[MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
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[MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
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¡La guerra había comenzado! De los trabuquetes que los ejércitos de Dundarak habían construido, eran lanzados enormes bloques rocosos incendiados, o bien congelados, por los propios dragones que golpeaban con fiereza la muralla de Lunargenta. Más allá de resistir en el interior, los vampiros apenas tenían opciones para combatir la larga distancia por semejante armamento desplegado por los ejércitos del Norte. Y es que Rigobert se había llevado todo.-¡Seguid disparando! – se desgañitaba Rigobert, el primero de la fila - ¡Más! ¡MÁS! ¡MÁAAAS! – Y a cada grito, una línea de tres trabuquetes y dos balistas dejaban la muralla de la ciudad aliada como un queso. Eso si acertaban, pues en el peor de los casos, las rocas atravesarían los muros y caerían más allá.
Lucy desaprobaba totalmente la manera en la que el rey se desenvolvía. Y cuando observó que el ataque era desmesurado para la defensa para aquello
-Esta medida es desmesurada, majestad. – clamó Lucy Fireheart al acercarse a la posición desde donde el rey, espada desenfundada, ordenaba continuar los disparos. Nadie excepto él parecía ver aquello normal. – Estamos destruyendo las murallas de la ciudad que venimos auxiliar. No se están defendiendo.
-No recuerdo haberos pedido vuestra opinión, Lady Fireheart. – Lo cierto es que Rigobert tenía a los miembros de la logia, sus consejeros, entre ceja y ceja, y así lo había hecho constar. – Puede que ahora no se defiendan, pero lo harán cuando nos acerquemos. Cuantos más matemos desde la distancia, a menos tendremos que hacer frente
-¿Y qué hay de los inocentes? Ellos también están al otro lado de las murallas. – replicó la encantadora de fuego.
-Decidme una guerra en la que no haya habido víctimas colaterales. – se recostó hacia delante y quedó esperando una respuesta de las encantadoras. Que no obtuvieron. - ¿Queréis abrir las puertas? ¡Muy bien! Pues cógete a alguien y ve a abrir las puertas. Tenéis quince minutos. Si os pasara algo os auxiliaremos. – dijo el rey con confianza a la encantadora, mostrando por primera vez un ápice de empatía… que pronto olvidaría. - Demostraremos a Siegfried por qué sin Dundarak no son nadie. – se dio la vuelta y se colocó frente a la incendiada Lunargenta. – Lo mismo los humanos prefieren que yo me quede como rey viendo mi desempeño y buen manejo de la situación. – asintió orgulloso. Cerrando los ojos y creyéndose sus propias palabras. – Yo, Rigobert III de Dundarak y II de Lunargenta.
-¿Segundo? – preguntó Lucy enarcando una ceja.
-Sí. Ya hubo uno antes que yo hace muchos años. Me he repasado todos los libros de historia. – comentó. – No pierdas el tiempo, encantadora. ¡A ello! – ordenó.
Lucy Fireheart negó varias veces con la cabeza. Aquel adolescente mostraba un carácter excesivamente totalitario y, en cierto modo, preocupante. Quizás aquello no importase por ahora, pero la bruja no podía dejar de pensar que quizás lo mejor hubiese sido que gobernara su hermana Henrietta. Nunca sabremos qué habría pasado en ese caso.
En cualquier caso, Lucy se acercó un poco atrás. Donde el humo de los trabuquetes se respiraba pero resultaba menos molesto. Allí se encontraba Abbey Frost junto con dos héroes más.
-¿Lo habéis escuchado, no? – preguntó Fireheart. El rey hablaba a voces. Lo habrían escuchado ellos y tal vez incluso los que se encontraban en las tiendas, en la última línea del campamento. – Podrías haberme ayudado, Abbey. – le reprochó a la otra encantadora.
-Prefiero que trates tú con él. Yo le congelaría la lengua. – Lucy hizo un gesto con la mano a su compañera para que bajara el tono de voz y no ser escuchada.
-He conseguido que cese los ataques. No tenían sentido ya. Lo mejor será que abramos el rastrillo. – comentó cambiando de tema.
-Ya veo. Hay un par de compañeros atrás que podrían llevarnos. Si los vampiros han cesado el ataque, tal vez podamos entrar. – aportó Abbey encaminándose hacia atrás y caminando con su bastón. Vestía una túnica azul color hielo, y siempre iba encapuchada, con zapato bajo. Acostumbraba a vestir mucho más abrigada que su homóloga Lucy, mucho más alta y que conjuraba la magia con sus manos y brazos desnudos y sus finas ropas de tela ignífuga.
Ambas eran poderosas, y ambas desprendían fuego y hielo. Los dos elementos que, ahora mismo, lloverían sobre Lunargenta en cuanto ellas llegasen.
* * * * * * * * * * *
Primera ronda de la misión:
Duración: Tres turnos.
Objetivo: Será llegar al rastrillo y abrir la puerta. Pero tendréis que respetar los turnos de 1-vuelo, 2-moveros por las murallas y 3-abrir la puerta. Uno de vosotros irá con Lucy, el otro con Abbey.
Particularidades de la misión:
Existe un problema: Individualmente tendréis que tirar una runa a cada turno. Si la runa os sale media o mejor, podréis pasar las diferentes fases (vuelo, movimiento y apertura de la puerta). Al menos, uno de vosotros, tendrá que llegar al rastrillo y abrir la puerta. En otras palabras, en los tres turnos, uno de vosotros tiene que obtener runas medias o mejores para cumplir el objetivo.
Si os sale una runa mala, seréis derribados, retrasados o lo que queráis, pero no podréis cumplir el objetivo. Podéis evolucionar de la manera que queráis e interaccionar pese a las runas malas (uno desde el suelo u otro desde arriba). Esto no tendrá consecuencias para vosotros, pero influirá mucho en la segunda parte de la misión.
Sin embargo, ser ambos de nivel considerablemente alto os debe dar alguna ventaja estratégica. Por lo que los buffos de Níniel (support) sobre Vincent le ayudarán a resistir un envite (con su nuevo bastón, también a su compañera). Por lo que el brujo tiene un comodín si Níniel lo desea y no tendrá que tirar runa, a costa de perder mejor posicionamiento o buffos para la segunda fase.
Ger
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
Níniel observaba aquel dantesco espectáculo, en silencio pero sin apartar la mirada. Quizá debería sentirse orgullosa por pertenecer a semejante ejército, el cual destrozaba sin oposición las defensas enemigas sin que estas pudieran ni tan siquiera defenderse, abrumadas e impotentes. Debería tal vez alegrarse por la superioridad que mostraba aquel reino norteño que en gran medida la había acogido con los brazos abiertos, llegando a superar a Lunargenta como su segundo hogar a esas alturas. Pero la verdad es que no sentía regocijo alguno. La guerra siempre era cruel, por muy justa que fuera la causa. Además aquello no había hecho más que empezar.
-Es difícil no oírlo, gran encantadora. No será fácil.- Respondió la peliblanca tras esperar su turno para hablar y agradeciendo que el estruendo causado por las máquinas de asedio hubiese cesado, aunque fuese solo momentáneamente. Abbey podía molestarse si consideraba que un miembro de menor rango que ella trataba de quedar por encima. Y para ella, Níniel, así como el resto de los miembros que se habían incorporado a la Logia por las mismas fechas que ella, seguían siendo sencillamente "los nuevos miembros". Al menos había intentado dejar de congelarla cada vez que tenía que ir a su despacho o a acompañarla por algún asunto del gremio. Todo un detalle que la punta de sus dedos agradecía.
-Abrir el rastrillo o tal vez deberíamos atacar de día. No creo que haya muchos vampiros dispuestos a defender la muralla o las calles cuando amanezca. Sus fuerzas estarían muy mermadas para entonces.-Dejó caer la peliblanca. Las ansias por demostrar su valía del joven rey no eran solo un riesgo añadido para los ciudadanos inocentes de la mayor de las ciudades de los humanos, lo era también para sus propios soldados. Henrietta quizá no fuese perfecta, pero seguramente no habría iniciado un ataque contra un enemigo formado mayoritariamente por criaturas nocturnas de noche. Claro que seguramente no habría derribado ya varios segmentos de la muralla enemiga ni mermado su número y su moral.
Lucy la reprendió con la mirada. Ella mejor que nadie sabía la preferencia que la elfa sentía por la hermana del rey, pero al igual que Abbey, debía aceptar lo que había y guardarse ciertos comentarios que socavaran su autoridad. Había modos de aconsejar al monarca mucho mejores, incluso a pesar de su difícil carácter. Níniel bajó levemente la cabeza aceptando la reprimenda y, tras dedicarle a Vincent una mirada con la que pretendía calmar sus preocupaciones, siguió a la tensai de agua hasta la parte del campamento donde podrían conseguir la ayuda que necesitaban para cumplir la nada sencilla tarea encomendada.
El plan era sencillo. Aprovechar el efecto que las armas de asedio había causado sobre los defensores para lanzar una misión rápida y precisa sobre las murallas, como una operación médica. Un grupo reducido pero capaz de tropas de élite que de tener éxito permitiría al ejército penetrar en la ciudad casi sin oposición, y sin darle tiempo al enemigo a organizar un defensa eficaz. Con un poco de suerte podrían barrerlos de buena parte de la ciudad de un solo golpe. Al menos esa era la teoría, y sobre el papel sonaba de maravilla. No obstante y como decía el dicho; "del dicho al hecho hay un trecho". Y aún a pesar de tener éxito aún tendrían que enlazar con el ejército del sur y lidiar con un sin fin de problemas más. Liberar Lunargenta no iba a ser ningún paseo.
-Níniel, tú conmigo. Lideraremos el equipo "101". No me falles.- Ordenó Abbey tan pronto como las explicaciones e instrucciones pertinentes fueron rápidamente impartidas; el tiempo era vital para el éxito de la operación. Níniel asintió, y rápidamente uno de los dragones se acercó hasta ella indicando y permitiendo que se subiera a su lomo. La joven lo saludó y se presentó con respeto, acariciando sus escamas de color azulado. No obstante, antes de subir, activó a través de su bastón una bendición sobre ella misma, Abbey, Vincent y Lucy para incrementar en gran medida sus capacidades mágicas y cognitivas, así como una armadura mágica de pura luz sobre los cuatro dragones que los portarían a la batalla. Aquello podría marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Pronto todo el grupo estuvo listo, con las alas de los dragones desplegadas y sus miradas puestas en el cielo nocturno. Níniel volvió a mirar a Vincent y se permitió dedicarle una nueva sonrisa. -Nos vemos allí arriba.- Dijo señalado a continuación a las murallas con la mirada.
A una orden de las líderes de escuadrón, y casi al unísono, una docena de dragones dieron sendas patadas al suelo y comenzaron a elevarse, por encima de las empalizadas de los sitiadores, por encima de la altura de las máquinas de asedio, por encima de los altos muros de Lunargenta... Rumbo a perderse tras las nubes de humo de los fuegos de la ciudad.
Aprovecharían aquella cobertura para acercarse lo más posible sin ser vistos y atacarían en picado, furiosa y fulminantemente.
-Es difícil no oírlo, gran encantadora. No será fácil.- Respondió la peliblanca tras esperar su turno para hablar y agradeciendo que el estruendo causado por las máquinas de asedio hubiese cesado, aunque fuese solo momentáneamente. Abbey podía molestarse si consideraba que un miembro de menor rango que ella trataba de quedar por encima. Y para ella, Níniel, así como el resto de los miembros que se habían incorporado a la Logia por las mismas fechas que ella, seguían siendo sencillamente "los nuevos miembros". Al menos había intentado dejar de congelarla cada vez que tenía que ir a su despacho o a acompañarla por algún asunto del gremio. Todo un detalle que la punta de sus dedos agradecía.
-Abrir el rastrillo o tal vez deberíamos atacar de día. No creo que haya muchos vampiros dispuestos a defender la muralla o las calles cuando amanezca. Sus fuerzas estarían muy mermadas para entonces.-Dejó caer la peliblanca. Las ansias por demostrar su valía del joven rey no eran solo un riesgo añadido para los ciudadanos inocentes de la mayor de las ciudades de los humanos, lo era también para sus propios soldados. Henrietta quizá no fuese perfecta, pero seguramente no habría iniciado un ataque contra un enemigo formado mayoritariamente por criaturas nocturnas de noche. Claro que seguramente no habría derribado ya varios segmentos de la muralla enemiga ni mermado su número y su moral.
Lucy la reprendió con la mirada. Ella mejor que nadie sabía la preferencia que la elfa sentía por la hermana del rey, pero al igual que Abbey, debía aceptar lo que había y guardarse ciertos comentarios que socavaran su autoridad. Había modos de aconsejar al monarca mucho mejores, incluso a pesar de su difícil carácter. Níniel bajó levemente la cabeza aceptando la reprimenda y, tras dedicarle a Vincent una mirada con la que pretendía calmar sus preocupaciones, siguió a la tensai de agua hasta la parte del campamento donde podrían conseguir la ayuda que necesitaban para cumplir la nada sencilla tarea encomendada.
El plan era sencillo. Aprovechar el efecto que las armas de asedio había causado sobre los defensores para lanzar una misión rápida y precisa sobre las murallas, como una operación médica. Un grupo reducido pero capaz de tropas de élite que de tener éxito permitiría al ejército penetrar en la ciudad casi sin oposición, y sin darle tiempo al enemigo a organizar un defensa eficaz. Con un poco de suerte podrían barrerlos de buena parte de la ciudad de un solo golpe. Al menos esa era la teoría, y sobre el papel sonaba de maravilla. No obstante y como decía el dicho; "del dicho al hecho hay un trecho". Y aún a pesar de tener éxito aún tendrían que enlazar con el ejército del sur y lidiar con un sin fin de problemas más. Liberar Lunargenta no iba a ser ningún paseo.
-Níniel, tú conmigo. Lideraremos el equipo "101". No me falles.- Ordenó Abbey tan pronto como las explicaciones e instrucciones pertinentes fueron rápidamente impartidas; el tiempo era vital para el éxito de la operación. Níniel asintió, y rápidamente uno de los dragones se acercó hasta ella indicando y permitiendo que se subiera a su lomo. La joven lo saludó y se presentó con respeto, acariciando sus escamas de color azulado. No obstante, antes de subir, activó a través de su bastón una bendición sobre ella misma, Abbey, Vincent y Lucy para incrementar en gran medida sus capacidades mágicas y cognitivas, así como una armadura mágica de pura luz sobre los cuatro dragones que los portarían a la batalla. Aquello podría marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Pronto todo el grupo estuvo listo, con las alas de los dragones desplegadas y sus miradas puestas en el cielo nocturno. Níniel volvió a mirar a Vincent y se permitió dedicarle una nueva sonrisa. -Nos vemos allí arriba.- Dijo señalado a continuación a las murallas con la mirada.
A una orden de las líderes de escuadrón, y casi al unísono, una docena de dragones dieron sendas patadas al suelo y comenzaron a elevarse, por encima de las empalizadas de los sitiadores, por encima de la altura de las máquinas de asedio, por encima de los altos muros de Lunargenta... Rumbo a perderse tras las nubes de humo de los fuegos de la ciudad.
Aprovecharían aquella cobertura para acercarse lo más posible sin ser vistos y atacarían en picado, furiosa y fulminantemente.
- Spoiler:
- Níniel activa este turno la capacidad de su bastón para obtener un aumento del 40% en sus atributos, aumentando el mantenimiento de las habilidades sanadoras y defensivas un turno más. Así como sus bendiciones Intelecto arcano y Abrazo de Isil a 4 objetivos cada una gracias sus habs y efecto del bastón. Se mantendrán activas cuatro turnos.
Última edición por Níniel Thenidiel el Vie Jun 29 2018, 18:11, editado 1 vez (Razón : Vi que me comí una palabra.)
Níniel Thenidiel
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
El miembro 'Níniel Thenidiel' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
Por fin había llegado el momento. Un momento esperado y del todo necesario, pero no por ello deseado.
Cualquiera que supiera lo que significaba una guerra de verdad, no esas batallas tan épicas como dulces que llenaban las páginas de los libros de cuento, sino una auténtica, una donde las consecuencias afectaban a personas de carne y huesos, vivas y llenas de angustia, miedo y sufrimiento, no se involucraría en una si no fuera verdaderamente necesario.
Sí, muchas novelas de guerra eran tristes, amargas como ceniza, pero comparadas con la realidad hasta la más desgarradora de las letras era una mera comedia. Una dulce poesía que poco o nada tenía que ver con la autentica destrucción.
Cualquier persona que hubiera estado de soslayo ante los efectos y realidad de tal destrucción conocía el verdadero significado de la palabra guerra, y él, un veterano que había visto más de una, lo conocía bien, quizás demasiado bien.
Por esa razón, las palabras de Abbey causaron que el brujo soltara una leve carcajada, que terminaría dibujada en una sonrisa en sus labios. Aquella que solo puede nacer de cuando una persona dice algo en lo que se está en total sintonía, pese a que con toda seguridad la dijera por otros motivos.
Estaba convencido de que Abbey no tragaba al rey dragón porque era demasiado autoritario y pedante para su gusto, sobre todo teniendo en cuenta que ella no estaba en el puesto más alto de la jerarquía y se veía obligada a obedecerle. En su caso era porque había conocido tantos nobles como guerra, incluso más de lo primero, y eso ya era decir. Y aún con su extensa experiencia de relación con la aristocracia, había pocos nobles que le despertaran más recelo que el joven dragón.
Demasiado confiado. Demasiado niño. Demasiado de muchas cosas que no lo convertían en el líder que deseara tener cuando iba de cabeza hacia las fauces de una bestia llamada guerra.
- Si le congelas la lengua a ese imberbe, puede que logremos sobrevivir y todo-, se chanceó, antes de volver a reír con suavidad. - En fin, haremos lo que toca. No será la primera vez que tengo que luchar por el control de un rastrillo-, se encogió de hombros. - Aunque espero que no sea la última-, manifestó con la misma indiferencia, pero con cierto tono burlón tiñendo sus palabras.
Sólo podía controlar su presente. Lo hecho, hecho estaba, y si Rigobert era el soberano de los dragones, no quedaba más remedio que apechugar y usar toda su experiencia atesorada para sobrevivir. Por fortuna, una vez en batalla, dependería de su mente y de su talento para la guerra, y no tendría al chico encima dándole órdenes que con toda probabilidad podrían ser erróneas. Sobre la muralla la situación dependería de ellos, y solamente de ellos.
- Estoy de acuerdo, atacar de día sería lo ideal. Sólo tendríamos que preocuparnos de tomar las guarniciones, y las calles serían nuestras con suma facilidad-, dijo, en cuanto escuchó la sugerencia de Níniel.
- No podemos demorarnos. Lo mejor será que tomemos ese rastrillo lo antes posible-, fue la respuesta de Lucy.
- Entendido-, asumió la respuesta de la encantadora como una orden, con total naturalidad.
Ella sabe mejor que él la situación en la ciudad, y esperaba que hubiera una razón de peso para atacar inmediatamente. Y que, por supuesto, esta no fuera el mero capricho y prisas de un niño de coronarse rey del norte y el sur.
Confiaba en el criterio de las encantadoras, pues ya había estado suficiente tiempo dentro de la Logia como para saber que eran de todo menos idiotas.
- Bien, Abbey se lleva a la hermosa sacerdotisa y a mí me toca el fogoso brujo-, dijo, esta vez más relajada que antes, borrando parte de la seriedad que se había reflejado en su rostro al contestarles anteriormente. - Cómo en los viejos tiempos-, sonrió, encaminándose al lugar donde prepararían el plan.
- Cómo los viejos tiempos-, contestó, tomando su acero enfundando en cuero por mitad de la vaina, y comenzando a caminar tras las mujeres.
El plan era de lo más simple. Aprovechar la debilidad en las defensas que había generado el joven rey con la lluvia de cascotes que había lanzado sobre la muralla, para llegar hasta la puerta y abrirla. Allí solo deberían resistir el tiempo suficiente hasta la llegada de las tropas del dragón. Que si todo iba bien, y perfectamente coordinado, no tardarían en hacerlo una vez tomada la puerta.
- Toca volar, nos vemos en el cielo, Vinc-, comentó la encantadora de melena rojiza, una vez las instrucciones terminaron. - Espero que no te den miedo las alturas-, bromeó.
- Cuando caes en caída libre desde una montaña, y un dragón te salva de acabar espachurrado, el miedo a volar sobre uno de ellos se pasa al instante-, respondió en el mismo tono bromista.
Al poco tiempo estaba junto a su “montura”. Un buen dragón transformado con escamas del color de la plata.
- Vamos a por ellos, chico-, dijo, dándole unas amistosas palmadas en el cuello. - Por supuesto dulce Níniel, nos vemos arriba-, contestó con ternura. Marcando una sonrisa en su rostro, imitándola, para finamente rematar el gesto de complicidad con un guiño. - Ten mucho cuidado. Que los dioses te protejan-, le deseó, justo antes de subirse a la grupa del dragón plateado.
Mientras esperaba partir junto a su dragón, el tiempo se le hizo eterno, pese a que realmente la espera no duró demasiado. Casi al momento, y al unísono, la docena de dragones partió hacia la muralla.
El viento contra su rostro solo era una dulce caricia antes de la inevitable batalla por el portón. Un grato momento antes del dolor y el sufrimiento. Más, por negra y amarga que fuese la guerra, poder sentir la fresca brisa nocturna mientras surcaba los cielos, no dejaba de ser una sensación maravillosa.
Cualquiera que supiera lo que significaba una guerra de verdad, no esas batallas tan épicas como dulces que llenaban las páginas de los libros de cuento, sino una auténtica, una donde las consecuencias afectaban a personas de carne y huesos, vivas y llenas de angustia, miedo y sufrimiento, no se involucraría en una si no fuera verdaderamente necesario.
Sí, muchas novelas de guerra eran tristes, amargas como ceniza, pero comparadas con la realidad hasta la más desgarradora de las letras era una mera comedia. Una dulce poesía que poco o nada tenía que ver con la autentica destrucción.
Cualquier persona que hubiera estado de soslayo ante los efectos y realidad de tal destrucción conocía el verdadero significado de la palabra guerra, y él, un veterano que había visto más de una, lo conocía bien, quizás demasiado bien.
