[MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
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[MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
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Mientras Lunargenta se preparaba para albergar el escenario de una de las mayores batallas que se esperaban nunca. En la ciudad vecina de Roilkat había tenido lugar un pequeño golpe de estado que había terminado con la coronación del sobrino del antiguo soberano de la ciudad, Flint Roiland. A diferencia de Lord Roiland, su joven sobrino, que llegaría a la treintena, mantenía una estrecha relación con los pueblos nórgedos, que también habían sufrido un cambio de líder hace poco más de un año. La Sheik (jeque) Bashira IV, más conocida como la Justa. Había devuelto la alianza a esta particular raza de humanos moradores del desierto.
-Pese a haber tenido rencillas en el pasado... – Decía la jeque Nórgeda a su grupo de hombres y mujeres aquella soleada mañana, de frente a los muros occidentales de Lunargenta que desembocaría en una guerra colosal. – No quiero que ningún guerrero olvide que los pueblos nórgedos defendemos la soberanía humana sobre Lunargenta. – La nórgeda seseaba en sus palabras por su acento. Y es que la joven había tenido problemas para mantener a su grupo unido de cara a la batalla. Las políticas pro-Lunargenta que llevaba aplicando la ahora reina no eran muy bien recibidas por algunos de los partidarios del difunto Shalam. – Los shirenek (vampiros) son un enemigo par todos.
Bashira perdió su mirada en las colinas. Desde allí no se alcanzaban a ver los barcos que, venidos desde Beltrexus, invadían el puerto. Pero había sido informada de que Siegfried invadía la costa. Y, por otra parte, los ejércitos de Dundarak atacaban por el Norte. – Somos menos, pero por ello nuestra irrupción debe ser más estrambótica. Nadie nos aguarda. Como víboras en la arena, debemos morder a nuestro enemigo en su punto más débil. – Entrecerró los ojos. – Es el momento. – dio la orden mientras su espada señalaba el lugar de su próximo objetivo: La ciudad de Lunargenta.
* * * * * * *
Esta escena tiene lugar después de los sucesos del evento pastor de los kags
Una vez los kags se habrían abierto hueco por el túnel abierto. Los nórgedos avanzaron con fiereza por el mismo. Era hora de luchar, cuerpo a cuerpo, en la ciudad. Y si todo había ido bien, el área occidental de la ciudad debería estar ahora mucho más bajo en refuerzos tras aquel golpe. Pues el grueso del ejército de vampiros se encontraba en la puerta Norte, donde aguardaba el ejército de Dundarak, y al Sur, donde Siegfried trataba de desembarcar.
Una vez todos los nórgedos descendieron por el túnel subterráneo que ellos mismos habían abierto, y por donde habían accedido los kags, Flint se acercó a la mujer de tez negra, en privado.
-No estoy muy seguro de esto, Bashira. – dijo en privado el cobarde Flint, nuevo gobernador de la ciudad, quien también había dispuesto a sus mejores hombres en el campo de batalla. Aquello no era algo nuevo para la líder de los nórgedos. Acostumbrada al pobre valor que desgastaba su
La sheik se acercó a la cara de su compañero, estrelló su frente con la suya, acarició su rostro y le dedicó unas palabras.
-No tengas miedo, Flint. Mientras muramos en combate, no hay nada que temer. Nuestra alma estará limpia, y nuestros pueblos firmarán una paz eterna con el rey. – comentó con su seseo habitual. – Todo por lo que los nórgedos siempre hemos luchado.
Dio un beso en la frente del hombre y se alejó de él. Bashira miró a los pocos que quedaban fuera, instándoles a entrar en el túnel junto a ellos.
-Es el momento. Venid conmigo y luchad con valor, hombres. Mientras los soldados y los kags limpian las calles, nosotros iremos al cuartel de la guardia, allí se supone que hay rehenes encerrados. – sentenció, desenfundando su espada. - ¡A por ellos!
* * * * * * * * * * * * * *
El ejército de los nórgedos ha accedido a la ciudad por un túnel abierto por un grangusano domado y una manada de kags ha llegado a la ciudad (en mejor o menor medida, dependerá de Schott y Sango, pero eso no os influirá). Una vez dentro, tenéis que abriros paso por las calles hasta el antiguo Cuartel de la Guardia. Donde los vampiros retienen encerrados a altos cargos de Lunargenta.
Primera ronda de la misión:
Duración: Tres turnos: Uno de introducción en las afueras (escena que véis y discurso de Bashira) otro de paso por las calles contra vampiros, junto a un enorme dragón incendiando la ciudad (esto no os afectará) y un tercer turno de acceso al Cuartel. Tendréis que decidir utilizar el sigilo o la fuerza bruta y, en ambos casos, lanzar una runa en la última ronda que determinará el éxito de vuestro plan.
Objetivo: Proteger a Flint y a Bashira mientras se abren paso por las calles hasta su llegara al cuartel. Debéis utilizar a ambos, si bien Flint es más miedoso y Bashira más determinante.
Particularidades:
En el turno 2. Uno de vosotros tendrá que tirar una runa. Para determinar si alguno de los héroes sale herido.
-Runa muy mala: Bashira herida.
-Runa mala: Flint herido.
-Runa media: El que lanzó la runa herido.
-Runa buena: Ninguno herido.
En el turno 3. Tendréis que optar acceder por sigilo (parte trasera) o fuerza bruta (parte delantera) para acceder al cuartel. Por donde queráis. Si uno acaba herido, tendréis que decidir entre ponerlo a salvo o quedar fuera de cara a la segunda fase.
Ventajas de nivel alto:
Alanna tienes habilidades de remedios curativos, como ya demostraste en la misión de los nórgedos. Puedes gastar tu último turno en curar al herido (si lo hubiera), pero perderá el acceso al cuartel y dejarás a Eltrant solo en la última parte de la misión.
Eltrant: Tu ventaja vendrá después.
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
Se agachó junto a la vampiresa, la cual se había dejado caer bajo un árbol, a un lado del camino.
Llevaban ya varias horas de viaje, estaban a poca distancia del campamento que los Nórgedos habían levantado no muy lejos de la propia Lunargenta. Había recibido una carta convocándole allí, como a un gran número de mercenarios.
La toma de Lunargenta; Así era como muchos comenzaban a llamar a la batalla que estaba por producirse, Eltrant también había oído cosas como: “La reconquista” o “La batalla por Verisar”, eran muchos los nombres que describían algo ya evidente incluso para los que se refugiaban tras los muros de la urbe humana.
Siegfried volvía a reclamar su lugar como rey.
Eltrant no le tenía aprecio a Siegfried, aunque tampoco le desagradaba como tal. Si era completamente honesto consigo mismo, realmente no sabía gran cosa del archiconocido monarca más allá de que poseía el cargo más alto de todo Aerandir y los distintos rumores que corrían de él.
Y de estos últimos había muchos, desde gente como Asher, que opinaba que Aerandir estaba mejor sin alguien que huía a Beltrexus dejando a la población a merced de los vampiros, hasta individuos como Alward, que era totalmente fiel a su patria.
No obstante, Eltrant sí que respetaba a Bashira, y Flint le caía bien, el actual gobernador de Roilkat había demostrado ser un líder competente y un buen estratega cuando se hicieron con el mando de Roilkat en el golpe de estado que habían ejecutado varias semanas atrás.
Era por ellos por lo que estaba allí, por ellos y por qué el destino de Lunargenta y todos sus habitantes parecía estar a punto de decidirse en los siguientes días. Solo los dioses sabían cómo podía acabar todo aquello, en qué lugar podía acabar el continente si no hacían algo.
- ¿Entonces quieres que me quede sin hacer nada? – Volvió a repetir Lyn por décima vez, agachando la mirada. - ¿Sabes cómo suena eso? - Eltrant se sentó junto a ella y no dijo nada. – Suena a: “Soy un idiota” - Ya habían tenido aquella conversación varias veces, desde que recibió la carta.
- Lyn… - La vampiresa desabrochó y abrochó las correas de sus botas de forma intermitente, como solía hacer siempre que estaba nerviosa o impaciente. – La ciudad… - Tomó aire. – …sabes lo que… - Lyn se giró a mirarle, frunciendo el ceño.
- Sí. – Contestó. – Pero eso no quiere decir que… - Esta vez fue Eltrant el que la cortó.
- Los vampiros tienen la ciudad. – dijo severamente – Las fuerzas aliadas no están dispuestas a hacer distinciones en mitad de las peleas. – Aseguró reclinándose contra el árbol. – No puedo dejar que vengas. – dijo - ¿Y sí te confunden y…? -
- Ya… ya lo sé. – aseguró Lyn de vuelta sacudiendo la cabeza, bajando algo la voz. – No hace falta que me lo digas. – Susurró. – Lo entiendo. – agregó desviando la mirada. – Pero no quiero que vayas solo. – Sacudió la cabeza y se aclaró la garganta. – Lo que quiero decir es… es… ¿…qué vas a hacer sin tu ama y señora? -
Eltrant, sin contestar a la última pregunta, llevó una de las manos nuca de la vampiresa con suavidad y colocó su frente contra la suya, se quedó así un rato, en silencio.
Cerró los ojos y respiró hondo. A él tampoco le gustaba, pero lo había pensado mucho, si Lyn entraba en la ciudad acabaría enfrentándose a dos ejércitos, no solo a uno, lo mejor que podía hacer era pedirle que se quedase alejada de todo aquello por el momento.
Se reencontrarían justo después, la batalla no duraría tanto.
Todo iría bien, podía confiar en eso; Y si no iba, se iba a esforzar por cambiarlo, iba a hacer todo lo que estuviese en su mano.
- Es esto… ¿Alguna especie de rito raro de los tuyos, Mortal? – dijo riendo en voz baja al cabo de unos segundos, cuando se hubo recuperado de la sorpresa que le había causado la repentina acción del humano - ¡Tradiciones bárbaras! – Susurró sin separar su frente de la de Eltrant, sonriendo. – Pero… me gusta – dijo, al final, respondiendo a aquel gesto con un tímido abrazo.
- Te suda la frente -
- No estropees esto Lyanna… -
Hacía poco que había amanecido.
Tras pasar las últimas horas de noche con Lyn, Eltrant decidió encaminarse al campamento Nórgedo y dejar que la vampiresa fuese a ocultarse de sol. Habían hablado de dónde se reencontrarían: una aldea en ruinas al norte de Roilkat, a un par de días de viaje de la propia ciudad.
Por lo que había dicho tenía cosas personales que hacer en aquel lugar, así que iba a aprovechar la pequeña ausencia del castaño para ir, en un principio, por su cuenta.
“Sí me quedo por aquí voy a acabar yendo a ver cómo te apuñalan, tú asegúrate de llegar a dónde estoy”
Suspiró, rememorando las últimas palabras de la vampiresa, y se internó completamente en la sucesión de tiendas de campañas que habían levantado las gentes de las arenas. Quizás no fuesen un ejército tan imponente como los del Norte o como el de Lunargenta, pero tenían soldados, más de los que había esperado ver allí, además.
Bashira estaba decidida a recuperar la ciudad.
Llegó al campamento justo cuando la Sheik estaba en mitad de un discurso. Se la veía bien, no había la había visto personalmente desde que la ayudo a conseguir el liderazgo del pueblo de las arenas. Se la veía más natural en su cargo, el discurso que dio tenía firmeza, fuerza.
Los Nórgedos que estaban a su alrededor corearon cuando terminó de hablar, algunos incluso desenvainaron sus armas en el proceso, alzándolas en el aire.
- Las víboras que muerden a su enemigo dónde menos se lo espera... – Repitió en apenas un murmullo, cruzándose de brazos, viendo como la mujer se acercaba a sus hombres y continuaba hablando.
Le habían comentado el plan, era arriesgado, pero no le parecía mal; En cierto modo, parecía estar pensado para él.
Sonrió. Se ajustó Olvido a la espalda y a Recuerdo a la cintura, después de aseguro de que su armadura estaba firmemente sujeta a su cuerpo. Para bien o para mal, había vivido en el Monte de San Pedro una especie de prólogo a todo aquello. Estaba preparado.
Se adentró aún más en el campamento, viendo como los soldados hablaban entre ellos, como hablaban del plan inicial del túnel en el que, por lo que le había comentado un representante de Bashira, no estaba incluido.
Consiguió relajarse un poco cuando vio entre los soldados de su alrededor caras conocidas, personas que habían participado en el golpe de estado semanas atrás, que habían demostrado que sabían pelear.
Pero se bloqueó, en el lugar en el que estaba, cuando le parecía reconocer la figura de Alanna entre la multitud. La visión apenas duró un par de segundos, si de verdad había sido La Gata, esta se había perdido entre el gentío.
Tragó saliva. ¿Era ella? ¿Qué hacia allí? No la había visto bien, pero parecía muy cambiada. ¿De verdad era ella? Tenía que estar confundido.
- ¡Eltrant! – Todo pensamiento acerca de la figura que había visto se desvaneció cuando Flint se acercó hasta dónde estaba él, con una sonrisa. - ¡Te ha llegado mi carta! – Exclamó estrechando firmemente la mano del castaño. – Pensé que querrías ayudar, los dioses saben que necesitamos toda la ayuda posible. – dijo. – También pedí ayuda a los Nómadas y a los Stelliazos, pero al parecer todos tenían otros asuntos de los que encargarse. - Eltrant respondió a la sonrisa de su amigo y, imitándole, estrechó también su mano.
No pudo evitar ver que no había rastro alguno del bastón que había estado usando la última vez que se encontraron.
- ¿Ya puedes caminar bien? – Fue lo primero que preguntó después del saludo. El hombre amplió la sonrisa y movió su pierna derecha, asegurándose de que el exmercenario notase el movimiento de la rodilla.
- Lo suficiente para ser útil, esta vez pienso ir con vosotros. – dijo – No puedo dejar a Bashira hacer todo el trabajo… - Suspiró, se giró hacia donde la Sheik seguía hablando con sus generales, probablemente de las tácticas a seguir una vez se decidieran por atacar. Le pareció ver a Rasul entre ellos. – Puede parecer incansable y todo eso, pero… - Se llevó la mano hasta la nuca, nervioso. – Pero hasta ella tiene un límite. – dijo en voz algo más baja, como si temiese que alguno de los soldados le escuchase.
- Entiendo… - dijo Eltrant depositando sus ojos en Bashira desde dónde estaba, era evidente que estaba ocupada. – Bueno, aquí me tienes. – Sentenció. – Cómo siempre. – Le dio una palmada amistosa en el brazo. – Pégate a mí y agacha la cabeza. – Sonrió – Vamos a sacar a los vampiros de la ciudad. –
La primera parte del plan de Bashira acababa de terminar, un grueso túnel se abría ante ellos, uno que les conduciría hasta el corazón de la capital humana. De fondo, los distantes sonidos de una batalla que ya había comenzado se podían oír con bastante claridad.
Murmullos de nerviosismo, de impaciencia, se repetían entre las tropas nórgedas. Bashira alzó la voz y pronunció otro discurso, uno que devolvió el entusiasmo a sus hombres, todos alzaron las armas y caminaron tras la mujer.
Incluso Flint, que parecía el más nervioso del lugar, estaba decidido a afrontar lo que fuese necesario. Fue de los primeros en seguir a la sheik.
Tomó aire y desenvainó a Olvido, el viento de la espada encantando bailó entre sus manos, después se deslizó sobre sus brazos y, al final, por todo su cuerpo.
Iba a ir con todo lo que podía dar desde el principio. Tenían una ciudad que recuperar.
