Rise above [Privado +18]

En ningún momento ella soltó su mano, tampoco había dicho mucho en el camino desde el lugar donde se festejaba el Ohdà hasta que estaba frente a un edificio en buen estado considerando que no hacía mucho desde la guerra.
En la entrada se podía leer que era una posada, un lugar demasiado bueno pero dentro de lo que cualquiera pudiera pagar, con habitaciones para toda clase de gente desde pobres campesinos hasta los de más alto renombre, y Oromë tenía un lugar aquí. ¿Qué mejor lugar para esconderse que exactamente frente a las narices de la misma guardia?.

Le dirigió una mirada a Alward y sonrió para luego caminar dentro, ignorando a la gente que iba y venía del comedor, a los niños riendo en una esquina cerca de una chimenea rodeada de sofás que habían tenido una mejor época, esquivando a una pareja de ancianos que bajaba por las escaleras al mismo tiempo que ellos subían. Un pasillo por donde la tenue luz de una vela bailaba entre las sombras hasta una puerta de caoba con el numero 13 en hierro gastado sobre ella.

-¿Acaso pensabas que estaría en una taberna de mala muerte?- Se burló por un momento, esperando reducir los nervios que amenazaban con aflorar de un momento a otro... Raro, nunca se ponía nerviosa con estas cosas.

Coloco la llave que sacó de entre los pliegues de su traje de cuerpo entero en la cerradura y abrió la puerta con un suave chirrido y más luz los golpeó esta vez. El lugar era de tamaño medio, una chimenea de menor tamaño y encendida brillaba en una de las esquinas, a su lado una mesa de trabajo con papeles, cartas y su espada desparramada sobre ella; al otro lado una puerta que guiaba a un baño que por suerte tenía una tina, y más al fondo un arco cubierto por una tela semitransparente que guiaba a la habitación.

Se quedó mirando esa zona pero no se acercó como normalmente lo haría. Por lo general habría tomado a su acompañante del cuello de la ropa y lo arrastraría hasta tirarlo sobre la cama, pero no se sentía así esta vez. Al contrario, Alward nunca había dejado en claro que quería dormir con ella, bien podía significar que quería pasar el rato nomas hasta que el sueño los llamara.
Giró a verlo y señaló el bar cerca de unos sofás mullidos. -¿Quieres beber?- A pesar de preguntarle, ella simplemente caminó hasta allí mientras desprendía su capa y la arrojaba sobre una silla, tomaba dos vasos de la mesada y luego una botella. Esperaba fuera lo bastante fuerte como para que pudiera digerir el pequeño nudo que se formaba en su garganta, también sintió que sus manos estaban algo temblorosas. "¡Para ya!" Se dijo a si misma en un intento de regresar a su yo habitual y no esta cosa que lucía frágil y nerviosa.

Sin darse cuenta, se dejó llevar por aquella mujer de pelo plateado por las calles de Lunargenta hasta llegar a una de las posadas de la ciudad. No era el mejor sitio para resguardarse de las miradas ajenas o de la Guardia, desde luego.

Se adentraron en el establecimiento y caminaron hasta donde se encontraban las habitaciones de aquellos que decidían hospedarse. De pronto, se pararon delante de una de ellas, más bien, Oromë lo hizo, Alward tan solo la seguía como un simple novato en una especie de juego que no comprendía del todo.

-Alguien tan importante como vos no debe de hospedarse en un lugar mundano-Siguió la broma, con una pronunciación exagerada y haciendo una reverencia a la señora de Ciudad Lagarto. Acto seguido, levantó la cabeza le sonrió. Ambos finalmente entraron a la habitación.

El lugar era bastante acogedor. Sin duda, parecía que la dragona había estado allí por unos días, ya que en la mesa había un montón de cartas y papeles junto a un arma. Ciertamente un olor a jazmín inundaba el lugar y acariciaba a todo el que entraba. Era una sensación bastante dulce y reconfortante.

-Jazmín...-Dijo en voz alta mientras cerraba los ojos y aspiraba más aire con suavidad-Sin duda casa contigo-Siguió con la mirada a Oromë, esta le invitó a sentarse en unos sofás que allí había. Con gusto, aceptó la invitación y se acercó.

Curiosamente, el humano no se encontraba nervioso. Siempre le había costado relacionarse con una mujer que le despertase sentimientos fuertes, pero esta vez, una vez sobrepasada por dos veces la barrera del acercamiento, se encontraba en más calma y con cierta confianza en sí mismo.

No solía beber mucho, pero aún así, también aceptó la oferta de la bebida. Quizás el desinhibirse del todo le ayudaría a conciliar el sueño.

-Ponme lo que quieras-Una vez sentado, se estiró de brazos y los apoyó en el respaldar del sofá, de punta a punta. Acto seguido, echó su cabeza hacia atrás para también apoyarla en dicho respaldar y quedarse mirando al techo, soltando consigo un suspiro-No debería de estar aquí-Pensó en voz alta. Tras eso, levantó su antebrazo derecho, dejando aún apoyado el codo en el respaldar y posó la cabeza en su mano, mirando hacia la hermosa mujer de ojos ambarinos-¿Qué haces aquí, Oromë?-Notó el temblor de sus manos y dibujó media sonrisa pícara en sus labios-Tranquila, que no muerdo-Aunque por fuera se mostrase tranquilo y con la situación controlada, al decir esa frase, en su interior el corazón empezó a palpitarle deprisa y poco a poco cierto nerviosismo aparecía. Se puso a pensar... ¿De verdad llegarían tan lejos?