Por esa razón, las palabras de Abbey causaron que el brujo soltara una leve carcajada, que terminaría dibujada en una sonrisa en sus labios. Aquella que solo puede nacer de cuando una persona dice algo en lo que se está en total sintonía, pese a que con toda seguridad la dijera por otros motivos.
Estaba convencido de que Abbey no tragaba al rey dragón porque era demasiado autoritario y pedante para su gusto, sobre todo teniendo en cuenta que ella no estaba en el puesto más alto de la jerarquía y se veía obligada a obedecerle. En su caso era porque había conocido tantos nobles como guerra, incluso más de lo primero, y eso ya era decir. Y aún con su extensa experiencia de relación con la aristocracia, había pocos nobles que le despertaran más recelo que el joven dragón.
Demasiado confiado. Demasiado niño. Demasiado de muchas cosas que no lo convertían en el líder que deseara tener cuando iba de cabeza hacia las fauces de una bestia llamada guerra.
- Si le congelas la lengua a ese imberbe, puede que logremos sobrevivir y todo-, se chanceó, antes de volver a reír con suavidad. - En fin, haremos lo que toca. No será la primera vez que tengo que luchar por el control de un rastrillo-, se encogió de hombros. - Aunque espero que no sea la última-, manifestó con la misma indiferencia, pero con cierto tono burlón tiñendo sus palabras.
Sólo podía controlar su presente. Lo hecho, hecho estaba, y si Rigobert era el soberano de los dragones, no quedaba más remedio que apechugar y usar toda su experiencia atesorada para sobrevivir. Por fortuna, una vez en batalla, dependería de su mente y de su talento para la guerra, y no tendría al chico encima dándole órdenes que con toda probabilidad podrían ser erróneas. Sobre la muralla la situación dependería de ellos, y solamente de ellos.
- Estoy de acuerdo, atacar de día sería lo ideal. Sólo tendríamos que preocuparnos de tomar las guarniciones, y las calles serían nuestras con suma facilidad-, dijo, en cuanto escuchó la sugerencia de Níniel.
- No podemos demorarnos. Lo mejor será que tomemos ese rastrillo lo antes posible-, fue la respuesta de Lucy.
- Entendido-, asumió la respuesta de la encantadora como una orden, con total naturalidad.
Ella sabe mejor que él la situación en la ciudad, y esperaba que hubiera una razón de peso para atacar inmediatamente. Y que, por supuesto, esta no fuera el mero capricho y prisas de un niño de coronarse rey del norte y el sur.
Confiaba en el criterio de las encantadoras, pues ya había estado suficiente tiempo dentro de la Logia como para saber que eran de todo menos idiotas.
- Bien, Abbey se lleva a la hermosa sacerdotisa y a mí me toca el fogoso brujo-, dijo, esta vez más relajada que antes, borrando parte de la seriedad que se había reflejado en su rostro al contestarles anteriormente. - Cómo en los viejos tiempos-, sonrió, encaminándose al lugar donde prepararían el plan.
- Cómo los viejos tiempos-, contestó, tomando su acero enfundando en cuero por mitad de la vaina, y comenzando a caminar tras las mujeres.
El plan era de lo más simple. Aprovechar la debilidad en las defensas que había generado el joven rey con la lluvia de cascotes que había lanzado sobre la muralla, para llegar hasta la puerta y abrirla. Allí solo deberían resistir el tiempo suficiente hasta la llegada de las tropas del dragón. Que si todo iba bien, y perfectamente coordinado, no tardarían en hacerlo una vez tomada la puerta.
- Toca volar, nos vemos en el cielo, Vinc-, comentó la encantadora de melena rojiza, una vez las instrucciones terminaron. - Espero que no te den miedo las alturas-, bromeó.
- Cuando caes en caída libre desde una montaña, y un dragón te salva de acabar espachurrado, el miedo a volar sobre uno de ellos se pasa al instante-, respondió en el mismo tono bromista.
Al poco tiempo estaba junto a su “montura”. Un buen dragón transformado con escamas del color de la plata.
- Vamos a por ellos, chico-, dijo, dándole unas amistosas palmadas en el cuello. - Por supuesto dulce Níniel, nos vemos arriba-, contestó con ternura. Marcando una sonrisa en su rostro, imitándola, para finamente rematar el gesto de complicidad con un guiño. - Ten mucho cuidado. Que los dioses te protejan-, le deseó, justo antes de subirse a la grupa del dragón plateado.
Mientras esperaba partir junto a su dragón, el tiempo se le hizo eterno, pese a que realmente la espera no duró demasiado. Casi al momento, y al unísono, la docena de dragones partió hacia la muralla.
El viento contra su rostro solo era una dulce caricia antes de la inevitable batalla por el portón. Un grato momento antes del dolor y el sufrimiento. Más, por negra y amarga que fuese la guerra, poder sentir la fresca brisa nocturna mientras surcaba los cielos, no dejaba de ser una sensación maravillosa.
Vincent Calhoun
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
A aquella altura reinaba un calma casi absoluta, como si nada de lo que ocurría allí abajo pudiera alcanzarles y molestarlos. Todo se veía extrañamente silencioso, pequeño y lejano, incluso los incendios y los restos de los bloques de roca llameantes que podían verse intermitentemente a través de las nubes de humo negro que los ocultaban. Aquellos fuegos les servirían como referencia a la hora de descender y asegurarse de atacar el lugar preciso en el momento preciso. Un momento que no tardaría mucho más en producirse, aunque para Níniel tardó una pequeña eternidad en llegar.
Lucy fue la encargada de hacer la señal a los dragones en formación. Un gesto simple alzando su mano cubierta de llamas para llamar la atención de los demás, seguido de un rápido gesto descendente dirigido hacia la ciudad. Abbey asintió con fuerza y repitió el gesto para Níniel y su grupo, iniciando de ese modo sus monturas un rápido giro seguido de un vertiginoso y calculado descenso que les llevaría durante unos segundos a introducirse y atravesar los cúmulos de hollín. Una vez lo hubiesen hecho, todo comenzaría para ellos.
Aferrada fuertemente a su montura, puede que incluso más de lo estrictamente necesario para no caerse, Níniel bajó la cabeza contra el fuerte cuello de su dragón azul para evitar que el humo la cegara. El pañuelo enrollado sobre su boca y cuello evitaría que lo tragara. Pudo notar el denso aire contra sus ropas, casi golpeándola, y el alivio inmediato cuando aquel trance hubo pasado y al volver a alzar la mirada volvía a ver la mayor de las ciudades de los hombres "acercándose" peligrosamente. En ese momento los dragones comenzaron a disminuir la velocidad de su descenso y cada uno de ellos lanzaría una fuerte ráfaga de su elemento sobre las murallas.
Fuego, hielo, rayos, incluso rocas con forma de grandes aguijones llovieron sobre los desprevenidos defensores que en un primer momento ni tan siquiera fueron capaces de entender qué era lo que estaba pasando, quién les estaba atacando o desde dónde. Seguramente muchos de ellos pensarían que no podía ser peor su situación, teniendo en cuenta que aunque ya no estaban siendo bombardeados por las máquinas de asedio, sus oídos aún retumbaban por los incesantes impactos sufridos hasta escasos minutos antes. La gran encantadora Frost no tardaría demostrarles lo equivocados que estaban cuando su dragón estuvo lo bastante cerca, conjurando una lluvia de estacas de hielo sobre ellos que, potenciada en aquellos momentos, causó estragos. Y aquello no iba a acabar ahí.
Uno de los dragones sin jinete fue el primero en aterrizar sobre las murallas, cayendo con velocidad y con todo su peso sobre uno de los defensores, aplastándolo bajo él, haciendo crujir todos y cada uno de los huesos de su pecho. Fue rápidamente acompañado por otro, que lanzó una fuerte ráfaga de aire cortante a lo largo de aquella sección de la muralla, derribando a un par de enemigos y produciendo no pocos cortes a otros tantos. El tercero en aterrizar sería la montura de Abbey, que se bajó de inmediato caminando como una letal reina de hielo hasta colocarse al frente, no dudando en empalar con una lanza de hielo a un vampiro que trataba de convertirse en humo para escapar de allí. No tuvo tiempo, incluso tras morir su cuerpo siguió congelándose hasta terminar totalmente rígido clavado contra una pared cercana. Níniel llegaría justo tras ella, a la par que uno de los dragones restantes, el cual comenzó a cambiar de forma tan pronto tocó tierra, desenvainando un enorme mandoble que llevaba a su espalda, o más bien que había aparecido allí al cambiar de forma.
A esas alturas la muralla estaba llena de cuerpos de enemigos muertos. Algunos quemados, otros aplastados. Había varios atravesados por la lluvia de proyectiles de hielo de Abbey y los cuerpos de otros estaban retorcidos de maneras grotescas, resultado de diferentes fuerzas y elementos.
-Níniel...- Pidió sencillamente la joven tensai de agua permitiendo que la elfa se colocara a su lado en primera línea del grupo. Y la sacerdotisa obedeció a sabiendas de lo que debía hacer. Alzando su bastón ante el grupo de defensores que a aquellas alturas no sabía si debía intentar detener a los agresores o escapar. Uno de ellos reunió el valor suficiente como para disparar su ballesta, pero una columna de hielo bloqueó la trayectoria del proyectil sin dificultad. La peliblanca no pensaba darles más tiempo ni oportunidades. Concentró una gran cantidad de éter en el extremo de su arma y sin más dilación generó un intensísimo destello de luz cegadora que durante un par de segundos iluminaría toda aquella parte de la muralla.
Incluso Rigobert, sin duda observando y esperando con la escasa paciencia que podía reunir alguna señal, sabría que aquello significaba que el grupo encabezado por las encantadoras había llegado hasta allí. Ciertamente debía de encantarle aquella situación. Si aquel grupo tenía éxito le facilitarían las cosas y él se llevaría toda la gloria. Si fallaban, seguiría destrozando aquellas murallas metro a metro y obtendría la gloria igualmente, librándose de buena parte de aquellas entrometidas de la Logia en el proceso.
Lucy fue la encargada de hacer la señal a los dragones en formación. Un gesto simple alzando su mano cubierta de llamas para llamar la atención de los demás, seguido de un rápido gesto descendente dirigido hacia la ciudad. Abbey asintió con fuerza y repitió el gesto para Níniel y su grupo, iniciando de ese modo sus monturas un rápido giro seguido de un vertiginoso y calculado descenso que les llevaría durante unos segundos a introducirse y atravesar los cúmulos de hollín. Una vez lo hubiesen hecho, todo comenzaría para ellos.
Aferrada fuertemente a su montura, puede que incluso más de lo estrictamente necesario para no caerse, Níniel bajó la cabeza contra el fuerte cuello de su dragón azul para evitar que el humo la cegara. El pañuelo enrollado sobre su boca y cuello evitaría que lo tragara. Pudo notar el denso aire contra sus ropas, casi golpeándola, y el alivio inmediato cuando aquel trance hubo pasado y al volver a alzar la mirada volvía a ver la mayor de las ciudades de los hombres "acercándose" peligrosamente. En ese momento los dragones comenzaron a disminuir la velocidad de su descenso y cada uno de ellos lanzaría una fuerte ráfaga de su elemento sobre las murallas.
Fuego, hielo, rayos, incluso rocas con forma de grandes aguijones llovieron sobre los desprevenidos defensores que en un primer momento ni tan siquiera fueron capaces de entender qué era lo que estaba pasando, quién les estaba atacando o desde dónde. Seguramente muchos de ellos pensarían que no podía ser peor su situación, teniendo en cuenta que aunque ya no estaban siendo bombardeados por las máquinas de asedio, sus oídos aún retumbaban por los incesantes impactos sufridos hasta escasos minutos antes. La gran encantadora Frost no tardaría demostrarles lo equivocados que estaban cuando su dragón estuvo lo bastante cerca, conjurando una lluvia de estacas de hielo sobre ellos que, potenciada en aquellos momentos, causó estragos. Y aquello no iba a acabar ahí.
Uno de los dragones sin jinete fue el primero en aterrizar sobre las murallas, cayendo con velocidad y con todo su peso sobre uno de los defensores, aplastándolo bajo él, haciendo crujir todos y cada uno de los huesos de su pecho. Fue rápidamente acompañado por otro, que lanzó una fuerte ráfaga de aire cortante a lo largo de aquella sección de la muralla, derribando a un par de enemigos y produciendo no pocos cortes a otros tantos. El tercero en aterrizar sería la montura de Abbey, que se bajó de inmediato caminando como una letal reina de hielo hasta colocarse al frente, no dudando en empalar con una lanza de hielo a un vampiro que trataba de convertirse en humo para escapar de allí. No tuvo tiempo, incluso tras morir su cuerpo siguió congelándose hasta terminar totalmente rígido clavado contra una pared cercana. Níniel llegaría justo tras ella, a la par que uno de los dragones restantes, el cual comenzó a cambiar de forma tan pronto tocó tierra, desenvainando un enorme mandoble que llevaba a su espalda, o más bien que había aparecido allí al cambiar de forma.
A esas alturas la muralla estaba llena de cuerpos de enemigos muertos. Algunos quemados, otros aplastados. Había varios atravesados por la lluvia de proyectiles de hielo de Abbey y los cuerpos de otros estaban retorcidos de maneras grotescas, resultado de diferentes fuerzas y elementos.
-Níniel...- Pidió sencillamente la joven tensai de agua permitiendo que la elfa se colocara a su lado en primera línea del grupo. Y la sacerdotisa obedeció a sabiendas de lo que debía hacer. Alzando su bastón ante el grupo de defensores que a aquellas alturas no sabía si debía intentar detener a los agresores o escapar. Uno de ellos reunió el valor suficiente como para disparar su ballesta, pero una columna de hielo bloqueó la trayectoria del proyectil sin dificultad. La peliblanca no pensaba darles más tiempo ni oportunidades. Concentró una gran cantidad de éter en el extremo de su arma y sin más dilación generó un intensísimo destello de luz cegadora que durante un par de segundos iluminaría toda aquella parte de la muralla.
Incluso Rigobert, sin duda observando y esperando con la escasa paciencia que podía reunir alguna señal, sabría que aquello significaba que el grupo encabezado por las encantadoras había llegado hasta allí. Ciertamente debía de encantarle aquella situación. Si aquel grupo tenía éxito le facilitarían las cosas y él se llevaría toda la gloria. Si fallaban, seguiría destrozando aquellas murallas metro a metro y obtendría la gloria igualmente, librándose de buena parte de aquellas entrometidas de la Logia en el proceso.
Níniel Thenidiel
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
El miembro 'Níniel Thenidiel' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
El grupo de dragones que transportaban las tropas de asalto comenzó a ganar altitud con gran celeridad, y una vez más, del mismo modo que tomaran el vuelo, al unísono y con una gran coordinación.
Una visión de acorde armonía, que insuflaba el pecho del brujo con una enorme dosis de deleite y esperanza. No en vano, el éxito de cualquier táctica o estrategia que usaran para conquistar la ciudad, pasaba por una buena organización de las tropas que asaltaban la ciudad. Ya atacaran por tierra, mar o aire, cada grupo debía mantener una perfecta coordinación con los otros que tuvieran un papel distinto en aquella batalla. O al menos lo más perfecta posible, ya que la perfección era imposible de alcanzar.
Una utopía irrealizable, pero que no por ello debía dejarse de intentar, más bien al contrario. Luchar por esa perfección, por imposible de alcanzar que fuera, los dejaba lo más cerca posible de ella. Una circunstancia que podía marcar la diferencia entre la victoria y la derrota, o incluso entre una victoria con una gran cantidad de bajas, o una donde no se perdieran tantas vidas innecesariamente.
Solo por esta razón valía la pena esforzarse por coordinarse con el resto de tropas aliadas, y era motivo más que suficiente para alegrarse del entrenamiento tan excelso que albergaban sus compañeros dragón en armónico vuelo
De todos modos, todo no iba a ser alegría y esperanza. El simple discurrir de la causa por la que estaba sobre el lomo de un dragón en esos momento, era más que suficiente para oscurecer la alegría, y para solapar la esperanza tras un manto de aflicción.
Su veteranía le hacía sabedor de que el momento de paz actual solo era un precedente de la tormenta. Del dolor. De la muerte.
La suave brisa que acariciaba su piel con el ascenso se había transformado en un frío viento cortante, una sensación aumentada por la velocidad que adquirieron los alados reptiles en su deseo de ganar altura en el menor tiempo y distancia posible. Una sensación que se hizo más patente cuando la ráfaga de aire se volvió aún más acerada en cuanto el dragón inició su descenso hacia las murallas de la ciudad. En definitiva, una cortante huella helada sobre su piel que no hacía más que bailar acompasada con los sentimientos que albergaba en su interior, y que dejaban patente de forma física la realidad, y el ya esperado cambio entre la calma y la tormenta.
Un indicio más real que nunca, de que lo bueno se acababa y comenzaba un nuevo episodio de pesadilla en su vida.
La prueba de ellos no pudo hacerse aún más real cuando un enorme proyectil impactó de lleno en el dragón más cercano a su derecha. Dragón y jinete quedaron atrás, pero el alarido de dolor de uno, y de terror de ambos mientras se perdían en la noche cerrada que iba quedando tras el grupo de dragones, seguramente lo acompañaría toda su vida, del mismo modo que tantas otras escenas dantescas de guerra, ya se habían aferrado a su mente en forma de pesadillas.
El dragón a su izquierda se zambulló, al mismo tiempo que viraba hacia su derecha y cambiaba su dirección, con toda probabilidad en un intento de salvar al asustado jinete que se despeñaba hacia su final, más dudaba que pudiera lograr su propósito.
Si la balista los había alcanzado es porque ya habían bajado lo suficiente para que ello fuera posible, los tejados de las casas adyacentes a la muralla ya se podían mostrarse ante los ojos del rubio, y el destino de su misión también.
Curiosamente estaban dentro de la ciudad, siendo más concretos, sobrevolando su interior, más los vampiros no eran estúpidos, y sabían que los dragones venían a por ellos. Los sabotajes que el ejército de Rigobert habían vivido en el Norte, ya era indicativo de que eran conocedores de este hecho. Los sabotajes solo habían sido una táctica más de los espías, la otra era avisar a sus aliados, y los vampiros no habían perdido el tiempo.
Un entramado de balistas y onagros construidos durante los últimos meses, se hacían hueco en lo que en otro tiempo eran tejados normales de la bella Lunargenta. Ahora muchos aparatos destinados a la destrucción de los voladores dragones se diseminaban aleatoriamente sobre las casas, en una inteligente defensa contra unos seres que podían superar las murallas por el cielo, y que por tanto, podían esquivarlas con facilidad ascendiendo, si solo las colocaban sobre la mencionada muralla mirando hacia el exterior.
- Joder, por qué la gente no será más imbécil, eso me facilitaría el trabajo-, fue lo único que pudo articular en esos momentos.
Una frase que por su parte no era más que una muestra de resignación, pero que de todos modos pudo escuchar su alado compañero. Un ruido gutural comenzó a escucharse una y otra vez de forma constante bajo su cuerpo, y no tardó en comprobar que provenía del interior del dragón. No estaba muy seguro de ello, pero le pareció que su camarada se estaba… ¿riendo?
En fin, no estaba seguro y no era momento para pensar sobre ello. Tenía asuntos más urgentes que atender, y su alado compañero sin duda estaba de acuerdo con él, pues un potente chorro de agua salió de su boca e impactó contra el tejado de una casa. Este comenzó a desprenderse, y las maderas pronto se convirtieron en una cascada de agua mezclado con el mentado material, que se llevó consigo a los indeseables inquilinos que estaban sobre dicho material. Agua, madera, balista hecha pedazos y vampiros se despeñaron por un lateral, demostrando que aún con su gran defensa, los dragones estaban bien preparados.
- Genial, recuérdame que nunca te cabree-, animó a su compañero.
Que aunque había destrozado una balista, nunca frenaba su vuelo para no hacerse un blanco fácil. Siempre atacaba en movimiento.
No obstante, un fogonazo de luz atrajo su atención, y a su izquierda pudo contemplar como la parte superior de otra casa comenzaba a arder, y al momento el dragón de Lucy pasaba por encima de las llamas a toda velocidad en dirección a la muralla. Y nada más verlos, antes incluso de que pudiera mentar palabra, su compañero plateado tomó la misma dirección que el dragón de Lucy.
Sí, era lo mejor. Destruir un par de balistas para allanar el camino era lo más sensato, pero tampoco era su misión principal. No debían quedarse sobrevolando esa zona, era el momento de ir a la muralla y completar su verdadero objetivo, pues como había pensado anteriormente, la coordinación era muy importante.
Debían abrir el portón, para que las tropas de tierra, que estaban preparados y esperaban la señal, pudieran entrar en el preciso momento.
Por supuesto, sobre la muralla la resistencia era esperada, aunque menor de lo que se podría imaginar antes de llegar a la capital, pues Rigobert se había ensañado con ella de mala manera. Casi hasta el punto de que parecía que no quería dejar piedra sobre piedra en Lunargenta, más que conquistarla.
En todo caso, el vuelo de otro proyectil de balista pasó justo por encima de sus cabezas, y mentiría si no dijera que les fue de un pelo. Lo suficientemente cerca para retornarlo a la realidad actual, y que olvidase a Rigobert, así como para recordar que pese a haber una resistencia menor, no estaban solos, ni mucho menos.
Su alado compañero debió cabrearse mucho por el proyectil que casi los mata, pues cayó en picado sobre la balista como un ave de presa, y arrancó de cuajo varias de sus partes en un ataque de cólera, un ataque certero y brutal, que arrastró consigo al tirador de la balista que quedó enredado entre las cuerdas y maderas de la balista. Un segundo soldado intentó atacar al dragón, pero un movimiento de cola del dragón hizo que saliera volando hacia un lado, y su grito se perdió en la noche mientras caía de la muralla.
Por su parte, el brujo desenvainó su espada, y se tiró del dragón sobre un tercer vampiro, que fue empalado en el pecho por la hoja de acero, y con toda la fuerza de la caída libre y todo el peso del hechicero. Los alaridos de dolor del defensor, se entremezclaron con la sangre que entraba en su atravesado pulmón y comenzaban a ahogarlo, dando como resultado unos infructuosos gritos que se ahogaban en el líquido que daba la vida, y ahora, irónicamente, la quitaba.
Era más que suficiente para saber que ese hombre estaba muerto sin remedio, aunque lo estuviera realmente, por ello, el rubio giró la espada sin sacarla del interior del pecho del vampiro, para asegurarse de que muriera pronto y sin más sufrimiento.
