Puertas abiertas [Libre] [3/3]
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Puertas abiertas [Libre] [3/3]
Dundarak, la gran ciudad del norte. Su bullicio es incomparable a la calma y el sosiego de las llanuras nevadas; sus gentes pasean por calles anchas y empedradas, llenan las tiendas, las tabernas, y visten cuidados e impolutos ropajes de cuero y piel que, sinceramente, jamás habría imaginado ver. Son gente como yo, no obstante, pero no me siento como ellos. Me siento un extraño, un forastero en tierras desconocidas que no me han visto nacer.
Eynar viajaba a la ciudad una vez al mes, durante una semana, aproximadamente, en busca de comerciantes prestos a intercambiar víveres por pieles y leche procedentes de la granja. A menudo, y sobre todo durante las heladas de invierno, la recogida de determinados recursos era inviable, por lo que era necesario hacer más de un viaje a Dundarak. A su regreso, sin embargo, le gustaba contarme cómo los residentes de la urbe vivían en grandes casas de piedra y trabajaban el acero en candentes e impresionantes forjas de hierro. Al menos, me alegra ver que decía la verdad.
Ya es tarde y la luna corona la ciudad, así que recorro apresuradamente las calles en busca de una posada en la que poder pasar la noche, si bien teniendo en cuenta que no cuento con siquiera una mísera moneda de oro en mi poder, no creo que me sea precisamente sencillo encontrarla. Por suerte, no son pocos los hostales y tabernas que abundan las avenidas: su luz es tan potente que casi parecen rogar a los visitantes que se acerquen a ellos.
Al doblar la esquina, una cantina llama mi atención: La viuda blanca; de fachada descuidada y puertas desencajadas, se encuentra aparentemente vacía, a excepción de un grupo de rezagados que alzan sus jarras de cerveza y brindan por quién sabe qué. En su interior, cuatro mesas de madera decoran la estancia, y sobre ellas, sus respectivos candelabros. Justo frente a la entrada, pegada a la pared, una mujer de trenzas doradas y aspecto imponente preside la barra.
En segundo plano, no obstante, oteo la sombra de un bardo siendo atosigado por una manada de borrachos que lo señalan con el dedo y ríen a carcajadas.
ㅡ ¡Debería darte vergüenza, zagal! ㅡexclama el mayor. El músico no es más que un muchacho de una veintena de años que, cabizbajo, permanece callado y claramente avergonzadoㅡ ¡Mancillas el buen nombre de los bardos!
Aunque busco su mirada con la mía, el joven no parece reparar en mi presencia. Un momento perfecto para recordar la imagen de mi madre empuñando la espada que cargo a mis espaldas y combatiendo valerosamente a un grupo de mercenarios que una vez intentó atacar la aldea, hace ya más tiempo del que pueda recordar.
ㅡ No conseguirás sacar nada bueno de esto ㅡescucho a mis espaldas; es una voz grave, ronca y fuerte, más propia de un soldado que la de una taberneraㅡ Eres tú contra una turba de borrachos con jarras de cristal. No creo que sea una buena idea, ¿comprendes?
ㅡ ¿Y usted? ㅡañado con cierto descaroㅡ ¿No piensa hacer nada?
ㅡ ¿Y de qué serviría, muchacho? ㅡse encoge de hombros mientras frota con ímpetu una bayeta sobre la barraㅡ Perdería buenos clientes, que por cierto, no abundan mucho por aquí. Además, acabarán dejándolo en paz.
En cierto modo, tiene razón. ¿Qué pienso hacer? ¿Desenvainar la espada y armar un escándalo? ¿Aquí, en la ciudad donde podría encontrarse Eynar?
ㅡ Vamos, chico ㅡinsiste la mujer, señalando el desordenado estante donde guarda los vasos, platos y cubiertosㅡ Tómate un buen trago y olvídate del bardo. ¿Qué será?
