Segundo Concurso de Señorita Lagarto [Libre]
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Segundo Concurso de Señorita Lagarto [Libre]
Aún hoy en día me sigo preguntando qué fue lo que me llevó a Ciudad Lagarto. Y aún sigo sin una respuesta clara. Esos años reinaba en mí la insensatez, fomentada por el afán de aventura, conocimiento o incluso cazadora de leyendas y mitos. Creo que esos fueron los principales motivos por los que me dejé caer por esa ciudad de mala muerte.
Una de mis principales metas en la vida era conocer mundo, y Ciudad Lagarto formaba parte de él, por lo que algún día tenía que terminar por esos lares, poniendo mis pies en la Península de Verisar. Me habían advertido de que esa ciudad no estaba hecha para todo el mundo, y menos por una dama que parecía indefensa, como yo. Las voces decían que esas tierras eran de prostitutas, asesinos, ladrones y de las personas que podían permitirse contratar cualquiera de esos servicios.
Aunque la ciudad apestaba a peligro, a muerte y a precariedad, me encaminé por uno de los pasajes de la ciudad, con mi cabellera roja completamente cubierta por una capucha para intentar no levantar sospechas de que me trataba de una foránea. A esos pasadizos no se les podía llamar calles, simplemente eran porciones de tierra no edificadas por las que circulaban carruajes a vertiginosas velocidades. Me decidí a seguir la dirección en la que iba la mayoría de transeúntes, en busca de algún mercado o de alguna plaza más espaciosa en la que poder emprender la búsqueda de lo que fuera que esa ciudad podía aportarme.
Cada vez que el Virrey organizaba un Evento la ciudad se revolucionaba, era lo más parecido a un hormiguero, pero no uno plenamente funcional, sino uno recién aplastado por un niño caprichoso que se reía a carcajadas mientras veía a los pobres bichitos corriendo desesperados. El mocoso fastidioso era Matt, y su hormiguero era Ciudad Lagarto.
Se había retrasado un poco con los preparativos por... Motivos personales, o quizás simple aburrimiento, pero ya estaba todo en marcha. Las mesas y puestos se habían armado rodeando toda la Plaza, cuestión de dejar el espacio central libre para instalar el escenario y la mesa de los jueces. La gente estaba feliz de tener algo para festejar luego de un año tan largo y con no pocas complicaciones, aunque no necesitaban de esa excusa para emborracharse hasta caer inconscientes, era un buen motivo.
La plaza en la que la marea de personas me llevaron era lo suficientemente grande como para albergar a casi toda la Ciudad Lagarto. Estaba rodeada por mesas y puestos. Se respiraba un bullicio emoción y diversión. Era claro que allí se estaba organizando alguna festividad.
Había, justo en el centro, unos obreros trajinando maderas de un lugar al otro, montando lo que parecía que era un escenario. "¿Qué están organizando?" pensé. Pero con quedarme plantada en medio de la plaza no lo averiguaría, así que decidí echar un vistazo y preguntar a la persona que me pareciera más cuerda y poco borracha. No me fue difícil dar con alguien apropiado, ya que había una mujer pequeñita, con una enorme (en comparación a ella, claro) carpeta llena de papeles, que daba voces, pareciendo estar al mando de los preparativos y estaba claramente muy agobiada.
-Disculpe señorita, ¿qué es lo que están preparando aquí? - Le dije a la mujer, una vez me hube acercado a ella.
-El concurso - Dijo como si fuera algo obvio, pero al notar que Zarina no entendía de qué hablaba agregó - El concurso en el que van a elegir a la nueva Señorita Lagarto - Como la charla se alargaba demasiado y tenía una montaña de cosas para hacer, buscó entre los papeles y sacó uno de los panfletos promocionales - Toma ¿Sabes leer? Ahí te dice todo - Y se fue para seguir dándole órdenes a los trabajadores.
El panfleto que me dio la mujer fue el siguiente:
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Off roll: La user de Matthew me dio permiso para que su personaje apareciera en este tema y en los siguientes como parte de la organización para llevar a cabo este Segundo Concurso de Señorita Lagarto. Su parte aparecerá con una tipografía distinta ya que así se ha pactado con ella.