La sangre comenzó a deslizarse encima de la piedra, esa que tantas veces hubiera alimentado al señor de la noche al que le había dado muerte. Tan inerte como ahora lo estaba el defensor.
Vincent retiró la espada del cadáver a tiempo de observar como el dragón dejaba caer los trozos de balista al vacío, arrastrando consigo al desdichado que había quedado enredado, y que como hiciera anteriormente su compañero, no pudo evitar gritar mientras se despeñaba al suelo desde tamaña altura.
- En serio, no pienso cabrearte jamás-, le dijo a su camarada, mirando fijamente sus oscuros ojos, que contrastaban de forma impresionante con sus plateadas escamas.
No le decía en broma, no pensaba cabrear a ese tipo. Sin embargo, su vista pasó rápidamente del dragón hacia la muralla, buscando más enemigos, ya que no era momento para conversaciones profundas.
En cualquier caso, pronto la llegada de otro dragón captó su atención con mayor interés que la muralla y sus rivales. Era el dragón de Lucy, y no tardó en observar su silueta deslizarse por un lateral de este con su acostumbrada elegancia.
- Rápido, debemos aprovechar y tomar el rastrillo-, fue la orden que le dio, acercándose hasta él.
- Yo también me alegro de verte-, bromeó, dibujando una sonrisa tan alegre como efímera. - Pero tienes razón. Aprovechemos el momento. La palanca del rastrillo debe estar en ese torreón-, señaló con la cabeza el destino al que debían ir. La guarnición sobre la puerta en cuyo interior se encontraban las poleas y mecanismos del rastrillo. Un lugar que era tan obvio para ella como para él que era donde debían ir, pero que no estaba de más recalcar. - Con un poco de suerte lo conseguiremos antes de que Rigobert nos mate-, le guiño un ojo a la pelirroja, sonriente, y comenzó a correr hacia la torre.
Lucy no tardó en sumarse a la carrera del rubio. Una carrera que se le hacía extraña a Vincent, mientras sus pasos lo transportaban sobre la piedra de la muralla de Lunargenta. Y no solo se sentía extraño por ver el muro llena de cadáveres y sangre fruto del ataque de Rigobert, sino porque él también había derramado parte de esa a sangre sobre la muralla, instantes antes, y nunca se había imaginado derramarla sobre una muralla, que tantas veces atravesara en son de paz.
Una muralla que rodeaba una ciudad, que desde hacía mucho tiempo podía considerar su hogar.
Una visión de acorde armonía, que insuflaba el pecho del brujo con una enorme dosis de deleite y esperanza. No en vano, el éxito de cualquier táctica o estrategia que usaran para conquistar la ciudad, pasaba por una buena organización de las tropas que asaltaban la ciudad. Ya atacaran por tierra, mar o aire, cada grupo debía mantener una perfecta coordinación con los otros que tuvieran un papel distinto en aquella batalla. O al menos lo más perfecta posible, ya que la perfección era imposible de alcanzar.
Una utopía irrealizable, pero que no por ello debía dejarse de intentar, más bien al contrario. Luchar por esa perfección, por imposible de alcanzar que fuera, los dejaba lo más cerca posible de ella. Una circunstancia que podía marcar la diferencia entre la victoria y la derrota, o incluso entre una victoria con una gran cantidad de bajas, o una donde no se perdieran tantas vidas innecesariamente.
Solo por esta razón valía la pena esforzarse por coordinarse con el resto de tropas aliadas, y era motivo más que suficiente para alegrarse del entrenamiento tan excelso que albergaban sus compañeros dragón en armónico vuelo
De todos modos, todo no iba a ser alegría y esperanza. El simple discurrir de la causa por la que estaba sobre el lomo de un dragón en esos momento, era más que suficiente para oscurecer la alegría, y para solapar la esperanza tras un manto de aflicción.
Su veteranía le hacía sabedor de que el momento de paz actual solo era un precedente de la tormenta. Del dolor. De la muerte.
La suave brisa que acariciaba su piel con el ascenso se había transformado en un frío viento cortante, una sensación aumentada por la velocidad que adquirieron los alados reptiles en su deseo de ganar altura en el menor tiempo y distancia posible. Una sensación que se hizo más patente cuando la ráfaga de aire se volvió aún más acerada en cuanto el dragón inició su descenso hacia las murallas de la ciudad. En definitiva, una cortante huella helada sobre su piel que no hacía más que bailar acompasada con los sentimientos que albergaba en su interior, y que dejaban patente de forma física la realidad, y el ya esperado cambio entre la calma y la tormenta.
Un indicio más real que nunca, de que lo bueno se acababa y comenzaba un nuevo episodio de pesadilla en su vida.
La prueba de ellos no pudo hacerse aún más real cuando un enorme proyectil impactó de lleno en el dragón más cercano a su derecha. Dragón y jinete quedaron atrás, pero el alarido de dolor de uno, y de terror de ambos mientras se perdían en la noche cerrada que iba quedando tras el grupo de dragones, seguramente lo acompañaría toda su vida, del mismo modo que tantas otras escenas dantescas de guerra, ya se habían aferrado a su mente en forma de pesadillas.
El dragón a su izquierda se zambulló, al mismo tiempo que viraba hacia su derecha y cambiaba su dirección, con toda probabilidad en un intento de salvar al asustado jinete que se despeñaba hacia su final, más dudaba que pudiera lograr su propósito.
Si la balista los había alcanzado es porque ya habían bajado lo suficiente para que ello fuera posible, los tejados de las casas adyacentes a la muralla ya se podían mostrarse ante los ojos del rubio, y el destino de su misión también.
Curiosamente estaban dentro de la ciudad, siendo más concretos, sobrevolando su interior, más los vampiros no eran estúpidos, y sabían que los dragones venían a por ellos. Los sabotajes que el ejército de Rigobert habían vivido en el Norte, ya era indicativo de que eran conocedores de este hecho. Los sabotajes solo habían sido una táctica más de los espías, la otra era avisar a sus aliados, y los vampiros no habían perdido el tiempo.
Un entramado de balistas y onagros construidos durante los últimos meses, se hacían hueco en lo que en otro tiempo eran tejados normales de la bella Lunargenta. Ahora muchos aparatos destinados a la destrucción de los voladores dragones se diseminaban aleatoriamente sobre las casas, en una inteligente defensa contra unos seres que podían superar las murallas por el cielo, y que por tanto, podían esquivarlas con facilidad ascendiendo, si solo las colocaban sobre la mencionada muralla mirando hacia el exterior.
- Joder, por qué la gente no será más imbécil, eso me facilitaría el trabajo-, fue lo único que pudo articular en esos momentos.
Una frase que por su parte no era más que una muestra de resignación, pero que de todos modos pudo escuchar su alado compañero. Un ruido gutural comenzó a escucharse una y otra vez de forma constante bajo su cuerpo, y no tardó en comprobar que provenía del interior del dragón. No estaba muy seguro de ello, pero le pareció que su camarada se estaba… ¿riendo?
En fin, no estaba seguro y no era momento para pensar sobre ello. Tenía asuntos más urgentes que atender, y su alado compañero sin duda estaba de acuerdo con él, pues un potente chorro de agua salió de su boca e impactó contra el tejado de una casa. Este comenzó a desprenderse, y las maderas pronto se convirtieron en una cascada de agua mezclado con el mentado material, que se llevó consigo a los indeseables inquilinos que estaban sobre dicho material. Agua, madera, balista hecha pedazos y vampiros se despeñaron por un lateral, demostrando que aún con su gran defensa, los dragones estaban bien preparados.
- Genial, recuérdame que nunca te cabree-, animó a su compañero.
Que aunque había destrozado una balista, nunca frenaba su vuelo para no hacerse un blanco fácil. Siempre atacaba en movimiento.
No obstante, un fogonazo de luz atrajo su atención, y a su izquierda pudo contemplar como la parte superior de otra casa comenzaba a arder, y al momento el dragón de Lucy pasaba por encima de las llamas a toda velocidad en dirección a la muralla. Y nada más verlos, antes incluso de que pudiera mentar palabra, su compañero plateado tomó la misma dirección que el dragón de Lucy.
Sí, era lo mejor. Destruir un par de balistas para allanar el camino era lo más sensato, pero tampoco era su misión principal. No debían quedarse sobrevolando esa zona, era el momento de ir a la muralla y completar su verdadero objetivo, pues como había pensado anteriormente, la coordinación era muy importante.
Debían abrir el portón, para que las tropas de tierra, que estaban preparados y esperaban la señal, pudieran entrar en el preciso momento.
Por supuesto, sobre la muralla la resistencia era esperada, aunque menor de lo que se podría imaginar antes de llegar a la capital, pues Rigobert se había ensañado con ella de mala manera. Casi hasta el punto de que parecía que no quería dejar piedra sobre piedra en Lunargenta, más que conquistarla.
En todo caso, el vuelo de otro proyectil de balista pasó justo por encima de sus cabezas, y mentiría si no dijera que les fue de un pelo. Lo suficientemente cerca para retornarlo a la realidad actual, y que olvidase a Rigobert, así como para recordar que pese a haber una resistencia menor, no estaban solos, ni mucho menos.
Su alado compañero debió cabrearse mucho por el proyectil que casi los mata, pues cayó en picado sobre la balista como un ave de presa, y arrancó de cuajo varias de sus partes en un ataque de cólera, un ataque certero y brutal, que arrastró consigo al tirador de la balista que quedó enredado entre las cuerdas y maderas de la balista. Un segundo soldado intentó atacar al dragón, pero un movimiento de cola del dragón hizo que saliera volando hacia un lado, y su grito se perdió en la noche mientras caía de la muralla.
Por su parte, el brujo desenvainó su espada, y se tiró del dragón sobre un tercer vampiro, que fue empalado en el pecho por la hoja de acero, y con toda la fuerza de la caída libre y todo el peso del hechicero. Los alaridos de dolor del defensor, se entremezclaron con la sangre que entraba en su atravesado pulmón y comenzaban a ahogarlo, dando como resultado unos infructuosos gritos que se ahogaban en el líquido que daba la vida, y ahora, irónicamente, la quitaba.
Era más que suficiente para saber que ese hombre estaba muerto sin remedio, aunque lo estuviera realmente, por ello, el rubio giró la espada sin sacarla del interior del pecho del vampiro, para asegurarse de que muriera pronto y sin más sufrimiento.
La sangre comenzó a deslizarse encima de la piedra, esa que tantas veces hubiera alimentado al señor de la noche al que le había dado muerte. Tan inerte como ahora lo estaba el defensor.
Vincent retiró la espada del cadáver a tiempo de observar como el dragón dejaba caer los trozos de balista al vacío, arrastrando consigo al desdichado que había quedado enredado, y que como hiciera anteriormente su compañero, no pudo evitar gritar mientras se despeñaba al suelo desde tamaña altura.
- En serio, no pienso cabrearte jamás-, le dijo a su camarada, mirando fijamente sus oscuros ojos, que contrastaban de forma impresionante con sus plateadas escamas.
No le decía en broma, no pensaba cabrear a ese tipo. Sin embargo, su vista pasó rápidamente del dragón hacia la muralla, buscando más enemigos, ya que no era momento para conversaciones profundas.
En cualquier caso, pronto la llegada de otro dragón captó su atención con mayor interés que la muralla y sus rivales. Era el dragón de Lucy, y no tardó en observar su silueta deslizarse por un lateral de este con su acostumbrada elegancia.
- Rápido, debemos aprovechar y tomar el rastrillo-, fue la orden que le dio, acercándose hasta él.
- Yo también me alegro de verte-, bromeó, dibujando una sonrisa tan alegre como efímera. - Pero tienes razón. Aprovechemos el momento. La palanca del rastrillo debe estar en ese torreón-, señaló con la cabeza el destino al que debían ir. La guarnición sobre la puerta en cuyo interior se encontraban las poleas y mecanismos del rastrillo. Un lugar que era tan obvio para ella como para él que era donde debían ir, pero que no estaba de más recalcar. - Con un poco de suerte lo conseguiremos antes de que Rigobert nos mate-, le guiño un ojo a la pelirroja, sonriente, y comenzó a correr hacia la torre.
Lucy no tardó en sumarse a la carrera del rubio. Una carrera que se le hacía extraña a Vincent, mientras sus pasos lo transportaban sobre la piedra de la muralla de Lunargenta. Y no solo se sentía extraño por ver el muro llena de cadáveres y sangre fruto del ataque de Rigobert, sino porque él también había derramado parte de esa a sangre sobre la muralla, instantes antes, y nunca se había imaginado derramarla sobre una muralla, que tantas veces atravesara en son de paz.
Una muralla que rodeaba una ciudad, que desde hacía mucho tiempo podía considerar su hogar.
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
El miembro 'Vincent Calhoun' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
La guerra tenia abiertos diversos y múltiples frentes, seria complicado saber como repartir los suministros de forma equitativa, y al final, seguro que tendrían que haberse enviado a otro lugar donde hicieran mas falta, pero es como dice el refrán: A toro pasado, los cuernos siempre son esquivados.
Movida por el instinto y la lógica puse rumbo hacia la ciudad de Lunargenta, pero no fue hasta la noche que llegue a ella. Una tendría que haber estado ciega para no ver la ciudad, el humo encapotaba el firmamento y escondía la luna y entre el se veía el reflejo de las flamas. La ciudad hacia mucho que era una batalla campal.
Por delante mía podía ver una columna de dragones con jinetes, que usaban todo lo que tenían en su arsenal para diezmar a los enemigos. Puse todo mi empeño por llegar a ellos, pero estaban demasiado adelantos, tan solo llegue a ser la espectadora de la lluvia de múltiples elementos, pero los que mas destacaban eran el fuego y el hielo, que al contrario de lo que pudiera parecer no provenía de los dragones sino de dos flagrantes hechiceras.
La zona parecía controlada, iba a seguir hacia delante en busca de otro grupo en peligro al que poder ayudar, cuando note que algo se materializaba entre mi garra. Sorprendida agache la cabeza y entre abrí los dedos, sobre ellos apareció la pequeña bola de falsa madera, robusta y sin brillo alguno, pero liviana a pesar de tener el tacto frió del metal. ¿A caso aquello era una señal de que el objeto quería ser entregado en aquella área?
Me tome un momento para ver al detalle la zona, y tras un par de vueltas vi sobre las murallas a un grupo de aliados, encabezado por un espadachín y por una de las mortíferas magas, una mortífera y hermosa pelirroja. La esfera de improvisto dejo de ser mate y comenzó a resplandecer en el interior de la garra. Descendí en picado y sin dudar ni un segundo, si necesitaban mi ayuda la daría gustosa.
Conforme el grupo se acercaba a un torreón, la puerta se abrió y del interior salio un grupo de enemigos con las armas en ristre. Armas y armaduras que no podían estar hecho de otro material que no fuera metal. Sonreí en mi interior y redirigí la electricidad de mi cuerpo hacia las astas de mi cráneo, sobrecargando mis cuernos y provocando una brutal descarga en forma de relámpago. Descarga que por si sola hubiera derribado a uno o dos enemigos, pero que gracias a la ingente cantidad de metal que llevaban todos, provoco una cadena eléctrica que frió el grupo en un instante. O al menos esa era la sensación que trasmitía la escena, porque justo en el momento que termino la descarga la esfera dejo de brilla. Ahora solo falta entregar el paquete.
El ambiente olía a carne y pelo quemado, entre los aromas se mezclaba el olor a hierro candente que poco a poco perdía el rojo vivió que un día tuvieron durante su forjado, dejando tras de si la marca que la electricidad había producido al pasar entre metal y metal, de un cuerpo a otro. Aterrice sin gracia y apresurada sobre los cadáveres electrocutados que ahora quedaban tendidos en el suelo como si fueran muñecos. Avance un par de pasos hasta los cabecillas del grupo, extendiendo la pata delantera le ofrecí el esférico objeto al hombre de sedosa y rubia cabellera. Pero este se esfumo entre mis escamas y se volatilizo, al parecer la esfera parecía tener consciencia propia y decidió por si misma que él no seria su portador.
Alce el vuelo a toda prisa al darme cuenta que ahora mismo resultaba un estorbo para mis aliados y volví a surcar los cielos. La esfera reapareció y se ilumino levemente, parecía estar actuando como una brújula pues conforme descendía a la tierra y cerraba el cerco de búsqueda, el pequeño objeto intensificaba el brillo apuntando directamente hacia una elfa de blancos cabellos y refulgente mirada, que estaba flanqueada por un hombre y por la otra mortífera hechicera, encargada de aniquilar y congelar a todo aquel se acercara demasiado.
Aterrice tras ellos esperando a que el dueño del objeto se diera la vuelta, repitiendo la acción anterior estire el brazo y abrí la garra, ahora la esfera se iluminaba como un farol cuando lo dirigía hacia la espalda de la elfa.
Espere paciente a que la joven recogiera el objeto y cuando lo tuvo entre sus manos, incline la cabeza a modo de saludo y despedida y salí volando. Igual que vine me fui, fugaz, centelleante y desconocida desaparecí del conflicto del rastrillo.
______
Off: La esfera que he otorgado a Níniel Thenidiel corresponde a un suministro de la misión "Suministros de Guerra" El objeto es el equivalente a una RUNA BUENA.
Mucha suerte a los dos^^
Movida por el instinto y la lógica puse rumbo hacia la ciudad de Lunargenta, pero no fue hasta la noche que llegue a ella. Una tendría que haber estado ciega para no ver la ciudad, el humo encapotaba el firmamento y escondía la luna y entre el se veía el reflejo de las flamas. La ciudad hacia mucho que era una batalla campal.
Por delante mía podía ver una columna de dragones con jinetes, que usaban todo lo que tenían en su arsenal para diezmar a los enemigos. Puse todo mi empeño por llegar a ellos, pero estaban demasiado adelantos, tan solo llegue a ser la espectadora de la lluvia de múltiples elementos, pero los que mas destacaban eran el fuego y el hielo, que al contrario de lo que pudiera parecer no provenía de los dragones sino de dos flagrantes hechiceras.
La zona parecía controlada, iba a seguir hacia delante en busca de otro grupo en peligro al que poder ayudar, cuando note que algo se materializaba entre mi garra. Sorprendida agache la cabeza y entre abrí los dedos, sobre ellos apareció la pequeña bola de falsa madera, robusta y sin brillo alguno, pero liviana a pesar de tener el tacto frió del metal. ¿A caso aquello era una señal de que el objeto quería ser entregado en aquella área?
Me tome un momento para ver al detalle la zona, y tras un par de vueltas vi sobre las murallas a un grupo de aliados, encabezado por un espadachín y por una de las mortíferas magas, una mortífera y hermosa pelirroja. La esfera de improvisto dejo de ser mate y comenzó a resplandecer en el interior de la garra. Descendí en picado y sin dudar ni un segundo, si necesitaban mi ayuda la daría gustosa.
Conforme el grupo se acercaba a un torreón, la puerta se abrió y del interior salio un grupo de enemigos con las armas en ristre. Armas y armaduras que no podían estar hecho de otro material que no fuera metal. Sonreí en mi interior y redirigí la electricidad de mi cuerpo hacia las astas de mi cráneo, sobrecargando mis cuernos y provocando una brutal descarga en forma de relámpago. Descarga que por si sola hubiera derribado a uno o dos enemigos, pero que gracias a la ingente cantidad de metal que llevaban todos, provoco una cadena eléctrica que frió el grupo en un instante. O al menos esa era la sensación que trasmitía la escena, porque justo en el momento que termino la descarga la esfera dejo de brilla. Ahora solo falta entregar el paquete.
El ambiente olía a carne y pelo quemado, entre los aromas se mezclaba el olor a hierro candente que poco a poco perdía el rojo vivió que un día tuvieron durante su forjado, dejando tras de si la marca que la electricidad había producido al pasar entre metal y metal, de un cuerpo a otro. Aterrice sin gracia y apresurada sobre los cadáveres electrocutados que ahora quedaban tendidos en el suelo como si fueran muñecos. Avance un par de pasos hasta los cabecillas del grupo, extendiendo la pata delantera le ofrecí el esférico objeto al hombre de sedosa y rubia cabellera. Pero este se esfumo entre mis escamas y se volatilizo, al parecer la esfera parecía tener consciencia propia y decidió por si misma que él no seria su portador.
Alce el vuelo a toda prisa al darme cuenta que ahora mismo resultaba un estorbo para mis aliados y volví a surcar los cielos. La esfera reapareció y se ilumino levemente, parecía estar actuando como una brújula pues conforme descendía a la tierra y cerraba el cerco de búsqueda, el pequeño objeto intensificaba el brillo apuntando directamente hacia una elfa de blancos cabellos y refulgente mirada, que estaba flanqueada por un hombre y por la otra mortífera hechicera, encargada de aniquilar y congelar a todo aquel se acercara demasiado.
Aterrice tras ellos esperando a que el dueño del objeto se diera la vuelta, repitiendo la acción anterior estire el brazo y abrí la garra, ahora la esfera se iluminaba como un farol cuando lo dirigía hacia la espalda de la elfa.
Espere paciente a que la joven recogiera el objeto y cuando lo tuvo entre sus manos, incline la cabeza a modo de saludo y despedida y salí volando. Igual que vine me fui, fugaz, centelleante y desconocida desaparecí del conflicto del rastrillo.
______
Off: La esfera que he otorgado a Níniel Thenidiel corresponde a un suministro de la misión "Suministros de Guerra" El objeto es el equivalente a una RUNA BUENA.
Mucha suerte a los dos^^
Última edición por Reivy Abadder el Miér Jul 04 2018, 22:22, editado 1 vez (Razón : Interpretacion del objetivo erroneo.)
Reivy Abadder
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
El destello se apagó tan rápido como había aparecido, devolviendo aquella zona a su penumbra anterior, solo iluminada por el fuego de los incendios, así como el de las antorchas y braseros repartidos a intervalos regulares sobre la muralla que ahora recorrían los atacantes. No obstante para los defensores el tormento estaba lejos de haber acabado.
