¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
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¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Sacrestic Ville
Salí de la catedral en llamas junto con el resto de cazadores, Elen, Rachel y Jules. Habíamos ganado la batalla, la guerra, todo. Pero habíamos perdido a gente importante en el camino: Isabella, Anastasia, Milton…
No sabía si mi hermano seguía o no con vida, pero sólo con lo que Cyrilo había dicho ya lo creía muerto. Y a veces era mejor muerto que vampiro o lisiado. Ni siquiera sé cómo me mantuve en pie hasta llegar al lugar donde nos recogerían. No recuerdo haberme despedido de Elen o los hermanos Roche. No recuerdo nada, realmente. Salvo llegar al campamento y encontrar a mi padre corriendo hacia mí, fundiéndose en un abrazo conmigo. No podía oír qué dijo, a día de hoy no recuerdo tampoco eso. Me abrazó fuerte, volvía a separarse mirándome a la cara, tratando de que le dijera qué había pasado. Pero sólo me acuerdo de estar quieta, mirándolo, y sujetando el arco y los virotes con ambas manos. Me los quitaron con cuidado, aunque yo me alarmé y quise atacar a los que se acercaron, pero eran compañeros de mi padre.
- Se acabó. Mortagglia ha muerto. La Hermandad no existe. - Fue lo único que recordaba haber dicho, mirando a mi padre, que volvió a abrazarme, estaba llorando. Nunca había visto a mi padre llorar. Y mi madre ni siquiera salió, habían llevado a mi hermano al campamento y estaba con él. Cuanto antes le trasladarían a Beltrexus. - ¿Cómo está Milton? - Pregunté, pero no me respondieron. Las miradas eran desoladoras.
Apenas estuvimos horas en el campamento, en cuanto llegamos mi padre ordenó salir cuanto antes de allí para volver a casa. El viaje es otra cosa que tampoco recuerdo, tan sólo puedo acordarme del mecer del barco y las noches que pasé en vela y llorando. Todavía podía sentir el calor de las llamas, el sonido de la explosión…
Me despertaba en mitad de la noche, sudando, agobiada y con la cabeza a punto de estallar. Los médicos de mi familia se encargaron de mí. Por suerte tenía heridas superficiales, alguna que otra quemadura y mis tímpanos estaban bien a pesar de que aún podía oír el pitido en mi cabeza. Nada grave. Según había escuchado, Jules y Rachel venían conmigo, aunque no lo sabía con certeza. En parte era un alivio, pero no me atrevía a mirar al mayor de los hermanos. Durante todo el viaje evité encontrarme con ellos.
Beltrexus
Cuando llegué a las Islas nos esperaba la gente. Algunos eran cazadores, otros trabajadores del gremio de otro tipo, familiares que habían perdido a alguien en Sacrestic Ville, vecinos que habían escuchado lo sucedido… Era incapaz de contar cuántos eran, pero al salir a cubierta el sol me cegaba. Escuchaba sus gritos, nos aclamaban como a héroes. - ¡Cazadores! ¡Cazadores! ¡Cazadores! - Repetían. Miré hacia un lado, esperando encontrarme a Anastasia y poder decirle que a quien vitoreaban era a mí, pero ya no estaba. En lugar de ella, a mi lado había una doncella que cuidaba de mí, una enfermera creo que era. Me daba igual, no era la cazadora. Ella ya no iba a volver.
Varios guardias tuvieron que apartar a la muchedumbre para que pudiéramos bajar. Aun así sentí los empujones, la gente intentaba agarrarme. - ¡Larga vida a Harrowmont! - Se podía escuchar. - ¡Maestra! ¡Maestra!
En otra circunstancia me habría encantado, pero en ese momento me sentía vacía, como si la victoria no fuese mía. Pero otra de las doncellas que me acompañaban me sujetó el brazo y me instó a saludar al pueblo. - Esperan por usted, maestra cazadora. Han derrotado a la Hermandad. - Sonrió la chica, levantándome el brazo para hacer que saludaba, de manera triunfante. - Ha ayudado a mucha gente.
La imité, tratando de quedarme con la cara de todos los que intentaban abalanzarse contra mí para mostrarme su afecto. No tenía idea de cuánto duró, me sentía abrumada, como si entrase en una espiral de la que no podía salir. Ahí fue cuando mi mirada se encontró con la de Jules y Rachel. La del primero me hizo sentir una fuerte punzada en el estómago. Nunca había visto al brujo así. Quise irme cuanto antes, su mirada era el fiel reflejo de lo sucedido días atrás.
Sonreí tímidamente a los vecinos de Beltrexus, trataba de saludar, comentaba lo cansada que estaba… Y en cuanto pude deshacerme de ese gran paseo de aplausos, elogios y flores, llegué a casa. Tenía aún la adrenalina de haber sido vitoreada de ese modo. “Maestra cazadora”, gritaban en coro. Eso me enorgullecía. Sí, yo era la maestra cazadora. Ese título era mío. Pero aun estaban en mi mente las muertes de mis compañeros. Sabíamos que iba a ser jodido, no eran vampiros cualesquiera.
Mansión Harrowmont
- Quiero hacer un homenaje. - Comenté a mi padre una vez estuvimos en nuestra casa, solos.
- No sé si sea oportuno, Cassie. - Me respondió, aún estaba algo angustiado por la salud de mi hermano.
- Lo es. ¿Cómo pensabas hacer los funerales? ¡Merecen un homenaje! - Mi padre, posiblemente, no pensase hacer ninguna ceremonia. A lo mejor algo más íntimo, en todo caso.
- Pero, nuestra situación…
- ¿Y la suya? - Señalé con el brazo donde más o menos estaba la dirección al Palacio de los Vientos. - ¡Joder! Hemos perdido a varios compañeros luchando por el gremio. Isabella fue asesinada y Anastasia ha muerto. No sólo fue dañado Milton. - Me mordí el labio tratando de contener mi rabia. Claro que quería que mi hermano se recuperase, pero Isabella había sido una de las que habían continuado con el legado junto a mi padre. ¿No tenía respeto por su compañera? Y Anastasia igual, ambas merecían algo, aunque fuera significativo. Aquello había sido demasiado duro como para dejarlo pasar.
Al final convencí a mi padre y mandó un montón de cartas, tanto a amigos del gremio de cazadores, vecinos que nos conocían, profesores, nuestros alumnos, gente de la alta alcurnia, realmente no sé a cuántos invitó. Pero a los pocos días la parte frontal del Palacio de los Vientos, la sede de los Cazadores, era un hervidero de personas, todas allí reunidas para rendir homenaje.
Palacio de los Vientos, dia de la ceremonia.
Este rito iba a ser nuevo, el cuerpo de Isabella sería sepultado en un lugar fijo, no la montarían en una barca ni lanzarían fuego a su cuerpo. Era por la mañana y el gentío ya se oía fuera. Se oficiaría una ceremonia para rendir culto a los dioses y velar por el alma de los caídos, y luego se enterrarían los restos en el acantilado. Allí era donde se hacían antiguamente todos los rituales. Era el mejor lugar, coronando las islas.
Yo estaba en el vestíbulo del palacio, todavía no iba a salir. Miré a Natasha, que también estaba allí. - Lo siento. - Dije en voz baja. Las Boisson habían perdido más que nosotros. Era lo mínimo que podía hacer, y más si iba a ocupar su casa cuando liderase el gremio.
Virgie estuvo conmigo todo el rato, tratando de animarme y consolarme. - Tu madre está encantada porque lo conseguiste. - Intentaba decirme, pero yo negaba con la cabeza. Era evidente que mi madre estaba absorta en la salud de Milton y vivía en su propia burbuja. Sí, se alegraba de que estuviera viva, pero no quería ver ni oír nada sobre los cazadores. Ni siquiera hablaba a mi padre, lo veía como el culpable de que hubiéramos tenido que luchar contra la Hermandad. No recordaba que ella también había sido víctima de los vampiros, por lo que se ve…
Aún en el palacio miré toda la decoración. ¿Cuántas veces había amenazado a Anastasia con quitarle esas cortinas tan horrendas cuando yo fuera maestra cazadora? Mil veces. Pero ahora lo era y no quería cambiar las cortinas. Todo ese aspecto tan siniestro no me importaba en absoluto. Sentía el palacio tan vacío, sin alma, pero a la vez cada centímetro del lugar estaba cargado de sentimiento y recuerdos. Aún quedaban unos minutos para que tuviera que salir, así que me dirigí al despacho, pero me detuve frente a la puerta, paralizada. La miré de arriba abajo y posé la mano en la manilla con intención de abrir.
Virgie regresó a por mí. - Cassie, cielo, tienes que salir. La ceremonia va a empezar. - Casi agradecía que viniera a buscarme. Delante de esa puerta la rabia me comía por dentro.
Fuera, donde todos esperaban, habían colocado sillas y taburetes para que pudieran sentarse los invitados. El cuerpo de Isabella estaba metido en un ataúd madera muy bien decorada. No se podía ver, pero los dioses la recogerían cuando acabase la ceremonia. Mi padre y el resto de cazadores estaban también fuera, esperándome. No sabía si Jules y Rachel también habían ido, pero me sentiría más arropada si estuvieran. Ellos sabían lo que había pasado.
Al lado del ataúd había una especie de altar donde reposaba una vasija simbólica que representaría a Anastasia, pues su cuerpo no lo habíamos podido rescatar. Aún no había visto eso, no hasta que las puertas del Palacio de los Vientos se abrieron para mí y yo, ataviada con un vestido negro, salí frente al gentío. A pesar de que eran tantos, no se oía nada. Silencio absoluto cuando atravesé las puertas principales. Por indicaciones de mi tía fui a sentarme en unas sillas que nos habían preparado en el porche, pues era elevado sobre el suelo. Así lo hice y, mientras me sentaba, inconscientemente buscaba la cara de conocidos, para sentirme arropada en ese momento. Parecía una estatua, seguía blanca, seria, mirando por encima de los asistentes sin fijar la vista en nada en concreto. Sobre todo, trataba de evitar el pequeño altar y el ataúd. Me recordaban que esas dos brujas no regresarían jamás.
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Cassandra C. Harrowmont
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Después de abandonar la catedral en llamas, sin poder evitar echar la vista atrás deseando que aquella explosión no hubiese alcanzado a su amiga, Elen se reunió con Alister, que sostenía el frío cadáver de Isabella. Madre e hija habían llegado hasta el final para acabar con el mal que Mortagglia y la Hermandad representaban, pero por desgracia les había tocado pagar un alto precio. Al verlos llegar el dragón se percató de que Anastasia no venía con ellos, abrió la boca para preguntar qué había pasado, pero los afectados rostros de Jules y Elen le dieron la respuesta antes de que pudiese pronunciar palabra. Huracán no iba a aparecer, y a pesar de no haber tenido ocasión de conocerla bien lamentó su muerte, la bruja los había ayudado en más de una ocasión y era una persona importante para su compañera, que avanzaba hacia él cabizbaja y con la negra sombra que solía rodear sus ojos totalmente corrida por sus mejillas a causa de las lágrimas.
Los cazadores no tardaron en hacerse cargo del cuerpo de su difunta líder, permitiendo que el alado pudiese levantarse e ir junto a la tensai. - Sácame de aquí, no quiero volver a ver esa catedral. - pidió Elen, al notar la mano de Alister sobre su hombro. Él asintió en respuesta y sin apenas despedirse del resto, guió a la benjamina de los Calhoun a través de las calles de Sacrestic hasta alejarla lo suficiente como para que el edificio desapareciera de su vista, solo el brillo de las llamas y el humo sobresalían por encima del resto de construcciones. - ¿Qué ha pasado? - se atrevió a preguntar tras unos minutos de silencio, y pudo ver como los verdes ojos de la hechicera se empañaban nuevamente al recordar lo sucedido. - Mortagglia ha muerto… Anastasia… - en ese punto se le quebró la voz, obligándola a esperar unos segundos antes de volver a hablar. - Ella se lanzó al fuego para asegurarse de que su abuela no encontraba la forma de escapar. - consiguió decir, para luego volver al silencio que los había rodeado mientras abandonaban el lugar de la batalla.
En cuanto llegaron a sus monturas ambos pusieron rumbo al sur, sin importar que fuese de noche ni que pudiesen quedar algunos miembros de la Hermandad aún por la zona, ya que de encontrarlos la de cabellos cenicientos desataría contra ellos toda la rabia que tenía dentro. No había llegado a tiempo para ayudar a su amiga, y eso la perseguiría siempre en su conciencia.
Lunargenta
Los días pasaron sin que el ánimo de la joven mejorase, apenas hablaba, había perdido el apetito y buscaba estar sola cuando los recuerdos la asaltaban, para que su compañero no la viese llorar. Alister no sabía cómo actuar frente a aquello, solo podía darle su apoyo cuando ella se lo permitía y tratar de distraerla, cosa que no le resultó nada fácil. Casi deseaba que les saliese algún problema en el camino, lo típico, una banda de ladrones, alguna bestia salvaje, cualquier cosa que pudiese devolverle por unos momentos a la Elen de siempre, pero para su desgracia el trayecto hasta Lunargenta fue de lo más tranquilo.
Una vez en la ciudad acompañó a la bruja hasta la casa de su madre, quien conocía bien a Isabella Boisson y también quedó visiblemente afectada por las malas noticias. Aquella trágica pérdida no iba a ser fácil de superar para ninguna de las dos, pero sin duda Yennefer sabía llevar mejor la situación, quizá porque tras ver morir a su propio marido de algún modo había aprendido a sobrellevar el dolor. No permanecieron allí por mucho tiempo, Elen necesitaba descansar y desconectar de todo lo ocurrido en Sacrestic, así que tras dar la noticia a su madre, se despidió y puso rumbo a la posada en que solían hospedarse, encerrándose en su habitación sin que el dragón pudiese hacer nada para evitarlo.
Él sabía que debía darle tiempo, pero temía que se recluyese durante días y descuidase su salud, motivo por el cual a la mañana siguiente se hizo con una copia de la llave para entrar en el cuarto de la joven. Era temprano cuando se internó en la estancia, encontrando a su compañera tendida en la cama y aparentemente dormida, con una mancha negra en la almohada, a la altura de su rostro. Había estado llorando de nuevo, eso no le sorprendía, pero ¿cuánto tiempo necesitaría para reponerse? A aquel paso terminaría enfermando y eso era algo que no podía permitir. Sin hacer ruido se dirigió al baño, donde preparó un cuenco con agua y una toalla pequeña, que llevó consigo al cuarto y depositó suavemente sobre la mesilla de noche. Luego abrió las cortinas y esperó a que la de ojos verdes reaccionase ante la luz.
Elen comenzó a moverse instintivamente para cubrirse el rostro y protegerse así de la claridad, pero pronto notó la mano del cazador, que le apartaba el brazo con que se había cubierto. - Despierta Elen. - le escuchó decir, y terminó rindiéndose. Abrió los ojos y allí estaba él, sentado al borde de la cama y con la vista clavada en su rostro, que no debía tener muy buen aspecto. - ¿Por qué me levantas tan pronto? - preguntó ella, mientras se incorporaba hasta quedar sentada. - Porque te conozco y sé que serías capaz de recluirte entre estas cuatro paredes si no te obligo a salir. - fue la respuesta del alado, una a la que la bruja no podía replicar nada porque estaba en lo cierto. Echando mano del cuenco con agua, Alister humedeció un poco la toalla y limpió con ella las manchas negras que su compañera tenía alrededor de los ojos y en las mejillas, sin que ésta opusiese mucha resistencia, algo que dejaba claro que seguía necesitando su apoyo.
Parecía como si le hubiesen arrebatado la energía y las ganas de seguir adelante, pero cada cual llevaba el luto a su manera y debía respetarlo, aunque no por eso iba a permitir que se abandonase. - Vamos, tengo que visitar el mercado y te vendrá bien tomar el aire, prepárate y reúnete conmigo abajo. - dijo en cuanto terminó de retirar el carboncillo, dejando nuevamente el cuenco y la toalla sobre la mesilla de noche. Alister se levantó y caminó hacia la puerta, deteniéndose un momento antes de salir para volverse hacia la de cabellos cenicientos. - Tengo copia de la llave, si no bajas no me dejarás más remedio que volver a subir para sacarte de este cuarto. - soltó, no como una amenaza sino más bien como una aliciente para que optase por hacerlo por su propio pie.
En cuanto volvió a quedarse sola Elen suspiró con resignación y se levantó de la cama, buscó en su armario hasta dar con una muda limpia de ropa y se dirigió al aseo, donde intentó no mirarse demasiado al espejo ya que su cara era el vivo reflejo de la tristeza. Terminó de vestirse y bajó las escaleras para reunirse con el dragón, junto al cual abandonó la posada para poner rumbo al mercado, donde pasarían el resto de la mañana. Alister la guió a través de los puestos y el gentío, consciente de que su compañera no estaba prestando demasiada atención a cuanto la rodeaba, ya que seguía algo cabizbaja y no parecía que ninguno de los mercaderes tuviese algo de su interés. Aquello no funcionaba pero sabía de algo que sí lo haría, sobre todo después de lo poco que había comido la joven en los últimos días.
Sin decir palabra se encaminó hacia uno de los puestos, aquel en que Elen solía comprar pastas dulces cuando pasaba por el mercado, y el aroma a recién horneado llamó la atención de la hechicera, que no pudo resistirse a adquirir un par. Aquello mejoró un poco su ánimo y sirvió para que le resultase más fácil mantenerla distraída durante las horas siguientes, en las cuales visitaron las tiendas preferidas de la benjamina de los Calhoun. El día parecía mejorar por momentos, pero a la hora del almuerzo ambos dieron por terminado su paseo y regresaron a la posada, donde el tabernero les aguardaba con algo que podría volver a sumir a la centinela en su estado anterior.
- Ha llegado esto para usted. - indicó, entregándole una carta. - Gracias. - respondió la bruja, antes de subir las escaleras y entrar a su habitación, seguida del dragón. Elen se sentó al borde de su cama y rompió el lacre para leerla, dejando escapar un suspiro al ver de lo que se trataba. - ¿Qué ocurre? - preguntó el cazador, que no le quitaba ojo de encima. - Es una invitación por parte de la familia Harrowmont, el gremio va a organizar un homenaje para Isabella y Anastasia en el Palacio de los vientos. - reveló, sin duda alguna de que aquello debía ser obra de Cassandra. - Iré por mis cosas. - anunció el alado, dando por hecho que ella querría asistir a la ceremonia para presentar sus respetos y despedirse de su amiga.
Poco después del mediodía ya estaban listos y de camino al puerto, donde no les costó demasiado encontrar un barco que se dirigiese a Beltrexus.
Beltrexus
La de cabellos cenicientos apenas tuvo tiempo de avisar a su madre para que embarcase con ellos, y en cuanto dejaron atrás la ciudad su estado de ánimo volvió a empeorar, volviéndola más callada de lo normal. Alister trataba de animarla pero a veces resultaba en vano, pues aunque la joven apreciaba sus esfuerzos no podía fingir que se sentía bien cuando no era cierto. Su visita a las islas tampoco ayudaría, pero se lo debía a Anastasia, no había llegado a tiempo de ayudarla en la catedral pero sí estaría en su funeral y el de Isabella. El problema era que no tenía nada adecuado para la ocasión, no solía vestir de negro y casi toda su ropa era poco apropiada para asistir a una ceremonia semejante, así que tendrían que pasar por alguna tienda antes del día señalado para el memorial.
Su estancia en Beltrexus no iba a ser larga, así que sin perder tiempo acudieron al mercado nada más desembarcar, consiguiendo un modesto vestido con velo para la tensai y algunas prendas de caballero para el dragón. Una vez listos se dirigieron a la casa familiar, donde se hospedarían hasta que el funeral hubiese terminado.
La mañana del memorial llegó apenas dos días después, y tras haberse ataviado con sus nuevos ropajes, los tres salieron hacia el Palacio de los vientos, donde desde bien temprano habían empezado a reunirse los asistentes. Había mucha gente, pero ni Elen ni sus acompañantes se fijaron en la multitud, ya que la visión del altar sobre el que reposaban el ataúd de Isabella y la vasija que seguramente representaba a Anastasia captaron por completo su atención. La benjamina de los Calhoun sintió como se le caía el alma a los pies mientras avanzaba hacia los asientos más cercanos al altar, algo que Alister debió notar en su rostro ya que de inmediato le pasó un brazo por la espalda para que supiese que estaba allí a su lado, y que no dejaría de apoyarla en aquellos duros momentos.
Los tres tomaron asiento en una de las primeras filas, desde la cual pudieron ver a Cassandra con el rostro pálido y expresión seria. Ella también había perdido a alguien importante, pero al menos no se veían dos ataúdes, lo cual indicaba que su hermano Milton debía seguir con vida. En silencio esperaron que la ceremonia diese comienzo, buscando con la mirada entre los rostros de los presentes para ver si había algún conocido más. Jules sin duda estaría destrozado pero de momento no pudo verle, aunque teniendo en cuenta la cantidad de gente que había no resultaba extraño que no pudiese encontrarlo a simple vista.
Off: Cronológicamente para mí esto ocurre antes de la pandemia y todo lo que ella ocasiona en Lunargenta.
Los cazadores no tardaron en hacerse cargo del cuerpo de su difunta líder, permitiendo que el alado pudiese levantarse e ir junto a la tensai. - Sácame de aquí, no quiero volver a ver esa catedral. - pidió Elen, al notar la mano de Alister sobre su hombro. Él asintió en respuesta y sin apenas despedirse del resto, guió a la benjamina de los Calhoun a través de las calles de Sacrestic hasta alejarla lo suficiente como para que el edificio desapareciera de su vista, solo el brillo de las llamas y el humo sobresalían por encima del resto de construcciones. - ¿Qué ha pasado? - se atrevió a preguntar tras unos minutos de silencio, y pudo ver como los verdes ojos de la hechicera se empañaban nuevamente al recordar lo sucedido. - Mortagglia ha muerto… Anastasia… - en ese punto se le quebró la voz, obligándola a esperar unos segundos antes de volver a hablar. - Ella se lanzó al fuego para asegurarse de que su abuela no encontraba la forma de escapar. - consiguió decir, para luego volver al silencio que los había rodeado mientras abandonaban el lugar de la batalla.
En cuanto llegaron a sus monturas ambos pusieron rumbo al sur, sin importar que fuese de noche ni que pudiesen quedar algunos miembros de la Hermandad aún por la zona, ya que de encontrarlos la de cabellos cenicientos desataría contra ellos toda la rabia que tenía dentro. No había llegado a tiempo para ayudar a su amiga, y eso la perseguiría siempre en su conciencia.
Lunargenta
Los días pasaron sin que el ánimo de la joven mejorase, apenas hablaba, había perdido el apetito y buscaba estar sola cuando los recuerdos la asaltaban, para que su compañero no la viese llorar. Alister no sabía cómo actuar frente a aquello, solo podía darle su apoyo cuando ella se lo permitía y tratar de distraerla, cosa que no le resultó nada fácil. Casi deseaba que les saliese algún problema en el camino, lo típico, una banda de ladrones, alguna bestia salvaje, cualquier cosa que pudiese devolverle por unos momentos a la Elen de siempre, pero para su desgracia el trayecto hasta Lunargenta fue de lo más tranquilo.
Una vez en la ciudad acompañó a la bruja hasta la casa de su madre, quien conocía bien a Isabella Boisson y también quedó visiblemente afectada por las malas noticias. Aquella trágica pérdida no iba a ser fácil de superar para ninguna de las dos, pero sin duda Yennefer sabía llevar mejor la situación, quizá porque tras ver morir a su propio marido de algún modo había aprendido a sobrellevar el dolor. No permanecieron allí por mucho tiempo, Elen necesitaba descansar y desconectar de todo lo ocurrido en Sacrestic, así que tras dar la noticia a su madre, se despidió y puso rumbo a la posada en que solían hospedarse, encerrándose en su habitación sin que el dragón pudiese hacer nada para evitarlo.
Él sabía que debía darle tiempo, pero temía que se recluyese durante días y descuidase su salud, motivo por el cual a la mañana siguiente se hizo con una copia de la llave para entrar en el cuarto de la joven. Era temprano cuando se internó en la estancia, encontrando a su compañera tendida en la cama y aparentemente dormida, con una mancha negra en la almohada, a la altura de su rostro. Había estado llorando de nuevo, eso no le sorprendía, pero ¿cuánto tiempo necesitaría para reponerse? A aquel paso terminaría enfermando y eso era algo que no podía permitir. Sin hacer ruido se dirigió al baño, donde preparó un cuenco con agua y una toalla pequeña, que llevó consigo al cuarto y depositó suavemente sobre la mesilla de noche. Luego abrió las cortinas y esperó a que la de ojos verdes reaccionase ante la luz.
