Ambrosía [Privado]
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Ambrosía [Privado]
Un grano de arena.
Dos segundos de un rudimentario reloj arrancado de un patético intento de robot en sus últimos momentos de vida.
Vi al cadáver de un hombre de mediana edad desde la altura de un techo y el cobijo de la noche. Parecía lo que la gente llamaba un buen tipo, un poco bajo para los estándares, sencillo. ¡Humilde, incluso! Humilde. La palabra me resultaba un sinónimo de víctima en una ciudad de ladrones. Ah, y eso había sido.
Tenía tres hijos, dos de los que no sabía si eran suyos o si se los había dado la misma mujer. Le gustaba la comida picante. Ropa pegada pero corta que el viento no pudiese empujar para delatarlo y hacer ruido. Las herramientas pequeñas y silenciosas; cómo agujas, no grandes y ruidosas cómo ganzúas.
Averigüé bastante de él antes de apuñalarlo en el hígado y permitir que se desangrase en el medio de la calle. Tenía… que conocerlo, saber un poco de su historial, por la ínfima posibilidad de que hubiese algo que me llamase la atención y me impidiese asesinarlo.
Naturalmente, no lo hubo.
Tuve que desgarrar un poco su cuello también para que se ahogase en su propia sangre – no es, por supuesto, qué esperase que muriese primero ahogado que desangrado. Simplemente quería evitar que pudiese hacer ruido.
Sesenta y dos granos de arena.
Un minuto y tres segundos un rudimentario reloj arrancado de un patético intento de robot en sus últimos momentos de vida.
Eso se aproximaba peligrosamente al límite de mi paciencia. Lo había oído antes del licántropo cuando primero visité- cuando primero… cometí el error de visitar la ciudad. Se limpiaba sola. Nadie sabía por qué o cómo. Me dije entonces y ahora que lo descubriría, si iba a quedarme algo más en esta pocilga, lo mínimo que exigía es que fuese interesante.
No lo era el día promedio. Por eso había recaído en mis propios hombros hacer que mi estadía valiese la pena para mí. Me esperaba algo… decepcionante. Algún caníbal. Otro raro más sin arreglo que le gustaba arrastrar cadáveres a su casa. Una cantidad desbordante de perros ratas o animales pasando hambre.
Chasqueé la lengua, sonriendo y soltando una risa corta.
Algún vampiro imbécil. Algunos llegaban tan bajo… los otros caían. Debían saber que era más importante satisfacer la curiosidad que el hambre.
Olfateé el aire por sangre, dibujándose en mi mente figuras rojas y sombrías de gente que estaba cerca. Aquellos dentro del edificio sobre el que estaba parado. Los que tomaban esa calle y la otra. Todos y cada uno de ellos. Mi atención subía cuando alguno se encaminaba hacia el cuerpo, podría ser ese la razón de que las calles de la ciudadela estuviesen limpias, pero no.
La mayoría hacía lo mismo. Revisar los bolsillos, ver por pertenencias de valor. Alguno patear el cuerpo. Otros me parece que ni siquiera lo veían al pasarle por encima.
Tres mil seiscientos. Cerré el reloj fuertemente sobre la mano y lo lancé a un lado, algo molesto. Una hora de espera y no había ni el movimiento de una rata. Fuese lo que fuese, tenía que ser algo que tomase los cuerpos de noche. A plena luz del día nadie podría hacerlo continuamente sin que se supiese ya la identidad.
Fruncí el ceño.
Eso o el licántropo había mentido…
Hmm… no. Me pasé una mano por el pelo. No lo habría hecho.
O lo haría pedazos.
Salté abajo, deslizándome del primer techo a un segundo más bajo y repitiendo la maniobra para parar en la calle, rodando antes de ponerme de pie. Acomodé las arrugas de la ropa y me removí la tierra visible que hubiese haberme quedado por rodar antes de caminar al cuerpo. Alcancé por un pequeño vial entre los bolsillos de mi ropa, inclinándome sobre el charco de sangre para tomar una muestra. Algo que me permitiese familiarizarme con el olor y seguirlo.
Quizá no tendría respuestas esta noche, pero las tendría la siguiente. No se me escaparía.
—La mejor habitación que tengas y algo decente de comer —dije colocando tranquilamente una bolsa con los aeros sobre la barra de una taberna. La más estéticamente aceptable con la que había dado—. Revisaré la habitación primero, espero que valga el precio que estás cobrando —chisté, en un tono más sardónico de lo que permitiría que pasase por un buen comentario. O solo uno.
El tabernero no fue más amable de lo que yo no fui con él, operando simplemente porque el pago estaba completo. No me dirigí de inmediato al cuarto, tenía un leve mal humor por no dar con el responsable de los cuerpos desapareciendo. Me conocía suficiente cómo para saber que si subía, subiría al cuarto buscando defectos, y los iba a hallar. Siempre hallaba las cosas…
Lo cuál era lo que me resultaba molesto sobre este caso.
Corrí la mirada por el lugar, al menos estaba vacía. Menos intolerables en ella. Tomé una mesa vacía, la que se sentía más alejada del público y menos cubierta por luz. Comencé a contar una segunda vez los segundos mientras esperaba la comida para irme a encerrar, no serían demasiadas horas más para que saliese el asqueroso sol.
Dos segundos de un rudimentario reloj arrancado de un patético intento de robot en sus últimos momentos de vida.
Vi al cadáver de un hombre de mediana edad desde la altura de un techo y el cobijo de la noche. Parecía lo que la gente llamaba un buen tipo, un poco bajo para los estándares, sencillo. ¡Humilde, incluso! Humilde. La palabra me resultaba un sinónimo de víctima en una ciudad de ladrones. Ah, y eso había sido.
Tenía tres hijos, dos de los que no sabía si eran suyos o si se los había dado la misma mujer. Le gustaba la comida picante. Ropa pegada pero corta que el viento no pudiese empujar para delatarlo y hacer ruido. Las herramientas pequeñas y silenciosas; cómo agujas, no grandes y ruidosas cómo ganzúas.
Averigüé bastante de él antes de apuñalarlo en el hígado y permitir que se desangrase en el medio de la calle. Tenía… que conocerlo, saber un poco de su historial, por la ínfima posibilidad de que hubiese algo que me llamase la atención y me impidiese asesinarlo.
Naturalmente, no lo hubo.
Tuve que desgarrar un poco su cuello también para que se ahogase en su propia sangre – no es, por supuesto, qué esperase que muriese primero ahogado que desangrado. Simplemente quería evitar que pudiese hacer ruido.
Sesenta y dos granos de arena.
Un minuto y tres segundos un rudimentario reloj arrancado de un patético intento de robot en sus últimos momentos de vida.
Eso se aproximaba peligrosamente al límite de mi paciencia. Lo había oído antes del licántropo cuando primero visité- cuando primero… cometí el error de visitar la ciudad. Se limpiaba sola. Nadie sabía por qué o cómo. Me dije entonces y ahora que lo descubriría, si iba a quedarme algo más en esta pocilga, lo mínimo que exigía es que fuese interesante.
No lo era el día promedio. Por eso había recaído en mis propios hombros hacer que mi estadía valiese la pena para mí. Me esperaba algo… decepcionante. Algún caníbal. Otro raro más sin arreglo que le gustaba arrastrar cadáveres a su casa. Una cantidad desbordante de perros ratas o animales pasando hambre.
Chasqueé la lengua, sonriendo y soltando una risa corta.
Algún vampiro imbécil. Algunos llegaban tan bajo… los otros caían. Debían saber que era más importante satisfacer la curiosidad que el hambre.
Olfateé el aire por sangre, dibujándose en mi mente figuras rojas y sombrías de gente que estaba cerca. Aquellos dentro del edificio sobre el que estaba parado. Los que tomaban esa calle y la otra. Todos y cada uno de ellos. Mi atención subía cuando alguno se encaminaba hacia el cuerpo, podría ser ese la razón de que las calles de la ciudadela estuviesen limpias, pero no.
La mayoría hacía lo mismo. Revisar los bolsillos, ver por pertenencias de valor. Alguno patear el cuerpo. Otros me parece que ni siquiera lo veían al pasarle por encima.
Tres mil seiscientos. Cerré el reloj fuertemente sobre la mano y lo lancé a un lado, algo molesto. Una hora de espera y no había ni el movimiento de una rata. Fuese lo que fuese, tenía que ser algo que tomase los cuerpos de noche. A plena luz del día nadie podría hacerlo continuamente sin que se supiese ya la identidad.
Fruncí el ceño.
Eso o el licántropo había mentido…
Hmm… no. Me pasé una mano por el pelo. No lo habría hecho.
O lo haría pedazos.
Salté abajo, deslizándome del primer techo a un segundo más bajo y repitiendo la maniobra para parar en la calle, rodando antes de ponerme de pie. Acomodé las arrugas de la ropa y me removí la tierra visible que hubiese haberme quedado por rodar antes de caminar al cuerpo. Alcancé por un pequeño vial entre los bolsillos de mi ropa, inclinándome sobre el charco de sangre para tomar una muestra. Algo que me permitiese familiarizarme con el olor y seguirlo.
Quizá no tendría respuestas esta noche, pero las tendría la siguiente. No se me escaparía.
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—La mejor habitación que tengas y algo decente de comer —dije colocando tranquilamente una bolsa con los aeros sobre la barra de una taberna. La más estéticamente aceptable con la que había dado—. Revisaré la habitación primero, espero que valga el precio que estás cobrando —chisté, en un tono más sardónico de lo que permitiría que pasase por un buen comentario. O solo uno.
El tabernero no fue más amable de lo que yo no fui con él, operando simplemente porque el pago estaba completo. No me dirigí de inmediato al cuarto, tenía un leve mal humor por no dar con el responsable de los cuerpos desapareciendo. Me conocía suficiente cómo para saber que si subía, subiría al cuarto buscando defectos, y los iba a hallar. Siempre hallaba las cosas…
Lo cuál era lo que me resultaba molesto sobre este caso.
Corrí la mirada por el lugar, al menos estaba vacía. Menos intolerables en ella. Tomé una mesa vacía, la que se sentía más alejada del público y menos cubierta por luz. Comencé a contar una segunda vez los segundos mientras esperaba la comida para irme a encerrar, no serían demasiadas horas más para que saliese el asqueroso sol.
Ó Catháin
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Re: Ambrosía [Privado]
Mientras caminaba por Ciudad Lagarto, Thaiss tenía la sensación de estar constantemente rodeada de toda clase de asesinatos, robos y coacciones. Y lo sorprendente es que ninguno de los mismos eran ilegales. En comparación con la clase de habitante que tenía aquella ciudad, ella era un miembro legal, ejemplar y admirable de la sociedad. ¡Deberían ponerle una medalla por su buena actitud!
El problema de que las malas acciones estuvieran al orden del día era que todo el mundo estaba mucho más paranoico y pendiente de lo que ocurría a su alrededor. Y las consecuencias si a uno lo pillaban escalaban en severidad comparado con las de otras ciudades humanas. Thaiss asumía que aquello haría que el estrés de vivir en Ciudad Lagarto aumentara exponencialmente, y se preguntaba si la población no moriría de ataques cardíacos a edades tempranas.
Sólo el tiempo lo diría.
Muchos misterios rodeaban aquella ciudad. ¿Quién tomaba en serio a un Rey Lagartija? ¿Cómo seguían tolerando a Matthew Owens? ¿Por qué milagro la ciudad resultaba... tan sorprendentemente próspera? ¿Y qué hacían con los cadáveres, si las cremaciones y los entierros no eran tan comunes como alta la estadística de muertes?
Thaiss se pasó todo el día preguntando a todo a quien veía al respecto de los secretos de Ciudad Lagarto. Su investigación venía fomentada por su interés en, digamos, entorpecer, la normal actividad de una ciudad como aquella. No tenía ninguna intención loca y grandilocuente, pero no podía entender cómo todo podía andar tan bien en un lugar tan corrupto. Pondría su granito de arena para contribuir a su caos, siguiendo siempre las normas del lugar como la ciudadana ejemplar que era. Sería fácil: las normas parecían inexistentes. Y la última vez que lo vio, Matthew ni siquiera había intentado matarla, así que Thaiss se sentía bastante segura.
Pero por mucho que preguntó, nadie quiso mucho que ver con ella, ni esclarecerle nada relevante. La cuestión de quién se encargaba de retirar los cadáveres pronto se volvió especialmente relevante cuando Thaiss comprendió que nadie sabía la respuesta.
Llegó la noche y la ladrona volvió a rondar la ciudad, ahora con más cuidado para no ser el blanco de nadie. Buscaba, específicamente, un desafortunado cadáver al que usar como referencia. Y la solución prácticamente le cayó del cielo. Un hombre yacía muerto en medio de un callejón. "Humilde" fue la palabra que pensó Thaiss al verlo. "Pero las apariencias engañan" añadió, y asumió que cualquiera que muriera en Ciudad Lagarto había cometido el error inicial de entrar en Ciudad Lagarto.
Se escondió rápidamente cuando escuchó a alguien bajar de un tejado cercano. Presenció entonces algo un poco más singular: el hombre sacó un vial y recogió sangre. "Ritos satánicos". Aquello era nuevo en Ciudad Lagarto.
Pronto se le presentó un dilema: ¿qué era más interesante, el cadáver del callejón o el hombre con el vial de sangre? Thaiss se acercó al hombre que había muerto y pensó que quizás su sangre servía para algo, así que, igual que había visto hacer, recogió un poco, impregnando un pañuelo con ella.
Se giró entonces para seguir al otro hombre, pero había desaparecido con absoluto sigilo. Dio una vuelta para buscarlo, pero fue en vano. Y peor aún: cuando fue a buscar el cadáver otra vez, este ya no estaba allí. Unos rastros de sangre en el suelo revelaban que había sido arrastrado hacia la salida del callejón, pero pronto se perdían sin más.
