Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
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Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Tardó poco en quedarse dormida, la combinación de factores propició que un sueño profundo la invadiera desde el momento que cerró los ojos. Los efectos depresivos del licor y el calor de la hoguera que la arropaba bajo las telas terminaron por opacar la dureza e incomodidad del suelo rocoso y frío, haciéndola pasar la noche sin desvelos. Al llegar la mañana, su mente despertó antes que su cuerpo en el momento que los primeros sonidos alrededor de la cueva advirtieron de que la vida fuera lo hacía también. Renegó para sí, negándose a tomar conciencia de que el día comenzaba. Era temprano, la noche había acabado tarde y prefería no arriesgarse a mover un músculo por no descubrir los efectos del trasnoche, a pesar de no esperarse grandes consecuencias, cualquier movimiento sería peor que mantenerse envuelta en el nido que había conseguido crearse.
Notó a Nousis ponerse en pie no mucho después de haber amanecido y lo sintió trastear cerca, supuso que ultimando los preparativos antes de ponerse en marcha, para luego percibir sus pasos alejarse hasta dejar de escucharlos, haciéndola incluso dudar si finalmente habría pensado en frío su propuesta, optando por continuar solo. Habría sido lo más sensatopara ella. No obstante, abrió los ojos a medias y se descubrió ligeramente para comprobarlo, reparando entonces en el detalle que había tenido al cubrirla con su propia capa, quedándose él sin abrigo para pasar la noche. Dioses, sí quedó inconsciente al cerrar los ojos, porque ni lo notó en el momento. Lo visualizó fuera, a varios metros de la entrada, espada en mano, ejercitándose de buena mañana. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿De dónde había sacado tanta energía? En vistas de lo apacible que se sentía aquel rincón del bosque y sin saber dónde daría con otra oportunidad para un descanso despreocupado, ¿qué necesidad?
Apartó la vista para cubrirse de nuevo por completo, envolviéndose aún más si cabía, gruñendo en sus adentros mientras se mentalizaba para enfrentarse al mundo, finalmente. Se desperezó, abriéndose hueco entre las improvisadas mantas y terminando de despertar. Con la mirada perdida notó que poco a poco su ser tomaba conciencia, percatandose del desayuno que cuidadosamente la había dejado apartado junto a lo que ahora eran cenizas, tomándolo sin prisa, comenzando a funcionar. Se frotó la frente, algo aturdida, notando la necesidad de hidratarse ahora que su organismo había metabolizado el alcohol ingerido. Era momento de ponerse en pie, refrescarse, tomar agua y disponerse para el viaje. Con el cuerpo aún entumecido se puso en pie para dirigirse al acuífero. Los rayos del sol apenas se dejaban ver entre las nubes grises que anunciaban una nueva jornada lluviosa, no obstante, la temperatura era agradable. Acomodándose la ropa, se desquitó de la capa prestada dejándola cuidadosamente junto a las demás pertenencias del elfo, y caminó ahora más ligera hasta la orilla. El frescor del agua, que notó más fría que cuando la probó la tarde anterior, terminó de despertarla y tan sólo sumergir el rostro la hizo sentir renovada. No obstante, la sensación de haber sufrido una paliza durante la noche tardaría algo más en desaparecer. Mal día para salir de excursión… Y suerte tendrían si el cielo aguantase sin soltar gota.
-¿Tus ideas suelen terminar contigo dolorida?- Preguntó Nousis con sorna, sonriendo de medio lado al verla.
-Sólo cuando tienen algo que ver contigo- Respondió con una mueca, forzando una sonrisa con desdén.
-Menos mal que tú elegiste venir…- Replicó él, encogiéndose de hombros.
-No hagas que me arrepienta…
Se acercó hacia él, dejando el agua a su espalda. A pesar de las pocas horas de sueño y el ejercicio matutino, lucía descansado y activo. Ciertamente, si echaba la vista atrás, rara vez lo había visto relajarse, si bien en sus encuentros no habían tenido demasiadas oportunidades para ello, no lo recordaba durmiendo demasiado ni con la mente lejos de planificaciones.
-¿Y bien? ¿Algo en mente?
-Tal vez sea buena idea llegar al otro lado del río- espada en mano, alzó su brazo señalando el oeste con firmeza -Desconozco lo que encontraremos pero dudo que sea peor que Urd. O el norte…
-Personalmente, lo prefiero. No será la primera vez que siga esa ruta, además… Tierra de lobos es tierra salvaje.
Con un rápido barrido alrededor y teniendo en mente el terreno que había recorrido los días previos a dar con la cueva, advirtió las claras diferencias entre ambas longitudes. Las tierras del este albergaban bosques más frondosos y escasas extensiones de campo abierto, y a pesar de asemejarse a Sandorai, pudiéndose sentir más cómoda en zonas como aquella, el desconocimiento sería una clara desventaja. Sin embargo, el tiempo que sus viajes la habían hecho pasar en tierras occidentales, a pesar de verse más despobladas, menos abruptas, generaba en ella mayor seguridad. Centró entonces su atención en el cielo cubierto, las suaves corrientes de viento aceleraban el paso de las nubes aunque sin terminar de despejarlo, dando a entender que tardaría en aclarar, si es que lo hacía.
-No deberíamos demorarnos mucho más en partir.
Se dirigió al interior para recoger sus cosas y sin perder más el tiempo, iniciaron la marcha. No tardaron en llegar a orillas del Tymer, cuyas aguas bajaban más bravas que de costumbre a causa de las lluvias de los últimos días, dejando los pasos naturales del todo inaccesibles y teniendo que avanzar siguiendo el cauce hasta dar con los puentes de las rutas comerciales, muy a su pesar. Si de todo se aprende, ella había comprendido el peligro de los caminos que siguen las caravanas en su primera travesía por aquellas tierras, blanco predilecto para bandidos y forajidos que necesitan víveres, dinero o transporte. Más en días como aquel, de poco movimiento, en los que el clima no acompaña y los viajeros o comerciantes se muestran reticentes para viajar…
___________________________________Notó a Nousis ponerse en pie no mucho después de haber amanecido y lo sintió trastear cerca, supuso que ultimando los preparativos antes de ponerse en marcha, para luego percibir sus pasos alejarse hasta dejar de escucharlos, haciéndola incluso dudar si finalmente habría pensado en frío su propuesta, optando por continuar solo. Habría sido lo más sensato
Apartó la vista para cubrirse de nuevo por completo, envolviéndose aún más si cabía, gruñendo en sus adentros mientras se mentalizaba para enfrentarse al mundo, finalmente. Se desperezó, abriéndose hueco entre las improvisadas mantas y terminando de despertar. Con la mirada perdida notó que poco a poco su ser tomaba conciencia, percatandose del desayuno que cuidadosamente la había dejado apartado junto a lo que ahora eran cenizas, tomándolo sin prisa, comenzando a funcionar. Se frotó la frente, algo aturdida, notando la necesidad de hidratarse ahora que su organismo había metabolizado el alcohol ingerido. Era momento de ponerse en pie, refrescarse, tomar agua y disponerse para el viaje. Con el cuerpo aún entumecido se puso en pie para dirigirse al acuífero. Los rayos del sol apenas se dejaban ver entre las nubes grises que anunciaban una nueva jornada lluviosa, no obstante, la temperatura era agradable. Acomodándose la ropa, se desquitó de la capa prestada dejándola cuidadosamente junto a las demás pertenencias del elfo, y caminó ahora más ligera hasta la orilla. El frescor del agua, que notó más fría que cuando la probó la tarde anterior, terminó de despertarla y tan sólo sumergir el rostro la hizo sentir renovada. No obstante, la sensación de haber sufrido una paliza durante la noche tardaría algo más en desaparecer. Mal día para salir de excursión… Y suerte tendrían si el cielo aguantase sin soltar gota.
-¿Tus ideas suelen terminar contigo dolorida?- Preguntó Nousis con sorna, sonriendo de medio lado al verla.
-Sólo cuando tienen algo que ver contigo- Respondió con una mueca, forzando una sonrisa con desdén.
-Menos mal que tú elegiste venir…- Replicó él, encogiéndose de hombros.
-No hagas que me arrepienta…
Se acercó hacia él, dejando el agua a su espalda. A pesar de las pocas horas de sueño y el ejercicio matutino, lucía descansado y activo. Ciertamente, si echaba la vista atrás, rara vez lo había visto relajarse, si bien en sus encuentros no habían tenido demasiadas oportunidades para ello, no lo recordaba durmiendo demasiado ni con la mente lejos de planificaciones.
-¿Y bien? ¿Algo en mente?
-Tal vez sea buena idea llegar al otro lado del río- espada en mano, alzó su brazo señalando el oeste con firmeza -Desconozco lo que encontraremos pero dudo que sea peor que Urd. O el norte…
-Personalmente, lo prefiero. No será la primera vez que siga esa ruta, además… Tierra de lobos es tierra salvaje.
Con un rápido barrido alrededor y teniendo en mente el terreno que había recorrido los días previos a dar con la cueva, advirtió las claras diferencias entre ambas longitudes. Las tierras del este albergaban bosques más frondosos y escasas extensiones de campo abierto, y a pesar de asemejarse a Sandorai, pudiéndose sentir más cómoda en zonas como aquella, el desconocimiento sería una clara desventaja. Sin embargo, el tiempo que sus viajes la habían hecho pasar en tierras occidentales, a pesar de verse más despobladas, menos abruptas, generaba en ella mayor seguridad. Centró entonces su atención en el cielo cubierto, las suaves corrientes de viento aceleraban el paso de las nubes aunque sin terminar de despejarlo, dando a entender que tardaría en aclarar, si es que lo hacía.
-No deberíamos demorarnos mucho más en partir.
Se dirigió al interior para recoger sus cosas y sin perder más el tiempo, iniciaron la marcha. No tardaron en llegar a orillas del Tymer, cuyas aguas bajaban más bravas que de costumbre a causa de las lluvias de los últimos días, dejando los pasos naturales del todo inaccesibles y teniendo que avanzar siguiendo el cauce hasta dar con los puentes de las rutas comerciales, muy a su pesar. Si de todo se aprende, ella había comprendido el peligro de los caminos que siguen las caravanas en su primera travesía por aquellas tierras, blanco predilecto para bandidos y forajidos que necesitan víveres, dinero o transporte. Más en días como aquel, de poco movimiento, en los que el clima no acompaña y los viajeros o comerciantes se muestran reticentes para viajar…
OFF.
El inicio enlaza con el tema [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Aspectos del trabajo y acciones de los personajes (ahora y en adelante) acordados previamente por ambos participantes.
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
El elfo ni siquiera estaba seguro de su decisión. Apostaba siempre al color de su arrogancia, confiado en que sus propias ideas, planeadas o espontáneas, llevasen a un final adecuado. En el caso de él y Aylizz aquellos días, precisaba compañía a fin de alejar a sus fantasmas. Admitirlo claro, estaba fuera de toda discusión.
¿Por qué Midgar, por qué el oeste? La respuesta habría sido la misma bajo cualquier otra luz. Alejarse de Sandorai, mas no demasiado. Mantenerse ocupado sin presentar el cuello con demasiada facilidad. El plan parecía sólido por su sencillez.
El sol golpeó su rostro y Nou llevó una mano a la frente entrecerrando los ojos grises. Aspiró el aire de la mañana, y tras colocarse la armadura, repitió una y otra vez los ejercicios medios de defensa ante varios atacantes. Le fue imposible no esbozar una extraña sonrisa al sentir el sosiego y la familiaridad de algo tan interiorizado para sí. Ni siquiera se sentía afectado por el hambre por el momento. Tan sólo un largo trago de agua. El cuerpo le estaba pidiendo ejercitarse.
“Al menos no es por obligación” pensó socarrón. Ello siempre implicaba peligro. Y estaba realmente hastiado de jugarse la vida remediando el Mal a tan pequeña escala. Demasiada apuesta para tan poca ganancia. Un golpe atemperado le indicó que necesitaba volver a centrarse en lo que tenía entre manos. Se obligó a dejar de pensar, justo cuando la muchacha decidió salir a la luz con cara de pocos amigos. Apenas había sudado y fue incapaz de no tomarle el pelo.
La observó mientras recogían el campamento, tratando de desentrañar lo que podía ocultar cada gesto, el ritmo de sus acciones. Había aceptado, y con la misma rapidez, podría irse. Nada los ataba como en anteriores ocasiones. Se habían confiado el uno al otro la noche anterior y el espadachín se descubrió queriendo conocer hasta donde llegaban exactamente las convicciones de la elfa, ahondar aún más en ese pasado que la había dejado sola. Se conocía lo suficiente para aceptar que sentía lástima por la joven, pese al desempeño que había mostrado junto a él. Aún tenía tanto por aprender…
“Enséñala pues…” interpeló la profunda voz de sus desinhibiciones. Suspiró. No le costaba ver un lejano futuro donde llegase a tratarla como a una especie de hermana pequeña. No estaba ciego, pero la belleza de la muchacha junto a lo que de ella sabía le provocaba un instinto protector que distaba de la lujuria. La voz bufó de disgusto, como acurrucándose con unos brillantes ojos abiertos, esperando su oportunidad.
Una vez estuvieron preparados, casi sin pretenderlo, Nou tomó la delantera, emprendiendo la marcha un par de pasos por delante de Aylizz. El tiempo les había dado la tregua negada el día anterior, punto que no lamentaba en absoluto en vista del juego. Perder el tiempo de esa manera, le había ayudado a despejarse. Era un comienzo.
Paso a paso, la sonrisa volvió al rostro del espadachín. Caminos de bosque surcados de hojas caídas antes y después de los grandes árboles que deseaban ser los primeros en recibir la luz solar; arroyos buscando a los ríos como recién nacidos alimento, con el ansia que sólo puede otorgar el desnivel, cantando entre las piedras ya alisadas a lo largo de los siglos; la hierba húmeda, orgullosa como si se negase a ser pisoteada, comparsa fiel de los troncos musgosos que rezumaban vida. Adoraba tales parajes.
Giró el rostro, a fin de no perder de vista a su compañera. Iba a tratar de continuar con suavidad uno de los puntos de la noche anterior, cuando se detuvo en seco, mostrando su palma abierta a Aylizz a fin de que no avanzase más. Escrutó lentamente, tras haber escuchado un sonido que ya conocía bien. Desde la suave loma a la que habían llegado, no tardó en localizar lo que temía.
Esperaba un macho solitario o anciano, lo que hubiera resultado una gran fortuna. Allí, había siete. Siete lobos carroñeando el cadáver de una criatura con cornamenta. Contempló alguna ruta posible a fin de rodear el lugar y no ser la próxima comida de los predadores. El viento era una ayuda, al soplar desde la dirección de los cánidos hacia la de los elfos. No advertirían su olor.
Sin embargo, en un instante, la manada al completo alzó el hocico y echaron a correr, internándose en la foresta. Asombrado, Nousis miró preocupado alrededor. Si algo podía hacer huir a media docena de lobos, no deseaba encontrárselo en su hábitat. Trató de reproducir en su memoria toda la fauna que recordaba de Midgar, aunque pronto desistió. Incluso un oso sería todo un desafío. Debían atravesar la zona lo antes posible. Y eso incluía pasar una noche entre sus árboles.
Hasta llegar a Midgar.
-Algo ha espantado a esos lobos- explicó sucintamente- Y dudo que sea bueno para nosotros. De cualquier forma, espero que te guste trepar a los árboles. En pocas horas no podremos volver a pisar el suelo.
Prosiguieron, con el elfo por entero alerta ante cualquier punto fuera de lo normal en un ambiente como aquel. Acostumbraba a esperar lo peor, pero no estaba solo. Pensó en regresar, antes de reprenderse. Eso sólo los separaría, y si ella seguía adelante, podría suponer que él tan sólo la seguía porque no la veía capaz de afrontar el viaje sola. Tal vez sólo habían captado el olor de otra presa. Estaba pensando demasiado.
-Tras lo que viviste, resulta curioso que no tengas inconveniente en volver tan cerca de ese lugar tan pronto- habló sin volverse, siempre buscando la ruta menos compleja para seguir avanzando.
-¿Por qué debería tenerlo? No fue el bosque ni los que viven en él los que atacaron. Al contrario... - Aligeró el paso para ponerse a su altura.
La respuesta de la muchacha, lógica, gustó al espadachín. No se alejaba de lugares donde había sufrido. Eso indicaba fortaleza.
-Pudiste elegir otro lugar- respondió, calmado, sin detenerse- En mi caso, hace unos años que no me adentro en Midgar. Te diría que es un lugar complicado, pero... - sonrió para ella- ahora mismo no tendría lógica.
-Por algún sitio había que empezar y una se aferra a lo que desea que ocurra. También podía haberme quedado tras el ataque y no lo hice. - lo miró entonces con un punto de curiosidad que él advirtió - ¿Qué te trajo por estas orillas?
Sin embargo, él no respondió, y los ojos de la elfa siguieron el recorrido de los suyos hasta distinguir nítidamente el inconfundible aspecto, rojizo y brillante, del cercano bosque del fuego.
Anochecía, y la mezcla de la combustión del suelo de Midgar con los colores que envolvían las escasas nubes le obligaron a detenerse unos segundos. No todo eran luchas, decepciones y sangre.
“O sí…” rio algo dentro de él.
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Una caída de ojos fue su reacción al ver que, como de costumbre, el elfo tomaba la iniciativa y encabezaba la marcha. Que le gustaba mantener el control de sus pasos era algo que había dejado claro desde su primer encuentro, actitud que depende del enfoque podría presentarle como líder nato o como un absoluto arrogante. Pensó en realizar algún comentario al respecto, no obstante prefirió tomárselo con calma, tendría tiempo de sobra para medir los límites del Indirel durante el camino, su temple y determinación.
Los senderos embarrados no pusieron fácil la salida del parador, aunque poder avanzar en secano fue de agradecer y el ambiente impregnado del característico olor que permanece al cesar la lluvia proporcionaba cierto confort a la ruta. Tras atravesar el tramo de foresta más abrupta, poco a poco la maleza iba abriendo conforme se acercaban a los bosques más al oeste. El espadachín parecía cómodo en aquel entorno, sus movimientos lucían relajados y a pesar de mantenerse en silencio gran parte del camino, no se hacía incómodo el avance sin intercambiar palabras. Acostumbrada a viajar sin compañía, no le resultaba difícil dejarse envolver por estímulos a su alrededor, eliminando así la necesidad de mantener conversaciones. Tan absorta caminaba, que casi chocó de lleno con la espalda de Nousis cuando éste frenó en seco al advertir la manada de canes.
La reacción del grupo dejó ver una evidente preocupación del elfo, mas a ella tampoco la dejó indiferente, pero se limitó a asentir ante la obvia explicación, como si ella no hubiese visto lo mismo que él. Aquello que los diferenciaba de simples animales era lo mismo que podría traerles problemas en un entorno como aquel, cuando la razón nubla los instintos más básicos se pierden facultades vitales y si algo preocupaba a los que pueden volverse peligrosas fieras tanto como para hacerlas dispersarse no debían bajar la guardia.
-¿Problema? Si pudiera, viviría en uno.- respondió con cierta gracia al comentario.
El cómodo mutismo se tornó entonces nervioso ante la posibilidad de toparse con algún tipo de amenaza en cualquier momento, haciéndoles aligerar la marcha y las palabras que rompieron el sigiloso avance se vieron como un intento de mantener la calma para no alterar las percepciones. Aun así, percibió genuino interés por sus decisiones, como tratando de continuar con el acercamiento de la noche anterior y sin duda la despreocupada charla frente a la hoguera había arrojado luz sobre ciertos aspectos de su congénere que hasta el momento parecía haberse esforzado por mantener alejados del conocimiento ajeno a su propia persona. Aunque si aún quedaba alguna intención de darse más a conocer, se esfumó de golpe al hacerse de nuevo el silencio.
Las ascuas y rincones aún humeantes del corazón de Midgar se extendían a escasos metros de ellos, a tiempo para encontrar un lugar donde hacer parada antes de que Isil se dejase contemplar. El punto de inflexión en el camino. Su compañero permanecía inmóvil, como si tratase de trazar mentalmente la mejor ruta a seguir en un mapa en blanco, para él.
-A partir de aquí deberás fiarte de mí. Puede que te cueste al principio, es algo nuevo para tí, lo sé. Tú relájate y disfruta del paisaje.- bromeó, retomando la marcha para adentrarse en el bosque, con aires de grandeza y notoria seguridad.
Los últimos colores del ocaso fueron disipándose y dejando ver los primeros destellos de la noche. La estrella guía que siempre señala el norte. La mayor distancia entre los árboles y la escasa densidad de las ennegrecidas copas permitía ver pedazos de cielo que, si bien se mantenía cubierto, dejaba tramos abiertos por los que se comenzaba a filtrar la claridad de la luna. Como un capricho de los dioses por darles un poco de aliento, una estructura de madera entre las ramas se dejó ver. A duras penas se mantenían las sólidas bases de una cabaña que más que una vivienda parecía ser un puesto de vigilancia que hacía tiempo había dejado de ser frecuentado. Una fachada de madera podrida, oscurecida, musgosa en sus zonas más sombrías. Láminas sueltas, boquetes en techo y paredes, pero serviría. Al menos pasarían la noche a cubierto y en altura. No resultó fácil distinguir las muescas del tronco bajo la choza que servían como puntos de apoyo para la subida, tampoco el trepar por ellos con la humedad impregnada. Finalmente, pudieron acomodarse arriba, bajo el espacio que parecía mantenerse en mejores condiciones.
-No parece buena idea prender fuego aquí arriba, llamaría demasiado la atención. Además, la madera es vieja… Aunque está húmeda, no me fiaría.
-Deberíamos descansar cerca de las paredes- opinó el elfo echando un cuidadoso vistazo -El suelo podría partirse en algún momento- volvió la vista hacia ella a antes de preguntar -¿Cansada?
-Derrotada- afirmó, mientras se dejaba caer apoyada en la pared, compartiendo la apreciación del elfo -Aunque demasiado agitada para pegar ojo.
Asomándose por entre los huecos de las láminas de madera, observó su alrededor. Desde allí alcanzaba a verse un radio considerable de foresta, el paisaje difería de todo cuanto habían dejado atrás, mas en aquel alto descubrió una sensación más que familiar para ella. Se vio a sí misma en un recuerdo, trabajando los cultivos en altura de Nytt, las horas muertas con la cabeza en las nubes, literalmente. Aun así, algo la incomodaba...
-¿No te parece todo muy tranquilo?
-Demasiado- el espadachín asintió circunspecto -Deberíamos dormir por turnos. Hazlo tú primero, yo no tengo problema en esperar.
-Está bien. Pero hazme un favor, ¿quieres? Y que sea extensible a todo el tiempo que pasemos juntos- señaló con seriedad -No te hagas el héroe conmigo. También necesitas descansar, así que no te pases y despiértame si no lo hago en un rato.
-Duerme.- dijo finalmente, tras arquear una ceja, esbozando al mismo tiempo una sonrisa ladeada no exenta de sorna.
Se acomodó en el rincón que quedaba techado y envuelta en su capa, capucha echada, se recostó apoyando la espalda en la pared y ladeándose para arroparse a sí misma, cerró los ojos con la esperanza de poder apaciguar las preocupaciones.
Los abrió casi al instante que notó la mano de Nousis zarandear su hombro con suavidad. Había logrado dormir unas horas, más de las que habría esperado, aunque el subconsciente permanecía alerta y despertó sin mayor esfuerzo.
-Lobos, lechuzas y otros sonidos que ha traído el viento. No es un bosque tan silencioso.- comentó, sin destacar ningún suceso fuera de la normalidad.
-Al menos no te habrás sentido solo- apuntó, esbozando una sonrisa amable.
-Estoy acostumbrado a estas cosas- afirmó él, cruzándose de brazos, antes de cerrar los ojos.
La oscuridad lo cubría todo cuando cambiaron de guardia, pero no pasó mucho tiempo hasta que las primeras luces del alba se dejaron ver. Un par de horas, no más. Suspiró, negando con la cabeza, observando a su compañero, aún dormido. A duras penas había cumplido, un poco más y la habría dejado dormir hasta el almuerzo. Decidió dejarlo tranquilo si no despertaba con la claridad, que al menos le diese tiempo a oxigenar las ideas.
El día amaneció despejado, la brisa nocturna había terminado por disipar las nubes y la temperatura candente del firme hacía que las primeras horas ya fueran cálidas. Antes de que Anar asomara entre las ramas, la luz ya bañaba las cercanías del refugio dejando ver las cercanías con mayor detalle. A cierta distancia, una fina columna de humo se divisaba entre la maleza, en una zona más abrupta en la que apenas se distinguía nada entre la espesura, ni siquiera con su afinada vista. No habría sido un detalle a tener en cuenta en aquella zona de no ser por la elevación que alcanzaba, mucho mayor que los pequeños bancos de humareda allí donde las brasas continuaban encendidas bajo la hojarasca. ¿Un campamento? No habría sido difícil haber pasado inadvertido entre la frondosidad, los arbustos habrían ocultado el brillo de las llamas durante la noche y sólo ahora, a contra luz, podía distinguirse la chimenea entre las ramas. Sin demorarse más, despertó a Nou, cuidándose de no sobresaltarlo en demasía. Al abrir los ojos le advirtió con un gesto para que mantuviese el silencio, señalando en dirección al avistamiento.
-Tenemos compañía- informó en un susurró.
La distancia era suficiente como para no haber sido descubiertos, aún hablando en un tono habitual. No obstante, en aquel punto, no debían dar por sentado que el bosque carecía de ojos u oídos. Abandonaron el puesto y avanzaron procurando el mayor sigilo posible, debían comprobar si había peligro en la zona antes de continuar y sólo cuando alcanzaron una distancia prudente desde la cual poder observar con total capacidad se permitieron tomarse unos minutos para mantener la mente en frío. En efecto, los restos de una hoguera apagada.
Los senderos embarrados no pusieron fácil la salida del parador, aunque poder avanzar en secano fue de agradecer y el ambiente impregnado del característico olor que permanece al cesar la lluvia proporcionaba cierto confort a la ruta. Tras atravesar el tramo de foresta más abrupta, poco a poco la maleza iba abriendo conforme se acercaban a los bosques más al oeste. El espadachín parecía cómodo en aquel entorno, sus movimientos lucían relajados y a pesar de mantenerse en silencio gran parte del camino, no se hacía incómodo el avance sin intercambiar palabras. Acostumbrada a viajar sin compañía, no le resultaba difícil dejarse envolver por estímulos a su alrededor, eliminando así la necesidad de mantener conversaciones. Tan absorta caminaba, que casi chocó de lleno con la espalda de Nousis cuando éste frenó en seco al advertir la manada de canes.
La reacción del grupo dejó ver una evidente preocupación del elfo, mas a ella tampoco la dejó indiferente, pero se limitó a asentir ante la obvia explicación, como si ella no hubiese visto lo mismo que él. Aquello que los diferenciaba de simples animales era lo mismo que podría traerles problemas en un entorno como aquel, cuando la razón nubla los instintos más básicos se pierden facultades vitales y si algo preocupaba a los que pueden volverse peligrosas fieras tanto como para hacerlas dispersarse no debían bajar la guardia.
-¿Problema? Si pudiera, viviría en uno.- respondió con cierta gracia al comentario.
El cómodo mutismo se tornó entonces nervioso ante la posibilidad de toparse con algún tipo de amenaza en cualquier momento, haciéndoles aligerar la marcha y las palabras que rompieron el sigiloso avance se vieron como un intento de mantener la calma para no alterar las percepciones. Aun así, percibió genuino interés por sus decisiones, como tratando de continuar con el acercamiento de la noche anterior y sin duda la despreocupada charla frente a la hoguera había arrojado luz sobre ciertos aspectos de su congénere que hasta el momento parecía haberse esforzado por mantener alejados del conocimiento ajeno a su propia persona. Aunque si aún quedaba alguna intención de darse más a conocer, se esfumó de golpe al hacerse de nuevo el silencio.
Las ascuas y rincones aún humeantes del corazón de Midgar se extendían a escasos metros de ellos, a tiempo para encontrar un lugar donde hacer parada antes de que Isil se dejase contemplar. El punto de inflexión en el camino. Su compañero permanecía inmóvil, como si tratase de trazar mentalmente la mejor ruta a seguir en un mapa en blanco, para él.
-A partir de aquí deberás fiarte de mí. Puede que te cueste al principio, es algo nuevo para tí, lo sé. Tú relájate y disfruta del paisaje.- bromeó, retomando la marcha para adentrarse en el bosque, con aires de grandeza y notoria seguridad.
Los últimos colores del ocaso fueron disipándose y dejando ver los primeros destellos de la noche. La estrella guía que siempre señala el norte. La mayor distancia entre los árboles y la escasa densidad de las ennegrecidas copas permitía ver pedazos de cielo que, si bien se mantenía cubierto, dejaba tramos abiertos por los que se comenzaba a filtrar la claridad de la luna. Como un capricho de los dioses por darles un poco de aliento, una estructura de madera entre las ramas se dejó ver. A duras penas se mantenían las sólidas bases de una cabaña que más que una vivienda parecía ser un puesto de vigilancia que hacía tiempo había dejado de ser frecuentado. Una fachada de madera podrida, oscurecida, musgosa en sus zonas más sombrías. Láminas sueltas, boquetes en techo y paredes, pero serviría. Al menos pasarían la noche a cubierto y en altura. No resultó fácil distinguir las muescas del tronco bajo la choza que servían como puntos de apoyo para la subida, tampoco el trepar por ellos con la humedad impregnada. Finalmente, pudieron acomodarse arriba, bajo el espacio que parecía mantenerse en mejores condiciones.
-No parece buena idea prender fuego aquí arriba, llamaría demasiado la atención. Además, la madera es vieja… Aunque está húmeda, no me fiaría.
-Deberíamos descansar cerca de las paredes- opinó el elfo echando un cuidadoso vistazo -El suelo podría partirse en algún momento- volvió la vista hacia ella a antes de preguntar -¿Cansada?
-Derrotada- afirmó, mientras se dejaba caer apoyada en la pared, compartiendo la apreciación del elfo -Aunque demasiado agitada para pegar ojo.
Asomándose por entre los huecos de las láminas de madera, observó su alrededor. Desde allí alcanzaba a verse un radio considerable de foresta, el paisaje difería de todo cuanto habían dejado atrás, mas en aquel alto descubrió una sensación más que familiar para ella. Se vio a sí misma en un recuerdo, trabajando los cultivos en altura de Nytt, las horas muertas con la cabeza en las nubes, literalmente. Aun así, algo la incomodaba...
-¿No te parece todo muy tranquilo?
-Demasiado- el espadachín asintió circunspecto -Deberíamos dormir por turnos. Hazlo tú primero, yo no tengo problema en esperar.
-Está bien. Pero hazme un favor, ¿quieres? Y que sea extensible a todo el tiempo que pasemos juntos- señaló con seriedad -No te hagas el héroe conmigo. También necesitas descansar, así que no te pases y despiértame si no lo hago en un rato.
