La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
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La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Maravilloso, esplendido, fabuloso. No se podía definir aquella situación de otra manera. Una ciudad entera estaba enfermando por una afección desconocida, ¡había nacido una nueva plaga! y Go'el estaba ahí para averiguar que sucedía y subsanarlo. La población de Sevindel se apilaba en fosas comunes, había tantos muertos que los médicos tenían material de sobra para investigar, tanto muerto como vivo.
Go'el sonreía extasiado bajo la máscara que portaba, para prevenir que la enfermedad entrara en su organismo, estaba en el paraíso... Un paraíso retorcido que solo un demente sería capaz de apreciar. Para el resto de mortales cuerdos, la situación en Sevindel era espantosa, familiares y amigos morían ante sus ojos, el miedo inundaba las calles. Nadie sabía de donde venía aquella enfermedad ni como se propagaba, la única certeza que poseía el populacho eran aquellos ojos blancos que extinguían la vida. Daba igual si era el diestro o el siniestro, si tu ojo se volvía pálido estabas acabado, y no necesariamente por la enfermedad, el pánico el ciudad era tal, que lo mismos vecinos se mataban entre ellos.
Hacía poco más de una semana que la supuesta maldición se había propagado, nuestro buen galeno tenía dos tarros llenos de ojos enfermos y sanos, y otro par donde estaban mezclados los dos tipos de ojos en diferentes porcentajes, uno con más globos sanos y el otro al contrario.
-Izebel, -El rubio llamó al elfo al tiempo que, chasqueaba los dedos frente al rosto del semi-elfo. -cuéntame que te ha sucedido, donde y como. ¿Pudiste reconocer a alguien? ¿Alguno de los atacantes estaba enfermo?
Go'el hablaba con premura y algo molesto, porque no todo son miel en hojuelas en el paraíso. El dragón llevaba ocho días intentando esclarecer el método de infección, y aun no había tenido avances.
-Fue en una callejuela, estaba recogiendo muestras de una bruja muerta por la enfermedad. Y aparecieron esos degenerados, me dieron una paliza y ya puedes ver el resto.
El elfo hablaba con una mano sujetando una bolsa de hielo sobre su mandíbula.
-Las muestras que recogiste, ¿qué pasó con ellas? pudiste conservar alguna, se mezclaron con tu sangre o te tocaron alguna mucosa.
-Yo... no lo sé, fue todo muy rápido. No pude recuperar nada, pero tampoco estoy seguro de si alguna pudo entrar en contacto conmigo.
Go'el chasqueó la lengua y tras cerrarle las heridas al elfo, le sacó una muestra de sangre. El rubio miraba unos papeles con el ceño fruncido, ya estaba cansado de ir curando minucias. De entre las palabras escritas en aquellos folios, había unas que el galeno buscaba con premura. Go'el tenía la certeza que la sangre era uno de los elementos clave de la enfermedad, y necesitaba la sangre de todas las razas para poder llegar a una conclusión, y cuando seducía todas se refería a todas, las puras y las hibridas, tare harto imposible para cualquier, incluso para el mismo boticario de ciudad lagarto. ¿Pero qué le impedía intentarlo? Por lo pronto ya había conseguido muestras de las razas puras.
Go'el sonreía extasiado bajo la máscara que portaba, para prevenir que la enfermedad entrara en su organismo, estaba en el paraíso... Un paraíso retorcido que solo un demente sería capaz de apreciar. Para el resto de mortales cuerdos, la situación en Sevindel era espantosa, familiares y amigos morían ante sus ojos, el miedo inundaba las calles. Nadie sabía de donde venía aquella enfermedad ni como se propagaba, la única certeza que poseía el populacho eran aquellos ojos blancos que extinguían la vida. Daba igual si era el diestro o el siniestro, si tu ojo se volvía pálido estabas acabado, y no necesariamente por la enfermedad, el pánico el ciudad era tal, que lo mismos vecinos se mataban entre ellos.
Hacía poco más de una semana que la supuesta maldición se había propagado, nuestro buen galeno tenía dos tarros llenos de ojos enfermos y sanos, y otro par donde estaban mezclados los dos tipos de ojos en diferentes porcentajes, uno con más globos sanos y el otro al contrario.
-Izebel, -El rubio llamó al elfo al tiempo que, chasqueaba los dedos frente al rosto del semi-elfo. -cuéntame que te ha sucedido, donde y como. ¿Pudiste reconocer a alguien? ¿Alguno de los atacantes estaba enfermo?
Go'el hablaba con premura y algo molesto, porque no todo son miel en hojuelas en el paraíso. El dragón llevaba ocho días intentando esclarecer el método de infección, y aun no había tenido avances.
-Fue en una callejuela, estaba recogiendo muestras de una bruja muerta por la enfermedad. Y aparecieron esos degenerados, me dieron una paliza y ya puedes ver el resto.
El elfo hablaba con una mano sujetando una bolsa de hielo sobre su mandíbula.
-Las muestras que recogiste, ¿qué pasó con ellas? pudiste conservar alguna, se mezclaron con tu sangre o te tocaron alguna mucosa.
-Yo... no lo sé, fue todo muy rápido. No pude recuperar nada, pero tampoco estoy seguro de si alguna pudo entrar en contacto conmigo.
Go'el chasqueó la lengua y tras cerrarle las heridas al elfo, le sacó una muestra de sangre. El rubio miraba unos papeles con el ceño fruncido, ya estaba cansado de ir curando minucias. De entre las palabras escritas en aquellos folios, había unas que el galeno buscaba con premura. Go'el tenía la certeza que la sangre era uno de los elementos clave de la enfermedad, y necesitaba la sangre de todas las razas para poder llegar a una conclusión, y cuando seducía todas se refería a todas, las puras y las hibridas, tare harto imposible para cualquier, incluso para el mismo boticario de ciudad lagarto. ¿Pero qué le impedía intentarlo? Por lo pronto ya había conseguido muestras de las razas puras.
Última edición por Go'el el Jue 16 Abr - 14:16, editado 2 veces
Go'el
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Vestía con una túnica gruesa de color negro porque se decía, sin fundamento alguno, que las telas gruesas protegen del contacto con los enfermos y que la infección tenía pavor a los colores negros. Era completamente absurdo. Si los sabiéndonos estaban en lo cierto, bastaría con tapar a los enfermos con unas cuantas mantas de colores oscuros para curarles. Todas las enfermedades de Aerandir podrían ser tratadas con telas negras. ¡La cura definitiva! Acudid a al sastre y al dicharachero, ellos venden la solución a todos vuestros problemas. Seguramente, habría quién lo hubiera hecho. En estos últimos días, llegaron una inmensa multitud de extranjeros que aseguraban tener la solución milagrosa que sanaría cualquier enfermedad, de éste mundo o del otro. Lo decían en alto y con el tono de voz del sacerdote que anuncia la plegaría del día. Las soluciones consistían en infusiones de romeros, cataplasmas de hierbas exóticas traídas de la península (se enorgullecían en decir) y brebajes placebos. Estos desaparecían a los poco, una vez conseguían llenarse los bolsillos con los aeros de los enfermos. El último navío que partió del puerto de Sevindel, antes que dieran la hora de no poder embarcar, tenía como nombre La Liebre Marina. Supuse que los embaucadores extranjeros se encontraban en ese mismo, de vuelta a casa.
Había otro grupo de extranjeros, los médicos, que llegaba a ser más molesto que el primero. Éstos se esforzaban por aplicar las leyes de sus ciudades y sus estudios a una tierra que no comprendían. Beltrexus no era Lunargenta y los brujos no éramos como los humanos. Las enfermedades que nacían en la isla tenían su origen en el éter, la magia. No tenía que ver con la naturaleza, por lo que no habría nada del bosque de Sandorai que pudiera sanarla. Tampoco estaba relacionado con las cosechas o una mala alimentación, los humanos debían callarse antes de hablar sobre infecciones y parásitos. Ninguno de ellos nos conocía y, aun así, hablaban sobre los brujos como si tuvieran la razón infinita. Situado en puntos estratégicos de la ciudad, había al menos un pregonero no-brujo ofrecieron una serie de consejos para evitar el contagio a la vez que hacían sonar una campana de mano. Llevad prendas gruesas y oscuras, no salgáis a la calle de no ser preciso, no tengáis contacto físico con las personas enfermas, no compartáis comida con nadie y toda una serie patrañas similares.
Obedecí los consejos que me interesaba coger por pasar inadvertido. La túnica que llevaba puesto había sido un cubre viejo al que le hice un par de agujeros para la cabeza y los brazos. No compartí las reservas de comida que guardaba en la despensa de mi hogar, fueran enfermos, sanos o médicos que suplicaban cobijo. Los consejos que creí más inútiles, los ignoré como si nunca los hubiera escuchado. Salí a la calle cada día en busca de nuevas noticias que hablasen sobre la enfermedad de Murielle y tuve contacto físico con muchas personas.
En el mismo día que cerraron el puerto de Sevindel, conocí a Karolos, un brujo con malas pulgas que odiaba tanto a los extranjeros como yo, y le estreché la mano. Fue él quien me habló de La Liebre Marina y sobre Murielle. Me presentó al resto de brujos que había reunido y estreché la mano a cada uno de ellos. A Chandra, además de darle la mano, le di dos besos. Tenía 17 años. Era simpática y explosiva, literalmente hablando. Cuando el ambiente se caldeaba, su cabello rubio se convertía en fuego. Lo comprobé en la calle de Sevindel y en la cama de su cabaña, cerca del faro.
Chandra era todavía más desobediente que yo, cosas de la edad. Vestía con ropas ligeras: un corsé acorazado, un peto militar con escote, y una larga falda con los laterales abiertos. Robaba comida a los mercaderes de Sevindel. A estas alturas, ninguno de ellos abría su local, por lo que Chandra solía echar la puerta abajo con una llamarada. La comida la repartía entre sus colegas Mata-matasanos y los grupos de enfermos que se dejaban ver en los callejones como si fueran perros asustados. Chandra les prometía a los enfermos que les ayudaría, pero primero tenía que limpiar la basura de Sevindel y encontrar a Murielle. Tenía la teoría que Murielle era el principio y el final de toda la esta historia. Lo decía a todo el mundo y a todas horas como si hubiera encontrado la solución milagrosa, como los embaucadores se presumían vender en forma de bálsamos inútiles. Se lo dijo a los enfermos cogiéndoles de las manos, se lo dijo a Karolos de puntillas, poniéndose a la misma altura que el brujo, y me lo dijo en la cama, después del coito mañanero, mientras juguetaba con el vello de mi pecho.
—Es posible — le contesté sin darle mayor importancia.
—¡Piénsalo! Ella maldijo a aquel sapo bobo que se escapó, lo sabe todo el mundo. También podrá desmaldecir a los enfermos. Tiene lógica — de nada serviría intervenir, ella seguiría hablando y dándole vueltas —. Si supiera dónde está iría tras ella, pero no se deja ver. Puede que haya huido de Sevindel. Lleva maldita toda su vida y no ha contagiado a nadie. La conozco desde pequeñita — más pequeñita querrá decir. Chandra era una niña comparada conmigo —. Fue ese sapo. Ella puede estar en cualquier parte, puede salir de Sevindel sin expandir más la enfermedad. Tal vez el Hekshold haya contactado con ella o quizás los médicos la han matado porque no quieren que la maldición se cure — se puso enderezó en la cama, la espalda contra el cabecero. Yo seguí tumbado bocarriba — ¡Eso es! Quieren que su cencia — ciencia era una palabra desconocida para la muchacha — lo explique todo, por eso han matado a la única persona que podría resolver la enfermedad con magia.
Cuando terminó de hablar, me tocó aportar razón a la conversación.
—Ya es de día, ¿por qué no nos vestimos y damos una vuelta? Estoy hambriento.
—¡De acuerdo! Yo invito a comer. Conozco el lugar perfecto: La Luna Nueva. Es una posada de la ciudad. ¿Has estado? Su estofado es delicioso. Solía ir a desayunar a La Luna con mi familia cada domingo, era una tradición.
Se levantó con energía de la cama. Se puso la camisa de tirantes que llevó ayer y el día anterior. Luego la falda roja abierta por los laterales y el peto escotado en último lugar. Vestida con el uniforme no parecía tan joven. Podría pasar por una chica cinco años menos que yo, era la razón por la que no avergonzaba pasear con ella.
Chandra continuó hablando mientras se vestía.
—Los médicos estarán en esa posada, ahora que lo pienso. No hay otro lugar en Sevindel donde puedan hospedarse. Bueno, nos podemos hacer pasar por médicos nosotros también. Tú eres un hombre alto y fuerte, no pareces un brujo, pareces un humano de Baslodia, de los que trabajan con la piedra. Y yo soy tu prometida. Vinimos a Beltrexus a comprar un encantamiento para nuestro enlace. ¿Te parece? — hizo una pausa para que duró lo que tardó en abrocharse los cordones del peto escotado —. Tienes que probar el estofado de La Luna, es riquísimo. Espero que los dueños no hayan cambiado con todo este lío. Sevindel ha cambiado mucho en esta semana.
El primer cambio que Chandra tuvo que sufrir fue a acostumbrarse a vivir sin sus padres. El anillo que llevaba en la mano derecha, y el cual cubriría nuestra cuartada, perteneció a su madre. La fina línea que empezaba a dibujarse sobre su rostro, cruzando el ojo izquierdo, supuse que era un regalo que su padre le hizo antes de morir. Chandra me había contado que él fue el último en su familia en padecer la enfermedad de Murielle; no se tuve en cuenta a ella misma.
Había otro grupo de extranjeros, los médicos, que llegaba a ser más molesto que el primero. Éstos se esforzaban por aplicar las leyes de sus ciudades y sus estudios a una tierra que no comprendían. Beltrexus no era Lunargenta y los brujos no éramos como los humanos. Las enfermedades que nacían en la isla tenían su origen en el éter, la magia. No tenía que ver con la naturaleza, por lo que no habría nada del bosque de Sandorai que pudiera sanarla. Tampoco estaba relacionado con las cosechas o una mala alimentación, los humanos debían callarse antes de hablar sobre infecciones y parásitos. Ninguno de ellos nos conocía y, aun así, hablaban sobre los brujos como si tuvieran la razón infinita. Situado en puntos estratégicos de la ciudad, había al menos un pregonero no-brujo ofrecieron una serie de consejos para evitar el contagio a la vez que hacían sonar una campana de mano. Llevad prendas gruesas y oscuras, no salgáis a la calle de no ser preciso, no tengáis contacto físico con las personas enfermas, no compartáis comida con nadie y toda una serie patrañas similares.
Obedecí los consejos que me interesaba coger por pasar inadvertido. La túnica que llevaba puesto había sido un cubre viejo al que le hice un par de agujeros para la cabeza y los brazos. No compartí las reservas de comida que guardaba en la despensa de mi hogar, fueran enfermos, sanos o médicos que suplicaban cobijo. Los consejos que creí más inútiles, los ignoré como si nunca los hubiera escuchado. Salí a la calle cada día en busca de nuevas noticias que hablasen sobre la enfermedad de Murielle y tuve contacto físico con muchas personas.