Antes de adentrarse tras Bashira y sus hombres, se detuvo un último instante para mirar a su alrededor. No podía quitarse de la cabeza el hecho de que le había parecido ver a Alanna, sabía que si había un lugar en el que la vería de estar allí, era en la entrada de aquel túnel.
Llevaban ya varias horas de viaje, estaban a poca distancia del campamento que los Nórgedos habían levantado no muy lejos de la propia Lunargenta. Había recibido una carta convocándole allí, como a un gran número de mercenarios.
La toma de Lunargenta; Así era como muchos comenzaban a llamar a la batalla que estaba por producirse, Eltrant también había oído cosas como: “La reconquista” o “La batalla por Verisar”, eran muchos los nombres que describían algo ya evidente incluso para los que se refugiaban tras los muros de la urbe humana.
Siegfried volvía a reclamar su lugar como rey.
Eltrant no le tenía aprecio a Siegfried, aunque tampoco le desagradaba como tal. Si era completamente honesto consigo mismo, realmente no sabía gran cosa del archiconocido monarca más allá de que poseía el cargo más alto de todo Aerandir y los distintos rumores que corrían de él.
Y de estos últimos había muchos, desde gente como Asher, que opinaba que Aerandir estaba mejor sin alguien que huía a Beltrexus dejando a la población a merced de los vampiros, hasta individuos como Alward, que era totalmente fiel a su patria.
No obstante, Eltrant sí que respetaba a Bashira, y Flint le caía bien, el actual gobernador de Roilkat había demostrado ser un líder competente y un buen estratega cuando se hicieron con el mando de Roilkat en el golpe de estado que habían ejecutado varias semanas atrás.
Era por ellos por lo que estaba allí, por ellos y por qué el destino de Lunargenta y todos sus habitantes parecía estar a punto de decidirse en los siguientes días. Solo los dioses sabían cómo podía acabar todo aquello, en qué lugar podía acabar el continente si no hacían algo.
- ¿Entonces quieres que me quede sin hacer nada? – Volvió a repetir Lyn por décima vez, agachando la mirada. - ¿Sabes cómo suena eso? - Eltrant se sentó junto a ella y no dijo nada. – Suena a: “Soy un idiota” - Ya habían tenido aquella conversación varias veces, desde que recibió la carta.
- Lyn… - La vampiresa desabrochó y abrochó las correas de sus botas de forma intermitente, como solía hacer siempre que estaba nerviosa o impaciente. – La ciudad… - Tomó aire. – …sabes lo que… - Lyn se giró a mirarle, frunciendo el ceño.
- Sí. – Contestó. – Pero eso no quiere decir que… - Esta vez fue Eltrant el que la cortó.
- Los vampiros tienen la ciudad. – dijo severamente – Las fuerzas aliadas no están dispuestas a hacer distinciones en mitad de las peleas. – Aseguró reclinándose contra el árbol. – No puedo dejar que vengas. – dijo - ¿Y sí te confunden y…? -
- Ya… ya lo sé. – aseguró Lyn de vuelta sacudiendo la cabeza, bajando algo la voz. – No hace falta que me lo digas. – Susurró. – Lo entiendo. – agregó desviando la mirada. – Pero no quiero que vayas solo. – Sacudió la cabeza y se aclaró la garganta. – Lo que quiero decir es… es… ¿…qué vas a hacer sin tu ama y señora? -
Eltrant, sin contestar a la última pregunta, llevó una de las manos nuca de la vampiresa con suavidad y colocó su frente contra la suya, se quedó así un rato, en silencio.
Cerró los ojos y respiró hondo. A él tampoco le gustaba, pero lo había pensado mucho, si Lyn entraba en la ciudad acabaría enfrentándose a dos ejércitos, no solo a uno, lo mejor que podía hacer era pedirle que se quedase alejada de todo aquello por el momento.
Se reencontrarían justo después, la batalla no duraría tanto.
Todo iría bien, podía confiar en eso; Y si no iba, se iba a esforzar por cambiarlo, iba a hacer todo lo que estuviese en su mano.
- Es esto… ¿Alguna especie de rito raro de los tuyos, Mortal? – dijo riendo en voz baja al cabo de unos segundos, cuando se hubo recuperado de la sorpresa que le había causado la repentina acción del humano - ¡Tradiciones bárbaras! – Susurró sin separar su frente de la de Eltrant, sonriendo. – Pero… me gusta – dijo, al final, respondiendo a aquel gesto con un tímido abrazo.
- Te suda la frente -
- No estropees esto Lyanna… -
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Hacía poco que había amanecido.
Tras pasar las últimas horas de noche con Lyn, Eltrant decidió encaminarse al campamento Nórgedo y dejar que la vampiresa fuese a ocultarse de sol. Habían hablado de dónde se reencontrarían: una aldea en ruinas al norte de Roilkat, a un par de días de viaje de la propia ciudad.
Por lo que había dicho tenía cosas personales que hacer en aquel lugar, así que iba a aprovechar la pequeña ausencia del castaño para ir, en un principio, por su cuenta.
“Sí me quedo por aquí voy a acabar yendo a ver cómo te apuñalan, tú asegúrate de llegar a dónde estoy”
Suspiró, rememorando las últimas palabras de la vampiresa, y se internó completamente en la sucesión de tiendas de campañas que habían levantado las gentes de las arenas. Quizás no fuesen un ejército tan imponente como los del Norte o como el de Lunargenta, pero tenían soldados, más de los que había esperado ver allí, además.
Bashira estaba decidida a recuperar la ciudad.
Llegó al campamento justo cuando la Sheik estaba en mitad de un discurso. Se la veía bien, no había la había visto personalmente desde que la ayudo a conseguir el liderazgo del pueblo de las arenas. Se la veía más natural en su cargo, el discurso que dio tenía firmeza, fuerza.
Los Nórgedos que estaban a su alrededor corearon cuando terminó de hablar, algunos incluso desenvainaron sus armas en el proceso, alzándolas en el aire.
- Las víboras que muerden a su enemigo dónde menos se lo espera... – Repitió en apenas un murmullo, cruzándose de brazos, viendo como la mujer se acercaba a sus hombres y continuaba hablando.
Le habían comentado el plan, era arriesgado, pero no le parecía mal; En cierto modo, parecía estar pensado para él.
Sonrió. Se ajustó Olvido a la espalda y a Recuerdo a la cintura, después de aseguro de que su armadura estaba firmemente sujeta a su cuerpo. Para bien o para mal, había vivido en el Monte de San Pedro una especie de prólogo a todo aquello. Estaba preparado.
Se adentró aún más en el campamento, viendo como los soldados hablaban entre ellos, como hablaban del plan inicial del túnel en el que, por lo que le había comentado un representante de Bashira, no estaba incluido.
Consiguió relajarse un poco cuando vio entre los soldados de su alrededor caras conocidas, personas que habían participado en el golpe de estado semanas atrás, que habían demostrado que sabían pelear.
Pero se bloqueó, en el lugar en el que estaba, cuando le parecía reconocer la figura de Alanna entre la multitud. La visión apenas duró un par de segundos, si de verdad había sido La Gata, esta se había perdido entre el gentío.
Tragó saliva. ¿Era ella? ¿Qué hacia allí? No la había visto bien, pero parecía muy cambiada. ¿De verdad era ella? Tenía que estar confundido.
- ¡Eltrant! – Todo pensamiento acerca de la figura que había visto se desvaneció cuando Flint se acercó hasta dónde estaba él, con una sonrisa. - ¡Te ha llegado mi carta! – Exclamó estrechando firmemente la mano del castaño. – Pensé que querrías ayudar, los dioses saben que necesitamos toda la ayuda posible. – dijo. – También pedí ayuda a los Nómadas y a los Stelliazos, pero al parecer todos tenían otros asuntos de los que encargarse. - Eltrant respondió a la sonrisa de su amigo y, imitándole, estrechó también su mano.
No pudo evitar ver que no había rastro alguno del bastón que había estado usando la última vez que se encontraron.
- ¿Ya puedes caminar bien? – Fue lo primero que preguntó después del saludo. El hombre amplió la sonrisa y movió su pierna derecha, asegurándose de que el exmercenario notase el movimiento de la rodilla.
- Lo suficiente para ser útil, esta vez pienso ir con vosotros. – dijo – No puedo dejar a Bashira hacer todo el trabajo… - Suspiró, se giró hacia donde la Sheik seguía hablando con sus generales, probablemente de las tácticas a seguir una vez se decidieran por atacar. Le pareció ver a Rasul entre ellos. – Puede parecer incansable y todo eso, pero… - Se llevó la mano hasta la nuca, nervioso. – Pero hasta ella tiene un límite. – dijo en voz algo más baja, como si temiese que alguno de los soldados le escuchase.
- Entiendo… - dijo Eltrant depositando sus ojos en Bashira desde dónde estaba, era evidente que estaba ocupada. – Bueno, aquí me tienes. – Sentenció. – Cómo siempre. – Le dio una palmada amistosa en el brazo. – Pégate a mí y agacha la cabeza. – Sonrió – Vamos a sacar a los vampiros de la ciudad. –
[…]
La primera parte del plan de Bashira acababa de terminar, un grueso túnel se abría ante ellos, uno que les conduciría hasta el corazón de la capital humana. De fondo, los distantes sonidos de una batalla que ya había comenzado se podían oír con bastante claridad.
Murmullos de nerviosismo, de impaciencia, se repetían entre las tropas nórgedas. Bashira alzó la voz y pronunció otro discurso, uno que devolvió el entusiasmo a sus hombres, todos alzaron las armas y caminaron tras la mujer.
Incluso Flint, que parecía el más nervioso del lugar, estaba decidido a afrontar lo que fuese necesario. Fue de los primeros en seguir a la sheik.
Tomó aire y desenvainó a Olvido, el viento de la espada encantando bailó entre sus manos, después se deslizó sobre sus brazos y, al final, por todo su cuerpo.
Iba a ir con todo lo que podía dar desde el principio. Tenían una ciudad que recuperar.
Antes de adentrarse tras Bashira y sus hombres, se detuvo un último instante para mirar a su alrededor. No podía quitarse de la cabeza el hecho de que le había parecido ver a Alanna, sabía que si había un lugar en el que la vería de estar allí, era en la entrada de aquel túnel.
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
Su madre siempre le había trenzado el pelo. Las trenzas eran importantes, eso era algo que Alanna había aprendido desde bien niña, necesitaba saber trenzar, porque su madre decía que las trenzas se llevaban las cosas malas. Había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos, porque los haría llover. Tampoco era bueno dejarla llegar a los labios, porque diría cosas que no eran ciertas.
“Que no se enrede en tus manos” le decía “porque podrías tostar de mas el café o dejar crudo el pan” a la tristeza y al odio les gusta el sabor amargo. “Cuando te sientas triste amor, trénzate el pelo; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza“. Y esas palabras se le quedaron a Alanna grabadas a fuego. Por eso se las transmitió a su hermana cuando su madre no pudo, por eso seguía haciéndose trenzas. Si estaba triste, nerviosa o tenía miedo, se trenzaba el pelo, para que esas sensaciones no se le extendieran por la piel. Así, cuando se soltaba la melena, las hebras libres dejaban resbalar todo lo malo.
Tal vez por eso se había hecho ya esa misma trenza no una ni dos, sino ya diez veces, al tiempo que contemplaba desde el tocón frío ese amanecer rojo y solitario, que parecía predecir el futuro. Ese día estaría teñido del color de la sangre, y ninguna trenza, por grande, fuerte, o bonita que fuera, podría retener el dolor que iba a expandirse por Aerandir.
El campamento dormía, ignorante de las preocupaciones de la muchacha. Hacía días que las voces le llegaban desde todos lados y los rumores corrían como la pólvora. La guerra había llegado de nuevo. Ese periodo de falsa paz no habían sido más que el resanar suave de tambor antes de que estallara la batalla y los inocentes que creyeron que podía ser de otro modo, se habían buscado su ruina. Aunque siempre se podía elegir. Sus compañeros habían querido partir hacia zonas más lejanas, se habían dividido, prometiendo reencontrarse en el mismo lugar donde estaba ahora Alanna, jugando con sus dagas, sin poder apartar la vista del horizonte.
Lo había pensado, había querido huir, salir corriendo, volver al mar, pero no podía girar la cara. Muchos de los que lucharían eran amigos, compañeros y aliados, y para colmo, la habían buscado. Sacó una carta de su bola lanzando un suspiro. Estaba arrugada de tanto que la había leído, se la había aprendido, ya, de memoria. Bashira, reina de los Norgedos, Shek, y amiga, se había tomado la molestia de encontrarla para pedirle ayuda. Buscaba bazas para no morir, quería que ella fuera una de esas bazas. No podía simplemente hacer oídos sordos ante semejante catastrofe, no podía ignorar la petición de una amiga.
— Eres siempre tan cabezota. — suspiró Tessa a sus espaldas, haciendo sonreír tristemente a Alanna. — ¿seguro que no quieres que vaya?
— A mi tampoco me deja ir, no se si llamarla valiente o estúpida. — Protestó la voz de Lance desde un árbol.
— Esta no es vuestra guerra, no quiero que os metáis en la mía. — los miró por fin, con seriedad, después de todo, la arquera era más marinera que guerrera, nada le podía importar la tierra y las luchas que hubiera en estas y Lance era un prófugo que solo servía al viento, se había librado de la secta, de su padre, Alanna no podía dejarlo luchar, ahora, por ella, en una batalla que poco o nada le interesaba. — manteneos a salvo, y no dejéis que esos idiotas se separen.— Se levantó, estirándose, intentando animarse para partir. — ahora es vuestro turno de tener calma, yo he de ir a la guerra.
Girándose, abrazó con fuerza a Tessa, que la recibió como si de su madre se tratara. La arquera sabía la verdad. No la quería allí porque la distraería. Alanna ya había estado en batallas parecidas, Tessa no, y la espadachín sentiría la obligación de protegerla. Pero ya tenía bastante gente a la que debía cuidar. Bien sabía que las bolsas de sus caderas no estaban llenas de armas, sino de medicinas, que sus dagas estaban limpias y afiladas.
— No mueras. — pidió antes de que Alanna se alejase y mirase a Lance de hito en hito.
— Sabes que eres la mujer más estúpida que he encontrado, ¿verdad?— Siguió con el ceño fruncido.
— Y la más irracional y llorona, sí, lo tengo claro. — Sonrió ampliamente ella.
— Cuídate, loca. — Pidió envolviendo a la pequeña chica con fuerza. — Si te hacen una sola herida, juro que quemo la ciudad, haya dentro quien haya.— Prometió con seriedad antes de soltarla y dejar que, sin perder esa sonrisa, montase en su caballo.
Las tropas no estaban enardecidas, no como en otras batallas en las que había estado, donde el aire olía a polvo y sangre, a venganza, justicia y furia. Allí el aire solo olía a miedo, inseguridad, odio, pero no bien dirigido. Esa batalla podía ser un desastre, por mucho que Bashira quisiera aparentar seguridad. Estaba claro porque la había llamado, con un batallón en el que tenía más voces disonantes que amigas, necesitaría todo el apoyo posible para mantener su aplomo. La espadachín solo esperaba que el odio mutuo hacia los vampiros fuera suficiente para mantenerlos unidos. No quería participar, ni ser testigo, de una sangría por traiciones.
