La sangre del sueño
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La sangre del sueño
Era mejor no pensar en ello. Casi no podía soportarlo. El mero hecho de acercar su propia mano al estómago… Un escalofrío le hizo temblar, y despertó envuelto en sudores fríos como si se hubiera encontrado cayendo por un precipicio.
Una rápida mirada le recordó que tan sólo se hallaba sentado en un mullido sillón. El libro que sostenía en las manos había caído al suelo, doblándose algunas de las páginas. “Ha debido ocurrir al quedarme dormido” se dijo, mas no se levantó, observando el techo unos minutos, casi como si estuviera en trance. Aquello era a lo que dedicaba casi todo su tiempo tras volver al hogar. Libros, entrenamiento en el bosque, libros, paseos ocasionales, y aún más libros.
Había esquivado a Daldiev desde que había llegado, sintiéndose incapaz de mantener una conversación lógica acerca de lo ocurrido en Hermfith. Si había sucedido, no tenía respuesta a cómo había sobrevivido. Si no había sucedido, algo le había inducido a una alucinación o sueño que esperaba nunca más repetir. Nadie desea sumar fracasos incluso en el mundo onírico. Fue algo no obstante demasiado real.
Sólo le quedaba volver a la senda primigenia. El esquema que le llevaba a actuar fuera de Sandorai. Estudio, viaje, recuperación. Bucear en el mar de información antigua hasta hallar datos lo más sólidos posibles sobre algún arma o poder antiguo. Llegar hasta allí, superando o sorteando los peligros, si le era élficamente posible. Y regresar con el objeto que mitos, leyendas o la propia historia de su pueblo le habían mostrado.
Nou sonrió apenado, sin apartar los ojos de la parte superior de la estancia. Nunca había tenido éxito. Tal vez, nunca lo tuviese. Y no obstante, era incapaz de cejar en el empeño. Acostumbrado al triunfo intelectual, a los progresos marciales aún pese a las derrotas que se vio obligado a soportar, no podía abandonar una misión en la que creía ciegamente. Cabía dentro de lo posible que todo se resumiese en volver a los inicios, a las historias que creía conocer palabra por palabra, antes de reevaluar lo contenido en los gruesos volúmenes que se encontraban más alejados de él. Comenzaría por los libros de su propio hogar. Por milésima vez.
“Historia de la III guerra de la magia”, leía en el lomo de los manuales, tan acariciados que ya habían perdido parte de su color. “Relación de los vestigios antiguos en el occidente de Sandorai”, “El camino de Andh Iunen. Auge y caída de la fortaleza plateada”, “Un nuevo hogar. De los años de las lágrimas”, “Genealogía de los Indirel e historia de Folnaien”, “Tribus y aldeas de la costa sur” …
El Elfo apretó los párpados, antes de recoger torpemente el escrito que había llegado al suelo debido al sueño. Apenas se había permitido descansar desde que había llegado, febril en su insistencia de una nueva luz, un nuevo rumor o pista que seguir. No le interesaban los tesoros, ni le emocionaba descubrir la Antigüedad sobre el terreno, aún gustándole encontrarla en las páginas de los textos que casi conocía de memoria. Era muy sencillo. Alguien tenía que preocuparse por el destino de los suyos.
“Recuerdos de cuanto hemos abandonado”
Nou era incapaz de enumerar las veces que se había dormido siendo un niño con sus páginas encima de la cama e ideas acerca de los grandes héroes de antaño levitando dentro de sí. Thaldis, Aldreis, Vírislan, Marannea… Incluso en sus derrotas, sólo podía evocar grandeza. Habían tratado de proteger a los suyos y ahora , siglos después, él mismo conocía sus nombres. Inmortales.
Era un regalo, algo sencillo que le impidiese olvidar el legado de su pueblo, y le incitase a seguirlo. Y él, que siempre se enorgullecía de la rapidez que mostraba para aprender, se había negado desde el primer momento a leer en alta voz, desde la más tierna infancia. En ese momento pese ello, sintió que quería sentir aquellos nombres expresados por sí mismo. Tal vez, no hacía otra cosa que recordarle a su infancia que todavía estaba allí, que aún luchaba por los mismos sueños que le habían empujado casi nueve décadas.
“…Y los cuatro, derrotados, lo ocultaron, antes de volver a enfrentar al gran enemigo. Quienes cayeron allí, cerraron con su sangre el lugar, ocultándolo, tal vez para siempre, quizá un camino sin retorno. Todo quedaría en manos de aquellos que llegasen después… Si era posible”
La expresión del elfo se hizo tierna, agradable.
Antes de sentir que perdía por completo el equilibrio. Y cayendo de nuevo en el sillón, sus pensamientos se adentraron en un maremágnum que nunca alcanzó a comprender. Sólo cuando se detuvo, experimentó una sensación donde apenas notaba su corporeidad, y el temor y la falta de entendimiento casi le hicieron entrar en auténtico pánico.
Sólo la sorpresa hizo que sus pulsaciones se redujeran. O tal vez, directamente fuesen detenidas.
No estaba solo. Y no sería, en absoluto la única ni la última sorpresa de aquel extraño viaje.
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño
No hay ninguna amenaza a la vista, pero el corazón se aceleraba, la respiración se hacía dificultosa y aumentaba la sensación de falta de oxígeno. Súbitamente y sin razón alguna, uno se siente aterrorizado, hasta que la oscuridad deja un resquicio para que pueda ver algo de todo aquello.
- ¡Suéltame!
- ..
- ¡¿Estabas esperándome?!
- ...
- ¡Déjame caer ya o déjame ir!
Llovía mucho, muy fuerte, y estábamos allí fuera matándonos, en un desierto eterno en el que no alcanzaba la vista a algo que no fuera arena. Solo nos iluminaba la luna y nosotros solo hacíamos que revolcarnos entre millones de granos de arena, aunque llovía, aunque estábamos matándonos con todas nuestras fuerzas, dejándonos caer en el mayor de nuestros disgustos, fundiéndonos en nosotros otra vez. Y yo quería escaparme en ti, y tu morirte en mí otra vez, pero era imposible escapar de aquel bucle, también me veía mirándonos en aquel cielo que no podía alcanzar, en donde el único reflejo que dejaba entrever la oscuridad misma de la noche, eran las estrellas de aquel cielo silencioso. Y si miraba abajo me veía allí tumbado, con un brazo por detrás de la cabeza y el otro con la mano en el corazón, lo veía como difuso y lo escuchaba llorar, lo oía gritar, no quería escucharte gritar en mí inmenso vacío.
Se había hecho de día, y fue entonces cuando se abrió una entrada en una de las dunas, la vi salir de la arena, lo pude ver mientras seguíamos matándonos, conseguí soltarme y corrí hacía allí con todas mis fuerzas pero no avanzaba lo suficiente. Solo quería escapar, parecía que había estado matándonos durante décadas, pero no avanzaba, era como si me pesaran los pies como plomo, como si corriéramos hacía atrás, así que salté con todas mis fuerzas, lo suficiente para llegar a entrar por aquella entrada sin tener que volver a pisar la arena.
Miré atrás y no te pude ver, me sacudí la arena y entré dentro, caminé por un pasillo eterno que apenas duró unos segundo hasta que encontré una puerta abierta, me asomé y pude ver aquella sala, nunca había estado allí pero me resultaba muy familiar. En la sala estaba todo lleno de hilos y podía ver a quien pertenecía cada uno de aquellos hilos solo con tocarlos, era como si tuvieran una vida atada a ellos, sus nombres y recuerdos, parecía como si pudiera controlar cuando desconectarles o borrarles recuerdos a mi libre albedrío, aunque no podía verles las caras, solo le veía un rostro borroso. Los hilos acababan como en unas especies de torres, pero no acababa de entender que era aquello.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Busqué mi hilo, pero no lo encontré, aquello era eterno, detrás de una torre encontraba otra y así posiblemente había miles o quizás más, me invadía una sensación de agobio que nunca había sentido, pero quería encontrarlo para recuperar mis recuerdo, lo deseaba con todas mis fuerzas. Me apoyé en una de las paredes y suspiré, en el techo me di cuenta que colgaban jaulas de pájaro vacías, era una escena tétrica, ¿Qué hacían allí?. Me enfadé y golpeé la pared con todas mis fuerzas, lo suficiente para hacer un agujero en aquella pared, sorprendido me agaché y miré a través del agujero, no podía entrar porque no era lo suficientemente grande para poder colarme, pero podía ver que había al otro lado. Podía ver un muelle y la inmensidad del océano, como antes veíamos la inmensidad del desierto, solo que ahora me invadía un vacío mucho más grande, una oscuridad que siempre acaba arrastrándome allí.
Alguien golpeó la puerta con dos golpes sutiles, extrañado dejé de mirar por aquel agujero y me levanté, me acerqué para abrir y entonces pude ver a aquel elfo, aquel elfo que parecía tan extrañado, como yo mismo, de encontrarme allí, ¿es posible que lo hubiera conocido y ahora no lo pudiera recordar? - ¿Quién eres.... donde estamos...?. Me preguntó.
- ¿Quien eres tu? Que eres el que ha llamada a la puerta.
El elfo parece no entender nada. Me mira entonces con los ojos muy abiertos , como si de repente lo entendiese todo. Su rostro parece solemne... o incluso podría decir que mínimamente triste al hablar - Vamos a necesitarte. Isla Tortuga. Doce días desde hoy... -indica en un tono diferente - No sé a quien perteneces, pero si estoy aquí, tienes un papel en esta historia... Doce días- repite antes de desaparecer.
Me desperté de golpe y salté del colchón de un bote, ¿Qué demonios había sido aquello?, ¿Quién era ese elfo?, ¿Isla Tortuga? Allí estaba de pie, mirando la cama como si fuera la culpable de aquel suceso, fui hasta la pila y me refresqué la nuca, no entendía bien que había sucedido. ¿Era solo un sueño? Parecía tan real... Pero, ¿Y si solo había sido eso, un sueño? Me senté de nuevo en el colchón, estaba confundido, ¿Isla Tortuga? Quizás... Busqué debajo de la cama y saqué el saco de viaje, solo por si acaso. Aleluya.
- ¡Suéltame!
- ..
- ¡¿Estabas esperándome?!
- ...
- ¡Déjame caer ya o déjame ir!
Llovía mucho, muy fuerte, y estábamos allí fuera matándonos, en un desierto eterno en el que no alcanzaba la vista a algo que no fuera arena. Solo nos iluminaba la luna y nosotros solo hacíamos que revolcarnos entre millones de granos de arena, aunque llovía, aunque estábamos matándonos con todas nuestras fuerzas, dejándonos caer en el mayor de nuestros disgustos, fundiéndonos en nosotros otra vez. Y yo quería escaparme en ti, y tu morirte en mí otra vez, pero era imposible escapar de aquel bucle, también me veía mirándonos en aquel cielo que no podía alcanzar, en donde el único reflejo que dejaba entrever la oscuridad misma de la noche, eran las estrellas de aquel cielo silencioso. Y si miraba abajo me veía allí tumbado, con un brazo por detrás de la cabeza y el otro con la mano en el corazón, lo veía como difuso y lo escuchaba llorar, lo oía gritar, no quería escucharte gritar en mí inmenso vacío.
Se había hecho de día, y fue entonces cuando se abrió una entrada en una de las dunas, la vi salir de la arena, lo pude ver mientras seguíamos matándonos, conseguí soltarme y corrí hacía allí con todas mis fuerzas pero no avanzaba lo suficiente. Solo quería escapar, parecía que había estado matándonos durante décadas, pero no avanzaba, era como si me pesaran los pies como plomo, como si corriéramos hacía atrás, así que salté con todas mis fuerzas, lo suficiente para llegar a entrar por aquella entrada sin tener que volver a pisar la arena.
Miré atrás y no te pude ver, me sacudí la arena y entré dentro, caminé por un pasillo eterno que apenas duró unos segundo hasta que encontré una puerta abierta, me asomé y pude ver aquella sala, nunca había estado allí pero me resultaba muy familiar. En la sala estaba todo lleno de hilos y podía ver a quien pertenecía cada uno de aquellos hilos solo con tocarlos, era como si tuvieran una vida atada a ellos, sus nombres y recuerdos, parecía como si pudiera controlar cuando desconectarles o borrarles recuerdos a mi libre albedrío, aunque no podía verles las caras, solo le veía un rostro borroso. Los hilos acababan como en unas especies de torres, pero no acababa de entender que era aquello.
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Busqué mi hilo, pero no lo encontré, aquello era eterno, detrás de una torre encontraba otra y así posiblemente había miles o quizás más, me invadía una sensación de agobio que nunca había sentido, pero quería encontrarlo para recuperar mis recuerdo, lo deseaba con todas mis fuerzas. Me apoyé en una de las paredes y suspiré, en el techo me di cuenta que colgaban jaulas de pájaro vacías, era una escena tétrica, ¿Qué hacían allí?. Me enfadé y golpeé la pared con todas mis fuerzas, lo suficiente para hacer un agujero en aquella pared, sorprendido me agaché y miré a través del agujero, no podía entrar porque no era lo suficientemente grande para poder colarme, pero podía ver que había al otro lado. Podía ver un muelle y la inmensidad del océano, como antes veíamos la inmensidad del desierto, solo que ahora me invadía un vacío mucho más grande, una oscuridad que siempre acaba arrastrándome allí.
Alguien golpeó la puerta con dos golpes sutiles, extrañado dejé de mirar por aquel agujero y me levanté, me acerqué para abrir y entonces pude ver a aquel elfo, aquel elfo que parecía tan extrañado, como yo mismo, de encontrarme allí, ¿es posible que lo hubiera conocido y ahora no lo pudiera recordar? - ¿Quién eres.... donde estamos...?. Me preguntó.
- ¿Quien eres tu? Que eres el que ha llamada a la puerta.
El elfo parece no entender nada. Me mira entonces con los ojos muy abiertos , como si de repente lo entendiese todo. Su rostro parece solemne... o incluso podría decir que mínimamente triste al hablar - Vamos a necesitarte. Isla Tortuga. Doce días desde hoy... -indica en un tono diferente - No sé a quien perteneces, pero si estoy aquí, tienes un papel en esta historia... Doce días- repite antes de desaparecer.
Me desperté de golpe y salté del colchón de un bote, ¿Qué demonios había sido aquello?, ¿Quién era ese elfo?, ¿Isla Tortuga? Allí estaba de pie, mirando la cama como si fuera la culpable de aquel suceso, fui hasta la pila y me refresqué la nuca, no entendía bien que había sucedido. ¿Era solo un sueño? Parecía tan real... Pero, ¿Y si solo había sido eso, un sueño? Me senté de nuevo en el colchón, estaba confundido, ¿Isla Tortuga? Quizás... Busqué debajo de la cama y saqué el saco de viaje, solo por si acaso. Aleluya.
Damian Noor
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Re: La sangre del sueño
Aquella mañana despertó pronto, más de lo que hubiera querido la noche anterior al irse a dormir. Sería un día largo, que acabaría en una noche aun más larga. A pesar de ello, su cabeza estaba demasiado agitada como para dormir más tiempo. En realidad no era tan temprano, haría ya más de una hora desde que había amanecido, pero la casa permanecía en silencio, nadie se había puesto todavía en pie. Se volvió hacia la ventana, aun recostada, resoplando con dejadez, renegando de la jornada que la esperaba. A los pocos minutos comenzó a escuchar movimiento en la cocina y terminó de convencerse para ponerse en pie.
-No te esperaba tan temprano- Una sonrisa la recibió escaleras abajo, sosteniendo una tetera de acero forjado con agua hervida.
-Si... Bueno, no podía dormir.- Se dispuso sobre la mesa lo necesario para tomar un desayuno, aunque con el estómago cerrado, ni siquiera los panecillos de miel que terminaban de cocerse en la lumbre la hacían salivar. Se limitó a llenar un pequeño cuenco de madera con arándanos y a servirse una infusión recién hecha.
-¿Nerviosa por lo de hoy?- La tierna caricia en su pelo la reconfortó un instante, la sensación cálida de su mano deslizándose por el cabello se fundía con los ligeros rayos de sol que se filtraban a través del cristal sobre la encimera.
-¿Por qué? No soy yo la que va a comprometerse.
Antes de haber acabado lo servido, se retiró de la mesa. Caminaba con la habitual desgana que tiene el cuerpo al comienzo de cada día y la mente ciertamente difusa, ¿vacía? En el instante en que pasó frente a la puerta principal, alguien llamó con energía. Tres golpes firmes acompañados de una voz alegre que se presentaba tras la pared de buena mañana. Torció el gesto, no estaba de humor. Dudó un instante, casi convencida de pasar de largo y no recibirlo, pero ¿de qué iba a servir? Rhina abriría de todas formas.
-Qué quieres.
-Vaya, buenos días a ti también. Menelya, ¿te acuerdas?- El elfo presentó un arco y un carcaj ante ella, con extraña expresión al verla tan desubicada.
-Ah, si, perdona...- Se frotó la frente, como si así pudiese terminar de despejarse. Después se volvió hacia el interior, apoyada en el marco. -Amil, me voy.
-Está bien, pero no te entretengas, la recepción es a las
-Si, lo sé.
En aquel claro del bosque había silencio, debía haberlo para concentrarse. Dioses, casi agradecía no haber faltado a su entrenamiento. Bayron había dispuesto los blancos por los alrededores horas antes de ir a buscarla, como cada quinto día de cada semana. Normalmente se mostraría tan entusiasmada como él, pero ufff no aquel día. Él lo advirtió en seguida, no era difícil adivinar su desgana, ya iba una decena de flechas perdida entre las ramas. Flechas que, por supuesto, debería recuperar ella misma. "Si no quieres tener que buscarlas, acierta en el blanco". Claro...
-Oye, podemos dejarlo si quieres. Lo que estás haciendo y no hacer nada... Prácticamente es lo mismo.- El arquero que semanalmente se las daba de maestro se encogió de hombros antes de dirigirse hacia los puntos donde habían quedado las tiradas perdidas de su aprendiz. Ella no contestó con palabras y se limitó a tirarle una piedra plana, que también falló en su acierto, dejando su fingida indignación por los suelos. -Los Vansir son clientes de tu padre, es normal que tengas que ir a esa fiesta.- Aylizz tampoco respondió a aquello más que con una caída de ojos. -Además, ¿Eneli no es amiga tuya? Siempre andabais incordiando.
-Dejará de serlo en cuanto deje Eddember, ya sabes cómo va esto...- Finalmente se dispuso a colaborar en la tarea y terminó de recuperar las flechas que faltaban. Se las tendió a su ¿mentor? No, no era una relación tan formal ni él era tan experto.
-Vamos, no seas tan dramática, la seguirás viendo. Apenas hay una hora en carro hasta allí y no tendrás problema en relacionarte con esa gente. Son varios hijos, ¿lo sabías?- El tono burlón de aquella pregunta la fulminó, aunque lejos de entrar al trapo prefirió responder con su mismo tono.
-Lo sé y todos apuestos, pero me preocupa que montes en cólera cuando no tenga tiempo para tus delirios de grandeza.
Fue la primera en subir al carro, no se había esmerado mucho en prepararse, no estaba impaciente, pero prefería desempeñar el papel que se la refería y así, con suerte, no la dedicarían demasiada atención. Aquellas ocasiones se hacían más ligeras sin discusiones, ni debates, ni egos. No, en aquellos eventos sociales el único ombligo del que estaba permitido hablar era el de los anfitriones. El tiempo de viaje fue imperceptible, tan pronto como parpadeó el transporte se paró y fueron recibidos ante una llamativa propiedad, apartada de la población en auge que aun no podía considerarse ciudad, aunque abarcaba y adquiría ya más importancia que una aldea. La casa levantaba varias alturas, la parte delantera y los extremos se delimitaban con un vallado de madera de calidad, dejando abiertos los jardines traseros que colindaban con el bosque. Había escuchado a su padre hablar en numerosas ocasiones de aquel elfo acomodado, aficionado a organizar partidas privadas de caza que partían de su propio jardín, para las cuales siempre lo contrataba como guía. Seguro que en aquella ocasión volvería a escucharlas de nuevo.
Eneli lucía radiante, era años mayor pero en casa todos se conocían, se habían criado juntas. Denotaba orgullo por su recién adquirido estatus y a pesar de que el enlace aun se veía lejano, aquella presentación pública del compromiso sería el punto de partida para su nueva posición. Se paseaba entre los invitados de la mano del prometido, el hijo primero, el heredero de una -todavía- pequeña fortuna que se comenzaba a fraguar gracias a los negocios del cabeza de familia, que con el tiempo esperaba poder traspasar las fronteras de Sandorai. No a todos en la comunidad les gustaba aquella idea... Pero eran tiempos de cambio, la próspera sociedad de los elfos era sabida y envidiada por todo el continente, a la espera de abrirse al mundo e influir en él. Tras el acto protocolario, el discurso del padre finalizó dando comienzo a, quizá, la parte menos rimbombante de esos encuentros, cuando los presentes podían disponer libremente de la propiedad, la comida y la bebida servidas.
Se encontraba en el jardín trasero, sentada en uno de los bancos de madera junto a las mesas servidas, observando al cuarteto amenizar la noche, que había llegado sin apenas reparar en ello. Algunos incluso bailaban de forma despreocupada, todos parecían disfrutar de la velada. Ensimismada en el vaivén de las parejas cruzarse unas con otras al compás, sintió como si durante un instante, un segundo, se quedase absorta de la realidad. La imagen idílica de aquel jardín se intercambió de repente con el caos y los gritos de un ataque. Estaba en su aldea, rodeada de los suyos, que corrían de un lado a otro entre llamas e histeria, algunos armados, otros buscando refugio. Parpadeó de golpe y sacudió la cabeza, seguía allí sentada, vuelta a la normalidad. ¿Una alucinación? Se sintió como tal, pero estaba cansada, aburrida y ahora extrañamente perturbada, quizá sólo había sido un intento de su mente para evadirse de tanta pedantería. Terminó de retomar el contacto con la realidad cuando dos de sus conocidas se la acercaron, había tratado con ellas en alguna otra ocasión del estilo a aquella, relaciones por compromiso, ni más ni menos. No eran desagradables, pero se encontraban muy lejos de sus intereses.
-¡Aylizz Wendell! Hacía ya tiempo que no coincidíamos, ¡mírate! Estás estupenda.- El falso entusiasmo fue notable, era absurdo tratar de actuar como si realmente fueran amigas. -Estás demasiado sola, deberías venir con nosotras, te presentaremos a la gente divertida, ya me entiendes.- La tendió la mano con amabilidad, aunque acompañó aquel gesto con una mirada ponzoñosa y altiva.
-Oh, no, gracias. Hoy no tengo ganas de divertirme, os aburriría.- En ninguna ocasión como aquella, de todas las anteriores, había conocido a nadie divertido, menos presentado por aquellas dos. Pero se esforzó por responder con modales.
-Vamos, ¡no seas tímida!- Advirtió el intento de su igual por agarrarla de la mano y guiarla hacia el bullicio de gente. Se puso en pie, rechazando nuevamente la invitación, esta vez más seria.
-He dicho que no.
Arrancó su paso acelerado hacia el bosque que parecía perderse en la inmensidad de la noche, cuyos senderos se iluminaban con el brillo de luna en lo alto, casi crecida al completo. Al menos así era cuando tomó el más cercano a la casa. Tras avanzar no más de cinco pasos, la luz se volvió sombra y se encontró rodeada de basta maleza que la impedía ver más allá de un metro ¿Qué ha ocurrido? Una voz lejana, difusa, resonó en su cabeza, pero allí no había nadie, estaba sola, ¿o no? En aquel instante, un filo surgió a su lado, realizando en cuestión de un segundo un corte limpio en el costado. Una sombra correteaba a su alrededor, divertida, entre risas tenebrosas. Otro ataque en milésimas y el dolor la invadió desde lo más profundo. Se revolvió sobre sí misma, pero no alcanzaba a ver a nadie, sólo podía saber dónde se hallaba aquella presencia por la dirección de la que recibía los repetidos daños. No era la primera vez que experimentaba aquel dolor, lo sentía familiar, aunque no recordaba haber vivido algo así jamás. Como no le fue del todo desconocida la ilusión anterior, aquel ataque en el poblado, pero inconexa, inexplicable, algo que parecía tan real que daba miedo pensar en su imaginación creando escenas tan reales.
-¿Aylizz?- La misma voz de hacía un instante sonó entonces tras ella, esta vez fue clara, aunque sonó mucho menos firme de lo que acostumbraba. La tétrica imagen se disipó y los ataques cesaron. De nuevo el bosque se iluminó, esta vez bajo un sol radiante, aislado y tranquilo.
-¿Nousis? ¿Qué haces tú...- Miró alrededor al darse cuenta de que el entorno había cambiado, ya no se veía la casa en los alrededores, ni fiesta, ni gente. -¿Pero qué?
-No puedo explicarlo, no comprendo lo que ha sucedido, pero he llegado a tus pensamientos.- La imagen del elfo comenzó a disiparse, más de lo que ya se mostraba desde el inicio, su figura desdibujada sobre el plano panorámico de aquel rincón entre árboles se volvía imperceptible cada vez. Una mirada intensa logró clavarse en ella, antes de desaparecer. -Vamos a necesitarte. Isla Tortuga. Doce días desde hoy...- Su voz sonaba acelerada y forzosa, el ya más que conocido espadachín trataba de soltar a prisa palabras que parecían no tener el más mínimo sentido para ella -No sé a quién perteneces pero, si estoy aquí, tienes un papel en esta historia. ¡Doce días!- Y finalmente se esfumó, tan de repente como había aparecido.
Despertó sobresaltada. Allí, en su cama de paja, en casa de Lissinda, tan lejos del idílico Sandorai con el que ahora comprendía que estaba soñando. Uno de esos sueños en los que todo parece real, aunque ahora que el raciocinio iluminaba su despertar, varios detalles podrían haberla advertido de la fantasía en la que se encontraba sumergida. Ahora tenía sentido... Las alucinaciones no eran otra cosa que destellos de recuerdos tratando de romper con la ficción, traumas que se acomodaban en su subconsciente y a veces se revolvían. Tardó unos minutos en reparar en su compañero de andaduras, a pesar de haber sido la imagen más reciente. Aquella aparición no era una vivencia, eso seguro, pero tampoco encajaba en su invención dormida. Aunque, ¿a caso puede buscarse sentido a un sueño? Se quedó sentada sobre la cama y reparó en las cartas sobre la mesita, junto a la cama. La hija de Liss se las había escrito a su madre hacía años, después de casarse y dejar el hogar. Se había quedado dormida tras leerlas la noche anterior, eso explicaba su ficción. Sin darle mayor importancia se dispuso a comenzar el día, el de verdad, aunque era curioso cómo se presentaba parecido al de su ensoñación. Bajó las escaleras de aquella abuhardillada alcoba que tanto la recordaba a la de su propia casa y en la cocina topó con su acogedora. Se quedó un instante en silencio y después la sonrió, algo apenada. Ojalá fuese ella.
________________________________-No te esperaba tan temprano- Una sonrisa la recibió escaleras abajo, sosteniendo una tetera de acero forjado con agua hervida.
-Si... Bueno, no podía dormir.- Se dispuso sobre la mesa lo necesario para tomar un desayuno, aunque con el estómago cerrado, ni siquiera los panecillos de miel que terminaban de cocerse en la lumbre la hacían salivar. Se limitó a llenar un pequeño cuenco de madera con arándanos y a servirse una infusión recién hecha.
-¿Nerviosa por lo de hoy?- La tierna caricia en su pelo la reconfortó un instante, la sensación cálida de su mano deslizándose por el cabello se fundía con los ligeros rayos de sol que se filtraban a través del cristal sobre la encimera.
-¿Por qué? No soy yo la que va a comprometerse.
Antes de haber acabado lo servido, se retiró de la mesa. Caminaba con la habitual desgana que tiene el cuerpo al comienzo de cada día y la mente ciertamente difusa, ¿vacía? En el instante en que pasó frente a la puerta principal, alguien llamó con energía. Tres golpes firmes acompañados de una voz alegre que se presentaba tras la pared de buena mañana. Torció el gesto, no estaba de humor. Dudó un instante, casi convencida de pasar de largo y no recibirlo, pero ¿de qué iba a servir? Rhina abriría de todas formas.
-Qué quieres.
-Vaya, buenos días a ti también. Menelya, ¿te acuerdas?- El elfo presentó un arco y un carcaj ante ella, con extraña expresión al verla tan desubicada.
-Ah, si, perdona...- Se frotó la frente, como si así pudiese terminar de despejarse. Después se volvió hacia el interior, apoyada en el marco. -Amil, me voy.
-Está bien, pero no te entretengas, la recepción es a las
-Si, lo sé.
En aquel claro del bosque había silencio, debía haberlo para concentrarse. Dioses, casi agradecía no haber faltado a su entrenamiento. Bayron había dispuesto los blancos por los alrededores horas antes de ir a buscarla, como cada quinto día de cada semana. Normalmente se mostraría tan entusiasmada como él, pero ufff no aquel día. Él lo advirtió en seguida, no era difícil adivinar su desgana, ya iba una decena de flechas perdida entre las ramas. Flechas que, por supuesto, debería recuperar ella misma. "Si no quieres tener que buscarlas, acierta en el blanco". Claro...
-Oye, podemos dejarlo si quieres. Lo que estás haciendo y no hacer nada... Prácticamente es lo mismo.- El arquero que semanalmente se las daba de maestro se encogió de hombros antes de dirigirse hacia los puntos donde habían quedado las tiradas perdidas de su aprendiz. Ella no contestó con palabras y se limitó a tirarle una piedra plana, que también falló en su acierto, dejando su fingida indignación por los suelos. -Los Vansir son clientes de tu padre, es normal que tengas que ir a esa fiesta.- Aylizz tampoco respondió a aquello más que con una caída de ojos. -Además, ¿Eneli no es amiga tuya? Siempre andabais incordiando.
-Dejará de serlo en cuanto deje Eddember, ya sabes cómo va esto...- Finalmente se dispuso a colaborar en la tarea y terminó de recuperar las flechas que faltaban. Se las tendió a su ¿mentor? No, no era una relación tan formal ni él era tan experto.
-Vamos, no seas tan dramática, la seguirás viendo. Apenas hay una hora en carro hasta allí y no tendrás problema en relacionarte con esa gente. Son varios hijos, ¿lo sabías?- El tono burlón de aquella pregunta la fulminó, aunque lejos de entrar al trapo prefirió responder con su mismo tono.
-Lo sé y todos apuestos, pero me preocupa que montes en cólera cuando no tenga tiempo para tus delirios de grandeza.
Fue la primera en subir al carro, no se había esmerado mucho en prepararse, no estaba impaciente, pero prefería desempeñar el papel que se la refería y así, con suerte, no la dedicarían demasiada atención. Aquellas ocasiones se hacían más ligeras sin discusiones, ni debates, ni egos. No, en aquellos eventos sociales el único ombligo del que estaba permitido hablar era el de los anfitriones. El tiempo de viaje fue imperceptible, tan pronto como parpadeó el transporte se paró y fueron recibidos ante una llamativa propiedad, apartada de la población en auge que aun no podía considerarse ciudad, aunque abarcaba y adquiría ya más importancia que una aldea. La casa levantaba varias alturas, la parte delantera y los extremos se delimitaban con un vallado de madera de calidad, dejando abiertos los jardines traseros que colindaban con el bosque. Había escuchado a su padre hablar en numerosas ocasiones de aquel elfo acomodado, aficionado a organizar partidas privadas de caza que partían de su propio jardín, para las cuales siempre lo contrataba como guía. Seguro que en aquella ocasión volvería a escucharlas de nuevo.
Eneli lucía radiante, era años mayor pero en casa todos se conocían, se habían criado juntas. Denotaba orgullo por su recién adquirido estatus y a pesar de que el enlace aun se veía lejano, aquella presentación pública del compromiso sería el punto de partida para su nueva posición. Se paseaba entre los invitados de la mano del prometido, el hijo primero, el heredero de una -todavía- pequeña fortuna que se comenzaba a fraguar gracias a los negocios del cabeza de familia, que con el tiempo esperaba poder traspasar las fronteras de Sandorai. No a todos en la comunidad les gustaba aquella idea... Pero eran tiempos de cambio, la próspera sociedad de los elfos era sabida y envidiada por todo el continente, a la espera de abrirse al mundo e influir en él. Tras el acto protocolario, el discurso del padre finalizó dando comienzo a, quizá, la parte menos rimbombante de esos encuentros, cuando los presentes podían disponer libremente de la propiedad, la comida y la bebida servidas.
Se encontraba en el jardín trasero, sentada en uno de los bancos de madera junto a las mesas servidas, observando al cuarteto amenizar la noche, que había llegado sin apenas reparar en ello. Algunos incluso bailaban de forma despreocupada, todos parecían disfrutar de la velada. Ensimismada en el vaivén de las parejas cruzarse unas con otras al compás, sintió como si durante un instante, un segundo, se quedase absorta de la realidad. La imagen idílica de aquel jardín se intercambió de repente con el caos y los gritos de un ataque. Estaba en su aldea, rodeada de los suyos, que corrían de un lado a otro entre llamas e histeria, algunos armados, otros buscando refugio. Parpadeó de golpe y sacudió la cabeza, seguía allí sentada, vuelta a la normalidad. ¿Una alucinación? Se sintió como tal, pero estaba cansada, aburrida y ahora extrañamente perturbada, quizá sólo había sido un intento de su mente para evadirse de tanta pedantería. Terminó de retomar el contacto con la realidad cuando dos de sus conocidas se la acercaron, había tratado con ellas en alguna otra ocasión del estilo a aquella, relaciones por compromiso, ni más ni menos. No eran desagradables, pero se encontraban muy lejos de sus intereses.
-¡Aylizz Wendell! Hacía ya tiempo que no coincidíamos, ¡mírate! Estás estupenda.- El falso entusiasmo fue notable, era absurdo tratar de actuar como si realmente fueran amigas. -Estás demasiado sola, deberías venir con nosotras, te presentaremos a la gente divertida, ya me entiendes.- La tendió la mano con amabilidad, aunque acompañó aquel gesto con una mirada ponzoñosa y altiva.
-Oh, no, gracias. Hoy no tengo ganas de divertirme, os aburriría.- En ninguna ocasión como aquella, de todas las anteriores, había conocido a nadie divertido, menos presentado por aquellas dos. Pero se esforzó por responder con modales.
-Vamos, ¡no seas tímida!- Advirtió el intento de su igual por agarrarla de la mano y guiarla hacia el bullicio de gente. Se puso en pie, rechazando nuevamente la invitación, esta vez más seria.
-He dicho que no.
Arrancó su paso acelerado hacia el bosque que parecía perderse en la inmensidad de la noche, cuyos senderos se iluminaban con el brillo de luna en lo alto, casi crecida al completo. Al menos así era cuando tomó el más cercano a la casa. Tras avanzar no más de cinco pasos, la luz se volvió sombra y se encontró rodeada de basta maleza que la impedía ver más allá de un metro ¿Qué ha ocurrido? Una voz lejana, difusa, resonó en su cabeza, pero allí no había nadie, estaba sola, ¿o no? En aquel instante, un filo surgió a su lado, realizando en cuestión de un segundo un corte limpio en el costado. Una sombra correteaba a su alrededor, divertida, entre risas tenebrosas. Otro ataque en milésimas y el dolor la invadió desde lo más profundo. Se revolvió sobre sí misma, pero no alcanzaba a ver a nadie, sólo podía saber dónde se hallaba aquella presencia por la dirección de la que recibía los repetidos daños. No era la primera vez que experimentaba aquel dolor, lo sentía familiar, aunque no recordaba haber vivido algo así jamás. Como no le fue del todo desconocida la ilusión anterior, aquel ataque en el poblado, pero inconexa, inexplicable, algo que parecía tan real que daba miedo pensar en su imaginación creando escenas tan reales.
-¿Aylizz?- La misma voz de hacía un instante sonó entonces tras ella, esta vez fue clara, aunque sonó mucho menos firme de lo que acostumbraba. La tétrica imagen se disipó y los ataques cesaron. De nuevo el bosque se iluminó, esta vez bajo un sol radiante, aislado y tranquilo.
-¿Nousis? ¿Qué haces tú...- Miró alrededor al darse cuenta de que el entorno había cambiado, ya no se veía la casa en los alrededores, ni fiesta, ni gente. -¿Pero qué?
-No puedo explicarlo, no comprendo lo que ha sucedido, pero he llegado a tus pensamientos.- La imagen del elfo comenzó a disiparse, más de lo que ya se mostraba desde el inicio, su figura desdibujada sobre el plano panorámico de aquel rincón entre árboles se volvía imperceptible cada vez. Una mirada intensa logró clavarse en ella, antes de desaparecer. -Vamos a necesitarte. Isla Tortuga. Doce días desde hoy...- Su voz sonaba acelerada y forzosa, el ya más que conocido espadachín trataba de soltar a prisa palabras que parecían no tener el más mínimo sentido para ella -No sé a quién perteneces pero, si estoy aquí, tienes un papel en esta historia. ¡Doce días!- Y finalmente se esfumó, tan de repente como había aparecido.
Despertó sobresaltada. Allí, en su cama de paja, en casa de Lissinda, tan lejos del idílico Sandorai con el que ahora comprendía que estaba soñando. Uno de esos sueños en los que todo parece real, aunque ahora que el raciocinio iluminaba su despertar, varios detalles podrían haberla advertido de la fantasía en la que se encontraba sumergida. Ahora tenía sentido... Las alucinaciones no eran otra cosa que destellos de recuerdos tratando de romper con la ficción, traumas que se acomodaban en su subconsciente y a veces se revolvían. Tardó unos minutos en reparar en su compañero de andaduras, a pesar de haber sido la imagen más reciente. Aquella aparición no era una vivencia, eso seguro, pero tampoco encajaba en su invención dormida. Aunque, ¿a caso puede buscarse sentido a un sueño? Se quedó sentada sobre la cama y reparó en las cartas sobre la mesita, junto a la cama. La hija de Liss se las había escrito a su madre hacía años, después de casarse y dejar el hogar. Se había quedado dormida tras leerlas la noche anterior, eso explicaba su ficción. Sin darle mayor importancia se dispuso a comenzar el día, el de verdad, aunque era curioso cómo se presentaba parecido al de su ensoñación. Bajó las escaleras de aquella abuhardillada alcoba que tanto la recordaba a la de su propia casa y en la cocina topó con su acogedora. Se quedó un instante en silencio y después la sonrió, algo apenada. Ojalá fuese ella.
Espero que me aprueben las habs. nuevas así que usaré el nuevo sistema ^^ Dale!
Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño
Abrió los ojos y observó el techo. No había llegado a quedarse dormida, o eso pensaba. Simplemente había dejado que el cuerpo cayese relajado allí en dónde estaba. El leve jadeo de Aylizz fue el último en apagarse, trémulo, y Iori ladeó la cabeza para mirarla. La luz de la luna que entraba por la ventana entalló las curvas de su piel, que hacía un rato ella misma se había encargado de perfilar.
Con sus manos y su lengua. Como debía hacerse.
La boca de la humana se estiró en una sonrisa al ver como de la fina cintura de la elfa colgaba relajado el antebrazo de Damian. Había sido sin duda la montaña más alta a la que la humana se había subido y sin embargo, verlo aovillado, buscando en sueños el calor de la piel de la elfa se sintió extrañamente bien. Se sintió correcto.
Aquella ocasión había estado bien. Más que bien.
Se incorporó ligeramente, inspirando de forma larga hasta llenar los pulmones y entonces observó los cuerpos enredados que yacían a sus pies. Los dos elfos restantes, el estirado Nousis y el insufrible Tarek, se habían encargado esa noche de purificar sus numerosas taras mentales en un fuego que habían encendido entre todos. Los ojos azules se entrecerraron observando como la mejilla del espadachín había encontrado un lugar cómodo en el hueco del cuello del más joven.
No pudo evitar reír entre dientes mientras se sentaba abrazando contra su pecho las rodillas. Desnuda Iori. Desnudos ellos. A todos los había conocido en distintas situaciones, y con todos había compartido besos y caricias esa noche. Sentía todavía el olor de sus pieles, y el corazón martilleaba si recordaba momentos.
Unos dedos, entrando. Una boca; lamiendo. Una garganta; temblando en medio de gritos inciertos... Ser de nuevo arrastrada a lo que la hacía sentir activa de una extraña manera. La muerte momentánea que sin embargo, la hacía sentir más viva que a cualquiera.
Un engaño a fin de cuentas, una tapadera que duraba segundos para amenazar luego con llenar el vacío dejado con algo similar a la soledad. La suave risa se congeló en su boca y observó con nuevos ojos a su alrededor. Los cuerpos de sus cuatro compañeros de sexo, tendidos en el revoltijo de sábanas en el suelo.
La suavidad de Ayl, no era suficiente como para que Iori abriese el corazón. Pero no le importaría buscar más veces entre sus piernas como en esa noche.
La dureza de Dam, seguro que sería capaz de romperla en pedazos a la larga. Y sin embargo le dejaría romperla una vez más contra la pared si él se lo pidiera.
El descontrol de Nou, podría dejar en ella una marca para siempre. Y con qué placer se había retorcido la humana cuando notó como engarfiaba sus uñas en ella.
La necesidad de Tarek, podría ser una unión que la destruiría más que cualquiera de sus peleas. Y a pesar de ello... Se sentía capaz de recorrer con los labios todos y cada uno de los golpes que le había propinado.
La confusión comenzó a girar de forma descontrolada en su cabeza, y fue entonces cuando se levantó con agilidad. Se alejó caminando lejos de los cuatro cuerpos y se estiró con las palmas de la mano hacia el techo. La parte física estaba bien. Era lo que ella necesitaba. Lo que buscaba. Lo que le interesaba. Pero no podía dejar que aquello se volviese más estrecho entre ellos. Que se enlazasen otra clase de sentimientos.
Se alejó de espaldas a los bellos durmientes y fue entonces cuando lo vió. La confusión que sentía se transformó en la incredulidad más supina. - ¿Qué cojones...? - Nou apareció ante ella sin espada, sin armadura, una mera túnica élfica y sin su talante habitual. Parecería tranquilo, observando con detenimiento. Su silueta se percibía algo desdibujada, pero no fantasmal.
Fue consciente de que el elfo no fue capaz de apartar los ojos de la feliz orgía durmiente que permanecía a las espaldas de Iori, y cuando lo consiguió, giró la cabeza hacia la humana. -¿Iori...? - pregunta incrédulo - ¿También tú...? ¿Que...? - y la mira como tratando de encajar varias piezas.
La humana observó hacia el grupo tras ella, pensando por un instante si Nousis se había levantado y vestido mágicamente sin que ella lo hubiera percibido. No... allí, aún tumbado sobre el pecho de Tarek se encontraba el Nousis de fuego que ella recordaba de hacía un rato. - ¿Cómo? -
- No estás aquí. He llegado a tu subconsciente - su tono expresaba sorpresa - Pero no tengo tiempo. En pocos segundos desapareceré. Vamos a necesitarte - su tono cambió, como obligado a decir algo concreto - Isla Tortuga, doce días desde hoy... No sé a quien perteneces, pero si estoy aquí, tienes un papel en ésta historia. Doce días - repite antes de desaparecer, sin quitar sus ojos grises de los de la humana.
¿Qué demonios? Iori parpadeó aún sorprendida por la incomprensión de lo que acababa de suceder. ¿Doce días? ¡Doce polvos era su objetivo antes del nuevo amanecer! Y le faltan unos pocos... Se giró con actitud molesta ante aquella élfica aparición. No, no quería escuchar hablar a Nousis, ni a ninguno de sus compañeros en verdad. Prefería que usaran la boca en otras lides... Se giró con decisión, dispuesta a despertarlos a todos y entonces, la dura madera se encontró con su rostro.
- ¡Mierda! - Jadeó mientras se incorporaba. La luz de la nueva mañana entraba a raudales por las ventanas sin cortinas. La cama estaba hecha un esperpento y Iori, acababa de caer al suelo despertando de su sueño. Observó a su alrededor los humildes y escasos muebles que tenía a la vista en la pequeña posada que había podido costearse.
Se pasó la mano por el pelo apartando la melena de la cara de forma perezosa. Que puta maravilla de sueño. Lástima que algo así nunca fuese a suceder en la vida real pero... La humana sonrió hacia el cielo azul de afuera. De fantasías también se vive a veces.
Con sus manos y su lengua. Como debía hacerse.
La boca de la humana se estiró en una sonrisa al ver como de la fina cintura de la elfa colgaba relajado el antebrazo de Damian. Había sido sin duda la montaña más alta a la que la humana se había subido y sin embargo, verlo aovillado, buscando en sueños el calor de la piel de la elfa se sintió extrañamente bien. Se sintió correcto.
Aquella ocasión había estado bien. Más que bien.
Se incorporó ligeramente, inspirando de forma larga hasta llenar los pulmones y entonces observó los cuerpos enredados que yacían a sus pies. Los dos elfos restantes, el estirado Nousis y el insufrible Tarek, se habían encargado esa noche de purificar sus numerosas taras mentales en un fuego que habían encendido entre todos. Los ojos azules se entrecerraron observando como la mejilla del espadachín había encontrado un lugar cómodo en el hueco del cuello del más joven.
No pudo evitar reír entre dientes mientras se sentaba abrazando contra su pecho las rodillas. Desnuda Iori. Desnudos ellos. A todos los había conocido en distintas situaciones, y con todos había compartido besos y caricias esa noche. Sentía todavía el olor de sus pieles, y el corazón martilleaba si recordaba momentos.
Unos dedos, entrando. Una boca; lamiendo. Una garganta; temblando en medio de gritos inciertos... Ser de nuevo arrastrada a lo que la hacía sentir activa de una extraña manera. La muerte momentánea que sin embargo, la hacía sentir más viva que a cualquiera.
Un engaño a fin de cuentas, una tapadera que duraba segundos para amenazar luego con llenar el vacío dejado con algo similar a la soledad. La suave risa se congeló en su boca y observó con nuevos ojos a su alrededor. Los cuerpos de sus cuatro compañeros de sexo, tendidos en el revoltijo de sábanas en el suelo.
La suavidad de Ayl, no era suficiente como para que Iori abriese el corazón. Pero no le importaría buscar más veces entre sus piernas como en esa noche.
La dureza de Dam, seguro que sería capaz de romperla en pedazos a la larga. Y sin embargo le dejaría romperla una vez más contra la pared si él se lo pidiera.
El descontrol de Nou, podría dejar en ella una marca para siempre. Y con qué placer se había retorcido la humana cuando notó como engarfiaba sus uñas en ella.
La necesidad de Tarek, podría ser una unión que la destruiría más que cualquiera de sus peleas. Y a pesar de ello... Se sentía capaz de recorrer con los labios todos y cada uno de los golpes que le había propinado.
La confusión comenzó a girar de forma descontrolada en su cabeza, y fue entonces cuando se levantó con agilidad. Se alejó caminando lejos de los cuatro cuerpos y se estiró con las palmas de la mano hacia el techo. La parte física estaba bien. Era lo que ella necesitaba. Lo que buscaba. Lo que le interesaba. Pero no podía dejar que aquello se volviese más estrecho entre ellos. Que se enlazasen otra clase de sentimientos.
Se alejó de espaldas a los bellos durmientes y fue entonces cuando lo vió. La confusión que sentía se transformó en la incredulidad más supina. - ¿Qué cojones...? - Nou apareció ante ella sin espada, sin armadura, una mera túnica élfica y sin su talante habitual. Parecería tranquilo, observando con detenimiento. Su silueta se percibía algo desdibujada, pero no fantasmal.
Fue consciente de que el elfo no fue capaz de apartar los ojos de la feliz orgía durmiente que permanecía a las espaldas de Iori, y cuando lo consiguió, giró la cabeza hacia la humana. -¿Iori...? - pregunta incrédulo - ¿También tú...? ¿Que...? - y la mira como tratando de encajar varias piezas.
La humana observó hacia el grupo tras ella, pensando por un instante si Nousis se había levantado y vestido mágicamente sin que ella lo hubiera percibido. No... allí, aún tumbado sobre el pecho de Tarek se encontraba el Nousis de fuego que ella recordaba de hacía un rato. - ¿Cómo? -
- No estás aquí. He llegado a tu subconsciente - su tono expresaba sorpresa - Pero no tengo tiempo. En pocos segundos desapareceré. Vamos a necesitarte - su tono cambió, como obligado a decir algo concreto - Isla Tortuga, doce días desde hoy... No sé a quien perteneces, pero si estoy aquí, tienes un papel en ésta historia. Doce días - repite antes de desaparecer, sin quitar sus ojos grises de los de la humana.