En el mismo día que cerraron el puerto de Sevindel, conocí a Karolos, un brujo con malas pulgas que odiaba tanto a los extranjeros como yo, y le estreché la mano. Fue él quien me habló de La Liebre Marina y sobre Murielle. Me presentó al resto de brujos que había reunido y estreché la mano a cada uno de ellos. A Chandra, además de darle la mano, le di dos besos. Tenía 17 años. Era simpática y explosiva, literalmente hablando. Cuando el ambiente se caldeaba, su cabello rubio se convertía en fuego. Lo comprobé en la calle de Sevindel y en la cama de su cabaña, cerca del faro.
Chandra era todavía más desobediente que yo, cosas de la edad. Vestía con ropas ligeras: un corsé acorazado, un peto militar con escote, y una larga falda con los laterales abiertos. Robaba comida a los mercaderes de Sevindel. A estas alturas, ninguno de ellos abría su local, por lo que Chandra solía echar la puerta abajo con una llamarada. La comida la repartía entre sus colegas Mata-matasanos y los grupos de enfermos que se dejaban ver en los callejones como si fueran perros asustados. Chandra les prometía a los enfermos que les ayudaría, pero primero tenía que limpiar la basura de Sevindel y encontrar a Murielle. Tenía la teoría que Murielle era el principio y el final de toda la esta historia. Lo decía a todo el mundo y a todas horas como si hubiera encontrado la solución milagrosa, como los embaucadores se presumían vender en forma de bálsamos inútiles. Se lo dijo a los enfermos cogiéndoles de las manos, se lo dijo a Karolos de puntillas, poniéndose a la misma altura que el brujo, y me lo dijo en la cama, después del coito mañanero, mientras juguetaba con el vello de mi pecho.
—Es posible — le contesté sin darle mayor importancia.
—¡Piénsalo! Ella maldijo a aquel sapo bobo que se escapó, lo sabe todo el mundo. También podrá desmaldecir a los enfermos. Tiene lógica — de nada serviría intervenir, ella seguiría hablando y dándole vueltas —. Si supiera dónde está iría tras ella, pero no se deja ver. Puede que haya huido de Sevindel. Lleva maldita toda su vida y no ha contagiado a nadie. La conozco desde pequeñita — más pequeñita querrá decir. Chandra era una niña comparada conmigo —. Fue ese sapo. Ella puede estar en cualquier parte, puede salir de Sevindel sin expandir más la enfermedad. Tal vez el Hekshold haya contactado con ella o quizás los médicos la han matado porque no quieren que la maldición se cure — se puso enderezó en la cama, la espalda contra el cabecero. Yo seguí tumbado bocarriba — ¡Eso es! Quieren que su cencia — ciencia era una palabra desconocida para la muchacha — lo explique todo, por eso han matado a la única persona que podría resolver la enfermedad con magia.
Cuando terminó de hablar, me tocó aportar razón a la conversación.
—Ya es de día, ¿por qué no nos vestimos y damos una vuelta? Estoy hambriento.
—¡De acuerdo! Yo invito a comer. Conozco el lugar perfecto: La Luna Nueva. Es una posada de la ciudad. ¿Has estado? Su estofado es delicioso. Solía ir a desayunar a La Luna con mi familia cada domingo, era una tradición.
Se levantó con energía de la cama. Se puso la camisa de tirantes que llevó ayer y el día anterior. Luego la falda roja abierta por los laterales y el peto escotado en último lugar. Vestida con el uniforme no parecía tan joven. Podría pasar por una chica cinco años menos que yo, era la razón por la que no avergonzaba pasear con ella.
Chandra continuó hablando mientras se vestía.
—Los médicos estarán en esa posada, ahora que lo pienso. No hay otro lugar en Sevindel donde puedan hospedarse. Bueno, nos podemos hacer pasar por médicos nosotros también. Tú eres un hombre alto y fuerte, no pareces un brujo, pareces un humano de Baslodia, de los que trabajan con la piedra. Y yo soy tu prometida. Vinimos a Beltrexus a comprar un encantamiento para nuestro enlace. ¿Te parece? — hizo una pausa para que duró lo que tardó en abrocharse los cordones del peto escotado —. Tienes que probar el estofado de La Luna, es riquísimo. Espero que los dueños no hayan cambiado con todo este lío. Sevindel ha cambiado mucho en esta semana.
El primer cambio que Chandra tuvo que sufrir fue a acostumbrarse a vivir sin sus padres. El anillo que llevaba en la mano derecha, y el cual cubriría nuestra cuartada, perteneció a su madre. La fina línea que empezaba a dibujarse sobre su rostro, cruzando el ojo izquierdo, supuse que era un regalo que su padre le hizo antes de morir. Chandra me había contado que él fue el último en su familia en padecer la enfermedad de Murielle; no se tuve en cuenta a ella misma.
- Cómo Gerrit ve a Chandra:
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Gerrit Nephgerd
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Nuestro buen doctor trabajaba sobre una mesa llena de matraces, por primera vez en mucho tiempo Go'el se encontraba rodeado de gente que compartía su oficio. Podía hablar usando términos científicos sin tener que explicar después lo que significaban, pedir instrumental y que al levantar la mano te den él correcto... aquel era un mundo al que Go'el podía acostumbrarse rápidamente.
-Go'el, -Gali le tocó el hombro a su compañero. -algunos arcanistas y pacientes hablan de...
-Pásame la pipeta.
El grandullón suspiró por la interrupción y le pasó el objeto.
-De una bestia que ronda el acantilado. Dicen que es un demonio y...
-No tengo tiempo para habladurías. -Dijo el rubio, interrumpiendo de nuevo al dragón de tierra. -Los demonios son seres ficticios. Una palabra que la gente usa cuando aparece un animal macabro y normalmente mágico.
-Eso es lo de menos Gofre.
El científico le lanzó una mirada molesta y un gruñido al moreno. Él sabía de sobra que no le gustaba que modificaran su nombre.
-La cuestión es que ha aparecido una bestia, dicen que es medio caballo medio humano.
-Eso no es un demonio, es un centauro.
Gali se pellizcó el puente de la nariz y volvió a suspirar.
-¿Puedes dejar eso por un momento y dejarme hablar?
Go'el dejó de mover el matraz, lo depositó sobre la mesa junto a la pipeta y giró el rostro para mirar a Gali, al tiempo que se bajaba la máscara.
-Ese bicho, dicen que está muerto y camina, que tiene la piel podrida y se le salen las tripas por las costillas. Los brujos están asustados, dicen que el demonio ha aparecido por culpa de la enfermedad. Muchos creen que es su encarnación y que hasta que no lo maten no se curara el pueblo.
El galeno movió el tronco sobre el taburete y cruzó una pierna sobre la otra.
-¿Y pretendes que yo vaya a buscar a esa cosa? -El rubio apoyó sus manos sobre la rodilla mientras que el monje guardaba silencio. -Que deje la investigación porque un posible carroñero ha aparecido en la villa, atraído por el olor de los muertos.
-Go'el volvió a su posición inicial, se colocó la máscara y cogió el matraz. -No me hagas perder el tiempo, Gali.
Y ahí quedó la conversación, Go'el había dejado de prestarle atención al hombre del turbante y este, lo conocía lo suficiente como para saber que, si seguía hablando solo malgastaría saliva.
Después de aquello el dragón humanoide se centró de lleno, en la sustancia que había dentro del vidrio. Se trataba de una mezcla de sangre y productos alquímicos que iban degradando el color.
En pruebas anteriores aquel proceso había llevado siempre al mismo resultado, cuando se trataba de sangre contaminada. Ahora Go'el usaba la misma prueba para determinar, si alguno de los componentes conseguía el mismo resultado en sangre sin infectar.
Aquel proceso determinaría que la enfermedad se trasmite por medio de la sangre y descartaría la hipótesis de ser una maldición, lanzada por una mujer que, poco o nada tenían que ver con el problema... o al menos, así lo veía nuestro galeno.
En la mesa frente a Go'el se realizaban pruebas totalmente distintas. Un grupo de médicos brujo experimentaban para averiguar, cuál era la causa mágica que afectaba al pueblo y como poder levantar la maldición. En esa mesa estaba Gali hablando con uno de los doctores, que parecía recibir la noticia del demonio con los brazos abiertos.
Al parecer había conseguido que alguien le hiciera caso y ahora, un grupo de hombres y mujeres se preparaban para salir en busca de aquel animal.
-Go'el, -Gali le tocó el hombro a su compañero. -algunos arcanistas y pacientes hablan de...
-Pásame la pipeta.
El grandullón suspiró por la interrupción y le pasó el objeto.
-De una bestia que ronda el acantilado. Dicen que es un demonio y...
-No tengo tiempo para habladurías. -Dijo el rubio, interrumpiendo de nuevo al dragón de tierra. -Los demonios son seres ficticios. Una palabra que la gente usa cuando aparece un animal macabro y normalmente mágico.
-Eso es lo de menos Gofre.
El científico le lanzó una mirada molesta y un gruñido al moreno. Él sabía de sobra que no le gustaba que modificaran su nombre.
-La cuestión es que ha aparecido una bestia, dicen que es medio caballo medio humano.
-Eso no es un demonio, es un centauro.
Gali se pellizcó el puente de la nariz y volvió a suspirar.
-¿Puedes dejar eso por un momento y dejarme hablar?
Go'el dejó de mover el matraz, lo depositó sobre la mesa junto a la pipeta y giró el rostro para mirar a Gali, al tiempo que se bajaba la máscara.
-Ese bicho, dicen que está muerto y camina, que tiene la piel podrida y se le salen las tripas por las costillas. Los brujos están asustados, dicen que el demonio ha aparecido por culpa de la enfermedad. Muchos creen que es su encarnación y que hasta que no lo maten no se curara el pueblo.
El galeno movió el tronco sobre el taburete y cruzó una pierna sobre la otra.
-¿Y pretendes que yo vaya a buscar a esa cosa? -El rubio apoyó sus manos sobre la rodilla mientras que el monje guardaba silencio. -Que deje la investigación porque un posible carroñero ha aparecido en la villa, atraído por el olor de los muertos.
-Go'el volvió a su posición inicial, se colocó la máscara y cogió el matraz. -No me hagas perder el tiempo, Gali.
Y ahí quedó la conversación, Go'el había dejado de prestarle atención al hombre del turbante y este, lo conocía lo suficiente como para saber que, si seguía hablando solo malgastaría saliva.
Después de aquello el dragón humanoide se centró de lleno, en la sustancia que había dentro del vidrio. Se trataba de una mezcla de sangre y productos alquímicos que iban degradando el color.
En pruebas anteriores aquel proceso había llevado siempre al mismo resultado, cuando se trataba de sangre contaminada. Ahora Go'el usaba la misma prueba para determinar, si alguno de los componentes conseguía el mismo resultado en sangre sin infectar.
Aquel proceso determinaría que la enfermedad se trasmite por medio de la sangre y descartaría la hipótesis de ser una maldición, lanzada por una mujer que, poco o nada tenían que ver con el problema... o al menos, así lo veía nuestro galeno.
En la mesa frente a Go'el se realizaban pruebas totalmente distintas. Un grupo de médicos brujo experimentaban para averiguar, cuál era la causa mágica que afectaba al pueblo y como poder levantar la maldición. En esa mesa estaba Gali hablando con uno de los doctores, que parecía recibir la noticia del demonio con los brazos abiertos.
Al parecer había conseguido que alguien le hiciera caso y ahora, un grupo de hombres y mujeres se preparaban para salir en busca de aquel animal.
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
La Luna Nueva estaba a rebosar, tal como la muchacha había predicho. La mayor parte de los inquilinos eran extranjeros, médicos venidos de todos los rincones de Aerandir que decían poder sanar la maldición utilizando finos artilugios y pociones secretas. En menor proporción, y a un extremo de la posada donde no pudieran intervenir en los quehaceres de los médicos, se encontraban algunos brujos locales. Chandra dirigió una sonrisa taimada al primer grupo nada más entrar en la posada.
—Mírales, nos han apartado de nuestro sitio — me dijo en voz baja. Se abrazó a mi brazo derecho fingiendo ser una inocente doncella de Verisar, de las que sonríen y no hablan — Y todavía se quejan de las condiciones. No me mires así, los he oído muchas veces. Se quejan porque están expuestos a la maldición de Murielle, de las pocas habitaciones que dispone la única posada de toda la ciudad y de la comida. ¡No te fastidia! La comida de Sevindel es más deliciosa de toda Aerandir.
Noté que las manos de la bruja comenzaban a calentarse.
—Han ocupado nuestra ciudad, comen nuestra comida, ven morir a los nuestros e incluso cambiaron el nombre de La Luna Nueva por La Choza del Médico. ¿Todavía se atreven a pedir que cocinemos sus repugnantes recetas? Pues sí, como lo escuchas. Lo hacen. Lo he oído muchas veces. Karolos y los demás también les han escuchado. Son como garrapatas, chupan la sangre de Sevindel aprovechando que está en horas bajas.
Pellizqué el brazo de la chica para hacerla callar. Ella río y luego me besó en la mejilla. Entendió el mensaje. Cualquiera, con un oído fino, quizás un elfo de los muchos presentes, podría escuchar su monserga y descubrir nuestra tapadera.
Nos abrimos paso entre la multitud y fuimos a la barra. Chandra pidió dos cuencos del famoso estofado de La Luna Nueva a un joven y despistado camarero. El joven se disculpó. No le quedaba estofado ni tampoco cuencos. Chandra carraspeó sin llegar a pronunciar palabra. Aunque se estaba esforzando, no pudo ocultar su molestia. La besé en la mejilla, como ella había hecho conmigo, y le indiqué con la cabeza que nos marchásemos. No se nos había perdido nada en aquel lugar. Chandra se detuvo. Con la mano derecha sujetaba la barra de madera de la posada y con la izquierda mi brazo. Ambas manos estaban ardiendo.
—¿Cómo es posible que no tenga dos cuencos libres? ¿Ni siquiera uno? Somos pareja, podemos compartir el mismo plato — el camarero negó con la cabeza al mismo tiempo que daba un paso hacia atrás — Estamos hambrientos. No me importa que sea un plato de estofado o de un surtido de frutas. ¿Tampoco tienes una manzana para darnos? Tenemos dinero, mucho dinero. Te pagaremos.
El joven camarero giraba la cabeza esquivando la fiera mirada de Chandra y buscando la de sus superiores.
—¿Y qué hay de las habitaciones? ¿Te queda una disponible? ¿O es qué están reservadas para los hombres de cencia? — ciencia.
—Señorita, por favor — era un hombre de cencia el que interrumpió a Chandra. El camarero aprovechó la oportunidad para esconderse en el almacén — No tome molestia contra el muchacho. No es la única que padece los problemas de disponibilidad. Si me permite…
—No le permito — fui yo quién interrumpió al hombre. Con una finta, agarre a Suuri y golpeé la tosca cara del hombre. El chasqueó que se escuchó fue el de su mandíbula.
Los hombres de cencia se levantaron molestos de sus sillas. Hablaban en alto sobre el asesinato que acababan de presenciar. Chandra, por su parte, se ajustaba el corsé y se frotaba las manos, preparando sus hechizos para el combate.
