Poción de beldad [Cátedra]
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Poción de beldad [Cátedra]
Lo coherente hubiera sido formar una escolta, no demasiado grande pero sí eficaz, que protegiese a los catedráticos cada vez que abandonasen la seguridad de las murallas del Hekshold. Ninguno de los cuatro estaba por la labor. Pensaron que aumentar la seguridad de sus personas era equivalente a intensificar el miedo por parte de los alumnos. El Hekshold era un lugar seguro. No tenían que convencer a los muchachos de aquella realidad, sino mostrarla. El maestro Heck Hartem se presentó en la taberna La gaviota en su sexagésimo día de nombre con la única compañía de su sirvienta Wanda. Regresó sano y salvo. El maestro Rutherford acudía con frecuencia a las bibliotecas de Beltrexus sin más seguridad de la que le podía ofrecer su bastón. Para mayor inri, el maestro Rutherford carecía de la capacidad de ver. Se suponía que era una presa fácil; como dirían los cazadores. ¡Qué equivocados estaban! Los catedráticos del Hekshold sabían defenderse solos y evocaban la seguridad que sus rostros plasmaban hacia sus alumnos.
La maestra Adda Lovelace explicaba a los chicos la importancia de mostrarse seguros de cara sus enemigos y a sus enemigos. Trasladó la clase al arrecife de la parte trasera de la academia. Comparaba la firme y consistencia del lugar con la presencia de los catedráticos. Fue sincera con los chicos. El Hombre Muerto utilizaría el miedo a su favor. Haría que el hombre matase a su hermano mayor porque tenía miedo de que este le matase primero. Así ocurrió en Dundarak. Explicaba la maestra. Christian Bracknell, un alma enloquecida por la influencia de los objetos malditos de Egdecomb, consiguió enfrentar a los dragones y los brujos que, hasta entonces, se habían mostrado como aliados.
El Hekshold guardaba dos objetos del 19: el libro de Simphony Shappire y la fuente de la juventud. Además, el mismísimo Ian Egdecomb estaba encerrado en unos lujosos aposentos del Hekshold, especialmente adaptados con runas antimagia y barrotes. Las demás razas podrían ver al Hekshold como un potencial enemigo. Tenían armas peligrosas y podían utilizarlas para fines indeseados. No lo harían por supuesto. Su deber era estudiarlas y encontrar la manera de destruirlas.
—Por mucho que lo repitamos, ellos no nos escucharán. Por eso, hemos de mostrarnos transparentes. Como las rocas del arrecife. Observad con atención, pero no os acerquéis demasiado no vayamos a tener un disgusto. Las olas del mar chocan repetidas veces contra el precipicio. Intentan derribarlo. Éste resiste cada uno de los ataques. Podría responder al mar con avalanchas y pedradas para así hacerle callar; pero no lo hace porque sabe que, entonces, el mar le respondería con olas todavía mayores. El Hekshold ha de ser como este arrecife: firme, seguro y, sobre todo, sincero.
Los otros tres catedráticos no eran tan sinceros como Lovelace. Los chicos agradecieron que alguien les diera una explicación de por qué el Hekshold no utilizaba todo el poder que obtuvieron en las últimas guerras.
—Hoy no os he traído aquí solo para ver la eterna lucha entre el mar y la tierra. No sería un tema acorde para una clase de herbolisteria y alquimia, ¿verdad que no? Dejemos los combates de la historia para las clases de política del maestro Rutherfod. En el día de hoy debemos fabricar una poción, quizás la más necesaria en nuestros tiempos. Lirio, cardamomo y perla de olnega, un marisco típico de esta región. Se disuelve los ingredientes en una marmita llena hasta la mitad de agua del mar y se mezcla con unas gotas de limón o algún otro cítrico que le preste la acidez necesaria. A esta poción se la llama: pócima de beldad. Posee la capacidad de convertir un objeto feo, en el más estricto sentido de la palabra, en una obra de arte.
Sacó una botella del bolsillo de su capa. La pócima de beldad, no podía ser de otra manera. El líquido era viscoso y de color rosa. Brillaba como si uno de sus ingredientes claves fuera la purpurina. La maestra Lovelace dejó caer una gota en una roca agrietada de la playa. La piedra se torno lisa y se limpió al instante. Lovelace la recogió con la mano libre y la mostró a sus chicos. La piedra fue cambiando de forma y color; como si no le convenciese su aspecto esférico anterior. Los chicos vieron una pata de caballo y luego otra. Allí se formó el cuerpo entero del potro. ¡La piedra se convirtió en una figura! Era un hermoso potro salvaje erguido sobre dos patas.
—Lo interesante, respecto a la poción de beldad, es que sus efectos concretos y duración dependen de los ingredientes adicionales que el brujo le quiera echar. — la maestra no desveló los suyos.
Dejó la figura del caballo en el suelo y dio un paso hacia el arrecife.
—Las perlas de onelga no son precisamente fáciles de conseguir. La mayoría de las onelgas están vacías. ¿No os apetece pegar un zambullido? Cuidad del arrecife y su eterna guerra con el mar. Buscad la manera de respirar bajo el agua y evitar que el arrecife os tome como intrusos en su cuerpo y quiera expulsarlos con avalanchas y pedradas — la risa de la maestra era de lo más dulce —. Una vez tengáis la cantidad de piedras justas, volved aquí arriba. Fabricad la poción que os he mostrado y mezclarla con ingredientes propios. Si no soy conocedores de la alquimia, juntaos con alguien que sí lo sea. Quiero ver lo que soy capaces de hacer con una perla, unas hojas y una marmita.
* Bienvenido/a a la clase de herboristería y alquimia : en este primer turno tenemos muchas cosas que hacer, pero no por ello es más complicado. Son varios objetivos muy simples, por no solo hacer uno muy complicado. Deberás buscar la manera de respirar bajo el agua (por medio de habilidades o por la utilización de aportes del bestiario) y tomar la mayor cantidad de piedras que puedas de las onelgas. Las onelgas serán un nuevo aporte para el bestiario, similar a las almejas, pero con características únicas que tú serás el encargado de describir en este turno. El último objetivo será subir de vuelta a la cima del arrecife y mezclar los ingredientes de la poción. Añade ingredientes propios. No dirás los efectos de la poción, la eficacia de ésta la veremos en el siguiente turno.
Lanzarás dos veces La Voluntad de los Dioses. La primera runa nos indicará, para el próximo turno, la cantidad de perlas que llegas a encontrar. La segunda nos dirá la efectividad de tu poción.
Si posees la profesión alquimia podrás ganar de 1 a 2 puntos de profesión según la eficacia de tu poción.
Si no posees dicha profesión, no importa, podrás juntarte con otro alumno, un npc del Hekshold que te inventarás, que sí la tenga.
Requisitos:
Ser miembro del Hekshold. Prioridad, no necesidad, a personajes con alquimia.
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La maestra Adda Lovelace explicaba a los chicos la importancia de mostrarse seguros de cara sus enemigos y a sus enemigos. Trasladó la clase al arrecife de la parte trasera de la academia. Comparaba la firme y consistencia del lugar con la presencia de los catedráticos. Fue sincera con los chicos. El Hombre Muerto utilizaría el miedo a su favor. Haría que el hombre matase a su hermano mayor porque tenía miedo de que este le matase primero. Así ocurrió en Dundarak. Explicaba la maestra. Christian Bracknell, un alma enloquecida por la influencia de los objetos malditos de Egdecomb, consiguió enfrentar a los dragones y los brujos que, hasta entonces, se habían mostrado como aliados.
El Hekshold guardaba dos objetos del 19: el libro de Simphony Shappire y la fuente de la juventud. Además, el mismísimo Ian Egdecomb estaba encerrado en unos lujosos aposentos del Hekshold, especialmente adaptados con runas antimagia y barrotes. Las demás razas podrían ver al Hekshold como un potencial enemigo. Tenían armas peligrosas y podían utilizarlas para fines indeseados. No lo harían por supuesto. Su deber era estudiarlas y encontrar la manera de destruirlas.
—Por mucho que lo repitamos, ellos no nos escucharán. Por eso, hemos de mostrarnos transparentes. Como las rocas del arrecife. Observad con atención, pero no os acerquéis demasiado no vayamos a tener un disgusto. Las olas del mar chocan repetidas veces contra el precipicio. Intentan derribarlo. Éste resiste cada uno de los ataques. Podría responder al mar con avalanchas y pedradas para así hacerle callar; pero no lo hace porque sabe que, entonces, el mar le respondería con olas todavía mayores. El Hekshold ha de ser como este arrecife: firme, seguro y, sobre todo, sincero.
Los otros tres catedráticos no eran tan sinceros como Lovelace. Los chicos agradecieron que alguien les diera una explicación de por qué el Hekshold no utilizaba todo el poder que obtuvieron en las últimas guerras.