-Duerme.- dijo finalmente, tras arquear una ceja, esbozando al mismo tiempo una sonrisa ladeada no exenta de sorna.
Se acomodó en el rincón que quedaba techado y envuelta en su capa, capucha echada, se recostó apoyando la espalda en la pared y ladeándose para arroparse a sí misma, cerró los ojos con la esperanza de poder apaciguar las preocupaciones.
[...]
Los abrió casi al instante que notó la mano de Nousis zarandear su hombro con suavidad. Había logrado dormir unas horas, más de las que habría esperado, aunque el subconsciente permanecía alerta y despertó sin mayor esfuerzo.
-Lobos, lechuzas y otros sonidos que ha traído el viento. No es un bosque tan silencioso.- comentó, sin destacar ningún suceso fuera de la normalidad.
-Al menos no te habrás sentido solo- apuntó, esbozando una sonrisa amable.
-Estoy acostumbrado a estas cosas- afirmó él, cruzándose de brazos, antes de cerrar los ojos.
La oscuridad lo cubría todo cuando cambiaron de guardia, pero no pasó mucho tiempo hasta que las primeras luces del alba se dejaron ver. Un par de horas, no más. Suspiró, negando con la cabeza, observando a su compañero, aún dormido. A duras penas había cumplido, un poco más y la habría dejado dormir hasta el almuerzo. Decidió dejarlo tranquilo si no despertaba con la claridad, que al menos le diese tiempo a oxigenar las ideas.
El día amaneció despejado, la brisa nocturna había terminado por disipar las nubes y la temperatura candente del firme hacía que las primeras horas ya fueran cálidas. Antes de que Anar asomara entre las ramas, la luz ya bañaba las cercanías del refugio dejando ver las cercanías con mayor detalle. A cierta distancia, una fina columna de humo se divisaba entre la maleza, en una zona más abrupta en la que apenas se distinguía nada entre la espesura, ni siquiera con su afinada vista. No habría sido un detalle a tener en cuenta en aquella zona de no ser por la elevación que alcanzaba, mucho mayor que los pequeños bancos de humareda allí donde las brasas continuaban encendidas bajo la hojarasca. ¿Un campamento? No habría sido difícil haber pasado inadvertido entre la frondosidad, los arbustos habrían ocultado el brillo de las llamas durante la noche y sólo ahora, a contra luz, podía distinguirse la chimenea entre las ramas. Sin demorarse más, despertó a Nou, cuidándose de no sobresaltarlo en demasía. Al abrir los ojos le advirtió con un gesto para que mantuviese el silencio, señalando en dirección al avistamiento.
-Tenemos compañía- informó en un susurró.
La distancia era suficiente como para no haber sido descubiertos, aún hablando en un tono habitual. No obstante, en aquel punto, no debían dar por sentado que el bosque carecía de ojos u oídos. Abandonaron el puesto y avanzaron procurando el mayor sigilo posible, debían comprobar si había peligro en la zona antes de continuar y sólo cuando alcanzaron una distancia prudente desde la cual poder observar con total capacidad se permitieron tomarse unos minutos para mantener la mente en frío. En efecto, los restos de una hoguera apagada.
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Dormir siempre implicaba peligro más allá de los límites pertenecientes a su clan. Tal hecho, sumado a un carácter que le impedía cualquier otra posibilidad que mantener un ojo en la muchacha a fin de protegerla, lo indujeron a dejarla dormir casi hasta el amanecer. No se arrepintió. Ni siquiera cuando vio la luz pocas y cortas horas más tarde tras haber conciliado el sueño.
Justo al terminar de prepararse, la alerta dada por su compañera le hizo muy cuesta arriba no ordenar a la muchacha quedarse allí, mientras él iba a investigar con qué clase de compañía los había decidido obsequiar Siemprequemado. Pensamiento que desechó sin demasiada tardanza. Ajustando la capa, creía saber a tales alturas que la respuesta de la elfa no sería agradable.
Aún así, se impuso el precederla. El lugar emitía el resplandor que tan sólo en contadas ocasiones había visto. La primera vez, con veintiún años, un preciso dibujo en uno de sus libros hizo que su padre sufriese la impaciencia de un joven Nou duran semanas, sólo para observar por sí mismo aquellos árboles cuyo suelo ardía sin final. ¿Cómo podía ser posible algo así? La maravilla que supuso para él contrastar la realidad con sus textos supuso uno de los detonantes para sus futuros viajes en busca de armas de leyenda.
El ulular, aún a plena luz del día, lo desconcertó lo suficiente como para mantener los ojos aún más abiertos a cuanto pudiese resultar extraño no sólo al oído. Resultó sencillo seguir la carbonizada dirección del humo, como una dirección inequívoca de estupidez. El elfo había acechado en varias ocasiones a mercenarios y grupos poco convenientes de buscavidas de acero fácil, y la estela de la hoguera no podía pertenecer más que a una o dos personas. No era un fuego lo bastante intenso para una cuadrilla.
Su mente le hizo fijarse en su propia acompañante y en lo inoportuno de su pensamiento. Sin embargo, ellos tan sólo pretendían cruzar la foresta. No acampar solos en un lugar del cual desconocían buena parte de sus potenciales peligros.
El suelo del bosque, anaranjado en algunos puntos, lucía abrasado en la mayor parte de la zona que habían alcanzado. Pequeñas hogueras como luciérnagas diurnas lamían la parte más baja de lisos troncos que aguantaban de una manera casi inverosímil las diminutas llamas. Nou y Ayl examinaron el lugar que había llamado su atención. Piedras formando un círculo para evitar el crecimiento del fuego -asunto que le provocó una sonrisa irónica dado donde se hallaban-, una tienda de campaña, alzada en una zona de suelo pétreo y una camisa colocada sin demasiada lógica en una roca de tamaño algo menor que la estatura del espadachín era todo cuanto indicaba la presencia alguien. La calma continuaba siendo demasiado para un bosque, y Nousis desenfundó, girando la espada en su propia muñeca a fin de comenzar a desperezarse.
Apenas había decidido qué hacer a continuación, cuando del lado opuesto al que habían llegado, un hombre, enfundado en una armadura media y con mango de su mandoble asomando por su espalda, a la izquierda de su cabeza, apareció portando un cubo de agua sin mostrar esfuerzo. Al reparar en sus desconocidos invitados, tan sólo se limitó a colocar el recipiente de madera cerca de la tienda, y sonreírles con una amabilidad que tan sólo exacerbó la desconfianza del elfo. Ya no eran sólo los sonidos. Ahora además, un humano del que nada sabían en un bosque del que no sabían lo suficiente. El orden brillaba por su ausencia.
-¡Bienvenidos! Soy Sir Sorigan de Adneville. Si habéis venido por la caza, lamento deciros que he llegado antes, por lo que la zona me pertenece, y agradecería que buscaseis presas en otro lugar. Si lo habéis hecho por cubrir mi gesta, ¡sois bienvenidos! No tardaré más de uno dos días en conseguir el premio. La fama no puede ser fácil o no sería tal, ¿no es cierto? - aventuró, guiñándoles un ojo, a lo que Nousis respondió con un gesto de desagrado que casi asemejaba a un inicio de ictus. Ese sujeto tenía por fuerza que estar loco. Qué demonios podía pretender cazar en Midgar.
-¿Sir?- murmuró la joven elfa arqueando una ceja, de tal modo que sólo su compañero pudo escucharlo. En un rápido intercambio élfico, Nou trató de explicárselo, sólo para que la muchacha dejase claro que su pregunta no llegaba del desconocimiento, sino de la sorpresa. El Indirel le dirigió una breve y molesta mirada. -Será difícil dar con algo dejando un rastro tan obvio- Alzó ella la voz, señalando la hoguera apagada pero humeante. El espadachín sonrió ante el ataque verbal al humano. Ciertamente, carecía del abc de la caza forestal.
Sorigan sonrió, dejando a Nousis una impresión que no acertó a discernir con exactitud. Parecía rodear cada gesto de una pátina de peligro. Había conocido asesinos así, capaces de una cordial sonrisa, mantenida hasta atravesar acto seguido el cuello de su objetivo aún manteniendo tal gesto. Bien podría tratarse de su reticencia ante la mayor parte de la raza del guerrero. O su instinto. En cuestiones así, la distancia siempre resultaba un acierto.
-Los Yorns son indiferentes al fuego- continuó el humano- Aunque esto- mostró a su alrededor- sea su zona de caza, se encuentran más lejos.
-Creía que eran un mito- recordó Aylizz con desconfianza.
-¡En absoluto! - exclamó emocionado- y cuando mate a uno y me lleve su cabeza seré extremadamente famoso. ¿Por qué habéis venido entonces? -cuestionó al instante.
El elfo se pasó una mano por el cabello a fin de serenarse. Se estaba hartando de la estupidez del supuesto caballero.
-Estamos de paso- explicó sin un detalle más. No les merecía, ni deseaba compartir sus motivaciones. El vistazo de Sorigan, preñado de suspicacia, llegó a enfurecerle.
-¿Acaso esperabas a alguien?- intervino Aylizz
-Nunca se sabe quién puede querer robarte la gloria – respondió el humano rápidamente, encogiéndose de hombros- Pero si solo habéis llegado por casualidad, os habéis metido en un problema- aseguró lavándose la cara.
-La gloria… -rezongó Nou exasperado. Se habían encontrado con el humano más estúpido, estaba seguro, en treinta leguas a la redonda. Los dioses tenían ganas de divertirse.
-¿Problema?- repitió la joven elfa un poco más alto que el tono usado por el Indirel, asombrando a su congénere. No necesitaba que escondieran sus comentarios bajo la alfombra de la cortesía. Bien sabía por qué pronunciaba cada una de sus palabras.
-Zona de caza Yorn- recordó, como si ello lo explicase todo.
-¿Y por dónde has llegado? - terció el espadachín sin un punto de consideración. Cada vez se fiaba menos del desconocido. Sorigan señaló un punto en concreto.
-Tal vez sea mejor que volváis por dónde habéis venido. O quedaros para registrar mi hazaña. Si no interferís claro.
Aquello fue ya demasiado para Nousis.
-Aunque hubieses visto de noche, de refilón, por mera casualidad y sin despertar, un Yorn, morirías antes de alcanzarle con esa espada- aseveró Nou con un tono que a las claras sostenía que era hora de dejar a quien pronto moriría. No obstante, éste se acercó al elfo, hasta permanecer ambos a dos pasos. La seriedad en el rostro de Sorigan fue imitada por el hijo de Sandorai.
“Vamos” urgió algo en su interior. “Matémosle, ni Ayl te culparía sj lo provocas para que dé el primer golpe” “Es tiempo de ver sangre de nuevo” “¿Quién mejor que él, que se lo ha buscado?”
“Tienes los dedos entumecidos y tratas a Ayl como a una niña, de modo que éste es tu único entretenimiento. Mátale”
-Si quiere morir es cosa suya- devolvió la razón a su compañero agarrándolo del brazo y empezando a camina él. -Vamos...
Entrecerrando sus ojos grises, esbozó una última sonrisa tétricamente carnicera, únicamente dirigida al humano, antes de seguir a la joven, internándose en el bosque una vez más.
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Encabezó la marcha, a un paso más acelerado del que acostumbraba y ligeramente más basto. Hasta el momento, había dado por hecho que el espadachín atraía los problemas, de alguna forma, como si los dioses lo vieran como fuente de diversión para sus momentos de descanso. “Oh, vaya, hoy nos levantamos sin ganas de obrar milagros. Pongámosle una emboscada por aquí, una maldición por allá y listo, disfrutemos del espectáculo.” Pero la escena presenciada la llevó a pensar que quizá fuese él quien los buscaba. Tras un tiempo sin dirigirle una palabra al Indirel, fue él quien finalmente rompió el silencio.
-¿Te ocurre algo?
-¿Es que sólo sabes buscar enfrentamientos?- respondió con otra pregunta, parando en seco y volteandose hacia él, con el gesto torcido.
-Es un humano loco buscando estupideces- comenzó a explicar, con un claro reflejo de sorpresa en el rostro, antes de recobrar un semblante de condescendiente y ligeramente irritado -¿Esperabas que le siguiera la corriente?
-No- replicó firme -Pero podrías, no sé, ¿ignorarlo?- sugirió arqueando una ceja con tono irónico.
-La falta de inteligencia me hace perder los nervios.- explicó sin mirarla, reflejando una clara molestia, adoptando un tono arrogante.
-Por supuesto- espetó -Provocar a un noble sin saber siquiera si lleva escolta, muy inteligente.- añadió con sorna, acompañando el comentario con un guiño antes de darle la espalda nuevamente disponiéndose a retomar la marcha.
Notó un ligero y fugaz vahído antes de comenzar a andar de nuevo que la llevó a sujetarse la frente un instante, supuso que a causa del exceso de CO2 emanado por las constantes quemas bajo la hojarasca. Antes de haberse recompuesto y haber dado dos pasos, notó al elfo suspirar a su espalda.
-¿Has visto alguna vez a un noble con protección cuyos guardias no estén a un mínimo de cinco pasos?- replicó condescendiente -Será un milagro que viva más de un día.
-Lo que él viva me trae sin cuidado- respondió ella, sin darse la vuelta -Me preocupa ser yo la que acabe con un tajo en el cuello.
-No conmigo aquí.- afirmó entonces, como si de algo obvio se tratase. El summun de la egolatría.
-Tú mismo…- y encogiéndose de hombros, se resignó a no continuar con aquella conversación.
El avance se hacía pesado a medida que pasaban las horas y era más necesario prestar atención a dónde ponían los pies que a lo que les rodeaba. Caminar en un entorno tan árido, con el aire tan denso y el ambiente acalorado… Aquella zona del bosque no era la más maltratada por el fuego constante, aunque distaba mucho de los territorios en los que la elfa se había desenvuelto durante meses atrás, más regenerados y repoblados, incluso pudiéndose disfrutar de algún rincón enverdecido. Casi hubiesen agradecido las lluvias de los días anteriores, que en aquel parecían dar tregua.
Repentinamente, paró en seco, estirando un brazo al lateral para indicarle a Nousis que se detuviera. Clavó su mirada fija en el camino y casi dejó de respirar al descubrir la huella, impresa en el suelo, de un animal del que sólo con ver el tamaño de la zarpa se podía intuir que les ganaría en tamaño. ¿Sería posible? ¿Realmente aquel hombre estaba en lo cierto?
-¿Alguna vez has visto algo como eso?- preguntó inquieta, señalando la marca.
-Si… y no- respondió él sin apartar la vista -Tan sólo en dibujos de libros de fauna. Pero no puede ser, hay más animales de este tamaño, sin duda.
-Sea lo que sea, algo tan grande necesitará comer acorde al tamaño de su estómago… Y en esta zona no hay demasiadas posibilidades.
-Si queda satisfecho con él y nos deja en paz, no me parece mal trato.- aquellas palabras, dichas con total normalidad, causaron gracia en la elfa, que no pudo contener una ligera risa.
-Aun así, será mejor seguir otro camino.
Retrocedieron sobre sus pasos hasta el último cruce que habían encontrado, con los ojos bien abiertos y la intención de tomar otro sendero, tratando de mantener la calma. Trató de apartar de su cabeza la idea de que las criaturas que buscaba el tal Sorigan fuesen reales después de todo, repasando mentalmente todas las criaturas que se conocían de aquellos bosques, aunque se le hacía difícil dar con alguna que encajase con el tipo de huella que habían visto. No, no podía ser, nadie veía uno desde hacía años, y menos en un bosque como aquel… Pequeñas alimañas, animales carroñeros, insectos o rapaces puede, seres capaces de rebuscar comida entre las cenizas, pero ¿una bestia como aquella? Índice-corazón-aular-meñique-anular-corazón-índice. Su tic inconsciente se hizo notar, sus dedos buscaban el pulgar cada vez a un ritmo más acelerado y notó hacerse un nudo en el estómago. Su mirada buscaba amenazas inexistentes alrededor, todo parecía tranquilo, pero el rastro parecía reciente. Quizá de hacía unas horas, quizá el animal -fuera lo que fuese- estaba ya lejos, pero… ¿Y si no?
Pasó entonces a la siguiente fase, aceptar que, en efecto, se trataba de un Yorn. Sin dejar de caminar pensó en todo lo que sabía acerca de ellos, aunque no era mucho, al tratarse de una criatura que se creía extinta. Nocturnos. Recordó de pronto, tras una respiración profunda. Al menos aquello les daría tiempo, ya que apenas habían alcanzado el medio día. Sus pulsaciones comenzaron a bajar y sus maquinaciones mentales parecieron cesar poco a poco, si aligeraban la marcha podrían haberse alejado lo suficiente para cuando se pusiera el sol. Pero, de repente, un chirrido estremecedor se hizo eco por todo el bosque. Su piel se erizó y un escalofrío recorrió su espalda, dejándola paralizada. Nunca había escuchado nada parecido, ningún ave podría emitir un sonido tan grave y tan sonoro. Segundos después, empezaron a escucharse zarandeos entre la maleza, cada vez más cerca, algo avanzaba hacia ellos y lo hacía rápido.
No les hizo falta mediar palabra, ambos arrancaron la huida tan rápido como sus piernas y el terreno les permitieron. A los pocos metros, una bestia parda se apareció tras ellos, acortando a pasos agigantados la distancia entre ella y los que acababan de convertirse en sus presas. Sin parar de correr, ladeó la cabeza para echar la vista atrás un instante, una aberración que ensombrecía dos metros revelaba que las leyendas habían dejado de serlo. Al borde del pánico, trató de entorpecer su avance, haciendo que las ramas, raíces, arbustos, tallos y todo sobre lo que pudiera tener control cerrasen el paso tras ellos. Fue previsiblemente inutil, aquella pequeña bestia -pequeña, dice- arrasaba con todo.
Un berrido se escuchó entonces a sus espaldas, uno humano esta vez. El Sir salió de la nada, mandoble en mano, interponiéndose entre los dos y el animal, queriendo enfrentarlo y darle caza.
-¡Vamos, animalucho! ¿Dónde está tu mami?- realizando bruscos movimientos y aspavientos con el arma, trataba de provocar a la criatura, que optó por retroceder varios pasos atrás ante la inesperada aparición -Oh, ¿tienes miedo?- se mofó, sin dejar de lanzar estocadas que no alcanzaban a tocarlo, únicamente haciéndolo retroceder -¡Venga, ven a por mí!- y soltó una carcajada irritante.
Pecó de valiente y con bajar la guardia un momento el animal acortó nuevamente la distancia y de un zarpazo trató de atraparlo. El humano, más falto de cerebro que de reflejos, logró apartarse lo suficiente para no ser agarrado, no obstante, si lo alcanzó un zarpazo que lo derribó, dejándole el pecho desgarrado, sangrante y con una gran herida profunda. Lo que, al parecer, se trataba de una cría vió su oportunidad y se abalanzó sobre él, quien rodó para tratar de esquivar como buenamente pudiera la gran masa corpórea que en un parpadeo se le vino encima, sin éxito. Únicamente logró sufrir un nuevo enganche en la espalda que le hizo perder las pocas fuerzas para levantarse. Estaba perdido… ¿o no?
Por alguna razón, el falso osezno dejó de mostrar interés en Sorigan. Tal vez le pareció presa demasiado fácil, quizá pensó que estaba muerto al haberse quedado inmóvil tendido bocabajo en el suelo. Fuera como fuese, centró de nuevo la atención en los dos elfos y retomó la carrera nuevamente hacia ellos. Nousis, que no pasó inadvertida la reacción del animal cuando se vio en peligro, optó por plantarse y tratar de ahuyentarlo. Dato curioso, los Yorns aprenden rápido, porque esta vez los movimientos de espada no le hicieron siquiera inmutarse. No quedaba otra que huir, de nuevo. Ayl no estaba segura de ser capaz de vencerle a la fatiga que ya comenzaba a apretar en el pecho, tampoco si podría seguir corriendo más rápido que aquel ser mestizo, notaba que le faltaban fuerzas… El espadachín pareció percatarse, porque la agarró del brazo y tiró de ella para no dejarla atrás y abandonando el sendero, se adentraron entre los árboles para tratar de complicar la persecución.
El sonido de un latigazo se escuchó de pronto tras ellos, seguido de un alarido de dolor que heló los huesos y un estruendo golpeando contra el suelo. Ambos se dieron la vuelta al instante, el yorn había caído en una trampa y estaba herido, una pierna atravesada por una estaca en punta que del impacto había incluso hecho brotar la sangre a salpicaduras. La bestia, dolorida y coja, finalmente abandonó su intento de llevarse algo a la boca y se alejó a prisa del lugar. El humano, tirado en el sendero, trató de incorporarse malamente al escucharlo y sus labios se curvaron en una sonrisa de auténtico regocijo, al tiempo que un charco de sangre se formaba bajo de sí. Con una dificultad enorme señaló al animal mientras huía, rompiendo a reír, tosiendo mientras sus labios se teñían de rojo.
-¡Te he igualado, monstruo!- gritó, volviendo a convulsionar -¡La próxima vez tu cabeza saldrá conmigo de este bosque!- terminó, volviendo a reír, con un semblante cercano a la locura.
Con la respiración algo forzosa, la elfa retrocedió hasta Sorigan, a quien hasta el momento había dado por muerto al verlo inmóvil.
-La trampa, ¿es tuya?
Él se limitó a dejar brotar otra carcajada antes de toser una vez más. Ella miró a su compañero, con un semblante de duda, encontrándose a un Nousis cuyo rostro reflejaba una mezcla entre asombro y aversión.
-No creo que tengas otra oportunidad contra eso, estas heridas te causarán la muerte si no se atienden. Las zarpas de muchos animales segregan toxinas al desgarrar la piel y estas... Parece que hasta la hayan quemado. De caminar por estos terrenos debían de estar al rojo vivo…
-No me iré de Midgar hasta acabar con una de esas bestias adultas- afirmó, sin perder la sonrisa, antes de ladearse para escupir sangre y encogerse de dolor.
-Si este desgraciado es capaz de decirnos cómo salir de la zona de caza…- se dirigió Nou a ella, en su lengua madre, con las palabras atascandose en su garganta y destilando veneno con la mirada -Tendremos que sacarlo de aquí…- Ayl asintió con la mirada.
-Si estás dispuesto a indicarnos cómo salir de este nido de muerte, me ocuparé de que sobrevivas.
-No tenéis muchas opciones- confirmó.
Parecía divertirse, aún estando a punto de terminar desangrado. La imagen era perturbadora y Nousis casi parecía estar sufriendo por contener sus impulsos de terminar de rematarlo. Aylizz lo miró con desconcierto y cierta repulsión, tratando de negociar una última vez. No era sensato perder más tiempo allí parados.
-Más que tú, eso seguro.
-Hemos de irnos- apresuró entonces el elfo, acercándose a él, situándose junto a la elfa. Sorigan tosió una vez más, esta vez salpicando de sangre a ambos.
-Última oportunidad, humano.- aseguró ella, tras gruñir ante la salpicadura y limpiarse con la manga de la camisa -¿Qué decides?
-Volvamos a mi campamento- aceptó finalmente.
___________-¿Te ocurre algo?
-¿Es que sólo sabes buscar enfrentamientos?- respondió con otra pregunta, parando en seco y volteandose hacia él, con el gesto torcido.
-Es un humano loco buscando estupideces- comenzó a explicar, con un claro reflejo de sorpresa en el rostro, antes de recobrar un semblante de condescendiente y ligeramente irritado -¿Esperabas que le siguiera la corriente?
-No- replicó firme -Pero podrías, no sé, ¿ignorarlo?- sugirió arqueando una ceja con tono irónico.
-La falta de inteligencia me hace perder los nervios.- explicó sin mirarla, reflejando una clara molestia, adoptando un tono arrogante.
-Por supuesto- espetó -Provocar a un noble sin saber siquiera si lleva escolta, muy inteligente.- añadió con sorna, acompañando el comentario con un guiño antes de darle la espalda nuevamente disponiéndose a retomar la marcha.
Notó un ligero y fugaz vahído antes de comenzar a andar de nuevo que la llevó a sujetarse la frente un instante, supuso que a causa del exceso de CO2 emanado por las constantes quemas bajo la hojarasca. Antes de haberse recompuesto y haber dado dos pasos, notó al elfo suspirar a su espalda.
-¿Has visto alguna vez a un noble con protección cuyos guardias no estén a un mínimo de cinco pasos?- replicó condescendiente -Será un milagro que viva más de un día.
-Lo que él viva me trae sin cuidado- respondió ella, sin darse la vuelta -Me preocupa ser yo la que acabe con un tajo en el cuello.
-No conmigo aquí.- afirmó entonces, como si de algo obvio se tratase. El summun de la egolatría.
-Tú mismo…- y encogiéndose de hombros, se resignó a no continuar con aquella conversación.
El avance se hacía pesado a medida que pasaban las horas y era más necesario prestar atención a dónde ponían los pies que a lo que les rodeaba. Caminar en un entorno tan árido, con el aire tan denso y el ambiente acalorado… Aquella zona del bosque no era la más maltratada por el fuego constante, aunque distaba mucho de los territorios en los que la elfa se había desenvuelto durante meses atrás, más regenerados y repoblados, incluso pudiéndose disfrutar de algún rincón enverdecido. Casi hubiesen agradecido las lluvias de los días anteriores, que en aquel parecían dar tregua.
Repentinamente, paró en seco, estirando un brazo al lateral para indicarle a Nousis que se detuviera. Clavó su mirada fija en el camino y casi dejó de respirar al descubrir la huella, impresa en el suelo, de un animal del que sólo con ver el tamaño de la zarpa se podía intuir que les ganaría en tamaño. ¿Sería posible? ¿Realmente aquel hombre estaba en lo cierto?
-¿Alguna vez has visto algo como eso?- preguntó inquieta, señalando la marca.
-Si… y no- respondió él sin apartar la vista -Tan sólo en dibujos de libros de fauna. Pero no puede ser, hay más animales de este tamaño, sin duda.
-Sea lo que sea, algo tan grande necesitará comer acorde al tamaño de su estómago… Y en esta zona no hay demasiadas posibilidades.
-Si queda satisfecho con él y nos deja en paz, no me parece mal trato.- aquellas palabras, dichas con total normalidad, causaron gracia en la elfa, que no pudo contener una ligera risa.
-Aun así, será mejor seguir otro camino.
Retrocedieron sobre sus pasos hasta el último cruce que habían encontrado, con los ojos bien abiertos y la intención de tomar otro sendero, tratando de mantener la calma. Trató de apartar de su cabeza la idea de que las criaturas que buscaba el tal Sorigan fuesen reales después de todo, repasando mentalmente todas las criaturas que se conocían de aquellos bosques, aunque se le hacía difícil dar con alguna que encajase con el tipo de huella que habían visto. No, no podía ser, nadie veía uno desde hacía años, y menos en un bosque como aquel… Pequeñas alimañas, animales carroñeros, insectos o rapaces puede, seres capaces de rebuscar comida entre las cenizas, pero ¿una bestia como aquella? Índice-corazón-aular-meñique-anular-corazón-índice. Su tic inconsciente se hizo notar, sus dedos buscaban el pulgar cada vez a un ritmo más acelerado y notó hacerse un nudo en el estómago. Su mirada buscaba amenazas inexistentes alrededor, todo parecía tranquilo, pero el rastro parecía reciente. Quizá de hacía unas horas, quizá el animal -fuera lo que fuese- estaba ya lejos, pero… ¿Y si no?
Pasó entonces a la siguiente fase, aceptar que, en efecto, se trataba de un Yorn. Sin dejar de caminar pensó en todo lo que sabía acerca de ellos, aunque no era mucho, al tratarse de una criatura que se creía extinta. Nocturnos. Recordó de pronto, tras una respiración profunda. Al menos aquello les daría tiempo, ya que apenas habían alcanzado el medio día. Sus pulsaciones comenzaron a bajar y sus maquinaciones mentales parecieron cesar poco a poco, si aligeraban la marcha podrían haberse alejado lo suficiente para cuando se pusiera el sol. Pero, de repente, un chirrido estremecedor se hizo eco por todo el bosque. Su piel se erizó y un escalofrío recorrió su espalda, dejándola paralizada. Nunca había escuchado nada parecido, ningún ave podría emitir un sonido tan grave y tan sonoro. Segundos después, empezaron a escucharse zarandeos entre la maleza, cada vez más cerca, algo avanzaba hacia ellos y lo hacía rápido.
No les hizo falta mediar palabra, ambos arrancaron la huida tan rápido como sus piernas y el terreno les permitieron. A los pocos metros, una bestia parda se apareció tras ellos, acortando a pasos agigantados la distancia entre ella y los que acababan de convertirse en sus presas. Sin parar de correr, ladeó la cabeza para echar la vista atrás un instante, una aberración que ensombrecía dos metros revelaba que las leyendas habían dejado de serlo. Al borde del pánico, trató de entorpecer su avance, haciendo que las ramas, raíces, arbustos, tallos y todo sobre lo que pudiera tener control cerrasen el paso tras ellos. Fue previsiblemente inutil, aquella pequeña bestia -pequeña, dice- arrasaba con todo.
Un berrido se escuchó entonces a sus espaldas, uno humano esta vez. El Sir salió de la nada, mandoble en mano, interponiéndose entre los dos y el animal, queriendo enfrentarlo y darle caza.
-¡Vamos, animalucho! ¿Dónde está tu mami?- realizando bruscos movimientos y aspavientos con el arma, trataba de provocar a la criatura, que optó por retroceder varios pasos atrás ante la inesperada aparición -Oh, ¿tienes miedo?- se mofó, sin dejar de lanzar estocadas que no alcanzaban a tocarlo, únicamente haciéndolo retroceder -¡Venga, ven a por mí!- y soltó una carcajada irritante.
Pecó de valiente y con bajar la guardia un momento el animal acortó nuevamente la distancia y de un zarpazo trató de atraparlo. El humano, más falto de cerebro que de reflejos, logró apartarse lo suficiente para no ser agarrado, no obstante, si lo alcanzó un zarpazo que lo derribó, dejándole el pecho desgarrado, sangrante y con una gran herida profunda. Lo que, al parecer, se trataba de una cría vió su oportunidad y se abalanzó sobre él, quien rodó para tratar de esquivar como buenamente pudiera la gran masa corpórea que en un parpadeo se le vino encima, sin éxito. Únicamente logró sufrir un nuevo enganche en la espalda que le hizo perder las pocas fuerzas para levantarse. Estaba perdido… ¿o no?
