Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
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Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
Había que tener consideración con los alumnos, pero no sobreprotegerlos. Aerandir estaba plagada de peligros, a cada cual más mortífero que el anterior. Uno de los principales objetivos del Hekshold era preparar a los brujos para cuando tengan que enfrentarse a la vida fuera de las cómodas murallas de la academia. Lise Meitner organizó la expedición siguiendo ésta máximo tanto metafórica como literalmente. Reunió a un pequeño grupo de alumnos, apenas una docena, al puerto del Hekshold. Subieron a un barco pesquero, reformado expresamente, siguiendo las instrucciones de la maestra, para que pudiera servir con la clase prepara. Mantuvo el casco original de la nave, era pequeño y liviano. Cualquier barco que estuviera navegando por los alrededores de la zona, lo consideraría como un inofensivo y pobre pesquero, como tantos más. Las velas, sin embargo, mandó que las cambiasen. Puso en su lugar las velas de un bergantín, más amplias y robustas, favoreciendo la rapidez y la complejidad del trabajo a bordo.
—Id subiendo en orden de lista.
La maestra levantó los brazos, la lista de alumnos apareció de la nada con un chasquido de humo. Meitner recitó los nombres por orden alfabético, contando la primera letra del apellido. Hizo una breve pausa, casi imperceptible, al llegar al apellido Calhoun. Aerandir plagada y el que hoy se enfrentarían los hermanos, era una de los más angustiosos. La maestra los había seleccionado expresamente con la intención de someterlos al dolor que producía la reciente desaparición de sus padres.
—Calhoun, Elen — nadie se dio cuenta que Meitner tragó saliva, un acto de vacilación —. Calhoun, Vincent….
En los últimos días se expandió el rumor en la academia, rumor que llegó a oídos de los maestros, que el océano engulló al señor y la señora Calhoun en su último viaje. Deberían haber regresado hacía dos semanas. Hacía un mes que, por lo menos, debían haber mandado un mensaje informando de su situación, fuera cual fuera ésta. El océano les había tragado, los alumnos más jóvenes, hacedores de malos rumores, no encontraron mejor explicación. Era a ese mismo océano al que la Meitner dirigía a los chicos. Estarían un máximo de 5 horas, cuando el sol mañanero estuviera en lo más alto, regresarían a la academia. Estarían para la hora de la segunda comida del día. Era un tiempo corto, pero más que suficiente para que las cabezas de los hermanos Calhoun rebosasen preguntas cuya respuesta no necesitaban encontrar. Recordarían los tesoros y reliquias que sus padres encontraron y donaron al Hekshold en son de investigación, fueron muchos y muy variados. Huirían de los comentarios de sus compañeros, tan dañinos y mortíferos como cualquier otro peligro fuera de las murallas del Hekshold.
El mar tenía una cuenta a pagar con los doce chicos que subieron a bordo de la nave. El padre de Grand (sin apellido) trabajó de pescador hasta que una barracuda mordió su brazo derecho, se lo tuvieron que extirpar para evitar que la infección se expandiese al resto del cuerpo. La casa de Julie Mao se la llevó el mar. La construyeron demasiado cerca de la costa y una ola se encaprichó por sus paredes. Meitner tenía la idea de que los chicos cobrasen la deuda.
Una vez que el castillo del Hekshod no era más que una mota en la distancia, la maestra Meitner se puso a hablar.
—El mar illidense alberga una abundante multitud de reliquias pertenecientes a guerras por los años olvidadas. Encontrarnos no es tarea sencilla. Hay quien se sirve de máquinas, obras de la ingeniería moderna con redes del tamaño de dragones y poleas mecánicas. Hunden las redes hasta tocar tierra y recogen aquello que topa con la red: piedras y cangrejos. Nosotros, al igual que nuestros antepasados — o nuestros padres, en el caso de los Calhoun — nos serviremos de la magia.
La maestra introdujo ambas manos en los bolsillos de la túnica y sacó un puñado de huesos de animales pequeños y la calavera pintada de un ave. No todos los huesos parecían pertenecer al mismo pájaro. Lanzó los huesos y la calavera al aire con un ligero empujón, como si estuviera liberando a una paloma. La calavera comenzó a piar, al mismo tiempo que los huesos se unieron, formando el cuerpo de un pájara de éter. El ave no tenía color y su forma era confusa. Volaba en perfecta línea recta y sin mover las alas. Se alejó del barco pesquero y, llegado a un punto concreto del océano, se sumergió; en perfecta línea recta, era una flecha siendo disparada contra el mar.
—Sed pacientes — dijo la maestra en voz baja al ver que los estudiantes se amontonaban nerviosos en la barandilla de protección del barco.
El ave regresó al cabo de poco tiempo con un medallón en la boca. Se posó el hombro de la maestra Meitner y dejó caer el medallón en sus manos. El pájaro desapareció.
—Esto es lo que quiero que hagáis — dijo exhibiendo el medallón como si fuera un trofeo —, cobrad la deuda que os debe el mar — hasta ese momento, la maestra no había hecho referencia a sus verdaderas intenciones.
* Bienvenidos hermanos Calhoun: Siento muchísimo haber tardado en subir este tema. Primero quise esperarme hasta que Elen tuviera un ritmo más cómodo. Esperé tanto que perdí el esquema del tema. Luego pasó que ahora es mi ritmo el que se vio truncado por temas laborales. ¡Un caos! Pero, aquí lo tenemos, después de tanto tiempo, la cátedra que todo el mundo estaba esperando. ¡Los hermanos Calhoun en acción!
Decir que esta cátedra se ambiente en el pasado. Unas semanas después de que se diesen por desaparecidos a los padres de Elen y Vincent. El drama juvenil está garantizado. Decir también que la Lise Meitner que vemos en este tema es muy diferente a la actual. Pensad que todavía no ha sido ascendida a catedrática ni ha conocido a Adie, el cual adoptaría como su hijo. En definitiva, vemos a una profesora novata que piensa en que está haciendo lo correcto, pero se pasa de severa. Siempre se ha dicho: los profesores más jóvenes son los más duros. No es la excepción.
No he querido meterme en la historia de vuestros padres. Solo he hablado de los rumores que se escuchan en el Hekshold. No he mencionado el poblado de los dragones abandonado que fueron a investigar ni los experimentos de alquimia porque no me veo en la posición de hacerlo. Quiero decir: esa historia es muy vuestra, muy personal, y no quisiera intervenir de mala manera. No quiero decir nada fuera de lugar y si he dicho algo mal, referente a esta parte, y os gustaría que lo dijera de otra manera, decídmelo sin ningún problema. Estaré encantada de editarla.
Ahora, pasamos al objetivo del tema. Deberéis realizar un hechizo, sed imaginativos, que os guíe hasta uno de los tesoros sumergidos. La calidad de este tesoro será dada por los Dioses. Deberéis lanzar La Voluntad de los Dioses al final del post. Qué sean ellos quienes elijan vuestra suerte.
Por ahora, no me importa el orden de posteo. De cara al futuro se irá complicando y sí daré instrucciones más detalladas y personalizadas. Este primer turno he pensado en dejarlo como introducción.
—Id subiendo en orden de lista.
La maestra levantó los brazos, la lista de alumnos apareció de la nada con un chasquido de humo. Meitner recitó los nombres por orden alfabético, contando la primera letra del apellido. Hizo una breve pausa, casi imperceptible, al llegar al apellido Calhoun. Aerandir plagada y el que hoy se enfrentarían los hermanos, era una de los más angustiosos. La maestra los había seleccionado expresamente con la intención de someterlos al dolor que producía la reciente desaparición de sus padres.
—Calhoun, Elen — nadie se dio cuenta que Meitner tragó saliva, un acto de vacilación —. Calhoun, Vincent….
En los últimos días se expandió el rumor en la academia, rumor que llegó a oídos de los maestros, que el océano engulló al señor y la señora Calhoun en su último viaje. Deberían haber regresado hacía dos semanas. Hacía un mes que, por lo menos, debían haber mandado un mensaje informando de su situación, fuera cual fuera ésta. El océano les había tragado, los alumnos más jóvenes, hacedores de malos rumores, no encontraron mejor explicación. Era a ese mismo océano al que la Meitner dirigía a los chicos. Estarían un máximo de 5 horas, cuando el sol mañanero estuviera en lo más alto, regresarían a la academia. Estarían para la hora de la segunda comida del día. Era un tiempo corto, pero más que suficiente para que las cabezas de los hermanos Calhoun rebosasen preguntas cuya respuesta no necesitaban encontrar. Recordarían los tesoros y reliquias que sus padres encontraron y donaron al Hekshold en son de investigación, fueron muchos y muy variados. Huirían de los comentarios de sus compañeros, tan dañinos y mortíferos como cualquier otro peligro fuera de las murallas del Hekshold.
El mar tenía una cuenta a pagar con los doce chicos que subieron a bordo de la nave. El padre de Grand (sin apellido) trabajó de pescador hasta que una barracuda mordió su brazo derecho, se lo tuvieron que extirpar para evitar que la infección se expandiese al resto del cuerpo. La casa de Julie Mao se la llevó el mar. La construyeron demasiado cerca de la costa y una ola se encaprichó por sus paredes. Meitner tenía la idea de que los chicos cobrasen la deuda.
Una vez que el castillo del Hekshod no era más que una mota en la distancia, la maestra Meitner se puso a hablar.
—El mar illidense alberga una abundante multitud de reliquias pertenecientes a guerras por los años olvidadas. Encontrarnos no es tarea sencilla. Hay quien se sirve de máquinas, obras de la ingeniería moderna con redes del tamaño de dragones y poleas mecánicas. Hunden las redes hasta tocar tierra y recogen aquello que topa con la red: piedras y cangrejos. Nosotros, al igual que nuestros antepasados — o nuestros padres, en el caso de los Calhoun — nos serviremos de la magia.
La maestra introdujo ambas manos en los bolsillos de la túnica y sacó un puñado de huesos de animales pequeños y la calavera pintada de un ave. No todos los huesos parecían pertenecer al mismo pájaro. Lanzó los huesos y la calavera al aire con un ligero empujón, como si estuviera liberando a una paloma. La calavera comenzó a piar, al mismo tiempo que los huesos se unieron, formando el cuerpo de un pájara de éter. El ave no tenía color y su forma era confusa. Volaba en perfecta línea recta y sin mover las alas. Se alejó del barco pesquero y, llegado a un punto concreto del océano, se sumergió; en perfecta línea recta, era una flecha siendo disparada contra el mar.
—Sed pacientes — dijo la maestra en voz baja al ver que los estudiantes se amontonaban nerviosos en la barandilla de protección del barco.
El ave regresó al cabo de poco tiempo con un medallón en la boca. Se posó el hombro de la maestra Meitner y dejó caer el medallón en sus manos. El pájaro desapareció.
—Esto es lo que quiero que hagáis — dijo exhibiendo el medallón como si fuera un trofeo —, cobrad la deuda que os debe el mar — hasta ese momento, la maestra no había hecho referencia a sus verdaderas intenciones.
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* Bienvenidos hermanos Calhoun: Siento muchísimo haber tardado en subir este tema. Primero quise esperarme hasta que Elen tuviera un ritmo más cómodo. Esperé tanto que perdí el esquema del tema. Luego pasó que ahora es mi ritmo el que se vio truncado por temas laborales. ¡Un caos! Pero, aquí lo tenemos, después de tanto tiempo, la cátedra que todo el mundo estaba esperando. ¡Los hermanos Calhoun en acción!
Decir que esta cátedra se ambiente en el pasado. Unas semanas después de que se diesen por desaparecidos a los padres de Elen y Vincent. El drama juvenil está garantizado. Decir también que la Lise Meitner que vemos en este tema es muy diferente a la actual. Pensad que todavía no ha sido ascendida a catedrática ni ha conocido a Adie, el cual adoptaría como su hijo. En definitiva, vemos a una profesora novata que piensa en que está haciendo lo correcto, pero se pasa de severa. Siempre se ha dicho: los profesores más jóvenes son los más duros. No es la excepción.
No he querido meterme en la historia de vuestros padres. Solo he hablado de los rumores que se escuchan en el Hekshold. No he mencionado el poblado de los dragones abandonado que fueron a investigar ni los experimentos de alquimia porque no me veo en la posición de hacerlo. Quiero decir: esa historia es muy vuestra, muy personal, y no quisiera intervenir de mala manera. No quiero decir nada fuera de lugar y si he dicho algo mal, referente a esta parte, y os gustaría que lo dijera de otra manera, decídmelo sin ningún problema. Estaré encantada de editarla.