—Hoy no os he traído aquí solo para ver la eterna lucha entre el mar y la tierra. No sería un tema acorde para una clase de herbolisteria y alquimia, ¿verdad que no? Dejemos los combates de la historia para las clases de política del maestro Rutherfod. En el día de hoy debemos fabricar una poción, quizás la más necesaria en nuestros tiempos. Lirio, cardamomo y perla de olnega, un marisco típico de esta región. Se disuelve los ingredientes en una marmita llena hasta la mitad de agua del mar y se mezcla con unas gotas de limón o algún otro cítrico que le preste la acidez necesaria. A esta poción se la llama: pócima de beldad. Posee la capacidad de convertir un objeto feo, en el más estricto sentido de la palabra, en una obra de arte.
Sacó una botella del bolsillo de su capa. La pócima de beldad, no podía ser de otra manera. El líquido era viscoso y de color rosa. Brillaba como si uno de sus ingredientes claves fuera la purpurina. La maestra Lovelace dejó caer una gota en una roca agrietada de la playa. La piedra se torno lisa y se limpió al instante. Lovelace la recogió con la mano libre y la mostró a sus chicos. La piedra fue cambiando de forma y color; como si no le convenciese su aspecto esférico anterior. Los chicos vieron una pata de caballo y luego otra. Allí se formó el cuerpo entero del potro. ¡La piedra se convirtió en una figura! Era un hermoso potro salvaje erguido sobre dos patas.
—Lo interesante, respecto a la poción de beldad, es que sus efectos concretos y duración dependen de los ingredientes adicionales que el brujo le quiera echar. — la maestra no desveló los suyos.
Dejó la figura del caballo en el suelo y dio un paso hacia el arrecife.
—Las perlas de onelga no son precisamente fáciles de conseguir. La mayoría de las onelgas están vacías. ¿No os apetece pegar un zambullido? Cuidad del arrecife y su eterna guerra con el mar. Buscad la manera de respirar bajo el agua y evitar que el arrecife os tome como intrusos en su cuerpo y quiera expulsarlos con avalanchas y pedradas — la risa de la maestra era de lo más dulce —. Una vez tengáis la cantidad de piedras justas, volved aquí arriba. Fabricad la poción que os he mostrado y mezclarla con ingredientes propios. Si no soy conocedores de la alquimia, juntaos con alguien que sí lo sea. Quiero ver lo que soy capaces de hacer con una perla, unas hojas y una marmita.
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* Bienvenido/a a la clase de herboristería y alquimia : en este primer turno tenemos muchas cosas que hacer, pero no por ello es más complicado. Son varios objetivos muy simples, por no solo hacer uno muy complicado. Deberás buscar la manera de respirar bajo el agua (por medio de habilidades o por la utilización de aportes del bestiario) y tomar la mayor cantidad de piedras que puedas de las onelgas. Las onelgas serán un nuevo aporte para el bestiario, similar a las almejas, pero con características únicas que tú serás el encargado de describir en este turno. El último objetivo será subir de vuelta a la cima del arrecife y mezclar los ingredientes de la poción. Añade ingredientes propios. No dirás los efectos de la poción, la eficacia de ésta la veremos en el siguiente turno.
Lanzarás dos veces La Voluntad de los Dioses. La primera runa nos indicará, para el próximo turno, la cantidad de perlas que llegas a encontrar. La segunda nos dirá la efectividad de tu poción.
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Re: Poción de beldad [Cátedra]
Contemplé el acantilado con rostro sereno. La brisa era agradable, aunque el olor del mar y la sal resultaba algo molesto. Las olas golpeaban la roca con fuerza, y miré a los alumnos. Jóvenes, en su mayoría. Me preguntaba cuanto confiaba Lovelace en ellos. Darles una tarea como aquella podría matarlos. Si no se quedaban inconscientes o se ahogaban, podían abrirse la cabeza contra la piedra.
El mayor problema serían los tensai de agua y roca. El resto iría con cuidado, pero esos dos grupos podían confiarse demasiado solo por saber utilizar uno de los elementos. Fruncí el ceño. Podía ser un Centinela, un maestro arcanista y lo que hiciese falta, pero en ese momento estaba ahí como alumno. La alquimia era algo en lo que aún podía mejorar. Aun así, recolectar ingredientes... Era algo que ya sabía hacer.
-La Nymphaea ayudaría a respirar bajo el agua, y a moverse, pero tiene efectos secundarios...- musité. Conocía la planta: la usaba en algunas runas. -O te asfixias bajo el agua, o te asfixias fuera. Un brujo de viento podría controlar su respiración...- miré por encima al resto de los alumnos. Y luego, a Lovelace. -Y me atrevería a decir que puedo aguantar el tiempo suficiente con mi constitución. Pero eso sería estúpido. Muy bien.-
Saqué el libro de portada blanca que llevaba en mi cinturón. Casi parecía trampa usar runas para una clase de alquimia, pero era lo que tenía. Empecé a escribir en una de las páginas, inscribiendo los símbolos para "Roca", "Agua", "Sal" y otros tantos de protección y movimiento. Con tres metros tendría tiempo de sobra para seguir respirando. [1] Cerré el grimorio y me aproximé de nuevo, bajando unos cuantos metros hasta quedar tan solo a un pequeño salto de zambullirme.
-Y ni siquiera voy a mojarme.- aseguré, pasando la mano por el lomo del libro. La runa se activó, y una esfera sólida se formo a mi alrededor. Normalmente, utilizaba esas runas para proteger una zona. En ese caso, sería algo distinto. La roca y el agua estaban entre aquello que debía mantenerse fuera, y yo mismo debía mantenerme dentro. El efecto era que, esencialmente, estaba dentro de una pelota transparente que se movía con el libro que llevaba.
Salté hacia las aguas. Lentamente, la esfera comenzó a hundirse. No podía hacer mucho mientras tanto: al permanecer dentro de la barrera, no podía nadar. La experiencia era curiosa. Algo claustrofóbica, quizás, pero mantuve la calma.
Finalmente, llegué hasta el fondo. La tierra no estaba "prohibida", por lo que ignoró la barrera como si no estuviese ahí. Notar la arena húmeda bajo mis pies era extraño, pero agradable. Caminé como si estuviese en tierra firme, mirando alrededor con curiosidad. Los sonidos estaban ahogados, pero aún podía ver a otros brujos zambuyendose y buceando, buscando perlas.
Me concentré en aquello. Encontrarlas no sería demasiado difícil. El agua no me empujaba, gracias al escudo a mi alrededor. La única dificultad era conseguir una onelga que no estuviese vacía o nadie más hubiese vaciado antes. Me centré en la zona cercana al acantilado: era la más peligrosa para los demás, pero todas las onelgas que hubiese arrastrado la corriente se habrían detenido ahí.
Tal y como imaginaba, la base estaba llena de ellas, tanto viejas como nuevas. Curiosamente, eran particularmente feas. Sus conchas se deformaban en costras de sal, afiladas y saliendo en todas direcciones, como si fuesen cuernos o garras. Las más recientes eran algo distintas: más que garras, tenían finas espinas por todas partes.
Tomé una con cuidado, por una zona segura. Las agujas parecían quebradizas. Rompí una de ellas con el guantelete metálico de mi zurda, sin mayor dificultad. Sin embargo, la espina rota se pegó a la concha, como si esta la intentase absorber. Tras inspeccionarla, comencé a abrirla. No fue difícil: cualquier resistencia que presentase el molusco era esencialmente inútil.
Estuve de suerte. Había una, alojada justo en el centro... y sorprendéntemente pegada. Hizo falta tirar con cierta insistencia para separarla de la concha, y en cuanto lo hice, algo líquido cayó al suelo, y comprendí el motivo.
Aquello no era una almeja. La "perla" de onelga era un ser vivo. Uno bastante pequeño, que habitaba en las conchas y las modificaba de alguna forma, haciéndolas parecer desagradables a la vista o peligrosas. ¿Una forma de defenderse, quizás?
Guardé el espécimen en una de mis bolsas y continué mi búsqueda. Aunque encontré varios "caparazones" de onelgas, no todos estarían habitados. Me preguntaba como se reproducían, o si cambiaban de concha cuando una quedaba inservible. Tras un rato, empezaba a acabarse el tiempo, tanto el de la lección como el que tendría de oxígeno.
Hacer desaparecer el encantamiento sería sencillo, pero no quería mojar todo lo que llevaba encima. Tendría que ascender a ciegas, como si se tratase de aire. Activé las runas de mis piernas y me preparé para saltar. [2] En cuanto lo hice, la burbuja que me rodeaba rompió la barrera del mar, y ascendió varios metros por el aire hasta quedar por encima del acantilado. Caí sobre la hierba e hice desaparecer la barrera, sacudiéndome mientras me levantaba.
El resto ya estaba con sus pociones. Tendría que ponerme a trabajar rápido. Reuní los otros ingredientes de los que disponía: Agua de Besavidas era el único que valía la pena nombrar. Podía tener un efecto curioso combinado con la perla. Pero a mitad del proceso, noté un olor familiar. Dos, de hecho.