Por alguna razón, el falso osezno dejó de mostrar interés en Sorigan. Tal vez le pareció presa demasiado fácil, quizá pensó que estaba muerto al haberse quedado inmóvil tendido bocabajo en el suelo. Fuera como fuese, centró de nuevo la atención en los dos elfos y retomó la carrera nuevamente hacia ellos. Nousis, que no pasó inadvertida la reacción del animal cuando se vio en peligro, optó por plantarse y tratar de ahuyentarlo. Dato curioso, los Yorns aprenden rápido, porque esta vez los movimientos de espada no le hicieron siquiera inmutarse. No quedaba otra que huir, de nuevo. Ayl no estaba segura de ser capaz de vencerle a la fatiga que ya comenzaba a apretar en el pecho, tampoco si podría seguir corriendo más rápido que aquel ser mestizo, notaba que le faltaban fuerzas… El espadachín pareció percatarse, porque la agarró del brazo y tiró de ella para no dejarla atrás y abandonando el sendero, se adentraron entre los árboles para tratar de complicar la persecución.
chsk
El sonido de un latigazo se escuchó de pronto tras ellos, seguido de un alarido de dolor que heló los huesos y un estruendo golpeando contra el suelo. Ambos se dieron la vuelta al instante, el yorn había caído en una trampa y estaba herido, una pierna atravesada por una estaca en punta que del impacto había incluso hecho brotar la sangre a salpicaduras. La bestia, dolorida y coja, finalmente abandonó su intento de llevarse algo a la boca y se alejó a prisa del lugar. El humano, tirado en el sendero, trató de incorporarse malamente al escucharlo y sus labios se curvaron en una sonrisa de auténtico regocijo, al tiempo que un charco de sangre se formaba bajo de sí. Con una dificultad enorme señaló al animal mientras huía, rompiendo a reír, tosiendo mientras sus labios se teñían de rojo.
-¡Te he igualado, monstruo!- gritó, volviendo a convulsionar -¡La próxima vez tu cabeza saldrá conmigo de este bosque!- terminó, volviendo a reír, con un semblante cercano a la locura.
Con la respiración algo forzosa, la elfa retrocedió hasta Sorigan, a quien hasta el momento había dado por muerto al verlo inmóvil.
-La trampa, ¿es tuya?
Él se limitó a dejar brotar otra carcajada antes de toser una vez más. Ella miró a su compañero, con un semblante de duda, encontrándose a un Nousis cuyo rostro reflejaba una mezcla entre asombro y aversión.
-No creo que tengas otra oportunidad contra eso, estas heridas te causarán la muerte si no se atienden. Las zarpas de muchos animales segregan toxinas al desgarrar la piel y estas... Parece que hasta la hayan quemado. De caminar por estos terrenos debían de estar al rojo vivo…
-No me iré de Midgar hasta acabar con una de esas bestias adultas- afirmó, sin perder la sonrisa, antes de ladearse para escupir sangre y encogerse de dolor.
-Si este desgraciado es capaz de decirnos cómo salir de la zona de caza…- se dirigió Nou a ella, en su lengua madre, con las palabras atascandose en su garganta y destilando veneno con la mirada -Tendremos que sacarlo de aquí…- Ayl asintió con la mirada.
-Si estás dispuesto a indicarnos cómo salir de este nido de muerte, me ocuparé de que sobrevivas.
-No tenéis muchas opciones- confirmó.
Parecía divertirse, aún estando a punto de terminar desangrado. La imagen era perturbadora y Nousis casi parecía estar sufriendo por contener sus impulsos de terminar de rematarlo. Aylizz lo miró con desconcierto y cierta repulsión, tratando de negociar una última vez. No era sensato perder más tiempo allí parados.
-Más que tú, eso seguro.
-Hemos de irnos- apresuró entonces el elfo, acercándose a él, situándose junto a la elfa. Sorigan tosió una vez más, esta vez salpicando de sangre a ambos.
-Última oportunidad, humano.- aseguró ella, tras gruñir ante la salpicadura y limpiarse con la manga de la camisa -¿Qué decides?
-Volvamos a mi campamento- aceptó finalmente.
>> Esta es la bestia parda, por si no quedaba claro y nadie se lo esperaba. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
>> Esta es la trampa de Sir Sorigan el Cazachuzos. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Última edición por Aylizz Wendell el Miér Mayo 12 2021, 21:56, editado 2 veces
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Siempre esperaba que algo se saliese del plan en todos y cada uno de sus viajes. La ruta que habían tomado no era una de las más conocidas para él, pero su falta de bagaje sobre lo que podría haberles aguardado le molestaba profundamente. Su arrogancia a la hora de abandonar el campamento del humano, esperando defenderse sin dificultad en un ambiente tan familiar como un bosque, le devolvió una torva mirada que no expresaba otra cosa que los problemas que ahora tenía sobre los hombros. Se pasó una mano por el cabello, volviendo a serenarse. El pequeño Yorn había huido herido, y fabricando aprisa unas angarillas con unas ramas resistentes y una camisa de repuesto de su bolsa de viaje, fue arrastrando a Sorigan, esquivando las partes del suelo donde se adivinaban rescoldos de llamas. La carga de la capa reforzada y la armadura ya era una constante para él, y sus músculos estaban acostumbrados a ser entrenados, y aún así, el peso del humano resultaba difícil de transportar. Dos solitarias gotas de sudor surcaron su frente hasta su mandíbula. Apenas dirigía la palabra a su compañera, ahorrando esfuerzos. No quería su ayuda. La diferencia de fuerza entre ambos podría hacer aún más complejo el trabajo. Al menos, esa era la razón que se permitía decirse a sí mismo.
El inútil cazador tarareaba algún tipo de melodía que el espadachín nunca antes había escuchado, y su buen humor ensombreció el del elfo de una manera que casi le hizo soltar las ramas y dejarlo allí como alimento del siguiente depredador que decidiese hacer acto de presencia. Tras unos segundos, la lógica pudo más que el rencor. No cabía duda que si Sorigan se había internado en Midgar, era a causa de no haberse encontrado antes con las criaturas que había acudido a eliminar o habría muerto, se dijo volviendo la vista por encima del hombro de manera instintiva, recordando la herida que por poco no había acabado con él. Tenía que estar diciendo la verdad.
“O su garganta pedirá una sonrisa” completó su oscura voz, elevando una cruel sonrisa al rostro sin mácula del hijo de Sandorai. Casi saboreaba dicho momento.
Sólo cuando llevaban una hora de recorrido, los hombros y brazos de Nousis le reclamaron un alto en la tarea. Sintió cómo le costaba siquiera elevarlos por el esfuerzo, evitando por todo medio mostrar ante Aylizz el alcance de lo que le había costado ese tercio del camino que llevaban recorrido. Un rio de escasa entidad fue la excusa que utilizó para dejar la tarea y acercándose al agua, se lavó el rostro, agradeciendo la frescura y renovando el ánimo. Su compañera había contenido por el momento la hemorragia del humano, aunque el tiempo continuaba siendo crítico.
Con esa idea en la mente, volvió a remojar la cara con una perversa sensación, cuando escuchó algo que fue incapaz de identificar. Un sonido suave que fue desapareciendo en apenas unos segundos. Algo le hizo volver a acercarse a la corriente, y sin estar seguro, creyó escuchar de nuevo ese mismo sonido. Ahuecando las manos, tomó el líquido en ellas y lo acercó hacia sí. Nada. Había sido su imaginación, sin duda fruto del cansancio de la jornada.
Mientras Nou se encontraba allí, Sorigan observaba con detenimiento los movimientos de la elfa sin perder detalle.
-Deberías estar contenta- habló, con su eterna sonrisa, incapaz de levantarse- cuando mate a uno de esos Yorns, podrás venir con tu hermano a la fiesta que darán en honor a mi hazaña.
Aylizz le dirigió una mirada de clara incomprensión, antes de reír, para placer del humano.
-Él no es mi hermano. Y tampoco matarás nada, así que...- terminó, encogiéndose de hombros.
-Todos los elfos parecéis iguales- explicó indiferente- Distinguir vuestras familias es imposible- se echó a reír- Pero si no sois hermanos... -añadió con una sonrisa un poco desagradable, dejando entrever lo que pensaba de la razón de que ambos compartiesen su camino. El rostro de Aylizz se tornó serio.
-Agradece que no sea como él, si sigues vivo es por eso.- aclaró con desagrado, justo antes de ver de nuevo a Nousis, quien regresó por el mismo camino que había utilizado para llegar al río. No dirigió la mirada a Sorigan, sino que se acercó a la elfa, tras posar la vista en la senda que aún les quedaba por recorrer, con un punto de desaliento en la mirada.
-¿Crees que aguantará vivo hasta el campamento?- Cargar de nuevo con aquel sujeto si no le iba a reportar nada más allá de fallecer antes de serles de utilidad era demasiado. La respuesta de la mujer le hizo voltearse, sólo para encontrarse con la asquerosa sonrisa del humano. No tenía dudas de que su estupidez había tomado el control, a tenor por el semblante de su compañera. Dioses… la ira por necesitarlo casi lo ahogó.
-No, si sigue hablando- los ojos de la elfa también se dirigieron al herido con ¿Desagrado? ¿Resentimiento? El espadachín casi se alegró de su expresión -Ha perdido mucha sangre, cualquier esfuerzo agotará la energía que aún el queda... Pero sí, supongo que llegará.
Sin embargo, no era suficiente con acarrearle, ni siquiera que llegase con vida. El auténtico problema sería remediar sus heridas de manera más permanente.
-¿Y una vez allí?- cuestionó. Aylizz se acercó al humano, revisando las laceraciones, tras superar lo que a Nou le pareció una inicial reticencia.
-Podría hacer algo... Te parecerá increíble, pero sé que hay ciertas plantas capaces de crecer aquí que... Pueden servir.
Su oyente asintió. Hacía ya años que pocas cosas le parecían auténticamente increíbles. Hallar una planta capaz de remediar el estado de Sorigan, después de ver meteoritos, poderes inimaginables, escuchar leyendas de otros mundos y tratar de hallar artefactos legendarios resultaba casi algo cotidiano. Se llevó una mano rostro tras la cual asomó una sonrisa. Cuanto había cambiado su percepción de lo común.
-Empecemos por aquí- se decidió. Su temor residía en llegar al campamento y no encontrar la planta necesaria. Tal vez allí, en lo profundo de Midgar, hubiese más suerte- Yo buscaré primero, si eres capaz de aguantar su presencia sola no más de una hora. Tras eso volveré, y tú podrás descansar del humano tratando de encontrarla, si no he tenido suerte.
La elfa aceptó el plan, describiendo con detalle cada aspecto del ejemplar que necesitaban. El supuesto caballero quiso meterse en la conversación, hasta que una sola palabra pronunciada por ambos al mismo tiempo le hizo detenerse, y volver a tararear.
Antes de ponerse en camino, vaciló, mirando atrás. Le disgustaba dejarla sola. No obstante, sabía que sin la ayuda del humano podrían escoger un camino que terminase en las garras de varios Yorns. Era la opción menos mala. Tan sólo eso.
Sin decir por tanto una palabra más, la espesura le dio la bienvenida. Procurando no perder de vista el camino de vuelta, fue cubriendo terreno trazando radios desde un árbol característico, regresando al mismo, y una y otra vez, hasta asegurar un perímetro semicircular de cierta extensión. Cada vez más inquieto, nada encontró siquiera similar a lo que buscaba. Fue otra cosa la que llamó la atención de sus ojos grises, lo mismo que le hizo desenvainar su espada y observar con cautela su alrededor.
Acercándose, contempló una especie de humanoides con atributos de cérvidos -patas y cornamenta- con el rostro devorado, mostrando una limpia calavera que acentuaba la oscura atmosfera del lugar. Tres cadáveres de hombres-bestia, razonó. ¿Qué los habría llevado allí?
La segunda pregunta que se hizo le llevó a correr de nuevo de vuelta.
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
A pesar de la reciente amenaza, el entorno parecía haberse quedado tranquilo. No obstante, lejos de proporcionar seguridad, el repentino ataque había hecho saltar todas las alarmas de la elfa que ahora mantenía ojos y oídos abiertos, centrándose en lo que la rodeaba. O eso intentaba, tratando de obviar la cancioncilla que Sorigan no paraba de canturrear, que poco a poco iba haciendo mella en su cabeza. Dioses, respiraba de milagro, ¿cómo podía lucir tan relajado? Sería verdad que la cordura lo había abandonado, su mirada perdida y aquella sonrisa de suficiencia, como la del que se siente intocable, daban cuenta de ello. Si bien era cierto que el Sir parecía hablar con mayor conocimiento de causa de la que había considerado en un principio, se encontraba lejos de comprender qué motivos lo habrían llevado a exponerse de tal forma, ni cazadores expertos habrían arriesgado tanto.
Lo observó con detalle, manteniéndose en pie a escasos metros del malherido, recostado al pie de uno de los árboles que se veían más robustos. El humano era corpulento y notablemente musculado, aun así, si aquel animal se hubiese tratado de un ejemplar adulto sin duda las garras habrían terminado por partir su cuerpo en dos -o en tres- y ni siquiera estaba convencida de ser capaz de remediar el destrozo que la cría había causado. La imagen la estremeció, no tanto por el estado del que podría sacarlos de aquel bosque en el que ahora eran potenciales presas, sino por las cada vez más altas probabilidades de toparse con otra de aquellas criaturas.
-Realmente no te preocupa que otro de esos aparezca, ¿verdad?- expresó con cierta molestia a causa del constante tararear.
-Es mi fama, elfa. Tan solo tengo que llegar a ella.- la mirada inquietante que dedicó a la rubia provocó un escalofrío en su espalda, antes de apartar la vista y continuar con su palabrería -Podéis llevarme de vuelta, pero volveré a cazar ese monstruo, o cualquiera de su raza, antes de dejar el bosque. No esperéis que los cantares sobre mí os mencionen. Los héroes nunca necesitan ayuda.- apuntó, agrandando su sonrisa -Tras mi victoria podré ayudaros a salir de aquí.- hizo una pequeña pausa, antes de soltar una carcajada -Elfos que se pierden en un bosque…
-Un noble, que se hace llamar Sir, sin guardia…- devolvió el ataque, tras chasquear la lengua en una mueca de desagrado -¿Y es necesario presenciar tus delirios de grandeza? Tu fama, tu victoria, tus canciones… Tuyas son. Dinos cómo salir de aquí y podrás continuar con tu cacería sin distracciones.
-Hasta yo veo mi estado. Podéis curarme, pero ¿por qué dejar pasar lo que la fortuna me ha ofrecido? Las leyendas sólo se acuerdan de los héroes y no de la gran cantidad de criaturas que les llevaron a serlo. Y eso seréis vosotros.
-Já- espetó en un resoplido, curvando una media sonrisa, mirándolo con lástima y arqueando una ceja -Héroe, ¿por qué exactamente? Esas criaturas no han hecho nada para que quien les de muerte merezca una reverencia. ¿Qué pretendes? ¿Usarnos como cebo? No encuentro grandiosidad en eso.- añadió, frunciendo el ceño.
-No es asunto vuestro- sentenció, adquiriendo un tono y gesto serio, de forma repentina.
-He dado en hueso, ¿eh?- afirmó con dejadez, en tono triunfal al advertir su reticencia -Deja de canturrear y dejaré las preguntas.- expuso después, encogiéndose de hombros.
-¿Qué hacéis aquí?- preguntó directamente
-No es asunto tuyo- replicó ella, con picardía, antes de mostrarse extrañada por el repentino interés mostrado por el humano -Tan sólo estamos de paso.
Sorigan no dijo nada más y tras dedicarle una mirada entrecerrada, retomó su tarareo. Una caída de ojos acompañó a un gruñido ahogado de la elfa, tratando de mantener la compostura, convenciéndose de que aquella melodía entre dientes trataba de apaciguar un temor real, no queriendo pensar que se trataba de una mera provocación.
Hacía rato que Nousis los había dejado y a pesar de que el bosque parecía haber recobrado la calma, cuanto más tiempo pasaba, mayores se volvían sus preocupaciones. Estará bien, un ataque se habría advertido... se dijo. De nuevo, un ligero mareo retumbó en su cabeza, obligándola a tomar asiento al sentir que, por un momento, perdía el equilibrio. Llevó la vista hacia el cielo, buscando despejar la mente y apaciguar el malestar del que trataba no tomar conciencia y restarle importancia, advirtiendo las nubes que comenzaban a cubrir de nuevo la mañana, anunciando las inminentes lluvias. En el primer instante las agradeció, al menos servirían para disipar el ambiente cargado que comenzaba a pesar en los pulmones, no tardando en comprender que aquello sólo haría las cosas más difíciles. Para empezar, el terreno ya era complicado sin tener que convertirse en un barrizal.
Al cabo de una hora, el elfo regresó a la carrera, antes de que las primeras gotas comenzaran a rozar la piel, notablemente agitado. Ignorando al caballero, se dirigió directamente a Aylizz, quien se puso en pie nada más verlo aparecer, alertada por su nerviosismo.
-Restos- comenzó a explicar, retomando el aliento -Humanos, o animales… No sabría decir... Calaveras con cornamenta y carne desgarrada. Hay que irse.
-¿Eran recientes?- la preocupación se hizo notar en su voz, el cansancio que Nousis acarreaba era evidente y el aún decrépito estado de Sorigan obligaría a continuar siendo una carga.
-De dos días, a lo sumo.- respondió, apartando la mirada, ojeando alrededor.
-Entonces hay tiempo para que descanses un poco, mientras yo busco en otro lado. Aún queda trecho hasta el campamento… Si no encuentro nada útil tendrás que cargarlo un rato más…
-No me parece buena idea.- dejó clara su postura, negando con la cabeza, sin imponer su negativa aunque esperando que ella atendiera a sus razones, obteniendo un suspiro a cambio, que precedía su respuesta.
-Puedes adelantarte, si lo prefieres. Buscaré por la zona mientras avanzamos.- dirigió nuevamente su mirada al Sir -Dependemos de él para salir de aquí…- y de nuevo volvió a fijar sus ojos en Nousis, buscando dar con su orgullo -Y de ti para llevarlo a resguardo. Preocúpate de eso.
Su gesto denotó la desaprobación de la idea, pero no replicó más. Colocó de nuevo al humano en la improvisada camilla, que lejos de quejarse de algún dolor, soltó una carcajada fuera de todo contexto. Exasperante... La elfa caminó tras ellos, comenzando a tomar distancia, antes de adentrarse en la foresta. Buscaba algo concreto, necesitaba zonas abiertas donde la planta pudiese absorber la luz, lejos de los árboles que cubrían los senderos.
Dio con un espacio donde las llamas bajo la hojarasca eran más tenues y las abundantes aguas de la época habían calado en el firme, con la esperanza de poder dar con el ingrediente clave que permitiría sanar -o al menos recomponer medianamente- los destrozos que el animal había causado en el cuerpo de aquel humano temerario. Agazapada entre la maleza rebuscó aquí y allá, poniendo atención en cada ejemplar que se parecía al que buscaba, sin éxito en su búsqueda. Irguiéndose de nuevo para estirar la espalda agarrotada, echó un vistazo a su alrededor. Nousis se encontraba ya alejado, aunque aún a distancia de vista élfica, dejando advertir que podía mantener el ritmo a pesar de la pesada carga, al menos por el momento, y los sonidos característicos de cualquier bosque parecían percibirse mejor en aquel claro, ligeramente enverdecido, que parecía ser el inicio del camino hacia la zona oeste, más regenerada, incluso poblada si uno se adentraba lo suficiente en las entrañas de Midgar. Sin embargo, lo que debería parecer una buena señal la hizo esperar lo peor de aquel entorno visiblemente más vivo del que habían dejado atrás, pues precisamente que albergase algo de vida era lo que aumentaba la probabilidad de encuentros no deseados…
Tomando precauciones, avanzó hacia la arboleda cercana y trepó hasta lo alto del que parecía más robusto y desde allí observó las proximidades. No muy lejos de allí, el agua comenzaba a regar la zona, mostrando claras evidencias de que no tardaría en llegar hasta ellos, por lo que sería mejor no demorarse demasiado en reencontrarse con aquellos dos y ponerse a cubierto, temiendo no llegar al campamento a tiempo. A punto estaba de comenzar a descolgarse de aquellas ramas cuando, al otro lado del sendero, avistó movimiento entre los arbustos. Un escalofrío recorrió su espalda, dejándola inmóvil. Su respiración comenzó a acelerarse, antes de que pudiera incluso darse cuenta, sintiendo sus latidos revolucionados a punto de salirse del pecho. Ni siquiera sabía qué sería aquello que se ocultaba entre la maleza, pero sus temores hicieron funcionar su cerebro antes que su parte racional pudiera tomar el control. No, no, no, no, no, no. repetía mentalmente, una y otra vez. Yorns, no podía pensar siquiera en la posibilidad de alguna otra amenaza, ¿qué sería peor que eso? Cálmate, cálmate, cálmate. Dirigió la mirada hacia el camino que el espadachín y el tullido habían seguido, ya no lograba verlos. Bien, parecía que al menos ellos habían tomado buena distancia, sólo tendría que preocuparse de escabullirse lo antes posible, ¿qué otra cosa sino? ¿Esperar allí hasta que la misma Imbar acudiese en su auxilio?
Escasas y contadas veces eran las que su padre había aceptado que la pequeña los acompañara en sus batidas de caza, pero aquel aprendizaje almacenado en el subconsciente despertó en el mejor momento. Quién lo diría, después de tanto tiempo… Apretó los puños, como si así fuese a mantener los nervios a raya, y se tomó un momento para no entrar en pánico. Una vez más calmada, forzó la vista para alcanzar a ver con mayor detalle lo que la foresta ocultaba, permitiéndose un suspiro aliviado al comprobar que no se trataba de ninguna bestia. Bueno, al menos no del todo… Las figuras de dos seres bípedos, con corpulencia humana, se dibujaron entre las ramas. No obstante, del pecho para arriba lucían como venados de cornamenta adulta. Hombres bestia, bien equipados… Y armados. Podrían tratarse de los mismos seres que Nousis había encontrado, ya cadáveres. Tenían que serlo.
Analizó la distancia que los separaba, ella había alcanzado a verlos, pero dudaba que ellos lo hicieran. Aun así, descendió con cautela, evitando hacer el mínimo ruido. Debería haber arrancado la huída en el mismo instante en que posó los pies sobre el firme, sin embargo… ¿Qué diantres andaban haciendo allí? Pecando de impulsiva, se acercó un poco más, aunque sin exponerse demasiado, lo justo para escuchar la despreocupada conversación que mantenían mientras se abrían paso entre las hierbas más altas.
-El jefe ha terminado de perder la cordura. ¿A propósito de qué nos manda a explorar por estos bosques infernales?
-Tu cometido no es cuestionar sus razones, sino seguir las órdenes. Encontrar la flor de luna a toda costa, es todo lo que debe preocuparte.
-¿Pero tú has visto este sitio? Ya hemos perdido a tres hombres.
-Con que uno vuelva con ella, suficiente. Ahora guarda silencio.
Tenía que ser una broma de los dioses… Debía encontrarse con Nousis. De inmediato.
Retrocedió con pasos silenciosos hasta cruzar el sendero, asegurándose de que no habían advertido su presencia antes de arrancar a la carrera, atravesando el bosque con la intención de atajar, hasta dar con el camino en el que se advertían las marcas de la camilla arrastrada. Apremió la marcha, siguiendo el rastro, hasta divisar en la distancia al elfo retomando el aliento, sentado sobre una piedra, sin dejar de empuñar la espada, aún enfundada. Tan sólo unos metros más...
Lo observó con detalle, manteniéndose en pie a escasos metros del malherido, recostado al pie de uno de los árboles que se veían más robustos. El humano era corpulento y notablemente musculado, aun así, si aquel animal se hubiese tratado de un ejemplar adulto sin duda las garras habrían terminado por partir su cuerpo en dos -o en tres- y ni siquiera estaba convencida de ser capaz de remediar el destrozo que la cría había causado. La imagen la estremeció, no tanto por el estado del que podría sacarlos de aquel bosque en el que ahora eran potenciales presas, sino por las cada vez más altas probabilidades de toparse con otra de aquellas criaturas.
-Realmente no te preocupa que otro de esos aparezca, ¿verdad?- expresó con cierta molestia a causa del constante tararear.
-Es mi fama, elfa. Tan solo tengo que llegar a ella.- la mirada inquietante que dedicó a la rubia provocó un escalofrío en su espalda, antes de apartar la vista y continuar con su palabrería -Podéis llevarme de vuelta, pero volveré a cazar ese monstruo, o cualquiera de su raza, antes de dejar el bosque. No esperéis que los cantares sobre mí os mencionen. Los héroes nunca necesitan ayuda.- apuntó, agrandando su sonrisa -Tras mi victoria podré ayudaros a salir de aquí.- hizo una pequeña pausa, antes de soltar una carcajada -Elfos que se pierden en un bosque…
-Un noble, que se hace llamar Sir, sin guardia…- devolvió el ataque, tras chasquear la lengua en una mueca de desagrado -¿Y es necesario presenciar tus delirios de grandeza? Tu fama, tu victoria, tus canciones… Tuyas son. Dinos cómo salir de aquí y podrás continuar con tu cacería sin distracciones.
-Hasta yo veo mi estado. Podéis curarme, pero ¿por qué dejar pasar lo que la fortuna me ha ofrecido? Las leyendas sólo se acuerdan de los héroes y no de la gran cantidad de criaturas que les llevaron a serlo. Y eso seréis vosotros.
-Já- espetó en un resoplido, curvando una media sonrisa, mirándolo con lástima y arqueando una ceja -Héroe, ¿por qué exactamente? Esas criaturas no han hecho nada para que quien les de muerte merezca una reverencia. ¿Qué pretendes? ¿Usarnos como cebo? No encuentro grandiosidad en eso.- añadió, frunciendo el ceño.
-No es asunto vuestro- sentenció, adquiriendo un tono y gesto serio, de forma repentina.
-He dado en hueso, ¿eh?- afirmó con dejadez, en tono triunfal al advertir su reticencia -Deja de canturrear y dejaré las preguntas.- expuso después, encogiéndose de hombros.
-¿Qué hacéis aquí?- preguntó directamente
-No es asunto tuyo- replicó ella, con picardía, antes de mostrarse extrañada por el repentino interés mostrado por el humano -Tan sólo estamos de paso.
Sorigan no dijo nada más y tras dedicarle una mirada entrecerrada, retomó su tarareo. Una caída de ojos acompañó a un gruñido ahogado de la elfa, tratando de mantener la compostura, convenciéndose de que aquella melodía entre dientes trataba de apaciguar un temor real, no queriendo pensar que se trataba de una mera provocación.
Hacía rato que Nousis los había dejado y a pesar de que el bosque parecía haber recobrado la calma, cuanto más tiempo pasaba, mayores se volvían sus preocupaciones. Estará bien, un ataque se habría advertido... se dijo. De nuevo, un ligero mareo retumbó en su cabeza, obligándola a tomar asiento al sentir que, por un momento, perdía el equilibrio. Llevó la vista hacia el cielo, buscando despejar la mente y apaciguar el malestar del que trataba no tomar conciencia y restarle importancia, advirtiendo las nubes que comenzaban a cubrir de nuevo la mañana, anunciando las inminentes lluvias. En el primer instante las agradeció, al menos servirían para disipar el ambiente cargado que comenzaba a pesar en los pulmones, no tardando en comprender que aquello sólo haría las cosas más difíciles. Para empezar, el terreno ya era complicado sin tener que convertirse en un barrizal.
Al cabo de una hora, el elfo regresó a la carrera, antes de que las primeras gotas comenzaran a rozar la piel, notablemente agitado. Ignorando al caballero, se dirigió directamente a Aylizz, quien se puso en pie nada más verlo aparecer, alertada por su nerviosismo.
-Restos- comenzó a explicar, retomando el aliento -Humanos, o animales… No sabría decir... Calaveras con cornamenta y carne desgarrada. Hay que irse.
-¿Eran recientes?- la preocupación se hizo notar en su voz, el cansancio que Nousis acarreaba era evidente y el aún decrépito estado de Sorigan obligaría a continuar siendo una carga.
-De dos días, a lo sumo.- respondió, apartando la mirada, ojeando alrededor.
-Entonces hay tiempo para que descanses un poco, mientras yo busco en otro lado. Aún queda trecho hasta el campamento… Si no encuentro nada útil tendrás que cargarlo un rato más…
-No me parece buena idea.- dejó clara su postura, negando con la cabeza, sin imponer su negativa aunque esperando que ella atendiera a sus razones, obteniendo un suspiro a cambio, que precedía su respuesta.
-Puedes adelantarte, si lo prefieres. Buscaré por la zona mientras avanzamos.- dirigió nuevamente su mirada al Sir -Dependemos de él para salir de aquí…- y de nuevo volvió a fijar sus ojos en Nousis, buscando dar con su orgullo -Y de ti para llevarlo a resguardo. Preocúpate de eso.
Su gesto denotó la desaprobación de la idea, pero no replicó más. Colocó de nuevo al humano en la improvisada camilla, que lejos de quejarse de algún dolor, soltó una carcajada fuera de todo contexto. Exasperante... La elfa caminó tras ellos, comenzando a tomar distancia, antes de adentrarse en la foresta. Buscaba algo concreto, necesitaba zonas abiertas donde la planta pudiese absorber la luz, lejos de los árboles que cubrían los senderos.
Dio con un espacio donde las llamas bajo la hojarasca eran más tenues y las abundantes aguas de la época habían calado en el firme, con la esperanza de poder dar con el ingrediente clave que permitiría sanar -o al menos recomponer medianamente- los destrozos que el animal había causado en el cuerpo de aquel humano temerario. Agazapada entre la maleza rebuscó aquí y allá, poniendo atención en cada ejemplar que se parecía al que buscaba, sin éxito en su búsqueda. Irguiéndose de nuevo para estirar la espalda agarrotada, echó un vistazo a su alrededor. Nousis se encontraba ya alejado, aunque aún a distancia de vista élfica, dejando advertir que podía mantener el ritmo a pesar de la pesada carga, al menos por el momento, y los sonidos característicos de cualquier bosque parecían percibirse mejor en aquel claro, ligeramente enverdecido, que parecía ser el inicio del camino hacia la zona oeste, más regenerada, incluso poblada si uno se adentraba lo suficiente en las entrañas de Midgar. Sin embargo, lo que debería parecer una buena señal la hizo esperar lo peor de aquel entorno visiblemente más vivo del que habían dejado atrás, pues precisamente que albergase algo de vida era lo que aumentaba la probabilidad de encuentros no deseados…
Tomando precauciones, avanzó hacia la arboleda cercana y trepó hasta lo alto del que parecía más robusto y desde allí observó las proximidades. No muy lejos de allí, el agua comenzaba a regar la zona, mostrando claras evidencias de que no tardaría en llegar hasta ellos, por lo que sería mejor no demorarse demasiado en reencontrarse con aquellos dos y ponerse a cubierto, temiendo no llegar al campamento a tiempo. A punto estaba de comenzar a descolgarse de aquellas ramas cuando, al otro lado del sendero, avistó movimiento entre los arbustos. Un escalofrío recorrió su espalda, dejándola inmóvil. Su respiración comenzó a acelerarse, antes de que pudiera incluso darse cuenta, sintiendo sus latidos revolucionados a punto de salirse del pecho. Ni siquiera sabía qué sería aquello que se ocultaba entre la maleza, pero sus temores hicieron funcionar su cerebro antes que su parte racional pudiera tomar el control. No, no, no, no, no, no. repetía mentalmente, una y otra vez. Yorns, no podía pensar siquiera en la posibilidad de alguna otra amenaza, ¿qué sería peor que eso? Cálmate, cálmate, cálmate. Dirigió la mirada hacia el camino que el espadachín y el tullido habían seguido, ya no lograba verlos. Bien, parecía que al menos ellos habían tomado buena distancia, sólo tendría que preocuparse de escabullirse lo antes posible, ¿qué otra cosa sino? ¿Esperar allí hasta que la misma Imbar acudiese en su auxilio?
-¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo?
-Nai…
-¿Qué? Si es así no debería haber venido.
-El miedo es un fiel aliado, nos mantiene alerta, agudiza los sentidos. Vamos, ven aquí. Mira a tu alrededor, ¿qué ves?
-No… No sé… Nada…
-Mantén la calma. Cierra los ojos, respira profundo. Toma conciencia de lo que te rodea, visualiza el espacio, escucha con atención.
-...
-Ahora, ábrelos. ¿Qué ves?
-Nai…
-¿Qué? Si es así no debería haber venido.
-El miedo es un fiel aliado, nos mantiene alerta, agudiza los sentidos. Vamos, ven aquí. Mira a tu alrededor, ¿qué ves?
-No… No sé… Nada…
-Mantén la calma. Cierra los ojos, respira profundo. Toma conciencia de lo que te rodea, visualiza el espacio, escucha con atención.
-...
-Ahora, ábrelos. ¿Qué ves?
Escasas y contadas veces eran las que su padre había aceptado que la pequeña los acompañara en sus batidas de caza, pero aquel aprendizaje almacenado en el subconsciente despertó en el mejor momento. Quién lo diría, después de tanto tiempo… Apretó los puños, como si así fuese a mantener los nervios a raya, y se tomó un momento para no entrar en pánico. Una vez más calmada, forzó la vista para alcanzar a ver con mayor detalle lo que la foresta ocultaba, permitiéndose un suspiro aliviado al comprobar que no se trataba de ninguna bestia. Bueno, al menos no del todo… Las figuras de dos seres bípedos, con corpulencia humana, se dibujaron entre las ramas. No obstante, del pecho para arriba lucían como venados de cornamenta adulta. Hombres bestia, bien equipados… Y armados. Podrían tratarse de los mismos seres que Nousis había encontrado, ya cadáveres. Tenían que serlo.
Analizó la distancia que los separaba, ella había alcanzado a verlos, pero dudaba que ellos lo hicieran. Aun así, descendió con cautela, evitando hacer el mínimo ruido. Debería haber arrancado la huída en el mismo instante en que posó los pies sobre el firme, sin embargo… ¿Qué diantres andaban haciendo allí? Pecando de impulsiva, se acercó un poco más, aunque sin exponerse demasiado, lo justo para escuchar la despreocupada conversación que mantenían mientras se abrían paso entre las hierbas más altas.
-El jefe ha terminado de perder la cordura. ¿A propósito de qué nos manda a explorar por estos bosques infernales?
-Tu cometido no es cuestionar sus razones, sino seguir las órdenes. Encontrar la flor de luna a toda costa, es todo lo que debe preocuparte.
-¿Pero tú has visto este sitio? Ya hemos perdido a tres hombres.
-Con que uno vuelva con ella, suficiente. Ahora guarda silencio.
Tenía que ser una broma de los dioses… Debía encontrarse con Nousis. De inmediato.
Retrocedió con pasos silenciosos hasta cruzar el sendero, asegurándose de que no habían advertido su presencia antes de arrancar a la carrera, atravesando el bosque con la intención de atajar, hasta dar con el camino en el que se advertían las marcas de la camilla arrastrada. Apremió la marcha, siguiendo el rastro, hasta divisar en la distancia al elfo retomando el aliento, sentado sobre una piedra, sin dejar de empuñar la espada, aún enfundada. Tan sólo unos metros más...
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
-¿Sabes…?- malmetió el humano, escasos momentos después de que el elfo se hubiese sentado a esperar a su compañera- Los bosques tienen muchos peligr…
-¿Vas a sermonearme A MÍ sobre qué es lo que existe entre los árboles, escoria?- cortó Nousis con una dulce voz preñada de ira, y asestando una mirada que habría hecho arder al caballero, maximizada por el punto de que removía las dudas del propio espadachín, quien no apartaba la mirada del lugar por donde Aylizz se había alejado.
-¿Estás preparado para acabar con una de esas criaturas, elfo?- la lluvia había comenzado, fina y rematando los rescoldos de la paciencia del Indirel. El silencio fue toda la respuesta que llegó hasta los oídos de Sorigan, impuesto para evitar el desmoronamiento del autocontrol del hijo de Sandorai.
Los minutos pasaron lentos, sin que las copas de los árboles hacia donde había arrastrado al humano sirviesen del todo para protegerles de las lágrimas del cielo. Sintiendo un escalofrío, Nou tosió un par de veces. La temperatura estaba descendiendo, y aun así, resultaba asombroso ser capaz de contemplar lugares envueltos en llamas incluso bajo la lluvia que se estaba desatando. Tales prodigios le hacían preguntarse cuanto le quedaba aún por ver.
-Ella dijo que no érais familia. ¿Por qué tratas de protegerla?
-¿Desconoces algo llamado amistad?- espetó Nousis, sin dignarse a mirarlo.
-El temporal interés de objetivos comunes, afianzado por la proximidad- recitó Sorigan ante la estupefacción del elfo. Clavó en él sus ojos grises, esperando no haber escuchado con exactitud.
-¿Has leído el breviario de Oritt Nayuk?- No era posible. Él mismo había repasado los tratados filosóficos de aquel maestro seis décadas atrás, habiendo escrito una refutación en una semana postrado por enfermedad. El humano no podía haber escondido cultura alguna en su insoportable forma de ser.
Ahora entendía aún menos su búsqueda.
-Parece que me he ganado tu atención- sonrió con suficiencia. Fue demasiado para el espadachín, que se dispuso a levantarse, dirigiéndose a buscar a Aylizz. Ya hacía demasiado tiempo que se había ido por su cuenta.
El elfo suspiró con disimulo al verla regresar ilesa. Sus noticias, por el contrario, casaban peligrosamente bien con los cadáveres que él había encontrado. Ya no se trataba de seres aislados, sino de un grupo similar que buscaba exactamente lo mismo que la muchacha le había comentado, capaz de sanar al humano. Se pasó una mano por el cabello, buscando pensar con calma, antes de retomar su tarea de arrastrar al herido de vuelta al campamento. Debían alejarse. No conocer el carácter de los hombres bestia resultaba un interrogante demasiado problemático. Aquello que los había devorado, algo imposible de obviar.
Al paso más rápido que alguien con armadura, capa reforzada y ciento ochenta libras de caballero cargando era capaz, llegaron al lugar donde tuvieron el maldito primer encuentro con Sorigan. Nou miró alrededor, deseando nunca haber llegado a pasar por allí.
El humano había palidecido durante el trayecto, y ni siquiera hizo ningún comentario irritante mientras lo colocaban a un lado de la cueva, fuera de la vista exterior. Parecían tener unas horas a lo sumo. Dioses…
No había tiempo para discusiones. El herido debía aguantar solo. No estaba dispuesto a la posibilidad de perder a una elfa para salvar a un hombre, por lo que dejándolo cristalino, acompañó con presteza a Aylizz, acusando el cansancio tanto en los hombros como en la parte posterior de la cabeza. Demasiado ejercicio, pensó dolorido.
Aún encapuchados, la lluvia lograba colarse por cada rincón de piel mínimamente expuesto, llevando a dolorosos respingos, destemplando en ocasiones el cuerpo por entero. El agua recorría el suelo, las armas y la silueta de ambos elfos, que no apartaban la vista de las plantas que crecían por doquier.
Recorrieron en pequeños círculos cada vez mayores, tal y como Nou había hecho previamente, para abarcar el terreno, a lo largo de un lapso de tiempo que pareció eternizarse. La alegría que el elfo sintió al escuchar a Aylizz volver junto a él portando la especie elegida fue mitigada por una punzada en el interior del cráneo que le hizo entrecerrar un ojo del dolor. Sonrió con dificultad.
-Volvamos con ese desgraciado- dijo, esperando hasta que la muchacha pasó delante de él, precediéndole de regreso al campamento, mirando atrás cada escasos minutos, a fin de asegurarse de la inexistencia de peligros que pudiesen seguirles. Su mano, siempre apoyada en la espada, parecía haber perdido algo de fuerza respecto al día anterior. El cansancio de la jornada le estaba pasando factura.
Dejó a su compañera ocuparse de Sorigan, sentándose en una de las rocas cercanas. Tosió varias veces, notando nuevamente un claro dolor en la cabeza. Rodilla en la pierna, apoyó la testa en la mano diestra. Algo no iba bien, y se levantó tras un molesto escalofrío. La lluvia no cesaba, mas desenvainó tratando de desentumecerse. Precisaba entrar en calor y no había otra manera. Algunos recuerdos llegaron a su mente y le hicieron esbozar una sonrisa llena de sobreentendidos que calentó su cuerpo momentáneamente.
Apenas había realizado cuatro movimientos cuando avistó de reojo tres extrañas criaturas en la linde del claro. No fueron necesarios más de dos segundos para que enlazase toda la información que Ayl y él habían recopilado. El aspecto de esas bestias no dejaba lugar a dudas. No era posible confundir ese tamaño y esas cornamentas. No era en absoluto un buen momento para un enfrentamiento.
¿Y cuando lo era? Se preguntó sarcástico. Efectivamente.
Quedaba dejarse llevar.
Gritó para alertar a la elfa y avanzó con pasos rápidos hacia los hombres-bestia, cuyos mazos nada bueno presagiaban. Carecían de armadura, pero eran más, el terreno estaba embarrado y la lluvia no favorecía la visión de ninguno de los contendientes. Podría haber preguntado qué hacían allí, aún con la información que ya conocía, tratando de forzar un encuentro no hostil. Podría haber saludado con sosiego, calmando las cosas, indicarles incluso dónde habían ellos hallado la planta.
“Aplasta sus corazones” siseó esa parte de sí que tan bien conocía, alimentada con sus deseos más profundos. Sangre y placer.
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
-¡Espera! No es tan sencillo.- advirtió cuando el elfo se disponía a agarrar la planta y emprender el camino de vuelta.
Se acercó hacia ella y la examinó con detenimiento. Nunca la había visto antes, pero aquel ejemplar encajaba en todo con la descripción de los tantos escritos que había consultado durante su estancia en Nytt Hus, donde cuidadosamente se habían dedicado a catalogar las distintas especies de flora y fauna de la zona. Si todos los datos eran ciertos, debía ser cuidadosa en su obtención. Arrancarla de raíz sin dejar que la piel entrase en contacto directo, de lo contrario sería cuestión de tiempo que sus funciones vitales dejasen de serlo.1
Palpó la tierra alrededor para determinar la extensión de las raíces siguiendo el flujo de su energía vital, era crucial no partir ninguna en el proceso, y la ahuecó cuidadosamente para desapelmazarla, a fin de facilitar la extracción. A continuación, dibujó un círculo alrededor, antes de posar sus manos sobre el terreno, concentrándose después en el área que abarcaba la circunferencia. Poder manipularla le llevó unos minutos, el calor latente del subsuelo se hacía más abrasador cuanto más tiempo permanecía en contacto y aquello complicaba su capacidad de control sobre el medio. Ya comenzaba a notar la abrasión de la piel cuando las raíces comenzaron a abrirse camino hacia el exterior, logrando hacer que todas salieran a la luz sin el menor daño al cabo de un par de minutos. Se apartó entonces de la tierra, con un aspaviento que visto desde fuera podría haberse visto como la reacción automática al sufrir una descarga, aireando las manos para calmar el quemazón. La contrarreloj se puso en marcha en aquel instante en que la planta quedó fuera de su lecho.
-Listo, vámonos.- indicó tras desquitarse de su capa y envolver la hierba con ella, evitando, sobre todas las cosas, tocarla directamente.
A prisa, caminaron hasta el campamento donde Sorigan agonizaba en silencio, para variar. Evitó reparar en la clara apariencia fatigada de su compañero cuando sin dirigir palabra tomó asiento, tratando de no mostrar su respiración forzada. Los ojos de Aylizz recorrieron la figura del espadachín con preocupación cuando éste comenzó a toser.
-¿Te encuentras bien?-
-Algo pasajero- respondió, restándole importancia -Se pasará.
No convencida con la respuesta, se dispuso a atender al Sir. Retiró los jirones de tela que hacían de rudimentarios vendajes y examinó las heridas abiertas, recubiertas de sangre coagulada y restos de piel necrosados por las quemaduras. No pintaba bien. El estado febril del herido era notable a simple vista, cubierto de sudor y sufriendo espasmos momentáneos, dando claras muestras de infección. Se frotó la frente, tratando de ordenar sus ideas y determinar por dónde empezar con aquel destrozo.
Abrió su petate y sacó de un saquito de tela varios de los virales del kit que acostumbraba a portar en sus salidas, nunca se había visto en la necesidad de utilizarlo, pero aquella ocasión lo requería. Desentubó las fórmulas de cada uno y las releyó con detenimiento para determinar cuál sería la más útil, teniendo en cuenta las propiedades de la hierba, decantándose por la que describía las pautas necesarias para estabilizar composiciones. Desenvolvió la planta con sumo cuidado, advirtiendo que el verde de las hojas ya había comenzado a suavizarse. Aquel detalle, sumado a que los pétalos permanecían ocultos en sus capullos, restaba efectividad a la cura que esperaba poder realizar. Tomó su daga, efectuando un corte limpio a lo largo del tallo, impregnando la hoja con la savia, que comenzó a borbotear hasta cubrir el filo. Con pulso firme, dejó caer gota a gota el líquido hasta llenar el viral. Bueno, medio viral, aquel fluido era demasiado denso.
Poner la sustancia al fuego y llevar a ebullición.
Hubiera sido tan sencillo como remover la hojarasca hasta dar con las ascuas y avivarlas, pero la incesante lluvia hacía imposible aquella tarea. Apartó entonces el viral y salió de la cueva donde los tres se resguardaban para recoger algunas ramas y tratar de prenderlas dentro. La humedad de la madera no lo puso fácil, pero tras varios intentos logró prender una pequeña llama, suficiente para comenzar con la preparación. Colocó el vidrio al fuego, siguiendo las instrucciones de la fórmula y tras varios minutos la savia comenzó a burbujear, tornando a un color tostado.
Dejar enfriar y remover hasta que las partículas más densas se asienten, permitiendo advertir a simple vista las diferentes masas.
Y así lo hizo. Cuando el vidrio se hubo templado lo suficiente para agarrarlo lo agitó con firmeza hasta que las distintas densidades se dividieron, de igual manera que el aceite y el agua se repelen.
Filtrar la sustancia resultante para separar ambas partes del fluído.
Dioses, fuera del taller se volvía todo tan complicado… Arrancó pues un jirón de su camisa, siendo la tela más fina que portaba, y la extendió sobre la boca de otro viral vacío, para verter sobre ella la savia separada, tratando de colar únicamente la mitad superior, más fluída, teóricamente menos tóxica.
Potenciar el éter de la sustancia resultante tras la filtración hasta producirse la reacción final de los componentes.
Último paso, aparentemente el más sencillo, aunque… ¿Cuál se supone que debía ser la reacción final? Agg. Apretó el puño, arrugando la inexacta fórmula y desechándola, lanzando el escrito al otro extremo de la cueva con frustración. Expuso el viral frente a sus ojos, debería concentrarse más de lo habitual para poder manejar la energía a través del cristal, ¿sería capaz? ¿Posible siquiera? Suspiró. Lo sostuvo entonces con ambas manos, procediendo a pronunciar mentalmente las plegarias que conocía más efectivas para canalizar el maná. Primer intento fallido. Segundo intento, segundo error. Dejó escapar un bufido nervioso antes de intentarlo una vez más, esperando no tener que dar el proceso por fracasado. Cerró los ojos. Una, dos, tres respiraciones profundas hicieron falta para sosegar su mente. A pesar de las preocupaciones, del tiempo que corría en contra, del estado de alerta constante por las amenazas que rodeaban el bosque debía tratar de ausentarse del plano terrenal. Centrando sus sentidos en el silencio que envolvía el refugio y en el golpear de las gotas en el exterior, trató de dejarse invadir por la aparente calma que se respiraba, visualizando en su cabeza el flujo de la energía a través de su cuerpo, siendo consciente de la dirección que debía tomar. Logró perder la noción del tiempo y no supo determinar cuanto pasó, pero finalmente algo cambió, provocando la incandescencia en la savia.2
El aviso de Nousis la sacó del trance y el sobresalto casi la hizo soltar el viral, suerte que fue rápida de reflejos y logró no dejarlo caer. El sonido del acero en las cercanías la hizo reaccionar, disparando de nuevo sus instintos de alerta más primarios, apresurándose en hacer que Sorigan ingiriera el elixir, o lo que ella esperaba que funcionase como tal. Aún debía hacer el ungüento para las heridas, pero tendría que esperar…
El eco de la lucha se percibía tan claro como si el enfrentamiento se estuviera produciendo en el mismo interior, llegando inevitablemente a los oídos del humano. Tal vez fue por el efecto analgésico, tal vez por un impulso de adrenalina o puede que por la mera locura que invadía la perturbada mente de aquel caballero, que trató de alcanzar su arma y ponerse en pie para involucrarse en la lucha. Con los ojos a punto de salirse de las órbitas y recuperando aquella perturbadora sonrisa, forcejeó con la elfa, que a duras penas logró contenerlo. Finalmente, el estado aún decrépito del Sir pesó más que sus intentos por erguirse, rindiéndose terminando por rendirse. Aylizz fue rauda en volver a envolverlo en los vendajes y recoger el pequeño despliegue de medios, recuperando incluso el pedazo de pergamino arrugado que en su desesperación había tirado anteriormente. Llevó su mano entonces a la daga, ¿debía acudir junto a Nousis? El corazón empezó a bombear a prisa, la respiración comenzó a acelerarse. Dubitativa, se asomó al exterior, divisando entonces al elfo batiéndose en combate con los hombres-bestia que antes rondaban los alrededores. ¿Cómo? ¿Por qué? Habían avanzado con precaución, cerciorándose de que no había amenazas cerca…
¡¿Les habían seguido?!
________________Se acercó hacia ella y la examinó con detenimiento. Nunca la había visto antes, pero aquel ejemplar encajaba en todo con la descripción de los tantos escritos que había consultado durante su estancia en Nytt Hus, donde cuidadosamente se habían dedicado a catalogar las distintas especies de flora y fauna de la zona. Si todos los datos eran ciertos, debía ser cuidadosa en su obtención. Arrancarla de raíz sin dejar que la piel entrase en contacto directo, de lo contrario sería cuestión de tiempo que sus funciones vitales dejasen de serlo.1
Palpó la tierra alrededor para determinar la extensión de las raíces siguiendo el flujo de su energía vital, era crucial no partir ninguna en el proceso, y la ahuecó cuidadosamente para desapelmazarla, a fin de facilitar la extracción. A continuación, dibujó un círculo alrededor, antes de posar sus manos sobre el terreno, concentrándose después en el área que abarcaba la circunferencia. Poder manipularla le llevó unos minutos, el calor latente del subsuelo se hacía más abrasador cuanto más tiempo permanecía en contacto y aquello complicaba su capacidad de control sobre el medio. Ya comenzaba a notar la abrasión de la piel cuando las raíces comenzaron a abrirse camino hacia el exterior, logrando hacer que todas salieran a la luz sin el menor daño al cabo de un par de minutos. Se apartó entonces de la tierra, con un aspaviento que visto desde fuera podría haberse visto como la reacción automática al sufrir una descarga, aireando las manos para calmar el quemazón. La contrarreloj se puso en marcha en aquel instante en que la planta quedó fuera de su lecho.
-Listo, vámonos.- indicó tras desquitarse de su capa y envolver la hierba con ella, evitando, sobre todas las cosas, tocarla directamente.
A prisa, caminaron hasta el campamento donde Sorigan agonizaba en silencio, para variar. Evitó reparar en la clara apariencia fatigada de su compañero cuando sin dirigir palabra tomó asiento, tratando de no mostrar su respiración forzada. Los ojos de Aylizz recorrieron la figura del espadachín con preocupación cuando éste comenzó a toser.
-¿Te encuentras bien?-
-Algo pasajero- respondió, restándole importancia -Se pasará.
No convencida con la respuesta, se dispuso a atender al Sir. Retiró los jirones de tela que hacían de rudimentarios vendajes y examinó las heridas abiertas, recubiertas de sangre coagulada y restos de piel necrosados por las quemaduras. No pintaba bien. El estado febril del herido era notable a simple vista, cubierto de sudor y sufriendo espasmos momentáneos, dando claras muestras de infección. Se frotó la frente, tratando de ordenar sus ideas y determinar por dónde empezar con aquel destrozo.
Abrió su petate y sacó de un saquito de tela varios de los virales del kit que acostumbraba a portar en sus salidas, nunca se había visto en la necesidad de utilizarlo, pero aquella ocasión lo requería. Desentubó las fórmulas de cada uno y las releyó con detenimiento para determinar cuál sería la más útil, teniendo en cuenta las propiedades de la hierba, decantándose por la que describía las pautas necesarias para estabilizar composiciones. Desenvolvió la planta con sumo cuidado, advirtiendo que el verde de las hojas ya había comenzado a suavizarse. Aquel detalle, sumado a que los pétalos permanecían ocultos en sus capullos, restaba efectividad a la cura que esperaba poder realizar. Tomó su daga, efectuando un corte limpio a lo largo del tallo, impregnando la hoja con la savia, que comenzó a borbotear hasta cubrir el filo. Con pulso firme, dejó caer gota a gota el líquido hasta llenar el viral. Bueno, medio viral, aquel fluido era demasiado denso.
Poner la sustancia al fuego y llevar a ebullición.
Hubiera sido tan sencillo como remover la hojarasca hasta dar con las ascuas y avivarlas, pero la incesante lluvia hacía imposible aquella tarea. Apartó entonces el viral y salió de la cueva donde los tres se resguardaban para recoger algunas ramas y tratar de prenderlas dentro. La humedad de la madera no lo puso fácil, pero tras varios intentos logró prender una pequeña llama, suficiente para comenzar con la preparación. Colocó el vidrio al fuego, siguiendo las instrucciones de la fórmula y tras varios minutos la savia comenzó a burbujear, tornando a un color tostado.
Dejar enfriar y remover hasta que las partículas más densas se asienten, permitiendo advertir a simple vista las diferentes masas.
Y así lo hizo. Cuando el vidrio se hubo templado lo suficiente para agarrarlo lo agitó con firmeza hasta que las distintas densidades se dividieron, de igual manera que el aceite y el agua se repelen.
Filtrar la sustancia resultante para separar ambas partes del fluído.
Dioses, fuera del taller se volvía todo tan complicado… Arrancó pues un jirón de su camisa, siendo la tela más fina que portaba, y la extendió sobre la boca de otro viral vacío, para verter sobre ella la savia separada, tratando de colar únicamente la mitad superior, más fluída, teóricamente menos tóxica.
Potenciar el éter de la sustancia resultante tras la filtración hasta producirse la reacción final de los componentes.
Último paso, aparentemente el más sencillo, aunque… ¿Cuál se supone que debía ser la reacción final? Agg. Apretó el puño, arrugando la inexacta fórmula y desechándola, lanzando el escrito al otro extremo de la cueva con frustración. Expuso el viral frente a sus ojos, debería concentrarse más de lo habitual para poder manejar la energía a través del cristal, ¿sería capaz? ¿Posible siquiera? Suspiró. Lo sostuvo entonces con ambas manos, procediendo a pronunciar mentalmente las plegarias que conocía más efectivas para canalizar el maná. Primer intento fallido. Segundo intento, segundo error. Dejó escapar un bufido nervioso antes de intentarlo una vez más, esperando no tener que dar el proceso por fracasado. Cerró los ojos. Una, dos, tres respiraciones profundas hicieron falta para sosegar su mente. A pesar de las preocupaciones, del tiempo que corría en contra, del estado de alerta constante por las amenazas que rodeaban el bosque debía tratar de ausentarse del plano terrenal. Centrando sus sentidos en el silencio que envolvía el refugio y en el golpear de las gotas en el exterior, trató de dejarse invadir por la aparente calma que se respiraba, visualizando en su cabeza el flujo de la energía a través de su cuerpo, siendo consciente de la dirección que debía tomar. Logró perder la noción del tiempo y no supo determinar cuanto pasó, pero finalmente algo cambió, provocando la incandescencia en la savia.2
El aviso de Nousis la sacó del trance y el sobresalto casi la hizo soltar el viral, suerte que fue rápida de reflejos y logró no dejarlo caer. El sonido del acero en las cercanías la hizo reaccionar, disparando de nuevo sus instintos de alerta más primarios, apresurándose en hacer que Sorigan ingiriera el elixir, o lo que ella esperaba que funcionase como tal. Aún debía hacer el ungüento para las heridas, pero tendría que esperar…
El eco de la lucha se percibía tan claro como si el enfrentamiento se estuviera produciendo en el mismo interior, llegando inevitablemente a los oídos del humano. Tal vez fue por el efecto analgésico, tal vez por un impulso de adrenalina o puede que por la mera locura que invadía la perturbada mente de aquel caballero, que trató de alcanzar su arma y ponerse en pie para involucrarse en la lucha. Con los ojos a punto de salirse de las órbitas y recuperando aquella perturbadora sonrisa, forcejeó con la elfa, que a duras penas logró contenerlo. Finalmente, el estado aún decrépito del Sir pesó más que sus intentos por erguirse, rindiéndose terminando por rendirse. Aylizz fue rauda en volver a envolverlo en los vendajes y recoger el pequeño despliegue de medios, recuperando incluso el pedazo de pergamino arrugado que en su desesperación había tirado anteriormente. Llevó su mano entonces a la daga, ¿debía acudir junto a Nousis? El corazón empezó a bombear a prisa, la respiración comenzó a acelerarse. Dubitativa, se asomó al exterior, divisando entonces al elfo batiéndose en combate con los hombres-bestia que antes rondaban los alrededores. ¿Cómo? ¿Por qué? Habían avanzado con precaución, cerciorándose de que no había amenazas cerca…
¡¿Les habían seguido?!
1 He aquí la bendita hierba: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
2 Uso del kit alquímico y técnica de alquimia "descomponer"
Última edición por Aylizz Wendell el Miér Mayo 12 2021, 22:15, editado 1 vez
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
El elfo sonrió, colocándose en posición de ataque. El dolor de cabeza y la debilidad que parecía haberse incrustado en los huesos aún permanecían, dándole una irreal ligereza corporal. Cuando el primero de los hombres bestia atacó armado con una maza que precisaba dos fuertes brazos para blandirla, Nousis sintió un nuevo mareo al esquivar que le impidió contraatacar con la rapidez habitual. Sacudió la testa, lo que aumentó por un instante el dolor en la parte posterior derecha del cráneo. Cerrando ese ojo por la inercia del sufrimiento, volvió a evitar la embestida del enemigo, cuando el segundo trataba de rodearle para llegar hasta Ayl y Sorigan. El espadachín recorrió los cinco pasos que les separaban y trato de hendirle una clavícula con un golpe vertical. Su oponente se apartó, y el compañero de éste, permaneció indeciso unos segundos, aprovechados por Nou para toda una declaración de intenciones.
-Ni siquiera lo penséis- Cuatro palabras grabadas con una cólera oscura alimentada por la enfermedad que notaba ya dentro de sí. No estaba siendo un buen día. Pero entonces, ambos le dedicaron toda su atención.
En un radio de cuatro pasos, el elfo se movía y buscaba cualquier resquicio para que su arma probase la temperatura de la sangre de esos sujetos. Una y otra vez, los hería superficialmente, pero aquellas moles de músculo y pelaje apenas se inmutaban por meros cortes. El estallido de una piedra al impactar el mazo del segundo enemigo fue toda una declaración del estado de sus huesos si lo mismo les ocurría.
Procurando no permanecer más que unos segundos en el mismo lugar, no progresaba. Los escalofríos le impedían agarrar la espada con la fuerza y fiabilidad necesarias, y varios golpes erraron por falta de firmeza. Irritado consigo, maldijo sin despegar los labios. Su sangre parecía haberse enfriado, y ni las capas de ropa que separaban su piel de la temperatura exterior ayudaban lo suficiente. No recordaba la última vez que se había puesto enfermo y de ser así, sabía que no podría haber elegido peor momento. Tenía que proteger a la muchacha, y por desgracia, al maldito humano. Aún inmerso en un combate a vida o muerte con esas criaturas, no era en absoluto el auténtico peligro de Midgar. Si un Yorn aparecía, estaban muertos.
Quiso gritar a Aylizz que huyera junto al herido, mientras él entretenía a sus oponentes, cuando la situación se tornó aún más sombría. Otros dos humanoides con pezuñas, cornamenta y armaduras de cuero irrumpieron en el campamento, llegando hasta sus compañeros sin que el espadachín pudiese hacer nada más que defenderse de las embestidas de los dos primeros atacantes. Dos rápidas miradas fue cuanto le permitieron, atento a esquivar aquellas armas listas para reventarle el cráneo, hacia la cueva, tan sólo atinando a discernir un par de destellos metálicos y el color de la melena de la elfa. Resuelto a intervenir, perdió unos preciosos minutos asegurando el mejor momento, consiguiendo un ya trabajado movimiento que dejó tuerto a uno de los hombres bestia. No obstante, quienes había llegado hasta Sorigan y Aylizz ya escapaban del campamento, y como una señal invisible, los que combatían a Nousis también fueron tras ellos, dejándole momentáneamente aturdido. Le costaba pensar, y acercarse a la joven alquimista resultó en mayor medida un acto inherente a su propio carácter que algo razonado. Debía comprobar si se encontraba bien, se dijo, subiendo con dificultad las piedras por el camino más rápido. ¿Por qué se había ido? Confiaba que la respuesta no fuera la peor.
El elfo sonrió cansado al ver la mirada de su acompañante, arma en mano, aún mirando a la espesura. Como posando para una pintura aristocrática. Incluso el viento colaboraba para mecerle el cabello. Nou exhaló con un punto de sarcasmo.
-¿Cómo estáis?- preguntó para romper el tenso momento previo, aún observando que ésta se hallaba en perfecto estado.
-Vivos- contestó la muchacha con una media sonrisa, quitando hierro al ataque sufrido- Bueno… él a duras penas. No tuve tiempo de terminar de restañar sus heridas.
-¿Vivirá?- la cuestión distaba de la preocupación física. Tan sólo quería alejarse con Ayl de aquellos parajes. Cuanto antes.
Ella colocó sus manos a fin de continuar la sanación del humano.