Estaban abriendo el socabón cuando Alanna decidió acercarse a saludar y hacer acto de presencia frente a la soberana de los Nórgedos. Permaneció lejos mientras ella y Flint hablaban, parecía que era su momento de despedirse. Solo cuando el gobernante de Roilkat desapareció para encontrarse con alguien a quien parecía haber visto acudió al lado de Bashira. La mujer la vio acercarse a lo lejos, y pareció tener la intención de correr a su encuentro, pero no era lugar para mostrar esas cosas. Ella no era más que una fugitiva, y demostrar amistad con ella podría ponerla en peligro. Por ello, la ex-guardia, aun a cierta distancia, le dedicó una reverencia, que la nórgeda se pasó por donde le dio la gana.
Alanna la vio acercarse con una expresión molesta que la hizo lanzar un suspiro y sacar una sonrisa resignada. Poco parecían importarle las formalidades, y tal vez, en un campo de batalla, fuera cierto que no merecieran la pena. Nadie se arrodillaría ante un rey si supiera que va a morir de igual modo, por muy rey que fuera. Se alzó y sin perder más tiempo se acercó con paso vivo a la mujer para darle un abrazo. Si a ella no le importaba quien lo viera, a la Gata, aun le importaría menos.
— Ya pensé que no vendrías. — Confesó la mujer separándose de ella para verla bien. — Has cambiado. Los meses perdida te han sentado bien, aunque sigues casi tan delgada como cuando te saqué de la celda. — Frunció el gesto, entre molesta y preocupada.
— No me lo podía perder, no cuando te tomaste la molestia de llamarme y buscarme por todo Verisar. — Acusó alzando una ceja con una sonrisa.— Y no te preocupes, me alimento bien, te lo juro. — rió suavemente. Parecía que todos se empeñaban en tratarla como a una niña pequeña. — ¿Cómo ves la situación?
— Complicada. — suspiró. — Parece que tenemos posibilidades, pero no lo se, nunca se sabe.
— Irá bien. Hemos salido de peores. — Aseguró apretando las manos de la mujer.
— Ya sabía que te echaba de menos por algo. — Soltó una risotada Bashira llamando la atención de algunas personas cercanas. — Tu optimismo irracional siempre es algo a tener en cuenta, te vuelve un peligro.
— Gracias por el voto de confianza. — siguió la broma con una sonrisa. — Mañana a estas horas, el reino será libre. — Miró el horizonte, donde ahora si, se elevaba polvo y donde, por fin, le parecía oír el clamor de los gritos de la batalla. Los gritos de la gente junto a la que iba a luchar, los gritos de quienes vencerían esa batalla.
El agujero estaba listo. La tensión se extendía por el lugar y un suave viento frío le llegó desde el norte, un viento que olía a olvido, a libertad. Sonrió. El lazo que mantenía sujeta su trenza pareció escoger ese momento para resbalar y librar la madeja de pelo, que flotó dejándola respirar y librando la presión de sus hombros. Sí, todo saldría bien, tenía que salir bien. Ella, al menos, iría con todo. Apretó la luna que colgaba de su cuello y emprendió la marcha sacando las dagas de sus vainas. Era hora de ser optimista. Ya se había desecho la trenza.
“Que no se enrede en tus manos” le decía “porque podrías tostar de mas el café o dejar crudo el pan” a la tristeza y al odio les gusta el sabor amargo. “Cuando te sientas triste amor, trénzate el pelo; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza“. Y esas palabras se le quedaron a Alanna grabadas a fuego. Por eso se las transmitió a su hermana cuando su madre no pudo, por eso seguía haciéndose trenzas. Si estaba triste, nerviosa o tenía miedo, se trenzaba el pelo, para que esas sensaciones no se le extendieran por la piel. Así, cuando se soltaba la melena, las hebras libres dejaban resbalar todo lo malo.
Tal vez por eso se había hecho ya esa misma trenza no una ni dos, sino ya diez veces, al tiempo que contemplaba desde el tocón frío ese amanecer rojo y solitario, que parecía predecir el futuro. Ese día estaría teñido del color de la sangre, y ninguna trenza, por grande, fuerte, o bonita que fuera, podría retener el dolor que iba a expandirse por Aerandir.
El campamento dormía, ignorante de las preocupaciones de la muchacha. Hacía días que las voces le llegaban desde todos lados y los rumores corrían como la pólvora. La guerra había llegado de nuevo. Ese periodo de falsa paz no habían sido más que el resanar suave de tambor antes de que estallara la batalla y los inocentes que creyeron que podía ser de otro modo, se habían buscado su ruina. Aunque siempre se podía elegir. Sus compañeros habían querido partir hacia zonas más lejanas, se habían dividido, prometiendo reencontrarse en el mismo lugar donde estaba ahora Alanna, jugando con sus dagas, sin poder apartar la vista del horizonte.
Lo había pensado, había querido huir, salir corriendo, volver al mar, pero no podía girar la cara. Muchos de los que lucharían eran amigos, compañeros y aliados, y para colmo, la habían buscado. Sacó una carta de su bola lanzando un suspiro. Estaba arrugada de tanto que la había leído, se la había aprendido, ya, de memoria. Bashira, reina de los Norgedos, Shek, y amiga, se había tomado la molestia de encontrarla para pedirle ayuda. Buscaba bazas para no morir, quería que ella fuera una de esas bazas. No podía simplemente hacer oídos sordos ante semejante catastrofe, no podía ignorar la petición de una amiga.
— Eres siempre tan cabezota. — suspiró Tessa a sus espaldas, haciendo sonreír tristemente a Alanna. — ¿seguro que no quieres que vaya?
— A mi tampoco me deja ir, no se si llamarla valiente o estúpida. — Protestó la voz de Lance desde un árbol.
— Esta no es vuestra guerra, no quiero que os metáis en la mía. — los miró por fin, con seriedad, después de todo, la arquera era más marinera que guerrera, nada le podía importar la tierra y las luchas que hubiera en estas y Lance era un prófugo que solo servía al viento, se había librado de la secta, de su padre, Alanna no podía dejarlo luchar, ahora, por ella, en una batalla que poco o nada le interesaba. — manteneos a salvo, y no dejéis que esos idiotas se separen.— Se levantó, estirándose, intentando animarse para partir. — ahora es vuestro turno de tener calma, yo he de ir a la guerra.
Girándose, abrazó con fuerza a Tessa, que la recibió como si de su madre se tratara. La arquera sabía la verdad. No la quería allí porque la distraería. Alanna ya había estado en batallas parecidas, Tessa no, y la espadachín sentiría la obligación de protegerla. Pero ya tenía bastante gente a la que debía cuidar. Bien sabía que las bolsas de sus caderas no estaban llenas de armas, sino de medicinas, que sus dagas estaban limpias y afiladas.
— No mueras. — pidió antes de que Alanna se alejase y mirase a Lance de hito en hito.
— Sabes que eres la mujer más estúpida que he encontrado, ¿verdad?— Siguió con el ceño fruncido.
— Y la más irracional y llorona, sí, lo tengo claro. — Sonrió ampliamente ella.
— Cuídate, loca. — Pidió envolviendo a la pequeña chica con fuerza. — Si te hacen una sola herida, juro que quemo la ciudad, haya dentro quien haya.— Prometió con seriedad antes de soltarla y dejar que, sin perder esa sonrisa, montase en su caballo.
Las tropas no estaban enardecidas, no como en otras batallas en las que había estado, donde el aire olía a polvo y sangre, a venganza, justicia y furia. Allí el aire solo olía a miedo, inseguridad, odio, pero no bien dirigido. Esa batalla podía ser un desastre, por mucho que Bashira quisiera aparentar seguridad. Estaba claro porque la había llamado, con un batallón en el que tenía más voces disonantes que amigas, necesitaría todo el apoyo posible para mantener su aplomo. La espadachín solo esperaba que el odio mutuo hacia los vampiros fuera suficiente para mantenerlos unidos. No quería participar, ni ser testigo, de una sangría por traiciones.
Estaban abriendo el socabón cuando Alanna decidió acercarse a saludar y hacer acto de presencia frente a la soberana de los Nórgedos. Permaneció lejos mientras ella y Flint hablaban, parecía que era su momento de despedirse. Solo cuando el gobernante de Roilkat desapareció para encontrarse con alguien a quien parecía haber visto acudió al lado de Bashira. La mujer la vio acercarse a lo lejos, y pareció tener la intención de correr a su encuentro, pero no era lugar para mostrar esas cosas. Ella no era más que una fugitiva, y demostrar amistad con ella podría ponerla en peligro. Por ello, la ex-guardia, aun a cierta distancia, le dedicó una reverencia, que la nórgeda se pasó por donde le dio la gana.
Alanna la vio acercarse con una expresión molesta que la hizo lanzar un suspiro y sacar una sonrisa resignada. Poco parecían importarle las formalidades, y tal vez, en un campo de batalla, fuera cierto que no merecieran la pena. Nadie se arrodillaría ante un rey si supiera que va a morir de igual modo, por muy rey que fuera. Se alzó y sin perder más tiempo se acercó con paso vivo a la mujer para darle un abrazo. Si a ella no le importaba quien lo viera, a la Gata, aun le importaría menos.
— Ya pensé que no vendrías. — Confesó la mujer separándose de ella para verla bien. — Has cambiado. Los meses perdida te han sentado bien, aunque sigues casi tan delgada como cuando te saqué de la celda. — Frunció el gesto, entre molesta y preocupada.
— No me lo podía perder, no cuando te tomaste la molestia de llamarme y buscarme por todo Verisar. — Acusó alzando una ceja con una sonrisa.— Y no te preocupes, me alimento bien, te lo juro. — rió suavemente. Parecía que todos se empeñaban en tratarla como a una niña pequeña. — ¿Cómo ves la situación?
— Complicada. — suspiró. — Parece que tenemos posibilidades, pero no lo se, nunca se sabe.
— Irá bien. Hemos salido de peores. — Aseguró apretando las manos de la mujer.
— Ya sabía que te echaba de menos por algo. — Soltó una risotada Bashira llamando la atención de algunas personas cercanas. — Tu optimismo irracional siempre es algo a tener en cuenta, te vuelve un peligro.
— Gracias por el voto de confianza. — siguió la broma con una sonrisa. — Mañana a estas horas, el reino será libre. — Miró el horizonte, donde ahora si, se elevaba polvo y donde, por fin, le parecía oír el clamor de los gritos de la batalla. Los gritos de la gente junto a la que iba a luchar, los gritos de quienes vencerían esa batalla.
El agujero estaba listo. La tensión se extendía por el lugar y un suave viento frío le llegó desde el norte, un viento que olía a olvido, a libertad. Sonrió. El lazo que mantenía sujeta su trenza pareció escoger ese momento para resbalar y librar la madeja de pelo, que flotó dejándola respirar y librando la presión de sus hombros. Sí, todo saldría bien, tenía que salir bien. Ella, al menos, iría con todo. Apretó la luna que colgaba de su cuello y emprendió la marcha sacando las dagas de sus vainas. Era hora de ser optimista. Ya se había desecho la trenza.
Alanna Delteria
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
Allí estaba, no se había equivocado al verla, no habían sido imaginaciones suyas.
Alanna Delteria, La Gata, también iba a participar en la guerra. La miró fijamente durante unos segundos, desde la entrada del túnel, pensando que decir, que hacer.
Había pasado tanto tiempo que una parte de él empezaba a creer que la joven, simplemente, se había cansado de todo Aerandir, que había hecho algo parecido a lo que hizo él al marcharse a su cabaña en los bosques del este.
Evidentemente, se había equivocado.
- ¿No podíamos vernos en mejores circunstancias? – Fue lo primero que dijo, cuando estuvo lo suficientemente cerca, esbozando algo parecido a una sonrisa. - ¿No está… tu amiga contigo? -- Alanna no tardaría en notar que seguía sin ser, precisamente, un experto en el arte de la conversación.
La guarda había cambiado, y no solo físicamente. La forma en la que se movía por el campamento denostaba una seguridad que difícilmente podía reconocer en ella, no había un atisbo de duda en su mirada.
¿Qué había pasado en su ausencia? Antes de que pudiese responder siquiera mentalmente a aquella pregunta, notó como alguien le apartaba a un lado y se internaba en el túnel.
Aquel pequeño gesto le devolvió a la realidad, por mucho que le sorprendiese a ver a Ali en el campamento, no podía detenerse, no podía quedarse allí pensado que decir; tenían cosas más importantes de las que ocuparse.
Ya habría tiempo para reencontrarse.
Sin decir nada más, tomó el yelmo de metal que colgaba de su cinturón y se lo colocó en la cabeza. Respiró profundamente y, se giró hacía el oscuro pasadizo que les conduciría hasta el campo de batalla.
Antes de internarse en el túnel, no obstante, se giró hacía Alanna por última vez.
- Me alegro… - Sonrió tímidamente, aunque esto es algo que su vieja amiga no pudo ver debido al casco. – Me alegro de verte bien, Ali. – dijo al final, girándose hacía el pasadizo, dejando escapar un ligero suspiró. – Vamos allá. – Sentenció, fue lo último que salió de entre sus labios cuando comenzó a avanzar tras los demás.
No podía negar que tener a Alanna allí le tranquilizaba enormemente.
Cercenó el brazo del vampiro que tenía delante de él y, una vez hecho esto, hundió firmemente a Olvido en su pecho, contempló como el señor de la noche se desplomaba frente a él, sin vida.
Los Nórgedos seguían avanzando, a un paso lento, pero sin dejar que nada les parase. Cómo Bashira había dicho, las tropas vampíricas estaban concentrándose, principalmente, en defenderse de los peligros más obvios: el ejercito del norte y el de Siegfried.
Apenas habían tenido bajas, pero eso no significaba que todo fuese bien. En sí, estaba siendo peor de lo que esperaba, bastante peor. Tensó los músculos según volvía a levantar la mirada a levantar la mirada: el titánico dragón seguía incinerando la ciudad que descansaba bajo él.
¿Por qué no estaba él allí? La imperiosa necesidad de dejarlo todo e irse a ayudar a acabar con aquella cosa se apoderó de su cuerpo. ¿Es que nadie estaba viendo a aquel monstruo quemarlo todo?
Una gigantesca explosión no muy lejos de allí le sacó de sus pensamientos. Apenas segundos después del estruendo trozos de madera en llamas, de cristales rotos y muebles destrozados comenzaron a caer desde los aires.
Negó con la cabeza, los nórgedos tenían un papel muy importante en aquella batalla e iban a cumplirlo, independientemente del dragón. Alguien lidiaría con el lagarto gigante, tenía que confiar en ello.
- ¡Avanzad! – La voz de Bashira se alzó sobre el estruendo de la guerra, la mujer señaló delante de ella con su imponente espada curva. - ¡Demostradle a los vampiros que nosotros somos el fuego! – Exclamó, la mayoría de los soldados corearon a sus palabras y emprendieron la marcha avanzando, Eltrant, antes de seguirles, se giró hacía Flint, que jadeaba cansado a su lado.
- ¿Vas bien? – Preguntó, el hombre asintió como toda respuesta, estaba demostrando una valentía que no creía que el noble tuviese. – Bien – Respondió Eltrant avanzando, pasando junto a Alanna después. – Cómo en los viejos tiempos. ¿Verdad? – le dijo dándole una fuerte palmada en el hombro, sonriendo tras el yelmo. – No te separes. – añadió después, colocándose de nuevo en cabeza. – Ya estamos cerca, en nada hemos acabado. – sentenció al final.