El primero era de Syl. No tardé en encontrarlo con la mirada. El gato me saludó con un gesto. Le había invitado a que viniese cuando tuviese tiempo, puesto que tenía cierto interés en la alquimia. El segundo olor, el más alarmante, era el de la sangre.
Ignorando la poción, corrí hacia el felino. De su pelaje empezaba a brotar sangre, de forma seria. Su expresión cambió al ver mi rostro. Empecé a palpar su cuerpo, buscando heridas.
-¿Que ha pasado?- pregunté, alarmado. -¿Quien ha...?-
-No... no estoy herido.- dijo, confuso. -No lo entiendo. No es mi sangre.-
Tenía razón. El olor era distinto. El color también. Aquella no era su sangre.
Era la de Agatha. [3]
Habría sido muy fácil no incluir a Syl para no usar la maldición, pero... eso sería de cobardes.
[1] Usado objeto Limitado: Pergamino en Blanco superior para crear una Runa Territorio que esencialmente funcione como "burbuja" contra el agua.
[2] Usada habilidad: Impulso
[3] Maldición: Sangre Skarth
El mayor problema serían los tensai de agua y roca. El resto iría con cuidado, pero esos dos grupos podían confiarse demasiado solo por saber utilizar uno de los elementos. Fruncí el ceño. Podía ser un Centinela, un maestro arcanista y lo que hiciese falta, pero en ese momento estaba ahí como alumno. La alquimia era algo en lo que aún podía mejorar. Aun así, recolectar ingredientes... Era algo que ya sabía hacer.
-La Nymphaea ayudaría a respirar bajo el agua, y a moverse, pero tiene efectos secundarios...- musité. Conocía la planta: la usaba en algunas runas. -O te asfixias bajo el agua, o te asfixias fuera. Un brujo de viento podría controlar su respiración...- miré por encima al resto de los alumnos. Y luego, a Lovelace. -Y me atrevería a decir que puedo aguantar el tiempo suficiente con mi constitución. Pero eso sería estúpido. Muy bien.-
Saqué el libro de portada blanca que llevaba en mi cinturón. Casi parecía trampa usar runas para una clase de alquimia, pero era lo que tenía. Empecé a escribir en una de las páginas, inscribiendo los símbolos para "Roca", "Agua", "Sal" y otros tantos de protección y movimiento. Con tres metros tendría tiempo de sobra para seguir respirando. [1] Cerré el grimorio y me aproximé de nuevo, bajando unos cuantos metros hasta quedar tan solo a un pequeño salto de zambullirme.
-Y ni siquiera voy a mojarme.- aseguré, pasando la mano por el lomo del libro. La runa se activó, y una esfera sólida se formo a mi alrededor. Normalmente, utilizaba esas runas para proteger una zona. En ese caso, sería algo distinto. La roca y el agua estaban entre aquello que debía mantenerse fuera, y yo mismo debía mantenerme dentro. El efecto era que, esencialmente, estaba dentro de una pelota transparente que se movía con el libro que llevaba.
Salté hacia las aguas. Lentamente, la esfera comenzó a hundirse. No podía hacer mucho mientras tanto: al permanecer dentro de la barrera, no podía nadar. La experiencia era curiosa. Algo claustrofóbica, quizás, pero mantuve la calma.
Finalmente, llegué hasta el fondo. La tierra no estaba "prohibida", por lo que ignoró la barrera como si no estuviese ahí. Notar la arena húmeda bajo mis pies era extraño, pero agradable. Caminé como si estuviese en tierra firme, mirando alrededor con curiosidad. Los sonidos estaban ahogados, pero aún podía ver a otros brujos zambuyendose y buceando, buscando perlas.
Me concentré en aquello. Encontrarlas no sería demasiado difícil. El agua no me empujaba, gracias al escudo a mi alrededor. La única dificultad era conseguir una onelga que no estuviese vacía o nadie más hubiese vaciado antes. Me centré en la zona cercana al acantilado: era la más peligrosa para los demás, pero todas las onelgas que hubiese arrastrado la corriente se habrían detenido ahí.
Tal y como imaginaba, la base estaba llena de ellas, tanto viejas como nuevas. Curiosamente, eran particularmente feas. Sus conchas se deformaban en costras de sal, afiladas y saliendo en todas direcciones, como si fuesen cuernos o garras. Las más recientes eran algo distintas: más que garras, tenían finas espinas por todas partes.
Tomé una con cuidado, por una zona segura. Las agujas parecían quebradizas. Rompí una de ellas con el guantelete metálico de mi zurda, sin mayor dificultad. Sin embargo, la espina rota se pegó a la concha, como si esta la intentase absorber. Tras inspeccionarla, comencé a abrirla. No fue difícil: cualquier resistencia que presentase el molusco era esencialmente inútil.
Estuve de suerte. Había una, alojada justo en el centro... y sorprendéntemente pegada. Hizo falta tirar con cierta insistencia para separarla de la concha, y en cuanto lo hice, algo líquido cayó al suelo, y comprendí el motivo.
Aquello no era una almeja. La "perla" de onelga era un ser vivo. Uno bastante pequeño, que habitaba en las conchas y las modificaba de alguna forma, haciéndolas parecer desagradables a la vista o peligrosas. ¿Una forma de defenderse, quizás?
Guardé el espécimen en una de mis bolsas y continué mi búsqueda. Aunque encontré varios "caparazones" de onelgas, no todos estarían habitados. Me preguntaba como se reproducían, o si cambiaban de concha cuando una quedaba inservible. Tras un rato, empezaba a acabarse el tiempo, tanto el de la lección como el que tendría de oxígeno.
Hacer desaparecer el encantamiento sería sencillo, pero no quería mojar todo lo que llevaba encima. Tendría que ascender a ciegas, como si se tratase de aire. Activé las runas de mis piernas y me preparé para saltar. [2] En cuanto lo hice, la burbuja que me rodeaba rompió la barrera del mar, y ascendió varios metros por el aire hasta quedar por encima del acantilado. Caí sobre la hierba e hice desaparecer la barrera, sacudiéndome mientras me levantaba.
El resto ya estaba con sus pociones. Tendría que ponerme a trabajar rápido. Reuní los otros ingredientes de los que disponía: Agua de Besavidas era el único que valía la pena nombrar. Podía tener un efecto curioso combinado con la perla. Pero a mitad del proceso, noté un olor familiar. Dos, de hecho.
El primero era de Syl. No tardé en encontrarlo con la mirada. El gato me saludó con un gesto. Le había invitado a que viniese cuando tuviese tiempo, puesto que tenía cierto interés en la alquimia. El segundo olor, el más alarmante, era el de la sangre.
Ignorando la poción, corrí hacia el felino. De su pelaje empezaba a brotar sangre, de forma seria. Su expresión cambió al ver mi rostro. Empecé a palpar su cuerpo, buscando heridas.
-¿Que ha pasado?- pregunté, alarmado. -¿Quien ha...?-
-No... no estoy herido.- dijo, confuso. -No lo entiendo. No es mi sangre.-
Tenía razón. El olor era distinto. El color también. Aquella no era su sangre.
Era la de Agatha. [3]
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Habría sido muy fácil no incluir a Syl para no usar la maldición, pero... eso sería de cobardes.
[1] Usado objeto Limitado: Pergamino en Blanco superior para crear una Runa Territorio que esencialmente funcione como "burbuja" contra el agua.
[2] Usada habilidad: Impulso
[3] Maldición: Sangre Skarth
Última edición por Asher Daregan el Vie Jul 12 2019, 22:53, editado 1 vez (Razón : Se me olvidó incluir el segundo ingrediente)
Asher Daregan
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Re: Poción de beldad [Cátedra]
El miembro 'Asher Daregan' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: Poción de beldad [Cátedra]
Escampó la colección de onelgas que había cogido en el arrecife en el suelo. Gorgori nació en una familia humilde de Verisar, lo cual era un eufemismo; en realidad, quería decir que eran pobres como ratas. No sabía leer las recetas de alquimia ni tampoco calcular la cantidad justa que debía verter en cada procedimiento. Contar las onelgas resultaba un trabajo más costoso de lo que imaginó. Tres veces los dedos que tenía en una mano y dos dedos más. ¿Cuántos dedos eran en total? ¿Cuántas onelgas había recogido? No conocía el numero que resultaba y le daba vergüenza preguntar a sus compañeros. Mientras el seguía jugando con las onelgas, los demás habían montado sus calderos y estaban añadiendo los ingredientes de la poción de beldad. ¡Qué desastre! Cogió un palo del suelo y dibujó tantas rayas en el suelo como onelgas tenía. En caso de que la maestra Lovelace le preguntase, le señalaría el dibujo. ¡Todas éstas recogí! ¿Y cuántas eran buenas? Gorgori no sabía escribir ni contar, pero compensaba sus carencias con una gran técnica. Abrió las onelgas (tres manos más dos dedos) con el cuchillo plano en el tiempo que sus compañeros abrían una. El número de perlas sí lo conocía muy bien. Cero. Puño cerrado. Cero patatero.