Ahora, pasamos al objetivo del tema. Deberéis realizar un hechizo, sed imaginativos, que os guíe hasta uno de los tesoros sumergidos. La calidad de este tesoro será dada por los Dioses. Deberéis lanzar La Voluntad de los Dioses al final del post. Qué sean ellos quienes elijan vuestra suerte.
Por ahora, no me importa el orden de posteo. De cara al futuro se irá complicando y sí daré instrucciones más detalladas y personalizadas. Este primer turno he pensado en dejarlo como introducción.
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
Otro día más comenzaba, y como cada mañana, la benjamina de los Calhoun abrió los ojos con la esperanza de que las cosas hubiesen cambiado, de que su incertidumbre terminase de una vez por todas. Rápidamente, Elen saltó de la cama y salió de la habitación a toda prisa para dirigirse a la cocina, pero de nuevo, como llevaba pasándole ya varias semanas, se encontró con el triste semblante de la señora Stone, cuya mirada cargada de lástima solo podía significar una cosa, aún no había noticias de sus padres.
- Buenos días cielo, ¿has dormido bien? - preguntó la mujer, recibiendo como única respuesta un leve asentimiento de cabeza de la chica. - Me alegro, el desayuno estará listo en unos minutos, deberías prepararte para ir a la academia. - indicó con voz suave, y sin decir nada, la pequeña bruja se dio la vuelta y regresó por donde había venido.
Una vez aseada y vestida para acudir al Hekshold, la de cabellos cenicientos se sentó a la mesa y en silencio, tomó su desayuno con cierta desgana, tras lo cual esperó a que su hermano estuviese listo para emprender el camino hacia el pueblo. El trayecto hacia la escuela también lo hizo sin apenas pronunciar palabra, y aunque una parte de ella no quería asistir a las clases ni hacer absolutamente nada, otra la impulsaba a prepararse para seguir el camino que habían tomado sus padres.
Pero con apenas 11 años no podía hacer mucho para encontrarlos, y lo peor era que no solo no podía ir ella sino que su corta edad también frenaba a Vincent, quien de haber querido podría haber intentado rastrear al matrimonio con sus habilidades, pero prefirió quedarse a cuidar de ella. - Me volveré fuerte, aprenderé a controlar mi elemento y dejaré de ser una carga para él. - pensó, mirando de soslayo al rubio.
Con ese objetivo en mente, aunque para ello tendría que estudiar y practicar mucho, la muchacha hizo lo posible para no quedarse atrás, y cuando finalmente llegaron al Hekshold, la profesora Meitner los sorprendió con una expedición. Los verdes ojos de la hechicera recorrieron el barco con cierta desconfianza, no parecía demasiado fiable pero debía obedecer a la maestra, así que, ignorando los cuchicheos de algunos alumnos que los miraban, aguardó a que la nombrase para subir al pesquero.
- ¿No ves su cara? Debe estar aterrada… - comentó en voz baja uno de los chicos, pero el rostro de la joven no demostraba miedo, en realidad no mostraba nada, carecía de expresión, igual que su mirada, que a menudo se quedaba perdida en algún punto del horizonte. Desde el rincón en que se había sentado, Elen podía escuchar los murmullos de los demás, y no le cabía duda de que más de uno trataba acerca de la desaparición de los Calhoun, pero no les hizo caso.
- ¿Qué sabrán ellos? Todos creen que el océano se los ha tragado pero eso no es así, habrán sufrido algún contratiempo en el camino y no han podido comunicarse con nosotros, seguro que solo es eso. - trataba de auto convencerse la tensai mentalmente, pues no podía asumir que les hubiese pasado algo malo… la idea de que no volviese a verlos era simplemente inconcebible para ella.
Después de un rato de navegación, en que la imponente estructura del Hekshold se fue haciendo más y más pequeña, la profesora empezó a explicar el motivo que los había llevado hasta allí aquella mañana, y como no podía ser de otro modo, los conflictos del pasado estaban de por medio. “Guerra” era un término que se usaba demasiado en las islas, no solo en las clases de historia, donde tenía sentido hablar de ello, sino en todos los aspectos de la vida.
“Si quieres ser útil contra el enemigo tienes que aprender a controlar tus poderes”, “Los elfos no olvidan, nunca se sabe cuándo pueden volver a atacarnos”, “La verdadera fuerza de un brujo se mide en lo potentes que puedan llegar a ser sus hechizos de cara al combate”, “Tarde o temprano todo mago interviene en una guerra, para nosotros es un honor combatir por lo que creemos correcto”. Esas eran algunas de las “perlas” que soltaban los profesores más ancianos, pero a diferencia de muchos niños de su edad, Elen no había sido criada con esas ideas, no, sus padres apostaban por el progreso y por dejar atrás el rencor y el odio entre razas, algo que al menos ella iba a hacer.
Pero por suerte no estaban allí para recibir una lección de historia ni para escuchar por enésima vez el relato de la batalla que se produjo en las islas Illidenses, sino para tratar de recuperar algunos objetos y tesoros que reposaban en el fondo del mar. La demostración de Meitner no tardó en captar la atención de la chica, pero a diferencia de ella, que era una bruja adulta y experimentada, la benjamina de los Calhoun aún trataba de dominar su elemento, con lo que extraer algo de las profundidades no iba a resultarle nada sencillo.
- Si al menos fuese una tensai de agua… - pensó, sin soltar la barandilla mientras escrutaba la oscura masa azul sobre la que flotaban. Todos los estudiantes alzaron la vista al ver regresar el pájaro de la profesora con algo en el pico, un medallón, pero cuando ésta dejó entrever lo que realmente buscaba con aquella expedición, la de cabellos cenicientos perdió todo interés en participar de aquella actividad.
- A mí no me debe nada, no se los ha tragado… ellos están bien, tienen que estarlo. - susurró, aferrándose con tanta fuerza a la barandilla que pronto le empezaron a doler las manos. Los intensos ojos verdes de la joven de volvieron vidriosos, pero ni siquiera entonces permitió que las lágrimas se desbordasen, no quería mostrar su debilidad a nadie.
Pasaron un par de minutos antes de que la mujer se diese cuenta del cambio de actitud que había experimentado su alumna, ya que muchos de los otros chicos se habían puesto manos a la obra para obtener sus tesoros, pero cuando reparó en la tensa postura de la niña y su triste expresión, no dudó en acercarse a ella para animarla a integrarse en el grupo. En un principio la pequeña hechicera se mostró reacia a unirse al resto de la clase, pero pronto comprendió que en realidad no tenía elección, estaba allí para aprender y debía mostrar un mínimo de respeto a sus superiores, así la habían educado.
Consciente de que su madre no habría aprobado que desobedeciese abiertamente a una de sus colegas de profesión, Elen terminó cediendo a los deseos de Meitner, pero no tenía nada que reclamar al mar, y aunque lo que todos murmuraban fuese cierto... allí abajo no encontraría ningún objeto, arma o reliquia que pudiese saldar tal deuda, ningún tesoro material podría valer lo mismo que la vida de sus padres.
- Bueno... y ¿cómo logro sacar algo del fondo? - se preguntó a sí misma sin apartar la vista de las oscuras aguas. La telequinesis parecía su única opción pero no estaba segura de ser capaz de utilizarla a tanta distancia, mucho menos sin siquiera ver el objeto que pretendía manipular, así que optó por hacer otra cosa, concentrarse y crear una pequeña corriente de viento que guió hacia la superficie para luego hacerla girar y girar cada vez más rápido, con lo que lentamente, consiguió crear una especie de remolino que se fue abriendo paso hacia la parte más profunda.
- Si consigo dejar un hueco libre de agua tendré alguna oportunidad. - pensó, esforzándose para mantener en movimiento su hechizo y que no se debilitase antes de llegar abajo del todo.
Off: Lamento mucho mi tardanza, pero entre el trabajo y la falta de inspiración no he podido responder antes >.<
Espero que no vuelva a repetirse.
Apunte: Elen apenas tiene 11 años y no es capaz de manipular su elemento como le gustaría así que será un reto conseguir lo que Meitner le pide.
- Buenos días cielo, ¿has dormido bien? - preguntó la mujer, recibiendo como única respuesta un leve asentimiento de cabeza de la chica. - Me alegro, el desayuno estará listo en unos minutos, deberías prepararte para ir a la academia. - indicó con voz suave, y sin decir nada, la pequeña bruja se dio la vuelta y regresó por donde había venido.
Una vez aseada y vestida para acudir al Hekshold, la de cabellos cenicientos se sentó a la mesa y en silencio, tomó su desayuno con cierta desgana, tras lo cual esperó a que su hermano estuviese listo para emprender el camino hacia el pueblo. El trayecto hacia la escuela también lo hizo sin apenas pronunciar palabra, y aunque una parte de ella no quería asistir a las clases ni hacer absolutamente nada, otra la impulsaba a prepararse para seguir el camino que habían tomado sus padres.
Pero con apenas 11 años no podía hacer mucho para encontrarlos, y lo peor era que no solo no podía ir ella sino que su corta edad también frenaba a Vincent, quien de haber querido podría haber intentado rastrear al matrimonio con sus habilidades, pero prefirió quedarse a cuidar de ella. - Me volveré fuerte, aprenderé a controlar mi elemento y dejaré de ser una carga para él. - pensó, mirando de soslayo al rubio.
Con ese objetivo en mente, aunque para ello tendría que estudiar y practicar mucho, la muchacha hizo lo posible para no quedarse atrás, y cuando finalmente llegaron al Hekshold, la profesora Meitner los sorprendió con una expedición. Los verdes ojos de la hechicera recorrieron el barco con cierta desconfianza, no parecía demasiado fiable pero debía obedecer a la maestra, así que, ignorando los cuchicheos de algunos alumnos que los miraban, aguardó a que la nombrase para subir al pesquero.
- ¿No ves su cara? Debe estar aterrada… - comentó en voz baja uno de los chicos, pero el rostro de la joven no demostraba miedo, en realidad no mostraba nada, carecía de expresión, igual que su mirada, que a menudo se quedaba perdida en algún punto del horizonte. Desde el rincón en que se había sentado, Elen podía escuchar los murmullos de los demás, y no le cabía duda de que más de uno trataba acerca de la desaparición de los Calhoun, pero no les hizo caso.
- ¿Qué sabrán ellos? Todos creen que el océano se los ha tragado pero eso no es así, habrán sufrido algún contratiempo en el camino y no han podido comunicarse con nosotros, seguro que solo es eso. - trataba de auto convencerse la tensai mentalmente, pues no podía asumir que les hubiese pasado algo malo… la idea de que no volviese a verlos era simplemente inconcebible para ella.
Después de un rato de navegación, en que la imponente estructura del Hekshold se fue haciendo más y más pequeña, la profesora empezó a explicar el motivo que los había llevado hasta allí aquella mañana, y como no podía ser de otro modo, los conflictos del pasado estaban de por medio. “Guerra” era un término que se usaba demasiado en las islas, no solo en las clases de historia, donde tenía sentido hablar de ello, sino en todos los aspectos de la vida.
“Si quieres ser útil contra el enemigo tienes que aprender a controlar tus poderes”, “Los elfos no olvidan, nunca se sabe cuándo pueden volver a atacarnos”, “La verdadera fuerza de un brujo se mide en lo potentes que puedan llegar a ser sus hechizos de cara al combate”, “Tarde o temprano todo mago interviene en una guerra, para nosotros es un honor combatir por lo que creemos correcto”. Esas eran algunas de las “perlas” que soltaban los profesores más ancianos, pero a diferencia de muchos niños de su edad, Elen no había sido criada con esas ideas, no, sus padres apostaban por el progreso y por dejar atrás el rencor y el odio entre razas, algo que al menos ella iba a hacer.
Pero por suerte no estaban allí para recibir una lección de historia ni para escuchar por enésima vez el relato de la batalla que se produjo en las islas Illidenses, sino para tratar de recuperar algunos objetos y tesoros que reposaban en el fondo del mar. La demostración de Meitner no tardó en captar la atención de la chica, pero a diferencia de ella, que era una bruja adulta y experimentada, la benjamina de los Calhoun aún trataba de dominar su elemento, con lo que extraer algo de las profundidades no iba a resultarle nada sencillo.
- Si al menos fuese una tensai de agua… - pensó, sin soltar la barandilla mientras escrutaba la oscura masa azul sobre la que flotaban. Todos los estudiantes alzaron la vista al ver regresar el pájaro de la profesora con algo en el pico, un medallón, pero cuando ésta dejó entrever lo que realmente buscaba con aquella expedición, la de cabellos cenicientos perdió todo interés en participar de aquella actividad.