Elen comenzó a moverse instintivamente para cubrirse el rostro y protegerse así de la claridad, pero pronto notó la mano del cazador, que le apartaba el brazo con que se había cubierto. - Despierta Elen. - le escuchó decir, y terminó rindiéndose. Abrió los ojos y allí estaba él, sentado al borde de la cama y con la vista clavada en su rostro, que no debía tener muy buen aspecto. - ¿Por qué me levantas tan pronto? - preguntó ella, mientras se incorporaba hasta quedar sentada. - Porque te conozco y sé que serías capaz de recluirte entre estas cuatro paredes si no te obligo a salir. - fue la respuesta del alado, una a la que la bruja no podía replicar nada porque estaba en lo cierto. Echando mano del cuenco con agua, Alister humedeció un poco la toalla y limpió con ella las manchas negras que su compañera tenía alrededor de los ojos y en las mejillas, sin que ésta opusiese mucha resistencia, algo que dejaba claro que seguía necesitando su apoyo.
Parecía como si le hubiesen arrebatado la energía y las ganas de seguir adelante, pero cada cual llevaba el luto a su manera y debía respetarlo, aunque no por eso iba a permitir que se abandonase. - Vamos, tengo que visitar el mercado y te vendrá bien tomar el aire, prepárate y reúnete conmigo abajo. - dijo en cuanto terminó de retirar el carboncillo, dejando nuevamente el cuenco y la toalla sobre la mesilla de noche. Alister se levantó y caminó hacia la puerta, deteniéndose un momento antes de salir para volverse hacia la de cabellos cenicientos. - Tengo copia de la llave, si no bajas no me dejarás más remedio que volver a subir para sacarte de este cuarto. - soltó, no como una amenaza sino más bien como una aliciente para que optase por hacerlo por su propio pie.
En cuanto volvió a quedarse sola Elen suspiró con resignación y se levantó de la cama, buscó en su armario hasta dar con una muda limpia de ropa y se dirigió al aseo, donde intentó no mirarse demasiado al espejo ya que su cara era el vivo reflejo de la tristeza. Terminó de vestirse y bajó las escaleras para reunirse con el dragón, junto al cual abandonó la posada para poner rumbo al mercado, donde pasarían el resto de la mañana. Alister la guió a través de los puestos y el gentío, consciente de que su compañera no estaba prestando demasiada atención a cuanto la rodeaba, ya que seguía algo cabizbaja y no parecía que ninguno de los mercaderes tuviese algo de su interés. Aquello no funcionaba pero sabía de algo que sí lo haría, sobre todo después de lo poco que había comido la joven en los últimos días.
Sin decir palabra se encaminó hacia uno de los puestos, aquel en que Elen solía comprar pastas dulces cuando pasaba por el mercado, y el aroma a recién horneado llamó la atención de la hechicera, que no pudo resistirse a adquirir un par. Aquello mejoró un poco su ánimo y sirvió para que le resultase más fácil mantenerla distraída durante las horas siguientes, en las cuales visitaron las tiendas preferidas de la benjamina de los Calhoun. El día parecía mejorar por momentos, pero a la hora del almuerzo ambos dieron por terminado su paseo y regresaron a la posada, donde el tabernero les aguardaba con algo que podría volver a sumir a la centinela en su estado anterior.
- Ha llegado esto para usted. - indicó, entregándole una carta. - Gracias. - respondió la bruja, antes de subir las escaleras y entrar a su habitación, seguida del dragón. Elen se sentó al borde de su cama y rompió el lacre para leerla, dejando escapar un suspiro al ver de lo que se trataba. - ¿Qué ocurre? - preguntó el cazador, que no le quitaba ojo de encima. - Es una invitación por parte de la familia Harrowmont, el gremio va a organizar un homenaje para Isabella y Anastasia en el Palacio de los vientos. - reveló, sin duda alguna de que aquello debía ser obra de Cassandra. - Iré por mis cosas. - anunció el alado, dando por hecho que ella querría asistir a la ceremonia para presentar sus respetos y despedirse de su amiga.
Poco después del mediodía ya estaban listos y de camino al puerto, donde no les costó demasiado encontrar un barco que se dirigiese a Beltrexus.
Beltrexus
La de cabellos cenicientos apenas tuvo tiempo de avisar a su madre para que embarcase con ellos, y en cuanto dejaron atrás la ciudad su estado de ánimo volvió a empeorar, volviéndola más callada de lo normal. Alister trataba de animarla pero a veces resultaba en vano, pues aunque la joven apreciaba sus esfuerzos no podía fingir que se sentía bien cuando no era cierto. Su visita a las islas tampoco ayudaría, pero se lo debía a Anastasia, no había llegado a tiempo de ayudarla en la catedral pero sí estaría en su funeral y el de Isabella. El problema era que no tenía nada adecuado para la ocasión, no solía vestir de negro y casi toda su ropa era poco apropiada para asistir a una ceremonia semejante, así que tendrían que pasar por alguna tienda antes del día señalado para el memorial.
Su estancia en Beltrexus no iba a ser larga, así que sin perder tiempo acudieron al mercado nada más desembarcar, consiguiendo un modesto vestido con velo para la tensai y algunas prendas de caballero para el dragón. Una vez listos se dirigieron a la casa familiar, donde se hospedarían hasta que el funeral hubiese terminado.
La mañana del memorial llegó apenas dos días después, y tras haberse ataviado con sus nuevos ropajes, los tres salieron hacia el Palacio de los vientos, donde desde bien temprano habían empezado a reunirse los asistentes. Había mucha gente, pero ni Elen ni sus acompañantes se fijaron en la multitud, ya que la visión del altar sobre el que reposaban el ataúd de Isabella y la vasija que seguramente representaba a Anastasia captaron por completo su atención. La benjamina de los Calhoun sintió como se le caía el alma a los pies mientras avanzaba hacia los asientos más cercanos al altar, algo que Alister debió notar en su rostro ya que de inmediato le pasó un brazo por la espalda para que supiese que estaba allí a su lado, y que no dejaría de apoyarla en aquellos duros momentos.
Los tres tomaron asiento en una de las primeras filas, desde la cual pudieron ver a Cassandra con el rostro pálido y expresión seria. Ella también había perdido a alguien importante, pero al menos no se veían dos ataúdes, lo cual indicaba que su hermano Milton debía seguir con vida. En silencio esperaron que la ceremonia diese comienzo, buscando con la mirada entre los rostros de los presentes para ver si había algún conocido más. Jules sin duda estaría destrozado pero de momento no pudo verle, aunque teniendo en cuenta la cantidad de gente que había no resultaba extraño que no pudiese encontrarlo a simple vista.
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Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
La ropa que utilizaba de manera habitual no me venía bien. Perdí mucho peso después de mis últimos enfrentamientos y maldiciones. Era curioso, al mirarme al espejo seguía viendo mi cuerpo como siempre: fuerte y pesado. Sin embargo, los pantalones y camisetas me venían grandes; era como si la ropa se hubiese estirado o como si yo hubiese encogido. Lo más probable es que fuera lo segundo. Los ancianos, por muy esbeltos que hubieran sido en la juventud, estaban condenados a encoger paulatinamente. Tenía que acostumbrarme a ello, ahora era un viejo asqueroso más con la diferencia de que yo no envejecía paulatinamente sino a un ritmo atronador.
De no ser por un herrero, antiguo conocido de mi abuelo, hubiese tenido que ir al funeral de Huracán con los sucios y grandes harapos que llevaba como ropa. El herrero me regaló antiguas piezas de armaduras que ya nadie compraría por estar descatalogadas. Ninguna de las piezas formaba parte del mismo equipo. La pechera tenía uno sencillos de adornos de rayas grises y negras, el guantelete (solo tenía el del brazo izquierdo) tenía una multitud de remaches negros y redondos y las grebas, sencillas y humildes, marcaban las marcas de la rodilla con adornos blancos y grises. Parecía un bufón disfrazado en lugar de un brujo guerrero. ¿Acaso este era el atuendo adecuado para el memorial de Huracán? Apreté los labios y reformé la pregunta que me acababa de hacer. ¿Acaso Huracán merecía algo mejor en su memorial? Observé mi sonrisa anciana en el reflejo del espejo. Tenía un aspecto horrible y viejo y, sin embargo, me estaba riendo pues pensaba que Huracán no merecía nada mejor.
Llegué tarde, la puntualidad nunca fue una de mis características. Habían asisto más gente de la que me esperaba. Pocas sillas quedaban libres y una larga fila de uno caminaba lentamente hacia el altar. No hizo falta que nadie me lo dijera para que me diese cuenta: la vasija que estaba encima del altar contenía las cenizas de la cazadora.
Entre los asistentes reconocí a Elen Calhoun. Su vestido negro parecía flotar a pocos centímetros del suelo, era como ver el fantasma de una viuda. Se me hizo un nudo en la garganta al verle acercarse al altar donde estaba la vasija con los restos de Huracán. Por un segundo, tuve la sensación de que era la misma cazadora quien se acercaba a ver las cenizas. Y es que, con el pelo tapado por el velo negro, Elen Calhoun era igual que Huracán. Caminaban y contoneaban sus caderas de la misma manera firme y rígida.
Me uní a la fila que se dirigía al altar poco después de que Elen Calhoun. Una vez allí, levanté la cabeza buscando otras caras conocidas. ¿Jules? ¿Rachel? ¿Ébano? No estaban allí. O ya se habían marchado o jamás habían venido.
Una mujer, también vestida de negro, llamó mi atención. No apartaba los ojos de la vasija con los restos de Huracán. ¿Una amante olvidada? Me reía sin abrir la boca y sin emitir ningún sonido. Dudaba que la frígida cazadora hubiera conocido el sexo, pero la imagen era cojonuda, muy divertida.
Llego y me quedé enfrente de la vasija sin saber qué decir. Detrás del alta había un ataúd con un cuerpo de una señora a la cual no conocía ni me interesaba haber conocido en vida. Huracán era la razón por cual había llegado hasta aquí. La cazadora me debía una disculpa, sino pude hacer que me la diese en vida, se la arrebataría en su muerte.
-Te dije que viviría para verte morir-.
Escupí a los pies del altar, lo más cerca posible de la vasija. La flema era de color gris, de las que hacían los ancianos enfermos. Aquellos fueron los respetos que yo presenté a la difunta cazadora.
Offrol: Hury, sabes que te aprecio ♥ ¡Es culpa del personaje!
De no ser por un herrero, antiguo conocido de mi abuelo, hubiese tenido que ir al funeral de Huracán con los sucios y grandes harapos que llevaba como ropa. El herrero me regaló antiguas piezas de armaduras que ya nadie compraría por estar descatalogadas. Ninguna de las piezas formaba parte del mismo equipo. La pechera tenía uno sencillos de adornos de rayas grises y negras, el guantelete (solo tenía el del brazo izquierdo) tenía una multitud de remaches negros y redondos y las grebas, sencillas y humildes, marcaban las marcas de la rodilla con adornos blancos y grises. Parecía un bufón disfrazado en lugar de un brujo guerrero. ¿Acaso este era el atuendo adecuado para el memorial de Huracán? Apreté los labios y reformé la pregunta que me acababa de hacer. ¿Acaso Huracán merecía algo mejor en su memorial? Observé mi sonrisa anciana en el reflejo del espejo. Tenía un aspecto horrible y viejo y, sin embargo, me estaba riendo pues pensaba que Huracán no merecía nada mejor.
Llegué tarde, la puntualidad nunca fue una de mis características. Habían asisto más gente de la que me esperaba. Pocas sillas quedaban libres y una larga fila de uno caminaba lentamente hacia el altar. No hizo falta que nadie me lo dijera para que me diese cuenta: la vasija que estaba encima del altar contenía las cenizas de la cazadora.
Entre los asistentes reconocí a Elen Calhoun. Su vestido negro parecía flotar a pocos centímetros del suelo, era como ver el fantasma de una viuda. Se me hizo un nudo en la garganta al verle acercarse al altar donde estaba la vasija con los restos de Huracán. Por un segundo, tuve la sensación de que era la misma cazadora quien se acercaba a ver las cenizas. Y es que, con el pelo tapado por el velo negro, Elen Calhoun era igual que Huracán. Caminaban y contoneaban sus caderas de la misma manera firme y rígida.
Me uní a la fila que se dirigía al altar poco después de que Elen Calhoun. Una vez allí, levanté la cabeza buscando otras caras conocidas. ¿Jules? ¿Rachel? ¿Ébano? No estaban allí. O ya se habían marchado o jamás habían venido.
Una mujer, también vestida de negro, llamó mi atención. No apartaba los ojos de la vasija con los restos de Huracán. ¿Una amante olvidada? Me reía sin abrir la boca y sin emitir ningún sonido. Dudaba que la frígida cazadora hubiera conocido el sexo, pero la imagen era cojonuda, muy divertida.
Llego y me quedé enfrente de la vasija sin saber qué decir. Detrás del alta había un ataúd con un cuerpo de una señora a la cual no conocía ni me interesaba haber conocido en vida. Huracán era la razón por cual había llegado hasta aquí. La cazadora me debía una disculpa, sino pude hacer que me la diese en vida, se la arrebataría en su muerte.
-Te dije que viviría para verte morir-.
Escupí a los pies del altar, lo más cerca posible de la vasija. La flema era de color gris, de las que hacían los ancianos enfermos. Aquellos fueron los respetos que yo presenté a la difunta cazadora.
Offrol: Hury, sabes que te aprecio ♥ ¡Es culpa del personaje!
- Así voy yo al memorial:
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Gerrit Nephgerd
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Allí me encontraba yo, delante de todos, tratando de esquivar la mirada de los presentes mientras me obligaba a no mirar el altar. Algunos se levantaban e iban a presentar respetos al lugar donde descansaban los restos de ambas, eso me destrozaba. Era cuando más sentía que había perdido a alguien. ¿Quién me iba a decir que me dolería tanto la muerte de Anastasia? Incluso mis amigas de toda la vida, Alexa y Annalise estaban ahí. Desde que había vuelto habían estado pendientes de mí, preocupadas por cómo estaba. Decían que me veían muy pálida y con la mirada apagada. ¿Cómo iba a estar si no? Habíamos ganado pero… A costa de lo que tenía frente a mí. Suspiré y volteé la cara hacia el altar. Extrañaba mucho que Anastasia no estuviera, entrar en el Palacio y no ver a ninguna Boisson más que Natasha, quien también estaba sentada en primera fila, tapándose la cara con un pañuelo. Siempre había sentido odio hacia esa familia pero no tanto como para desearles la muerte. Que se arruinasen, como máximo. Pero no esperaba tener que enterrar a mi compañera de toda la vida, a pesar de nuestras riñas constantes.
Mi padre y mi tía Virgie estaban cerca de mí, sobre todo ella, que era quien me había estado cuidando desde que puse un pie en la isla. Mi padre estaba de pie, carraspeando para coger algo de tono y hablar a la gran masa de gente que estaba esperando. Los que estaban de pie rindiendo homenaje se apresuraron a tomar asiento para escuchar las palabras del financiador del gremio. Todos salvo uno, quien osó escupir cerca del altar y yo me levanté como si fuera activada por un resorte. Mi mirada se clavó en la del hombre, si mi tía no me hubiese detenido le habría enterrado vivo a él. Pero Virgie me agarró del brazo, pasando el suyo por mis hombros. - Cassie, cielo. - Me empujó ligeramente para hacer que me sentara. Justo en ese momento empezó mi padre a hablar, aunque no le hice caso, seguía con la mirada a ese hombre rubio, con ansias de venganza.
- Gracias a todos por estar aquí hoy con nosotros. Sé que es un gran esfuerzo para muchos, algunos habéis tenido varios días de viaje. Y todo para encontrarnos con esta ceremonia que no nos gusta celebrar, para recordar pérdidas. Sin embargo, - prosiguió, señalando el altar con ambos brazos - en ocasiones, debemos decir adiós. Y dejar que se encuentren con los Dioses. A pesar de la despedida debemos alegrarnos de que nuestros dioses velen por nuestras compañeras, por nuestras amigas, aquí “presentes”, y por todos los que no pudieron regresar junto a los cazadores. Ahora, sus vidas serán eternas. - Hizo una pausa, mirándome un segundo y carraspeando de nuevo. - Pero no soy yo quien debe decir estas palabras sino mi hija, Cassandra. Ella fue una de las personas que vivió las pérdidas en primera persona. - Extendió su brazo hacia mí y me levanté de nuevo, colocándome en el lugar que estaba él.
Volví a pasar la vista por todos los presentes, buscaba al imbécil que había escupido en el altar. Todavía quería volarle la cabeza. Pero no me fijé en él, sino en los que estaban en primera fila. Elen era una de ellas. Alister estaba a su lado, junto a Natasha. Cerré los ojos durante unos instantes, mojándome los labios. Estaba tratando de pensar cuáles eran las mejores palabras para rendir mis respetos a una persona a quien había odiado toda mi vida. Costaba, pero se merecía mi más profundo pésame y mis más sinceras palabras. Agradecí muchísimo que Elen y Alister estuvieran allí, ellos también habían vivido lo ocurrido en Sacrestic Ville. Inconscientemente busqué a Jules con la mirada. Si estaba, él también debía estar destrozado.
Cogí aire y empecé a hablar, aunque era bastante complicado.
- Yo… - Volví a mirar a todos. - Yo os agradezco el haber venido. - Mi voz no era tan firme y decidida como la de mi padre. - Hace unas semanas luchamos contra la Hermandad. Varios miembros del Gremio de Cazadores. Y… Fue una lucha muy complicada. Después de tanto tiempo cazando vampiros pensé que no lo iba a ser tanto. Pero me equivoqué. - Hice una pausa para volver a tomar aire, y mientras miré hacia el cielo, esquivando la vista de los presentes. - Incluso mi familia fue golpeada por la desgracia. Los vampiros de ese aquelarre también nos hicieron daño. Pero todavía podemos abrazar a mi hermano. - Omití la parte en la que no reaccionaba. - Sin embargo, Natasha no podrá decir lo mismo hoy. - Otra pausa, pasándome un par de dedos por la mejilla, para interceptar una lágrima. - Vi como murieron. Estaban trabajando, intentando acabar con la Hermandad, con quienes tanto daño nos han hecho. Y me da rabia no haber podido recuperar el cuerpo de Anastasia. Pero era imposible… No merecían este final. Aún era demasiado pronto para encontrarse con los Dioses, no lo merecían. Sé que nunca me he mostrado afín a la familia Boisson y que, desde pequeñas, Anastasia y yo hemos estado enfrentadas hasta por la tontería más absurda. Pero hemos crecido juntas, hemos trabajado juntas y hemos colaborado la una con la otra cuando era necesario. Nunca… Jamás esperaba encontrarme en esta situación. No me había imaginado aquí, frente a vosotros, diciendo estas palabras para ella.
››No quería que se fuera. Ni ella ni Isabella. Ni ninguno de los que estaban con nosotros. Nos estaban ayudando, luchaban por el mismo objetivo. Y sus cuerpos y almas siguen bajo los escombros de esa catedral. - Suspiré. - Sé que hemos protagonizado muchas riñas, muchos de vosotros nos habéis visto. Pero Anastasia ha sido mi compañera de toda la vida y, aunque nunca esperé decir esto, siento muchísimo haberla perdido. Me duele tanto…
En ese momento me giré, dando la espalda al público. De fondo se escuchaba algún sollozo, alguien más compartía mi dolor. Virgie vino inmediatamente hacia mí y volvió a pasar las manos por mis hombros, frotándomelos. Mi padre intervino para presentar al sacerdote que oficiaría la ceremonia, innovadora para los brujos, así que yo tampoco la conocía. El hombre que iba a conducir todo el memorial empezó a hablar.
- El dolor está presente en todos vosotros, siempre es triste tener que despedir a un ser querido. Pero como ha dicho el señor Harrowmont, debemos dejarlos partir, pues los Dioses velarán por su eterno descanso. Y, cuando nos llegue el momento, harán porque nos encontremos con ellos de nuevo. La muerte sólo es un paso más, no el final. Odín y el resto de dioses guardan las almas en un mundo divino, donde no existe el lamento, ni el dolor. Estad contentos por vuestros seres queridos, pues aunque ahora no podamos verlos, algún día nos reuniremos todos en el Valhalla. - La ceremonia continuó con más nombramientos a Dioses, almas, hermanos y cosas así. No recuerdo bien sus palabras, pues yo desconecté en cuanto volví a tomar asiento.
Miré a Elen, era a la única a quien reconocía y que sabía que podía entenderme. Por ahora no podía decirle nada, así que esperé un rato hasta que el sacerdote finalizó la ceremonia en el Palacio y dijo que había que llevar la vasija y el ataúd al acantilado, en paso solemne. Yo me levanté y fui hacia los de la primera fila, ante la atónita mirada de mi tía, que pensaba que iría a donde estaba el altar. Mi padre encabezó la comitiva, que empezó a andar lentamente. - Elen... Alister… Gracias por venir. -Ellos sí parecían mostrar respeto y no como ese desgraciado que había escupido en el altar. Esperaba encontrarlo en el acantilado y hacer que él también se reuniera con los Dioses.
Mi padre y mi tía Virgie estaban cerca de mí, sobre todo ella, que era quien me había estado cuidando desde que puse un pie en la isla. Mi padre estaba de pie, carraspeando para coger algo de tono y hablar a la gran masa de gente que estaba esperando. Los que estaban de pie rindiendo homenaje se apresuraron a tomar asiento para escuchar las palabras del financiador del gremio. Todos salvo uno, quien osó escupir cerca del altar y yo me levanté como si fuera activada por un resorte. Mi mirada se clavó en la del hombre, si mi tía no me hubiese detenido le habría enterrado vivo a él. Pero Virgie me agarró del brazo, pasando el suyo por mis hombros. - Cassie, cielo. - Me empujó ligeramente para hacer que me sentara. Justo en ese momento empezó mi padre a hablar, aunque no le hice caso, seguía con la mirada a ese hombre rubio, con ansias de venganza.
- Gracias a todos por estar aquí hoy con nosotros. Sé que es un gran esfuerzo para muchos, algunos habéis tenido varios días de viaje. Y todo para encontrarnos con esta ceremonia que no nos gusta celebrar, para recordar pérdidas. Sin embargo, - prosiguió, señalando el altar con ambos brazos - en ocasiones, debemos decir adiós. Y dejar que se encuentren con los Dioses. A pesar de la despedida debemos alegrarnos de que nuestros dioses velen por nuestras compañeras, por nuestras amigas, aquí “presentes”, y por todos los que no pudieron regresar junto a los cazadores. Ahora, sus vidas serán eternas. - Hizo una pausa, mirándome un segundo y carraspeando de nuevo. - Pero no soy yo quien debe decir estas palabras sino mi hija, Cassandra. Ella fue una de las personas que vivió las pérdidas en primera persona. - Extendió su brazo hacia mí y me levanté de nuevo, colocándome en el lugar que estaba él.
Volví a pasar la vista por todos los presentes, buscaba al imbécil que había escupido en el altar. Todavía quería volarle la cabeza. Pero no me fijé en él, sino en los que estaban en primera fila. Elen era una de ellas. Alister estaba a su lado, junto a Natasha. Cerré los ojos durante unos instantes, mojándome los labios. Estaba tratando de pensar cuáles eran las mejores palabras para rendir mis respetos a una persona a quien había odiado toda mi vida. Costaba, pero se merecía mi más profundo pésame y mis más sinceras palabras. Agradecí muchísimo que Elen y Alister estuvieran allí, ellos también habían vivido lo ocurrido en Sacrestic Ville. Inconscientemente busqué a Jules con la mirada. Si estaba, él también debía estar destrozado.
Cogí aire y empecé a hablar, aunque era bastante complicado.
- Yo… - Volví a mirar a todos. - Yo os agradezco el haber venido. - Mi voz no era tan firme y decidida como la de mi padre. - Hace unas semanas luchamos contra la Hermandad. Varios miembros del Gremio de Cazadores. Y… Fue una lucha muy complicada. Después de tanto tiempo cazando vampiros pensé que no lo iba a ser tanto. Pero me equivoqué. - Hice una pausa para volver a tomar aire, y mientras miré hacia el cielo, esquivando la vista de los presentes. - Incluso mi familia fue golpeada por la desgracia. Los vampiros de ese aquelarre también nos hicieron daño. Pero todavía podemos abrazar a mi hermano. - Omití la parte en la que no reaccionaba. - Sin embargo, Natasha no podrá decir lo mismo hoy. - Otra pausa, pasándome un par de dedos por la mejilla, para interceptar una lágrima. - Vi como murieron. Estaban trabajando, intentando acabar con la Hermandad, con quienes tanto daño nos han hecho. Y me da rabia no haber podido recuperar el cuerpo de Anastasia. Pero era imposible… No merecían este final. Aún era demasiado pronto para encontrarse con los Dioses, no lo merecían. Sé que nunca me he mostrado afín a la familia Boisson y que, desde pequeñas, Anastasia y yo hemos estado enfrentadas hasta por la tontería más absurda. Pero hemos crecido juntas, hemos trabajado juntas y hemos colaborado la una con la otra cuando era necesario. Nunca… Jamás esperaba encontrarme en esta situación. No me había imaginado aquí, frente a vosotros, diciendo estas palabras para ella.