Dio un vistazo rápido al resto de alumnos. La mayoría trabajaba en silencio sin echar cuentas de qué hacia el de al lado. Se concentraba en sus marmitas y en las fragancias que desprendían de éstas. El hombre perro parecía un gigante manejando la pequeña cuchara de madera. Era el más avanzado. Cuando decidió que había removido suficiente la mezcla, fue a hablar con su amigo. Gorgori lo observaba asombrado. El perro había terminado y el joven humano todavía no había empezado.
¡Pues deprisa! No había tiempo que perder. Hizo la hoguera con los cántaros rodados y la yerba seca del arrecife. Gorgori volvió a demostrar, tal y como había hecho abriendo las onelgas, que la técnica podía superar a la magia. Enciendo un perfecto fuego sin utilizar las habilidades de los brujos. No sabré contar, pero sí frotar las ramas. Se dijo entre dientes. Puso el caldero encima de la hoguera y lo llenó de agua del mar. Una vez el agua comenzó a hervir, vertió las cascaras vacías de las onelgas. Necesitaba las perlas y él lo sabía. Pero le daba vergüenza admitir que no había encontrado ninguna.
Como la poción iba a salir mal, no se preocupó por los ingredientes adicionales que echaría a la mezcla. Bastaría con lo que se encontrase en sus bolsillos: un trozo de cordón, un botón, pelos de Brutus, su perro, un diente que había perdido al morder un hueso de carne y que conservaba como amuleto… ¿algo más? Dio la vuelta a los bolsillos y no encontró nada. Menuda poción de belleza. Apestaba a comida en mal estado e incluso cobraba el mismo color.
El aspecto de la poción del hombre perro tenía mejor color, pero por muy poco. Era del color de un día nublado. Olía a sangre y a tormenta. Gorgori prefería ver las mezclas de sus compañeros que la podría. ¡Quién sabe lo que puede salir de ahí! La cabeza de Brutus fue lo que emergió del caldero y si no era él era algo que se le parecía. El animal mordió el brazo de Gorgori como si se estuviera vengando por haberle creado.
Lo que no era Brutus salió del caldero de un saltó. No tenía patas, cola ni torso. De Brutus, solo poseía la cabeza. El resto de su cuerpo era una masa viscosa del color de la carne putrefacta. Lloraba como si el hecho de existir fuera una condena para él. ¡Lo siento! Gorgori contempló a la criatura durante unos instantes, el tiempo justo. Contuvo las ganas de devolver el almuerzo (seguramente el vómito tendría mejor color que lo que había creado). Miró a la maestra Lovelace con gesto de súplica. He puesto cero perlas, puño cerrado, en el caldero y he creado un monstruo. Decían los ojos del chico.
Lovelace no se fijó en Gorgori. Estaba al lado del amigo del hombre perro. Le retenía cogiéndole del brazo. El hombre gato era grande y fuerte, casi tanto como el perro, pero la maestra Lovelace conocía las palabras para hacerle temblar. Las piernas del felino estaban tiesas, congeladas. Pronto lo estaría el resto del cuerpo, corazón incluido, si Syl no decía lo que la maestra quería oír.
La amalgama de carne comenzó a perseguir a Gorgori con malsanas intenciones. El chico corría sin mirar lo que tenía en frente, el arrecife. Los ojos de Gorgori estaban fijos en la criatura. No vio la piedra que le hizo tropezar y, cuando pudo darse cuenta, sus manos no alcanzaron el borde del arrecife.
Hacía casi un año de la desaparición de Agatha, sin apellido conocido, de la casa Skarth de El Helshold: una guapísima mujer pescado sensible al éter. Adda Lovelace la había visto en algunas de sus clases. Su aspecto físico, horrendo para muchos y encantador para Lovelace, la hacía resaltar sobre el resto. Mostraba interés por la vegetación submarina. Los terrestres no conocéis las plantas de ahí abajo, decía arrugando la nariz, y bajo el agua no se pueden fabricar pociones. De vez en cuando, se lanzaba al mar para poner en práctica su tesis. Pasaba horas bajo el agua, había que veces que incluso días; al regresar, traía una bolsa de cuero repleta de potenciales ingredientes que nadie había empleado jamás. Agatha y la maestra Lovelace fabricaron decenas de pociones con ingredientes acuáticos. La catedrática permitía a Agatha bautizar las pociones con nombres inventados; su ingenio era otra de sus grandes cualidades.
Aunque la herbología subacuática era uno de sus muchos intereses de estudio, no era la razón por la cual había ingresado en el Hekshold. Agatha era discípula de la maestra Lise Meitner y, al igual que Eyre y la propia Meitner, había nacido con el don de la clarividencia. Podía ver más allá de lo evidente: premoniciones, viajes astrales, conexiones telepáticas y otra serie de habilidades que Lovelace desconocía y, en ocasiones, dudaba de su veracidad. No dudó, sin embargo, de las lágrimas de Meitner. En el balcón superior del castillo, anunció en público al Hekshold que la joven Agatha, una muchacha que solía vestir con largas túnicas que le llegaban hasta los tobillos y que decía que algún día llegaría a ser reina, fue asesinada por un hombre bestia. Lo vio en un sueño, garantizó, y todos los brujos la creyeron. El asesino regresará al Hekshold y su piel estará manchada por la de nuestra amiga.
Agatha formaba parte de un pequeño grupo de alumnos que viajaron a los alrededores de Ulmer siguiendo una premonición donde se mostraba no uno, sino dos objetos de Egdecomb en un mismo lugar. Era demasiado, incluso para los catedráticos. La campaña estaba destinada al desastre. Agatha insistió. Hasta ahora, sus predicciones no erraron. Se vio con ambos objetos en la mano, reina y vencedora de un juego que animales. Lise Meitner debió impedirlo. Heck Hartem debió levantar una muralla de piedra para retener a los desafortunados aventureros. Ernest Rutherford les habría aconsejado que una retirada a tiempo es una victoria. La misma Adda Lovelace podría haberles ordenado retroceder, seguro que la hubieran obedecido. Los cuatro catedráticos se despidieron de los jóvenes liderados por Agatha en silencio. El ansia por obtener los 19 objetos malditos no era mayor que el amor que sentían hacía sus alumnos, pero, a veces, y de forma impensable, llegaba a sobreponerse.
La noticia de que Agatha falleció llegó a Lise Meitner en forma de una conmoción cerebral. Le siguieron las lágrimas y la profecía: el asesino volvería con la piel manchada con la sangre de nuestra amiga. Adda Lovelace reconoció al asesino y recordó, con mucho dolor, las mañanas en el muelle, esperando a que Agatha asomase su cabecita con la noticia de que había encontrado un alga que nueva y que, durante el trayecto, había pensado en tres nombres para ella.
La maestra Lovelace apartó a Asher con la mano. Utilizó la fuerza justa para mover a un hombre perro de más de dos metros, la cual era mucha más fuerza de la que se esperaba para una mujer del tamaño de Lovelace. Cogió al asesino por el brazo derecho. Antes de que pudiera contestar con el otro brazo con el idioma que los de su gremio utilizaban, el de las dagas ocultas y los juegos sucios, congeló el brazo que tenía sujeto.
—No — el hielo del brazo comenzó a agrietarse sin llegar a romperse —, no lo hagas. Si te mueves muy rápido, te harás daño. Escucharás un ruido sordo, como si estuvieras abriendo una nuez. Luego perderás el brazo derecho y te lamentarás de haberte movido. — Bajó la mirada y congeló también las pierdas del asesino —Recuerda, no te mueves querido. — Lovelace hablaba con la dulzura de una madre, lo cual resaltaba a la amenaza. — Tengo muchas preguntas que hacerte y vas a empezar por las más sencillas: ¿qué hiciste con Agatha? ¿Por qué la mataste? ¿Dónde está su cuerpo? ¿Por qué has venido al Hekshold? — las piernas del hombre gato se agrietaron como el brazo — Cálmate, querido, solo estamos hablando. No te pongas nervioso. Tienes suerte de que haberte encontrado conmigo antes de cualquiera de los demás maestros.
Hartem hubiera matado sin preguntar no sin antes torturarle físicamente. La tortura mágica y mental era más propia de Rutherford quien le había sonsacado su relación con Agatha, con los objetos del 19 y con El Hombre Muerto de un plumazo. Lise Meitner se habría dejado llevar por sus sentimientos, quería a Agatha como si fuera una hija. Le habría preguntado dónde estaba su cuerpo. Sería lo único que le interesaría. Después de que se lo dijera, le habría ejecutado. El asesino de Agatha recibiría una muerte rápida, sin florituras de ningún tipo; no merecería mayor atención por parte de la maestra Meitner.
