[Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
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[Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Un chasquido sonó a la espalda de Sango pero no le dio mucha importancia. Se inclinó hacia delante, sin soltar las riendas, y cogió un odre que contenía agua. Era parte de la recompensa que le habían entregado por frustrar los planes de los Sheeran y, aunque no lo admitieran abiertamente, seguramente se sentían culpables por haberle dado una paliza sin motivo y cualquier cosa que pidió Ben se la habían entregado sin dudarlo un instante. Ben suspiró antes de pegar un buen trago de ese agua caliente.
El chasquido volvió a sonar a su espalda. Dejó el odre y se llevó la mano a la cara para comprobar el estado de sus quemaduras. El ungüento parecía haber aliviado todos los dolores pese a que las marcas físicas seguían allí. Pero sólo era cuestión de tiempo que desaparecieran. Sin embargo sentía picores por todas esas zonas y en la medida de lo posible trataba de no rascarse, pero era difícil resistirse al alivio momentáneo que suponía rascarse.
Se volvió a repetir el mismo chasquido. Sí, sin duda alguna tenían problemas en alguno de los dos ejes. Sango se había preocupado al principio pero al comprobar que aguantaba el ritmo del viaje terminó acostumbrándose a él. Sabía algo de carros, de pequeño era el medio de transporte de la madera que cortaban en los bosques de Cedralada, y más de una vez había tenido que reparar averías, pero claro, no era lo mismo tener una avería en mitad de un bosque, en donde puedes echar mano de madera de repuesto que en un desierto en el que no había otra cosa más que piedras y arena.
- Por todos los Dioses...- Sango se puso de pie en el pescante y sonrió.- Huracán, allí está Dalmasca.- Se volvió a sentar, aun faltaba un buen rato para llegar, pero los primeros signos de civilización eran más que evidentes.
De hecho, lo habían sido desde hacía una campanada más o menos, pero Sango no se había fijado en ellos. Los caminos cada vez eran más notables, incluso la vegetación había aumentado pese a seguir siendo escasa: matorrales bajos, yucas desperdigadas y poco más que Sango pudiera reconocer. Frunció el ceño y decidió compartir, en voz alta, una reflexión.
- Se necesita ser alguien especial para vivir en mitad del desierto, ¿qué come esta gente? Aun no he visto cultivos y no he visto rebaños de animales... Los nórgedos amaestran kags, pero estos tendrán que comer, ¿no?- Hizo una pausa para contemplar la ciudad. Le llamó la atención ver que parte de la ciudad estaba amurallada.- Son gente recia, sin duda alguna.- Sentenció.
Sango estaba cansado. Había estado al cargo durante toda la noche y la mañana. Ahora que el sol estaba en lo más alto y que la ciudad se dibujaba en el horizonte, el peso del viaje se hacía cada vez más intenso. Ben volvió a beber y después echó parte del agua en las manos para refrescarse la nuca.
No tardaron mucho más en alcanzar las primeras casas, eran pequeñas, construidas con adobe, incluso los techos. La mayoría tenían formas rectangulares, con una puerta y un par de pequeñas ventanas por las que, supuso Sango, dejaban entrar claridad pero no dejaban escapar el fresco que proporcionaba la sombra del hogar. A medida que se acercaban a la ciudad, la densidad de casas aumentaba y también las personas, aunque por suerte, a esa hora, la mayoría estaría en sus casas, durmiendo, o haciendo cualquier otra labor lejos del sol. Pero aquella regla solo aplicaba a los adultos.
Ben observó a un niño que estaba subido en uno de los techos que les lanzaba flechas con un arco imaginario. Sango le sonrió y cogió el escudo para hacer que se protegía. El niño hizo un ruido de júbilo y se esforzó en lanzar con mayor rapidez. Ben soltó el escudo y aquel fue un error fatal porque una de las flechas lanzadas por el niño impactó en el pecho de Sango. Ben trató de parar la sangre que le caía con la mano que no sujetaba las riendas, pero fue inútil. Ben echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El niño chilló, Ben abrió los ojos y miró como reía. Sango le hizo un gesto con la mano a modo de saludo y dejó al joven arquero con sus quehaceres.
Sango se sorprendió de la cantidad de casas que había junto a la muralla. Incluso el camino parecía estrecharse. Estaban llegando a una puerta que daba acceso al interior de la ciudad y Ben frunció el ceño ante una pregunta que se le pasó por la cabeza: ¿qué iban a decir si les paraban? Para empezar, no tenían buena pinta, sus ropas, al menos la de Sango, estaba manchada con sangre y finalmente llevaban un hombre atado. Sin embargo no compartió sus inquietudes con Huracán.
- Dalmasca, la capital de los nórgedos.- Dijo nada más cruzar por la puerta.
Allí sí que se veía más movimiento: porteadores moviendo cajas de un lado a otro, gente descuidada por la calle en busca de alguna taberna en la que refugiarse, comerciantes atosigando a gente que se dirigía con paso decidido a algún lado... En definitiva, el ajetreo de una gran ciudad, y aquella, sin duda lo era. Sango miraba embobado una sucesión de calles a un lado y a otro del camino principal. Estaba, de veras, asombrado al ver tantísimos edificios tan apelotonados.
- Vos diréis... ¿a dónde vamos?- Dijo mientras dejaba que la sombra en la que acababan de entrar refrescara algo sus cuerpos. Los caballos cada vez marchaban a menor ritmo.
Sango resopló. Al menos habían llegado a Dalmasca.
El chasquido volvió a sonar a su espalda. Dejó el odre y se llevó la mano a la cara para comprobar el estado de sus quemaduras. El ungüento parecía haber aliviado todos los dolores pese a que las marcas físicas seguían allí. Pero sólo era cuestión de tiempo que desaparecieran. Sin embargo sentía picores por todas esas zonas y en la medida de lo posible trataba de no rascarse, pero era difícil resistirse al alivio momentáneo que suponía rascarse.
Se volvió a repetir el mismo chasquido. Sí, sin duda alguna tenían problemas en alguno de los dos ejes. Sango se había preocupado al principio pero al comprobar que aguantaba el ritmo del viaje terminó acostumbrándose a él. Sabía algo de carros, de pequeño era el medio de transporte de la madera que cortaban en los bosques de Cedralada, y más de una vez había tenido que reparar averías, pero claro, no era lo mismo tener una avería en mitad de un bosque, en donde puedes echar mano de madera de repuesto que en un desierto en el que no había otra cosa más que piedras y arena.
- Por todos los Dioses...- Sango se puso de pie en el pescante y sonrió.- Huracán, allí está Dalmasca.- Se volvió a sentar, aun faltaba un buen rato para llegar, pero los primeros signos de civilización eran más que evidentes.
De hecho, lo habían sido desde hacía una campanada más o menos, pero Sango no se había fijado en ellos. Los caminos cada vez eran más notables, incluso la vegetación había aumentado pese a seguir siendo escasa: matorrales bajos, yucas desperdigadas y poco más que Sango pudiera reconocer. Frunció el ceño y decidió compartir, en voz alta, una reflexión.
- Se necesita ser alguien especial para vivir en mitad del desierto, ¿qué come esta gente? Aun no he visto cultivos y no he visto rebaños de animales... Los nórgedos amaestran kags, pero estos tendrán que comer, ¿no?- Hizo una pausa para contemplar la ciudad. Le llamó la atención ver que parte de la ciudad estaba amurallada.- Son gente recia, sin duda alguna.- Sentenció.
Sango estaba cansado. Había estado al cargo durante toda la noche y la mañana. Ahora que el sol estaba en lo más alto y que la ciudad se dibujaba en el horizonte, el peso del viaje se hacía cada vez más intenso. Ben volvió a beber y después echó parte del agua en las manos para refrescarse la nuca.
No tardaron mucho más en alcanzar las primeras casas, eran pequeñas, construidas con adobe, incluso los techos. La mayoría tenían formas rectangulares, con una puerta y un par de pequeñas ventanas por las que, supuso Sango, dejaban entrar claridad pero no dejaban escapar el fresco que proporcionaba la sombra del hogar. A medida que se acercaban a la ciudad, la densidad de casas aumentaba y también las personas, aunque por suerte, a esa hora, la mayoría estaría en sus casas, durmiendo, o haciendo cualquier otra labor lejos del sol. Pero aquella regla solo aplicaba a los adultos.
Ben observó a un niño que estaba subido en uno de los techos que les lanzaba flechas con un arco imaginario. Sango le sonrió y cogió el escudo para hacer que se protegía. El niño hizo un ruido de júbilo y se esforzó en lanzar con mayor rapidez. Ben soltó el escudo y aquel fue un error fatal porque una de las flechas lanzadas por el niño impactó en el pecho de Sango. Ben trató de parar la sangre que le caía con la mano que no sujetaba las riendas, pero fue inútil. Ben echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El niño chilló, Ben abrió los ojos y miró como reía. Sango le hizo un gesto con la mano a modo de saludo y dejó al joven arquero con sus quehaceres.
Sango se sorprendió de la cantidad de casas que había junto a la muralla. Incluso el camino parecía estrecharse. Estaban llegando a una puerta que daba acceso al interior de la ciudad y Ben frunció el ceño ante una pregunta que se le pasó por la cabeza: ¿qué iban a decir si les paraban? Para empezar, no tenían buena pinta, sus ropas, al menos la de Sango, estaba manchada con sangre y finalmente llevaban un hombre atado. Sin embargo no compartió sus inquietudes con Huracán.
- Dalmasca, la capital de los nórgedos.- Dijo nada más cruzar por la puerta.
Allí sí que se veía más movimiento: porteadores moviendo cajas de un lado a otro, gente descuidada por la calle en busca de alguna taberna en la que refugiarse, comerciantes atosigando a gente que se dirigía con paso decidido a algún lado... En definitiva, el ajetreo de una gran ciudad, y aquella, sin duda lo era. Sango miraba embobado una sucesión de calles a un lado y a otro del camino principal. Estaba, de veras, asombrado al ver tantísimos edificios tan apelotonados.
- Vos diréis... ¿a dónde vamos?- Dijo mientras dejaba que la sombra en la que acababan de entrar refrescara algo sus cuerpos. Los caballos cada vez marchaban a menor ritmo.
Sango resopló. Al menos habían llegado a Dalmasca.
- Sobre descripciones:
- He basado la descripción, tanto del arrabal como de parte de la ciudad a partir de estos dos planos:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]; [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
Se corresponden con planos de ciudades musulmanas medievales. Por lo que he leído, los nórgedos podrían estar inspirados por pueblos nómadas árabes (bereber, beduinos). De hecho, la líder de los nórgedos es una sheik (que significa jeque): [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Igual no debería comerme tanto la cabeza, pero bueno, es por si a alguien le interesa de dónde lo he sacado o por si a alguien en le futuro le sirve como referencia para un hilo en Dalmasca.
Última edición por Sango el Mar Sep 01 2020, 22:21, editado 1 vez
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
El carro navegaba a través del mar de dunas. Sango había conducido toda la noche y lo que llevábamos de mañana. Mientras tanto, yo iba tumbada y fresca gracias al improvisado tenderete con las mantas de los Sheeran que había montado para protegerme del sol y a las corrientes de aire que generaba para reducir el calor. Dado que el camino era largo, me quité las botas y me quité la chaqueta de cuero. Aunque al dilatar por el calor, comenzaba a parecer una morcilla embutida en aquel pantalón de cuero. Menos mal que para arriba tenía una camiseta de tirantes de seda negra que permitía ver la totalidad de mis brazos y parte de los hombros. Aquello no sería especialmente llamativo si no tuviese la piel de color ceniza. Aparentemente muerta, que no pálida como la de los vampiros. Lo cual sin duda resultaría curioso para cualquiera. A pesar de ello, hasta el momento mi compañero o no había tendido la vista atrás o no se había pronunciado al respecto. Mejor, no me gustaba tener que dar explicaciones.
Tampoco destacaba por ser una gran conversadora. Las pocas veces que había dicho algo era para responder a alguno de mis comentarios de mi conductor, quien estoicamente aguantó el tipo día y noche. Con cara de cansancio, sí, pero siempre con una sonrisa. Sin una mala palabra a mi aparente inacción. De vez en cuando me levantaba y miraba de reojo hacia él para ver si desistía o me rogaba un poquitito de ayuda. Pero a pese a lo exhausto que parecía, jamás me pedía nada. Y yo, por supuesto, no le ayudaba.
Era el perfecto mayordomo.
Sango anunció la llegada a Dalmasca como si hubiésemos descubierto un nuevo continente. Miré de reojo para ver las estructuras de adobe a lo lejos, pero no hice mayor amago de celebración. Simplemente comencé a colocarme la chaqueta, botas y armas de nuevo. No era bueno que llamara la atención por mi aspecto, y sabía que siempre había alguien que te lo hacía destacar y terminábamos metidos en problemas. Mejor pasar desapercibido pese al excesivo calor.
-Viven principalmente del comercio con Roilkat. – resumí brevemente, mientras ajustaba las hombreras y me ponía la capucha para que no se pudiera apreciar mi aspecto desde fuera. – Sus líderes tienen una buena relación, por lo que he oído. – Y, por primera vez desde que salimos del cañón de los Sheeran, me senté al lado del humano, apoyando mis codos en las rodillas. Evalué de una rápida mirada su pésimo estado, mientras él seguía embobado contemplando las calles y gentes que por allí paseaban. La ciudad tenía un gran bullicio.
Tras pasar las puertas, señalé a una sombra. Un lugar apartado en el que podía dejar a Milton tapado bajo las sábanas hasta el anochecer, momento de la entrega. – Para aquí. – Ordené.
Sin decir nada, bajé de un salto del carro y me dirigí a la parte de atrás. Además del vampiro, también estaba allí mi equipamiento. Comencé a recoger ballestas de mano, pesada, granadas y el resto de mi equipamiento que había quitado para aligerar el peso.
Donde ya tenía el ceño fruncido, iba a despedirme de Sango y agradecerle sus servicios como matón a comisión, y también como chófer cuando apareció detrás de mí para preguntarme cuál era el siguiente paso a dar. Alcé las cejas y me di la vuelta.
-“¿Vamos?” – pregunté mosqueada, con una mano apoyada en el carro. - ¿Cómo que “vamos”? – Hice una pausa y varias negaciones con la cabeza. – Se supone que venías a Dalmasca a buscar a un amigo. Eso me habías dicho, ¿no? – le pedí explicaciones respecto a sus comentarios cuando salimos del pueblo. Aún no me quedaba claro cual era el papel de Sango en la ciudad del desierto. – Espera, has venido hasta aquí, te has quemado a plena testera, el alma… ¿sólo para ayudarme con este asunto? – Pregunté incrédula. Miré al suelo, después, muy confundida, a sus ojos, y separé las manos para intentar parecer profunda. – Vamos a ver, querido. ¿Qué parte de “tra-ba-jo so-la” no te ha quedado suficientemente claro? – me crucé de brazos. Se lo había dicho cuando salimos de la taberna del pueblito. También cuando salimos del cañón.
Sango tenía tantísima paciencia, que conseguía sacarme de quicio. ¿Es que no me lo iba a quitar nunca de encima? Incluso Tale parecía más iracundo en ocasiones.
-¿Quieres saber por qué no puedes venir conmigo?- Suspiré. Mirándolo a la cara. Miré un poco a los laterales, para ver que no había nadie observándonos y me bajé la capucha durante unos segundos, mostrándole mi horrible rostro de treintañera defenestrada. La piel de ceniza, las enormes ojeras que colgaban de mis ojos, y mi zarrapastroso pelo rubio cano, aplastado por la capucha que había ocultado todo aquello desde que nos encontramos. - ¡Mírame, soy horrible! Parezco un maldito cadáver. La gente huye de mí, y la guardia me persigue por ello. – Dije absolutamente avergonzada, mirando a otro lado, como la que se arrepiente de algo profundamente.. – Si te ven conmigo, irán a por ti también. – confesé.
Tras haberle permitido observarme bien, volví a subir la capucha y me puse de espaldas. Algo más tranquila.
Esperaba que reflexionara sobre la idea de acompañarme. Si bien me mantuve reflexiva. Lo había tratado poco menos que como un esclavo. Sin dignarme a ayudarle o siquiera ponerle una buena cara. Desde que había vuelto del Oblivion, aquel humano desconocido era quizás el único que verdaderamente no me había juzgado por mi aspecto de no muerta. Ni siquiera en el gremio lo habían hecho así y, aún así, había decidido a ayudarme en mi empresa. A pesar de todo lo que se había sacrificado y me había facilitado las cosas, no había dejado de darle desplante tras desplante y desquitado toda mi frustración en su figura.
Y aún así no parecía molesto.
-¡Agh! Voy a ver si como algo. Estoy cansada. – declaré, más calmada.
Y al poco me di la vuelta y me dirigí a la taberna más cercana. Aunque mi intención fue partir en solitario, no le impediría que me siguiera si así lo decidía. Entré en aquel lugar de aspecto de piedra, bastante concurrido, y me senté en una mesa solitaria, antes de pedir ron y algo fresquito al camarero.
Aún quedaba mucho para la noche, que es cuando debería entregar al vampiro.
Tampoco destacaba por ser una gran conversadora. Las pocas veces que había dicho algo era para responder a alguno de mis comentarios de mi conductor, quien estoicamente aguantó el tipo día y noche. Con cara de cansancio, sí, pero siempre con una sonrisa. Sin una mala palabra a mi aparente inacción. De vez en cuando me levantaba y miraba de reojo hacia él para ver si desistía o me rogaba un poquitito de ayuda. Pero a pese a lo exhausto que parecía, jamás me pedía nada. Y yo, por supuesto, no le ayudaba.
Era el perfecto mayordomo.
Sango anunció la llegada a Dalmasca como si hubiésemos descubierto un nuevo continente. Miré de reojo para ver las estructuras de adobe a lo lejos, pero no hice mayor amago de celebración. Simplemente comencé a colocarme la chaqueta, botas y armas de nuevo. No era bueno que llamara la atención por mi aspecto, y sabía que siempre había alguien que te lo hacía destacar y terminábamos metidos en problemas. Mejor pasar desapercibido pese al excesivo calor.
-Viven principalmente del comercio con Roilkat. – resumí brevemente, mientras ajustaba las hombreras y me ponía la capucha para que no se pudiera apreciar mi aspecto desde fuera. – Sus líderes tienen una buena relación, por lo que he oído. – Y, por primera vez desde que salimos del cañón de los Sheeran, me senté al lado del humano, apoyando mis codos en las rodillas. Evalué de una rápida mirada su pésimo estado, mientras él seguía embobado contemplando las calles y gentes que por allí paseaban. La ciudad tenía un gran bullicio.
Tras pasar las puertas, señalé a una sombra. Un lugar apartado en el que podía dejar a Milton tapado bajo las sábanas hasta el anochecer, momento de la entrega. – Para aquí. – Ordené.
Sin decir nada, bajé de un salto del carro y me dirigí a la parte de atrás. Además del vampiro, también estaba allí mi equipamiento. Comencé a recoger ballestas de mano, pesada, granadas y el resto de mi equipamiento que había quitado para aligerar el peso.
Donde ya tenía el ceño fruncido, iba a despedirme de Sango y agradecerle sus servicios como matón a comisión, y también como chófer cuando apareció detrás de mí para preguntarme cuál era el siguiente paso a dar. Alcé las cejas y me di la vuelta.
-“¿Vamos?” – pregunté mosqueada, con una mano apoyada en el carro. - ¿Cómo que “vamos”? – Hice una pausa y varias negaciones con la cabeza. – Se supone que venías a Dalmasca a buscar a un amigo. Eso me habías dicho, ¿no? – le pedí explicaciones respecto a sus comentarios cuando salimos del pueblo. Aún no me quedaba claro cual era el papel de Sango en la ciudad del desierto. – Espera, has venido hasta aquí, te has quemado a plena testera, el alma… ¿sólo para ayudarme con este asunto? – Pregunté incrédula. Miré al suelo, después, muy confundida, a sus ojos, y separé las manos para intentar parecer profunda. – Vamos a ver, querido. ¿Qué parte de “tra-ba-jo so-la” no te ha quedado suficientemente claro? – me crucé de brazos. Se lo había dicho cuando salimos de la taberna del pueblito. También cuando salimos del cañón.
Sango tenía tantísima paciencia, que conseguía sacarme de quicio. ¿Es que no me lo iba a quitar nunca de encima? Incluso Tale parecía más iracundo en ocasiones.
-¿Quieres saber por qué no puedes venir conmigo?- Suspiré. Mirándolo a la cara. Miré un poco a los laterales, para ver que no había nadie observándonos y me bajé la capucha durante unos segundos, mostrándole mi horrible rostro de treintañera defenestrada. La piel de ceniza, las enormes ojeras que colgaban de mis ojos, y mi zarrapastroso pelo rubio cano, aplastado por la capucha que había ocultado todo aquello desde que nos encontramos. - ¡Mírame, soy horrible! Parezco un maldito cadáver. La gente huye de mí, y la guardia me persigue por ello. – Dije absolutamente avergonzada, mirando a otro lado, como la que se arrepiente de algo profundamente.. – Si te ven conmigo, irán a por ti también. – confesé.
- Huri mirando a Sango sin capucha:
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Tras haberle permitido observarme bien, volví a subir la capucha y me puse de espaldas. Algo más tranquila.
Esperaba que reflexionara sobre la idea de acompañarme. Si bien me mantuve reflexiva. Lo había tratado poco menos que como un esclavo. Sin dignarme a ayudarle o siquiera ponerle una buena cara. Desde que había vuelto del Oblivion, aquel humano desconocido era quizás el único que verdaderamente no me había juzgado por mi aspecto de no muerta. Ni siquiera en el gremio lo habían hecho así y, aún así, había decidido a ayudarme en mi empresa. A pesar de todo lo que se había sacrificado y me había facilitado las cosas, no había dejado de darle desplante tras desplante y desquitado toda mi frustración en su figura.
Y aún así no parecía molesto.
-¡Agh! Voy a ver si como algo. Estoy cansada. – declaré, más calmada.
Y al poco me di la vuelta y me dirigí a la taberna más cercana. Aunque mi intención fue partir en solitario, no le impediría que me siguiera si así lo decidía. Entré en aquel lugar de aspecto de piedra, bastante concurrido, y me senté en una mesa solitaria, antes de pedir ron y algo fresquito al camarero.
Aún quedaba mucho para la noche, que es cuando debería entregar al vampiro.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Cuando Sango tocó tierra sintió crujir todos sus huesos. Estuvo quieto durante varios instantes, esperando que todo volviera a su sitio y que parte del dolor remitiera. Cuando pasó, se volvió a colocar el cinto con las armas, más bien desganado que otra cosa, lo único que quería era meterse en algún lugar fresco y dormir. Sango tiró del freno para que el carro no se moviera o al menos opusiera resistencia si por alguna razón los Dioses decidían que los caballos debían salir de allí. Ben movió la boca y le crujió la mandíbula y con un gesto de dolor miró al cielo: limpio, sin nubes, solo azul. Lo que Sango no sabía es que la tormenta llegaba en forma de Huracán.
Él había formulado una inocente pregunta y ella estalló contra él. No lo esperaba. Sango no contestó, no le salieron las palabras se limitó a mirar hacia Huracán que se había girado hacia él. Ben tenía el sol de frente y no podía verle bien el rostro y se alegró por ello, así solo se concentró en escuchar y mantenerse allí clavado como un buen soldado y aguantar lo que fuera, por ella, por la mujer que lo había salvado de morir apalizado por unos aldeanos en mitad del desierto. Y entonces volvió a repetir aquella frase, una vez más: "trabajo sola".
Cuando Huracán hizo una pausa, Sango tuvo tiempo para reflexionar. Su presencia en el arenal creía que había quedado bien clara al contarle no una, sino dos veces, que él estaba allí para buscar a un amigo; "ah, ahí está mi fallo", pensó. Y así era, porque no se trataba de un búsqueda normal, no. Él buscaba lo que podía haber sido de su amigo de no haberle seguido tiempo atrás. Cómo podría haber vivido entre los suyos si los Dioses no los hubieran unido; cómo habría crecido; cómo se habría ganado un puesto en la jerarquía de los kags; cómo habría cazado para alimentar a la manada... ¿Cómo iba Sango a explicar todo aquello?