-Suficiente ya tengo con la ciudad como para venir aquí y seguir viviendo en medio de la basura...- Exageraba un poco, su "hogar" no era tan malo, pero en comparación a la posada, su tienda estaba a la altura de vivir en un granero hediondo.
Puso los ojos en blanco al ver la reverencia de Alward, su puesto no era la gran cosa, es más era una carga que desearía sacarse de encima en ese momento. Cualquier cosa sería mejor que tener que regresar a Lagarto.

Lo miro de soslayó mientras servía la bebida en los vasos, rápidamente regresó su atención a lo que hacía. -Me gustan los jazmines... Eso es todo- Gustar quedaba corto, para ella significaban mucho, le recordaba a su hogar y a su madre.

De a poco y lentamente se acercó donde él y estiró una de las copas para que él la tomara, la otra se quedó en la suya propia y allí se quedó, parada frente a él que la miraba y ella que sin notarlo rehuía de su mirada dándole un sorbo al licor. -Dijiste que querías pasar la noche conmigo... La puerta esta abierta si es lo que deseas, sino tienes una cama donde dormir o el sofá, también puedes usar el baño- Su tono de voz era plano, algo duro y carente de cualquier señal de lo que habían hecho anteriormente y todo lo que había despertado en ella, aunque su interior era otra historia.

Apretó su mano libre en un puño aunque fuera tarde para ocultarlo. -Vivo aquí. Es mi residencia en la ciudad, uno de los encargados me debe un favor y así es como me lo devuelve- Sabía que esa no era la respuesta que él buscaba, ni siquiera estaba cerca, pero era lo mejor que se le había ocurrido por el momento.
Dejó el cristal vacío en la mesa ratona y volvió de nuevo a posar sus ojos en los de él. Sí, ¿que hacia aquí? No estaba ya tan segura del porque, ni siquiera si la razón original para que él viniera era la correcta. -Eso lo sé. No te tengo miedo Alward, por el contrario ahora mismo me temo más a mi misma- Un pedazo de honestidad para alguien que no era de su propia sangre, un milagro básicamente.

Suspiró con fuerza y se sentó en la mesa, ambas manos sobre la madera, sus ojos enfocados en la alfombra. -No puedo volver a la ciudad... no quiero hacerlo, no después de todo lo que paso solamente porque fui tan estúpida al querer salirme con la mía-. Se pasó la mano por el rostro y alejó unos cabellos que le tapaban la vista.
Toda su rabia, su dolor y sus miedos en esa sola oración; le pesaba el cuerpo de solo recordar el daño que le había causado a su querida amiga y a su hija. Tal vez ella pudieran perdonarle porque al final aquellas dos mujeres habían decido quedarse a ayudarla, pero dudaba que hubiera un amor lo suficientemente grande que valiera tal riesgo y muchísimo menos que alguien como ella se mereciera tal aprecio.

Oromë no era egocéntrica, solo orgullosa pero cuando algo así se interponía en sus cosas, algo como el cariño, le era difícil quererse a si misma. Por algo se había alejado de sus familiares y mantenía la relación con cartas, nunca los visitaba por ese mismo temor de que el peso sobre sus hombros los destruyera. Ciertamente ahora se sentía destruida por dentro, como si tuviera una abertura en ella y entrara constantemente el frío al punto de calar sus huesos.
Antes tal vez lo habría ignorado, cuando su deseo de ser mejor que los demás era capaz de sobrepasar la adversidad pero ahora solo se sentía exhausta de solo pensar. No quería nada más que acallar sus pensamientos y la presencia de Alward no estaba ayudándola demasiado. -No deberías quedarte, por mucho que quiera que lo hagas, no esta bien- Soltó una risa carente de gracia mientras sonreía con una mueca pesarosa.

Aceptó de buen grado la copa. Cuando la sostuvo en unas de sus manos, dejó de apoyarse en el respaldar del sofá y echó su cuerpo un poco hacia adelante. De vez en cuando tomaba algún que otro sorbo mientras escuchaba a la dragona.

-No me arrepiento de nada de lo que he dicho. Y perdona si te he incomodado.-Se refería claramente a su pensamiento anterior, el cual dijo en voz alta; "No debería de estar aquí".-Es... Complicado de explicar, pero no tiene por qué preocuparte.-Sonrió, quitándole importancia al asunto, aunque a todas luces esa no era una sonrisa verdadera y una que sintiese de verdad.

Cuando la mujer dijo el motivo de su estadía allí, Alward tan solo tomó un sorbo de su copa. No respondió, no quería hacerlo, le había quedado claro que no iba a decir el por qué estaba allí precisamente. No la culpaba, al fin y al cabo todos tienen algo personal que es mejor mantener en uno mismo. Quizás eso sería el método más seguro de acabar autodestruyéndose, pero era la mejor forma de mantener a todos a salvo, para que nadie se hundiera en el barro junto a él.

-Eso es lo último que deberías de pensar-Dijo refiriéndose a lo de "temerse a sí misma". Dejó la copa en la mesa, tan solo le quedaban un par de sorbos, pero quiso arrimarse más a Oromë, para demostrarle confianza. Cuando esta se sentó en la mesa, frente a él, se inclinó hacia adelante y posó las manos en las rodillas ajenas-Tú misma debes de ser la primera persona en la que tienes que confiar. Si no lo haces, estarás perdida.-La miró con seriedad-Puede que no confíes en mí, puede que no confíes en nadie, pero siempre debes de confiar en ti.-Con cuidado y delicadeza, acercó una mano hacia el mentón de la dragona, dirigiendo su cabeza y mirada justamente a él. Sonrió, esperaba que Oromë también lo hiciera.

Apartó de nuevo sus manos y dejó de tocarla para volver a una posición más cómoda en el sofá, aunque sin echarse en el respaldar.