¿Qué demonios? Iori parpadeó aún sorprendida por la incomprensión de lo que acababa de suceder. ¿Doce días? ¡Doce polvos era su objetivo antes del nuevo amanecer! Y le faltan unos pocos... Se giró con actitud molesta ante aquella élfica aparición. No, no quería escuchar hablar a Nousis, ni a ninguno de sus compañeros en verdad. Prefería que usaran la boca en otras lides... Se giró con decisión, dispuesta a despertarlos a todos y entonces, la dura madera se encontró con su rostro.
- ¡Mierda! - Jadeó mientras se incorporaba. La luz de la nueva mañana entraba a raudales por las ventanas sin cortinas. La cama estaba hecha un esperpento y Iori, acababa de caer al suelo despertando de su sueño. Observó a su alrededor los humildes y escasos muebles que tenía a la vista en la pequeña posada que había podido costearse.
Se pasó la mano por el pelo apartando la melena de la cara de forma perezosa. Que puta maravilla de sueño. Lástima que algo así nunca fuese a suceder en la vida real pero... La humana sonrió hacia el cielo azul de afuera. De fantasías también se vive a veces.
Iori Li
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Re: La sangre del sueño
La oscuridad envolvía el desolado pueblo, cuyas casas, deshabitadas desde hacía décadas, eran el único testigo de que algo más que la vegetación había morado en aquel lugar. El viento mecía las hojas de las enredaderas que ocupaban gran parte de los muros que restaban en pie, así como de los árboles que habían crecido en el interior de algunas de las viviendas, entre los restos de techumbre de madera. Una edificación, de mayor tamaño, proyectaba su sombra a lo lejos, coronando el final de aquel abandonado lugar.
Tarek transitó entre las diferentes callejuelas de la aldea, que conformaban un caótico laberinto de idas y venidas entorno a las casas que parecía no tener fin. A pesar de ello, la calma de lugar le invitaba a continuar su recorrido, cuyo fin no estaba del todo claro. Una estructura, al final del empedrado camino, llamó su atención. Era similar al resto de viviendas que la rodeaban pero, por alguna extraña razón, sitió la necesidad de entrar en ella. Sus pasos sobre el suelo empedrado, libre de cualquier tipo de maleza, enviaron ecos que rompieron la quietud de la noche. Ante él, volvió a ver aquella pared y las palabras en ella grabadas.
Avanzó con lentitud, sin desprender la mirada de los glifos, al tiempo que el mundo a su alrededor parecía perder poco a poco la escasa luz que lo iluminaba. La angustia atenazó su corazón cuando, sin previo aviso, un oscuro y viscoso líquido, similar a la sangre, comenzó a surgir de las letras. No quería estar allí. No podía estar ahí…
Una voz susurrante, inicialmente ininteligible, comenzó a aproximarse, clarificándose, a cada metro que se acercaba. Tarek, presa de la desesperación, se llevó las manos a los oídos, en un intento de acallar aquella terrible voz. Pero su intento fue inútil. Aún a pesar de haber silenciado el resto de ruidos de la noche, la voz no solo permanecía como un mensaje constante en su mente, sino que a cada segundo que pasaba se volvía más clara y aterradora. Debía salir de allí.
El viscoso líquido se encontraba a escasos centímetros de sus pies cuando emprendió la huida. Las apacibles callejuelas se convirtieron entonces en una maraña de posibilidades, que parecían acercarlo una y otra vez a aquella casa, en vez de permitir su marcha. Tras unos agobiantes minutos… o quizás horas, consiguió alcanzar la salida del pueblo, con aquella insistente voz, a la que se había sumado un agitado respirar, tras sus pasos.
Sin mirar atrás, corrió con premura, hasta alcanzar un claro que se abría en medio del bosque. En él, una miríada de pixies se encontraban celebrando algún tipo de fiesta, practicando extraños rituales entorno a una hoguera. Su llegada pareció interrumpir los festejos y notó como la mirada muerta de todas aquellas revividas criaturas se posaba ante él. Negando con la cabeza, reemprendió la marcha, atemorizado de permanecer en aquel lugar un solo segundo más.
El claro desembocó en un bosque, cuya vegetación se convirtió en una borrosa mancha a su paso. A su espalda, aquella agitada respiración, único indicio de que su perseguidor seguía tras sus pasos. Transcurrida una eternidad el sonido cesó y sus pasos se fueron ralentizado, al tiempo que el mundo a su alrededor detenía también su avance. Los árboles, que llenaban todo el lugar, se definieron de nuevo ante sus ojos, al tiempo que una figura, de cabellos oscuros surgía de la oscuridad.
- ¿Tarek?
- Nousis… –no había vuelto a ver al elfo desde su partida de Lunargenta. Quizás su llegada había propiciado el fin de la persecución.
- Debes llevarte esto. Es importante –indicó el elfo mayor, entregándole lo que parecía una antigua y ajada caja de madera.
- Llevármelo… ¿A dónde? –la confusión se dejó entrever en sus palabras, al tiempo que tomaba entre sus manos el pequeño cofre.
- A un lugar seguro, donde no pueda perderse –la quietud del elfo sorprendió a Tarek, cuya respiración agitada dejaba entrever la reciente huida. Entonces, escuchó de nuevo aquel temible resuello y, con la mirada desorbitada abrió la boca para indicar a Nousis que debía partir, aunque sus palabras se vieron interrumpidas por una tajante afirmación- No es a mí a quién busca.
La angustia se apoderó nuevamente de Tarek, al tiempo que comprendía el significado de aquella frase y, con una última mirada al otro elfo, se apresuró nuevamente por el bosque. Un lugar seguro. Debía encontrar un lugar seguro…. Apretó la pequeña caja contra su pecho, apresurando aún más el paso. Un lugar seguro…
Su marcha se detuvo de nuevo de forma abrupta, al alcanzar un pequeño claro en el bosque en cuyo centro se encontraba una cabaña, construida por el paso del tiempo y la gentileza de la propia naturaleza. Un lugar seguro. Su lugar seguro.
- ¿Tarek? –a su espalda resonó de nuevo la voz de Nousis, salpicada en esta ocasión de cierto tono de inseguridad- ¿Acaso eres el cuarto…? –preguntó en élfico, acercándose a él, al tiempo que abría con asombro sus ojos grises. Portaba una sencilla túnica élfica, cuyo color resultaba difícil de identificar, visible gracias a la ausencia de armadura y armas.
- No hacía falta que vinieses a ayudarme. Sólo tengo que dejar esto en la cabaña –apretó con más fuerza el cofre contra su pecho- Pero está cerrada y él no está aquí... –respondió Tarek, oteando alrededor en busca de una figura familiar, sin prestar mayor atención a la silueta desdibujada y levemente borrosa, de Nousis.
- Tarek. Esto no es real. Al menos... no aún. Mírame- urgió el elfo mayor- Vamos a necesitarte –su tono se volvió más apremiante, como si careciese del tiempo suficiente para comunicar su mensaje- Isla Tortuga. Doce días desde hoy...No sé a quién perteneces, pero si estoy aquí, tienes un papel en ésta historia. Doce días -fueron sus últimas palabras.
- Real... -masculló Tarek, mientras comenzaba a buscar con más ahínco- No... no es real, es importante. Tengo que entrar... - Una extra agitación se apoderó entonces de él. Era importante que accediese a la cabaña... ¿por qué era importante? Desasosiego y algo similar al pánico oprimieron su pecho, impidiéndole respirar... Pero no necesitaba respirar… y mirando sus manos se percató de que su preciada mercancía ya no estaba allí. 'No es real' el eco de aquellas palabras resonó en su mente, al tiempo que el bosque y la cabaña se desdibujaban ante sus ojos.
Aquello ¿no era real?... La certeza de que estaba soñando terminó por inundar su mente, acabando con su estado de ensueño, mientras la fútil silueta de Nousis se difuminaba con el resto de aquel onírico mundo. A miles de kilómetros de donde el noble elfo debía encontrarse, Tarek se despertó, agitado y cubierto de sudor, repitiendo una y otra vez para si en murmullos 'Doce días, Isla Tortuga...'
Tarek transitó entre las diferentes callejuelas de la aldea, que conformaban un caótico laberinto de idas y venidas entorno a las casas que parecía no tener fin. A pesar de ello, la calma de lugar le invitaba a continuar su recorrido, cuyo fin no estaba del todo claro. Una estructura, al final del empedrado camino, llamó su atención. Era similar al resto de viviendas que la rodeaban pero, por alguna extraña razón, sitió la necesidad de entrar en ella. Sus pasos sobre el suelo empedrado, libre de cualquier tipo de maleza, enviaron ecos que rompieron la quietud de la noche. Ante él, volvió a ver aquella pared y las palabras en ella grabadas.
Avanzó con lentitud, sin desprender la mirada de los glifos, al tiempo que el mundo a su alrededor parecía perder poco a poco la escasa luz que lo iluminaba. La angustia atenazó su corazón cuando, sin previo aviso, un oscuro y viscoso líquido, similar a la sangre, comenzó a surgir de las letras. No quería estar allí. No podía estar ahí…
Una voz susurrante, inicialmente ininteligible, comenzó a aproximarse, clarificándose, a cada metro que se acercaba. Tarek, presa de la desesperación, se llevó las manos a los oídos, en un intento de acallar aquella terrible voz. Pero su intento fue inútil. Aún a pesar de haber silenciado el resto de ruidos de la noche, la voz no solo permanecía como un mensaje constante en su mente, sino que a cada segundo que pasaba se volvía más clara y aterradora. Debía salir de allí.
El viscoso líquido se encontraba a escasos centímetros de sus pies cuando emprendió la huida. Las apacibles callejuelas se convirtieron entonces en una maraña de posibilidades, que parecían acercarlo una y otra vez a aquella casa, en vez de permitir su marcha. Tras unos agobiantes minutos… o quizás horas, consiguió alcanzar la salida del pueblo, con aquella insistente voz, a la que se había sumado un agitado respirar, tras sus pasos.
Sin mirar atrás, corrió con premura, hasta alcanzar un claro que se abría en medio del bosque. En él, una miríada de pixies se encontraban celebrando algún tipo de fiesta, practicando extraños rituales entorno a una hoguera. Su llegada pareció interrumpir los festejos y notó como la mirada muerta de todas aquellas revividas criaturas se posaba ante él. Negando con la cabeza, reemprendió la marcha, atemorizado de permanecer en aquel lugar un solo segundo más.
El claro desembocó en un bosque, cuya vegetación se convirtió en una borrosa mancha a su paso. A su espalda, aquella agitada respiración, único indicio de que su perseguidor seguía tras sus pasos. Transcurrida una eternidad el sonido cesó y sus pasos se fueron ralentizado, al tiempo que el mundo a su alrededor detenía también su avance. Los árboles, que llenaban todo el lugar, se definieron de nuevo ante sus ojos, al tiempo que una figura, de cabellos oscuros surgía de la oscuridad.
- ¿Tarek?
- Nousis… –no había vuelto a ver al elfo desde su partida de Lunargenta. Quizás su llegada había propiciado el fin de la persecución.
- Debes llevarte esto. Es importante –indicó el elfo mayor, entregándole lo que parecía una antigua y ajada caja de madera.
- Llevármelo… ¿A dónde? –la confusión se dejó entrever en sus palabras, al tiempo que tomaba entre sus manos el pequeño cofre.
- A un lugar seguro, donde no pueda perderse –la quietud del elfo sorprendió a Tarek, cuya respiración agitada dejaba entrever la reciente huida. Entonces, escuchó de nuevo aquel temible resuello y, con la mirada desorbitada abrió la boca para indicar a Nousis que debía partir, aunque sus palabras se vieron interrumpidas por una tajante afirmación- No es a mí a quién busca.
La angustia se apoderó nuevamente de Tarek, al tiempo que comprendía el significado de aquella frase y, con una última mirada al otro elfo, se apresuró nuevamente por el bosque. Un lugar seguro. Debía encontrar un lugar seguro…. Apretó la pequeña caja contra su pecho, apresurando aún más el paso. Un lugar seguro…
Su marcha se detuvo de nuevo de forma abrupta, al alcanzar un pequeño claro en el bosque en cuyo centro se encontraba una cabaña, construida por el paso del tiempo y la gentileza de la propia naturaleza. Un lugar seguro. Su lugar seguro.
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- ¿Tarek? –a su espalda resonó de nuevo la voz de Nousis, salpicada en esta ocasión de cierto tono de inseguridad- ¿Acaso eres el cuarto…? –preguntó en élfico, acercándose a él, al tiempo que abría con asombro sus ojos grises. Portaba una sencilla túnica élfica, cuyo color resultaba difícil de identificar, visible gracias a la ausencia de armadura y armas.
- No hacía falta que vinieses a ayudarme. Sólo tengo que dejar esto en la cabaña –apretó con más fuerza el cofre contra su pecho- Pero está cerrada y él no está aquí... –respondió Tarek, oteando alrededor en busca de una figura familiar, sin prestar mayor atención a la silueta desdibujada y levemente borrosa, de Nousis.
- Tarek. Esto no es real. Al menos... no aún. Mírame- urgió el elfo mayor- Vamos a necesitarte –su tono se volvió más apremiante, como si careciese del tiempo suficiente para comunicar su mensaje- Isla Tortuga. Doce días desde hoy...No sé a quién perteneces, pero si estoy aquí, tienes un papel en ésta historia. Doce días -fueron sus últimas palabras.
- Real... -masculló Tarek, mientras comenzaba a buscar con más ahínco- No... no es real, es importante. Tengo que entrar... - Una extra agitación se apoderó entonces de él. Era importante que accediese a la cabaña... ¿por qué era importante? Desasosiego y algo similar al pánico oprimieron su pecho, impidiéndole respirar... Pero no necesitaba respirar… y mirando sus manos se percató de que su preciada mercancía ya no estaba allí. 'No es real' el eco de aquellas palabras resonó en su mente, al tiempo que el bosque y la cabaña se desdibujaban ante sus ojos.
Aquello ¿no era real?... La certeza de que estaba soñando terminó por inundar su mente, acabando con su estado de ensueño, mientras la fútil silueta de Nousis se difuminaba con el resto de aquel onírico mundo. A miles de kilómetros de donde el noble elfo debía encontrarse, Tarek se despertó, agitado y cubierto de sudor, repitiendo una y otra vez para si en murmullos 'Doce días, Isla Tortuga...'
Tarek Inglorien
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Re: La sangre del sueño
Pronunciar aquellas palabras alumbró el estallido de los más extraños minutos de su larga vida. ¿Cómo explicarlo, siquiera a sí mismo que lo había experimentado y carecía de palabras para reflejarlo?
No sintió como su alma se separaba de su cuerpo, como tantas fútiles historias, ni se vio mirando su propio cuerpo sentado donde se encontraba. Todo su ser, todo cuanto el elfo era, fue arrancado de sus cimientos, vestido con capas y capas de un dolor que nacía de él, de cada uno de sus pensamientos, bondadosos y perversos. Cada fibra de lo que era se retorció, torturada por cuanto había y no hecho, cuando había y no pensado, cuanto había y no conocido. Incluso la lucha de las partes de sí mismo que pedían morir para terminar con aquello y las que sublevadas, resistían, añadían más y más sufrimiento a ese océano que le había sumergido.
En la oscuridad, retazos de conocimiento se entrelazaron con el tormento que se fundía con cada idea que de él nacía. Piedra a piedra, fueron construyendo un muro, recubierto de finos mármoles de suplicio. Continuaba sin sentido, una información abandonada a que consideraba que jamás accedería. Era suficiente mantener el hilo que aún le conectaba a la cordura.
¿Ahora qué? Logró hilvanar al contemplar sus ojos sus propias manos, brazos, de una extraña manera. Eran suyos, era su cuerpo, y a la vez, no lo reconocía. El dolor no le había abandonado, era la única seguridad que llevaba consigo. Permanecía agazapado, a la espera, como una espada apuntando hacia el elfo, con la seguridad de que en algún momento se clavaría de nuevo en él. Cruel e inevitable.
Se sintió capaz de andar, y dio un primer paso, sin saber si sus pies se hallaban o no cubiertos por tipo alguno de calzado. No experimentó frio o calor, ni imperfección en la superficie, como si sus huellas fuesen dejándose en la más fina alfombra. Observó su túnica, compuesta de plata y blanco, y ni uno de sus pensamientos se dirigió a la cuestión de qué había ocurrido con su espada o su armadura. Tan sólo sonrió. Siempre se había imaginado así, bajo la paz y la majestuosidad que esperaba reinasen en su pueblo al llevar a cabo la misión por la que recorría cada parte del mundo. Perfección, bajo las condiciones que Nousis Indírel había impuesto. Belleza sin mácula.
Respiró, y ningún olor conocido alertó sus sentidos. Ni siquiera estaba seguro de estar tomando aire. No notaba lleno en sus pulmones, sólo el curioso interés de quien permite a sus ojos pasear por un paraje que no entraña peligro alguno.
Una imagen se proyectó ante el desarmado espadachín. Estaba ¿seguro? que no había estado presente en el tiempo que él había tomado forma. Un pequeño puerto, unos barcos ondeando suavemente, un mar en calma. Giró la cabeza, lo preciso para encontrarse una pared descomunal. Encaminó sus pasos hacia la construcción, bajo la premisa de tal vez encontrar quien o qué le había decidido llevar a aquel lugar cuasi mágico. Carente de orientación, conocimiento, y amenazado por parte de sí que como rehén de sí mismo, esperaba paciente para desencadenar un suplicio semejante al que le había llevado allí.
Una sola puerta. Una sola dirección. Nou tocó con suavidad, sin acertar a adivinar el material con el que pudo haber sido construida. Y cuando ésta se abrió, un torbellino de incoherencias llenó su cerebro. Preguntas indebidas en un momento equivocado. Aquel extraño mostró la misma incomprensión que el elfo en el encuentro que a ambos reunió. Unas palabras se grabaron a fuego, y sus ojos grises se clavaron en aquel hombre. Cada nervio gritó de agonía, y Nou se limitó a componer un semblante donde primó la tristeza. De modo que eso era. Por eso había recalado allí, estuviera donde estuviese. Y no sería la última vez que experimentase todo ese dolor, se dijo con pesadumbre, recitando las palabras que esa oscuridad le había obligado a vomitar, antes de ser engullido una vez más, y que el desconocido y el extraño mundo, se desvaneciesen.
La corporeidad le rehízo una vez más, y tembloroso, se puso en pie. Mas algo le permitió razonar adecuadamente por primera vez. Pequeñas luces de entendimiento se alinearon en torno a su rostro como estrellas. Y su luz le dejó perplejo, y aterrado. Aterrado, incluso al reconocer su propia patria. ¿Cómo no hacerlo, tales árboles, tales miembros de su raza? Todo parecía más definido, más cercano a cuanto él había vivido y hollado. Paseó con ligereza, aún con fuertes molestias ancladas a cada gota de sangre. Pero Sandorai era vida, paz, quietud. Sólo cuando la vio, su rostro se congeló, tras dejar atrás el nuevo conocimiento.
Buscando desesperadamente otra posibilidad, no la siguió, y se dirigió a las dos elfas que habían estado hablando con ella.
No hubo respuesta, y él se sintió desfallecer. De modo que se trataba de eso. Miró al cielo despejado.
¿Ella…? Preguntó en un murmullo que no obtuvo respuesta. Asintió, resignado, y siguió sus pasos. Preguntar su nombre fue casi una cuenta atrás, y sintió como el ya familiar dolor comenzaba a enroscarse a él. Trató de explicarse cuando pudo, al tiempo que su lengua luchaba por evitar un alarido. Intentó rebelarse, y fue completamente inútil. Como si le destrozasen y recompusiesen, se evaporó…
… antes de que su silueta volviese a concentrarse para materializarse en un lugar que nunca habría esperado. Boqueó, buscando aliviar un interior triturado por el sufrimiento. Nunca supo cuanto tiempo necesitó para volver a levantarse, cada segundo era interminable.
Su mente, en cambio, iba recuperando su rapidez en mayor medida. La sensación era distinta. No había acertado a notarlo antes, sin embargo, tanto con el desconocido como con Aylizz, el aire, el envoltorio de cada uno de los mundos, era por entero diferente, y el choque del lugar al que había llegado le impactó de una forma que no recordaba desde…
Claro. Por supuesto.
Pese a la seguridad, las palabras que emitió, las sílabas que paladeó, buscaron refutar la verdad que tenía ante sí. Los ojos de la humana aún martilleaban en él desde que se habían separado en Lunargenta. Y el resto de su cuerpo cerca le provocaba unos pensamientos que habrían derretido ríos del norte congelados en el más crudo de los inviernos.
No estaba sola. Y Nou quedó momentáneamente perplejo al reconocer en aquel gran lecho no a dos, sino a cinco personas, una de cuales, era él mismo.
Sí. La oscuridad le estaba llevando a los íntimos pensamientos desgajados del subconsciente. Por un momento, se sintió violento. Que la revelación fuese por él entendida justo en ese momento, no era casualidad. Sólo un nuevo tipo de ataque, ésta vez a sus valores. Profanar lugares teóricamente a salvo de cualquier persona, ver por sí mismo cosas que tal vez nunca quisieran contar. Y aún así, una media sonrisa apareció en sus labios, colocada por esa parte de él que se regocijaba al saber que la humana había soñado con él. Que había terminado en su mente lo que no pudieron en aquella taberna. ¿Pero y los demás? Aylizz… Recordaba lo que había pasado entre ellas y se encogió de hombros. Quizá había esperado demasiado. Todo eran experiencias para la joven humana, ¿por qué no? Su vida era corta, y nadie para impedírselo. Lo que sintió, lo achacó a no haber podido disfrutar con ella. No podía haber más razón.
Aún sorprendido por hallarse en sus pensamientos, cuanto le dijo no fue cuanto deseó. La oscuridad pareció permitirle un instante mayor que las dos últimas ocasiones, como si hubiera sabido cuando lo iba a malgastar. Y el elfo, volvió a desintegrarse, gritando en la absoluta nada.
¡¡NO MÁS!! Pensó desesperado. Sólo deseaba que todo aquello acabara. No sabía cuanto podría resistirlo. No era natural, y la casualidad, o causalidad, que le habían llevado a ese viaje parecían buscar para él un infierno para el que prepararse resultaba imposible.
Volvió a sentirse completo, y no abrió los ojos durante un lapso que asemejó a una eternidad. Cada pedazo del elfo rogaba por no moverse, por esperar a que la oscuridad volviera a llevárselo y terminase con todo de una vez, fuera como fuera.
No ocurrió.
Alzó un párpado inseguro, antes de cerrarlo y volver a intentarlo. Dioses. La imposibilidad de predecir donde llegaría, dónde se encontraría a quien debía relatar el funesto mensaje era descorazonadora.
En pie, una vez más. Miró en todas direcciones, decantándose -tal vez siendo obligado, quien hubiera sido capaz de dar una respuesta nítida- por los árboles que ante sí tenía. Una vivienda escondida reinaba en aquella parte del bosque, y fue cuanto encontró tras cruzar la linde que casi invitaba a mantener la paz del lugar.
Lo vio antes de que él fuese capaz de advertir su presencia, y así, sus pensamientos se volvieron aciagos. Personas que habían luchado junto a él o en el caso del primer hombre de la travesía, conocidos de éstas, llevadas por él a algo que desconocía. Aún no perdía la esperanza de equivocarse.
El tono de sus palabras trató de buscar una nueva respuesta negativa que tampoco llegó hasta él. Tarek… el último, pudo escuchar dentro de sí. Lejos de embargarle la alegría por el final, por haber hallado la última etapa del terrible viaje, sólo sintió pesar al comunicarle el peso que lo aplastaba. La reunión de quienes pertenecían allí. Quienes podrían resolverlo.
Al volver en sí, se alejó del libro como de una serpiente extremadamente venenosa. El peso de sus armas y armaduras le indicó que efectivamente, había regresado. Sí, pero no había vuelto igual.
El libro se quemó ante sus ojos, sin mediar fuego externo alguno. Y una risa fruto de una voz ya conocida, la misma que le había impulsado de sueño en sueño, habló como partiendo sus pensamientos.
“Doce días. Tú eres el Quinto. Aquellos que pertenecéis a lo pasado regresaréis. La sangre del sueño”
Nousis Indirel se pasó una mano por el cabello. Recordó al grupo, uno por uno, una por una. Acarició su frente a fin de relajarse y miró su espada cuatro segundos. Apenas se había esfumado todo el dolor que había sufrido a través de los pensamientos de los convocados.
Pero era hora de tomar rumbo sur.
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño
Joder, llegaba tarde, llegaba muy tarde, me había convertido en un esclavo de aquel mañana tan gozoso. Había pasado casi diez días de aquel sueño, aquel sueño que no conseguía entender, pero que se me había clavado como una astilla entre la carne y la uña, y no dejaba de doler, no dejaba que olvidara, parecía que necesitaba encontrarle la respuesta. Quizás no estábamos en el mismo plano mental, quizás solo era un sueño, sin más, una alucinación sin nada que me tuviera que importar, pero fue tan real, tan real que me hacía dudar, me hacía abrir la puerta y cerrarla, salir o no salir, embarcar o no.
Me encontraba en un barco mercante que había desembarcado de Roilkat camino hacía Beltrexus, un barco espectacular, su eslora costaba recorrerla de una punta a la otra, además el camarote donde me habían invitado a descansar tenía ese olor a madera mojada que era imposiblemente que se me olvidaría en la vida. Había quedado con el capitán en que me dejaban en el punto más cercano hasta Isla Tortuga, y para llegar allí me prestaban un bote, puesto que ni por asomo querían asomarse por esa zona, primero por la piratería y segundo, y creo que más importante, por los mitos y historias que se contaban de aquella isla. Al segundo día de aquel sueño, decidí coger el saco de viaje y echarme a hacer camino, deseaba volver a encontrarme con aquel elfo, porque con cada paso que daba escapaba un poco de ese yo que no conocía.
Y después de todo había conseguido embarcar en aquel barco, pero en aquel tiempo de trayecto, posiblemente había vomitado como cien veces desde que habíamos levantado anclas, era insoportable aquello de navegar, dudaba que en otra vida hubiera vivido en el mar, aquel mareo no cesaba. Uno de los marineros abrumado por mi malestar, me había llevado a la bodega y me había enseñado el arsenal de licores de los que disponían, me invitó a que tomara todo lo que quisiera, según él, con esto se me pasaría el mareo y aunque no lo dijo, aquella cobardía que me hacía ser el chismoso correbocas de aquella cubierta.
Anocheciendo y bebiendo de aquel licor, el momento acompañaba, me senté en el borde de la proa y bebí, un trago tras otro, no importaba cuanto pudiera correr porque tenía claro que aquello iba a traer consecuencias, pero quizás aquella isla cerraba un capítulo y me ayudaba a encontrar respuestas. '¡Hacía el infierno que la muerte no me iba a coger', gritaba el capitán desde su camarote, todo aquel mar estaba desierto y solo resonaban sus palabras en el horizonte, parecía que el capitán también estaba algo afectado de este licor, acabé bebiendo otro trago mientras bajaba a la bodega a por otra botella de licor, solo esperaba que aquellas botellas se quedaran conmigo.
- Siempre me quedaré contigo.
Déjame ahora Dana, no tengo más tiempo para perderlo llorando, y el poco que me queda me lo quieres robar. ¿Dónde estás cuando estoy perdido?. ¿Cuál es el misterio de sentirse solo?. Santo padre, ¿Quieres ayudar o quieres joder? A veces dudo de cual es el propósito. Como en tantas otras ocasiones, no obtuve respuesta, solo las salpicaduras de aquel barco rompiendo olas. Cada nuevo pensamiento, me hacía estar más ofuscado, y más me hacía beber de aquel licor, ..
...
Me desperté entre aspavientos, con la boca como un estropajo de seca y con dolor de cabeza e intentado ponerme de pie pero me era imposible, un arsenal de botellas me hacía difícil levantarme. Con el dolor en la espalda provocado por tener aquellas botellas como lecho, clavándose en todos los recovecos en los que no tenía hueso, intenté incorporarme sujetándome a todo aquello que podía. ¿Dónde demonios estoy? - Tuve que hacer que bebieras más de la cuenta, lobito. - ¿De que cojones estás hablando Dana? -Tenías que navegar y no querías, con lo que la única solución era esta. - ¿¡Pero que estoy en medio del mar!? - No montes un escándalo, estás encallado en la orilla de una playa de Isla Tortuga.
La maldición estaba detrás de la cruz, era imposible deshacerme de ella, me iba a acompañar hasta el día de mi muerte. Me puse de pie como pude, haciendo hueco entre aquellas botellas para poder apoyar los pies en la madera del bote, entonces es cuando pude ver aquella playa, iluminada por el reflejo de la luna en el inmenso mar que nos rodeaba. Parecía que quizás, había llegado a tiempo.
Me encontraba en un barco mercante que había desembarcado de Roilkat camino hacía Beltrexus, un barco espectacular, su eslora costaba recorrerla de una punta a la otra, además el camarote donde me habían invitado a descansar tenía ese olor a madera mojada que era imposiblemente que se me olvidaría en la vida. Había quedado con el capitán en que me dejaban en el punto más cercano hasta Isla Tortuga, y para llegar allí me prestaban un bote, puesto que ni por asomo querían asomarse por esa zona, primero por la piratería y segundo, y creo que más importante, por los mitos y historias que se contaban de aquella isla. Al segundo día de aquel sueño, decidí coger el saco de viaje y echarme a hacer camino, deseaba volver a encontrarme con aquel elfo, porque con cada paso que daba escapaba un poco de ese yo que no conocía.
Y después de todo había conseguido embarcar en aquel barco, pero en aquel tiempo de trayecto, posiblemente había vomitado como cien veces desde que habíamos levantado anclas, era insoportable aquello de navegar, dudaba que en otra vida hubiera vivido en el mar, aquel mareo no cesaba. Uno de los marineros abrumado por mi malestar, me había llevado a la bodega y me había enseñado el arsenal de licores de los que disponían, me invitó a que tomara todo lo que quisiera, según él, con esto se me pasaría el mareo y aunque no lo dijo, aquella cobardía que me hacía ser el chismoso correbocas de aquella cubierta.
Anocheciendo y bebiendo de aquel licor, el momento acompañaba, me senté en el borde de la proa y bebí, un trago tras otro, no importaba cuanto pudiera correr porque tenía claro que aquello iba a traer consecuencias, pero quizás aquella isla cerraba un capítulo y me ayudaba a encontrar respuestas. '¡Hacía el infierno que la muerte no me iba a coger', gritaba el capitán desde su camarote, todo aquel mar estaba desierto y solo resonaban sus palabras en el horizonte, parecía que el capitán también estaba algo afectado de este licor, acabé bebiendo otro trago mientras bajaba a la bodega a por otra botella de licor, solo esperaba que aquellas botellas se quedaran conmigo.
- Siempre me quedaré contigo.
Déjame ahora Dana, no tengo más tiempo para perderlo llorando, y el poco que me queda me lo quieres robar. ¿Dónde estás cuando estoy perdido?. ¿Cuál es el misterio de sentirse solo?. Santo padre, ¿Quieres ayudar o quieres joder? A veces dudo de cual es el propósito. Como en tantas otras ocasiones, no obtuve respuesta, solo las salpicaduras de aquel barco rompiendo olas. Cada nuevo pensamiento, me hacía estar más ofuscado, y más me hacía beber de aquel licor, ..
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Me desperté entre aspavientos, con la boca como un estropajo de seca y con dolor de cabeza e intentado ponerme de pie pero me era imposible, un arsenal de botellas me hacía difícil levantarme. Con el dolor en la espalda provocado por tener aquellas botellas como lecho, clavándose en todos los recovecos en los que no tenía hueso, intenté incorporarme sujetándome a todo aquello que podía. ¿Dónde demonios estoy? - Tuve que hacer que bebieras más de la cuenta, lobito. - ¿De que cojones estás hablando Dana? -Tenías que navegar y no querías, con lo que la única solución era esta. - ¿¡Pero que estoy en medio del mar!? - No montes un escándalo, estás encallado en la orilla de una playa de Isla Tortuga.
La maldición estaba detrás de la cruz, era imposible deshacerme de ella, me iba a acompañar hasta el día de mi muerte. Me puse de pie como pude, haciendo hueco entre aquellas botellas para poder apoyar los pies en la madera del bote, entonces es cuando pude ver aquella playa, iluminada por el reflejo de la luna en el inmenso mar que nos rodeaba. Parecía que quizás, había llegado a tiempo.
Última edición por Damian Noor el Miér Nov 04 2020, 01:18, editado 1 vez
Damian Noor
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Re: La sangre del sueño
Dos días llevaba dándole vueltas a aquel sueño, el mismo al que en su momento no dio importancia. Solía pasar. Cada vez que la imagen de su madre se le aparecía en la cabeza tardaba un tiempo en recomponerse, a pesar del tiempo que había pasado, trece largos años. Echando la vista atrás no pudo evitar sentirte decepcionada consigo, tanto había dedicado a seguir las pistas de sus orígenes, tal vez para sentirse más cerca de ella o saben los dioses por qué el empeño en aquello que, al final, había quedado en nada. Ideas y objetivos de una niña que, con el tiempo, pasaron a segundo plano cuando comenzó a descubrir la realidad del mundo y de la vida, ¿perder el tiempo mirando al pasado? Había optado por tratar de pasar página y comenzar a cimentar su vida tras su marcha de Eddamber, poniendo en duda hasta qué punto los lazos de sangre definen a uno... Pero esta vez no sólo era aquel recuerdo desdibujado lo que la hacía revolverse, la irrupción del elfo en las proyecciones de su subconsciente la descolocó del todo, no le encontraba ningún sentido a su aparición y menos a las palabras que la dedicó, incoherentes de todo punto, aunque si de algo podía estar segura era de que aquello no podía formar parte de un sueño, jamás había oído hablar de aquella isla, no podía haber sido una invención de su mente.
Lissinda disponía en la salita de una pequeña biblioteca, en su salita de estar, donde guardaba tomos de diversas materias. Decidió pues consultarlos, en busca de información sobre aquella ubicación a la que, si estaba en lo cierto y aquello había sido algún tipo de mensaje, deberían encontrarse. No encontró mucha información al respecto, una isla cercana a Beltrexus que siglos atrás habría sido la cuna de muchas agrupaciones de los suyos, como en el resto del archipiélago, ahora territorio de la brujería. Maldito Nousis... ¿En qué andaría metido esta vez? No. No quería saberlo. Sus dos primeros encuentros fueron fortuitos, no hubo ocasión de elegir, y en el tercero... Bueno, debía reconocer que lo que pasó entonces no tuvo nada que ver con él. Aun así, por alguna razón, fuera donde fuese el espadachín acababa teniendo problemas. Aunque... No, no. Definitivamente no. Tras los últimos acontecimientos, sin duda intensos, había logrado llegar sana y salva a la que ya consideraba su casa, se mantenía ocupada en su humilde taller y vivía tranquila.Aburrida. Agg, a quién quería engañar, claro que acudiría, debía ser importante si había tenido que recurrir a... Espera, ¿cómo diantres lo había hecho? Suspiró. Tenía mucho que preparar y planificar su viaje, la cuenta atrás había comenzado.
Suerte que Fahïn dirigía sus negocios hasta Vulwufar en aquella ocasión, aunque a decir verdad la buena fortuna había sido que emprendiera la marcha aquel día, las idas y venidas eran más que habituales para el mercader. En tres jornadas llegaron a la ciudad, aquel carro era suficientemente amplio para poder hacer noche en los caminos sin necesidad de buscar alojamiento y los jóvenes caballos que lo tiraban podían caminar ligero durante kilómetros sin apenas descanso. El elfo estaba acostumbrado a llegar raudo a sus destinos, no era de su agrado perder el tiempo, según decía aquello era sinónimo de perder dinero. Abandonó su transporte al cruzar las puertas de la ciudad, no le interesaba el mercado, sus planes comenzaban en el puerto. Había tomado la decisión de llevar poco equipaje, más bien nada, únicamente su zurrón ajustado en la cintura en el que portaba lo que había considerado indispensable para un viaje hacia lo desconocido. Algunos elixires ya preparados, su pequeño estuche de virales para emergencias, pergaminos de bolsillo en los que había tomado notas de las escasas informaciones con las que contaba acerca del archipiélago, un saquito con aeros con los que esperaba poder costearse el trayecto y, por supuesto, su daga, su único arma, su fiel aliada anclada al cinturón, que de tantos apuros la había librado.
-¿A Tortuga? Ah no, no, no. Yo no navego cerca de esa isla maldita.- La negativa fue generalizada, ningún navío estaba dispuesto realizar aquella ruta, la mayoría la tomaron por loca o suicida tan sólo por interesarse por aquel lugar. Todos a los que preguntaba parecían ponerse nerviosos al mentar aquel nombre, pero nadie daba demasiados detalles. Maravilloso, fantástico, ¿y ahora qué? Ilusa, cómo podía haber pensado que aquel sería un punto de encuentro cómodo y sencillo.
-Yo podría llevarte hasta allí.- Caminaba por los muelles, desalentada, cuando aquel joven apareció de la nada, entre la gente, y se dirigió a ella. Lo examinó de un rápido vistazo de pies a cabeza, no parecía marinero, tampoco mozo de carga, mucho menos capitán.
-¿Tú? Si, seguro. Perdona, pero no tengo tiempo para perderlo en bromas.- No dudó en darle la espalda al instante y continuar su camino, algún barco debía de poder llevarla hasta allí, ¿qué tenía aquella isla que causaba tanto rechazo?
Con discreción paseó entre las mercancías que aun quedaban por subir a la nave y encontró su oportunidad en un conjunto de barriles que parecían ser los próximos en transportar. ¡Premio! Dio con uno vacío y no dudó un segundo en agazaparse dentro. A los pocos minutos se encontraba en el barco, pero esperó escondida, no la convenía ser descubierta, al menos no antes de zarpar. Sólo cuando llevaba un par de horas notando el movimiento inestable del mar y el absoluto silencio alrededor decidió salir de su escondite. Bien, ya estaba en la bodega, sólo quedaba esperar. Esperó hasta que el sol se ocultó y se pasó la noche esperando. Ante la posibilidad de ser descubierta, se abrió hueco entre cajas apiladas en lo más profundo del almacén y allí descansó. Y pasó otro día y otra noche, al menos disponía de víveres a su alrededor, suficientes para sobrevivir incluso varios meses. Al tercer día sin noticias del joven del puerto asumió que se había dejado engañar. Estupendo. ¿Significaba aquello que tendría que permanecer oculta hasta llegar a la capital de las islas? Tal vez desde allí fuera más fácil llegar a su destino, podría intentarlo... Pero, ¿cuánto podría tardar? La angustia estaba a punto de invadirla cuando sobre su cabeza los pasos de los marineros comenzaron a acelerarse, notándoles correr de un lado a otro, escuchándoles dar voces alteradas. ...¡Piratas!... ...¡A las armas!... ¡¿Qué?! Lo que faltaba...
Rápidamente echó mano de su daga y se ocultó bajo la escalera. Desde allí se escuchaba sin distrorsión la disputa y el abordaje que se vivía en el exterior, gritos, insultos, metal contra metal, golpes secos contra el suelo... No sabría determinar lo que duró aquello, pero llegado el momento todo pareció volver a la calma. Y el silencio disparó sus latidos y su respiración se aceleró cuando pasos irrumpieron sobre su cabeza y una figura comenzó a bajar los escalones. Apretó con fuerza la empuñadura, pero se mantuvo inmóvil, ¿qué se supone que debía hacer? La única huida posible sería saltar por la borda, pero eso supondría llegar sin ser vista hasta la cubierta.
-¿Rubia? Oh, por favor, dime que has conseguido subir a bordo. ¿Hola?- La voz familiar la hizo salir de las sombras, después de todo había seguido con lo acordado. Ya podría haberla puesto sobre aviso en el puerto, estaba segura que aquel sobresalto le había quitado años de vida.
No quedaban muchas horas para la puesta de sol y se encontraba totalmente desubicada. Había quedado demostrado que podía fiarse de las palabras del joven, al menos de las que decía, el problema estaba precisamente en lo que no decía. A la hora de la cena, uno de los tripulantes bajó a verla. No la dirigió una palabra, pero le faltó relamerse cuando la vio ovillada en la esquina más alejada a la puerta de su jaula. Le ofreció un plato de comida entre los barrotes y ella se lo tiró a la cara. Ni loca se llevaría a la boca nada de lo que aquellos cerdos pudiesen darla. El hombre soltó un bufido, pero continuó sin decir nada y con las mismas dio media vuelta y desapareció escaleras arriba. Aylizz se quedó en aquella esquina, inmóvil, invadida por la desesperación. Maldita la hora...
Había prácticamente dos días, sin beber ni comer debía tratar de gastar las menos energías posibles, las necesitaría. Hacia el medio día, el ajetreo en el piso superior se hizo más notorio y apreció cómo la velocidad del barco se reducía poco a poco hasta terminar por quedar parado. Fue entonces cuando su captor se dignó a aparecer por aquellos fondos por primera vez desde que la había retenido allí. -Hemos llegado.- Abrió la celda y se acercó a ella. La ayudó a levantarse, sin hacer falta que la forzase a ello, después de todo ¿qué iba a hacer? ¿Quedarse allí sentada hasta morir deshidratada? Tampoco se lo permitirían, así que. La claridad del exterior la cegó, tras varios días en la oscuridad, con tan sólo la luz de una vela, los rayos del sol se sentían como agujas en sus ojos. Al cabo de unos minutos su vista se adaptó de nuevo al día y de una ojeada vislumbró la panorámica antes de desembarcar. -¡Bienvenida a Tortuga, la isla negra, hogar de la peor calaña de todo Aerandir!- exclamó el muchacho con sorna, acompañando la frase con un pequeño empujón para hacerla bajar hasta el muelle. Una vez allí, la agarró nuevamente del brazo y tal y como había hecho hasta el momento, guió sus pasos.
Aquel puerto estaba situado estratégicamente en una bahía rodeada de acantilados que la protegían en sus extremos, de la que salía una pequeña playa limitada por palmeras que colindaban con el bosque selvático que se extendía por toda la isla. A su paso por los muelles observó con atención las mercancías allí apostadas, a cada cual más llamativa. Jaulas de animales extraños o bestias de diferentes partes del continente, barriles de toda clase de bebidas embriagadoras, cajas de madera con distintos alimentos y lo más perturbador... Puestos ambulantes en los que se exponían con orgullo mutilaciones de todo tipo de seres. Sin duda aquella ristra de orejas puntiagudas que se vendían como amuletos la dejó claro que debía hacer lo que fuese para salir de allí cuanto antes. No podía llegar a donde fuera que la estuviese llevando aquel joven, sería su fin. Fue rastrero que la hiciese parar en aquel mostrador, bajo la premisa de saludar a un viejo amigo, tuvo que apartar la mirada. Pero aquella pausa fue su salvoconducto, el chico había bajado la guardia y si de algo había servido mostrarse dócil es que le había hecho confiar en que no trataría de escapar. Con un rápido forcejeo logró zafarse de la garra que apretaba el brazo y echó a correr hacia la frondosidad, chocando y arrasando con todo a su paso, aun con sus manos amarradas a la espalda. Escuchaba los gritos de aquel malnacido que la maldecía, instando al resto de los allí presentes a perseguirla, prometiendo una generosa suma de aeros a quien diese con ella, pero a pesar de la falta de fuerzas, el factor sorpresa le dio la ventaja suficiente para poner tierra de por medio y desaparecer entre las profundidades del bosque. Corrió como si le fuera la vida en ello -vaya si le iba-, atravesando la maleza que se hacía más abrupta cuanto más avanzaba.
Aun podía escuchar las voces en la lejanía tras ella cuando tropezó con una gruesa raíz que sobresalía de la tierra y cayó al suelo, haciéndola rodar por un desnivel varios metros abajo, chocando en la caída con todo lo que encontró a su paso, hasta que el golpe contra un tronco la hizo parar en seco. Quedó tendida, desfallecida y dolorida, tratando de recuperar el aliento, en silencio. Ya no se oía a sus perseguidores, al menos el tropiezo había servido para dejarlos atrás. Cerró los ojos y poco a poco notó como sus pulsaciones se ralentizaban y su respiración se normalizaba. Y ahora qué...
Lissinda disponía en la salita de una pequeña biblioteca, en su salita de estar, donde guardaba tomos de diversas materias. Decidió pues consultarlos, en busca de información sobre aquella ubicación a la que, si estaba en lo cierto y aquello había sido algún tipo de mensaje, deberían encontrarse. No encontró mucha información al respecto, una isla cercana a Beltrexus que siglos atrás habría sido la cuna de muchas agrupaciones de los suyos, como en el resto del archipiélago, ahora territorio de la brujería. Maldito Nousis... ¿En qué andaría metido esta vez? No. No quería saberlo. Sus dos primeros encuentros fueron fortuitos, no hubo ocasión de elegir, y en el tercero... Bueno, debía reconocer que lo que pasó entonces no tuvo nada que ver con él. Aun así, por alguna razón, fuera donde fuese el espadachín acababa teniendo problemas. Aunque... No, no. Definitivamente no. Tras los últimos acontecimientos, sin duda intensos, había logrado llegar sana y salva a la que ya consideraba su casa, se mantenía ocupada en su humilde taller y vivía tranquila.
Faltan diez días.
Suerte que Fahïn dirigía sus negocios hasta Vulwufar en aquella ocasión, aunque a decir verdad la buena fortuna había sido que emprendiera la marcha aquel día, las idas y venidas eran más que habituales para el mercader. En tres jornadas llegaron a la ciudad, aquel carro era suficientemente amplio para poder hacer noche en los caminos sin necesidad de buscar alojamiento y los jóvenes caballos que lo tiraban podían caminar ligero durante kilómetros sin apenas descanso. El elfo estaba acostumbrado a llegar raudo a sus destinos, no era de su agrado perder el tiempo, según decía aquello era sinónimo de perder dinero. Abandonó su transporte al cruzar las puertas de la ciudad, no le interesaba el mercado, sus planes comenzaban en el puerto. Había tomado la decisión de llevar poco equipaje, más bien nada, únicamente su zurrón ajustado en la cintura en el que portaba lo que había considerado indispensable para un viaje hacia lo desconocido. Algunos elixires ya preparados, su pequeño estuche de virales para emergencias, pergaminos de bolsillo en los que había tomado notas de las escasas informaciones con las que contaba acerca del archipiélago, un saquito con aeros con los que esperaba poder costearse el trayecto y, por supuesto, su daga, su único arma, su fiel aliada anclada al cinturón, que de tantos apuros la había librado.
-¿A Tortuga? Ah no, no, no. Yo no navego cerca de esa isla maldita.- La negativa fue generalizada, ningún navío estaba dispuesto realizar aquella ruta, la mayoría la tomaron por loca o suicida tan sólo por interesarse por aquel lugar. Todos a los que preguntaba parecían ponerse nerviosos al mentar aquel nombre, pero nadie daba demasiados detalles. Maravilloso, fantástico, ¿y ahora qué? Ilusa, cómo podía haber pensado que aquel sería un punto de encuentro cómodo y sencillo.
-Yo podría llevarte hasta allí.- Caminaba por los muelles, desalentada, cuando aquel joven apareció de la nada, entre la gente, y se dirigió a ella. Lo examinó de un rápido vistazo de pies a cabeza, no parecía marinero, tampoco mozo de carga, mucho menos capitán.
-¿Tú? Si, seguro. Perdona, pero no tengo tiempo para perderlo en bromas.- No dudó en darle la espalda al instante y continuar su camino, algún barco debía de poder llevarla hasta allí, ¿qué tenía aquella isla que causaba tanto rechazo?
- Como quieras...:
- -Como quieras, pero no encontrarás a nadie más que esté dispuesto a correr el riesgo.- El muchacho presentaba una actitud despreocupada, apoyado en el malecón con aires de grandeza, parecía muy seguro de sus palabras y todo apuntaba a que no le faltaba razón.
-¿Riesgo?- El chico arqueó una ceja y una sonrisa picaresca se dibujó en su cara acto seguido.
-Realmente no sabes nada de Tortuga, ¿verdad? ¿Qué tienes que hacer allí?- Se acercó hacia ella y dio una vuelta completa a su alrededor, reproduciendo el examen que ella misma le había hecho momentos antes, sólo que no tan rápido ni tan sutil, más bien se tomó su tiempo para analizar cada detalle de la elfa.
-Eso no te importa. ¿De verdad puedes llevarme?- Se acomodó la capa, cubriendo su cuerpo todo lo que pudo ante los ojos que la estudiaban con mirada divertida y se cruzó de brazos. Él se limitó a emitir un Já con tono triunfal.
