. Estaba junto a una vampiresa con el rostro quemado y a un hombre que aprobaba ser mordido por ella. Frente a un monstruo deforme y grotesco, con una elfa lunática decidida a, por alguna razón que no comprendía, acabar con sus vidas. Estaba sola, a cientos de kilómetros de su hogar, arriesgándose por dos completos desconocidos que, a su vez, se arriesgaban por ella.
¿Quién perdería su valioso tiempo intentando encontrarle sentido a todo aquello?
Durante el instante en que Lyn socorría a Eltrant, Eyre se detuvo a un par de metros de ellos, ajena a la extraña escena, para observar con los ojos entrecerrados a la elfa. Aunque sabía de sobra que esos seres eran de temer -casi ningún niño brujo de Beltrexus podía escapar de cierto adoctrinamiento racista- jamás había oído de uno que fuese tan retorcido como aquella mujer. Aún con todas sus falencias, los elfos seguían siendo de las razas que más respetaban a la naturaleza y a sus leyes. ¿Qué clase de ser del bosque jugaría con la vida de esa manera? Uno fuera de sus cabales; y esa sí que parecía estarlo.
Lanzaba luces a diestra y siniestra, y parecía ser una magia bastante poderosa. Pero, aún siendo fuerte, era evidente que no le servía de mucho para luchar por sí misma. Por eso tenía la cobardía de mandar a su abominación a hacer el trabajo. Y, sin su “dueña” ni sus poderes, probablemente esa cosa no podría llegar muy lejos estando por su cuenta.
Eltrant lo sabía y por eso, una vez más, se ofreció de carnada. Quedaba en manos de Lyn y suyas encargarse de la elfa. ¿Era un héroe... o era un suicida?
La criatura, por suerte para ellas, de momento tenía todo su interés puesta sobre el humano. Sin embargo, seguía siendo increíblemente rápida y ambas chicas debían cruzar la plaza de punta a punta para llegar hasta Eletha. Demasiadas cosas podían salir mal.
Se acercó a Lyn. La había visto usar su magia de sombras; parecía saber qué hacer. Intentando no titubear, dijo:
-Debemos llegar hasta ella. ¿A...Alguna idea?
La aparentemente joven vampiresa esbozó un gesto pensativo y miró en dirección a la elfa. Tras un instante, se encogió de hombros y sugirió, sonriendo apenas:
-¿Correr?
-Correr... -Repitió en voz baja, con el ceño fruncido- ...Bueno, suena fácil.
Y lo fue. En principio, increíblemente, fue fácil simplemente echarse a correr hacia la lunática. Mientras ella seguía alimentando a su criatura con aquel aluvión de luces, y ésta continuaba ensañada en destruir a su enemigo, no parecía haber nadie que impidiese el acercamiento. Pero, tal como Eyre temía, cuando estaban a medio camino la elfa notó su presencia.
La mujer escupió algunas palabras en su idioma, palabras que definitivamente no sonaban amables, y cesó los hechizos hacia su mascota. Viró entonces el cuerpo hacia ellas y las apuntó con el báculo. El primer ataque fue predecible; una enorme bola de luz cegadora pasó justo en medio de ellas, obligándolas a separarse. El segundo, no tanto. Siguiendo inmediatamente a la anterior otra luz otra, esta vez de un tono azul eléctrico, impactó directamente en Eyre.
-¡Lo siento, cariño, es que estabas justo en el camino!
Nunca había estudiado en profundidad los efectos de los hechizos élficos, mucho menos los poco comunes, como los que utilizaba esa en particular. Era evidentemente un potenciador, pero no sabía de qué. Temió, en un principio, que de pronto le sucediese lo mismo que a la abominación y miró hacia abajo, buscándose otro brazo, otra pierna, otro dedo... Pero la magia funcionaba de maneras muy extrañas, y no fue su cuerpo el que sufrió los efectos del hechizo.
Fue su mente.
De un momento a otro, ya no era la sacerdotiza quien tenía enfrente. No estaba en la plazoleta, ni siquiera en ese pueblo perdido en el continente. Volvía a estar en su hogar en Beltrexus, aunque con leves diferencias: se veía más triste, más oscuro, más... abandonado. Escuchó un agudo llanto y se dio la vuelta. Había una mujer, tendida sobre la mesa, llorando con un retrato de Eyre en las manos. Era su madre... mucho más vieja de lo que la recordaba.
-Es suficiente, Yvette. -La consolaba, o eso intentaba, su serio y anciano padre- Han pasado años. No sabemos siquiera si sigue viva.
Eyre tomó una bocanada de aire y apretó los párpados, intentando escapar de aquella angustiante visión. Al hacer eso, solía regresar a la realidad. Pero, aunque el escenario cambió, no retornó a la plazoleta. Las imágenes comenzaron a sucederse de manera vertiginosa.
Vio recuerdos de su infancia, premoniciones, rostros que no conocía, visiones de personas que le eran totalmente ajenas. Primero un hombre alto y fornido, de ojos azules, luchando en las puertas de un castillo contra dos vampiros, con decenas de cadáveres alrededor. Al pestañear, era una muchacha de ojos oliva, tumbada en el suelo, desnuda y cubierta de sangre, la que exhalaba su último aliento justo frente a la mirada de Eyre. Vio entonces a su nana, aquella anciana que prácticamente la había criado, postrada en la cama con gesto duro y frío. Vio guerras, vio sangre, vio desdicha. Vio tanta desdicha junta, que algo se le rompió en el pecho.
Y, cuando pensó que la tortura jamás acabaría, un pestañeo bastó para regresar a la realidad.
Aunque se sintió como una eternidad, no supo cuánto tiempo estuvo así realmente. Tenía el rostro cubierto de lágrimas y, al buscar a Lyn con la mirada, la descubrió en la misma posición en que la vio por última vez, observándola con gesto confundido. ¿Acaso sólo habían pasado unos pocos segundos? Miró a la elfa; volvía a ayudar a su criatura, ajena al enorme tormento que acababa de causarle.
Frunció el ceño y apretó los dientes. El mismo sentimiento que la embargó al encontrar la cabaña con el gato dentro bulló en su pecho. Ira, frustración, resentimiento. Desacostumbrada a enfrentarse a las injusticias del mundo real, era incapaz de entender cómo alguien podía albergar tanto mal en su corazón. Apretó el bastón entre sus manos y reanudó el avance con un gesto de la cabeza, determinada a acabar con todo aquello.
-¡Vaya, pero qué obstinadas! ¿¡No saben que las niñas buenas se rinden a la primera!?
-¡No dejes que esas luces te toquen! -Farfulló a la vampiresa, apretando el bastón firmemente entre sus manos al tiempo que esquivaba con torpeza los ataques. Lyn, sin duda, era mucho más ágil: las luces pasaban a su lado mientras las evitaba como en una especie de danza, iluminando la oscura plazoleta con bellísimos colores. En otro contexto, hubiese sido una imagen de lo más pintoresca. Pero, sabiendo que la muerte de alguien estaba muy próxima, distaba mucho de serlo.
Estaban cerca, más y más cerca, y la elfa se dividía entre continuar potenciando a su mascota y lanzar ofensivas a las muchachas. Con razón se ocultaba tras un monstruo; al final, no era tan buena defendiéndose por sí misma.
Intentaba no prestar atención a lo que sucedía a sus espaldas; los gritos de Eltrant eran desesperantes, pero al menos significaban que seguía vivo. Eyre intercambió miradas con Lyn cuando estuvieron a pocos metros de la mujer, una en cada flanco. Ahora, con tres objetivos, no había manera de que los atendiese a todos al mismo tiempo. Hubo un instante de indecisión por parte de la mujer que Eyre aprovechó para llamar su atención.
-¡Tienes que pagar por lo que has hecho! -Gritó, alzando el bastón en un amague de pegarle; nunca había sentido tanto miedo como en ese instante- ¡¡Apártate de una vez, mocosa!! -De igual manera, la elfa enarboló su cetro hacia ella y Lyn, desde el lado opuesto, tomó la oportunidad: [1]Justo cuando la luz comenzaba a brillar, creó un vórtice de sombras en la mano que sostenía el báculo, ralentizando los movimientos lo suficiente como para que Eyre pudiera ponerse justo enfrente de la mujer y tuviera tiempo de mirarla directamente a los ojos.