Una de mis principales metas en la vida era conocer mundo, y Ciudad Lagarto formaba parte de él, por lo que algún día tenía que terminar por esos lares, poniendo mis pies en la Península de Verisar. Me habían advertido de que esa ciudad no estaba hecha para todo el mundo, y menos por una dama que parecía indefensa, como yo. Las voces decían que esas tierras eran de prostitutas, asesinos, ladrones y de las personas que podían permitirse contratar cualquiera de esos servicios.
Aunque la ciudad apestaba a peligro, a muerte y a precariedad, me encaminé por uno de los pasajes de la ciudad, con mi cabellera roja completamente cubierta por una capucha para intentar no levantar sospechas de que me trataba de una foránea. A esos pasadizos no se les podía llamar calles, simplemente eran porciones de tierra no edificadas por las que circulaban carruajes a vertiginosas velocidades. Me decidí a seguir la dirección en la que iba la mayoría de transeúntes, en busca de algún mercado o de alguna plaza más espaciosa en la que poder emprender la búsqueda de lo que fuera que esa ciudad podía aportarme.
Cada vez que el Virrey organizaba un Evento la ciudad se revolucionaba, era lo más parecido a un hormiguero, pero no uno plenamente funcional, sino uno recién aplastado por un niño caprichoso que se reía a carcajadas mientras veía a los pobres bichitos corriendo desesperados. El mocoso fastidioso era Matt, y su hormiguero era Ciudad Lagarto.
Se había retrasado un poco con los preparativos por... Motivos personales, o quizás simple aburrimiento, pero ya estaba todo en marcha. Las mesas y puestos se habían armado rodeando toda la Plaza, cuestión de dejar el espacio central libre para instalar el escenario y la mesa de los jueces. La gente estaba feliz de tener algo para festejar luego de un año tan largo y con no pocas complicaciones, aunque no necesitaban de esa excusa para emborracharse hasta caer inconscientes, era un buen motivo.
La plaza en la que la marea de personas me llevaron era lo suficientemente grande como para albergar a casi toda la Ciudad Lagarto. Estaba rodeada por mesas y puestos. Se respiraba un bullicio emoción y diversión. Era claro que allí se estaba organizando alguna festividad.
Había, justo en el centro, unos obreros trajinando maderas de un lugar al otro, montando lo que parecía que era un escenario. "¿Qué están organizando?" pensé. Pero con quedarme plantada en medio de la plaza no lo averiguaría, así que decidí echar un vistazo y preguntar a la persona que me pareciera más cuerda y poco borracha. No me fue difícil dar con alguien apropiado, ya que había una mujer pequeñita, con una enorme (en comparación a ella, claro) carpeta llena de papeles, que daba voces, pareciendo estar al mando de los preparativos y estaba claramente muy agobiada.
-Disculpe señorita, ¿qué es lo que están preparando aquí? - Le dije a la mujer, una vez me hube acercado a ella.
-El concurso - Dijo como si fuera algo obvio, pero al notar que Zarina no entendía de qué hablaba agregó - El concurso en el que van a elegir a la nueva Señorita Lagarto - Como la charla se alargaba demasiado y tenía una montaña de cosas para hacer, buscó entre los papeles y sacó uno de los panfletos promocionales - Toma ¿Sabes leer? Ahí te dice todo - Y se fue para seguir dándole órdenes a los trabajadores.
El panfleto que me dio la mujer fue el siguiente:
- Segundo Consurso de Señorita Lagarto:
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Off roll: La user de Matthew me dio permiso para que su personaje apareciera en este tema y en los siguientes como parte de la organización para llevar a cabo este Segundo Concurso de Señorita Lagarto. Su parte aparecerá con una tipografía distinta ya que así se ha pactado con ella.