-¡Por supuesto! Las mujeres no abundan en La Negra, es más fácil cuando están dispuestas a ir por su propio pie.- Aylizz dudó por un segundo si estaba bromeando, aunque estaba más que claro que tras aquella carisma que transmitía al hablar, sus palabras no mentían. Tragó saliva y guardó silencio un instante antes de responder.
-Muy bien, tú dirás.- No tenía otra opción, tenía que llegar a aquella isla y seguirle el juego a aquel desconocido parecía la única oportunidad para embarcar. Ya pensaría más adelante cómo zafarse de él y de sus planes, fueran los que fuesen.
-Aquella carabela está a punto de zarpar hacia Beltrexus, haz por colarte y espera en la bodega. El resto déjamelo a mí.- Siguió con la mirada la dirección en la que señalaba, parte de la tripulación terminaba de cargar la embarcación mientras los restantes ultimaban preparativos en cubierta.
-Pero yo no quiero ir a...- Al volver de nuevo su atención hacia el chico, ya no estaba. De igual forma que había aparecido, se había esfumado. Gruñó para sí, tendría que hacerle caso.
Con discreción paseó entre las mercancías que aun quedaban por subir a la nave y encontró su oportunidad en un conjunto de barriles que parecían ser los próximos en transportar. ¡Premio! Dio con uno vacío y no dudó un segundo en agazaparse dentro. A los pocos minutos se encontraba en el barco, pero esperó escondida, no la convenía ser descubierta, al menos no antes de zarpar. Sólo cuando llevaba un par de horas notando el movimiento inestable del mar y el absoluto silencio alrededor decidió salir de su escondite. Bien, ya estaba en la bodega, sólo quedaba esperar. Esperó hasta que el sol se ocultó y se pasó la noche esperando. Ante la posibilidad de ser descubierta, se abrió hueco entre cajas apiladas en lo más profundo del almacén y allí descansó. Y pasó otro día y otra noche, al menos disponía de víveres a su alrededor, suficientes para sobrevivir incluso varios meses. Al tercer día sin noticias del joven del puerto asumió que se había dejado engañar. Estupendo. ¿Significaba aquello que tendría que permanecer oculta hasta llegar a la capital de las islas? Tal vez desde allí fuera más fácil llegar a su destino, podría intentarlo... Pero, ¿cuánto podría tardar? La angustia estaba a punto de invadirla cuando sobre su cabeza los pasos de los marineros comenzaron a acelerarse, notándoles correr de un lado a otro, escuchándoles dar voces alteradas. ...¡Piratas!... ...¡A las armas!... ¡¿Qué?! Lo que faltaba...
Rápidamente echó mano de su daga y se ocultó bajo la escalera. Desde allí se escuchaba sin distrorsión la disputa y el abordaje que se vivía en el exterior, gritos, insultos, metal contra metal, golpes secos contra el suelo... No sabría determinar lo que duró aquello, pero llegado el momento todo pareció volver a la calma. Y el silencio disparó sus latidos y su respiración se aceleró cuando pasos irrumpieron sobre su cabeza y una figura comenzó a bajar los escalones. Apretó con fuerza la empuñadura, pero se mantuvo inmóvil, ¿qué se supone que debía hacer? La única huida posible sería saltar por la borda, pero eso supondría llegar sin ser vista hasta la cubierta.
-¿Rubia? Oh, por favor, dime que has conseguido subir a bordo. ¿Hola?- La voz familiar la hizo salir de las sombras, después de todo había seguido con lo acordado. Ya podría haberla puesto sobre aviso en el puerto, estaba segura que aquel sobresalto le había quitado años de vida.
- ¿Este era tu plan?:
- -¿Así que este era tu plan? Piratas... ¿En serio?- Envainó el arma, a pesar de la inseguridad que le provocaba aquel giro de guion, pero ¿qué si no?
-Ya lo teníamos planeado, sólo te di una oportunidad. Vamos. ¡Ah! Perdona, pero esto es necesario.- Sin darla tiempo a reaccionar, agarró sus brazos y los amarró a la espalda con una soga.
-¿Qué? ¡No! ¡Suéltame!- Se revolvió, pero fue inútil. El nudo apretaba sus muñecas tanto que hasta dolía y el muchacho agarraba con fuerza su brazo, tirando de ella para hacerla subir las escaleras.
-Dije que te llevaría a Tortuga, pero no especifiqué cómo.- y se echó a reír. Una vez en cubierta, el resto de asaltantes dejaron sus quehaceres para fijar su atención en la elfa. Las incrédulas miradas dieron paso a grimosas expresiones de deseo y por primera vez desde que se había embarcado -nunca mejor dicho- en ese viaje, sintió verdadero pánico, más aun cuando uno de ellos se acercó y trató de agarrar su rostro con una sucia y ensangrentada mano. -¡Eh! Mirar todo lo que queráis, pero de lejos. Ni tocarla ¡y mucho menos babearla! Es mi botín.
-Perro mal nacido.- Lo fulminó con la mirada tras aquellas palabras, poniendo el punto al insulto escupiéndolo en la cara, en un intento por mantener su orgullo, aun a sabiendas de que no tendría ninguna posibilidad de salir de aquel entuerto. ¿Botín? Prefirió no pensar en lo que significaba eso, aunque no hacía falta tener mucha imaginación para suponer a lo que se refería.
-Te necesito en perfectas condiciones, así que puedes estar tranquila. Al menos hasta que lleguemos.- Con un guiño puso fina a la conversación y la dirigió hasta los tablones que unían la ahora destrozada carabela con el galeón que permanecía anclado junto a la misma. Cruzó la pasarela con su captor tras ella y una vez en barco enemigo fue llevada a la bodega, donde se habían dispuesto unas rudimentarias celdas. Lejos de mostrarse desagradable o tratarla con brusquedad, la invitó a entrar dentro de una. Lo miró desafiante un momento, pero terminó por resignarse y obedecer, era inútil resistirse.
No quedaban muchas horas para la puesta de sol y se encontraba totalmente desubicada. Había quedado demostrado que podía fiarse de las palabras del joven, al menos de las que decía, el problema estaba precisamente en lo que no decía. A la hora de la cena, uno de los tripulantes bajó a verla. No la dirigió una palabra, pero le faltó relamerse cuando la vio ovillada en la esquina más alejada a la puerta de su jaula. Le ofreció un plato de comida entre los barrotes y ella se lo tiró a la cara. Ni loca se llevaría a la boca nada de lo que aquellos cerdos pudiesen darla. El hombre soltó un bufido, pero continuó sin decir nada y con las mismas dio media vuelta y desapareció escaleras arriba. Aylizz se quedó en aquella esquina, inmóvil, invadida por la desesperación. Maldita la hora...
Faltan cuatro días.
Había prácticamente dos días, sin beber ni comer debía tratar de gastar las menos energías posibles, las necesitaría. Hacia el medio día, el ajetreo en el piso superior se hizo más notorio y apreció cómo la velocidad del barco se reducía poco a poco hasta terminar por quedar parado. Fue entonces cuando su captor se dignó a aparecer por aquellos fondos por primera vez desde que la había retenido allí. -Hemos llegado.- Abrió la celda y se acercó a ella. La ayudó a levantarse, sin hacer falta que la forzase a ello, después de todo ¿qué iba a hacer? ¿Quedarse allí sentada hasta morir deshidratada? Tampoco se lo permitirían, así que. La claridad del exterior la cegó, tras varios días en la oscuridad, con tan sólo la luz de una vela, los rayos del sol se sentían como agujas en sus ojos. Al cabo de unos minutos su vista se adaptó de nuevo al día y de una ojeada vislumbró la panorámica antes de desembarcar. -¡Bienvenida a Tortuga, la isla negra, hogar de la peor calaña de todo Aerandir!- exclamó el muchacho con sorna, acompañando la frase con un pequeño empujón para hacerla bajar hasta el muelle. Una vez allí, la agarró nuevamente del brazo y tal y como había hecho hasta el momento, guió sus pasos.
Aquel puerto estaba situado estratégicamente en una bahía rodeada de acantilados que la protegían en sus extremos, de la que salía una pequeña playa limitada por palmeras que colindaban con el bosque selvático que se extendía por toda la isla. A su paso por los muelles observó con atención las mercancías allí apostadas, a cada cual más llamativa. Jaulas de animales extraños o bestias de diferentes partes del continente, barriles de toda clase de bebidas embriagadoras, cajas de madera con distintos alimentos y lo más perturbador... Puestos ambulantes en los que se exponían con orgullo mutilaciones de todo tipo de seres. Sin duda aquella ristra de orejas puntiagudas que se vendían como amuletos la dejó claro que debía hacer lo que fuese para salir de allí cuanto antes. No podía llegar a donde fuera que la estuviese llevando aquel joven, sería su fin. Fue rastrero que la hiciese parar en aquel mostrador, bajo la premisa de saludar a un viejo amigo, tuvo que apartar la mirada. Pero aquella pausa fue su salvoconducto, el chico había bajado la guardia y si de algo había servido mostrarse dócil es que le había hecho confiar en que no trataría de escapar. Con un rápido forcejeo logró zafarse de la garra que apretaba el brazo y echó a correr hacia la frondosidad, chocando y arrasando con todo a su paso, aun con sus manos amarradas a la espalda. Escuchaba los gritos de aquel malnacido que la maldecía, instando al resto de los allí presentes a perseguirla, prometiendo una generosa suma de aeros a quien diese con ella, pero a pesar de la falta de fuerzas, el factor sorpresa le dio la ventaja suficiente para poner tierra de por medio y desaparecer entre las profundidades del bosque. Corrió como si le fuera la vida en ello -vaya si le iba-, atravesando la maleza que se hacía más abrupta cuanto más avanzaba.
Aun podía escuchar las voces en la lejanía tras ella cuando tropezó con una gruesa raíz que sobresalía de la tierra y cayó al suelo, haciéndola rodar por un desnivel varios metros abajo, chocando en la caída con todo lo que encontró a su paso, hasta que el golpe contra un tronco la hizo parar en seco. Quedó tendida, desfallecida y dolorida, tratando de recuperar el aliento, en silencio. Ya no se oía a sus perseguidores, al menos el tropiezo había servido para dejarlos atrás. Cerró los ojos y poco a poco notó como sus pulsaciones se ralentizaban y su respiración se normalizaba. Y ahora qué...
Faltan dos días.
Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño
No iba a ir. Lo había decidido. Putos sueños de mierda. Iori no creía en ese tipo de supercherías. Pero tenía que admitir que dos Nousis en el mismo sueño... la habían despistado un poco. Sobre todo porque el último, hablaba igual de serio y soso que era el elfo real que conocía.
Prefería en su mente el recuerdo del elfo retozando en brazos del otro elfo, Tarek, la criatura más feliz y optimista de todo Aerandir. Pero tenía que admitir que eso no sucedería en otro lugar que no fuese si imaginación. Y sin embargo en los últimos días sus pasos la habían aproximado a la costa. Pequeños pueblos y aldeas que limitaban con el litoral desde el cual, cruzando el mar se encontraba la dichosa isla Tortuga.
Pasó la primera semana, intentando centrar su búsqueda en encontrar algún traductor. Alguna persona que pudiese ayudarla a obtener información de la inscripción del anillo. Falló en su objetivo pero en cambio, obtuvo otros premios. De esos que no cuentas con ellos, sorpresas que aparecen de golpe en la vida, y que no sabías que querías hasta que los tenías delante.
Y esos premios tenían nombre de comida, paisajes y personas. Saboreó nuevas preparaciones, admiró la belleza de localizaciones que desconocía y encontró calor en otros cuerpos diferentes a los de aquel estúpido sueño.
Y sin embargo... isla Tortuga... su decisión de no hacer caso a lo que cruzaba en su cabeza por la noche se fue diluyendo según los días pasaban. Quizá ir a mirar... solo por asegurarse... solamente para comprobar... Su curiosidad, unida a su evidente ignorancia hicieron el resto. Iori quería saber, a fin de cuentas. Y su desconocimiento sobre aquel lugar se mezclaron convirtiendo su decisión de ir allí en la siguiente temeridad que la metería en problemas.
Hasta que un día no fuese capaz de salir en alguna de esas situaciones en las que se metía con tanta alegría. Observó con una sonrisa como el perfil de la isla se aproximaba a ella. En cualquier caso era su vida, y vivía con la libertad de saber que nadie quedaría atado a tener que llevar flores a su tumba.
- Sigo pensando que no es buena idea Iori... - la voz de Karen sonó a su espalda. La joven pirata mantenía el timón de su embarcación con firmeza. Los ojos azules se recrearon un instante en la piel morena que lucía la chica. Piel que sabía a calor y a sal. - Seguro que eso mismo pensaste la primera noche - respondió enarcando una ceja Iori. Recordaba haberla visto al otro lado del fuego, en la posada de una pequeña ciudad portuaria. Y en apenas unos minutos había decidido que lo intentaría con ella.
- Lo cierto es que poco tiempo pude dedicar a pensar esa noche - No todos los días te encuentras a una mujer de las características de Karen. Y sobre todo si añadimos el hecho de que Iori fue la primera mujer que aceptó meter entre sus sábanas. Solía darle reparos la gente que no tenía experiencia, pero Karen había suplido su desconocimiento en cuanto a experiencias lésbicas con las ganas que había mostrado.
Al final, había sido un golpe de suerte que la joven pirata estuviese dispuesta a hacerle aquel favor. Aguas por las que ella ya se había movido con otras tripulaciones. - Solo unos días... exploraré, conoceré la isla, y veré si me encuentro con algún conocido. En cuatro noches nos volveremos a ver. Si es que todavía te acuerdas de mí - añadió con una sonrisa. - Estás loca Iori. Pero si nada me lo impide, estaré aquí en cuatro noches para recoger lo que quede de ti -
Mientras observaba la silueta del menudo barco alejarse, con el sabor de la boca de Karen en los labios, Iori avanzó por la arena con el calzado en la mano. Aquel paisaje no resultaba muy diferente a la costa que había cerca de su aldea. Claro que para saber ver las diferencias la gente tenía que conocer la historia de la isla. y Iori seguía conduciéndose en su vida por impulsos momentáneos y los pálpitos de su corazón.
Prefería en su mente el recuerdo del elfo retozando en brazos del otro elfo, Tarek, la criatura más feliz y optimista de todo Aerandir. Pero tenía que admitir que eso no sucedería en otro lugar que no fuese si imaginación. Y sin embargo en los últimos días sus pasos la habían aproximado a la costa. Pequeños pueblos y aldeas que limitaban con el litoral desde el cual, cruzando el mar se encontraba la dichosa isla Tortuga.
Pasó la primera semana, intentando centrar su búsqueda en encontrar algún traductor. Alguna persona que pudiese ayudarla a obtener información de la inscripción del anillo. Falló en su objetivo pero en cambio, obtuvo otros premios. De esos que no cuentas con ellos, sorpresas que aparecen de golpe en la vida, y que no sabías que querías hasta que los tenías delante.
Y esos premios tenían nombre de comida, paisajes y personas. Saboreó nuevas preparaciones, admiró la belleza de localizaciones que desconocía y encontró calor en otros cuerpos diferentes a los de aquel estúpido sueño.
Y sin embargo... isla Tortuga... su decisión de no hacer caso a lo que cruzaba en su cabeza por la noche se fue diluyendo según los días pasaban. Quizá ir a mirar... solo por asegurarse... solamente para comprobar... Su curiosidad, unida a su evidente ignorancia hicieron el resto. Iori quería saber, a fin de cuentas. Y su desconocimiento sobre aquel lugar se mezclaron convirtiendo su decisión de ir allí en la siguiente temeridad que la metería en problemas.
Hasta que un día no fuese capaz de salir en alguna de esas situaciones en las que se metía con tanta alegría. Observó con una sonrisa como el perfil de la isla se aproximaba a ella. En cualquier caso era su vida, y vivía con la libertad de saber que nadie quedaría atado a tener que llevar flores a su tumba.
- Sigo pensando que no es buena idea Iori... - la voz de Karen sonó a su espalda. La joven pirata mantenía el timón de su embarcación con firmeza. Los ojos azules se recrearon un instante en la piel morena que lucía la chica. Piel que sabía a calor y a sal. - Seguro que eso mismo pensaste la primera noche - respondió enarcando una ceja Iori. Recordaba haberla visto al otro lado del fuego, en la posada de una pequeña ciudad portuaria. Y en apenas unos minutos había decidido que lo intentaría con ella.
- Lo cierto es que poco tiempo pude dedicar a pensar esa noche - No todos los días te encuentras a una mujer de las características de Karen. Y sobre todo si añadimos el hecho de que Iori fue la primera mujer que aceptó meter entre sus sábanas. Solía darle reparos la gente que no tenía experiencia, pero Karen había suplido su desconocimiento en cuanto a experiencias lésbicas con las ganas que había mostrado.
Al final, había sido un golpe de suerte que la joven pirata estuviese dispuesta a hacerle aquel favor. Aguas por las que ella ya se había movido con otras tripulaciones. - Solo unos días... exploraré, conoceré la isla, y veré si me encuentro con algún conocido. En cuatro noches nos volveremos a ver. Si es que todavía te acuerdas de mí - añadió con una sonrisa. - Estás loca Iori. Pero si nada me lo impide, estaré aquí en cuatro noches para recoger lo que quede de ti -
[...]
Mientras observaba la silueta del menudo barco alejarse, con el sabor de la boca de Karen en los labios, Iori avanzó por la arena con el calzado en la mano. Aquel paisaje no resultaba muy diferente a la costa que había cerca de su aldea. Claro que para saber ver las diferencias la gente tenía que conocer la historia de la isla. y Iori seguía conduciéndose en su vida por impulsos momentáneos y los pálpitos de su corazón.
Iori Li
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Re: La sangre del sueño
El movimiento oscilante había ganado con el tiempo una cadencia que se le antojaba rítmica, acompasada, provocando en Tarek cierta sensación de somnolencia, que ocasionalmente le hacía fluctuar entre el sueño y la vigilia. Apenas había conseguido dormir desde aquella fatídica noche en que Nousis había irrumpido en su sueño con aquella extraña petición. Pero no había sido la presencia del elfo mayor lo que había puesto en jaque su descanso, sino la pesadilla en la que su propia mente lo había atrapado. Recordaba haber sufrido terrores nocturnos tras la muerte de sus progenitores, pero la amable y paciente presencia de Eithelen había conseguido disiparlos con el tiempo… un consuelo del que había carecido tras la desaparición de su mentor, cuanto las pesadillas habían retornado en toda su desgraciada gloria. No siempre empezaban igual. El detonante variaba. Pero la sensación que seguía a esa primera escena y la constante necesidad de huir… esos eran factores invariables. El cofre… sabía lo que significaba... en el fondo lo sabía. Pero por el bien de su propia integridad mental nunca se había detenido a analizarlo en profundidad. Con el tiempo las pesadillas desaparecerían… siempre lo hacían…
Una desquiciante y mal disimulada risita llegó hasta sus oídos por enésima vez. Viajar en caballo habría sido más fácil, menos irritante, más tranquilo… pero también más peligroso, tuvo que recordarse el elfo una vez más. Sin embargo, había acabado en un carromato que transitaba en aquel momento por algún camino perdido de la mano de los dioses y que, con suerte, lo dejaría en su destino a tiempo para tomar el barco que debía llevarlo hasta la isla. “Al menos no es un carro cerrado” pensó con cierta amargura, recordando los últimos eventos en los bosques del Este, razón por la cual había tenido que tomar aquella tortuosa ruta que, sin duda, alargaría su camino más de lo normal. Viajar a través de Vulwufar no había sido una opción, no después de lo ocurrido unas semanas atrás…
Fingió no escuchar los murmullos de sus acompañantes, hijos del granjero que conducía el vehículo. Tras un par de horas soportando sus interminables preguntas y una insulsa cháchara había decidido “dormir”, a fin de apartar de si la atención de los dos jóvenes elfos que, por alguna razón desconocida para Tarek, parecía sentir cierta fascinación por su persona. Quizás fuese la novedad… o no tuviesen nada mejor en lo que ocupar su tiempo durante el viaje. Decidió mantener la farsa un poco más, necesitaba pensar.
Horas más tarde, el carruaje se detuvo. A su alrededor, la quietud del bosque le indicó que no habían alcanzado su destino, por lo que, incorporándose con cautela, miró a su alrededor para acabar centrando su atención en el conductor.
-¿Sucede algo? –preguntó Tarek, pero no obtuvo respuesta, aunque notó cierta vacilación en su interlocutor. Los muchachos a su lado parecían confusos ante la situación. – ¿Hay algún problema?
- Debes bajarte aquí –la respuesta le fue dada en apenas un susurro, al que siguió un tenso silencio, apenas interrumpido por el piar de los pájaros- Prometí llevarte hasta la costa… -continuó el hombre con voz quebrada y cautelosa- Pero cada vez hay más guardias y mis hijos…
- Lo comprendo –interrumpió Tarek, al tiempo que, con un movimiento fluido, se bajaba del carro- El trato era protección a cambio de transporte. Si mi presencia es lo que afecta a su protección, aquí se separan nuestros caminos. -Uno de los muchachos le entregó vacilante sus pertenencias desde lo alto del carro.
- Debes seguir hacia el sur, a un par de días de camino encontrarás el pueblo. Evita los caminos –el chasquido de las riendas fue el último sonido que llegó a sus oídos, al tiempo que veía el carro alejarse por la senda y a los jóvenes elfos despedirse con la mano.
Dos jornadas más tarde arribó al pueblo.
Una pequeña población pesquera en la que el olor a mar, el crujir de los barcos y el gaznar de las gaviotas inundaban el ambiente. Apenas parecía haber habitantes, dispersos en aquel momento por las callejuelas del pequeño poblacho que, probablemente, había vivido tiempos mejores, a juzgar por el estado de algunas de sus casas. Sin mayor dilación, se dirigió al puerto, donde le habían indicado que se encontraría la persona encargada de su traslado hasta la isla.
...
Tras el amargo despertar de aquella madrugada, tantos días atrás, los detalles del “encuentro” con Nousis se habían ido difuminando, permaneciendo únicamente aquellas palabras en su mente, que lo habían llevado hasta el lugar que se alzaba ahora ante él en el horizonte.
- ¿Estás seguro de que quieres ir a ese lugar, hijo? –la voz del anciano pescador lo hizo volverse, para contemplar al avejentado pero fornido elfo a su espalda. Grande había sido su sorpresa al descubrir que la población a la que había llegado a penas un día antes estaba ocupada únicamente por elfos. Rescoldos del pasado glorioso de su raza.
- Debo ir. Alguien, uno de los nuestros, me ha pedido ayuda –por alguna extraña razón no había dudado ni un momento en acudir aquel lugar y, nada más despertar, había reunido toda la información que le había sido posible sobre la isla y como llegar hasta ella. Isla Tortuga… un antiguo bastión de su gente. Un lugar que guardaba tantos secretos como muerte bajo sus piedras. Pero no había dudado. Sentía que le debía algo a Nousis, quizás por su aceptación el día que se habían conocido en Lunargenta; quizás por aquella última conversación compartida.
- Espero que tu amigo sea digno del sacrificio. Toma –el anciano elfo puso en sus manos un extraño estandarte- Te dejaré en la zona menos transitada de la isla, aunque tendrás que hacer el último tramo a nado. Mi embarcación no puede acercarse tanto. –ambos contemplaron como el terreno ante ellos se volvía cada vez más nítido- Cuando necesites volver, ízala sobre aquel peñasco. Paso por estas aguas cada pocos días, esperaré por ti si la veo –y poniendo una mano sobre su hombro añadió- Suerte y que los dioses nos permitan volver a vernos.
Tarek observó una vez más el amenazante perfil de la isla en la que, pocas horas más tarde, pondría sus pies y su destino, sin saber a ciencia cierta a dónde lo guiarían ambos.
Una desquiciante y mal disimulada risita llegó hasta sus oídos por enésima vez. Viajar en caballo habría sido más fácil, menos irritante, más tranquilo… pero también más peligroso, tuvo que recordarse el elfo una vez más. Sin embargo, había acabado en un carromato que transitaba en aquel momento por algún camino perdido de la mano de los dioses y que, con suerte, lo dejaría en su destino a tiempo para tomar el barco que debía llevarlo hasta la isla. “Al menos no es un carro cerrado” pensó con cierta amargura, recordando los últimos eventos en los bosques del Este, razón por la cual había tenido que tomar aquella tortuosa ruta que, sin duda, alargaría su camino más de lo normal. Viajar a través de Vulwufar no había sido una opción, no después de lo ocurrido unas semanas atrás…
Fingió no escuchar los murmullos de sus acompañantes, hijos del granjero que conducía el vehículo. Tras un par de horas soportando sus interminables preguntas y una insulsa cháchara había decidido “dormir”, a fin de apartar de si la atención de los dos jóvenes elfos que, por alguna razón desconocida para Tarek, parecía sentir cierta fascinación por su persona. Quizás fuese la novedad… o no tuviesen nada mejor en lo que ocupar su tiempo durante el viaje. Decidió mantener la farsa un poco más, necesitaba pensar.
Horas más tarde, el carruaje se detuvo. A su alrededor, la quietud del bosque le indicó que no habían alcanzado su destino, por lo que, incorporándose con cautela, miró a su alrededor para acabar centrando su atención en el conductor.
-¿Sucede algo? –preguntó Tarek, pero no obtuvo respuesta, aunque notó cierta vacilación en su interlocutor. Los muchachos a su lado parecían confusos ante la situación. – ¿Hay algún problema?
- Debes bajarte aquí –la respuesta le fue dada en apenas un susurro, al que siguió un tenso silencio, apenas interrumpido por el piar de los pájaros- Prometí llevarte hasta la costa… -continuó el hombre con voz quebrada y cautelosa- Pero cada vez hay más guardias y mis hijos…
- Lo comprendo –interrumpió Tarek, al tiempo que, con un movimiento fluido, se bajaba del carro- El trato era protección a cambio de transporte. Si mi presencia es lo que afecta a su protección, aquí se separan nuestros caminos. -Uno de los muchachos le entregó vacilante sus pertenencias desde lo alto del carro.
- Debes seguir hacia el sur, a un par de días de camino encontrarás el pueblo. Evita los caminos –el chasquido de las riendas fue el último sonido que llegó a sus oídos, al tiempo que veía el carro alejarse por la senda y a los jóvenes elfos despedirse con la mano.
Dos jornadas más tarde arribó al pueblo.
Una pequeña población pesquera en la que el olor a mar, el crujir de los barcos y el gaznar de las gaviotas inundaban el ambiente. Apenas parecía haber habitantes, dispersos en aquel momento por las callejuelas del pequeño poblacho que, probablemente, había vivido tiempos mejores, a juzgar por el estado de algunas de sus casas. Sin mayor dilación, se dirigió al puerto, donde le habían indicado que se encontraría la persona encargada de su traslado hasta la isla.
...
Tras el amargo despertar de aquella madrugada, tantos días atrás, los detalles del “encuentro” con Nousis se habían ido difuminando, permaneciendo únicamente aquellas palabras en su mente, que lo habían llevado hasta el lugar que se alzaba ahora ante él en el horizonte.
- ¿Estás seguro de que quieres ir a ese lugar, hijo? –la voz del anciano pescador lo hizo volverse, para contemplar al avejentado pero fornido elfo a su espalda. Grande había sido su sorpresa al descubrir que la población a la que había llegado a penas un día antes estaba ocupada únicamente por elfos. Rescoldos del pasado glorioso de su raza.
- Debo ir. Alguien, uno de los nuestros, me ha pedido ayuda –por alguna extraña razón no había dudado ni un momento en acudir aquel lugar y, nada más despertar, había reunido toda la información que le había sido posible sobre la isla y como llegar hasta ella. Isla Tortuga… un antiguo bastión de su gente. Un lugar que guardaba tantos secretos como muerte bajo sus piedras. Pero no había dudado. Sentía que le debía algo a Nousis, quizás por su aceptación el día que se habían conocido en Lunargenta; quizás por aquella última conversación compartida.
- Espero que tu amigo sea digno del sacrificio. Toma –el anciano elfo puso en sus manos un extraño estandarte- Te dejaré en la zona menos transitada de la isla, aunque tendrás que hacer el último tramo a nado. Mi embarcación no puede acercarse tanto. –ambos contemplaron como el terreno ante ellos se volvía cada vez más nítido- Cuando necesites volver, ízala sobre aquel peñasco. Paso por estas aguas cada pocos días, esperaré por ti si la veo –y poniendo una mano sobre su hombro añadió- Suerte y que los dioses nos permitan volver a vernos.
Tarek observó una vez más el amenazante perfil de la isla en la que, pocas horas más tarde, pondría sus pies y su destino, sin saber a ciencia cierta a dónde lo guiarían ambos.
Tarek Inglorien
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Re: La sangre del sueño
¿Vendrían?
Por alguna tétrica razón, su cerebro conocía con total exactitud el camino. Nunca había navegado rumbo sur, jamás tan cerca de los acantilados de las islas perdidas por su pueblo. Aquella oscura sensación lo atenazaba e impulsaba sin descanso, apenas permitiéndole descansar lo suficiente para la siguiente jornada de viaje.
No podía estar seguro de que acudiesen, aún con la seguridad que eso le transmitía. Tampoco lo estaba de desearlo. Había invadido sus sueños, arrastrado sin capacidad de oposición, con escasos destellos de lo que podrían esperar en un futuro cercano. Tan sólo un templo perdido en una isla perdida, conectado con un texto cuyo origen se perdía en el pasado. Nousis Indirel adoraba los tiempos pretéritos, las grandes gestas y el cénit de los suyos y aunque no sabía cómo definir a Iori o a Aylizz, casi sentía el deseo que ni ellas ni Tarek se involucrasen en todo aquello. Por su propio bien. Ninguna historia sencilla o inofensiva comenzaba con el dolor que él habría sufrido tras la lectura en su hogar.
La imposibilidad de hallar un navío desde el puerto más cercano a Folnaien, tras una breve despedida de sus padres donde primó una falsedad abrumadora sobre sus motivos y su estado de ánimo, le indujo a cruzar el océano en uno de los pequeños y alargados barcos humanos con proa de lobo. Su líder, más guerrero que marino, aceptó dejarle cerca de la isla en un bote, cobrándole casi los ahorros de sus dos últimos años. Cualquier cosa, con tal de terminar durante unas horas con el infernal susurro que le acompañaba desde que abandonaba el sueño por las mañanas hasta que lograba conciliarlo por las noches.
Echó una última mirada a la miserable balsa que no aguantaría la siguiente tormenta junto a las rocas, hollando la negra arena con un ánimo extremadamente sombrío. Paseó la vista por el horizonte, descubriendo un paraje que distaba de la imaginación que había empleado para recrear cualquier territorio del sur. Salvo el cielo, nada allí parecía dar una verdadera bienvenida. Las montañas se asemejaban a dientes en lontananza, como curvados para desgarrar carne y astillar hueso, los árboles se envolvían unos a otros secos y retorcidos, con ramas como agujas o espinas. ¿Qué criaturas podrían tener su morada en un sitio así? Casi prefirió no pensar demasiado profundamente en ello. Ni siquiera el agua del río cuyas aguas desembocaban en una pequeña cascada cerca de su lugar de desembarco, merecían otro apelativo que oscuras y untuosas. Si algún lugar le había motivado a nombrarlo como maldito, era aquel.
Se estiró con parsimonia, antes de ponerse de nuevo en camino. Tampoco se escuchaban pájaros, ni siquiera especies como gaviotas o alcatraces, tan comunes cerca de la costa. Inquietante.
Se limitó a continuar por el desolado espacio, convencido de que nada diferente alcanzaría a ver antes de llegar a su destino. Su mente cristalizó por vez primera el alzado del antiguo templo desde que había surcado los sueños de quienes aún pertenecían en modo alguno al pasado, exactamente como él. Fue el sonido de varias voces, que llegaron a sus oídos antes incluso de identificar a quienes las emitían, lo que le arrancó de su ensimismamiento, mediante tal incredulidad que se detuvo en seco. Había tenido que transcurrir casi medio día para acercarse a las primeras formas de vida que vería en aquella isla.
El viento soplaba del noroeste, y Nousis escudriñó desde una suave loma a la pequeña congregación que se había reunido junto a unos dólmenes que le recordaban de dolorosa manera a los que le habían salvado en Urd, en las malditas ruinas donde se libró al fin del hechizo de Tyrande. Descendió, caminando aún casi media legua antes de que dos de los desconocidos avanzasen hacia él y comprendiese, para su sorpresa, que se trataba de su propio pueblo. No portaban armas, solo calmados rostros, que junto a un gesto élfico de bienvenida por él correspondido y una sonrisa, entonaron tan plácidamente como si conversasen bajo Árbol Madre.
-Te saludamos, hermano. ¿Qué te ha traído a las Tierras Perdidas?
El espadachín se dispuso a responder, mas algo paralizó su lengua y nubló su tentativa. No supo por qué lo hizo. Pero mintió, como si fuera lo preciso, lo inevitablemente necesario.
-Deseaba admirar por mí mismo los restos de nuestra historia. Nunca esperé que aún existiesen comunidades de los nuestros aquí. Esperaba un lugar desierto.
Otros se fueron acercando, calmados aunque curiosos, en torno a Nou y a sus dos interlocutores.
-Somos los Lyëyanna. Protegemos aquello que perdimos. Evitamos que los hechiceros roben lo que ha sido nuestro- a coro, el resto afirmó con unas sucintas palabras en el idioma natal del espadachín, con arcaicas reminiscencias. Este se sintió complacido en su fuero interno.
-Rezad por mí- les pidió- No puedo detenerme aquí, pretendo seguir hacia al suroeste- algunos de ellos se miraron entre sí. Sus ojos apenas revelaban algún sentimiento que el Indirel pudiese traducir.
-Hay algunas comunidades más de los nuestros- explicó- repartidas por la isla. Es un lugar peligroso, y no queremos perder a un hermano. Si aceptas, podemos asignarte a uno de nuestros exploradores para que te guíe en tu recorrido.
Nou sintió la brisa ondear su capa y se pasó una mano por el cabello, decidiendo en un suspiro.
-Sería de agradecer- aceptó. Y una de ellos se quitó el capuz, tras dar un paso adelante. El de los ojos grises observó al que había llevado la voz cantante- Que los dioses te guarden…
-Ternul- se presentó, con una chispa de risa en sus ojos tremendamente azules- y ella es Ilfaden.
-Nousis- dijo a su vez… guardándose su apellido por la misma oscura neblina. Un sinsentido para sí mismo, un peso que no comprendía.
-Apresurémonos- pidió la elfa- las noches son algo a evitar en estos parajes.
Y siguiéndola, se adentró en los secos bosques, llegándole el sombrío pensamiento de que allí nada parecía poder florecer.
Como si la tierra estuviese nutrida de muerte. Sacudió la cabeza.
....
¿Vendrían?
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño
Un sobresalto al notar el roce en su rostro de algún insecto recorriendo la hojarasca bajo ella la hizo volver del viaje que su consciente había hecho tras aquel tropiezo y al abrir los ojos se ubicó tendida a los pies de un árbol por el que apenas se filtraban ya los últimos rayos de la tarde. La fuerte migraña sin duda producida por las contusiones y el entumecimiento que se extendía por todo su cuerpo no le pusieron fácil el levantarse, más al percatarse de que sus manos seguían atadas a la espalda. A duras penas se incorporó hasta poder apoyarse en el tronco, los días sin ingesta y los últimos esfuerzos por huir se dejaban notar en la falta de fuerzas, necesitaría unos minutos para terminar de despertar. Al poco comenzó a notarse más asentada, empezando también a ser consciente de la sed, del hambre y del dolor del cuerpo amoratado. Después de ella misma, las ropas rasgadas y la piel ensangrentada, llena de arañazos, cortes y golpes, para acabar barriendo con la mirada el abrupto bosque que la rodeaba y que poco a poco se volvía más oscuro al acercarse la noche. Una sensación de ansiedad ya conocida nació en ella al verse perdida, agravada por el agobio que iba en aumento a medida que trataba de desatarse, sin éxito. Trató de no perder la entereza y desistir de la fuerza, debía ahorrar energías... Y una soga podía cortarse.
Con cierto esfuerzo logró alcanzar la daga que, gracias a los dioses, continuaba firmemente amarrada a su cintura y tenderla en el suelo, fuera de su funda. Una vez en sus manos liberarse fue sencillo, aunque necesitó un momento para recuperar una respiración tranquila cuando hubo recuperado la movilidad de sus brazos por completo. Realmente se sentía agotada, pero no podía pasar la noche allí. Caminó a tropiezos sin rumbo hasta que la luz de la luna se comenzaba a abrir paso entre las ramas y dio con lo que parecía el refugio de algún animal, no demasiado grande, pero lo justo para poder defenderse de una intrusa. No obstante, Isil había decidido acompañarla aquella noche, regalándola una madriguera vacía. A decir verdad, parecía que hacía tiempo que ningún animal había parado por allí, aunque no se paró demasiado a pensar en los detalles, se limitó a prender una pequeña hoguera para poder calentarse y se agazapó tratando de mantener el calor corporal para intentar de descansar.
Despertó por mero instinto, antes de que la claridad de la mañana se hubiese hecho notar, sintiéndose en ligeras mejores condiciones, al menos el dolor había cesado lo suficiente para poder moverse sin demasiadas molestias. Se percató en seguida del silencio que envolvía la zona, llamativo para tratarse de un área tan boscosa, las aves acostumbran a despertar justo antes del alba y sin embargo... Un inquietante silencio. Trató de obviar un escalofrío que no auguraba nada bueno y se centró en tomar perspectiva para poder alejarse de allí. No tuvo que esperar mucho para advertir los primeros rayos de la mañana con cierta satisfacción después de las penurias de los días anteriores, era fundamental conocer su posición para no seguir andando en círculos.
Bien, ya estoy ubicada... Y ahora... ¿A dónde?
Estudió una vez más el terreno a su alrededor, no parecía haber un camino mejor que otro, el avance se veía frondoso mirase a donde mirase. Además, desconocía la isla, tampoco dónde se suponía que se encontraría con Nousis. Dichoso elfo, sabía dónde buscarla, ¿no habría sido más sencillo hacerla una visita? No, con él todo tenía que ser complicado. Y a lo grande. Pero sobre todo, complicado. Decidió finalmente dirigirse al oeste, al menos aprovecharía al máximo las horas de luz y siguiendo el curso del sol sería más difícil perderse, pero antes de partir echó mano de un pedazo de pergamino de su escaso equipaje y una de las ramas de las ascuas que se había librado de arder por completo. Dibujó sin demasiado detalle lo más significativo que alcanzaba a ver desde su posición, añadiendo lo poco que tenía nítido en su mente sobre los pasos dados hasta el momento y la ubicación del puerto, marcando los puntos cardinales y trazando la línea que tomaría para empezar. Un ligero vahído la recordó su mayor preocupación, necesitaba encontrar agua. Por suerte, la abundante vegetación denotaba que no muy lejos debería encontrarse una fuente suficiente para mantener vivo aquel bosque.
No llevaría una hora de avance, abriéndose camino entre las plantas, cuando notó un cambio en el terreno que pisaba. La tierra compacta había dejado a paso a tramos de roca que apenas eran perceptibles si no se apartaban las raíces y restos de hojas secas que cubrían el suelo, dejando a la vista lo que parecía ser un sendero bien cimentado sobre el que hacía largo tiempo que nadie caminaba. Era su mejor opción hasta el momento, si alguna vez aquellas tierras habían sido transitadas no sería sensato explorar en sus condiciones existiendo un camino ya trazado.
Perdió la noción del tiempo a medida que avanzaba y no sabría de terminar cuánto tiempo estuvo siguiendo el camino de piedras que parecía no llevan a ninguna parte. Llegado un momento, la aparente tranquilidad que envolvía el bosque se vio turbada por murmullos entre la maleza. Se oculto tras los arbustos más voluminosos que encontró y esperó en silencio a la espera de poder descubrir lo que causaba tal ajetreo, sin tener que esperar apenas unos minutos para diferenciar la figura de una mujer. Humana, sin duda, atlética y bien armada con arco y lanza. ¿Qué hacía allí? Todos los detalles de su aspecto descuidado carecieron de importancia cuando fijó su atención en la cantimplora que colgaba de su cintura, la única señal de agua que encontraba desde hace días. Su instinto más primitivo la hizo llevar su mano al arma y sin pensar en nada más que hacerse con ella, salir de su escondite y abalanzarse sobre la joven. Pero un último momento de lucidez la hizo templar sus impulsos y observarla unos minutos más. Parecía perdida y alterada, murmurando palabras que no alcanzaba a distinguir más allá del tono enervado que transmitían, hasta que finalmente y tras mirar a todos lados con aparente indecisión, la pelirroja decidió sentarse en el suelo con aires de derrota. No parecía que la muchacha hubiera reparado en su presencia hasta que se asomó por encima de las hierbas altas, con cautela, aun sin soltar el arma, cuando la joven, sobresaltada, echó mano de la suya y se posicionó en guardia sin mediar palabra.
Examinó a la fémina que se alzaba ahora frente a ella, no mucho más corpulenta que ella y sus ropas dejaban intuir que estaba habituada a desenvolverse en el exterior, prendas ligeras con refuerzos en zonas clave, pero en sus condiciones no la convendría pelear. Optó por ponerse en pie lentamente, con las manos en alto, mostrando la daga que lentamente enfundó de nuevo a plena vista, sin reducir la distancia entre ambas. Ella, por su parte, clavó la lanza en el suelo, desarmándose también. Los ojos de la elfa se desviaron entonces hasta fijarse nuevamente en la botella, casi pudiéndose advertir la extrema necesidad en su rostro.
-¿Te encuentras bien...?
La voz de la humana sonó extrañada, más que agresiva o preocupada. Aylizz trató de tragar saliva inútilmente, dudando sobre qué responder, aun no sabía qué esperar de aquel encuentro. Se limitó a guardar silencio y señaló sus visibles reservas. Tras unos breves instantes en los que la chica la miró aun más dubitativa, terminó por alzar el brazo para tenderle la botella. La elfa se acercó con cautela, aun expectante, y tomó un trago comedido. Dioses, fue como volver a la vida. No se demoró en devolver lo prestado, esta vez acompañado de un simple "gracias", y una sonrisa cercana aceptó el agradecimiento.
-Soy Elvia Hellum. ¿Qué te ha pasado? No pareces una de los elfos de la isla.
-¿Elfos?- los ojos de la rubia se abrieron, reflejando su sorpresa -¿Hay elfos aquí?
-No, desde luego no eres una de ellos...- murmuró ella, arqueando una ceja -Sí, escuché rumores en Verisar de que llevan aquí desde los tiempos antiguos. Yo llegué hace unas semanas, buscando objetos ya perdidos para vender- esbozó una sonrisa algo avergonzada al mentar aquello último -Una tiene que comer.
Se acercó algo más a Elvia, apartando la idea de considerarla una amenaza por el momento. ¿Una buscatesoros? Podría ser de ayuda si estaba habituada a vagar por aquella isla que, al parecer, no permanecía tan deshabitada como se creía. ¿Realmente había elfos viviendo allí? ¿Cómo es que nadie sabía nada? Necesitaba más información, toda la que pudiese darla. No obstante, no debía confiarse demasiado.
-Yo soy A...- se corrigió al instante al presentarse, pensándolo mejor no descubrirse por completo todavía -Annya. También vengo del continente, debo encontrarme con alguien mañana pero tuve contratiempos al llegar...
-¿Encontrarte con alguien? ¿Aquí? ¿No habéis llegado juntos?- su extrañeza era notoria, como si no le entrase en la cabeza aquella idea... ¿Y a quién le entraría? Era de locos. -Tú has tenido suerte, otros quizá... no tanta. Esta isla es peligrosa.
-En eso te creo...- hizo una breve pausa antes de aventurarse a abordar a la muchacha, tenía muchas preguntas... -¿Tú estás sola?
-Tengo un trato con un mercader que pasa cada semana cerca de las colinas del noreste. Cuando encuentro algo lo bastante valioso, me devuelve a Verisar y compartimos los beneficios. Repartir entre más personas no me sale rentable.
-Es comprensible.- entonces estaba sola, eso facilitaba las cosas -Debes conocer bien esta isla... ¿Has sabido de alguien más que haya llegado en estos días?
-Lo lamento...- el rostro de la joven pareció afligirse al no poder dar nada mejor que una negativa como respuesta -Llevo casi seis días explorando unas ruinas cercanas. Solo sé que por estos bosques y hacia el lago no ha pasado nadie fuera de los elfos nativos.
Nativos... De manera inconsciente se mordió el interior del labio, pensativa. Puede que aventurarse a dar con aquellos habitantes, congéneres al fin y al cabo, fuese una oportunidad para obtener víveres y terminar de reponerse, si confiaba en que la disposición a favor de atender y acoger a los suyos fuese igualmente compartida en aquella orilla.
-Esos elfos... ¿Puedes llevarme con ellos?
-También lo siento, pero no.- la negación fue absoluta, reflejando cierto miedo en el rostro -Se encuentran al norte, cruzando el río. También cerca de las montañas del sur, que yo sepa. Por eso estoy aquí. Temía que fueras una de ellos y también trataras de matarme...
-No parecen muy... amigables. Entonces dime, ¿cuál de esos dos lugares queda más cerca?-
-Diría que la distancia es similar. El norte es seco, es difícil hallar comida y ellos tienen varios campamentos. El sur lleva a las montañas y es más peligroso en cuanto a bestias...- terminó por encogerse de hombros, con cara de disculpa -Perdona por no serte de más ayuda... Yo misma dudaba si intentar buscar en las ruinas del norte o darle un día más a las del oeste. Tu llegada quizá sea un presagio para lo segundo. Si quieres, podemos caminar juntas, al menos hasta el lago. Será medio día.
-Me has sido de gran ayuda, creeme.- Guardó silencio un instante, considerando el ofrecimiento de la pelirroja, ¿un lago? Cambio de planes, dar con ello debía ser su prioridad, pero... ¿De verdad podría fiarse de ella? Debía hacerlo, la alternativa sería continuar sola, a su suerte. Antes de contestar a su propuesta, prefirió anotar todas las señas que Elvia la había proporcionado. Sacó el pergamino en el que había garabateado para añadir la nueva información, tratando de ceñirse al máximo a las explicaciones. -Vale... A ver. Dices que al norte llega el río, al sur hay montañas. Y un lago al oeste como... ¿Por aquí?- observó con detenimiento el rudimentario mapa que poco a poco parecía tomar algo de forma -No me vendría mal una guía local.
La joven matizó algo más el plano y acto seguido se puso en pie, recogiendo su lanza, dispuesta a dirigir la marcha a través del bosque. Avanzaron en silencio, desviándose del sendero de piedras por momento y retomándolo más adelante. En el camino, trató de advertir cada cambio en el terreno, cada contraste de vegetación, siendo consciente a cada paso de que aquella calma y escasa apariencia salvaje. Pasado un rato tras los pasos de la muchacha, ésta rebajó el paso y se puso a su altura.
-Es un extraño lugar de encuentro, esta isla...
-Si, bueno... Qué puedo decir. Si conocieras a quien me citó aquí no te lo parecería.- bromeó con resignación.
-¿También buscáis tesoros?
-Digamos que yo lo busco a él. Y él... No sé muy bien lo que busca. Pero descuida, si lo que te preocupa es que perjudiquemos tus negocios, no estamos aquí por eso.
-Me preocupa que no sepáis donde os estáis metiendo- aseguró un poco más seria -Piratas y contrabandistas en campamentos de la costa sí, pero los problemas reales se encuentran cuando más al interior se acerca una.
-Podrías ser más especifica y menos... ¿Aterradora? En este punto... Creo que no me queda más remedio que seguir así que... Todo cuanto puedas contarme será de agradecer.- se encogió de hombros, tratando de despreocupar a la humana -A los piratas de los que hablas ya he tenido el placer de conocerlos.
-Estos elfos... no son como tú. No son como los de Sandorai, ni siquiera como los Ojos Verdes. Parecen vivir aún en las guerras antiguas. Son un peligro para humanos, pero lo que les hacen a los brujos... Evitaría que volvieses a dormir alguna vez. Es difícil evitarles, se van moviendo cerca de la costa e impiden el paso a las montañas. Desconozco el motivo.
-Le va a encantar...- murmuró tras echarse a reír, más como un pensamiento en voz alta que como respuesta hacia la chica -No quiero causarte problemas, si es como dices puedo esperar que a mí no me harán daño. Llegado el momento seguiré sola, no te preocupes.
-Aún me quedaré unos días. Si no encuentro nada, no tendré con qué pagar el pasaje- encogiéndose ahora ella de hombros, río pese a su situación, antes de mirar al rededor con gesto de duda y dirigirse de nuevo hacia Ayl -¿Como os encontraréis?