* Asher: tu poción beldad ha sido un éxito relativo. Como sacaste la primera runa mala, conseguiste pocas perlas y, por tanto, solo pudiste fabricar una poción. Sus efectos se descubrirán en el siguiente turno. Cuando recojas la mezcla en el frasco. Y es que ese el primer objetivo de este turno, el más técnico, interesante y, reconozco, aburrido: trabajar la mezcla que has obtenido sabiendo que su éxito es mediocre.
Podría ser peor, podría haber jugado sucio contigo si hubieses sacado dos runas malas. Este juego sucio es el que está sufriendo Gorgori. Su poción ha sido un fracaso. Ha creado una criatura horripilante que le ha empujado al arrecife. Gorgori ha caído. ¿Vivo o muerto? Dependerá de ti. Rescátalo y acaba con la criatura que ha formado con su poción.
Por si fueran pocos los problemas a los que te enfrentas, la maestra Lovelace retiene a Syl con hechizos de agua y congelación. Syl no podrá defenderse solo de Lovelace. Tú objetivo será el de colaborar la historia real sobre la muerte de Agatha.
No podrás hacer todo a la vez en el siguiente turno por lo que deberás escoger en solucionar 2 de los 3 problemas:
* Trabajar la poción
* Rescatar a Gorgori
* Rescatar a Syl
(Sabía que iba a crear una mala criatura, pero todavía no tenía forma para ella. Considera la cabeza de perro es un tributo en tu honor).
Dio un vistazo rápido al resto de alumnos. La mayoría trabajaba en silencio sin echar cuentas de qué hacia el de al lado. Se concentraba en sus marmitas y en las fragancias que desprendían de éstas. El hombre perro parecía un gigante manejando la pequeña cuchara de madera. Era el más avanzado. Cuando decidió que había removido suficiente la mezcla, fue a hablar con su amigo. Gorgori lo observaba asombrado. El perro había terminado y el joven humano todavía no había empezado.
¡Pues deprisa! No había tiempo que perder. Hizo la hoguera con los cántaros rodados y la yerba seca del arrecife. Gorgori volvió a demostrar, tal y como había hecho abriendo las onelgas, que la técnica podía superar a la magia. Enciendo un perfecto fuego sin utilizar las habilidades de los brujos. No sabré contar, pero sí frotar las ramas. Se dijo entre dientes. Puso el caldero encima de la hoguera y lo llenó de agua del mar. Una vez el agua comenzó a hervir, vertió las cascaras vacías de las onelgas. Necesitaba las perlas y él lo sabía. Pero le daba vergüenza admitir que no había encontrado ninguna.
Como la poción iba a salir mal, no se preocupó por los ingredientes adicionales que echaría a la mezcla. Bastaría con lo que se encontrase en sus bolsillos: un trozo de cordón, un botón, pelos de Brutus, su perro, un diente que había perdido al morder un hueso de carne y que conservaba como amuleto… ¿algo más? Dio la vuelta a los bolsillos y no encontró nada. Menuda poción de belleza. Apestaba a comida en mal estado e incluso cobraba el mismo color.
El aspecto de la poción del hombre perro tenía mejor color, pero por muy poco. Era del color de un día nublado. Olía a sangre y a tormenta. Gorgori prefería ver las mezclas de sus compañeros que la podría. ¡Quién sabe lo que puede salir de ahí! La cabeza de Brutus fue lo que emergió del caldero y si no era él era algo que se le parecía. El animal mordió el brazo de Gorgori como si se estuviera vengando por haberle creado.
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Lo que no era Brutus salió del caldero de un saltó. No tenía patas, cola ni torso. De Brutus, solo poseía la cabeza. El resto de su cuerpo era una masa viscosa del color de la carne putrefacta. Lloraba como si el hecho de existir fuera una condena para él. ¡Lo siento! Gorgori contempló a la criatura durante unos instantes, el tiempo justo. Contuvo las ganas de devolver el almuerzo (seguramente el vómito tendría mejor color que lo que había creado). Miró a la maestra Lovelace con gesto de súplica. He puesto cero perlas, puño cerrado, en el caldero y he creado un monstruo. Decían los ojos del chico.
Lovelace no se fijó en Gorgori. Estaba al lado del amigo del hombre perro. Le retenía cogiéndole del brazo. El hombre gato era grande y fuerte, casi tanto como el perro, pero la maestra Lovelace conocía las palabras para hacerle temblar. Las piernas del felino estaban tiesas, congeladas. Pronto lo estaría el resto del cuerpo, corazón incluido, si Syl no decía lo que la maestra quería oír.
La amalgama de carne comenzó a perseguir a Gorgori con malsanas intenciones. El chico corría sin mirar lo que tenía en frente, el arrecife. Los ojos de Gorgori estaban fijos en la criatura. No vio la piedra que le hizo tropezar y, cuando pudo darse cuenta, sus manos no alcanzaron el borde del arrecife.
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Hacía casi un año de la desaparición de Agatha, sin apellido conocido, de la casa Skarth de El Helshold: una guapísima mujer pescado sensible al éter. Adda Lovelace la había visto en algunas de sus clases. Su aspecto físico, horrendo para muchos y encantador para Lovelace, la hacía resaltar sobre el resto. Mostraba interés por la vegetación submarina. Los terrestres no conocéis las plantas de ahí abajo, decía arrugando la nariz, y bajo el agua no se pueden fabricar pociones. De vez en cuando, se lanzaba al mar para poner en práctica su tesis. Pasaba horas bajo el agua, había que veces que incluso días; al regresar, traía una bolsa de cuero repleta de potenciales ingredientes que nadie había empleado jamás. Agatha y la maestra Lovelace fabricaron decenas de pociones con ingredientes acuáticos. La catedrática permitía a Agatha bautizar las pociones con nombres inventados; su ingenio era otra de sus grandes cualidades.
Aunque la herbología subacuática era uno de sus muchos intereses de estudio, no era la razón por la cual había ingresado en el Hekshold. Agatha era discípula de la maestra Lise Meitner y, al igual que Eyre y la propia Meitner, había nacido con el don de la clarividencia. Podía ver más allá de lo evidente: premoniciones, viajes astrales, conexiones telepáticas y otra serie de habilidades que Lovelace desconocía y, en ocasiones, dudaba de su veracidad. No dudó, sin embargo, de las lágrimas de Meitner. En el balcón superior del castillo, anunció en público al Hekshold que la joven Agatha, una muchacha que solía vestir con largas túnicas que le llegaban hasta los tobillos y que decía que algún día llegaría a ser reina, fue asesinada por un hombre bestia. Lo vio en un sueño, garantizó, y todos los brujos la creyeron. El asesino regresará al Hekshold y su piel estará manchada por la de nuestra amiga.
Agatha formaba parte de un pequeño grupo de alumnos que viajaron a los alrededores de Ulmer siguiendo una premonición donde se mostraba no uno, sino dos objetos de Egdecomb en un mismo lugar. Era demasiado, incluso para los catedráticos. La campaña estaba destinada al desastre. Agatha insistió. Hasta ahora, sus predicciones no erraron. Se vio con ambos objetos en la mano, reina y vencedora de un juego que animales. Lise Meitner debió impedirlo. Heck Hartem debió levantar una muralla de piedra para retener a los desafortunados aventureros. Ernest Rutherford les habría aconsejado que una retirada a tiempo es una victoria. La misma Adda Lovelace podría haberles ordenado retroceder, seguro que la hubieran obedecido. Los cuatro catedráticos se despidieron de los jóvenes liderados por Agatha en silencio. El ansia por obtener los 19 objetos malditos no era mayor que el amor que sentían hacía sus alumnos, pero, a veces, y de forma impensable, llegaba a sobreponerse.
La noticia de que Agatha falleció llegó a Lise Meitner en forma de una conmoción cerebral. Le siguieron las lágrimas y la profecía: el asesino volvería con la piel manchada con la sangre de nuestra amiga. Adda Lovelace reconoció al asesino y recordó, con mucho dolor, las mañanas en el muelle, esperando a que Agatha asomase su cabecita con la noticia de que había encontrado un alga que nueva y que, durante el trayecto, había pensado en tres nombres para ella.
La maestra Lovelace apartó a Asher con la mano. Utilizó la fuerza justa para mover a un hombre perro de más de dos metros, la cual era mucha más fuerza de la que se esperaba para una mujer del tamaño de Lovelace. Cogió al asesino por el brazo derecho. Antes de que pudiera contestar con el otro brazo con el idioma que los de su gremio utilizaban, el de las dagas ocultas y los juegos sucios, congeló el brazo que tenía sujeto.