- Verás...- Pero Huracán le interrumpió.
Y ahora sí, Sango rompió su impasividad. Abrió lentamente la boca, sorprendido. Pensaba que Huracán era pálida, pero aquello... La sorpresa dio paso a la curiosidad y esta al miedo. Un miedo terrible que estaba extendiéndose por todo su cuerpo. Ben cerró la boca y tragó saliva y arena. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía parecer una persona y sin embargo provenir del mismo Helheim? Ben se fijó en ella, sus ojos, el pelo ceniciento, la palidez antinatural de su rostro... ¿cómo no se había dado cuenta antes? Ben quiso hacer algo pero el miedo lo paralizó. ¿Quién era en realidad Huracán? ¿Tenía razón Milton cuando decía que debería tener cuidado con ella?
En esos pensamientos se quedó Sango, contemplando los ojos tan llenos de vida en un rostro plagado de muerte. Cuando volvió en sí, Huracán se había subido la capucha y decidió marchar hacia una taberna. Ben se quedó allí viendo cómo se alejaba.
Cuando se alejó lo suficiente Ben se giró, soltó el aire, emitió un pequeño gemido de angustia y se apoyó en el carro antes de caerse al suelo. Tardó un rato en volver a respirar con normalidad. Se llevó las manos a la cara y empezó un monólogo consigo mismo.
- Por todos los Dioses...- Se dejó caer cerca de la rueda del carro, de rodillas.- ¿Debería avisar a la guardia? Sí, claro, para que liquide a media ciudad con esos virotes...- Sango miró al cielo y sacudió la cabeza como dándose cuenta de su estupidez.- ¿Quién demonios soy yo para juzgar a nadie? Me salvó y es todo lo que importa. Si mi deber es ayudarla, por los Dioses que lo haré.- La imagen de Huracán le volvió a la mente y se estremeció.
- Disculpe, señor.- Ben se sobresaltó con la voz que sonó tras él.- Disculpe.- Ben se giró y vio dos hombres armados. Sango se levantó y se giró para hablar con ellos.
- Que los Dioses os guarden, ¿qué puedo hacer por vosotros?.- Preguntó Sango sacudiéndose la arena de la ropa.
- ¿Podemos ver lo que lleva en el carro?- Preguntó el mismo. Ambos hombres portaban unas picas y unos cuchillos de caza al cinto. Ben frunció le ceño.
- ¿Otra vez? Es la segunda vez que nos paran hoy...- Ben se cruzó de brazos.- Supongo que también me pediréis...- Los dos hombres dieron un paso al frente. Sango se mantuvo firme.-... un pago.- Dijo finalmente y les hizo un gesto para que miraran.
- ¿Con quién viajáis?- Preguntó el mismo. El otro estaba supervisando los bajos del carro. Sango no esperaba aquella pregunta, estaba siendo un día de muchas sorpresas.
- ¿Pues con quién voy a viajar? Yo no viajo con nadie.- Dijo cruzándose de brazos. Echó una mirada al otro que se había metido debajo del carro y estaba tocando las tablas.- Yo escolto. Son cosas bien distintas.- Dijo para que el otro guardia siguiera hablando.
- Bueno, y ¿a quién escolta?- Preguntó.
- No estoy autorizado a decirlo.- Respondió rápidamente.
- Aquí hay algo.- Dijo el otro.- Es un falso fondo.- Dijo como verificando sus sospechas. Se acomodó y empezó a mover tablas. El otro guardia se puso tenso y miró a Sango.
- ¿De dónde...- Fue interrumpido por el otro guardia.
- ¡Hay pieles de kag!- Dijo el otro con una mezcla de sorpresa y euforia. Al verificarlo empezó a arrastrarse hacia fuera. El otor guardia, el que estaba hablando con Sango se había colocado en posición para usar la pica en cualquier momento.
- Pensábamos que sólo salíais de noche y que hacíais negocios en los arrabales, ¿os habéis vuelto más codiciosos? Habés arruinado a un buen puñado de familias... Quedáis...-
- ¡¡Aquí hay un hombre!!- Ben cerró los ojos. El otro guardia se desconcentró y fue a echar un vistazo.
Ben aprovechó el momento de confusión y le puso la zancadilla al hombre que trastabilló y cayó al suelo. Sango giró y en dos zancadas se plantó delante del guardia que se había encargado de la inspección. Le pilló de sorpresa y armó el brazo para darle un puñetazo pero el guardia hizo gala de buenos reflejos y puso la pica justo para que la mano de Sango impactara en ella. Con el impacto hacia atrás Ben giró y se alejó ligeramente, lo justo para pegarle una patada al guardia que se estaba incorporando justo en ese instante.
Un golpe le sacudió el costado y le hizo saltar al lado contrario del que provenía el golpe. Antes de que pudiera retirar la pica la abrazó y la utilizó contra su adversario que la sostenía con las dos manos al igual que Sango. Ambos forcejearon para hacerse con el control de la pica y tras varios intentos, cuando le tocaba tirar al guardia Sango soltó la pica haciendo que cayera hacia atrás. Ben le dió un rodillazo en el costado al otro guardia que ya se había levantado y empezaba a huir.
Sango se lanzó en plancha y consiguió agarrarle una rodilla para que cayera al suelo. Casi sin tiempo para quejarse por los dolores del impacto contra el suelo, Ben reptó rápidamente hacia él y le estampó la cabeza tres veces contra el suelo. Los dos guardias estaban fuera de combate.
No había tiempo para pensar mucho más: tenía que salir de allí, pero antes tenía que esconder a los guardias y atarlos. Sango cargó al último y lo lanzó al carro y repitió el proceso con el otro. Se subió y encontró algo de cuerda, pero no la suficiente. Rasgó una de las sábanas en tiras y se la colocó a ambos a modos de bozal para que no pudieran gritar. Usó la cuerda para atarles las manos y utilizó más sábana para las piernas. Cuando hubo terminado recogió los cuchillos de caza y los metió en el fondo falso. Las picas las dejó en la parte de atrás del carro. Por último arrastró los pies por la arena para eliminar todo rastro de pelea.
Tenía que salir de allí pero no podía dejar a Milton allí. Respiró profundamente y cargó a Milton al hombro. Observó la escena una vez más y se dirigió a una calle estrecha.
Sango y Milton desaparecieron en la maraña de calles de Dalmasca.
Él había formulado una inocente pregunta y ella estalló contra él. No lo esperaba. Sango no contestó, no le salieron las palabras se limitó a mirar hacia Huracán que se había girado hacia él. Ben tenía el sol de frente y no podía verle bien el rostro y se alegró por ello, así solo se concentró en escuchar y mantenerse allí clavado como un buen soldado y aguantar lo que fuera, por ella, por la mujer que lo había salvado de morir apalizado por unos aldeanos en mitad del desierto. Y entonces volvió a repetir aquella frase, una vez más: "trabajo sola".
Cuando Huracán hizo una pausa, Sango tuvo tiempo para reflexionar. Su presencia en el arenal creía que había quedado bien clara al contarle no una, sino dos veces, que él estaba allí para buscar a un amigo; "ah, ahí está mi fallo", pensó. Y así era, porque no se trataba de un búsqueda normal, no. Él buscaba lo que podía haber sido de su amigo de no haberle seguido tiempo atrás. Cómo podría haber vivido entre los suyos si los Dioses no los hubieran unido; cómo habría crecido; cómo se habría ganado un puesto en la jerarquía de los kags; cómo habría cazado para alimentar a la manada... ¿Cómo iba Sango a explicar todo aquello?
- Verás...- Pero Huracán le interrumpió.
Y ahora sí, Sango rompió su impasividad. Abrió lentamente la boca, sorprendido. Pensaba que Huracán era pálida, pero aquello... La sorpresa dio paso a la curiosidad y esta al miedo. Un miedo terrible que estaba extendiéndose por todo su cuerpo. Ben cerró la boca y tragó saliva y arena. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía parecer una persona y sin embargo provenir del mismo Helheim? Ben se fijó en ella, sus ojos, el pelo ceniciento, la palidez antinatural de su rostro... ¿cómo no se había dado cuenta antes? Ben quiso hacer algo pero el miedo lo paralizó. ¿Quién era en realidad Huracán? ¿Tenía razón Milton cuando decía que debería tener cuidado con ella?
En esos pensamientos se quedó Sango, contemplando los ojos tan llenos de vida en un rostro plagado de muerte. Cuando volvió en sí, Huracán se había subido la capucha y decidió marchar hacia una taberna. Ben se quedó allí viendo cómo se alejaba.
Cuando se alejó lo suficiente Ben se giró, soltó el aire, emitió un pequeño gemido de angustia y se apoyó en el carro antes de caerse al suelo. Tardó un rato en volver a respirar con normalidad. Se llevó las manos a la cara y empezó un monólogo consigo mismo.
- Por todos los Dioses...- Se dejó caer cerca de la rueda del carro, de rodillas.- ¿Debería avisar a la guardia? Sí, claro, para que liquide a media ciudad con esos virotes...- Sango miró al cielo y sacudió la cabeza como dándose cuenta de su estupidez.- ¿Quién demonios soy yo para juzgar a nadie? Me salvó y es todo lo que importa. Si mi deber es ayudarla, por los Dioses que lo haré.- La imagen de Huracán le volvió a la mente y se estremeció.
- Disculpe, señor.- Ben se sobresaltó con la voz que sonó tras él.- Disculpe.- Ben se giró y vio dos hombres armados. Sango se levantó y se giró para hablar con ellos.
- Que los Dioses os guarden, ¿qué puedo hacer por vosotros?.- Preguntó Sango sacudiéndose la arena de la ropa.
- ¿Podemos ver lo que lleva en el carro?- Preguntó el mismo. Ambos hombres portaban unas picas y unos cuchillos de caza al cinto. Ben frunció le ceño.
- ¿Otra vez? Es la segunda vez que nos paran hoy...- Ben se cruzó de brazos.- Supongo que también me pediréis...- Los dos hombres dieron un paso al frente. Sango se mantuvo firme.-... un pago.- Dijo finalmente y les hizo un gesto para que miraran.
- ¿Con quién viajáis?- Preguntó el mismo. El otro estaba supervisando los bajos del carro. Sango no esperaba aquella pregunta, estaba siendo un día de muchas sorpresas.
- ¿Pues con quién voy a viajar? Yo no viajo con nadie.- Dijo cruzándose de brazos. Echó una mirada al otro que se había metido debajo del carro y estaba tocando las tablas.- Yo escolto. Son cosas bien distintas.- Dijo para que el otro guardia siguiera hablando.
- Bueno, y ¿a quién escolta?- Preguntó.
- No estoy autorizado a decirlo.- Respondió rápidamente.
- Aquí hay algo.- Dijo el otro.- Es un falso fondo.- Dijo como verificando sus sospechas. Se acomodó y empezó a mover tablas. El otro guardia se puso tenso y miró a Sango.
- ¿De dónde...- Fue interrumpido por el otro guardia.
- ¡Hay pieles de kag!- Dijo el otro con una mezcla de sorpresa y euforia. Al verificarlo empezó a arrastrarse hacia fuera. El otor guardia, el que estaba hablando con Sango se había colocado en posición para usar la pica en cualquier momento.
- Pensábamos que sólo salíais de noche y que hacíais negocios en los arrabales, ¿os habéis vuelto más codiciosos? Habés arruinado a un buen puñado de familias... Quedáis...-
- ¡¡Aquí hay un hombre!!- Ben cerró los ojos. El otro guardia se desconcentró y fue a echar un vistazo.
Ben aprovechó el momento de confusión y le puso la zancadilla al hombre que trastabilló y cayó al suelo. Sango giró y en dos zancadas se plantó delante del guardia que se había encargado de la inspección. Le pilló de sorpresa y armó el brazo para darle un puñetazo pero el guardia hizo gala de buenos reflejos y puso la pica justo para que la mano de Sango impactara en ella. Con el impacto hacia atrás Ben giró y se alejó ligeramente, lo justo para pegarle una patada al guardia que se estaba incorporando justo en ese instante.
Un golpe le sacudió el costado y le hizo saltar al lado contrario del que provenía el golpe. Antes de que pudiera retirar la pica la abrazó y la utilizó contra su adversario que la sostenía con las dos manos al igual que Sango. Ambos forcejearon para hacerse con el control de la pica y tras varios intentos, cuando le tocaba tirar al guardia Sango soltó la pica haciendo que cayera hacia atrás. Ben le dió un rodillazo en el costado al otro guardia que ya se había levantado y empezaba a huir.
Sango se lanzó en plancha y consiguió agarrarle una rodilla para que cayera al suelo. Casi sin tiempo para quejarse por los dolores del impacto contra el suelo, Ben reptó rápidamente hacia él y le estampó la cabeza tres veces contra el suelo. Los dos guardias estaban fuera de combate.
No había tiempo para pensar mucho más: tenía que salir de allí, pero antes tenía que esconder a los guardias y atarlos. Sango cargó al último y lo lanzó al carro y repitió el proceso con el otro. Se subió y encontró algo de cuerda, pero no la suficiente. Rasgó una de las sábanas en tiras y se la colocó a ambos a modos de bozal para que no pudieran gritar. Usó la cuerda para atarles las manos y utilizó más sábana para las piernas. Cuando hubo terminado recogió los cuchillos de caza y los metió en el fondo falso. Las picas las dejó en la parte de atrás del carro. Por último arrastró los pies por la arena para eliminar todo rastro de pelea.
Tenía que salir de allí pero no podía dejar a Milton allí. Respiró profundamente y cargó a Milton al hombro. Observó la escena una vez más y se dirigió a una calle estrecha.
Sango y Milton desaparecieron en la maraña de calles de Dalmasca.
Sango
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
El tabernero me había servido el guiso y el ron. Mantuve siempre la capucha puesta y la mirada gacha, evitando el contacto visual con nadie. Con la cuchara en la mano, me puse a pensar con un claro deje apenado. ¿Tan repugnante resultaba a la gente? En lo que lo llevaba conocido, Sango me había parecido un tipo bueno y servicial. Y por ello tuve confianza para enseñarle mi rostro. Fue un craso error. - Menuda cara puso al verme. – Pensé en voz alta, pensando en el humano. Momento en el que me olvidé y comencé a comer. – Otro estúpido. – trataba de autoconvencerme.
Lo más probable es que nunca pudiera enseñar a nadie mi cara sin que me viera como un monstruo.
Continué con la comida cuando me dio por tender la vista a través del cristal de la taberna. Se escuchaba cierto revuelo fuera. Había dos guardias alrededor de nuestro carromato. Los observé. Pedían explicaciones a Sango. Momento en el que comprobaron lo que llevábamos en el carro y descubrieron que llevábamos a alguien en la parte trasera.
Al menos Sango tuvo la decencia, o más bien la sensatez, de no delatarme, y comenzó a pelearse con ellos. La gente se arremolinaba a su alrededor. Yo, por supuesto, no hice amago de intervenir. Simplemente me crucé de piernas en mi silla y me torcí para ver la lucha a través de la ventana. De la que finalmente mi excompañero salió victorioso, atando y amordazando a los guardias. – ¡Guau! Ese musculitos tiene potencial. – admití mordiéndome la uña. Y es que lo que ese chico tenía de fuerte, lo tenía de estúpido. Definitivamente, atar y amordazar a dos guardias en una calle a pelan luz del día no era buena idea. Y pronto aparecieron dos más que salieron tras él, mientras huía a rastro con Milton. –¡Eh! ¿A dónde va? ¡Secuestrador!
Ahora sí que iba a necesitar ayuda. Ni comer tranquila puede una. – Dije limpiándome la boca con la servilleta, descruzando las piernas y saliendo por la puerta de un fuerte empujón.
-¡A por el secuestrador! – gritaba uno de los guardias. Se había formado un gran revuelo en el pueblo con la dichosa escenita. ¿Pero es que Sango no podía estar sin liarla durante unos instantes?
Creé una corriente de aire a mis pies y di un salto para llegar a los tejados. Desde allí podía atajar y prevenir sus carreras. Corrí para perseguirles por las voces que iban dando, especialmente los guardias. Saltando de tejado en tejado, sin perder una vista por debajo… Hasta que me vi sorprendida por una ropa.
-¡Mierda! – maldije, despatarrada en el suelo, tratando de salir del ovillo de ropa.
- ¡Mi colada! ¡Estaba limpia de hoy! ¡Está usted muerta! – había una nórgeda al lado protestando con una escoba y golpeándome. La miré sentenciante, pero sin la capucha, se me había escurrido por el viento. - ¡Dios mío! ¡No, que ya lo está! – Suspiré, me levanté y seguí corriendo.
Sango y el resto no habían avanzado demasiado, pero habían llegado a un callejón sin salida.
-Callejón sin salida. Ya te tenemos. – le dijeron. – Te lo vas a pasar muy bien en la cárcel, secuestrador. – Respondió el otro.
Descolgué la ballesta a dos manos. No le había dado uso desde que salimos del Oblivion. Quizás era un buen momento para comprobar qué le había pasado y por qué desprendía ese aura negra. Cargué un virote del carcaj que llegaba colgando del cinturón y apunté a los pies. No quería montar una escabechina, así que mejor realizar un tiro de advertencia a los pies.
El virote salió con una estela de humo y se estrelló a los pies de los guardias. Si Sango tendía la vista podría verme sobre el tejado. El virote, al chocar, había formado una estela de humo a su paso con dos extremos cada uno. Dos extremos se me enrollaron a la muñeca. Los otros dos, alrededor del cuerpo de cada uno de los guardias. De tal modo que los tenía atados como perritos.
Apreté las manos y como dos buenos cachorritos, parecían sentar el abrazo de mis sombras. Lo hice fuerte, uní las dos manos con fuerza y las estelas se juntaron, haciendo que chocaran cabezas y quedaran inconscientes. Con aquellos eran cuatro los guardias que habíamos dejado fuera de combate.
¡Qué espectacular! Así que ahora era capaz de generar estelas de humo controlables con mi ballesta. Interesante cuanto menos. Aquello vendría bien para mis planes nocturnos.
Era hora de hablar con Sango. Dejé que me viera en una cornisa en lo alto del tejado. Di un paso al frente y me dejé caer al suelo. Mi vieja capa-capucha roída se alzó por el movimiento del viento que generé a mis pies para amortiguar la caída y caer de pie. Después, caminando con cierta sensualidad, pasé delante de Sango, me detuve a escaso medio metro y le miré fíjamente a los ojos malhumorada, con el ceño fruncido. Quería que volviera a ver mi rostro, mis mechones níveos, esta vez bajo la capucha. Quería comprobar si ponía esa cara de horror de nuevo. – Ya van dos veces - le hice una V con los dedos. – que "este monstruo" evita que termines hecho pienso de kag. – Reí y pasé largo, dirigiéndome a los guardias. - Menos mal que ibas a ser tú el que me iba a proteger a mí, Ben. – Parafraseé ya de espaldas a él, en claro tono irónico y en referencia a lo que me había dicho en el desierto, cuando quiso unirse a mi visita al cañón.
Me puse en cuclillas delante de los guardias y extendí los dedos, tomando el pulso de éstos. Nunca había probado la letalidad de mi “nueva” ballesta, pero no los había matado, tan sólo estaban inconscientes. Mejor. No quería muertos innecesarios.
Tras acabar el examen médico, me levanté de nuevo y miré al humano. Me crucé de brazos y me contorneé hacia atrás, en una pose elegante. – Dado que no soy una chica rencorosa..., - Mentí como una bellaca. Pero seamos sinceros, su ayuda me podría venir bien en la noche. - ... voy a evitar sentirme ofendida por la cara que me dedicaste antes, y a colaborar contigo. A fin de cuentas, ahora tú también eres un proscrito. – Reí con cierta maldad. Desde que lucía nuevo tipo, siempre me perseguían en las ciudades. - Considéralo un gesto de plena gratitud por haber evitado que se llevaran mi mercancía. – El vampiro volvió a suspirar por mi comentario. Me aseguré de tapar bien con la manta a Milton, para evitar que le diera el sol. – Hasta la noche no puedo entregarlo. Habrá que buscar algún sitio a la sombra y bien fresquito, para esconderse. - Concluí. Si bien aún no le había contado mi plan para con Milton al humano. Si seguíamos juntos en ello, tendría que acabar revelándoselo.
*Off: Uso mi arma legendaria y mi pasiva medio natural (nivel 1)
Lo más probable es que nunca pudiera enseñar a nadie mi cara sin que me viera como un monstruo.
Continué con la comida cuando me dio por tender la vista a través del cristal de la taberna. Se escuchaba cierto revuelo fuera. Había dos guardias alrededor de nuestro carromato. Los observé. Pedían explicaciones a Sango. Momento en el que comprobaron lo que llevábamos en el carro y descubrieron que llevábamos a alguien en la parte trasera.
Al menos Sango tuvo la decencia, o más bien la sensatez, de no delatarme, y comenzó a pelearse con ellos. La gente se arremolinaba a su alrededor. Yo, por supuesto, no hice amago de intervenir. Simplemente me crucé de piernas en mi silla y me torcí para ver la lucha a través de la ventana. De la que finalmente mi excompañero salió victorioso, atando y amordazando a los guardias. – ¡Guau! Ese musculitos tiene potencial. – admití mordiéndome la uña. Y es que lo que ese chico tenía de fuerte, lo tenía de estúpido. Definitivamente, atar y amordazar a dos guardias en una calle a pelan luz del día no era buena idea. Y pronto aparecieron dos más que salieron tras él, mientras huía a rastro con Milton. –¡Eh! ¿A dónde va? ¡Secuestrador!
Ahora sí que iba a necesitar ayuda. Ni comer tranquila puede una. – Dije limpiándome la boca con la servilleta, descruzando las piernas y saliendo por la puerta de un fuerte empujón.
-¡A por el secuestrador! – gritaba uno de los guardias. Se había formado un gran revuelo en el pueblo con la dichosa escenita. ¿Pero es que Sango no podía estar sin liarla durante unos instantes?
Creé una corriente de aire a mis pies y di un salto para llegar a los tejados. Desde allí podía atajar y prevenir sus carreras. Corrí para perseguirles por las voces que iban dando, especialmente los guardias. Saltando de tejado en tejado, sin perder una vista por debajo… Hasta que me vi sorprendida por una ropa.
-¡Mierda! – maldije, despatarrada en el suelo, tratando de salir del ovillo de ropa.
- ¡Mi colada! ¡Estaba limpia de hoy! ¡Está usted muerta! – había una nórgeda al lado protestando con una escoba y golpeándome. La miré sentenciante, pero sin la capucha, se me había escurrido por el viento. - ¡Dios mío! ¡No, que ya lo está! – Suspiré, me levanté y seguí corriendo.
Sango y el resto no habían avanzado demasiado, pero habían llegado a un callejón sin salida.
-Callejón sin salida. Ya te tenemos. – le dijeron. – Te lo vas a pasar muy bien en la cárcel, secuestrador. – Respondió el otro.
Descolgué la ballesta a dos manos. No le había dado uso desde que salimos del Oblivion. Quizás era un buen momento para comprobar qué le había pasado y por qué desprendía ese aura negra. Cargué un virote del carcaj que llegaba colgando del cinturón y apunté a los pies. No quería montar una escabechina, así que mejor realizar un tiro de advertencia a los pies.
El virote salió con una estela de humo y se estrelló a los pies de los guardias. Si Sango tendía la vista podría verme sobre el tejado. El virote, al chocar, había formado una estela de humo a su paso con dos extremos cada uno. Dos extremos se me enrollaron a la muñeca. Los otros dos, alrededor del cuerpo de cada uno de los guardias. De tal modo que los tenía atados como perritos.
Apreté las manos y como dos buenos cachorritos, parecían sentar el abrazo de mis sombras. Lo hice fuerte, uní las dos manos con fuerza y las estelas se juntaron, haciendo que chocaran cabezas y quedaran inconscientes. Con aquellos eran cuatro los guardias que habíamos dejado fuera de combate.
¡Qué espectacular! Así que ahora era capaz de generar estelas de humo controlables con mi ballesta. Interesante cuanto menos. Aquello vendría bien para mis planes nocturnos.