Estaban recorriendo el mismo camino que Alanna transitaba todas y cada una de las mañanas al dirigía a su trabajo, apenas estaban a un par de calles del cuartel de la guardia. Y si quitabas el fuego, los civiles aterrados que se refugiaban en sus hogares y los vampiros homicidas que recorrían las calles, era incluso nostálgico.
Desafortunadamente para ellos, el agradable paseo bajo el fuego finalizó cuando los vampiros no tardaron en organizar algo parecido a una defensa interna coherente.
Bashira detuvo a sus tropas con un rápido gesto de muñeca, por su expresión, estaba analizando la situación. Eltrant se limitó a tensar los músculos, viendo el pequeño ejército de vampiros que acababa de colocarse frente a ellos, separándolos de su destino.
Asió a Olvido con fuerza, entre sus manos, el viento que envolvía el acero onduló con fuerza.
- ¡Abrid una brecha! – Volvió a exclamar Bashira, nadie respondió en un principio. Todos se quedaron mirando durante unos segundos a los vampiros. - ¡Cargad! – Bashira fue la primera, por si sola, comenzó a correr espada en mano hacía sus enemigos.
Después fueron los demás nórgedos, siguiendo a su líder.
Eltrant placó a un primer vampiro que salía a su encuentro, apartándolo de su camino, también se encargó de derribar a un segundo sacándole partido a la Eir, su armadura. Justo tras eso notó un ya conocido chasquido metálico a su espalda, uno que le decían que acababan de acertarle con un arma, pero como de costumbre su coraza se encargó de aquel contratiempo.
Girándose sobre sí mismo se encargó de que su gigantesco espadón plateado encontrase el dueño de la espada que acababa de impactarle sobre el omoplato.
Tras desencajar el acero del, ahora cadáver, del vampiro se giró hacia otro que pudo ver correr hacia él justo a tiempo para colocar a Olvido entre su cuerpo y el acero de su rival. Forcejeó con el hombre durante unos segundos, los gritos de dolor, por parte de ambos bandos, se sucedían.
Los vampiros eran superiores físicamente, muchos soldados del desierto estaban descubriéndolo por las malas, pero los señores de la noche no contaban con que los nórgedos, unidos a los soldados de Roilkat, eran incansables.
No darían un paso atrás, ninguno, incluso cuando muchos estaban disconformes con el modo de gobierno de Bashira, en cuanto estos cruzaron sus espadas con los vampiros se olvidaron momentáneamente de eso, la pelea se había vuelto una cuestión de orgullo.
- ¡Sin miedo! - Bashira cercenó la cabeza de un vampiro desde, prácticamente, el centro de toda la acción.
La Sheik estaba esforzándose por ser un ejemplo para sus soldados, eso tenía que admitirlo, como también tenía que admitir que le seguía sorprendido la forma de pelear de la mujer; su espada parecía etérea, parecía que no tenía filo, incluso creyó verla cortar el acero de uno de sus rivales.
Flint por otro lado, era más torpe, pero no por ello se estaba quedando atrás. Sí que se vio obligado a agarrarle por la parte trasera de la armadura para apartarlo de una pesada maza que buscaba la cabeza del noble.
- ¿¡Por qué no llevas el yelmo!? – Gritó instantes después de haber acabado con la vida de la mujer que buscaba matar a Flint. - ¡¿Es que quieres que te mat...?! – Un sonoro “Clonck” acompañó a lo que fue el golpe más fuerte que Eltrant recordaba haber recibido en mitad de la cara.
Afortunadamente tenía el casco.
Eltrant se tambaleó, tratando pobremente de mantenerse de pie, hasta que finalmente cayó de rodillas.
Tratando de controlar las náuseas que sintió de golpe, se llevó la mano hasta la deformación que la pesada maza había ocasionado en su casco, justo a tiempo para ver como Flint clavaba su espada corta, varias veces, en el pecho del tipo de acababa de atacarle.
- ¡Por cosas como estas llevas casco! – Exclamó levantándose de nuevo, sacudiendo la cabeza al mismo tiempo que señalaba el lugar en el que había impactado la maza.
- ¿Ni siquiera me das gracias? – Preguntó Flint de vuelta, tragando saliva, mirando el cuerpo del vampiro al que acababa de matar.
- Sígueme. – Sentenció volviendo al frente, abriéndose pasó con Olvido, apartando a todos los vampiros que podía de su camino.
Los nórgedos estaban ganando terreno, pero iban muy despacio, demasiado. Tenían que abrirse paso más rápidamente, de otro modo iban a acabar los bandidos que atacaron el Monte de San Pedro.
- ¡Alanna! – Alzó la voz, tratando de buscarla. Apartó a un vampiro que su amiga justo tras ella con la espada en cuanto la localizó, se aseguró de que este no volvía a levantarse en el proceso. - ¿Estás bien? – Preguntó en primer lugar, apenas dejó a la muchacha tiempo para responder, señaló a la línea que habían formado los defensores. – Vamos a romper eso, necesito tu ayuda. – dijo, tomó aire, aprovechó aquel pequeño respiro para descansar – Llama a Bashira y a todos los que puedas – Pidió – ¿Recuerdas los entrenamientos? – Preguntó – Punta de lanza, como nos enseñaron – Sujetó a Olvido con fuerza, el viento de la hoja volvió a rodearle.
Se golpeó varias veces el yelmo con suavidad, asegurándose de que este, a pesar de estar deformado, seguía estando firmemente sujeto a su cabeza.
- ¡Vamos a abrirnos paso! – Gritó.
Alanna Delteria, La Gata, también iba a participar en la guerra. La miró fijamente durante unos segundos, desde la entrada del túnel, pensando que decir, que hacer.
Había pasado tanto tiempo que una parte de él empezaba a creer que la joven, simplemente, se había cansado de todo Aerandir, que había hecho algo parecido a lo que hizo él al marcharse a su cabaña en los bosques del este.
Evidentemente, se había equivocado.
- ¿No podíamos vernos en mejores circunstancias? – Fue lo primero que dijo, cuando estuvo lo suficientemente cerca, esbozando algo parecido a una sonrisa. - ¿No está… tu amiga contigo? -- Alanna no tardaría en notar que seguía sin ser, precisamente, un experto en el arte de la conversación.
La guarda había cambiado, y no solo físicamente. La forma en la que se movía por el campamento denostaba una seguridad que difícilmente podía reconocer en ella, no había un atisbo de duda en su mirada.
¿Qué había pasado en su ausencia? Antes de que pudiese responder siquiera mentalmente a aquella pregunta, notó como alguien le apartaba a un lado y se internaba en el túnel.
Aquel pequeño gesto le devolvió a la realidad, por mucho que le sorprendiese a ver a Ali en el campamento, no podía detenerse, no podía quedarse allí pensado que decir; tenían cosas más importantes de las que ocuparse.
Ya habría tiempo para reencontrarse.
Sin decir nada más, tomó el yelmo de metal que colgaba de su cinturón y se lo colocó en la cabeza. Respiró profundamente y, se giró hacía el oscuro pasadizo que les conduciría hasta el campo de batalla.
Antes de internarse en el túnel, no obstante, se giró hacía Alanna por última vez.
- Me alegro… - Sonrió tímidamente, aunque esto es algo que su vieja amiga no pudo ver debido al casco. – Me alegro de verte bien, Ali. – dijo al final, girándose hacía el pasadizo, dejando escapar un ligero suspiró. – Vamos allá. – Sentenció, fue lo último que salió de entre sus labios cuando comenzó a avanzar tras los demás.
No podía negar que tener a Alanna allí le tranquilizaba enormemente.
[…]
Cercenó el brazo del vampiro que tenía delante de él y, una vez hecho esto, hundió firmemente a Olvido en su pecho, contempló como el señor de la noche se desplomaba frente a él, sin vida.
Los Nórgedos seguían avanzando, a un paso lento, pero sin dejar que nada les parase. Cómo Bashira había dicho, las tropas vampíricas estaban concentrándose, principalmente, en defenderse de los peligros más obvios: el ejercito del norte y el de Siegfried.
Apenas habían tenido bajas, pero eso no significaba que todo fuese bien. En sí, estaba siendo peor de lo que esperaba, bastante peor. Tensó los músculos según volvía a levantar la mirada a levantar la mirada: el titánico dragón seguía incinerando la ciudad que descansaba bajo él.
¿Por qué no estaba él allí? La imperiosa necesidad de dejarlo todo e irse a ayudar a acabar con aquella cosa se apoderó de su cuerpo. ¿Es que nadie estaba viendo a aquel monstruo quemarlo todo?
Una gigantesca explosión no muy lejos de allí le sacó de sus pensamientos. Apenas segundos después del estruendo trozos de madera en llamas, de cristales rotos y muebles destrozados comenzaron a caer desde los aires.
Negó con la cabeza, los nórgedos tenían un papel muy importante en aquella batalla e iban a cumplirlo, independientemente del dragón. Alguien lidiaría con el lagarto gigante, tenía que confiar en ello.
- ¡Avanzad! – La voz de Bashira se alzó sobre el estruendo de la guerra, la mujer señaló delante de ella con su imponente espada curva. - ¡Demostradle a los vampiros que nosotros somos el fuego! – Exclamó, la mayoría de los soldados corearon a sus palabras y emprendieron la marcha avanzando, Eltrant, antes de seguirles, se giró hacía Flint, que jadeaba cansado a su lado.
- ¿Vas bien? – Preguntó, el hombre asintió como toda respuesta, estaba demostrando una valentía que no creía que el noble tuviese. – Bien – Respondió Eltrant avanzando, pasando junto a Alanna después. – Cómo en los viejos tiempos. ¿Verdad? – le dijo dándole una fuerte palmada en el hombro, sonriendo tras el yelmo. – No te separes. – añadió después, colocándose de nuevo en cabeza. – Ya estamos cerca, en nada hemos acabado. – sentenció al final.
Estaban recorriendo el mismo camino que Alanna transitaba todas y cada una de las mañanas al dirigía a su trabajo, apenas estaban a un par de calles del cuartel de la guardia. Y si quitabas el fuego, los civiles aterrados que se refugiaban en sus hogares y los vampiros homicidas que recorrían las calles, era incluso nostálgico.
Desafortunadamente para ellos, el agradable paseo bajo el fuego finalizó cuando los vampiros no tardaron en organizar algo parecido a una defensa interna coherente.
Bashira detuvo a sus tropas con un rápido gesto de muñeca, por su expresión, estaba analizando la situación. Eltrant se limitó a tensar los músculos, viendo el pequeño ejército de vampiros que acababa de colocarse frente a ellos, separándolos de su destino.
Asió a Olvido con fuerza, entre sus manos, el viento que envolvía el acero onduló con fuerza.
- ¡Abrid una brecha! – Volvió a exclamar Bashira, nadie respondió en un principio. Todos se quedaron mirando durante unos segundos a los vampiros. - ¡Cargad! – Bashira fue la primera, por si sola, comenzó a correr espada en mano hacía sus enemigos.
Después fueron los demás nórgedos, siguiendo a su líder.
Eltrant placó a un primer vampiro que salía a su encuentro, apartándolo de su camino, también se encargó de derribar a un segundo sacándole partido a la Eir, su armadura. Justo tras eso notó un ya conocido chasquido metálico a su espalda, uno que le decían que acababan de acertarle con un arma, pero como de costumbre su coraza se encargó de aquel contratiempo.
Girándose sobre sí mismo se encargó de que su gigantesco espadón plateado encontrase el dueño de la espada que acababa de impactarle sobre el omoplato.
Tras desencajar el acero del, ahora cadáver, del vampiro se giró hacia otro que pudo ver correr hacia él justo a tiempo para colocar a Olvido entre su cuerpo y el acero de su rival. Forcejeó con el hombre durante unos segundos, los gritos de dolor, por parte de ambos bandos, se sucedían.
Los vampiros eran superiores físicamente, muchos soldados del desierto estaban descubriéndolo por las malas, pero los señores de la noche no contaban con que los nórgedos, unidos a los soldados de Roilkat, eran incansables.
No darían un paso atrás, ninguno, incluso cuando muchos estaban disconformes con el modo de gobierno de Bashira, en cuanto estos cruzaron sus espadas con los vampiros se olvidaron momentáneamente de eso, la pelea se había vuelto una cuestión de orgullo.
- ¡Sin miedo! - Bashira cercenó la cabeza de un vampiro desde, prácticamente, el centro de toda la acción.
La Sheik estaba esforzándose por ser un ejemplo para sus soldados, eso tenía que admitirlo, como también tenía que admitir que le seguía sorprendido la forma de pelear de la mujer; su espada parecía etérea, parecía que no tenía filo, incluso creyó verla cortar el acero de uno de sus rivales.
Flint por otro lado, era más torpe, pero no por ello se estaba quedando atrás. Sí que se vio obligado a agarrarle por la parte trasera de la armadura para apartarlo de una pesada maza que buscaba la cabeza del noble.
- ¿¡Por qué no llevas el yelmo!? – Gritó instantes después de haber acabado con la vida de la mujer que buscaba matar a Flint. - ¡¿Es que quieres que te mat...?! – Un sonoro “Clonck” acompañó a lo que fue el golpe más fuerte que Eltrant recordaba haber recibido en mitad de la cara.
Afortunadamente tenía el casco.
Eltrant se tambaleó, tratando pobremente de mantenerse de pie, hasta que finalmente cayó de rodillas.
Tratando de controlar las náuseas que sintió de golpe, se llevó la mano hasta la deformación que la pesada maza había ocasionado en su casco, justo a tiempo para ver como Flint clavaba su espada corta, varias veces, en el pecho del tipo de acababa de atacarle.
- ¡Por cosas como estas llevas casco! – Exclamó levantándose de nuevo, sacudiendo la cabeza al mismo tiempo que señalaba el lugar en el que había impactado la maza.
- ¿Ni siquiera me das gracias? – Preguntó Flint de vuelta, tragando saliva, mirando el cuerpo del vampiro al que acababa de matar.
- Sígueme. – Sentenció volviendo al frente, abriéndose pasó con Olvido, apartando a todos los vampiros que podía de su camino.
Los nórgedos estaban ganando terreno, pero iban muy despacio, demasiado. Tenían que abrirse paso más rápidamente, de otro modo iban a acabar los bandidos que atacaron el Monte de San Pedro.
- ¡Alanna! – Alzó la voz, tratando de buscarla. Apartó a un vampiro que su amiga justo tras ella con la espada en cuanto la localizó, se aseguró de que este no volvía a levantarse en el proceso. - ¿Estás bien? – Preguntó en primer lugar, apenas dejó a la muchacha tiempo para responder, señaló a la línea que habían formado los defensores. – Vamos a romper eso, necesito tu ayuda. – dijo, tomó aire, aprovechó aquel pequeño respiro para descansar – Llama a Bashira y a todos los que puedas – Pidió – ¿Recuerdas los entrenamientos? – Preguntó – Punta de lanza, como nos enseñaron – Sujetó a Olvido con fuerza, el viento de la hoja volvió a rodearle.
Se golpeó varias veces el yelmo con suavidad, asegurándose de que este, a pesar de estar deformado, seguía estando firmemente sujeto a su cabeza.
- ¡Vamos a abrirnos paso! – Gritó.
Última edición por Eltrant Tale el Jue Jun 28 2018, 15:55, editado 1 vez
Eltrant Tale
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
Estaba preparada para todo. Pronto sería su turno de meterse por el agujero y llegar al país de las pesadillas. Tan lejano al viejo cuento como fuera posible. Se sentía como una Alicia que en lugar de buscar un conejo blanco se veía arrastrada por la liebre de marzo a la locura. Tan solo faltaría el sombrerero loco para rematar la estampa. Porque mientras todos cruzaban esa frontera que podría llevarlos a la gloria o al olvido, no podía evitar pensar que, aun con todo, estaba en el lugar erróneo. Aun con la seguridad y la decisión que le latía en las sienes, aun con todo lo que había crecido, no se había despedido. Y si moría ahí, sería algo que le pesaría incluso en el viaje al Valhala.