-Todos aquella noche hicimos lo que creímos correcto-Se refería a Ciudad Lagarto-Volvería a hacerlo una y otra vez, por más que me derribasen. En eso se basa el honor; actuar por lo que creas correcto, aunque eso te lleve a no acabar como te gustaría.

Volvió a tomar su copa y dio los últimos sorbos, de nuevo, la dejó el mesa, esta vez vacía. Miró a Oromë y se le escapó una corta y breve sonrisa

-Es curioso.-Comentó-Veo que desde ese día nuestros caminos han quedado conectados y el destino no nos ha sido propicio, cada acontecimiento de uno se ha repetido en el otro... Estás herida por lo de Ciudad Lagarto, yo también.-Suspiró-Estamos hechos el uno para el otro-Bromeó encogiéndose de hombros

Tras lo último que dijo la mujer, el humano se puso en pie y se quedó mirándola mientras mostraba un gesto torcido con sus labios. Acto seguido, se acercó a esta y acarició parte de su rostro con suavidad y ternura, mirándola a los ojos, esos ojos tan cautivadores y llenos de energía.

-¿De verdad quieres que me vaya?-Preguntó con rotundidad. No quería incomodar ni molestar a la dragona, y si de verdad era necesario, abandonaría en ese momento la habitación.

Tantas cosas fluian dentro de ella con la fuerza de un río que desemboca en una terrible cascada. No quería explicarse, en realidad casi nunca lo hacía; abrirse de esa manera a alguien más no solo le aterraba, le parecia inútil. ¿Porqué hacerlo?¿Qué sacaría de ello? Solo se sentiría mas vulnerable y las palabras aunque tuvieran poder, ciertamente tambien eran capaces de dañar más que los actos.

Pero... Siempre había un pero. No entendía que era aquello que la guiaba a querer acercarse a Alward pero ahí estaba. Tenía que morderse la lengua para no explotar en confesiones innecesarias, lo había traido a su cuarto por todo los Dioses, y ahora no sabía que hacer con sus manos o sí sabía pero no como encarar aquello. ¿Qué estaba mal en ella? No era ella para nada.
Solo negó con la cabeza, no es que la incomodara pero tampoco admitiría que algo en ella dio un vuelco cuando escuchó aquello.

No se movió de donde estaba y no lo miró hasta que él la obligo a hacerlo. Podía ver el reflejo de sus ojos dorados en los suyos y se preguntó que es lo que realmente estaba viendo Alward. -Ya me siento bastante perdida- "A veces me pregunto cual es mi motivación de ser quien soy", y se detuvo allí, no quería indagar mas profundo y encontrarse con respuestas que podrían no gustarle.


-Solo tu hablarias de honor Alward. Supongo que ahora entiendes que no hay blancos y negros. Lo que hacen los ejercitos es esconderse detras de una fachada que hace ver moralmente aceptable a cualquier acto atroz que comentan, y lo sé porque mucho antes de ser una ladrona ya era una asesina parte del ejercito de Dundarak. La unica diferencia ahora es que lo hago porque quiero y no por ordenes de terceros- Ojala su vaso siguiera lleno, tendría que levantarse para llenar su vaso de nuevo pero no quería hacerlo. Prefería estar consciente en ese momento.

-Las heridas fisicas puedo soportarlas si son dirigidas hacia mi... Las mentales por otra parte, no es algo de lo que quiero hablar ahora- Se masajeó el puente de la nariz y luego se le escapó una risa ahogada con su siguiente frase. -Si fuera realmente así como funciona, entonces todo el mundo se llevaría bien y no existiría tal cosa como la guerra- Le sonrío socarrona.

Cualquier cosa que hubieran dicho que relajara la tensión que Oromë sentía en el ambiente, se había esfumado al momento en que él se había puesto de pie.
Su caricia envió a su cuerpo una descarga electrica que la sacudió suavemente, un escalofrío que descendía por su columna y se posaba sobre su vientre en un revoltijo que estaba lejos de ser desagradable. Sin siquiera pensarlo su propia mano se posó sobre la de él y se atrevió a cerrar los ojos unos pocos segundos; sintió el aroma de su piel confundiendose con el jazmín en el ambiente.

Los abrió rapidamente y se puso de pie frente a él, la voz de ella entrecortada y apenas un susurro. -No- Su mano fue hacía su camisa y lo sujetó allí, como si con eso fuera suficiente para retenerlo en su lugar. Su boca a pocos centimetros de la suya.
Le faltaban razones de porqué quería que se quedara, pero no excusas baratas que ni siquiera ella sería capaz de decir. Tal vez estaba siendo egoísta al sentir tal deseo pero la realidad era que no sabía como expresar aquello que lentamente se estaba cocinando en su interior, no lo entendía, no ahora al menos pero si estaba claro que deseaba en ese momento y era él, solo él. -Quédate- Susurró una vez más mientras reducía la ya de por si corta distancia entre ellos y lo besaba, un beso que comenzó con suavidad hasta que el hambre en ella se despertó, desesperada por más.

Ese "No" traspasó su alma, lo llenó de alegría y regocijo, era tan contradictorio que una negativa sonara tan bien y fuese tan reconfortante... Pero, desde el primer momento que se vieron, su relación no había sido otra cosa que una contradicción constante. De enemigos a aliados temporales, de aliados temporales a aliados firmes, ahora, eran simples desconocidos tras unas semanas sin verse, pero sin duda había algo que los unía más que una simple alianza temporal que en aquel momento carecía de sentido. Alward no sabría explicar el qué, no se le daban demasiado bien esas cosas. Nunca jugaba a eso, nunca decía eso... Estaba, de nuevo, eclipsado por la irracionalidad.