- A mí no me debe nada, no se los ha tragado… ellos están bien, tienen que estarlo. - susurró, aferrándose con tanta fuerza a la barandilla que pronto le empezaron a doler las manos. Los intensos ojos verdes de la joven de volvieron vidriosos, pero ni siquiera entonces permitió que las lágrimas se desbordasen, no quería mostrar su debilidad a nadie.
Pasaron un par de minutos antes de que la mujer se diese cuenta del cambio de actitud que había experimentado su alumna, ya que muchos de los otros chicos se habían puesto manos a la obra para obtener sus tesoros, pero cuando reparó en la tensa postura de la niña y su triste expresión, no dudó en acercarse a ella para animarla a integrarse en el grupo. En un principio la pequeña hechicera se mostró reacia a unirse al resto de la clase, pero pronto comprendió que en realidad no tenía elección, estaba allí para aprender y debía mostrar un mínimo de respeto a sus superiores, así la habían educado.
Consciente de que su madre no habría aprobado que desobedeciese abiertamente a una de sus colegas de profesión, Elen terminó cediendo a los deseos de Meitner, pero no tenía nada que reclamar al mar, y aunque lo que todos murmuraban fuese cierto... allí abajo no encontraría ningún objeto, arma o reliquia que pudiese saldar tal deuda, ningún tesoro material podría valer lo mismo que la vida de sus padres.
- Bueno... y ¿cómo logro sacar algo del fondo? - se preguntó a sí misma sin apartar la vista de las oscuras aguas. La telequinesis parecía su única opción pero no estaba segura de ser capaz de utilizarla a tanta distancia, mucho menos sin siquiera ver el objeto que pretendía manipular, así que optó por hacer otra cosa, concentrarse y crear una pequeña corriente de viento que guió hacia la superficie para luego hacerla girar y girar cada vez más rápido, con lo que lentamente, consiguió crear una especie de remolino que se fue abriendo paso hacia la parte más profunda.
- Si consigo dejar un hueco libre de agua tendré alguna oportunidad. - pensó, esforzándose para mantener en movimiento su hechizo y que no se debilitase antes de llegar abajo del todo.
Off: Lamento mucho mi tardanza, pero entre el trabajo y la falta de inspiración no he podido responder antes >.<
Espero que no vuelva a repetirse.
Apunte: Elen apenas tiene 11 años y no es capaz de manipular su elemento como le gustaría así que será un reto conseguir lo que Meitner le pide.
Última edición por Elen Calhoun el Sáb Nov 02 2019, 23:51, editado 1 vez (Razón : Me faltó añadir el intento de hechizo)
Elen Calhoun
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
Se me olvidó tirar las runas >.<
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
El miembro 'Elen Calhoun' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
A veces podía ser asombrosa la facilidad que existía para que el péndulo oscilara entre la felicidad y la tristeza, entre la paz y la angustia, y se detuviera por completo en uno de sus lados.
Una carta era lo único que se necesitaba. La ausencia de ella, en este caso.
Sus padres eran profesores de la más prestigiosa academia de magia en las islas de los brujos. Eso ya hablaba del carácter de Geralt y Yennefer, de la devoción que sentían por todo aquello relacionado con la magia y los hechizos, el amor por enseñar a los más jóvenes las bondades y el peligro de tales artes. Tanta era su pasión por la brujería y lo místico que dar clases no era la única faceta que llenaba sus vidas laborales, también eran grandes aventureros, capaces de recorrer millas y kilómetros con tal de obtener objetos mágicos y descubrir hechizos perdidos en los anales del tiempo.
Sólo había un puñado de cosas que ambos amaran más que a la magia: sus amistades más cercanas, el cariño que sentían el uno por el otro y, por supuesto, sus hijos.
Por eso era imposible que sus padres se hubieran olvidado de volver a escribir a casa. Por eso la ausencia de una carta, de todas las que deberían haber llegado durante ese tiempo de largo y agónico silencio, el péndulo se había roto y detenido en la más oscura tristeza.
Sentía un profundo dolor en el interior de su pecho, oculto a ojos de todos, aunque seguramente su escudo no servía para desviar la realidad de su interna alma a ojos de personas que lo conocía bien, como el señor y la señora Stone y su hija Leonore, que tenía prácticamente la misma edad que Elen y solo la separaban meses de diferencia.
Incluso para una niña de once años era fácil ver que a su “hermana” de la misma edad sentía un gran dolor que emborronaba su sonrisa, y que al mayor de los Calhoun le ocurría algo similar y su mirada estaba somnolienta y cristalizada en pesar.
Pero él ya era un hombre hecho y derecho. Un chico de dieciocho años que debía ser fuerte por los dos, por su hermana y por él. Ahora que sus padres no estaban, pese a los cuidados y el amor de los Stone, no podía flaquear.
Escuchar su apellido y su nombre sacó de sus pensamientos al mayor de los Calhoun, el cual no pudo evitar regresar al mundo de los mortales, aquel donde tenía una clase en un barco y en el que debía avanzar sus pasos por encima de la pasarela para subir al mencionado navío. Ese mundo de mortales lleno de cuchicheos y susurros, de rumores y de gente que hablaba sin saber y sin intención, o con ella, solo lograba lastimar a su hermana.
Un arrebato de ira cruzó la mente del brujo y tuvo ganas de con un movimiento de su mano lanzar a todos esos chiquillos hacia el mar que cubría los bajos del muelle. Pero sabía a la perfección que si su padre estuviera allí le reprobaría su actitud y le decepcionaría, además de que le daría un mal ejemplo a su hermana pequeña. Así que en vez de hacer caso a sus impulsos más oscuros, se limitó a cerrar el puño de su mano diestra con fuerza, tornando blancos el color de sus dedos, y a apretar los dientes mientras subía tras los pasos de Elen y Leonore.
- ¿Estás bien? - se preocupó por su hermana, nada más subir tras ella.
El rostro de Elen parecía decir, estoy bien, pero para un chico tan apegado a su hermana era fácil obtener la respuesta real.
- Todo saldrá bien. No te preocupes. Una clase en el mitad del océano despejará nuestros pulmones-, comentó, forzándose a sonreír para ayudar a Elen a pasar el trago.
Luego, estiró el brazo y acarició tanto el pelo de su hermana como de su otra hermana de apellido Stone.
“Todo saldrá bien”, se dijo mentalmente, mientras acariciaba el pelo de las niñas, deseando estar en lo cierto.
No pasó mucho tiempo hasta que llegara el momento de empezar a usar sus habilidades mágicas, pues so se habían alejado mucho de la costa, sólo lo suficiente para que la señorita Meitner pudiera comenzar su clase. La cual no se trataba de otra cosa que obtener objetos hundidos en el mar.
Lo cierto es que por la mente de Vinc transitaron pensamientos confusos. No sabía que pretendía la profesora con una clase de ese tipo, después de los rumores que circulaban sobre sus padres, más sabía que la señorita Lise no podía estar haciendo aquello para hacerles daño. Solo se trataba de una clase más.
Vincent, después de comprobar con la mirada que tanto Elen y Leonore se sumaban al resto de chicos a los intentos de sacar algo del fondo del mar, pensó en que podría hacer. Después de ver algo sobre la borda, se le ocurrió un plan.
El mayor de los Calhoun se acercó a la proa, y allí sacó un pincel y un frasco de tinta mágica del bolso que colgaba de su cadera. Luego comenzó a dibujar un glifo que aligeraría el peso del objeto. Inmediatamente después de acabar con este, inició otro glifo sobre el objeto en cuestión.
- ¡Eh chico! ¿Qué haces? - preguntó un marinero, curioso por la labor del mozalbete.
-Tranquilo, no romperé nada. Sólo hago caso a las directrices de la profesora-, contestó, terminando de elaborar el segundo glifo.
Vincent guardó su pincel y su frasco en su bolso Después tomó entre sus manos el ancla del pesquero, que gracias a la runa de ligereza no pesaba casi nada, y lo sacó por la borda. Justo en ese instante activó el segundo que inscribiera sobre el ancla, desactivó el glifo que aligeraba el metal, y dejó que cayera hacia el fondo del mar.
Si todo salía bien, los objetos imbuidos con encantamientos o éter, más cercanos al ancla, brillarían en el fondo y se podrían apreciar desde la superficie.
Una carta era lo único que se necesitaba. La ausencia de ella, en este caso.
Sus padres eran profesores de la más prestigiosa academia de magia en las islas de los brujos. Eso ya hablaba del carácter de Geralt y Yennefer, de la devoción que sentían por todo aquello relacionado con la magia y los hechizos, el amor por enseñar a los más jóvenes las bondades y el peligro de tales artes. Tanta era su pasión por la brujería y lo místico que dar clases no era la única faceta que llenaba sus vidas laborales, también eran grandes aventureros, capaces de recorrer millas y kilómetros con tal de obtener objetos mágicos y descubrir hechizos perdidos en los anales del tiempo.
Sólo había un puñado de cosas que ambos amaran más que a la magia: sus amistades más cercanas, el cariño que sentían el uno por el otro y, por supuesto, sus hijos.
Por eso era imposible que sus padres se hubieran olvidado de volver a escribir a casa. Por eso la ausencia de una carta, de todas las que deberían haber llegado durante ese tiempo de largo y agónico silencio, el péndulo se había roto y detenido en la más oscura tristeza.
Sentía un profundo dolor en el interior de su pecho, oculto a ojos de todos, aunque seguramente su escudo no servía para desviar la realidad de su interna alma a ojos de personas que lo conocía bien, como el señor y la señora Stone y su hija Leonore, que tenía prácticamente la misma edad que Elen y solo la separaban meses de diferencia.
Incluso para una niña de once años era fácil ver que a su “hermana” de la misma edad sentía un gran dolor que emborronaba su sonrisa, y que al mayor de los Calhoun le ocurría algo similar y su mirada estaba somnolienta y cristalizada en pesar.
Pero él ya era un hombre hecho y derecho. Un chico de dieciocho años que debía ser fuerte por los dos, por su hermana y por él. Ahora que sus padres no estaban, pese a los cuidados y el amor de los Stone, no podía flaquear.
Escuchar su apellido y su nombre sacó de sus pensamientos al mayor de los Calhoun, el cual no pudo evitar regresar al mundo de los mortales, aquel donde tenía una clase en un barco y en el que debía avanzar sus pasos por encima de la pasarela para subir al mencionado navío. Ese mundo de mortales lleno de cuchicheos y susurros, de rumores y de gente que hablaba sin saber y sin intención, o con ella, solo lograba lastimar a su hermana.
Un arrebato de ira cruzó la mente del brujo y tuvo ganas de con un movimiento de su mano lanzar a todos esos chiquillos hacia el mar que cubría los bajos del muelle. Pero sabía a la perfección que si su padre estuviera allí le reprobaría su actitud y le decepcionaría, además de que le daría un mal ejemplo a su hermana pequeña. Así que en vez de hacer caso a sus impulsos más oscuros, se limitó a cerrar el puño de su mano diestra con fuerza, tornando blancos el color de sus dedos, y a apretar los dientes mientras subía tras los pasos de Elen y Leonore.
- ¿Estás bien? - se preocupó por su hermana, nada más subir tras ella.
El rostro de Elen parecía decir, estoy bien, pero para un chico tan apegado a su hermana era fácil obtener la respuesta real.
- Todo saldrá bien. No te preocupes. Una clase en el mitad del océano despejará nuestros pulmones-, comentó, forzándose a sonreír para ayudar a Elen a pasar el trago.
Luego, estiró el brazo y acarició tanto el pelo de su hermana como de su otra hermana de apellido Stone.
“Todo saldrá bien”, se dijo mentalmente, mientras acariciaba el pelo de las niñas, deseando estar en lo cierto.
No pasó mucho tiempo hasta que llegara el momento de empezar a usar sus habilidades mágicas, pues so se habían alejado mucho de la costa, sólo lo suficiente para que la señorita Meitner pudiera comenzar su clase. La cual no se trataba de otra cosa que obtener objetos hundidos en el mar.
Lo cierto es que por la mente de Vinc transitaron pensamientos confusos. No sabía que pretendía la profesora con una clase de ese tipo, después de los rumores que circulaban sobre sus padres, más sabía que la señorita Lise no podía estar haciendo aquello para hacerles daño. Solo se trataba de una clase más.