-Espero... Ha perdido mucha sangre, pero el elixir debería frenar la infección- se apartó de Sorigan después de unos momentos -Así servirá, por ahora...
-Así que necesitamos más de esa planta- dedujo el elfo en un tono bastante explícito. Sintió ganas de gritar de frustración.
-Eso me temo. ¿Tú como te encuentras?
-Bien- mintió Nou sin asomo de duda. Había que escapar. No había tiempo para que ella se preocupase por algo más que eso. Lo que no esperó es que la elfa se acercase aún más y colocase su mano sobre la frente del espadachín.
Completamente traspuesto por un gesto tan asociado a lo infantil, se separó de Aylizz, dirigiéndole una mirada evaluadora.
-Eres más terco que una mula vieja... Al menos descansa un poco- rezongó.
-Tenemos que seguirlos. Es la via más rápida para retomar la planta. Si buscamos otra podría morir, y no pretendo que lo haga hasta que nos muestre cómo salir de aquí. Después, como si le desventra un Yorn- cerró la boca saboreando lo agradable que sería tal momento y no pudo evitar añadir algo - Y ojalá.
La elfa asintió resignada.
-Pues vamos, no estarán lejos. Pero no podemos continuar cargando con él. – constató, y al salir de la cueva, retomó el poder que Nou había visto con anterioridad, haciendo crecer una enredadera que ocultó la entrada -Espero que esto lo haga pasar desapercibido. Esta visto que este bosque no es tan solitario...
El espadachín envainó, reprimiendo un nuevo escalofrío. Craso error. El dolor llegó hasta la cabeza, que le hizo cerrar los ojos una vez más. Su primer paso le obsequió con una punzada en el muslo derecho.
Y la lluvia no cesaba.
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Siguieron con distancia a los hombres con cornamenta. Sus capacidades visuales facilitaron el poder avanzar sin ser detectados, al tiempo que la lluvia que calaba hasta los huesos ocultaba su olor entre la maleza. Al menos aquello también permitiría la evasión de posibles ataques bestiales inesperados, que a medida que pasaban las horas se hacían más probables. Por si fueran pocas las preocupaciones tras el primer ataque de aquella cría desorientada y la incógnita sobre el estado de Sorigan en su ausencia, se sumaba la cada vez más evidente enfermedad que azotaba a su compañero. Las continuas lluvias y las noches al raso, con la bajada de temperatura, debían haber hecho mella en el elfo que, a duras penas, podía mantener la entereza, siendo varias las paradas durante el avance que precisó para tratar de recomponerse. Si tan sólo pudieran dar con otro de los ejemplares de la Flor de luna… Sería suficiente para atender a ambos y ni tendrían que preocuparse más por los cornudos… Además, el paso del tiempo comenzaba a jugarles en contra para poder aprovechar todo lo que quedaba en aquella que les había sido sustraída por la fuerza.
El sol comenzaba a descender y al tiempo, la temperatura. El invierno anunciaba ya su llegada próxima, aún en un paraje en el que la calidez podía mantenerse gracias al suelo incandescente. Debían de dar alcance a sus atacantes antes del ocaso y volver a cubierto, de lo contrario, podrían darse por perdidos. ¿De dónde habían salido y hacia dónde demonios se dirigían? Sus intenciones o necesidades poco importaban, más allá de saber que por ellas no tendrían reparo en usar la fuerza. Ellos tampoco. Si con alguna ventaja podían contar, era con la de saber por dónde se andaban, una zona de caza de bestias pardas y además repleta de trampas, cortesía del Sir. Aunque no fueran capaces de determinar su ubicación ni el área que abarcaban, sólo conocer su existencia ya les hacía caminar con premeditación. A la vista estaba que sus enemigos no lo hacían, avanzando despreocupados hacia… ¿Qué era aquello?
Se detuvieron, por fin, tras casi dos horas de constante caminar. Ocultos entre la foresta, los elfos observaron, inmóviles, cuando los cuatro hombres-bestia dieron el alto ante una quinta figura, esta última con aspecto enteramente humano. No obstante, incluso a aquella distancia pudieron advertir que no se trataba de un simple vidacorta, la energía que de él se desprendía no daba lugar a dudar de ello. La cuestión, llegados a tal punto, sería determinar a qué se enfrentarían, dadas las circunstancias.
—¿La tenéis?— la voz del extraño sonaba suave, incluso tranquilizadora, casi amable.
Ninguno de los hombres-bestia respondió. Aventajaban en altura a aquel que había hablado en más de un palmo y pese a ello parecían temerle. Su actitud, sus miradas, todo hacía llegar a esa conclusión. Uno de ellos acercó la palma abierta con lo que había logrado sustraer en el campamento y el aparente humano lo observó, curioso, hasta levantar la vista elevando las cejas. No pareció satisfecho con el resultado, pues desenvainando una de las espadas que colgaban de su cintura, tomó el brazo del venado y con toda la fuerza produjo un tajo firme, desgarrando la mitad de su antebrazo, castigándolo por su ineptitud. El tullido dio un traspié y al instante los alaridos de dolor lo envolvieron todo, hasta que, poco a poco, sus gritos fueron pasando a ser gemidos. No obstante, ninguno de los restantes hicieron ademán de ayudarlo y el causante de tal lesión ni siquiera pareció inmutarse.
—El Señor me ha hablado una vez más esta noche. Quiero ayudaros, quiero liberaros, pero si no cumplís vuestro pacto no se me permitirá. Esto no es suficiente— dijo, recogiendo la planta —aunque servirá por el momento. Vuestro tiempo se acaba.
—Pero los Yorns… Y los elfos...— empezó uno. El jefe había perdido el tono amable, denotando crispación.
—Todo irá bien. El señor me lo ha indicado. Confiad en mí y os salvaréis.
El ocaso estaba cerca, apenas una hora, dos a lo sumo. Se mantenían a la espera, entre la maleza, tratando de idear la forma de recuperar el ejemplar de la malevolae antes de que el reloj se volviese en su contra. Dada su situación de desventaja numérica -y por qué no decirlo, de capacidad para la lucha, en vista del estado del elfo- lo mejor sería dar con la manera de evitar la confrontación.
—¿Crees que negociar con ellos puede ser una opción?— preguntó la elfa, casi retórica, pudiendo adivinar por su anterior encuentro que no lo sería, sin apartar la vista del que parecía guiar al cuarteto de la cornamenta. Él tosió, antes de responder.
—No lo parece— musitó —Por ahora deberíamos limitarnos a seguirles. Tal vez encontremos el momento adecuado.— Aylizz torció el gesto, preocupada, fijando su atención por un instante en los ojos vidriosos de su compañero en los que se reflejaba su estado febril. Después, hizo un barrido con la mirada a su alrededor.
—Si es cierto que Sorigan ha preparado el terreno, podríamos aprovecharlo. Si damos con alguna de sus trampas...— en su cabeza comenzaba a fraguarse un plan.
Poniendo mayor atención al suelo del área colindante, no tardaron en localizar otra de las trampas del Sir. Esta vez, un arco al ras del suelo que se activaba al atravesar un fino hilo, apenas perceptible, amarrado a la cuerda del arma para mantenerla tensa, de forma que, al cruzarlo, el destense provocase el lanzamiento de la flecha. Claro, que no se trataba de un arco al uso, tenía un tamaño proporcional a la presa que debía dar caza. Serviría. Se tomó un tiempo más para decidir a qué blanco darle, de los cinco presentes sin duda el adversario más complicado sería el líder, no tanto por su fuerza o tamaño sino más por su bien demostrada falta de escrúpulos. Por el contrario, el amputado sería, sin lugar a dudas, el más sencillo de tumbar. Aunque… ¿Por qué detenerse a elegir? Más allá de la corpulencia, lograr atraerles hasta la trampa radicaría en sus capacidades mentales. Cualquiera que cayese en el engaño ideado sería bienvenido.
Con su especial habilidad, hizo que los arbustos más cercanos al grupo se zarandeasen, simulando el movimiento de un animal entre las plantas. Sería fácil jugar con su inquietud ante las amenazas próximas.
—¿Qué ha sido eso?— exclamó, ligeramente atemorizado uno de ellos.
—Imaginaciones tuyas— replicó otro, al otear alrededor y no dar con nada.
La elfa hizo mover después las ramas más bajas del árbol a sus espaldas, haciendo que rozaran su retaguardia.
—¡Hay algo, diablos!— repitió el primero, notablemente más alterado, llevando la mano al arma.
Caminó en círculos, dando unos pasos hacia atrás, no los suficientes para accionar el dispositivo. Un último empujón. Fue el turno entonces para las raíces, que sobresalieron del firme, haciéndolo tropezar hacia atrás, obligándolo a retroceder varios pasos más para no perder el equilibrio. Sin éxito, pues al dar con el cable, terminó por caer al suelo, facilitando que la flecha hiciese blanco en él. Uno menos. El resto quedó perplejo unos instantes, incapaces de determinar el origen de aquel ataque. Uno de ellos amagó con acercarse al cuerpo tendido en el suelo, no obstante, la orden clara y sencilla del cabecilla le apartó de su idea, instándolos a abandonar aprisa el lugar. Y tras ellos, los dos se pusieron en marcha. Y en el avance el sol terminó de desaparecer en el horizonte. Y la luna se hizo ver, anunciando el final de la cuenta atrás. La situación se volvió crítica entonces. Debían recuperar la planta, lo que pudieran de ella, en vista de no haber sido capaces de dar con otro ejemplar durante el camino, y tenían que hacerlo pronto, antes de que sus propiedades terminaran por desaparecer. Y antes de
—¡Corred, insensatos!— el humanoide dio la voz de alarma, haciéndose oír por todo el bosque. Al instante, un berrido ensordecedor, ya conocido por los hijos de Sandorai lo siguió.
—¡Ayudadme! ¡No! ¡No me dej— el hombre-venado no pudo terminar la frase. El crujir de su columna vertebral contra el embarrado suelo, bajo las pesadas patas del Yorn adulto que apareció bajo los primeros rayos nocturnos, fue el punto y final a la frase. Y a su vida.
Los tres restantes, el líder, el tullido y el que en su encuentro previo en el bosque parecía ser más firme ante las órdenes, corrieron tan rápido como sus piernas se lo permitieron. La bestia hizo lo propio, tratando de embestirlos. Una hembra, más grande y más agresiva que el ejemplar que en la tarde había alcanzado al caballero. Sin duda había tenido suerte, de haber sido ella, seguro estaría muerto. Los elfos quedaron inmóviles, viendo como todas sus opciones se alejaban huyendo de una muerte segura. Y entonces, un segundo berrido, más profundo y estremecedor, se escuchó a varios metros en la distancia, tras ellos. La piel de ella se erizó, la sangre se heló, el corazón casi se paró. Miró a Nousis, maltrecho, a punto de entrar en pánico. En peores se habían visto… ¿No? La lluvia incesante, la amenaza inminente, el estado enfermizo de su compañero, los usurpadores, el Último Suspiro, la mínima esperanza por que el humano siguiese con vida... Nada importaba ahora más que salvar la suya propia.
No hizo falta cruzar palabra. Salieron de su escondite, a prisa. Ya daba igual ser descubiertos. Corrieron tras los hombres-bestia, siguiendo el rastro de destrozos que había dejado la osochuza a su paso. Sus voces, gritando auxilio en las cercanías indicaban que aun no los había alcanzado. De pronto, un nuevo gemido animal, acompañado de un estruendo que hizo temblar la tierra bajo los pies. ¿Habría caído? ¿Otra de las trampas? No había tiempo para comprobarlo. Debían seguir corriendo. Siguieron el sonido de las voces hasta dar con ellos. Para su asombro, una antigua edificación abandonada y castigada por el paso del tiempo se alzó ante sus ojos, ¿un templo? Qué importaba. Un refugio, la diferencia entre vivir o morir, eso era ahora. El humanoide y uno de los cornamentados trataban de abrir las rocas que hacían de portón, mientras el lesionado aguardaba. Los elfos llegaron a tiempo para ayudarlos. No hubo preguntas, ni amenazas, ni enfrentamientos. Sólo un objetivo común, un enemigo común, que poco a poco acortaba las distancias.
El sol comenzaba a descender y al tiempo, la temperatura. El invierno anunciaba ya su llegada próxima, aún en un paraje en el que la calidez podía mantenerse gracias al suelo incandescente. Debían de dar alcance a sus atacantes antes del ocaso y volver a cubierto, de lo contrario, podrían darse por perdidos. ¿De dónde habían salido y hacia dónde demonios se dirigían? Sus intenciones o necesidades poco importaban, más allá de saber que por ellas no tendrían reparo en usar la fuerza. Ellos tampoco. Si con alguna ventaja podían contar, era con la de saber por dónde se andaban, una zona de caza de bestias pardas y además repleta de trampas, cortesía del Sir. Aunque no fueran capaces de determinar su ubicación ni el área que abarcaban, sólo conocer su existencia ya les hacía caminar con premeditación. A la vista estaba que sus enemigos no lo hacían, avanzando despreocupados hacia… ¿Qué era aquello?
Se detuvieron, por fin, tras casi dos horas de constante caminar. Ocultos entre la foresta, los elfos observaron, inmóviles, cuando los cuatro hombres-bestia dieron el alto ante una quinta figura, esta última con aspecto enteramente humano. No obstante, incluso a aquella distancia pudieron advertir que no se trataba de un simple vidacorta, la energía que de él se desprendía no daba lugar a dudar de ello. La cuestión, llegados a tal punto, sería determinar a qué se enfrentarían, dadas las circunstancias.
—¿La tenéis?— la voz del extraño sonaba suave, incluso tranquilizadora, casi amable.
Ninguno de los hombres-bestia respondió. Aventajaban en altura a aquel que había hablado en más de un palmo y pese a ello parecían temerle. Su actitud, sus miradas, todo hacía llegar a esa conclusión. Uno de ellos acercó la palma abierta con lo que había logrado sustraer en el campamento y el aparente humano lo observó, curioso, hasta levantar la vista elevando las cejas. No pareció satisfecho con el resultado, pues desenvainando una de las espadas que colgaban de su cintura, tomó el brazo del venado y con toda la fuerza produjo un tajo firme, desgarrando la mitad de su antebrazo, castigándolo por su ineptitud. El tullido dio un traspié y al instante los alaridos de dolor lo envolvieron todo, hasta que, poco a poco, sus gritos fueron pasando a ser gemidos. No obstante, ninguno de los restantes hicieron ademán de ayudarlo y el causante de tal lesión ni siquiera pareció inmutarse.
—El Señor me ha hablado una vez más esta noche. Quiero ayudaros, quiero liberaros, pero si no cumplís vuestro pacto no se me permitirá. Esto no es suficiente— dijo, recogiendo la planta —aunque servirá por el momento. Vuestro tiempo se acaba.
—Pero los Yorns… Y los elfos...— empezó uno. El jefe había perdido el tono amable, denotando crispación.
—Todo irá bien. El señor me lo ha indicado. Confiad en mí y os salvaréis.
El ocaso estaba cerca, apenas una hora, dos a lo sumo. Se mantenían a la espera, entre la maleza, tratando de idear la forma de recuperar el ejemplar de la malevolae antes de que el reloj se volviese en su contra. Dada su situación de desventaja numérica -y por qué no decirlo, de capacidad para la lucha, en vista del estado del elfo- lo mejor sería dar con la manera de evitar la confrontación.
—¿Crees que negociar con ellos puede ser una opción?— preguntó la elfa, casi retórica, pudiendo adivinar por su anterior encuentro que no lo sería, sin apartar la vista del que parecía guiar al cuarteto de la cornamenta. Él tosió, antes de responder.
—No lo parece— musitó —Por ahora deberíamos limitarnos a seguirles. Tal vez encontremos el momento adecuado.— Aylizz torció el gesto, preocupada, fijando su atención por un instante en los ojos vidriosos de su compañero en los que se reflejaba su estado febril. Después, hizo un barrido con la mirada a su alrededor.
—Si es cierto que Sorigan ha preparado el terreno, podríamos aprovecharlo. Si damos con alguna de sus trampas...— en su cabeza comenzaba a fraguarse un plan.
Poniendo mayor atención al suelo del área colindante, no tardaron en localizar otra de las trampas del Sir. Esta vez, un arco al ras del suelo que se activaba al atravesar un fino hilo, apenas perceptible, amarrado a la cuerda del arma para mantenerla tensa, de forma que, al cruzarlo, el destense provocase el lanzamiento de la flecha. Claro, que no se trataba de un arco al uso, tenía un tamaño proporcional a la presa que debía dar caza. Serviría. Se tomó un tiempo más para decidir a qué blanco darle, de los cinco presentes sin duda el adversario más complicado sería el líder, no tanto por su fuerza o tamaño sino más por su bien demostrada falta de escrúpulos. Por el contrario, el amputado sería, sin lugar a dudas, el más sencillo de tumbar. Aunque… ¿Por qué detenerse a elegir? Más allá de la corpulencia, lograr atraerles hasta la trampa radicaría en sus capacidades mentales. Cualquiera que cayese en el engaño ideado sería bienvenido.
Con su especial habilidad, hizo que los arbustos más cercanos al grupo se zarandeasen, simulando el movimiento de un animal entre las plantas. Sería fácil jugar con su inquietud ante las amenazas próximas.
—¿Qué ha sido eso?— exclamó, ligeramente atemorizado uno de ellos.
—Imaginaciones tuyas— replicó otro, al otear alrededor y no dar con nada.
La elfa hizo mover después las ramas más bajas del árbol a sus espaldas, haciendo que rozaran su retaguardia.
—¡Hay algo, diablos!— repitió el primero, notablemente más alterado, llevando la mano al arma.
Caminó en círculos, dando unos pasos hacia atrás, no los suficientes para accionar el dispositivo. Un último empujón. Fue el turno entonces para las raíces, que sobresalieron del firme, haciéndolo tropezar hacia atrás, obligándolo a retroceder varios pasos más para no perder el equilibrio. Sin éxito, pues al dar con el cable, terminó por caer al suelo, facilitando que la flecha hiciese blanco en él. Uno menos. El resto quedó perplejo unos instantes, incapaces de determinar el origen de aquel ataque. Uno de ellos amagó con acercarse al cuerpo tendido en el suelo, no obstante, la orden clara y sencilla del cabecilla le apartó de su idea, instándolos a abandonar aprisa el lugar. Y tras ellos, los dos se pusieron en marcha. Y en el avance el sol terminó de desaparecer en el horizonte. Y la luna se hizo ver, anunciando el final de la cuenta atrás. La situación se volvió crítica entonces. Debían recuperar la planta, lo que pudieran de ella, en vista de no haber sido capaces de dar con otro ejemplar durante el camino, y tenían que hacerlo pronto, antes de que sus propiedades terminaran por desaparecer. Y antes de
—¡Corred, insensatos!— el humanoide dio la voz de alarma, haciéndose oír por todo el bosque. Al instante, un berrido ensordecedor, ya conocido por los hijos de Sandorai lo siguió.
—¡Ayudadme! ¡No! ¡No me dej— el hombre-venado no pudo terminar la frase. El crujir de su columna vertebral contra el embarrado suelo, bajo las pesadas patas del Yorn adulto que apareció bajo los primeros rayos nocturnos, fue el punto y final a la frase. Y a su vida.
Los tres restantes, el líder, el tullido y el que en su encuentro previo en el bosque parecía ser más firme ante las órdenes, corrieron tan rápido como sus piernas se lo permitieron. La bestia hizo lo propio, tratando de embestirlos. Una hembra, más grande y más agresiva que el ejemplar que en la tarde había alcanzado al caballero. Sin duda había tenido suerte, de haber sido ella, seguro estaría muerto. Los elfos quedaron inmóviles, viendo como todas sus opciones se alejaban huyendo de una muerte segura. Y entonces, un segundo berrido, más profundo y estremecedor, se escuchó a varios metros en la distancia, tras ellos. La piel de ella se erizó, la sangre se heló, el corazón casi se paró. Miró a Nousis, maltrecho, a punto de entrar en pánico. En peores se habían visto… ¿No? La lluvia incesante, la amenaza inminente, el estado enfermizo de su compañero, los usurpadores, el Último Suspiro, la mínima esperanza por que el humano siguiese con vida... Nada importaba ahora más que salvar la suya propia.
No hizo falta cruzar palabra. Salieron de su escondite, a prisa. Ya daba igual ser descubiertos. Corrieron tras los hombres-bestia, siguiendo el rastro de destrozos que había dejado la osochuza a su paso. Sus voces, gritando auxilio en las cercanías indicaban que aun no los había alcanzado. De pronto, un nuevo gemido animal, acompañado de un estruendo que hizo temblar la tierra bajo los pies. ¿Habría caído? ¿Otra de las trampas? No había tiempo para comprobarlo. Debían seguir corriendo. Siguieron el sonido de las voces hasta dar con ellos. Para su asombro, una antigua edificación abandonada y castigada por el paso del tiempo se alzó ante sus ojos, ¿un templo? Qué importaba. Un refugio, la diferencia entre vivir o morir, eso era ahora. El humanoide y uno de los cornamentados trataban de abrir las rocas que hacían de portón, mientras el lesionado aguardaba. Los elfos llegaron a tiempo para ayudarlos. No hubo preguntas, ni amenazas, ni enfrentamientos. Sólo un objetivo común, un enemigo común, que poco a poco acortaba las distancias.
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Los estallidos en la parte posterior del cráneo eran cada vez más frecuentes, como si una batalla se desarrollase en el interior de su cerebro y nadie decidiese deponer las armas. Notaba su respiración calmada, fácil, pese al dolor agudo de codos y rodillas. Sus manos sentían frío incluso el tacto de la empuñadura de su espada. Ahogó un grito al colarse una vez más un reguero de lluvia entre sus vestimentas. Todo su ser pedía un fuego y sosiego, ninguna de las cuáles parecía capaz de llegar hasta él.
Pero no había tiempo. Ni siquiera para razonar nada más complejo que el mero hecho de salvar la vida. Apenas fue capaz de apreciar la utilidad de las trampas del humano. Todo se borró de su mente cuando los Yorns decidieron que la presencia de elfos y hombres bestia no tenía mayor utilidad que alimentar a su prole. Nou sintió como una farragosa debilidad buscaba apoderarse de sus articulaciones, y aliándose con ello, nada más entrar en la antigua estructura, un nuevo mareo casi le hizo perder el equilibrio.
Aún así, tiró con todas sus fuerzas, aliviado al ver que Aylizz le había precedido en la llegada al único refugio posible. Los cérvidos y el humanoide arrimaron en hombro, cerrando los grandes portones y colocando la gran pieza de madera para sellarlos. La respiración no tardó en volver a la normalidad, sobresaltada con el último intento de la mayor criatura de llegar hasta ellos. La puerta tembló, manteniéndose firme pese al fuerte impacto. El espadachín se apoyó contra una pared cercana. Miró en derredor, permitiéndose cerrar los ojos un momento, antes de volver a desenvainar. No había quedado ninguna otra opción que la que habían tomado, la que les había llevado a encontrarse en inferioridad numérica contra un enemigo declarado. Sin embargo, la actitud de sus oponentes parecía revelar que las ganas por un nuevo combate habían quedado ocultas más allá de la entrada al templo.
Alertado, abrió sus ojos grises, cuando uno de los dos hombres-bestias tosió, expulsando cierta cantidad de sangre en el suelo. El elfo frunció el ceño, recordando las palabras del líder de esas criaturas. ¿Se habría referido a eso con ayudarles? ¿Qué les ocurría? Instintivamente se alejó un paso de ellos, buscando intercambiar una mirada con su compañera para que hiciese lo propio. Enclaustrarse con unos animales infecciosos para evitar a otros animales monstruosos resultaba casi un chiste. O lo sería, de no encontrarse su vida en juego.
Una nueva sacudida recorrió su espina dorsal. El interior de su cabeza continuaba martilleando cada uno de sus pensamientos. Necesitaba dormir, descansar sin preocupación alguna para mantener su estado a raya, cuando resultaba del todo imposible. Intentó despejar la mente, sin perder detalle de los movimientos y la evolución de sus enemigos.
-¡Nos prometiste ayuda! – gruñó el cérvido aún sin síntomatología alguna. El humanoide observó a los elfos, antes de responder.
-Y vosotros un Último Suspiro completo- alzó lo que quedaba del vegetal tras curar a Sorigan- Aún estamos a tiempo de cumplir cada promesa.
-¿Estás loco?- se asombró el hombre-bestia- No podemos salir con los Yorns rondando el templo…
Una sonrisa peligrosa asomó a la faz de su líder.
-Entonces esperemos que vuestra enfermedad no se extienda lo bastante rápido, antes de que podamos salir de aquí ¿verdad?
-Si no nos das el remedio, te quitaremos esa planta- amenazó aquel que había vomitado sangre, lo que repitió, ante la impasibilidad de Nousis. Un enemigo sin capacidad de combatir era siempre algo que agradecer.
-Estos elfos me defenderán, si lo requiriese.
El hijo de Sandorai, que había bajado la cabeza, mirando el suelo para tratar de evitar los estallidos que se producían en su interior, la alzó con presteza y total incredulidad. Su rival alzó la planta e hizo ademán de estrujarla con el puño. Los cérvidos observaron a Nou y Ayl como si esperasen alguna palabra suya.
-Todos me necesitáis- resumió el humanoide.
-No te equivoques- adujo el elfo sin alzar apenas la voz. Tan sólo un murmullo cargado del odio que le provocaba su propio estado- La manera en la que puedes salir vivo de este lugar es que eso esté en sus manos- señaló a Ayl- intacto.
Tales bravuconadas hicieron estallar en carcajadas a su oyente.
-¡Si no te tienes en pie!- rió de buena gana- Aún somos dos, y tu compañera parece haberse encontrado por pura casualidad con su arma. Da las gracias al Yorn, o estaríais muertos.
Unos furiosos golpetazos contra las puertas hicieron girar de nuevo cada rostro hacia la puerta. Y aprovechando la distracción, el cérvido herido clavó sus garras en el gemelo izquierdo de aquel que los había contratado. El grito de dolor llegó, retumbando en toda la edificación. Iracundo, su alarido se tornó rugido, y sus propias garras destrozaron el cráneo de su atacante. El hombre-bestia restante empuñó su arma dispuesto a vender cara su muerte.
Fatalista, Nou se irguió cuanto pudo, tomando a Aylizz del antebrazo sin mirarla. Sus ojos estaban fijos en el dragón. Apenas daba crédito a su mala suerte. La planta había detrás de la bestia, sin duda arrojada antes de su transformación.
-No intervengas- decidió. Si combatían junto a la criatura de la cornamenta, el dracónido podría acabar con ellos y tal vez destruir lo que les había llevado allí. Les necesitaba, eso había dicho.
¿O no?
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
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Tratando de recuperar el aliento, al tiempo que la humedad recorría su piel bajo las ropas empapadas y el frío se filtraba entre los huesos, fue ligera hacia el interior del templo, sin reparar en lo que dejaba tras su espalda al cerrarse la puerta. La oscuridad se hizo al encajarse de nuevo el mecanismo de roca que hacía de entrada a lo que podría convertirse en su propio panteón, tan sólo algunos finos haces de la luz de la luna que se filtraban por las irregularidades de la edificación iluminaban tenuemente el lugar. Aquello era lo mínimo que sus ojos necesitaban para ver las formas más básicas del interior al detalle. Se sobresaltó ante la hoja en guardia de su compañero, que trataba de sostenerla a pesar de reflejarse en su estado la duda de si aguantaría más de un asalto. Ladeó el cuerpo para dirigir la vista hacia los otros, los mismos que los enfrentaron en la tarde, aunque notablemente más debilitados. Suspiró, terminando de normalizar su respiración. No parecían tener intenciones de un nuevo enfrentamiento, lo cierto era que ni tan siquiera prestaban atención a su presencia. No obstante, coincidió con el elfo al tomar la precaución de alejarse lo más posible. La actitud de lo que quedaba del grupo había cambiado.
Si bien cuando los encontraron reunidos con el líder se mostraban temerosos, ahora parecían cuestionar los motivos que los habían llevado hasta allí, fueran cuales fueran. Es lo que hace el embrujo de la amenaza de la muerte cuando te ronda. Más bien, la locura que florece ante la creencia en una mínima posibilidad de salvar la vida, aunque los nervios nublen la visión de cualquier opción, porque al fin y al cabo aún respiras y eso aún te da una oportunidad. Qué hago aquí… Por qué accedí a esto… Qué le debo a quién… Cuestionar las decisiones tomadas, lo natural. Hasta las bestias tienen instinto de supervivencia, si no, que se lo preguntasen al ejemplar de fuera. Una nueva embestida contra el portón de roca maciza hizo retumbar la estancia y descascarillar las paredes, haciendo que pequeños pedazos de roca y polvo se desprendieran a su alrededor. Fue el impulso que les faltó a los cérvidos para enfrentarse al jefe. Quiso estallar en carcajadas desesperadas cuando el que portaba la planta la alzó ante todos, asegurando que los elfos lo protegerían, mas no lo hizo. Un paso en falso y lo que quedaba de aquel ejemplar quedaría reducido a nada. Dirigió la mirada hacia Nousis un instante cuando alzó la voz, antes de llevar su mano al arma y fijar de nuevo los ojos en la planta. Frunció el ceño y chasqueó la lengua cuando aquel malnacido se mofó de ellos, ahogando la rabia nacida de saber que aquellas palabras no se alejaban de la realidad. De no haber aparecido aquel animal, no habrían mostrado el mínimo escrúpulo por enfrentarlos.
Los siguientes acontecimientos sucedieron con la avidez surgida de un último esfuerzo por salir de aquella tumba de piedra y, con el amparo de los dioses, los alrededores del coto humeante. Agradeceselo tú al Yorn. Vuestra tumba sería la misma que la de los otros de no haberme interrumpido esa bestia. Eso es lo que apunto estaba de escupir contra la burla cuando el rugido del dragón resonó contra las paredes, provocando un eco ensordecedor. Fue el latigazo en su cuerpo al recibir el agarre de su compañero la hizo volver a ser consciente de lo que acontecía frente a ellos. El elfo la instó a mantenerse al margen. No reprochó. Nada tenía que ver con aquel enfrentamiento, es más, aquello les brindaba algo de tiempo, podría tratar de hacerse con la planta. El dragón arremetió entonces contra sus dos oponentes y habiéndolos derribado, una bocanada de aire inundó su pecho, emergiendo de nuevo en una llamarada que bañó el interior de un tono anaranjado y abrasador. Los cérvidos fueron lo suficientemente ágiles para esquivar el ataque, aunque no ilesos, rodando por el suelo para tratar las trazas de tela incendiadas que se desprendían de sus ropas. Y en aquel instante dio con una oportunidad. Un hueco abierto a espaldas del dracónido, considerablemente cercano si era rápida. Contempló un momento a su compañero, quien libraba su propia lucha contra la enfermedad, antes de abalanzarse sobre la Venganza Violeta.