Ahora, todo lo que Thaiss tenía era un pañuelo con sangre. Decidió por tanto irse a dormir, y seguir su investigación el siguiente día y la siguiente noche.
El problema de que las malas acciones estuvieran al orden del día era que todo el mundo estaba mucho más paranoico y pendiente de lo que ocurría a su alrededor. Y las consecuencias si a uno lo pillaban escalaban en severidad comparado con las de otras ciudades humanas. Thaiss asumía que aquello haría que el estrés de vivir en Ciudad Lagarto aumentara exponencialmente, y se preguntaba si la población no moriría de ataques cardíacos a edades tempranas.
Sólo el tiempo lo diría.
Muchos misterios rodeaban aquella ciudad. ¿Quién tomaba en serio a un Rey Lagartija? ¿Cómo seguían tolerando a Matthew Owens? ¿Por qué milagro la ciudad resultaba... tan sorprendentemente próspera? ¿Y qué hacían con los cadáveres, si las cremaciones y los entierros no eran tan comunes como alta la estadística de muertes?
Thaiss se pasó todo el día preguntando a todo a quien veía al respecto de los secretos de Ciudad Lagarto. Su investigación venía fomentada por su interés en, digamos, entorpecer, la normal actividad de una ciudad como aquella. No tenía ninguna intención loca y grandilocuente, pero no podía entender cómo todo podía andar tan bien en un lugar tan corrupto. Pondría su granito de arena para contribuir a su caos, siguiendo siempre las normas del lugar como la ciudadana ejemplar que era. Sería fácil: las normas parecían inexistentes. Y la última vez que lo vio, Matthew ni siquiera había intentado matarla, así que Thaiss se sentía bastante segura.
Pero por mucho que preguntó, nadie quiso mucho que ver con ella, ni esclarecerle nada relevante. La cuestión de quién se encargaba de retirar los cadáveres pronto se volvió especialmente relevante cuando Thaiss comprendió que nadie sabía la respuesta.
Llegó la noche y la ladrona volvió a rondar la ciudad, ahora con más cuidado para no ser el blanco de nadie. Buscaba, específicamente, un desafortunado cadáver al que usar como referencia. Y la solución prácticamente le cayó del cielo. Un hombre yacía muerto en medio de un callejón. "Humilde" fue la palabra que pensó Thaiss al verlo. "Pero las apariencias engañan" añadió, y asumió que cualquiera que muriera en Ciudad Lagarto había cometido el error inicial de entrar en Ciudad Lagarto.
Se escondió rápidamente cuando escuchó a alguien bajar de un tejado cercano. Presenció entonces algo un poco más singular: el hombre sacó un vial y recogió sangre. "Ritos satánicos". Aquello era nuevo en Ciudad Lagarto.
Pronto se le presentó un dilema: ¿qué era más interesante, el cadáver del callejón o el hombre con el vial de sangre? Thaiss se acercó al hombre que había muerto y pensó que quizás su sangre servía para algo, así que, igual que había visto hacer, recogió un poco, impregnando un pañuelo con ella.
Se giró entonces para seguir al otro hombre, pero había desaparecido con absoluto sigilo. Dio una vuelta para buscarlo, pero fue en vano. Y peor aún: cuando fue a buscar el cadáver otra vez, este ya no estaba allí. Unos rastros de sangre en el suelo revelaban que había sido arrastrado hacia la salida del callejón, pero pronto se perdían sin más.
Ahora, todo lo que Thaiss tenía era un pañuelo con sangre. Decidió por tanto irse a dormir, y seguir su investigación el siguiente día y la siguiente noche.
Thaiss
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Re: Ambrosía [Privado]
Desperté antes del siguiente “día”; lejos de la siguiente noche, moviéndome con cautela del piso superior al inferior de la taberna. Me mantuve con un pie en el último escalón hacia abajo, observando hacia la entrada del lugar y los alrededores.
Todas las cortinas cerradas, cómo debía ser, y sin que se colase una gota de luz debajo de la entrada. No tenía mis dudas de que no fuese tan tarde en la mañana como para que hubiese rastro del sol todavía. Tan sólo se trataba de una preferencia mía comprobar no tener mis dudas dos veces, encontraba que incrementaba mi esperanza de vida.
Avancé a una de ellas, moví la cortina a un lado. Cuidadosamente, hice a un lado el seguro de la ventana y la abrí, para poder oler. Me tomó varios intentos – intentos que igual, eran cuestión de segundos. Seleccioné la taberna también por la proximidad al lugar del desastre.
Era un desastre porque no había encontrado nada, por supuesto, no por el cuerpo. Eso no era problema mío.
No había... un rastro grande. No piscinas de sangre, a lo mucho, serían pisadas. Eso significaba que mi incognito barrendero ya había actuado… había algo más-
—¿Hmm? —musité, dándome la vuelta con calma, o al menos pretendiendo lucir tan digno cómo podría luego de notar demasiado cerca la sangre de un cuerpo a mis espaldas. Un pequeño desliz que se me pasase por alto.
El tabernero. El hombre respingó tan sólo un poco, no tanto para saltar, no tan poco para que pasase desapercibido.
—¿…Q-Qué hace despierto?
—Vampiro —me limité a responder. El hombre no lució… cómodo. Casi comprensible. Arrugué la cara e hice un mohín de disgusto, negando con la cabeza y un leve suspiro para volver a mi habitación. Debía ser un iluso si pensaba que tenía suficiente calidad para que yo siquiera empezase a considerar morderlo.
Fueron horas tortuosas encerrado en el cuarto. Caminando de un lado a otro. Puse un pie fuera de la taberna en cuando el sol bajo más de lo que le permitiría inundar con sus rayos la ciudad, al fin, volvía a ser libre.
Sin prisa y sin flojera volví al callejón. Seguí más con el olfato y la vista él a dónde había sido movido, con todo el tiempo que había pasado, ya no era tanto sangre como manchas. Al final, y luego…
…Luego ya no estaba. Entrecerré levemente los ojos y tomé aire con más vigor en búsqueda de anclarme más fuerte a la fragancia específica de ese cuerpo. Simplemente cortaba allí, eso era…
No, no existían imposibles, pero no traía a mente casos mundanos tampoco. ¿Consumido en el acto? No fue demasiado tiempo entre mi estadía en la taberna al momento que intenté oler otra vez hasta el callejón, y ya ahí el olor resultaba asquerosamente débil. Lo tomé como un asunto de la distancia.
Sería por esto…
Eso sólo había sido un cuerpo, claro. Bien que podría intentar con otro esta noche, ¿qué iban a hacer? ¿Censar para contar residentes? Hmph. Si buscaba no me extrañaría no tener que asesinar a nadie, seguramente tenía hasta para elegir por color de ojos a muertos y esos sólo los de esta noche.
Lo cuál resultaba una idea agradable; aunque la hubiese presentado con todo el desagrado y sarcasmo posible en mi cabeza. Levemente divertido, cómo... comprar ropa; pero mejor. Lo de los cadáveres seria gratis.
A menos de que alguien me viese haciéndolo, con la ausencia de políticas en este lugar y la aceptación estúpida de reglas no dichas, podía ver venir a millas al imbécil de Owens firmando un tratado sobre cómo se había creado un nuevo empleo para los muertos de Ciudad Lagarto.
Ser carnada. Había que pagarle a las familias si querías usar el de uno de sus familiares como una, o una sandez así.
Comencé a andar, manos cruzadas a la espalda. Buscar al culpable y buscar otra carnada no eran excluyentes entre sí, tan sólo me tocaba caminar. Los olores venían solos, todos en este chiquero tenían su sangre infectada a alcohol y/o drogas, comenzaba a creer que era intrínseco a sus cuerpos.
Tomé la pequeña botella dónde había guardado la sangre, olfateándola un poco cada tanto tiempo. Me ayudaba a familiarizarme más con el olor particular, recordarlo, para hacer más sencilla la tarea de notar en el aire los vestigios que en el restaban. En un momento creí tener un desliz más, haber aspirado la sangre dentro de mí nariz por el ímpetu que había tomado la fragancia de nuevo.
Es como si hubiese revivido. Estaba casi al límite de lo que consideraba mi rango, así que me moví rápido y en dirección al mismo, tomando más y más del aire, casi pudiendo ver el rojo. Opté por usar los techos para tener mejor vista y porque, por una mayor parte, me facilitaba el movimiento.
Ciudad Lagarto no era una ciudad en regla, las edificaciones gigantes no eran un elemento en su arquitectura. No pequeñas, pero no gigantes. Me permitía a mí y todos los demás que supieran moverse de un tejado a otro porque no tenías que saltar tu propia altura para arriba para caer en uno, solamente… ir rápido en horizontal.
A medida que me acercaba reduje el paso, no… parecía estar huyendo. Corriendo. Iba a una marcha que consideraría normal, aunque tenía puntos súbitos de aceleración. Seguí con cuidado, rozando y preparándome mentalmente para empuñar la daga si fuese a resultar necesario ante lo que esperaba al final del callejón, unos veinte pasos a un lado más allá.
Guardaba este aroma fuerte. Ese, del hombre, y no había dos con el mismo olor en su sangre. Estaba entremezclada con la de alguien más, la persona que habría arrastrado y hecho algo con el cuerpo. Olía como la de un humano.
Me asomé lentamente, congelándome un poco en el acto. No la primera – esperaba que la última maldita vez que me pasara: podía determinar con precisión la distancia entre todos los demás y yo según la intensidad de la sangre circulando en sus cuerpos. El tamaño. Raza.
Pero no sus posiciones, y mi blanco no estaba de espaldas.
Lucía... tan normal. No promedio, pero para ser quién había tomado el cuerpo; ese y todos los demás, lucía tan normal. Ni siquiera era alta. Bajé la mirada a los pies un instante para ver si resultaba ser aún más baja porque estuviese usando tacones, y volví la mirada arriba. No era lo que estaría esperando de lo que tomase los cuerpos... ¿rulos? ¿Una mujer con pecas era la responsable de lo limpias qué estaban las calles de ésta ciudad?
Oooh. Qué gran misterio. Satisfactorio.
Estuve a punto de arrugar el rostro, pero lo mantuve neutro. Lucía... normal; sin embargo, no me agradaba la media curva de sus labios. En ningún momento y en ningún lugar tomaba a bien que la gente sonriese sin razones aparentes. Especialmente no de noche. Especialmente no cerca a un callejón. Especialmente no de noche y cerca de un callejón en ciudad lagarto.
Sobretodo, no tomaba a bien la sonrisa de alguien que lucía inofensivo cuando olía a la sangre de un muerto.
Todas las cortinas cerradas, cómo debía ser, y sin que se colase una gota de luz debajo de la entrada. No tenía mis dudas de que no fuese tan tarde en la mañana como para que hubiese rastro del sol todavía. Tan sólo se trataba de una preferencia mía comprobar no tener mis dudas dos veces, encontraba que incrementaba mi esperanza de vida.
Avancé a una de ellas, moví la cortina a un lado. Cuidadosamente, hice a un lado el seguro de la ventana y la abrí, para poder oler. Me tomó varios intentos – intentos que igual, eran cuestión de segundos. Seleccioné la taberna también por la proximidad al lugar del desastre.
Era un desastre porque no había encontrado nada, por supuesto, no por el cuerpo. Eso no era problema mío.
No había... un rastro grande. No piscinas de sangre, a lo mucho, serían pisadas. Eso significaba que mi incognito barrendero ya había actuado… había algo más-
—¿Hmm? —musité, dándome la vuelta con calma, o al menos pretendiendo lucir tan digno cómo podría luego de notar demasiado cerca la sangre de un cuerpo a mis espaldas. Un pequeño desliz que se me pasase por alto.
El tabernero. El hombre respingó tan sólo un poco, no tanto para saltar, no tan poco para que pasase desapercibido.
—¿…Q-Qué hace despierto?
—Vampiro —me limité a responder. El hombre no lució… cómodo. Casi comprensible. Arrugué la cara e hice un mohín de disgusto, negando con la cabeza y un leve suspiro para volver a mi habitación. Debía ser un iluso si pensaba que tenía suficiente calidad para que yo siquiera empezase a considerar morderlo.
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Fueron horas tortuosas encerrado en el cuarto. Caminando de un lado a otro. Puse un pie fuera de la taberna en cuando el sol bajo más de lo que le permitiría inundar con sus rayos la ciudad, al fin, volvía a ser libre.
Sin prisa y sin flojera volví al callejón. Seguí más con el olfato y la vista él a dónde había sido movido, con todo el tiempo que había pasado, ya no era tanto sangre como manchas. Al final, y luego…
…Luego ya no estaba. Entrecerré levemente los ojos y tomé aire con más vigor en búsqueda de anclarme más fuerte a la fragancia específica de ese cuerpo. Simplemente cortaba allí, eso era…
No, no existían imposibles, pero no traía a mente casos mundanos tampoco. ¿Consumido en el acto? No fue demasiado tiempo entre mi estadía en la taberna al momento que intenté oler otra vez hasta el callejón, y ya ahí el olor resultaba asquerosamente débil. Lo tomé como un asunto de la distancia.
Sería por esto…
Eso sólo había sido un cuerpo, claro. Bien que podría intentar con otro esta noche, ¿qué iban a hacer? ¿Censar para contar residentes? Hmph. Si buscaba no me extrañaría no tener que asesinar a nadie, seguramente tenía hasta para elegir por color de ojos a muertos y esos sólo los de esta noche.
Lo cuál resultaba una idea agradable; aunque la hubiese presentado con todo el desagrado y sarcasmo posible en mi cabeza. Levemente divertido, cómo... comprar ropa; pero mejor. Lo de los cadáveres seria gratis.
A menos de que alguien me viese haciéndolo, con la ausencia de políticas en este lugar y la aceptación estúpida de reglas no dichas, podía ver venir a millas al imbécil de Owens firmando un tratado sobre cómo se había creado un nuevo empleo para los muertos de Ciudad Lagarto.
Ser carnada. Había que pagarle a las familias si querías usar el de uno de sus familiares como una, o una sandez así.