[2]Bastó un instante para que la mirada de la elfa se extraviara como si, de pronto, no pudiera ver lo que tenía alrededor.
-¿¡Dónde estoy!? ¿¡Qué hiciste, bruja!?
Eyre observó a Lyn y sonrió con satisfacción. En sus ojos, sin embargo, había cansancio. La ilusión que hacía que la elfa perdiera la noción del espacio no duraría mucho. Aprovechando el vórtice que apresaba la mano ajena, le arrancó el cetro despojándola de todo su poder. Y, tal como hizo con Thomas, descargó toda su ira sobre la elfa arreándole un bastonazo en la cabeza... solo que, esta vez, un poquito más fuerte que antes.
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[1] Habilidad Lyn Nivel 5: Plaga de sombras
[2] Habilidad Eyre Nivel 0: A la deriva
¿Quién perdería su valioso tiempo intentando encontrarle sentido a todo aquello?
Durante el instante en que Lyn socorría a Eltrant, Eyre se detuvo a un par de metros de ellos, ajena a la extraña escena, para observar con los ojos entrecerrados a la elfa. Aunque sabía de sobra que esos seres eran de temer -casi ningún niño brujo de Beltrexus podía escapar de cierto adoctrinamiento racista- jamás había oído de uno que fuese tan retorcido como aquella mujer. Aún con todas sus falencias, los elfos seguían siendo de las razas que más respetaban a la naturaleza y a sus leyes. ¿Qué clase de ser del bosque jugaría con la vida de esa manera? Uno fuera de sus cabales; y esa sí que parecía estarlo.
Lanzaba luces a diestra y siniestra, y parecía ser una magia bastante poderosa. Pero, aún siendo fuerte, era evidente que no le servía de mucho para luchar por sí misma. Por eso tenía la cobardía de mandar a su abominación a hacer el trabajo. Y, sin su “dueña” ni sus poderes, probablemente esa cosa no podría llegar muy lejos estando por su cuenta.
Eltrant lo sabía y por eso, una vez más, se ofreció de carnada. Quedaba en manos de Lyn y suyas encargarse de la elfa. ¿Era un héroe... o era un suicida?
La criatura, por suerte para ellas, de momento tenía todo su interés puesta sobre el humano. Sin embargo, seguía siendo increíblemente rápida y ambas chicas debían cruzar la plaza de punta a punta para llegar hasta Eletha. Demasiadas cosas podían salir mal.
Se acercó a Lyn. La había visto usar su magia de sombras; parecía saber qué hacer. Intentando no titubear, dijo:
-Debemos llegar hasta ella. ¿A...Alguna idea?
La aparentemente joven vampiresa esbozó un gesto pensativo y miró en dirección a la elfa. Tras un instante, se encogió de hombros y sugirió, sonriendo apenas:
-¿Correr?
-Correr... -Repitió en voz baja, con el ceño fruncido- ...Bueno, suena fácil.
Y lo fue. En principio, increíblemente, fue fácil simplemente echarse a correr hacia la lunática. Mientras ella seguía alimentando a su criatura con aquel aluvión de luces, y ésta continuaba ensañada en destruir a su enemigo, no parecía haber nadie que impidiese el acercamiento. Pero, tal como Eyre temía, cuando estaban a medio camino la elfa notó su presencia.
La mujer escupió algunas palabras en su idioma, palabras que definitivamente no sonaban amables, y cesó los hechizos hacia su mascota. Viró entonces el cuerpo hacia ellas y las apuntó con el báculo. El primer ataque fue predecible; una enorme bola de luz cegadora pasó justo en medio de ellas, obligándolas a separarse. El segundo, no tanto. Siguiendo inmediatamente a la anterior otra luz otra, esta vez de un tono azul eléctrico, impactó directamente en Eyre.
-¡Lo siento, cariño, es que estabas justo en el camino!
Nunca había estudiado en profundidad los efectos de los hechizos élficos, mucho menos los poco comunes, como los que utilizaba esa en particular. Era evidentemente un potenciador, pero no sabía de qué. Temió, en un principio, que de pronto le sucediese lo mismo que a la abominación y miró hacia abajo, buscándose otro brazo, otra pierna, otro dedo... Pero la magia funcionaba de maneras muy extrañas, y no fue su cuerpo el que sufrió los efectos del hechizo.
Fue su mente.
De un momento a otro, ya no era la sacerdotiza quien tenía enfrente. No estaba en la plazoleta, ni siquiera en ese pueblo perdido en el continente. Volvía a estar en su hogar en Beltrexus, aunque con leves diferencias: se veía más triste, más oscuro, más... abandonado. Escuchó un agudo llanto y se dio la vuelta. Había una mujer, tendida sobre la mesa, llorando con un retrato de Eyre en las manos. Era su madre... mucho más vieja de lo que la recordaba.
-Es suficiente, Yvette. -La consolaba, o eso intentaba, su serio y anciano padre- Han pasado años. No sabemos siquiera si sigue viva.
Eyre tomó una bocanada de aire y apretó los párpados, intentando escapar de aquella angustiante visión. Al hacer eso, solía regresar a la realidad. Pero, aunque el escenario cambió, no retornó a la plazoleta. Las imágenes comenzaron a sucederse de manera vertiginosa.
Vio recuerdos de su infancia, premoniciones, rostros que no conocía, visiones de personas que le eran totalmente ajenas. Primero un hombre alto y fornido, de ojos azules, luchando en las puertas de un castillo contra dos vampiros, con decenas de cadáveres alrededor. Al pestañear, era una muchacha de ojos oliva, tumbada en el suelo, desnuda y cubierta de sangre, la que exhalaba su último aliento justo frente a la mirada de Eyre. Vio entonces a su nana, aquella anciana que prácticamente la había criado, postrada en la cama con gesto duro y frío. Vio guerras, vio sangre, vio desdicha. Vio tanta desdicha junta, que algo se le rompió en el pecho.
Y, cuando pensó que la tortura jamás acabaría, un pestañeo bastó para regresar a la realidad.
Aunque se sintió como una eternidad, no supo cuánto tiempo estuvo así realmente. Tenía el rostro cubierto de lágrimas y, al buscar a Lyn con la mirada, la descubrió en la misma posición en que la vio por última vez, observándola con gesto confundido. ¿Acaso sólo habían pasado unos pocos segundos? Miró a la elfa; volvía a ayudar a su criatura, ajena al enorme tormento que acababa de causarle.
Frunció el ceño y apretó los dientes. El mismo sentimiento que la embargó al encontrar la cabaña con el gato dentro bulló en su pecho. Ira, frustración, resentimiento. Desacostumbrada a enfrentarse a las injusticias del mundo real, era incapaz de entender cómo alguien podía albergar tanto mal en su corazón. Apretó el bastón entre sus manos y reanudó el avance con un gesto de la cabeza, determinada a acabar con todo aquello.
-¡Vaya, pero qué obstinadas! ¿¡No saben que las niñas buenas se rinden a la primera!?
-¡No dejes que esas luces te toquen! -Farfulló a la vampiresa, apretando el bastón firmemente entre sus manos al tiempo que esquivaba con torpeza los ataques. Lyn, sin duda, era mucho más ágil: las luces pasaban a su lado mientras las evitaba como en una especie de danza, iluminando la oscura plazoleta con bellísimos colores. En otro contexto, hubiese sido una imagen de lo más pintoresca. Pero, sabiendo que la muerte de alguien estaba muy próxima, distaba mucho de serlo.
Estaban cerca, más y más cerca, y la elfa se dividía entre continuar potenciando a su mascota y lanzar ofensivas a las muchachas. Con razón se ocultaba tras un monstruo; al final, no era tan buena defendiéndose por sí misma.
Intentaba no prestar atención a lo que sucedía a sus espaldas; los gritos de Eltrant eran desesperantes, pero al menos significaban que seguía vivo. Eyre intercambió miradas con Lyn cuando estuvieron a pocos metros de la mujer, una en cada flanco. Ahora, con tres objetivos, no había manera de que los atendiese a todos al mismo tiempo. Hubo un instante de indecisión por parte de la mujer que Eyre aprovechó para llamar su atención.