Sin demora, mientras los matones peleaban como desatados, alcanzó como pudo el tallo, utilizando un girón del bajo de su camisa para agarrarlo, antes de volver junto al elfo. Clavó sus ojos en el vegetal, que ya había perdido casi por completo su color, denotando que había alcanzado ya su máximo de vida útil. Aunque lograsen salir de allí, aunque pudieran zafarse de los Yorns, no llegarían a tiempo de utilizarla en el caballero. No se perdió más en sopesar sus opciones. Como en un impulso desesperado por intentar algo que les diese aliento, agarró la cantimplora que portaba el espadachín y arrancó las hojas que le quedaban a la planta. Las introdujo de manera forzada en el interior del recipiente, agitándolo con insistencia, mezclándolas con lo que restaba de agua en su interior. Arriesgándose de más, perdiendo la perspectiva, se acercó a uno de los restos llameantes, en un rincón de la sala a unos meros pasos de la lucha. Puso la cantimplora sobre el fuego, acortando la distancia con las llamas al máximo, tratando de aminorar el tiempo de ebullición. Aquello era por completo una improvisación, consciente de las peculiaridades de las sustancias que había mezclado, estaba arriesgando demasiado al pensar que infusionar malamente las hojas valdría. Sin embargo, viendo el estado de Nousis, la mínima mejoría sería mejor que dejarlo estar. Y sin duda, que la muerte. Al límite de la incandescencia, retiró el recipiente e ignorando el tacto abrasador, se lo impuso a su compañero frente al rostro.
—Tenemos que salir de aquí y apenas puedes tenerte en pie.— resaltó lo evidente, instándolo a beber la infusión. No fue difícil advertir que la mirada del elfo se alejaba de la gratitud, mas no se resistió para ingerir el brebaje.
—¿Y el humano?— cuestionó, tras dar un último trago.
—Qué importa ya. Aunque lleguemos a él, la planta no aguantará el regreso.— sentenció, sin reparar más en el caballero. Hizo una pausa, decidiendo mentalmente no cuestionarse más aquella decisión, antes de esbozar una media sonrisa. —¿Creías acaso que antepondría su supervivencia a la tuya?
—No esperaba llegar a este extremo— respondió —Hacía mucho que no me ocurría algo así. Sólo espero que él sobreviva para indicarnos cómo escapar. Después de eso, por mí que sea alimento para Yorns.— terminó con voz lúgubre.
Un último rugido precedió a un silencio que duró escasos minutos. Lo esperado se había vuelto evidente, el dragón no había sido rival. Golpeados, arañados, abrasados. Una manera nada deseable de acabar. Tras volver a su forma humana, se dirigió a ellos desde la distancia.
—Han cumplido su propósito.— comentó indiferente, tranquilo, pese a tener las manos impregnadas en sangre —Y vosotros, inteligentes al no intervenir.
—¿Y cuál es tu propósito?— ¿matarnos? ¿nos necesitas vivos? preguntó en su cabeza, tratando de mantener ahí encerrada su pérdida de control.
—Conexiones. La planta servirá para alguien, quien a su vez deberá conseguir algo para otra persona. Y de ésta obtendré lo que deseo. Pronto lo veré en una realidad.
—¿Y en qué momento de esas conexiones entramos nosotros?
—Tan sólo sois algo circunstancial, elfa. Podría mataros ahora mismo, pero podríais ser útiles como carnada de Yorn. No pierdo peones a la ligera.— afirmó sonriente.
—¿No podríamos ser útiles en otra cosa?— cuestionó, al surgir una idea fugaz que, tal vez, podría funcionar —¿No se te ocurren otras opciones?— inquirió, enseñando lo que restaba de la planta, en cuya ausencia no había reparado todavía el dragón, aun a riesgo de ser aquella su última ocurrencia —¿Conoces nuestras capacidades? Valemos más que para carnaza.— afirmó, denotando desprecio al repetir sus palabras.
—Vaya, vaya… Parece que os he subestimado.— abriendo los ojos de una forma amenazadora y poniéndose en pie, enseñó los dientes —Pero esas bestias siguen fuera... O ya os habría desollado, ladrones.— comentó, casi hablando para sí mismo —¿Qué propones criatura?
—Es evidente que eres el único que puede hacerles frente y por la forma tan despreocupada con la que has tratado a esta belleza— señaló, indicando la planta —diría que no tienes ni idea de cómo hay que hacerlo.— sin perder la precaución, se permitió cierto descaro, no obstante temía que en cualquier momento un golpe la dejase inerte —Ocúpate de ellos y te explicaré todas sus maravillas. ¿No creerás que llegaremos lejos? Si no cumplimos siempre podrás matarnos y llevártela.
—¿Qué?— la expresión cambió por completo —¿Qué has dicho...?— una pizca de miedo mal disimulado impregnó su voz.
Si bien sus dotes de negociadora solían pasar desapercibidas -si es que habían existido alguna vez- en aquella ocasión podría considerar que jugaba aventajada. Sin tener en cuenta que aquel ser podría cambiar de tamaño en cualquier momento y tirar por tierra todo posible acuerdo. Aun así, el temor que se dejaba entrever entre las palabras del hombre, que bien se esforzaba por ocultar haciendo uso de su aparente ferocidad, daban pie a pensar que, si medía sus palabras, podrían evitar el enfrentamiento.
—Vaya, vaya… Parece que...— comenzó a decir con sorna, imitando lo que momentos antes el mismo dragón había apreciado, sin terminar la frase. No pensaba repetirse, no se perdería en banales conversaciones, en regodearse. Aún no había cambiado nada. —Tendrás que tratar de ser vencedor ahí fuera.
—Explícate, u os mataré ahora mismo y me la jugaré contra esos animales.— exigió dando un paso.
—Es venenosa. Mortalmente venenosa. En manos poco delicadas...— explicó, tratando de contener la situación un poco más, extendiendo las manos ligeramente a cada lado, indicando a ambos que se contuvieran, cuando advirtió a Nousis echando mano de su espada.
—¿Quién me asegura que no mientes para salvaros?— preguntó, tratando de mostrarse escéptico. Aun así, un punto de temor se dejó notar en su voz.
—No veo cómo podríamos hacerlo— replicó, girándose hacia el elfo un instante. Aún lucía desmejorado, pero confiaba en que la infusión funcionase, al menos no se encontraba peor —Pero nadie te lo asegura. Yo te lo aseguro, aunque viene a ser lo mismo si no te fías de mí.
El dracónido quedó en silencio por unos minutos, sopesando sus opciones. Confiaba en tenerlo donde ella quería. La duda sobre las apreciaciones de la elfa, el miedo ante la posibilidad de ser verdad, la indecisión sobre su mejor opción y el ego mínimamente subido, lo suficiente para considerar qué tal vez pudiese enfrentar a los Yorns. Por poder. Claro, que ganar… Eso era lo de menos para ella. Tan sólo necesitaba que él fuese su carnaza. Y sería más sencillo convencerlo para que se prestase voluntariamente a ello.
—Esperaré a que los monstruos se vayan de aquí. Veré que ocurre en ese tiempo. Entonces quizá hablaremos.
—Mira sus manos— instó, señalando los cuerpos de los cérvidos, en un último intento —En gangrena. ¿Adivinas por qué? Espera cuanto quieras, pero así acabará.
El hombre hizo caso omiso. Lejos de hacer caso de las advertencias, se cruzó de brazos y esperó apoyado contra la pared a su espalda. La elfa se encogió de hombros, tampoco sería una mala opción para ellos. Ganar tiempo les daría ventaja, si fuese el suficiente para hacer efecto la sanación del espadachín.
—Bien.— concluyó despreocupada, sentándose junto al elfo.
Los minutos pasaban como horas, largos, tensos y en silencio. Varios metros los separaban de la puerta cerrada, custodiada por el hombre-dragón. Apartó la vista del custodio, quien tras un tiempo aún no mostraba ningún síntoma de malestar. Chasqueó la lengua. La sangre de un ser descendiente de los primeros dueños de la luz no sería tan fácil de emponzoñar. Dirigió entonces la mirada a su compañero, preocupada, para comprobar su estado, mas no le dirigió una palabra. Tan solo se limitó a posar su mano un segundo sobre su rodilla y esbozar ligeramente una media sonrisa. Al menos parece que con él funciona… Se consoló al comprobar que su invención no lo había sentenciado. Fijó entonces su atención en la planta, ya marchita, entre sus ropas. Suspiró con resignación.
—Ya no te servirá de nad
Quedó en silencio, antes de poder terminar, cuando el hombre se acercó aún más a la pared exterior. Una macabra mirada los alcanzó cuando terminó de comprobar que tras la puerta todo parecía en calma, por fin. No hizo falta adivinar sus intenciones, la transformación en bestia escamada fue el tiempo que tuvieron para ponerse en pie. Antes de poder echar mano del arma, el dragón se abalanzó. Un empujón de su compañero la apartó de la trayectoria y un golpe seco contra la pared de piedra la azotó hombro y costado como si sus huesos fueran de cristal. Ahogó un gemido de dolor. Mejor eso que un desgarro de aquellas fauces. Agarrar un cascote caído en el suelo y lanzarselo a la cabeza fue todo lo que tuvo tiempo de hacer al recomponerse, antes de que el Indirel fuera abrasado en una nueva bocanada ígnea. Suficiente para desconcentrar su intento, un único momento para que el moreno se zafase de su encerrona. La furia nacida del orgullo herido del imponente reptil lo hizo terminar de contenerse. Con un impulso de sus robustas patas traseras, arremetió con todo el peso de su cuerpo hacia la elfa. Lástima que la rabia pueda llegar a cegar hasta al más poderoso. Demasiada fuerza desmedida en tan poca libertad de movimientos. La elfa logró esquivarlo a duras penas, a tiempo de evitar que el impacto de la bestia la aplastarse contra la pared que terminó cediendo ante el impacto. Una abertura se dejó ver cuando el polvo provocado por el derrumbe se disipó. Gracias a los dioses. El aturdimiento del dragón tras el golpe fue su única oportunidad. Era acabar muertos dentro o tratar de no hacerlo fuera.
Corrieron. El terreno hasta la espesura del bosque parecía despejada, lo suficiente al menos para tomar distancia del oponente, quien no tardó en salir tras ellos envuelto en feroces rugidos. Obtuvo respuesta. Los Yorns que acechaban ahora algo más distanciados devolvieron los bramidos, dando claras señales de haber avistado a su siguiente presa. Un combate digno de ser presenciado, sin duda. No en aquella ocasión, Sorigan aguardaba. Por los dioses, que siguiese vivo. Dejando cada vez más en la distancia los estruendos de la lucha, de la caza, volvieron sobre sus pasos a la carrera. La lluvia continuaba impregnando el bosque, ya cubierto de charcos y senderos embarrados que salpicaban a cada paso, la noche ocultaba la huída entre las ramas por las que trataba de filtrarse la luna, oculta entre las nubes, y la neblina provocada por el subsuelo humeante. El Midgar de las historias de tinieblas que se contaba a los infantes en la hoguera para apartarlos de toda idea de cruzar el río, ahora su aliado.
Última edición por Aylizz Wendell el Miér Mayo 12 2021, 22:19, editado 1 vez
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Aún se sentía débil, febril, y aún así, el brebaje que la muchacha había tenido a bien prepararle había detenido el combate que se había librado dentro de su cráneo. Después de haberse visto casi impedido en los días de su maldición tras la guerra, soportar escalofríos y cierto grado de falta de fuerzas era poco más que un juego. Con eso podía volver a la partida.
Estaba seguro que iba a ocurrir, y buscó serenarse en la medida de sus posibilidades, analizando cómo y por donde podría hacer que la muchacha escapase llegado el momento. Apenas prestó atención a la conversación que mantuvo con el dracónido. El tiempo apremiaba, y su inoportuna enfermedad, mitigada por la astucia de su compañera, aún mermaba sus capacidades. Respiró profundamente, con la espada encima de sus rodillas. No podía ceder a sus instintos con alguien en juego. En circunstancias normales, tal vez tendrían una posibilidad, y encerrados con un fuerte enemigo, con monstruos acechando a menos de media milla, continuó hilando idea tras idea. Ocurriría, y necesitaba estar preparado.
Clavó sus ojos grises en el humanoide, levantándose raudo cuando comprendió las primeras señales de lo que estaba por desatarse. La pócima había hecho efecto suficiente, y tras ayudar a la muchacha, pudo girar sobre sí mismo evitando la dentellada. Pero no fue suficiente.
Escuchó su propio grito ante un intento directo del dragón a fin de destrozar a la elfa. No habían terminado de caer los cascotes cuando corrió hacia ella, tomándola del antebrazo a fin de que corriera delante de él. Elevó una plegaria en silencio a sus dioses por la fortuna de la poca estabilidad del muro, antes de recordar que había cosas mucho peores que el reptil en los bosques de Midgar. Al menos, se consoló con una media sonrisa, su cuerpo estaba respondiendo a la medicina.
Mirando al cielo, buscó orientarse en aquel mar de árboles, tratando de acortar en lo posible su llegada al campamento. Esperaba que el humano hubiese conseguido sobrevivir. O conocía realmente cómo salir de la zona de caza Yorn, o era un loco que les había tomado el pelo. Su cansancio y ganas de desatar su ira contra alguien que pudiera defenderse hacían que esa posibilidad no le disgustase demasiado.
Notaba a Aylizz avanzar a su lado, sintiéndose con un exceso de ligereza propio de su todavía precaria salud. Las pisadas de ambos desfilaban con armonía y suavidad, como si apenas aplastasen la hierba que el camino ponía ante ellos. Esquivaban árboles, y aunque en varias ocasiones Nou se había sentido con ánimo de comentar algo, desde un mero agradecimiento a una expresión de preocupación por la suma de la joven y lo ocurrido, cerraba los labios al no encontrar las palabras adecuadas. Como si salir de allí sin más heridas pudiese lograr que no hubiera ocurrido. Trató de contar las ocasiones en las que un mero viaje había terminado siendo un mero viaje. Le sobraban dedos en una sola mano.
-Por aquí- creyó recordar, llegando a un lugar de la foresta que le resultó particularmente notorio. El campamento tenía que estar cerca.
Precedió a su compañera, sintiendo el peso de la armadura, la espada y la capa. Una cama mullida y doce horas de sueño harían de él un elfo nuevo, preparado para cualquier cosa que se cruzase en su camino. No obstante, sabía bien que las aventuras no abrían sus puertas cuando uno estaba preparado, optimista y en perfectas condiciones. Es más, solían desarrollarse en momentos que cuanto deseaba era un libro, comodidad y un lugar cálido donde descansar.
Sus divagaciones se partieron como astillas, cuando un grito animal le erizó cada vello del cuerpo. No podía ser, estaba seguro de que estaban cerca. Pero un nuevo aullido y un trote que ya había escuchado en más ocasiones de las que hubiera deseado fueron el telón de la presencia de un nuevo Yorn. Este giró la cabeza aun lado, sin mover el resto del cuerpo, aguardando.
El espadachín había ido yendo más despacio los últimos segundos a fin de cerciorarse de la amenaza y su instinto tomó el control.
-¡CORRE!- gritó empujando a Ayl hacia adelante- ¡QUEDA POCO!
Tal vez al escuchar la nota de urgencia en la voz del elfo, tal vez al verlos escapar, no pudo saberlo, pero el animal comenzó a correr hacia ellos. Garras y pico dispuestos a desmembrar su próxima comida. Estaban lejos de él, mas no lo suficiente. Tomó su espada, que parecía tan útil como un trozo de madera contra esa mole de músculo. Y cuando vio que Aylizz seguía sus palabras alejándose en la dirección correcta, teniendo él toda la atención de la bestia, fue el momento de empezar a correr cuanto su estado le permitió.
Oyó sin escuchar la voz de la fémina, no había tiempo siquiera para analizar palabra alguna. No con la muerte pisándole los talones. Envainó con presteza, con la capa ondeando en su parte baja por el viento y la carrera. Sólo se permitió una mirada atrás. Ella estaba a salvo, pues el monstruo le seguía sin que sus ojos ambarinos se apartasen de su cabello oscuro.
Si se dejaba llevar por el pánico, estaba muerto. Esa era la máxima que no se permitía perder de vista.
Corrió por su vida, a tales zancadas que sus apoyos en tierra eran contados, mínimos. Dos perlas de sudor bajaron desde la frente a las cejas y a la sien, tan lentas como veloz avanzaba el elfo. Su respiración dejó de agitarse a medida que progresaba, pasando a amplias inhalaciones, como si no estuviera seguro de que su siguiente intento de coger aire fuese posible. Y sólo cuando vio una rama adecuada, saltó hacia ella, impulsándose hacia arriba, y continuó trepando como cuando no era más que un crío. El peso de sus arreos y su estado le provocaron un breve desvanecimiento, pero volvió en sí para agarrar una nueva rama y sentir el terror de lo que pudo haber ocurrido. El Yorn miró hacia arriba, ladeando una vez más la cabeza, y emitió un alarido intimidante… antes de marcar en tronco con sus grandes garras, y subir. Nousis suspiró, sabiendo que ocurriría. Sólo por una milésima de segundo, quiso confiar en lo imposible.
Alzó la cabeza por encima por encima del follaje, y pudo contemplar la roca que presidía el campamento en lontananza. Guardó la información, y se permitió un solo segundo más, antes de comenzar a descolgarse de una a otra rama, arañándose las manos varias veces, y alejándose lo más posible del animal que buscaba devorarle. Una gruesa rama fue partida por el peso de la bestia en su intento de seguir al elfo. Sin embargo, no podía permanecer ahí eternamente. Más como ese podían acudir al festín donde el espadachín era el plato principal. Debía hacer que dejase de perseguirle. Y sólo se le había ocurrido una manera.
De modo que saltó al suelo cuando se vio en la posición adecuada, y corrió como nunca antes hacia lo que había estado buscando. De no haberlo visto, no habría tenido más opciones que esperar en el árbol a que el cansancio del Yorn pudiese más que su hambre. Ahora, confiaba en no haber errado.
Y con el monstruo a diez pasos, saltó al río, desconociendo su profundidad o fuerza de la corriente. Cualquier cosa parecía mejor que aquello que estaba a punto de acabar con él.
Su armadura y su capa reforzada, así como su espada asemejaron a una bolsa de piedra, tirando de él hacia el fondo. Recordó lo vivido en Hermfith y su corazón se calentó por el odio y la furia de aquella derrota. Braceó consumiendo cada resquicio de fuerza hasta alcanzar la otra orilla, incrustando sus dedos en la tierra blanda. Sólo tras el primer paso, observó al depredador que no parecía demasiado dispuesto a seguirle. Tras un nuevo chillido, volvió por donde había venido, y Nou rió a carcajadas a fin de aliviar la tensión que había sufrido. Apenas notaba fría su vestimenta tras el chapuzón. Constató que todas sus pertenencias continuaban allí, y rememorando la dirección del campamento, echó de nuevo a andar.
Llegó, cansado pero vivo, y se alegró de comprobar que Ayl no había sufrido daño alguno.
-Estoy bien- aseguró- Sólo necesito descansar un poco.
Sin embargo, ver al humano caminando hacia él, pese a las vendas con no poca arrogancia, le hizo replantarse sus palabras. También necesitaba varios dientes de ese loco como cuentas de un collar.
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Sin disputa ni reproches acató la orden de su compañero, arrancando a la carrera al instante de ubicar los bramidos del animal cada vez más cerca. Tan sólo se tomó un momento para llevar la vista atrás, por encima del hombro, al advertir que avanzaba sola en su huída. Allí estaba el elfo, plantado, espada en mano, a la espera de encontrarse de frente con la bestia.
—¡¿Pero qué crees que haces?!— inquirió desde la distancia que los separaba.
No obtuvo más respuesta que una sonrisa, que amagaba una disculpa, antes de ver cómo el Indirel echaba a correr en dirección opuesta, consiguiendo que el Yorn centrara en él su atención y lo persiguiera, alejándose de allí, de ella, perdiéndose en la espesura del bosque de fuego. Quedó inmovil unos instantes, poniendo atención en los sonidos que la persecución generaba, escuchándose cada vez más lejanos. Maldito elfo estirado y su imperiosa necesidad de arriesgar hasta el alma. Y de hacerlo solo. Apretó los puños y soltó un bufido para sí, dudando un instante si seguirlo, antes de serenar su respiración. No, definitivamente correr hasta perder las piernas con la esperanza de alcanzar los límites del bosque antes de ser alcanzados no era una opción. No bajo la noche cerrada, no en aquellas condiciones.
Como si lo hubiera olvidado, se sobresaltó al aparecer el caballero herido en sus pensamientos. Sir Sorigan aguardaba, vivo o muerto sería una cuestión que no resolvería hasta llegar al campamento. Aun dolorida del impacto contra los muros del templo, retomó el camino con presteza, importando poco la lluvia sobre mojado y el terreno embarrado que se hundía bajo sus pies a cada zancada. A medida que avanzaba a prisa por los senderos cada vez más desdibujados, la conciencia sobre el entorno que la rodeaba se disipaba también, experimentando una visión de túnel cada vez más cerrada, no siendo pocos los latigazos de las ramas bajas o hierbas altas que arrasaba a su paso. Un tronco caído en el que no reparó hasta haber tropezado, cayendo de bruces, la obligó a frenar en su avance y centrarse. Durante unos minutos quedó allí, tendida boca arriba antes de ponerse en pie, mirando al cielo lloroso cubierto con un manto de nubes y ramas. Dónde estaba, por dónde seguir, cuánto más tardaría en llegar. Dioses… Allí mismo se prometió que su próximo destino contaría con un baño caliente y un sueño reparador, aunque para ello primero debía dejar atrás las entrañas de Midgar. Debían, porque más le valdría al moreno aparecer salvo -porque sano sería invocar un imposible- en el campamento.
Aún quedaban horas hasta el amanecer cuando pudo advertir en la lejanía, por fin, el cobijo improvisado donde había ocultado al caballero. La enredadera continuaba intacta, nada había entrado y nadie había salido. Suspiró aliviada al despejar la entrada y encontrarlo dentro, sentado junto a las ascuas de una fogata que apenas calentaba ya, más repuesto. Parecía que el elixir había funcionado, después de todo. No pudo disimular una mueca de rechazo al sentir la mirada de Sorigan clavada en ella al diferenciar su figura en la oscuridad, esbozando una sonrisa que nadie podría haber considerado seductora, contrastando con una mirada que difícilmente contenía la locura que se gestaba en su interior.
—Sigues vivo— apuntó, avanzando hacia el interior, dejando la boca del refugio abierta a su espalda —Que… Reconfortante.— añadió con desdén, sentándose frente a él, dejando las brasas entre los dos.
—Ambos sabemos que deseabas que siguiera vivo.— respondió el humano, añadiendo una capa de sorna a una seguridad excesiva.
A pesar del furtivo examen visual que el caballero efectuó sobre su persona se desquitó de algunas de las empapadas prendas que vestía, extendiéndolas sobre el suelo, arenoso, compacto y cálido, como no podía ser de otra forma en aquel bosque. Haciendo de tripas corazón, era preferible soportar aquellas atenciones a mantener la humedad que se filtraba ya a través de su piel y helaba los huesos. Sacó uno de los pergaminos vírgenes que acostumbraba a portar en cada salida de la aldea y utilizando un carboncillo improvisado a partir de los restos de la hoguera tomó algunas notas, referenciando la complexión del humano, sus lesiones y síntomas, así como el desglose pautado de los remedios utilizados.
—¿Cómo te encuentras?— preguntó seria, evitando el contacto visual, sin suponer aquello demasiado esfuerzo.
—Bastante bien. Pronto podré matar a uno de esos monstruos. ¿Han acabado con el otro?— desvió el tema, mostrando una clara indiferencia ante la pregunta.
Levantó la vista del papel un instante y clavó en él una mirada enrabietada ante la pregunta del nada caballeroso caballero, pero no respondió. Observó al Sir, su mejoría era notable. No obstante, los vendajes, ya ennegrecidos por la sangre coagulada, continuaban cubriendo heridas sin cicatrizar.
—¿Tienes fiebre? ¿Náuseas? ¿Algún otro malestar?— hizo una pausa —¿Puedes moverte?
—Me faltan un poco las fuerzas— admitió a regañadientes —pero no dudes de mí. Esa bestia morirá antes de mañana.
—¿Qué hay de las heridas?
—¿Crees que no soy capaz de soportar algo así?— se jactó el humano.
La respuesta era evidente. No. Si las tiernas cicatrices volvían a abrirse, terminaría por desangrarse. La elfa suspiró con resignación, poniéndose en pie para sentarse junto a Sorigan.
—Podría terminar de sanarlas, las más graves al menos.
El humano clavó sus ojos en ella, esbozando una sonrisa sutil, aunque sucia, a modo de respuesta. Ella replicó con una caída de ojos, haciendo caso omiso a sus insinuaciones, y se ocupó de retirar los vendajes y proceder a formular para sí las plegarias necesarias para comenzar la sanación1.
Terminando de cerrar el último de los zarpazos más profundos, desgarrado y casi necrosado, el caballero apartó a la elfa con brusquedad, irguiéndose como un resorte, llevando su mirada hacia la entrada de la cueva al tiempo que su mano diestra iba directa al arma que mantenía en el suelo, junto a él. Aylizz se volteó en la misma dirección, alertada, esperando encontrar una amenaza al otro lado. Sin embargo, lo que sus ojos encontraron no fue otra cosa que la figura de un empapado y exhausto Nousis que parecía haber logrado deshacerse de su perseguidor y llegar hasta ellos. Su sobresalto tornó entonces al alivio al ver al espadachín pudiendo mantenerse en pie, no perdió un instante en ponerse en pie para recibirlo, no obstante, el humano fue más rápido y haciéndola a un lado de su camino, embravecido, se dirigió hacia el elfo.
_____—¡¿Pero qué crees que haces?!— inquirió desde la distancia que los separaba.
No obtuvo más respuesta que una sonrisa, que amagaba una disculpa, antes de ver cómo el Indirel echaba a correr en dirección opuesta, consiguiendo que el Yorn centrara en él su atención y lo persiguiera, alejándose de allí, de ella, perdiéndose en la espesura del bosque de fuego. Quedó inmovil unos instantes, poniendo atención en los sonidos que la persecución generaba, escuchándose cada vez más lejanos. Maldito elfo estirado y su imperiosa necesidad de arriesgar hasta el alma. Y de hacerlo solo. Apretó los puños y soltó un bufido para sí, dudando un instante si seguirlo, antes de serenar su respiración. No, definitivamente correr hasta perder las piernas con la esperanza de alcanzar los límites del bosque antes de ser alcanzados no era una opción. No bajo la noche cerrada, no en aquellas condiciones.
Como si lo hubiera olvidado, se sobresaltó al aparecer el caballero herido en sus pensamientos. Sir Sorigan aguardaba, vivo o muerto sería una cuestión que no resolvería hasta llegar al campamento. Aun dolorida del impacto contra los muros del templo, retomó el camino con presteza, importando poco la lluvia sobre mojado y el terreno embarrado que se hundía bajo sus pies a cada zancada. A medida que avanzaba a prisa por los senderos cada vez más desdibujados, la conciencia sobre el entorno que la rodeaba se disipaba también, experimentando una visión de túnel cada vez más cerrada, no siendo pocos los latigazos de las ramas bajas o hierbas altas que arrasaba a su paso. Un tronco caído en el que no reparó hasta haber tropezado, cayendo de bruces, la obligó a frenar en su avance y centrarse. Durante unos minutos quedó allí, tendida boca arriba antes de ponerse en pie, mirando al cielo lloroso cubierto con un manto de nubes y ramas. Dónde estaba, por dónde seguir, cuánto más tardaría en llegar. Dioses… Allí mismo se prometió que su próximo destino contaría con un baño caliente y un sueño reparador, aunque para ello primero debía dejar atrás las entrañas de Midgar. Debían, porque más le valdría al moreno aparecer salvo -porque sano sería invocar un imposible- en el campamento.
Aún quedaban horas hasta el amanecer cuando pudo advertir en la lejanía, por fin, el cobijo improvisado donde había ocultado al caballero. La enredadera continuaba intacta, nada había entrado y nadie había salido. Suspiró aliviada al despejar la entrada y encontrarlo dentro, sentado junto a las ascuas de una fogata que apenas calentaba ya, más repuesto. Parecía que el elixir había funcionado, después de todo. No pudo disimular una mueca de rechazo al sentir la mirada de Sorigan clavada en ella al diferenciar su figura en la oscuridad, esbozando una sonrisa que nadie podría haber considerado seductora, contrastando con una mirada que difícilmente contenía la locura que se gestaba en su interior.
—Sigues vivo— apuntó, avanzando hacia el interior, dejando la boca del refugio abierta a su espalda —Que… Reconfortante.— añadió con desdén, sentándose frente a él, dejando las brasas entre los dos.
—Ambos sabemos que deseabas que siguiera vivo.— respondió el humano, añadiendo una capa de sorna a una seguridad excesiva.
A pesar del furtivo examen visual que el caballero efectuó sobre su persona se desquitó de algunas de las empapadas prendas que vestía, extendiéndolas sobre el suelo, arenoso, compacto y cálido, como no podía ser de otra forma en aquel bosque. Haciendo de tripas corazón, era preferible soportar aquellas atenciones a mantener la humedad que se filtraba ya a través de su piel y helaba los huesos. Sacó uno de los pergaminos vírgenes que acostumbraba a portar en cada salida de la aldea y utilizando un carboncillo improvisado a partir de los restos de la hoguera tomó algunas notas, referenciando la complexión del humano, sus lesiones y síntomas, así como el desglose pautado de los remedios utilizados.
—¿Cómo te encuentras?— preguntó seria, evitando el contacto visual, sin suponer aquello demasiado esfuerzo.
—Bastante bien. Pronto podré matar a uno de esos monstruos. ¿Han acabado con el otro?— desvió el tema, mostrando una clara indiferencia ante la pregunta.
Levantó la vista del papel un instante y clavó en él una mirada enrabietada ante la pregunta del nada caballeroso caballero, pero no respondió. Observó al Sir, su mejoría era notable. No obstante, los vendajes, ya ennegrecidos por la sangre coagulada, continuaban cubriendo heridas sin cicatrizar.
—¿Tienes fiebre? ¿Náuseas? ¿Algún otro malestar?— hizo una pausa —¿Puedes moverte?
—Me faltan un poco las fuerzas— admitió a regañadientes —pero no dudes de mí. Esa bestia morirá antes de mañana.
—¿Qué hay de las heridas?
—¿Crees que no soy capaz de soportar algo así?— se jactó el humano.
La respuesta era evidente. No. Si las tiernas cicatrices volvían a abrirse, terminaría por desangrarse. La elfa suspiró con resignación, poniéndose en pie para sentarse junto a Sorigan.
—Podría terminar de sanarlas, las más graves al menos.
El humano clavó sus ojos en ella, esbozando una sonrisa sutil, aunque sucia, a modo de respuesta. Ella replicó con una caída de ojos, haciendo caso omiso a sus insinuaciones, y se ocupó de retirar los vendajes y proceder a formular para sí las plegarias necesarias para comenzar la sanación1.