Era hora de hablar con Sango. Dejé que me viera en una cornisa en lo alto del tejado. Di un paso al frente y me dejé caer al suelo. Mi vieja capa-capucha roída se alzó por el movimiento del viento que generé a mis pies para amortiguar la caída y caer de pie. Después, caminando con cierta sensualidad, pasé delante de Sango, me detuve a escaso medio metro y le miré fíjamente a los ojos malhumorada, con el ceño fruncido. Quería que volviera a ver mi rostro, mis mechones níveos, esta vez bajo la capucha. Quería comprobar si ponía esa cara de horror de nuevo. – Ya van dos veces - le hice una V con los dedos. – que "este monstruo" evita que termines hecho pienso de kag. – Reí y pasé largo, dirigiéndome a los guardias. - Menos mal que ibas a ser tú el que me iba a proteger a mí, Ben. – Parafraseé ya de espaldas a él, en claro tono irónico y en referencia a lo que me había dicho en el desierto, cuando quiso unirse a mi visita al cañón.
Me puse en cuclillas delante de los guardias y extendí los dedos, tomando el pulso de éstos. Nunca había probado la letalidad de mi “nueva” ballesta, pero no los había matado, tan sólo estaban inconscientes. Mejor. No quería muertos innecesarios.
Tras acabar el examen médico, me levanté de nuevo y miré al humano. Me crucé de brazos y me contorneé hacia atrás, en una pose elegante. – Dado que no soy una chica rencorosa..., - Mentí como una bellaca. Pero seamos sinceros, su ayuda me podría venir bien en la noche. - ... voy a evitar sentirme ofendida por la cara que me dedicaste antes, y a colaborar contigo. A fin de cuentas, ahora tú también eres un proscrito. – Reí con cierta maldad. Desde que lucía nuevo tipo, siempre me perseguían en las ciudades. - Considéralo un gesto de plena gratitud por haber evitado que se llevaran mi mercancía. – El vampiro volvió a suspirar por mi comentario. Me aseguré de tapar bien con la manta a Milton, para evitar que le diera el sol. – Hasta la noche no puedo entregarlo. Habrá que buscar algún sitio a la sombra y bien fresquito, para esconderse. - Concluí. Si bien aún no le había contado mi plan para con Milton al humano. Si seguíamos juntos en ello, tendría que acabar revelándoselo.
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Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Los gritos a su espalda ordenándole que se detuviera tuvo el efecto contrario pues Sango corrió con más ganas aún. Tarea difícil teniendo en cuenta que llevaba un bulto muy pesado cargado al hombro. Sango creía haber estado solo todo el tiempo, ¿tanto miedo había tenido como para aislarse del resto del mundo? Sango giró bruscamente a la izquierda perdiendo el equilibrio y resbalando justo después de derrapar. Pudo recuperarse rápido pero ahora cargaba de una manera más precaria al desgraciado de Milton.
- ¡Idos a tomar por culo areneros de los cojones!- Gritó a sus perseguidores. Sango era todo un poeta.
Pronto la persecución cesó. No sabía por qué pero al no escuchar gritos ni pasos tras él se detuvo a recuperar el aliento. Soltó a Milton en el suelo y apoyando sus manos en las rodillas trató de recuperar el aliento. Ben se giró al escuchar un ruido pero no vio nada. Se limpió el sudor de la cara con la manga y esta vez miró hacia arriba, donde estaba Huracán que justo en ese instante se dejó caer a unos pasos de él. Se acercó tranquilamente, marcando cada paso, mimándolo, como si cada una de sus huellas estuviera hecha para ser expuestas en la mismísima corte de Lunargenta. Huracán se detuvo frente a él y le miró. Sango la miró unos instantes. Al oír el comentario de huracán esbozó una leve sonrisa.
- Claro, yo llamo la atención, atraigo las miradas...- respiró varias veces tratando de construir algo ingenioso y que le pudiera hacer frente a los virotes que salían de la boca de Huracán cada vez que le hablaba- y tú, tienes tiempo para disparar.- Descartó la idea, no quería estropearlo más.
Huracán se acercó a los guardias y Sango aprovechó para apoyarse contra el muro de un edificio. Estaba recuperando el aliento y poniendo en orden sus pensamientos. Estudió a Huracán durante el breve instante que se acercaba a los guardias caídos. Estaba claro que no era ningún demonio del Helheim o cualquier otra criatura parecida. Era una humana, como él, salvo por la evidente falta de vida que mostraba su piel, entonces, ¿qué era? Evidentemente, visto con un perspectiva y tras haber podido organizar su mente a Sango se le ocurrió que aquello era obra de vil y ponzoñosa hechicería. ¡Claro! ¿Qué otra cosa iba a ser? Todo en su cabeza cobraba un nuevo significado. ¿Sería Milton parte del trato que tenía que hacer para algún curandero? ¿Quizá una ofrenda a los Dioses?
Sacudió la cabeza, Huracán le hablaba y Sango, esta vez, la miró con confianza, como si hubiera desentrañado su secreto. Como si supiera por qué hacía comentarios tan mordaces, por qué se había envuelto en ese caparazón de indiferencia por el resto del mundo. Ahora lo entendía todo.
- Sí, claro...- No le hizo gracia que le llamara proscrito y Sango se vengó.- Debería esconder mi pelo pelirrojo con algún sombrero o algo.- Hizo una breve pausa para tragar la poca saliva que le quedaba.- Me han confundido con un maldito chupacuellos del desierto.- Hizo una mueca de desagrado y se volvió a incorporar. Huracán propuso buscar un lugar seguro, a la sombra y fresco.
- Estoy de acuerdo.- Dijo Sango mirando hacia el final de la calle. - Hemos estado mucho tiempo aquí parados.- Sango volvió a cargar a Milton y echó a andar en dirección contraria de la que había huído.
Se metieron por calles cada vez más estrechas, apenas cabían los tres en paralelo y Sango vio que una de las construcciones no tenía puerta y se metió allí. Por suerte para ellos parecía haber obras en esas casa pues había un muro interior a medio construir y había un montón de cubos apilados en un rincón. Parecía una vivienda simple de dos habitaciones: la mayor, que era en la que se encontraban, tenía un horno construido con adobe y que aún parecía fresco. A parte de eso, no había más cosas destacables. La otra sala, o lo que sería la otra sala no tenía ningún sentido para Sango.
- ¿Dos habitaciones para una casa? Sin duda esta gente es de dinero.- Sango se detuvo e hizo otra observación.- Puede que no sea una casa... Puede que sea otra cosa.- Sin duda aquello tendría más sentido.
Ben soltó a Milton en la sala contigua a la entrada y antes de sentarse desenvainó la espada y la posó contra la pared. La espada tenía un encantamiento de hielo y desprendía un vaho frío constante que animó notablemente a Sango. Puso las manos cerca de la espada y estas fueron enfriándose rápidamente. Ben se acomodó contra la pared y estiró una pierna mientras la otra la tenía recogida con la rodilla en alto para apoyar su mano izuqierda.
- Así que tenemos que esperar hasta la noche, ¿eh? Bien...- Sango miró a Huracán y decidió lanzarse.- Está claro que... dime, ¿quién es el hechicero que te hizo eso?- Preguntó Sango antes de cerrar los ojos para descansar la vista. La vista y el cuerpo.
Sango cayó rendido al instante.
- ¡Idos a tomar por culo areneros de los cojones!- Gritó a sus perseguidores. Sango era todo un poeta.
Pronto la persecución cesó. No sabía por qué pero al no escuchar gritos ni pasos tras él se detuvo a recuperar el aliento. Soltó a Milton en el suelo y apoyando sus manos en las rodillas trató de recuperar el aliento. Ben se giró al escuchar un ruido pero no vio nada. Se limpió el sudor de la cara con la manga y esta vez miró hacia arriba, donde estaba Huracán que justo en ese instante se dejó caer a unos pasos de él. Se acercó tranquilamente, marcando cada paso, mimándolo, como si cada una de sus huellas estuviera hecha para ser expuestas en la mismísima corte de Lunargenta. Huracán se detuvo frente a él y le miró. Sango la miró unos instantes. Al oír el comentario de huracán esbozó una leve sonrisa.
- Claro, yo llamo la atención, atraigo las miradas...- respiró varias veces tratando de construir algo ingenioso y que le pudiera hacer frente a los virotes que salían de la boca de Huracán cada vez que le hablaba- y tú, tienes tiempo para disparar.- Descartó la idea, no quería estropearlo más.
Huracán se acercó a los guardias y Sango aprovechó para apoyarse contra el muro de un edificio. Estaba recuperando el aliento y poniendo en orden sus pensamientos. Estudió a Huracán durante el breve instante que se acercaba a los guardias caídos. Estaba claro que no era ningún demonio del Helheim o cualquier otra criatura parecida. Era una humana, como él, salvo por la evidente falta de vida que mostraba su piel, entonces, ¿qué era? Evidentemente, visto con un perspectiva y tras haber podido organizar su mente a Sango se le ocurrió que aquello era obra de vil y ponzoñosa hechicería. ¡Claro! ¿Qué otra cosa iba a ser? Todo en su cabeza cobraba un nuevo significado. ¿Sería Milton parte del trato que tenía que hacer para algún curandero? ¿Quizá una ofrenda a los Dioses?
Sacudió la cabeza, Huracán le hablaba y Sango, esta vez, la miró con confianza, como si hubiera desentrañado su secreto. Como si supiera por qué hacía comentarios tan mordaces, por qué se había envuelto en ese caparazón de indiferencia por el resto del mundo. Ahora lo entendía todo.
- Sí, claro...- No le hizo gracia que le llamara proscrito y Sango se vengó.- Debería esconder mi pelo pelirrojo con algún sombrero o algo.- Hizo una breve pausa para tragar la poca saliva que le quedaba.- Me han confundido con un maldito chupacuellos del desierto.- Hizo una mueca de desagrado y se volvió a incorporar. Huracán propuso buscar un lugar seguro, a la sombra y fresco.
- Estoy de acuerdo.- Dijo Sango mirando hacia el final de la calle. - Hemos estado mucho tiempo aquí parados.- Sango volvió a cargar a Milton y echó a andar en dirección contraria de la que había huído.
Se metieron por calles cada vez más estrechas, apenas cabían los tres en paralelo y Sango vio que una de las construcciones no tenía puerta y se metió allí. Por suerte para ellos parecía haber obras en esas casa pues había un muro interior a medio construir y había un montón de cubos apilados en un rincón. Parecía una vivienda simple de dos habitaciones: la mayor, que era en la que se encontraban, tenía un horno construido con adobe y que aún parecía fresco. A parte de eso, no había más cosas destacables. La otra sala, o lo que sería la otra sala no tenía ningún sentido para Sango.
- ¿Dos habitaciones para una casa? Sin duda esta gente es de dinero.- Sango se detuvo e hizo otra observación.- Puede que no sea una casa... Puede que sea otra cosa.- Sin duda aquello tendría más sentido.
Ben soltó a Milton en la sala contigua a la entrada y antes de sentarse desenvainó la espada y la posó contra la pared. La espada tenía un encantamiento de hielo y desprendía un vaho frío constante que animó notablemente a Sango. Puso las manos cerca de la espada y estas fueron enfriándose rápidamente. Ben se acomodó contra la pared y estiró una pierna mientras la otra la tenía recogida con la rodilla en alto para apoyar su mano izuqierda.
- Así que tenemos que esperar hasta la noche, ¿eh? Bien...- Sango miró a Huracán y decidió lanzarse.- Está claro que... dime, ¿quién es el hechicero que te hizo eso?- Preguntó Sango antes de cerrar los ojos para descansar la vista. La vista y el cuerpo.
Sango cayó rendido al instante.
Sango
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Sango aceptó y asentí con la cabeza. Finalmente, el humano terminó encontrando una casa que parecía estar en obras y me propuso acceder a ella. Yo di el visto bueno al escondrijo con la cabeza sin pronunciarme.
El calor volvía a atosigar. Así que una vez dentro, me quité la capucha y la chaqueta. Até al vampiro a una puerta cerca de donde lo había dejado Sango y le quité todos los ropajes que lo tapaban. Luego me senté en el suelo, justo frente al humano y al lado de su espada de hielo. Dejé los pies deslizarse hasta chocar rodilla con rodilla, apoyándome con los brazos sobre éstas. Sudaba muchísimo. Y lo peor es que quedaban aún unas seis horas para que anocheciera. Teníamos tiempo de sobra para contarnos toda nuestra vida en verso, pero yo no tenía intención alguna de hablar, como siempre.
Sin embargo, Sango no tardó en preguntar algo indiscreto acerca de mi apariencia. Puse cara un poco de molestia por la falta de indiscreción. Pero lo cierto es que no tenía problema en hablar de ello. De hecho, a veces me venía incluso bien sacar el tema. Le miré a los ojos para responderle con sinceridad.
-Es una larga historia. – Y tendí la vista a la ventana, antes de hacer una larga pausa. – No sé qué te contaron de la batalla en Árbol Madre, pero te diré lo que de verdad ocurrió. – dije mirándolo a los ojos, con sinceridad. – Un grupo de personas tuvimos que cruzar un portal y aparecer en otro mundo paralelo. Uno en el que habitaban los jinetes oscuros, los seres que amenazaban con destruir el árbol. - Quizás lo viera una tontería. Pero era la realidad. Sango ni siquiera tendría noción de que la batalla fue así por nuestra maldición del olvido. - Teníamos que matarlos allí. Y lo hicimos, de hecho. – Resumí brevemente. – Íbamos a volver a casa, pero, ¿sabes lo que hicieron los elfos? – Miré a los ojos al humano. Mordiéndome los labios. Rabiaba cada vez que recordaba esa historia. – Cerraron el portal antes de que pudiéramos volver. Nos abandonaron como perros en un infierno y nos condenaron a pasar el resto de nuestros días allí. – Apreté el palo y lo corté con la mano. – Pero había una bruja. Nos permitió volver a cambio de pagar un precio… - hice aspavientos con los brazos, señalando mi defenestrado cuerpo, apesadumbrada. - … La muerte. No sólo física, sino también en forma del más absoluto olvido por parte de todos nuestros seres queridos y conocidos. Salvo por el uso de estos polvos, que he usado con Milton. - Y mostré el saquito con los polvos del recuerdo.
Cuando volví a mirar al joven, se había caído rendido. No sé siquiera si me había escuchado o no le había dado tiempo escuchar ni una palabra. No me extrañaba. Sango condujo día y noche. También peleó. Sin quejarse. Y a pesar de lo que le había dicho, aún seguía intentando ayudarme. Suspiré y le miré con cierto afecto fraternal. Podía meterme con él pero, en el fondo, empezaba a cogerle cierto aprecio al chico.
-Aburres a las piedras, Boisson. – inquirió Milton con cierta sorna. Estiré la cabeza hacia atrás, le miré sin expresión. Si supieras qué papel desempeñabas tú en todo esto, Milton…
Finalmente, yo también cerré los ojos.
Unas horas después…
No era de mucho dormir y ya estaba despierta. El sol comenzaba a ponerse en Dalmasca y era hora de hacer la esperadísima entrega. Aún no había explicado ni a Sango ni a Milton el plan de todo aquello. Ellos tenían en mente que me iba a reencontrar con Cassandra Harrowmont, la hermana de Milton. Pero la realidad era bien diferente.
Fui a donde se encontraba Sango y le di una pequeña patadita para despertarlo. -Arriba, dormilón. – Bromeé con algo más de confianza y aprecio por el chico. ¿Cómo podía dormir tanto en el suelo? Mientras ponía a punto todos mis artilugios de combate y pulseras para lo que estaba por venir. – Es hora de entregar a Milton en este punto. – Y le entregué un mapa con una ubicación.
-¡Deja de tratarme como si fuera un paquete! – protestó Milton aún atado al suelo. Y medio despertando. – A todas estas. Qué raro que mi hermana quiera quedar contigo de noche y no ahora…
Reí entonces. Era momento de que saliera el tema.
-Es que no voy a entregarte a tu hermana. – le dije con cierta maldad. - Vas a volver con mi madre, Belladonna. Ella te quiere. Y yo la necesito a ella para revertir la maldición. Tú tan solo solo eres mi medio para llegar hasta ella.
Milton puso cara de pánico. Mis comentarios, siempre fríos e inexpresivos, sumados a mi aspecto decadente y a la mera idea de pasar un tiempo con Bella, podían suponer una pesadilla para cualquiera.
-¿Be… Belladonna? ¡No! Ana… Anastasia, por favor. No… No puedes llevarme con ella. ¡No tienes ni idea de lo que me ha hecho a mí sólo por hundiros a ti y a Cass! ¿Por qué crees que me he escapado con esa colonia de vampiros del cañón? – Le miré sin remordimientos y me fui al otro lado de la estancia. Milton se había unido a Bella en los acontecimientos de la fuente de la Juventud por desvincularse de los encierros a los que su hermana Cass le había sometido. Pero con Bella tampoco le había ido mucho mejor.
Era previsible. Bella Boisson es una poderosísima hechicera experta en maldiciones y conjuros. Una psicópata que había utilizado todos sus conocimientos al servicio del mal. Ahora, trabajaba para un misterioso hombre (el hombre muerto, o el señor Randall Flagg, aunque no lo conocía). No es que quisiera tener trato con ella, pero si podía solucionar el problema de mi maldición y hacer que recobrara mi vida normal, entonces quizás pudiéramos sentarnos a dialogar. Aunque hacía por lo menos un año que no la veía, sabía que daría su vida por ayudarme.
Seguí preparándome en la misma estancia. Viendo que tenía poca manera de convencerme, Milton optó por agarrarse a la otra opción que tenía para salir libre: Sango.
-¡Ti… Tienes que ayudarme! Si me lleva con esa mujer, ¡será mi perdición! – suplicó el patético Milton. Parecía haberse tragado todo su ego por la patilla cuando supo con quién iba. - ¡Y también la tuya! ¡Las Boisson son dos locas enfermas!
Milton se aferraba al humano como su vía de escape. Ignoré todo comentario del vampiro y seguí preparando mis virotes. Di un par de vueltas a la ballesta en mi mano, ya cargada, y la metí en su funda. Estaba a punto. El vampiro insistía y yo me dispuse a salir por la puerta de la habitación, rumbo a las escaleras. Me agarré al marco de la puerta y torcí mi rostro por completo para mirar al humano. Mi melena dio la vuelta, tapándome el ojo derecho.
-Tápalo y llevémoslo al punto. Te espero abajo. - Dije en principio seria. Pero luego le sonreí de oreja a oreja de una manera muy falsa, mostrándole mi rostro muerto. Ese que tanto pavor le había dado antes. - No estropees lo nuestro... – Y le guiñé el ojo pícaramente. Antes de despedirme dejando deslizarme en un sensual contorneo de cintura, fuera de la habitación.
Me refería, por supuesto, a nuestra colaboración. O al hecho de que le pegaría un virotazo a aquel humano si se le ocurría traicionarme. Aunque la interpretación la había dejado abierta. Esta vez quizás de manera más directa a como venía haciendo desde que nos encontramos en el desierto. En mi apariencia actual, me resultaba increíblemente divertido e irónico dedicar sonrisas y buenas palabras a las personas. De manera que transmitía con palabras un sentimiento reconfortante, pero con el cuerpo sólo miedo por parecer la reencarnación de la muerte. ¿Engañaban las apariencias?
En mi caso no. Milton, que me conocía bien, lo vio todo desde su atadura y no dudó en escandalizarse por ello.- La Boisson gasta buen culo, ¿eh? Ánimo campeón, que después de esa miradita ya la tienes... - animó a Sango con una muy clara ironía. - ¡Joder! ¡Pero despierta, atontao'! ¿No la ves? ¡Te advertí de que era una viuda negra y está jugando contigo cual marioneta! ¡Haces todo lo que te pide! - Bramó. - ¡Tu sigue dorándole la píldora a la Boisson! ¡No tienes dinero, no tienes fama. No eres nadie para ella! - Milton seguía escupiendo saliva a cada palabra que decía. Desesperado y moviéndose como animal perdido. -¡Y si lo haces pensando que es una "gran persona" y una "buena amiga", entonces eres aún más tonto! ¡No tienes ni idea de quién es su madre Bella y sus "aliados"! ¡Nos va a llevar a los dos al infierno! No seas estúpido y sácame de aquí. ¡Soy tu mejor socio! - Insisitó.
Escuchaba todo lo que decían mientras esperaba apoyada en la pared, ya en la calle. Reí. Milton no mentía del todo en lo de la manipulación. En cualquier caso, había depositado toda mi confianza al humano dejándolo solo con Milton. Era una prueba de fuego para él. Quería ver que Sango era de fiar y que lo tenía de mi lado ante lo que se avecinaba. No quería sorpresas cuando nos viéramos con Bella. El humano era servicial y me caía bien, pero no tenía problema en meterle un virote entre ceja y ceja si no cooperaba.
Quizás sí que tuviera algo de viuda negra.
*Off: El sitio con el papelito que te doy es libre, puede ser donde tu quieras si aceptas ir.
El calor volvía a atosigar. Así que una vez dentro, me quité la capucha y la chaqueta. Até al vampiro a una puerta cerca de donde lo había dejado Sango y le quité todos los ropajes que lo tapaban. Luego me senté en el suelo, justo frente al humano y al lado de su espada de hielo. Dejé los pies deslizarse hasta chocar rodilla con rodilla, apoyándome con los brazos sobre éstas. Sudaba muchísimo. Y lo peor es que quedaban aún unas seis horas para que anocheciera. Teníamos tiempo de sobra para contarnos toda nuestra vida en verso, pero yo no tenía intención alguna de hablar, como siempre.
Sin embargo, Sango no tardó en preguntar algo indiscreto acerca de mi apariencia. Puse cara un poco de molestia por la falta de indiscreción. Pero lo cierto es que no tenía problema en hablar de ello. De hecho, a veces me venía incluso bien sacar el tema. Le miré a los ojos para responderle con sinceridad.
-Es una larga historia. – Y tendí la vista a la ventana, antes de hacer una larga pausa. – No sé qué te contaron de la batalla en Árbol Madre, pero te diré lo que de verdad ocurrió. – dije mirándolo a los ojos, con sinceridad. – Un grupo de personas tuvimos que cruzar un portal y aparecer en otro mundo paralelo. Uno en el que habitaban los jinetes oscuros, los seres que amenazaban con destruir el árbol. - Quizás lo viera una tontería. Pero era la realidad. Sango ni siquiera tendría noción de que la batalla fue así por nuestra maldición del olvido. - Teníamos que matarlos allí. Y lo hicimos, de hecho. – Resumí brevemente. – Íbamos a volver a casa, pero, ¿sabes lo que hicieron los elfos? – Miré a los ojos al humano. Mordiéndome los labios. Rabiaba cada vez que recordaba esa historia. – Cerraron el portal antes de que pudiéramos volver. Nos abandonaron como perros en un infierno y nos condenaron a pasar el resto de nuestros días allí. – Apreté el palo y lo corté con la mano. – Pero había una bruja. Nos permitió volver a cambio de pagar un precio… - hice aspavientos con los brazos, señalando mi defenestrado cuerpo, apesadumbrada. - … La muerte. No sólo física, sino también en forma del más absoluto olvido por parte de todos nuestros seres queridos y conocidos. Salvo por el uso de estos polvos, que he usado con Milton. - Y mostré el saquito con los polvos del recuerdo.
Cuando volví a mirar al joven, se había caído rendido. No sé siquiera si me había escuchado o no le había dado tiempo escuchar ni una palabra. No me extrañaba. Sango condujo día y noche. También peleó. Sin quejarse. Y a pesar de lo que le había dicho, aún seguía intentando ayudarme. Suspiré y le miré con cierto afecto fraternal. Podía meterme con él pero, en el fondo, empezaba a cogerle cierto aprecio al chico.
-Aburres a las piedras, Boisson. – inquirió Milton con cierta sorna. Estiré la cabeza hacia atrás, le miré sin expresión. Si supieras qué papel desempeñabas tú en todo esto, Milton…
Finalmente, yo también cerré los ojos.
---
Unas horas después…
No era de mucho dormir y ya estaba despierta. El sol comenzaba a ponerse en Dalmasca y era hora de hacer la esperadísima entrega. Aún no había explicado ni a Sango ni a Milton el plan de todo aquello. Ellos tenían en mente que me iba a reencontrar con Cassandra Harrowmont, la hermana de Milton. Pero la realidad era bien diferente.