Eynar viajaba a la ciudad una vez al mes, durante una semana, aproximadamente, en busca de comerciantes prestos a intercambiar víveres por pieles y leche procedentes de la granja. A menudo, y sobre todo durante las heladas de invierno, la recogida de determinados recursos era inviable, por lo que era necesario hacer más de un viaje a Dundarak. A su regreso, sin embargo, le gustaba contarme cómo los residentes de la urbe vivían en grandes casas de piedra y trabajaban el acero en candentes e impresionantes forjas de hierro. Al menos, me alegra ver que decía la verdad.
Ya es tarde y la luna corona la ciudad, así que recorro apresuradamente las calles en busca de una posada en la que poder pasar la noche, si bien teniendo en cuenta que no cuento con siquiera una mísera moneda de oro en mi poder, no creo que me sea precisamente sencillo encontrarla. Por suerte, no son pocos los hostales y tabernas que abundan las avenidas: su luz es tan potente que casi parecen rogar a los visitantes que se acerquen a ellos.
Al doblar la esquina, una cantina llama mi atención: La viuda blanca; de fachada descuidada y puertas desencajadas, se encuentra aparentemente vacía, a excepción de un grupo de rezagados que alzan sus jarras de cerveza y brindan por quién sabe qué. En su interior, cuatro mesas de madera decoran la estancia, y sobre ellas, sus respectivos candelabros. Justo frente a la entrada, pegada a la pared, una mujer de trenzas doradas y aspecto imponente preside la barra.
En segundo plano, no obstante, oteo la sombra de un bardo siendo atosigado por una manada de borrachos que lo señalan con el dedo y ríen a carcajadas.
ㅡ ¡Debería darte vergüenza, zagal! ㅡexclama el mayor. El músico no es más que un muchacho de una veintena de años que, cabizbajo, permanece callado y claramente avergonzadoㅡ ¡Mancillas el buen nombre de los bardos!
Aunque busco su mirada con la mía, el joven no parece reparar en mi presencia. Un momento perfecto para recordar la imagen de mi madre empuñando la espada que cargo a mis espaldas y combatiendo valerosamente a un grupo de mercenarios que una vez intentó atacar la aldea, hace ya más tiempo del que pueda recordar.
ㅡ No conseguirás sacar nada bueno de esto ㅡescucho a mis espaldas; es una voz grave, ronca y fuerte, más propia de un soldado que la de una taberneraㅡ Eres tú contra una turba de borrachos con jarras de cristal. No creo que sea una buena idea, ¿comprendes?
ㅡ ¿Y usted? ㅡañado con cierto descaroㅡ ¿No piensa hacer nada?
ㅡ ¿Y de qué serviría, muchacho? ㅡse encoge de hombros mientras frota con ímpetu una bayeta sobre la barraㅡ Perdería buenos clientes, que por cierto, no abundan mucho por aquí. Además, acabarán dejándolo en paz.
En cierto modo, tiene razón. ¿Qué pienso hacer? ¿Desenvainar la espada y armar un escándalo? ¿Aquí, en la ciudad donde podría encontrarse Eynar?
ㅡ Vamos, chico ㅡinsiste la mujer, señalando el desordenado estante donde guarda los vasos, platos y cubiertosㅡ Tómate un buen trago y olvídate del bardo. ¿Qué será?
Ydgar Heppni
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Re: Puertas abiertas [Libre] [3/3]
Me estiré, desperezándome mientras salía del círculo de glifos inscrito en el suelo. El teletransporte siempre acababa siendo raro de alguna forma u otra. Si no te dejaba mareado o confuso, resultaba extenuante. Pero con el tiempo, me acostumbraría.
Ordené mis pensamientos. Dundarak. Estaba allí para llevar algunos materiales y provisiones, pero era probable que pasase la noche allí. No me gustaba dormir sin Syl, pero tampoco iba a quejarme por tener una cama cómoda lejos del sofocante calor que hacía en los bosques más al sur.