››No quería que se fuera. Ni ella ni Isabella. Ni ninguno de los que estaban con nosotros. Nos estaban ayudando, luchaban por el mismo objetivo. Y sus cuerpos y almas siguen bajo los escombros de esa catedral. - Suspiré. - Sé que hemos protagonizado muchas riñas, muchos de vosotros nos habéis visto. Pero Anastasia ha sido mi compañera de toda la vida y, aunque nunca esperé decir esto, siento muchísimo haberla perdido. Me duele tanto…
En ese momento me giré, dando la espalda al público. De fondo se escuchaba algún sollozo, alguien más compartía mi dolor. Virgie vino inmediatamente hacia mí y volvió a pasar las manos por mis hombros, frotándomelos. Mi padre intervino para presentar al sacerdote que oficiaría la ceremonia, innovadora para los brujos, así que yo tampoco la conocía. El hombre que iba a conducir todo el memorial empezó a hablar.
- El dolor está presente en todos vosotros, siempre es triste tener que despedir a un ser querido. Pero como ha dicho el señor Harrowmont, debemos dejarlos partir, pues los Dioses velarán por su eterno descanso. Y, cuando nos llegue el momento, harán porque nos encontremos con ellos de nuevo. La muerte sólo es un paso más, no el final. Odín y el resto de dioses guardan las almas en un mundo divino, donde no existe el lamento, ni el dolor. Estad contentos por vuestros seres queridos, pues aunque ahora no podamos verlos, algún día nos reuniremos todos en el Valhalla. - La ceremonia continuó con más nombramientos a Dioses, almas, hermanos y cosas así. No recuerdo bien sus palabras, pues yo desconecté en cuanto volví a tomar asiento.
Miré a Elen, era a la única a quien reconocía y que sabía que podía entenderme. Por ahora no podía decirle nada, así que esperé un rato hasta que el sacerdote finalizó la ceremonia en el Palacio y dijo que había que llevar la vasija y el ataúd al acantilado, en paso solemne. Yo me levanté y fui hacia los de la primera fila, ante la atónita mirada de mi tía, que pensaba que iría a donde estaba el altar. Mi padre encabezó la comitiva, que empezó a andar lentamente. - Elen... Alister… Gracias por venir. -Ellos sí parecían mostrar respeto y no como ese desgraciado que había escupido en el altar. Esperaba encontrarlo en el acantilado y hacer que él también se reuniera con los Dioses.
Off: Para mí también ocurre antes de la pandemia ^-^ Podéis avanzar hasta que llega la comitiva hasta el acantilado y eso owow ahí las enterraran. Y perdón por la tardanza, estaba esperando a ver si alguien más entraba <3 gracias por entrar!!
Cassandra C. Harrowmont
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Su último trabajo lo había llevado allí hasta donde el viento pudiera arrastrar el alma de un hombre errante como él. Lejos. Muy lejos. Cualquier destino podía ser el lugar donde los pasos del brujo resonaran. Pues no había nada más inquieto que el sentir de un trotamundos.
La vida de mercenario era apasionante, y con el toque altruista que él incorporaba a tan infame oficio, no sólo era emocionante, sino que además era necesario.
Las guardias aquí y allá, no siempre eran lo que rezaba su nombre, o lo que se esperaba de ellos. En muchos lugares eran simple chusma con un arma de dudosa calidad en las manos. Matones con un trabajo que sonaba mejor que el suyo, pero que ni de lejos tenían la nobleza que él albergaba. En el mejor de los casos, eran gente de buen corazón, pero inexperta en el arte de la guerra. Milicianos, que su primer trabajo no era precisamente el de soldado, sino el de granjero, herrero o lo que fuera. No estaban preparados para enfrentar determinadas situaciones.
En ese momento es cuando se hacía necesaria la aparición del brujo errante y su espada.
Muchas veces ganaba una miseria, que a duras penas servía para cubrir los gastos de su viaje. Otras, directamente no cobraba nada.
Los pobres no podían costearse la justicia ejercida por un soldado profesional como él. Por un infame soldado de fortuna. Pero eso no significaba que los pobres no merecieran justicia.
No era la más adinerada de las vidas que podía haber elegido. No era la más bella, ni la más famosa. No cantarían sus gestas, ni escribirían libros sobre él. Mas eso nunca importó. No existe vida más feliz que la propia. La felicidad era así de simple. Una persona libre, tenía dicha libertad para forjar su destino, y sólo debía ser justo consigo mismo para ser feliz. Nada más.
No necesitaba más. Creía en lo que hacía como una forma de afrontar la vida. Era su vida, ni más ni menos. Por lo que respiraba cada día, por lo que luchaba, y por lo que, casi con total seguridad, algún día moriría. Pero no importaba que su destino fuera tal, ya que era su elección. Todo el mundo fallecía algún día. Él al menos había vivido como había querido, y había hecho del mundo un lugar mejor con su granito de arena.
Además, no todo el mundo que necesitaba ayuda y la merecía era pobre. Algunos pagaban bien. Muy bien. Con esas ganancias vivía de forma bastante holgada, sin tener que pasar penurias. Eso sin contar que el negocio que tenía junto a su socio Sandal iba viento en popa. Los trabajos de herrería y arcanos siempre tenían clientela.
Por todo ello, no podía estar más alegre de la decisión que había tomado con su vida después de su primer viaje fuera de las islas. Lejos de Lunargenta. Cuando los hermanos Calhoun realizaron el trayecto que necesitaban hacer hacia el Norte, al buscar a sus padres, ambos pudieron tomar las riendas de su vida.
El mayor de los hermanos hechiceros, no pudo haber acertado mejor en su decisión. El problema, es que en ocasiones su trabajo lo alejaba demasiado de su familia y amigos. De la ciudad donde vivía.
Donde vivía mayormente, y tenía su casa y el antes mencionado negocio. Porque para un errante no existía ciudad definida como hogar, ¿no es así?
En el fondo, todas las personas, incluso los errantes, llevan un pedacito de la tierra en su corazón. Y para Vinc ese trozo tintado con nostalgia, eran sus amadas islas natales, donde se había criado y aprendido magia, y la capital humana, que le apasionó desde que llegara por primera vez.
En cualquier caso, era un hombre que podía estar en cualquier parte. Por esta razón no estaba en Lunargenta cuando ocurrieron los sucesos que ahora lo obligaban a desembarcar en su tierra natal. La fortuna había querido que su madre supiera donde encontrarle, en un pueblo no muy alejado de la capital de los humanos, donde había formado parte de un grupo de mercenarios con la misión por recompensa de la guardia de la zona, de atrapar y llevar ante la justicia una banda de famosos malhechores. Sí es que se dejaban atrapar. Que llegaran muertos también valía.
Bajó por la pasarela llevando a su semental por las riendas, por seguridad. Pero en cuento ambos pisaron el suelo del muelle, afianzó su pierna en el estribo y montó. Un instante tardó el blanco equino en ponerse en marcha a toda velocidad a orden de su jinete, en un acto de incivismo impropio del hombre que lo montaba. Los viandantes tuvieron que apartarse para no ser arrollados por el alocado caballero, pero aún así tuvo la mínima consideración para no ir tan rápido como para que fuese peligroso para estos.
Otro día hubiera mostrado mayor respeto por sus compatriotas. Pero hoy no era un día para aminorar el paso.
Alphonse comenzó a dejar una estela de polvo tras de sí, en cuanto abandonó las calles adoquinadas del centro de la ciudad, y se alejaba hacia la periferia donde se hallaba la vivienda familiar de los Calhoun. El hogar de sus padres, y donde los hermanos se habían criado hasta la partida de estos.
Allí no halló lo que esperaba. Elen, Alister y su madre habían partido. Sin embargo estaba Robert Stone aguardándole, junto a su hija Allyson. El hombre que se había convertido en su protector cuando sus progenitores habían ido en busca de un artefacto mágico al territorio de los dragones, y que consideraba como un segundo padre. Su mentor.
Él había permanecido en la vivienda para esperarle. Por si llegaba ese día, como así había sido, y contarle los últimos detalles del velatorio. Donde se celebraría, y cuando. De paso cuidaba de la hija de Vincent, para que la niña se ahorrara el trago de ir a una celebración tan funesta como era un funeral. Era pequeña. No comprendería lo que pasaba. Pero era preferible alejarla por ese día del palacio donde.
Su padre, su tía, ni tampoco su abuela, tenían la dicha y alegría en el corazón que merecía una niña pequeña. Hoy era un día demasiado triste.
Por esa razón dio un beso a su hija, nada más saludarla, con una alegría, que en un momento así, sólo podía nacer de un padre que veía a su hija después de un largo tiempo sin verla. La abrazó y partió tan raudo como había llegado.
Su única compañía de vuelta a la ciudad era su estimable Alphonse, el pesar, y el ambiente de las zonas que transitaba. El campo a las afueras, la ciudad, y finalmente la visión de la entrada al Palacio de los Vientos.
El patio delantero estaba lleno de personas, algo que no era extraño para él. La primera vez que había pisado ese suelo como sede del gremio de cazadores, era por una celebración a la que habían asistido muchas personalidades del archipiélago. Sin embargo, la nota reinante en el ambiente era totalmente distinta.
De todos modos, no se quedó embobado contemplando el panorama por más tiempo. Avanzó con Alphonse hasta la entrada y dejó las riendas de su fiel compañero en manos de un mono del palacio. Luego obvió las miradas que le dedicaban las personas que entraban al recinto al mismo tiempo que él, y con varios movimiento fuertes sacudió el polvo de su capa, antes de subir los escalones de la entrada.
No llevaba las mejores galas que tenía. Había llegado de un viaje en barco, y desde el muelle se había dirigido directamente a la casa de su madre, para después dar media vuelta y regresar a la ciudad. No se había cambiado para no perder más tiempo, así que lleva ropa típica para viajes, con una capa negra sobrepuesta, gruesa y de factura corriente, que servía para resguardarse de las inclemencias del clima.
Se adentró por los pasillos, siguiendo las indicaciones del mismo mozo que buscaría un lugar apropiado para su caballo, y no tardó en llegar al salón. Conocer el sitio le ayudó a no demorarse más, pero para cuando llegó, pudo escuchar como Cassandra se dirigía hacia los asistentes de la sala.
No quiso llamar la atención sobre su persona en ese instante, así que viendo que lo concurrida que estaba el salón, y que casi no había asientos vacíos, se colocó en una lateral de la sala, junto a una columna. Desde allí siguió escuchando las palabras de Cass, a la vez que apreciaba que cerca de ella había un ataúd y una urna.
Robert le había puesto al día en los detalles más recientes, completando lo que ya le había expuesto por carta su madre. Huri e Isabella habían fallecido en la confrontación final contra Mortagglia, y el hermano de Cassandra pendía de un hilo. Pero si había un ataúd en vez de dos, es que Milton seguía con vida. Al menos era una buena noticia dentro de lo malo.
Vinc se apoyó en la columna con un codo, y se pasó la mano de ese mismo brazo por la frente. Huracán era una mujer con un carácter un tanto peculiar, a veces demasiado duro con los demás, pero aún así era una buena chica. Era su amiga y no esperaba tener que asistir a su funeral tan pronto, pese a que sabía perfectamente el peligro del oficio que ejercía.
Los guerreros no solían llegar a ancianos, más era duro afrontarlo cuando llegaba el momento de despedir a una amiga. Era doloroso.
Elen tenía una relación especial con la cazadora, así que podía imaginar el desconsuelo que albergaba su hermana. Eso lo hacía sentirse aún peor.
Ni que decir como estaría Jules. El pobre muchacho debía estar destrozado. Su hermana Rachel no estaría menos afectada, y su madre Yennefer igualmente debía estar sufriendo. Era una buena amiga de Isabella en su juventud, y como había quedado patente meses atrás, cuando le había tocado acercarse al gremio de cazadores, seguía siéndolo.
El castaño dejó de apoyarse con el codo, y se inclinó totalmente hacia ese lado, quedando el costado derecho de su cuerpo descansando sobre la superficie lisa de la columna de cuatro lados uniformes.
Nada más hacerlo miró el suelo, y suspiró.
La propia Cassandra debía estar sufriendo por dentro, aunque mantuviera el tipo con su discurso. Nunca se había llevado bien con Huracán, pero eso había cambiado los últimos meses, desde el día en el que ayudaran a Cass a rescatar a su madre. Ese día los Harrowmont habían unido fuerzas con los Boisson sin medias tintas, una vez la familia de lord James fue liberada del chantaje de Mortagglia.
En aquel tiempo, cualquiera hubiera podido imaginar este desenlace. Este funesto desenlace.
Al alzar la viste del suelo, cuando Cassandra terminó su discurso, se encontró con la mirada de la maestra cazadora, y le dedicó un asentimiento con la cabeza. Una señal de afecto y respeto, y de que estaba allí por ella.
Había ido a las islas para poder presenciar el funeral de su amiga y la madre de esta, que también admiraba, en cierta forma era muy parecida a su propia madre. Quería ver la despedida de ambas, y para estar junto a su familia en ese momento de dolor. Pero también había ido para estar junto a la líder de su gremio, y darle su apoyo, igual que a sus camaradas, en especial los hermanos Roche que apreciaba.
Para mí el funeral también sucede antes de la pandemia ^^ No me acerco a la parte delantera porque no lo encuentro apropiado llegando un poco tarde. Además, no quiero encontrarme con mi hermana nada más llegar, porque entonces parecerá que tengo un radar para encontrarla en toda sala llena de personas jajaja. Pero mi personaje está apoyado en una columna del fondo, por su cara interior, a un costado de la sala, pero cerca de la salida, así que será fácil verme =D
La vida de mercenario era apasionante, y con el toque altruista que él incorporaba a tan infame oficio, no sólo era emocionante, sino que además era necesario.
Las guardias aquí y allá, no siempre eran lo que rezaba su nombre, o lo que se esperaba de ellos. En muchos lugares eran simple chusma con un arma de dudosa calidad en las manos. Matones con un trabajo que sonaba mejor que el suyo, pero que ni de lejos tenían la nobleza que él albergaba. En el mejor de los casos, eran gente de buen corazón, pero inexperta en el arte de la guerra. Milicianos, que su primer trabajo no era precisamente el de soldado, sino el de granjero, herrero o lo que fuera. No estaban preparados para enfrentar determinadas situaciones.
En ese momento es cuando se hacía necesaria la aparición del brujo errante y su espada.
Muchas veces ganaba una miseria, que a duras penas servía para cubrir los gastos de su viaje. Otras, directamente no cobraba nada.
Los pobres no podían costearse la justicia ejercida por un soldado profesional como él. Por un infame soldado de fortuna. Pero eso no significaba que los pobres no merecieran justicia.
No era la más adinerada de las vidas que podía haber elegido. No era la más bella, ni la más famosa. No cantarían sus gestas, ni escribirían libros sobre él. Mas eso nunca importó. No existe vida más feliz que la propia. La felicidad era así de simple. Una persona libre, tenía dicha libertad para forjar su destino, y sólo debía ser justo consigo mismo para ser feliz. Nada más.
No necesitaba más. Creía en lo que hacía como una forma de afrontar la vida. Era su vida, ni más ni menos. Por lo que respiraba cada día, por lo que luchaba, y por lo que, casi con total seguridad, algún día moriría. Pero no importaba que su destino fuera tal, ya que era su elección. Todo el mundo fallecía algún día. Él al menos había vivido como había querido, y había hecho del mundo un lugar mejor con su granito de arena.
Además, no todo el mundo que necesitaba ayuda y la merecía era pobre. Algunos pagaban bien. Muy bien. Con esas ganancias vivía de forma bastante holgada, sin tener que pasar penurias. Eso sin contar que el negocio que tenía junto a su socio Sandal iba viento en popa. Los trabajos de herrería y arcanos siempre tenían clientela.
Por todo ello, no podía estar más alegre de la decisión que había tomado con su vida después de su primer viaje fuera de las islas. Lejos de Lunargenta. Cuando los hermanos Calhoun realizaron el trayecto que necesitaban hacer hacia el Norte, al buscar a sus padres, ambos pudieron tomar las riendas de su vida.
El mayor de los hermanos hechiceros, no pudo haber acertado mejor en su decisión. El problema, es que en ocasiones su trabajo lo alejaba demasiado de su familia y amigos. De la ciudad donde vivía.
Donde vivía mayormente, y tenía su casa y el antes mencionado negocio. Porque para un errante no existía ciudad definida como hogar, ¿no es así?
En el fondo, todas las personas, incluso los errantes, llevan un pedacito de la tierra en su corazón. Y para Vinc ese trozo tintado con nostalgia, eran sus amadas islas natales, donde se había criado y aprendido magia, y la capital humana, que le apasionó desde que llegara por primera vez.
En cualquier caso, era un hombre que podía estar en cualquier parte. Por esta razón no estaba en Lunargenta cuando ocurrieron los sucesos que ahora lo obligaban a desembarcar en su tierra natal. La fortuna había querido que su madre supiera donde encontrarle, en un pueblo no muy alejado de la capital de los humanos, donde había formado parte de un grupo de mercenarios con la misión por recompensa de la guardia de la zona, de atrapar y llevar ante la justicia una banda de famosos malhechores. Sí es que se dejaban atrapar. Que llegaran muertos también valía.
Bajó por la pasarela llevando a su semental por las riendas, por seguridad. Pero en cuento ambos pisaron el suelo del muelle, afianzó su pierna en el estribo y montó. Un instante tardó el blanco equino en ponerse en marcha a toda velocidad a orden de su jinete, en un acto de incivismo impropio del hombre que lo montaba. Los viandantes tuvieron que apartarse para no ser arrollados por el alocado caballero, pero aún así tuvo la mínima consideración para no ir tan rápido como para que fuese peligroso para estos.
Otro día hubiera mostrado mayor respeto por sus compatriotas. Pero hoy no era un día para aminorar el paso.
Alphonse comenzó a dejar una estela de polvo tras de sí, en cuanto abandonó las calles adoquinadas del centro de la ciudad, y se alejaba hacia la periferia donde se hallaba la vivienda familiar de los Calhoun. El hogar de sus padres, y donde los hermanos se habían criado hasta la partida de estos.
Allí no halló lo que esperaba. Elen, Alister y su madre habían partido. Sin embargo estaba Robert Stone aguardándole, junto a su hija Allyson. El hombre que se había convertido en su protector cuando sus progenitores habían ido en busca de un artefacto mágico al territorio de los dragones, y que consideraba como un segundo padre. Su mentor.
Él había permanecido en la vivienda para esperarle. Por si llegaba ese día, como así había sido, y contarle los últimos detalles del velatorio. Donde se celebraría, y cuando. De paso cuidaba de la hija de Vincent, para que la niña se ahorrara el trago de ir a una celebración tan funesta como era un funeral. Era pequeña. No comprendería lo que pasaba. Pero era preferible alejarla por ese día del palacio donde.
Su padre, su tía, ni tampoco su abuela, tenían la dicha y alegría en el corazón que merecía una niña pequeña. Hoy era un día demasiado triste.
Por esa razón dio un beso a su hija, nada más saludarla, con una alegría, que en un momento así, sólo podía nacer de un padre que veía a su hija después de un largo tiempo sin verla. La abrazó y partió tan raudo como había llegado.
Su única compañía de vuelta a la ciudad era su estimable Alphonse, el pesar, y el ambiente de las zonas que transitaba. El campo a las afueras, la ciudad, y finalmente la visión de la entrada al Palacio de los Vientos.
El patio delantero estaba lleno de personas, algo que no era extraño para él. La primera vez que había pisado ese suelo como sede del gremio de cazadores, era por una celebración a la que habían asistido muchas personalidades del archipiélago. Sin embargo, la nota reinante en el ambiente era totalmente distinta.
De todos modos, no se quedó embobado contemplando el panorama por más tiempo. Avanzó con Alphonse hasta la entrada y dejó las riendas de su fiel compañero en manos de un mono del palacio. Luego obvió las miradas que le dedicaban las personas que entraban al recinto al mismo tiempo que él, y con varios movimiento fuertes sacudió el polvo de su capa, antes de subir los escalones de la entrada.
No llevaba las mejores galas que tenía. Había llegado de un viaje en barco, y desde el muelle se había dirigido directamente a la casa de su madre, para después dar media vuelta y regresar a la ciudad. No se había cambiado para no perder más tiempo, así que lleva ropa típica para viajes, con una capa negra sobrepuesta, gruesa y de factura corriente, que servía para resguardarse de las inclemencias del clima.
Se adentró por los pasillos, siguiendo las indicaciones del mismo mozo que buscaría un lugar apropiado para su caballo, y no tardó en llegar al salón. Conocer el sitio le ayudó a no demorarse más, pero para cuando llegó, pudo escuchar como Cassandra se dirigía hacia los asistentes de la sala.
No quiso llamar la atención sobre su persona en ese instante, así que viendo que lo concurrida que estaba el salón, y que casi no había asientos vacíos, se colocó en una lateral de la sala, junto a una columna. Desde allí siguió escuchando las palabras de Cass, a la vez que apreciaba que cerca de ella había un ataúd y una urna.
Robert le había puesto al día en los detalles más recientes, completando lo que ya le había expuesto por carta su madre. Huri e Isabella habían fallecido en la confrontación final contra Mortagglia, y el hermano de Cassandra pendía de un hilo. Pero si había un ataúd en vez de dos, es que Milton seguía con vida. Al menos era una buena noticia dentro de lo malo.
Vinc se apoyó en la columna con un codo, y se pasó la mano de ese mismo brazo por la frente. Huracán era una mujer con un carácter un tanto peculiar, a veces demasiado duro con los demás, pero aún así era una buena chica. Era su amiga y no esperaba tener que asistir a su funeral tan pronto, pese a que sabía perfectamente el peligro del oficio que ejercía.
Los guerreros no solían llegar a ancianos, más era duro afrontarlo cuando llegaba el momento de despedir a una amiga. Era doloroso.
Elen tenía una relación especial con la cazadora, así que podía imaginar el desconsuelo que albergaba su hermana. Eso lo hacía sentirse aún peor.
Ni que decir como estaría Jules. El pobre muchacho debía estar destrozado. Su hermana Rachel no estaría menos afectada, y su madre Yennefer igualmente debía estar sufriendo. Era una buena amiga de Isabella en su juventud, y como había quedado patente meses atrás, cuando le había tocado acercarse al gremio de cazadores, seguía siéndolo.
El castaño dejó de apoyarse con el codo, y se inclinó totalmente hacia ese lado, quedando el costado derecho de su cuerpo descansando sobre la superficie lisa de la columna de cuatro lados uniformes.
Nada más hacerlo miró el suelo, y suspiró.
La propia Cassandra debía estar sufriendo por dentro, aunque mantuviera el tipo con su discurso. Nunca se había llevado bien con Huracán, pero eso había cambiado los últimos meses, desde el día en el que ayudaran a Cass a rescatar a su madre. Ese día los Harrowmont habían unido fuerzas con los Boisson sin medias tintas, una vez la familia de lord James fue liberada del chantaje de Mortagglia.
En aquel tiempo, cualquiera hubiera podido imaginar este desenlace. Este funesto desenlace.
Al alzar la viste del suelo, cuando Cassandra terminó su discurso, se encontró con la mirada de la maestra cazadora, y le dedicó un asentimiento con la cabeza. Una señal de afecto y respeto, y de que estaba allí por ella.
Había ido a las islas para poder presenciar el funeral de su amiga y la madre de esta, que también admiraba, en cierta forma era muy parecida a su propia madre. Quería ver la despedida de ambas, y para estar junto a su familia en ese momento de dolor. Pero también había ido para estar junto a la líder de su gremio, y darle su apoyo, igual que a sus camaradas, en especial los hermanos Roche que apreciaba.
Offrol
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Para mí el funeral también sucede antes de la pandemia ^^ No me acerco a la parte delantera porque no lo encuentro apropiado llegando un poco tarde. Además, no quiero encontrarme con mi hermana nada más llegar, porque entonces parecerá que tengo un radar para encontrarla en toda sala llena de personas jajaja. Pero mi personaje está apoyado en una columna del fondo, por su cara interior, a un costado de la sala, pero cerca de la salida, así que será fácil verme =D
Vincent Calhoun
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Una vez sentados, mientras el resto de invitados se acercaban al altar para presentar sus respetos al par de hechiceras, Alister dejó de rodear la espalda de la bruja con su brazo para tomar su mano y apretar ligeramente, de modo que Elen sintiese que estaba allí para lo que necesitase. La benjamina de los Calhoun parecía ausente y permanecía callada, pero aquella leve presión consiguió que desviase la vista hacia su acompañante durante unos instantes, tras los cuales volvió a sumirse en sus pensamientos. Ya había llorado la muerte de Anastasia pero aun así tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener las lágrimas que aguaban sus verdes ojos, ¿por qué tuvo que acabar así?