Comencé a andar, manos cruzadas a la espalda. Buscar al culpable y buscar otra carnada no eran excluyentes entre sí, tan sólo me tocaba caminar. Los olores venían solos, todos en este chiquero tenían su sangre infectada a alcohol y/o drogas, comenzaba a creer que era intrínseco a sus cuerpos.
Tomé la pequeña botella dónde había guardado la sangre, olfateándola un poco cada tanto tiempo. Me ayudaba a familiarizarme más con el olor particular, recordarlo, para hacer más sencilla la tarea de notar en el aire los vestigios que en el restaban. En un momento creí tener un desliz más, haber aspirado la sangre dentro de mí nariz por el ímpetu que había tomado la fragancia de nuevo.
Es como si hubiese revivido. Estaba casi al límite de lo que consideraba mi rango, así que me moví rápido y en dirección al mismo, tomando más y más del aire, casi pudiendo ver el rojo. Opté por usar los techos para tener mejor vista y porque, por una mayor parte, me facilitaba el movimiento.
Ciudad Lagarto no era una ciudad en regla, las edificaciones gigantes no eran un elemento en su arquitectura. No pequeñas, pero no gigantes. Me permitía a mí y todos los demás que supieran moverse de un tejado a otro porque no tenías que saltar tu propia altura para arriba para caer en uno, solamente… ir rápido en horizontal.
A medida que me acercaba reduje el paso, no… parecía estar huyendo. Corriendo. Iba a una marcha que consideraría normal, aunque tenía puntos súbitos de aceleración. Seguí con cuidado, rozando y preparándome mentalmente para empuñar la daga si fuese a resultar necesario ante lo que esperaba al final del callejón, unos veinte pasos a un lado más allá.
Guardaba este aroma fuerte. Ese, del hombre, y no había dos con el mismo olor en su sangre. Estaba entremezclada con la de alguien más, la persona que habría arrastrado y hecho algo con el cuerpo. Olía como la de un humano.
Me asomé lentamente, congelándome un poco en el acto. No la primera – esperaba que la última maldita vez que me pasara: podía determinar con precisión la distancia entre todos los demás y yo según la intensidad de la sangre circulando en sus cuerpos. El tamaño. Raza.
Pero no sus posiciones, y mi blanco no estaba de espaldas.
Lucía... tan normal. No promedio, pero para ser quién había tomado el cuerpo; ese y todos los demás, lucía tan normal. Ni siquiera era alta. Bajé la mirada a los pies un instante para ver si resultaba ser aún más baja porque estuviese usando tacones, y volví la mirada arriba. No era lo que estaría esperando de lo que tomase los cuerpos... ¿rulos? ¿Una mujer con pecas era la responsable de lo limpias qué estaban las calles de ésta ciudad?
Oooh. Qué gran misterio. Satisfactorio.
Estuve a punto de arrugar el rostro, pero lo mantuve neutro. Lucía... normal; sin embargo, no me agradaba la media curva de sus labios. En ningún momento y en ningún lugar tomaba a bien que la gente sonriese sin razones aparentes. Especialmente no de noche. Especialmente no cerca a un callejón. Especialmente no de noche y cerca de un callejón en ciudad lagarto.
Sobretodo, no tomaba a bien la sonrisa de alguien que lucía inofensivo cuando olía a la sangre de un muerto.
Ó Catháin
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Re: Ambrosía [Privado]
Se levantó de buena mañana, con todo un nuevo día frente a ella para investigar aquella ciudad hiperactiva y absurda. Y lo inició mucho más pronto, al parecer, que la mayoría de sus habitantes; muchas tiendas aún estaban cerradas, y en las calles encontró unos cuantos borrachos tirados que no habían sido recogidos aún.
Thaiss observó a uno durante un rato, escuchando sus sonoros ronquidos. Finalmente se decidió, y fue a sacarle el dinero que le quedara; pero no fue ninguna sorpresa descubrir, tras revisar varios bolsillos, que no llevaba ni un aero encima. Sin duda había sido desprovisto de su cartera en cuanto cometió el error de perder la conciencia en aquel lugar. Y es que éste era otro de los muchos errores que la gente cometía en Ciudad Lagarto, y por la que podía terminar muerta.
Considerando esto, y dentro de todo, aquel hombre había tenido suerte. Tanta suerte, que Thaiss pensó que estaría tan agradecido por haber conservado su vida que no le importaría despertarse sin sus botas. No eran del tamaño de la ladrona, pero estaban bastante nuevas y podría intercambiarlas por un desayuno en algún lugar.
En cuanto a sus investigaciones de la noche anterior, Thaiss tenía "un plan". Durante el día, mientras merodeaba, saludaba a desconocidos y hacía preguntas más o menos aleatorias sobre la ciudad, mantuvo el ojo abierto por si viera algún perro en la calle. Y cada vez que veía uno que tenía pinta de no ir a morder y darle rabia, sacaba el pañuelo con sangre.
- Toby, ¡sigue este rastro! - Le ordenaba, agitando el pañuelo delante de su hocico.
Pero hasta ahora, los resultados incluían perros que habían ignorado completamente las peticiones de Thaiss ("¡Toby maleducado!", les había echado en cara antes de alejarse), otros tantos que habían comenzado a girar a su alrededor en aparente confusión, e incluso dos que habían intentado comerse el pañuelo. La ladrona ya no estaba tan segura que lo de recoger sangre hubiera sido buena idea. "Hay tanta sangre en esta ciudad, que los pobres Tobys no saben seguir un rastro", concluyó.
Así pues, la siguiente mejor idea que tenía era esperar a que cayera la noche para encontrar un nuevo plan. No tenía prisa.
Pasó el día sin mayores altercados, como muchos otros días de su vida, haciendo amigos y dándose a conocer por algunos barrios de la ciudad. Para cuando cayó la noche, ya casi había olvidado su plan, y se encontraba en una plaza charlando con unos cuantos maleantes que tampoco tenían nada que hacer más que emborracharse. No eran individuos especialmente entretenidos, con lo que la ladrona terminó por desaparecer con la primera excusa que se le ocurrió: "tengo que ir a darle un sombrero a la modista para que me lo ajuste". Por cómo la habían mirado, estaba bastante segura de que había dado con una frase en clave que en realidad significaba otra cosa. Otro misterio a la lista.
Estaba caminando, adentrándose por callejones en busca de nuevas salidas y conexiones, cuando... Alguien asomó por delante de ella, interceptándola. Thaiss, que ya estaba sonriendo por defecto, parpadeó un par de veces para demostrar su sorpresa, pero no miedo o sobresalto, y ensanchó su sonrisa. "Esto es un encuentro normal en mitad de la noche", era lo que aparentaba decir el lenguaje corporal de la mujer. El hombre parecía inseguro o tenso, así que la ladrona tomó en su mano relajar la situación - o quizás empeorarla.
- ¡Hola! - Saludó alegremente, no demasiado alto porque eso no sería sabio, y procedió al siguiente comentario que parecía lógico dada la situación: - Ha quedado una buena noche, ¿verdad?
Comenzó a acercarse con despreocupación y buen ritmo; esperando ver si aquello lo sobresaltaba a él. Pero al fin mantuvo una distancia prudente, porque aquel día ya había aprendido suficiente sobre perros que muerden si te acercas demasiado.
- ¿Es usted de la zona, caballero? - Sacó sus manos de los bolsillos y comenzó a rascarse el mentón -. ¿O está perdido? Soy de por aquí; quizás pueda ayudarte. Déjame adivinar: buscas la taberna Laverna. Todo el mundo busca la taberna.
Thaiss observó a uno durante un rato, escuchando sus sonoros ronquidos. Finalmente se decidió, y fue a sacarle el dinero que le quedara; pero no fue ninguna sorpresa descubrir, tras revisar varios bolsillos, que no llevaba ni un aero encima. Sin duda había sido desprovisto de su cartera en cuanto cometió el error de perder la conciencia en aquel lugar. Y es que éste era otro de los muchos errores que la gente cometía en Ciudad Lagarto, y por la que podía terminar muerta.
Considerando esto, y dentro de todo, aquel hombre había tenido suerte. Tanta suerte, que Thaiss pensó que estaría tan agradecido por haber conservado su vida que no le importaría despertarse sin sus botas. No eran del tamaño de la ladrona, pero estaban bastante nuevas y podría intercambiarlas por un desayuno en algún lugar.
En cuanto a sus investigaciones de la noche anterior, Thaiss tenía "un plan". Durante el día, mientras merodeaba, saludaba a desconocidos y hacía preguntas más o menos aleatorias sobre la ciudad, mantuvo el ojo abierto por si viera algún perro en la calle. Y cada vez que veía uno que tenía pinta de no ir a morder y darle rabia, sacaba el pañuelo con sangre.
- Toby, ¡sigue este rastro! - Le ordenaba, agitando el pañuelo delante de su hocico.
Pero hasta ahora, los resultados incluían perros que habían ignorado completamente las peticiones de Thaiss ("¡Toby maleducado!", les había echado en cara antes de alejarse), otros tantos que habían comenzado a girar a su alrededor en aparente confusión, e incluso dos que habían intentado comerse el pañuelo. La ladrona ya no estaba tan segura que lo de recoger sangre hubiera sido buena idea. "Hay tanta sangre en esta ciudad, que los pobres Tobys no saben seguir un rastro", concluyó.
Así pues, la siguiente mejor idea que tenía era esperar a que cayera la noche para encontrar un nuevo plan. No tenía prisa.
Pasó el día sin mayores altercados, como muchos otros días de su vida, haciendo amigos y dándose a conocer por algunos barrios de la ciudad. Para cuando cayó la noche, ya casi había olvidado su plan, y se encontraba en una plaza charlando con unos cuantos maleantes que tampoco tenían nada que hacer más que emborracharse. No eran individuos especialmente entretenidos, con lo que la ladrona terminó por desaparecer con la primera excusa que se le ocurrió: "tengo que ir a darle un sombrero a la modista para que me lo ajuste". Por cómo la habían mirado, estaba bastante segura de que había dado con una frase en clave que en realidad significaba otra cosa. Otro misterio a la lista.
Estaba caminando, adentrándose por callejones en busca de nuevas salidas y conexiones, cuando... Alguien asomó por delante de ella, interceptándola. Thaiss, que ya estaba sonriendo por defecto, parpadeó un par de veces para demostrar su sorpresa, pero no miedo o sobresalto, y ensanchó su sonrisa. "Esto es un encuentro normal en mitad de la noche", era lo que aparentaba decir el lenguaje corporal de la mujer. El hombre parecía inseguro o tenso, así que la ladrona tomó en su mano relajar la situación - o quizás empeorarla.
- ¡Hola! - Saludó alegremente, no demasiado alto porque eso no sería sabio, y procedió al siguiente comentario que parecía lógico dada la situación: - Ha quedado una buena noche, ¿verdad?
Comenzó a acercarse con despreocupación y buen ritmo; esperando ver si aquello lo sobresaltaba a él. Pero al fin mantuvo una distancia prudente, porque aquel día ya había aprendido suficiente sobre perros que muerden si te acercas demasiado.
- ¿Es usted de la zona, caballero? - Sacó sus manos de los bolsillos y comenzó a rascarse el mentón -. ¿O está perdido? Soy de por aquí; quizás pueda ayudarte. Déjame adivinar: buscas la taberna Laverna. Todo el mundo busca la taberna.
Thaiss
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Re: Ambrosía [Privado]
—Buenas noches —respondí al saludo de la mujer. Uno tenía que tener firmeza en la vida: hacías lo correcto o lo incorrecto; eras bueno o eras malo; sin importar la situación. Puede que le estuviese hablando a una toma-cuerpos, pero eso no significaba que tuviese que tirar a un lado los modales.
Sin embargo; no significaba que tuviese que hacer conversación. Mucho menos con… esa invitación a hacerlo. «Una noche encantadora, sí», puse mi propia mueca: una media sonrisa sarcástica. «Es el peor equivalente de “hace buen clima” que he oído jamás».
Me mantuve quieto mientras se acercaba, sin disimulo en mi mirada de que no aprobaba tal acto. Debió percatarse, a la distancia que paró no podría alcanzarla con solo una buena zancada y estirar el brazo para apuñalarle. Tampoco planeaba hacerlo, simplemente era bueno tomar nota de estas cosas. Quién era estúpido o no. Por lo cantarina y sonriente cualquiera pensaría que la mujer clasificaba en lo primero.
…Yo también lo pensé por un instante; pero me había sembrado dudas muy rápido.
—No —me limité a responder a su pregunta, iba a añadir un señorita; verla rascarse el mentón me hizo cambiar de opinión sobre hacerlo—. No lo soy, y preferiría que de ninguna manera se me considerase parte de la calumnia que conforma esta ciudad —añadí, moviendo una mano a la espalda—… hm. Podrías decir que sí... desde ciertos puntos de vista. No es que sepa dónde estoy parado, es solo que no me interesa —repliqué.
Evalué a la mujer para nada. Al menos, para conclusiones que no quería creer. Lucía cómoda con todo esto, como si fuese por ahí toda noche hablando con cualquier desconocido que se encontrase – de paso, de mi calibre. No había sujetos así en Ciudad Lagarto excepto yo. Puede, puede que igual de preocupante a eso… ofreciéndoles ayuda. ¿Qué pasaba si decía “sí”? ¿Empezaría a andar camino a la susodicha taberna? Guiar a alguien usualmente implicaba darle la espalda.
Es decir, implicaba cometer un error que a la mayoría le costaba el no poder cometer otro más nunca. Resultaba tentador hacer la prueba. No la haría, porque la posibilidad de que simplemente me diese direcciones existía; aunque fuese pequeña, a toda lógica, si me había prestado atención, sabría que darme instrucciones era poco útil. No era de la zona, después de todo.
Seguramente lo más sano era ser sincero e ir al grano. Mentir sobre la taberna y luego llamar atención a lo del pañuelo solo haría que estuviese en posición de preguntarme por qué quería ir a la taberna, si de verdad todos la buscaban.