Poco a poco, Oromë acercó el rostro hasta él hasta besarlo. Aunque el movimiento fue lento y previsible, el castaño no tuvo tiempo interno de reacción, sus músculos estaban paralizados, agarrotados, ni siquiera podía apartar la mirada de la hermosa mujer peliplateada hasta que sus labios se tocaron. El beso duró entre un solo instante y una entera eternidad, no podría decirse con exactitud, una tormenta de emociones vino de nuevo y asestó a Alward, como horas antes en las calles, pero esta vez tomó el control de la situación, bajó las manos hasta las caderas de la dragona y las empezó a acariciar de forma sutil pero con intenciones placenteras.

El beso acabó, pero el Sevna no apartó sus manos, simplemente echó un poco hacia atrás su cabeza y miró a los ojos a Oromë.

-¿Cómo podría irme a casa si siento que ya te pertenezco?-Siguió acariciándola, esta vez subió un poco sus manos para tocarla un poco por arriba de las caderas. Era una sensación embriagadora, parecía que sus manos iban por su cuenta, pero tenía muy claro lo que hacía y lo que quería, quizás era por el efecto del alcohol... Aunque no bebió demasiado. Sentía que iba a toda velocidad, su corazón, sus pulsaciones, sus movimientos... La volvió a besar... Iba tan rápido que decidió estrellarse allí aquella noche, junto a ella.

Pasó al siguiente nivel, llevó sus manos a la parte trasera de la cadera, una la mantuvo ahí y la otra se aventuró a explorar la parte más alta del cuerpo de la dragona. Se encontró con una cremallera en la parte más alta, casi a la altura del cuello, que recorría toda su espalda y abriría así su vestido. Entre tanta pasión y desenfreno, le costó bajar la dichosa cremallera, pero finalmente, tras un esfuerzo, lo logró; bajó su vestido.

Tras ver aquella maravillosa vista, ese cuerpo que, a su parecer, estaba esculpido por los mismos dioses; con su característica tez pálida y su contorno delgado... Qué maravilla para los sentidos era el tocarlo y verlo, además del olor a jazmín que impregnaba el lugar.

Por un segundo, el humano paró su propio desenfreno y suspiró, con una sonrisa divertida e infantil.

-...Eres hermosa-Sentenció

De haber podido controlar el fuego de su madre, ya habría estallado en llamas con solamente ese beso. Pero no, no escalaría tan rápido, quería tomarse su tiempo y lo tenía de sobra.

La boca de Alward era suave y se encontró maravillada por lo bien que encajaba con la de ella. Sí, era una estupidez pero todo en él cantaba su nombre y Oromë no podía evitar ser guiada por aquel llamado. Sus brazos se enredaron en su cuello, pegándose mas a Alward, sus latidos resonando en su pecho y a través de ella.

Un suave sonido ahogado salió de su boca, pero no fue un gemido de placer, sino de sorpresa al escuchar sus palabras. Su mirada suave se transformó en algo mas salvaje mientras una sonrisa animal bordeaba sus labios. No necesitaba a nadie para sentirse poderosa pero que le dijera que le pertenecía era algo que iba mas allá. Tal vez fueran los instintos de un dragón o su deseo y necesidad por él, tal vez eran ambas. No importaba, no cuando lograba encenderla de esa manera. -Mio...- Dijo suavemente con un tono grave y posesivo. Su boca dibujando el contorno de su cara, mordisqueando levemente el bello fácil, luego su cuello y de regreso a su boca mientras repetía esa única palabra como una letanía.

Oromë no ignoraba el camino que las manos de su compañero estaban siguiendo y sencillamente ella no se quedaría detrás. Él la desvestía suave pero con premura y ella se dispuso a deshacerse de su camisa a cambio y deslizarla por sus brazos, maravillándose con lo que veía. Era el cuerpo de alguien que había dedicado su vida a la lucha y al entrenamiento al igual que ella, ninguno estaba libre de cicatrices a lo largo y ancho. Algunas eran mas notorias que otras que solo se visualizaban como pequeñas lineas blancas y Oromë con su palidez habitual, estaba casi llena de ellas y no solo de las que apenas se veían sino había que ver la mas reciente cerca de su hombro, un recuerdo rosa pálido ligeramente abultado y las pequeñas marcas de unos dientes alrededor. Su primo había hecho lo mejor que pudo para borrarlo pero sería un trabajo que llevaría como mínimo meses.

Ya no había nada en ella que ocultara su cuerpo. La desnudez no era algo que la molestara en un día normal, siendo lo que era y la costumbre que tenía de romper todo lo que llevaba puesto. Frente a él y de ser diferente se hubiera cohibido; Oromë no era esa clase de mujer para su suerte.

Las manos de la dragona pasearon por los pectorales de él y una de sus piernas se elevaba lentamente hasta la cadera de Alward mientras respiraba ligeramente por la boca, pequeños y delicados sonidos saliendo de la misma.

Sonrío con naturalidad, esta vez mas relajada. -Tu tampoco te quedas atrás mercenario- Su burla salió como una exhalación y casi carente de la gracia que deseaba transmitir; lentamente lo guió al sofá de nuevo y de un movimiento se sentó en sus piernas. Sus labios se pegaron a su oreja, primero dio un beso allí y luego un tirón a su lóbulo. -Si me miras así yo me sentiré igual que tu- "Pertenecer" resonó en su cabeza pero ella no se animaría a decirlo tan fácilmente como él.

Ambos, de un momento a otro, quedaron completamente desnudos frente a frente.

Cuando le condujo hasta el sofá y se sentó encima suya, algo en su interior se revolvió y dio un vuelco. Sentía su cuerpo arder, a pesar de las bajas temperaturas del exterior y que también se notaban en la habitación a pesar del calor que la chimenea soltaba, el cual luchaba por regular la temperatura.