Terminando de cerrar el último de los zarpazos más profundos, desgarrado y casi necrosado, el caballero apartó a la elfa con brusquedad, irguiéndose como un resorte, llevando su mirada hacia la entrada de la cueva al tiempo que su mano diestra iba directa al arma que mantenía en el suelo, junto a él. Aylizz se volteó en la misma dirección, alertada, esperando encontrar una amenaza al otro lado. Sin embargo, lo que sus ojos encontraron no fue otra cosa que la figura de un empapado y exhausto Nousis que parecía haber logrado deshacerse de su perseguidor y llegar hasta ellos. Su sobresalto tornó entonces al alivio al ver al espadachín pudiendo mantenerse en pie, no perdió un instante en ponerse en pie para recibirlo, no obstante, el humano fue más rápido y haciéndola a un lado de su camino, embravecido, se dirigió hacia el elfo.
1 Habilidad racial: imposición de manos.
Última edición por Aylizz Wendell el Vie Jun 11 2021, 00:48, editado 1 vez
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Estaba empapado, cansado, y con la adrenalina aún disolviéndose en la sangre, sólo pudo observar a Aylizz demasiado cerca de aquel bastardo ahora semidesnudo. La sonrisa del humano, en exceso complacida por la situación, fue ya demasiado para el espadachín. Sólo cuando atisbó al elfo se levantó para placer de éste, que apretó el paso para encararse con el desgraciado a quien deseaba desventrar con refinamiento de crueldad.
Pero sabía que no podía matarlo.
A medio paso, miró a ese espécimen cuya mente parecía basura mal mezclada de delirios, estupidez e inconsciencia.
-Parece que sobreviviste. Esos monstruos no son tanto como parecen. Ahora estoy más seguro que nunca que podré conseguir alguna de sus cabezas.
-Vuelve a sonreírle de ese modo y mi espada te rajará la cara a la altura de los ojos. No te necesito con vista para sacarnos de aquí.
Sorigan echó un vistazo a la muchacha antes de dirigirse nuevamente a quien tenía ante sí. Apenas tardó medio segundo en creer comprender la situación.
-¿Es tuya…? Casi me engaña cuando lo negó. No- dijo tras un segundo vistazo- No tienes para nada mal gusto, elfo.
-Ni es mía ni es de nadie, no somos humanos. Pero me das demasiado asco como para permitir que tu cara muestre lo que sueñas con ella. Guárdatelo para ti, me harás vomitar.
El caballero se acercó aún más a Nousis. El olor de la sangre no era asfixiante, mas se notaba con claridad. Aún estaba en bastante peor estado del que mostraba. Un puñetazo habría sigo suficiente para abrir sus heridas. Y por los dioses que se vio tentado.
-Seguro que te rechazó- se jactó el herido- y la sigues para intentar que cambie de opinión. Patético.
El elfo apretó los dientes, y su mano se dirigió al pomo de su espada. Se concentró al notarlo en calmarse. Si se dejaba llevar no sería capaz de detenerse. Y no quería que Aylizz lo viera en ese estado. Recordaba demasiado bien las últimas ocasiones. Su felicidad, la pasión por aniquilar el oponente. La crueldad. Y ese rostro que les atemorizó tras terminar.
-Considérate afortunado- replicó Nou cruzando a un lado del humano hacia su compañera- He decidido no matarte.
Tales palabras encendieron incomprensiblemente a Sorigan, quien cuando el espadachín se aproximaba a la muchacha rubia, estalló con toda la potencia de sus pulmones, señalándole con el índice la mano diestra.
-¡LO SABÍA! ¡POR ESO ME HABÉIS CURADO, POR ESO AÚN NO TE HAS ATREVIDO A ENFRENTARTE A MI!
La mirada del elfo era puro mar de desprecio al girar el rostro sobre su hombro izquierdo.
-¿Qué estupideces estás diciendo?
-¡NO ME LLEVARÉIS!, ¿ESTÁ CLARO? ¡LO LOGRARÉ Y VOLVERÉ CON ELLO! ¡DEJAD DE VIGILARME! ¡DÍSELO A GRONARD!
Nousis se giró por completo, dos lentos pasos volviendo a observar de frente a ese maldito loco.
-¿De qué estás hablando, condenado desvariado?
-¡No me llevaréis!- repitió- ¡Puedo hacerlo!
El espadachín no pudo más. De un puñetazo en la mandíbula, desequilibró al caballero, deteniéndose antes de que aquello que mordía las rejas tras la cual se encontraba encerrado hubiese sido satisfecho. Cogió de la pechera al humano, apoyando una rodilla en tierra. Señaló a Ayl antes de hablar con un tono más bajo de lo habitual, peligroso.
-¿La ves? Mi única intención es sacarla, a ella y a mí mismo, de aquí con vida. Por eso, y solo por eso, nos hemos ocupado de ti. Y ahora vas a decirnos como, o te juro por los dioses que no te mataré, me limitaré a dejarte tan maltrecho que tu sangre de huela en todo Midgar, y sean los Yorns quieren te desmiembren para alimentar a sus crías. Se acabaron las tonterías, humano.
Sorigan miró al elfo como si lo viera por primera vez. Su semblante dio toda la impresión de duda, extrañeza, falta de comprensión. Como si la asimilación de algo resultase particularmente compleja por algún motivo.
-¿Me estás diciendo, elfo, que todo lo que ha ocurrido ha sido casualidad? ¿Qué os hubieseis topado conmigo aquí? ¿Curarme solo por salir del bosque?
-Odiosas casualidades- confirmó él. La muchacha asintió, y el caballero se levantó, llevándose una mano a la parte golpeada de su rostro. Sus ojos permanecieron sin ser apartados de las frías piedras grises que constituían los de Nou.
-Sólo hay una forma. Esas bestias no atacan a los suyos. Con sangre de Yorn podréis cruzar la zona de caza sin peligro de que os devoren.
-¿Por qué aceptas contarnos esto ahora?- preguntó entonces el hijo de Sandorai. La desconfianza era casi visible. El humano volvió a mostrar la arrogante sonrisa que tanto odiaba.
-Yo sigo deseando la cabeza de uno de ellos. Y vosotros la sangre. Pese a todo, me seréis de ayuda. No os queda más remedio.
-Podemos dejarte aquí solo, y buscar un monstruo por nuestra cuenta- rebatió el aludido. Sorigan rió con ganas, lo que no mejoró la ira del elfo.
-Pero yo sé donde se encuentra el cubil más cercano. Podremos estar allí en menos de tres horas. Y así no tendréis que preocuparos por morir por una de mis trampas.
Nou se pasó una mano por el cabello. No entendía el cambio de actitud en ese sujeto. Antes había pasado sus palabras por alto movido por su estado de ánimo, pero ¿quién era Gronard, y quienes perseguían a Sorigan? Eran preguntas que necesitaban respuesta.
Claro que, en esos momentos, mojado y cansado, estaba mucho más preocupado por la inminente cacería. Si no les había mentido, punto probable, matar a un Yorn parecía tan fácil como atravesar volando toda la foresta de Midgar.
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Encontrar al elfo considerablemente ileso relajó su rostro, dejando entrever una sonrisa de alivio al comprobar que su huida había resultado exitosa. A pesar de que la lluvia y el barro habían hecho desaparecer toda elegancia y buen porte del espadachín, parecía en mejoría respecto a cómo lo había despedido al salir del derribado templo, aunque no dejaban de ser notables los estragos del sobreesfuerzo. No obstante, fue breve el instante en que la tensión se disolvió. La repulsión que, desde el primer encuentro, se habían demostrado ambos varones terminó de efervescer cuando quedaron a escasos pasos de encontrarse frente a frente. Ambos diestros, sosteniendo sus armas, con la respiración acelerada hinchando sus pecheras.
La escena provocó en la elfa un profundo hastío que se materializó en un suspiro de exasperación y una caída de ojos con desdén. No tenía ninguna intención de intervenir en aquello, había empleado demasiadas energías en mejorar el estado de los que ahora aprovechaban sus remedios para enfrentamientos personales carentes de sentido, y aún debía mantener las restantes para dejar atrás aquel bosque. Se volteó, dándoles la espalda, sentándose de nuevo junto a las brasas para terminar sus anotaciones, pero su mirada quedó clavada en el pergamino al escuchar la advertencia del elfo, encontrando aquella razón para enfrentarlo del todo inesperada. La voz del Indirel fue certera como una flecha apuntando al humano, mas éste mostró plena indiferencia a la amenaza. Pudo notar como el caballero clavaba de nuevo sus ojos en ella, desafiando a la paciencia, aunque despreocupado por que el espadachín cumpliese su palabra y por un momento esperó que así lo hiciera. ¿Realmente lo necesitaban vivo? Ni siquiera a él parecía importarle sobrevivir. La réplica de Nousis ante la apreciación sobre su ficticia elección no pudo más que provocar una ahogada carcajada en la elfa, tanto que se vio incitada a responder ella misma, sin embargo una nueva provocación terminó con la palabrería cuando el elfo empuñó su espada con determinación y por un instante se hizo el silencio. Aquella mirada muda fulminó al humano al tiempo que provocaba un fugaz escalofrío que la estremeció, generando en ella un instante de duda en lo que pudiera quedarle al moreno de autocontrol. Expiró el aire que por un momento había aguantado de manera inconsciente, asumiendo que habían terminado de medirse.
Se resignó a esbozar una ligera sonrisa de complicidad al tiempo que negaba con la cabeza con gesto compasivo cuando se acercó hacia ella, si hubiese tenido que apostar a quién sería el primero en retirarse su pérdida habría sido más que probable. Quiso dedicarle unas palabras de aprobación, quizá en un tono burlón, altivo tal vez, sarcástico, enalteciendo su heroica acción al defender el honor de su hermana, de su sangre, sin rebajarse a ensuciar sus manos. Un Elfo, conversador, mediador, que utiliza las armas como último recurso. Sin embargo, contuvo la risa que le provocaron sus propias ocurrencias y optó por cerciorarse de su estado real. Al menos aquella fue su intención, pues el brote en la perturbada mente de Sorigan alcanzó su máximo y no permitió que ninguno prestara atención a cualquier otro suceso.
Aylizz se puso en pie, aunque prefirió mantener la distancia. Embravecido, delirante y armado con un mandoble no era sensato acercarse. Pero el elfo fue rápido, preciso, calculador. Prefirió no detenerse a pensar en por qué la forma en la que lo sentenció, lejos de generar en ella temor o intimidación, le resultó ¿atractiva? Reconfortante, más bien. Con un toque de disfrute, ¿quizá? Lo había visto en disputa en muchas ocasiones, era certero, instruido, mas no dejaba de lado la agresividad. Pero en aquella ocasión fue distinto. Fue como si estuviera destinando su mayor esfuerzo a mantener el control y aquella fuera la advertencia definitiva de que había alcanzado el límite y aún así, se mostró amenazador. Clavó entonces sus ojos en el humano, ahora tendido en el suelo, que sin realizar el menor esfuerzo por zafarse del agarre de su compañero pareció alejarse poco a poco de su exaltación al comprender que su encuentro no había sido causado por otra cosa que no fuera la fortuna divina. Su expresión al hacerlo dejó entrever un claro desconcierto, así como las pistas suficientes para advertir que razones más complejas habían llevado al Sir a embarcarse en aquella misión y su obcecación en conseguirlo, fuera como fuese.
—Por lo tanto… Ni gloria, ni fama, ni honor.— comentó la elfa en tono altivo al tiempo que Sorigan se reponía, una vez liberado —Tus grandilocuentes motivos han quedado reducidos a ¿un encargo? ¿una deuda?— y rió para sí tras la retórica de sus preguntas.
—Incluso por un encargo se puede alcanzar la gloria. Pude haberme negado, y que lo mataran. Pero aquí estoy. Esto me hará leyenda, muchacha.— puntualizó sonriente, luciendo un gesto llamativamente relajado tras la reacción de hacía unos momentos.
No se paró a prestar atención a la respuesta, carecía de importancia. Una vez sabida la forma de cómo poner fin a su desafortunada travesía por los bosques llameantes cualquier otra información perdía su interés. Poco le preocupaban los negocios que cargase el caballero a su espalda, si para conseguir su éxito se prestaba a poner de su parte en la marcha de aquel coto para ella era suficiente. No obstante, su inquietud radicaba en el estado de su congénere, las fuerzas que pudieran quedarle y la estabilidad que pudiese mantener, pues ni tan siquiera se había permitido un descanso desde que había retornado a la oquedad que los refugiaba. Se asomó al exterior desde la entrada, la intensidad de la lluvia había disminuido, no obstante, no parecía que fuese a terminar de amainar por el momento. La luna permanecía oculta entre las nubes portadoras de agua, aunque el destello tras ellas dejaba adivinar su ubicación. Tres horas hasta el cubil más cercano y el margen hasta el despertar de Anar no era mucho mayor, aún así regresó al interior y, antes de dirigirse al elfo, recogió la capa que permanecía tendida en el suelo, bastante más seca e impregnada en la calidez que emanaba del firme.
—Retoma el aliento, podemos esperar, esas criaturas no van a ir a ninguna parte.— indicó a su compañero, extendiéndole la prenda —Las brasas aún calientan y creeme, agradecerás el temple del subsuelo.— añadió, antes de proceder a adecuarse con las ropas que ahora lucían más decentes.
—Lo estrictamente necesario para secarme un poco.— aceptó él, tomando el ofrecimiento con gesto de fastidio.
Al cabo de un rato, el cazador de bestias encabezó la marcha, aunque no con la celeridad que se espera en un guía, seguido de cerca por el elfo. El humano a duras penas caminaba, menos cuando trataba de abrirse camino entre la maleza. Más por practicidad que por compasión, la elfa facilitó el avance del Sir manipulando el entorno a su paso. Éste, por su parte, se irguió en una respiración profunda, aligerando el paso, en un evidente intento de ocultar sus malestares así como su orgullo herido. Entre ellos tan sólo se escuchaban las respiraciones, que se volvían forzadas a medida que el camino se endurecía, en un mudo avance que se prolongó un tiempo, para agradecimiento de los presentes. Sin aviso previo, Sorigan frenó en seco la marcha y les indicó detenerse. La elfa, sobresaltada, ahogó su expresión de sorpresa al sacarla, aquella acción, de sus propios pensamientos. Mas no tardó en torcer el gesto al descubrir que aquel alto repentino no se trataba de la amenaza, sino de restos de su última ingesta. Pedazos de carne escamada, de los que era imposible determinar la parte del cuerpo a la que pertenecieron, marcaban el inicio de un tosco sendero por el que se extendía un reguero de sangre. Reciente, aunque no inmediata. Aylizz se acercó entonces a los restos que aún no habían comenzado a descomponerse, carne dura, la piel aún más, cubierta de esquirlas que no dudó reconocer.
—hugh Inmortal...— espetó para sí, con desdén, al recordar las grandilocuentes palabras de aquel hombre-dragón.
—Llevan la presa hasta su agujero y ya no queda lejos.— indicó el caballero antes de retomar la marcha.
Retomando el paso, así como el silencio, la elfa recurrió nuevamente a rondar en sus maquinaciones mentales, tratando de ordenar cada suceso ya acontecido, habiendo sucedido todos ellos de forma tan rápida y abrupta que había tenido que actuar en los tiempos que la sucesión de eventos la había permitido, sin pararse a pensar siquiera en sus opciones.
—Antes mencionaste algo sobre alguien que habrían matado...— comentó entonces, recordando las palabras del Sir en la cueva, cuando parecía recobrar la lucidez tras el estallido cuasi delirante.
—¿A qué viene eso ahora?— espetó el humano, sin desviar la atención de los rastros.
—Sólo trato de entender cómo alguien que se encuentra en sus cabales decide adentrarse en este comedero— puntualizó encogiéndose de hombros —Aunque asegurar que te encuentras en tus cabales es confiar demasiado, a la vista de los acontecimientos.
—Yo he querido venir, otros creen haberme obligado.— se explicó sin mirarla —No hubiera sido extraño que os hubiesen enviado al haber perdido la paciencia. No entienden los caminos de la gloria— sonrió entonces —como tampoco tú, muchacha.
—Entonces...— caviló —¡¿Es posible que realmente haya alguien en tu busca?!— exclamó, levantando la voz un instante, corrigiéndose al momento al recordar dónde y en qué situación se hallaban.
—También ellos saben cómo entrar y salir— reveló despreocupado, encogiéndose de hombros —Los veré en unos días, cuando consiga mi premio. Y tendrán que lamerme las botas.— sonrió ampliamente —Tú en cambio, lo que quieras, si salís con vida.— añadió para sí, ampliando su sonrisa, antes de volver al rastreo.
En el tiempo estimado se habían alejado del campamento, adentrándose en el bosque, alejados de senderos y evitando el cercado que cuidadosamente el trampero había dispuesto al colocar sus artefactos en puntos estratégicos que los rodeaban en distintas distancias. Pararse a pensar un instante en aquel paraje era abrumador. En el corazón del bosque llameante que, lejos de ser frondoso y lleno de vida, era capaz de atrapar en sus entrañas a quienes tomaban la poco estudiada decisión para atravesarlo. Árboles altos, oscuros, abruptos, aunque desnudos, con un tronco que enrojecía a medida que se acercaba al firme. Un mar de ramas entre las que la luz se filtraba sin demasiado esfuerzo, inundando el ambiente en un manto de tonos cálidos en aquellos rincones donde las llamas más bravas se dejan ver por encima de la hojarasca, aún en la noche, en una como aquella en la que Isil permanecía oculta entre las nubes, parecía que el ocaso se había estancado en aquel paraje. Y pensar que aquel humano desvariado lo había dispuesto para enfrentarse a las bestias solo.
Desde allí, en el límite donde parecía abrirse un claro, alcanzaba a verse a varios metros de ellos una oquedad abierta bajo un cúmulo de rocas, tratándose, según aseguraba el caballero, del refugio de aquellos inmensos animales. Los restos de sangre no restaban veracidad a aquella afirmación, pues a pesar de haberse ido disipando el rastro entre la maleza, todo indicaba a que continuaban en aquella dirección. Asumieron entonces que Sorigan se encontraba en lo cierto, aquella sería su osera, no obstante, debían comprobar que darían con alguno en ella. La noche cerrada hacía disminuir sus probabilidades. Además de encontrarse en los momentos de mayor actividad para aquellas criaturas, había sido una velada en la que el bosque había presenciado presencia y movimiento, lo que se traducía en mayor posibilidad de dar con presas sustanciosas. Permanecieron inmóviles, a resguardo, siendo conscientes de que no podrían entrar a la ligera, menos sin saber lo que se encontrarían dentro. No obstante, el aparente respiro que parecía haberse tomado el Sir, después de mostrarse en calma y con la mente fría durante el camino, parecía ahora llegar a su límite. Sin apartar la vidriosa mirada de la entrada a la cueva, ansiosa e impregnada en deseo, apretaba con fuerza la empuñadura de su mandoble, pareciendo que en cualquier momento arrancaría en embestida contra el cubil. La elfa, adelantándose a tan descuidada azaña, sostuvo su brazo fiero y agudizó la vista para alcanzar a ver con mayor detalle el interior de la cóncava entrada, incrustada en el talud.1 No supo determinar si encontrar aquella cría de yorn despedazando lo que quedaba del dracónido fue suerte o desgracia, de lo que no cabía duda es que no tendrían una oportunidad como aquella de encontrar un ejemplar desprevenido.
____________La escena provocó en la elfa un profundo hastío que se materializó en un suspiro de exasperación y una caída de ojos con desdén. No tenía ninguna intención de intervenir en aquello, había empleado demasiadas energías en mejorar el estado de los que ahora aprovechaban sus remedios para enfrentamientos personales carentes de sentido, y aún debía mantener las restantes para dejar atrás aquel bosque. Se volteó, dándoles la espalda, sentándose de nuevo junto a las brasas para terminar sus anotaciones, pero su mirada quedó clavada en el pergamino al escuchar la advertencia del elfo, encontrando aquella razón para enfrentarlo del todo inesperada. La voz del Indirel fue certera como una flecha apuntando al humano, mas éste mostró plena indiferencia a la amenaza. Pudo notar como el caballero clavaba de nuevo sus ojos en ella, desafiando a la paciencia, aunque despreocupado por que el espadachín cumpliese su palabra y por un momento esperó que así lo hiciera. ¿Realmente lo necesitaban vivo? Ni siquiera a él parecía importarle sobrevivir. La réplica de Nousis ante la apreciación sobre su ficticia elección no pudo más que provocar una ahogada carcajada en la elfa, tanto que se vio incitada a responder ella misma, sin embargo una nueva provocación terminó con la palabrería cuando el elfo empuñó su espada con determinación y por un instante se hizo el silencio. Aquella mirada muda fulminó al humano al tiempo que provocaba un fugaz escalofrío que la estremeció, generando en ella un instante de duda en lo que pudiera quedarle al moreno de autocontrol. Expiró el aire que por un momento había aguantado de manera inconsciente, asumiendo que habían terminado de medirse.
Se resignó a esbozar una ligera sonrisa de complicidad al tiempo que negaba con la cabeza con gesto compasivo cuando se acercó hacia ella, si hubiese tenido que apostar a quién sería el primero en retirarse su pérdida habría sido más que probable. Quiso dedicarle unas palabras de aprobación, quizá en un tono burlón, altivo tal vez, sarcástico, enalteciendo su heroica acción al defender el honor de su hermana, de su sangre, sin rebajarse a ensuciar sus manos. Un Elfo, conversador, mediador, que utiliza las armas como último recurso. Sin embargo, contuvo la risa que le provocaron sus propias ocurrencias y optó por cerciorarse de su estado real. Al menos aquella fue su intención, pues el brote en la perturbada mente de Sorigan alcanzó su máximo y no permitió que ninguno prestara atención a cualquier otro suceso.
Aylizz se puso en pie, aunque prefirió mantener la distancia. Embravecido, delirante y armado con un mandoble no era sensato acercarse. Pero el elfo fue rápido, preciso, calculador. Prefirió no detenerse a pensar en por qué la forma en la que lo sentenció, lejos de generar en ella temor o intimidación, le resultó ¿atractiva? Reconfortante, más bien. Con un toque de disfrute, ¿quizá? Lo había visto en disputa en muchas ocasiones, era certero, instruido, mas no dejaba de lado la agresividad. Pero en aquella ocasión fue distinto. Fue como si estuviera destinando su mayor esfuerzo a mantener el control y aquella fuera la advertencia definitiva de que había alcanzado el límite y aún así, se mostró amenazador. Clavó entonces sus ojos en el humano, ahora tendido en el suelo, que sin realizar el menor esfuerzo por zafarse del agarre de su compañero pareció alejarse poco a poco de su exaltación al comprender que su encuentro no había sido causado por otra cosa que no fuera la fortuna divina. Su expresión al hacerlo dejó entrever un claro desconcierto, así como las pistas suficientes para advertir que razones más complejas habían llevado al Sir a embarcarse en aquella misión y su obcecación en conseguirlo, fuera como fuese.
—Por lo tanto… Ni gloria, ni fama, ni honor.— comentó la elfa en tono altivo al tiempo que Sorigan se reponía, una vez liberado —Tus grandilocuentes motivos han quedado reducidos a ¿un encargo? ¿una deuda?— y rió para sí tras la retórica de sus preguntas.
—Incluso por un encargo se puede alcanzar la gloria. Pude haberme negado, y que lo mataran. Pero aquí estoy. Esto me hará leyenda, muchacha.— puntualizó sonriente, luciendo un gesto llamativamente relajado tras la reacción de hacía unos momentos.
No se paró a prestar atención a la respuesta, carecía de importancia. Una vez sabida la forma de cómo poner fin a su desafortunada travesía por los bosques llameantes cualquier otra información perdía su interés. Poco le preocupaban los negocios que cargase el caballero a su espalda, si para conseguir su éxito se prestaba a poner de su parte en la marcha de aquel coto para ella era suficiente. No obstante, su inquietud radicaba en el estado de su congénere, las fuerzas que pudieran quedarle y la estabilidad que pudiese mantener, pues ni tan siquiera se había permitido un descanso desde que había retornado a la oquedad que los refugiaba. Se asomó al exterior desde la entrada, la intensidad de la lluvia había disminuido, no obstante, no parecía que fuese a terminar de amainar por el momento. La luna permanecía oculta entre las nubes portadoras de agua, aunque el destello tras ellas dejaba adivinar su ubicación. Tres horas hasta el cubil más cercano y el margen hasta el despertar de Anar no era mucho mayor, aún así regresó al interior y, antes de dirigirse al elfo, recogió la capa que permanecía tendida en el suelo, bastante más seca e impregnada en la calidez que emanaba del firme.
—Retoma el aliento, podemos esperar, esas criaturas no van a ir a ninguna parte.— indicó a su compañero, extendiéndole la prenda —Las brasas aún calientan y creeme, agradecerás el temple del subsuelo.— añadió, antes de proceder a adecuarse con las ropas que ahora lucían más decentes.
—Lo estrictamente necesario para secarme un poco.— aceptó él, tomando el ofrecimiento con gesto de fastidio.
Al cabo de un rato, el cazador de bestias encabezó la marcha, aunque no con la celeridad que se espera en un guía, seguido de cerca por el elfo. El humano a duras penas caminaba, menos cuando trataba de abrirse camino entre la maleza. Más por practicidad que por compasión, la elfa facilitó el avance del Sir manipulando el entorno a su paso. Éste, por su parte, se irguió en una respiración profunda, aligerando el paso, en un evidente intento de ocultar sus malestares así como su orgullo herido. Entre ellos tan sólo se escuchaban las respiraciones, que se volvían forzadas a medida que el camino se endurecía, en un mudo avance que se prolongó un tiempo, para agradecimiento de los presentes. Sin aviso previo, Sorigan frenó en seco la marcha y les indicó detenerse. La elfa, sobresaltada, ahogó su expresión de sorpresa al sacarla, aquella acción, de sus propios pensamientos. Mas no tardó en torcer el gesto al descubrir que aquel alto repentino no se trataba de la amenaza, sino de restos de su última ingesta. Pedazos de carne escamada, de los que era imposible determinar la parte del cuerpo a la que pertenecieron, marcaban el inicio de un tosco sendero por el que se extendía un reguero de sangre. Reciente, aunque no inmediata. Aylizz se acercó entonces a los restos que aún no habían comenzado a descomponerse, carne dura, la piel aún más, cubierta de esquirlas que no dudó reconocer.
—hugh Inmortal...— espetó para sí, con desdén, al recordar las grandilocuentes palabras de aquel hombre-dragón.
—Llevan la presa hasta su agujero y ya no queda lejos.— indicó el caballero antes de retomar la marcha.
Retomando el paso, así como el silencio, la elfa recurrió nuevamente a rondar en sus maquinaciones mentales, tratando de ordenar cada suceso ya acontecido, habiendo sucedido todos ellos de forma tan rápida y abrupta que había tenido que actuar en los tiempos que la sucesión de eventos la había permitido, sin pararse a pensar siquiera en sus opciones.
—Antes mencionaste algo sobre alguien que habrían matado...— comentó entonces, recordando las palabras del Sir en la cueva, cuando parecía recobrar la lucidez tras el estallido cuasi delirante.
—¿A qué viene eso ahora?— espetó el humano, sin desviar la atención de los rastros.
—Sólo trato de entender cómo alguien que se encuentra en sus cabales decide adentrarse en este comedero— puntualizó encogiéndose de hombros —Aunque asegurar que te encuentras en tus cabales es confiar demasiado, a la vista de los acontecimientos.
—Yo he querido venir, otros creen haberme obligado.— se explicó sin mirarla —No hubiera sido extraño que os hubiesen enviado al haber perdido la paciencia. No entienden los caminos de la gloria— sonrió entonces —como tampoco tú, muchacha.
—Entonces...— caviló —¡¿Es posible que realmente haya alguien en tu busca?!— exclamó, levantando la voz un instante, corrigiéndose al momento al recordar dónde y en qué situación se hallaban.
—También ellos saben cómo entrar y salir— reveló despreocupado, encogiéndose de hombros —Los veré en unos días, cuando consiga mi premio. Y tendrán que lamerme las botas.— sonrió ampliamente —Tú en cambio, lo que quieras, si salís con vida.— añadió para sí, ampliando su sonrisa, antes de volver al rastreo.
En el tiempo estimado se habían alejado del campamento, adentrándose en el bosque, alejados de senderos y evitando el cercado que cuidadosamente el trampero había dispuesto al colocar sus artefactos en puntos estratégicos que los rodeaban en distintas distancias. Pararse a pensar un instante en aquel paraje era abrumador. En el corazón del bosque llameante que, lejos de ser frondoso y lleno de vida, era capaz de atrapar en sus entrañas a quienes tomaban la poco estudiada decisión para atravesarlo. Árboles altos, oscuros, abruptos, aunque desnudos, con un tronco que enrojecía a medida que se acercaba al firme. Un mar de ramas entre las que la luz se filtraba sin demasiado esfuerzo, inundando el ambiente en un manto de tonos cálidos en aquellos rincones donde las llamas más bravas se dejan ver por encima de la hojarasca, aún en la noche, en una como aquella en la que Isil permanecía oculta entre las nubes, parecía que el ocaso se había estancado en aquel paraje. Y pensar que aquel humano desvariado lo había dispuesto para enfrentarse a las bestias solo.
Desde allí, en el límite donde parecía abrirse un claro, alcanzaba a verse a varios metros de ellos una oquedad abierta bajo un cúmulo de rocas, tratándose, según aseguraba el caballero, del refugio de aquellos inmensos animales. Los restos de sangre no restaban veracidad a aquella afirmación, pues a pesar de haberse ido disipando el rastro entre la maleza, todo indicaba a que continuaban en aquella dirección. Asumieron entonces que Sorigan se encontraba en lo cierto, aquella sería su osera, no obstante, debían comprobar que darían con alguno en ella. La noche cerrada hacía disminuir sus probabilidades. Además de encontrarse en los momentos de mayor actividad para aquellas criaturas, había sido una velada en la que el bosque había presenciado presencia y movimiento, lo que se traducía en mayor posibilidad de dar con presas sustanciosas. Permanecieron inmóviles, a resguardo, siendo conscientes de que no podrían entrar a la ligera, menos sin saber lo que se encontrarían dentro. No obstante, el aparente respiro que parecía haberse tomado el Sir, después de mostrarse en calma y con la mente fría durante el camino, parecía ahora llegar a su límite. Sin apartar la vidriosa mirada de la entrada a la cueva, ansiosa e impregnada en deseo, apretaba con fuerza la empuñadura de su mandoble, pareciendo que en cualquier momento arrancaría en embestida contra el cubil. La elfa, adelantándose a tan descuidada azaña, sostuvo su brazo fiero y agudizó la vista para alcanzar a ver con mayor detalle el interior de la cóncava entrada, incrustada en el talud.1 No supo determinar si encontrar aquella cría de yorn despedazando lo que quedaba del dracónido fue suerte o desgracia, de lo que no cabía duda es que no tendrían una oportunidad como aquella de encontrar un ejemplar desprevenido.