Vincent, después de comprobar con la mirada que tanto Elen y Leonore se sumaban al resto de chicos a los intentos de sacar algo del fondo del mar, pensó en que podría hacer. Después de ver algo sobre la borda, se le ocurrió un plan.
El mayor de los Calhoun se acercó a la proa, y allí sacó un pincel y un frasco de tinta mágica del bolso que colgaba de su cadera. Luego comenzó a dibujar un glifo que aligeraría el peso del objeto. Inmediatamente después de acabar con este, inició otro glifo sobre el objeto en cuestión.
- ¡Eh chico! ¿Qué haces? - preguntó un marinero, curioso por la labor del mozalbete.
-Tranquilo, no romperé nada. Sólo hago caso a las directrices de la profesora-, contestó, terminando de elaborar el segundo glifo.
Vincent guardó su pincel y su frasco en su bolso Después tomó entre sus manos el ancla del pesquero, que gracias a la runa de ligereza no pesaba casi nada, y lo sacó por la borda. Justo en ese instante activó el segundo que inscribiera sobre el ancla, desactivó el glifo que aligeraba el metal, y dejó que cayera hacia el fondo del mar.
Si todo salía bien, los objetos imbuidos con encantamientos o éter, más cercanos al ancla, brillarían en el fondo y se podrían apreciar desde la superficie.
Vincent Calhoun
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
La maestra Meitner prestaba más interés por los hermanos Calhoun que por el resto de los alumnos. Si se parecían mínimamente a sus padres, serían capaces de visualizar los secretos del mar con tan solo cerrar los ojos. El fondo marino era el principio. Si llegasen a dominar el hechizo, podrían ser capaces de encontrar enseres mágicos a leguas de distancia; posiblemente, también personas sensibles al éter (sus padres).
Meitner fue muy consciente de las palabras que dijo a sus alumnos: cobrad la deuda que os debe el mar. La pequeña de los Calhoun lloró de pena al poco de que Meitner dijera la maldita frase. El discurso caló hondo. Su éter, en teoría, debía verse vigorizado por las lágrimas de la futura promesa de la familia.
La pequeña de los Calhoun se aferró a la barandilla con ambas manos. Lo que fuera que estuviera pensando en ese momento quedaba entre ella y el mar. La maestra Meitner se puso detrás de la niña sin hacer ruido. De pronto, surgió un pequeño torbellino del diámetro de una rueda de carreta en el agua, frente de la chiquilla. Los ojos verdes de la Calhoun apuntaban al ojo del remolino. Buen truco, se dijo Meitner para sus adentros. Un remolino creado por magia telequinética era digno de aplausos para un brujo experimentado, aún más para una niña de once años. Sin embargo, por mucho poder que demostrarse tener la pequeña Calhoun, sería inútil si no enfocaba en una dirección concreta. Elen Calhoun no había encontrado nada. Convocó el remolino con la esperanza de que éste recogieron algo de interés. Una esperanza que se vio desvanecida cuando el remolino menguó su intensidad a medida que los ojos de la chica se iban cerrando debido al esfuerzo mágico que estaba realizando.
—Vuelve a intentarlo. Esta vez, piensa en lo que tienes qué quieres encontrar — la maestra Meitner pasó de largo.
La relación de Vincent Calhoun con el éter era ligeramente inferior a la de su hermana pequeña, pero compensaba esa desventaja con una considerable imaginación. Su hechizo era mucho más simple. Apenas con un par de glifos accesibles para la mayoría de los brujos, el mayor de los Calhoun encantó el ancla del barco. Meitner lo observó cada uno de los movimientos del joven. Se mostraba confiado frente a los demás estudiantes y ante el mismo capitán del pesquero. Había que reconocerlo, el chico tenía agallas. A Meitner le gustaba verlo.
Vincent Calhoun sumergió el ancla al mar, en el mismo punto donde la había recogido. El ancla resplandecía con la tenue luz blanquecina de la luna llena, las estrellas que la acompañaban eran los objetos que el ancla reconocía como mágicos. Varios estudiantes perdieron unos instantes al compartir miradas desafiantes. Otros, más rápidos, realizaron sus mejores hechizos para recoger los objetos brillantes.
—No estás solo — recordó Lise Meitner a Vincent Calhoun —. Nunca lo estarás.
Entre los objetos que el ancla encantada por el joven Calhoun había reconocido como mágicos se encontraban simples rocas marinas, espinas de criaturas marinas y baratijas que tuvieron el infortunio de caer al mar; cubertería, vasijas y telas en su mayor parte sin ningún valor más que el monetario. Meitner dio una explicación.
—El éter está en todo lo que nos rodea. En el fuego, en la tierra, en el agua… y en cualquier objeto que os podáis imaginarla — recogió con telequinesis uno de los objetos iluminados por el ancla encantada, una cuchara de metal —. Podemos tocarlo gracias a que hay éter en su interior — con la misma magia, Meitner deformó la cuchara ofreciéndole la forma de una orquídea —. Los grandes brujos son capaces de manipular el éter en todas sus formas.
Dejó caer la renovada orquídea en las manos de Vincent Calhoun como premio de consolación. Su intención fue buena, aunque fracasase en la ejecución.
Había un objeto, de los que Vincent logró iluminar, que brillaba con mayor intensidad que ningún otro. Meitner no había reparado en él. Anu Klótild sí.
La joven Klótild era hija de pescadores illidenses. Estaba acostumbrada a moverse en un barco pesquero y a atender a los engaños del mar. Bajo el agua, las cosas parecen distintas. Los objetos se distorsionan, parecen más gruesos de lo que son en realidad. Las luces se difuminan haciendo que resulte una tarea difícil distinguir entre la luz de una estrella y la de un sol. Anu Klótild encontró el sol. Conjugó una caña formada a partir de la magia elemental más simple que conocía. El anzuelo era una mano gigante que la niña podía controlar con la mente. Recogió el objeto con la caña-mano y tiró de ella para sacarlo del mar.
—¡Lo tengo! — gritó Anu Klótild sin darse cuenta — ¡Lo tengo, lo tengo! — Meitner y los demás estudiantes fueron a ver — ¡Ha picado uno de los gordos!
La caña-mano sujetaba un colgante con una piedra preciosa con un ópalo en el centro. Los chicos se quedaron embobados mirándola. Ninguno de ellos había visto jamás un objeto con tantísimo éter en su interior. La maestra Meitner apartó los estudiantes de las barandillas, alejándolos del medallón.
—¡Suéltalo Klótidl! — exclamó la maestra. La niña no alcanzó a escuchar a su maestra debido a los gritos que ella misma estaba dando.
Demasiado tarde.
Apareció una grieta en la piedra del medallón. No fue la única. A ésta le siguió otra más, luego otra y otra…. Hasta que las grietas del ópalo tomaron una apariencia que recordaba a la tela de una araña.
Una bruma cubrió el mar. Lise Meitner pronunció un hechizo con el que, en otras ocasiones, había logrado aclarar los días más tormentosos. Esta vez no funcionó. La niebla parecía tener consciencia propia. Hablaba con un idioma frío, húmedo y fangoso como si estuviera respondiendo a la maestra. Las primeras frases fueron incomprensibles. A medida que el peligro se acercaba, Meitner y los estudiantes del Hekshold pudieron entender lo que se les decía.
—¿¡Quién se atreve a joder al viejo capitán Cuellomojado!? ¿Habéis sido vosotros, los brujos del Heksold, con vuestros libros y pergaminos? ¡Entonces morid! ¡Morid os digo! ¡Morid!
—¡El medallón! ¿Dónde está el medallón? — preguntó Lise Meitner a Klótild.
—Yo.... Yo…. — Anu hablaba a tropezones —. Me asusté y… — escupió una buena cantidad de agua.
Lise Meitner comprendió que Anu Klótild estaba siendo víctima de un malvado hechizo conjurado por el capitán Cuellomojado. La chica se estaba ahogando. Meitner Puso la palma de su mano derecha en la frente de la niña y susurró unas palabras que los chicos no alcanzaron a escuchar.
—Lo dejé caer. — dijo Anu que a punto estuvo de perder la consciencia —. Lo… siento. Yo…. Lo siento — con la última palabra vomitó toda el agua que el fantasma la obligó a ingerir.
La maestra soltó a Anu Klótild. Miró a los estudiantes, ellos eran su mayor preocupación.
—El Hekshold acudirá a nuestra salvación. En estos momentos, algún vigilante habrá visto la niebla alzarse y estará avisando a los otros catedráticos de nuestra situación — se preocupó de hablar despacio, inspirando paz y tranquilidad a los chicos — . Mientras tanto, haremos frente al fantasma como podamos. Nos dividiremos en dos grupos: el primero buscará el medallón de Anu con la técnica que hoy os he enseñado y el segundo detendrá los hechizos de Cuellomojado. Yo iré con el segundo.
* Bienvenidos hermanos Calhoun: El resultado de vuestros hechizos es el marcado por la suerte.
Suerte mala o muy mala: sin resultado.
Suerte media: pieza con valor monetario. Recibirás 50 aeros adicionales tras acabar el tema.
Dad gracias de haber logrado la suerte buena o muy buena. De ser así, seríais vosotros quienes habrías recogido el colgante maldito.
Es hora de poner en práctica lo aprendido en el turno anterior. Deberéis dividiros, no me importa cómo, organizaros por privado. Uno de vosotros deberá utilizar lo aprendido para encontrar el colgante y los fragmentos de ópalo que Anu dejó caer. El otro deberá formar parte de la compañía defensiva. Junto con la maestra Meitner, deberéis hacer frente al capitán Cuellomojado.
Meitner fue muy consciente de las palabras que dijo a sus alumnos: cobrad la deuda que os debe el mar. La pequeña de los Calhoun lloró de pena al poco de que Meitner dijera la maldita frase. El discurso caló hondo. Su éter, en teoría, debía verse vigorizado por las lágrimas de la futura promesa de la familia.
La pequeña de los Calhoun se aferró a la barandilla con ambas manos. Lo que fuera que estuviera pensando en ese momento quedaba entre ella y el mar. La maestra Meitner se puso detrás de la niña sin hacer ruido. De pronto, surgió un pequeño torbellino del diámetro de una rueda de carreta en el agua, frente de la chiquilla. Los ojos verdes de la Calhoun apuntaban al ojo del remolino. Buen truco, se dijo Meitner para sus adentros. Un remolino creado por magia telequinética era digno de aplausos para un brujo experimentado, aún más para una niña de once años. Sin embargo, por mucho poder que demostrarse tener la pequeña Calhoun, sería inútil si no enfocaba en una dirección concreta. Elen Calhoun no había encontrado nada. Convocó el remolino con la esperanza de que éste recogieron algo de interés. Una esperanza que se vio desvanecida cuando el remolino menguó su intensidad a medida que los ojos de la chica se iban cerrando debido al esfuerzo mágico que estaba realizando.
—Vuelve a intentarlo. Esta vez, piensa en lo que tienes qué quieres encontrar — la maestra Meitner pasó de largo.
La relación de Vincent Calhoun con el éter era ligeramente inferior a la de su hermana pequeña, pero compensaba esa desventaja con una considerable imaginación. Su hechizo era mucho más simple. Apenas con un par de glifos accesibles para la mayoría de los brujos, el mayor de los Calhoun encantó el ancla del barco. Meitner lo observó cada uno de los movimientos del joven. Se mostraba confiado frente a los demás estudiantes y ante el mismo capitán del pesquero. Había que reconocerlo, el chico tenía agallas. A Meitner le gustaba verlo.
Vincent Calhoun sumergió el ancla al mar, en el mismo punto donde la había recogido. El ancla resplandecía con la tenue luz blanquecina de la luna llena, las estrellas que la acompañaban eran los objetos que el ancla reconocía como mágicos. Varios estudiantes perdieron unos instantes al compartir miradas desafiantes. Otros, más rápidos, realizaron sus mejores hechizos para recoger los objetos brillantes.
—No estás solo — recordó Lise Meitner a Vincent Calhoun —. Nunca lo estarás.
Entre los objetos que el ancla encantada por el joven Calhoun había reconocido como mágicos se encontraban simples rocas marinas, espinas de criaturas marinas y baratijas que tuvieron el infortunio de caer al mar; cubertería, vasijas y telas en su mayor parte sin ningún valor más que el monetario. Meitner dio una explicación.
—El éter está en todo lo que nos rodea. En el fuego, en la tierra, en el agua… y en cualquier objeto que os podáis imaginarla — recogió con telequinesis uno de los objetos iluminados por el ancla encantada, una cuchara de metal —. Podemos tocarlo gracias a que hay éter en su interior — con la misma magia, Meitner deformó la cuchara ofreciéndole la forma de una orquídea —. Los grandes brujos son capaces de manipular el éter en todas sus formas.