Zarina
Experto
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Re: Segundo Concurso de Señorita Lagarto [Libre]
Llegó a Ciudad Lagarto de la misma manera en la que había abandonado las lejanas y heladas tierras que le vieron nacer y crecer: a pie. Las innumerables ventajas que le proporcionaba su forma dragón eran demasiado preciadas -y según su gente, sagradas- como para malgastarlas en atravesar las extensas y desiertas llanuras que separaban su hogar del archipiélago Illidense. Agotado por los inesperados contratiempos que marcaron su viaje, el anciano se personó en la villa buscando un hostal en el que pasar la noche y recabar energías con las que poner rumbo al oeste. “Vengo en busca de un camastro sobre el que descansar”, imploró a los regentes de las posadas, que sin monedas con las que pagar la estancia ignoraban sus imploros y lo echaban a patadas. “¡Qué descaro!”, pensaba el viejo dragón mientras merodeaba por las calles embarradas sin rumbo alguno, “¡y qué egoístas son estos humanos! ¿Acaso no ven que este carcamal ya no puede con sus huesos?”.
Desesperado, Harald rodeó el casco histórico de la urbe y se acurrucó entre algunas cajas de madera abandonadas tras una de las muchas chozas que decoraban la villa. Arropado por sus sucios y roñosos tablones, el viejo alzó la vista hacia el cielo estrellado para contemplar la belleza de sus constelaciones; sin embargo, su mirada se clavó en un pergamino que colgaba de la pared y ondeaba al ritmo de la brisa. “Con-cur-so… La… La-gar… to”, joder, llevaba muchísimo tiempo sin leer. Un momento…
— ¡Aeros! —exclamó cuando comprobó que el ganador del certamen se haría con una bolsa llena de ellos— ¡Y co… mi…! ¡Comida! ¡Comida gratis!
El anciano se levantó de un brinco, ignorando por completo los agravios de la edad y fascinado por la oportunidad que la vida había interpuesto en su camino. De acuerdo, solo tenía que llegar al Mer… Mer-ca-do de… ¿la Concha? ¿Qué cojones era un “mercado”? ¿Y quién coño era la Concha? Encabezó la marcha hacia la plaza, usando la espada a modo de bastón; la vejez lo estaba tratando peor de lo que esperaba, y los dolores de espalda lo estaban matando poco a poco. Recorrió las avenidas acercándose a los transeúntes y tratando de obtener información sobre la ubicación de aquel extraño lugar, pero todos parecían rehuirle. “¡Por los Siete!”, exclamó. ¿Qué había de raro en un hombre viejo y decrépito ataviado en pieles y cubierto de mugre? ¡Solo quería encontrar a la Concha y su puto mercado! Los humanos eran, contra todo pronóstico, verdaderamente estúpidos.
Desesperado, Harald rodeó el casco histórico de la urbe y se acurrucó entre algunas cajas de madera abandonadas tras una de las muchas chozas que decoraban la villa. Arropado por sus sucios y roñosos tablones, el viejo alzó la vista hacia el cielo estrellado para contemplar la belleza de sus constelaciones; sin embargo, su mirada se clavó en un pergamino que colgaba de la pared y ondeaba al ritmo de la brisa. “Con-cur-so… La… La-gar… to”, joder, llevaba muchísimo tiempo sin leer. Un momento…
— ¡Aeros! —exclamó cuando comprobó que el ganador del certamen se haría con una bolsa llena de ellos— ¡Y co… mi…! ¡Comida! ¡Comida gratis!
El anciano se levantó de un brinco, ignorando por completo los agravios de la edad y fascinado por la oportunidad que la vida había interpuesto en su camino. De acuerdo, solo tenía que llegar al Mer… Mer-ca-do de… ¿la Concha? ¿Qué cojones era un “mercado”? ¿Y quién coño era la Concha? Encabezó la marcha hacia la plaza, usando la espada a modo de bastón; la vejez lo estaba tratando peor de lo que esperaba, y los dolores de espalda lo estaban matando poco a poco. Recorrió las avenidas acercándose a los transeúntes y tratando de obtener información sobre la ubicación de aquel extraño lugar, pero todos parecían rehuirle. “¡Por los Siete!”, exclamó. ¿Qué había de raro en un hombre viejo y decrépito ataviado en pieles y cubierto de mugre? ¡Solo quería encontrar a la Concha y su puto mercado! Los humanos eran, contra todo pronóstico, verdaderamente estúpidos.
Harald Krigsbjørn
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Re: Segundo Concurso de Señorita Lagarto [Libre]
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