Fui a donde se encontraba Sango y le di una pequeña patadita para despertarlo. -Arriba, dormilón. – Bromeé con algo más de confianza y aprecio por el chico. ¿Cómo podía dormir tanto en el suelo? Mientras ponía a punto todos mis artilugios de combate y pulseras para lo que estaba por venir. – Es hora de entregar a Milton en este punto. – Y le entregué un mapa con una ubicación.
-¡Deja de tratarme como si fuera un paquete! – protestó Milton aún atado al suelo. Y medio despertando. – A todas estas. Qué raro que mi hermana quiera quedar contigo de noche y no ahora…
Reí entonces. Era momento de que saliera el tema.
-Es que no voy a entregarte a tu hermana. – le dije con cierta maldad. - Vas a volver con mi madre, Belladonna. Ella te quiere. Y yo la necesito a ella para revertir la maldición. Tú tan solo solo eres mi medio para llegar hasta ella.
Milton puso cara de pánico. Mis comentarios, siempre fríos e inexpresivos, sumados a mi aspecto decadente y a la mera idea de pasar un tiempo con Bella, podían suponer una pesadilla para cualquiera.
-¿Be… Belladonna? ¡No! Ana… Anastasia, por favor. No… No puedes llevarme con ella. ¡No tienes ni idea de lo que me ha hecho a mí sólo por hundiros a ti y a Cass! ¿Por qué crees que me he escapado con esa colonia de vampiros del cañón? – Le miré sin remordimientos y me fui al otro lado de la estancia. Milton se había unido a Bella en los acontecimientos de la fuente de la Juventud por desvincularse de los encierros a los que su hermana Cass le había sometido. Pero con Bella tampoco le había ido mucho mejor.
Era previsible. Bella Boisson es una poderosísima hechicera experta en maldiciones y conjuros. Una psicópata que había utilizado todos sus conocimientos al servicio del mal. Ahora, trabajaba para un misterioso hombre (el hombre muerto, o el señor Randall Flagg, aunque no lo conocía). No es que quisiera tener trato con ella, pero si podía solucionar el problema de mi maldición y hacer que recobrara mi vida normal, entonces quizás pudiéramos sentarnos a dialogar. Aunque hacía por lo menos un año que no la veía, sabía que daría su vida por ayudarme.
Seguí preparándome en la misma estancia. Viendo que tenía poca manera de convencerme, Milton optó por agarrarse a la otra opción que tenía para salir libre: Sango.
-¡Ti… Tienes que ayudarme! Si me lleva con esa mujer, ¡será mi perdición! – suplicó el patético Milton. Parecía haberse tragado todo su ego por la patilla cuando supo con quién iba. - ¡Y también la tuya! ¡Las Boisson son dos locas enfermas!
Milton se aferraba al humano como su vía de escape. Ignoré todo comentario del vampiro y seguí preparando mis virotes. Di un par de vueltas a la ballesta en mi mano, ya cargada, y la metí en su funda. Estaba a punto. El vampiro insistía y yo me dispuse a salir por la puerta de la habitación, rumbo a las escaleras. Me agarré al marco de la puerta y torcí mi rostro por completo para mirar al humano. Mi melena dio la vuelta, tapándome el ojo derecho.
-Tápalo y llevémoslo al punto. Te espero abajo. - Dije en principio seria. Pero luego le sonreí de oreja a oreja de una manera muy falsa, mostrándole mi rostro muerto. Ese que tanto pavor le había dado antes. - No estropees lo nuestro... – Y le guiñé el ojo pícaramente. Antes de despedirme dejando deslizarme en un sensual contorneo de cintura, fuera de la habitación.
Me refería, por supuesto, a nuestra colaboración. O al hecho de que le pegaría un virotazo a aquel humano si se le ocurría traicionarme. Aunque la interpretación la había dejado abierta. Esta vez quizás de manera más directa a como venía haciendo desde que nos encontramos en el desierto. En mi apariencia actual, me resultaba increíblemente divertido e irónico dedicar sonrisas y buenas palabras a las personas. De manera que transmitía con palabras un sentimiento reconfortante, pero con el cuerpo sólo miedo por parecer la reencarnación de la muerte. ¿Engañaban las apariencias?
En mi caso no. Milton, que me conocía bien, lo vio todo desde su atadura y no dudó en escandalizarse por ello.- La Boisson gasta buen culo, ¿eh? Ánimo campeón, que después de esa miradita ya la tienes... - animó a Sango con una muy clara ironía. - ¡Joder! ¡Pero despierta, atontao'! ¿No la ves? ¡Te advertí de que era una viuda negra y está jugando contigo cual marioneta! ¡Haces todo lo que te pide! - Bramó. - ¡Tu sigue dorándole la píldora a la Boisson! ¡No tienes dinero, no tienes fama. No eres nadie para ella! - Milton seguía escupiendo saliva a cada palabra que decía. Desesperado y moviéndose como animal perdido. -¡Y si lo haces pensando que es una "gran persona" y una "buena amiga", entonces eres aún más tonto! ¡No tienes ni idea de quién es su madre Bella y sus "aliados"! ¡Nos va a llevar a los dos al infierno! No seas estúpido y sácame de aquí. ¡Soy tu mejor socio! - Insisitó.
Escuchaba todo lo que decían mientras esperaba apoyada en la pared, ya en la calle. Reí. Milton no mentía del todo en lo de la manipulación. En cualquier caso, había depositado toda mi confianza al humano dejándolo solo con Milton. Era una prueba de fuego para él. Quería ver que Sango era de fiar y que lo tenía de mi lado ante lo que se avecinaba. No quería sorpresas cuando nos viéramos con Bella. El humano era servicial y me caía bien, pero no tenía problema en meterle un virote entre ceja y ceja si no cooperaba.
Quizás sí que tuviera algo de viuda negra.
*Off: El sitio con el papelito que te doy es libre, puede ser donde tu quieras si aceptas ir.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Tardó en reaccionar unos latidos. Lo primero que hizo fue carraspear y tratar de moverse pero todos los músculos y los huesos se había agarrotado, estaba rígido como una losa.Miró a su alrededor y vio que Huracán se estaba equipando. Bostezó y se pasó las manos por la cara. A continuación se puso de pie y se estiró. Varios de sus huesos chasquearon y Sango se quedó quieto unos instantes. Soltó aire lentamente y se le escapó un gemido de dolor. Dio un par de pasos hasta llegar a la pared y dio media vuelta. Y en ese instante Huracán reveló varias cosas interesantes.
Ben se sintió confiado, resultaba que alguna poderosa hechicería había maldito a Huracán, pero, ¿quién? Esa era una pregunta que aun quedaba sin responder aunque le había preguntado antes de quedarse dormido pero le daba miedo volver a preguntar por si la pillaba en mal momento. Pero la confianza se tornó en inseguridad, ¿estaba seguro de dónde estaba metiéndose? Sacudió la cabeza y se reajustó el cinto. Para sorpresa de Sango,a Milton le había cambiado la voz: pasó de la soberbia al miedo y se aferraba a cualquier oportunidad para tratar de salvar la situación.
- Cállate, haberlo pensado antes de lanzar a esos chupasangres contra nosotros.- Respondió Sango de pie ante él.- Así que cierra la boca.- Añadió antes de que Huracán le ordenó que lo volviera a tapar. Iba a ponerse con ello cuando Huracán le pidió que "no estropeara lo nuestro".
Ben se detuvo en seco y se giró lentamente para mirar a Huracán que justo acababa de salir. Sango se quedó parado sin saber qué decir, mirando la oscuridad que había en el lugar del que habían venido las palabras de Huracán, ¿qué había entre ellos? Ben se quedó un rato pensativo, dándole vueltas a sus palabras y a lo que implicaban. Si había "algo" entre ellos era la primera noticia que tenía. Por otra parte, si algo había aprendido en el tiempo que había pasado con Huracán era no tomarse en serio todo lo que decía, no en el sentido de desconfianza, estaba claro que a aquellas alturas Sango confiaba en las intenciones de Huracán, de hecho esperaba que todo saliera bien. No, el sentido era el de no interpretar de forma literal lo que ella decía y podía resultar difícil de distinguir si no lo acompañaba con algún tono o gesto. Pero allí, en la oscuridad de la casa...
Milton le estaba gritando y Sango volvió en sí. Se giró hacia Milton que le hablaba de muchas cosas. Sango cogió la espada que seguía apoyada en la pared y dejó la punta muy cerca de la cara de Milton que dejó de hablar de repente.
- Si está en mi mano acabar con una maldición y los Dioses así lo quieren, lo haré.- Retiró la espada y la envainó.- Créeme, si es la voluntad de los Dioses, lo haré.- Y procedió a taparle y amordazarle antes de volver a cargar con él. Salió y se reencontró con Huracán.
- No deberíamos usar el carro...- Miró al fondo de la calle.- Hace ruido y seguramente esté vigilado si es que no lo han confiscado...- Hizo una pausa y agradeció que el sol se hubiera puesto.- Deberíamos callejear hacia el este es allí donde estaba la marca en el mapa... Creo...- Sin decir nada más echó a andar con el bulto de Milton al hombro haciendo que pareciera una alfombra enrollada.
Al principio Sango anduvo preocupado, pasando la vista por mil sitios una y otra vez. Pero el cargar con una persona y la tensión de estar vigilante ante cualquier guardia o persona que pudiera dar una voz de alarma le acabó pasando factura. Fue entonces cuando se volvió a perder en su mente, especulando y dando vueltas a muchas de las cosas que le habían pasado últimamente. Quería preguntar a Huracán sobre la maldición, cómo su madre podría ayudarla y sobre todo qué papel jugaba Milton. No acababa de ver la relación, aunque por la reacción del hombre podía intuir algo.
- ...te lo iba a decir, ¿eh?- Sango se detuvo en seco y lanzó le brazo libre hacia Huracán para evitar que siguiera caminando.
- ¿Qué? ¿El qué?- Contestó otro.
- Pues que ibas a tener tanta suerte, claro.- Le dijo el primero.
- Suerte... suerte de que seas un capullo desgraciado, le habría partido la cara.- Respondió el segundo.
Las voces se iban acercando y Ben tiró de Huracán para que se arrimara lo máximo posible a un muro. Sus latidos se aceleraron, las voces se les echaron encima y Sango cerró los ojos. Milton empezó a moverse y a farfullar. Sango hizo un giro extraño para golpearle contra la pared. El forcejeo se terminó.
- ¿Eh? ¿Qué...?- El primero sonó a dos pasos de Sango al que se le aceleró el pulso y agarró con más fuerza a Huracán.
- ¿Crees que no habría podido con él? Que te jodan, eres una rata asquerosa. ¡Y pensaba que eras mi amigo!- El segundo siguió caminando pero esta vez más enfadado.
- Oye... ¡Eh, espera!- El primero salió corriendo tras él.
Ben contó hasta diez y abrió los ojos y soltó a Huracán al mismo tiempo y luego, soltó el aire. Seguramente aquellos dos borrachos no les habrían hecho o dicho nada pero Ben se había puesto nervioso.
- Joder...- Ben se pasó la mano libre por la cara.- No estoy hecho para el sigilo.-
No tardaron mucho en llegar a lo que parecía el lugar: era un sitio cercano a una entrada ubicada al este de la ciudad, la calle se estrechaba desde el norte, parecía, sin duda alguna, una calle poco transitada porque incluso había barriles en la calle, abandonados, y nadie los había reclamado. Sango frunció el ceño. El acero de los aros era reforjable y la madera bien podría servir para cualquier otro propósito. Estaban justo en la mitad de la calle. A los dos lados había casas, pero estas eran distintas de las que habían dejado atrás, por el simple hecho de que había un par de plantas por edificio, incluso había alguno con tres.
- Bueno, creo que era aquí.- Dijo Sango antes de soltar a Milton en el suelo. Se equipó con el escudo y ajustó el cinto. Miró al cielo, a las estrellas, a los Dioses.
Ben esperó de pie a un paso de Milton con el escudo en la izquierda y la diestra sobre el cinto. Por alguna extraña razón sonreía.
Ben se sintió confiado, resultaba que alguna poderosa hechicería había maldito a Huracán, pero, ¿quién? Esa era una pregunta que aun quedaba sin responder aunque le había preguntado antes de quedarse dormido pero le daba miedo volver a preguntar por si la pillaba en mal momento. Pero la confianza se tornó en inseguridad, ¿estaba seguro de dónde estaba metiéndose? Sacudió la cabeza y se reajustó el cinto. Para sorpresa de Sango,a Milton le había cambiado la voz: pasó de la soberbia al miedo y se aferraba a cualquier oportunidad para tratar de salvar la situación.
- Cállate, haberlo pensado antes de lanzar a esos chupasangres contra nosotros.- Respondió Sango de pie ante él.- Así que cierra la boca.- Añadió antes de que Huracán le ordenó que lo volviera a tapar. Iba a ponerse con ello cuando Huracán le pidió que "no estropeara lo nuestro".
Ben se detuvo en seco y se giró lentamente para mirar a Huracán que justo acababa de salir. Sango se quedó parado sin saber qué decir, mirando la oscuridad que había en el lugar del que habían venido las palabras de Huracán, ¿qué había entre ellos? Ben se quedó un rato pensativo, dándole vueltas a sus palabras y a lo que implicaban. Si había "algo" entre ellos era la primera noticia que tenía. Por otra parte, si algo había aprendido en el tiempo que había pasado con Huracán era no tomarse en serio todo lo que decía, no en el sentido de desconfianza, estaba claro que a aquellas alturas Sango confiaba en las intenciones de Huracán, de hecho esperaba que todo saliera bien. No, el sentido era el de no interpretar de forma literal lo que ella decía y podía resultar difícil de distinguir si no lo acompañaba con algún tono o gesto. Pero allí, en la oscuridad de la casa...
Milton le estaba gritando y Sango volvió en sí. Se giró hacia Milton que le hablaba de muchas cosas. Sango cogió la espada que seguía apoyada en la pared y dejó la punta muy cerca de la cara de Milton que dejó de hablar de repente.
- Si está en mi mano acabar con una maldición y los Dioses así lo quieren, lo haré.- Retiró la espada y la envainó.- Créeme, si es la voluntad de los Dioses, lo haré.- Y procedió a taparle y amordazarle antes de volver a cargar con él. Salió y se reencontró con Huracán.
- No deberíamos usar el carro...- Miró al fondo de la calle.- Hace ruido y seguramente esté vigilado si es que no lo han confiscado...- Hizo una pausa y agradeció que el sol se hubiera puesto.- Deberíamos callejear hacia el este es allí donde estaba la marca en el mapa... Creo...- Sin decir nada más echó a andar con el bulto de Milton al hombro haciendo que pareciera una alfombra enrollada.
Al principio Sango anduvo preocupado, pasando la vista por mil sitios una y otra vez. Pero el cargar con una persona y la tensión de estar vigilante ante cualquier guardia o persona que pudiera dar una voz de alarma le acabó pasando factura. Fue entonces cuando se volvió a perder en su mente, especulando y dando vueltas a muchas de las cosas que le habían pasado últimamente. Quería preguntar a Huracán sobre la maldición, cómo su madre podría ayudarla y sobre todo qué papel jugaba Milton. No acababa de ver la relación, aunque por la reacción del hombre podía intuir algo.
- ...te lo iba a decir, ¿eh?- Sango se detuvo en seco y lanzó le brazo libre hacia Huracán para evitar que siguiera caminando.
- ¿Qué? ¿El qué?- Contestó otro.
- Pues que ibas a tener tanta suerte, claro.- Le dijo el primero.
- Suerte... suerte de que seas un capullo desgraciado, le habría partido la cara.- Respondió el segundo.
Las voces se iban acercando y Ben tiró de Huracán para que se arrimara lo máximo posible a un muro. Sus latidos se aceleraron, las voces se les echaron encima y Sango cerró los ojos. Milton empezó a moverse y a farfullar. Sango hizo un giro extraño para golpearle contra la pared. El forcejeo se terminó.
- ¿Eh? ¿Qué...?- El primero sonó a dos pasos de Sango al que se le aceleró el pulso y agarró con más fuerza a Huracán.
- ¿Crees que no habría podido con él? Que te jodan, eres una rata asquerosa. ¡Y pensaba que eras mi amigo!- El segundo siguió caminando pero esta vez más enfadado.
- Oye... ¡Eh, espera!- El primero salió corriendo tras él.
Ben contó hasta diez y abrió los ojos y soltó a Huracán al mismo tiempo y luego, soltó el aire. Seguramente aquellos dos borrachos no les habrían hecho o dicho nada pero Ben se había puesto nervioso.
- Joder...- Ben se pasó la mano libre por la cara.- No estoy hecho para el sigilo.-
No tardaron mucho en llegar a lo que parecía el lugar: era un sitio cercano a una entrada ubicada al este de la ciudad, la calle se estrechaba desde el norte, parecía, sin duda alguna, una calle poco transitada porque incluso había barriles en la calle, abandonados, y nadie los había reclamado. Sango frunció el ceño. El acero de los aros era reforjable y la madera bien podría servir para cualquier otro propósito. Estaban justo en la mitad de la calle. A los dos lados había casas, pero estas eran distintas de las que habían dejado atrás, por el simple hecho de que había un par de plantas por edificio, incluso había alguno con tres.
- Bueno, creo que era aquí.- Dijo Sango antes de soltar a Milton en el suelo. Se equipó con el escudo y ajustó el cinto. Miró al cielo, a las estrellas, a los Dioses.
Ben esperó de pie a un paso de Milton con el escudo en la izquierda y la diestra sobre el cinto. Por alguna extraña razón sonreía.
Sango
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Milton seguía protestando y suplicando al humano que no lo llevara con Belladonna. Pero era inútil. Sango estaba muy dispuesto a ayudarme en mi empresa. Y lo cierto es que no podía estar más satisfecha. Recibí al humano de brazos cruzados y con una bota apoyada en la pared. – Estupendo. – le sonreí cuando comentó estar dispuesto a ayudarme a acabar con mi maldición. Lo cierto es que el chico era bueno y comenzaba a verlo como un aprendiz.– Bien, Sango. Gracias por tu ayuda. Definitivamente creo que puedo confiar en ti. – Dije con sinceridad. Separándome de la pared y encaminándome hacia el sitio.
No pude evitar poner cara de mal humor cuando Sango me tomó de la muñeca para apartarme de un par de borrachos que venían por la calle. Que la gente me tocara era algo que detestaba.
Finalmente, seguimos avanzando. El lugar en el que me había citado con Bella era calle desierta. Sólo el sonido del tacón de mis botas se escuchaba una vez dentro. Me mantuve alerta, contemplando las ventanas de los edificios. Con la mano en el mango de las ballestas de mano, aunque sin llegar a desenfundarlas. El tiempo me había enseñado que tanta tranquilidad me resultaba sospechosa. Detrás de mí iba Sango con Milton. – Mantente alerta, Sango. Pero siempre intentando mantener la calma. – instruí a mi compañero, caminando despacio, mirando a todas las posibles entradas a la calle. Que entre ventanas, puertas y pasarelas elevadas, no eran pocas precisamente.
Tras unos pasos, alcancé a olfatear el perfume de lilas y grosellas que acostumbraba a lucir Bella. Un símbolo inconfundible de su persona. Pero la bruja no me recordaba, por lo que era probable que liberara sus instintos psicópatas contra nosotros y nos atacara sin predecirlo.
Pero no podía sacar las ballestas. O quizás lo interpretara como un ataque.
-Sé que estás aquí, Belladonna Boisson. – dije con la mano sobre la funda de mis armas. No dejé de caminar. Recorría todas partes con la vista, observando de dónde podía salir Bella – Traigo a Milton Harrowmont. Sólo vengo a cobrar mi recompensa.
Lejos de aparecer. Una manada de lobos empezó a salir de todas las puertas. A surgir desde la oscuridad. Primero a izquierda, luego a derecha. Pronto nos vinos rodeados, con los animales deseosos de hincarnos el diente. No eran animales. Eran licántropos. Los perros de presa de Bella desde que se había unido al hombre muerto.
La bruja no tardó en aparecer en escena. En una estela de humo que se materializó justo detrás de los lobos. Allí estaba mi madre. Con su pelo negro, rizado. Quizás con unas patas de gallo más extendidas. Aunque hacía por lo menos un año que no la veía. Ahora sólo tenía que conseguir “convencerla” de que tragara el polvo del recuerdo. Pero eso no iba a ser tan sencillo como traerla hasta aquí.
Se abrió paso entre la manada de lobos que seguían ladrando en señal de próximo ataque. Su mirada expresaba muerte. Depositó sus ojos en mí, como intentando recordarme. Pero era algo que no podría hacer. Luego miró a Sango. A él también le miró con repugnancia. Olfateó a ambos. Por la esencia de éter que desprendían o no nuestros cuerpos era capaz de distinguir nuestra raza. Por último, se fijó en Milton. Él era la verdadera pieza. Éste miró al suelo, horrorizado, cuando tuvo a la bruja tan cerca. Ella casi lo despojo de los brazos del humano y lo empujó entre llantos a los lobos, que no tardaron en rodearlo y amenazar con morderlo.
Bella buscó con la mirada la confirmación de los licántropos. Uno de ellos olfateó a Sango y después a Milton. – Hrr… Huelen a carroña. No cabe duda. Y el chupasangres es el auténtico Milton Harrowmont. – dijo uno de aquellas alimañas sarnosas. Bella me miró con cara de poco convencimiento.
-Gracias, Loyi. Pues tomad vuestro dinero. – comentó, al tiempo que tiraba una bolsa de aeros a Sango. Pero la siempre impredecible Bella no iba a parar ahí. Le resultaba cuanto menos extraño que hubiésemos llegado hasta ahí. Por ello comenzó a girar a mi alrededor, con su peligrosa varita desenfundada y lista para lanzar cualquier hechizo. Pero yo no me moví. – Eres buena. Cazadora de vampiros de Beltrexus, si no me equivoco. Y por eso me conoces. Te habrán contado barbaridades de mí... Y seguramente se hayan quedado cortos.– Rió. Se había fijado en el símbolo del bordado de mi chaqueta de cuero. - Curioso no lo hayas entregado a tu... Maestra cazadora. Su hermanita. ¿Por qué esta traición? ¿Alguna riña, disputa? – Se acercó con curiosidad, a escasos centímetros de mi cara y me bajó la capucha. –
Pero no dije nada y dejé que me siguiera rodeando y examinando. La propia bruja se escandalizó y se llevó la mano a la boca cuando vio mi rostro. Pero no por miedo, como la mayoría de humanos. Sino por admiración.
-¡Por las ratas del inframundo! ¡Qué… criatura tan extraordinaria! Eres… Eres una preciosidad. Una maravilla de la naturaleza. – Belladonna admiraba a la muerte. No era de extrañar que le cayera en simpatía. Inclinó la cabeza a un lado. - ¿De dónde has salido? – La inclinó al otro. Puso los ojos como platos, aunque yo ni me inmutaba. - ¿Quién te lo ha hecho?
Entonces, sonreí. - Tenemos que tener una larga charla… - inquirí.
Fue entonces cuando el tal Loyi, que parecía el jefe de los lobos, se acercó a mi compañero para evaluar a Milton y al mismo. Definitivamente sí. Yo captaba la atención de Bella. Pero Sango no era más que un incordio para ello.
-Te dije que nos metía en un lío… - dijo Milton poco convencido mirando a Sango cuando el lobo olfateó al humano con ademán de morderlo si hacía algo indiscreto.
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No pude evitar poner cara de mal humor cuando Sango me tomó de la muñeca para apartarme de un par de borrachos que venían por la calle. Que la gente me tocara era algo que detestaba.
Finalmente, seguimos avanzando. El lugar en el que me había citado con Bella era calle desierta. Sólo el sonido del tacón de mis botas se escuchaba una vez dentro. Me mantuve alerta, contemplando las ventanas de los edificios. Con la mano en el mango de las ballestas de mano, aunque sin llegar a desenfundarlas. El tiempo me había enseñado que tanta tranquilidad me resultaba sospechosa. Detrás de mí iba Sango con Milton. – Mantente alerta, Sango. Pero siempre intentando mantener la calma. – instruí a mi compañero, caminando despacio, mirando a todas las posibles entradas a la calle. Que entre ventanas, puertas y pasarelas elevadas, no eran pocas precisamente.