Aunque eso era interesante. ¿Sería la mejor de la ciudad? Útil. Algo que valía tener en mente.
—Mi nombre es Donovan. Ó Catháin, Donovan Ó Catháin —me presenté, ofreciendo el mío para poder solicitar el suyo—. ¿Y el suyo?
Vi a un costado mientras respondía, sin doblar el cuello tanto como para que se me complicase verla. Musité un pequeño ”mmm” ante las palabras de la mujer.
—Verás… soy un vampiro —dije abriendo los brazos, con un tono seco. Más cercano a uno producido por aburrimiento que rudeza—. He de sospechar que, a diferencia de lo que tú me resultas a mí, no te es sorpresa.
Empecé a andar en su contorno, dibujando círculos alrededor de la mujer.
—Para dejar las pretensiones a un lado, hace una noche deje un cadáver. ¿Para ti, presumo? Hay historias tuyas. El cómo todos los cadáveres en la ciudad desaparecen sin dejar rastro, igual que lo hizo este. Revisé esta mañana —dije, volteando para verla en esas tres palabras—. Ah, ah, ah —negué con el índice, adelantándome a que pudiese decir algo—, y no puedes decirme que no eres tú. Lo huelo, la sangre de ese hombre. Llevas... un poco encima. No es, claro... que me moleste. Solo estoy indagando, ¿por qué? ¿Alguien te paga para qué limpies, hmm?
Me di vuelta, haciendo el mismo recorrido pero en el sentido contrario.
—¿Y cómo los desapareces? ¿Magia? Medios más… mundanos, quizá. ¿Te los comes? —alcé una mano—. Puedes ser sincera, no critico gustos carnales. Elegí un blanco grande precisamente para que resultase apetecible. También para que fuese difícil de llevar, no te imagino cargándolo, ni… comiéndolo ahí. ¿Al menos usas servilletas? —añadí, fingiendo un gesto confundido para sumar al tono sarcástico de la pregunta—. O si no te los comes… ¿dónde los llevas? Vamos a esa taberna; Laverna, yo invito. Estoy impaciente por atender a todo esto; aunque admito, me esperaba algo más emocionante. No es por... juzgarte.
Aunque eso estaba haciendo.
—…Pero creo que es comprensible la llamada Nuestra Señora de la Sanidad fuese más que solo una humana.
Sin embargo; no significaba que tuviese que hacer conversación. Mucho menos con… esa invitación a hacerlo. «Una noche encantadora, sí», puse mi propia mueca: una media sonrisa sarcástica. «Es el peor equivalente de “hace buen clima” que he oído jamás».
Me mantuve quieto mientras se acercaba, sin disimulo en mi mirada de que no aprobaba tal acto. Debió percatarse, a la distancia que paró no podría alcanzarla con solo una buena zancada y estirar el brazo para apuñalarle. Tampoco planeaba hacerlo, simplemente era bueno tomar nota de estas cosas. Quién era estúpido o no. Por lo cantarina y sonriente cualquiera pensaría que la mujer clasificaba en lo primero.
…Yo también lo pensé por un instante; pero me había sembrado dudas muy rápido.
—No —me limité a responder a su pregunta, iba a añadir un señorita; verla rascarse el mentón me hizo cambiar de opinión sobre hacerlo—. No lo soy, y preferiría que de ninguna manera se me considerase parte de la calumnia que conforma esta ciudad —añadí, moviendo una mano a la espalda—… hm. Podrías decir que sí... desde ciertos puntos de vista. No es que sepa dónde estoy parado, es solo que no me interesa —repliqué.
Evalué a la mujer para nada. Al menos, para conclusiones que no quería creer. Lucía cómoda con todo esto, como si fuese por ahí toda noche hablando con cualquier desconocido que se encontrase – de paso, de mi calibre. No había sujetos así en Ciudad Lagarto excepto yo. Puede, puede que igual de preocupante a eso… ofreciéndoles ayuda. ¿Qué pasaba si decía “sí”? ¿Empezaría a andar camino a la susodicha taberna? Guiar a alguien usualmente implicaba darle la espalda.
Es decir, implicaba cometer un error que a la mayoría le costaba el no poder cometer otro más nunca. Resultaba tentador hacer la prueba. No la haría, porque la posibilidad de que simplemente me diese direcciones existía; aunque fuese pequeña, a toda lógica, si me había prestado atención, sabría que darme instrucciones era poco útil. No era de la zona, después de todo.
Seguramente lo más sano era ser sincero e ir al grano. Mentir sobre la taberna y luego llamar atención a lo del pañuelo solo haría que estuviese en posición de preguntarme por qué quería ir a la taberna, si de verdad todos la buscaban.
Aunque eso era interesante. ¿Sería la mejor de la ciudad? Útil. Algo que valía tener en mente.
—Mi nombre es Donovan. Ó Catháin, Donovan Ó Catháin —me presenté, ofreciendo el mío para poder solicitar el suyo—. ¿Y el suyo?
Vi a un costado mientras respondía, sin doblar el cuello tanto como para que se me complicase verla. Musité un pequeño ”mmm” ante las palabras de la mujer.
—Verás… soy un vampiro —dije abriendo los brazos, con un tono seco. Más cercano a uno producido por aburrimiento que rudeza—. He de sospechar que, a diferencia de lo que tú me resultas a mí, no te es sorpresa.
Empecé a andar en su contorno, dibujando círculos alrededor de la mujer.
—Para dejar las pretensiones a un lado, hace una noche deje un cadáver. ¿Para ti, presumo? Hay historias tuyas. El cómo todos los cadáveres en la ciudad desaparecen sin dejar rastro, igual que lo hizo este. Revisé esta mañana —dije, volteando para verla en esas tres palabras—. Ah, ah, ah —negué con el índice, adelantándome a que pudiese decir algo—, y no puedes decirme que no eres tú. Lo huelo, la sangre de ese hombre. Llevas... un poco encima. No es, claro... que me moleste. Solo estoy indagando, ¿por qué? ¿Alguien te paga para qué limpies, hmm?
Me di vuelta, haciendo el mismo recorrido pero en el sentido contrario.
—¿Y cómo los desapareces? ¿Magia? Medios más… mundanos, quizá. ¿Te los comes? —alcé una mano—. Puedes ser sincera, no critico gustos carnales. Elegí un blanco grande precisamente para que resultase apetecible. También para que fuese difícil de llevar, no te imagino cargándolo, ni… comiéndolo ahí. ¿Al menos usas servilletas? —añadí, fingiendo un gesto confundido para sumar al tono sarcástico de la pregunta—. O si no te los comes… ¿dónde los llevas? Vamos a esa taberna; Laverna, yo invito. Estoy impaciente por atender a todo esto; aunque admito, me esperaba algo más emocionante. No es por... juzgarte.
Aunque eso estaba haciendo.
—…Pero creo que es comprensible la llamada Nuestra Señora de la Sanidad fuese más que solo una humana.
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Re: Ambrosía [Privado]
El hombre no se sobresaltó cuando Thaiss se acercó hasta él, si bien siempre manteniendo esa distancia prudencial que podía ser la diferencia entre la vida y la muerta cuando encuentras a un desconocido de noche. No parecía intimidado ni asustado, lo cual probablemente indicaría que tenía mucha fé en si mismo y en su propia seguridad. Probablemente era el tipo de persona al que era mejor no molestar. Pero aunque lo pensó, Thaiss nunca se daría por aludida ante tal recomendación.
Por supuesto que iba a molestarlo, si surgía la ocasión.
- Sí, es una ciudad verdaderamente calumniosa. Es uno de sus principales atractivos, el motivo por el que la gente viene y se queda para siempre; un "siempre" a veces algo corto. Así que me alegro de escuchar que no quiere formar parte de ella - añadió alegremente-: eso probablemente alargue sus esperanzas de vida. Siempre es agradable conocer a alguien con una esperanza de vida razonable. Da mucha pena hacer nuevos amigos y que duren sólo un par de días. ¡Y debemos ser amigos, si nos estamos dando nuestros nombres! Yo me llamo - ladeó la cabeza, como si estuviese eligiendo en ese mismo momento cómo se llamaba; pero tardó tan poco en seguir la frase que pareció improbable que estuviera mintiendo -... Rigoberta. Es un placer, Donie.
Donovan procedió a revelar su raza, y lo de la esperanza de vida larga pasó a tener un significado diferente del que había tenido antes. Thaiss parpadeó un par de veces, pero mantuvo su semblante impasible y sonriente.
- ¡Oh! Por supuesto que no es sorpresa - mintió, moviendo la cabeza para seguirlo mientras él comenzaba a dar vueltas a su alrededor -. Me parece evidente, claro.
Lo que dijo a continuación parecía tener menos y menos sentido. ¡Pero era tan divertido que así fuera! Thaiss esperó con intriga su oportunidad para volver a hablar, que él le denegó. Tan seguro estaba de estar dando en el clavo con todo lo que asumía, que la ladrona no tuvo oportunidad para negar nada. Aquello le dio más tiempo para considerar qué haría al respecto.
Y es que la mente de Thaiss se debatía entre la verdad y la mentira. Entre la posibilidad de estar metiéndose en algo un poco demasiado peligroso, y lo tremendamente tentador que sonaba todo aquel malentendido. Se alegraba de haber dado un nombre falso, porque más y más sospechaba que Donie y ella no terminarían siendo amigos si le mentía ahora.
Aunque no sería la primera mentira; igual que no conocía ninguna taberna Laverna, ni se llamaba Rigoberta.
- Fascinante - comenzó a hablar más despacio. Se llevó las manos a la espalda, y esto le dió un aspecto un poco más serio. Pretendía, con esto, que su postura corporal pareciera decir "ahora sí te tomo en serio" -. Admiro que hayas podido llegar a estas conclusiones. Como alguien de tu capacidad investigativa sin duda sabrá ya, nada de esto es información pública. Nadie sabe cómo se limpian exactamente los cuerpos. Pero te admitire una cosa: en Ciudad Lagarto no todo es lo que parece. Aceptaré tu oferta - subió el tono de su voz de golpe -, podemos ir y hablar de esto en la taberna. Cuéntame, ¿qué habría sido menos decepcionante que una humana? ¿Y por qué te parece tan importante averiguar cómo se limpia la ciudad? ¿No es lo más importante el simple hecho de que se limpie?
Parecía que Donovan quería sacarle más información, con lo que quiso pensar que no intentaría matarla. No mientras no se diera cuenta de que ella apenas sabía de qué estaba hablando. Así que se arriesgó un poco, y lo invitó a que caminara con ella, acortando aquella distancia prudencial que los había separado hasta ahora.
Si bien Thaiss no conocía específicamente ninguna Laverna, sí sabía de otros lugares de aspecto discreto, metidos en callejuelas y no en lugares céntricos, donde sería posible charlar de falsos secretos. Guió a Donovan hasta allí, dándole conversación más insustancial mientras estuvieran en la vía pública.
Finalmente llegaron a un local: "Taberna La Sibilina". El cartel de fuera dejaba claro que el nombre, al menos, no era lo que Rigoberta había prometido. Pero ella no le dedicó un segundo a considerarlo, y entró.
El local estaba más iluminado que las calles, pero no contaba con grandes fuentes de luz que revelaran más de lo necesario de sus comensales. No había nadie haciendo demasiado ruido, y cada grupo de personas se encontraba a distancia prudencial los unos de los otros. Rigoberta señaló a una mesa desocupada en una esquina y fue hacia allí.
- Así que dejaste un cadáver para seguirle el rastro. Me parece una técnica muy interesante. Muy creativa. Y quizás ahora sea el momento en el que me digas, ¿cómo sabes que yo llevo esa sangre encima?
Por supuesto que iba a molestarlo, si surgía la ocasión.
- Sí, es una ciudad verdaderamente calumniosa. Es uno de sus principales atractivos, el motivo por el que la gente viene y se queda para siempre; un "siempre" a veces algo corto. Así que me alegro de escuchar que no quiere formar parte de ella - añadió alegremente-: eso probablemente alargue sus esperanzas de vida. Siempre es agradable conocer a alguien con una esperanza de vida razonable. Da mucha pena hacer nuevos amigos y que duren sólo un par de días. ¡Y debemos ser amigos, si nos estamos dando nuestros nombres! Yo me llamo - ladeó la cabeza, como si estuviese eligiendo en ese mismo momento cómo se llamaba; pero tardó tan poco en seguir la frase que pareció improbable que estuviera mintiendo -... Rigoberta. Es un placer, Donie.
Donovan procedió a revelar su raza, y lo de la esperanza de vida larga pasó a tener un significado diferente del que había tenido antes. Thaiss parpadeó un par de veces, pero mantuvo su semblante impasible y sonriente.
- ¡Oh! Por supuesto que no es sorpresa - mintió, moviendo la cabeza para seguirlo mientras él comenzaba a dar vueltas a su alrededor -. Me parece evidente, claro.
Lo que dijo a continuación parecía tener menos y menos sentido. ¡Pero era tan divertido que así fuera! Thaiss esperó con intriga su oportunidad para volver a hablar, que él le denegó. Tan seguro estaba de estar dando en el clavo con todo lo que asumía, que la ladrona no tuvo oportunidad para negar nada. Aquello le dio más tiempo para considerar qué haría al respecto.
Y es que la mente de Thaiss se debatía entre la verdad y la mentira. Entre la posibilidad de estar metiéndose en algo un poco demasiado peligroso, y lo tremendamente tentador que sonaba todo aquel malentendido. Se alegraba de haber dado un nombre falso, porque más y más sospechaba que Donie y ella no terminarían siendo amigos si le mentía ahora.
Aunque no sería la primera mentira; igual que no conocía ninguna taberna Laverna, ni se llamaba Rigoberta.