-Aún no lo sé... Pero si hay elfos habitando esta isla, seguro que da con ellos. Si no lo ha hecho ya...- suspiró, antes de terminar de irritarse por el silencio que las rodeaba -Parece un lugar tranquilo para ser tan peligroso.
-El bosque es inofensivo. Los árboles no dan fruto, no hay animales que se alimenten de la hierba, así que no hay depredadores. Como te dije, el peligro viene de los elfos y las bestias. Créeme... Es suficiente.
Al escuchar aquello frenó en seco, no era posible, todo era verde y frondoso, ¿cómo no iba a albergar vida? Se desvió del camino unos metros hacia las profundidades de los árboles y se agachó, posando sus manos sobre el suelo, tratando de percibir las corrientes de energía que deberían fluir por el terreno. Extrañamente, apenas notó nada. Hizo lo propio en el tronco de un gran árbol, sin mejor suerte. Este bosque debería estar muerto... Con la ayuda de su daga, realizó un corte superficial en la corteza para desprender un pedazo que guardó en su macuto, también recogió unas hierbas a sus pies antes de regresar junto a la pelirroja y continuar.
-Decías que los elfos persiguen a los brujos... ¿Hay muchos por aquí? Imagino que tan cerca de Beltrexus...
-La mayoría son pobres desgraciados que viven en el pasado y suelen llegar desde el oeste, donde apenas hay ruinas ni elfos. Incluso hay algunas villas antiguas en esa parte de la isla donde viven hechiceros y vasallos. Siempre hay escaramuzas, pero imagino que Xus no quiere una guerra por algo tan pobre como esta isla y en Sandorai desconocen que aún quedan elfos aquí.
-¿Por qué me da que no es tan pobre como quieres hacerme creer?
¿Quién sabe que podría hallarse en las ruinas centenarias?- esbozó una media sonrisa sin desviar la mirada del frente -Incluso hay rumores de un templo en las montañas, pero me ha sido imposible burlar a los elfos más allá del lago.
-¿Las montañas que ellos mismos controlan?- arqueó una ceja -Trataré de llegar al sur, pues. Si desde lo alto controlan las costas sabrán quién ha llegado a ellas.
Conversaron poco más, no tardando en dar con un claro y notar que el bosque se abría metros más allá. Elvia señaló al horizonte y no le resultó difícil avistar el lago, casi pasado el medio día por fin dieron con él. Aligeraron el paso y antes de alcanzar la orilla, los árboles cesaron y ante sus ojos se aparecieron los restos de los que la chica había hablado. Restos de paredes rocosas aún en pie y desniveles que dejaban a la vista aberturas en el terreno bajo el que se encontraban el resto de ruinas, recubiertas de arena, polvo y maleza. Y todo ello sin un ápice de presencia vital alrededor.
Con cierto esfuerzo logró alcanzar la daga que, gracias a los dioses, continuaba firmemente amarrada a su cintura y tenderla en el suelo, fuera de su funda. Una vez en sus manos liberarse fue sencillo, aunque necesitó un momento para recuperar una respiración tranquila cuando hubo recuperado la movilidad de sus brazos por completo. Realmente se sentía agotada, pero no podía pasar la noche allí. Caminó a tropiezos sin rumbo hasta que la luz de la luna se comenzaba a abrir paso entre las ramas y dio con lo que parecía el refugio de algún animal, no demasiado grande, pero lo justo para poder defenderse de una intrusa. No obstante, Isil había decidido acompañarla aquella noche, regalándola una madriguera vacía. A decir verdad, parecía que hacía tiempo que ningún animal había parado por allí, aunque no se paró demasiado a pensar en los detalles, se limitó a prender una pequeña hoguera para poder calentarse y se agazapó tratando de mantener el calor corporal para intentar de descansar.
Falta un día.
Despertó por mero instinto, antes de que la claridad de la mañana se hubiese hecho notar, sintiéndose en ligeras mejores condiciones, al menos el dolor había cesado lo suficiente para poder moverse sin demasiadas molestias. Se percató en seguida del silencio que envolvía la zona, llamativo para tratarse de un área tan boscosa, las aves acostumbran a despertar justo antes del alba y sin embargo... Un inquietante silencio. Trató de obviar un escalofrío que no auguraba nada bueno y se centró en tomar perspectiva para poder alejarse de allí. No tuvo que esperar mucho para advertir los primeros rayos de la mañana con cierta satisfacción después de las penurias de los días anteriores, era fundamental conocer su posición para no seguir andando en círculos.
Bien, ya estoy ubicada... Y ahora... ¿A dónde?
Estudió una vez más el terreno a su alrededor, no parecía haber un camino mejor que otro, el avance se veía frondoso mirase a donde mirase. Además, desconocía la isla, tampoco dónde se suponía que se encontraría con Nousis. Dichoso elfo, sabía dónde buscarla, ¿no habría sido más sencillo hacerla una visita? No, con él todo tenía que ser complicado. Y a lo grande. Pero sobre todo, complicado. Decidió finalmente dirigirse al oeste, al menos aprovecharía al máximo las horas de luz y siguiendo el curso del sol sería más difícil perderse, pero antes de partir echó mano de un pedazo de pergamino de su escaso equipaje y una de las ramas de las ascuas que se había librado de arder por completo. Dibujó sin demasiado detalle lo más significativo que alcanzaba a ver desde su posición, añadiendo lo poco que tenía nítido en su mente sobre los pasos dados hasta el momento y la ubicación del puerto, marcando los puntos cardinales y trazando la línea que tomaría para empezar. Un ligero vahído la recordó su mayor preocupación, necesitaba encontrar agua. Por suerte, la abundante vegetación denotaba que no muy lejos debería encontrarse una fuente suficiente para mantener vivo aquel bosque.
No llevaría una hora de avance, abriéndose camino entre las plantas, cuando notó un cambio en el terreno que pisaba. La tierra compacta había dejado a paso a tramos de roca que apenas eran perceptibles si no se apartaban las raíces y restos de hojas secas que cubrían el suelo, dejando a la vista lo que parecía ser un sendero bien cimentado sobre el que hacía largo tiempo que nadie caminaba. Era su mejor opción hasta el momento, si alguna vez aquellas tierras habían sido transitadas no sería sensato explorar en sus condiciones existiendo un camino ya trazado.
Perdió la noción del tiempo a medida que avanzaba y no sabría de terminar cuánto tiempo estuvo siguiendo el camino de piedras que parecía no llevan a ninguna parte. Llegado un momento, la aparente tranquilidad que envolvía el bosque se vio turbada por murmullos entre la maleza. Se oculto tras los arbustos más voluminosos que encontró y esperó en silencio a la espera de poder descubrir lo que causaba tal ajetreo, sin tener que esperar apenas unos minutos para diferenciar la figura de una mujer. Humana, sin duda, atlética y bien armada con arco y lanza. ¿Qué hacía allí? Todos los detalles de su aspecto descuidado carecieron de importancia cuando fijó su atención en la cantimplora que colgaba de su cintura, la única señal de agua que encontraba desde hace días. Su instinto más primitivo la hizo llevar su mano al arma y sin pensar en nada más que hacerse con ella, salir de su escondite y abalanzarse sobre la joven. Pero un último momento de lucidez la hizo templar sus impulsos y observarla unos minutos más. Parecía perdida y alterada, murmurando palabras que no alcanzaba a distinguir más allá del tono enervado que transmitían, hasta que finalmente y tras mirar a todos lados con aparente indecisión, la pelirroja decidió sentarse en el suelo con aires de derrota. No parecía que la muchacha hubiera reparado en su presencia hasta que se asomó por encima de las hierbas altas, con cautela, aun sin soltar el arma, cuando la joven, sobresaltada, echó mano de la suya y se posicionó en guardia sin mediar palabra.
Examinó a la fémina que se alzaba ahora frente a ella, no mucho más corpulenta que ella y sus ropas dejaban intuir que estaba habituada a desenvolverse en el exterior, prendas ligeras con refuerzos en zonas clave, pero en sus condiciones no la convendría pelear. Optó por ponerse en pie lentamente, con las manos en alto, mostrando la daga que lentamente enfundó de nuevo a plena vista, sin reducir la distancia entre ambas. Ella, por su parte, clavó la lanza en el suelo, desarmándose también. Los ojos de la elfa se desviaron entonces hasta fijarse nuevamente en la botella, casi pudiéndose advertir la extrema necesidad en su rostro.
-¿Te encuentras bien...?
La voz de la humana sonó extrañada, más que agresiva o preocupada. Aylizz trató de tragar saliva inútilmente, dudando sobre qué responder, aun no sabía qué esperar de aquel encuentro. Se limitó a guardar silencio y señaló sus visibles reservas. Tras unos breves instantes en los que la chica la miró aun más dubitativa, terminó por alzar el brazo para tenderle la botella. La elfa se acercó con cautela, aun expectante, y tomó un trago comedido. Dioses, fue como volver a la vida. No se demoró en devolver lo prestado, esta vez acompañado de un simple "gracias", y una sonrisa cercana aceptó el agradecimiento.
-Soy Elvia Hellum. ¿Qué te ha pasado? No pareces una de los elfos de la isla.
-¿Elfos?- los ojos de la rubia se abrieron, reflejando su sorpresa -¿Hay elfos aquí?
-No, desde luego no eres una de ellos...- murmuró ella, arqueando una ceja -Sí, escuché rumores en Verisar de que llevan aquí desde los tiempos antiguos. Yo llegué hace unas semanas, buscando objetos ya perdidos para vender- esbozó una sonrisa algo avergonzada al mentar aquello último -Una tiene que comer.
Se acercó algo más a Elvia, apartando la idea de considerarla una amenaza por el momento. ¿Una buscatesoros? Podría ser de ayuda si estaba habituada a vagar por aquella isla que, al parecer, no permanecía tan deshabitada como se creía. ¿Realmente había elfos viviendo allí? ¿Cómo es que nadie sabía nada? Necesitaba más información, toda la que pudiese darla. No obstante, no debía confiarse demasiado.
-Yo soy A...- se corrigió al instante al presentarse, pensándolo mejor no descubrirse por completo todavía -Annya. También vengo del continente, debo encontrarme con alguien mañana pero tuve contratiempos al llegar...
-¿Encontrarte con alguien? ¿Aquí? ¿No habéis llegado juntos?- su extrañeza era notoria, como si no le entrase en la cabeza aquella idea... ¿Y a quién le entraría? Era de locos. -Tú has tenido suerte, otros quizá... no tanta. Esta isla es peligrosa.
-En eso te creo...- hizo una breve pausa antes de aventurarse a abordar a la muchacha, tenía muchas preguntas... -¿Tú estás sola?
-Tengo un trato con un mercader que pasa cada semana cerca de las colinas del noreste. Cuando encuentro algo lo bastante valioso, me devuelve a Verisar y compartimos los beneficios. Repartir entre más personas no me sale rentable.
-Es comprensible.- entonces estaba sola, eso facilitaba las cosas -Debes conocer bien esta isla... ¿Has sabido de alguien más que haya llegado en estos días?
-Lo lamento...- el rostro de la joven pareció afligirse al no poder dar nada mejor que una negativa como respuesta -Llevo casi seis días explorando unas ruinas cercanas. Solo sé que por estos bosques y hacia el lago no ha pasado nadie fuera de los elfos nativos.
Nativos... De manera inconsciente se mordió el interior del labio, pensativa. Puede que aventurarse a dar con aquellos habitantes, congéneres al fin y al cabo, fuese una oportunidad para obtener víveres y terminar de reponerse, si confiaba en que la disposición a favor de atender y acoger a los suyos fuese igualmente compartida en aquella orilla.
-Esos elfos... ¿Puedes llevarme con ellos?
-También lo siento, pero no.- la negación fue absoluta, reflejando cierto miedo en el rostro -Se encuentran al norte, cruzando el río. También cerca de las montañas del sur, que yo sepa. Por eso estoy aquí. Temía que fueras una de ellos y también trataras de matarme...
-No parecen muy... amigables. Entonces dime, ¿cuál de esos dos lugares queda más cerca?-
-Diría que la distancia es similar. El norte es seco, es difícil hallar comida y ellos tienen varios campamentos. El sur lleva a las montañas y es más peligroso en cuanto a bestias...- terminó por encogerse de hombros, con cara de disculpa -Perdona por no serte de más ayuda... Yo misma dudaba si intentar buscar en las ruinas del norte o darle un día más a las del oeste. Tu llegada quizá sea un presagio para lo segundo. Si quieres, podemos caminar juntas, al menos hasta el lago. Será medio día.
-Me has sido de gran ayuda, creeme.- Guardó silencio un instante, considerando el ofrecimiento de la pelirroja, ¿un lago? Cambio de planes, dar con ello debía ser su prioridad, pero... ¿De verdad podría fiarse de ella? Debía hacerlo, la alternativa sería continuar sola, a su suerte. Antes de contestar a su propuesta, prefirió anotar todas las señas que Elvia la había proporcionado. Sacó el pergamino en el que había garabateado para añadir la nueva información, tratando de ceñirse al máximo a las explicaciones. -Vale... A ver. Dices que al norte llega el río, al sur hay montañas. Y un lago al oeste como... ¿Por aquí?- observó con detenimiento el rudimentario mapa que poco a poco parecía tomar algo de forma -No me vendría mal una guía local.
La joven matizó algo más el plano y acto seguido se puso en pie, recogiendo su lanza, dispuesta a dirigir la marcha a través del bosque. Avanzaron en silencio, desviándose del sendero de piedras por momento y retomándolo más adelante. En el camino, trató de advertir cada cambio en el terreno, cada contraste de vegetación, siendo consciente a cada paso de que aquella calma y escasa apariencia salvaje. Pasado un rato tras los pasos de la muchacha, ésta rebajó el paso y se puso a su altura.
-Es un extraño lugar de encuentro, esta isla...
-Si, bueno... Qué puedo decir. Si conocieras a quien me citó aquí no te lo parecería.- bromeó con resignación.
-¿También buscáis tesoros?
-Digamos que yo lo busco a él. Y él... No sé muy bien lo que busca. Pero descuida, si lo que te preocupa es que perjudiquemos tus negocios, no estamos aquí por eso.
-Me preocupa que no sepáis donde os estáis metiendo- aseguró un poco más seria -Piratas y contrabandistas en campamentos de la costa sí, pero los problemas reales se encuentran cuando más al interior se acerca una.
-Podrías ser más especifica y menos... ¿Aterradora? En este punto... Creo que no me queda más remedio que seguir así que... Todo cuanto puedas contarme será de agradecer.- se encogió de hombros, tratando de despreocupar a la humana -A los piratas de los que hablas ya he tenido el placer de conocerlos.
-Estos elfos... no son como tú. No son como los de Sandorai, ni siquiera como los Ojos Verdes. Parecen vivir aún en las guerras antiguas. Son un peligro para humanos, pero lo que les hacen a los brujos... Evitaría que volvieses a dormir alguna vez. Es difícil evitarles, se van moviendo cerca de la costa e impiden el paso a las montañas. Desconozco el motivo.
-Le va a encantar...- murmuró tras echarse a reír, más como un pensamiento en voz alta que como respuesta hacia la chica -No quiero causarte problemas, si es como dices puedo esperar que a mí no me harán daño. Llegado el momento seguiré sola, no te preocupes.
-Aún me quedaré unos días. Si no encuentro nada, no tendré con qué pagar el pasaje- encogiéndose ahora ella de hombros, río pese a su situación, antes de mirar al rededor con gesto de duda y dirigirse de nuevo hacia Ayl -¿Como os encontraréis?
-Aún no lo sé... Pero si hay elfos habitando esta isla, seguro que da con ellos. Si no lo ha hecho ya...- suspiró, antes de terminar de irritarse por el silencio que las rodeaba -Parece un lugar tranquilo para ser tan peligroso.
-El bosque es inofensivo. Los árboles no dan fruto, no hay animales que se alimenten de la hierba, así que no hay depredadores. Como te dije, el peligro viene de los elfos y las bestias. Créeme... Es suficiente.
Al escuchar aquello frenó en seco, no era posible, todo era verde y frondoso, ¿cómo no iba a albergar vida? Se desvió del camino unos metros hacia las profundidades de los árboles y se agachó, posando sus manos sobre el suelo, tratando de percibir las corrientes de energía que deberían fluir por el terreno. Extrañamente, apenas notó nada. Hizo lo propio en el tronco de un gran árbol, sin mejor suerte. Este bosque debería estar muerto... Con la ayuda de su daga, realizó un corte superficial en la corteza para desprender un pedazo que guardó en su macuto, también recogió unas hierbas a sus pies antes de regresar junto a la pelirroja y continuar.
-Decías que los elfos persiguen a los brujos... ¿Hay muchos por aquí? Imagino que tan cerca de Beltrexus...
-La mayoría son pobres desgraciados que viven en el pasado y suelen llegar desde el oeste, donde apenas hay ruinas ni elfos. Incluso hay algunas villas antiguas en esa parte de la isla donde viven hechiceros y vasallos. Siempre hay escaramuzas, pero imagino que Xus no quiere una guerra por algo tan pobre como esta isla y en Sandorai desconocen que aún quedan elfos aquí.
-¿Por qué me da que no es tan pobre como quieres hacerme creer?
¿Quién sabe que podría hallarse en las ruinas centenarias?- esbozó una media sonrisa sin desviar la mirada del frente -Incluso hay rumores de un templo en las montañas, pero me ha sido imposible burlar a los elfos más allá del lago.
-¿Las montañas que ellos mismos controlan?- arqueó una ceja -Trataré de llegar al sur, pues. Si desde lo alto controlan las costas sabrán quién ha llegado a ellas.
Conversaron poco más, no tardando en dar con un claro y notar que el bosque se abría metros más allá. Elvia señaló al horizonte y no le resultó difícil avistar el lago, casi pasado el medio día por fin dieron con él. Aligeraron el paso y antes de alcanzar la orilla, los árboles cesaron y ante sus ojos se aparecieron los restos de los que la chica había hablado. Restos de paredes rocosas aún en pie y desniveles que dejaban a la vista aberturas en el terreno bajo el que se encontraban el resto de ruinas, recubiertas de arena, polvo y maleza. Y todo ello sin un ápice de presencia vital alrededor.
Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño
La trémula luz del alba se había tornado en una gris y nubosa mañana cuanto Tarek tomó tierra en la angosta playa de la isla. Las sinuosas e imprecisas formas que había podido observar, desde la borda de la embarcación, se habían convertido en altos riscos que horadaban la superficie del agua, convirtiendo aquel fondeadero natural en una trampa mortal. Con razón el pescador había preferido no acercarse a tierra, obligando al joven elfo a nadar, durante una interminable hora, por las gélidas aguas del embravecido mar.
La embarcación era apenas una mota negra en el horizonte cuando se volvió hacia ella, pero un extraño reflejo en la lejanía le indicó que el viejo marinero había seguido sus pasos desde la distancia. Tomó entre las manos el estandarte que le había entregado. “Esperaré por ti si la veo”. Aunque la hermandad era algo inherente a su gente, jamás podría agradecer lo suficiente la ayuda que aquel elfo le había prestado, tanto a él como, indirectamente, a Nousis.
Sentimiento que se vio acrecentado cuando descubrió, al amparo de un abrigo rocoso, que sus pertenencias permanecían secas tras su paso por el agua. Poco antes de su partida, el marinero le había indicado que untase su morral con una pegajosa resina, portadora de un indescriptible olor, pero que al parecer había preservado sus pertenencias en perfecto estado. Portando nuevamente ropas secas, desenlazó el estandarte de su suporte, conservando únicamente la tela, que anudó con fuerza en torno a su muslo derecho, y se enfrentó finalmente al desolado paisaje que se abría ante él.
La fina arena que colmaba la pequeña cala moría unos metros más adelante, en un terreno oscuro y pedregoso, lleno de guijarros que el tiempo había reducido a polvo. Dos ríos, que desembocaban en aquel punto al mar, bordeaban la ensenada, guiando la vista hacia una colina, cuya inclinación apenas dejaba distinguir nada en la distancia; y un poblado bosque que se desplegaba hacia el norte de la isla. Los árboles eran vida y el bosque su hogar, por lo que Tarek no tuvo duda en cuál era el camino a seguir.
Ningún sendero partía de la playa o, si lo había hecho, hacía tiempo que la naturaleza había cubierto sus huellas con un gris manto de polvo. Un peculiar pensamiento cruzó su mente, al observar el primero de los muchos árboles desnudos y aparentemente muertos que formaban aquel tétrico bosque. En la playa no había escuchado el canto de las aves marinas, no había visto ni a un mísero molusco en el resguardo rocoso que había utilizado… y aquel lugar carecía de vida, como las rocas que crujían a cada uno de sus pasos. Ni una brizna de hierba cubría el suelo y ni una sola hoja era visible en aquellos nudosos y deslustrados árboles. Aquello era un cementerio.
El río, que había guiado sus pasos hasta aquel entonces, no presentaba un aspecto mucho mejor. Prácticamente seco, apenas lamió sus rodillas cuando cruzó las turbias aguas, que bajaban hasta el mar, para alcanzar la otra orilla. En la lejanía un singular sonido, apenas perceptible, rompía el silencio del funesto bosque. Altas siluetas de algo que no eran árboles podían observarse en la distancia. Un cambio en el paisaje circundante que lo llevó a encaminarse, con cautela, en aquella dirección. Tras varios minutos surgió ante él un círculo de piedras, entre las que varias sombras se movían sin un patrón aparente. El primer rastro de vida en aquel lugar… desconocía si aquello era un buen o mal presagio.
Sus pasos, apreciables a distancia, debido al pedregoso terreno que pisaba, aún a pesar del sigilo que Tarek pretendía imbuir a los mismos, alertó de su presencia a algunos de los encapuchados viandantes, que detuvieron sus quehaceres, mientras otros continuaban entrando y saliendo de las yurtas que se colmaban el lugar.
- Saludos, hermano –el recibimiento, en la lengua de Sandorai, dejó perplejo a Tarek, que contemplo con asombro como una de las figuras se aproximaba hasta él y, tras retirarse la capucha, lo dejaba frente a uno de sus congéneres, un elfo.
- Saludos –respondió sonriendo con amabilidad a su interlocutor, al tiempo exhalaba un aire que no recordaba haber contenido.
- Bienhallado, hermano. ¿Qué ha guiado tus pasos a las Tierras Perdidas?
Evidentemente el resto de figuras eran también elfos, algunos de los cuales parecieron mostrar cierta curiosidad por el recién llegado, al tiempo que otros volvían a sus actividades anteriores. Un cortés movimiento precedió sus siguientes palabras.
- Uno de los nuestros ha solicitado mi presencia aquí, pero el destino nos ha traído por caminos diferentes –Tarek no dudó en compartir aquella información con su interlocutor, al fin y al cabo, era uno de los suyos- ¿Por casualidad vuestros pasos no se habrán cruzado con los de otro elfo forastero?
Algunos encapuchados se miraron entre sí y el joven elfo notó como algunos se giraban para murmurar palabras que morían bajo las capuchas que portaban.
-Ha ocurrido sí...- afirmó el que parecía ser el líder, ganando de nuevo la atención del joven- Otro de los nuestros llegó también hasta nuestro campamento, y tomó rumbo suroeste. Apenas ha transcurrido un día... pero no dijo nada de otros... compañeros. Contó ser un historiador esperando ver algo más de nuestro pasado. ¿Ha mentido quizás?
La pregunta extrañó a Tarek. Comprendía que Nousis no compartiese la información sobre la llegada de más gente, al fin y al cabo, había contactado con Tarek por medio de un sueño. ¿Qué garantía tenía de que él siguiese las indicaciones de una aparición onírica, por muy real que pudiese haber parecido?
- No, no lo ha hecho. -afirmó con seguridad- Acudió a mí en busca de ayuda, pero creo que en su fuero interno no esperaba que siguiese sus pasos hasta este lugar -miró los árboles secos que los rodeaban- Pocos son los que se aventuran hasta estas tierras desde el otro lado del mar. No especificó el porqué de su viaje, solo que deseaba mi compañía. Ahora lamento haber tardado tanto en llegar... Agradecería si pudieseis indicarme la dirección que ha tomado y su destino.
- Mi nombre es Ternul, y somos los Liëyánna –respondió su interlocutor con amabilidad, antes de ladear la cabeza y sopesar sus palabras. La tensión surgida un momento antes entre el grupo, pareció disiparse en cierta medida- Todos deseamos lo mismo, recuperar lo que fue nuestro –fueron sus siguientes palabras, seguidas de un intencionado silencio- De modo que pide auxilio y no confía en que sus allegados se la brinden... es una lástima –Ternul negó con la cabeza con cierta condescendencia- Ha tomado rumbo suroeste, con una de los nuestros como guía. Por desgracia no podemos prescindir de nadie más. Los hechiceros siempre están al acecho, y dominan la parte occidental de la isla.
- Comprendo... –fue su única respuesta. Algo en las palabras del otro elfo, así como el ambiente general, lo disuadieron de compartir más información. No apartó la vista de los ojos de su interlocutor. Algo en aquel grupo no le encajaba- Agradezco enormemente la información que me brindáis y no descansaría en paz sabiendo que os privo de fuerzas contra vuestros enemigos. Me mantendré alerta durante mi viaje. Debo partir ya, si deseo alcanzarlos lo antes posible. Que los dioses os protejan -añadió a modo de despedida
.
- Que ellos te guarden –fue su única respuesta.
Con una última inclinación de cabeza, encaminó sus pasos hacia el suroeste, sin volver la vista atrás y sin detenerse ni aun cuando el círculo de piedra ya no era visible en la lejanía. Aquel grupo… le habían ayudado y habían sido amables, pero había algo en las palabras de Ternul que había inquietado a Tarek. Todavía recordaba su llegada al clan de los Ojosverdes y como, algunas de sus afirmaciones, le habían perturbado en lo más profundo. Quizás solo fuesen demasiado vehementes en sus convicciones… esperaba no haber puesto en peligro la misión de Nousis.
El manto gris que cubría el cielo impedía que pudiese calcular el tiempo con exactitud, pero debía llevar varias horas caminando cuando se percató, de nuevo, de que el silencio reinaba en el lugar. Ni un solo pájaro o lagartija eran visibles en aquel desértico paraje, donde solo los retorcidos y muerto árboles marcaban una diferencia. El escaso forraje que adornaba el suelo, de tanto en tanto, se quebraba a su paso, seco y muerto como todo lo que habitaba aquel lugar. Los árboles, al tacto, no mostraban ni un ápice de vida, convertidos en cascarones vacíos donde no habitaban ni las arañas. Algo en aquel lugar resultaba perturbador.
La monotonía del paisaje le hizo perderse de nuevo en sus propios pensamientos. Si la vida no era posible en aquel paraje ¿Cómo se alimentaba aquel grupo de elfos? ¿Acaso existían algún lugar, a modo de oasis, dentro de la isla? Le habían indicado que no se acercase al sector de la isla habitado por brujos, quizás aquella fuera la frontera fértil…
Su pie tropezó con algo, probablemente una piedra más grande de lo habitual, pero a un par de pasos percibió un elemento discordante en el paisaje, que le hizo mirar hacia abajo. Efectivamente había tropezado con una piedra, pero una que parecía labrada por alguien. Con mano trémula retiró el polvo que la cubría, para descubrir unas palabras escritas en su lengua materna. Aquello era la tumba de un elfo. Su clan había optado hacía siglos por un final más sincrético, en el que sus cuerpos regresaban al bosque para formar parte de él, pero sabía que algunos clanes incineraban a sus muertos y los depositaban en lugares como aquellos.
Pequeños conjuntos de sepulturas, así como algunas aisladas, fueron cruzándose en su camino durante las siguientes horas. Algunas parecían muy antiguas, otras relativamente recientes. ¿Acaso no llevaba la isla siglos deshabitada? Pensó en el grupo del círculo de piedra… quizás habían decidido enterrar a sus muertos junto con sus antepasados… pensamientos que guiaron las siguientes horas de su interminable camino.
La llegada de la noche fue casi sorpresiva, puesto que el día apenas había aportado claridad. Nada, ni el más mínimo sonido, ni una luz en la lejanía, ni un movimiento inesperado, irrumpieron la quietud del lugar. La noche se presentaba tan inerte como el día, con la única salvedad de que un gélido viento, procedente del norte, había comenzado a alzarse, pronosticando una desagradable caminata. Tarek se debatió entre continuar, guiado por las estrellas, o hacer un alto y retomar fuerzas. Perderse o caer derrotado de cansancio no lo ayudarían a encontrar a Nousis. Así pues, haciendo acopio de ramas secas, procedió a prender una fogata, al amparo de un gran árbol que serviría para paliar, en cierta medida, el cortante paso del viento. Sandorai era una miríada de sonidos, una orquesta para los sentidos, durante las noches. Las criaturas que habitaban el bosque, que le daban vida, colmaban sus noches… y allí, en medio del silencio más absoluto, no pudo sino añorar los sonidos de su hogar.
A penas había pasado una hora desde que encendiera la fogata cuando los ojos de elfo de Tarek distinguieron un anómalo movimiento en aquel inamovible lugar. Una figura tambaleante se dirigía hacia él, atraída como una polilla por la luz de la hoguera, cuyo perímetro no llegó a alcanzar al derrumbarse con un sordo golpe a unos cien pasos de su posición. Segunda señal de vida en la isla. Tarek asió el mango de su arma.
Con cautela se acercó hasta la encapuchada figura, que yacía inerte en el suelo. De ella manaba algo mágico, signo de que no era humano. Solamente la capucha que portaba sobre la cabeza le impedía saber si era uno de los suyos o uno de los enemigos de su pueblo... con el pie, empujó la tela hacia atrás. Orejas redondas, un brujo. Un leve golpe en el costado le indicó que seguía inconsciente, permitiéndole arrastrarlo hasta el cerco de luz y atarlo a un árbol cercano.
Sin demasiados miramientos zarandeó al brujo, cuyo aspecto, maltrechas ropas y un corte limpio en una de sus mejillas, hicieron suponer al elfo que debía provenir de una batalla. Tras varios minutos consiguió que abriese los ojos que, una vez enfocaron la figura ante él, reflejaron un espanto que Tarek pocas veces había visto.
- No… no… otra vez no. Atado… no… por favor… Tengo que irme… No, otro no… –sus palabras, inconexas se vieron acompañadas de un frenético intento por soltarse de las ligaduras. Tarek no pudo dejar de preguntarse, mientras se sentaba cerca sobre un tronco, qué le habría pasado.
- Basta –fue su seca respuesta, una octava por encima de la voz del brujo, cargada de una velada amenaza que lo hizo callar durante unos segundos.
-¿¡Que quieres de mi!? –preguntó con temor en la voz.
¿Qué quería de él? Nada, al fin y al cabo, era un brujo, el enemigo por antonomasia de su pueblo. Aunque si el elfo jugaba bien sus cartas quizás pudiese obtener algunas respuestas e indicaciones.
- Te has desvanecido a un par de metros de aquí –sopesó si añadir algo más, para finalmente decir la verdad- No quiero nada de ti. Solo que me digas quién eres y qué haces en este lugar. Si tu respuesta me convence, quizás te deje partir -lo miró con los ojos entrecerrados y añadió- Miénteme y te pudrirás atado a ese árbol.
El silencio reinó de nuevo durante unos interminables segundos mientras el brujo parecía intentar recomponerse.
- Formo parte de una de las avanzadillas de lord Tuddrel. –afirmó sin que sonase a mentira- Hemos sido atacados por los... ¿Eres... uno de ellos? – preguntó, casi perdiendo el color.
- ¿Lord Tuddrel? –el elfo masculló por un segundo el nombre. No le sonaba- Disculpa mi ignorancia, pero no soy de estas tierras. ¿Quién es Lord Tuddrel? –intencionadamente decidió omitir la pregunta del brujo. Todavía no sabía si su temor podía serle de utilidad.
- Un noble de Beltrexus. Suele pagar mercenarios para buscar tesoros en esta isla infecta. Antes era algo sencillo, salvo por los piratas y quienes esperaban en las costas para saquear a quienes encontraban algo. Ahora los peores son los... -su voz se fue apagando, pero el elfo no tuvo duda de quienes eran los “peores”.
-Comprendo... –afirmó tras un momento- Así que antes ellos no estaban aquí, ¿verdad? ¿Cuánto hace que mi gente volvió a estos parajes? –las palabras de Ternul y su juicioso comentario acerca de Nousis volvieron a su mente.
Su pregunta pareció desconcertar al brujo que, tras analizar sus palabras, contestó con voz más clara y, visiblemente, menos aterrada.
- Apenas unos años. Es imposible hablar o razonar con ellos. No toman prisioneros ni se dejan capturar. Luchan incluso superados en número hasta morir. Sólo sabemos que dicen pertenecer a una misma familia, la sangre de una tal Edenisse Yillia. Sea quien sea. Impiden por completo el acceso a las montañas. –quizás temiendo su suerte, su interlocutor parecía tremendamente dispuesto a colaborar.
- ¿Las montañas localizadas, quizás, al suroeste de la isla? -preguntó, señalando en esa dirección- Supongo que tendrán varios campamentos o destacamentos repartidos en torno a las mismas y tú te has topado en tu periplo con uno de ellos. –el brujo asintió ante sus palabras- ¿Has estado alguna vez allí, antes de que ellos apareciesen?
- No hay otras montañas en la isla -añadió- Sus campamentos están cerca de la costa para evitar incursiones. Sólo hay uno más cerca de las montañas. El resto son patrullas que asesinan a todos lo que se acercan. Los Lyeyanna no tienen piedad alguna. Ya apenas se realizan misiones desde Beltrexus.
- Pero aun así, tú estás aquí -apuntó Tarek. No se trataba de una acusación, sino de una constatación- Aún a pesar de conocer la rivalidad entre nuestros pueblos y la amenaza de los que aquí habitan, has venido igual. ¿Por qué? ¿Qué es exactamente lo que buscáis?
-Trabajo –respondió el brujo resignado- Lord Tuddrel paga muy bien por las baratijas de las ruinas. Una buena incursión es un año de vida decente.
El silencio se impuso de nuevo entre ellos, mientras Tarek cavilaba sus siguientes palabras y el brujo no perdía atención a su persona.
- Bien... –concluyó- Un guía por estas muertas tierras no me vendría mal, pero tu compañía me granjearía el infortunio -guardó silencio por un segundo- ¿Serías capaz de plasmar sobre papel tu conocimiento de la isla? Un esbozo de los lugares por los que no pasar y los caminos a tomar. Se dice que la zona occidental de la isla es territorio de los brujos, ¿es cierto?
- ¿Qué… que te ha traído aquí, si no eres uno de ellos...? -el brujo parecía no creer su suerte de seguir con vida y, una vez más, reunió el poco valor que le quedaba para preguntar- ¿Me das tu palabra que me dejarás ir si te ayudo?
- Mis asuntos son míos, pero te aseguro que unirme a ellos no entra en mis planes de futuro -respondió el elfo y, sonriendo ladinamente, preguntó- ¿Acaso mi palabra tiene algún tipo de valor para ti, brujo? –lo miró con intensidad- No, supongo que ninguno de los dos puede fiarse del otro... y quizás esa sea la mejor garantía para este trato. Así pues, fíate de mí palabra. Si me ayudas, te dejaré libre. Si me atacas cuando te desate, te mataré; y si descubro que me has engañado y sobrevivo, te cazaré hasta exterminarte -finalizó con una amplia sonrisa.
Como toda respuesta, el brujo asintió, sin perder de vista la mirada de Tarek. Sus indicaciones fueron claras y concisas, ampliando la poca información que los elfos le habían dado al llegar. Al parecer aquel lugar era peor de lo que pensaba.
Rendido por el cansancio, el brujo acabó por dormirse atado al árbol, al tiempo que Tarek entraba en un estado de duermevela que le permitió descansar un par de horas. La luz del amanecer, más intensa que la del día anterior, acabaró por arrancarlo de aquel sopor y su movimiento trajo de nuevo la conciencia al brujo, cuya mirada espantada se calmó al recordar los acontecimientos de la noche anterior.
Un tenso silencio se instauró entre ambos cuando Tarek soltó las cuerdas y el otro, bajo su atenta mirada, se puso en pie. Se observaron evaluadoramente, como para determinar si podían fiarse de la palabra del otro. Fue el elfo quien rompió finalmente el silencio.
- No te dirijas al Este… -le indicó señalando la dirección por la que él había llegado hasta allí- No te esperaría un buen final.
La expresión que se dibujó en el rostro del brujo fue indescriptible, mezcla de estupefacción y desconfianza, que se tornaron en una mirada de agradecimiento al tiempo que daba la espalda al elfo y encaminaba sus temblorosos y ateridos pasos a un territorio menos hostil. Tarek lo observó alejarse, con el frio de la mañana atenazando sus cansados músculos. Era hora de ponerse en marcha. Un funesto pensamiento cruzó su mente al observar las lejanas montañas.
“¿A dónde nos has traído, Nousis?”
La embarcación era apenas una mota negra en el horizonte cuando se volvió hacia ella, pero un extraño reflejo en la lejanía le indicó que el viejo marinero había seguido sus pasos desde la distancia. Tomó entre las manos el estandarte que le había entregado. “Esperaré por ti si la veo”. Aunque la hermandad era algo inherente a su gente, jamás podría agradecer lo suficiente la ayuda que aquel elfo le había prestado, tanto a él como, indirectamente, a Nousis.
Sentimiento que se vio acrecentado cuando descubrió, al amparo de un abrigo rocoso, que sus pertenencias permanecían secas tras su paso por el agua. Poco antes de su partida, el marinero le había indicado que untase su morral con una pegajosa resina, portadora de un indescriptible olor, pero que al parecer había preservado sus pertenencias en perfecto estado. Portando nuevamente ropas secas, desenlazó el estandarte de su suporte, conservando únicamente la tela, que anudó con fuerza en torno a su muslo derecho, y se enfrentó finalmente al desolado paisaje que se abría ante él.
La fina arena que colmaba la pequeña cala moría unos metros más adelante, en un terreno oscuro y pedregoso, lleno de guijarros que el tiempo había reducido a polvo. Dos ríos, que desembocaban en aquel punto al mar, bordeaban la ensenada, guiando la vista hacia una colina, cuya inclinación apenas dejaba distinguir nada en la distancia; y un poblado bosque que se desplegaba hacia el norte de la isla. Los árboles eran vida y el bosque su hogar, por lo que Tarek no tuvo duda en cuál era el camino a seguir.
Ningún sendero partía de la playa o, si lo había hecho, hacía tiempo que la naturaleza había cubierto sus huellas con un gris manto de polvo. Un peculiar pensamiento cruzó su mente, al observar el primero de los muchos árboles desnudos y aparentemente muertos que formaban aquel tétrico bosque. En la playa no había escuchado el canto de las aves marinas, no había visto ni a un mísero molusco en el resguardo rocoso que había utilizado… y aquel lugar carecía de vida, como las rocas que crujían a cada uno de sus pasos. Ni una brizna de hierba cubría el suelo y ni una sola hoja era visible en aquellos nudosos y deslustrados árboles. Aquello era un cementerio.
El río, que había guiado sus pasos hasta aquel entonces, no presentaba un aspecto mucho mejor. Prácticamente seco, apenas lamió sus rodillas cuando cruzó las turbias aguas, que bajaban hasta el mar, para alcanzar la otra orilla. En la lejanía un singular sonido, apenas perceptible, rompía el silencio del funesto bosque. Altas siluetas de algo que no eran árboles podían observarse en la distancia. Un cambio en el paisaje circundante que lo llevó a encaminarse, con cautela, en aquella dirección. Tras varios minutos surgió ante él un círculo de piedras, entre las que varias sombras se movían sin un patrón aparente. El primer rastro de vida en aquel lugar… desconocía si aquello era un buen o mal presagio.
Sus pasos, apreciables a distancia, debido al pedregoso terreno que pisaba, aún a pesar del sigilo que Tarek pretendía imbuir a los mismos, alertó de su presencia a algunos de los encapuchados viandantes, que detuvieron sus quehaceres, mientras otros continuaban entrando y saliendo de las yurtas que se colmaban el lugar.
- Saludos, hermano –el recibimiento, en la lengua de Sandorai, dejó perplejo a Tarek, que contemplo con asombro como una de las figuras se aproximaba hasta él y, tras retirarse la capucha, lo dejaba frente a uno de sus congéneres, un elfo.
- Saludos –respondió sonriendo con amabilidad a su interlocutor, al tiempo exhalaba un aire que no recordaba haber contenido.
- Bienhallado, hermano. ¿Qué ha guiado tus pasos a las Tierras Perdidas?
Evidentemente el resto de figuras eran también elfos, algunos de los cuales parecieron mostrar cierta curiosidad por el recién llegado, al tiempo que otros volvían a sus actividades anteriores. Un cortés movimiento precedió sus siguientes palabras.
- Uno de los nuestros ha solicitado mi presencia aquí, pero el destino nos ha traído por caminos diferentes –Tarek no dudó en compartir aquella información con su interlocutor, al fin y al cabo, era uno de los suyos- ¿Por casualidad vuestros pasos no se habrán cruzado con los de otro elfo forastero?
Algunos encapuchados se miraron entre sí y el joven elfo notó como algunos se giraban para murmurar palabras que morían bajo las capuchas que portaban.
-Ha ocurrido sí...- afirmó el que parecía ser el líder, ganando de nuevo la atención del joven- Otro de los nuestros llegó también hasta nuestro campamento, y tomó rumbo suroeste. Apenas ha transcurrido un día... pero no dijo nada de otros... compañeros. Contó ser un historiador esperando ver algo más de nuestro pasado. ¿Ha mentido quizás?
La pregunta extrañó a Tarek. Comprendía que Nousis no compartiese la información sobre la llegada de más gente, al fin y al cabo, había contactado con Tarek por medio de un sueño. ¿Qué garantía tenía de que él siguiese las indicaciones de una aparición onírica, por muy real que pudiese haber parecido?
- No, no lo ha hecho. -afirmó con seguridad- Acudió a mí en busca de ayuda, pero creo que en su fuero interno no esperaba que siguiese sus pasos hasta este lugar -miró los árboles secos que los rodeaban- Pocos son los que se aventuran hasta estas tierras desde el otro lado del mar. No especificó el porqué de su viaje, solo que deseaba mi compañía. Ahora lamento haber tardado tanto en llegar... Agradecería si pudieseis indicarme la dirección que ha tomado y su destino.
- Mi nombre es Ternul, y somos los Liëyánna –respondió su interlocutor con amabilidad, antes de ladear la cabeza y sopesar sus palabras. La tensión surgida un momento antes entre el grupo, pareció disiparse en cierta medida- Todos deseamos lo mismo, recuperar lo que fue nuestro –fueron sus siguientes palabras, seguidas de un intencionado silencio- De modo que pide auxilio y no confía en que sus allegados se la brinden... es una lástima –Ternul negó con la cabeza con cierta condescendencia- Ha tomado rumbo suroeste, con una de los nuestros como guía. Por desgracia no podemos prescindir de nadie más. Los hechiceros siempre están al acecho, y dominan la parte occidental de la isla.
- Comprendo... –fue su única respuesta. Algo en las palabras del otro elfo, así como el ambiente general, lo disuadieron de compartir más información. No apartó la vista de los ojos de su interlocutor. Algo en aquel grupo no le encajaba- Agradezco enormemente la información que me brindáis y no descansaría en paz sabiendo que os privo de fuerzas contra vuestros enemigos. Me mantendré alerta durante mi viaje. Debo partir ya, si deseo alcanzarlos lo antes posible. Que los dioses os protejan -añadió a modo de despedida
.
- Que ellos te guarden –fue su única respuesta.
Con una última inclinación de cabeza, encaminó sus pasos hacia el suroeste, sin volver la vista atrás y sin detenerse ni aun cuando el círculo de piedra ya no era visible en la lejanía. Aquel grupo… le habían ayudado y habían sido amables, pero había algo en las palabras de Ternul que había inquietado a Tarek. Todavía recordaba su llegada al clan de los Ojosverdes y como, algunas de sus afirmaciones, le habían perturbado en lo más profundo. Quizás solo fuesen demasiado vehementes en sus convicciones… esperaba no haber puesto en peligro la misión de Nousis.
El manto gris que cubría el cielo impedía que pudiese calcular el tiempo con exactitud, pero debía llevar varias horas caminando cuando se percató, de nuevo, de que el silencio reinaba en el lugar. Ni un solo pájaro o lagartija eran visibles en aquel desértico paraje, donde solo los retorcidos y muerto árboles marcaban una diferencia. El escaso forraje que adornaba el suelo, de tanto en tanto, se quebraba a su paso, seco y muerto como todo lo que habitaba aquel lugar. Los árboles, al tacto, no mostraban ni un ápice de vida, convertidos en cascarones vacíos donde no habitaban ni las arañas. Algo en aquel lugar resultaba perturbador.
La monotonía del paisaje le hizo perderse de nuevo en sus propios pensamientos. Si la vida no era posible en aquel paraje ¿Cómo se alimentaba aquel grupo de elfos? ¿Acaso existían algún lugar, a modo de oasis, dentro de la isla? Le habían indicado que no se acercase al sector de la isla habitado por brujos, quizás aquella fuera la frontera fértil…
Su pie tropezó con algo, probablemente una piedra más grande de lo habitual, pero a un par de pasos percibió un elemento discordante en el paisaje, que le hizo mirar hacia abajo. Efectivamente había tropezado con una piedra, pero una que parecía labrada por alguien. Con mano trémula retiró el polvo que la cubría, para descubrir unas palabras escritas en su lengua materna. Aquello era la tumba de un elfo. Su clan había optado hacía siglos por un final más sincrético, en el que sus cuerpos regresaban al bosque para formar parte de él, pero sabía que algunos clanes incineraban a sus muertos y los depositaban en lugares como aquellos.
Pequeños conjuntos de sepulturas, así como algunas aisladas, fueron cruzándose en su camino durante las siguientes horas. Algunas parecían muy antiguas, otras relativamente recientes. ¿Acaso no llevaba la isla siglos deshabitada? Pensó en el grupo del círculo de piedra… quizás habían decidido enterrar a sus muertos junto con sus antepasados… pensamientos que guiaron las siguientes horas de su interminable camino.
La llegada de la noche fue casi sorpresiva, puesto que el día apenas había aportado claridad. Nada, ni el más mínimo sonido, ni una luz en la lejanía, ni un movimiento inesperado, irrumpieron la quietud del lugar. La noche se presentaba tan inerte como el día, con la única salvedad de que un gélido viento, procedente del norte, había comenzado a alzarse, pronosticando una desagradable caminata. Tarek se debatió entre continuar, guiado por las estrellas, o hacer un alto y retomar fuerzas. Perderse o caer derrotado de cansancio no lo ayudarían a encontrar a Nousis. Así pues, haciendo acopio de ramas secas, procedió a prender una fogata, al amparo de un gran árbol que serviría para paliar, en cierta medida, el cortante paso del viento. Sandorai era una miríada de sonidos, una orquesta para los sentidos, durante las noches. Las criaturas que habitaban el bosque, que le daban vida, colmaban sus noches… y allí, en medio del silencio más absoluto, no pudo sino añorar los sonidos de su hogar.
A penas había pasado una hora desde que encendiera la fogata cuando los ojos de elfo de Tarek distinguieron un anómalo movimiento en aquel inamovible lugar. Una figura tambaleante se dirigía hacia él, atraída como una polilla por la luz de la hoguera, cuyo perímetro no llegó a alcanzar al derrumbarse con un sordo golpe a unos cien pasos de su posición. Segunda señal de vida en la isla. Tarek asió el mango de su arma.
Con cautela se acercó hasta la encapuchada figura, que yacía inerte en el suelo. De ella manaba algo mágico, signo de que no era humano. Solamente la capucha que portaba sobre la cabeza le impedía saber si era uno de los suyos o uno de los enemigos de su pueblo... con el pie, empujó la tela hacia atrás. Orejas redondas, un brujo. Un leve golpe en el costado le indicó que seguía inconsciente, permitiéndole arrastrarlo hasta el cerco de luz y atarlo a un árbol cercano.
Sin demasiados miramientos zarandeó al brujo, cuyo aspecto, maltrechas ropas y un corte limpio en una de sus mejillas, hicieron suponer al elfo que debía provenir de una batalla. Tras varios minutos consiguió que abriese los ojos que, una vez enfocaron la figura ante él, reflejaron un espanto que Tarek pocas veces había visto.
- No… no… otra vez no. Atado… no… por favor… Tengo que irme… No, otro no… –sus palabras, inconexas se vieron acompañadas de un frenético intento por soltarse de las ligaduras. Tarek no pudo dejar de preguntarse, mientras se sentaba cerca sobre un tronco, qué le habría pasado.