Tras unos pasos, alcancé a olfatear el perfume de lilas y grosellas que acostumbraba a lucir Bella. Un símbolo inconfundible de su persona. Pero la bruja no me recordaba, por lo que era probable que liberara sus instintos psicópatas contra nosotros y nos atacara sin predecirlo.
Pero no podía sacar las ballestas. O quizás lo interpretara como un ataque.
-Sé que estás aquí, Belladonna Boisson. – dije con la mano sobre la funda de mis armas. No dejé de caminar. Recorría todas partes con la vista, observando de dónde podía salir Bella – Traigo a Milton Harrowmont. Sólo vengo a cobrar mi recompensa.
Lejos de aparecer. Una manada de lobos empezó a salir de todas las puertas. A surgir desde la oscuridad. Primero a izquierda, luego a derecha. Pronto nos vinos rodeados, con los animales deseosos de hincarnos el diente. No eran animales. Eran licántropos. Los perros de presa de Bella desde que se había unido al hombre muerto.
La bruja no tardó en aparecer en escena. En una estela de humo que se materializó justo detrás de los lobos. Allí estaba mi madre. Con su pelo negro, rizado. Quizás con unas patas de gallo más extendidas. Aunque hacía por lo menos un año que no la veía. Ahora sólo tenía que conseguir “convencerla” de que tragara el polvo del recuerdo. Pero eso no iba a ser tan sencillo como traerla hasta aquí.
Se abrió paso entre la manada de lobos que seguían ladrando en señal de próximo ataque. Su mirada expresaba muerte. Depositó sus ojos en mí, como intentando recordarme. Pero era algo que no podría hacer. Luego miró a Sango. A él también le miró con repugnancia. Olfateó a ambos. Por la esencia de éter que desprendían o no nuestros cuerpos era capaz de distinguir nuestra raza. Por último, se fijó en Milton. Él era la verdadera pieza. Éste miró al suelo, horrorizado, cuando tuvo a la bruja tan cerca. Ella casi lo despojo de los brazos del humano y lo empujó entre llantos a los lobos, que no tardaron en rodearlo y amenazar con morderlo.
Bella buscó con la mirada la confirmación de los licántropos. Uno de ellos olfateó a Sango y después a Milton. – Hrr… Huelen a carroña. No cabe duda. Y el chupasangres es el auténtico Milton Harrowmont. – dijo uno de aquellas alimañas sarnosas. Bella me miró con cara de poco convencimiento.
-Gracias, Loyi. Pues tomad vuestro dinero. – comentó, al tiempo que tiraba una bolsa de aeros a Sango. Pero la siempre impredecible Bella no iba a parar ahí. Le resultaba cuanto menos extraño que hubiésemos llegado hasta ahí. Por ello comenzó a girar a mi alrededor, con su peligrosa varita desenfundada y lista para lanzar cualquier hechizo. Pero yo no me moví. – Eres buena. Cazadora de vampiros de Beltrexus, si no me equivoco. Y por eso me conoces. Te habrán contado barbaridades de mí... Y seguramente se hayan quedado cortos.– Rió. Se había fijado en el símbolo del bordado de mi chaqueta de cuero. - Curioso no lo hayas entregado a tu... Maestra cazadora. Su hermanita. ¿Por qué esta traición? ¿Alguna riña, disputa? – Se acercó con curiosidad, a escasos centímetros de mi cara y me bajó la capucha. –
Pero no dije nada y dejé que me siguiera rodeando y examinando. La propia bruja se escandalizó y se llevó la mano a la boca cuando vio mi rostro. Pero no por miedo, como la mayoría de humanos. Sino por admiración.
-¡Por las ratas del inframundo! ¡Qué… criatura tan extraordinaria! Eres… Eres una preciosidad. Una maravilla de la naturaleza. – Belladonna admiraba a la muerte. No era de extrañar que le cayera en simpatía. Inclinó la cabeza a un lado. - ¿De dónde has salido? – La inclinó al otro. Puso los ojos como platos, aunque yo ni me inmutaba. - ¿Quién te lo ha hecho?
Entonces, sonreí. - Tenemos que tener una larga charla… - inquirí.
Fue entonces cuando el tal Loyi, que parecía el jefe de los lobos, se acercó a mi compañero para evaluar a Milton y al mismo. Definitivamente sí. Yo captaba la atención de Bella. Pero Sango no era más que un incordio para ello.
-Te dije que nos metía en un lío… - dijo Milton poco convencido mirando a Sango cuando el lobo olfateó al humano con ademán de morderlo si hacía algo indiscreto.
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Anastasia Boisson
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Los lobos, había que admitirlo, habían cogido desprevenido a Sango, pero lo hizo aún más la espectacular entrada de la que parecía ser la madre de Huracán. Sujetaba el escudo en posición de reposo pero se había descubierto sujetándolo con fuerza. Ben estudió a la escolta de bestias y no tardó en considerarlos los seres más repugnantes que moraban el mundo, ¿cómo era posible que los Dioses permitieran que existieran aquellas criaturas? Sango no pudo evitar poner una mueca de odio y asco al mismo tiempo. Luego estudió brevemente a la mujer que caminaba directamente hacia Huracán que estaba a unos diez pasos de él.
La recién llegada, la que se suponía que era la madre de Huracán, se acercó a Sango y Milton y les miraba como lo hacía Huracán: con soberbia y superioridad. Pasó rapidamente a Milton y con unos hábiles gestos el vampiro se vió de repente entre una manada de lobos que parecían divertirse amenazando al pobre desgraciado. Los lobos nunca habían sido de fiar, las historias así lo narraban pues en el fin de los tiempos un lobo será el que mate a Odín, padre de los Dioses. Así se lo habían contado a Sango y él lo creía de veras.
A continuación, uno de los perros se acercó a olfatearlos cosa que era, para Sango, una clara provocación y que estuvo a punto de cometer una estupidez pero mantuvo la compostura de una forma que aún no sabía. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando el peludo le llamó carroña. Sango se giró lentamente para apartar la mirada de la manada al tiempo que un bolsa volaba hacia él. Sango la cogió al vuelo. La bolsa, al menos, pesaba. Mientras madre e hija hablaban, Ben se permitió echar un vistazo al contenido de la saca. Las monedas parecían recién acuñadas e incluso de noche parecían brillar con luz propia.
Ben volvió a fijar su atención en Huracán y la madre cuando esta última le preguntaba por su estado. Claramente tendrían que hablar y Sango allí no pintaba nada. Había cumplido con su misión y lo entendió al instante. Se dispuso a irse cuando el mismo lobo de antes se acercó a él peligrosamente. Ben caminó dio un par de pasos hacia atrás hasta que chocó con Milton.
- Te dije que nos metía en un lío…- Dijo Milton. Sango echó un vistazo, el resto de lobos se empezaron a acercar. Sango sonrió.
- Oh, desgraciado Milton, ¿no lo ves?- Hizo una pausa y alzó la voz para que los lobos y quizá madre e hija le pudieran escuchar.- Ahora puedo matarlos a todos.- Los lobos rugieron, enfadados por la provocación de Sango. Pero antes de que pudieran hacer nada, Ben que sentía como el calor de la batalla iba recorriéndole todo el cuerpo se dirigió a ellos una vez más. En aquellos instantes solo podía pensar en la batalla y si caía, los Dioses se lo llevarían.
- Siervos de Fenrir, largaos antes de que cubra esta ciudad con vuestros restos.- Como no le creyeron Ben los lobos empezaron a caminar lentamente hacia él. Sintió un cosquilleo en el pecho y por un breve instante le pareció que en el cielo una estrella brilló por encima del resto. Instintivamente Sango se llevó la mano al pecho y sintió el contacto del colgante. Acto seguido una pequeña deflagración ocurrió a su alrededor, los lobos y Milton salieron despedidos y alrededor de Sango apareció un muro de llamas que daba vueltas en torno a él (1). Sango se sentía eufórico y en su mirada solo se podía leer las ganas de aniquilar a aquellas bestias.
- ¡Sentid la ira de los Dioses sirvientes del caos!- Sango desenvainó la espada y se abalanzó contra dos lobos que trataban de ponerse en pie. Estos ardieron sin que Sango tuviera que tocarlos.
- ¡Tú!- Gritó Sango con la espada apuntando hacia el lobo que le había llamado carroña.- Ven aquí, te voy a matar.- El lobo echó a correr junto con un grupo al ver que Sango se lanzaba contra ellos.
La noche empezaba a refrescar el ambiente. Pero un hombre armado con una espada y protegido por los Dioses estaba dispuesto a llevar el calor del mismísmo infierno a aquellos que osaban desafiar a los mismísimos Dioses. Sí, era de noche en Dalmasca y los lobos huían. Y toda persona que se detuviera solo un instante a escuchar podría oír los atronadores gritos de un hombre.
¡Odín! ¡Odín!
Que los Dioses te guarden, Dalmasca.
La recién llegada, la que se suponía que era la madre de Huracán, se acercó a Sango y Milton y les miraba como lo hacía Huracán: con soberbia y superioridad. Pasó rapidamente a Milton y con unos hábiles gestos el vampiro se vió de repente entre una manada de lobos que parecían divertirse amenazando al pobre desgraciado. Los lobos nunca habían sido de fiar, las historias así lo narraban pues en el fin de los tiempos un lobo será el que mate a Odín, padre de los Dioses. Así se lo habían contado a Sango y él lo creía de veras.
A continuación, uno de los perros se acercó a olfatearlos cosa que era, para Sango, una clara provocación y que estuvo a punto de cometer una estupidez pero mantuvo la compostura de una forma que aún no sabía. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando el peludo le llamó carroña. Sango se giró lentamente para apartar la mirada de la manada al tiempo que un bolsa volaba hacia él. Sango la cogió al vuelo. La bolsa, al menos, pesaba. Mientras madre e hija hablaban, Ben se permitió echar un vistazo al contenido de la saca. Las monedas parecían recién acuñadas e incluso de noche parecían brillar con luz propia.
Ben volvió a fijar su atención en Huracán y la madre cuando esta última le preguntaba por su estado. Claramente tendrían que hablar y Sango allí no pintaba nada. Había cumplido con su misión y lo entendió al instante. Se dispuso a irse cuando el mismo lobo de antes se acercó a él peligrosamente. Ben caminó dio un par de pasos hacia atrás hasta que chocó con Milton.
- Te dije que nos metía en un lío…- Dijo Milton. Sango echó un vistazo, el resto de lobos se empezaron a acercar. Sango sonrió.
- Oh, desgraciado Milton, ¿no lo ves?- Hizo una pausa y alzó la voz para que los lobos y quizá madre e hija le pudieran escuchar.- Ahora puedo matarlos a todos.- Los lobos rugieron, enfadados por la provocación de Sango. Pero antes de que pudieran hacer nada, Ben que sentía como el calor de la batalla iba recorriéndole todo el cuerpo se dirigió a ellos una vez más. En aquellos instantes solo podía pensar en la batalla y si caía, los Dioses se lo llevarían.
- Siervos de Fenrir, largaos antes de que cubra esta ciudad con vuestros restos.- Como no le creyeron Ben los lobos empezaron a caminar lentamente hacia él. Sintió un cosquilleo en el pecho y por un breve instante le pareció que en el cielo una estrella brilló por encima del resto. Instintivamente Sango se llevó la mano al pecho y sintió el contacto del colgante. Acto seguido una pequeña deflagración ocurrió a su alrededor, los lobos y Milton salieron despedidos y alrededor de Sango apareció un muro de llamas que daba vueltas en torno a él (1). Sango se sentía eufórico y en su mirada solo se podía leer las ganas de aniquilar a aquellas bestias.
- ¡Sentid la ira de los Dioses sirvientes del caos!- Sango desenvainó la espada y se abalanzó contra dos lobos que trataban de ponerse en pie. Estos ardieron sin que Sango tuviera que tocarlos.
- ¡Tú!- Gritó Sango con la espada apuntando hacia el lobo que le había llamado carroña.- Ven aquí, te voy a matar.- El lobo echó a correr junto con un grupo al ver que Sango se lanzaba contra ellos.
La noche empezaba a refrescar el ambiente. Pero un hombre armado con una espada y protegido por los Dioses estaba dispuesto a llevar el calor del mismísmo infierno a aquellos que osaban desafiar a los mismísimos Dioses. Sí, era de noche en Dalmasca y los lobos huían. Y toda persona que se detuviera solo un instante a escuchar podría oír los atronadores gritos de un hombre.
¡Odín! ¡Odín!
Que los Dioses te guarden, Dalmasca.
- Aclaraciones:
- Bueno, lo primero, perdón por tardar tanto en contestar estoy muy liado con temas laborales.
(0) Segundo: no sé si esperabas algo así o no, pero no se me ocurría otra forma de salir de allí (no te preocupes, fijo que no reencontramos aun tengo tu parte del dinero, jaja) y creo que el pretexto de "los siervos de Fenrir" ha sido la excusa perfecta para hacer todo este teatrillo, jaja. Por supuesto si no te gusta o crees que no pega con la historia dímelo y lo cambio sin ningún tipo de problema.
(1) Todo el párrafo sirve para explicar, de alguna manera, cómo Sango es capaz de activar el poder del colgante (la referencia a la estrella que brilla más sirve para relacionarlo con el cometa del día de la alianza y tenerlo todo más o menos atado). Claramente lo atribuye a una intervención de los mismísimos Dioses para vencer en esa batalla.
La habilidad empleada es de Vincent Calhoun ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]) que es:Habilidad de Vincent Calhoun escribió:Huracán de fuego – El brujo crea un huracán de 2 metros de altura a su alrededor; manteniéndose en el ojo de este como medida defensiva, ya que el aire que despide puede desviar proyectiles y al estar altamente caliente quema a los adversarios que se aproximen.
- Mantenida. Dos turnos activa. Cuatro turnos para reutilizarla.
El nombre de la habilidad viene genial: Sango utilizando un huracán para alejarse de Huracán, jajaja.
Sango
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Los licántropos acosaban a Sango y a Milton. Humano y hombres lobo tuvieron una tensa conversación. Pero sinceramente no me preocupé demasiado por ellos, por el momento. Yo me encontraba mirando desafiante a Belladonna. Rostro con rostro. La bruja era como un mastín enfurecido: Si te veía con miedo, entonces te atacaba. Pero si le plantabas cara, se quedaba delante de ti tratando de intimidarte. Eso era lo que hacía.
Y, en un rápido movimiento, me llevé la mano al cinturón y desprendí la bolsita de los polvos del recuerdo, de color púrpura, por su rostro.
Belladonna cayó arrodillada al suelo y comenzó a toser. - ¡Achús! ¿Qué demonios me has dado? – preguntó. Mientras yo me llevaba la mano a la cadera y aguardaba a que alzara de nuevo la vista.
Bella no tardó en hacerlo. Me miró a los ojos. Como si hubiera visto a alguien conocido. Sopesando quien era. - ¿Comienzas a recordarme…? – Me crucé de brazos, con una mirada seria e imponente. Haciéndome la interesante. - ¿… madre?
Belladonna abrió los ojos y se levantó de nuevo. Sabía todo de mí. O al menos hasta hacía un año, última vez que nos habíamos visto. - ¡¿ANASTASIA?! – bramó. - ¡PARECES TÚ MI MADRE!
-Eso venía a discutir. - Y ya había abierto los labios para comenzar a explicar, pero mi compañero en ese momento había perdido los nervios y comenzó una guerra particular contra los lobos. Me giré por el llamativo grito de los licántropos. - ¡Sango! – lo abronqué.
¡Había desatado un volcán en medio del centro de la sala!
Por supuesto, Bella no se iba a quedar ahí. Desenfundó su varita, y se dirigió a mi compañero. Yo no le impedí que lo hiciera. - ¡DIRIGIERE! – conjuró dando un par de vueltas a su varita y lanzándola contra el humano. De este modo, todo el daño que había hecho a los lobos, ahora lo recibiría él si no hacía nada por evitarlo.
Yo, por supuesto, simplemente me crucé de brazos. No es que tuviera nada contra Sango, pero tenía mis planes pensados para con Bella. Y no era cuestión de atacarla por salvar a un chico. ¿No? Si bien, lo miré con pena. Demasiados lobos y la bruja, era demasiado poderosa.
Por su parte, Milton comenzó a gritar. No era un secreto que el fuego y los vampiros no se llevaban bien. Se despegó del humano y se alejó dentro del callejón lo más lejos que pudo del foco en combustión.
Bella no se detuvo ahí, sino que colocó su varita hacia el cielo. Alrededor de la punta de la misma, comenzó a generarse un pequeño cono de aire que cada vez se iba haciendo más y más grande. - ¡IMPULSO! – Liberó en un fuerte movimiento con la varita al frente contra el humano. Tratando de empotrarlo contra la pared en una fuerte corriente de aire. Luego se volvió contra Loyi- ¿A QUÉ ESPERÁIS, LOBOS? ¡PRENDED AL CHUPASANGRES! – bramó con su varita.
Un par de lobos que no había herido Sango no tardaron en rodear al acobardado Milton. Éste chillaba y se rodeaba los brazos, como cobarde que era. - ¡Te dije que la zorra de la Boisson nos iba a traicionar! ¡Te lo dije todo el puto camino! ¡Nos ha salido caro tu intento de llevártela al catre, gilipollas! – Abroncó a Sango. Yo reí ante el comentario.
-¡EH! ¡Vampiro malo! ¡No vuelvas a llamar eso a mi hija! – exclamó la bruja, lanzando una pequeña descarga de fuego a Milton.
Igualmente, Loyi y otros dos rodearon al humano, al que pronto se sumó Bella. Simplemente caminé al lado de la bruja. De brazos cruzados y sin atisbo de intervenir en ninguno de los dos bandos. Me coloqué al lado de Bella y miré a Sango con una sonrisa.
Estaba dispuesta a no quitarle el gusto a mi madre de disfrutar utilizando a mi compañero de saco de boxeo particular. La necesitaba para deshacer mi maldición. Pero conocía a Bella y su falta de límites, y no iba a permitir que lo masacrara allí mismo. - ¡Oh, no vas a salir de aquí con vida, humanillo! – Bella reía cual psicópata era. Probablemente queriendo defenderse de los ataques del humano.
-Ten piedad de él, madre. – intercedí para poner paz. Ella asintió. Yo, de brazos cruzados, seguí mirando a Ben –Lo siento, Sango. No deberías haberte peleado con los amigos de mi madre. Como te dije, quiero que Bella me ayude, así que supongo no esperarás que me vuelva contra ella. - revelé. Luego suspiré, inclinando la cabeza. - Ay... Pero esto no empañará los bonitos momentos que hemos vivido juntos, ¿verdad? – dije con una voz sensual, guiñándole un ojo pícaro, antes de darme la vuelta.
Mi petición, consiguió calmar los ánimos de Bella, deteniendo su varita con una sonrisa. Tenía que saber tratarla para poder ayudarla. - ¡Vale, lo haré por ti, niñita mía! – dijo orgullosa, dándome una carantoña en la cara.
Por su parte, Loyi, gravemente herido por el ataque de Sango, gruñó. Tenía ganas de morder al tipo con toda su fuerza. Pero se contuvo y advirtió antes a su superiora del peligro en el que estábamos. – Lady Belladonna, debemos que marchar antes de que vengan los guardias. – advirtió.
Bella, lo miró pensativa.
-Intentad que no escapen y llevémoslos al escondrijo.
Ahora sabía qué se sentía cuando alguien traicionaba a alguien.
*Off: Bella ataca a Sango con su maldición Dirigiere (todo el daño hecho por Sango lo recibe él) e Impulso (corriente de aire) (habs de nivel 6 y 2 respectivamente). Huri directamente no hace nada.
Y, en un rápido movimiento, me llevé la mano al cinturón y desprendí la bolsita de los polvos del recuerdo, de color púrpura, por su rostro.
Belladonna cayó arrodillada al suelo y comenzó a toser. - ¡Achús! ¿Qué demonios me has dado? – preguntó. Mientras yo me llevaba la mano a la cadera y aguardaba a que alzara de nuevo la vista.
Bella no tardó en hacerlo. Me miró a los ojos. Como si hubiera visto a alguien conocido. Sopesando quien era. - ¿Comienzas a recordarme…? – Me crucé de brazos, con una mirada seria e imponente. Haciéndome la interesante. - ¿… madre?
Belladonna abrió los ojos y se levantó de nuevo. Sabía todo de mí. O al menos hasta hacía un año, última vez que nos habíamos visto. - ¡¿ANASTASIA?! – bramó. - ¡PARECES TÚ MI MADRE!
-Eso venía a discutir. - Y ya había abierto los labios para comenzar a explicar, pero mi compañero en ese momento había perdido los nervios y comenzó una guerra particular contra los lobos. Me giré por el llamativo grito de los licántropos. - ¡Sango! – lo abronqué.
¡Había desatado un volcán en medio del centro de la sala!
Por supuesto, Bella no se iba a quedar ahí. Desenfundó su varita, y se dirigió a mi compañero. Yo no le impedí que lo hiciera. - ¡DIRIGIERE! – conjuró dando un par de vueltas a su varita y lanzándola contra el humano. De este modo, todo el daño que había hecho a los lobos, ahora lo recibiría él si no hacía nada por evitarlo.
Yo, por supuesto, simplemente me crucé de brazos. No es que tuviera nada contra Sango, pero tenía mis planes pensados para con Bella. Y no era cuestión de atacarla por salvar a un chico. ¿No? Si bien, lo miré con pena. Demasiados lobos y la bruja, era demasiado poderosa.
Por su parte, Milton comenzó a gritar. No era un secreto que el fuego y los vampiros no se llevaban bien. Se despegó del humano y se alejó dentro del callejón lo más lejos que pudo del foco en combustión.
Bella no se detuvo ahí, sino que colocó su varita hacia el cielo. Alrededor de la punta de la misma, comenzó a generarse un pequeño cono de aire que cada vez se iba haciendo más y más grande. - ¡IMPULSO! – Liberó en un fuerte movimiento con la varita al frente contra el humano. Tratando de empotrarlo contra la pared en una fuerte corriente de aire. Luego se volvió contra Loyi- ¿A QUÉ ESPERÁIS, LOBOS? ¡PRENDED AL CHUPASANGRES! – bramó con su varita.
Un par de lobos que no había herido Sango no tardaron en rodear al acobardado Milton. Éste chillaba y se rodeaba los brazos, como cobarde que era. - ¡Te dije que la zorra de la Boisson nos iba a traicionar! ¡Te lo dije todo el puto camino! ¡Nos ha salido caro tu intento de llevártela al catre, gilipollas! – Abroncó a Sango. Yo reí ante el comentario.
-¡EH! ¡Vampiro malo! ¡No vuelvas a llamar eso a mi hija! – exclamó la bruja, lanzando una pequeña descarga de fuego a Milton.
Igualmente, Loyi y otros dos rodearon al humano, al que pronto se sumó Bella. Simplemente caminé al lado de la bruja. De brazos cruzados y sin atisbo de intervenir en ninguno de los dos bandos. Me coloqué al lado de Bella y miré a Sango con una sonrisa.
Estaba dispuesta a no quitarle el gusto a mi madre de disfrutar utilizando a mi compañero de saco de boxeo particular. La necesitaba para deshacer mi maldición. Pero conocía a Bella y su falta de límites, y no iba a permitir que lo masacrara allí mismo. - ¡Oh, no vas a salir de aquí con vida, humanillo! – Bella reía cual psicópata era. Probablemente queriendo defenderse de los ataques del humano.
-Ten piedad de él, madre. – intercedí para poner paz. Ella asintió. Yo, de brazos cruzados, seguí mirando a Ben –Lo siento, Sango. No deberías haberte peleado con los amigos de mi madre. Como te dije, quiero que Bella me ayude, así que supongo no esperarás que me vuelva contra ella. - revelé. Luego suspiré, inclinando la cabeza. - Ay... Pero esto no empañará los bonitos momentos que hemos vivido juntos, ¿verdad? – dije con una voz sensual, guiñándole un ojo pícaro, antes de darme la vuelta.