—Me has mentido. No me has traído para que probase tu estúpido estofado — dije en voz alta, sin importar que me oyesen los extranjeros.
Chandra profirió una de sus más encantadoras y sarcásticas sonrisas.
—Sí, te he mentido. ¿No te ha parecido divertido? ¡Lo has matado! Pum y muerto. Me tienes que enseñar cómo lo has hecho.
El fondo del salón se estaba levantando en armas. Eran el grupo minoritario de residentes, brujos enfermos por La Maldición de Murielle y miembros de los Mata-matasanos. Entre ellos debía estar Karolos disfrazado. Chandra lo había planeado con el resto de sus amigos. Ella abriría el combate, sirviendo como distracción para que el resto de brujos tomase su represaría contra los extranjeros.
Chandra se lanzó sobre mí y me susurró al oído lo que me haría después de la batalla. Era joven, apasionada e inexperta. Nada de lo que me pudiera decir me resultaba novedoso. Sin embargo, el entusiasmo en sus palabras fueron suficientes para convencerme que, lo mejor, era luchar contra unos hombres que no conocía y en una guerra que no me interesaba.
—Mírales, nos han apartado de nuestro sitio — me dijo en voz baja. Se abrazó a mi brazo derecho fingiendo ser una inocente doncella de Verisar, de las que sonríen y no hablan — Y todavía se quejan de las condiciones. No me mires así, los he oído muchas veces. Se quejan porque están expuestos a la maldición de Murielle, de las pocas habitaciones que dispone la única posada de toda la ciudad y de la comida. ¡No te fastidia! La comida de Sevindel es más deliciosa de toda Aerandir.
Noté que las manos de la bruja comenzaban a calentarse.
—Han ocupado nuestra ciudad, comen nuestra comida, ven morir a los nuestros e incluso cambiaron el nombre de La Luna Nueva por La Choza del Médico. ¿Todavía se atreven a pedir que cocinemos sus repugnantes recetas? Pues sí, como lo escuchas. Lo hacen. Lo he oído muchas veces. Karolos y los demás también les han escuchado. Son como garrapatas, chupan la sangre de Sevindel aprovechando que está en horas bajas.
Pellizqué el brazo de la chica para hacerla callar. Ella río y luego me besó en la mejilla. Entendió el mensaje. Cualquiera, con un oído fino, quizás un elfo de los muchos presentes, podría escuchar su monserga y descubrir nuestra tapadera.
Nos abrimos paso entre la multitud y fuimos a la barra. Chandra pidió dos cuencos del famoso estofado de La Luna Nueva a un joven y despistado camarero. El joven se disculpó. No le quedaba estofado ni tampoco cuencos. Chandra carraspeó sin llegar a pronunciar palabra. Aunque se estaba esforzando, no pudo ocultar su molestia. La besé en la mejilla, como ella había hecho conmigo, y le indiqué con la cabeza que nos marchásemos. No se nos había perdido nada en aquel lugar. Chandra se detuvo. Con la mano derecha sujetaba la barra de madera de la posada y con la izquierda mi brazo. Ambas manos estaban ardiendo.
—¿Cómo es posible que no tenga dos cuencos libres? ¿Ni siquiera uno? Somos pareja, podemos compartir el mismo plato — el camarero negó con la cabeza al mismo tiempo que daba un paso hacia atrás — Estamos hambrientos. No me importa que sea un plato de estofado o de un surtido de frutas. ¿Tampoco tienes una manzana para darnos? Tenemos dinero, mucho dinero. Te pagaremos.
El joven camarero giraba la cabeza esquivando la fiera mirada de Chandra y buscando la de sus superiores.
—¿Y qué hay de las habitaciones? ¿Te queda una disponible? ¿O es qué están reservadas para los hombres de cencia? — ciencia.
—Señorita, por favor — era un hombre de cencia el que interrumpió a Chandra. El camarero aprovechó la oportunidad para esconderse en el almacén — No tome molestia contra el muchacho. No es la única que padece los problemas de disponibilidad. Si me permite…
—No le permito — fui yo quién interrumpió al hombre. Con una finta, agarre a Suuri y golpeé la tosca cara del hombre. El chasqueó que se escuchó fue el de su mandíbula.
Los hombres de cencia se levantaron molestos de sus sillas. Hablaban en alto sobre el asesinato que acababan de presenciar. Chandra, por su parte, se ajustaba el corsé y se frotaba las manos, preparando sus hechizos para el combate.
—Me has mentido. No me has traído para que probase tu estúpido estofado — dije en voz alta, sin importar que me oyesen los extranjeros.
Chandra profirió una de sus más encantadoras y sarcásticas sonrisas.
—Sí, te he mentido. ¿No te ha parecido divertido? ¡Lo has matado! Pum y muerto. Me tienes que enseñar cómo lo has hecho.
El fondo del salón se estaba levantando en armas. Eran el grupo minoritario de residentes, brujos enfermos por La Maldición de Murielle y miembros de los Mata-matasanos. Entre ellos debía estar Karolos disfrazado. Chandra lo había planeado con el resto de sus amigos. Ella abriría el combate, sirviendo como distracción para que el resto de brujos tomase su represaría contra los extranjeros.
Chandra se lanzó sobre mí y me susurró al oído lo que me haría después de la batalla. Era joven, apasionada e inexperta. Nada de lo que me pudiera decir me resultaba novedoso. Sin embargo, el entusiasmo en sus palabras fueron suficientes para convencerme que, lo mejor, era luchar contra unos hombres que no conocía y en una guerra que no me interesaba.
Última edición por Gerrit Nephgerd el Jue 5 Mar - 15:21, editado 1 vez
Gerrit Nephgerd
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Go'el prosiguió sus experimentos sin levantar la cabeza de la mesa. Había escuchado el golpe y lo había identificado al momento, arma contundente metálica sobre cabeza, rotura ósea y... mortal, dedujo el galeno al oír que el cuerpo caía al suelo y no se levantaba.
Después, como ocurre siempre, vino el caos. Gritos, golpes, cosas por el suelo, pacientes por el suelo, brujos contra brujos, brujos contra todo lo que estuviera en su bando, Gali saltando una mesa...
-¿Qué haces?
Preguntó el doctor, que al final no tuvo más remedio que dejar a un lado su experimento.
-¿No es obvio? vengo a por ti.
-Yo estoy bien, nadie me estaba haciendo caso hasta que tú has pasado por encima de una mesa llena de botellas y las has tirado todas. -Gali suspiró. -Grande y torpe, a la próxima rodéala.
Efectivamente, el ruido (y la presencia de un hombre de 2.10 metros corriendo) había alertado a los enemigos, que no tardaron en pensar que Go'el tenía que ser alguien importante si una presencia como la de Gali acudía a socorrerlo.
El rubio se quitó la bata con tranquilidad, como si no estuviera en medio de una posada con brujos que lanzaba magia a todas partes, se sacó la mascarilla y bañó el filo de la espada en veneno1, acto seguido Go'el se transformó en semidragón2.
En aquel tiempo Gali tuvo que despachar a dos brujos a base de bastonazos, el monje estaba posicionado delante de su compañero y barría y golpeaba a los enemigos que se acercaban más de la cuenta, ¡y sin que se le cayera el turbante!
Era todo un misterio, cualquiera diría que lo tiene pegado con resina.
Ahora fue Go'el el que saltó por encima de la mesa donde había estado trabajando, total, la atención ya la habían llamado. Encaró al primer brujo y con un rápido movimiento cortó los tendones de sus muñecas. Como era de esperar el brujo gritó, y como era de esperar Go'el no acabó ahí, con la inercia del movimiento giró la espada y cortó los tendones tras sus rodillas. El brujo cayó al suelo sin entender porque no podía levantarse.
_____________
Off:
1 -Objeto, aplico veneno "filo venenoso" al arma de Go'el
2 -Racial, transformación parcial.
Después, como ocurre siempre, vino el caos. Gritos, golpes, cosas por el suelo, pacientes por el suelo, brujos contra brujos, brujos contra todo lo que estuviera en su bando, Gali saltando una mesa...
-¿Qué haces?
Preguntó el doctor, que al final no tuvo más remedio que dejar a un lado su experimento.
-¿No es obvio? vengo a por ti.
-Yo estoy bien, nadie me estaba haciendo caso hasta que tú has pasado por encima de una mesa llena de botellas y las has tirado todas. -Gali suspiró. -Grande y torpe, a la próxima rodéala.
Efectivamente, el ruido (y la presencia de un hombre de 2.10 metros corriendo) había alertado a los enemigos, que no tardaron en pensar que Go'el tenía que ser alguien importante si una presencia como la de Gali acudía a socorrerlo.
El rubio se quitó la bata con tranquilidad, como si no estuviera en medio de una posada con brujos que lanzaba magia a todas partes, se sacó la mascarilla y bañó el filo de la espada en veneno1, acto seguido Go'el se transformó en semidragón2.
En aquel tiempo Gali tuvo que despachar a dos brujos a base de bastonazos, el monje estaba posicionado delante de su compañero y barría y golpeaba a los enemigos que se acercaban más de la cuenta, ¡y sin que se le cayera el turbante!
Era todo un misterio, cualquiera diría que lo tiene pegado con resina.
Ahora fue Go'el el que saltó por encima de la mesa donde había estado trabajando, total, la atención ya la habían llamado. Encaró al primer brujo y con un rápido movimiento cortó los tendones de sus muñecas. Como era de esperar el brujo gritó, y como era de esperar Go'el no acabó ahí, con la inercia del movimiento giró la espada y cortó los tendones tras sus rodillas. El brujo cayó al suelo sin entender porque no podía levantarse.
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Off:
1 -Objeto, aplico veneno "filo venenoso" al arma de Go'el
2 -Racial, transformación parcial.
Go'el
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Chandra, que tan solo había conocido por medio de las canciones de los bardos o alguna que otra ilustración, quedó paralizada a escasos metros de la criatura. Tenía los brazos estirados con las puntas de los dedos apuntando hacia el suelo, una clara posición de impotencia y vacilación. Miles de ideas debieron cruzarse en su cabeza, entre ellas se encontrarían el júbilo por la travesura cometida (ella se defendería argumentado que había liberado su taberna favorita de las garras opresoras de los hombres de cencia) y la emoción de ver por primera vez un dragón de cerca. No dedicó ni el más mínimo pensamiento a sus amigos muertos durante la pelea. Se quedó hipnotizada, sus ojos seguían el movimiento rítmico de la cola del dragón.
Me hubiera alegrado si el dragón hubiera girado la cabeza. Habría visto a una joven indefensa. El maquillaje se le habría corrido por el sudor de la batalla, dejando tras de sí un rostro infantil de mejillas sonrojadas. Chandra, por fin aparentaba la edad que tenía. El dragón, que no sería ningún idiota, habría aprovechado la oportunidad. Se acercaría a la chica con paso acelerado y con sus dos garras, afiladas como espadas, por delante. Clavaría las garras en su torso y la levantaría a la misma altura que yo la levanté en los días anteriores. Soñé con ello. Me imaginé a Chandra con los brazos abiertos aceptando su destino de ser asesinada por un dragón humanoide, un extranjero hombre de cencia. Sonreí. Sería de cobardes negar la realidad: deseaba ver a Chandra muerta a toda costa. La odiaba tanto como necesitaba la compañía de una persona caritativa que quisiera prestármela.
Suspiré sonoramente. En contra de mi voluntad y de lo que dictaba mi bienestar, cogí el Chandra del brazo y la arrastré hacia el exterior de la posada. Salimos por la puerta trasera. Creí que nadie nos había visto. Dentro, la pelea había llegado a su máximo apogeo. Los bandos se confundían entre ellos, facilitando el fuego amigo. Lo que se inició como una rebelión en protesta contra los hombres de cencia, terminó siendo una pelea de bar, peleaban como borrachos.
Chandra me empujó contra la pared opuesta y puso sus manos sobre mis hombros. Se puso de puntillas y me dio un largo beso en la boca. Sabía a cenizas, sangre y juventud. El ruido de la peleaba la excitaba lo suficiente como para querer quedarse cerca, pero también le asustaba. De vez en cuando, la descubrí espiando la puerta trasera del hostal con el rabillo del ojo, pero pronto veía en sí y prestaba toda su atención hacia mí. No quiso acercarse a las paredes de La Choza del Médico, rehuía de ellas como si de un caldero hirviendo se tratase.
—Mi valiente caballero que me salvó del embrujo de un dragón — dijo, aunque hubiera estado más acertado decir: mi brujo triste que me salvó de mi estupidez —. Oh, mi querido caballero, deje que se le dé las gracias como se lo merece — se puso de cuclillas delante de mí. Sus manos descasaban sobre mis rodillas —. Deje que se la chupe — fue lo más inteligente y apropiado que dijo Chandra desde que le había conocido.
La maestría de la bruja por bajarme los pantalones era digna de una experta. Me pregunté cuántas veces habría practicado, en su soledad, el mejor método para bajar los calzones a un hombre. La idea hizo que soltase una risotada. Chandra interpretó mi risa como una invitación se me guiñó en ojo en un gesto de complicidad que no compartíamos. Puse una sobre la cabeza de la bruja. Ella inició con los movimientos rítmicos de cabeza. Ésta técnica no era tan buena como la de desvestirme, pero había que reconocer que la chica estaba empeñada en hacer su mejor trabajo. Le había salvado del malvado dragón y ella deseaba agradecérmelo. Si no hubiera habido ningún dragón, hubiera puesto cualquier otra excusa para llamarme caballero. Deje que se al chupe.
Puse mis manos sobre la nuca de la bruja. Su cabello emitía un calor agradable, diferente al fuego que aparecía cuando peleaba y follaba. Le acaricié la nuca con las yemas de los dedos. Ella se detuvo durante un instante, levantó la cabeza y me miró de la misma manera que había mirado al dragón. Poco después, prosiguió con los movimientos rítmicos.
—¿Ha sido una elfa quién te enseñó a chuparla así? — apreté la cabeza de la chica contra mi entrepierna. Ella asintió con la cabeza pese a que se estaba ahogando y tenía arcadas —. ¡Hazlo bien! No seas ninguna remilgada — Chandra hizo ademán de apartase, pero consigue retenerla. — Solo un poco más, esfuérzate.
El cabello de Chandra se convirtió en fuego. Dejé de hacer presión permitiendo que la bruja pudiera apartar la cabeza. Tenía los labios y la marca roja que dejaba la maldición Murielle repleta de saliva. Sus ojos entonaban una canción de tristeza.
—Mucho te tienes que esforzar si quieres compensar lo de ahí dentro — señalé La Choza del Médico con la mano derecha. Todavía me encontraba excitado. ¿Quién lo diría? La chiquilla había conseguido excitarme —. Continúa.
Chandra conoció al auténtico yo, el auténtico Gerrit Nephgerd. La persona con la que había compartido lecho en los últimos días era un engaño, un monstruo dormido que podría despertar en cualquier instante. Ni el mejor de los brujos ilusionistas habría logrado un engaño mejor. Mis ojos refulgías las malvadas intenciones que Chandra, por juventud, no había logrado contemplar. Sintió miedo. Quiso huir, pero el líquido resbaladizo que caía sobre sus piernas se lo impidieran. Chandra se había orinado encima.