Aquella pregunta iba a perseguirla durante el resto de su vida, junto con la culpabilidad por no haber llegado a tiempo de ayudarla en lo alto de la catedral, algo que no podría perdonarse. Los demás invitados fueron acercándose al altar uno tras otro para despedirse de Isabella y Huracán, pero uno de ellos no estaba allí para presentar sus respetos sino para insultar a la cazadora, escupiendo tan cerca de la vasija que la representaba como pudo. Se trataba de Gerrit, el hombre al que Anastasia y Elen habían salvado de convertirse en la cena de una vampira en Lunargenta, teniendo que soportarlo hasta que pudieron revertir los efectos del brebaje de Amorttentia que le habían hecho beber.
De haber visto su gesto habrían tenido que encargar otro ataúd para aquel día, pero el rubio tuvo suerte, la tensai tenía la vista clavada en el suelo y su cabeza estaba ocupada, trayéndole todos los recuerdos de las aventuras que había compartido con Huracán desde que la conoció. Eso ocurrió en cala de la luna, y ninguna de las dos podría haber adivinado que sus caminos iban a cruzarse tantas veces después de aquel día, dando pie a que surgiese una amistad entre ambas. Habían pasado por mucho juntas, desde luchar contra simples bandidos hasta enfrentarse a la Hermandad, pasando por bestias salvajes y por tener incluso un enfrentamiento entre ellas, cuando la benjamina de los Calhoun se interpuso en el camino de la cazadora para mantener a salvo a Vladimir.
Aquello no fue fácil para ninguna, pero consiguieron arreglar las cosas y volver a estar como antes, algo que ya nunca volvería a pasar. Las imágenes se agolparon en su cabeza y fueron pasando una tras otra sin parar, hasta que una voz la sacó de sus pensamientos, la de James Harrowmont. El brujo dio las gracias y dedicó unas palabras a Isabella y Anastasia, antes de ceder el turno a su hija, cuya voz denotaba que aquello no le estaba resultando sencillo. Puede que se hubiesen peleado constantemente desde pequeñas, pero también para Cassandra se trataba de alguien importante, una persona sin la cual probablemente se sintiese incompleta, sobre todo después de tantos años.
La tensai dio la espalda al público sin poder acabar su discurso, para ocultar su pesar, que era compartido por casi todos los presentes. Finalmente las lágrimas se escaparon de los verdes ojos de la centinela, recorriendo sus mejillas y obligándola a reaccionar para secarlas con los dedos antes de que cayesen a su vestido, la despedida estaba resultando dura para ella, y no sabía cómo pasar página después de lo sucedido. La muerte de su mejor amiga no era algo que fuese a olvidar fácilmente, no, estaría presente siempre en su memoria, y eso era algo con lo que tendría que aprender a vivir, igual que con aquel sentimiento de culpa que la embargaba.
El sacerdote tomó la palabra para iniciar la ceremonia, asegurando que no debían preocuparse por las almas de las hechiceras ya que ahora se encontraban con los dioses en el Valhalla, donde se reencontrarían con ellas en cuanto la muerte los reclamase. Elen escuchó con atención al hombre hasta que éste terminó de hablar y la comitiva comenzó a prepararse para llevar el ataúd y la vasija al acantilado, donde finalmente se les daría sepultura. Fue entonces cuando Cassandra se les acercó para agradecerles que hubiesen venido, y sin decir nada, la de cabellos cenicientos se acercó a ella para darle un abrazo, con el que esperaba demostrarle su apoyo. - Gracias por organizar esto, necesitaba despedirme de ella. - le dijo sin apenas elevar la voz, antes de soltarla y volver junto a su madre y a Alister.
Luego se unieron a la comitiva, y sin pensar en lo que pudiese decir la gente, el dragón volvió a pasar su brazo por la espalda de la joven para que ésta se sintiese respaldada, no pensaba dejarla sola. Por el camino pudieron ver a Vincent, que también había acudido al memorial pero se había quedado cerca de la salida, quizá por haber llegado cuando la ceremonia ya estaba empezada. Los tres avanzaron hacia él para reunirse y proseguir el camino juntos, aunque eso pudiese poner ligeramente nervioso al alado, ya que su comportamiento y cercanía con la hechicera podía no gustar al rubio.
Aquella pregunta iba a perseguirla durante el resto de su vida, junto con la culpabilidad por no haber llegado a tiempo de ayudarla en lo alto de la catedral, algo que no podría perdonarse. Los demás invitados fueron acercándose al altar uno tras otro para despedirse de Isabella y Huracán, pero uno de ellos no estaba allí para presentar sus respetos sino para insultar a la cazadora, escupiendo tan cerca de la vasija que la representaba como pudo. Se trataba de Gerrit, el hombre al que Anastasia y Elen habían salvado de convertirse en la cena de una vampira en Lunargenta, teniendo que soportarlo hasta que pudieron revertir los efectos del brebaje de Amorttentia que le habían hecho beber.
De haber visto su gesto habrían tenido que encargar otro ataúd para aquel día, pero el rubio tuvo suerte, la tensai tenía la vista clavada en el suelo y su cabeza estaba ocupada, trayéndole todos los recuerdos de las aventuras que había compartido con Huracán desde que la conoció. Eso ocurrió en cala de la luna, y ninguna de las dos podría haber adivinado que sus caminos iban a cruzarse tantas veces después de aquel día, dando pie a que surgiese una amistad entre ambas. Habían pasado por mucho juntas, desde luchar contra simples bandidos hasta enfrentarse a la Hermandad, pasando por bestias salvajes y por tener incluso un enfrentamiento entre ellas, cuando la benjamina de los Calhoun se interpuso en el camino de la cazadora para mantener a salvo a Vladimir.
Aquello no fue fácil para ninguna, pero consiguieron arreglar las cosas y volver a estar como antes, algo que ya nunca volvería a pasar. Las imágenes se agolparon en su cabeza y fueron pasando una tras otra sin parar, hasta que una voz la sacó de sus pensamientos, la de James Harrowmont. El brujo dio las gracias y dedicó unas palabras a Isabella y Anastasia, antes de ceder el turno a su hija, cuya voz denotaba que aquello no le estaba resultando sencillo. Puede que se hubiesen peleado constantemente desde pequeñas, pero también para Cassandra se trataba de alguien importante, una persona sin la cual probablemente se sintiese incompleta, sobre todo después de tantos años.
La tensai dio la espalda al público sin poder acabar su discurso, para ocultar su pesar, que era compartido por casi todos los presentes. Finalmente las lágrimas se escaparon de los verdes ojos de la centinela, recorriendo sus mejillas y obligándola a reaccionar para secarlas con los dedos antes de que cayesen a su vestido, la despedida estaba resultando dura para ella, y no sabía cómo pasar página después de lo sucedido. La muerte de su mejor amiga no era algo que fuese a olvidar fácilmente, no, estaría presente siempre en su memoria, y eso era algo con lo que tendría que aprender a vivir, igual que con aquel sentimiento de culpa que la embargaba.
El sacerdote tomó la palabra para iniciar la ceremonia, asegurando que no debían preocuparse por las almas de las hechiceras ya que ahora se encontraban con los dioses en el Valhalla, donde se reencontrarían con ellas en cuanto la muerte los reclamase. Elen escuchó con atención al hombre hasta que éste terminó de hablar y la comitiva comenzó a prepararse para llevar el ataúd y la vasija al acantilado, donde finalmente se les daría sepultura. Fue entonces cuando Cassandra se les acercó para agradecerles que hubiesen venido, y sin decir nada, la de cabellos cenicientos se acercó a ella para darle un abrazo, con el que esperaba demostrarle su apoyo. - Gracias por organizar esto, necesitaba despedirme de ella. - le dijo sin apenas elevar la voz, antes de soltarla y volver junto a su madre y a Alister.
Luego se unieron a la comitiva, y sin pensar en lo que pudiese decir la gente, el dragón volvió a pasar su brazo por la espalda de la joven para que ésta se sintiese respaldada, no pensaba dejarla sola. Por el camino pudieron ver a Vincent, que también había acudido al memorial pero se había quedado cerca de la salida, quizá por haber llegado cuando la ceremonia ya estaba empezada. Los tres avanzaron hacia él para reunirse y proseguir el camino juntos, aunque eso pudiese poner ligeramente nervioso al alado, ya que su comportamiento y cercanía con la hechicera podía no gustar al rubio.
Elen Calhoun
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Los acontecimientos de Tyretus nos retrasaron en nuestra llegada al funeral de la maestra Boisson. Pero tras asearnos un poco de la batalla contra Blazh y Gerrit Nephgerd, conseguimos llegar a tiempo para el mismo. Aquel funeral era muy importante para mi hermano y no quería faltar. Era considerablemente multitudinario. Había un féretro que correspondía a maestra Isabella y una urna que representaba a la maestra Anastasia. Guardamos silencio mientras la maestra Harrowmont hablaba para sentarnos al lado del tirador Overholser.
-Tu cara es un poema, Roche. – trató de animar a mi hermano, que se sentó a su lado, nada más llegamos a los asientos. Jules no respondió. Sólo hizo un par de negaciones con la cabeza y volvió a mirar a la maestra Harrowmont hablar.
Me senté y coloqué una mano en cada muslo. En vez de escuchar a la maestra Harrowmont, quedé con la cabeza girada noventa grados mirando fíjamente a mi hermano. El tirador overholser había dicho que su cara era un poema, pero por más que me fijaba, no conseguía leer ningún verso. Al no lograrlo, desistí y volví a mirar a la maestra Harrowmont y también a su padre.
-¿Qué pasará con el gremio? – le susurré a Jules una vez terminaron de hablar. Mi hermano ya había decidido abandonarlo y yo, aún permitiéndome elegir, prefería mantenerme fiel a él. Jules lo estaba pasando muy mal y no dormía en todas las noches desde lo ocurrido en Sacrestic Ville.
-Supongo que Cass quedará al mando. – suspiró con los ojos brillantes. – Me hubiese gustado que Anastasia lo liderara. – colocó sus dedos en el entrecejo. Debía dolerle la cabeza. – Bueno, Cass lo hará bien. Es capaz. – opinó.
La maestra Harrowmont se encontraba dialogando con Elen Calhoun y también con Alister. También estaba mi compañero de la logia Vincent Calhoun, ¿qué hacía allí? ¿Conocía a la maestra Boisson? Nos dirigimos hasta ella.
-Ey, Cass. – saludó un serio Jules alzando la cabeza en señal de saludo.
-Maestra Harrowmont. – repetí tras de él tomando mis faldones y haciéndole una pequeña reverencia.
-Sólo vengo a decirte que nos vamos, Cass. Yo… - miró al altar. – He hecho lo que había venido a hacer. Anastasia me prometió que encontraríamos a Rachel y…
-¡Estoy aquííííí! – interrumpí sonriendo y la saludé con la palma de la mano.
-… y yo le prometí que la ayudaría a acabar con su abuela. – ignoró mi comentario. – He cumplido mi parte y como tal, me desvinculo del gremio. – y tendió su mano a la maestra.
-Yo no prometí nada pero también me voy, maestra Harrowmont. – tomé su mano también y la estiré varias veces, tal y como hacían los humanos. - Dígale a Virgie que ha sido un placer trabajar con ella. Y también con usted, maestra Harrowmont. Será usted una gran Maestra Cazadora. – me trastabillé un poco. Según los informes de NIA, era la primera maestra cazadora de apellido Harrowmont desde hacía más de cien años. Sabía que llevaba tiempo persiguiéndolo. – Siempre quiso serlo. Me alegra mucho saber que ha alcanzado sus metas e ilusiones, maestra Harrowmont. – le deseé, aún no le había soltado la mano. Luego lo hice tras darme cuenta que llevaba demasiado tiempo.
Mi hermano volvió a tomar la palabra poco después, después de mojarse ligeramente los labios.
-Cass, sabes que he vivido muchas aventuras con Anastasia. Y ella siempre echaba pestes de ti, siempre te criticaba. – dijo con suspense y poco después rió. – Una vez, un vampiro nos sumió en una ilusión en la que... El vampiro te mataba. – dijo. – De todas nuestras cacerías, aquella fue la muerte más sanguinaria y psicópata que recuerdo de Anastasia. – Yo no estaba en aquella ocasión. Pero la maestra Boisson podía llegar a ser brutal en combate. Mi hermano, sumido en la tristeza, abrazó entonces a la maestra. – Anastasia te apreciaba casi tanto como yo la apreciaba a ella. - dejó entrever, aunque no terminara de pillarlo. - Y digo casi porque la única diferencia de su trato con respecto al mío, es que yo no tenía más que buenas palabras para ella.
Mi hermano estaba emocionado. A nuestro lado, envuelta en un velo negro, también se encontraba Elen Calhoun. La mejor amiga de la maestra Boisson. Y Jules también tuvo unas palabras de agradecimiento para ella. Mi hermano había tenido bastante más trato con la bruja peliblanca.
-Elen, Alister, gracias por venir a rendir tributo. – se sinceró serio mi hermano con ella. Era raro ver a mi hermano tan serio.
-Sí. Ha sido un bonito tributo el disfrazarte de ella. – Traté de acompañar el comentario con los ojos abiertos. Llevaba un bonito disfraz de la maestra Boisson, negro como los que esta solía llevar. Jules miró para mí con ojos sentenciantes. - ¡Ay! A que he dicho algo malo. ¿He dicho algo malo, Jules? – le cogí del brazo, tras haberme llevado las manos a la boca muy asustada. Como no sabía qué decir pues no tenía experiencia en ese tipo de eventos. ¿No era bonito disfrazarse de las personas en los funerales? Como todos me conocían Jules optó por ignorarme y siguió dialogando con ella de cosas triviales.
Sintiendo que había dicho algo molesto, me alejé un poco del grupo, dolida. No sabía cómo reaccionar en este tipo de situaciones. Y desde el combate de Tyretus, NIA no funcionaba bien. Me acerqué entristecida al altar, donde pude ver saliva junto al altar de la maestra Boisson. ¡Qué grosero el que había hecho eso! La maestra Harrowmont estaba furiosa.
-Analiza eso. – pedí a NIA, que comenzó a escanear las características de aquella saliva. "Orden recibida", aseguraba NIA, pero el sensor no funcionaba demasiado bien después del combate y hacía cosas raras. En lugar de eso, comenzó a mostrar círculos en mi vista a objetos que ya era capaz de reconocer, volviéndose loca. - ¡Ay! - caí al suelo. Tanta luz me volvía loca. Los demás me verían, seguramente, caer. Y al menos Jules llegó hasta a mí. Pero al menos había completado el escaneo tras mucho esfuerzo. "Propiedades de la saliva analizadas. Proceden del sujeto Gerrit Nephgerd" confirmó la inteligencia.
Sabiendo esto, me agarré de los faldones y corrí a donde estaban los brujos.
-¡Jules! ¡Maestra Harrowmont! ¡Elen! – pronuncié uno a uno sus nombres. – Ha sido el señor asesino Gerrit Nephgerd el que ha escupido sobre el altar de la maestra Boisson.
-¿Otra vez ese gilipollas? La que le lió a mi hermana hace apenas unas horas. – preguntó mi hermano. – Se va a enterar esta vez. - y tomó su arma.
Gerrit, sabes que te aprecio <3, es culpa de las hostias y escupitajos que me hiciste en el mastereado ¬¬.
Debido a una maldición cogida en un evento mastereado, NIA está dañada y no funciona muy bien, de ahí mi comportamiento al final.
Jules y Rach os seguirán a donde vayáis
-Tu cara es un poema, Roche. – trató de animar a mi hermano, que se sentó a su lado, nada más llegamos a los asientos. Jules no respondió. Sólo hizo un par de negaciones con la cabeza y volvió a mirar a la maestra Harrowmont hablar.
Me senté y coloqué una mano en cada muslo. En vez de escuchar a la maestra Harrowmont, quedé con la cabeza girada noventa grados mirando fíjamente a mi hermano. El tirador overholser había dicho que su cara era un poema, pero por más que me fijaba, no conseguía leer ningún verso. Al no lograrlo, desistí y volví a mirar a la maestra Harrowmont y también a su padre.
-¿Qué pasará con el gremio? – le susurré a Jules una vez terminaron de hablar. Mi hermano ya había decidido abandonarlo y yo, aún permitiéndome elegir, prefería mantenerme fiel a él. Jules lo estaba pasando muy mal y no dormía en todas las noches desde lo ocurrido en Sacrestic Ville.
-Supongo que Cass quedará al mando. – suspiró con los ojos brillantes. – Me hubiese gustado que Anastasia lo liderara. – colocó sus dedos en el entrecejo. Debía dolerle la cabeza. – Bueno, Cass lo hará bien. Es capaz. – opinó.
La maestra Harrowmont se encontraba dialogando con Elen Calhoun y también con Alister. También estaba mi compañero de la logia Vincent Calhoun, ¿qué hacía allí? ¿Conocía a la maestra Boisson? Nos dirigimos hasta ella.
-Ey, Cass. – saludó un serio Jules alzando la cabeza en señal de saludo.
-Maestra Harrowmont. – repetí tras de él tomando mis faldones y haciéndole una pequeña reverencia.
-Sólo vengo a decirte que nos vamos, Cass. Yo… - miró al altar. – He hecho lo que había venido a hacer. Anastasia me prometió que encontraríamos a Rachel y…
-¡Estoy aquííííí! – interrumpí sonriendo y la saludé con la palma de la mano.
-… y yo le prometí que la ayudaría a acabar con su abuela. – ignoró mi comentario. – He cumplido mi parte y como tal, me desvinculo del gremio. – y tendió su mano a la maestra.
-Yo no prometí nada pero también me voy, maestra Harrowmont. – tomé su mano también y la estiré varias veces, tal y como hacían los humanos. - Dígale a Virgie que ha sido un placer trabajar con ella. Y también con usted, maestra Harrowmont. Será usted una gran Maestra Cazadora. – me trastabillé un poco. Según los informes de NIA, era la primera maestra cazadora de apellido Harrowmont desde hacía más de cien años. Sabía que llevaba tiempo persiguiéndolo. – Siempre quiso serlo. Me alegra mucho saber que ha alcanzado sus metas e ilusiones, maestra Harrowmont. – le deseé, aún no le había soltado la mano. Luego lo hice tras darme cuenta que llevaba demasiado tiempo.
Mi hermano volvió a tomar la palabra poco después, después de mojarse ligeramente los labios.
-Cass, sabes que he vivido muchas aventuras con Anastasia. Y ella siempre echaba pestes de ti, siempre te criticaba. – dijo con suspense y poco después rió. – Una vez, un vampiro nos sumió en una ilusión en la que... El vampiro te mataba. – dijo. – De todas nuestras cacerías, aquella fue la muerte más sanguinaria y psicópata que recuerdo de Anastasia. – Yo no estaba en aquella ocasión. Pero la maestra Boisson podía llegar a ser brutal en combate. Mi hermano, sumido en la tristeza, abrazó entonces a la maestra. – Anastasia te apreciaba casi tanto como yo la apreciaba a ella. - dejó entrever, aunque no terminara de pillarlo. - Y digo casi porque la única diferencia de su trato con respecto al mío, es que yo no tenía más que buenas palabras para ella.
Mi hermano estaba emocionado. A nuestro lado, envuelta en un velo negro, también se encontraba Elen Calhoun. La mejor amiga de la maestra Boisson. Y Jules también tuvo unas palabras de agradecimiento para ella. Mi hermano había tenido bastante más trato con la bruja peliblanca.
-Elen, Alister, gracias por venir a rendir tributo. – se sinceró serio mi hermano con ella. Era raro ver a mi hermano tan serio.
-Sí. Ha sido un bonito tributo el disfrazarte de ella. – Traté de acompañar el comentario con los ojos abiertos. Llevaba un bonito disfraz de la maestra Boisson, negro como los que esta solía llevar. Jules miró para mí con ojos sentenciantes. - ¡Ay! A que he dicho algo malo. ¿He dicho algo malo, Jules? – le cogí del brazo, tras haberme llevado las manos a la boca muy asustada. Como no sabía qué decir pues no tenía experiencia en ese tipo de eventos. ¿No era bonito disfrazarse de las personas en los funerales? Como todos me conocían Jules optó por ignorarme y siguió dialogando con ella de cosas triviales.
Sintiendo que había dicho algo molesto, me alejé un poco del grupo, dolida. No sabía cómo reaccionar en este tipo de situaciones. Y desde el combate de Tyretus, NIA no funcionaba bien. Me acerqué entristecida al altar, donde pude ver saliva junto al altar de la maestra Boisson. ¡Qué grosero el que había hecho eso! La maestra Harrowmont estaba furiosa.
-Analiza eso. – pedí a NIA, que comenzó a escanear las características de aquella saliva. "Orden recibida", aseguraba NIA, pero el sensor no funcionaba demasiado bien después del combate y hacía cosas raras. En lugar de eso, comenzó a mostrar círculos en mi vista a objetos que ya era capaz de reconocer, volviéndose loca. - ¡Ay! - caí al suelo. Tanta luz me volvía loca. Los demás me verían, seguramente, caer. Y al menos Jules llegó hasta a mí. Pero al menos había completado el escaneo tras mucho esfuerzo. "Propiedades de la saliva analizadas. Proceden del sujeto Gerrit Nephgerd" confirmó la inteligencia.
Sabiendo esto, me agarré de los faldones y corrí a donde estaban los brujos.
-¡Jules! ¡Maestra Harrowmont! ¡Elen! – pronuncié uno a uno sus nombres. – Ha sido el señor asesino Gerrit Nephgerd el que ha escupido sobre el altar de la maestra Boisson.
-¿Otra vez ese gilipollas? La que le lió a mi hermana hace apenas unas horas. – preguntó mi hermano. – Se va a enterar esta vez. - y tomó su arma.
Gerrit, sabes que te aprecio <3, es culpa de las hostias y escupitajos que me hiciste en el mastereado ¬¬.
Debido a una maldición cogida en un evento mastereado, NIA está dañada y no funciona muy bien, de ahí mi comportamiento al final.
Jules y Rach os seguirán a donde vayáis
Rachel Roche
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Apenas pude acabar el discurso que estaba dando para recordar a Isabella y a Anastasia. Cada palabra parecía que me dolía y era incapaz de salir. Acompañada por mi padre y mi tía, esperé a que el sacerdote acabase la ceremonia. Antes de bajar pude encontrar mi mirada con la de Vincent. También había asistido el hermano de Elen, y eso me llenaba de cierta ternura. A pesar del mal genio que solía gastarse mi compañera, había venido mucha gente, algunos amigos de ella. Cosa sorprendente, pero que en estos momentos se agradecía.
Bajé a dar las gracias a Elen y Alister, y ella se fundió en un abrazo conmigo. La apreté fuerte, sintiendo que las lágrimas volvían a caer por mis mejillas, siendo incapaz de decir nada, tan solo les regalé un leve asentimiento. Justo en medio del abrazo aparecieron los hermanos Roche. Pensé que no iban a venir, al menos, por Jules. Entendía que fuese un momento demasiado duro para él. Pero no, ahí estaban. Me había parecido verles entre la multitud, pero no estaba segura. Ahora podía confirmar que habían venido y su mera presencia me alivió muchísimo, me sentía arropada pese a la pérdida que habíamos sufrido.
Me separé de Elen, secando mis lágrimas con los dedos, como había hecho antes, y miré a ambos, que rápido me saludaron. - Jules, Rachel. - Carraspeé para tratar de entonar mi voz y que no se quebrase. Mi saludo quedó en nada cuando escuché el siguiente comentario del más mayor de los hermanos. En esos momentos, si me hubiesen echado un cubo de agua congelada encima, no me habría enterado. Se iban, tanto él como ella. Abrí la boca para rebatirles pero tuve que volver a cerrarla y morderme el labio para no perder la voz. No sabía el trato que tenía él con Anastasia, pero sí sabía que había llegado al gremio por ella… O, al menos, que continuaba por ella. Y si Huracán no estaba ya, era cuestión de tiempo que él se fuera, seguido de su hermana. Por una parte era lógico, no iba a estar en un lugar en donde todo le recordaba a Anastasia, pero no quería que se fuera. - Pero, Jules…
No quería darle la mano y cerrar ese trato en el que se acababa su vínculo con nosotros. Pero su hermana sí tomó mi mano y empezó a agitármela. En ese momento me vi interrumpida por ella quien, con toda su inocencia, trataba de halagar mi nuevo puesto, diciendo que iba a ser una gran Maestra Cazadora. En otra ocasión me hubiesen subido el ego pero en este momento, lejos de animarme, me dejó un sabor amargo en la boca. Sí, deseaba ser Maestra Cazadora, pero la idea era que Anastasia pudiese degustar su fracaso. Además, íbamos a compartir la dirección del gremio. Ahora, sin ella, sentía como si me faltase algo. En principio no quería compartir nada, pero en ningún momento deseé que ella muriese de esas formas para conseguir yo lo que tanto ansiaba. Viniendo de Rachel Roche, no podía tomarme el comentario a malas, pero ciertamente, me dejó un poco chafada. Simplemente respondí con una sonrisilla tímida. - Gracias, Rachel. - Había conseguido lo que deseaba, pero a un precio muy grande. Y seguramente, ella no iba a entender cómo me sentía o cómo era pensar en ser “Maestra Cazadora” sin tener a Anastasia dando la murga cerca.