- Fascinante - comenzó a hablar más despacio. Se llevó las manos a la espalda, y esto le dió un aspecto un poco más serio. Pretendía, con esto, que su postura corporal pareciera decir "ahora sí te tomo en serio" -. Admiro que hayas podido llegar a estas conclusiones. Como alguien de tu capacidad investigativa sin duda sabrá ya, nada de esto es información pública. Nadie sabe cómo se limpian exactamente los cuerpos. Pero te admitire una cosa: en Ciudad Lagarto no todo es lo que parece. Aceptaré tu oferta - subió el tono de su voz de golpe -, podemos ir y hablar de esto en la taberna. Cuéntame, ¿qué habría sido menos decepcionante que una humana? ¿Y por qué te parece tan importante averiguar cómo se limpia la ciudad? ¿No es lo más importante el simple hecho de que se limpie?
Parecía que Donovan quería sacarle más información, con lo que quiso pensar que no intentaría matarla. No mientras no se diera cuenta de que ella apenas sabía de qué estaba hablando. Así que se arriesgó un poco, y lo invitó a que caminara con ella, acortando aquella distancia prudencial que los había separado hasta ahora.
Si bien Thaiss no conocía específicamente ninguna Laverna, sí sabía de otros lugares de aspecto discreto, metidos en callejuelas y no en lugares céntricos, donde sería posible charlar de falsos secretos. Guió a Donovan hasta allí, dándole conversación más insustancial mientras estuvieran en la vía pública.
Finalmente llegaron a un local: "Taberna La Sibilina". El cartel de fuera dejaba claro que el nombre, al menos, no era lo que Rigoberta había prometido. Pero ella no le dedicó un segundo a considerarlo, y entró.
El local estaba más iluminado que las calles, pero no contaba con grandes fuentes de luz que revelaran más de lo necesario de sus comensales. No había nadie haciendo demasiado ruido, y cada grupo de personas se encontraba a distancia prudencial los unos de los otros. Rigoberta señaló a una mesa desocupada en una esquina y fue hacia allí.
- Así que dejaste un cadáver para seguirle el rastro. Me parece una técnica muy interesante. Muy creativa. Y quizás ahora sea el momento en el que me digas, ¿cómo sabes que yo llevo esa sangre encima?
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Re: Ambrosía [Privado]
Le dediqué un único pestañeo como respuesta a su propuesta de amistad. Puede que fuese más correcto decir a sus razones para esto, solo por darnos nombres… tan pocos amigos tendría. O con esos estándares, tantos.
—Rigoberta —repetí tras ella, secamente—. ¿Nombre de un antepasado tuyo? ¿Abuela, quizá? No imagino porque otra razón tus padres te darían un nombre tan…
Inspiré.
—Maravilloso —completé, con un tono que fallaba levemente en ocultar lo que verdaderamente opinaba del nombre. Tan solo tener que pronunciarlo… exhalé con algo de fuerza por la nariz, suficiente para que fuese audible.
Por lo menos, aunque la mujer insistía en sonreír–porque eso era insistencia–ahora daba una postura más seria. Hace poco pensé que no habían imposibles: retiraba lo dicho, si existía, y éste era uno de ellos, no existía una persona tan alegre en el mundo para sonreír durante tanto tiempo sin ninguna razón.
Eventualmente me detuve. Fruncí el ceño y abandoné la ligera inclinación que había tomado al andar en círculos, poniéndome completamente recto. La mujer... por sus preguntas, tenía noción de lo que estaba hablando. Sin embargo; estaba preguntando desde la posición de un tercero, como si no fuera ella. Abrí la boca levemente, enseñando por una fracción de segundo mis colmillos antes de cerrarla por la posibilidad de una terrible, espeluznante idea.
¿…No era ella? ¿Estaba equivocado?
Chasqueé la lengua en un audible tch, más incómodo que molesto. Tomé aire, bien podría asesinarla solo por… sacarme de arriba este gigantesco error. No quería imaginar como de estúpido luciría desde ninguna otra cabeza si había desacertado con la mujer. Especialmente, no quería imaginar cómo lucí en la suya- ah… ah. Tomé aire otra vez y lo deje ir en una leve exhalación bocal, como esa fuese la razón por la que estaba sonriendo tanto, asesinarla no sería suficiente. Quemarla, entonces quemar las cenizas.
Me lleve una mano a la cara, negando levemente y reprochando mi propia actitud y pensamientos. Muy temprano para juzgar. A prestigio de la señorita… Rigoberta, estaba sonriendo desde mucho antes que dijese alguna palabra. Tenía la sangre encima, no había razón para que no fuese ella, probablemente… intentaba desviarme, si había admitido que la ciudad no era lo que parecía.
Estaba de acuerdo. Era mucho peor.
La vi fijamente a los ojos durante sus dos últimas preguntas y levanté un poco un brazo, invitándola a que avanzase y comenzara a guiarme a la taberna.
—Oh, cariño. Porque me interesa —respondí, tomándome unos segundos para seguirla—. Alguien con los medios para limpiar todo cadáver en algo de la inmensidad de… hmm… no una ciudad, ciertamente… pero no tan lejos del tamaño de una. ¿Sin dejar rastro? O, si lo prefieres así, sin dejar algo tan substancial como para que sirva. Tiene potencial, el número de fechorías que se pueden cometer por no dejar nada atrás aumenta, como aumenta la cantidad de gente dispuesta a cumplirlas. Que se limpie, en sí, es menos importante para mí que para los que viven aquí, eso lo entiendo. El olor a muerto continuo sería… un problema para la motivación, podrían quitarle las ganas a la gente de matar, eso sería espantoso.
Su primera pregunta, como se le habría hecho evidente, no la respondí. Prefería ser del lado que hacía preguntas y tenía respuestas que las respuestas, por lo que camino al lugar hice comentarios, más proposiciones, más preguntas, por sacarle algo. Le daría crédito, la forma en que cambiaba el tema o me respondía sin decir nada útil era extraordinaria, casi elegante. Un talento, incluso.
Me irritaba un poco ser quien tuviera que tratar con eso, claro. No me servía que tuviese esa capacidad porque relucía contra mis propósitos, pero tampoco podía ponerme ordinario. No… todavía. Paré frente a la taberna, llevándome las manos atrás y subiendo los ojos, no la cabeza, solo los ojos, al cartel del lugar al que Rigoberta tan confiaba entraba. En un arrebato de caballerosidad, pestañeé, tomándome un buen segundo entero en completarlo, para ver si el cartel había cambiado por arte de magia, para ver, si por casualidad, yo estaba ciego, o no podía leer bien de noche.
Pero seguía llamándose La Sibilina. Vi con cierta aspereza a espaldas de la mujer, no era el lugar prometido.
Vi alrededor. Al menos… era cauto. En un visible no-tan-mal estado, lo cual para esta ciudad debía ser uno bueno, si tenía que juzgar por todas las que había visto y todas las que me imaginaba. No lo pasaría por alto indistintamente, pero serviría por el momento.
La alcancé, entrando al lugar listo para quejarme. Hm. Sí... no estaba horrendamente mal iluminado, solo lo justo. Tampoco había el nivel de volumen de la taberna promedio, es decir, uno intolerable, y no había… “grupitos”, por falta de un mejor término, de borrachos. Ni siquiera de gente.
Asentí para mí mismo, más o menos satisfecho. Igual no dejaría ir que esta no era la taberna Laverna. Me dirigí a la mesa señalada por Rigoberta – dios, iba a matar a sus padres. Habría matado a los míos como se les ocurriese ponerme Rigoberto – y tomé asiento. No planeaba hacer conversación luego de lo fructífero que había resultado toda la hecha camino al lugar, pero no podía simplemente ignorar a con quien compartía mesa. No cuando tenía razones para no hacerlo.
—Seguirle —repetí, viéndola de reojo y remarcando a como usaba una forma que se refería a alguien más. ¿Admitía no ser ella, o era lo de qué intentaba desviarme? Puede incluso que le gustase… hm, separar sus personas, la Rigoberta con la que hablaba, en su cabeza, no era la Rigoberta que limpiaba las calles—. Sí, naturalmente. Es lo que resultaba práctico, para alguien que toma cadáveres y los desaparece, no existen mejores opciones. ¿O sí? —terminé de voltear para verla de frente, proponiendo la pregunta solo por escuchar si tenía mejores maneras de… ¿atraerse? O atraerlo —. Lo considero un éxito, incluso sin un rastro servible. Como mínimo, el cadáver ya no estaba... así que toma la carnada, lo que quiere decir que volverá si dejo otro más.
—…Sobre la sangre, es evidente —dije, como si lo fuera—. Vampiro. Puedo olerla, de la misma manera que puedo oler al camarero que viene a nosotros. Hombre-bestia —añadí, por demostrar y dar a entender a lo que llegaba y hacer más creíble lo del paño.
—B-Buenas noches —saludó el susodicho con la cabeza al llegar—. ¿Sus p-pedidos? Algo para… beber, ¿o-o prefieren solo com- ah. ¡Ah! Quiero decir… al revés, algo para comer o solo bebida —dijo, algo atropellado en las palabras.
Punto negativo para él. Debería inclinarse entero; una reverencia, pero no pondría exigencias contra alguien que solo trataría unos segundos. Se trataba de un chico reno, bajo, a ojo y sin contar astas, sería del mismo tamaño de la mujer. Tenía bastante pelo en el cuello, casi una melena. Lucía… más bestia que hombre, sus manos no estaban formadas tanto como manos como patas, una con la que sostenía una pequeña libreta y una pluma con tinta que, en vez de agarrada, parecía más bien clavada entre las pezuñas de la otra.
—Guisantes y carne, que no quede demasiado picante. De upelero, o en su defecto de ganso, cabra, gallina, en ese orden. Si por algún horror no tienen nada de eso… la más blanda que tengan, supongo —solté con desgano ante la idea—. Beber, hmm… ¿aguamiel?
Negó con la cabeza. Volteé los ojos, suspirando y negando con la cabeza, lo que pareció partirle el corazón. No es que fuese su culpa.
—…Cualquier zumo de fruta fermentada, entonces. Dame una muestra, decidiré si lo quiero. Si no, será agua.
El joven anotó, increíblemente rápido. Alcé las cejas al ver que no se le caía la pluma, si era sincero, estaba esperando eso desde el segundo que lo vi. Bien por él. Observé a Rigoberta sin decir nada, expectante, haciendo la pregunta por el chico.
—¿Usted?
—Rigoberta —repetí tras ella, secamente—. ¿Nombre de un antepasado tuyo? ¿Abuela, quizá? No imagino porque otra razón tus padres te darían un nombre tan…
Inspiré.
—Maravilloso —completé, con un tono que fallaba levemente en ocultar lo que verdaderamente opinaba del nombre. Tan solo tener que pronunciarlo… exhalé con algo de fuerza por la nariz, suficiente para que fuese audible.
Por lo menos, aunque la mujer insistía en sonreír–porque eso era insistencia–ahora daba una postura más seria. Hace poco pensé que no habían imposibles: retiraba lo dicho, si existía, y éste era uno de ellos, no existía una persona tan alegre en el mundo para sonreír durante tanto tiempo sin ninguna razón.
Eventualmente me detuve. Fruncí el ceño y abandoné la ligera inclinación que había tomado al andar en círculos, poniéndome completamente recto. La mujer... por sus preguntas, tenía noción de lo que estaba hablando. Sin embargo; estaba preguntando desde la posición de un tercero, como si no fuera ella. Abrí la boca levemente, enseñando por una fracción de segundo mis colmillos antes de cerrarla por la posibilidad de una terrible, espeluznante idea.
¿…No era ella? ¿Estaba equivocado?
Chasqueé la lengua en un audible tch, más incómodo que molesto. Tomé aire, bien podría asesinarla solo por… sacarme de arriba este gigantesco error. No quería imaginar como de estúpido luciría desde ninguna otra cabeza si había desacertado con la mujer. Especialmente, no quería imaginar cómo lucí en la suya- ah… ah. Tomé aire otra vez y lo deje ir en una leve exhalación bocal, como esa fuese la razón por la que estaba sonriendo tanto, asesinarla no sería suficiente. Quemarla, entonces quemar las cenizas.
Me lleve una mano a la cara, negando levemente y reprochando mi propia actitud y pensamientos. Muy temprano para juzgar. A prestigio de la señorita… Rigoberta, estaba sonriendo desde mucho antes que dijese alguna palabra. Tenía la sangre encima, no había razón para que no fuese ella, probablemente… intentaba desviarme, si había admitido que la ciudad no era lo que parecía.
Estaba de acuerdo. Era mucho peor.
La vi fijamente a los ojos durante sus dos últimas preguntas y levanté un poco un brazo, invitándola a que avanzase y comenzara a guiarme a la taberna.
—Oh, cariño. Porque me interesa —respondí, tomándome unos segundos para seguirla—. Alguien con los medios para limpiar todo cadáver en algo de la inmensidad de… hmm… no una ciudad, ciertamente… pero no tan lejos del tamaño de una. ¿Sin dejar rastro? O, si lo prefieres así, sin dejar algo tan substancial como para que sirva. Tiene potencial, el número de fechorías que se pueden cometer por no dejar nada atrás aumenta, como aumenta la cantidad de gente dispuesta a cumplirlas. Que se limpie, en sí, es menos importante para mí que para los que viven aquí, eso lo entiendo. El olor a muerto continuo sería… un problema para la motivación, podrían quitarle las ganas a la gente de matar, eso sería espantoso.
Su primera pregunta, como se le habría hecho evidente, no la respondí. Prefería ser del lado que hacía preguntas y tenía respuestas que las respuestas, por lo que camino al lugar hice comentarios, más proposiciones, más preguntas, por sacarle algo. Le daría crédito, la forma en que cambiaba el tema o me respondía sin decir nada útil era extraordinaria, casi elegante. Un talento, incluso.