-¡Tienes que pagar por lo que has hecho! -Gritó, alzando el bastón en un amague de pegarle; nunca había sentido tanto miedo como en ese instante- ¡¡Apártate de una vez, mocosa!! -De igual manera, la elfa enarboló su cetro hacia ella y Lyn, desde el lado opuesto, tomó la oportunidad: [1]Justo cuando la luz comenzaba a brillar, creó un vórtice de sombras en la mano que sostenía el báculo, ralentizando los movimientos lo suficiente como para que Eyre pudiera ponerse justo enfrente de la mujer y tuviera tiempo de mirarla directamente a los ojos.
[2]Bastó un instante para que la mirada de la elfa se extraviara como si, de pronto, no pudiera ver lo que tenía alrededor.
-¿¡Dónde estoy!? ¿¡Qué hiciste, bruja!?
Eyre observó a Lyn y sonrió con satisfacción. En sus ojos, sin embargo, había cansancio. La ilusión que hacía que la elfa perdiera la noción del espacio no duraría mucho. Aprovechando el vórtice que apresaba la mano ajena, le arrancó el cetro despojándola de todo su poder. Y, tal como hizo con Thomas, descargó toda su ira sobre la elfa arreándole un bastonazo en la cabeza... solo que, esta vez, un poquito más fuerte que antes.
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[1] Habilidad Lyn Nivel 5: Plaga de sombras
[2] Habilidad Eyre Nivel 0: A la deriva
Eyre
Honorable
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Nivel de PJ : : 1
Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Tomó aire y continuó preparándose para atacar, no podía precipitarse, no podía quedarse demasiado tiempo sin hacer nada, tenía que ser preciso, directo. Equivocarse no era una opción, no en aquel momento.
El tiempo pareció ralentizarse.
Alzó la espada cuando la bestia se giró unos instantes a ver que sucedía tras ella, Eltrant sonrió al ver como Eletha se llevaba las manos hasta la frente, dónde Eyre le había golpeado con fuerza con su propio bastón. La elfa se desplomó cuan larga era sobre el suelo.
- “¡Ahora!” – Descargó toda la fuerza que tenía en los brazos contra la abominación, que rugió furiosa al sentir el acero de Eltrant penetrar su carne. [1]
Eltrant frunció el ceño, no iba a detenerse con un solo corte, continuó forzando sus brazos, abriéndose paso a través de la carne mientras escuchaba los agónicos gritos de las caras que iba cortando a su paso.
- ¡Muérete! – Gritó, la bestia se giró, o trató de hacerlo, para acabar con la comida rebelde que, aprovechando su preocupación por su maestra, había conseguido acertarle. Pero ya estaba demasiado herida para moverse correctamente.
Mascullando un par de maldiciones a los dioses a voces, Eltrant soltó a Olvido, que tras avanzar hasta, aproximadamente, la mitad del vientre del monstruo, se había quedado atrapada entre los músculos del mismo.
Desenvainó a Recuerdo, el filo azulado se hundió en el lugar en el que la claymore se había atascado instantes después, no dejó que el monstruo siquiera tuviese tiempo de reaccionar ante esto, congelando la zona casi al instante.
Las decenas de voces se quejaban, gritaban, se preguntaban por qué todo estaba resultando tan complicado en aquel momento, clamaban el nombre de su maestra al unísono. En cierto modo sentía pena por aquella cosa, solo los dioses podían conocer como había sido creada, cuál era el verdadero aspecto de aquel ser.
- ¡No te atrevas a moverte! – Extrajo la espada y volvió a introducirla en la herida - ¡Se… se acabó! – Apuñaló aquella cosa una y otra vez, repitiendo la primera acción que había realizado de forma metódica, ignorando la sangre que resbalaba por su vientre, el hecho de que, muy lentamente, la vista comenzase a nublársele otra vez.
Sí podía ganarle, era en aquel momento.
La bestia estaba confusa, podía verlo, notarlo incluso, su maestra no se levantaba y sus heridas no se regeneraban rápidamente, todos sus movimientos se estaban, gradualmente, apagando. Y, por fin, al cabo de unos minutos atosigando a la bestia herida, esta cayó al suelo envuelta en un manto de sangre.
Jadeó repetidamente, miró a la cosa que, aun, viva, gemía con debilidad en el suelo y cayó de rodillas, aguantando en esta posición solamente gracias a su espada, la cual en aquel momento usaba a modo de bastón.
Ya estaba, lo había hecho, había ganado. Tenía que haberlo hecho.
Suspiró profundamente, notando como sus extremidades se volvían cada vez más rígidas con cada segundo que pasaba y miró a Eyre, que estaba al otro lado de la plazoleta y a Lyn, que se había agachado junto a Eletha y, de vez en cuando, le propinaba un fuerte puntapié en la cara a la misma, cuando notaba que esta trataba de recuperar el sentido.
Sonrió a la bruja y levantó un pulgar.
Pero la abominación volvió a gritar, sus voces no se habían rendido, no querían hacerlo. Con mucho esfuerzo, la bestia volvió a levantarse. El rostro de Eltrant adquirió una palidez solo comparable con la que Lyn poseía diariamente, cerró ambas manos en torno a la espada y trató de impulsarse, pero su cuerpo no le respondía, se negaba a hacerlo.
- ¡No! – gritó cuando aquella cosa se giró hacia dónde estaba Eletha, colocando a Eyre y a Lyn en su punto de mira - ¡Ven a por mí! – añadió, había sido descuidado, no había pensado con claridad. - ¡Marchaos! – exclamó - ¡Corred! – Le temblaban los brazos, pero no podía hacer otra cosa que mirar impotente aquella situación.
Era un completo inútil.
Cada paso que la abominación daba más esfuerzo le dedicaba a levantarse, más forzaba a su cuerpo a llegar hasta nunca lo había hecho.
- ¡No me ignores! – Daba igual lo que gritase, el monstruo tenía un solo motivo: proteger a su ama. Lyn comenzó a acumular sombra en torno a sus brazos con el ceño fruncido, Eltrant apretó los dientes. - ¡Pero vete! – gritó. - ¡Eyre! ¡Llévatela! – La espada se escurrió de entre sus manos, no la había clavado correctamente al suelo.
Entonces una flecha se clavó en la espalda del monstruo, de improviso, Eltrant casi ni la vio aparecer.
Salió del bosque cercano, una saeta certera que se clavó, justamente, en la nuca de la cabeza principal de la abominación. Enarcó una ceja cuando a aquella flecha la siguieron aproximadamente un centenar más, todas ellas comenzaron a impactar en el cuerpo del monstruo, de forma lenta, pero constante, desangrándole aún más.
Aquel ser no tuvo más remedio que detenerse a estudiar que estaba sucediendo.
Más y más flechas seguían apareciendo, surcando los aires sigilosamente, como si de una fina y mortífera lluvia se tratase. De entre los arboles emergió un hombre que Eltrant conocía, un uniforme con tonalidades azules, esgrimía una espada en su mano derecha.
La cabeza le daba vueltas y hacía minutos que el mundo había comenzado a diluirse de nuevo, pero estaba seguro de que era él. La primera idea que pasó por su cabeza fue el insultarle, la segunda fue el agradecerle que estuviese allí.
- Por todos los dioses Tale. – El hombre se agachó junto a él, pudo ver como sonreía a la vez que le incorporaba tímidamente, ayudándole a ver lo que tenía frente a él - ¿Es que te has peleado contra un monstruo inmenso tú solo? – el recién llegado ensanchó su sonrisa.
Definitivamente era él.
- Garret. – le sujetó el brazo y se giró hacía la abominación, trató de señalarla, pero su antiguo compañero de la guardia ya la había visto, no había necesidad de hacer nada, este asintió escuetamente.
- Lo veo, Tale. – contestó este, varias decenas de elfos comenzaron a salir de entre los árboles. – No eres el primero que me avisa de esto, no he venido solo. – dijo levantándose, preparando su espada.