Jules volvió a tomar la palabra para contarme una anécdota de él y de la bruja en una cacería. Al principio no me gustó, pues la implicada en la muerte era yo. Y la de veces que había fantaseado con la muerte de Anastasia cada vez que me fastidiaba algo. Pero nunca había pensado en hacerlo real, ni en que lo fuese. Huracán, para mí era una molestia, pero era mi molestia. Algo así como mi hermano, pero aguantándola menos que a él. Por más que le dedicase mil insultos a la bruja, si necesitaba ayuda acudiría. Como quedamos antes de la batalla, si un vampiro le atacaba por la espalda, yo iría a cubrirla.
En el momento en que Jules me abrazó, también le devolví el gesto de cariño, apretándole tan fuerte como lo había hecho antes con Elen. Sus palabras hicieron que las lágrimas volvieran a recorrer mis mejillas, era incapaz de contenerme después de estar intentándolo desde hacía días. La batalla de Sacrestic Ville había sido demasiado para todos los que estábamos ahí. Isabella, Anastasia e incluso mi hermano habían sufrido las consecuencias. Había llegado como una heroína, pero no eran capaces de ver lo que habíamos tenido que dejar atrás. La vida de Milton seguía pendiendo de un hilo, mi madre no estaba bien, vivía encerrada en su habitación, sujetando la mano de mi hermano. Y yo estaba intentando ser fuerte, pese a que a veces me veía perdida, como en los momentos tan intensos como el abrazo con Elen o Jules. Me sentía arropada, las apariencias se habían quedado en segundo plano. Esa gente estaba sufriendo lo que yo, una pérdida. Y habían venido a brindar apoyo. No podía disimular mi tristeza ante ellos, y más después de lo que el brujo había dicho. - Yo también la apreciaba muchísimo, Jules. Y la hemos perdido. - Apoyé la frente en su hombro durante unos instantes y negué. - No quiero que os vayáis. - Susurré, aún junto a él. Claro que no quería que se fueran, no podía perder a más gente, entre los decesos y los que se habían ido, todo ese arropo que tenía se desvanecería al día siguiente y me negaba en rotundo a estar sola. Sentía la necesidad de estar con alguien que me apoyase.
Pero era consciente de que no podía obligar a Rachel y a Jules a quedarse. En cuanto pudieran se largarían por más que a mí me pesase.
Me separé de él y también le di un corto abrazo a la biocibernética. No había tenido tanto trato con ella, pero no podía obviarla, había venido también a rendir sus respetos. Justo en ese momento, su hermano estaba hablando con Elen, pero la intromisión de Rachel hizo que se quedase un silencio bastante violento que hizo que la muchacha se alejase del grupo. Su comentario no había ido a malas, en realidad, en otras circunstancias me habría hecho gracia. Pero no ahí, en ese momento.
No supe qué decir en esos momentos, quise dirigirme hacia Vincent, quien estaba apoyado en una columna, para mostrarle mi agradecimiento, pero los gritos de Rach me alertaron y fui con ella, junto a su hermano. - ¿Qué ha pasado? - La muchacha nos informó de quién había sido el cretino que había osado escupir en la vasija de Anastasia. Sí, me había parecido ver que escupía, pero no estaba del todo segura. ¡Y no lo iba a permitir! Quería tirar a ese irrespetuoso por el acantilado, pero no delante de toda esa gente. Jules, sin embargo, perdió toda su calma habitual para tomar su arma. Rápidamente apoyé una de mis manos sobre la que llevaba la ballesta. - Jules, espera. Aquí no. - Eché una mirada por todo el lugar, donde cientos de personas se reunían para rendir homenaje a las víctimas. No era el lugar ni el momento para ello. Al menos parecía disuadirle. - Gracias por avisar, Rachel. Tomaremos medidas. - Inquirí, colocando las manos juntas frente a mí, apoyadas en la falda. No quería líos ahora mismo, y menos en el funeral de Isabella y Anastasia. A la Maestra Cazadora no le hubiese gustado nada que convirtiéramos el Palacio de los Vientos en un campo de batalla. A Gerrit le daríamos su merecido, pero no ahí. - Tengo que irme.
No dije más, esperaba que se quedasen durante el resto de la ceremonia. Yo avancé adelantándome a varias personas para colocarme junto a mi padre al principio de la comitiva. Pero antes de eso me detuve frente a Vincent Calhoun, quien había presenciado el acto en memoria a ambas cazadoras desde la distancia. A él también había que agradecerle. - Gracias por venir, Vincent. Ha sido un bonito gesto por tu parte. - Sonreí levemente. No sentía especial devoción por ninguno de ellos, ni siquiera la misma Huracán era alguien por quien yo tuviese buenas palabras. Pero no podía evitar agradecerles el haber venido, algunos habían tenido que tomar un barco y pasar días en alta mar para presenciar la misa. Inspiré y le tendí la mano, incapaz de darle un abrazo por mi cuenta. No tenía tanta confianza. Incluso me habían sorprendido los anteriores abrazos, pero lo tomaba como un gesto propio del momento tan triste que estábamos pasando.
Le indiqué al brujo que siguiera la comitiva con un gesto y yo seguí avanzando rápido, sujetándome la falda, para llegar hasta donde estaba mi padre, quien me colocó una de sus manos en el hombro para darme apoyo. Virgie estaba a mi lado, ella me colocó un mechón de pelo que se me había descolocado. Pero no dijeron nada. Y mejor así. Sólo abrí la boca para pedir que me dejasen llevar la urna durante el resto del camino hasta el acantilado, y me lo concedieron.
A pesar de ser relativamente pequeña, cuando la toqué sentí un gran peso sobre mis manos. Eran cenizas, pero pesaban, mis pies eran plomo y me dificultaban el avanzar. Mi tía volvía a estar ahí para ayudarme, tocándome la espalda y tendiéndome la mano para ver si devolvía la urna, pero me negué. Seguí cargando con ella hasta el lugar donde se iniciaría el entierro.
- Es aquí el lugar elegido para dar sepultura a Isabella y a Anastasia Boisson. El lugar donde sus almas pasarán a acompañar a nuestros Dioses, quienes velarán por ellas. ¿Alguien quiere decir unas últimas palabras? - Yo seguía aferrada a la vasija, apretándola con fuerza y siendo incapaz de moverme. No estaba escuchando al sacerdote, sólo fijaba mi vista en la urna y ya. El tiempo se acababa y pronto echarían tierra sobre ella. Pero no era yo quien debía ponerla ahí, en uno de esos agujeros que había frente a nosotros.
Ignorando al resto comencé a caminar, buscando a Jules y a Elen. Eran ellos quienes tenían que dar el último adiós a Anastasia, quienes debían hacer que fuera con los dioses, no yo. Quería darles la urna y que ellos hicieran la ceremonia.
Bajé a dar las gracias a Elen y Alister, y ella se fundió en un abrazo conmigo. La apreté fuerte, sintiendo que las lágrimas volvían a caer por mis mejillas, siendo incapaz de decir nada, tan solo les regalé un leve asentimiento. Justo en medio del abrazo aparecieron los hermanos Roche. Pensé que no iban a venir, al menos, por Jules. Entendía que fuese un momento demasiado duro para él. Pero no, ahí estaban. Me había parecido verles entre la multitud, pero no estaba segura. Ahora podía confirmar que habían venido y su mera presencia me alivió muchísimo, me sentía arropada pese a la pérdida que habíamos sufrido.
Me separé de Elen, secando mis lágrimas con los dedos, como había hecho antes, y miré a ambos, que rápido me saludaron. - Jules, Rachel. - Carraspeé para tratar de entonar mi voz y que no se quebrase. Mi saludo quedó en nada cuando escuché el siguiente comentario del más mayor de los hermanos. En esos momentos, si me hubiesen echado un cubo de agua congelada encima, no me habría enterado. Se iban, tanto él como ella. Abrí la boca para rebatirles pero tuve que volver a cerrarla y morderme el labio para no perder la voz. No sabía el trato que tenía él con Anastasia, pero sí sabía que había llegado al gremio por ella… O, al menos, que continuaba por ella. Y si Huracán no estaba ya, era cuestión de tiempo que él se fuera, seguido de su hermana. Por una parte era lógico, no iba a estar en un lugar en donde todo le recordaba a Anastasia, pero no quería que se fuera. - Pero, Jules…
No quería darle la mano y cerrar ese trato en el que se acababa su vínculo con nosotros. Pero su hermana sí tomó mi mano y empezó a agitármela. En ese momento me vi interrumpida por ella quien, con toda su inocencia, trataba de halagar mi nuevo puesto, diciendo que iba a ser una gran Maestra Cazadora. En otra ocasión me hubiesen subido el ego pero en este momento, lejos de animarme, me dejó un sabor amargo en la boca. Sí, deseaba ser Maestra Cazadora, pero la idea era que Anastasia pudiese degustar su fracaso. Además, íbamos a compartir la dirección del gremio. Ahora, sin ella, sentía como si me faltase algo. En principio no quería compartir nada, pero en ningún momento deseé que ella muriese de esas formas para conseguir yo lo que tanto ansiaba. Viniendo de Rachel Roche, no podía tomarme el comentario a malas, pero ciertamente, me dejó un poco chafada. Simplemente respondí con una sonrisilla tímida. - Gracias, Rachel. - Había conseguido lo que deseaba, pero a un precio muy grande. Y seguramente, ella no iba a entender cómo me sentía o cómo era pensar en ser “Maestra Cazadora” sin tener a Anastasia dando la murga cerca.
Jules volvió a tomar la palabra para contarme una anécdota de él y de la bruja en una cacería. Al principio no me gustó, pues la implicada en la muerte era yo. Y la de veces que había fantaseado con la muerte de Anastasia cada vez que me fastidiaba algo. Pero nunca había pensado en hacerlo real, ni en que lo fuese. Huracán, para mí era una molestia, pero era mi molestia. Algo así como mi hermano, pero aguantándola menos que a él. Por más que le dedicase mil insultos a la bruja, si necesitaba ayuda acudiría. Como quedamos antes de la batalla, si un vampiro le atacaba por la espalda, yo iría a cubrirla.
En el momento en que Jules me abrazó, también le devolví el gesto de cariño, apretándole tan fuerte como lo había hecho antes con Elen. Sus palabras hicieron que las lágrimas volvieran a recorrer mis mejillas, era incapaz de contenerme después de estar intentándolo desde hacía días. La batalla de Sacrestic Ville había sido demasiado para todos los que estábamos ahí. Isabella, Anastasia e incluso mi hermano habían sufrido las consecuencias. Había llegado como una heroína, pero no eran capaces de ver lo que habíamos tenido que dejar atrás. La vida de Milton seguía pendiendo de un hilo, mi madre no estaba bien, vivía encerrada en su habitación, sujetando la mano de mi hermano. Y yo estaba intentando ser fuerte, pese a que a veces me veía perdida, como en los momentos tan intensos como el abrazo con Elen o Jules. Me sentía arropada, las apariencias se habían quedado en segundo plano. Esa gente estaba sufriendo lo que yo, una pérdida. Y habían venido a brindar apoyo. No podía disimular mi tristeza ante ellos, y más después de lo que el brujo había dicho. - Yo también la apreciaba muchísimo, Jules. Y la hemos perdido. - Apoyé la frente en su hombro durante unos instantes y negué. - No quiero que os vayáis. - Susurré, aún junto a él. Claro que no quería que se fueran, no podía perder a más gente, entre los decesos y los que se habían ido, todo ese arropo que tenía se desvanecería al día siguiente y me negaba en rotundo a estar sola. Sentía la necesidad de estar con alguien que me apoyase.
Pero era consciente de que no podía obligar a Rachel y a Jules a quedarse. En cuanto pudieran se largarían por más que a mí me pesase.
Me separé de él y también le di un corto abrazo a la biocibernética. No había tenido tanto trato con ella, pero no podía obviarla, había venido también a rendir sus respetos. Justo en ese momento, su hermano estaba hablando con Elen, pero la intromisión de Rachel hizo que se quedase un silencio bastante violento que hizo que la muchacha se alejase del grupo. Su comentario no había ido a malas, en realidad, en otras circunstancias me habría hecho gracia. Pero no ahí, en ese momento.
No supe qué decir en esos momentos, quise dirigirme hacia Vincent, quien estaba apoyado en una columna, para mostrarle mi agradecimiento, pero los gritos de Rach me alertaron y fui con ella, junto a su hermano. - ¿Qué ha pasado? - La muchacha nos informó de quién había sido el cretino que había osado escupir en la vasija de Anastasia. Sí, me había parecido ver que escupía, pero no estaba del todo segura. ¡Y no lo iba a permitir! Quería tirar a ese irrespetuoso por el acantilado, pero no delante de toda esa gente. Jules, sin embargo, perdió toda su calma habitual para tomar su arma. Rápidamente apoyé una de mis manos sobre la que llevaba la ballesta. - Jules, espera. Aquí no. - Eché una mirada por todo el lugar, donde cientos de personas se reunían para rendir homenaje a las víctimas. No era el lugar ni el momento para ello. Al menos parecía disuadirle. - Gracias por avisar, Rachel. Tomaremos medidas. - Inquirí, colocando las manos juntas frente a mí, apoyadas en la falda. No quería líos ahora mismo, y menos en el funeral de Isabella y Anastasia. A la Maestra Cazadora no le hubiese gustado nada que convirtiéramos el Palacio de los Vientos en un campo de batalla. A Gerrit le daríamos su merecido, pero no ahí. - Tengo que irme.
No dije más, esperaba que se quedasen durante el resto de la ceremonia. Yo avancé adelantándome a varias personas para colocarme junto a mi padre al principio de la comitiva. Pero antes de eso me detuve frente a Vincent Calhoun, quien había presenciado el acto en memoria a ambas cazadoras desde la distancia. A él también había que agradecerle. - Gracias por venir, Vincent. Ha sido un bonito gesto por tu parte. - Sonreí levemente. No sentía especial devoción por ninguno de ellos, ni siquiera la misma Huracán era alguien por quien yo tuviese buenas palabras. Pero no podía evitar agradecerles el haber venido, algunos habían tenido que tomar un barco y pasar días en alta mar para presenciar la misa. Inspiré y le tendí la mano, incapaz de darle un abrazo por mi cuenta. No tenía tanta confianza. Incluso me habían sorprendido los anteriores abrazos, pero lo tomaba como un gesto propio del momento tan triste que estábamos pasando.
Le indiqué al brujo que siguiera la comitiva con un gesto y yo seguí avanzando rápido, sujetándome la falda, para llegar hasta donde estaba mi padre, quien me colocó una de sus manos en el hombro para darme apoyo. Virgie estaba a mi lado, ella me colocó un mechón de pelo que se me había descolocado. Pero no dijeron nada. Y mejor así. Sólo abrí la boca para pedir que me dejasen llevar la urna durante el resto del camino hasta el acantilado, y me lo concedieron.
A pesar de ser relativamente pequeña, cuando la toqué sentí un gran peso sobre mis manos. Eran cenizas, pero pesaban, mis pies eran plomo y me dificultaban el avanzar. Mi tía volvía a estar ahí para ayudarme, tocándome la espalda y tendiéndome la mano para ver si devolvía la urna, pero me negué. Seguí cargando con ella hasta el lugar donde se iniciaría el entierro.
- Es aquí el lugar elegido para dar sepultura a Isabella y a Anastasia Boisson. El lugar donde sus almas pasarán a acompañar a nuestros Dioses, quienes velarán por ellas. ¿Alguien quiere decir unas últimas palabras? - Yo seguía aferrada a la vasija, apretándola con fuerza y siendo incapaz de moverme. No estaba escuchando al sacerdote, sólo fijaba mi vista en la urna y ya. El tiempo se acababa y pronto echarían tierra sobre ella. Pero no era yo quien debía ponerla ahí, en uno de esos agujeros que había frente a nosotros.
Ignorando al resto comencé a caminar, buscando a Jules y a Elen. Eran ellos quienes tenían que dar el último adiós a Anastasia, quienes debían hacer que fuera con los dioses, no yo. Quería darles la urna y que ellos hicieran la ceremonia.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Un veterano como él siempre estaba preparado para una situación como aquella. Todo guerrero aprendía con el tiempo a vivir el día a día, y se acostumbraba a las despedidas que podían volverse eternas.
Un hasta luego, que se volvía en un hasta siempre.
Era ley de vida cuando se llevaba una vida tan peligrosa.
Pero esa era la teoría, la práctica siempre era más complicada. Lo cierto es que no había forma alguna de prepararse para un momento así. Uno lo aprendía, sabía que podría pasar, y más que eso, ya lo había vivido en otras ocasiones pasadas. Al fin y al cabo, la veteranía consistía en hacerse viejo, ni más ni menos. No obstante, un hecho tan simple como envejecer era una cuestión de tiempo y vivencias. Sólo respirar y seguir con vida un día más te hacía aprender algo nuevo a la fuerza, fuese lo que fuese. En su caso, un mercenario consumado, todo lo que tenía que ver con la desagradable guerra, y su más fiel compañera, la muerte.
La realidad es que ni el tiempo, ni la experiencia en momentos como aquel, te hacían inmune. Nada te prepara del todo para ello. Cuando llegaba el momento era difícil de asimilar. Sobre todo cuando tocaba a una amistad cercana o a un familiar.
Incluso por ese mismo motivo, muchos soldados veteranos desconectaban emocionalmente de su entorno. Charlaban, bebían y lo pasaban bien con sus camaradas, pero nunca llegaban a considerarlos un amigo. Ni a ellos, ni a nadie.
La mejor forma de que nadie te afectara cuando muriera, es que nadie te importara. Así de sencillo.
Sin embargo, para él, vivir de ese modo era lo mismo que ya estar muerto. Para qué vivir y luchar, si no había nadie que te importara. Claro, la respuesta era simple, por uno mismo. Pero pensar en propia supervivencia y poco más, no iba con él. No cuando su motivación en la vida era ayudar a otras personas.
Su forma de vida descartaba por completo desligarse de los sentimientos de ese modo, y creía que hacía lo correcto, o de otro modo no viviría así. Creía con fervor en lo que hacía. Era su credo. Su religión. Y prefería sufrir en los momentos que tocase, y seguir siendo un brujo. Una persona. No un simple autómata de combate, como si de una estatua imbuida en magia se tratara.
Era doloroso. Más así debía ser. Si no doliera significaba que en realidad no estaba presenciando el funeral de una amiga y la madre de esta. El sufrimiento era doble, porque sabía lo mal que lo estarían pasando Elen y Jules, y eso hacía que aún quemara más por dentro.
Quemaba como fuego. El elemento que tan bien manejaba, pero que era imposible de domar del todo. Salvaje y puro. Enseñándonos en esta ocasión que en la vida no todo era dulce y hermoso. Que también había espacio para el dolor y la tristeza, y no te podía esconder de ella.
Aún así debía reconocer que la ceremonia estaba siendo bonita. Hermosa en el único sentido que podía serlo en una situación así. El salón estaba decorado con brillantez, pero con el toque adecuado para no quedar extravagante, y de este modo mantener la sobriedad necesaria en un funeral.
Las palabras de Cassandra eran todo lo que necesitaba oír. Era reconfortante escuchar que la cazadora había sido fiel a sí misma, pese al infortunio final. Que había luchado y vivido como quería.
En cierta forma era lo que toda persona deseaba. Vivir a su modo.
Al menos en su caso era así. Si debía morir alguna vez luchando, esperaba que fuera de la misma manera que Huracán. Luchando por lo creía. Combatiendo para que el mundo fuese un lugar mejor.
En cualquier caso, la Harrowmont se sintió afectada por la emoción, y tuvo que dejar que prosiguiera un hombre. Imaginaba que el sacerdote encargado de la ceremonia. Era comprensible que se sintiera afecta. Por costumbre parecía que Huri y Cass se odiaran, pero era evidente que la maestra cazadora sentía unos sentimientos más puros por su compañera de lo que aparentaba.
La ceremonia prosiguió, y no tardaron en aparecer los hermanos Roche en escena. Se había preguntado donde estarían, en especial Jules, que tan bien se llevaba con Huracán, pero esa cuestión ya carecía de importancia. En primer lugar porque ya sabía dónde estaban, pero también porque Jules, al poco de hablar con su hermana Elen, parecía con ganas de matar a alguien. Agarró su arma y tenía cara de pocos amigos, por lo que era fácil imaginar que pasaba, incluso desde su posición alejada.
¿Qué demonios habría pasado para que Jules se enfadara tanto? Imposible de saber con tanta distancia, pero esperaba poder enterarse en algún momento.
- Era lo mínimo que podía hacer-, contestó, devolviendo el saludo a la maestra cazadora. Tomó con suavidad la mano que le tendía, a la vez que le dedicaba un leve asentimiento con la cabeza, en señal de respeto y condolencia. - Cuando leí la carta con las funestas noticias, estaba lo suficientemente cerca para poder llegar a las islas a tiempo para asistir a la ceremonia. Y como dije, venir para darle mi adiós a Huracán, era lo mínimo que podía hacer-, dijo en tono serio, pero cálido, soltando su mano.
Era un día triste para la mayoría de los presentes. Por esa razón tocaba dejar a un lado su habitual humor, aunque debía seguir siendo tan agradable como de costumbre, pese a la seriedad. Más que nunca debía ser delicado con los demás. Incluso con la joven Cass, con la que no tenía tanto trato dentro del gremio. La chica estaba mucho más afectada de lo que aparentaba su semblante, pues ya había tenido un instante de dolor cuando hablaba para todos los presentes. También merecía su dosis de consuelo.
- Lo siento mucho. Son momentos duros. Se nota que querías mucho a Anastasia, y te doy mis sinceras condolencias-, comentó, volviendo a agachar la cabeza con respeto. - Espero que podamos hablar en el futuro. Seguramente prefieras estar con tu familia ahora-, se despidió, y dejó que la chica se fuera con su padre, y él se acercó a su hermana.
Nada más llegar hasta ella le dio un fuerte y emotivo abrazo.
- Lo siento pequeña, ojalá hubiese podido estar a tu lado todo este tiempo-, le dijo a su hermana, sin aflojar el abrazo. Después de un instante que pareció interminable, al fin la soltó. - Gracias por estar siempre junto a mi hermana, Alister. Siempre te he apreciado por ello-, comentó, dándole una palmada afectuosa en el hombro.
Un toque amistoso que acostumbraba a darle al dragón cuando estaba con él, pero que por lo general hacía después de gastarle una broma. Esta vez había sido distinto, por las circunstancias y la emotividad del momento, aunque seguía siendo su manera cariñosa de tratarlo.
- También lo siento por ti, madre. Isabella era una buena amiga-, dirigió sus palabras y miradas hacia Yennefer, recordando con especial viveza la noche que los había ayudado a rescatar a la madre de Cass y Milton.
Su madre lo había hecho para ayudar a la amiga que tanto tiempo hacía que no veía en persona, y ahora esa amiga había perecido. Era trágico. Por ello no dudó en abrazar también a su madre, y ponerse junto a ella para seguir a la comitiva.
Tan invadido por los recuerdos estaba, y por la preocupación por su familia, que no sé dio cuenta del tiempo pasado hasta llegar al lugar indicado para el último adiós. Sólo podía estar seguro de haber dado los pasos necesarios para llegar allí, y que en esos instantes Cassandra preguntaba si alguien quería dar unas últimas palabras.
- ¿Os apetece decir algo? - preguntó a su hermana y a su madre, con un susurro suave.
Él prefería mantenerse alejado del centro de las miradas en ceremonias de ese tipo. Le gustaba estar junto a las personas cuando estaban vivas, no cuando era demasiado tarde para hacerlo. Y vivía esos momentos tristes de manera más introspectiva que el resto de las personas.
Su familia no era de los que gustaba de llamar la atención, así que en ese sentido, su madre y Elen eran parecidas a él. Al menos en parte. Sin embargo, ese funeral era especial. Se enterraban dos amigas, una de cada una, por lo que eso cambiaba todo.