- Basta –fue su seca respuesta, una octava por encima de la voz del brujo, cargada de una velada amenaza que lo hizo callar durante unos segundos.
-¿¡Que quieres de mi!? –preguntó con temor en la voz.
¿Qué quería de él? Nada, al fin y al cabo, era un brujo, el enemigo por antonomasia de su pueblo. Aunque si el elfo jugaba bien sus cartas quizás pudiese obtener algunas respuestas e indicaciones.
- Te has desvanecido a un par de metros de aquí –sopesó si añadir algo más, para finalmente decir la verdad- No quiero nada de ti. Solo que me digas quién eres y qué haces en este lugar. Si tu respuesta me convence, quizás te deje partir -lo miró con los ojos entrecerrados y añadió- Miénteme y te pudrirás atado a ese árbol.
El silencio reinó de nuevo durante unos interminables segundos mientras el brujo parecía intentar recomponerse.
- Formo parte de una de las avanzadillas de lord Tuddrel. –afirmó sin que sonase a mentira- Hemos sido atacados por los... ¿Eres... uno de ellos? – preguntó, casi perdiendo el color.
- ¿Lord Tuddrel? –el elfo masculló por un segundo el nombre. No le sonaba- Disculpa mi ignorancia, pero no soy de estas tierras. ¿Quién es Lord Tuddrel? –intencionadamente decidió omitir la pregunta del brujo. Todavía no sabía si su temor podía serle de utilidad.
- Un noble de Beltrexus. Suele pagar mercenarios para buscar tesoros en esta isla infecta. Antes era algo sencillo, salvo por los piratas y quienes esperaban en las costas para saquear a quienes encontraban algo. Ahora los peores son los... -su voz se fue apagando, pero el elfo no tuvo duda de quienes eran los “peores”.
-Comprendo... –afirmó tras un momento- Así que antes ellos no estaban aquí, ¿verdad? ¿Cuánto hace que mi gente volvió a estos parajes? –las palabras de Ternul y su juicioso comentario acerca de Nousis volvieron a su mente.
Su pregunta pareció desconcertar al brujo que, tras analizar sus palabras, contestó con voz más clara y, visiblemente, menos aterrada.
- Apenas unos años. Es imposible hablar o razonar con ellos. No toman prisioneros ni se dejan capturar. Luchan incluso superados en número hasta morir. Sólo sabemos que dicen pertenecer a una misma familia, la sangre de una tal Edenisse Yillia. Sea quien sea. Impiden por completo el acceso a las montañas. –quizás temiendo su suerte, su interlocutor parecía tremendamente dispuesto a colaborar.
- ¿Las montañas localizadas, quizás, al suroeste de la isla? -preguntó, señalando en esa dirección- Supongo que tendrán varios campamentos o destacamentos repartidos en torno a las mismas y tú te has topado en tu periplo con uno de ellos. –el brujo asintió ante sus palabras- ¿Has estado alguna vez allí, antes de que ellos apareciesen?
- No hay otras montañas en la isla -añadió- Sus campamentos están cerca de la costa para evitar incursiones. Sólo hay uno más cerca de las montañas. El resto son patrullas que asesinan a todos lo que se acercan. Los Lyeyanna no tienen piedad alguna. Ya apenas se realizan misiones desde Beltrexus.
- Pero aun así, tú estás aquí -apuntó Tarek. No se trataba de una acusación, sino de una constatación- Aún a pesar de conocer la rivalidad entre nuestros pueblos y la amenaza de los que aquí habitan, has venido igual. ¿Por qué? ¿Qué es exactamente lo que buscáis?
-Trabajo –respondió el brujo resignado- Lord Tuddrel paga muy bien por las baratijas de las ruinas. Una buena incursión es un año de vida decente.
El silencio se impuso de nuevo entre ellos, mientras Tarek cavilaba sus siguientes palabras y el brujo no perdía atención a su persona.
- Bien... –concluyó- Un guía por estas muertas tierras no me vendría mal, pero tu compañía me granjearía el infortunio -guardó silencio por un segundo- ¿Serías capaz de plasmar sobre papel tu conocimiento de la isla? Un esbozo de los lugares por los que no pasar y los caminos a tomar. Se dice que la zona occidental de la isla es territorio de los brujos, ¿es cierto?
- ¿Qué… que te ha traído aquí, si no eres uno de ellos...? -el brujo parecía no creer su suerte de seguir con vida y, una vez más, reunió el poco valor que le quedaba para preguntar- ¿Me das tu palabra que me dejarás ir si te ayudo?
- Mis asuntos son míos, pero te aseguro que unirme a ellos no entra en mis planes de futuro -respondió el elfo y, sonriendo ladinamente, preguntó- ¿Acaso mi palabra tiene algún tipo de valor para ti, brujo? –lo miró con intensidad- No, supongo que ninguno de los dos puede fiarse del otro... y quizás esa sea la mejor garantía para este trato. Así pues, fíate de mí palabra. Si me ayudas, te dejaré libre. Si me atacas cuando te desate, te mataré; y si descubro que me has engañado y sobrevivo, te cazaré hasta exterminarte -finalizó con una amplia sonrisa.
Como toda respuesta, el brujo asintió, sin perder de vista la mirada de Tarek. Sus indicaciones fueron claras y concisas, ampliando la poca información que los elfos le habían dado al llegar. Al parecer aquel lugar era peor de lo que pensaba.
Rendido por el cansancio, el brujo acabó por dormirse atado al árbol, al tiempo que Tarek entraba en un estado de duermevela que le permitió descansar un par de horas. La luz del amanecer, más intensa que la del día anterior, acabaró por arrancarlo de aquel sopor y su movimiento trajo de nuevo la conciencia al brujo, cuya mirada espantada se calmó al recordar los acontecimientos de la noche anterior.
Un tenso silencio se instauró entre ambos cuando Tarek soltó las cuerdas y el otro, bajo su atenta mirada, se puso en pie. Se observaron evaluadoramente, como para determinar si podían fiarse de la palabra del otro. Fue el elfo quien rompió finalmente el silencio.
- No te dirijas al Este… -le indicó señalando la dirección por la que él había llegado hasta allí- No te esperaría un buen final.
La expresión que se dibujó en el rostro del brujo fue indescriptible, mezcla de estupefacción y desconfianza, que se tornaron en una mirada de agradecimiento al tiempo que daba la espalda al elfo y encaminaba sus temblorosos y ateridos pasos a un territorio menos hostil. Tarek lo observó alejarse, con el frio de la mañana atenazando sus cansados músculos. Era hora de ponerse en marcha. Un funesto pensamiento cruzó su mente al observar las lejanas montañas.
“¿A dónde nos has traído, Nousis?”
Tarek Inglorien
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Re: La sangre del sueño
Tardó unos instantes en decidir hacia dónde encaminar sus pasos. La playa estaba vacía. Completamente. No solo de personas, seres que hubiera conocido en sus viajes. No. Es que ni gaviotas ni un mal cangrejo. Aquella playa era un despropósito de playa pero antes de analizar las causas de que la fauna del lugar fuera tan pobre, pensó que avanzar hacia aquel aséptico bosque podría proporcionarle información y visualización de posibles presas de las que alimentarse si las cosas se ponían feas.
Un fogonazo hizo que la humana centrara sus ojos hacia el suroeste. El sonido de una explosión potente llegó a ella unos segundos después. Se detuvo y guardó silencio, intentando percibir cualquier otro tipo de ruido, algo que le diese información. Nada...
Fue tan súbito y de nuevo la calma, que por un momento la humana pensó si no estaría sufriendo alucinaciones. En cualquier caso, en aquella dirección parecía haber algo o alguien. Avanzar hacia donde intuía que había gente parecía un buen camino... aunque claro, sin dejarse ver. Usó todo lo aprendido durante sus años de vida para mantenerse oculta avanzando por el medio evitando hacerse notar.
Se aproximó a unas extrañas ruinas que se veían casi desde la playa. Sin dejar la línea de bosque que usaba para guarecerse, se detuvo para contemplar a figuras encapuchadas dentro de ellas. Elfos. Un sentimiento contradictorio nació en ella. No había duda de su raza por el idioma que usaban y las formas que se intuían bajo la ropa. En situaciones normales, lo lógico para ella sería avanzar hasta ellos y presentarse. Un "hola qué tal" siempre es un buen inicio. "Muy bien gracias" para continuar. "Mira disculpa, conoces a un tal Nousis" para seguir. Y como término, "vale gracias, seguiré el camino que me has indicado chao".
Sí, en un mundo ideal sería así. En el mundo real, los elfos que le habían dado malas experiencias ganaban a los elfos que le habían dado buenas. De hecho lo hacían por 2 a 1. Con lo cual, en aquel momento de su vida, Iori pensaba ignorarlos y avanzar con sigilo.
Consiguió dejar aquel lugar atrás y continuó guarecida por el bosque, hasta llegar a un pequeño claro. Escuchó sus voces antes de verlos. Hablando en la lengua común. Desde su posición escondida, se asomó y observó lo que dedujo era un pequeño grupo de brujos. Y lo dedujo con brillantez en el mismo momento en el que uno de ellos usaba fuego para cauterizar la herida que tenía uno de ellos en la pierna.
Brujos. De fuego. Solo tenía experiencia con dos brujos en su vida y en este caso... ambas experiencias habían sido pésimas. Huir de los brujos era imperativo. Se giró pero, con la premura se olvidó del sigilo en su casa de Verisar. Mientras buscaba alejarse escuchó a dos de ellos llamándola. Apuró el paso pensando que la atacarían al instante, pero la sorpresa vino cuando no lo hicieron. Quizá detenerse a hablar con ellos mereciera la pena. Paró en seco y se giró taladrándolos con la mirada. Les daría la oportunidad de explicarse pero, estaba lista para echar a correr de nuevo en cualquier dirección.
Ellos también se detuvieron, como a cinco o seis metros, y uno levantó la mano - Perdona - busca coger aliento - No deseábamos asustarte. Creíamos que eras una elfa. Estamos un poco tensos y hemos perdido compañeros de la expedición. Por favor - vuelve a coger aire - Ven con nosotros. Los elfos de la isla te matarán si te encuentran. En la parte occidental estaremos a salvo, tras las montañas.
¿Matarla los elfos? Bueno, esa parte de la teoría no podía negarla demasiado. Aún sentía el escozor en la herida de la mejilla tras el último encuentro con Tarek. - ¿Los elfos de esta isla tampoco quieren a los humanos? - inquirió recordando todavía el sabor del peliblanco en su boca. Maldito elfo. - ¿Y vosotros quienes sois? - preguntó de forma cauta pero con inclinación al diálogo.
- Los elfos son unos bárbaros anclados en el pasado - escupió el que había hablado - Esta isla nos pertenece, pese a que en Beltrexus apenas le den importancia. Pero estos animales vigilan las ruinas, y no somos suficientes para expulsarlos. Nos han tendido una emboscada tratando de llegar a las montañas. Ahora debemos volver a intentarlo y escapar. Para reagruparnos - su tono denotó urgencia.
Iori los miró sintiendo una ligera compasión, pero sin querer formar parte de su conflicto. - Supongo entonces que no habréis visto a un elfo de pelo oscuro en buenos términos con vosotros ¿No? así todo estirado, portando una espada y la cara más seria que una piedra...- Iori relajó entonces más la postura. - Vine aquí buscándolo a él. Es un elfo pero... es mi amigo. No creo que sea de los que os han tendido la emboscada... quizá si lo encuentro pueda ayudaros de alguna manera... - ¿Amigo? Buen intento Iori.
Tras esas palabras la hostilidad de los brujos fue evidente. Iori se puso a la defensiva. - Si buscas a un elfo aquí, ya estás dentro del conflicto, y en el lado equivocado - dijo el otro para luego, darle la espalda y avanzar para irse. El que quedaba siguió hablando. - No sabes donde te estás metiendo. Si nos encontramos con tu amigo, ten por seguro que morirá. -
Y aunque el brujo estaba muy seguro de lo que decía, Iori lo dudaba por completo. No con Nousis. - Yo... yo creo que... ¡Os acompañaré! - dijo a prisa y sin pensar mucho. Más que por la compañía, lo hizo movida por el hecho de pensar en evitar que atacasen a Nousis si llegaban a encontrarlo.
De vuelta en el claro, el hombre con la herida en la pierna estaba desmallado en compañía de dos mujeres que parecían muy nerviosas. - Una nueva incorporación. Tal vez nos sea útil - Una de las mujeres dio un paso al frente y habló con tono tenso - ¿Qué hace esta humana aquí, Dorian? Tenemos que movernos deprisa. Uvar no ha muerto por fortuna y ahora debemos cargarlo. No hay tiempo para mascotas -
El brujo llamado Dorian continuó argumentando. - Puede explorar delante de nosotros. Esta es... - La humana se aclaró la voz mirando a ambas mujeres. - Iori - se presentó presta y rápida, feliz de ver de qué forma podía resultar de utilidad. - Y sí, puedo explorar delante de vosotros. Elfos es lo que queréis evitar ¿no? puedo limpiar el camino por vosotros. Solamente indicadme qué dirección queréis tomar - indicó tratando de no mirar al pobre mutilado, ignorando los comentarios ácidos de la mujer.
- Soy Nilia - se presenta la que habló, mirando a Iori con cierto desdén - Si quieres hacer de perro, ya estás tardando - señaló la dirección - Nos vamos al sur, para dejar atrás a estos asesinos. Maldita la hora que aceptamos la misión...-
- Emmm... ya...- No quería ser parte de su conversación más tiempo. Se giró dejando a los brujos de espaldas y avanzó en la dirección que le han indicado. Lo hacía de forma instintiva, como había hecho hasta entonces moviéndose por el continente. Usaba su sigilo y buscaba los árboles y elementos del terreno para cubrirse y avanzar intentando no hacer ruido.
Durante las horas que avanzaron a Iori le quedaron claras algunas cosas. Nilia era una mujer hiriente, que estaba esperando verla fallar para dirigir los dardos de sus palabras hacia ella. La segunda mujer, de nombre Engel resultó ser más amable. Le explicó que estaban allí debido a un contrato con un Lord de Beltreux, que deseaba hacerse con objetos élficos de la isla. Básicamente, cazatesoros que se encontraban en conflicto abierto con los elfos que vivían allí.
Bueno lugar sin duda para pasar unas vacaciones. Iori apretó la mandíbula con resignación. Solo esperaba poder encontrar a Nousis pronto para darle las gracias personalmente.
Un fogonazo hizo que la humana centrara sus ojos hacia el suroeste. El sonido de una explosión potente llegó a ella unos segundos después. Se detuvo y guardó silencio, intentando percibir cualquier otro tipo de ruido, algo que le diese información. Nada...
Fue tan súbito y de nuevo la calma, que por un momento la humana pensó si no estaría sufriendo alucinaciones. En cualquier caso, en aquella dirección parecía haber algo o alguien. Avanzar hacia donde intuía que había gente parecía un buen camino... aunque claro, sin dejarse ver. Usó todo lo aprendido durante sus años de vida para mantenerse oculta avanzando por el medio evitando hacerse notar.
Se aproximó a unas extrañas ruinas que se veían casi desde la playa. Sin dejar la línea de bosque que usaba para guarecerse, se detuvo para contemplar a figuras encapuchadas dentro de ellas. Elfos. Un sentimiento contradictorio nació en ella. No había duda de su raza por el idioma que usaban y las formas que se intuían bajo la ropa. En situaciones normales, lo lógico para ella sería avanzar hasta ellos y presentarse. Un "hola qué tal" siempre es un buen inicio. "Muy bien gracias" para continuar. "Mira disculpa, conoces a un tal Nousis" para seguir. Y como término, "vale gracias, seguiré el camino que me has indicado chao".
Sí, en un mundo ideal sería así. En el mundo real, los elfos que le habían dado malas experiencias ganaban a los elfos que le habían dado buenas. De hecho lo hacían por 2 a 1. Con lo cual, en aquel momento de su vida, Iori pensaba ignorarlos y avanzar con sigilo.
Consiguió dejar aquel lugar atrás y continuó guarecida por el bosque, hasta llegar a un pequeño claro. Escuchó sus voces antes de verlos. Hablando en la lengua común. Desde su posición escondida, se asomó y observó lo que dedujo era un pequeño grupo de brujos. Y lo dedujo con brillantez en el mismo momento en el que uno de ellos usaba fuego para cauterizar la herida que tenía uno de ellos en la pierna.
Brujos. De fuego. Solo tenía experiencia con dos brujos en su vida y en este caso... ambas experiencias habían sido pésimas. Huir de los brujos era imperativo. Se giró pero, con la premura se olvidó del sigilo en su casa de Verisar. Mientras buscaba alejarse escuchó a dos de ellos llamándola. Apuró el paso pensando que la atacarían al instante, pero la sorpresa vino cuando no lo hicieron. Quizá detenerse a hablar con ellos mereciera la pena. Paró en seco y se giró taladrándolos con la mirada. Les daría la oportunidad de explicarse pero, estaba lista para echar a correr de nuevo en cualquier dirección.
Ellos también se detuvieron, como a cinco o seis metros, y uno levantó la mano - Perdona - busca coger aliento - No deseábamos asustarte. Creíamos que eras una elfa. Estamos un poco tensos y hemos perdido compañeros de la expedición. Por favor - vuelve a coger aire - Ven con nosotros. Los elfos de la isla te matarán si te encuentran. En la parte occidental estaremos a salvo, tras las montañas.
¿Matarla los elfos? Bueno, esa parte de la teoría no podía negarla demasiado. Aún sentía el escozor en la herida de la mejilla tras el último encuentro con Tarek. - ¿Los elfos de esta isla tampoco quieren a los humanos? - inquirió recordando todavía el sabor del peliblanco en su boca. Maldito elfo. - ¿Y vosotros quienes sois? - preguntó de forma cauta pero con inclinación al diálogo.
- Los elfos son unos bárbaros anclados en el pasado - escupió el que había hablado - Esta isla nos pertenece, pese a que en Beltrexus apenas le den importancia. Pero estos animales vigilan las ruinas, y no somos suficientes para expulsarlos. Nos han tendido una emboscada tratando de llegar a las montañas. Ahora debemos volver a intentarlo y escapar. Para reagruparnos - su tono denotó urgencia.
Iori los miró sintiendo una ligera compasión, pero sin querer formar parte de su conflicto. - Supongo entonces que no habréis visto a un elfo de pelo oscuro en buenos términos con vosotros ¿No? así todo estirado, portando una espada y la cara más seria que una piedra...- Iori relajó entonces más la postura. - Vine aquí buscándolo a él. Es un elfo pero... es mi amigo. No creo que sea de los que os han tendido la emboscada... quizá si lo encuentro pueda ayudaros de alguna manera... - ¿Amigo? Buen intento Iori.
Tras esas palabras la hostilidad de los brujos fue evidente. Iori se puso a la defensiva. - Si buscas a un elfo aquí, ya estás dentro del conflicto, y en el lado equivocado - dijo el otro para luego, darle la espalda y avanzar para irse. El que quedaba siguió hablando. - No sabes donde te estás metiendo. Si nos encontramos con tu amigo, ten por seguro que morirá. -
Y aunque el brujo estaba muy seguro de lo que decía, Iori lo dudaba por completo. No con Nousis. - Yo... yo creo que... ¡Os acompañaré! - dijo a prisa y sin pensar mucho. Más que por la compañía, lo hizo movida por el hecho de pensar en evitar que atacasen a Nousis si llegaban a encontrarlo.
De vuelta en el claro, el hombre con la herida en la pierna estaba desmallado en compañía de dos mujeres que parecían muy nerviosas. - Una nueva incorporación. Tal vez nos sea útil - Una de las mujeres dio un paso al frente y habló con tono tenso - ¿Qué hace esta humana aquí, Dorian? Tenemos que movernos deprisa. Uvar no ha muerto por fortuna y ahora debemos cargarlo. No hay tiempo para mascotas -
El brujo llamado Dorian continuó argumentando. - Puede explorar delante de nosotros. Esta es... - La humana se aclaró la voz mirando a ambas mujeres. - Iori - se presentó presta y rápida, feliz de ver de qué forma podía resultar de utilidad. - Y sí, puedo explorar delante de vosotros. Elfos es lo que queréis evitar ¿no? puedo limpiar el camino por vosotros. Solamente indicadme qué dirección queréis tomar - indicó tratando de no mirar al pobre mutilado, ignorando los comentarios ácidos de la mujer.
- Soy Nilia - se presenta la que habló, mirando a Iori con cierto desdén - Si quieres hacer de perro, ya estás tardando - señaló la dirección - Nos vamos al sur, para dejar atrás a estos asesinos. Maldita la hora que aceptamos la misión...-
- Emmm... ya...- No quería ser parte de su conversación más tiempo. Se giró dejando a los brujos de espaldas y avanzó en la dirección que le han indicado. Lo hacía de forma instintiva, como había hecho hasta entonces moviéndose por el continente. Usaba su sigilo y buscaba los árboles y elementos del terreno para cubrirse y avanzar intentando no hacer ruido.
Durante las horas que avanzaron a Iori le quedaron claras algunas cosas. Nilia era una mujer hiriente, que estaba esperando verla fallar para dirigir los dardos de sus palabras hacia ella. La segunda mujer, de nombre Engel resultó ser más amable. Le explicó que estaban allí debido a un contrato con un Lord de Beltreux, que deseaba hacerse con objetos élficos de la isla. Básicamente, cazatesoros que se encontraban en conflicto abierto con los elfos que vivían allí.
Bueno lugar sin duda para pasar unas vacaciones. Iori apretó la mandíbula con resignación. Solo esperaba poder encontrar a Nousis pronto para darle las gracias personalmente.
Iori Li
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Re: La sangre del sueño
A lo largo de las horas que habían pasado juntos, Ilfaden se había revelado como alguien muy diferente de lo que Nousis hubiera esperado. La vestimenta, la organización casi sectaria y el extraño sosiego que manifestaron los Lyëyanna lo habían predispuesto a esperar un comportamiento donde la relación interpersonal se limitaría al mínimo, a momentos puntuales del viaje que se habían visto casi obligados a compartir por ofrecimiento de Ternul. Esperaba largos silencios, prudencia y desinterés. A la pregunta treinta y cuatro su ojo derecho ya sufría un tic palpitante. Ternul era un maldito semidios, o había logrado imponerse tanto entre los suyos que al escapar brevemente de su poder daban rienda suelta a su verdadera personalidad. No se le ocurrían más opciones.
Resultaba auténticamente insoportable.
-¿Tienes padres?
-Como todo el mundo de cualquier especie.
-¿Hermanos? ¿Más familia? ¿También en Sandorai?
-Cada tribu es una familia.
-¿Sueles estar de mal humor?
-No
-¿Es por mí?
-Sí
-No te guardas nada, respeto eso. Aún nos queda una jornada de viaje. ¿Sientes algo especial por alguien?
El elfo la miró incrédulo. Apenas había transcurrido una hora desde que dejasen el campamento de sus congéneres.
-No- contestó de mala gana, creyendo más fácil una respuesta que soportar otra tanda de preguntas al respecto.
-De modo que tu vida se reduce a la espada.
-No- repitió, apretando los dientes.
-¿Por qué buscas el Santuario?
El espadachín detuvo sus pasos, evaluándola. La sonrisa de la mujer se acentuó divertida.
-¿Qué has dicho?
-¿Suroeste?- inquirió ella a su vez con voz melosa- Llevamos el tiempo suficiente en la isla como para conocer cuanto queda de los nuestros- se encogió de hombros- Ternul también lo dio por sentado. No te preocupes, allí te estoy guiando.
-¿Por qué?- la desconfianza de Nousis se reflejó en cada sonido.
-Somos elfos, debemos ayudarnos- dijo Ilfaden, un poco sorprendida, tomando a su oyente por completo a contrapié. Por un instante, se sintió avergonzado de los pensamientos que habían llenado su mente. ¿Es que la fuerza que lo trajo a la isla había emponzoñado incluso lo que sentía por su propia especie? Se llevó una mano al rostro, riendo quedamente.
Pero sus ojos se abrieron de par en par, al sentir una opresión en el pecho que le hizo clavar una rodilla en tierra. Asustado, fue calmándose al notarse capaz de respirar, hasta la segunda oleada de dolor, que lo tumbó boca arriba. Dioses, pensó, soportando aquello que aparentaba estar separándole la caja torácica.
“Están cerca. Debes apresurarte” ordenó la cruel esencia que lo había enviado de sueño en sueño, imposible de olvidar. Esa oscuridad que, atenazada cada gota de su sangre, arrastrándolo a sus desvaríos.
Tosió de lado, antes de incorporarse. Ilfaden lo observó, callada, y el odio por saberse el títere de algo que no llegaba a reconocer por completo desvió parte de sí mismo hacia la figura más cercana. La elfa. Quiso matarla. Lo necesitó con una profundidad inconmensurable, un anhelo desesperado. Y ella debió comprenderlo, al dar un titubeante paso atrás, hasta que los ojos del espadachín retomaron la normalidad al mismo tiempo que lograba despejar su mente.
Continuaron las leguas siguientes en un extraño silencio, almorzando frugalmente sin que ninguno buscase romper la ausencia de conversación.
-¿Qué sabes de la historia de la isla?- curioseó la mujer de improviso. Ensimismado en aquel triste paraje, con las montañas a su izquierda y el bosque muerto a su derecha, precisó escuchar su pregunta una vez más. Resultaba sorprendente que decidiera relatar en vez de continuar su interrogatorio. Confiando en que no se arrepintiese, respondió con parquedad.
-Apenas los escritos de un antiguo libro familiar. “Recuerdos de cuanto hemos abandonado”
Ilfaden asintió.
-Conocemos los escritos de Alnarathae. No es un mal comienzo, pero ha desdeñado o perdido hechos importantes que aquí ocurrieron- afirmó mirando el cielo despejado- Durante la II Guerra Illidense, los elfos tratamos de recuperar lo que nos habían arrebatado -la Lyëyan entonaba melodiosa, sabiendo captar los matices de una historia bien narrada- Sin el apoyo de todo Sandorai, los valientes fueron derrotados, y los pocos supervivientes, perseguidos hasta el Santuario. Allí tuvo lugar la última batalla de la isla, donde cayeron. Los últimos que resistieron vieron sus nombres grabados en una estela, cerca de aquí.
-¿Quién los inmortalizó?
-Nosotros- sonrió la elfa- los Lyëyanna, al retomar la costa. Recuperamos los nombres de un escrito apresurado que los brujos no destruyeron, cerca del Santuario. Las últimas horas de ese grupo. Las brisas que ondearon nuestras banderas por última vez.
Nousis calló, pues las conexiones, las reales y las que no sabía definir, que él mismo estaba realizando le parecían imposibles.
Turbado, susurró el nombre de los dioses, mas no obtuvo respuesta. Sólo las dudas lo acompañaban al tiempo que Ilfaden.
-¿Cuántos componían la resistencia final?- apremió. Sabía la respuesta. No podía resultar de otra manera.
-Cuatro- y la confirmación le llevó a dos posibilidades acerca de la naturaleza de la entidad que le había hecho profanar los sueños de Aylizz, de Iori, de Tarek. Que le había obligado a estar allí. Y cualquiera de ambas opciones resultaba siniestra.
Atravesaron el río hacia el sur, sobre unas precarias tablas que los dos elfos que guardaban el paso colocaron nada más avistarles.
-Os esperan- comentó el centinela armado con un gran hacha.
-Y saben por qué- replicó la mujer sin detenerse. Una nueva punzada de dolor atravesó al espadachín, quien no se detuvo ésta vez, tratando de disimular el impacto de esa extraña sombra que parecía portar consigo. Su acompañante volvió la vista hacia él apenas dos segundos. Una casi imperceptible tardanza en el paso de su pie izquierdo fue cuanto Nou se permitió mostrar, cuando una gota de sudor le recorrió la sien hasta el mentón.
No dio crédito a lo que escuchaba cuando Ilfaden retomó las punzantes preguntas. ¿Es que algo la había poseído durante medio día? Miró hacia atrás, con la esperanza de encontrarlo.
-¿Te gusta caminar?
-A veces, no hoy- rechinó los dientes.
-No eres demasiado comunicativo.
-Qué curioso. Tampoco tú demasiado callada.
-El silencio es para quien no tiene nada que decir.
-O para quien no quiere escuchar.
-Pero tú escuchas- afirmó, con una suave sonrisa- Por eso estás aquí.
-¿Qué?- espetó Nou, pálido, esperando no haberla comprendido bien. Sin embargo, Ilfaden no respondió. Habían pasado la práctica totalidad del día caminando, y con la noche cerniéndose sobre ellos, habían llegado a adentrarse en un estrecho valle donde aún permanecía parte de una antigua calzada adoquinada. Cuatro millas más, y su guía señaló a lo lejos, hacia una montaña escasamente separada de las demás, con una altura inferior. Aún desde la distancia, el elfo pudo distinguir con claridad una obra arquitectónica que nada tenía que ver con la erosión de la naturaleza. Aquello era un templo de su gente, en territorio enemigo.
-Esto era nuestro… - musitó, recordando docenas de batallas, nombres y derrotas.
-Era nuestro- corroboró ella- Vamos. Casi hemos llegado.
Por alguna extraña razón, el padecimiento que su interior volcaba sobre él, como si desmembrase su ser, tomándose su tiempo entre cada sádico entretenimiento, se fue haciendo… rítmico. Intervalos regulares sacudían su interior, como si apretasen su corazón, o perforasen sus pulmones. El color de su rostro casi había desaparecido, e Ilfaden lo ayudó a avanzar la última legua. El espadachín apenas era capaz de sostenerse por sí mismo. Respiró una vez más, apartando a la elfa con gentileza al conseguir vislumbrar la entrada del Santuario.
-Ya sólo falta el resto- suspiró su guía. Nousis apoyó una mano sobre la estructura de entrada del templo élfico para recuperar el aliento. El dolor había remitido, y por primera vez desde su hogar, lo que tanta angustia le producía parecía estar… satisfecho.
Se acercó a la mujer de los Lyëyanna, quien parecía serena, un semblante esperanzado de quien está por entero segura de los pasos que la han llevado allí. El espadachín cerró los ojos, volviendo a poner en orden sus ideas, cuando dos siluetas plateadas tomaron forma en su mente. Volvió a abrirlos, sólo para encontrarse la aterrorizada mirada de Ilfaden, con los labios manchados de sangre, y su espada atravesando a la mujer hasta la empuñadura. La enviada de Ternul cayó a tierra, y su asesino miró su propia mano sosteniendo el arma, sin sentir horror o remordimiento. Tan sólo un hastío sin medida.
-No... no debía.... ser así. Perdóname Edeni....- alcanzó a decir antes exhalar un último estertor.
“Era necesario” explicó aquella voz que tanta tortura la había producido, y que ahora sonaba mucho más terrenal. Femenina. Mortal. “Ha comenzado, Indirel. Entra, y esperemos a cuantos han de llegar. Era necesaria una prueba”
Pero el elfo volvió en sí con un rencor que raras veces sintió en casi un siglo de vida. Él los había arrastrado a aquello.
-Seas quien seas, mortal o no, sea cual sea tu especie, lugar o procedencia, te juro por los dioses y por cada hoja del bosque que me vio nacer que acabaré contigo si algo les ocurre a quienes lleguen por mi culpa a ésta maldita isla.
Una risa tintineante y armoniosa fue la primera respuesta que Nousis Indirel obtuvo.
“No cabe duda que mi sangre sigue teniendo valor”
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño
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-¿Quieres explorarlas?- preguntó Elvia, inquieta.
Aún sin moverse miró a su alrededor con asombro, aquellas construcciones en estado ruinoso no distaban mucho de los restos de los templos que ya conocía en Sandorai, no cabía duda que su pueblo había sido el encargado de cimentar tales levantamientos. A pesar de su avanzado estado de deterioro, era fácilmente identificable la composición y disposición de aquellos restos. Sin lugar a dudas se trataba de un antiguo lugar de culto. El conjunto de restos no abarcaba lo suficiente para haber supuesto un asentamiento y los muros que todavía quedaban levantados no parecían haber dado forma a viviendas. La disposición en el espacio, en forma semicircular, respondía a los estándares que los antiguos habían determinado como el idóneo para el traspaso de energía y conectar con las deidades y cerrando tal forma, la entrada a lo que supuso que sería el altar sagrado. Todos los templos tenían uno.
-¿Ya las habías visto antes?- consultó con la humana, antes de aventurarse a avanzar más.
-Si- afirmó -Nunca he visto a nadie, pero los elfos pueden rondar cerca- añadió, mirando alrededor, agarrando la lanza con firmeza.
-Descuida, podemos sentir seres cercanos si por ellos fluye la luz- trató de tranquilizarla con una sonrisa amable.
Casi al momento de exponer su habilidad se percató de una mínima sensación de impulso que emanaba de Elvia. Frunció el ceño de forma ligera, hasta entonces no lo había percibido, ¿por qué? Era evidente que no se trataba de una elfa, pero no desprendía un poder ni parecido a la energía que se siente de los brujos. Por un momento pensó en los dragones, camuflados entre las gentes, pero aquella teoría tampoco terminaba de encajar. Es decir, ¿por qué alguien capaz de transformarse en un ser tan portentoso y abandonar la isla surcando el cielo tendría tanto miedo a seres a los que triplicaría el tamaño? En cualquier caso, fuera lo que fuese, no se trataba de una humana corriente.
-Y dime… ¿Has podido saber algo de estos restos?- preguntó, tratando de obviar aquella percepción antes de sacar conclusiones precipitadas. Se había portado bien con ella, al menos le podría conceder el beneficio de la duda.
-Es un lugar pequeño en comparación con otras ruinas...- comenzó a explicar con gesto pensativo -Es bastante probable que se trate de algún templo por cuanto sé, pero nunca he sido capaz de entrar.
-Si, de eso no hay duda.- afirmó -Echaré un vistazo. ¿Esperarás aquí fuera?
-Si, pero no te demores.- pidió amablemente.
Aylizz se acercó a la entrada, ampliando las distancias con Elvia, que prefirió quedarse apartada. Tras el portón macizo se desprendían dos puntos de luz que podían percibirse sin necesidad de acercarse por completo. Tragó saliva, el silencio reinaba en los alrededores y al otro lado de la roca tampoco parecía escucharse nada. Echó la vista atrás un momento, alcanzando a ver a la muchacha, expectante y casi oculta entre la maleza. Sin apenas esfuerzo, la puerta respondió a su presencia en cuanto la elfa terminó de acercarse y se abrió al instante. Al hacerlo, distinguió de inmediato el origen de aquella energía. Dos figuras élficas, vestidas con túnicas, aguardaban en el interior a varios metros de ella. Casi parecía que la estuvieran esperando.
-Saludos hermana- irrumpió una voz femenina, rompiendo el silencio -¿Qué te ha traído al pequeño santuario?
-Saludos…- retrocedió un par de pasos, mirándolos ligeramente descompuesta, alzando sutilmente la voz, a fin de que Elvia advirtiera que ya no estaban solas -Los dioses, espero… Al tratar de sobrevivir en esta isla. Un buque pirata me trajo cautiva.
-La joven que buscaba a su compañero- comentó el otro, mirando a su compañera, quien asintió en silencio -Entreganos a la humana y te indicaremos dónde encontrarlo.- añadió entonces, esta vez clavando su mirada en la forastera.
-¿Entonces ha llegado?- suspiró ciertamente aliviada, sin obtener respuesta al respecto.
-¿Y bien? ¿Qué decides?- inquirió el elfo, con aparente amabilidad.
Se tomó un momento para elegir su respuesta. Elvia, fuera quien fuese o lo que fuese, había sido amable y la había atendido sin pretensiones. Los suyos, sin embargo, rezumaban un aura que generaba cierta desconfianza y no sólo por lo poco que había podido conocer sobre ellos de boca de la humana, sino que sus miradas, su sola presencia era notablemente estremecedora. Sabía la suerte que correría si la delataba, no obstante, era más que evidente que habían advertido su presencia -o ya la conocían de antemano- poniendo sobre la mesa que, en efecto, controlaban la isla…
-Será toda vuestra cuando me reúna con él.- aseguró, cruzándose de brazos con actitud desafiante, tratando de negociar las condiciones del intercambio, no con otra intención que la de ganar tiempo y pensar en el modo de mantener segura la integridad de la buscatesoros.
-Espera aquí.
La respuesta fue concisa y ambos se volvieron hacia el interior del templo. Ella así lo hizo, inquieta, alejándose un paso más de la entrada y echando un barrido rápido con la mirada alrededor en busca de nuevas y posibles apariciones, antes de volver a centrar la atención en los inquietantes elfos que no tardaron en aparecer nuevamente, esta vez armados con espadas y con un gesto no tan apacible como el de la primera vez.
-Preferimos ser civilizados, ayúdanos a capturarla y tendrás tu información.
-Está bien…- se resignó finalmente -Prefería mantenerse alejada, así que la dejé en el bosque.
Con un gesto, pidieron -más bien exigieron- que los guiara. Así lo hizo, mientras su cabeza bullía en busca de alguna forma de disuadirlos de la muchacha. Sin embargo, en los alrededores no había ni rastro de ella, ¿habría sido capaz de escabullirse y ponerse a salvo? Por su bien, así lo esperaba. Se volvió entonces hacia la pareja, negando con la cabeza al no dar con ella, con gesto confuso.
-No debería andar lejos…
No pudo pronunciar más palabra, en aquel mismo instante la elfa de la túnica lanzó una repentina estocada limpia y directa a su cuello. Fue como si el tiempo se parase un instante, por mero instinto su cuerpo reaccionó esquivando el ataque y el corazón le dio un vuelco al ver pasar el filo a escasos centímetros de su garganta. Su corazón se aceleró, haciéndola reaccionar como un resorte.
-¡Eh! ¿Es que no lo ves? He venido tras ella, ¡compruébalo tú misma!- reprochó sin pensar, poniéndose ahora a la defensiva.
-Las cosas han cambiado- intervino el otro -Vuestra sangre debe desaparecer, no hay tiempo para el plan antiguo.- y sentenció la frase con otro ataque directo.
-¿Nuestra?- repitió para sí.
El segundo ataque no la pilló por sorpresa y pudo esquivarlo con mayor facilidad, no obstante, no tuvo tiempo de echar mano de su arma antes de que, de la nada, dos figuras humanas salidas de entre los arbustos se dejaran ver, abalanzándose sobre los recién constatados enemigos. Dioses, quién hubiera pensado que usaría esa denominación para referirse a dos de los suyos. Quedó perpleja, como si estuviera viendo una aparición irreal, una visión producto de la sugestión. Elvia y ¡¿IORI?! Su cuerpo fue incapaz de reaccionar de puro asombro.
La pelirroja fue certera en su ataque y clavó su lanza letal contra la primera atacante. La morena, por su parte, logró derribar al restante, dejándolo desarmado y tendido boca arriba en el suelo. Fue en ese momento cuando un brote de rabia nació de las entrañas de Aylizz y la impulsó a tomar la espada del suelo y acercarse a él, indicando a las muchachas con un gesto que cesaran sus intenciones de continuar. Se posicionó de pie, alzándose sobre él, apuntando a su cuello con firmeza.
-¿Es así como tratáis a la familia?- inquirió.
-¿Familia?- escupió en su lengua madre -Vuestra sangre debe ser erradicada, sangre de traidores, ¡no saldréis de esta isla! No ahora… Ni Nivellen- nombró clavando los ojos en Aylizz -Ni Inglorien- prosiguió, posando ahora su mirada en Iori -Ni los demás.
A pesar de permanecer inmóvil, su tono era amenazador. No terminaba de entender aquellas palabras y tampoco había escuchado anteriormente aquellos nombres. No obstante, hizo caso omiso. Dadas las circunstancias su paciencia y sus buenas formas habían desaparecido, no la interesaba toda aquella palabrería y el tiempo apremiaba, debía dar con Nousis.
-¿Traidores? ¡Vosotros vivís aquí, ajenos a lo que ocurre en el resto del mundo! ¡Nos atacan en el continente y más allá del mar nadie conoce de vuestra existencia! ¿Quiénes son los traidores entonces, que no acuden en auxilio de los que se atreven a llamar hermanos?- respondió en su misma lengua, mientras la fuerza con la que sostenía el arma se incrementó de manera inconsciente, notando la rabia borbotear bajo la piel -Mi compañero, dónde está.
-En el santuario del suroeste- respondió sin rodeos, esbozando una perturbadora sonrisa -Ahorrarnos el trabajo, id con él.
-¡Miente!- intervino Elvia de forma repentina -Nadie puede llegar a las montañas, sólo quieren mataros.
-¿Te refieres al elfo estirado?- preguntó entonces Iori. Supuso entonces que a ella también la había visitado en sueños, sino de qué iba a estar en la isla. No obstante, asintió sin mediar palabra, sin apartar la mirada, ya tendrían otro momento para hablar de ello...
-Nadie de fuera.- corrigió a la pelirroja, al tiempo que aplicaba más presión sobre la espada, clavando la punta de la misma en la garganta del elfo -Nos queréis allí, ¿no es así? Nos llevarás.
-¿Estás segura?- se preocupó la buscavidas al tiempo que él asentía.
-No tengo otra opción.
-Iros de la isla…- rebatió -Es otra opción.
No se molestó en cuestionar su propuesta. No era la primera vez que incidía en el hecho de abandonar la isla, algo que si bien hasta el momento le había parecido una mera recomendación, ahora comenzaba a gestarse una duda respecto a las intenciones reales de aquella muchacha, más cuando sorprendentemente accedió a ir con ellas hasta el mencionado tiempo aún a sabiendas de lo que se encontraría allí, o con quién. ¿Por qué tanto interés en que se alejaran de allí? ¿Por qué no haberla atacado nada más verla si tantos peligros albergaban el territorio? ¿Por qué ofrecerse a ayudarla, a guiarla, a contarla los secretos que conocía? ¿Por qué aquel impulso de energía? Por qué, por qué. Demasiados porqués que no tenía tiempo de pararse a responder.
Acordado entonces su camino hasta el punto donde, en teoría, darían con Nousis el elfo se mostró extrañamente colaborador. No obstante, mantuvieron lejos su espada y tras comprobar que no escondía más armas, lo amarraron con las manos a la espalda. Habían decidido darse un tiempo antes de emprender la marcha, Iori demandaba descanso y ella aún quería terminar de desentrañar los restos de la Historia de un pueblo que todavía aguardaban en aquellas ruinas.
“Los Elfos no somos perfectos. He visto a uno de nosotros asesinar aldeas y comerse a sus víctimas. He visto elfos matar por dinero a inocentes, dejarlos morir. Engañar, corromperse… Y ellos también merecen su castigo.”
El recuerdo de aquella afirmación le vino a la mente mientras aseguraba al rehén junto a un árbol. Esa sería la segunda vez que trataba a un igual como prisionero, ambas tras haber visto comprometida su vida, nada gratuito. No obstante la situación la removió por dentro…
Mientras ellas descansaban, a una distancia más que prudencial del retenido, Aylizz se acercó nuevamente a la entrada del altar. La luz incidía directamente en el interior a través de la abertura que la roca había dejado al abrirse y era fácil advertir hasta los pequeños detalles grabados sobre las paredes. Runas en dialecto antiguo, todas referidas a súplicas y llamamientos a los dioses, ajuares y restos de ofrendas alrededor del altar. Nada fuera de lo esperado en un espacio reservado al culto. Tan sólo algo llamó su atención entre varios documentos, escritos en su idioma natal. Un pedazo de pergamino, desgastado por el paso del tiempo, aunque aún legible, como si hubiera sido conservado, redactado en lengua común.
"....perseguidos... Nunca volví a verles. Encerrados, escaparon, mas ¿a qué precio...? ¿Hubiesen preferido morir luchando? Los cinco así lo decidieron... Sólo yo pude huir. Sólo yo, el único humano de los seis que quedaron con vida..."
Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño
El viento, que había azotado la noche anterior los retorcidos árboles de aquel desolado paisaje, se sentía apenas como una brisa en la luminosa pero gélida mañana. Paso tras paso y hora tras hora, las sombras proyectadas por los árboles habían ido perdiendo intensidad, al tiempo que el sol se alzaba a su espalda, alcanzando su cénit. La soledad de la jornada previa volvió a invadir la marcha de Tarek, convirtiendo el encuentro de la noche anterior en un espejismo, cuya certeza, sin embargo, no podía negar, habida cuenta de la inquietud que las palabras del brujo habían despertado en el joven elfo. Las escasas horas de sueño que había conseguido conciliar habían estado plagadas de visiones, mezcla de sueños incoherentes y realidad. Por lo que el cansancio, sumado a la monotonía del paisaje, habían comenzado a generarle cierta desazón que lo llevó a preguntarse, una vez más, qué razón habría llevado a Nousis a convocarlo a aquel lugar.
Con el paso de las horas, había comenzado a contar los árboles, cada vez más escasos, con los que cruzaba su camino, sin dejar de preguntarse, una y otra vez, cuál habría sido el aspecto de aquel lugar cuando todavía rezumaba vida. Quizás no pudiese compararse con Sandorai –ningún bosque alcanzaba la majestuosidad de su hogar-, pero sin duda habría sido un lugar hermoso… y habitado, pensó, al vislumbrar en la lejanía una silueta que destacaba entre las retorcidas ramas del bosque.
Sus pasos lo guiaron hasta un claro, en cuyo centro se alzaba un monolito rectangular de piedra, de una altura similar a la suya. Era la primera muestra, en quilómetros, de la presencia de vida en aquel lugar, más allá de las sepulturas diseminadas por el desértico bosque que, desde hacía horas, había dejado de encontrarse. Aunque extrañamente, aquel monumento, recordaba más al círculo de piedra donde los Lyeyanna le habían indicado el camino a seguir, que a aquellos pequeños monumentos funerarios. Quizás ambos monumentos fuesen parte del pasado de la isla. Con cautela, rodeó el extraño monolito, en cuyo entorno, una circunferencia de varios metros de diámetro, permanecía incólume y sin traza de haber sido ocupado por la naturaleza. Parecía un lugar sagrado o al menos uno que había sido venerado en cierta medida. Era igual por todas sus caras, a excepción de aquella que señalaba hacia el suroeste, en cuya base habían sido grabados con esmero varios vocablos en runas élficas.
Con delicadeza, Tarek retiró el fino polvo gris que el tiempo y, probablemente, el viento habían arrastrado hasta los surcos que conformaban cada una de las letras.
Sus ojos recorrieron repetidamente los cinco vocablos, al tiempo que con mano temblorosa recorría los surcos que formaban su propio apellido, Inglorien, aquel que Eithelen le había legado. Él nunca le había hablado de aquel lugar, no más allá del relatar las leyendas y entonar las odas que su pueblo guardaba de la isla antaño perdida. Quizás la historia de su familia se hubiese perdido en aquel lugar, como lo había hecho la vida que una vez lo había colmado… y tal vez aquella fuese la razón de que Nousis del clan Idriel hubiese invadido sus pesadillas.
Nada más, aparte del misterio que rodeaba aquella inscripción, pudo encontrar en aquel lugar, dominado por un monolito de piedra que señalaba hacia su destino inmediato, al suroeste, en algún lugar de las montañas que rompían la línea del horizonte. Por lo que, con un último vistazo al monumento, a fin de grabar en su mente cada detalle del mismo, continuó su camino, sopesando el significado y las incógnitas de aquel descubrimiento.
Una vez más, los árboles volvieron a invadir su camino, aunque Tarek había cejado en su empeño de contarlos hacía horas, más ocupado en dilucidar e intentar recordar qué sabía sobre los otros tres apellidos grabados en la roca. El bosque comenzó a perder de nuevo espesor, al tiempo que el río, que había circulado paralelo a su camino, emergía ante él con un caudal mayor y más límpido que el que había presentado en la playa la mañana anterior... y por primera vez en horas, el joven elfo se topó con otro ser vivo.
Dos elfos, vestidos con atuendos similares a los que portaban los Lyeyanna del círculo de piedra, se apostaban en la orilla contraria del río, gesticulando en su dirección para indicarle que cruzase la masa inerte de agua. Con cierta reticencia, se despojó de sus botas, que lanzó a la orilla contraria, antes de sumergirse en las gélidas aguas del río. Apenas había salido del río y recuperado su calzado, cuando los elfos se aproximaron a él.
- Te saludamos. Nos alegra que hayas llegado hasta aquí.
- Saludos, hermanos –respondió con calma, al tiempo que se calzaba las botas. Sin embargo, las palabras del otro elfo lo dejaron momentáneamente perplejo- ¿Esperabais acaso mi llegada?