Mi petición, consiguió calmar los ánimos de Bella, deteniendo su varita con una sonrisa. Tenía que saber tratarla para poder ayudarla. - ¡Vale, lo haré por ti, niñita mía! – dijo orgullosa, dándome una carantoña en la cara.
Por su parte, Loyi, gravemente herido por el ataque de Sango, gruñó. Tenía ganas de morder al tipo con toda su fuerza. Pero se contuvo y advirtió antes a su superiora del peligro en el que estábamos. – Lady Belladonna, debemos que marchar antes de que vengan los guardias. – advirtió.
Bella, lo miró pensativa.
-Intentad que no escapen y llevémoslos al escondrijo.
Ahora sabía qué se sentía cuando alguien traicionaba a alguien.
*Off: Bella ataca a Sango con su maldición Dirigiere (todo el daño hecho por Sango lo recibe él) e Impulso (corriente de aire) (habs de nivel 6 y 2 respectivamente). Huri directamente no hace nada.
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Y así lo hicieron los Dioses, protegieron Dalmasca porque Sango se vio arrastrado hacia una pared en la que impactó de costado. En el golpe perdió la espada y el escudo y cuando cayó al suelo un intenso dolor le recorrió el cuerpo de arriba abajo, sentía muchísimo calor y muchos pinchazos por todo el cuerpo. Tal era el dolor que apenas podía respirar y hacía lo imposible por tratar de hacerlo: movía los brazos, giraba en el suelo y abría y cerraba la boca para tratar de tragar todo el aire posible. La euforia se había convertido en dolor y este era el germen de la ira, porque, a pesar de luchar contra el dolor y la humillación, en su mente solo había hueco para vengarse. De repente sintió algo de alivio pues su mano derecha alcanzó algo conocido.
Agarró la empuñadura y se arrastró hacia adelante. De alguna manera, pese al dolor creciente que sentía, consiguió erguirse y Sango miró desafiante al frente, con la espada clavada en el suelo y empuñándola con fuerza, pero aún con la rodilla izquierda en el suelo. Sí, Ben solo tenía ojos para la madre de Huracán, una hechicera. Claro, ¿quién sino iba a ser capaz de curar a Huracán? Sango, pese al daño recibido fue capaz de esbozar una ligera sonrisa.
- ¡Oh, no vas a salir de aquí con vida, humanillo!- Dijo ella riendo antes de que Huracán intercediera.
Sí, ella iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para curarse, era legítimo y la entendía. Solo los Dioses sabían qué clase de brujería era aquella a la que había sido sometida, qué poderes y qué misteriosas fuerzas habían actuado y qué males le estaban causando. Posó la mirada en Huracán y justo en aquel momento comprendió, en parte, cómo se podría estar sintiendo ella. Sango la miró como alguien que acababa de darse cuenta de algo que había tenido delante durante mucho tiempo pero que no había sido capaz de verlo. Sango perdió la postura y se apoyó en el suelo con las manos e ignoró el resto de palabras de Huracán y lo que pasaba a su alrededor. El dolor empezaba a remitir o eso creía. Pasó un rato hasta que volvió en sí.
- ¡Arriba, despojo!- Le ladró un lobo a escasos pasos de él.
Sango se levantó lentamente y cuando se vio bien posicionado lanzó una estocada torpe que el lobo esquivó sin mucha dificultad, a continuación le asestó una patada que mandó a Sango contra la misma pared contra la que le había lanzado Bella. La única diferencia es que tras el golpe y antes de golpearse contra el suelo, Ben perdió el conocimiento.
Cuando volvió en sí, había cambiado la oscuridad y el calor de la noche de Dalmasca por la simple oscuridad de algún tugurio oscuro en el que apenas era capaz de ver nada. Para su sorpresa, la mayor parte del dolor se había esfumado, pero igualmente se sentía dolorido y su cabeza palpitaba, se llevó las dos manos atadas a la cabeza y se descubrió sangrando sin embargo no recordaba haberse golpeado la cabeza.
- ¡Eh! Estoy sangrando...- Dijo con voz ronca al ambiente.
- Nadie te va a oír aquí...- Respondió al instante la irritante voz de Milton.- Grita si quieres, o guarda fuerzas para cuando te tires a la Boisson.- Añadió con sorna.
- Me he dado cuenta de un cosa.- Sango se incorporó y se fijó en que estaba encadenado, por el tobillo, a la pared.- Y es que haces muchos comentarios sobre...- Sango tragó saliva, la boca le sabía a metal.- Ya sabes, sobre Huracán y yo teniendo algo más que palabras bonitas en la cama - terminó de acomodarse contra la pared - me lleva a pensar dos cosas. La primera es que eres tú el que deseas a Huracán, ¿te has oído cuando haces los comentarios? Se te pone la voz aguda como un chillido de una sucia rata.- Sango escuchó un golpazo de la cadena de Milton y sonrió en la dirección de la que provenía el ruido.- Sí amigo, te pones nervioso al hablar de ello... tranquilo, te guardo el secreto.- Guiñó el ojo en dirección al ruido. Si lo que sabía de los vampiros era cierto, seguramente Milton lo habría visto.
- Y la segunda tiene que ver con tus "amiguitos" de los acantilados.- Sango volvía a encontrarse mal.- Creo que estás acomplejado. Esos amigos tuyos te usaban como juguete, como si fueras un vulgar chapero- La cadena de Milton se tensó varias veces y ahora Sango le escuchó gemir de rabia.- Para, para, déjame acabar... Estás tan acomplejado que de verdad querías ver cómo se hace de verdad.- Aquello último lo dijo de mala gana se sentía muy cansado y mareado. Se pasó las manos por la cara.
- Te voy a matar hijo de puta, no tienes ni idea de quién soy. Te mataré a ti y a la zorra de las Boisson, ¿me oyes? Os mataré a todos. Te arrancaré los ojos y te los haré tragar...- los insultos y formas de matar siguieron durante un rato. Durante ese tiempo Sango empezó a encontrarse terriblemente mal.
- Y ahora que te has calmado, chapero de...- Sango volvió a tragar saliva, al menos a intentarlo - busca una forma de...- le costaba mantenerse consciente- llamar a la guardia. Contacta con el capullo de Anders, seguramente esté...- apoyó la cabeza en la pared- en la taberna del Paso, en la segunda avenida desde el puerto- Ben se llevó las manos a la cabeza, no sabía cómo, pero estaba ardiendo- ...y cuando cojas el bastón, lánzate por el túnel y conduce a los kags al interior de...- La frase quedó ahí, en el aire, durante un buen rato.
- Eres patético.- Dijo Milton en voz alta pero para sí mismo pues Sango se había desvanecido hacía rato.
Por desgracia, Sango soñó.
Agarró la empuñadura y se arrastró hacia adelante. De alguna manera, pese al dolor creciente que sentía, consiguió erguirse y Sango miró desafiante al frente, con la espada clavada en el suelo y empuñándola con fuerza, pero aún con la rodilla izquierda en el suelo. Sí, Ben solo tenía ojos para la madre de Huracán, una hechicera. Claro, ¿quién sino iba a ser capaz de curar a Huracán? Sango, pese al daño recibido fue capaz de esbozar una ligera sonrisa.
- ¡Oh, no vas a salir de aquí con vida, humanillo!- Dijo ella riendo antes de que Huracán intercediera.
Sí, ella iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para curarse, era legítimo y la entendía. Solo los Dioses sabían qué clase de brujería era aquella a la que había sido sometida, qué poderes y qué misteriosas fuerzas habían actuado y qué males le estaban causando. Posó la mirada en Huracán y justo en aquel momento comprendió, en parte, cómo se podría estar sintiendo ella. Sango la miró como alguien que acababa de darse cuenta de algo que había tenido delante durante mucho tiempo pero que no había sido capaz de verlo. Sango perdió la postura y se apoyó en el suelo con las manos e ignoró el resto de palabras de Huracán y lo que pasaba a su alrededor. El dolor empezaba a remitir o eso creía. Pasó un rato hasta que volvió en sí.
- ¡Arriba, despojo!- Le ladró un lobo a escasos pasos de él.
Sango se levantó lentamente y cuando se vio bien posicionado lanzó una estocada torpe que el lobo esquivó sin mucha dificultad, a continuación le asestó una patada que mandó a Sango contra la misma pared contra la que le había lanzado Bella. La única diferencia es que tras el golpe y antes de golpearse contra el suelo, Ben perdió el conocimiento.
Cuando volvió en sí, había cambiado la oscuridad y el calor de la noche de Dalmasca por la simple oscuridad de algún tugurio oscuro en el que apenas era capaz de ver nada. Para su sorpresa, la mayor parte del dolor se había esfumado, pero igualmente se sentía dolorido y su cabeza palpitaba, se llevó las dos manos atadas a la cabeza y se descubrió sangrando sin embargo no recordaba haberse golpeado la cabeza.
- ¡Eh! Estoy sangrando...- Dijo con voz ronca al ambiente.
- Nadie te va a oír aquí...- Respondió al instante la irritante voz de Milton.- Grita si quieres, o guarda fuerzas para cuando te tires a la Boisson.- Añadió con sorna.
- Me he dado cuenta de un cosa.- Sango se incorporó y se fijó en que estaba encadenado, por el tobillo, a la pared.- Y es que haces muchos comentarios sobre...- Sango tragó saliva, la boca le sabía a metal.- Ya sabes, sobre Huracán y yo teniendo algo más que palabras bonitas en la cama - terminó de acomodarse contra la pared - me lleva a pensar dos cosas. La primera es que eres tú el que deseas a Huracán, ¿te has oído cuando haces los comentarios? Se te pone la voz aguda como un chillido de una sucia rata.- Sango escuchó un golpazo de la cadena de Milton y sonrió en la dirección de la que provenía el ruido.- Sí amigo, te pones nervioso al hablar de ello... tranquilo, te guardo el secreto.- Guiñó el ojo en dirección al ruido. Si lo que sabía de los vampiros era cierto, seguramente Milton lo habría visto.
- Y la segunda tiene que ver con tus "amiguitos" de los acantilados.- Sango volvía a encontrarse mal.- Creo que estás acomplejado. Esos amigos tuyos te usaban como juguete, como si fueras un vulgar chapero- La cadena de Milton se tensó varias veces y ahora Sango le escuchó gemir de rabia.- Para, para, déjame acabar... Estás tan acomplejado que de verdad querías ver cómo se hace de verdad.- Aquello último lo dijo de mala gana se sentía muy cansado y mareado. Se pasó las manos por la cara.
- Te voy a matar hijo de puta, no tienes ni idea de quién soy. Te mataré a ti y a la zorra de las Boisson, ¿me oyes? Os mataré a todos. Te arrancaré los ojos y te los haré tragar...- los insultos y formas de matar siguieron durante un rato. Durante ese tiempo Sango empezó a encontrarse terriblemente mal.
- Y ahora que te has calmado, chapero de...- Sango volvió a tragar saliva, al menos a intentarlo - busca una forma de...- le costaba mantenerse consciente- llamar a la guardia. Contacta con el capullo de Anders, seguramente esté...- apoyó la cabeza en la pared- en la taberna del Paso, en la segunda avenida desde el puerto- Ben se llevó las manos a la cabeza, no sabía cómo, pero estaba ardiendo- ...y cuando cojas el bastón, lánzate por el túnel y conduce a los kags al interior de...- La frase quedó ahí, en el aire, durante un buen rato.
- Eres patético.- Dijo Milton en voz alta pero para sí mismo pues Sango se había desvanecido hacía rato.
Por desgracia, Sango soñó.
Sango
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Finalmente dejé que los lobos se llevaran a Sango y a Milton a sabe donde. Puede que pareciera que no me preocupara por el humano, pero sabía perfectamente que, mientras yo estuviera allí, Bella no les haría nada.
En cuanto a mí, la bruja me llevó hasta una zona apartada, lejos del alcance de sus lobos. Una vez allí, le conté todo lo que sabía acerca de mi maldición. La aspirante a nigromante escuchó con atención. A medio camino entre la admiración y observando mi cuerpo maldito con admiración. Como si ella deseara ser capaz de ser algo tan majestuoso.
-Así que tienes problemas con una maldición. ¿Y acudes a mamá a que te ayude, si? – Asentí con seriedad, recostada en la silla. Ver su pútrida dentadura riendo me causaba ligero. – Me alegra que me tengas en tan buena estima, hijita. – sonrió. – Tiene toda la pinta de tratarse de una maldición ilusoria indirecta. Es un tipo de magia muy, muy poderosa, ya que el éter que lleva el maldito no le afecta a él directamente, sino a los demás que respiran su esencia. ¡Quien quiera que te lo haya hecho debe ser alguien formidable!
Alcé las cejas sorpresiva. Su conocimiento acerca de las maldiciones nunca dejaría de sorprenderme.
-¿Y hay alguna solución?
-Hay truquitos en los necronomicones pero… ¿En serio quieres quitarte el aspecto de no muerta? ¡Si estás guapísima, hija mía!
Me llevé la mano a la nuca, respondiendo con sinceridad. - La verdad es que el tema del olvido y la falta de reconocimiento es lo que peor llevo. A lo de asustar a la gente voy cogiéndole el gusto.
Bella me dio una carantoña en la mejilla. A lo que por supuesto, puse mala cara. Odiaba cuando hacía eso. ¡Tenía ya treinta años!
-¡Pues mamá tiene algo para ti! Pero lamentablemente no tengo los recursos necesarios aquí. Ven a verme a mi castillo en las praderas de Verisar, allí seguiremos hablando de ello. – Y me entregó un papel con un nombre, una fecha y unas coordenadas. – El lugar está protegido por unos animalitos míos. Así que intenta no acercarte mucho, es para que la gente no me acose demasiado. Además, tenemos una fiesta pensada para ese día.
Miré al papel. Luego a ella, con cara de poco convencimiento.
-¿Qué fechorías tramas, madre? – pregunté. – Es cosa del frasco ese, ¿verdad? – Rió traviesa.
La bruja rió. El frasco de no nato brillaba de su pecho en su generoso vestido.
-Ven conmigo.
Eran no muertos.
Finalmente llegamos a donde se encontraba Sango. La bruja abrió la puerta. Estaba encadenado y, debo decir, me dio un poco de pena. Pero a la bruja no parecía importarle.
-Este lugar es demencial. – Opiné.
Se llevó la mano al pecho. Allí, tenía el frasco de no nato. Aquel pequeño vial con un líquido que parecía infinito. ¿Para qué utilizaba todo aquello? No tardé demasiado en averiguarlo.
-¡Es la factoría de animalitos de Bella Boisson! – exclamó, frasco en mano. – Secuestro gente, la meto aquí y la convierto en un animal. A veces hasta les dejo elegir. A Milton no lo dejaré, lo convertiré en un burro, como toda su familia. – Miró a Sango con su sonrisa más psicópata y abrió el vial. – Hagamos una prueba con tu amigo.
Se disponía a darle de beber a Sango de aquello. Yo miré al humano durante unos instantes, de brazos cruzados. Definitivamente, después de todo lo que me había ayudado.
-A él no. – dije impidiendo que le diera de beber. – Déjalo ir.
Bella se detuvo. No pudo evitar poner cara de decepción en su rostro. Se giró y se dirigió a mí con voz burlona, frasco en mano.
-¡Ugh! “A él no”. ¿Qué pasa? ¿Es que no has aprendido nada de tu maldición? – preguntó, claramente molesta. - Ese es el fallo que has tenido siempre, hija mía. – Hizo una pausa. – Te importan tus amigos, pero tú a ellos no les importas ¡nada!
Bella se me puso rostro con rostro. Empezaba a tener otro de sus brotes psicóticos. Me mantuve estoica, sin decir nada. Ella volvió a girar contra el encadenado Sango.
-Como madre, debo educarte. Y debo enseñarte a tomar las decisiones correctas. – Comenzó a andar hacia mí, girando. – Pongamos que si me lo pides, puedo soltar tooodas las cadenas aquí y dejar libre a todos, animales no muertos y humanos. Por el contrario, podría convertir a tu amigo en… ¿Un conejo? Y luego despojarte a ti de tu maldición. – Volvió a dirigirse hacia Sango. - ¿Qué eliges?
A Bella le gustaba hacer sufrir a la gente. A mí también y, estaba claro que nunca daba. Definitivamente, traer a Sango no fue buena idea. Lo miré a los ojos. Pero después de todo lo que había hecho por mí, no podía dejar. Me crucé de brazos. Y me lo pensé unos segundos, mirando al humano a los ojos de continuo.
-Suéltalo. – Pedí.
Bella puso un rostro de decepcionada. Casi se mostró incluso enfadada.
-Bien. – comentó. – La vida de tu amigo, a cambio de tu eterno olvido y tu horripilante aspecto. – frunció el ceño. – Siempre, absolutamente siempre. Eliges mal. Y ese es tu problema.
Y con su varita lanzó un hechizo contra las cadenas de Sango y sobre la sala y lo liberó. Luego, la bruja se convirtió en una estela de humo y desapareció.
-¡Oh, joder…! Sabía que traerte no era buena idea. - Recriminé, de espaldas a él, con las manos en la cadera. Suspiré abatida. Tanto camino para… cagarla al final. – No te preocupes. Encontraré otro modo. – asentí cabizbaja, dispuesta a salir de la celda y no volver a verme más con Sango.
Si bien me detuve a la puerta. Y es que, efectivamente, Bella había cumplido su palabra. Y no sólo me había liberado a mi compañero. Sino a todos los demás: Animales no muertos y nórgedos. Lo cual desembocó en una cacería brutal por parte de las alimañas, que no tardarían en salir de aquella cárcel para hacer lo que Bella, en el fondo, había venido a hacer a Dalmasca: Desatar el caos sobre la ciudad para propagar la palabra del Hombre Muerto, Randall Flagg.
Íbamos a tener pelea para salir de allí, y, a todas estas, ¿dónde estaba Milton?
En cuanto a mí, la bruja me llevó hasta una zona apartada, lejos del alcance de sus lobos. Una vez allí, le conté todo lo que sabía acerca de mi maldición. La aspirante a nigromante escuchó con atención. A medio camino entre la admiración y observando mi cuerpo maldito con admiración. Como si ella deseara ser capaz de ser algo tan majestuoso.
-Así que tienes problemas con una maldición. ¿Y acudes a mamá a que te ayude, si? – Asentí con seriedad, recostada en la silla. Ver su pútrida dentadura riendo me causaba ligero. – Me alegra que me tengas en tan buena estima, hijita. – sonrió. – Tiene toda la pinta de tratarse de una maldición ilusoria indirecta. Es un tipo de magia muy, muy poderosa, ya que el éter que lleva el maldito no le afecta a él directamente, sino a los demás que respiran su esencia. ¡Quien quiera que te lo haya hecho debe ser alguien formidable!
Alcé las cejas sorpresiva. Su conocimiento acerca de las maldiciones nunca dejaría de sorprenderme.
-¿Y hay alguna solución?
-Hay truquitos en los necronomicones pero… ¿En serio quieres quitarte el aspecto de no muerta? ¡Si estás guapísima, hija mía!
Me llevé la mano a la nuca, respondiendo con sinceridad. - La verdad es que el tema del olvido y la falta de reconocimiento es lo que peor llevo. A lo de asustar a la gente voy cogiéndole el gusto.
Bella me dio una carantoña en la mejilla. A lo que por supuesto, puse mala cara. Odiaba cuando hacía eso. ¡Tenía ya treinta años!
-¡Pues mamá tiene algo para ti! Pero lamentablemente no tengo los recursos necesarios aquí. Ven a verme a mi castillo en las praderas de Verisar, allí seguiremos hablando de ello. – Y me entregó un papel con un nombre, una fecha y unas coordenadas. – El lugar está protegido por unos animalitos míos. Así que intenta no acercarte mucho, es para que la gente no me acose demasiado. Además, tenemos una fiesta pensada para ese día.
Miré al papel. Luego a ella, con cara de poco convencimiento.
-¿Qué fechorías tramas, madre? – pregunté. – Es cosa del frasco ese, ¿verdad? – Rió traviesa.
La bruja rió. El frasco de no nato brillaba de su pecho en su generoso vestido.
-Ven conmigo.
- - - - - -
La bruja me guió hasta los calabozos. Allí había mucha gente, a decir por sus caras, probablemente secuestrados. Pero además de eso, también había muchos animales y criaturas extraordinarias. Desde pequeños como gatos, perros o ratones… hasta otros más exóticos como dromedarios, jabalís ¡o incluso panteras! Emitían ruidos pero, eso sí, todos tenían algo en común:Eran no muertos.
Finalmente llegamos a donde se encontraba Sango. La bruja abrió la puerta. Estaba encadenado y, debo decir, me dio un poco de pena. Pero a la bruja no parecía importarle.
-Este lugar es demencial. – Opiné.
Se llevó la mano al pecho. Allí, tenía el frasco de no nato. Aquel pequeño vial con un líquido que parecía infinito. ¿Para qué utilizaba todo aquello? No tardé demasiado en averiguarlo.
-¡Es la factoría de animalitos de Bella Boisson! – exclamó, frasco en mano. – Secuestro gente, la meto aquí y la convierto en un animal. A veces hasta les dejo elegir. A Milton no lo dejaré, lo convertiré en un burro, como toda su familia. – Miró a Sango con su sonrisa más psicópata y abrió el vial. – Hagamos una prueba con tu amigo.
Se disponía a darle de beber a Sango de aquello. Yo miré al humano durante unos instantes, de brazos cruzados. Definitivamente, después de todo lo que me había ayudado.
-A él no. – dije impidiendo que le diera de beber. – Déjalo ir.
Bella se detuvo. No pudo evitar poner cara de decepción en su rostro. Se giró y se dirigió a mí con voz burlona, frasco en mano.
-¡Ugh! “A él no”. ¿Qué pasa? ¿Es que no has aprendido nada de tu maldición? – preguntó, claramente molesta. - Ese es el fallo que has tenido siempre, hija mía. – Hizo una pausa. – Te importan tus amigos, pero tú a ellos no les importas ¡nada!
Bella se me puso rostro con rostro. Empezaba a tener otro de sus brotes psicóticos. Me mantuve estoica, sin decir nada. Ella volvió a girar contra el encadenado Sango.
-Como madre, debo educarte. Y debo enseñarte a tomar las decisiones correctas. – Comenzó a andar hacia mí, girando. – Pongamos que si me lo pides, puedo soltar tooodas las cadenas aquí y dejar libre a todos, animales no muertos y humanos. Por el contrario, podría convertir a tu amigo en… ¿Un conejo? Y luego despojarte a ti de tu maldición. – Volvió a dirigirse hacia Sango. - ¿Qué eliges?
A Bella le gustaba hacer sufrir a la gente. A mí también y, estaba claro que nunca daba. Definitivamente, traer a Sango no fue buena idea. Lo miré a los ojos. Pero después de todo lo que había hecho por mí, no podía dejar. Me crucé de brazos. Y me lo pensé unos segundos, mirando al humano a los ojos de continuo.
-Suéltalo. – Pedí.
Bella puso un rostro de decepcionada. Casi se mostró incluso enfadada.
-Bien. – comentó. – La vida de tu amigo, a cambio de tu eterno olvido y tu horripilante aspecto. – frunció el ceño. – Siempre, absolutamente siempre. Eliges mal. Y ese es tu problema.
Y con su varita lanzó un hechizo contra las cadenas de Sango y sobre la sala y lo liberó. Luego, la bruja se convirtió en una estela de humo y desapareció.
-¡Oh, joder…! Sabía que traerte no era buena idea. - Recriminé, de espaldas a él, con las manos en la cadera. Suspiré abatida. Tanto camino para… cagarla al final. – No te preocupes. Encontraré otro modo. – asentí cabizbaja, dispuesta a salir de la celda y no volver a verme más con Sango.
Si bien me detuve a la puerta. Y es que, efectivamente, Bella había cumplido su palabra. Y no sólo me había liberado a mi compañero. Sino a todos los demás: Animales no muertos y nórgedos. Lo cual desembocó en una cacería brutal por parte de las alimañas, que no tardarían en salir de aquella cárcel para hacer lo que Bella, en el fondo, había venido a hacer a Dalmasca: Desatar el caos sobre la ciudad para propagar la palabra del Hombre Muerto, Randall Flagg.