Dejó caer la renovada orquídea en las manos de Vincent Calhoun como premio de consolación. Su intención fue buena, aunque fracasase en la ejecución.
Había un objeto, de los que Vincent logró iluminar, que brillaba con mayor intensidad que ningún otro. Meitner no había reparado en él. Anu Klótild sí.
La joven Klótild era hija de pescadores illidenses. Estaba acostumbrada a moverse en un barco pesquero y a atender a los engaños del mar. Bajo el agua, las cosas parecen distintas. Los objetos se distorsionan, parecen más gruesos de lo que son en realidad. Las luces se difuminan haciendo que resulte una tarea difícil distinguir entre la luz de una estrella y la de un sol. Anu Klótild encontró el sol. Conjugó una caña formada a partir de la magia elemental más simple que conocía. El anzuelo era una mano gigante que la niña podía controlar con la mente. Recogió el objeto con la caña-mano y tiró de ella para sacarlo del mar.
—¡Lo tengo! — gritó Anu Klótild sin darse cuenta — ¡Lo tengo, lo tengo! — Meitner y los demás estudiantes fueron a ver — ¡Ha picado uno de los gordos!
La caña-mano sujetaba un colgante con una piedra preciosa con un ópalo en el centro. Los chicos se quedaron embobados mirándola. Ninguno de ellos había visto jamás un objeto con tantísimo éter en su interior. La maestra Meitner apartó los estudiantes de las barandillas, alejándolos del medallón.
—¡Suéltalo Klótidl! — exclamó la maestra. La niña no alcanzó a escuchar a su maestra debido a los gritos que ella misma estaba dando.
Demasiado tarde.
Apareció una grieta en la piedra del medallón. No fue la única. A ésta le siguió otra más, luego otra y otra…. Hasta que las grietas del ópalo tomaron una apariencia que recordaba a la tela de una araña.
Una bruma cubrió el mar. Lise Meitner pronunció un hechizo con el que, en otras ocasiones, había logrado aclarar los días más tormentosos. Esta vez no funcionó. La niebla parecía tener consciencia propia. Hablaba con un idioma frío, húmedo y fangoso como si estuviera respondiendo a la maestra. Las primeras frases fueron incomprensibles. A medida que el peligro se acercaba, Meitner y los estudiantes del Hekshold pudieron entender lo que se les decía.
—¿¡Quién se atreve a joder al viejo capitán Cuellomojado!? ¿Habéis sido vosotros, los brujos del Heksold, con vuestros libros y pergaminos? ¡Entonces morid! ¡Morid os digo! ¡Morid!
—¡El medallón! ¿Dónde está el medallón? — preguntó Lise Meitner a Klótild.
—Yo.... Yo…. — Anu hablaba a tropezones —. Me asusté y… — escupió una buena cantidad de agua.
Lise Meitner comprendió que Anu Klótild estaba siendo víctima de un malvado hechizo conjurado por el capitán Cuellomojado. La chica se estaba ahogando. Meitner Puso la palma de su mano derecha en la frente de la niña y susurró unas palabras que los chicos no alcanzaron a escuchar.
—Lo dejé caer. — dijo Anu que a punto estuvo de perder la consciencia —. Lo… siento. Yo…. Lo siento — con la última palabra vomitó toda el agua que el fantasma la obligó a ingerir.
La maestra soltó a Anu Klótild. Miró a los estudiantes, ellos eran su mayor preocupación.
—El Hekshold acudirá a nuestra salvación. En estos momentos, algún vigilante habrá visto la niebla alzarse y estará avisando a los otros catedráticos de nuestra situación — se preocupó de hablar despacio, inspirando paz y tranquilidad a los chicos — . Mientras tanto, haremos frente al fantasma como podamos. Nos dividiremos en dos grupos: el primero buscará el medallón de Anu con la técnica que hoy os he enseñado y el segundo detendrá los hechizos de Cuellomojado. Yo iré con el segundo.
Frente al pequeño pesquero, al otro lado de la niebla fantasmal, se distinguía la figura del navío del capitán Cuellomojada, El Colgado. Los estudiantes del Hekshold escuchando los cánticos de matanza de la tripulación de El Colgado. — Manteneos todos detrás de mí. No os separéis ni mucho menos os adelantéis a vuestros compañeros. El capitán Cuellomojado fue uno de los más temidos de Aerandir. No llegué a conocerlo. Solo había oído historias…. Historias que cuentan cómo unos brujos del Hekshold lograron encerrar el éter del malvado pirata en una piedra. Cuellomojado estaría atrapado en este plano por siempre y para siempre. La muerte era un privilegio que los brujos de antaño no le quisieron conceder. | [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] |
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* Bienvenidos hermanos Calhoun: El resultado de vuestros hechizos es el marcado por la suerte.
Suerte mala o muy mala: sin resultado.
Suerte media: pieza con valor monetario. Recibirás 50 aeros adicionales tras acabar el tema.
Dad gracias de haber logrado la suerte buena o muy buena. De ser así, seríais vosotros quienes habrías recogido el colgante maldito.
Es hora de poner en práctica lo aprendido en el turno anterior. Deberéis dividiros, no me importa cómo, organizaros por privado. Uno de vosotros deberá utilizar lo aprendido para encontrar el colgante y los fragmentos de ópalo que Anu dejó caer. El otro deberá formar parte de la compañía defensiva. Junto con la maestra Meitner, deberéis hacer frente al capitán Cuellomojado.
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
Para desgracia de la joven hechicera, sus fuerzas se vieron rápidamente afectadas por el esfuerzo que estaba realizando al conjurar aquel remolino, tanto que se vio obligada a cerrar los ojos y concentrarse como no lo había hecho nunca, pero aun así fue en vano, antes siquiera de llegar a despejar el fondo su torbellino se desvaneció, dejándola agotada y sin nada que ofrecer a la profesora Meitner. - Falle. - susurró desanimada, con la vista todavía clavada en la oscura superficie del agua.
- ¿Cómo voy a ayudar a Vince si no soy capaz de hacer nada? - se preguntó interiormente, aferrando con fuerza la barandilla de madera mientras se reprendía mentalmente, siendo quizá demasiado severa consigo misma. Elen apenas era una niña que empezaba a dominar su elemento, pero no se veía a sí misma como tal, sino como un lastre que entorpecería el camino de su hermano mayor. - Si quiero que me deje ir con él a buscarlos tengo que mejorar. - continuó, presionándose para avanzar y alcanzar un nivel que le permitiese aportar algo y no solo ser un problema para el rubio, una preocupación extra.
Al escuchar la voz de la profesora, la de cabellos cenicientos dio un respingo y se giró hacia ella, para luego quedarse mirando al resto de alumnos y sus intentos de rescatar los supuestos objetos de valor que yacían abandonados en el fondo. Como era de esperar, el primogénito de los Calhoun hizo gala de un ingenio que a ella le faltaba, y gracias a sus conocimientos de arcanos, consiguió encantar el ancla del barco y que ésta mostrase la ubicación de los “trofeos” que aguardaban en lo profundo de aquel mar.
- Quizá si me centro en uno en particular, tenga alguna oportunidad. - dijo la pequeña, echando un vistazo a los puntos brillantes que ahora se mostraban ante todos. Pero antes de que pudiese volver a intentarlo, las palabras de Meitner volvieron a captar su atención, y no solo eso, también su demostración de habilidad, con la que transformó sin problemas la cuchara de metal que había rescatado en una orquídea. ¿Llegaría ella a estar a su nivel algún día?
Desde otra zona del barco, la voz de una de sus compañeras consiguió que por unos instantes, todas las miradas se centrasen en ella, había conseguido algo, un bonito colgante con una piedra preciosa. Aquello no ayudó a que la benjamina de los Calhoun se animase, pero la reacción de su maestra ante el collar pronto consiguió que olvidase la decepción que sentía por haber fallado en su intento, para ponerse en guardia, sin saber aún por qué.
Todo se complicó de un instante a otro, el ópalo de la joya se agrietó y una extraña niebla comenzó a extenderse por encima del agua, ignorando incluso el hechizo de Meitner. - ¿Qué está pasando? - se atrevió a preguntar, justo antes de que pudiesen escuchar como una desconocida voz les increpaba desde la distancia. - El capitán Cuello mojado… pero qué… - no llegó a terminar la frase, no tras ver como aquella chica que estudiaba en la Academia con ellos luchaba para no ahogarse.
Afortunadamente para ella, la profesora supo qué hacer y no dudó ni un segundo, colocó su mano sobre la frente de la niña y contrarrestó el conjuro que la había llevado a aquel estado, pero los problemas solo acababan de comenzar. Asustada por la situación, Anu había perdido el medallón, y ahora era imperativo que lo recuperasen así que tendrían que dividirse en dos grupos, uno para rastrear el colgante y otro que defendería la embarcación hasta que llegasen los refuerzos del Hekshold.
Consciente de que no tenía las habilidades ofensivas para pertenecer al segundo, aunque le habría gustado, Elen optó por acercarse a su compañera y prepararse para volver a probar suerte. - Anu, Anu escúchame, ¿dónde se cayó? Ayúdame a buscarlo. - pidió, sujetando a la muchacha por los hombros mientras los oscuros cánticos de la tripulación de El Colgado se hacían más y más claros.
Gracias a su afición a la lectura, ya que trataba más con los libros que con las personas, la de ojos verdes conocía la historia de aquel barco y de su capitán, debían darse prisa o sino, cuando los echasen en falta y decidiesen enviar a alguien a buscarlos ya sería demasiado tarde. - Vamos, apóyate en mí y dime por donde se cayó. - instó, tirando de la chica para levantarla y llevarla hacia la barandilla. - Por aquí, fue aquí. - señaló Anu, temblando ligeramente a causa de lo que acababa de vivir. - Bien, ¿podrías distinguirlo entre el resto de objetos? - preguntó la bruja, notando como a su alrededor se congregaban otros estudiantes, aquellos que al igual que ella, se veían incapaces de afrontar un combate.
- Bri… brillaba más que el resto, por eso fui a por él. - reveló, aún asustada. - Eso nos puede servir, déjame ver. - respondió Elen, escrutando el fondo hasta que sus ojos dieron con algo. - Podrían ser esos de ahí, ¿los veis? Destacan por encima de los demás y están bastante juntos, es de suponer que aunque se haya roto, los pedazos acabarían cayendo cerca unos de otros. - teorizó, tomando aire antes de extender las manos en dirección al que suponía que sería el collar.
- Intentaré crear un remolino a su alrededor para comprobar que estamos en lo cierto, si lo consigo no perdáis el tiempo, usad la telequinesis o lo que podáis para atraparlos. - indicó, cerrando con fuerza los ojos y dejando que su éter le recorriese todo el cuerpo, desde las puntas de los pies hasta la cabeza, para luego enviarlo a las palmas de sus manos. Y así, lentamente las aguas fueron cambiando su curso y comenzaron a girar, creando un espacio vacío en el medio, pero ¿sería capaz de lograr que llegase hasta el fondo?
A medio camino entre la superficie y su objetivo, la de cabellos cenicientos empezó a notar el cansancio, varias gotas de sudor recorrieron su frente mientras luchaba por mantener aquel nivel de concentración, diciéndose interiormente que tenía que hacerlo, debía hacerlo, no solo por ella o por su hermano y los demás, sino para demostrarse a sí misma que podía convertirse en una bruja valiosa, una capaz de ir a cualquier parte para encontrar a sus padres.
- ¡Ya casi lo tienes Elen! ¡Aguanta! - la animó uno de los chicos, colocándose a su lado e imitándola para darle algo de apoyo. - Yo te ayudaré a estabilizarlo. - dijo, uniéndose a ella y manipulando su telequinesis para que el hueco vacío se hiciese más grande, de modo que pudiesen ver con mayor claridad. - ¡Lo veo! ¡Es el colgante! - gritó otro, que se encontraba junto a Anu. - ¿Están todos los fragmentos? - alcanzó a preguntar, aunque sin abrir los ojos todavía. - No lo sé, creo que sí. - dudó el muchacho, que no había llegado a ver en cuántos trozos se había roto el ópalo.