La bruja lloró. Era víctima de su propia ilusión, de su propio engaño. La gente que había conocido entre tabernas no la ayudarían, estaban ocupados hacían honor a su nombre: matar-matasanos. Sus padres no estarían para socorrerla, murieron, víctimas de una enfermedad que ella sabía que portaba. Chandra despertó, igual que lo hizo el auténtico yo, y descubrió a una niña sola e indefensa.
Tomé a Suuri con una mano y, con la otra, sujetó la cabeza de la bruja. Obligó a Chandra que lamiese la cabeza del martillo como antes había estado lamiendo el otro martillo. Golpeé la nuca de Chandra con la mano abierta.
—Suuri es más exigente que yo, tienes que hacerlo bien — las manos de Chandra se incineraron, preparando uno de sus hechizos. El siguiente golpe se lo di con el martillo. Las manos se apagaron en el acto. — Si no lo haces bien me enfadaré. No quieres verme enfadado —. Chandra escupió en el martillo —. Está bien — asentí con la cabeza.
Dejé a Suuri en el suelo. Cogí a la chica por el cuello a la vez que, con un simple y rápido hechizo de telequinesis, le bajé los pantalones y las bragas. Nuestras posiciones cambiaron, ahora ella quien se encontraba de espaldas a la pared y con la cabeza apuntando a la puerta trasera de La Choza del Médico. La embestí una, dos y tres veces. Ella gritó. Su espantó aterrorizó a los pájaros de la zona. ¿No era esto lo que querías? ¿Lo que me habías prometido por haberme metido en tus peleas? Apreté el cuello de Chandra. Sus huesos sonaron como si estuviera un puñado caballos trotase a paso lento por un camino de ramas secas. La seguí embistiendo cuando ella paró de gritar, cuando se apagó el fuego en los ojos de Chandra, cuando el ruido de la pelea del hostal se convirtió en un susurro y cuando los primeros sobrevivientes salieron tras la puerta trasera de La Choza del Médico.
Os presento, a la muchacha que quiso ser adulta, muerta como una puta barata. Era una buena frase de despedida. Pensé en decirla a los afortunados sobrevivientes de la pelea, fuera del bando que fuera, disfrutarían del sarcasmo; pero me encontraba demasiado cansado como para esforzarme a pronunciar una frase tan larga.
—Era una puta. Murió como una puta — mientras hablaba, subí mis pantalones y recuperé a Suuri con magia de telequinesis —. Convivir con ella era una putada.
Offrol: supongo que habrá que poner +18 a este tema. Ya tocaba.
Me hubiera alegrado si el dragón hubiera girado la cabeza. Habría visto a una joven indefensa. El maquillaje se le habría corrido por el sudor de la batalla, dejando tras de sí un rostro infantil de mejillas sonrojadas. Chandra, por fin aparentaba la edad que tenía. El dragón, que no sería ningún idiota, habría aprovechado la oportunidad. Se acercaría a la chica con paso acelerado y con sus dos garras, afiladas como espadas, por delante. Clavaría las garras en su torso y la levantaría a la misma altura que yo la levanté en los días anteriores. Soñé con ello. Me imaginé a Chandra con los brazos abiertos aceptando su destino de ser asesinada por un dragón humanoide, un extranjero hombre de cencia. Sonreí. Sería de cobardes negar la realidad: deseaba ver a Chandra muerta a toda costa. La odiaba tanto como necesitaba la compañía de una persona caritativa que quisiera prestármela.
Suspiré sonoramente. En contra de mi voluntad y de lo que dictaba mi bienestar, cogí el Chandra del brazo y la arrastré hacia el exterior de la posada. Salimos por la puerta trasera. Creí que nadie nos había visto. Dentro, la pelea había llegado a su máximo apogeo. Los bandos se confundían entre ellos, facilitando el fuego amigo. Lo que se inició como una rebelión en protesta contra los hombres de cencia, terminó siendo una pelea de bar, peleaban como borrachos.
Chandra me empujó contra la pared opuesta y puso sus manos sobre mis hombros. Se puso de puntillas y me dio un largo beso en la boca. Sabía a cenizas, sangre y juventud. El ruido de la peleaba la excitaba lo suficiente como para querer quedarse cerca, pero también le asustaba. De vez en cuando, la descubrí espiando la puerta trasera del hostal con el rabillo del ojo, pero pronto veía en sí y prestaba toda su atención hacia mí. No quiso acercarse a las paredes de La Choza del Médico, rehuía de ellas como si de un caldero hirviendo se tratase.
—Mi valiente caballero que me salvó del embrujo de un dragón — dijo, aunque hubiera estado más acertado decir: mi brujo triste que me salvó de mi estupidez —. Oh, mi querido caballero, deje que se le dé las gracias como se lo merece — se puso de cuclillas delante de mí. Sus manos descasaban sobre mis rodillas —. Deje que se la chupe — fue lo más inteligente y apropiado que dijo Chandra desde que le había conocido.
La maestría de la bruja por bajarme los pantalones era digna de una experta. Me pregunté cuántas veces habría practicado, en su soledad, el mejor método para bajar los calzones a un hombre. La idea hizo que soltase una risotada. Chandra interpretó mi risa como una invitación se me guiñó en ojo en un gesto de complicidad que no compartíamos. Puse una sobre la cabeza de la bruja. Ella inició con los movimientos rítmicos de cabeza. Ésta técnica no era tan buena como la de desvestirme, pero había que reconocer que la chica estaba empeñada en hacer su mejor trabajo. Le había salvado del malvado dragón y ella deseaba agradecérmelo. Si no hubiera habido ningún dragón, hubiera puesto cualquier otra excusa para llamarme caballero. Deje que se al chupe.
Puse mis manos sobre la nuca de la bruja. Su cabello emitía un calor agradable, diferente al fuego que aparecía cuando peleaba y follaba. Le acaricié la nuca con las yemas de los dedos. Ella se detuvo durante un instante, levantó la cabeza y me miró de la misma manera que había mirado al dragón. Poco después, prosiguió con los movimientos rítmicos.
—¿Ha sido una elfa quién te enseñó a chuparla así? — apreté la cabeza de la chica contra mi entrepierna. Ella asintió con la cabeza pese a que se estaba ahogando y tenía arcadas —. ¡Hazlo bien! No seas ninguna remilgada — Chandra hizo ademán de apartase, pero consigue retenerla. — Solo un poco más, esfuérzate.
El cabello de Chandra se convirtió en fuego. Dejé de hacer presión permitiendo que la bruja pudiera apartar la cabeza. Tenía los labios y la marca roja que dejaba la maldición Murielle repleta de saliva. Sus ojos entonaban una canción de tristeza.
—Mucho te tienes que esforzar si quieres compensar lo de ahí dentro — señalé La Choza del Médico con la mano derecha. Todavía me encontraba excitado. ¿Quién lo diría? La chiquilla había conseguido excitarme —. Continúa.
Chandra conoció al auténtico yo, el auténtico Gerrit Nephgerd. La persona con la que había compartido lecho en los últimos días era un engaño, un monstruo dormido que podría despertar en cualquier instante. Ni el mejor de los brujos ilusionistas habría logrado un engaño mejor. Mis ojos refulgías las malvadas intenciones que Chandra, por juventud, no había logrado contemplar. Sintió miedo. Quiso huir, pero el líquido resbaladizo que caía sobre sus piernas se lo impidieran. Chandra se había orinado encima.
La bruja lloró. Era víctima de su propia ilusión, de su propio engaño. La gente que había conocido entre tabernas no la ayudarían, estaban ocupados hacían honor a su nombre: matar-matasanos. Sus padres no estarían para socorrerla, murieron, víctimas de una enfermedad que ella sabía que portaba. Chandra despertó, igual que lo hizo el auténtico yo, y descubrió a una niña sola e indefensa.
Tomé a Suuri con una mano y, con la otra, sujetó la cabeza de la bruja. Obligó a Chandra que lamiese la cabeza del martillo como antes había estado lamiendo el otro martillo. Golpeé la nuca de Chandra con la mano abierta.
—Suuri es más exigente que yo, tienes que hacerlo bien — las manos de Chandra se incineraron, preparando uno de sus hechizos. El siguiente golpe se lo di con el martillo. Las manos se apagaron en el acto. — Si no lo haces bien me enfadaré. No quieres verme enfadado —. Chandra escupió en el martillo —. Está bien — asentí con la cabeza.
Dejé a Suuri en el suelo. Cogí a la chica por el cuello a la vez que, con un simple y rápido hechizo de telequinesis, le bajé los pantalones y las bragas. Nuestras posiciones cambiaron, ahora ella quien se encontraba de espaldas a la pared y con la cabeza apuntando a la puerta trasera de La Choza del Médico. La embestí una, dos y tres veces. Ella gritó. Su espantó aterrorizó a los pájaros de la zona. ¿No era esto lo que querías? ¿Lo que me habías prometido por haberme metido en tus peleas? Apreté el cuello de Chandra. Sus huesos sonaron como si estuviera un puñado caballos trotase a paso lento por un camino de ramas secas. La seguí embistiendo cuando ella paró de gritar, cuando se apagó el fuego en los ojos de Chandra, cuando el ruido de la pelea del hostal se convirtió en un susurro y cuando los primeros sobrevivientes salieron tras la puerta trasera de La Choza del Médico.
Os presento, a la muchacha que quiso ser adulta, muerta como una puta barata. Era una buena frase de despedida. Pensé en decirla a los afortunados sobrevivientes de la pelea, fuera del bando que fuera, disfrutarían del sarcasmo; pero me encontraba demasiado cansado como para esforzarme a pronunciar una frase tan larga.
—Era una puta. Murió como una puta — mientras hablaba, subí mis pantalones y recuperé a Suuri con magia de telequinesis —. Convivir con ella era una putada.
Offrol: supongo que habrá que poner +18 a este tema. Ya tocaba.
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
La batalla casi parecía un festival, (siempre que excluyamos el elemento mortal de la ecuación) toda la taberna estaba llena de luces, fuego, rayos, agua.
Aire que aumentaba las llamas, agua que intentaba sofocarlas, rayos que se combinaban con el agua, tierra y piedra que entraba por las ventanas rotas. Por supuesto no podemos olvidarnos del olor a carne quemada, del humo que inflamaba los pulmones y cegaba los ojos, de los peligrosos componentes alquímicos que se tiraban unos a otros... En definitiva, aquella posada era un armónico cuadro de la definición de caos.
Y Go'el, bueno, él se estaba divirtiendo. Claro, que al no tener labios era complicado discernir sus sentimientos, pero os puedo decir con total confianza, que Go'el estaba sonriendo como solo un sádico sabe hacerlo.
Cierto era que su investigación se había ido al traste, las pruebas estaban contaminadas o esparcidas sobre la cara de algún infeliz, pero todo eso estaba en un segundo plano para el galeno. Ahora lo importante (y gozoso) era salvar el pellejo... o las escamas.
Para cuando el grupo de alborotadores se dio a la fuga, el lagarto azul ya había cortado tres arterias femorales, dos carótidas, un puñado de brazos y algunos hígados. Gali también había puesto de su parte, pero el monje se dedicó a dejar inconsciente al personal.
El doctor silbó de manera viperina, limpio la espada y sin guardarla observó la escena.
-Ahora tendré que empezar de nuevo, -Go'el pateó un globo ocular que rodaba por el suelo. -por no hablar de que necesitare otro lugar donde trabajar. Está claro que este sitio ya no es útil.
Aire que aumentaba las llamas, agua que intentaba sofocarlas, rayos que se combinaban con el agua, tierra y piedra que entraba por las ventanas rotas. Por supuesto no podemos olvidarnos del olor a carne quemada, del humo que inflamaba los pulmones y cegaba los ojos, de los peligrosos componentes alquímicos que se tiraban unos a otros... En definitiva, aquella posada era un armónico cuadro de la definición de caos.
Y Go'el, bueno, él se estaba divirtiendo. Claro, que al no tener labios era complicado discernir sus sentimientos, pero os puedo decir con total confianza, que Go'el estaba sonriendo como solo un sádico sabe hacerlo.
Cierto era que su investigación se había ido al traste, las pruebas estaban contaminadas o esparcidas sobre la cara de algún infeliz, pero todo eso estaba en un segundo plano para el galeno. Ahora lo importante (y gozoso) era salvar el pellejo... o las escamas.
Para cuando el grupo de alborotadores se dio a la fuga, el lagarto azul ya había cortado tres arterias femorales, dos carótidas, un puñado de brazos y algunos hígados. Gali también había puesto de su parte, pero el monje se dedicó a dejar inconsciente al personal.
El doctor silbó de manera viperina, limpio la espada y sin guardarla observó la escena.
-Ahora tendré que empezar de nuevo, -Go'el pateó un globo ocular que rodaba por el suelo. -por no hablar de que necesitare otro lugar donde trabajar. Está claro que este sitio ya no es útil.
Go'el
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Pasaron de largo. Al parecer, un hombre grande con las manos manchadas de sangre y con una bruja muerta a sus pies, no les era de interés. El enemigo de mis enemigos es mi amigo. Pensarían. La gente de La Luna Nueva me dedicó una fría mirada de rechazo y se marchó calle arriba. Tenían asuntos más importantes que tratar. Debían asegurarse que ningún mata-matasanos hubiera escapado de la masacre y avisase a sus compatriotas y, en caso de prevención, resguardar la posada, convertirla en una trinchera que los protegiese de un nuevo ataque.
Una vez se fueron, me puse de cuclillas al lado del cadáver de Chandra. Tenía la mandíbula dislocada, su quijada apuntaba en la dirección opuesta al resto de la cara. Sus labios estaban manchados de sangre y esperma (murió como una puta). Las cicatrices que la maldición de Murielle produjo en su piel se habían intensificado hasta el punto que parecían raíces de color carmesí. Pude escuchar un gorgoteo profundo desde el interior de su garganta, sonaba como si alguien estuviera tirando piedras a un pantano. Eran los últimos espasmos que el cuerpo de Chandra producía negándose a morir. Intentaba respirar, pero sus pulmones se encontraban con la masa de sangre coagulada que se había formado en la garganta cuando la estrangule.
Puse la mano izquierda en la frente de la chica y la descendí lentamente hasta la altura de los ojos. Chandra habría querido que, si llegase el día en que la maldición de Murielle acabase con ella, le cerrase los ojos en un gesto romántico, ofreciéndole el descanso que los bardos y trovadores se jactan en profesar en sus canciones de muerte. Un deseo infantil e inútil como todos los demás sueños que tenía. Con la yema del dedo pulgar y corazón, mantuve los ojos de Chandra abiertos. Me quedé mirándolos como si estuviera dándole las últimas lecciones de vida. La enfermedad de Murielle no es un juego, los mata-matasanos no son tus amigos y a mí no se me engaña.
Solté la cabeza de Chandra con violencia. Su cráneo golpeó contra el suelo, produciéndole una nueva herida, una brecha del tamaño de un aero. El gorgoteó que se escuchaba desde su garganta dejó de sonar.
Tanto mi mano izquierda como en la cabeza de Suuri estaban manchadas de ceniza. El cabello de Chandra, que se encendía en las horas de cama y batalla, se había convertido en una nube de ceniza que se desvanecía con el tiempo.