Desabroché las correas de mi armadura y la dejé con cierto cuidado sobre la mesa de trabajo. También me quité el guantelete de mi mano izquierda. Tenía que hacer algo de mantenimiento, pero podía hacerlo a la mañana siguiente.
Tras asegurarme de que las trampas seguían en su sitio, salí de mi taller y cerré la puerta, tanto con llave como con contraseña. Respiré hondo, agradeciendo la brisa sobre el pelaje de mi torso. Necesitaba dejarlo respirar más a menudo, o se quedaba algo tieso. Quizás aprovecharía y tomaría un baño a la mañana siguiente. Sin embargo, había otras prioridades.
Tenía hambre, y se había hecho tarde. Por suerte, sabía de una posada bastante cercana. No siempre tenía la mejor clientela, pero solía ser tranquila, y la comida era difícil de superar. Crucé la calle, aproximándome al local. Por una vez, había algo de ruido. Entré, y sonreí al ver a la dueña.
-¡Maese Daregan!- exclamó la mujer, con un tono casi burlón. -¿Que le trae a este humilde local? ¿No sabe usted que aquí comen los mortales?-
-Ja, ja.- dije, arqueando una ceja. -Quizás vendrían más "mortales" si la dueña tuviese mejor actitud.- respondí, burlón. -Y por el amor de cualquier dios que tengas, no me llames eso.- la posadera lanzó una carcajada ante mi reacción, y señaló a uno de los asientos con una sarcástica reverencia. El más cercano al bardo.
Oh, espíritus. ¿Ese era el ruido que sentía de fuera? El "bardo" era horrendo. Me senté en el más lejano posible, prácticamente en la esquina del local. Unos tipos que parecían haber bebido más de la cuenta se reían a carcajadas desde su mesa, pero no me prestaron demasiada atención.
-¿Te ha servido de algo las runas de la olla, Lis?- pregunté en cuanto se acercó.
-Algo bueno tenías que tener.- sonrió. Para ser una cabeza más pequeña que yo, Lis no se cortaba un pelo en hacer esa clase de bromas. Claro que la posadera no era precisamente de estatura media. Era grande para los estándares humanos. -Una maravilla. Como si tuviese fuego dentro siempre. ¿Que te sirvo?-
-Lo que sabes hacer de verdad.- repliqué.
-¿Cualquier cosa con carne, patatas asadas y una jarra de agua?- preguntó. -¿Cuando vas a beber cerveza como un hombre?-
-Cuando tenga ganas de parecer humano y ser mediocre.- respondí con una sonrisa lupina.
Una media hora más tarde, tenía el plato sobre la mesa, y estaba en proceso de devorar lo que tenía frente a mi plato. En algún momento, el bardo había dejado de intentar torturar a la clientela, los borrachos de turno se estaban metiendo con él, y un tipo de aspecto joven se había metido en el local. Lis le ofreció una bebida. Parecía tener interés en el bardo.
Honestamente, el hecho de que los tipos estuviesen gritando de aquella manera era molesto. Pero de alguna forma, era mejor que la música de ese chico. Era imposible defenderlo: había sido realmente malo. Podía hacer que una comedia sonase a tragedia, y ni siquiera estaba actuando. Me patearía a mi mismo si fuese a defender a aquel intento de asesinato sensorial.
Me terminé mi plato, bebí unos largos tragos de agua, y suspiré.
De repente, no tenía nada mejor que hacer. Y las voces que estaban dando se volvían verdaderamente irritantes... si encima empezaban una pelea, sería molesto, y causaría problemas. Me levanté, haciendo que Lis pasase de mirar al chico a mirarme a mi.
-Asher, no.- pidió.
-Asher, si.- sonreí, apartándola con un gesto. Avancé hasta el grupo. -Eh, tu.- dije.