- ¿Tú qué dices Anu? ¿están todos? ¿crees que podrías volver a conjurar esa caña tuya para traerlos hasta aquí. - inquirió, consciente de lo que le estaba pidiendo, que volviese a arriesgar su vida una vez más. La niña tardó en responder, tenía miedo y no quería volver a pasar por lo de antes, no quería volver a sentir que se ahogaba, pero ella había iniciado el problema en que ahora se veían involucrados, tampoco podía quedarse de brazos cruzados mientras el resto se exponía.
- Lo intentaré. - susurró, dejando de lado su temor para concentrarse, aunque ésta vez no estaba sola, dos compañeros más se apresuraron a colocarse a ambos lados de ella para ayudarla con los métodos que tenían a su alcance. - Vosotros aguantad, haremos todo lo que podamos. - intervino uno de ellos, un joven tensai de viento que no tardó en empezar a manipular la brisa para dirigirla hacia el fondo y reunir todos los pedazos en un solo punto, así les sería más sencillo recuperarlos.
Off: Lamento la tardanza, intentaré que no vuelva a pasar
Elen se une al grupo que busca el colgante, si consiguen recuperarlo o no lo dejo en manos del master ya que no se ha indicado que debamos tirar runa de nuevo (mejor para mí porque me la tienen jurada >.<)
- ¿Cómo voy a ayudar a Vince si no soy capaz de hacer nada? - se preguntó interiormente, aferrando con fuerza la barandilla de madera mientras se reprendía mentalmente, siendo quizá demasiado severa consigo misma. Elen apenas era una niña que empezaba a dominar su elemento, pero no se veía a sí misma como tal, sino como un lastre que entorpecería el camino de su hermano mayor. - Si quiero que me deje ir con él a buscarlos tengo que mejorar. - continuó, presionándose para avanzar y alcanzar un nivel que le permitiese aportar algo y no solo ser un problema para el rubio, una preocupación extra.
Al escuchar la voz de la profesora, la de cabellos cenicientos dio un respingo y se giró hacia ella, para luego quedarse mirando al resto de alumnos y sus intentos de rescatar los supuestos objetos de valor que yacían abandonados en el fondo. Como era de esperar, el primogénito de los Calhoun hizo gala de un ingenio que a ella le faltaba, y gracias a sus conocimientos de arcanos, consiguió encantar el ancla del barco y que ésta mostrase la ubicación de los “trofeos” que aguardaban en lo profundo de aquel mar.
- Quizá si me centro en uno en particular, tenga alguna oportunidad. - dijo la pequeña, echando un vistazo a los puntos brillantes que ahora se mostraban ante todos. Pero antes de que pudiese volver a intentarlo, las palabras de Meitner volvieron a captar su atención, y no solo eso, también su demostración de habilidad, con la que transformó sin problemas la cuchara de metal que había rescatado en una orquídea. ¿Llegaría ella a estar a su nivel algún día?
Desde otra zona del barco, la voz de una de sus compañeras consiguió que por unos instantes, todas las miradas se centrasen en ella, había conseguido algo, un bonito colgante con una piedra preciosa. Aquello no ayudó a que la benjamina de los Calhoun se animase, pero la reacción de su maestra ante el collar pronto consiguió que olvidase la decepción que sentía por haber fallado en su intento, para ponerse en guardia, sin saber aún por qué.
Todo se complicó de un instante a otro, el ópalo de la joya se agrietó y una extraña niebla comenzó a extenderse por encima del agua, ignorando incluso el hechizo de Meitner. - ¿Qué está pasando? - se atrevió a preguntar, justo antes de que pudiesen escuchar como una desconocida voz les increpaba desde la distancia. - El capitán Cuello mojado… pero qué… - no llegó a terminar la frase, no tras ver como aquella chica que estudiaba en la Academia con ellos luchaba para no ahogarse.
Afortunadamente para ella, la profesora supo qué hacer y no dudó ni un segundo, colocó su mano sobre la frente de la niña y contrarrestó el conjuro que la había llevado a aquel estado, pero los problemas solo acababan de comenzar. Asustada por la situación, Anu había perdido el medallón, y ahora era imperativo que lo recuperasen así que tendrían que dividirse en dos grupos, uno para rastrear el colgante y otro que defendería la embarcación hasta que llegasen los refuerzos del Hekshold.
Consciente de que no tenía las habilidades ofensivas para pertenecer al segundo, aunque le habría gustado, Elen optó por acercarse a su compañera y prepararse para volver a probar suerte. - Anu, Anu escúchame, ¿dónde se cayó? Ayúdame a buscarlo. - pidió, sujetando a la muchacha por los hombros mientras los oscuros cánticos de la tripulación de El Colgado se hacían más y más claros.
Gracias a su afición a la lectura, ya que trataba más con los libros que con las personas, la de ojos verdes conocía la historia de aquel barco y de su capitán, debían darse prisa o sino, cuando los echasen en falta y decidiesen enviar a alguien a buscarlos ya sería demasiado tarde. - Vamos, apóyate en mí y dime por donde se cayó. - instó, tirando de la chica para levantarla y llevarla hacia la barandilla. - Por aquí, fue aquí. - señaló Anu, temblando ligeramente a causa de lo que acababa de vivir. - Bien, ¿podrías distinguirlo entre el resto de objetos? - preguntó la bruja, notando como a su alrededor se congregaban otros estudiantes, aquellos que al igual que ella, se veían incapaces de afrontar un combate.
- Bri… brillaba más que el resto, por eso fui a por él. - reveló, aún asustada. - Eso nos puede servir, déjame ver. - respondió Elen, escrutando el fondo hasta que sus ojos dieron con algo. - Podrían ser esos de ahí, ¿los veis? Destacan por encima de los demás y están bastante juntos, es de suponer que aunque se haya roto, los pedazos acabarían cayendo cerca unos de otros. - teorizó, tomando aire antes de extender las manos en dirección al que suponía que sería el collar.
- Intentaré crear un remolino a su alrededor para comprobar que estamos en lo cierto, si lo consigo no perdáis el tiempo, usad la telequinesis o lo que podáis para atraparlos. - indicó, cerrando con fuerza los ojos y dejando que su éter le recorriese todo el cuerpo, desde las puntas de los pies hasta la cabeza, para luego enviarlo a las palmas de sus manos. Y así, lentamente las aguas fueron cambiando su curso y comenzaron a girar, creando un espacio vacío en el medio, pero ¿sería capaz de lograr que llegase hasta el fondo?
A medio camino entre la superficie y su objetivo, la de cabellos cenicientos empezó a notar el cansancio, varias gotas de sudor recorrieron su frente mientras luchaba por mantener aquel nivel de concentración, diciéndose interiormente que tenía que hacerlo, debía hacerlo, no solo por ella o por su hermano y los demás, sino para demostrarse a sí misma que podía convertirse en una bruja valiosa, una capaz de ir a cualquier parte para encontrar a sus padres.
- ¡Ya casi lo tienes Elen! ¡Aguanta! - la animó uno de los chicos, colocándose a su lado e imitándola para darle algo de apoyo. - Yo te ayudaré a estabilizarlo. - dijo, uniéndose a ella y manipulando su telequinesis para que el hueco vacío se hiciese más grande, de modo que pudiesen ver con mayor claridad. - ¡Lo veo! ¡Es el colgante! - gritó otro, que se encontraba junto a Anu. - ¿Están todos los fragmentos? - alcanzó a preguntar, aunque sin abrir los ojos todavía. - No lo sé, creo que sí. - dudó el muchacho, que no había llegado a ver en cuántos trozos se había roto el ópalo.
- ¿Tú qué dices Anu? ¿están todos? ¿crees que podrías volver a conjurar esa caña tuya para traerlos hasta aquí. - inquirió, consciente de lo que le estaba pidiendo, que volviese a arriesgar su vida una vez más. La niña tardó en responder, tenía miedo y no quería volver a pasar por lo de antes, no quería volver a sentir que se ahogaba, pero ella había iniciado el problema en que ahora se veían involucrados, tampoco podía quedarse de brazos cruzados mientras el resto se exponía.
- Lo intentaré. - susurró, dejando de lado su temor para concentrarse, aunque ésta vez no estaba sola, dos compañeros más se apresuraron a colocarse a ambos lados de ella para ayudarla con los métodos que tenían a su alcance. - Vosotros aguantad, haremos todo lo que podamos. - intervino uno de ellos, un joven tensai de viento que no tardó en empezar a manipular la brisa para dirigirla hacia el fondo y reunir todos los pedazos en un solo punto, así les sería más sencillo recuperarlos.
Off: Lamento la tardanza, intentaré que no vuelva a pasar
Elen se une al grupo que busca el colgante, si consiguen recuperarlo o no lo dejo en manos del master ya que no se ha indicado que debamos tirar runa de nuevo (mejor para mí porque me la tienen jurada >.<)
Elen Calhoun
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
No estás solo. Nunca lo estarás
Una palabras como aquellas solo podían provocar una reacción de lo más natural en el joven brujo. Vincent, apoyado con sus codos encima de la baranda, miró hacia su derecha y pronto encontró a la persona que buscaba con la mirada, su hermana pequeña. Después, recorrió la cubierta una vez más con su mirada, para, con poco esfuerzo, encontrar la figura de Leonore.
En muchas ocasiones, las personas, por muy bien que supieran algo, por muy interiorizado que tuvieran un sentimiento, un deseo, una enseñanza…, no era hasta el momento en el que alguien se lo recordaba en voz alta, cuando esa sensación, ideal o promesa se sellaba a fuego en las fibras de su alma. Con gran probabilidad, Meitner nunca sería consciente de la importancia que aquellas palabras suponían para el joven Vincent.
- Lo sé. Sé que nunca estaré solo-, contestó a la profesora, ya mirando hacia ella cuando el sonido de su voz salió de su cuerpo.
“Ni yo, ni mis hermanas”, resonó en el interior de la mente del brujo, reflejo cercano de la promesa que se había hecho.
Seguramente la profesora había dicho aquello en otro sentido, pero para el rubito, que había dejado de estar apoyado contra la baranda para colocarse erguido y en una postura más educada hacia su profesora, había significado algo totalmente distinto. Pues, no era menos cierto, que cada persona veía el mundo con sus propios ojos y sentía con su propio corazón. No en vano, por esa misma razón era tan difícil ser objetivo en aquel mundo tan grande como diverso.
En cualquier caso, de lo que podía estar seguro Vincent es que Meitner se había ganado un lugar en su corazoncito de alumno, por el mero hecho de recordarle que no estaba solo en el mundo y tenía que cuidar de su hermana.
Ese algo que ya tenía interiorizado hacía mucho tiempo, pero que ahora tenía además grabado en su mente y pecho. ¿Sus padres vivirían? No lo sabía. No podía saberlo hasta que un día los buscara o ellos regresaran por su propio pie. Pero si no estaban en este mundo, si ya se habían reunido con los dioses, ellos querrían que él se encargara de cuidar de su hermana. Por ello, no solo era una cuestión de amor de hermano. En el fondo era su deber. Y esos mismos padres desaparecidos le habían enseñado a cumplir con sus responsabilidades. Aunque el mayor de los Calhoun a veces tuviera un modo un tanto estrafalario para cumplir con sus obligaciones, siempre intentaba hacer lo correcto.
- Interesante. No había pensado en ello en profundidad-, respondió a la profesora. - Había imaginado que los objetos con encantamientos se iluminarían, por aquello de tener una unión al éter mucho mayor que objetos corrientes. Ello me hace pensar ahora, después de su explicación, que ¿quizás estos objetos mágicos y encantados no se iluminarían con mayor intensidad? Por aquello de que su contenido en éter sería superior-, consultó a Lise.
El hechizo con arcanos de Vincent había sido demasiado genérico, pero para el pequeño brujo, quizás se pudiera sacar algo potable de todo aquello. Su mente ya se había puesto a divagar y a pensar en posibles soluciones. Quizás pudiera pulir esa técnica genérica para logar algo más avanzado y, por ende, más útil.
El joven alumno no tardó en tomar una postura más pensativa, ensimismado con sus propias ideas de mejora de joven adolescente, esa edad con la fuerza para comerse el mundo y con energía ilimitadas para ello. Incluso ya estaba pensando en la posibilidad de unir el anterior hechizo con otro que pudiera atraer los objetos hacia el ancla, anzuelo, etc, con lo cual sería mucho más fácil rescatarlos del mar. Si conseguía perfeccionar la técnica, lograría poder centrar los hechizos en objetos mágicos y no en todo objeto existente.