—Chandra — dije el nombre de la bruja de fuego con la intención de recordarlo, pese a reconocer mentalmente que lo olvidaría al cabo de los pocos días; igual como lo hacía con todas mis demás víctimas.
Los hombres y mujeres que abandonaron La Luna Nueva regresaron al momento, no bajo su propia voluntad. Tres de ellos salieron volando, impulsados por la magia elemental de los mata-matasanos: fuego, tierra, agua y aire. Uno de ellos daba círculos persiguiendo gamusinos que solo él podía ver; acabó estampándose contra la pared del hostal. Y el último desencadena una ferviente batalla contra su propia armadura, la cual se había convertido en un amasijo de serpientes de metal.
El líder de los mata-matasanos, Karolos, había conseguido escapar de La Luna Nueva y organizar un pretencioso ejercito de brujos armados con los mejores báculos y varitas que podían conseguir en las armerías Sevindel. La mitad de ellos ocultaban las cicatrices de la maldición de Murielle bajo sus gruesas túnicas y capuchas, mientras que la otra mitad las lucía con orgullo.
Karolos me saludó con la mano libre. No bajó la mano de la varita. Había reconocido el cuerpo de la joven Chandra y exigía la explicación razonable que llevaba a la muerte de la bruja. El interrogatorio consistía en la perfecta combinación que se formaba entre la taimada sonrisa del hechicero con sus brillantes ojos azules.
—La han matado — contesté a la vez que me levantaba del suelo. El haberme encontrado en el suelo servía para fingir pena por la muerte de la chica. Los ligeros temblores en mis manos parecían ser fruto de un deseo de venganza, en lugar de rabia contenida.
—Entonces, tendremos que matarlos también a ellos. ¿No te parece? — Karolos me incluía en su ecuación sin preguntar por mi opinión
—Claro — dije al tiempo que me levantaba del suelo.
Karolos esgrimió su varita y la hizo bailar en el aire. Una porción de la pared lateral del hostal se desplomó en el acto. Con el siguiente movimiento, derribó las columnas interiores. El líder de los mata-matasanos planeaba sepultar a los extranjeros que quedasen en el hostal bajo los escombros del mismo edificio. Es el problema que tenían los edificios de piedra, cualquier brujo elemental de tierra podía destruirlos de un plumazo.
La posada La Luna Nueva, famosa por su rico estofado, el lugar preferido de Chandra en toda Servindel, fue derruida, dejando tras de sí escombros de piedra y cuerpos heridos.
—El dragón ha acabado con muchos de nuestros amigos hoy — dijo Karolos. Los otros brujos se rieron como si fuera un chiste.
—Qué se joda el dragón — me uní de mala gana a las gracias de los mata-matasanos.
—Rebuscad entre los escombros — ordenó Karolos —. Rematad a los heridos cortándoles la cabeza. Estos médicos blanduchos son expertos en hacerse los muertos.
Una vez se fueron, me puse de cuclillas al lado del cadáver de Chandra. Tenía la mandíbula dislocada, su quijada apuntaba en la dirección opuesta al resto de la cara. Sus labios estaban manchados de sangre y esperma (murió como una puta). Las cicatrices que la maldición de Murielle produjo en su piel se habían intensificado hasta el punto que parecían raíces de color carmesí. Pude escuchar un gorgoteo profundo desde el interior de su garganta, sonaba como si alguien estuviera tirando piedras a un pantano. Eran los últimos espasmos que el cuerpo de Chandra producía negándose a morir. Intentaba respirar, pero sus pulmones se encontraban con la masa de sangre coagulada que se había formado en la garganta cuando la estrangule.
Puse la mano izquierda en la frente de la chica y la descendí lentamente hasta la altura de los ojos. Chandra habría querido que, si llegase el día en que la maldición de Murielle acabase con ella, le cerrase los ojos en un gesto romántico, ofreciéndole el descanso que los bardos y trovadores se jactan en profesar en sus canciones de muerte. Un deseo infantil e inútil como todos los demás sueños que tenía. Con la yema del dedo pulgar y corazón, mantuve los ojos de Chandra abiertos. Me quedé mirándolos como si estuviera dándole las últimas lecciones de vida. La enfermedad de Murielle no es un juego, los mata-matasanos no son tus amigos y a mí no se me engaña.
Solté la cabeza de Chandra con violencia. Su cráneo golpeó contra el suelo, produciéndole una nueva herida, una brecha del tamaño de un aero. El gorgoteó que se escuchaba desde su garganta dejó de sonar.
Tanto mi mano izquierda como en la cabeza de Suuri estaban manchadas de ceniza. El cabello de Chandra, que se encendía en las horas de cama y batalla, se había convertido en una nube de ceniza que se desvanecía con el tiempo.
—Chandra — dije el nombre de la bruja de fuego con la intención de recordarlo, pese a reconocer mentalmente que lo olvidaría al cabo de los pocos días; igual como lo hacía con todas mis demás víctimas.
Los hombres y mujeres que abandonaron La Luna Nueva regresaron al momento, no bajo su propia voluntad. Tres de ellos salieron volando, impulsados por la magia elemental de los mata-matasanos: fuego, tierra, agua y aire. Uno de ellos daba círculos persiguiendo gamusinos que solo él podía ver; acabó estampándose contra la pared del hostal. Y el último desencadena una ferviente batalla contra su propia armadura, la cual se había convertido en un amasijo de serpientes de metal.
El líder de los mata-matasanos, Karolos, había conseguido escapar de La Luna Nueva y organizar un pretencioso ejercito de brujos armados con los mejores báculos y varitas que podían conseguir en las armerías Sevindel. La mitad de ellos ocultaban las cicatrices de la maldición de Murielle bajo sus gruesas túnicas y capuchas, mientras que la otra mitad las lucía con orgullo.
Karolos me saludó con la mano libre. No bajó la mano de la varita. Había reconocido el cuerpo de la joven Chandra y exigía la explicación razonable que llevaba a la muerte de la bruja. El interrogatorio consistía en la perfecta combinación que se formaba entre la taimada sonrisa del hechicero con sus brillantes ojos azules.
—La han matado — contesté a la vez que me levantaba del suelo. El haberme encontrado en el suelo servía para fingir pena por la muerte de la chica. Los ligeros temblores en mis manos parecían ser fruto de un deseo de venganza, en lugar de rabia contenida.
—Entonces, tendremos que matarlos también a ellos. ¿No te parece? — Karolos me incluía en su ecuación sin preguntar por mi opinión
—Claro — dije al tiempo que me levantaba del suelo.
Karolos esgrimió su varita y la hizo bailar en el aire. Una porción de la pared lateral del hostal se desplomó en el acto. Con el siguiente movimiento, derribó las columnas interiores. El líder de los mata-matasanos planeaba sepultar a los extranjeros que quedasen en el hostal bajo los escombros del mismo edificio. Es el problema que tenían los edificios de piedra, cualquier brujo elemental de tierra podía destruirlos de un plumazo.
La posada La Luna Nueva, famosa por su rico estofado, el lugar preferido de Chandra en toda Servindel, fue derruida, dejando tras de sí escombros de piedra y cuerpos heridos.
—El dragón ha acabado con muchos de nuestros amigos hoy — dijo Karolos. Los otros brujos se rieron como si fuera un chiste.
—Qué se joda el dragón — me uní de mala gana a las gracias de los mata-matasanos.
—Rebuscad entre los escombros — ordenó Karolos —. Rematad a los heridos cortándoles la cabeza. Estos médicos blanduchos son expertos en hacerse los muertos.
Gerrit Nephgerd
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Tras aquella conclusión Go'el y Gali cogieron sus pertenencias y salieron a la calle, pero no por la puerta principal, esa había quedado taponada por cadáveres y mobiliario. En lugar de usar las puertas como todo buen hijo de vecino, los dragones decidieron salir por un ventanal que ahora estaba roto.
-¿Y adonde quieres ir ahora?
Preguntaba Gali mientras pasaba una pierna por el hueco de la ventana.
-A cualquier casssa que este vacía. Como essa. -El galeno señaló con su garra la casa contigua. -Cuando todo ssse haya calmado regresaré a la posssada. Igual puedo rescatar algo.
Go'el se acercó a la puerta y la abrió sin esfuerzo, ni siquiera se habían molestado en cerrar con llave. El monje meció la cabeza de un lado a otro y pasó al interior de la casa.
-Tendríamos que ponernos más lejos. -Argumentaba el grandullón al tiempo que cerraba la puerta. -A esta gente le ha ganado la histeria, están asustados y enfadados, Go'el. Lo más seguro es que vuelvan.
-De volver, -Refutó el doctor. -volverán a la posada. No tienen razonesss para pensar que alguien ssse a refugiado tan cerca.
Fue en ese momento que los restos de la posada se derrumbaron. Gali giró la cabeza lentamente hacia una ventana (aunque el polvo no le dejaba ver nada), confirmando así que su pensamiento era correcto. Un grupo de brujos rabiosos, enfermos y asustados de la muerte se ensañaban con los cadáveres.
La lógica de Go'el impedía, una vez más, un resultado positivo. Los factores sentimentales se le escapan al dragón humanoide, no era capaz de pensar que la respuesta más ilógica sería la más lógica.
-¿Y qué hacemos ahora? -Susurró Gali alejándose de la ventana.- Porque está claro que no se van a quedar tranquilos con eso.
-Ahí dentro hay muchos cadáveres. -Tras el último siseo, el lagarto se rascó las escamas del antebrazo. -Si están tan coléricos como dices, querrán comprobar que su destrucción ha sido total. Les va a llevar un rato revisar que todos los cuerpos están muertos.
Go'el miró a su al rededor. En esta ocasión la casa tenía una puerta trasera en dirección contraria a la posada.
-Sigamos avanzando, en el sentido opuesto a ellos. Alejémonos. -Añadió, caminando hacia la puerta. -No debería ser difícil perderlos.
-¿Y adonde quieres ir ahora?
Preguntaba Gali mientras pasaba una pierna por el hueco de la ventana.
-A cualquier casssa que este vacía. Como essa. -El galeno señaló con su garra la casa contigua. -Cuando todo ssse haya calmado regresaré a la posssada. Igual puedo rescatar algo.
Go'el se acercó a la puerta y la abrió sin esfuerzo, ni siquiera se habían molestado en cerrar con llave. El monje meció la cabeza de un lado a otro y pasó al interior de la casa.
-Tendríamos que ponernos más lejos. -Argumentaba el grandullón al tiempo que cerraba la puerta. -A esta gente le ha ganado la histeria, están asustados y enfadados, Go'el. Lo más seguro es que vuelvan.
-De volver, -Refutó el doctor. -volverán a la posada. No tienen razonesss para pensar que alguien ssse a refugiado tan cerca.
Fue en ese momento que los restos de la posada se derrumbaron. Gali giró la cabeza lentamente hacia una ventana (aunque el polvo no le dejaba ver nada), confirmando así que su pensamiento era correcto. Un grupo de brujos rabiosos, enfermos y asustados de la muerte se ensañaban con los cadáveres.
La lógica de Go'el impedía, una vez más, un resultado positivo. Los factores sentimentales se le escapan al dragón humanoide, no era capaz de pensar que la respuesta más ilógica sería la más lógica.
-¿Y qué hacemos ahora? -Susurró Gali alejándose de la ventana.- Porque está claro que no se van a quedar tranquilos con eso.
-Ahí dentro hay muchos cadáveres. -Tras el último siseo, el lagarto se rascó las escamas del antebrazo. -Si están tan coléricos como dices, querrán comprobar que su destrucción ha sido total. Les va a llevar un rato revisar que todos los cuerpos están muertos.
Go'el miró a su al rededor. En esta ocasión la casa tenía una puerta trasera en dirección contraria a la posada.
-Sigamos avanzando, en el sentido opuesto a ellos. Alejémonos. -Añadió, caminando hacia la puerta. -No debería ser difícil perderlos.
Go'el
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Me adentré en los escombros de la posada como hicieron los demás brujos. Éramos perros de la muerte que utilizaban el olfato (la magia) para buscar supervivientes. Escarbábamos con las manos desnudas como vulgares animales. Una mujer de pelo castaño y tan solo unos años más mayor que Chandra, se hizo un corte en la palma de la mano al levantar una viga de madera. No vio los cristales, seguramente pertenecientes a lo que fuera una ventana, que había bajo de ésta. La poca precaución por parte de la bruja casi le hizo perder la mano derecha. Un segundo brujo tuvo que asistirla. La cogió del brazo y la apartó a un lado de los escombros, sin abandonar el terreno de la posada. El segundo brujo utilizó la magia elemental de agua para limpiar la herida y luego la vendó usando como gasa un pedazo de tela de su propia camisa. La bruja agradeció a su compañero con un movimiento de cabeza y regresó al trabajo. Karolos la estaba observando. El líder de los mata-matasanos se encontraba en la privilegiada posesión que le ofrecía una elevación, a dos palmos por encima de la posada derruida. Observaba a los brujos como si todos, excepto él, hubiéramos caído en el interior de un pozo. No le importaba si nos habíamos hecho daño en la caída o si algún brujo desafortunado había muerto. Los intereses de Karolos eran más prácticos, se estaría preguntando cuán profundo era pozo y si es que ya había caído alguien antes de nosotros. Aun así, los mata-matasanos le adoraban, harían lo que fuera por él. Trabajaban a destajo, buscando los supervivientes en las ruinas. Cuando lo encontraban, lo mataban sin rechistar. Hubo quien levantó las manos para que Karolos viera la sangre en ésta.
Sentí vergüenza ajena. Karolos no era parte de mi devoción como tampoco lo eran los mata-matasanos. Veía a los mata-matasanos como perros, pero no porque trabajasen físicamente como un animal, sino porque obedecían ciegamente las órdenes de su cruel amo.
Me vi redimido a hacer lo mismo. La sangre que manchaba mis manos pertenecía a una bruja. Acababa de asesinar a un miembro de la banda, quizás de los más veteranos. Cualquier indicio que me vinculase con la muerte de Chandra desvelaría mi confianza mellada hacia Karolos. El malvado brujo usaría todo el poder que dispone para, en nombre de Chandra, asesinarme entre terribles sufrimientos. La venganza sería una excusa, un instrumento que reforzaría la confianza que la banda le profesaba. Karolos me mataría por orgullo, demostrando así que no había brujo más fuerte que él. Que no había brujo que no pudiera dominar.
Una mujer. Encontré una mujer bajo de un tablón de madera que quedó churruscado por la batalla que tuvo minutos antes, cuando la posada todavía se sostenía en pie. Pese a ser consciente que había descubierto que estaba viva, la mujer aguantó la respiración pretendiendo engañarme, fingir que había muerto. Un hilo de sangre se escapaba de sus labios y, con él, un silbido, una pequeña parte de todo el aire que la mujer estaba conteniendo. Era guapa. El valiente esfuerzo que ejercía hizo que me parecía más atractiva. Tenía una larga melena morena; ni la mugre ni la ceniza consiguieron ocultar el color de su cabello. La nariz respingona y unos labios carnosos hechos para ser besados, aunque estuvieran manchados de sangre. Puse una mano sobre la parte lateral de su rostro y aparté el cabello, descubriendo una oreja puntiaguda que delataba la raza de la mujer: elfa. La mujer se rindió al ver que su identidad fue descubierta. Dejó escapar una bocanada de aire y abrió ese par de ojos azules que imploraban piedad.