Siendo como eran los vampiros criaturas estríctamente nocturnas, aquel fogonazo resultó especialmente eficaz contra ellos, tal y como las encantadoras habían previsto. Como resultado de ello, la mayoría de los malditos que instantes antes se interponían entre su grupo y los mecanismos del rastrillo acabaron cegados e incapaces de defenderse si quiera, gritando y retorciéndose de dolor en el suelo, soltando sus armas para llevarse las manos a los ojos en un fútil intento de aliviar el intenso ardor y dolor que allí sentían. Lamentablemente para ellos ninguno encontraría alivio alguno en ello, al contrario, frotarse solo empeoraría su situación. Solo unos pocos, protegidos de la luz por algún obstáculo o por el cuerpo del compañero que tenían delante, evitaron aquellos efectos. Aunque si ya antes su moral era escasa, ver a la mayoría de sus compañeros incapacitados y sufriendo de aquella manera fue demasiado como para poder soportarlo. Viendo en la huída la única manera de salvarse comenzarían a correr, convirtiéndose junto al resto en presas fáciles para los dragones.
-A por ellos. No paréis hasta que las puertas sean nuestras.- Alentó e instruyó la alta encantadora Frost a los miembros de su pelotón tras alzar la mirada y contemplar el resultado de la magia de la elfa. Ellos liderarían aquella carga sobre las murallas, al menos la parte más física, y las magas les seguirían. Aunque antes de ponerse en marcha la joven bruja se permitió mirar por un instante a su compañera. Por un momento, aunque fuese fugaz, a Níniel le pareció ver en sus ojos un sincero respeto que la hizo sentir extrañamente bien, a pesar de las circunstancias. -No está mal- Comentó simplemente antes de seguir a los demás, comenzando a caminar tranquilamente, como si aquel lugar ya fuera suyo. La peliblanca se pegó a ella, caminando a su vera.
De repente, una dragona llegaría hasta ellas. Algo en nada extraño dada la situación, si no fuera porque Níniel juraría que aquella miembro de la raza dracónica no formaba parte de su grupo ni del de Vincent. ¿Sería una mensajera del rey? Fuese lo que fuese, se limitó a entregarle a Níniel un extraño orbe que brillaba con luz propia. Y sin explicación alguna, una vez el curioso objeto estuvo en poder de la peliblanca, aquella extraña salió volando de allí, perdiéndose en la noche. Dejando a ambas magas sin saber muy bien qué pensar, ni tiempo para hacerlo. Tenían una batalla que librar, por lo que la peliblanca se limitó a guardar la esfera en su bolsa y proseguir con la misión.
Los dragones no tuvieron miramientos con sus enemigos en su avance. Para ellos eran malditos ante sus dioses, habían causado un gran mal en Aerandir y además iban a pagar por lo que aquella pirámide le había hecho al norte. La piedad era algo que no tenía cabida en sus mentes. El único enemigo bueno era un enemigo muerto.
Varios de los vampiros encontraron su final ante el mandoble del dragón rojo, envuelto en voraces llamas que traspasaban las armaduras rivales como si fueran de mantequilla. Otros serían arrojados desde lo alto de los muros a base de cabezazos y golpes de cola sin contemplaciones, la mayoría de ellos hacia el interior de la ciudad a modo de advertencia para los defensores que allí pudiesen aguardar. Toda una declaración sobre cuál era el destino que les aguardaba. El dragón elemental de tierra por su parte se rodeó de una formidable y colosal coraza de roca, cargando como un Ogrark, aplastando y corneando todo a su paso, centrándose en aquellos adversarios que trataban de escapar de ellos. Pocos lo consiguieron. Fue una carnicería.
La torre que albergaba el control del rastrillo no estaba ya lejos cuando los atacantes se enfrentaron a la última y desesperada defensa de los vampiros. Desde lo alto del torreón, y aprovechando las pequeñas ventanas defensivas de este, algunos de los malditos trataron de detener su avance disparando una serie de proyectiles contra ellos. Uno de ellos logró impactar sobre el dragón rojo, cuando este buscó ponerse delante de las encantadoras para protegerlas, causándole una herida no mortal gracias a su armadura pero sí dolorosa y que le impediría usar aquel brazo.
En parte porque aquel proyectil iba dirigido a ella, en parte porque aquel soldado había sido herido mientras la protegía, protección que no había pedido, Abbey, muy enfadada, lanzó un potente ataque mágico contra la parte superior de la torre. Su intención no fue la de alcanzar a aquellos tiradores directamente, sino que congeló todas las aperturas por las que podrían dispararles, cubriéndolas con una gruesa capa de hielo que no sería fácilmente rota. Entonces, y ya sin oposición, el grupo pudo alcanzar la torre tras liquidar a los escasos defensores restantes.
-Déjame que vea eso.- Pidió Níniel al Dragón rojo tan pronto como alcanzaron el muro de piedra, y apoyándose ambos contra él.
-No es nada, solo duele un poco. Y puedo seguir usando el otro brazo.- Trató de quitarle importancia el soldado. Pero Níniel no estaba dispuesta a permitir que por hacerse el duro acabara agravando su herida, o que muriera en combate por no poder luchar con todas sus capacidades. No si podía sanarlo sin problemas.
-Solo será un momento.- Insistió la sacerdotisa retirando su hombrera y colocando luego ambas manos a cada lado de la herida, aplicando su magia de sanación en toda su magnitud. La herida enseguida comenzaría a cerrarse, expulsando la flecha de su cuerpo en el proceso hasta que esta cayó al suelo, teñida de sangre. Con ella fuera, la herida se cerraría enseguida y sin dejar siquiera una marca en el soldado, que enseguida comenzaría a mover el hombro, incrédulo.
-Gracias. Muchas gracias, elfa.- Asintió agradecido, tomando a continuación aquel virote y guardándandolo antes de volver a empuñar su arma con ambas manos. -Un recuerdo.- Explicó antes de reincorporarse a la tropa con renovadas energías.
-Bien. Todos preparados.- Anunció la alta encantadora antes de hacerle una señal de comienzo al dragón de tierra, el cual se abalanzó con todas sus fuerzas contra la puerta de madera de la torre, arrancándola de cuajo y llevándose de calle también a los defensores que se encontraban tras ella tratando de impedir que entraran. Apenas tuvieron tiempo de gritar.
Rápidamente y de escaleras arriba llegarían un puñado más de defensores dispuestos a frenarlos, pero Abbey, con cuentas personales pendientes con ellos, no pensaba permitirlo. No tardó en empalar a dos de ellos con un solo ataque de hielo, haciendo que los que bajaban tras ellos se vieran frenados e incluso trataran de dar la vuelta para evitar su ira. Pero no tenían dónde esconderse y, seguida por el dragón rojo y Níniel, no tardarían dominar a los defensores y en controlar la posición.
-Vosotros abrid el rastrillo.- Ordenó señalando a la elfa, al dragón rojo y luego al mecanismo encargado de aquello. -El resto conmigo, iremos a las puertas.- Dijo a todos los demás, indicando hacia abajo y bajando de nuevo por las escaleras, y luego un tramo más, hasta el nivel del suelo, donde los dragones, que habían bajado volando hasta allí, comenzarían a retirar los maderos que bloqueaban la puerta no dudando incluso en destrozarlos si hacía falta.
Para el momento en el que las puertas comenzaron a entreabrirse, el rastrillo de metal ya había comenzado a levantarse lentamente, acompañado por el sonido de los engranajes y poleas del mecanismo de apertura. Un sonido que para el enorme ejército que aguardaba fuera sonó mejor que decenas de cuernos de guerra. Poco a poco las pesadas rejas de metal fueron alzadas del todo y el mecanismo bloqueado en aquella posición. El traqueteo metálico cesó, y justo en ese momento, con el enardecido ejército del norte esperando la ansiada señal de atacar, una bandera del norte fue desplegada en el exterior del torreón desde uno de sus miradores.
La visión de aquel ejército entero gritando al unísono como uno solo es algo que difícilmente podría olvidarse.
Siendo como eran los vampiros criaturas estríctamente nocturnas, aquel fogonazo resultó especialmente eficaz contra ellos, tal y como las encantadoras habían previsto. Como resultado de ello, la mayoría de los malditos que instantes antes se interponían entre su grupo y los mecanismos del rastrillo acabaron cegados e incapaces de defenderse si quiera, gritando y retorciéndose de dolor en el suelo, soltando sus armas para llevarse las manos a los ojos en un fútil intento de aliviar el intenso ardor y dolor que allí sentían. Lamentablemente para ellos ninguno encontraría alivio alguno en ello, al contrario, frotarse solo empeoraría su situación. Solo unos pocos, protegidos de la luz por algún obstáculo o por el cuerpo del compañero que tenían delante, evitaron aquellos efectos. Aunque si ya antes su moral era escasa, ver a la mayoría de sus compañeros incapacitados y sufriendo de aquella manera fue demasiado como para poder soportarlo. Viendo en la huída la única manera de salvarse comenzarían a correr, convirtiéndose junto al resto en presas fáciles para los dragones.
-A por ellos. No paréis hasta que las puertas sean nuestras.- Alentó e instruyó la alta encantadora Frost a los miembros de su pelotón tras alzar la mirada y contemplar el resultado de la magia de la elfa. Ellos liderarían aquella carga sobre las murallas, al menos la parte más física, y las magas les seguirían. Aunque antes de ponerse en marcha la joven bruja se permitió mirar por un instante a su compañera. Por un momento, aunque fuese fugaz, a Níniel le pareció ver en sus ojos un sincero respeto que la hizo sentir extrañamente bien, a pesar de las circunstancias. -No está mal- Comentó simplemente antes de seguir a los demás, comenzando a caminar tranquilamente, como si aquel lugar ya fuera suyo. La peliblanca se pegó a ella, caminando a su vera.
De repente, una dragona llegaría hasta ellas. Algo en nada extraño dada la situación, si no fuera porque Níniel juraría que aquella miembro de la raza dracónica no formaba parte de su grupo ni del de Vincent. ¿Sería una mensajera del rey? Fuese lo que fuese, se limitó a entregarle a Níniel un extraño orbe que brillaba con luz propia. Y sin explicación alguna, una vez el curioso objeto estuvo en poder de la peliblanca, aquella extraña salió volando de allí, perdiéndose en la noche. Dejando a ambas magas sin saber muy bien qué pensar, ni tiempo para hacerlo. Tenían una batalla que librar, por lo que la peliblanca se limitó a guardar la esfera en su bolsa y proseguir con la misión.
Los dragones no tuvieron miramientos con sus enemigos en su avance. Para ellos eran malditos ante sus dioses, habían causado un gran mal en Aerandir y además iban a pagar por lo que aquella pirámide le había hecho al norte. La piedad era algo que no tenía cabida en sus mentes. El único enemigo bueno era un enemigo muerto.
Varios de los vampiros encontraron su final ante el mandoble del dragón rojo, envuelto en voraces llamas que traspasaban las armaduras rivales como si fueran de mantequilla. Otros serían arrojados desde lo alto de los muros a base de cabezazos y golpes de cola sin contemplaciones, la mayoría de ellos hacia el interior de la ciudad a modo de advertencia para los defensores que allí pudiesen aguardar. Toda una declaración sobre cuál era el destino que les aguardaba. El dragón elemental de tierra por su parte se rodeó de una formidable y colosal coraza de roca, cargando como un Ogrark, aplastando y corneando todo a su paso, centrándose en aquellos adversarios que trataban de escapar de ellos. Pocos lo consiguieron. Fue una carnicería.
La torre que albergaba el control del rastrillo no estaba ya lejos cuando los atacantes se enfrentaron a la última y desesperada defensa de los vampiros. Desde lo alto del torreón, y aprovechando las pequeñas ventanas defensivas de este, algunos de los malditos trataron de detener su avance disparando una serie de proyectiles contra ellos. Uno de ellos logró impactar sobre el dragón rojo, cuando este buscó ponerse delante de las encantadoras para protegerlas, causándole una herida no mortal gracias a su armadura pero sí dolorosa y que le impediría usar aquel brazo.
En parte porque aquel proyectil iba dirigido a ella, en parte porque aquel soldado había sido herido mientras la protegía, protección que no había pedido, Abbey, muy enfadada, lanzó un potente ataque mágico contra la parte superior de la torre. Su intención no fue la de alcanzar a aquellos tiradores directamente, sino que congeló todas las aperturas por las que podrían dispararles, cubriéndolas con una gruesa capa de hielo que no sería fácilmente rota. Entonces, y ya sin oposición, el grupo pudo alcanzar la torre tras liquidar a los escasos defensores restantes.
-Déjame que vea eso.- Pidió Níniel al Dragón rojo tan pronto como alcanzaron el muro de piedra, y apoyándose ambos contra él.
-No es nada, solo duele un poco. Y puedo seguir usando el otro brazo.- Trató de quitarle importancia el soldado. Pero Níniel no estaba dispuesta a permitir que por hacerse el duro acabara agravando su herida, o que muriera en combate por no poder luchar con todas sus capacidades. No si podía sanarlo sin problemas.
-Solo será un momento.- Insistió la sacerdotisa retirando su hombrera y colocando luego ambas manos a cada lado de la herida, aplicando su magia de sanación en toda su magnitud. La herida enseguida comenzaría a cerrarse, expulsando la flecha de su cuerpo en el proceso hasta que esta cayó al suelo, teñida de sangre. Con ella fuera, la herida se cerraría enseguida y sin dejar siquiera una marca en el soldado, que enseguida comenzaría a mover el hombro, incrédulo.
-Gracias. Muchas gracias, elfa.- Asintió agradecido, tomando a continuación aquel virote y guardándandolo antes de volver a empuñar su arma con ambas manos. -Un recuerdo.- Explicó antes de reincorporarse a la tropa con renovadas energías.
-Bien. Todos preparados.- Anunció la alta encantadora antes de hacerle una señal de comienzo al dragón de tierra, el cual se abalanzó con todas sus fuerzas contra la puerta de madera de la torre, arrancándola de cuajo y llevándose de calle también a los defensores que se encontraban tras ella tratando de impedir que entraran. Apenas tuvieron tiempo de gritar.
Rápidamente y de escaleras arriba llegarían un puñado más de defensores dispuestos a frenarlos, pero Abbey, con cuentas personales pendientes con ellos, no pensaba permitirlo. No tardó en empalar a dos de ellos con un solo ataque de hielo, haciendo que los que bajaban tras ellos se vieran frenados e incluso trataran de dar la vuelta para evitar su ira. Pero no tenían dónde esconderse y, seguida por el dragón rojo y Níniel, no tardarían dominar a los defensores y en controlar la posición.
-Vosotros abrid el rastrillo.- Ordenó señalando a la elfa, al dragón rojo y luego al mecanismo encargado de aquello. -El resto conmigo, iremos a las puertas.- Dijo a todos los demás, indicando hacia abajo y bajando de nuevo por las escaleras, y luego un tramo más, hasta el nivel del suelo, donde los dragones, que habían bajado volando hasta allí, comenzarían a retirar los maderos que bloqueaban la puerta no dudando incluso en destrozarlos si hacía falta.
Para el momento en el que las puertas comenzaron a entreabrirse, el rastrillo de metal ya había comenzado a levantarse lentamente, acompañado por el sonido de los engranajes y poleas del mecanismo de apertura. Un sonido que para el enorme ejército que aguardaba fuera sonó mejor que decenas de cuernos de guerra. Poco a poco las pesadas rejas de metal fueron alzadas del todo y el mecanismo bloqueado en aquella posición. El traqueteo metálico cesó, y justo en ese momento, con el enardecido ejército del norte esperando la ansiada señal de atacar, una bandera del norte fue desplegada en el exterior del torreón desde uno de sus miradores.
La visión de aquel ejército entero gritando al unísono como uno solo es algo que difícilmente podría olvidarse.
Níniel usa Imposición de manos y narra los efectos de su hab Radiancia este turno. Gracias a la ayuda de Reivy no lanzaré runa este turno. Aprovecho para agradecerle su ayuda, y a Asher por estar pendiente del hilo y hablar con ella.
Níniel Thenidiel
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
El fuego de las antorchas titilaba bajo el influjo de la suave brisa que corría sobre la muralla. Una brisa suave y dulce, que casi le hacía sentir como en uno de los días en los que solía dar un paseo para leer bajo las copas de los árboles del bosque cercano. Casi.
La luz que transportaban aquellos fuegos, en perfecta armonía y coreografía en su baile con el viento, iluminaban una realidad que distaba mucho de ser apacible o agradable. Su espada centelleaba con su impetuosa magia, sobre el acero teñido con el escarlata de la vida de la que se había alimentado instantes antes. Y los destellos sobre la piedra se sucedían en una suerte de aleatoria según avanzaba hacia su destino sobre la fría piedra, que conformaba la muralla de la que, en otro tiempo no tan lejano, fue la más esplendorosa de las ciudades de los humanos. Destellos carmesí entremezclados con la savia del cielo que todo lo cubría hasta donde alcanzaba la vista, ya que durante ese ataque podía decir sin miedo a equivocarse, que era el único momento en el que había dejado de llover desde que llegara a divisar en el horizonte el contorno de la portuaria ciudad.
Dadas las circunstancias, dudaba que la lluvia permaneciera demasiado tiempo sobre sus cabezas, escondida en las oscuras nubes que cubría todo por encima de sus cabezas. Unas nubes que no podía ver en aquella profunda oscuridad, pero de las que tenía total seguridad de su aspecto y tamaño dentro del imaginario de su mente. No necesitaba verlas para saber cómo eran, del mismo modo que tampoco necesitaba hacerlo para intuir que pronto volvería a llover.
- Esa luz debe ser de Níniel, debemos apretar el paso y llegar hasta ella-, fue la escueta apreciación de la bruja escarlata.
Con franqueza, en una situación así, y teniendo en cuenta que el mercenario tenía dos ojos en la frente como cualquier otro ser pensante, y se dirigía hacia el mismo lugar que la pelirroja, esas cortas palabras eran más que suficiente.
Vincent asintió de todos modos al escuchar la voz de su superiora.
- Sí, Abbey debe estar con ella pero será mejor que reforcemos su posición para asegurar la toma del rastrillo-, contestó con simpleza militar.
La luz de Níniel era buena señal, motivo más que suficiente para saber que la misión iba según lo planeado, y eso siempre alimentaba el espíritu y la moral de la tropa. Casi como un reflejo de sus pensamientos, el ejército norteño rugió en el exterior de la ciudad. Era cuestión de tiempo que la primera línea de ataque de las tropas de terrestres llegara hasta ellos, y para entonces el rastrillo debería estar alzado y la puerta abierta, si querían que el plan más allá de ir bien hasta ahora, finalizara con igual buenaventura.
En cualquier caso, en aquella extraña noche la constante lluvia no era lo único que parecía ser demasiado perseverante. Precisamente la propia noche era extraña porque se manifestaba deseosa de permanecer junto a ellos, y parecía aferrarse a aquella tierra de un modo del todo antinatural. Antinatural en el sentido corriente del ciclo del día y la noche, pues no podía considerar antinatural nada que procediera de la magia, pues él como brujo nunca entendería la magia como algo contrario a la naturaleza, más bien todo lo contrario.
No obstante, era inquietante que la noche durara tanto, y algo dentro de él le hacía presagiar que no era obra de los dioses que velaban el viaje de los astros, sino de otro ente. Alguien capaz de mantener al sol a raya, si es que ya era su momento de salida, pues en aquella ciudad y alrededores le era imposible saber si realmente había pasado el momento de que este se mostrara. Atrapado en una zona en la que no había dejado de llover hasta donde alcanzara la vista, y que por ende, mostraba que las tupidas nubes lo cubrían todo en kilómetros a la redonda.
No podía estar seguro del influjo de la magia en la noche, y no había tenido tiempo de estudiarlo. Quizás esperar a la luz del día como había sugerido Níniel, y él mismo, hubiera sido una pérdida de tiempo, más si estaba convencido de que el ataque de Rigobert no había sido fruto de esta idea, sino originado por su impulsividad y sus ganas de tomar la ciudad para demostrar lo grandioso que era. Desde la distancia había escuchado perfectamente la conversación entre Lucy y el rey, y por su tono no albergaba duda de cuál era la motivación del pequeño noble.
Puede que esperar no hubiera servido para conseguir la ayuda del sol, pero en todo caso, atacar por lo motivos equivocados no era para nada una buena idea.
De todas formas, ya fuera por motivo errados, o porque el joven rey fuera más avispado de lo que pensaba, esa operación estaba en marcha y debía asegurarse de que acabara en buen puerto.
- Maldita sea-, escuchó maldecir a la pelirroja.
- No pensarías que sería tan fácil como llegar y besar el santo ¿no? - bromeó, al tiempo que arremetía con su espada hacia uno de los vampiros de la primera línea de defensa de la torre del rastrillo, y que había avanzado hasta ellos para acabar con ellos antes de que fueran más de dos.
El sonido del metal resonó en lo alto de la muralla, pero que no dejaba de ser uno de los tantos sonidos metálicos que se escuchaban sobre la muralla, aunque la mayoría llegaba desde el otro lado de la torre que debían tomar.
En cualquier caso, el choque de aceros hizo que el elemento que envolvía su espada soltara algunas chispas de su magia por el aire, lo cual provocó flaqueza en el vampiro que lo había atacado al principio con denotada valentía, pero que ahora mismo se estaba replanteando si era buena atacar a un hombre armado con una espada rodeada con el fuego que tan dañino para ello.
De todos modos, el vampiro no se dejó llevar por el miedo, su valor venció a este, y volvió arremeter contra el rubio mercenario. El fuego era de temer para él, más los defensores estaban en superioridad numérica, y debían aprovecharlo antes de que fuera demasiado tarde. Esa era la idea, más Lucy con una ola de fuego que consumió a la mayoría de los vampiros y los convirtió en antorchas andantes, les hizo darse cuenta que la superioridad numérica podía, en ocasiones, ser engañosa.
- ¡Es una maldita bruja, acabad primero con ella! -, gritó el que parecía ser el líder de los defensores de ese lado de la torre, y con un giro a medias de la parte de su cuerpo hizo una señal a los vampiros del interior de la torre para que cerraran la puerta,
Si al principio, a ojos de los vampiros, el hombre de la espada de fuego parecía el más peligroso por el arma que empuñaba, no lo era nada en comparación con una bruja de fuego. Los ballesteros de lo alto de la torre captaron el mensaje de su jefe, y posaron sus ojos sobre la pelirroja con renovado odio ante la muerte de sus compañeros.
- Vincent-, fue lo único que dijo Lucy.