Un breve asentimiento fue toda su respuesta. Extraño. ¿Acaso no había afirmado Ternul que no podía prescindir de ningún guía para acompañarlo hasta el lugar donde uno de los suyos escoltaba a Nousis? Sin embargo, habían enviado a alguien para alertar de su llegada… alguien que había llegado a su destino antes que él. Tarek sonrió a su interlocutor, al tiempo que se percataba de que ambos elfos portaban armas. ¿Era aquella la frontera oeste donde terminaba la tierra dominada por los elfos? ¿Serían parte de una de las patrullas que había mencionado el brujo la noche anterior? Aunque no llegó a resolver sus dudas, puesto que uno de los Lyeyanna se aproximó más a él.
- Las cosas han cambiado. Ha ocurrido algo que ha trastocado los planes trazados. Debes venir con nosotros.
- ¿Planes trazados? ¿Ha sucedido algo? –la amistosa sonrisa que Tarek había mantenido hasta el momento se atenuó para dar paso a una mirada interrogativa- He venido a buscar a un amigo… uno de los nuestros. –y cruzándose de brazos añadió, sin dejar de observar intermitentemente a ambos elfos- No sé de qué planes habláis, pero no tienen que ver nada conmigo.
Un pesaroso suspiro le hizo centrarse en el que se encontraba a su izquierda que, en un fluido movimiento, alzó una gran hacha, que descargó con fuerza sobre el hombro de Tarek, al tiempo que decía- Vuestra sangre debe morir– Su compañero, seguro del acierto, apenas se movió para observar la escena.
El peso del arma y la esfuerzo de alzarla, dieron tiempo al joven elfo de rodar hacia su derecha, esquivando por poco el embiste del hacha, que se clavó con fuerza en el suelo.
- ¿Qué demonios? ¿De qué estáis hablando? –consiguió preguntar, al tiempo que observaba con atención a su atacante y llevaba la mano hasta su propia arma, aunque sin llegar a asirla, en un intento de esclarecer la situación antes de enzarzarse en una pelea- ¿Qué tiene que ver mi sangre con todo esto?
- Traidores. Los planes eran más sutiles, pero tu amigo lo ha estropeado. Ahora tendrá que ser mucho más sencillo. -Un segundo tajo oblicuo, cuyo objetivo era sin duda el costado de Tarek, completó su respuesta, al tiempo que su inmutable compañero observaba con parsimonia la escena.
Una nueva esquiva forzada libró al peliblanco de acabar con el hacha ensartada entre las costillas. - Nousis, ¿Qué le habéis hecho? – Con paso vacilante se alejó un par de metros de aquella mortífera hacha, colocándose paralelo al río, sin perder de vista a su atacante, al tiempo que lanzaba furtivas miradas al segundo elfo, que se mostraba ajeno a la escena.
- La culpa es suya… Al igual que lo es que muráis todos –por tercera vez, alzó el hacha para golpear a Tarek que, en una última maniobra desesperada, salió corriendo y se lanzó al río, emergiendo al alcanzar la orilla contraria.- ¡SOMOS DOCENAS! –el furioso grito rompió el silencio del lugar en cuanto puso pie en la orilla contraria, aunque ni su atacante ni el segundo Lyeyanna hicieron amago de cruzar las gélidas aguas- ¡Y QUERRÁS LLEGAR AL SANTUARIO! ¡TE ENCONTRAREMOS!
Tarek observó con por un segundo al par de elfos apostados en la otra orilla. Debía escapar de allí, poner tanta tierra de por medio como le fuese posible, antes de que decidiesen cruzar el rio. Pero, aunque su sentido de la supervivencia le impelía a correr, su código moral le impidió hacerlo sin antes devolver la amenaza a su nuevo enemigo.
- Mi nombre es Tarek y soy del clan de los Ojosverdes. Ni siquiera nosotros, los más fieles a nuestra sangre, matamos a los nuestros. Y aquel a quién osáis llamar traidor... en vuestras miserables vidas adquiriréis el honor que él ostenta –añadiendo en un último arrebato- Los elfos no matan elfos... no sé en qué momento habéis olvidado eso.
- ¡TE ENCONTRAREMOS... INGLORIEN! –fueron las palabras que reverberaron a su espalda al tiempo que corría en dirección oeste, lejos de la mirada de sus hostiles congéneres.
Una decena de kilómetros después, el río dio paso a un pequeño y frondoso bosque. Un mar verde que contrastaba con la naturaleza muerta que Tarek había recorrido los dos últimos días y que despertó en él nuevamente la añoranza del hogar. El verdor del lugar, tras el blanquecino paisaje que había recorrido durante interminables horas, resultaba deslumbrante y reconfortante… hasta que se topó de bruces con la realidad, al encontrar el chamuscado y destrozado cadáver de un Lyeyannna. Aquel debía ser el territorio de los brujos o quizás el campo de batalla principal entre las dos fuerzas que dominaban la isla, a juzgar por la docena de cuerpos, elfos y brujos, que sembraban el lugar.
Con cautela y al amparo de los árboles, continuó hacia el horizonte marcado por las montañas, bordeando una amplia masa agua que cerraba su paso por el sur y que, solo más tarde, descubriría que se trataba de un gran lago. Varios metros después del último cadáver y con el día llegando a su fin, el joven elfo resolvió subirse a un árbol, lo suficientemente robusto como para soportar su peso y lo bastante frondoso como para ocultarlo de miradas indiscretas. Hacía años que no dormía sobre una rama, pero no sería peor que dormir en el suelo. Con preocupación bebió los últimos sorbos de agua que aún le restaban... si no encontraba un suministro potable pronto, aquello sería un problema, y dudaba que el río al norte y el lago al sur fuesen bebibles, habida cuenta de la falta de vida en aquel lugar.
Guareciéndose en sus, aún húmedas ropas, se dispuso a descansar un par de horas, antes de decidir cuál sería el siguiente paso a seguir. Un último pensamiento cruzó su mente antes de caer rendido al sueño: Lyeyanna… las gentes del Santuario… los protectores del santuario de la montaña.
Con el paso de las horas, había comenzado a contar los árboles, cada vez más escasos, con los que cruzaba su camino, sin dejar de preguntarse, una y otra vez, cuál habría sido el aspecto de aquel lugar cuando todavía rezumaba vida. Quizás no pudiese compararse con Sandorai –ningún bosque alcanzaba la majestuosidad de su hogar-, pero sin duda habría sido un lugar hermoso… y habitado, pensó, al vislumbrar en la lejanía una silueta que destacaba entre las retorcidas ramas del bosque.
Sus pasos lo guiaron hasta un claro, en cuyo centro se alzaba un monolito rectangular de piedra, de una altura similar a la suya. Era la primera muestra, en quilómetros, de la presencia de vida en aquel lugar, más allá de las sepulturas diseminadas por el desértico bosque que, desde hacía horas, había dejado de encontrarse. Aunque extrañamente, aquel monumento, recordaba más al círculo de piedra donde los Lyeyanna le habían indicado el camino a seguir, que a aquellos pequeños monumentos funerarios. Quizás ambos monumentos fuesen parte del pasado de la isla. Con cautela, rodeó el extraño monolito, en cuyo entorno, una circunferencia de varios metros de diámetro, permanecía incólume y sin traza de haber sido ocupado por la naturaleza. Parecía un lugar sagrado o al menos uno que había sido venerado en cierta medida. Era igual por todas sus caras, a excepción de aquella que señalaba hacia el suroeste, en cuya base habían sido grabados con esmero varios vocablos en runas élficas.
Con delicadeza, Tarek retiró el fino polvo gris que el tiempo y, probablemente, el viento habían arrastrado hasta los surcos que conformaban cada una de las letras.
FAEREN
HELLUM
INDIREL
INGLORIEN
NIVELLEN
HELLUM
INDIREL
INGLORIEN
NIVELLEN
Sus ojos recorrieron repetidamente los cinco vocablos, al tiempo que con mano temblorosa recorría los surcos que formaban su propio apellido, Inglorien, aquel que Eithelen le había legado. Él nunca le había hablado de aquel lugar, no más allá del relatar las leyendas y entonar las odas que su pueblo guardaba de la isla antaño perdida. Quizás la historia de su familia se hubiese perdido en aquel lugar, como lo había hecho la vida que una vez lo había colmado… y tal vez aquella fuese la razón de que Nousis del clan Idriel hubiese invadido sus pesadillas.
Nada más, aparte del misterio que rodeaba aquella inscripción, pudo encontrar en aquel lugar, dominado por un monolito de piedra que señalaba hacia su destino inmediato, al suroeste, en algún lugar de las montañas que rompían la línea del horizonte. Por lo que, con un último vistazo al monumento, a fin de grabar en su mente cada detalle del mismo, continuó su camino, sopesando el significado y las incógnitas de aquel descubrimiento.
Una vez más, los árboles volvieron a invadir su camino, aunque Tarek había cejado en su empeño de contarlos hacía horas, más ocupado en dilucidar e intentar recordar qué sabía sobre los otros tres apellidos grabados en la roca. El bosque comenzó a perder de nuevo espesor, al tiempo que el río, que había circulado paralelo a su camino, emergía ante él con un caudal mayor y más límpido que el que había presentado en la playa la mañana anterior... y por primera vez en horas, el joven elfo se topó con otro ser vivo.
Dos elfos, vestidos con atuendos similares a los que portaban los Lyeyanna del círculo de piedra, se apostaban en la orilla contraria del río, gesticulando en su dirección para indicarle que cruzase la masa inerte de agua. Con cierta reticencia, se despojó de sus botas, que lanzó a la orilla contraria, antes de sumergirse en las gélidas aguas del río. Apenas había salido del río y recuperado su calzado, cuando los elfos se aproximaron a él.
- Te saludamos. Nos alegra que hayas llegado hasta aquí.
- Saludos, hermanos –respondió con calma, al tiempo que se calzaba las botas. Sin embargo, las palabras del otro elfo lo dejaron momentáneamente perplejo- ¿Esperabais acaso mi llegada?
Un breve asentimiento fue toda su respuesta. Extraño. ¿Acaso no había afirmado Ternul que no podía prescindir de ningún guía para acompañarlo hasta el lugar donde uno de los suyos escoltaba a Nousis? Sin embargo, habían enviado a alguien para alertar de su llegada… alguien que había llegado a su destino antes que él. Tarek sonrió a su interlocutor, al tiempo que se percataba de que ambos elfos portaban armas. ¿Era aquella la frontera oeste donde terminaba la tierra dominada por los elfos? ¿Serían parte de una de las patrullas que había mencionado el brujo la noche anterior? Aunque no llegó a resolver sus dudas, puesto que uno de los Lyeyanna se aproximó más a él.
- Las cosas han cambiado. Ha ocurrido algo que ha trastocado los planes trazados. Debes venir con nosotros.
- ¿Planes trazados? ¿Ha sucedido algo? –la amistosa sonrisa que Tarek había mantenido hasta el momento se atenuó para dar paso a una mirada interrogativa- He venido a buscar a un amigo… uno de los nuestros. –y cruzándose de brazos añadió, sin dejar de observar intermitentemente a ambos elfos- No sé de qué planes habláis, pero no tienen que ver nada conmigo.
Un pesaroso suspiro le hizo centrarse en el que se encontraba a su izquierda que, en un fluido movimiento, alzó una gran hacha, que descargó con fuerza sobre el hombro de Tarek, al tiempo que decía- Vuestra sangre debe morir– Su compañero, seguro del acierto, apenas se movió para observar la escena.
El peso del arma y la esfuerzo de alzarla, dieron tiempo al joven elfo de rodar hacia su derecha, esquivando por poco el embiste del hacha, que se clavó con fuerza en el suelo.
- ¿Qué demonios? ¿De qué estáis hablando? –consiguió preguntar, al tiempo que observaba con atención a su atacante y llevaba la mano hasta su propia arma, aunque sin llegar a asirla, en un intento de esclarecer la situación antes de enzarzarse en una pelea- ¿Qué tiene que ver mi sangre con todo esto?
- Traidores. Los planes eran más sutiles, pero tu amigo lo ha estropeado. Ahora tendrá que ser mucho más sencillo. -Un segundo tajo oblicuo, cuyo objetivo era sin duda el costado de Tarek, completó su respuesta, al tiempo que su inmutable compañero observaba con parsimonia la escena.
Una nueva esquiva forzada libró al peliblanco de acabar con el hacha ensartada entre las costillas. - Nousis, ¿Qué le habéis hecho? – Con paso vacilante se alejó un par de metros de aquella mortífera hacha, colocándose paralelo al río, sin perder de vista a su atacante, al tiempo que lanzaba furtivas miradas al segundo elfo, que se mostraba ajeno a la escena.
- La culpa es suya… Al igual que lo es que muráis todos –por tercera vez, alzó el hacha para golpear a Tarek que, en una última maniobra desesperada, salió corriendo y se lanzó al río, emergiendo al alcanzar la orilla contraria.- ¡SOMOS DOCENAS! –el furioso grito rompió el silencio del lugar en cuanto puso pie en la orilla contraria, aunque ni su atacante ni el segundo Lyeyanna hicieron amago de cruzar las gélidas aguas- ¡Y QUERRÁS LLEGAR AL SANTUARIO! ¡TE ENCONTRAREMOS!
Tarek observó con por un segundo al par de elfos apostados en la otra orilla. Debía escapar de allí, poner tanta tierra de por medio como le fuese posible, antes de que decidiesen cruzar el rio. Pero, aunque su sentido de la supervivencia le impelía a correr, su código moral le impidió hacerlo sin antes devolver la amenaza a su nuevo enemigo.
- Mi nombre es Tarek y soy del clan de los Ojosverdes. Ni siquiera nosotros, los más fieles a nuestra sangre, matamos a los nuestros. Y aquel a quién osáis llamar traidor... en vuestras miserables vidas adquiriréis el honor que él ostenta –añadiendo en un último arrebato- Los elfos no matan elfos... no sé en qué momento habéis olvidado eso.
- ¡TE ENCONTRAREMOS... INGLORIEN! –fueron las palabras que reverberaron a su espalda al tiempo que corría en dirección oeste, lejos de la mirada de sus hostiles congéneres.
Una decena de kilómetros después, el río dio paso a un pequeño y frondoso bosque. Un mar verde que contrastaba con la naturaleza muerta que Tarek había recorrido los dos últimos días y que despertó en él nuevamente la añoranza del hogar. El verdor del lugar, tras el blanquecino paisaje que había recorrido durante interminables horas, resultaba deslumbrante y reconfortante… hasta que se topó de bruces con la realidad, al encontrar el chamuscado y destrozado cadáver de un Lyeyannna. Aquel debía ser el territorio de los brujos o quizás el campo de batalla principal entre las dos fuerzas que dominaban la isla, a juzgar por la docena de cuerpos, elfos y brujos, que sembraban el lugar.
Con cautela y al amparo de los árboles, continuó hacia el horizonte marcado por las montañas, bordeando una amplia masa agua que cerraba su paso por el sur y que, solo más tarde, descubriría que se trataba de un gran lago. Varios metros después del último cadáver y con el día llegando a su fin, el joven elfo resolvió subirse a un árbol, lo suficientemente robusto como para soportar su peso y lo bastante frondoso como para ocultarlo de miradas indiscretas. Hacía años que no dormía sobre una rama, pero no sería peor que dormir en el suelo. Con preocupación bebió los últimos sorbos de agua que aún le restaban... si no encontraba un suministro potable pronto, aquello sería un problema, y dudaba que el río al norte y el lago al sur fuesen bebibles, habida cuenta de la falta de vida en aquel lugar.
Guareciéndose en sus, aún húmedas ropas, se dispuso a descansar un par de horas, antes de decidir cuál sería el siguiente paso a seguir. Un último pensamiento cruzó su mente antes de caer rendido al sueño: Lyeyanna… las gentes del Santuario… los protectores del santuario de la montaña.
Última edición por Tarek Inglorien el Miér Mar 10 2021, 22:36, editado 1 vez
Tarek Inglorien
Honorable
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Re: La sangre del sueño
Aunque por el momento estaba a salvo, Iori comenzaba a cansarse de su puesto súbitamente adquirido como rastreadora del grupo de magos. Aunque con las palabras se entendían los seres civilizados, la posibilidad de que una bola de fuego saliese de las manos de alguno, le producía incomodidad. Se detuvo de golpe, cortando el hilo de sus pensamientos cuando reconoció tras figuras pertenecientes a elfos.
Aquellos extraños elfos con los que se había cruzado desde que había puesto un pie en la isla prácticamente. Retrocedió para informar a sus improvisados compañeros. - Tres elfos, armados. Parecen estar guardando el camino. O hacen patrulla o directamente están esperando por alguien - Nillia fue rápida en su propuesta. Rodearlos y, aprovechando su ventaja en número, masacrarlos.
Dorian y Engel se opusieron con firmeza a ella. Deseaban llegar con las menores bajas posibles a su destino. - Esto nos traerá problemas - rezonga Nillia, y miró a Iori como si fuera la culpable. La humana la ignoró de forma efectiva, y sugirió un camino que les permitiría continuar hacia delante pero bordeándolos. Más camino, breve descanso para comer. Más camino de nuevo... Iori comenzaba a sentirse atrapada entre los elfos hostiles, y los brujos que a los que guiaba.
Se detuvo cuando, entre el ramaje observó a lo lejos un nuevo grupo de orejas afiladas. Esta vez eran cuatro. Parecía responder a algún tipo de organización ya que, se dio cuenta de que continuaban cortando el camino principal que debían de recorrer, pero en un punto más adelantado que el último grupo que dejaron atrás.
En esta ocasión las noticias produjeron el enfado de Nillia, la inquietud de Engel, y Dorian mantuvo aparentemente la calma. Probar al oeste fue la indicación con lo cual, hizo caso y volvió a su tarea de perro pastor. En algún momento, sin ella darse cuenta, sus compañeros brujos desaparecierón. Se quedó asombrada al volver sobre sus pasos un rato, y al no verlos, prefirió esperar deteniéndose en un punto, guarecida entre las irregularidades del terreno.
Ni rastro de ninguno de ellos. Ni brujos ni elfos.
Fue al cabo de un rato cuando escuchó los sonidos de lo que, dedujo eran explosiones mágicas. Aquello sonaba a fuego y sangre, y una terrible noche en Lunargenta se filtró a su presente, atenazándola durante unos minutos a su escondite en el suelo. La quietud volvió a reinar y, tragando saliva comprendió que debía de continuar hacia delante. Volver al litoral de la isla no parecía posible en aquel instante, por lo que solamente restaba avanzar.
La densidad del bosque comenzó a llenarse de verde, según sus pasos la guiaban a la zona más profunda de lo que debía de ser aquel territorio. Se detuvo cuando divisó una construcción de piedra frente a ella, aunque por la apariencia de sus derruidos muros la época de esplendor de aquel lugar ya quedaba atrás. A unos veinte pasos del mismo, una pelirroja con una trenza armada con una lanza de dos puntas y un arco frunce el ceño al ver a Iori -¿Quien demonios...?- acierta a decir.
La humana alzó las manos identificando a otra humana frente a ella, y trató de esbozar su mejor sonrisa de aspecto inofensivo. Aún así la muchacha alzó su lanza - Soy Elvia Hellum. Me alegra ver que no eres uno de los elfos fanáticos de lsla. ¿De Beltrexus? - preguntó a la vez raza y origen.
- De Verisar, me llamo Iori. Iori a secas - indicó con una sonrisa sin avanzar todavía hacia ella, pero visiblemente relajada. - De Beltrexus eran un grupo de magos que me crucé hace unas horas. Avanzamos juntos esquivando elfos hasta que nos separamos - indicó mirando con curiosidad las ruinas.
La mujer se relajó visiblemente ante las palabras de la humana, y fue entonces cuando los ojos azules observaron un movimiento que captó su atención por detrás del hombro de Elvia. Sus pupilas se dilataron cuando distinguió el cuerpo de Ayl. Elvia pareció darse cuenta también y ambas se agazaparon, observando en la distancia el curso de los acontecimientos.
Aunque al final terminaron saltando hacia delante para echarle una mano contra aquellos dos elfos, Iori estaba segura de que la habilidad de Ayl con su espada hacía que no las necesitase en absoluto. Fuerte, decidida, segura de si misma, y rebosante de inteligencia. La elfa de cabellos dorados brillaba ante ella como el sol. Se alegró infinito en su interior de encontrarla, Sana y salva.
Necesitaba hablar con ella, intercambiar información, pero, la noche caía con rapidez en aquella isla, y necesitaban encontrar un lugar en dónde guarecerse para pasar la noche a salvo. Antes de cerrar los ojos, cobijada entre las ramas altas de uno de los verdes árboles, Iori pudo distinguir la sinuosa silueta de Aylizz interándose en las ruinas que tenía delante.
Aquellos extraños elfos con los que se había cruzado desde que había puesto un pie en la isla prácticamente. Retrocedió para informar a sus improvisados compañeros. - Tres elfos, armados. Parecen estar guardando el camino. O hacen patrulla o directamente están esperando por alguien - Nillia fue rápida en su propuesta. Rodearlos y, aprovechando su ventaja en número, masacrarlos.
Dorian y Engel se opusieron con firmeza a ella. Deseaban llegar con las menores bajas posibles a su destino. - Esto nos traerá problemas - rezonga Nillia, y miró a Iori como si fuera la culpable. La humana la ignoró de forma efectiva, y sugirió un camino que les permitiría continuar hacia delante pero bordeándolos. Más camino, breve descanso para comer. Más camino de nuevo... Iori comenzaba a sentirse atrapada entre los elfos hostiles, y los brujos que a los que guiaba.
Se detuvo cuando, entre el ramaje observó a lo lejos un nuevo grupo de orejas afiladas. Esta vez eran cuatro. Parecía responder a algún tipo de organización ya que, se dio cuenta de que continuaban cortando el camino principal que debían de recorrer, pero en un punto más adelantado que el último grupo que dejaron atrás.
En esta ocasión las noticias produjeron el enfado de Nillia, la inquietud de Engel, y Dorian mantuvo aparentemente la calma. Probar al oeste fue la indicación con lo cual, hizo caso y volvió a su tarea de perro pastor. En algún momento, sin ella darse cuenta, sus compañeros brujos desaparecierón. Se quedó asombrada al volver sobre sus pasos un rato, y al no verlos, prefirió esperar deteniéndose en un punto, guarecida entre las irregularidades del terreno.
Ni rastro de ninguno de ellos. Ni brujos ni elfos.
Fue al cabo de un rato cuando escuchó los sonidos de lo que, dedujo eran explosiones mágicas. Aquello sonaba a fuego y sangre, y una terrible noche en Lunargenta se filtró a su presente, atenazándola durante unos minutos a su escondite en el suelo. La quietud volvió a reinar y, tragando saliva comprendió que debía de continuar hacia delante. Volver al litoral de la isla no parecía posible en aquel instante, por lo que solamente restaba avanzar.
La densidad del bosque comenzó a llenarse de verde, según sus pasos la guiaban a la zona más profunda de lo que debía de ser aquel territorio. Se detuvo cuando divisó una construcción de piedra frente a ella, aunque por la apariencia de sus derruidos muros la época de esplendor de aquel lugar ya quedaba atrás. A unos veinte pasos del mismo, una pelirroja con una trenza armada con una lanza de dos puntas y un arco frunce el ceño al ver a Iori -¿Quien demonios...?- acierta a decir.
La humana alzó las manos identificando a otra humana frente a ella, y trató de esbozar su mejor sonrisa de aspecto inofensivo. Aún así la muchacha alzó su lanza - Soy Elvia Hellum. Me alegra ver que no eres uno de los elfos fanáticos de lsla. ¿De Beltrexus? - preguntó a la vez raza y origen.
- De Verisar, me llamo Iori. Iori a secas - indicó con una sonrisa sin avanzar todavía hacia ella, pero visiblemente relajada. - De Beltrexus eran un grupo de magos que me crucé hace unas horas. Avanzamos juntos esquivando elfos hasta que nos separamos - indicó mirando con curiosidad las ruinas.
La mujer se relajó visiblemente ante las palabras de la humana, y fue entonces cuando los ojos azules observaron un movimiento que captó su atención por detrás del hombro de Elvia. Sus pupilas se dilataron cuando distinguió el cuerpo de Ayl. Elvia pareció darse cuenta también y ambas se agazaparon, observando en la distancia el curso de los acontecimientos.
Aunque al final terminaron saltando hacia delante para echarle una mano contra aquellos dos elfos, Iori estaba segura de que la habilidad de Ayl con su espada hacía que no las necesitase en absoluto. Fuerte, decidida, segura de si misma, y rebosante de inteligencia. La elfa de cabellos dorados brillaba ante ella como el sol. Se alegró infinito en su interior de encontrarla, Sana y salva.
Necesitaba hablar con ella, intercambiar información, pero, la noche caía con rapidez en aquella isla, y necesitaban encontrar un lugar en dónde guarecerse para pasar la noche a salvo. Antes de cerrar los ojos, cobijada entre las ramas altas de uno de los verdes árboles, Iori pudo distinguir la sinuosa silueta de Aylizz interándose en las ruinas que tenía delante.
Iori Li
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Re: La sangre del sueño
Nousis Indirel entró, cansado y con la sangre de Ilfaden como un apresurado cuadro en partes de su vestimenta, en el antiguo templo, despertando en él un sentimiento de victoria que se fue extendiendo por su interior como el buen vino. Pese a desconocer su procedencia, había logrado llegar. Desde Folnaien hasta allí. Y observando alrededor, el hecho de cuanto en tiempo y perfección lo separaba de los días de gloria de la edificación, su triunfalismo terminó por deshilacharse, obligándolo a sentarse a la segunda escalinata, ésta interior, del santuario.
No había logrado nada, sonrió entristecido. Tan sólo recorrer leguas y leguas en pos de algo que aún desconocía. Un viaje caro, arduo y sin recompensa. Suspiró, pasándose una mano por el cabello. Ni siquiera estaba seguro de cómo regresar tras asesinar a una de los elfos de la isla.
Sí había notado, nada más cruzar el umbral, que aquello que le había arrastrado contra su voluntad por sueño y mares había desaparecido. Sólo restaba su propia oscuridad. Aquella que había empañado su mente en las últimas semanas revoloteaba cerca, estaba convencido de ello, sintiéndola como una nube que el viento mueve con lentitud, mas siempre hallada al elevar la vista. Por ello, al escuchar esa misma voz una vez más, se levantó de pronto, mirando alrededor, con la mano en la empuñadura de la espada. Un extraño pensamiento impactó en él, completamente ajeno a sus preocupaciones. La espada necesitaba un nombre.
Sacudió la cabeza. Esa voz había repetido la palabra.
-Ven.
El elfo miró esperanzado al exterior. Por supuesto, llegaba desde el lado opuesto. El extraño altar circular de siete pétalos de piedra. Exhaló, desenvainando sin demasiada confianza en que algo tan tangible como el acero ayudase en un momento como aquel.
-No te equivocas… Acércate.
Durante unos instantes lucharon su instinto y su curiosidad, la misma que le había llevado a docenas de trampas, a cientos de combates y a varias decepciones. Ni rastro del poder que siempre había buscado.
Subió los escalones uno a uno y contempló su propio reflejo en una superficie que asemejaba a plata fundida. O mercurio.
-Tu sangre debe tocar el pétalo con nuestro apellido – los ojos grises del elfo se abrieron un poco más. ¿Nuestro apellido? - No voy a hacerte daño. Debí obligarte a llegar hasta aquí, pero mi poder termina ahí. Ahora depende de ti. Y de tus compañeros.
La rotunda negativa de Nou se debilitó con esas palabras. Y la curiosidad de nuevo, pudo más una vez más.
-Sí- confirmó la extraña- Han venido. Pese al camino, pese a los problemas, pese a jugarse la vida en las últimas horas, estarán aquí en unas horas. Y todo será revelado. Será vuestro turno. Vuestra historia- la voz calló un instante antes de proseguir- tienes preguntas. Es natural. Yo era parecida. Una de las razones de que terminase aquí.
El templo se sumió varios segundos en el silencio.
-Tenía que morir para evitar que fueseis utilizados. Para enviar un mensaje a los descendientes de Edenisse Yillia. Tal vez no podamos descansar, pero sí evitar desaparecer, nosotros y nuestra sangre, como ellos pretendían si hubieseis accedido a su ritual. Gracias a los dioses, eso ya resulta imposible. Tus compañeros, aquellos a quienes reclutaste, tampoco accederán.
De nuevo, el elfo no precisó hablar. Dejó vagar a su mente, y esa presencia parecía decidir a qué deseaba contestar… y a qué no.
-Llegar hasta aquí te ha dejado demasiado cansado como resultar de utilidad. Además, al igual que ellos no pueden entrar, tú tampoco puedes salir. No hasta que os sea contado todo y decidáis cuales serán vuestros pasos- la voz rio un instante, de una manera más natural, sin el rastro demoníaco que él recordaba demasiado bien- Sí, dependerá de vosotros. Os mostraremos el pasado, lo que esperamos. Y habremos agotado nuestras posibilidades. La carta que decidimos jugar.
Nou envainó su arma lentamente, dejando que el sonido invadiese la habitación.
-Suficientes ocasiones habrá para ello, gwath.
Una última ausencia de sonido se adueñó del interior del santuario.
-Wyrd bið ful aræd- respondió la voz.
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño
Bordearon el lago hasta dejar la visión de las lejanas montañas al frente. Caminaron varias horas, guiados por el nativo bajo custodia, apoyados por la muchacha que, a pesar de ser forastera parecía conocer realmente bien el terreno insular, hasta topar con un nuevo conjunto de ruinas élficas, notablemente más pequeño que el anterior. La muchacha, inquieta, no mostró reparo en sugerir -más bien suplicar- que optasen por alejarse lo máximo posible de ellas y encauzar las montañas con rapidez. Y no era para menos, teniendo en cuenta lo sucedido la última vez. No obstante, el grupo precisaba de un pequeño descanso.
El Lyeyanna pareció recobrar el humor y las fuerzas al poco de detenerse, retomando sus carcajadas nada venidas a cuento, como si se regodeara en sus macabros planes sólo sabidos en sus pensamientos, siendo Iori la primera en sucumbir a sus provocaciones, animandose a iniciar una conversación. Poco le interesó a la elfa lo que tuviera que decir el que había tratado de matarla a pesar de tener sangre común, hecho que desde la mera objetividad se oponía a las palabras que tan fielmente él mismo defendía. Sin embargo, fijó su atención en la pelirroja que, hasta el momento, había resultado ser una fiable acompañante.
-¿Qué piensas? ¿Por qué has preferido evitar esta zona? ¿Ya habías estado antes?
-Si ha habido elfos en las ruinas anteriores, seguro que nos tienden otra trampa.- respondió, denotando una férrea seguridad en sus conclusiones.
-¿Y qué propones?- quiso saber, mostrando verdadero interés en las alternativas.
-Ir lo más aprisa posible hasta la locura que queréis llevar a cabo. Al menos nos alejaremos de estos parajes.
-¿Por qué acompañarnos en esta locura entonces? ¿Tesoros?- preguntó, arqueando una ceja. Algo no terminaba de encajar, ¿por qué alguien que aseguraba ser conocedora y sufridora de los peligros de aquel paraje había optado por acompañarlos?
-Eso espero- se limitó a contestar, esbozando una sonrisa despreocupada.
-¿Conoces otra forma de llegar al templo?- continuó entonces, con intención de retomar la planificación de sus próximos pasos.
-No hay.- interrumpió entonces elfo. La muchacha dudó un instante antes de responder, haciendo caso omiso al comentario.
-Sí... la ruta norte, antigua y más conocida.- expuso, dibujando un esquema del terriotrio sobre la arena -Y la que nos lleva en línea recta al paso de Arunhu. Estrecho y, sin duda, menos vigilado. Si los dioses son clementes...
-¿El paso de Arunhu?- repitió la elfa, esperando más detalles.
La pelirroja describió aquella ruta. Supondría atravesar una garganta entre montañas, que bien podría tratarse de un escenario ideal para una emboscada, sin embargo, se trataba del camino más directo hacia su destino. La otra opción, por el contrario, supondría desviarse y acercarse en demasía al territorio bajo el control de los brujos. Expuestas las alternativas, decidieron continuar el trazado previsto y atravesar el corazón de las cordilleras del sur.
Caminaron otras tantas horas en las que mantener la cordura se hizo complicado. La aparente tranquilidad que envolvía el ambiente y acompañaba su avance marcaba el contrapunto, ya comprobado, de la sensación de estar en el punto de mira de enemigos silenciosos, invisibles, que parecían conocer todos sus movimientos e intenciones. O al menos, así lo expresaba el rehén. Aún les faltaba distancia por recorrer hasta llegar al desfiladero cuando Aylizz alcanzó a vislumbrar una silueta solitaria en la lejanía, que caminaba en dirección contraria, hacia ellos, alertando al grupo, que se detuvo al momento.
Afinando más la vista, pudo distinguir la figura de otro elfo, aunque aquel nada tenía que ver con su atacante. Aún era pronto para determinar si se trataría de amigo o enemigo, no obstante, el no cubrir su imagen con la túnica característica de los Lyeyanna era un detalle cuanto menos reconfortante. ¿Otro viajero? ¿Explorador quizá? Tras haber conocido a alguien como Elvia, cualquier cosa parecía ya posible. Continuaron su marcha, no sin mantener la precaución. Cuando ya se encontraban cerca, el caminante se dirigó al grupo, alzando la voz. No fue pequeña su sorpresa cuando la humana apenas tardó unos segundos en responder, denotando familiaridad con el extraño, muy lejos de la cordialidad.
-¿Quién eres?- se dirigió a él la elfa, tratando de comprender la situación.
-Tarek Inglorien- se presentó cortés -¿Y tú?
-¿Inglorien?- murmuró para sí al escuchar aquel nombre por segunda vez, llevando la mirada hacia el Lyeyanna un instante, con desconfianza, antes de contestar -Aylizz Wendell- reveló, volviendo a prestarle su atención -Supongo que también vienes del continente, veo que... Ya os conocéis.- apuntó, señalando a Iori.
-Por desgracia- afirmó -¿Puedo preguntar qué os ha traído aquí?
-Qué se yo... Un elfo medio loco...- explicó, frotándose la frente con dejadez -Debemos continuar. ¿Conoces este lugar?
-No, apenas llevo un día en este maldito lugar, pero si fuera tú no iría al norte. Un par de amigos suyos me emboscaron ayer cerca del río.- advirtió, señalando al Lyeyanna con la cabeza.
-Bien, pues hechas la presentaciones…- intercedió la elfa, después de que Elvia también se hubiese dado a conocer ante Tarek -Andando- espetó al maniatado elfo -Tus hermanos esperan para darnos la bienvenida, no querría ser descortés.- comentó con sorna, siguiendo a la humana, tras haberse ofrecido a encabezar la marcha a partir de aquel punto, pasando de largo y distanciandose del viajero.
No habían avanzado diez pasos cuando el Inglorien alzó la voz una vez más dirigiéndose a Elvia, haciendo que la elfa frenase en seco al escuchar sus palabras, volteandose hacia él.
-¿De qué está hablando?- quiso saber, inquieta.
-No lo sé- aseguró al momento.
-Indirel, ¿hablas de él?- se dirigió entonces a Tarek, retrocediendo. Iori se sumó al interrogante. El joven asintió, explicando su relación con el espadachín.
-Agg.- espetó al constatar que todos se encontraban allí por la misma desconocida razón, cruzándose de brazos, pensativa y ligeramente desquiciada. Qué demonios, Nousis... En qué te has metido esta vez... maldijo en su fuero interno, tratando de mantener a raya la cada vez más incipiente preocupación, turbada por el desconocimiento, incapaz de sacar conclusiones suficientes para tomar decisiones acertadas, haciendo un esfuerzo por mantener la mente fría y pararse a pensar en lugar de ceder a su impulsiva naturaleza -Hablabas de una roca con su nombre. Y el de Elvia. Y el tuyo...- guardó silencio un momento -Él también te menciono, antes siquiera de habernos encontrado- destacó, refiriéndose al Lyeyanna -Te sentenció a muerte, más bien. A todos, en realidad. ¿De qué va todo esto?- se preguntó, ahora en voz alta.
-Ya os queda poco para averiguarlo- contestó el custodiado, ignorando la retórica que envolvía aquella cuestión, esbozando una perturbadora sonrisa.
Elvia parecía haberse ausentado de la conversación, a pesar de estar de cuerpo presente, hasta que señalando al horizonte, en el que ya se podía divisar el comienzo del cañón, interrumpió a los conversadores.
-¿Cómo vamos a sortear eso?- preguntó apremiante, al advertir varios guardias apostados sobre los lejanos riscos.
Aquella cuestión fue la última gota que hizo falta para hacer rebosar el vaso de tensión que el grupo acumulaba, desencadenando una sucesión de acciones que en cuestión de minutos terminaron por descomponer la situación, haciendo que la muchacha acabase por decidir su abandono, no sin antes revelarles una última información importante.
-Los Lyeyanna poseen memoria de sangre, si lo obligáis puede retirar a todos sus compañeros. Todos descienden de la misma antepasada.- tras aquellas palabras, arrancó la marcha para terminar por desaparecer.
-Realmente sabes cosas que necesitamos saber. Por favor…- intentó frenarla la elfa, tomándola del hombro con suavidad. No, no podía dejarlos, no ahora que habían comenzado a unir las piezas de un puzzle que, lejos de clarificar algo, suscitaba más incógnitas en la ecuación.
-Ya he dicho demasiado.- sentenció, entristecida -He traicionado a mis antepasados, pero esto es... Demasiado duro. Ahora me perseguirán a mí también. No puedo ayudaros más.- pero antes de alejarse, añadió una última advertencia. -A él no lo convenceréis con palabras.
-¿Y ya está? ¿Te vas? Dices que te perseguirán, qué harás sola, ¿esconderte? ¿Huir?- arremetió Aylizz, a voces, mientras la muchacha se perdía en la distancia -¿Antepasados?- continuó, elevando el tono -¡Me preguntó cómo será eso! ¡Una suerte saber de ellos!- añadió frustrada, antes de dar media vuelta, llevando la mano a la daga y enfilando al elfo amordazado, mascullando entre dientes -Memoria de sangre... Y eso qué demonios significa.
¿Pero cuál? Nada parecía tener sentido. Aquel elfo no paraba de referirse a ellos como traidores. Inglorien, Hellum, Indirel, nombres ahora conocidos que de alguna forma estaban conectados. O lo estuvieron. Y además, aquel resquicio de pergamino que había rescatado en las ruinas. El humano del pasado que dejó constancia hablaba de otros cinco que, al contrario que él, habían perdido la vida. ¿En qué? ¿Por qué? ¿Y tendría aquello que ver con ellos? Debía suponer que sí, no podían ser sólo coincidencias. Tres nombres, seis personas, un superviviente... Demasiadas incógnitas y cada vez menos tiempo.
-Tarek, ¿había más nombres en esa roca?
____________El Lyeyanna pareció recobrar el humor y las fuerzas al poco de detenerse, retomando sus carcajadas nada venidas a cuento, como si se regodeara en sus macabros planes sólo sabidos en sus pensamientos, siendo Iori la primera en sucumbir a sus provocaciones, animandose a iniciar una conversación. Poco le interesó a la elfa lo que tuviera que decir el que había tratado de matarla a pesar de tener sangre común, hecho que desde la mera objetividad se oponía a las palabras que tan fielmente él mismo defendía. Sin embargo, fijó su atención en la pelirroja que, hasta el momento, había resultado ser una fiable acompañante.
-¿Qué piensas? ¿Por qué has preferido evitar esta zona? ¿Ya habías estado antes?
-Si ha habido elfos en las ruinas anteriores, seguro que nos tienden otra trampa.- respondió, denotando una férrea seguridad en sus conclusiones.
-¿Y qué propones?- quiso saber, mostrando verdadero interés en las alternativas.
-Ir lo más aprisa posible hasta la locura que queréis llevar a cabo. Al menos nos alejaremos de estos parajes.
-¿Por qué acompañarnos en esta locura entonces? ¿Tesoros?- preguntó, arqueando una ceja. Algo no terminaba de encajar, ¿por qué alguien que aseguraba ser conocedora y sufridora de los peligros de aquel paraje había optado por acompañarlos?
-Eso espero- se limitó a contestar, esbozando una sonrisa despreocupada.
-¿Conoces otra forma de llegar al templo?- continuó entonces, con intención de retomar la planificación de sus próximos pasos.
-No hay.- interrumpió entonces elfo. La muchacha dudó un instante antes de responder, haciendo caso omiso al comentario.
-Sí... la ruta norte, antigua y más conocida.- expuso, dibujando un esquema del terriotrio sobre la arena -Y la que nos lleva en línea recta al paso de Arunhu. Estrecho y, sin duda, menos vigilado. Si los dioses son clementes...
-¿El paso de Arunhu?- repitió la elfa, esperando más detalles.
La pelirroja describió aquella ruta. Supondría atravesar una garganta entre montañas, que bien podría tratarse de un escenario ideal para una emboscada, sin embargo, se trataba del camino más directo hacia su destino. La otra opción, por el contrario, supondría desviarse y acercarse en demasía al territorio bajo el control de los brujos. Expuestas las alternativas, decidieron continuar el trazado previsto y atravesar el corazón de las cordilleras del sur.
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Caminaron otras tantas horas en las que mantener la cordura se hizo complicado. La aparente tranquilidad que envolvía el ambiente y acompañaba su avance marcaba el contrapunto, ya comprobado, de la sensación de estar en el punto de mira de enemigos silenciosos, invisibles, que parecían conocer todos sus movimientos e intenciones. O al menos, así lo expresaba el rehén. Aún les faltaba distancia por recorrer hasta llegar al desfiladero cuando Aylizz alcanzó a vislumbrar una silueta solitaria en la lejanía, que caminaba en dirección contraria, hacia ellos, alertando al grupo, que se detuvo al momento.
Afinando más la vista, pudo distinguir la figura de otro elfo, aunque aquel nada tenía que ver con su atacante. Aún era pronto para determinar si se trataría de amigo o enemigo, no obstante, el no cubrir su imagen con la túnica característica de los Lyeyanna era un detalle cuanto menos reconfortante. ¿Otro viajero? ¿Explorador quizá? Tras haber conocido a alguien como Elvia, cualquier cosa parecía ya posible. Continuaron su marcha, no sin mantener la precaución. Cuando ya se encontraban cerca, el caminante se dirigó al grupo, alzando la voz. No fue pequeña su sorpresa cuando la humana apenas tardó unos segundos en responder, denotando familiaridad con el extraño, muy lejos de la cordialidad.
-¿Quién eres?- se dirigió a él la elfa, tratando de comprender la situación.
-Tarek Inglorien- se presentó cortés -¿Y tú?
-¿Inglorien?- murmuró para sí al escuchar aquel nombre por segunda vez, llevando la mirada hacia el Lyeyanna un instante, con desconfianza, antes de contestar -Aylizz Wendell- reveló, volviendo a prestarle su atención -Supongo que también vienes del continente, veo que... Ya os conocéis.- apuntó, señalando a Iori.
-Por desgracia- afirmó -¿Puedo preguntar qué os ha traído aquí?
-Qué se yo... Un elfo medio loco...- explicó, frotándose la frente con dejadez -Debemos continuar. ¿Conoces este lugar?
-No, apenas llevo un día en este maldito lugar, pero si fuera tú no iría al norte. Un par de amigos suyos me emboscaron ayer cerca del río.- advirtió, señalando al Lyeyanna con la cabeza.
-Bien, pues hechas la presentaciones…- intercedió la elfa, después de que Elvia también se hubiese dado a conocer ante Tarek -Andando- espetó al maniatado elfo -Tus hermanos esperan para darnos la bienvenida, no querría ser descortés.- comentó con sorna, siguiendo a la humana, tras haberse ofrecido a encabezar la marcha a partir de aquel punto, pasando de largo y distanciandose del viajero.
No habían avanzado diez pasos cuando el Inglorien alzó la voz una vez más dirigiéndose a Elvia, haciendo que la elfa frenase en seco al escuchar sus palabras, volteandose hacia él.
-¿De qué está hablando?- quiso saber, inquieta.
-No lo sé- aseguró al momento.
-Indirel, ¿hablas de él?- se dirigió entonces a Tarek, retrocediendo. Iori se sumó al interrogante. El joven asintió, explicando su relación con el espadachín.
-Agg.- espetó al constatar que todos se encontraban allí por la misma desconocida razón, cruzándose de brazos, pensativa y ligeramente desquiciada. Qué demonios, Nousis... En qué te has metido esta vez... maldijo en su fuero interno, tratando de mantener a raya la cada vez más incipiente preocupación, turbada por el desconocimiento, incapaz de sacar conclusiones suficientes para tomar decisiones acertadas, haciendo un esfuerzo por mantener la mente fría y pararse a pensar en lugar de ceder a su impulsiva naturaleza -Hablabas de una roca con su nombre. Y el de Elvia. Y el tuyo...- guardó silencio un momento -Él también te menciono, antes siquiera de habernos encontrado- destacó, refiriéndose al Lyeyanna -Te sentenció a muerte, más bien. A todos, en realidad. ¿De qué va todo esto?- se preguntó, ahora en voz alta.
-Ya os queda poco para averiguarlo- contestó el custodiado, ignorando la retórica que envolvía aquella cuestión, esbozando una perturbadora sonrisa.
Elvia parecía haberse ausentado de la conversación, a pesar de estar de cuerpo presente, hasta que señalando al horizonte, en el que ya se podía divisar el comienzo del cañón, interrumpió a los conversadores.
-¿Cómo vamos a sortear eso?- preguntó apremiante, al advertir varios guardias apostados sobre los lejanos riscos.
Aquella cuestión fue la última gota que hizo falta para hacer rebosar el vaso de tensión que el grupo acumulaba, desencadenando una sucesión de acciones que en cuestión de minutos terminaron por descomponer la situación, haciendo que la muchacha acabase por decidir su abandono, no sin antes revelarles una última información importante.
-Los Lyeyanna poseen memoria de sangre, si lo obligáis puede retirar a todos sus compañeros. Todos descienden de la misma antepasada.- tras aquellas palabras, arrancó la marcha para terminar por desaparecer.
-Realmente sabes cosas que necesitamos saber. Por favor…- intentó frenarla la elfa, tomándola del hombro con suavidad. No, no podía dejarlos, no ahora que habían comenzado a unir las piezas de un puzzle que, lejos de clarificar algo, suscitaba más incógnitas en la ecuación.
-Ya he dicho demasiado.- sentenció, entristecida -He traicionado a mis antepasados, pero esto es... Demasiado duro. Ahora me perseguirán a mí también. No puedo ayudaros más.- pero antes de alejarse, añadió una última advertencia. -A él no lo convenceréis con palabras.
-¿Y ya está? ¿Te vas? Dices que te perseguirán, qué harás sola, ¿esconderte? ¿Huir?- arremetió Aylizz, a voces, mientras la muchacha se perdía en la distancia -¿Antepasados?- continuó, elevando el tono -¡Me preguntó cómo será eso! ¡Una suerte saber de ellos!- añadió frustrada, antes de dar media vuelta, llevando la mano a la daga y enfilando al elfo amordazado, mascullando entre dientes -Memoria de sangre... Y eso qué demonios significa.
"No sé a quién perteneces pero, si estoy aquí, tienes un papel en esta historia."
¿Pero cuál? Nada parecía tener sentido. Aquel elfo no paraba de referirse a ellos como traidores. Inglorien, Hellum, Indirel, nombres ahora conocidos que de alguna forma estaban conectados. O lo estuvieron. Y además, aquel resquicio de pergamino que había rescatado en las ruinas. El humano del pasado que dejó constancia hablaba de otros cinco que, al contrario que él, habían perdido la vida. ¿En qué? ¿Por qué? ¿Y tendría aquello que ver con ellos? Debía suponer que sí, no podían ser sólo coincidencias. Tres nombres, seis personas, un superviviente... Demasiadas incógnitas y cada vez menos tiempo.
-Tarek, ¿había más nombres en esa roca?
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Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño
Aquella silenciosa noche, sobre la rama del inerte árbol, en un bosque en el que nada vivo parecía habitar, se contaría sin duda entre las más largas de su vida. Acostumbrado a los sonidos nocturnos, de las aves e insectos que moraban su hogar, aquel inquietante silencio había sido más desapacible que el ululante viento que había perturbado su sueño la noche anterior. Solo esperaba encontrar pronto a Nousis y poder marcharse de allí, o la falta de sueño acabaría por minar su salud… si la sed no lo mataba antes.
El pálido amanecer le permitió distinguir, desde las ramas más elevadas del árbol, las perspectivas y caminos que se abrían ante él. Hacia el oeste, las lejanas montañas a las que debía dirigirse; al sur el inmenso lago que había vislumbrado el día anterior; hacia el norte y el este, caminos que solo lo alejarían de su objetivo… Bordear el lago, en dirección a las montañas, manteniendo la gran masa de agua como posible vía de fuga, le pareció la opción más segura. Todavía recordaba el “amable” saludo dispensado por los Lyeyanna la tarde anterior, así como su poco sutil amenaza contra su vida.