El bardo me miró, y apretó los dientes. Si antes estaba avergonzado, ahora estaba claramente asustado. No me sorprendía. Probablemente podría levantarlo con un brazo sin problema. Los beodos me miraron.
-Eso ha sido doloroso. ¿Sabes lo que es sufrir eso con orejas como las mías?- gruñí. -Voy a devolverte el favor.- dije, cerrando mi puño en el cuello de su camisa y arrastrándolo conmigo. Los que originalmente se burlaban de él empezaron a reír más fuerte, hablando entre ellos y animándome mientras llevaba al chico hasta la puerta, pese a sus protestas e intentos de liberarse.
Una vez fuera, lo solté. Lejos de golpearle, le miré con poco interés e hice un gesto hacia la calle con la cabeza.
-Ya puedes irte.- dije. El chico estaba temblando. Suspiré. ¿Quizás me había pasado? -...Te he ahorrado una pelea, no me mires así.- Balbuceó algo que no llegué a comprender. -Y aprende a tocar mejor, por lo que más quieras.- gruñí, volviendo a entrar en la taberna.
Ordené mis pensamientos. Dundarak. Estaba allí para llevar algunos materiales y provisiones, pero era probable que pasase la noche allí. No me gustaba dormir sin Syl, pero tampoco iba a quejarme por tener una cama cómoda lejos del sofocante calor que hacía en los bosques más al sur.
Desabroché las correas de mi armadura y la dejé con cierto cuidado sobre la mesa de trabajo. También me quité el guantelete de mi mano izquierda. Tenía que hacer algo de mantenimiento, pero podía hacerlo a la mañana siguiente.
Tras asegurarme de que las trampas seguían en su sitio, salí de mi taller y cerré la puerta, tanto con llave como con contraseña. Respiré hondo, agradeciendo la brisa sobre el pelaje de mi torso. Necesitaba dejarlo respirar más a menudo, o se quedaba algo tieso. Quizás aprovecharía y tomaría un baño a la mañana siguiente. Sin embargo, había otras prioridades.
Tenía hambre, y se había hecho tarde. Por suerte, sabía de una posada bastante cercana. No siempre tenía la mejor clientela, pero solía ser tranquila, y la comida era difícil de superar. Crucé la calle, aproximándome al local. Por una vez, había algo de ruido. Entré, y sonreí al ver a la dueña.
-¡Maese Daregan!- exclamó la mujer, con un tono casi burlón. -¿Que le trae a este humilde local? ¿No sabe usted que aquí comen los mortales?-
-Ja, ja.- dije, arqueando una ceja. -Quizás vendrían más "mortales" si la dueña tuviese mejor actitud.- respondí, burlón. -Y por el amor de cualquier dios que tengas, no me llames eso.- la posadera lanzó una carcajada ante mi reacción, y señaló a uno de los asientos con una sarcástica reverencia. El más cercano al bardo.
Oh, espíritus. ¿Ese era el ruido que sentía de fuera? El "bardo" era horrendo. Me senté en el más lejano posible, prácticamente en la esquina del local. Unos tipos que parecían haber bebido más de la cuenta se reían a carcajadas desde su mesa, pero no me prestaron demasiada atención.
-¿Te ha servido de algo las runas de la olla, Lis?- pregunté en cuanto se acercó.
-Algo bueno tenías que tener.- sonrió. Para ser una cabeza más pequeña que yo, Lis no se cortaba un pelo en hacer esa clase de bromas. Claro que la posadera no era precisamente de estatura media. Era grande para los estándares humanos. -Una maravilla. Como si tuviese fuego dentro siempre. ¿Que te sirvo?-
-Lo que sabes hacer de verdad.- repliqué.
-¿Cualquier cosa con carne, patatas asadas y una jarra de agua?- preguntó. -¿Cuando vas a beber cerveza como un hombre?-
-Cuando tenga ganas de parecer humano y ser mediocre.- respondí con una sonrisa lupina.