¿Qué hacía Garret allí? ¿Le habían destinado a aquella zona como guarda?
Farfulló un par de insultos y volvió a tratar de levantarse.
- Quédate dónde estás, Tale. – dijo Garret indicando con los brazos a quienes le acompañaban que rodeasen a la bestia. – No te vayas a hacer daño... bueno, más daño. – Frunció el ceño al ver la sonrisa del brujo, pero este tenía razón, no podía hacer gran cosa, no ya.
Su papel en todo aquello había terminado.
Vio como alguno de los elfos que acababan de llegar se acercaban a las chicas y se colocaban frente a ellas, como otros ataban a Eletha mientras, el grueso del grupo, peleaba contra la abominación, a la que no dejaban apenas moverse del centro de la plazoleta.
No pudo evitar ver como algunos de los elfos estaban ya heridos de por sí. ¿Ese era el motivo por el que todos los que estaban a las órdenes de Eletha se habían marchado? ¿Se habían metido Eyre y él en una especie de guerra civil a pequeña escala?
- Muy bien – Con la espada, cubierta de sangre, en su mano derecha, Garret levantó la palma de su mano izquierda, parecía nervioso, aunque no demasiado, tenía la misma actitud que recordaba haberle visto meses atrás.
Arrancó la claymore de Eltrant, que todavía estaba clavada en el vientre de la bestia, con un fuerte tirón de su magia. Aquella acción fue, literalmente, algo similar a descorchar una botella de vino de enormes proporciones: un mar de sangre comenzó manar de la herida que había abierto Eltrant.
Todavía podía recordar como peleaba el brujo, tirones fuertes y certeros que Eltrant no comprendía pero que, al parecer, era algo que todos los brujos consideraban algo “básico”, todos salvo Garret, pues este los había entrenado hasta convertirlos en una magia que, bien usada, podía ser aterradora.
- ¡No os acerquéis! - Lanzó su espada contra el monstruo y, según esta giraba en el aire, le dio un empujón con su telequinesis dandole aún más impulso, una vez la hoja entró en el cuerpo de la mole se encargó de extraerla imitando la acción que había realizado momentos atrás. - ¡Desde lejos!
Garret es un PNJ de Asher, me ha cedido su uso. :'D
[1] Habilidad Eltrant Nivel 6 + Habilidad Eltrant Nivel 3.
El tiempo pareció ralentizarse.
Alzó la espada cuando la bestia se giró unos instantes a ver que sucedía tras ella, Eltrant sonrió al ver como Eletha se llevaba las manos hasta la frente, dónde Eyre le había golpeado con fuerza con su propio bastón. La elfa se desplomó cuan larga era sobre el suelo.
- “¡Ahora!” – Descargó toda la fuerza que tenía en los brazos contra la abominación, que rugió furiosa al sentir el acero de Eltrant penetrar su carne. [1]
Eltrant frunció el ceño, no iba a detenerse con un solo corte, continuó forzando sus brazos, abriéndose paso a través de la carne mientras escuchaba los agónicos gritos de las caras que iba cortando a su paso.
- ¡Muérete! – Gritó, la bestia se giró, o trató de hacerlo, para acabar con la comida rebelde que, aprovechando su preocupación por su maestra, había conseguido acertarle. Pero ya estaba demasiado herida para moverse correctamente.
Mascullando un par de maldiciones a los dioses a voces, Eltrant soltó a Olvido, que tras avanzar hasta, aproximadamente, la mitad del vientre del monstruo, se había quedado atrapada entre los músculos del mismo.
Desenvainó a Recuerdo, el filo azulado se hundió en el lugar en el que la claymore se había atascado instantes después, no dejó que el monstruo siquiera tuviese tiempo de reaccionar ante esto, congelando la zona casi al instante.
Las decenas de voces se quejaban, gritaban, se preguntaban por qué todo estaba resultando tan complicado en aquel momento, clamaban el nombre de su maestra al unísono. En cierto modo sentía pena por aquella cosa, solo los dioses podían conocer como había sido creada, cuál era el verdadero aspecto de aquel ser.
- ¡No te atrevas a moverte! – Extrajo la espada y volvió a introducirla en la herida - ¡Se… se acabó! – Apuñaló aquella cosa una y otra vez, repitiendo la primera acción que había realizado de forma metódica, ignorando la sangre que resbalaba por su vientre, el hecho de que, muy lentamente, la vista comenzase a nublársele otra vez.
Sí podía ganarle, era en aquel momento.
La bestia estaba confusa, podía verlo, notarlo incluso, su maestra no se levantaba y sus heridas no se regeneraban rápidamente, todos sus movimientos se estaban, gradualmente, apagando. Y, por fin, al cabo de unos minutos atosigando a la bestia herida, esta cayó al suelo envuelta en un manto de sangre.
Jadeó repetidamente, miró a la cosa que, aun, viva, gemía con debilidad en el suelo y cayó de rodillas, aguantando en esta posición solamente gracias a su espada, la cual en aquel momento usaba a modo de bastón.
Ya estaba, lo había hecho, había ganado. Tenía que haberlo hecho.
Suspiró profundamente, notando como sus extremidades se volvían cada vez más rígidas con cada segundo que pasaba y miró a Eyre, que estaba al otro lado de la plazoleta y a Lyn, que se había agachado junto a Eletha y, de vez en cuando, le propinaba un fuerte puntapié en la cara a la misma, cuando notaba que esta trataba de recuperar el sentido.
Sonrió a la bruja y levantó un pulgar.
Pero la abominación volvió a gritar, sus voces no se habían rendido, no querían hacerlo. Con mucho esfuerzo, la bestia volvió a levantarse. El rostro de Eltrant adquirió una palidez solo comparable con la que Lyn poseía diariamente, cerró ambas manos en torno a la espada y trató de impulsarse, pero su cuerpo no le respondía, se negaba a hacerlo.
- ¡No! – gritó cuando aquella cosa se giró hacia dónde estaba Eletha, colocando a Eyre y a Lyn en su punto de mira - ¡Ven a por mí! – añadió, había sido descuidado, no había pensado con claridad. - ¡Marchaos! – exclamó - ¡Corred! – Le temblaban los brazos, pero no podía hacer otra cosa que mirar impotente aquella situación.
Era un completo inútil.
Cada paso que la abominación daba más esfuerzo le dedicaba a levantarse, más forzaba a su cuerpo a llegar hasta nunca lo había hecho.
- ¡No me ignores! – Daba igual lo que gritase, el monstruo tenía un solo motivo: proteger a su ama. Lyn comenzó a acumular sombra en torno a sus brazos con el ceño fruncido, Eltrant apretó los dientes. - ¡Pero vete! – gritó. - ¡Eyre! ¡Llévatela! – La espada se escurrió de entre sus manos, no la había clavado correctamente al suelo.
Entonces una flecha se clavó en la espalda del monstruo, de improviso, Eltrant casi ni la vio aparecer.
Salió del bosque cercano, una saeta certera que se clavó, justamente, en la nuca de la cabeza principal de la abominación. Enarcó una ceja cuando a aquella flecha la siguieron aproximadamente un centenar más, todas ellas comenzaron a impactar en el cuerpo del monstruo, de forma lenta, pero constante, desangrándole aún más.
Aquel ser no tuvo más remedio que detenerse a estudiar que estaba sucediendo.
Más y más flechas seguían apareciendo, surcando los aires sigilosamente, como si de una fina y mortífera lluvia se tratase. De entre los arboles emergió un hombre que Eltrant conocía, un uniforme con tonalidades azules, esgrimía una espada en su mano derecha.
La cabeza le daba vueltas y hacía minutos que el mundo había comenzado a diluirse de nuevo, pero estaba seguro de que era él. La primera idea que pasó por su cabeza fue el insultarle, la segunda fue el agradecerle que estuviese allí.
- Por todos los dioses Tale. – El hombre se agachó junto a él, pudo ver como sonreía a la vez que le incorporaba tímidamente, ayudándole a ver lo que tenía frente a él - ¿Es que te has peleado contra un monstruo inmenso tú solo? – el recién llegado ensanchó su sonrisa.
Definitivamente era él.