El polvo gris que se elevaba con el aire llevaba consigo los gritos de los otros frentes que se habían empezado a abrir paso por las fronteras de la ciudad. No eran esperanzas vanas, y ese era el mayor consuelo que podía haber en un momento como el que vivían. La guerra no era nunca algo fácil. Siempre se luchaba en terreno resbaladizo, y el más mínimo error de cálculos podía estropearlo todo. Y por desgracia, eso no era como un libro de cuentos, si rompías o manchabas una página, podías seguir leyendo; en la guerra, si se cometía un error, se pagaba con la vida.
Movió las manos enguantadas y miró sus dagas. ¿Las usaría? Seguía sin querer matar, no podía herir así como así. Las vidas con las que había acabado aun le pesaban en la espalda, y parecían haber engordado varios kilos justo en ese momento. ¿Qué no daría por volver el tiempo atrás, salir del espejo y despertar en el campo, bajo un árbol, leyéndole un cuento a su hermana?¿Qué no daría por ser Alicia y volver del país de las maravillas? Estiró los brazos, intentando eliminar todo rastro de agarrotamiento de sus músculos. No podía pararse a pensar, lo que pasara, lo pensaría luego. Tal vez tuviera que cargar con más peso a su espalda. Espalda en la que notó un golpe suave que la hizo girarse.
— Eltrant. — Sonrió de oreja a oreja. — Parece que nuestro destino es ser compañeros de muerte. — bromeó, después de todo, solo se veían para luchar, las pocas veces que no había sido así, él había desaparecido sin decir nada, ella debía ser una compañía horrible. — Prefería que se quedara a vigilar a los chicos. ¿Y tu niña?. — No llegó a oír la respuesta.
El chico no había cambiado para nada, seguía igual, la misma barba, el mismo pelo enmarañado, la misma postura de héroe de libro. Probablemente su costumbre de desaparecer también seguía intacta. Al menos, la vida parecía haberle estado tratando bien en su larguísima ausencia. Se alegraba. Su viejo amigo merecía ser feliz.
Tras un empujón, les llegó el turno. Eran ellos los que debían cruzar el agujero para llegar al campo de batalla que decidiría tanto. Nuevamente se encontraban frente a algo demasiado grande para ellos. Dos humanos luchando contra titanes, pero lo sabía, como siempre había pasado, saldrían de esa, y lo harían victoriosos.
— Nos vemos al otro lado de la madriguera. — Se despidió de él, con la mano y una sonrisa decidida en el rostro.
No estaba luchando, a penas había tenido la oportunidad de golpear a nada. Solo había cortado brazos, rebanado manos e imposibilitado para poder llegar a los heridos graves. ¿Es que nadie había pensado en llevar un maldito médico? Terminó de darle de beber la poción revitalizante al soldado y se levantó, dagas en mano, tirando lejos el bote vacío, que se rompió en mil pedazos al tocar el asfalto.
Habían recorrido la ciudad. Su ciudad. Las calles que la habían visto crecer, reir, llorar, gritar, luchar, sangrar. Esas calles que habían significado tantas cosas diferentes. Vida, luz, miedo, familia. Eran ahora una imagen descompuesta y dantesca de lo que habían sido. Su casa, aun en pie, parecía un recuerdo fantasmagórico que le gritaba y acusaba mirándola con sus ventanas a modo de ojos y esa puerta abierta a la fuerza como boca. Había abandonado. Era consciente. Había tirado los recuerdos a un lado para poder seguir. Pero no podía dejar que la culpa la cegara. Porque había crecido, y era plenamente consciente de que nada habría podido hacer de quedarse. Una persona no puede salvar todo un reino. Una persona sola no puede llevar el peso del mundo a sus hombros.
Las risas de los niños se habían sustituido por gritos de esfuerzo y dolor, las tropas luchaban por lo mismo que ella recordaba. Por esa felicidad, esa paz, esa alegría que parecía interminable. Para que las fuentes no llorasen sangre, sino agua, para que las lágrimas no fueran de dolor, rabia o hambre, sino por alegría. Luchaban para cambiar los gritos por risas, las nubes de polvo por el sol, las espadas por flores, los entierros por bodas.
Clavó la daga en el estómago del tercer vampiro que se le acercó y escuchó el grito de Bashira. Estaba claro que con la que habían armado era imposible entrar con sigilo. Derribarían la puerta, recuperarían la guardia, su bastilla. Ese era el punto principal, las armas estaban ahí, era el lugar más fortificado del mundo, pero ellos tenían una ventaja. Entrasen de frente o no, esa era su casa, se la conocían, y el humo que salía de las almenas solo confirmaba que el cuartel los añoraba tanto como los soldados el cuartel.
No podían ignorarse las horas pasadas, casi toda una vida, entrenando, riendo, peleando, bromeando, festejando. Miró el humo, allí había estado el despacho en el que se había pasado tantas horas rellenando documentos, riendo junto a Clay, el bibliotecario loco, y Luna, esa boticaria que parecía haber sido criada por las hadas.
Dio un nuevo tajo y se levantó sintiendo una palmada en el hombro. Se giró daga en alto, deteniéndose en seco, y le sonrió. Si, como en los viejos tiempos. Pero pronto se acabó la alegría. Los vampiros empezaron a tomárselo en serio y tuvieron que reorganizarse. Ya no podía dedicarse únicamente a dar cortes que los dejaran huyendo. Había tenido suerte, otros habían estado rematando a los que ella hería. Los vampiros habían estado bastante descontrolados, normal, tanta sangre junta no debía ser fácil de tolerar. Habían sido, en su mayoría, chupasangres, los que habían acabado con sus propios amigos al oler el liquido que les salía de los cortes, graves, que ella provocaba.
Desde lejos se escuchó una fuerte explosión. Alguien en el norte estaba haciendo bien su trabajo. Podían hacerlo. Los vampiros serían más débiles a medida que el día avanzase, por muchas nubes que hubieran, el sol seguía brillando, y eso era algo que, por fuerza, debían sentir. Se les veía en las caras, en las muecas, en la perdida de control. Esa batalla era suya, y nadie iba a decirle lo contrario.
Respiró hondo y cogió de las bridas un caballo que había descabritado. Podía ser útil. Sacó dos botes de su bolsa y los abrió. Montó en el animal y lo hizo correr al tiempo que vertía el contenido de los frascos. La verbena nunca había sentado bien a los seres de la noche. Bajó rápido del animal y ató otros tres frascos abiertos antes de darle un golpe fuerte en los cuartos traseros y hacerlos salir corriendo mientras la verbena se salía de los tarros, mojando a todo ser que se atreviera a meterse en su camino.
Volvió a tomar sus dagas con fuerza, con las manos enguantadas en cuero, y se dispuso a seguir dando golpes. Notaba el sudor caerle por la frente, el calor ahogándola, y un grito en la garganta, le dolía el pecho del desgaste, pero no había tiempo para sentir el cansancio, no había tiempo para nada que no fuera pelear. Corrió de nuevo hacia donde debía estar Bashira. Los gritos y las ordenes de la nórgeda eran claras. "Cargad".
Golpeó nuevamente y escuchó la voz de Eltrant a su espalda. Asintió una sola vez, guardó las dagas, y se agachó en el suelo estirando una pierna, era momento de usar lo mejor que tenía, su velocidad. Respiró hondo y sonrió a su amigo antes de guiñar un ojo.
— Nos vemos en unos minutos. — Prometió antes de salir corriendo con toda la fuerza que le permitían las piernas. — Formación de lanza. — Fue repitiendo a cada paso, viendo asentir a todo aquel que la escuchaba.
Al tiempo que corría e informaba pudo ver como los soldados retrocedían iniciando el plan de Eltrant. Si todo salía bien, pronto recuperarían el cuartel. Muy pronto, un punto clave sería suyo. Se acercó a Bashira, que luchaba contra un vampiro que le sacaba los colmillo con gesto hambriento y furibundo, y decidió que ese era el momento de parar en seco. Había dado ya una vuelta al campo de batalla, esquivando como bien había podido las peleas, llevándose varios cortes que sangraban y dolían como el infierno, las piernas no tenían un estado mucho mejor, los músculos parecían arderle, y aunque parar en seco fuera la peor de las ideas. Darle semejante patada a un enemigo le parecía la idea más divertida que había tenido en horas.
Dio un salto para detener el movimiento recto de su carrera y estiró las piernas. Dio tal golpe a la cabeza del chupasangres que lo mandó a volar. Ella cayó al suelo sin poder levantarse y miró a Bashira respirando hondo, con dificultad por el esfuerzo. Si pudiera, querría tumbarse y quedarse ahí durante horas, pero no era una opción. La reina de los nórgedos la miraba con gesto extrañado y preocupado. Debía tener una pinta horrible.
— ¿Cómo demonios llegaste aquí?— preguntó dando un espadazo a otro enemigo.
— Corriendo.— intentó levantarse, sin éxito alguno.
— Esa velocidad sigue sin ser normal. — Le tendió la mano, alzándola prácticamente a pulso.
— Formación lanza. — se limitó a decir, con las piernas temblorosas, como un cervatillo. — Eltrant los está reuniendo. — Señaló con la cabeza, sin saber muy bien como es que se aguantaba de pie.
— Bien, voy allí, tu escondete y... — Alanna dio un paso, doloroso, al parecer, que acalló a la reina.
— Dame una espada y podré luchar como el mejor de tus hombres. — Alzó la barbilla, con orgullo. Estaba cansada, pero no iban a dejarla fuera de eso.
OFF: Uso de la habilidad de nivel 1.
El polvo gris que se elevaba con el aire llevaba consigo los gritos de los otros frentes que se habían empezado a abrir paso por las fronteras de la ciudad. No eran esperanzas vanas, y ese era el mayor consuelo que podía haber en un momento como el que vivían. La guerra no era nunca algo fácil. Siempre se luchaba en terreno resbaladizo, y el más mínimo error de cálculos podía estropearlo todo. Y por desgracia, eso no era como un libro de cuentos, si rompías o manchabas una página, podías seguir leyendo; en la guerra, si se cometía un error, se pagaba con la vida.
Movió las manos enguantadas y miró sus dagas. ¿Las usaría? Seguía sin querer matar, no podía herir así como así. Las vidas con las que había acabado aun le pesaban en la espalda, y parecían haber engordado varios kilos justo en ese momento. ¿Qué no daría por volver el tiempo atrás, salir del espejo y despertar en el campo, bajo un árbol, leyéndole un cuento a su hermana?¿Qué no daría por ser Alicia y volver del país de las maravillas? Estiró los brazos, intentando eliminar todo rastro de agarrotamiento de sus músculos. No podía pararse a pensar, lo que pasara, lo pensaría luego. Tal vez tuviera que cargar con más peso a su espalda. Espalda en la que notó un golpe suave que la hizo girarse.
— Eltrant. — Sonrió de oreja a oreja. — Parece que nuestro destino es ser compañeros de muerte. — bromeó, después de todo, solo se veían para luchar, las pocas veces que no había sido así, él había desaparecido sin decir nada, ella debía ser una compañía horrible. — Prefería que se quedara a vigilar a los chicos. ¿Y tu niña?. — No llegó a oír la respuesta.
El chico no había cambiado para nada, seguía igual, la misma barba, el mismo pelo enmarañado, la misma postura de héroe de libro. Probablemente su costumbre de desaparecer también seguía intacta. Al menos, la vida parecía haberle estado tratando bien en su larguísima ausencia. Se alegraba. Su viejo amigo merecía ser feliz.
Tras un empujón, les llegó el turno. Eran ellos los que debían cruzar el agujero para llegar al campo de batalla que decidiría tanto. Nuevamente se encontraban frente a algo demasiado grande para ellos. Dos humanos luchando contra titanes, pero lo sabía, como siempre había pasado, saldrían de esa, y lo harían victoriosos.
— Nos vemos al otro lado de la madriguera. — Se despidió de él, con la mano y una sonrisa decidida en el rostro.
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No estaba luchando, a penas había tenido la oportunidad de golpear a nada. Solo había cortado brazos, rebanado manos e imposibilitado para poder llegar a los heridos graves. ¿Es que nadie había pensado en llevar un maldito médico? Terminó de darle de beber la poción revitalizante al soldado y se levantó, dagas en mano, tirando lejos el bote vacío, que se rompió en mil pedazos al tocar el asfalto.
Habían recorrido la ciudad. Su ciudad. Las calles que la habían visto crecer, reir, llorar, gritar, luchar, sangrar. Esas calles que habían significado tantas cosas diferentes. Vida, luz, miedo, familia. Eran ahora una imagen descompuesta y dantesca de lo que habían sido. Su casa, aun en pie, parecía un recuerdo fantasmagórico que le gritaba y acusaba mirándola con sus ventanas a modo de ojos y esa puerta abierta a la fuerza como boca. Había abandonado. Era consciente. Había tirado los recuerdos a un lado para poder seguir. Pero no podía dejar que la culpa la cegara. Porque había crecido, y era plenamente consciente de que nada habría podido hacer de quedarse. Una persona no puede salvar todo un reino. Una persona sola no puede llevar el peso del mundo a sus hombros.
Las risas de los niños se habían sustituido por gritos de esfuerzo y dolor, las tropas luchaban por lo mismo que ella recordaba. Por esa felicidad, esa paz, esa alegría que parecía interminable. Para que las fuentes no llorasen sangre, sino agua, para que las lágrimas no fueran de dolor, rabia o hambre, sino por alegría. Luchaban para cambiar los gritos por risas, las nubes de polvo por el sol, las espadas por flores, los entierros por bodas.
Clavó la daga en el estómago del tercer vampiro que se le acercó y escuchó el grito de Bashira. Estaba claro que con la que habían armado era imposible entrar con sigilo. Derribarían la puerta, recuperarían la guardia, su bastilla. Ese era el punto principal, las armas estaban ahí, era el lugar más fortificado del mundo, pero ellos tenían una ventaja. Entrasen de frente o no, esa era su casa, se la conocían, y el humo que salía de las almenas solo confirmaba que el cuartel los añoraba tanto como los soldados el cuartel.
No podían ignorarse las horas pasadas, casi toda una vida, entrenando, riendo, peleando, bromeando, festejando. Miró el humo, allí había estado el despacho en el que se había pasado tantas horas rellenando documentos, riendo junto a Clay, el bibliotecario loco, y Luna, esa boticaria que parecía haber sido criada por las hadas.
Dio un nuevo tajo y se levantó sintiendo una palmada en el hombro. Se giró daga en alto, deteniéndose en seco, y le sonrió. Si, como en los viejos tiempos. Pero pronto se acabó la alegría. Los vampiros empezaron a tomárselo en serio y tuvieron que reorganizarse. Ya no podía dedicarse únicamente a dar cortes que los dejaran huyendo. Había tenido suerte, otros habían estado rematando a los que ella hería. Los vampiros habían estado bastante descontrolados, normal, tanta sangre junta no debía ser fácil de tolerar. Habían sido, en su mayoría, chupasangres, los que habían acabado con sus propios amigos al oler el liquido que les salía de los cortes, graves, que ella provocaba.