Una media hora más tarde, tenía el plato sobre la mesa, y estaba en proceso de devorar lo que tenía frente a mi plato. En algún momento, el bardo había dejado de intentar torturar a la clientela, los borrachos de turno se estaban metiendo con él, y un tipo de aspecto joven se había metido en el local. Lis le ofreció una bebida. Parecía tener interés en el bardo.
Honestamente, el hecho de que los tipos estuviesen gritando de aquella manera era molesto. Pero de alguna forma, era mejor que la música de ese chico. Era imposible defenderlo: había sido realmente malo. Podía hacer que una comedia sonase a tragedia, y ni siquiera estaba actuando. Me patearía a mi mismo si fuese a defender a aquel intento de asesinato sensorial.
Me terminé mi plato, bebí unos largos tragos de agua, y suspiré.
De repente, no tenía nada mejor que hacer. Y las voces que estaban dando se volvían verdaderamente irritantes... si encima empezaban una pelea, sería molesto, y causaría problemas. Me levanté, haciendo que Lis pasase de mirar al chico a mirarme a mi.
-Asher, no.- pidió.
-Asher, si.- sonreí, apartándola con un gesto. Avancé hasta el grupo. -Eh, tu.- dije.
El bardo me miró, y apretó los dientes. Si antes estaba avergonzado, ahora estaba claramente asustado. No me sorprendía. Probablemente podría levantarlo con un brazo sin problema. Los beodos me miraron.
-Eso ha sido doloroso. ¿Sabes lo que es sufrir eso con orejas como las mías?- gruñí. -Voy a devolverte el favor.- dije, cerrando mi puño en el cuello de su camisa y arrastrándolo conmigo. Los que originalmente se burlaban de él empezaron a reír más fuerte, hablando entre ellos y animándome mientras llevaba al chico hasta la puerta, pese a sus protestas e intentos de liberarse.
Una vez fuera, lo solté. Lejos de golpearle, le miré con poco interés e hice un gesto hacia la calle con la cabeza.
-Ya puedes irte.- dije. El chico estaba temblando. Suspiré. ¿Quizás me había pasado? -...Te he ahorrado una pelea, no me mires así.- Balbuceó algo que no llegué a comprender. -Y aprende a tocar mejor, por lo que más quieras.- gruñí, volviendo a entrar en la taberna.
Asher Daregan
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Re: Puertas abiertas [Libre] [3/3]
El paseo de aquella noche se había tornado en cuanto menos interesante para Sylar, jamás hubiera pensado que se encontraría la escena ante la que se halló. Por suerte, nada que lamentar tuvo lugar. Suspiró. La hora de volver a la taberna en la que estaba alojado estaba llegando. En el camino de regreso era de apreciar como las calles bulliciosas del día ahora estaban como dormidas, con algún que otro leve despertar por la gente nocturna de Dundarak, gentes que sería mejor mantener a cierta distancia si apreciabas tu cartera.
La viuda blanca una de las peores tabernas de Dundarak era donde se hospedaba ahora Sylar, en parte por no querer gastar muchas monedas. El otro motivo se debía a la mesera. En primer momento le pareció a Sylar un tanto desagradable por sus maneras, no fue hasta un tiempo después que le tomó apreció. Más cuando le regaló una noche gratis por ayudarle a atajar una pelea que amenazaba con arrasar las cuatro maderas mal sujetas que formaban la taberna.
Al divisar la entrada de La viuda blanca observó como un hombre-bestia de apariencia canina despachaba a un joven. Sylar sonrió por dentro. Reconoció al joven al instante. Era bastante conocido por el lugar, y no por ser diestro en su profesión. Hace unas semanas un tabernero le ofreció unas monedas a cambio de que no volviera a aparecer por su local, cada vez que iba la gente desaparecía en cuestión de minutos. A veces bastaba su presencia para ahuyentar a la clientela más fiel, sin llegar a tocar. El mesero que le ofreció un dinero fue el más amable, ya que otros le amenazaron con golpearlo o con arrebatarle la vida. La única que le permitía seguir tocando era Lis. En su taberna resultaba que su horrenda música era muy productiva. La clientela de Lis se formaba por muchos despojos de Dundarak, muchos de ellos tenían la entrada vetada a otros locales, lo que hacía difícil el perder clientes, y la única salida de estos era beber más alcohol. Como resultado la bolsa de Lis se llenaba.