Sin embargo, el sonido del agua empujada por la brisa, al batir contra la orilla, constituyó su única compañía durante las largas horas que transcurrieron desde el amanecer hasta el mediodía. El bosque pronto dejó paso a un verde prado, bañado por las límpidas aguas del lago. Campo abierto, mala noticia. Sin embargo, decidió proseguir su camino, el único que en ese momento podía tomar. El lago había sido sin duda un campo de batalla habitual, habida cuenta de los restos de armas y armaduras dispersos por el lugar, así como de huesos en diversos estados de desintegración. Tarek se sentía incapaz de asociar aquel moribundo lugar con el maravilloso paraíso tantas veces añorado por su pueblo. Hacía siglos que aquella tierra se había perdido, pero ¿en qué momento había terminado convirtiéndose en… aquello?
El sol se alzaba ya en lo alto cuando vislumbró, a lo lejos, varias figuras formando una variopinta estampa. No parecía elfos… la tranquilidad que aquel pensamiento le aportó le pareció perturbadora. Un escuadrón, quizás de humanos o quizás de brujos, entre los que parecían contarse algunos heridos, se agrupaba en las inmediaciones del lago. Desconocía la clase de penalidades que habían podido pasar, pero estaba seguro de que los Lyeyanna habían estado implicados de alguna manera.
Su presencia apenas pasó desapercibida unos pasos más y un antinatural viento se alzó a espaldas de la mujer que con premura se pertrechó, apuntándolo con su espada. El resto del grupo pareció ponerse en guardia, pero el cansancio ralentizaba sus inseguros movimientos, con miedo y desesperación reflejándose en sus rostros. Un fugaz pensamiento atravesó su mente. ¿Sería aquello lo que sentían sus enemigos al ser cazados? Decidió desechar la idea tan rápido como había llegado, pues tenía asuntos más urgentes de los que ocuparse.
- Por lo que veo, no soy el único contra el que tienen algo los Lyeyanna. –Tarek cesó en su caminar, al tiempo que alzaba las dos manos para demostrar que se encontraba desarmado.
- ¿No quieres luchar? –fue su queda respuesta, más una autoafirmación que una pregunta, dirigida al elfo. La sorpresa se reflejó en el rostro de la mujer, al tiempo que su agarre de la espada perdía fuerza.
- Conozco la batalla que libráis con los elfos de esta isla, pero su lucha no es la mía. Yo ni siquiera pertenezco a este lugar –aún con el arma dirigida a su persona, decidió bajar los brazos. Una cosa era mostrar una actitud pacífica, otra mostrarse sumiso- Simplemente deseo llegar a las montañas, al oeste –a lo que añadió, en voz más queda- Han tomado prisionero a un amigo.
- No te lo aconsejo –un profundo cansancio se reflejó en los rasgos de la guerrera- Hemos derrotado a una patrulla, pero mira nuestro estado –el resto de la patrulla asintió a sus palabras- No atienden a razones. Sólo hay dos maneras de cruzar las montañas según nuestros mapas, elfo. La ruta antigua, al norte y el pasadizo del oeste, ahora bloqueado por un pequeño campamento de esos fanáticos...
No pudo evitar maldecir por lo bajo. La ruta al norte, aquella que había fallado en tomar… y su única alternativa se encontraba guardada por una patrulla de aquellos fanáticos. Sus opciones no eran buenas y dudaba que, una vez lo atrapasen, pudiese llegar al santuario con vida.
- ¿Vosotros también deseáis llegar al santuario? ¿Es eso lo que os ha traído a la isla? –todavía recordaba las palabras de los elfos del círculo de piedra, ¿acaso era aquel el “contingente” de brujos organizados al sur de la isla?
- No, buscamos tesoros para comerciantes de Beltrexus, nada más. Sabemos defendernos, pero no esperábamos algo así…
- ¿Acaso antes no eran así? –preguntó con extrañeza- ¿Algo ha cambiado? –a su mente acudieron las palabras del guarda que lo había atacado: "las cosas han cambiado..."
- Hace unos años llegaron, suponemos de Sandorai, ¿de dónde si no? –un suspiro precedió sus siguientes palabras- y se instalaron, defendiendo la costa oriental hasta las montañas. Una secta élfica conservadora, dedujimos que las montañas eran el centro de sus correrías, desde donde atacaban su parte de la isla.
- Pero ahora se han extremado aún más... –no fue una pregunta, sino una afirmación. Si aquella gente, magullada, apenas había podido como una patrulla, cómo alcanzaría él las montañas- El campamento del que hablabas antes, ¿su destacamento es muy amplio? -por mucho que le pesase, debía llegar a las montañas, llegar hasta Nousis.
-Nunca he visto a más de una docena juntos, quince tal vez. Si es el lugar que creemos, veinte a lo sumo. Suficiente para destrozarnos. Hemos de alejarnos de aquí.
- Comprendo -fue toda la respuesta de Tarek que, despidiéndose con una leve inclinación continuó su camino.
- Que tengas fortuna- fue la queda despedida de la mujer que, con expresión cansada, fijó su mirada en el horizonte.
El grupo se fue perdiendo a sus espaldas, mientras negros pensamientos colmaban su mente. El encuentro le había proporcionado nefastas noticias (y ni siquiera había obtenido algo de agua para reponer sus reservas). No podía dejar de sentir que cada paso lo acercaba a un funesto pero inevitable destino. El mismo desgraciado destino que, en ese momento, descubría ante él su negra mano, para poner de nuevo en su camino, en aquel paraíso muerto, a su tormento personal. No pudo evitar poner los ojos en blanco.
- De todas las personas que podría encontrarme en el infierno, sin duda, tú tenías que ser una de ellas –la insoportable criatura, cuyos dientes marcaban su trapezoide desde el encuentro en Mittenwald, se dirigía hacia el norte junto con una extraña humana pelirroja y una elfa. Junto a ellas, un maniatado Lyeyanna que, al verlo, estalló en una sonora carcajada.
La respuesta de la humana no se hizo esperar. Al parecer su último encuentro los había puesto de acuerdo en algo: el desprecio que sentían el uno por el otro. La observo alejarse con desinterés. Por mucho que le pesase, la presencia de aquel dispar grupo, incluida la detestable humana, consiguió devolver algo de calma a su cansada mente. Las contempló una a una. No parecían enemigas. Sabía que la humana era inofensiva, aunque la sombra de algunos moratones demostrase que pegaba con más fuerza de la que inicialmente se le podía atribuir; la pelirroja, en cambio, desprendía una extraña aura, difícil de identificar; y luego estaba la elfa, su opción más segura para iniciar una conversación. Si el Lyeyanna demostraba algo, era que probablemente su congénere había sufrido la misma cálida acogida que él.
- ¿Quién eres? –fue su desconfiada pregunta tras un inicial saludo.
-Tarek Inglorien- se presentó - ¿Y tú?
Su nombre era Aylizz Wendell y, al igual que él, había llegado a la isla por petición de un tercero. Su grupo se dirigía al norte, precisamente al paso que el escuadrón de brujos le había indicado y los amables Lyeyanna del día anterior le habían obligado a abandonar.
- ¿Y tú eres? –echas las presentaciones con Aylizz, solo restaba aquella extraña pelirroja, que no había dejado de mirarlos con cierto nerviosismo.
- Elvia Hellum. ¿Algún problema? –dando un paso atrás, la vio asir con más fuerza la extraña lanza que portaba.
- ¿Hellum? –preguntó, alzando una ceja mirándola con más atención. Al igual que el suyo, aquel apellido se encontraba grabado en el monolito de piedra- ¿Guardas alguna relación con la isla?
El silencio fue toda su respuesta, al tiempo que la pelirroja, animada por la insufrible humana, retomaba la marcha, sin dirigirle siquiera una mirada. Era la primera pista en dos días… la primera información que tenía sentido… y probablemente la primera persona que pudiese decirle algo.
- Mi apellido también está grabado esa maldita piedra, ¿sabes? –añadió alzando la voz - Al igual que la de la persona que se vio obligada a invadir mis sueños para pedirme que viniese aquí a auxiliarle. Si sabes algo, dímelo, pues temo que su vida corra peligro a cada segundo que pasa -Si aquello no conseguía llamar su atención, no sabía qué podría hacerlo.
Su comentario pareció provocar una reacción en cadena. La pelirroja pareció mudó de un alarmado nerviosismo al desinterés total en cuestión de segundos; mientras que Aylizz y la humana inundaban el silencio con dudas para las que, difícilmente, Tarek pudo aportar una respuesta. Sin prestar mayor atención a la insufrible, decidió no perder de vista a la pelirroja.
- Nousis... –al parecer el elfo se había paseado por los sueños de más de una persona- vista la reacción de la humana y tu pregunta, supongo que él también es la causa de que estéis aquí. Nuestros caminos se cruzaron hace no mucho y no había vuelto a escuchar de él hasta que me llamó a esta isla, sin más indicación que el día en el que debía acudir.
-Agg -el gutural sonido que abandonó los labios de Aylizz fue suficiente para constatar su sospecha -Hablabas de una roca con su nombre. Y el de Elvia. Y el tuyo. Él – añadió señalando al Lyeyanna con la cabeza - también te mencionó. Te sentenció a muerte, más bien. A todos, en realidad. ¿De qué va todo esto?
Sin más respuestas, Tarek solo pudo encogerse de hombros. La situación era precaria, pero al menos no era la única presa de la fanática caza iniciada por aquellos desquiciados elfos. Poco tiempo tuvo que pasar antes de que divisaran en la lejanía a los primeros centinelas, cuya presencia devolvió a la extraña Elvia a su nerviosismo inicial.
- Tanta guardia sólo puede proteger algo importante. Nos quieren y siguen nuestros pasos... De alguna forma. ¿Realmente podemos evitarlos? No lo creo –las funestas palabras de Aylizz parecieron reflejar el sentimiento común.
- Lo desconozco. Pero ayer parecían ansiosos por que los acompañase y cuando me negué no pareció importarles que lo hiciese en pedazos. Al parecer tienen a Nousis en el santuario –añadió señalando las montañas
- Lo cual nos lleva a nuestro primer punto. ¿Tenemos alguna opción más que seguir adelante? –el habitual tono despreocupado de la humana había adquirido cierta gravedad.
- Al parecer ella sabe algo que nosotros no –fue respuesta, señalando a Elvia- quizás pueda iluminar nuestro camino.
- Ja. Suerte con eso –rezongó Aylizz, al tiempo que se encogía de hombros- Si sabe algo, no tiene intención alguna de hablar.
- ¡Ya dije cuanto sabía! ¡Te ayudé a llegar aquí!
Aquellas fueron sus últimas palabras, antes de que el incordio que los acompañaba decidiese noquearla. Con exasperación, Tarek se preguntó si matarla despertaría la ira de Aylizz o si en cambio se lo agradecería. Las palabras del Lyeyanna cautivo lo devolvieron a la realidad.
-… Lleva la traición en la sangre, es una Hellum. Igual que ocurre con vosotros. Poco más averiguaréis. Os restan horas
- Es posible, pero como no te calles o empieces a decir algo de utilidad a ti te restarán minutos... y qué mayor deshonra que morir a manos de una mísera y esmirriada humana, ¿no crees? –fue la dulce pregunta de Tarek, al tiempo que reproducía su desagradable sonrisa- Y tú –añadió dirigiéndose a la humana- a ver si paras con el palito ese, inconsciente no puede decirnos nada… Maldita humana –fue su quedo murmullo final. Ella volvió a enseñarle los dientes y un extraño picor se instauró de nuevo en la marca de su cuello, obligándolo a frotar la dañada piel.
¿Qué hacer ahora? Ante ellos se apostaban múltiples enemigos, pero la alternativa era una ruta de al menos medio día de regreso al sur y un escuadron probablemente más numeroso esperándolos. Observó con atención al Lyeyanna, mientras la humana procedía a despertar a la pelirroja. Se parecía, todos ellos. En el círculo de piedra apenas había sido capaz de distinguir algún elemento identificativo en los elfos, pues todos portaban capucha. Quizás… aquello podría funcionar, si Aylizz estaba dispuesta a colaborar.
El cautivo se abalanzó, sin previo aviso sobre Elvia, apenas dando tiempo a Tarek a detener su avance y abatirlo contra el suelo. La perplejidad y la duda se reflejaban en su rostro cuando alzó la mirada hacia la pelirroja.
- Los Lyeyanna poseen memoria de sangre
¿Sería aquella la solución? El elfo se revolvió bajo su peso, gruñendo ante las palabras de la pelirroja. Sin duda era información importante… algo que ellos no deseaban que se supiese. Aylizz regresó junto a ellos, daga en mano, por lo que Tarek procedió a incorporar al elfo abatido y presentarlo ante ella.
- Había dos más, cinco apellidos en total.
El pálido amanecer le permitió distinguir, desde las ramas más elevadas del árbol, las perspectivas y caminos que se abrían ante él. Hacia el oeste, las lejanas montañas a las que debía dirigirse; al sur el inmenso lago que había vislumbrado el día anterior; hacia el norte y el este, caminos que solo lo alejarían de su objetivo… Bordear el lago, en dirección a las montañas, manteniendo la gran masa de agua como posible vía de fuga, le pareció la opción más segura. Todavía recordaba el “amable” saludo dispensado por los Lyeyanna la tarde anterior, así como su poco sutil amenaza contra su vida.
Sin embargo, el sonido del agua empujada por la brisa, al batir contra la orilla, constituyó su única compañía durante las largas horas que transcurrieron desde el amanecer hasta el mediodía. El bosque pronto dejó paso a un verde prado, bañado por las límpidas aguas del lago. Campo abierto, mala noticia. Sin embargo, decidió proseguir su camino, el único que en ese momento podía tomar. El lago había sido sin duda un campo de batalla habitual, habida cuenta de los restos de armas y armaduras dispersos por el lugar, así como de huesos en diversos estados de desintegración. Tarek se sentía incapaz de asociar aquel moribundo lugar con el maravilloso paraíso tantas veces añorado por su pueblo. Hacía siglos que aquella tierra se había perdido, pero ¿en qué momento había terminado convirtiéndose en… aquello?
El sol se alzaba ya en lo alto cuando vislumbró, a lo lejos, varias figuras formando una variopinta estampa. No parecía elfos… la tranquilidad que aquel pensamiento le aportó le pareció perturbadora. Un escuadrón, quizás de humanos o quizás de brujos, entre los que parecían contarse algunos heridos, se agrupaba en las inmediaciones del lago. Desconocía la clase de penalidades que habían podido pasar, pero estaba seguro de que los Lyeyanna habían estado implicados de alguna manera.
Su presencia apenas pasó desapercibida unos pasos más y un antinatural viento se alzó a espaldas de la mujer que con premura se pertrechó, apuntándolo con su espada. El resto del grupo pareció ponerse en guardia, pero el cansancio ralentizaba sus inseguros movimientos, con miedo y desesperación reflejándose en sus rostros. Un fugaz pensamiento atravesó su mente. ¿Sería aquello lo que sentían sus enemigos al ser cazados? Decidió desechar la idea tan rápido como había llegado, pues tenía asuntos más urgentes de los que ocuparse.
- Por lo que veo, no soy el único contra el que tienen algo los Lyeyanna. –Tarek cesó en su caminar, al tiempo que alzaba las dos manos para demostrar que se encontraba desarmado.
- ¿No quieres luchar? –fue su queda respuesta, más una autoafirmación que una pregunta, dirigida al elfo. La sorpresa se reflejó en el rostro de la mujer, al tiempo que su agarre de la espada perdía fuerza.
- Conozco la batalla que libráis con los elfos de esta isla, pero su lucha no es la mía. Yo ni siquiera pertenezco a este lugar –aún con el arma dirigida a su persona, decidió bajar los brazos. Una cosa era mostrar una actitud pacífica, otra mostrarse sumiso- Simplemente deseo llegar a las montañas, al oeste –a lo que añadió, en voz más queda- Han tomado prisionero a un amigo.
- No te lo aconsejo –un profundo cansancio se reflejó en los rasgos de la guerrera- Hemos derrotado a una patrulla, pero mira nuestro estado –el resto de la patrulla asintió a sus palabras- No atienden a razones. Sólo hay dos maneras de cruzar las montañas según nuestros mapas, elfo. La ruta antigua, al norte y el pasadizo del oeste, ahora bloqueado por un pequeño campamento de esos fanáticos...
No pudo evitar maldecir por lo bajo. La ruta al norte, aquella que había fallado en tomar… y su única alternativa se encontraba guardada por una patrulla de aquellos fanáticos. Sus opciones no eran buenas y dudaba que, una vez lo atrapasen, pudiese llegar al santuario con vida.
- ¿Vosotros también deseáis llegar al santuario? ¿Es eso lo que os ha traído a la isla? –todavía recordaba las palabras de los elfos del círculo de piedra, ¿acaso era aquel el “contingente” de brujos organizados al sur de la isla?
- No, buscamos tesoros para comerciantes de Beltrexus, nada más. Sabemos defendernos, pero no esperábamos algo así…
- ¿Acaso antes no eran así? –preguntó con extrañeza- ¿Algo ha cambiado? –a su mente acudieron las palabras del guarda que lo había atacado: "las cosas han cambiado..."
- Hace unos años llegaron, suponemos de Sandorai, ¿de dónde si no? –un suspiro precedió sus siguientes palabras- y se instalaron, defendiendo la costa oriental hasta las montañas. Una secta élfica conservadora, dedujimos que las montañas eran el centro de sus correrías, desde donde atacaban su parte de la isla.
- Pero ahora se han extremado aún más... –no fue una pregunta, sino una afirmación. Si aquella gente, magullada, apenas había podido como una patrulla, cómo alcanzaría él las montañas- El campamento del que hablabas antes, ¿su destacamento es muy amplio? -por mucho que le pesase, debía llegar a las montañas, llegar hasta Nousis.
-Nunca he visto a más de una docena juntos, quince tal vez. Si es el lugar que creemos, veinte a lo sumo. Suficiente para destrozarnos. Hemos de alejarnos de aquí.
- Comprendo -fue toda la respuesta de Tarek que, despidiéndose con una leve inclinación continuó su camino.
- Que tengas fortuna- fue la queda despedida de la mujer que, con expresión cansada, fijó su mirada en el horizonte.
El grupo se fue perdiendo a sus espaldas, mientras negros pensamientos colmaban su mente. El encuentro le había proporcionado nefastas noticias (y ni siquiera había obtenido algo de agua para reponer sus reservas). No podía dejar de sentir que cada paso lo acercaba a un funesto pero inevitable destino. El mismo desgraciado destino que, en ese momento, descubría ante él su negra mano, para poner de nuevo en su camino, en aquel paraíso muerto, a su tormento personal. No pudo evitar poner los ojos en blanco.
- De todas las personas que podría encontrarme en el infierno, sin duda, tú tenías que ser una de ellas –la insoportable criatura, cuyos dientes marcaban su trapezoide desde el encuentro en Mittenwald, se dirigía hacia el norte junto con una extraña humana pelirroja y una elfa. Junto a ellas, un maniatado Lyeyanna que, al verlo, estalló en una sonora carcajada.
La respuesta de la humana no se hizo esperar. Al parecer su último encuentro los había puesto de acuerdo en algo: el desprecio que sentían el uno por el otro. La observo alejarse con desinterés. Por mucho que le pesase, la presencia de aquel dispar grupo, incluida la detestable humana, consiguió devolver algo de calma a su cansada mente. Las contempló una a una. No parecían enemigas. Sabía que la humana era inofensiva, aunque la sombra de algunos moratones demostrase que pegaba con más fuerza de la que inicialmente se le podía atribuir; la pelirroja, en cambio, desprendía una extraña aura, difícil de identificar; y luego estaba la elfa, su opción más segura para iniciar una conversación. Si el Lyeyanna demostraba algo, era que probablemente su congénere había sufrido la misma cálida acogida que él.
- ¿Quién eres? –fue su desconfiada pregunta tras un inicial saludo.
-Tarek Inglorien- se presentó - ¿Y tú?
Su nombre era Aylizz Wendell y, al igual que él, había llegado a la isla por petición de un tercero. Su grupo se dirigía al norte, precisamente al paso que el escuadrón de brujos le había indicado y los amables Lyeyanna del día anterior le habían obligado a abandonar.
- ¿Y tú eres? –echas las presentaciones con Aylizz, solo restaba aquella extraña pelirroja, que no había dejado de mirarlos con cierto nerviosismo.
- Elvia Hellum. ¿Algún problema? –dando un paso atrás, la vio asir con más fuerza la extraña lanza que portaba.
- ¿Hellum? –preguntó, alzando una ceja mirándola con más atención. Al igual que el suyo, aquel apellido se encontraba grabado en el monolito de piedra- ¿Guardas alguna relación con la isla?
El silencio fue toda su respuesta, al tiempo que la pelirroja, animada por la insufrible humana, retomaba la marcha, sin dirigirle siquiera una mirada. Era la primera pista en dos días… la primera información que tenía sentido… y probablemente la primera persona que pudiese decirle algo.
- Mi apellido también está grabado esa maldita piedra, ¿sabes? –añadió alzando la voz - Al igual que la de la persona que se vio obligada a invadir mis sueños para pedirme que viniese aquí a auxiliarle. Si sabes algo, dímelo, pues temo que su vida corra peligro a cada segundo que pasa -Si aquello no conseguía llamar su atención, no sabía qué podría hacerlo.
Su comentario pareció provocar una reacción en cadena. La pelirroja pareció mudó de un alarmado nerviosismo al desinterés total en cuestión de segundos; mientras que Aylizz y la humana inundaban el silencio con dudas para las que, difícilmente, Tarek pudo aportar una respuesta. Sin prestar mayor atención a la insufrible, decidió no perder de vista a la pelirroja.
- Nousis... –al parecer el elfo se había paseado por los sueños de más de una persona- vista la reacción de la humana y tu pregunta, supongo que él también es la causa de que estéis aquí. Nuestros caminos se cruzaron hace no mucho y no había vuelto a escuchar de él hasta que me llamó a esta isla, sin más indicación que el día en el que debía acudir.
-Agg -el gutural sonido que abandonó los labios de Aylizz fue suficiente para constatar su sospecha -Hablabas de una roca con su nombre. Y el de Elvia. Y el tuyo. Él – añadió señalando al Lyeyanna con la cabeza - también te mencionó. Te sentenció a muerte, más bien. A todos, en realidad. ¿De qué va todo esto?
Sin más respuestas, Tarek solo pudo encogerse de hombros. La situación era precaria, pero al menos no era la única presa de la fanática caza iniciada por aquellos desquiciados elfos. Poco tiempo tuvo que pasar antes de que divisaran en la lejanía a los primeros centinelas, cuya presencia devolvió a la extraña Elvia a su nerviosismo inicial.
- Tanta guardia sólo puede proteger algo importante. Nos quieren y siguen nuestros pasos... De alguna forma. ¿Realmente podemos evitarlos? No lo creo –las funestas palabras de Aylizz parecieron reflejar el sentimiento común.
- Lo desconozco. Pero ayer parecían ansiosos por que los acompañase y cuando me negué no pareció importarles que lo hiciese en pedazos. Al parecer tienen a Nousis en el santuario –añadió señalando las montañas
- Lo cual nos lleva a nuestro primer punto. ¿Tenemos alguna opción más que seguir adelante? –el habitual tono despreocupado de la humana había adquirido cierta gravedad.
- Al parecer ella sabe algo que nosotros no –fue respuesta, señalando a Elvia- quizás pueda iluminar nuestro camino.
- Ja. Suerte con eso –rezongó Aylizz, al tiempo que se encogía de hombros- Si sabe algo, no tiene intención alguna de hablar.
- ¡Ya dije cuanto sabía! ¡Te ayudé a llegar aquí!
Aquellas fueron sus últimas palabras, antes de que el incordio que los acompañaba decidiese noquearla. Con exasperación, Tarek se preguntó si matarla despertaría la ira de Aylizz o si en cambio se lo agradecería. Las palabras del Lyeyanna cautivo lo devolvieron a la realidad.
-… Lleva la traición en la sangre, es una Hellum. Igual que ocurre con vosotros. Poco más averiguaréis. Os restan horas
- Es posible, pero como no te calles o empieces a decir algo de utilidad a ti te restarán minutos... y qué mayor deshonra que morir a manos de una mísera y esmirriada humana, ¿no crees? –fue la dulce pregunta de Tarek, al tiempo que reproducía su desagradable sonrisa- Y tú –añadió dirigiéndose a la humana- a ver si paras con el palito ese, inconsciente no puede decirnos nada… Maldita humana –fue su quedo murmullo final. Ella volvió a enseñarle los dientes y un extraño picor se instauró de nuevo en la marca de su cuello, obligándolo a frotar la dañada piel.
¿Qué hacer ahora? Ante ellos se apostaban múltiples enemigos, pero la alternativa era una ruta de al menos medio día de regreso al sur y un escuadron probablemente más numeroso esperándolos. Observó con atención al Lyeyanna, mientras la humana procedía a despertar a la pelirroja. Se parecía, todos ellos. En el círculo de piedra apenas había sido capaz de distinguir algún elemento identificativo en los elfos, pues todos portaban capucha. Quizás… aquello podría funcionar, si Aylizz estaba dispuesta a colaborar.
El cautivo se abalanzó, sin previo aviso sobre Elvia, apenas dando tiempo a Tarek a detener su avance y abatirlo contra el suelo. La perplejidad y la duda se reflejaban en su rostro cuando alzó la mirada hacia la pelirroja.
- Los Lyeyanna poseen memoria de sangre
¿Sería aquella la solución? El elfo se revolvió bajo su peso, gruñendo ante las palabras de la pelirroja. Sin duda era información importante… algo que ellos no deseaban que se supiese. Aylizz regresó junto a ellos, daga en mano, por lo que Tarek procedió a incorporar al elfo abatido y presentarlo ante ella.
- Había dos más, cinco apellidos en total.
Tarek Inglorien
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Re: La sangre del sueño
El camino por la mañana se le hizo ligero, y la razón tenía nombre y apellidos, Aylizz Wendell. Aunque no era el momento adecuado para intimar, con aquellos dos molestos testigos, la presencia de la elfa cerca hacía más ameno el avance de Iori. No contaba encontrársela en aquella isla, y la sorpresa solo fue menor que la satisfacción con la que disfrutó de su presencia.
El elfo prisionero le producía sin embargo curiosidad. En medio del silencio con el que avanzaban, pensó que podría ser buena idea tirarle de la lengua con preguntas vanas. Se acercó un poco a él y lo miró con curiosidad. - ¿Entonces, los elfos que estáis aquí a qué os dedicáis? ¿Luchar contra los brujos para proteger las ruinas? – La observó un instante con una expresión extraña. -Buscamos reparar los agravios del pasado a nuestros ascendientes - casi recitó - No es necesario que lo comprendas. No tendrás tiempo suficiente. -
Iori se encogió de hombros ligeramente. - No, la verdad que un vínculo de ese tipo por personas que ni conozco no me... no me nace ¿entiendes? Parece que estáis dispuestos a morir por lo que pensarán personas que ya hace tiempo han dejado de respirar. Eso es lo que llaman... - se detuvo mirando al cielo, intentando buscar la palabra. - ¿Lealtad de raza? o algo así... - Miró hacia Ayl dubitativa. - ¿Tú lo entiendes? –
-¿Y qué haces aqui entonces...? - preguntó el elfo con una sonrisa repulsiva. La humana lo miró con la expresión más sincera de la que fue capaz. - Vivir - zanjó sin necesidad de añadir nada. - Soy humana, mi vida pasará como una estrella fugaz. Mejor que sea de las que se queman rápido ¿no? - rió entre dientes. Se volvió a inclinar hacia el elfo y lo miró de nuevo curiosa. - ¿Pero tú que quieres? Iori suspiró y apoyó la barbilla en la mano. - Sí, ya sé. No quieres muertas. Como todos básicamente –
Se giró y continuó avanzando con las otras mujeres, hasta que en la lejanía distinguió una figura. Por la forma de andar, le dio un vuelvo el corazón. Pensó que sus ojos la engañaban. Que no podía tener tan marcada la silueta de aquella egoísta criatura. Pero, sin duda, allí estaba, mirándola con la misma aversión que ella le dirigía a él. algo tipo - Ya te lo dije. Tus dioses deben de estar mandándote algún tipo de señales al cruzarte tantas veces conmigo - indicó evitando dejar ver la sorpresa que sentía.
- Tú - señala al elfo que llevan preso. - Allí mira, con él seguro que serás capaz de entenderte - señala a Tarek. - El cerebro os aprieta igual en el cráneo - siseó ahora con asco alejándose de ambos. El prisionero emitió una extraña risa y la humana se detuvo mirándolo. - ¿Entonces acerté? Demasiada presión en la cabeza... – No parecía ser aquello. -Os debería agradecer lo que estáis facilitándonos las cosas- respondió.
Se alejó un poco de él, ignorándolo por el momento y se aproximó ahora a Elvia señalando hacia Tarek, al cual miraba con curiosidad. - Es gilipollas, no peligroso - le asegura de forma que la escucha solamente ella. Se gira y mira a Ayl entonces. - Solo nos queda seguir ¿no? dejadme continuar primero desde ahora. Creo que se me da bien pasar desapercibida – Pero no se iban a poner en camino tan pronto...
Todos allí parecían estar al tanto de lo que ponía aquella extraña piedra - ¿Que? … que soy la única aquí que no sabe leer ¿no? – Iori se cruzó de brazos, en la cabeza del grupo frenando el avance que había iniciado. - Vale, a ver, la información es poder. Queréis hacer el favor de hablar de una vez de lo que sabéis que tenga que ver con esta isla? Tú, ¿Conoces a Nousis? ¿estamos todos aquí debido a él?- le pregunta a Tarek.
La conversación puso a Elvia en el centro de la escena, haciendo que Iori sintiese la furia de la incomprensión arder en ella. Tuvo ganas de chillar, tirarse del pelo, y cuando sintió que de aquellos labios no podía salir nada más que les ayudara, simplemente dejó ir la mano. Golpeó de forma rápida a la pelirroja en la cabeza, haciendo que cayese noqueada hasta el suelo. - Fin del cuento -
No le pasó por alto el súbito comportamiento del elfo que aún permanecía maniatado con ellos. Y tampoco el hecho de que estaba perdiendo la paciencia con todo aquel tema de los apellidos, la traición, y movidas varias que habían tenido lugar mucho tiempo antes de que estuviesen vivos. Iori alzí el palo hacia él y lo miró fijamente. - ¿A qué se debe tu cambio de actitud? - Le acaricia el mentón con el extremo del arma. - Sé que golpeando en la base del cráneo en ocasiones... las personas pierden el control de si mismas... o mueren... para el caso cualquiera de las dos opciones nos vale contigo –
-No voy a gastar más saliva en gentes a punto de morir. ¿Cómo vais a superar a veinte de los míos para llegar al Santuario? Ridículo... Elfo insufrible. Igual que todos los que estaban allí realmente. La humana estaba comenzando a arrepentirse de haber ido a la isla, con la feliz promesa de un buen revolcón para zanjar las cosas que habían quedado pendientes. A este paso, cuando viese a Nousis, en lugar de un beso le calzaría una patada en los huevos.
Y a Tarek, por supuesto, el cual seguía esparciendo toda la ponzoña que tenía dentro hacia ella. Iori le enseñó los dientes como toda respuesta al elfo, e hizo un verdadero esfuerzo para controlar la tentación de darle con su bastón a él. - Me rindo - siseó agotada por la indecisión antes de avanzar un poco. Se separó unos metros del grupo, y se acuclilló en el suelo intentando mantenerse tranquila.
El elfo prisionero le producía sin embargo curiosidad. En medio del silencio con el que avanzaban, pensó que podría ser buena idea tirarle de la lengua con preguntas vanas. Se acercó un poco a él y lo miró con curiosidad. - ¿Entonces, los elfos que estáis aquí a qué os dedicáis? ¿Luchar contra los brujos para proteger las ruinas? – La observó un instante con una expresión extraña. -Buscamos reparar los agravios del pasado a nuestros ascendientes - casi recitó - No es necesario que lo comprendas. No tendrás tiempo suficiente. -
Iori se encogió de hombros ligeramente. - No, la verdad que un vínculo de ese tipo por personas que ni conozco no me... no me nace ¿entiendes? Parece que estáis dispuestos a morir por lo que pensarán personas que ya hace tiempo han dejado de respirar. Eso es lo que llaman... - se detuvo mirando al cielo, intentando buscar la palabra. - ¿Lealtad de raza? o algo así... - Miró hacia Ayl dubitativa. - ¿Tú lo entiendes? –
-¿Y qué haces aqui entonces...? - preguntó el elfo con una sonrisa repulsiva. La humana lo miró con la expresión más sincera de la que fue capaz. - Vivir - zanjó sin necesidad de añadir nada. - Soy humana, mi vida pasará como una estrella fugaz. Mejor que sea de las que se queman rápido ¿no? - rió entre dientes. Se volvió a inclinar hacia el elfo y lo miró de nuevo curiosa. - ¿Pero tú que quieres? Iori suspiró y apoyó la barbilla en la mano. - Sí, ya sé. No quieres muertas. Como todos básicamente –
Se giró y continuó avanzando con las otras mujeres, hasta que en la lejanía distinguió una figura. Por la forma de andar, le dio un vuelvo el corazón. Pensó que sus ojos la engañaban. Que no podía tener tan marcada la silueta de aquella egoísta criatura. Pero, sin duda, allí estaba, mirándola con la misma aversión que ella le dirigía a él. algo tipo - Ya te lo dije. Tus dioses deben de estar mandándote algún tipo de señales al cruzarte tantas veces conmigo - indicó evitando dejar ver la sorpresa que sentía.
- Tú - señala al elfo que llevan preso. - Allí mira, con él seguro que serás capaz de entenderte - señala a Tarek. - El cerebro os aprieta igual en el cráneo - siseó ahora con asco alejándose de ambos. El prisionero emitió una extraña risa y la humana se detuvo mirándolo. - ¿Entonces acerté? Demasiada presión en la cabeza... – No parecía ser aquello. -Os debería agradecer lo que estáis facilitándonos las cosas- respondió.
Se alejó un poco de él, ignorándolo por el momento y se aproximó ahora a Elvia señalando hacia Tarek, al cual miraba con curiosidad. - Es gilipollas, no peligroso - le asegura de forma que la escucha solamente ella. Se gira y mira a Ayl entonces. - Solo nos queda seguir ¿no? dejadme continuar primero desde ahora. Creo que se me da bien pasar desapercibida – Pero no se iban a poner en camino tan pronto...
Todos allí parecían estar al tanto de lo que ponía aquella extraña piedra - ¿Que? … que soy la única aquí que no sabe leer ¿no? – Iori se cruzó de brazos, en la cabeza del grupo frenando el avance que había iniciado. - Vale, a ver, la información es poder. Queréis hacer el favor de hablar de una vez de lo que sabéis que tenga que ver con esta isla? Tú, ¿Conoces a Nousis? ¿estamos todos aquí debido a él?- le pregunta a Tarek.
La conversación puso a Elvia en el centro de la escena, haciendo que Iori sintiese la furia de la incomprensión arder en ella. Tuvo ganas de chillar, tirarse del pelo, y cuando sintió que de aquellos labios no podía salir nada más que les ayudara, simplemente dejó ir la mano. Golpeó de forma rápida a la pelirroja en la cabeza, haciendo que cayese noqueada hasta el suelo. - Fin del cuento -
No le pasó por alto el súbito comportamiento del elfo que aún permanecía maniatado con ellos. Y tampoco el hecho de que estaba perdiendo la paciencia con todo aquel tema de los apellidos, la traición, y movidas varias que habían tenido lugar mucho tiempo antes de que estuviesen vivos. Iori alzí el palo hacia él y lo miró fijamente. - ¿A qué se debe tu cambio de actitud? - Le acaricia el mentón con el extremo del arma. - Sé que golpeando en la base del cráneo en ocasiones... las personas pierden el control de si mismas... o mueren... para el caso cualquiera de las dos opciones nos vale contigo –
-No voy a gastar más saliva en gentes a punto de morir. ¿Cómo vais a superar a veinte de los míos para llegar al Santuario? Ridículo... Elfo insufrible. Igual que todos los que estaban allí realmente. La humana estaba comenzando a arrepentirse de haber ido a la isla, con la feliz promesa de un buen revolcón para zanjar las cosas que habían quedado pendientes. A este paso, cuando viese a Nousis, en lugar de un beso le calzaría una patada en los huevos.
Y a Tarek, por supuesto, el cual seguía esparciendo toda la ponzoña que tenía dentro hacia ella. Iori le enseñó los dientes como toda respuesta al elfo, e hizo un verdadero esfuerzo para controlar la tentación de darle con su bastón a él. - Me rindo - siseó agotada por la indecisión antes de avanzar un poco. Se separó unos metros del grupo, y se acuclilló en el suelo intentando mantenerse tranquila.
Iori Li
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Re: La sangre del sueño
Nousis Indirel se apoyó en la pared. Se notaba no sólo cansando mental y físicamente, sino hastiado y mucho más preocupado de lo que se permitía aparentar. ¿Habían llegado a esa isla porque él les había llamado a ello? Dirigió una rápida mirada al ente que aún permanecía ante sus ojos, envuelta en una fría calma que no cejaba un instante en leer cada pensamiento que el elfo emitía. Resultaba en extremo invasivo, e irritante. Antepasada o no, el espadachín continuaba acompañado de ese sentimiento de vulnerabilidad. Si alguien no podía guardar un pedazo de sí mismo, ese alguien estaba indefenso.
Lo odiaba. Por completo. Y para maximizarlo, Tureen, esbozó una sonrisa que le provocó cerrar los puños de rencor.
-Pronto terminará- aseguró. Se mantuvo en silencio unos minutos antes de retomar de nuevo la palabra- Eres un cúmulo de complejidades. Afloran a ti varias contradicciones con las que tal vez pronto tengas que enfrentarte, gwanur.
-Deja de espiar mis pensamientos, espíritu- ordenó seco. La risa de Turenn aumentó la ira del elfo.
-He tenido mucho tiempo para pensar, demasiado… Tus dudas, tus temores… muchos de los que aquí dejamos la vida éramos ciertamente parecidos a ti. Llegamos para luchar por la gloria de nuestra raza, por llevar la luz a cuanto fue nuestro, hoy perdido a manos de nuestro enemigos ancestrales- los ojos de Nousis se elevaron hasta que intercambió mirada con su ascendiente- Oh si… -asintió ella- Todos estábamos llenos de sueños de gloria. Tal vez no de la inmensidad del que tú enfatizas en llevar a cabo. Mas debo decirte que te equivocas.
El ceño del aludido se frunció, y sus ojos se achicaron. Cruzado de brazos, esperó las siguientes palabras del ente del pasado.
-No. No me refiero a tus esperanzas y a tus metas para con nuestro pueblo, no- El rostro de Nousis palideció levemente, y su vista perdió durante un instante la fijeza y seguridad que había mantenido hasta esos momentos- ¿Por qué no lo admites?
-No eres nadie para hablar de algo así- la señaló con el índice de su mano diestra, harto de ser leído, harto de que pudiese descubrirle con tamaña facilidad. Resultaba insultante.
-Pronto llegará, junto a ese muchacho en el que tienes tales esperanzas, y la joven que deseas proteger. Nan´Kareis ha estado semanas barbotando unas descalificaciones que desempolvaron los insultos más recónditos que permite nuestra lengua- Turenn aumentó su sonrisa- Todos pudimos contemplar los sueños que visitaste- admitió, y el espadachín rememoró de un golpe las candentes escenas de la imaginación desbocada de la humana… antes de recordar las capacidades de la antigua elfa. Sin embargo, ésta no se mostró en absoluto incómoda ni lo más mínimo- No es el único de nuestro viejo grupo que detestaba a los humanos, sin llegar por supuesto al odio que me alegra comprobar que profesas a quienes realmente debe dirigirse.
Nou giró la cabeza, posando su mirada en el suelo.
-Aún así, él sabe que la necesita. El encierro ha sido extremadamente largo y perderla significa continuar malditos, tal vez para siempre. Y a fin de cuentas, lleva su sangre. Eso no puede evitarlo. Y ella no lo ha elegido- contempló a su descendiente tras sus últimas palabras, mas él no se dignó a posar sus ojos en ella.
-Es tu decisión, mas te afanas en buscar caminos que no existen. Ya lo dedujiste tiempo atrás y no has fallado. Parte de su sangre es la tuya, la de los Inglorien. Es tan hija de Eithelen como el joven con el que tu camino se cruzó del mismo modo. No dudo que tendrás dificultades, y de tus respuestas, de tus decisiones, puede llegar un final prematuro para lo que deberéis desempeñar.
-No sabes lo que dices- espetó él, furioso. La mujer flotó hacia él, seria por vez primera.
-Eres un peligro, gwanur. Tienes experiencia sí, mas no la calma y la comprensión que necesitarán esos muchachos. Y hay puntos en ti que pueden poner en peligro que logréis eliminar la maldición.
El pensamiento que navegó en él produjo otro amago de sonrisa en la difunta Indirel. Una conversación en una cueva, bebiendo, relajándose por primera vez en semanas; luchas en el subsuelo de Lunargenta; batallas contra trasgos en la torre y en Hjalldorn; un bosque cerca de la gran ciudad de los humanos…
-Sí. Quizá ellos sean aún más inconscientes- aceptó- Pero te han seguido. Y conozco tu corazón, lucharás por defenderles a todos y cada uno. Pero eres tú quien debe defenderse de sí mismo, y no arrastrarles a lo que guardas en ti.
Su oyente volvió a cruzarse de brazos, retomando su anterior postura contra la pared.
-Hay inocencia que destruye. Hay luz que ciega. Hay valor que mata. Hay conocimiento que enloquece- recitó Turenn. El rostro de Nousis compuso cierta extrañeza, ella se limitó a unas últimas palabras antes de dejarle con sus propias dudas.
-Andelu i ven. Áva kare.
Éste se encogió de hombros, sin quitar la vista de la puerta exterior. Todo era más sencillo apenas un año atrás.
No soportaba la inseguridad, y ahora la sentía en cada centímetro de sí. Dioses…
Lo odiaba. Por completo. Y para maximizarlo, Tureen, esbozó una sonrisa que le provocó cerrar los puños de rencor.
-Pronto terminará- aseguró. Se mantuvo en silencio unos minutos antes de retomar de nuevo la palabra- Eres un cúmulo de complejidades. Afloran a ti varias contradicciones con las que tal vez pronto tengas que enfrentarte, gwanur.
-Deja de espiar mis pensamientos, espíritu- ordenó seco. La risa de Turenn aumentó la ira del elfo.
-He tenido mucho tiempo para pensar, demasiado… Tus dudas, tus temores… muchos de los que aquí dejamos la vida éramos ciertamente parecidos a ti. Llegamos para luchar por la gloria de nuestra raza, por llevar la luz a cuanto fue nuestro, hoy perdido a manos de nuestro enemigos ancestrales- los ojos de Nousis se elevaron hasta que intercambió mirada con su ascendiente- Oh si… -asintió ella- Todos estábamos llenos de sueños de gloria. Tal vez no de la inmensidad del que tú enfatizas en llevar a cabo. Mas debo decirte que te equivocas.
El ceño del aludido se frunció, y sus ojos se achicaron. Cruzado de brazos, esperó las siguientes palabras del ente del pasado.
-No. No me refiero a tus esperanzas y a tus metas para con nuestro pueblo, no- El rostro de Nousis palideció levemente, y su vista perdió durante un instante la fijeza y seguridad que había mantenido hasta esos momentos- ¿Por qué no lo admites?
-No eres nadie para hablar de algo así- la señaló con el índice de su mano diestra, harto de ser leído, harto de que pudiese descubrirle con tamaña facilidad. Resultaba insultante.
-Pronto llegará, junto a ese muchacho en el que tienes tales esperanzas, y la joven que deseas proteger. Nan´Kareis ha estado semanas barbotando unas descalificaciones que desempolvaron los insultos más recónditos que permite nuestra lengua- Turenn aumentó su sonrisa- Todos pudimos contemplar los sueños que visitaste- admitió, y el espadachín rememoró de un golpe las candentes escenas de la imaginación desbocada de la humana… antes de recordar las capacidades de la antigua elfa. Sin embargo, ésta no se mostró en absoluto incómoda ni lo más mínimo- No es el único de nuestro viejo grupo que detestaba a los humanos, sin llegar por supuesto al odio que me alegra comprobar que profesas a quienes realmente debe dirigirse.
Nou giró la cabeza, posando su mirada en el suelo.
-Aún así, él sabe que la necesita. El encierro ha sido extremadamente largo y perderla significa continuar malditos, tal vez para siempre. Y a fin de cuentas, lleva su sangre. Eso no puede evitarlo. Y ella no lo ha elegido- contempló a su descendiente tras sus últimas palabras, mas él no se dignó a posar sus ojos en ella.
-Es tu decisión, mas te afanas en buscar caminos que no existen. Ya lo dedujiste tiempo atrás y no has fallado. Parte de su sangre es la tuya, la de los Inglorien. Es tan hija de Eithelen como el joven con el que tu camino se cruzó del mismo modo. No dudo que tendrás dificultades, y de tus respuestas, de tus decisiones, puede llegar un final prematuro para lo que deberéis desempeñar.
-No sabes lo que dices- espetó él, furioso. La mujer flotó hacia él, seria por vez primera.
-Eres un peligro, gwanur. Tienes experiencia sí, mas no la calma y la comprensión que necesitarán esos muchachos. Y hay puntos en ti que pueden poner en peligro que logréis eliminar la maldición.
El pensamiento que navegó en él produjo otro amago de sonrisa en la difunta Indirel. Una conversación en una cueva, bebiendo, relajándose por primera vez en semanas; luchas en el subsuelo de Lunargenta; batallas contra trasgos en la torre y en Hjalldorn; un bosque cerca de la gran ciudad de los humanos…
-Sí. Quizá ellos sean aún más inconscientes- aceptó- Pero te han seguido. Y conozco tu corazón, lucharás por defenderles a todos y cada uno. Pero eres tú quien debe defenderse de sí mismo, y no arrastrarles a lo que guardas en ti.
Su oyente volvió a cruzarse de brazos, retomando su anterior postura contra la pared.
-Hay inocencia que destruye. Hay luz que ciega. Hay valor que mata. Hay conocimiento que enloquece- recitó Turenn. El rostro de Nousis compuso cierta extrañeza, ella se limitó a unas últimas palabras antes de dejarle con sus propias dudas.
-Andelu i ven. Áva kare.
Éste se encogió de hombros, sin quitar la vista de la puerta exterior. Todo era más sencillo apenas un año atrás.
No soportaba la inseguridad, y ahora la sentía en cada centímetro de sí. Dioses…
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño
El nivel de desidia que sentía por aquella isla había ido en aumento. Unido al hecho de que apenas comprendía la mitad de lo que llegaba a sus oídos, la dolorosa belleza de Ayl y la terquedad de Tarek, la humana estaba a punto de llegar al límite de su paciencia. Si avanzar significaba encontrarse en problemas, Iori los abrazaría sin mirar hacia atrás. Encabezó el avance, aprovechando algo así como que los elfos de la isla no podían "sentirla".
Buscó guarecerse, aprovechar el camino pero, en un paisaje como aquel no había mucho lugar en el que hacerlo. Los ojos azules observaron el horizonte y cuando percibió a aquellas dos figuras no se detuvo. - ¡Alto! - gritaron en su dirección alzando las armas. Vale, alto; alto no era lo mismo que muerte. La humana se sintió confiada. Se detuvo y sonrió alzando ligeramente las manos en dirección a los elfos. - Idos de aquí - ordenaron. Ella parpadeó perpleja. - ¿Ya?¿Así sin más? - preguntó de forma insegura.
No tenía mucho sentido, o al menos Iori no estaba preparada para aquella situación. Los dos elfos no vieron venir a tiempo a la rubia de cabello dorado y al elfo de la alegría hasta su lado. Ambos fueron rápidos y precisos. Quizá Tarek desfogando en aquel compatriota algún tipo de rabia interna contenida. A pesar de las burlas que le había dirigido, tenía que reconocer que aquel elfo tenía una habilidad innata para matar. Tragó saliva mientras guardaba el filo de su arma y, ahora en silencio, los tres caminaban hasta llegar a la entrada de su destino.