- Garret. – le sujetó el brazo y se giró hacía la abominación, trató de señalarla, pero su antiguo compañero de la guardia ya la había visto, no había necesidad de hacer nada, este asintió escuetamente.
- Lo veo, Tale. – contestó este, varias decenas de elfos comenzaron a salir de entre los árboles. – No eres el primero que me avisa de esto, no he venido solo. – dijo levantándose, preparando su espada.
¿Qué hacía Garret allí? ¿Le habían destinado a aquella zona como guarda?
Farfulló un par de insultos y volvió a tratar de levantarse.
- Quédate dónde estás, Tale. – dijo Garret indicando con los brazos a quienes le acompañaban que rodeasen a la bestia. – No te vayas a hacer daño... bueno, más daño. – Frunció el ceño al ver la sonrisa del brujo, pero este tenía razón, no podía hacer gran cosa, no ya.
Su papel en todo aquello había terminado.
Vio como alguno de los elfos que acababan de llegar se acercaban a las chicas y se colocaban frente a ellas, como otros ataban a Eletha mientras, el grueso del grupo, peleaba contra la abominación, a la que no dejaban apenas moverse del centro de la plazoleta.
No pudo evitar ver como algunos de los elfos estaban ya heridos de por sí. ¿Ese era el motivo por el que todos los que estaban a las órdenes de Eletha se habían marchado? ¿Se habían metido Eyre y él en una especie de guerra civil a pequeña escala?
- Muy bien – Con la espada, cubierta de sangre, en su mano derecha, Garret levantó la palma de su mano izquierda, parecía nervioso, aunque no demasiado, tenía la misma actitud que recordaba haberle visto meses atrás.
Arrancó la claymore de Eltrant, que todavía estaba clavada en el vientre de la bestia, con un fuerte tirón de su magia. Aquella acción fue, literalmente, algo similar a descorchar una botella de vino de enormes proporciones: un mar de sangre comenzó manar de la herida que había abierto Eltrant.
Todavía podía recordar como peleaba el brujo, tirones fuertes y certeros que Eltrant no comprendía pero que, al parecer, era algo que todos los brujos consideraban algo “básico”, todos salvo Garret, pues este los había entrenado hasta convertirlos en una magia que, bien usada, podía ser aterradora.
- ¡No os acerquéis! - Lanzó su espada contra el monstruo y, según esta giraba en el aire, le dio un empujón con su telequinesis dandole aún más impulso, una vez la hoja entró en el cuerpo de la mole se encargó de extraerla imitando la acción que había realizado momentos atrás. - ¡Desde lejos!
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Garret es un PNJ de Asher, me ha cedido su uso. :'D
[1] Habilidad Eltrant Nivel 6 + Habilidad Eltrant Nivel 3.
Eltrant Tale
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Los gritos de Eltrant, los rugidos de la criatura, esos muchos pares de ojos monstruosos que se clavaban sobre ella, el cuerpo rígido de Eletha a su lado...
Era demasiado. Muchas más emociones juntas de las que había vivido a lo largo de toda su corta vida. Eyre no quería mirar, pero tampoco atinaba siquiera a pestañear por temor a perderse un solo segundo de la escena que acontecía frente a sus ojos. Dio apenas un paso hacia Lyn y le tomó la mano, apretándosela fuerte, intentando contener el temblor que le sacudía el cuerpo, buscando compañía y consuelo en medio de todo ese caos.
Tenía miedo, pero no huiría. No con el vulnerable humano tirado en el suelo, no habiendo llegado tan lejos. Estaba determinada a continuar defendiéndose... aunque no supiera cómo.
Gracias a todos los dioses, no hizo falta que se le ocurriera la manera.
Una lluvia de saetas, como caída milagrosamente del cielo, arremetió contra el monstruo con tal puntería que Eyre ni siquiera sintió la necesidad de protegerse, pues lejos estuvieron las flechas de pasar cerca de ellas. Observó entonces a los recién llegados; un tropel de hombres que parecían ir a ofrecerles refuerzos, pero no terminaban de causarle buena impresión. Sucedía que eran elfos, seres iguales a los que momentos atrás habían estado dándole caza, aquellos que para referirse a ella escupían la palabra “bruja” con tanto desprecio que le dolía el pecho. Y, encima, un regusto amargo le llenaba la boca al pensar que, para ser una tropa que iba a ayudar, habían tardado demasiado. Todo el miedo que sintió durante aquel horrendo día, ahora se transformaba en resentimiento.
-¿No podrían haber venido antes? -Masculló con amargura cuando algunos de los soldados se acercaron a atar a Eletha. Para colmo, seguramente serían ellos quienes se llevarían el mérito por haberla capturado.
Tras exhalar un suspiro soltó suavemente a Lyn, se alejó unos cuantos pasos de la escena, pues no quería estar cerca de los elfos desconocidos, y estudió con ojos entrecerrados al sujeto que se había aproximado a Eltrant. Tuvo la certeza, al verlo atosigar a la aberrante mascota de Eletha, de que se trataba de uno de los suyos, un hechicero. En ese instante, una enorme confusión embargó a la jovencita. ¿Qué hacía un brujo colaborando con elfos? ¿Por qué los orejones estaban ayudándolos? ¿Qué pensaban ellos de la locura cometida por los de su misma raza?
Tragó saliva y negó con la cabeza para apartar aquellas incógnitas de su mente. Lo importante, al menos por el momento, era que estaban dando fin a los terribles sucesos de aquel pueblo. Vio con admiración con qué excelencia el hombre utilizaba la telekinesis y suspiró con cierto alivio al ver cómo la “mascota” caía al suelo, finalmente, sin ni un hálito de vida. Ahora que no estaban Thomas, Eletha ni su monstruo, el problema estaría resuelto... ¿verdad?
Casi. Todavía tenían un importante asunto que atender. Una vez la batalla hubo terminado, respiró profundo y, con paso titubeante, decidió cruzar la plaza para acercarse al brujo, dado que, pudiendo elegir, lo prefería a él antes que a los de orejas en punta. Con todo lo que había pasado, le era difícil dejar de lado la desconfianza para con las otras razas que la rodeaban.
-Disculpe, señor... -Le llamó, tocándole suavemente un brazo con el dedo índice- Tenemos... tenemos un herido que necesita urgentemente atención médica. -Se puso entonces en puntas de pie y susurró tan bajo como pudo, poniéndose una mano a un lado de los labios: -¿Podría venir a verlo usted también? No sólo elfos, por favor...
Y, sin siquiera cerciorarse de que la siguieran, partió raudamente hacia donde había ocultado al hombre-gato.
Eyre
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Un último grito gutural resonó sobre la aldea antes de que la abominación, por fin, cayera muerta bajo la insistente presión que Garret y los diferentes elfos que le acompañaban imponían sobre la bestia.
Suspiró aliviado y cerró los ojos, tenía muchísimo sueño. Escuchó algo parecido a vítores, a su alrededor los murmullos se acentuaban con cada elfo que se detenía a conversar con su aliado más cercano.
Volvieron a incorporarle, abrió levemente los ojos, era Garret, quien no perdió el tiempo y con un par de señas hizo un rápido gesto a los elfos que tenía más cerca para que atendiesen al castaño.
Se centró en la calidez que, de inmediato, sintió cuando un elfo robusto, de mandíbula cuadrada y largos cabellos negruzcos, le impuso las manos en el pecho.
Se quedó inconsciente.
Envainó la espada y, cruzado de brazos, Garret observó cómo atendían a Eltrant.
- Menudo idiota… - susurró con una sonrisa al ver cómo le levantaban entre varios y lo cargaban hasta el interior de lo que, por lo que le habían contado los lugareños, era el ayuntamiento de la aldea.
No pasó por alto a la chica de ojos azules que se internó en el edificio tras él, arqueó ambas cejas sorprendido y se quedó mirando fijamente la espalda de la muchacha. Tenía que preguntarle a Tale que hacía allí, lo último que había oído de él era que había dejado la guardia, sin motivo aparente, simplemente se había marchado.
¿Por qué seguía peleando hasta quedarse en aquel estado? No era su responsabilidad.