Una risa tonta le salió de forma esporádica al oír aquella última frase de la dragona. Era demasiado orgullosa como para dar su brazo a torcer, eso se le notaba. Por eso, aquel "juego" le resultaba divertido, de una forma u otra, haría que dijese aquello que no se atrevía. Se dejó mordisquear la oreja sin oponer oposición y totalmente sumiso, durante esos breves minutos, se dejó hacer lo que a ella se le ocurriese. Para mostrar aún más su posición, se echó hacia atrás en el respaldar, mientras veía por completo la figura de Oromë.

La miró inquisitivamente, con una sonrisilla pícara.

-Tienes que decirlo-De nuevo, adelantó su tronco hacia adelante, para pegarse a su cuerpo-Di que eres mía-Más que una petición, aquello lo dijo con un tono imperativo.

La agarró por las caderas y la invitó a mirarlo de frente. Se acercó a su cuello y empezó a darle pequeños besos, que se movieron de arriba a abajo como si de seguir un ritmo y una pauta concreta se tratase hasta que acabó en sus pechos, jamás había probado nada más suave y cálido.

De nuevo, agarró con fuerza sus caderas, haciendo ademán para que la dragona siguiera el ritmo de las del humano, todo quedando en un bonito y sincronizado baile de pasión y sentimiento. De nuevo, la besó con profundidad, mientras que ambos cuerpos, dos razas distintas, se fundían en un solo conjunto.

De un momento a otro, y sin previo aviso, optó por agarrar en peso a la mujer y ponerse en pie. Mientras ambos seguían fundidos y él seguía buscando sus labios para besarla aún con más pasión que antes, se dirigió hasta la cama, pasando por la frágil cortina que separaba la habitación del resto de la estancia.

Cuando llegó a su objetivo; el lecho, la dejó caer en este y acto seguido se agachó y recostó, quedando por encima de la mujer y llevando su boca hacia su oído, mientras soltaba un leve susurro.

-...Dilo...-Volvió a insistir

No había un solo centímetro de su piel que ella no tocara, sus labios siempre regresaban a la boca de Alward como si su vida solo existiera si estas se mantuvieran juntas. Cada sensación era como el flujo y reflujo del mar, la hacían subir y bajar, una sensación que la quemaba tanto por dentro como por fuera.
Aquel pequeño instante en el callejón era nada en comparación a esto, no cuando aquellas manos acariciaban su piel causándole pequeñas descargar placenteras. Sus manos se aventuraron por debajo de su cadera, deleitándose un momento allí, una sonrisa salvaje escondida en el hueco del cuello de Alward.

-Tienes que ganártelo- Gruñó con placer, su cuerpo arqueándose, su mente vaciándose de cualquier pensamiento coherente mientras su compañero besaba su cuerpo.
Necesitaba más, quería más y lo demostraba a cada segundo que pasaba. Estaba tan fuera de si, clavaba sus uñas con algo de presión en los hombros de él, sus dientes mordisqueandolo suavemente.
Podría decirlo, sabía que era cuestión de tiempo para que soltara aquellas palabras, pero una parte de si le gustaba la idea de verlo sufrir aunque fuera un poco por la espera. Ademas así como ella se retorcía de placer, quería que el también lo hiciera y Oromë era firme creyente de que los actos eran mejores que las palabras especialmente en un momento como aquel donde el deseo era más grande que lo irracional de su relación.

Al momento en que la levantó, enredó sus piernas en la cadera de él, sus manos jalando de su cabello, bebiendo de su boca y apenas separándose lo suficiente para respirar y regresar de nuevo a devorarse entre si. ¿Quién sería la cena del otro primero?

La cama era suave, nada de esos colchones duro como la piedra que se podían encontrar en las peores posadas. Era como estar en las nubes y con Alward sobre ella, casi que tocaba el cielo con las manos.
Ahogó un gemido cuando el respirar de Alward le cosquilleó en su oreja. Lo miró unos pocos segundos a los ojos, entre la luz y la sombras de la trémula luz de una vela. Colocó sus manos en su rostro y lo besó con fuerza, mordió su labio inferior y con un rápido movimiento Alward se encontraba debajo de ella.

Sonrió con satisfacción mientras alejaba el cabello de su rostro, un suave brillo a sudor en su frente. -Puedo hablar, o puedo hacer mejores cosas con mi boca. Tu decides...- Sus manos viajaban desde su pecho hasta el comienzo de sus piernas. Se agachó para besarlo de nuevo en los labios y lentamente comenzó a trazar su camino por su cuello, su pecho y su vientre hasta llegar a su entrepierna, agudizando sus sentidos y mirando la reacción de él ante el contacto de sus labios.

Por un momento, creía que tenía la situación controlada. Creía que él dominaba las reglas y, ahora, el propio juego también. Cuán equivocado estaba...

El repentino cambio de posiciones llegó y ahora era Oromë la que se encontraba arriba. Una media sonrisa pícara se le dibujó a Alward cuando escuchó sus últimas palabras. No podría haber sido más directa, y con la fogosidad del momento, más excitante.

No hizo ningún esfuerzo en ese momento para tomar el mando, es más, quería dejarse estar para ver cómo seguía la dragona. Esta llenó todo su cuerpo de besos hasta que llegó a la entrepierna, donde un impulso eléctrico de placer recorrió todo su cuerpo hasta llegar a su cabeza y cerró los ojos un segundo para interiorizar lo que había sentido. Sujetó con delicadeza la cabeza de la mujer, llenándola de caricias y simplemente apoyándolas, no obligándola forzosamente, tan solo quería tocar su testa y su cabellera mientras sentía mil placeres recorriéndole todo el cuerpo.