Desde lejos se escuchó una fuerte explosión. Alguien en el norte estaba haciendo bien su trabajo. Podían hacerlo. Los vampiros serían más débiles a medida que el día avanzase, por muchas nubes que hubieran, el sol seguía brillando, y eso era algo que, por fuerza, debían sentir. Se les veía en las caras, en las muecas, en la perdida de control. Esa batalla era suya, y nadie iba a decirle lo contrario.
Respiró hondo y cogió de las bridas un caballo que había descabritado. Podía ser útil. Sacó dos botes de su bolsa y los abrió. Montó en el animal y lo hizo correr al tiempo que vertía el contenido de los frascos. La verbena nunca había sentado bien a los seres de la noche. Bajó rápido del animal y ató otros tres frascos abiertos antes de darle un golpe fuerte en los cuartos traseros y hacerlos salir corriendo mientras la verbena se salía de los tarros, mojando a todo ser que se atreviera a meterse en su camino.
Volvió a tomar sus dagas con fuerza, con las manos enguantadas en cuero, y se dispuso a seguir dando golpes. Notaba el sudor caerle por la frente, el calor ahogándola, y un grito en la garganta, le dolía el pecho del desgaste, pero no había tiempo para sentir el cansancio, no había tiempo para nada que no fuera pelear. Corrió de nuevo hacia donde debía estar Bashira. Los gritos y las ordenes de la nórgeda eran claras. "Cargad".
Golpeó nuevamente y escuchó la voz de Eltrant a su espalda. Asintió una sola vez, guardó las dagas, y se agachó en el suelo estirando una pierna, era momento de usar lo mejor que tenía, su velocidad. Respiró hondo y sonrió a su amigo antes de guiñar un ojo.
— Nos vemos en unos minutos. — Prometió antes de salir corriendo con toda la fuerza que le permitían las piernas. — Formación de lanza. — Fue repitiendo a cada paso, viendo asentir a todo aquel que la escuchaba.
Al tiempo que corría e informaba pudo ver como los soldados retrocedían iniciando el plan de Eltrant. Si todo salía bien, pronto recuperarían el cuartel. Muy pronto, un punto clave sería suyo. Se acercó a Bashira, que luchaba contra un vampiro que le sacaba los colmillo con gesto hambriento y furibundo, y decidió que ese era el momento de parar en seco. Había dado ya una vuelta al campo de batalla, esquivando como bien había podido las peleas, llevándose varios cortes que sangraban y dolían como el infierno, las piernas no tenían un estado mucho mejor, los músculos parecían arderle, y aunque parar en seco fuera la peor de las ideas. Darle semejante patada a un enemigo le parecía la idea más divertida que había tenido en horas.
Dio un salto para detener el movimiento recto de su carrera y estiró las piernas. Dio tal golpe a la cabeza del chupasangres que lo mandó a volar. Ella cayó al suelo sin poder levantarse y miró a Bashira respirando hondo, con dificultad por el esfuerzo. Si pudiera, querría tumbarse y quedarse ahí durante horas, pero no era una opción. La reina de los nórgedos la miraba con gesto extrañado y preocupado. Debía tener una pinta horrible.
— ¿Cómo demonios llegaste aquí?— preguntó dando un espadazo a otro enemigo.
— Corriendo.— intentó levantarse, sin éxito alguno.
— Esa velocidad sigue sin ser normal. — Le tendió la mano, alzándola prácticamente a pulso.
— Formación lanza. — se limitó a decir, con las piernas temblorosas, como un cervatillo. — Eltrant los está reuniendo. — Señaló con la cabeza, sin saber muy bien como es que se aguantaba de pie.
— Bien, voy allí, tu escondete y... — Alanna dio un paso, doloroso, al parecer, que acalló a la reina.
— Dame una espada y podré luchar como el mejor de tus hombres. — Alzó la barbilla, con orgullo. Estaba cansada, pero no iban a dejarla fuera de eso.
OFF: Uso de la habilidad de nivel 1.
Última edición por Alanna Delteria el Sáb Jun 30 2018, 19:06, editado 1 vez
Alanna Delteria
Aerandiano de honor
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
Se lanzaron contra los defensores, sin perder tiempo, sin pensar en lo que había comportado, todos los que estaban bajo las ordenes de Bashira avanzaron como si fuesen solo uno.
Su plan le había gustado a la Sheik, y también parecía estar funcionando, los nórgedos se lanzaron contra un único punto de aquella barrera defensiva que habían montado, atravesándola casi de inmediato.
Eltrant usó a Olvido, básicamente, como si fuese un palo con el que se estaba encargando de apartar todos el que se colocaba frente a él, daba igual si no golpeaba con el filo de su arma, la contundencia con la que impactaba era suficiente.
Los gritos de Bashira rompían el alboroto generalizado, la mujer seguía dando órdenes desde el centro de la acción, cercenando brazos, segando vidas; Mostrándose como un ejemplo a seguir por los suyos.
No supo exactamente cuántas estocadas dio hasta que Olvido comenzó a mostrarse pesada en sus manos, el tiempo, por algún motivo, el tiempo avanzaba más lentamente cuando un dragón sobrevolaba tu cabeza, cuando veías edificios estallar en llamas a tu alrededor.
Su propia armadura estaba empapada en sangre, una sangre que, por primera vez, no era suya. Se detuvo, momentáneamente, a respirar. Justo después de desencajar a Olvido de las costillas de otro vampiro.
Había perdido la cuenta. ¿Cuántas personas habían caído bajo su espada en lo que llevaba de día? Sin moverse de dónde estaba bajó la mirada hasta su espada la cual, empapada en sangre, vibraba con suavidad entre sus manos.
Pasó la mano derecha sobre el acero del arma y lo limpió pobremente, se giró hacia la pelea, hacía lo que quedaba de ella.
Cómo Eltrant había predicho, la línea defensiva de los vampiros había quedado dividida en dos trozos, viéndose incapaz de defenderse de “la punta” de la lanza que habían formado. Estos dos grupos, a su vez, habían sido rodeados por los nórgedos en apenas varios segundos, principalmente gracias a las órdenes de Bashira.
Volvían a avanzar a un ritmo aceptable, muchos de los vampiros, incluso, se estaban retirando por los callejones contiguos a la amplia avenida que les conduciría hasta el cuartel de la guardia.
- ¡Avanzad! – Bashira salió del grueso de la pelea, quedaban pocos vampiros defendiéndose ahí, pero aquello no significaba que el camino que quedaba hasta el cuartel fuese a ser fácil.
Más señores de la noche salieron a su paso.
Respirando profundamente, buscó a Alanna con la mirada. Parecía cansada, pero relativamente bien. Decidió no preocuparse demasiado por ella, se limitó a obedecer a Bashira y a continuar avanzando, justo como había estado haciendo hasta aquel momento.
Acabó con un par de vidas más, su armadura le salvó a él la suya en varias ocasiones. Nada que no hubiese pasado tan pronto salió del agujero que se había abierto en el suelo; se sentía atrapado en una especie de minuto sin fin, uno que se repetía una y otra vez.
Finalmente, la imponente fachada del cuartel de la guardia se presentó frente a ellos.
Y, justo cuando estaban a punto de alcanzarla, un pequeño contingente de vampiros saltó de los tejados de las casas tomando al ejército invasor por sorpresa, acabando con las vidas de muchos nórgedos que no tuvieron tiempo ni de defenderse.
- ¡Haced un circulo! – Bashira dio forma a sus palabras moviendo su espada, ejemplificando la posición que quería para sus tropas. Los supervivientes de la emboscada obedecieron casi al momento.
Todos menos Flint.
- ¡Bashira! –
El noble se comportó como él mismo lo había hecho en un centenar de ocasiones, se colocó entre la mujer y la espada de un vampiro que, ayudándose por las sombras, se había aparecido apenas a un palmo de la Sheik.
Desde su lugar en el círculo, Eltrant observó, incapaz de hacer nada, como la hoja del señor de la noche se internaba en el vientre de Roiland, el cual dejaba caer su espada a un lado y, tras llevarse ambas manos hasta la herida, caía al suelo, boca arriba.
La espada de Bashira partió, tras esto, la cabeza de aquel vampiro en dos con su espada, como si de un melón maduro se tratase.
Eltrant salió de su posición, corrió hasta el noble, los asaltantes, mientras tanto, a pesar de haber tomado al grupo por sorpresa, no tardaron en comprender que estaban en inferioridad en la calle, decidieron marcharse antes de perder a más hombres.
Se agachó junto al noble una vez llegó hasta él.
- No te preocupes, esto no es nada. - dijo a toda prisa, buscando a su alrededor a alguien mínimamente competente para tratar aquello, presionando sobre la herida del noble en un esfuerzo inútil porque esta dejase de sangrar.
Vio a Alanna, la presencia de su amiga le volvió a tranquilizar, ella sabría que hacer.
– Vamos a llevarte a un sitio más tranquilo ¿Vale? – Añadió levantando al noble y cargándolo sobre su espalda, el cual dejó escapar una exclamación de dolor. La Sheik estaba prácticamente a su lado, mirando a Flint, sujetando la mano del noble.
- ¡Moveos! – Bashira señaló al cuartel con la espada, no quedaba apenas una recta hasta llegar.
Al menos, en aquel momento, no había vampiros por los que preocuparse.
- ¿Lo he hecho… bien? – Preguntó el noble como buenamente pudo a Bashira, la cual seguía agachada junto a él.
- Lo has hecho bien. – Respondió la mujer, estrechando su mano con fuerza. - La valentía es algo de lo que solo los que sienten miedo pueden presumir, Flint. – Añadió la Sheik inclinándose levemente sobre el noble, dándole un beso en la frente. – Gracias. – Le susurró al oído.
Bashira estaba tratando de mostrarse dura, impasible ante los acontecimientos que estaban sucediéndose. Pero algo decía a Eltrant que cada muerte nórgeda se estaba convirtiendo en una pesada losa sobre los hombros de la mujer.
Eltrant se quitó el yelmo deformado y lo dejó caer a un lado.
Analizó el patio, tratando de intuir las posibilidades que tenían de salir de allí con vida. No habían sido demasiado los que habían sobrevivido totalmente intactos al trayecto por las calles de la ciudad, pero seguían siendo los suficientes para asaltar el cuartel y rescatar a los que estaban en el interior.
Tragó saliva y suspiró profundamente, las personas que había allí encerradas eran las que se habían quedado atrás, peleando por una ciudad perdida, en lugar de huir con Siegfried a las islas. Si alguien se merecía ganar una batalla, volver a ver el estandarte de la alianza sobre los muros de la ciudad, eran ellos.
- ¿Cómo estás? – Preguntó acercándose a Alanna. Le dedicó una sonrisa y, después, se cruzó de brazos. Suspiró, él, particularmente, necesitaba algo parecído a una larga noche de sueño. - ¿Puedes hacer algo por él? – Le preguntó a la muchacha mirando por encima de su hombro, justo al lugar en el que seguía sentado Flint. – Intenta que no se desangre… - Pidió a continuación, llevándose la mano hasta la cara y tomando aire.
Se limpió la sangre que cubría su armadura con parte de su capa, después, se la desabrochó.
- Tú conoces este sitio mejor que nadie. – Comentó cruzándose de brazos, depositando sus ojos en el amplio portón, en la entrada principal del edificio. - ¿Alguna idea de por dónde entrar? – A él, personalmente, no le importaba echar aquella puerta abajo y enfrentarse a quien esperase detrás de ella.
Pero no era la decisión más prudente.
Había llegado hasta allí sin ninguna herida, esperaba acabar de aquella forma. Haría lo que Alanna creyese más oportuno.
- Tú quédate aquí parcheando a los heridos. – Pidió ajustando las correas de su armadura, miró a Bashira. – ...creo que va a necesitar eso para estar más tranquila. – Agregó después, suspirando.
Su plan le había gustado a la Sheik, y también parecía estar funcionando, los nórgedos se lanzaron contra un único punto de aquella barrera defensiva que habían montado, atravesándola casi de inmediato.
Eltrant usó a Olvido, básicamente, como si fuese un palo con el que se estaba encargando de apartar todos el que se colocaba frente a él, daba igual si no golpeaba con el filo de su arma, la contundencia con la que impactaba era suficiente.
Los gritos de Bashira rompían el alboroto generalizado, la mujer seguía dando órdenes desde el centro de la acción, cercenando brazos, segando vidas; Mostrándose como un ejemplo a seguir por los suyos.
No supo exactamente cuántas estocadas dio hasta que Olvido comenzó a mostrarse pesada en sus manos, el tiempo, por algún motivo, el tiempo avanzaba más lentamente cuando un dragón sobrevolaba tu cabeza, cuando veías edificios estallar en llamas a tu alrededor.
Su propia armadura estaba empapada en sangre, una sangre que, por primera vez, no era suya. Se detuvo, momentáneamente, a respirar. Justo después de desencajar a Olvido de las costillas de otro vampiro.
Había perdido la cuenta. ¿Cuántas personas habían caído bajo su espada en lo que llevaba de día? Sin moverse de dónde estaba bajó la mirada hasta su espada la cual, empapada en sangre, vibraba con suavidad entre sus manos.
Pasó la mano derecha sobre el acero del arma y lo limpió pobremente, se giró hacia la pelea, hacía lo que quedaba de ella.
Cómo Eltrant había predicho, la línea defensiva de los vampiros había quedado dividida en dos trozos, viéndose incapaz de defenderse de “la punta” de la lanza que habían formado. Estos dos grupos, a su vez, habían sido rodeados por los nórgedos en apenas varios segundos, principalmente gracias a las órdenes de Bashira.
Volvían a avanzar a un ritmo aceptable, muchos de los vampiros, incluso, se estaban retirando por los callejones contiguos a la amplia avenida que les conduciría hasta el cuartel de la guardia.
- ¡Avanzad! – Bashira salió del grueso de la pelea, quedaban pocos vampiros defendiéndose ahí, pero aquello no significaba que el camino que quedaba hasta el cuartel fuese a ser fácil.
Más señores de la noche salieron a su paso.
Respirando profundamente, buscó a Alanna con la mirada. Parecía cansada, pero relativamente bien. Decidió no preocuparse demasiado por ella, se limitó a obedecer a Bashira y a continuar avanzando, justo como había estado haciendo hasta aquel momento.
Acabó con un par de vidas más, su armadura le salvó a él la suya en varias ocasiones. Nada que no hubiese pasado tan pronto salió del agujero que se había abierto en el suelo; se sentía atrapado en una especie de minuto sin fin, uno que se repetía una y otra vez.
Finalmente, la imponente fachada del cuartel de la guardia se presentó frente a ellos.
Y, justo cuando estaban a punto de alcanzarla, un pequeño contingente de vampiros saltó de los tejados de las casas tomando al ejército invasor por sorpresa, acabando con las vidas de muchos nórgedos que no tuvieron tiempo ni de defenderse.
- ¡Haced un circulo! – Bashira dio forma a sus palabras moviendo su espada, ejemplificando la posición que quería para sus tropas. Los supervivientes de la emboscada obedecieron casi al momento.
Todos menos Flint.
- ¡Bashira! –
El noble se comportó como él mismo lo había hecho en un centenar de ocasiones, se colocó entre la mujer y la espada de un vampiro que, ayudándose por las sombras, se había aparecido apenas a un palmo de la Sheik.
Desde su lugar en el círculo, Eltrant observó, incapaz de hacer nada, como la hoja del señor de la noche se internaba en el vientre de Roiland, el cual dejaba caer su espada a un lado y, tras llevarse ambas manos hasta la herida, caía al suelo, boca arriba.