Negó con la cabeza, intentar comprender a Tale siempre había sido difícil, o demasiado fácil, nunca había terminado de saber exactamente qué pasaba por la cabeza de su antiguo compañero, y agradecía que fuese así, algo le decía que de hacerlo acabaría en el mismo estado lamentable que el castaño constantemente.
Y a él le gustaba su cara, y su cuerpo, y, sobre todo, le tenía aprecio a su vida.
Se pasó la mano por el pelo y suspiró al ver cómo, finalmente, el cuerpo de Tale desaparecía tras los pasillos interiores del ayuntamiento. Era raro verle así, sin que vistiese de azul.
Notó como alguien le tocaba en el brazo y le sacaba de sus pensamientos, enarcó una ceja al ver que era otra chica joven la que reclamaba su atención, una que había visto con la muchacha que se había marchado con Tale. ¿Es que el propósito de Tale era rodearse de mujeres jóvenes y guapas? Si era ese podía llamarle muchas cosas, pero no podía culparle.
Frunció el ceño cuando la muchacha dijo que había alguien más que necesitaba ayuda urgente, indicó a varios de los elfos más cercanos que se acercasen y siguió a la muchacha hasta dónde estaba enterrado un hombre-bestia al que le faltaban las piernas.
Apretó los dientes al ver al gato, si no hubiese tenido que lidiar con todos los malditos elfos que se escondían en los bosques habría llegado muchísimo antes.
Indicó a dos elfos que le acompañaban que le atendiesen, los hombres obedecieron y se lo llevaron hasta el ayuntamiento, el sitio en el que estaban tratando a todas las victimas de Eletha, que no eran precisamente pocas.
- Así que… - Se agachó junto a la chica y le ofreció una sonrisa - … estas con Tale – dijo analizándola con la mirada; no parecía una guerrera, tampoco parecía superar la veintena de edad. Garret torció el gesto un instante al ver la expresión de la muchacha, sus ojos enrojecidos por el llanto miraban con desconfianza a todo elfo que pasaba cerca de ella, algo totalmente comprensible teniendo en cuenta lo que acababa de vivir.
Esbozó una sonrisa cansada y se pasó la mano por el pelo, peinándolo pobremente hacía atrás.
- ¿Cómo te llamas? – se sentó junto a ella y, tras entrelazar las piernas, se señaló con el pulgar – Garret – dijo, esperó a que esta respondiese y asintió – ¿A qué viene esa cara? – preguntó a continuación, ensanchó su sonrisa, esperando contagiar a la joven – No es una mala noche, ¿Verdad? Mira que estrellas - señaló sobre la cabeza de la joven, al firmamento nocturno – Es un buen día. – dijo ensanchando su sonrisa, haciendo señas a un elfo enjuto y bajito que, armado con un arco, pasaba por allí – No es como si un monstruo gigante hubiese estado destruyendo casas ¿No? – amplió la sonrisa, el elfo llegó hasta dónde estaban.
- Este es Elas, Elas es un buen curandero, de los mejores que conozco – dijo Garret señalando al que, había resultado ser, un chico elfo no mucho mayor que la propia bruja, incluso podía ser considerado alguien más joven. – Elas, atiende las heridas de la chica guapa ¿Quieres? – dijo levantándose, dándole una palmada al muchacho en el hombro, que nervioso, miró a su alrededor como si acabasen de pedirle que se lanzase a las fauces de un dragón. – No pongas esa cara – dijo Garret riendo – No te va a morder. Bueno, pueden hacerlo, pero normalmente se lo tienes que pedir antes – dejó escapar una carcajada y, tras dejar a la pareja a solas, se marchó hacía el grupo de elfos que conversaba junto a la bestia abatida.
- ¿Cómo están los prisioneros de Eletha? – preguntó una vez llegó junto al grupo.
- En el ayuntamiento, los estamos tratando. – contestó inmediatamente uno de ellos.
Gruñó por lo bajo, trató de moverse, pero le pesaba muchísimo el cuerpo, lo primero que vio fue un gigantesco ojo azul mirarle fijamente.
- Deja de mirarme así, das miedo – dijo levantando el brazo derecho, señalando el rostro de la vampiresa, el cual estaba parcialmente vendado y se había contraído en una mueca molesta al oír al herido.
- Lo siento, Mortal, llevas dormido cincuenta años. – dijo sentándose junto a la cama, llevándose una mano dramáticamente hasta la cara. – Yo me he quedado con mi cuerpo hermoso e inmortal junto a ti porque jamás me separaría de mi lacayo, así de buena persona soy. Pero tú has envejecido, mucho – fingió un sollozo y se llevó las manos hasta la cara. - ¡El paso del tiempo ha hecho estragos en tu antes juvenil…! Bueno, en tu rostro – esbozó una sonrisa, Eltrant la imitó y cerró los ojos.
- Bueno… ahora que soy viejo… creo que voy a descansar un rato – respondió Eltrant, concentrándose en la mullida almohada que tenía bajo su cabeza, Lyn dejó escapar una sonora risotada, algunos de los elfos más cercanos se giraron a ver qué estaba pasando, tras ver a la muchacha se centraron en los heridos que tenían a su alrededor, los cuales no eran precisamente pocos.
Eltrant enarcó una ceja ¿Dónde habían tenido encerrada a toda aquella gente? A muchos les faltaban miembros, extremidades; los elfos que los habían rescatado, al parecer, se estaban esforzando por devolvérselas con la magia curativa.
- Eso no te lo crees ni tú, Mortal. Vas a ser un viejo de estos aventureros, de los que se rompen la cadera y siguen peleando gruñendo cosas a los jovenes – dijo Lyn sacando de su bolsa de viaje un par de hojas de papel y comenzando a escribir rápidamente palabras en ella, una tras otra.
- Algún día tendré que sentar la cabeza, supongo. – Lyn volvió a reírse, esta vez a carcajadas como si lo que acabase de decir Eltrant fuese la mayor locura que había oído en su vida. - Sí, sí. – Eltrant alargó el brazo hasta la cara de la vampiresa y trató de empujarla, pero Lyn evitó su mano agachándose un poco.
- ¡No puedes alcanzarme! – exclamó la ojiazul arrastrando la silla varios centímetros a la izquierda. – ¡Soy demasiado rápida para ti, Mortal! – agregó enseguida.
- Estas molestando a los demás. – dijo Eltrant rindiéndose en sus esfuerzos por agarrar a la vampiresa.
- Que va – Lyn quitándole importancia con la cabeza. – En si he conversado con muchos de ellos. A diferencia de ti, hay gente que agradece mi presencia, como Eyre y Sylas, el gato de la cabaña ¿Te acuerdas? – Eltrant asintió – Te pregunto si te acuerdas por que han pasado cincuenta años y eso. – El castaño volvió a asentir, suspirando.
Se quedó en silencio, mirando a su alrededor, más de una veintena de elfos recorrían la amplia habitación, yendo de cama en cama con aparente prisa, conversando entre ellos y colocando sus manos en los diferentes heridos durante unos minutos para, cuando parecía que no podían más, dejar el relevo a otro elfo.
¿Cómo había conseguido Garret coordinar todo aquello?
Se incorporó levemente, esta vez tratando de localizar a Eyre con la mirada, no la veía.
- ¿Dónde está Eyre? ¿Y Garret? – preguntó al cabo de unos segundos, cuando se aseguró de que no estaba en la habitación, Lyn se encogió de hombros como toda respuesta y siguió escribiendo.
- No sé dónde está Eyre, andará por aquí... – dijo llevándose la pluma que tenía entre las manos hasta la boca, pensativa – Tú amigo se marchó hace un rato. – Se encogió de hombros – Aunque no me ha dicho por qué, solo ha pasado por aquí a ver como estabas… y se ha quedado un rato mirándote. – añadió bajando de nuevo la cabeza hasta el papel. Eltrant suspiró y negó con la cabeza, probablemente serían cosas de la guardia, ya no tenía que preocuparse por eso.
Sonrió para sí al escuchar el murmullo de los heridos, las indicaciones que se daban los unos a los otros los elfos que cuidaban de ellos. Lo había conseguido, había matado a aquella cosa, con ayuda, pero lo había hecho.