Al entrar en La viuda blanca Sylar observo que había una nueva cara en la barra. Se acercó a un taburete adyacente a donde se encontraba el joven. Sylar golpeó la barra con la mano abierta.
ㅡ Lis, pon…ㅡ Sylar se quedo con la frase en la boca antes de poder acabarla. Lis se adelantó a su petición, antes de acabar ya tenía una jarra de cerveza en la barra.
ㅡ No te quedes con esa cara de tonto, si después de más de un mes que llevas aquí no hubiera notado tu inclinación a la cerveza tendría que cuestionarme el seguir como la mesera de La viuda blanca. ㅡ Explicó Lis con satisfacción en los ojos, sabía contentar a sus fieles o mejor sería decir que sabía como hacer que no se escaparan de su bolsa.
ㅡ Gracias Lis. ㅡ Agradeció Sylar con cierta sonrisa tímida en el rostro. ㅡ Pero puesto que no fui yo el que pidió la cerveza, ¿significa que a esta invitas tú?
La viuda blanca una de las peores tabernas de Dundarak era donde se hospedaba ahora Sylar, en parte por no querer gastar muchas monedas. El otro motivo se debía a la mesera. En primer momento le pareció a Sylar un tanto desagradable por sus maneras, no fue hasta un tiempo después que le tomó apreció. Más cuando le regaló una noche gratis por ayudarle a atajar una pelea que amenazaba con arrasar las cuatro maderas mal sujetas que formaban la taberna.
Al divisar la entrada de La viuda blanca observó como un hombre-bestia de apariencia canina despachaba a un joven. Sylar sonrió por dentro. Reconoció al joven al instante. Era bastante conocido por el lugar, y no por ser diestro en su profesión. Hace unas semanas un tabernero le ofreció unas monedas a cambio de que no volviera a aparecer por su local, cada vez que iba la gente desaparecía en cuestión de minutos. A veces bastaba su presencia para ahuyentar a la clientela más fiel, sin llegar a tocar. El mesero que le ofreció un dinero fue el más amable, ya que otros le amenazaron con golpearlo o con arrebatarle la vida. La única que le permitía seguir tocando era Lis. En su taberna resultaba que su horrenda música era muy productiva. La clientela de Lis se formaba por muchos despojos de Dundarak, muchos de ellos tenían la entrada vetada a otros locales, lo que hacía difícil el perder clientes, y la única salida de estos era beber más alcohol. Como resultado la bolsa de Lis se llenaba.
Al entrar en La viuda blanca Sylar observo que había una nueva cara en la barra. Se acercó a un taburete adyacente a donde se encontraba el joven. Sylar golpeó la barra con la mano abierta.
ㅡ Lis, pon…ㅡ Sylar se quedo con la frase en la boca antes de poder acabarla. Lis se adelantó a su petición, antes de acabar ya tenía una jarra de cerveza en la barra.
ㅡ No te quedes con esa cara de tonto, si después de más de un mes que llevas aquí no hubiera notado tu inclinación a la cerveza tendría que cuestionarme el seguir como la mesera de La viuda blanca. ㅡ Explicó Lis con satisfacción en los ojos, sabía contentar a sus fieles o mejor sería decir que sabía como hacer que no se escaparan de su bolsa.
ㅡ Gracias Lis. ㅡ Agradeció Sylar con cierta sonrisa tímida en el rostro. ㅡ Pero puesto que no fui yo el que pidió la cerveza, ¿significa que a esta invitas tú?
Sylar
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