Cuando sintió que iba a explotar, levantó la cabeza de Oromë con cuidado, indicándole que ya era suficiente. No quería que la diversión acabase tan pronto, quedaba mucho por delante.

Acto seguido, de nuevo le indicó que se separase y se sentara en el borde. Antes de hacer nada más, la miró a los ojos y no pudo evitar besarla de forma desenfrenada, por los dioses, era demasiado bella y perfecta como para resistirse. Acto seguido bajó su cabeza hasta los pechos y empezó a besarlos a la vez que los manoseaba, terminó en esa zona dándole un leve y efímero mordisco a uno de los pezones. Tras eso, tal y cómo lo hizo ella, trazó un camino desde su pecho hasta su entrepierna de breves besos, y cuando llegó allí, se quedó un buen rápido para experimentar todo lo que le fuera posible e intentar lograr lo que ella le había hecho sentir anteriormente.

Cuando dedujo que era suficiente, separó su rostro y se puso de nuevo en pie y agarró a la peliplateada para tirarse abrazado y pegado a ella en el centro de la cama, la cual parecía flotar como una nube y era suave como el algodón. Tras un pasional beso, acercó su boca al oído ajeno y susurró.

-Por los dioses... ¿Dónde has estado toda mi vida?-Dijo mientras se preparaba para la primera embestida.

Tras decir eso, volvió a besarla, al momento que embestía con toda su pasión y la abrazaba con todas sus ganas. Dicen que las primeras son las que mas placer causan, o dolor, depende de la situación y el momento. En su caso, todo un abanico de sensaciones excitantes y positivas se le abrieron a modo de impulsos que despejó todo posible estrés y le hizo ponerse la piel de gallina. Fue maravilloso, incluso gimió un poco, y esta no sería la única, ya que luego vendrían muchas más seguidas.

Era tan divertido poder observarlo, la forma en que su cuerpo reaccionaba bajo sus manos, su boca. Cada sonido que salía de su boca era un reflejo en voz alta de lo que ella estaba sintiendo con solamente mirarlo. Era increíble como hallaba su propio placer sin que la tocara, si antes ya era orgullosa y se sentía llena de poder, ahora podría compararse con los Dioses. Podía entender aunque fuera un poco lo que se sentía tener tal control sobre otros.

Lo notaba debajo de ella, de alguna forma puramente sensorial, y no se hubiera molestado si hubiera podido observar con lujos de detalles como Alward llegaba a su punto mas alto, pero sin importar el lugar en que se encontraban, él siempre sería un caballero y la detuvo antes de que pasara.
Se relamió con una sonrisa de oreja a oreja y cuando lo tuvo cerca le costó demasiado no abalanzarse sobre él para devorar su boca. Estaría más que satisfecha si solo se dedicara toda su vida a mantener esa boca en la suya, pero tampoco podía quejarse, al contrario, se sentía como una llama que crecía y se comía todo un bosque.

La razón era una palabra desconocida para ella en ese preciso momento. Gimió con una fuerza como para tirar las paredes a su alrededor. El peso de su cuerpo era difícil de sostener y se dejó caer en la cama, gruñendo y maldiciendo mientras el calor aumentaba. Un leve vistazo a los ojos de él entre sus piernas y se quebró allí mismo con un grito, la liberación sacudiendo su cuerpo haciendo temblar sus piernas, cortandole la respiración y secando su boca. Más, necesitaba más.

Su cuerpo se cubrió con el de él, y sus brazos llamaron por Alward mientras lo envolvía, sus piernas acariciándose a los costados de él, por milésima vez aquella noche, sus bocas incapaces de estar una lejos de la otra. -Aquí... y siempre estaré aquí- ¿Quien era esta mujer que hablaba? No sonaba para nada a la  bestia salvaje que veía en el espejo, no era ese demonio blanco al que señalaban al pasar en Lagarto, era solamente una mujer más, nada, nadie; por primera vez no le importó, no cuando a la vez se sentía ser absolutamente todo.

Por un pequeño instante quiso imaginarse que hubiera sido si fuera diferente su vida, por mucho que lo intento la imagen no llegó a ella. De ninguna otra forma le hubiera conocido y todo el peso de sus pecados se convirtió en agua que se escurre entre los dedos al darse cuenta que no cambiaría nada de ello ahora que la habían traído hasta aquí, con él.

Lo sintió como si una ola gigante la golpeara, primero fue como una cachetada, la sensación del ardor al recibirla y luego el calor cuando cubres tu mejilla con la mano para frenarla... Solo que esta vez fue multiplicado por cien veces y fue hermoso.
Se embriago de él, su cuerpo arqueándose, pidiendo más de él, moviendo sus caderas al compás con las de Alward mientras que sus manos trazaban un camino por toda su espalda. En ningún momento quiso cerrar sus ojos, deseando ver las muecas en su cara y viéndose a ella en la profundidad de aquellos ojos. -Quiero... más... de ti- Volvió a gemir, mordiéndose los labios y luego chocando con los suyos para ahogarlos aunque esto no evitaba que siguieran escuchándose con demasiada fuerza.

Oromë daba indicativos de que también estaba disfrutando, lo que motivaba aún más a Alward para seguir en su empeño de hacerla sentir lo mejor posible en cada uno de sus movimientos, caricias, abrazos y besos.

Aquellas últimas palabras que soltó la dragona ahogadas en gemidos despertó el lado más salvaje del castaño, llenándolo de aún más vigor y regocijo, no podría haber una motivación mejor que esa para darlo todo, aún más que antes.