- Ahí está esa cara. – dijo Lyn esbozando una sonrisa mordaz.
- ¿Esa cara? – Eltrant enarcó una ceja y se incorporó levemente.
- “¡Soy un maldito héroe!” – contestó la ojiazul imitando la voz del castaño lo mejor que pudo, Eltrant negó con la cabeza y se giró completamente, dándole la espalda a Lyn, ajustándose las sabanas hasta que le cubrieron los hombros.
- Yo no he dicho eso. – respondió Eltrant.
- Te oí gritarlo. – dijo Lyn divertida.
- No – dijo el herido enseguida.
- ¡Por el poder de la justicia! – exclamó la vampiresa levantándose de su asiento y señalando al techo. - ¡¡Yo, Eltrant Tale, te castigaré!! – Hizo como si tuviese una espada entre las manos y adoptó una pose dramática.
- Cállate. – dijo Eltrant tapándose completamente la cabeza con las sabanas.
Suspiró aliviado y cerró los ojos, tenía muchísimo sueño. Escuchó algo parecido a vítores, a su alrededor los murmullos se acentuaban con cada elfo que se detenía a conversar con su aliado más cercano.
Volvieron a incorporarle, abrió levemente los ojos, era Garret, quien no perdió el tiempo y con un par de señas hizo un rápido gesto a los elfos que tenía más cerca para que atendiesen al castaño.
Se centró en la calidez que, de inmediato, sintió cuando un elfo robusto, de mandíbula cuadrada y largos cabellos negruzcos, le impuso las manos en el pecho.
Se quedó inconsciente.
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Envainó la espada y, cruzado de brazos, Garret observó cómo atendían a Eltrant.
- Menudo idiota… - susurró con una sonrisa al ver cómo le levantaban entre varios y lo cargaban hasta el interior de lo que, por lo que le habían contado los lugareños, era el ayuntamiento de la aldea.
No pasó por alto a la chica de ojos azules que se internó en el edificio tras él, arqueó ambas cejas sorprendido y se quedó mirando fijamente la espalda de la muchacha. Tenía que preguntarle a Tale que hacía allí, lo último que había oído de él era que había dejado la guardia, sin motivo aparente, simplemente se había marchado.
¿Por qué seguía peleando hasta quedarse en aquel estado? No era su responsabilidad.
Negó con la cabeza, intentar comprender a Tale siempre había sido difícil, o demasiado fácil, nunca había terminado de saber exactamente qué pasaba por la cabeza de su antiguo compañero, y agradecía que fuese así, algo le decía que de hacerlo acabaría en el mismo estado lamentable que el castaño constantemente.
Y a él le gustaba su cara, y su cuerpo, y, sobre todo, le tenía aprecio a su vida.
Se pasó la mano por el pelo y suspiró al ver cómo, finalmente, el cuerpo de Tale desaparecía tras los pasillos interiores del ayuntamiento. Era raro verle así, sin que vistiese de azul.
Notó como alguien le tocaba en el brazo y le sacaba de sus pensamientos, enarcó una ceja al ver que era otra chica joven la que reclamaba su atención, una que había visto con la muchacha que se había marchado con Tale. ¿Es que el propósito de Tale era rodearse de mujeres jóvenes y guapas? Si era ese podía llamarle muchas cosas, pero no podía culparle.
Frunció el ceño cuando la muchacha dijo que había alguien más que necesitaba ayuda urgente, indicó a varios de los elfos más cercanos que se acercasen y siguió a la muchacha hasta dónde estaba enterrado un hombre-bestia al que le faltaban las piernas.
Apretó los dientes al ver al gato, si no hubiese tenido que lidiar con todos los malditos elfos que se escondían en los bosques habría llegado muchísimo antes.
Indicó a dos elfos que le acompañaban que le atendiesen, los hombres obedecieron y se lo llevaron hasta el ayuntamiento, el sitio en el que estaban tratando a todas las victimas de Eletha, que no eran precisamente pocas.
- Así que… - Se agachó junto a la chica y le ofreció una sonrisa - … estas con Tale – dijo analizándola con la mirada; no parecía una guerrera, tampoco parecía superar la veintena de edad. Garret torció el gesto un instante al ver la expresión de la muchacha, sus ojos enrojecidos por el llanto miraban con desconfianza a todo elfo que pasaba cerca de ella, algo totalmente comprensible teniendo en cuenta lo que acababa de vivir.
Esbozó una sonrisa cansada y se pasó la mano por el pelo, peinándolo pobremente hacía atrás.
- ¿Cómo te llamas? – se sentó junto a ella y, tras entrelazar las piernas, se señaló con el pulgar – Garret – dijo, esperó a que esta respondiese y asintió – ¿A qué viene esa cara? – preguntó a continuación, ensanchó su sonrisa, esperando contagiar a la joven – No es una mala noche, ¿Verdad? Mira que estrellas - señaló sobre la cabeza de la joven, al firmamento nocturno – Es un buen día. – dijo ensanchando su sonrisa, haciendo señas a un elfo enjuto y bajito que, armado con un arco, pasaba por allí – No es como si un monstruo gigante hubiese estado destruyendo casas ¿No? – amplió la sonrisa, el elfo llegó hasta dónde estaban.
- Este es Elas, Elas es un buen curandero, de los mejores que conozco – dijo Garret señalando al que, había resultado ser, un chico elfo no mucho mayor que la propia bruja, incluso podía ser considerado alguien más joven. – Elas, atiende las heridas de la chica guapa ¿Quieres? – dijo levantándose, dándole una palmada al muchacho en el hombro, que nervioso, miró a su alrededor como si acabasen de pedirle que se lanzase a las fauces de un dragón. – No pongas esa cara – dijo Garret riendo – No te va a morder. Bueno, pueden hacerlo, pero normalmente se lo tienes que pedir antes – dejó escapar una carcajada y, tras dejar a la pareja a solas, se marchó hacía el grupo de elfos que conversaba junto a la bestia abatida.
- ¿Cómo están los prisioneros de Eletha? – preguntó una vez llegó junto al grupo.
- En el ayuntamiento, los estamos tratando. – contestó inmediatamente uno de ellos.
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Gruñó por lo bajo, trató de moverse, pero le pesaba muchísimo el cuerpo, lo primero que vio fue un gigantesco ojo azul mirarle fijamente.
- Deja de mirarme así, das miedo – dijo levantando el brazo derecho, señalando el rostro de la vampiresa, el cual estaba parcialmente vendado y se había contraído en una mueca molesta al oír al herido.
- Lo siento, Mortal, llevas dormido cincuenta años. – dijo sentándose junto a la cama, llevándose una mano dramáticamente hasta la cara. – Yo me he quedado con mi cuerpo hermoso e inmortal junto a ti porque jamás me separaría de mi lacayo, así de buena persona soy. Pero tú has envejecido, mucho – fingió un sollozo y se llevó las manos hasta la cara. - ¡El paso del tiempo ha hecho estragos en tu antes juvenil…! Bueno, en tu rostro – esbozó una sonrisa, Eltrant la imitó y cerró los ojos.
- Bueno… ahora que soy viejo… creo que voy a descansar un rato – respondió Eltrant, concentrándose en la mullida almohada que tenía bajo su cabeza, Lyn dejó escapar una sonora risotada, algunos de los elfos más cercanos se giraron a ver qué estaba pasando, tras ver a la muchacha se centraron en los heridos que tenían a su alrededor, los cuales no eran precisamente pocos.
Eltrant enarcó una ceja ¿Dónde habían tenido encerrada a toda aquella gente? A muchos les faltaban miembros, extremidades; los elfos que los habían rescatado, al parecer, se estaban esforzando por devolvérselas con la magia curativa.
- Eso no te lo crees ni tú, Mortal. Vas a ser un viejo de estos aventureros, de los que se rompen la cadera y siguen peleando gruñendo cosas a los jovenes – dijo Lyn sacando de su bolsa de viaje un par de hojas de papel y comenzando a escribir rápidamente palabras en ella, una tras otra.