- Nosotros os daremos apoyo y aliento desde aquí-, las animó, refiriéndose al dragón y él.
Un hasta luego, que se volvía en un hasta siempre.
Era ley de vida cuando se llevaba una vida tan peligrosa.
Pero esa era la teoría, la práctica siempre era más complicada. Lo cierto es que no había forma alguna de prepararse para un momento así. Uno lo aprendía, sabía que podría pasar, y más que eso, ya lo había vivido en otras ocasiones pasadas. Al fin y al cabo, la veteranía consistía en hacerse viejo, ni más ni menos. No obstante, un hecho tan simple como envejecer era una cuestión de tiempo y vivencias. Sólo respirar y seguir con vida un día más te hacía aprender algo nuevo a la fuerza, fuese lo que fuese. En su caso, un mercenario consumado, todo lo que tenía que ver con la desagradable guerra, y su más fiel compañera, la muerte.
La realidad es que ni el tiempo, ni la experiencia en momentos como aquel, te hacían inmune. Nada te prepara del todo para ello. Cuando llegaba el momento era difícil de asimilar. Sobre todo cuando tocaba a una amistad cercana o a un familiar.
Incluso por ese mismo motivo, muchos soldados veteranos desconectaban emocionalmente de su entorno. Charlaban, bebían y lo pasaban bien con sus camaradas, pero nunca llegaban a considerarlos un amigo. Ni a ellos, ni a nadie.
La mejor forma de que nadie te afectara cuando muriera, es que nadie te importara. Así de sencillo.
Sin embargo, para él, vivir de ese modo era lo mismo que ya estar muerto. Para qué vivir y luchar, si no había nadie que te importara. Claro, la respuesta era simple, por uno mismo. Pero pensar en propia supervivencia y poco más, no iba con él. No cuando su motivación en la vida era ayudar a otras personas.
Su forma de vida descartaba por completo desligarse de los sentimientos de ese modo, y creía que hacía lo correcto, o de otro modo no viviría así. Creía con fervor en lo que hacía. Era su credo. Su religión. Y prefería sufrir en los momentos que tocase, y seguir siendo un brujo. Una persona. No un simple autómata de combate, como si de una estatua imbuida en magia se tratara.
Era doloroso. Más así debía ser. Si no doliera significaba que en realidad no estaba presenciando el funeral de una amiga y la madre de esta. El sufrimiento era doble, porque sabía lo mal que lo estarían pasando Elen y Jules, y eso hacía que aún quemara más por dentro.
Quemaba como fuego. El elemento que tan bien manejaba, pero que era imposible de domar del todo. Salvaje y puro. Enseñándonos en esta ocasión que en la vida no todo era dulce y hermoso. Que también había espacio para el dolor y la tristeza, y no te podía esconder de ella.
Aún así debía reconocer que la ceremonia estaba siendo bonita. Hermosa en el único sentido que podía serlo en una situación así. El salón estaba decorado con brillantez, pero con el toque adecuado para no quedar extravagante, y de este modo mantener la sobriedad necesaria en un funeral.
Las palabras de Cassandra eran todo lo que necesitaba oír. Era reconfortante escuchar que la cazadora había sido fiel a sí misma, pese al infortunio final. Que había luchado y vivido como quería.
En cierta forma era lo que toda persona deseaba. Vivir a su modo.
Al menos en su caso era así. Si debía morir alguna vez luchando, esperaba que fuera de la misma manera que Huracán. Luchando por lo creía. Combatiendo para que el mundo fuese un lugar mejor.
En cualquier caso, la Harrowmont se sintió afectada por la emoción, y tuvo que dejar que prosiguiera un hombre. Imaginaba que el sacerdote encargado de la ceremonia. Era comprensible que se sintiera afecta. Por costumbre parecía que Huri y Cass se odiaran, pero era evidente que la maestra cazadora sentía unos sentimientos más puros por su compañera de lo que aparentaba.
La ceremonia prosiguió, y no tardaron en aparecer los hermanos Roche en escena. Se había preguntado donde estarían, en especial Jules, que tan bien se llevaba con Huracán, pero esa cuestión ya carecía de importancia. En primer lugar porque ya sabía dónde estaban, pero también porque Jules, al poco de hablar con su hermana Elen, parecía con ganas de matar a alguien. Agarró su arma y tenía cara de pocos amigos, por lo que era fácil imaginar que pasaba, incluso desde su posición alejada.
¿Qué demonios habría pasado para que Jules se enfadara tanto? Imposible de saber con tanta distancia, pero esperaba poder enterarse en algún momento.
- Era lo mínimo que podía hacer-, contestó, devolviendo el saludo a la maestra cazadora. Tomó con suavidad la mano que le tendía, a la vez que le dedicaba un leve asentimiento con la cabeza, en señal de respeto y condolencia. - Cuando leí la carta con las funestas noticias, estaba lo suficientemente cerca para poder llegar a las islas a tiempo para asistir a la ceremonia. Y como dije, venir para darle mi adiós a Huracán, era lo mínimo que podía hacer-, dijo en tono serio, pero cálido, soltando su mano.
Era un día triste para la mayoría de los presentes. Por esa razón tocaba dejar a un lado su habitual humor, aunque debía seguir siendo tan agradable como de costumbre, pese a la seriedad. Más que nunca debía ser delicado con los demás. Incluso con la joven Cass, con la que no tenía tanto trato dentro del gremio. La chica estaba mucho más afectada de lo que aparentaba su semblante, pues ya había tenido un instante de dolor cuando hablaba para todos los presentes. También merecía su dosis de consuelo.
- Lo siento mucho. Son momentos duros. Se nota que querías mucho a Anastasia, y te doy mis sinceras condolencias-, comentó, volviendo a agachar la cabeza con respeto. - Espero que podamos hablar en el futuro. Seguramente prefieras estar con tu familia ahora-, se despidió, y dejó que la chica se fuera con su padre, y él se acercó a su hermana.
Nada más llegar hasta ella le dio un fuerte y emotivo abrazo.
- Lo siento pequeña, ojalá hubiese podido estar a tu lado todo este tiempo-, le dijo a su hermana, sin aflojar el abrazo. Después de un instante que pareció interminable, al fin la soltó. - Gracias por estar siempre junto a mi hermana, Alister. Siempre te he apreciado por ello-, comentó, dándole una palmada afectuosa en el hombro.
Un toque amistoso que acostumbraba a darle al dragón cuando estaba con él, pero que por lo general hacía después de gastarle una broma. Esta vez había sido distinto, por las circunstancias y la emotividad del momento, aunque seguía siendo su manera cariñosa de tratarlo.
- También lo siento por ti, madre. Isabella era una buena amiga-, dirigió sus palabras y miradas hacia Yennefer, recordando con especial viveza la noche que los había ayudado a rescatar a la madre de Cass y Milton.
Su madre lo había hecho para ayudar a la amiga que tanto tiempo hacía que no veía en persona, y ahora esa amiga había perecido. Era trágico. Por ello no dudó en abrazar también a su madre, y ponerse junto a ella para seguir a la comitiva.
Tan invadido por los recuerdos estaba, y por la preocupación por su familia, que no sé dio cuenta del tiempo pasado hasta llegar al lugar indicado para el último adiós. Sólo podía estar seguro de haber dado los pasos necesarios para llegar allí, y que en esos instantes Cassandra preguntaba si alguien quería dar unas últimas palabras.
- ¿Os apetece decir algo? - preguntó a su hermana y a su madre, con un susurro suave.
Él prefería mantenerse alejado del centro de las miradas en ceremonias de ese tipo. Le gustaba estar junto a las personas cuando estaban vivas, no cuando era demasiado tarde para hacerlo. Y vivía esos momentos tristes de manera más introspectiva que el resto de las personas.
Su familia no era de los que gustaba de llamar la atención, así que en ese sentido, su madre y Elen eran parecidas a él. Al menos en parte. Sin embargo, ese funeral era especial. Se enterraban dos amigas, una de cada una, por lo que eso cambiaba todo.
- Nosotros os daremos apoyo y aliento desde aquí-, las animó, refiriéndose al dragón y él.
Vincent Calhoun
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Jules y su hermana Rachel no tardaron en aparecer, y el rostro del mayor de los Roche mostraba una expresión tan triste como la de pocos, lo cual era comprensible teniendo en cuenta todo lo que había compartido con Huracán a lo largo de su vida. Ambos saludaron a la nueva maestra del gremio y sin perder tiempo anunciaron su marcha del mismo, la muerte de Anastasia había sido un duro golpe y sin ella allí Jules no parecía interesado en quedarse más tiempo. Su misión había concluido, según decía, pero probablemente el dolor por la pérdida lo estuviese empujando a dejar atrás el palacio de los vientos y con ello todos los recuerdos que allí tuviese. ¿Quién podría reprochárselo?
La de cabellos cenicientos aguardó en silencio mientras los hermanos se despedían de Cassandra, y luego ambos le dedicaron también unas palabras a ella, aunque las de Rachel no pudieron ser más desafortunadas. - ¿Disfrazarme? - preguntó con tono molesto, puede que no estuviese acostumbrada a llevar aquel tipo de vestidos negros pero de ningún modo se podría tomar su aspecto por un disfraz, Elen solo trataba de mostrar respeto por el par de hechiceras que habían perdido. Con un brusco movimiento se libró del agarre de la bio cibernética, al parecer nunca iban a llevarse bien, no con el extraño carácter de Rachel.
Quizá en un intento de apartar la atención del comentario de su hermana, Jules tomó la palabra de nuevo para relajar el ambiente, mientras la morena se alejaba con sentimiento de culpabilidad por lo que acababa de pasar. La tensai trató de olvidar lo ocurrido y centrarse en la conversación, pero pronto la voz de la bio cibernética volvió a llamar su atención, alguien había escupido en el altar y para colmo se trataba de alguien a quien conocía. Aquello no sentó nada bien a Jules ni a la benjamina de los Calhoun, pero por suerte para el culpable, Cass detuvo al cazador antes de que lo convirtiese en su diana de tiro. - Gerrit, ese desagradecido… - masculló Elen, al tiempo que barría con la mirada el lugar para encontrar al brujo. - Debimos abandonarlo a su suerte cuando tuvimos ocasión. - añadió en cuanto dio con él, ansiosa por ir hacia donde se encontraba para hacer que se arrepintiese de haber profanado el altar.
- Escucha a Cassandra, no es el momento. - intervino Alister para disuadirla de cualquier idea que se le estuviese pasando por la cabeza. La joven cerró los puños con fuerza y lanzó una mirada asesina a Gerrit, pero por respeto a la memoria de su amiga no inició una pelea en mitad del patio, ya tendría ocasión de ajustar cuentas con aquel imbécil más tarde.
Al poco de unirse a la comitiva se toparon con Vincent, que de inmediato abrazó a su hermana para darle ánimos, algo que realmente necesitaba. Elen alargó aquel momento tanto como pudo, luego permitió que le rubio se separase de ella y diese las gracias a Alister por estar siempre con ella, ayudándola y velando por su seguridad. Yennefer fue la siguiente en recibir el apoyo de Vince, y en cuanto se recompusieron siguieron a la comitiva hasta el acantilado, donde darían el último adiós tanto a Anastasia como a Isabella. Tras escuchar las preguntas de Cass y su hermano, Elen respiró profundamente y se adelantó para acercarse a la vasija que sostenía la maestra cazadora.
- No conocí mucho a Isabella pero sí a Huracán. - comenzó a decir, recordando que prefería aquel sobrenombre de cara a la gente. - Cuando la vi por primera vez no imaginé que llegaría a convertirse en alguien tan importante para mí, en una amiga con la que podía contar siempre, daba igual lo fea que se pusiera la situación, ella estuvo ahí cuando la necesité. - prosiguió, tratando de mantener el tipo para que las lágrimas no volviesen a desbordar sus verdes ojos. - Se podría decir que los problemas nos unieron, siempre que nos encontrábamos acabábamos metidas en algún lío. - recordó, con una leve sonrisa en los labios. - La verdad es que no podría haber elegido una compañera mejor que ella, valiente y dispuesta a todo por hacer lo correcto, librar al mundo del mal que encarnaba Mortagglia. - tras esas palabras guardó silencio durante unos segundos, Anastasia había logrado su objetivo pero pagando un precio muy alto.
- Ni siquiera nuestras opiniones contrarias pudieron destruir la amistad que teníamos, hoy despedimos a una gran persona, nunca te olvidaré. - dijo, mirando la vasija que sostenía Cassandra. Las cosas no siempre habían ido bien entre ellas, su enfrentamiento por Vladimir seguía presente en su memoria, pero lograron superar aquello y seguir adelante, ahora la cazadora estaba con los dioses, y desde allí vería los pasos de su amiga, que quizá estaba destinada a terminar del mismo modo, perdiendo la vida en su batalla final. Dando por terminado su turno, Elen regresó junto a su familia y esperó a que otros tomasen la palabra para decir adiós al par de hechiceras, luego aguardaría en silencio mientras el ataúd y la vasija eran enterrados.
Off: Perdón por la tardanza >.<
La de cabellos cenicientos aguardó en silencio mientras los hermanos se despedían de Cassandra, y luego ambos le dedicaron también unas palabras a ella, aunque las de Rachel no pudieron ser más desafortunadas. - ¿Disfrazarme? - preguntó con tono molesto, puede que no estuviese acostumbrada a llevar aquel tipo de vestidos negros pero de ningún modo se podría tomar su aspecto por un disfraz, Elen solo trataba de mostrar respeto por el par de hechiceras que habían perdido. Con un brusco movimiento se libró del agarre de la bio cibernética, al parecer nunca iban a llevarse bien, no con el extraño carácter de Rachel.
Quizá en un intento de apartar la atención del comentario de su hermana, Jules tomó la palabra de nuevo para relajar el ambiente, mientras la morena se alejaba con sentimiento de culpabilidad por lo que acababa de pasar. La tensai trató de olvidar lo ocurrido y centrarse en la conversación, pero pronto la voz de la bio cibernética volvió a llamar su atención, alguien había escupido en el altar y para colmo se trataba de alguien a quien conocía. Aquello no sentó nada bien a Jules ni a la benjamina de los Calhoun, pero por suerte para el culpable, Cass detuvo al cazador antes de que lo convirtiese en su diana de tiro. - Gerrit, ese desagradecido… - masculló Elen, al tiempo que barría con la mirada el lugar para encontrar al brujo. - Debimos abandonarlo a su suerte cuando tuvimos ocasión. - añadió en cuanto dio con él, ansiosa por ir hacia donde se encontraba para hacer que se arrepintiese de haber profanado el altar.
- Escucha a Cassandra, no es el momento. - intervino Alister para disuadirla de cualquier idea que se le estuviese pasando por la cabeza. La joven cerró los puños con fuerza y lanzó una mirada asesina a Gerrit, pero por respeto a la memoria de su amiga no inició una pelea en mitad del patio, ya tendría ocasión de ajustar cuentas con aquel imbécil más tarde.
Al poco de unirse a la comitiva se toparon con Vincent, que de inmediato abrazó a su hermana para darle ánimos, algo que realmente necesitaba. Elen alargó aquel momento tanto como pudo, luego permitió que le rubio se separase de ella y diese las gracias a Alister por estar siempre con ella, ayudándola y velando por su seguridad. Yennefer fue la siguiente en recibir el apoyo de Vince, y en cuanto se recompusieron siguieron a la comitiva hasta el acantilado, donde darían el último adiós tanto a Anastasia como a Isabella. Tras escuchar las preguntas de Cass y su hermano, Elen respiró profundamente y se adelantó para acercarse a la vasija que sostenía la maestra cazadora.
- No conocí mucho a Isabella pero sí a Huracán. - comenzó a decir, recordando que prefería aquel sobrenombre de cara a la gente. - Cuando la vi por primera vez no imaginé que llegaría a convertirse en alguien tan importante para mí, en una amiga con la que podía contar siempre, daba igual lo fea que se pusiera la situación, ella estuvo ahí cuando la necesité. - prosiguió, tratando de mantener el tipo para que las lágrimas no volviesen a desbordar sus verdes ojos. - Se podría decir que los problemas nos unieron, siempre que nos encontrábamos acabábamos metidas en algún lío. - recordó, con una leve sonrisa en los labios. - La verdad es que no podría haber elegido una compañera mejor que ella, valiente y dispuesta a todo por hacer lo correcto, librar al mundo del mal que encarnaba Mortagglia. - tras esas palabras guardó silencio durante unos segundos, Anastasia había logrado su objetivo pero pagando un precio muy alto.
- Ni siquiera nuestras opiniones contrarias pudieron destruir la amistad que teníamos, hoy despedimos a una gran persona, nunca te olvidaré. - dijo, mirando la vasija que sostenía Cassandra. Las cosas no siempre habían ido bien entre ellas, su enfrentamiento por Vladimir seguía presente en su memoria, pero lograron superar aquello y seguir adelante, ahora la cazadora estaba con los dioses, y desde allí vería los pasos de su amiga, que quizá estaba destinada a terminar del mismo modo, perdiendo la vida en su batalla final. Dando por terminado su turno, Elen regresó junto a su familia y esperó a que otros tomasen la palabra para decir adiós al par de hechiceras, luego aguardaría en silencio mientras el ataúd y la vasija eran enterrados.
Off: Perdón por la tardanza >.<
Elen Calhoun
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
La maestra Harrowmont terminó evitando que mi hermano se fuera a por el señor Nephgerd. Estoy segura de que si lo tuviera cerca lo terminaría destrozando por lo que me había hecho tan sólo un tiempo atrás. Que escupiera sobre la tumba de la maestra tampoco pareció haberle hecho mucha gracia. Pero coincidía con la maestra en que lo mejor sería ignorar el hecho. Tomé a Jules del brazo y le insté a concentrarse en el tributo que se estaba rindiendo a su compañera. Aunque costó, finalmente dejó de mirar en la dirección en la que el señor Neph se había ido.
Era increíble la cantidad de gente que había participado en el funeral. ¡También estaba mi compañero de la logia, Vincent Calhoun! Jules era un buen amigo del hermano de Elen, aunque bueno, quizás no tanto como lo eran ésta y la maestra Boisson. Al brujo se le veía afectado, aunque en menor medida. Los hombres humanos solían ser más reticentes a expresar sus sentimientos. Se acercó a saludar a la maestra Harrowmont y después volvió junto a Elen, Alister y a otra mujer.
La maestra Harrowmont tras un pequeño tributo con las vasijas, cedió la palabra a los presentes, por si alguien quería decir algo. Jules sin decirme nada avanzó dispuesto a dedicar unas palabras.
-No sé si podré hacerme el fuerte allí arriba. – me comentó visiblemente preocupado. Como buena hermana, estaba en mis labores humanas complacerle de la mejor manera posible.
-¡Oh, Jules! ¡No digas tonterías! – comenté acariciándole la cara con mi fría mano metálica con los ojos abiertos como platos. – No tienes que hacerte el fuerte. Sólo debes hacer lo que el resto: Subir y opinar sobre su experiencia con la maestra Boisson. No será necesario que intentes levantar grandes pesos con tus débiles músculos de brujo. Y si es necesario, me llamas a mí. ¿Vale? – comenté sonriendo y acariciándole la cara para tranquilizarle.
-No creo que sea necesario, Rach… - expuso haciendo gestos de negación con la cabeza. – Anda, ve con Vincent. – y me señaló el grupo de Vincent y Alister justo en el momento en el que Elen tomaba la palabra para hablar de su relación con la difunta maestra cazadora.
Asentí con una sonrisa y caminé hacia donde estaban ellos, sujetándome la falda para no tropezar, hasta llegar a su posición.
-Hola, chicos. – les saludé en bajo con mi aguda voz poniéndome al lado de Vincent. - ¡Ay, no sabes lo triste que estoy! – suspiré de acuerdo a las admirables palabras de Elen, que me entristecían aún más. Con las mangas blancas me quitaba las lágrimas que recorrían mi rostro metálico. – ¿Por qué? - pregunté gimoteando de tristeza con agudos soniditos. - ¿Por qué tiene que morir la gente buena, Vincent? – pregunté a mi compañero de la Logia, que era el que estaba más próximo.
Cuando la bruja concluyó era el turno de Jules. Aplaudí el discurso de Elen al unísono con el resto del público y le envié una mirada cariñosa cuando volvió con nosotros y el resto de su familia. Mi hermano parecía el más afectado de todos los chicos y aunque no llegaba a soltar ninguna lágrima, parecía hacer esfuerzos por retenerlas en el interior de sus pupilas. Finalmente, allí estaba.
-Yo voy a ser muy breve. Me gustaría dedicarle unas últimas palabras en persona a Huracán. – carraspeó. – Permitidme que le llame así pues, como su inseparable compañero de aventuras, ese ha sido el pseudónimo bajo el que es conocida por vampiros y contratistas, y por tanto el que más he escuchado. – explicó para la alta cantidad de asistentes de Beltrexus que poco sabrían de la bruja Anastasia. Luego se dedicó a mirar a la urna, en un discurso más personal. – Te conozco muy bien, cazadora, después de casi dos años conviviendo contigo ya tocaba. – relató mordiéndose un labio y sacudiendo la nariz. – Lo admito, eras una mujer difícil, complicada. Pero yo sabía mejor que nadie que bajo esa coraza escondías un gran corazón. Quizás, el más grande que he conocido nunca. Nos hicimos una promesa mutua y la cumplimos. – me miró a mí entonces. Y yo le miraba contenta. - Fuimos grandes… – se agachó para tomar una margarita. - … Grandes amigos. – completó con la mirada perdida en la vasija y guardando un amplio silencio. Necesario para evitar llorar. – Supongo que tenías razón cuando decías que un cazador nunca moría postrado en su cama. – comentó rápidamente. - Lo único, lo único que lamento es no poder haberte salvado. – enfatizó, tirando la margarita que había tomado sobre la misma, dando la espalda a vasija y féretro de piedra.
Jules llegó de nuevo hasta nuestra posición, me miró con su rostro sumido en la tristeza. También se fijó en Vincent al que saludó con un simple gesto de cabeza. Parecía muy deprimido. Le acaricié en el brazo para tranquilizarle y esperamos junto al resto a que la maestra Harrowmont prosiguiera con la ceremonia.
Era increíble la cantidad de gente que había participado en el funeral. ¡También estaba mi compañero de la logia, Vincent Calhoun! Jules era un buen amigo del hermano de Elen, aunque bueno, quizás no tanto como lo eran ésta y la maestra Boisson. Al brujo se le veía afectado, aunque en menor medida. Los hombres humanos solían ser más reticentes a expresar sus sentimientos. Se acercó a saludar a la maestra Harrowmont y después volvió junto a Elen, Alister y a otra mujer.
La maestra Harrowmont tras un pequeño tributo con las vasijas, cedió la palabra a los presentes, por si alguien quería decir algo. Jules sin decirme nada avanzó dispuesto a dedicar unas palabras.
-No sé si podré hacerme el fuerte allí arriba. – me comentó visiblemente preocupado. Como buena hermana, estaba en mis labores humanas complacerle de la mejor manera posible.
-¡Oh, Jules! ¡No digas tonterías! – comenté acariciándole la cara con mi fría mano metálica con los ojos abiertos como platos. – No tienes que hacerte el fuerte. Sólo debes hacer lo que el resto: Subir y opinar sobre su experiencia con la maestra Boisson. No será necesario que intentes levantar grandes pesos con tus débiles músculos de brujo. Y si es necesario, me llamas a mí. ¿Vale? – comenté sonriendo y acariciándole la cara para tranquilizarle.
-No creo que sea necesario, Rach… - expuso haciendo gestos de negación con la cabeza. – Anda, ve con Vincent. – y me señaló el grupo de Vincent y Alister justo en el momento en el que Elen tomaba la palabra para hablar de su relación con la difunta maestra cazadora.
Asentí con una sonrisa y caminé hacia donde estaban ellos, sujetándome la falda para no tropezar, hasta llegar a su posición.
-Hola, chicos. – les saludé en bajo con mi aguda voz poniéndome al lado de Vincent. - ¡Ay, no sabes lo triste que estoy! – suspiré de acuerdo a las admirables palabras de Elen, que me entristecían aún más. Con las mangas blancas me quitaba las lágrimas que recorrían mi rostro metálico. – ¿Por qué? - pregunté gimoteando de tristeza con agudos soniditos. - ¿Por qué tiene que morir la gente buena, Vincent? – pregunté a mi compañero de la Logia, que era el que estaba más próximo.
Cuando la bruja concluyó era el turno de Jules. Aplaudí el discurso de Elen al unísono con el resto del público y le envié una mirada cariñosa cuando volvió con nosotros y el resto de su familia. Mi hermano parecía el más afectado de todos los chicos y aunque no llegaba a soltar ninguna lágrima, parecía hacer esfuerzos por retenerlas en el interior de sus pupilas. Finalmente, allí estaba.