Me irritaba un poco ser quien tuviera que tratar con eso, claro. No me servía que tuviese esa capacidad porque relucía contra mis propósitos, pero tampoco podía ponerme ordinario. No… todavía. Paré frente a la taberna, llevándome las manos atrás y subiendo los ojos, no la cabeza, solo los ojos, al cartel del lugar al que Rigoberta tan confiaba entraba. En un arrebato de caballerosidad, pestañeé, tomándome un buen segundo entero en completarlo, para ver si el cartel había cambiado por arte de magia, para ver, si por casualidad, yo estaba ciego, o no podía leer bien de noche.
Pero seguía llamándose La Sibilina. Vi con cierta aspereza a espaldas de la mujer, no era el lugar prometido.
Vi alrededor. Al menos… era cauto. En un visible no-tan-mal estado, lo cual para esta ciudad debía ser uno bueno, si tenía que juzgar por todas las que había visto y todas las que me imaginaba. No lo pasaría por alto indistintamente, pero serviría por el momento.
La alcancé, entrando al lugar listo para quejarme. Hm. Sí... no estaba horrendamente mal iluminado, solo lo justo. Tampoco había el nivel de volumen de la taberna promedio, es decir, uno intolerable, y no había… “grupitos”, por falta de un mejor término, de borrachos. Ni siquiera de gente.
Asentí para mí mismo, más o menos satisfecho. Igual no dejaría ir que esta no era la taberna Laverna. Me dirigí a la mesa señalada por Rigoberta – dios, iba a matar a sus padres. Habría matado a los míos como se les ocurriese ponerme Rigoberto – y tomé asiento. No planeaba hacer conversación luego de lo fructífero que había resultado toda la hecha camino al lugar, pero no podía simplemente ignorar a con quien compartía mesa. No cuando tenía razones para no hacerlo.
—Seguirle —repetí, viéndola de reojo y remarcando a como usaba una forma que se refería a alguien más. ¿Admitía no ser ella, o era lo de qué intentaba desviarme? Puede incluso que le gustase… hm, separar sus personas, la Rigoberta con la que hablaba, en su cabeza, no era la Rigoberta que limpiaba las calles—. Sí, naturalmente. Es lo que resultaba práctico, para alguien que toma cadáveres y los desaparece, no existen mejores opciones. ¿O sí? —terminé de voltear para verla de frente, proponiendo la pregunta solo por escuchar si tenía mejores maneras de… ¿atraerse? O atraerlo —. Lo considero un éxito, incluso sin un rastro servible. Como mínimo, el cadáver ya no estaba... así que toma la carnada, lo que quiere decir que volverá si dejo otro más.
—…Sobre la sangre, es evidente —dije, como si lo fuera—. Vampiro. Puedo olerla, de la misma manera que puedo oler al camarero que viene a nosotros. Hombre-bestia —añadí, por demostrar y dar a entender a lo que llegaba y hacer más creíble lo del paño.
—B-Buenas noches —saludó el susodicho con la cabeza al llegar—. ¿Sus p-pedidos? Algo para… beber, ¿o-o prefieren solo com- ah. ¡Ah! Quiero decir… al revés, algo para comer o solo bebida —dijo, algo atropellado en las palabras.
Punto negativo para él. Debería inclinarse entero; una reverencia, pero no pondría exigencias contra alguien que solo trataría unos segundos. Se trataba de un chico reno, bajo, a ojo y sin contar astas, sería del mismo tamaño de la mujer. Tenía bastante pelo en el cuello, casi una melena. Lucía… más bestia que hombre, sus manos no estaban formadas tanto como manos como patas, una con la que sostenía una pequeña libreta y una pluma con tinta que, en vez de agarrada, parecía más bien clavada entre las pezuñas de la otra.
—Guisantes y carne, que no quede demasiado picante. De upelero, o en su defecto de ganso, cabra, gallina, en ese orden. Si por algún horror no tienen nada de eso… la más blanda que tengan, supongo —solté con desgano ante la idea—. Beber, hmm… ¿aguamiel?
Negó con la cabeza. Volteé los ojos, suspirando y negando con la cabeza, lo que pareció partirle el corazón. No es que fuese su culpa.
—…Cualquier zumo de fruta fermentada, entonces. Dame una muestra, decidiré si lo quiero. Si no, será agua.
El joven anotó, increíblemente rápido. Alcé las cejas al ver que no se le caía la pluma, si era sincero, estaba esperando eso desde el segundo que lo vi. Bien por él. Observé a Rigoberta sin decir nada, expectante, haciendo la pregunta por el chico.
—¿Usted?
Ó Catháin
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Re: Ambrosía [Privado]
- ¿"Usted"? - Repitió, escandalizada - Donnie, esto no puede ser. Somos amigos, no puedes tratarme de usted. ¿Acaso todos esos años no significaron nada para ti? ¿Acaso no te diriges a mí como "cariño" y "Bettie" a estas alturas? - Miró al mesero, que seguía junto a ellos con apariencia de estar muy incómodo - ¿Te lo puedes creer? Una lo da todo por otra persona, y de golpe la tratan de usted. ¿No es horrible?
- Ehm...
El chico intentó responder algo, visto que le estaban preguntando directamente. Pero antes de que dijera nada más Thaiss volvió a sonreír afablemente y siguió hablando con un tono más relajado.
- Un vaso de leche para mí; y he visto en otras mesas que tenéis un gratinado de patata y algo... Uno de esos. Seguro que está delicioso.
Dicho lo cual, ensanchó un poco su sonrisa para invitar al chico a que se fuera. Tan joven. Tan miedoso. El mesero comprendió que ya había terminado de hacer su trabajo, y balbuceó algo sobre que no tardaría mucho en traerles las bebidas.
Una vez se volvieron a quedar solos, Thaiss pudo retornar al tema que los concernía.
- Así que... olfato - repitió. Al hacerlo, metió la mano en su zurrón y rebuscó un poco, para sacar al instante un pañuelo que estaba hecho un ovillo. Para desplegarlo, lo agitó varias veces delante de Donovan, en una moción terriblemente similar a la que había efectuado con otros perros durante el día; se vió entonces que estaba manchado con sangre seca -. Bueno, a veces la realidad es mucho más decepcionante de lo que uno pensaba. Pero míralo por el lado positivo: aún puede ser que quien retire los cuerpos de Ciudad Lagarto no sea una simple humana.
Aunque sonreía afablemente, las palabras que Thaiss elegía y la entonación que les daba parecían decir "¿No es posible que una simple humana te esté sorprendiendo ahora mismo?".
- Ayer mientras realizaba mi tradicional paseo nocturno, ví a una figura recoger sangre de un cadáver. Yo también me llevé un poco - estiró el pañuelo manchado entre sus manos, jugando a deformarlo -. Y ha sido tan útil como esperaba, visto que ha permitido que nos encontremos. ¿Qué mejores amistades hay que aquellas que crea una unión por sangre? Et voila. ¿Ves cómo tenemos que ser amigos para siempre?
El mesero, que no sabía o no quería leer cuándo era un buen momento para interrumpir, volvió en ese instante con un vaso de leche y dos vasitos con diferentes zumos de fruta para que Donovan los probara. Parecía ansioso por estar haciéndolo bien y que el vampiro eligiera una de aquellas dos opciones, en lugar de un vaso de agua.
Thaiss preveía que era posible que Donovan no estuviera del todo contento por haberse equivocado en sus suposiciones, y haber sido llevado a una taberna a cenar con alguien que no era quien él pensaba. Sino una simple y corriente humana con un pañuelo ensangrentado. No le sorprendería si el vampiro la tomaba con el mesero, o decidía irse en aquel mismo momento. Así que antes de que pasara una de esas, siguió hablando.
- Yo estoy buscando lo mismo que tú. No llevo mucho tiempo en ello, pero es una cuestión tan misteriosa y poco considerada que merece la pena. Quiero investigarlo y quiero descubrirlo. Y me vendría bien ayuda de alguien como tú. Tienes pinta de persona que no trabaja con otros. ¿Pero quizás por esta vez estarías dispuesto a hacer una excepción?
- Ehm...
El chico intentó responder algo, visto que le estaban preguntando directamente. Pero antes de que dijera nada más Thaiss volvió a sonreír afablemente y siguió hablando con un tono más relajado.
- Un vaso de leche para mí; y he visto en otras mesas que tenéis un gratinado de patata y algo... Uno de esos. Seguro que está delicioso.
Dicho lo cual, ensanchó un poco su sonrisa para invitar al chico a que se fuera. Tan joven. Tan miedoso. El mesero comprendió que ya había terminado de hacer su trabajo, y balbuceó algo sobre que no tardaría mucho en traerles las bebidas.
Una vez se volvieron a quedar solos, Thaiss pudo retornar al tema que los concernía.
- Así que... olfato - repitió. Al hacerlo, metió la mano en su zurrón y rebuscó un poco, para sacar al instante un pañuelo que estaba hecho un ovillo. Para desplegarlo, lo agitó varias veces delante de Donovan, en una moción terriblemente similar a la que había efectuado con otros perros durante el día; se vió entonces que estaba manchado con sangre seca -. Bueno, a veces la realidad es mucho más decepcionante de lo que uno pensaba. Pero míralo por el lado positivo: aún puede ser que quien retire los cuerpos de Ciudad Lagarto no sea una simple humana.
Aunque sonreía afablemente, las palabras que Thaiss elegía y la entonación que les daba parecían decir "¿No es posible que una simple humana te esté sorprendiendo ahora mismo?".
- Ayer mientras realizaba mi tradicional paseo nocturno, ví a una figura recoger sangre de un cadáver. Yo también me llevé un poco - estiró el pañuelo manchado entre sus manos, jugando a deformarlo -. Y ha sido tan útil como esperaba, visto que ha permitido que nos encontremos. ¿Qué mejores amistades hay que aquellas que crea una unión por sangre? Et voila. ¿Ves cómo tenemos que ser amigos para siempre?
El mesero, que no sabía o no quería leer cuándo era un buen momento para interrumpir, volvió en ese instante con un vaso de leche y dos vasitos con diferentes zumos de fruta para que Donovan los probara. Parecía ansioso por estar haciéndolo bien y que el vampiro eligiera una de aquellas dos opciones, en lugar de un vaso de agua.
Thaiss preveía que era posible que Donovan no estuviera del todo contento por haberse equivocado en sus suposiciones, y haber sido llevado a una taberna a cenar con alguien que no era quien él pensaba. Sino una simple y corriente humana con un pañuelo ensangrentado. No le sorprendería si el vampiro la tomaba con el mesero, o decidía irse en aquel mismo momento. Así que antes de que pasara una de esas, siguió hablando.
- Yo estoy buscando lo mismo que tú. No llevo mucho tiempo en ello, pero es una cuestión tan misteriosa y poco considerada que merece la pena. Quiero investigarlo y quiero descubrirlo. Y me vendría bien ayuda de alguien como tú. Tienes pinta de persona que no trabaja con otros. ¿Pero quizás por esta vez estarías dispuesto a hacer una excepción?
Thaiss
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Re: Ambrosía [Privado]
Junté los dedos de las manos, mi expresión más apropiada para alguien jugando cartas que para alguien compartiendo mesa, o para un… como ella lo había puesto, “amigo”.
Tenía varios comentarios; correcciones, y preguntas: «Es Donovan, no “Donnie”».
«Por favor, han sido apenas unos minutos».
«Rigobettie».
«…Está demente. ¿Pero cuánto?»
Un vaso de leche. No pude evitar tornar la cabeza a un lado y dejar ir una leve risa, definitivamente... no una simple humana, casi me encontraba deseando eso justo ahora. Ésta mujer estaba mal en muchos niveles, y en otros, estaba muy bien.
Entrecerré los ojos un poco, no viendo el trapo sino a ella. Me atrevía a imaginar que si yo fuese aquel joven me creería por completo sus palabras, si cuando las conocía inciertas y estando al otro lado de la mesa no sonaban como una mentira. Una mentirosa, y una compulsiva, si tenía que juzgar por nuestras interacciones… y por la única otra interacción que la había visto llevar con alguien más.
Encontrar una en este lugar no me provocaba ningún estupor, pero ahí dibujada la línea y añadía entonces: tampoco una simple mentirosa.
—Estás loca.
Por su forma de ser. Por ir por ahí tomando sangre de un cadáver por ver a otra persona—yo—hacerlo. Su argumento por poco sonaba racional. Tristemente ahora debía analizar las capas detrás de eso, ¿sólo estaba fastidiando? ¿Era parte de su locura?
¿…O de su genio?
Eché el cuerpo atrás para abrir mayor espacio entre mi pecho y la mesa; había olido venir al joven, pero me negaba a romper contacto visual con la mujer. Nadie podía culparme por empezar a tener cautela en este mismo momento. Loca o experta, ambos podían resultar igual de peligrosos, o podía resultar completamente peor si era ambas cosas a la vez.
Tomé de uno de los vasos, murmurando sobre el borde del mismo un par de cosas. No dije nada, realmente: solo murmuré para ver al joven retorcerse un poco. Lo vi de reojo y negué con la cabeza; eso no fue para molestar, tenía que haber traído agua para enjuagarme el sabor de este zumo de la boca y juzgar mejor el otro.
Para este instante, con la revelación de Rigoberta, no quería tenerlo molestando más. Faltaba la comida, sí, pero a menos razones tuviese para seguir estando cerca, mejor. Bebí del segundo sin prestar atención real al sabor y me guíe a secas por el que simplemente me resultó más atractivo, que era este. Puede que me equivocase… pero esto no era nada enormemente importante, había cosas, momentos, donde el segundo lugar; segundo mejor y similares no eran aceptables.
En algo tan trivial como una comida no sería nada sino estúpido complicarme.
—Tendré este —dije, viéndolo de reojo y agitando la mano para hacer que el joven se retirase. Iba a añadir que se apresurasen, pero Rigoberta hablaba.
Reposé la copa sobre la mesa y apoyé la espalda de forma más descuidada sobre la silla, pero no tanto como para compararse al completo abandono como lo haría un borracho. Ni cerca. Entrelacé los dedos, viéndola fijamente otra vez mientras cruzaba una pierna.