—No — el hielo del brazo comenzó a agrietarse sin llegar a romperse —, no lo hagas. Si te mueves muy rápido, te harás daño. Escucharás un ruido sordo, como si estuvieras abriendo una nuez. Luego perderás el brazo derecho y te lamentarás de haberte movido. — Bajó la mirada y congeló también las pierdas del asesino —Recuerda, no te mueves querido. — Lovelace hablaba con la dulzura de una madre, lo cual resaltaba a la amenaza. — Tengo muchas preguntas que hacerte y vas a empezar por las más sencillas: ¿qué hiciste con Agatha? ¿Por qué la mataste? ¿Dónde está su cuerpo? ¿Por qué has venido al Hekshold? — las piernas del hombre gato se agrietaron como el brazo — Cálmate, querido, solo estamos hablando. No te pongas nervioso. Tienes suerte de que haberte encontrado conmigo antes de cualquiera de los demás maestros.
Hartem hubiera matado sin preguntar no sin antes torturarle físicamente. La tortura mágica y mental era más propia de Rutherford quien le había sonsacado su relación con Agatha, con los objetos del 19 y con El Hombre Muerto de un plumazo. Lise Meitner se habría dejado llevar por sus sentimientos, quería a Agatha como si fuera una hija. Le habría preguntado dónde estaba su cuerpo. Sería lo único que le interesaría. Después de que se lo dijera, le habría ejecutado. El asesino de Agatha recibiría una muerte rápida, sin florituras de ningún tipo; no merecería mayor atención por parte de la maestra Meitner.
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* Asher: tu poción beldad ha sido un éxito relativo. Como sacaste la primera runa mala, conseguiste pocas perlas y, por tanto, solo pudiste fabricar una poción. Sus efectos se descubrirán en el siguiente turno. Cuando recojas la mezcla en el frasco. Y es que ese el primer objetivo de este turno, el más técnico, interesante y, reconozco, aburrido: trabajar la mezcla que has obtenido sabiendo que su éxito es mediocre.
Podría ser peor, podría haber jugado sucio contigo si hubieses sacado dos runas malas. Este juego sucio es el que está sufriendo Gorgori. Su poción ha sido un fracaso. Ha creado una criatura horripilante que le ha empujado al arrecife. Gorgori ha caído. ¿Vivo o muerto? Dependerá de ti. Rescátalo y acaba con la criatura que ha formado con su poción.
Por si fueran pocos los problemas a los que te enfrentas, la maestra Lovelace retiene a Syl con hechizos de agua y congelación. Syl no podrá defenderse solo de Lovelace. Tú objetivo será el de colaborar la historia real sobre la muerte de Agatha.
No podrás hacer todo a la vez en el siguiente turno por lo que deberás escoger en solucionar 2 de los 3 problemas:
* Trabajar la poción
* Rescatar a Gorgori
* Rescatar a Syl
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Re: Poción de beldad [Cátedra]
Mi mirada se quedó clavada en la maestra. Eclipse apareció en mi mano antes si quiera de que la terminase de levantar. La hoja se formó entre Syl y la anciana, apuntando muy claramente a esta última.
Los tres nos quedamos quietos. La magia que retenía a Syl empezó a ser drenada por mi espada, [1] haciendo que el hielo se desvaneciese como si fuese vapor. La hoja se cubrió de escarcha, y poco después, mi mano y muñeca también. Todo mi cuerpo empezó a cubrirse del elemento como si de una armadura se tratase. Si aquello se convertía en un combate, y esperaba que no, estaría preparado.
-No hace falta llegar a esto.- dijo la mujer.
-Cálmate, querida, sólo estamos hablando.- le devolví, taladrándola con la mirada. -Debo avisarte, Lovelace, de que no dudaré en matar a cualquiera que ataque a mi compañero. Maestro o no.- dije. A decir verdad, pensaba que tendría más juicio que aquel. No debía olvidarse de con quien estaba tratando. -Si quieres hablar, hablemos. Pero no toleraré esa clase de juegos.-
La maestra parecía sorprendida ante aquella reacción. Aun así, no volvió a atacar. Bajé la espada, respirando hondo.
-Agatha murió por mi culpa, pero no por mi mano.- dijo Syl, rompiendo el silencio. A pesar del muy reciente ataque, no tenía miedo alguno. Lo ocurrido en la Caza le había torturado durante bastante tiempo, pero precisamente por eso, era el más dispuesto a volverlo a contar. -El culpable directo murió poco después. Me encargué personalmente. Pero el verdadero sigue suelto.- dijo. La mujer dudó.
-Desde el principio.- intervine. -Es una historia sobre objetos del 19. Como todas últimamente. En breve: Cuatro falsos reyes secuestraron a treinta y seis hombres bestia para resolver un conflicto que tenian entre ellos. Intentaron que nos matásemos entre nosotros. Y Agatha era una de ellos.- Lovelace puso un rostro indescifrable. ¿Duda? -Acabó siendo usada como proyectil en una catapulta por un hombre pez. Syl fue el que recibió el impacto. Supongo que por eso fue el que está sangrando.- dije, sacudiendo la cabeza.
-Nunca llegué a hablar directamente con ella. Pero intentó ayudarme.- dijo Syl. -Por eso la mataron.-
-Imagino que Agatha quería traer los dos objetos al Hekshold.- intervine, haciendo desaparecer mi espada y cruzándome de hombros. -Pero si quieres un culpable... culpa a Nate Halliman. Un hombre sapo, portador de uno de los 19.- dije. Cerré los ojos.
-Creo que Jason Bosne le dio un entierro en el mar, con un drakkar en llamas.- dijo Syl, repsondiendo a la pregunta de la anciana. -Solo he venido aquí a observar y aprender. Sé algo de alquimia, y Asher me dijo que estaría bien.-
¿Demasiado conveniente? Tenía una forma de demostrar de que lado estaba. Una manera segura. Tenía información, más que muchos otros. Hasta el momento, me había mantenido neutral.
Aquel era el momento de elegir un bando de forma definitiva.
Los maestros de la academia eran gente poderosa e influyente. No precisamente bondadosa, pese a su posición, pero junto a la Logia, tenían la mayor responsabilidad sobre la magia en Aerandir. Su objetivo era asegurar y, con suerte, destruir los objetos. Un poder demasiado peligroso, después de todo. Enloquecedor. Hasta el creador de los objetos estaba de su parte.
Pensé en la Factoría. Querían una utopía para mi raza, pero era un camino de guerra. Pensé en los Buscones. Usarían los artefactos contra el Hombre Muerto, igual que yo usaba la Corona contra los Jinetes. Pero su posición era demasiado frágil, tal y como demostraron los eventos en Dundarak.
Aquello era lo correcto. La mejor manera de detener aquella locura.
-Voy a demostrarte que dice la verdad. Y que soy vuestro aliado. Se donde están los objetos del 19. He visto muchos, y tengo formas de averiguar más.- declaré. -Toma nota, Lovelace. Nadie más te dirá esto.-
-Un muñeco. Lo solía poseer una biocibernética. Ahora, lo tiene el Hombre Muerto. El frasco del no-nato. Lo solía tener Jason Bosne. Está en manos de Belladonna Boisson, quien al parecer también es leal al Hombre Muerto. Permite adquirir partes de animales. El bastón sonriente... Nate Halliman. Controla las emociones, de alguna forma.- tomé aire. Había más. Muchos más. -Collar de cuencas. Manipula recuerdos. También lo tiene el cadaver andante. Oromë Vánadóttir. Se tragó uno de los objetos del 19, uno que permite curar. Estaba en Ciudad Lagarto.- Del resto... no sabía lo suficiente. Quizás aprendiese más. Pero como mínimo, aquello daría un comienzo. Con aquella información, los maestros podían tomar la ofensiva, al menos en parte.
Demasiados objetos en manos de gente que no merecía vivir. Podrían con ellos, o eso esperaba. Si Lovelace se atrevía a plantarme cara, era por un buen motivo, después de todo.
La mujer se tomó unos segundos para asimilarlo todo. Era mucha información. Pero al menos, no parecía ponerlo en duda por el momento. No tomó acción hostil. Suspiré. Un coro de alumnos se había quedado mirando la confrontación, pero volvió a sus pociones en cuanto me di la vuelta. Aún tenía que terminar la mía.
...Algo tenía muy mal aspecto. Una abominación en el suelo, restregandose inutilmente. ¿Que demonios era aquello? Si tenia dueño, no estaba a la vista. La mayoría de alumnos se había alejado, por buen motivo. Suspiré, y tomé la poción que había dejado haciéndose. Syl me siguió. Había dejado de sangrar, pero quedarse junto a la mujer no parecía seguro.
Al tocar el frasco con mi mano helada, el líquido se enfrió y el cristal se llenó de escarcha. Aquello parecía ser lo último que faltaba para darle la viscosidad que necesitaba. No había conseguido demasiadas perlas. Estaba claro que no sería ningún éxito brillante. Pero había una forma perfecta de ponerlo a prueba.
-Aléjate unos pasos.- le dije a mi compañero. Después, volví a invocar a Eclipse, y apunté con la espada a aquel monstruo. Parecía suplicar que alguien lo matase. Llevé la espada, aún helada por la magia de Lovelace, al suelo. Y liberé todo el hielo que tenía, lanzando una cascada azul hacia el monstruo que congelaba todo lo que alcanzaba. [2] La "serpiente" acabó completamente helada, inmóvil e indefensa. Incluso la roca a su alrededor acabó pareciéndose a las montañas heladas de Dundarak.