-Yo voy a ser muy breve. Me gustaría dedicarle unas últimas palabras en persona a Huracán. – carraspeó. – Permitidme que le llame así pues, como su inseparable compañero de aventuras, ese ha sido el pseudónimo bajo el que es conocida por vampiros y contratistas, y por tanto el que más he escuchado. – explicó para la alta cantidad de asistentes de Beltrexus que poco sabrían de la bruja Anastasia. Luego se dedicó a mirar a la urna, en un discurso más personal. – Te conozco muy bien, cazadora, después de casi dos años conviviendo contigo ya tocaba. – relató mordiéndose un labio y sacudiendo la nariz. – Lo admito, eras una mujer difícil, complicada. Pero yo sabía mejor que nadie que bajo esa coraza escondías un gran corazón. Quizás, el más grande que he conocido nunca. Nos hicimos una promesa mutua y la cumplimos. – me miró a mí entonces. Y yo le miraba contenta. - Fuimos grandes… – se agachó para tomar una margarita. - … Grandes amigos. – completó con la mirada perdida en la vasija y guardando un amplio silencio. Necesario para evitar llorar. – Supongo que tenías razón cuando decías que un cazador nunca moría postrado en su cama. – comentó rápidamente. - Lo único, lo único que lamento es no poder haberte salvado. – enfatizó, tirando la margarita que había tomado sobre la misma, dando la espalda a vasija y féretro de piedra.
Jules llegó de nuevo hasta nuestra posición, me miró con su rostro sumido en la tristeza. También se fijó en Vincent al que saludó con un simple gesto de cabeza. Parecía muy deprimido. Le acaricié en el brazo para tranquilizarle y esperamos junto al resto a que la maestra Harrowmont prosiguiera con la ceremonia.
Rachel Roche
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Negué ante las palabras de Vincent pero ni siquiera supe por qué lo hice. Más bien era un gesto de desconsuelo porque por mucho que me dijeran, ningún Dios traería de nuevo a Anastasia, Isabella… o mi hermano. Me despedí de él dándole las gracias por el apoyo y me reuní con mi familia para poner rumbo al lugar donde serían enterradas. El mismo lugar donde había tenido que hacer una clase con ella y donde vimos a nuestro primer vampiro.
Cedí la urna para que pudieran sujetarla Jules o Elen, por si ellos querían rendirle el último homenaje, pero ninguno de los dos la tocó. Se adelantaron hasta donde yo estaba, pero la solo la miraban, ninguno la sostuvo. Yo agaché la cabeza, sentía que si los miraba me estaba metiendo entre medias de su conversación con Anastasia. Quería haberles cedido la urna, haberme metido entre la gente y haber buscado a mi familia para el apoyo, pero no. Ahí estaba sujetando los restos de Anastasia.
Fue muy duro para mí ver a Elen acerarse y hablar, pero mucho más lo fue cuando se acercó Jules. Siempre me había metido con ella porque era una sosa, siempre la había insultado porque nadie se fijaría en ella. Y aquí estaba él, que por las palabras demostraba que eran algo más que amigos. Al menos por su parte. En mi mente no pude evitar pensar que Anastasia era tan idiota que seguro que no se había dado cuenta… o sí y rápido le había despachado. Fue el comentario gracioso de mi mente para intentar salvaguardar mi propia integridad. Verle ahí, con la margarita, me estaba destrozando. Pensé en lo estúpida que era por haber muerto y haber dejado aquí a dos personas que la amaban con locura. Mi mirada también se dirigió hacia Elen, quien se había ido junto a su familia y Rachel. La madre de los dos hermanos era muy amiga de Isabella y no sabía si también pronunciaría unas palabras hacia la maestra.
Pese a no tener muchas migas con ellos, Rachel, Alister y Vincent eran una gran fuente de apoyo para los más allegados de Anastasia, al igual que Virgie para mí, quien estaba haciendo ahora mismo las labores de mi madre también. Ellos acabaron de hablar con Anastasia y pronunciar sus últimas palabras, ahora me tocaba a mí, pero me negué. Ya había hablado, no me veía con fuerzas para volver a hacerlo.
Avancé con la urna de nuevo hacia el principio de la comitiva, quienes estaban dispuestos en semicírculo ante el ataúd de Isabella y los dos agujeros en la tierra. Mi padre estaba al lado del féretro, se había despedido de su compañera de gremio pero no sabía qué le había dicho. Yo caminé muy despacio hasta rebasar a los que estaban en primera fila. Parecía que no quería acercarme más a los hoyos. Ese sería el final para Anastasia y para Isabella.
Me detuve frente a uno de los agujeros, el más pequeño, dándoles la espalda a los presentes. Tan solo sentí la caricia de mi padre sobre mi hombro, mientras él se iba con los demás. Virgie trató de venir hacia mí, pero mi padre le hizo una señal para que no lo hiciera, me quería dejar sola en ese último momento. Yo no quería hacer eso, hubiese preferido que Elen o Jules lo hubieran hecho, alguien que le guardase profundo amor a Anastasia. Cualquiera mejor que yo. Nuestra relación estaba basada en la rivalidad, para mí tenía un sentimiento más complejo el ser yo quien colocase la urna en el suelo. La estaba enterrando…
Pero no creía que ellos dos quisieran ser los que la enterrasen, los que vieran que ya no iba a volver, que una vez que la tierra cayese sobre ambas todo habría acabado y su alma pertenecería a los Dioses.
Suspiré y me incliné sobre mis rodillas para dejar la vasija dentro del hoyo que habían cavado. - Eres estúpida, Anastasia. Pobres los Dioses que te tengan que aguantar. - Susurré con desánimo, mirando a la urna. Al momento me levanté, sacudiendo mi falda.
Uno de los chicos que tenían una pala se acercó para empezar a echar la tierra encima pero con un gesto de mi mano lo detuve. Moviendo esa misma mano empecé a hacer que la tierra se deslizase sobre los restos de la cazadora, con suavidad, hasta que quedó todo liso de nuevo. Lo único que destacaba en ese lugar era la tierra que se veía por sobre la hierba, se notaba que había sido removida.
- Que los dioses te guarden. - Comentó el sacerdote de forma solemne, seguido por el coro de personas que presenciaban el entierro.
- Ya está…
Mientras tanto, los chicos de las palas estaban echando la tierra sobre el ataúd de Isabella. Me giré y me fui a buscar a mi familia, necesitaba el apoyo. Ya todo había terminado. Anastasia no volvería y el gremio era mío. Tenía lo que quería, pero no de la forma que lo deseaba. Cuántas habían sido las veces que nos habíamos puteado y aquí estaba, desolada por perderla. Sí sabíamos del peligro de nuestro trabajo, pero siempre habíamos destacado por ser bastante prepotentes y reírnos del peligro. En la vida nos habíamos imaginado… esto.
Antes de que todos se fueran y se dispersasen alcé la voz para comentar unas cosas. - Todos los que deseen comer algo antes de partir o quienes quieran descansar el tiempo necesario, que me lo hagan saber. Tendrán un sitio donde dormir, donde comer y donde asearse. Os agradezco a todos el esfuerzo por estar aquí para dar el último adiós a las maestras Isabella y Anastasia Boisson. A modo de agradecimiento, tendréis todo lo que necesitéis para hacer estos momentos más llevaderos, comida, techo…
No dije nada más, esperé a que todos empezasen a ir. Nuestros sirvientes estarían al tanto de lo que necesitasen y habíamos reservado una posada para los viajeros que hubiesen venido. ¿Qué menos que dar una buena imagen de los cazadores a quienes venían a rendir sus homenajes? Me habían dicho que sería una buena estrategia, aunque ahora mi mente estaba nublada para verlo.
Un hombre se aproximó hacia donde estaba e hizo una leve reverencia con la cabeza a modo de respeto. - Lady Harrowmont. - Le miré con cierta desgana, pues no le conocía. - Soy Lord Nikolaj Valeri von Kärstenssen Belov y venía a darle mis más sinceras condolencias por las pérdidas. Lamento lo que le ha sucedido a su gremio.
- Gracias por haber venido, ¿Lord Kärstenssen? - el asintió ante mi duda sobre cómo llamarle.
- Las hazañas de su gremio son conocidas por todos los reinos, Lady Harrowmont, no podía quedarme en casa sin presentar mis respetos ante quienes han acabado con la Hermandad - sonrió. Simplemente asentí sonriendo de forma leve, a modo de agradecimiento por sus palabras.
- Podrá disponer de comodidades para usted y quien haya venido con usted durante su estancia en las Islas, Lord Kärstenssen. - Él asintió y se despidió de mí cuando comencé a andar hacia el grupo formado por Rachel, Jules, Elen, Vincent, Alister y la madre de los dos brujos.
- Ha venido gente de muchas partes de Aerandir - comencé a decir - ¿Creéis que tanto ha trascendido lo ocurrido en Sacrestic Ville? ¿Y que se acabó todo el asunto de la Hermandad para siempre?
Cedí la urna para que pudieran sujetarla Jules o Elen, por si ellos querían rendirle el último homenaje, pero ninguno de los dos la tocó. Se adelantaron hasta donde yo estaba, pero la solo la miraban, ninguno la sostuvo. Yo agaché la cabeza, sentía que si los miraba me estaba metiendo entre medias de su conversación con Anastasia. Quería haberles cedido la urna, haberme metido entre la gente y haber buscado a mi familia para el apoyo, pero no. Ahí estaba sujetando los restos de Anastasia.
Fue muy duro para mí ver a Elen acerarse y hablar, pero mucho más lo fue cuando se acercó Jules. Siempre me había metido con ella porque era una sosa, siempre la había insultado porque nadie se fijaría en ella. Y aquí estaba él, que por las palabras demostraba que eran algo más que amigos. Al menos por su parte. En mi mente no pude evitar pensar que Anastasia era tan idiota que seguro que no se había dado cuenta… o sí y rápido le había despachado. Fue el comentario gracioso de mi mente para intentar salvaguardar mi propia integridad. Verle ahí, con la margarita, me estaba destrozando. Pensé en lo estúpida que era por haber muerto y haber dejado aquí a dos personas que la amaban con locura. Mi mirada también se dirigió hacia Elen, quien se había ido junto a su familia y Rachel. La madre de los dos hermanos era muy amiga de Isabella y no sabía si también pronunciaría unas palabras hacia la maestra.
Pese a no tener muchas migas con ellos, Rachel, Alister y Vincent eran una gran fuente de apoyo para los más allegados de Anastasia, al igual que Virgie para mí, quien estaba haciendo ahora mismo las labores de mi madre también. Ellos acabaron de hablar con Anastasia y pronunciar sus últimas palabras, ahora me tocaba a mí, pero me negué. Ya había hablado, no me veía con fuerzas para volver a hacerlo.
Avancé con la urna de nuevo hacia el principio de la comitiva, quienes estaban dispuestos en semicírculo ante el ataúd de Isabella y los dos agujeros en la tierra. Mi padre estaba al lado del féretro, se había despedido de su compañera de gremio pero no sabía qué le había dicho. Yo caminé muy despacio hasta rebasar a los que estaban en primera fila. Parecía que no quería acercarme más a los hoyos. Ese sería el final para Anastasia y para Isabella.
Me detuve frente a uno de los agujeros, el más pequeño, dándoles la espalda a los presentes. Tan solo sentí la caricia de mi padre sobre mi hombro, mientras él se iba con los demás. Virgie trató de venir hacia mí, pero mi padre le hizo una señal para que no lo hiciera, me quería dejar sola en ese último momento. Yo no quería hacer eso, hubiese preferido que Elen o Jules lo hubieran hecho, alguien que le guardase profundo amor a Anastasia. Cualquiera mejor que yo. Nuestra relación estaba basada en la rivalidad, para mí tenía un sentimiento más complejo el ser yo quien colocase la urna en el suelo. La estaba enterrando…
Pero no creía que ellos dos quisieran ser los que la enterrasen, los que vieran que ya no iba a volver, que una vez que la tierra cayese sobre ambas todo habría acabado y su alma pertenecería a los Dioses.
Suspiré y me incliné sobre mis rodillas para dejar la vasija dentro del hoyo que habían cavado. - Eres estúpida, Anastasia. Pobres los Dioses que te tengan que aguantar. - Susurré con desánimo, mirando a la urna. Al momento me levanté, sacudiendo mi falda.
Uno de los chicos que tenían una pala se acercó para empezar a echar la tierra encima pero con un gesto de mi mano lo detuve. Moviendo esa misma mano empecé a hacer que la tierra se deslizase sobre los restos de la cazadora, con suavidad, hasta que quedó todo liso de nuevo. Lo único que destacaba en ese lugar era la tierra que se veía por sobre la hierba, se notaba que había sido removida.
- Que los dioses te guarden. - Comentó el sacerdote de forma solemne, seguido por el coro de personas que presenciaban el entierro.
- Ya está…
Mientras tanto, los chicos de las palas estaban echando la tierra sobre el ataúd de Isabella. Me giré y me fui a buscar a mi familia, necesitaba el apoyo. Ya todo había terminado. Anastasia no volvería y el gremio era mío. Tenía lo que quería, pero no de la forma que lo deseaba. Cuántas habían sido las veces que nos habíamos puteado y aquí estaba, desolada por perderla. Sí sabíamos del peligro de nuestro trabajo, pero siempre habíamos destacado por ser bastante prepotentes y reírnos del peligro. En la vida nos habíamos imaginado… esto.
Antes de que todos se fueran y se dispersasen alcé la voz para comentar unas cosas. - Todos los que deseen comer algo antes de partir o quienes quieran descansar el tiempo necesario, que me lo hagan saber. Tendrán un sitio donde dormir, donde comer y donde asearse. Os agradezco a todos el esfuerzo por estar aquí para dar el último adiós a las maestras Isabella y Anastasia Boisson. A modo de agradecimiento, tendréis todo lo que necesitéis para hacer estos momentos más llevaderos, comida, techo…
No dije nada más, esperé a que todos empezasen a ir. Nuestros sirvientes estarían al tanto de lo que necesitasen y habíamos reservado una posada para los viajeros que hubiesen venido. ¿Qué menos que dar una buena imagen de los cazadores a quienes venían a rendir sus homenajes? Me habían dicho que sería una buena estrategia, aunque ahora mi mente estaba nublada para verlo.
Un hombre se aproximó hacia donde estaba e hizo una leve reverencia con la cabeza a modo de respeto. - Lady Harrowmont. - Le miré con cierta desgana, pues no le conocía. - Soy Lord Nikolaj Valeri von Kärstenssen Belov y venía a darle mis más sinceras condolencias por las pérdidas. Lamento lo que le ha sucedido a su gremio.
- Gracias por haber venido, ¿Lord Kärstenssen? - el asintió ante mi duda sobre cómo llamarle.
- Las hazañas de su gremio son conocidas por todos los reinos, Lady Harrowmont, no podía quedarme en casa sin presentar mis respetos ante quienes han acabado con la Hermandad - sonrió. Simplemente asentí sonriendo de forma leve, a modo de agradecimiento por sus palabras.
- Podrá disponer de comodidades para usted y quien haya venido con usted durante su estancia en las Islas, Lord Kärstenssen. - Él asintió y se despidió de mí cuando comencé a andar hacia el grupo formado por Rachel, Jules, Elen, Vincent, Alister y la madre de los dos brujos.
- Ha venido gente de muchas partes de Aerandir - comencé a decir - ¿Creéis que tanto ha trascendido lo ocurrido en Sacrestic Ville? ¿Y que se acabó todo el asunto de la Hermandad para siempre?
off: uso mi habilidad de tensai de tierra
Aquí os dejo la información de Lord Kärstenssen -> [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Cassandra C. Harrowmont
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
El pesar siempre era duro de lidiar. Por más veces que uno se enfrentara a él, la historia solía ser la misma. El dolor era un sentimiento tan poderoso que podía volver a la persona más sensata en un completo loco lleno de odio y venganza.
La experiencia era un grado, no tenía dudas al respecto. Había perdido la cuenta de las veces en las que su veteranía le había salvado en los momentos más difíciles. Pero por mucho que uno viviera, no era fácil despedir a una amiga por última vez y para siempre.
No importaban los años. Ni cuanto se hubiera andado por el ancho mundo. Nada podía convertir un momento como aquel en un trago sencillo de digerir.
Elen fue la encargada en representación de su familia en pronunciar unas últimas palabras de despedida para Huri y su madre. Sabía muy bien que no era un momento fácil para su hermana, pero también comprendía que debía ser ella quien fuera una de las personas que hablara en aquel adiós.
Debía ser así porque la peliblanca estaba muy unida a Anastasia. Eran grandes amigas, y ello volvía la situación más compleja para él. El dolor propio siempre le había sido más fácil de sobrellevar que el de sus seres queridos, en especial en el caso de Elen. No importaba lo fuerte que fuera la benjamina de los Calhoun, para él siempre sería su hermanita, y su protegida.
Su madre también se adelantó, pero las palabras que dedicara a su amiga Isabella quedarían entre ellas dos. En ese aspecto era como él, su madre prefería soportar esas circunstancias interiorizando los sentimientos. En realidad madre, hijo e hija eran así, pero el vínculo entre Elen y Anastasia era tan fuerte que no deseaba que su hermana se arrepintiera alguna vez de no haber dicho nada en ese día.
No pudo pensar mucho más en lo triste que era que las dos mujeres de su familia hubieran perdido a sus amigas el mismo día, pues una cara conocida se acercó a saludar tanto a Alistes como a él. Con franqueza, no deseaba pensar en ello ni un instante más, por lo que la aparición de Rachel se podía considerar toda una bendición.
- Lo siento, Rachel. Yo también siento tu dolor. Es un día triste para todos en el que hemos perdido grandes amigas-, respondió a su compañera de la Logia. Podría haber dicho algo más bonito, pero la realidad es que no había sido capaz de hallar nada alentador en el interior de su mente.
Del mismo modo que no había conseguido hallar palabras bonitas en su cabeza, tampoco pudo evitar soltar un suspiro de impotencia por ello.
- Es ley de vida, pequeña Rachel-, comentó, colocándole un mechón de pelo tras la oreja mientras la pobre lloraba.
Su compañera en la Logia podría partir los huesos de todo un grupo de soldados experimentados sin problema alguno, sin embargo, a pesar de ello era una chica de los más tierna y delicada. Era adorable.
- Todos morimos alguna vez. Así lo decidieron los dioses, al darnos la condición de mortales. No sé bien por qué lo hicieron, pero siempre he querido pensar en positivo, e imaginar que lo realizaron para que valoremos la importancia de la vida en su justa medida. Que apreciáramos cada día sobre esta tierra que pisamos. Los amigos y vivencias que tuvimos con ellos-, dijo, y le dedicó una sonrisa afectuosa. - Es un día triste, pero recuerda todos los días bonitos junto a Huri. Así siempre estará contigo-, terminó de decir, finalizando su discurso con una carantoña delicada en el rostro de su amiga Rachel.
No sabía si habría conseguido darle esperanzas a la hermana de Jules, o si sus palabras eran bonitas de verdad, pues con toda la tristeza que rodeaba el ambiente y su alma, era complicado creer que ninguna palabra pudiera ser hermosa. Creí que sí, o por lo menos lo esperaba.
Los aplausos fueran el colofón a las palabras de despedida de su hermana Elen, y el prólogo de las que usaría Jules para hacer lo propio. Seguramente era el hombre más triste sobre Aerandir en esos momentos. Con lo avispado y bromista que solía ser el Roche, se notaba aún más el cambio en el carácter del cazador, ante las circunstancias que estaba afrontando.
Era doloroso ver a un chico tan jovial como Jules tan abatido, aunque no lo aparentase tanto, quienes lo conocían bien sabían que no estaba entero. Ni siquiera una broma podía dedicarle, una de esas que tanto se acostumbraban a decirse el uno al otro cuando se encontraban.
- Lo siento Jules. Lo siento de verás-, dijo con pesar cuando se acercó hasta ellos.
Fue lo único que encontró oportuno decirle, después de dedicarle un gesto con la cabeza en contestación al que Jules realizara justo antes. Era evidente que llevaba la situación del mismo modo que él, y que prefería interiorizar el dolor y sobrellevarlo con calma y tranquilidad.
Él por su parte, también se adelantó hacia los hoyos, como hicieran antes Elen y Jules, y dejó una flor que había recogido de camino al acantilado, en el agujero donde reposarían las cenizas de Huri. Pero a diferencia de su hermana o Roche no dijo nada en voz alta. Un suave y cálido susurro de despedida fue suficiente. Los distintos trabajos que habían realizado juntos, las vivencias que había tenido junto a la cazadora era todo lo que necesitaba. Ella estaría eternamente con él en sus recuerdos.
Después regresó sobre sus pasos, y se situó en el mismo lugar desde que observara el entierro. Con su madre y su hermana, junto a Alister y los hermanos Roche, en definitiva, con amigos, que era como se debía despedir a unos seres queridos por todos ellos.
Cassandra hizo los honores y colocó la urna de Huri en el lugar correspondiente, y ella misma se encargó de darles sepultura. Varios mozos del sacerdote comenzaron a tapar el ataúd de la madre de Isabella, y con ello se daba fin a la despedida de dos grandes mujeres.
- Que los dioses te guarden-, respondió como el resto de los presentes, cuando el sacerdote pronunció tales palabras.
Todo había terminado, y al mismo tiempo nada lo había hecho. Aunque el entierro hubiera acabado, la tristeza seguiría junto a ellos por mucho tiempo. Se tardaría mucho tiempo en cerrar un herida tan profunda. Y ahora mismo no estaba seguro de cómo desearía hacerlo su familia, si preferirían regresar a casa y sobrellevarlo en privado, o si creerían oportuno hacerlo en compañía de sus amigos allí presentes.
Decidieran lo que decidieran, él iría junto a su madre y hermana, pues no pensaba dejarlas solas por un tiempo. Conseguir un nuevo encargo y más encargos para el taller podía esperar. Si bien, la pregunta de la maestra cazadora le recordó que el trabajo no podría esperar tanto.
- Sí, estoy seguro de que será una historia que irá pululando por el mundo. Y todos sabemos que los rumores viajan más rápido que el mejor de los caballos-, se encogió de hombros, ya que no había dicho nada que todos no supieran. - El Gremio de cazadores habrá ganado mucho renombre. Así que pronto será conocido en todo el continente, además de en nuestras queridas islas-, se lo pensó mejor y evitó decir después de la victoria, pues después de asistir al entierro de Huri e Isabella, pocas ganas tenía de considerarla una victoria, aunque lo fuera. - Con respecto al asunto de la Hermandad no quiero ser tan optimista. No creo que la Hermandad nunca vuelva a obtener el poder que llegó a albergar, pero no quiero permitirme creer que están destruidos del todo. Seguro que queda algún imbécil que piensa que puede heredar el puesto de líder de esa chusma, y tendremos que asegurarnos de que su puesto quede en las mismas cenizas que él-, mientras hablaba iba mirando a cada uno de los presentes. - Quizás estén destruidos del todo, pero llamadme desconfiado, prefiero asegurarme de que lo estén-, terminó por decir, o casi.
Nada más decir esta última frase recodó algo que le había dicho a la maestra mientras estaban en el Palacio de los Vientos.
- Antes te dije que lo mínimo que podía hacer era asistir y despedirme de Huracán. La realidad, es que lo mínimo que puedo hacer es asegurarme de que nadie se atreva a considerarse miembro de la Hermandad nunca más. Es lo mínimo que le debo a Huri y a su madre-, dijo, mirando directamente a los ojos de Cassandra.
Era una promesa. Y él nunca faltaba a sus promesas.
La experiencia era un grado, no tenía dudas al respecto. Había perdido la cuenta de las veces en las que su veteranía le había salvado en los momentos más difíciles. Pero por mucho que uno viviera, no era fácil despedir a una amiga por última vez y para siempre.
No importaban los años. Ni cuanto se hubiera andado por el ancho mundo. Nada podía convertir un momento como aquel en un trago sencillo de digerir.
Elen fue la encargada en representación de su familia en pronunciar unas últimas palabras de despedida para Huri y su madre. Sabía muy bien que no era un momento fácil para su hermana, pero también comprendía que debía ser ella quien fuera una de las personas que hablara en aquel adiós.
Debía ser así porque la peliblanca estaba muy unida a Anastasia. Eran grandes amigas, y ello volvía la situación más compleja para él. El dolor propio siempre le había sido más fácil de sobrellevar que el de sus seres queridos, en especial en el caso de Elen. No importaba lo fuerte que fuera la benjamina de los Calhoun, para él siempre sería su hermanita, y su protegida.