—No sé porque dices eso, cariño. Estoy muy dispuesto a trabajar con otros, no tengo delirios sobre números, mucho menos cuentas tan básicas: dos son más que uno. Hay muchos factores si hablamos de... valor y no de cuanto, pero esto es vigilancia… cubrir terreno, si se quiere.
—Lo que no haría es trabajar con cualquiera. Te daré esto: retiro lo dicho, no eres una simple humana. Solo una… una con varias peculiaridades, pero no me molestan. Solo tengamos dos cosas claras antes de cenar: uno; la "figura" que recogió sangre, fui yo, no sé si estás haciéndote la tonta… —la vi un poco más serio—… o no es tan obvio como a mí me resulta. Te comenté que deje un cadáver y que huelo su sangre incluso a distancia, no podría ser…
Cerré los ojos, exhalando levemente por la nariz. Como si suspirase por allí en vez de la boca.
—...Olvídalo. Ciudad Lagarto —gruñí—, no me extrañaría que haya enfermos que encuentren algo atractivo en la sangre más allá de estudio y utilidad médica —renegué con la cabeza. Decir “comida” era otra opción, por supuesto, pero allí yo era el vampiro.
Y ciertamente no comía sangre de esa manera tan desubicada.
—En cualquier caso, dos—es Donovan, no “Donnie.” Si es una necesidad inquebrantable tuya recortar nombres… permitiré Don. Don está bien.
—Me enojaría que mintieses también sobre el nombre de la taberna, pero no estuvo nada mal la comida. Mejor de lo que esperaba, de hecho, estoy satisfecho —dije de salida al lugar, luego de pagar por mi y su cuenta.
No había demasiadas formas de “ganar” allí, si no lo hacía seguramente tendría que haberla aguantado quejándose sobre todos nuestros años de amistad, tres lunas de miel que no recuerdo, ocho deudas pasadas que tampoco pasaron, y demás, y terminan pagando igual para que se callase, algo del estilo. Me había ofrecido en primer lugar; pero eso era por profesionalismo… al final pagué para no tener que oírla demasiado.
Saqué un pequeño pañuelo y se lo tendí para que se limpiase la boca, volviendo la mano a la ropa para sacar también un pergamino enrollado. No goteaba, pero se notaba a simple vista que estaba húmedo.
—Esto —dije, abriendo el pergamino—, es un mapa de esta "ciudad”. Lo conseguí en el canal de agua que cruza a través de ella… naturalmente, dañado. Lo restauré como pude, tuve que recurrir a alquimia, incluso, para secarlo. Hm. No, eso no es cierto, para evitar que se fragmentase en pedazos ante la más mínima sacudida. Igual, la tinta se corrió, pero es…
Fruncí levemente el ceño. Estaba mucho peor que antes, seguramente al doblarlo… ugh.
—Aceptable —terminé de decir. Corté el mapa con el lado de la mano—. Si bien la limpieza ocurre en toda la ciudad, hacia el este ustedes tienen solo… hm, ¿mar? Al oeste bosques. Al sur bosques, al norte… me han dicho que una parada para bio-cibernéticos. No importa: la mayoría ocurre aquí —doblé la punta del índice y curvé el pulgar—, no sé si es ocasional, o si matan más gente allí por temporadas —expliqué, con tono sarcástico.
Sarcástico y de “hay una parte muy pequeña de mí que puede creer que sea cierto.”
—Me parece que hay... viviendas —dije, decidido por esa palabra—, a extremos de la ciudad. Lejos. Hay alguna en particular que alinea más o menos con ésta área, no está cerca, pero no esta lejos. ¿Sabes, de casualidad, quién vive allí? No pretendo que adivines, sé lo irrazonable que es preguntar eso, pero ya que pareces una persona con muchísimos amigos…
—…y el hecho de que alguien que se ponga tan lejos del centro debería ser notorio para todos los demás, no veo tan disparatado que lo sepas. Si no lo sabes—bueno, sugiero pagarle una visita. Eso o usar la técnica que encontraste tan interesante. Haré una excepción; ya que claramente soy alguien que trabaja solo, y te escucharé si tienes una mejor idea.
Tenía varios comentarios; correcciones, y preguntas: «Es Donovan, no “Donnie”».
«Por favor, han sido apenas unos minutos».
«Rigobettie».
«…Está demente. ¿Pero cuánto?»
Un vaso de leche. No pude evitar tornar la cabeza a un lado y dejar ir una leve risa, definitivamente... no una simple humana, casi me encontraba deseando eso justo ahora. Ésta mujer estaba mal en muchos niveles, y en otros, estaba muy bien.
Entrecerré los ojos un poco, no viendo el trapo sino a ella. Me atrevía a imaginar que si yo fuese aquel joven me creería por completo sus palabras, si cuando las conocía inciertas y estando al otro lado de la mesa no sonaban como una mentira. Una mentirosa, y una compulsiva, si tenía que juzgar por nuestras interacciones… y por la única otra interacción que la había visto llevar con alguien más.
Encontrar una en este lugar no me provocaba ningún estupor, pero ahí dibujada la línea y añadía entonces: tampoco una simple mentirosa.
—Estás loca.
Por su forma de ser. Por ir por ahí tomando sangre de un cadáver por ver a otra persona—yo—hacerlo. Su argumento por poco sonaba racional. Tristemente ahora debía analizar las capas detrás de eso, ¿sólo estaba fastidiando? ¿Era parte de su locura?
¿…O de su genio?
Eché el cuerpo atrás para abrir mayor espacio entre mi pecho y la mesa; había olido venir al joven, pero me negaba a romper contacto visual con la mujer. Nadie podía culparme por empezar a tener cautela en este mismo momento. Loca o experta, ambos podían resultar igual de peligrosos, o podía resultar completamente peor si era ambas cosas a la vez.
Tomé de uno de los vasos, murmurando sobre el borde del mismo un par de cosas. No dije nada, realmente: solo murmuré para ver al joven retorcerse un poco. Lo vi de reojo y negué con la cabeza; eso no fue para molestar, tenía que haber traído agua para enjuagarme el sabor de este zumo de la boca y juzgar mejor el otro.
Para este instante, con la revelación de Rigoberta, no quería tenerlo molestando más. Faltaba la comida, sí, pero a menos razones tuviese para seguir estando cerca, mejor. Bebí del segundo sin prestar atención real al sabor y me guíe a secas por el que simplemente me resultó más atractivo, que era este. Puede que me equivocase… pero esto no era nada enormemente importante, había cosas, momentos, donde el segundo lugar; segundo mejor y similares no eran aceptables.
En algo tan trivial como una comida no sería nada sino estúpido complicarme.
—Tendré este —dije, viéndolo de reojo y agitando la mano para hacer que el joven se retirase. Iba a añadir que se apresurasen, pero Rigoberta hablaba.
Reposé la copa sobre la mesa y apoyé la espalda de forma más descuidada sobre la silla, pero no tanto como para compararse al completo abandono como lo haría un borracho. Ni cerca. Entrelacé los dedos, viéndola fijamente otra vez mientras cruzaba una pierna.
—No sé porque dices eso, cariño. Estoy muy dispuesto a trabajar con otros, no tengo delirios sobre números, mucho menos cuentas tan básicas: dos son más que uno. Hay muchos factores si hablamos de... valor y no de cuanto, pero esto es vigilancia… cubrir terreno, si se quiere.
—Lo que no haría es trabajar con cualquiera. Te daré esto: retiro lo dicho, no eres una simple humana. Solo una… una con varias peculiaridades, pero no me molestan. Solo tengamos dos cosas claras antes de cenar: uno; la "figura" que recogió sangre, fui yo, no sé si estás haciéndote la tonta… —la vi un poco más serio—… o no es tan obvio como a mí me resulta. Te comenté que deje un cadáver y que huelo su sangre incluso a distancia, no podría ser…
Cerré los ojos, exhalando levemente por la nariz. Como si suspirase por allí en vez de la boca.
—...Olvídalo. Ciudad Lagarto —gruñí—, no me extrañaría que haya enfermos que encuentren algo atractivo en la sangre más allá de estudio y utilidad médica —renegué con la cabeza. Decir “comida” era otra opción, por supuesto, pero allí yo era el vampiro.
Y ciertamente no comía sangre de esa manera tan desubicada.
—En cualquier caso, dos—es Donovan, no “Donnie.” Si es una necesidad inquebrantable tuya recortar nombres… permitiré Don. Don está bien.
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—Me enojaría que mintieses también sobre el nombre de la taberna, pero no estuvo nada mal la comida. Mejor de lo que esperaba, de hecho, estoy satisfecho —dije de salida al lugar, luego de pagar por mi y su cuenta.
No había demasiadas formas de “ganar” allí, si no lo hacía seguramente tendría que haberla aguantado quejándose sobre todos nuestros años de amistad, tres lunas de miel que no recuerdo, ocho deudas pasadas que tampoco pasaron, y demás, y terminan pagando igual para que se callase, algo del estilo. Me había ofrecido en primer lugar; pero eso era por profesionalismo… al final pagué para no tener que oírla demasiado.
Saqué un pequeño pañuelo y se lo tendí para que se limpiase la boca, volviendo la mano a la ropa para sacar también un pergamino enrollado. No goteaba, pero se notaba a simple vista que estaba húmedo.
—Esto —dije, abriendo el pergamino—, es un mapa de esta "ciudad”. Lo conseguí en el canal de agua que cruza a través de ella… naturalmente, dañado. Lo restauré como pude, tuve que recurrir a alquimia, incluso, para secarlo. Hm. No, eso no es cierto, para evitar que se fragmentase en pedazos ante la más mínima sacudida. Igual, la tinta se corrió, pero es…
Fruncí levemente el ceño. Estaba mucho peor que antes, seguramente al doblarlo… ugh.
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—Aceptable —terminé de decir. Corté el mapa con el lado de la mano—. Si bien la limpieza ocurre en toda la ciudad, hacia el este ustedes tienen solo… hm, ¿mar? Al oeste bosques. Al sur bosques, al norte… me han dicho que una parada para bio-cibernéticos. No importa: la mayoría ocurre aquí —doblé la punta del índice y curvé el pulgar—, no sé si es ocasional, o si matan más gente allí por temporadas —expliqué, con tono sarcástico.
Sarcástico y de “hay una parte muy pequeña de mí que puede creer que sea cierto.”
—Me parece que hay... viviendas —dije, decidido por esa palabra—, a extremos de la ciudad. Lejos. Hay alguna en particular que alinea más o menos con ésta área, no está cerca, pero no esta lejos. ¿Sabes, de casualidad, quién vive allí? No pretendo que adivines, sé lo irrazonable que es preguntar eso, pero ya que pareces una persona con muchísimos amigos…
—…y el hecho de que alguien que se ponga tan lejos del centro debería ser notorio para todos los demás, no veo tan disparatado que lo sepas. Si no lo sabes—bueno, sugiero pagarle una visita. Eso o usar la técnica que encontraste tan interesante. Haré una excepción; ya que claramente soy alguien que trabaja solo, y te escucharé si tienes una mejor idea.
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Re: Ambrosía [Privado]
- Gracias - pestañeó, sin acordarle más importancia a que Donovan la llamara loca. Lo agradeció como quien da las gracias porque sabe que es lo socialmente correcto, aunque en realidad no le haya gustado o importado el gesto del otro.
La reacción de Donnie no fue la que ella esperaba exactamente. Considerándolo mientras le escuchaba hablar, la ladrona se golpeó un par de veces en el mentón con el índice. ¿Es posible que se hubiera equivocado al juzgar a una persona con la cual aún no había compartido una hora de conversación? ¡Pero es que justamente aquella era parte de la diversión! Aquel hombre era extraño, sin lugar a dudas, y tenía métodos cuestionables, pero parecía ser también algo más complejo de lo que Thaiss había dado por sentado. Aquello era bueno. Sonrió un poco en la comisura de los labios, una sonrisa de verdad que contrastaba con la sonrisa falsa que solía enarbolar.
Se mantuvo ahí unos largos segundos, y después pareció esconderse otra vez detrás de la sonrisa pretendida.
- Perfecto, Don. Creo que podremos colaborar - accedió, y le dio un sorbo al vaso de leche.
"Llamarte Donovan será algo que tendrás que ganarte, si tanto te importa qué nombre use para ti una no-tan-simple humana". Y es que que no fuera el estereotipo andante que Thaiss había asumido al principio no lo hacía menos culpable de menospreciarla como humana, ni menos cruel en los métodos que parecía usar.
---
Donovan accedió a pagar la cuenta con total caballerosidad. "No es necesario" había dicho Thaiss, sin insistir más de una vez y a pesar de haberlo señalado como el que iba a saldar la cuenta cuando el camarero preguntó temerosamente. De una forma u otra, el vampiro había accedido, y la ladrona había cenado bien si bien no en exceso. No debía abusar de la generosidad ajena.
Miró con atención el mapa, cuya humedad hacía difícil discernir sus detalles.
- Lamentable que esté en tan mal estado. Apuesto a que hay pocos mapas de la ciudad, y cualquier bosquejo de calles habría podido venderse bien. Aunque posiblemente quede desfasado en pocos días. ¡Esta ciudad es tan caótica! ¿Quién da los permisos de construcción de nuevas propiedades?
Escuchó las explicaciones de Donovan. Parecía haber recolectado bastante información útil, a cambio de la cual Thaiss estaba dispuesta a compartir lo poco que sabía ella.
- En esta zona de aquí - señaló con el dedo parte de la zona que había interesado a Donovan - viven sobre todo grupos recién llegados a la ciudad que aún están buscando formas de subsistir. Hay algunas posadas, casas de alquiler, prestamistas, y muchas formas de perder dinero en casas de apuestas. Entre lo desesperado de su situación inicial y las trampas colocadas estratégicamente para endeudarlos, es habitual que el índice de muertes sea más alto ahí. Además, nadie los va a echar de menos.
Se quedó mirando el mapa, considerando la localización de aquella zona. Parecía estar bastante cerca de los bosques...