Tapé la oreja de la mujer con su mismo cabello y me levanté del suelo. No dije nada, simplemente, me alejé del lugar. No iba a matarla. Eso sería lo que hubiera querido Karolos, como lo que hacían el resto de brujos. En señal de rebeldía contra el brujo, fingí no haberme encontrado con la elfa.
Mi buen acto sirvió para alargar la vida de la mujer unos segundos más. Al rato la encontraron.
—¡Aquí hay una y esta viva! — escuché decir a mis espaldas cuando ya me iba.
El brujo hundió su espada en la cabeza de la elfa.
—¡La he matado, la he matado! — gritó vigorizado mirando hacia Karolos. Levantó la espada sucia de sangre y sesos como prueba de sus palabras.
Sentí vergüenza ajena. Karolos no era parte de mi devoción como tampoco lo eran los mata-matasanos. Veía a los mata-matasanos como perros, pero no porque trabajasen físicamente como un animal, sino porque obedecían ciegamente las órdenes de su cruel amo.
Me vi redimido a hacer lo mismo. La sangre que manchaba mis manos pertenecía a una bruja. Acababa de asesinar a un miembro de la banda, quizás de los más veteranos. Cualquier indicio que me vinculase con la muerte de Chandra desvelaría mi confianza mellada hacia Karolos. El malvado brujo usaría todo el poder que dispone para, en nombre de Chandra, asesinarme entre terribles sufrimientos. La venganza sería una excusa, un instrumento que reforzaría la confianza que la banda le profesaba. Karolos me mataría por orgullo, demostrando así que no había brujo más fuerte que él. Que no había brujo que no pudiera dominar.
Una mujer. Encontré una mujer bajo de un tablón de madera que quedó churruscado por la batalla que tuvo minutos antes, cuando la posada todavía se sostenía en pie. Pese a ser consciente que había descubierto que estaba viva, la mujer aguantó la respiración pretendiendo engañarme, fingir que había muerto. Un hilo de sangre se escapaba de sus labios y, con él, un silbido, una pequeña parte de todo el aire que la mujer estaba conteniendo. Era guapa. El valiente esfuerzo que ejercía hizo que me parecía más atractiva. Tenía una larga melena morena; ni la mugre ni la ceniza consiguieron ocultar el color de su cabello. La nariz respingona y unos labios carnosos hechos para ser besados, aunque estuvieran manchados de sangre. Puse una mano sobre la parte lateral de su rostro y aparté el cabello, descubriendo una oreja puntiaguda que delataba la raza de la mujer: elfa. La mujer se rindió al ver que su identidad fue descubierta. Dejó escapar una bocanada de aire y abrió ese par de ojos azules que imploraban piedad.
Tapé la oreja de la mujer con su mismo cabello y me levanté del suelo. No dije nada, simplemente, me alejé del lugar. No iba a matarla. Eso sería lo que hubiera querido Karolos, como lo que hacían el resto de brujos. En señal de rebeldía contra el brujo, fingí no haberme encontrado con la elfa.
Mi buen acto sirvió para alargar la vida de la mujer unos segundos más. Al rato la encontraron.
—¡Aquí hay una y esta viva! — escuché decir a mis espaldas cuando ya me iba.
El brujo hundió su espada en la cabeza de la elfa.
—¡La he matado, la he matado! — gritó vigorizado mirando hacia Karolos. Levantó la espada sucia de sangre y sesos como prueba de sus palabras.
Gerrit Nephgerd
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Uno pensaría que la gente a base de golpes y tropiezos, pues bien, nuestro querido Go'el necesitaba algo más que una panda de lunáticos y el derrumbamiento de un edificio, para dejar de recopilar pruebas.
La idea inicial era buena, salir de casa e ir otra más lejana y segura. Pero esto no es un cuento de hadas, así que los planes nunca salen como uno quiere. Y este no iba a ser distinto.
Go'el, en su afán por descubrir una cura, se había dedicado a coger muestras de los cientos de muertos que se desperdigaban por las calles. Y no es que cortara un brazo o una pierna, y luego, en la tranquilidad y seguridad de una casa, los seccionara y cogiera lo interesante. No, esa lógica era de gente mundana y temerosa. Nuestro buen doctor se agachó en cada cadáver interesante y sacó cada porción con precisión quirúrgica.
A algunos les quitaba tiras de piel, a otros postulas enteras, de uno se llevó la mandíbula entera, también sacó unos cuantos ojos, dedos de pies y manos, intestinos y costillas.
La gente corriente ni miraba lo que hacía el galeno, tan solo corrían a refugiarse a alguna parte. Las personas que compartían profesión con Go'el se acercaban y curiosear y le preguntaban alguna cosa, pero no tardaban en irse, no se arriesgaban a que los mata-matasanos aparecieran y los convirtieran en un cuerpo más sobre las calles.
Tampoco faltaron los paletos con horcas y palos que querían ver a Go'el con la cabeza fuera del sitio, pero, al igual que los científicos, estos salían corriendo en cuanto Gali le daba un par de palos con su bastón.
El científico buscó una casa vacía cuando llegó el punto predecible, ¿cuál punto? pues es un punto simple, el rubio se quedó sin frascos en los que guardar sus muestras, así que no le quedó más remedio que levantarse del suelo e irse.
La idea inicial era buena, salir de casa e ir otra más lejana y segura. Pero esto no es un cuento de hadas, así que los planes nunca salen como uno quiere. Y este no iba a ser distinto.
Go'el, en su afán por descubrir una cura, se había dedicado a coger muestras de los cientos de muertos que se desperdigaban por las calles. Y no es que cortara un brazo o una pierna, y luego, en la tranquilidad y seguridad de una casa, los seccionara y cogiera lo interesante. No, esa lógica era de gente mundana y temerosa. Nuestro buen doctor se agachó en cada cadáver interesante y sacó cada porción con precisión quirúrgica.
A algunos les quitaba tiras de piel, a otros postulas enteras, de uno se llevó la mandíbula entera, también sacó unos cuantos ojos, dedos de pies y manos, intestinos y costillas.
La gente corriente ni miraba lo que hacía el galeno, tan solo corrían a refugiarse a alguna parte. Las personas que compartían profesión con Go'el se acercaban y curiosear y le preguntaban alguna cosa, pero no tardaban en irse, no se arriesgaban a que los mata-matasanos aparecieran y los convirtieran en un cuerpo más sobre las calles.
Tampoco faltaron los paletos con horcas y palos que querían ver a Go'el con la cabeza fuera del sitio, pero, al igual que los científicos, estos salían corriendo en cuanto Gali le daba un par de palos con su bastón.
El científico buscó una casa vacía cuando llegó el punto predecible, ¿cuál punto? pues es un punto simple, el rubio se quedó sin frascos en los que guardar sus muestras, así que no le quedó más remedio que levantarse del suelo e irse.
Go'el
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
El brujo seguía gritando y agitando su espada en el aire, esperando la aprobación de Karolos. El líder de los mata-matasanos lo observaba inmóvil como si estuviera estudiando a un insecto exótico. Me levanté de mi puesto y fui hacia el brujo, encarándome con él. Como medía una cabeza menos que yo, el mata-matasanos tuvo que dar un paso hacia atrás antes de que sus compañeros pudieran comparar nuestras alturas y sacar sus propias conclusiones sobre del devenir de la confrontación. Hice acopio de empujar al brujo al suelo, pero él interpuso su espada antes de que le tocase.
—¿Qué cojones te pasa? — el mata-matasanos no se atrevió a alzar muy alto la voz por miedo a que Karolos descubriese su miedo —. Te has vuelto loco, amigo. No te he hecho nada para que vengas con esa actitud.
—Me has robado una muerte — señalé el cadáver de la elfa —. ¡Me pertenecía! Esta zona es mía.
—Te habías ido…
—¡Estaba aquí mismo! — me adelanté antes que terminase la frase.
Di un paso hacia delante y el mata-matasanos me respondió dando uno hacia atrás, tal y como esperaba. Utilicé la telequinesis para mover las tablas del suelo, privando a mi contrincante de un punto de apoyo. Cuando el cobarde pie del mata-matasano fue a buscar sostén, se encontró con un vacío que le hizo tropezar y caer al suelo. No contento con ello, terminé la faena propinándole una patada al costado del torso.
—Eso te enseñará a no quitarme ninguna muerte.
El mata-matasanos no se levantó del suelo. La humillación le pesaba más que el dolor. Karolos agradeció el gesto que tuve, es lo que él había esperado. Más que la muerte de los extranjeros heridos, el líder de la genocida banda alentaba la competencia entre los mata-matasanos.
Mi reputación estaba en juego, al igual que mi lealtad (más que falsa) hacia la banda. Era cuestión de tiempo que algún brujo, quizás el mismo que había arremetido, se diera cuenta que no había matado a nadie. Hice una mueca de angustia con la boca. Los mata-matasanos que la percibieron pensaron que se debía a la molestia que me producía la arrogancia del brujo asesino cuando en realidad la produjo la obligación que acababa de asumir.
Fui a una zona donde sabía que había heridos cobijados, varios mata-matasanos mataron a unos cuántos y comentaban que debían haber más. Al acercarme, los brujos se echaron a un lado. No querían acabar como su malherido compañero.
Vi la mano pequeña de un niño reptar lentamente por el suelo hacia la mano del cadáver de una mujer humana, supuse que sería su madre. Caminé sonoramente y la mano se detuvo en seco, con la palma hacia arriba. Los niños eran los mayores expertos en hacerse el muerto. Levanté con telequinesis las tablas y tablones que aplastaban al chico; apenas tendrían siete años. Era un hombre bestia, un venado al que todavía no le habían salido los cuernos. Sus dos manos eran humanas y las piernas terminaban en dos pezuñas de animal. Sonreí al ver que, con la intención de mejorar su ya de por sí maltrecha treta, el niño ciervo había sacado la lengua.
Me arrodillé al lado del chico y tapé con la mano sus dos agujeros del hocico. El pequeño venado no tardó en revolverse en el suelo para que lo saltase.
—Señor… — la tos interrumpió lo que fuera que iba a decir.
El pequeño miró hacia la mujer humana como si estuviera despidiéndose de ella.
Si le dejaba más tiempo sería peor. Saqué la daga de mi cinturón y degollé al niño animal. El chico continuó tosiendo mientras se desangraba, salpicando mi armadura y sangre con su carne y haciendo parecer que su muerte fuera más brutal de lo que hubiera esperado. El niño ciervo murió rápido, pero a mí se me hizo eterno. Una vez frenó la hemorragia, abrí la boca del niño y, en una pretensión de disculpó, extraje sus incisivos, dejando la raíz en el interior de la encía. En alguna parte leí que existían tribus de hombres bestias que donaban los dientes de los fallecidos a los espíritus de los tótems para que estos les guiasen al más allá. Los dientes tenían un valor muy importante en la cultura de las bestias, sagrado. Quise quedarme los incisivos a modo de disculpa y arrepentimiento.
Cuando me levanté no miré hacia Karolos ni hacia ningún otro miembro de la banda ni tampoco grité en voz alta vanagloriándome de la muerte. Yo no era ningún imbécil.
—¿Qué cojones te pasa? — el mata-matasanos no se atrevió a alzar muy alto la voz por miedo a que Karolos descubriese su miedo —. Te has vuelto loco, amigo. No te he hecho nada para que vengas con esa actitud.
—Me has robado una muerte — señalé el cadáver de la elfa —. ¡Me pertenecía! Esta zona es mía.
—Te habías ido…
—¡Estaba aquí mismo! — me adelanté antes que terminase la frase.
Di un paso hacia delante y el mata-matasanos me respondió dando uno hacia atrás, tal y como esperaba. Utilicé la telequinesis para mover las tablas del suelo, privando a mi contrincante de un punto de apoyo. Cuando el cobarde pie del mata-matasano fue a buscar sostén, se encontró con un vacío que le hizo tropezar y caer al suelo. No contento con ello, terminé la faena propinándole una patada al costado del torso.
—Eso te enseñará a no quitarme ninguna muerte.
El mata-matasanos no se levantó del suelo. La humillación le pesaba más que el dolor. Karolos agradeció el gesto que tuve, es lo que él había esperado. Más que la muerte de los extranjeros heridos, el líder de la genocida banda alentaba la competencia entre los mata-matasanos.
Mi reputación estaba en juego, al igual que mi lealtad (más que falsa) hacia la banda. Era cuestión de tiempo que algún brujo, quizás el mismo que había arremetido, se diera cuenta que no había matado a nadie. Hice una mueca de angustia con la boca. Los mata-matasanos que la percibieron pensaron que se debía a la molestia que me producía la arrogancia del brujo asesino cuando en realidad la produjo la obligación que acababa de asumir.
Fui a una zona donde sabía que había heridos cobijados, varios mata-matasanos mataron a unos cuántos y comentaban que debían haber más. Al acercarme, los brujos se echaron a un lado. No querían acabar como su malherido compañero.
Vi la mano pequeña de un niño reptar lentamente por el suelo hacia la mano del cadáver de una mujer humana, supuse que sería su madre. Caminé sonoramente y la mano se detuvo en seco, con la palma hacia arriba. Los niños eran los mayores expertos en hacerse el muerto. Levanté con telequinesis las tablas y tablones que aplastaban al chico; apenas tendrían siete años. Era un hombre bestia, un venado al que todavía no le habían salido los cuernos. Sus dos manos eran humanas y las piernas terminaban en dos pezuñas de animal. Sonreí al ver que, con la intención de mejorar su ya de por sí maltrecha treta, el niño ciervo había sacado la lengua.
Me arrodillé al lado del chico y tapé con la mano sus dos agujeros del hocico. El pequeño venado no tardó en revolverse en el suelo para que lo saltase.
—Señor… — la tos interrumpió lo que fuera que iba a decir.
El pequeño miró hacia la mujer humana como si estuviera despidiéndose de ella.
Si le dejaba más tiempo sería peor. Saqué la daga de mi cinturón y degollé al niño animal. El chico continuó tosiendo mientras se desangraba, salpicando mi armadura y sangre con su carne y haciendo parecer que su muerte fuera más brutal de lo que hubiera esperado. El niño ciervo murió rápido, pero a mí se me hizo eterno. Una vez frenó la hemorragia, abrí la boca del niño y, en una pretensión de disculpó, extraje sus incisivos, dejando la raíz en el interior de la encía. En alguna parte leí que existían tribus de hombres bestias que donaban los dientes de los fallecidos a los espíritus de los tótems para que estos les guiasen al más allá. Los dientes tenían un valor muy importante en la cultura de las bestias, sagrado. Quise quedarme los incisivos a modo de disculpa y arrepentimiento.
Cuando me levanté no miré hacia Karolos ni hacia ningún otro miembro de la banda ni tampoco grité en voz alta vanagloriándome de la muerte. Yo no era ningún imbécil.