Tan ensimismado había estado, que no había reaccionado a lo que pasaba a su alrededor hasta el momento en el que su compañera había gritado que tenía algo. Ese algo resultó ser un colgante, uno muy bello, y que por la reacción de la profesora, no debía ser buena idea que estuviera al alcance de unos simples alumnos. O eso pensó en un principio Vinc. No tardó en darse cuenta de que el problema era mucho mayor, el peligro del que los alertaba Meitner, ya se cernía sobre ellos.
Las palabras del capitán del otro navío no podían ser más clarificadoras, y en cierta manera fueron un señal para el rubio de los Calhoun. Vincent no pensaba que un momento como aquel pudiera llegar tan pronto, a escasos instantes de su interno juramente, pero allí estaba, y no podía eludirlo con ese sentimiento ardiendo bajo su pecho.
- ¡Elen! ¡Leonore! ¡Tened mucho cuidado! - les gritó a las pequeñas, haciendo gestos con los brazos para que lo vieran. No estuvo seguro de que lo escucharan o vieran, pero en cuánto comprobó que su hermana menor se iba con el grupo de rescate del colgante y Leo se mantenía en una zona segura, se sintió aliviado y dirigió su atención hacia la Lise. - Profesora Meitner, cuente conmigo-, le dijo, aunque se colocó un paso por detrás de ella.
No quedaba otra. Si alguien podía protegerlos mucho más de lo que él podría hacer, esa era toda una profesora de la Academia, así como cualquier otro adulto de la tripulación del barco. No obstante, no quería ser un simple espantapájaros dejando todo el problema a susodicha profesoras y marineros.
En cuanto Vincent vio aparecer la proa del barco hostil, conjuró una de sus técnicas más novedosas, y creó varias bolas de fuego entre los huecos de sus dedos. Eran pequeñas, pero con una potencia bastante superior a su irrisorio aspecto. Luego, sin perder el tiempo, lanzó los cuatro proyectiles explosivos sobre la superficie del navío enemigo, buscando lograr la mayor cantidad de destrozos sobre este o sobre los malvados marinos.
Cuando empezamos en el foro, todos iniciamos nuestra andadura a nivel 0 y a partir de ahí vamos ganando habilidades. Pero siempre he pensado que algunas de las habilidades, mi brujo las tenía de antes de ir en busca de nuestros padres, por aquello de que se me hacía raro que un alumno de una academia de magia no supiera hacer nada jaja.
Evidentemente nunca usé una habilidad sin ganar antes el nivel correspondiente. Pero ahora que las tengo, Sigel, si me lo permites, he considerado oportuno poder tener al menos los niveles bajos de mis habilidades, hasta nivel 2, pero en una versión más débil y pretécnica, por así decirlo. Los ojos de lobo de mi Vinc, en este tema, no tienen forma de ojos de lobo, en vez de 8 para el ataque (cada hueco de cada mano) consideré que solo podré hacer 4. Y, por supuesto, los proyectiles son más débiles que los actuales, ya solo por tener menos inteligencia en aquella época, lo serían.
El resultado y alcance del ataque, como suelo hacer, lo dejo en tus manos, dios master :3
Una palabras como aquellas solo podían provocar una reacción de lo más natural en el joven brujo. Vincent, apoyado con sus codos encima de la baranda, miró hacia su derecha y pronto encontró a la persona que buscaba con la mirada, su hermana pequeña. Después, recorrió la cubierta una vez más con su mirada, para, con poco esfuerzo, encontrar la figura de Leonore.
En muchas ocasiones, las personas, por muy bien que supieran algo, por muy interiorizado que tuvieran un sentimiento, un deseo, una enseñanza…, no era hasta el momento en el que alguien se lo recordaba en voz alta, cuando esa sensación, ideal o promesa se sellaba a fuego en las fibras de su alma. Con gran probabilidad, Meitner nunca sería consciente de la importancia que aquellas palabras suponían para el joven Vincent.
- Lo sé. Sé que nunca estaré solo-, contestó a la profesora, ya mirando hacia ella cuando el sonido de su voz salió de su cuerpo.
“Ni yo, ni mis hermanas”, resonó en el interior de la mente del brujo, reflejo cercano de la promesa que se había hecho.
Seguramente la profesora había dicho aquello en otro sentido, pero para el rubito, que había dejado de estar apoyado contra la baranda para colocarse erguido y en una postura más educada hacia su profesora, había significado algo totalmente distinto. Pues, no era menos cierto, que cada persona veía el mundo con sus propios ojos y sentía con su propio corazón. No en vano, por esa misma razón era tan difícil ser objetivo en aquel mundo tan grande como diverso.
En cualquier caso, de lo que podía estar seguro Vincent es que Meitner se había ganado un lugar en su corazoncito de alumno, por el mero hecho de recordarle que no estaba solo en el mundo y tenía que cuidar de su hermana.
Ese algo que ya tenía interiorizado hacía mucho tiempo, pero que ahora tenía además grabado en su mente y pecho. ¿Sus padres vivirían? No lo sabía. No podía saberlo hasta que un día los buscara o ellos regresaran por su propio pie. Pero si no estaban en este mundo, si ya se habían reunido con los dioses, ellos querrían que él se encargara de cuidar de su hermana. Por ello, no solo era una cuestión de amor de hermano. En el fondo era su deber. Y esos mismos padres desaparecidos le habían enseñado a cumplir con sus responsabilidades. Aunque el mayor de los Calhoun a veces tuviera un modo un tanto estrafalario para cumplir con sus obligaciones, siempre intentaba hacer lo correcto.
- Interesante. No había pensado en ello en profundidad-, respondió a la profesora. - Había imaginado que los objetos con encantamientos se iluminarían, por aquello de tener una unión al éter mucho mayor que objetos corrientes. Ello me hace pensar ahora, después de su explicación, que ¿quizás estos objetos mágicos y encantados no se iluminarían con mayor intensidad? Por aquello de que su contenido en éter sería superior-, consultó a Lise.
El hechizo con arcanos de Vincent había sido demasiado genérico, pero para el pequeño brujo, quizás se pudiera sacar algo potable de todo aquello. Su mente ya se había puesto a divagar y a pensar en posibles soluciones. Quizás pudiera pulir esa técnica genérica para logar algo más avanzado y, por ende, más útil.
El joven alumno no tardó en tomar una postura más pensativa, ensimismado con sus propias ideas de mejora de joven adolescente, esa edad con la fuerza para comerse el mundo y con energía ilimitadas para ello. Incluso ya estaba pensando en la posibilidad de unir el anterior hechizo con otro que pudiera atraer los objetos hacia el ancla, anzuelo, etc, con lo cual sería mucho más fácil rescatarlos del mar. Si conseguía perfeccionar la técnica, lograría poder centrar los hechizos en objetos mágicos y no en todo objeto existente.
Tan ensimismado había estado, que no había reaccionado a lo que pasaba a su alrededor hasta el momento en el que su compañera había gritado que tenía algo. Ese algo resultó ser un colgante, uno muy bello, y que por la reacción de la profesora, no debía ser buena idea que estuviera al alcance de unos simples alumnos. O eso pensó en un principio Vinc. No tardó en darse cuenta de que el problema era mucho mayor, el peligro del que los alertaba Meitner, ya se cernía sobre ellos.
Las palabras del capitán del otro navío no podían ser más clarificadoras, y en cierta manera fueron un señal para el rubio de los Calhoun. Vincent no pensaba que un momento como aquel pudiera llegar tan pronto, a escasos instantes de su interno juramente, pero allí estaba, y no podía eludirlo con ese sentimiento ardiendo bajo su pecho.
- ¡Elen! ¡Leonore! ¡Tened mucho cuidado! - les gritó a las pequeñas, haciendo gestos con los brazos para que lo vieran. No estuvo seguro de que lo escucharan o vieran, pero en cuánto comprobó que su hermana menor se iba con el grupo de rescate del colgante y Leo se mantenía en una zona segura, se sintió aliviado y dirigió su atención hacia la Lise. - Profesora Meitner, cuente conmigo-, le dijo, aunque se colocó un paso por detrás de ella.
No quedaba otra. Si alguien podía protegerlos mucho más de lo que él podría hacer, esa era toda una profesora de la Academia, así como cualquier otro adulto de la tripulación del barco. No obstante, no quería ser un simple espantapájaros dejando todo el problema a susodicha profesoras y marineros.
En cuanto Vincent vio aparecer la proa del barco hostil, conjuró una de sus técnicas más novedosas, y creó varias bolas de fuego entre los huecos de sus dedos. Eran pequeñas, pero con una potencia bastante superior a su irrisorio aspecto. Luego, sin perder el tiempo, lanzó los cuatro proyectiles explosivos sobre la superficie del navío enemigo, buscando lograr la mayor cantidad de destrozos sobre este o sobre los malvados marinos.
Offrol
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Cuando empezamos en el foro, todos iniciamos nuestra andadura a nivel 0 y a partir de ahí vamos ganando habilidades. Pero siempre he pensado que algunas de las habilidades, mi brujo las tenía de antes de ir en busca de nuestros padres, por aquello de que se me hacía raro que un alumno de una academia de magia no supiera hacer nada jaja.
Evidentemente nunca usé una habilidad sin ganar antes el nivel correspondiente. Pero ahora que las tengo, Sigel, si me lo permites, he considerado oportuno poder tener al menos los niveles bajos de mis habilidades, hasta nivel 2, pero en una versión más débil y pretécnica, por así decirlo. Los ojos de lobo de mi Vinc, en este tema, no tienen forma de ojos de lobo, en vez de 8 para el ataque (cada hueco de cada mano) consideré que solo podré hacer 4. Y, por supuesto, los proyectiles son más débiles que los actuales, ya solo por tener menos inteligencia en aquella época, lo serían.
El resultado y alcance del ataque, como suelo hacer, lo dejo en tus manos, dios master :3
Vincent Calhoun
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Re: Lágrimas bajo el mar [Cátedra] [Elen y Vincent Calhoun]
Anu Klótild, alentada por las buenas palabras de Elen Calhoun, logró volver a conjurar la caña de magia. Por un momento, creyó que no lo conseguiría, el capitán Cuellomojado estuvo a punto de matar con un malvado hechizo de asfixia; todavía sentía cierta presión en la garganta y le costaba pronunciar con claridad las palabras que contuvieran eres. Aun así, pudo concentrarse. Cerró los ojos, confiando que su amiga estaría detrás para protegerla si algo saliera mal, e hizo la mímica como si lanzase la caña; ésta apareció en el acto.
Hubo unos segundos de duda. El extremo de la caña de Anu Klótild desapareció en el remolino de Elen Calhoun, parecía que se lo había tragado. Al fondo se veía un tenue resplandor, el que producía el medallón maldito, pero ni rastro de la mano-anzuelo. Una mitad de los estudiantes se congregaba alrededor de las chicas en silencio, como si con su misma presencia pudieran ceder la voluntad a las chicas, prestarles éter con tal de potenciar los hechizos. La otra mitad formaba parte de la defensa del barco, dirigían sus hechizos contra el navío fantasma que se acercaba peligrosamente al barco de estudiantes. ¿Estaban ganando? ¿Conseguirán detener al malvado pirata y su tripulación? Anu Klótild prefería no saberlo. Las preguntas y el miedo debilitaban el hechizo de la caña elemental, los dedos de la mano-anzuelo se difuminaban y la cuerda perdía elasticidad. Concéntrate, chica. Se decía mentalmente. Tú puedes hacerlo. En un momento de vacilación, giró la cabeza para asegurarse que Elen permanecía a su lado.
La mano-anzuelo se cerró sobre un objeto.
—¡Lo tengo! — celebró Anu Klótild —. ¡Ha picado el anzuelo!
Dos chicos altos y fuertes, de los que le ruborizarían las mejillas si la circunstancia fuera distinta, ayudaron a Anu a recoger la caña elemental. La cogieron de la cintura y tiraron de la muchacha a la vez que ella hacía fuerte para elevar la cuerda. Un tercer chico, tan guapo como los otros dos, puso sus grandes manos encima de las de Anu ayudándola para que la caña elemental no se le resbalase de las manos.
La mano-anzuelo emergió del torbellino de Elen. ¡Lo tengo! ¡Ha picado! Los tres chicos y Anu tiraron con más fuerza. Al llegar al barco, la mano elemental soltó los fragmentos del medallón. Dos brujos, chico y chica especializados en la conjuración, montaron las piezas del medallón como si fuera rompecabezas. Los tres chicos guapos se quedaron al lado de Anu, que parecía estar a punto de desmayarse por el sobreesfuerzo realizado.
— Creo… creo que falta una pieza — dijo la chica de conjuración.
— La joya del centro del medallón — continuó el chico — ¿La habéis visto?