Su madre también se adelantó, pero las palabras que dedicara a su amiga Isabella quedarían entre ellas dos. En ese aspecto era como él, su madre prefería soportar esas circunstancias interiorizando los sentimientos. En realidad madre, hijo e hija eran así, pero el vínculo entre Elen y Anastasia era tan fuerte que no deseaba que su hermana se arrepintiera alguna vez de no haber dicho nada en ese día.
No pudo pensar mucho más en lo triste que era que las dos mujeres de su familia hubieran perdido a sus amigas el mismo día, pues una cara conocida se acercó a saludar tanto a Alistes como a él. Con franqueza, no deseaba pensar en ello ni un instante más, por lo que la aparición de Rachel se podía considerar toda una bendición.
- Lo siento, Rachel. Yo también siento tu dolor. Es un día triste para todos en el que hemos perdido grandes amigas-, respondió a su compañera de la Logia. Podría haber dicho algo más bonito, pero la realidad es que no había sido capaz de hallar nada alentador en el interior de su mente.
Del mismo modo que no había conseguido hallar palabras bonitas en su cabeza, tampoco pudo evitar soltar un suspiro de impotencia por ello.
- Es ley de vida, pequeña Rachel-, comentó, colocándole un mechón de pelo tras la oreja mientras la pobre lloraba.
Su compañera en la Logia podría partir los huesos de todo un grupo de soldados experimentados sin problema alguno, sin embargo, a pesar de ello era una chica de los más tierna y delicada. Era adorable.
- Todos morimos alguna vez. Así lo decidieron los dioses, al darnos la condición de mortales. No sé bien por qué lo hicieron, pero siempre he querido pensar en positivo, e imaginar que lo realizaron para que valoremos la importancia de la vida en su justa medida. Que apreciáramos cada día sobre esta tierra que pisamos. Los amigos y vivencias que tuvimos con ellos-, dijo, y le dedicó una sonrisa afectuosa. - Es un día triste, pero recuerda todos los días bonitos junto a Huri. Así siempre estará contigo-, terminó de decir, finalizando su discurso con una carantoña delicada en el rostro de su amiga Rachel.
No sabía si habría conseguido darle esperanzas a la hermana de Jules, o si sus palabras eran bonitas de verdad, pues con toda la tristeza que rodeaba el ambiente y su alma, era complicado creer que ninguna palabra pudiera ser hermosa. Creí que sí, o por lo menos lo esperaba.
Los aplausos fueran el colofón a las palabras de despedida de su hermana Elen, y el prólogo de las que usaría Jules para hacer lo propio. Seguramente era el hombre más triste sobre Aerandir en esos momentos. Con lo avispado y bromista que solía ser el Roche, se notaba aún más el cambio en el carácter del cazador, ante las circunstancias que estaba afrontando.
Era doloroso ver a un chico tan jovial como Jules tan abatido, aunque no lo aparentase tanto, quienes lo conocían bien sabían que no estaba entero. Ni siquiera una broma podía dedicarle, una de esas que tanto se acostumbraban a decirse el uno al otro cuando se encontraban.
- Lo siento Jules. Lo siento de verás-, dijo con pesar cuando se acercó hasta ellos.
Fue lo único que encontró oportuno decirle, después de dedicarle un gesto con la cabeza en contestación al que Jules realizara justo antes. Era evidente que llevaba la situación del mismo modo que él, y que prefería interiorizar el dolor y sobrellevarlo con calma y tranquilidad.
Él por su parte, también se adelantó hacia los hoyos, como hicieran antes Elen y Jules, y dejó una flor que había recogido de camino al acantilado, en el agujero donde reposarían las cenizas de Huri. Pero a diferencia de su hermana o Roche no dijo nada en voz alta. Un suave y cálido susurro de despedida fue suficiente. Los distintos trabajos que habían realizado juntos, las vivencias que había tenido junto a la cazadora era todo lo que necesitaba. Ella estaría eternamente con él en sus recuerdos.
Después regresó sobre sus pasos, y se situó en el mismo lugar desde que observara el entierro. Con su madre y su hermana, junto a Alister y los hermanos Roche, en definitiva, con amigos, que era como se debía despedir a unos seres queridos por todos ellos.
Cassandra hizo los honores y colocó la urna de Huri en el lugar correspondiente, y ella misma se encargó de darles sepultura. Varios mozos del sacerdote comenzaron a tapar el ataúd de la madre de Isabella, y con ello se daba fin a la despedida de dos grandes mujeres.
- Que los dioses te guarden-, respondió como el resto de los presentes, cuando el sacerdote pronunció tales palabras.
Todo había terminado, y al mismo tiempo nada lo había hecho. Aunque el entierro hubiera acabado, la tristeza seguiría junto a ellos por mucho tiempo. Se tardaría mucho tiempo en cerrar un herida tan profunda. Y ahora mismo no estaba seguro de cómo desearía hacerlo su familia, si preferirían regresar a casa y sobrellevarlo en privado, o si creerían oportuno hacerlo en compañía de sus amigos allí presentes.
Decidieran lo que decidieran, él iría junto a su madre y hermana, pues no pensaba dejarlas solas por un tiempo. Conseguir un nuevo encargo y más encargos para el taller podía esperar. Si bien, la pregunta de la maestra cazadora le recordó que el trabajo no podría esperar tanto.
- Sí, estoy seguro de que será una historia que irá pululando por el mundo. Y todos sabemos que los rumores viajan más rápido que el mejor de los caballos-, se encogió de hombros, ya que no había dicho nada que todos no supieran. - El Gremio de cazadores habrá ganado mucho renombre. Así que pronto será conocido en todo el continente, además de en nuestras queridas islas-, se lo pensó mejor y evitó decir después de la victoria, pues después de asistir al entierro de Huri e Isabella, pocas ganas tenía de considerarla una victoria, aunque lo fuera. - Con respecto al asunto de la Hermandad no quiero ser tan optimista. No creo que la Hermandad nunca vuelva a obtener el poder que llegó a albergar, pero no quiero permitirme creer que están destruidos del todo. Seguro que queda algún imbécil que piensa que puede heredar el puesto de líder de esa chusma, y tendremos que asegurarnos de que su puesto quede en las mismas cenizas que él-, mientras hablaba iba mirando a cada uno de los presentes. - Quizás estén destruidos del todo, pero llamadme desconfiado, prefiero asegurarme de que lo estén-, terminó por decir, o casi.
Nada más decir esta última frase recodó algo que le había dicho a la maestra mientras estaban en el Palacio de los Vientos.
- Antes te dije que lo mínimo que podía hacer era asistir y despedirme de Huracán. La realidad, es que lo mínimo que puedo hacer es asegurarme de que nadie se atreva a considerarse miembro de la Hermandad nunca más. Es lo mínimo que le debo a Huri y a su madre-, dijo, mirando directamente a los ojos de Cassandra.
Era una promesa. Y él nunca faltaba a sus promesas.
Vincent Calhoun
Honorable
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Tras decir aquellas palabras en homenaje a su amiga, Elen escuchó con tristeza las que Jules tenía para dedicar a la que había sido su compañera durante años. La pérdida de Huracán sería difícil de superar tanto para el cazador como para sus más allegados, resultaba duro pensar que no volverían a verla, que nunca regresaría. Una vez terminado el discurso del joven Roche, Vincent se acercó a los hoyos en que descansarían el par de hechiceras para en silencio, dejar una flor en el que albergaría la vasija que representaba a Anastasia.
Cass procedió a colocar la urna dentro de la tumba y sin decir nada, utilizó sus poderes para que esta quedase cubierta con la tierra que se había extraído anteriormente, mientras varios hombres tomaban las palas para hacer lo propio con el ataúd de Isabella. Elen observó en silencio, conteniendo las lágrimas y sin dejar de culparse por haber llegado tarde, creyendo que de haber estado allí las cosas podrían haber terminado de un modo diferente. Yennefer debió notar algo en ella, era su madre al fin y al cabo y a pesar de los años que se había perdido, conocía muy bien a sus hijos. Sin decir nada, la morena alargó una mano y tomó la de su pequeña para darle ánimos, consiguiendo que la hechicera se volviese hacia ella y dejase correr nuevamente las lágrimas por su rostro.
No hicieron falta palabras, Yen le secó las mejillas con el dorso de la mano y la atrajo hacia sí para estrecharla entre sus brazos, ambas habían perdido a una amiga importante aquel día y entendían perfectamente el dolor de la otra, aunque la morena fuese más fuerte y no lo demostrase tanto.
Demostrando la hospitalidad del gremio, Cassandra ofreció a los asistentes alojamiento y comida, era su modo de agradecerles que hubiesen viajado desde todas partes para estar allí en aquella emotiva despedida, luego atendió a algunos de los presentes, antes de volver a reunirse con el grupo que formaba la familia Calhoun, Alister y los hermanos Roche. La tensai de tierra seguía preocupada porque la Hermandad volviese a resurgir bajo el mando de otro enemigo, pero tal como dijo Vincent habría gente dispuesta a erradicar cualquier intento de reorganización, él el primero. - No permitiremos que regresen, cualquiera que lo intente será eliminado. - dijo con determinación, respaldando las palabras de su hermano.
Elen estaba dispuesta a perseguir uno a uno a cuantos quedasen con vida y a terminar con ellos, lo único que la gente escucharía de la Hermandad a partir de aquel día sería cómo los cazadores la habían destruido por completo, no quedaría nada de gloria ni de sus absurdos planes para conseguir que los vampiros gobernasen. Dicho esto, la de cabellos cenicientos decidió que ya era hora de regresar a casa, así que se acercó a Cass y a Jules para despedirse. - De nuevo, gracias por todo. - dijo, antes de dar un abrazo a la maestra del gremio, tras el cual dio otro al cazador, pues a pesar de que no tuviesen tanta confianza como la que había tenido con Huri, ambos la habían perdido y lo único que podía hacer era demostrarle su apoyo.
La hechicera esperó a que sus acompañantes se despidiesen y luego echó un último vistazo al lugar en que reposaban la vasija y el ataúd, consciente de que los restos de Huracán no estaban realmente allí y que probablemente su cuerpo se hubiese consumido entre las llamas de la catedral. Cerró los ojos ante aquella idea, que muerte tan horrible para alguien que no se la merecía, que no merecía terminar su vida tan pronto. Elen comenzó a desandar el camino lentamente, con Alister a su lado, mientras Yennefer y Vincent los seguían de cerca en silencio.
Volvieron a pasar por delante del Palacio de los Vientos pero ninguno se giró para mirarlo, aquel lugar no sería el mismo sin Anastasia e Isabella, nadie podría llenar el vacío que ambas iban a dejar. El resto del trayecto lo hicieron mayormente en silencio, solo roto por la brisa y el piar de los pájaros, al menos hasta que llegaron a la casa de los Calhoun, donde intentaron dejar de lado la tristeza para compartir una cena en familia.
Cass procedió a colocar la urna dentro de la tumba y sin decir nada, utilizó sus poderes para que esta quedase cubierta con la tierra que se había extraído anteriormente, mientras varios hombres tomaban las palas para hacer lo propio con el ataúd de Isabella. Elen observó en silencio, conteniendo las lágrimas y sin dejar de culparse por haber llegado tarde, creyendo que de haber estado allí las cosas podrían haber terminado de un modo diferente. Yennefer debió notar algo en ella, era su madre al fin y al cabo y a pesar de los años que se había perdido, conocía muy bien a sus hijos. Sin decir nada, la morena alargó una mano y tomó la de su pequeña para darle ánimos, consiguiendo que la hechicera se volviese hacia ella y dejase correr nuevamente las lágrimas por su rostro.
No hicieron falta palabras, Yen le secó las mejillas con el dorso de la mano y la atrajo hacia sí para estrecharla entre sus brazos, ambas habían perdido a una amiga importante aquel día y entendían perfectamente el dolor de la otra, aunque la morena fuese más fuerte y no lo demostrase tanto.
Demostrando la hospitalidad del gremio, Cassandra ofreció a los asistentes alojamiento y comida, era su modo de agradecerles que hubiesen viajado desde todas partes para estar allí en aquella emotiva despedida, luego atendió a algunos de los presentes, antes de volver a reunirse con el grupo que formaba la familia Calhoun, Alister y los hermanos Roche. La tensai de tierra seguía preocupada porque la Hermandad volviese a resurgir bajo el mando de otro enemigo, pero tal como dijo Vincent habría gente dispuesta a erradicar cualquier intento de reorganización, él el primero. - No permitiremos que regresen, cualquiera que lo intente será eliminado. - dijo con determinación, respaldando las palabras de su hermano.
Elen estaba dispuesta a perseguir uno a uno a cuantos quedasen con vida y a terminar con ellos, lo único que la gente escucharía de la Hermandad a partir de aquel día sería cómo los cazadores la habían destruido por completo, no quedaría nada de gloria ni de sus absurdos planes para conseguir que los vampiros gobernasen. Dicho esto, la de cabellos cenicientos decidió que ya era hora de regresar a casa, así que se acercó a Cass y a Jules para despedirse. - De nuevo, gracias por todo. - dijo, antes de dar un abrazo a la maestra del gremio, tras el cual dio otro al cazador, pues a pesar de que no tuviesen tanta confianza como la que había tenido con Huri, ambos la habían perdido y lo único que podía hacer era demostrarle su apoyo.
La hechicera esperó a que sus acompañantes se despidiesen y luego echó un último vistazo al lugar en que reposaban la vasija y el ataúd, consciente de que los restos de Huracán no estaban realmente allí y que probablemente su cuerpo se hubiese consumido entre las llamas de la catedral. Cerró los ojos ante aquella idea, que muerte tan horrible para alguien que no se la merecía, que no merecía terminar su vida tan pronto. Elen comenzó a desandar el camino lentamente, con Alister a su lado, mientras Yennefer y Vincent los seguían de cerca en silencio.
Volvieron a pasar por delante del Palacio de los Vientos pero ninguno se giró para mirarlo, aquel lugar no sería el mismo sin Anastasia e Isabella, nadie podría llenar el vacío que ambas iban a dejar. El resto del trayecto lo hicieron mayormente en silencio, solo roto por la brisa y el piar de los pájaros, al menos hasta que llegaron a la casa de los Calhoun, donde intentaron dejar de lado la tristeza para compartir una cena en familia.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
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Re: ¡Larga vida a los cazadores! (Memorial) (Gremio de cazadores y amigos + libre)
Las palabras de Vincent me hacían ponerme aún más triste. Me abracé a él y me recosté en su costado, poniéndome a llorar sin apartar la vista del féretro y urna de las maestras Boisson. – Sigo viéndolo muy injusto, Vincent. – dije sumida en el llanto. – Ellas eran buenas. Y han muerto. – Mi programación original contemplaba la posibilidad de que las personas murieran, pero mi parte humana no terminaba de contemplar la pérdida de seres queridos. Nunca había perdido a nadie hasta ese momento, al menos que recordara, ya que Jules siempre me decía que antes de convertirme en biocibernética, nuestros padres habían muerto.
Pero Vincent me dio una sabia lección. Era importante el aprender a valorar lo que teníamos y a disfrutar el día a día. Los humanos dan demasiada importancia a problemas que no lo eran tanto. Conflictos y guerras absurdas que podrían evitar muchos disgustos y permitir más del día a día. La maestra Boisson sería inmortal, siempre y cuando todos la tuviéramos en nuestra memoria.
Cuando mi hermano llegó abatido, el de de Elen se fue a abrazarlo. Detrás de él fui yo. Yo más que nadie sabía lo importante que era la maestra Boisson para Jules. Con quien mantenía una estrecha relación desde que ambos se conocieron años atrás.
Aquel era un día muy triste. Y mucha gente se acercó para dar su despedidas a las maestras. Quizás el más curioso fue el señor Lord Kärtenssen, que fue comunicarse directamente con la maestra Harrowmont. Lo miré fíjamente durante unos segundos, y él lo hizo de reojo. NIA asignó al hombre las características de “Hombre adinerado, del Norte y quizás algo falso”. Bueno, muy falso no parecía ya que tenía pinta de ser de carne y hueso, pero el resto eran hechos factibles. NIA no solía ir desencaminada en su juicio.
A la maestra Harrowmont le extrañaba que tanta gente se interesara por la maestra Boisson. La batalla de Sacrestic había sido muy importante para la destrucción de la Hermandad. Pero la ahora maestra cazadora aún dudaba si ésta entidad seguiría activa. Cuando Vincent tomó la palabra giré la cabeza para escucharle. El brujo era reacio a creer que la habíamos destruido del todo. Sin atreverme opinar, me encogí de hombros y sonreí ligeramente. Era lo que me había dicho Jules que hiciera cuando no supiera qué decir. Luego tomó la palabra mi hermano.
-Estoy con Vincent, lo único se ha hecho en la batalla de Sacrestic ha sido cortarle la cabeza a la serpiente. – comentó. Entonces, tomaría la palabra yo.
-No sé Jules, yo creo que hemos hecho más cosas que cortar la cabeza a una serpiente, eso lo podríamos haber hecho cualquier otro día. – dije. - También hemos matado a Lady Mortagglia y a Belladonna Boisson. – aporté con ilusión apretando los puños.
Elen Calhoun fue más tajante en ese tema. Y directamente dijo que, si la Hermandad volvía, los eliminaría. Era un buen punto, me dediqué a asentir con la cabeza. Estaba totalmente de acuerdo. – A mí me han hecho mucho mal. Me tenían de espía, trabajando para ellos. Luego también hicieron cosas bien, como NIA. – añadí. La inteligencia entonces se dejó escuchar por mi cabeza. “Gracias, Rachel”. – De nada. – solté cuatro segundos después casi de manera automática, meneando un poco las caderas, contenta.
Elen fue a despedirse de Jules y Cassandra. Mi hermano tendió la mano cortésmente a la bruja. – Que te vaya todo bien, Elen. Seguro que tú obtienes un buen final en tu campaña contra los jinetes oscuros. – le deseó el brujo. Yo me dediqué a asentir rápidamente con la cabeza y a sonreír mostrándole los dientes. Aquel iba a ser el día de los cumplidos.
-Adiós, Elen. Es un placer conocer a una de las más grandes heroínas de Aerandir. – la saludé dándole un abrazo también, simplemente apoyando mis brazos sin apretar para no hacerle daño. – Saluda a Alister de mi parte, me cayó bien después de haber cuidado de él en Sacrestic Ville. – y esbocé una sonrisa.
Con todo, me giré y me dediqué a sonreír. Mi hermano se aproximó también a la maestra Harrowmont, para despedirse de ella, como era debido.
-Creo que ya hemos hecho todo cuanto podíamos hacer, Cass. – le comunicó. Eso era relativo, quedaban muchas cosas por hacer. – Cuando nos asentemos, os enviaré una postal con nuestra dirección para que sepáis donde estamos. Espero que si pasas por allí, nos vengas a hacer visita. – Tocó a la maestra cazadora en el hombro, dándole un pequeño empujoncito en el hombro. ¡¿Cómo se atrevía?! Aquello era una falta de respeto. – No dejes que te maten, maestra. – y le sonrió de una manera sincera.
-No maestra, no lo permita. Yo casi lo estuve una vez y no es una sensación agradable. – confirmé el comentario de Jules. – Que le vaya bien. – le deseé, inclinando la cintura por completo en señal de reverencia.
Dicho esto, Jules se giró y se dio la vuelta. Y tras él, yo fui detrás, a un paso acelerado, aunque algo incómoda y entristecida por lo que había pasado. ¿Habría hecho bien mi labor de mujer cumplidora? Jules nunca miró atrás. Probablemente porque no querría guardar una última imagen de la maestra Boisson así. Pero yo sí que miré entristecida al ver, por última vez, el lugar en el que la maestra Harrowmont la había enterrado. No pude evitar que una lágrima cayera por mi cuerpo.
“Lo lamento, Rachel. No podemos hacer nada”. Fue todo cuanto NIA, con robótica e inexpresiva voz, me dijo.
Pero Vincent me dio una sabia lección. Era importante el aprender a valorar lo que teníamos y a disfrutar el día a día. Los humanos dan demasiada importancia a problemas que no lo eran tanto. Conflictos y guerras absurdas que podrían evitar muchos disgustos y permitir más del día a día. La maestra Boisson sería inmortal, siempre y cuando todos la tuviéramos en nuestra memoria.
Cuando mi hermano llegó abatido, el de de Elen se fue a abrazarlo. Detrás de él fui yo. Yo más que nadie sabía lo importante que era la maestra Boisson para Jules. Con quien mantenía una estrecha relación desde que ambos se conocieron años atrás.
Aquel era un día muy triste. Y mucha gente se acercó para dar su despedidas a las maestras. Quizás el más curioso fue el señor Lord Kärtenssen, que fue comunicarse directamente con la maestra Harrowmont. Lo miré fíjamente durante unos segundos, y él lo hizo de reojo. NIA asignó al hombre las características de “Hombre adinerado, del Norte y quizás algo falso”. Bueno, muy falso no parecía ya que tenía pinta de ser de carne y hueso, pero el resto eran hechos factibles. NIA no solía ir desencaminada en su juicio.
A la maestra Harrowmont le extrañaba que tanta gente se interesara por la maestra Boisson. La batalla de Sacrestic había sido muy importante para la destrucción de la Hermandad. Pero la ahora maestra cazadora aún dudaba si ésta entidad seguiría activa. Cuando Vincent tomó la palabra giré la cabeza para escucharle. El brujo era reacio a creer que la habíamos destruido del todo. Sin atreverme opinar, me encogí de hombros y sonreí ligeramente. Era lo que me había dicho Jules que hiciera cuando no supiera qué decir. Luego tomó la palabra mi hermano.
-Estoy con Vincent, lo único se ha hecho en la batalla de Sacrestic ha sido cortarle la cabeza a la serpiente. – comentó. Entonces, tomaría la palabra yo.
-No sé Jules, yo creo que hemos hecho más cosas que cortar la cabeza a una serpiente, eso lo podríamos haber hecho cualquier otro día. – dije. - También hemos matado a Lady Mortagglia y a Belladonna Boisson. – aporté con ilusión apretando los puños.
Elen Calhoun fue más tajante en ese tema. Y directamente dijo que, si la Hermandad volvía, los eliminaría. Era un buen punto, me dediqué a asentir con la cabeza. Estaba totalmente de acuerdo. – A mí me han hecho mucho mal. Me tenían de espía, trabajando para ellos. Luego también hicieron cosas bien, como NIA. – añadí. La inteligencia entonces se dejó escuchar por mi cabeza. “Gracias, Rachel”. – De nada. – solté cuatro segundos después casi de manera automática, meneando un poco las caderas, contenta.
Elen fue a despedirse de Jules y Cassandra. Mi hermano tendió la mano cortésmente a la bruja. – Que te vaya todo bien, Elen. Seguro que tú obtienes un buen final en tu campaña contra los jinetes oscuros. – le deseó el brujo. Yo me dediqué a asentir rápidamente con la cabeza y a sonreír mostrándole los dientes. Aquel iba a ser el día de los cumplidos.
-Adiós, Elen. Es un placer conocer a una de las más grandes heroínas de Aerandir. – la saludé dándole un abrazo también, simplemente apoyando mis brazos sin apretar para no hacerle daño. – Saluda a Alister de mi parte, me cayó bien después de haber cuidado de él en Sacrestic Ville. – y esbocé una sonrisa.
Con todo, me giré y me dediqué a sonreír. Mi hermano se aproximó también a la maestra Harrowmont, para despedirse de ella, como era debido.
-Creo que ya hemos hecho todo cuanto podíamos hacer, Cass. – le comunicó. Eso era relativo, quedaban muchas cosas por hacer. – Cuando nos asentemos, os enviaré una postal con nuestra dirección para que sepáis donde estamos. Espero que si pasas por allí, nos vengas a hacer visita. – Tocó a la maestra cazadora en el hombro, dándole un pequeño empujoncito en el hombro. ¡¿Cómo se atrevía?! Aquello era una falta de respeto. – No dejes que te maten, maestra. – y le sonrió de una manera sincera.
-No maestra, no lo permita. Yo casi lo estuve una vez y no es una sensación agradable. – confirmé el comentario de Jules. – Que le vaya bien. – le deseé, inclinando la cintura por completo en señal de reverencia.
Dicho esto, Jules se giró y se dio la vuelta. Y tras él, yo fui detrás, a un paso acelerado, aunque algo incómoda y entristecida por lo que había pasado. ¿Habría hecho bien mi labor de mujer cumplidora? Jules nunca miró atrás. Probablemente porque no querría guardar una última imagen de la maestra Boisson así. Pero yo sí que miré entristecida al ver, por última vez, el lugar en el que la maestra Harrowmont la había enterrado. No pude evitar que una lágrima cayera por mi cuerpo.
“Lo lamento, Rachel. No podemos hacer nada”. Fue todo cuanto NIA, con robótica e inexpresiva voz, me dijo.
*Off: Sorry por la tardanza! Avisadme si veis que se me va la pinza >.<
Rachel Roche
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