Última edición por Gerrit Nephgerd el Miér 15 Abr - 10:39, editado 1 vez
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
En la relativa tranquilidad de una casa desconocida, un lagarto bípedo dejaba frascos sobre una mesa. Las manos escamosa fueron cambiando de color y textura conforme los frascos, cada cual más grotesco que el anterior, se amontonaban en el mueble.
Gali miraba por las ventanas asegurándose de que nadie rondara las proximidades, tarea bastante sencilla teniendo en cuanta la escasez de viandantes.
La incursión de los mata-matasanos ya se había extendido, y los científicos que quedaban por las calles, se apresuraban a guarecerse. Igual que hacia nuestro galeno, solo que él lo hacía por motivos muy distintos. No se podía trabajar en medio de la calle... bueno, al menos no como quería el dragón.
Todas las muestras y material de trabajo estaban ya sobre la mesa, a Go'el solo le faltaba una silla (que no tardó en encontrar) para comenzar, o mejor dicho proseguir su investigación.
El rubio perdió la noción del tiempo en cuanto sujetó el escalpelo. Abrió cada pústula y cada tejido, escudriñó en las encías y abrió dedos como si fueran morcillas.
Con extrema precisión cogía porciones y las introducía en diferentes matraces y placas, las rebozaba en extraños polvos alquímicos o en líquidos con olores que levantarían hasta a los muertos.
Go'el estaba a punto de dar con algo, podía sentirlo con su... ¿instinto científico?
Lo sintiera de la forma que lo sintiera, la cuestión era que el medico había logrado resultados.
Las muestras comenzaban a mostrar coincidencias y reacciones a sustancias concretas, pruebas que demostraban que sus hipótesis eran correctas (o eso pensaba él), que la enfermedad se transmitía por contacto y que muy seguramente alguna alimaña, como las ratas, fueran las primeras en traer la enfermedad.
Ranas... ¿a quién se la había ocurrido tal locura? estaba claro que tenían que ser ratas, pues estas son las que se cuelan en las despensas de las viviendas, no las ranas.
-Gali lo tengo. -Go'el se levantó de la mesa. -Ya se cómo se transmite, ahora podremos evitar que se extienda.
-Ya... -Respondió el grandullón apartándose de la ventana. -No sé si llegas tarde para eso, pero igual logras que no salga del pueblo. ¿Y la cura?
-No me agobies. -El rubio chasqueó la lengua. -Una cosa detrás de otra.
Gali miraba por las ventanas asegurándose de que nadie rondara las proximidades, tarea bastante sencilla teniendo en cuanta la escasez de viandantes.
La incursión de los mata-matasanos ya se había extendido, y los científicos que quedaban por las calles, se apresuraban a guarecerse. Igual que hacia nuestro galeno, solo que él lo hacía por motivos muy distintos. No se podía trabajar en medio de la calle... bueno, al menos no como quería el dragón.
Todas las muestras y material de trabajo estaban ya sobre la mesa, a Go'el solo le faltaba una silla (que no tardó en encontrar) para comenzar, o mejor dicho proseguir su investigación.
El rubio perdió la noción del tiempo en cuanto sujetó el escalpelo. Abrió cada pústula y cada tejido, escudriñó en las encías y abrió dedos como si fueran morcillas.
Con extrema precisión cogía porciones y las introducía en diferentes matraces y placas, las rebozaba en extraños polvos alquímicos o en líquidos con olores que levantarían hasta a los muertos.
Go'el estaba a punto de dar con algo, podía sentirlo con su... ¿instinto científico?
Lo sintiera de la forma que lo sintiera, la cuestión era que el medico había logrado resultados.
Las muestras comenzaban a mostrar coincidencias y reacciones a sustancias concretas, pruebas que demostraban que sus hipótesis eran correctas (o eso pensaba él), que la enfermedad se transmitía por contacto y que muy seguramente alguna alimaña, como las ratas, fueran las primeras en traer la enfermedad.
Ranas... ¿a quién se la había ocurrido tal locura? estaba claro que tenían que ser ratas, pues estas son las que se cuelan en las despensas de las viviendas, no las ranas.
-Gali lo tengo. -Go'el se levantó de la mesa. -Ya se cómo se transmite, ahora podremos evitar que se extienda.
-Ya... -Respondió el grandullón apartándose de la ventana. -No sé si llegas tarde para eso, pero igual logras que no salga del pueblo. ¿Y la cura?
-No me agobies. -El rubio chasqueó la lengua. -Una cosa detrás de otra.
Go'el
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Metí los dientes en el bolsillo del pantalón y jugué con ellos por un rato sin retirar mi mano derecha. Los mata-matasanos estaban absortos en su trabajo de búsqueda y excavación, ignoraban que su ciega obediencia a Karolos era el alimento de mis divagaciones. Les odiaba, a cada uno de ellos. Los veía como escarabajos peloteros condenada a empujar un montón de basura de un lado a otro porque era lo que se suponía que debían hacer. Los escarabajos comen mierda y los brujos matan. Esto es lo que hacemos. Se decían unos a otros. Karolos alzaba su voz sobre la de los demás y añadía que la magia les pertenecía por pleno derecho y que cualquier otra raza que pusiera su pie en las islas sería un intruso y condenado como tal, con la muerte. Es lo que los brujos sabemos hacer: matar. Que se lo pregunten a los elfos. Que se lo pregunten a la elfa de la que me había apiadado tan solo para que otro brujo la matase a los pocos minutos o al cervatillo que había degollado sin miramientos. Murielle estaría de acuerdo conmigo. Sus hechizos fueron los que iniciaron el contagio por el que falleció tantísima gente de Servindel. Los brujos matamos. Matamos con magia.
Mi enfado iba en aumento. Le seguía una acumulación de éter en forma de electricidad estática en los dedos de mis manos. Miré a un lado y luego al otro con actitud vacilante. Quien me estuviera viendo pensaría que era un hombre viejo, cansado y desorientado que se había perdido mientras recorría el mismo trayecto que hacía todos los días. Saqué la mano del bolsillo, dejando los dientes del cervatillo, y cogí a Suuri con las dos manos. La electricidad se trasladó a la cabeza del martillo. Di un fuerte martillazo al suelo. Desde mi posición levanté ondeadas de tierra y electricidad que impulsó tanto a brujos como a los cadáveres de la posada La Luna Nueva. Si hubiera algún superviviente escondido, le habría matado ya fuera por la fuerza del impulso o electrocutado.
Los mata-matasanos me miraron absortó. Debatían en silencio, mirándose los unos a los otros, pensando en lo que había sucedido. La opción más lógica, que me había vuelto loco, no cabía dentro de sus posibilidades. Karolos aplaudió desde la altura, el resto le siguió inconsciente. Hubo silbidos y gritos de victoria. Por alguna razón que no comprendía, tomaron mi hechizo como parte del trabajo de búsqueda y excavación, no como el ataque impulsivo que era realmente.
Karolos hizo una señal con la mano ordenándome (él diría que sugiriéndome) que subiera su lado. Los mata-matasanos continuaron en los escombros, retirando los cadáveres y contando chascarrillos sobre lo que acababa de pasar.
—Si querías impresionarme reservando tú mejor talento para el final, he de confesar que lo has conseguido — dijo Karolos sonriendo —. Jamás hubiera imaginado que un cuerpo tan grande y una mente tan pequeña podrían albergar una afinidad tan alta. Ven, acompáñame, quiero mostrarte algo.
Seguí a Karolos al callejón donde había asesinado a Chandra. No había soltado a Suuri desde que había lanzado el hechizo de repulsión y no tenía intención de hacerlo. Sentía que la empuñadura del martillo estaba pegada a mis manos y no podría despegar hasta haber desfogado toda mi ira iracunda.
El líder de los mata-matasanos se arrodilló al lado del cadáver de la chica y le acarició el pelo en un gesto que reflejaba ternura y compasión.
—Fuiste tú. ¿No es cierto? Te la follaste y luego mataste. ¡Menudo eres! Si no fueras un idiota, tendría miedo de estar a tu lado — Karolos clavó sus ojos en la cabeza de Suuri —. No te tengo miedo. No puedes hacerme nada. Sabes muy bien que soy más poderoso que tú, mucho más poderoso. Antes de que te des cuenta, puedo hacer que tu preciado martillo te golpeé la cabeza hasta hacerla papilla. Hasta hacer lo que le hiciste a ella. Y, si consiguieras hacerme algo, piensa, ¿qué crees que harían mis amigos? ¿No preguntarían por mí? ¿No buscarían al culpable y lo matarían como es debido? — dejó un tiempo de silencio para que se asimilase lo que estaba diciendo. Karolos sabía que mi fidelidad era fingida desde el principio —. Eres como un perro incapaz de morder la mano del hombre que te da de comer. Tengo otra pregunta para ti: ¿matarías a otro perro por mí?
—Depende de lo feo que sea — dije con falso humor.
—¡Me gusta tu actitud! Se trata de Adrian — se refería al brujo con el que me había enfrentado minutos antes —. Quiero que lo mates. Tiene coraje, pero, lo has visto, todos lo habéis visto, es un completo inútil. Dedica más horas de su día en celebra una muerte que en cumplir con su deber. ¿Qué dices? ¿Es lo suficiente feo para ti?
—Es el mata-matasano más feo que conozco.
—No esperaba menos de ti — contestó Karolos mostrando su completa colección de dientes.
Karolos tendió la trampa. Hizo llamar a Adrian para que se reuniera con nosotros, fuera del campo de visión del resto de la banda. Al mismo tiempo, me guiñaba el ojo en un gesto de complicidad. Me había propuesto una oferta: matar a un miembro de los mata-matasanos demostrando mi fidelidad hacia el brujo a cambio de que mi cabeza siga de una pieza. Había que ser un imbécil para negarse. En cuanto Adrian estuvo en posición, le golpeé el pecho con el martillo electrizado. El brujo cayó al suelo. Sus dientes traqueteaban como si fueran una pandereta y de su boca salía espuma blanca. Karolos observó como el brujo Adrian se moría electrocutado con una flamante sonrisa.
Durante el camino de vuelta, el líder de los mata-matasanos cometió el error de darse la vuelta, dándome la espalda. Actué rápido y sin contemplación. Saqué los incisivos del cervatillo del bolsillo y los lancé al agujero de escombros, en una zona que quedaba aislada de las miradas de los demás brujos.
—¿Has sido tú quién ha lanzado esa cosa? — preguntó Karolos aunque sabía la respuesta.
—Sí.
—¿Y qué es?
—Un trofeo que había robado a uno de los cadáveres. No creo que lo vaya a necesitar. Puedes quedártelo si quieres.
Karolos, orgulloso, descendió al agujero surfeando en la tierra y fue a mirar qué había lanzado. Pensaba que era una especie de juego, que, en un acto de completa sumisión, le había ofrecido una de mis mejores recompensas. Nada más lejos de la realidad.
Saqué del bolsillo la estatuilla de un conejo y le susurré al oído una orden: no dejes que el brujo se quite la capucha. El conejo brincó al agujero y se subió a la chepa de Kaolos, bajándole la capucha de la túnica. Karolos hizo acopio por quitarse la capucha con las manos, pero el conejo se lo impidió. El brujo utilizó la magia: levantó una ola de tierra y piedra y la lanzó sobre el conejo. La estatua resistió en su posición. La siguiente ola era más grande y la que le siguió le doblaba el tamaño. Karolos quedó hundido de cintura para abajo en un montón de piedras que el mismo había removido.
—¡Sácame esto! ¡Ayúdame! ¡No te quedes ahí mirando!
—En seguida — contesté juguetón.
Lancé una descarga eléctrica a Karolos.
—He fallado.
—¡Apunta mejor!
—He vuelto a fallar.
—Log etag hacendog apogta… — Karolos se había mordido la lengua en el último choque eléctrico.
—¡Chicos, ayuda! — silbe llamando la atención de los mata-matasanos —. Lo he encontrado. Es el dragón que vimos en la posada. Tened cuidado, domina el elemento de la tierra. Ha estado atacando a Karolos. Por suerte, ha podido escapar y se ha marchado a buscar refuerzos. No os acerquéis mucho. Karolos ha dicho que recompensará a quien mate al dragón.
Los brujos se lanzaron hacia la cabeza encapuchada que asomaba entre los montones de tierra y piedra. Karolos intentó explicarse, pero los enloquecidos brujos no hicieron por comprender las palabras del brujo; que se hubiera mordido la lengua dificultaba que le entendieran. Varios mata-matasanos aseguraron que el dragón estaba gruñendo.
Me alejé del lugar. No presencié el momento en el que uno de los mata-matasanos cercenó al supuesto dragón descubriendo que, lo que se encontraba debajo de la capucha, no era ningún dragón.
Karolos estaba en lo cierto, yo no iba a ser quien lo matase.
Offrol:
1) Uso de la habilidad Tronido: (activable) El brujo levanta una onda eléctrica de dos metros de radio que daña y repele a los enemigos cercanos.
Enfriamiento: 4 turnos
2) Uso de objeto Figura de conejo: Esta figura cobrará la vida una única vez en un único tema (el que vosotros queráis) y obedecerá una orden. Después de haber cumplido dicha orden desaparecerá para siempre no sin antes decir: “Meeseeks”. La orden ha de ser algo sencillo que un animal tan pequeño pueda realizar. Si la orden que le dais es demasiado complicada, el conejo os atacará. Os estaré vigilando si eso ocurre.
Mi enfado iba en aumento. Le seguía una acumulación de éter en forma de electricidad estática en los dedos de mis manos. Miré a un lado y luego al otro con actitud vacilante. Quien me estuviera viendo pensaría que era un hombre viejo, cansado y desorientado que se había perdido mientras recorría el mismo trayecto que hacía todos los días. Saqué la mano del bolsillo, dejando los dientes del cervatillo, y cogí a Suuri con las dos manos. La electricidad se trasladó a la cabeza del martillo. Di un fuerte martillazo al suelo. Desde mi posición levanté ondeadas de tierra y electricidad que impulsó tanto a brujos como a los cadáveres de la posada La Luna Nueva. Si hubiera algún superviviente escondido, le habría matado ya fuera por la fuerza del impulso o electrocutado.
Los mata-matasanos me miraron absortó. Debatían en silencio, mirándose los unos a los otros, pensando en lo que había sucedido. La opción más lógica, que me había vuelto loco, no cabía dentro de sus posibilidades. Karolos aplaudió desde la altura, el resto le siguió inconsciente. Hubo silbidos y gritos de victoria. Por alguna razón que no comprendía, tomaron mi hechizo como parte del trabajo de búsqueda y excavación, no como el ataque impulsivo que era realmente.
Karolos hizo una señal con la mano ordenándome (él diría que sugiriéndome) que subiera su lado. Los mata-matasanos continuaron en los escombros, retirando los cadáveres y contando chascarrillos sobre lo que acababa de pasar.
—Si querías impresionarme reservando tú mejor talento para el final, he de confesar que lo has conseguido — dijo Karolos sonriendo —. Jamás hubiera imaginado que un cuerpo tan grande y una mente tan pequeña podrían albergar una afinidad tan alta. Ven, acompáñame, quiero mostrarte algo.