La espada de Bashira partió, tras esto, la cabeza de aquel vampiro en dos con su espada, como si de un melón maduro se tratase.
Eltrant salió de su posición, corrió hasta el noble, los asaltantes, mientras tanto, a pesar de haber tomado al grupo por sorpresa, no tardaron en comprender que estaban en inferioridad en la calle, decidieron marcharse antes de perder a más hombres.
Se agachó junto al noble una vez llegó hasta él.
- No te preocupes, esto no es nada. - dijo a toda prisa, buscando a su alrededor a alguien mínimamente competente para tratar aquello, presionando sobre la herida del noble en un esfuerzo inútil porque esta dejase de sangrar.
Vio a Alanna, la presencia de su amiga le volvió a tranquilizar, ella sabría que hacer.
– Vamos a llevarte a un sitio más tranquilo ¿Vale? – Añadió levantando al noble y cargándolo sobre su espalda, el cual dejó escapar una exclamación de dolor. La Sheik estaba prácticamente a su lado, mirando a Flint, sujetando la mano del noble.
- ¡Moveos! – Bashira señaló al cuartel con la espada, no quedaba apenas una recta hasta llegar.
[…]
El patio de armas estaba vacío, parecía ser el lugar indicado para descansar antes de enterarse en el edificio principal del cuartel. Flint descansaba, respirando con dificultad, contra el alto muro que rodeaba todo el recinto.Al menos, en aquel momento, no había vampiros por los que preocuparse.
- ¿Lo he hecho… bien? – Preguntó el noble como buenamente pudo a Bashira, la cual seguía agachada junto a él.
- Lo has hecho bien. – Respondió la mujer, estrechando su mano con fuerza. - La valentía es algo de lo que solo los que sienten miedo pueden presumir, Flint. – Añadió la Sheik inclinándose levemente sobre el noble, dándole un beso en la frente. – Gracias. – Le susurró al oído.
Bashira estaba tratando de mostrarse dura, impasible ante los acontecimientos que estaban sucediéndose. Pero algo decía a Eltrant que cada muerte nórgeda se estaba convirtiendo en una pesada losa sobre los hombros de la mujer.
Eltrant se quitó el yelmo deformado y lo dejó caer a un lado.
Analizó el patio, tratando de intuir las posibilidades que tenían de salir de allí con vida. No habían sido demasiado los que habían sobrevivido totalmente intactos al trayecto por las calles de la ciudad, pero seguían siendo los suficientes para asaltar el cuartel y rescatar a los que estaban en el interior.
Tragó saliva y suspiró profundamente, las personas que había allí encerradas eran las que se habían quedado atrás, peleando por una ciudad perdida, en lugar de huir con Siegfried a las islas. Si alguien se merecía ganar una batalla, volver a ver el estandarte de la alianza sobre los muros de la ciudad, eran ellos.
- ¿Cómo estás? – Preguntó acercándose a Alanna. Le dedicó una sonrisa y, después, se cruzó de brazos. Suspiró, él, particularmente, necesitaba algo parecído a una larga noche de sueño. - ¿Puedes hacer algo por él? – Le preguntó a la muchacha mirando por encima de su hombro, justo al lugar en el que seguía sentado Flint. – Intenta que no se desangre… - Pidió a continuación, llevándose la mano hasta la cara y tomando aire.
Se limpió la sangre que cubría su armadura con parte de su capa, después, se la desabrochó.
- Tú conoces este sitio mejor que nadie. – Comentó cruzándose de brazos, depositando sus ojos en el amplio portón, en la entrada principal del edificio. - ¿Alguna idea de por dónde entrar? – A él, personalmente, no le importaba echar aquella puerta abajo y enfrentarse a quien esperase detrás de ella.
Pero no era la decisión más prudente.
Había llegado hasta allí sin ninguna herida, esperaba acabar de aquella forma. Haría lo que Alanna creyese más oportuno.
- Tú quédate aquí parcheando a los heridos. – Pidió ajustando las correas de su armadura, miró a Bashira. – ...creo que va a necesitar eso para estar más tranquila. – Agregó después, suspirando.
Eltrant Tale
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
Tomó con toda la fuerza de sus manos la espada ropera que le tendió Bashira y avanzó junto a ella, tambaleante. Intentando recuperar, poco a poco, la fuerza de sus piernas. La estrategia de Eltrant estaba en marcha, y parecía dar sus frutos. La calle pronto comenzó a despejarse. Los Nórgedos y guardas bajo el mandato de Bashira, había unido fuerzas. Eso pasaría a los anales de la historia, por fin dos pueblos rivales estaban unidos bajo un fin común. La paz.
Llegada al centro del barullo, espada en alto, hizo recuento de bajas. Eran pocas. Podría ser mucho peor, ciertamente, y aunque los ríos de sangre empapaban las calzadas, podía decir con orgullo que la mayoría de esta no era de los asaltantes, sino de los defensores. Todos habían sabido que recuperar el cuartel tendría un precio, y que sería alto. Pero dentro de lo malo, podía ver que la esperanza crecía a medida que avanzaban posiciones.
Casi podía imaginar los rayos adentrándose entre las nubes y las fuentes encendidas. Ya poco le quedaba para oír el choque de las espadas de madera al entrenar y el relincho de los caballos en las cuadras. Ya nada le faltaba para oler la comida, inmensa y pesada de las cocinas y los libros de la biblioteca. Era como si ya estuviera tocando a la puerta del despacho de su padrastro,
que le sonreía a la espera de darle una nueva misión. Pero eso debería esperar, porque en ese momento, tocaba reorganizarse.
Como en una visión, sacudió de un espadazo al primero que se lanzó hacia ella, mandándolo directo a la piqueta de un compañero, que hundió la punta, con saña, en el pecho del vampiro. Fue en ese momento en el que escuchó el grito de Flint. El tiempo se paró un momento, el viento dejó de soplar, el olor a hierro se le metió en la nariz, la espada cayó de sus manos, el griterío quedó amortiguado en sus tímpanos. Y de pronto, se vio corriendo hacia un Flint herido.
Esquivó la primera estocada que iba a recibir, logrando que el hacha que blandía el vampiro se clavase en otro chupasangres que no pareció recibir bien la traición, y siguió su carrera. Veía sangre, demasiada sangre. Eltrant estaba allí, presionaba el estómago con fuerza. Solo esperaba que no le partiera una costilla, eso dificultaría aun más que dejase de sangrar.
Palideció y se detuvo un momento, estaban moviéndolo. ¡No debían moverlo! Prefería atenderle allí, en medio del caos, podían crear un pequeño perímetro. No sabía si el noble podría soportar el traslado, por nimio que fuera. Mucha gente con heridas graves moría en el camino a recibir tratamiento.
"No, no, no" Pensó desesperada mientras volvía a emprender la marcha, siguiendo a Eltrant, cubierto por Bashira, que seguía dando ordenes. Sacó nuevamente sus dagas. Las necesitaría para abrirse paso. Esperaba que fuera un corte limpio, rezaba por que lo fuera, solo los dioses sabrían como podría sobrevivir si la espada que lo había atravesado estaba oxidada y había roto mal los tejidos.
— Suéltalo donde puedas, en cuanto puedas. No debemos moverlo. — Pidió en un susurro que esperó que Flint no escuchase, fingiendo una sonrisa segura cuando el noble la miró con ojos vidriosos. Por los dioses, que aguantase, solo esperaba que aguantase.
Notó la mano de Bashira aferrar la suya. La apretó con suavidad. Estaba depositando demasiada fe en ella. A penas podía caminar bien, como iba a curar semejante herida, necesitaba tiempo, herramientas, necesitaba hilo, metal limpio, fuego para esterilizar, vendas limpias, agua, y solo disponía de lo que había puesto en su bolsa.
Sabía que disponía de aguja, podía limpiarla con alcohol. Que tenía algo de sedal, de ese que Lance siempre le obligaba a meter en el todos lados porque "nunca era mal momento para pescar" — cuando lo viera tendría que darle las gracias por ese regalo que le había hecho sin saberlo. — Tenía algo de medicinas para adormecer y... no sabía que más, pero si era consciente de que, antes de despedirse de todos, había hecho una masacre en el botiquín, algo podría servirle.
***************************
Estaban allí. Podría haberse detenido a lamentar el penoso estado de esas murallas que habían sido de piedra blanca y ahora eran de un feo color marrón negruzco. Podría haber arrugado el gesto con asco al oler la sangre donde antes se podía sentir el perfume de gardenias. Podría haberse lamentado por la perdida de colores vivos de las flores, por ese gris plomizo que lucía ahora la tierra. Podría haber dejado que las lágrimas se escapasen por el molesto humo que se expandía por todos lados, en contra de la brisa fresca que había podido respirar cada mañana al acercarse a su lugar de trabajo.
Podría haber mirado, sentido o hecho tanto, que se perdía la cuenta. Pero en ese momento toda su atención estaba concentrada en el hombre que dormitaba bajo sus manos empapadas. Llevaba cerca de un minuto intentando coserle, detener la hemorragia, sin éxito, sangraba tanto que no podía ver donde necesitaba coser. Taponó nuevamente la herida. Había cogido por banda a un soldado que parecía incapaz de caminar y lo estaba usando como ayudante.
Se secó la frente con el brazo, dejando una gran mancha de sangre en su frente, se limpió las manos con un trozo de tela y rebuscó en su bolsa. Se había desecho de todo. Había tirado su armadura ligera a un lado, sus dagas descansaban, de cualquier manera, no muy lejos de ella. Uno de sus cuchillos había sido limpiado a conciencia y no se separaba de ella. Las medicinas habían quedado repartidas por su alrededor, pero estaba tan nerviosa que a penas podía ver lo que tenía a mano.
Sentía la mirada de Bashira en su nuca. Sabía que tenía que salvarlo, era consciente de ello. Bashira la necesitaba allí, con Flint, para seguir el plan. Pero no era fácil. El corte había dejado alguna que otra esquirla de hierro que había notado al intentar coser, mientras no dejara de sangrar, no podría hacer nada. Y no paraba, por desgracia, no paraba.
— Tirando, estoy haciendo lo que puedo, pero no puedo ver donde hundir la aguja. — Se mordió el labio hasta notar la sangre en su boca. Sabía que no lo podía dejar desangrar, pero no era tan fácil. — Si encuentro los polvos de carbono, todo estará arreglado, todo será coser y limpiar, pero no se donde los he metido. — Rebuscó nuevamente en su bolsa y se le iluminó la cara. — Tú, corre, búscame agua, que esté limpia, un cubo, con un cubo me bastará. — Pidió al enorme tipo que, levantándose de forma pesada, comenzó a andar cojeando.
Respiró hondo y lanzó los polvos directamente sobre el corte. Estos pronto se tiñeron de rojo, pero en cuestión de segundos dejó de salir sangre. El alivio fue tal que Alanna no se puso a llorar de milagro. Ahora había esperanzas. Dio gracias a sus manos de dedos finos. Aguzó la vista y saco hasta la última esquirla que había en la herida. Volvió a mojar la aguja en alcohol, retiró la sangre acumulada con un trozo de tela, y dio inicio a la labor de cerrar bien la herida. Pronto dejaría de sangrar de verdad, sin necesidad de los polvos.
— Todo irá bien. — Suspiró cuando dio la última puntada.
Parecía que había pasado una eternidad, cuando en realidad a penas había estado cinco minutos cosiendo, y el cubo de agua llegó, para acabar de salvar la situación. Humedeció el trapo que antes había usado para quitar la sangre de la herida, era, probablemente, el único trozo de tela limpio del lugar, y lo mojó en el agua, tiñéndola de rojo. Descargó el agua sobre la herida ya cosida y eliminó todo resto de polvos que hubiera. Solo entonces pareció capaz de respirar. Solo restaba cerrar la herida. Se pondría bien.
— Ha perdido mucha sangre, pero hemos conseguido parar la hemorragia justo a tiempo. Le hemos cosido y solo nos queda vendarlo, estará débil, y es mejor no moverle mucho y llevarle a un elfo en cuanto sea posible, pero saldrá de esta. — Cubrió su boca con el antebrazo ahogando un sollozo de alivio y miró hacia la fortificación. No había tiempo para eso.
— La mejor forma de entrar... — lanzó un suspiro mientras cogía la capa de Eltrant y la rasgaba por la mitad. — Lo siento, es lo más grueso que hay por aquí, te compraré otra. — le prometió mientras señalaba a su ayudante que levantase un poco a lord Roiland. — Si no lo han cerrado, detrás de las cuadras, en la parte norte, hay unos matorrales, en ellos hay un boquete lo bastante grande como para que quepas con ese mastodonte de armadura. — señalo dando vueltas a la tela alrededor del vientre de Flint. — Después entrad por el establo y subid arriba, donde se guarda el heno, el tejado da a una ventana. Es el tercer piso. Desde ahí podéis usar las puertas de servicio, os llevaran, a los despachos, los hay en todas las plantas, desde ahí os será realmente fácil llegar a cualquier lado.
Acabó de atar con fuerza la venda y se dejó caer. Le dolían los brazos, le picaban los ojos, sentía que le picaba la nariz con el olor a sangre, y no se veía capaz de mover las piernas. Se levantó con dificultad. y sumergió las manos en el agua, acabando de teñirla del color de la sangre. Necesitaba deshacerse de toda la que pudiera, o empezaría a ver rojo.
Fue a protestar cuando Eltrant la "invitó" a que se quedase. Era verdad que estaba cansada, pero él mismo lo había dicho, conocía el cuartel mejor que nadie, era ella la que podía guiarlos, la que podría abrir las celdas sin provocar un escándalo. Si se había pasado tanto tiempo infiltrándose en un lugar o en otro, debía ser para poder hacer algo como eso, no para quedarse "remendando heridos" No era una enfermera, no era alguien que se quedase en la retaguardia esperando que la rescatasen o que los héroes regresaran a casa. Por cansada que estuviera, por mal que se sintiera, era capaz de pelear.
Y estaba por echarle todas las veces que lo había sacado del atolladero a la cara cuando vio la cara de Bashira. Preocupada y nerviosa, con ese gesto duro que intentaba ocultar el tormento que se le reflejaba en los ojos. Solo por eso, solo por ella, se mordió la lengua. Asintió sin mediar más palabra, y volvió su mirada hacia Flint, se quedaría vigilándolo. Aunque no tenía porque pasarle nada, estaba bien, ya solo necesitaba descansar y beber y comer en abundancia.
— Dile que se recuperará, que la herida está limpia y cerrada. Que ahora, le toca a ella demostrar que el valor de Flint no ha sido en vano. — Se levantó con dificultad, casi perdiendo el equilibrio por el cansancio de la carrera y de curar a Flint y comenzó a alejarse. — Y Elt. — Se giró con una sonrisa, no era momento para enfados. — No mueras, cuando esto acabe, tenemos mucho de qué hablar. — Volvió a hacer el amago de irse, pero se paró en seco nuevamente y se giró hacia él. — Ah, y déjame aquí la capa, necesitaré más vendas, y los héroes de verdad no las necesitan. — Le sacó la lengua y se alejó en busca del siguiente herido grabe, los cortes como los que tenía ella podrían esperar.
OFF: Uso de la habilidad. Ojo de halcón
Llegada al centro del barullo, espada en alto, hizo recuento de bajas. Eran pocas. Podría ser mucho peor, ciertamente, y aunque los ríos de sangre empapaban las calzadas, podía decir con orgullo que la mayoría de esta no era de los asaltantes, sino de los defensores. Todos habían sabido que recuperar el cuartel tendría un precio, y que sería alto. Pero dentro de lo malo, podía ver que la esperanza crecía a medida que avanzaban posiciones.