- Me halagas - sonrió cuando Don habló de hacer una excepción por ella. Sin duda estaba retomando las mismas palabras que ella había elegido anteriormente -. Me gusta tu idea de ir a una zona en la que hay muchos cadáveres que limpiar. No hace falta que engrandezcamos las cifras de muertos de esta ciudad. Más muertos significa más trabajo, y más probable que veamos a lo que sea, o la persona que sea, que se los está llevando. ¿Cierto? Si no me equivoco, es para allá - Y según echó a andar, comentó - Tengo una idea un poco más alocada que la tuya. Si hay una pila de muertos, no me importaría esconderme entre ellos. Parece que lo que sea que limpia las calles está intentando pasar inadvertido, pero claramente no duda en aproximarse a los cadáveres. Se me ocurre que ser, o pretender ser, uno de ellos, es la forma de asegurarse de ver qué está pasando.
La reacción de Donnie no fue la que ella esperaba exactamente. Considerándolo mientras le escuchaba hablar, la ladrona se golpeó un par de veces en el mentón con el índice. ¿Es posible que se hubiera equivocado al juzgar a una persona con la cual aún no había compartido una hora de conversación? ¡Pero es que justamente aquella era parte de la diversión! Aquel hombre era extraño, sin lugar a dudas, y tenía métodos cuestionables, pero parecía ser también algo más complejo de lo que Thaiss había dado por sentado. Aquello era bueno. Sonrió un poco en la comisura de los labios, una sonrisa de verdad que contrastaba con la sonrisa falsa que solía enarbolar.
Se mantuvo ahí unos largos segundos, y después pareció esconderse otra vez detrás de la sonrisa pretendida.
- Perfecto, Don. Creo que podremos colaborar - accedió, y le dio un sorbo al vaso de leche.
"Llamarte Donovan será algo que tendrás que ganarte, si tanto te importa qué nombre use para ti una no-tan-simple humana". Y es que que no fuera el estereotipo andante que Thaiss había asumido al principio no lo hacía menos culpable de menospreciarla como humana, ni menos cruel en los métodos que parecía usar.
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Donovan accedió a pagar la cuenta con total caballerosidad. "No es necesario" había dicho Thaiss, sin insistir más de una vez y a pesar de haberlo señalado como el que iba a saldar la cuenta cuando el camarero preguntó temerosamente. De una forma u otra, el vampiro había accedido, y la ladrona había cenado bien si bien no en exceso. No debía abusar de la generosidad ajena.
Miró con atención el mapa, cuya humedad hacía difícil discernir sus detalles.
- Lamentable que esté en tan mal estado. Apuesto a que hay pocos mapas de la ciudad, y cualquier bosquejo de calles habría podido venderse bien. Aunque posiblemente quede desfasado en pocos días. ¡Esta ciudad es tan caótica! ¿Quién da los permisos de construcción de nuevas propiedades?
Escuchó las explicaciones de Donovan. Parecía haber recolectado bastante información útil, a cambio de la cual Thaiss estaba dispuesta a compartir lo poco que sabía ella.
- En esta zona de aquí - señaló con el dedo parte de la zona que había interesado a Donovan - viven sobre todo grupos recién llegados a la ciudad que aún están buscando formas de subsistir. Hay algunas posadas, casas de alquiler, prestamistas, y muchas formas de perder dinero en casas de apuestas. Entre lo desesperado de su situación inicial y las trampas colocadas estratégicamente para endeudarlos, es habitual que el índice de muertes sea más alto ahí. Además, nadie los va a echar de menos.
Se quedó mirando el mapa, considerando la localización de aquella zona. Parecía estar bastante cerca de los bosques...
- Me halagas - sonrió cuando Don habló de hacer una excepción por ella. Sin duda estaba retomando las mismas palabras que ella había elegido anteriormente -. Me gusta tu idea de ir a una zona en la que hay muchos cadáveres que limpiar. No hace falta que engrandezcamos las cifras de muertos de esta ciudad. Más muertos significa más trabajo, y más probable que veamos a lo que sea, o la persona que sea, que se los está llevando. ¿Cierto? Si no me equivoco, es para allá - Y según echó a andar, comentó - Tengo una idea un poco más alocada que la tuya. Si hay una pila de muertos, no me importaría esconderme entre ellos. Parece que lo que sea que limpia las calles está intentando pasar inadvertido, pero claramente no duda en aproximarse a los cadáveres. Se me ocurre que ser, o pretender ser, uno de ellos, es la forma de asegurarse de ver qué está pasando.
Thaiss
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Re: Ambrosía [Privado]
Atendí a la mujer mientras explicaba sobre la zona. Posadas, alquileres, prestamistas...
Lo último era lo más interesante. Lo más seguro es que contasen con guardias personales y ejecutores, en cualquier otro lugar tendrían al menos lo primero, y en este lugar lo segundo servía más de seguro que otra cosa, con tanta plaga suelta.
—Con que ahí también tienen trampas para endeudar incautos. Pensé que solo había noción de inteligencia alguna en el prostíbulo de la ciudad... ¿son asociados de Owens? El virrey —añadí, en caso de que la mujer no supiese de quien hablaba—. Ciudad Lagarto no parece el mejor lugar del mundo para emprender, sí, claro está, si son drogas o tráfico de personas, cantidades grandes de dinero o cualquier cosa ilegal lo puede parecer, pero no suena como un lugar de amigos. Tener algo aquí solo puede actuar como objeto de envidia para el resto, y luego intentan matarte.
—Y claro, ¿lo qué preguntaste…? —alcé las cejas viéndola, sin estar muy seguro si fue una pregunta retórica, un chiste, o qué por su forma vibrante de ser—. Quién da los permisos. Si es que hay alguno, pero debería. Tienen que tener alguna forma de control para evitar que se les venga encima toda la calumnia que están criando, ¿cómo iba el dicho de los cuervos? —giré la muñeca, acariciándome el entrecejo casi de malas al pensar que la “forma de control” que existiese fuese algo como la ciudad.
Absurda.
Miré a Rigoberta cuando continuó. ¿Le preocupaba de verdad qué hubiese más muertos? Quizá no era una persona que necesariamente gustase de que matasen a otros. Muy rara. No aprecié demasiado que dijese "si no me equivoco...", pero su juzgar de direcciones en la ciudad tenía que ser mejor que el mío.
Tras unos segundos de dudarlo, la seguí, enrollando el pergamino para guardarlo. La vi de reojo unos instantes, expectante de escuchar algo muy preocupante, si alguien como ella había tenido una idea a la que se refirió como “más alocada”. La vi completamente seco, intentando ver donde empezaba y terminaba el chiste, pero no, no había ninguno. De hecho... ahora que lo había dicho, sonaba... ¿lógico? No sonaba mal.
—Nunca se me habría ocurrido a mí —dije, y es que era totalmente cierto. ¿Tirarme al suelo y hacerme el muerto como un ratón? ¿O meterme entre otros muertos? ¿Ensuciarme? Nunca—… deberíamos pasar por... ¿Se supone qué aquí tienen un lugar de dónde comprar ropa? Vas a arruinar la tuya. Por lo demás, estoy de acuerdo, hagamos eso.
—Yo estaré al acecho, si parece algo o alguien peligroso, haré ruido para advertirte... o iré por sus vitales, si parece más conveniente en el momento. Será riesgoso que algo te encuentre en ese estado. Depende de qué tan buena seas actuando estar muerta.
La última oración fue mi forma sutil de decir “no es por juzgar tus dotes teatrales, pero no creo que puedas hacerte lucir demasiado muerta”. Por otro lado, estaba hablando con una mentirosa de primera clase. No es que mentir sobre una relación a un camarero tuviese demasiado que ver con mentir sobre un estado a… lo que fuese que cazaba, pero las mentiras eran mentiras, y ella parecía buena mintiendo.
Para suerte de ambos, Rigoberta había tomado la dirección correcta. Pude detectar unos cuántos muertos, números que iban en crecimiento en mi cabeza y nariz a más nos adentrábamos. La ciudad nunca dejaba de sorprender, pensabas que no podía lucir peor, y aquí estábamos, en calles más feas que las anteriores. No contábamos con una pila que alguien nos hubiese dejado… podía hacer una bastante rápido.
Y podía hacer una bastante lento. Tomé la segunda opción, para evitar tener que acrecentar los números de muertos como había dicho la mujer. Igual y puede que no tardase demasiado más que si hubiera hecho más muertos: esconderse, esperar que alguien bajase la guardia, darle bien… mucho trabajo. Jalé varios cadáveres a una calle para apilarlos y preparar el… escondite de la mujer. Por suerte no iba a requerir demasiados, Rigoberta contaba con el tipo de altura “puedo colarme por lugares con facilidad” o “con agacharme una buena cantidad de cosas me cubren completa”.
Yo no podía decir lo mismo de la mía. Era un blanco fácil para cualquier arquero, lamentablemente.
Obviamente no los apilé en cualquier lugar y ya. Uno donde hubiese más oscuridad, más puntos para ocultarme yo también, y menos basura que pudiese empujar el aire e hiciese ruido.
—Ten —dije tendiéndole un frasco rebosante de un líquido verdoso—. Es uno de estos elixires curativos, en caso de qué algo salga mal. Puedes huir sin miramientos, marco todas mis cosas con mi propia sangre, así que te puedo hallar.
Lo último era lo más interesante. Lo más seguro es que contasen con guardias personales y ejecutores, en cualquier otro lugar tendrían al menos lo primero, y en este lugar lo segundo servía más de seguro que otra cosa, con tanta plaga suelta.
—Con que ahí también tienen trampas para endeudar incautos. Pensé que solo había noción de inteligencia alguna en el prostíbulo de la ciudad... ¿son asociados de Owens? El virrey —añadí, en caso de que la mujer no supiese de quien hablaba—. Ciudad Lagarto no parece el mejor lugar del mundo para emprender, sí, claro está, si son drogas o tráfico de personas, cantidades grandes de dinero o cualquier cosa ilegal lo puede parecer, pero no suena como un lugar de amigos. Tener algo aquí solo puede actuar como objeto de envidia para el resto, y luego intentan matarte.
—Y claro, ¿lo qué preguntaste…? —alcé las cejas viéndola, sin estar muy seguro si fue una pregunta retórica, un chiste, o qué por su forma vibrante de ser—. Quién da los permisos. Si es que hay alguno, pero debería. Tienen que tener alguna forma de control para evitar que se les venga encima toda la calumnia que están criando, ¿cómo iba el dicho de los cuervos? —giré la muñeca, acariciándome el entrecejo casi de malas al pensar que la “forma de control” que existiese fuese algo como la ciudad.
Absurda.
Miré a Rigoberta cuando continuó. ¿Le preocupaba de verdad qué hubiese más muertos? Quizá no era una persona que necesariamente gustase de que matasen a otros. Muy rara. No aprecié demasiado que dijese "si no me equivoco...", pero su juzgar de direcciones en la ciudad tenía que ser mejor que el mío.
Tras unos segundos de dudarlo, la seguí, enrollando el pergamino para guardarlo. La vi de reojo unos instantes, expectante de escuchar algo muy preocupante, si alguien como ella había tenido una idea a la que se refirió como “más alocada”. La vi completamente seco, intentando ver donde empezaba y terminaba el chiste, pero no, no había ninguno. De hecho... ahora que lo había dicho, sonaba... ¿lógico? No sonaba mal.
—Nunca se me habría ocurrido a mí —dije, y es que era totalmente cierto. ¿Tirarme al suelo y hacerme el muerto como un ratón? ¿O meterme entre otros muertos? ¿Ensuciarme? Nunca—… deberíamos pasar por... ¿Se supone qué aquí tienen un lugar de dónde comprar ropa? Vas a arruinar la tuya. Por lo demás, estoy de acuerdo, hagamos eso.
—Yo estaré al acecho, si parece algo o alguien peligroso, haré ruido para advertirte... o iré por sus vitales, si parece más conveniente en el momento. Será riesgoso que algo te encuentre en ese estado. Depende de qué tan buena seas actuando estar muerta.
La última oración fue mi forma sutil de decir “no es por juzgar tus dotes teatrales, pero no creo que puedas hacerte lucir demasiado muerta”. Por otro lado, estaba hablando con una mentirosa de primera clase. No es que mentir sobre una relación a un camarero tuviese demasiado que ver con mentir sobre un estado a… lo que fuese que cazaba, pero las mentiras eran mentiras, y ella parecía buena mintiendo.
Para suerte de ambos, Rigoberta había tomado la dirección correcta. Pude detectar unos cuántos muertos, números que iban en crecimiento en mi cabeza y nariz a más nos adentrábamos. La ciudad nunca dejaba de sorprender, pensabas que no podía lucir peor, y aquí estábamos, en calles más feas que las anteriores. No contábamos con una pila que alguien nos hubiese dejado… podía hacer una bastante rápido.
Y podía hacer una bastante lento. Tomé la segunda opción, para evitar tener que acrecentar los números de muertos como había dicho la mujer. Igual y puede que no tardase demasiado más que si hubiera hecho más muertos: esconderse, esperar que alguien bajase la guardia, darle bien… mucho trabajo. Jalé varios cadáveres a una calle para apilarlos y preparar el… escondite de la mujer. Por suerte no iba a requerir demasiados, Rigoberta contaba con el tipo de altura “puedo colarme por lugares con facilidad” o “con agacharme una buena cantidad de cosas me cubren completa”.
Yo no podía decir lo mismo de la mía. Era un blanco fácil para cualquier arquero, lamentablemente.
Obviamente no los apilé en cualquier lugar y ya. Uno donde hubiese más oscuridad, más puntos para ocultarme yo también, y menos basura que pudiese empujar el aire e hiciese ruido.
—Ten —dije tendiéndole un frasco rebosante de un líquido verdoso—. Es uno de estos elixires curativos, en caso de qué algo salga mal. Puedes huir sin miramientos, marco todas mis cosas con mi propia sangre, así que te puedo hallar.
Ó Catháin
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