Seguí a Karolos al callejón donde había asesinado a Chandra. No había soltado a Suuri desde que había lanzado el hechizo de repulsión y no tenía intención de hacerlo. Sentía que la empuñadura del martillo estaba pegada a mis manos y no podría despegar hasta haber desfogado toda mi ira iracunda.
El líder de los mata-matasanos se arrodilló al lado del cadáver de la chica y le acarició el pelo en un gesto que reflejaba ternura y compasión.
—Fuiste tú. ¿No es cierto? Te la follaste y luego mataste. ¡Menudo eres! Si no fueras un idiota, tendría miedo de estar a tu lado — Karolos clavó sus ojos en la cabeza de Suuri —. No te tengo miedo. No puedes hacerme nada. Sabes muy bien que soy más poderoso que tú, mucho más poderoso. Antes de que te des cuenta, puedo hacer que tu preciado martillo te golpeé la cabeza hasta hacerla papilla. Hasta hacer lo que le hiciste a ella. Y, si consiguieras hacerme algo, piensa, ¿qué crees que harían mis amigos? ¿No preguntarían por mí? ¿No buscarían al culpable y lo matarían como es debido? — dejó un tiempo de silencio para que se asimilase lo que estaba diciendo. Karolos sabía que mi fidelidad era fingida desde el principio —. Eres como un perro incapaz de morder la mano del hombre que te da de comer. Tengo otra pregunta para ti: ¿matarías a otro perro por mí?
—Depende de lo feo que sea — dije con falso humor.
—¡Me gusta tu actitud! Se trata de Adrian — se refería al brujo con el que me había enfrentado minutos antes —. Quiero que lo mates. Tiene coraje, pero, lo has visto, todos lo habéis visto, es un completo inútil. Dedica más horas de su día en celebra una muerte que en cumplir con su deber. ¿Qué dices? ¿Es lo suficiente feo para ti?
—Es el mata-matasano más feo que conozco.
—No esperaba menos de ti — contestó Karolos mostrando su completa colección de dientes.
Karolos tendió la trampa. Hizo llamar a Adrian para que se reuniera con nosotros, fuera del campo de visión del resto de la banda. Al mismo tiempo, me guiñaba el ojo en un gesto de complicidad. Me había propuesto una oferta: matar a un miembro de los mata-matasanos demostrando mi fidelidad hacia el brujo a cambio de que mi cabeza siga de una pieza. Había que ser un imbécil para negarse. En cuanto Adrian estuvo en posición, le golpeé el pecho con el martillo electrizado. El brujo cayó al suelo. Sus dientes traqueteaban como si fueran una pandereta y de su boca salía espuma blanca. Karolos observó como el brujo Adrian se moría electrocutado con una flamante sonrisa.
Durante el camino de vuelta, el líder de los mata-matasanos cometió el error de darse la vuelta, dándome la espalda. Actué rápido y sin contemplación. Saqué los incisivos del cervatillo del bolsillo y los lancé al agujero de escombros, en una zona que quedaba aislada de las miradas de los demás brujos.
—¿Has sido tú quién ha lanzado esa cosa? — preguntó Karolos aunque sabía la respuesta.
—Sí.
—¿Y qué es?
—Un trofeo que había robado a uno de los cadáveres. No creo que lo vaya a necesitar. Puedes quedártelo si quieres.
Karolos, orgulloso, descendió al agujero surfeando en la tierra y fue a mirar qué había lanzado. Pensaba que era una especie de juego, que, en un acto de completa sumisión, le había ofrecido una de mis mejores recompensas. Nada más lejos de la realidad.
Saqué del bolsillo la estatuilla de un conejo y le susurré al oído una orden: no dejes que el brujo se quite la capucha. El conejo brincó al agujero y se subió a la chepa de Kaolos, bajándole la capucha de la túnica. Karolos hizo acopio por quitarse la capucha con las manos, pero el conejo se lo impidió. El brujo utilizó la magia: levantó una ola de tierra y piedra y la lanzó sobre el conejo. La estatua resistió en su posición. La siguiente ola era más grande y la que le siguió le doblaba el tamaño. Karolos quedó hundido de cintura para abajo en un montón de piedras que el mismo había removido.
—¡Sácame esto! ¡Ayúdame! ¡No te quedes ahí mirando!
—En seguida — contesté juguetón.
Lancé una descarga eléctrica a Karolos.
—He fallado.
—¡Apunta mejor!
—He vuelto a fallar.
—Log etag hacendog apogta… — Karolos se había mordido la lengua en el último choque eléctrico.
—¡Chicos, ayuda! — silbe llamando la atención de los mata-matasanos —. Lo he encontrado. Es el dragón que vimos en la posada. Tened cuidado, domina el elemento de la tierra. Ha estado atacando a Karolos. Por suerte, ha podido escapar y se ha marchado a buscar refuerzos. No os acerquéis mucho. Karolos ha dicho que recompensará a quien mate al dragón.
Los brujos se lanzaron hacia la cabeza encapuchada que asomaba entre los montones de tierra y piedra. Karolos intentó explicarse, pero los enloquecidos brujos no hicieron por comprender las palabras del brujo; que se hubiera mordido la lengua dificultaba que le entendieran. Varios mata-matasanos aseguraron que el dragón estaba gruñendo.
Me alejé del lugar. No presencié el momento en el que uno de los mata-matasanos cercenó al supuesto dragón descubriendo que, lo que se encontraba debajo de la capucha, no era ningún dragón.
Karolos estaba en lo cierto, yo no iba a ser quien lo matase.
Offrol:
1) Uso de la habilidad Tronido: (activable) El brujo levanta una onda eléctrica de dos metros de radio que daña y repele a los enemigos cercanos.
Enfriamiento: 4 turnos
2) Uso de objeto Figura de conejo: Esta figura cobrará la vida una única vez en un único tema (el que vosotros queráis) y obedecerá una orden. Después de haber cumplido dicha orden desaparecerá para siempre no sin antes decir: “Meeseeks”. La orden ha de ser algo sencillo que un animal tan pequeño pueda realizar. Si la orden que le dais es demasiado complicada, el conejo os atacará. Os estaré vigilando si eso ocurre.
Última edición por Gerrit Nephgerd el Vie 17 Abr - 11:34, editado 1 vez
Gerrit Nephgerd
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
-Hay que salir a la calle. -Decía Go'el gesticulando desde la silla. -Decirle a todos que esto puede detenerse.
-¿Y qué te hace pensar que te escucharan? -Refutó su compañero. -Para ellos eres solo un hombre rubio, que dirá tener la solución.
-Tienen que creerlo, no estoy mintiendo. ¿Porque no me creerían? -El galeno no comprendía la encrucijada social en la que se encontraba. -Se han creído que esta enfermedad la trajo una rana. No hay motivo para no crean mis palabras. Iremos casa por casa y...
-¿Y tiraras las puertas a bajo? no puedes entrar a las bravas en casas ajenas. Esa no es buena idea.
El dúo de dragones se pasó un buen rato peleando en lo que se podía o no hacer.
-El Hekshold. -Dijo de pronto Go'el. -Ellos escucharan. Son las mentes más brillantes de la isla, en teoría. -Cuestionó con tono cínico. -Ellos atenderán a razones, nos escucharan y podrán difundir el hallazgo. Y si no les hacen caso... bueno, entonces merecen morirse, por estúpidos.
Gali asintió y comenzó a recoger los frascos de alquimia, soltando alguna frase jocosa por el camino (sino no sería nuestro Gali.)
Con todo empaquetado los dragones dejaron la casa, el monje se transformó y el medico lo montó. Volaron sin parar hasta llegar a la academia, pero en lugar de llamar a la puerta atravesaron las murallas y aterrizaron en el patio. Un puñado de profesores no tardaron en acudir, algunos gritaban preocupados otros chillaban amenazas. Go'el no hizo caso a ninguna palabra.
-Tengo que hablar con el director y los profesores. -Demandó el rubio. -Convocad una reunión de emergencia. Se trata de Sevindel y la maldición de Murielle. He descubierto como se propaga, podemos frenar y aislar la epidemia.
Todo esto dicho a lomos de un caballo sonaba medianamente creíble, pero dicho a lomos de un dragón... aquella entrada había dado la voz de alarma a los profesores que estaban en el patio. ¿Quién lo diría? Nuestro buen doctor acababa de conseguir el aire de autoridad que necesitaba, y tan solo tuvo que mezclar su voz de "soy científico, se de lo que hablo" con una puesta de escena a cargo del monje.
Una lástima, la verdad, Go'el jamás se lo agradecería a Gali. Básicamente porque ni se estaba dando cuenta de lo que hacía, pero tampoco es como si lo hubiera hecho de darse cuenta.
-¿Y qué te hace pensar que te escucharan? -Refutó su compañero. -Para ellos eres solo un hombre rubio, que dirá tener la solución.
-Tienen que creerlo, no estoy mintiendo. ¿Porque no me creerían? -El galeno no comprendía la encrucijada social en la que se encontraba. -Se han creído que esta enfermedad la trajo una rana. No hay motivo para no crean mis palabras. Iremos casa por casa y...
-¿Y tiraras las puertas a bajo? no puedes entrar a las bravas en casas ajenas. Esa no es buena idea.
El dúo de dragones se pasó un buen rato peleando en lo que se podía o no hacer.
-El Hekshold. -Dijo de pronto Go'el. -Ellos escucharan. Son las mentes más brillantes de la isla, en teoría. -Cuestionó con tono cínico. -Ellos atenderán a razones, nos escucharan y podrán difundir el hallazgo. Y si no les hacen caso... bueno, entonces merecen morirse, por estúpidos.
Gali asintió y comenzó a recoger los frascos de alquimia, soltando alguna frase jocosa por el camino (sino no sería nuestro Gali.)
Con todo empaquetado los dragones dejaron la casa, el monje se transformó y el medico lo montó. Volaron sin parar hasta llegar a la academia, pero en lugar de llamar a la puerta atravesaron las murallas y aterrizaron en el patio. Un puñado de profesores no tardaron en acudir, algunos gritaban preocupados otros chillaban amenazas. Go'el no hizo caso a ninguna palabra.
-Tengo que hablar con el director y los profesores. -Demandó el rubio. -Convocad una reunión de emergencia. Se trata de Sevindel y la maldición de Murielle. He descubierto como se propaga, podemos frenar y aislar la epidemia.
Todo esto dicho a lomos de un caballo sonaba medianamente creíble, pero dicho a lomos de un dragón... aquella entrada había dado la voz de alarma a los profesores que estaban en el patio. ¿Quién lo diría? Nuestro buen doctor acababa de conseguir el aire de autoridad que necesitaba, y tan solo tuvo que mezclar su voz de "soy científico, se de lo que hablo" con una puesta de escena a cargo del monje.
Una lástima, la verdad, Go'el jamás se lo agradecería a Gali. Básicamente porque ni se estaba dando cuenta de lo que hacía, pero tampoco es como si lo hubiera hecho de darse cuenta.
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
Muerto el perro, se acabó la rabia. Muerto Karolos, los brujos se dispersaron como si quisieran olvidar que les había traído hacia ahí. Se miraron las caras, buscando un culpable a quién acusar, en primer lugar, de la muerte de Karolos y, en segundo lugar, de todas las muertes que se ejecutaron en nombre de los mata-matasanos. Llegaron a la conclusión, sin compartir una palabra entre ellos, que debió ser la primera persona. Un brujo que destacaba tanto por su talento mágico como por su mala relación con los otros miembros de la banda. Se trataba del mismo brujo que Karolos había hecho llamar minutos antes de su accidentado asesinato y que había abandonado el círculo de escombros sin compartir una mirada de penumbra con el resto de sus compañeros.
Escapé de los murmullos y las miradas de reproche escondiendo en la casa que había pertenecido a los padres de Chandra. Cuando la enfermedad menguase, tenía planeado tomar el primer barco que me llevase a la península, lejos de los brujos y de los crímenes que me adjudicarían. Arrasé con las despensas, comí hasta la saciedad y rellené mi equipaje de comida imperecedera. Quemé las sábanas y ropas que Chandra y sus padres utilizaron, matando cualquier pellizco de enfermedad que pudieran contener, en el patio interior del edificio. Avivé las llamas con la madera de los muebles más lustrosos del lugar. Los objetos que denotaban riqueza me ponían furioso. Cogí un montón de platos y lo estampé contra el suelo, empezando por los cuencos y los platos hondos donde se solían servir los guisos. Hice lo mismo con los cuadros y bustos que la familia de Chandra poseía.
Esa noche dormí en el suelo, abrazado a mi mochila de viaje. Al día siguiente, tendría que buscar otro refugio. Los guardias, alentados por los rumores y las falsas acusaciones de los mata-matasanos, vendrían a por mí. Los delitos de los que se me acusaba: cualquiera que pudieran imaginar.
Escapé de los murmullos y las miradas de reproche escondiendo en la casa que había pertenecido a los padres de Chandra. Cuando la enfermedad menguase, tenía planeado tomar el primer barco que me llevase a la península, lejos de los brujos y de los crímenes que me adjudicarían. Arrasé con las despensas, comí hasta la saciedad y rellené mi equipaje de comida imperecedera. Quemé las sábanas y ropas que Chandra y sus padres utilizaron, matando cualquier pellizco de enfermedad que pudieran contener, en el patio interior del edificio. Avivé las llamas con la madera de los muebles más lustrosos del lugar. Los objetos que denotaban riqueza me ponían furioso. Cogí un montón de platos y lo estampé contra el suelo, empezando por los cuencos y los platos hondos donde se solían servir los guisos. Hice lo mismo con los cuadros y bustos que la familia de Chandra poseía.
Esa noche dormí en el suelo, abrazado a mi mochila de viaje. Al día siguiente, tendría que buscar otro refugio. Los guardias, alentados por los rumores y las falsas acusaciones de los mata-matasanos, vendrían a por mí. Los delitos de los que se me acusaba: cualquiera que pudieran imaginar.
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Re: La choza del médico [Minievento LMM] [Gerrit] [+18] [Cerrado]
La choza del médico
A diferencia de Sistema de Correo Aéreo, este minievento es autoconclusivo, es decir. La historia de Sevindel empieza y termina en este mismo minievento. No habrá consecuencias para temas futuros. Estas consecuencias podéis utilizarlas en vuestras tramas personales. Por lo que a mí respeta, mi trabajo acaba aquí.
Consecuencias:
* Con las anotaciones de Go'el lográis frenar el contagio.
* El Hekshold, junto con Go'el y Gali, crean asentamientos en los lindes de Sevindel. Los brujos levantan escudos mágicos alrededor de la ciudad evitando que nadie entre ni salga, reduciendo en gran medida el contagio.
* La muerte de Karolos supuso el fin de los Mata-matasanos. Sin el líder carismático que impulse la rebelión, los brujos regresan a sus ocupaciones cotidianas. El peso de la culpa cae sobre Gerrit Nephgerd. Otro delito a sumar a tu colección malvada.
* La posada La choza del médico, será reconstruida por los habitantes de Sevindel. Irónicamente, muchos de los peones habían sido miembro de los mata-matasanos. Si lo deseáis, podéis abrir un tema relacionado con esta trama. Mi intención no es obligaros a participar en ella, sino daros nuevos motivos para jugar en Aerandir.
Recompensas:
* 12 puntos de experiencia
* 200 aeros.
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