De nuevo, cuando vio que en esa posición había durado lo suficiente, era la hora de cambiar, de dar un cambio y hacer que el espectáculo no fuera tan monótono, por mucha pasión que desbordase. Sin previo aviso, paró y agarró otra vez el cuerpo de la dragona, para que esta se levantara y, mientras la seguía llenando de besos y caricias en su pecho, le indicó que se voltease, "ayudándola" a quedarse en dicha posición. Una vez en esa nueva perspectiva, acarició su trasero brevemente y acercó su entrepierna. Empezó a llenarle de besos la espalda hasta que, finalmente, embistió de nuevo desde esa nueva posición.

Durante aquel proceso, acercó su rostro al cogote de la dragona.

-Es cuestión de tiempo que digas que me perteneces-Sonrió con cierta malicia y picardía. Todo aquello seguía resultando un divertido y pasional juego, al mismo tiempo que se mezclaban sentimientos verdaderos. Jamás se había encontrado en aquella situación y lo estaba disfrutando como nunca.

Agarró sutil y suavemente su barbilla y la inclinó hacia atrás, pudiendo así quedar ambos rostros de cara, aunque ladeados. Sin más, empezó otra vez a besarla, mientras que con unas de sus manos agarraba con ganas uno de los pechos de la mujer.

Era imparable, el deseo, el entusiasmo y la necesidad de sentirlo contra ella. Sentía que nunca tendría suficiente de él, que no habría forma de parar aquello y ¡Por los Dioses!, no quería que acabara. La dragona renegaba fácilmente del amor, salvo que fueran su propia familia; aquí donde las lineas que habían dibujado entre ambos eran tan delgadas, le costaba discernir si aquello que compartían no era más que puro deseo. Mentiría si dijera que la sola idea de amarlo no le asustaba, al contrario, la aterrorizaba llegar a ello y aunque una noche no podría decir demasiado sobre que eran ellos dos, tenía la duda plantada en lo más profundo de su mente. Principalmente porque era imposible que se quitara de la cabeza el lugar en el que ella se encontraba y donde estaba él: en comparación eran el agua y el aceite. Segundo, ¿cuanto podría durar aquello? Alward no era más que un humano y moriría en un suspiro mientras que Oromë apenas si cambiaría un poco para cuando ese día llegara.


No podía ir más lejos, no debía. Era demasiado tarde ya para preocuparse, no cuando juntos como ahora eran compararlos con un huracán y un tsunami que se encontraban en un mismo lugar, devastando todo a su paso. Oromë destruiría el mundo con tal de seguir de esta manera.
Lo observaba con un hambre acumulada por años, cada beso y caricia un recordatorio constante de que no era el final, de que había mucho más por venir y la dragona se lo entregaba todo a él de la misma forma que Alward lo hacía.

Sin previo aviso se encontró a si misma de espaldas a él y sus ojos lo miraron con un brillo de expectación, sus labios formando una exclamación. Su piel se erizaba al contacto, un camino que quemaba y se extendía por todas sus extremidades, sus piernas y brazos temblaban con cada golpe en su interior, cada vez mas profundo, más sensible.

Su cabello escondía su rostro y ella se lo quitó del camino para sonreír con fiereza a Alward. No podía articular palabra alguna, su garganta ardiendo cada vez que tomaba una bocanada de aire, pero el desafió seguía plantado en su rostro. "Inténtalo" parecía decir y esto se repetía con cada embestida.

¿Cuánto tiempo había pasado?...¿Qué mas daba? No quería interrupciones, no quería que el sol se alzara en el cielo, todo lo que quería no era más que ese momento.

Levantó una de sus manos y por consiguiente su cuerpo; se separó de él lo necesario para tenerlo de frente otra vez y acarició sus pectorales, el sudor brillando en aquel cuerpo que adoraba más y más. Lo condujo con besos de regreso a la cama y se sentó sobre él, fundiendo sus cuerpos en uno nuevamente; sostuvo sus manos y besó cada uno de sus dedos, provocativa y sensual, para luego guiarlas a que acariciaran toda la extensión de su cuerpo mientras marcaba un nuevo ritmo, el suyo. -Tuya... Si eres solo mio- Proclamó entre gemidos sin dejar de moverse cada vez mas rápido.

Ahora se encontraba en un nuevo escenario, el cual había cambiado sin darse apenas cuenta. Guiado por la adrenalina y el descontrol, ahora se hallaba con una Oromë más salvaje aún encima suya. De primera instancia, el humano echó su tronco hacia atrás, venciendo su tren superior en la cómoda superficie de aquella cama. Bastaron unos pocos minutos y movimientos, al tiempo que agarraba las caderas de su compañera, para que optara por hacer aún más fuerza y levantar la mitad superior de su cuerpo, quedando así frente a frente con la dragona, aunque esta unos centímetros más alta debido a la posición que ocupaban cada uno.

El ritmo no cesaba, y ambos cada vez se fundían más y más en un mismo ser. Ahora ambos pechos estaban pegados unos con otros, Alward la entrelazaba con su brazos con fuerza y pasión, mientras que la besaba con desenfreno. Su voz ahora sonaba como un susurro estimulante para todos los sentidos y la podía sentir más de cerca que nunca. No sabía en cómo acabaría todo aquello en el futuro; de las consecuencias de aquella noche, las cuales podrían ser desastrosas, según se mire, pero en aquel momento poco le importaba. Quería acabar lo que ambos habían empezado, y eso era lo único que ahora resonaba con fuerza por la mente del espadachín.

De pronto, la necesidad de explotar y dejar salir toda aquella adrenalina surgía como primera necesidad. Estaba por llegar al clímax de la noche, e incluso los vellos se le pusieron de punta, era el momento, la hora indicada, los gemidos y el continuo jadeo se ahogaban en aquellas paredes, dejó de besarla y posó su rostro en el hombro de la mujer, acercándola más aún y apretándola con fuerza contra él, hasta que de pronto, todo acabó en una explosión de sensaciones placenteras. Finalmente, había llegado al ansiado clímax.