Íbamos a tener pelea para salir de allí, y, a todas estas, ¿dónde estaba Milton?
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Pero despertó y, afortunadamente, no fue mucho más tarde tras haberse quedado traspuesto. Se despertó empapado en sudor como comprobó cuando giró el cuello para mirar a su alrededor. Tragó saliva y se llevó las manos a la cabeza. Estaba ardiendo, la herida de la cabeza se habría infectado.
- Milton...- Llamó con voz débil.- Milton, tienes que...- hizo una pausa para controlar su creciente malestar- escúchame, tienes que... un guardia, necesito...- No obtuvo respuesta.
No le sorprendía, Milton estaría disfrutando de la visión de Sango muriéndose poco a poco. Aunque quién sabía si Sango pensaría lo mismo si se hubiera visto en la misma situación. Con esto Sango no trataba de comprender la postura de Milton y mucho menos alinearse con él, aquello era pura especulación y no iba a ninguna parte con eso.
- Al menos estamos a la sombra, ¿eh?- Logró decir antes de atragantarse con su propia risa y empezar a toser como un enfermo terminal, bueno, lo era, ¿verdad?
- Te voy a contar mi sueño, para que... sufras en estos nuestros últimos instantes.- Hizo una pausa para pasarse la lengua por los labios.- Había un puerto enorme, era un puerto natural, lo sé porque había un montón de barcos parados.- Apoyó la cabeza contra la pared.- En él había gente que descargaba a otras personas y las lanzaban a un foso que tenía una profundidad suficiente como para sobrevivir pero partiéndote todos los huesos... ¿entiendes?- expulsó aire lentamente- yo fui de los primeros en caer, no podía levantarme, me había roto por dentro, me costaba respirar y justo cuando me acostumbraba... un peso enorme me oprimió más aún el pecho quitándome todo el aire- detuvo su relato al escuchar movimiento en la puerta.
Dos figuras oscuras, recortadas por la luz que entraba desde el corredor, entraron en la celda. Sango creyó reconocer las voces, la primera de ellas le llenó de esperanza pero la segunda no tardó en aplastarlo y hacerlo añicos. Ben sacudió levemente la cabeza para despejarse y vio que Bella, a la que reconoció al instante se acercaba con un frasco. Su pulso se aceleró.
- A él no. Déjalo ir.- Dijo Huracán. Sango posó sus ojos sobre ella.
Su madre le afeó el gesto y a continuación pasó a una charla sobre la educación y las formas hasta que finalmente propuso un trato: la vida de Sango a cambio de liberarla de la maldición. Bella se volvió hacia Sango y le miró, pero los ojos de Sango seguían posados sobre Huracán. Ben se temió lo peor, su muerte llegaría en aquel rincón oscuro del desierto y no quedaría nadie que supiera algo de él: amigos, familia, antiguos compañeros de la guardia, incluso los propios Dioses podría no estar advertidos de aquel lugar. Nadie. Descubrió que aquello le aterraba de una manera impensable. Ben miró por un instante el frasco que tenía en la mano Bella y trató de deshacerse de las cadenas que le ataban en un intento fútil.
- Suéltalo.- Dijo Huracán.
Sango se detuvo de inmediato y miró boquiabierto a Huracán. Casi al instante las cadenas cayeron al suelo pero Sango seguía sin poder decir nada. Ni siquiera fue consciente de que Bella se había esfumado. Sólo fue capaz de regresar en sí mismo cuando Huracán volvió a hablar. Ben se levantó y quedó apoyado en la pared de la celda observando a Huracán de espaldas a él y quieta bajo el quicio. Fuera se escucharon gritos y lamentos.
- ¿Qué pasa...?- Preguntó Sango confundido. Dio varios pasos al frente hacia la puerta y casi arrollando a Huracán vio el infierno que se había desatado fuera. - Que los Dioses nos guarden... Tenemos que salir de aquí.- Ben salió al corredor y a menos de un palmo de él pasó una sombra a gran velocidad.
- ¡Te sigo!- gritó Sango justo antes de ser arrollado por una bestia que era un híbrido entre un pájaro y un humano de dos metros.
Ambos rodaron por el suelo, Ben se desorientó y cuando trató de ponerse de pie a toda velocidad se mareó y volvió a caer al suelo evitando por fortuna un ataque dirigido hacia él con un picotazo. Por fortuna Sango cayó sobre un cadáver que amortiguó su caída. Ben se giró para quedar boca arriba y ver lo que le venía de un lado y de otro. El caos le permitió levantarse y se tomó su tiempo para no marearse esta vez. Pese a encontrarse terriblemente mal, pudo reorientarse y localizar a Huracán que peleaba sola. Al ver aquello Ben se lanzó a la carrera hacia las bestias que se arremolinaban ante ella. En mitad de la carrera Sango gritó (1) con fuerza haciendo que el resto de sonidos quedara prácticamente silenciado y al llegar a Huracán se abalanzó contra dos bestias que cayeron al suelo violentamente.
- ¡Hijo de puta, muere maldita escoria, púdrete en el jodido Hel!- Gritaba Sango mientras agarraba la cabeza de rata y la estampaba contra el suelo una y otra vez.
Al sentir el hueso partirse Sango saltó al siguiente que ya se había levantado. Ben le agarró de las piernas y lo tiró al suelo con una facilidad increíble. Este era humano, o eso parecía, y repitió el mismo procedimiento que el usado con la rata. Aunque ahora cambio el estampado por una serie de puñetazos rápidos a la cara. Cuando hubo terminado con él se levantó lentamente y al no ver a Huracán decidió correr en la misma dirección en la que había corrido antes para atacar. Ben no miró atrás ni una sola vez mientras corría, ni siquiera cuando escuchó un grito de ayuda, un grito de una voz humana, un grito de un igual.
No tardó en llegar a una estancia que era un claro límite entre el calabozo y lo que hubiera al otro lado. Allí, por suerte, dio con su equipo. Puso todo sobre el escudo y salió corriendo a toda velocidad a la calurosa noche de Dalmasca. Allí, Ben se tiró al suelo y se quedó unos instantes tumbado. Estaba cansado, sentía el cuerpo dolorido y sí, hay que repetirlo una vez más, muy cansado. Y desde el fondo de aquella oscuridad que acababa de dejar, se escuchó un chillido. Ben instintivamente cogió el escudo y el hacha pero no fue capaz de ponerse de pie.
Las bestias y seres que no deberían existir también querían disfrutar de la noche de Dalmasca y el único obstáculo era un hombre armado con hacha y escudo, con fiebre y malestar generalizado, perdiendo sangre por la cabeza y con el corazón encogido por no saber nada de Huracán.
Sí, Dalmasca estaba a salvo.
Bueno, cuento como Sango se las apaña para salir de los calabozos, perdón por no entrar en mucho detalle sobre la descripción del lugar pero es que a no tenía una idea muy clara de como es la zona así que decidí saltarlo (espero que no te moleste). Y bueno, me reservo todo el agradecimiento y demás promesas para el siguiente turno
(1) Sango utiliza la habilidad Adrenalina ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo])
- Milton...- Llamó con voz débil.- Milton, tienes que...- hizo una pausa para controlar su creciente malestar- escúchame, tienes que... un guardia, necesito...- No obtuvo respuesta.
No le sorprendía, Milton estaría disfrutando de la visión de Sango muriéndose poco a poco. Aunque quién sabía si Sango pensaría lo mismo si se hubiera visto en la misma situación. Con esto Sango no trataba de comprender la postura de Milton y mucho menos alinearse con él, aquello era pura especulación y no iba a ninguna parte con eso.
- Al menos estamos a la sombra, ¿eh?- Logró decir antes de atragantarse con su propia risa y empezar a toser como un enfermo terminal, bueno, lo era, ¿verdad?
- Te voy a contar mi sueño, para que... sufras en estos nuestros últimos instantes.- Hizo una pausa para pasarse la lengua por los labios.- Había un puerto enorme, era un puerto natural, lo sé porque había un montón de barcos parados.- Apoyó la cabeza contra la pared.- En él había gente que descargaba a otras personas y las lanzaban a un foso que tenía una profundidad suficiente como para sobrevivir pero partiéndote todos los huesos... ¿entiendes?- expulsó aire lentamente- yo fui de los primeros en caer, no podía levantarme, me había roto por dentro, me costaba respirar y justo cuando me acostumbraba... un peso enorme me oprimió más aún el pecho quitándome todo el aire- detuvo su relato al escuchar movimiento en la puerta.
Dos figuras oscuras, recortadas por la luz que entraba desde el corredor, entraron en la celda. Sango creyó reconocer las voces, la primera de ellas le llenó de esperanza pero la segunda no tardó en aplastarlo y hacerlo añicos. Ben sacudió levemente la cabeza para despejarse y vio que Bella, a la que reconoció al instante se acercaba con un frasco. Su pulso se aceleró.
- A él no. Déjalo ir.- Dijo Huracán. Sango posó sus ojos sobre ella.
Su madre le afeó el gesto y a continuación pasó a una charla sobre la educación y las formas hasta que finalmente propuso un trato: la vida de Sango a cambio de liberarla de la maldición. Bella se volvió hacia Sango y le miró, pero los ojos de Sango seguían posados sobre Huracán. Ben se temió lo peor, su muerte llegaría en aquel rincón oscuro del desierto y no quedaría nadie que supiera algo de él: amigos, familia, antiguos compañeros de la guardia, incluso los propios Dioses podría no estar advertidos de aquel lugar. Nadie. Descubrió que aquello le aterraba de una manera impensable. Ben miró por un instante el frasco que tenía en la mano Bella y trató de deshacerse de las cadenas que le ataban en un intento fútil.
- Suéltalo.- Dijo Huracán.
Sango se detuvo de inmediato y miró boquiabierto a Huracán. Casi al instante las cadenas cayeron al suelo pero Sango seguía sin poder decir nada. Ni siquiera fue consciente de que Bella se había esfumado. Sólo fue capaz de regresar en sí mismo cuando Huracán volvió a hablar. Ben se levantó y quedó apoyado en la pared de la celda observando a Huracán de espaldas a él y quieta bajo el quicio. Fuera se escucharon gritos y lamentos.
- ¿Qué pasa...?- Preguntó Sango confundido. Dio varios pasos al frente hacia la puerta y casi arrollando a Huracán vio el infierno que se había desatado fuera. - Que los Dioses nos guarden... Tenemos que salir de aquí.- Ben salió al corredor y a menos de un palmo de él pasó una sombra a gran velocidad.
- ¡Te sigo!- gritó Sango justo antes de ser arrollado por una bestia que era un híbrido entre un pájaro y un humano de dos metros.
Ambos rodaron por el suelo, Ben se desorientó y cuando trató de ponerse de pie a toda velocidad se mareó y volvió a caer al suelo evitando por fortuna un ataque dirigido hacia él con un picotazo. Por fortuna Sango cayó sobre un cadáver que amortiguó su caída. Ben se giró para quedar boca arriba y ver lo que le venía de un lado y de otro. El caos le permitió levantarse y se tomó su tiempo para no marearse esta vez. Pese a encontrarse terriblemente mal, pudo reorientarse y localizar a Huracán que peleaba sola. Al ver aquello Ben se lanzó a la carrera hacia las bestias que se arremolinaban ante ella. En mitad de la carrera Sango gritó (1) con fuerza haciendo que el resto de sonidos quedara prácticamente silenciado y al llegar a Huracán se abalanzó contra dos bestias que cayeron al suelo violentamente.
- ¡Hijo de puta, muere maldita escoria, púdrete en el jodido Hel!- Gritaba Sango mientras agarraba la cabeza de rata y la estampaba contra el suelo una y otra vez.
Al sentir el hueso partirse Sango saltó al siguiente que ya se había levantado. Ben le agarró de las piernas y lo tiró al suelo con una facilidad increíble. Este era humano, o eso parecía, y repitió el mismo procedimiento que el usado con la rata. Aunque ahora cambio el estampado por una serie de puñetazos rápidos a la cara. Cuando hubo terminado con él se levantó lentamente y al no ver a Huracán decidió correr en la misma dirección en la que había corrido antes para atacar. Ben no miró atrás ni una sola vez mientras corría, ni siquiera cuando escuchó un grito de ayuda, un grito de una voz humana, un grito de un igual.
No tardó en llegar a una estancia que era un claro límite entre el calabozo y lo que hubiera al otro lado. Allí, por suerte, dio con su equipo. Puso todo sobre el escudo y salió corriendo a toda velocidad a la calurosa noche de Dalmasca. Allí, Ben se tiró al suelo y se quedó unos instantes tumbado. Estaba cansado, sentía el cuerpo dolorido y sí, hay que repetirlo una vez más, muy cansado. Y desde el fondo de aquella oscuridad que acababa de dejar, se escuchó un chillido. Ben instintivamente cogió el escudo y el hacha pero no fue capaz de ponerse de pie.
Las bestias y seres que no deberían existir también querían disfrutar de la noche de Dalmasca y el único obstáculo era un hombre armado con hacha y escudo, con fiebre y malestar generalizado, perdiendo sangre por la cabeza y con el corazón encogido por no saber nada de Huracán.
Sí, Dalmasca estaba a salvo.
Bueno, cuento como Sango se las apaña para salir de los calabozos, perdón por no entrar en mucho detalle sobre la descripción del lugar pero es que a no tenía una idea muy clara de como es la zona así que decidí saltarlo (espero que no te moleste). Y bueno, me reservo todo el agradecimiento y demás promesas para el siguiente turno
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Las bestias se arremolinaban contra nosotros. Desenfundé las ballestas de mano con un gesto elegante y comencé a disparar contra los animales. Esquivé con varios saltos laterales a las criaturas, abatiéndolas con sencillez y efectividad. Tiros a partes vitales. Esquives agachándome, pasando por encima. O, el más vistoso, saltando hacia la pared desapareciendo en humo y volviendo a reaparecer a la espalda para dar un disparo en el cogote.
Pero de manera silenciosa. No como mi compañero Sango. Que se desgañitaba con un hombre pájaro a grito pelado. ¡Qué ímpetu! Destilaba fuerza y determinación en sus movimientos de combate. Y sobre todo, luchaba con rabia. Yo hacía años que no combatía con el odio en el cuerpo. Era una cuestión de edad.
Tras abatir a cinco criaturas de extraña morfología, Sango apareció para barrer a las dos que tenía delante. Comenzó a desgañitarse contra ellas, hasta el punto que yo sólo actué de mera espectadora, sonriente. Era un lujo tener alguien tan servicial en combate.
El tipo los terminó sacando del soterramiento y finalmente, la guardia de Dalmasca, advertida por Milton, llegó y ayudó a combatir los que quedaban vivos. Los licántropos se habían largado por donde habían venido y todo cuanto vi de Bella al salir fue una estela de humo lejana reluciendo sobre la luna. Ya prácticamente inalcanzable.
Había perdido una oportunidad para revertir la maldición.
Sí. Nuevamente, había optado por salvar el pellejo de otra persona en lugar del mío. Algo de lo que me sentía terriblemente arrepentida. - Hace no tanto tiempo dije que jamás volvería a sacrificar mis intereses particulares por los de nadie. Pero parece que no he aprendido la lección. – admití a regañadientes, no quería profundizar demasiado en el tema. – Ahora tendré que ir a buscar a Bella a otro lugar.
Era más divertido contemplar el reguero de cadáveres de bestias que había dejado el incesante luchador. Luego lo miré. Estaba hecho mierda, como casi siempre. Pero debo admitir que pocas veces gocé de tan fiel escudero. Aunque era reacia a admitirlo, y a pesar de que lo había fastidiado y puesto a prueba en multitud de ocasiones, lo cierto es que Sango no era como esos repugnantes elfos. Él sí era de fiar.
Me acerqué a él y lo vi arrodillado en sus miserias. Apoyé la mano en la cadera y suspiré. Esperé a que se recompusiera mirándolo con lástima.
-¿Cansado? – pregunté. – Y supongo que aún seguirás empecinado en ayudarme. Eres difícil de quitar de encima, ¿eh? – Esbocé en tono bromista. – Escucha, te desenvuelves bien. Cuando recupere mi forma y pertenencias, si te interesa, quizás podríamos empezar a hablar de un puesto para ti en mi compañía. – Puede que fuera un poco simple. Pero creía fervientemente en que podía tener un lugar en el gremio. – Te hablaré de ello en otro momento. – Miré al cielo, cruzada de brazos. Estábamos en Dalmasca. Un lugar de temperatura agradable por las noches. Observé la luna llena.
Hacía una noche espléndida. Y lo cierto es que llevábamos ya tres días de aventuras juntos y aún no había mostrado interés alguno en compartir diez minutos de mi vida con el humano. Siempre me había mantenido al margen y comiendo en soledad, como mismamente por la mañana, o en el propio carro. – Oye, si arreglas un poco esas pintas de pordiosero, podríamos buscar un buen restaurante. ¿Qué me dices?– comenté con sinceridad.
En ese momento, apareció alguien con quien no contaba. Milton resurgió de entre las sombras, una vez los guardias se fueron. No aposté a que el hermano de Cass volvería por allí después de sus vejaciones contra mi persona, y de haberlo usado como cebo.
-Eh, Boisson. A pesar de que me has utilizado para llegar hasta Bella y de que te has cargado a mis amigos del desierto, debo admitir que me ha sorprendido que nos ayudases a escapar. Y… bueno, sólo quería agradecértelo. – comentó el joven, en un tono mucho más relajado del que solía utilizar especialmente conmigo. – El que me hayas ayudado con Bella, digo. No el que te cargaras a mis amigos del desierto. - Algo parecía haber cambiado en él.
-Tus amigos atacaron primero. – recordé con una mirada aborrecida, retirándole la vista y caminando lejos del callejón. – Ahora puedes irte, no tenía intención de llevarte con Cassandra.
Milton carraspeó. Parecía reacio a irse por donde había venido. Pensó unos segundos algo y, después, volvió a pronunciarse.
-Es… Espera, Boisson. En realidad, creo que podría ir con vosotros. Ya sabes, ayudarte a revertir la maldición. ¡Necesitas a dos machotes como yo y Sango! – y se señaló con un pulgar y con el otro brazo abrazó a Sango por los hombros.
Me detuve y me di la vuelta. Enarqué una ceja. – ¿Que os necesito? ¿Yo? ¿A vosotros? – pregunté, esta vez sí estaba molesta. Sango no había dicho nada, pero pagaban justos por pecadores. Había evitado el tema para no arrepentirme de ello, pero volvía a hacerlo. – Sin mí ahora mismo seríais dos ratas de alcantarilla, y yo habría curado mi maldición. – insistí. - ¡Agh! Dejadme sola. Sango, mañana al primer rayo de sol te veo donde el carro, y búscale un trajecito a Milton. - Milton reía. Había conseguido lo que buscaba. Hacerme enfadar.
Y me volví una estela del humo y me fui lejos.
Milton pegó un codazo en el hombro a Sango.
-¡Já! Jódete, Sango. Este “chapero maricón” te acaba de joder una cita. – se rió el niñato, señalándole y mordiéndose la lengua. Y empezó a moverse cual boxeador. - ¡Te meto, eh! ¡Te meto! – bramó boxeando al aire delante de Sango. - ¡Já! Nada, tío. Vayamos tú y yo a cenar algo y que le den a la Boisson. – propuso. – ¡Noche de tíos!
No sé qué harían. Lo que estaba claro era que de mí no volverían a saber hasta el día siguiente.
*Off: Como solo nos queda un turno, te dejo a ti cerrar en solitario.
Pero de manera silenciosa. No como mi compañero Sango. Que se desgañitaba con un hombre pájaro a grito pelado. ¡Qué ímpetu! Destilaba fuerza y determinación en sus movimientos de combate. Y sobre todo, luchaba con rabia. Yo hacía años que no combatía con el odio en el cuerpo. Era una cuestión de edad.
Tras abatir a cinco criaturas de extraña morfología, Sango apareció para barrer a las dos que tenía delante. Comenzó a desgañitarse contra ellas, hasta el punto que yo sólo actué de mera espectadora, sonriente. Era un lujo tener alguien tan servicial en combate.
El tipo los terminó sacando del soterramiento y finalmente, la guardia de Dalmasca, advertida por Milton, llegó y ayudó a combatir los que quedaban vivos. Los licántropos se habían largado por donde habían venido y todo cuanto vi de Bella al salir fue una estela de humo lejana reluciendo sobre la luna. Ya prácticamente inalcanzable.
Había perdido una oportunidad para revertir la maldición.
Sí. Nuevamente, había optado por salvar el pellejo de otra persona en lugar del mío. Algo de lo que me sentía terriblemente arrepentida. - Hace no tanto tiempo dije que jamás volvería a sacrificar mis intereses particulares por los de nadie. Pero parece que no he aprendido la lección. – admití a regañadientes, no quería profundizar demasiado en el tema. – Ahora tendré que ir a buscar a Bella a otro lugar.
Era más divertido contemplar el reguero de cadáveres de bestias que había dejado el incesante luchador. Luego lo miré. Estaba hecho mierda, como casi siempre. Pero debo admitir que pocas veces gocé de tan fiel escudero. Aunque era reacia a admitirlo, y a pesar de que lo había fastidiado y puesto a prueba en multitud de ocasiones, lo cierto es que Sango no era como esos repugnantes elfos. Él sí era de fiar.
Me acerqué a él y lo vi arrodillado en sus miserias. Apoyé la mano en la cadera y suspiré. Esperé a que se recompusiera mirándolo con lástima.
-¿Cansado? – pregunté. – Y supongo que aún seguirás empecinado en ayudarme. Eres difícil de quitar de encima, ¿eh? – Esbocé en tono bromista. – Escucha, te desenvuelves bien. Cuando recupere mi forma y pertenencias, si te interesa, quizás podríamos empezar a hablar de un puesto para ti en mi compañía. – Puede que fuera un poco simple. Pero creía fervientemente en que podía tener un lugar en el gremio. – Te hablaré de ello en otro momento. – Miré al cielo, cruzada de brazos. Estábamos en Dalmasca. Un lugar de temperatura agradable por las noches. Observé la luna llena.
Hacía una noche espléndida. Y lo cierto es que llevábamos ya tres días de aventuras juntos y aún no había mostrado interés alguno en compartir diez minutos de mi vida con el humano. Siempre me había mantenido al margen y comiendo en soledad, como mismamente por la mañana, o en el propio carro. – Oye, si arreglas un poco esas pintas de pordiosero, podríamos buscar un buen restaurante. ¿Qué me dices?– comenté con sinceridad.
En ese momento, apareció alguien con quien no contaba. Milton resurgió de entre las sombras, una vez los guardias se fueron. No aposté a que el hermano de Cass volvería por allí después de sus vejaciones contra mi persona, y de haberlo usado como cebo.
-Eh, Boisson. A pesar de que me has utilizado para llegar hasta Bella y de que te has cargado a mis amigos del desierto, debo admitir que me ha sorprendido que nos ayudases a escapar. Y… bueno, sólo quería agradecértelo. – comentó el joven, en un tono mucho más relajado del que solía utilizar especialmente conmigo. – El que me hayas ayudado con Bella, digo. No el que te cargaras a mis amigos del desierto. - Algo parecía haber cambiado en él.
-Tus amigos atacaron primero. – recordé con una mirada aborrecida, retirándole la vista y caminando lejos del callejón. – Ahora puedes irte, no tenía intención de llevarte con Cassandra.
Milton carraspeó. Parecía reacio a irse por donde había venido. Pensó unos segundos algo y, después, volvió a pronunciarse.
-Es… Espera, Boisson. En realidad, creo que podría ir con vosotros. Ya sabes, ayudarte a revertir la maldición. ¡Necesitas a dos machotes como yo y Sango! – y se señaló con un pulgar y con el otro brazo abrazó a Sango por los hombros.
Me detuve y me di la vuelta. Enarqué una ceja. – ¿Que os necesito? ¿Yo? ¿A vosotros? – pregunté, esta vez sí estaba molesta. Sango no había dicho nada, pero pagaban justos por pecadores. Había evitado el tema para no arrepentirme de ello, pero volvía a hacerlo. – Sin mí ahora mismo seríais dos ratas de alcantarilla, y yo habría curado mi maldición. – insistí. - ¡Agh! Dejadme sola. Sango, mañana al primer rayo de sol te veo donde el carro, y búscale un trajecito a Milton. - Milton reía. Había conseguido lo que buscaba. Hacerme enfadar.