Anu se quedó boquiabierta del espanto. Los otros brujos se lanzaron a cubierta, donde la mano-anzuelo había dejado caer las otras piezas. ¡Debe estar por ahí!
¡Arriad las velas! ¡Derecho el timón! El capitán Cuellomojado gritaba las órdenes desde el castillo de popa a la vez que señalaba con una guadaña, un arma idónea para un muerto, las zonas donde dirigía a su tripulación. ¡Tensad las cuerdas del palo mayor! ¡Cargas las balistas! ¡Los libros de brujería del almacén! ¡Y por todos los mares, que alguien reparé el costado del navío antes de que nos hundamos! Los agujeros los había causado dos proyectiles de fuego. Si la madera fantasma ardiese con la misma velocidad que la real, la tripulación de El Colgado estaría haciendo frente a un importante incendio en el costado izquierdo del barco. Siendo un ente, un espíritu atrapado en un medallón por la maldición de un viejo brujo, los proyectiles tan solo perforaron la madera sin causar severos daños. El agua entraba por los orificios, pero El Colgado se mantenía a flote como si nada. El capitán Cuellomojado ignoraba el potencial de sus poderes malditos, mandaba a sus hombres a reparar las aberturas del proyectil. ¡A toda prisa, mis piratas! ¡No queráis morir ahogados!
Un grupo de piratas, cargados con tablones de madera, tachas y herramientas variadas, se evaporaron a los ojos del capitán. Simplemente, dejaron de existir, fue como si el viento se los hubiese llevado. El capitán Cuellomojado se giró, dirigiendo su guadaña, a otro grupo de piratas, los que leían libros de hechizos para conjurarlos contra el navío enemigo. Éstos también desaparecieron, junto a los libros que estaban leyendo. Lo mismo sucedió con el resto de piratas.
—¡Cobardes! ¡Perros de agua dulce! ¡Os perseguiré, juro que lo haré! ¡Os perseguiré hacia al otro y os traeré de vuelta cogido de los pocos pelos que os queden!
El capitán Cuellomojado estaba a punto de soltar la caterva de insultos propios de un pirata cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido. Los enemigos recogieron las piezas del colgante maldito, al volverlas unir, los piratas desaparecieron. Pero, les faltaba una pieza. La joya más valiosa del medallón, la que estaba ligada al espíritu del corsario. El capitán Cuellomojado sonrió mostrando sus escasos y mugrosos dientes. Señaló el navío enemigo con la guadaña y El Colgado obedeció la orden. Sin necesidad de una tripulación, el barco fantasma Intangible) atravesó el pequeño barco pesquero. Los brujos del Hekshold sintieron una ráfaga de aire helado acompañado de un hedor a podredumbre y la risa del malvado capitán.
—¿Dónde se ha ido la maestra Meitner? — preguntó uno de los brujos que habían ayudado a Anu.
—¿Y Vincent Calhoun? Estaba justo aquí, a mí lado. Le vi lanzar esas bolas de fuego — otra estudiante.
— Mi novia estaba justo aquí, me ayudó a reparar el medallón — intervino el brujo de conjuración.
—¿Dónde están todos? — el primer chico.
Moho e insectos de toda clase aparecieron en la madera del pequeño barco pesquero. Anu Klótild ya había visto esa clase de moho blanquecino, del color de la enfermedad, y los insectos tan grandes como su dedo pulgar en otro lugar. La muchacha había crecido en una humilde granja al oeste de Belltrexus, por lo que su día a día era encontrarse animales muertos perdidos en el campo. Después de unos días, las moscas y los hongos devoran los cadáveres. Apestaban como barco fantasma y traían las mismas enfermedades que el navío trajo al pequeño barco pesquero.
* Elen Calhoun: Cuando El Colgado ha atravesado el barco de estudiantes, aparte de llevarse a algunos de vosotros como parte de su nueva tripulación, ha maldecido el barco pesquero con podredumbre. La peste ha invadido el pequeño barco, devorando la madera y apestando la zona. Has tenido la suerte (o desgracia) de encontrarte en éste barco. Tu principal objetivo deberá ser mantenerte a flote y sanar la maldición que el corsario os ha dejado. Ya nos preocuparemos en el futuro de encontrar la pieza que falte y rescatar a los demás. Lo importante es salir vivos de ésta.
* Vincent Calhoun: Te encuentras en El Colgado, el capitán Cuellomojado te ha recogido, junto con un puñado de estudiantes y la maestra Meitner. Ahora formas parte de la tripulación de El Colgado, esto incluye: vestimenta y aspecto consumido. No podrás desobedecer las órdenes implantadas por la guadaña del capitán. Siendo así, tu objetivo será escapar de El Colgado sin que el capitán pirata se dé cuenta, regresar al barco de estudiantes y contarles lo que sucede en el barco fantasma.
* General: Me ha gustado mucho el detalle de la habilidad de Vincent, hacerla en menor intensidad, como si la estuviera aprendiendo en ese momento o fuera una versión más infantil de la misma. A lo que la misión se refiere, si lo hacéis de esta manera, yo lo tendré en cuenta como si fuera vuestra habilidad original para favorecer el rol y daros la opción de utilizar vuestras habilidades en las escenas de acción.
Hubo unos segundos de duda. El extremo de la caña de Anu Klótild desapareció en el remolino de Elen Calhoun, parecía que se lo había tragado. Al fondo se veía un tenue resplandor, el que producía el medallón maldito, pero ni rastro de la mano-anzuelo. Una mitad de los estudiantes se congregaba alrededor de las chicas en silencio, como si con su misma presencia pudieran ceder la voluntad a las chicas, prestarles éter con tal de potenciar los hechizos. La otra mitad formaba parte de la defensa del barco, dirigían sus hechizos contra el navío fantasma que se acercaba peligrosamente al barco de estudiantes. ¿Estaban ganando? ¿Conseguirán detener al malvado pirata y su tripulación? Anu Klótild prefería no saberlo. Las preguntas y el miedo debilitaban el hechizo de la caña elemental, los dedos de la mano-anzuelo se difuminaban y la cuerda perdía elasticidad. Concéntrate, chica. Se decía mentalmente. Tú puedes hacerlo. En un momento de vacilación, giró la cabeza para asegurarse que Elen permanecía a su lado.
La mano-anzuelo se cerró sobre un objeto.
—¡Lo tengo! — celebró Anu Klótild —. ¡Ha picado el anzuelo!
Dos chicos altos y fuertes, de los que le ruborizarían las mejillas si la circunstancia fuera distinta, ayudaron a Anu a recoger la caña elemental. La cogieron de la cintura y tiraron de la muchacha a la vez que ella hacía fuerte para elevar la cuerda. Un tercer chico, tan guapo como los otros dos, puso sus grandes manos encima de las de Anu ayudándola para que la caña elemental no se le resbalase de las manos.
La mano-anzuelo emergió del torbellino de Elen. ¡Lo tengo! ¡Ha picado! Los tres chicos y Anu tiraron con más fuerza. Al llegar al barco, la mano elemental soltó los fragmentos del medallón. Dos brujos, chico y chica especializados en la conjuración, montaron las piezas del medallón como si fuera rompecabezas. Los tres chicos guapos se quedaron al lado de Anu, que parecía estar a punto de desmayarse por el sobreesfuerzo realizado.
— Creo… creo que falta una pieza — dijo la chica de conjuración.
— La joya del centro del medallón — continuó el chico — ¿La habéis visto?
Anu se quedó boquiabierta del espanto. Los otros brujos se lanzaron a cubierta, donde la mano-anzuelo había dejado caer las otras piezas. ¡Debe estar por ahí!
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¡Arriad las velas! ¡Derecho el timón! El capitán Cuellomojado gritaba las órdenes desde el castillo de popa a la vez que señalaba con una guadaña, un arma idónea para un muerto, las zonas donde dirigía a su tripulación. ¡Tensad las cuerdas del palo mayor! ¡Cargas las balistas! ¡Los libros de brujería del almacén! ¡Y por todos los mares, que alguien reparé el costado del navío antes de que nos hundamos! Los agujeros los había causado dos proyectiles de fuego. Si la madera fantasma ardiese con la misma velocidad que la real, la tripulación de El Colgado estaría haciendo frente a un importante incendio en el costado izquierdo del barco. Siendo un ente, un espíritu atrapado en un medallón por la maldición de un viejo brujo, los proyectiles tan solo perforaron la madera sin causar severos daños. El agua entraba por los orificios, pero El Colgado se mantenía a flote como si nada. El capitán Cuellomojado ignoraba el potencial de sus poderes malditos, mandaba a sus hombres a reparar las aberturas del proyectil. ¡A toda prisa, mis piratas! ¡No queráis morir ahogados!
Un grupo de piratas, cargados con tablones de madera, tachas y herramientas variadas, se evaporaron a los ojos del capitán. Simplemente, dejaron de existir, fue como si el viento se los hubiese llevado. El capitán Cuellomojado se giró, dirigiendo su guadaña, a otro grupo de piratas, los que leían libros de hechizos para conjurarlos contra el navío enemigo. Éstos también desaparecieron, junto a los libros que estaban leyendo. Lo mismo sucedió con el resto de piratas.
—¡Cobardes! ¡Perros de agua dulce! ¡Os perseguiré, juro que lo haré! ¡Os perseguiré hacia al otro y os traeré de vuelta cogido de los pocos pelos que os queden!
El capitán Cuellomojado estaba a punto de soltar la caterva de insultos propios de un pirata cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido. Los enemigos recogieron las piezas del colgante maldito, al volverlas unir, los piratas desaparecieron. Pero, les faltaba una pieza. La joya más valiosa del medallón, la que estaba ligada al espíritu del corsario. El capitán Cuellomojado sonrió mostrando sus escasos y mugrosos dientes. Señaló el navío enemigo con la guadaña y El Colgado obedeció la orden. Sin necesidad de una tripulación, el barco fantasma Intangible) atravesó el pequeño barco pesquero. Los brujos del Hekshold sintieron una ráfaga de aire helado acompañado de un hedor a podredumbre y la risa del malvado capitán.
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—¿Dónde se ha ido la maestra Meitner? — preguntó uno de los brujos que habían ayudado a Anu.
—¿Y Vincent Calhoun? Estaba justo aquí, a mí lado. Le vi lanzar esas bolas de fuego — otra estudiante.
— Mi novia estaba justo aquí, me ayudó a reparar el medallón — intervino el brujo de conjuración.
—¿Dónde están todos? — el primer chico.
Moho e insectos de toda clase aparecieron en la madera del pequeño barco pesquero. Anu Klótild ya había visto esa clase de moho blanquecino, del color de la enfermedad, y los insectos tan grandes como su dedo pulgar en otro lugar. La muchacha había crecido en una humilde granja al oeste de Belltrexus, por lo que su día a día era encontrarse animales muertos perdidos en el campo. Después de unos días, las moscas y los hongos devoran los cadáveres. Apestaban como barco fantasma y traían las mismas enfermedades que el navío trajo al pequeño barco pesquero.
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* Elen Calhoun: Cuando El Colgado ha atravesado el barco de estudiantes, aparte de llevarse a algunos de vosotros como parte de su nueva tripulación, ha maldecido el barco pesquero con podredumbre. La peste ha invadido el pequeño barco, devorando la madera y apestando la zona. Has tenido la suerte (o desgracia) de encontrarte en éste barco. Tu principal objetivo deberá ser mantenerte a flote y sanar la maldición que el corsario os ha dejado. Ya nos preocuparemos en el futuro de encontrar la pieza que falte y rescatar a los demás. Lo importante es salir vivos de ésta.
* Vincent Calhoun: Te encuentras en El Colgado, el capitán Cuellomojado te ha recogido, junto con un puñado de estudiantes y la maestra Meitner. Ahora formas parte de la tripulación de El Colgado, esto incluye: vestimenta y aspecto consumido. No podrás desobedecer las órdenes implantadas por la guadaña del capitán. Siendo así, tu objetivo será escapar de El Colgado sin que el capitán pirata se dé cuenta, regresar al barco de estudiantes y contarles lo que sucede en el barco fantasma.
* General: Me ha gustado mucho el detalle de la habilidad de Vincent, hacerla en menor intensidad, como si la estuviera aprendiendo en ese momento o fuera una versión más infantil de la misma. A lo que la misión se refiere, si lo hacéis de esta manera, yo lo tendré en cuenta como si fuera vuestra habilidad original para favorecer el rol y daros la opción de utilizar vuestras habilidades en las escenas de acción.
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