El mercenario rechazó hacia atrás la espalda del oponente que lo enfrentaba de cerca, y ganó el espacio para girar sobre sí mismo al tiempo que daba un paso hacia el frente y golpeaba con su espada agarrándola con fuerza con ambas manos. Las gotas de sangre salpicaron su ropa y parte de su rostro, pero no perdió el tiempo, y su mente se movió tan ágil como sus piernas para situarlo delante de la pelirroja. Justo en ese instante un vórtice de aire los rodeó y desvió el ataque de los ballesteros, que no pudieron quedar más sorprendidos ante la escena que se había creado ante sus ojos.
No era el resultado esperado, más la sorpresa de los tiradores solo duró el tiempo justo para que la defensa del rubio se bajara, y la pelirroja contraatacara con una ataque de fuego que barrió la parte superior de la torre.
Los gritos de los vampiros sobre la atalaya se escucharon, al tiempo que se veían los cuerpos cubiertos en llamas de muchos de ellos caer desde lo alto, en un fútil intento de escapar de las llamas lanzándose al vacío.
Pobres diablos.
Más el gesto cada vez más furibundo del líder vampiro no hizo que el rubio se apenara durante mucho tiempo. Aquello no había terminado, y la misericordia o la pena debían esperar a otro momento. Aún quedaban al menos cuatro vampiros ante ellos, contando al jefe de la escuadra, así que los brujos seguían en desventaja numérica, eso sin contar todos los que quedarían dentro del fortín, y las tropas terrestres del dragón ya estarían avanzando. El tiempo corría en contra.
- ¡Matadlos a los dos! ¡Matadlos! -, gritó el líder, con furia. - Avanzad y traedme las cabezas de esos brujos. No permitáis que conjuren más hechizos-, comentó, a la vez que avanzaba.
Dos vampiros atacaron a cada uno de los brujos. El líder se centró junto uno de sus soldados en Lucy, parecía que tenía especial animosidad por acabar con la pelirroja que había matado a la mayoría de sus hombres, descontando a los tres que aún quedaban en pie.
Vincent, por tanto, se vio acosado por los otros dos vampiros. Por ello se movió rápido, y se mostró ágil de piernas, con fintas y ataques igualmente rápidos para mantener a raya a ambos hombres, que tenían facilidad para flanquearlo por su superioridad numérica. No pensaba dejar que eso ocurriera.
Aguantó de forma defensiva hasta que llegó su momento, en el cual aprovechó para acabar ensartando a uno de los rivales. No lo mató sin más, sino que giró sobre este para colocar el cuerpo del muerto entre él y su otro oponente, y así darle tiempo de extraer la espada para poder continuar el combate.
Un combate que acabó de forma inesperada, cuando el vampiro que le enfrentaba hizo amago de atacarle pero al dar un paso cayó de bruces.
Fue de lo más sorprendente, más no menos que ver sobresalir un hacha arrojadiza en la espalda del que instantes antes era su rival. Al alzar la vista pudo ver como un hombretón corría hasta él, y como una bella mujer atravesaba con sus dos espadas cortas al jefe de escuadra, al mismo tiempo que Lucy hacía lo propio con su arma. El soldado que faltaba en aquella ecuación, yacía en el suelo, ya muerto anteriormente, aunque no podía saber si había sido obra de Lucy, la dama misteriosa, o el también misterioso fornido muchacho que se acercaba.
- Nunca viene mal un poco de ayuda-, fue su animada respuesta, al mismo tiempo que posaba un pie sobre el muerto con el hacha en la espalda y la extraía de potente un tirón. - Podrían habernos esperado. Hubiera sido más fácil tomar la muralla.
Entonces comprendió.
- Ah, claro. Fallo mío. Pensé que…-, empezó a excusarse. - Bueno, da igual. Todos los caminos llevan a Lunargenta, y aquí estamos-, rió. - Tomemos este rastrillo. Lucy, haz los honores.
- Será un placer-, dijo, al tiempo que generaba un gran bola de fuego.
Vinc insufló con su propio poder de mayor tamaño a la bola que generó la pelirroja, aportándole además un carácter explosivo, y entre ambos la lanzaron contra la puerta de la torre que saltó en mil pedazos.
En su interior se escuchó el grito de los defensores, que habían esperado algo así. Quién podría culparles.
- Genial, es momento de aprovechar el impulso-, mentó el armario empotrado hecho persona, y agarrando un hacha de dos manos de su espalda, se abalanzó con un grito al interior del torreón.
- Vaya, luego dice que esperemos-, contestó de forma atropellada, corriendo tras el impulsivo tipo.
Las chicas hicieron lo propio y siguieron a los hombres, para encontrarse un salón lleno hombres y mujeres tirados por los suelos. Unos muertos, otros tosiendo y aturdidos, algunos inconscientes, más no todos estaban acabados y desahuciados para luchar. Pronto la refriega se recrudeció, y el dragón impulsivo comenzó a hacer estragos con su hacha, como si de un leñador gigante partiendo briznas de hierba se tratara.
- Joder con este tío, ¿ya os había dicho alguna vez que no pensaba cabrearlo? Prefiero ahorrarme tenerlo de enemigo.
Sus palabras no encontraron destinatario, o dio igual si las encontraron, ya que pronto todos acabaron sumidos en una melé. Más incluso enfrascados en batalla, fue fácil identificar el característico sonido de unas cadenas moviéndose, y de un rastrillo moviéndose con ellas.
- ¡Níniel y Abbey lo han conseguido! -, gritó Lucy, animada porque la misión estaba siendo un éxito.
- Debemos darles tiempo y retener a los más que podamos en este lugar-, contestó.
- También avisar a los soldados del exterior-, respondió por su parte la morena, que ni corta ni perezosa, zancadilleó a un vampiro que cayó al suelo, para luego rajarle el cuello con una de sus espadas gemelas que se movían con velocidad pasmosa.
- Tienes razón-, dijo, después de captar el mensaje de la chica, y ensartando con su espada a uno de los diversos defensores que quedaban. - Hombre de acero, necesitamos que nos abras camino al tejado.
El hombretón hizo volar a una vampira con un golpe de hacha, y agarró a otro por el cuello antes de partírselo con una sola mano, y lanzarlo a un lado.
- Jum-, fue su escueta respuesta, antes de lanzarse como un toro desbocado contra los defensores que copaban la escalera de subida.
- Madre mía, para qué nos molestamos en subir el rastrillo, si este ariete con patas arrasa con todo.
Varios vampiros cayeron hacia atrás por el impulso del bruto, y después acabaron muertos a hachazos del dragón. El resto le cubrió la espalda mientras el grandullón realizaba una auténtica escabechina.
- Hecho-, comentó en cuanto hizo limpieza, alzando el visor del yelmo para mostrar una enorme sonrisa, y luego volver a bajarlo.
- Sargas, quédate aquí y cúbrenos-, mentó la morena, corriendo escaleras arriba.
- Es mejor que no nos separemos. Este dragón puede ser un arma de asedio con forma de persona, pero aún así no deja de ser mortal-, le comentó a Lucy. - Yo iré con la chica-, terminó por decir, dando a entender cómo serían los grupos.
No se demoró hablando, y salió tras la chica a tiempo de ver como despachaba a los vampiros que había quedando en un tramo más alto de la escalera, sin detenerse, en un ritmo frenético de muerte y destrucción. ¡Qué tipo de gente formaban en el Norte!
El grandullón ya había puesto sobre la mesa su potencial, pero ahora la chica parecía dispuesta a igualar las virtudes asesinas de su compañero dragón.
- Déjame uno-, fue la inevitable broma que se permitió realizar en cuánto alcanzó a la morena.
Una torre sobre la que aún resplandecían algunas llamas sobre algunas maderas, dónde se resistía a morir, y sobre algunos cuerpos de los desdichados que ni siquiera tuvieron tiempo de tirarse, o sintieron que era una empresa inútil. El brujo en un acto de compasión, apagó las llamas de los pobres infelices.
- Eres interesante. Tienes cierta utilidad-, comentó la dragona, mirando hacia el brujo, pero concentrada en tocar con la punta de los dedos una lanza de acero, palpando su calor.
Dicha arma estaba apoyada contra la alameda y a medio meter en un cubo que serviría de armería provisional, pues habían más lanzas dentro y apoyadas contra la piedra.
- Gracias. Supongo-, respondió, acercándose a la fémina.
- Me llamo Silver-, dijo, agarrando la lanza al comprobar que no estaba tan caliente como para quemarse. - Haces bien en no buscar pelea con Sargas. Aunque haces mejor en no buscarla conmigo-, sonrió con picardía. - De todos modos sé que no lo harás. Esta noche, al menos dos veces, me lo has dicho que no sería buena idea cabrearme-, rió divertida, mientras sacaba de uno de sus bolsos una tela con el color del ejército del dragón.
Vincent la miró, confundido, luego centró su vista en sus ojos y tenían algo que le resultaba familiar. Tenía la sensación de haberlos visto antes, pero no recordaba a esa mujer de nada.
- ¿Tan rápido de has olvidado de mí? Quizás debí llevar a Níniel, dicen que los elfos tienen una prodigiosa memoria, aunque también lo suelen decir de los brujos-, volvió a sonreir, y se giró para ondear la improvisada bandera.
El blasón del dragón lució en lo alto de la atalaya del portón de la ciudad.
- Un momento, no puede ser, eres…
- La situación abajo está controlada-, escuchó una voz a su espalda.
Se giró para mirar hacia la pelirroja, y asintió con la cabeza.
La guerra había comenzado, y de momento iban ganando. Esperaba que así fuera de ahí en adelante, y vencieran la batalla en aquella ciudad que había pasado de espléndida a maldita, en una fracción de tiempo.
Por el bien de todos los habitantes de Lunargenta debían vencer. Más para ello quedaba mucho trabajo por delante. La toma de una puerta sólo era el comienzo.
La luz que transportaban aquellos fuegos, en perfecta armonía y coreografía en su baile con el viento, iluminaban una realidad que distaba mucho de ser apacible o agradable. Su espada centelleaba con su impetuosa magia, sobre el acero teñido con el escarlata de la vida de la que se había alimentado instantes antes. Y los destellos sobre la piedra se sucedían en una suerte de aleatoria según avanzaba hacia su destino sobre la fría piedra, que conformaba la muralla de la que, en otro tiempo no tan lejano, fue la más esplendorosa de las ciudades de los humanos. Destellos carmesí entremezclados con la savia del cielo que todo lo cubría hasta donde alcanzaba la vista, ya que durante ese ataque podía decir sin miedo a equivocarse, que era el único momento en el que había dejado de llover desde que llegara a divisar en el horizonte el contorno de la portuaria ciudad.
Dadas las circunstancias, dudaba que la lluvia permaneciera demasiado tiempo sobre sus cabezas, escondida en las oscuras nubes que cubría todo por encima de sus cabezas. Unas nubes que no podía ver en aquella profunda oscuridad, pero de las que tenía total seguridad de su aspecto y tamaño dentro del imaginario de su mente. No necesitaba verlas para saber cómo eran, del mismo modo que tampoco necesitaba hacerlo para intuir que pronto volvería a llover.
- Esa luz debe ser de Níniel, debemos apretar el paso y llegar hasta ella-, fue la escueta apreciación de la bruja escarlata.
Con franqueza, en una situación así, y teniendo en cuenta que el mercenario tenía dos ojos en la frente como cualquier otro ser pensante, y se dirigía hacia el mismo lugar que la pelirroja, esas cortas palabras eran más que suficiente.
Vincent asintió de todos modos al escuchar la voz de su superiora.
- Sí, Abbey debe estar con ella pero será mejor que reforcemos su posición para asegurar la toma del rastrillo-, contestó con simpleza militar.
La luz de Níniel era buena señal, motivo más que suficiente para saber que la misión iba según lo planeado, y eso siempre alimentaba el espíritu y la moral de la tropa. Casi como un reflejo de sus pensamientos, el ejército norteño rugió en el exterior de la ciudad. Era cuestión de tiempo que la primera línea de ataque de las tropas de terrestres llegara hasta ellos, y para entonces el rastrillo debería estar alzado y la puerta abierta, si querían que el plan más allá de ir bien hasta ahora, finalizara con igual buenaventura.
En cualquier caso, en aquella extraña noche la constante lluvia no era lo único que parecía ser demasiado perseverante. Precisamente la propia noche era extraña porque se manifestaba deseosa de permanecer junto a ellos, y parecía aferrarse a aquella tierra de un modo del todo antinatural. Antinatural en el sentido corriente del ciclo del día y la noche, pues no podía considerar antinatural nada que procediera de la magia, pues él como brujo nunca entendería la magia como algo contrario a la naturaleza, más bien todo lo contrario.
No obstante, era inquietante que la noche durara tanto, y algo dentro de él le hacía presagiar que no era obra de los dioses que velaban el viaje de los astros, sino de otro ente. Alguien capaz de mantener al sol a raya, si es que ya era su momento de salida, pues en aquella ciudad y alrededores le era imposible saber si realmente había pasado el momento de que este se mostrara. Atrapado en una zona en la que no había dejado de llover hasta donde alcanzara la vista, y que por ende, mostraba que las tupidas nubes lo cubrían todo en kilómetros a la redonda.
No podía estar seguro del influjo de la magia en la noche, y no había tenido tiempo de estudiarlo. Quizás esperar a la luz del día como había sugerido Níniel, y él mismo, hubiera sido una pérdida de tiempo, más si estaba convencido de que el ataque de Rigobert no había sido fruto de esta idea, sino originado por su impulsividad y sus ganas de tomar la ciudad para demostrar lo grandioso que era. Desde la distancia había escuchado perfectamente la conversación entre Lucy y el rey, y por su tono no albergaba duda de cuál era la motivación del pequeño noble.
Puede que esperar no hubiera servido para conseguir la ayuda del sol, pero en todo caso, atacar por lo motivos equivocados no era para nada una buena idea.
De todas formas, ya fuera por motivo errados, o porque el joven rey fuera más avispado de lo que pensaba, esa operación estaba en marcha y debía asegurarse de que acabara en buen puerto.
- Maldita sea-, escuchó maldecir a la pelirroja.
- No pensarías que sería tan fácil como llegar y besar el santo ¿no? - bromeó, al tiempo que arremetía con su espada hacia uno de los vampiros de la primera línea de defensa de la torre del rastrillo, y que había avanzado hasta ellos para acabar con ellos antes de que fueran más de dos.
El sonido del metal resonó en lo alto de la muralla, pero que no dejaba de ser uno de los tantos sonidos metálicos que se escuchaban sobre la muralla, aunque la mayoría llegaba desde el otro lado de la torre que debían tomar.
En cualquier caso, el choque de aceros hizo que el elemento que envolvía su espada soltara algunas chispas de su magia por el aire, lo cual provocó flaqueza en el vampiro que lo había atacado al principio con denotada valentía, pero que ahora mismo se estaba replanteando si era buena atacar a un hombre armado con una espada rodeada con el fuego que tan dañino para ello.
De todos modos, el vampiro no se dejó llevar por el miedo, su valor venció a este, y volvió arremeter contra el rubio mercenario. El fuego era de temer para él, más los defensores estaban en superioridad numérica, y debían aprovecharlo antes de que fuera demasiado tarde. Esa era la idea, más Lucy con una ola de fuego que consumió a la mayoría de los vampiros y los convirtió en antorchas andantes, les hizo darse cuenta que la superioridad numérica podía, en ocasiones, ser engañosa.
- ¡Es una maldita bruja, acabad primero con ella! -, gritó el que parecía ser el líder de los defensores de ese lado de la torre, y con un giro a medias de la parte de su cuerpo hizo una señal a los vampiros del interior de la torre para que cerraran la puerta,
Si al principio, a ojos de los vampiros, el hombre de la espada de fuego parecía el más peligroso por el arma que empuñaba, no lo era nada en comparación con una bruja de fuego. Los ballesteros de lo alto de la torre captaron el mensaje de su jefe, y posaron sus ojos sobre la pelirroja con renovado odio ante la muerte de sus compañeros.
- Vincent-, fue lo único que dijo Lucy.
El mercenario rechazó hacia atrás la espalda del oponente que lo enfrentaba de cerca, y ganó el espacio para girar sobre sí mismo al tiempo que daba un paso hacia el frente y golpeaba con su espada agarrándola con fuerza con ambas manos. Las gotas de sangre salpicaron su ropa y parte de su rostro, pero no perdió el tiempo, y su mente se movió tan ágil como sus piernas para situarlo delante de la pelirroja. Justo en ese instante un vórtice de aire los rodeó y desvió el ataque de los ballesteros, que no pudieron quedar más sorprendidos ante la escena que se había creado ante sus ojos.
No era el resultado esperado, más la sorpresa de los tiradores solo duró el tiempo justo para que la defensa del rubio se bajara, y la pelirroja contraatacara con una ataque de fuego que barrió la parte superior de la torre.
Los gritos de los vampiros sobre la atalaya se escucharon, al tiempo que se veían los cuerpos cubiertos en llamas de muchos de ellos caer desde lo alto, en un fútil intento de escapar de las llamas lanzándose al vacío.
Pobres diablos.
Más el gesto cada vez más furibundo del líder vampiro no hizo que el rubio se apenara durante mucho tiempo. Aquello no había terminado, y la misericordia o la pena debían esperar a otro momento. Aún quedaban al menos cuatro vampiros ante ellos, contando al jefe de la escuadra, así que los brujos seguían en desventaja numérica, eso sin contar todos los que quedarían dentro del fortín, y las tropas terrestres del dragón ya estarían avanzando. El tiempo corría en contra.
- ¡Matadlos a los dos! ¡Matadlos! -, gritó el líder, con furia. - Avanzad y traedme las cabezas de esos brujos. No permitáis que conjuren más hechizos-, comentó, a la vez que avanzaba.
Dos vampiros atacaron a cada uno de los brujos. El líder se centró junto uno de sus soldados en Lucy, parecía que tenía especial animosidad por acabar con la pelirroja que había matado a la mayoría de sus hombres, descontando a los tres que aún quedaban en pie.
Vincent, por tanto, se vio acosado por los otros dos vampiros. Por ello se movió rápido, y se mostró ágil de piernas, con fintas y ataques igualmente rápidos para mantener a raya a ambos hombres, que tenían facilidad para flanquearlo por su superioridad numérica. No pensaba dejar que eso ocurriera.
Aguantó de forma defensiva hasta que llegó su momento, en el cual aprovechó para acabar ensartando a uno de los rivales. No lo mató sin más, sino que giró sobre este para colocar el cuerpo del muerto entre él y su otro oponente, y así darle tiempo de extraer la espada para poder continuar el combate.
Un combate que acabó de forma inesperada, cuando el vampiro que le enfrentaba hizo amago de atacarle pero al dar un paso cayó de bruces.
Fue de lo más sorprendente, más no menos que ver sobresalir un hacha arrojadiza en la espalda del que instantes antes era su rival. Al alzar la vista pudo ver como un hombretón corría hasta él, y como una bella mujer atravesaba con sus dos espadas cortas al jefe de escuadra, al mismo tiempo que Lucy hacía lo propio con su arma. El soldado que faltaba en aquella ecuación, yacía en el suelo, ya muerto anteriormente, aunque no podía saber si había sido obra de Lucy, la dama misteriosa, o el también misterioso fornido muchacho que se acercaba.
- Nunca viene mal un poco de ayuda-, fue su animada respuesta, al mismo tiempo que posaba un pie sobre el muerto con el hacha en la espalda y la extraía de potente un tirón. - Podrían habernos esperado. Hubiera sido más fácil tomar la muralla.
Entonces comprendió.
- Ah, claro. Fallo mío. Pensé que…-, empezó a excusarse. - Bueno, da igual. Todos los caminos llevan a Lunargenta, y aquí estamos-, rió. - Tomemos este rastrillo. Lucy, haz los honores.
- Será un placer-, dijo, al tiempo que generaba un gran bola de fuego.
Vinc insufló con su propio poder de mayor tamaño a la bola que generó la pelirroja, aportándole además un carácter explosivo, y entre ambos la lanzaron contra la puerta de la torre que saltó en mil pedazos.
En su interior se escuchó el grito de los defensores, que habían esperado algo así. Quién podría culparles.
- Genial, es momento de aprovechar el impulso-, mentó el armario empotrado hecho persona, y agarrando un hacha de dos manos de su espalda, se abalanzó con un grito al interior del torreón.
- Vaya, luego dice que esperemos-, contestó de forma atropellada, corriendo tras el impulsivo tipo.
Las chicas hicieron lo propio y siguieron a los hombres, para encontrarse un salón lleno hombres y mujeres tirados por los suelos. Unos muertos, otros tosiendo y aturdidos, algunos inconscientes, más no todos estaban acabados y desahuciados para luchar. Pronto la refriega se recrudeció, y el dragón impulsivo comenzó a hacer estragos con su hacha, como si de un leñador gigante partiendo briznas de hierba se tratara.
- Joder con este tío, ¿ya os había dicho alguna vez que no pensaba cabrearlo? Prefiero ahorrarme tenerlo de enemigo.
Sus palabras no encontraron destinatario, o dio igual si las encontraron, ya que pronto todos acabaron sumidos en una melé. Más incluso enfrascados en batalla, fue fácil identificar el característico sonido de unas cadenas moviéndose, y de un rastrillo moviéndose con ellas.
- ¡Níniel y Abbey lo han conseguido! -, gritó Lucy, animada porque la misión estaba siendo un éxito.
- Debemos darles tiempo y retener a los más que podamos en este lugar-, contestó.
- También avisar a los soldados del exterior-, respondió por su parte la morena, que ni corta ni perezosa, zancadilleó a un vampiro que cayó al suelo, para luego rajarle el cuello con una de sus espadas gemelas que se movían con velocidad pasmosa.
- Tienes razón-, dijo, después de captar el mensaje de la chica, y ensartando con su espada a uno de los diversos defensores que quedaban. - Hombre de acero, necesitamos que nos abras camino al tejado.
El hombretón hizo volar a una vampira con un golpe de hacha, y agarró a otro por el cuello antes de partírselo con una sola mano, y lanzarlo a un lado.
- Jum-, fue su escueta respuesta, antes de lanzarse como un toro desbocado contra los defensores que copaban la escalera de subida.
- Madre mía, para qué nos molestamos en subir el rastrillo, si este ariete con patas arrasa con todo.
Varios vampiros cayeron hacia atrás por el impulso del bruto, y después acabaron muertos a hachazos del dragón. El resto le cubrió la espalda mientras el grandullón realizaba una auténtica escabechina.