- Algún día tendré que sentar la cabeza, supongo. – Lyn volvió a reírse, esta vez a carcajadas como si lo que acabase de decir Eltrant fuese la mayor locura que había oído en su vida. - Sí, sí. – Eltrant alargó el brazo hasta la cara de la vampiresa y trató de empujarla, pero Lyn evitó su mano agachándose un poco.
- ¡No puedes alcanzarme! – exclamó la ojiazul arrastrando la silla varios centímetros a la izquierda. – ¡Soy demasiado rápida para ti, Mortal! – agregó enseguida.
- Estas molestando a los demás. – dijo Eltrant rindiéndose en sus esfuerzos por agarrar a la vampiresa.
- Que va – Lyn quitándole importancia con la cabeza. – En si he conversado con muchos de ellos. A diferencia de ti, hay gente que agradece mi presencia, como Eyre y Sylas, el gato de la cabaña ¿Te acuerdas? – Eltrant asintió – Te pregunto si te acuerdas por que han pasado cincuenta años y eso. – El castaño volvió a asentir, suspirando.
Se quedó en silencio, mirando a su alrededor, más de una veintena de elfos recorrían la amplia habitación, yendo de cama en cama con aparente prisa, conversando entre ellos y colocando sus manos en los diferentes heridos durante unos minutos para, cuando parecía que no podían más, dejar el relevo a otro elfo.
¿Cómo había conseguido Garret coordinar todo aquello?
Se incorporó levemente, esta vez tratando de localizar a Eyre con la mirada, no la veía.
- ¿Dónde está Eyre? ¿Y Garret? – preguntó al cabo de unos segundos, cuando se aseguró de que no estaba en la habitación, Lyn se encogió de hombros como toda respuesta y siguió escribiendo.
- No sé dónde está Eyre, andará por aquí... – dijo llevándose la pluma que tenía entre las manos hasta la boca, pensativa – Tú amigo se marchó hace un rato. – Se encogió de hombros – Aunque no me ha dicho por qué, solo ha pasado por aquí a ver como estabas… y se ha quedado un rato mirándote. – añadió bajando de nuevo la cabeza hasta el papel. Eltrant suspiró y negó con la cabeza, probablemente serían cosas de la guardia, ya no tenía que preocuparse por eso.
Sonrió para sí al escuchar el murmullo de los heridos, las indicaciones que se daban los unos a los otros los elfos que cuidaban de ellos. Lo había conseguido, había matado a aquella cosa, con ayuda, pero lo había hecho.
- Ahí está esa cara. – dijo Lyn esbozando una sonrisa mordaz.
- ¿Esa cara? – Eltrant enarcó una ceja y se incorporó levemente.
- “¡Soy un maldito héroe!” – contestó la ojiazul imitando la voz del castaño lo mejor que pudo, Eltrant negó con la cabeza y se giró completamente, dándole la espalda a Lyn, ajustándose las sabanas hasta que le cubrieron los hombros.
- Yo no he dicho eso. – respondió Eltrant.
- Te oí gritarlo. – dijo Lyn divertida.
- No – dijo el herido enseguida.
- ¡Por el poder de la justicia! – exclamó la vampiresa levantándose de su asiento y señalando al techo. - ¡¡Yo, Eltrant Tale, te castigaré!! – Hizo como si tuviese una espada entre las manos y adoptó una pose dramática.
- Cállate. – dijo Eltrant tapándose completamente la cabeza con las sabanas.
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Re: En lo más profundo del Bosque [Libre] [2/2] [Cerrado]
Eyre jamás sintió un alivio tan inmenso como en el momento en que vio cómo la respiración del felino subía y bajaba, moviendo suavemente las hojas que lo cubrían. ¡Seguía vivo! Inconsciente, pero vivo. Se acercó a éste y le dejó una suave caricia en la frente. El asco que en primera instancia había sentido al ver ese cuerpo vejado e incompleto, ahora no era más que compasión y ternura hacia el pobre ser.
De no ser porque el brujo comenzó a hablarle, Eyre hubiese seguido al hombre-gato para asegurarse por sí misma de que los elfos no le hiciesen nada malo. No obstante, tuvo que forzarse a prestar atención al sujeto, pese a que sus ojos siguieron a la bestia hasta perderla tras las casitas que lindaban la plazoleta.
Aunque el hechicero parecía amable, la jovencita no pudo evitar arrugar el entrecejo con cierta incomodidad al percibir que estaba siendo tratada como una niña. Y, aunque lo era, después de todo lo que había ocurrido en su vida luego de huir de su casa cada vez se sentía más adulta. Acababa de pasar toda una tarde luchando por su vida, después de todo. La condescendencia le molestaba.
-Sólo está intentando ser gentil. -Pensó, instándose a responder con la misma delicadeza. Quizás, al fin y al cabo, sí que estaba poniendo una cara que decía “necesito consuelo” sin darse cuenta.
-Me llamo Eyre. -Contestó antes de alzar la mirada hacia el cielo nocturno. Casi esbozó una sonrisa, hasta que notó la presencia del elfo que pasaba cerca y su expresión volvió a ensombrecerse. Definitivamente, a partir de aquel día procuraría estar bien lejos de los orejones, excepto claro de aquel llamado Adanedhel, que días atrás se había ganado su confianza a pulso.
-No necesito que... -Pero, tras encomendarle al elfo que la curara, Garret partió sin parecer notar la difícil situación en que estaba dejando a la joven. Nerviosa, dio un paso atrás evitando la mirada del otro y agitó la mano como restándole importancia al asunto- Estoy bien, ¡no me hace falta, gracias! -Dijo atropelladamente, volteándose y huyendo de allí a toda prisa, dejando al perplejo muchacho solo.
Los raspones y moretones que le marcaban las piernas y los brazos dolían. Sí que estaba herida, pero prefería confiar en la ayuda de sus plantas medicinales antes que dejarse tocar por algún elfo lunático. Quizás era momento de, finalmente, acercarse a Lunargenta para tener unos pocos días de descanso y reponerse antes de continuar el viaje.
Pero no podía marcharse sin despedirse.
Siguiendo el tumulto de gente, terminó por llegar al ayuntamiento. Jamás en su vida había visto tantos heridos juntos y tuvo que hacer acopio de la poca fortaleza que le quedaba para no desmayarse allí mismo. No quería mirar, pero era imposible localizar a Eltrant y a Lyn sin antes pasar por cada una de las camillas. Por suerte, la voz de la vampiresa delató su ubicación y no tardó en acercarse con premura. Si ella estaba sonriendo, significaba que el humano estaba bien.
-¿Interrumpo algo? -Inquirió con buen humor una vez estuvo junto a ellos. Aunque el exmercenario estaba cubierto hasta la cabeza con las sábanas, parecía estar vivo. Aún así, no era difícil suponer el tremendo cansancio que debía estar soportando. -No molestaré mucho, sólo pasaba a saludar... y agradecer. -Tímidamente tomó las manos de Lyn y, con la mirada empañada, la observó a los ojos- Gracias por aparecer para ayudarnos. ¡Ha sido un gusto conocerte! Somos... amigas, ¿no? -Con las mejillas rojas como tomates, fue incapaz de contener la emoción y terminó por abrazarla con todas sus fuerzas. No obstante el abrazo fue breve y, tras soltarla, se acercó a Eltrant, inclinándose hacia él- Gracias por todo. Estoy en deuda contigo y espero poder saldarla en algún momento. Gracias a ti sigo viva... pero intenta no recibir más espadazos por los demás, ¿está bien? -Dejó un beso muy breve sobre la mejilla ajena y se incorporó. Las despedidas se le hacían sumamente difíciles; por algo solía ahorrárselas y desaparecer sin decir palabra- Espero que volvamos a vernos. ¡Cuídense mucho!
Sin esperar respuesta, pues sabía que de hacerlo se echaría a llorar, se dirigió a la salida. No sin antes, claro, pasar a ver una última vez al hombre-gato que, allá en su camilla y rodeado de elfos, parecía haber recobrado la consciencia. Esta vez no pudo contener las lágrimas. Con las mejillas húmedas, saludó a la bestia desde lejos, quien le devolvió una mirada confusa al verla partir. Probablemente ni siquiera la recordaba, pero ella jamás se olvidaría de él...
De ninguno de ellos.
Eyre
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