Caminé hasta la abominación con cautela... y vertí mi propia poción sobre su cuerpo. Que mejor forma de probar su eficacia que con algo tan horrendo.
[1] Habilidad: Absorber
[2] Habilidad: Liberación
Revelo la localización de varios objetos del 19 al Hekshold. Porque hace falta liarla. Y también utilizo la poción de beldad sobre el monstruo de Gorgori. Con la discusión, Asher no se ha dado ni cuenta de que el pobre idiota se ha caído por el acantilado.
Los tres nos quedamos quietos. La magia que retenía a Syl empezó a ser drenada por mi espada, [1] haciendo que el hielo se desvaneciese como si fuese vapor. La hoja se cubrió de escarcha, y poco después, mi mano y muñeca también. Todo mi cuerpo empezó a cubrirse del elemento como si de una armadura se tratase. Si aquello se convertía en un combate, y esperaba que no, estaría preparado.
-No hace falta llegar a esto.- dijo la mujer.
-Cálmate, querida, sólo estamos hablando.- le devolví, taladrándola con la mirada. -Debo avisarte, Lovelace, de que no dudaré en matar a cualquiera que ataque a mi compañero. Maestro o no.- dije. A decir verdad, pensaba que tendría más juicio que aquel. No debía olvidarse de con quien estaba tratando. -Si quieres hablar, hablemos. Pero no toleraré esa clase de juegos.-
La maestra parecía sorprendida ante aquella reacción. Aun así, no volvió a atacar. Bajé la espada, respirando hondo.
-Agatha murió por mi culpa, pero no por mi mano.- dijo Syl, rompiendo el silencio. A pesar del muy reciente ataque, no tenía miedo alguno. Lo ocurrido en la Caza le había torturado durante bastante tiempo, pero precisamente por eso, era el más dispuesto a volverlo a contar. -El culpable directo murió poco después. Me encargué personalmente. Pero el verdadero sigue suelto.- dijo. La mujer dudó.
-Desde el principio.- intervine. -Es una historia sobre objetos del 19. Como todas últimamente. En breve: Cuatro falsos reyes secuestraron a treinta y seis hombres bestia para resolver un conflicto que tenian entre ellos. Intentaron que nos matásemos entre nosotros. Y Agatha era una de ellos.- Lovelace puso un rostro indescifrable. ¿Duda? -Acabó siendo usada como proyectil en una catapulta por un hombre pez. Syl fue el que recibió el impacto. Supongo que por eso fue el que está sangrando.- dije, sacudiendo la cabeza.
-Nunca llegué a hablar directamente con ella. Pero intentó ayudarme.- dijo Syl. -Por eso la mataron.-
-Imagino que Agatha quería traer los dos objetos al Hekshold.- intervine, haciendo desaparecer mi espada y cruzándome de hombros. -Pero si quieres un culpable... culpa a Nate Halliman. Un hombre sapo, portador de uno de los 19.- dije. Cerré los ojos.
-Creo que Jason Bosne le dio un entierro en el mar, con un drakkar en llamas.- dijo Syl, repsondiendo a la pregunta de la anciana. -Solo he venido aquí a observar y aprender. Sé algo de alquimia, y Asher me dijo que estaría bien.-
¿Demasiado conveniente? Tenía una forma de demostrar de que lado estaba. Una manera segura. Tenía información, más que muchos otros. Hasta el momento, me había mantenido neutral.
Aquel era el momento de elegir un bando de forma definitiva.
Los maestros de la academia eran gente poderosa e influyente. No precisamente bondadosa, pese a su posición, pero junto a la Logia, tenían la mayor responsabilidad sobre la magia en Aerandir. Su objetivo era asegurar y, con suerte, destruir los objetos. Un poder demasiado peligroso, después de todo. Enloquecedor. Hasta el creador de los objetos estaba de su parte.
Pensé en la Factoría. Querían una utopía para mi raza, pero era un camino de guerra. Pensé en los Buscones. Usarían los artefactos contra el Hombre Muerto, igual que yo usaba la Corona contra los Jinetes. Pero su posición era demasiado frágil, tal y como demostraron los eventos en Dundarak.
Aquello era lo correcto. La mejor manera de detener aquella locura.
-Voy a demostrarte que dice la verdad. Y que soy vuestro aliado. Se donde están los objetos del 19. He visto muchos, y tengo formas de averiguar más.- declaré. -Toma nota, Lovelace. Nadie más te dirá esto.-
-Un muñeco. Lo solía poseer una biocibernética. Ahora, lo tiene el Hombre Muerto. El frasco del no-nato. Lo solía tener Jason Bosne. Está en manos de Belladonna Boisson, quien al parecer también es leal al Hombre Muerto. Permite adquirir partes de animales. El bastón sonriente... Nate Halliman. Controla las emociones, de alguna forma.- tomé aire. Había más. Muchos más. -Collar de cuencas. Manipula recuerdos. También lo tiene el cadaver andante. Oromë Vánadóttir. Se tragó uno de los objetos del 19, uno que permite curar. Estaba en Ciudad Lagarto.- Del resto... no sabía lo suficiente. Quizás aprendiese más. Pero como mínimo, aquello daría un comienzo. Con aquella información, los maestros podían tomar la ofensiva, al menos en parte.
Demasiados objetos en manos de gente que no merecía vivir. Podrían con ellos, o eso esperaba. Si Lovelace se atrevía a plantarme cara, era por un buen motivo, después de todo.
La mujer se tomó unos segundos para asimilarlo todo. Era mucha información. Pero al menos, no parecía ponerlo en duda por el momento. No tomó acción hostil. Suspiré. Un coro de alumnos se había quedado mirando la confrontación, pero volvió a sus pociones en cuanto me di la vuelta. Aún tenía que terminar la mía.
...Algo tenía muy mal aspecto. Una abominación en el suelo, restregandose inutilmente. ¿Que demonios era aquello? Si tenia dueño, no estaba a la vista. La mayoría de alumnos se había alejado, por buen motivo. Suspiré, y tomé la poción que había dejado haciéndose. Syl me siguió. Había dejado de sangrar, pero quedarse junto a la mujer no parecía seguro.
Al tocar el frasco con mi mano helada, el líquido se enfrió y el cristal se llenó de escarcha. Aquello parecía ser lo último que faltaba para darle la viscosidad que necesitaba. No había conseguido demasiadas perlas. Estaba claro que no sería ningún éxito brillante. Pero había una forma perfecta de ponerlo a prueba.
-Aléjate unos pasos.- le dije a mi compañero. Después, volví a invocar a Eclipse, y apunté con la espada a aquel monstruo. Parecía suplicar que alguien lo matase. Llevé la espada, aún helada por la magia de Lovelace, al suelo. Y liberé todo el hielo que tenía, lanzando una cascada azul hacia el monstruo que congelaba todo lo que alcanzaba. [2] La "serpiente" acabó completamente helada, inmóvil e indefensa. Incluso la roca a su alrededor acabó pareciéndose a las montañas heladas de Dundarak.
Caminé hasta la abominación con cautela... y vertí mi propia poción sobre su cuerpo. Que mejor forma de probar su eficacia que con algo tan horrendo.
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[1] Habilidad: Absorber
[2] Habilidad: Liberación
Revelo la localización de varios objetos del 19 al Hekshold. Porque hace falta liarla. Y también utilizo la poción de beldad sobre el monstruo de Gorgori. Con la discusión, Asher no se ha dado ni cuenta de que el pobre idiota se ha caído por el acantilado.
Asher Daregan
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Re: Poción de beldad [Cátedra]
Confiar en Asher Daregan no era una tarea fácil, los maestros Hartem y Meitner hubieran contestado con magia al ver el resplandor de la espada del perro delante de sus narices. La maestra Lovelace, más tranquila, se cruzó de hombros y se dispuso a escuchar lo que Asher tuviera que decir. Si no le contentaba la explicación, generaría un geiser bajo sus pies que lo expulsaría más allá de los terrenos de La Academia. Antes de que Asher tuviese la oportunidad matar a un maestro, Adda Lovelace mataría a un Centinela. Estaba convencida que lo haría. Se lo repetía, por lo bajini, con tal de mentalizarse. No sería fácil, sería tan difícil como confiar en Asher, pero ella lo haría. Tenía que hacerlo. Lo haría por la maestra Lise Meitner y por Agatha, ambas descansarían.