Y me volví una estela del humo y me fui lejos.
Milton pegó un codazo en el hombro a Sango.
-¡Já! Jódete, Sango. Este “chapero maricón” te acaba de joder una cita. – se rió el niñato, señalándole y mordiéndose la lengua. Y empezó a moverse cual boxeador. - ¡Te meto, eh! ¡Te meto! – bramó boxeando al aire delante de Sango. - ¡Já! Nada, tío. Vayamos tú y yo a cenar algo y que le den a la Boisson. – propuso. – ¡Noche de tíos!
No sé qué harían. Lo que estaba claro era que de mí no volverían a saber hasta el día siguiente.
*Off: Como solo nos queda un turno, te dejo a ti cerrar en solitario.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Cuando todo acabó, Sango dejó caer al suelo su equipo y se quedó mirando a Huracán con cierta fascinación pues no había sufrido ni un rasguño mientras que él se había llevado todos los golpes, no solo aquel día, también el anterior y sin embargo le parecía poco castigo por haber sido la causa de que no estuviera curada; fascinación porque durante el combate parecía moverse con una rapidez sobrenatural. Sí, Sango no era la persona más avispada del mundo y tardó en reconocer que Huracán era capaz de hacer magia.
Con movimientos torpes, Sango se ató el cinto y guardó las armas. Le llevó más tiempo de lo habitual, pero lo consiguió. Mientras él se levantaba, Huracán se dirigió una vez más a él y para su sorpresa le habló de unirse a su Compañía. No obstante, Sango en esos momentos solo quería salir de allí y rápidamente olvidó los comentarios de Huracán que para su sorpresa había propuesto ir a algún sitio a cenar. Ben miró a Huracán y pese a su aspecto magullado, sucio y cansado, le dirigió una sonrisa sincera y acto seguido negó con la cabeza. Y antes de que pudiera disculparse para no aceptar la oferta, apareció Milton para revolucionarlo todo. Ambos mantuvieron una breve conversación y Sango se quedó desconcertado, ¿ahora eran amigos o es que Ben no había entendido absolutamente nada de lo que había pasado? No le dio más vueltas y se quedó mirando a Huracán, a la persona a la que debía la vida a la que Milton estaba irritando. Ben miró al suelo y negó. Cuando volvió a alzar la mirada, Huracán se había desvanecido y el desgraciado chupasangres le hablaba.
- ¿Qué...?- Sango sacudió la cabeza.- No... Bueno...- Hizo una breve pausa para tragar saliva- Si la noche nos lleva a un médico, entonces sí.- Sango echó a andar.
- ¡Sango, tio esprera!- Milton le alcanzó y le echó un brazo por encima de los hombros.- Encima de que me habéis hecho pasar unos días de mierda... ¡Venga, hostia, me lo debes!- Se separó y le empujó suavemente.
- Como no me lleves a un puto curandero...- Se giró lentamente hacia Milton- Vas a tener que cargar con un cadáver y enfrentarte a las consecuencias...- Quería responder de alguna otra manera pero se encontraba muy débil. Milton lo observó con el ceño fruncido.- Llévame y te doy unas monedas, por favor.- Dijo finalmente. Al chupasangres no le quedaba gran cosa y el tiempo que se estaba tomando para decidirse le dio algo de ánimo a Sango.
- Joder, yo no te veo tan mal, pero si tú quieres ir... Por cierto, ¿cuánto...?- Milton dejó la pregunta en aire.
- Aún conservo la bolsa de Belladonna, según cómo me trates y cuánto tardemos, así será la paga.- Sango echó a andar.
Deambularon por las calles de Dalmasca durante un buen rato, Milton tuvo que ayudar a Sango a levantarse varias veces y Ben se lo agradecía con gruñidos porque casi no podía hablar. Al final tras entrar a una tasca a preguntar por direcciones, llegaron a un edificio en cuya fachada se podían ver unos desconchones muy grandes de la cal que se utilizaba para proteger los muros. Había un letrero que Sango fue incapaz de descifrar pero Milton identificó como un herbolario. Milton aporreó tres veces la puerta.
- Gracias, pese a todo...- Ben se dejó caer al suelo y con unos movimientos lentos y pesados sacó unas monedas de la bolsa y se las tiró al suelo a Milton.
La puerta se abrió y apareció una mujer de cabellos negros y tez tostada. Vestía un largo vestido de color arena con una serie de adornos que le daban más presencia. Se quedó allí plantada mirando a ambos.
- ¿Sólo me das esta mierda?- Dijo Milton después de contar los aeros.
- Disculpe que, esta noche. Necesito ayuda...- Sango alzó la mirada y se encontró con los ojos de la mujer.
- Que te jodan Sango, quiero más.- Milton se estaba poniendo nervioso.
- Tengo fiebre y dolores por el cuerpo...- La mujer se agachó y lo ayudó a entrar y justo cuando Milton iba a entrar ella con un golpe sutil con un pie cerró la puerta tras de sí. Los gritos de Milton fueron en aumento.
La mujer sentó a Sango en una silla y lo dejó a solas durante unos instantes. Ben no lo sabía, pero en aquella sala, que era pequeña, había varios estantes con cajas y en ellos había hierbas, flores, setas, raíces... A tres o cuatros pasos de la puerta había un barril con una tabla encima que hacía las veces de mostrador y a mano izquierda desde la entrada había dos sillas. Al fondo había un acceso a otra habitación que estaba tapado por una cortina. De allí salió la mujer con una lámpara. Y se acercó a inspeccionar a Sango.
Primero hizo una inspección visual y luego fue tocando partes del cuerpo emitía un pequeño sonido cada vez que Sango se quejaba. Finalmente inspeccionó la herida en la cabeza y la mujer dio un saltito hacia atrás y luego volvió a mirar con más detenimiento. Tras unos latidos, Ben notó un tirón y vio cómo la mujer sonreía satisfecha con algo en la mano.
- Has tenido suerte... El "golpe" que te has dado,- hizo énfasis en la palabra golpe- en la cabeza no debería haber sido más que una brecha, pero...- puso lo que había sacado de la cabeza de Sango a la luz de la lámpara- esto estaba aplastado contra la herida.- Se trataba de un bicho, o lo que quedaba de él, de color negro. Ben preguntó qué era aquello.- Ah, no lo sé, pero no es la primera vez que lo veo. Tienen veneno, no sé cuánto, la verdad es que me gustaría estudiar uno de estos... Ah, me desvío... Sí, has tenido la mala suerte de caer sobre este diminuto bicho y al aplastarlo el veneno se ha introducido en tu sangre...- Se llevó el bicho a la otra sala.
- ¿Tiene la cura por ahí...?- Preguntó Sango.
- No lo sé.- Dijo desde la otra sala. Cuando apareció lo hizo con una bandeja en la que habían trapos, frascos y hierbas.- Pero, lo que voy a hacer es esto: te limpiaré la herida y te la vendaré; luego te daré esto- le enseñó un frasco- que es un neutralizador, como yo lo llamo, algunos lo llaman un purgador, para gustos los colores, ¿verdad?- Sonrió pro primera vez.- Después, cuando haya actuado, te daré algo para beber y si todo sale bien, deberías estar bien en un par de campanadas, y si no... Bueno, ya lo veremos, ¿verdad?- Sango asintió y se dejó hacer.
La limpieza y el vendaje fueron muy rápidos y acto seguido la herborista trajo un cubo y le dio una cucharada del primer frasco.
- Procura utilizar el cubo, por favor.- Sango frunció el ceño y la miró.
- ¿Por qué iba a...?- Se detuvo a mitad de la frase algo se revolvió dentro de él y un golpe le recorrió de abajo a arriba. Acto seguido Ben vomitó y para fortuna de la herborista lo hizo dentro del cubo.
Las arcadas continuaron durante un buen rato, tiempo que la herborista desapareció en la otra sala y en el que Sango recuperó parte de sus fuerzas. La visión ya no era borrosa y el malestar casi había desaparecido del todo. Sango, que estaba abrazado al cubo, lo posó en el suelo al ver que la herborista entraba con otro frasco, este humeaba.
- No más neutralizador, por favor...- La herborista se echó a reir.
- ¡No! Por supuesto que no... Hmm, veo cierta mejoría, ¿no es así? Bien, toma esto. Es una infusión, te ayudará a restablecer tu interior. Hmm.- Se lo tendió a Sango que lo cogió y pegó un pimer trago.- Dulce, ¿verdad? Bien, antes de acabar, me gustaría hablar de...- Sango le tendió la saca con monedas de Bella.
- Coge lo que creas oportuno y deja lo que no necesites.- La herborista se lo quedó mirando sorprendida de la buena voluntad de aquel hombre.- Por cierto, soy Sango.- Se presentó.
- Yo soy Tesala, y este es mi humilde herbolario, aunque también, como has comprobado, puedo tratar ciertas enfermedades.- Seguía con la bolsa en la mano.- A ver he utilizado dos medidas de raíz de...- Sango se perdió en las cuentas que estaba echando Tesala mientras bebía aquel brebaje que parecía devolverle la vida.
Entre cuenta y cuenta, Sango se levantó y se descubrió aliviado pero también muy cansado y aún dolorido, claro, para los golpes no había más cura que el paso del tiempo. Vio que Tesala estaba separando monedas y se detuvo cuando Sango alcanzó le mostrador.
- Y coge estas cinco también... Ya sabes, el cubo, estas horas...- Sango lo decía con sinceridad.
El conocimiento no estaba bien pagado y aquella mujer, sin utilizar ninguna clase de hechicería había sido capaz de curarlo. Ben, tras los agradecimientos de Tesala y unos trapos que le dio para que limpiara la herida, se despidió con un saludo de la Guardia: puño al pecho y ligera reverencia.
Sango salió a la noche de Dalmasca, una vez más. Palpó la bolsa y vio que ya no era ni la mitad de lo que había antes. Con una mueca caminó en dirección al carro. A fin de cuentas, debía estar allí con las primeras luces de la mañana. En el carro podría descansar.
Las ganas de poder tumbarse le dieron el ánimo suficiente para echar a andar.
Off: pues nada, te espero en el carro ; )
Con movimientos torpes, Sango se ató el cinto y guardó las armas. Le llevó más tiempo de lo habitual, pero lo consiguió. Mientras él se levantaba, Huracán se dirigió una vez más a él y para su sorpresa le habló de unirse a su Compañía. No obstante, Sango en esos momentos solo quería salir de allí y rápidamente olvidó los comentarios de Huracán que para su sorpresa había propuesto ir a algún sitio a cenar. Ben miró a Huracán y pese a su aspecto magullado, sucio y cansado, le dirigió una sonrisa sincera y acto seguido negó con la cabeza. Y antes de que pudiera disculparse para no aceptar la oferta, apareció Milton para revolucionarlo todo. Ambos mantuvieron una breve conversación y Sango se quedó desconcertado, ¿ahora eran amigos o es que Ben no había entendido absolutamente nada de lo que había pasado? No le dio más vueltas y se quedó mirando a Huracán, a la persona a la que debía la vida a la que Milton estaba irritando. Ben miró al suelo y negó. Cuando volvió a alzar la mirada, Huracán se había desvanecido y el desgraciado chupasangres le hablaba.
- ¿Qué...?- Sango sacudió la cabeza.- No... Bueno...- Hizo una breve pausa para tragar saliva- Si la noche nos lleva a un médico, entonces sí.- Sango echó a andar.
- ¡Sango, tio esprera!- Milton le alcanzó y le echó un brazo por encima de los hombros.- Encima de que me habéis hecho pasar unos días de mierda... ¡Venga, hostia, me lo debes!- Se separó y le empujó suavemente.
- Como no me lleves a un puto curandero...- Se giró lentamente hacia Milton- Vas a tener que cargar con un cadáver y enfrentarte a las consecuencias...- Quería responder de alguna otra manera pero se encontraba muy débil. Milton lo observó con el ceño fruncido.- Llévame y te doy unas monedas, por favor.- Dijo finalmente. Al chupasangres no le quedaba gran cosa y el tiempo que se estaba tomando para decidirse le dio algo de ánimo a Sango.
- Joder, yo no te veo tan mal, pero si tú quieres ir... Por cierto, ¿cuánto...?- Milton dejó la pregunta en aire.
- Aún conservo la bolsa de Belladonna, según cómo me trates y cuánto tardemos, así será la paga.- Sango echó a andar.
Deambularon por las calles de Dalmasca durante un buen rato, Milton tuvo que ayudar a Sango a levantarse varias veces y Ben se lo agradecía con gruñidos porque casi no podía hablar. Al final tras entrar a una tasca a preguntar por direcciones, llegaron a un edificio en cuya fachada se podían ver unos desconchones muy grandes de la cal que se utilizaba para proteger los muros. Había un letrero que Sango fue incapaz de descifrar pero Milton identificó como un herbolario. Milton aporreó tres veces la puerta.
- Gracias, pese a todo...- Ben se dejó caer al suelo y con unos movimientos lentos y pesados sacó unas monedas de la bolsa y se las tiró al suelo a Milton.
La puerta se abrió y apareció una mujer de cabellos negros y tez tostada. Vestía un largo vestido de color arena con una serie de adornos que le daban más presencia. Se quedó allí plantada mirando a ambos.
- ¿Sólo me das esta mierda?- Dijo Milton después de contar los aeros.
- Disculpe que, esta noche. Necesito ayuda...- Sango alzó la mirada y se encontró con los ojos de la mujer.
- Que te jodan Sango, quiero más.- Milton se estaba poniendo nervioso.
- Tengo fiebre y dolores por el cuerpo...- La mujer se agachó y lo ayudó a entrar y justo cuando Milton iba a entrar ella con un golpe sutil con un pie cerró la puerta tras de sí. Los gritos de Milton fueron en aumento.
La mujer sentó a Sango en una silla y lo dejó a solas durante unos instantes. Ben no lo sabía, pero en aquella sala, que era pequeña, había varios estantes con cajas y en ellos había hierbas, flores, setas, raíces... A tres o cuatros pasos de la puerta había un barril con una tabla encima que hacía las veces de mostrador y a mano izquierda desde la entrada había dos sillas. Al fondo había un acceso a otra habitación que estaba tapado por una cortina. De allí salió la mujer con una lámpara. Y se acercó a inspeccionar a Sango.
Primero hizo una inspección visual y luego fue tocando partes del cuerpo emitía un pequeño sonido cada vez que Sango se quejaba. Finalmente inspeccionó la herida en la cabeza y la mujer dio un saltito hacia atrás y luego volvió a mirar con más detenimiento. Tras unos latidos, Ben notó un tirón y vio cómo la mujer sonreía satisfecha con algo en la mano.
- Has tenido suerte... El "golpe" que te has dado,- hizo énfasis en la palabra golpe- en la cabeza no debería haber sido más que una brecha, pero...- puso lo que había sacado de la cabeza de Sango a la luz de la lámpara- esto estaba aplastado contra la herida.- Se trataba de un bicho, o lo que quedaba de él, de color negro. Ben preguntó qué era aquello.- Ah, no lo sé, pero no es la primera vez que lo veo. Tienen veneno, no sé cuánto, la verdad es que me gustaría estudiar uno de estos... Ah, me desvío... Sí, has tenido la mala suerte de caer sobre este diminuto bicho y al aplastarlo el veneno se ha introducido en tu sangre...- Se llevó el bicho a la otra sala.
- ¿Tiene la cura por ahí...?- Preguntó Sango.
- No lo sé.- Dijo desde la otra sala. Cuando apareció lo hizo con una bandeja en la que habían trapos, frascos y hierbas.- Pero, lo que voy a hacer es esto: te limpiaré la herida y te la vendaré; luego te daré esto- le enseñó un frasco- que es un neutralizador, como yo lo llamo, algunos lo llaman un purgador, para gustos los colores, ¿verdad?- Sonrió pro primera vez.- Después, cuando haya actuado, te daré algo para beber y si todo sale bien, deberías estar bien en un par de campanadas, y si no... Bueno, ya lo veremos, ¿verdad?- Sango asintió y se dejó hacer.
La limpieza y el vendaje fueron muy rápidos y acto seguido la herborista trajo un cubo y le dio una cucharada del primer frasco.
- Procura utilizar el cubo, por favor.- Sango frunció el ceño y la miró.
- ¿Por qué iba a...?- Se detuvo a mitad de la frase algo se revolvió dentro de él y un golpe le recorrió de abajo a arriba. Acto seguido Ben vomitó y para fortuna de la herborista lo hizo dentro del cubo.
Las arcadas continuaron durante un buen rato, tiempo que la herborista desapareció en la otra sala y en el que Sango recuperó parte de sus fuerzas. La visión ya no era borrosa y el malestar casi había desaparecido del todo. Sango, que estaba abrazado al cubo, lo posó en el suelo al ver que la herborista entraba con otro frasco, este humeaba.
- No más neutralizador, por favor...- La herborista se echó a reir.
- ¡No! Por supuesto que no... Hmm, veo cierta mejoría, ¿no es así? Bien, toma esto. Es una infusión, te ayudará a restablecer tu interior. Hmm.- Se lo tendió a Sango que lo cogió y pegó un pimer trago.- Dulce, ¿verdad? Bien, antes de acabar, me gustaría hablar de...- Sango le tendió la saca con monedas de Bella.
- Coge lo que creas oportuno y deja lo que no necesites.- La herborista se lo quedó mirando sorprendida de la buena voluntad de aquel hombre.- Por cierto, soy Sango.- Se presentó.
- Yo soy Tesala, y este es mi humilde herbolario, aunque también, como has comprobado, puedo tratar ciertas enfermedades.- Seguía con la bolsa en la mano.- A ver he utilizado dos medidas de raíz de...- Sango se perdió en las cuentas que estaba echando Tesala mientras bebía aquel brebaje que parecía devolverle la vida.
Entre cuenta y cuenta, Sango se levantó y se descubrió aliviado pero también muy cansado y aún dolorido, claro, para los golpes no había más cura que el paso del tiempo. Vio que Tesala estaba separando monedas y se detuvo cuando Sango alcanzó le mostrador.
- Y coge estas cinco también... Ya sabes, el cubo, estas horas...- Sango lo decía con sinceridad.
El conocimiento no estaba bien pagado y aquella mujer, sin utilizar ninguna clase de hechicería había sido capaz de curarlo. Ben, tras los agradecimientos de Tesala y unos trapos que le dio para que limpiara la herida, se despidió con un saludo de la Guardia: puño al pecho y ligera reverencia.
Sango salió a la noche de Dalmasca, una vez más. Palpó la bolsa y vio que ya no era ni la mitad de lo que había antes. Con una mueca caminó en dirección al carro. A fin de cuentas, debía estar allí con las primeras luces de la mañana. En el carro podría descansar.
Las ganas de poder tumbarse le dieron el ánimo suficiente para echar a andar.
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Héroe de Aerandir
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Re: [Cerrado] La muerte no tenía un precio [Privado]
Me alejé de nuevo a la posada. Allí estaba. Un poco cansada por el combate contra Belladonna. Entré y pedí una sopa para cenar, y me senté en una solitaria mesa en la terraza. La temperatura era agradable en Baslodia por la noche. Pedí algo de comida, bebida y un buen bidón de agua para limpiar mis armas. Permanecí bien ataviada con mi capucha para que no se me percibiera el rostro cadavérico que tenía. Tras ello, me puse a pensar.
Estaba ciertamente, preocupada. Belladonna no parecía por la labor de cooperar. Y no sólo eso, sino que, además, parecía ciertamente influenciada por los siervos del hombre muerto. Era una mujer con problemas mentales. Había dedicado el último año a la causa de los centinelas. Desatendiendo parte de mis labores como cazadora de vampiros, como profesora en el Hekshold y como familiar y amiga de personas que me importaban.
Comencé a limpiar con agua la sangre de las criaturas que había permanecido en las ballestas. Mientras tanto, le daba vueltas a la cabeza. Al final todo se había vuelto en mi contra. ¿Y si Bella no cooperaba? Tendría que arrebatarle el frasco… O peor aún. ¿Intentaría matarme y tendría que defenderme? Esperaba no tener que llegar a tal fin. Pero lo cierto es que mi madre era poco razonable en sus ambiciones, y no dudaba en matar a sus aliados, como había hecho con su hermana y muchos de sus amigos y compañeros del Hekshold.
Fuera como fuera, tenía que deshacer la maldición. Ya no sólo por el orgullo propio y que mi nombre no se relacionara más que con el retrato de una elegante mujer en el desván de una mansión en Beltrexus.
Más que por todo eso, tenía que hacer por “ÉL”.
Y el objeto de Belladonna iba a ser clave para ello. A fin de cuentas, era uno de los legendarios de Aerandir.
Tras concluir reflexión, limpieza y bebida, sin decir una palabra, dejé atrás el bullicio del local y me dirigí a mi habitación. Mañana sería otro día.
Con la temprana salida del sol me dirigí a donde habíamos quedado. Protegida por la capucha y completamente tapada, aparecí. No llegaba demasiado tarde. Lo que había tardado en arreglarme. Allí estaba el siempre puntual Sango.
Llegué a un ritmo acelerado, moviendo atrás y a un lado el brazo derecho, con la zurda en mi ballesta de mano enfundada y mirando hacia otro lado. Lo miré a los ojos, aún con preocupación en la mirada e hice un saludo con la cabeza.
-Lista. – concluí, al tiempo que me agarraba al poste para subir a la parte trasera del carromato. Junto al “tapado” Milton. Allí estaba él. No sabía qué habían hecho por la noche ni tampoco me importaba demasiado. Había tiempo para hablar hasta llegar a nuestro nuevo destino. Allí donde sabía que Bella tenía su centro de operaciones.
Las llanuras de Verisar.
Estaba ciertamente, preocupada. Belladonna no parecía por la labor de cooperar. Y no sólo eso, sino que, además, parecía ciertamente influenciada por los siervos del hombre muerto. Era una mujer con problemas mentales. Había dedicado el último año a la causa de los centinelas. Desatendiendo parte de mis labores como cazadora de vampiros, como profesora en el Hekshold y como familiar y amiga de personas que me importaban.
Comencé a limpiar con agua la sangre de las criaturas que había permanecido en las ballestas. Mientras tanto, le daba vueltas a la cabeza. Al final todo se había vuelto en mi contra. ¿Y si Bella no cooperaba? Tendría que arrebatarle el frasco… O peor aún. ¿Intentaría matarme y tendría que defenderme? Esperaba no tener que llegar a tal fin. Pero lo cierto es que mi madre era poco razonable en sus ambiciones, y no dudaba en matar a sus aliados, como había hecho con su hermana y muchos de sus amigos y compañeros del Hekshold.
Fuera como fuera, tenía que deshacer la maldición. Ya no sólo por el orgullo propio y que mi nombre no se relacionara más que con el retrato de una elegante mujer en el desván de una mansión en Beltrexus.
Más que por todo eso, tenía que hacer por “ÉL”.
Y el objeto de Belladonna iba a ser clave para ello. A fin de cuentas, era uno de los legendarios de Aerandir.
Tras concluir reflexión, limpieza y bebida, sin decir una palabra, dejé atrás el bullicio del local y me dirigí a mi habitación. Mañana sería otro día.
Con la temprana salida del sol me dirigí a donde habíamos quedado. Protegida por la capucha y completamente tapada, aparecí. No llegaba demasiado tarde. Lo que había tardado en arreglarme. Allí estaba el siempre puntual Sango.
Llegué a un ritmo acelerado, moviendo atrás y a un lado el brazo derecho, con la zurda en mi ballesta de mano enfundada y mirando hacia otro lado. Lo miré a los ojos, aún con preocupación en la mirada e hice un saludo con la cabeza.
-Lista. – concluí, al tiempo que me agarraba al poste para subir a la parte trasera del carromato. Junto al “tapado” Milton. Allí estaba él. No sabía qué habían hecho por la noche ni tampoco me importaba demasiado. Había tiempo para hablar hasta llegar a nuestro nuevo destino. Allí donde sabía que Bella tenía su centro de operaciones.
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Anastasia Boisson
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