Casi podía imaginar los rayos adentrándose entre las nubes y las fuentes encendidas. Ya poco le quedaba para oír el choque de las espadas de madera al entrenar y el relincho de los caballos en las cuadras. Ya nada le faltaba para oler la comida, inmensa y pesada de las cocinas y los libros de la biblioteca. Era como si ya estuviera tocando a la puerta del despacho de su padrastro,
que le sonreía a la espera de darle una nueva misión. Pero eso debería esperar, porque en ese momento, tocaba reorganizarse.
Como en una visión, sacudió de un espadazo al primero que se lanzó hacia ella, mandándolo directo a la piqueta de un compañero, que hundió la punta, con saña, en el pecho del vampiro. Fue en ese momento en el que escuchó el grito de Flint. El tiempo se paró un momento, el viento dejó de soplar, el olor a hierro se le metió en la nariz, la espada cayó de sus manos, el griterío quedó amortiguado en sus tímpanos. Y de pronto, se vio corriendo hacia un Flint herido.
Esquivó la primera estocada que iba a recibir, logrando que el hacha que blandía el vampiro se clavase en otro chupasangres que no pareció recibir bien la traición, y siguió su carrera. Veía sangre, demasiada sangre. Eltrant estaba allí, presionaba el estómago con fuerza. Solo esperaba que no le partiera una costilla, eso dificultaría aun más que dejase de sangrar.
Palideció y se detuvo un momento, estaban moviéndolo. ¡No debían moverlo! Prefería atenderle allí, en medio del caos, podían crear un pequeño perímetro. No sabía si el noble podría soportar el traslado, por nimio que fuera. Mucha gente con heridas graves moría en el camino a recibir tratamiento.
"No, no, no" Pensó desesperada mientras volvía a emprender la marcha, siguiendo a Eltrant, cubierto por Bashira, que seguía dando ordenes. Sacó nuevamente sus dagas. Las necesitaría para abrirse paso. Esperaba que fuera un corte limpio, rezaba por que lo fuera, solo los dioses sabrían como podría sobrevivir si la espada que lo había atravesado estaba oxidada y había roto mal los tejidos.
— Suéltalo donde puedas, en cuanto puedas. No debemos moverlo. — Pidió en un susurro que esperó que Flint no escuchase, fingiendo una sonrisa segura cuando el noble la miró con ojos vidriosos. Por los dioses, que aguantase, solo esperaba que aguantase.
Notó la mano de Bashira aferrar la suya. La apretó con suavidad. Estaba depositando demasiada fe en ella. A penas podía caminar bien, como iba a curar semejante herida, necesitaba tiempo, herramientas, necesitaba hilo, metal limpio, fuego para esterilizar, vendas limpias, agua, y solo disponía de lo que había puesto en su bolsa.
Sabía que disponía de aguja, podía limpiarla con alcohol. Que tenía algo de sedal, de ese que Lance siempre le obligaba a meter en el todos lados porque "nunca era mal momento para pescar" — cuando lo viera tendría que darle las gracias por ese regalo que le había hecho sin saberlo. — Tenía algo de medicinas para adormecer y... no sabía que más, pero si era consciente de que, antes de despedirse de todos, había hecho una masacre en el botiquín, algo podría servirle.
***************************
Estaban allí. Podría haberse detenido a lamentar el penoso estado de esas murallas que habían sido de piedra blanca y ahora eran de un feo color marrón negruzco. Podría haber arrugado el gesto con asco al oler la sangre donde antes se podía sentir el perfume de gardenias. Podría haberse lamentado por la perdida de colores vivos de las flores, por ese gris plomizo que lucía ahora la tierra. Podría haber dejado que las lágrimas se escapasen por el molesto humo que se expandía por todos lados, en contra de la brisa fresca que había podido respirar cada mañana al acercarse a su lugar de trabajo.
Podría haber mirado, sentido o hecho tanto, que se perdía la cuenta. Pero en ese momento toda su atención estaba concentrada en el hombre que dormitaba bajo sus manos empapadas. Llevaba cerca de un minuto intentando coserle, detener la hemorragia, sin éxito, sangraba tanto que no podía ver donde necesitaba coser. Taponó nuevamente la herida. Había cogido por banda a un soldado que parecía incapaz de caminar y lo estaba usando como ayudante.
Se secó la frente con el brazo, dejando una gran mancha de sangre en su frente, se limpió las manos con un trozo de tela y rebuscó en su bolsa. Se había desecho de todo. Había tirado su armadura ligera a un lado, sus dagas descansaban, de cualquier manera, no muy lejos de ella. Uno de sus cuchillos había sido limpiado a conciencia y no se separaba de ella. Las medicinas habían quedado repartidas por su alrededor, pero estaba tan nerviosa que a penas podía ver lo que tenía a mano.
Sentía la mirada de Bashira en su nuca. Sabía que tenía que salvarlo, era consciente de ello. Bashira la necesitaba allí, con Flint, para seguir el plan. Pero no era fácil. El corte había dejado alguna que otra esquirla de hierro que había notado al intentar coser, mientras no dejara de sangrar, no podría hacer nada. Y no paraba, por desgracia, no paraba.
— Tirando, estoy haciendo lo que puedo, pero no puedo ver donde hundir la aguja. — Se mordió el labio hasta notar la sangre en su boca. Sabía que no lo podía dejar desangrar, pero no era tan fácil. — Si encuentro los polvos de carbono, todo estará arreglado, todo será coser y limpiar, pero no se donde los he metido. — Rebuscó nuevamente en su bolsa y se le iluminó la cara. — Tú, corre, búscame agua, que esté limpia, un cubo, con un cubo me bastará. — Pidió al enorme tipo que, levantándose de forma pesada, comenzó a andar cojeando.
Respiró hondo y lanzó los polvos directamente sobre el corte. Estos pronto se tiñeron de rojo, pero en cuestión de segundos dejó de salir sangre. El alivio fue tal que Alanna no se puso a llorar de milagro. Ahora había esperanzas. Dio gracias a sus manos de dedos finos. Aguzó la vista y saco hasta la última esquirla que había en la herida. Volvió a mojar la aguja en alcohol, retiró la sangre acumulada con un trozo de tela, y dio inicio a la labor de cerrar bien la herida. Pronto dejaría de sangrar de verdad, sin necesidad de los polvos.
— Todo irá bien. — Suspiró cuando dio la última puntada.
Parecía que había pasado una eternidad, cuando en realidad a penas había estado cinco minutos cosiendo, y el cubo de agua llegó, para acabar de salvar la situación. Humedeció el trapo que antes había usado para quitar la sangre de la herida, era, probablemente, el único trozo de tela limpio del lugar, y lo mojó en el agua, tiñéndola de rojo. Descargó el agua sobre la herida ya cosida y eliminó todo resto de polvos que hubiera. Solo entonces pareció capaz de respirar. Solo restaba cerrar la herida. Se pondría bien.
— Ha perdido mucha sangre, pero hemos conseguido parar la hemorragia justo a tiempo. Le hemos cosido y solo nos queda vendarlo, estará débil, y es mejor no moverle mucho y llevarle a un elfo en cuanto sea posible, pero saldrá de esta. — Cubrió su boca con el antebrazo ahogando un sollozo de alivio y miró hacia la fortificación. No había tiempo para eso.
— La mejor forma de entrar... — lanzó un suspiro mientras cogía la capa de Eltrant y la rasgaba por la mitad. — Lo siento, es lo más grueso que hay por aquí, te compraré otra. — le prometió mientras señalaba a su ayudante que levantase un poco a lord Roiland. — Si no lo han cerrado, detrás de las cuadras, en la parte norte, hay unos matorrales, en ellos hay un boquete lo bastante grande como para que quepas con ese mastodonte de armadura. — señalo dando vueltas a la tela alrededor del vientre de Flint. — Después entrad por el establo y subid arriba, donde se guarda el heno, el tejado da a una ventana. Es el tercer piso. Desde ahí podéis usar las puertas de servicio, os llevaran, a los despachos, los hay en todas las plantas, desde ahí os será realmente fácil llegar a cualquier lado.
Acabó de atar con fuerza la venda y se dejó caer. Le dolían los brazos, le picaban los ojos, sentía que le picaba la nariz con el olor a sangre, y no se veía capaz de mover las piernas. Se levantó con dificultad. y sumergió las manos en el agua, acabando de teñirla del color de la sangre. Necesitaba deshacerse de toda la que pudiera, o empezaría a ver rojo.
Fue a protestar cuando Eltrant la "invitó" a que se quedase. Era verdad que estaba cansada, pero él mismo lo había dicho, conocía el cuartel mejor que nadie, era ella la que podía guiarlos, la que podría abrir las celdas sin provocar un escándalo. Si se había pasado tanto tiempo infiltrándose en un lugar o en otro, debía ser para poder hacer algo como eso, no para quedarse "remendando heridos" No era una enfermera, no era alguien que se quedase en la retaguardia esperando que la rescatasen o que los héroes regresaran a casa. Por cansada que estuviera, por mal que se sintiera, era capaz de pelear.
Y estaba por echarle todas las veces que lo había sacado del atolladero a la cara cuando vio la cara de Bashira. Preocupada y nerviosa, con ese gesto duro que intentaba ocultar el tormento que se le reflejaba en los ojos. Solo por eso, solo por ella, se mordió la lengua. Asintió sin mediar más palabra, y volvió su mirada hacia Flint, se quedaría vigilándolo. Aunque no tenía porque pasarle nada, estaba bien, ya solo necesitaba descansar y beber y comer en abundancia.
— Dile que se recuperará, que la herida está limpia y cerrada. Que ahora, le toca a ella demostrar que el valor de Flint no ha sido en vano. — Se levantó con dificultad, casi perdiendo el equilibrio por el cansancio de la carrera y de curar a Flint y comenzó a alejarse. — Y Elt. — Se giró con una sonrisa, no era momento para enfados. — No mueras, cuando esto acabe, tenemos mucho de qué hablar. — Volvió a hacer el amago de irse, pero se paró en seco nuevamente y se giró hacia él. — Ah, y déjame aquí la capa, necesitaré más vendas, y los héroes de verdad no las necesitan. — Le sacó la lengua y se alejó en busca del siguiente herido grabe, los cortes como los que tenía ella podrían esperar.
OFF: Uso de la habilidad. Ojo de halcón
Alanna Delteria
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Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] Bashira: Asalto al cuartel de la Guardia
Los valerosos exmiembros de la guardia de Lunargenta, Eltrant Tale y Alanna Delteria, consiguieron abrirse con ayuda de los nórgedos paso hasta el cuartel general de la guardia. Liberar a los prisioneros era cuestión de tiempo.
Bashira era una guerrera experta y ducha en las artes de combate. Sin embargo, no podía decirse lo mismo de su pareja, Flint Roiland. No se podía negar que el flamante gobernador de Roilkat ponía ganas, pero éstas en ocasiones no eran suficientes para poder suplir su carencia de habilidades combativas. Flint no terminó en resultar herido y, con ello, hizo que Alanna tuviese que desviarse.
-Bien, Alanna, gracias. – agradeció Bashira, quitándose el pañuelo que cubría su rostro durante el combate para mostrar cordialidad con la chica. – Llévale a un lugar seguro. Estando la calle repleta de vampiros, no quiero que corra ningún peligro.
Bashira perdió su mirada en la ciudad. Ardía. Y veía como los vampiros iban perdiendo representación en las calles a favor de las fuerzas del Orden. El triple ataque de humanos, nórgedos y dragones había resultado efecto y, aunque los cielos aparecían acoger una tempestad, la sheik nórgeda no dudaba de que la victoria era cuestión de minutos.
-Vayamos dentro, Eltrant. Tenemos que rescatar a los soldados. – instó la guerrera. Luego alzó su espada, para atraer la atención de los nórgedos que estaban en los alrededores. - ¡A mí, mis valientes héroes del desierto! Vamos a liberar a la guarnición de la guardia y después, recuperaremos el castillo! – comentó con un inspirador discurso.
Mientras Flint observaba como Eltrant y Bashira se adentraban los primeros en el cuartel y los perdía de vista. El malherido se recostó en las piernas de Alanna, miró al cielo y se fijó en el enorme remolino que, sobre la ciudad, bailaba al son de los vientos. Había visto salir, o alguien, del interior. - ¡Mira, Alanna, ángeles! – exclamó el joven con los ojos brillantes, con inocencia. - ¿Vienen a buscarme?
Ambos ganáis:
- 15 puntos de experiencia (ya sumados a vuestros perfiles).
- 10 puntos de influencia con el Gremio de la Guardia (aunque no pertenezcáis extraoficialmente, quizás algún día volváis).
- Como seguís ambos vivos en el evento, la recompensa en forma de objeto se os otorgará al final del mismo.
Bashira era una guerrera experta y ducha en las artes de combate. Sin embargo, no podía decirse lo mismo de su pareja, Flint Roiland. No se podía negar que el flamante gobernador de Roilkat ponía ganas, pero éstas en ocasiones no eran suficientes para poder suplir su carencia de habilidades combativas. Flint no terminó en resultar herido y, con ello, hizo que Alanna tuviese que desviarse.
-Bien, Alanna, gracias. – agradeció Bashira, quitándose el pañuelo que cubría su rostro durante el combate para mostrar cordialidad con la chica. – Llévale a un lugar seguro. Estando la calle repleta de vampiros, no quiero que corra ningún peligro.
Bashira perdió su mirada en la ciudad. Ardía. Y veía como los vampiros iban perdiendo representación en las calles a favor de las fuerzas del Orden. El triple ataque de humanos, nórgedos y dragones había resultado efecto y, aunque los cielos aparecían acoger una tempestad, la sheik nórgeda no dudaba de que la victoria era cuestión de minutos.
-Vayamos dentro, Eltrant. Tenemos que rescatar a los soldados. – instó la guerrera. Luego alzó su espada, para atraer la atención de los nórgedos que estaban en los alrededores. - ¡A mí, mis valientes héroes del desierto! Vamos a liberar a la guarnición de la guardia y después, recuperaremos el castillo! – comentó con un inspirador discurso.
Mientras Flint observaba como Eltrant y Bashira se adentraban los primeros en el cuartel y los perdía de vista. El malherido se recostó en las piernas de Alanna, miró al cielo y se fijó en el enorme remolino que, sobre la ciudad, bailaba al son de los vientos. Había visto salir, o alguien, del interior. - ¡Mira, Alanna, ángeles! – exclamó el joven con los ojos brillantes, con inocencia. - ¿Vienen a buscarme?
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Ambos: Os debo una disculpa, por mi baja disponibilidad durante el verano me ha costado llevar los posts al día. Dicho esto, habéis conseguido vuestro objetivo, aunque Flint ha terminado herido. En el caso de vuestro evento, podemos darlo por concluido… por ahora. Eltrant necesitará ayuda en el interior del cuartel. Pero eso lo veremos en la tercera fase. Alanna, por su parte, se dirigirá al castillo junto a Flint, la zona que parece más segura… por ahora. Ambos ganáis:
- 15 puntos de experiencia (ya sumados a vuestros perfiles).
- 10 puntos de influencia con el Gremio de la Guardia (aunque no pertenezcáis extraoficialmente, quizás algún día volváis).
- Como seguís ambos vivos en el evento, la recompensa en forma de objeto se os otorgará al final del mismo.
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