- Hecho-, comentó en cuanto hizo limpieza, alzando el visor del yelmo para mostrar una enorme sonrisa, y luego volver a bajarlo.
- Sargas, quédate aquí y cúbrenos-, mentó la morena, corriendo escaleras arriba.
- Es mejor que no nos separemos. Este dragón puede ser un arma de asedio con forma de persona, pero aún así no deja de ser mortal-, le comentó a Lucy. - Yo iré con la chica-, terminó por decir, dando a entender cómo serían los grupos.
No se demoró hablando, y salió tras la chica a tiempo de ver como despachaba a los vampiros que había quedando en un tramo más alto de la escalera, sin detenerse, en un ritmo frenético de muerte y destrucción. ¡Qué tipo de gente formaban en el Norte!
El grandullón ya había puesto sobre la mesa su potencial, pero ahora la chica parecía dispuesta a igualar las virtudes asesinas de su compañero dragón.
- Déjame uno-, fue la inevitable broma que se permitió realizar en cuánto alcanzó a la morena.
Una torre sobre la que aún resplandecían algunas llamas sobre algunas maderas, dónde se resistía a morir, y sobre algunos cuerpos de los desdichados que ni siquiera tuvieron tiempo de tirarse, o sintieron que era una empresa inútil. El brujo en un acto de compasión, apagó las llamas de los pobres infelices.
- Eres interesante. Tienes cierta utilidad-, comentó la dragona, mirando hacia el brujo, pero concentrada en tocar con la punta de los dedos una lanza de acero, palpando su calor.
Dicha arma estaba apoyada contra la alameda y a medio meter en un cubo que serviría de armería provisional, pues habían más lanzas dentro y apoyadas contra la piedra.
- Gracias. Supongo-, respondió, acercándose a la fémina.
- Me llamo Silver-, dijo, agarrando la lanza al comprobar que no estaba tan caliente como para quemarse. - Haces bien en no buscar pelea con Sargas. Aunque haces mejor en no buscarla conmigo-, sonrió con picardía. - De todos modos sé que no lo harás. Esta noche, al menos dos veces, me lo has dicho que no sería buena idea cabrearme-, rió divertida, mientras sacaba de uno de sus bolsos una tela con el color del ejército del dragón.
Vincent la miró, confundido, luego centró su vista en sus ojos y tenían algo que le resultaba familiar. Tenía la sensación de haberlos visto antes, pero no recordaba a esa mujer de nada.
- ¿Tan rápido de has olvidado de mí? Quizás debí llevar a Níniel, dicen que los elfos tienen una prodigiosa memoria, aunque también lo suelen decir de los brujos-, volvió a sonreir, y se giró para ondear la improvisada bandera.
El blasón del dragón lució en lo alto de la atalaya del portón de la ciudad.
- Un momento, no puede ser, eres…
- La situación abajo está controlada-, escuchó una voz a su espalda.
Se giró para mirar hacia la pelirroja, y asintió con la cabeza.
La guerra había comenzado, y de momento iban ganando. Esperaba que así fuera de ahí en adelante, y vencieran la batalla en aquella ciudad que había pasado de espléndida a maldita, en una fracción de tiempo.
Por el bien de todos los habitantes de Lunargenta debían vencer. Más para ello quedaba mucho trabajo por delante. La toma de una puerta sólo era el comienzo.
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Uso mi habilidad de nivel 2 Vórtice de fuego.
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Vincent Calhoun
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
Todo parecía ir viento en popa. Aunque con ayuda, Níniel y Vincent habían conseguido llegar a las murallas. Pero abrir el rastrillo no resultaría sencillo a encantadoras y a sus acompañantes. Abbey y Níniel consiguieron abrir el rastrillo, y finalmente Lucy y Vincent junto a sus nuevos amigos pudieron reunirse de nuevo a los pies de la puerta con el rastrillo totalmente abierto y listo para acceder a la ciudad.
El rey Rigobert, observó desde su caballo como las puertas comenzaban a abrirse. Había enviado a una misión peligrosa a sus mejores efectivos cuando perfectamente podría haber abierto la puerta a base de golpes de balista y trabuquete. Finalmente las murallas no sufrirían muchos más desperfectos. Era hora de acceder.
-¡Ejército de Dundarak! ¡Cargad! – gritó alzando su espada. Mas lejos de ser un rey temeroso y cobarde. El joven mostró ímpetu y valentía al ser él mismo quien abriese la carga contra los chupasangres.
Aquel grito de guerra seguido al unísono por todo su ejército no pasó inadvertido para Abbey Frost. La encantadora cruzó la puerta para ver cómo el rey accedía con toda la caballería detrás. No cabía duda de que todo su ejército iba a muerte con él. Y eso era algo de lo que pocos líderes podían presumir.
Sin embargo, los pocos vampiros desde lo alto de la muralla no tardaron en ver cuál era su objetivo, que no era otro que el solitario rey cabalgando por los destrozados campos. Y por ello no tardaron en apuntar y disparar sus flechas en dirección al mismo. La Alta Encantadora Frost se encargó de congelar los virotes disparando con gran precisión con su báculo a los que ya habían salido mediante esquirlas de hielo y colocando una muralla de hielo que se desplazaba a su alrededor para que nada le ocurriese.
-Majestad, ¿qué está haciendo? – preguntó a la bruja de hielo, esperando a la puerta. Pero el rey no tardó en pasar ignorando por completo a la Encantadora que acababa de salvar su vida y pasó cual estampida hacia el interior de la ciudad. Donde Lucy y el resto del equipo trataban de contener los ataques de un puñado de vampiro que trataba de acabar con los asaltantes.
A Rigobert poco pareció importarle aquello, y con su espada encantada el caballero dragón arrasó literalmente a los que se oponían. A las encantadoras no había terminado de convencer aquella entrada triunfal y, nunca mejor dicho, por la puerta grande. Consideraban que el rey debería asumir un papel más secundario.
-Majestad, procurad ser menos temerario. Su figura es muy importante y no deberíais nunca liderar una batida. – recriminó con no mucho cuidado Frost, y es que ella no era tan cuidadosa en las palabras como su homóloga de fuego.
-Yo soy el ejemplo en el que todo ciudadano debe inspirarse. Atrás sólo se quedan los cobardes como Siegfried, que huyen como ratas y abandonan a su pueblo a su suerte. Además, ¿Para qué estáis la Logia sino para dar apoyo a vuestro rey? – recriminó Rigobert. – Hazte a un lado, hechicera de hielo. Tus habilidades no me resultan útiles ahora. - e impulsó su caballo para pasar, por lo que la encantadora tuvo que apartarse no sin enviarle una mueca de desagrado total.
Luego miró al cielo. Cada vez más oscuro y arremolinado como si fuese a caer una tormenta. El rey ni por asomó sospechaba lo que se avecinaba. Señaló entonces a Níniel con su impoluto mandoble. – Dame tus bendiciones, Thenidiel, antes de que se ponga a tronar. Voy a reconquistar esta ciudad y a demostrar a estos humanos quién debería ser su auténtico rey. – comentó, instantes antes de seguir cargando. El resto de la caballería ya había llegado y ahora se disponían a conquistar la ciudad. - ¡Rumbo al castillo! ¡Vamos! ¡Cubridme, encantadoras! – bramó antes de seguir el paso.
A Abbey no le había gustado ni un pelo que la hubiese desplazado con aquella violencia, y mucho menos para dirigirse a Níniel. Aún así, la encantadora permaneció en silencio hasta que Lucy se acercó a su posición. La de fuego tenía cierta preocupación conforme el rey avanzaba hacia el castillo. Si bien sus hombres ya se abrían paso. Quedando el cuarteto de protagonistas a las puertas.
-¿Crees que podría…? – comenzó preguntando Lucy con cierta preocupación pero
-¿… Quedarse el puesto que no le pertenece? – comentó alzando una ceja. Miró a Lucy y después a Níniel, a la que miró con cierto recelo. – No lo creo. Es orgulloso y tiene ciertas ansias expansivas, pero no un idiota. Sabrá estar en su sitio. – Giró entonces inusualmente su mirada en Níniel, enviándole una mirada un tanto envidiosa. - O eso espero, ¿no crees, Nín? ¡Vamos! Haz caso a su Majestad y bendícelo. – y por último giró su mirada hacia Vincent. - ¿Y tú por qué no cuidas un poco de nuestro rey? Mira a ver que ese dragón que sobrevuela la zona no lo achicharre. – terminó por ordenar sobre el hechicero.
Al igual que en otros tantos posts, he tenido un mes de Julio atareado y no he podido responder antes. ¡Mis disculpas!
Ambos: Habéis conseguido vuestro objetivo gracias a la ayuda de Reivy. Gracias a ello, las puertas están abiertas y el rey ha accedido al interior. En esta segunda fase de la misión, que únicamente durará un turno, tendréis que describir la llegada del rey al castillo, que Elen Calhoun e Ircan ya han tomado. Allí habrá un encuentro con Siegfried, el rey de Lunargenta, y Bashira, la sheik nórgeda, ya que ellos también han superado sus respectivas misiones. Pero eso será durante la tercera fase.
Níniel: Puedes buffar al rey si quieres. Sé que tienes un nivel avanzado y puedes volverlo casi inmortal, pero ten cuidado con lo que le aplicas no le hagas crecerse demasiado. Ya ves que el chico es nervio puro. Y si no lo haces lo suficiente, quizás pueda "pasarle algo" en el futuro. Así que tu decides. Las encantadoras te darán su apoyo mientras el rey avanza.
Vincent: Tu tendrás que acompañar al rey en primera fila y describir la odisea que todavía os falta hasta el castillo.
Podéis utilizar con libertad a las encantadoras. En este turno no tendréis que tirar runas. Bastante habéis sufrido.
El rey Rigobert, observó desde su caballo como las puertas comenzaban a abrirse. Había enviado a una misión peligrosa a sus mejores efectivos cuando perfectamente podría haber abierto la puerta a base de golpes de balista y trabuquete. Finalmente las murallas no sufrirían muchos más desperfectos. Era hora de acceder.
-¡Ejército de Dundarak! ¡Cargad! – gritó alzando su espada. Mas lejos de ser un rey temeroso y cobarde. El joven mostró ímpetu y valentía al ser él mismo quien abriese la carga contra los chupasangres.
Aquel grito de guerra seguido al unísono por todo su ejército no pasó inadvertido para Abbey Frost. La encantadora cruzó la puerta para ver cómo el rey accedía con toda la caballería detrás. No cabía duda de que todo su ejército iba a muerte con él. Y eso era algo de lo que pocos líderes podían presumir.
Sin embargo, los pocos vampiros desde lo alto de la muralla no tardaron en ver cuál era su objetivo, que no era otro que el solitario rey cabalgando por los destrozados campos. Y por ello no tardaron en apuntar y disparar sus flechas en dirección al mismo. La Alta Encantadora Frost se encargó de congelar los virotes disparando con gran precisión con su báculo a los que ya habían salido mediante esquirlas de hielo y colocando una muralla de hielo que se desplazaba a su alrededor para que nada le ocurriese.
-Majestad, ¿qué está haciendo? – preguntó a la bruja de hielo, esperando a la puerta. Pero el rey no tardó en pasar ignorando por completo a la Encantadora que acababa de salvar su vida y pasó cual estampida hacia el interior de la ciudad. Donde Lucy y el resto del equipo trataban de contener los ataques de un puñado de vampiro que trataba de acabar con los asaltantes.
A Rigobert poco pareció importarle aquello, y con su espada encantada el caballero dragón arrasó literalmente a los que se oponían. A las encantadoras no había terminado de convencer aquella entrada triunfal y, nunca mejor dicho, por la puerta grande. Consideraban que el rey debería asumir un papel más secundario.
-Majestad, procurad ser menos temerario. Su figura es muy importante y no deberíais nunca liderar una batida. – recriminó con no mucho cuidado Frost, y es que ella no era tan cuidadosa en las palabras como su homóloga de fuego.
-Yo soy el ejemplo en el que todo ciudadano debe inspirarse. Atrás sólo se quedan los cobardes como Siegfried, que huyen como ratas y abandonan a su pueblo a su suerte. Además, ¿Para qué estáis la Logia sino para dar apoyo a vuestro rey? – recriminó Rigobert. – Hazte a un lado, hechicera de hielo. Tus habilidades no me resultan útiles ahora. - e impulsó su caballo para pasar, por lo que la encantadora tuvo que apartarse no sin enviarle una mueca de desagrado total.
Luego miró al cielo. Cada vez más oscuro y arremolinado como si fuese a caer una tormenta. El rey ni por asomó sospechaba lo que se avecinaba. Señaló entonces a Níniel con su impoluto mandoble. – Dame tus bendiciones, Thenidiel, antes de que se ponga a tronar. Voy a reconquistar esta ciudad y a demostrar a estos humanos quién debería ser su auténtico rey. – comentó, instantes antes de seguir cargando. El resto de la caballería ya había llegado y ahora se disponían a conquistar la ciudad. - ¡Rumbo al castillo! ¡Vamos! ¡Cubridme, encantadoras! – bramó antes de seguir el paso.
A Abbey no le había gustado ni un pelo que la hubiese desplazado con aquella violencia, y mucho menos para dirigirse a Níniel. Aún así, la encantadora permaneció en silencio hasta que Lucy se acercó a su posición. La de fuego tenía cierta preocupación conforme el rey avanzaba hacia el castillo. Si bien sus hombres ya se abrían paso. Quedando el cuarteto de protagonistas a las puertas.
-¿Crees que podría…? – comenzó preguntando Lucy con cierta preocupación pero
-¿… Quedarse el puesto que no le pertenece? – comentó alzando una ceja. Miró a Lucy y después a Níniel, a la que miró con cierto recelo. – No lo creo. Es orgulloso y tiene ciertas ansias expansivas, pero no un idiota. Sabrá estar en su sitio. – Giró entonces inusualmente su mirada en Níniel, enviándole una mirada un tanto envidiosa. - O eso espero, ¿no crees, Nín? ¡Vamos! Haz caso a su Majestad y bendícelo. – y por último giró su mirada hacia Vincent. - ¿Y tú por qué no cuidas un poco de nuestro rey? Mira a ver que ese dragón que sobrevuela la zona no lo achicharre. – terminó por ordenar sobre el hechicero.
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Al igual que en otros tantos posts, he tenido un mes de Julio atareado y no he podido responder antes. ¡Mis disculpas!
Ambos: Habéis conseguido vuestro objetivo gracias a la ayuda de Reivy. Gracias a ello, las puertas están abiertas y el rey ha accedido al interior. En esta segunda fase de la misión, que únicamente durará un turno, tendréis que describir la llegada del rey al castillo, que Elen Calhoun e Ircan ya han tomado. Allí habrá un encuentro con Siegfried, el rey de Lunargenta, y Bashira, la sheik nórgeda, ya que ellos también han superado sus respectivas misiones. Pero eso será durante la tercera fase.
Níniel: Puedes buffar al rey si quieres. Sé que tienes un nivel avanzado y puedes volverlo casi inmortal, pero ten cuidado con lo que le aplicas no le hagas crecerse demasiado. Ya ves que el chico es nervio puro. Y si no lo haces lo suficiente, quizás pueda "pasarle algo" en el futuro. Así que tu decides. Las encantadoras te darán su apoyo mientras el rey avanza.
Vincent: Tu tendrás que acompañar al rey en primera fila y describir la odisea que todavía os falta hasta el castillo.
Podéis utilizar con libertad a las encantadoras. En este turno no tendréis que tirar runas. Bastante habéis sufrido.
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
Como una tromba de agua el ejército del norte se dispuso a entrar en la ciudad de manera triunfal y sin apenas oposición. Los pocos vampiros que aún quedaban en aquella sección de la muralla poco podía hacer ya, salvo disparar algunos proyectiles sueltos antes de ser barridos por los dragones, los cuales Abbey pudo detener sin mayor esfuerzo, demostrando un control sobre su magia casi total y perfecto. El resto de los enemigos huyó despavorido, a excepción de unos pocos y organizados defensores que trataron de retomar el portón sin éxito, y que también terminaron por romper filas en cuanto el rey Rigobert llegó encabezando sus huestes, bastándole unos pocos movimientos de su espada mágica para demostrar que oponerse a él era inútil.
¿Cuánto de aquel poder era suyo y cuánto de aquella formidable arma?
Lo que sí estaba claro era que el ego era todo suyo. Y aunque Níniel no pudo más que estar de acuerdo con que un rey debía dar ejemplo o no merecía ser seguido, sorprendiéndose al sentir como el escaso respeto que sentía por aquel gobernante crecía, un poco al menos, no podía aprobar el tono con el que el gobernante se dirigió a la gran encantadora Frost, y por extensión al conjunto de la Logia.
De no ser por ellos aún seguiría lanzando piedras contras las murallas. De no haber sido por Abbey su desmesurada confianza podría haberle costado un buen susto y una humillación como poco instantes antes. De no haber sido por Lucy y la propia Níniel, tanto él como su hermana habrían muerto o se hubiesen convertido en los títeres de una oscura sombra que iba mucho más allá del misterioso alquimista que languidecía en las mazmorras del palacio de Dundarak. Desde luego que se merecían mucho más respeto que el que Rigobert les profesaba. Aunque como Lucy siempre decía, debían bajar la cabeza y pensar en el modo de influenciar a aquel muchacho y aconsejarle, pero teniendo en cuenta su forma de ser. A Abbey aquella lección estaba claro que iba a costarle más que a la peliblanca.
-Sí, alteza.- Obedeció la sacerdotisa. Puede que contar con aún más poder teniendo en cuenta su carácter no fuese una buena idea, que motivado por las bendiciones tomara más riesgos y decisiones imprudentes, pero también era cierto que pensaba ir igual en primera línea y que su estrategia iba a ser la del ataque directo de todos modos. ¿Por qué no acrecentar el símbolo que representaba su figura para enardecer a las tropas, al mismo tiempo que aumentaba sus posibilidades de supervivencia? Y ya de paso, ¿por qué no convertir ese símbolo en un símbolo también del poder de la Logia y su alianza con la corona?
Con aquella idea en mente la joven elfa alargó sus manos hasta el extremo de aquel mandoble con el que el rey la señalaba y, dispuesta a aprovechar aquel gesto condescendiente en su favor, acarició la hoja con delicadeza a la vez que realizaba una corta y silenciosa plegaria a sus dioses. Enseguida allí donde acariciaban las manos de la sacerdotisa comenzaba a brillar una intensa luz que poco a poco recubriría toda aquella arma. Si ya antes era imponente, verla brillar con aquella pureza e intensidad la hacía parecer gozar de la bendición del propio dragón ancestral de luz.
Los caballeros de la guardia real observaban asombrados el acontecimiento. Ninguno se atrevería a dudar ya del poder de su rey y el de la Logia. Y cuando Rigobert alzase su espada al cielo, como indicando que aquella sería la luz con la vencerían a la oscuridad sobre sus cabezas, los vítores y gritos de guerra se extenderían por todo el ejército, insuflando aún mayor fervor a sus corazones al retomar su avance. Quedando atrás solo un pequeño destacamento para asegurar la puerta, y a los cuatro miembros de la Logia.
-Bien hecho, Níniel. El rey parecía satisfecho. Y eso que ha sido solo una de tus habilidades, a saber cómo podría ponerse si aplicaras sobre él todo tu poder- Felicitó Lucy a la sacerdotisa al llegar a su altura y a pesar de sus preocupaciones. Abbey no parecía tan dispuesta a repetir el gesto que ya le dedicara en la muralla. Más bien todo lo contrario.-Si fuese necesario estaremos a su lado para apoyarlo.-] Convino la tensai de fuego mostrando su disposición si llegara a hacer falta. La peliblanca asintió con firmeza.
-No es necesario que me mire así, alta encantadora. Sé cual es mi lugar y la respeto totalmente, al igual que a la alta encantadora Fireheart y por supuesto al gran inquisidor. El rey solo se ha dirigido a mí por interés puntual, no creo que me tenga más aprecio que a nadie de los aquí presentes.- Quiso aclarar la elfa al no poder evitar las miraditas que le estaba echando la tensai de agua. Aunque ahora que lo pensaba, el rey no la había llamado elfa, sino por su apellido por primera vez... De cualquier modo sabía perfectamente lo que estaba pensando Abbey; la conocía de sobra a esas alturas y no quería que volviera a asignarla a las peores misiones, o a tratar de matarla de frío durante las conversaciones en su despacho.
Tras dejar claro aquello, Níniel, como siempre, se puso a sus órdenes, siguiéndola durante su escolta al rey. A su vera pero ligeramente atrasada, para reafirmar, como durante toda aquella batalla y siempre, su subordinación. Tal vez así pudiera aplacar su ira. Realmente Rigobert y ella harían buena pareja...si lograban no intentar matarse durante los primeros cinco minutos de una hipotética cita, claro.
¿Cuánto de aquel poder era suyo y cuánto de aquella formidable arma?
Lo que sí estaba claro era que el ego era todo suyo. Y aunque Níniel no pudo más que estar de acuerdo con que un rey debía dar ejemplo o no merecía ser seguido, sorprendiéndose al sentir como el escaso respeto que sentía por aquel gobernante crecía, un poco al menos, no podía aprobar el tono con el que el gobernante se dirigió a la gran encantadora Frost, y por extensión al conjunto de la Logia.
De no ser por ellos aún seguiría lanzando piedras contras las murallas. De no haber sido por Abbey su desmesurada confianza podría haberle costado un buen susto y una humillación como poco instantes antes. De no haber sido por Lucy y la propia Níniel, tanto él como su hermana habrían muerto o se hubiesen convertido en los títeres de una oscura sombra que iba mucho más allá del misterioso alquimista que languidecía en las mazmorras del palacio de Dundarak. Desde luego que se merecían mucho más respeto que el que Rigobert les profesaba. Aunque como Lucy siempre decía, debían bajar la cabeza y pensar en el modo de influenciar a aquel muchacho y aconsejarle, pero teniendo en cuenta su forma de ser. A Abbey aquella lección estaba claro que iba a costarle más que a la peliblanca.