Asher Daregan relató una historia cuyos protagonistas eran, como no podía ser de otro modo, los objetos malditos de Egdecomb: un frasco que otorgaba partes de animales a quien bebiese de él y un bastón que controlaba las emociones. Los portadores de ambos objetos, junto a Agatha y otro personaje que Asher no mencionó, debieron ser los famoso cuatro reyes que organizaron la campaña. Lovelace estaba convencida que los portadores de los objetos malditos de Egdecomb serían los reyes por el poder que éstos emanaban. Lovelace memorizó los dos nombres importantes de la historia: Nate Halliman y Jason Bosne. El segundo nombre se le escapó a Syl; Asher parecía evitar mencionarlo. Lovelace aflojó la magia con la que asfixiaba al hombre gato no porque confiase en él, sino porque pensó que el verdadero asesino de Agatha, una de las alumnas más aventajadas de Meitner, sería precavido y se mordería la lengua antes de pronunciar el nombre de uno de los portadores. Exportadores, Asher Daregan lo corrigió poco después.
Lovelace recordó el día en que conoció al hombre perro, lo contrató, a él y a un puñado más de guerreros, como escolta para adentrarse a la aldea Lirio, donde se encontraba otro de esos malditos objetos: el pozo de la juventud. Asher parecía ser un imán para esos objetos. Contando el pozo de juventud y suponiendo Asher no mentía, se había encontrado con un total de seis de los diecinueve objetos malditos, casi la tercera parte de ellos.
—Quiero que me cuentes más sobre esos objetos — Lovelace aflojó del todo el hechizo liberando a Syl —, pero aquí no. Será en el comedor de los catedráticos, quiero que los demás maestros escuchen la historia. — se llevó una mano a la cabeza — Tu amigo puede venir con nosotros, agradeceremos su punto de vista — y los nombres que se les pueda escapar de la lengua.
—¡Maestra, maestra! — unos alumnos empezaron a gritar al borde del acantilado.
Lovelace se dejó caer el hombro de Asher como si, de repente, todos los años que tenía se le echasen encima y le indició que fuera al lugar. Los alumnos intentaban hacer una escalera utilizando sus habilidades mágicas. Las olas rompían contra las escaleras destruyéndolas antes incluso que se llegasen a formar.
Uno de los chicos dijo que se trataba de Gorgori, huía de un monstruo deforme, el que Asher Daregan mató derramando su poción de beldad encima de él. Resbaló y cayó por el acantilado. Lovelace tragó saliva a la vez que dejaba caer todo su peso en el hombro de Asher, era su forma de decir que lo acusaba por lo que había sucedido. Los chicos intentaban rescatar Gorgori formando una escalera de magia elemental. La maestra Lovelace levantó la mano y les dijo que parasen. Si por fortuna, si los Dioses en los que Gorgori creía eran afables, no había caído en alguna de las muchas rocas picudas del acantilado; serían las olas quienes hubieran acabado con él. Señaló a las escaleras elementales, destruidas en mil y un pedazos. La maestra se dio la vuelta y se dirigió a la Academia, los alumnos la siguieron. Lloraba la muerte de dos personas, dos de sus alumnos: la astuta mujer pez Agatha y el torpe humano Gorgori.
* Asher Daregan: la confianza que los catedráticos del Hekshold tengan contigo depende de un hilo.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 5 ptos totales de experiencia
* 2 puntos de profesión en Alquimia
Obsequio:
1 Poción de beldad
Poción con la propiedad de embellecer un objeto al verterlo sobre él. En términos on rol: recupera una carga del objeto. Solo aplicable a objetos con una igual o inferior a superior.
He de decir que el número de las pociones de beldad dependían de la runa que nos indica cuántas onelgas conseguiste. De 0 a 3. Runa de muy mala suerte 0, runa suerte mala 1, runa suerte media 2, runa suerte buena o muy buena 3. De esta forma, hay más posibilidades de obtener un premio, pero manteniendo un punto de emoción al dejar la opción de no ganar nada. En tu caso sacaste suerte mala, ganas una única poción. Si hubieras sacado suerte muy mala, me habrías permitido que me riera de ti.
Consecuencia:
Deberás hacer un post en el tablón del bardo delatando a los personajes que posean un objeto del 19 como si estuvieras escribiendo una carta. Tu cuervo, Auginn transportará la carta y la llevará a todos los usuarios que posean a un ave como mascota. Estos usuarios deberán responderte en ese mismo tema con un mensaje en el que digan: “recibido”. Para confirmar que desean participar en esta trama. Pronto (o más bien tarde) daré más instrucciones.
La carta llevará tu firma y el sello del Hekshold.
Algo a tener en cuenta: los usuarios que no posean un ave antes de que este post no podrán responder con el mensaje recibido. Esto lo hacemos para evitar que cualquiera haga trampas y compre un pájaro en el mercado solo por este motivo.
Maldición:
Torpeza de humano:
En el próximo tema con master (misión, evento, desafío, mastereado…) en el que lances La Voluntad de los Dioses, tu espada emanara la sangre de Gorgori. No tendrás que lanzar las runas. En ese momento, serás tan torpe como Gorgori y tu suerte será muy mala. Este efecto seguirá en todas las veces que, en dicho tema, el Master te mande lanzar La Voluntad de los Dioses. La Torpeza de humano desaparece al finalizar el tema en cuestión.
Asher Daregan relató una historia cuyos protagonistas eran, como no podía ser de otro modo, los objetos malditos de Egdecomb: un frasco que otorgaba partes de animales a quien bebiese de él y un bastón que controlaba las emociones. Los portadores de ambos objetos, junto a Agatha y otro personaje que Asher no mencionó, debieron ser los famoso cuatro reyes que organizaron la campaña. Lovelace estaba convencida que los portadores de los objetos malditos de Egdecomb serían los reyes por el poder que éstos emanaban. Lovelace memorizó los dos nombres importantes de la historia: Nate Halliman y Jason Bosne. El segundo nombre se le escapó a Syl; Asher parecía evitar mencionarlo. Lovelace aflojó la magia con la que asfixiaba al hombre gato no porque confiase en él, sino porque pensó que el verdadero asesino de Agatha, una de las alumnas más aventajadas de Meitner, sería precavido y se mordería la lengua antes de pronunciar el nombre de uno de los portadores. Exportadores, Asher Daregan lo corrigió poco después.
Lovelace recordó el día en que conoció al hombre perro, lo contrató, a él y a un puñado más de guerreros, como escolta para adentrarse a la aldea Lirio, donde se encontraba otro de esos malditos objetos: el pozo de la juventud. Asher parecía ser un imán para esos objetos. Contando el pozo de juventud y suponiendo Asher no mentía, se había encontrado con un total de seis de los diecinueve objetos malditos, casi la tercera parte de ellos.
—Quiero que me cuentes más sobre esos objetos — Lovelace aflojó del todo el hechizo liberando a Syl —, pero aquí no. Será en el comedor de los catedráticos, quiero que los demás maestros escuchen la historia. — se llevó una mano a la cabeza — Tu amigo puede venir con nosotros, agradeceremos su punto de vista — y los nombres que se les pueda escapar de la lengua.
—¡Maestra, maestra! — unos alumnos empezaron a gritar al borde del acantilado.
Lovelace se dejó caer el hombro de Asher como si, de repente, todos los años que tenía se le echasen encima y le indició que fuera al lugar. Los alumnos intentaban hacer una escalera utilizando sus habilidades mágicas. Las olas rompían contra las escaleras destruyéndolas antes incluso que se llegasen a formar.
Uno de los chicos dijo que se trataba de Gorgori, huía de un monstruo deforme, el que Asher Daregan mató derramando su poción de beldad encima de él. Resbaló y cayó por el acantilado. Lovelace tragó saliva a la vez que dejaba caer todo su peso en el hombro de Asher, era su forma de decir que lo acusaba por lo que había sucedido. Los chicos intentaban rescatar Gorgori formando una escalera de magia elemental. La maestra Lovelace levantó la mano y les dijo que parasen. Si por fortuna, si los Dioses en los que Gorgori creía eran afables, no había caído en alguna de las muchas rocas picudas del acantilado; serían las olas quienes hubieran acabado con él. Señaló a las escaleras elementales, destruidas en mil y un pedazos. La maestra se dio la vuelta y se dirigió a la Academia, los alumnos la siguieron. Lloraba la muerte de dos personas, dos de sus alumnos: la astuta mujer pez Agatha y el torpe humano Gorgori.
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* Asher Daregan: la confianza que los catedráticos del Hekshold tengan contigo depende de un hilo.
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1 Poción de beldad
Poción con la propiedad de embellecer un objeto al verterlo sobre él. En términos on rol: recupera una carga del objeto. Solo aplicable a objetos con una igual o inferior a superior.
He de decir que el número de las pociones de beldad dependían de la runa que nos indica cuántas onelgas conseguiste. De 0 a 3. Runa de muy mala suerte 0, runa suerte mala 1, runa suerte media 2, runa suerte buena o muy buena 3. De esta forma, hay más posibilidades de obtener un premio, pero manteniendo un punto de emoción al dejar la opción de no ganar nada. En tu caso sacaste suerte mala, ganas una única poción. Si hubieras sacado suerte muy mala, me habrías permitido que me riera de ti.
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La carta llevará tu firma y el sello del Hekshold.
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