El camino era serpenteante, en ascenso, y la primera vez que escuchó el llanto Iori se aferró a su bastón y detuvo su avance. Observó con atención la reacción de sus compañeros, pero ellos no parecieron asustarse tanto como ella. O los elfos lloraban mucho, o controlaban mejor sus reacciones. Nadie comentó nada, de forma que siguieron ascendiendo acompañados de aquellos horribles gemidos. La lluvia de color rojo la distrajo un poco de aquellos indeseados sonidos. Alzó los ojos al cielo y esperó a ver cómo calaba su piel y su ropa.
Nada de eso ocurrió. Aquella puta lluvia era como un maldito fantasma. Visible pero inmaterial. Dioses... no... fantasma por favor no. No se consideraba especialmente temerosa al mundo de los vivos, pero, los seres de más allá de la muerte eran palabras mayores. Tragó saliva y apretó el paso, para no separarse mucho de los dos únicos seres de los que estaba segura que les latía un corazón en el pecho. Bueno, en el caso de Tarek... quién sabía.
Al pie de las puertas, observaron como la fachada de aquella construcción se fundía con la roca. O nacía de la roca, no estaba segura. Inspiró profundamente, deteniéndose delante de los escalones y la humana observó, a su espalda, que por el camino que ellos habían recorrido avanzaban filas de figuras vestidas de blanco. - Joder - siseó sin necesidad de calcular mucho. No tenían nada que hacer frente a ese número. ¿Su única esperanza? Dentro del templo. Y Iori deseó con fervor que tuviese salida trasera.
Entraron en la edificación, de estética muy lejos de lo que la simple humana estaba acostumbrada a observar. No tardó ni un instante en fijarse en él. Dejando en segundo plano el hecho de que la puerta que acababan de atravesar parecía haberse desvanecido a sus espaldas, sellándolos en aquel lugar. Dioses. La sangre de su cuerpo fue empujada como un vendaval por un corazón aletargado desde hacía un tiempo.
Nousis se incorporó, apartándose de la pared en la que había esperado recostado. Mantenía los brazos cruzados y los ojos fríos eran del mismo gris que recordaba. O quizá más bonito. No lo sabía.
La contrariedad la atenazó, inmovilizándola, sin saber exactamente que tipo de sentimiento tenía ese sabor amargo en su boca. ¿El enfado con él por haberlo seguido hasta allí? ¿Las complicaciones del camino? ¿Molestia con ella misma por su propia estupidez? O quizá... decepción por no encontrar un saludo en su boca... Apretó los dientes y, como toda respuesta, apartó la vista de mala manera de un elfo que, parecía verdaderamente sorprendido de verlos allí a todos.
No alzó los ojos, apretando las manos en un puño hasta que escuchó una voz femenina - Bienvenidos, sangre de ésta era - y una imagen fue tomando poco a poco forma corpórea con unos bordes difuminados. Su vestimenta no era actual y no obstante, se parecía un poco a... ¿Nou? Mismo cabello, rostro semejante, aunque los ojos de esta mujer eran diferentes en forma y color.
Había escuchado historia, siempre a la cálida y protectora luz del fuego en su aldea. No quería creer pero creía. Aquellos llantos le habían puesto el vello de punta. La lluvia roja que no mojaba asustado, y la aparición fantasmal de aquella elfa terminó de romper sus nervios. Dio un paso hacia atrás, manteniéndose más alejada que cualquiera de ellos, mientras se esforzaba por controlar su respiración. ¿Acaso aquello era muy normal en el mundo de los elfos? Un puto espíritu.
Y todo cortesía de Nousis. ¿En qué momento había deseado volver a sentirlo contra sus brazos? En mala hora. Eso lo tenía claro. Maldito encanto que tenía el moreno. Con la temeridad que ofrece el miedo más agudo, fue rodeando el perímetro en el que se encontraban y se acercó lo suficiente al moreno como para que este escuchase a distancia su susurro. - Desgraciado... -
La imagen fantasmal pareció esbozar una sonrisa irónica al observar a la humana, y los ojos azules la observaron llenos de temor cuando se dio cuenta de que la miraba directamente. - Habéis llegado aquí por mi petición, por una necesidad perentoria. Debéis conocer qué ocurrió en un pasado ya desvanecido, a fin de resolver vuestro propio presente- habló, moviendose hasta el fondo del templo - Venid -
- No pude escoger - pronunció Nou dirigiéndose a Iori. Esta le devolvió una mirada de rabia y no añadió nada. -Todos vosotros - continuó la mujer - Tenéis una deuda de sangre que saldar, por nuestra desgracia, por nuestros errores - mira a todos los presentes - Soy Turenn Indirel, una de las últimas supervivientes del último intento de recuperar la isla para los elfos. Y por eso estáis aquí. Os encontráis ligados a una historia que debéis terminar por quienes no lo logramos.-
- Los apellidos en la roca... - dijo Tarek. - Sí - asintió - Nan´Kareis Inglorien, Aluvalia Nivellen, Turenn Indirel, Caudior Faeren, Edenisse Yillia y Wia Hellum... los últimos. Quienes perecimos aquí, en este mismo templo. Aquellos que hoy os necesitamos. Necesitamos a nuestros últimos descendientes. Tarek pareció contrariado. -¿Yillia? No recuerdo leer ese apellido - La elfa fantasmal miró a Tarek un momento antes de explicar algo más, como si le leyese la mente - La sangre no siempre es el lazo que designa a una familia. Son asuntos que nosotros mismos elegimos llegado el momento -
-Yillia fue quien se salvó...- indicó Aylizz entonces, sacando el pedazo de pergamino que recogió del templo - ¿Por qué no recurrir a esa persona entonces? - Turenn señaló un hueco en la parte posterior del templo. Era pequeño, con una forma peculiar y menos de tres centímetros. - Ahora os demostraré que nos estáis aquí por casualidad -
La humana estaba observando con los ojos entrecerrados a distancia lo que la elfa señalaba, cuando se dio cuenta de que tenía la mirada clavada en ella. Dio un pequeño respingo sin poder evitar un escalofrío. Aquella presencia desafiaba a todos sus miedos. Y lo que dijo desafió su cordura. -Tu turno es el primero, hija de los Inglorien - Por un momento sintió que se refería a ella. La dirección de su mirada no dejaba lugar a dudas. Estuvo a punto de tambalearse cuando, con más lógica, comprendió que estaba tratando de mujer a Tarek, cuyo apellido era ese que acababa de decir. Inglorien.
Todo quedó en silencio un momento, mientras Iori observaba con placer pueril como Tarek palidecía al ser tratado de chica. Tal era su belleza que podía ser confundido a ojos poco expertos. - Las reliquias os enseñarán qué ocurrió en nuestra era. Y lo que debéis llevar a cabo - Fue entonces cuando Nou se acercó a la humana - ¿Recuerdas Lunargenta?- soltó de improviso mirándola fijamente. Esperó un instante a mala leche antes de añadir -¿Aquellos aldeanos? - Claro que los recordaba. Siguiendo aquella pista había tropezado con Tarek no una ni dos, tres maravillosas veces. Cómo olvidarlo. Nunca en su vida.
- No es precisamente lo que recuerdo de Lunargenta - susurró para que solamente él la escuchase. - ¿Cuándo querías saber de ese anillo?- continuó aunque apartó la mirada un brevísimo instante - Colócalo ahí - indicó la ranura. - ¿Qué...? - el mundo dio vueltas aunque ella no se movía. La mirada azul se abrió mucho y la sombra de diversión desapareció en ella.
Una leve de idea cruzó en la mente de Iori y observó el anillo que había guardado de forma tan preciada hasta entonces. Sus padres, o quienes fueran que la habían dejado en aquella cueva eran unos ladrones de elfos. Se giró con gesto tirante, reconociendo ahora con vergüenza lo que había sido tan preciado hasta entonces para ella. El corazón golpeaba sin ritmo en su pecho y la respiración se hizo más pesada, a medida que aquella idea anidaba en su corazón. Sabía lo que tenía que hacer.
El preciado metal que había acariciado, mirado anhelante, deseosa de que le contase su historia le quemaba en lo dedos. Y fuese lo que fuese que tuviese que contar, Iori ya no lo quería escuchar. Con la cabeza baja cruzó la distancia que la separaba de la figura de Tarek. - Si me dices que te suena me harías muy feliz - Se detuvo a unos pasos de él y le lanzó el anillo por el aire. Todavía tenía mucho que hilar, entender el papel que aquella mujer a la que ella se parecía jugaba en todo aquello.
Coincidir en aquella aldea no había sido casualidad. Él había estado siguiendo la pista de su familia. Su padre. Un elfo que a todas luces había perdido aquel anillo en manos de alguno de los humanos que vivían allí. El camino desde Mittenwald hasta la apartada aldea al sur de Verisar ya era un misterio que, la humana ahora no deseaba saber. Vio como él cogía el anillo al vuelo, pero en principio no lo miró, solo observó a Iori, Nousis y la fantasma sin comprender qué está pasando. Al final miró el anillo y una mezcla de asombro e incomprensión se reflejó en su rostro, al tiempo que lo gira para ver la inscripción que hay en él.
Alzó la cabeza rápido para mirar a Iori, esta vez con un profundo odio reflejado en su rostro -¿De dónde lo has sacado? - su voz sonó un poco más alta que un susurro, y Iori podía jugar que estaba conteniéndose para no hacer algo más violento. Iori lo miró con expresión amarga y se giró escondiendo la rabia. - Me lo dieron en la aldea en la que me crié. Algún ladrón se lo habrá encontrado, o robado directamente. ¿Es tuyo no? Se parece a los símbolos de aquella aldea en Mittenwald. Bah, qué mas da. Tú eres Inglorien ¿No? Te pertenece - dije antes de alejarse camino al extremo de la sala. Y porque no podía salir de aquel lugar.
No pensaba que, con Ayl y Nousis cerca, Tarek se dejase llevar por sus pasiones. Pero el sonido del arma y sus pies la pusieron en guardia. Al igual que aquel día en Mittenwald, el peliplateado tenía ganas de juerga. Y Iori se descubrió a si misma entregándose con gozo a aquel enfrentamiendo. Interpuso el bastón contra el arma del elfo y le enseño los dientes a Tarek con fuego en los ojos. - Estaré encantada de seguirte hasta dónde quieras llegar. Pero ten presente que yo no lo robé - Empujó contra él hasta crear un espacio de distancia entre ambos, preparándose para el combate. Si tenían que partirse la cara, por lo menos que fuese por los motivos correctos.
Estaba saboreando el siguiente golpe cuando un sonido metálico silenció todos los demás en la sala. La espada que conocía bien estaba delante, en movimiento defensivo. Nousis había aparecido de la nada para interponerse entre ellos dos. La humana apretó los dientes, y en un gesto muy instintivo se los enseñó ahora al moreno, en señal de disconformidad con su aparición. Pero seguir con aquel combate, con el grupo de fans que se acercaban a su ubicación no tenía mucho sentido. Reprimió una maldición por lo bajo y, sintiendo que en un minuto había perdido lo que consideraba suyo, se alejó para volver a encontrar protección contra la pared más alejada del grupo.
Su anillo, su confianza en si misma y su esperanza en Nousis.
Buscó guarecerse, aprovechar el camino pero, en un paisaje como aquel no había mucho lugar en el que hacerlo. Los ojos azules observaron el horizonte y cuando percibió a aquellas dos figuras no se detuvo. - ¡Alto! - gritaron en su dirección alzando las armas. Vale, alto; alto no era lo mismo que muerte. La humana se sintió confiada. Se detuvo y sonrió alzando ligeramente las manos en dirección a los elfos. - Idos de aquí - ordenaron. Ella parpadeó perpleja. - ¿Ya?¿Así sin más? - preguntó de forma insegura.
No tenía mucho sentido, o al menos Iori no estaba preparada para aquella situación. Los dos elfos no vieron venir a tiempo a la rubia de cabello dorado y al elfo de la alegría hasta su lado. Ambos fueron rápidos y precisos. Quizá Tarek desfogando en aquel compatriota algún tipo de rabia interna contenida. A pesar de las burlas que le había dirigido, tenía que reconocer que aquel elfo tenía una habilidad innata para matar. Tragó saliva mientras guardaba el filo de su arma y, ahora en silencio, los tres caminaban hasta llegar a la entrada de su destino.
El camino era serpenteante, en ascenso, y la primera vez que escuchó el llanto Iori se aferró a su bastón y detuvo su avance. Observó con atención la reacción de sus compañeros, pero ellos no parecieron asustarse tanto como ella. O los elfos lloraban mucho, o controlaban mejor sus reacciones. Nadie comentó nada, de forma que siguieron ascendiendo acompañados de aquellos horribles gemidos. La lluvia de color rojo la distrajo un poco de aquellos indeseados sonidos. Alzó los ojos al cielo y esperó a ver cómo calaba su piel y su ropa.
Nada de eso ocurrió. Aquella puta lluvia era como un maldito fantasma. Visible pero inmaterial. Dioses... no... fantasma por favor no. No se consideraba especialmente temerosa al mundo de los vivos, pero, los seres de más allá de la muerte eran palabras mayores. Tragó saliva y apretó el paso, para no separarse mucho de los dos únicos seres de los que estaba segura que les latía un corazón en el pecho. Bueno, en el caso de Tarek... quién sabía.
Al pie de las puertas, observaron como la fachada de aquella construcción se fundía con la roca. O nacía de la roca, no estaba segura. Inspiró profundamente, deteniéndose delante de los escalones y la humana observó, a su espalda, que por el camino que ellos habían recorrido avanzaban filas de figuras vestidas de blanco. - Joder - siseó sin necesidad de calcular mucho. No tenían nada que hacer frente a ese número. ¿Su única esperanza? Dentro del templo. Y Iori deseó con fervor que tuviese salida trasera.
Entraron en la edificación, de estética muy lejos de lo que la simple humana estaba acostumbrada a observar. No tardó ni un instante en fijarse en él. Dejando en segundo plano el hecho de que la puerta que acababan de atravesar parecía haberse desvanecido a sus espaldas, sellándolos en aquel lugar. Dioses. La sangre de su cuerpo fue empujada como un vendaval por un corazón aletargado desde hacía un tiempo.
Nousis se incorporó, apartándose de la pared en la que había esperado recostado. Mantenía los brazos cruzados y los ojos fríos eran del mismo gris que recordaba. O quizá más bonito. No lo sabía.
La contrariedad la atenazó, inmovilizándola, sin saber exactamente que tipo de sentimiento tenía ese sabor amargo en su boca. ¿El enfado con él por haberlo seguido hasta allí? ¿Las complicaciones del camino? ¿Molestia con ella misma por su propia estupidez? O quizá... decepción por no encontrar un saludo en su boca... Apretó los dientes y, como toda respuesta, apartó la vista de mala manera de un elfo que, parecía verdaderamente sorprendido de verlos allí a todos.
No alzó los ojos, apretando las manos en un puño hasta que escuchó una voz femenina - Bienvenidos, sangre de ésta era - y una imagen fue tomando poco a poco forma corpórea con unos bordes difuminados. Su vestimenta no era actual y no obstante, se parecía un poco a... ¿Nou? Mismo cabello, rostro semejante, aunque los ojos de esta mujer eran diferentes en forma y color.
Había escuchado historia, siempre a la cálida y protectora luz del fuego en su aldea. No quería creer pero creía. Aquellos llantos le habían puesto el vello de punta. La lluvia roja que no mojaba asustado, y la aparición fantasmal de aquella elfa terminó de romper sus nervios. Dio un paso hacia atrás, manteniéndose más alejada que cualquiera de ellos, mientras se esforzaba por controlar su respiración. ¿Acaso aquello era muy normal en el mundo de los elfos? Un puto espíritu.
Y todo cortesía de Nousis. ¿En qué momento había deseado volver a sentirlo contra sus brazos? En mala hora. Eso lo tenía claro. Maldito encanto que tenía el moreno. Con la temeridad que ofrece el miedo más agudo, fue rodeando el perímetro en el que se encontraban y se acercó lo suficiente al moreno como para que este escuchase a distancia su susurro. - Desgraciado... -
La imagen fantasmal pareció esbozar una sonrisa irónica al observar a la humana, y los ojos azules la observaron llenos de temor cuando se dio cuenta de que la miraba directamente. - Habéis llegado aquí por mi petición, por una necesidad perentoria. Debéis conocer qué ocurrió en un pasado ya desvanecido, a fin de resolver vuestro propio presente- habló, moviendose hasta el fondo del templo - Venid -
- No pude escoger - pronunció Nou dirigiéndose a Iori. Esta le devolvió una mirada de rabia y no añadió nada. -Todos vosotros - continuó la mujer - Tenéis una deuda de sangre que saldar, por nuestra desgracia, por nuestros errores - mira a todos los presentes - Soy Turenn Indirel, una de las últimas supervivientes del último intento de recuperar la isla para los elfos. Y por eso estáis aquí. Os encontráis ligados a una historia que debéis terminar por quienes no lo logramos.-
- Los apellidos en la roca... - dijo Tarek. - Sí - asintió - Nan´Kareis Inglorien, Aluvalia Nivellen, Turenn Indirel, Caudior Faeren, Edenisse Yillia y Wia Hellum... los últimos. Quienes perecimos aquí, en este mismo templo. Aquellos que hoy os necesitamos. Necesitamos a nuestros últimos descendientes. Tarek pareció contrariado. -¿Yillia? No recuerdo leer ese apellido - La elfa fantasmal miró a Tarek un momento antes de explicar algo más, como si le leyese la mente - La sangre no siempre es el lazo que designa a una familia. Son asuntos que nosotros mismos elegimos llegado el momento -
-Yillia fue quien se salvó...- indicó Aylizz entonces, sacando el pedazo de pergamino que recogió del templo - ¿Por qué no recurrir a esa persona entonces? - Turenn señaló un hueco en la parte posterior del templo. Era pequeño, con una forma peculiar y menos de tres centímetros. - Ahora os demostraré que nos estáis aquí por casualidad -
La humana estaba observando con los ojos entrecerrados a distancia lo que la elfa señalaba, cuando se dio cuenta de que tenía la mirada clavada en ella. Dio un pequeño respingo sin poder evitar un escalofrío. Aquella presencia desafiaba a todos sus miedos. Y lo que dijo desafió su cordura. -Tu turno es el primero, hija de los Inglorien - Por un momento sintió que se refería a ella. La dirección de su mirada no dejaba lugar a dudas. Estuvo a punto de tambalearse cuando, con más lógica, comprendió que estaba tratando de mujer a Tarek, cuyo apellido era ese que acababa de decir. Inglorien.
Todo quedó en silencio un momento, mientras Iori observaba con placer pueril como Tarek palidecía al ser tratado de chica. Tal era su belleza que podía ser confundido a ojos poco expertos. - Las reliquias os enseñarán qué ocurrió en nuestra era. Y lo que debéis llevar a cabo - Fue entonces cuando Nou se acercó a la humana - ¿Recuerdas Lunargenta?- soltó de improviso mirándola fijamente. Esperó un instante a mala leche antes de añadir -¿Aquellos aldeanos? - Claro que los recordaba. Siguiendo aquella pista había tropezado con Tarek no una ni dos, tres maravillosas veces. Cómo olvidarlo. Nunca en su vida.
- No es precisamente lo que recuerdo de Lunargenta - susurró para que solamente él la escuchase. - ¿Cuándo querías saber de ese anillo?- continuó aunque apartó la mirada un brevísimo instante - Colócalo ahí - indicó la ranura. - ¿Qué...? - el mundo dio vueltas aunque ella no se movía. La mirada azul se abrió mucho y la sombra de diversión desapareció en ella.
Una leve de idea cruzó en la mente de Iori y observó el anillo que había guardado de forma tan preciada hasta entonces. Sus padres, o quienes fueran que la habían dejado en aquella cueva eran unos ladrones de elfos. Se giró con gesto tirante, reconociendo ahora con vergüenza lo que había sido tan preciado hasta entonces para ella. El corazón golpeaba sin ritmo en su pecho y la respiración se hizo más pesada, a medida que aquella idea anidaba en su corazón. Sabía lo que tenía que hacer.
El preciado metal que había acariciado, mirado anhelante, deseosa de que le contase su historia le quemaba en lo dedos. Y fuese lo que fuese que tuviese que contar, Iori ya no lo quería escuchar. Con la cabeza baja cruzó la distancia que la separaba de la figura de Tarek. - Si me dices que te suena me harías muy feliz - Se detuvo a unos pasos de él y le lanzó el anillo por el aire. Todavía tenía mucho que hilar, entender el papel que aquella mujer a la que ella se parecía jugaba en todo aquello.
Coincidir en aquella aldea no había sido casualidad. Él había estado siguiendo la pista de su familia. Su padre. Un elfo que a todas luces había perdido aquel anillo en manos de alguno de los humanos que vivían allí. El camino desde Mittenwald hasta la apartada aldea al sur de Verisar ya era un misterio que, la humana ahora no deseaba saber. Vio como él cogía el anillo al vuelo, pero en principio no lo miró, solo observó a Iori, Nousis y la fantasma sin comprender qué está pasando. Al final miró el anillo y una mezcla de asombro e incomprensión se reflejó en su rostro, al tiempo que lo gira para ver la inscripción que hay en él.
Alzó la cabeza rápido para mirar a Iori, esta vez con un profundo odio reflejado en su rostro -¿De dónde lo has sacado? - su voz sonó un poco más alta que un susurro, y Iori podía jugar que estaba conteniéndose para no hacer algo más violento. Iori lo miró con expresión amarga y se giró escondiendo la rabia. - Me lo dieron en la aldea en la que me crié. Algún ladrón se lo habrá encontrado, o robado directamente. ¿Es tuyo no? Se parece a los símbolos de aquella aldea en Mittenwald. Bah, qué mas da. Tú eres Inglorien ¿No? Te pertenece - dije antes de alejarse camino al extremo de la sala. Y porque no podía salir de aquel lugar.
No pensaba que, con Ayl y Nousis cerca, Tarek se dejase llevar por sus pasiones. Pero el sonido del arma y sus pies la pusieron en guardia. Al igual que aquel día en Mittenwald, el peliplateado tenía ganas de juerga. Y Iori se descubrió a si misma entregándose con gozo a aquel enfrentamiendo. Interpuso el bastón contra el arma del elfo y le enseño los dientes a Tarek con fuego en los ojos. - Estaré encantada de seguirte hasta dónde quieras llegar. Pero ten presente que yo no lo robé - Empujó contra él hasta crear un espacio de distancia entre ambos, preparándose para el combate. Si tenían que partirse la cara, por lo menos que fuese por los motivos correctos.
Estaba saboreando el siguiente golpe cuando un sonido metálico silenció todos los demás en la sala. La espada que conocía bien estaba delante, en movimiento defensivo. Nousis había aparecido de la nada para interponerse entre ellos dos. La humana apretó los dientes, y en un gesto muy instintivo se los enseñó ahora al moreno, en señal de disconformidad con su aparición. Pero seguir con aquel combate, con el grupo de fans que se acercaban a su ubicación no tenía mucho sentido. Reprimió una maldición por lo bajo y, sintiendo que en un minuto había perdido lo que consideraba suyo, se alejó para volver a encontrar protección contra la pared más alejada del grupo.
Su anillo, su confianza en si misma y su esperanza en Nousis.
Iori Li
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Re: La sangre del sueño
Nousis se encontraba ante él, con el brazo extendido para frenar su avance, protegiendo a aquella mísera humana del filo de su arma. La irá cegaba los ojos de Tarek, a cuya mente volvieron, en un instante, como un torbellino, los acontecimientos de los últimos días y, sobre todo, de las últimas horas. El sosiego que había sentido al entrar en el templo y ver a Nousis vivo se había ido diluyendo con el paso de los minutos y las palabras pronunciadas por aquella fantasmal figura, que observaba la escena impasible.
El frío metal del anillo se clavó en su mano izquierda, donde seguía apretándolo con fuerza. Lo había buscado durante décadas, lo había dado por perdido hacía años. Pero allí estaba, el anillo de Eithelen, la marca de su familia, portado por una despreciable humana, cuya estirpe había causado su caída… la única explicación que justificaba que ella lo tuviese en su poder.
¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Minutos? ¿Horas? Las vagas amenazadas del prisionero Lyeyanna, al que Aylizz había increpado antes de traspasar el desfiladero, en un intento de descubrir a cuántos enemigos debían enfrentarse para llegar allí. Al parecer aquellos fanáticos habían resultado ser un peligro mucho menor que lo que les esperaba dentro del tempo… donde el lobo se había hecho pasar por cordero para atraerlos hasta su guarida. Miró a Nousis con intensidad.
- ¿Tú lo sabías? –le recriminó alzando la voz, al tiempo que apartaba la mano del otro elfo de su pecho- ¿Sabías que tenía el anillo? Conocías las marcas y me viste en Lunargenta… ¿Cómo pudiste no decir nada? –la traición que sentía era indescriptible y el tono de la voz de la humana, dirigiéndose a él, solo hizo aumentar su irá- Tú mejor cállate, ignominiosa criatura, o serán las últimas palabras que pronuncies. Tu gente tiene la sangre mi familia en sus manos.
Pero una vez más la humana demostraba que la inteligencia o el sentimiento de autopreservación le eran algo ajeno, pues no dudó en responder con fiereza a sus palabras, al tiempo que le enseñaba los dientes.
- Hablas como si supieras quienes son. Oh sabio Tarek, ilumíname.
Sus siguientes palabras y probablemente la acción de su filo sobre la frágil figura de la humana se vieron interrumpidas por la voz de Nousis, cuyo tono tranquilo e, incluso, impasible, consiguió clavar un par de centímetros más la estaca de la traición en el pecho de Tarek.
-No era asunto mío hablar de algo así –fue toda su respuesta, al tiempo que sacudía las manos para intentar sepáralos un poco más- y... pensad.
- Confié en ti... te confié mis dudas. Acudí a este infierno sin dudarlo cuando me lo pediste ¿y tu respuesta es que no era asunto tuyo? –las pocas esperanzas que podía haber albergado de obtener una respuesta satisfactoria o al menos coherente, murieron en ese momento, llenando de un profundo odio su mirada. Había confiado en él, pero al final era tan poco fiable como la humana a la que protegía con tanto ahínco- No necesito saber quiénes son tus antepasados, solo lo que son: míseros humanos que no dudan en matar y robar –alzó el anillo para dar más énfasis a sus palabras- sin importarles a quién. Por mi podéis pudriros en este templo... todos tenían razón, no merecía la pena venir hasta aquí.
No por primera vez, desde su llegada a la isla, el joven elfo había sentido añoranza por su hogar, pero nunca como en aquel momento. Deseaba no haber abandonado Sandorai para acudir a la llamada de alguien que, ahora lo veía con claridad, había sido siempre un perfecto extraño. Había confiado y se había confundido. El anillo, a pesar del frío que emanaba, quemaba en su mano. Los ancianos de su tribu siempre decían que indagar demasiado y buscar lo que estaba perdido, muchas veces resultaba en encontrar aquello que no buscabas y que probablemente no querrías encontrar. No se equivocaban. Había recuperado aquella reliquia y a cambio casi había perdido la vida, aunque también había aprendido la lección: uno no debía fiarse ni de su propia especie.
La visión del elfo mayor, que lo miraba con reproche y de aquella mísera criatura que se ocultaba tras él, fue más de lo que podía soportar. La estancia parecía empequeñecer y todo en su ser le gritaba que debía cobrarse con sangre la traición sufrida y, sobre todo, la venganza deseada. Pero el poco raciocinio que todavía le restaba le instó a darse la vuelta y dirigirse a la puerta. No saldría vivo de allí si se enfrentaba a ellos y, aunque no le importase, no iba a darles la satisfacción de acabar con él.
- El hijo de Eithelen no huiría- la voz de Nousis reverberó a sus espaldas- y si estás aquí, es porque formas parte de su linaje. Y si no has deducido aún qué te ata a ella, pon el anillo en su lugar, y abre los ojos.
- No tienes derecho a hablar de él... –sus primeras palabras sonaron calmadas, al tiempo que sus pasos se detenían y lanzaba una mirada de soslayo al otro elfo- ¡Si estoy aquí es porque tú me llamaste!... y si esa... si ella... si eso fuese cierto, ya tenéis lo que necesitáis. –no pudo evitar un nuevo acceso de cólera, al tiempo que enfrentaba a Nousis, que se recostaba con tranquilidad en una de las paredes del templo, expectante- Aunque me niego a insultar su recuerdo planteando siquiera esa posibilidad. Si querías mi colaboración quizás deberías haberme dicho la verdad desde el principio.
- ¿¡ACASO CREES QUE ESTO ME GUSTA!? –el momentáneo exabrupto del otro elfo, así como la amenaza impresa en sus palabras tomó por sorpresa a Tarek, que lo observó avanzar de nuevo hacia él- ¡¿ME VES CONTENTO?! –y señalando a la humana, sin dirigirle apenas una mirada- ¿CUANTO CREES QUE HE BUSCADO CUALQUIER OTRA OPCIÓN, MALDITA SEA? ¡NO HACE UNA HORA QUE SE ME HA OBLIGADO A CREERLO CIERTO! Una humana... Resultaba difícil –el fragor de su voz se fue perdiendo, como si las fuerzas lo abandonasen al tener que aceptar en voz alta algo que se negaba a creer y, alzando los ojos hacia Tarek, con ademán triste y casi malvado, concluyó- Pero no… -al tiempo que sus ojos se dirigían a la humana, que parecía querer esconderse en algún hueco para dejar de ser el centro de atención- no una …
- Semielfa- la fantasmagórica voz que les había dado la bienvenida al templo se alzó en el silenció, finalizando la oración- No tenemos tiempo para vuestras pequeñas miserias. La tarea debe iniciarse cuanto antes. Los herederos de Edenisse Yillia pronto llegarán.
Una treta. Tarek estaba seguro de que todo aquello era una maldita treta. ¿Para qué? Lo desconocía y, realmente, no le importaba. Pero todo lo que pronunciaban eran mentiras, sin fundamento ni razón. Ni las palabras de Nousis, pronunciadas a gritos contra él, ni la sentencia de la fantasmagórica figura, tenían ningún valor para él. Con cara impasible dejó que hablasen, que dispersasen aquellas mentiras y falsedades. Ya no importaba… nada de lo que ellos dijesen importaba. Con los ojos de ambas figuras dirigidas a él, esperando su reacción, simplemente retomó su camino hacia la salida que se encontraba cerrada para ellos, apoyándose con gesto impertérrito en la pared aledaña a la misma.
Sus pasos no tardaron en ser seguidos por Nousis, cuya actitud había retornado a su tranquila y fría calma habitual - ¿Sigues sin creerme? No estoy aquí para convencerte, niño. Dame ese anillo, o ponlo allí –indicó, señalando el hueco en la pared- Y veremos quien termina con qué palabras...
Un atisbo de ira cruzó de nuevo su rostro. No solo se atrevía a exigir su colaboración, sino que encima ninguneaba a su persona. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto?
- Y si no lo hago, ¿qué?
-Ah, por favor. -una voz hasta entonces apagada se alzó en el tenso silencio que rodeaba la sala, cuando Aylizz decidió mediar en el conflicto- Has llegado hasta aquí. Todos lo hemos hecho. Termínalo.
- Tú no te metas... –fue su seca respuesta a Aylizz- o es que acaso te parece bien que nos haya arrastrado hasta aquí sin explicaciones. ¿Y ahora debemos hacer lo que dice? ¿porque sí?
- ¿Explicaciones? - con el ceño fruncido, los ojos de la rubia elfa se dirigieron a la fantasmagórica aparición que ocupaba el centro de la sala- Ella parece tenerlas.
- Pronto estarán aquí- indicó la voz de Turenn con suavidad, llamando la atención de Nousis.
- Sin duda las tiene –fue la susurrada respuesta de Tarek que, obviando la presencia del elfo moreno, se dirigió hasta aquella imperturbable y fantasmal figura- ¿De qué va todo esto? Toda esta... farsa. ¿Qué es lo que quieres?
- Pasar al otro lado. Y para ello, que consigáis terminar lo empezado- fue su explicación- No soy la única que se encuentra atrapada. Los conoceréis, siempre que logréis cumplir lo que esperamos de vosotros.
- ¿Cómo sabemos que no es todo una trampa? Vagas palabras de una historia que ninguno habíamos escuchado antes. ¿Por qué fiarnos de ti... y de él? –añadió señalando con desidia al otro elfo.
-Él ha venido porque yo le he obligado. Era la única manera. De cuantos hemos sido encerrados, yo era la más cercana al exterior. Cualquiera podría haber sido quien hubiera guiado al resto. Cualquiera de quienes estáis aquí hubiese servido al mismo propósito, joven. No tengo palabras que puedan convencerte. No las hay. Tan solo imágenes de lo que ya no existe. Tú decides.
-Bien, muéstranos pues por qué deberíamos seguir con esto. Pues lo único que he oído hasta ahora son falacias, que no tienen valor para mí.
- Coloca el anillo de mi amigo Nan´Kareis en su lugar –fue su petición al tiempo que señalaba el hueco en la pared- y podré enseñarte.
La duda se instauró en él. No temía lo que le pudiese mostrar. Sabía que eran capaces de mentir y, cualquier cosa que dijesen, carecía de valor. Pero deshacerse de nuevo de aquel objeto, de lo poco que quedaba de Eithelen… Pero él no habría querido que pereciese allí solo por aferrarse a un recuerdo suyo… Dirigió sus pasos hacia el lugar indicado y colocó la alianza en el espacio que le parecía dispuesto.
El mundo entorno a ellos se difuminó, permitiéndoles distinguir únicamente las figuras del resto de los presentes. De inmediato, el agreste paisaje de la isla fue apareciendo ante sus ojos, al tiempo que seis figuras corrían desesperadas hasta las puertas del templo en el que, en realidad, se encontraban. Entre ellas, Turnen, armada con dos espadas, parecía liderar el grupo, acompañada por una mujer de rojos cabellos, que evitaba que el resto de la compañía desfalleciese en su apresurado viaje. Un elfo, de brillantes ojos azules, lanzaba continuas miradas a su espalda, lo que no evitó que se viese afectado por una explosión, cuyas consecuencias apenas dejó sentir, al levantarse y continuar la marcha, ayudado por otro miembro del grupo.
En la lejanía, un centenar de brujos se aproximaban a la pequeña comitiva, persiguiéndolos entre la maraña de cadáveres que parecía decorar la explanada por la que intentaban abrirse paso. Gran parte de ellos, elfos caídos en combate.
-¡CORRED! –las palabras en élfico de Turnen, llegaron hasta sus oídos con un extraño tinte, como un eco tiempo atrás perdido. Sus pasos los llevaron finalmente hasta la única sala que hasta entonces han visto del templo, cuyo estado de conservación hablaba de un tiempo mejor. A su espalda, las puertas se cerraron, brillando por un instante, impelidas por las palabras murmuradas por la líder, cerca del altar.
-Lo hemos conseguido –un velado suspiro dejó los labios de una de las elfas, al tiempo que Nan Kareis la miraba furioso.
-Estamos encerrados. Y no queda nadie más con vida. Ha sido un fracaso.
-El transporte está inservible- el quedo anuncio, plagado de miedo, de otra de las presentes.
-Solo queda morir fuera. O morir aquí dentro –el tono lúgubre de Turnen no dejaba lugar a dudas de la difícil situación en la que parecían encontrarse.
La sala, con su precario estado de preservación, reapareció ante ellos, con la única diferencia de que, en la pared en la que Tarek había insertado el anillo, ahora se vislumbra una abertura, que daba paso a un pasadizo.
-Yo no puedo avanzar – la tristeza es patente en las palabras de Turenn - Otro de nosotros continuará con vosotros más adelante
La humana pareció dudar; Aylizz todavía incapaz de pronunciar más palabras; y Tarek poco dispuesto a ser el primero en internarse en aquella insondable oscuridad. Por lo que, dirigiéndose con ironía a Nousis, añadió.
-Ya que pareces ir un paso por delante de los demás, por favor, haz los honores.
Con una sonrisa cargada de ironía y sin mayor respuesta que una fútil mirada a la humana, el elfo de pelo oscuro se internó en el oscuro pasillo, cuyo destino era indiferente a Tarek, siempre que pusiese fin a aquella amarga experiencia y le permitiese perder de vista a sus “aliados”.
El frío metal del anillo se clavó en su mano izquierda, donde seguía apretándolo con fuerza. Lo había buscado durante décadas, lo había dado por perdido hacía años. Pero allí estaba, el anillo de Eithelen, la marca de su familia, portado por una despreciable humana, cuya estirpe había causado su caída… la única explicación que justificaba que ella lo tuviese en su poder.
¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Minutos? ¿Horas? Las vagas amenazadas del prisionero Lyeyanna, al que Aylizz había increpado antes de traspasar el desfiladero, en un intento de descubrir a cuántos enemigos debían enfrentarse para llegar allí. Al parecer aquellos fanáticos habían resultado ser un peligro mucho menor que lo que les esperaba dentro del tempo… donde el lobo se había hecho pasar por cordero para atraerlos hasta su guarida. Miró a Nousis con intensidad.
- ¿Tú lo sabías? –le recriminó alzando la voz, al tiempo que apartaba la mano del otro elfo de su pecho- ¿Sabías que tenía el anillo? Conocías las marcas y me viste en Lunargenta… ¿Cómo pudiste no decir nada? –la traición que sentía era indescriptible y el tono de la voz de la humana, dirigiéndose a él, solo hizo aumentar su irá- Tú mejor cállate, ignominiosa criatura, o serán las últimas palabras que pronuncies. Tu gente tiene la sangre mi familia en sus manos.
Pero una vez más la humana demostraba que la inteligencia o el sentimiento de autopreservación le eran algo ajeno, pues no dudó en responder con fiereza a sus palabras, al tiempo que le enseñaba los dientes.
- Hablas como si supieras quienes son. Oh sabio Tarek, ilumíname.
Sus siguientes palabras y probablemente la acción de su filo sobre la frágil figura de la humana se vieron interrumpidas por la voz de Nousis, cuyo tono tranquilo e, incluso, impasible, consiguió clavar un par de centímetros más la estaca de la traición en el pecho de Tarek.
-No era asunto mío hablar de algo así –fue toda su respuesta, al tiempo que sacudía las manos para intentar sepáralos un poco más- y... pensad.
- Confié en ti... te confié mis dudas. Acudí a este infierno sin dudarlo cuando me lo pediste ¿y tu respuesta es que no era asunto tuyo? –las pocas esperanzas que podía haber albergado de obtener una respuesta satisfactoria o al menos coherente, murieron en ese momento, llenando de un profundo odio su mirada. Había confiado en él, pero al final era tan poco fiable como la humana a la que protegía con tanto ahínco- No necesito saber quiénes son tus antepasados, solo lo que son: míseros humanos que no dudan en matar y robar –alzó el anillo para dar más énfasis a sus palabras- sin importarles a quién. Por mi podéis pudriros en este templo... todos tenían razón, no merecía la pena venir hasta aquí.
No por primera vez, desde su llegada a la isla, el joven elfo había sentido añoranza por su hogar, pero nunca como en aquel momento. Deseaba no haber abandonado Sandorai para acudir a la llamada de alguien que, ahora lo veía con claridad, había sido siempre un perfecto extraño. Había confiado y se había confundido. El anillo, a pesar del frío que emanaba, quemaba en su mano. Los ancianos de su tribu siempre decían que indagar demasiado y buscar lo que estaba perdido, muchas veces resultaba en encontrar aquello que no buscabas y que probablemente no querrías encontrar. No se equivocaban. Había recuperado aquella reliquia y a cambio casi había perdido la vida, aunque también había aprendido la lección: uno no debía fiarse ni de su propia especie.
La visión del elfo mayor, que lo miraba con reproche y de aquella mísera criatura que se ocultaba tras él, fue más de lo que podía soportar. La estancia parecía empequeñecer y todo en su ser le gritaba que debía cobrarse con sangre la traición sufrida y, sobre todo, la venganza deseada. Pero el poco raciocinio que todavía le restaba le instó a darse la vuelta y dirigirse a la puerta. No saldría vivo de allí si se enfrentaba a ellos y, aunque no le importase, no iba a darles la satisfacción de acabar con él.
- El hijo de Eithelen no huiría- la voz de Nousis reverberó a sus espaldas- y si estás aquí, es porque formas parte de su linaje. Y si no has deducido aún qué te ata a ella, pon el anillo en su lugar, y abre los ojos.
- No tienes derecho a hablar de él... –sus primeras palabras sonaron calmadas, al tiempo que sus pasos se detenían y lanzaba una mirada de soslayo al otro elfo- ¡Si estoy aquí es porque tú me llamaste!... y si esa... si ella... si eso fuese cierto, ya tenéis lo que necesitáis. –no pudo evitar un nuevo acceso de cólera, al tiempo que enfrentaba a Nousis, que se recostaba con tranquilidad en una de las paredes del templo, expectante- Aunque me niego a insultar su recuerdo planteando siquiera esa posibilidad. Si querías mi colaboración quizás deberías haberme dicho la verdad desde el principio.
- ¿¡ACASO CREES QUE ESTO ME GUSTA!? –el momentáneo exabrupto del otro elfo, así como la amenaza impresa en sus palabras tomó por sorpresa a Tarek, que lo observó avanzar de nuevo hacia él- ¡¿ME VES CONTENTO?! –y señalando a la humana, sin dirigirle apenas una mirada- ¿CUANTO CREES QUE HE BUSCADO CUALQUIER OTRA OPCIÓN, MALDITA SEA? ¡NO HACE UNA HORA QUE SE ME HA OBLIGADO A CREERLO CIERTO! Una humana... Resultaba difícil –el fragor de su voz se fue perdiendo, como si las fuerzas lo abandonasen al tener que aceptar en voz alta algo que se negaba a creer y, alzando los ojos hacia Tarek, con ademán triste y casi malvado, concluyó- Pero no… -al tiempo que sus ojos se dirigían a la humana, que parecía querer esconderse en algún hueco para dejar de ser el centro de atención- no una …
- Semielfa- la fantasmagórica voz que les había dado la bienvenida al templo se alzó en el silenció, finalizando la oración- No tenemos tiempo para vuestras pequeñas miserias. La tarea debe iniciarse cuanto antes. Los herederos de Edenisse Yillia pronto llegarán.
Una treta. Tarek estaba seguro de que todo aquello era una maldita treta. ¿Para qué? Lo desconocía y, realmente, no le importaba. Pero todo lo que pronunciaban eran mentiras, sin fundamento ni razón. Ni las palabras de Nousis, pronunciadas a gritos contra él, ni la sentencia de la fantasmagórica figura, tenían ningún valor para él. Con cara impasible dejó que hablasen, que dispersasen aquellas mentiras y falsedades. Ya no importaba… nada de lo que ellos dijesen importaba. Con los ojos de ambas figuras dirigidas a él, esperando su reacción, simplemente retomó su camino hacia la salida que se encontraba cerrada para ellos, apoyándose con gesto impertérrito en la pared aledaña a la misma.
Sus pasos no tardaron en ser seguidos por Nousis, cuya actitud había retornado a su tranquila y fría calma habitual - ¿Sigues sin creerme? No estoy aquí para convencerte, niño. Dame ese anillo, o ponlo allí –indicó, señalando el hueco en la pared- Y veremos quien termina con qué palabras...
Un atisbo de ira cruzó de nuevo su rostro. No solo se atrevía a exigir su colaboración, sino que encima ninguneaba a su persona. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto?
- Y si no lo hago, ¿qué?
-Ah, por favor. -una voz hasta entonces apagada se alzó en el tenso silencio que rodeaba la sala, cuando Aylizz decidió mediar en el conflicto- Has llegado hasta aquí. Todos lo hemos hecho. Termínalo.
- Tú no te metas... –fue su seca respuesta a Aylizz- o es que acaso te parece bien que nos haya arrastrado hasta aquí sin explicaciones. ¿Y ahora debemos hacer lo que dice? ¿porque sí?
- ¿Explicaciones? - con el ceño fruncido, los ojos de la rubia elfa se dirigieron a la fantasmagórica aparición que ocupaba el centro de la sala- Ella parece tenerlas.
- Pronto estarán aquí- indicó la voz de Turenn con suavidad, llamando la atención de Nousis.
- Sin duda las tiene –fue la susurrada respuesta de Tarek que, obviando la presencia del elfo moreno, se dirigió hasta aquella imperturbable y fantasmal figura- ¿De qué va todo esto? Toda esta... farsa. ¿Qué es lo que quieres?
- Pasar al otro lado. Y para ello, que consigáis terminar lo empezado- fue su explicación- No soy la única que se encuentra atrapada. Los conoceréis, siempre que logréis cumplir lo que esperamos de vosotros.
- ¿Cómo sabemos que no es todo una trampa? Vagas palabras de una historia que ninguno habíamos escuchado antes. ¿Por qué fiarnos de ti... y de él? –añadió señalando con desidia al otro elfo.
-Él ha venido porque yo le he obligado. Era la única manera. De cuantos hemos sido encerrados, yo era la más cercana al exterior. Cualquiera podría haber sido quien hubiera guiado al resto. Cualquiera de quienes estáis aquí hubiese servido al mismo propósito, joven. No tengo palabras que puedan convencerte. No las hay. Tan solo imágenes de lo que ya no existe. Tú decides.
-Bien, muéstranos pues por qué deberíamos seguir con esto. Pues lo único que he oído hasta ahora son falacias, que no tienen valor para mí.
- Coloca el anillo de mi amigo Nan´Kareis en su lugar –fue su petición al tiempo que señalaba el hueco en la pared- y podré enseñarte.
La duda se instauró en él. No temía lo que le pudiese mostrar. Sabía que eran capaces de mentir y, cualquier cosa que dijesen, carecía de valor. Pero deshacerse de nuevo de aquel objeto, de lo poco que quedaba de Eithelen… Pero él no habría querido que pereciese allí solo por aferrarse a un recuerdo suyo… Dirigió sus pasos hacia el lugar indicado y colocó la alianza en el espacio que le parecía dispuesto.
El mundo entorno a ellos se difuminó, permitiéndoles distinguir únicamente las figuras del resto de los presentes. De inmediato, el agreste paisaje de la isla fue apareciendo ante sus ojos, al tiempo que seis figuras corrían desesperadas hasta las puertas del templo en el que, en realidad, se encontraban. Entre ellas, Turnen, armada con dos espadas, parecía liderar el grupo, acompañada por una mujer de rojos cabellos, que evitaba que el resto de la compañía desfalleciese en su apresurado viaje. Un elfo, de brillantes ojos azules, lanzaba continuas miradas a su espalda, lo que no evitó que se viese afectado por una explosión, cuyas consecuencias apenas dejó sentir, al levantarse y continuar la marcha, ayudado por otro miembro del grupo.
En la lejanía, un centenar de brujos se aproximaban a la pequeña comitiva, persiguiéndolos entre la maraña de cadáveres que parecía decorar la explanada por la que intentaban abrirse paso. Gran parte de ellos, elfos caídos en combate.
-¡CORRED! –las palabras en élfico de Turnen, llegaron hasta sus oídos con un extraño tinte, como un eco tiempo atrás perdido. Sus pasos los llevaron finalmente hasta la única sala que hasta entonces han visto del templo, cuyo estado de conservación hablaba de un tiempo mejor. A su espalda, las puertas se cerraron, brillando por un instante, impelidas por las palabras murmuradas por la líder, cerca del altar.
-Lo hemos conseguido –un velado suspiro dejó los labios de una de las elfas, al tiempo que Nan Kareis la miraba furioso.
-Estamos encerrados. Y no queda nadie más con vida. Ha sido un fracaso.
-El transporte está inservible- el quedo anuncio, plagado de miedo, de otra de las presentes.
-Solo queda morir fuera. O morir aquí dentro –el tono lúgubre de Turnen no dejaba lugar a dudas de la difícil situación en la que parecían encontrarse.
La sala, con su precario estado de preservación, reapareció ante ellos, con la única diferencia de que, en la pared en la que Tarek había insertado el anillo, ahora se vislumbra una abertura, que daba paso a un pasadizo.
-Yo no puedo avanzar – la tristeza es patente en las palabras de Turenn - Otro de nosotros continuará con vosotros más adelante
La humana pareció dudar; Aylizz todavía incapaz de pronunciar más palabras; y Tarek poco dispuesto a ser el primero en internarse en aquella insondable oscuridad. Por lo que, dirigiéndose con ironía a Nousis, añadió.
-Ya que pareces ir un paso por delante de los demás, por favor, haz los honores.
Con una sonrisa cargada de ironía y sin mayor respuesta que una fútil mirada a la humana, el elfo de pelo oscuro se internó en el oscuro pasillo, cuyo destino era indiferente a Tarek, siempre que pusiese fin a aquella amarga experiencia y le permitiese perder de vista a sus “aliados”.
Tarek Inglorien
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