-Sí, alteza.- Obedeció la sacerdotisa. Puede que contar con aún más poder teniendo en cuenta su carácter no fuese una buena idea, que motivado por las bendiciones tomara más riesgos y decisiones imprudentes, pero también era cierto que pensaba ir igual en primera línea y que su estrategia iba a ser la del ataque directo de todos modos. ¿Por qué no acrecentar el símbolo que representaba su figura para enardecer a las tropas, al mismo tiempo que aumentaba sus posibilidades de supervivencia? Y ya de paso, ¿por qué no convertir ese símbolo en un símbolo también del poder de la Logia y su alianza con la corona?
Con aquella idea en mente la joven elfa alargó sus manos hasta el extremo de aquel mandoble con el que el rey la señalaba y, dispuesta a aprovechar aquel gesto condescendiente en su favor, acarició la hoja con delicadeza a la vez que realizaba una corta y silenciosa plegaria a sus dioses. Enseguida allí donde acariciaban las manos de la sacerdotisa comenzaba a brillar una intensa luz que poco a poco recubriría toda aquella arma. Si ya antes era imponente, verla brillar con aquella pureza e intensidad la hacía parecer gozar de la bendición del propio dragón ancestral de luz.
Los caballeros de la guardia real observaban asombrados el acontecimiento. Ninguno se atrevería a dudar ya del poder de su rey y el de la Logia. Y cuando Rigobert alzase su espada al cielo, como indicando que aquella sería la luz con la vencerían a la oscuridad sobre sus cabezas, los vítores y gritos de guerra se extenderían por todo el ejército, insuflando aún mayor fervor a sus corazones al retomar su avance. Quedando atrás solo un pequeño destacamento para asegurar la puerta, y a los cuatro miembros de la Logia.
-Bien hecho, Níniel. El rey parecía satisfecho. Y eso que ha sido solo una de tus habilidades, a saber cómo podría ponerse si aplicaras sobre él todo tu poder- Felicitó Lucy a la sacerdotisa al llegar a su altura y a pesar de sus preocupaciones. Abbey no parecía tan dispuesta a repetir el gesto que ya le dedicara en la muralla. Más bien todo lo contrario.-Si fuese necesario estaremos a su lado para apoyarlo.-] Convino la tensai de fuego mostrando su disposición si llegara a hacer falta. La peliblanca asintió con firmeza.
-No es necesario que me mire así, alta encantadora. Sé cual es mi lugar y la respeto totalmente, al igual que a la alta encantadora Fireheart y por supuesto al gran inquisidor. El rey solo se ha dirigido a mí por interés puntual, no creo que me tenga más aprecio que a nadie de los aquí presentes.- Quiso aclarar la elfa al no poder evitar las miraditas que le estaba echando la tensai de agua. Aunque ahora que lo pensaba, el rey no la había llamado elfa, sino por su apellido por primera vez... De cualquier modo sabía perfectamente lo que estaba pensando Abbey; la conocía de sobra a esas alturas y no quería que volviera a asignarla a las peores misiones, o a tratar de matarla de frío durante las conversaciones en su despacho.
Tras dejar claro aquello, Níniel, como siempre, se puso a sus órdenes, siguiéndola durante su escolta al rey. A su vera pero ligeramente atrasada, para reafirmar, como durante toda aquella batalla y siempre, su subordinación. Tal vez así pudiera aplacar su ira. Realmente Rigobert y ella harían buena pareja...si lograban no intentar matarse durante los primeros cinco minutos de una hipotética cita, claro.
Níniel Thenidiel
Aerandiano de honor
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Fuego y hielo en las murallas
Cualquiera podría pensar que tomar la muralla fue una tarea fácil de realizar, pues no tardaron en conquistar una de las puertas que daban acceso a la ciudad. Era un pensamiento que podría considerarse lógico, más debían achacar la rapidez de la victoria a la gran experiencia de los asaltantes en ofensivas de ese tipo, en el gran poder que tenían, y también en lo débiles que estaban los vampiros después de soportar la bestial andanada de proyectiles del amigo Rigobert.
La realidad es que el asalto había concluido con presteza gracias a la combinación de esos factores, pero no se podría considerar como un asalto sencillo. Tomar un portón nunca lo era.
Los vampiros demostraron agallas y una gran resistencia, más ello les fue insuficiente para mantener la torre y su rastrillo en su poder. Incluso ahora, a toro pasado, era fácil pensar que quizás debieron abandonar la torre sin oponer resistencia. Porque estaba bastante claro para él, que los vampiros no estaban en condiciones de soportar ningún asalto, ni ese rápido con gente especializada, ni mucho menos uno a gran escala.
Si tenían tan pocas fuerzas para resistir, mejor les hubiera ido con una guerra escalonada en las calles de Lunargenta, convirtiendo cada esquina, cada cruce, y cada callejón en una emboscada. Un combate de guerrilla, al tiempo que iban retrocediendo poco a poco hasta su última posición defensiva. El Castillo de Lunargenta.
El veterano brujo sólo encontraba una explicación a este hecho, o mejor dicho, una cadena de razonamientos; pues para toda estrategia existía un número inagotable de motivaciones, y en este caso no era distinto.
Con toda probabilidad, los vampiros se habían quedado a defender esa puerta de la muralla, porque en realidad de poco les serviría dejar que los ejércitos enemigos tomaran los accesos a la ciudad sin luchar. Total, colocar un grupo de defensores en cada torreón, no les limitaba en exceso para preparar esas emboscabas que ya había razonado ser una mejor opción de defensa.
Sin duda, los vampiros los esperaban en aquellas calles, y restar una porción de esos efectivos en las murallas, no cambiaba nada. Ya que para emboscar al ejército del dragón, no necesitaban un número alto de defensores, y tanto si dejaban a soldados en la muralla, como si no, igualmente estaban en desventaja numérica. Vamos, que de todas formas estaban obligados a acechar a las sombras, y evitar el enfrentamiento más directo.
Así que esa era la razón por la que se habían topado con defensores en la torre del portón, y por la que estaba seguro de que les esperaría un larga y sangrienta travesía hasta el castillo.
- ¿En qué piensas? - preguntó Silver, con un deje curioso con la voz. - No es momento para dormirse en los laureles-, le reprochó, aunque en su tono se apreciaba chanza, y no una recriminación como aparentaba el significado de su frase.
Vincent dejó de mirar en lontananza, hacia la ciudad llena de muerte que los esperaba, y centró la mirada en la dragona que captaba su atención con palabras. La miró durante unos instantes, y antes de hablar no pudo evitar bufar divertido.
- No es momento para dormirse-, repitió sus palabras, sonriente. - No, la verdad es que no. Pero siempre es un buen momento para pensar. Créeme, los que no piensan suelen morir jóvenes-, volvió a mirar hacia la oscura ciudad, y después comenzó a caminar hacia donde se encontraba la dragona.
Su andar lo llevó hasta el centro del suelo más alto de la torre, quedando a distancia equidistante de Silver y de su superiora, Lucy. La primera estaba junto a la muralla exterior, aún con la bandera en sus manos, sentada sobre la almena, con su cuerpo sobre la parte baja de esta, y el tronco superior apoyado contra unos de los dientes que sobresalían en la defensa del torreón, en cambio, la pelirroja, se encontraba al otro lado, cerca de las escaleras que hacía poco más de un rato que había subido para darles las nuevas, de pie y con los brazos cruzados delante de su pecho.
Silver tenía un cierto aire pintoresco, allí sentada, con el estandarte sobresaliendo hacia el exterior de la ciudad, una pierna sobre la misma piedra que usaba de asiento, la otra colgando por el lado interior de dicha piedra, y la lanza que hacía de improvisado mástil entre sus manos. Ya hacía tiempo que no agitaba y ondeaba la bandera con fuerza, como sí hubiera hecho instantes antes, en seña de victoria.
Un buen artista, armado con sus pinceles, podría hacer una bonita obra con aquella imagen.
- Ya veo. El brujo rubio está siendo una caja de sorpresas-, comentó la dragona, divertida con la situación. - Piensas que habrá batalla en la ciudad, ¿no es así? - sonrió.
- Sí, la habrá. Ya viste todo el trabajo que habían hecho en los tejados de los edificios-, respondió sin más, seguro en su idea. - Nadie se molestaría en montar una defensa tan sólida, si no estuviera pensando en luchar con todas sus fuerzas. Si su idea era poner un grupo de hombres en la muralla, y rendirse en cuánto fueran derrotados, creo que podrían haberse ahorrado mucho trabajo-, rió levemente con su propia broma.
- Sí, seguramente sea cierto. ¿Crees que intentaran retomar la puerta?
- No, no lo harán-, se anticipó Lucy, antes de que el rubio pudiera contestar. - Perderían tropas innecesariamente.
Vincent miró a la Encantadora y le sonrió, para después retornar la mirada sobra la dragona.
- Pienso igual que Lucy. No están en posición de perder hombres en un asalto-, se encogió de hombros. - Les es más ventajoso acosarnos en las calles, y equilibrar el número de fuerzas, antes de comenzar un contraataque.
- Vaya, vaya. Parece que las historias son ciertas y a los brujos se os da muy bien la guerra-, respondió mirando hacia Vincent, pero rápidamente cambió el curso de su mirada hacia donde se encontraba Lucy. - Qué te parece, Sargas, ¿hemos encontrado guerreros a nuestra altura? ¿Qué opinas?
El mercenario de dorados cabellos giró el cuerpo a medias, y pudo apreciar la figura del grandullón justo al lado de Lucy, aquel dragón que había arrasado el interior de la torre, y había demostrado ser un auténtica bestia de combate.
- No creo que nadie esté a la altura de este hombre-, fue la escueta y sincera respuesta del brujo. Una respuesta tintada por alegría, pues siempre era de agradecer que un gran soldado como aquel estuviera de tu parte, y no al contrario.
Sargas se dispuso a pronunciarse al respecto, pero antes de que pudiera hacerlo se le adelantó la pelirroja.
- En realidad, no a todos los brujos se le da bien la guerra. Suele ser una exageración-, explicó la encantadora. - Más a nosotros sí se nos da bien-, se jactó, con una pícara sonrisa marcada en el rostro, y sin cambiar su postura de brazos cruzados.
Después de intervenir en la conversación, Lucy miró de soslayo al gran dragón, casi parecía que le estaba recordando que había estado a punto de decir algo.
- Ja, me gusta esta pelirroja, es directa y franca. Me recuerda a ti, Silver-, comentó el grandullón, con tono alegre y desenfadado. - Y gracias por el halago, brujo. Ya era momento de que alguien en este ejército recordara mi gran labor en él-, rió a mandíbula abierta. - No puedo estar más feliz. Es agradable volver a lucha, y con gente competente es mucho mejor, así es más fácil no acabar bajo tierra-, volvió a reír a carcajadas.
En cuanto dejó de reír, se dio un fuerte manotazo en el pecho, que sonó a metal del choque entre el guantelete y el peto.
- En fin, que me encanta volver a luchar, y sin zopencos estorbando es mucho más divertido, y menos peligroso-, asintió, reafirmando sus palabras. - Pero no quiero irme más por las ramas. Nuestras tropas están llegando al portón-, informó.
Una noticia esperada, pero no por ello menos urtenge. Era momento de moverse y recibir a los aliados. Tocava continuar la marcha hasta el castillo, y no sería un camino fácil.
Sargas tosió.
- El rey va en cabeza de las tropas-, terminó por decir, en tono bajo y algo cohibido.
- Sí, eso parece-, corroboró Silver, mirando por encima del muro. - Se le ve exultante-, añadió en actitud divertida.
Nada más mencionarlo, la dragona se bajó del muro y colocó la lanza en el cubo de armas, quedando de un modo que parecía una bandera colocada en su astil. Un estandarte en el lugar que le correspondía.
- Debemos recibirle-, fue el escueto comentario de Lucy.
Los demás asintieron como respuesta.
La frase de la encantadora no sonaba como una orden, pero, en el fondo lo era. La realidad es que debían recibir a las tropas para preparar el siguiente asalto, tanto si venía el rey en persona, como si hubiera decidido no hacerlo. Por esa razón, el cuarteto que esperaba en lo alto del torreón comenzó el descenso hacia la calzada.
Un descenso silencioso por parte de los cuatro, que permitió al brujo evadirse dentro de sus pensamientos una vez más; y sin ir más lejos, sobre el mismo asunto que debatiera consigo mismo, instantes antes de que la dragona lo devolviera a la realidad.
Defender la muralla puede que tuviera unos motivos más importantes de lo que hubiera imaginado en primera instancia. Puede que no solo fuera un intento de conservarlas, y de mantener fuera al ejército hostil, al tiempo que lo desgastaban en sus intentos de tomar la ya mentada muralla. Cabía otra posibilidad, otra que tentaría a un general de las fuerzas vampíricas a sacrificar parte de sus tropas en aquella defensa exterior, en vez de tenerlos escondidos en las calles de la ciudad junto al resto.
- Lucy-, pronunció, regresando al mundo terrenal. Se encontraba al pie de las escaleras que llevaban a las almenas del torreón del portón, como los demás, y todos lo miraron al escuchar su nombre. - Supongo que nuestro siguiente paso será limpiar la ciudad de vampiros y asediar el castillo.
- Claro, Vincent-, respondió la bruja, sin entender muy bien a donde quería llegar a parar.
Era evidente, que los cuatro allí presentes sabían que estaban en ese lugar para tomar la ciudad, y sólo había un modo de hacerlo, clavar el estandarte sobre lo alto del fortín y centro de poder de la urbe. Siendo todos veteranos, las palabras del brujo parecían del todo innecesarias.
- Sí, soy un poco obvio-, se burló de sí mismo. - Pero es que debemos llegar hasta las mazmorras de ese castillo si lo tomamos por asalto. Deben estar a rebosar de personas-, concluyó.
Porque mantener la muralla de una urbe solo servía para controlar la ciudad y los recursos que quedaban en su interior, así como también los recursos que pudieran salvar y meter del exterior. Si finalmente no se conseguía mantener esa posición, sólo se podía salvar lo que se pudiera en la fortaleza, donde no había tanto espacio.
El problema es que los vampiros no eran un ejército corriente. No se alimentaban como el resto de los soldados de otras razas, y por esa razón, mantener la ciudad, y más importante, sus ciudadanos atrapados dentro, era una ventaja significativa. La razón que motivaría a unos generales de ese ejército a defender una muralla, por imposible que pudiera parecer.
Vincent no dijo nada más, pues las caras de sus compañeros lo decían todo. No tenía dudas de que su mensaje había sido entendido. Con toda seguridad, habría humanos encerrados en las mazmorras, pero también lo estarían en cualquier cuarto que no se utilizara en esos momentos, pues, mientras más “ganado”, los defensores pudieran encerrar, más tiempo podrían aguantar el asedio.
Salvar vidas era una de las cosas que motivaron al brujo mercenario a elegir su oficio, y si finalmente había un asalto, quería sacar con vida a todos los que pudiera. A fin de cuentas, hacía mucho tiempo que se había establecido en aquella ciudad, puede que más de un preso fuera un conocido, un vecino, o incluso una amiga.
Todo lo que pudiera hacer por los habitantes de aquella ciudad era poco, y por esa misma razón el tiempo volaba, rápido, veloz, y tan inexorable como siempre.
A penas tuvo tiempo de saludar con la mano a Níniel, en cuánto salió por la puerta de la muralla, y de acompañar dicho gesto con un tranquilizador guiño, antes de que Rigobert llegara en primera línea de caballería.
Una escena del más digno y honorable caballero, más no del más educado de todos ellos, como evidenció el trato que le dedicó a la encantadora Abbey.
En fin, no había tiempo que perder, y menos aún cuando todo consejo que le pudiera dar a ese rey caería en saco roto. Era mejor obedecer, e ir hasta el castillo. No debían perder la oportunidad, ni el impulso obtenido con la victoria en la puerta, y debían aplastar a los vampiros contra el castillo. Ganar palmo a palmo hasta que no les quedara más remedio que esconderse tras los muros de la fortaleza.
- ¿Nuestro rey? - enarcó una ceja, a la vez que miraba extrañado a la bruja de hielo. - Somos demasiado independientes para tener un rey. A no ser que quieras adoptarlo y meterlo dentro de la torre de la Logia-, bromeó, sin importar que sus palabras las escucharan Silver y Sargas. - Tranquila, evitaré que ese dragón lo abrase, aunque…-, se quedó por unos instantes pensativo, - no sabría cómo hacerlo-, terminó por decir, manteniendo la pose pensativa. Mano en barbilla, mirada concentrada al suelo. - Bueno, algo se me ocurrirá-, dijo, animado, para luego girarse y comenzar a andar hacia la dirección en la que ya se había marchado el rey.
- De qué iba eso de que no es vuestro rey-, comentó Sargas, que se había colocado a la derecha del brujo mientras caminaban.
- Pues en que no lo es. Creo que la Logia no responde ante ningún rey-, se encogió de hombro. - No es algo que pueda asegurar, pero diría que es así.
- Entonces por qué has estado tan seguro.
- Ah-. El brujo dejó mirar hacia adelante y clavó la mirada sobre el rostro del dragón. Sería un mentiroso si no dijera que tenía que alzar bastante la vista para encontrar la cabeza de tan alto hombre, y eso que él no era precisamente bajito. - Pues porque estoy seguro de que yo no sirvo a ningún rey-, sonrió divertido. - Y sí-, habló antes de que pudiera responderle Sargas, - esa es la cara que ponen todos cuando tratan con un maldito mercenario-, rió.
- Bueno, a mi me da igual a quien sirvas. Ahora estás con nosotros y sólo me importa lo bien que sepas luchar-, comentó el dragón, aunque con un tono serio que sorprendió al rubio. De todos modos, pronto sintió en su espalda la manaza del dragón dándole una amistosa palmada. - De momento te desenvuelves bien.
- Eh, parejita, ¿habéis terminado? - se escuchó una voz a su espaldas. Era Silver, montada en caballo y trayendo de las riendas a otros dos. Su sonrisa se marcaba ampliamente en el rostro. - Salvo que además de buenos guerreros y de no parar de halagaros el uno al otro, seáis tan rápidos como unos caballos, nunca alcanzaréis al rey a este paso.
Bueno, Vincent pensaba tomar una montura en algún momento… pero en fin, que Silver hubiera traído unas era mucho mejor. Le ahorraría tiempo, y así le daba menos margen al rey para que destruyera media ciudad, o se matara en el intento.
- Gracias-, comentó, medio avergonzado, mientras hacía el movimiento para subirse al caballo.
- Menos cháchara. Debemos alcanzar a Rigobert-, dijo en esta ocasión Lucy, sin detenerse. Su caballo pasó como una exhalación al lado del trío de soldados.
- Ya lo han escuchado, en marcha-, comentó Sargas.
Vincent no pudo estar más de acuerdo, y se limitó a asentir, al tiempo que clavaba sus botas en los costados del caballo y lo animaba a galopar.
Un galope que no duró mucho, lo justo para encontrarse con el rey, y avanzar unos metros hasta el primer cruce.
No se había equivocado, incluso por bien que hubiera estado errar en esta ocasión.
El primer cruce y ya encontraron resistencia. Ballesteros en ventanas, barricadas para entorpecer el avance, balistas en tejados para mantener a raya las fuerzas voladores del ejército del dragón…
El primer cruce de tantos.
Cada palmo de terreno hacia el castillo se ganaba con sudor y esfuerzo, y por desgracia, con mucha sangre. Como siempre ocurría en aquellos casos, demasiada. El carmesí de aliados y enemigos teñía el pavimento por igual, pronto su coraza de cuero estaba impregnaba de las gotas de la savia vital de los rivales que se interponían en su camino, y su espada brillaba escarlata bajo el fuego que la envolvía.
Y allá donde posara la vista, no era distinto. Silver, Sargas, cualquier soldado de la avanzadilla parecía un emisario de la muerte en su noche más sangrienta. Incluso el rey estaba mancillado por el rojo, más no parecía importarle, y por extraño que le pareciera al brujo, a Rigobert no se le daba nada mal empuñar una espada.
El carácter del rey, en exceso pedante y autoritario, contrastaba vivamente con el talento que tenía con el acero.
No podía estar seguro de si se trataba de un talento propio del joven monarca, que había pasado más tiempo practicando con la espada que con el talante hacia otras personas, de la magia que portaba por gracia de Níniel, o por el ímpetu de su juventud y ganas por tomar el castillo de Lunargenta.
Fuera como fuese, quizás una argamasa de todo ello, el rey había demostrado suficientes facultades para mantenerse vivo, al menos por el momento.
En cualquier caso, Vincent llevó a rajatabla las órdenes de Abbey, y no se separó de Rigobert en ningún momento. Lo protegió con su magia de aire de las flechas y virotes enemigos, y mantuvo a raya con su espada y su fuego a todo aquel que osara intentar acabar con el monarca del Norte. Lucy, y la propia Abbey, también se habían encargado de ello, y el poder de tres brujos sumados a la magia blanca de la hermosa Níniel, hacían de la protección del rey la mejor posible.
- ¡El castillo ya es nuestro! ¡A mí, mis valientes! - gritó el rey, haciendo que su caballo cargara todo su peso sobre sus cuartos traseros, y luego lanzándose al galope en cuanto sus alzadas patas delanteras tocaron el firme.
- Sólo va a conseguir que lo maten-, manifestó con fastidio, al mismo tiempo que se aupaba con rapidez a su montura, y ponía al galope a su animal.
El resto de la caballería se le sumó al unísono, pero debía alcanzar y detener a Rigobert si no quería que lo matasen antes de tiempo. Aún quedaba un trecho para el castillo, y allí la resistencia sería más feroz, y la defensa estaría mejor preparada.
Así lo había sido durante todo el trayecto desde la muralla al castillo, cada callejón o cruce, era una carnicería peor que la anterior.
Vincent no se amilanó ante la idea de tomar las riendas del caballo del rey para obligarlo a detenerse y esperar al resto del ejército, más, por curioso que pareciera, no hizo falta llevar a cabo esa maniobra. El rey se encontraba detenido a unos metros de él, y el lugar parecía que ya había sido atravesado por un ejército.
Cuerpos se apilaban en todas partes, ensangrentados y con el rictus de la muerte anidando en sus rostros. La mayoría del enemigo, pero otro gran número no era del ejército de los vampiros, pero tampoco del dragón.
El blasón en escudos y algunas corazas, el color del plumón de los caballeros abatidos, sólo podían ser tropas de un hombre.
- Siegfried-, mencionó Rigobert, antes de que el brujo pudiera decirlo en voz.