1 Habilidad: Ojos de elfo
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Tenía que alejarse de ella cuanto antes. Había sido un error pedirle que lo acompañase. Su cercanía lo agradaba, y notaba que podía llegar a confiar plenamente en esa muchacha, pero sus instintos a flor de piel se habían descontrolado en el último día a causa de las heridas, la enfermedad y el maldito humano. Su sangre palpitaba a causa de las ganas de matar que lo arrastraban a obedecer a esa parte de sí mismo continuamente presa por la frialdad y la razón.
Se despediría de la elfa en cuanto estuviese a salvo fuera de la zona de caza de los Yorns. No podía estar más que solo, no hasta que consiguiese calmar sus peores instintos. Los hechos junto a Nayru y Fémur habían debilitado enormemente su autocontrol, y la necesidad de eliminar el Mal se había vuelto más y más acuciante. Su espada cantaba cuando era desenvainada una melodía aguda de tétricas notas cuyo leitmotiv eran gritos, dolor y muerte. Todo ello se unía a la posesión de esa Vara que aún de nada había servido. Sólo tras separarse de Aylizz y tomar un descanso en su propio hogar, pensaba, retomaría la búsqueda de objetos que, por vez primera, tenia opción a alcanzar. Sonrió mirando al cielo. Tal vez esa vez fuese capaz de no fracasar.
-Lo veo- mencionó a su compañera, captando la mirada que ella había dirigido al interior de la caverna. La facilidad de seguir el característico olor de la sangre de dragón había resultado determinante. Sorigan casi salivaba de puro placer, dispuesto a luchar contra un monstruo adulto que casi le había arrancado la vida. Estúpido inútil…
-Estás destrozado- advirtió el espadachín en un tono tremendamente serio, sin dignarse a echarle un vistazo- Espera aquí- ante la nítida reacción que iba a mostrar el humano, negándose de manera categórica, continuó con unas pocas y escogidas palabras- Es solo una cría. Si es suficiente para tus alardes de grandeza, puedes hacerlo tú- punzó con una sonrisa exenta de alegría, dando ya los primeros pasos en dirección a la entrada de la cueva.
Como esperaba, el Sir no le siguió, mascullando algo acerca de sus capacidades y de retos. El elfo se pasó una mano por el cabello, agradecido de separarse de él. Bien sabían los dioses que prefería matarlo a él que un animal aún en desarrollo. La necesidad prevalecía sobre la ética. Y cada segundo contaba. La presencia de sus progenitores era una sentencia de muerte en esos momentos.
Avanzó, habiéndose secado lo suficiente como para no sentir escalofríos por la humedad. El brebaje de la muchacha había resultado impresionante. El dolor había remitido hasta casi desaparecer. Sus conocimientos habían resultado vitales y encontraba estimulante pensar cuan lejos podría llegar si a tan corta edad ya poseía avanzadas habilidades. Habría merecido pulirlas con sosiego en un mundo en paz, tutelada por maestros capaces de sacar lo mejor de ella. En cambio, había nacido en un Sandorai débil, herido, y disperso. Un bosque cuya protección era confiada al pacifismo y no a la fortaleza.
La cría de Yorn abría con el pico profundas incisiones en el trozo de carne de dragón que le habían servido para alimentarse. Alzó la mirada, ladeando la cabeza, cuando el intruso se introdujo en su morada, sólo compartida por ella y los suyos. Dejó de prestar atención a los despojos del cadáver para interesarse en el elfo, que espada en mano, invadía denotando clara hostilidad el lugar.
Nousis la miró, y sus ojos grises le mostraron una criatura que no podía tener más que unos escasos meses. Su tamaño no superaba los setenta centímetros de largo, y no había desarrollado el característico plumaje de su especie, presentando un pelaje de tintes muy claros, por lo que sus grandes ojos ambarinos aún parecían mayores.
-Lo haré deprisa- prometió el elfo, perfectamente conocedor que la bestia no podría comprenderle. Continuó acercándose, y la cría de Yorn gruñó como advertencia. El elfo apenas mostraba sentimiento alguno. Detestaba hacer aquello, mas no estaba dispuesto a que Aylizz asesinase a una criatura como aquella, ni Sorigan, quien sin duda provocaría un espectáculo dantesco con el pobre animal. Ojalá hubiese habido otro modo.
El pequeño híbrido atacó, tratando de mostrarse lo más grande posible. Sus garras eran afiladas y su pico bien podía acabar con una persona. Sin embargo, no estaba acostumbrado a luchar, ni a cazar por sí mismo. El elfo lo miró entristecido, y esquivando un par de acometidas, fue capaz de colocarse encima y degollarla con velocidad. Un solo espasmo de nervios que enviaban las últimas órdenes de un cuerpo ya muerto le indicaron que había conseguido que sufriera lo menos posible.
-Lo siento, pequeño- musitó. Tomó el cuerpo de la criatura con ambos brazos de manera que no se desperdiciase sangre, que ya bañaba sus manos y salió al exterior. Intercambió una mirada de circunstancias con Aylizz y posó con delicadeza en el suelo al Yorn. Tras pedirles una cantimplora vacía, la llenó con el liquido vital del animal, antes de volver a llevarlo a su morada, sin dirigirles una palabra más. Sabía que si el humano hubiese profanado el cadáver en su ansia por embadurnarse de sangre, lo habría matado allí mismo.
-Ahora sólo tengo que encontrar a uno adulto y tomar su cabeza- explicó Sorigan.
-Vas a acompañarnos hasta que salgamos de la zona de caza- advirtió el espadachín, sin modular la voz- Luego es tu decisión volver aquí a morir. No me fío un ápice de ti. Si esto no es suficiente, morirás antes que nosotros.
Una carcajada fue la respuesta del supuesto caballero.
-¿Sabes? Empiezo a estar seguro de que nada tenéis que ver conmigo. Resulta interesante. Dejé en la ciudad incluso ofertas para que algunos desgraciados viniesen a “ayudarme y protegerme mientras me informaba” sobre los Yorns- volvió a reír a mandíbula batiente- Cebos para atraerlos a ésta zona mientras hacía lo que debía hacer. En cambio, habéis sido vosotros con quienes me he llegado a encontrar. Sois extraños sujetos, los elfos.
-¿Te he pedido tu historia personal, humano?- se envaró Nousis- Vámonos, tenemos que salir de aquí cuanto antes.
-¿Y si me niego?- preguntó, clavando su mandoble en tierra- Mi misión no ha terminado.
“MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO, MÁTALO” pedía su parte más oscura con la seguridad de un grupo de lobos despedazando un ciervo.
Estuvo a punto de dejarse llevar, incapaz de encontrar una razón de peso lo suficientemente fuerte para contrarrestarse. Hasta que se dio cuenta de algo que no había advertido a lo largo de todo el tiempo que llevaban junto al humano. Comprendió que no había sido solo la personalidad del caballero lo que le había repelido. Era ese olor, no fruto del sudor ni del miedo. Ya lo había sentido dos veces con anterioridad. No se había dado cuenta a causa del constante peligro y de su propia enfermedad. Era el olor de la muerte.
Miró a los ojos al humano. Y por vez primera, encontró sentido a todo.
-No voy a matar a alguien que ya se está muriendo.
El rostro de Sorigan se descompuso, y tardó varios momentos en ser capaz de componer una mueca y de ella, una sonrisa.
-Malditos seáis los elfos y vuestra hechicería- Nou negó lentamente con la cabeza.
-He conocido gente con tu mismo problema. He tardado demasiado en deducirlo. Nos vamos, Sorigan, haz lo que te plazca- puntualizó poniéndose en marcha. Haber averiguado aquello le había dado una perspectiva completamente diferente. Su errático comportamiento. Extrañamente, le había dado más confianza en sus indicaciones para escapar.
-Esto es lo que me queda- adujo el humano- Decidir yo mismo cómo morir.
Nousis no se giró, deteniéndose al escucharlo.
-¿Y no prefieres hacerlo tratando de matar a quienes te han llevado a acabar aquí?- inquirió, recordando sus palabras, antes de continuar andando. Estaba cansado, física y mentalmente- Vamos- dijo a Ayl. Pronto podrían dejar todo aquello atrás.
Nousis Indirel
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Agradeció en su fuero interno que Nousis tomase la iniciativa. Ella no habría podido hacerlo, no contra una cría indefensa, no con una criatura cuyo único pecado había sido existir y buscar alimento para seguir haciéndolo, y de haber dejado que Sorigan se encargase de ello el espectáculo habría sido más que desagradable, nada honorable por parte del caballero. Apartó la mirada cuando el elfo desangró al animal. Era curioso como, aún habiendo presenciado la muerte en más de una ocasión, aquella imagen hirió su sensibilidad. Humanos corruptos, seres de la noche con sed de sangre, trasgos y otras alimañas del averno, muertes merecidas y siempre para evitar la suya propia. Pero aquello… ¿Realmente había sido necesario? ¿No habría bastado con herirlo? No, bien sabía que de ser así el desenlace habría sido peor. No sólo habrían enfurecido a la bestia, sino que la infección de la lesión abierta habría propiciado una muerte aún más agónica y dolorosa.
Pudo advertir en la mirada del elfo al verlo cargar con el cuerpo inerte que para él tampoco era una situación agradable. Agarró la cantimplora cuando le fue ofrecida, los restos de sangre en las manos y ropajes del espadachín tras la matanza serían suficiente para cubrir su olor, mas ella debía hacer lo propio. Con mueca de evidente desagrado introdujo índice y corazón en la cantimplora, empapándose bien del líquido rojo intenso, caliente, denso, para después recorrer su rostro y sus brazos como si de pintar un lienzo se tratase. Devolverlo después al nido fue la mejor opción, evitaría que el olor de la carne atrajese a quién sabe qué otras criaturas moradoras del bosque llameante. Lo vió alejarse y salir de nuevo en apenas un par de minutos en los que no cruzó una palabra con el humano, ni siquiera cuando se reafirmó en su intención de dar caza a un ejemplar mayor que el que había sido sacrificado para que pudieran salir del territorio de esas criaturas. Tampoco intervino cuando Nousis lo puso en su lugar con palabras tan afiladas como su propia espada, no hasta que pareció dar con la clave de su errático y temerario comportamiento.
—¿De qué estás hablando?— cuestionó ella, en un susurro al espadachín en su lengua madre, cuando retomaron la marcha.
—Se muere— indicó con la mirada perdida en la lejanía —De ahí su comportamiento. Fui contratado por personas a las que les quedaban días de vida, que querían dejar algo atado, más de una vez. El olor es inconfundible. Como la sangre, el vino o la tierra tras la lluvia. No le queda mucho.
—Por los dioses Nou...— hizo una pausa antes de continuar, casi midiendo sus siguientes palabras, recordando aquella conversación diluida en licor de hacía tan solo un par de noches —En qué no has estado metido…
—Hay cosas que es mejor guardarse para uno mismo...— afirmó tras un suspiro y perdiendo su mirada más allá de los ojos de la elfa.
—Mer ce na rio— bromeó regodeándose, acercándose a él un poco más en cada sílaba, hasta mirarlo divertida desde la altura de su hombro.
—Si con lo que sabes y has visto sobre mí, te diriges a mí por esa palabra, es que en todo lo que hemos vivido nunca has abierto los ojos.— sentenció entonces, parando en seco y mirándola directamente, visiblemente molesto —Salgamos de aquí.— terminó, retomando el paso.
Su sonrisa se borró de un plumazo al recibir tal contestación, sintiendo una punzada en el pecho ante la inesperada acusación. ¿Acaso no había advertido el tono de chanza en su expresión? Elfo estirado pensó para sí, torciendo el gesto, continuando la marcha ahora ligeramente atrasada. No obstante, lejos de sentirse ofendida, se castigó mentalmente por su desafortunado comentario. Tan sólo pretendía limar asperezas, rebajar la intensidad de los pensamientos de Nousis, que en su rostro reflejaban vivencias poco apacibles. Pero tenía razón, en el tiempo que lo había conocido ya debería haber aprendido que en su frialdad y su distancia no había cabida para las distensiones o acercamientos de aquel tipo. Aunque pensándolo bien, decir que lo conocía era afirmar demasiado...
No tuvo mucho más tiempo para divagar sobre hasta qué punto sabía algo sobre el elfo o cuánto habría confiado en él a ciegas, pues de entre los árboles llegaron a ellos nuevas señales de alerta. No tardaron en descubrir una pareja de yorns que, aparentemente en calma, intercambiaban bramidos y gesticulaciones. Agazapados, tratando de permanecer fuera de su vista, aguardaron en silencio para tomarse un instante y decidir cómo actuar, por dónde continuar y comprobar de paso si la indicación de Sorigan funcionaba o, por el contrario, aquella cría había dado su vida por nada. Unos minutos bastaron para dar cuenta de que el tinte en su piel, ya hecho costra, parecía el ungüento perfecto para hacerles pasar desapercibidos. Loco y moribundo, el humano parecía tener todavía algunas ideas lúcidas. Escasas. Casi milagrosas. O al menos eso dejó claro cuando, sin tiempo para que los elfos reaccionaran, salió de su escondite para abalanzarse, mandoble en mano, sobre las criaturas. Ellos no lo siguieron, ni siquiera amagaron en intentar frenarlo, tampoco tuvieron tiempo. Se limitaron a cruzar una mirada cómplice, pudiendo leerse el pensamiento. Habían comprobado que su camuflaje funcionaba y ya no distaban de los límites de los territorios de las bestias, y aquel hombre tenía un objetivo claro que lo impulsaba irracionalmente a conseguirlo pese a perder la vida en el intento. Quién eran ellos para pararlo, ¿por qué deberían de hacerlo? No lo necesitaban y no pondrían la vida en peligro inútilmente, no de nuevo, no por alguien que no haría lo mismo a la inversa, es más, él mismo había relatado que los usaría de cebo de ser necesario.
Nousis encabezó la huida, Aylizz no dudó un instante en seguirlo, no obstante miró hacia atrás una última vez. El Sir había logrado esquivar varios zarpazos, incluso había alcanzado a herir una de las patas del más menudo, aun así se encontraba acorralado contra un árbol, con escasas fuerzas para mantener el tipo. Jadeante, se encontró con la mirada de la elfa, que tras un suspiro de resignación accedió sin cruzar palabra a ayudarlo una última vez, haciendo caer una de las ramas entre él y las amenazas, brindándole así una única e ínfima oportunidad para escapar. El caballero, que pareció recobrar la cordura en aquel instante, arrepentirse de su imprudente impulso o, quién sabe, verse invadido por el miedo que tanto había alardeado no conocer, optó por aferrarse a aquella baza y finalmente arrancó a la carrera tras ellos, logrando dar esquinazo a ambos seres. Al poco, en la lejanía y cuando la claridad de una nueva aurora comenzaba a asomar en el horizonte vislumbraron, por fin, un claro que parecía abrirse hacia el final del bosque. Tras un día y una noche entre bestias habían logrado abandonar el corazón llameante y salvaje de Midgar. Tan sólo unos metros más y podrían dejar a su suerte al caballero obcecado en morir cazado, tratando de ser él cazador.
—¡Sorigan, maldito inútil, se te acabó el tiempo!
Una voz desconocida se hizo sonar entonces al final del sendero, ciertamente amenazante aunque con resquicios de mofa en sus palabras.
—¡Nos ha visto!
—Si, mantén la calma.
—Pero no se mueve, ¿por qué no trata de huir?
—No puede, está herido.
—Espera, ¿qué haces? Por qué…
—Sufre demasiado, sabe que morirá pronto. Sólo ayudo a que lo haga en paz.
—Pero…
—Mira la herida, la piel necrosada alrededor, no hay remedio posible. Una trampa furtiva, querrían un macho para hacerse con la cornamenta y esta hembra no les vale.
—¿Y entonces?
—Nos la llevaremos, es un buen ejemplar. Al menos que su muerte no sea en vano.
—Pero…
—Escúchame Aylizz, esto no es cazar, es asesinar. Todo animal merece respeto, todo ser debe morir con dignidad. Lo entiendes, ¿verdad?
—Si, padre.
—Si, mantén la calma.
—Pero no se mueve, ¿por qué no trata de huir?
—No puede, está herido.
—Espera, ¿qué haces? Por qué…
—Sufre demasiado, sabe que morirá pronto. Sólo ayudo a que lo haga en paz.
—Pero…
—Mira la herida, la piel necrosada alrededor, no hay remedio posible. Una trampa furtiva, querrían un macho para hacerse con la cornamenta y esta hembra no les vale.
—¿Y entonces?
—Nos la llevaremos, es un buen ejemplar. Al menos que su muerte no sea en vano.
—Pero…
—Escúchame Aylizz, esto no es cazar, es asesinar. Todo animal merece respeto, todo ser debe morir con dignidad. Lo entiendes, ¿verdad?
—Si, padre.
Pudo advertir en la mirada del elfo al verlo cargar con el cuerpo inerte que para él tampoco era una situación agradable. Agarró la cantimplora cuando le fue ofrecida, los restos de sangre en las manos y ropajes del espadachín tras la matanza serían suficiente para cubrir su olor, mas ella debía hacer lo propio. Con mueca de evidente desagrado introdujo índice y corazón en la cantimplora, empapándose bien del líquido rojo intenso, caliente, denso, para después recorrer su rostro y sus brazos como si de pintar un lienzo se tratase. Devolverlo después al nido fue la mejor opción, evitaría que el olor de la carne atrajese a quién sabe qué otras criaturas moradoras del bosque llameante. Lo vió alejarse y salir de nuevo en apenas un par de minutos en los que no cruzó una palabra con el humano, ni siquiera cuando se reafirmó en su intención de dar caza a un ejemplar mayor que el que había sido sacrificado para que pudieran salir del territorio de esas criaturas. Tampoco intervino cuando Nousis lo puso en su lugar con palabras tan afiladas como su propia espada, no hasta que pareció dar con la clave de su errático y temerario comportamiento.
—¿De qué estás hablando?— cuestionó ella, en un susurro al espadachín en su lengua madre, cuando retomaron la marcha.
—Se muere— indicó con la mirada perdida en la lejanía —De ahí su comportamiento. Fui contratado por personas a las que les quedaban días de vida, que querían dejar algo atado, más de una vez. El olor es inconfundible. Como la sangre, el vino o la tierra tras la lluvia. No le queda mucho.
—Por los dioses Nou...— hizo una pausa antes de continuar, casi midiendo sus siguientes palabras, recordando aquella conversación diluida en licor de hacía tan solo un par de noches —En qué no has estado metido…
—Hay cosas que es mejor guardarse para uno mismo...— afirmó tras un suspiro y perdiendo su mirada más allá de los ojos de la elfa.
—Mer ce na rio— bromeó regodeándose, acercándose a él un poco más en cada sílaba, hasta mirarlo divertida desde la altura de su hombro.
—Si con lo que sabes y has visto sobre mí, te diriges a mí por esa palabra, es que en todo lo que hemos vivido nunca has abierto los ojos.— sentenció entonces, parando en seco y mirándola directamente, visiblemente molesto —Salgamos de aquí.— terminó, retomando el paso.
Su sonrisa se borró de un plumazo al recibir tal contestación, sintiendo una punzada en el pecho ante la inesperada acusación. ¿Acaso no había advertido el tono de chanza en su expresión? Elfo estirado pensó para sí, torciendo el gesto, continuando la marcha ahora ligeramente atrasada. No obstante, lejos de sentirse ofendida, se castigó mentalmente por su desafortunado comentario. Tan sólo pretendía limar asperezas, rebajar la intensidad de los pensamientos de Nousis, que en su rostro reflejaban vivencias poco apacibles. Pero tenía razón, en el tiempo que lo había conocido ya debería haber aprendido que en su frialdad y su distancia no había cabida para las distensiones o acercamientos de aquel tipo. Aunque pensándolo bien, decir que lo conocía era afirmar demasiado...
No tuvo mucho más tiempo para divagar sobre hasta qué punto sabía algo sobre el elfo o cuánto habría confiado en él a ciegas, pues de entre los árboles llegaron a ellos nuevas señales de alerta. No tardaron en descubrir una pareja de yorns que, aparentemente en calma, intercambiaban bramidos y gesticulaciones. Agazapados, tratando de permanecer fuera de su vista, aguardaron en silencio para tomarse un instante y decidir cómo actuar, por dónde continuar y comprobar de paso si la indicación de Sorigan funcionaba o, por el contrario, aquella cría había dado su vida por nada. Unos minutos bastaron para dar cuenta de que el tinte en su piel, ya hecho costra, parecía el ungüento perfecto para hacerles pasar desapercibidos. Loco y moribundo, el humano parecía tener todavía algunas ideas lúcidas. Escasas. Casi milagrosas. O al menos eso dejó claro cuando, sin tiempo para que los elfos reaccionaran, salió de su escondite para abalanzarse, mandoble en mano, sobre las criaturas. Ellos no lo siguieron, ni siquiera amagaron en intentar frenarlo, tampoco tuvieron tiempo. Se limitaron a cruzar una mirada cómplice, pudiendo leerse el pensamiento. Habían comprobado que su camuflaje funcionaba y ya no distaban de los límites de los territorios de las bestias, y aquel hombre tenía un objetivo claro que lo impulsaba irracionalmente a conseguirlo pese a perder la vida en el intento. Quién eran ellos para pararlo, ¿por qué deberían de hacerlo? No lo necesitaban y no pondrían la vida en peligro inútilmente, no de nuevo, no por alguien que no haría lo mismo a la inversa, es más, él mismo había relatado que los usaría de cebo de ser necesario.
Nousis encabezó la huida, Aylizz no dudó un instante en seguirlo, no obstante miró hacia atrás una última vez. El Sir había logrado esquivar varios zarpazos, incluso había alcanzado a herir una de las patas del más menudo, aun así se encontraba acorralado contra un árbol, con escasas fuerzas para mantener el tipo. Jadeante, se encontró con la mirada de la elfa, que tras un suspiro de resignación accedió sin cruzar palabra a ayudarlo una última vez, haciendo caer una de las ramas entre él y las amenazas, brindándole así una única e ínfima oportunidad para escapar. El caballero, que pareció recobrar la cordura en aquel instante, arrepentirse de su imprudente impulso o, quién sabe, verse invadido por el miedo que tanto había alardeado no conocer, optó por aferrarse a aquella baza y finalmente arrancó a la carrera tras ellos, logrando dar esquinazo a ambos seres. Al poco, en la lejanía y cuando la claridad de una nueva aurora comenzaba a asomar en el horizonte vislumbraron, por fin, un claro que parecía abrirse hacia el final del bosque. Tras un día y una noche entre bestias habían logrado abandonar el corazón llameante y salvaje de Midgar. Tan sólo unos metros más y podrían dejar a su suerte al caballero obcecado en morir cazado, tratando de ser él cazador.
—¡Sorigan, maldito inútil, se te acabó el tiempo!
Una voz desconocida se hizo sonar entonces al final del sendero, ciertamente amenazante aunque con resquicios de mofa en sus palabras.
Aylizz Wendell
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Re: Vida salvaje (Nousis) [trabajo]
Tan sólo un día y una noche, pero se habían sentido como si hubieran transcurrido meses. La fiebre, la debilidad, la enfermedad… sólo las sentía ya como un suave hormigueo casi imperceptible. La estupidez del humano, por el contrario, ensuciaba el aire a su alrededor y envenenaba su moral. El olor de la sangre de la cría Yorn le recordó nítidamente el suelo de aquella mansión. Tuvo que detenerse un instante, con los ojos extremadamente abiertos, al notar un acceso que casi le impidió respirar. Usó toda su fuerza de voluntad para inhalar con normalidad. Sorigan y Ayl iban detrás de él, en un extraño silencio. No podía mostrar debilidad, nunca era una buena opción.
Nada le importaba la historia del caballero. Aún estaba por probar que pudiesen escapar a través por las indicaciones. Y la oscuridad que residía en el elfo paladeaba la posibilidad que hubiese mentido. Que Nou hubiese asesinado a una cría inocente sin el menor motivo. Sorigan podría comenzar sus rezos. No habría tiempo que llegasen a sus dioses.
Observó a Aylizz con calma, dibujada de manera similar a los tatuajes que su raza utilizaba en puntuales ocasiones. La cueva había resultado un agradable interludio entre tantos actos donde sus armas llevaron el peso de las conversaciones con bandidos, sectarios, trasgos o dragones. La varita, recuerdo de la vampiresa, aún continuaba escondida entre sus pertenencias, y llegó a la conclusión de que era preferible separarse de la muchacha cuanto antes. Tomaría el camino opuesto al que ella decidiese seguir. Estaría mucho mejor sin él. Echar de menos su compañía no tenía fuerza alguna contra mantenerla a salvo. Los pasos del espadachín siempre resultaban en jugarse la vida a fin de llevar a cabo su misión, ella merecía más sosiego.
Inmerso en sus pensamientos, tardó en comprender que los consejos del humano habían funcionado. La impresión de la vista de dos Yorns adulto casi llegó a paralizarlo, con el fresco recuerdo de la carrera para salvar la vida. Sus músculos se tensaron para fiar la salud a la respuesta de sus piernas, hasta que dilucidó que no sería esa vez.
Y Sorigan le hizo sonreír. Una sonrisa tenebrosa, malévola, sádica, acompañaba de unos ojos grises fijos en la espalda del caballero para no perderse un detalle. Sólo al notar la mirada de la elfa en él, pudo volver en sí desde ese pozo donde la luz apenas llegaba, intercambiando con ella una mirada totalmente diferente. Era verdad. Tenían que escapar de allí cuanto antes. La muerte de un imbécil no era motivo de peso para jugársela de aquel modo. Con un simple gesto, le dio a entender que debían proseguir.
Sin embargo, dadas las vivencias de las últimas horas, nunca hubiera esperado que el humano les siguiese después de intentar su enésimo sin sentido. A los labios de Nou llegaron una infinidad de blasfemias que supo contener, rezando para que una oportuna rama hiciese trastabillar al caballero y los monstruos pudiesen darle un final adecuado a su majadería. No tuvo suerte en ello.
-Todo un valiente- picó el elfo con una media sonrisa llena de desprecio y arrogancia, cuando su espíritu se halló henchido al conseguir dejar atrás el gran bosque de Midgar, y esas fuerzas de la naturaleza con garras y ojos ambarinos. Por una vez, su oyente no entró a la discusión. Su semblante mostraba irritación, pero también un punto de vergüenza y aún así, desafío.
-Vosotros sois los cobardes. Podríamos haber eliminado a esas bestias- el hijo de Sandorai no se dignó en aminorar el paso antes de responder.
-¿Necesitabas a los cebos?- inquirió con malicia- Los dioses no van a ayudarte para satisfacer tu propia estima.
Pero la conversación murió abruptamente. Tres árboles para llegar al camino principal, era cuanto les separaba, cansados, manchados de sangre y deseosos de descansar. Nou ladeó la cabeza al escuchar la mención al caballero, y con un suspiro, sacó su espada. Su paciencia había muerto en la foresta, y no se fiaba, en absoluto, de unos desconocidos esperando al salir de la zona de caza Yorn. Menos aún si conocían al desgraciado de Sorigan.
Sus ojos fueron pasando uno por uno por los cinco individuos que componían el armado grupo. Precisó un segundo vistazo para darse cuenta que detrás de éstos, atado de manos y sujeto al cuello por una correa, un joven miraba a todos con abierta hostilidad. La vestimenta de sus captores resultaba desconcertante, compuesta por prendas de buena calidad, pero estropeadas por el paso del tiempo, como si hubieran visto temporadas mejores. Incluso sus armas eran caras, afiladas y bruñidas. Uno de ellos se adelantó, brazos en jarras, con el aburrimiento pintado en la expresión de las cejas.
-De modo que has fracasado. De nuevo- Sorigan apretó los labios y se adelantó.
-¡Esos carteles no me enviaron ayuda! ¿O éstos dos son cosa vuestra?- señaló a Nou y Ayl.
-¿Nuestra? -Rió el hombre- Tú eras quien debía conseguirlo para enmendar las muertes de Annara y Ferand. Supongo que es turno de cumplir mi promesa. Matad al chico.
Ni el cansancio, ni todo lo ocurrido resultaban suficientes para ser capaz de tambalear sus principios. Permitir algo así era completamente impensable para él, que no representaba otra cosa que al Bien más puro. Mas no llegó a tiempo.
La espada se hundió en el torso del muchacho, quien cayó hacia atrás, con la sangre manando de la herida y la garganta. No había llegado a ocurrir, cuando el elfo ya había hecho lo propio con el humano más cercano. La sensación de felicidad, de calma, de hambre saciada fue tan tremenda que le hizo hormiguear el cuerpo. El resto sacó sus armas, dispuestos a dar cuenta de todos los presentes y el sonido del acero cantó a siete voces.
Aún no recuperado, el mandoble de Sorigan rompió la clavícula a uno de los enemigos, al tiempo que la magia de Ayl facilitaba enormemente la tarea al filo élfico de su compañero de raza. Sólo cuando el último de los atacantes fue reducido, el caballero se acercó al muchacho, ya inerte por la profunda herida recibida. Por alguna razón, Nou se detuvo, envainando la espada. La muerte merecía cierto respeto. El cazador se puso en pie, girándose hacia ellos.
-Era mi sobrino- explicó, mirando al cielo un instante. La pregunta muda brillaba en los ojos de los elfos, y Sorigan prosiguió- Nos dedicábamos a estafar a pueblos y aldeas, tras haber tenido la fortuna de encontrar buenas armas y armaduras dos años atrás, de un destacamento que había muerto envenenado cerca de Vulwulfar- apenas parecían pesarle los recuerdos. Si no feliz, sí mostraba paz en el rostro- Pero unas semanas atrás, dos compañeros fueron capturados y colgados. Me echaron la culpa de ello, y para compensar las pérdidas, debía conseguir algo de un valor superior. Un cadáver de Yorn es una mina de oro, pues entrar en su zona de caza es un suicidio.
Nou torció el gesto. No cabía duda alguna. Y el humano le dirigió unas palabras que jamás habría esperado.
-Ser capaz de detectar mi enfermedad solo por el olor… fue increíble, elfo.
Nou miró a Ayl. Por fin estaban a salvo. Y su mirada se encontró con la del estafador.
-Mentí- sonrió con maldad, sin que sus ojos participasen en ello- Y tuve suerte. Adiós, humano.
Y dejaron a Sorigan allí, con la sorpresa pintada en la cara, y el cadáver de su familiar apenas a dos pasos de él. No volvieron a mirar atrás.
__________________________________
OFF: recuento de problemas a lo largo del trabajo:
1) Una joven Yorn ataca a Sorigan - Post 5
2) Los hombres-bestia les arrebatan la planta - Post 10
3) Nousis enferma - Post 10
4) Aparecen los antiguos compañeros de Sorigan - Post 19
Nousis Indirel
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