No se despegó de ella, se quedó en la misma posición durante varios segundos, intentando recuperar el aliento. Acto seguido, la miró de frente, aún sujetándola.

-...Cuando te dije de saldar nuestra deuda en un combate, no me esperaba un duelo tan... Físico-Bromeó, seguido de una sonrisa-Ahora te tendré que entregar a la Guardia por tus crímenes-Añadió en el mismo tono bromista con el consiguiente jadeo

Sus manos se movían hacia arriba y abajo, el aire se había vuelto denso en sus pulmones pero no se detendría, no disminuiría la velocidad ahora que se sentía tan cerca del tan ansiado momento.
Todo en ella pedía más y más, y cuando Alward se pegó a ella tomó su rostro y besó su boca con pasión, con un anhelo que no creía capaz de soportar por mucho más. Si fuera por ella, él podría adorarla de esta forma cuantas veces quisiera porque no estaba segura de que tendría suficiente.

Entrelazó sus manos detrás de su cuello y escondió su rostro en el hueco entre su cuello y hombro lo suficiente para que escuchara con lujo de detalles cada sonido que salía de su boca, hasta que lo sintió allí, escalando velozmente desde su centro eso que tanto buscaba. Se arqueó y cuando estalló en puro placer gritó su nombre.
Sus piernas temblaban ligeramente y aún podía sentir esa electricidad recorriendo su cuerpo cuando Alward un momento después llegó al igual que ella al clímax.

Descansó su cabeza en el hombro de su compañero mientras luchaba por volver a respirar normalmente, cada bocanada de aire era mas bienvenida.
Dirigió su mirada de regreso a Alward quien se la devolvía de la misma forma. Sus palabras le arrancaron una gran sonrisa seguida de la mas jocosa carcajada que pudo hacer en ese momento con su garganta seca. -¿Qué acaso los combates no son de por si algo físico?- Se despegó un poco de él y separó sus cuerpos en un delicado movimiento pero aún así se quedó a horcajadas de él, sus brazos aún alrededor de su cuello. -¿Y por cual de todos estoy siendo acusada ahora? La lista es larga- Se burló con sorna, sus labios acariciando los de él en una clara provocación.

Alguien había tocado la puerta, así que se deslizó lejos de él hasta apoyar los pies en el suelo y se encaminó hasta el salón, completamente desnuda y abrió la puerta apenas lo suficiente para que solo su rostro fuera visible. -¿Si?- Una jovencita que no superaría los 18 años estaba del otro lado, escuálida y de cabello negro y lacio. -Disculpe pero vengo a traerle el agua para su baño- Oromë asintió y le pidió un momento. Cerró la puerta en su cara y fue de nuevo a la habitación y descolgó una bata de seda bordo. -Yo que tu me taparía un poco, no querrás matar a la pobre chica de un infarto.- Le guiñó el ojo y regreso a abrirle a la joven que trató y falló en ocultar la vergüenza que brillaba en sus mejillas al ver a la dragona y al muchacho allí presente... ¿Cuanto llevaría ella llamando al cuarto? El intenso color rojo en su rostro decía que hace bastante.
Si algo había que decir era que la  muchacha era rápida en su trabajo y no tardó mucho en llenar la tina e irse casi corriendo por donde entro. Apenas cerró la puerta se apoyó de espaldas a ella y le sonrió con picardía a Alward. -¿Entras conmigo?-

Iba a contestarle con un tono igual de juguetón y coqueto que el que mostró la dragona, pero en ese momento, fue interrumpido por una llamada a la puerta. Revoleó los ojos y suspiró, algo molesto.

-Vaya...-Soltó

Oromë se fue y le dejó a solas en la cama, los segundos suficiente como para perderse en sus pensamientos y recapacitar sobre todo lo que había pasado desde el inicio de aquel día y la maravillosa noche que había tenido, sin lugar a dudas, jamás se hubiese esperado aquello, pero así era la vida; llena de imprevistos, a veces malos y otras tantas veces buenos.

La mujer llegó de nuevo, esta vez lanzándole una pequeña advertencia para que se tapara, cosa que arrancó una tímida sonrisa en el castaño, que hizo caso a lo que esta le decía. Se tapó con una sábana a la espera de que la chica terminara aquello que tenía de hacer. Cuando el trabajo fue realizado, por fin respiró en paz y calma, destensando su postura rígida.

Aún tapado, debido a que hacía frío, colocó la cabeza en la almohada y sus manos tras esta, haciendo que su posición se elevase un poco más, mientras clavaba la mirada en el techo de madera. Era ciertamente increíble cómo su estado de ánimo había cambiado en cuestión de horas, sin duda, la aparición de Oromë le había ayudado a limpiar su mente y dar una buena despedida a su vida tal y como la conocía. A la mañana siguiente, empezaría un viaje que le pondría nuevos retos y una meta muy clara por delante, no lo hacía por él mismo, sino por venganza, despecho y por el bien de su hermana. Era el momento de arreglar lo que hizo y enmendar la situación.

La llamada de Oromë le distrajo de nuevo de todos aquellos pensamientos, invitándole a entrar en un nuevo juego de pasión y desenfreno, sin duda, aquel encuentro no había hecho más que empezar y le quedaba una larga noche por delante, tal vez estuviese cansado al día siguiente, pero merecería la pena. Arqueó ambas cejas y luego una sonrisa pícara se le dibujó en el rostro.

-Jamás negaría la invitación de una hermosa dama-Sonrió