La mirada del rey estaba posada sobre la colina que con su altura dominaba el centro de la ciudad, allí donde las piedras del castillo velaban la seguridad de los sucesivos reyes humanos que habían gobernado aquellas tierras.
Un rayo partió el cielo, y el bramido de un trueno siguió su estela.
Unos estandartes con el blasón que viera en algunos de los muchachos que encontraron la muerte en el lugar donde se encontraban, y del color que portaban esos mismos soldados, se iluminaron cerca de las puertas de la fortaleza. Ondeando bajo la efímera luz que resplandeció en el firmamento, y por toda la ciudad de la otrora bella Lunargenta.
No había que ser muy avispado, para entender que un ejército acampaba allí y se preparaba para el asedio del castillo, si es que ya no lo habían asaltado.
- Las tropas de Siegfried-, comentó, aunque no hiciera falta hacerlo.
Si el comentario, o la llegada de las tropas del rey de los humanos molestó a Rigobert, nunca lo supo, ya que este se limitó a poner a su montura al paso, en dirección al castillo, y no escuchó palabra en respuesta, así como tampoco pudo apreciar su rostro.
La caballería, que desde hacía rato habían llegado junto a ellos, se puso en marcha junto a su rey. Sus compañeras de la Logia permanecieron junto al brujo durante unos instantes.
- También había pabellones de algunas de las familias más importantes y poderosas de las islas-, les dijo, aún mirando hacia donde estaban acampadas las tropas de Siegfried, sin importar que ahora, sin la luz del relámpago, no pudiera ver nada. - Se avecina tormenta-, fue lo último que dijo, alzando la vista hacia el cielo, justo antes de imitar y tomar el paso a caballo del ejército del dragón.
El caballo del brujo avanza. Otro rayo parte la monotonía y oscuridad del ambiente, cada vez más frío, y nubarrones oscuros se reflejan en el cielo con su luz.
La últimas palabras del mercenario eran una apreciación del clima, o quizás, de algo más.
La realidad es que el asalto había concluido con presteza gracias a la combinación de esos factores, pero no se podría considerar como un asalto sencillo. Tomar un portón nunca lo era.
Los vampiros demostraron agallas y una gran resistencia, más ello les fue insuficiente para mantener la torre y su rastrillo en su poder. Incluso ahora, a toro pasado, era fácil pensar que quizás debieron abandonar la torre sin oponer resistencia. Porque estaba bastante claro para él, que los vampiros no estaban en condiciones de soportar ningún asalto, ni ese rápido con gente especializada, ni mucho menos uno a gran escala.
Si tenían tan pocas fuerzas para resistir, mejor les hubiera ido con una guerra escalonada en las calles de Lunargenta, convirtiendo cada esquina, cada cruce, y cada callejón en una emboscada. Un combate de guerrilla, al tiempo que iban retrocediendo poco a poco hasta su última posición defensiva. El Castillo de Lunargenta.
El veterano brujo sólo encontraba una explicación a este hecho, o mejor dicho, una cadena de razonamientos; pues para toda estrategia existía un número inagotable de motivaciones, y en este caso no era distinto.
Con toda probabilidad, los vampiros se habían quedado a defender esa puerta de la muralla, porque en realidad de poco les serviría dejar que los ejércitos enemigos tomaran los accesos a la ciudad sin luchar. Total, colocar un grupo de defensores en cada torreón, no les limitaba en exceso para preparar esas emboscabas que ya había razonado ser una mejor opción de defensa.
Sin duda, los vampiros los esperaban en aquellas calles, y restar una porción de esos efectivos en las murallas, no cambiaba nada. Ya que para emboscar al ejército del dragón, no necesitaban un número alto de defensores, y tanto si dejaban a soldados en la muralla, como si no, igualmente estaban en desventaja numérica. Vamos, que de todas formas estaban obligados a acechar a las sombras, y evitar el enfrentamiento más directo.
Así que esa era la razón por la que se habían topado con defensores en la torre del portón, y por la que estaba seguro de que les esperaría un larga y sangrienta travesía hasta el castillo.
- ¿En qué piensas? - preguntó Silver, con un deje curioso con la voz. - No es momento para dormirse en los laureles-, le reprochó, aunque en su tono se apreciaba chanza, y no una recriminación como aparentaba el significado de su frase.
Vincent dejó de mirar en lontananza, hacia la ciudad llena de muerte que los esperaba, y centró la mirada en la dragona que captaba su atención con palabras. La miró durante unos instantes, y antes de hablar no pudo evitar bufar divertido.
- No es momento para dormirse-, repitió sus palabras, sonriente. - No, la verdad es que no. Pero siempre es un buen momento para pensar. Créeme, los que no piensan suelen morir jóvenes-, volvió a mirar hacia la oscura ciudad, y después comenzó a caminar hacia donde se encontraba la dragona.
Su andar lo llevó hasta el centro del suelo más alto de la torre, quedando a distancia equidistante de Silver y de su superiora, Lucy. La primera estaba junto a la muralla exterior, aún con la bandera en sus manos, sentada sobre la almena, con su cuerpo sobre la parte baja de esta, y el tronco superior apoyado contra unos de los dientes que sobresalían en la defensa del torreón, en cambio, la pelirroja, se encontraba al otro lado, cerca de las escaleras que hacía poco más de un rato que había subido para darles las nuevas, de pie y con los brazos cruzados delante de su pecho.
Silver tenía un cierto aire pintoresco, allí sentada, con el estandarte sobresaliendo hacia el exterior de la ciudad, una pierna sobre la misma piedra que usaba de asiento, la otra colgando por el lado interior de dicha piedra, y la lanza que hacía de improvisado mástil entre sus manos. Ya hacía tiempo que no agitaba y ondeaba la bandera con fuerza, como sí hubiera hecho instantes antes, en seña de victoria.
Un buen artista, armado con sus pinceles, podría hacer una bonita obra con aquella imagen.
- Ya veo. El brujo rubio está siendo una caja de sorpresas-, comentó la dragona, divertida con la situación. - Piensas que habrá batalla en la ciudad, ¿no es así? - sonrió.
- Sí, la habrá. Ya viste todo el trabajo que habían hecho en los tejados de los edificios-, respondió sin más, seguro en su idea. - Nadie se molestaría en montar una defensa tan sólida, si no estuviera pensando en luchar con todas sus fuerzas. Si su idea era poner un grupo de hombres en la muralla, y rendirse en cuánto fueran derrotados, creo que podrían haberse ahorrado mucho trabajo-, rió levemente con su propia broma.
- Sí, seguramente sea cierto. ¿Crees que intentaran retomar la puerta?
- No, no lo harán-, se anticipó Lucy, antes de que el rubio pudiera contestar. - Perderían tropas innecesariamente.
Vincent miró a la Encantadora y le sonrió, para después retornar la mirada sobra la dragona.
- Pienso igual que Lucy. No están en posición de perder hombres en un asalto-, se encogió de hombros. - Les es más ventajoso acosarnos en las calles, y equilibrar el número de fuerzas, antes de comenzar un contraataque.
- Vaya, vaya. Parece que las historias son ciertas y a los brujos se os da muy bien la guerra-, respondió mirando hacia Vincent, pero rápidamente cambió el curso de su mirada hacia donde se encontraba Lucy. - Qué te parece, Sargas, ¿hemos encontrado guerreros a nuestra altura? ¿Qué opinas?
El mercenario de dorados cabellos giró el cuerpo a medias, y pudo apreciar la figura del grandullón justo al lado de Lucy, aquel dragón que había arrasado el interior de la torre, y había demostrado ser un auténtica bestia de combate.
- No creo que nadie esté a la altura de este hombre-, fue la escueta y sincera respuesta del brujo. Una respuesta tintada por alegría, pues siempre era de agradecer que un gran soldado como aquel estuviera de tu parte, y no al contrario.
Sargas se dispuso a pronunciarse al respecto, pero antes de que pudiera hacerlo se le adelantó la pelirroja.
- En realidad, no a todos los brujos se le da bien la guerra. Suele ser una exageración-, explicó la encantadora. - Más a nosotros sí se nos da bien-, se jactó, con una pícara sonrisa marcada en el rostro, y sin cambiar su postura de brazos cruzados.
Después de intervenir en la conversación, Lucy miró de soslayo al gran dragón, casi parecía que le estaba recordando que había estado a punto de decir algo.
- Ja, me gusta esta pelirroja, es directa y franca. Me recuerda a ti, Silver-, comentó el grandullón, con tono alegre y desenfadado. - Y gracias por el halago, brujo. Ya era momento de que alguien en este ejército recordara mi gran labor en él-, rió a mandíbula abierta. - No puedo estar más feliz. Es agradable volver a lucha, y con gente competente es mucho mejor, así es más fácil no acabar bajo tierra-, volvió a reír a carcajadas.
En cuanto dejó de reír, se dio un fuerte manotazo en el pecho, que sonó a metal del choque entre el guantelete y el peto.
- En fin, que me encanta volver a luchar, y sin zopencos estorbando es mucho más divertido, y menos peligroso-, asintió, reafirmando sus palabras. - Pero no quiero irme más por las ramas. Nuestras tropas están llegando al portón-, informó.
Una noticia esperada, pero no por ello menos urtenge. Era momento de moverse y recibir a los aliados. Tocava continuar la marcha hasta el castillo, y no sería un camino fácil.
Sargas tosió.
- El rey va en cabeza de las tropas-, terminó por decir, en tono bajo y algo cohibido.
- Sí, eso parece-, corroboró Silver, mirando por encima del muro. - Se le ve exultante-, añadió en actitud divertida.
Nada más mencionarlo, la dragona se bajó del muro y colocó la lanza en el cubo de armas, quedando de un modo que parecía una bandera colocada en su astil. Un estandarte en el lugar que le correspondía.
- Debemos recibirle-, fue el escueto comentario de Lucy.
Los demás asintieron como respuesta.
La frase de la encantadora no sonaba como una orden, pero, en el fondo lo era. La realidad es que debían recibir a las tropas para preparar el siguiente asalto, tanto si venía el rey en persona, como si hubiera decidido no hacerlo. Por esa razón, el cuarteto que esperaba en lo alto del torreón comenzó el descenso hacia la calzada.
Un descenso silencioso por parte de los cuatro, que permitió al brujo evadirse dentro de sus pensamientos una vez más; y sin ir más lejos, sobre el mismo asunto que debatiera consigo mismo, instantes antes de que la dragona lo devolviera a la realidad.
Defender la muralla puede que tuviera unos motivos más importantes de lo que hubiera imaginado en primera instancia. Puede que no solo fuera un intento de conservarlas, y de mantener fuera al ejército hostil, al tiempo que lo desgastaban en sus intentos de tomar la ya mentada muralla. Cabía otra posibilidad, otra que tentaría a un general de las fuerzas vampíricas a sacrificar parte de sus tropas en aquella defensa exterior, en vez de tenerlos escondidos en las calles de la ciudad junto al resto.
- Lucy-, pronunció, regresando al mundo terrenal. Se encontraba al pie de las escaleras que llevaban a las almenas del torreón del portón, como los demás, y todos lo miraron al escuchar su nombre. - Supongo que nuestro siguiente paso será limpiar la ciudad de vampiros y asediar el castillo.
- Claro, Vincent-, respondió la bruja, sin entender muy bien a donde quería llegar a parar.
Era evidente, que los cuatro allí presentes sabían que estaban en ese lugar para tomar la ciudad, y sólo había un modo de hacerlo, clavar el estandarte sobre lo alto del fortín y centro de poder de la urbe. Siendo todos veteranos, las palabras del brujo parecían del todo innecesarias.
- Sí, soy un poco obvio-, se burló de sí mismo. - Pero es que debemos llegar hasta las mazmorras de ese castillo si lo tomamos por asalto. Deben estar a rebosar de personas-, concluyó.
Porque mantener la muralla de una urbe solo servía para controlar la ciudad y los recursos que quedaban en su interior, así como también los recursos que pudieran salvar y meter del exterior. Si finalmente no se conseguía mantener esa posición, sólo se podía salvar lo que se pudiera en la fortaleza, donde no había tanto espacio.
El problema es que los vampiros no eran un ejército corriente. No se alimentaban como el resto de los soldados de otras razas, y por esa razón, mantener la ciudad, y más importante, sus ciudadanos atrapados dentro, era una ventaja significativa. La razón que motivaría a unos generales de ese ejército a defender una muralla, por imposible que pudiera parecer.
Vincent no dijo nada más, pues las caras de sus compañeros lo decían todo. No tenía dudas de que su mensaje había sido entendido. Con toda seguridad, habría humanos encerrados en las mazmorras, pero también lo estarían en cualquier cuarto que no se utilizara en esos momentos, pues, mientras más “ganado”, los defensores pudieran encerrar, más tiempo podrían aguantar el asedio.
Salvar vidas era una de las cosas que motivaron al brujo mercenario a elegir su oficio, y si finalmente había un asalto, quería sacar con vida a todos los que pudiera. A fin de cuentas, hacía mucho tiempo que se había establecido en aquella ciudad, puede que más de un preso fuera un conocido, un vecino, o incluso una amiga.
Todo lo que pudiera hacer por los habitantes de aquella ciudad era poco, y por esa misma razón el tiempo volaba, rápido, veloz, y tan inexorable como siempre.
A penas tuvo tiempo de saludar con la mano a Níniel, en cuánto salió por la puerta de la muralla, y de acompañar dicho gesto con un tranquilizador guiño, antes de que Rigobert llegara en primera línea de caballería.
Una escena del más digno y honorable caballero, más no del más educado de todos ellos, como evidenció el trato que le dedicó a la encantadora Abbey.
En fin, no había tiempo que perder, y menos aún cuando todo consejo que le pudiera dar a ese rey caería en saco roto. Era mejor obedecer, e ir hasta el castillo. No debían perder la oportunidad, ni el impulso obtenido con la victoria en la puerta, y debían aplastar a los vampiros contra el castillo. Ganar palmo a palmo hasta que no les quedara más remedio que esconderse tras los muros de la fortaleza.
- ¿Nuestro rey? - enarcó una ceja, a la vez que miraba extrañado a la bruja de hielo. - Somos demasiado independientes para tener un rey. A no ser que quieras adoptarlo y meterlo dentro de la torre de la Logia-, bromeó, sin importar que sus palabras las escucharan Silver y Sargas. - Tranquila, evitaré que ese dragón lo abrase, aunque…-, se quedó por unos instantes pensativo, - no sabría cómo hacerlo-, terminó por decir, manteniendo la pose pensativa. Mano en barbilla, mirada concentrada al suelo. - Bueno, algo se me ocurrirá-, dijo, animado, para luego girarse y comenzar a andar hacia la dirección en la que ya se había marchado el rey.
- De qué iba eso de que no es vuestro rey-, comentó Sargas, que se había colocado a la derecha del brujo mientras caminaban.
- Pues en que no lo es. Creo que la Logia no responde ante ningún rey-, se encogió de hombro. - No es algo que pueda asegurar, pero diría que es así.
- Entonces por qué has estado tan seguro.
- Ah-. El brujo dejó mirar hacia adelante y clavó la mirada sobre el rostro del dragón. Sería un mentiroso si no dijera que tenía que alzar bastante la vista para encontrar la cabeza de tan alto hombre, y eso que él no era precisamente bajito. - Pues porque estoy seguro de que yo no sirvo a ningún rey-, sonrió divertido. - Y sí-, habló antes de que pudiera responderle Sargas, - esa es la cara que ponen todos cuando tratan con un maldito mercenario-, rió.
- Bueno, a mi me da igual a quien sirvas. Ahora estás con nosotros y sólo me importa lo bien que sepas luchar-, comentó el dragón, aunque con un tono serio que sorprendió al rubio. De todos modos, pronto sintió en su espalda la manaza del dragón dándole una amistosa palmada. - De momento te desenvuelves bien.
- Eh, parejita, ¿habéis terminado? - se escuchó una voz a su espaldas. Era Silver, montada en caballo y trayendo de las riendas a otros dos. Su sonrisa se marcaba ampliamente en el rostro. - Salvo que además de buenos guerreros y de no parar de halagaros el uno al otro, seáis tan rápidos como unos caballos, nunca alcanzaréis al rey a este paso.
Bueno, Vincent pensaba tomar una montura en algún momento… pero en fin, que Silver hubiera traído unas era mucho mejor. Le ahorraría tiempo, y así le daba menos margen al rey para que destruyera media ciudad, o se matara en el intento.
- Gracias-, comentó, medio avergonzado, mientras hacía el movimiento para subirse al caballo.
- Menos cháchara. Debemos alcanzar a Rigobert-, dijo en esta ocasión Lucy, sin detenerse. Su caballo pasó como una exhalación al lado del trío de soldados.
- Ya lo han escuchado, en marcha-, comentó Sargas.
Vincent no pudo estar más de acuerdo, y se limitó a asentir, al tiempo que clavaba sus botas en los costados del caballo y lo animaba a galopar.
Un galope que no duró mucho, lo justo para encontrarse con el rey, y avanzar unos metros hasta el primer cruce.
No se había equivocado, incluso por bien que hubiera estado errar en esta ocasión.
El primer cruce y ya encontraron resistencia. Ballesteros en ventanas, barricadas para entorpecer el avance, balistas en tejados para mantener a raya las fuerzas voladores del ejército del dragón…
El primer cruce de tantos.
Cada palmo de terreno hacia el castillo se ganaba con sudor y esfuerzo, y por desgracia, con mucha sangre. Como siempre ocurría en aquellos casos, demasiada. El carmesí de aliados y enemigos teñía el pavimento por igual, pronto su coraza de cuero estaba impregnaba de las gotas de la savia vital de los rivales que se interponían en su camino, y su espada brillaba escarlata bajo el fuego que la envolvía.
Y allá donde posara la vista, no era distinto. Silver, Sargas, cualquier soldado de la avanzadilla parecía un emisario de la muerte en su noche más sangrienta. Incluso el rey estaba mancillado por el rojo, más no parecía importarle, y por extraño que le pareciera al brujo, a Rigobert no se le daba nada mal empuñar una espada.
El carácter del rey, en exceso pedante y autoritario, contrastaba vivamente con el talento que tenía con el acero.
No podía estar seguro de si se trataba de un talento propio del joven monarca, que había pasado más tiempo practicando con la espada que con el talante hacia otras personas, de la magia que portaba por gracia de Níniel, o por el ímpetu de su juventud y ganas por tomar el castillo de Lunargenta.
Fuera como fuese, quizás una argamasa de todo ello, el rey había demostrado suficientes facultades para mantenerse vivo, al menos por el momento.
En cualquier caso, Vincent llevó a rajatabla las órdenes de Abbey, y no se separó de Rigobert en ningún momento. Lo protegió con su magia de aire de las flechas y virotes enemigos, y mantuvo a raya con su espada y su fuego a todo aquel que osara intentar acabar con el monarca del Norte. Lucy, y la propia Abbey, también se habían encargado de ello, y el poder de tres brujos sumados a la magia blanca de la hermosa Níniel, hacían de la protección del rey la mejor posible.
- ¡El castillo ya es nuestro! ¡A mí, mis valientes! - gritó el rey, haciendo que su caballo cargara todo su peso sobre sus cuartos traseros, y luego lanzándose al galope en cuanto sus alzadas patas delanteras tocaron el firme.
- Sólo va a conseguir que lo maten-, manifestó con fastidio, al mismo tiempo que se aupaba con rapidez a su montura, y ponía al galope a su animal.
El resto de la caballería se le sumó al unísono, pero debía alcanzar y detener a Rigobert si no quería que lo matasen antes de tiempo. Aún quedaba un trecho para el castillo, y allí la resistencia sería más feroz, y la defensa estaría mejor preparada.
Así lo había sido durante todo el trayecto desde la muralla al castillo, cada callejón o cruce, era una carnicería peor que la anterior.
Vincent no se amilanó ante la idea de tomar las riendas del caballo del rey para obligarlo a detenerse y esperar al resto del ejército, más, por curioso que pareciera, no hizo falta llevar a cabo esa maniobra. El rey se encontraba detenido a unos metros de él, y el lugar parecía que ya había sido atravesado por un ejército.
Cuerpos se apilaban en todas partes, ensangrentados y con el rictus de la muerte anidando en sus rostros. La mayoría del enemigo, pero otro gran número no era del ejército de los vampiros, pero tampoco del dragón.
El blasón en escudos y algunas corazas, el color del plumón de los caballeros abatidos, sólo podían ser tropas de un hombre.
- Siegfried-, mencionó Rigobert, antes de que el brujo pudiera decirlo en voz.
La mirada del rey estaba posada sobre la colina que con su altura dominaba el centro de la ciudad, allí donde las piedras del castillo velaban la seguridad de los sucesivos reyes humanos que habían gobernado aquellas tierras.
Un rayo partió el cielo, y el bramido de un trueno siguió su estela.
Unos estandartes con el blasón que viera en algunos de los muchachos que encontraron la muerte en el lugar donde se encontraban, y del color que portaban esos mismos soldados, se iluminaron cerca de las puertas de la fortaleza. Ondeando bajo la efímera luz que resplandeció en el firmamento, y por toda la ciudad de la otrora bella Lunargenta.
No había que ser muy avispado, para entender que un ejército acampaba allí y se preparaba para el asedio del castillo, si es que ya no lo habían asaltado.
- Las tropas de Siegfried-, comentó, aunque no hiciera falta hacerlo.
Si el comentario, o la llegada de las tropas del rey de los humanos molestó a Rigobert, nunca lo supo, ya que este se limitó a poner a su montura al paso, en dirección al castillo, y no escuchó palabra en respuesta, así como tampoco pudo apreciar su rostro.
La caballería, que desde hacía rato habían llegado junto a ellos, se puso en marcha junto a su rey. Sus compañeras de la Logia permanecieron junto al brujo durante unos instantes.
- También había pabellones de algunas de las familias más importantes y poderosas de las islas-, les dijo, aún mirando hacia donde estaban acampadas las tropas de Siegfried, sin importar que ahora, sin la luz del relámpago, no pudiera ver nada. - Se avecina tormenta-, fue lo último que dijo, alzando la vista hacia el cielo, justo antes de imitar y tomar el paso a caballo del ejército del dragón.
El caballo del brujo avanza. Otro rayo parte la monotonía y oscuridad del ambiente, cada vez más frío, y nubarrones oscuros se reflejan en el cielo con su luz.
La últimas palabras del mercenario eran una apreciación del clima, o quizás, de algo más.
Vincent Calhoun
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